I. DE LA EXOCRÍTICA A LA ENDOCRÍTICA Gracias
sobre todo a don Ramón Menéndez Pidal, el
Cantar de Mio Cid, primogénito de la literatura castellana, fue extraído
casi definitivamente de las oscuridades de su lengua y del arcano mundo de sus
referencias. Hoy este primitivo cantar
puede ser comprendido y apreciado por el lector no especializado. Mio Cid, como aquí voy a llamar a la
obra, ha sobrevivido en un único manuscrito, que escribió Per Abbat. Este manuscrito permaneció varios siglos
escondido en su rincón, donde los eruditos, de topar con él, lo dejaron
reposar, desdeñosos de su desgreñado semblante. Por fin, en la segunda mitad del siglo XVIII, Tomás Antonio Sánchez lo
recogió y publicó en el primer tomo de su antología Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV (Madrid,
1779). Así hizo el protocantar castellano su presentación en la sociedad
literaria. Años
despues los románticos, con su acendrado apasionamiento por lo medieval, leían
la obra y ensalzaban admirados sus aciertos artísticos.{1} A continuación los posrománticos, ilustres
restauradores de monumentos ruinosos, se encargaron con gran denuedo y seriedad
de reengendrar a Mio Cid y darlo
a luz nuevo, darlo a nueva luz. Sobre estos ilustres restauradores se
encumbra la figura de Menéndez Pidal, en quien el Cantar de Mio Cid, hijo de padres desconocidos, habría de encontrar
el más fervoroso y acaudalado de sus padrinos. Don Ramón se adueñó del Cantar. Lo cuidó con el mayor cariño y esmero. Para reparar las injurias y lesiones de la
incuria multisecular, lo sometió a múltiples operaciones quirúrgicas:
trasplantes de tejidos traídos de otros cuerpos, operaciones ortopédicas con
que corregir estructurales
y especialmente, extensa cirugía estética. El Cantar de Mio Cid recibió
de él fecha de nacimiento, 1140; más tarde creyó don Ramón haber descubierto
cuántos y de dónde fueron sus padres.{2} El
éxito de la labor de Menéndez Pidal fue tan extraordinario, tan rotundo, que su
versión crítica muy retocada, Poema de
Mio Cid,{3} llegó a suplantar, aun entre los críticos
medievalistas, el texto original del manuscrito, que él mismo nos legó en
esmerada edición paleográfica.{4} El
gran filólogo se encargó de interpretarnos el habla y el balbuceo del primitivo
texto. En ocasiones, con espíritu de
celoso paternalismo, defendió su propia interpretación contra juicios y
opiniones de críticos extranjeros, extraños al sentimiento nacionalista-por él
defendido-del Cantar.{5} En
una de sus últimas compilaciones recogió Menéndez Pidal una serie de artículos
suyos y la tituló En torno al Poema del
Cid (Barcelona, 1963). Con la
expresión En torno caracterizaba muy
bien el autor su labor sobre Mio Cid. Consciente o inconscientemente nos indicaba
que sus estudios, aparecidos en el transcurso de ubérrimos años, más que en las
entrañas del protocantar castellano, se habían enfocado en su ambiente, en su
mundo de en-torno, en sus
alrededores. La obra crítica de la
escuela pidaliana, la suya labor de exocrítica: preocupación científica
enfocada más que sobre la médula, el sistema nervioso o endoesqueleto de Mio Cid, sobre su exoesqueleto, es decir,
las disciplinas de soporte periférico, filología, historia civil, social,
económica, eclesiástica-, geografía, folklore, jurisprudencia, numismática,
literatura comparada, etc.{6} Exocrítica es crítica del en-torno. Lo
que aquí se va a decir contra la exocrítica no va provocado por un espíritu de
desagradecimiento, menosprecio o denigración; nace de un interés por destacar
las limitaciones de su método en el terreno de la literatura, ciñéndonos en
estos estudios a Mio Cid. Ya lo
reconocí al principio: fueron indispensables los estudios de Menéndez Pidal
para una mejor intelección del protocantar castellano. Gracias a esos estudios la esotérica obra se
nos hizo exotérica. Pero si Mio Cid sigue indefinidamente bajo la
hegemonía de la exocrítica, corre el riesgo de permanecer siendo poco más que
un curioso y apreciable florilego de información lingüística, histórica,
geográfica, jurídica, folklórica, etc., de la vieja Castilla. El riesgo es tanto mayor cuanto mayor es el
calibre y la pasión del crítico posromántico, que se deja llevar por la
entusiasmada ponderación de los valores idiosincráticos del viejo pueblo, en
cuyo seno creyó haberse forjado el poema .{7} Y es
que el exocrítico cae irremediablemente en la tentación de salirse de la obra
al autor, de la estructura al marco cultural, de los personajes a las personas,
de las formas a la materia, de lo patético a lo ideológico, de la imaginación a
la realidad; en menos palabras: de la poesía a la historia. Esas tentaciones de salirse del mundo de por-dentro de la fábula al de en-torno de la historia hicieron caer al
exocrítica en el pecado de proclamar: En suma el Cantar tiene un carácter
eminentemente histórico. {8} A mí
la historicidad, predicada como carácter eminente de una obra poética, me sabe
más que a requiebro a sambenito. Menéndez
Pidal sabía muy bien que muchas noticias del Cantar estaban en desacuerdo con la historia; pero lo proclamaba eminentemente
histórico por su contraste con la Chanson
de Roland criterio exocrítico-, eminentemente fantástica; non sequitur, evidentemente, como no
sería adecuado tildar de africanas a las españolas porque no son tan rubias
como las danesas. Se
comprende, no obstante, que el crítico que es eminentemente historiador no
encuentre mejor elogio para la obra antigua que el de su historicidad. Hay que interpretarlo como elogio
hiperbólico, tan exagerado y voluntarioso como el del poeta cortesano que a su
amada la llamaba diosa, o el del humanista devoto de los libros que, como
Santillana, llamaba a la Virgen bibliotheca. Los historiadores, trabajando por domo, se han esforzado por disecar
la poesía con el fin de preservar la historia. Los
historiadores, denegándose el goce estético, se han atrevido a reprochar al
poeta de Mio Cid sus olvidos o sus
desvíos de la verdad histórica;{9} no han sabido saborear sus aciertos
artísticos, la verdad poética de la composición, en la que el hecho
experimental se desleía en ambigüedad semántica. La
poesía se resiste a convivir con la historia; son dos señoras a las que no se
puede servir a la vez. La obra poética
sufre en poder del historiador, que trata de descoyuntar su esencial
ambigüedad, su enigmas que hay que descifrar con la ayuda de otros documentos;
la obra poética no es mucho más que un código de señales que representan un mundo físico, exterior,
documentable. Al historiador, al
exocrítico, le seduce averiguar esa cosa física, exterior, documentable: qué
fue lo que verdaderamente pasó. Una
de las preocupaciones más picantes de la exocrítica ha sido encontrarle autor a
Mio Cid. El historiador, con el fin de dar autoridad
al relato, ha de cerciorarse primero de la autoridad del relator. Notables han sido los esfuerzos de
especulación sobre el autor de Mio Cid,
su unidad o dualidad. Menéndez Pidal en
sus últimos años defendió la dualidad de poetas como una idea dice- que se
fue implantando lentamente en contra de mis primeras opiniones .{10} El crítico basaba su opinión en el texto
mismo, que parecía reclamar un autor familiarizado con los asuntos de San
Esteban y otro con los de Medinaceli: cada uno, pues, con autoridad para
hablarnos de su parcela. La
exocrítica ha venido juzgando a Mio Cid
dentro de un arte juglaresco: del pueblo, sobre el pueblo, para el pueblo. Fue un sentir muy romático el concepto de un
viejo pueblo preñado de poesía, capaz de alumbrar prodigios como Mio Cid y el Romancero. Ironía romántica;
como si el pueblo medieval no hubiera sido tan inepto para la creación
artística como el contemporáneo. Es de
necesidad creer que el primitivo pueblo castellano era mucho más inepto; ¿ cómo
iba a poder crear, si no contaba ni siquiera con lengua propia orgánica : ¡cuando apenas podemos pensar sin
palabras! No cabe duda de que es muy
irónico que los románticos, tan cultos, tan estudiosos, tan individualistas,
atribuyeran tamaños poderes a las multitudes tan oscuras e ignorantes. Los
exocríticas, con el fin de acentuar ese carácter informativo, fidedigno, de Mio Cid, han tratado de estirar hasta el
máximo cualquier tipo de prueba que pudiera acercar el escrito a la fecha de
los acontecimientos en él relatados; otra vez aquí se servirían de la
conjeturada proximidad a los acontecimientos para argüir sobre la veracidad de
los datos. Con ello parece darse a
entender que aquel viejo pueblo asistiría a las recitaciones de las obras de
entretenimiento con ánimo de ilustrarse en la historia, y no tanto de
deleitarse con la leyenda. Resulta,
sin duda, muy duro imaginarse a aquellas multitudes castellanas abarrotando
plazas y mercados en busca de datos históricos, contados una y otra vez, como
medio de distracción. El historiador
moderno ha tratado de dotar a las multitudes medievales de sus propios
intereses y sus peculiares goces con el descubrimiento histórico, pasando por
alto que lo que para él era descubrimiento, que satisfacía su ansia
investigadora, no causaría a aquéllas mayor emoción que la que puede esperarse de
un parte de noticias, repetido una y otra vez.{11} En
esta apreciación de los gustos del pueblo están muy equivocados los
historiadores. Téngase en cuenta que los
predicadores medievales, como los de hoy, instruían a sus oyentes con
centenares de ejemplos de ficción: miles y miles de ejemplos, de milagros de la
Virgen y de los santos. Unos santos que,
como reza uno de los títulos de Saintyves, Les
saints, successeurs des dieux, habían sido moldeados a imitación de los
dioses paganos, o sea, con elementos legendarios, no a base de hechos de sus
vidas. En la
Castilla medieval el abad Grimaldo nos dejó dicho algo, en su introducción a la
Vida de sancto Domingo de Silos,
sobre su teoría de la biografía: no consistía tanto en relatar la vida
particular de santo valor histórico- como en demostrar fin apologético- que
éste había imitado las virtudes de los buenos ministros del Señor y evitado los
vicios.{12} Al leer la Vida no es difícil notar que el autor fue
buscando por las Escrituras y entre la hagiografía ejemplos buenos, que dijo
haber imitado su biografiado a la perfección. Esta vida de Grimaldo es la que Berceo traduciría, o mejor,
interpretaría en román paladino. ¿ Y la
verdad biográfica No importaba; se
trataba de ejemplos dignos de imitación. En fin, no todos tenían que ser imitables; habían de ser, sí,
admirables, conmovedores. Aquellas
multitudes medievales, como las de hoy, se deleitaban tanto con los relatos
apócrifos de la vida de Cristo, tan incompatibles con la historia de los
Evangelios, que huelga creerlos exigentes en el rigor histórico de los relatos
miocidianos. El
exocrítico ha perdido de vista que el pueblo de todos los tiempos se ha
deleitados más con la leyenda que con la historia; las creencias se impusieron
a los hechos; las costumbres arcaicas y exóticas atarjeron siempre más que las
propias y contemporáneas. ¿ No es el
abuelo, ya viejo, el que literalmente encanta a todos con historietas de sus
tiempos de antaño {13 Siendo
esto así, me gustaría pensar que Mio Cid
fue compuesto muy posterior a 1140, cuando ya sus noticias, modos y costumbres
producirían el deleite de lo arcaico, de lo desusado; el autor, como hombre
docto, pudo haber arcaizado de intento. Compréndase que un retraso en la fecha de composición de Mio Cid no le restaría valor literario
alguno, ni por ello perderían prestigio las letras castellanas. En el
antiguo pueblo griego había descubierto Aristóteles apetencias no por la
historia, sino por una poesía dramática, cuyo sustento no eran los
hechos-como-fueron, sino los hechos-como-debieron-ser. En la Castilla medieval el autor dramático,
al componer Mio Cid, se lanzó con
enorme audacía a la empresa de crear personajes; su obra dramática se
sustentaría de hechos que respondían no a una exigencia histórica, sino a una necesidad poética: eran hechos
como-debieron-ser.{14} Su propósito
era el del artista que, en ejercicio de su omnímoda libertad, pretendía sorprender a su público. La sorpresa, en su caso, era tanto mayor
cuanto más recientes se decían haber sido los sucesos relatados. Los historiadores han querido establecer como
característica de Mio Cid su eminente
historicidad, que han explicado por la fresca memoria de los sucesos; aun
suponiendo que todos esos sucesos hubieron sido históricos, ¿ qué mérito
especial tenía relatar lo de todos conocido Por
mi parte, creo que lo característico, lo original y valioso de Mio Cid consiste en la sorpresa literaria,
en la atribución a hombres de un pasado cercano de acciones ahistóricas,
antihistóricas. Al
elogiar tan hiperbólicamente la historicidad de Mio Cid, además de mermar los valores poéticos de la obra, ha
querido la exocrítica realizar una cualidad, que no es cierto fuera la mayor
preocupación de los escritores o del público de la época. No creo que aquel público acudiera o oír la
historia con una especie de espíritu crítico positivista; lo que querría oír
sería poesía, en el sentido aristotélico de filosofía. La exocrítica tenía que haber demostrado que
el autor de Mio Cid prefería pasar
información de los hechos a impartir conocimientos de verdades de vida,
valiéndose de ejemplos.{15} Otra
afición descarriada de la exocrítica ha sido el enjuiciar el monumento
literario arcaico con miras de sociología moderna, hasta el punto de que lo que
en Mio Cid son motivos literarios ha
sido tomado como prejuicios clasistas, o de partidos políticos.{16} Se ha querido descifrar en las campañas del
Cid un espíritu de cruzada, un propósito de expulsar al infiel de la tierra de
cristianos. Pero, claro, en Mio Cid no todo moro era enemigo, ni
todo cristiano amigo por el mero hecho de su fe. Entre los moros, los hubo que se
reconciliaron amigablemente con el Cid y los suyos, terminada la batalla,
mientras que entre los cristianos, algunos tan sobresalientes como los Infantes
de Carrión, se mostraron hostiles y crueles sin remedio. Parece claro que las campañas bélicas del Cid
fueron originadas no por un espíritu de cruzada, sino por una necesidad de
sobrevivir; esas campañas aumentaron y se extendieron más tarde para satisfacer
el deseo de grandes ganancias. Los
móviles de aquellos guerreros no podrían denominarse, con criterio evangélico, cristianos. La
exocrítica ha querido ver también en los protagonistas de Mio Cid unos paladines de la lucha contra la nobleza corrompida:
contra el Conde de Barcelona, contra los
Infantes de Carrión, contra el rey Alfonso incluso.{17} Pero está claro que el Cid no tenía ni idea
de la democracia; ni puede creerse que luchara contra la nobleza aquel guerrero
que se mostraba sometido, servilmente y de grado, a un rey que le había
desterrado, al parecer inicuamente, que le llenó de deshonra. Por su parte, el Cid, como infanzón
desterrado, primero, y luego como señor de Valencia, se acordaría de su rey y
no cesaría de enviarle regalos. En la
escala de valores del autor, de los personajes y del público inmediato de Mio Cid, el pináculo del triunfo del
Campeador no fue el éxito individual, personal, en un sentir democrático, sino
el hecho de emparentar con nobles, en un sentir monárquico. Hasta el extremo de que, fracasados los primeros
casamientos, unas segundas nupcias habrían de situarlos, a las hijas y los
padres, más cerca del trono. ¿ Con qué
fin mandó el Campeador tantos presentes al rey ofendido Con el fin que cumplen en la obra: recuperar
las antiguas posesiones castellanas y emparentar con condes. Otros
exocríticos se han sentido atraídos por culpar al autor de Mio Cid de antisemitismo, y han hecho verdades piruetas filológicas
por impresionar a su público. En sus
atentados contra el texto no los detuvo el hecho de que a Raquel y Vidas no se
los llame ni una sola vez judíos; ni escucharon al autor que les decía que el
trato era un empeño, que dista mucho
de la usura. Pero algunos críticos se
aprovecharon de su malentendido para arremeter contra aquellos cristianos, de moralidad
distinta de la nuestra, que abusaban de la buena fe de los judíos. El episodio de las arcas responde, en Mio Cid, a una exigencia poética de la
fábula, no a una malevolencia antisemítica, tan extraña a la obra. La
exocrítica, que en muchas ocasiones cayó en el vicioso círculo de explorar la
historia valiéndose de Mio Cid, y
explicar Mio Cid valiédose de la
historia, ha abandonado la indagación seria de los valores propiamente
literarios del protocantar castellano. A
todos nos sobrecoge la masiva y abigarrada documentación de que está armada la
exocrítica. Es obvio, por otro lado, que
el exocrítico concluye su tarea investigadora, y cree haberla llevado a feliz
término, con la documentación en sí. Y
allí donde el exocrítico termina queda aún abierto un horizonte ilimitado al
crítico literario de por sí. Al lado del sólido
bloque de críticos externalistas del Mio
Cid, con sus vastísimos conocimientos, con su impresionante aparato
documentativo, han subsistido a través de los tiempos, como en simbiótica
adherencia, un puñado de críticos de apetencias y gustos por el interior de la
fábula miocidiana. Gracias a ellos no se
han olvidado del todo los valores literarios de Mio Cid. Estos críticos se
han encargado de desentrañar y airear los aciertos poéticos de la voces de
protesta contra el estancamiento de los estudios miocidianos en el terreno de
la periferia cultural.{18} Por mi parte, me he sentido insatisfecho con
las terías de muchos de los exocríticos que, descoyuntando a Mio Cid, han imputado a su autor ideas
que le eran extrañas. He de revisar,
pues, muchas de las interpretaciones hoy vigentes, con el fin de rectificarlas
de acuerdo con un criterio muy riguroso de la que aquí voy a llamar
endocrítica. La endocrítica, en
lugar de otear el panorama de en-torno
de Mio Cid, escudriña su por-dentro. No se preocupa tanto por la investigación del
exoesqueleto las disciplinas de soporte periférico- como por el examen del
endoesqueleto: la estructuración interna de la obra, su funcionamiento
orgánico, su sistema nervioso, el cerebro impreso de su autor. La tarea de la endocrítica es el análisis de
la constitución literaria de la obra, con el fin de esclarecer la organización
artística{19} de sus componentes, no tanto el contenido
informativo. La endocrítica se fija no
tanto en el desacuerdo o adecuación del relato con el ambiente del mundo de la
época como en la estructuración de los diversos ingredientes en función de
mutua integración; no tanto en la ideología de los hombres del entonces como en
la armonía de los personajes en las empresas comunes o su desavenencia en
propósitos conflictivos. La endocrítica
estudia cómo dilucidar la composición y el arreglo de los diversos incidentes
con miras al totum coherente de un
tema capital; sostiene que los diversos episodios son piezas de un engranaje en
acción y prohíbe rotundamente que la obra literaria se visite y use como si
fuera un almacén de respuetos. El objetivo
primordial de la endocrítica es esclarecer y determinar el carácter artístico
de la composición literaria.{20} Con
respecto a Mio Cid, dígase de una
vez, es ese carácter artístico el que lo mantiene vivo y le confiere eternidad
y universalidad; hay que confesar sin temor que, como florilegio o enciclopedia
histórica de su época, Mio Cid es un
documento sumamente sospechoso. A la endocrítica le
tiene sin cuidado la exactitud o el error de la noticia, interesada como está
en la técnica de la fábula literaria y en los elementos que constituyen la
magia y el encanto del arte. No hay arte
sin algún tipo de técnica, y la técnica medieval era, en cuanto a la
estructuración, el arte del ejemplo.{21} Mediante
el ejemplo, el escritor disolvía lo regional e histórico y lo transformaba en
universal y poético. En Mio Cid la actitud del Campeafor se hace
prototipo de actitud humana; su trama, su acción, responde a una verdad más
universal y valedera que la histórica: una verdad de vida. En Mio Cid se trasciende la historia en la
poesía gracias a aquel escritor que supo actuar como zahorí o encantador del relato tradicional. Por su éxito de encantador acudían a él las
masas, deseosas de ser encantadas. Es de
suponer que aquellas masas medievales que abarrotaban las plazas y mercados,
ansiosas de oír a los juglares, irían impulsadas por el mismo espíritu que las
que más tarde llenarían los corrales, en el Siglo de Oro, o los cinemas en
nuestros días. ¿ Trataban de averiguar
qué pasó? Lo que buscaban era una
representación, una función en la que personajes, figuras, imágenes y conceptos
las suspendieran, por unos momentos, por encima de la realidad diaria. Buscaban arte, y arte popular.{22} El ejemplo literario
es algo muy superior al relato de un suceso histórico; mientras éste trata de
servir de vehículo de información, aquél procura revestirse de poderes
ilusorios. Consecuentemente, la palabra
del ejemplo no apunta a una realidad exterior, que hay que averiguar o
documentar, sino que actúa como factor del sentimiento, para impresionar y
emocionar. El artista, el poeta, a
diferencia del historiador, no ha de confiarse en que la magnitud del hecho
hable por sí sola; él habrá de narrar con un punto de vista, con el fin de
mover, de hacer sentir. El artista ha de
esmerarse en la palabra. La palabra está al
principio de toda creación. Las
realidades que cada día contemplamos o experimentamos carecen de forma dinámica
hasta que logramos nombrárnoslas, describírnoslas, meterlas en palabras.{23} Los hechos pasan; el poder subsiste en el
nombre de las cosas. Dice el Génesis que, cuando Dios creó Adán,
trajo ante sus ojos todos los animales del campo y cuantas aves del cielo
formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de
todos los vivientes el que él les diera (2,19). Los medievales leían
mucho la Biblia. En ellas los nombres
tenían una virtud profética y carismática. San Isidoro, en sus Entimologías,
trataría de buscar en los nombres virtud determinante y ejemplar. En Mio
Cid se podría esencializar toda su lección en los epítetos, en los que se
condensa la misión, el carácter y destino del personaje. El autor de Mio Cid, como artista y creador, se
afanaba por el nombre, por la palabra. Su atención y gusto por la palabra llega al colmo en un preciosismo
pseudoetimológico: en Vermudoz trató
de leer vir mutus, que interpretó
como Mudo varón que tanto callas (3302). ¿ Era de verdad tartamudo Pero Bermúdez Pregunta ociosa para la endocrítica, que
rehúsa salir del personaje a la persona, de la fábula literaria a la
historia. A la endocrítica le satisface
complacerse en el juego irónico del artista. La endocrítica se
acerca a los seres humanos de la acción como personajes, y no como personas
históricas. Su carácter y personalidad
es el carácter y personalidad de que los dota el texto. Son individuos ya
liberados de los vínculos de limitación local y temporal, y revestidos de
universalidad, con función de personificar vicariamente al oyente o lector de
muchas épocas y diversa condición. Gracias al ejemplo literario, la persona histórica, de carne y hueso, la
que inspiró al autor épico se despegó de su pasado concreto lo bastante como para
poder ser actualizable en un presente continuo. Esa actualización se
realiza mediante la técnica de la contemplación. El medieval era un hombre contemplativo. Así lo comprendió la Orden de Padres
Predicadores, los grandes maestros del exemplum,
al adoptar como lema el de contemplata
aliis tradere: contemplar primero, después dar a los demás para que ellos a
su vez contemplen. En la contemplación
el sujeto suspende un tanto sus potencias discursivas, puramente racionales,
para avivar su imaginación; a veces puede causar en el sujeto una como vivencia
vicaria de las experiencias contempladas. En su imaginación
adquiere realidad lo que fue invención del autor: una realidad ilusoria. La endocrítica valorará las realidades de la
obra en cuanto a su capacidad de producir ilusión. El autor de Mio Cid concibió su arte como materia de contemplación; quiso
impresionar a su público y emocionarlo. En su obra mostraría el retazo de una vida heroica para enchufar en su
corriente al público, quien, ora simpatizante, ora antipatizante, no podría
sustraerse a convivir el destino, las penas y las glorias de los personajes de
la acción; con ellos se alegraría o se irritaría, lloraría o sonreiría. En la imaginación del
hombre contemplativo se producía una impresión de realidad. En este sentido, el arte de Mio Cid como gran parte del arte
español- era realista. El realismo
literario no es la reproducción de lo real; el mismo Menéndez Pidal concedía
que lo estrictamente real nunca es artístico .{24} El realismo literario es el arte de hacer
ver, de hacer una escena contemplable, visible, experimentable. Tal arte no tiene que ser verista: a veces
puede ser realista sin ser estrictamente verosímil. El autor de Mio Cid es realista en cuanto que, más que describir o contar, muestra. A la función del
autor de mostrar corresponde la del público de contemplar. Tomás Antonio Sánchez, el primer editor del
manuscrito de Mio Cid, supo hacer la
siguientes observaciones: nos representan las costumbres de aquellos tiempos,
y las maneras de explicarse aquellos infanzones de luenga y vellida barba, que
no parece sino que los estamos viendo y escuchando {25} Por ese como ver del lector llamaron los latinos a ese tipo de realismo evidentia (de videre); en español estaría muy bien llamarlo videncia. Se ha hablado del
oficio de fingir de los poetas; merecería la pena estudiar el alcance y
repercusiones del oficio de ver en
los hispanos. El primer monumento
literario castellano se abre con una visión: el protagonista cata detenidamente
y ve, y por sus ojos llorosos cata y ve
el público. ¿ Qué ve Ausencias de cosas enumeradas con
minuciosidad: sin sin sin sin sin . El primer cuadro era un lienzo vacío, en el que las cosas más caras
verdaderamente brillaban por su ausencia. El narrador no contaba: mostró el vacío, la nada. Realismo del escritor español que concibe su
obra -¿ su vida - como una ficción, que ha de contarse como realidad visible y
vivible, como videncia y vivencia. Escuchemos a este propósito a don Quijote, cómo expresaba su experiencia
en la cueva de Montesinos: la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún
humano ha visto ni pasado .{26} La videncia y la vivencia
se logran por el ejercicio de la contemplación, operación anímica con bases en
un conocimiento intuitivo (no discursivo) de un objeto que proporciona deleite
y admiración. La contemplación estética
la producida por la obra de arte- tiene como objeto la ilusión de una realidad
bella, deleitable, emocionante. La
endocrítica se acerca a Mio Cid con
ganas de estudiar esa ilusión. En esa
potencialidad ilusoria se distancia la poesía de la historia; la historia es un
matasueños. Mio Cid es temáticamente una obra de ficción, de ilusión
(destierro-bodas; crimen-castigo). Como
obra de inspiración épica se nutre de algunos sucesos históricos; con respecto
a tales sucesos, lo que la endocrítica aprecia es su re-creación poética: cómo
han sido arreglados artificiosamente con miras a un fin estético. Ese arreglo poético,
esa deformación del hecho histórico, del lugar, de la persona, es lo que yo
llamo enajenación, la cual libera a la conciencia del hecho-como-fue y la
cautiva en un hecho-como-debiera-ser. La
enajenación impide preguntarse: ¿ era tartamudo Pero Bermúdez , ¿ eran judíos Raquel y Vidas , ¿ era el Cid supersticioso , ¿ tenía un león en su casa de Valencia , ¿ se llamaban sus hijas Elvira y Sol Tales preguntas extraen el órgano de su
cuerpo e impiden su recto funcionamiento; endocríticamente hablando, son
preguntas tan dañinas como la de si tendría de veras nuef años o muchos más aquella niña que en Burgos amonestó al Cid
sobre su modo de conducta. En cuanto al
lenguaje, la enajenación consiste en evitar el nombre propio de las personas y
cosas; en su lugar se hace uso de juegos de palabras, de perífrasis, de
eufemismos.{27} Sobre todo,
consiste en la ironía, esa figura de la incongruencia entre la apariencia y la
sustancia. La ironía es esencialmente un
resorte del drama, un entretejido de intrincados conceptos e interpretaciones
por parte del público. La ironía es un
escape del mundo real a un mundo de ilusión, de significados. Mediante el lenguaje
enajenado, el autor logra enajenar a su público: alienarlo, apartarlo del curso
corriente, natural, lógico de la vida y de las acciones, dejándolo en suspenso
entre la realidad contemplada y su significado.{28} La historia encadena al lector a un pasado
glorioso o lamentable. Mio Cid libera al público libre era el
poeta-, transportándolo a un mundo de ilusión, de cornejas conmovidas, de
oraciones cumplidas, de vasallos modelos, de reyes que saben perdonar y
galardonar, de virtud que siempre paga, de malos que, por muy cercanos al
trono, reciben su castigo merecido, de una justicia que triunfa. Es un mundo que, haciéndose apetecible o
temible, no suele ser el que los humanos caminan. De serlo, no produciría tal ensueño, tal
ansiedad: no sería objeto de la literatura. El mundo enajenado de
Mio Cid está habitado por dechados de
conducta humana.{29} El ejemplo
dinámico del Campeador no lo constituían sus hazañas; difícilmente puede uno creer que las
multitudes que escuchaban la recitación de la obra se enardecieran hasta el
punto de tomar las armas y salir a conquistar otras Valencias. Mio Cid
no excita como una arenga militar: calma y satisface al contemplativo. No trata de inducir al público a buscar
remedio a su situación injusta, sino a edificarlo con la consideración de un
hombre que supo encarnar en sí un ideal: la concordia de tendencias
discordantes. El arte de armonizar
lo dísono, uno de los campos magnéticos de la endocrítica, tiene un poder
ilusorio irresistible. El Campeador es
un personaje literariamente completo, a la vez beligerante y piadoso;
embaucador y leal; avaro y desprendido; vengativo y justo; perito en armas y
letras. En la historia de las letras no
faltaban los modelos artísticos: Eneas, piadoso varón de armas; Jesucristo, de
quien literariamente se habló como de León de Judá y Cordero de Dios. Desde este punto de vista, el Cid Campeador,
personaje, pertenece no a la historia civil, militar o política de España, sino
a la tradición literaria,{30} de la que hereda los rasgos de su
personalidad, a un tiempo violenta y magnánima. Cuando el hombre de
letras se propuso escribir sobre el de armas, sintió dentro, muy honda, la
obligación de justificar su fiereza, tan extraña obviamente a su profesión de
artista. Entre cristianos no fue leve la
carga de justificar al guerrero profesional, llamado a la matanza y al
pillaje. Aun el pagano Virgilio, como
referí más arriba, trató de hacer comprender que su Eneas, en el fondo, era un
hombre piadoso, pius. El autor de Mio Cid, una y otra vez, aprovecha sus enormes resortes para
pintarnos a un guerrero justo y amable. El más duro guerrero de Castilla se nos muestra a cada paso lloroso,
piadoso, clemente, amoroso, dadivoso, maestro en la dialéctica y en la
jurisprudencia. Para hacer resaltar la
entereza de ánimo del guerrero y su legitimidad cristiana puso a su lado un
obispo violento, beligerante, matamoros por antonomasia.{31} En Mio Cid, pues, más valiosa que la información
documental es la interpretación de la conducta de los individuos. El autor escribió con un propósito de
conmover por el ejemplo; para lograrlo escogió conscientemente, entre los
elementos que le proporcionaba la tradición y forjaba su imaginación, aquellos
que le parecieron más conducentes; los arregló, los estructuró y dio forma y
sentido. Pensemos en el proceso de
elaboración de la obra literaria y comprenderemos que, a la inversa que en la
historia, donde el escritor explica cómo tales y tales acciones o sucesos
produjeron determinados resultados, en el arte el resultado es primario a la
acción en la mente del autor; éste se propone primeramente un fin y luego
indaga los medios con los que llegar a él. De aquí que el artista se sienta con libertad omnímoda en el manejo de
sus criaturas, en el arreglo de sus operaciones y pensamientos. A la endocrítica le
place pensar en un autor de Mio Cid
libre. ¿ Quién fue el autor {32} Flaubert dijo: Madame Bovary, c est moi , y
a Miguel Á. Asturias le llamaban muchos Señor
Presidente. El creador llega a
identificarse con su criatura. La
endocrítica no se inquieta por saber el nombre propio del autor de Mio Cid. Los nombres propios son en realidad comunes a muchos individuos, de
manera que, de saberlo, seguiríamos identificándole con la nota propia y única
que conocemos: autor de Mio Cid. La endocrítica se desnuda de todo prejuicio,
porque quiere conocer al autor por su obra: por sus frutos los conoceréis ,
como dice el proverbio.{33} Que se llamara
Per Abbat o Domingo Gundisalvo; que fuera dominico o cisterciense; abogado,
clérigo o juglar; que viviera en Medinaceli, en San Esteban o en Cardeña;
cuestiones todas de encomiable pesquisa historia, pero de muy poco valor
literario: su dilucidación poca gloria agregaría o sustraería a la obra de
arte. La Iliada no se inmortalizó porque su autor fuera ciego, ni la
robustez de las Filípicas se debió al
tartajeo de Demóstenes, ni Don Quijote
es nuestra gran obra porque su autor fuera manco. La historia de las letras no precisa índice
de autores, y así lo creería el autor de Mio
Cid cuando no nos reveló el suyo. A la endocrítica le
inquieta, en cambio, el estudio de la obra, interpretarla principalmente en
cuanto a su gravitación interna. La obra
debe estar dotada de un perfecto funcionamiento interno, si ha de reflejar el
cerebro de su autor. Como producto
racional, la obra va regida por unos motivos que la gobiernan. Tales motivos responderán a una idea suma,
primaria, con irresistible fuerza genética, puede denominarse premoción. De acuerdo con la
temática miocidiana, esa premoción del artista es la justificación del
protagonista y su obra: el guerrero profesional queda exculpado; su íntima
bondad, probada y premiada. Bajo este
concepto de la justificación ante la sociedad, el rey y Dios, son integrables
los diversos elementos, recursos y episodios de la fábula. La premoción fue una idea, un propósito del
escritor; su realización se traduce a mociones concretas en cada ejemplo, en
los que se quiere conseguir un equilibrio en el balance entre piedad y
agresividad, justicia y compasión, moderación y venganza, rapiña y generosidad,
etc. Hay alternancias, en cada ejemplo,
de fuerzas centrífugas y centrípetas, que mantienen en tensión el ánimo del
público. Lo correcto en endocrítica será
la ponderación de estas fuerzas y la revaloración de su centripetismo, o su
integrabilidad dentro de la premoción. Esas mociones o
alternancias cuajan en signos expresivos, que constituyen los motivos
estilísticos: palabras, imágenes, conceptos y emociones que retornan
intermitentemente, para mantener dentro del ámbito de la premoción o tema
general cada una de las situaciones individuales, tanto las objetivas de la acción
como las subjetivas del público. Entre
los motivos literarios de este tipo sobresalen los de magnanimidad y clemencia,
por una parte; los de enriquecimiento y matanza, por otra, y las palabras lorar, sangre,{34} espadas, ganançias, coraçon, etc. Hilvanar múltiples
incidentes con motivos similares contribuye a la buena organización interna de
la obra de arte. Sin embargo, si los
incidentes se suceden casualmente, la estructuración sufre en valor artístico. Lo irónico del fenómeno literario es que,
siendo artificial el curso de los eventos, ha de parecer natural; de otra forma
no sería creíble, impediría la génesis de la ilusión. Para su mayor efectividad, pues, los incidentes
de la obra de arte deben sucederse en dependencia o causación mutua. Mio Cid
sorprende al endocrítico por sus pocas casualidades y muchas causalidades;
fondo y formas se integran en la congruencia de la sucesión de las acciones y
situaciones. Los personajes aparecen
motivados debidamente, no sólo los buenos, sino también los malos; sus obras
parecen exigirse en gravitación mutua y no en mera yuxtaposición. En Mio Cid cada episodio es una fase del
desarollo de la acción principal; acción que se va tejiendo lenta y
progresivamente, en un progreso escalonado sin saltos ni retrocesos, con sus
elementos en integración dinámica. El
destierro del comienzo originado por unos enemigos
malos- fue la causa y la razón de ser lógica y adecuada de todas las
situaciones que le siguen hasta el final de las Bodas; fue, además, el
determinante psicológico de la conducta de cada individuo en cada
situación. La reconciliación final fue
tan triunfante por haber sido el destierro tan anonadador. En líneas generales,
la acción progresaba por cauces naturales; con el destierro cayó el
protagonista en la mayor miseria y abandono; de querer sobrevivir, no le
quedaba otra salida que el engaño, la astucia, las mañas. Con timos y artes consiguió sus primeras
ganancias para ablandar el corazón del rey, pues las dádivas quebrantan peñas.{35} El amor del rey se expresó en el casamiento
de doña Elvira de doña Sol con los condes de Carrión. De esa manera llegó el Cid a emparentar con
la nobleza. El dominio sobre Valencia,
el perdón del rey y las bodas honrosas constituyen el desenlace feliz de
aquellos tan tristes comienzos. Y allí
se terminaba, naturalmente, la Gesta. El Cantar de la
Afrenta sigue en el manuscrito a la Gesta,
pero el suceso del comienzo es completamente fortuito, casual; o sea, con él se
rompe el hilo de casualidad, que había cosido entre sí todos los sucesos desde
el destierro hasta las bodas. En
seguida, pues, nos damos cuenta de que el Cantar de la Afrenta aparecía urdido
de unas fibras de distintas sustancias literarias. El sobresalto del león en el pórtico de este
cantar sería, a su vez, causa a la que achacar las acciones que le siguen. La fiera siembra el pánico entre los hombres
del Cid; el excesivo terror y la pusilanimidad de los Infantes de Carrión
provocarían las burlas de los vasallos. Las burlas aumentarían, y con ellas el sinsabor y el malestar de los
Infantes de Valencia. Los invadió la
nostalgia por su patria chica; decidieron abandonar Valencia, pero no sin
vengarse de aquella familia; buscarían la venganza en sus miembros más débiles:
Elvira y Sol, sus esposas. Tuvo lugar el
escarnio, el desamparo en Corpes. El
escarnio encontraría su reparación en las cortes y los duelos; el desamparo se
remedió con las segundas nupcias, mucho mejores que las primeras. Las situaciones y
acciones de una obra están adecuadamente causadas entre sí cuando los agentes,
los personajes, se nos muestran razonablemente motivados. Contribuirá a major mérito del escritor que
no sólo la conducta del protagonista refleje una personalidad cabal, sensata,
sino que también la del antagonista sea digna de hombres; si no justificable,
al menos ha de resultar convincente, comprensible, explicable desde su propio
punto de vista. En otras palabras: el antagonista
debe ser digno contrincante o adversario, y no mamarracho o fantoche
extravagante. En Mio Cid, obra existencial, humana, uno de los rasgos estructurales
de mayor acierto y refinamiento artístico es precisamente la motivación de los
antagonistas. La endocrítica
escudriña la actitud de cada personaje bajo el criterio de la integridad
literaria de la obra, sin interés por sacrificar a ninguno de ellos en aras del
antisemitismo, o del democratismo,{36} o de cualquier otro diosismo periférico. Su
interés es discernir los impulsos psicológicos de los personajes con miras a la
consecución del fin y del clima temático de la obra. La racionalidad y la congruencia de los
motivos crean y mantienen en el público la ilusión de una realidad. El autor de Mio Cid sabe pintar favorablemente al
héroe y a los suyos; así tenía que ser, si quería que el público se
identificara con su causa. Al mismo
tiempo consigue dar a su narración dramática una objetivación tan equilibrada,
que no hay en ella excesos de parcialidad.{37} Uno puede explicarse, por lo que el autor
dice, el porqué de la ira del rey, de la confianza de Raquel y Vidas, de la
agresividad del Conde de Barcelona, de la traición de los Infantes de Carrión,
etc. Por ejemplo, los motivos de los
Infantes eran muy serios, mirándolo desde su punto de vista. Estos hombres habían ido a Valencia tierra
extraña-, en busca de riquezas, paz y felicidad; por el contrario, se ven
acosados por fieras y moros, y, lo que fue peor, acribillados por las incesantes
burlas de aquellos rudos guerreros. Los
Infantes se volvieron neurasténicos, pues todo lo interpretaban para su mal; su
neurastenia degeneró en un tipo de esquizofrenia, con marcada doble
personalidad: amorosos y sádicos, fanfarrones y miedosos; urbanos y traidores,
débiles y belicosos, etc. El autor de Mio Cid supo crear un interesante
ambiente epicodramático, hasta el punto de que no se hace imposible la
compasión por los antagonistas, expuestos al abuso del poder por parte de los
del Cid. El arte
epicodramático, que deriva de esos personajes antagónicos razonablemente
motivados, es la cualidad literaria que sitúa a Mio Cid en el pináculo de las letras medievales en romance. La endocrítica reconoce en Mio Cid su estilo de época, el hecho de
estar enmarcado en un espacio y en un tiempo dados; pero salta por encima de
ese espacio y tiempo para indagar en la obra de arte la impronta del genio
universal. La endocrítica quiere hacer
de Mio Cid una obra comprensible en
sí misma, sin necesidad de que el lector tenga que adentrarse en indagaciones
históricas del complejo castellano de los relatos de Mio Cid, para dar realce a su sustancia epicodramática: el
conflicto de la acción es un conflicto humano, solucionado humanamente. La motivación
razonable de los personajes engendra la justificación literaria, la que enlaza
entre sí cada una de las acciones parciales, confiriéndoles orientación y
sentido temático, dinámico,{38} común. Esa justificación en la cadena de episodios y sucesos en Mio Cid era una cualidad rara en el
estilo de la época. La narrativa
medieval se caracteriza por una elemental estructuración, que se limita a poco
más que la yuxtaposición de episodios, sucesos e incidentes, de por sí inconexos. Con el fin de unirlos artificialmente se
atribuían a un mismo individuo; Berceo acumulaba en un mismo santo cantidad de
milagros;{39} don Juan Manuel ponía cuentos muy diversos en boca
del mismo narrador; Juan Ruiz se retrataba como protagonista de las aventuras
más heterogéneas. Incluso a la muy
posterior novela picaresca se le ha achacado el descuido en la ilación casual
de sus episodios. En la estructuración
de estas obras medievales se desatendía la exigencia interna y mutua de los
sucesos narrados, de manera que la transposición de milagros, cuentos,
aventuras, no hubiera afectado el valor de la composición. Ese valor total de la obra era la suma de los
valores de cada episodio individual, que parecía estar elaborado con carácter
de monolito. En Mio Cid, por el contrario, cada suceso e incidente está trabajado
como sección estructural de una pirámide; no cabe, pues, trastocar uno solo de
ellos sin causar una injuria irreparable a su dinámica de movimiento
convergente. También es rara
cualidad en el estilo de época de Mio Cid
el aprovechamiento del episodio para revelar e iluminar el carácter del
personaje. Un incidente como el del
león, por ejemplo, sirve como catalizador de encontradas actitudes humanas. De ahí se alimenta la potencia dramática de
la obra: de la incorporación de diferentes puntos de vista entre los
personajes. En el estudio de la ironía
en Mio Cid se condensará esa tensión
dramática, conflictiva en el comentario del juglar: Por bien lo dixo el
Çid mas ellos lo tovieron a mal (2464). Pasando al asunto
concreto de estos estudios, el lector debe esperar, claro, sorpresas, que deberá
evaluar de acuerdo con las pruebas y razones que se aducen en apoyo del
replanteamiento y nueva interpretación de versos, pasajes, episodios, conceptos. El criterio máximo para la defensa de mis interpretaciones será la
exigencia interna. La tarea del poeta
fue contar de unas vidas, no como fueron, sino como debieron ser; la del
endocrítico es examinar el texto y dilucidar qué es lo que debe significar en su contexto particular, con miras a realzar sus
méritos artísticos. Al lector, pues, se
le invita a llegarse a la obra magna como yo traté de llegar, guiado por el
consejo de Dámaso Alonso: con inocencia y voluntad de comprender el prodigio
con humildad y en estado de gracia .{40} Con respecto a mi
epigrafía, quisiera advertir que con Mio
Cid se comprende la obra en su
totalidad, como nos ha llegado en el manuscrito. No he creído adecuada la denominación Cantar de Mio Cid, pues aunque en el
texto se emplea cantar (2276), no
quiero dar la impresión de que la obra es un cantar único, con unidad en sus
partes, asunto debatible y debatido a lo largo de estos estudios con argumentos
múltiples. En fin, los propios
partidarios de la unidad de la obra la han tratado no como uno, sino como
varios cantares. Yo mismo adoptaré el
término cantar para referirme en concreto al Cantar del Destierro, Cantar de
las Bodas, Cantar de la Afrenta; terminología que me parece muy aceptable. Me parece, en cambio,
inaceptable la de Poema de Mio Cid,
por su obvio anacronismo; poema es impropio, bajo un criterio de endocrítica,
por no pertenecer al vocabulario del autor y ser desconocido en su época. Este término no entraría en el vocabulario
literario castellano hasta el siglo XV. El mismo Menéndez Pidal, que ha contribuido no poco a extender la
epigrafía Poema de Mio Cid, me daría
la razón en mis gustos, pues escribía él en una ocasión: Siempre es precisa, aun en grado mínimo, la
adecuación cronológica del vocabulario de la época histórica de que
modernamente se trate. {41} Con el fin, pues, de
lograr la mayor adecuación cronológica , me referiré a la obra total como Mio Cid. Usaré la expresión Mio Cid I o
Gesta para comprender el conjunto del
Cantar del Destierro y Cantar de las Bodas, de acuerdo con la voluntad del
autor: Aquis conpieça la
gesta de mio
Çid el de Bivar
(1085). Con el término gesta
el autor, sin duda, trataba de caracterizar literariamente a su obra, el Cantar
de las Bodas, directamente, sin excluir,
por supuesto, el Cantar del Destierro, en el que se tratan las campañas menores
del Cid y sus hombres, como preparación y en camino a la gran conquista. Con
respecto al Cantar de la Afrenta quisiera hacer una advertencia especial, y es
que, por razones que espero quedarán sobradamente probadas en estos estudios,
lo considero una Segunda Parte, con unicidad literaria propia, que no encajaba
en los planes artísticos del autor de la Gesta,
o Parte Primera. Con el fin de
distinguir debidamente las dos partes entre sí, a la Segunda, o Mio Cid II, voy a llamarla con el nombre
que le dio su propio autor, en el explicit, razon:>{42 Estas
son las nuevas de mio
Çid el Campeador; en
este logar se acaba esta razon
(3729-30) De
acuerdo, pues, con un examen riguroso del texto, podemos hablar de una Gesta de Mio Cid y de una Razón de Mio Cid, es decir, podemos
distinguir una obra de género épico y otra de género dramático, de la familia
medieval de las disputas, debates,
razones, etcétera, o como el autor decía también: pleitos (3708).>{43} Dentro del concepto de Razón, como expresión de una actividad pasional e intelectual,
encaja perfectamente el carácter de novela psicológica ,{44}
reconocido en el Cantar de la Afrenta. Cada
uno de estos estudio de endocrítica va intitulado con un verso de Mio Cid, que he creído clave para la
mejor comprensión del tema, de la estructura, del estilo; incluso en la nueva
lectura de un verso o el significado de algún vocablo individual. El último estudio es de carácter general,
sobre la amplificación estilística en Mio
Cid. Aún
en el umbral de mi trabajo, quisiera saludar y expresar mi agradecimiento a
tantos buenos estudiantes y estudiosos que se han ocupado y ocupan, en España,
América y otras partes del mundo, en acrecentar nuestros conocimientos y
sentimientos sobre Mio Cid, bajo
cualquier epígrafe. Dense por felicitados
los que aparecen, por nombre, en la bibliografía, los no citados y, ¡cómo no!,
tantos otros maestros desconocidos, que oralmente, a diversos niveles de la
enseñanza, perpetúan el saber miocidiano. Bésoles a todos las manos con palabras del buen embajador: Hyo
lo vere con el
Çid si Dios me
lieva ala; por
lo que avedes fecho buen cosiment
i avra (1435-36) Notas página once Notas
página once
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