VI. «¿O SODES, RACHEL E VIDAS,  LOS MIOS AMIGOS CAROS? (103)

A perfect Judge will read each work of Wit
With the same spirit that its author writ.

Pope

Las puertas de Burgos se le habían cerrado herméticamente al buen vasallo.  Aquellos cristianos rehusaron, por miedo al monarca, ser caritativos.  Que la niña supiera, el Criador era el único que podría valer al Campeador; de nada le valdría violentar a los vecinos.  El Cid escuchó el razonamiento de la niña y, salió de Burgos, encaminándose directamente a Santa María:

Lego a Santa Maria,  luego descavalga,
Finco los inojos,  de coracon rogava (52-53).

La oración del Cid no fallaría.  Resultó, al fin y al cabo, que no todos los burgaleses eran tan cándidos y temerosos de Alfonso como la niña de nueve años.  Entre ellos había un hombre complido :

Martin Antolinez  el burgales complido (65);

complido , según explicación de las Siete Partidas , es «el que las [leyes] bien sabe et entiende…, conosciendo lo que ha menester para pro del alma et del cuerpo» (p. 1, t. 1, 1. 6).  Martín Antolínez sabía bien que el rey le proscribiría por haber desobedecido a su mandato;  no obstante, se aventuró a probar fortuna, esperanzado de que, si escapaba con vida, tarde o temprano el rey terminaría por mostrarle su amistad:

  «Ya Canpeador  en buen ora fuestes nacido!
Esta noche y[a]gamos  e vay[a]mos nos al matino,
ca acusado sere  de lo que vos he servido;
en ira del rey Alfonsso  yo sere metido.
Si con vusco  escapo sano o bivo
aun cerca o tarde  el rey querer me ha por amigo;
si non, quanto dexo  ¡no lo precio un figo !» (71-77).

Martín Antolínez sabía muy bien a lo que se arriesgaba, como burgales complido , y lo afrontó con valentía, como un ardida lanza (79).  El Cid, por su parte, se temía que todos los de Burgos creyeran en su desfalco de los bienes de las parias, y, con el fin de evitar malentendidos, puso a Martín Antolínez, desde el principio, las cosas claras; le prometió futuro galardón, sí, pero le hizo saber que por el presente no había nada de oro o de plata; lo único que allí había era una gran necesidad:

Espeso e el oro  e toda la plata;
bien lo vedes  que yo no trayo [nada],
e huebos me serie  pora toda mi compaña (81-83).

Es interesante esta técnica de información retroactiva, para informar al público de la protohistoria de la situación.  Comenzó la obra in medias res , dando a conocer unos efectos:  el saqueo, las lágrimas del Cid y de los burgaleses.  Más tarde aclaró el porqué:  la ira del rey.  Retrasó hasta los versos 81 y siguientes la explicación de los motivos de la ira real.  El escritor, según su gusto artístico, dejaría a los personajes pasar al público la información:  al Cid en el pasaje citado; a Raquel y Vidas, más adelante, con diferente punto de vista:

  Bien lo sabemos  que el algo gaño (124).

Contrástese lo que era creencia en los mercaderes - Bien lo sabemos - con lo que era realidad dura - bien lo vedes - según el Cid. Es decir, en la opinión de los burgaleses el Cid y sus hombres debían tener muchos bienes; en la realidad se hallaban sumidos en la mayor penuria.  El escritor quiere hacer partir a su héroe de una situación inicial triste y miserable, para que su contraste dé más realce al glorioso y alegre final. Esta era técnica narrativa bien conocida en todas las épocas. 

La situación del Campeador, pues, era tanto más desesperada cuanto más firme era el convencimiento de los burgaleses de que tendría bienes escondidos.  ¿Qué podría hacer el Cid?  Se le ocurrió un plan muy provechoso, aunque --lo sabía bien-- no era muy honesto; lo pondría en práctica muy en contra de su voluntad:

fer lo he amidos,  de grado non avrie nada (84);

Dios y sus santos eran testigos de su imperiosa necesidad y su repugnancia en tal acción:

 
vealo el Criador  con todos los sos santos,
yo mas non puedo  e amidos lo fago» (94-95).1

El Campeador ve en Martín Antolínez al hombre apropiado para la delicada misión que le iba a encomendar.  Como natural de Burgos, conocía bien la ciudad y a sus vecinos, entre los que tendría amigos ricos, que se fiarían de su palabra de hombre complido .  El Cid se había decidido a preparar dos arcas, llenarlas de arena, forrarlas con guarniciones de piel roja y cerrarlas herméticamente con bellos clavos dorados.  Las arcas simbolizarían de esa manera las pomposas creencias y la mísera realidad. 

De vez en cuando en estos estudios me refiero a Mio Cid I como a épica existencial; es tan vital, tan realista, que los episodios e incidentes de la acción y reacción de los personajes, a la vez de obedecer a un plan estético, se acomodan divinamente a circunstancias  objetivas de un devenir ordinario y libre.  El autor no parece empeñar su talento en inventar y ajustar las circunstancias a las necesidades de sus personajes, sino que parece lanzar a éstos a la vida, y que actúen en cada circunstancia cuándo y según se presenten. 

  El Cid Campeador supo sacar el mayor provecho a unas circunstancias muy adversas, a los rumores difamadores que corrían por Burgos.  Un protagonista idealizado hubiera intentado liberar a las gentes del error, haciéndoles comprender la realidad.  El protagonista práctico y con prisas, como el Cid, explota en su provecho las creencias adversas; de esta manera lo que ocasionó su desgracia le vale como base de triunfo.  Y todo ello por obra y gracia del primer gran poeta castellano. 

El Campeador mandó a Martín Antolínez a empeñar las arcas de arena.  El escritor aminoraba la culpabilidad del Cid y su emisario al presentarnos a unos mercaderes previamente engañados sobre las riquezas de aquél; de ese engaño no era el Cid el culpable, sino la víctima. Donde el Cid y Martín Antolínez insistirían es en hacerles creer que en las arcas estaban encerrados los falsos tesoros:  tan falsos como las creencias de Raquel y Vidas.  ¿Podrían haber tratado de venderles las arcas?  Hubiera sido un robo, y ni siquiera se hizo el trato de las arcas en concepto de usura, que estaba prohibida por las leyes; fue un empeño , permitido y practicado entre cristianos:

  enpeñar gelo he  por lo que fuere guisado (92).2

A partir del siglo pasado ha venido creciendo, casi sin cesar, el número -y la retórica- de los comentaristas miocidianos que quieren ver en el episodio de las arcas un temprano testimonio, más o menos acibarado, del antisemitismo medieval.  Partió la teoría de Andrés Bello, que dijo:  «Esta historieta de las arcas de arena fué inventada sin duda para ridiculizar a los judíos, clase entonces mui rica, poderosa i odiada.»3  Menéndez Pelayo se expresaba con mayor recato que el hispanoamericano, limitándose a sospechar que el referido episodio «debió parecer a los oyentes treta chistosísima».4

Unos ven en el episodio sátira, más o menos mordaz; otros, ingrávida comicidad.  Dámaso Alonso, en una de sus ricas corazonadas, ha dicho del episodio ser «admirable trozo, tan lleno de rincones, de malicia, de agudeza psicológica, de movimiento, de idas y venidas de personajes, de apartes, con ritmo y gracia de "ballet"».  Especialmente encantaba a Alonso el tejemaneje del «caballero pícaro» Martín Antolínez:  «En sus ojos brilla la malicia y en su boca rebullen las chanzas.»5  El bondadoso tratamiento de Alonso causó a Leo Spitzer no pequeño desasosiego, pues éste no veía que la fuerza cómica del episodio fuese tan ingrávida como quería aquél; al contrario, si el retrato de Antolínez era el de un verdadero pícaro, «los judíos -decía- no son caracteres, sino fantoches caricaturescos que bailan mecánicamente el ballet de don Dinero».6  Américo Castro no intentaba eximir al Cid de responsabilidad y culpa, cuando decía del héroe castellano:  «engaña como un estafador profesional a los judíos que confían en su palabra honrada».7  J. Casalduero, por otro lado, ha acusado a los judíos de mala fe y apoyado la conducta del Cid:  «su astucia torcida y de mala fe resalta sobre la astucia de buena calidad del Cid».8

Con el respaldo de tamañas autoridades no es de extrañar que las teorías del antisemitismo en Mio Cid se hayan desparramado por todos lados, matizadas aquí y allá con talentudos esfuerzos de retoque individual.  R. Barberá llegó a especular sobre los efectos de catarsis que produciría en los oyentes del Cantar ver a los judíos sacrificados en aras del éxito del Campeador.9  Y hay que añadir la proposición un tanto chocante de C. Smith, que quiere ver en la habilidad del Cid en engañar a los judíos un rasgo del heroísmo del guerrero.10

Hay, sin embargo, un gran número de críticos que o han evadido pronunciarse en favor de la idea del antisemitismo, o la han descartado por las buenas.  El príncipe de los críticos miocidianos, Menéndez Pidal, va a la cabeza de los últimos, pues declaró sin rodeos:  «No creo deba mirarse este episodio como una manifestación del antisemitismo medieval, según hacen Bello y Bertoni.»11

  Ahora bien, dejando aparte lo que piensen los críticos modernos, ¿qué creían de Raquel y Vidas los propios personajes de la acción narrada?

Una cosa es cierta sobre todas las demás:  en Mio Cid no se dice que Raquel y Vidas fueran judíos.  ¿Es que bastaba que el juglar dijera Rachel para tildar ya de judíos a la pareja?13 Frente al silencio sobre su judaísmo se alza la declaración, tan ingenua, de la especial amistad entre Martín Antolínez y Raquel y Vidas:

  «¿O sodes, Rachel e Vidas,  los mios amigos caros? (103).

  Las Siete Partidas dicen así sobre las acciones y obligaciones de los amigos: «bien debe home poner su persona o su haber a peligro de muerte o de perdimiento por amparanza de su amigo et de lo suyo quando menester le fuere» (p. 4, t. 27, 1. 6).  Raquel y Vidas habían de portarse como amigos.  Mios amigos caros no es expresión formulística. Éste es su único ejemplo.  El tono de la narración y, sobre todo, la confianza con que se tratarían entre sí, de bromas y veras, da a entender que realmente eran amigos caros .  De no ser así resultaría incongruente, inverosímil, contrario al estilo de la obra, que el Cid les fuera a entregar unas arcas tan preciadas y que ellos -máxime si eran judíos - las hubiesen aceptado así, sin más ni más. La expresión es sumamente encarecedora, con un mios tan personal, tan envolvedor, y un caros pospuesto para marcar su efectividad, su relieve.13

  Los amigos caros de Martín Antolínez eran, por otra parte, personas que el Cid conocía bien;  éste los trata con marcado respeto, no exento de cierta campechanería:

«¡Ya don Rachel e Vidas  avedes me olbidado! (155).

  Don :  «Tratamiento honorífico y de dignidad, que, antepuesto al nombre propio y no al apellido, se daba antiguamente a contadas personas de la primera nobleza»; así lo definen los diccionarios.  Berganza, que estudió muy bien los viejos documentos castellanos, atestigua que el « Don se daba a las personas de alguna excelencia».14  En cuanto a su uso en Mio Cid ha dicho Menéndez Pidal:  «El don se da en el Cantar a los dos eclesiásticos que en él figuran (obispo don Ieronimo, abbat don Sancho) , a todos los hidalgos, sean señores o vasallos, que se nombran alguna vez sin apellido (el rey, los siete que llevan título de conde, el Cid, Martín Antolínez, Pero Vermuez), salvo los infantes de Carrión y el navarro Oiarra 3394, etc.  Los moros nunca lo llevan (rey Yúcef, Glave, Búcar, a secas); pero sí los judíos, cuando les hablan los cristianos, acaso queriéndoles halagar, 115, 189, aunque no siempre, 103, 106; en la narración sólo una vez se les aplica el don , 159.»15 Tenemos, pues, que a Raquel y Vidas los tratan de don los tres personajes de la acción:  los trata de don el Cid; los trata de don Martín Antolínez (189); los trata de don la voz del narrador (159).

  Por supuesto que siendo el episodio de las arcas una invención literaria, de antigua tradición, adaptada por el autor como parte integradora de su obra total, hay que tener muy presente que todo lo que se dice y se omite en la narración, dicho es y omitido no porque en realidad sucediera o dejara de suceder, sino con el fin de impresionar al público.  El narrador, pues, ejerce pleno control del lenguaje y, bien directamente, bien a través de los personajes se está constantemente dirigiendo a su público, para predisponerlo, para emocionarlo, para moverlo e instruirlo.

¿Eran Raquel y Vidas judíos?  El autor no lo dice.  Y no lo dice, pues, de hacerlo, el episodio resultaría obviamente increíble.  Como Raquel y Vidas, es aceptable que los dos personajes confiaran en la palabra de su amigo y del Campeador.  Pero como judíos -usureros-, es increíble que fueran a aceptar unas arcas, herméticamente cerradas, con la prohibición de que las abrieran en el plazo de un año; ellos, que no se fiarían en cuestiones de negocios ni de su madre, habrían sospechado en seguida del gato encerrado.  Máxime tratándose de un timo tan conocido, que llegó a mencionarse en las Partidas :  «engañadores hay algunos homes de manera que quieren facer muestra a los homes que han algo, et toman sacos e bolsas e arcas cerradas, llenas de arena o piedras o de otra cosa cualquier semejante, et ponen desuso, para hacer muestra, dineros de oro o de plata o de otra moneda, et encomiéndanlas et danlas a guardar en la sacristanía de alguna iglesia o en casa de algunt home bueno, faciéndoles entender que es tesoro aquello que les dan en condesijo, et con este engaño toman dineros prestados» (p. 7, t. 16, 1. 9). 16

¿Quién puede negar que don Raquel y Vidas se conducen más que como usureros profesionales como el «home bueno» de las Partidas ?  Como hombres buenos, dignos y honrados son tratados por el narrador, por Martín Antolínez, por Minaya y por el propio Campeador.  Mucho más  conspicua es en el pasaje la confianza de Raquel y Vidas, la fe a ciegas en sus amigos, que la habilidad de éstos en engañarlos. 

¿Qué pensaron de Raquel y Vidas los comentaristas próximos a Mio Cid ?  Hacia fines del siglo XIII, la Primera crónica general no mencionaba que fuesen judíos; repetidas veces se los llama mercaderos :  «leuarmelas [las arcas] edes vos [Antolínez] a dos mercaderos que a qui en Burgos, que son muy ricos; all uno dizen Rachel et all otro Bipdas».7  Nótese debidamente que en esta crónica se prosificaba una versión de Mio Cid distinta de la que hoy conocemos, lo cual vendría a confirmar que Raquel y Vidas no eran en la apreciación de nadie judíos, sino, como se indica con suficiente claridad en la versión de Per Abbat, mercaderes, en la apreciación de todos:

Dixo Rachel e Vidas:  «Non se faze assi el mercado (139).18

  La alusión al judaísmo de nuestra pareja no apareció hasta muy tarde, en la Crónica de Castilla :  «E estos eran judios muy rricos con quel solía faser sus manlievas»;19 es decir, eran judíos ricos asociados financieramente a las campañas del Cid.  En las Siete Partidas (p. 5, t. 10, l. 16) se nos habla de las compañias , o sociedades financieras, y de cómo los socios pueden sacar, o mejor dicho, hacer manlieva , que según la glosa significa gastos de viaje (expensas pro viatico) .  ¿Es que eran los judíos , según la Crónica de Castilla , socios capitalistas del Cid?  En las Crónica particular , que dependía mucho de la anterior, se aclaraba que «fiavan mucho en el Cid, porque nunca fallaron mentira en él».20  Se acentuaba, pues, la confianza ciega en la palabra del Cid, que nunca les había fallado. Ninguno, pues, de estos comentaristas pensaría que fallaría en esta ocasión la palabra del Cid, cuando les prometió:

mientra que vivades  non seredes menguados» (158).

No es de extrañar, en vista de este sentir, que los viejos prosificadores, al llegar al ejemplo de las arcas, hicieran constar que el Cid envió de hecho a Martín Antolínez a reembolsar a los mercaderes:

Et otrossi les mando [a Minaya y Antolínez] dar seyscientos marcos, los trezientos de oro et los CCC de plata, que diessen a Rachel e Uidas los mercadores de Burgos, los quales el auie tomados quando se sallio de la tierra; et dixo a Martin Antolinez:  «esso bien lo sabedes uos, ca uos los ouiestes sacados sobre el mio omenaie; et dezitles que me perdonem, ca el enganno de las arcas con cuyta lo fiz» (p. 593 b ).

Está claro, otra vez, que, de haber existido otras versiones de Mio Cid , la que en la Primera crónica se parafraseaba ponía de relieve la actitud humilde del Campeador y el enfado que la acción le causaba.  El texto de la Crónica particular era muy semejante al anterior. 

  Años más tarde el episodio de las arcas se cantaba en los romances; en algunos se acentuaba la amistad del Cid con los judíos:
A dos judíos convida,
Y sentados a la mesa
Con amigables caricias
Mil florines les pidiera;

en otros, la restitución del dinero a manos de Minaya:
  A los honrados judíos
Raquel y Vidas llevá
doscientos marcos de oro,
tantos de plata, y non más,
que me endonaron prestados,
cuando me partí a lidiar,
sobre los cofres de arena,
debajo de mi verdad. 21

Ni hay tonos de comicidad en estos textos, ni es antisemitismo llamar a los judíos «honrados».  No me cabe duda de que si el autor de la Gesta de Mio Cid hubiera intentado narrar una escena chistosa o satírica, sus contemporáneos hubieran sido los primeros en percatarse de su intencionalidad. A no ser que se tratara de un chiste que habría de esperar cientos de años hasta cogerle la gracia.  Lejos estaba el antisemitismo de aquellos refundidores que, como el de la Primera crónica general , presentaban a Raquel y Vidas deseosos de que el Cid extendiera el cristianismo, según se vio. 

El antisemitismo, no hay duda, se ha sacado de quicio en los tiempos modernos.  Mio Cid ha sido víctima de ese prurito tan de moda de buscar viejos síntomas al sufrimiento de los judíos; éstos -no se niega- habrán soportado muchas injurias, históricamente, pero no hay por qué acrecentárselas, literariamente, a fuerza de violentar titánicamente los textos.  El comentarista moderno debe procurar liberar su ánimo de adulación, sadismo o masoquismo.  Raquel y Vidas no eran dos tipos odiables ni grotescos; antes bien amigos caros de Martín Antolínez, muy dignos de respeto al Campeador.  Hay que escuchar la clara voz del Cantar, la que escuchaba su viejo auditorio.  ¿Por qué preferir la lucubración que se ceba de oscuros murmullos de una cultura, de una conciencia actual, como la de muchos comentarios?22

En todo el relato del empeño de las arcas hay una frase que considero clave:  Desfechos nos ha el Cid (1433), de Raquel y Vidas.  Convendrá rememorar el pasaje completo -encierra capital importancia-, cuando Minaya pasó a recoger a doña Jimena, hijas y séquito, para llevarlas a Valencia, donde se había establecido ya el Cid.  Raquel y Vidas, enterados de los propósitos de Minaya, se llegan a él y se entrecruza la siguiente conversación:

Quando estas dueñas adobadas las han
el bueno de Minaya penssar quiere de cavalgar,
Afevos Rachel e Vidas a los pies le caen:
«¡Merced, Minaya,  cavallero de prestar!
Desfechos nos ha el Cid  sabet, si no nos val;
soltariemos la ganançia,  que nos diesse el cabdal.»
«Hyo lo vere con el Çid  si Dios me lieva ala;
por lo que avedes fecho  buen cosiment i avra.»
Dixo Rachel e Vidas:  «¡El Criador lo mande!
Si non, dexaremos Burgos,  ir lo hemos buscar» (1429-38).

Menéndez Pidal interpretaba Desfechos nos ha en el sentido de «nos ha arruinado, empobrecido» ( CMC , III, p.623), de acuerdo con D. Hinard en su traducción del Cantar al francés.  En tal interpretación se implica que Raquel y Vidas abrieron las arcas con ánimo de adueñarse de su contenido y encontraron en ellas la arena.  La pareja, por consiguiente, se encontraría corrida, arruinada y empobrecida.  Algún tiempo después -dos, tres años, depende de cuándo abrieran las arcas- decidieron llegarse a Minaya con el fin de implorar por su mediación la clemencia del Cid, dispuestos, incluso, a perdonarle los intereses:  «perdonaríamos los intereses con tal que nos devolviese el capital» ( PMC , v. 1434 n.), decía Menéndez Pidal, de acuerdo aquí también con la interpretación de Hinard.23 Dábase por supuesto, pues, que en el trato se habrían estipulado intereses.

Traduttore, traditore , reza el proverbio italiano. Menéndez Pidal, que por una parte defendía a Mio Cid de antisemitismo, daba por otra pábulo a sus adversarios con esta su interpretación.  Las teorías antisemíticas se basan en la presunción de que Raquel y Vidas llegaron, con el transcurso del tiempo, a creerse dueños de las arcas, las abrieron y se sintieron timados.  Sólo tras abrir las arcas pudo producirse el ridículo, la decepción y con ellos la sátira.  A la Gesta se la expurga de antisemitismo destruyendo a éste sus bases apriorísticas de que Raquel y Vidas se adueñaron de las arcas, las abrieron, se vieron arruinados; después, con el fin de recobrar algo, ofrecieron al Cid el perdón de los intereses, cualesquiera que fueran.  

Raquel y Vidas no abrieron las arcas durante el primer año de empeño.  Martín Antolínez los hizo comprometerse bajo juramento muy serio:

Prended las archas  e meted las en vuestro salvo;
con grand jura  meted i las fes amos
que non las catedes  en todo aqueste año» (119-21).

  Los mercaderes se percataron de la seriedad del asunto; Martín Antolínez venía a confirmarles los rumores que circulaban por todo Burgos.  Raquel y Vidas creyeron muy lógico que el Cid, expuesto a un destino incierto y azaroso, quisiera despreocuparse de sus tesoros; por su parte, estaban dispuestos a guardar al Cid las arcas:

Estas archas  prendamos las amas,
en logar las metamos  que non sean ventadas (127-28).24

Raquel y Vidas sabían que se trataba de una entrega en calidad de empeño (v. 92). Como mercaderes, estaban llamados a ganar algo en todas sus empresas; querían, pues, saber dos cosas:  cuánto les iba a pedir el Cid por el empeño de tan ricos tesoros, o qué beneficio obtendrían ellos por responsabilizarse de ellos:

Mas dezid nos del Cid:  ¿de que sera pagado,
o que ganancia nos dara  por todo aqueste año?» (129-30).

Martín Antolínez, muy avispadamente, les aclaró que era poca cosa lo que el Cid necesitaba; en realidad -les sugiere- no les pediría nada si no fuese por el gran número de hombres que se le llegaban de todas partes:

Respuso Martin Antolinez  a guisa de menbrado:
«Mio Cid querra  lo que ssea aguisado,
pedir vos a poco  por dexar so aver en salvo;
acogen sele omnes  de todas partes menguados;
a menester  seis cientos marcos» (131-35).

Eso no era nada --pensarían--; y los mercaderes, sin entrar en más aclaraciones sobre intereses o ganancias, declararon:

  Dixo Rachel e Vidas:  «Dar gelos [hemos] de grado» (136).

Seiscientos marcos eran, en realidad, pequeña cantidad; casi los valdrían las arcas de por sí, con sus forros de piel y sus clavos dorados. Menéndez Pidal, que creyó que los judíos se consideraron arruinados, empobrecidos, reconoció, por otro lado, que el préstamo intentado era «pequeño».25  Naturalmente; seiscientos marcos ni arruinaban a un rico, ni enriquecían a un pobre necesitado.  Sin salirnos de Mio Cid , podremos apreciar el valor de la cantidad.  El Cid emplearía la cuarta parte, en seguida, en el monasterio: cien marcos (v. 253) para el hospedaje de su esposa e hijas; cincuenta, como estipendios para el abad (v. 250). De las espadas, Colada y Tizon, se diría que valía cada una más de mil marcos (1010, 2426).  El Cid regalaría doscientos marcos de plata a cada una de las damas de servicio, como presente de bodas (v. 1766).  El rey Alfonso regaló trescientos marcos a los Infantes (¿a cada uno?) en ayuda (2103).  Además, si miramos en el Cantar de la Afrenta, notaremos que, con el fin de exagerar la penuria a que habían llegado los Infantes tras haber tenido que restituir al Cid lo suyo, dice el juglar que el rey hubo de darles dozientos marcos (3246); ni a eso les llegaba lo que les restaba:

enprestan les de lo ageno,  que non les cumple lo so (3248).

 En fin, la cantidad prestada por los mercaderes parecería ridícula si se compara con las inmensas ganancias que habían de obtener en las batallas contra los moros; como aquella en que al Cid le correspondieron, en su quinta parte, treinta mil marcos más incontables haberes (vv.1215-18).

Quizá podría argüirse que estas cifras están enormemente infladas; entonces ¿cómo se explica que las del empeño estén tan reducidas?  Estaba claro que en el trato de las arcas el Cid no se propuso hacer lo que se dice un negocio, sino salir, simplemente, de apuro tan apremiante. 

  En los versos 160 y siguientes se deja oír la voz del juglar, que nos vuelve a asegurar a todos, con insistencia, que Raquel y Vidas dieron fe y juraron ante Martín Antolínez que habían de guardar las arcas bien guardadas hasta que se cumpliera el año:

  Martin Antolinez  el pleito a parado
que sobre aquelas archas  dar le ien .vi. cientos marcos
e bien gelas guardarien  fasta cabo del año;
ca assil dieran la fe  e gelo avien jurado
que si antes las catassen  que fuessen perjurados,
non les diesse mio Cid  de la ganancia un dinero malo (160-65).

¿Sátira antijudaica?  Todo lo contrario, una vez que las condiciones de Martín Antolínez tienden a evitar que se produzca el chasco.  Una y otra vez, de diversos modos, se expresa el fastidio que a sus autores supone el timo; y todo con el fin de recalcar la tremenda penuria del Cid y los suyos.  Tan extrema era, que Martín Antolínez, a quien creeríamos hombre de clase acomodada, se vuelve loco de contento con treinta marcos que le dan de propina los ricos mercaderes (vv.196, 207).

Dentro de esta perspectiva de los valores reales -la módica suma del préstamo y el contenido de las arcas-, es comprensible que el escritor de Mio Cid , en su narración acelerada hacia las Bodas, se despreocupara de resolver el empeño.  A Raquel y Vidas no les corría prisa recuperar una cantidad tan pequeña. Se explica, pues, el hecho de haber demorado tres años (v. 1169), al menos, hasta tratar del asunto con Minaya. Pudieron haberse visto con éste en alguno de sus viajes anteriores, pero lo dejaron hasta el último, cuando, como amigos caros de la familia del Campeador, fueron a despedirse de doña Jimena e hijas, a punto de partir definitivamente para Valencia.  En tal ocasión, pues, tuvo lugar la entrevista, cuyo texto se citó más arriba, con las palabras de Raquel y Vidas:

  Desfechos nos ha el Cid  sabet, si no nos val;
soltariemos la ganancia,  que nos diesse el cabdal» (1433-34).

Desfechos nos ha el Cid .  En documentos latinos medievales se emplea el término deffectivus como calificativo de la persona que ha faltado al cumplimiento de su palabra. En el derecho feudal existe una terminología especializada, de defectu justitiae , con que se designaba el tipo de apelación que un súbdito hacía a su señor, cuando éste faltaba a su promesa.  Es decir, que los términos deffectivus , defectus y otras formaciones del verbo deficere constituían un vocabulario técnico de los estatutos y disposiciones, así como defacere y disfacere ,26 con su significado de abolir un contrato, irritarlo o rescindirlo.  En las Siete Partidas, rescinditur venditio se traduce sistemáticamente como se puede (o debe) desfacer la véndida (p. 5, t. 5, leyes 56, 57, 58, 59, 60 y ss. et passim ); la venta tiene mucha analogía con el empeño.  El latino deficere no produjo verbo alguno en español, que se pueda documentar con certeza. 

  En documentos medievales franceses la expresión defectus justitiae se traduce como defaut de droit, de joutise ;27 defaut -en inglés default - está emparentado etimológicamente con fallere , como el cognado español fallir (ant.) y faltar .  Sería lícito pensar que el desfechos de Mio Cid se encuentra relacionado con la expresión defectus justitiae , que pudiera bullir en la cabeza del escritor; esta derivación es filológicamente aceptable, y es congruente semántica y literariamente dentro del contexto.  Es preciso aceptar que Raquel y Vidas advertían a Minaya que el Cid, en su demora de tres años, había faltado a su palabra, había deshecho el convenio. 

  sabet, si no nos val (1433).  Los mercaderes hacen una aclaración:  «si él no se cuida de nuestros derechos».  En Mio Cid se encuentra el giro valer a derecho (a derecho nos valed , 3576). No sería descabellado sobrentender a derecho en el verso que comentamos, especialmente en un asunto de legalidades como el que se trata.  En tal caso, defechos a derecho nos llevaría muy cerca de las expresiones defectus justitiae y defaut de droit , que se acaban de explicar.  Raquel y Vidas decían a continuación:  Soltariemos la ganancia,  que nos diesse el cabdal (1434).  Como ya se indicó más arriba, Menéndez Pidal traducía así este verso: «perdonaríamos los intereses con tal que nos devolviese el capital» ( PMC , v. 1434 n.).  En el empeño de las arcas, sin embargo, no se estipularon intereses de ninguna clase, contra lo que se hubiera uno esperado.  Es más:  Martín Antolínez trató de hacer comprender a sus amigos cuán grande distinción les hacía el Cid al confiarles arcas tan valiosas; como si fuese el Campeador el que les hacía a ellos el favor mayor.  Las ganancias quedaron, con toda intención, sin especificarse.  Hubo, sí, una vaga promesa de recompensa, cuando el propio Cid dijo:

  mientra que vivades non seredes menguados» (158).

  Era costumbre del Campeador prometer galardón a todo aquel que le prestaba algún servicio.28  No deja, pues, de resultar curioso que la Primera crónica general , en la que tanto se procura destacar la restitución del dinero a Raquel y Vidas, se especifique bien claramente que fueron seiscientos marcos, trescientos de plata y trescientos de oro, ni uno más ni uno menos, los que les fueron devueltos.  ¿Quién no esperaría que el Cid hubiera hecho una exhibición de generosidad recompensando a los mercaderes, como también se anunciaba en la Gesta ? Sin embargo, esto es todo lo que se dice:

Et otrossi les mando dar seyscientos marcos, los trezientos de oro
et los CCC de plata, que diessen a Rachel et a Uidas los mercaderes
de Burgos, los quales el auie tomados quando se sallio de la tierra (p. 593 b).

  El comentarista de la Crónica sabía muy bien lo que hacía.  De haber mencionado la entrega de una cantidad mayor a la prestada, el trato de las arcas hubiese resultado usurario.  En los empeños se prohibía terminantemente la estipulación de intereses, como se hacía en la usura.  Y de la usura al empeño cabía un abismo de moralidad.  La usura, se enseñaba, estaba reprobada por las leyes de las Partidas , por el derecho canónico y divino (p. 5, t. 1, l. 3, n. 2).  El empeño, sin embargo, era no sólo permitido, sino también comúnmente practicado entre los ciudadanos.  En las leyes de las Partidas se especificaba bien claramente que eran inválidas las promesas que pudieran parecer usurarias:

  LEY XXXI.  Como la promission que es fecha en manera de usura, non vale .  Veynte marauedis, o otra quantia cierta dando un ome a otro, recebiendo promission del, quel de treynta marauedis, o quarenta, por ellos; tal promission non vale; nin es tenudo de cumplir el que la faze, si non de los veynte marauedis que rescibio: e esto es, porque es manera de usura (p. 5, t. 11).

  Se explica, pues, que tanto en Mio Cid como en la Primera crónica se evite especificar qué tipo de recompensa habrían de recibir Raquel y Vidas por el préstamo de seiscientos marcos.  Se trataba de un empeño, que se definía de esta forma en las Partidas :

LEY I.  Que cosa Peño, e quantas maneras son del . Peño es propiamente, aqeulla cosa que vn ome empeña a otro, apoderandole della, e mayormente quando es mueble (p. 5, t. 13).

  La legislación sobre los empeños era de lo más precisa y exigente.  No sólo se prohibía la estipulación de intereses, sino que incluso se invalidaba cualquier condición que hiciera pasar los bienes empeñados a la propiedad del empeñero al caducar un plazo dado:

  LEY XII.  Quales pleytos pueden ser puestos por razon de los peños, e quales non .  Todo pleyto, que non sea contra derecho, nin contra buenas costumbres, puede ser puesto sobre las cosas que dan los omes a peños.  Mas los otros non deuen valer.  E porende dezimos, que si algun ome empeñasse su cosa a otro, a tal pleyto, diziendo asi:  Si vos non quitare este peño fasta tal dia, otorgo que sea vuestro comprado; que atal pleyto como este non deue valer (p. 5, t. 13).

  Volviendo al caso de las arcas, tendríamos que, a pesar de haberse cumplido el plazo de un año, especificado en el trato, las arcas no habrían pasado a la propiedad de Raquel y Vidas por ese mero hecho.  No siendo de su propiedad, no tendrían por qué haberlas abierto.  Los bienes del empeño pertenecían al que los empeñó.  Las leyes prohibían que el empeñero vendiera los bienes sin la debida autorización del dueño, aun en el caso de que aquél hubiera sido autorizado a ello cuando se hizo el contrato:

…ante que la venda [la cosa empeñada], lo deue fazer saber al que gelo empeño, si fuere en el lugar, de como la quiere vender; e si el non y fuere, deuelo dezir a aquellos que fallare en su casa (p. 5, t. 13, l. 41).

  En nuestro caso, como el Cid no estaba en Burgos, los mercaderes se lo hacen saber al que encuentran allí, Minaya.  Las leyes, incluso, prohibían al empeñero que comprara por sí o para sí los bienes empeñados; en todo caso, una vez más, debiera contar con el beneplácito del dueño:

  LEY XLIIII.  Como aquel a quien es empeñada la cosa, non la puede el mismo comprar, nin otro por el.   El que tiene a peños alguna cosa de otri, no la puede el comprar, si la quisiere vender.  Fueras ende, si la comprasse el con otorgamiento, e con plazer de su señor della (p. 5, t. 13).

  La venta, de hacerse, había de ser pública, y el dueño había de ser reembolsado de la diferencia, si el valor de la venta remontaba el préstamo:

  …tal vendida se deue fazer en el almoneda a buena fe, e sin engaño.  E si por auentura mas valiere de aquello por que el la tiene a peños, lo demas deuelo pagar al que gela empeño (p. 5, t. 13), l. 41).

  A la luz de estas disposiciones tan tajantes y exigentes se nos aclara la interpretación del verso Soltariemos las ganancias,  que nos diesse el cabdal (1434):  «devolveríamos el Campeador las ganancias que nos reportarse la venta de las arcas». Menéndez Pidal, en la lectura que se ha hecho tradicional, violentaba sin duda el texto al interpretar que nos diesse como «con tal que nos diese». No es necesaria la violencia; que nos diesse es hipotético:  las ganancias que nos reportasen los caudales, en caso de venderlos, si así lo disponía el Cid, su dueño.  Se indicaba, pues, que Raquel y Vidas seguían en la creencia de que el contenido de las arcas era de valor.  Estos es:  las arcas seguían en el lugar secreto y seguro. 

  Minaya reacciona de la manera más natural y amigable. El Cid es el dueño de las arcas y él es el que ha de disponer qué hacer con ellas; no se le olvidará dar el recado al Cid, y está seguro, como siempre, de que aquél les seguirá muy agradecido por todo:

  «Hyo lo vere con el Cid  si Dios me lieva ala;
por lo que avedes fecho  buen cosiment I avra» (1435-36).

Raquel y Vidas quedaron conformes y satisfechos de que Minaya no se olvidaría de informar al Cid.  De otra forma, se verían forzados a ir a Valencia a resolver el asunto personalmente delante del Campeador:

  Dixo Rachel e Vidas:  «¡El Criador lo mande!
Si non, dexaremos Burgos,  ir lo hemos buscar» (1437-38).

  ¿Qué remedio les quedaba? Si querían disponer de las arcas, de los bienes empeñados, habían de contar con el previo consentimiento de su dueño, de acuerdo con las disposiciones legales.

  Raquel y Vidas no llegaron a abrir las arcas. Habían jurado y requetejurado no hacerlo.  Las arcas, además, no les pertenecían.  Al no abrir las arcas, jamás se sintieron ridiculizados.  Hasta el final seguían en la creencia de que su venta les traería más dinero del que habían dado al Cid.  La escena, así interpretada, carece en absoluto de comicidad.  Pero es que la comicidad no cabía en el contexto de la Gesta -non erat ille locus -.  Sólo es explicable tal comicidad si se descoyunta la escena, se distorsiona y, con ello, se descuartiza Mio Cid .  Y eso no está bien.  En el contexto del episodio de las arcas, al comienzo de la Gesta , no cabe la comicidad.  No puede hacer reír una escena en la que la faz del protagonista está bañada de duras lágrimas.  No pueden reírse de los judíos los que sólo pueden sentir compasión por un Cid que no deja de lamentar su enfado y disgusto por la acción, su extrema penuria.  Lo que hace, lo hace contra su voluntad ( amidos , dice dos veces, 84 y 95; de grado non avrie nada , 84), forzado por perentoria necesidad ( Yo mas non puedo , 95).29

El autor de Mio Cid I supo pintar magistralmente un ambiente de prisas y nocturnidad, donde la acción se torna tanto más humillante, dolorosa y enigmática.  El Cid -y con él los demás personajes y el auditorio- aparece atormentado, nervioso.  Oscura y nublada estaba su mente al enfrentarse con su desgracia, su penuria, el abandono de los burgaleses.  Comienzos de la narración muy tristes que se tornarán en final tanto más alegre:  De los sos ojos  tan fuerte mientre lorando , verso primero, en contraste con alegre era el Cid  e todos sus vassallos (2273) de la despedida del Cantar de las Bodas.

  ¿Cómo justificar la acción del Cid?  El pasaje de las arcas es una pieza de invención artística, perfectamente encajada en el engranaje de la acción total de Mio Cid I.  Su función primaria es demostrar mediante la técnica muy medieval del ejemplo la extrema necesidad y el extremo abandono del héroe.30  Al inerme y desamparado, sólo las mañas le evitarían sucumbir del todo.  El autor había de justificar ante su público la necesidad de las mañas y su legitimidad mediante recursos literarios, o mejor aún, retóricos.

  El Cid había sido desterrado.  Los cristianos de Burgos, presionados por estrictas órdenes del monarca, acababan de cerrarle las puertas.  Todos sus bienes habían sido confiscados; tan sólo contaba con un puñado de hombres fieles, más necesitados que él mismo, a quienes se sentía obligado a sustentar.  Rechazado de todos, en las calles de Burgos, a la luz del día, sólo Martín Antolínez se había arrojado a socorrerle, pero no fue mucho lo que le pudo dar de sus propios haberes.  Pero Antolínez era de Burgos, y el Cid se acuerda de dos buenos amigos suyos, ricos, de quienes no tendrían más remedio que aprovecharse.  El Cid mandó llenar dos arcas de arena.  El secreto quedaría entre él y Antolínez; éste está de acuerdo. Haría cualquier cosa por el Campeador. Humillante era para el Cid no poder demostrar su inocencia; tener que aparentar riquezas, aunque fuera sólo ante Raquel y Vidas.  Estaban seguros de que éstos sabrían guardar el secreto.  Con remordimiento, el Cid pone a Dios por testigo de su buena voluntad:

  vealo el Criador  con todos los sos santos (94).

  En el verso no debe verse cinismo o ironía; hay, sí, un recurso retórico emocional.  Efectivo, porque responde a una apreciación de lo moral desde el ángulo de la voluntad. Entre las enseñanzas morales de san Gregorio Magno se encuentra la de que Dios no se fija tanto en el mal que se pueda hacer cuanto en el que se quiera hacer, y la de que ante los ojos de Dios no le faltará recompensa al que tiene repleta de buena voluntad el arca de su corazón.31  Paz a los hombres de buena voluntad, reza el mensaje de Navidad.  Los viejos comentaristas de Mio Cid así lo comprendieron. Con el fin de justificar la acción nefaria de por sí, aducía el autor la motivación de responsabilidad, caritativa y altruista, del héroe que había de cuidarse de sus hombres:

  acogen sele omnes  de todas partes menguados (134).

  Los medios con que el autor trata de justificar la acción son múltiples.  A los anteriores, de suma efectividad en la conciencia de un público cristiano, hay que sumar los de especialidad típicamente retórica.  A los oradores -y escritores- se les enseñaba en los tratados de retórica a colorear de honesta una acción provechosa que, de por sí, fuera inmoral; la reconciliación de lo utile y lo honestum .  Para lograr efectivamente la justificación de la acción provechosa, nefaria, había que presentar al agente obrando bajo coacción física o psicológica, o mejor aún, en situación de vida o muerte, necesse est…alioqui pereundum est .32

  Se justificaba, pues, la acción nefaria en virtud de una necesidad perentoria objetiva - faciendum est -, inseparable de una repugnancia subjetiva - non volendum est -.  Al igual que en las leyes es diferenciable la letra del espíritu, en toda acción lo es la obra de la intención.  El espíritu y la intención son los que más importan.  En la teología moral se hace la distinción entre pecado formal -comisión de un acto prohibido con conocimiento de su gravedad, con libertad y consentimiento- y material -comisión del acto prohibido en ausencia de alguna o de las tres condiciones especificadas.

  El Cid del episodio de las arcas era consciente, no hay duda, de la inmoralidad del acto.  De ahí que tratara de exculparse a sí mismo mostrándose necesitado y reluctante.  Es más:  intentaba colorear la acción de cierta probidad cuando, a la vez que prohibía rotundamente a Raquel y Vidas que abrieran las arcas, les prometía que no les faltaría debida recompensa.

  Es, pues, de un enorme interés que los viejos comentaristas del empeño de las arcas destacaran no la sátira antisemítica, sino la necesidad y el enfado del Cid:

 Et pues que el Cid ouo comido, apartosse con Martin Antolínez
Et dixol como non tenie de que guisasse su conpanna… Et bien
 Sabe Dios que esto que lo fago yo amidos (p. 523 b).

  De modo semejante a este de la Primera crónica general , el autor de un romance ponía de relieve la necesidad y la repugnancia en la acción:

  Rogarles heis de mi parte
que me quieran perdonar,
que con acuita lo fice
de mi gran necesidad (véase nota 21).

  Desde el punto de vista de la estructura de la Gesta , el episodio de las arcas, interpretado en función de los tristísimos comienzos del Cid, es una pieza magistral, insustituible. Desde el punto de vista estructural, por otra parte, está fuera de lugar una escena cómica, de sal negra, o una sátira antisocial.  Desde el punto de vista de la técnica literaria y artística, como conciliación de opuestos:  lo honestum de un utile nefario cumple con las normas dictadas por la retórica.  Desde el punto de vista sociológico, es digno del mayor encomio que en la leyenda de la reconquista de España se incorporen a la acción los judíos -si es que Raquel y Vidas eran judíos-, para contrarrestar así los efectos de las leyendas que los hacían cómplices de su pérdida.  Los enemigos del primer Rodrigo fueron los amigos indispensables del segundo.  Y todo ello flotando en un vago mundo de sugerencias:  de poesía. 

  No fueron las intenciones del Cid las de estafar a Raquel y Vidas.  Si hubiesen sido ésas, ¿para qué hacerles esperar un año en enterarse?  El autor de Mio Cid aseguraba de su héroe:  - una deslea[l]tança ça non la fizo alguandre - (1081).  Si él lo dice, hemos de creerlo; él fue su creador.  En el exordio de la Gesta quería el autor destacar la confianza ciega de los amigos del guerrero, tan grande como para poner a su disposición, en los momentos de mayor desgracia, cuando se encontraba abandonado del rey y del pueblo, los unos, sus bienes económicos, a ciegas; los otros, sus brazos de soldado, en tierras extrañas.

  En el exordio de la Gesta lloran el Cid y los burgaleses, y los espectadores -oyentes y lectores- hemos de llorar con ellos.  No quiere decir que no hayamos de sentirnos cautivados y encantados por el arte de Martín Antolínez.  Por dentro, Martín Antolínez, como el Cid, como el público, estaban seguros de que al final, cuando todo se resolviera ya triunfara la causa del Campeador, Raquel y Vidas sabrían celebrar la broma y alegrarse de que así hubiera sido.  Tan seguro estaba de estos sentimientos el autor de Mio Cid , que creyó innecesario expresarlos.

  El epílogo alegre de la Gesta fue posible porque en el exordio, cuando todas las puertas se le habían cerrado al héroe, y estaba éste a punto de perder toda esperanza, dos mercaderes -¡qué amigos tan caros!- arriesgaron a ciegas sus dineros -¡cuántos de los espectadores no hubieran hecho la misma cosa!- para sacarle del apuro, presintiendo, por otra parte, que algún día tal acción les acarrearía no pequeña recompensa.  Confiaban en el Cid y los suyos, en su amistad y en su valor. Pensemos por un momento en los patrocinadores de generales y políticos que, en nuestros días, arriesgan sus desinteresados dineros sobre arcas de arena.

  En fin:  los amigos del Cid no podemos reírnos de Raquel y Vidas.  ¡Cómo nos vamos a reír de nuestra única salvación! Por el contrario:  los amigos del Cid felicitamos a Martín Antolínez por el magistral desempeño de su cometido; cumplió bien con su obligación.  A Raquel y Vidas hemos de tratarlos de don , pues se merecen todo nuestro respeto; si nos lo permiten, los tendremos por amigos caros.  Y en cada uno de nosotros se va cumpliendo la promesa de nuestro plenipotenciario Minaya:

  por lo que avedes fecho  buen cosiment i avra» (1436).
 





N O T A S





































1. Desde el punto de vista de su confección retórica, merece destacarse en este episodio no el qué, sino el cómo ; en la retórica se llamaba locus a modo, sobre el que comentaba Lausberg: "se llama también locus a ratione… : indica el modo de llevarse a cabo la acción y, precisamente, tanto respecto a su ejecución externa como respecto a la disposición psíquica ( animus …) del autor. La base de la división radica en la disposición psíquica del autor; de ella se deriva la ejecución externa de la acción: Cic. inv., 1, 27, 41 modus autem est, in quo, quemadmodum et quo animo factum sit, quaeritur; eius partes sunt prudentia et imprudentia…"   (op. cit. I, p. 330); y en otro lugar (p. 162): "Pertenecen muy de cerca al An voluerit [voluntad de querer o no querer algo] los presupuestos afectivos que pudieron mover al autor (Quint., 7, 2, 35 causae) y la finalidad que pudo tener presente (Quint., 7, 2, 42 consilia)."

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2. Raquel y Vidas creían que el Cid se había puesto rico con las parias, y vieron muy lógico que no quisiera llevarse sus bienes al destierro, pues, como expresan con frase sentenciosa: non duerme sin sospecha qui aver trae monedado (126). F. López Estrada parafraseaba el verso de esta manera: "Quien viaja con dineros no se duerme sin cuidados" ( Poema del Cid, Madrid, 1971, p. 15).  ¿Es que los mercaderes creían que en las arcas había dineros?  ¿Cómo iban a empeñar dineros por dineros?  Este verso me resultó siempre difícil de comprender, a no ser que por aver monedado se entienda "objetos de orfebrería, forjados"; monetare significa acuñar, troquelar y, por extensión, forjar, sentido con que aparece en Alanus ab Insulis: "ut Lemnius arma monetat" ( Anticlaudianus, ed. R. Bossuat, París, 1955, II, 353; cf. También I, 376; III, 79; VII, 34, 253); y metafóricamente: "ursa…fetus… stylo linguae delambendo monetans Meliorem ducebat in formam ( De planctu naturae, col. 428A). Martín Antolínez dijo que en las arcas había oro esmerado (113).

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3. Obras completas, II, Santiago de Chile, 1881, pp. 210-211. 

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4. Antología de poetas líricos castellanos, XI, Madrid, 1903, p. 300.

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5. Estilo…en Ensayo…. pp. 97 y 100.

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6.  El contexto más extenso servirá a comprender el ánimo destemplado del comentarista: Si el cenit de la acción es el momento en que el Cid llega a ser padre de reinas, el nadir es sin duda la escena de los judíos, muy ricamente desarrollada, y ficticia también según Menéndez Pidal.  Menéndez Pidal se esfuerza en negar toda huella de antisemitismo medieval en su héroe y subraya el hecho de que, en contra de las bulas papales que declaraban nulas las deudas contraídas con judíos, el poeta "anuncia que el Cid pagará largamente el engaño.  Después de este anuncio, poco importa que el poeta no se acuerde más de decirnos cómo el Cid recompensa a los judíos.  Una de tantas omisiones del autor…". No hagamos confusiones: la moralidad medieval no es la nuestra. Para un aristócrata del siglo XI contaba la obligación de pagar mil misas prometidas al abad de San Pedro; no tanto la de pagar 600 marcos a los judíos.  Un engaño perpetrado contra judíos, gentes sin tierra, era pecado venial, perdonable en vista de la necesidad de "ganarse el pan", tantas veces subrayada en nuestra Poema "   (Sobre el carácter…, pp. 108-109). La posibilidad de decir algo que le desahogara sobre el antisemitismo, le hizo, sin duda, perder los estribos; Spitzer, que pretende adoptar una postura literaria contra la histórica, se dejó cegar hasta un punto de frase hueca y demagógica: "la moralidad medieval no es la nuestra". ¿La de quién? ¿Más o menos exigente?

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7. La realidad histórica de España, México, 1954, p. 279; hay otro inconveniente en creer al Cid engañador y estafador, con ánimo de aprovecharse de sus víctimas, y es que cuando el ánimo es tal, lo expresa claramente el autor, como en la toma de Alcocer:

            Quando vio mio Cid que Alcocer non sele dava
            el lizo un art e non lo detardava (574-75 y ss) .           

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8. El Cid echado de tierra, en Estudios de literatura española, Madrid, 1962, Pp. 43-44.

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9. Barberá concluye de esta manera su artículo: "The audience, in search of catarsis, craves the presence of the pharmacos so that in the spirit of play it may crucify its victim" ( The 'Pharmacos' in the "Poema de Mio Cid", " Hispania", 50, 1967, pp. 236-241).

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10. Es curioso que comentaristas que sienten tanta admiración por Mio Cid y por su héroe se regodeen denigrando o celebrando sus intenciones malévolas en el asunto de las arcas; todo, por tratarse de los presuntos judíos; de haber sido moros, el episodio no habría despertado tan gran interés.  Véase el comentario de C. Smith: "He [the Cid] no more thinks of paying them tan he does of restoring the sword Colada and other booty to Ramón Berenguer; both were won in fair fight, the loan by a battle of wits and bluff, the sword by the skill on the field. My conclusion is that, however difficult it may be for us to accept with our modern ideas of morality and our modern guilts about anti-Semitism, the Cid's ability to cheat the Jews was (in the mind of the author and of his twelfth century audience) just another facet of his heroic character" ( Did the Cid…, p. 528).  Es injusto equiparar la intención del Cid en el empeño con su intención sobre Colada y el botín ganado en la batalla contra el Conde de Barcelona.   A Raquel y Vidas les aseguraba Martín Antolínez: por siempre vos fare ricos, que non seades menguados (108); el Cid: mientra que vivades non seredes menguados (158); contrástese con la reiterada manifestación de intención al Conde:

            Masquanto avedes perdid e yo gane en canpo
            Sabet, non vos dare a vos un dinero malo,
            Mas quanto avedes perdido non vos lo dare (1041-43).

Creeríamos que el autor trataba de evitar precisamente la equiparación que hacia C. Smith; éste añadía en otro lugar: "the Christian public of about A.D. 1200 (or earlier) would surely have thought 'and good luck to him,' and been amused by the merry anti-Semitism of the episodes.  By 1300 ideas had changed; the chroniclers made the Cid respectable in modern terms by having him not only repay the debt but apologize fulsomely too" ( Poema …, p. 127, nota 1431 ).

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11. PMC, p. 30.

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12. Los nombres de Raquel y Vidas han sido objeto de varios estudios monográficos: E. García Gómez, Esos dos judíos de Burgos, " Al-Andalus", 16, 1951, pp. 224-227; E. Salomonski, Raquel e Vidas, " Vox Romanica", 15, 1957, pp. 215-230; F. Cantera Burgos, Raquel e Vidas, " Sefarad", 18, 1958, pp. 99-108; J. de Entrambasaguas, El matrimonio judío de Burgos, " Punta Europa", 11, 1966, pp. 36-61.  Conviene notar lo que dijo E. García Gómez: "Los nombres de los judíos (sobre todo el de Raquel aplicado a un varón) son suspectos, a menos de suponer deformaciones gráficas" (p. 225). Si incluso Rachel es suspecto, ¿por qué ha de creérseles judíos? Sobre Vidas es sabido que "es nombre usado en la península por cristianos y moros (Simonet [ Glosario de voces ibéricas y latinas usadas entre los mozárabes, Madrid, 1888],  p. LIX)", según nos dejó dicho Menéndez Pidal (CMC, II, p. 897). F. Cantera Burgos reflexionaba así: "No existe el menor motivo para no ver en Rachel e Vidas (más que dos consocios mercantiles). Un matrimonio hebreo a quienes el pariente del Cid sorprende juntos en su domicilio conyugal" (p. 108); J. de Entrambasaguas se extiende en defensa de este supuesto. Quisiera aclarar que, bajo el análisis endocrítico, son de interés marginal el que Raquel y Vidas fueran o no judíos, fueran o no del mismo sexo y estuvieran o no casados; una cosa es inadmisible: que se tratara de dos usureros en ejercicio de su profesión. 

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13. Contrástese esta expresión con su antónima mios enemigos malos (9), semánticamente contrarias.  Los enemigos habían dado origen a la desgracia del Campeador; estos amigos le brindarían el primer auxilio en su camino hacia el triunfo. 

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14.  Beranza, Antigüedades de España, Madrid, 1719-1721, lib. V, cap. 7, p. 370, nota 59. 

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15. CMC, I, pp. 311-312; Menéndez Pidal añadía seguidamente: "y habrá que borrarlo". J. Horrent también abogaba por la supresión de este don del verso 159, pues "el "don" se explica en el estilo directo, y no en la frase enunciativa, en la que el autor no lo emplea" ( Historia…, p. 220).  ¿Qué hubiera sido de nuestros textos si todos los escribanos hubieran optado por disponer de todo lo que no se explicaba? En fin, a base de borrar elementos de dentro y acarrear otros de fuera, no sólo el antisemitismo, sino cualquier otro -ismo de moda sería imputable al viejo monumento.

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16.  Hasta aquí la cita de Menéndez Pidal en PMC, pp. 29-30; convendrá añadir el resto de la ley: ,et sacan otras manlievas et facen otras muchas baratas malas, faciendo creer a los homes que farán paga daquello que les dieron así en guarda. Et aun quando non pueden así engañar a los homes en esta manera, van a aquellos a quien dieron a guardad los sacos o las bolsas sobredichas e demándangelas: e quando las reciben dellosábrenla et quéjanse dellos, diciendo que la maldat et el engaño que ellos habian fecho que lo ficieron aquellos a quien lo dieron en guarda, et afruéntanlos por ellos et demándanlesque gelo pechen". Es decir, el fraude, el engaño propiamente perjudicial, consiste en eso: abrir las arcas y acusar a los guardianes de haberlas saqueado.  El autor de la Gesta eliminó juiciosamente este elemento del timo tradicional. 

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17. Primera crónica general de España, ed. R. Menénez Pidal, 2 vols., Madrid, 1955, p. 523 b. No sólo brilla por su ausencia la referencia al judaísmo de la pareja, sino que uno podría ver sugerido su cristianismo; el cronista relata que al despedirse Raquel y Vidas, tras haber recuperado el dinero, desearon al Cid "quel diesse vida et salut con que ensanchasse en cristianismo" (p. 594 a). Claro, para C. Smith, esta expresión hubiera resultado un disparate ( nonsense) en boca de los judíos del Cantar (art. Cit., p. 535). Adviértase, sin embargo, que Raquel y Vidas en Mio Cid están muy lejos de parecer infidos judeos; su lenguaje no se diferencia del de los cristianos; como éstos, invocaban ellos al Creador: Dixo Rachel e Vidas: "¡El Criador lo mande! (1437).

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18. Naturalmente que los fazen mercado son mercaderos; en las Partidas se nos dice quiénes eran esos hombres: "Propiamente son llamados mercadores todos aquellos que compran las cosas con entencion de vender a otri por ganar en ellas? (p. 5, t. 7, 1. 1).  Ganar es palabra clave; para caracterizarlos con pincelada esencial, se nos dijo al ser presentados Raquel y Vidas en escena: en uno estavan amos / en cuenta de sus averes, de los que avien ganados (100-01); poco después quieren saber no sólo lo que van a ganar ellos en el empeño, sino cuánto esperaba ganar el Cid: ¿de que será pagado / o que ganancia nos dara por todo aqueste a ñ o? (129-130).  Como si las ganancias en Mio Cid no se mencionaran en todos los casos como locus del elogio, C. Smith comentaba sobre estas de Raquel y Vidas: "The Jews are first shown withdrawn in miserly contemplation of their wealth, en cuenta de sus averes, de los que avien ganados (101); in prívate they enunciate their usurious business principle which must have prejudiced the audience against them, Nos huevos avemos en todo de ganar algo (123), and they immediately question Martín Antolínez's appeal for a quick decisión, shaking their fingers at him in admonishment: non se faze assi el mercado, / sinon primero prendiendo e después dand (139-140)" ( Did the Cid…, p. 523).

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19. Citado por Cejador en El "Cantar de Mio Cid" y la epopeya castellana, "Revue Hispanique", 49, 1920, p. 77

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20. Citado por C. Bandera, El "Poema de Mio Cid": poesía, historia, mito, Madrid, 1969, p. 119. J Amador de los Ríos hablaba de los "usureros judíos", pero, lejos de ver antisemitismo en el episodio, hacía resaltar cómo los romances mostraban "por una parte la alta idea formada por los usureros judíos sobre la probidad de Mio Cid, y descubriendo de otra la religiosidad con que acostumbraba cumplir sus palabras" ( Historia crítica de la literatura española, III, Madrid, 1865, p. 185). ¿Por qué a Raquel y Vidas se los denominó judíos en las Crónicas y Romances? La pregunta, muy válida, me la hace el profesor Bruce Wardropper; la cuestión está sin estudiar y merecería la pena investigarla; yo no sabría responder satisfactoriamente, por el momento. 

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21. Romancero general, ed. A. Durán, BAE, X, Madrid, 1849, p. 530, número 826, y p. 537, núm. 842, respectivamente.

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22. Súmese a los citados hasta ahora el de J. Casalduero: "La astuta avidez de los usureros, su deseo de engañar, ciega a Raquel y Vidas. Están prontos a creer todo lo malo del hombre; por eso la astucia del guerrero del Cid sabe cómo ha de acercarse a ellos… ellos, tan acostumbrados a engañar, son engañados… Por eso nunca serán pagados… No, no hay olvido por parte del juglar; lo que sucede es que ni moral ni estéticamente debían ser pagados… Si el Cid no paga a Raquel y Vidas no es por avaricia o mezquindad, es porque no quiere; no devuelve el dinero para dar una lección moral a estos dos hombres viles que han creído que el Cid podía haberse quedado con las parias? (op. cit., pp. 43-44).

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23.  D. Hinard traducía de esta manera los versos 1433-34: "Le Cid nous a ruinés, sachez, s'il ne nousvient en aide. / Nous reconcerions a I'interet, pourvu qu'il nous renditle capital" ( Poeme du Cid, París, 1885). John Ormsby, en su traducción inglesa, omitió todo el verso 1434, soltariemos la ganancia, que nos diesseel cabdal, cuyo sentido no habría entendido: "The Cid has undone us, look you, if he does not help us.' 'I will see to it with my Cid.' Said Minaya" 'what you have done he will take into consideration'" ( The Poem of the Cid, a translation from Spanish with introduction and notes by John Ormsby, 1879, p. 90).

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24. La nocturnidad y el secretismo contribuyen en gran manera a reflejar el embarazo de la conciencia del Cid, la ceguera de los que creían en su desfalco y la oscuridad de las arcas cerradas.  Contribuye al secretismo el hecho de que Martín Antolínez con Raquel y Vidas atravesaran el río en vez de pasar por el puente, cuando salieron de Burgos de camino hacia donde estaba el Cid: Non viene a la pueent ca por el agua a pasado (150).  Sin duda que estaban explorando por dónde atravesarlo al regreso, cuando vinieran cargados con sus mercancías, con el fin de no tener que pagar derechos fiscales en los puestos de control del puente; en las Partidas se prohibía expresamente este procedimiento de evitar los caminos usados con dicho fin: "Et quando [los mercadores] llevaren sus mercadorías de un lugar a otro deben ir por los caminos usados, et dar sus derechos de los hobieren a dar; et si contra esto ficiesen, caerienen las penas que dicen en las leyes deste título" (p. 5, t. 7, 1. 1). Con la ilustración de este documento no quisiera nublar los efectos poéticos del incidente, sino enriquecerlo con connotaciones ulteriores.

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25. PMC, p. 30.









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26. En Du Cange, Glosarium mediae et infimae latinitatis (Graz-Austria, 1954), se definen y comentan los siguientes términos de esta manera: "DEFECTIVUS, Quo quisnon stat promissis," "DEFECTUS JUSTITIAE, dicitur cum judex, vel feudalis dominus, vassallo jus sibi fieri postulanti, vel plane denegat, vel Curiae suae placita differt ultra quam Leges feudales permittant." "DISFACERE, ut supra Defacere ,Abolere, irritum facere [pactum]." También puede consultarse DEFFICERE, DEFIERE, DEFACERE. En el Oxford Latin Dictionary (Oxford, 1969) se da a deficere el significado de "Dejar de hacer una reclamación" ("to fail to makea claim"), que tan apropiado es al caso de Mio Cid.

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27. Cf. Les établissements de saint Louis, publ. par Paul Viollet (París, 1881-1884), t, IV, p. 351.  En esta página del índice se encuentran las muchas referencias a la expression deffaute de joutise como "manque (d'unservice, d'une obligation due", y otras acepciones.

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28. Menéndez Pidal ha hablado de los Olvidos del juglar del Cid ( PMC, p. 70), enumerando una serie de ellos. Luego ha dado la siguiente explicación: "El poeta creería pesadez el pararse a contar cuándo y cómo recompensó a los engañados prestamistas. Es natural: ésa es su habitual sobriedad narrativa… La narración juglaresca es lacónica, propensa a omitir lo que no es evidentemente necesario" ( En torno al "Poema del Cid", Barcelona, 1963, pp. 207-208). Esa omisión de lo obvio --con la que estaba tan de acuerdo García Gómez (art. Cit., p. 227)-- es tan constante en el Mio Cid, que más que olvido es técnica narrativa.  El mismo autor que de una parte insistía machaconamente en la comezón del Cid por enviar al rey presentes, de otra no creyó necesario relatar cuándo o cómo envió al mismo la tienda del rey de Marruecos, que le había prometido.  Al moro Abengalbón, por sus buenos servicios, se le prometió galardón dos veces: una, cuando acompaña a doña Jimena (1530); otra, tras hospedar y obsequiar a las hijas y séquito (2641). A los humildes vecinos de San Esteban, que tan indispensable socorro ofrecieron a doña Elvira y doña Sol, ultrajadas y moribundas, les prometió Minaya el debido galardón. Como en tantos otros casos, el autor no creyó necesario relatar cuándo y cómo se llevaron a cabo esas promesas.  Sirva como ilustración un texto de san Gregorio Magno --tan gran maestro de los medievales--, en el que se enseña que querer hacer una cosa equivale a realizarla ya en la mente: "Eatis enim volendo dixi, quia velle aliquid facere, jam mente ire est" ( XL homiliarum in Evangelia, II, 27, 5; en Migne, Patrologiae cursus completus, vol. 76). Sin embargo, ese mismo autor que no quiso dar detalles del cumplimiento de promesas hechas a los hombres creyó imprescindible, en función de la ejemplaridad de la obra, demorarse en el relato del cumplimiento de las hechas a Dios y su Iglesia. De esta forma, el autor--el clérigo--aportaba a la narración la dimensión de lo misterioso y sobrenatural.

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29. E. de Chasca supo darse cuenta de que a Martín Antolínez "no le conviene hacer el negocio desde el sórdido punto de vista del interés usurario. Lo que le conviene es ubicarlo en el plano de los altos valores del héroe justo: "myo Cid querrá lo que sea aguisado"" ( El arte…, p. 189); es que no se trataba de hacer un trato usurario. Menéndez Pidal no está de acuerdo con los que ven en el episodio un anuncio de la novela picaresca: "No se trata aquí de un episodio truhanesco que pudiera anunciar la novela picaresca. No. La picardía y la comicidad están pulcramente limitadas al preciso momento del engaño; antes y después de ese instante, el poeta reviste de gravedad heroica el episodio, que no es sino una prueba de que el Cid sale pobre al destierro, siendo falsas las acusaciones de haber retenido riquezas del rey de Sevilla; el Cid idea el engaño, forzado por la extrema necesidad, muy a disgusto ("ferlo he amidos"), bien lo ve el Criador… El poeta creería pesadez el pararse a contar cuándo y cómo recompensó a los engañados prestamistas.  Es natural, ésa es su habitual sobriedad narrativa… La narración juglaresca es lacónica, propensa a omitir lo que no es evidentemente necesario…" ( En torno…, p. 207). He seleccionado aquello en lo que estoy plenamente de acuerdo con Menéndez Pidal. Quisiera añadir que C. Smith no estaba convencido de que la omisión de reembolsar a Raquel y Vidas fuera simple olvido: esta omisión de reembolsar a Raquel y Vidas fuera simple olvido: esta omisión era más grave ("It is much graver omissiontan others"); ¿por tratarse de judíos? (cf. Verso 207), Rodrigo puede dar el pan a sus hombres y ciento cincuenta de aquellas monedas al abad del monasterio para el cuidado de su familia durante un año (cf. Versos 250-254). Esto es puro realismo. El poeta se cuida de explicarnos estas prosaicas circunstancias --como decía Menéndez Pelayo--, que, en verdad, constituyen prácticamente una conditio since qua non para la nueva vida que emprende el Cid. Y el truco de cambiar las arcas llenas de arena por los averes monedados, evidentemente, lo hace factible" (op. cit., pp. 175-176).

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30. J. Rodríguez Puértolas, en la línea española de los dos grandes Menéndez, Pelayo y Pidal, no ve antisemitismo en el episodio; comenta de esta forma: "gracias a los seiscientos marcos logrados (cf. verso 207), Rodrigo puede dar el pan a sus hombres y ciento cincuenta de aquellas monedas al abad del monasterio para el cuidado sde su familia durante un año (cf. versos 250-254). Esto es puro realismo. El poeta se cuida de explicarnos estas prosaica circunstancias –como decía Menéndez Pelayo--, que, en vedad, constituyen una conditio sine qua non para la nueva vida que emprende el Cid. Y el truco de cambiar las arcas llenas de arena por los averes monedados, evidentemente, lo hace factible" (op. cit., pp. 175-176).

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31. "Nec intuetur Dominus quantum quique malivaleat facere, sed quantum velit" ( Moralium, XII, 38, "In cap. XV B. Job", ed. cit., vol. 75; también: "Ante Dei namque oculos numquam est vacua manus a munere, si fuerit arca cordis repleta bonae voluntatis" ( XL homiliarum in Evangelia, I, 5, 2).  También en las Partidas se advierte cuán importante sea la intención: "los [engaños] buenos son aquellos que los homes facen con entención buena" (p. 7, t. 16, 1. 2).

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32. Quintiliano, op. cit., 3, 8, 23; cf. Notas 7 y 8 en el estudio precedente, Una niña de nuef años… Tanto la niña como el Campeador se situán en un dilema de vida o muerte; en ese caso, como se lee en las Partidas, "vita hominis… cunctis rebús temporalibus prefertur" (p. 3, t. 17, 1, 4, n. 2).

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