IX. LAS COPLAS DESTE CANTAR     AQUIS VAN ACABANDO (v.2276)

            La exocrítica, interesada en la autenticidad de los hechos relatados en Mio Cid, ha venido prestando numerosos y denodados esfuerzos al problema de la autoría; se han discutido cuestiones como el número, época, oriundez, residencia, profesión, etc., del autor, sin haberse dilucidado problemas de gran importancia sobre el texto mismo, tales como su época, su originalidad, sus refundiciones, etc. Mientras estas últimas cuestiones no sean resueltas satisfactoriamente, huelga afanarse tanto por la indagación del autor, que necesariamente habrá de guiarse por criterios apriorísticos, argumentaciones con petición de principio. 

            Una tarea del crítico literario, previa a la de la unidad o variedad de autor, ha de ser el examen de la unidad o variedad de la obra por unos senderos más amplios, más certeros que el simple recuento de vocablos, al que parecen haberse limitado los críticos, junto con algún otro criterio externo de carácter histórico o geográfico.  Los recontadores de vocablos y comparadores de las rimas pudieron ya descubrir ciertas divergencias entre diversas partes de Mio Cid," 1   que unos creyeron de suficiente peso para establecer la diversidad de autor y obras; otros, no.

            En estos estudios de endocrítica mi interés y mi intención van derechos a los valores literarios de por dentro de Mio Cid, para indagar todo lo que sea de relevancia con respecto a la obra misma.  La cuestión del autor o autores 2 es tenida como secundaria; como él (¿ellos?) quería, haremos bien con dejarle en el anonimato.  Lo que ha llegado a nosotros, nos pertenece y preocupa es Mio Cid, y en este estudio quisiera exponer su dualidad literaria; con una Primera Parte que acababa allí donde el autor decía:   

            Las coplas deste cantar     aquis van acabando (2276);

y una Segunda Parte, de muy distinta urdimbre estilística y temática, 3 que constituye el que suele llamarse Cantar de la Afrenta de Corpes.  Guiado por el vocabulario del manuscrito de Per Abbat, me referiré como Gesta a la Primera Parte, como Razóna la Segunda.  Mis argumentaciones sobre la dualidad irán basadas en criterios de vocabulario, de estilo y de ideología.  

            El vocabulario debe servir de criterio indispensable para determinar el problema de la unidad o variedad de cualquier obra, no hay duda.  Sin embargo, para establecer con solidez un criterio lingüístico no debe uno limitarse a la computación de vocablos, de términos físicos; máxime en una obra tan corta como Mio Cid, donde el número de palabras es demasiado pequeño para llegar a una conclusión decisiva; la época de su composición, por otra parte, es arcana, y carecemos de otras obras contemporáneas con las que establecer cotejo; el gusto de un autor por uno u otro sinónimo podría habernos guiado, como pasaría en épocas posteriores, pero la cantera lingüística en tiempos de Mio Cid no era tan rica como para permitirse el lujo de seleccionar.  Además, la obra en su totalidad está escrita dentro de las líneas generales del género épico, destinada a un mismo tipo de público, elementos que de por sí tienden a dar semejanza de vocabulario a obras de muy diversos autores. 

            Eran muchas y de peso las circunstancias que tendían a hacer semejante el vocabulario miocidiano; quiere decir que, de encontrar divergencias, habrán de tomarse muy en serio como criterio de dualidad.

            Mi defensa de la dualidad de obras en Mio Cid no se basa en la computación de las palabras, como si éstas fueran un montón de huevos que hubieran de clasificarse de acuerdo con su color, peso y medida; si las comparamos a huevos, habrá que examinar la célula, para ver si encierra paloma, tórtola o perdiz; pato, pollo o pavo.  La valoración del vocabulario, por lo tanto, ha de hacerse atendiendo a los significados. Si a la máquina computadora le hubiéramos dado unas lecciones de semántica comparada, previas a su clasificación de las palabras, sus veredictos habrían sido de gran utilidad; pero poco crédito merece en sus dictados sobre la obra poética una máquina que no sabe nada de significantes y significados. 

            Mi defensa de la dualidad de obras se basa, en primer lugar, en la diferencia de significados que envuelve un vocabulario que pudiera considerarse común; hay palabras que, siendo idénticas de forma, distan en las connotaciones que se le atribuyen en la Gesta y en la Razón. Mis primeras sospechas de la dualidad surgieron del examen comparativo de los valores conceptuales y emocionales de barba

            Barba aparece 24 veces en Mio Cid: {N-10 veces con referencia exclusiva a la del Cid en la Gesta; en la Razón, 13 veces refiriéndose a la del Cid; una a la de su archienemigo García Ordóñez.  Originariamente la función de la barba del Cid era la expresión del dolor del desterrado (vv. 1238-42).  En la Razón, donde nada se sabe de aquel destierro, barba aparece en proporción mayor, dejando de ser dote exclusiva del héroe para decorar con ella al antagonista. En la Gesta la barba era un elemento estático, majestuoso, honroso, con el que se encarecía la figura del Campeador; estilísticamente servía para captar la atención del público y avivar la contemplación del héroe, como puede apreciarse de la actitud del rey:

            catandol sedie la barba     que tan ainal creci[o] (2059).

El Cid era un hombre impresionante, bello:  barba velida, le llama la Gesta.

            En la Razón, la barba se vuelve elemento dinámico, con abigarrados tonos connotativos entre mayestáticos y burlescos; es un elemento, más que decorativo, conceptual, que ayuda a revelar la índole del personaje. 

            En la Gesta abundaban los usos epitéticos de la barba, llegando ésta a personificar al héroe antonomásticamente:

            ¡Dios, commo es alegre     la barba velida (930);
                        i bencio esta batalla     por o ondro su barba (1011).

En la Razón prevalecían los usos predicativos con alcar la mano…tomar (2476, 2829, 3185); prender(3097, 3124, 3280, 3288, 3713).  Esa barba adquiriría su mayor grado de dinamismo y movilidad cuando, hacia el final, tras haberla llevado presa con el cordón mucho tiempo, la dejaba caer el Campeador:

            e soltava la barba     e sacola del cordon (3494).

            Pertenece a la Razón, precisamente, la variedad significativa de barba, según la explicaba Menéndez Pidal:  con prender y alcar se usaba «para expresar viva satisfacción», añadiendo que en el verso 2829 «a la barba se tomo parece pintar un irónico gesto de satisfacción».  La barba crecida y atada con un cordón se empleaba, de acuerdo con el mismo crítico, «para exigir venganza». 4

            La barba siempre respetable de la Gesta produce efectos jocosos la primera vez que aparecen en la Razón; cuando el Cid iba persiguiendo a Búcar, le gritaba como a niño a quien quisiera asustar con un ogro:

            verte as con el Cid     el de la barba grant (2410).

Aquella barba luenga, que el rey castellano había admirado (2059), se ha vuelto barba grant, que amedrentaba y asustaba al rey moro.  Este abuso de la barba, con el fin de confundir al adversario, preparaba el terreno para la chocante polémica que en las cortes mantendrían el Campeador, como señor de los suyos, y don García, como jefe de su bando; uno y otro se entretuvieron en burlarse de sus respectivas barbas.  Naturalmente, resultaba chocante que los dos jefes de partidos encontrados no hallaran otro tema de argumentación que el de sus barbas. El pasaje no tiene desperdicio:

            El conde don Garcia     en pie se levantava:
                        «¡Merced, ya rey     el mejor de toda España!
                        Vezos mio Cid     a llas cortes pregonadas;
                        dexola crecer     e luenga trae la barba,
                        los unos le han miedo     e los otros espanta.
                        Los de Carrion     son de natura tal
                        non gelas devien querer     sus fijas por varraganas
                        ¡o quien gelas diera     por parejas o por veladas!
                        Derecho fizieron     por que las han dexadas.
                        ¡Quanto el dize     non gelo preciamos nada!»
                        Essora el Campeador     prisos a la barba:
                        «¡Grado a Dios     que cielo e tierra manda!
                        Por esso es luenga     que a delicio fue criada.
                        ¿Que avedes vos, conde,     por retraer la mi barba?
                        Ca de quando nasco     a delicio fue criada,
                        ca non me priso a ella     fijo de mugier nada,
                        nimbla messo     fijo de moro nin de christiana
                        ¡commo yo a vos, conde,     en el castiello de Cabra!
                        Quando pris a Cabra     e a vos por la barba
                        non i ovo rapaz     que non messo su pulgada;
                        ¡la que yo messe     aun non es eguada!» (3270-90).

            En sus respectivos estudios rechacé el carácter humorístico que algunos críticos habían imputado a los episodios de Raquel y Vidas y del Conde de Barcelona; ni las circunstancias de vida o muerte, de prisión o libertad se adaptaban para la diversión jocosa.  Compárense aquellos pasajes con este de a pelo y contrapelo, y se comprenderá admirablemente cómo, cuando el escritor medieval quería hacer chistes, podían cogerlos todos, los contemporáneos del autor y los de generaciones venideras. 

            Se destaca este pasaje por su humor punzante, su satírica comicidad y sus entrecosturas estilísticas.  El autor se luce en el arte de manipulador caprichoso del mundo de sus criaturas, y no se arredró de sacrificar la dignidad de sus personajes, protagonista y antagonista, aunque diera la palma al primero. Sacrificó a su héroe, cuando éste se olvidó de la defensa de sus hijas -la razón de ser de las cortes y objeto directo del ataque de don García-, para limitarse a desplegar las delicias de su barba en obvio regodeo narcisístico, por un lado, en el demoledor poderío de su palabra, por otro.  En la polémica se sacrificaron los símbolos honrosos de la barba, al ser expuesta al vituperio y denigración.  En otro estudio se explica con mayor detalle el juego ingenioso de imágenes y pseudoetimologías -barba, cabra, rapar, rapaz, crespo, 5 etc.- en que se entretiene el Cid.  El Cid del la Razón se nos mostraría tan temible en el campo de la dialéctica como el de la Gesta en el de las armas.  El Cid había  sido el primero en referirse a los efectos amedrentadores de su barba cuando perseguía a Búcar; los motivos están, pues, muy bien entrelazados.  

            Razon (racon, 3216) es otro término que merece un análisis comparativo; aparece 30 veces en Mio Cid:  {N-10 en la Gesta, 20 en la Razón; su elevada proporción en ésta puede aceptarse como criterio relevante de unicidad literaria, sobre todo cuando a la numerosidad se suma la diversidad de acepciones de que goza en ella.  Siguiendo a Menéndez Pidal, esas acepciones de razon exclusivas del Cantar de la Afrenta son:  «alegación en juicio…, 3079, 3293, 3372, 3390, 3458, 3463»; «justicia, cosa justa…, 3156»; «cuenta justificativa…, 3216»; «suceso, trance…, 2729, 3249»; «modo, manera…, 3259»; «composición literaria, poema…, 3730». 6

            Se concede que la materia del conflicto legal de Mio Cid II sea más indicada para los usos de razon que la de Mio Cid I; pero en la Razón se emplea también un vocabulario propio y nuevo para tratar asuntos comunes.  Dentro del concepto de «familia» son exclusivos de la Razón los siguientes términos: 

            bando y vando (3010, 3113, 3136, 3162, 3577), para designar, según Menéndez Pidal, «partido, conjunto de parientes y secuaces».

            cuñados (2517), para designar el parentesco entre Minaya y los Infantes de Carrión. 

            primas cormanas (3303), con que se revela el parentesco entre las hijas del Cid y Pero Bermúdez.

            primas (2846, 2858, 3438, 3447), para designar el parentesco existente entre las hijas del Cid y Minaya, como también entre aquéllas y Félez Muñoz (2770, 2777, 2778 bis, 2780 bis, 2787, 2792, 2801), su primo (2619, 2797); este Félez era el único entre los vasallos que se decía en la Gesta estar vinculado al Cid con parentesco (sobrino, 741). 

            También se extiende por todo Mio Cid la alusión a la indumentaria.  En la Razón, particularmente, se destaca la predilección del autor por las ropas más íntimas y más finas, 7 de manera que a ella pertenece exclusivamente la mención de las siguientes:  el brial(2291, 2750, 3090, 3366, 3374); la camisa(2721, 2738, 2744, 2750, 3087, 3535); el ciclaton(como tejido de seda y oro y como sinónimo de brial, 2574, 2721, 2739, 2744, 2750); cordon (3097, 3124, 3494); armiño, armiñas (2749, 3075, 3374), para describir la alta calidad del manto y de las pieles.

            Es evidente que el autor de la Razón se dejaba cautivar por el decoro en el vestuario de los personajes; una prenda tan ornamental como la cofia, mencionada una sola vez en la Gesta, se encuentra allí cinco (2437, 3094, 3493, 3653, 3654).  Estas ropas preciosas que, como la barba, dan sublimidad al personaje pueden emplearse para ponerlo en ridículo; así, por ejemplo, en el caso de Diego González al esconderse del león:

            el manto y el brial    todo suzio lo saco (2291);

y en el de su hermano Asur:

            manto armiño     e un brial rastrando (3374).

            La predilección del autor de la Razón por las telas más íntimas lograría su máximo exponente en la metáfora telas del coracon:

            alla me levades     las telas del coracon (2578);
                        Partieron se le las tellas     de dentro del coracon (2785);
                        ¿A quem descubriestes     las telas del coracon? (3260).

En el verso 2578 quería expresar el autor los efectos dolorosos de la separación entre los seres queridos; con esta metáfora de las telas del coracon se remplazaba la comparación de la Gesta:

            asis parten unos d'otros     commo la uña de la carne (375),

comparación que no desaprovecharía el avisado autor de la Razón en otra ocasión:

            Cuemo la uña de la carne     ellos partidos son (2642).

            Como colmo, recuérdese que una prenda de adorno, el sombrero, serviría para proporcionar a doña Elvira y doña Sol el agua de la vida:

            cogio del agua en el     e a sus primas dio (2801).

            Existe, además, una miscelánea de vocablos interesantes de abundante empleo en la Razón.  La idea e suceso o acontecimiento se expresa con tres sinónimos exclusivos:  acaecer(3197), contecer (3707), cuntir (2281, 2310, 2548, 2852, 2941).  También callar 8 (2558, 2953, 3302, 3383, 3390, 3401); ensayar (2376, 2381, 2388, 2414, 2460, 2746, 2781, 3318, 3663); juizio y juvizio (3226, 3239, 3259 b, 3485); racion (2329, 2467, 2773, 3388); rencura (2862, 2916, 2967, 2992, 3202, 3254, 3437); repentirse (como «arrepentirse, sentir pesadumbre de haber hecho algo» en 3357, 3557, 3568; en la Gesta, como «volverse atrás de lo ofrecido» en 1079 y 2617); retraer(2548, 2556, 2733, 3283, 3359). 9

            Al Cantar de la Afrenta de Corpes se le ha caracterizado como «novela psicológica», y muy apropiadamente bajo el criterio de la terminología exclusiva para expresar intenciones, sentimientos, conciencia de los personajes.  Junto a los vocablos de carga psíquica mencionados (juizio, rencura, repentirse, retraer) considérense los que siguen:  alabarse(«jactarse de una cosa mala o una acción mala», 10 2340, 2757, 2763, 2824); alevoso (3362, 3383); amistad (2411, 2412, 3388); biltanca (3705); biltarse (3026); conortar(2328, 2804); desondra (2762, 2906, 2910, 3165, 3541); entencion (3464); envergoncar (2298); escarnir, escarnecer(2551, 2555, 2715, 3706); juego -guego-, jugara mal -mal jogados- (en acepción de burla, 2307, 2535, 3249, 3259, 3319); sospiros (3358); traicion, traidor (2523, 2660, 2681, 2722, 3263, 3343, 3350, 3371, 3383,3442, 3484); valor (3197, 3444, 3674); verguenca («turbación e ánimo», 3126).

            A esta terminología exclusiva de la Razón debe añadirse, en prueba ulterior de su unicidad, la escasez de una expresión muy típica de la GestaDios se cuenta 80 veces en Mio Cid:  en los Cantares del Destierro y las Bodas, 30 en el de la Afrenta, o sea, en muy equitativa proporción.  Sin embargo, su empleo en exclamaciones del tipo¡Dios, commo…!  se da seis veces en la Gesta (580, 789, 926, 930, 933, 1554), cero en la Razón; en exclamaciones tipo ¡Dios, que…! se encuentra nueve veces (20, 243, 457, 600, 806, 1052, 1305, 2213, 2243) en aquélla; en ésta solamente dos (2388, 2650). Es decir, casi una de cada tres veces que sale Dios en la Gesta es en exclamación, mientras que la proporción en la Razón es una vez de cada quince. 11

            Reconozco que mi estudio del vocabulario comparado entre las dos partes de Mio Cid no ha sido llevado a cabo con la atención y profundidad que se merece; no obstante, las diferencias que aquí he expuesto en ese vocabulario, tomadas, si no individualmente, en su conjunto, indican que el Mio Cid II responde, de veras, a un plan artístico único, diverso del de Mio Cid I. 

            Sin embargo, estas pruebas lingüísticas parecerán deleznables en comparación con otras de carácter literario más complejo, en las cuales encuentran aquéllas su razón de ser; me refiero a las pruebas de estructura, de urdimbre formal, a las que no han faltado alusiones ocasionales en los estudios precedentes.

            El autor de la Gesta nos daba a entender a lo largo de su relato que no creía en sorpresas ni incongruencias, que en todo momento prefería la causalidad a la causalidad; de su lenguaje, como dije más arriba, estarían ausentes los términos de «acontecimiento» (acaecer, contecer, cuntir), de frecuente empleo en la Razón.  Los personajes de aquel autor se moverían a cada paso impulsados por motivos humanos: lanzados siempre a fines prácticos con medios directos e indefectibles.  Las mismas lágrimas sorprendentes del Cid llevaron como causa acciones de unos hombres; el saqueo de su hacienda no quedaría sin explicación. 

            Ahora bien, tan pronto comenzamos la lectura de la Razón, somos sacudidos con una casualidad; el hombre que en la Gesta movía a obrar a otro hombre ha sido remplazado por un león; un animal y una casualidad ponen, pues, en marcha el gran conflicto humano de la Razón.  El león, que se escapó por casualidad de la red, puso fin a la paz y alegría de la familia del Cid en Valencia; una paz y alegría que había sido amasada con muchas lágrimas y trabajos y combates.  Las realísticas razones de los hombres de la Gesta ceden a los ilusivos motivos del león de la Razón.  El autor de Mio Cid I escogió para su prólogo un anécdota; el de Mio Cid II elaboró en su pórtico una alegoría.  La Razón, pues, surgía con unicidad propia, con fines y recursos artísticos adecuados a su plan artístico peculiar. 

            El autor de la Gesta de muestras de gran refreno en los elementos de invención; tan tímidamente se condujo en el trato de lo maravilloso, que pasó como gato por ascuas sobre el agüero de la corneja y la aparición de san Gabriel; del sueño diría que era sueño.  Por el contrario, el autor de la Razón abriría su relato con la narración morosa del episodio del león; una fiera inverosímil que, tras aterrar a todos, se postraría reverente ante el carismático Campeador.  Todos creyeron presenciar algo maravilloso (v. 2302); un ensueño poético se contaba como realidad atestiguada por todos los presentes. 

            El autor de la Gesta era muy ducho en la narración de batallas; el de la Razón lo sería en la exposición de conflictos psicológicos; su gusto no iba por las refriegas bélicas; se limitaría ésta a referir una sola batalla, la de Búcar.  Menéndez Pidal y L. Chalon han dicho que Búcar no es otro que el rey de Sevilla 12 del Cantar del Destierro; quiere decir que ni siquiera se preocupó el escritor por introducir un nuevo contrincante.  Es más, junto con el personaje se repetirían, en el relato de la batalla con Búcar, expresiones y actitudes plagiadas de la Gesta.  Reaparecía don Jerónimo, el morigerado obispo de la Gesta, con bravuconadas exageradas hasta lo burlesco, la gran especialidad del escritor.  Se repetía la acción de la persecución del Cid:

                   El Campeador    ival [a Galve] en alcaz (776);
                Mio Cid al rey Bucar     cayol en alcaz (2408).

            Compárense también los versos siguientes:

                   las carbonclas del yelmo     echo gelas aparte (766);
                las carbonclas del yelmo     tollidas gela[s] ha (2422);
                la cofia fronzida;    ¡Dios, commo es bien barbado
                Almofar a cuestas,    la espalda en la mano (789-90);
                con dos espadas    que el perçiava algo
                por la matança    vinia tan privado,
                la cara fronzida    e almofar soltado,
                cofia sobre los pelos     fronzida della yaquanto (2434-37).
                por el cobdo ayuso    la sangre destellando (781, 1724 y 2453).
                dan le grandes coples     mas nol falssan las armas (2391).

            En los duelos del final de la Razón reaparece una expresión bélica de gran fuerza expresiva:

                                    ante roido de atamores     la tierra querie quebrar (696);
                                     tembrar querie la tierra     dond eran movedores (3619).

            Convendrá notar debidamente que el autor de la Razón, en estas como en otras imitaciones de la Gesta, supo seleccionar las de mayor fuerza expresiva y más alta calidad de estilo.

            El autor de la Gesta trataba la batalla como ocasión y medio del engrandecimiento del Cid Campeador; el de la Razón se valió de la batalla con Búcar como de bastidor en que bordar con rasgos chispeantes los caracteres de sus personajes: don Jéronimo, Pero Bermúdez, los Infantes, el rey moro, el mismo Cid, etc.  La batalla contra Búcar, en contraste con las otras, no produciría ganancia más sobresaliente que la de Tizona:

            e gano a Tizon    que mill marcos d'oro val (2426).

            Y ¿para qué quería otra espada el Cid?  Para tener dos (v.2434) y darle una a cada yerno.  El Cid no necesitaría ya de las espadas, porque no habría más batallas en la obra.  ¿Para qué las querían los Infantes?  Ahí está la ironía mayor: para ser despojados de ellas más adelante, y con ellas ser derrotados y malamente heridos.

            Valdría pensar, sin duda, que Mio Cid II tiene unicidad propia, con fines y recursos artísticos adecuados a un plan literario peculiar.

            El autor de la Gesta , ávido narrador de episodios de guerra, no quiso que a los Infantes se les regalaran espadas especiales; a propósito del arreglo de los casamientos, hubo tan sólo el ritual del intercambio, en señal de la nueva alianza:

            Camearon las espadas     ant'el rey don Alfonsso (2093);

            la función de los Condes en Valencia no iba a ser incrementar las filas del combate, sino traer con ellos a la bella ciudad del Mediterráneo el estilo y el espíritu de la corte, el goce de la paz, la alegría de la amistad.  Al verlos entrar en la iglesia suspiraba la asamblea:

            de pie e a sabor    ¡Dios, que quedos ent[r]aron ! (2213).

            El autor quería traer a aquellas criaturas suyas, que habían vivido del pillaje, la espada y el caballo, el sosiego y la tranquilidad.  Valdría, pues, pensar que la Razón trastornó con vuelta de campana los planes de la Gesta en el tardío regalo a los Infantes de Colada y Tizona.  A los de Carrión se les iba a confiar en Mio Cid II un papel muy diferente, en realidad, de carácter contrario, que se adecuara a la unicidad de la obra.

            La dinámica de la Gesta se movía hacia su culminación en los casamientos de las hijas del Cid con los preámbulos y la celebración de las bodas, como criador que ha conducido a sus criaturas desde unos bajísimos comienzos, por sendas tortuosas y ásperas, al goce de una existencia feliz.  La Razón significaría un rotundo mentís a los casamientos; su autor se recrearía con morosidad en relatar los preámbulos y ejecución de la afrenta.  El autor de la Razón nos diría que las segundas nupcias fueron mejores que las primeras:

            Los primeros fueron grandes     mas aquestos son mijores (3720).

            No lo fueron literariamente; mientras que las primeras merecieron el derroche de los dones narrativos del escritor, las segundas no pasaron de ser una noticia de pasada, otro suceso fortuito, verdadero deus ex machina .

            Valdría pensar que la Razón estuvo muy lejos de la mente del autor de la Gesta ; la una y la otra tienen unicidad propia, con recursos adecuados a su plan literario particular.

            Y ¿qué sobre el personaje del Cid Campeador?  En la Gesta él dominaba la acción por completo, como guerrero, como esposo, como padre, como vencedor de los moros, como servidor del rey, como buen suegro, etc.; él lo llenaba todo; él, quien ponía en marcha a la comunidad.  En la Razón , en cambio, el Cid perdería la singularidad de su preeminencia al perder el control de los acontecimientos; dejaría de mostrarse denodado, beligerante, avisado y ecuánime, dándonos en su lugar una impresión de descuido, de despreocupación, al menos aparente; en medio del ardor de la pelea se permitiría relajarse con chanzas; en los pleitos de la corte se enredaría con sus adversarios en un tiroteo de insultos y sarcasmos.  El Cid perdió el control de las voluntades de sus hombres, siendo desconocedor de la realidad, del conflicto que lentamente se iba fraguando a sus espaldas.  El Cid se dejaba persuadir de las partes contrincantes: por un lado creía a sus vasallos; por otro, a los Infantes.  En la Razón , en función de una mayor intriga dramática, pasaron a primer plano de la acción las figuras menores de los Infantes de Carrión y los vasallos; como consecuencia, nos encontramos a un Félez Muñoz, mencionado en la Gesta una sola vez (v. 741) como uno de tantos, desempeñado un papel clave.  Como en la Gesta se había dicho que era sobrino del Campeador, le bastó esto al autor de la Razón para comisionarle con el honor de salvar a sus primas .

            Al mismo tiempo, otros personajes importantes en la Gesta fueron desatendidos, como, por ejemplo, Minaya; éste seguía siendo en la Razón un hombre muy elevado, por lo cual, como el Cid, fue víctima del error. Con el nombre de Minaya aparece 94 veces en Mio Cid I, en contraste con unas 15 veces en Mio Cid II; con el de Alvar Fañez sale 58 veces en aquél, 12 en este último. Además, Minaya es remplazado en la Razón por Muño Gustioz en sus funciones de emisario ante el rey, a la hora de llevar a éste la notica del escarnio de Corpes. Muño llega, pues, a ser una figura dominante en Mio Cid II, donde es nombrado 15 veces, tantas como en Mio Cid I, que es de doble extensión.

            En la Gesta se nos dice que unos enemigos malos (9), unos malos mestureros (267), causaron al Cid su destierro; el guerrero saldría sumiso, tratando de buscar su justificación en sus buenas obras.  En la Razón , unos canes traidores (3263) escarnecerían cruelmente a las hijas del Campeador, quien acudió al rey a pedir justicia.  ¿Por qué no buscó reivindicación ante la corte cuando fue desterrado?  Valdría pensar que la distinta actitud del Cid ante los infortunios es indicativa de dos planes literarios distintos.

            Más arriba hablé del retraso inexplicable en el regalo de las espadas a los de Carrión, cuando no se les iba a dar ocasión de usarlas.  También se retrasaron los agüeros sobre el casamiento de los Infantes con las hijas del Campeador; en lugar de aparecer cuando se hacían los preparativos de la boda, como hubiera sido de esperar-la corneja se apareció al iniciarse el viaje-, se retrasaron tanto, que ya no podía ponérsele remedio, de acuerdo con el comentario del narrador:

                        Violo en los avueros     el que en buen ora çinco espada
                        que estos casamientos     non serien sin alguna tacha;
                        nos puede repentir,     que casadas las ha amas (2615-17).

            En suma y en enfática posición postrera bastará añadir el criterio máximo para establecer la dualidad de obras en Mio Cid : la opuesta visión del mundo de los humanos en el autor de la Gesta y en el de la Razón.   La del primero era grave, directa, optimista; la del último era irónica, ambigua, pesimista. Quizá no pueda hallarse una diversidad de concepción artística más profunda.

            El autor de la Gesta creó un mundo en el que había sufrimientos, sí, ocasiones por la rivalidad entre los individuos; pero los conflictos llegaron a solucionarse con buena voluntad y buenas obras.  En el abismo de su mala reputación el Cid se ganaría la confianza ciega de Raquel y Vidas, el agradecimiento de los moros vencidos, la amistad del folon (960) Conde de Barcelona; se ganaría el perdón y amor del rey, cristalizado en el don conmensurable de los Infantes de Carrión como yernos.  En los casamientos de las hijas del Cid con los nobles se daba por supuesta la reconciliación del héroe con la corte real.  Sólo quedarían unos cuantos testarudos, con el conde don García a la cabeza (v. 1836), que no se convertirían a las amistad, y que por ello, para mayor elogio del Cid, merecieron la reprimenda explícita del monarca (v. 1349); a pesar de esta oposición tan tenaz, el Cid triunfó. 

            El autor de la Razón, por el contrario, no creía que los conflictos entre los hombres se solucionaban, literariamente, a base de buenas obras entre individuos de buena voluntad.  Las criaturas literarias habían de nacer con un signo, es decir, un sino, una predestinación fatal, con unas marcas de carácter indelebles.  Por lo tanto, el malo no se convertiría, sino que tendería a hacerse cada vez peor, hasta recibir el castigo merecido.  El escritor, pues, como sociólogo pesimista, arbitrada ser ley, la justicia -ratificada con la fuerza ejecutiva-, el único modo de restablecer el orden.  La sonrisa irónica que el escritor había mantenido a lo largo de su narración terminaba en mueca.  La victoria de un partido imponía, sí, un orden social, pero al mismo tiempo hacía más hondo y ancho el foso psicológico.  Así sucede cuando el que no puede convencer trata de vencer y lo logra.

            La visión optimista de un autor frente a la pesimista del otro consigue colmada expresión en la virtud que uno y otro asignan a las oraciones de los personajes.  Lo he hecho notar de vez en cuando en estos estudios.  En la Razón , donde desde el primer momento están expuestos los personajes a sobrevientas (v. 2281) casuales, las oraciones se reducían a expresiones de anhelos, que el destino irónico frustraba con frecuencia.  No es de extrañar, pues, que si los ruegos a Dios no surtían infaliblemente efectos, se mofara el escritor, en el fondo, del retraso de los agüeros, como más arriba indiqué.

            En contraste con esta visión irónica del destino resalta la filosofía optimista del autor de la Gesta y su confianza en el poder infalible de la oración;--- 13 el lector llega a percatarse de que las oraciones son causas eficientes en la ilación de los sucesos, de manera que el ruego a Dios se acepta como anuncio de un evento seguro.  Dada su filosofía optimista, el autor de la Gesta destinaba a los esposos, tras los dos primeros años de felicidad matrimonial, a una complacencia eterna en compañía del Cid y los demás:

                        ¡Plega a Santa Maria     e al Padre santo
                        que page des casamiento mio Çid     e el que lo ovo algo (2274-75).

            Una vez que la Razón vendría a desmentir la infalibilidad de esta oración, ha de concluirse que su asunto y su tema no cabían en la mente del autor de la Gesta , al menos en el transcurso de su composición.  Hemos de creer, pues, que este último quiso poner fin a su obra cuando en el explicit se despedía así:

                Las coplas deste cantar     aquis van acabando:
                ¡El Criado vos valla     con todos los sos santos! (2276-77).











































           






1. E. C. Hills, en su artículo The unity of the Poem of the Cid, “Hispania”, 12, 1929, pp. 113-118, se replanteaba la cuestión de la unidad, para concluir que de acuerdo con criterios lingüísticos había dos partes diversas en Mio Cid: una que comprendía los versos 1-1878; la otra, el resto. H. Corbató abogaba por la unidad en su examen de los mismos argumentos empleados por Hills, en La sinonimia y la unidad del Poema del Cid”, “Hispanic Review”, 9, 1941, pp. 327-347. En cuanto a la versificación, Menéndez Pidal hablaba de un poeta de Gormaz que se esmeraba en una “versificación variada”, con preferencia por el frecuente cambio de asonante, añadiendo que “este sistema se ve dominar completamente en el Cantar del Destierro, y se conserva bastante bien en el Cantar de las Bodas, a pesar de hallarse refundido a medias”. “Por otra parte vemos un poeta de Medinaceli que tiende a una versificación de gran sencillez, pues suprime los asonantes difíciles, y casi suprime los menos fáciles, a la vez que elimina muchas tiradas menores de 10 versos y prolonga las tiradas más largas. Este sistema domina por completo en el Cantar de Corpes y afecta poco al Cantar de las Bodas” ( En torno…, p. 144). Valórese este juicio de Menéndez Pidal a favor de la diversidad de obras en Mio Cid; sobre la semejanza de los cantares que constituyen lo que yo llamo Mio Cid I, decía, más adelante, el mismo crítico: “El Cantar de las Bodas conserva, casi igual que el del Destierro, la versificación primitiva, aunque algo recargadas las tiradas de más de 50 verso” (p. 149).







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2. Con respecto a la teoría de dos poetas, J. Horrent, que veía una unidad indivisible en Mio Cid, opinaba que las grandes diferencias entre las partes podía servir de “indicio para pensar en la existencia de dos autores de técnicas distintas, o más bien en la habilidad de un poeta en adaptar su manera de narrar a lo que narra” (Historia…, p. 251). Es decir, que el mismo Horrent admitía en ese “poema… indivisible” (p. 251) “técnicas distintas”.

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3. Las peculiaridades de esta Segunda Parte fueron señaladas, en primer lugar, por su autor al llamarla razon (3730), en contraposición a gesta; entre los críticos, L. Chalon la consideraba “épopée familiale”, en contraposición a la “épopée guerriére des deux premiers chants”; E. Von Richthofen ha hablado de ella como si se tratara de una “continuación bastante tardía y casi puramente legendaria”. Menéndez Pidal reconocía que “el Cantar de Corpes es indudablemente el más refundido por este poeta [el de Medinaceli]” (En torno…, p. 199). Más concretamente sobre lo característico de su estilo decía en 1964: “Esta escena de Corpes es propia del poeta de Medinaceli, que, en el manejo de los recursos líricos, se muestra muy superior al poeta de Medinaceli, que, en el manejo de los recursos líricos, se muestra muy superior al poeta de Gormaz; aunque éste parece tan maestro en la narración conmovedora de la partida del Cid para el destierro no ensaya ningún recurso lírico en la versificación. En esto también debemos distinguir dos poetas” (p. 207). Preferiría yo que Menéndez Pidal hubiera confesado de una vez “en esto también debemos distinguir dos obras”. Véanse también las notas 42 y 43 del estudio preliminar De la exocrítica a la endocrítica.

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4. Cf. CMC, II, pp. 494 y 495.

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5. El estudio de la ironía en este pasaje se hace en la sección Por bien lo dixo…, pp. 207 y ss.

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6. Cf. CMC, II, p. 820. El sentido de razonar como “contender o disputar en un juicio” está bien claro en la traducción antigua de la expresión en el evangelio de san Mateo, “qui vult tecum in judicio contendere”, como “si alguno quisiere razonar contigo en iuizio” (Mateo, 5, 40; cf. El evangelio de san Mateo según el manuscrito escurialense I-I-6, ed. Th. Montgomery, Madrid, 1962, p. 30.

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7. De manera particular se caracteriza la Razón por lo que Américo Castro decía pertenecer al “recinto poético”: “el valor singular que asume todo detalle indumentario, toda descripción de movimientos [recuérdese el dinamismo de la barba]. El vestido es ya un principio de singularización y a la vez un modo de recortar el ser del personaje respecto del mundo extrapoéticos: función de escena, de coturno” (Poesía y realidad…, en op. cit., p. 42).

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8. Esta exclusividad de callar en la Razón se justifica y refuerza al contrastarlo con los vocablos de “ruido”, que pululan por la Gesta: alaridos (606); atadores (696, 1658, 1666; en la Razon: 2345); cantar (los gallos: 169, 209, 235, véanse también 324, 1701; la misa: 225, 1702, 1707, 2069, 2240); esquila (1673); pregones (287, 652, 1187, 1197; el verbo pregonar en Razón, 2963 y 3272); tañer (286, 318, 325, 1658, 1673); tremor (estruendo inaudito, 1662). Otra curiosidad : el autor de la Gesta, a quien atraían los fenómenos de “ruido”, no siente reparos en presentarnos a un Cid (¿mesurado?) que A grandes vozes lama (719), y a unas mesnadas dignas del Campeador: Los de mio Çid  a altas vozes laman (35). Sin embargo, el autor de la Razón, que se sentía atraído literariamente por el “silencio”, reserva las altas y grandes vozes exclusivamente para Fernando y Diego de Carrión (vv. 3292, 3664), el Lengua sin manos (3328) y el boca sin verdad (3362), respectivamente.

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9. CMC, II, p. 825.

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10. CMC, II, p. 437.

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11. Valga añadir otros fenómenos diferenciadores: la expresión sin falla aparece 11 veces en la Gesta, mientras que no se encuentra ni una vez en la Razón (véase p. 298 más adelante). La locución dar salto, con significado de “salir fuera”, se emplea 10 veces en la Gesta (244, 459, 591, 693, 1014, 1675, 1716, 1833, 1860, 2242), ninguna en la Razón. La caracterización epitética de Bivar se emplea 17 veces en la Gesta, solamente dos en la Razón (véase p. 283 más adelante).

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12. Al presentar a Búcar dice así el autor, con lo que parece frase hecha: aqueste era el rey Bucar,  sil oyestes contar (2314); de ser verdad que Búcar no era otro que el rey de Sevilla, con apodo, valdría creer que el autor jugaba al acertijo con su auditorio con ese sil oyestes contar; la frase parece una versión secularizada de la esotérica expresión de Cristo: “qui potest capere, capiat” (Mateo, 19, 12).

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