El sur [The South] Edición bilingüe, español- inglés, de Miguel Garci-Gomez. Dept. Romance Stydies --
El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.
The man that stepped off the boat in Buenos Aires in 1871 was a minister of the Evangelical Church; his name was Johannes Dahlmann. By 1939, one of his grandsons, Juan Dahlmann, was secretary of a municipal library on Calle Córdoba and considered himself profoundly Argentine. His maternal grandfather had been Francisco Flores, of the 2nd Infantry of the Line, who died on the border of Buenos Aires “from a spear wielded by the Indians under Catriel.” In the contrary pulls from his two lineages, Juan Dahlmann (perhaps impelled by his Germanic blood) chose that of his romantic ancestor, or that of a romantic death. That slightly willful but never ostentatious "Argentinization" drew sustenance from an old sword, a locket containing the daguerreotype of a bearded, inexpressive man, the joy and courage of certain melodies, the habit of certain verses in Martín Fierro, the passing years, a certain lack of spiritedness, and solitude. At the price of some self-denial, Dahlmann had managed to save the shell of a large country house in the South that had once belonged to the Flores family; one of the touchstones of his memory was the image of the eucalyptus trees and the long pink-colored house that had once been scarlet. His work, and perhaps his indolence, held him in the city. Summer after summer he contented himself with the abstract idea of possession and with the certainty that his house was waiting for him, at a precise place on the flatlands. In late February, 1939, something happened to him .
Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque era indispensable sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.
Though blind to guilt, fate can be merciless with the slightest distractions. That afternoon Dahlmann had come upon a copy (from which some pages were missing) of Weil′s Arabian Nights; eager to examine his find, he did not wait for the elevator—he hurriedly took the stairs. Something in the dimness brushed his forehead—a bat? a bird? On the face of the woman who opened the door to him, he saw an expression of horror, and the hand he passed over his forehead came back red with blood. His brow had caught the edge of a recently painted casement window that somebody had forgotten to close . Dahlmann managed to sleep, but by the early hours of morning he was awake, and from that time on, the flavor of all things was monstrous to him. Fever wore him away, and illustrations from the Arabian Nights began to illuminate nightmares. Friends and members of his family would visit him and with exaggerated smiles tell him how well he looked. Dahlmann, in a kind of feeble stupor, would hear their words, and it would amaze him that they couldn′t see he was in hell. Eight days passed, like eight hundred years. One afternoon, his usual physician appeared with a new man, and they drove Dahlmann to a sanatorium on Calle Ecuador; he needed to have an X-ray. Sitting in the cab they had hired to drive them, Dahlmann reflected that he might, at last, in a room that was not his own, be able to sleep. He felt happy, he felt like talking, but the moment they arrived, his clothes were stripped from him, his head was shaved, he was strapped with metal bands to a table, he was blinded and dizzied with bright lights, his heart and lungs were listened to, and a man in a surgical mask stuck a needle in his arm. He awoke nauseated, bandaged, in a cell much like the bottom of a well, and in the days and nights that followed, he realized that until then he had been only somewhere on the outskirts of hell. Ice left but the slightest trace of coolness in his mouth . During these days, Dahlmann hated every inch of himself; he hated his identity, his bodily needs, his humiliation, the beard that prickled his face. He stoically suffered the treatments administered to him, which were quite painful, but when the surgeon told him he′d been on the verge of death from septicemia, Dahlmann, suddenly self-pitying, broke down and cried . The physical miseries, the unending anticipation of bad nights had not allowed him to think about anything as abstract as death . The next day, the surgeon told him he was coming right along, and that he′d soon be able to go out to the country house to convalesce .
A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.
Reality is partial to symmetries and slight anachronisms; Dahlmann had come to the sanatorium in a cab, and it was a cab that took him to the station at Plaza Constitución. The first cool breath of autumn, after the oppression of the summer, was like a natural symbol of his life brought back from fever and the brink of death. The city, at that seven o′clock in the morning, had not lost that look of a ramshackle old house that cities take on at night; the streets were like long porches and corridors, the plazas like interior courtyards. After his long stay in hospital, Dahlmann took it all in with delight and a touch of vertigo; a few seconds before his eyes registered them, he would recall the corners, the marquees, the modest variety of Buenos Aires. In the yellow light of the new day, it all came back to him . Incredibly, the promised day arrived .
Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio.
Everyone knows that the South begins on the other side of Avenida Rivadavia. Dahlmann had often said that that was no mere saying, that by crossing Rivadavia one entered an older and more stable world . From the cab, he sought among the new buildings the window barred with wrought iron, the door knocker, the arch of a doorway, the long entryway, the almost-secret courtyard .
En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.
In the grand hall of the station he saw that he had thirty minutes before his train left. He suddenly remembered that there was a café on Calle Brasil (a few yards from Yrigoyen′s house) where there was a huge cat that would let people pet it, like some disdainful deity. He went in. There was the cat, asleep . He ordered a cup of coffee, slowly spooned sugar into it, tasted it (a pleasure that had been forbidden him in the clinic), and thought, while he stroked the cat′s black fur, that this contact was illusory, that he and the cat were separated as though by a pane of glass, because man lives in time, in successiveness, while the magical animal lives in the present, in the eternity of the instant .
A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.
The train, stretching along the next-to-last platform, was waiting. Dahlmann walked through the cars until he came to one that was almost empty. He lifted his bag onto the luggage rack; when the train pulled out, he opened his bag and after a slight hesitation took from it the first volume of The Arabian Nights . To travel with this book so closely linked to the history of his torment was an affirmation that the torment was past, and was a joyous, secret challenge to the frustrated forces of evil .
A los lados del tren, la ciudad se desgarraba en suburbios; esta visión y luego la de jardines y quintas demoraron el principio de la lectura. La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.
On both sides of the train, the city unraveled into suburbs; that sight, and later the sight of lawns and large country homes, led Dahlmann to put aside his reading. The truth is, Dahlmann read very little; the lodestone mountain and the genie sworn to kill the man who released him from the bottle were, as anyone will admit, wondrous things, but not much more wondrous than this morning and the fact of being . Happiness distracted him from Scheherazade and her superfluous miracles; Dahlmann closed the book and allowed himself simply to live .
El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.
Lunch (with bouillon served in bowls of shining metal, as in the now-distant summers of his childhood) was another quiet, savored pleasure .
Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario.
Tomorrow I will wake up at my ranch, he thought, and it was as though he were two men at once: the man gliding along through the autumn day and the geography of his native land, and the other man, imprisoned in a sanatorium and subjected to methodical attentions. He saw unplastered brick houses, long and angular, infinitely watching the trains go by; he saw horsemen on the clod-strewn roads; he saw ditches and lakes and pastures; he saw long glowing clouds that seemed made of marble, and all these things were fortuitous, like some dream of the flat prairies. He also thought he recognized trees and crops that he couldn′t have told one the name of— his direct knowledge of the country was considerably inferior to his nostalgic, literary knowledge .
Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector, que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba).
From time to time he nodded off, and in his dreams there was the rushing momentum of the train. Now the unbearable white sun of midday was the yellow sun that comes before nightfall and that soon would turn to red. The car was different now, too; it was not the same car that had pulled out of the station in Buenos Aires— the plains and the hours had penetrated and transfigured it. Outside, the moving shadow of the train stretched out toward the horizon. The elemental earth was not disturbed by settlements or any other signs of humanity. All was vast, but at the same time intimate and somehow secret. In all the immense countryside, there would sometimes be nothing but a bull. The solitude was perfect, if perhaps hostile, and Dahlmann almost suspected that he was traveling not only into the South but into the past . From that fantastic conjecture he was distracted by the conductor, who seeing Dahlmann′s ticket informed him that the train would not be leaving him at the usual station, but at a different one, a little before it, that Dahlmann barely knew. (The man added an explanation that Dahlmann didn′t try to understand, didn′t even listen to, because the mechanics of it didn′t matter.)
El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.
The train came to its laborious halt in virtually the middle of the countryside. The station sat on the other side of the tracks, and was hardly more than a covered platform. They had no vehicle there, but the station-master figured Dahlmann might be able to find one at a store he directed him to—ten or twelve blocks away .
Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol.
Dahlmann accepted the walk as a small adventure. The sun had sunk below the horizon now, but one final splendor brought a glory to the living yet silent plains before they were blotted out by night. Less to keep from tiring himself than to make those things last, Dahlmann walked slowly, inhaling with grave happiness the smell of clover .
El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos. Dahlmam, adentro, creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió comer en el almacén.
The store had once been bright red, but the years had tempered its violent color (to its advantage) . There was something in its sorry architecture that reminded Dahlmann of a steel engraving, perhaps from an old edition of Paulet Virginie . There were several horses tied to the rail in front. Inside, Dahlmann thought he recognized the owner; then he realized that he′d been fooled by the man′s resemblance to one of the employees at the sanatorium. When the man heard Dahlmann′s story, he said he′d have the calash harnessed up; to add yet another event to that day, and to pass the time, Dahlmann decided to eat there in the country store .
En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.
At one table some rough-looking young men were noisily eating and drinking; at first Dahlmann didn′t pay much attention. On the floor, curled against the bar, lay an old man, as motionless as an object. The many years had worn him away and polished him, as a stone is worn smooth by running water or a saying is polished by generations of humankind. He was small, dark, and dried up, and he seemed to be outside time, in a sort of eternity. Dahlmann was warmed by the tightness of the man′s hairband, the baize poncho he wore, his gaucho trousers, and the boots made out of the skin of a horse′s leg, and he said to himself, recalling futile arguments with people from districts in the North, or from Entre Ríos, that only in the South did gauchos like that exist anymore .
Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.
Dahlmann made himself comfortable near the window. Little by little, darkness was enveloping the countryside, but the smells and sounds of the plains still floated in through the thick iron grate at the window. The store-keeper brought him sardines and then roast meat; Dahlmann washed them down with more than one glass of red wine. Idly, he savored the harsh bouquet of the wine and let his gaze wander over the store, which by now had turned a little sleepy. The kerosene lantern hung from one of the beams. There were three customers at the other table: two looked like laborers; the other, with coarse, Indian-like features, sat drinking with his wide-brimmed hat on. Dahlmann suddenly felt something lightly brush his face . Next to the tumbler of cloudy glass, on one of the stripes in the tablecloth, lay a little ball of wadded bread. That was all, but somebody had thrown it at him .
Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo exhortó con voz alarmada:-Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.
The drinkers at the other table seemed unaware of his presence. Dahlmann, puzzled, decided that nothing had happened, and he opened the volume of The Arabian Nights, as though to block out reality . Another wad of bread hit him a few minutes later, and this time the laborers laughed . Dahlmann told himself he wasn′t scared, but that it would be madness for him, a sick man, to be dragged by strangers into some chaotic bar fight. He made up his mind to leave; he was already on his feet when the storekeeper came over and urged him, his voice alarmed: "Sr . Dahlmann, ignore those boys over there— they′re just feeling their oats."
Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora, lo conociera, pero sintió que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.
Dahlmann did not find it strange that the storekeeper should know his name by now but he sensed that the man′s conciliatory words actually made the situation worse. Before, the men′s provocation had been directed at an accidental face, almost at nobody; now it was aimed at him, at his name, and the men at the other table would know that name. Dahlmann brushed the storekeeper aside, faced the laborers, and asked them what their problem was .
El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera y esa exageración era otra ferocidad y una burla. Entre malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con los ojos, lo barajó e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurrió.
The young thug with the Indian-looking face stood up, stumbling as he did so. At one pace from Dahlmann, he shouted insults at him, as though he were far away. He was playacting, exaggerating his drunkenness, and the exaggeration produced an impression both fierce and mocking. Amid curses and obscenities, the man threw a long knife into the air, followed it with his eyes, caught it, and challenged Dahlmann to fight. The storekeeper′s voice shook as he objected that Dahlmann was unarmed. At that point, something unforeseeable happened .
Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.
From out of a corner, the motionless old gaucho in whom Dahlmann had seen a symbol of the South (the South that belonged to him) tossed him a naked dagger—it came to rest at Dahlmann′s feet. It was as though the South itself had decided that Dahlmann should accept the challenge. Dahlmann bent to pick up the dagger, and as he did he sensed two things: first, that that virtually instinctive action committed him to fight, and second, that in his clumsy hand the weapon would serve less to defend him than to justify the other man′s killing him. He had toyed with a knife now and then, as all men did, but his knowledge of knife fighting went no further than a vague recollection that thrusts should be aimed upward, and with the blade facing inward . They′d never have allowed this sort of thing to happen in the sanatorium, he thought .
-Vamos saliendo- dijo el otro.
"Enough stalling," the other man said. "Let′s go outside."
Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
They went outside, and while there was no hope in Dahlmann, there was no fear, either. As he crossed the threshold, he felt that on that first night in the sanatorium, when they′d stuck that needle in him, dying in a knife fight under the open sky, grappling with his adversary, would have been a liberation, a joy, and a fiesta . He sensed that had he been able to choose or dream his death that night, this is the death he would have dreamed or chosen .
Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.
Dahlmann firmly grips the knife, which he may have no idea how to manage, and steps out into the plains .