* Parte de este estudio integraba mi artículo, «Mio Cid»: arte del exordio y revisión de «Si oviesse buen señor», Revista de Estudios Hispánicos, 9, 1975, pp. 181-194.

IV. «¡DIOS, QUE BUEN VASSALO!     ¡SI OVIESSE BUEN SEÑOR!» (20)*

           No habrá otro verso en Mio Cid que haya cosquilleado tanto la inquisidora curiosidad y la imaginación de los tratadistas como este verso 20:

                       «¡Dios, que buen vassalo!     ¡Si oviesse buen señor!» (20)

           De él se han ocupado plumas de primerísima categoría:  las de Amado Alonso, Leo Spitzer, Menéndez Pidal; a ellas se sumarían más tarde las de Gustavo Correa, Martín de Riquer, Edmund de Chasca, Cesáreo Bandera, A. Badía Margarit, Félix Carrasco, O. Armand, y otros.1  No será difícil hacerse idea de la altura y extensión de la polémica.

           Generalizando, podría decirse que cada uno de estos críticos ha tratado de integrar el significado dado al verso 20 dentro del marco de ideas previamente formadas sobre Mio Cid en conjunto, como si el verso 20 fuera, para decirlo al gusto de Leo Spitzer, «frase-clave», o al de G. Correa, de «importancia capital», o al de E. de Chasca, «verso medular».

           Todos los tratadistas coinciden en interpretar vassalo como referido al Cid, y señor en alusión al rey Alfonso.  Desde este punto de partida común han bregado luego individualmente para aclarar los dos hemistiquios lingüísticamente y hacerlos reconciliables con datos de la historia, con la filosofía y la ética del autor de Mio Cid .

           La enemistad entre las opiniones de estos críticos estriba fundamentalmente en que algunos quieren ver en esta exclamación de los burgaleses una censura implícita de la conducta del rey hacia el Campeador, conducta que aquél iría rectificando, progresivamente, a lo largo de la narración. Otros críticos, por el contrario, se niegan a aceptar que el autor de Mio Cid permitiera a sus personajes criticar, ni siquiera indirectamente, la conducta del monarca -- imago Dei --, quien en toda la obra aparecería como bueno .2

           Los citados tratadistas, como correspondía a su excelencia, no se quedaron cortos en aducir pruebas externas, con las que sostener y reforzar sus proposiciones: pruebas de la historia, de la sociología; pruebas lingüísticas de otros textos paralelos castellanos, franceses, latinos. Y es que el problema del verso 20 es, de verdad, peliagudo, de manera que tras de oír a los abogados argumentar entre sí, con más brillantez al rebatir al adversario que al consolidar su propia defensa, uno siente que la cuestión sigue aún sub judice .

           Aquí trataré de buscar solución al verso 20 por nuevas rutas; no porque intente reconciliar, como hombre bueno , a las partes litigantes, sino apartándome de sus métodos, por demasiado exocríticos, y encuadrando de lleno el texto en su contexto; el busilis de mi replanteamiento consistirá en encontrar a buen señor una nueva clave interpretativa.  Procederé por analizar el verso 20 como recurso del prólogo, con estructura y virtualidad proemial características; lo compararé con otro de semejante contextura en el cuerpo de la narración; trataré de demostrar que la nueva acepción, aquí propuesta, de buen señor es congruente con el contexto, integrable dentro del tema de la Gesta y, además, exponente condensado de la filosofía moral del autor y de la época.  En cuanto a la lectura del verso, explicaré mi preferencia por la propuesta por C. Smith en su edición del Poema de mio Cid , que aparece en el epígrafe de este estudio.

           En el estudio anterior dejamos al Cid Campeador con una sonrisa agridulce en el rostro, esforzándose por dar ánimos, en la adversidad, a Minaya.  Aquella expresión,

                       «¡Albriçia, Albar Ffañez,     ca echados somos de tierra!» (14),

parecía llevar evocaciones del O felix culpa de la liturgia de Semana Santa;3 los fieles, entusiasmados al contemplar a Cristo resucitado, se alegraban de aquel pecado de Adán, que hizo posible tan excelente redención; quizá el destierro  --pensaría el Cid-- fuera un mal presente, que mereciera parabién en el futuro. 

           El autor del prólogo era un gran maestro en el arte de mantener a sus personajes y a su auditorio en un ambiente de conjeturas e incertidumbres, de miedos sin desesperación.  Ante el dolor del guerrero desterrado se habían conmovido las aves por los caminos de Castilla; dentro de Burgos se conmoverían sus vecinos. La opinión pública había de merecer la atención del escritor, amonestaba la retórica;4 el autor de Mio Cid presenta en escena, muy pronto, al pueblo; la importancia que se da a su opinión se revela en ser los burgaleses los primeros en hablar, después del Cid.  Hacen su aparición en perfecta sintonía de ánimo y fisonómica con el protagonista:

                       plorando de los ojos     tanto avien el dolor (18).

           El Cid, ante su hacienda dilapidada, se había dirigido a Dios, creyendo que era obra de sus enemigos malos (9); los burgaleses, ante el Cid en abandono, se dirigirían a Dios, con esperanzas de que encontrara a un buen señor :

                       «¡Dios, que buen vassalo!     ¡Si oviesse buen señor!» (20).

           Dios lleva indudablemente función doble, como intensificador de la exclamación ante una escena real:  ¡Dios, que buen vassalo! , y como invocación al comienzo de un ruego:  ¡[Dios] Si oviessebuen señor!

           que buen vassalo .  Al releer esta expresión, tras conocer el resto de la obra y cuán bueno fue, de hecho, el Campeador, corre uno el riesgo de interpretarla como si los burgaleses hubieran percibido y reconocido ya en el exordio la bondad y gloria del futuro conquistador de Valencia.  No debió de ser ésa la intención del autor, pues no es propio del proemio presentar una reacción que pertenezca al epílogo.  Además, de haber reconocido los burgaleses la futura bondad y grandeza del vasallo, debieron haber reconocido asimismo la futura magnanimidad del monarca y la reconciliación gozosa de ambos.  En tal caso las exclamaciones hubieran sido de optimismo, sin el tono de lamentación y angustia que el verso 20 infunde.

           En buen arte proemial se esperaría que los burgaleses reaccionaran ante el Cid que ven desde sus ventanas; el Cid que todos conocemos hasta este punto: arruinado y perseguido por unos enemigos malos , y que --ellos sabían-- había caído en la desgracia del rey.

           Los burgaleses eran fieles súbditos de Alfonso, con una fidelidad que, al menos en literatura ejemplar, no admitía vacilaciones. El monarca estaba por encima de todos los vasallos, hasta el extremo de que no admitía ser comparado a ninguno de ellos, por muy excelente que el subordinado fuera; mucho menos admitía ser considerado inferior en virtudes o cualidades.  El Cid, criatura como los burgaleses del mismo autor, daría inquebrantable testimonio de la excelencia del rey y de su venerabilidad. 

           Pero es más: habría que admitir que, a estas alturas en el Cantar, los burgaleses tuvieran sus reservas en cuanto a la rectitud de conducta del Cid.  Cuando el monarca le había castigado tan severamente, ¡por algo sería!, pensarían ellos. En Burgos se hablaba por acá y por allá de las muchas riquezas que el Cid había usurpado.  El burgalés complido , Martín Antolínez, lo primero que oyó del Campeador fue que del oro y la plata no había nada; mejor dicho, había gran menester (por si él creía otra cosa):                       

                                Espeso e el oro     e toda la plata;
                                bien lo vedes     que yo no traya [nada]
                                e huebos me serie    pora toda mi compaña (81-83).

            Esa creencia general de los burgaleses, básica entre los motivos estructurales, es la que explotaría Martín Antolínez a su favor al tratar de empeñar las arcas:

                               El Campeador     por las parias fue entrado,
                                grandes averes priso     e mucho sobejanos;
                                retova dellos     quanto que fue algo,
                                por en vino a aquesto     por que fue acusado.
                                Tiene dos arcas     lennasde oro esmerado (109-13).

           No hemos, pues, de pensar que los burgaleses creyeran al Cid inocente en un episodio, sospechoso en otro; no.  La gesta ha de examinarse como unidad.  Raquel y Vidas, los amigos caros (104) de Martín Antolínez y del Campeador, se encargarían de hacer saber cómo pensaban los burgaleses:                       

                               Bien lo sabemos     que el algo gaño,
                                Quando a tierra de moros entro     que grant aver saco (124-25).

El prólogo no parte del presupuesto de la inocencia del Campeador; era la inocencia, o, mejor, su justificación o rehabilitación, lo que se trataría de probar a lo largo de la narración.  El Cid había de quedar plenamente justificado ante el rey, ante los burgaleses, ante el auditorio del juglar.  A la hora de la reconciliación con el rey, el Cid impetraría, de rodillas, merçed:5

                        Hinojos fitos     sedie el Campeador:
                                «¡Merçed vos pido     a vos mionatural señor! (2030-31);

el rey le declararía públicamente, no inocente, sino perdonado:

                        Dixo el rey:     «¡Esto fere d'alma e de coraçon!
                                Aqui vos perdono    e dovos mi amor (2033-34).

           La exclamación de los burgaleses ha de aceptarse como figura patética, no lógica; en ella se expresa un tierno sentimiento, no un pensamiento sutil o capcioso.  Se trata de un recurso proemial, y no del broche de oro de la Gesta ; quiere decir que los burgaleses, como observadores de la acción en su devenir circunstancial, compasivos y curiosos, suspiraban para desahogarse; su exclamación es un suspiro, no la formulación de un veredicto.  Los burgaleses, personificando, más que ningún otro personaje, al auditorio del juglar, se conmovieron6 al ver al Cid en la desgracia más grande que podía acaecerle a un mortal: la ira del rey.  Aunque no estuvieran libres de sospechas sobre la conducta del guerrero, en sus corazones cabía la lástima y la compasión; máxime cuando el desgraciado se mostraba compungido y, a imitación del paciente Job, daba gracias a Dios y ánimos a su acompañante.  De verdad se portaba como buen vassalo .

            ¡Si oviesse buen señor!   Los burgaleses sabían a ciencia cierta que el rey estaba furioso contra el Campeador:

                        el rey don Alfonsso     tanto avie la grand saña (22).

En la opinión realista y práctica de todos aquellos hombres y mujeres de Burgos, el problema que se planteaba al Campeador necesitaba una solución, no idealista o especulativa, sino realista, práctica: aquel buen vasallo había de tratar de recuperar, tras el perdón, el amor del monarca.  El tema de la Gesta es eso, precisamente: la rehabilitación del héroe; en ella culminaba la acción literaria.  Pero entre el rey y el Cid se habían roto las relaciones; el guerrero se veía obligado a salir en cortísimo plazo de Castilla; apenas si le quedaba tiempo de buscar hospedaje para su mujer e hijas.

           ¿Cómo, pues, reconciliar a dos partes que no se tratan entre sí?  En los procedimientos forenses la reconciliación de partes litigantes es gestionada por una tercera persona, que aún hoy en día es conocida como hombre bueno .  En el caso de los burgaleses, ¿no valdría pensar que rogaban a Dios porque el buen vasallo encontrara un hombre bueno , que gestionara su reconciliación con el rey?  Tal ruego sería muy natural y lógico en aquellas circunstancias.

           Por las Siete Partidas nos podemos enterar de la importancia de los homes bonos , entre los cuales se encontraban los «que son llamados en latin arbitros , que muestra tanto como judgadores de alvedrio que son escogidos para librar algunt pleyto señalado con otorgamiento de amas las partes» (p.3, t.4, 1.1).  Abundan las referencias a los homes buenos ,7con las explicaciones de sus funciones de gran responsabilidad; la expresión en latín es viri boni ; su responsabilidad era tan alta que si en algún pleito el juez sentenciara con mala fe, había de recurrirse al arbitrio último de los homes buenos :  «Si tamen arbitrator dolo, aut mala fide judicaverit, tunc recurretur ad arbitrium bonorum virorum» (p.3, t.4, 1.23).8

           En otro documento latino medieval, a ese vir bonus se le llama bonus dominus , literalmente «buen señor»; sus funciones, las mismas que se le asignan en las Partidas : «Bonus dominus, Arbiter, sic dictus, quod partibus litigantibus,tanquam bonus dominus utrique consulebat, remque inter eos componebat.»9

           Si el prólogo, como vengo diciendo, es el lugar apto para dar a saborear los temas fundamentales de la narración, valga creer que en buen señor se sugiere el tema del intermediario, sin duda uno de los pilares estructurales más robustos de la Gesta .  Minaya había de servir de mediador, como emisario del Cid con respecto al perdón real, como emisario del rey en retorno, con respecto al asunto de los casamientos.  Pero hay más.

           El oficio de intermediario entre el rey y el Campeador correspondería a Álvarez Fáñez, precisamente acabado de nombrar al lado del Cid.  El verso 20 es, sin duda, «verso medular», como quería E. de Chasca, pero no porque reflejara la «realidad histórica», como el mismo crítico razonaba, sino por condensar en sí la realidad poética del prólogo.  Los burgaleses, queriendo o sin querer, no hicieron otra cosa que dictar a los dos personajes centrales de la acción literaria sus respectivas normas de conducta: al Cid, que fuera siempre buen vassalo ; a Álvar Fáñez, que hiciera de buen señor .

           El arte del prólogo requiere que en él se insinúen las realidades de la narración.  De ahí también que deba rechazarse la interpretación de ¡Si oviesse buen señor! como «lástima que el buen vasallo no tenga un rey tan bueno como él».  En primer lugar, el rey no había sido aún mencionado en el texto, y, aunque es mencionado inmediatamente después, es inadmisible que el autor se valiese de una expresión solapada y maldiciente para introducir en la acción a un personaje tan importante, siempre tan venerable, siempre tan bueno . Si en la narración había de ser bueno , como tal habría de ser evocado en el prólogo. 

           Bien considerado, este concepto de mediación ante el rey es un trasunto de la mediación ante Dios.  El hombre medieval estructuraba las escalas sociales de modo semejante a las jerarquías del cielo; a la realeza se le atribuía origen divino; se creía que el rey tenía sobre sus súbditos un encumbramiento análogo al de Dios sobre ángeles y santos.10  El súbdito, pues, había de aceptar las decisiones de su rey; en caso de ser proscrito, le quedaba abierta una vía: la de su justificación por las buenas obras. Ésa sería la vía que emprendió y caminó el Cid, y la que le llevó al amor de Alfonso.

           El proceso de la justificación del Cid se asemeja al del pecador que, por las buenas obras presentadas por un mediador, se justifica ante Dios.  En la raíz de la justificación está el dolor; el pecador se puede vestir, como señal, de saco y cenizas; el Campeador se dejó crecer la barba,

                       «Por amor del rey Alffonsso     que de tierra me a echado (1240).

           La Gesta nos da a entender que Alfonso era un rey soberano, con poder absoluto sobre los bienes materiales e, incluso, sobre la vida de sus súbditos, según se desprende de aquella carta fuerte mientre sellada (24):

                        que a mio Çid Ruy Diaz     que nadi nol diesse(n) posada,
                                e aquel que gela diesse     sopiesse --vera palabra--
                                que perderie los averes     e mas los ojos de la cara
                                e aun demas     los cuerpos e las almas (25-28).

            El desterrado escogería por embajador y hombre bueno a Minaya, pero éste, como servidor suyo, había caído también en la desgracia del rey.  En la teología se enseña que si un fiel quiere que sus oraciones por otros sean aceptadas por Dios, ha de ponerse en su gracia primero.  En el dogma de la justificación es fundamental la intercesión. La Virgen María, a la que el Campeador recurría con frecuencia, es medianera; mas el intercesor de verdad es Jesucristo, según se expresa en las oraciones litúrgicas: «Por Cristo Nuestro Señor [¿buen señor?].»  Cristo es prototipo de intercesor por su doble naturaleza: la divina, por la que siempre goza de la amistad y el favor del Padre, y por la humana, por la que siempre es representante del hombre.

           Volvamos al caso de la intercesión de Minaya.  Cuando éste se presentó por vez primera ante el rey, en calidad de emisario del Cid, a traerle su presentaja (878), Alfonso la aceptó por ser botín de guerra contra los moros -- despues que de moros fue (884)--, y no ocultó su alegría por la ganançia (885) del Campeador.  Rehusó, sin embargo, perdonar al donante, porque le pareció corto el tiempo de su castigo:

                         Dixo el rey:     «Mucho es mañana
                                omne airado     que de señor non ha graçia
                                por acogello     a cabo de tres semanas (881-83).

Aceptemos que el rey no quisiera perdonar tan pronto al Cid, pero no lo juzguemos como hecho histórico, sino como elemento de la trama: el autor quería someter al héroe a un prolongado destierro.  Sin embargo, resta preguntarse: ¿por qué se decide Alfonso a perdonar en lugar del Cid, sin reservas y sin méritos personales, a Minaya11

                        Sobr'esto todo     a vos quito, Minaya,
                                Honores e tierras     avellascondonadas;
                                hid e venit,     d'aqui vos do migraçia;
                                mas del Çid Campeador     yo non vos digo nada (886-89).

Nos parezca o no convincente este modo de proceder, de hecho viene a cumplir con las formalidades requeridas para la valía y la legalidad de la avenencia .  La razón, pues, de perdonar a Minaya con anterioridad no fue otra que la de constituir a éste en su graciosa amistad -- vos do mi graçia --, de manera que en lo sucesivo pudiera ir y venir -- hid e venit -- ante él, como digno mediador.

           Echemos otro vistazo a las Partidas y comprenderemos el porqué del perdón previo de Minaya:  «los jueces de alvedrio non pueden ser puestos si non por avenencia de amas partes» (p.3, t.4, 1.2); «que tomen un home bono que sea comunal en querer el derecho para amas partes» (p.3, t.4, 1.29); en una nota latina (n. 5) a este pasaje se aclara: «tertius qui debet eligi, debet esse communis amicus partibus».

           Àlvar Fáñez, por merced del rey, quedaba constituido en el amigo común de ambas partes.  De hecho, la próxima vez que él intercediera ante el monarca en favor del Campeador, su esposa e hijas (vv.1351-52), Alfonso accedería complacidísimo:

                        Essora dixoel rey:     «Plazmede coraçon (1355).

           En la sociedad medieval el home bono gozaba de una autoridad especial, superior, en casos dados, a la de los jueces; él era en realidad un juez extraordinario.  Es obvio, por otro lado, que el conflicto de la Gesta es de fabricación artística, y los individuos desavenidos eran de mayor dignidad que cualquiera de los súbditos; lógicamente, el intermediario no se porta como juez autoritario y arbitrador , sino como mensajero (v. 1903).  En poesía, que no es un documento legal auténtico, las funciones de los personajes se predican analógicamente; bajo esa analogía hemos de juzgar el papel de Minaya como de buen señor .

           No debiéramos ser demasiado exigentes con respecto a la terminología de la Gesta , y al uso de señor en lugar de home ; puede justificarse por la proximidad de vassalo , con que se asocia espontáneamente en la mente del poeta; súmese a esta razón la exigencia de la rima; por otro lado, a Minaya, en el concepto del autor, le convenía el título de señor como a aquel que Çorita mando (735); y no se olvide, además, la expresión bonus dominus del documento latino.

           La función de la endocrítica es dilucidar lo que el texto debe significar en un contexto dado, con el fin de ennoblecerlo; debemos, pues, pensar que el buen señor , por quien los burgaleses suspiraban, era un hombre bueno ; como las otras oraciones de la Gesta , la de los burgaleses también se cumpliría:  en Minaya.

           La expresión buen señor aparece con frecuencia en Mio Cid con acepciones generales; en una ocasión se predica del rey Alfonso, cuando éste media entre los Condes de Carrión y el Cid.  ¿Valdría ver en el rey al hombre bueno que trataba de reconciliar al de Bivar con los de Carrión, del número de sus enemigos malos ?

                                 Fablo el rey don Alfonsso     commo tan buen señor:
                                «Grado e graçias, Çid, commotan bueno,     e primero al Criador,
                                quem dadesvuestras fijas     pora los ifantes de Carrion.
                                D'aqui las prendo por mis manos     don Elvira e doña Sol
                                e dolas por veladas    a los ifantes de Carrion.
                                Hyo las caso a vuestras fijas     con vuestro amor;
                                ¡al Criador plega     que ayades ende sabor!
                                Afellos en vuestras manos     los ifantes de Carrion (2094-101).

            De acuerdo con la acepción aquí asignada a buen señor , ¿cómo debiera estructurarse el verso 20 lingüísticamente? El asunto, como bien se sabe, ha sido objeto de controversia entre los filólogos.  Existe la lectura tradicional, recogida por Menéndez Pidal en su edición crítica:

                        «¡Dios, qué buen vassallo,     si oviesse buen señore!» (20).

Así formulado, el verso consiste en una oración condicional compuesta.  Andrés Bello señaló que se trataba de una condicional de negación implícita, ya que al no cumplirse la apódosis se neutralizaba la realidad de la prótasis; como si dijéramos:  «qué buen vasallo sería el Cid, si tuviese buen señor, bien porque se creyera que no tenía señor o que éste no era bueno».12  Amado Alonso hizo ver que la «idea de la frustración del héroe como buen vasallo por no tener buen señor, es contraria al pensamiento poético y también histórico del Cantar », y propuso, como más aceptable, la siguiente lección:

                       «¡Dios, que buen vassallo!     ¡Sí oviesse buen señore!»13

Es decir, descomponía el verso en dos sintagmas independientes: una exclamación y una oración de subjuntivo optativo.

           Leo Spitzer se lanzó immediatamente contra esta lectura de A. Alonso, inclinándose por la lectura tradicional.  Para él era inadmisible la idea de deseo en si oviesse , pues se trataba de una expresión de «patrón épico», cuyo sentido habría de buscarse en el estudio comparativo con otras semejantes del latín y del francés.  Y como explicación del verso 20 aducía, entre otros ejemplos, estos versos de la Chanson de Roland

                       Cors ad gaillard, el vis gente color;
                                S'il fustleals, ben resemblat barun (3764-64),

seguidos de la traducción de Bédier:  «si fuera leal, uno creería ver en él un caballero».  «El poeta --según Spitzer-- lamenta la falta de lealtad en un ser excepcionalmente hermoso.»14 Explicación valedera por lo que respecta al texto francés, pero que deja sin resolvernos el problema de nuestro verso 20.  Tras varias exhibiciones filológicas, concluía Spitzer: «estoy de acuerdo con Amado Alonso, que considera la exclamación ¡qué buen vasallo! no como un hecho hipotético ('sería'), sino como un hecho afirmativo ('es'); la idea de hacer depender las cualidades caballerescas del Cid (incontestables) de la moralidad del Rey me parece contraria, ciertamente, al espíritu del Poema .  Prefiero, pues, ver en el primer hemistiquio la enunciación de un hecho, a la cual seguiría una frase hipotética con si relacionada con la frase elíptica 'todo estaría bien', callada como en el Waltharius ».

           En una nota que seguía a la exposición de Spitzer, A. Alonso respondía que en su lectura se implicaba la perfección caballeresca que Spitzer quería ver en la expresión.  Con gran satisfacción hacía saber que Menéndez Pidal le había comunicado que estaba en favor de su lección, por cuadrar mejor que la vieja «con el estilo general del Cantar ».15

           Quisiera añadir algunas consideraciones propias a la vieja controversia.  Creo con Spitzer que el si castellano no procede de un sic latino; pero estoy de acuerdo con A. Alonso en que la oración es de subjuntivo optativo.  Los argumentos de Alonso en favor de si , como derivado de sic , me parecen muy flojos; los ejemplos modelos que aportaba con sic llevaban presente de subjuntivo, no imperfecto como el verso 20.  Cierto, como él decía, que el subjuntivo de por sí puede expresar un deseo, pero conviene poner el si +      -esse del castellano en la debida perspectiva.

           Sic es un adverbio de modo; cuando acompaña a un subjuntivo optativo, añade al deseo un algo modal, como el así de Ási sea .  Esas expresiones o fórmulas con sic sirven para dar a conocer el deseo de que lo prometido pueda llevarse a cabo de la manera que se promete (o de alcanzar lo que se pide, tal como se solicita), como puede comprenderse por este ejemplo de juramento eclesiástico:  «sic spondeo, sic juro, sic me Deus adjuvet…».  De llevar el verso 20 presente de subjuntivo, sería indiscutible lo que afirmaba A. Alonso:  «Este tic estilístico del Cantar acaba por inclinar las probabilidades de un ¡Sí oviesse buen señor! Hasta la casi seguridad.»

           Pero el verso 20 lleva pretérito imperfecto de subjuntivo, para formar una de esas oraciones que las gramáticas latinas llaman «condicionales de subjuntivo optativo», cuya apódosis queda elíptica.16  Este tipo de oraciones condicionales cuenta con antecedentes de notable alcurnia, junto a Plauto («si te di ament»),17 Virgilio: 

                       si nunc se nobis ille aureus ramus ostendat

(«si se nos mostrase ahora aquel ramo dorado», Eneida , 6, 187), y Horacio:

                                                           o si angulus ille
                                proximus accedat, qui nunc deformat agellum!
                                O si urnam argenti sorsquae mihi monstret.

(«¡Oh, si se me agregase aquel rincón colindante que ahora afea mi propiedad!  ¡Oh, si la suerte me mostrase una orza de plata», Sátiras , II, 6, 8-10).  En la traducción castellana se conserva la conjunción condicional si , pero el presente de subjuntivo se vuelve a pasado. El cambio en el tiempo del verbo se efectuó en el latín más tardío.  En la Vulgata, para las oraciones optativas con si se empleaba el pluscuamperfecto de subjuntivo (forma       -essem ) o el futuro perfecto de indicativo.  Permítansenos algunos ejemplos:

                        Invocavit vero Jabes Deum Israel, dicens:  Si benedicens benedixeris mihi, et dilataveris terminos meos, et fuerit manus tuamecum, et feceris me a malitia non oprimi!  Et praestitit Deus quae precatus est.

(«Jabes invocó al Dios de Israel diciendo: ¡Si con tus bendiciones me bendijeses y ensanchases mis términos y estuviese conmigo tu mano y me preservases de ser oprimido por la maldad!  Y Dios le concedió lo que pidió», 1 Paralipómenos , 4, 10).  En otro pasaje aparecía Cristo llorando sobre Jerusalén:

Videns civitatem flevit super illam, dicens: 
Quia si cognovisseset tu, et quidem in hac die tua, quae ad pacem tibi!

(«Viendo la ciudad, lloró sobre ella, diciendo:  ¡Si al menos en este día conocieses lo que es a la paz tuya!», Lucas , 19, 42).18  También un ejemplo de los Salmos (80, 41):

                       Si populus meus audisset me

(«¡Si mi pueblo me oyese!»)

           Las oraciones condicionales de subjuntivo optativo penetraron en otras lenguas modernas.  En el español antiguo de las traducciones bíblicas, las oraciones con si servían para traducir frases de utinam («¡ojalá»):  «Atque utinam Deus loqueretur tecum et aperiret labia sua tibi» («Mas ¡o! si fablaseDios e abriese sus beços contigo e te notificase», Job , 11, 5); «Utinamdirumperes caelos» («si oviera rompido los çielos», Isaías , 64, 1).19

           Creo, pues, haber demostrado que el si condicional y optativo es justificable en el segundo hemistiquio del verso 20 de Mio Cid .  En mi solución, ¡Si oviesse buen señor! es una oración condicional, como se indica en la lección tradicional y prefería Spitzer, y es también una oración de subjuntivo optativo, que defendía Amado Alonso.  En ella se expresa no «la casi seguridad» de su cumplimiento, como este crítico percibía, sino más bien la ponderación de una solución ideal, de dificultosa realización en el futuro.  Así fue; así convenía que se anunciara en el prólogo.

           Aquellos curiosos y compasivos burgaleses, al mirar al buen vassalo aceptar su desgracia compuesto y paciente, le deseaban que encontrase buen señor , que supiera convencer al monarca ofendido de la bondad del vasallo, neutralizando con su propia bondad la ponzoña de los enemigos malos .  Lo conseguiría Minaya, pues Alfonso pararía los pies a García Ordóñez, jefe del bando enemigo, cuando declaró sin rodeos que el Cid le había servido mejor que él:
                        Dixo el rey al conde:     «Dexad essa razon,

                                que en todas guisas    mijor me sirve que vos» (1348-49).






















































1. A. Alonso, ¡Dios, qué buen vasallo! ¡Sí oviesse buen señore!, «Revista de Filología Hispánica», 6, 1944, pp. 187-191. L. Spitzer, ¡Dios, qué buen vassallo si oviesse buen señor!, «Revista de Filología Hispánica», 8, 1945, pp. 132-135. M. de Riquer, ¡Dios, qué buen vassallo si oviesse buen señor!, «Revista Bibliográfica y Documental», 3, 1949, pp. 257-260. A. Badía Margarit, Sobre las interpretaciones del verso 20 del «Cantar de Mio Cid», «Archivum» (Oviedo), 4, 1954, pp. 149-165. F. Carrasco, ¿Un antecedente latino de «¡Dios, qué buen vasallo! ¡Sí oviesse buen señore!,»?, « Thesaurus», 24, 1969, pp. 284-286. O. Armand, El verso 20 del «Cantar de mio Cid», « Cuardernos Hispanoamericanos», 269, 1972, pp. 339-348.

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2. E. de Chasca cree que el segundo hemistiquio equivale a una negación implícita de la bondad del rey, haciendo observar: « bueno , para referirse al rey, se usa doce veces, en los versos 20, 1.323, 1.378, 2.094, 2.825, 2.907, 3.001, 3.024, 3.108, 3.127, 3.214, 3.693. La primera vez se encuentra, como se demuestra arriba, en una negación implícita de su bondad» (op. cit., p. 65, nota 2); Menéndez Pidal había parafraseado de esta manera el verso 20: «qué buen vasallo se pierde Alfonso por no ser buen señor, desterrando al héroe» ( CMC , 1956, III, p. 1221); en otros lugares dice: «verso audaz en tiempos de un monarquismo intangible, expresión lapidaria aplicable a todos los tiempos y definidora de muchos momentos penosos del pueblo español, que desaprovecha sus hombres valiosos» ( Castilla…, pp. 161-162); «La Historia Roderici tacha a Alfonso VI de "injusticia" y de "envidia" en sus enojos contra Rodrigo, y el Cantar censura al Rey como señor malo de un vasallo bueno» ( En torno…, p. 147).

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3. Esta exclamación pertenece al Pregón pascual del Sábado de Gloria, uno de los cantos más bellos de la liturgia, conocido también como el Exultet ; he aquí su contexto próximo: «O certe necessarium Adae peccatum, quod Christi morte deletum est! O felix culpa, quae talem ac tantum meruit habere Redemptorem.»

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4. Quintliano: «quoniam non est satis demonstrare discentibus quae sint in ratione prooemii, sed dicendum etiam quomodo perfici facillime possint, hoc adicio, ut dicturus intueatur: quid, apud quem, pro quo, contra quem, quo tempore, quo loco, quo rerum statu, qua vulgi fama dicendum sit… », op. cit., 4, 1. 52 (cf. Lausberg, op. cit., I, pp. 240-241).

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5. Merçed, según se lee en las Siete Partidas , «es perdon que el rey face a otri por merescimiento de servicio quel fizo aquel a quien perdona a aquellos de quien descendió: et es como manera de qualardon» (partida 7, título 32, ley 3; en lo sucesivo se citará en este orden).

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6. Es natural que el auditorio se viera a sí mismo representado en las muchedumbres de Burges; el juglar trataba, sin duda, de sacar alguna lagrimita de sus oyentes; para lograrlo pone en práctica el precepto de Horacio: «Si vis me flere dolendum est / Primum ipsi tibi» ( Ars poetica , 102-03: «si quieres que llore, has de monstrarme primero tu dolor»).

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7. Otros ejemplos: «que mande a algunt home bono que oya aquel pleyto et que lo libre» (p. 3, t. 4, 1. 9); «aquel que les fuese home bueno» (p. 3, t. 4, 1. 20).

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8. En castellano dice así la ley 23: « Arbitros en latín tanto quiere decir en romance como jueces avenidores que son escogidos et puestos de las partes para librar la contienda que es entre ellos; et estos son de dos maneras… La otra manera de jueces de avenencia es a que llaman en latin arbitratores , que quiere tanto decir como alvedriadores et comunales amigos que son escogidos por placer de amas las partes para avenir et librar las contiendas que hobieren entre si en qualquier manera que ellos tovieren por bien… si maliciosamente o por engaño fuese dado [el juicio o la avenencia], débese endereszar et emendar segunt el alvedrio de algunos homes bonos que sean escogidos para esto…» En la ley 24 se insiste: «si cosa desmesurada mandase, débese endereszar por alvedrio de homes bonos»; y en latín: «si inmoderate, recurritur ad arbitrium bonorum virorum».

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9. Du Cange, Glossarium mediae et infimae latinitatis, I, Graz-Austria, 1954, p. 702, «BONUS»; doy a continuación el resto de la cita: «Litterae Officialis Vabrensis de arbitrio dicto per Guillelmum de Canilliaco Priori de Roserio et Rectori Ecclesiae Balmis ann. 1342: Compromiserunt se concorditer et amicabiliter in venerabilem ac religiosum virum D. Guillelmum de Caniliaco Camerarium Anianae tanquam in arbitrum, arbitatorem et amicabilem compositorem et Bonum Dominum ab ipsis partibus communiter electum.»

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10. A. Ubieto Arteta hacía, entre otras, las siguientes observaciones: «existió pujante en la Edad Media el concepto divino de la realeza, plasmado en la cancilleresca fórmula "rex Dei gratia". El rey había sido elegido por Dios, según la teoría contenida en las palabras de san Pablo» ( Observaciones al «Cantar de Mío Cid», «Arbor», 37, 1957, p. 147). G. Correa decía a este propósito: «La mente medieval concebía la organización humana de la sociedad como un engranaje de categorías estrictamente eslabonadas con límite[s] fijos entre la una y la otra. Se trataba, sin duda, en cuanto a la organización secular de un trasunto de la organización celestial en el pináculo de la cual se encontraba la propia divinidad descansando en su trono de gloria sobre todas las categorías de ángeles, bienaventurados y demás criaturas» ( La honra… , p.188, nota 9). Dice Th. Hart en un penetrante comentario: «he (the poet) is, I think… interested in the relationship between the Cid and the king because of the exemplary value as a mirror of the proper relationship between man and God. Its function is that of an extended metaphore which underlies the whole poem. And since the problem is one which concerns every man, whether he be knight, vassal, or neither of the two, the Cid is an exemplary hero in the most literal sense of the word; in the fidelity to his lord, he offers an example which can, or at any rate should, be followed by anyone, whatever his place in society» ( Hierarchical patterns in the «Cantar de Mio Cid », «Romantic Review», 53, 1962. p. 164).

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11. E. de Chasca daba a estos versos una explicación que les restaba el interés que tienen bajo la perspectiva de la mediación; decía: «Esta contestación combina dos corrientes opuestas: de una parte, un residuo todavía fuerte de ojeriza, y, de otra, el principio de buena voluntad encauzada hacia el embajador, por lo menos. El rey confirma, primero, lo que el embajador acaso había anticipado, diciendo que es muy pronto para perdonar a un desterrado que ha incurrido en la ira de su señor. Le incomoda aceptar el regalo, porque aceptándolo se hace vulnerable a una reconciliación. Para evitarla dice que lo recibirá sólo porque fue de moros. Sin embargo, no cabe duda de que el presente le halaga» ( El arte juglaresco… , p. 182).

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12. A. Bello, Gramática, § § 692-695; cf. A. Alonso, art. cit., p. 189.









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13. A. Alonso, art. cit., pp. 189-190.

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14. L. Spitzer, ¡Dios, que…, p. 132.

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15. Véase su nota a continuación del artículo de Spitzer en RFH , 8, 1964, pp. 135-136. Menéndez Pidal habló de su opinión sobre la lectura de Alonso en ediciones posteriores del CMC , 1944-1946, III, p. 1221.

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16. «In poetry si or o si with the subjunctive sometimes expresses a wish… The subjunctive with si or o si is a protasis…, the apodosis not being expressed» (Allen and Greenough, New Latin grammar , Boston, 1903, p. 280 y nota 1). «Oraciones desiderativas… A veces se introducen por medio de conjunciones de subordinación, en especial si , o bien o si : por ej.: o mi praeteritos referat si Juppiter annos! (Verg.); cf.: 'oh, si supiera escribirme'» (M. Bassols de Climent, Sintaxis latina , II, Madrid, 1963, p. 30). El ejemplo que cita de Virgilio procede de la Eneida , 8, 560; otros ejemplos en esta obra, además de los que se citarán en el estudio, en 8, 568 y 575.

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17. La cita de Plauto en contexto es: «ne tu hercle, si te di ament, linguam comprimes» ( Miles , 571). G. Bonfante, The Romance desiderative 'se', «Publications of the Modern Language Association of America», 57, 1942, pp. 930-950, señala la dificultad de aceptar este ejemplo de Plauto.

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18. En una traducción del Nuevo Testamento, hacia 1260, se traducía así: «E quando uio la ciudat, lloro por ella, diziendo: si lo tu sopesses, en aqueste dia, las tus cosas que son ascondidas de tos oios» ( El Nuevo Testamento según el manuscrito escurialense I-I-6 , ed. Y est. de Th. Montgomery y S. W. Baldwin, Madrid, 1970, nota 1260. En la versión inglesa de King James se conserva también el condicional optativo con tiempo verbal en pasado: «If thou hadst known, even thou…»

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19. Biblia medieval romanceada; versión del Antiguo Testamento en el siglo XIV, sobre los textos hebreo y latino, ed. y est. introductorio por J. Llamas, Madrid, 1950-1955 (cf. cap. 9 de Job y 64 de Isaías ).

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