V. UNA NIÑA DE NUEF AÑOS     A OJO SE PARAVA (/v. 40)

  Toda crítica sinceramente motivada por el examen estructural de una obra ha de enfocar, en la medida que le sea posible, todos los episodios e incidentes de la misma como elementos integradores de un todo, bajo una misma unidad temática.  En el caso concreto de Mio Cid , todos los personajes, Raquel y Vidas, el Conde de Barcelona, los Infantes de Carrión, etc., habrán de ser juzgados como miembros de la comunidad miocidiana; su papel ha de compaginarse con el de la niña de nuef años . Los personajes y episodios son órganos de un mismo cuerpo funcional. 

            Nadie se ha preguntado por la historicidad o ahistoricidaddel pasaje de la niña que, con sus nueve abriles y tan chispoleta, se parava delante del Campeador armado a informarle, a compadecerle y a amonestarle.  A ningún investigador, que yo sepa, se le ha ocurrido desgajar el incidente de su contexto, para manipularlo e interpretarlo como desahogo implícito de los burgaleses, sobre todo de las mujeres, de sentimientos antimilitaristas.  De haberlo querido sinceramente, los burgaleses se hubieran dado mañas para socorrer al pobre desterrado; habría sido, además, un gesto muy cristiano.

            En cambio, críticos y lectores de Mio Cid se han dejado cautivar y conmover --como el héroe-- con la presencia de la niña.  Todos hemos sabido admirar la belleza del pasaje; consciente o inconscientemente se ha adueñado de nosotros un motivo dominante en el engranaje de la obra:  la concordia de elementos dísonos.  En el episodio se patetiza el trueque de papeles en la severidad de la niña, en el anonadamiento del guerrero.  El valiente Campeador se doblega ante la tierna niña; ésta, como ducho estratega, dicta al soldado el plan de conducta. 

            El episodio parece una escenificación del viejo topos literario puer-senex .1  No se comprende que a E. R. Curtius, el estudioso de los tópicos literarios, se le escapase este ejemplo de una niña que, como la María del Pseudoevangelio , caminaba con aplomo propio de personas maduras.2  La niña de nuef años castellana es tan elogiable como la de trece de Plinio, por su ternura infantil, su añosa prudencia, su gravedad de matrona; tan excepcional como la de Estacio por su temple tan maduro a tan tierna edad.3

            Podríamos preguntarnos quién es más admirable, la niña o el Cid; quién de los dos nos conmueve más.  Preguntas que tendrán la misma validez cuando nos las hagamos a propósito de los episodios de Raquel y Vidas, del Conde de Barcelona y otros. 

            Aparentemente el episodio es la escenificación patética de la severidad y la ternura; por debajo de ese patetismo, no obstante, fluye una intención de resolver lógica e intelectualmente el conflicto moral entre seguir la vía más provechosa u obrar honestamente.  Lo honesto, lo cristiano, hubiera sido dar posada al peregrino, como enseñan las Obras de Misericordia; lo práctico, lo provechoso, fue obedecer al monarca.  Los burgaleses, indicaba la niña, habrían hospedado con gusto al buen vasallo, de no haber sido por la prohibición real.  Ya lo habíamos oído en la voz del juglar:

                        Conbidar le iende grado     mas ninguno non osava (21).

La obra de misericordia les hubiera acarreado no pequeño daño, una vez que:

                        el rey don Alfonsso     tanto avie la grand saña,

                                antes de la noche    en Burgos del entro su carta

                                con grand recabdo     e fuerte mientre sellada,

                                que a mio ÇidRuy Diaz    que nadi nol diesse(n) posada,

                                e aquel que gela diesse     sopiesse --vera palabra--

                                que perderie los averes     e mas los ojos de la cara

                                e aun demas     los cuerpos e las almas (22-28).

Y la misma voz vuelve a certificarnos del dolor de los burgaleses, perplejos ante el dilema conflictivo de actuar según las normas cristianas o de acuerdo con el decreto del monarca:

                        Grande duelo avien     las yentes christianas

                                asconden se de mio Çid     ca nol osan dezirnada (29-30).

            Vemos cómo el arte de Mio Cid , en la línea del mejor arte medieval, está basado fundamentalmente en el ejemplo; su técnica consistía en traer a colación una anécdota histórica o verosímil, apta para entretener la potencia contemplativa del auditorio, con el fin de persuadirlo a imitar o detestar un determinado modo de conducta.4

            Al autor de Mio Cid, con su peculiar prurito ejemplarizador, no le bastaría hablarnos del dolor de los vecinos de Burgos; el autor juglaresco, recuérdese, confiaba poco en su palabra propia y necesitaba de los personajes que dieran autorizados testimonios.  Así pues, la conciencia de los burgaleses se objetiviza en el ejemplo de la niña; de esa manera el fondo informativo del narrador se coloreaba de patetismo efectivista, cuando da a contemplar, frente a frente, a un Campeador imponente, furioso, acoceando la puerta:

                        Aguijo mio Çid,     a la puerta se legava,

                                saco el pie del estribera,     una feridal dava;

                                non se abre la puerta    ca bien era çerrada(37-39),

y a una niña de nuef años , que se planta delante para meterle en razón:

                        Çid, en el nuestro mal     vos non ganadesnada;

                                mas ¡el Criador vos vala     con todas sus vertudessantas!» (47-48).

            La niña expresa los sentimientos de los vecinos de Burgos, que habían decidido actuar de acuerdo con la carta fuerte mientre sellada .  La niña explica al Cid con sus propias palabras lo que antes el narrador había dicho a su público.  De esta manera se consigue un buen efecto de realismo literario, al dar a entender que el Cid no habría oído las palabras precedentes del narrador; él sólo podía enterarse por uno de los personajes.  Sin duda que la obra, de este modo, gana mucho en objetividad.

            La niña quería hacer comprender al Cid que los burgaleses no tenían otro remedio; posiblemente su conducta no parecería caritativa, honesta, pero no habría de esperar el Cid que ellos se expusieran a perder, como él, todos sus bienes, incluso sus vidas.  Seguidamente daba ánimos al buen vasallo a no desesperar, pues Dios le proveería.5

            El Campeador comprendió que no era mala la voluntad de los de Burgos; lo que pasaba era que tenían que obedecer a una fuerza mayor:

                        Ya lo veeel Çid     que del rey non avie graçia(50).

Desistió de forzar la puerta, y se alejó preocupado por hallar remedio a su desgracia:

                        Partios de la puerta,     por Burgos aguijava,

                                lego a Santa Maria,     luego descavalga,

                                finco los inojos,     de coraçon rogava (51-53).

            A los ejemplos literarios los hace verosímiles su racionalidad, su humanidad, y no su historicidad o exactitud geográfica, pues de esa forma su apreciación y su total comprensión quedarían condicionadas a conocer los lugares o informarnos de los hechos por otros documentos. Los personajes de Mio Cid son muy humanos, están apegados a la tierra, se conducen por valores existenciales de comprensión universal.6  Hay que ver qué poco arriesgaban por un ideal, por el amor a otros hombres, ni aun siquiera por el amor de Dios.  Sus valores eran materialistas en el mejor de los sentidos, reales, físicos, tangibles:  las ganançias para el bienestar personal y el de la familia. Si Mio Cid es una epopeya, lo es existencial.  Dura y al mismo tiempo digna de cantar era la vida para el escritor español y su pueblo, cuando se deleitaban contemplando cómo se la ganaban el Cid, en un principio, y más tarde los pícaros. 

            La niña de nueve años habló razonablemente; el Cid obró razonablemente; no cuesta trabajo creer como hecho real lo que es razonable.  Es más, cuesta trabajo  no creerlo, cuando así debió ser.  Se explica que Mio Cid sea tan irónicamente histórico.

            Ser razonable era una de las cualidades que la retórica exigía del orador forense.  éste había de ser perito en la argumentatio , de la que dependía la suerte de la causa que se proponía defender o derrocar.  La retórica inculcaba el manejo experto del arma más poderosa:  la palabra.  Al que supiera usarla con destreza, ningún problema, por arduo que pareciera, sería imposible de resolver.

            ¿Cómo proceder cuando se presentaba un conflicto entre lo honestum y lo utile ?  Por supuesto, el orador habría de salvaguardar la honestidad por cima de todo. En aquellas situaciones en que lo provechoso ( utile ) de una actitud determinada pareciera estar en pugna con su honestidad ( honestum ), el orador habría de apañárselas, en cada caso, para colorear lo provechoso de honesto ( dandus est illis deformibus color ).7

         Más concretamente se decía que un modo de lograr la justificación de una acción utilitaria de dudosa honestidad era presentar al agente como obrando bajo una enorme coacción física o psicológica, o bajo una obligación ineludible; en última instancia, una condición de vida o muerte podía servir de justificante para cualquier tipo de conducta ( necesse…, alioqui pereundum est ).8 Piénsese en la condición perentoria de los burgaleses, que acababan de recibir la orden real:

                        que perderielos averes    e mas los ojos de la cara,

                             e aun demas     los cuerpos e las almas (27-28);

la niña de nueve años se justificaba:

                     Non vos osariemosabrir     nincoger por nada;

                             si non, perderiemos     los averes e las casas

                             e demas     los ojos de las caras (44-46).

         Cualquier estudioso del estilo se complacerá en observar cómo preceptos y práctica literaria se adecuan en Mio Cid .  Hasta el presente, ni hemos podido averiguar quién fue el autor, ni qué libros tenía a su disposición; sería absurdo concluir que no hubo autor ni había libros. El lenguaje estilístico es a la retórica algo así como lo que las cláusulas son a la gramática; a nadie se le ocurriría defender que una frase no es gramatical porque no sepamos dónde vio el escritor sus reglas.  En todo caso, la gramática y la retórica son guías valiosas a los teoricistas para el análisis del lenguaje y el estilo de un determinado autor.

         A propósito de las rememoradas normas retóricas sobre la justificación de lo provechoso poco ético, es preciso observar un fenómeno más amplio en Mio Cid que la solución a un episodio particular; se trata de la insistencia con que el autor trata de justificar la guerra, de por sí tan inhumana, muy extraña al espíritu del cristianismo.  A lo largo de estos estudios tendré ocasión de exponer ese afán de justificación de las acciones bélicas; en general, quisiera referirme, como trasfondo cultural para Mio Cid , al hecho de que la guerra y el militarismo eran contrarios al sentir de la primitiva Iglesia.  Con el tiempo, a medida que la Iglesia ganaba en poder tras el edicto de Milán, se fue aceptando la posibilidad de una guerra justa; y ello marcaba el final del pacifismo cristiano:  si era posible la guerra justa, en adelante sólo sería preciso justificarla en los casos dados.  El siguiente paso, pues, sería la guerra santa (recuérdese el obispo matamoros de Mio Cid ), y tantas guerras ( utile ) que se han tratado de justificar ( honestum ) en nombre de Dios.

         Dicho sea en honor al realismo de Mio Cid , su autor no se dejó engañar de sonoras y maravillosas abstracciones; en vez de justificar las acciones útiles de sus héroes en nombre de un ilusorio ideal, las creyó obligadas por la necesidad de ganarse el pan, primero, y de enriquecerse más y más, después.  ¿Ha dicho alguien que la moralidad medieval no era como la nuestra?9  Una niña de nuef años dio al Cid una lección poderosa, cuya sabiduría práctica aprendió éste muy bien, y supo llevar a feliz éxito en el trato de las arcas, como se verá con más detalles en el siguiente estudio. 



















1. E. R. Curtius, European… , pp. 98-101, 103 y ss. et passim.


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2. «Erat autem Maria in admiratione omni populo. Quae cum trium esset annorum, ita maturo gressu ambulabat el perfectissime loquebatur et in Dei laudibus studebat, ut non infantula esse putaretur sed magna, et quasi triginta annorum jam esst ita orationibus insistebat» ( El Pseudo-Mateo , cap. 6, en Vangeli apocrifi , ed. P. G. Bonaccorsi, Florencia, 1948, p. 166).


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3. «Pudor… novae menti tranquillaque morum / temperies teneroque animus maturior aevo» (Estacio, Sylvae , 2, 6, 48-49). «anilis prudentia, matronalis gravitas erat, tamen suavitas puellais» (Plinio, Epistulae, 5, 16, 2).


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4. Cf. más arriba, De la exocrítica…, p. 31, nota 31.


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5. En el libro de la Sabiduría (10, 21) se lee: «la sabiduría… volvió elocuentes las lenguas de los infantes». En la tradición cristiana es también muy conocido el conmovedor ejemplo del Niño Jesús adoctrinando en el templo a los doctores de la Ley y justificándose ante sus padres, que habían andado buscándole, creyéndole perdido.


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6. Salvador de Madariaga escribía con motivo de la publicación de sus memorias: «Léase cualquier página de cualquier historia de cualquier período. Quítense el atuendo y los bártulos de la época, y lo que queda es siempre lo mismo: seres humanos a brazo partido con sus problemas» ( ABC , 6 de junio de 1974, ed. aérea).


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7. Dice H. Lausberg: «Como lo honestum es la suprema cualidad moral, debe salvaguardarse, incluso en los casos de consejos meramente utilitarios, coloreando ( color… ) lo utile de honestum (Quint. 3, 8, 44 dandus illis deformibus color; 3, 8 , 44 neque enim quisquam est tam malus ut videri velit; 3, 8, 47 qui de re nefaria deliberat, id solum quaerit quomodo quam minimum peccare videatur)» (op. cit., I, p. 210).


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8. Comentaba Lausberg: «Algunos teóricos complementan las dos cualidades guías honestum y utile con la cualidad necessarium (en el sentido no de una necesidad lógica, sino moral: Quint, 3, 8, 23 necesse est…, alioqui pereundum est), la cual hay que considerar como amplificatio patética de lo utile » (ibíd.).


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9. Sobre este asunto véase el siguiente estudio, p. 89, nota 6.

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