Sherwood Anderson (1876–1941).  Winesburg, Ohio.  1919.
Mother -- Madre
Edición bilingüe, inglés-español, de Miguel Garci-Gomez
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Mother
Madre  
ELIZABETH WILLARD, the mother of George Willard, was tall and gaunt and her face was marked with smallpox scars. Although she was but forty-five, some obscure disease had taken the fire out of her figure. Listlessly she went about the disorderly old hotel looking at the faded wall-paper and the ragged carpets and, when she was able to be about, doing the work of a chambermaid among beds soiled by the slumbers of fat traveling men. Her husband, Tom Willard, a slender, graceful man with square shoulders, a quick military step, and a black mustache trained to turn sharply up at the ends, tried to put the wife out of his mind. The presence of the tall ghostly figure, moving slowly through the halls, he took as a reproach to himself. When he thought of her he grew angry and swore. The hotel was unprofitable and forever on the edge of failure and he wished himself out of it. He thought of the old house and the woman who lived there with him as things defeated and done for. The hotel in which he had begun life so hopefully was now a mere ghost of what a hotel should be. As he went spruce and business-like through the streets of Winesburg, he sometimes stopped and turned quickly about as though fearing that the spirit of the hotel and of the woman would follow him even into the streets. “Damn such a life, damn it!” he sputtered aimlessly. ELIZABETH Willard, la madre de George Willard, era alta y flaca y tenía la cara picada de viruelas. Aunque no pasaba de los cuarenta y cinco años, alguna oscura enfermedad había apagado su fuego interior. Iba y venía con indolencia por el hotel viejo y destartalado mirando el descolorido empapelado de las paredes y las alfombras deshilachadas, y ejerciendo, cuando podía, el trabajo de camarera entre las camas mancilladas por el sueño de los gruesos viajantes de comercio. Su marido, Tom Willard, un hombre esbelto, agraciado y ancho de espaldas, que andaba con paso militar y decidido, y tenía un bigote negro al que había acostumbrado a girar bruscamente hacia arriba, trataba de disuadirla. Aquella figura alta y fantasmal que se movía lentamente por las habitaciones le parecía un reproche a su persona. Al pensar en ella se indignaba y soltaba un juramento. El hotel era poco rentable y estaba siempre al borde de la quiebra y le habría gustado librarse de él. Pensaba en el viejo edificio y en la mujer que vivía allí con él como en cosas derrotadas y acabadas. El hotel en que había empezado a vivir con tantas esperanzas ya no era sino una mera sombra de lo que debería ser un hotel. A veces, cuando andaba muy serio y acicalado por las calles de Winesburg, se paraba y se volvía de pronto, como si temiera que el espíritu del hotel y de su mujer le persiguieran incluso por la calle. «¡Qué vida más perra!», farfullaba sin objeto.
  Tom Willard had a passion for village politics and for years had been the leading Democrat in a strongly Republican community. Some day, he told himself, the fide of things political will turn in my favor and the years of ineffectual service count big in the bestowal of rewards. He dreamed of going to Congress and even of becoming governor. Once when a younger member of the party arose at a political conference and began to boast of his faithful service, Tom Willard grew white with fury. “Shut up, you,” he roared, glaring about. “What do you know of service? What are you but a boy? Look at what I’ve done here! I was a Democrat here in Winesburg when it was a crime to be a Democrat. In the old days they fairly hunted us with guns.” Tom Willard sentía pasión por la política local y durante años había sido el líder demócrata en una comunidad declaradamente republicana. «Algún día—se decía—la marea de la política se pondrá de mi lado y todos estos años de servicios inútiles pesarán mucho a la hora de repartir las recompensas». Soñaba con ir al Congreso e incluso con llegar a ser gobernador. Una vez que un miembro más joven del partido se levantó en una conferencia política y empezó a alardear de sus fieles servicios, Tom Willard se puso lívido de furia. «¡Silencio!—rugió mirando con rabia en torno suyo—. ¿Qué sabrá usted de servicios? ¡Si no es más que un muchacho imberbe! ¡Fíjese en mí! He sido demócrata en Winesburg cuando era un crimen serlo. En los viejos tiempos faltaba poco para que nos persiguieran a tiros».
  Between Elizabeth and her one son George there was a deep unexpressed bond of sympathy, based on a girlhood dream that had long ago died. In the son’s presence she was timid and reserved, but sometimes while he hurried about town intent upon his duties as a reporter, she went into his room and closing the door knelt by a little desk, made of a kitchen table, that sat near a window. In the room by the desk she went through a ceremony that was half a prayer, half a demand, addressed to the skies. In the boyish figure she yearned to see something half forgotten that had once been a part of herself re-created. The prayer concerned that. “Even though I die, I will in some way keep defeat from you,” she cried, and so deep was her determination that her whole body shook. Her eyes glowed and she clenched her fists. “If I am dead and see him becoming a meaningless drab figure like myself, I will come back,” she declared. “I ask God now to give me that privilege. I demand it. I will pay for it. God may beat me with his fists. I will take any blow that may befall if but this my boy be allowed to express something for us both.” Pausing uncertainly, the woman stared about the boy’s room. “And do not let him become smart and successful either,” she added vaguely. Entre Elizabeth y su único hijo George había un profundo e inefable vínculo de simpatía, basado en un sueño juvenil femenino largamente olvidado. En presencia del hijo era tímida y reservada, pero a veces, mientras él iba de aquí para allá por el pueblo, dedicado a su tarea de reportero, ella entraba en su habitación, cerraba la puerta y se arrodillaba junto al pequeño escritorio, hecho con una mesa de cocina, que había junto a la ventana. Allí, junto al escritorio, llevaba a cabo una ceremonia que era en parte una plegaria y en parte una petición dirigida a los cielos. Deseaba ver renacer en la figura del muchacho algo que una vez había sido parte de sí misma. A eso se refería la plegaria. «Aunque muera, sabré alejar de ti la derrota», exclamaba con tanta determinación que todo su cuerpo se estremecía, los ojos le brillaban y apretaba los puños. «Si muero y lo veo convertirse en una figura gris e insignificante como yo, volveré—afirmaba—. Le pediré a Dios que me conceda ese privilegio. Lo exigiré. Pagaré el precio que sea. Ya puede Dios darme de puñetazos. Aceptaré cualquier golpe con tal de que mi hijo tenga ocasión de decir algo en nombre de los dos». La mujer se detenía dubitativa y contemplaba la habitación del muchacho. «Y tampoco permitiré que acabe siendo un listillo triunfador», añadía de forma vaga.
  The communion between George Willard and his mother was outwardly a formal thing without meaning. When she was ill and sat by the window in her room he sometimes went in the evening to make her a visit. They sat by a window that looked over the roof of a small frame building into Main Street. By turning their heads they could see through another window, along an alleyway that ran behind the Main Street stores and into the back door of Abner Groff’s bakery. Sometimes as they sat thus a picture of village life presented itself to them. At the back door of his shop appeared Abner Groff with a stick or an empty milk bottle in his hand. For a long time there was a feud between the baker and a grey cat that belonged to Sylvester West, the druggist. The boy and his mother saw the cat creep into the door of the bakery and presently emerge followed by the baker, who swore and waved his arms about. The baker’s eyes were small and red and his black hair and beard were filled with flour dust. Sometimes he was so angry that, although the cat had disappeared, he hurled sticks, bits of broken glass, and even some of the tools of his trade about. Once he broke a window at the back of Sinning’s Hardware Store. In the alley the grey cat crouched behind barrels filled with torn paper and broken bottles above which flew a black swarm of flies. Once when she was alone, and after watching a prolonged and ineffectual outburst on the part of the baker, Elizabeth Willard put her head down on her long white hands and wept. After that she did not look along the alleyway any more, but tried to forget the contest between the bearded man and the cat. It seemed like a rehearsal of her own life, terrible in its vividness. Exteriormente, la comunión entre George Willard y su madre era formal y desprovista de significado. Cuando ella estaba enferma y se sentaba junto a la ventana de su cuarto, él a veces iba a visitarla por la tarde. Se sentaban junto a una ventana que daba al tejado de un pequeño edificio de madera en la calle Mayor. Con sólo volver la cabeza, podían mirar por otra ventana hacia un callejón que había detrás de las tiendas de la calle Mayor y conducía a la puerta trasera de la panadería de Abner Groff. A veces, mientras estaban allí, se desarrollaba ante sus ojos una escena de la vida pueblerina. Abner Groff aparecía en la puerta trasera de su tienda con un bastón o una botella de leche vacía en la mano. Hacía mucho tiempo que el panadero se la tenía jurada a un gato gris que pertenecía a Sylvester West, el farmacéutico. El chico y su madre veían al gato colarse por la puerta de la panadería y volver a salir perseguido por el panadero que maldecía y agitaba los brazos. El panadero tenía los ojos pequeños y enrojecidos, y el cabello negro y la barba cubiertos de harina. En ocasiones se enfadaba tanto que, aunque el gato hubiera desaparecido, lanzaba palos, trozos de cristal roto e incluso algunas de sus herramientas. Una vez rompió una ventana de la parte de atrás de la ferretería Sinning. En el callejón, el gato gris se agazapaba detrás de barriles llenos de papel y botellas rotas sobre los que se cernía un negro enjambre de moscas. En una ocasión en que estaba sola, tras observar un largo e inútil arrebato por parte del panadero, Elizabeth Willard se tapó la cara con las manos largas y blancas y lloró. Después, nunca volvió a mirar hacia el callejón, sino que trató de olvidar la disputa entre el barbudo y el gato. Le pareció una representación de su propia vida, terrible por su realismo.
  In the evening when the son sat in the room with his mother, the silence made them both feel awkward. Darkness came on and the evening train came in at the station. In the street below feet tramped up and down upon a board sidewalk. In the station yard, after the evening train had gone, there was a heavy silence. Perhaps Skinner Leason, the express agent, moved a truck the length of the station platform. Over on Main Street sounded a man’s voice, laughing. The door of the express office banged. George Willard arose and crossing the room fumbled for the doorknob. Sometimes he knocked against a chair, making it scrape along the floor. By the window sat the sick woman, perfectly still, listless. Her long hands, white and bloodless, could be seen drooping over the ends of the arms of the chair. “I think you had better be out among the boys. You are too much indoors,” she said, striving to relieve the embarrassment of the departure. “I thought I would take a walk,” replied George Willard, who felt awkward and confused. Por la tarde, cuando el hijo se sentaba con su madre en la habitación, el silencio les hacía sentirse extraños. Anochecía y el tren nocturno llegaba a la estación. Abajo, en la calle, se oían los pasos de la gente que iba y venía sobre los tablones de la acera. En la estación, tras la partida del tren nocturno, reinaba un profundo silencio. Tal vez Skinner Leason, el agente de transporte arrastrara una carretilla a lo largo del andén. En la calle Mayor resonaba la risotada de un hombre. La puerta de la oficina de transportes se cerraba de un portazo. George Willard se levantaba, atravesaba la habitación y buscaba a tientas el pomo de la puerta. A veces chocaba con una silla y la hacía rechinar contra el suelo. La enferma seguía junto a la ventana, indolente y totalmente inmóvil. Se veían sus manos largas, blancas y exangües apoyadas en los brazos del sillón. —Deberías salir con los otros chicos. Pasas demasiado tiempo encerrado—decía esforzándose por aliviar la turbación de la partida. —Pensaba ir a dar un paseo—replicaba George Willard, que se sentía raro y confuso.
  One evening in July, when the transient guests who made the New Willard House their temporary home had become scarce, and the hallways, lighted only by kerosene lamps turned low, were plunged in gloom, Elizabeth Willard had an adventure. She had been ill in bed for several days and her son had not come to visit her. She was alarmed. The feeble blaze of life that remained in her body was blown into a flame by her anxiety and she crept out of bed, dressed and hurried along the hallway toward her son’s room, shaking with exaggerated fears. As she went along she steadied herself with her hand, slipped along the papered walls of the hall and breathed with difficulty. The air whistled through her teeth. As she hurried forward she thought how foolish she was. “He is concerned with boyish affairs,” she told herself. “Perhaps he has now begun to walk about in the evening with girls.” Una tarde de julio, en que escaseaban los pasajeros que hacían del New Willard House su hogar temporal y los pasillos, iluminados con lámparas de queroseno a media luz, estaban sumidos en la oscuridad, Elizabeth vivió una aventura. Llevaba varios días enferma en cama y su hijo no había ido a visitarla. Se alarmó. Su ansiedad avivó la débil chispa de vida que quedaba en su cuerpo hasta convertirla en una llama y se deslizó fuera de su lecho, se vistió y corrió por el pasillo hacia la habitación de su hijo, agitada por unos temores exagerados. Avanzó apoyándose y deslizando la mano por el empapelado de la pared del pasillo y respirando con dificultad. El aire silbaba entre sus dientes. Mientras se apresuraba hacia allí, pensó que aquello era una locura. «Son cosas de jóvenes—pensó—. Tal vez haya empezado a salir con alguna chica».
  Elizabeth Willard had a dread of being seen by guests in the hotel that had once belonged to her father and the ownership of which still stood recorded in her name in the county courthouse. The hotel was continually losing patronage because of its shabbiness and she thought of herself as also shabby. Her own room was in an obscure corner and when she felt able to work she voluntarily worked among the beds, preferring the labor that could be done when the guests were abroad seeking trade among the merchants of Winesburg. Elizabeth Willard temía que la vieran los huéspedes del hotel que antes había sido de su padre y del que todavía era propietaria, según constaba en el registro de la propiedad del condado. El hotel no dejaba de perder clientes debido a su mal estado y ella también creía estar en mal estado. Su habitación estaba en un rincón oscuro y, cuando se sentía capaz de trabajar, prefería dedicarse a hacer las camas, porque podía hacerlo cuando los huéspedes estaban fuera tratando de hacer negocios con los comerciantes de Winesburg.
  By the door of her son’s room the mother knelt upon the floor and listened for some sound from within. When she heard the boy moving about and talking in low tones a smile came to her lips. George Willard had a habit of talking aloud to himself and to hear him doing so had always given his mother a peculiar pleasure. The habit in him, she felt, strengthened the secret bond that existed between them. A thousand times she had whispered to herself of the matter. “He is groping about, trying to find himself,” she thought. “He is not a dull clod, all words and smartness. Within him there is a secret something that is striving to grow. It is the thing I let be killed in myself.” La madre se arrodilló junto a la puerta del dormitorio de su hijo y escuchó para ver si se oía algún ruido dentro. Cuando oyó al muchacho moverse por la habitación y hablar en voz baja, acudió a sus labios una sonrisa. George Willard tenía la costumbre de hablar solo y eso siempre le había producido un extraño placer a su madre, que tenía la sensación de que aquel hábito reforzaba el vínculo secreto que había entre ellos. Mil veces había musitado para sus adentros, a propósito de aquel asunto. «Está tanteando, tratando de encontrarse a sí mismo—pensaba—. No es ningún patán obtuso, todo palabrería y ocurrencias. Hay algo dentro de él que pugna secretamente por crecer. Es lo mismo que yo permití que matasen en mi interior».
  In the darkness in the hallway by the door the sick woman arose and started again toward her own room. She was afraid that the door would open and the boy come upon her. When she had reached a safe distance and was about to turn a corner into a second hallway she stopped and bracing herself with her hands waited, thinking to shake off a trembling fit of weakness that had come upon her. The presence of the boy in the room had made her happy. In her bed, during the long hours alone, the little fears that had visited her had become giants. Now they were all gone. “When I get back to my room I shall sleep,” she murmured gratefully. En la oscuridad del pasillo, la enferma se incorporó y volvió a su habitación. Le asustaba que la puerta pudiera abrirse y el chico la encontrara allí. Cuando llegó a una distancia prudencial y estaba a punto de doblar la esquina para seguir por otro pasillo se detuvo y, apoyándose con ambas manos, esperó a que se le pasase un tembloroso acceso de debilidad que había sufrido de pronto. La presencia del muchacho en la habitación la había alegrado. En su cama, durante las largas horas que había pasado sola, los pequeños temores que la habían asediado se habían convertido en gigantes. Ahora habían desaparecido. «Cuando vuelva a mi habitación podré dormir», murmuró agradecida.
  But Elizabeth Willard was not to return to her bed and to sleep. As she stood trembling in the darkness the door of her son’s room opened and the boy’s father, Tom Willard, stepped out. In the light that steamed out at the door he stood with the knob in his hand and talked. What he said infuriated the woman. Pero Elizabeth Willard no iba a volver a su cama a dormir. Mientras esperaba temblorosa en la oscuridad, se abrió la puerta del cuarto de su hijo y quien salió fue Tom Willard, el padre del muchacho. Se quedó allí con la mano en el picaporte, iluminado por la luz que salía por la puerta, y habló. Lo que dijo enfureció a su mujer.
  Tom Willard was ambitious for his son. He had always thought of himself as a successful man, although nothing he had ever done had turned out successfully. However, when he was out of sight of the New Willard House and had no fear of coming upon his wife, he swaggered and began to dramatize himself as one of the chief men of the town. He wanted his son to succeed. He it was who had secured for the boy the position on the Winesburg Eagle. Now, with a ring of earnestness in his voice, he was advising concerning some course of conduct. “I tell you what, George, you’ve got to wake up,” he said sharply. “Will Henderson has spoken to me three times concerning the matter. He says you go along for hours not hearing when you are spoken to and acting like a gawky girl. What ails you?” Tom Willard laughed good-naturedly. “Well, I guess you’ll get over it,” he said. “I told Will that. You’re not a fool and you’re not a woman. You’re Tom Willard’s son and you’ll wake up. I’m not afraid. What you say clears things up. If being a newspaper man had put the notion of becoming a writer into your mind that’s all right. Only I guess you’ll have to wake up to do that too, eh?” Tom Willard tenía ambiciones para su hijo. Siempre se había tenido por un triunfador, aunque nada de lo que había hecho había tenido éxito. No obstante, cuando estaba lejos del New Willard House y no corría el riesgo de toparse con su mujer, fanfarroneaba y se pintaba a sí mismo como uno de los hombres más influyentes del pueblo. Quería ver triunfar a su hijo. Era él quien le había buscado la ocupación en el Winesburg Eagle. Ahora, le estaba dando solemnes consejos sobre su forma de comportarse. «Te digo, George, que va siendo hora de que espabiles—dijo con aspereza—. Will Henderson me ha insistido ya varias veces. Asegura que te pasas horas sin responder cuando te hablan y que actúas como una chica atolondrada. ¿Se puede saber qué es lo que te pasa?». Tom Willard soltó una carcajada franca. «En fin, supongo que ya se te pasará—afirmó—, es lo que le dije a Will. No eres estúpido y no eres ninguna chica. Eres el hijo de Tom Willard, así que ya espabilarás. No me preocupa. Lo que me has dicho aclara las cosas. Si el trabajo de periodista te ha sugerido la idea de meterte a escritor, a mí no me parece mal. Aunque para eso también tendrás que espabilar, ¿eh?».
  Tom Willard went briskly along the hallway and down a flight of stairs to the office. The woman in the darkness could hear him laughing and talking with a guest who was striving to wear away a dull evening by dozing in a chair by the office door. She returned to the door of her son’s room. The weakness had passed from her body as by a miracle and she stepped boldly along. A thousand ideas raced through her head. When she heard the scraping of a chair and the sound of a pen scratching upon paper, she again turned and went back along the hallway to her own room. Tom Willard se marchó a toda prisa por el pasillo y bajó un tramo de escaleras hasta su despacho. En la oscuridad, su mujer lo oyó reír y conversar con un huésped que estaba pasando aquella tarde aburrida dormitando en una butaca junto al despacho. Volvió a la puerta de la habitación de su hijo. Se le había pasado la debilidad como por milagro y avanzó con paso decidido. Mil ideas cruzaron por su imaginación. Cuando oyó arrastrar una silla y el ruido de la pluma al arañar el papel, se dio la vuelta y regresó por el pasillo a su cuarto.
  A definite determination had come into the mind of the defeated wife of the Winesburg hotel keeper. The determination was the result of long years of quiet and rather ineffectual thinking. “Now,” she told herself, “I will act. There is something threatening my boy and I will ward it off.” The fact that the conversation between Tom Willard and his son had been rather quiet and natural, as though an understanding existed between them, maddened her. Although for years she had hated her husband, her hatred had always before been a quite impersonal thing. He had been merely a part of something else that she hated. Now, and by the few words at the door, he had become the thing personified. In the darkness of her own room she clenched her fists and glared about. Going to a cloth bag that hung on a nail by the wall she took out a long pair of sewing scissors and held them in her hand like a dagger. “I will stab him,” she said aloud. “He has chosen to be the voice of evil and I will kill him. When I have killed him something will snap within myself and I will die also. It will be a release for all of us.” La derrotada mujer del hotelero de Winesburg había tomado una decisión que era el resultado de largos años de reflexiones tranquilas e ineficaces. «Bueno—se dijo—, ha llegado el momento de actuar. Algo está amenazando a mi hijo y tengo que impedirlo como sea». El hecho de que la conversación entre Tom Willard y su hijo hubiese sido tan tranquila y natural, como si entre ellos hubiese un claro entendimiento, la sacaba de quicio. Hacía años que odiaba a su marido, pero su odio había sido siempre impersonal. El formaba parte de algo que ella aborrecía. Ahora, aquellas palabras pronunciadas en la puerta lo habían convertido en su más pura personificación. En la oscuridad de su cuarto apretó los puños y miró fijamente en torno suyo. Sacó unas largas tijeras de coser de una bolsita de tela que colgaba de un clavo de la pared y las empuñó como una daga. «Lo apuñalaré—dijo en voz alta—. Ha escogido convertirse en portavoz del mal y lo mataré. Cuando lo haya matado, algo se quebrará en mi interior y yo también moriré. Será una liberación para todos».
  In her girlhood and before her marriage with Tom Willard, Elizabeth had borne a somewhat shaky reputation in Winesburg. For years she had been what is called “stage-struck” and had paraded through the streets with traveling men guests at her father’s hotel, wearing loud clothes and urging them to tell her of life in the cities out of which they had come. Once she startled the town by putting on men’s clothes and riding a bicycle down Main Street. En su juventud, y antes de celebrarse su matrimonio con Tom Willard, Elizabeth había disfrutado de una reputación más bien dudosa en Winesburg. Durante muchos años había sido, como suele decirse, un poco teatrera y se había paseado por las calles en compañía de los viajantes de comercio que se hospedaban en el hotel de su padre, vestida con ropa muy llamativa y animándoles a que le hablaran de las ciudades de donde provenían. En cierta ocasión, había conmocionado al pueblo entero al ponerse ropa de hombre y recorrer en bicicleta la calle Mayor.
  In her own mind the tall dark girl had been in those days much confused. A great restlessness was in her and it expressed itself in two ways. First there was an uneasy desire for change, for some big definite movement to her life. It was this feeling that had turned her mind to the stage. She dreamed of joining some company and wandering over the world, seeing always new faces and giving something out of herself to all people. Sometimes at night she was quite beside herself with the thought, but when she tried to talk of the matter to the members of the theatrical companies that came to Winesburg and stopped at her father’s hotel, she got nowhere. They did not seem to know what she meant, or if she did get something of her passion expressed, they only laughed. “It’s not like that,” they said. “It’s as dull and uninteresting as this here. Nothing comes of it.” En esos tiempos, aquella muchacha alta y morena estaba muy confusa. La dominaba una enorme inquietud que se expresaba de dos maneras diferentes. En primer lugar, sentía un apremiante deseo de cambiar y de dar un giro radical a su vida. Dicho deseo era el que le había hecho interesarse por el teatro. Soñaba con unirse a alguna compañía y recorrer mundo, conocer caras nuevas y entregar algo de sí misma a su público. A veces, de noche, la idea le impedía conciliar el sueño, pero cuando trataba de hablar con los miembros de las compañías teatrales que pasaban por Winesburg y se alojaban en el hotel de su padre, no sacaba nada en claro. O bien no parecían entenderla o, si lograba expresar en parte su apasionamiento, se burlaban de ella. «No es eso—decían—. Resulta tan aburrido y poco interesante como lo de aquí. No conduce a ninguna parte».
  With the traveling men when she walked about with them, and later with Tom Willard, it was quite different. Always they seemed to understand and sympathize with her. On the side streets of the village, in the darkness under the trees, they took hold of her hand and she thought that something unexpressed in herself came forth and became a part of an unexpressed something in them. Cuando paseaba con los viajantes, y luego con Tom Willard, la cosa era muy distinta. Siempre daban la impresión de entenderla y compadecerla. En las calles menos frecuentadas del pueblo, en la oscuridad bajo los árboles, la cogían de la mano y ella pensaba que una parte inexpresable de sí misma pasaba así a formar parte de algo no menos inexpresable de ellos.
  And then there was the second expression of her restlessness. When that came she felt for a time released and happy. She did not blame the men who walked with her and later she did not blame Tom Willard. It was always the same, beginning with kisses and ending, after strange wild emotions, with peace and then sobbing repentance. When she sobbed she put her hand upon the face of the man and had always the same thought. Even though he were large and bearded she thought he had become suddenly a little boy. She wondered why he did not sob also. Y luego estaba la segunda expresión de su inquietud. Cuando eso se producía, se sentía liberada y feliz durante un tiempo. No culpaba a los hombres que paseaban con ella y más tarde no culpó a Tom Willard. Era igual cada vez: empezaba con besos y acababa, tras unas emociones extrañas y desbocadas, con una sensación de paz y de lloroso arrepentimiento. Mientras sollozaba apoyaba la cara en la mano del hombre y siempre pensaba lo mismo. Aunque fuese grande y con barba, pensaba que se había convertido de pronto en un niño pequeño. Le sorprendía que no se pusiese a llorar él también.
  In her room, tucked away in a corner of the old Willard House, Elizabeth Willard lighted a lamp and put it on a dressing table that stood by the door. A thought had come into her mind and she went to a closet and brought out a small square box and set it on the table. The box contained material for make-up and had been left with other things by a theatrical company that had once been stranded in Winesburg. Elizabeth Willard had decided that she would be beautiful. Her hair was still black and there was a great mass of it braided and coiled about her head. The scene that was to take place in the office below began to grow in her mind. No ghostly worn-out figure should confront Tom Willard, but something quite unexpected and startling. Tall and with dusky cheeks and hair that fell in a mass from her shoulders, a figure should come striding down the stairway before the startled loungers in the hotel office. The figure would be silent—it would be swift and terrible. As a tigress whose cub had been threatened would she appear, coming out of the shadows, stealing noiselessly along and holding the long wicked scissors in her hand. En su cuarto, oculta en un rincón del viejo Willard House, Elizabeth Willard encendió una lámpara y la colocó en una mesita que había junto a la puerta. Se le había metido una idea en la cabeza, así que se dirigió al armario y sacó una cajita cuadrada que dejó sobre la mesa. La caja contenía artículos de maquillaje y llevaba allí desde que la dejara olvidada, junto a algunas cosas más, una compañía teatral que había recalado en Winesburg. Elizabeth Willard había decidido ponerse guapa. Su cabello todavía era negro y formaba una gran masa trenzada y recogida alrededor de la cabeza. La escena que iba a suceder en el despacho de abajo empezaba a cobrar forma en su imaginación. No sería una figura fatigada y fantasmal lo que se enfrentaría a Tom Willard, sino algo mucho más sorprendente e inesperado. Alta, con las mejillas morenas y la mata de cabello cayéndole sobre los hombros, bajaría a grandes pasos las escaleras ante los ojos de los atónitos huéspedes del hotel. Sería una figura silenciosa, pero rápida y terrible. Aparecería como una tigresa cuyo cachorro estuviera en peligro, saldría de entre las sombras, deslizándose furtiva y sigilosa y empuñando las largas y temibles tijeras.
  With a little broken sob in her throat, Elizabeth Willard blew out the light that stood upon the table and stood weak and trembling in the darkness. The strength that had been as a miracle in her body left and she half reeled across the floor, clutching at the back of the chair in which she had spent so many long days staring out over the tin roofs into the main street of Winesburg. In the hallway there was the sound of footsteps and George Willard came in at the door. Sitting in a chair beside his mother he began to talk. “I’m going to get out of here,” he said. “I don’t know where I shall go or what I shall do but I am going away.” Con un sollozo ahogado en la garganta, Elizabeth Willard apagó la lámpara que había dejado sobre la mesa y se quedó débil y temblorosa en la oscuridad. La fuerza que había animado su cuerpo como por milagro desapareció y a punto estuvo de desplomarse en el suelo, tuvo que aferrarse al respaldo de la silla en la que había pasado tanto tiempo contemplando los tejados de uralita de la calle Mayor. Se oyeron unas pisadas en el pasillo y George Willard entró por la puerta. Se sentó en una silla junto a su madre y empezó a hablar. —Voy a marcharme—dijo—. No sé adonde ni lo que haré, pero me marcho.
  The woman in the chair waited and trembled. An impulse came to her. “I suppose you had better wake up,” she said. “You think that? You will go to the city and make money, eh? It will be better for you, you think, to be a business man, to be brisk and smart and alive?” She waited and trembled. La mujer de la silla esperó temblorosa. Sintió un impulso. —Supongo que ya va siendo hora de que espabiles—respondió—. ¿No crees? Así que quieres ir a la ciudad a ganar dinero, ¿eh? ¿No te parece que lo mejor que puedes hacer es convertirte en un hombre de negocios y ser activo, agudo y despierto?—Esperó y tembló.
  The son shook his head. “I suppose I can’t make you understand, but oh, I wish I could,” he said earnestly. “I can’t even talk to father about it. I don’t try. There isn’t any use. I don’t know what I shall do. I just want to go away and look at people and think.” El hijo negó con la cabeza. —No sé si conseguiré hacértelo entender, pero ojalá pudiera—dijo muy serio—. No puedo hablar de esto con mi padre. Ni siquiera voy a intentarlo. No serviría de nada. No sé lo que haré. Sólo quiero irme, observar a la gente y pensar
  Silence fell upon the room where the boy and woman sat together. Again, as on the other evenings, they were embarrassed. After a time the boy tried again to talk. “I suppose it won’t be for a year or two but I’ve been thinking about it,” he said, rising and going toward the door. “Something father said makes it sure that I shall have to go away.” He fumbled with the doorknob. In the room the silence became unbearable to the woman. She wanted to cry out with joy because of the words that had come from the lips of her son, but the expression of joy had become impossible to her. “I think you had better go out among the boys. You are too much indoors,” she said. “I thought I would go for a little walk,” replied the son stepping awkwardly out of the room and closing the door. .—Volvió a reinar el silencio en la habitación donde estaban la mujer y el chico. Una vez más, como las otras tardes, se sentían cortados. Al cabo de un rato, el chico trató de reiniciar la conversación—. Supongo que no será hasta dentro de un año o dos, pero lo he estado pensando —afirmó levantándose y dirigiéndose hacia la puerta—. Después de lo que me ha dicho mi padre no me queda otro remedio que marcharme. Toqueteó torpemente el pomo de la puerta. En la habitación el silencio se hizo insoportable para la mujer. Quería llorar de felicidad por las palabras que habían salido de los labios de su hijo, pero expresar alegría se había vuelto imposible para ella. —Deberías salir con los otros chicos. Pasas demasiado tiempo encerrado—dijo. —Pensaba ir a dar un paseo—respondió el chico saliendo torpemente de la habitación y cerrando la puerta.