Sherwood Anderson (1876–1941).  Winesburg, Ohio.  1919.
The Strength of God -- La fuerza de Dios
Edición bilingüe, inglés-español, de Miguel Garci-Gomez
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The Strength of God
La fuerza de Dios
THE REVEREND Curtis Hartman was pastor of the Presbyterian Church of Winesburg, and had been in that position ten years. He was forty years old, and by his nature very silent and reticent. To preach, standing in the pulpit before the people, was always a hardship for him and from Wednesday morning until Saturday evening he thought of nothing but the two sermons that must be preached on Sunday. Early on Sunday morning he went into a little room called a study in the bell tower of the church and prayed. In his prayers there was one note that always predominated. “Give me strength and courage for Thy work, O Lord!” he pleaded, kneeling on the bare floor and bowing his head in the presence of the task that lay before him. EL reverendo Curtís Hartman era pastor de la Iglesia Presbiteriana de Winesburg y había ocupado ese cargo durante más de diez años. Había cumplido los cuarenta y era silencioso y reservado por naturaleza. Predicar en el pulpito delante de la gente le costaba un esfuerzo ímprobo y desde el miércoles por la mañana al sábado por la tarde no pensaba en otra cosa que en los dos sermones que tenía que pronunciar el domingo. A primera hora de la mañana del domingo subía a su pequeño estudio en el campanario de la iglesia y rezaba. En sus oraciones siempre dominaba la misma nota: «Oh, Señor, dame fuerzas y valor para trabajar para ti», imploraba arrodillado en el austero suelo y con la cabeza gacha ante la tarea que le esperaba.
 The Reverend Hartman was a tall man with a brown beard. His wife, a stout, nervous woman, was the daughter of a manufacturer of underwear at Cleveland, Ohio. The minister himself was rather a favorite in the town. The elders of the church liked him because he was quiet and unpretentious and Mrs. White, the banker’s wife, thought him scholarly and refined. El reverendo Hartman era alto y tenía la barba castaña. Su esposa, una mujer fornida y nerviosa, era la hija de un fabricante de ropa interior de Cleveland, Ohio. El pastor era un hombre muy popular en el pueblo. A los presbíteros de la iglesia les gustaba porque era callado y sencillo, y la señora White, la mujer del banquero, lo consideraba erudito y refinado.
 The Presbyterian Church held itself somewhat aloof from the other churches of Winesburg. It was larger and more imposing and its minister was better paid. He even had a carriage of his own and on summer evenings sometimes drove about town with his wife. Through Main Street and up and down Buckeye Street he went, bowing gravely to the people, while his wife, afire with secret pride, looked at him out of the corners of her eyes and worried lest the horse become frightened and run away. La Iglesia Presbiteriana estaba un tanto al margen de las demás iglesias de Winesburg. Era mayor y más imponente y su pastor estaba mejor pagado. Incluso tenía su propio coche y las tardes de verano iba a pasear por el pueblo con su mujer. Recorría la calle Mayor e iba arriba y abajo por la calle Buckeye saludando a la gente con gravedad mientras su mujer, llena de secreta vanidad, lo miraba alarmada con el rabillo del ojo por si el caballo se asustaba y salía desbocado.
 For a good many years after he came to Winesburg things went well with Curtis Hartman. He was not one to arouse keen enthusiasm among the worshippers in his church but on the other hand he made no enemies. In reality he was much in earnest and sometimes suffered prolonged periods of remorse because he could not go crying the word of God in the highways and byways of the town. He wondered if the flame of the spirit really burned in him and dreamed of a day when a strong sweet new current of power would come like a great wind into his voice and his soul and the people would tremble before the spirit of God made manifest in him. “I am a poor stick and that will never really happen to me,” he mused dejectedly, and then a patient smile lit up his features. “Oh well, I suppose I’m doing well enough,” he added philosophically. Durante mucho tiempo desde su llegada a Winesburg, a Curtis Hartman le fueron bien las cosas. No despertaba grandes entusiasmos entre los feligreses de su iglesia, pero tampoco se granjeaba enemigos. En realidad, sufría mucho y tenía largos períodos de remordimiento por no ser capaz de salir a predicar la palabra de Dios por todos los callejones del pueblo. Se preguntaba si la llama de la fe ardía realmente en su interior y soñaba con el día en que una poderosa corriente arrastrase su voz y su alma y la gente temblara ante el espíritu de Dios puesto de manifiesto a través de él. «Soy un pobre hombre y eso no sucederá nunca—pensaba con desánimo, y una paciente sonrisa iluminaba sus rasgos—. Aunque, después de todo, supongo que tampoco lo hago tan mal», añadía filosóficamente.
 The room in the bell tower of the church, where on Sunday mornings the minister prayed for an increase in him of the power of God, had but one window. It was long and narrow and swung outward on a hinge like a door. On the window, made of little leaded panes, was a design showing the Christ laying his hand upon the head of a child. One Sunday morning in the summer as he sat by his desk in the room with a large Bible opened before him, and the sheets of his sermon scattered about, the minister was shocked to see, in the upper room of the house next door, a woman lying in her bed and smoking a cigarette while she read a book. Curtis Hartman went on tiptoe to the window and closed it softly. He was horror stricken at the thought of a woman smoking and trembled also to think that his eyes, just raised from the pages of the book of God, had looked upon the bare shoulders and white throat of a woman. With his brain in a whirl he went down into the pulpit and preached a long sermon without once thinking of his gestures or his voice. The sermon attracted unusual attention because of its power and clearness. “I wonder if she is listening, if my voice is carrying a message into her soul,” he thought and began to hope that on future Sunday mornings he might be able to say words that would touch and awaken the woman apparently far gone in secret sin. El estudio del campanario de la iglesia, donde el pastor rezaba los domingos por la mañana para que Dios le diera fuerzas, tenía sólo una ventana. Era larga y estrecha y se abría hacia fuera con una bisagra igual que una puerta. La vidriera estaba hecha de pequeños paneles emplomados y representaba a Cristo poniendo la mano sobre la cabeza de un niño. Un domingo por la mañana, cuando estaba sentado a su escritorio con una enorme Biblia abierta delante de él, y las cuartillas de su sermón esparcidas por ahí, el pastor se sorprendió al ver, en la habitación del piso de arriba de la casa de al lado, a una mujer tumbada en la cama y fumando un cigarrillo mientras leía un libro. Curtis Hartman se acercó de puntillas a la ventana y la cerró con cuidado. Le horrorizaba la idea de que una mujer pudiera fumar y temblaba también al pensar que sus ojos, justo después de leer las páginas del libro de Dios, se hubiesen posado sobre los hombros desnudos y el blanco cuello de una mujer. Con la cabeza dándole vueltas, descendió al pulpito y predicó un largo sermón sin pararse a pensar en sus gestos o en su voz. El sermón atrajo la atención de todos por su claridad y su fuerza. «Quisiera saber si me estará escuchando, si mi voz estará llevando un mensaje a su alma», pensó y empezó a abrigar la esperanza de que, otros domingos por la mañana, pudiera pronunciar palabras capaces de conmover y despertar a aquella mujer que aparentemente se había dejado arrastrar por un pecado secreto.
 The house next door to the Presbyterian Church, through the windows of which the minister had seen the sight that had so upset him, was occupied by two women. Aunt Elizabeth Swift, a grey competent-looking widow with money in the Winesburg National Bank, lived there with her daughter Kate Swift, a school teacher. The school teacher was thirty years old and had a neat trim-looking figure. She had few friends and bore a reputation of having a sharp tongue. When he began to think about her, Curtis Hartman remembered that she had been to Europe and had lived for two years in New York City. “Perhaps after all her smoking means nothing,” he thought. He began to remember that when he was a student in college and occasionally read novels, good although somewhat worldly women, had smoked through the pages of a book that had once fallen into his hands. With a rush of new determination he worked on his sermons all through the week and forgot, in his zeal to reach the ears and the soul of this new listener, both his embarrassment in the pulpit and the necessity of prayer in the study on Sunday mornings. En la casa vecina a la Iglesia Presbiteriana, donde el pastor había visto por la ventana la escena que tanto le había perturbado, vivían dos mujeres: la tía Elizabeth Swift,5 una viuda entrecana de aspecto imponente que tenía dinero en el Winesburg National Bank, y su hija Kate Swift, una maestra de escuela. La maestra tenía treinta años y una figura muy esbelta. Tenía pocos amigos y era famosa por su lengua afilada. Cuando empezó a pensar en ella, Curtis Hartman recordó que había estado en Europa y había vivido dos años en Nueva York. «Después de todo, tal vez no tenga tanta importancia que fume», pensó. Recordó también que, cuando era estudiante en la Universidad y leía alguna que otra novela, había mujeres buenas, aunque un tanto mundanas, que fumaban. Con un nuevo impulso de determinación trabajó toda la semana en su sermón y olvidó, llevado por su celo de llegar a los oídos de su nueva oyente, tanto su vergüenza en el pulpito como la necesidad de rezar en su estudio los domingos por la mañana.
 Reverend Hartman’s experience with women had been somewhat limited. He was the son of a wagon maker from Muncie, Indiana, and had worked his way through college. The daughter of the underwear manufacturer had boarded in a house where he lived during his school days and he had married her after a formal and prolonged courtship, carried on for the most part by the girl herself. On his marriage day the underwear manufacturer had given his daughter five thousand dollars and he promised to leave her at least twice that amount in his will. The minister had thought himself fortunate in marriage and had never permitted himself to think of other women. He did not want to think of other women. What he wanted was to do the work of God quietly and earnestly. La experiencia del reverendo Hartman con las mujeres era más bien limitada. Era hijo de un constructor de carruajes de Muncie, Indiana, y había trabajado para pagarse los estudios. La hija del fabricante de ropa interior se alojaba en la pensión en que había vivido durante sus días de estudiante y, tras un cortejo prolongado y formal en el que ella había tomado siempre la iniciativa, había acabado casándose con ella. El día de su boda, el fabricante de ropa interior le había entregado a su hija cinco mil dólares y había prometido dejarle al menos el doble en su testamento. El pastor se creía afortunado al contraer aquel matrimonio y jamás se había permitido pensar en otras mujeres. No quería pensar en otras mujeres. Lo único que quería era trabajar para el Señor seria y calladamente.
 In the soul of the minister a struggle awoke. From wanting to reach the ears of Kate Swift, and through his sermons to delve into her soul, he began to want also to look again at the figure lying white and quiet in the bed. On a Sunday morning when he could not sleep because of his thoughts he arose and went to walk in the streets. When he had gone along Main Street almost to the old Richmond place he stopped and picking up a stone rushed off to the room in the bell tower. With the stone he broke out a corner of the window and then locked the door and sat down at the desk before the open Bible to wait. When the shade of the window to Kate Swift’s room was raised he could see, through the hole, directly into her bed, but she was not there. She also had arisen and had gone for a walk and the hand that raised the shade was the hand of Aunt Elizabeth Swift. En el alma del pastor se produjo un conflicto. De desear llegar a los oídos de Kate Swift y profundizar en su alma a través de sus sermones, pasó a desear volver a ver la figura tumbada y silenciosa sobre la cama. El domingo por la mañana, como no podía dormir debido a sus pensamientos, se levantó y salió a pasear por las calles. Después de recorrer la calle Mayor casi hasta la casa de los Richmond, se detuvo, cogió una piedra y volvió a toda prisa al estudio del campanario. Con la piedra rompió una esquina de la vidriera y luego cerró la puerta con llave y se sentó a su escritorio delante de la Biblia abierta. Cuando se levantó la persiana de la habitación de Kate Swift pudo ver su cama a través del agujero, pero ella no estaba allí. Kate también se había levantado y había salido a pasear, y la mano que había levantado la persiana era la de la tía Elizabeth Swift.
 The minister almost wept with joy at this deliverance from the carnal desire to “peep” and went back to his own house praising God. In an ill moment he forgot, however, to stop the hole in the window. The piece of glass broken out at the corner of the window just nipped off the bare heel of the boy standing motionless and looking with rapt eyes into the face of the Christ. El pastor casi lloró de alegría por haberse librado del deseo carnal de «espiar» y volvió a su casa alabando al Señor. Pero, en mala hora, olvidó tapar el agujero de la ventana. El trozo de cristal roto en la esquina de la vidriera estaba justo a la altura del talón desnudo del niño que contemplaba inmóvil y con ojos arrobados el rostro de Cristo.
 Curtis Hartman forgot his sermon on that Sunday morning. He talked to his congregation and in his talk said that it was a mistake for people to think of their minister as a man set aside and intended by nature to lead a blameless life. “Out of my own experience I know that we, who are the ministers of God’s word, are beset by the same temptations that assail you,” he declared. “I have been tempted and have surrendered to temptation. It is only the hand of God, placed beneath my head, that has raised me up. As he has raised me so also will he raise you. Do not despair. In your hour of sin raise your eyes to the skies and you will be again and again saved.” Ese domingo por la mañana, Curtis Hartman olvidó su sermón. Habló a su congregación y en su prédica dijo que era un error que la gente pensara que su pastor era un hombre aparte y capaz por naturaleza de llevar una vida intachable. «Por propia experiencia sé que los ministros de Dios estamos sujetos a las mismas tentaciones que os asaltan a vosotros—afirmó—. Yo también he sido tentado y he sucumbido a la tentación. Sólo la mano de Dios me ha ayudado a levantarme. E, igual que me ha ayudado a mí, os ayudará a vosotros. No desesperéis. Cuando cometáis un pecado, alzad la vista al cielo y os salvaréis una y otra vez».
 Resolutely the minister put the thoughts of the woman in the bed out of his mind and began to be something like a lover in the presence of his wife. One evening when they drove out together he turned the horse out of Buckeye Street and in the darkness on Gospel Hill, above Waterworks Pond, put his arm about Sarah Hartman’s waist. When he had eaten breakfast in the morning and was ready to retire to his study at the back of his house he went around the table and kissed his wife on the cheek. When thoughts of Kate Swift came into his head, he smiled and raised his eyes to the skies. “Intercede for me, Master,” he muttered, “keep me in the narrow path intent on Thy work.” El pastor apartó con firmeza de su imaginación el recuerdo de aquella mujer y empezó a portarse como una especie de enamorado con su mujer. Una noche cuando paseaban juntos desvió el caballo al llegar a la calle Buckeve y en la oscuridad de Gospel Hill, más allá de los depósitos de agua, le pasó el brazo por la cintura a Sarah Hartman. Cuando desayunaba por la mañana e iba a retirarse a su despacho en la parte de atrás de la casa, daba la vuelta a la mesa y besaba a su mujer en la mejilla. Cada vez que el recuerdo de Kate Swift acudía a su memoria, sonreía y alzaba la mirada al cielo. «Intercede por mí, Señor—murmuraba—, guíame por el buen camino para llevar a cabo tus obras».
 And now began the real struggle in the soul of the brown-bearded minister. By chance he discovered that Kate Swift was in the habit of lying in her bed in the evenings and reading a book. A lamp stood on a table by the side of the bed and the light streamed down upon her white shoulders and bare throat. On the evening when he made the discovery the minister sat at the desk in the dusty room from nine until after eleven and when her light was put out stumbled out of the church to spend two more hours walking and praying in the streets. He did not want to kiss the shoulders and the throat of Kate Swift and had not allowed his mind to dwell on such thoughts. He did not know what he wanted. “I am God’s child and he must save me from myself,” he cried, in the darkness under the trees as he wandered in the streets. By a tree he stood and looked at the sky that was covered with hurrying clouds. He began to talk to God intimately and closely. “Please, Father, do not forget me. Give me power to go tomorrow and repair the hole in the window. Lift my eyes again to the skies. Stay with me, Thy servant, in his hour of need.” Entonces empezó el verdadero conflicto en el alma del pastor de barba castaña. Por casualidad, descubrió que Kate Swift tenía la costumbre de tumbarse en la cama por las noches a leer un libro. En la mesilla, junto a la cama, había una lámpara y la luz bañaba sus blancos hombros y su cuello desnudo. La tarde que hizo aquel descubrimiento el pastor estuvo sentado en el escritorio de su despacho desde las nueve hasta más de las once y, cuando la joven apagó la luz, salió tambaleándose de la iglesia y pasó otras dos horas paseando y rezando por las calles. No quería besarle los hombros y el cuello a Kate Swift y jamás habría permitido que su imaginación concibiese semejantes ideas. No sabía lo que quería. «Soy un hijo de Dios y El debe salvarme de mí mismo», gritó en la oscuridad bajo los árboles mientras deambulaba por las calles. Se detuvo junto a un árbol y miró al cielo, que estaba cubierto de nubes presurosas. Empezó a hablarle íntimamente a Dios. «Por favor, Padre, no me olvides. Dame fuerzas para arreglar mañana el agujero de la ventana. Vuelve mi vista al cielo. Quédate conmigo, tu siervo, en esta hora de necesidad».
 Up and down through the silent streets walked the minister and for days and weeks his soul was troubled. He could not understand the temptation that had come to him nor could he fathom the reason for its coming. In a way he began to blame God, saying to himself that he had tried to keep his feet in the true path and had not run about seeking sin. “Through my days as a young man and all through my life here I have gone quietly about my work,” he declared. “Why now should I be tempted? What have I done that this burden should be laid on me?” El pastor estuvo paseando calle arriba y abajo y su alma siguió angustiada días y semanas. No alcanzaba a comprender la tentación que le asediaba ni la razón de que se hubiera producido. En cierto sentido, empezó a culpar a Dios, diciéndose que él se había esforzado por seguir el camino recto y no había salido a buscar el pecado. «Toda mi juventud y mi vida me he consagrado discretamente a mi trabajo—afirmaba—. ¿Por qué he de ser tentado ahora? ¿Qué es lo que he hecho para que me caiga esta carga encima?».
 Three times during the early fall and winter of that year Curtis Hartman crept out of his house to the room in the bell tower to sit in the darkness looking at the figure of Kate Swift lying in her bed and later went to walk and pray in the streets. He could not understand himself. For weeks he would go along scarcely thinking of the school teacher and telling himself that he had conquered the carnal desire to look at her body. And then something would happen. As he sat in the study of his own house, hard at work on a sermon, he would become nervous and begin to walk up and down the room. “I will go out into the streets,” he told himself and even as he let himself in at the church door he persistently denied to himself the cause of his being there. “I will not repair the hole in the window and I will train myself to come here at night and sit in the presence of this woman without raising my eyes. I will not be defeated in this thing. The Lord has devised this temptation as a test of my soul and I will grope my way out of darkness into the light of righteousness.” Aquel otoño e invierno Curtis Hartman salió tres veces a hurtadillas de su casa para ir a sentarse en la oscuridad en la habitación del campanario y contemplar la figura de Kate Swift tumbada en su cama y luego deambular y rezar por las calles. No acertaba a comprenderse a sí mismo. Pasaba semanas sin pensar apenas en la maestra de escuela y diciéndose que había vencido el deseo carnal de ver su cuerpo. Y luego ocurría algo. Estaba en el despacho de su casa concentrado en escribir un sermón y de pronto lo embargaba una especie de nerviosismo y empezaba a dar vueltas por la habitación. «Saldré a pasear por la calle—se decía, e incluso mientras abría la puerta de la iglesia seguía negándose a sí mismo la verdadera causa que lo había llevado hasta allí—. No repararé el agujero de la vidriera y me obligaré a venir aquí por las noches y a sentarme en presencia de esa mujer sin levantar la mirada. No seré derrotado. El señor ha ideado esta tentación para poner a prueba la rectitud de mi alma y debo buscar la luz de la virtud a tientas en la oscuridad».
 One night in January when it was bitter cold and snow lay deep on the streets of Winesburg Curtis Hartman paid his last visit to the room in the bell tower of the church. It was past nine o’clock when he left his own house and he set out so hurriedly that he forgot to put on his overshoes. In Main Street no one was abroad but Hop Higgins the night watchman and in the whole town no one was awake but the watchman and young George Willard, who sat in the office of the Winesburg Eagle trying to write a story. Along the street to the church went the minister, plowing through the drifts and thinking that this time he would utterly give way to sin. “I want to look at the woman and to think of kissing her shoulders and I am going to let myself think what I choose,” he declared bitterly and tears came into his eyes. He began to think that he would get out of the ministry and try some other way of life. “I shall go to some city and get into business,” he declared. “If my nature is such that I cannot resist sin, I shall give myself over to sin. At least I shall not be a hypocrite, preaching the word of God with my mind thinking of the shoulders and neck of a woman who does not belong to me.” Una noche de enero en que hacía mucho frío y la nieve cubría las calles de Winesburg, Curtis hizo su última visita a la habitación del campanario. Eran más de las nueve cuando salió de su casa y lo hizo con tanta precipitación que olvidó ponerse los chanclos. En la calle Mayor no había nadie a excepción de Hop Higgins, el sereno, y en todo el pueblo no quedaba nadie despierto salvo el sereno y el joven George Willard, que estaba en las oficinas del Winesburg Eagle tratando de escribir un relato. El pastor recorrió las calles abriéndose paso entre la nieve y pensando que esta vez cedería al pecado. «Quiero mirar a esa mujer y pensar en besarle los hombros. Esta vez pensaré lo que me venga en gana», afirmó con amargura y los ojos se le llenaron de lágrimas. Empezó a darle vueltas a la idea de abandonar el ministerio y dedicarse a otra cosa. «Iré a alguna ciudad y me dedicaré a los negocios—se dijo—. Si mi naturaleza me empuja hacia el pecado, me rendiré a él. Al menos no seré un hipócrita que predica la palabra de Dios mientras piensa en los hombros y el cuello de una mujer que no le pertenece».
 It was cold in the room of the bell tower of the church on that January night and almost as soon as he came into the room Curtis Hartman knew that if he stayed he would be ill. His feet were wet from tramping in the snow and there was no fire. In the room in the house next door Kate Swift had not yet appeared. With grim determination the man sat down to wait. Sitting in the chair and gripping the edge of the desk on which lay the Bible he stared into the darkness thinking the blackest thoughts of his life. He thought of his wife and for the moment almost hated her. “She has always been ashamed of passion and has cheated me,” he thought. “Man has a right to expect living passion and beauty in a woman. He has no right to forget that he is an animal and in me there is something that is Greek. I will throw off the woman of my bosom and seek other women. I will besiege this school teacher. I will fly in the face of all men and if I am a creature of carnal lusts I will live then for my lusts.” Esa noche de enero hacía frío en el campanario de la iglesia y, nada más entrar en la habitación, Curtis Hartman supo que, si se quedaba, enfermaría. Tenía los pies húmedos de andar por la nieve y no había lumbre encendida. En la habitación de la casa de al lado, Kate Swift no había aparecido todavía. Con lúgubre determinación, el hombre se sentó a esperar. Sentado en la silla y aferrado al borde de la mesa donde reposaba la Biblia, siguió con la mirada fija en la oscuridad mientras lo asediaban las ideas más negras que había pensado en toda su vida. Pensó en su mujer y, por un momento, casi sintió odio por ella. «Siempre le ha avergonzado la pasión y me ha estafado—pensó—. Un hombre tiene derecho a esperar pasión y belleza de una mujer. No tiene derecho a olvidar que es un animal, y en mí hay algo griego. Repudiaré a esa mujer y buscaré a otras. Cortejaré a esa maestra de escuela. Huiré de todo el mundo y, si soy una criatura de apetitos carnales, viviré para mis apetitos».
 The distracted man trembled from head to foot, partly from cold, partly from the struggle in which he was engaged. Hours passed and a fever assailed his body. His throat began to hurt and his teeth chattered. His feet on the study floor felt like two cakes of ice. Still he would not give up. “I will see this woman and will think the thoughts I have never dared to think,” he told himself, gripping the edge of the desk and waiting. El hombre, enloquecido, temblaba de pies a cabeza, en parte por el frío y en parte por la lucha que se libraba en su interior. Pasaron las horas y sufrió un ataque de fiebre. Empezó a dolerle la garganta y los dientes le castañeaban. Tenía los pies como dos trozos de hielo. Aún así no se rindió. «Veré a esa mujer y pensaré cosas que nunca me había atrevido a pensar», se dijo sujetándose al borde del escritorio mientras esperaba.
 Curtis Hartman came near dying from the effects of that night of waiting in the church, and also he found in the thing that happened what he took to be the way of life for him. On other evenings when he had waited he had not been able to see, through the little hole in the glass, any part of the school teacher’s room except that occupied by her bed. In the darkness he had waited until the woman suddenly appeared sitting in the bed in her white night-robe. When the light was turned up she propped herself up among the pillows and read a book. Sometimes she smoked one of the cigarettes. Only her bare shoulders and throat were visible. Curtis Hartman estuvo a punto de morir a causa de aquella noche de espera en la iglesia, pero lo que ocurrió también sirvió para mostrarle algo que él tomó por el camino que debía seguir en la vida. Las otras tardes que se había quedado esperando no había acertado a ver por el agujero de la vidriera más que la parte de la habitación ocupada por la cama. Había esperado en la oscuridad hasta que aparecía la mujer sentada en la cama con su camisón blanco. Después de encender la luz, se acomodaba apoyándose en los almohadones y leía un libro. A veces fumaba un cigarrillo. Lo único visible eran su cuello y sus hombros desnudos.
 On the January night, after he had come near dying with cold and after his mind had two or three times actually slipped away into an odd land of fantasy so that he had by an exercise of will power to force himself back into consciousness, Kate Swift appeared. In the room next door a lamp was lighted and the waiting man stared into an empty bed. Then upon the bed before his eyes a naked woman threw herself. Lying face downward she wept and beat with her fists upon the pillow. With a final outburst of weeping she half arose, and in the presence of the man who had waited to look and not to think thoughts the woman of sin began to pray. In the lamplight her figure, slim and strong, looked like the figure of the boy in the presence of the Christ on the leaded window. Esa noche de enero, después de estar a punto de morir de frío y de que su imaginación lo hubiese transportado dos o tres veces a una extraña región de fantasía, de modo que se vio obligado a hacer un ejercicio de voluntad para recobrar la conciencia, apareció Kate Swift. Se encendió la luz en la habitación de enfrente y el hombre miró fijamente la cama vacía. Luego, una mujer se arrojó desnuda delante de sus ojos. Boca abajo lloró y golpeó con los puños en la almohada. Tras un último acceso de llanto, se incorporó y, en presencia del hombre que había esperado para verla y pensar en aquella pecadora, empezó a rezar. A la luz de la lámpara, su figura, fuerte y delgada, recordaba a la figura del niño en presencia de Cristo que había en la vidriera emplomada.
 Curtis Hartman never remembered how he got out of the church. With a cry he arose, dragging the heavy desk along the floor. The Bible fell, making a great clatter in the silence. When the light in the house next door went out he stumbled down the stairway and into the street. Along the street he went and ran in at the door of the Winesburg Eagle. To George Willard, who was tramping up and down in the office undergoing a struggle of his own, he began to talk half incoherently. “The ways of God are beyond human understanding,” he cried, running in quickly and closing the door. He began to advance upon the young man, his eyes glowing and his voice ringing with fervor. “I have found the light,” he cried. “After ten years in this town, God has manifested himself to me in the body of a woman.” His voice dropped and he began to whisper. “I did not understand,” he said. “What I took to be a trial of my soul was only a preparation for a new and more beautiful fervor of the spirit. God has appeared to me in the person of Kate Swift, the school teacher, kneeling naked on a bed. Do you know Kate Swift? Although she may not be aware of it, she is an instrument of God, bearing the message of truth.” Curtis Hartman nunca llegó a recordar cómo salió de la iglesia. Se levantó con un grito y empujó el pesado escritorio. La Biblia cayó al suelo con estrépito. Cuando se apagó la luz de la habitación de al lado, bajó dando tumbos por las escaleras hasta llegar a la calle. Corrió calle abajo hasta llegar a la puerta del Winesburg Eagle. Empezó a hablarle con incoherencia a George Willard, que estaba dando vueltas por la habitación inmerso en su propia lucha. «Los caminos del Señor son inescrutables—gritó entrando a toda prisa y cerrando la puerta tras de sí. Avanzó hacia donde estaba el joven con los ojos encendidos y la voz temblándole de fervor—. He visto la luz. Después de pasar diez años en este pueblo, Dios se ha manifestado ante mis ojos en forma de una mujer.—Bajó la voz y empezó a susurrar—. No lo comprendía. Lo que me parecía una prueba para mi alma era sólo la preparación para un nuevo y más hermoso fervor del espíritu. Dios se me ha aparecido en la forma de Kate Swift, la maestra de escuela, arrodillada desnuda en su cama. ¿Conoces a Kate Swift? Puede que ella lo ignore, pero es un instrumento del Señor, y portadora de un mensaje de verdad».
 Reverend Curtis Hartman turned and ran out of the office. At the door he stopped, and after looking up and down the deserted street, turned again to George Willard. “I am delivered. Have no fear.” He held up a bleeding fist for the young man to see. “I smashed the glass of the window,” he cried. “Now it will have to be wholly replaced. The strength of God was in me and I broke it with my fist.” El reverendo Curtis Hartman se dio la vuelta y salió corriendo de la oficina. Al llegar a la puerta se detuvo, y, después de mirar hacia la calle, se volvió una vez más hacia George Willard. «He sido liberado. No temas.—Alzó el puño ensangrentado para que el joven lo viera—. Rompí el cristal de la ventana—exclamó—. Ahora tendrán que reemplazarlo. La fuerza de Dios me poseyó y lo rompí de un puñetazo».