Parte I -- DEDICATORIA AL DUQUE DE BÉJAR (N)
marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares vizconde de La Puebla de Alcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillo.

En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, (N) he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, (N) al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos que, continiéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.
Miguel de Cervantes Saavedra.

PROLOGO
      Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿ qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, (N) antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.
      Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios (N) que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora (N) un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.
      -Porque, ¿ cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, (N) salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, (N) menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? (N) ¿ Pues qué, cuando citan la Divina Escritura? No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, (N) condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío -proseguí-, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, (N) por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes; bastante causa para ponerme en ella (N) la que de mí habéis oído.
      Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa, me dijo.
      -Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿ Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar (N) un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿ Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo, en un abrir y cerrar de ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.
      -Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿ de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión.
      A lo cual él dijo.
      -Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes (N) y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigÜen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.
      » En lo de citar en las márgenes los libros y autores (N) de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscalle; (N) como será poner, tratando de libertad y cautiverio:
     

Non bene pro toto libertas venditur auro .(N)

      Y luego, en el margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con
     
Pallida mors aequo pulsat pede
      pauperum tabernas regumque turres.

      Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por la Escritura Divina, (N) que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae . (N) Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, (N) que os dará su dístico.
     
Donec eris felix, multos numerabis amicos;
      tempora si fuerint nubila, solus eris.

      Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy.
      » En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, (N) en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro, etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, (N) que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; (N) si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; (N) si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. (N) Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, (N) que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, (N) donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.
      » Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, (N) como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. (N) Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; (N) ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.
      Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero, pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no olvide.
Vale.

AL LIBRO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Urganda (N) la desconocida .

Si de llegarte a los bue-, (N)
libro, fueres con letu-, (N)
no te dirá el boquirru -
que no pones bien los de-.
Mas si el pan no se te cue -
por ir a manos de idio-,
verás de manos a bo-,
aun no dar una en el cla-,
si bien se comen las ma -
por mostrar que son curio-.
Y, pues la expiriencia ense -
que el que a buen árbol se arri -
buena sombra le cobi-,
en Béjar tu buena estre -
un árbol real te ofre- (N)
que da príncipes por fru-,
en el cual floreció un du -
que es nuevo Alejandro Ma-:
llega a su sombra, que a osa -
favorece la fortu-. (N)
De un noble hidalgo manche -
contarás las aventu-, (N)
a quien ociosas letu-,
trastornaron la cabe-:
damas, armas, caballe-,
le provocaron de mo-,
que, cual Orlando furio-, (N)
templado a lo enamora-,
alcanzó a fuerza de bra- (N)
a Dulcinea del Tobo-.
No indiscretos hieroglí- (N)
estampes en el escu-,
que, cuando es todo figu-,
con ruines puntos se envi-.
Si en la dirección te humi-,
no dirá, mofante, algu-:
′′¡ Qué don Álvaro de Lu-,
qué Anibal el de Carta-,
qué rey Francisco en Espa -
se queja de la Fortu- !′′
Pues al cielo no le plu -
que salieses tan ladi -
como el negro Juan Lati-, (N)
hablar latines rehú-.
No me despuntes de agu-, (N)
ni me alegues con filó-,
porque, torciendo la bo-,
dirá el que entiende la le-,
no un palmo de las ore-:
′′¿ Para qué conmigo flo-?′′
No te metas en dibu-,
ni en saber vidas aje-,
que, en lo que no va ni vie-,
pasar de largo es cordu-.
Que suelen en caperu -
darles a los que grace-;
mas tú quémate las ce -
sólo en cobrar buena fa-;
que el que imprime neceda -
dalas a censo perpe-.
Advierte que es desati-,
siendo de vidrio el teja-,
tomar piedras en las ma -
para tirar al veci-.
Deja que el hombre de jui-,
en las obras que compo-,
se vaya con pies de plo-;
que el que saca a luz pape -
para entretener donce -
escribe a tontas y a lo-. (N)
AMADÍS DE GAULA (N)
A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto . Tú, que imitaste la llorosa vida
que tuve, ausente y desdeñado sobre
el gran ribazo de la Peña Pobre,
de alegre a penitencia reducida;

tú, a quien los ojos dieron la bebida
de abundante licor, aunque salobre,
y alzándote la plata, estaño y cobre,
te dio la tierra en tierra la comida
,
vive seguro de que eternamente,
en tanto, al menos, que en la cuarta esfera,
sus caballos aguije el rubio Apolo,

tendrás claro renombre de valiente;
tu patria será en todas la primera;
tu sabio autor, al mundo único y solo. (N)

DON BELIANÍS DE GRECIA
A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto . Rompí, corté, abollé, y dije y hice
más que en el orbe caballero andante;
fui diestro, fui valiente, fui arrogante;
mil agravios vengué, cien mil deshice.

Hazañas di a la Fama que eternice;
fui comedido y regalado amante;
fue enano para mí todo gigante,
y al duelo en cualquier punto satisfice.

Tuve a mis pies postrada la Fortuna,
y trajo del copete mi cordura
a la calva Ocasión al estricote.

Más, aunque sobre el cuerno de la luna
siempre se vio encumbrada mi ventura,
tus proezas envidio, ¡ oh gran Quijote !

LA SEÑORA ORIANA
A DULCINEA DEL TOBOSO
Soneto
. ¡ Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,
por más comodidad y más reposo,
a Miraflores (N) puesto en el Toboso,
y trocara sus Londres (N) con tu aldea !

¡ Oh, quién de tus deseos y librea
alma y cuerpo adornara, y del famoso
caballero que hiciste venturoso
mirara alguna desigual pelea !

¡ Oh, quién tan castamente se escapara
del señor Amadís como tú hiciste
del comedido hidalgo don Quijote !

Que así envidiada fuera, y no envidiara,
y fuera alegre el tiempo que fue triste,
y gozara los gustos sin escote. (N)

GANDALÍN, ESCUDERO DE AMADÍS DE GAULA,
A SANCHO PANZA, ESCUDERO DE DON QUIJOTE
Soneto . Salve, varón famoso, a quien Fortuna,
cuando en el trato escuderil te puso,
tan blanda y cuerdamente lo dispuso,
que lo pasaste sin desgracia alguna.

Ya la azada o la hoz poco repugna
al andante ejercicio; ya está en uso
la llaneza escudera, con que acuso (N)
al soberbio que intenta hollar la luna.

Envidio a tu jumento y a tu nombre,
y a tus alforjas igualmente invidio,
que mostraron tu cuerda providencia.
Salve otra vez, ¡ oh Sancho !, tan buen hombre,
que a solo tú nuestro español Ovidio (N)
con buzcorona te hace reverencia. (N)

DEL DONOSO, (N) POETA ENTREVERADO,
A SANCHO PANZA Y ROCINANTE. Soy Sancho Panza, escude -
del manchego don Quijo-.
Puse pies en polvoro-,
por vivir a lo discre-;
que el tácito Villadie -
toda su razón de esta -
cifró en una retira-,
según siente Celesti-,
libro, en mi opinión, divi- (N)
si encubriera más lo huma-. (N)
A Rocinante
Soy Rocinante, el famo -
bisnieto del gran Babie-.
Por pecados de flaque-,
fui a poder de un don Quijo-.
Parejas corrí a lo flo-;
mas, por uña de caba-,
no se me escapó ceba-;
que esto saqué a Lazari -
cuando, para hurtar el vi -
al ciego, le di la pa-. (N)
ORLANDO FURIOSO
A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto Si no eres par, tampoco le has tenido: (N)
que par pudieras ser entre mil pares;
ni puede haberle donde tú te hallares,
invito vencedor, jamás vencido.

Orlando soy, Quijote, que, perdido
por Angélica, vi remotos mares,
ofreciendo a la Fama en sus altares
aquel valor que respetó el olvido.

No puedo ser tu igual; que este decoro
se debe a tus proezas y a tu fama,
puesto que, como yo, perdiste el seso.

Mas serlo has mío, si al soberbio moro
y cita fiero domas, que hoy nos llama
iguales en amor con mal suceso.
EL CABALLERO DEL FEBO
A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto . A vuestra espada no igualó la mía,
Febo español, curioso cortesano,
ni a la alta gloria de valor mi mano,
que rayo fue do nace y muere el día.

Imperios desprecié; la monarquía
que me ofreció el Oriente rojo en vano
dejé, por ver el rostro soberano
de Claridiana, (N) aurora hermosa mía.

Améla por milagro único y raro,
y, ausente en su desgracia, el propio infierno
temió mi brazo, que domó su rabia.

Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,
por Dulcinea sois al mundo eterno,
y ella, por vos, famosa, honesta y sabia.
DE SOLISDÁN (N)
A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto . Maguer, señor Quijote, que sandeces
vos tengan el cerbelo derrumbado,
nunca seréis de alguno reprochado
por home de obras viles y soeces.

Serán vuesas fazañas los joeces,
pues tuertos desfaciendo habéis andado,
siendo vegadas mil apaleado
por follones cautivos y raheces.

Y si la vuesa linda Dulcinea
desaguisado contra vos comete,
ni a vuesas cuitas muestra buen talante,

en tal desmán, vueso conorte sea
que Sancho Panza fue mal alcagÜete,
necio él, dura ella, y vos no amante.
DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE
Soneto . B. ¿ Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come, y se trabaja.
B. Pues, ¿ qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.

B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿ Queréislo ver? Miraldo enamorado.

B. ¿ Es necedad amar?.
R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis.
R. Es que no como.
B. Quejaos del escudero.
R. No es bastante.

¿ Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?







Parte I -- Capítulo I . Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha

      En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre (N) no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, (N) adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. (N) Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, (N) lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. (N) El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí (N) de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, (N) que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; (N) aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
      Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, (N) de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando leía:... los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.
      Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, (N) no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. (N) Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro (N) con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en SigÜenza (N) -, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; (N) mas maese Nicolás, (N) barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, (N) y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, (N) porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
      En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz (N) había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, (N) que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, (N) porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, (N) valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, (N) porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, (N) él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, (N) y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma (N) que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, (N) al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.
      En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; (N) y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba.
      Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, (N) que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo (N) lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, (N) y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.
      Fue luego a ver su rocín, y, aunque tenía más cuartos que un real (N) y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. (N) Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque, según se decía él a sí mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, (N) y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. (N) Y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. (N)
      Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, (N) y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde -como queda dicho- tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, (N) como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, (N) con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
      Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, (N) se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores (N) era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él a sí.
      -Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, (N) me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, (N) o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿ no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: ′′Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante′′ (N) ? ¡ Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama ! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, (N) y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto. (N)







Parte I -- Capítulo II . Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote
      Hechas, pues, estas prevenciones, (N) no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, (N) según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, (N) sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, (N) y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a una de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del mes de julio) (N) se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral (N) salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas (N) como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, (N) según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas pensaba limpiarlas de manera, (N) en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, (N) creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras.
      Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo y diciendo: ¿ Quién duda, sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera? " Apenas había el rubicundo Apolo (N) tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, (N) por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel" . (N) Y era la verdad que por él caminaba; y añadió diciendo: " ¡ Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro ! ¡ Oh, tú, sabio encantador, (N) quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser cronista desta peregrina historia, ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, (N) compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras !" Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: " ¡ Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón !, mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. (N) Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece."
      Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y con esto caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con ardor que fuera bastante a derretirle los sesos si algunos tuviera. (N)
      Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice, (N) otros dicen que la de los molinos de viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; (N) y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar su mucha necesidad, vio no lejos del camino por donde iba una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de redención le encaminaba. (N) Diose priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.
      Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman "del partido" , (N) las cuales iban a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, (N) sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan.
      Fuese llegando a la venta (que a él le parecía castillo), y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. (N) Pero, como vio que se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, (N) se llegó a la puerta de la venta, y vio a las dos destraídas mozas que allí estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas, que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. (N)
      En esto sucedió acaso que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que, sin perdón, así se llaman) , (N) tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida, y así con extraño contento llegó a la venta y a las damas, (N) las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, descubriendo su seco y polvoroso rostro, (N) con gentil talante y voz reposada les dijo.
      -Non fuyan las vuestras mercedes, (N) ni teman desaguisado alguno, (N) ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran.
      Mirábanle las mozas, y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría; mas, como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, (N) no pudieron tener la risa, y fue de manera, que don Quijote vino a correrse y a decirles.
      -Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez, además, la risa que de leve causa procede, pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de al que de serviros. (N)
      El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero, acrecentaban en ellas la risa, y en él el enojo; (N) y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que por ser muy gordo era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales, como eran la brida, lanza, adarga y coselete, (N) no estuvo en nada en acompañar (N) a las doncellas en las muestras de su contento. Mas, en efecto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y así le dijo.
      -Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho (N) (porque en esta venta no hay ninguno), todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia.
      Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza (que tal le pareció a él el ventero y la venta), respondió.
      -Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis arreos son las armas, (N) mi descanso el pelear, etc.
      Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle parecido de los sanos de Castilla, (N) aunque él era andaluz, y de los de la playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estudiante o paje, (N) y así le respondió.
      -Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, siempre velar; y siendo así, bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más en una noche.
      Y diciendo esto, fue a tener el estribo a don Quijote; el cual se apeó con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había desayunado. Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo. (N) Miróle el ventero, y no le pareció, tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba; al cual estaban desarmando las doncellas, (que ya se habían reconciliado con él), las cuales, aunque la habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitarle la contrahecha celada, (N) que traía atada con unas cintas verdes y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera; y así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas (N) que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:. -Nunca fuera caballero
(N)
de damas tan bien servido.
como fuera don Quijote.
cuando de su aldea vino.
doncellas curaban dél,
princesas del su rocín.

      o Rocinante, que éste es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mío; que puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo de Lanzarote, ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.
      Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no respondían palabra; sólo le preguntaron si quería comer alguna cosa.
      -Cualquiera yantaría yo, (N) respondió don Quijote, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso.
      A dicha acertó a ser viernes aquel día, (N) y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacalao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que darle a comer.
      -Como haya muchas truchuelas, respondió don Quijote, podrán servir de una trucha; porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos, que una pieza de a ocho. Cuanto más que podría ser que fuesen truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito, que el cabrón. Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.
      Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacalao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, (N) porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y así una de aquellas señoras servía deste menester. Mas al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera, si el ventero no horadara una caña, y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino: y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. (N)
      Estando en esto, llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó sonó su silbato de cañas (N) cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música, y que el abadejo eran truchas, el pan, candeal, y las rameras, damas, y el ventero, castellano del castillo; y con esto daba por bien empleada su determinación y salida. Mas lo que más le fatigaba, era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería.







Parte I -- Capítulo III . Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero

      Y así, fatigado deste pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena; la cual acabada, llamó al ventero, y encerrándose con él en la caballeriza, (N) se hincó de rodillas ante él, (N) diciéndole
      -No me levantaré (N) jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano.
      El ventero, que vio a su huésped a sus pies, y oyó semejantes razones, estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con él que se levantase; y jamás quiso hasta que le hubo de decir que él otorgaba el don (N) que le pedía.
      -No esperaba yo menos (N) de la gran magnificencia vuestra, señor mío, respondió don Quijote; y así, os digo que el don que os he pedido y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, (N) es que mañana en aquel día (N) me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillo velaré las armas; (N) y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado.
      El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones; y, por tener qué reír aquella noche, determinó de seguirle el humor; y así le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él asimismo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo, buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, (N) Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo, y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies y sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, (N) recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando algunos pupilos, y, finalmente dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que a, lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía, y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo.
      Díjole también, que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que, en caso de necesidad, él sabía que se podían velar dondequiera, y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo; que a la mañana siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser más en el mundo. Preguntóle si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. (N)
      A esto dijo el ventero que se engañaba; que, puesto caso que en las historias no se escribía por haberles parecido a los autores dellas que no era menester escribir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse, como eran dineros y camisas limpias, (N) no por eso se había de creer que no los trujeron; y así, tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes (de que tantos libros están llenos y atestados) llevaban bien herradas las bolsas (N) por lo que pudiese sucederles; y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungÜentos para curar las heridas que recibían, porque no todas veces en los campos y desiertos donde se combatían y salían heridos había quien los curase, si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo que luego los socorría trayendo por el aire en alguna nube alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud, que, en gustando alguna gota della, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido; (N) mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungÜentos para curarse; y cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos (que eran pocas y raras veces), ellos mismos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían, a las ancas del caballo, como que era otra cosa de más importancia (N) que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, (N) y que vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase.
      Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y así se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba; y recogiéndolas don Quijote todas, (N) las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embrazando su adarga asió de su lanza y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche.
      Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas, y la armazón de caballería, (N) que esperaba. Admiráronse de tan extraño género de locura; fuéronselo a mirar desde lejos, y vieron que con sosegado ademán unas veces se paseaba, otras, arrimado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio dellas. Acabó de cerrar la noche, (N) pero con tanta claridad de la luna, que podía competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novel caballero hacía era bien visto de todos.
      Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo:
      -¡ Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada !, mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.
      No se curó el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud) , (N) antes trabando de las correas las arrojó gran trecho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo, y puesto el pensamiento (a lo que pareció) en su señora Dulcinea , (N) dijo .
      -Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo.
      Y diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza a dos manos, y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo, tan maltrecho, que, si segundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. (N)
      Hecho esto, recogió sus armas, y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí a poco, sin saberse lo que había pasado (porque aún estaba aturdido el arriero), llegó otro con la misma intención de dar agua a sus mulos, y llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra, y sin pedir favor a nadie, soltó otra vez la adarga, y alzó otra vez la lanza, y sin hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. (N) Al ruido acudió toda la gente de la venta, y, entre ellos, el ventero. Viendo esto don Quijote, embrazó su adarga, y puesta mano a su espada, dijo.
      -¡ Oh señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío !, Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo. (N)
      Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, (N) que si le acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pie atrás. Los compañeros de los heridos que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote el cual lo mejor que podía se reparaba con su adarga, y no se osaba apartar de la pila, por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, (N) y que por loco se libraría, aunque los matase a todos. También don Quijote las daba, mayores, (N) llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del castillo era un follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se tratasen los andantes caballeros, (N) y que si él hubiera recebido la orden de caballería que él le diera a entender su alevosía; " Pero de vosotros, soez y baja canalla, (N) no hago caso alguno; tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que lleváis de vuestra sandez y demasía".
      Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en los que le acometían; (N) y así por esto, como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos, y tornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero.
      No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese; y así, llegándose a él, se disculpó de la insolencia (N) que aquella gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna; pero que bien castigados quedaban (N) de su atrevimiento. Díjole como ya le había dicho que en aquel castillo no había capilla y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria: que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la pescozada y en el espaldarazo, (N) según él tenía noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya había cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplía, (N) cuanto más que él había estado más de cuatro.
      Todo se lo creyó don Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra vez acometido y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, excepto aquellas que él le mandase, a quien, por su respeto, dejaría.
      Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada (N) que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual (como que decía alguna devota oración), en mitad de la leyenda alzó la mano, y diole sobre el cuello un buen golpe y tras él, con su misma espada, un gentil espaldarazo, (N) siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, (N) la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle la espada, dijo la buena señora.
      -Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero (N) y le dé ventura en lides.
      Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recibida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón natural de Toledo, que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, (N) y que dondequiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó, que por su amor le hiciese merced que de allí adelante se pusiese don, y se llamase doña Tolosa. Ella se lo prometió, y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada. (N) Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó don Quijote que se pusiese don, y se llamase doña Molinera, (N) ofreciéndole nuevos servicios y mercedes. (N)
      Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, (N) no vio la hora don Quijote de verse a caballo, y salir buscando las aventuras, y ensillando luego a Rocinante subió en él, y abrazando a su huésped le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas, y sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buen hora. (N)







Parte I -- Capítulo IV . De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta.

      La del alba sería (N) cuando don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. (N) Mas viniéndole a la memoria los consejos de su huésped cerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, especial la de los dineros y camisas, (N) determinó volver a su casa y acomodarse de todo y de un escudero, haciendo cuenta de recibir (N) a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual, casi conociendo la querencia, (N) con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo.
      No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo.
      -Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa que ha menester mi favor y ayuda.
      Y volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían. (N) Y a pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, (N) desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años, que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo, porque decía: "la lengua, queda y los ojos, listos". Y el muchacho respondía: " No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato".
      Y viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo.
      -Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede. Subid sobre vuestro caballo, y tomad vuestra lanza (N) (que también tenía una lanza arrimada a la encima adonde estaba arrendada la yegua) , (N) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.
      El labrador, que vio sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió.
      -Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos; el cual es tan descuidado, que cada día me falta una, y porque castigo su descuido o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente.
      -¿ Miente, delante de mí, ruin villano? (N) - dijo don Quijote-. Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza: Pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego.
      El labrador bajó la cabeza y, sin responder palabra, desató a su criado, al cual preguntó don Quijote que cuánto le debía su amo. Él dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban setenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano que para el paso en que estaba y juramento que había hecho (y aún no había jurado nada) (N) que no eran tantos; porque se le habían de descontar y recibir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo.
      -Bien está todo eso, replicó don Quijote; pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que, sin culpa, le habéis dado; que si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagasteis, vos le habéis rompido el de su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; así que, por esta parte, no os debe nada.
      -El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros; véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.
      -¿ Irme yo con él, dijo el muchacho, más? ¡ Mal año ! ; (N) No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo, me desollará (N) como a un San Bartolomé.
      -No hará tal, replicó don Quijote; basta que yo se lo mande para que me tenga respeto, (N) y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recebido, (N) le dejaré ir libre y aseguraré la paga.
      -Mire vuestra merced, señor, lo que dice, dijo el muchacho, que este mi amo no es caballero, ni ha recibido orden de caballería alguna; que es Juan Haldudo, el rico, el vecino del Quintanar. (N)
      -Importa poco eso, respondió don Quijote, que Haldudos puede haber caballeros, cuanto más que cada uno es hijo de sus obras. (N)
-Así es verdad, dijo Andrés; pero este mi amo, ¿ de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo.
      -No niego, hermano Andrés, respondió el labrador, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las órdenes que de caballerías hay en el mundo, (N) de pagaros como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados.
      -Del sahumerio os hago gracia, (N) dijo don Quijote; dádselos en reales, (N) que con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado; si no, por el mismo juramento os juro de volver a buscaros (N) y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, (N) el desfacedor de agravios y sinrazones; y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.
      Y en diciendo esto picó a su Rocinante, y en breve espacio se apartó dellos. Siguióle el labrador con los ojos, (N) y cuando vio que había traspuesto el bosque y que ya no parecía, volvióse a su criado Andrés y díjole.
      -Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo como aquel deshacedor de agravios me dejó mandado.
      -Eso juro yo, dijo Andrés, y cómo que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva, que según es de valeroso y de buen juez, ¡ vive Roque, que si no me pagais que vuelva y ejecute lo que dijo ! (N)
      -También lo juro yo, dijo el labrador; pero por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. Y asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dio tantos azotes que le dejó por muerto. Llamad, señor Andrés, ahora, decía el labrador, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo como vos temíades.
      Pero al fin le desató y le dio licencia que fuese a buscar su juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha, y contarle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas; (N) pero con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo. Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz.
      -Bien te puedes llamar dichosa (N) sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡ oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso !, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto (N) y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad; hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo, que tan sin ocasión vapulaba a aquel delicado infante.
      En esto llegó a un camino que en cuatro se dividía, (N) y luego se le vino a la imaginación las encrucijadas (N) donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino de aquéllos tomarían; y, por imitarlos, estuvo un rato quedo; y al cabo de haberlo muy bien pensado, soltó la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió (N) su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza. (N) Y habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un gran tropel de gente, que como después se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. (N) Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura, y por imitar en todo cuanto a él le parecía posible, los pasos que había leído en sus libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer. (N) Y así, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, (N) apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen (que ya él por tales los tenía y juzgaba); y cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo.
      -Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa (N) que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea (N) del Toboso.
      Paráronse los mercaderes al son destas razones, y a ver la extraña figura del que las decía, y por la figura y por ellas luego echaron de ver la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía; y uno dellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto, le dijo.
      -Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís; mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.
      -Si os la mostrara, replicó don Quijote, ¿ qué hiciéredes vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verlo lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; (N) donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia; (N) que ora vengáis uno a uno como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero confiado en la razón que de mi parte tengo.
      -Señor, caballero, replicó el mercader, suplico a vuestra merced, en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, (N) que porque no encarguemos nuestras conciencias (N) confesando una cosa por nosotros jamás vista (N) ni oída (y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria (N) y Extremadura), que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo, que por el hilo se sacará el ovillo, (N) y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado. Y aun creo que estamos ya tan de su parte, que aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.
      -No le mana, canalla infame, respondió don Quijote, encendido en cólera, no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia (N) entre algodones, y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama; (N) pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.
      Y en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza (N) por el campo, y queriéndose levantar jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada con el peso de las antiguas armas. Y entretanto que pugnaba por levantarse, y no podía, estaba diciendo.
      -Non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva: atended, (N) que no por culpa mía, sino de mi caballo, (N) estoy aquí tendido.
      Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas; y llegándose a él, tomó la lanza, y después de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos, que, a despecho y pesar de sus armas, le molió como cibera. (N) Dábanle voces sus amos que no le diese tanto, y que le dejase; pero estaba ya el mozo picado, y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera; y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que con toda aquella tempestad de palos que sobre él llovía, (N) no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra y a los malandrines, que tal le parecían. Cansóse el mozo y los mercaderes siguieron su camino, llevando qué contar en todo él del pobre apaleado; el cual, después que se vio solo, tornó a probar si podía levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, ¿ cómo lo haría molido y casi deshecho? Y aún se tenía por dichoso, pareciéndole que aquélla era propia desgracia de caballeros andantes, (N) y toda la atribuía a la falta de su caballo; y no era posible levantarse, según tenía brumado todo el cuerpo. (N)







Parte I -- Capítulo V . Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

      Viendo, pues, que, en efecto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, (N) que era pensar en algún paso de sus libros, y trújole su locura a la memoria aquel de Baldovinos y del marqués de Mantua, (N) cuando Carloto le dejó herido en la montiña; (N) historia sabida de los niños, (N) no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos, y con todo esto no más verdadera que los milagros de Mahoma. Ésta, pues, le pareció a él que le venía de molde para el paso en que se hallaba; y así, con muestras de grande sentimiento, se comenzó a volcar por la tierra (N) y a decir con debilitado aliento lo mismo que dicen decía el herido caballero del bosque.
      ¿ Donde estás, señora mía. (N)
que no te duele mi mal.
O no lo sabes, señora.
o eres falsa y desleal.
      Y desta manera fue prosiguiendo el romance, hasta aquellos versos que dicen.
      ¡ Oh noble marqués de Mantua.
mi tío y señor carnal.
      Y quiso la suerte que, cuando llegó a este verso, acertó a pasar por allí un labrador de su mismo lugar y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino, (N) el cual, viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a él, y le preguntó que quién era, y qué mal sentía, que tan tristemente se quejaba. Don Quijote creyó, sin duda, que aquél era el Marqués de Mantua, su tío, y así no le respondió otra cosa si no fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la misma manera que el romance lo canta.
      El labrador estaba admirado, oyendo aquellos disparates; y quitándole la visera, que ya estaba hecha pedazos de los palos, le limpió el rostro, que le tenía cubierto de polvo, y apenas le hubo limpiado, (N) cuando le conoció y le dijo.
      -Señor Quijana (que así se debía de llamar cuando él tenía juicio y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante), ¿ quién ha puesto a vuestra merced desta suerte.
      Pero él seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar para ver si tenía alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subió sobre su jumento, por parecer caballería más sosegada. Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo bien pensativo de oír los disparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que de puro molido y quebrantado no se podía tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que los ponía en el cielo, de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase, le dijese, qué mal sentía. (N)
Y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque en aquel punto, olvidándose de Baldovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera Rodrigo de Narváez, (N) le prendió y llevó cautivo a su alcaidía; de suerte, que cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mismas palabras y razones que el cautivo Abencerraje (N) respondía a Rodrigo de Narváez, del mismo modo que él había leído la historia en La Diana, de Jorge de Montemayor, donde se escribe, aprovechándose della tan a propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades: por donde conoció que su vecino estaba loco; y dábale priesa a llegar al pueblo por excusar el enfado que don Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual, dijo.
      -Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Narváez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso por quien yo he hecho, hago y haré los más famosos hechos de caballerías que se han visto, vean ni verán en el mundo. (N)
      A esto respondió el labrador.
      -Mire vuestra merced, señor, ¡ pecador de mí !, que yo no soy don Rodrigo de Narváez ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino, ni vuestra merced es Baldovinos ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijano.
      -Yo sé quién soy, respondió don Quijote, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia (N) y aun todos los Nueve de la Fama, (N) pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron, se aventajarán las mías.
      En estas pláticas y en otras semejantes llegaron al lugar a la hora que anochecía; pero el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero. (N) Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo y en la casa de don Quijote, la cual halló toda alborotada; y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, que estaba diciéndoles su ama a voces. (N)
      -¿ Qué le parece a vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez (que así se llamaba el cura), de la desgracia de mi señor? Tres días ha que no parecen él ni el rocín, (N) ni la adarga, ni la lanza ni las armas. ¡ Desventurada de mí !, que me doy a entender, y así es ello la verdad, como nací para morir, que estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario, le han vuelto el juicio; que ahora me acuerdo haberle oído decir muchas veces hablando entre sí, que quería hacerse caballero andante e irse a buscar las aventuras por esos mundos. Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha.
      La sobrina decía lo mismo y aun decía más.
      -Sepa, señor maese Nicolás (que éste era el nombre del barbero), que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras (N) dos días con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos y ponía mano a la espada, y andaba a cuchilladas con las paredes, y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes, como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recibido en la batalla, y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, (N) un grande encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros: que tiene muchos que bien merecen ser abrasados como si fuesen de herejes.
      -Esto digo yo también, dijo el cura, y a fe que no se pase el día de mañana sin que dellos no se haga auto público, (N) y sean condenados al fuego, porque no den ocasión a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho.
      Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote, con que acabó de entender (N) el labrador la enfermedad de su vecino, y así, comenzó a decir a voces.
      -Abran vuestras mercedes al señor Baldovinos y al señor marqués de Mantua, que viene malferido, (N) y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo al valeroso Rodrigo (N) de Narváez, alcaide de Antequera.
      A estas voces salieron todos, y como conocieron los unos a su amigo, las otras a su amo y tío, que aún no se había apeado del jumento porque no podía, corrieron a abrazarle. Él dijo.
      -Ténganse todos, que vengo malferido por la culpa de mi caballo: Llévenme a mi lecho y llámese si fuere posible a la sabia Urganda que cure y cate de mis feridas. (N)
      -¡ Mirad, en hora mala, dijo a este punto el ama, (N) si me decía a mí bien mi corazón del pie que cojeaba mi señor ! Suba vuestra merced en buen hora, que sin que venga esa Urgada (N) le sabremos aquí curar. ¡ Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías que tal han parado a vuestra merced.
      Lleváronle luego a la cama, catándole las feridas, no le hallaron ninguna y él dijo que todo era molimiento por haber dado una gran caída con Rocinante, su caballo, combatiéndose con diez jayanes, los más desaforados y atrevidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra.
      -Ta, ta, dijo el cura: ¿ Jayanes hay en la danza? Para mi santiguada (N) que yo los queme mañana antes que llegue la noche.
      Hiciéronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que más le importaba. Hízose así, y el cura se informó muy a la larga del labrador del modo que había hallado a don Quijote. Él se lo contó todo, con los disparates que al hallarle y al traerle había dicho, que fue poner más deseo en el licenciado de hacer lo que otro día hizo, que fue llamar a su amigo el barbero (N) maese Nicolás, con el cual se vino a casa de don Quijote.







Parte I -- Capítulo VI . Del donoso y grande escrutinio que el Cura y el Barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

      El cual aún todavía dormía. Pidió las llaves a la sobrina, del aposento donde estaban (N) los libros, autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes (N) muy bien encuadernados y otros pequeños; y así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo.
      -Tome vuestra merced, señor licenciado, rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena de la que les queremos dar, echándolos del mundo.
      Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.
      -No, dijo la sobrina, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, hacer un rimero dellos y pegarles fuego, y si no llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. (N)
      Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, (N) y dijo el cura.
      -Parece cosa de misterio ésta, porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen déste, y así me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin escusa alguna condenar al fuego.
      -No, señor, dijo el barbero, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género (N) se han compuesto, y así como a único en su arte se debe perdonar.
      -Así es verdad, dijo el cura, y por esa razón se le otorga la vida por ahora, veamos esotro que está junto a él.
      -Es, dijo el barbero, Las Sergas de Esplandián, (N) hijo legítimo de Amadís de Gaula.
      -Pues, en verdad, dijo el cura, que no le ha de valer al hijo la bondad del padre: tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer.
      Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba.
      -Adelante, dijo el cura.
      -Este que viene, dijo el barbero, es Amadís de Grecia, (N) y aun todos los deste lado, a lo que creo, son del mismo linaje de Amadís. (N)
      -Pues vayan todos al corral dijo el cura, que a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra (N) y al pastor Darinel y a sus églogas (N) y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemara con ellos al padre que me engendró si anduviera en figura de caballero andante.
      -De ese parecer soy yo, dijo el barbero.
      -Y aun yo, añadió la sobrina.
      -Pues así es, dijo el ama, vengan, al corral con ellos.
      Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera, y dio con ellos por la ventana abajo.
      -¿ Quién es ese tonel?, dijo el cura.
      -Éste es, respondió el barbero, Don Olivante de Laura. (N)
      -El autor de ese libro, dijo el cura, fue el mismo que compuso a Jardín de flores, y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, o por decir mejor, menos mentiroso: sólo sé decir que éste irá al corral por disparatado y arrogante.
      -Éste que se sigue es Florismarte de Hircaia, (N) dijo el barbero.
      -¿ Ahí está el señor Florismarte?, replicó el cura; pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su extraño nacimiento y soñadas aventuras, que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo: al corral con él y con esotro, señora ama.
      -Que me place, señor mío, respondía ella, y con mucha alegría ejecutaba lo que le era mandado.
      -Éste es El Caballero Platir, (N) dijo el barbero.
      -Antiguo libro es ése, dijo el cura, y no hallo en él cosa que merezca venia: acompañe a los demás sin réplica; y así fue hecho.
      Abrióse otro libro, y vieron que tenía por título El Caballero de la Cruz. (N)
      -Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele decir: tras la cruz está el diablo; vaya al fuego.
      Tomando el barbero otro libro, dijo.
      -Éste es Espejo de caballerías. (N)
      -Ya conozco a su merced, dijo el cura; ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares con el verdadero historiador Turpín; (N) y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, (N) de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; (N) al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.
      -Pues yo le tengo en italiano, dijo el barbero, mas no le entiendo.
      -Ni aun fuera bien que vos le entendiérades, (N) respondió el cura; y aquí le perdonáramos al señor Capitán, (N) que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mismo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua; que por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efecto, que este libro y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia, (N) se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer dellos, exceptuando a un Bernardo del Carpio, (N) que anda por ahí y a otro llamado Roncesvalles, (N) que éstos en llegando a mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las del fuego sin remisión alguna.
      Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro vio que era Palmerín de Oliva, (N) y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín de Ingalaterra, (N) lo cual visto por el licenciado, dijo.
      -Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y se haga para ella otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Dario, que la diputó (N) para guardar en ella las obras del poeta Homero. (N) Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una porque él por sí es muy bueno, y la otra porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda (N) son bonísimas y de grande artificio, las razones cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que éste y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan. (N)
      -No, señor compadre, replicó el barbero, que éste que aquí tengo es el afamado Don Belianís. (N)
      -Pues ése, replicó el cura, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama (N) y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno.
      -¡ Que me place !, respondió el barbero, y sin querer cansarse más en leer libros de caballerías mandó al ama que tomase todos los grandes (N) y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemarlos que de echar una tela por grande y delgada que fuera, y asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era (N) y vio que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. (N)
      -¡ Válame Dios !, dijo el cura dando una gran voz, ¿ Que aquí esté Tirante el Blanco? Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás (N) de Montalbán y el caballero Fonseca, (N) con la batalla que el valiente de Tirante (N) hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, (N) y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito su escudero. (N) Dígoos verdad, (N) señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo: (N) aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. (N) Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho.
      -Así será, respondió el barbero; pero ¿ qué haremos destos pequeños libros que quedan.
      -Éstos, dijo el cura, no deben de ser de caballerías, sino de poesía; y abriendo uno vio que era La Diana, de Jorge de Montemayor, (N) y dijo (creyendo que todos los demás eran del mismo género).
      -Éstos no merecen ser quemados como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho; que son libros de entretenimiento (N) sin perjuicio de tercero.
      -¡ Ay, señor !, dijo la sobrina, bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos se le antojase de hacerse pastor (N) y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza. (N)
      -Verdad dice esta doncella, dijo el cura, y será bien quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión delante. Y pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, (N) y quédesele en hora buena la prosa y la hora de ser primero en semejantes libros. (N)
      -Éste que se sigue, dijo el barbero, es La Diana llamada segunda del Salmantino; (N) y éste otro que tiene el mismo nombre, cuyo autor es Gil Polo. (N)
      -Pues la del Salmantino, respondió el cura, acompañe y acreciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mismo Apolo; y pase adelante señor compadre, y démonos prisa, que se va haciendo tarde.
      -Este libro es, dijo el barbero abriendo otro; Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por Antonio de Lofraso, (N) poeta sardo.
      -Por las órdenes que recebí, dijo el cura, que desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que por su camino es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo; y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia.
      Púsolo aparte con grandísimo gusto; y el barbero prosiguió diciendo.
      -Estos que se siguen son El Pastor de Iberia, (N) Ninfas de Henares (N) y Desengaños de celos. (N)
      -Pues no hay más que hacer, dijo el cura, sino entregarlos al brazo seglar del ama, y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar.
      -Este que viene es El Pastor de Fílida. (N)
      -No es ése pastor, dijo el cura, sino muy discreto cortesano; guárdese como joya preciosa.
      -Este grande que aquí viene se intitula, dijo el barbero: Tesoro de varias poesías. (N)
      -Como ellas no fueran tantas, dijo el cura, fueran más estimadas: menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene: guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito.
      -Éste es, siguió el barbero, El Cancionero, de López Maldonado. (N)
      -También el autor de ese libro, replicó el cura, es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta: Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho; guárdese con los escogidos. Pero ¿ qué libro es ese que está junto a él.
      -La Galatea de Miguel de Cervantes, dijo el barbero.
      -Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. (N) Su libro tiene algo de buena invención, propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la emienda (N) alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega, y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada señor compadre.
      -Que me place, respondió el barbero, y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana, de don Alonso de Ercilla; (N) La Austríada, de Juan Rufo, (N) jurado de Córdoba, y El Monserrate, (N) de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.
      -Todos esos tres libros, dijo el cura, son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, (N) y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España.
      Cansóse el cura de ver más libros, y así a carga cerrada quiso que todos los demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero, que se llamaba Las lágrimas de Angélica. (N)
      -Lloráralas yo, dijo el cura en oyendo el nombre, si tal libro hubiera mandado quemar, porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la tradución de algunas fábulas de Ovidio.







Parte I -- Capítulo VII . De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha

      Estando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo.
      -Aquí, aquí, valerosos caballeros, aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo.
      Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasó adelante (N) con el escrutinio de los demás libros que quedaban, y así, se cree que fueron al fuego sin ser vistos ni oídos, La Carolea (N) y León de España, (N) con Los Hechos del Emperador, compuestos por don Luis de Ávila, (N) que, sin duda, debían de estar entre los que quedaban, y quizá si el cura los viera no pasaran por tan rigurosa sentencia. Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. Abrazáronse con él, y por fuerza le volvieron al lecho; y después que hubo sosegado un poco, volviéndose a hablar con el cura, le dijo.
      -Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que nos llamamos doce Pares dejar tan sin más ni más llevar la victoria deste torneo a los caballeros cortesanos, (N) habiendo nosotros los aventureros ganado el prez en los tres días antecedentes.
      -Calle vuestra merced, señor compadre, (N) dijo el cura, que Dios será servido que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde, se gane mañana; y atienda vuestra merced a su salud por ahora, que me parece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está malferido.
      -Ferido, no, dijo don Quijote; pero molido y quebrantado, no hay duda en ello, porque aquel bastardo de don Roldán (N) me ha molido a palos con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentías; más no me llamaría yo Reinaldos de Montalbán si en levantándome deste lecho no me lo pagare a pesar de todos sus encantamientos: y por ahora tráiganme de yantar, que sé que es lo que más me hará al caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo.
      Hiciéronlo así: diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos admirados de su locura. Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escudriñador, y así se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores. (N) Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase (quizá quitando la causa cesaría el efecto), y que dijesen que un encantador se los había llevado y el aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza.
      De allí a dos días se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros, y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta y tentábala con las manos, (N) y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza preguntó a su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de responder le dijo.
      -¿ Qué aposento o qué nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mismo diablo.
      -No era diablo, replicó la sobrina, sino un encantador que vino sobre una nube una noche después del día que vuestra merced de aquí se partió, (N) y apeándose de una sierpe en que venía caballero, entró en el aposento y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo; (N) y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos ni libro ni aposento alguno; sólo se nos acuerda muy bien a mí y al ama, que al tiempo de partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces, que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería: dijo también que se llamaba el sabio Muñatón.
      -Frestón diría, dijo don Quijote. (N)
-No sé, respondió el ama, si se llamaba Frestón o Fritón; sólo sé que acabó en "ton" su nombre.
      -Así es, dijo don Quijote, que ése es un sabio encantador grande enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien él favorece, y le tengo de vencer sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede: y mándole yo que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado.
      -¿ Quién duda de eso?, dijo la sobrina; pero ¿ quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas pendencias? ¿ No será mejor estarse pacífico en su casa y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados? (N)
      -¡ Oh, sobrina mía, respondió don Quijote, y cuán mal que estás en la cuenta ! Primero que a mí me tresquilen, tendré peladas y quitadas las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.
      No quisieron las dos replicarle más, porque vieron que se le encendía la cólera. Es, pues, el caso, que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos; (N) en los cuales días pasó graciosísimos cuentos (N) con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El cura algunas veces le contradecía y otras concedía, porque si no guardaba este artificio, no había poder averiguarse con él.
      En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él (N) y servirle de escudero. Decíale entre otras cosas don Quijote, que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez podía suceder aventura que ganase en quítame allá esas pajas alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza (que así se llamaba el labrador) dejó su mujer e hijos y asentó por escudero de su vecino.
      Dio luego don Quijote orden en buscar dineros y vendiendo una cosa y empeñando otra y malbaratándolas todas, allegó una razonable cantidad. Acomodóse asimismo de una rodela, (N) que pidió prestada a un su amigo, y, pertrechando su rota celada lo mejor que pudo, (N) avisó a su escudero Sancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que más le era menester; sobre todo le encargó que llevase alforjas. El dijo que sí llevaría, y que asimismo pensaba llevar un asno que tenía muy bueno, porque él no estaba ducho (N) a andar mucho a pie. En lo del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún caballero andante había traído escudero caballero asnalmente; pero nunca le vino alguno a la memoria; mas con todo esto determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de más honrada caballería en habiendo ocasión para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase. (N) Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le había dado.
Todo lo cual hecho y cumplido, (N) sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; (N) en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen. Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, (N) con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula (N) que su amo le había prometido. Acertó don Quijote a tomar la misma derrota y camino que él había tomado (N) en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque por ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol, no les fatigaban. (N) Dijo en esto Sancho Panza a su amo.
      -Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido, que yo la sabré gobernar por grande que sea.
      A lo cual le respondió don Quijote.
      -Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos, hacer gobernadores a sus escuderos (N) de las ínsulas y reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza; antes pienso aventajarme en ella, porque ellos algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos, y ya después de hartos de servir y de llevar malos días y peores noches, les daban algún título de conde, o por lo mucho de marqués (N) de algún valle o provincia de poco más a menos; pero, si tú vives y yo vivo, bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal reino, que tuviese otros a él adherentes, que viniesen de molde para coronarte por rey (N) de uno dellos. Y no lo tengas a mucho, que cosas y casos acontecen (N) a los tales caballeros por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podría dar aún más de lo que te prometo.
      -De esa manera, respondió Sancho Panza, si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos Juana Gutiérrez, mi oíslo (N) vendría a ser reina y mis hijos infantes.
      -¿ Pues quién lo duda?, respondió don Quijote.
      -Yo lo dudo, replicó Sancho Panza, porque tengo para mí, que aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. (N) Sepa, señor, que no vale dos maravedís para reina; condesa le caerá mejor, y aun Dios y ayuda.
      -Encomiéndalo tú a Dios, Sancho, respondió don Quijote, que él dará lo que más le convenga; pero no apoques tu ánimo tanto que te vengas a contentar con menos que con ser adelantado. (N)
      -No lo haré, señor mío, respondió Sancho, y más teniendo tan principal amo en vuestra merced, que me sabrá dar todo aquello que me esté bien y yo pueda llevar.







Parte I -- Capítulo VIII . Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamas imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación

      En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento (N) que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
      -La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
      -¿ Qué gigantes? -dijo Sancho Panza.
      -Aquellos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. (N)
      -Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
      -Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
      Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas.
      -Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. (N)
      Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo (N) me lo habéis de pagar Y, en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, (N) arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, (N) llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
      -¡ Válame Dios ! -dijo Sancho-. ¿ No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza.
      -Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más que yo pienso y es así verdad, que aquel sabio Frestón, (N) que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
      -Dios lo haga como puede -respondió Sancho Panza, y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y hablando en la pasada aventura (N) siguieron el camino del Puerto Lápice, (N) porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciéndoselo a su escudero, le dijo.
      -Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus decendientes se llamaron, desde aquel día en adelante, Vargas y Machuca. (N) Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco, (N) tal y tan bueno como aquél que me imagino, y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a verlas, y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
      -A la mano de Dios -dijo Sancho-; yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.
      -Así es la verdad -respondió don Quijote-; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, (N) aunque se le salgan las tripas por ella.
      -Si eso es así, no tengo yo qué replicar -respondió Sancho-, pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.
      No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y así, le declaró que podía muy bien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. (N) Y, en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa (N) que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen.
      En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus señoras. (N) No la pasó ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban. (N) Al levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes; y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron.
      -Aquí -dijo, en viéndole, don Quijote- podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería (N) que me ayudes, hasta que seas armado caballero.
      -Por cierto, señor -respondió Sancho-, que vuestra merced sea muy bien obedicido en esto; y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que, en lo que tocare a defender mi persona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.
      -No digo yo menos -respondió don Quijote-; pero, en esto de ayudarme contra caballeros, has de tener a raya tus naturales ímpetus.
      -Digo que así lo haré -respondió Sancho-, y que guardaré ese preceto tan bien como el día del domingo.
      Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios, (N) que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus antojos de camino (N) y sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie.
      Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias (N) con un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mismo camino; mas, apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero.
      -O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío.
      -Peor será esto que los molinos de viento -dijo Sancho-. Mire, señor, que aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe.
      -Ya te he dicho, Sancho -respondió don Quijote-, que sabes poco de achaque de aventuras; lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás.
      Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo:
      -Gente endiablada, y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas, (N) si no, aparejaos a recebir presta muerte por justo castigo de vuestras malas artes.
      Detuvieron los frailes las riendas, (N) y quedaron admirados, así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron:
      -Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas.
      -Para conmigo no hay palabras blandas, que ya os conozco, fementida canalla, (N) dijo don Quijote; y sin esperar más respuesta, picó a Rocinante, y la lanza baja, arremetió (N) contra el primero fraile (N) con tanta furia y denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, (N) puso piernas al castillo de su buena mula, (N) y comenzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mismo viento. Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente, como despojos de la batalla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo; y, sin dejarle pelo en las barbas, (N) le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y, cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas. (N) Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole.
      -La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo (N) derribada por este mi fuerte brazo. Y porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa (N) doña Dulcinea del Toboso, y en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora, (N) y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho.
      Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno; el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, desta manera.
      -Anda, caballero que mal andes; ¡ por el Dios que crióme, que si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno ! . (N) Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió.
      -Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura.
      A lo cual replicó el vizcaíno:
      -¿ Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano: si lanza arrojas y espada sacas, el agua cuán presto verás que al gato llevas; (N) vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa.
      -¡ Ahora lo veredes, don Agrajes, (N) respondió don Quijote; y arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que por ser de las malas de alquiler (N) no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avínole bien (N) que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama (N) y a toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, por encima de la rodela, que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, (N) dio una gran voz, diciendo:
      -¡ Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla.
      El decir esto y el apretar la espada, y el cubrirse de su rodela, (N) y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un solo golpe. (N)
      El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, (N) y determinó de hacer lo mismo que don Quijote; y así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un paso.
      Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes (N) con que se amenazaban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.
      Pero está el daño (N) de todo esto, que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote de las que deja referidas. Bien es verdad, que el segundo autor desta obra (N) no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar (N) el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte. (N)







Parte I -- Capítulo IX . Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

      Dejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaíno y al famoso don Quijote con las espadas altas (N) y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, (N) tales que, si en lleno se acertaban, por lo menos se dividirían y fenderían de arriba abajo y abrirían como una granada; y que en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que della faltaba. Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan poco se volvía en disgusto, de pensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho que, a mi parecer, faltaba de tan sabroso cuento. Parecióme cosa imposible y fuera de toda buena costumbre que a tan buen caballero le hubiese faltado algún sabio que tomara a cargo (N) el escribir sus nunca vistas hazañas, (N) cosa que no faltó a ninguno de los caballeros andantes de los que dicen las gentes que van a sus aventuras, porque cada uno dellos tenía uno o dos sabios, como de molde, que no solamente escribían sus hechos, sino que pintaban sus más mínimos pensamientos y niñerías, por más escondidas que fuesen; y no había de ser tan desdichado tan buen caballero, que le faltase a él lo que sobró a Platir (N) y a otros semejantes. Y así, no podía inclinarme a creer que tan gallarda historia hubiese quedado manca y estropeada; y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el cual, o la tenía oculta o consumida.
      Por otra parte, me parecía que, pues entre sus libros se habían hallado tan modernos como Desengaño de celos y Ninfas y Pastores de Henares, que también su historia debía de ser moderna; y que, ya que no estuviese escrita, estaría en la memoria de la gente de su aldea y de las a ella circunvecinas. Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber, real y verdaderamente, toda la vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, (N) y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas (N) y al desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, (N) y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle; que, si no era que algún follón o algún villano de hacha y capellina (N) o algún descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido. (N) Digo, pues, que, por estos y otros muchos respetos, es digno nuestro gallardo Quijote de continuas y memorables alabanzas, (N) y aun a mí no se me deben negar por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin desta agradable historia; (N) aunque bien sé, que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudan, el mundo quedará falto y sin el pasatiempo y gusto que bien casi dos horas, (N) podrá tener el que con atención la leyere. Pasó, pues, el hallarla en esta manera.
      Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, (N) llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; (N) y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado (N) que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. (N) En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír.
      Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese; y él, sin dejar la risa, dijo:
      -Está, como he dicho, (N) aquí en el margen escrito esto: "Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha (N) ".
      Cuando yo oí decir "Dulcinea del Toboso", quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y, haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: "Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Clengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas (N) y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda (N) del mismo modo que aquí se refiere.
      Estaba en el primero cartapacio, pintada muy al natural, la batalla de don Quijote con el vizcaíno, (N) puestos en la misma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies escrito el vizcaíno un título que decía: Don Sancho de Azpetia, que, sin duda, debía de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba otro que decía: Don Quijote. Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propriedad se le había puesto el nombre de Rocinante. Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía: Sancho Zancas, y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas; y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres (N) le llama algunas veces la historia. Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia; que ninguna es mala como sea verdadera.
      Si a ésta se le puede poner alguna objeción (N) cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos; aunque, por ser tan nuestros enemigos, (N) antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. (N) Y ansí me parece a mí, pues, cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio. (N) Cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, (N) el rancor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir. (N) En ésta sé que se hallará todo lo que se acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, (N) antes que por falta del sujeto. En fin, su segunda parte, (N) siguiendo la tradución, comenzaba desta manera:
      Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y al abismo; (N) tal era el denuedo y continente que tenían. Y el primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno, el cual fue dado con tanta fuerza y tanta furia que, a no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa contienda (N) y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su contrario, de modo que, aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada, con la mitad de la oreja; que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho.
      ¡ Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro manchego, viéndose parar de aquella manera ! No se diga más, sino que fue de manera que se alzó de nuevo en los estribos, y, apretando más la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por las narices, y por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de los estribos y luego soltó los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueño en tierra.
      Estábaselo con mucho sosiego mirando don Quijote, y, como lo vio caer, saltó de su caballo y con mucha ligereza se llegó a él, y, poniéndole la punta de la espada en los ojos, (N) le dijo que se rindiese; si no, que le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía responder palabra, y él lo pasara mal, según estaba ciego don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida (N) a aquel su escudero. A lo cual don Quijote respondió, con mucho entono y gravedad.
      -Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís; mas ha de ser con una condición y concierto, y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso (N) y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que más fuere de su voluntad.
      La temerosa y desconsolada señora, sin entrar en cuenta de lo que don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometió que el escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado.
      -Pues en fe de esa palabra, (N) yo no le haré más daño, puesto que me lo tenía bien merecido.







Parte I -- Capítulo X . De los graciosos razonamientos (N) que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero

      Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza, algo maltratado de los mozos de los frailes, (N) y había estado atento a la batalla de su señor don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle vitoria y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo volvía a subir sobre Rocinante, llegó a tenerle el estribo; y antes que subiese se hincó de rodillas delante dél, y, asiéndole de la mano, se la besó (N) y le dijo:
      -Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado; que, por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar (N) tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo.
      A lo cual respondió don Quijote.
      -Advertid, hermano Sancho, (N) que esta aventura y las a ésta semejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos. Tened paciencia, que aventuras se ofrecerán donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante.
      Agradecióselo mucho Sancho, y, besándole otra vez la mano y la falda de la loriga, (N) le ayudó a subir sobre Rocinante; y él subió sobre su asno y comenzó a seguir a su señor, que, a paso tirado, sin despedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba. Seguíale Sancho a todo el trote de su jumento, pero caminaba tanto Rocinante que, viéndose quedar atrás, le fue forzoso dar voces a su amo que se aguardase. Hízolo así don Quijote, teniendo las riendas a Rocinante hasta que llegase su cansado escudero, el cual, en llegando, le dijo.
      -Paréceme, señor, que sería acertado irnos a retraer a alguna iglesia; que, según quedó maltrecho aquel con quien os combatistes, no será mucho que den noticia del caso a la Santa Hermandad (N) y nos prendan; y a fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel que nos ha de sudar el hopo. (N)
      -Calla -dijo don Quijote-. Y ¿ dónde has visto tú, o leído jamás, que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por más homicidios que hubiese cometido.
      -Yo no sé nada de omecillos -respondió Sancho-, ni en mi vida le caté a ninguno; (N) sólo sé que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto.
      -Pues no tengas pena, amigo, respondió don Quijote, que yo te sacaré de las manos de los caldeos (N) cuanto más de las de la Hermandad. Pero dime, por tu vida: ¿ has visto más valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿ Has leído en historias (N) otro que tenga ni haya tenido más brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza en el herir, ni más maña en el derribar.
      -La verdad sea -respondió Sancho- que yo no he leído ninguna historia jamás, porque ni sé leer ni escrebir; mas lo que osaré apostar es que más atrevido amo que vuestra merced yo no le he servido en todos los días de mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho. Lo que le ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha sangre de esa oreja; que aquí traigo hilas y un poco de ungÜento blanco en las alforjas.
      -Todo eso fuera bien escusado -respondió don Quijote- si a mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás, (N) que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas.
      -¿ Qué redoma y qué bálsamo es ése? -dijo Sancho Panza.
      -Es un bálsamo -respondió don Quijote- de quien tengo la receta en la memoria, (N) con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. Y ansí, cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo (como muchas veces suele acontecer) , (N) bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. (N) luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana. (N)
      -Si eso hay -dijo Panza-, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa, en pago de mis muchos y buenos servicios, (N) sino que vuestra merced me dé la receta de ese estremado licor; que para mí tengo que valdrá la onza adondequiera más de a dos reales, y no he menester yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente. Pero es de saber agora si tiene mucha costa el hacelle.
      -Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres -respondió don Quijote.
      -Pecador de mí, (N) replicó Sancho, ¿ pues a qué aguarda vuestra merced a hacelle y a enseñármele.
      -Calla, amigo -respondió don Quijote-, que mayores secretos pienso enseñarte y mayores mercedes hacerte; y, por agora, curémonos, que la oreja me duele más de lo que yo quisiera.
      Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungÜento; mas, cuando don Quijote llegó a ver rota su celada, pensó perder el juicio, y puesta la mano en la espada, (N) y alzando los ojos al cielo, dijo.
      -Yo hago juramento al Criador de todas las cosas y a los santos cuatro Evangelios, donde más largamente están escritos, (N) de hacer la vida que hizo el grande marqués de Mantua cuando juró de vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fue de no comer pan a manteles, (N) ni con su mujer folgar, y otras cosas que, aunque dellas no me acuerdo, las doy aquí por expresadas, hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo.
      Oyendo esto Sancho, le dijo.
      -Advierta vuestra merced, señor don Quijote, que si el caballero cumplió lo que se le dejó ordenado de irse a presentar ante mi señora Dulcinea del Toboso, ya habrá cumplido con lo que debía, y no merece otra pena si no comete nuevo delito.
      -Has hablado y apuntado muy bien - respondió don Quijote - ; y así, anulo el juramento en cuanto lo que toca a tomar dél nueva venganza; pero hágole y confírmole de nuevo de hacer la vida que he dicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como ésta a algún caballero. Y no pienses, Sancho, que así a humo de pajas (N) hago esto, que bien tengo a quien imitar en ello; (N) que esto mismo pasó, al pie de la letra, sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costó a Sacripante. (N)
      -Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mío -replicó Sancho-; que son muy en daño de la salud y muy en perjuicio de la conciencia. Si no, dígame ahora: si acaso en muchos días no topamos hombre armado con celada, ¿ qué hemos de hacer? ¿ Hase de cumplir el juramento, a despecho de tantos inconvenientes e incomodidades, como será el dormir vestido, y el no dormir en poblado, (N) y otras mil penitencias que contenía el juramento de aquel loco viejo del marqués de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien, que por todos estos caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no sólo no traen celadas, pero quizá no las han oído nombrar en todos los días de su vida.
      -Engáñaste en eso -dijo don Quijote-, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas, cuando veamos más armados que los que vinieron sobre Albraca (N) a la conquista de Angélica la Bella.
      -Alto, pues; sea ansí -dijo Sancho-, y a Dios prazga (N) que nos suceda bien, y que se llegue ya el tiempo de ganar esta ínsula que tan cara me cuest (N) a, y muérame yo luego.
      -Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso cuidado alguno; que, cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca o el de Sobradisa, (N) que te vendrán como anillo al dedo; y más, que, por ser en tierra firme, te debes más alegrar. Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo donde alojemos esta noche y hagamos el bálsamo que te he dicho; porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la oreja.
      -Aquí trayo (N) una cebolla, y un poco de queso y no sé cuántos mendrugos de pan -dijo Sancho-, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero (N) como vuestra merced.
      -¡ Qué mal lo entiendes ! -respondió don Quijote - . Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes; y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo; que, aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores. (N) Y, aunque se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque, en efecto, eran hombres como nosotros, hase de entender también que, andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces. Así que, Sancho amigo, no te congoje lo que a mí me da gusto. Ni querrás tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería andante de sus quicios.
      -Perdóneme vuestra merced -dijo Sancho-; que, como yo no sé leer ni escrebir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de la profesión caballeresca; y, de aquí adelante, yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles (N) y de más sustancia.
      -No digo yo, Sancho, replicó don Quijote, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su más ordinario sustento debía de ser dellas, y de algunas yerbas que hallaban por los campos (N) que ellos conocían y yo también conozco.
      -Virtud es -respondió Sancho- conocer esas yerbas; que, según yo me voy imaginando, algún día será menester usar de ese conocimiento.
      Y, sacando, en esto, lo que dijo que traía, comieron los dos en buena paz (N) y compaña. Pero, deseosos de buscar donde alojar aquella noche, acabaron con mucha brevedad su pobre y seca comida. Subieron luego a caballo, y diéronse priesa por llegar a poblado antes que anocheciese; pero faltóles el sol, y la esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto a unas chozas de unos cabreros, y así, determinaron de pasarla allí; (N) que cuanto fue de pesadumbre para Sancho no llegar a poblado, fue de contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedía era hacer un acto posesivo (N) que facilitaba la prueba de su caballería.







Parte I -- Capítulo XI . De lo que le sucedió a Don Quijote con unos cabreros

      Fue recogido de los cabreros con buen ánimo; (N) y, habiendo Sancho, lo mejor que pudo, acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban; y, aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer, porque los cabreros los quitaron del fuego, y, tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras ceremonias rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revés le pusieron. Sentóse don Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo:
      -Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería, y cuán a pique están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere; porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala.
      -¡ Gran merced ! -dijo Sancho-; (N) pero sé decir a vuestra merced que, como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón, sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos (N) de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. (N) Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, (N) como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que éstas, aunque las doy por bien recebidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo.
      -Con todo eso, te has de sentar; (N) porque a quien se humilla, Dios le ensalza.
      Y, asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase.
      No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar, y mirar a sus huéspedes, que, con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puño. (N) Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria) que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas (N) en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones.
      -Dichosa edad (N) y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa (N) sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha (N) de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar (N) a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, (N) sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma (N) simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, (N) el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje (N) aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, solas y señeras, (N) sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; (N) porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, (N) amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero; que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.
      Toda esta larga arenga -que se pudiera muy bien escusar- dijo nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho, asimesmo, callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado (N) de un alcornoque.
      Más tardó en hablar don Quijote que en acabarse la cena; al fin de la cual, uno de los cabreros dijo. (N)
      -Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caballero andante, que le agasajamos con prompta y buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel, que no hay más que desear.
      Apenas había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son del rabel, y de allí a poco llegó el que le tañía, que era un mozo de hasta veinte y dos años, de muy buena gracia. Preguntáronle sus compañeros si había cenado, y, respondiendo que sí, el que había hecho los ofrecimientos le dijo.
      -De esa manera, Antonio, bien podrás hacernos placer de cantar un poco, porque vea este señor huésped que tenemos quien; también por los montes y selvas hay quien sepa de música. Hémosle dicho tus buenas habilidades, y deseamos que las muestres y nos saques verdaderos; y así, te ruego por tu vida que te sientes y cantes el romance de tus amores que te compuso el beneficiado tu tío, que en el pueblo ha parecido muy bien.
      -Que me place -respondió el mozo.
      Y, sin hacerse más de rogar, se sentó en el tronco de una desmochada encina, y, templando su rabel, (N) de allí a poco, con muy buena gracia, comenzó a cantar, diciendo desta manera.

ANTONIO.

-Yo sé, Olalla, que me adoras,
puesto que no me lo has dicho
ni aun con los ojos siquiera,
mudas lenguas de amoríos.
Porque sé que eres sabida,
en que me quieres me afirmo;
que nunca fue desdichado
amor que fue conocido.
Bien es verdad que tal vez,
Olalla, me has dado indicio
que tienes de bronce el alma
y el blanco pecho de risco.
Mas allá entre tus reproches (N)
y honestísimos desvíos,
tal vez la esperanza muestra
la orilla de su vestido.
Abalánzase al señuelo
mi fe, que nunca ha podido,
ni menguar por no llamado,
ni crecer por escogido. (N)
Si el amor es cortesía,
de la que tienes colijo
que el fin de mis esperanzas
ha de ser cual imagino.
Y si son servicios parte
de hacer un pecho benigno,
algunos de los que he hecho
fortalecen mi partido.
Porque si has mirado en ello,
más de una vez habrás visto
que me he vestido en los lunes
lo que me honraba el domingo.
Como el amor y la gala
andan un mesmo camino,
en todo tiempo a tus ojos
quise mostrarme polido.
Dejo el bailar por tu causa,
ni las músicas te pinto
que has escuchado a deshoras
y al canto del gallo primo. (N)
No cuento las alabanzas
que de tu belleza he dicho;
que, aunque verdaderas, hacen
ser yo de algunas malquisto.
Teresa del Berrocal,
yo alabándote, me dijo:
′′Tal piensa que adora a un ángel,
y viene a adorar a un jimio;
merced a los muchos dijes
y a los cabellos postizos,
y a hipócritas hermosuras,
que engañan al Amor mismo′′.
Desmentíla y enojóse;
volvió por ella su primo:
desafióme, y ya sabes
lo que yo hice y él hizo.
No te quiero yo a montón,
ni te pretendo y te sirvo
por lo de barraganía; (N)
que más bueno es mi designio.
Coyundas tiene la Iglesia
que son lazadas de sirgo; (N)
pon tú el cuello en la gamella;
verás como pongo el mío.
Donde no, desde aquí juro,
por el santo más bendito,
de no salir destas sierras
sino para capuchino. (N)

      Con esto dio el cabrero fin a su canto; y, aunque don Quijote le rogó que algo más cantase, no lo consintió Sancho Panza, porque estaba más para dormir que para oír canciones. Y ansí, dijo a su amo:
      -Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de posar esta noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no permite que pasen las noches cantando.
      -Ya te entiendo, Sancho, (N) le respondió don Quijote, que bien se me trasluce que las visitas del zaque piden más recompensa de sueño que de música.
      -A todos nos sabe bien, bendito sea Dios -respondió Sancho.
      -No lo niego -replicó don Quijote-, pero acomódate tú donde quisieres, que los de mi profesión mejor parecen velando que durmiendo. Pero, con todo esto, sería bien, Sancho, que me vuelvas a curar (N) esta oreja, que me va doliendo más de lo que es menester.
      Hizo Sancho lo que se le mandaba; y, viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se sanase. Y, tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina; y así fue la verdad.







Parte I -- Capítulo XII . De lo que contó un cabrero a los que estaban con Don Quijote

      Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento, (N) y dijo.
      -¿ Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros?
      -¿ Cómo lo podemos saber? -respondió uno dellos.
      -Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por esos andurriales.
      -Por Marcela dirás -dijo uno.
      -Por ésa digo -respondió el cabrero-. Y es lo bueno, que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque; porque, según es fama, y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo (N) dicen que no se han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio (N) y todos los pastores sus amigos quieren; y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; a lo menos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar. (N)
      -Todos haremos lo mesmo -respondieron los cabreros - ; y echaremos suertes a quién ha de quedar a guardar las cabras de todos.
      -Bien dices, Pedro, dijo uno de ellos, (N) aunque no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos. Y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día me pasó este pie.
      -Con todo eso, te lo agradecemos -respondió Pedro.
      Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué pastora aquélla; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar, con opinión de muy sabio y muy leído. (N)
      -« Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan allá en el cielo el sol y la luna, (N) porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.
      -Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores -dijo don Quijote.
      Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:
      -« Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.»
      -Estéril queréis decir, amigo -dijo don Quijote.
      -Estéril o estil -respondió Pedro-, todo se sale allá. « Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: ′′Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será de guilla de aceite, (N) los tres siguientes no se cogerá gota′′.»
      -Esa ciencia se llama astrología -dijo don Quijote.
      -No sé yo cómo se llama -replicó Pedro-, mas sé que todo esto sabía, y aún más. « Finalmente, no pasaron muchos meses, después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor, con su cayado y pellico, (N) habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía; y juntamente se vistió con él de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme de decir como Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas; tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, (N) que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados, y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan estraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado, mayor y menor, y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedó el mozo señor desoluto, y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto de Grisóstomo. Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza; quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna.
      -Decid Sarra (N) -replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero.
      -Harto vive la sarna -respondió Pedro-; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año.
      -Perdonad, amigo -dijo don Quijote-; que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra, (N) y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.
      -« Digo, pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos; no parece sino que ahora la veo (N) con aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija. Y así fue, que, cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se estendió de manera que, así por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores dellos, era rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, (N) no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de la moza, dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo, en alabanza del buen sacerdote.» Que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas.
      -Así es la verdad -dijo don Quijote-, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia.
      -La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. « Y en lo demás sabréis que, aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba al parecer justas escusas, (N) dejaba el tío de importunarla, y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, (N) cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo (N) con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y, así como ella salió en público y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. (N) Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla, pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse; y así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. (N) No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela; y encima de alguna, una corona grabada (N) en el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aquí suspira un pastor, (N) allí se queja otro; acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo. Y déste y de aquél, y de aquéllos y de éstos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan estremada.» Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo (N) que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquél donde manda enterrarse media legua.
      -En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración (N) de tan sabroso cuento.
      -¡ Oh ! -replicó el cabrero-, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario acidente.
      Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó, por su parte, que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces. (N)








Parte I -- Capítulo XIII . Donde se da fin al cuento de la pastora marcela, con otros sucesos

      Mas, apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del oriente, cuando los cinco de los seis cabreros (N) se levantaron y fueron a despertar a don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos hasta seis pastores, vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo (N) en la mano. Venían con ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompañaban. En llegándose a juntar, se saludaron cortésmente, y, preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro; y así, comenzaron a caminar todos juntos.
      Uno de los de a caballo, hablando con su compañero, le dijo.
      -Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en ver este famoso entierro, que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contado estrañezas, ansí del muerto pastor como de la pastora homicida.
      -Así me lo parece a mí -respondió Vivaldo-; y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle.
      Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores, (N) y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando la extrañeza (N) y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó todo lo que Pedro a don Quijote había contado.
      Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a don Quijote qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierra tan pacífica. A lo cual respondió don Quijote.
      -La profesión de mi ejercicio (N) no consiente ni permite que yo ande de otra manera. El buen paso, (N) el regalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos. (N)
      Apenas le oyeron esto, cuando todos le tuvieron por loco; y, por averiguarlo más y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldo que qué quería decir caballeros andantes. (N)
      -¿ No han vuestras mercedes leído -respondió don Quijote- los anales e historias de Ingalaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente (N) en nuestro romance castellano llamamos el rey Artús, (N) de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña que este rey no murió, sino que, por arte de encantamento, se convirtió en cuervo, y que, andando los tiempos, ha de volver a reinar y a cobrar su reino (N) y cetro; a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a éste haya ningún inglés muerto cuervo alguno? . (N) Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, (N) y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuentan de don Lanzarote del Lago (N) con la reina Ginebra, siendo medianera dellos y sabidora (N) aquella tan honrada dueña Quintañona, de donde nació aquel tan sabido romance, y tan decantado en nuestra España, de: Nunca fuera caballero. (N)
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote,
cuando de Bretaña vino;

      con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos. Pues desde entonces (N) de mano en mano fue aquella orden de caballería estendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula, con todos sus hijos y nietos (N) hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos (N) y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería; en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mesmo que profesaron los caballeros referidos profeso yo. Y así, me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos. (N)
      Por estas razones que dijo, acabaron de enterarse los caminantes que era don Quijote falto de juicio, y del género de locura que lo señoreaba, de lo cual recibieron la mesma admiración que recibían todos aquellos que de nuevo venían en conocimiento della. Y Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre condición, por pasar sin pesadumbre el poco camino que decían que les faltaba, al llegar a la sierra (N) del entierro, quiso darle ocasión a que pasase más adelante con sus disparates. Y así, le dijo.
      -Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aun la de los frailes cartujos (N) no es tan estrecha.
      -Tan estrecha bien podía ser -respondió nuestro don Quijote-, pero tan necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de ponello en duda. (N) Porque, si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda que el mesmo capitán que se lo ordena. Quiero decir que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos (N) por blanco de los insufribles rayos del sol en verano y de los erizados yelos del invierno. Así que, somos ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia. Y, como las cosas de la guerra y las a ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino sudando, afanando y trabajando excesivamente, (N) síguese que aquellos que la profesan tienen, sin duda, mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerrado religioso; sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que, sin duda, es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso, (N) porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha malaventura en el discurso de su vida. Y si algunos subieron a ser emperadores (N) por el valor de su brazo, a fe que les costó buen porqué de su sangre (N) y de su sudor; y que si a los que a tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, (N) que ellos quedaran bien defraudados de sus deseos y bien engañados de sus esperanzas.
      -De ese parecer estoy yo -replicó el caminante-; pero una cosa, entre otras muchas, me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que, cuando se ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se vee manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes; antes, se encomiendan a sus damas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios: cosa que me parece que huele algo a gentilidad. (N)
      -Señor -respondió don Quijote-, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso (N) el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante que, al acometer algún gran fecho de armas, tuviese su señora delante,vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende; (N) y desto tenemos innumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios; (N) que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el discurso de la obra.
      -Con todo eso -replicó el caminante-, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y, de una en otra, se les viene a encender la cólera, y a volver los caballos, (N) y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo el correr dellos, se vuelven a encontrar; y, en mitad de la corrida, se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte a parte, y al otro le viene también que, a no tenerse a las crines del suyo, no pudiera dejar de venir al suelo. (N) Y no sé yo cómo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el discurso de esta tan acelerada obra. Mejor fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a su dama las gastara en lo que debía y estaba obligado como cristiano. Cuanto más, que yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados.
      -Eso no puede ser -respondió don Quijote-: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; (N) y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo, y que entró (N) en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón.
      -Con todo eso -dijo el caminante-, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada (N) a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero.
      A lo cual respondió nuestro don Quijote.
      -Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que, aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecían, (N) era condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero. (N)
      -Luego, si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado - dijo el caminante - , bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama; que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece.
      Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo:
      -Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga (N) gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, (N) según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.
      -El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber - replicó Vivaldo.
      A lo cual respondió don Quijote.
      -No es de los antiguos Curcios, Cayos (N) y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos; (N) ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia; Palafoxes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón; Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros, Pallas y Meneses de Portogal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cervino (N) al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía: nadie las mueva.
que estar no pueda
con Roldán a prueba.

      -Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo, (N) respondió el caminante, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos.
      -¡ Como eso no habrá llegado ! -replicó don Quijote.
      Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás (N) a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.
      En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció, eran cuál de tejo y cuál de ciprés. (N) Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno de los cabreros, dijo.
      -Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen.
      Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían habían puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con agudos picos estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peña.
      Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mesmas andas algunos libros (N) y muchos papeles, abiertos y cerrados. Y así los que esto miraban, como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al muerto trujeron dijo a otro.
      -Mirá bien, Ambrosio, si es éste el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis (N) que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su testamento.
      -Éste es -respondió Ambrosio-; que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar, de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida. Y aquí, en memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas del eterno olvido. (N)
      Y, volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo.
      -Ese cuerpo, señores, (N) que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Ése es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, solo en la cortesía, estremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio (N) ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra.
      -De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos - dijo Vivaldo- que su mesmo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo que ordena (N) va fuera de todo razonable discurso; y no le tuviera bueno Augusto César, (N) si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Ansí que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido; que si él ordenó como agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto. Antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra, y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida; de la cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, y que en este lugar había de ser enterrado; y así, de curiosidad y de lástima, dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo. Y, en pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, te rogamos, ¡ oh discreto Ambrosio ! (a lo menos, yo te lo suplico de mi parte), que, dejando de abrasar estos papeles, me dejes llevar algunos dellos.
      Y, sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que más cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo.
      -Por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis tomado; pero pensar que dejaré de abrasar los que quedan es pensamiento vano.
      Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y dijo.
      -Ése es el último papel que escribió el desdichado; y, porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras, leelde de modo que seáis oído; que bien os dará lugar a ello el que se tardare (N) en abrir la sepultura.
      -Eso haré yo de muy buena gana -dijo Vivaldo.
      Y, como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda; y él, leyendo en voz clara, vio que así decía:






Parte I -- Capítulo XIV . Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos. (N)


CANCIÓN DE GRISÓSTOMO. (N)
Ya que quieres, cruel, que se publique,
de lengua en lengua y de una en otra gente,
del áspero rigor tuyo la fuerza,
haré que el mesmo infierno comunique
al triste pecho mío un son doliente,
con que el uso común de mi voz tuerza.
Y al par de mi deseo, que se esfuerza
a decir mi dolor y tus hazañas,
de la espantable voz irá el acento,
y en él mezcladas, por mayor tormento,
pedazos de las míseras entrañas.
Escucha, pues, y presta atento oído,
no al concertado son, sino al rÜido
que de lo hondo de mi amargo pecho,
llevado de un forzoso desvarío,
por gusto mío sale y tu despecho.
El rugir del león, del lobo fiero
el temeroso aullido, el silbo horrendo
de escamosa serpiente, el espantable
baladro de algún monstruo, el agorero (N)
graznar de la corneja, y el estruendo
del viento contrastado en mar instable;
del ya vencido toro el implacable
bramido, y de la viuda tortolilla
el sentible arrullar; el triste canto
del envidiado búho, (N) con el llanto
de toda la infernal negra cuadrilla,
salgan con la doliente ánima fuera, (N)
mezclados en un son, de tal manera
que se confundan los sentidos todos,
pues la pena cruel que en mí se halla
para contalla pide nuevos modos. (N)
De tanta confusión no las arenas
del padre Tajo oirán los tristes ecos,
ni del famoso Betis las olivas:
que allí se esparcirán mis duras penas
en altos riscos y en profundos huecos,
con muerta lengua y con palabras vivas (N)
o ya en escuros valles, o en esquivas
playas, desnudas de contrato humano,
o adonde el sol jamás mostró su lumbre,
o entre la venenosa muchedumbre
de fieras que alimenta el Libio llano; (N)
que, puesto que en los páramos desiertos
los ecos roncos de mi mal, inciertos,
suenen con tu rigor tan sin segundo,
por privilegio de mis cortos hados,
serán llevados por el ancho mundo.
Mata un desdén, atierra la paciencia, (N)
o verdadera o falsa, una sospecha;
matan los celos con rigor más fuerte;
desconcierta la vida larga ausencia;
contra un temor de olvido no aprovecha
firme esperanza (N) de dichosa suerte.
En todo hay cierta, inevitable muerte;
mas yo, ¡ milagro nunca visto !, vivo
celoso, ausente, desdeñado y cierto
de las sospechas que me tienen muerto;
y en el olvido en quien mi fuego avivo,
y, entre tantos tormentos, nunca alcanza
mi vista a ver en sombra a la esperanza,
ni yo, desesperado, la procuro;
antes, por estremarme en mi querella, (N)
estar sin ella eternamente juro.
¿ Puédese, por ventura, en un instante
esperar y temer, o es bien hacello,
siendo las causas del temor más ciertas?
¿ Tengo, si el duro celo está delante, (N)
de cerrar estos ojos, si he de vello
por mil heridas en el alma abiertas?
¿ Quién no abrirá de par en par las puertas
a la desconfianza, cuando mira (N)
descubierto el desdén, y las sospechas,
¡ oh amarga conversión !, verdades hechas,
y la limpia verdad vuelta en mentira?
¡ Oh, en el reino de amor fieros tiranos
celos, ponedme un hierro en estas manos !
Dame, desdén, una torcida soga.
Mas, ¡ ay de mí !, que, con cruel vitoria,
vuestra memoria el sufrimiento ahoga.
Yo muero, en fin; y, porque nunca espere
buen suceso en la muerte ni en la vida,
pertinaz estaré en mi fantasía.
Diré que va acertado el que bien quiere,
y que es más libre el alma más rendida
a la de amor antigua tiranía.
Diré que la enemiga siempre mía
hermosa el alma como el cuerpo tiene,
y que su olvido de mi culpa nace,
y que, en fe de los males que nos hace,
amor su imperio en justa paz mantiene.
Y, con esta opinión y un duro lazo, (N)
acelerando el miserable plazo
a que me han conducido sus desdenes,
ofreceré a los vientos cuerpo y alma,
sin lauro o palma de futuros bienes.
Tú, que con tantas sinrazones (N) muestras
la razón que me fuerza a que la haga
a la cansada vida que aborrezco,
pues ya ves que te da notorias muestras
esta del corazón profunda llaga, (N)
de cómo, alegre, a tu rigor me ofrezco,
si, por dicha, conoces que merezco
que el cielo claro de tus bellos ojos
en mi muerte se turbe, no lo hagas;
que no quiero que en nada satisfagas,
al darte de mi alma los despojos.
Antes, con risa en la ocasión funesta,
descubre que el fin mío fue tu fiesta;
mas gran simpleza es avisarte desto,
pues sé que está tu gloria conocida
en que mi vida llegue al fin tan presto.
Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo
Tántalo con su sed; Sísifo venga
con el peso terrible de su canto;
Ticio (N) traya su buitre, y ansimismo
con su rueda Egacute;n no se detenga,
ni las hermanas que trabajan tanto;
y todos juntos su mortal quebranto
trasladen en mi pecho, y en voz baja
-si ya a un desesperado son debidas -
canten obsequias tristes, (N) doloridas,
al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja.
Y el portero infernal de los tres rostros,
con otras mil quimeras y mil monstros, (N)
lleven el doloroso contrapunto;
que otra pompa mejor no me parece
que la merece un amador difunto.
Canción desesperada, no te quejes
cuando mi triste compañía dejes;
antes, pues que la causa do naciste (N)
con mi desdicha augmenta su ventura,
aun en la sepultura no estés triste.

      Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción (N) de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo.
      -Para que, señor, os satisfagáis (N) desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros. Y, como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela; la cual, fuera de ser cruel (N) y un poco arrogante y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.
      -Así es la verdad -respondió Vivaldo.
      Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión - que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela, (N) tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas, apenas la hubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de ánimo indignado, le dijo.
      -¿ Vienes a ver, por ventura, ¡ oh fiero basilisco destas montañas !, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿ O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, (N) el incendio de su abrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que más gustas; que, por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.
      -No vengo, ¡ oh Ambrosio !, (N) a ninguna cosa de las que has dicho - respondió Marcela - , sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. (N)
      » Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir ′′Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo′′. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿ por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿ fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿ por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda.
      » Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede (N) decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿ qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa. (N) Quéjese el engañado, (N) desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.
      » El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; (N) y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿ por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿ por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura (N) del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.
      Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, (N) pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles (N) voces, dijo.
      -Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive. (N)
      O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con un epitafio que había de decir desta manera: Yace aquí de un amador (N)
el mísero cuerpo helado,
que fue pastor de ganado,
perdido por desamor.
Murió a manos del rigor
de una esquiva hermosa ingrata,
con quien su imperio dilata
la tiranía de su amor.

      Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dando todos el pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron dél. Lo mesmo hicieron Vivaldo y su compañero, y don Quijote se despidió de sus huéspedes y de los caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, (N) que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones (N) malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. Viendo su buena determinación, no quisieron los caminantes importunarle más, sino, tornándose a despedir de nuevo, le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de la historia de Marcela y Grisóstomo como de las locuras de don Quijote. El cual determinó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio. Mas no le avino como él pensaba, según se cuenta en el discurso desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte. (N)







Parte I -- Capítulo XV . Donde se cuenta la desgraciada aventura que se tops Don Quijote en topar con unos desalmados yangÜeses

      Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que, así como don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisóstomo, él y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron que se había entrado la pastora Marcela; y, habiendo andado más de dos horas por él, buscándola por todas partes sin poder hallarla, vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco; tanto, que convidó y forzó a pasar allí las horas de la siesta, (N) que rigurosamente comenzaba ya a entrar.
      Apeáronse don Quijote y Sancho, (N) y, dejando al jumento y a Rocinante a sus anchuras pacer de la mucha yerba que allí había, dieron saco a las alforjas, y, sin cerimonia alguna, en buena paz y compañía, amo y mozo comieron lo que en ellas hallaron.
      No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco rijoso (N) que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba (N) no le hicieran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte, y el diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle (N) paciendo una manada de hacas galicianas de unos arrieros gallegos, de los cuales es costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba y agua; y aquel donde acertó a hallarse don Quijote era muy a propósito de los gallegos. (N)
Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las señoras facas; y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo (N) y se fue a comunicar su necesidad con ellas. Mas ellas, que, a lo que pareció, debían de tener más gana de pacer que de ál, recibiéronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera que, a poco espacio, se le rompieron las cinchas y quedó, sin silla, en pelota. Pero lo que él debió más de sentir fue que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron que le derribaron malparado en el suelo.
      Ya en esto don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto, llegaban ijadeando; y dijo don Quijote a Sancho.
      -A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Dígolo porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante.
      -¿ Qué diablos de venganza hemos de tomar -respondió Sancho-, si éstos son más de veinte y nosotros no más de dos, y aun, quizá, nosotros sino uno y medio? (N)
      -Yo valgo por ciento -replicó don Quijote.
      Y, sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los gallegos, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo. Y, a las primeras, dio don Quijote una cuchillada (N) a uno, que le abrió un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda.
      Los gallegos, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio, comenzaron a menudear sobre ellos (N) con grande ahínco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo; y quiso su ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había levantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas.
      Viendo, pues, los gallegos el mal recado que habían hecho, con la mayor presteza que pudieron, cargaron su recua y siguieron su camino, dejando a los dos aventureros de mala traza y de peor talante.
      El primero que se resintió (N) fue Sancho Panza; y, hallándose junto a su señor, con voz enferma y lastimada, dijo.
      -¡ Señor don Quijote ! ¡ Ah, señor don Quijote.
      -¿ Qué quieres, Sancho hermano? -respondió don Quijote con el mesmo tono afeminado y doliente (N) que Sancho.
      -Querría, si fuese posible -respondió Sancho Panza - , que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, (N) si es que la tiene vuestra merced ahí a mano. Quizá será de provecho para los quebrantamientos de huesos como lo es para las feridas.
      -Pues, a tenerla yo aquí, desgraciado yo, (N) ¿ qué nos faltaba? - respondió don Quijote - . Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero andante, que antes que pasen dos días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder, o mal me han de andar las manos.
      -Pues, ¿ en cuántos le parece a vuestra merced que podremos mover los pies? (N) - replicó Sancho Panza.
      -De mí sé decir -dijo el molido caballero don Quijote- que no sabré poner término a esos días. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no había de poner mano a la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo; y así, creo que, en pena de haber pasado las leyes de la caballería, (N) ha permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo. Por lo cual, Sancho Panza, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que, cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes a que yo ponga mano al espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera, (N) sino pon tú mano a tu espada (N) y castígalos muy a tu sabor; que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender y ofendellos con todo mi poder; que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta adónde se estiende el valor de este mi fuerte brazo.
      Tal quedó de arrogante el pobre señor con el vencimiento del valiente vizcaíno. Mas no le pareció tan bien a Sancho Panza el aviso de su amo que dejase de responder, diciendo.
      -Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimilar cualquiera injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar. Así que, séale a vuestra merced también aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero; y que, desde aquí para delante de Dios, perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer: ora me los haya hecho, (N) o haga o haya de hacer, persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin eceptar estado ni condición alguna.
      Lo cual oído por su amo, le respondió.
      -Quisiera tener aliento para poder hablar un poco descansado, y que el dolor que tengo en esta costilla se aplacara tanto cuanto, para darte a entender, Panza, en el error en que estás. (N) Ven acá, pecador; (N) si el viento de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en nuestro favor se vuelve, llevándonos las velas del deseo para que seguramente y sin contraste alguno tomemos puerto en alguna de las ínsulas que te tengo prometida, ¿ qué sería de ti si, ganándola yo, te hiciese señor della? Pues ¿ lo vendrás a imposibilitar por no ser caballero, ni quererlo ser, ni tener valor ni intención de vengar tus injurias y defender tu señorío? Porque has de saber que en los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca están tan quietos los ánimos de sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor que no se tengan temor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo las cosas, (N) y volver, como dicen, a probar ventura; y así, es menester que el nuevo posesor tenga entendimiento para saberse gobernar, y valor para ofender y defenderse en cualquiera acontecimiento.
      -En este que ahora nos ha acontecido -respondió Sancho-, quisiera yo tener ese entendimiento y ese valor que vuestra merced dice; mas yo le juro, a fe de pobre hombre, que más estoy para bizmas que para pláticas. Mire vuestra merced si se puede levantar, y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo merece, porque él fue la causa principal de todo este molimiento. Jamás tal creí de Rocinante, que le tenía por persona casta y tan pacífica como yo. (N) En fin, bien dicen que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida. ¿ Quién dijera que tras de aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a aquel desdichado caballero andante, había de venir, por la posta y en seguimiento suyo, esta tan grande tempestad de palos que ha descargado sobre nuestras espaldas.
      -Aun las tuyas, Sancho -replicó don Quijote-, deben de estar hechas a semejantes nublados; pero las mías, criadas entre sinabafas y holandas, (N) claro está que sentirán más el dolor desta desgracia. Y si no fuese porque imagino...., ¿ qué digo imagino?, sé muy cierto, que todas estas incomodidades son muy anejas al ejercicio de las armas, aquí me dejaría morir de puro enojo.
      A esto replicó el escudero.
      -Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballería, dígame vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos limitados en que acaecen; porque me parece a mí que a dos cosechas quedaremos inútiles para la tercera, si Dios, por su infinita misericordia, no nos socorre.
      -Sábete, amigo Sancho -respondió don Quijote-, que la vida de los caballeros andantes está sujeta a mil peligros y desventuras; y, ni más ni menos, está en potencia propincua (N) de ser los caballeros andantes reyes y emperadores, como lo ha mostrado la experiencia (N) en muchos y diversos caballeros, de cuyas historias yo tengo entera noticia. Y pudiérate contar agora, si el dolor me diera lugar, de algunos que, sólo por el valor de su brazo, han subido a los altos grados que he contado; y estos mesmos se vieron antes y después en diversas calamidades y miserias. Porque el valeroso Amadís de Gaula se vio en poder de su mortal enemigo Arcaláus el encantador, de quien se tiene por averiguado que le dio, teniéndole preso, más de docientos azotes con las riendas de su caballo, atado a una coluna de un patio. Y aun hay un autor secreto, y de no poco crédito, que dice que, habiendo cogido al Caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundió debajo de los pies, (N) en un cierto castillo, y al caer, se halló en una honda sima debajo de tierra, atado de pies y manos, y allí le echaron una destas que llaman melecinas, de agua de nieve y arena, de lo que llegó muy al cabo; y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero. (N) Ansí que, bien puedo yo pasar entre tanta buena gente; que mayores afrentas son las que éstos pasaron, que no las que ahora nosotros pasamos. Porque quiero hacerte sabidor, (N) Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los instrumentos que acaso se hallan en las manos; y esto está en la ley del duelo, escrito por palabras expresas: que si el zapatero da a otro con la horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no por eso se dirá que queda apaleado aquel a quien dio con ella. Digo esto porque no pienses que, puesto que quedamos desta pendencia molidos, quedamos afrentados; porque las armas que aquellos hombres traían, con que nos machacaron, no eran otras que sus estacas, y ninguno dellos, a lo que se me acuerda, tenía estoque, espada ni puñal.
      -No me dieron a mí lugar -respondió Sancho- a que mirase en tanto; porque, apenas puse mano a mi tizona, (N) cuando me santiguaron los hombros con sus pinos, de manera que me quitaron la vista de los ojos y la fuerza de los pies, dando conmigo adonde ahora yago, y adonde no me da pena alguna el pensar si fue afrenta o no lo de los estacazos, como me la da el dolor de los golpes, que me han de quedar tan impresos en la memoria como en las espaldas.
      -Con todo eso, te hago saber, hermano Panza - replicó don Quijote-, que no hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma.
      -Pues, ¿ qué mayor desdicha puede ser (N) - replicó Panza- de aquella que aguarda al tiempo que la consuma y a la muerte que la acabe? Si esta nuestra desgracia fuera de aquellas que con un par de bizmas se curan, aun no tan malo; pero voy viendo que no han de bastar todos los emplastos de un hospital para ponerlas en buen término siquiera.
      -Déjate deso y saca fuerzas de flaqueza, Sancho - respondió don Quijote - , que así haré yo, y veamos cómo está Rocinante; que, a lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.
      -No hay de qué maravillarse deso (N) - respondió Sancho-, siendo él tan buen caballero andante; de lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas donde nosotros salimos sin costillas.
      -Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas -dijo don Quijote-. Dígolo porque esa bestezuela podrá suplir ahora la falta de Rocinante, llevándome a mí desde aquí a algún castillo donde sea curado de mis feridas. (N) Y más, que no tendré a deshonra la tal caballería, porque me acuerdo haber leído que aquel buen viejo Sileno, (N) ayo y pedagogo del alegre dios de la risa, cuando entró en la ciudad de las cien puertas iba, muy a su placer, caballero sobre un muy hermoso asno.
      -Verdad será que él debía de ir caballero, como vuestra merced dice - respondió Sancho-, pero hay grande diferencia del ir caballero al ir atravesado como costal de basura.
      A lo cual respondió don Quijote:
      -Las feridas que se reciben en las batallas, antes dan honra que la quitan. (N) Así que, Panza amigo, no me repliques más, sino, como ya te he dicho, levántate lo mejor que pudieres y ponme de la manera que más te agradare encima de tu jumento, y vamos de aquí antes que la noche venga y nos saltee en este despoblado.
      -Pues yo he oído decir a vuestra merced -dijo Panza - que es muy de caballeros andantes el dormir en los páramos y desiertos lo más del año, y que lo tienen a mucha ventura.
      -Eso es -dijo don Quijote- cuando no pueden más, o cuando están enamorados; y es tan verdad esto, que ha habido caballero que se ha estado sobre una peña, al sol y a la sombra, y a las inclemencias del cielo, dos años, sin que lo supiese su señora. Y uno déstos fue Amadís, cuando, llamándose Beltenebros, se alojó en la Peña Pobre, ni sé si ocho años o ocho meses, (N) que no estoy muy bien en la cuenta: basta que él estuvo allí haciendo penitencia, por no sé qué sinsabor que le hizo la señora Oriana. Pero dejemos ya esto, Sancho, y acaba, antes que suceda otra desgracia al jumento, como a Rocinante.
      -Aun ahí sería el diablo -dijo Sancho.
      Y, despidiendo treinta ayes, y sesenta sospiros, y ciento y veinte pésetes y reniegos de quien allí le había traído, se levantó, quedándose agobiado en la mitad del camino, como arco turquesco, sin poder acabar de enderezarse; y con todo este trabajo aparejó su asno, que también había andado algo destraído con la demasiada libertad de aquel día. Levantó luego a Rocinante, el cual, si tuviera lengua con que quejarse, a buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga.
      En resolución, Sancho acomodó a don Quijote sobre el asno y puso de reata a Rocinante; y, llevando al asno de cabestro, se encaminó, poco más a menos, hacia donde le pareció que podía estar el camino real. Y la suerte, que sus cosas de bien en mejor iba guiando, (N) aún no hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venta que, a pesar suyo y gusto de don Quijote, había de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar a ella, (N) en la cual Sancho se entró, sin más averiguación, con toda su recua.







Parte I -- Capítulo XVI . De lo que le sucedis al ingenioso hidalgo en la venta que il imaginaba ser castillo

      El ventero, que vio a don Quijote atravesado en el asno, preguntó a Sancho qué mal traía. Sancho le respondió que no era nada, sino que había dado una caída de una peña abajo, y que venía algo brumadas las costillas. Tenía el ventero por mujer a una, no de la condición que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa y se dolía de las calamidades de sus prójimos; y así, acudió luego a curar a don Quijote y hizo que una hija suya, doncella, muchacha y de muy buen parecer, la ayudase a curar a su huésped. Servía en la venta, asimesmo, una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera. Esta gentil moza, pues, ayudó a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote en un camaranchón que, en otros tiempos, daba manifiestos indicios que había servido de pajar muchos años. (N) En la cual también alojaba un arriero, que tenía su cama hecha un poco más allá de la de nuestro don Quijote. Y, aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacía mucha ventaja a la de don Quijote, que sólo contenía cuatro mal lisas tablas, sobre dos no muy iguales bancos, y un colchón que en lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques, que, a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, en la dureza, semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, (N) y una frazada, cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo (N) de la cuenta.
      En esta maldita cama se acostó don Quijote, y luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba abajo, alumbrándoles Maritornes, (N) que así se llamaba la asturiana; y, como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a partes a don Quijote, dijo que aquello más parecían golpes que caída.
      -No fueron golpes -dijo Sancho-, sino que la peña tenía muchos picos y tropezones.
      Y que cada uno había hecho su cardenal. Y también le dijo.
      -Haga vuestra merced, señora, de manera que queden algunas estopas, que no faltará quien las haya menester; que también me duelen a mí un poco los lomos.
      -Desa manera -respondió la ventera-, también debistes vos de caer.
      -No caí -dijo Sancho Panza-, sino que del sobresalto que tomé de ver caer a mi amo, de tal manera me duele a mí el cuerpo que me parece que me han dado mil palos.
      -Bien podrá ser eso -dijo la doncella-; que a mí me ha acontecido muchas veces soñar que caía de una torre abajo y que nunca acababa de llegar al suelo, y, cuando despertaba del sueño, hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caído.
      -Ahí está el toque, señora -respondió Sancho Panza - : que yo, sin soñar nada, sino estando más despierto que ahora estoy, me hallo con pocos menos cardenales que mi señor don Quijote.
      -¿ Cómo se llama este caballero? -preguntó la asturiana Maritornes.
      -Don Quijote de la Mancha -respondió Sancho Panza - , y es caballero aventurero, y de los mejores y más fuertes que de luengos tiempos acá se han visto en el mundo.
      -¿ Qué es caballero aventurero? -replicó la moza.
      -¿ Tan nueva sois en el mundo que no lo sabéis vos? - respondió Sancho Panza-. Pues sabed, (N) hermana mía, que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras (N) se ve apaleado y emperador. Hoy está la más desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendría dos o tres coronas de reinos que dar a su escudero.
      -Pues, ¿ cómo vos, siéndolo deste tan buen señor - dijo la ventera-, no tenéis, a lo que parece, siquiera algún condado.
      -Aún es temprano -respondió Sancho-, porque no ha sino un mes (N) que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea. Y tal vez hay que se busca una cosa y se halla otra. Verdad es que, si mi señor don Quijote sana desta herida o caída y yo no quedo contrecho (N) della, no trocaría mis esperanzas con el mejor título de España.
      Todas estas pláticas estaba escuchando, muy atento, don Quijote, y, sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera, le dijo.
      -Creedme, fermosa señora, que os podéis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo a mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, es por lo que suele decirse que la alabanza propria envilece; pero mi escudero os dirá quién soy. Sólo os digo que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio que me habedes fecho, para agradecéroslo mientras la vida me durare; y pluguiera a los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata (N) que digo entre mis dientes; que los desta fermosa doncella fueran señores de mi libertad.
      Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y requiebros; y, como no usadas (N) a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban; y, agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron; y la asturiana Maritornes curó a Sancho, que no menos lo había menester que su amo.
      Había el arriero concertado con ella que aquella noche se refocilarían juntos, y ella le había dado su palabra de que, en estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos, le iría a buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase. Y cuéntase desta buena moza que jamás dio semejantes palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno; porque presumía muy de hidalga, (N) y no tenía por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta, porque decía ella que desgracias y malos sucesos la habían traído a aquel estado.
      El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de don Quijote (N) estaba primero en mitad de aquel estrellado establo, (N) y luego, junto a él, hizo el suyo Sancho, que sólo contenía una estera de enea (N) y una manta, que antes mostraba ser de anjeo tundido (N) que de lana. Sucedía a estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas y todo el adorno de los dos mejores mulos que traía, aunque eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, (N) según lo dice el autor desta historia, que deste arriero hace particular mención, porque le conocía muy bien, y aun quieren decir que era algo pariente suyo. Fuera de que Cide Mahamate Benengeli fue historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas; y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio; de donde podrán tomar ejemplo los historiadores graves, que nos cuentan las acciones tan corta y sucintamente que apenas nos llegan a los labios, dejándose en el tintero, ya por descuido, por malicia o ignorancia, lo más sustancial de la obra. ¡ Bien haya mil veces el autor de Tablante de Ricamonte, (N) y aquel del otro libro donde se cuenta los hechos del conde Tomillas; (N) y con qué puntualidad lo describen todo.
      Digo, pues, que después de haber visitado el arriero a su recua y dádole el segundo pienso, se tendió en sus enjalmas y se dio a esperar a su puntualísima Maritornes. Ya estaba Sancho bizmado y acostado, y, aunque procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas; y don Quijote, con el dolor de las suyas, tenía los ojos abiertos como liebre. (N) Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz que la que daba una lámpara que colgada en medio del portal ardía.
      Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la imaginación (N) una de las estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden. Y fue que él se imaginó haber llegado a un famoso castillo (N) -que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer todas las ventas donde alojaba-, y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado dél y prometido que aquella noche, a furto de sus padres, vendría (N) a yacer con él una buena pieza; y, teniendo toda esta quimera, que él se había fabricado, por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, y propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, aunque la mesma reina Ginebra con su dama Quintañona (N) se le pusiesen delante.
      Pensando, pues, en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora -que para él fue menguada (N) - de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán, (N) con tácitos y atentados pasos, (N) entró en el aposento donde los tres alojaban en busca del arriero. Pero, apenas llegó a la puerta, cuando don Quijote la sintió, y, sentándose en la cama, a pesar de sus bizmas y con dolor de sus costillas, tendió los brazos para recebir a su fermosa doncella. La asturiana, que, toda recogida y callando, iba con las manos delante buscando a su querido, topó con los brazos de don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca y, tirándola hacía sí, sin que ella osase hablar palabra, (N) la hizo sentar sobre la cama. Tentóle luego la camisa, y, aunque ella era de harpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal. Traía en las muñecas unas cuentas de vidro, pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecía. (N) Y el aliento, (N) que, sin duda alguna, olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación de la misma traza y modo que lo había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver el mal ferido caballero, vencida de sus amores, (N) con todos los adornos que aquí van puestos. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas que traía en sí la buena doncella, no le desengañaban, (N) las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes, le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura. Y, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó a decir.
      -Quisiera hallarme en términos, (N) fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura (N) me habedes fecho, pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado que, aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera imposible. Y más, que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada (N) a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos; que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra gran bondad me ha puesto.
      Maritornes estaba congojadísima y trasudando, de verse tan asida de don Quijote, y, sin entender ni estar atenta a las razones (N) que le decía, procuraba, sin hablar palabra, desasirse. El bueno del arriero, a quien tenían despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coima (N) por la puerta, la sintió; estuvo atentamente escuchando (N) todo lo que don Quijote decía, y, celoso de que la asturiana le hubiese faltado la palabra por otro, se fue llegando más al lecho de don Quijote, y estúvose quedo hasta ver en qué paraban aquellas razones, que él no podía entender. Pero, como vio que la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre; y, no contento con esto, se le subió encima de las costillas, y con los pies más que de trote, se las paseó todas de cabo a cabo.
      El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque, habiéndola llamado a voces, no respondía. Con esta sospecha se levantó, y, encendiendo un candil, se fue hacia donde había sentido la pelaza. (N) La moza, viendo que su amo venía, y que era de condición terrible, toda medrosica y alborotada, se acogió a la cama de Sancho Panza, que aún dormía, (N) y allí se acorrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró diciendo:
      -¿ Adónde estás, puta? (N) A buen seguro que son tus cosas éstas.
      En esto, despertó Sancho, y, sintiendo aquel bulto casi encima de sí, pensó que tenía la pesadilla, (N) y comenzó a dar puñadas a una y otra parte, y entre otras alcanzó con no sé cuántas a Maritornes, la cual, sentida del dolor, echando a rodar la honestidad, dio el retorno a Sancho con tantas que, a su despecho, le quitó el sueño; el cual, viéndose tratar (N) de aquella manera y sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la más reñida y graciosa escaramuza del mundo.
      Viendo, pues, el arriero, a la lumbre del candil (N) del ventero, cuál andaba su dama, dejando a don Quijote, acudió a dalle el socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero, (N) pero con intención diferente, porque fue a castigar a la moza, creyendo sin duda que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía. (N) Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero a Sancho, (N) Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y, como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto que, a doquiera que ponían la mano, no dejaban cosa sana.
      Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de los que llaman de la Santa Hermandad Vieja de Toledo, (N) el cual, oyendo ansimesmo el estraño estruendo de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus títulos, (N) y entró ascuras (N) en el aposento, diciendo:
      -¡ Ténganse a la justicia ! ¡ Ténganse a la Santa Hermandad.
      Y el primero con quien topó fue con el apuñeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno, y, echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir.
      -¡ Favor a la justicia !
      Pero, viendo que el que tenía asido no se bullía ni meneaba, se dio a entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus matadores; y con esta sospecha reforzó la voz, diciendo.
      -¡ Ciérrese la puerta de la venta ! ¡ Miren no se vaya nadie, que han muerto aquí a un hombre.
      Esta voz sobresaltó a todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retiróse el ventero a su aposento, el arriero a sus enjalmas, la moza a su rancho; solos los desventurados don Quijote y Sancho no se pudieron mover de donde estaban. Soltó en esto el cuadrillero la barba de don Quijote, (N) y salió a buscar luz para buscar y prender los delincuentes; mas no la halló, porque el ventero, de industria, había muerto la lámpara cuando se retiró a su estancia, y fuele forzoso acudir a la chimenea, donde, con mucho trabajo y tiempo, encendió el cuadrillero (N) otro candil.







Parte I -- Capítulo XVII . Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo don Quijote y su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta que, por su mal, pensó que era castillo. (N)

      Había ya vuelto en este tiempo de su parasismo don Quijote, y, con el mesmo tono de voz con que el día antes había llamado a su escudero, cuando estaba tendido en el val de las estacas, (N) le comenzó a llamar, diciendo.
      -Sancho amigo, ¿ duermes? ¿ Duermes, amigo Sancho.
      -¿ Qué tengo de dormir, pesia a mí -respondió Sancho, lleno de pesadumbre y de despecho-; que no parece sino que todos los diablos han andado conmigo esta noche.
      -Puédeslo creer ansí, sin duda -respondió don Quijote-, porque, o yo sé poco, o este castillo es encantado. (N) Porque has de saber... Mas, esto que ahora quiero decirte hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta después de mi muerte.
      -Sí juro -respondió Sancho.
      -Dígolo -replicó don Quijote-, porque soy enemigo de que se quite la honra a nadie.
      -Digo que sí juro -tornó a decir Sancho- que lo callaré hasta después de los días de vuestra merced, y plega a Dios que lo pueda descubrir mañana.
      -¿ Tan malas obras te hago, Sancho - respondió don Quijote - , que me querrías ver muerto con tanta brevedad.
      -No es por eso -respondió Sancho-, sino porque soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querría que se me pudriesen de guardadas.
      -Sea por lo que fuere -dijo don Quijote-; que más fío de tu amor y de tu cortesía; y así, has de saber que esta noche me ha sucedido una de las más estrañas aventuras que yo sabré encarecer; y, por contártela en breve, sabrás que poco ha que a mí vino la hija del señor deste castillo, que es la más apuesta y fermosa doncella (N) que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¿ Qué te podría decir del adorno de su persona? ¿ Qué de su gallardo entendimiento? ¿ Qué de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que debo a mi señora (N) Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio? Sólo te quiero decir que, envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me había puesto en las manos, o quizá, y esto es lo más cierto, que, como tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos coloquios, (N) sin que yo la viese ni supiese por dónde venía, vino una mano pegada a algún brazo de algún descomunal gigante (N) y asentóme una puñada en las quijadas, tal, que las tengo todas bañadas en sangre; y después me molió de tal suerte que estoy peor que ayer cuando los gallegos, que, por demasías de Rocinante, nos hicieron el agravio que sabes. Por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algún encantado moro, y no debe de ser para mí.
      -Ni para mí tampoco -respondió Sancho-, porque más de cuatrocientos moros me han aporreado a mí, de manera que el molimiento de las estacas fue tortas y pan pintado. (N) Pero dígame, señor, ¿ cómo llama a ésta buena y rara aventura, habiendo quedado della cual quedamos? Aun vuestra merced menos mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho, pero yo, ¿ qué tuve sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda mi vida? ¡ Desdichado de mí y de la madre que me parió, que ni soy caballero andante, ni lo pienso ser jamás, y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte.
      -Luego, ¿ también estás tú aporreado? -respondió don Quijote.
      -¿ No le he dicho que sí, pesia a mi linaje? -dijo Sancho.
      -No tengas pena, amigo -dijo don Quijote-, que yo haré agora el bálsamo precioso con que sanaremos en un abrir y cerrar de ojos.
      Acabó en esto de encender el candil el cuadrillero, y entró a ver el que pensaba que era muerto; y, así como le vio entrar Sancho, viéndole venir en camisa y con su paño de cabeza y candil en la mano, y con una muy mala cara, preguntó a su amo.
      -Señor, ¿ si será éste, a dicha, el moro encantado, (N) que nos vuelve a castigar, si se dejó algo en el tintero?
      -No puede ser el moro -respondió don Quijote-, porque los encantados no se dejan ver de nadie.
      -Si no se dejan ver, déjanse sentir -dijo Sancho - ; si no, díganlo mis espaldas.
      -También lo podrían decir las mías -respondió don Quijote-, pero no es bastante indicio ése para creer que este que se vee sea el encantado moro.
      Llegó el cuadrillero, y, como los halló hablando en tan sosegada conversación, quedó suspenso. Bien es verdad que aún don Quijote se estaba boca arriba, sin poderse menear, de puro molido y emplastado. Llegóse a él el cuadrillero y díjole:
      -Pues, ¿ cómo va, buen hombre? (N)
      -Hablara yo más bien criado -respondió don Quijote - , si fuera que vos. ¿ Úsase en esta tierra hablar desa suerte a los caballeros andantes, majadero.
      El cuadrillero, que se vio tratar tan mal de un hombre de tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y, alzando el candil con todo su aceite, dio a don Quijote con él en la cabeza, de suerte que le dejó muy bien descalabrado; y, como todo quedó ascuras, salióse luego; y Sancho Panza dijo.
      -Sin duda, señor, que éste es el moro encantado, y debe de guardar el tesoro para otros, y para nosotros sólo guarda las puñadas y los candilazos.
      -Así es -respondió don Quijote-, y no hay que hacer caso destas cosas de encantamentos, ni hay para qué tomar cólera ni enojo con ellas; que, como son invisibles y fantásticas, no hallaremos de quién vengarnos, aunque más lo procuremos. Levántate, Sancho, si puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutífero bálsamo; que en verdad que creo que lo he bien menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado.
      Levantose Sancho con harto dolor de sus huesos, y fue ascuras donde estaba el ventero; y, encontrándose con el cuadrillero, que estaba escuchando en qué paraba su enemigo, le dijo.
      -Señor, quien quiera que seáis, (N) hacednos merced y beneficio de darnos un poco de romero, aceite, sal y vino, que es menester para curar uno de los mejores caballeros andantes que hay en la tierra, el cual yace en aquella cama, malferido por las manos del encantado moro que está en esta venta.
      Cuando el cuadrillero tal oyó, túvole por hombre falto de seso; y, porque ya comenzaba a amanecer, abrió la puerta de la venta, y, llamando al ventero, le dijo lo que aquel buen hombre quería. El ventero le proveyó de cuanto quiso, y Sancho se lo llevó a don Quijote, que estaba con las manos en la cabeza, quejándose del dolor del candilazo, que no le había hecho más mal que levantarle dos chichones (N) algo crecidos, y lo que él pensaba que era sangre no era sino sudor que sudaba con la congoja de la pasada tormenta.
      En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, (N) hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y, como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo grata donación. (N) Y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición; a todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y cuadrillero; que ya el arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus machos.
      Hecho esto, quiso él mesmo hacer luego la esperiencia de la virtud de aquel precioso bálsamo que él se imaginaba; y así, se bebió, de lo que no pudo caber en la alcuza y quedaba en la olla donde se había cocido, casi media azumbre; y apenas lo acabó de beber, cuando comenzó a vomitar de manera que no le quedó cosa en el estómago; y con las ansias y agitación del vómito le dio un sudor copiosísimo, por lo cual mandó que le arropasen y le dejasen solo. Hiciéronlo ansí, y quedóse dormido más de tres horas, al cabo de las cuales despertó y se sintió aliviadísimo del cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento que se tuvo por sano; y verdaderamente creyó que había acertado con el bálsamo de Fierabrás, y que con aquel remedio podía acometer desde allí adelante, sin temor alguno, cualesquiera ruinas, (N) batallas y pendencias, por peligrosas que fuesen.
      Sancho Panza, que también tuvo a milagro la mejoría de su amo, le rogó que le diese a él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Concedióselo don Quijote, y él, tomándola a dos manos, con buena fe y mejor talante, se la echó a pechos, y envasó bien poco menos que su amo. Es, pues, el caso que el estómago del pobre Sancho no debía de ser tan delicado como el de su amo, y así, primero que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos que él pensó bien y verdaderamente (N) que era llegada su última hora; y, viéndose tan afligido y congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado. Viéndole así don Quijote, le dijo.
      -Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, (N) porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son.
      -Si eso sabía vuestra merced -replicó Sancho-, ¡ mal haya yo y toda mi parentela !, ¿ para qué consintió que lo gustase.
      En esto, hizo su operación el brebaje, y comenzó el pobre escudero a desaguarse por entrambas canales, con tanta priesa que la estera de enea, sobre quien se había vuelto a echar, ni la manta (N) de anjeo con que se cubría, fueron más de provecho. Sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que no solamente él, sino todos pensaron que se le acababa la vida. Duróle esta borrasca y mala andanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebrantado que no se podía tener.
      Pero don Quijote, que, como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego a buscar aventuras, pareciéndole que todo el tiempo que allí se tardaba era quitársele al mundo y a los en él menesterosos de su favor y amparo; y más con la seguridad y confianza que llevaba en su bálsamo. Y así, forzado deste deseo, él mismo ensilló a Rocinante y enalbardó al jumento (N) de su escudero, a quien también ayudó a vestir y a subir en el asno. Púsose luego a caballo, y, llegándose a un rincón de la venta, asió de un lanzón (N) que allí estaba, para que le sirviese de lanza.
      Estábanle mirando todos cuantos había en la venta, que pasaban de más de veinte personas; (N) mirábale también la hija del ventero, y él también no quitaba los ojos della, (N) y de cuando en cuando arrojaba un sospiro que parecía que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos pensaban que debía de ser del dolor que sentía en las costillas; a lo menos, pensábanlo aquellos que la noche antes le habían visto bizmar.
      Ya que estuvieron los dos a caballo, puesto a la puerta de la venta, llamó al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo.
      -Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recebido, (N) y quedo obligadísimo a agradecéroslas todos los días de mi vida. Si os las puedo pagar en haceros vengado de algún soberbio que os haya fecho algún agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden, y vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosías. Recorred vuestra memoria, y si halláis alguna cosa deste jaez que encomendarme, no hay sino decilla; que yo os prometo, por la orden de caballero que recebí, de faceros satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad.
      El ventero le respondió con el mesmo sosiego.
      -Señor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningún agravio, porque yo sé tomar la venganza que me parece, cuando se me hacen. Sólo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias, como de la cena y camas.
      -Luego, ¿ venta es ésta? -replicó don Quijote.
      -Y muy honrada -respondió el ventero.
      -Engañado he vivido hasta aquí -respondió don Quijote-, que en verdad que pensé que era castillo, y no malo; pero, pues es ansí que no es castillo sino venta, lo que se podrá hacer por agora es que perdonéis por la paga, (N) que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto, sin que hasta ahora haya leído cosa en contrario, (N) que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de día, en invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra.
      -Poco tengo yo que ver en eso -respondió el ventero - ; págueseme lo que se me debe, y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda.
      -Vos sois un sandio y mal hostalero (N) - respondió don Quijote.
      Y, poniendo piernas al Rocinante y terciando su lanzón, se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su escudero, se alongó un buen trecho.
      El ventero, que le vio ir y que no le pagaba, acudió a cobrar de Sancho Panza, (N) el cual dijo que, pues su señor no había querido pagar, que tampoco él pagaría; porque, siendo él escudero de caballero andante, como era, la mesma regla y razón corría por él como por su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas. Amohinóse mucho desto el ventero, y amenazóle que si no le pagaba, que lo cobraría de modo que le pesase. A lo cual Sancho respondió que, por la ley de caballería que su amo había recebido, no pagaría un solo cornado, (N) aunque le costase la vida; porque no había de perder por él la buena y antigua usanza de los caballeros andantes, ni se habían de quejar dél los escuderos de los tales que estaban por venir al mundo, reprochándole el quebrantamiento de tan justo fuero.
      Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la gente que estaba en la venta, se hallasen cuatro perailes de Segovia, (N) tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mesmo espíritu, se llegaron a Sancho, y, apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y, echándole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo. Y allí, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él como con perro por carnestolendas. (N)
      Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oídos de su amo; el cual, determinándose a escuchar atentamente, creyó que alguna nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su escudero; y, volviendo las riendas, con un penado galope (N) llegó a la venta, y, hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba por donde entrar; pero no hubo llegado a las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vio el mal juego que se le hacía a su escudero. Viole bajar y subir por el aire, con tanta gracia y presteza que, si la cólera le dejara, tengo para mí que se riera. Probó a subir desde el caballo a las bardas, pero estaba tan molido y quebrantado que aun apearse no pudo; y así, desde encima del caballo, comenzó a decir tantos denuestos y baldones a los que a Sancho manteaban, que no es posible acertar a escribillos; mas no por esto cesaban ellos de su risa y de su obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas, mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo aprovechaba poco, ni aprovechó, hasta que de puro cansados (N) le dejaron. Trujéronle allí su asno, y, subiéndole encima, le arroparon con su gabán. Y la compasiva de Maritornes, viéndole tan fatigado, le pareció ser bien socorrelle con un jarro de agua, y así, se le trujo del pozo, por ser más frío. Tomóle Sancho, y llevándole a la boca, se paró a las voces que su amo le daba, diciendo.
      -¡ Hijo Sancho, no bebas agua ! ¡ Hijo, no la bebas, que te matará ! ¿ Ves? Aquí tengo el santísimo bálsamo -y enseñábale la alcuza del brebaje-, que con dos gotas que dél bebas sanarás sin duda.
      A estas voces volvió Sancho los ojos, como de través, y dijo con otras mayores:
      -¿ Por dicha hásele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero, o quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? Guárdese su licor con todos los diablos y déjeme a mí.
      Y el acabar de decir esto y el comenzar a beber todo fue uno; mas, como al primer trago vio que era agua, no quiso pasar adelante, y rogó a Maritornes que se le trujese de vino, y así lo hizo ella de muy buena voluntad, y lo pagó de su mesmo dinero; porque, en efecto, se dice della que, aunque estaba en aquel trato, tenía unas sombras y lejos de cristiana.
      Así como bebió Sancho, dio de los carcaños a su asno, y, abriéndole la puerta de la venta de par en par, (N) se salió della, muy contento de no haber pagado nada y de haber salido con su intención, aunque había sido a costa de sus acostumbrados fiadores, que eran sus espaldas. Verdad es que el ventero se quedó con sus alforjas en pago de lo que se le debía; mas Sancho no las echó menos, según salió turbado. (N) Quiso el ventero atrancar bien la puerta así como le vio fuera, mas no lo consintieron los manteadores, que eran gente que, aunque don Quijote fuera verdaderamente de los caballeros andantes de la Tabla Redonda, no le estimaran en dos ardites.







Parte I -- Capítulo XVIII . Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor Don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas

      Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado; tanto, que no podía arrear a su jumento. Cuando así le vio don Quijote, le dijo.
      -Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta, de que es encantado sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿ qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que, cuando estaba por las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines (N) se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la caballería, que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de urgente y gran necesidad.
      -También me vengara yo (N) si pudiera, fuera o no fuera armado caballero, pero no pude; aunque tengo para mí que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres encantados, como vuestra merced dice, sino hombres de carne y hueso como nosotros; y todos, según los oí nombrar cuando me volteaban, tenían sus nombres: que el uno se llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo. Así que, señor, el no poder saltar las bardas del corral, ni apearse del caballo, en ál estuvo que en encantamentos. Y lo que yo saco en limpio de todo esto es que estas aventuras que andamos buscando, al cabo al cabo, nos han de traer a tantas desventuras que no sepamos cuál es nuestro pie derecho. Y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega y de entender en la hacienda, dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra, (N) como dicen.
      -¡ Qué poco sabes, Sancho -respondió don Quijote-, de achaque de caballería ! Calla y ten paciencia, que día vendrá donde veas por vista de ojos cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio. Si no, dime: ¿ qué mayor contento puede haber en el mundo, o qué gusto puede igualarse al de vencer una batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna.
      -Así debe de ser -respondió Sancho-, puesto que yo no lo sé; sólo sé que, después que somos caballeros andantes, o vuestra merced lo es (que yo no hay para qué me cuente en tan honroso número), jamás hemos vencido batalla alguna, si no fue la del vizcaíno, y aun de aquélla salió vuestra merced con media oreja y media celada menos; que, después acá, todo ha sido palos y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, para saber hasta dónde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como vuestra merced dice.
      -Ésa es la pena que yo tengo y la que tú debes tener, Sancho -respondió don Quijote-; pero, de aquí adelante, yo procuraré haber a las manos alguna espada hecha por tal maestría, que al que la trujere consigo no le puedan hacer ningún género de encantamentos; y aun podría ser que me deparase la ventura aquella de Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente Espada, (N) que fue una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo, porque, fuera que tenía la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no había armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante. (N)
      -Yo soy tan venturoso -dijo Sancho- que, cuando eso fuese y vuestra merced viniese a hallar espada semejante, sólo vendría a servir y aprovechar a los armados caballeros, como el bálsamo; y los escuderos, que se los papen duelos. (N)
      -No temas eso, Sancho -dijo don Quijote-, que mejor lo hará el cielo contigo.
      Es estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda; y, en viéndola, se volvió a Sancho y le dijo.
      -Éste es el día, ¡ oh Sancho !, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte; éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos. ¿ Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército (N) que de diversas e innumerables gentes por allí viene marchando.
      -A esa cuenta, dos deben de ser -dijo Sancho-, porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda.
      Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así era la verdad; y, alegrándose sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura; porque tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosas semejantes. Y la polvareda (N) que había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer y a decirle.
      -Señor, ¿ pues qué hemos de hacer nosotros.
      -¿ Qué? -dijo don Quijote-: favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos. Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, (N) señor de la grande isla Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el rey de los garamantas, (N) Pentapolén del Arremangado Brazo, porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo.
      -Pues, ¿ por qué se quieren tan mal estos dos señores? -preguntó Sancho.
      -Quierénse mal -respondió don Quijote- porque este Alefanfarón es un foribundo pagano (N) y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es una muy fermosa y además agraciada señora, y es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta (N) Mahoma y se vuelve a la suya. (N)
      -¡ Para mis barbas (N) -dijo Sancho-, si no hace muy bien Pentapolín, y que le tengo de ayudar en cuanto pudiere.
      -En eso harás lo que debes, Sancho -dijo don Quijote-, porque, para entrar en batallas semejantes, no se requiere ser armado caballero.
      -Bien se me alcanza eso -respondió Sancho-, pero, ¿ dónde pondremos a este asno que estemos ciertos de hallarle después de pasada la refriega? Porque el entrar en ella en semejante caballería no creo que está en uso hasta agora.
      -Así es verdad -dijo don Quijote-. Lo que puedes hacer dél es dejarle a sus aventuras, ora se pierda o no, porque serán tantos los caballos (N) que tendremos, después que salgamos vencedores, que aun corre peligro Rocinante no le trueque por otro. Pero estáme atento y mira, que te quiero dar cuenta de los caballeros más principales que en estos dos ejércitos vienen. Y, para que mejor los veas y notes, retirémonos a aquel altillo que allí se hace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos.
      Hiciéronlo ansí, y pusierónse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejército, si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista; (N) pero, con todo esto, viendo en su imaginación lo que no veía ni había, con voz levantada comenzó a decir:
      -Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un león coronado, rendido a los pies de una doncella, (N) es el valeroso Laurcalco, señor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quirocia; el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias, (N) que viene armado de aquel cuero de serpiente, (N) y tiene por escudo una puerta que, según es fama, es una de las del templo (N) que derribó Sansón, cuando con su muerte se vengó de sus enemigos. Pero vuelve los ojos a estotra parte y verás delante y en la frente destotro ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, (N) que es el principio del nombre de su dama, que, según se dice, es la sin par Miulina, hija del duque Alfeñiquén del Algarbe; el otro, que carga y oprime los lomos de aquella poderosa alfana, (N) que trae las armas como nieve blancas y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de nación francés, llamado Pierres Papín, (N) señor de las baronías de Utrique; el otro, que bate las ijadas con los herrados carcaños a aquella pintada y ligera cebra, (N) y trae las armas de los veros azules, (N) es el poderoso duque de Nerbia, Espartafilardo del Bosque, que trae por empresa en el escudo una esparraguera, con una letra en castellano que dice así: Rastrea mi suerte.
      Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca vista locura; (N) y, sin parar, prosiguió diciendo.
      -A este escuadrón frontero forman y hacen gentes de diversas naciones: aquí están los que bebían las dulces aguas del famoso Janto; (N) los montuosos que pisan los masílicos campos; (N) los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia; (N) los que gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte; los que sangran por muchas y diversas vías al dorado Pactolo; los númidas, dudosos en sus promesas; (N) los persas, arcos y flechas famosos; los partos, los medos, (N) que pelean huyendo; los árabes, de mudables casas; (N) los citas, tan crueles como blancos; los etiopes, (N) de horadados labios, y otras infinitas naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. En estotro escuadrón vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivífero Betis; (N) los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las provechosas aguas del divino Genil; (N) los que pisan los tartesios campos, (N) de pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; (N) los manchegos, ricos y coronados de rubias espigas; (N) los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda; (N) los que en Pisuerga se bañan, famoso por la mansedumbre de su corriente; los que su ganado apacientan en las estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, (N) celebrado por su escondido curso; los que tiemblan con el frío del silvoso Pirineo (N) y con los blancos copos del levantado Apenino; finalmente, cuantos toda la Europa en sí contiene y encierra. (N)
      ¡ Válame Dios, y cuántas provincias (N) dijo, cuántas naciones nombró, dándole a cada una, con maravillosa presteza, los atributos que le pertenecían, todo absorto y empapado en lo que había leído en sus libros mentirosos.
      Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y, de cuando en cuando, volvía la cabeza a ver si veía los caballeros y gigantes que su amo nombraba; (N) y, como no descubría a ninguno, le dijo.
      -Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo; quizá todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche.
      -¿ Cómo dices eso? -respondió don Quijote-. ¿ No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores? (N)
      -No oigo otra cosa -respondió Sancho- sino muchos balidos de ovejas y carneros.
      Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.
      -El miedo que tienes -dijo don Quijote- te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; (N) porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo, que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diere mi ayuda.
      Y, diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante, y, puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo. Diole voces Sancho, diciéndole.
      -¡ Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote, que voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir ! ¡ Vuélvase, desdichado del padre que me engendró ! ¿ Qué locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados. ¿ Qué es lo que hace? ¡ Pecador soy yo a Dios. (N)
      Ni por ésas volvió don Quijote; antes, en altas voces, iba diciendo.
      -¡ Ea, caballeros, los que seguís y militáis debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos: veréis cuán fácilmente le doy venganza de su enemigo Alefanfarón de la Trapobana.
      Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó de alanceallas (N) con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían dábanle voces que no hiciese aquello; pero, viendo que no aprovechaban, desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras como el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes, discurriendo a todas partes, decía:
      -¿ Adónde estás, (N) soberbio Alifanfuón? Vente a mí; que un caballero solo soy, (N) que desea, de solo a solo, probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta. (N)
      Llegó en esto una peladilla (N) de arroyo, y, dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto (N) o mal ferido, y, acordándose de su licor, sacó su alcuza y púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estómago; mas, antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra y diole en la mano y en el alcuza tan de lleno que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucándole malamente dos dedos de la mano.
      Tal fue el golpe primero, y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse a él los pastores y creyeron que le habían muerto; y así, con mucha priesa, recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, (N) que pasaban de siete, y, sin averiguar otra cosa, se fueron. (N)
      Estábase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta, mirando las locuras que su amo hacía, y arrancábase las barbas, (N) maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le había dado a conocer. Viéndole, pues, caído en el suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y llegóse a él, y hallóle de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido, y díjole:
      -¿ No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros.
      -Como eso puede desparecer y contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo. (N) Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo había de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y síguelos bonitamente, y verás cómo, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven en su ser primero, y, dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos, como yo te los pinté primero... Pero no vayas agora, que he menester tu favor y ayuda; llégate a mí y mira cuántas muelas y dientes me faltan, que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca.
      Llegóse Sancho tan cerca que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote; y, al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca, arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero. (N)
      -¡ Santa María ! -dijo Sancho-, ¿ y qué es esto que me ha sucedido? Sin duda, este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.
      Pero, reparando un poco más en ello, echó de ver en la color, sabor y olor, que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas. Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué limpiarse y con qué curar a su amo; y, como no las halló, (N) estuvo a punto de perder el juicio. Maldíjose de nuevo, y propuso en su corazón de dejar a su amo (N) y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula.
      Levantóse en esto don Quijote, y, puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su amo -tal era de leal y bien acondicionado-, y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo además. Y, viéndole don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le dijo.
      -Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que, no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas.
      -¿ Cómo no? -respondió Sancho-. Por ventura, el que ayer mantearon, ¿ era otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan, con todas mis alhajas, ¿ son de otro que del mismo.
      -¿ Que te faltan las alforjas, Sancho? -dijo don Quijote.
      -Sí que me faltan -respondió Sancho.
      -Dese modo, no tenemos qué comer hoy - replicó don Quijote.
      -Eso fuera -respondió Sancho- cuando faltaran (N) por estos prados las yerbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan malaventurados andantes caballeros como vuestra merced es.
      -Con todo eso -respondió don Quijote-, tomara yo ahora más aína un cuartal de pan, (N) o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna. (N) Mas, con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mí; que Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y más andando tan en su servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del aire, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua; y es tan piadoso que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y llueve sobre los injustos y justos. (N)
      -Más bueno era vuestra merced -dijo Sancho- para predicador que para caballero andante.
      -De todo sabían y han de saber los caballeros andantes, Sancho -dijo don Quijote-, porque caballero andante hubo en los pasados siglos que así se paraba a hacer un sermón o plática, en mitad de un campo real, (N) como si fuera graduado por la Universidad de París; (N) de donde se infiere que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza. (N)
      -Ahora bien, sea así como vuestra merced dice - respondió Sancho-, vamos ahora de aquí, y procuremos donde alojar esta noche, (N) y quiera Dios que sea en parte donde no haya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados; que si los hay, daré al diablo el hato y el garabato.
      -Pídeselo tú a Dios, hijo -dijo don Quijote-, y guía tú por donde quisieres, que esta vez quiero dejar a tu eleción el alojarnos. Pero dame acá la mano y atiéntame con el dedo, y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor.
      Metió Sancho los dedos, y, estándole tentando, (N) le dijo.
      -¿ Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte.
      -Cuatro -respondió don Quijote-, fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas.
      -Mire vuestra merced bien lo que dice, señor - respondió Sancho.
      -Digo cuatro, si no eran cinco (N) - respondió don Quijote-, porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído ni comido de neguijón ni de reuma alguna.
      -Pues en esta parte de abajo -dijo Sancho- no tiene vuestra merced más de dos muelas y media, y en la de arriba, ni media ni ninguna, que toda está rasa como la palma de la mano.
      -¡ Sin ventura yo ! -dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su escudero le daba-, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante. Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos la estrecha orden de la caballería. Sube, amigo, y guía, que yo te seguiré al paso que quisieres.
      Hízolo así Sancho, y encaminóse hacia donde le pareció que podía hallar acogimiento, sin salir del camino real, que por allí iba muy seguido. (N)
      Yéndose, pues, poco a poco, porque el dolor de las quijadas de don Quijote no le dejaba sosegar ni atender a darse priesa, quiso Sancho entretenelle y divertille diciéndole alguna cosa; y, entre otras que le dijo, fue lo que se dirá en el siguiente capítulo.







Parte I -- Capítulo XIX . De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos

      -Paréceme, señor mío, que todas estas desventuras que estos días nos han sucedido, sin duda alguna han sido pena del pecado cometido por vuestra merced contra la orden de su caballería, no habiendo cumplido el juramento (N) que hizo de no comer pan a manteles ni con la reina folgar, con todo aquello que a esto se sigue y vuestra merced juró de cumplir, hasta quitar aquel almete de Malandrino, (N) o como se llama el moro, que no me acuerdo bien.
      -Tienes mucha razón, Sancho -dijo don Quijote-; mas, para decirte verdad, ello se me había pasado de la memoria; y también puedes tener por cierto que por la culpa de no habérmelo tú acordado en tiempo te sucedió aquello de la manta; pero yo haré la enmienda, que modos hay de composición en la orden de la caballería para todo. (N)
      -Pues, ¿ juré yo algo, por dicha? -respondió Sancho.
      -No importa que no hayas jurado -dijo don Quijote - : basta que yo entiendo que de participantes no estás muy seguro, y, por sí o por no, no será malo proveernos de remedio.
      -Pues si ello es así -dijo Sancho-, mire vuestra merced no se le torne a olvidar esto, como lo del juramento; quizá les volverá la gana a las fantasmas de solazarse otra vez conmigo, y aun con vuestra merced si le ven tan pertinaz.
      En estas y otras pláticas les tomó la noche en mitad del camino, sin tener ni descubrir donde aquella noche se recogiesen; y lo que no había de bueno en ello era que perecían de hambre; que, con la falta de las alforjas, les faltó toda la despensa y matalotaje. (N) Y, para acabar de confirmar esta desgracia, les sucedió una aventura que, sin artificio alguno, verdaderamente lo parecía. Y fue que la noche cerró con alguna escuridad; (N) pero, con todo esto, caminaban, creyendo Sancho que, pues aquel camino era real, a una o dos leguas, de buena razón, hallaría en él alguna venta.
      Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que iban venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo; tiró el uno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su rocino, y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podía ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se llegaban, mayores parecían; a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, (N) y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote; el cual, animándose un poco, dijo:
      -Ésta, sin duda, Sancho, debe de ser grandísima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo.
      -¡ Desdichado de mí ! -respondió Sancho-; si acaso esta aventura fuese de fantasmas, como me lo va pareciendo, ¿ adónde habrá costillas que la sufran.
      -Por más fantasmas que sean -dijo don Quijote-, no consentiré yo que te toque en el pelo de la ropa; que si la otra vez se burlaron contigo, fue porque no pude yo saltar las paredes del corral, pero ahora estamos en campo raso, donde podré yo como quisiere esgremir mi espada.
      -Y si le encantan y entomecen, como la otra vez lo hicieron -dijo Sancho - , ¿ qué aprovechará estar en campo abierto o no.
      -Con todo eso -replicó don Quijote-, te ruego, Sancho, que tengas buen ánimo, que la experiencia te dará a entender el que yo tengo.
      -Sí tendré, si a Dios place -respondió Sancho.
      Y, apartándose los dos a un lado del camino, tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser; y de allí a muy poco descubrieron muchos encamisados, (N) cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente, como quien tiene frío de cuartana; y creció más el batir y dentellear cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos; detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual (N) seguían otros seis de a caballo, enlutados hasta los pies de las mulas; que bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban. Iban los encamisados murmurando entre sí, con una voz baja y compasiva. Esta estraña visión, a tales horas y en tal despoblado, (N) bien bastaba para poner miedo en el corazón de Sancho, y aun en el de su amo; y así fuera en cuanto a don Quijote, (N) que ya Sancho había dado al través con todo su esfuerzo. Lo contrario le avino a su amo, al cual en aquel punto se le representó en su imaginación al vivo que aquélla era una de las aventuras de sus libros. (N)
      Figurósele que la litera eran andas donde debía de ir algún mal ferido o muerto caballero, cuya venganza a él solo estaba reservada; y, sin hacer otro discurso, enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habían de pasar, y cuando los vio cerca alzó la voz y dijo.
      -Deteneos, caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis; que, según las muestras, o vosotros habéis fecho, o vos han fecho, algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que fecistes, o bien para vengaros del tuerto que vos ficieron.
      -Vamos de priesa -respondió uno de los encamisados - y está la venta lejos, y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como pedís.
      Y, picando la mula, pasó adelante. Sintióse desta respuesta grandemente don Quijote, y, trabando del freno, dijo:
      -Deteneos y sed más bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla. (N)
      Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espantó de manera que, alzándose en los pies, dio con su dueño por las ancas en el suelo. Un mozo que iba a pie, viendo caer al encamisado, comenzó a denostar (N) a don Quijote, el cual, ya encolerizado, sin esperar más, enristrando su lanzón, arremetió a uno de los enlutados, y, mal ferido, dio con él en tierra; (N) y, revolviéndose por los demás, era cosa de ver con la presteza que los acometía y desbarataba; (N) que no parecía sino que en aquel instante le habían nacido alas a Rocinante, según andaba de ligero y orgulloso.
      Todos los encamisados era gente medrosa y sin armas, (N) y así, con facilidad, en un momento dejaron la refriega y comenzaron a correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecían sino a los de las máscaras que en noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados, asimesmo, revueltos y envueltos en sus faldamentos y lobas, no se podían mover; así que, muy a su salvo, don Quijote los apaleó a todos y les hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquél no era hombre, sino diablo (N) del infierno que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban.
      Todo lo miraba Sancho, admirado del ardimiento de su señor, y decía entre sí.
      -Sin duda este mi amo es tan valiente y esforzado como él dice.
      Estaba una hacha ardiendo en el suelo, junto al primero que derribó la mula, a cuya luz le pudo ver don Quijote; y, llegándose a él, le puso la punta del lanzón en el rostro, (N) diciéndole que se rindiese; si no, que le mataría. A lo cual respondió el caído.
      -Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada; (N) suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate; (N) que cometerá un gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las primeras órdenes.
      -Pues, ¿ quién diablos os ha traído aquí -dijo don Quijote-, siendo hombre de Iglesia.
      -¿ Quién, señor? -replicó el caído - : mi desventura.
      -Pues otra mayor os amenaza -dijo don Quijote-, si no me satisfacéis a todo cuanto primero os pregunté.
      -Con facilidad será vuestra merced satisfecho - respondió el licenciado - ; y así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López; soy natural de Alcobendas; (N) vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, (N) que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza, donde fue depositado; y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia, de donde es natural.
      -¿ Y quién le mató? -preguntó don Quijote.
      -Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron (N) - respondió el bachiller.
      -Desa suerte -dijo don Quijote-, quitado me ha Nuestro Señor del trabajo que había de tomar en vengar su muerte (N) si otro alguno le hubiera muerto; pero, habiéndole muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los hombros, (N) porque lo mesmo hiciera si a mí mismo me matara. Y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha, llamado don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios.
      -No sé cómo pueda ser eso de enderezar tuertos - dijo el bachiller-, pues a mí de derecho me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de su vida; y el agravio que en mí habéis deshecho ha sido dejarme agraviado de manera que me quedaré agraviado para siempre; y harta desventura ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras. (N)
      -No todas las cosas -respondió don Quijote - suceden de un mismo modo. El daño estuvo, señor bachiller Alonso López, en venir, como veníades, de noche, vestidos con aquellas sobrepellices, con las hachas encendidas, rezando, cubiertos de luto, que propiamente semejábades cosa mala y del otro mundo; y así, yo no pude dejar de cumplir con mi obligación acometiéndoos, y os acometiera aunque verdaderamente supiera que érades los mesmos satanases del infierno, que por tales os juzgué y tuve siempre. (N)
      -Ya que así lo ha querido mi suerte -dijo el bachiller-, suplico a vuestra merced, señor caballero andante (que tan mala andanza me ha dado), me ayude a salir de debajo desta mula, que me tiene tomada una pierna entre el estribo y la silla.
      -¡ Hablara yo para mañana (N) ! -dijo don Quijote-. Y ¿ hasta cuándo aguardábades a decirme vuestro afán.
      Dio luego voces a Sancho Panza que viniese; pero él no se curó de venir, porque andaba ocupado desvalijando una acémila de repuesto (N) que traían aquellos buenos señores, bien bastecida de cosas de comer. Hizo Sancho costal de su gabán, y, recogiendo todo lo que pudo y cupo en el talego, (N) cargó su jumento, y luego acudió a las voces de su amo y ayudó a sacar al señor bachiller de la opresión de la mula; y, poniéndole encima della, le dio la hacha, y don Quijote le dijo que siguiese la derrota de sus compañeros, a quien de su parte pidiese perdón del agravio, que no había sido en su mano dejar de haberle hecho. Díjole también Sancho.
      -Si acaso quisieren saber esos señores quién ha sido el valeroso que tales los puso, diráles vuestra merced que es el famoso, que por otro nombre se llama el Caballero de la Triste Figura. (N)
      Con esto, se fue el bachiller; y don Quijote preguntó a Sancho que qué le había movido a llamarle el Caballero de la Triste Figura, más entonces que nunca.
      -Yo se lo diré -respondió Sancho-: porque le he estado mirando un rato a la luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más mala figura, de poco acá, que jamás he visto; y débelo de haber causado, o ya el cansancio deste combate, o ya la falta de las muelas y dientes.
      -No es eso -respondió don Quijote-, sino que el sabio, a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazañas, le habrá parecido que será bien que yo tome algún nombre apelativo, como lo tomaban todos los caballeros pasados: cuál se llamaba el de la Ardiente Espada; cuál, el del Unicornio; (N) aquel, de las Doncellas; aquéste, el del Ave Fénix; el otro, el Caballero del Grifo; estotro, el de la Muerte; y por estos nombres e insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra. Y así, digo que el sabio ya dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases el Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy en adelante; y, para que mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya lugar, en mi escudo una muy triste figura.
      -No hay para qué gastar tiempo y dineros en hacer esa figura - dijo Sancho-, sino lo que se ha de hacer es que vuestra merced descubra la suya y dé rostro a los que le miraren; que, sin más ni más, y sin otra imagen ni escudo, le llamarán el de la Triste Figura; y créame que le digo verdad, porque le prometo a vuestra merced, señor, y esto sea dicho en burlas, que le hace tan mala cara la hambre y la falta de las muelas, que, como ya tengo dicho, se podrá muy bien escusar la triste pintura.
      Rióse don Quijote del donaire de Sancho, pero, con todo, propuso de llamarse de aquel nombre en pudiendo pintar su escudo, o rodela, (N) como había imaginado.
      En esto volvió el bachiller y le dijo a don Quijote.
      -Olvidábaseme de decir que advierta vuestra merced que queda descomulgado por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada: juxta illud: Si quis suadente diabolo, etc. (N)
      -No entiendo ese latín -respondió don Quijote-, mas yo sé bien que no puse las manos, sino este lanzón; cuanto más, que yo no pensé que ofendía a sacerdotes ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro como católico y fiel cristiano que soy, sino a fantasmas y a vestiglos del otro mundo; y, cuando eso así fuese, en la memoria tengo lo que le pasó al Cid Ruy Díaz, cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de Su Santidad del Papa, (N) por lo cual lo descomulgó, y anduvo aquel día el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero.
      En oyendo esto el bachiller, se fue, como queda dicho, (N) sin replicarle palabra. Quisiera don Quijote mirar si el cuerpo que venía en la litera eran huesos o no, pero no lo consintió Sancho, diciéndole.
      -Señor, vuestra merced ha acabado esta peligrosa aventura lo más a su salvo de todas las que yo he visto; esta gente, aunque vencida y desbaratada, podría ser que cayese en la cuenta de que los venció sola una persona, y, corridos y avergonzados desto, volviesen a rehacerse y a buscarnos, y nos diesen en qué entender. El jumento está como conviene, la montaña cerca, la hambre carga, no hay que hacer sino retirarnos con gentil compás de pies, y, como dicen, váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza. (N)
      Y, antecogiendo su asno, rogó a su señor que le siguiese; el cual, pareciéndole que Sancho tenía razón, sin volverle a replicar, le siguió. Y, a poco trecho que caminaban por entre dos montañuelas, se hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon; y Sancho alivió el jumento, y, tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre, almorzaron, comieron, merendaron y cenaron a un mesmo punto, satisfaciendo sus estómagos con más de una fiambrera que los señores clérigos del difunto -que pocas veces se dejan mal pasar (N) - en la acémila de su repuesto traían.
      Mas sucedióles otra desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas, (N) y fue que no tenían vino que beber, ni aun agua que llegar a la boca; y, acosados de la sed, dijo Sancho, (N) viendo que el prado donde estaban estaba colmado de verde y menuda yerba, lo que se dirá en el siguiente capítulo.







Parte I -- Capítulo XX . De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro (N) fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso don Quijote de la Mancha.

      -No es posible, señor mío, sino que estas yerbas dan testimonio (N) de que por aquí cerca debe de estar alguna fuente o arroyo que estas yerbas humedece; y así, será bien que vamos un poco más adelante, que ya toparemos donde podamos mitigar esta terrible sed que nos fatiga, que, sin duda, causa mayor pena que la hambre.
      Parecióle bien el consejo a don Quijote, y, tomando de la rienda a Rocinante, y Sancho del cabestro a su asno, después de haber puesto sobre él los relieves que de la cena quedaron, comenzaron a caminar por el prado arriba a tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas, no hubieron andado docientos pasos, cuando llegó a sus oídos un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba. Alegróles el ruido en gran manera, y, parándose a escuchar hacia qué parte sonaba, oyeron a deshora otro estruendo que les aguó el contento del agua, (N) especialmente a Sancho, que naturalmente era medroso y de poco ánimo. Digo que oyeron que daban unos golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas, que, acompañados del furioso estruendo del agua, que pusieran pavor a cualquier otro corazón que no fuera el de don Quijote.
      Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles (N) altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana llegaba; añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban. Pero don Quijote, acompañado de su intrépido corazón, saltó sobre Rocinante, y, embrazando su rodela, terció su lanzón y dijo.
      -Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquél para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la Fama, (N) y el que ha de poner en olvido los Platires, (N) los Tablantes, Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva de los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en este en que me hallo tales grandezas, estrañezas y fechos de armas, que escurezcan las más claras que ellos ficieron. Bien notas, escudero fiel y legal, (N) las tinieblas desta noche, su estraño silencio, el sordo y confuso estruendo destos árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y derrumba desde los altos montes de la luna, (N) y aquel incesable golpear (N) que nos hiere y lastima los oídos; las cuales cosas, todas juntas y cada una por sí, son bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el pecho del mesmo Marte, cuanto más en aquel que no está acostumbrado a semejantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazón me reviente en el pecho, con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por más dificultosa que se muestra. Así que, aprieta un poco las cinchas a Rocinante y quédate a Dios, y espérame aquí hasta tres días no más, (N) en los cuales, si no volviere, puedes tú volverte a nuestra aldea, y desde allí, por hacerme merced y buena obra, (N) irás al Toboso, donde dirás a la incomparable señora mía Dulcinea que su cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo. (N)
      Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó a llorar (N) con la mayor ternura del mundo y a decille:
      -Señor, yo no sé por qué quiere vuestra merced acometer esta tan temerosa aventura: ahora es de noche, aquí no nos vee nadie, (N) bien podemos torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres días; y, pues no hay quien nos vea, menos habrá quien nos note de cobardes; cuanto más, que yo he oído predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced bien conoce, que quien busca el peligro perece en él; así que, no es bien tentar a Dios acometiendo tan desaforado hecho, donde no se puede escapar sino por milagro; y basta los que ha hecho el cielo con vuestra merced en librarle de ser manteado, como yo lo fui, y en sacarle vencedor, libre y salvo de entre tantos enemigos como acompañaban al difunto. Y, cuando todo esto no mueva ni ablande ese duro corazón, muévale el pensar y creer que apenas se habrá vuestra merced apartado de aquí, cuando yo, de miedo, dé mi ánima a quien quisiere llevarla. Yo salí de mi tierra y dejé hijos y mujer por venir a servir a vuestra merced, creyendo valer más y no menos; pero, como la cudicia rompe el saco, a mí me ha rasgado mis esperanzas, pues cuando más vivas las tenía de alcanzar aquella negra y malhadada ínsula que tantas veces vuestra merced me ha prometido, veo que, en pago y trueco della, me quiere ahora dejar en un lugar tan apartado del trato humano. Por un solo Dios, señor mío, que non se me faga tal desaguisado; (N) y ya que del todo no quiera vuestra merced desistir de acometer este fecho, dilátelo, a lo menos, hasta la mañana; que, a lo que a mí me muestra la ciencia que aprendí cuando era pastor, (N) no debe de haber desde aquí al alba tres horas, porque la boca de la Bocina está encima de la cabeza, (N) y hace la media noche en la línea del brazo izquierdo.
      -¿ Cómo puedes tú, Sancho -dijo don Quijote-, ver dónde hace esa línea, ni dónde está esa boca o ese colodrillo que dices, si hace la noche tan escura que no parece en todo el cielo estrella alguna.
      -Así es -dijo Sancho-, pero tiene el miedo muchos ojos y vee las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo; puesto que, por buen discurso, bien se puede entender que hay poco de aquí al día. (N)
      -Falte lo que faltare -respondió don Quijote-; que no se ha de decir por mí, ahora ni en ningún tiempo, que lágrimas y ruegos me apartaron de hacer lo que debía a estilo de caballero; y así, te ruego, Sancho, que calles; que Dios, que me ha puesto en corazón de acometer ahora esta tan no vista y tan temerosa aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud y de consolar tu tristeza. Lo que has de hacer es apretar bien las cinchas a Rocinante y quedarte aquí, que yo daré la vuelta presto, o vivo o muerto. (N)
      Viendo, pues, Sancho la última resolución de su amo y cuán poco valían con él sus lágrimas, consejos y ruegos, (N) determinó de aprovecharse de su industria y hacerle esperar hasta el día, si pudiese; y así, cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, (N) de manera que cuando don Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino a saltos. Viendo Sancho Panza el buen suceso de su embuste, dijo.
      -Ea, señor, que el cielo, conmovido de mis lágrimas y plegarias, ha ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos queréis porfiar, y espolear, y dalle, será enojar a la fortuna (N) y dar coces, como dicen, contra el aguijón.
      Desesperábase con esto don Quijote, y, por más que ponía las piernas al caballo, (N) menos le podía mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que amaneciese, o a que Rocinante se menease, creyendo, sin duda, que aquello venía de otra parte que de la industria de Sancho; y así, le dijo.
      -Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de esperar a que ría el alba, aunque yo llore (N) lo que ella tardare en venir.
      -No hay que llorar -respondió Sancho-, que yo entretendré a vuestra merced contando cuentos desde aquí al día, si ya no es que se quiere apear y echarse a dormir un poco sobre la verde yerba, a uso de caballeros andantes, para hallarse más descansado cuando llegue el día y punto de acometer esta tan desemejable aventura (N) que le espera.
      -¿ A qué llamas apear o a qué dormir? -dijo don Quijote-. ¿ Soy yo, por ventura, de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? Duerme tú, que naciste para dormir, o haz lo que quisieres, que yo haré lo que viere que más viene con mi pretensión.
      No se enoje vuestra merced, señor mío -respondió Sancho-, que no lo dije por tanto.
      Y, llegándose a él, puso la una mano en el arzón delantero y la otra en el otro, de modo que quedó abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin osarse apartar dél un dedo: tal era el miedo que tenía a los golpes, que todavía alternativamente sonaban. Díjole don Quijote que contase algún cuento para entretenerle, como se lo había prometido, a lo que Sancho dijo que sí hiciera si le dejara el temor de lo que oía.
      -Pero, con todo eso, yo me esforzaré (N) a decir una historia que, si la acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias; y estéme vuestra merced atento, que ya comienzo. « Érase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal, para quien lo fuere a buscar. (N) Y advierta vuestra merced, señor mío, que el principio que los antiguos dieron a sus consejas (N) no fue así comoquiera, que fue una sentencia de Catón Zonzorino, (N) romano, que dice: "Y el mal, para quien le fuere a buscar", que viene aquí como anillo al dedo, para que vuestra merced se esté quedo y no vaya a buscar el mal a ninguna parte, sino que nos volvamos por otro camino, pues nadie nos fuerza a que sigamos éste, donde tantos miedos nos sobresaltan.
      -Sigue tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, y del camino que hemos de seguir déjame a mí el cuidado.
      -« Digo, pues -prosiguió Sancho-, que en un lugar de Estremadura había un pastor cabrerizo (N) (quiero decir que guardaba cabras), el cual pastor o cabrerizo, como digo, de mi cuento, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz andaba enamorado de una pastora que se llamaba Torralba, la cual pastora llamada Torralba era hija de un ganadero rico, y este ganadero rico. .
      -Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, repitiendo dos veces lo que vas diciendo, no acabarás en dos días; (N) dilo seguidamente y cuéntalo como hombre de entendimiento, y si no, no digas nada.
      -De la misma manera que yo lo cuento -respondió Sancho-, se cuentan en mi tierra todas las consejas, y yo no sé contarlo de otra, ni es bien que vuestra merced me pida que haga usos nuevos.
      -Di como quisieres -respondió don Quijote-; que, pues la suerte quiere que no pueda dejar de escucharte, prosigue. (N)
      -« Así que, señor mío de mi ánima -prosiguió Sancho - , que, como ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado de Torralba, (N) la pastora, que era una moza rolliza, zahareña y tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo. (N)
      -Luego, ¿ conocístela tú? -dijo don Quijote.
      -No la conocí yo -respondió Sancho-, pero quien me contó este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero que podía bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar que lo había visto todo. « Así que, yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme y que todo lo añasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad; (N) y la causa fue, según malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que ella le dio, tales que pasaban de la raya y llegaban a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreció de allí adelante que, por no verla, se quiso ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la viesen jamás. La Torralba, que se vio desdeñada del Lope, luego le quiso bien, mas que nunca le había querido.
      -Ésa es natural condición de mujeres -dijo don Quijote-: desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece. Pasa adelante, Sancho.
      -« Sucedió -dijo Sancho- que el pastor puso por obra su determinación, y, antecogiendo sus cabras, se encaminó por los campos de Estremadura, para pasarse a los reinos de Portugal. La Torralba, que lo supo, se fue tras él, y seguíale a pie y descalza desde lejos, con un bordón en la mano y con unas alforjas al cuello, donde llevaba, según es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para la cara; (N) mas, llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, sólo diré que dicen que el pastor llegó con su ganado a pasar el río (N) Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase a él ni a su ganado de la otra parte, de lo que se congojó mucho, porque veía que la Torralba venía ya muy cerca y le había de dar mucha pesadumbre con sus ruegos y lágrimas; mas, tanto anduvo mirando, que vio un pescador que tenía junto a sí un barco, (N) tan pequeño que solamente podían caber en él una persona y una cabra; y, con todo esto, le habló y concertó con él que le pasase a él y a trecientas cabras que llevaba. Entró el pescador en el barco, y pasó una cabra; volvió, y pasó otra; tornó a volver, y tornó a pasar otra. Tenga vuestra merced cuenta en las cabras que el pescador va pasando, porque si se pierde una de la memoria, se acabará el cuento y no será posible contar más palabra dél. « Sigo, pues, y digo que el desembarcadero de la otra parte estaba lleno de cieno y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver. Con todo esto, volvió por otra cabra, y otra, y otra. .
      -Haz cuenta que las pasó todas -dijo don Quijote - : no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en un año.
      -¿ Cuántas han pasado hasta agora? -dijo Sancho.
      -¡ Yo qué diablos sé ! -respondió don Quijote-.
      -He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues, por Dios, que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.
      -¿ Cómo puede ser eso? -respondió don Quijote-. ¿ Tan de esencia de la historia es saber las cabras que han pasado, por estenso, que si se yerra una del número no puedes seguir adelante con la historia.
      -No señor, en ninguna manera -respondió Sancho-; porque, así como yo pregunté a vuestra merced que me dijese cuántas cabras habían pasado y me respondió que no sabía, en aquel mesmo instante se me fue a mí de la memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud y contento.
      -¿ De modo -dijo don Quijote- que ya la historia es acabada.
      -Tan acabada es como mi madre -dijo Sancho.
      -Dígote de verdad -respondió don Quijote- que tú has contado una de las más nuevas consejas, (N) cuento o historia, que nadie pudo pensar en el mundo; y que tal modo de contarla ni dejarla, jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; (N) mas no me maravillo, pues quizá estos golpes, que no cesan, te deben de tener turbado el entendimiento.
      -Todo puede ser -respondió Sancho-, mas yo sé que en lo de mi cuento no hay más que decir: que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.
      -Acabe norabuena donde quisiere -dijo don Quijote - , y veamos si se puede mover Rocinante.
      Tornóle a poner las piernas, y él tornó a dar saltos y a estarse quedo: tanto estaba de bien atado.
      En esto, parece ser, o que el frío de la mañana, que ya venía, (N) o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese cosa natural -que es lo que más se debe creer - , a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él; mas era tanto el miedo que había entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo. Pues pensar de no hacer lo que tenía gana, tampoco era posible; y así, lo que hizo, por bien de paz, (N) fue soltar la mano derecha, que tenía asida al arzón trasero, con la cual, bonitamente y sin rumor alguno, se soltó la lazada corrediza con que los calzones se sostenían, sin ayuda de otra alguna, y, en quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos. Tras esto, alzó la camisa lo mejor que pudo y echó al aire entrambas posaderas, que no eran muy pequeñas. Hecho esto -que él pensó que era lo más que tenía que hacer para salir de aquel terrible aprieto y angustia-, le sobrevino otra mayor, que fue que le pareció que no podía mudarse sin hacer estrépito y ruido, y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros, recogiendo en sí el aliento todo cuanto podía; pero, con todas estas diligencias, fue tan desdichado que, al cabo al cabo, vino a hacer un poco de ruido, bien diferente de aquel que a él le ponía tanto miedo. Oyólo don Quijote y dijo.
      -¿ Qué rumor es ése, Sancho.
      -No sé, señor -respondió él-. Alguna cosa nueva debe de ser, que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco. (N)
      Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle tan bien (N) que, sin más ruido ni alboroto que el pasado, se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le había dado. Mas, como don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos, y Sancho estaba tan junto y cosido con él que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo escusar de que algunos no llegasen a sus narices; y, apenas hubieron llegado, cuando él fue al socorro, apretándolas entre los dos dedos; y, con tono algo gangoso, dijo:
      -Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.
      -Sí tengo -respondió Sancho-; mas, ¿ en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?
      -En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar - respondió don Quijote.
      -Bien podrá ser -dijo Sancho-, mas yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a deshoras y por estos no acostumbrados pasos.
      -Retírate tres o cuatro allá, amigo -dijo don Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices)-, y desde aquí adelante ten más cuenta con tu persona y con lo que debes a la mía; que la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este menosprecio.
      -Apostaré -replicó Sancho- que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba.
      -Peor es meneallo, amigo Sancho -respondió don Quijote.
      En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo. Mas, viendo Sancho que a más andar se venía la mañana, con mucho tiento desligó a Rocinante y se ató los calzones. Como Rocinante se vio libre, aunque él de suyo no era nada brioso, parece que se resintió, (N) y comenzó a dar manotadas; porque corvetas - con perdón suyo- no las sabía hacer. (N) Viendo, pues, don Quijote que ya Rocinante se movía, lo tuvo a buena señal, y creyó que lo era de que acometiese aquella temerosa aventura.
      Acabó en esto de descubrirse el alba y de parecer distintamente las cosas, y vio don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que ellos eran castaños, que hacen la sombra muy escura. Sintió también que el golpear no cesaba, pero no vio quién lo podía causar; y así, sin más detenerse, hizo sentir las espuelas a Rocinante, y, tornando a despedirse de Sancho, le mandó que allí le aguardase (N) tres días, a lo más largo, como ya otra vez se lo había dicho; y que, si al cabo dellos no hubiese vuelto, tuviese por cierto que Dios había sido servido de que en aquella peligrosa aventura se le acabasen sus días. Tornóle a referir el recado y embajada que había de llevar de su parte a su señora Dulcinea, y que, en lo que tocaba a la paga de sus servicios, no tuviese pena, porque él había dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado (N) de todo lo tocante a su salario, rata por cantidad, del tiempo que hubiese servido; pero que si Dios le sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin cautela, se podía tener por muy más que cierta la prometida ínsula.
      De nuevo tornó a llorar Sancho, oyendo de nuevo las lastimeras razones de su buen señor, y determinó de no dejarle (N) hasta el último tránsito y fin de aquel negocio.
      Destas lágrimas y determinación tan honrada de Sancho Panza saca el autor desta historia que debía de ser bien nacido, y, por lo menos, cristiano viejo. (N) Cuyo sentimiento enterneció algo a su amo, pero no tanto que mostrase flaqueza alguna; antes, disimulando lo mejor que pudo, comenzó a caminar hacia la parte por donde le pareció que el ruido del agua y del golpear venía.
      Seguíale Sancho a pie, llevando, como tenía de costumbre, del cabestro a su jumento, perpetuo compañero de sus prósperas y adversas fortunas; y, habiendo andado una buena pieza por entre aquellos castaños y árboles sombríos, dieron en un pradecillo (N) que al pie de unas altas peñas se hacía, de las cuales se precipitaba un grandísimo golpe de agua. Al pie de las peñas, estaban unas casas mal hechas, que más parecían ruinas de edificios que casas, de entre las cuales advirtieron que salía el ruido y estruendo de aquel golpear, que aún no cesaba.
      Alborotóse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes, y, sosegándole don Quijote, se fue llegando poco a poco a las casas, encomendándose de todo corazón a su señora, suplicándole que en aquella temerosa jornada y empresa le favoreciese, y de camino se encomendaba también a Dios, (N) que no le olvidase. No se le quitaba Sancho del lado, el cual alargaba cuanto podía el cuello y la vista por entre las piernas de Rocinante, por ver si vería ya lo que tan suspenso y medroso le tenía.
      Otros cien pasos serían los que anduvieron, cuando, al doblar de una punta, pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horrísono y para ellos espantable ruido, (N) que tan suspensos y medrosos toda la noche los había tenido. Y eran -si no lo has, ¡ oh lector !, por pesadumbre (N) y enojo- seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban.
      Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo. (N) Miróle Sancho, y vio que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, con muestras de estar corrido. Miró también don Quijote a Sancho, y viole que tenía los carrillos hinchados y la boca llena de risa, con evidentes señales de querer reventar con ella, y no pudo su melanconía tanto con él que, a la vista de Sancho, pudiese dejar de reírse; y, como vio Sancho que su amo había comenzado, soltó la presa de manera que tuvo necesidad de apretarse las ijadas con los puños, por no reventar riendo. Cuatro veces sosegó, y otras tantas (N) volvió a su risa con el mismo ímpetu que primero; de lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como por modo de fisga.
      -« Has de saber, ¡ oh Sancho amigo !, que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, o de oro. Yo soy aquél para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos. .
      Y por aquí fue repitiendo todas o las más razones que don Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes.
      Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél, se corrió y enojó en tanta manera, que alzó el lanzón y le asentó dos palos, tales que, si, como los recibió en las espaldas, (N) los recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si no fuera a sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de sus burlas, con temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con mucha humildad le dijo.
      -Sosiéguese vuestra merced; que, por Dios, que me burlo.
      -Pues, porque os burláis, no me burlo yo -respondió don Quijote-. Venid acá, señor alegre: ¿ paréceos a vos que, si como éstos fueron mazos de batán, fueran otra peligrosa aventura, no había yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y acaballa? ¿ Estoy yo obligado, a dicha, siendo, como soy, caballero, a conocer y destinguir los sones y saber cuáles son de batán o no? Y más, que podría ser, como es verdad, que no los he visto en mi vida, como vos los habréis visto, como villano ruin que sois, (N) criado y nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes, y echádmelos a las barbas (N) uno a uno, o todos juntos, y, cuando yo no diere con todos patas arriba, haced de mí la burla que quisiéredes.
      -No haya más, señor mío -replicó Sancho-, que yo confieso que he andado algo risueño en demasía. Pero dígame vuestra merced, ahora que estamos en paz (así Dios le saque de todas las aventuras que le sucedieren tan sano y salvo como le ha sacado désta), ¿ no ha sido cosa de reír, y lo es de contar, el gran miedo que hemos tenido? A lo menos, el que yo tuve; que de vuestra merced ya yo sé que no le conoce, ni sabe qué es temor ni espanto.
      -No niego yo -respondió don Quijote- que lo que nos ha sucedido no sea cosa digna de risa, pero no es digna de contarse; que no son todas las personas tan discretas que sepan poner en su punto las cosas.
      -A lo menos -respondió Sancho-, supo vuestra merced poner en su punto el lanzón, apuntándome a la cabeza, y dándome en las espaldas, gracias a Dios y a la diligencia que puse en ladearme. Pero vaya, que todo saldrá en la colada; (N) que yo he oído decir: "Ése te quiere bien, que te hace llorar"; y más, que suelen los principales señores, tras una mala palabra que dicen a un criado, darle luego unas calzas; aunque no sé lo que le suelen dar tras haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes dan tras palos ínsulas o reinos en tierra firme.
      -Tal podría correr el dado -dijo don Quijote- que todo lo que dices viniese a ser verdad; y perdona lo pasado, pues eres discreto y sabes que los primeros movimientos no son en mano del hombre, (N) y está advertido de aquí adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado conmigo; que en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo. Y en verdad que lo tengo a gran falta, tuya y mía: tuya, en que me estimas en poco; mía, en que no me dejo estimar en más. (N) Sí, que Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, conde fue de la ínsula Firme; (N) y se lee dél que siempre hablaba a su señor con la gorra en la mano, inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco. (N) Pues, ¿ qué diremos de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan callado que, para declararnos la excelencia de su maravilloso silencio, sola una vez se nombra su nombre en toda aquella tan grande como verdadera historia? (N) De todo lo que he dicho has de inferir, Sancho, que es menester hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado y de caballero a escudero. Así que, desde hoy en adelante, nos hemos de tratar con más respeto, sin darnos cordelejo, porque, de cualquiera manera que yo me enoje con vos, ha de ser mal para el cántaro. (N) Las mercedes y beneficios que yo os he prometido llegarán a su tiempo; y si no llegaren, el salario, a lo menos, no se ha de perder, como ya os he dicho.
      -Está bien cuanto vuestra merced dice -dijo Sancho - , pero querría yo saber, por si acaso no llegase el tiempo de las mercedes y fuese necesario acudir al de los salarios, cuánto ganaba un escudero de un caballero andante en aquellos tiempos, y si se concertaban por meses, o por días, como peones de albañil. (N)
      -No creo yo -respondió don Quijote- que jamás los tales escuderos estuvieron a salario, sino a merced. Y si yo ahora te le he señalado a ti en el testamento cerrado que dejé en mi casa, (N) fue por lo que podía suceder; que aún no sé cómo prueba en estos tan calamitosos tiempos nuestros la caballería, y no querría que por pocas cosas penase mi ánima en el otro mundo. Porque quiero que sepas, Sancho, que en él no hay estado más peligroso que el de los aventureros. (N)
      -Así es verdad -dijo Sancho-, pues sólo el ruido de los mazos de un batán pudo alborotar y desasosegar el corazón de un tan valeroso andante aventurero como es vuestra merced. Mas, bien puede estar seguro que, de aquí adelante, no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuestra merced, si no fuere para honrarle, como a mi amo y señor natural.
      -Desa manera -replicó don Quijote - , vivirás sobre la haz de la tierra; (N) porque, después de a los padres, a los amos se ha de respetar como si lo fuesen.







Parte I -- Capítulo XXI . Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible (N) caballero.

      En esto, comenzó a llover un poco, y quisiera Sancho que se entraran en el molino de los batanes; mas habíales cobrado tal aborrecimiento don Quijote, por la pesada burla, que en ninguna manera quiso entrar dentro; y así, torciendo el camino a la derecha mano, dieron en otro como el que habían llevado el día de antes.
      De allí a poco, descubrió don Quijote un hombre a caballo, que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aún él apenas le hubo visto, cuando (N) se volvió a Sancho y le dijo.
      -Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, (N) porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: "Donde una puerta se cierra, otra se abre (N) ". Dígolo porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que buscábamos, engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par otra, para otra mejor y más cierta aventura; que si yo no acertare a entrar por ella, mía será la culpa, sin que la pueda dar a la poca noticia de batanes ni a la escuridad de la noche. Digo esto porque, si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, (N) sobre que yo hice el juramento que sabes. (N)
      -Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace -dijo Sancho - , que no querría que fuesen otros batanes que nos acabasen de abatanar (N) y aporrear el sentido.
      -¡ Válate el diablo por hombre ! -replicó don Quijote-. ¿ Qué va de yelmo a batanes.
      -No sé nada -respondió Sancho-; mas, a fe que si yo pudiera hablar tanto como solía, (N) que quizá diera tales razones que vuestra merced viera que se engañaba en lo que dice.
      -¿ Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? -dijo don Quijote-. Dime, ¿ no ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio rodado, (N) que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro.
      -Lo que yo veo y columbro -respondió Sancho- no es sino un hombre sobre un asno pardo, como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.
      -Pues ése es el yelmo de Mambrino -dijo don Quijote - . Apártate a una parte y déjame con él a solas: verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura y queda por mío el yelmo que tanto he deseado.
      -Yo me tengo en cuidado el apartarme (N) - replicó Sancho-, mas quiera Dios, torno a decir, que orégano sea, y no batanes. (N)
      -Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis, ni por pienso, más eso de los batanes -dijo don Quijote-; que voto..., y no digo más, que os batanee el alma.
      Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le había echado, redondo como una bola.
      Es, pues, el caso que el yelmo, y el caballo y caballero que don Quijote veía, era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a él, sí; y así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte que, al tiempo que venía, comenzó a llover, y, porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y ésta fue la ocasión que a don Quijote le pareció (N) caballo rucio rodado, y caballero, y yelmo de oro; que todas las cosas que veía, con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos. Y cuando él vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Rocinante le enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo.
      -¡ Defiéndete, cautiva criatura, (N) o entriégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe.
      El barbero, que, tan sin pensarlo ni temerlo, vio venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo otro remedio, para poder guardarse del golpe de la lanza, (N) si no fue el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado al suelo, cuando se levantó más ligero que un gamo y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó don Quijote, y dijo que el pagano había andado discreto y que había imitado al castor, (N) el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y arpa con los dientes aquéllo por lo que él, por distinto natural, sabe que es perseguido. Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual, tomándola en las manos, dijo.
      -Por Dios, que la bacía es buena y que vale un real de a ocho (N) como un maravedí.
      Y, dándosela a su amo, se la puso luego en la cabeza, (N) rodeándola a una parte y a otra, buscándole el encaje; y, como no se le hallaba, dijo.
      -Sin duda que el pagano, a cuya medida se forjó primero esta famosa celada, debía de tener grandísima cabeza, y lo peor dello es que le falta la mitad.
      Cuando Sancho oyó llamar a la bacía celada, no pudo tener la risa; mas vínosele a las mientes la cólera de su amo, y calló en la mitad della. (N)
      -¿ De qué te ríes, Sancho? -dijo don Quijote.
      -Ríome -respondió él- de considerar la gran cabeza que tenía el pagano dueño deste almete, (N) que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada.
      -¿ Sabes qué imagino, Sancho? (N) Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algún estraño acidente, debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad (N) para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo ésta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero, sea lo que fuere; que para mí que la conozco no hace al caso su trasmutación; que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, (N) y de suerte que no le haga ventaja, ni aun le llegue, la que hizo y forjó el dios de las herrerías para el dios de las batallas; (N) y, en este entretanto, la traeré como pudiere, que más vale algo que no nada; cuanto más, que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada. (N)
      -Eso será -dijo Sancho- si no se tira con honda, como se tiraron en la pelea de los dos ejércitos, cuando le santiguaron a vuestra merced las muelas y le rompieron el alcuza donde venía aquel benditísimo brebaje que me hizo vomitar las asaduras.
      -No me da mucha pena el haberle perdido, que ya sabes tú, Sancho -dijo don Quijote-, que yo tengo la receta en la memoria.
      -También la tengo yo -respondió Sancho-, pero si yo le hiciere ni le probare más en mi vida, aquí sea mi hora. (N) Cuanto más, que no pienso ponerme en ocasión de haberle menester, porque pienso guardarme con todos mis cinco sentidos de ser ferido ni de ferir a nadie. De lo del ser otra vez manteado, no digo nada, que semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte y la manta nos llevare.
      -Mal cristiano eres, Sancho -dijo, oyendo esto, don Quijote-, porque nunca olvidas la injuria que una vez te han hecho; pues sábete que es de pechos nobles y generosos no hacer caso de niñerías. ¿ Qué pie sacaste cojo, qué costilla quebrada, qué cabeza rota, para que no se te olvide aquella burla? Que, bien apurada la cosa, burla fue y pasatiempo; que, a no entenderlo yo ansí, ya yo hubiera vuelto allá y hubiera hecho en tu venganza más daño que el que hicieron los griegos por la robada Elena. La cual, si fuera en este tiempo, o mi Dulcinea fuera en aquél, (N) pudiera estar segura que no tuviera tanta fama de hermosa como tiene.
      Y aquí dio un sospiro, y le puso en las nubes. Y dijo Sancho.
      -Pase por burlas, (N) pues la venganza no puede pasar en veras; pero yo sé de qué calidad fueron las veras y las burlas, y sé también que no se me caerán de la memoria, como nunca se quitarán de las espaldas. (N) Pero, dejando esto aparte, dígame vuestra merced qué haremos deste caballo rucio rodado, que parece asno pardo, que dejó aquí desamparado aquel Martino que vuestra merced derribó; que, según él puso los pies en polvorosa (N) y cogió las de Villadiego, no lleva pergenio (N) de volver por él jamás; y ¡ para mis barbas, si no es bueno el rucio.
      -Nunca yo acostumbro -dijo don Quijote- despojar a los que venzo, ni es uso de caballería quitarles los caballos (N) y dejarlos a pie, si ya no fuese que el vencedor hubiese perdido en la pendencia el suyo; que, en tal caso, lícito es tomar el del vencido, como ganado en guerra lícita. Así que, Sancho, deja ese caballo, o asno, o lo que tú quisieres que sea, que, como su dueño nos vea alongados de aquí, volverá por él.
      -Dios sabe si quisiera llevarle -replicó Sancho-, o, por lo menos, trocalle con este mío, que no me parece tan bueno. Verdaderamente que son estrechas las leyes de caballería, pues no se estienden a dejar trocar un asno por otro; y querría saber si podría trocar los aparejos siquiera.
      -En eso no estoy muy cierto -respondió don Quijote - ; y, en caso de duda, hasta estar mejor informado, digo que los trueques, si es que tienes dellos necesidad estrema.
      -Tan estrema es -respondió Sancho- que si fueran para mi misma persona, (N) no los hubiera menester más.
      Y luego, habilitado con aquella licencia, hizo mutatio caparum (N) y puso su jumento a las mil lindezas, dejándole mejorado en tercio y quinto.
      Hecho esto, almorzaron de las sobras del real que del acémila despojaron, (N) bebieron del agua del arroyo de los batanes, sin volver la cara a mirallos: tal era el aborrecimiento que les tenían por el miedo en que les habían puesto.
      Cortada, pues, la cólera, (N) y aun la malenconía, subieron a caballo, y, sin tomar determinado camino, por ser muy de caballeros andantes el no tomar ninguno cierto, (N) se pusieron a caminar por donde la voluntad de Rocinante quiso, (N) que se llevaba tras sí la de su amo, y aun la del asno, que siempre le seguía por dondequiera que guiaba, en buen amor y compañía. Con todo esto, volvieron al camino real y siguieron por él a la ventura, sin otro disignio alguno.
      Yendo, pues, así caminando, (N) dijo Sancho a su amo.
      -Señor, ¿ quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él? (N) Que, después que me puso aquel áspero mandamiento del silencio, se me han podrido más de cuatro cosas en el estómago, y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua (N) no querría que se mal lograse.
      -Dila -dijo don Quijote-, y sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo.
      -Digo, pues, señor -respondió Sancho-, que, de algunos días a esta parte, he considerado cuán poco se gana y granjea de andar buscando estas aventuras que vuestra merced busca por estos desiertos y encrucijadas de caminos, donde, ya que se venzan y acaben las más peligrosas, no hay quien las vea ni sepa; y así, se han de quedar en perpetuo silencio, y en perjuicio de la intención de vuestra merced y de lo que ellas merecen. Y así, me parece que sería mejor, salvo el mejor parecer de vuestra merced, que nos fuésemos a servir a algún emperador, o a otro príncipe grande que tenga alguna guerra, en cuyo servicio vuestra merced muestre el valor de su persona, sus grandes fuerzas y mayor entendimiento; que, visto esto del señor a quien sirviéremos, por fuerza nos ha de remunerar, a cada cual según sus méritos, y allí no faltará quien ponga en escrito las hazañas de vuestra merced, para perpetua memoria. De las mías no digo nada, pues no han de salir de los límites escuderiles; aunque sé decir que, si se usa en la caballería escribir hazañas de escuderos, que no pienso que se han de quedar las mías entre renglones. (N)
      -No dices mal, Sancho (N) -respondió don Quijote-; mas, antes que se llegue a ese término, es menester andar por el mundo, como en aprobación, buscando las aventuras, para que, acabando algunas, se cobre nombre y fama tal que, cuando se fuere a la corte de algún gran monarca, ya sea el caballero conocido por sus obras; y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen, dando voces, diciendo: ′′Éste es el Caballero del Sol′′, o de la Sierpe, (N) o de otra insignia alguna, (N) debajo de la cual hubiere acabado grandes hazañas. ′′Éste es - dirán- el que venció en singular batalla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza; el que desencantó al Gran Mameluco de Persia (N) del largo encantamento en que había estado casi novecientos años (N) ′′. Así que, de mano en mano, irán pregonando tus hechos, (N) y luego, al alboroto de los muchachos y de la demás gente, se parará a las fenestras de su real palacio el rey de aquel reino, (N) y así como vea al caballero, conociéndole por las armas o por la empresa del escudo, (N) forzosamente ha de decir: ′′¡ Ea, sus ! ¡ Salgan mis caballeros, (N) cuantos en mi corte están, a recebir a la flor de la caballería, que allí viene (N) !′′ A cuyo mandamiento saldrán todos, y él llegará hasta la mitad de la escalera, y le abrazará estrechísimamente, y le dará paz besándole en el rostro; (N) y luego le llevará por la mano al aposento de la señora reina, adonde el caballero la hallará con la infanta, su hija, que ha de ser una de las más fermosas y acabadas doncellas que, en gran parte de lo descubierto de la tierra, a duras penas se pueda hallar. Sucederá tras esto, luego en continente, que ella ponga los ojos en el caballero y él en los della, (N) y cada uno parezca a otro cosa más divina que humana; y, sin saber cómo ni cómo no, han de quedar presos y enlazados en la intricable red amorosa, y con gran cuita en sus corazones por no saber cómo se han de fablar para descubrir sus ansias y sentimientos. Desde allí le llevarán, sin duda, a algún cuarto del palacio, ricamente aderezado, donde, habiéndole quitado las armas, le traerán un rico manto de escarlata (N) con que se cubra; y si bien pareció armado, tan bien y mejor ha de parecer en farseto. (N) Venida la noche, cenará con el rey, reina e infanta, donde nunca quitará los ojos della, mirándola a furto de los circustantes, (N) y ella hará lo mesmo (N) con la mesma sagacidad, porque, como tengo dicho, es muy discreta doncella. (N) Levantarse han las tablas, y entrará a deshora (N) por la puerta de la sala un feo y pequeño enano (N) con una fermosa dueña, que, entre dos gigantes, detrás del enano viene, con cierta aventura, hecha por un antiquísimo sabio, que el que la acabare (N) será tenido por el mejor caballero del mundo. Mandará luego el rey que todos los que están presentes la prueben, y ninguno le dará fin y cima sino el caballero huésped, en mucho pro de su fama, (N) de lo cual quedará contentísima la infanta, y se tendrá por contenta y pagada además, por haber puesto y colocado sus pensamientos en tan alta parte. Y lo bueno es que este rey, o príncipe, o lo que es, tiene una muy reñida guerra con otro tan poderoso como él, y el caballero huésped le pide (al cabo de algunos días que ha estado en su corte) licencia para ir a servirle en aquella guerra dicha. Darásela el rey de muy buen talante, y el caballero le besará cortésmente las manos por la merced que le face. Y aquella noche se despedirá de su señora la infanta por las rejas de un jardín, que cae en el aposento (N) donde ella duerme, por las cuales ya otras muchas veces la había fablado, siendo medianera y sabidora de todo una doncella de quien la infanta mucho se fiaba. Sospirará él, desmayaráse ella, traerá agua la doncella, acuitaráse mucho porque viene la mañana, y no querría que fuesen descubiertos, por la honra de su señora. Finalmente, la infanta volverá en sí y dará sus blancas manos por la reja al caballero, el cual se las besará mil y mil veces y se las bañará en lágrimas. (N) Quedará concertado entre los dos del modo que se han de hacer saber sus buenos o malos sucesos, y rogarále la princesa que se detenga lo menos que pudiere; prometérselo ha él con muchos juramentos; tórnale a besar las manos, y despídese con tanto sentimiento que estará poco por acabar la vida. (N) Vase desde allí a su aposento, échase sobre su lecho, no puede dormir del dolor de la partida, madruga muy de mañana, vase a despedir del rey y de la reina y de la infanta; dícenle, habiéndose despedido (N) de los dos, que la señora infanta está mal dispuesta y que no puede recebir visita; piensa el caballero que es de pena de su partida, traspásasele el corazón, y falta poco de no dar indicio manifiesto de su pena. Está la doncella medianera delante, halo de notar todo, váselo a decir a su señora, la cual la recibe con lágrimas y le dice que una de las mayores penas que tiene es no saber quién sea su caballero, (N) y si es de linaje de reyes o no; asegúrala la doncella que no puede caber tanta cortesía, gentileza y valentía como la de su caballero sino en subjeto real y grave; (N) consuélase con esto la cuitada; procura consolarse, (N) por no dar mal indicio de sí a sus padres, y, a cabo de dos días, sale en público. Ya se es ido el caballero: pelea en la guerra, vence al enemigo del rey, gana muchas ciudades, (N) triunfa de muchas batallas, (N) vuelve a la corte, ve a su señora por donde suele, conciértase que la pida a su padre por mujer en pago de sus servicios. No se la quiere dar el rey, porque no sabe quién es; pero, con todo esto, o robada (N) o de otra cualquier suerte que sea, la infanta viene a ser su esposa y su padre lo viene a tener a gran ventura, porque se vino a averiguar que el tal caballero es hijo de un valeroso rey de no sé qué reino, porque creo que no debe de estar en el mapa. (N) Muérese el padre, hereda la infanta, queda rey el caballero (N) en dos palabras. Aquí entra luego el hacer mercedes a su escudero y a todos aquellos que le ayudaron a subir a tan alto estado: casa a su escudero con una doncella de la infanta, que será, sin duda, la que fue tercera en sus amores, que es hija de un duque muy principal. (N)
      -Eso pido, y barras derechas -dijo Sancho-; a eso me atengo, porque todo, al pie de la letra, ha de suceder por vuestra merced, llamándose el Caballero de la Triste Figura.
      -No lo dudes, Sancho -replicó don Quijote-, porque del mesmo y por los mesmos pasos (N) que esto he contado suben y han subido los caballeros andantes a ser reyes y emperadores. Sólo falta agora mirar qué rey de los cristianos o de los paganos tenga guerra y tenga hija hermosa; pero tiempo habrá para pensar esto, pues, como te tengo dicho, primero se ha de cobrar fama por otras partes que se acuda a la corte. También me falta otra cosa; que, puesto caso que se halle rey con guerra y con hija hermosa, y que yo haya cobrado fama increíble (N) por todo el universo, no sé yo cómo se podía hallar que yo sea de linaje de reyes, o, por lo menos, primo segundo de emperador; porque no me querrá el rey dar a su hija por mujer si no está primero muy enterado en esto, aunque más lo merezcan mis famosos hechos. Así que, por esta falta, temo perder lo que mi brazo tiene bien merecido. Bien es verdad que yo soy hijodalgo de solar conocido, de posesión y propriedad y de devengar quinientos sueldos; (N) y podría ser que el sabio que escribiese mi historia deslindase de tal manera mi parentela y decendencia, (N) que me hallase quinto o sesto nieto de rey. (N) Porque te hago saber, Sancho, que hay dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derriban su decendencia de príncipes y monarcas, a quien poco a poco el tiempo ha deshecho, y han acabado en punta, como pirámide puesta al revés; otros tuvieron principio de gente baja, y van subiendo de grado en grado, hasta llegar a ser grandes señores. De manera que está la diferencia en que unos fueron, que ya no son, y otros son, que ya no fueron; y podría ser yo déstos (N) que, después de averiguado, hubiese sido mi principio grande y famoso, con lo cual se debía de contentar el rey, mi suegro, (N) que hubiere de ser. Y cuando no, la infanta me ha de querer de manera que, a pesar de su padre, aunque claramente sepa que soy hijo de un azacán, (N) me ha de admitir por señor y por esposo; y si no, aquí entra el roballa y llevalla donde más gusto me diere; que el tiempo o la muerte ha de acabar el enojo de sus padres.
      -Ahí entra bien también -dijo Sancho- lo que algunos desalmados dicen: " No pidas de grado lo que puedes tomar por fuerza"; aunque mejor cuadra decir: "Más vale salto de mata (N) que ruego de hombres buenos". Dígolo porque si el señor rey, suegro de vuestra merced, no se quisiere domeñar a entregalle a mi señora la infanta, no hay sino, como vuestra merced dice, roballa y trasponella. Pero está el daño que, en tanto que se hagan las paces y se goce pacíficamente el reino, el pobre escudero se podrá estar a diente (N) en esto de las mercedes. Si ya no es que la doncella tercera, que ha de ser su mujer, se sale con la infanta, y él pasa con ella su mala ventura, hasta que el cielo ordene otra cosa; porque bien podrá, creo yo, desde luego dársela su señor por ligítima esposa.
      -Eso no hay quien la quite -dijo don Quijote.
      -Pues, como eso sea -respondió Sancho-, no hay sino encomendarnos a Dios, y dejar correr la suerte por donde mejor lo encaminare.
      -Hágalo Dios -respondió don Quijote- como yo deseo y tú, Sancho, has menester; y ruin sea quien por ruin se tiene.
      -Sea par Dios -dijo Sancho-, que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta.
      -Y aun te sobra -dijo don Quijote-; y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso, porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza, sin que la compres ni me sirvas con nada. Porque, en haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan lo que dijeren; que a buena fe que te han de llamar señoría, mal que les pese.
      -Y ¡ montas que no sabría yo autorizar el litado ! - dijo Sancho.
      -Dictado has de decir, que no litado -dijo su amo.
      -Sea ansí -respondió Sancho Panza-. Digo que le sabría bien acomodar, porque, por vida mía, que un tiempo fui muñidor de una cofradía, (N) y que me asentaba tan bien la ropa de muñidor, que decían todos que tenía presencia para poder ser prioste de la mesma cofradía. Pues, ¿ qué será cuando me ponga un ropón ducal a cuestas, o me vista de oro y de perlas, a uso de conde estranjero (N) ? Para mí tengo que me han de venir a ver de cien leguas.
      -Bien parecerás -dijo don Quijote-, pero será menester que te rapes las barbas a menudo; que, según las tienes de espesas, aborrascadas y mal puestas, si no te las rapas a navaja, cada dos días por lo menos, a tiro de escopeta se echará de ver lo que eres.
      -¿ Qué hay más -dijo Sancho-, sino tomar un barbero y tenelle asalariado en casa? Y aun, si fuere menester, le haré que ande tras mí, como caballerizo de grande.
      -Pues, ¿ cómo sabes tú -preguntó don Quijote- que los grandes llevan detrás de sí a sus caballerizos.
      -Yo se lo diré -respondió Sancho-: los años pasados estuve un mes en la corte, (N) y allí vi que, paseándose un señor muy pequeño, que decían que era muy grande, (N) un hombre le seguía a caballo a todas las vueltas que daba, que no parecía sino que era su rabo. Pregunté que cómo aquel hombre no se juntaba con el otro, sino que siempre andaba tras dél. Respondiéronme que era su caballerizo y que era uso de los grandes llevar tras sí a los tales. (N) Desde entonces lo sé tan bien que nunca se me ha olvidado.
      -Digo que tienes razón -dijo don Quijote-, y que así puedes tú llevar a tu barbero; que los usos no vinieron todos juntos, ni se inventaron a una, y puedes ser tú el primero conde que lleve tras sí su barbero; y aun es de más confianza el hacer la barba que ensillar un caballo.
      -Quédese eso del barbero a mi cargo -dijo Sancho - , y al de vuestra merced se quede el procurar venir a ser rey y el hacerme conde.
      -Así será -respondió don Quijote.
      Y, alzando los ojos, vio lo que se dirá en el siguiente capítulo. (N)







Parte I -- Capítulo XXII . De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir

      Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, (N) en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, (N) y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo.
      -Ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
      -¿ Cómo gente forzada? -preguntó don Quijote-. ¿ Es posible que el rey haga fuerza (N) a ninguna gente.
      -No digo eso -respondió Sancho-, sino que es gente que, por sus delitos, va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.
      -En resolución -replicó don Quijote-, comoquiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
      -Así es -dijo Sancho.
      -Pues desa manera -dijo su amo-, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
      -Advierta vuestra merced -dijo Sancho- que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.
      Llegó, en esto, la cadena de los galeotes, y don Quijote, con muy corteses razones, pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa, o causas, por que llevan aquella gente de aquella manera.
      Una de las guardas (N) de a caballo respondió que eran galeotes, gente de Su Majestad que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber.
      -Con todo eso -replicó don Quijote-, querría saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.
      Añadió a éstas otras tales y tan comedidas razones, para moverlos a que dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo.
      -Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo éste de detenerles a sacarlas (N) ni a leellas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.
      Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por enamorado iba de aquella manera.
      -¿ Por eso no más? -replicó don Quijote-. Pues, si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas.
      -No son los amores como los que vuestra merced piensa - dijo el galeote - ; que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar, atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente que, a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento; (N) concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con ciento, (N) y por añadidura tres precisos de gurapas, (N) y acabóse la obra.
      -¿ Qué son gurapas? -preguntó don Quijote.
      -Gurapas son galeras -respondió el galeote.
      El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era natural de Piedrahíta. Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, (N) el cual no respondió palabra, según iba de triste y malencónico; mas respondió por él el primero, y dijo.
      -Éste, señor, va por canario; (N) digo, por músico y cantor.
      -Pues, ¿ cómo -repitió don Quijote-, por músicos y cantores van también a galeras.
      -Sí, señor -respondió el galeote-, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.
      -Antes, he yo oído decir -dijo don Quijote- que quien canta sus males espanta.
      -Acá es al revés -dijo el galeote-, que quien canta una vez llora toda la vida.
      -No lo entiendo -dijo don Quijote.
      Mas una de las guardas le dijo.
      -Señor caballero, cantar en el ansia se dice, entre esta gente non santa, (N) confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su delito, que era ser cuatrero, (N) que es ser ladrón de bestias, y, por haber confesado, le condenaron por seis años a galeras, amén de docientos azotes que ya lleva en las espaldas. Y va siempre pensativo y triste, porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan, y escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones. (N) Porque dicen ellos que tantas letras tiene un no como un sí, y que harta ventura tiene un delincuente, que está en su lengua su vida o su muerte, (N) y no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino. (N)
      -Y yo lo entiendo así -respondió don Quijote.
      El cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual, (N) de presto y con mucho desenfado, respondió y dijo.
      -Yo voy por cinco años a las señoras gurapas por faltarme diez ducados.
      -Yo daré veinte de muy buena gana -dijo don Quijote - por libraros desa pesadumbre.
      -Eso me parece -respondió el galeote- como quien tiene dineros en mitad del golfo y se está muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del escribano (N) y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover, (N) de Toledo, y no en este camino, atraillado como galgo; pero Dios es grande: paciencia y basta.
      Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro con una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa por que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le sirvió de lengua, (N) y dijo.
      -Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas (N) vestido en pompa y a caballo.
      -Eso es -dijo Sancho Panza-, a lo que a mí me parece, haber salido a la vergÜenza.
      -Así es -replicó el galeote-; y la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja, (N) y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete, y por tener asimesmo sus puntas y collar de hechicero. (N)
      -A no haberle añadido esas puntas y collar -dijo don Quijote-, por solamente el alcahuete limpio, no merecía él ir a bogar en las galeras, sino a mandallas y a ser general dellas; (N) porque no es así comoquiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor y examinador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número deputado y conocido, como corredores de lonja; y desta manera se escusarían muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más a menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de poca experiencia, que, a la más necesaria ocasión y cuando es menester dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano (N) y no saben cuál es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones por que convenía hacer elección de los que en la república habían de tener tan necesario oficio, pero no es el lugar acomodado para ello: algún día lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. Sólo digo ahora que la pena que me ha causado ver estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga, por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero; aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce. Lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos (N) es algunas misturas y venenos con que vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad.
      -Así es -dijo el buen viejo-, y, en verdad, señor, que en lo de hechicero que no tuve culpa; en lo de alcahuete, no lo pude negar. Pero nunca pensé que hacía mal en ello: que toda mi intención era que todo el mundo se holgase y viviese en paz y quietud, sin pendencias ni penas; pero no me aprovechó nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, según me cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un rato.
      Y aquí tornó a su llanto, como de primero; y túvole Sancho tanta compasión, que sacó un real de a cuatro (N) del seno y se le dio de limosna.
      Pasó adelante don Quijote, y preguntó a otro su delito, el cual respondió con no menos, sino con mucha más gallardía (N) que el pasado.
      -Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías, y con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con todas, que resultó de la burla crecer la parentela, tan intricadamente que no hay diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, (N) no tuve dineros, víame a pique de perder los tragaderos, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero, lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo, y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su buena presencia merece.
      Éste iba en hábito de estudiante, y dijo una de las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino. (N)
      Tras todos éstos, venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los demás, (N) porque traía una cadena al pie, tan grande que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guardaamigo o piedeamigo, de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir.
      -¿ Qué delitos puede tener -dijo don Quijote-, si no han merecido más pena que echalle a las galeras.
      -Va por diez años -replicó la guarda-, que es como muerte cevil. (N) No se quiera saber más, sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.
      -Señor comisario -dijo entonces el galeote-, váyase poco a poco, y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo y no Ginesillo, y Pasamonte (N) es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé dice; y cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco.
      -Hable con menos tono -replicó el comisario-, señor ladrón de más de la marca, (N) si no quiere que le haga callar, mal que le pese.
      -Bien parece -respondió el galeote- que va el hombre como Dios es servido, pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no.
      -Pues, ¿ no te llaman ansí, embustero? -dijo la guarda.
      -Sí llaman -respondió Ginés-, mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría (N) donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares. (N)
      -Dice verdad -dijo el comisario-: que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales.
      -Y le pienso quitar (N) -dijo Ginés-, si quedara en docientos ducados.
      -¿ Tan bueno es? -dijo don Quijote.
      -Es tan bueno -respondió Ginés- que mal año para Lazarillo de Tormes (N) y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen.
      -¿ Y cómo se intitula el libro? -preguntó don Quijote.
      -La vida de Ginés de Pasamonte -respondió el mismo.
      -¿ Y está acabado? -preguntó don Quijote.
      -¿ Cómo puede estar acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras.
      -Luego, ¿ otra vez habéis estado en ellas? -dijo don Quijote.
      -Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho (N) -respondió Ginés-; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, (N) que me quedan muchas cosas que decir, y en las galeras de España hay mas sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de escribir, (N) porque me lo sé de coro.
      -Hábil pareces -dijo don Quijote.
      -Y desdichado -respondió Ginés-; porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio.
      -Persiguen a los bellacos -dijo el comisario.
      -Ya le he dicho, señor comisario -respondió Pasamonte-, que se vaya poco a poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su Majestad manda. Si no, ¡ por vida de... ! ¡ Basta !, que podría ser que saliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta; (N) y todo el mundo calle, y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya es mucho regodeo éste.
      Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua. (N) Y, volviéndose a todos los de la cadena, dijo.
      -De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre (N) con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos (N) y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. (N) Cuanto más, señores guardas -añadió don Quijote-, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza. - ¡ Donosa majadería ! - respondió el comisario- ¡ Bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato ! ¡ Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos o él la tuviera para mandárnoslo ! Váyase vuestra merced, señor, norabuena, su camino adelante, y enderécese ese bacín (N) que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.
      -¡ Vos sois el gato, y el rato, y el bellaco ! - respondió don Quijote.
      Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto que, sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo, malherido de una lanzada; y avínole bien, que éste era el de la escopeta. (N) Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, volviendo sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba; y, sin duda, lo pasara mal si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurando romper la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes, que se desataban, ya por acometer a don Quijote, que los acometía, (N) no hicieron cosa que fuese de provecho.
      Ayudó Sancho, por su parte, a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y, arremetiendo al comisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual, apuntando al uno y señalando al otro, sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.
      Entristecióse mucho Sancho deste suceso, (N) porque se le representó que los que iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, la cual, a campana herida, (N) saldría a buscar los delincuentes, y así se lo dijo a su amo, y le rogó que luego de allí se partiesen y se emboscasen en la sierra, que estaba cerca.
      -Bien está eso -dijo don Quijote-, pero yo sé lo que ahora conviene que se haga.
      Y, llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo.
      -De gente bien nacida es agradecer (N) los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido; en pago del cual (N) querría, y es mi voluntad, que, cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea (N) del Toboso y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis, punto por punto, todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes a la buena ventura.
      Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo.
      -Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que, sin duda alguna, ha de salir en nuestra busca. Lo que vuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y montazgo (N) de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced; y ésta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo. (N)
      -Pues ¡ voto a tal (N) ! -dijo don Quijote, ya puesto en cólera - , don hijo de la puta, (N) don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, (N) con toda la cadena a cuestas.
      Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido como el de querer darles libertad, (N) viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, (N) y, apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien don Quijote que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo, con tanta fuerza que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído, cuando fue sobre él el estudiante y le quitó la bacía de la cabeza, y diole con ella tres o cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo pedazos. (N) Quitáronle una ropilla (N) que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar si las grebas (N) no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán, y, dejándole en pelota, repartiendo entre sí (N) los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparse de la Hermandad, que temían, que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso.
      Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y Don Quijote; (N) el jumento, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras, que le perseguían los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.







Parte I -- Capítulo XXIII . De lo que le aconteció al famoso don Quijote en Sierra Morena, (N) que fue una de las más raras aventuras que en esta verdadera historia (N) se cuenta.

      Viéndose tan malparado don Quijote, dijo a su escudero.
      -Siempre, Sancho, lo he oído decir, que (N) el hacer bien a villanos es echar agua en la mar. Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo hubiera escusado esta pesadumbre; pero ya está hecho: paciencia, y escarmentar para desde aquí adelante.
      -Así escarmentará vuestra merced -respondió Sancho - como yo soy turco; pero, pues dice que si me hubiera creído se hubiera escusado este daño, créame ahora y escusará otro mayor; porque le hago saber que con la Santa Hermandad no hay usar de caballerías, que no se le da a ella por cuantos caballeros andantes hay dos maravedís; y sepa que ya me parece que sus saetas me zumban por los oídos. (N)
      -Naturalmente eres cobarde, Sancho -dijo don Quijote - , pero, porque no digas que soy contumaz y que jamás hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes; mas ha de ser con una condición: que jamás, en vida ni en muerte, has de decir (N) a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirás en ello, y desde ahora (N) para entonces, y desde entonces para ahora, te desmiento, y digo que mientes y mentirás todas las veces que lo pensares o lo dijeres. Y no me repliques más, que en sólo pensar que me aparto y retiro de algún peligro, especialmente déste, que parece que lleva algún es no es (N) de sombra de miedo, estoy ya para quedarme, y para aguardar aquí solo, no solamente a la Santa Hermandad que dices y temes, sino a los hermanos de los doce tribus (N) de Israel, y a los siete Macabeos, (N) y a Cástor y a Pólux (N) y aun a todos los hermanos y hermandades que hay en el mundo.
      -Señor -respondió Sancho-, que el retirar no es huir, (N) ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día. Y sepa que, aunque zafio y villano, todavía se me alcanza algo desto que llaman buen gobierno; así que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino suba en Rocinante, si puede, o si no yo le ayudaré, y sígame, que el caletre me dice que hemos menester ahora más los pies que las manos.
      Subió don Quijote, sin replicarle más palabra, y, guiando Sancho sobre su asno, se entraron por una parte de Sierra Morena, que allí junto estaba, llevando Sancho intención de atravesarla toda e ir a salir al Viso, o a Almodóvar del Campo, (N) y esconderse algunos días por aquellas asperezas, por no ser hallados si la Hermandad los buscase. Animóle a esto haber visto que de la refriega de los galeotes se había escapado libre la despensa que sobre su asno venía, cosa que la juzgó a milagro. (N) según fue lo que llevaron y buscaron los galeotes.
      Aquella noche llegaron a la mitad de las entrañas de Sierra Morena, adonde le pareció a Sancho pasar aquella noche y aun otros algunos días, a lo menos todos aquellos que durase el matalotaje que llevaba, y así hicieron noche entre dos peñas y entre muchos alcornoques. Pero la suerte fatal, que según opinión de los que no tiene lumbre de la verdadera fe, todo lo guía, guisa y compone a su modo, ordenó que Ginés de Pasamonte, el famoso embustero y ladrón, que de la cadena por virtud y locura de Don Quijote se había escapado, llevado del miedo de la Santa Hermandad (de quien con justa razón temía) acordó de esconderse en aquellas montañas, y llevóle su suerte y su miedo a la misma parte donde había llevado a Don Quijote y Sancho Panza, a hora y tiempo que los pudo conocer, y a punto que los dejó dormir: y como siempre los malos son desagradecidos, y la necesidad sea ocasión de acudir a lo que no se debe, (N) y el remedio presente venza a lo por venir, Ginés, que no era ni agradecido ni bien intencionado, acordó hurtar el asno a Sancho Panza, no curándose de Rocinante por ser prenda tan mala para empeñada como para vendida. Dormía Sancho Panza, hurtóle su jumento, (N) y, antes que amaneciese, se halló bien lejos de poder ser hayado. Salió el aurora alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho Panza, porque halló menos su rucio; el cual, (N) viéndose sin él, comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto del mundo, y fue de manera que Don Quijote despertó a las voces, (N) y oyó que en ellas decía: « ¡ Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, (N) regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y finalmente sustendador de la mitad de mi persona, porque con veinte y seis maravedís que ganabas cada día, mediaba yo mi despensa » . (N)
Don Quijote, que vio el llanto y supo la causa, consoló a Sancho con las mejores razones que pudo, y le rogó que tuviese paciencia, prometiéndole de darle una cédula de cambio, para que le diesen tres en su casa, de cinco que había dejado en ella. (N) Consolóse Sancho con esto, y limpió sus lágrimas, templó sus solloaos, y agradeció a Don Quijote la merced que le hacía; al cual como entró por aquellas montañas, se le alegró el corazón, pareciéndole aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba. Reducíansele a la memoria los maravillosos acaecimientos que en semejantes soledades y asperezas habían sucedido a caballeros andantes. Iba pensando en estas cosas, tan embebecido y trasportado en ellas que de ninguna otra se acordaba. Ni Sancho llevaba otro cuidado - después que le pareció que caminaba por parte segura- sino de satisfacer su estómago con los relieves que del despojo clerical habían quedado; (N) y así, iba tras su amo sentado a la mujeriega sobre su jumento, sacando de un costal y embaulando en su panza; y no se le diera por hallar otra ventura, entretanto que iba de aquella manera, un ardite.
      En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la punta del lanzón alzar no sé qué bulto (N) que estaba caído en el suelo, por lo cual se dio priesa a llegar a ayudarle si fuese menester; y cuando llegó fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida a él, (N) medio podridos, o podridos del todo, y deshechos; mas, pesaba tanto, que fue necesario que Sancho se apease a tomarlos, y mandóle su amo que viese lo que en la maleta venía.
      Hízolo con mucha presteza Sancho, y, aunque la maleta venía cerrada con una cadena y su candado, por lo roto y podrido della vio lo que en ella había, que eran cuatro camisas de delgada holanda y otras cosas de lienzo, no menos curiosas que limpias, (N) y en un pañizuelo halló un buen montoncillo de escudos de oro; y, así como los vio, dijo:
      -¡ Bendito sea todo el cielo, que nos ha deparado una aventura que sea de provecho.
      Y buscando más, halló un librillo de memoria, ricamente guarnecido. Éste le pidió don Quijote, y mandóle que guardase el dinero y lo tomase para él. Besóle las manos Sancho por la merced, y, desvalijando a la valija de su lencería, la puso en el costal de la despensa. Todo lo cual visto por don Quijote, dijo.
      -Paréceme, Sancho, y no es posible que sea otra cosa, que algún caminante descaminado (N) debió de pasar por esta sierra, y, salteándole malandrines, le debieron de matar, y le trujeron a enterrar en esta tan escondida parte.
      -No puede ser eso -respondió Sancho-, porque si fueran ladrones, no se dejaran aquí este dinero.
      -Verdad dices -dijo don Quijote-, y así, no adivino ni doy en lo que esto pueda ser; mas, espérate: veremos si en este librillo de memoria hay alguna cosa escrita por donde podamos rastrear y venir en conocimiento de lo que deseamos. (N)
      Abrióle, y lo primero que halló en él escrito, como en borrador, aunque de muy buena letra, fue un soneto, que, leyéndole alto porque Sancho también lo oyese, (N) vio que decía desta manera: O le falta al Amor conocimiento,
o le sobra crueldad, o no es mi pena
igual a la ocasión que me condena
al género más duro de tormento.
Pero si Amor es dios, es argumento
que nada ignora, y es razón muy buena
que un dios no sea cruel. Pues, ¿ quién ordena
el terrible dolor que adoro y siento?
Si digo que sois vos, Fili, no acierto;
que tanto mal en tanto bien no cabe,
ni me viene del cielo esta rÜina.
Presto habré de morir, que es lo más cierto;
que al mal de quien la causa no se sabe
milagro es acertar la medicina.

      -Por esa trova -dijo Sancho- no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo que está ahí se saque el ovillo de todo.
      -¿ Qué hilo está aquí? -dijo don Quijote.
      -Paréceme -dijo Sancho- que vuestra merced nombró ahí hilo.
      -No dije sino Fili -respondió don Quijote-, y éste, sin duda, es el nombre de la dama de quien se queja el autor deste soneto; y a fe que debe de ser razonable poeta, (N) o yo sé poco del arte.
      -Luego, ¿ también -dijo Sancho- se le entiende a vuestra merced de trovas.
      -Y más de lo que tú piensas -respondió don Quijote - , y veráslo cuando lleves una carta, escrita en verso (N) de arriba abajo, a mi señora Dulcinea del Toboso. Porque quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballeros andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos; (N) que estas dos habilidades, o gracias, por mejor decir, (N) son anexas a los enamorados andantes. Verdad es que las coplas de los pasados caballeros tienen más de espíritu que de primor.
      -Lea más vuestra merced -dijo Sancho-, que ya hallará algo que nos satisfaga.
      Volvió la hoja don Quijote y dijo:
      -Esto es prosa, y parece carta.
      -¿ Carta misiva, (N) señor? -preguntó Sancho.
      -En el principio no parece sino de amores - respondió don Quijote.
      -Pues lea vuestra merced alto -dijo Sancho-, que gusto mucho destas cosas de amores.
      -Que me place -dijo don Quijote.
      Y, leyéndola alto, como Sancho se lo había rogado, vio que decía desta manera.
      Tu falsa promesa (N) y mi cierta desventura me llevan a parte donde antes volverán a tus oídos las nuevas de mi muerte que las razones de mis quejas. Desechásteme, ¡ oh ingrata !, por quien tiene más, no por quien vale más que yo; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo dichas ajenas ni llorara desdichas propias. Lo que levantó tu hermosura han derribado tus obras: por ella entendí que eras ángel, y por ellas conozco que eres mujer. Quédate en paz, causadora de mi guerra, y haga el cielo que los engaños de tu esposo estén siempre encubiertos, porque tú no quedes arrepentida de lo que heciste y yo no tome venganza de lo que no deseo.
      Acabando de leer la carta, dijo don Quijote:
      -Menos por ésta que por los versos (N) se puede sacar más de que quien la escribió es algún desdeñado amante.
      Y, hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no; (N) pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los unos y llorados los otros.
      En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sin dejar rincón en toda ella, ni en el cojín, que no buscase, escudriñase e inquiriese, ni costura que no deshiciese, ni vedija de lana que no escarmenase, porque no se quedase nada por diligencia ni mal recado: tal golosina habían despertado en él los hallados escudos, que pasaban de ciento. Y, aunque no halló mas de lo hallado, dio por bien empleados los vuelos de la manta, (N) el vomitar del brebaje, las bendiciones de las estacas, (N) las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gabán y toda la hambre, sed y cansancio que había pasado en servicio de su buen señor, pareciéndole que estaba más que rebién pagado con la merced recebida de la entrega del hallazgo.
      Con gran deseo quedó el Caballero de la Triste Figura de saber quién fuese el dueño de la maleta, conjeturando, por el soneto y carta, por el dinero en oro y por las tan buenas camisas, que debía de ser de algún principal enamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían de haber conducido a algún desesperado término. Pero, como por aquel lugar inhabitable y escabroso (N) no parecía persona alguna de quien poder informarse, no se curó de más que de pasar adelante, sin llevar otro camino que aquel que Rocinante quería, que era por donde él podía caminar, siempre con imaginación que no podía faltar por aquellas malezas alguna estraña aventura.
      Yendo, pues, con este pensamiento, vio que, por cima de una montañuela que delante de los ojos se le ofrecía, iba saltando un hombre, de risco en risco y de mata en mata, con estraña ligereza. Figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rabultados, los pies descalzos y las piernas sin cosa alguna; los muslos cubrían unos calzones, al parecer de terciopelo leonado, mas tan hechos pedazos que por muchas partes se le descubrían las carnes. Traía la cabeza descubierta, y, aunque pasó con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias miró y notó el Caballero de la Triste Figura; y, aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas, y más siendo él de suyo pisacorto (N) y flemático. Luego imaginó don Quijote que aquél era el dueño del cojín y de la maleta, y propuso en sí de buscalle, aunque supiese andar un año por aquellas montañas hasta hallarle; y así, mandó a Sancho que se apease del asno (N) y atajase por la una parte de la montaña, que él iría por la otra y podría ser que topasen, con esta diligencia, con aquel hombre que con tanta priesa se les había quitado de delante.
      -No podré hacer eso -respondió Sancho-, porque, en apartándome de vuestra merced, luego es conmigo el miedo, que me asalta con mil géneros de sobresaltos y visiones. Y sírvale esto que digo de aviso, para que de aquí adelante no me aparte un dedo de su presencia.
      -Así será -dijo el de la Triste Figura-, y yo estoy muy contento de que te quieras valer de mi ánimo, el cual no te ha de faltar, aunque te falte el ánima del cuerpo. Y vente ahora tras mí poco a poco, o como pudieres, y haz de los ojos lanternas; rodearemos esta serrezuela: quizá toparemos con aquel hombre que vimos, el cual, sin duda alguna, no es otro que el dueño de nuestro hallazgo.
      A lo que Sancho respondió:
      -Harto mejor sería no buscalle, (N) porque si le hallamos y acaso fuese el dueño del dinero, claro está que lo tengo de restituir; y así, fuera mejor, sin hacer esta inútil diligencia, poseerlo yo con buena fe hasta que, por otra vía menos curiosa y diligente, pareciera su verdadero señor; y quizá fuera a tiempo que lo hubiera gastado, y entonces el rey me hacía franco.
      -Engáñaste en eso, Sancho -respondió don Quijote - ; que, ya que hemos caído en sospecha de quién es el dueño, cuasi delante, (N) estamos obligados a buscarle y volvérselos; y, cuando no le buscásemos, la vehemente sospecha que tenemos de que él lo sea nos pone ya en tanta culpa como si lo fuese. Así que, Sancho amigo, no te dé pena el buscalle, por la que a mí se me quitará si le hallo.
      Y así, picó a Rocinante, y siguióle Sancho con su acostumbrado jumento; y, habiendo rodeado parte de la montaña, hallaron en un arroyo, caída, muerta y medio comida de perros y picada de grajos, una mula (N) ensillada y enfrenada; todo lo cual confirmó en ellos más la sospecha de que aquel que huía era el dueño de la mula y del cojín.
      Estándola mirando, oyeron un silbo como de pastor que guardaba ganado, y a deshora, a su siniestra mano, parecieron una buena cantidad de cabras, y tras ellas, por cima de la montaña, pareció el cabrero que las guardaba, que era un hombre anciano. Diole voces don Quijote, y rogóle que bajase donde estaban. Él respondió a gritos que quién les había traído por aquel lugar, pocas o ningunas veces pisado sino de pies de cabras o de lobos y otras fieras que por allí andaban. Respondióle Sancho que bajase, que de todo le darían buena cuenta. Bajó el cabrero, y, en llegando adonde don Quijote estaba, dijo.
      -Apostaré que está mirando la mula de alquiler que está muerta en esa hondonada. Pues a buena fe que ha ya seis meses que está en ese lugar. Díganme: ¿ han topado por ahí a su dueño.
      -No hemos topado a nadie -respondió don Quijote-, sino a un cojín y a una maletilla que no lejos deste lugar hallamos.
      -También la hallé yo -respondió el cabrero-, mas nunca la quise alzar ni llegar a ella, temeroso de algún desmán y de que no me la pidiesen por de hurto; que es el diablo sotil, y debajo de los pies se levanta allombre cosa donde tropiece y caya, sin saber cómo ni cómo no.
      -Eso mesmo es lo que yo digo -respondió Sancho (N) -: que también la hallé yo, y no quise llegar a ella con un tiro de piedra; allí la dejé y allí se queda como se estaba, que no quiero perro con cencerro. (N)
      -Decidme, buen hombre -dijo don Quijote-, ¿ sabéis vos quién sea el dueño destas prendas?
      -Lo que sabré yo decir -dijo el cabrero- es que « habrá al pie de seis meses, poco más a menos, (N) que llegó a una majada de pastores, que estará como tres leguas deste lugar, un mancebo de gentil talle y apostura, caballero sobre esa mesma mula que ahí está muerta, y con el mesmo cojín y maleta que decís que hallastes y no tocastes. Preguntónos que cuál parte desta sierra era la más áspera y escondida; dijímosle que era esta donde ahora estamos; y es ansí la verdad, porque si entráis media legua más adentro, quizá no acertaréis a salir; y estoy maravillado de cómo habéis podido llegar aquí, porque no hay camino ni senda que a este lugar encamine. Digo, pues, que, en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volvió las riendas y encaminó hacia el lugar donde le señalamos, dejándonos a todos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y de la priesa con que le víamos caminar y volverse hacia la sierra; y desde entonces nunca más le vimos, hasta que desde allí a algunos días salió al camino a uno de nuestros pastores, y, sin decille nada, se llegó a él (N) y le dio muchas puñadas y coces, y luego se fue a la borrica del hato y le quitó cuanto pan y queso en ella traía; y, con estraña ligereza, hecho esto, se volvió a emboscar en la sierra. Como esto supimos algunos cabreros, le anduvimos a buscar casi dos días por lo más cerrado desta sierra, al cabo de los cuales le hallamos metido en el hueco de un grueso y valiente alcornoque. Salió a nosotros con mucha mansedumbre, ya roto el vestido, y el rostro disfigurado y tostado del sol, de tal suerte que apenas le conocíamos, sino que los vestidos, aunque rotos, con la noticia que dellos teníamos, nos dieron a entender que era el que buscábamos. Saludónos cortésmente, (N) y en pocas y muy buenas razones nos dijo que no nos maravillásemos de verle andar de aquella suerte, porque así le convenía para cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le había sido impuesta. Rogámosle que nos dijese quién era, mas nunca lo pudimos acabar con él. Pedímosle también que, cuando hubiese menester el sustento, sin el cual no podía pasar, nos dijese dónde le hallaríamos, porque con mucho amor y cuidado se lo llevaríamos; (N) y que si esto tampoco fuese de su gusto, que, a lo menos, saliese a pedirlo, y no a quitarlo a los pastores. Agradeció nuestro ofrecimiento, pidió perdón de los asaltos pasados, y ofreció de pedillo de allí adelante por amor de Dios, sin dar molestia alguna a nadie. En cuanto lo que tocaba a la estancia de su habitación, dijo que no tenía otra que aquella que le ofrecía la ocasión donde le tomaba la noche; y acabó su plática con un tan tierno llanto, que bien fuéramos de piedra los que escuchado le habíamos, si en él no le acompañáramos, considerándole cómo le habíamos visto la vez primera, y cuál le veíamos entonces. Porque, como tengo dicho, era un muy gentil y agraciado mancebo, y en sus corteses y concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona; que, puesto que éramos rústicos los que le escuchábamos, su gentileza era tanta, que bastaba a darse a conocer a la mesma rusticidad. Y, estando en lo mejor de su plática, paró y enmudecióse; clavó los ojos en el suelo por un buen espacio, en el cual todos estuvimos quedos y suspensos, esperando en qué había de parar aquel embelesamiento, con no poca lástima de verlo; porque, por lo que hacía de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover pestaña gran rato, y otras veces cerrarlos, apretando los labios y enarcando las cejas, fácilmente conocimos que algún accidente de locura le había sobrevenido. Mas él nos dio a entender presto ser verdad lo que pensábamos, porque se levantó con gran furia del suelo, donde se había echado, y arremetió con el primero que halló junto a sí, con tal denuedo y rabia que, si no se le quitáramos, le matara a puñadas y a bocados; y todo esto hacía, diciendo: ′′¡ Ah, fementido Fernando ! ¡ Aquí, aquí me pagarás la sinrazón que me heciste: estas manos te sacarán el corazón, donde albergan y tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el engaño !′′ Y a éstas añadía otras razones, que todas se encaminaban a decir mal de aquel Fernando y a tacharle de traidor y fementido. Quitámossele, pues, con no poca pesadumbre, y él, sin decir más palabra, se apartó de nosotros y se emboscó corriendo por entre estos jarales (N) y malezas, de modo que nos imposibilitó el seguille. Por esto conjeturamos que la locura le venía a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debía de haber hecho alguna mala obra, tan pesada cuanto lo mostraba el término a que le había conducido. Todo lo cual se ha confirmado después acá con las veces, que han sido muchas, que él ha salido al camino, unas a pedir a los pastores le den de lo que llevan para comer y otras a quitárselo por fuerza; porque cuando está con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado, no lo admite, sino que lo toma a puñadas; y cuando está en su seso, lo pide por amor de Dios, cortés y comedidamente, y rinde por ello muchas gracias, y no con falta de lágrimas. Y en verdad os digo, señores - prosiguió el cabrero-, que ayer determinamos yo y cuatro zagales, los dos criados y los dos amigos míos, de buscarle hasta tanto que le hallemos, y, después de hallado, ya por fuerza ya por grado, le hemos de llevar a la villa de Almodóvar, (N) que está de aquí ocho leguas, y allí le curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos quién es cuando esté en sus seso, y si tiene parientes a quien dar noticia de su desgracia (N) » . Esto es, señores, lo que sabré deciros de lo que me habéis preguntado; y entended que el dueño de las prendas que hallastes es el mesmo que vistes pasar con tanta ligereza como desnudez -que ya le había dicho don Quijote cómo había visto pasar aquel hombre saltando por la sierra.
      El cual quedó admirado (N) de lo que al cabrero había oído, y quedó con más deseo de saber quién era el desdichado loco; y propuso en sí lo mesmo que ya tenía pensado: de buscalle por toda la montaña, sin dejar rincón ni cueva en ella que no mirase, hasta hallarle. Pero hízolo mejor la suerte de lo que él pensaba ni esperaba, porque en aquel mesmo instante pareció, por entre una quebrada de una sierra (N) que salía donde ellos estaban, el mancebo que buscaba, el cual venía hablando entre sí cosas que no podían ser entendidas de cerca, cuanto más de lejos. (N) Su traje era cual se ha pintado, sólo que, llegando cerca, vio don Quijote que un coleto hecho pedazos que sobre sí traía era de ámbar; (N) por donde acabó de entender que persona que tales hábitos traía no debía de ser de ínfima calidad.
      En llegando el mancebo a ellos, les saludó con una voz desentonada y bronca, pero con mucha cortesía. Don Quijote le volvió las saludes con no menos comedimiento, y, apeándose de Rocinante, con gentil continente y donaire, le fue a abrazar y le tuvo un buen espacio estrechamente entre sus brazos, como si de luengos tiempos le hubiera conocido. El otro, a quien podemos llamar el Roto de la Mala Figura -como a don Quijote el de la Triste-, después de haberse dejado abrazar, le apartó un poco de sí, y, puestas sus manos en los hombros de don Quijote, le estuvo mirando, como que quería ver si le conocía; no menos admirado quizá de ver la figura, talle y armas de don Quijote, que don Quijote lo estaba de verle a él. En resolución, el primero que habló después del abrazamiento fue el Roto, y dijo lo que se dirá adelante.







Parte I -- Capítulo XXIV . Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena

      Dice la historia que era grandísima la atención con que don Quijote escuchaba al astroso Caballero de la Sierra, (N) el cual, prosiguiendo su plática, dijo.
      -Por cierto, señor, quienquiera que seáis, que yo no os conozco, yo os agradezco las muestras y la cortesía que conmigo habéis usado; y quisiera yo hallarme en términos que con más que la voluntad pudiera servir (N) la que habéis mostrado tenerme en el buen acogimiento que me habéis hecho, mas no quiere mi suerte darme otra cosa con que corresponda a las buenas obras que me hacen, que buenos deseos de satisfacerlas.
      -Los que yo tengo -respondió don Quijote- son de serviros; tanto, que tenía determinado de no salir destas sierras hasta hallaros y saber de vos si el dolor que en la estrañeza de vuestra vida mostráis tener se podía hallar algún género de remedio; y si fuera menester buscarle, buscarle con la diligencia posible. Y, cuando vuestra desventura fuera de aquellas que tienen cerradas las puertas a todo género de consuelo, pensaba ayudaros a llorarla y plañirla como mejor pudiera, que todavía es consuelo en las desgracias hallar quien se duela dellas. Y, si es que mi buen intento merece ser agradecido con algún género de cortesía, yo os suplico, señor, por la mucha que veo que en vos se encierra, y juntamente os conjuro por la cosa que en esta vida más habéis amado o amáis, (N) que me digáis quién sois y la causa que os ha traído a vivir y a morir entre estas soledades como bruto animal, (N) pues moráis entre ellos tan ajeno de vos mismo cual lo muestra vuestro traje y persona. Y juro - añadió don Quijote-, por la orden de caballería (N) que recebí, aunque indigno (N) y pecador, y por la profesión de caballero andante, que si en esto, señor, me complacéis, de serviros con las veras a que me obliga el ser quien soy: ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla, como os lo he prometido.
      El Caballero del Bosque, que de tal manera oyó hablar al de la Triste Figura, no hacía sino mirarle, y remirarle y tornarle a mirar de arriba abajo; y, después que le hubo bien mirado, le dijo.
      -Si tienen algo que darme a comer, por amor de Dios que me lo den; que, después de haber comido, yo haré todo lo que se me manda, en agradecimiento de tan buenos deseos como aquí se me han mostrado.
      Luego sacaron, Sancho de su costal y el cabrero de su zurrón, con que satisfizo el Roto su hambre, (N) comiendo lo que le dieron como persona atontada, tan apriesa que no daba espacio de un bocado al otro, pues antes los engullía que tragaba; y, en tanto que comía, ni él ni los que le miraban hablaban palabra. Como acabó de comer, les hizo de señas que le siguiesen, como lo hicieron, y él los llevó a un verde pradecillo que a la vuelta de una peña poco desviada de allí estaba. En llegando a él se tendió en el suelo, encima de la yerba, y los demás hicieron lo mismo; y todo esto sin que ninguno hablase, hasta que el Roto, después de haberse acomodado en su asiento, dijo.
      -Si gustáis, señores, que os diga en breves razones la inmensidad de mis desventuras, habéisme de prometer (N) de que con ninguna pregunta, ni otra cosa, no interromperéis el hilo de mi triste historia; porque en el punto que lo hagáis, en ése se quedará lo que fuere contando.
      Estas razones del Roto trujeron a la memoria a don Quijote el cuento que le había contado su escudero, cuando no acertó el número de las cabras que habían pasado el río y se quedó la historia pendiente. Pero, volviendo al Roto, prosiguió diciendo.
      -Esta prevención que hago es porque querría pasar brevemente por el cuento de mis desgracias; que el traerlas a la memoria no me sirve de otra cosa que añadir otras (N) de nuevo, y, mientras menos me preguntáredes, más presto acabaré yo de decillas, puesto que no dejaré por contar cosa alguna que sea de importancia para no satisfacer del todo a vuestro deseo.
      Don Quijote se lo prometió, en nombre de los demás, y él, con este seguro, comenzó desta manera.
      -« Mi nombre es Cardenio; mi patria, una ciudad de las mejores desta Andalucía; (N) mi linaje, noble; mis padres, ricos; mi desventura, tanta que la deben de haber llorado mis padres y sentido mi linaje, sin poderla aliviar con su riqueza; que para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los bienes de fortuna. Vivía en esta mesma tierra un cielo, (N) donde puso el amor toda la gloria que yo acertara a desearme: tal es la hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo, pero de más ventura y de menos firmeza de la que a mis honrados pensamientos se debía. A esta Luscinda amé, quise y adoré desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mí con aquella sencillez y buen ánimo que su poca edad permitía. Sabían nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello, porque bien veían que, cuando pasaran adelante, no podían tener otro fin que el de casarnos, cosa que casi la concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas. Creció la edad, y con ella el amor de entrambos, que al padre de Luscinda le pareció (N) que por buenos respetos estaba obligado a negarme la entrada de su casa, casi imitando en esto a los padres de aquella Tisbe tan decantada de los poetas. Y fue esta negación añadir llama a llama y deseo a deseo, porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales, con más libertad que las lenguas, suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado; que muchas veces la presencia de la cosa amada turba y enmudece la intención más determinada y la lengua más atrevida. ¡ Ay cielos, y cuántos billetes le escribí ! ¡ Cuán regaladas y honestas respuestas tuve ! ¡ Cuántas canciones compuse (N) y cuántos enamorados versos, donde el alma declaraba y trasladaba sus sentimientos, pintaba sus encendidos deseos, entretenía sus memorias y recreaba su voluntad.
      » En efeto, viéndome apurado, y que mi alma se consumía con el deseo de verla, determiné poner por obra y acabar en un punto lo que me pareció que más convenía para salir con mi deseado y merecido premio; y fue el pedírsela a su padre por legítima esposa, como lo hice; a lo que él me respondió que me agradecía la voluntad que mostraba de honralle, y de querer honrarme con prendas suyas, pero que, siendo mi padre vivo, a él tocaba de justo derecho hacer aquella demanda; porque, si no fuese con mucha voluntad y gusto suyo, no era Luscinda mujer para tomarse ni darse a hurto.
      » Yo le agradecí su buen intento, pareciéndome que llevaba razón en lo que decía, y que mi padre vendría en ello como yo se lo dijese; y con este intento, luego en aquel mismo instante, fui a decirle a mi padre lo que deseaba. Y, al tiempo que entré en un aposento donde estaba, le hallé con una carta abierta en la mano, la cual, antes que yo le dijese palabra, me la dio y me dijo: ′′Por esa carta verás, Cardenio, la voluntad que el duque Ricardo tiene de hacerte merced′′. Este duque Ricardo, como ya vosotros, señores, debéis de saber, es un grande de España que tiene su estado en lo mejor desta Andalucía. « Tomé y leí la carta, la cual venía tan encarecida que a mí mesmo me pareció mal si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella se le pedía, que era que me enviase luego donde él estaba; (N) que quería que fuese compañero, no criado, de su hijo el mayor, y que él tomaba a cargo el ponerme en estado que correspondiese a la estimación en que me tenía. Leí la carta y enmudecí leyéndola, y más cuando oí que mi padre me decía: ′′De aquí a dos días te partirás, Cardenio, a hacer la voluntad del duque; y da gracias a Dios que te va abriendo camino por donde alcances lo que yo sé que mereces′′. Añadió a éstas otras razones de padre consejero.
      » Llegóse el término de mi partida, hablé una noche a Luscinda, díjele todo lo que pasaba, y lo mesmo hice a su padre, suplicándole se entretuviese algunos días y dilatase el darle estado hasta que yo viese lo que Ricardo me quería (N) Él me lo prometió y ella me lo confirmó con mil juramentos y mil desmayos. Vine, en fin, donde el duque Ricardo estaba. Fui dél tan bien recebido y tratado, que desde luego comenzó la envidia a hacer su oficio, teniéndomela los criados antiguos, pareciéndoles que las muestras que el duque daba de hacerme merced habían de ser en perjuicio suyo. Pero el que más se holgó con mi ida (N) fue un hijo segundo del duque, llamado Fernando, mozo gallardo, gentilhombre, liberal y enamorado, el cual, en poco tiempo, quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir a todos; y, aunque el mayor me quería bien y me hacía merced, no llegó al estremo con que don Fernando me quería y trataba.
      » Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa secreta que no se comunique, y la privanza que yo tenía con don Fernando dejada de serlo por ser amistad, todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado, que le traía con un poco de desasosiego. (N) Quería bien a una labradora, vasalla de su padre (y ella los tenía muy ricos), y era tan hermosa, recatada, discreta y honesta que nadie que la conocía se determinaba en cuál destas cosas tuviese más excelencia ni más se aventajase. Estas tan buenas partes de la hermosa labradora redujeron a tal término los deseos de don Fernando, que se determinó, para poder alcanzarlo y conquistar la entereza de la labradora, darle palabra de ser su esposo, porque de otra manera era procurar lo imposible. Yo, obligado de su amistad, con las mejores razones que supe y con los más vivos ejemplos que pude, (N) procuré estorbarle y apartarle de tal propósito. Pero, viendo que no aprovechaba, determiné de decirle el caso al duque Ricardo, su padre. Mas don Fernando, como astuto y discreto, se receló y temió desto, por parecerle que estaba yo obligado, en vez de buen criado, (N) no tener encubierta cosa que tan en perjuicio de la honra de mi señor el duque venía; y así, por divertirme y engañarme, (N) me dijo que no hallaba otro mejor remedio para poder apartar de la memoria la hermosura que tan sujeto le tenía, que el ausentarse por algunos meses; y que quería que el ausencia fuese que los dos nos viniésemos en casa de mi padre, (N) con ocasión que darían al duque que venía a ver y a feriar unos muy buenos caballos (N) que en mi ciudad había, que es madre de los mejores del mundo.
      » Apenas le oí yo decir esto, cuando, movido de mi afición, (N) aunque su determinación no fuera tan buena, la aprobara yo por una de las más acertadas que se podían imaginar, por ver cuán buena ocasión y coyuntura se me ofrecía de volver a ver a mi Luscinda. Con este pensamiento y deseo, aprobé su parecer y esforcé su propósito, diciéndole que lo pusiese por obra con la brevedad posible, porque, en efeto, la ausencia hacía su oficio, a pesar de los más firmes pensamientos. Ya cuando él me vino a decir esto, según después se supo, (N) había gozado a la labradora con título de esposo, y esperaba ocasión de descubrirse a su salvo, temeroso de lo que el duque su padre haría cuando supiese su disparate.
      » Sucedió, pues, que, como el amor en los mozos, por la mayor parte, no lo es, sino apetito, el cual, como tiene por último fin el deleite, en llegando a alcanzarle se acaba y ha de volver atrás aquello que parecía amor, porque no puede pasar adelante del término que le puso naturaleza, el cual término no le puso a lo que es verdadero amor...; quiero decir que, (N) así como don Fernando gozó a la labradora, se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahíncos; y si primero fingía quererse ausentar, por remediarlos, ahora de veras procuraba irse, por no ponerlos en ejecución. Diole el duque licencia, y mandóme que le acompañase. Venimos (N) a mi ciudad, recibióle mi padre como quien era; vi yo luego a Luscinda, tornaron a vivir, aunque no habían estado muertos ni amortiguados, mis deseos, de los cuales di cuenta, por mi mal, a don Fernando, por parecerme que, en la ley de la mucha amistad que mostraba, no le debía encubrir nada. Alabéle la hermosura, donaire y discreción de Luscinda de tal manera, que mis alabanzas movieron en él los deseos de querer ver doncella de tantas buenas partes adornada. Cumplíselos yo, por mi corta suerte, enseñándosela una noche, a la luz de una vela, por una ventana por donde los dos solíamos hablarnos. Viola en sayo, tal, que todas las bellezas hasta entonces por él vistas las puso en olvido. Enmudeció, perdió el sentido, quedó absorto y, finalmente, tan enamorado cual lo veréis en el discurso del cuento de mi desventura. Y, para encenderle más el deseo, que a mí me celaba y al cielo a solas descubría, (N) quiso la fortuna (N) que hallase un día un billete suyo pidiéndome que la pidiese a su padre por esposa, tan discreto, tan honesto y tan enamorado que, en leyéndolo, me dijo que en sola Luscinda se encerraban todas las gracias de hermosura y de entendimiento que en las demás mujeres del mundo estaban repartidas.
      » Bien es verdad que quiero confesar ahora que, puesto que yo veía con cuán justas causas don Fernando a Luscinda alababa, me pesaba de oír aquellas alabanzas de su boca, y comencé a temer y a recelarme dél, porque no se pasaba momento donde no quisiese que tratásemos de Luscinda, y él movía la plática, aunque la trujese por los cabellos; cosa que despertaba en mí un no sé qué de celos, no porque yo temiese revés alguno de la bondad y de la fe de Luscinda, pero, con todo eso, me hacía temer mi suerte lo mesmo que ella me aseguraba. (N) Procuraba siempre don Fernando leer los papeles que yo a Luscinda enviaba y los que ella me respondía, a título que de la discreción de los dos gustaba mucho. Acaeció, pues, que, habiéndome pedido Luscinda un libro de caballerías en que leer, de quien era ella muy aficionada, que era el de Amadís de Gaula. .
      No hubo bien oído don Quijote nombrar libro de caballerías, cuando dijo.
      -Con que me dijera vuestra merced, al principio de su historia, que su merced de la señora Luscinda era aficionada a libros de caballerías, no fuera menester otra exageración para darme a entender la alteza de su entendimiento, porque no le tuviera tan bueno como vos, señor, le habéis pintado, si careciera del gusto de tan sabrosa leyenda: (N) así que, para conmigo, no es menester gastar más palabras en declararme su hermosura, valor y entendimiento; que, con sólo haber entendido su afición, la confirmo por la más hermosa y más discreta mujer del mundo. (N) Y quisiera yo, señor, que vuestra merced le hubiera enviado junto con Amadís de Gaula al bueno de Don Rugel de Grecia, que yo sé que gustara la señora Luscinda mucho de Daraida y Geraya, (N) y de las discreciones del pastor Darinel y de aquellos admirables versos de sus bucólica, (N) cantadas y representadas por él con todo donaire, discreción y desenvoltura. Pero tiempo podrá venir en que se enmiende esa falta, y no dura más en hacerse la enmienda (N) de cuanto quiera vuestra merced ser servido de venirse conmigo a mi aldea, que allí le podré dar más de trecientos libros, (N) que son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida; aunque tengo para mí que ya no tengo ninguno, merced a la malicia de malos y envidiosos encantadores. Y perdóneme vuestra merced el haber contravenido a lo que prometimos de no interromper su plática, pues, en oyendo cosas de caballerías y de caballeros andantes, así es en mi mano dejar de hablar en ellos, como lo es en la de los rayos del sol dejar de calentar, ni humedecer en los de la luna. (N) Así que, perdón y proseguir, que es lo que ahora hace más al caso.
      En tanto que don Quijote estaba diciendo lo que queda dicho, se le había caído a Cardenio la cabeza sobre el pecho, dando muestras de estar profundamente pensativo. Y, puesto que dos veces le dijo don Quijote que prosiguiese su historia, ni alzaba la cabeza ni respondía palabra; pero, al cabo de un buen espacio, la levantó y dijo.
      -No se me puede quitar del pensamiento, ni habrá quien me lo quite en el mundo, ni quien me dé a entender otra cosa (y sería un majadero el que lo contrario entendiese o creyese), sino que aquel bellaconazo del maestro Elisabat estaba amancebado con la reina Madésima.
      -Eso no, ¡ voto a tal ! -respondió con mucha cólera don Quijote (y arrojóle, como tenía de costumbre (N) )-; y ésa es una muy gran malicia, o bellaquería, por mejor decir: la reina Madásima fue muy principal señora, y no se ha de presumir que tan alta princesa se había de amancebar con un sacapotras; (N) y quien lo contrario entendiere, miente como muy gran bellaco. Y yo se lo daré a entender, a pie o a caballo, armado o desarmado, de noche o de día, o como más gusto le diere.
      Estábale mirando Cardenio muy atentamente, al cual ya había venido el accidente de su locura y no estaba para proseguir su historia; ni tampoco don Quijote se la oyera, según le había disgustado lo que de Madásima le había oído. ¡ Estraño caso; que así volvió por ella como si verdaderamente fuera su verdadera y natural señora: tal le tenían sus descomulgados libros ! Digo, pues, que, como ya Cardenio estaba loco y se oyó tratar de mentís y de bellaco, con otros denuestos semejantes, parecióle mal la burla, y alzó un guijarro que halló junto a sí, y dio con él en los pechos tal golpe a don Quijote que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio parar a su señor, arremetió al loco con el puño cerrado; y el Roto le recibió de tal suerte que con una puñada dio con él a sus pies, y luego se subió sobre él y le brumó las costillas (N) muy a su sabor. El cabrero, que le quiso defender, corrió el mesmo peligro. Y, después que los tuvo a todos rendidos y molidos, los dejó y se fue, con gentil sosiego, a emboscarse en la montaña.
      Levantóse Sancho, y, con la rabia que tenía de verse aporreado tan sin merecerlo, acudió a tomar la venganza del cabrero, diciéndole que él tenía la culpa de no haberles avisado que a aquel hombre le tomaba a tiempos la locura; que, si esto supieran, hubieran estado sobre aviso para poderse guardar. Respondió el cabrero que ya lo había dicho, y que si él no lo había oído, que no era suya la culpa. Replicó Sancho Panza, y tornó a replicar el cabrero, y fue el fin de las réplicas asirse de las barbas y darse tales puñadas que, si don Quijote no los pusiera en paz, se hicieran pedazos. Decía Sancho, asido con el cabrero.
      -Déjeme vuestra merced, señor Caballero (N) de la Triste Figura, que en éste, que es villano como yo y no está armado caballero, bien puedo a mi salvo satisfacerme del agravio que me ha hecho, peleando con él mano a mano, como hombre honrado.
      -Así es -dijo don Quijote-, pero yo sé que él no tiene ninguna culpa de lo sucedido.
      Con esto los apaciguó, y don Quijote volvió a preguntar al cabrero si sería posible hallar a Cardenio, porque quedaba con grandísimo deseo de saber el fin de su historia. Díjole el cabrero lo que primero le había dicho, que era no saber de cierto su manida; (N) pero que, si anduviese mucho por aquellos contornos, no dejaría de hallarle, o cuerdo o loco.







Parte I -- Capítulo XXV . Que trata de las estrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia (N) de Beltenebros (N)
      Despidióse del cabrero don Quijote, y, subiendo otra vez sobre Rocinante, mandó a Sancho que le siguiese, el cual lo hizo, con su jumento, de muy mala gana. Íbanse poco a poco entrando en lo más áspero de la montaña, y Sancho iba muerto por razonar con su amo, y deseaba que él comenzase la plática, por no contravenir a lo que le tenía mandado; mas, no pudiendo sufrir tanto silencio, le dijo.
      -Señor don Quijote, vuestra merced me eche su bendición y me dé licencia; que desde aquí me quiero volver a mi casa, y a mi mujer y a mis hijos, con los cuales, por lo menos, hablaré y departiré todo lo que quisiere; porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades, de día y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto es enterrarme en vida. Si ya quisiera la suerte que los animales hablaran, como hablaban en tiempos de Guisopete, (N) fuera menos mal, porque departiera yo con mi jumento lo que me viniera en gana, y con esto pasara mi mala ventura; que es recia cosa, y que no se puede llevar en paciencia, andar buscando aventuras toda la vida y no hallar sino coces y manteamientos, ladrillazos (N) y puñadas, y, con todo esto, nos hemos de coser la boca, sin osar decir lo que el hombre tiene en su corazón, como si fuera mudo.
      -Ya te entiendo, Sancho -respondió don Quijote-: tú mueres porque te alce el entredicho (N) que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado y di lo que quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en cuanto anduviéremos por estas sierras.
      -Sea ansí -dijo Sancho-: hable yo ahora, que después Dios sabe lo que será; y, comenzando a gozar de ese salvoconduto, digo que ¿ qué le iba a vuestra merced en volver tanto por aquella reina Magimasa, o como se llama? O, ¿ qué hacía al caso que aquel abad fuese su amigo (N) o no? Que, si vuestra merced pasara con ello, pues no era su juez, bien creo yo que el loco pasara adelante con su historia, y se hubieran ahorrado el golpe del guijarro, y las coces, y aun más de seis torniscones.
      -A fe, Sancho -respondió don Quijote-, que si tú supieras, como yo lo sé, cuán honrada y cuán principal señora era la reina Madásima, yo sé que dijeras que tuve mucha paciencia, pues no quebré la boca por donde tales blasfemias salieron; porque es muy gran blasfemia decir ni pensar que una reina esté amancebada con un cirujano. La verdad del cuento es que aquel maestro Elisabat, que el loco dijo, fue un hombre muy prudente y de muy sanos consejos, y sirvió de ayo y de médico a la reina; pero pensar que ella era su amiga es disparate digno de muy gran castigo. Y, porque veas que Cardenio no supo lo que dijo, has de advertir que cuando lo dijo ya estaba sin juicio. (N)
      -Eso digo yo -dijo Sancho-: que no había para qué hacer cuenta de las palabras de un loco, porque si la buena suerte no ayudara a vuestra merced y encaminara el guijarro a la cabeza, (N) como le encaminó al pecho, buenos quedáramos por haber vuelto por aquella mi señora, que Dios cohonda. (N) Pues, ¡ montas que no se librara Cardenio por loco.
      -Contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante a volver por la honra de las mujeres, cualesquiera que sean, cuanto más por las reinas de tan alta guisa y pro (N) como fue la reina Madásima, a quien yo tengo particular afición por sus buenas partes; (N) porque, fuera de haber sido fermosa, además fue muy prudente y muy sufrida en sus calamidades, que las tuvo muchas; y los consejos y compañía del maestro Elisabat le fue y le fueron de mucho provecho y alivio para poder llevar sus trabajos con prudencia y paciencia. Y de aquí tomó ocasión el vulgo ignorante y mal intencionado de decir y pensar que ella era su manceba; (N) y mienten, digo otra vez, y mentirán otras docientas, todos los que tal pensaren y dijeren.
      -Ni yo lo digo ni lo pienso -respondió Sancho-: allá se lo hayan; con su pan se lo coman. Si fueron amancebados, o no, a Dios habrán dado la cuenta. De mis viñas vengo, no sé nada; no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente. Cuanto más, que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; mas que lo fuesen, ¿ qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos y no hay estacas. (N) Mas, ¿ quién puede poner puertas al campo? Cuanto más, que de Dios dijeron.
      -¡ Válame Dios -dijo don Quijote-, y qué de necedades vas, Sancho, ensartando ! ¿ Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas? (N) Por tu vida, Sancho, que calles; y de aquí adelante, entremétete en espolear a tu asno, y deja de hacello en lo que no te importa. Y entiende con todos tus cinco sentidos (N) que todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere, va muy puesto en razón y muy conforme a las reglas de caballería, que las sé mejor que cuantos caballeros las profesaron en el mundo.
      -Señor -respondió Sancho-, y ¿ es buena regla de caballería que andemos perdidos por estas montañas, sin senda ni camino, buscando a un loco, el cual, después de hallado, quizá le vendrá en voluntad de acabar lo que dejó comenzado, no de su cuento, sino de la cabeza de vuestra merced y de mis costillas, acabándonoslas de romper de todo punto.
      -Calla, te digo otra vez, Sancho -dijo don Quijote - ; porque te hago saber que no sólo me trae por estas partes el deseo de hallar al loco, cuanto el que tengo de hacer (N) en ellas una hazaña con que he de ganar perpetuo nombre y fama en todo lo descubierto de la tierra; y será tal, que he de echar con ella el sello (N) a todo aquello que puede hacer perfecto y famoso a un andante caballero.
      -Y ¿ es de muy gran peligro esa hazaña? -preguntó Sancho Panza.
      -No -respondió el de la Triste Figura-, puesto que de tal manera podía correr el dado, (N) que echásemos azar en lugar de encuentro; pero todo ha de estar en tu diligencia.
      -¿ En mi diligencia? -dijo Sancho.
      -Sí -dijo don Quijote-, porque si vuelves presto de adonde pienso enviarte, presto se acabará mi pena y presto comenzará mi gloria. Y, porque no es bien que te tenga más suspenso, esperando en lo que han de parar mis razones, quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo. Mal año y mal mes para don Belianís y para todos aquellos que dijeren que se le igualó en algo, porque se engañan, juro cierto. Digo asimismo que, cuando algún pintor quiere salir famoso en su arte, procura imitar los originales de los más únicos pintores (N) que sabe; y esta mesma regla corre por todos los más oficios o ejercicios de cuenta que sirven para adorno de las repúblicas. Y así lo ha de hacer y hace el que quiere alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuya persona y trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudencia y de sufrimiento; como también nos mostró Virgilio, (N) en persona de Eneas, el valor de un hijo piadoso y la sagacidad de un valiente y entendido capitán, no pintándolo ni descubriéndolo como ellos fueron, sino como habían de ser, para quedar ejemplo (N) a los venideros hombres de sus virtudes. Desta mesma suerte, Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos (N) que debajo de la bandera de amor y de la caballería militamos. Siendo, pues, esto ansí, como lo es, hallo yo, Sancho amigo, que el caballero andante que más le imitare estará más cerca de alcanzar la perfeción de la caballería. Y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, (N) valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, (N) mudado su nombre en el de Beltenebros, (N) nombre, por cierto, significativo y proprio para la vida que él de su voluntad había escogido. Ansí que, me es a mí más fácil imitarle en esto que no (N) en hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, (N) desbaratar ejércitos, fracasar armadas (N) y deshacer encantamentos. Y, pues estos lugares son tan acomodados para semejantes efectos, no hay para qué se deje pasar la ocasión, que ahora con tanta comodidad me ofrece sus guedejas. (N)
      -En efecto -dijo Sancho-, ¿ qué es lo que vuestra merced quiere hacer en este tan remoto lugar.
      -¿ Ya no te he dicho -respondió don Quijote- que quiero imitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldán, (N) cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro, (N) de cuya pesadumbre (N) se volvió loco y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eterno nombre (N)
y escritura? Y, puesto que yo no pienso imitar a Roldán, o Orlando, o Rotolando (que todos estos tres nombres tenía), (N) parte por parte en todas las locuras que hizo, dijo y pensó, haré el bosquejo, como mejor pudiere, en las que me pareciere ser más esenciales. Y podrá ser que viniese a contentarme con sola la imitación de Amadís, que sin hacer locuras de daño, sino de lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más.
      -Paréceme a mí -dijo Sancho- que los caballeros que lo tal ficieron fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias, pero vuestra merced, ¿ qué causa tiene para volverse loco? ¿ Qué dama le ha desdeñado, o qué señales ha hallado que le den a entender que la señora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niñería con moro o cristiano.
      -Ahí esta el punto -respondió don Quijote- y ésa es la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: (N) el toque está desatinar (N) sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, ¿ qué hiciera en mojado? Cuanto más, que harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea del Toboso; que, como ya oíste decir a aquel pastor de marras, Ambrosio (N) quien está ausente todos los males tiene y teme. Así que, Sancho amigo, no gastes tiempo en aconsejarme que deje tan rara, tan felice y tan no vista imitación. Loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea; y si fuere tal cual a mi fe se le debe, acabarse ha mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, seré loco de veras, y, siéndolo, no sentiré nada. Ansí que, de cualquiera manera que responda, saldré del conflito y trabajo en que me dejares, gozando el bien que me trujeres, por cuerdo, o no sintiendo el mal que me aportares, (N) por loco. Pero dime, Sancho, ¿ traes bien guardado el yelmo de Mambrino?; que ya vi que le alzaste del suelo cuando aquel desagradecido le quiso hacer pedazos. Pero no pudo, donde se puede echar de ver la fineza de su temple.
      A lo cual respondió Sancho.
      -Vive Dios, señor Caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas vengo a imaginar que todo cuanto me dice de caballerías y de alcanzar reinos e imperios, de dar ínsulas y de hacer otras mercedes y grandezas, como es uso de caballeros andantes, (N) que todo debe de ser cosa de viento y mentira, y todo pastraña, (N) o como lo llamáremos. Porque quien oyere decir a vuestra merced que una bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga de este error en más de cuatro días, (N) ¿ qué ha de pensar, sino que quien tal dice y afirma debe de tener gÜero el juicio? La bacía yo la llevo en el costal, toda abollada, y llévola para aderezarla en mi casa y hacerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia que algún día me vea con mi mujer y hijos.
      -Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste, te juro -dijo don Quijote- que tienes el más corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo. ¿ Que es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés? Y no porque sea ello ansí, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan y les vuelven según su gusto, y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y así, eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa. Y fue rara providencia del sabio que es de mi parte hacer que parezca bacía a todos lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que, siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguirá por quitármele; pero, como ven que no es más de un bacín de barbero, no se curan de procuralle, como se mostró bien en el que quiso rompelle y le dejó en el suelo sin llevarle; que a fe que si le conociera, que nunca él le dejara. Guárdale, amigo, que por ahora no le he menester; que antes me tengo de quitar todas estas armas y quedar desnudo como cuando nací, si es que me da en voluntad de seguir en mi penitencia más a Roldán que a Amadís.
      Llegaron, en estas pláticas, al pie de una alta montaña que, casi como peñón tajado, estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado (N) tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. Había por allí muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar apacible. Este sitio escogió el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia; y así, en viéndole, comenzó a decir en voz alta, como si estuviera sin juicio.
      -Éste es el lugar, ¡ oh cielos ! , (N) que diputo y escojo para llorar la desventura en que vosotros mesmos me habéis puesto. Éste es el sitio donde el humor de mis ojos acrecentará las aguas deste pequeño arroyo, y mis continos y profundos sospiros moverán a la contina las hojas destos montaraces árboles, en testimonio y señal de la pena que mi asendereado corazón padece. ¡ Oh vosotros, quienquiera que seáis, rústicos dioses (N) que en este inhabitable lugar tenéis vuestra morada, oíd las quejas deste desdichado amante, a quien una luenga ausencia y unos imaginados celos han traído a lamentarse entre estas asperezas, y a quejarse de la dura condición de aquella ingrata y bella, término y fin de toda humana hermosura ! ¡ Oh vosotras, napeas y dríadas, que tenéis por costumbre de habitar en las espesuras de los montes, así los ligeros y lascivos sátiros, de quien sois, aunque en vano, amadas, no perturben jamás vuestro dulce sosiego, que me ayudéis a lamentar mi desventura, o, a lo menos, no os canséis de oílla ! ¡ Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura, así el cielo te la dé buena en cuanto acertares a pedirle, que consideres el lugar y el estado a que tu ausencia me ha conducido, y que con buen término correspondas al que a mi fe se le debe ! ¡ Oh solitarios árboles, que desde hoy en adelante habéis de hacer compañía a mi soledad, dad indicio, con el blando movimiento de vuestras ramas, que no os desagrade mi presencia ! ¡ Oh tú, escudero mío, agradable compañero en más prósperos y adversos sucesos, toma bien en la memoria lo que aquí me verás hacer, para que lo cuentes y recetes a la causa total de todo (N) ello.
      Y, diciendo esto, se apeó de Rocinante, y en un momento le quitó el freno y la silla; y, dándole una palmada en las ancas, le dijo.
      -Libertad te da el que sin ella queda, (N) ¡ oh caballo tan estremado por tus obras cuan desdichado por tu suerte ! Vete por do quisieres, que en la frente llevas escrito que no te igualó en ligereza el Hipogrifo de Astolfo, (N) ni el nombrado Frontino, que tan caro le costó a Bradamante. (N)
      Viendo esto Sancho, dijo.
      -Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbardar al rucio; que a fe que no faltaran palmadicas que dalle, ni cosas que decille en su alabanza; pero si él aquí estuviera, no consintiera yo que nadie le desalbardara, pues no había para qué, que a él no le tocaban las generales de enamorado ni de desesperado, (N) pues no lo estaba su amo, que era yo, cuando Dios quería. (N) Y en verdad, señor Caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced va de veras, que será bien tornar a ensillar a Rocinante, para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta; que si la hago a pie, no sé cuándo llegaré ni cuándo volveré, porque, en resolución, soy mal caminante.
      -Digo, Sancho -respondió don Quijote-, que sea como tú quisieres, que no me parece mal tu designio; y digo que de aquí a tres días te partirás, (N) porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.
      -Pues, ¿ qué más tengo de ver -dijo Sancho- que lo que he visto.
      -¡ Bien estás en el cuento ! -respondió don Quijote - . Ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas y darme de calabazadas (N) por estas peñas, con otras cosas deste jaez que te han de admirar.
      -Por amor de Dios -dijo Sancho-, que mire vuestra merced cómo se da esas calabazadas; que a tal peña podrá llegar, y en tal punto, que con la primera se acabase la máquina desta penitencia; y sería yo de parecer que, ya que vuestra merced le parece que son aquí necesarias calabazadas y que no se puede hacer esta obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es fingido y cosa contrahecha y de burla, se contentase, digo, con dárselas en el agua, o en alguna cosa blanda, como algodón; y déjeme a mí el cargo, que yo diré a mi señora que vuestra merced se las daba en una punta de peña más dura que la de un diamante.
      -Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho - respondió don Quijote - , mas quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras; porque de otra manera, sería contravenir a las órdenes de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna, (N) pena de relasos, (N) y el hacer una cosa por otra lo mesmo es que mentir. Ansí que, mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del fantástico. (N) Y será necesario que me dejes algunas hilas (N) para curarme, pues que la ventura quiso que nos faltase el bálsamo que perdimos.
      -Más fue perder el asno -respondió Sancho-, pues se perdieron en él las hilas y todo. Y ruégole a vuestra merced que no se acuerde más de aquel maldito brebaje; que en sólo oírle mentar se me revuelve el alma, no que el estómago. Y más le ruego: que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, (N) y diré maravillas a mi señora; y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.
      -¿ Purgatorio le llamas, Sancho? -dijo don Quijote - . Mejor hicieras de llamarle infierno, (N) y aun peor, si hay otra cosa que lo sea.
      -Quien ha infierno -respondió Sancho-, nula es retencio, (N) según he oído decir.
      -No entiendo qué quiere decir retencio -dijo don Quijote.
      -Retencio es -respondió Sancho- que quien está en el infierno nunca sale dél, ni puede. Lo cual será al revés en vuestra merced, o a mí me andarán mal los pies, si es que llevo espuelas para avivar a Rocinante; y póngame yo una por una en el Toboso, y delante de mi señora Dulcinea, que yo le diré tales cosas de las necedades y locuras, que todo es uno, que vuestra merced ha hecho y queda haciendo, que la venga a poner más blanda que un guante, aunque la halle más dura que un alcornoque; con cuya respuesta dulce y melificada (N) volveré por los aires, como brujo, y sacaré a vuestra merced deste purgatorio, que parece infierno y no lo es, pues hay esperanza de salir dél, la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los que están en el infierno, ni creo que vuestra merced dirá otra cosa.
      -Así es la verdad -dijo el de la Triste Figura-; pero, ¿ qué haremos para escribir la carta.
      -Y la libranza pollinesca también (N) -añadió Sancho.
      -Todo irá inserto (N) -dijo don Quijote - ; y sería bueno, ya que no hay papel, (N) que la escribiésemos, como hacían los antiguos, en hojas de árboles, o en unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso será hallarse eso ahora como el papel. Mas ya me ha venido a la memoria dónde será bien, y aun más que bien, escribilla: que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio; y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela de muchachos, o si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada, (N) que no la entenderá Satanás.
      -Pues, ¿ qué se ha de hacer de la firma? -dijo Sancho.
      -Nunca las cartas de Amadís se firman (N) - respondió don Quijote.
      -Está bien -respondió Sancho-, pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y ésa, si se traslada, dirán que la firma es falsa y quedaréme sin pollinos. (N)
      -La libranza irá en el mesmo librillo firmada; que, en viéndola, mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla. Y, en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura". Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin estenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, (N) no la he visto cuatro veces (N) ; y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo, y su madre, Aldonza Nogales, (N) la han criado.
      -¡ Ta, ta ! -dijo Sancho (N) -. ¿ Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? (N)
      -Ésa es -dijo don Quijote-, y es la que merece ser señora de todo el universo.
      -Bien la conozco -dijo Sancho-, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡ Vive el Dador, (N) que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, (N) y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, (N) que la tuviere por señora ! ¡ Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz ! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua, (N) así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: (N) con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que, con justo título, puede desesperarse y ahorcarse; que nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que le lleve el diablo. Y querría ya verme en camino, sólo por vella; que ha muchos días que no la veo, y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. Y confieso a vuestra merced una verdad, señor don Quijote: que hasta aquí he estado en una grande ignorancia; que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes que vuestra merced le ha enviado: así el del vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchos que deben ser, según deben de ser muchas las vitorias que vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su escudero. Pero, bien considerado, ¿ qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante della los vencidos que vuestra merced le envía y ha de enviar? Porque podría ser que, al tiempo que ellos llegasen, estuviese ella rastrillando lino, o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y enfadase del presente.
      -Ya te tengo dicho antes de agora muchas veces, Sancho -dijo don Quijote - , que eres muy grande hablador, y que, aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas de agudo. (N) Mas, para que veas cuán necio eres tú y cuán discreto soy yo, quiero que me oyas un breve cuento. « Has de saber que una viuda hermosa, moza, libre y rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamoró de un mozo motilón, (N) rollizo y de buen tomo. Alcanzólo a saber su mayor, (N) y un día dijo a la buena viuda, por vía de fraternal reprehensión: ′′Maravillado estoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra merced, se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, (N) tantos presentados y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir: "Éste quiero, aquéste no quiero"′′. Mas ella le respondió, con mucho donaire y desenvoltura: ′′Vuestra merced, señor mío, está muy engañado, y piensa muy a lo antiguo si piensa que yo he escogido mal en fulano, (N) por idiota que le parece, pues, para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe, y más, que Aristóteles (N) ′′» . Así que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea (N) del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Sí, que no todos los poetas que alaban (N) damas, debajo de un nombre que ellos a su albedrío les ponen, es verdad que las tienen. ¿ Piensas tú que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas (N) y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquéllos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las más se las fingen, por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y así, bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no han de ir a hacer la información dél para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar más que otras, (N) que son la mucha hermosura y la buena fama; y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada; y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad, (N) y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, (N) ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretéritas, griega, bárbara o latina. (N) Y diga cada uno lo que quisiere; que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no seré castigado de los rigurosos.
      -Digo que en todo tiene vuestra merced razón - respondió Sancho-, y que yo soy un asno. Mas no sé yo para qué nombro asno en mi boca, pues no se ha de mentar la soga en casa del ahorcado. Pero venga la carta, y a Dios, que me mudo. (N)
      Sacó el libro de memoria don Quijote, y, apartándose a una parte, con mucho sosiego comenzó a escribir la carta; y, en acabándola, llamó a Sancho y le dijo que se la quería leer, porque la tomase de memoria, si acaso se le perdiese por el camino, (N) porque de su desdicha todo se podía temer. A lo cual respondió Sancho.
      -Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahí en el libro (N) y démele, que yo le llevaré bien guardado, porque pensar que yo la he de tomar en la memoria es disparate: que la tengo tan mala que muchas veces se me olvida cómo me llamo. Pero, con todo eso, dígamela vuestra merced, que me holgaré mucho de oílla, (N) que debe de ir como de molde. (N)
      -Escucha, que así dice -dijo don Quijote:
      Carta de don Quijote a Dulcinea del Toboso.
      Soberana y alta señora. (N)
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡ oh bella ingrata, amada enemiga mía !, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que, con acabar mi vida, habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte.
El Caballero de la Triste Figura.
      -Por vida de mi padre -dijo Sancho en oyendo la carta-, que es la más alta cosa que jamás he oído. ¡ Pesia a mí, y cómo que le dice vuestra merced ahí todo cuanto quiere, y qué bien que encaja en la firma El Caballero de la Triste Figura ! Digo de verdad que es vuestra merced el mesmo diablo, y que no haya cosa que no sepa.
      -Todo es menester -respondió don Quijote- para el oficio que trayo.
      -Ea, pues -dijo Sancho-, ponga vuestra merced en esotra vuelta la cédula de los tres pollinos y fírmela con mucha claridad, (N) porque la conozcan en viéndola.
      -Que me place -dijo don Quijote.
      Y, habiéndola escrito,se la leyó; que decía ansí:
      Mandará vuestra merced, por esta primera de pollinos, (N) señora sobrina, dar a Sancho Panza, mi escudero, tres de los cinco que dejé en casa y están a cargo de vuestra merced. Los cuales tres pollinos se los mando librar y pagar por otros tantos aquí recebidos de contado, que consta, y con su carta de pago serán bien dados. Fecha en las entrañas de Sierra Morena, a veinte y dos de agosto (N) deste presente año.
      -Buena está -dijo Sancho-; fírmela vuestra merced.
      -No es menester firmarla -dijo don Quijote-, sino solamente poner mi rúbrica, que es lo mesmo que firma, (N) y para tres asnos, y aun para trecientos, fuera bastante.
      -Yo me confío de vuestra merced -respondió Sancho - . Déjeme, iré a ensillar a Rocinante, y aparéjese vuestra merced a echarme su bendición, que luego pienso partirme, sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer, que yo diré que le vi hacer tantas que no quiera más.
      -Por lo menos quiero, Sancho, y porque es menester ansí, quiero, digo, que me veas en cueros, y hacer una o dos docenas de locuras, que las haré en menos de media hora, porque, habiéndolas tú visto por tus ojos, puedas jurar a tu salvo en las demás que quisieres añadir; y asegúrote que no dirás tú tantas cuantas yo pienso hacer.
      -Por amor de Dios, señor mío, que no vea yo en cueros a vuestra merced, que me dará mucha lástima y no podré dejar de llorar; y tengo tal la cabeza, del llanto que anoche hice por el rucio, (N) que no estoy para meterme en nuevos lloros; y si es que vuestra merced gusta de que yo vea algunas locuras, hágalas vestido, breves y las que le vinieren más a cuento. Cuanto más, que para mí no era menester nada deso, y, como ya tengo dicho, fuera ahorrar el camino de mi vuelta, que ha de ser con las nuevas que vuestra merced desea y merece. Y si no, aparéjese la señora Dulcinea; que si no responde como es razón, voto hago solene a quien puedo que le tengo de sacar la buena respuesta del estómago a coces y a bofetones. Porque, ¿ dónde se ha de sufrir que un caballero andante, tan famoso como vuestra merced, se vuelva loco, sin qué ni para qué, por una...? No me lo haga decir la señora, porque por Dios que despotrique y lo eche todo a doce, aunque nunca se venda. (N) ¡ Bonico soy yo para eso ! ¡ Mal me conoce ! ¡ Pues, a fe que si me conociese, que me ayunase ! (N)
-A fe, Sancho (N) -dijo don Quijote-, que, a lo que parece, que no estás tú más cuerdo que yo.
      -No estoy tan loco -respondió Sancho-, mas estoy más colérico. Pero, dejando esto aparte, ¿ qué es lo que ha de comer vuestra merced en tanto que yo vuelvo? ¿ Ha de salir al camino, como Cardenio, a quitárselo a los pastores.
      -No te dé pena ese cuidado -respondió don Quijote - , porque, aunque tuviera, no comiera otra cosa que las yerbas (N) y frutos que este prado y estos árboles me dieren, que la fineza de mi negocio está en no comer y en hacer otras asperezas equivalentes.
      -A Dios, pues. Pero, ¿ sabe vuestra merced qué temo? Que no tengo de acertar a volver a este lugar donde agora le dejo, según está de escondido.
      -Toma bien las señas, que yo procuraré no apartarme destos contornos - dijo don Quijote-, y aun tendré cuidado de subirme por estos más altos riscos, por ver si te descubro cuando vuelvas. Cuanto más, que lo más acertado será, para que no me yerres y te pierdas, que cortes algunas retamas de las muchas que por aquí hay y las vayas poniendo de trecho a trecho, hasta salir a lo raso, las cuales te servirán de mojones y señales para que me halles cuando vuelvas, (N) a imitación del hilo del laberinto de Teseo. (N) - Así lo haré - respondió Sancho Panza.
      Y, cortando algunos, pidió la bendición a su señor, y, no sin muchas lágrimas de entrambos, se despidió dél. Y, subiendo sobre Rocinante, a quien don Quijote encomendó mucho, (N) y que mirase por él como por su propria persona (N)
, se puso en camino del llano, (N) esparciendo de trecho a trecho los ramos de la retama, como su amo se lo había aconsejado. Y así, se fue, aunque todavía le importunaba don Quijote que le viese siquiera hacer dos locuras. Mas no hubo andado cien pasos, cuando volvió y dijo.
      -Digo, señor, que vuestra merced ha dicho muy bien: (N) que, para que pueda jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, será bien que vea siquiera una, aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestra merced.
      -¿ No te lo decía yo? -dijo don Quijote-. Espérate, Sancho, que en un credo las haré. (N) Y, desnudándose con toda priesa las calzones, quedó en carnes (N) y en pañales, y luego, sin más ni más, dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas, la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco. Y así, le dejaremos ir su camino, hasta la vuelta, que fue breve.







Parte I -- Capítulo XXVI . Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo (N) don Quijote en Sierra Morena
      Y, volviendo a contar lo que hizo el de la Triste Figura después que se vio solo, dice la historia que, así como don Quijote acabó de dar las tumbas o vueltas, de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió sobre una punta de una alta peña y allí tornó a pensar lo que otras muchas veces había pensado, sin haberse jamás resuelto en ello. Y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento: imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o Amadís (N) en las malencónicas. Y, hablando entre sí mesmo, decía:
      -Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿ qué maravilla?, pues, al fin, era encantado y no le podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blanca (N) por la planta del pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de hierro. (N) Aunque no le valieron tretas contra Bernardo del Carpio, (N) que se las entendió y le ahogó entre los brazos, en Roncesvalles. Pero, dejando en él lo de la valentía a una parte, vengamos a lo de perder el juicio, que es cierto que le perdió, por las señales que halló en la fontana (N) y por las nuevas que le dio el pastor (N) de que Angélica había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos enrizados (N) y paje de Agramante; (N) y si él entendió que esto era verdad y que su dama le había cometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco. Pero yo, ¿ cómo puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasión dellas? (N) Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar que no ha visto en todos los días de su vida moro alguno, ansí como él es, en su mismo traje, (N) y que se está hoy como la madre que la parió; (N) y haríale agravio manifiesto si, imaginando otra cosa della, me volviese loco de aquel género de locura de Roldán el furioso. Por otra parte, veo que Amadís de Gaula, sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado como el que más; porque lo que hizo, según su historia, no fue más de que, por verse desdeñado de su señora Oriana, que le había mandado que no pareciese ante su presencia hasta que fuese su voluntad, (N) de que se retiró a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño, y allí se hartó de llorar y de encomendarse a Dios, hasta que el cielo le acorrió, en medio de su mayor cuita y necesidad. Y si esto es verdad, como lo es, ¿ para qué quiero yo tomar trabajo agora de desnudarme del todo, ni dar pesadumbre a estos árboles, que no me han hecho mal alguno? Ni tengo para qué enturbiar el agua (N) clara destos arroyos, los cuales me han de dar de beber cuando tenga gana. Viva la memoria de Amadís, y sea imitado de en todo lo que pudiere; del cual se dirá lo que del otro se dijo: (N) que si no acabó grandes cosas, murió por acometellas; y si yo no soy desechado ni desdeñado de Dulcinea del Toboso, bástame, como ya he dicho, (N) estar ausente della. Ea, pues, manos a la obra: venid a mi memoria, cosas de Amadís, y enseñadme por dónde tengo de comenzar a imitaros. Mas ya sé que lo más que él hizo fue rezar; y así lo haré yo: y sirviéndole de rosario unas agallas grandes de un alcornoque, que ensartó, de que hizo un diez (N) y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase (N) y con quien consolarse. Y así, se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, (N) todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Mas los que se pudieron hallar enteros y que se pudiesen leer, después que a él allí le hallaron, no fueron más que estos que aquí se siguen: -Arboles, yerbas y plantas
que en aqueste sitio estáis,
tan altos, verdes y tantas,
si de mi mal no os holgáis,
escuchad mis quejas santas.
Mi dolor no os alborote,
aunque más terrible sea,
pues, por pagaros escote,
aquí lloró don Quijote
ausencias de Dulcinea
del Toboso.
      Es aquí el lugar adonde
el amador más leal
de su señora se esconde,
y ha venido a tanto mal
sin saber cómo o por dónde.
Tráele amor al estricote, (N)
que es de muy mala ralea;
y así, hasta henchir un pipote, (N)
aquí lloró don Quijote
ausencias de Dulcinea
del Toboso.
      Buscando las aventuras
por entre las duras peñas,
maldiciendo entrañas duras,
que entre riscos y entre breñas
halla el triste desventuras,
hirióle amor con su azote,
no con su blanda correa;
y, en tocándole el cogote, (N)
aquí lloró don Quijote
ausencias de Dulcinea
del Toboso.

      No causó poca risa en los que hallaron los versos referidos el añadidura del Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debió de imaginar don Quijote (N) que si, en nombrando a Dulcinea, no decía también del Toboso, no se podría entender la copla; y así fue la verdad, como él después confesó. Otros muchos escribió, pero, como se ha dicho, no se pudieron sacar en limpio, ni enteros, más destas tres coplas. En esto, y en suspirar y en llamar a los faunos y silvanos (N) de aquellos bosques, a las ninfas de los ríos, a la dolorosa y húmida Eco, que le respondiese, consolasen y escuchasen, (N) se entretenía, y en buscar algunas yerbas con que sustentarse en tanto que Sancho volvía; que, si como tardó tres días, (N) tardara tres semanas, el Caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado (N) que no le conociera la madre que lo parió.
      Y será bien dejalle, envuelto entre sus suspiros y versos, por contar lo que le avino a Sancho Panza en su mandadería. (N) Y fue que, en saliendo al camino real, se puso en busca del Toboso, y otro día llegó a la venta donde le había sucedido la desgracia de la manta; y no la hubo bien visto, (N) cuando le pareció que otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegó a hora que lo pudiera y debiera hacer, por ser la del comer y llevar en deseo de gustar algo caliente; (N) que había grandes días (N) que todo era fiambre.
      Esta necesidad le forzó a que llegase junto a la venta, todavía dudoso si entraría o no. Y, estando en esto, salieron de la venta dos personas que luego le conocieron; y dijo el uno al otro.
      -Dígame, señor licenciado, aquel del caballo, ¿ no es Sancho Panza, el que dijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor por escudero?. (N)
      -Sí es -dijo el licenciado-; y aquél es el caballo de nuestro don Quijote.
      Y conociéronle tan bien como aquellos que eran el cura y el barbero (N) de su mismo lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto general de los libros. (N) Los cuales, así como acabaron de conocer a Sancho Panza y a Rocinante, deseosos de saber de don Quijote, se fueron a él; y el cura le llamó por su nombre, diciéndole.
      -Amigo Sancho Panza, ¿ adónde queda vuestro amo.
      Conociólos luego Sancho Panza, y determinó de encubrir el lugar y la suerte donde y como su amo quedaba; y así, les respondió que su amo quedaba ocupado en cierta parte y en cierta cosa que le era de mucha importancia, la cual él no podía descubrir, por los ojos que en la cara tenía. (N)
      -No, no -dijo el barbero-, Sancho Panza; si vos no nos decís dónde queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habéis muerto y robado, pues venís encima de su caballo. En verdad que nos habéis de dar el dueño del rocín, o sobre eso, morena. (N)
      -No hay para qué conmigo amenazas, (N) que yo no soy hombre que robo ni mato a nadie: a cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo. Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña, muy a su sabor.
      Y luego, de corrida y sin parar, les contó de la suerte que quedaba, las aventuras que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados.
      Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y, aunque ya sabían la locura de don Quijote y el género della, siempre que la oían se admiraban de nuevo. Pidiéronle a Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba a la señora Dulcinea del Toboso. Él dijo que iba escrita en un libro de memoria y que era orden de su señor que la hiciese trasladar en papel en el primer lugar que llegase; a lo cual dijo el cura que se la mostrase, que él la trasladaría de muy buena letra. Metió la mano en el seno (N) Sancho Panza, buscando el librillo, pero no le halló, ni le podía hallar si le buscara hasta agora, porque se había quedado don Quijote con él y no se le había dado, ni a él se le acordó de pedírsele. (N)
      Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuésele parando mortal el rostro; y, tornándose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, (N) tornó a echar de ver que no le hallaba; y, sin más ni más, se echó entrambos puños a las barbas y se arrancó la mitad de ellas, y luego, apriesa y sin cesar, se dio media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó todas en sangre. Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que qué le había sucedido, que tan mal se paraba.
      -¿ Qué me ha de suceder -respondió Sancho-, sino el haber perdido de una mano a otra, en un estante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo?. (N)
      -¿ Cómo es eso? -replicó el barbero.
      -He perdido el libro de memoria -respondió Sancho - , donde venía carta para Dulcinea y una cédula firmada de su señor, por la cual mandaba que su sobrina me diese tres pollinos, de cuatro o cinco que estaban en casa.
      Y, con esto, les contó la pérdida del rucio. Consolóle el cura, y díjole que, en hallando a su señor, él le haría revalidar la manda y que tornase a hacer la libranza en papel, como era uso y costumbre, porque las que se hacían en libros de memoria jamás se acetaban ni cumplían.
      Con esto se consoló Sancho, y dijo que, como aquello fuese ansí, que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él la sabía casi de memoria, de la cual se podría trasladar donde y cuando quisiesen.
      -Decildo, Sancho, pues -dijo el barbero-, que después la trasladaremos.
      Paróse Sancho Panza a rascar la cabeza (N) para traer a la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie, y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo; y, al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandísimo rato.
      -Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda; aunque en el principio decía: « Alta y sobajada señora» .
      -No diría -dijo el barbero- sobajada, sino sobrehumana o soberana señora.
      -Así es -dijo Sancho-. Luego, si mal no me acuerdo, (N) proseguía..., si mal no me acuerdo: « el llego y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa » , y no sé qué decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, (N) hasta que acababa en « Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura » .
      No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y alabáronsela mucho, (N) y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para que ellos, ansimesmo, la tomasen de memoria para trasladalla a su tiempo. Tornóla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros tres mil disparates. Tras esto, contó asimesmo las cosas de su amo, pero no habló palabra acerca del manteamiento que le había sucedido en aquella venta, en la cual rehusaba entrar. Dijo también como su señor, en trayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se había de poner en camino a procurar cómo ser emperador, o, por lo menos, monarca; que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que, en siéndolo, le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no podía ser menos, y le había de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.
      Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, pues había llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gusto oír sus necedades. Y así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible (N) era venir, con el discurso del tiempo, a ser emperador, como él decía, o, por lo menos, arzobispo, o otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho.
      -Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera que a mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador, (N) sino de ser arzobispo, querría yo saber agora qué suelen dar los arzobispos andantes (N) a sus escuderos.
      -Suélenles dar -respondió el cura- algún beneficio, simple o curado, o alguna sacristanía, que les vale mucho de renta rentada, (N) amén del pie de altar, que se suele estimar en otro tanto.
      -Para eso será menester -replicó Sancho- que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa, por lo menos; y si esto es así, ¡ desdichado de yo, (N) que soy casado y no sé la primera letra del ABC ! (N) ¿ Qué será de mí si a mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes.
      -No tengáis pena, Sancho amigo -dijo el barbero-, que aquí rogaremos a vuestro amo y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos en caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, a causa de que él es más valiente que estudiante.
      -Así me ha parecido a mí -respondió Sancho-, aunque sé decir que para todo tiene habilidad. (N) Lo que yo pienso hacer de mi parte es rogarle a Nuestro Señor que le eche a aquellas partes donde él más se sirva y adonde a mí más mercedes me haga.
      -Vos lo decís como discreto -dijo el cura- y lo haréis como buen cristiano. Mas lo que ahora se ha de hacer es dar orden como sacar a vuestro amo de aquella inútil penitencia que decís que queda haciendo; y, para pensar el modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos entremos en esta venta.
      Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera y que después les diría la causa por que no entraba ni le convenía entrar en ella; mas que les rogaba que le sacasen allí algo de comer que fuese cosa caliente, y, ansimismo, cebada para Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y, de allí a poco, el barbero le sacó de comer. Después, habiendo bien pensado entre los dos (N) el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, vino el cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de don Quijote y para lo que ellos querían. Y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar, como valeroso caballero andante. Y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenía fecho; y que le suplicaba, ansimesmo, que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda, (N) fasta que la hubiese fecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese, sin duda, que don Quijote vendría en todo cuanto le pidiese por este término; y que desta manera le sacarían de allí y le llevarían a su lugar, donde procurarían ver si tenía algún remedio su estraña locura.







Parte I -- Capítulo XXVII . De cómo salieron con su intención el Cura y el Barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia

      No le pareció mal al barbero la invención del cura, sino tan bien, que luego la pusieron por obra. Pidiéronle a la ventera una saya y unas tocas, (N) dejándole en prendas una sotana nueva del cura. El barbero hizo una gran barba de una cola rucia o roja de buey, donde el ventero tenía colgado el peine. Preguntóles la ventera que para qué le pedían aquellas cosas. El cura le contó en breves razones la locura de don Quijote, y cómo convenía aquel disfraz para sacarle de la montaña, donde a la sazón estaba. Cayeron luego el ventero y la ventera en que el loco era su huésped, el del bálsamo, y el amo del manteado escudero, y contaron al cura todo lo que con él les había pasado, sin callar lo que tanto callaba Sancho. En resolución, la ventera vistió al cura de modo que no había más que ver: púsole una saya de paño, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas acuchilladas, y unos corpiños de terciopelo verde, guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Wamba. (N) No consintió el cura que le tocasen, (N) sino púsose en la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra liga hizo un antifaz, (N) con que se cubrió muy bien las barbas y el rostro; encasquetóse su sombrero, (N) que era tan grande que le podía servir de quitasol, y, cubriéndose su herreruelo, (N) subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso.
      Despidiéronse de todos, y de la buena de Maritornes, que prometió de rezar un rosario, aunque pecadora, (N) porque Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido.
      Mas, apenas hubo salido de la venta, cuando le vino al cura un pensamiento: que hacía mal en haberse puesto de aquella manera, por ser cosa indecente que un sacerdote se pusiese así, aunque le fuese mucho en ello; y, diciéndoselo al barbero, le rogó que trocasen trajes, pues era más justo que él fuese la doncella menesterosa, y que él haría el escudero, (N) y que así se profanaba menos su dignidad; y que si no lo quería hacer, determinaba de no pasar adelante, aunque a don Quijote se le llevase el diablo.
      En esto, llegó Sancho, y de ver a los dos en aquel traje no pudo tener la risa. En efeto, el barbero vino en todo aquello que el cura quiso, y, trocando la invención, el cura le fue informando el modo que había de tener y las palabras que había de decir a don Quijote para moverle y forzarle a que con él se viniese, y dejase la querencia del lugar que había escogido para su vana penitencia. El barbero respondió que, sin que se le diese lición, él lo pondría bien en su punto. No quiso vestirse por entonces, hasta que estuviesen junto de donde don Quijote estaba; y así, dobló sus vestidos, y el cura acomodó su barba, y siguieron su camino, guiándolos Sancho Panza; (N) el cual les fue contando lo que les aconteció con el loco que hallaron en la sierra, encubriendo, empero, el hallazgo de la maleta y de cuanto en ella venía; que, maguer que tonto, era un poco codicioso el mancebo. (N)
      Otro día llegaron al lugar donde Sancho había dejado puestas las señales de las ramas (N) para acertar el lugar donde había dejado a su señor; y, en reconociéndole, les dijo como aquélla era la entrada, y que bien se podían vestir, si era que aquello hacía al caso para la libertad de su señor; porque ellos le habían dicho antes que el ir de aquella suerte y vestirse de aquel modo era toda la importancia para sacar a su amo de aquella mala vida que había escogido, y que le encargaban mucho que no dijese a su amo quien ellos eran, ni que los conocía; y que si le preguntase, como se lo había de preguntar, si dio la carta a Dulcinea, dijese que sí, y que, por no saber leer, le había respondido de palabra, (N) diciéndole que le mandaba, so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella, que era cosa que le importaba mucho; porque con esto y con lo que ellos pensaban decirle tenían por cosa cierta reducirle a mejor vida, y hacer con él que luego se pusiese en camino para ir a ser emperador o monarca; que en lo de ser arzobispo no había de qué temer.
      Todo lo escuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeció mucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese emperador y no arzobispo, porque él tenía para sí que, para hacer mercedes a sus escuderos, más podían los emperadores que los arzobispos andantes. También les dijo que sería bien que él fuese delante a buscarle y darle la respuesta de su señora, que ya sería ella bastante a sacarle de aquel lugar, (N) sin que ellos se pusiesen en tanto trabajo. Parecióles bien lo que Sancho Panza decía, y así, determinaron de aguardarle hasta que volviese con las nuevas del hallazgo de su amo.
      Entróse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando a los dos en una por donde corría un pequeño y manso arroyo, a quien hacían sombra agradable y fresca otras peñas y algunos árboles que por allí estaban. El calor, y el día que allí llegaron, era de los del mes de agosto, (N) que por aquellas partes suele ser el ardor muy grande; la hora, las tres de la tarde: todo lo cual hacía al sitio más agradable, y que convidase a que en él esperasen la vuelta de Sancho, como lo hicieron.
      Estando, pues, los dos allí, sosegados y a la sombra, llegó a sus oídos una voz (N) que, sin acompañarla son de algún otro instrumento, dulce y regaladamente sonaba, de que no poco se admiraron, por parecerles que aquél no era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase. Porque, aunque suele decirse que por las selvas y campos se hallan pastores de voces estremadas, más son encarecimientos de poetas (N) que verdades; y más, cuando advirtieron que lo que oían cantar eran versos, no de rústicos ganaderos, sino de discretos cortesanos. (N) Y confirmó esta verdad haber sido los versos que oyeron éstos: ¿ Quién menoscaba mis bienes? . (N)
      Desdenes.
Y ¿ quién aumenta mis duelos.
      Los celos.
Y ¿ quién prueba mi paciencia?
      Ausencia.
De ese modo, en mi dolencia.
ningún remedio se alcanza.
pues me matan la esperanza.
desdenes, celos y ausencia.
¿ Quién me causa este dolor?
      Amor.
Y ¿ quién mi gloria repugna?
      Fortuna.
Y ¿ quién consiente en mi duelo?
      El cielo
De ese modo, yo recelo
morir deste mal estraño.
pues se aumentan en mi daño
amor, fortuna y el cielo.
¿ Quién mejorará mi suerte?
      La muerte.
Y el bien de amor, ¿ quién le alcanza?
      Mudanza.
Y sus males, ¿ quién los cura.
      Locura.
De ese modo, no es cordura
querer curar la pasión
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.

      La hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba causó admiración (N) y contento en los dos oyentes, los cuales se estuvieron quedos, esperando si otra alguna cosa oían; pero, viendo que duraba algún tanto el silencio, determinaron de salir a buscar el músico que con tan buena voz cantaba. Y, queriéndolo poner en efeto, hizo la mesma voz que no se moviesen, la cual llegó de nuevo a sus oídos, cantando este soneto.

Soneto .

Santa amistad, (N) que con ligeras alas.
tu apariencia quedándose en el suelo.
entre benditas almas, en el cielo.
subiste alegre a las impíreas salas.

desde allá, cuando quieres, nos señala.
la justa paz cubierta con un velo.
por quien a veces se trasluce el cel.
de buenas obras que, a la fin, son malas.

Deja el cielo, ¡ oh amistad !, o no permita.
que el engaño se vista tu librea.
con que destruye a la intención sincera.

que si tus apariencias no le quitas.
presto ha de verse el mundo en la pele.
de la discorde confusión primera.

      El canto se acabó con un profundo suspiro, y los dos, con atención, volvieron a esperar si más se cantaba; pero, viendo que la música se había vuelto en sollozos (N) y en lastimeros ayes, acordaron de saber quién era el triste, tan estremado en la voz como doloroso en los gemidos; y no anduvieron mucho, cuando, al volver de una punta de una peña, vieron a un hombre del mismo talle y figura que Sancho Panza les había pintado cuando les contó el cuento de Cardenio; el cual hombre, cuando los vio, sin sobresaltarse, estuvo quedo, con la cabeza inclinada sobre el pecho a guisa de hombre pensativo, sin alzar los ojos a mirarlos más de la vez primera, cuando de improviso llegaron.
      El cura, que era hombre bien hablado (como el que ya tenía noticia de su desgracia, pues por las señas le había conocido), se llegó a él, y con breves aunque muy discretas razones le rogó y persuadió (N) que aquella tan miserable vida dejase, porque allí no la perdiese, que era la desdicha mayor de las desdichas. Estaba Cardenio entonces en su entero juicio, libre de aquel furioso accidente que tan a menudo le sacaba de sí mismo; y así, viendo a los dos en traje tan no usado de los que por aquellas soledades andaban, no dejó de admirarse algún tanto, y más cuando oyó que le habían hablado en su negocio (N)
como en cosa sabida -porque las razones que el cura le dijo así lo dieron a entender - ; y así, respondió desta manera.
      -Bien veo yo, señores, (N) quienquiera que seáis, que el cielo, que tiene cuidado de socorrer a los buenos, y aun a los malos muchas veces, sin yo merecerlo, me envía, en estos tan remotos y apartados lugares del trato común de las gentes, algunas personas que, poniéndome delante de los ojos con vivas y varias razones cuán sin ella ando en hacer la vida que hago, han procurado sacarme désta a mejor parte; pero, como no saben que sé yo que en saliendo deste daño he de caer en otro mayor, quizá me deben de tener por hombre de flacos discursos, y aun, lo que peor sería, por de ningún juicio. Y no sería maravilla que así fuese, porque a mí se me trasluce que la fuerza de la imaginación de mis desgracias es tan intensa y puede tanto en mi perdición que, sin que yo pueda ser parte a estobarlo, vengo a quedar como piedra, falto de todo buen sentido y conocimiento; y vengo a caer en la cuenta desta verdad, cuando algunos me dicen y muestran señales de las cosas que he hecho en tanto que aquel terrible accidente me señorea, y no sé más que dolerme en vano y maldecir sin provecho mi ventura, y dar por disculpa de mis locuras el decir la causa dellas (N) a cuantos oírla quieren; porque, viendo los cuerdos cuál es la causa, no se maravillarán de los efetos, y si no me dieren remedio, a lo menos no me darán culpa, convirtiéndoseles el enojo de mi desenvoltura en lástima de mis desgracias. Y si es que vosotros, señores, venís con la mesma intención que otros han venido, (N) antes que paséis adelante en vuestras discretas persuasiones, os ruego que escuchéis el cuento, que no le tiene, de mis desventuras; porque quizá, después de entendido, ahorraréis del trabajo que tomaréis en consolar un mal que de todo consuelo es incapaz.
      Los dos, que no deseaban otra cosa que saber de su mesma boca la causa de su daño, le rogaron se la contase, ofreciéndole de no hacer otra cosa de la que él quisiese, en su remedio o consuelo; y con esto, el triste caballero comenzó su lastimera historia, casi por las mesmas palabras y pasos que la había contado a don Quijote y al cabrero pocos días atrás, cuando, por ocasión del maestro Elisabat y puntualidad de don Quijote en guardar el decoro a la caballería, se quedó el cuento imperfeto, como la historia lo deja contado. Pero ahora quiso la buena suerte que se detuvo el accidente de la locura y le dio lugar de contarlo hasta el fin; y así, llegando al paso del billete que había hallado don Fernando entre el libro de Amadís (N) de Gaula, dijo Cardenio que le tenía bien en la memoria, y que decía desta manera.
      « Luscinda a Cardenio.
      Cada día descubro en vos valores (N) que me obligan y fuerzan a que en más os estime; y así, si quisiéredes sacarme desta deuda sin ejecutarme en la honra, lo podréis muy bien hacer. Padre tengo, que os conoce y que me quiere bien, el cual, sin forzar mi voluntad, cumplirá la que será justo que vos tengáis, si es que me estimáis como decís y como yo creo.
      -» Por este billete me moví a pedir a por esposa, como ya os he contado, y éste fue por quien quedó Luscinda (N) en la opinión de don Fernando por una de las más discretas y avisadas mujeres de su tiempo; y este billete fue el que le puso en deseo de destruirme, antes que el mío se efetuase. Díjele yo a don Fernando en lo que reparaba el padre de Luscinda, que era en que mi padre se la pidiese, lo cual yo no le osaba decir, temeroso que no vendría en ello, no porque no tuviese bien conocida la calidad, (N) bondad, virtud y hermosura de Luscinda, y que tenía partes bastantes para enoblecer cualquier otro linaje de España, sino porque yo entendía dél que deseaba que no me casase tan presto, hasta ver lo que el duque Ricardo hacía conmigo. En resolución, le dije que no me aventuraba a decírselo a mi padre, así por aquel inconveniente como por otros muchos que me acobardaban, sin saber cuáles eran, sino que me parecía que lo que yo desease jamás había de tener efeto.
      » A todo esto me respondió don Fernando que él se encargaba de hablar a mi padre y hacer con él que hablase al de Luscinda. ¡ Oh Mario ambicioso, oh Catilina cruel, (N) oh Sila facinoroso, oh Galalón embustero, (N) oh Vellido traidor, (N) oh Julián vengativo, (N) oh Judas codicioso ! (N) Traidor, cruel, vengativo y embustero, ¿ qué deservicios te había hecho este triste, que con tanta llaneza te descubrió los secretos y contentos de su corazón? ¿ Qué ofensa te hice? ¿ Qué palabras te dije, o qué consejos te di, que no fuesen todos encaminados a acrecentar tu honra y tu provecho? Mas, ¿ de qué me quejo?, ¡ desventurado de mí !, pues es cosa cierta que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, (N) como vienen de alto a bajo, despeñándose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda. ¿ Quién pudiera imaginar que don Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis servicios, poderoso para alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese dondequiera que le ocupase, se había de enconar, como suele decirse, en tomarme a mí una sola oveja, (N) que aún no poseía? Pero quédense estas consideraciones aparte, como inútiles y sin provecho, y añudemos el roto hilo de mi desdichada historia.
      » Digo, pues, que, pareciéndole a don Fernando (N) que mi presencia le era inconveniente para poner en ejecución su falso y mal pensamiento, determinó de enviarme a su hermano mayor, con ocasión de pedirle unos dineros para pagar seis caballos, que de industria, y sólo para este efeto de que me ausentase (para poder mejor salir con su dañado intento), el mesmo día que se ofreció hablar a mi padre los compró, y quiso que yo viniese por el dinero. ¿ Pude yo prevenir esta traición? ¿ Pude, por ventura, caer en imaginarla? No, por cierto; antes, con grandísimo gusto, me ofrecí a partir luego, contento de la buena compra hecha. Aquella noche hablé con Luscinda, y le dije lo que con don Fernando quedaba concertado, y que tuviese firme esperanza de que tendrían efeto nuestros buenos y justos deseos. Ella me dijo, tan segura como yo de la traición de don Fernando, (N) que procurase volver presto, porque creía que no tardaría más la conclusión de nuestras voluntades que tardase (N) mi padre de hablar al suyo. No sé qué se fue, que, en acabando de decirme esto, se le llenaron los ojos de lágrimas y un nudo se le atravesó en la garganta, (N) que no le dejaba hablar palabra de otras muchas (N) que me pareció que procuraba decirme.
      » Quedé admirado deste nuevo accidente, hasta allí jamás en ella visto, porque siempre nos hablábamos, las veces que la buena fortuna y mi diligencia lo concedía, (N) con todo regocijo y contento, sin mezclar en nuestras pláticas lágrimas, suspiros, celos, sospechas o temores. Todo era engrandecer yo mi ventura, por habérmela dado el cielo por señora: exageraba su belleza, admirábame de su valor y entendimiento. Volvíame ella el recambio, (N) alabando en mí lo que, como enamorada, le parecía digno de alabanza. Con esto, nos contábamos cien mil niñerías y acaecimientos de nuestros vecinos y conocidos, y a lo que más se entendía mi desenvoltura era a tomarle, casi por fuerza, una de sus bellas y blancas manos, (N) y llegarla a mi boca, según daba lugar la estrecheza de una baja reja que nos dividía. Pero la noche que precedió al triste día de mi partida, ella lloró, gimió y suspiró, y se fue, y me dejó lleno de confusión y sobresalto, espantado de haber visto tan nuevas y tan tristes muestras de dolor y sentimiento en Luscinda. Pero, por no destruir mis esperanzas, todo lo atribuí a la fuerza del amor que me tenía y al dolor que suele causar la ausencia en los que bien se quieren.
      » En fin, yo me partí triste y pensativo, llena el alma de imaginaciones y sospechas, sin saber lo que sospechaba ni imaginaba: claros indicios que me mostraban el triste suceso y desventura que me estaba guardada. Llegué al lugar donde era enviado. Di las cartas al hermano de don Fernando. Fui bien recebido, pero no bien despachado, porque me mandó aguardar, bien a mi disgusto, ocho días, y en parte donde el duque, su padre, no me viese, porque su hermano le escribía que le enviase cierto dinero sin su sabiduría. (N) Y todo fue invención del falso don Fernando, pues no le faltaban a su hermano dineros para despacharme luego. Orden y mandato fue éste que me puso en condición de no obedecerle, (N) por parecerme imposible sustentar tantos días la vida en el ausencia de Luscinda, y más, habiéndola dejado con la tristeza que os he contado; pero, con todo esto, obedecí, como buen criado, aunque veía que había de ser a costa de mi salud.
      » Pero, a los cuatro días que allí llegué, llegó un hombre en mi busca con una carta, que me dio, que en el sobrescrito conocí ser de Luscinda, porque la letra dél era suya. Abríla, temeroso y con sobresalto, creyendo que cosa grande debía de ser la que la había movido a escribirme estando ausente, pues presente pocas veces lo hacía. Preguntéle al hombre, antes de leerla, quién se la había dado y el tiempo que había tardado en el camino. Díjome que acaso, pasando por una calle de la ciudad a la hora de medio día, una señora muy hermosa le llamó desde una ventana, los ojos llenos de lágrimas, y que con mucha priesa le dijo: ′′Hermano: si sois cristiano, como parecéis, (N) por amor de Dios os ruego que encaminéis luego luego esta carta al lugar y a la persona que dice el sobrescrito, que todo es bien conocido, y en ello haréis un gran servicio a nuestro Señor; y, para que no os falte comodidad de poderlo hacer, tomad lo que va en este pañuelo′′. ′′Y, diciendo esto, me arrojó por la ventana un pañuelo, donde venían atados cien reales y esta sortija de oro que aquí traigo, con esa carta que os he dado. Y luego, sin aguardar respuesta mía, se quitó de la ventana; aunque primero vio cómo yo tomé la carta y el pañuelo, y, por señas, le dije que haría lo que me mandaba. Y así, viéndome tan bien pagado del trabajo que podía tomar en traérosla y conociendo por el sobrescrito que érades vos a quien se enviaba, porque yo, señor, os conozco muy bien, y obligado asimesmo de las lágrimas de aquella hermosa señora, determiné de no fiarme de otra persona, sino venir yo mesmo a dárosla; y en diez y seis horas que ha que se me dio, he hecho el camino, que sabéis que es de diez y ocho leguas′′.
      » En tanto que el agradecido y nuevo correo esto me decía, estaba yo colgado de sus palabras, temblándome las piernas de manera que apenas podía sostenerme. En efeto, abrí la carta y vi que contenía estas razones:
      La palabra que don Fernando os dio de hablar a vuestro padre para que hablase al mío, la ha cumplido más en su gusto que en vuestro provecho. (N) Sabed, señor, que él me ha pedido por esposa, y mi padre, llevado de la ventaja que él piensa que don Fernando os hace, ha venido en lo que quiere, con tantas veras que de aquí a dos días se ha de hacer el desposorio, tan secreto y tan a solas, que sólo han de ser testigos los cielos y alguna gente de casa. Cual yo quedo, imaginaldo; si os cumple venir, veldo; (N) y si os quiero bien o no, el suceso deste negocio os lo dará a entender. A Dios plega que ésta llegue a vuestras manos antes que la mía se vea en condición de juntarse con la de quien tan mal sabe guardar la fe que promete.
      » Éstas, en suma, fueron las razones que la carta contenía y las que me hicieron poner luego en camino, sin esperar otra respuesta ni otros dineros; que bien claro conocí entonces que no la compra de los caballos, sino la de su gusto, había movido a don Fernando a enviarme a su hermano. El enojo que contra don Fernando concebí, junto con el temor de perder la prenda que con tantos años de servicios y deseos tenía granjeada, me pusieron alas, pues, casi como en vuelo, otro día me puse en mi lugar, (N) al punto y hora que convenía para ir a hablar a Luscinda. Entré secreto, (N) y dejé una mula en que venía en casa del buen hombre que me había llevado la carta; y quiso la suerte que entonces la tuviese tan buena que hallé a Luscinda puesta a la reja, testigo de nuestros amores. Conocióme Luscinda luego, y conocíla yo; mas no como debía ella conocerme y yo conocerla. Pero, ¿ quién hay en el mundo que se pueda alabar que ha penetrado y sabido el confuso pensamiento y condición mudable de una mujer? Ninguno, por cierto.
      » Digo, pues, que, así como Luscinda me vio, me dijo: ′′Cardenio, de boda estoy vestida; ya me están aguardando en la sala don Fernando el traidor y mi padre el codicioso, con otros testigos, que antes lo serán de mi muerte que de mi desposorio. No te turbes, amigo, sino procura hallarte presente a este sacrificio, el cual si no pudiere ser estorbado de mis razones, una daga llevo escondida (N) que podrá estorbar más determinadas fuerzas, (N) dando fin a mi vida y principio a que conozcas la voluntad que te he tenido y tengo (N) ′′. Yo le respondí turbado y apriesa, temeroso no me faltase lugar para responderla: ′′Hagan, señora, tus obras verdaderas tus palabras; que si tú llevas daga para acreditarte, aquí llevo yo espada para defenderte con ella o para matarme si la suerte nos fuere contraria′′. No creo que pudo oír todas estas razones, porque sentí que la llamaban apriesa, porque el desposado aguardaba. Cerróse con esto la noche de mi tristeza, púsoseme el sol de mi alegría: quedé sin luz en los ojos y sin discurso en el entendimiento. No acertaba a entrar en su casa, ni podía moverme a parte alguna; pero, considerando cuánto importaba mi presencia para lo que suceder pudiese en aquel caso, me animé lo más que pude y entré en su casa. Y, como ya sabía muy bien todas sus entradas y salidas, y más con el alboroto que de secreto en ella andaba, (N) nadie me echó de ver. Así que, sin ser visto, tuve lugar de ponerme en el hueco que hacía una ventana de la mesma sala, que con las puntas y remates de dos tapices se cubría, (N) por entre las cuales podía yo ver, sin ser visto, todo cuanto en la sala se hacía.
      » ¿ Quién pudiera decir ahora los sobresaltos que me dio el corazón (N) mientras allí estuve, los pensamientos que me ocurrieron, las consideraciones que hice?, que fueron tantas y tales, que ni se pueden decir ni aun es bien que se digan. Basta que sepáis que el desposado entró en la sala sin otro adorno que los mesmos vestidos ordinarios que solía. Traía por padrino a un primo hermano de Luscinda, y en toda la sala no había persona de fuera, sino los criados de casa. (N) De allí a un poco, salió de una recámara Luscinda, acompañada de su madre y de dos doncellas suyas, tan bien aderezada y compuesta como su calidad y hermosura merecían, y como quien era la perfeción de la gala y bizarría cortesana. No me dio lugar mi suspensión y arrobamiento para que mirase y notase en particular lo que traía vestido; sólo pude advertir a las colores, que eran encarnado y blanco, y en las vislumbres (N) que las piedras y joyas del tocado y de todo el vestido hacían, a todo lo cual se aventajaba la belleza singular de sus hermosos y rubios cabellos; tales que, en competencia de las preciosas piedras y de las luces de cuatro hachas que en la sala estaban, la suya con más resplandor a los ojos ofrecían. ¡ Oh memoria, enemiga mortal de mi descanso ! ¿ De qué sirve representarme ahora la incomparable belleza de aquella adorada enemiga mía? ¿ No será mejor, cruel memoria, que me acuerdes y representes lo que entonces hizo, para que, movido de tan manifiesto agravio, procure, ya que no la venganza, a lo menos perder la vida?» No os canséis, señores, de oír estas digresiones que hago; que no es mi pena de aquellas que puedan ni deban contarse sucintamente y de paso, pues cada circunstancia suya me parece a mí que es digna de un largo discurso.
      A esto le respondió el cura que no sólo no se cansaban en oírle, sino que les daba mucho gusto las menudencias que contaba, por ser tales, que merecían no pasarse en silencio, y la mesma atención que lo principal del cuento.
      -« Digo, pues -prosiguió Cardenio (N) -, que, estando todos en la sala, entró el cura de la parroquia, y, tomando a los dos por la mano para hacer lo que en tal acto se requiere, al decir: ′′¿ Queréis, señora Luscinda, al señor don Fernando, que está presente, por vuestro legítimo esposo, como lo manda la Santa Madre Iglesia?′′, yo saqué toda la cabeza y cuello (N) de entre los tapices, y con atentísimos oídos y alma turbada me puse a escuchar lo que Luscinda respondía, esperando de su respuesta la sentencia de mi muerte o la confirmación de mi vida. ¡ Oh, quién se atreviera a salir entonces, diciendo a voces !: ′′¡ Ah Luscinda, Luscinda, mira lo que haces, considera lo que me debes, mira que eres mía y que no puedes ser de otro ! Advierte que el decir tú sí y el acabárseme la vida ha de ser todo a un punto. ¡ Ah traidor don Fernando, robador de mi gloria, muerte de mi vida ! ¿ Qué quieres? ¿ Qué pretendes? Considera que no puedes cristianamente llegar al fin de tus deseos, porque Luscinda es mi esposa y yo soy su marido′′. ¡ Ah, loco de mí, ahora que estoy ausente y lejos del peligro, digo que había de hacer lo que no hice ! ¡ Ahora que dejé robar mi cara prenda, maldigo al robador, de quien pudiera vengarme si tuviera corazón para ello como le tengo para quejarme ! En fin, pues fui entonces cobarde y necio, no es mucho que muera ahora corrido, arrepentido y loco.
      » Estaba esperando el cura la respuesta de Luscinda, que se detuvo un buen espacio en darla, y, cuando yo pensé que sacaba la daga para acreditarse, o desataba la lengua para decir alguna verdad o desengaño que en mi provecho redundase, oigo que dijo con voz desmayada y flaca: ′′Sí quiero′′; y lo mesmo dijo don Fernando; y, dándole el anillo, quedaron en disoluble nudo ligados. (N) Llegó el desposado a abrazar a su esposa, y ella, poniéndose la mano sobre el corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre. Resta ahora decir cuál quedé yo viendo, en el sí que había oído, burladas mis esperanzas, falsas las palabras y promesas de Luscinda: imposibilitado de cobrar en algún tiempo (N) el bien que en aquel instante había perdido. Quedé falto de consejo, desamparado, a mi parecer, de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis suspiros y el agua humor para mis ojos; sólo el fuego (N) se acrecentó de manera que todo ardía de rabia y de celos.
      » Alborotáronse todos con el desmayo de Luscinda, y, desabrochándole su madre el pecho para que le diese el aire, se descubrió en él un papel cerrado, que don Fernando tomó luego y se le puso a leer a la luz de una de las hachas; y, en acabando de leerle, se sentó en una silla y se puso la mano en la mejilla, con muestras de hombre muy pensativo, sin acudir a los remedios que a su esposa se hacían para que del desmayo volviese. Yo, viendo alborotada toda la gente de casa, me aventuré a salir, ora fuese visto o no, con determinación que si me viesen, de hacer un desatino (N) tal, que todo el mundo viniera a entender la justa indignación de mi pecho en el castigo del falso don Fernando, y aun en el mudable de la desmayada traidora. Pero mi suerte, que para mayores males, si es posible que los haya, me debe tener guardado, ordenó que en aquel punto me sobrase el entendimiento que después acá me ha faltado; y así, sin querer tomar venganza de mis mayores enemigos (que, por estar tan sin pensamiento mío, (N) fuera fácil tomarla), quise tomarla de mi mano y ejecutar en mí la pena que ellos merecían; y aun quizá con más rigor del que con ellos se usara si entonces les diera muerte, pues la que se recibe repentina presto acaba la pena; mas la que se dilata con tormentos siempre mata, sin acabar la vida.
      » En fin, yo salí de aquella casa y vine a la de aquél donde había dejado la mula; hice que me la ensillase, sin despedirme dél subí en ella, y salí de la ciudad, sin osar, como otro Lot, (N) volver el rostro a miralla; y cuando me vi en el campo solo, y que la escuridad de la noche me encubría y su silencio convidaba a quejarme, sin respeto o miedo de ser escuchado ni conocido, solté la voz y desaté la lengua en tantas maldiciones de Luscinda y de don Fernando, como si con ellas satisficiera el agravio que me habían hecho. Dile títulos de cruel, de ingrata, de falsa y desagradecida; pero, sobre todos, de codiciosa, pues la riqueza de mi enemigo la había cerrado los ojos de la voluntad, para quitármela a mí y entregarla a aquél con quien más liberal y franca la fortuna se había mostrado; y, en mitad de la fuga destas maldiciones y vituperios, la desculpaba, diciendo que no era mucho que una doncella recogida en casa de sus padres, (N) hecha y acostumbrada siempre a obedecerlos, hubiese querido condecender con su gusto, pues le daban por esposo a un caballero tan principal, tan rico y tan gentil hombre que, a no querer recebirle, se podía pensar, o que no tenía juicio, o que en otra parte tenía la voluntad: cosa que redundaba tan en perjuicio de su buena opinión y fama. Luego volvía diciendo que, puesto que ella dijera que yo era su esposo, vieran ellos que no había hecho en escogerme tan mala elección, que no la disculparan, pues antes de ofrecérseles don Fernando no pudieran ellos mesmos acertar a desear, si con razón midiesen su deseo, (N) otro mejor que yo para esposo de su hija; y que bien pudiera ella, antes de ponerse en el trance forzoso y último de dar la mano, decir que ya yo le había dado la mía; que yo viniera y concediera con todo cuanto ella acertara a fingir en este caso.
      » En fin, me resolví en que poco amor, poco juicio, mucha ambición (N) y deseos de grandezas hicieron que se olvidase de las palabras con que me había engañado, entretenido y sustentado en mis firmes esperanzas y honestos deseos. Con estas voces y con esta inquietud caminé lo que quedaba de aquella noche, y di al amanecer en una entrada destas sierras, por las cuales caminé otros tres días, sin senda ni camino alguno, hasta que vine a parar a unos prados, que no sé a qué mano destas montañas caen, y allí pregunté a unos ganaderos que hacia dónde era lo más áspero destas sierras. Dijéronme que hacia esta parte. Luego me encaminé a ella, con intención de acabar aquí la vida, y, en entrando por estas asperezas, del cansancio y de la hambre se cayó mi mula muerta, o, lo que yo más creo, por desechar de sí tan inútil carga (N) como en mí llevaba. Yo quedé a pie, rendido de la naturaleza, traspasado de hambre, sin tener, ni pensar buscar, quien me socorriese.
      » De aquella manera estuve no sé qué tiempo, tendido en el suelo, al cabo del cual me levanté sin hambre, y hallé junto a mí a unos cabreros, que, sin duda, debieron ser los que mi necesidad remediaron, porque ellos me dijeron de la manera que me habían hallado, y cómo estaba diciendo tantos disparates y desatinos, que daba indicios claros de haber perdido el juicio; y yo he sentido en mí, después acá, que no todas veces le tengo cabal, sino tan desmedrado y flaco que hago mil locuras, rasgándome los vestidos, dando voces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendo en vano el nombre amado de mi enemiga, sin tener otro discurso ni intento entonces que procurar acabar la vida voceando; y cuando en mí vuelvo, me hallo tan cansado y molido, que apenas puedo moverme. Mi más común habitación es en el hueco de un alcornoque, capaz de cubrir este miserable cuerpo. Los vaqueros y cabreros que andan por estas montañas, movidos de caridad, me sustentan, poniéndome el manjar por los caminos y por las peñas por donde entienden que acaso podré pasar y hallarlo; y así, aunque entonces me falte el juicio, la necesidad natural me da a conocer el mantenimiento, y despierta en mí el deseo de apetecerlo (N) y la voluntad de tomarlo. Otras veces me dicen ellos, cuando me encuentran con juicio, que yo salgo a los caminos y que se lo quito por fuerza, aunque me lo den de grado, a los pastores que vienen con ello del lugar a las majadas.
      » Desta manera paso mi miserable y estrema vida, (N) hasta que el cielo sea servido de conducirle a su último fin, o de ponerle en mi memoria, para que no me acuerde de la hermosura y de la traición de Luscinda y del agravio de don Fernando; que si esto él hace sin quitarme la vida, yo volveré a mejor discurso mis pensamientos; donde no, no hay sino rogarle que absolutamente tenga misericordia de mi alma, que yo no siento en mí valor ni fuerzas para sacar el cuerpo desta estrecheza en que por mi gusto he querido ponerle » . Ésta es, ¡ oh señores !, la amarga historia de mi desgracia: decidme si es tal, que pueda celebrarse con menos sentimientos que los que en mí habéis visto; y no os canséis en persuadirme ni aconsejarme lo que la razón os dijere que puede ser bueno para mi remedio, porque ha de aprovechar conmigo lo que aprovecha la medicina recetada de famoso médico al enfermo que recebir no la quiere. Yo no quiero salud sin Luscinda; y, pues ella gustó de ser ajena, siendo, o debiendo ser, mía, guste yo de ser de la desventura, pudiendo haber sido de la buena dicha. Ella quiso, con su mudanza, hacer estable mi perdición; yo querré, con procurar perderme, hacer contenta su voluntad, y será ejemplo a los por venir de que a mí solo faltó lo que a todos los desdichados sobra, a los cuales suele ser consuelo la imposibilidad de tenerle, (N) y en mí es causa de mayores sentimientos (N) y males, porque aun pienso que no se han de acabar con la muerte.
      Aquí dio fin Cardenio a su larga plática y tan desdichada como amorosa historia. Y, al tiempo que el cura se prevenía para decirle algunas razones de consuelo, le suspendió una voz que llegó a sus oídos, que en lastimados acentos oyeron que decía lo que se dirá en la cuarta parte (N) desta narración, que en este punto dio fin a la tercera el sabio y atentado historiador Cide Hamete Benengeli.







Parte I -- Capítulo XXVIII . Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucedió en la mesma sierra

      Felicísimos y venturosos (N) fueron los tiempos donde se echó al mundo el audacísimo caballero don Quijote de la Mancha, pues por haber tenido tan honrosa determinación como fue el querer resucitar y volver al mundo la ya perdida y casi muerta orden de la andante caballería, gozamos ahora, en esta nuestra edad, necesitada de alegres entretenimientos, (N) no sólo de la dulzura de su verdadera historia, sino de los cuentos y episodios della, que, en parte, no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la misma historia; la cual, prosiguiendo su rastrillado, torcido y aspado hilo, cuenta que, así como el cura comenzó a prevenirse para consolar a Cardenio, lo impidió una voz que llegó a sus oídos, (N) que, con tristes acentos, decía desta manera: -¡ Ay Dios ! (N) ¿ Si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo, que tan contra mi voluntad sostengo? Sí será, si la soledad que prometen estas sierras no me miente. ¡ Ay, desdichada, y cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas a mi intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al cielo, que no la de ningún hombre humano, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los males.
      Todas estas razones oyeron y percibieron el cura y los que con él estaban, y por parecerles, como ello era, que allí junto las decían, se levantaron a buscar el dueño, y no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un peñasco vieron, sentado al pie de un fresno, a un mozo vestido como labrador, al cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver por entonces. Y ellos llegaron con tanto silencio que dél no fueron sentidos, (N) ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendióles la blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su dueño; y así, viendo que no habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo señas a los otros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos de peña que allí había, y así lo hicieron todos, mirando con atención lo que el mozo hacía; el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas, muy ceñido al cuerpo con una toalla blanca. Traía, ansimesmo, unos calzones y polainas de paño pardo, y en la cabeza una montera parda. Tenía las polainas levantadas hasta la mitad de la pierna, que, sin duda alguna, de blanco alabastro parecía. (N) Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, que sacó debajo de la montera, se los limpió; y, al querer quitársele, alzó el rostro, y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una hermosura incomparable; tal, que Cardenio dijo al cura, con voz baja.
      -Ésta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina. (N)
      El mozo se quitó la montera, y, sacudiendo la cabeza a una y a otra parte, se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos, que pudieran los del sol tenerles envidia. Con esto conocieron que el que parecía labrador era mujer, y delicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habían visto, y aun los de Cardenio, (N) si no hubieran mirado y conocido a Luscinda; que después afirmó que sola la belleza de Luscinda podía contender con aquélla. Los luengos y rubios cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos; que si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía: tales y tantos eran. En esto, les sirvió de peine unas manos, que si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve; (N) todo lo cual, en más admiración y en más deseo de saber quién era ponía a los tres que la miraban.
      Por esto determinaron de mostrarse, y, al movimiento que hicieron de ponerse en pie, la hermosa moza (N) alzó la cabeza, y, apartándose los cabellos de delante de los ojos con entrambas manos, miró los que el ruido hacían; y apenas los hubo visto, cuando se levantó en pie, y, sin aguardar a calzarse ni a recoger los cabellos, asió con mucha presteza un bulto, como de ropa, que junto a sí tenía, y quiso ponerse en huida, llena de turbación y sobresalto; mas no hubo dado seis pasos cuando, no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las piedras, dio consigo en el suelo. Lo cual visto por los tres, salieron a ella, y el cura fue el primero que le dijo.
      -Deteneos, señora, quienquiera que seáis, que los que aquí veis sólo tienen intención de serviros. No hay para qué os pongáis en tan impertinente huida, porque ni vuestros pies lo podrán sufrir ni nosotros consentir.
      A todo esto, ella no respondía palabra, atónita y confusa. Llegaron, pues, a ella, y, asiéndola por la mano el cura, prosiguió diciendo.
      -Lo que vuestro traje, señora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren: (N) señales claras que no deben de ser de poco momento las causas (N) que han disfrazado vuestra belleza en hábito tan indigno, y traídola a tanta soledad como es ésta, en la cual ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio a vuestros males, a lo menos para darles consejo, pues ningún mal puede fatigar tanto, ni llegar tan al estremo de serlo, mientras no acaba la vida, que rehúya de no escuchar siquiera el consejo (N) que con buena intención se le da al que lo padece. Así que, señora mía, o señor mío, o lo que vos quisierdes ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado y contadnos vuestra buena o mala suerte; que en nosotros juntos, o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras desgracias.
      En tanto que el cura decía estas razones, estaba la disfrazada moza como embelesada, mirándolos a todos, sin mover labio ni decir palabra alguna: bien así como rústico aldeano que de improviso se le muestran cosas raras y dél jamás vistas. Mas, volviendo el cura a decirle otras razones al mesmo efeto encaminadas, dando ella un profundo suspiro, rompió el silencio y dijo.
      -Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni la soltura de mis descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi lengua, en balde sería fingir yo de nuevo ahora lo que, si se me creyese, sería más por cortesía que por otra razón alguna. Presupuesto esto, digo, señores, que os agradezco el ofrecimiento que me habéis hecho, el cual me ha puesto en obligación de satisfaceros en todo lo que me habéis pedido, puesto que temo que la relación que os hiciere de mis desdichas os ha de causar, al par de la compasión, la pesadumbre, porque no habéis de hallar remedio para remediarlas ni consuelo para entretenerlas. Pero, con todo esto, porque no ande vacilando mi honra en vuestras intenciones, (N) habiéndome ya conocido por mujer y viéndome moza, sola y en este traje, cosas todas juntas, y cada una por sí, que pueden echar por tierra cualquier honesto crédito, os habré de decir lo que quisiera callar si pudiera.
      Todo esto dijo sin parar la que tan hermosa mujer parecía, con tan suelta lengua, con voz tan suave, que no menos les admiró su discreción que su hermosura. Y, tornándole a hacer nuevos ofrecimientos y nuevos ruegos para que lo prometido cumpliese, ella, sin hacerse más de rogar, calzándose con toda honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una piedra, y, puestos los tres alrededor della, haciéndose fuerza por detener algunas lágrimas que a los ojos se le venían, con voz reposada y clara, comenzó la historia de su vida desta manera.
      -« En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un duque, (N) que le hace uno de los que llaman grandes en España. Éste tiene dos hijos: el mayor, heredero de su estado, y, al parecer, de sus buenas costumbres; y el menor, no sé yo de qué sea heredero, sino de las traiciones de Vellido y de los embustes de Galalón. (N) Deste señor son vasallos mis padres, humildes en linaje, pero tan ricos que si los bienes de su naturaleza igualaran a los de su fortuna, ni ellos tuvieran más que desear ni yo temiera verme en la desdicha en que me veo; porque quizá nace mi poca ventura de la que no tuvieron ellos en no haber nacido ilustres. Bien es verdad que no son tan bajos que puedan afrentarse de su estado, ni tan altos que a mí me quiten la imaginación que tengo de que de su humildad viene mi desgracia. Ellos, en fin, son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza mal sonante, y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos; pero tan ricos que su riqueza y magnífico trato les va poco a poco adquiriendo nombre de hidalgos, y aun de caballeros. Puesto que de la mayor riqueza y nobleza que ellos se preciaban era de tenerme a mí por hija; y, así por no tener otra ni otro que los heredase como por ser padres, y aficionados, (N) yo era una de las más regaladas hijas que padres jamás regalaron. Era el espejo en que se miraban, el báculo de su vejez, y el sujeto a quien encaminaban, midiéndolos con el cielo, todos sus deseos; de los cuales, por ser ellos tan buenos, los míos no salían un punto. Y del mismo modo que yo era señora de sus ánimos, ansí lo era de su hacienda: por mí se recebían y despedían los criados; la razón y cuenta de lo que se sembraba y cogía pasaba por mi mano; los molinos de aceite, los lagares de vino, el número del ganado mayor y menor, el de las colmenas. Finalmente, de todo aquello que un tan rico labrador como mi padre puede tener y tiene, tenía yo la cuenta, y era la mayordoma y señora, con tanta solicitud mía y con tanto gusto suyo, que buenamente no acertaré a encarecerlo. Los ratos que del día me quedaban, después de haber dado lo que convenía a los mayorales, a capataces y a otros jornaleros, los entretenía en ejercicios que son a las doncellas tan lícitos como necesarios, como son los que ofrece la aguja y la almohadilla, y la rueca muchas veces; y si alguna, por recrear el ánimo, estos ejercicios dejaba, me acogía al entretenimiento de leer algún libro devoto, o a tocar una arpa, porque la experiencia me mostraba que la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu.
      » Ésta, pues, era la vida que yo tenía en casa de mis padres, la cual, si tan particularmente he contado, no ha sido por ostentación ni por dar a entender que soy rica, sino porque se advierta cuán sin culpa me he venido de aquel buen estado que he dicho al infelice en que ahora me hallo. (N) Es, pues, el caso que, pasando mi vida en tantas ocupaciones y en un encerramiento tal que al de un monesterio pudiera compararse, sin ser vista, a mi parecer, de otra persona alguna que de los criados de casa, porque los días que iba a misa era tan de mañana, y tan acompañada de mi madre y de otras criadas, y yo tan cubierta y recatada que apenas vían mis ojos más tierra de aquella donde ponía los pies; y, con todo esto, los del amor, o los de la ociosidad, por mejor decir, a quien los de lince no pueden igualarse, (N) me vieron, puestos en la solicitud de don Fernando, que éste es el nombre del hijo menor del duque que os he contado» .
      No hubo bien nombrado a don Fernando (N) la que el cuento contaba, cuando a Cardenio se le mudó la color del rostro, (N) y comenzó a trasudar, con tan grande alteración que el cura y el barbero, que miraron en ello, temieron que le venía aquel accidente de locura que habían oído decir que de cuando en cuando le venía. Mas Cardenio no hizo otra cosa que trasudar y estarse quedo, mirando de hito en hito a la labradora, imaginando quién ella era; la cual, sin advertir en los movimientos de Cardenio, (N) prosiguió su historia, diciendo.
      -« Y no me hubieron bien visto cuando, según él dijo después, quedó tan preso de mis amores cuanto lo dieron bien a entender sus demostraciones. Mas, por acabar presto con el cuento, que no le tiene, de mis desdichas, (N) quiero pasar en silencio las diligencias que don Fernando hizo para declararme su voluntad. Sobornó toda la gente de mi casa, dio y ofreció dádivas y mercedes a mis parientes. Los días eran todos de fiesta y de regocijo en mi calle; las noches no dejaban dormir a nadie las músicas. Los billetes que, sin saber cómo, a mis manos venían, eran infinitos, llenos de enamoradas razones y ofrecimientos, con menos letras que promesas y juramentos. Todo lo cual no sólo no me ablandaba, pero me endurecía de manera como si fuera mi mortal enemigo, y que todas las obras (N) que para reducirme a su voluntad hacía, las hiciera para el efeto contrario; no porque a mí me pareciese mal la gentileza de don Fernando, ni que tuviese a demasía sus solicitudes; porque me daba un no sé qué de contento verme tan querida y estimada de un tan principal caballero, y no me pesaba ver en sus papeles mis alabanzas: que en esto, por feas que seamos las mujeres, me parece a mí que siempre nos da gusto el oír que nos llaman hermosas.
      » Pero a todo esto se opone mi honestidad y los consejos continuos que mis padres me daban, que ya muy al descubierto sabían la voluntad de don Fernando, porque ya a él no se le daba nada de que todo el mundo la supiese. Decíanme mis padres que en sola mi virtud y bondad dejaban y depositaban su honra (N) y fama, y que considerase la desigualdad que había entre mí y don Fernando, y que por aquí echaría de ver que sus pensamientos, aunque él dijese otra cosa, mas se encaminaban a su gusto que a mi provecho; y que si yo quisiese poner en alguna manera algún inconveniente (N) para que él se dejase de su injusta pretensión, que ellos me casarían luego con quien yo más gustase: así de los más principales de nuestro lugar como de todos los circunvecinos, pues todo se podía esperar de su mucha hacienda y de mi buena fama. Con estos ciertos prometimientos, y con la verdad que ellos me decían, fortificaba yo mi entereza, y jamás quise responder a don Fernando palabra que le pudiese mostrar, aunque de muy lejos, esperanza de alcanzar su deseo.
      » Todos estos recatos míos, que él debía de tener por desdenes, debieron de ser causa de avivar más su lascivo apetito, que este nombre quiero dar a la voluntad que me mostraba; la cual, si ella fuera como debía, no la supiérades vosotros ahora, porque hubiera faltado la ocasión de decírosla. Finalmente, don Fernando supo que mis padres andaban por darme estado, por quitalle a él la esperanza de poseerme, o, a lo menos, porque yo tuviese más guardas para guardarme; y esta nueva o sospecha (N) fue causa para que hiciese lo que ahora oiréis. Y fue que una noche, estando yo en mi aposento con sola la compañía de una doncella que me servía, teniendo bien cerradas las puertas, por temor que, por descuido, mi honestidad no se viese en peligro, (N) sin saber ni imaginar cómo, en medio destos recatos y prevenciones, y en la soledad deste silencio y encierro, (N) me le hallé delante, cuya vista me turbó de manera que me quitó la de mis ojos y me enmudeció la lengua; y así, no fui poderosa de dar voces, ni aun él creo que me las dejara dar, porque luego se llegó a mí, y, tomándome entre sus brazos (porque yo, como digo, no tuve fuerzas para defenderme, según estaba turbada), comenzó a decirme tales razones, que no sé cómo es posible que tenga tanta habilidad la mentira que las sepa componer de modo que parezcan tan verdaderas. (N)
Hacía el traidor que sus lágrimas acreditasen sus palabras y los suspiros su intención. Yo, pobrecilla, sola entre los míos, mal ejercitada (N) en casos semejantes, comencé, no sé en qué modo, a tener por verdaderas tantas falsedades, pero no de suerte que me moviesen a compasión menos que buena sus lágrimas y suspiros.
      » Y así, pasándoseme aquel sobresalto primero, torné algún tanto a cobrar mis perdidos espíritus, y con más ánimo del que pensé que pudiera tener, le dije: ′′Si como estoy, señor, en tus brazos, estuviera entre los de un león fiero y el librarme dellos se me asegurara con que hiciera, o dijera, cosa que fuera en perjuicio de mi honestidad, así fuera posible hacella o decilla como es posible dejar de haber sido lo que fue. Así que, si tú tienes ceñido mi cuerpo con tus brazos, yo tengo atada mi alma con mis buenos deseos, que son tan diferentes de los tuyos como lo verás si con hacerme fuerza quisieres pasar adelante en ellos. Tu vasalla soy, pero no tu esclava; ni tiene ni debe tener imperio la nobleza de tu sangre para deshonrar y tener en poco la humildad de la mía; y en tanto me estimo yo, villana y labradora, como tú, señor y caballero. Conmigo no han de ser de ningún efecto tus fuerzas, ni han de tener valor tus riquezas, ni tus palabras han de poder engañarme, ni tus suspiros y lágrimas enternecerme. Si alguna de todas estas cosas que he dicho viera yo en el que mis padres me dieran por esposo, a su voluntad se ajustara la mía, y mi voluntad de la suya no saliera; de modo que, como quedara con honra, aunque quedara sin gusto, de grado te entregara lo que tú, señor, ahora con tanta fuerza procuras. Todo esto he dicho porque no es pensar (N) que de mí alcance cosa alguna el que no fuere mi ligítimo esposo′′. ′′Si no reparas más que en eso, bellísima Dorotea -(que éste es el nombre desta desdichada), dijo el desleal caballero - , ves: aquí te doy la mano de serlo tuyo, y sean testigos desta verdad los cielos, a quien ninguna cosa se asconde, y esta imagen de Nuestra Señora que aquí tienes′′.
      Cuando Cardenio le oyó decir que se llamaba Dorotea, tornó de nuevo a sus sobresaltos y acabó de confirmar por verdadera su primera opinión; pero no quiso interromper el cuento, por ver en qué venía a parar lo que él ya casi sabía; sólo dijo:
      -¿ Que Dorotea es tu nombre, señora? Otra he oído yo decir del mesmo, que quizá corre parejas con tus desdichas. Pasa adelante, que tiempo vendrá en que te diga cosas que te espanten en el mesmo grado que te lastimen.
      Reparó Dorotea en las razones de Cardenio y en su estraño y desastrado traje, y rogóle que si alguna cosa de su hacienda (N) sabía, se la dijese luego; porque si algo le había dejado bueno la fortuna, era el ánimo que tenía para sufrir cualquier desastre que le sobreviniese, segura de que, a su parecer, ninguno podía llegar que el que tenía acrecentase un punto.
      -No le perdiera yo, señora -respondió Cardenio-, en decirte lo que pienso, si fuera verdad lo que imagino; y hasta ahora no se pierde coyuntura, ni a ti te importa nada el saberlo.
      -Sea lo que fuere -respondió Dorotea-, « lo que en mi cuento pasa fue que, tomando don Fernando una imagen que en aquel aposento estaba, la puso por testigo de nuestro desposorio. Con palabras eficacísimas y juramentos estraordinarios, me dio la palabra de ser mi marido, puesto que, antes que acabase de decirlas, le dije que mirase bien lo que hacía y que considerase el enojo que su padre había de recebir de verle casado con una villana vasalla suya; que no le cegase mi hermosura, tal cual era, pues no era bastante para hallar en ella disculpa de su yerro, y que si algún bien me quería hacer, por el amor que me tenía, fuese dejar correr mi suerte a lo igual de lo que mi calidad podía, porque nunca los tan desiguales casamientos se gozan ni duran mucho en aquel gusto con que se comienzan.
      » Todas estas razones que aquí he dicho le dije, y otras muchas de que no me acuerdo, pero no fueron parte para que él dejase de seguir su intento, bien ansí como el que no piensa pagar, que, al concertar de la barata, (N) no repara en inconvenientes. Yo, a esta sazón, hice un breve discurso conmigo, y me dije a mí mesma: ′′Sí, que no seré yo la primera que por vía de matrimonio haya subido de humilde a grande estado, ni será don Fernando el primero a quien hermosura, o ciega afición, que es lo más cierto, haya hecho tomar compañía desigual a su grandeza. Pues si no hago ni mundo ni uso nuevo, bien es acudir a esta honra que la suerte me ofrece, puesto que en éste no dure más la voluntad que me muestra (N) de cuanto dure el cumplimiento de su deseo; que, en fin, para con Dios seré su esposa. Y si quiero con desdenes despedille, en término le veo que, no usando el que debe, usará el de la fuerza y vendré a quedar deshonrada y sin disculpa de la culpa (N) que me podía dar el que no supiere cuán sin ella he venido a este punto. Porque, ¿ qué razones serán bastantes para persuadir a mis padres, y a otros, que este caballero entró en mi aposento sin consentimiento mío?′.
      » Todas estas demandas y respuestas revolví yo en un instante en la imaginación; y, sobre todo, me comenzaron a hacer fuerza y a inclinarme a lo que fue, sin yo pensarlo, mi perdición: los juramentos de don Fernando, los testigos que ponía, las lágrimas que derramaba, y, finalmente, su dispusición y gentileza, que, acompañada con tantas muestras de verdadero amor, pudieran rendir a otro tan libre y recatado corazón como el mío. (N) Llamé a mi criada, para que en la tierra acompañase a los testigos del cielo; tornó don Fernando a reiterar y confirmar sus juramentos; añadió a los primeros nuevos santos por testigos; echóse mil futuras maldiciones, si no cumpliese lo que me prometía; volvió a humedecer sus ojos y a acrecentar sus suspiros; apretóme más entre sus brazos, de los cuales jamás me había dejado; y con esto, y con volverse a salir del aposento mi doncella, yo dejé de serlo y él acabó de ser traidor y fementido.
      » El día que sucedió a la noche de mi desgracia se venía aun no tan apriesa como yo pienso que don Fernando deseaba, porque, después de cumplido aquello que el apetito pide, el mayor gusto que puede venir es apartarse de donde le alcanzaron. (N) Digo esto porque don Fernando dio priesa por partirse de mí, y, por industria de mi doncella, que era la misma que allí le había traído, antes que amaneciese se vio en la calle. Y, al despedirse de mí, aunque no con tanto ahínco y vehemencia como cuando vino, me dijo que estuviese segura de su fe y de ser firmes y verdaderos sus juramentos; y, para más confirmación de su palabra, sacó un rico anillo del dedo y lo puso en el mío. En efecto, él se fue y yo quedé ni sé si triste o alegre; esto sé bien decir: que quedé confusa y pensativa, y casi fuera de mí con el nuevo acaecimiento, y no tuve ánimo, o no se me acordó, de reñir a mi doncella (N) por la traición cometida de encerrar a don Fernando en mi mismo aposento, porque aún no me determinaba si era bien o mal el que me había sucedido. Díjele, al partir, a don Fernando que por el mesmo camino de aquélla podía verme otras noches, (N) pues ya era suya, hasta que, cuando él quisiese, aquel hecho se publicase. Pero no vino otra alguna, si no fue la siguiente, ni yo pude verle en la calle ni en la iglesia en más de un mes; que en vano me cansé en solicitallo, puesto que supe que estaba en la villa y que los más días iba a caza, ejercicio de que él era muy aficionado.
      » Estos días y estas horas bien sé yo que para mí fueron aciagos y menguadas, y bien sé que comencé a dudar en ellos, y aun a descreer de la fe de don Fernando; y sé también que mi doncella oyó entonces las palabras que en reprehensión de su atrevimiento antes no había oído; y sé que me fue forzoso tener cuenta con mis lágrimas y con la compostura de mi rostro, por no dar ocasión a que mis padres me preguntasen que de qué andaba descontenta y me obligasen a buscar mentiras que decilles. Pero todo esto se acabó en un punto, llegándose uno donde se atropellaron respectos y se acabaron los honrados discursos, y adonde se perdió la paciencia y salieron a plaza mis secretos pensamientos. Y esto fue porque, de allí a pocos días, se dijo en el lugar como en una ciudad allí cerca se había casado don Fernando con una doncella hermosísima en todo estremo, y de muy principales padres, aunque no tan rica que, por la dote, pudiera aspirar a tan noble casamiento. Díjose que se llamaba Luscinda, con otras cosas que en sus desposorios sucedieron dignas de admiración.
      Oyó Cardenio el nombre de Luscinda, y no hizo otra cosa que encoger los hombros, morderse los labios, enarcar las cejas y dejar de allí a poco caer por sus ojos dos fuentes de lágrimas. Mas no por esto dejó Dorotea de seguir su cuento, diciendo.
      -« Llegó esta triste nueva a mis oídos, y, en lugar de helárseme el corazón en oílla, (N) fue tanta la cólera y rabia que se encendió en él, que faltó poco para no salirme por las calles dando voces, publicando la alevosía y traición que se me había hecho. Mas templóse esta furia por entonces con pensar de poner aquella mesma noche por obra lo que puse: que fue ponerme en este hábito, que me dio uno de los que llaman zagales en casa de los labradores, que era criado de mi padre, al cual descubrí toda mi desventura, (N) y le rogué me acompañase hasta la ciudad donde entendí que mi enemigo estaba. Él, después que hubo reprehendido mi atrevimiento y afeado mi determinación, viéndome resuelta en mi parecer, se ofreció a tenerme compañía, (N) como él dijo, hasta el cabo del mundo. Luego, al momento, encerré en una almohada de lienzo un vestido de mujer, y algunas joyas y dineros, por lo que podía suceder. Y en el silencio de aquella noche, sin dar cuenta a mi traidora doncella, salí de mi casa, acompañada de mi criado y de muchas imaginaciones, y me puse en camino de la ciudad a pie, llevada en vuelo del deseo de llegar, ya que no a estorbar lo que tenía por hecho, a lo menos a decir a don Fernando me dijese con qué alma lo había hecho.
      » Llegué en dos días y medio donde quería, (N) y, en entrando por la ciudad, pregunté por la casa de los padres de Luscinda, y al primero a quien hice la pregunta me respondió más de lo que yo quisiera oír. Díjome la casa y todo lo que había sucedido en el desposorio de su hija, cosa tan pública en la ciudad, que se hace en corrillos para contarla por toda ella. Díjome que la noche que don Fernando se desposó con Luscinda, después de haber ella dado el sí de ser su esposa, le había tomado un recio desmayo, y que, llegando su esposo a desabrocharle el pecho para que le diese el aire, le halló un papel escrito de la misma letra de Luscinda, en que decía y declaraba que ella no podía ser esposa de don Fernando, porque lo era de Cardenio, que, a lo que el hombre me dijo, era un caballero muy principal de la mesma ciudad; y que si había dado el sí a don Fernando, fue por no salir de la obediencia de sus padres. En resolución, tales razones dijo que contenía el papel, que daba a entender que ella había tenido intención de matarse en acabándose de desposar, y daba allí las razones por que se había quitado la vida. Todo lo cual dicen que confirmó una daga que le hallaron no sé en qué parte de sus vestidos. Todo lo cual visto por don Fernando, pareciéndole que Luscinda le había burlado y escarnecido y tenido en poco, arremetió a ella, antes que de su desmayo volviese, y con la misma daga que le hallaron la quiso dar de puñaladas; y lo hiciera si sus padres y los que se hallaron presentes no se lo estorbaran. Dijeron más: que luego se ausentó don Fernando, y que Luscinda no había vuelto de su parasismo hasta otro día, que contó a sus padres cómo ella era verdadera esposa de aquel Cardenio que he dicho. Supe más: (N) que el Cardenio, según decían, se halló presente en los desposorios, y que, en viéndola desposada, lo cual él jamás pensó, se salió de la ciudad desesperado, dejándole primero escrita una carta, donde daba a entender el agravio que Luscinda le había hecho, y de cómo él se iba adonde gentes no le viesen.
      » Esto todo era público y notorio en toda la ciudad, y todos hablaban dello; y más hablaron cuando supieron que Luscinda había faltado de casa de sus padres (N) y de la ciudad, pues no la hallaron en toda ella, de que perdían el juicio sus padres (N) y no sabían qué medio se tomar para hallarla. Esto que supe puso en bando mis esperanzas, (N) y tuve por mejor no haber hallado a don Fernando, que no hallarle casado, pareciéndome que aún no estaba del todo cerrada la puerta a mi remedio, dándome yo a entender que podría ser que el cielo hubiese puesto aquel impedimento en el segundo matrimonio, por atraerle a conocer lo que al primero debía, y a caer en la cuenta de que era cristiano y que estaba más obligado a su alma que a los respetos humanos. Todas estas cosas revolvía en mi fantasía, (N) y me consolaba sin tener consuelo, (N) fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas, para entretener la vida, que ya aborrezco.
      » Estando, pues, en la ciudad, sin saber qué hacerme, pues a don Fernando no hallaba, llegó a mis oídos un público pregón, donde se prometía grande hallazgo a quien me hallase, (N) dando las señas de la edad y del mesmo traje que traía; y oí decir que se decía que me había sacado de casa de mis padres el mozo que conmigo vino, cosa que me llegó al alma, por ver cuán de caída andaba mi crédito, pues no bastaba perderle con mi venida, sino añadir el con quién, (N) siendo subjeto tan bajo y tan indigno de mis buenos pensamientos. Al punto que oí el pregón, me salí de la ciudad con mi criado, que ya comenzaba a dar muestras de titubear en la fe que de fidelidad me tenía prometida, (N) y aquella noche nos entramos por lo espeso desta montaña, (N) con el miedo de no ser hallados. Pero, como suele decirse que un mal llama a otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio de otra mayor, así me sucedió a mí, porque mi buen criado, (N) hasta entonces fiel y seguro, así como me vio en esta soledad, incitado de su mesma bellaquería antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de la ocasión que, a su parecer, estos yermos le ofrecían; y, con poca vergÜenza y menos temor de Dios ni respeto mío, me requirió de amores; y, viendo que yo con feas y justas palabras (N) respondía a las desvergÜenzas de sus propósitos, (N) dejó aparte los ruegos, de quien primero pensó aprovecharse, y comenzó a usar de la fuerza. Pero el justo cielo, que pocas o ningunas veces deja de mirar y favorecer a las justas intenciones, (N) favoreció las mías, de manera que con mis pocas fuerzas, y con poco trabajo, di con él por un derrumbadero, donde le dejé, ni sé si muerto o si vivo; y luego, con más ligereza que mi sobresalto y cansancio pedían, (N) me entré por estas montañas, sin llevar otro pensamiento ni otro disignio que esconderme en ellas y huir de mi padre y de aquellos que de su parte me andaban buscando.
      » Con este deseo, ha no sé cuántos meses que entré en ellas, donde hallé un ganadero que me llevó por su criado a un lugar que está en las entrañas desta sierra, al cual he servido de zagal todo este tiempo, procurando estar siempre en el campo por encubrir estos cabellos que ahora, tan si pensarlo, me han descubierto. Pero toda mi industria y toda mi solicitud fue y ha sido de ningún provecho, pues mi amo vino en conocimiento de que yo no era varón, y nació en él el mesmo mal pensamiento (N) que en mi criado; y, como no siempre la fortuna con los trabajos da los remedios, no hallé derrumbadero ni barranco de donde despeñar y despenar al amo, (N) como le hallé para el criado; y así, tuve por menor inconveniente dejalle y asconderme de nuevo entre estas asperezas que probar con él mis fuerzas o mis disculpas. (N) Digo, pues, que me torné a emboscar, y a buscar donde sin impedimento alguno pudiese con suspiros y lágrimas rogar al cielo se duela de mi desventura y me dé industria y favor para salir della, o para dejar la vida entre estas soledades, sin que quede memoria desta triste, que tan sin culpa suya habrá dado materia para que de ella se hable y murmure en la suya y en las ajenas tierras. .







Parte I -- Capítulo XXIX . Que trata del gracioso artificio (N) y orden que se tuvo en sacar a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto.

      -Esta es, señores, la verdadera historia de mi tragedia: mirad y juzgad ahora si los suspiros que escuchastes, las palabras que oístes (N) y las lágrimas que de mis ojos salían, tenían ocasión bastante para mostrarse en mayor abundancia; y, considerada la calidad de mi desgracia, veréis que será en vano el consuelo, pues es imposible el remedio della. Sólo os ruego (lo que con facilidad podréis y debéis hacer) que me aconsejéis dónde podré pasar la vida sin que me acabe el temor y sobresalto que tengo de ser hallada de los que me buscan; que, aunque sé que el mucho amor que mis padres me tienen me asegura que seré dellos bien recebida, es tanta la vergÜenza que me ocupa sólo el pensar (N) que, no como ellos pensaban, tengo de parecer a su presencia, que tengo por mejor desterrarme para siempre de ser vista que no verles el rostro, con pensamiento que ellos miran el mío ajeno de la honestidad que de mí se debían de tener prometida.
      Calló en diciendo esto, y el rostro se le cubrió de un color que mostró bien claro el sentimiento y vergÜenza del alma. En las suyas sintieron los que escuchado la habían tanta lástima como admiración de su desgracia; y, aunque luego quisiera el cura consolarla y aconsejarla, tomó primero la mano Cardenio, diciendo:
      -En fin, señora, que tú eres la hermosa Dorotea, (N) la hija única del rico Clenardo.
      Admirada quedó Dorotea cuando oyó el nombre de su padre, y de ver cuán de poco era el que le nombraba, porque ya se ha dicho de la mala manera que Cardenio estaba vestido; y así, le dijo.
      -Y ¿ quién sois vos, hermano, (N) que así sabéis el nombre de mi padre? Porque yo, hasta ahora, si mal no me acuerdo, en todo el discurso del cuento de mi desdicha no le he nombrado.
      -Soy -respondió Cardenio- aquel sin ventura que, según vos, señora, habéis dicho, Luscinda dijo que era su esposa. Soy el desdichado Cardenio, a quien el mal término de aquel que a vos os ha puesto en el que estáis me ha traído a que me veáis cual me veis: (N) roto, desnudo, falto de todo humano consuelo y, lo que es peor de todo, falto de juicio, pues no le tengo sino cuando al cielo se le antoja dármele por algún breve espacio. Yo, Teodora, soy el que me hallé presente a las sinrazones de don Fernando, (N) y el que aguardó oír el sí que de ser su esposa pronunció Luscinda. Yo soy el que no tuvo ánimo para ver en qué paraba su desmayo, ni lo que resultaba del papel que le fue hallado en el pecho, porque no tuvo el alma sufrimiento para ver tantas desventuras juntas; y así, dejé la casa y la paciencia, y una carta que dejé a un huésped mío, (N) a quien rogué que en manos de Luscinda la pusiese, y víneme a estas soledades, con intención de acabar en ellas la vida, que desde aquel punto aborrecí como mortal enemiga mía. Mas no ha querido la suerte quitármela, contentándose con quitarme el juicio, quizá por guardarme para la buena ventura que he tenido en hallaros; pues, siendo verdad, como creo que lo es, lo que aquí habéis contado, aún podría ser que a entrambos nos tuviese el cielo guardado mejor suceso en nuestros desastres que nosotros pensamos. Porque, presupuesto que Luscinda no puede casarse con don Fernando, por ser mía, ni don Fernando con ella, por ser vuestro, y haberlo ella tan manifiestamente declarado, bien podemos esperar que el cielo nos restituya lo que es nuestro, pues está todavía en ser, y no se ha enajenado ni deshecho. Y, pues este consuelo tenemos, nacido no de muy remota esperanza, ni fundado en desvariadas imaginaciones, suplícoos, señora, que toméis otra resolución en vuestros honrados pensamientos, pues yo la pienso tomar en los míos, acomodándoos a esperar mejor fortuna; que yo os juro, por la fe de caballero y de cristiano, de no desampararos hasta veros en poder de don Fernando, y que, cuando con razones no le pudiere atraer a que conozca lo que os debe, de usar entonces la libertad que me concede el ser caballero, (N) y poder con justo título desafialle, en razón de la sinrazón que os hace, sin acordarme de mis agravios, cuya venganza dejaré al cielo por acudir en la tierra a los vuestros.
      Con lo que Cardenio dijo se acabó de admirar Dorotea, y, por no saber qué gracias volver a tan grandes ofrecimientos, quiso tomarle los pies para besárselos; (N) mas no lo consintió Cardenio, y el licenciado respondió por entrambos, y aprobó el buen discurso de Cardenio, y, sobre todo, les rogó, aconsejó y persuadió que se fuesen con él a su aldea, donde se podrían reparar de las cosas que les faltaban, y que allí se daría orden cómo buscar a don Fernando, o cómo llevar a Dorotea a sus padres, o hacer lo que más les pareciese conveniente. Cardenio y Dorotea se lo agradecieron, y acetaron la merced que se les ofrecía. El barbero, que a todo había estado suspenso y callado, hizo también su buena plática y se ofreció con no menos voluntad que el cura a todo aquello que fuese bueno para servirles.
      Contó asimesmo con brevedad la causa que allí los había traído, con la estrañeza de la locura de don Quijote, y cómo aguardaban a su escudero, que había ido a buscalle. Vínosele a la memoria a Cardenio, como por sueños, la pendencia que con don Quijote había tenido y contóla a los demás, mas no supo decir por qué causa fue su quistión.
      En esto, oyeron voces, y conocieron que el que las daba era Sancho Panza, que, por no haberlos hallado en el lugar donde los dejó, los llamaba a voces. Saliéronle al encuentro, y, preguntándole por don Quijote, les dijo cómo le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de hambre, y suspirando por su señora Dulcinea; y que, puesto que le había dicho que ella le mandaba que saliese de aquel lugar y se fuese al del Toboso, donde le quedaba esperando, había respondido que estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta que hobiese fecho fazañas (N) que le ficiesen digno de su gracia. Y que si aquello pasaba adelante, corría peligro de no venir a ser emperador, como estaba obligado, ni aun arzobispo, que era lo menos que podía ser. Por eso, que mirasen lo que se había de hacer para sacarle de allí.
      El licenciado le respondió que no tuviese pena, que ellos le sacarían de allí, mal que le pesase. Contó luego a Cardenio y a Dorotea lo que tenían pensado para remedio de don Quijote, a lo menos para llevarle a su casa. A lo cual dijo Dorotea que ella haría la doncella menesterosa mejor que el barbero, y más, que tenía allí vestidos con que hacerlo al natural, y que la dejasen el cargo de saber representar todo aquello que fuese menester para llevar adelante su intento, porque ella había leído muchos libros de caballerías (N) y sabía bien el estilo que tenían las doncellas cuitadas cuando pedían sus dones (N) a los andantes caballeros.
      -Pues no es menester más -dijo el cura- sino que luego se ponga por obra; que, sin duda, la buena suerte se muestra en favor nuestro, (N) pues, tan sin pensarlo, a vosotros, señores, se os ha comenzado a abrir puerta para vuestro remedio y a nosotros se nos ha facilitado la que habíamos menester.
      Sacó luego Dorotea de su almohada una saya entera de cierta telilla rica y una mantellina de otra vistosa tela verde, y de una cajita un collar y otras joyas, con que en un instante se adornó de manera que una rica y gran señora parecía. Todo aquello, y más, dijo que había sacado de su casa para lo que se ofreciese, y que hasta entonces no se le había ofrecido ocasión de habello menester. A todos contentó en estremo su mucha gracia, donaire y hermosura, y confirmaron a don Fernando por de poco conocimiento, pues tanta belleza desechaba.
      Pero el que más se admiró fue Sancho Panza, por parecerle -como era así verdad- que en todos los días de su vida había visto tan hermosa criatura; y así, preguntó al cura con grande ahínco le dijese quién era aquella tan fermosa señora, (N) y qué era lo que buscaba por aquellos andurriales.
      -Esta hermosa señora -respondió el cura-, Sancho hermano, es, como quien no dice nada, es la heredera por línea recta de varón del gran reino de Micomicón, (N) la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don, el cual es que le desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho; y, a la fama que de buen caballero vuestro amo tiene por todo lo descubierto, de Guinea ha venido a buscarle esta princesa.
      -Dichosa buscada (N) y dichoso hallazgo - dijo a esta sazón Sancho Panza-, y más si mi amo es tan venturoso que desfaga ese agravio y enderece ese tuerto, matando a ese hideputa dese gigante que vuestra merced dice; que sí matará si él le encuentra, si ya no fuese (N) fantasma, que contra las fantasmas no tiene mi señor poder alguno. (N) Pero una cosa quiero suplicar a vuestra merced, entre otras, señor licenciado, y es que, porque a mi amo no le tome gana de ser arzobispo, (N) que es lo que yo temo, que vuestra merced le aconseje que se case luego con esta princesa, y así quedará imposibilitado de recebir órdenes arzobispales y vendrá con facilidad a su imperio y yo al fin de mis deseos; que yo he mirado bien en ello y hallo por mi cuenta que no me está bien que mi amo sea arzobispo, porque yo soy inútil para la Iglesia, pues soy casado, y andarme ahora a traer dispensaciones para poder tener renta por la Iglesia, teniendo, como tengo, mujer y hijos, sería nunca acabar. Así que, señor, todo el toque está en que mi amo se case luego con esta señora, que hasta ahora no sé su gracia, (N) y así, no la llamo por su nombre.
      -Llámase -respondió el cura- la princesa Micomicona, porque, llamándose su reino Micomicón, claro está que ella se ha de llamar así.
      -No hay duda en eso -respondió Sancho-, que yo he visto a muchos tomar el apellido y alcurnia del lugar donde nacieron, (N) llamándose Pedro de Alcalá, Juan de Úbeda y Diego de Valladolid; y esto mesmo se debe de usar allá en Guinea: tomar las reinas los nombres de sus reinos.
      -Así debe de ser -dijo el cura-; y en lo del casarse vuestro amo, yo haré en ello todos mis poderíos. (N)
      Con lo que quedó tan contento Sancho cuanto el cura admirado de su simplicidad, y de ver cuán encajados tenía en la fantasía los mesmos disparates que su amo, pues sin alguna duda se daba a entender que había de venir a ser emperador.
      Ya, en esto, se había puesto Dorotea sobre la mula del cura y el barbero se había acomodado al rostro la barba de la cola de buey, y dijeron a Sancho que los guiase adonde don Quijote estaba; al cual advirtieron que no dijese que conocía al licenciado ni al barbero, porque en no conocerlos consistía todo el toque de venir a ser emperador su amo; puesto que ni el cura ni Cardenio quisieron ir con ellos, porque no se le acordase a don Quijote la pendencia que con Cardenio había tenido, y el cura porque no era menester por entonces su presencia. Y así, los dejaron ir delante, y ellos los fueron siguiendo a pie, poco a poco. No dejó de avisar el cura lo que había de hacer Dorotea; a lo que ella dijo que descuidasen, que todo se haría, sin faltar punto, como lo pedían y pintaban los libros de caballerías.
      Tres cuartos de legua habrían andado, cuando descubrieron a don Quijote entre unas intricadas peñas, ya vestido, aunque no armado; y, así como Dorotea le vio y fue informada de Sancho que aquél era don Quijote, dio del azote a su palafrén, (N) siguiéndole el bien barbado barbero. (N) Y, en llegando junto a él, el escudero se arrojó de la mula y fue a tomar en los brazos a Dorotea, la cual, apeándose con grande desenvoltura, se fue a hincar de rodillas ante las de don Quijote; (N) y, aunque él pugnaba por levantarla, ella, sin levantarse, le fabló en esta guisa. (N)
      -De aquí no me levantaré, ¡ oh valeroso y esforzado caballero !, fasta que la vuestra bondad y cortesía me otorgue un don, el cual redundará en honra y prez (N)
de vuestra persona, y en pro de la más desconsolada y agraviada doncella que el sol ha visto. Y si es que el valor de vuestro fuerte brazo corresponde a la voz de vuestra inmortal fama, obligado estáis a favorecer a la sin ventura que de tan lueñes tierras viene, al olor de vuestro famoso nombre, buscándoos para remedio de sus desdichas.
      -No os responderé palabra, fermosa señora - respondió don Quijote-, ni oiré más cosa de vuestra facienda, (N) fasta que os levantéis de tierra.
      -No me levantaré, señor -respondió la afligida doncella-, si primero, (N) por la vuestra cortesía, no me es otorgado el don que pido.
      -Yo vos le otorgo y concedo -respondió don Quijote - , como no se haya de cumplir en daño o mengua de mi rey, de mi patria y de aquella que de mi corazón y libertad tiene la llave. (N)
      -No será en daño ni en mengua de los que decís, mi buen señor -replicó la dolorosa doncella.
      Y, estando en esto, se llegó Sancho Panza al oído de su señor y muy pasito le dijo. (N)
      -Bien puede vuestra merced, señor, concederle el don que pide, que no es cosa de nada: (N) sólo es matar a un gigantazo, y esta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicón de Etiopía. (N)
      -Sea quien fuere -respondió don Quijote-, que yo haré lo que soy obligado y lo que me dicta mi conciencia, conforme a lo que profesado tengo. (N)
      Y, volviéndose a la doncella, dijo.
      -La vuestra gran fermosura se levante, que yo le otorgo el don (N) que pedirme quisiere.
      -Pues el que pido es -dijo la doncella- que la vuestra magnánima persona se venga luego conmigo donde yo le llevare, y me prometa que no se ha de entremeter en otra aventura (N) ni demanda alguna hasta darme venganza de un traidor que, contra todo derecho divino y humano, me tiene usurpado mi reino.
      -Digo que así lo otorgo -respondió don Quijote-, y así podéis, señora, desde hoy más, desechar la malenconía (N) que os fatiga y hacer que cobre nuevos bríos y fuerzas vuestra desmayada esperanza; que, con el ayuda de Dios y la de mi brazo, vos os veréis presto restituida en vuestro reino y sentada en la silla de vuestro antiguo y grande estado, a pesar y a despecho de los follones que contradecirlo quisieren. Y manos a labor, que en la tardanza dicen que suele estar el peligro.
      La menesterosa doncella pugnó, con mucha porfía, por besarle las manos, mas don Quijote, que en todo era comedido y cortés caballero, jamás lo consintió; (N) antes, la hizo levantar y la abrazó con mucha cortesía y comedimiento, y mandó a Sancho que requiriese las cinchas a Rocinante y le armase luego al punto. Sancho descolgó las armas, que, como trofeo, de un árbol estaban pendientes, y, requiriendo las cinchas, en un punto armó a su señor; el cual, viéndose armado, dijo.
      -Vamos de aquí, en el nombre de Dios, (N) a favorecer esta gran señora.
      Estábase el barbero aún de rodillas, teniendo gran cuenta de disimular la risa y de que no se le cayese la barba, con cuya caída quizá quedaran todos sin conseguir su buena intención; y, viendo que ya el don estaba concedido y con la diligencia que (N) don Quijote se alistaba para ir a cumplirle, se levantó y tomó de la otra mano a su señora, (N) y entre los dos la subieron en la mula. Luego subió don Quijote sobre Rocinante, y el barbero se acomodó en su cabalgadura, quedándose Sancho a pie, donde de nuevo se le renovó la pérdida del rucio, (N) con la falta que entonces le hacía; mas todo lo llevaba con gusto, por parecerle que ya su señor estaba puesto en camino, y muy a pique, de ser emperador; porque sin duda alguna pensaba que se había de casar con aquella princesa, y ser, por lo menos, rey de Micomicón. Sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen (N) habían de ser todos negros; a lo cual hizo luego en su imaginación un buen remedio, (N) y díjose a sí mismo.
      -¿ Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿ Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida? ¡ No, sino dormíos, y no tengáis ingenio ni habilidad para disponer de las cosas y para vender treinta o diez mil vasallos en dácame esas pajas (N) ! Par Dios que los he de volar, chico con grande, o como pudiere, y que, por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos. (N) ¡ Llegaos, que me mamo el dedo.
      Con esto, andaba tan solícito y tan contento que se le olvidaba la pesadumbre de caminar a pie.
      Todo esto miraban de entre unas breñas Cardenio y el cura, y no sabían qué hacerse para juntarse con ellos; pero el cura, que era gran tracista, (N) imaginó luego lo que harían para conseguir lo que deseaban; y fue que con unas tijeras que traía en un estuche quitó con mucha presteza la barba a Cardenio, y vistióle un capotillo pardo que él traía y diole un herreruelo negro, y él se quedó en calzas y en jubón; y quedó tan otro (N) de lo que antes parecía Cardenio, que él mesmo no se conociera, aunque a un espejo se mirara. Hecho esto, puesto ya que los otros habían pasado adelante en tanto que ellos se disfrazaron, con facilidad salieron al camino real antes que ellos, porque las malezas y malos pasos de aquellos lugares no concedían que anduviesen tanto los de a caballo como los de a pie. En efeto, ellos se pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y, así como salió della don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso a mirar muy de espacio, dando señales de que le iba reconociendo; y, al cabo de haberle una buena pieza estado mirando, se fue a él abiertos los brazos y diciendo a voces.
      -Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriote don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quintaesencia de los caballeros andantes.
      Y, diciendo esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a don Quijote; el cual, espantado de lo que veía y oía decir y hacer aquel hombre, se le puso a mirar con atención, y, al fin, le conoció y quedó como espantado de verle, y hizo grande fuerza por apearse; mas el cura no lo consintió, por lo cual don Quijote decía.
      -Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a caballo, y una tan reverenda persona como vuestra merced esté a pie.
      -Eso no consentiré yo en ningún modo -dijo el cura - : estése la vuestra grandeza a caballo, pues estando a caballo acaba las mayores fazañas y aventuras que en nuestra edad se han visto; que a mí, aunque indigno sacerdote, bastaráme subir en las ancas de una destas mulas destos señores que con vuestra merced caminan, si no lo han por enojo. Y aun haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, (N) o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aún hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto. (N)
      -Aún no caía yo en tanto, mi señor licenciado - respondió don Quijote-; y yo sé que mi señora la princesa será servida, por mi amor, de mandar a su escudero dé a vuestra merced la silla de su mula, que él podrá acomodarse en las ancas, si es que ella las sufre.
      -Sí sufre, a lo que yo creo -respondió la princesa - ; y también sé que no será menester mandárselo al señor mi escudero, que él es tan cortés y tan cortesano que no consentirá que una persona eclesiástica vaya a pie, pudiendo ir a caballo.
      -Así es -respondió el barbero.
      Y, apeándose en un punto, convidó al cura con la silla, y él la tomó sin hacerse mucho de rogar. Y fue el mal que al subir a las ancas el barbero, la mula, que, en efeto, era de alquiler, que para decir que era mala esto basta, alzó un poco los cuartos traseros y dio dos coces en el aire, que, a darlas en el pecho de maese Nicolás, o en la cabeza, él diera al diablo la venida por don Quijote. Con todo eso, le sobresaltaron de manera que cayó en el suelo, con tan poco cuidado de las barbas, que se le cayeron en el suelo; y, como se vio sin ellas, no tuvo otro remedio sino acudir a cubrirse el rostro con ambas manos y a quejarse que le habían derribado las muelas. Don Quijote, como vio todo aquel mazo de barbas, sin quijadas y sin sangre, lejos del rostro del escudero caído, dijo.
      -¡ Vive Dios, que es gran milagro éste ! ¡ Las barbas le ha derribado y arrancado del rostro, como si las quitaran aposta.
      El cura, que vio el peligro que corría su invención de ser descubierta, acudió luego a las barbas y fuese con ellas adonde yacía maese Nicolás, dando aún voces todavía, (N) y de un golpe, llegándole la cabeza a su pecho, se las puso, murmurando sobre él unas palabras, que dijo que era cierto ensalmo apropiado para pegar barbas, (N) como lo verían; y, cuando se las tuvo puestas, se apartó, y quedó el escudero tan bien barbado y tan sano como de antes, de que se admiró don Quijote sobremanera, y rogó al cura que cuando tuviese lugar le enseñase aquel ensalmo; que él entendía que su virtud a más que pegar barbas se debía de estender, pues estaba claro que de donde las barbas se quitasen había de quedar la carne llagada y maltrecha, y que, pues todo lo sanaba, a más que barbas aprovechaba.
      -Así es -dijo el cura, y prometió de enseñársele en la primera ocasión.
      Concertáronse que por entonces subiese el cura, y a trechos se fuesen los tres mudando, (N) hasta que llegasen a la venta, que estaría hasta dos leguas de allí. Puestos los tres a caballo, es a saber, don Quijote, la princesa y el cura, y los tres a pie, Cardenio, el barbero y Sancho Panza, don Quijote dijo a la doncella:
      -Vuestra grandeza, señora mía, guíe por donde más gusto le diere.
      Y, antes que ella respondiese, dijo el licenciado.
      -¿ Hacia qué reino quiere guiar la vuestra señoría? ¿ Es, por ventura, hacia el de Micomicón? ; (N) que sí debe de ser, o yo sé poco de reinos.
      Ella, que estaba bien en todo, entendió que había de responder que sí; y así, dijo.
      -Sí, señor, hacia ese reino es mi camino.
      -Si así es -dijo el cura-, por la mitad de mi pueblo hemos de pasar, y de allí tomará vuestra merced la derrota de Cartagena, (N) donde se podrá embarcar con la buena ventura; y si hay viento próspero, mar tranquilo y sin borrasca, en poco menos de nueve años se podrá estar a vista de la gran laguna Meona, digo, Meótides, (N) que está poco más de cien jornadas más acá del reino de vuestra grandeza.
      -Vuestra merced está engañado, señor mío -dijo ella - , porque no ha dos años que yo partí dél, y en verdad que nunca tuve buen tiempo, y, con todo eso, he llegado a ver lo que tanto deseaba, que es al señor don Quijote de la Mancha, cuyas nuevas llegaron a mis oídos así como puse los pies en España, y ellas me movieron a buscarle, para encomendarme en su cortesía (N) y fiar mi justicia del valor de su invencible brazo.
      -No más: cesen mis alabanzas -dijo a esta sazón don Quijote-, porque soy enemigo de todo género de adulación; y, aunque ésta no lo sea, (N) todavía ofenden mis castas orejas semejantes pláticas. Lo que yo sé decir, señora mía, que ora tenga valor o no, el que tuviere o no tuviere se ha de emplear en vuestro servicio hasta perder la vida; y así, dejando esto para su tiempo, ruego al señor licenciado me diga qué es la causa que le ha traído por estas partes, tan solo, y tan sin criados, y tan a la ligera, que me pone espanto.
      -A eso yo responderé con brevedad -respondió el cura-, porque sabrá vuestra merced, señor don Quijote, que yo y maese Nicolás, nuestro amigo y nuestro barbero, íbamos a Sevilla (N) a cobrar cierto dinero que un pariente mío que ha muchos años que pasó a Indias me había enviado, y no tan pocos que no pasan de sesenta mil pesos ensayados, que es otro que tal; y, pasando ayer (N) por estos lugares, nos salieron al encuentro cuatro salteadores y nos quitaron hasta las barbas; y de modo nos las quitaron, que le convino al barbero ponérselas postizas; y aun a este mancebo que aquí va -señalando a Cardenio- le pusieron como de nuevo. Y es lo bueno que es pública fama por todos estos contornos que los que nos saltearon son de unos galeotes (N) que dicen que libertó, casi en este mesmo sitio, un hombre tan valiente que, a pesar del comisario y de las guardas, los soltó a todos; y, sin duda alguna, él debía de estar fuera de juicio, o debe de ser tan grande bellaco como ellos, o algún hombre sin alma y sin conciencia, pues quiso soltar al lobo entre las ovejas, a la raposa entre las gallinas, a la mosca entre la miel; (N) quiso defraudar la justicia, ir contra su rey y señor natural, pues fue contra sus justos mandamientos. Quiso, digo, quitar a las galeras sus pies, (N) poner en alboroto a la Santa Hermandad, que había muchos años que reposaba; quiso, finalmente, hacer un hecho por donde se pierda su alma y no se gane su cuerpo.
      Habíales contado Sancho al cura y al barbero la aventura de los galeotes, que acabó su amo con tanta gloria suya, y por esto cargaba la mano (N) el cura refiriéndola, por ver lo que hacía o decía don Quijote; al cual se le mudaba la color a cada palabra, y no osaba decir que él había sido el libertador de aquella buena gente.
      -Éstos, pues -dijo el cura-, fueron los que nos robaron; que Dios, por su misericordia, se lo perdone al que no los dejó llevar al debido suplicio. (N)







Parte I -- Capítulo XXX . Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo.

      No hubo bien acabado el cura, cuando Sancho dijo.
      -Pues mía fe, señor licenciado, el que hizo esa fazaña fue mi amo, y no porque yo no le dije antes y le avisé que mirase lo que hacía, y que era pecado darles libertad, porque todos iban allí por grandísimos bellacos.
      -¡ Majadero ! -dijo a esta sazón don Quijote-, a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera, o están en aquella angustia, por sus culpas o por sus gracias; sólo le toca ayudarles como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías. Yo topé un rosario y sarta de gente mohína y desdichada, y hice con ellos lo que mi religión me pide, y lo demás allá se avenga; y a quien mal le ha parecido, salvo la santa dignidad del señor licenciado y su honrada persona, digo que sabe poco de achaque de caballería, y que miente como un hideputa y mal nacido; y esto le haré conocer con mi espada, donde más largamente se contiene. (N)
      Y esto dijo afirmándose en los estribos y calándose el morrión; porque la bacía de barbero, que a su cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgado del arzón delantero, hasta adobarla del mal tratamiento que la hicieron los galeotes.
      Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabía el menguado humor de don Quijote y que todos hacían burla dél, sino Sancho Panza, no quiso ser para menos, y, viéndole tan enojado, le dijo.
      -Señor caballero, miémbresele a la vuestra merced el don (N) que me tiene prometido, y que, conforme a él, no puede entremeterse en otra aventura, por urgente que sea; sosiegue vuestra merced el pecho, que si el señor licenciado supiera que por ese invicto brazo habían sido librados los galeotes, él se diera tres puntos en la boca, y aun se mordiera tres veces la lengua, antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced redundara.
      -Eso juro yo bien -dijo el cura-, y aun me hubiera quitado un bigote. (N)
      -Yo callaré, señora mía -dijo don Quijote-, y reprimiré la justa cólera que ya en mi pecho se había levantado, y iré quieto y pacífico hasta tanto que os cumpla el don prometido; pero, en pago deste buen deseo, os suplico me digáis, si no se os hace de mal, cuál es la vuestra cuita y cuántas, quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de dar debida, satisfecha y entera venganza. (N)
      -Eso haré yo de gana -respondió Dorotea-, si es que no os enfadan oír lástimas y desgracias.
      -No enfadará, señora mía -respondió don Quijote.
      A lo que respondió Dorotea.
      -Pues así es, esténme vuestras mercedes atentos.
      No hubo ella dicho esto, cuando Cardenio y el barbero se le pusieron al lado, deseosos de ver cómo fingía su historia la discreta Dorotea; y lo mismo hizo Sancho, que tan engañado iba con ella como su amo. Y ella, después de haberse puesto bien en la silla y prevenídose con toser y hacer otros ademanes, con mucho donaire, comenzó a decir desta manera:
      -« Primeramente, quiero que vuestras mercedes sepan, señores míos, que a mí me llaman. .
      Y detúvose aquí un poco, porque se le olvidó el nombre que el cura le había puesto; pero él acudió al remedio, porque entendió en lo que reparaba, y dijo.
      -No es maravilla, señora mía, que la vuestra grandeza se turbe y empache contando sus desventuras, que ellas suelen ser tales, que muchas veces quitan la memoria a los que maltratan, de tal manera que aun de sus mesmos nombres no se les acuerda, como han hecho con vuestra gran señoría, que se ha olvidado que se llama la princesa Micomicona, (N) legítima heredera del gran reino Micomicón; y con este apuntamiento puede la vuestra grandeza reducir ahora fácilmente a su lastimada memoria todo aquello que contar quisiere.
      -Así es la verdad -respondió la doncella-, y desde aquí adelante creo que no será menester apuntarme nada, que yo saldré a buen puerto con mi verdadera historia. « La cual es que el rey mi padre, que se llama Tinacrio el Sabidor, (N) fue muy docto en esto que llaman el arte mágica, y alcanzó por su ciencia que mi madre, que se llamaba la reina Jaramilla, había de morir primero que él, y que de allí a poco tiempo él también había de pasar desta vida y yo había de quedar huérfana de padre y madre. Pero decía él que no le fatigaba tanto esto cuanto le ponía en confusión saber, por cosa muy cierta, que un descomunal gigante, (N) señor de una grande ínsula, que casi alinda con nuestro reino, llamado Pandafilando de la Fosca Vista (porque es cosa averiguada que, aunque tiene los ojos en su lugar y derechos, siempre mira al revés, como si fuese bizco, y esto lo hace él de maligno y por poner miedo y espanto a los que mira); digo que supo que este gigante, en sabiendo mi orfandad, había de pasar con gran poderío sobre mi reino y me lo había de quitar todo, sin dejarme una pequeña aldea donde me recogiese; pero que podía escusar toda esta ruina y desgracia si yo me quisiese casar con él; mas, a lo que él entendía, jamás pensaba que me vendría a mí en voluntad de hacer tan desigual casamiento; y dijo en esto la pura verdad, porque jamás me ha pasado por el pensamiento casarme con aquel gigante, pero ni con otro alguno, (N) por grande y desaforado que fuese. Dijo también mi padre que, después que él fuese muerto y viese yo que Pandafilando comenzaba a pasar sobre mi reino, que no aguardase a ponerme en defensa, porque sería destruirme, sino que libremente le dejase desembarazado el reino, (N) si quería escusar la muerte y total destruición de mis buenos y leales vasallos, porque no había de ser posible defenderme de la endiablada fuerza del gigante; (N) sino que luego, con algunos de los míos, me pusiese en camino de las Españas, donde hallaría el remedio de mis males hallando a un caballero andante, cuya fama en este tiempo se estendería por todo este reino, el cual se había de llamar, si mal no me acuerdo, don Azote o don Gigote.
      -Don Quijote diría, señora -dijo a esta sazón Sancho Panza-, o, por otro nombre, el Caballero de la Triste Figura.
      -Así es la verdad -dijo Dorotea-. « Dijo más: que había de ser alto de cuerpo, seco de rostro, y que en el lado derecho, debajo del hombro izquierdo, (N) o por allí junto, había de tener un lunar pardo con ciertos cabellos a manera de cerdas. (N)
      En oyendo esto don Quijote, dijo a su escudero:
      -Ten aquí, Sancho, hijo, ayúdame a desnudar, que quiero ver si soy el caballero que aquel sabio rey dejó profetizado. (N)
      -Pues, ¿ para qué quiere vuestra merced desnudarse? - dijo Dorotea.
      -Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo - respondió don Quijote.
      -No hay para qué desnudarse -dijo Sancho-, que yo sé que tiene vuestra merced un lunar desas señas en la mitad del espinazo, que es señal de ser hombre fuerte.
      -Eso basta -dijo Dorotea-, porque con los amigos no se ha de mirar en pocas cosas, y que esté en el hombro o que esté en el espinazo, importa poco; basta que haya lunar, y esté donde estuviere, pues todo es una mesma carne; y, sin duda, acertó mi buen padre en todo, y yo he acertado en encomendarme al señor don Quijote, que él es por quien mi padre dijo, pues las señales del rostro vienen con las de la buena fama que este caballero tiene no sólo en España, pero en toda la Mancha, (N) pues apenas me hube desembarcado en Osuna, cuando oí decir tantas hazañas suyas, que luego me dio el alma que era el mesmo que venía a buscar.
      -Pues, ¿ cómo se desembarcó vuestra merced en Osuna, señora mía - preguntó don Quijote-, si no es puerto de mar.
      Mas, antes que Dorotea respondiese, tomó el cura la mano (N) y dijo.
      -Debe de querer decir la señora princesa que, después que desembarcó en Málaga, la primera parte donde oyó nuevas de vuestra merced fue en Osuna. (N)
      -Eso quise decir -dijo Dorotea.
      -Y esto lleva camino (N) -dijo el cura-, y prosiga vuestra majestad (N) adelante.
      -No hay que proseguir -respondió Dorotea-, sino que, finalmente, mi suerte ha sido tan buena en hallar al señor don Quijote, que ya me cuento y tengo por reina y señora de todo mi reino, pues él, por su cortesía y magnificencia, me ha prometido el don de irse conmigo dondequiera que yo le llevare, que no será a otra parte que a ponerle delante de Pandafilando de la Fosca Vista, para que le mate y me restituya lo que tan contra razón me tiene usurpado: (N) que todo esto ha de suceder a pedir de boca, (N) pues así lo dejó profetizado Tinacrio el Sabidor, mi buen padre; el cual también dejó dicho y escrito en letras caldeas, o griegas, (N) que yo no las sé leer, que si este caballero de la profecía, después de haber degollado al gigante, quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna por su legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino, junto con la de mi persona. (N)
      -¿ Qué te parece, Sancho amigo? -dijo a este punto don Quijote-. ¿ No oyes lo que pasa? ¿ No te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar y reina con quien casar. (N)
      -¡ Eso juro yo -dijo Sancho (N) - para el puto que no se casare en abriendo el gaznatico al señor Pandahilado ! Pues, ¡ monta que es mala la reina ! ¡ Así se me vuelvan las pulgas de la cama. (N)
      Y, diciendo esto, dio dos zapatetas en el aire, con muestras de grandísimo contento, y luego fue a tomar las riendas de la mula de Dorotea, y, haciéndola detener, se hincó de rodillas ante ella, suplicándole le diese las manos para besárselas, en señal que la recibía por su reina y señora. (N) ¿ Quién no había de reír de los circustantes, viendo la locura del amo y la simplicidad del criado? En efecto, Dorotea se las dio, y le prometió de hacerle gran señor en su reino, cuando el cielo le hiciese tanto bien que se lo dejase cobrar y gozar. Agradecióselo Sancho con tales palabras que renovó la risa en todos.
      -Ésta, señores -prosiguió Dorotea-, es mi historia: sólo resta por deciros que de cuanta gente de acompañamiento saqué de mi reino no me ha quedado sino sólo este buen barbado escudero, porque todos se anegaron en una gran borrasca que tuvimos a vista del puerto, y él y yo salimos en dos tablas a tierra, como por milagro; y así, es todo milagro y misterio el discurso de mi vida, como lo habréis notado. Y si en alguna cosa he andado demasiada, o no tan acertada como debiera, echad la culpa a lo que el señor licenciado dijo al principio de mi cuento: que los trabajos continuos y extraordinarios quitan la memoria al que los padece.
      -Ésa no me quitarán a mí, ¡ oh alta y valerosa señora ! -dijo don Quijote-, cuantos yo pasare en serviros, por grandes y no vistos que sean; y así, de nuevo confirmo el don que os he prometido, y juro de ir con vos al cabo del mundo, hasta verme con el fiero enemigo vuestro, a quien pienso, con el ayuda de Dios y de mi brazo, tajar la cabeza (N) soberbia con los filos desta... no quiero decir buena espada, merced a Ginés de Pasamonte, que me llevó la mía. (N)
      Esto dijo entre dientes, y prosiguió diciendo.
      -Y después de habérsela tajado y puéstoos en pacífica posesión de vuestro estado, quedará a vuestra voluntad hacer de vuestra persona lo que más en talante os viniere; porque, mientras que yo tuviere ocupada la memoria y cautiva la voluntad, perdido el entendimiento, (N) a aquella..., y no digo más, no es posible que yo arrostre, (N) ni por pienso, el casarme, aunque fuese con el ave fénix. (N)
      Parecióle tan mal a Sancho lo que últimamente su amo dijo acerca de no querer casarse, que, con grande enojo, alzando la voz, dijo.
      -Voto a mí, y juro a mí, que no tiene vuestra merced, señor don Quijote, cabal juicio. Pues, ¿ cómo es posible que pone vuestra merced en duda el casarse con tan alta princesa como aquésta? ¿ Piensa que le ha de ofrecer la fortuna, tras cada cantillo, semejante ventura como la que ahora se le ofrece? ¿ Es, por dicha, más hermosa mi señora Dulcinea? No, por cierto, ni aun con la mitad, y aun estoy por decir que no llega a su zapato de la que está delante. (N) Así, noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo. (N) Cásese, cásese luego, encomiéndole yo a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos de vobis, vobis, (N) y, en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego, siquiera se lo lleve el diablo todo.
      Don Quijote, que tales blasfemias oyó decir contra su señora Dulcinea, no lo pudo sufrir, y, alzando el lanzón, sin hablalle palabra a Sancho y sin decirle esta boca es mía, le dio tales dos palos (N) que dio con él en tierra; y si no fuera porque Dorotea le dio voces que no le diera más, sin duda le quitara allí la vida.
      -¿ Pensáis -le dijo a cabo de rato-, villano ruin, que ha de haber lugar siempre para ponerme la mano en la horcajadura, (N) y que todo ha de ser errar vos y perdonaros yo? Pues no lo penséis, bellaco descomulgado, que sin duda lo estás, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea. (N) ¿ Y no sabéis vos, gañán, faquín, belitre, (N) que si no fuese por el valor que ella infunde en mi brazo, (N) que no le tendría yo para matar una pulga? Decid, socarrón de lengua viperina, ¿ y quién pensáis que ha ganado este reino y cortado la cabeza a este gigante, y héchoos a vos marqués, que todo esto doy ya por hecho y por cosa pasada en cosa juzgada, (N) si no es el valor de Dulcinea, tomando a mi brazo por instrumento de sus hazañas? Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡ Oh hideputa bellaco, y cómo sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título, (N) y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo.
      No estaba tan maltrecho Sancho que no oyese todo cuanto su amo le decía, y, levantándose con un poco de presteza, se fue a poner detrás del palafrén de Dorotea, y desde allí dijo a su amo.
      -Dígame, señor: si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta gran princesa, claro está que no será el reino suyo; y, no siéndolo, ¿ qué mercedes me puede hacer? Esto es de lo que yo me quejo; cásese vuestra merced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como llovida del cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea; que reyes debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados. (N) En lo de la hermosura no me entremeto; que, en verdad, si va a decirla, que entrambas me parecen bien, puesto que yo nunca he visto a la señora Dulcinea.
      -¿ Cómo que no la has visto, traidor blasfemo? (N) -dijo don Quijote-. Pues, ¿ no acabas de traerme ahora un recado de su parte.
      -Digo que no la he visto tan despacio -dijo Sancho - que pueda haber notado particularmente su hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero así, a bulto, me parece bien.
      -Ahora te disculpo -dijo don Quijote-, y perdóname el enojo que te he dado, que los primeros movimientos no son en manos de los hombres.
      -Ya yo lo veo -respondió Sancho-; y así, en mí la gana de hablar siempre es primero movimiento, (N) y no puedo dejar de decir, por una vez siquiera, lo que me viene a la lengua.
      -Con todo eso -dijo don Quijote-, mira, Sancho, lo que hablas, porque tantas veces va el cantarillo a la fuente..., (N) y no te digo más.
      -Ahora bien -respondió Sancho-, Dios está en el cielo, que ve las trampas, y será juez de quién hace más mal: yo en no hablar bien, o vuestra merced en obrallo. (N)
      -No haya más -dijo Dorotea-: corred, Sancho, y besad la mano a vuestro señor, y pedilde perdón, y de aquí adelante andad más atentado en vuestras alabanzas y vituperios, (N) y no digáis mal de aquesa señora Tobosa, a quien yo no conozco si no es para servilla, y tened confianza en Dios, que no os ha de faltar un estado donde viváis como un príncipe.
      Fue Sancho cabizbajo y pidió la mano a su señor, y él se la dio con reposado continente; (N) y, después que se la hubo besado, le echó la bendición, y dijo a Sancho que se adelantasen un poco, que tenía que preguntalle y que departir con él cosas de mucha importancia. Hízolo así Sancho y apartáronse los dos algo adelante, y díjole don Quijote.
      -Después que veniste, no he tenido lugar ni espacio para preguntarte muchas cosas de particularidad (N) acerca de la embajada que llevaste y de la respuesta que trujiste; y ahora, pues la fortuna nos ha concedido tiempo y lugar, no me niegues tú la ventura que puedes darme con tan buenas nuevas.
      -Pregunte vuestra merced lo que quisiere -respondió Sancho-, que a todo daré tan buena salida como tuve la entrada. Pero suplico a vuestra merced, señor mío, que no sea de aquí adelante tan vengativo.
      -¿ Por qué lo dices, Sancho? -dijo don Quijote.
      -Dígolo -respondió- porque estos palos de agora más fueron por la pendencia que entre los dos trabó el diablo la otra noche, (N) que por lo que dije contra mi señora Dulcinea, a quien amo y reverencio como a una reliquia, aunque en ella no lo haya, sólo por ser cosa de vuestra merced.
      -No tornes a esas pláticas, Sancho, por tu vida - dijo don Quijote-, que me dan pesadumbre; ya te perdoné entonces, y bien sabes tú que suele decirse: a pecado nuevo, penitencia nueva.
      Mientras esto pasaba, vieron venir por el camino donde ellos iban a un hombre, caballero sobre un jumento, y cuando llegó cerca les pareció que era gitano; pero Sancho Panza, que doquiera que vía asnos se le iban los ojos y el alma, apenas hubo visto al hombre, cuando conoció que era Ginés de Pasamonte, y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno, (N) como era la verdad, pues era el rucio sobre que Pasamonte venía: el cual por no ser conocido y por vender el asno, se había puesto en traje de gitano, cuya lengua (N) y otras muchas sabía muy bien hablar como si fueran naturales suyas. Vióle Sancho y conocióle, y apenas hubo visto y conocido, cuando a grandes voces le dijo:
-¡ Ah, ladrón Ginesillo, deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo, huye, puto, auséntate, ladrón, y desampara lo que no es tuyo !
No fueron menester tantas palabras ni baldones, porque a la primera saltó Ginés, y tomando un trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó a su rucio, y abrazándole le dijo: ¿ Cómo has estado, bien mío, rucio de mis ojos, compañero mío? Y con esto le besaba y acariciaba como si fuera persona. El asno callaba, y se dejaba besar y acariciar de Sancho sin responderle palabra alguna. (N)
Llegaron todos, y diéronle el parabién del hallazgo del rucio, especialmente Don Quijote, el cual le dijo que no por eso anulaba la póliza de los tres pollinos. Sancho se lo agradeció. En tanto que los dos iban en estas pláticas, dijo el cura a Dorotea que había andado muy discreta, así en el cuento como en la brevedad dél, y en la similitud que tuvo con los de los libros de caballerías. Ella dijo que muchos ratos se había entretenido en leellos, pero que no sabía ella dónde eran las provincias ni puertos de mar, y que así había dicho a tiento que se había desembarcado en Osuna.
      -Yo lo entendí así -dijo el cura-, y por eso acudí luego a decir lo que dije, con que se acomodó todo. Pero, ¿ no es cosa estraña ver con cuánta facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones y mentiras, sólo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus libros.
      -Sí es -dijo Cardenio-, y tan rara y nunca vista, que yo no sé si queriendo inventarla y fabricarla mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio (N) que pudiera dar en ella.
      -Pues otra cosa hay en ello -dijo el cura-: que fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes a su locura, si le tratan de otras cosas, discurre con bonísimas razones y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo. De manera que, como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento.
      En tanto que ellos iban en esta conversación, prosiguió don Quijote con la suya y dijo a Sancho.
      -Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar (N) en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿ Dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea? ¿ Qué hacía? ¿ Qué le dijiste? ¿ Qué te respondió? ¿ Qué rostro hizo (N) cuando leía mi carta? ¿ Quién te la trasladó? Y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que añadas o mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármele.
      -Señor -respondió Sancho-, si va a decir la verdad, la carta no me la trasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna.
      -Así es como tú dices -dijo don Quijote-, porque el librillo de memoria donde yo la escribí le hallé en mi poder a cabo de dos días (N) de tu partida, lo cual me causó grandísima pena, por no saber lo que habías tú de hacer cuando te vieses sin carta, y creí siempre que te volvieras desde el lugar donde la echaras menos.
      -Así fuera -respondió Sancho-, si no la hubiera yo tomado en la memoria cuando vuestra merced me la leyó, de manera que se la dije a un sacristán, que me la trasladó del entendimiento, (N) tan punto por punto, que dijo que en todos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión, no había visto ni leído tan linda carta (N) como aquélla.
      -Y ¿ tiénesla todavía en la memoria, Sancho? -dijo don Quijote.
      -No, señor -respondió Sancho-, porque después que la di, (N) como vi que no había de ser de más provecho, di en olvidalla. Y si algo se me acuerda, es aquello del sobajada, digo, del soberana señora, y lo último: Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura. Y, en medio destas dos cosas, le puse más de trecientas almas, y vidas, y ojos míos.







Parte I -- Capítulo XXXI . De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza su escudero, con otros sucesos

      -Todo eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, ¿ y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa (N) con oro de cañutillo para este su cautivo caballero.
      -No la hallé -respondió Sancho- sino ahechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.
      -Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿ era candeal, o trechel? (N)
      -No era sino rubión -respondió Sancho.
      -Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, ¿ besóla? ¿ Púsosela sobre la cabeza? (N) ¿ Hizo alguna ceremonia digna de tal carta, o qué hizo.
      -Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: ′′Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está′′.
      -¡ Discreta señora ! -dijo don Quijote-. Eso debió de ser por leerla (N) despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su menester, ¿ qué coloquios pasó contigo? ¿ Qué te preguntó de mí? Y tú, ¿ qué le respondiste? Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima. (N)
      -Ella no me preguntó nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, (N) metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, (N) llorando y maldiciendo su fortuna.
      -En decir que maldecía mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-, porque antes la bendigo y bendeciré todos los días de mi vida, por haberme hecho digno de merecer amar tan alta señora como Dulcinea del Toboso.
      -Tan alta es -respondió Sancho-, que a buena fe que me lleva a mí más de un coto.
      -Pues, ¿ cómo, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿ Haste medido tú con ella.
      -Medíme en esta manera -respondió Sancho-: que, llegándole a ayudar a poner un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que eché de ver que me llevaba más de un gran palmo.
      -Pues ¡ es verdad -replicó don Quijote- que no acompaña esa grandeza (N) y la adorna con mil millones y gracias del alma ! Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿ no sentiste un olor sabeo, (N) una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿ un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero.
      -Lo que sé decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno; y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.
      -No sería eso -respondió don Quijote-, sino que tú debías `de estar romadizado, (N) o te debiste de oler a ti mismo; porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.
      -Todo puede ser -respondió Sancho-, que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro. (N)
      -Y bien -prosiguió don Quijote-, he aquí que acabó de limpiar su trigo y de enviallo al molino. ¿ Qué hizo cuando leyó la carta.
      -La carta -dijo Sancho- no la leyó, porque dijo que no sabía leer ni escribir; antes, la rasgó y la hizo menudas piezas, diciendo que no la quería dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le había dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenía y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle; y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales (N) y se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego luego en camino del Toboso, si otra cosa de más importancia no le sucediese, (N) porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced. Rióse mucho cuando le dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de la Triste Figura. Preguntéle si había ido allá el vizcaíno de marras; díjome que sí, y que era un hombre muy de bien. También le pregunté por los galeotes, mas díjome que no había visto hasta entonces alguno.
      -Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: ¿ qué joya fue la que te dio, al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, (N) de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su recado. (N)
      -Bien puede eso ser así, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debió de ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas de un corral, cuando della me despedí; y aun, por más señas, era el queso ovejuno. (N)
      -Es liberal en estremo -dijo don Quijote-, y si no te dio joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero buenas son mangas después de Pascua: yo la veré, y se satisfará todo. ¿ Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y veniste por los aires, pues poco más de tres días (N) has tardado en ir y venir desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas; por lo cual me doy a entender que aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas y es mi amigo (porque por fuerza le hay, y le ha de haber, so pena que yo no sería buen caballero andante); digo que este tal te debió de ayudar a caminar, sin que tú lo sintieses; que hay sabio déstos que coge a un caballero andante durmiendo (N) en su cama, y, sin saber cómo o en qué manera, amanece otro día más de mil leguas de donde anocheció. Y si no fuese por esto, no se podrían socorrer en sus peligros los caballeros andantes unos a otros, como se socorren a cada paso. Que acaece estar uno peleando en las sierras de Armenia con algún endriago, (N) o con algún fiero vestiglo, o con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y está ya a punto de muerte, y cuando no os me cato, asoma por acullá, (N) encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y a la noche se halla en su posada, cenando muy a su sabor; y suele haber de la una a la otra parte dos o tres mil leguas. Y todo esto se hace por industria y sabiduría destos sabios encantadores (N) que tienen cuidado destos valerosos caballeros. Así que, amigo Sancho, no se me hace dificultoso creer que en tan breve tiempo hayas ido y venido desde este lugar al del Toboso, pues, como tengo dicho, algún sabio amigo te debió de llevar en volandillas, sin que tú lo sintieses.
      -Así sería -dijo Sancho-; porque a buena fe que andaba Rocinante como si fuera asno de gitano con azogue en los oídos. (N)
      -Y ¡ cómo si llevaba azogue ! -dijo don Quijote-, y aun una legión de demonios, que es gente que camina y hace caminar, sin cansarse, todo aquello que se les antoja. Pero, dejando esto aparte, ¿ qué te parece a ti que debo yo de hacer ahora cerca de lo que mi señora me manda que la vaya a ver?; que, aunque yo veo que estoy obligado a cumplir su mandamiento, véome también imposibilitado (N) del don que he prometido a la princesa que con nosotros viene, y fuérzame la ley de caballería a cumplir mi palabra antes que mi gusto. Por una parte, me acosa y fatiga el deseo de ver a mi señora; por otra, me incita y llama la prometida fe y la gloria que he de alcanzar en esta empresa. Pero lo que pienso hacer será (N) caminar apriesa y llegar presto donde está este gigante, y, en llegando, le cortaré la cabeza, y pondré a la princesa pacíficamente en su estado, y al punto daré la vuelta a ver a la luz que mis sentidos alumbra, a la cual daré tales disculpas que ella venga a tener por buena mi tardanza, pues verá que todo redunda en aumento de su gloria y fama, pues cuanta yo he alcanzado, alcanzo y alcanzare por las armas en esta vida, toda me viene del favor que ella me da y de ser yo suyo.
      -¡ Ay -dijo Sancho-, y cómo está vuestra merced lastimado de esos cascos ! Pues dígame, señor: ¿ piensa vuestra merced caminar este camino en balde, y dejar pasar y perder (N) un tan rico y tan principal casamiento como éste, donde le dan en dote un reino, (N) que a buena verdad que he oído decir que tiene más de veinte mil leguas de contorno, y que es abundantísimo de todas las cosas que son necesarias para el sustento de la vida humana, y que es mayor que Portugal y que Castilla juntos? Calle, por amor de Dios, y tenga vergÜenza de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdóneme, y cásese luego en el primer lugar que haya cura; y si no, ahí está nuestro licenciado, que lo hará de perlas. Y advierta que ya tengo edad para dar consejos, y que este que le doy le viene de molde, y que más vale pájaro en mano que buitre volando, porque quien bien tiene y mal escoge, por bien que se enoja no se venga. (N)
      -Mira, Sancho -respondió don Quijote-: si el consejo que me das de que me case es porque sea luego rey, en matando al gigante, y tenga cómodo (N) para hacerte mercedes y darte lo prometido, hágote saber que sin casarme podré cumplir tu deseo muy fácilmente, porque yo sacaré de adahala, (N) antes de entrar en la batalla, que, saliendo vencedor della, ya que no me case, me han de dar una parte del reino, para que la pueda dar a quien yo quisiere; y, en dándomela, ¿ a quién quieres tú que la dé sino a ti.
      -Eso está claro -respondió Sancho-, pero mire vuestra merced que la escoja hacia la marina, porque, si no me contentare la vivienda, pueda embarcar mis negros vasallos y hacer dellos lo que ya he dicho. (N) Y vuestra merced no se cure de ir por agora a ver a mi señora Dulcinea, sino váyase a matar al gigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que se me asienta que ha de ser de mucha honra y de mucho provecho. (N)
      -Dígote, Sancho -dijo don Quijote-, que estás en lo cierto, y que habré de tomar tu consejo en cuanto el ir antes con la princesa que a ver a Dulcinea. Y avísote que no digas nada a nadie, ni a los que con nosotros vienen, de lo que aquí hemos departido y tratado; que, pues Dulcinea es tan recatada que no quiere que se sepan sus pensamientos, no será bien que yo, ni otro por mí, los descubra.
      -Pues si eso es así -dijo Sancho-, ¿ cómo hace vuestra merced que todos los que vence por su brazo se vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendo esto firma de su nombre (N) que la quiere bien y que es su enamorado? Y, siendo forzoso que los que fueren se han de ir a hincar de finojos (N) ante su presencia, y decir que van de parte de vuestra merced a dalle la obediencia, ¿ cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos?
      -¡ Oh, qué necio y qué simple que eres ! -dijo don Quijote-. ¿ Tú no ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, (N) sin que se estiendan más sus pensamientos que a servilla, por sólo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos, sino que ella se contente de acetarlos (N) por sus caballeros.
      -Con esa manera de amor -dijo Sancho- he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena. Aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese.
      -¡ Válate el diablo por villano -dijo don Quijote - , y qué de discreciones dices a las veces ! No parece sino que has estudiado.
      -Pues a fe mía que no sé leer -respondió Sancho.
      En esto, les dio voces maese Nicolás que esperasen un poco, que querían detenerse a beber en una fontecilla que allí estaba. Detúvose don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temía no le cogiese su amo a palabras; porque, puesto que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida. (N)
      Habíase en este tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traía cuando la hallaron, que, aunque no eran muy buenos, hacían mucha ventaja a los que dejaba. Apeáronse junto a la fuente, y con lo que el cura se acomodó en la venta satisficieron, (N) aunque poco, la mucha hambre que todos traían.
      Estando en esto, acertó a pasar por allí un muchacho que iba de camino, el cual, poniéndose a mirar con mucha atención a los que en la fuente estaban, de allí a poco arremetió a don Quijote, y, abrazándole por las piernas, comenzó a llorar muy de propósito, diciendo.
      -¡ Ay, señor mío ! ¿ No me conoce vuestra merced? Pues míreme bien, que yo soy aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.
      Reconocióle don Quijote, y, asiéndole por la mano, se volvió a los que allí estaban y dijo:
      -Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros andantes en el mundo, que desfagan los tuertos y agravios que en él se hacen por los insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestras mercedes que los días pasados, pasando yo por un bosque, oí unos gritos y unas voces muy lastimosas, como de persona afligida y menesterosa; acudí luego, llevado de mi obligación, hacia la parte donde me pareció que las lamentables voces sonaban, y hallé atado a una encina a este muchacho que ahora está delante (de lo que me huelgo en el alma, porque será testigo que no me dejará mentir en nada); digo que estaba atado a la encina, desnudo del medio cuerpo arriba, y estábale abriendo a azotes con las riendas de una yegua (N) un villano, que después supe que era amo suyo; y, así como yo le vi, le pregunté la causa de tan atroz vapulamiento; respondió el zafio que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacían más de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: ′′Señor, no me azota sino porque le pido mi salario′′. El amo replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron admitidas. En resolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al villano de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun sahumados. ¿ No es verdad todo esto, hijo Andrés? ¿ No notaste con cuánto imperio se lo mandé, y con cuánta humildad prometió de hacer todo cuanto yo le impuse, y notifiqué y quise? Responde; no te turbes ni dudes en nada: di lo que pasó a estos señores, porque se vea y considere ser del provecho que digo haber caballeros andantes por los caminos.
      -Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad - respondió el muchacho-, pero el fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina.
      -¿ Cómo al revés? -replicó don Quijote-; luego, ¿ no te pagó el villano.
      -No sólo no me pagó -respondió el muchacho-, pero, así como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, y me dio de nuevo tantos azotes que quedé hecho un San Bartolomé desollado; y, a cada azote que me daba, me decía un donaire y chufeta (N) acerca de hacer burla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de lo que decía. En efeto: él me paró tal, que hasta ahora he estado curándome en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual tiene vuestra merced la culpa, (N) porque si se fuera su camino adelante y no viniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara cuanto me debía. Mas, como vuestra merced le deshonró tan sin propósito y le dijo tantas villanías, encendiósele la cólera, y, como no la pudo vengar en vuestra merced, cuando se vio solo descargó sobre mí el nublado, de modo que me parece que no seré más hombre en toda mi vida.
      -El daño estuvo -dijo don Quijote- en irme yo de allí; que no me había de ir hasta dejarte pagado, porque bien debía yo de saber, por luengas experiencias, que no hay villano que guarde palabra que tiene, si él vee que no le está bien guardalla. Pero ya te acuerdas, Andrés, que yo juré que si no te pagaba, que había de ir a buscarle, y que le había de hallar, aunque se escondiese en el vientre de la ballena. (N)
      -Así es la verdad -dijo Andrés-, pero no aprovechó nada.
      -Ahora verás si aprovecha -dijo don Quijote.
      Y, diciendo esto, se levantó muy apriesa y mandó a Sancho que enfrenase a Rocinante, que estaba paciendo en tanto que ellos comían.
      Preguntóle Dorotea qué era lo que hacer quería. Él le respondió que quería ir a buscar al villano y castigalle de tan mal término, y hacer pagado a Andrés hasta el último maravedí, a despecho y pesar de cuantos villanos hubiese en el mundo. A lo que ella respondió que advirtiese que no podía, conforme al don prometido, entremeterse en ninguna empresa hasta acabar la suya; y que, pues esto sabía él mejor que otro alguno, que sosegase el pecho hasta la vuelta de su reino.
      -Así es verdad -respondió don Quijote-, y es forzoso que Andrés tenga paciencia hasta la vuelta, como vos, señora, decís; que yo le torno a jurar y a prometer de nuevo de no parar hasta hacerle vengado y pagado.
      -No me creo desos juramentos -dijo Andrés-; más quisiera tener agora con qué llegar a Sevilla que todas las venganzas del mundo: déme, si tiene ahí, algo que coma y lleve, y quédese con Dios su merced y todos los caballeros andantes; que tan bien andantes sean ellos para consigo como lo han sido para conmigo.
      Sacó de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso, y, dándoselo al mozo, le dijo.
      -Tomá, hermano Andrés, que a todos nos alcanza parte de vuestra desgracia.
      -Pues, ¿ qué parte os alcanza a vos? -preguntó Andrés.
      -Esta parte de queso y pan que os doy -respondió Sancho-, que Dios sabe si me ha de hacer falta o no; porque os hago saber, amigo, que los escuderos de los caballeros andantes estamos sujetos a mucha hambre y a mala ventura, y aun a otras cosas que se sienten mejor que se dicen.
      Andrés asió de su pan y queso, y, viendo que nadie le daba otra cosa, abajó su cabeza y tomó el camino en las manos, como suele decirse. Bien es verdad que, al partirse, dijo a don Quijote.
      -Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia; que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.
      Íbase a levantar don Quijote para castigalle, mas él se puso a correr de modo que ninguno se atrevió a seguille. Quedó corridísimo don Quijote del cuento de Andrés, y fue menester que los demás tuviesen mucha cuenta con no reírse, por no acaballe de correr del todo.







Parte I -- Capítulo XXXII . Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote (N)
      Acabóse la buena comida, (N) ensillaron luego, y, sin que les sucediese cosa digna de contar, llegaron otro día a la venta, (N) espanto y asombro de Sancho Panza; y, aunque él quisiera no entrar en ella, no lo pudo huir. La ventera, ventero, su hija y Maritornes, que vieron venir a don Quijote y a Sancho, les salieron a recebir con muestras de mucha alegría, y él las recibió (N) con grave continente y aplauso, (N) y díjoles que le aderezasen otro mejor lecho que la vez pasada; a lo cual le respondió la huéspeda que como la pagase mejor que la otra vez, que ella se la daría de príncipes. (N) Don Quijote dijo que sí haría, y así, le aderezaron uno razonable en el mismo caramanchón (N) de marras, y él se acostó luego, porque venía muy quebrantado y falto de juicio. (N)
      No se hubo bien encerrado, cuando la huéspeda arremetió al barbero, y, asiéndole de la barba, dijo:
      -Para mi santiguada, que no se ha aún de aprovechar más de mi rabo para su barba, y que me ha de volver mi cola; que anda lo de mi marido por esos suelos, que es vergÜenza; digo, el peine, que solía yo colgar de mi buena cola.
      No se la quería dar el barbero, aunque ella más tiraba, hasta que el licenciado le dijo que se la diese, que ya no era menester más usar de aquella industria, sino que se descubriese y mostrase en su misma forma, y dijese a don Quijote que cuando le despojaron los ladrones galeotes se habían venido a aquella venta huyendo; y que si preguntase por el escudero de la princesa, le dirían que ella le había enviado adelante a dar aviso a los de su reino como ella iba y llevaba consigo el libertador de todos. Con esto, dio de buena gana la cola a la ventera el barbero, y asimismo le volvieron todos los adherentes que había prestado para la libertad de don Quijote. Espantáronse todos los de la venta de la hermosura de Dorotea, y aun del buen talle del zagal Cardenio. Hizo el cura que les aderezasen de comer de lo que en la venta hubiese, y el huésped, con esperanza de mejor paga, con diligencia les aderezó una razonable comida; y a todo esto dormía don Quijote, y fueron de parecer de no despertalle, porque más provecho le haría por entonces el dormir que el comer.
      Trataron sobre comida, estando delante el ventero, su mujer, su hija, Maritornes, todos los pasajeros, de la estraña locura de don Quijote y del modo que le habían hallado. La huéspeda les contó lo que con él y con el arriero les había acontecido, y, mirando si acaso estaba allí Sancho, como no le viese, contó todo lo de su manteamiento, de que no poco gusto recibieron. Y, como el cura dijese que los libros de caballerías que don Quijote había leído le habían vuelto el juicio, dijo el ventero:
      -No sé yo cómo puede ser eso; que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letrado en el mundo, (N) y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos. Porque, cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí, las fiestas, muchos segadores, (N) y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas; (N) a lo menos, de mí sé decir que cuando oyo (N) decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días.
      -Y yo ni más ni menos -dijo la ventera-, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer: que estáis tan embobado, que no os acordáis de reñir por entonces.
      -Así es la verdad -dijo Maritornes-, y a buena fe que yo también gusto mucho de oír aquellas cosas, que son muy lindas; y más, cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles. (N)
      -Y a vos ¿ qué os parece, señora doncella? -dijo el cura, hablando con la hija del ventero.
      -No sé, señor, en mi ánima -respondió ella-; también yo lo escucho, y en verdad que, aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen (N) cuando están ausentes de sus señoras: que en verdad que algunas veces me hacen llorar de compasión que les tengo.
      -Luego, ¿ bien las remediárades vos, señora doncella - dijo Dorotea-, si por vos lloraran.
      -No sé lo que me hiciera -respondió la moza-; sólo sé que hay algunas señoras de aquéllas tan crueles, que las llaman sus caballeros tigres y leones y otras mil inmundicias. Y, ¡ Jesús !, yo no sé qué gente es aquélla tan desalmada y tan sin conciencia, que por no mirar a un hombre honrado, le dejan que se muera, o que se vuelva loco. Yo no sé para qué es tanto melindre: si lo hacen de honradas, cásense con ellos, que ellos no desean otra cosa.
      -Calla, niña -dijo la ventera-, que parece que sabes mucho destas cosas, y no está bien a las doncellas saber ni hablar tanto.
      -Como me lo pregunta este señor -respondió ella-, no pude dejar de respondelle.
      -Ahora bien -dijo el cura-, traedme, señor huésped, aquesos libros, que los quiero ver.
      -Que me place -respondió él.
      Y, entrando en su aposento, sacó dél una maletilla vieja, cerrada con una cadenilla, y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de mano. El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia; (N) y el otro, de Felixmarte de Hircania; y el otro, la Historia del Gran Capitán (N) Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes. Así como el cura leyó los dos títulos primeros, volvió el rostro al barbero y dijo.
      -Falta nos hacen aquí ahora el ama de mi amigo y su sobrina.
      -No hacen -respondió el barbero-, que también sé yo llevallos al corral o a la chimenea; que en verdad que hay muy buen fuego en ella.
      -Luego, ¿ quiere vuestra merced quemar más libros? (N) -dijo el ventero.
      -No más -dijo el cura- que estos dos: el de Don Cirongilio y el de Felixmarte.
      -Pues, ¿ por ventura -dijo el ventero- mis libros son herejes o flemáticos, que los quiere quemar.
      -Cismáticos queréis decir, amigo -dijo el barbero - , que no flemáticos.
      -Así es -replicó el ventero-; mas si alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitán y dese Diego García, que antes dejaré quemar un hijo que dejar quemar ninguno desotros.
      -Hermano mío -dijo el cura-, estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos; y este del Gran Capitán es historia verdadera, y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual, por sus muchas y grandes hazañas, mereció ser llamado de todo el mundo Gran Capitán, (N) renombre famoso y claro, y dél sólo merecido. Y este Diego García de Paredes (N) fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales que detenía con un dedo una rueda de molino (N) en la mitad de su furia; y, puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército, (N) que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas que, como si él las cuenta y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero y de coronista propio, (N) las escribiera otro, libre y desapasionado, pusieran en su olvido las de los Hétores, Aquiles y Roldanes.
      -¡ Tomaos con mi padre ! -dijo el dicho ventero-. ¡ Mirad de qué se espanta: de detener una rueda de molino ! Por Dios, ahora había vuestra merced de leer lo que hizo Felixmarte de Hircania, que de un revés solo partió cinco gigantes (N) por la cintura, como si fueran hechos de habas, como los frailecicos que hacen los niños. (N) Y otra vez arremetió con un grandísimo y poderosísimo ejército, donde llevó más de un millón y seiscientos mil soldados, (N) todos armados desde el pie hasta la cabeza, y los desbarató a todos, como si fueran manadas de ovejas. Pues, ¿ qué me dirán del bueno de don Cirongilio de Tracia, que fue tan valiente y animoso como se verá en el libro, donde cuenta que, navegando por un río, le salió de la mitad del agua una serpiente de fuego, y él, así como la vio, se arrojó sobre ella, y se puso a horcajadas encima de sus escamosas espaldas, y le apretó con ambas manos la garganta, con tanta fuerza que, viendo la serpiente que la iba ahogando, no tuvo otro remedio sino dejarse ir a lo hondo del río, llevándose tras sí al caballero, que nunca la quiso soltar? Y, cuando llegaron allá bajo, (N) se halló en unos palacios y en unos jardines tan lindos que era maravilla; y luego la sierpe se volvió en un viejo anciano, (N) que le dijo tantas de cosas que no hay más que oír. Calle, señor, que si oyese esto, se volvería loco de placer. ¡ Dos higas para el Gran Capitán (N) y para ese Diego García que dice.
      Oyendo esto Dorotea, dijo callando (N) a Cardenio.
      -Poco le falta a nuestro huésped para hacer la segunda parte de don Quijote. (N)
      -Así me parece a mí -respondió Cardenio-, porque, según da indicio, él tiene por cierto que todo lo que estos libros cuentan pasó ni más ni menos que lo escriben, y no le harán creer otra cosa frailes descalzos. (N)
      -Mirad, hermano -tornó a decir el cura-, que no hubo en el mundo Felixmarte de Hircania, ni don Cirongilio de Tracia, ni otros caballeros semejantes que los libros de caballerías cuentan, porque todo es compostura y ficción de ingenios ociosos, que los compusieron para el efeto que vos decís de entretener el tiempo, como lo entretienen leyéndolos vuestros segadores; porque realmente os juro que nunca tales caballeros fueron en el mundo, ni tales hazañas ni disparates acontecieron en él.
      -¡ A otro perro con ese hueso ! -respondió el ventero-. ¡ Como si yo no supiese cuántas son cinco y adónde me aprieta el zapato ! No piense vuestra merced darme papilla, (N) porque por Dios que no soy nada blanco. ¡ Bueno es que quiera darme vuestra merced a entender que todo aquello que estos buenos libros dicen sea disparates y mentiras, estando impreso con licencia de los señores del Consejo Real, (N) como si ellos fueran gente que habían de dejar imprimir tanta mentira junta, y tantas batallas y tantos encantamentos que quitan el juicio.
      -Ya os he dicho, amigo -replicó el cura-, que esto se hace para entretener nuestros ociosos pensamientos; y, así como se consiente en las repúblicas bien concertadas (N) que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para entretener a algunos que ni tienen, ni deben, ni pueden trabajar, así se consiente imprimir y que haya tales libros, creyendo, como es verdad, (N) que no ha de haber alguno tan ignorante que tenga por historia verdadera ninguna destos libros. Y si me fuera lícito agora, y el auditorio lo requiriera, yo dijera cosas acerca de lo que han de tener los libros de caballerías para ser buenos, que quizá fueran de provecho y aun de gusto para algunos; pero yo espero que vendrá tiempo en que lo pueda comunicar con quien pueda remediallo, (N) y en este entretanto creed, señor ventero, lo que os he dicho, y tomad vuestros libros, y allá os avenid con sus verdades o mentiras, y buen provecho os hagan, y quiera Dios que no cojeéis del pie que cojea vuestro huésped don Quijote.
      -Eso no -respondió el ventero-, que no seré yo tan loco que me haga caballero andante: que bien veo que ahora no se usa lo que se usaba en aquel tiempo, cuando se dice que andaban por el mundo estos famosos caballeros.
      A la mitad desta plática se halló Sancho presente, y quedó muy confuso y pensativo de lo que había oído decir que ahora no se usaban caballeros andantes, y que todos los libros de caballerías eran necedades y mentiras, y propuso en su corazón de esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo, y que si no salía con la felicidad que él pensaba, determinaba de dejalle (N) y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo.
      Llevábase la maleta y los libros el ventero, mas el cura le dijo.
      -Esperad, que quiero ver qué papeles son esos que de tan buena letra están escritos.
      Sacólos el huésped, y, dándoselos a leer, vio hasta obra de ocho pliegos escritos de mano, y al principio tenían un título grande que decía: Novela del curioso impertinente. Leyó el cura para sí tres o cuatro renglones y dijo.
      -Cierto que no me parece mal el título desta novela, y que me viene voluntad de leella toda.
      A lo que respondió el ventero.
      -Pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber que algunos huéspedes que aquí la han leído les ha contentado mucho, y me la han pedido con muchas veras; mas yo no se la he querido dar, pensando volvérsela a quien aquí dejó esta maleta olvidada con estos libros y esos papeles; que bien puede ser que vuelva su dueño por aquí algún tiempo, y, aunque sé que me han de hacer falta los libros, a fe que se los he de volver: que, aunque ventero, todavía soy cristiano. (N)
      -Vos tenéis mucha razón, amigo -dijo el cura-, mas, con todo eso, si la novela me contenta, me la habéis de dejar trasladar.
      -De muy buena gana -respondió el ventero.
      Mientras los dos esto decían, había tomado Cardenio la novela y comenzado a leer en ella; y, pareciéndole lo mismo que al cura, le rogó que la leyese de modo que todos la oyesen.
      -Sí leyera -dijo el cura-, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer.
      -Harto reposo será para mí -dijo Dorotea - entretener el tiempo oyendo algún cuento, pues aún no tengo el espíritu tan sosegado que me conceda dormir cuando fuera razón.
      -Pues desa manera -dijo el cura-, quiero leerla, por curiosidad siquiera; quizá tendrá alguna de gusto. (N)
      Acudió maese Nicolás a rogarle lo mesmo, y Sancho también; lo cual visto del cura, y entendiendo que a todos daría gusto y él le recibiría, dijo.
      -Pues así es, esténme todos atentos, que la novela comienza desta manera:.







Parte I -- Capítulo XXXIII . Donde se cuenta la novela del curioso impertinente

      « En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos que, por excelencia y antonomasia, de todos los que los conocían los dos amigos eran llamados. Eran solteros, mozos de una misma edad y de unas mismas costumbres; todo lo cual era bastante causa a que los dos (N) con recíproca amistad se correspondiesen. Bien es verdad que el Anselmo era algo más inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual llevaban tras sí los de la caza; pero, cuando se ofrecía, dejaba Anselmo de acudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario dejaba los suyos por acudir a los de Anselmo; y, desta manera, andaban tan a una sus voluntades, que no había concertado reloj que así lo anduviese.
      » Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y hermosa de la misma ciudad, hija de tan buenos padres y tan buena ella por sí, que se determinó, con el parecer de su amigo Lotario, sin el cual ninguna cosa hacía, de pedilla por esposa a sus padres, y así lo puso en ejecución; y el que llevó la embajada fue Lotario, y el que concluyó el negocio tan a gusto de su amigo, que en breve tiempo se vio puesto en la posesión que deseaba, y Camila tan contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de dar gracias al cielo, y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le había venido.
      » Los primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres, continuó Lotario, como solía, la casa de su amigo (N) Anselmo, procurando honralle, festejalle y regocijalle con todo aquello que a él le fue posible; pero, acabadas las bodas y sosegada ya la frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a descuidarse con cuidado de las idas en casa de Anselmo, (N) por parecerle a él -como es razón que parezca a todos los que fueren discretos- que no se han de visitar ni continuar las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros; porque, aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser sospechosa (N) en nada, con todo esto, es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los mesmos hermanos, cuanto más de los amigos.
      » Notó Anselmo la remisión de Lotario, y formó dél quejas grandes, diciéndole que si él supiera que el casarse había de ser parte para no comunicalle como solía, (N) que jamás lo hubiera hecho, y que si, por la buena correspondencia que los dos tenían mientras él fue soltero, habían alcanzado tan dulce nombre como el de ser llamados los dos amigos, que no permitiese, por querer hacer del circunspecto, sin otra ocasión alguna, que tan famoso y tan agradable nombre se perdiese; y que así, le suplicaba, si era lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese a ser señor de su casa, y a entrar y salir en ella como de antes, asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra voluntad que la que él quería que tuviese, y que, por haber sabido ella con cuántas veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en él tanta esquiveza.
      » A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario para persuadille volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena intención de su amigo, y quedaron de concierto que dos días en la semana y las fiestas fuese Lotario a comer con él; y, aunque esto quedó así concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer más (N) de aquello que viese que más convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito estimaba en más que el suyo proprio. Decía él, y decía bien, que el casado a quien el cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener qué amigos llevaba a su casa como en mirar (N) con qué amigas su mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni en las fiestas públicas, ni estaciones - cosas que no todas veces las han de negar los maridos a sus mujeres-, se concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien más satisfación se tiene.
      » También decía Lotario que tenían necesidad los casados de tener cada uno algún amigo que le advirtiese de los descuidos que en su procede.
      hiciese, (N) porque suele acontecer que con el mucho amor que el marido a la mujer tiene, o no le advierte o no le dice, por no enojalla, que haga o deje de hacer algunas cosas, que el hacellas o no, le sería de honra o de vituperio; de lo cual, siendo del amigo advertido, fácilmente pondría remedio en todo. Pero, ¿ dónde se hallará amigo tan discreto y tan leal y verdadero como aquí Lotario le pide? No lo sé yo, por cierto; sólo Lotario era éste, que con toda solicitud y advertimiento miraba por la honra de su amigo y procuraba dezmar, frisar y acortar (N) los días del concierto del ir a su casa, porque no pareciese mal al vulgo ocioso y a los ojos vagabundos y maliciosos la entrada de un mozo rico, gentilhombre y bien nacido, y de las buenas partes que él pensaba que tenía, en la casa de una mujer tan hermosa como Camila; que, puesto que su bondad y valor (N) podía poner freno a toda maldiciente lengua, todavía no quería poner en duda su crédito ni el de su amigo, y por esto los más de los días del concierto los ocupaba y entretenía en otras cosas, que él daba a entender ser inexcusables. Así que, en quejas del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y partes del día.
      » Sucedió, pues, que uno que los dos se andaban paseando por un prado fuera de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las semejantes razones. (N)
      » -Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en hacerme hijo de tales padres como fueron los míos y al darme, no con mano escasa, los bienes, así los que llaman de naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recebido, y sobre al que me hizo (N) en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propria: dos prendas que las estimo, (N) si no en el grado que debo, en el que puedo. Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres suelen y pueden vivir contentos, (N) vivo yo el más despechado y el más desabrido hombre de todo el universo mundo; (N) porque no sé qué días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño, y tan fuera del uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y procuro callarlo y encubrirlo de mis proprios pensamientos; y así me ha sido posible salir con este secreto como si de industria procurara decillo a todo el mundo. Y, pues que, en efeto, él ha de salir a plaza, quiero que sea en la del archivo de tu secreto, confiado que, con él y con la diligencia que pondrás, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
      » Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había de parar tan larga prevención o preámbulo; y, aunque iba revolviendo en su imaginación qué deseo podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del blanco de la verdad; y, por salir presto de la agonía que le causaba aquella suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su mucha amistad en andar buscando rodeos para decirle sus más encubiertos pensamientos, pues tenía cierto que se podía prometer dél, o ya consejos para entretenellos, o ya remedio para cumplillos.
      » -Así es la verdad -respondió Anselmo-, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, es tan buena y tan perfeta como yo pienso; (N) y no puedo enterarme en esta verdad, si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego muestra los del oro. Porque yo tengo para mí, ¡ oh amigo !, que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada, y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas, (N) a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes. Porque, ¿ qué hay que agradecer -decía él - que una mujer sea buena, si nadie le dice que sea mala? ¿ Qué mucho que esté recogida y temerosa la que no le dan ocasión para que se suelte, y la que sabe que tiene marido que, en cogiéndola en la primera desenvoltura, la ha de quitar la vida? Ansí que, la que es buena por temor, o por falta de lugar, yo no la quiero tener en aquella estima en que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la corona del vencimiento. De modo que, por estas razones y por otras muchas que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo, deseo que Camila, mi esposa, pase por estas dificultades y se acrisole y quilate en el fuego de verse requerida y solicitada, y de quien tenga valor para poner en ella sus deseos; y si ella sale, como creo que saldrá, con la palma desta batalla, tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo decir que está colmo el vacío de mis deseos; (N) diré que me cupo en suerte la mujer fuerte, de quien el Sabio dice que ¿ quién la hallará? (N) Y, cuando esto suceda al revés de lo que pienso, con el gusto de ver que acerté en mi opinión, llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa experiencia. Y, prosupuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi deseo ha de ser de algún provecho para dejar de ponerle por la obra, quiero, ¡ oh amigo Lotario !, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta obra de mi gusto; que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte todo aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta, honrada, recogida y desinteresada. Y muéveme, entre otras cosas, a fiar de ti esta tan ardua empresa, el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo a tener por hecho lo que se ha de hacer, por buen respeto; (N) y así, no quedaré yo ofendido más de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de la muerte. Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que nuestra amistad me asegura.
      » Éstas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales estuvo tan atento, que si no fueron las que quedan escritas que le dijo, no desplegó sus labios hasta que hubo acabado; y, viendo que no decía más, después que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara otra cosa que jamás hubiera visto, que le causara admiración y espanto, le dijo.
      » -No me puedo persuadir, ¡ oh amigo Anselmo !, a que no sean burlas las cosas que me has dicho; que, a pensar que de veras las decías, no consintiera que tan adelante pasaras, porque con no escucharte previniera tu larga arenga. Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco. Pero no; que bien sé que eres Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario; el daño está en que yo pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser, porque las cosas que me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han de pedir a aquel Lotario que tú conoces; porque los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse dellos, como dijo un poeta, usque ad aras; que quiso decir que no se habían de valer de su amistad en cosas que fuesen contra Dios. Pues, si esto sintió un gentil (N) de la amistad, ¿ cuánto mejor es que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la amistad divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra que pusiese aparte los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas ligeras y de poco momento, sino por aquellas (N) en que vaya la honra y la vida de su amigo. Pues dime tú ahora, Anselmo: ¿ cuál destas dos cosas tienes en peligro para que yo me aventure a complacerte y a hacer una cosa tan detestable como me pides? Ninguna, por cierto; antes, me pides, según yo entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela a mí juntamente. Porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro está que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto; y, siendo yo el instrumento, como tú quieres que lo sea, de tanto mal tuyo, ¿ no vengo a quedar deshonrado, y, por el mesmo consiguiente, sin vida? Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme (N) hasta que acabe de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu deseo; que tiempo quedará para que tú me repliques y yo te escuche.
      » -Que me place -dijo Anselmo-: di lo que quisieres.
      » Y Lotario prosiguió diciendo.
      » -Paréceme, ¡ oh Anselmo !, que tienes tú ahora el ingenio como el que siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles, intelegibles, (N) demonstrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no se pueden negar, como cuando dicen: "Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales"; y, cuando esto no entiendan de palabra, como, en efeto, no lo entienden, háseles de mostrar con las manos y ponérselo delante de los ojos, (N) y, aun con todo esto, no basta nadie con ellos a persuadirles (N) las verdades de mi sacra religión. Y este mesmo término y modo me convendrá usar contigo, porque el deseo que en ti ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello que tenga sombra de razonable, que me parece que ha de ser tiempo gastado (N) el que ocupare en darte a entender tu simplicidad, que por ahora no le quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino, en pena de tu mal deseo; mas no me deja usar deste rigor la amistad que te tengo, la cual no consiente que te deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte. Y, porque claro lo veas, dime, Anselmo: ¿ tú no me has dicho que tengo de solicitar a una retirada, persuadir a una honesta, ofrecer a una desinteresada, servir a una prudente? Sí que me lo has dicho. Pues si tú sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, ¿ qué buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como saldrá sin duda, (N) ¿ qué mejores títulos piensas darle después que los que ahora tiene, o qué será más después de lo que es ahora? O es que tú no la tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo que dices, ¿ para qué quieres probarla, sino, como a mala, hacer della lo que más te viniere en gusto? (N) Mas si es tan buena como crees, impertinente cosa será hacer experiencia de la mesma verdad, pues, después de hecha, se ha de quedar con la estimación que primero tenía. Así que, es razón concluyente que el intentar las cosas de las cuales antes nos puede suceder daño que provecho es de juicios sin discurso y temerarios, y más cuando quieren intentar aquellas a que no son forzados ni compelidos, y que de muy lejos traen descubierto que el intentarlas es manifiesta locura. Las cosas dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos a dos: las que se acometen por Dios son las que acometieron los santos, acometiendo a vivir vida de ángeles en cuerpos humanos; las que se acometen por respeto del mundo son las de aquellos que pasan tanta infinidad de agua, tanta diversidad de climas, tanta estrañeza de gentes, por adquirir estos que llaman bienes de fortuna. Y las que se intentan por Dios y por el mundo juntamente son aquellas de los valerosos soldados, que apenas veen en el contrario muro abierto tanto espacio cuanto es el que pudo hacer una redonda bala de artillería, cuando, puesto aparte todo temor, sin hacer discurso ni advertir al manifiesto peligro que les amenaza, llevados en vuelo de las alas del deseo de volver por su fe, por su nación y por su rey, se arrojan intrépidamente por la mitad de mil contrapuestas muertes que los esperan. Estas cosas son las que suelen intentarse, y es honra, gloria y provecho intentarlas, aunque tan llenas de inconvenientes y peligros. Pero la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, ni te ha de alcanzar gloria de Dios, bienes de la fortuna, ni fama con los hombres; porque, puesto que salgas con ella como deseas, no has de quedar ni más ufano, ni más rico, ni más honrado que estás ahora; y si no sales, te has de ver en la mayor miseria que imaginarse pueda, porque no te ha de aprovechar pensar entonces que no sabe nadie la desgracia que te ha sucedido, porque bastará para afligirte y deshacerte que la sepas tú mesmo. Y, para confirmación desta verdad, te quiero decir una estancia que hizo el famoso poeta Luis Tansilo, (N) en el fin de su primera parte de Las lágrimas de San Pedro, que dice así: Crece el dolor y crece la vergÜenza
en Pedro, cuando el día se ha mostrado;
y, aunque allí no ve a nadie, se avergÜenza
de sí mesmo, por ver que había pecado:
que a un magnánimo pecho a haber vergÜenza
no sólo ha de moverle el ser mirado;
que de sí se avergÜenza cuando yerra,
si bien otro no vee que cielo y tierra. (N)

      Así que, no escusarás con el secreto tu dolor; antes, tendrás que llorar contino, si no lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón, como las lloraba aquel simple doctor que nuestro poeta nos cuenta que hizo la prueba del vaso, (N) que, con mejor discurso, se escusó de hacerla el prudente Reinaldos; que, puesto que aquello sea ficción poética, tiene en sí encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e imitados. (N) Cuanto más que, con lo que ahora pienso decirte, acabarás de venir en conocimiento del grande error que quieres cometer. Dime, Anselmo, si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le viesen, y que todos a una voz y de común parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía estender la naturaleza de tal piedra, y tú mesmo lo creyeses así, sin saber otra cosa en contrario, ¿ sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle entre un ayunque y un martillo, (N) y allí, a pura fuerza de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si lo pusieses por obra; (N) que, puesto caso que la piedra hiciese resistencia a tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama; y si se rompiese, cosa que podría ser, ¿ no se perdería todo? Sí, por cierto, dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. (N) Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es fínisimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre, pues, aunque se quede con su entereza, no puede subir a más valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde ahora cuál quedarías sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti mesmo, por haber sido causa de su perdición y la tuya. Mira que no hay joya en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y, pues la de tu esposa es tal que llega al estremo de bondad que sabes, ¿ para qué quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfeción que le falta, que consiste en el ser virtuosa. (N) Cuentan los naturales que el arminio (N) es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle, los cazadores usan deste artificio: que, sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar, y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida. La honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve blanca y limpia la virtud de la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la guarde y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio se tiene, porque no le han de poner delante el cieno de los regalos y servicios de los importunos amantes, porque quizá, y aun sin quizá, no tiene tanta virtud y fuerza natural que pueda por sí mesma atropellar y pasar por aquellos embarazos, (N) y es necesario quitárselos y ponerle delante la limpieza de la virtud y la belleza que encierra en sí la buena fama. Es asimesmo la buena mujer como espejo de cristal luciente y claro; pero está sujeto a empañarse y escurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase de usar con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y no tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena como se guarda y estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo dueño no consiente que nadie le pasee ni manosee; basta que desde lejos, y por entre las verjas de hierro, gocen de su fragrancia y hermosura. Finalmente, quiero decirte unos versos que se me han venido a la memoria, que los oí en una comedia moderna, que me parece que hacen al propósito (N) de lo que vamos tratando. Aconsejaba un prudente viejo a otro, padre de una doncella, que la recogiese, guardase y encerrase, y entre otras razones, le dijo éstas: Es de vidrio la mujer;
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar,
porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse,
y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse.
Y en esta opinión estén
todos, y en razón la fundo:
que si hay Dánaes en el mundo,
hay pluvias de oro también.

      Cuanto hasta aquí te he dicho, ¡ oh Anselmo !, ha sido por lo que a ti te toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mí me conviene; y si fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde te has entrado y de donde quieres que yo te saque. Tú me tienes por amigo y quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sólo pretendes esto, sino que procuras que yo te la quite a ti. Que me la quieres quitar a mí está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito, como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti no hay duda, porque, viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he visto en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a descubrirle mi mal deseo; y, teniéndose por deshonrada, te toca a ti, como a cosa suya, su mesma deshonra. Y de aquí nace lo que comúnmente se platica: (N) que el marido de la mujer adúltera, puesto que él no lo sepa ni haya dado ocasión para que su mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su descuido y poco recato estorbar su desgracia, (N) con todo, le llaman y le nombran con nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran, los que la maldad de su mujer saben, con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de lástima, viendo que no por su culpa, sino por el gusto de su mala compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la causa por que con justa razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasión, para que ella lo sea. Y no te canses de oírme, que todo ha de redundar en tu provecho. Cuando Dios crió a nuestro primero padre en el Paraíso terrenal, dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que, estando durmiendo, le sacó una costilla del lado siniestro, (N) de la cual formó a nuestra madre Eva; y, así como Adán despertó y la miró, dijo: ′′Ésta es carne de mi carne y hueso de mis huesos′′. (N) Y Dios dijo: ′′Por ésta dejará el hombre a su padre y madre, y serán dos en una carne misma′′. Y entonces fue instituido el divino sacramento del matrimonio, con tales lazos que sola la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este milagroso sacramento, que hace que dos diferentes personas sean una mesma carne; y aún hace más en los buenos casados, que, aunque tienen dos almas, no tienen más de una voluntad. Y de aquí viene que, como la carne de la esposa sea una mesma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o los defectos que se procura, (N) redundan en la carne del marido, aunque él no haya dado, como queda dicho, ocasión para aquel daño. Porque, así como el dolor del pie o de cualquier miembro del cuerpo humano le siente todo el cuerpo, por ser todo de una carne mesma, y la cabeza siente el daño del tobillo, sin que ella se le haya causado, así el marido es participante de la deshonra de la mujer, por ser una mesma cosa con ella. (N) Y como las honras y deshonras del mundo sean todas y nazcan de carne y sangre, y las de la mujer mala sean deste género, es forzoso que al marido le quepa parte dellas, (N) y sea tenido por deshonrado sin que él lo sepa. Mira, pues, ¡ oh Anselmo !, al peligro que te pones en querer turbar el sosiego en que tu buena esposa vive. Mira por cuán vana e impertinente curiosidad quieres revolver los humores que ahora están sosegados en el pecho de tu casta esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que lo que perderás será tanto (N) que lo dejaré en su punto, porque me faltan palabras para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho no basta a moverte de tu mal propósito, bien puedes buscar otro instrumento (N) de tu deshonra y desventura, que yo no pienso serlo, aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor pérdida que imaginar puedo.
      » Calló, en diciendo esto, el virtuoso y prudente Lotario, y Anselmo quedó tan confuso y pensativo que por un buen espacio no le pudo responder palabra; pero, en fin, le dijo.
      » -Con la atención que has visto he escuchado, Lotario amigo, cuanto has querido decirme, y en tus razones, ejemplos y comparaciones he visto la mucha discreción que tienes y el estremo de la verdadera amistad que alcanzas; y ansimesmo veo y confieso que si no sigo tu parecer y me voy tras el mío, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal. Prosupuesto esto, has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas peores, aun asquerosas para mirarse, cuanto más para comerse; así que, es menester usar de algún artificio para que yo sane, y esto se podía hacer con facilidad, sólo con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan tierna que a los primeros encuentros dé con su honestidad por tierra; y con solo este principio quedaré contento y tú habrás cumplido con lo que debes a nuestra amistad, no solamente dándome la vida, sino persuadiéndome de no verme sin honra. (N) Y estás obligado a hacer esto por una razón sola; y es que, estando yo, como estoy, determinado de poner en plática esta prueba, no has tú de consentir que yo dé cuenta de mi desatino a otra persona, con que pondría en aventura el honor que tú procuras que no pierda; y, cuando el tuyo no esté en el punto que debe en la intención de Camila (N) en tanto que la solicitares, importa poco o nada, pues con brevedad, viendo en ella la entereza que esperamos, le podrás decir la pura verdad de nuestro artificio, con que volverá tu crédito al ser primero. Y, pues tan poco aventuras y tanto contento me puedes dar aventurándote, no lo dejes de hacer, aunque más inconvenientes se te pongan delante, pues, como ya he dicho, con sólo que comiences daré por concluida la causa.
      » Viendo Lotario la resoluta voluntad de Anselmo, y no sabiendo qué más ejemplos traerle ni qué más razones mostrarle para que no la siguiese, y viendo que le amenazaba que daría a otro cuenta de su mal deseo, por evitar mayor mal, determinó de contentarle y hacer lo que le pedía, con propósito e intención de guiar aquel negocio de modo que, sin alterar los pensamientos de Camila, quedase Anselmo satisfecho; y así, le respondió que no comunicase su pensamiento con otro alguno, que él tomaba a su cargo aquella empresa, la cual comenzaría cuando a él le diese más gusto. Abrazóle Anselmo tierna y amorosamente, y agradecióle su ofrecimiento, como si alguna grande merced le hubiera hecho; y quedaron de acuerdo entre los dos que desde otro día siguiente se comenzase la obra; que él le daría lugar y tiempo como a sus solas pudiese hablar a Camila, (N) y asimesmo le daría dineros y joyas que darla y que ofrecerla. (N) Aconsejóle que le diese músicas, que escribiese versos en su alabanza, y que, cuando él no quisiese tomar trabajo de hacerlos, él mesmo los haría. (N) A todo se ofreció Lotario, bien con diferente intención (N) que Anselmo pensaba.
      » Y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo, donde hallaron a Camila con ansia y cuidado, esperando a su esposo, porque aquel día tardaba en venir más de lo acostumbrado.
      » Fuese Lotario a su casa, y Anselmo quedó en la suya, tan contento como Lotario fue pensativo, no sabiendo qué traza dar para salir bien de aquel impertinente negocio. Pero aquella noche pensó el modo que tendría para engañar a Anselmo, sin ofender a Camila; y otro día vino a comer con su amigo, y fue bien recebido de Camila, la cual le recebía y regalaba con mucha voluntad, por entender la buena que su esposo le tenía.
      » Acabaron de comer, levantaron los manteles y Anselmo dijo a Lotario que se quedase allí con Camila, en tanto que él iba a un negocio forzoso, que dentro de hora y media volvería. Rogóle Camila que no se fuese y Lotario se ofreció a hacerle compañía, más nada aprovechó con Anselmo; antes, importunó a Lotario que se quedase y le aguardase, porque tenía que tratar con él una cosa de mucha importancia. Dijo también a Camila que no dejase solo a Lotario en tanto que él volviese. En efeto, él supo tan bien fingir la necesidad, o necedad, de su ausencia, (N) que nadie pudiera entender que era fingida. Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y Lotario, porque la demás gente de casa toda se había ido a comer. Viose Lotario puesto en la estacada (N) que su amigo deseaba y con el enemigo delante, que pudiera vencer con sola su hermosura a un escuadrón de caballeros armados: mirad si era razón que le temiera Lotario.
      » Pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la silla y la mano abierta en la mejilla, y, pidiendo perdón a Camila del mal comedimiento, dijo que quería reposar un poco en tanto que Anselmo volvía. Camila le respondió que mejor reposaría en el estrado (N) que en la silla, y así, le rogó se entrase a dormir en él. No quiso Lotario, y allí se quedó dormido hasta que volvió Anselmo, el cual, como halló a Camila en su aposento y a Lotario durmiendo, creyó que, como se había tardado tanto, ya habrían tenido los dos lugar para hablar, y aun para dormir, y no vio la hora en que Lotario despertase, para volverse con él fuera y preguntarle de su ventura.
      » Todo le sucedió como él quiso: Lotario despertó, y luego salieron los dos de casa, y así, le preguntó lo que deseaba, y le respondió Lotario que no le había parecido ser bien que la primera vez se descubriese del todo; y así, no había hecho otra cosa que alabar a Camila de hermosa, diciéndole que en toda la ciudad no se trataba de otra cosa que de su hermosura y discreción, y que éste le había parecido buen principio para entrar ganando la voluntad, y disponiéndola a que otra vez le escuchase con gusto, usando en esto del artificio que el demonio usa cuando quiere engañar a alguno que está puesto en atalaya de mirar por sí: (N) que se transforma en ángel de luz, siéndolo él de tinieblas, y, poniéndole delante apariencias buenas, al cabo descubre quién es y sale con su intención, si a los principios no es descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho a Anselmo, y dijo que cada día daría el mesmo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se ocuparía en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su artificio.
      » Sucedió, pues, que se pasaron muchos días que, sin decir Lotario palabra a Camila, respondía a Anselmo que la hablaba y jamás podía sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una señal de sombra de esperanza; (N) antes, decía que le amenazaba que si de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo.
      » -Bien está -dijo Anselmo-. Hasta aquí ha resistido Camila a las palabras; es menester ver cómo resiste a las obras: (N) yo os daré mañana dos mil escudos de oro (N) para que se los ofrezcáis, y aun se los deis, y otros tantos para que compréis joyas con que cebarla; que las mujeres suelen ser aficionadas, y más si son hermosas, por más castas que sean, a esto de traerse bien y andar galanas; y si ella resiste a esta tentación, (N) yo quedaré satisfecho y no os daré más pesadumbre.
      » Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin aquella empresa, puesto que entendía salir della cansado y vencido. Otro día recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo; pero, en efeto, determinó de decirle que Camila estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las palabras, y que no había para qué cansarse más, porque todo el tiempo se gastaba en balde.
      » Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que, habiendo dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras veces solía, él se encerró en un aposento (N) y por los agujeros de la cerradura estuvo mirando y escuchando lo que los dos trataban, y vio que en más de media hora Lotario no habló palabra a Camila, ni se la hablara si allí estuviera un siglo, y cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le había dicho de las respuestas de Camila todo era ficción y mentira. Y, para ver si esto era ansí, salió del aposento, y, llamando a Lotario aparte, le preguntó qué nuevas había y de qué temple estaba Camila. Lotario le respondió que no pensaba más darle puntada (N) en aquel negocio, porque respondía tan áspera y desabridamente, que no tendría ánimo para volver a decirle cosa alguna.
      » -¡ Ah ! -dijo Anselmo-, Lotario, Lotario, y cuán mal correspondes a lo que me debes y a lo mucho que de ti confío ! Ahora te he estado mirando por el lugar que concede la entrada desta llave, y he visto que no has dicho palabra a Camila, por donde me doy a entender que aun las primeras le tienes por decir; y si esto es así, como sin duda lo es, ¿ para qué me engañas, o por qué quieres quitarme con tu industria los medios que yo podría hallar para conseguir mi deseo.
      » No dijo más Anselmo, (N) pero bastó lo que había dicho para dejar corrido y confuso a Lotario; el cual, casi como tomando por punto de honra el haber sido hallado en mentira, juró a Anselmo que desde aquel momento tomaba tan a su cargo el contentalle y no mentille, cual lo vería si con curiosidad lo espiaba; cuanto más, que no sería menester usar de ninguna diligencia, porque la que él pensaba poner en satisfacelle le quitaría de toda sospecha. Creyóle Anselmo, y para dalle comodidad más segura y menos sobresaltada, determinó de hacer ausencia de su casa por ocho días, yéndose a la de un amigo suyo, que estaba en una aldea, no lejos de la ciudad, con el cual amigo concertó que le enviase a llamar con muchas veras, para tener ocasión con Camila de su partida.
      » ¡ Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo ! ¿ Qué es lo que haces? ¿ Qué es lo que trazas? ¿ Qué es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo, trazando tu deshonra y ordenando tu perdición. Buena es tu esposa Camila, quieta y sosegadamente la posees, nadie sobresalta tu gusto, sus pensamientos no salen de las paredes de su casa, tú eres su cielo en la tierra, el blanco de sus deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida por donde mide su voluntad, ajustándola en todo con la tuya y con la del cielo. Pues si la mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te da sin ningún trabajo toda la riqueza que tiene y tú puedes desear, ¿ para qué quieres ahondar la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo y nunca visto tesoro, poniéndote a peligro que toda venga abajo, pues, en fin, se sustenta sobre los débiles arrimos de su flaca naturaleza? Mira que el que busca lo imposible es justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor un poeta, diciendo: Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido
que, pues lo imposible pido,
lo posible aun no me den.

      » Fuese otro día Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que el tiempo que él estuviese ausente vendría Lotario a mirar por su casa y a comer con ella; que tuviese cuidado de tratalle como a su mesma persona. Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y díjole que advirtiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa, (N) y que si lo hacía por no tener confianza que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia como para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que aquél era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y obedecelle. Camila dijo que ansí lo haría, aunque contra su voluntad.
      » Partióse Anselmo, y otro día vino a su casa Lotario, donde fue rescebido de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual jamás se puso en parte donde Lotario la viese a solas, porque siempre andaba rodeada de sus criados y criadas, especialmente de una doncella suya, llamada Leonela, a quien ella mucho quería, por haberse criado desde niñas las dos juntas en casa de los padres de Camila, y cuando se casó con Anselmo la trujo consigo.
      » En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque pudiera, cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a comer con mucha priesa, porque así se lo tenía mandado Camila. Y aun tenía orden Leonela que comiese primero que Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas ella, que en otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento y había menester aquellas horas y aquel lugar para ocuparle en sus contentos, no cumplía todas veces (N) el mandamiento de su señora; antes, los dejaba solos, como si aquello le hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía freno a la lengua de Lotario.
      » Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila hicieron, poniendo silencio en la lengua de Lotario, redundó más en daño de los dos, porque si la lengua callaba, el pensamiento discurría y tenía lugar de contemplar, parte por parte, todos los estremos de bondad y de hermosura que Camila tenía, bastantes a enamorar una estatua de mármol, no que un corazón de carne.
      » Mirábala Lotario en el lugar y espacio que había de hablarla, y consideraba cuán digna era de ser amada; y esta consideración comenzó poco a poco a dar asaltos a los respectos que a Anselmo tenía, y mil veces quiso ausentarse de la ciudad y irse donde jamás Anselmo le viese a él, ni él viese a Camila; mas ya le hacía impedimento y detenía el gusto que hallaba en mirarla. Hacíase fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir el contento que le llevaba a mirar a Camila. Culpábase a solas de su desatino, llamábase mal amigo y aun mal cristiano; hacía discursos y comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más había sido la locura y confianza de Anselmo que su poca fidelidad, (N) y que si así tuviera disculpa para con Dios como para con los hombres de lo que pensaba hacer, que no temiera pena por su culpa.
      » En efecto, la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con la ocasión que el ignorante marido le había puesto en las manos, dieron con la lealtad de Lotario en tierra. Y, sin mirar a otra cosa que aquella a que su gusto le inclinaba, al cabo de tres días de la ausencia de Anselmo, en los cuales estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos, comenzó a requebrar a Camila, con tanta turbación y con tan amorosas razones que Camila quedó suspensa, y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse a su aposento, sin respondelle palabra alguna. Mas no por esta sequedad se desmayó en Lotario la esperanza, que siempre nace juntamente con el amor; antes, tuvo en más a Camila. La cual, habiendo visto en Lotario lo que jamás pensara, no sabía qué hacerse. Y, pareciéndole no ser cosa segura ni bien hecha darle ocasión ni lugar a que otra vez la hablase, determinó de enviar aquella mesma noche, como lo hizo, a un criado suyo con un billete a Anselmo, donde le escribió estas razones:.







Parte I -- Capítulo XXXIV . Donde se prosigue la novela del Curioso impertinente

      » Así como suele decirse que parece mal el ejército sin su general y el castillo sin su castellano, digo yo que parece muy peor (N) la mujer casada y moza sin su marido, cuando justísimas ocasiones no lo impiden. Yo me hallo tan mal sin vos, y tan imposibilitada de no poder sufrir esta ausencia, (N) que si presto no venís, me habré de ir a entretener en casa de mis padres, aunque deje sin guarda la vuestra; porque la que me dejastes, si es que quedó con tal título, creo que mira más por su gusto que por lo que a vos os toca; (N) y, pues sois discreto, no tengo más que deciros, ni aun es bien que más os diga.
      » Esta carta recibió Anselmo, y entendió por ella que Lotario había ya comenzado la empresa, y que Camila debía de haber respondido como él deseaba; y, alegre sobremanera de tales nuevas, respondió a Camila, de palabra, que no hiciese mudamiento de su casa en modo ninguno, porque él volvería con mucha brevedad. Admirada quedó Camila de la respuesta de Anselmo, que la puso en más confusión que primero, porque ni se atrevía a estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres; porque en la quedada corría peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su esposo.
      » En fin, se resolvió en lo que le estuvo peor, (N) que fue en el quedarse, con determinación de no huir la presencia de Lotario, por no dar que decir a sus criados; y ya le pesaba de haber escrito lo que escribió a su esposo, temerosa de que no pensase que Lotario había visto en ella alguna desenvoltura que le hubiese movido a no guardalle el decoro que debía. Pero, fiada en su bondad, se fió en Dios y en su buen pensamiento, (N) con que pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin dar más cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo. Y aun andaba buscando manera como disculpar a Lotario con Anselmo, cuando le preguntase la ocasión que le había movido a escribirle aquel papel. Con estos pensamientos, más honrados que acertados ni provechosos, estuvo otro día escuchando a Lotario, el cual cargó la mano de manera que comenzó a titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que hacer en acudir a los ojos, para que no diesen muestra de alguna amorosa compasión que las lágrimas y las razones de Lotario en su pecho habían despertado. Todo esto notaba Lotario, y todo le encendía.
      » Finalmente, a él le pareció que era menester, en el espacio y lugar que daba la ausencia de Anselmo, apretar el cerco a aquella fortaleza. Y así, acometió a su presunción con las alabanzas de su hermosura, porque no hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la adulación. (N) En efecto, él, con toda diligencia, minó la roca de su entereza, con tales pertrechos que, aunque Camila fuera toda de bronce, viniera al suelo. Lloró, rogó, ofreció, aduló, porfió, y fingió Lotario con tantos sentimientos, con muestras de tantas veras, que dio al través con el recato de Camila y vino a triunfar de lo que menos se pensaba y más deseaba. (N)
      » Rindióse Camila, Camila se rindió; pero, ¿ qué mucho, si la amistad de Lotario no quedó en pie? Ejemplo claro que nos muestra que sólo se vence la pasión amorosa con huilla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas humanas. Sólo supo Leonela la flaqueza de su señora, porque no se la pudieron encubrir los dos malos amigos y nuevos amantes. No quiso Lotario decir a Camila la pretensión de Anselmo, ni que él le había dado lugar para llegar a aquel punto, porque no tuviese en menos su amor y pensase que así, acaso y sin pensar, y no de propósito, la había solicitado.
      » Volvió de allí a pocos días Anselmo a su casa, y no echó de ver lo que faltaba en ella, que era lo que en menos tenía y más estimaba. (N) Fuese luego a ver a Lotario, y hallóle en su casa; abrazáronse los dos, y el uno preguntó por las nuevas de su vida o de su muerte.
      » -Las nuevas que te podré dar, ¡ oh amigo Anselmo ! - dijo Lotario-, son de que tienes una mujer que dignamente puede ser ejemplo y corona de todas las mujeres buenas. Las palabras que le he dicho se las ha llevado el aire, los ofrecimientos se han tenido en poco, las dádivas no se han admitido, de algunas lágrimas fingidas mías se ha hecho burla notable. En resolución, así como Camila es cifra de toda belleza, es archivo donde asiste la honestidad y vive el comedimiento y el recato, y todas las virtudes que pueden hacer loable y bien afortunada a una honrada mujer. Vuelve a tomar tus dineros, amigo, que aquí los tengo, sin haber tenido necesidad de tocar a ellos; que la entereza de Camila no se rinde a cosas tan bajas como son dádivas ni promesas. Conténtate, Anselmo, y no quieras hacer más pruebas de las hechas; y, pues a pie enjuto has pasado el mar de las dificultades y sospechas que de las mujeres suelen y pueden tenerse, no quieras entrar de nuevo en el profundo piélago de nuevos inconvenientes, ni quieras hacer experiencia con otro piloto de la bondad y fortaleza del navío que el cielo te dio en suerte para que en él pasases la mar deste mundo, sino haz cuenta que estás ya en seguro puerto, y aférrate con las áncoras de la buena consideración, y déjate estar hasta que te vengan a pedir la deuda que no hay hidalguía humana que de pagarla se escuse. (N)
      » Contentísimo quedó Anselmo de las razones de Lotario, y así se las creyó como si fueran dichas por algún oráculo. Pero, con todo eso, le rogó que no dejase la empresa, aunque no fuese más de por curiosidad y entretenimiento, aunque no se aprovechase de allí adelante (N) de tan ahincadas diligencias como hasta entonces; y que sólo quería que le escribiese algunos versos (N) en su alabanza, debajo del nombre de Clori, porque él le daría a entender a Camila que andaba enamorado de una dama, a quien le había puesto aquel nombre por poder celebrarla con el decoro que a su honestidad se le debía; y que, cuando Lotario no quisiera tomar trabajo de escribir los versos, que él los haría.
      » -No será menester eso -dijo Lotario-, pues no me son tan enemigas las musas (N) que algunos ratos del año no me visiten. Dile tú a Camila lo que has dicho del fingimiento de mis amores, que los versos yo los haré; si no tan buenos como el subjeto merece, serán, por lo menos, los mejores que yo pudiere.
      » Quedaron deste acuerdo el impertinente y el traidor amigo; y, vuelto Anselmo a su casa, preguntó a Camila lo que ella ya se maravillaba que no se lo hubiese preguntado: que fue que le dijese la ocasión (N) por que le había escrito el papel que le envió. Camila le respondió que le había parecido que Lotario la miraba un poco más desenvueltamente que cuando él estaba en casa; pero que ya estaba desengañada y creía que había sido imaginación suya, porque ya Lotario huía de vella y de estar con ella a solas. Díjole Anselmo que bien podía estar segura de aquella sospecha, porque él sabía que Lotario andaba enamorado de una doncella principal de la ciudad, a quien él celebraba (N) debajo del nombre de Clori, y que, aunque no lo estuviera, no había que temer de la verdad de Lotario y de la mucha amistad (N) de entrambos. Y, a no estar avisada Camila de Lotario de que eran fingidos aquellos amores (N) de Clori, y que él se lo había dicho a Anselmo por poder ocuparse algunos ratos en las mismas alabanzas de Camila, ella, sin duda, cayera en la desesperada red de los celos; mas, por estar ya advertida, pasó aquel sobresalto sin pesadumbre.
      » Otro día, estando los tres sobre mesa, rogó Anselmo a Lotario dijese alguna cosa de las que había compuesto a su amada Clori; que, pues Camila no la conocía, seguramente podía decir lo que quisiese.
      » -Aunque la conociera -respondió Lotario-, no encubriera yo nada, porque cuando algún amante loa a su dama de hermosa y la nota de cruel, ningún oprobrio hace a su buen crédito. Pero, sea lo que fuere, lo que sé decir, que ayer hice un soneto a la ingratitud desta Clori, que dice ansí.
Soneto . En el silencio de la noche, cuando
ocupa el dulce sueño a los mortales,
la pobre cuenta de mis ricos males (N)
estoy al cielo y a mi Clori dando.

Y, al tiempo cuando el sol se va mostrando
por las rosadas puertas orientales,
con suspiros y acentos desiguales,
voy la antigua querella renovando.

Y cuando el sol, de su estrellado asiento,
derechos rayos a la tierra envía,
el llanto crece y doblo los gemidos.

Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento,
y siempre hallo, en mi mortal porfía,
al cielo, sordo; a Clori, sin oídos.

      » Bien le pareció el soneto a Camila, pero mejor a Anselmo, pues le alabó, y dijo que era demasiadamente cruel la dama que a tan claras verdades no correspondía. A lo que dijo Camila.
      » -Luego, ¿ todo aquello que los poetas enamorados dicen es verdad.
      » -En cuanto poetas, no la dicen -respondió Lotario - ; mas, en cuanto enamorados, siempre quedan tan cortos como verdaderos.
      » -No hay duda deso -replicó Anselmo, todo por apoyar y acreditar los pensamientos de Lotario con Camila, tan descuidada del artificio de Anselmo como ya enamorada de Lotario.
      » Y así, con el gusto que de sus cosas tenía, y más, teniendo por entendido que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y que ella era la verdadera Clori, le rogó que si otro soneto o otros versos sabía, los dijese.
      » -Sí sé -respondió Lotario-, pero no creo que es tan bueno como el primero, o, por mejor decir, menos malo. Y podréislo bien juzgar, pues es éste.
Soneto . Yo sé que muero; y si no soy creído,
es más cierto el morir, como es más cierto
verme a tus pies, ¡ oh bella ingrata !, muerto,
antes que de adorarte arrepentido.
(N)
Podré yo verme en la región de olvido,
de vida y gloria y de favor desierto,
y allí verse podrá en mi pecho abierto
cómo tu hermoso rostro está esculpido.

Que esta reliquia guardo para el duro
trance que me amenaza mi porfía,
que en tu mismo rigor se fortalece.

¡ Ay de aquel que navega, el cielo escuro,
por mar no usado y peligrosa vía,
adonde norte o puerto no se ofrece !

      » También alabó este segundo soneto Anselmo, como había hecho el primero, y desta manera iba añadiendo eslabón a eslabón a la cadena con que se enlazaba y trababa su deshonra, pues cuando más Lotario le deshonraba, entonces le decía que estaba más honrado; y, con esto, todos los escalones que Camila bajaba hacia el centro de su menosprecio, los subía, en la opinión de su marido, hacia la cumbre de la virtud y de su buena fama.
      » Sucedió en esto que, hallándose una vez, entre otras, sola Camila con su doncella, le dijo.
      » -Corrida estoy, amiga Leonela, de ver en cuán poco he sabido estimarme, pues siquiera no hice que con el tiempo comprara Lotario la entera posesión que le di tan presto de mi voluntad. Temo que ha de estimar mi presteza o ligereza, sin que eche de ver la fuerza que él me hizo para no poder resistirle.
      » -No te dé pena eso, señora mía -respondió Leonela - , que no está la monta, ni es causa para menguar la estimación, darse lo que se da presto, (N) si, en efecto, lo que se da es bueno, y ello por sí digno de estimarse. Y aun suele decirse que el que luego da, da dos veces.
      » -También se suele decir -dijo Camila- que lo que cuesta poco se estima en menos. (N)
      » -No corre por ti esa razón -respondió Leonela-, porque el amor, según he oído decir, unas veces vuela y otras anda, con éste corre y con aquél va despacio, a unos entibia y a otros abrasa, a unos hiere y a otros mata, en un mesmo punto comienza la carrera de sus deseos y en aquel mesmo punto la acaba y concluye, por la mañana suele poner el cerco a una fortaleza y a la noche la tiene rendida, porque no hay fuerza que le resista. Y, siendo así, ¿ de qué te espantas, o de qué temes, si lo mismo debe de haber acontecido a Lotario, habiendo tomado el amor por instrumento de rendirnos la ausencia de mi señor? Y era forzoso que en ella se concluyese lo que el amor tenía determinado, sin dar tiempo al tiempo para que Anselmo le tuviese de volver, y con su presencia quedase imperfecta la obra. Porque el amor no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión: de la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios. Todo esto sé yo muy bien, más de experiencia que de oídas, y algún día te lo diré, señora, que yo también soy de carne y de sangre moza. Cuanto más, señora Camila, que no te entregaste ni diste tan luego, que primero no hubieses visto en los ojos, en los suspiros, en las razones y en las promesas y dádivas de Lotario toda su alma, viendo en ella y en sus virtudes cuán digno era Lotario de ser amado. Pues si esto es ansí, no te asalten la imaginación esos escrupulosos y melindrosos pensamientos, sino asegúrate que Lotario te estima como tú le estimas a él, y vive con contento y satisfación de que, ya que caíste en el lazo amoroso, es el que te aprieta de valor y de estima. Y que no sólo tiene las cuatro eses que dicen que han de tener los buenos enamorados, (N) sino todo un ABC entero: si no, escúchame y verás como te le digo de coro. Él es, según yo veo y a mí me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, onesto, principal, quantioso, rico, y las eses que dicen; y luego, tácito, verdadero. La X no le cuadra, porque es letra áspera; (N) la Y ya está dicha; la Z, zelador de tu honra.
      » Rióse Camila del ABC de su doncella, y túvola por más plática en las cosas de amor que ella decía; y así lo confesó ella, descubriendo a Camila como trataba amores con un mancebo bien nacido, de la mesma ciudad; de lo cual se turbó Camila, temiendo que era aquél camino por donde su honra podía correr riesgo. Apuróla si pasaban sus pláticas a más que serlo. Ella, con poca vergÜenza y mucha desenvoltura, le respondió que sí pasaban; porque es cosa ya cierta que los descuidos de las señoras quitan la vergÜenza a las criadas, las cuales, cuando ven a las amas echar traspiés, no se les da nada a ellas de cojear, ni de que lo sepan.
      » No pudo hacer otra cosa Camila sino rogar a Leonela no dijese nada de su hecho al que decía ser su amante, y que tratase sus cosas con secreto, porque no viniesen a noticia de Anselmo ni de Lotario. Leonela respondió que así lo haría, mas cumpliólo de manera que hizo cierto el temor de Camila de que por ella había de perder su crédito. Porque la deshonesta y atrevida Leonela, después que vio que el proceder de su ama no era el que solía, atrevióse a entrar y poner dentro de casa a su amante, (N) confiada que, aunque su señora le viese, no había de osar descubrille; que este daño acarrean, entre otros, los pecados de las señoras: que se hacen esclavas de sus mesmas criadas y se obligan a encubrirles sus deshonestidades y vilezas, como aconteció con Camila; que, aunque vio una y muchas veces que su Leonela estaba con su galán en un aposento de su casa, no sólo no la osaba reñir, mas dábale lugar a que lo encerrase, y quitábale todos los estorbos, para que no fuese visto de su marido.
      » Pero no los pudo quitar que Lotario no le viese una vez (N) salir, al romper del alba; el cual, sin conocer quién era, pensó primero que debía de ser alguna fantasma; mas, cuando le vio caminar, embozarse y encubrirse con cuidado y recato, cayó de su simple pensamiento y dio en otro, que fuera la perdición de todos si Camila no lo remediara. Pensó Lotario que aquel hombre que había visto salir tan a deshora de casa de Anselmo no había entrado en ella por Leonela, ni aun se acordó si Leonela era en el mundo; sólo creyó que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro; (N) que estas añadiduras trae consigo la maldad de la mujer mala: que pierde el crédito de su honra con el mesmo a quien se entregó rogada y persuadida, y cree que con mayor facilidad se entrega a otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha que desto le venga. Y no parece sino que le faltó a Lotario en este punto todo su buen entendimiento, y se le fueron de la memoria todos sus advertidos discursos, pues, sin hacer alguno que bueno fuese, ni aun razonable, sin más ni más, antes que Anselmo se levantase, impaciente y ciego de la celosa rabia que las entrañas le roía, muriendo por vengarse de Camila, que en ninguna cosa le había ofendido, se fue a Anselmo y le dijo:
      » -Sábete, Anselmo, (N) que ha muchos días que he andado peleando conmigo mesmo, haciéndome fuerza a no decirte lo que ya no es posible ni justo que más te encubra. Sábete que la fortaleza de Camila está ya rendida y sujeta a todo aquello que yo quisiere hacer della; y si he tardado en descubrirte esta verdad, ha sido por ver si era algún liviano antojo suyo, o si lo hacía por probarme y ver si eran con propósito firme tratados los amores que, con tu licencia, con ella he comenzado. Creí, ansimismo, que ella, si fuera la que debía y la que entrambos pensábamos, ya te hubiera dado cuenta de mi solicitud, pero, habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderas las promesas que me ha dado (N) de que, cuando otra vez hagas ausencia de tu casa, me hablará en la recámara, donde está el repuesto de tus alhajas - y era la verdad, que allí le solía hablar Camila-; y no quiero que precipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no está aún cometido el pecado sino con pensamiento, y podría ser que, desde éste hasta el tiempo de ponerle por obra, se mudase el de Camila y naciese en su lugar el arrepentimiento. Y así, ya que, en todo o en parte, has seguido siempre mis consejos, sigue y guarda uno que ahora te diré, para que sin engaño y con medroso advertimento te satisfagas de aquello que más vieres que te convenga. Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los tapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos, lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes que esperar, (N) con silencio, sagacidad y discreción podrás ser el verdugo de tu agravio.
      » Absorto, suspenso y admirado quedó Anselmo con las razones de Lotario, porque le cogieron en tiempo donde menos las esperaba oír, porque ya tenía a Camila por vencedora de los fingidos asaltos de Lotario y comenzaba a gozar la gloria del vencimiento. Callando estuvo por un buen espacio, mirando al suelo sin mover pestaña, y al cabo dijo.
      » -Tú lo has hecho, Lotario, como yo esperaba de tu amistad; en todo he de seguir tu consejo: haz lo que quisieres y guarda aquel secreto que ves que conviene en caso tan no pensado.
      » Prometióselo Lotario, y, en apartándose dél, se arrepintió totalmente de cuanto le había dicho, viendo cuán neciamente había andado, pues pudiera él vengarse de Camila, y no por camino tan cruel y tan deshonrado. Maldecía su entendimiento, afeaba su ligera determinación, y no sabía qué medio tomarse (N) para deshacer lo hecho, o para dalle alguna razonable salida. Al fin, acordó de dar cuenta de todo a Camila; y, como no faltaba lugar para poderlo hacer, aquel mismo día la halló sola, y ella, así como vio que le podía hablar, le dijo.
      » -Sabed, amigo Lotario, que tengo una pena en el corazón que me le aprieta de suerte que parece que quiere reventar en el pecho, y ha de ser maravilla si no lo hace, pues ha llegado la desvergÜenza de Leonela a tanto, que cada noche encierra a un galán suyo en esta casa y se está con él hasta el día, tan a costa de mi crédito cuanto le quedará campo abierto de juzgarlo al que le viere salir a horas tan inusitadas de mi casa. Y lo que me fatiga es que no la puedo castigar ni reñir: que el ser ella secretario de nuestros tratos me ha puesto un freno en la boca para callar los suyos, y temo que de aquí ha de nacer algún mal suceso.
      » Al principio que Camila esto decía creyó Lotario que era artificio para desmentille que el hombre que había visto salir era de Leonela, y no suyo; (N) pero, viéndola llorar y afligirse, y pedirle remedio, vino a creer la verdad, y, en creyéndola, acabó de estar confuso y arrepentido del todo. Pero, con todo esto, respondió a Camila que no tuviese pena, que él ordenaría remedio para atajar la insolencia de Leonela. Díjole asimismo lo que, instigado de la furiosa rabia de los celos, (N) había dicho a Anselmo, y cómo estaba concertado de esconderse (N) en la recámara, para ver desde allí a la clara la poca lealtad que ella le guardaba. Pidióle perdón desta locura, y consejo para poder remedialla y salir bien de tan revuelto laberinto como su mal discurso le había puesto.
      » Espantada quedó Camila de oír lo que Lotario le decía, y con mucho enojo y muchas y discretas razones le riñó y afeó su mal pensamiento y la simple y mala determinación que había tenido. Pero, como naturalmente tiene la mujer ingenio presto para el bien y para el mal más que el varón, puesto que le va faltando cuando de propósito se pone a hacer discursos, luego al instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer inremediable negocio, y dijo a Lotario que procurase que otro día se escondiese Anselmo donde decía, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad para que desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y, sin declararle del todo su pensamiento, le advirtió que tuviese cuidado que, en estando Anselmo escondido, él viniese cuando Leonela le llamase, y que a cuanto ella le dijese le respondiese como respondiera aunque no supiera que Anselmo le escuchaba. Porfió Lotario que le acabase de declarar su intención, porque con más seguridad y aviso guardase todo lo que viese ser necesario.
      » -Digo -dijo Camila- que no hay más que guardar, si no fuere responderme como yo os preguntare (no queriendo Camila darle antes cuenta de lo que pensaba hacer, temerosa que no quisiese seguir el parecer que a ella tan bueno le parecía, y siguiese o buscase otros que no podrían ser tan buenos).
      » Con esto, se fue Lotario; y Anselmo, otro día, con la escusa de ir aquella aldea de su amigo, se partió y volvió a esconderse: que lo pudo hacer con comodidad, porque de industria se la dieron Camila y Leonela.
      » Escondido, pues, Anselmo, con aquel sobresalto que se puede imaginar que tendría el que esperaba ver por sus ojos hacer notomía de las entrañas de su honra, íbase a pique de perder (N) el sumo bien que él pensaba que tenía en su querida Camila. Seguras ya y ciertas Camila y Leonela que Anselmo estaba escondido, entraron en la recámara; y apenas hubo puesto los pies en ella Camilia, cuando, dando un grande suspiro, dijo:
      » -¡ Ay, Leonela amiga ! ¿ No sería mejor que, antes que llegase a poner en ejecución lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo, que tomases la daga de Anselmo, que te he pedido, y pasases con ella este infame pecho mío? Pero no hagas tal, que no será razón que yo lleve la pena de la ajena culpa. Primero quiero saber qué es lo que vieron en mí los atrevidos y deshonestos ojos de Lotario que fuese causa de darle atrevimiento a descubrirme un tan mal deseo como es el que me ha descubierto, en desprecio de su amigo y en deshonra mía. Ponte, Leonela, a esa ventana y llámale, que, sin duda alguna, él debe de estar en la calle, esperando poner en efeto su mala intención. Pero primero se pondrá la cruel cuanto honrada mía.
      » -¡ Ay, señora mía ! -respondió la sagaz y advertida Leonela-, y ¿ qué es lo que quieres hacer con esta daga? ¿ Quieres por ventura quitarte la vida o quitársela a Lotario? Que cualquiera destas cosas que quieras ha de redundar en pérdida de tu crédito y fama. Mejor es que disimules tu agravio, y no des lugar a que este mal hombre entre ahora en esta casa y nos halle solas. Mira, señora, que somos flacas mujeres, y él es hombre y determinado; y, como viene con aquel mal propósito, ciego y apasionado, quizá antes que tú pongas en ejecución el tuyo, hará él lo que te estaría más mal que quitarte la vida. ¡ Mal haya mi señor Anselmo, que tanto mal ha querido dar a este desuellacaras (N) en su casa ! Y ya, señora, que le mates, como yo pienso que quieres hacer, ¿ qué hemos de hacer dél después de muerto.
      » -¿ Qué, amiga? -respondió Camila-: dejarémosle para que Anselmo le entierre, pues será justo que tenga por descanso el trabajo que tomare en poner debajo de la tierra su misma infamia. Llámale, acaba, que todo el tiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio parece que ofendo a la lealtad que a mi esposo debo.
      » Todo esto escuchaba Anselmo, y, a cada palabra que Camila decía, se le mudaban los pensamientos; mas, cuando entendió que estaba resuelta en matar a Lotario, quiso salir y descubrirse, porque tal cosa no se hiciese; pero detúvole el deseo de ver en qué paraba tanta gallardía y honesta resolución, (N) con propósito de salir a tiempo que la estorbase.
      » Tomóle en esto a Camila un fuerte desmayo, y, arrojándose encima de una cama que allí estaba, comenzó Leonela a llorar muy amargamente y a decir.
      » -¡ Ay, desdichada de mí si fuese tan sin ventura que se me muriese aquí entre mis brazos la flor de la honestidad del mundo, la corona de las buenas mujeres, el ejemplo de la castidad... !
      » Con otras cosas a éstas semejantes, que ninguno la escuchara que no la tuviera por la más lastimada y leal doncella del mundo, y a su señora por otra nueva y perseguida Penélope. (N) Poco tardó en volver de su desmayo Camila; y, al volver en sí, dijo.
      » -¿ Por qué no vas, Leonela, a llamar al más leal amigo de amigo que vio el sol o cubrió la noche? Acaba, corre, aguija, camina, no se esfogue con la tardanza el fuego de la cólera que tengo, y se pase en amenazas y maldiciones la justa venganza que espero.
      » -Ya voy a llamarle, señora mía -dijo Leonela-, mas hasme de dar primero esa daga, porque no hagas cosa, en tanto que falto, que dejes con ella que llorar toda la vida a todos los que bien te quieren.
      » -Ve segura, Leonela amiga, que no haré -respondió Camila-; porque, ya que sea atrevida y simple a tu parecer en volver por mi honra, no lo he de ser tanto como aquella Lucrecia de quien dicen que se mató sin haber cometido error alguno, y sin haber muerto primero a quien tuvo la causa de su desgracia. Yo moriré, si muero, pero ha de ser vengada y satisfecha del que me ha dado ocasión de venir a este lugar a llorar sus atrevimientos, nacidos tan sin culpa mía.
      » Mucho se hizo de rogar Leonela antes que saliese a llamar a Lotario, pero, en fin, salió; y, entre tanto que volvía, quedó Camilia diciendo, como que hablaba consigo misma:
      » -¡ Válame Dios ! ¿ No fuera más acertado haber despedido a Lotario, como otras muchas veces lo he hecho, que no ponerle en condición, como ya le he puesto, que me tenga por deshonesta (N) y mala, siquiera este tiempo que he de tardar en desengañarle? Mejor fuera, sin duda; pero no quedara yo vengada, ni la honra de mi marido satisfecha, si tan a manos lavadas y tan a paso llano se volviera a salir de donde sus malos pensamientos le entraron. Pague el traidor con la vida lo que intentó con tan lascivo deseo: sepa el mundo, si acaso llegare a saberlo, de que Camila no sólo guardó la lealtad a su esposo, sino que le dio venganza del que se atrevió a ofendelle. Mas, con todo, creo que fuera mejor dar cuenta desto a Anselmo, pero ya se la apunté a dar en la carta que le escribí al aldea, y creo que el no acudir él al remedio del daño que allí le señalé, debió de ser que, de puro bueno y confiado, no quiso ni pudo creer que en el pecho de su tan firme amigo pudiese caber género de pensamiento que contra su honra fuese; ni aun yo lo creí después, por muchos días, ni lo creyera jamás, si su insolencia no llegara a tanto, que las manifiestas dádivas y las largas promesas y las continuas lágrimas no me lo manifestaran. Mas, ¿ para qué hago yo ahora estos discursos? ¿ Tiene, por ventura, una resulución gallarda necesidad de consejo alguno? No, por cierto. ¡ Afuera, pues, traidores; aquí, venganzas ! ¡ Entre el falso, venga, llegue, muera y acabe, (N) y suceda lo que sucediere ! Limpia entré en poder del que el cielo me dio por mío, limpia he de salir dél; y, cuando mucho, saldré bañada en mi casta sangre, y en la impura del más falso amigo que vio la amistad en el mundo.
      » Y, diciendo esto, se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dando tan desconcertados y desaforados pasos, y haciendo tales ademanes, que no parecía sino que le faltaba el juicio, y que no era mujer delicada, sino un rufián desesperado. (N)
      » Todo lo miraba Anselmo, cubierto detrás de unos tapices donde se había escondido, y de todo se admiraba, y ya le parecía que lo que había visto y oído era bastante satisfación para mayores sospechas; y ya quisiera que la prueba de venir Lotario faltara, temeroso de algún mal repentino suceso. Y, estando ya para manifestarse y salir, para abrazar y desengañar a su esposa, se detuvo porque vio que Leonela volvía con Lotario de la mano; y, así como Camila le vio, haciendo con la daga en el suelo una gran raya delante della, le dijo.
      » -Lotario, advierte lo que te digo: si a dicha te atrevieres a pasar desta raya que ves, ni aun llegar a ella, en el punto que viere que lo intentas, en ese mismo me pasaré el pecho con esta daga que en las manos tengo. Y, antes que a esto me respondas palabra, quiero que otras algunas me escuches; que después responderás lo que más te agradare. Lo primero, quiero, Lotario, que me digas si conoces a Anselmo, mi marido, y en qué opinión le tienes; y lo segundo, quiero saber también si me conoces a mí. Respóndeme a esto, y no te turbes, ni pienses mucho lo que has de responder, pues no son dificultades las que te pregunto.
      » No era tan ignorante Lotario que, desde el primer punto que Camila le dijo que hiciese esconder a Anselmo, no hubiese dado en la cuenta de lo que ella pensaba hacer; y así, correspondió con su intención tan discretamente, y tan a tiempo, que hicieran los dos pasar aquella mentira por más que cierta verdad; y así, respondió a Camila desta manera:
      » -No pensé yo, hermosa Camila, que me llamabas para preguntarme cosas tan fuera de la intención con que yo aquí vengo. Si lo haces por dilatarme la prometida merced, desde más lejos pudieras entretenerla, porque tanto más fatiga el bien deseado cuanto la esperanza está más cerca de poseello; pero, porque no digas que no respondo a tus preguntas, digo que conozco a tu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros más tiernos años; y no quiero decir lo que tú tan bien sabes de nuestra amistad, por no me hacer testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpa de mayores yerros. A ti te conozco y tengo en la misma posesión que él te tiene; (N) que, a no ser así, por menos prendas que las tuyas no había yo de ir contra lo que debo a ser quien soy y contra las santas leyes de la verdadera amistad, ahora por tan poderoso enemigo como el amor por mí rompidas (N) y violadas.
      » -Si eso confiesas -respondió Camila-, enemigo mortal de todo aquello que justamente merece ser amado, ¿ con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira aquel en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuán poca ocasión le agravias? Pero ya cayo, ¡ ay, desdichada de mí !, en la cuenta de quién te ha hecho tener tan poca con lo que a ti mismo debes, que debe de haber sido alguna desenvoltura mía, que no quiero llamarla deshonestidad, pues no habrá procedido de deliberada determinación, sino de algún descuido de los que las mujeres que piensan que no tienen de quién recatarse suelen hacer inadvertidamente. Si no, dime: ¿ cuándo, ¡ oh traidor !, respondí a tus ruegos con alguna palabra o señal que pudiese despertar en ti alguna sombra de esperanza de cumplir tus infames deseos? (N) ¿ Cuándo tus amorosas palabras no fueron deshechas y reprehendidas de las mías con rigor y con aspereza? ¿ Cuándo tus muchas promesas y mayores dádivas fueron de mí creídas, ni admitidas? Pero, por parecerme que alguno no puede perseverar (N) en el intento amoroso luengo tiempo, si no es sustentado de alguna esperanza, quiero atribuirme a mí la culpa de tu impertinencia, pues, sin duda, algún descuido mío ha sustentado tanto tiempo tu cuidado; y así, quiero castigarme y darme la pena que tu culpa merece. Y, porque vieses que, siendo conmigo tan inhumana, no era posible dejar de serlo contigo, quise traerte a ser testigo del sacrificio que pienso hacer a la ofendida honra de mi tan honrado marido, agraviado de ti con el mayor cuidado que te ha sido posible, y de mí también con el poco recato que he tenido del huir la ocasión, si alguna te di, para favorecer y canonizar tus malas intenciones. (N) Torno a decir que la sospecha que tengo que algún descuido mío engendró en ti tan desvariados pensamientos es la que más me fatiga, y la que yo más deseo castigar con mis propias manos, porque, castigándome otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa; pero, antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar conmigo quien me acabe (N) de satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allá, dondequiera que fuere, la pena que da la justicia desinteresada y que no se dobla al que en términos tan desesperados me ha puesto.
      » Y, diciendo estas razones, con una increíble fuerza y ligereza arremetió a Lotario con la daga desenvainada, con tales muestras de querer enclavársela en el pecho, (N) que casi él estuvo en duda si aquellas demostraciones eran falsas o verdaderas, porque le fue forzoso valerse de su industria y de su fuerza para estorbar que Camila no le diese. La cual tan vivamente fingía aquel estraño embuste y fealdad (N) que, por dalle color de verdad, la quiso matizar con su misma sangre; porque, viendo que no podía haber a Lotario, o fingiendo que no podía, dijo.
      » -Pues la suerte no quiere satisfacer del todo mi tan justo deseo, a lo menos, no será tan poderosa que, en parte, me quite que no le satisfaga.
      Y, haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario la tenía asida, la sacó, (N) y, guiando su punta por parte que pudiese herir no profundamente, se la entró y escondió por más arriba de la islilla del lado izquierdo, (N) junto al hombro, y luego se dejó caer en el suelo, como desmayada.
      » Estaban Leonela y Lotario suspensos y atónitos de tal suceso, y todavía dudaban de la verdad de aquel hecho, viendo a Camila tendida en tierra y bañada en su sangre. Acudió Lotario con mucha presteza, despavorido y sin aliento, a sacar la daga, y, en ver la pequeña herida, salió del temor que hasta entonces tenía, y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la hermosa Camila; (N) y, por acudir con lo que a él le tocaba, comenzó a hacer una larga y triste lamentación sobre el cuerpo de Camila, como si estuviera difunta, echándose muchas maldiciones, no sólo a él, sino al que había sido causa de habelle puesto en aquel término. Y, como sabía que le escuchaba su amigo Anselmo, decía cosas que el que le oyera le tuviera mucha más lástima que a Camila, aunque por muerta la juzgara.
      » Leonela la tomó en brazos y la puso en el lecho, suplicando a Lotario fuese a buscar quien secretamente a Camila curase; pedíale asimismo consejo y parecer de lo que dirían a Anselmo de aquella herida de su señora, si acaso viniese antes que estuviese sana. Él respondió que dijesen lo que quisiesen, que él no estaba para dar consejo que de provecho fuese; sólo le dijo que procurase tomarle la sangre, porque él se iba adonde gentes no le viesen. Y, con muestras de mucho dolor y sentimiento, se salió de casa; y, cuando se vio solo y en parte donde nadie le veía, no cesaba de hacerse cruces, maravillándose de la industria de Camila y de los ademanes tan proprios de Leonela. Consideraba cuán enterado había de quedar Anselmo de que tenía por mujer a una segunda Porcia, (N) y deseaba verse con él para celebrar los dos la mentira y la verdad más disimulada que jamás pudiera imaginarse.
      » Leonela tomó, como se ha dicho, (N) la sangre a su señora, que no era más de aquello que bastó para acreditar su embuste; y, lavando con un poco de vino la herida, se la ató lo mejor que supo, diciendo tales razones, en tanto que la curaba, que, aunque no hubieran precedido otras, bastaran a hacer creer a Anselmo que tenía en Camila un simulacro de la honestidad. (N)
      » Juntáronse a las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde y de poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera más necesario tenerle, para quitarse la vida, que tan aborrecida tenía. Pedía consejo a su doncella si daría, o no, todo aquel suceso a su querido esposo; la cual le dijo que no se lo dijese, porque le pondría en obligación de vengarse de Lotario, lo cual no podría ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena mujer estaba obligada a no dar ocasión a su marido a que riñese, sino a quitalle todas aquellas que le fuese posible.
      » Respondió Camila que le parecía muy bien su parecer y que ella le seguiría; pero que en todo caso convenía buscar qué decir a Anselmo de la causa de aquella herida, que él no podría dejar de ver; a lo que Leonela respondía que ella, ni aun burlando, no sabía mentir.
      » -Pues yo, hermana -replicó Camila-, ¿ qué tengo de saber, que no me atreveré a forjar ni sustentar una mentira, si me fuese en ello la vida? Y si es que no hemos de saber dar salida a esto, mejor será decirle la verdad desnuda, que no que nos alcance en mentirosa cuenta.
      » -No tengas pena, señora: de aquí a mañana - respondió Leonela- yo pensaré qué le digamos, y quizá que, por ser la herida donde es, la podrás encubrir sin que él la vea, y el cielo será servido de favorecer a nuestros tan justos y tan honrados pensamientos. Sosiégate, señora mía, y procura sosegar tu alteración, porque mi señor no te halle sobresaltada, y lo demás déjalo a mi cargo, y al de Dios, que siempre acude a los buenos deseos.
      » Atentísimo había estado Anselmo a escuchar y a ver representar la tragedia de la muerte de su honra; la cual con tan estraños y eficaces afectos la representaron los personajes della, que pareció que se habían transformado en la misma verdad de lo que fingían. Deseaba mucho la noche, y el tener lugar para salir de su casa, y ir a verse con su buen amigo Lotario, congratulándose con él de la margarita preciosa que había hallado en el desengaño de la bondad de su esposa. (N) Tuvieron cuidado las dos de darle lugar y comodidad a que saliese, y él, sin perdella, salió y luego fue a buscar a Lotario, el cual hallado, no se puede buenamente contar los abrazos que le dio, las cosas que de su contento le dijo, las alabanzas que dio a Camila. Todo lo cual escuchó Lotario sin poder dar muestras de alguna alegría, porque se le representaba a la memoria cuán engañado estaba su amigo y cuán injustamente él le agraviaba. Y, aunque Anselmo veía que Lotario no se alegraba, creía ser la causa por haber dejado a Camila herida y haber él sido la causa; y así, entre otras razones, le dijo que no tuviese pena del suceso de Camila, porque, sin duda, la herida era ligera, pues quedaban de concierto de encubrírsela a él; y que, según esto, no había de qué temer, sino que de allí adelante se gozase y alegrase con él, pues por su industria y medio él se veía levantado a la más alta felicidad que acertara desearse, y quería que no fuesen otros sus entretenimientos que en hacer versos en alabanza de Camila, que la hiciesen eterna en la memoria de los siglos venideros. Lotario alabó su buena determinación y dijo que él, por su parte, ayudaría a levantar tan ilustre edificio.
      » Con esto quedó Anselmo el hombre más sabrosamente engañado que pudo haber en el mundo: él mismo llevó por la mano a su casa, creyendo que llevaba el instrumento de su gloria, toda la perdición de su fama. Recebíale Camila con rostro, al parecer, torcido, aunque con alma risueña. Duró este engaño algunos días, hasta que, al cabo de pocos meses, volvió Fortuna su rueda (N) y salió a plaza la maldad con tanto artificio hasta allí cubierta, y a Anselmo le costó la vida su impertinente curiosidad. (N)







Parte I -- Capítulo XXXV . Que trata de la brava y descomunal batalla (N) que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, y se da fin a la novela del Curioso Impertinente
      Poco más quedaba por leer de la novela, cuando del caramanchón donde reposaba don Quijote salió Sancho (N) Panza todo alborotado, diciendo a voces.
      -Acudid, señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. ¡ Vive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza, cercen a cercen, como si fuera un nabo.
      -¿ Qué dices, hermano? -dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba-. ¿ Estáis en vos, Sancho? ¿ Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí.
      En esto, oyeron un gran ruido en el aposento, y que don Quijote decía a voces.
      -¡ Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo, y no te ha de valer tu cimitarra. (N) Y parecía que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho.
      -No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o a ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque, sin duda alguna, el gigante está ya muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida, (N) que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino.
      -Que me maten -dijo a esta sazón el ventero- si don Quijote, o don diablo, no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre.
      Y, con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más estraño traje del mundo: estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué; (N) y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante; que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, y que ya estaba en la pelea con su enemigo. Y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino; lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo que arremetió con don Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó don Quijote; mas no con tanto acuerdo que echase de ver de la manera que estaba.
      Dorotea, que vio cuán corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar a ver la batalla de su ayudador y de su contrario.
      Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y, como no la hallaba, dijo.
      -Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; (N) que la otra, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.
      -¿ Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? - dijo el ventero-. ¿ No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó? (N)
      -No sé nada -respondió Sancho-; sólo sé que vendré a ser tan desdichado que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal en el agua.
      Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenían las promesas que su amo le había hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del señor, y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar; y que ahora no le habían de valer los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, (N) aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar a los rotos cueros.
      Tenía el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya había acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincó de rodillas delante del cura, diciendo.
      -Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa señora, vivir, de hoy más, segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo también, de hoy más, soy quito de la palabra que os di, pues, con el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido. (N)
      -¿ No lo dije yo? -dijo oyendo esto Sancho-. Sí que no estaba yo borracho: ¡ mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante ! ¡ Ciertos son los toros: mi condado está de molde ! (N)
      ¿ Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba a Satanás. Pero, en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura que, con no poco trabajo, dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedó dormido, (N) con muestras de grandísimo cansancio. Dejáronle dormir, y saliéronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante; aunque más tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros. Y la ventera decía en voz y en grito.
      -En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta. La vez pasada se fue con el costo de una noche, de cena, cama, paja y cebada, para él y para su escudero, (N) y un rocín y un jumento, diciendo que era caballero aventurero (que mala ventura (N) le dé Dios a él y a cuantos aventureros hay en el mundo) y que por esto no estaba obligado a pagar nada, que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca. Y ahora, por su respeto, vino estotro señor y me llevó mi cola, y hámela vuelto con más de dos cuartillos de daño, (N) toda pelada, que no puede servir para lo que la quiere mi marido. Y, por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino; que derramada le vea yo su sangre. ¡ Pues no se piense; que, por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar (N) un cuarto sobre otro, o no me llamaría yo como me llamo ni sería hija de quien soy.
      Estas y otras razones tales decía la ventera con grande enojo, y ayudábala su buena criada Maritornes. La hija callaba, y de cuando en cuando se sonreía. El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacían. Dorotea consoló a Sancho Panza diciéndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometía, en viéndose pacífica en su reino, de darle el mejor condado que en él hubiese. Consolóse con esto Sancho, y aseguró a la princesa que tuviese por cierto que él había visto la cabeza del gigante, y que, por más señas, tenía una barba que le llegaba a la cintura; (N) y que si no parecía, era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vía de encantamento, como él lo había probado otra vez que había posado en ella. Dorotea dijo que así lo creía, y que no tuviese pena, que todo se haría bien y sucedería a pedir de boca. (N)
      Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela, porque vio que faltaba poco. Cardenio, Dorotea y todos los demás le rogaron la acabase. Él, que a todos quiso dar gusto, y por el que él tenía de leerla, prosiguió el cuento, que así decía.
      « Sucedió, pues, (N) que, por la satisfación que Anselmo tenía de la bondad de Camila, vivía una vida contenta y descuidada, y Camila, de industria, hacía mal rostro a Lotario, porque Anselmo entendiese al revés de la voluntad que le tenía; y, para más confirmación de su hecho, pidió licencia Lotario para no venir a su casa, (N) pues claramente se mostraba la pesadumbre que con su vista Camila recebía; mas el engañado Anselmo le dijo que en ninguna manera tal hiciese. Y, desta manera, por mil maneras era Anselmo el fabricador de su deshonra, creyendo que lo era de su gusto.
      » En esto, el que tenía Leonela (N) de verse cualificada, no de con sus amores, llegó a tanto que, sin mirar a otra cosa, se iba tras él a suelta rienda, fiada en que su señora la encubría, y aun la advertía del modo que con poco recelo pudiese ponerle en ejecución. En fin, una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y, queriendo entrar a ver quién los daba, sintió que le detenían la puerta, cosa que le puso más voluntad de abrirla; y tanta fuerza hizo, que la abrió, y entró dentro a tiempo que vio que un hombre saltaba por la ventana a la calle; y, acudiendo con presteza a alcanzarle o conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazó con él, diciéndole.
      » -Sosiégate, señor mío, y no te alborotes, ni sigas al que de aquí saltó; es cosa mía, y tanto, que es mi esposo.
      » No lo quiso creer Anselmo; antes, ciego de enojo, sacó la daga y quiso herir a Leonela, diciéndole que le dijese la verdad, si no, que la mataría. Ella, con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo.
      » -No me mates, señor, que yo te diré cosas de más importancia de las que puedes imaginar.
      » -Dilas luego -dijo Anselmo-; si no, muerta eres.
      » -Por ahora será imposible -dijo Leonela-, según estoy de turbada; déjame hasta mañana, que entonces sabrás de mí lo que te ha de admirar; y está seguro que el que saltó por esta ventana es un mancebo desta ciudad, que me ha dado la mano de ser mi esposo.
      » Sosegóse con esto Anselmo y quiso aguardar el término que se le pedía, porque no pensaba oír cosa que contra Camila fuese, por estar de su bondad tan satisfecho y seguro; y así, se salió del aposento y dejó encerrada en él a Leonela, diciéndole que de allí no saldría hasta que le dijese lo que tenía que decirle.
      » Fue luego a ver a Camila y a decirle, como le dijo, (N) todo aquello que con su doncella le había pasado, y la palabra que le había dado de decirle grandes cosas y de importancia. Si se turbó Camila o no, no hay para qué decirlo, porque fue tanto el temor que cobró, creyendo verdaderamente -y era de creer - que Leonela había de decir a Anselmo todo lo que sabía de su poca fe, que no tuvo ánimo para esperar si su sospecha salía falsa o no. Y aquella mesma noche, cuando le pareció que Anselmo dormía, juntó las mejores joyas que tenía y algunos dineros, y, sin ser de nadie sentida, salió de casa y se fue a la de Lotario, a quien contó lo que pasaba, y le pidió que la pusiese en cobro, o que se ausentasen los dos donde de Anselmo pudiesen estar seguros. La confusión en que Camila puso a Lotario fue tal, que no le sabía responder palabra, ni menos sabía resolverse en lo que haría.
      » En fin, acordó de llevar a Camila a un monesterio, en quien era priora una su hermana. Consintió Camila en ello, y, con la presteza que el caso pedía, la llevó Lotario y la dejó en el monesterio, y él, ansimesmo, se ausentó luego de la ciudad, sin dar parte a nadie de su ausencia.
      » Cuando amaneció, sin echar de ver Anselmo que Camila faltaba de su lado, con el deseo que tenía de saber lo que Leonela quería decirle, se levantó y fue adonde la había dejado encerrada. Abrió y entró en el aposento, pero no halló en él a Leonela: sólo halló puestas unas sábanas añudadas a la ventana, indicio y señal que por allí se había descolgado e ido. Volvió luego muy triste a decírselo a Camila, y, no hallándola en la cama ni en toda la casa, quedó asombrado. Preguntó a los criados de casa por ella, pero nadie le supo dar razón de lo que pedía. (N)
      » Acertó acaso, andando a buscar a Camila, que vio sus cofres (N) abiertos y que dellos faltaban las más de sus joyas, y con esto acabó de caer en la cuenta de su desgracia, y en que no era Leonela la causa de su desventura. Y, ansí como estaba, sin acabarse de vestir, triste y pensativo, fue a dar cuenta de su desdicha a su amigo Lotario. Mas, cuando no le halló, y sus criados le dijeron que aquella noche había faltado de casa y había llevado consigo todos los dineros que tenía, pensó perder el juicio. Y, para acabar de concluir con todo, volviéndose a su casa, no halló en ella ninguno de cuantos criados ni criadas (N) tenía, sino la casa desierta y sola.
      » No sabía qué pensar, qué decir, ni qué hacer, y poco a poco se le iba volviendo el juicio. Contemplábase y mirábase en un instante sin mujer, sin amigo y sin criados; desamparado, a su parecer, del cielo que le cubría, y sobre todo sin honra, porque en la falta de Camila vio su perdición.
      » Resolvióse, en fin, a cabo de una gran pieza, de irse a la aldea de su amigo, donde había estado cuando dio lugar a que se maquinase toda aquella desventura. Cerró las puertas de su casa, subió a caballo, y con desmayado aliento (N) se puso en camino; y, apenas hubo andado la mitad, cuando, acosado de sus pensamientos, le fue forzoso apearse y arrendar su caballo a un árbol, a cuyo tronco se dejó caer, dando tiernos y dolorosos suspiros, y allí se estuvo hasta casi que anochecía; y aquella hora vio que venía un hombre a caballo de la ciudad, y, después de haberle saludado, le preguntó qué nuevas había en Florencia. El ciudadano respondió.
      » -Las más estrañas que muchos días ha se han oído en ella; porque se dice públicamente que Lotario, aquel grande amigo de Anselmo el rico, que vivía a San Juan, (N) se llevó esta noche a Camila, mujer de Anselmo, el cual tampoco parece. Todo esto ha dicho una criada de Camila, (N) que anoche la halló el gobernador descolgándose con una sábana por las ventanas de la casa de Anselmo. En efeto, no sé puntualmente cómo pasó el negocio; sólo sé que toda la ciudad está admirada deste suceso, porque no se podía esperar tal hecho de la mucha y familiar amistad de los dos, que dicen que era tanta, que los llamaban los dos amigos.
      » -¿ Sábese, por ventura -dijo Anselmo-, el camino que llevan Lotario y Camila.
      » -Ni por pienso -dijo el ciudadano-, puesto que el gobernador ha usado de mucha diligencia en buscarlo.
      » -A Dios vais, (N) señor -dijo Anselmo.
      » -Con Él quedéis -respondió el ciudadano, y fuese.
      » Con tan desdichadas nuevas, casi casi llegó a términos Anselmo, no sólo de perder el juicio, sino de acabar la vida. Levantóse como pudo y llegó a casa de su amigo, que aún no sabía su desgracia; mas, como le vio llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algún grave mal venía fatigado. Pidió luego Anselmo que le acostasen, y que le diesen aderezo de escribir. Hízose así, y dejáronle acostado y solo, porque él así lo quiso, y aun que le cerrasen la puerta. Viéndose, pues, solo, comenzó a cargar tanto la imaginación de su desventura, que claramente conoció que se le iba acabando la vida; y así, ordenó de dejar noticia de la causa de su estraña muerte; y, comenzando a escribir, antes que acabase de poner todo lo que quería, le faltó el aliento y dejó la vida en las manos del dolor que le causó su curiosidad impertinente.
      » Viendo el señor de casa que era ya tarde y que Anselmo no llamaba, acordó de entrar a saber si pasaba adelante su indisposición, y hallóle tendido boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y él tenía aún la pluma en la mano. Llegóse el huésped a él, habiéndole llamado primero; y, trabándole (N) por la mano, viendo que no le respondía y hallándole frío, vio que estaba muerto. Admiróse y congojóse en gran manera, y llamó a la gente de casa para que viesen la desgracia a Anselmo sucedida; y, finalmente, leyó el papel, que conoció que de su mesma mano estaba escrito, el cual contenía estas razones:
      Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y, pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué. .
      » Hasta aquí escribió Anselmo, por donde se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razón, se le acabó la vida. Otro día dio aviso su amigo a los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabían su desgracia, y el monesterio donde Camila estaba, casi en el término de acompañar a su esposo (N) en aquel forzoso viaje, no por las nuevas del muerto esposo, mas por las que supo del ausente amigo. Dícese que, aunque se vio viuda, no quiso salir del monesterio, ni, menos, hacer profesión de monja, hasta que, no de allí a muchos días, le vinieron nuevas que Lotario había muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán (N) Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, donde había ido a parar el tarde arrepentido amigo; lo cual sabido por Camila, hizo profesión, y acabó en breves días la vida a las rigurosas manos de tristezas y melancolías. Éste fue el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio.
      -Bien -dijo el cura- me parece esta novela, (N) pero no me puedo persuadir que esto sea verdad; y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo. Si este caso se pusiera entre un galán y una dama, pudiérase llevar, pero entre marido y mujer, algo tiene del imposible; y, en lo que toca al modo de contarle, no me descontenta. (N)







Parte I -- Capítulo XXXVI . Que trata de otros raros sucesos que en la venta le sucedieron

      Estando en esto, el ventero, que estaba a la puerta de la venta, dijo:
      -Esta que viene es una hermosa tropa de huéspedes: si ellos paran aquí, gaudeamus (N) tenemos.
      -¿ Qué gente es? -dijo Cardenio.
      -Cuatro hombres -respondió el ventero- vienen a caballo, a la jineta, con lanzas y adargas, (N) y todos con antifaces negros; y junto con ellos viene una mujer vestida de blanco, en un sillón, ansimesmo cubierto el rostro, y otros dos mozos de a pie.
      -¿ Vienen muy cerca? -preguntó el cura.
      -Tan cerca -respondió el ventero-, que ya llegan.
      Oyendo esto Dorotea, se cubrió el rostro, y Cardenio se entró en el aposento de don Quijote; (N) y casi no habían tenido lugar para esto, cuando entraron en la venta todos los que el ventero había dicho; y, apeándose los cuatro de a caballo, que de muy gentil talle y disposición eran, fueron a apear a la mujer que en el sillón venía; y, tomándola uno dellos en sus brazos, la sentó en una silla que estaba a la entrada del aposento donde Cardenio se había escondido. En todo este tiempo, ni ella ni ellos se habían quitado los antifaces, ni hablado palabra alguna; sólo que, al sentarse la mujer en la silla, dio un profundo suspiro y dejó caer los brazos, como persona enferma y desmayada. Los mozos de a pie llevaron los caballos a la caballeriza.
      Viendo esto el cura, deseoso de saber qué gente era aquella que con tal traje y tal silencio estaba, se fue donde estaban los mozos, y a uno dellos le preguntó lo que ya deseaba; el cual le respondió:
      -Pardiez, señor, yo no sabré deciros qué gente sea ésta; sólo sé que muestra ser muy principal, especialmente aquel que llegó a tomar en sus brazos a aquella señora que habéis visto; y esto dígolo porque todos los demás le tienen respeto, y no se hace otra cosa más de la que él ordena y manda.
      {">(N) -Y la señora, ¿ quién es? -preguntó el cura.
      -Tampoco sabré decir eso -respondió el mozo-, porque en todo el camino no la he visto el rostro; suspirar sí la he oído muchas veces, y dar unos gemidos que parece que con cada uno dellos quiere dar el alma. Y no es de maravillar que no sepamos más de lo que habemos dicho, porque mi compañero y yo no ha más de dos días que los acompañamos; porque, habiéndolos encontrado en el camino, nos rogaron y persuadieron que viniésemos con ellos hasta el Andalucía, (N) ofreciéndose a pagárnoslo muy bien.
      -¿ Y habéis oído nombrar a alguno dellos? -preguntó el cura.
      -No, por cierto -respondió el mozo-, porque todos caminan con tanto silencio que es maravilla, porque no se oye entre ellos otra cosa que los suspiros y sollozos de la pobre señora, que nos mueven a lástima; y sin duda tenemos creído que ella va forzada dondequiera que va, y, según se puede colegir por su hábito, ella es monja, o va a serlo, que es lo más cierto, y quizá porque no le debe de nacer de voluntad el monjío, va triste, como parece.
      -Todo podría ser -dijo el cura.
      Y, dejándolos, se volvió adonde estaba Dorotea, la cual, como había oído suspirar a la embozada, movida de natural compasión, se llegó a ella y le dijo.
      -¿ Qué mal sentís, señora mía? Mirad si es alguno de quien las mujeres suelen tener uso y experiencia de curarle, que de mi parte os ofrezco una buena voluntad de serviros.
      A todo esto callaba la lastimada señora; y, aunque Dorotea tornó con mayores ofrecimientos, todavía se estaba en su silencio, hasta que llegó el caballero embozado que dijo el mozo que los demás obedecían, y dijo a Dorotea.
      -No os canséis, señora, (N) en ofrecer nada a esa mujer, porque tiene por costumbre de no agradecer (N) cosa que por ella se hace, ni procuréis que os responda, si no queréis oír alguna mentira de su boca.
      -Jamás la dije -dijo a esta sazón la que hasta allí había estado callando-; antes, por ser tan verdadera y tan sin trazas mentirosas, me veo ahora en tanta desventura; y desto vos mesmo quiero que seáis el testigo, pues mi pura verdad os hace a vos ser falso y mentiroso.
      Oyó estas razones Cardenio bien clara y distintamente, como quien estaba tan junto de quien las decía que sola la puerta del aposento de don Quijote estaba en medio; y, así como las oyó, dando una gran voz dijo:
      -¡ Válgame Dios ! ¿ Qué es esto que oigo? ¿ Qué voz es esta que ha llegado a mis oídos.
      Volvió la cabeza a estos gritos aquella señora, toda sobresaltada, y, no viendo quién las daba, se levantó en pie y fuese a entrar en el aposento; lo cual visto por el caballero, la detuvo, sin dejarla mover un paso. A ella, con la turbación y desasosiego, se le cayó el tafetán con que traía cubierto el rostro, y descubrió una hermosura incomparable y un rostro milagroso, aunque descolorido y asombrado, porque con los ojos andaba rodeando todos los lugares donde alcanzaba con la vista, con tanto ahínco, que parecía persona fuera de juicio; cuyas señales, sin saber por qué las hacía, (N) pusieron gran lástima en Dorotea y en cuantos la miraban. Teníala el caballero fuertemente asida por las espaldas, y, por estar tan ocupado en tenerla, no pudo acudir a alzarse el embozo, que se le caía, como, en efeto, se le cayó del todo; y, alzando los ojos Dorotea, que abrazada con la señora estaba, vio que el que abrazada ansimesmo la tenía era su esposo don Fernando; y, apenas le hubo conocido, cuando, arrojando de lo íntimo de sus entrañas un luengo y tristísimo ′′¡ ay !′′, se dejó caer de espaldas desmayada; y, a no hallarse allí junto el barbero, que la recogió en los brazos, ella diera consigo en el suelo.
      Acudió luego el cura (N) a quitarle el embozo, para echarle agua en el rostro, y así como la descubrió la conoció don Fernando, que era el que estaba abrazado con la otra, y quedó como muerto en verla; pero no porque dejase, con todo esto, de tener a Luscinda, que era la que procuraba soltarse de sus brazos; la cual había conocido (N) en el suspiro a Cardenio, y él la había conocido a ella. Oyó asimesmo Cardenio el ¡ ay ! que dio Dorotea cuando se cayó desmayada, y, creyendo que era su Luscinda, salió del aposento despavorido, y lo primero que vio fue a don Fernando, que tenía abrazada a Luscinda. También don Fernando conoció luego a Cardenio; y todos tres, Luscinda, Cardenio y Dorotea, quedaron mudos y suspensos, casi sin saber lo que les había acontecido.
      Callaban todos y mirábanse todos: (N) Dorotea a don Fernando, don Fernando a Cardenio, Cardenio a Luscinda y Luscinda a Cardenio. Mas quien primero rompió el silencio fue Luscinda, hablando a don Fernando desta manera.
      -Dejadme, señor don Fernando, por lo que debéis a ser quien sois, ya que por otro respeto no lo hagáis; dejadme llegar al muro de quien yo soy yedra, al arrimo de quien no me han podido apartar vuestras importunaciones, vuestras amenazas, vuestras promesas ni vuestras dádivas. Notad cómo el cielo, por desusados y a nosotros encubiertos caminos, me ha puesto a mi verdadero esposo delante. Y bien sabéis por mil costosas experiencias (N) que sola la muerte fuera bastante para borrarle de mi memoria. Sean, pues, parte tan claros desengaños para que volváis, ya que no podáis hacer otra cosa, el amor en rabia, la voluntad en despecho, y acabadme con él la vida; que, como yo la rinda delante de mi buen esposo, la daré por bien empleada: quizá con mi muerte quedará satisfecho de la fe que le mantuve hasta el último trance de la vida.
      Había en este entretanto vuelto Dorotea en sí, y había estado escuchando todas las razones que Luscinda dijo, por las cuales vino en conocimiento de quién ella era; que, viendo que don Fernando aún no la dejaba de los brazos, ni respondía a sus razones, esforzándose lo más que pudo, se levantó y se fue a hincar de rodillas a sus pies; y, derramando mucha cantidad de hermosas y lastimeras lágrimas, así le comenzó a decir.
      -Si ya no es, señor mío, que los rayos deste sol que en tus brazos eclipsado tienes (N) te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya habrás echado de ver que la que a tus pies está arrodillada es la sin ventura, hasta que tú quieras, y la desdichada Dorotea. Yo soy aquella labradora humilde a quien tú, por tu bondad o por tu gusto, quisiste levantar a la alteza de poder llamarse tuya. Soy la que, encerrada en los límites de la honestidad, vivió vida contenta hasta que, a las voces de tus importunidades, y, al parecer, justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te entregó las llaves de su libertad: dádiva de ti tan mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y verte yo a ti de la manera que te veo. Pero, con todo esto, no querría que cayese en tu imaginación pensar que he venido aquí con pasos de mi deshonra, habiéndome traído sólo los del dolor y sentimiento de verme de ti olvidada. Tú quisiste que yo fuese tuya, y quisístelo de manera que, aunque ahora quieras que no lo sea, no será posible que tú dejes de ser mío. Mira, señor mío, que puede ser recompensa a la hermosura y nobleza por quien me dejas la incomparable voluntad que te tengo. Tú no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil te será, si en ello miras, reducir tu voluntad a querer a quien te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera. Tú solicitaste mi descuido, tú rogaste a mi entereza, tú no ignoraste mi calidad, tú sabes bien de la manera que me entregué a toda tu voluntad: no te queda lugar ni acogida de llamarte a engaño. Y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como caballero, ¿ por qué por tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me heciste en los principios? Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme, a lo menos, y admíteme por tu esclava; que, como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada. No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en mi deshonra; no des tan mala vejez a mis padres, pues no lo merecen los leales servicios que, como buenos vasallos, a los tuyos siempre han hecho. Y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía, considera que pocas o ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres decendencias; cuanto más, que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si ésta a ti te falta, negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que últimamente te digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu esposa: testigos son tus palabras, que no han ni deben ser mentirosas, (N) si ya es que te precias de aquello por que me desprecias; (N) testigo será la firma que hiciste, (N) y testigo el cielo, a quien tú llamaste por testigo de lo que me prometías. Y, cuando todo esto falte, tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces (N) callando en mitad de tus alegrías, volviendo por esta verdad que te he dicho y turbando tus mejores gustos y contentos. (N)
      Estas y otras razones dijo la lastimada Dorotea, con tanto sentimiento y lágrimas, que los mismos que acompañaban a don Fernando, y cuantos presentes estaban, la acompañaron en ellas. Escuchóla don Fernando sin replicalle palabra, hasta que ella dio fin a las suyas y principio a tantos sollozos y suspiros, que bien había de ser corazón de bronce el que con muestras de tanto dolor no se enterneciera. Mirándola estaba Luscinda, no menos lastimada de su sentimiento que admirada de su mucha discreción y hermosura; y, aunque quisiera llegarse a ella y decirle algunas palabras de consuelo, no la dejaban los brazos de don Fernando, que apretada la tenían. El cual, lleno de confusión y espanto, al cabo de un buen espacio que atentamente estuvo mirando a Dorotea, abrió los brazos y, dejando libre a Luscinda, dijo.
      -Venciste, hermosa Dorotea, venciste; porque no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas.
      Con el desmayo que Luscinda había tenido, así como la dejó don Fernando, iba a caer en el suelo; mas, hallándose Cardenio allí junto, que a las espaldas de don Fernando se había puesto porque no le conociese, (N) prosupuesto todo temor y aventurando a todo riesgo, acudió a sostener a Luscinda, y, cogiéndola entre sus brazos, le dijo:
      -Si el piadoso cielo gusta y quiere que ya tengas algún descanso, leal, firme y hermosa señora mía, en ninguna parte creo yo que le tendrás más seguro que en estos brazos que ahora te reciben, y otro tiempo te recibieron, (N) cuando la fortuna quiso que pudiese llamarte mía.
      A estas razones, puso Luscinda en Cardenio los ojos, y, habiendo comenzado a conocerle, primero por la voz, y asegurándose que él era con la vista, casi fuera de sentido y sin tener cuenta a ningún honesto respeto, le echó los brazos al cuello, y, juntando su rostro con el de Cardenio, le dijo:
      -Vos sí, señor mío, sois el verdadero dueño desta vuestra captiva, aunque más lo impida la contraria suerte, y, aunque más amenazas le hagan a esta vida que en la vuestra se sustenta.
      Estraño espectáculo fue éste para don Fernando y para todos los circunstantes, admirándose de tan no visto suceso. Parecióle a Dorotea que don Fernando había perdido la color del rostro y que hacía ademán de querer vengarse de Cardenio, porque le vio encaminar la mano a ponella en la espada; y, así como lo pensó, con no vista presteza se abrazó con él por las rodillas, besándoselas y teniéndole apretado, que no le dejaba mover, y, sin cesar un punto de sus lágrimas, le decía.
      -¿ Qué es lo que piensas hacer, único refugio mío, en este tan impensado trance? Tú tienes a tus pies a tu esposa, y la que quieres que lo sea (N) está en los brazos de su marido. Mira si te estará bien o te será posible deshacer lo que el cielo ha hecho, o si te convendrá querer levantar a igualar a ti mismo a la que, pospuesto todo inconveniente, confirmada en su verdad y firmeza, (N) delante de tus ojos tiene los suyos, bañados de licor amoroso el rostro y pecho de su verdadero esposo. Por quien Dios es te ruego, y por quien tú eres te suplico, que este tan notorio desengaño no sólo no acreciente tu ira, sino que la mengÜe en tal manera, que con quietud y sosiego permitas que estos dos amantes le tengan, sin impedimiento tuyo, todo el tiempo que el cielo quisiere concedérsele; y en esto mostrarás la generosidad de tu ilustre y noble pecho, y verá el mundo que tiene contigo más fuerza la razón que el apetito.
      En tanto que esto decía Dorotea, aunque Cardenio tenía abrazada a Luscinda, no quitaba los ojos de don Fernando, con determinación de que, si le viese hacer algún movimiento en su perjuicio, procurar defenderse (N) y ofender como mejor pudiese a todos aquellos que en su daño se mostrasen, aunque le costase la vida. Pero a esta sazón acudieron los amigos de don Fernando, y el cura y el barbero, que a todo habían estado presentes, sin que faltase el bueno de Sancho Panza, (N) y todos rodeaban a don Fernando, suplicándole tuviese por bien de mirar las lágrimas de Dorotea; y que, siendo verdad, como sin duda ellos creían que lo era, lo que en sus razones había dicho, que no permitiese quedase defraudada de sus tan justas esperanzas. Que considerase que, no acaso, como parecía, sino con particular providencia del cielo, se habían todos juntado en lugar donde menos ninguno pensaba; y que advirtiese -dijo el cura- que sola la muerte podía apartar a Luscinda de Cardenio; y, aunque los dividiesen filos de alguna espada, (N) ellos tendrían por felicísima su muerte; y que en los lazos inremediables (N) era suma cordura, forzándose y venciéndose a sí mismo, mostrar un generoso pecho, permitiendo que por sola su voluntad (N) los dos gozasen el bien que el cielo ya les había concedido; que pusiese los ojos ansimesmo en la beldad de Dorotea, y vería que pocas o ninguna se le podían igualar, cuanto más hacerle ventaja, y que juntase a su hermosura su humildad y el estremo del amor que le tenía; y, sobre todo, advirtiese que si se preciaba de caballero y de cristiano, que no podía hacer otra cosa que cumplille la palabra dada, y que, cumpliéndosela, cumpliría con Dios y satisfaría a las gentes discretas, las cuales saben y conocen que es prerrogativa de la hermosura, aunque esté en sujeto humilde, como se acompañe con la honestidad, poder levantarse e igualarse a cualquiera alteza, sin nota de menoscabo del que la levanta e iguala a sí mismo; y, cuando se cumplen las fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga pecado, no debe de ser culpado el que las sigue.
      En efeto, a estas razones añadieron todos otras, tales y tantas, que el valeroso pecho de don Fernando (en fin, como alimentado con ilustre sangre) se ablandó y se dejó vencer de la verdad, que él no pudiera negar aunque quisiera; y la señal que dio de haberse rendido (N) y entregado al buen parecer que se le había propuesto fue abajarse y abrazar a Dorotea, diciéndole.
      -Levantaos, señora mía, que no es justo que esté arrodillada a mis pies la que yo tengo en mi alma; y si hasta aquí no he dado muestras de lo que digo, quizá ha sido por orden del cielo, para que, viendo yo en vos la fe con que me amáis, os sepa estimar en lo que merecéis. Lo que os ruego es que no me reprehendáis mi mal término y mi mucho descuido, pues la misma ocasión y fuerza que me movió para acetaros por mía, esa misma me impelió para procurar no ser vuestro. Y que esto sea verdad, volved y mirad los ojos (N) de la ya contenta Luscinda, y en ellos hallaréis disculpa de todos mis yerros; y, pues ella halló y alcanzó lo que deseaba, y yo he hallado en vos lo que me cumple, viva ella segura y contenta luengos y felices años con su Cardenio, que yo rogaré al cielo que me los deje vivir con mi Dorotea.
      Y, diciendo esto, la tornó a abrazar y a juntar su rostro con el suyo, con tan tierno sentimiento, que le fue necesario tener gran cuenta con que las lágrimas no acabasen de dar indubitables señas de su amor y arrepentimiento. No lo hicieron así las de Luscinda y Cardenio, (N) y aun las de casi todos los que allí presentes estaban, porque comenzaron a derramar tantas, los unos de contento proprio y los otros del ajeno, que no parecía sino que algún grave y mal caso a todos había sucedido. Hasta Sancho Panza lloraba, aunque después dijo que no lloraba él sino por ver que Dorotea no era, (N) como él pensaba, la reina Micomicona, de quien él tantas mercedes esperaba. Duró algún espacio, junto con el llanto, la admiración en todos, y luego Cardenio y Luscinda se fueron a poner de rodillas ante don Fernando, dándole gracias de la merced que les había hecho con tan corteses razones, que don Fernando no sabía qué responderles; y así, los levantó y abrazó con muestras de mucho amor y de mucha cortesía.
      Preguntó luego a Dorotea le dijese (N) cómo había venido a aquel lugar tan lejos del suyo. Ella, con breves y discretas razones, contó todo lo que antes había contado a Cardenio, de lo cual gustó tanto don Fernando y los que con él venían, (N) que quisieran que durara el cuento más tiempo: tanta era la gracia con que Dorotea contaba sus desventuras. Y, así como hubo acabado, dijo don Fernando lo que en la ciudad le había acontecido después que halló el papel en el seno de Luscinda, donde declaraba ser esposa de Cardenio y no poderlo ser suya. Dijo que la quiso matar, y lo hiciera si de sus padres no fuera impedido; y que así, se salió de su casa, despechado y corrido, con determinación de vengarse con más comodidad; y que otro día supo como Luscinda había faltado de casa de sus padres, sin que nadie supiese decir dónde se había ido, y que, en resolución, al cabo de algunos meses vino a saber como estaba en un monesterio, (N) con voluntad de quedarse en él toda la vida, si no la pudiese pasar con Cardenio; y que, así como lo supo, escogiendo para su compañía aquellos tres caballeros, vino al lugar donde estaba, a la cual no había querido hablar, temeroso que, en sabiendo que él estaba allí, había de haber más guarda en el monesterio; y así, aguardando un día a que la portería estuviese abierta, dejó a los dos a la guarda de la puerta, y él, con otro, habían entrado en el monesterio buscando a Luscinda, la cual hallaron en el claustro hablando con una monja; y, arrebatándola, sin darle lugar a otra cosa, se habían venido con ella a un lugar donde se acomodaron de aquello que hubieron menester para traella. Todo lo cual habían podido hacer bien a su salvo, por estar el monesterio en el campo, buen trecho fuera del pueblo. Dijo que, así como Luscinda se vio en su poder, perdió todos los sentidos; y que, después de vuelta en sí, no había hecho otra cosa sino llorar y suspirar, sin hablar palabra alguna; y que así, acompañados de silencio y de lágrimas, habían llegado a aquella venta, que para él era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra.







Parte I -- Capítulo XXXVII . Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras

      Todo esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su ánima, viendo que se le desparecían e iban en humo las esperanzas de su ditado, (N) y que la linda princesa Micomicona se le había vuelto en Dorotea, y el gigante en don Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueño suelto, bien descuidado de todo lo sucedido. No se podía asegurar Dorotea si era soñado el bien que poseía. Cardenio estaba en el mismo pensamiento, y el de Luscinda corría por la misma cuenta. Don Fernando daba gracias al cielo por la merced recebida y haberle sacado de aquel intricado laberinto, donde se hallaba tan a pique de perder el crédito y el alma; y, finalmente, cuantos en la venta estaban, estaban contentos y gozosos del buen suceso que habían tenido tan trabados y desesperados negocios.
      Todo lo ponía en su punto el cura, como discreto, y a cada uno daba el parabién del bien alcanzado; pero quien más jubilaba y se contentaba era la ventera, (N) por la promesa que Cardenio y el cura le habían hecho de pagalle todos los daños e intereses que por cuenta de don Quijote le hubiesen venido. (N) Sólo Sancho, como ya se ha dicho, (N) era el afligido, el desventurado y el triste; y así, con malencónico semblante, entró a su amo, el cual acababa de despertar, a quien dijo.
      -Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, (N) dormir todo lo que quisiere, sin cuidado de matar a ningún gigante, ni de volver a la princesa su reino: que ya todo está hecho y concluido.
      -Eso creo yo bien -respondió don Quijote-, porque he tenido con el gigante la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días de mi vida; y de un revés, ¡ zas ! , (N) le derribé la cabeza en el suelo, y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra como si fueran de agua.
      -Como si fueran de vino tinto, (N) pudiera vuestra merced decir mejor -respondió Sancho - , porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, (N) y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es la puta que me parió, y llévelo todo Satanás.
      -Y ¿ qué es lo que dices, loco? -replicó don Quijote - . ¿ Estás en tu seso.
      -Levántese vuestra merced -dijo Sancho-, y verá el buen recado que ha hecho, y lo que tenemos que pagar; y verá a la reina convertida en una dama particular, llamada Dorotea, con otros sucesos que, si cae en ellos, le han de admirar.
      -No me maravillaría de nada deso -replicó don Quijote-, porque, si bien te acuerdas, la otra vez que aquí estuvimos te dije yo que todo cuanto aquí sucedía eran cosas de encantamento, y no sería mucho que ahora fuese lo mesmo.
      -Todo lo creyera yo -respondió Sancho-, si también mi manteamiento fuera cosa dese jaez, mas no lo fue, sino real y verdaderamente; (N) y vi yo que el ventero que aquí está hoy día tenía del un cabo de la manta, y me empujaba hacia el cielo con mucho donaire y brío, y con tanta risa como fuerza; y donde interviene conocerse las personas, tengo para mí, aunque simple y pecador, que no hay encantamento alguno, sino mucho molimiento y mucha mala ventura.
      -Ahora bien, Dios lo remediará -dijo don Quijote - . Dame de vestir (N) y déjame salir allá fuera, que quiero ver los sucesos y transformaciones que dices.
      Diole de vestir Sancho, y, en el entretanto que se vestía, contó el cura a don Fernando y a los demás las locuras de don Quijote, y del artificio que habían usado para sacarle de la Peña (N) Pobre, donde él se imaginaba estar por desdenes de su señora. Contóles asimismo casi todas las aventuras que Sancho había contado, de que no poco se admiraron y rieron, por parecerles lo que a todos parecía: ser el más estraño género de locura que podía caber en pensamiento desparatado. (N) Dijo más el cura: que, pues ya el buen suceso de la señora Dorotea impidía pasar con su disignio adelante, que era menester inventar y hallar otro para poderle llevar a su tierra. Ofrecióse Cardenio de proseguir lo comenzado, y que Luscinda haría (N) y representaría la persona de Dorotea.
      -No -dijo don Fernando-, no ha de ser así: que yo quiero que Dorotea prosiga su invención; que, como no sea muy lejos de aquí el lugar deste buen caballero, yo holgaré de que se procure su remedio.
      -No está más de dos jornadas (N) de aquí.
      -Pues, aunque estuviera más, gustara yo de caminallas, a trueco de hacer tan buena obra.
      Salió, en esto, don Quijote, armado de todos sus pertrechos, con el yelmo, aunque abollado, de Mambrino en la cabeza, embrazado de su rodela y arrimado a su tronco o lanzón. (N) Suspendió a don Fernando y a los demás la estraña presencia de don Quijote, viendo su rostro de media legua de andadura, seco y amarillo, la desigualdad de sus armas y su mesurado continente, y estuvieron callando hasta ver lo que él decía, el cual, con mucha gravedad y reposo, puestos los ojos en la hermosa Dorotea, dijo.
      -Estoy informado, hermosa señora, deste mi escudero que la vuestra grandeza se ha aniquilado, y vuestro ser se ha deshecho, porque de reina y gran señora que solíades ser os habéis vuelto en una particular doncella. Si esto ha sido por orden del rey nigromante de vuestro padre, temeroso que yo no os diese la necesaria y debida ayuda, digo que no supo ni sabe de la misa la media, y que fue poco versado en las historias caballerescas, porque si él las hubiera leído y pasado tan atentamente y con tanto espacio como yo las pasé y leí, hallara a cada paso cómo otros caballeros de menor fama que la mía habían acabado cosas más dificultosas, no siéndolo mucho matar a un gigantillo, por arrogante que sea; porque no ha muchas horas que yo me vi con él, y... quiero callar, porque no me digan que miento; pero el tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos.
      -Vístesos vos con dos cueros, que no con un gigante - dijo a esta sazón el ventero.
      Al cual mandó don Fernando que callase y no interrumpiese la plática de don Quijote en ninguna manera; y don Quijote prosiguió diciendo.
      -Digo, en fin, alta y desheredada señora, que si por la causa que he dicho vuestro padre ha hecho este metamorfóseos en vuestra persona, que no le deis crédito alguno, (N) porque no hay ningún peligro en la tierra por quien no se abra camino mi espada, con la cual, poniendo la cabeza de vuestro enemigo en tierra, os pondré a vos la corona de la vuestra en la cabeza en breves días.
      No dijo más don Quijote, y esperó a que la princesa le respondiese, la cual, como ya sabía la determinación de don Fernando de que se prosiguiese adelante en el engaño hasta llevar a su tierra a don Quijote, con mucho donaire y gravedad, le respondió.
      -Quienquiera que os dijo, valeroso caballero de la Triste Figura, que yo me había mudado y trocado de mi ser, no os dijo lo cierto, porque la misma que ayer fui me soy hoy. Verdad es que alguna mudanza han hecho en mí ciertos acaecimientos de buena ventura, que me la han dado la mejor que yo pudiera desearme, pero no por eso he dejado de ser la que antes y de tener los mesmos pensamientos de valerme del valor de vuestro valeroso e invenerable brazo que siempre he tenido. Así que, señor mío, vuestra bondad vuelva la honra al padre que me engendró, y téngale por hombre advertido y prudente, pues con su ciencia halló camino tan fácil y tan verdadero para remediar mi desgracia; que yo creo que si por vos, señor, no fuera, jamás acertara a tener la ventura que tengo; y en esto digo tanta verdad como son buenos testigos della los más destos señores (N) que están presentes. Lo que resta es que mañana nos pongamos en camino, porque ya hoy se podrá hacer poca jornada, (N) y en lo demás del buen suceso que espero, lo dejaré a Dios y al valor de vuestro pecho.
      Esto dijo la discreta Dorotea, y, en oyéndolo don Quijote, se volvió a Sancho, y, con muestras de mucho enojo, le dijo.
      -Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo (N) que hay en España. Dime, ladrón vagamundo, ¿ no me acabaste de decir ahora que esta princesa se había vuelto en una doncella que se llamaba Dorotea, y que la cabeza que entiendo que corté a un gigante era la puta que te parió, con otros disparates que me pusieron en la mayor confusión que jamás he estado en todos los días de mi vida? ¡ Voto... - y miró al cielo y apretó los dientes- que estoy por hacer un estrago en ti, que ponga sal en la mollera (N) a todos cuantos mentirosos escuderos hubiere de caballeros andantes, de aquí adelante, en el mundo.
      -Vuestra merced se sosiegue, señor mío -respondió Sancho-, que bien podría ser que yo me hubiese engañado en lo que toca a la mutación de la señora princesa Micomicona; pero, en lo que toca a la cabeza del gigante, o, a lo menos, a la horadación de los cueros y a lo de ser vino tinto la sangre, no me engaño, ¡ vive Dios !, porque los cueros allí están heridos, a la cabecera del lecho de vuestra merced, y el vino tinto tiene hecho un lago el aposento; y si no, al freír de los huevos (N) lo verá; quiero decir que lo verá cuando aquí su merced del señor ventero le pida el menoscabo de todo. De lo demás, de que la señora reina se esté como se estaba, me regocijo en el alma, porque me va mi parte, como a cada hijo de vecino.
      -Ahora yo te digo, Sancho -dijo don Quijote-, que eres un mentecato; y perdóname, (N) y basta.
      -Basta -dijo don Fernando-, y no se hable más en esto; y, pues la señora princesa dice que se camine mañana, porque ya hoy es tarde, hágase así, y esta noche la podremos pasar en buena conversación hasta el venidero día, donde todos acompañaremos al señor don Quijote, porque queremos ser testigos de las valerosas e inauditas hazañas que ha de hacer en el discurso desta grande empresa que a su cargo lleva.
      -Yo soy el que tengo de serviros y acompañaros - respondió don Quijote - , y agradezco mucho la merced que se me hace y la buena opinión que de mí se tiene, la cual procuraré que salga verdadera, o me costará la vida, y aun más, si más costarme puede.
      Muchas palabras de comedimiento y muchos ofrecimientos pasaron entre don Quijote y don Fernando; pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros, porque venía vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; (N) los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados y un alfanje morisco, puesto en un tahelí que le atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer a la morisca vestida, cubierto el rostro con una toca en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros a los pies la cubría. Era el hombre de robusto y agraciado talle, de edad de poco más de cuarenta años, algo moreno de rostro, largo de bigotes y la barba muy bien puesta. En resolución, él mostraba en su apostura que si estuviera bien vestido, le juzgaran por persona de calidad y bien nacida.
      Pidió, en entrando, un aposento, y, como le dijeron que en la venta no le había, mostró recebir pesadumbre; y, llegándose a la que en el traje parecía mora, la apeó en sus brazos. Luscinda, Dorotea, la ventera, su hija y Maritornes, llevadas del nuevo y para ellas nunca visto traje, rodearon a la mora, y Dorotea, que siempre fue agraciada, comedida y discreta, pareciéndole que así ella como el que la traía se congojaban por la falta del aposento, le dijo.
      -No os dé mucha pena, señora mía, la incomodidad de regalo que aquí falta, (N) pues es proprio de ventas no hallarse en ellas; pero, con todo esto, si gustáredes de pasar con nosotras -señalando a Luscinda-, quizá en el discurso de este camino habréis hallado otros no tan buenos acogimientos.
      No respondió nada a esto la embozada, ni hizo otra cosa que levantarse de donde sentado se había, y, puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, dobló el cuerpo en señal de que lo agradecía. Por su silencio imaginaron que, sin duda alguna, debía de ser mora, y que no sabía hablar cristiano. (N) Llegó, en esto, el cautivo, que entendiendo en otra cosa hasta entonces había estado, y, viendo que todas tenían cercada a la que con él venía, y que ella a cuanto le decían callaba, dijo.
      -Señoras mías, esta doncella apenas entiende mi lengua, ni sabe hablar otra ninguna sino conforme a su tierra, y por esto no debe de haber respondido, ni responde, a lo que se le ha preguntado.
      -No se le pregunta otra cosa ninguna -respondió Luscinda- sino ofrecelle por esta noche nuestra compañía (N) y parte del lugar donde nos acomodáremos, donde se le hará el regalo que la comodidad ofreciere, con la voluntad que obliga a servir a todos los estranjeros que dello tuvieren necesidad, especialmente siendo mujer a quien se sirve.
      -Por ella y por mí -respondió el captivo- os beso, señora mía, las manos, y estimo mucho y en lo que es razón la merced ofrecida; que en tal ocasión, y de tales personas como vuestro parecer muestra, bien se echa de ver que ha de ser muy grande.
      -Decidme, señor -dijo Dorotea-: ¿ esta señora es cristiana o mora? Porque el traje y el silencio nos hace pensar que es lo que no querríamos que fuese.
      -Mora es en el traje y en el cuerpo, pero en el alma es muy grande cristiana, porque tiene grandísimos deseos de serlo.
      -Luego, ¿ no es baptizada? (N) -replicó Luscinda.
      -No ha habido lugar para ello -respondió el captivo - después que salió de Argel, su patria y tierra, y hasta agora no se ha visto en peligro de muerte tan cercana que obligase a baptizalla sin que supiese primero todas las ceremonias que nuestra Madre la Santa Iglesia manda; (N) pero Dios será servido que presto se bautice con la decencia que la calidad de su persona merece, que es más de lo que muestra su hábito y el mío.
      Con estas razones puso gana en todos los que escuchándole estaban de saber quién fuese la mora y el captivo, pero nadie se lo quiso preguntar por entonces, por ver que aquella sazón era más para procurarles descanso que para preguntarles sus vidas. Dorotea la tomó por la mano y la llevó a sentar junto a sí, y le rogó que se quitase el embozo. Ella miró al cautivo, como si le preguntara le dijese lo que decían y lo que ella haría. Él, en lengua arábiga, le dijo que le pedían se quitase el embozo, y que lo hiciese; y así, se lo quitó, y descubrió un rostro tan hermoso que Dorotea la tuvo por más hermosa que a Luscinda, y Luscinda por más hermosa que a Dorotea, y todos los circustantes conocieron que si alguno se podría igualar al de las dos, era el de la mora, y aun hubo algunos que le aventajaron en alguna cosa. (N) Y, como la hermosura tenga prerrogativa y gracia de reconciliar los ánimos y atraer las voluntades, luego se rindieron todos al deseo de servir y acariciar a la hermosa mora.
      Preguntó don Fernando al captivo cómo se llamaba la mora, el cual respondió que lela Zoraida; y, así como esto oyó, ella entendió lo que le habían preguntado al cristiano, y dijo con mucha priesa, llena de congoja y donaire.
      -¡ No, no Zoraida: María, María ! -dando a entender que se llamaba María y no Zoraida.
      Estas palabras, el grande afecto con que la mora las dijo, hicieron derramar más de una lágrima a algunos de los que la escucharon, especialmente a las mujeres, que de su naturaleza son tiernas y compasivas. Abrazóla Luscinda con mucho amor, diciéndole.
      -Sí, sí: María, María.
      A lo cual respondió la mora.
      -¡ Sí, sí: María; Zoraida macange ! -que quiere decir no.
      Ya en esto llegaba la noche, y, por orden de los que venían con don Fernando, había el ventero puesto diligencia y cuidado en aderezarles de cenar lo mejor que a él le fue posible. Llegada, pues, la hora, sentáronse todos a una larga mesa, como de tinelo, (N) porque no la había redonda ni cuadrada en la venta, y dieron la cabecera y principal asiento, puesto que él lo rehusaba, a don Quijote, el cual quiso que estuviese a su lado la señora Micomicona, pues él era su aguardador. (N) Luego se sentaron Luscinda y Zoraida, y frontero dellas don Fernando y Cardenio, y luego el cautivo y los demás caballeros, y, al lado de las señoras, el cura y el barbero. Y así, cenaron con mucho contento, y acrecentóseles más viendo que, dejando de comer don Quijote, movido de otro semejante espíritu que el que le movió a hablar tanto como habló cuando cenó con los cabreros, comenzó a decir.
      -Verdaderamente, si bien se considera, señores míos, grandes e inauditas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería. Si no, ¿ cuál de los vivientes habrá en el mundo que ahora por la puerta deste castillo entrara, y de la suerte que estamos nos viere, que juzgue y crea (N) que nosotros somos quien somos? ¿ Quién podrá decir que esta señora que está a mi lado es la gran reina que todos sabemos, y que yo soy aquel Caballero de la Triste Figura que anda por ahí en boca de la fama? Ahora no hay que dudar, sino que esta arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más peligros está sujeto. Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que . (N) Porque la razón que los tales suelen decir, y a lo que ellos más se atienen, es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo, y que las armas sólo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas; o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos (N) mucho entendimiento; o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército, o la defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar (N) el intento del enemigo, los disignios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo pues ansí, que las armas requieren espíritu, (N) como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más. Y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar en más que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las letras..., y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como éste ninguno otro se le puede igualar; hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva (N) y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin, por cierto, generoso y alto y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida. Y así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, (N) cuando cantaron en los aires: ′′Gloria sea en las alturas, (N) y paz en la tierra, a los hombres de buena voluntad′′; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoridos, fue decirles que cuando entrasen en alguna casa, (N) dijesen: ′′Paz sea en esta casa′′; y otras muchas veces les dijo: ′′Mi paz os doy, mi paz os dejo: paz sea con vosotros′′, bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano; joya que sin ella, en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. Prosupuesta, pues, (N) esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores.
      De tal manera, y por tan buenos términos, iba prosiguiendo en su plática don Quijote que obligó a que, por entonces, ninguno de los que escuchándole estaban le tuviese por loco; antes, como todos los más eran caballeros, a quien son anejas las armas, le escuchaban de muy buena gana; y él prosiguió diciendo:
      -Digo, pues, que los trabajos del estudiante son éstos: principalmente pobreza (no porque todos sean pobres, sino por poner este caso en todo el estremo que pueda ser); y, en haber dicho que padece pobreza, me parece que no había que decir más de su mala ventura, porque quien es pobre no tiene cosa buena. Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en frío, ya en desnudez, ya en todo junto; pero, con todo eso, no es tanta que no coma, aunque sea un poco más tarde de lo que se usa, aunque sea de las sobras de los ricos; que es la mayor miseria del estudiante éste que entre ellos llaman andar a la sopa; (N) y no les falta algún ajeno brasero o chimenea, que, si no callenta, a lo menos entibie su frío, y, en fin, la noche duermen debajo de cubierta. No quiero llegar a otras menudencias, conviene a saber, de la falta de camisas (N) y no sobra de zapatos, la raridad y poco pelo del vestido, ni aquel ahitarse con tanto gusto, cuando la buena suerte les depara algún banquete. Por este camino que he pintado, áspero y dificultoso, tropezando aquí, cayendo allí, levantándose acullá, tornando a caer acá, (N) llegan al grado que desean; el cual alcanzado, a muchos hemos visto que, habiendo pasado por estas Sirtes y por estas Scilas y Caribdis, (N) como llevados en vuelo de la favorable fortuna, digo que los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, (N) su frío en refrigerio, su desnudez en galas, y su dormir en una estera en reposar en holandas y damascos: premio justamente merecido (N) de su virtud. Pero, contrapuestos y comparados sus trabajos con los del mílite guerrero, (N) se quedan muy atrás en todo, como ahora diré.







Parte I -- Capítulo XXXVIII . Que trata del curioso discurso (N) que hizo don Quijote de las armas y las letras.
      Prosiguiendo don Quijote, dijo.
      -Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare (N) por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado (N) le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con sólo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche, para restaurarse de todas estas incomodidades, en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere, y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su ejercicio; lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, (N) para curarle algún balazo, que quizá le habrá pasado las sienes, (N) o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y, cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿ cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda, habéis de responder que no tienen comparación, ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. (N) Todo esto es al revés en los letrados; porque, de faldas, que no quiero decir de mangas, (N) todos tienen en qué entretenerse. Así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquéllos se premian con darles oficios, que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a éstos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven; y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, (N) según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios; (N) y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra (N) el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada (N) que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida. Y ¿ qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, que, hallándose cercado en alguna fuerza, (N) y estando de posta, o guarda, en algún revellín o caballero, (N) siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Sólo lo que puede hacer (N) es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir (N) a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si éste parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventajas el de embestirse dos galeras (N) por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno; y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, (N) cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio (N) de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, (N) disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un (N) los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque, aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño (N) me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes (N) de los pasados siglos.
      Todo este largo preámbulo (N) dijo don Quijote, en tanto que los demás cenaban, olvidándose de llevar bocado a la boca, puesto que algunas veces le había dicho Sancho Panza que cenase, que después habría lugar para decir todo lo que quisiese. En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver que hombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en tratándole de su negra y pizmienta caballería. El cura le dijo que tenía mucha razón en todo cuanto había dicho en favor de las armas, y que él, aunque letrado y graduado, estaba de su mesmo parecer.
      Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y, en tanto que la ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, donde habían determinado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen, don Fernando rogó al cautivo les contase el discurso de su vida, porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso, según las muestras que había comenzado a dar, viniendo en compañía de Zoraida. A lo cual respondió el cautivo que de muy buena gana haría lo que se le mandaba, y que sólo temía que el cuento no había de ser tal, que les diese el gusto que él deseaba; pero que, con todo eso, por no faltar en obedecelle, le contaría. El cura y todos los demás se lo agradecieron, y de nuevo se lo rogaron; y él, viéndose rogar de tantos, dijo que no eran menester ruegos adonde el mandar tenía tanta fuerza.
      -Y así, estén vuestras mercedes atentos, (N) y oirán un discurso verdadero, a quien podría ser que no llegasen los mentirosos que con curioso y pensado artificio suelen componerse.
      Con esto que dijo, hizo que todos se acomodasen y le prestasen un grande silencio; y él, viendo que ya callaban y esperaban lo que decir quisiese, con voz agradable y reposada, comenzó a decir desta manera:.







Parte I -- Capítulo XXXIX . Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos

      -« En un lugar de las Montañas de León tuvo `rincipio mi linaje, con quien fue más agradecida y liberal la naturaleza que la fortuna, aunque, en la estrecheza de aquellos pueblos, todavía alcanzaba mi padre fama de rico, y verdaderamente lo fuera si así se diera maña a conservar su hacienda como se la daba en gastalla. Y la condición que tenía de ser liberal y gastador le procedió de haber sido soldado los años de su joventud, que es escuela la soldadesca donde el mezquino se hace franco, y el franco, pródigo; y si algunos soldados se hallan miserables, son como monstruos, que se ven raras veces. Pasaba mi padre los términos de la liberalidad, y rayaba en los de ser pródigo: cosa que no le es de ningún provecho al hombre casado, y que tiene hijos que le han de suceder en el nombre y en el ser. Los que mi padre tenía eran tres, todos varones y todos de edad de poder elegir estado. Viendo, pues, mi padre que, según él decía, no podía irse a la mano contra su condición, quiso privarse del instrumento y causa que le hacía gastador y dadivoso, que fue privarse de la hacienda, sin la cual el mismo Alejandro pareciera estrecho.
      » Y así, llamándonos un día a todos tres a solas en un aposento, nos dijo unas razones semejantes a las que ahora diré: ′′Hijos, para deciros que os quiero bien, basta saber y decir que sois mis hijos; y, para entender que os quiero mal, (N) basta saber que no me voy a la mano en lo que toca a conservar vuestra hacienda. Pues, para que entendáis desde aquí adelante que os quiero como padre, y que no os quiero destruir como padrastro, quiero hacer una cosa con vosotros que ha muchos días que la tengo pensada y con madura consideración dispuesta. Vosotros estáis ya en edad de tomar estado, o, a lo menos, de elegir ejercicio, tal que, cuando mayores, os honre y aproveche. Y lo que he pensado es hacer de mi hacienda cuatro partes: las tres os daré a vosotros, a cada uno lo que le tocare, sin exceder en cosa alguna, y con la otra me quedaré yo para vivir y sustentarme los días que el cielo fuere servido de darme de vida. Pero querría que, después que cada uno tuviese en su poder la parte que le toca de su hacienda, siguiese uno de los caminos que le diré. Hay un refrán en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: "Iglesia, o mar, o casa real", (N) como si más claramente dijera: "Quien quisiere valer y ser rico, siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas"; porque dicen: "Más vale migaja de rey que merced de señor". Digo esto porque querría, y es mi voluntad, (N) que uno de vosotros siguiese las letras, el otro la mercancía, y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es dificultoso entrar a servirle en su casa; que, ya que la guerra no dé muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha fama. Dentro de ocho días, os daré toda vuestra parte (N) en dineros, sin defraudaros en un ardite, como lo veréis por la obra. Decidme ahora si queréis seguir mi parecer y consejo en lo que os he propuesto′′. Y, mandándome a mí, por ser el mayor, que respondiese, después de haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que gastase todo lo que fuese su voluntad, que nosotros éramos mozos para saber ganarla, (N) vine a concluir en que cumpliría su gusto, y que el mío era seguir el ejercicio de las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey. El segundo hermano hizo los mesmos ofrecimientos, y escogió el irse a las Indias, llevando empleada la hacienda que le cupiese. El menor, y, a lo que yo creo, el más discreto, dijo que quería seguir la Iglesia, o irse a acabar sus comenzados estudios a Salamanca. Así como acabamos de concordarnos y escoger nuestros ejercicios, mi padre nos abrazó a todos, y, con la brevedad que dijo, puso por obra cuanto nos había prometido; y, dando a cada uno su parte, que, a lo que se me acuerda, fueron cada tres mil ducados, en dineros (porque un nuestro tío compró (N) toda la hacienda y la pagó de contado, porque no saliese del tronco de la casa), en un mesmo día nos despedimos todos tres de nuestro buen padre; y, en aquel mesmo, pareciéndome a mí ser inhumanidad que mi padre quedase viejo y con tan poca hacienda, hice con él que de mis tres mil tomase los dos mil ducados, porque a mí me bastaba el resto para acomodarme de lo que había menester un soldado. Mis dos hermanos, movidos de mi ejemplo, cada uno le dio mil ducados: de modo que a mi padre le quedaron cuatro mil en dineros, y más tres mil, que, a lo que parece, valía la hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino quedarse con ella en raíces. Digo, en fin, que nos despedimos dél y de aquel nuestro tío que he dicho, no sin mucho sentimiento y lágrimas de todos, encargándonos que les hiciésemos saber, (N) todas las veces que hubiese comodidad para ello, de nuestros sucesos, prósperos o adversos. Prometímosselo, y, abrazándonos y echándonos su bendición, el uno tomó el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla y yo el de Alicante, adonde tuve nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova.
      » Éste hará veinte y dos años (N) que salí de casa de mi padre, y en todos ellos, puesto que he escrito algunas cartas, no he sabido dél ni de mis hermanos nueva alguna. Y lo que en este discurso de tiempo he pasado lo diré brevemente. (N) Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas (N) y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; (N) y, estando ya de camino para Alejandría de la Palla, (N) tuve nuevas que el gran duque de Alba (N) pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, (N) alcancé a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina; (N) y, a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes, se tuvo nuevas de la liga que la Santidad del Papa Pío Quinto, de felice recordación, había hecho con Venecia y con España, contra el enemigo común, que es el Turco; el cual, en aquel mesmo tiempo, había ganado con su armada la famosa isla de Chipre, (N) que estaba debajo del dominio del veneciano: y pérdida lamentable y desdichada. Súpose cierto que venía por general desta liga el serenísimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe. (N) Divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacía. Todo lo cual me incitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba; y, aunque tenía barruntos, y casi promesas ciertas, (N) de que en la primera ocasión que se ofreciese sería promovido a capitán, lo quise dejar todo y venirme, como me vine, a Italia. Y quiso mi buena suerte que el señor don Juan de Austria (N) acababa de llegar a Génova, que pasaba a Nápoles a juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mecina. (N)
      » Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho capitán de infantería, (N) a cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte, más que mis merecimientos. Y aquel día, que fue para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, (N) creyendo que los turcos eran invencibles por la mar: en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada, entre tantos venturosos como allí hubo (porque más ventura tuvieron los cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron), yo solo fui el desdichado, pues, en cambio de que pudiera esperar, si fuera en los romanos siglos, alguna naval corona, me vi aquella noche que siguió a tan famoso día con cadenas a los pies y esposas a las manos.
      » Y fue desta suerte: que, habiendo el Uchalí, rey de Argel, atrevido y venturoso cosario, (N) embestido y rendido la capitana de Malta, que solos tres caballeros quedaron vivos en ella, (N) y éstos malheridos, acudió la capitana de Juan Andrea a socorrella, (N) en la cual yo iba con mi compañía; y, haciendo lo que debía en ocasión semejante, salté en la galera contraria, la cual, desviándose de la que la había embestido, estorbó que mis soldados me siguiesen, y así, me hallé solo entre mis enemigos, a quien no pude resistir, por ser tantos; en fin, me rindieron lleno de heridas. Y, como ya habréis, señores, oído decir que el Uchalí se salvó (N) con toda su escuadra, vine yo a quedar cautivo en su poder, y solo fui el triste entre tantos alegres y el cautivo entre tantos libres; porque fueron quince mil cristianos los que aquel día alcanzaron la deseada libertad, que todos venían al remo en la turquesca armada.
      » Lleváronme a Costantinopla, donde el Gran Turco Selim hizo general de la mar a mi amo, porque había hecho su deber en la batalla, habiendo llevado por muestra de su valor el estandarte de la religión de Malta. Halléme el segundo año, que fue el de setenta y dos, en Navarino, (N) bogando en la capitana de los tres fanales. (N) Vi y noté la ocasión que allí se perdió de no coger en el puerto toda el armada turquesca, porque todos los leventes y jenízaros (N) que en ella venían tuvieron por cierto que les habían de embestir dentro del mesmo puerto, y tenían a punto su ropa y pasamaques, que son sus zapatos, para huirse luego por tierra, sin esperar ser combatidos: tanto era el miedo que habían cobrado a nuestra armada. Pero el cielo lo ordenó de otra manera, no por culpa ni descuido del general que a los nuestros regía, (N) sino por los pecados de la cristiandad, y porque quiere y permite Dios que tengamos siempre verdugos que nos castiguen.
      » En efeto, el Uchalí se recogió a Modón, que es una isla (N) que está junto a Navarino, y, echando la gente en tierra, fortificó la boca del puerto, y estúvose quedo hasta que el señor don Juan se volvió. En este viaje se tomó la galera que se llamaba La Presa, de quien era capitán un hijo de aquel famoso cosario Barbarroja. Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba, (N) regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Y no quiero dejar de decir lo que sucedió en la presa de La Presa. (N) Era tan cruel el hijo de Barbarroja, (N) y trataba tan mal a sus cautivos, que, así como los que venían al remo vieron que la galera Loba les iba entrando (N) y que los alcanzaba, soltaron todos a un tiempo los remos, y asieron de su capitán, que estaba sobre el estanterol gritando que bogasen apriesa, y pasándole de banco en banco, de popa a proa, le dieron bocados, que a poco más que pasó del árbol ya había pasado su ánima al infierno: tal era, como he dicho, la crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenían.
      » Volvimos a Constantinopla, y el año siguiente, que fue el de setenta y tres, se supo en ella cómo el señor don Juan (N) había ganado a Túnez, y quitado aquel reino a los turcos y puesto en posesión dél a Muley Hamet, cortando las esperanzas que de volver a reinar en él tenía Muley Hamida, el moro más cruel (N) y más valiente que tuvo el mundo. Sintió mucho esta pérdida el Gran Turco, y, usando de la sagacidad que todos los de su casa tienen, hizo paz con venecianos, que mucho más que él la deseaban; y el año siguiente de setenta y cuatro acometió a la Goleta y al fuerte que junto a Túnez había dejado medio levantado el señor don Juan. En todos estos trances andaba yo al remo, sin esperanza de libertad alguna; a lo menos, no esperaba tenerla por rescate, porque tenía determinado de no escribir las nuevas de mi desgracia a mi padre.
      » Perdióse, en fin, la Goleta; perdióse el fuerte, sobre las cuales plazas hubo de soldados turcos, pagados, setenta y cinco mil, y de moros, y alárabes de toda la Africa, más de cuatrocientos mil, acompañado este tan gran número de gente con tantas municiones y pertrechos de guerra, y con tantos gastadores, que con las manos y a puñados de tierra pudieran cubrir la Goleta y el fuerte. Perdióse primero la Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable; (N) y no se perdió por culpa de sus defensores, los cuales hicieron en su defensa todo aquello que debían y podían, sino porque la experiencia mostró la facilidad con que se podían levantar trincheas en aquella desierta arena, porque a dos palmos se hallaba agua, y los turcos no la hallaron a dos varas; (N) y así, con muchos sacos de arena levantaron las trincheas tan altas que sobrepujaban las murallas de la fuerza; y, tirándoles a caballero, (N) ninguno podía parar, ni asistir a la defensa. Fue común opinión que no se habían de encerrar los nuestros en la Goleta, sino esperar en campaña al desembarcadero; (N) y los que esto dicen hablan de lejos y con poca experiencia de casos semejantes, porque si en la Goleta y en el fuerte apenas había siete mil soldados, ¿ cómo podía tan poco número, aunque más esforzados fuesen, salir a la campaña y quedar en las fuerzas, (N) contra tanto como era el de los enemigos?; y ¿ cómo es posible dejar de perderse fuerza que no es socorrida, y más cuando la cercan enemigos muchos y porfiados, y en su mesma tierra? Pero a muchos les pareció, y así me pareció a mí, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir (N) que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia (N) o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos Quinto; (N) como si fuera menester para hacerla eterna, como lo es y será, que aquellas piedras la sustentaran.
      » Perdióse también el fuerte; pero fuéronle ganando los turcos palmo a palmo, porque los soldados que lo defendían pelearon tan valerosa y fuertemente, que pasaron de veinte y cinco mil enemigos los que mataron en veinte y dos asaltos generales que les dieron. Ninguno cautivaron sano de trecientos que quedaron vivos, señal cierta y clara de su esfuerzo y valor, y de lo bien que se habían defendido y guardado sus plazas. Rindióse a partido un pequeño fuerte o torre que estaba en mitad del estaño, a cargo de don Juan Zanoguera, (N) caballero valenciano y famoso soldado. Cautivaron a don Pedro Puertocarrero, (N) general de la Goleta, el cual hizo cuanto fue posible por defender su fuerza; y sintió tanto el haberla perdido que de pesar murió en el camino de Constantinopla, donde le llevaban cautivo. Cautivaron ansimesmo al general del fuerte, que se llamaba Gabrio Cervellón, (N) caballero milanés, grande ingeniero y valentísimo soldado. Murieron en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, de las cuales fue una Pagán de Oria, (N) caballero del hábito de San Juan, de condición generoso, como lo mostró la summa liberalidad que usó con su hermano, el famoso Juan de Andrea de Oria; y lo que más hizo lastimosa su muerte fue haber muerto a manos de unos alárabes de quien se fió, (N) viendo ya perdido el fuerte, que se ofrecieron de llevarle en hábito de moro a Tabarca, (N) que es un portezuelo o casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquería del coral; los cuales alárabes le cortaron la cabeza y se la trujeron al general de la armada turquesca, el cual cumplió con ellos nuestro refrán castellano: "Que aunque la traición aplace, el traidor se aborrece"; y así, se dice que mandó el general ahorcar a los que le trujeron el presente, (N) porque no se le habían traído vivo.
      » Entre los cristianos que en el fuerte se perdieron, fue uno llamado don Pedro de Aguilar, natural no sé de qué lugar del Andalucía, el cual había sido alférez en el fuerte, soldado de mucha cuenta y de raro entendimiento: especialmente tenía particular gracia en lo que llaman poesía. (N) Dígolo porque su suerte le trujo a mi galera y a mi banco, y a ser esclavo de mi mesmo patrón; y, antes que nos partiésemos de aquel puerto, hizo este caballero dos sonetos, a manera de epitafios, el uno a la Goleta y el otro al fuerte. Y en verdad que los tengo de decir, porque los sé de memoria y creo que antes causarán gusto que pesadumbre. (N)
      En el punto que el cautivo nombró a don Pedro de Aguilar, don Fernando miró a sus camaradas, y todos tres se sonrieron; y, cuando llegó a decir de los sonetos, dijo el uno.
      -Antes que vuestra merced pase adelante, le suplico me diga qué se hizo ese don Pedro de Aguilar que ha dicho.
      -Lo que sé es -respondió el cautivo- que, al cabo de dos años que estuvo en Constantinopla, se huyó en traje de arnaúte con un griego espía, (N) y no sé si vino en libertad, (N) puesto que creo que sí, porque de allí a un año vi yo al griego en Constantinopla, y no le pude preguntar el suceso de aquel viaje.
      -Pues lo fue (N) -respondió el caballero - , porque ese don Pedro es mi hermano, y está ahora en nuestro lugar, bueno y rico, casado y con tres hijos.
      -Gracias sean dadas a Dios -dijo el cautivo- por tantas mercedes como le hizo; porque no hay en la tierra, conforme mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida. (N)
      -Y más -replicó el caballero-, que yo sé los sonetos que mi hermano hizo.
      -Dígalos, pues, vuestra merced -dijo el cautivo-, que los sabrá decir mejor que yo.
      -Que me place -respondió el caballero-; y el de la Goleta decía así.







Parte I -- Capítulo XL . Donde se prosigue la historia del cautivo

Soneto . Almas dichosas que del mortal velo
libres y esentas, (N) por el bien que obrastes,
desde la baja tierra os levantastes
a lo más alto y lo mejor del cielo,

y, ardiendo en ira y en honroso celo,
de los cuerpos la fuerza ejercitastes,
que en propia y sangre ajena colorastes
el mar vecino y arenoso suelo;

primero que el valor faltó la vida
en los cansados brazos, que, muriendo,
con ser vencidos, llevan la vitoria.

Y esta vuestra mortal, triste caída
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo
fama que el mundo os da, y el cielo gloria.

      -Desa mesma manera le sé yo -dijo el cautivo.
-Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo -dijo el caballero-, dice así: (N)
Soneto . De entre esta tierra estéril, derribada, (N)
destos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,

siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.

Y éste es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.

Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.

      No parecieron mal los sonetos, y el cautivo se alegró con las nuevas que de su camarada le dieron; y, prosiguiendo su cuento, dijo.
      -« Rendidos, pues, la Goleta y el fuerte, (N) los turcos dieron orden en desmantelar la Goleta, porque el fuerte quedó tal, que no hubo qué poner por tierra, y para hacerlo con más brevedad y menos trabajo, la minaron por tres partes; pero con ninguna se pudo volar (N) lo que parecía menos fuerte, que eran las murallas viejas; y todo aquello que había quedado en pie de la fortificación nueva que había hecho el Fratín, (N) con mucha facilidad vino a tierra. En resolución, la armada volvió a Constantinopla, triunfante y vencedora: y de allí a pocos meses (N) murió mi amo el Uchalí, al cual llamaban Uchalí Fartax, que quiere decir, en lengua turquesca, el renegado tiñoso, porque lo era; (N) y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna falta que tengan, o de alguna virtud que en ellos haya. Y esto es porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes, que decienden de la casa Otomana, y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya de las tachas del cuerpo y ya de las virtudes del ánimo. Y este Tiñoso bogó el remo, siendo esclavo del Gran Señor, catorce años, y a más de los treinta y cuatro de sus edad renegó, de despecho de que un turco, estando al remo, le dio un bofetón, y por poderse vengar dejó su fe; y fue tanto su valor que, sin subir por los torpes medios y caminos que los más privados del Gran Turco suben, vino a ser rey de Argel, y después, a ser general de la mar, que es el tercero cargo que hay en aquel señorío. (N) Era calabrés de nación, y moralmente fue un hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos, (N) que llegó a tener tres mil, los cuales, después de su muerte, se repartieron, como él lo dejó en su testamento, entre el Gran Señor (que también es hijo heredero de cuantos mueren, y entra a la parte con los más hijos que deja el difunto) (N) y entre sus renegados; y yo cupe a un renegado veneciano que, siendo grumete de una nave, le cautivó el Uchalí, (N) y le quiso tanto, que fue uno de los más regalados garzones suyos, (N) y él vino a ser el más cruel renegado que jamás se ha visto. Llamábase Azán Agá, (N) y llegó a ser muy rico, y a ser rey de Argel; con el cual yo vine de Constantinopla, algo contento, por estar tan cerca de España, no porque pensase escribir a nadie el desdichado suceso mío, sino por ver si me era más favorable la suerte en Argel que en Constantinopla, donde ya había probado mil maneras de huirme, y ninguna tuvo sazón ni ventura; y pensaba en Argel buscar otros medios de alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamás me desamparó la esperanza de tener libertad; y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponía por obra no correspondía el suceso a la intención, luego, sin abandonarme, fingía y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca.
      » Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman baño, (N) donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares; y los que llaman del almacén, (N) que es como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad, que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quien tratar su rescate, aunque le tengan. En estos baños, como tengo dicho, suelen llevar a sus cautivos (N) algunos particulares del pueblo, principalmente cuando son de rescate, porque allí los tienen holgados y seguros (N) hasta que venga su rescate. También los cautivos del rey que son de rescate no salen (N) al trabajo con la demás chusma, si no es cuando se tarda su rescate; que entonces, por hacerles que escriban por él con más ahínco, les hacen trabajar y ir por leña con los demás, que es un no pequeño trabajo.
      » Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo que era capitán, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella; y así, pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y, aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos (N) a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver, a cada paso, las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a éste, desorejaba aquél; (N) y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano. (N) Sólo libró bien con él un soldado español, (N) llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y, por la menor cosa de muchas que hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia. (N)
      » Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las ventanas de la casa de un moro rico y principal, las cuales, como de ordinario son las de los moros, más eran agujeros que ventanas, (N) y aun éstas se cubrían con celosías muy espesas y apretadas. Acaeció, pues, que un día, estando en un terrado de nuestra prisión (N) con otros tres compañeros, haciendo pruebas de saltar con las cadenas, por entretener el tiempo, estando solos, porque todos los demás cristianos habían salido a trabajar, alcé acaso los ojos y vi que por aquellas cerradas ventanillas que he dicho parecía una caña, y al remate della puesto un lienzo atado, y la caña se estaba blandeando y moviéndose, casi como si hiciera señas que llegásemos a tomarla. Miramos en ello, y uno de los que conmigo estaban fue a ponerse debajo de la caña, por ver si la soltaban, o lo que hacían; pero, así como llegó, alzaron la caña y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióse el cristiano, y tornáronla a bajar y hacer los mesmos movimientos que primero. Fue otro de mis compañeros, y sucedióle lo mesmo que al primero. Finalmente, fue el tercero y avínole lo que al primero y al segundo. Viendo yo esto, no quise dejar de probar la suerte, y, así como llegué a ponerme debajo de la caña, la dejaron caer, y dio a mis pies dentro del baño. Acudí luego a desatar el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro dél venían diez cianíis, que son unas monedas de oro bajo que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros. (N) Si me holgué con el hallazgo, no hay para qué decirlo, pues fue tanto el contento como la admiración de pensar de donde podía venirnos aquel bien, (N) especialmente a mí, pues las muestras de no haber querido soltar la caña sino a mí claro decían que a mí se hacía la merced. Tomé mi buen dinero, (N) quebré la caña, volvíme al terradillo, miré la ventana, y vi que por ella salía una muy blanca mano, que la abrían y cerraban muy apriesa. Con esto entendimos, o imaginamos, que alguna mujer que en aquella casa vivía nos debía de haber hecho aquel beneficio; y, en señal de que lo agradecíamos, hecimos zalemas a uso de moros, (N) inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí a poco sacaron por la mesma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron a entrar. Esta señal nos confirmó en que alguna cristiana debía de estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien nos hacía; pero la blancura de la mano, y las ajorcas que en ella vimos, nos deshizo este pensamiento, (N) puesto que imaginamos que debía de ser cristiana renegada, a quien de ordinario suelen tomar por legítimas mujeres sus mesmos amos, (N) y aun lo tienen a ventura, porque las estiman en más que las de su nación.
      » En todos nuestros discursos dimos muy lejos de la verdad del caso; y así, todo nuestro entretenimiento desde allí adelante era mirar y tener por norte a la ventana donde nos había aparecido la estrella (N) de la caña; pero bien se pasaron quince días en que no la vimos, ni la mano tampoco, ni otra señal alguna. Y, aunque en este tiempo procuramos con toda solicitud saber quién en aquella casa vivía, y si había en ella alguna cristiana renegada, (N) jamás hubo quien nos dijese otra cosa, sino que allí vivía un moro principal y rico, llamado Agi Morato, alcaide que había sido de La Pata, (N) que es oficio entre ellos de mucha calidad. Mas, cuando más descuidados estábamos de que por allí habían de llover más cianíis, vimos a deshora parecer la caña, y otro lienzo en ella, con otro nudo más crecido; y esto fue a tiempo que estaba el baño, como la vez pasada, solo y sin gente. Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estábamos, (N) pero a ninguno se rindió la caña sino a mí, porque, en llegando yo, la dejaron caer. Desaté el nudo, y hallé cuarenta escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al cabo de lo escrito hecha una grande cruz. Besé la cruz, tomé los escudos, (N) volvíme al terrado, hecimos todos nuestras zalemas, tornó a parecer la mano, hice señas que leería el papel, cerraron la ventana. Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido; y, como ninguno de nosotros no entendía el arábigo, era grande el deseo que teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese.
      » En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado, natural de Murcia, (N) que se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas entre los dos, que le obligaban a guardar el secreto que le encargase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse a tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la forma que pueden, como el tal renegado es hombre de bien, y que siempre ha hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la primera ocasión que se le ofrezca. Algunos hay que procuran estas fees con buena intención, otros se sirven dellas acaso y de industria: que, viniendo a robar (N) a tierra de cristianos, si a dicha se pierden o los cautivan, sacan sus firmas y dicen que por aquellos papeles se verá el propósito con que venían, el cual era de quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso con los demás turcos. Con esto se escapan de aquel primer ímpetu, y se reconcilian con la Iglesia, sin que se les haga daño; y, cuando veen la suya, se vuelven a Berbería a ser lo que antes eran. Otros hay que usan destos papeles, y los procuran, con buen intento, y se quedan en tierra de cristianos.
      » Pues uno de los renegados que he dicho era este mi amigo, el cual tenía firmas de todas nuestras camaradas, donde le acreditábamos cuanto era posible; y si los moros le hallaran estos papeles, le quemaran vivo. Supe que sabía muy bien arábigo, y no solamente hablarlo, sino escribirlo; pero, antes que del todo me declarase con él, le dije que me leyese aquel papel, que acaso me había hallado en un agujero de mi rancho. Abrióle, y estuvo un buen espacio mirándole y construyéndole, murmurando entre los dientes. (N) Preguntéle si lo entendía; díjome que muy bien, y, que si quería que me lo declarase palabra por palabra, que le diese tinta y pluma, porque mejor lo hiciese. Dímosle luego lo que pedía, y él poco a poco lo fue traduciendo; y, en acabando, dijo: ′′Todo lo que va aquí en romance, sin faltar letra, es lo que contiene este papel morisco; y hase de advertir que adonde dice Lela Marién (N) quiere decir Nuestra Señora la Virgen María′′.
      » Leímos el papel, y decía así.
      Cuando yo era niña, tenía mi padre una esclava, la cual en mi lengua me mostró la zalá cristianesca, y me dijo muchas cosas de Lela Marién. La cristiana murió, y yo sé que no fue al fuego, sino con Alá, porque después la vi dos veces, y me dijo que me fuese a tierra de cristianos a ver a Lela Marién, que me quería mucho. No sé yo cómo vaya: muchos cristianos he visto por esta ventana, y ninguno me ha parecido caballero sino tú. Yo soy muy hermosa y muchacha, y tengo muchos dineros que llevar conmigo: mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, (N) y serás allá mi marido, si quisieres, y si no quisieres, no se me dará nada, que Lela Marién me dará con quien me case. Yo escribí esto; mira a quién lo das a leer: no te fíes de ningún moro, porque son todos marfuces. (N) Desto tengo mucha pena: que quisiera que no te descubrieras a nadie, porque si mi padre lo sabe, me echará luego en un pozo, y me cubrirá de piedras. En la caña pondré un hilo: ata allí la respuesta; y si no tienes quien te escriba arábigo, dímelo por señas, que Lela Marién hará que te entienda. Ella y Alá te guarden, (N) y esa cruz que yo beso muchas veces; que así me lo mandó la cautiva.
      » Mirad, señores, si era razón que las razones deste papel nos admirasen y alegrasen. Y así, lo uno y lo otro fue de manera que el renegado entendió que no acaso se había hallado aquel papel, sino que realmente a alguno de nosotros se había escrito; y así, nos rogó que si era verdad lo que sospechaba, que nos fiásemos dél y se lo dijésemos, que él aventuraría su vida por nuestra libertad. Y, diciendo esto, sacó del pecho un crucifijo (N) de metal, y con muchas lágrimas juró por el Dios que aquella imagen representaba, en quien él, aunque pecador y malo, bien y fielmente creía, de guardarnos lealtad y secreto en todo cuanto quisiésemos descubrirle, porque le parecía, y casi adevinaba que, por medio de aquella que aquel papel había escrito, había él y todos nosotros de tener libertad, (N) y verse él en lo que tanto deseaba, que era reducirse al gremio de la Santa Iglesia, su madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y apartado por su ignorancia y pecado.
      » Con tantas lágrimas y con muestras de tanto arrepentimiento dijo esto el renegado, que todos de un mesmo parecer consentimos, y venimos en declararle la verdad del caso; y así, le dimos cuenta de todo, sin encubrirle nada. Mostrámosle la ventanilla por donde parecía la caña, y él marcó desde allí la casa, y quedó de tener (N) especial y gran cuidado de informarse quién en ella vivía. Acordamos, ansimesmo, que sería bien responder al billete de la mora; y, como teníamos quien lo supiese hacer, luego al momento el renegado escribió las razones que yo le fui notando, que puntualmente fueron las que diré, porque de todos los puntos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida.
      » En efeto, lo que a la mora se le respondió fue esto.
      El verdadero Alá te guarde, señora mía, y aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de Dios y es la que te ha puesto en corazón que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere bien. Ruégale tú que se sirva de darte a entender cómo podrás poner por obra lo que te manda, que ella es tan buena que sí hará. De mi parte y de la de todos estos cristianos que están conmigo, te ofrezco de hacer por ti todo lo que pudiéremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares hacer, que yo te responderé siempre; que el grande Alá nos ha dado un cristiano cautivo (N) que sabe hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verás por este papel. Así que, sin tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que quisieres. A lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo te lo prometo (N) como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los moros. Alá y Marién, su madre, sean en tu guarda, señora mía.
      » Escrito y cerrado este papel, aguardé dos días a que estuviese el baño solo, como solía, y luego salí al paso acostumbrado del terradillo, (N) por ver si la caña parecía, que no tardó mucho en asomar. Así como la vi, aunque no podía ver quién la ponía, mostré el papel, como dando a entender que pusiesen el hilo, pero ya venía puesto en la caña, al cual até el papel, y de allí a poco tornó a parecer nuestra estrella, con la blanca bandera de paz del atadillo. Dejáronla caer, y alcé yo, y hallé en el paño, en toda suerte de moneda de plata y de oro, más de cincuenta escudos, los cuales cincuenta veces más doblaron nuestro contento y confirmaron la esperanza de tener libertad.
      » Aquella misma noche volvió nuestro renegado, y nos dijo que había sabido que en aquella casa vivía el mesmo moro que a nosotros nos habían dicho que se llamaba Agi Morato, riquísimo por todo estremo, el cual tenía una sola hija, heredera de toda su hacienda, y que era común opinión en toda la ciudad ser la más hermosa mujer de la Berbería; (N) y que muchos de los virreyes que allí venían la habían pedido por mujer, y que ella nunca se había querido casar; y que también supo que tuvo una cristiana cautiva, que ya se había muerto; (N) todo lo cual concertaba con lo que venía en el papel. Entramos luego en consejo con el renegado, en qué orden se tendría (N) para sacar a la mora y venirnos todos a tierra de cristianos, y, en fin, se acordó por entonces que esperásemos el aviso segundo de Zoraida, que así se llamaba la que ahora quiere llamarse María; porque bien vimos que ella, y no otra alguna era la que había de dar medio a todas aquellas dificultades. (N) Después que quedamos en esto, dijo el renegado que no tuviésemos pena, que él perdería la vida o nos pondría en libertad.
      » Cuatro días estuvo el baño con gente, que fue ocasión que cuatro días tardase en parecer la caña; al cabo de los cuales, en la acostumbrada soledad del baño, pareció con el lienzo tan preñado, que un felicísimo parto prometía. Inclinóse a mí la caña y el lienzo, hallé en él otro papel y cien escudos de oro, sin otra moneda alguna. Estaba allí el renegado, dímosle a leer el papel dentro de nuestro rancho, el cual dijo que así decía.
      Yo no sé, mi señor, cómo dar orden que nos vamos a España, ni Lela Marién me lo ha dicho, aunque yo se lo he preguntado. Lo que se podrá hacer es que yo os daré por esta ventana muchísimos dineros de oro: rescataos vos con ellos y vuestros amigos, y vaya uno en tierra de cristianos, y compre allá una barca y vuelva por los demás; (N) y a mí me hallarán en el jardín de mi padre, que está a la puerta de Babazón, (N) junto a la marina, donde tengo de estar todo este verano con mi padre y con mis criados. De allí, de noche, me podréis sacar sin miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que vaya por la barca, rescátate tú y ve, que yo sé que volverás mejor que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín, y cuando te pasees por ahí sabré que está solo el baño, y te daré mucho dinero. Alá te guarde, señor mío.
      » Esto decía y contenía el segundo papel. Lo cual visto por todos, cada uno se ofreció a querer ser el rescatado, (N) y prometió de ir y volver con toda puntualidad, y también yo me ofrecí a lo mismo; a todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese de libertad (N) hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le había mostrado cuán mal cumplían los libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habían usado de aquel remedio algunos principales cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca habían vuelto; (N) porque la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les borraba de la memoria (N) todas las obligaciones del mundo. Y, en confirmación de la verdad que nos decía, nos contó brevemente un caso que casi en aquella mesma sazón había acaecido a unos caballeros cristianos, el más estraño (N) que jamás sucedió en aquellas partes, donde a cada paso suceden cosas de grande espanto y de admiración.
      » En efecto, él vino a decir que lo que se podía y debía hacer era que el dinero que se había de dar para rescatar al cristiano, que se le diese a él para comprar allí en Argel una barca, con achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa; y que, siendo él señor de la barca, fácilmente se daría traza para sacarlos del baño y embarcarlos (N) a todos. Cuanto más, que si la mora, como ella decía, daba dineros para rescatarlos a todos, (N) que, estando libres, era facilísima cosa aun embarcarse en la mitad del día; y que la dificultad que se ofrecía mayor era que los moros no consienten que renegado alguno compre ni tenga barca, si no es bajel grande para ir en corso, porque se temen que el que compra barca, principalmente si es español, no la quiere sino para irse a tierra de cristianos; pero que él facilitaría este inconveniente con hacer que un moro tagarino fuese a la parte con él en la compañía de la barca y en la ganancia de las mercancías, y con esta sombra él vendría a ser señor de la barca, con que daba por acabado todo lo demás.
      » Y, puesto que a mí y a mis camaradas nos había parecido mejor lo de enviar por la barca a Mallorca, como la mora decía, no osamos contradecirle, temerosos que, si no hacíamos (N) lo que él decía, nos había de descubrir y poner a peligro de perder las vidas, si descubriese el trato de Zoraida, por cuya vida diéramos todos las nuestras. Y así, determinamos de ponernos en las manos de Dios y en las del renegado, y en aquel mismo punto se le respondió a Zoraida, diciéndole que haríamos todo cuanto nos aconsejaba, porque lo había advertido tan bien como si Lela Marién se lo hubiera dicho, y que en ella sola estaba dilatar aquel negocio, o ponello luego por obra. Ofrecímele de nuevo de ser su esposo, (N) y, con esto, otro día que acaeció a estar solo el baño, (N) en diversas veces, con la caña y el paño, nos dio dos mil escudos de oro, y un papel donde decía que el primer jumá, que es el viernes, se iba al jardín de su padre, y que antes que se fuese nos daría más dinero, y que si aquello no bastase, que se lo avisásemos, que nos daría cuanto le pidiésemos: que su padre tenía tantos, que no lo echaría menos, cuanto más, que ella tenía la llaves de todo.
      » Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con ochocientos me rescaté yo, dando el dinero a un mercader valenciano (N) que a la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey, tomándome sobre su palabra, dándola de que con el primer bajel que viniese de Valencia pagaría mi rescate; porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al rey que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader, por sus granjerías, lo había callado. Finalmente, mi amo era tan caviloso que en ninguna manera me atreví a que luego se desembolsase el dinero. El jueves antes del viernes que la hermosa Zoraida se había de ir al jardín, nos dio otros mil escudos y nos avisó de su partida, rogándome que, si me rescatase, supiese luego el jardín de su padre, y que en todo caso buscase ocasión de ir allá y verla. Respondíle en breves palabras que así lo haría, y que tuviese cuidado de encomendarnos a Lela Marién, con todas aquellas oraciones que la cautiva le había enseñado.
      » Hecho esto, dieron orden (N) en que los tres compañeros nuestros se rescatasen, por facilitar la salida del baño, y porque, viéndome a mí rescatado, y a ellos no, pues había dinero, no se alborotasen y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; que, puesto que el ser ellos quien eran me podía asegurar deste temor, con todo eso, no quise poner el negocio en aventura, (N) y así, los hice rescatar por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el dinero al mercader, para que, con certeza y seguridad, pudiese hacer la fianza; al cual nunca descubrimos nuestro trato y secreto, por el peligro que había.







Parte I -- Capítulo XLI . Donde todavía prosigue el cautivo su suceso

      » No se pasaron quince días, cuando ya nuestro renegado tenía comprada una muy buena barca, capaz de más de treinta personas: y, para asegurar su hecho y dalle color, quiso hacer, como hizo, un viaje a un lugar que se llamaba Sargel, (N) que está treinta leguas de Argel hacia la parte de Orán, en el cual hay mucha contratación de higos pasos. (N) Dos o tres veces hizo este viaje, en compañía del tagarino que había dicho. Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares; y en el reino de Fez llaman a los mudéjares elches, (N) los cuales son la gente de quien aquel rey más se sirve en la guerra.
      » Digo, pues, que cada vez que pasaba con su barca daba fondo en una caleta que estaba no dos tiros de ballesta del jardín donde Zoraida esperaba; y allí, muy de propósito, se ponía el renegado con los morillos que bogaban el remo, (N) o ya a hacer la zalá, o a como por ensayarse de burlas (N) a lo que pensaba hacer de veras; y así, se iba al jardín de Zoraida y le pedía fruta, (N) y su padre se la daba sin conocelle; y, aunque él quisiera hablar a Zoraida, como él después me dijo, y decille que él era el que por orden mía le había de llevar a tierra de cristianos, que estuviese contenta y segura, nunca le fue posible, porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco, si no es que su marido o su padre se lo manden. De cristianos cautivos se dejan tratar y comunicar, aun más de aquello que sería razonable; (N) y a mí me hubiera pesado que él la hubiera hablado, que quizá la alborotara, viendo que su negocio andaba en boca de renegados. Pero Dios, que lo ordenaba de otra manera, no dio lugar al buen deseo que nuestro renegado tenía; el cual, viendo cuán seguramente iba y venía a Sargel, y que daba fondo cuando y como y adonde quería, y que el tagarino, su compañero, no tenía más voluntad de lo que la suya ordenaba, y que yo estaba ya rescatado, y que sólo faltaba buscar algunos cristianos que bogasen el remo, me dijo que mirase yo cuáles quería traer conmigo, fuera de los rescatados, y que los tuviese hablados para el primer viernes, donde tenía determinado que fuese nuestra partida. Viendo esto, hablé a doce españoles, todos valientes hombres del remo, y de aquellos que más libremente podían salir de la ciudad; y no fue poco hallar tantos en aquella coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso, y se habían llevado toda la gente de remo, y éstos no se hallaran, si no fuera que su amo se quedó aquel verano sin ir en corso, a acabar una galeota que tenía en astillero. A los cuales no les dije otra cosa, sino que el primer viernes en la tarde se saliesen uno a uno, disimuladamente, y se fuesen la vuelta del jardín de Agi Morato, y que allí me aguardasen hasta que yo fuese. A cada uno di este aviso de por sí, con orden que, aunque allí viesen a otros cristianos, no les dijesen sino que yo les había mandado esperar en aquel lugar.
      » Hecha esta diligencia, me faltaba hacer otra, que era la que más me convenía: y era la de avisar a Zoraida en el punto que estaban los negocios, (N) para que estuviese apercebida y sobre aviso, que no se sobresaltase si de improviso la asaltásemos antes del tiempo que ella podía imaginar que la barca de cristianos podía volver. Y así, determiné de ir al jardín y ver si podría hablarla; y, con ocasión de coger algunas yerbas, un día, antes de mi partida, (N) fui allá, y la primera persona con quién encontré fue con su padre, el cual me dijo, en lengua que en toda la Berbería, y aun en Costantinopla, se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas (N) con la cual todos nos entendemos; digo, pues, que en esta manera de lenguaje me preguntó que qué buscaba en aquel su jardín, y de quién era. Respondíle que era esclavo de Arnaúte Mamí (N) (y esto, porque sabía yo por muy cierto que era un grandísimo amigo suyo) , (N) y que buscaba de todas yerbas, (N) para hacer ensalada. Preguntóme, por el consiguiente, si era hombre de rescate o no, y que cuánto pedía mi amo por mí. Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya había mucho que me había visto; y, como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de venir adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su padre vio que venía, y de espacio, la llamó y mandó que llegase.
      » Demasiada cosa sería decir yo agora la mucha hermosura, la gentileza, el gallardo y rico adorno con que mi querida Zoraida se mostró a mis ojos: sólo diré que más perlas pendían de su hermosísimo cuello, (N) orejas y cabellos, que cabellos tenía en la cabeza. En las gargantas de los sus pies, que descubiertas, a su usanza, traía, traía dos carcajes (que así se llamaban las manillas o ajorcas de los pies en morisco) (N) de purísimo oro, con tantos diamantes engastados, que ella me dijo después que su padre los estimaba en diez mil doblas, y las que traía en las muñecas de las manos valían otro tanto. Las perlas eran en gran cantidad y muy buenas, porque la mayor gala y bizarría de las moras es adornarse de ricas perlas y aljófar, y así, hay más perlas y aljófar (N) entre moros que entre todas las demás naciones; y el padre de Zoraida tenía fama de tener muchas y de las mejores que en Argel había, y de tener asimismo más de docientos mil escudos españoles, de todo lo cual era señora esta que ahora lo es mía. Si con todo este adorno (N) podía venir entonces hermosa, o no, por las reliquias que le han quedado en tantos trabajos se podrá conjeturar cuál debía de ser en las prosperidades. Porque ya se sabe que la hermosura de algunas mujeres tiene días y sazones, y requiere accidentes para diminuirse o acrecentarse; y es natural cosa que las pasiones del ánimo la levanten o abajen, puesto que las más veces la destruyen.
      » Digo, en fin, que entonces llegó en todo estremo aderezada y en todo estremo hermosa, o, a lo menos, a mí me pareció serlo la más que hasta entonces había visto; y con esto, viendo las obligaciones en que me había puesto, me parecía que tenía delante de mí una deidad del cielo, venida a la tierra para mi gusto y para mi remedio. Así como ella llegó, le dijo su padre en su lengua como yo era cautivo de su amigo Arnaúte Mamí, y que venía a buscar ensalada. Ella tomó la mano, (N) y en aquella mezcla de lenguas que tengo dicho me preguntó si era caballero y qué era la causa que no me rescataba. Yo le respondí que ya estaba rescatado, y que en el precio podía echar de ver en lo que mi amo me estimaba, pues había dado por mí mil y quinientos zoltanís. (N) A lo cual ella respondió: ′′En verdad que si tú fueras de mi padre, que yo hiciera que no te diera él por otros dos tantos, porque vosotros, cristianos, siempre mentís en cuanto decís, y os hacéis pobres por engañar a los moros′′. ′′Bien podría ser eso, señora -le respondí-, mas en verdad que yo la he tratado con mi amo, y la trato y la trataré con cuantas personas hay en el mundo′′. ′′Y ¿ cuándo te vas?′′, dijo Zoraida. ′′Mañana, creo yo -dije-, porque está aquí un bajel de Francia que se hace mañana a la vela, y pienso irme en él′′. ′′¿ No es mejor -replicó Zoraida-, esperar a que vengan bajeles de España, y irte con ellos, que no con los de Francia, que no son vuestros amigos?′′ ′′No -respondí yo-, aunque si como hay nuevas que viene ya un bajel de España, es verdad, (N) todavía yo le aguardaré, puesto que es más cierto el partirme mañana; porque el deseo que tengo de verme en mi tierra, y con las personas que bien quiero, es tanto que no me dejará esperar otra comodidad, si se tarda, por mejor que sea′′. ′′Debes de ser, sin duda, casado en tu tierra -dijo Zoraida - , y por eso deseas ir a verte con tu mujer′′. ′′No soy -respondí yo- casado, mas tengo dada la palabra de casarme en llegando allá′′. ′′Y ¿ es hermosa (N) la dama a quien se la diste?′′, dijo Zoraida. ′′Tan hermosa es - respondí yo- que para encarecella y decirte la verdad, te parece a ti mucho′′. Desto se riyó muy de veras su padre, y dijo: ′′Gualá, (N) cristiano, que debe de ser muy hermosa si se parece a mi hija, que es la más hermosa de todo este reino. Si no, mírala bien, y verás cómo te digo verdad′′. Servíanos de intérprete a las más de estas palabras y razones el padre de Zoraida, como más ladino; (N) que, aunque ella hablaba la bastarda lengua que, como he dicho, allí se usa, más declaraba su intención por señas que por palabras.
      » Estando en estas y otras muchas razones, llegó un moro corriendo, y dijo, a grandes voces, que por las bardas o paredes del jardín habían saltado cuatro turcos, y andaban cogiendo la fruta, aunque no estaba madura. Sobresaltóse el viejo, y lo mesmo hizo Zoraida, porque es común y casi natural el miedo que los moros a los turcos tienen, especialmente a los soldados, los cuales son tan insolentes y tienen tanto imperio sobre los moros que a ellos están sujetos, que los tratan peor que si fuesen esclavos suyos. (N) Digo, pues, que dijo su padre a Zoraida: ′′Hija, retírate a la casa y enciérrate, en tanto que yo voy a hablar a estos canes; y tú, cristiano, busca tus yerbas, y vete en buen hora, y llévete Alá con bien a tu tierra′′. Yo me incliné, y él se fue a buscar los turcos, dejándome solo con Zoraida, que comenzó a dar muestras de irse donde su padre la había mandado. Pero, apenas él se encubrió con los árboles del jardín, cuando ella, volviéndose a mí, llenos los ojos de lágrimas, me dijo: ′′Ámexi, (N) cristiano, ámexi′′; que quiere decir: "¿ Vaste, cristiano, vaste?" Yo la respondí: ′′Señora, sí, pero no en ninguna manera sin ti: el primero jumá (N) me aguarda, y no te sobresaltes cuando nos veas; que sin duda alguna iremos a tierra de cristianos′′.
      » Yo le dije esto de manera que ella me entendió muy bien a todas las razones (N) que entrambos pasamos; y, echándome un brazo al cuello, con desmayados pasos (N) comenzó a caminar hacia la casa; y quiso la suerte, que pudiera ser muy mala si el cielo no lo ordenara de otra manera, que, yendo los dos de la manera y postura (N) que os he contado, con un brazo al cuello, su padre, que ya volvía de hacer ir a los turcos, nos vio de la suerte y manera que íbamos, y nosotros vimos que él nos había visto; pero Zoraida, advertida y discreta, no quiso quitar el brazo de mi cuello, antes se llegó más a mí y puso su cabeza sobre mi pecho, doblando un poco las rodillas, dando claras señales y muestras que se desmayaba, y yo, ansimismo, di a entender que la sostenía contra mi voluntad. Su padre llegó corriendo adonde estábamos, y, viendo a su hija de aquella manera, le preguntó que qué tenía; pero, como ella no le respondiese, dijo su padre: ′′Sin duda alguna que con el sobresalto de la entrada de estos canes se ha desmayado′′. Y, quitándola del mío, la arrimó a su pecho; y ella, dando un suspiro y aún no enjutos los ojos de lágrimas, volvió a decir: ′′Ámexi, cristiano, ámexi′′: (N) "Vete, cristiano, vete". A lo que su padre respondió: ′′No importa, hija, que el cristiano se vaya, (N) que ningún mal te ha hecho, y los turcos ya son idos. No te sobresalte cosa alguna, pues ninguna hay que pueda darte pesadumbre, pues, como ya te he dicho, los turcos, a mi ruego, se volvieron por donde entraron′′. ′′Ellos, señor, la sobresaltaron, como has dicho - dije yo a su padre-; mas, pues ella dice que yo me vaya, no la quiero dar pesadumbre: quédate en paz, y, con tu licencia, volveré, si fuere menester, por yerbas a este jardín; que, según dice mi amo, en ninguno las hay mejores para ensalada que en él′′. ′′Todas las que quisieres podrás volver (N) -respondió Agi Morato-, que mi hija no dice esto porque tú ni ninguno de los cristianos la enojaban, sino que, por decir que los turcos se fuesen, dijo que tú te fueses, o porque ya era hora que buscases tus yerbas′′.
      » Con esto, me despedí al punto de entrambos; y ella, arrancándosele el alma, al parecer, se fue con su padre; y yo, con achaque de buscar las yerbas, rodeé muy bien y a mi placer todo el jardín: miré bien las entradas y salidas, y la fortaleza de la casa, y la comodidad que se podía ofrecer para facilitar todo nuestro negocio. Hecho esto, me vine y di cuenta de cuanto había pasado al renegado y a mis compañeros; y ya no veía la hora de verme gozar sin sobresalto del bien que en la hermosa y bella Zoraida la suerte me ofrecía.
      » En fin, el tiempo se pasó, y se llegó el día y plazo de nosotros tan deseado; y, siguiendo todos el orden y parecer que, con discreta consideración y largo discurso, muchas veces habíamos dado, tuvimos el buen suceso que deseábamos; porque el viernes que se siguió al día que yo con Zoraida hablé en el jardín, nuestro renegado, al anochecer, (N) dio fondo con la barca casi frontero de donde la hermosísima Zoraida estaba. Ya los cristianos que habían de bogar el remo estaban prevenidos y escondidos por diversas partes de todos aquellos alrededores. Todos estaban suspensos y alborozados, aguardándome, deseosos ya de embestir con el bajel que a los ojos tenían; porque ellos no sabían el concierto del renegado, sino que pensaban que a fuerza de brazos habían de haber y ganar la libertad, quitando la vida a los moros que dentro de la barca estaban.
      » Sucedió, pues, que, así como yo me mostré y mis compañeros, todos los demás escondidos que nos vieron se vinieron llegando a nosotros. Esto era ya a tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campaña ninguna persona parecía. Como estuvimos juntos, dudamos si sería mejor ir primero por Zoraida, o rendir primero a los moros bagarinos que bogaban (N) el remo en la barca. Y, estando en esta duda, llegó a nosotros nuestro renegado diciéndonos que en qué nos deteníamos, que ya era hora, y que todos sus moros estaban descuidados, y los más dellos durmiendo. Dijímosle en lo que reparábamos, y él dijo que lo que más importaba era rendir primero el bajel, que se podía hacer con grandísima facilidad y sin peligro alguno, y que luego podíamos ir por Zoraida. Pareciónos bien a todos lo que decía, y así, sin detenernos más, haciendo él la guía, llegamos al bajel, y, saltando él dentro primero, metió mano a un alfanje, y dijo en morisco: ′′Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la vida′′. Ya, a este tiempo, habían entrado dentro casi todos los cristianos. Los moros, que eran de poco ánimo, viendo hablar de aquella manera a su arráez, quedáronse espantados, y sin ninguno de todos ellos echar mano a las armas, que pocas o casi ningunas tenían, se dejaron, sin hablar alguna palabra, maniatar de los cristianos, los cuales con mucha presteza lo hicieron, amenazando a los moros que si alzaban por alguna vía o manera la voz, que luego al punto los pasarían todos a cuchillo.
      » Hecho ya esto, quedándose en guardia dellos la mitad de los nuestros, los que quedábamos, haciéndonos asimismo el renegado la guía, fuimos al jardín de Agi Morato, y quiso la buena suerte que, llegando a abrir la puerta, se abrió con tanta facilidad como si cerrada no estuviera; y así, con gran quietud y silencio, llegamos a la casa sin ser sentidos de nadie. Estaba la bellísima Zoraida aguardándonos a una ventana, y, así como sintió gente, preguntó con voz baja si éramos nizarani, (N) como si dijera o preguntara si éramos cristianos. Yo le respondí que sí, y que bajase. Cuando ella me conoció, no se detuvo un punto, porque, sin responderme palabra, bajó en un instante, abrió la puerta y mostróse a todos tan hermosa y ricamente vestida que no lo acierto a encarecer. Luego que yo la vi, le tomé una mano y la comencé a besar, y el renegado hizo lo mismo, y mis dos camaradas; y los demás, que el caso no sabían, hicieron lo que vieron que nosotros hacíamos, que no parecía sino que le dábamos las gracias y la reconocíamos por señora de nuestra libertad. El renegado le dijo en lengua morisca si estaba su padre en el jardín. Ella respondió que sí y que dormía. ′′Pues será menester despertalle - replicó el renegado-, y llevárnosle con nosotros, y todo aquello que tiene de valor (N) este hermoso jardín.′′ ′′No -dijo ella-, a mi padre no se ha de tocar en ningún modo, y en esta casa no hay otra cosa que lo que yo llevo, que es tanto, que bien habrá para que todos quedéis ricos y contentos; y esperaros un poco y lo veréis′′. Y, diciendo esto, se volvió a entrar, diciendo que muy presto volvería; que nos estuviésemos quedos, sin hacer ningún ruido. Preguntéle al renegado lo que con ella (N) había pasado, el cual me lo contó, a quien yo dije que en ninguna cosa se había de hacer más de lo que Zoraida quisiese; la cual ya que volvía cargada con un cofrecillo lleno de escudos de oro, (N) tantos, que apenas lo podía sustentar, quiso la mala suerte que su padre despertase en el ínterin y sintiese el ruido que andaba en el jardín; y, asomándose a la ventana, luego conoció que todos los que en él estaban eran cristianos; y, dando muchas, grandes y desaforadas voces, comenzó a decir en arábigo: ′′¡ Cristianos, cristianos ! ¡ Ladrones, ladrones !′′; por los cuales gritos nos vimos todos puestos en grandísima y temerosa confusión. Pero el renegado, viendo el peligro en que estábamos, y lo mucho que le importaba salir con aquella empresa antes de ser sentido, con grandísima presteza, subió donde Agi Morato estaba, y juntamente con él fueron algunos de nosotros; que yo no osé desamparar a la Zoraida, que como desmayada se había dejado caer en mis brazos. En resolución, los que subieron se dieron tan buena maña que en un momento bajaron con Agi Morato, trayéndole atadas las manos (N) y puesto un pañizuelo en la boca, que no le dejaba hablar palabra, amenazándole que el hablarla le había de costar la vida. Cuando su hija le vio, se cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado, ignorando cuán de su voluntad se había puesto en nuestras manos. Mas, entonces siendo más necesarios los pies, con diligencia y presteza nos pusimos en la barca; que ya los que en ella habían quedado nos esperaban, temerosos de algún mal suceso nuestro.
      » Apenas serían dos horas pasadas de la noche, cuando ya estábamos todos en la barca, (N) en la cual se le quitó al padre de Zoraida la atadura de las manos y el paño de la boca; pero tornóle a decir el renegado que no hablase palabra, que le quitarían la vida. Él, como vio allí a su hija, comenzó a suspirar ternísimamente, y más cuando vio que yo estrechamente la tenía abrazada, y que ella sin defender, quejarse ni esquivarse, se estaba queda; pero, con todo esto, callaba, porque no pusiesen en efeto las muchas amenazas que el renegado le hacía. Viéndose, pues, Zoraida ya en la barca, y que queríamos dar los remos al agua, y viendo allí a su padre y a los demás moros que atados estaban, le dijo al renegado que me dijese le hiciese merced de soltar a aquellos moros y de dar libertad a su padre, porque antes se arrojaría en la mar (N) que ver delante de sus ojos y por causa suya llevar cautivo a un padre que tanto la había querido. El renegado me lo dijo; y yo respondí que era muy contento; pero él respondió que no convenía, a causa que, si allí los dejaban apellidarían luego la tierra (N) y alborotarían la ciudad, y serían causa que saliesen a buscallos con algunas fragatas ligeras, y les tomasen la tierra y la mar, de manera que no pudiésemos escaparnos; que lo que se podría hacer era darles libertad en llegando a la primera tierra de cristianos. En este parecer venimos todos, y Zoraida, a quien se le dio cuenta, con las causas que nos movían a no hacer luego lo que quería, también se satisfizo; y luego, con regocijado silencio y alegre diligencia, cada uno de nuestros valientes remeros tomó su remo, y comenzamos, encomendándonos a Dios de todo corazón, a navegar la vuelta de las islas de Mallorca, que es la tierra de cristianos más cerca.
      » Pero, a causa de soplar un poco el viento tramontana y estar la mar algo picada, (N) no fue posible seguir la derrota de Mallorca, y fuenos forzoso dejarnos ir tierra a tierra la vuelta de Orán, no sin mucha pesadumbre nuestra, por no ser descubiertos del lugar de Sargel, que en aquella costa cae sesenta millas de Argel. Y, asimismo, temíamos encontrar por aquel paraje alguna galeota de las que de ordinario vienen con mercancía (N) de Tetuán, aunque cada uno por sí, y todos juntos, presumíamos de que, si se encontraba (N) galeota de mercancía, como no fuese de las que andan en corso, que no sólo no nos perderíamos, mas que tomaríamos bajel donde con más seguridad pudiésemos acabar nuestro viaje. Iba Zoraida, en tanto que se navegaba, puesta la cabeza entre mis manos, por no ver a su padre, y sentía yo que iba llamando a Lela Marién que nos ayudase.
      » Bien habríamos navegado treinta millas, cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz desviados de tierra, toda la cual vimos desierta y sin nadie que nos descubriese; pero, con todo eso, nos fuimos a fuerza de brazos entrando un poco en la mar, que ya estaba algo más sosegada; y, habiendo entrado casi dos leguas, diose orden que se bogase a cuarteles (N) en tanto que comíamos algo, que iba bien proveída la barca, puesto que los que bogaban dijeron que no era aquél tiempo de tomar reposo alguno, que les diesen de comer los que no bogaban, que ellos no querían soltar los remos de las manos en manera alguna. Hízose ansí, y en esto comenzó a soplar un viento largo, que nos obligó a hacer luego vela (N) y a dejar el remo, y enderezar a Orán, por no ser posible poder hacer otro viaje. Todo se hizo con muchísima presteza; y así, a la vela, navegamos por más de ocho millas por hora, sin llevar otro temor alguno sino el de encontrar con bajel que de corso fuese.
      » Dimos de comer a los moros bagarinos, y el renegado les consoló diciéndoles como no iban cautivos, que en la primera ocasión les darían libertad. Lo mismo se le dijo al padre de Zoraida, el cual respondió: ′′Cualquiera otra cosa pudiera yo esperar y creer de vuestra liberalidad y buen término, ¡ oh cristianos !, mas el darme libertad, no me tengáis por tan simple que lo imagine; que nunca os pusistes vosotros al peligro de quitármela para volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo quién soy yo, y el interese que se os puede seguir de dármela; el cual interese, si le queréis poner nombre, desde aquí os ofrezco todo aquello que quisiéredes por mí y por esa desdichada hija mía, o si no, por ella sola, que es la mayor y la mejor parte de mi alma′′. En diciendo esto, comenzó a llorar tan amargamente que a todos nos movió a compasión, (N) y forzó a Zoraida que le mirase; la cual, viéndole llorar, así se enterneció que se levantó de mis pies y fue a abrazar a su padre, y, juntando su rostro con el suyo, comenzaron los dos tan tierno llanto que muchos de los que allí íbamos le acompañamos en él. Pero, cuando su padre la vio adornada de fiesta y con tantas joyas sobre sí, le dijo en su lengua: ′′¿ Qué es esto, hija, que ayer al anochecer, antes que nos sucediese esta terrible desgracia en que nos vemos, te vi con tus ordinarios y caseros vestidos, y agora, sin que hayas tenido tiempo de vestirte y sin haberte dado alguna nueva alegre de solenizalle (N) con adornarte y pulirte, te veo compuesta con los mejores vestidos que yo supe y pude darte cuando nos fue la ventura más favorable? Respóndeme a esto, que me tiene más suspenso y admirado que la misma desgracia en que me hallo′′.
      » Todo lo que el moro decía a su hija nos lo declaraba el renegado, y ella no le respondía palabra. Pero, cuando él vio a un lado de la barca el cofrecillo donde ella solía tener sus joyas, el cual sabía él bien que le había dejado en Argel, y no traídole al jardín, quedó más confuso, y preguntóle que cómo aquel cofre había venido a nuestras manos, y qué era lo que venía dentro. A lo cual el renegado, sin aguardar que Zoraida le respondiese, le respondió: ′′No te canses, señor, en preguntar a Zoraida, tu hija, tantas cosas, porque con una que yo te responda te satisfaré a todas; y así, quiero que sepas que ella es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio; ella va aquí de su voluntad, tan contenta, a lo que yo imagino, de verse en este estado, como el que sale de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida y de la pena a la gloria′′. ′′¿ Es verdad lo que éste dice, hija?′′, dijo el moro. ′′Así es′′, respondió Zoraida. ′′¿ Que, en efeto - replicó el viejo-, tú eres cristiana, y la que ha puesto a su padre en poder de sus enemigos?′′ A lo cual respondió Zoraida: ′′La que es cristiana yo soy, pero no la que te ha puesto en este punto, porque nunca mi deseo se estendió a dejarte ni a hacerte mal, sino a hacerme a mí bien′′. ′′Y ¿ qué bien es el que te has hecho, hija?′′ ′′Eso - respondió ella- pregúntaselo tú a Lela Marién, que ella te lo sabrá decir mejor que no yo′′.
      » Apenas hubo oído esto el moro, cuando, con una increíble presteza, se arrojó de cabeza en la mar, donde sin ninguna duda se ahogara, si el vestido largo y embarazoso que traía no le entretuviera un poco sobre el agua. Dio voces Zoraida que le sacasen, y así, acudimos luego todos, y, asiéndole de la almalafa, (N) le sacamos medio ahogado y sin sentido, de que recibió tanta pena Zoraida que, como si fuera ya muerto, hacía sobre él un tierno y doloroso llanto. Volvímosle boca abajo, volvió mucha agua, tornó en sí al cabo de dos horas, en las cuales, habiéndose trocado el viento, nos convino volver hacia tierra, y hacer fuerza de remos, por no embestir en ella; mas quiso nuestra buena suerte que llegamos a una cala que se hace al lado de un pequeño promontorio o cabo que de los moros es llamado el de La Cava Rumía, que en nuestra lengua quiere decir La mala mujer cristiana; (N) y es tradición entre los moros que en aquel lugar está enterrada la Cava, por quien se perdió España, porque cava en su lengua quiere decir mujer mala, y rumía, cristiana; y aun tienen por mal agÜero llegar allí a dar fondo cuando la necesidad les fuerza a ello, porque nunca le dan sin ella; puesto que para nosotros no fue abrigo de mala mujer, sino puerto seguro de nuestro remedio, según andaba alterada la mar.
      » Pusimos nuestras centinelas (N) en tierra, y no dejamos jamás los remos de la mano; comimos de lo que el renegado había proveído, y rogamos a Dios y a Nuestra Señora, de todo nuestro corazón, que nos ayudase y favoreciese para que felicemente diésemos fin a tan dichoso principio. Diose orden, a suplicación de Zoraida, como echásemos en tierra a su padre (N) y a todos los demás moros que allí atados venían, porque no le bastaba el ánimo, ni lo podían sufrir sus blandas entrañas, ver delante de sus ojos atado a su padre y aquellos de su tierra presos. Prometímosle de hacerlo así al tiempo de la partida, pues no corría peligro el dejallos en aquel lugar, (N) que era despoblado. No fueron tan vanas nuestras oraciones que no fuesen oídas del cielo; que, en nuestro favor, luego volvió el viento, tranquilo el mar, (N) convidándonos a que tornásemos alegres a proseguir nuestro comenzado viaje.
      » Viendo esto, desatamos a los moros, y uno a uno los pusimos en tierra, de lo que ellos se quedaron admirados; pero, llegando a desembarcar al padre de Zoraida, que ya estaba en todo su acuerdo, dijo: ′′¿ Por qué pensáis, cristianos, que esta mala hembra huelga de que me deis libertad? ¿ Pensáis que es por piedad que de mí tiene? No, por cierto, sino que lo hace por el estorbo que le dará mi presencia cuando quiera poner en ejecución sus malos deseos; ni penséis que la ha movido a mudar religión entender ella que la vuestra a la nuestra se aventaja, sino el saber que en vuestra tierra se usa la deshonestidad más libremente que en la nuestra′′. Y, volviéndose a Zoraida, teniéndole yo y otro cristiano de entrambos brazos asido, porque algún desatino no hiciese, le dijo: ′′¡ Oh infame moza y mal aconsejada muchacha ! ¿ Adónde vas, ciega y desatinada, en poder destos perros, (N) naturales enemigos nuestros? ¡ Maldita sea la hora en que yo te engendré, y malditos sean los regalos y deleites en que te he criado !′′ Pero, viendo yo que llevaba término de no acabar tan presto, di priesa a ponelle en tierra, y desde allí, a voces, prosiguió en sus maldiciones y lamentos, rogando a Mahoma rogase a Alá que nos destruyese, confundiese y acabase; y cuando, por habernos hecho a la vela, no podimos oír (N) sus palabras, vimos sus obras, que eran arrancarse las barbas, mesarse los cabellos y arrastrarse por el suelo; mas una vez esforzó la voz de tal manera que podimos entender que decía: ′′¡ Vuelve, amada hija, vuelve a tierra, que todo te lo perdono; entrega a esos hombres ese dinero, que ya es suyo, y vuelve a consolar a este triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejará la vida, si tú le dejas !′′ Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentía y lloraba, y no supo decirle ni respondelle palabra, sino: ′′Plega a Alá, padre mío, que Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza. Alá sabe bien que no pude hacer otra cosa de la que he hecho, y que estos cristianos no deben nada a mi voluntad, pues, aunque quisiera no venir con ellos y quedarme en mi casa, me fuera imposible, según la priesa que me daba mi alma a poner por obra ésta que a mí me parece tan buena como tú, padre amado, la juzgas por mala′′. Esto dijo, a tiempo que ni su padre la oía, ni nosotros ya le veíamos; y así, consolando yo a Zoraida, atendimos todos a nuestro viaje, el cual nos le facilitaba el proprio viento, de tal manera que bien tuvimos por cierto de vernos otro día al amanecer en las riberas de España. (N)
      » Mas, como pocas veces, o nunca, viene el bien puro y sencillo, sin ser acompañado o seguido de algún mal que le turbe o sobresalte, quiso nuestra ventura, (N) o quizá las maldiciones que el moro a su hija había echado, que siempre se han de temer de cualquier padre que sean; quiso, digo, que estando ya engolfados y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto baja, frenillados los remos, porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna, que claramente resplandecía, vimos cerca de nosotros un bajel redondo, que, con todas las velas tendidas, llevando un poco a orza el timón, (N) delantede nosotros atravesaba; y esto tan cerca, que nos fue forzoso amainar por no embestirle, y ellos, asimesmo, hicieron fuerza de timón (N) para darnos lugar que pasásemos.
      » Habíanse puesto a bordo del bajel (N) a preguntarnos quién éramos, y adónde navegábamos, y de dónde veníamos; pero, por preguntarnos esto en lengua francesa, dijo nuestro renegado: ′′Ninguno responda; porque éstos, sin duda, son cosarios franceses, que hacen a toda ropa′′. Por este advertimiento, ninguno respondió palabra; y, habiendo pasado un poco delante, que ya el bajel quedaba sotavento, de improviso soltaron dos piezas de artillería, y, a lo que parecía, ambas venían con cadenas, (N) porque con una cortaron nuestro árbol por medio, y dieron con él y con la vela en la mar; y al momento, disparando otra pieza, vino a dar la bala en mitad de nuestra barca, de modo que la abrió toda, sin hacer otro mal alguno; pero, como nosotros nos vimos ir a fondo, comenzamos todos a grandes voces a pedir socorro y a rogar a los del bajel que nos acogiesen, porque nos anegábamos. Amainaron entonces, y, echando el esquife o barca a la mar, entraron en él hasta doce franceses bien armados, con sus arcabuces y cuerdas encendidas, (N) y así llegaron junto al nuestro; y, viendo cuán pocos éramos y cómo el bajel se hundía, nos recogieron, diciendo que, por haber usado de la descortesía de no respondelles, nos había sucedido aquello. Nuestro renegado tomó el cofre de las riquezas de Zoraida, y dio con él en la mar, sin que ninguno echase de ver en lo que hacía. En resolución, todos pasamos con los franceses, los cuales, después de haberse informado de todo aquello que de nosotros saber quisieron, como si fueran nuestros capitales enemigos, nos despojaron de todo cuanto teníamos, y a Zoraida le quitaron hasta los carcajes que traía en los pies. Pero no me daba a mí tanta pesadumbre la que a Zoraida daban, como me la daba (N) el temor que tenía de que habían de pasar del quitar de las riquísimas y preciosísimas joyas al quitar de la joya que más valía y ella más estimaba. Pero los deseos de aquella gente no se estienden a más que al dinero, y desto jamás se vee harta su codicia; lo cual entonces llegó a tanto, que aun hasta los vestidos de cautivos nos quitaran si de algún provecho les fueran. Y hubo parecer entre ellos de que a todos nos arrojasen a la mar envueltos en una vela, porque tenían intención de tratar en algunos puertos de España con nombre de que eran bretones, (N) y si nos llevaban vivos, serían castigados, siendo descubierto su hurto. Mas el capitán, que era el que había despojado a mi querida Zoraida, dijo que él se contentaba con la presa que tenía, y que no quería tocar en ningún puerto de España, sino pasar el estrecho de Gibraltar de noche, o como pudiese, y irse a la Rochela, de donde había salido; (N) y así, tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su navío, y todo lo necesario para la corta navegación que nos quedaba, como lo hicieron otra día, ya a vista de tierra de España, con la cual vista, todas nuestras pesadumbres y pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si no hubieran pasado por nosotros: tanto es el gusto de alcanzar la libertad perdida.
      » Cerca de mediodía podría ser cuando nos echaron en la barca, dándonos dos barriles de agua y algún bizcocho; y el capitán, movido no sé de qué misericordia, al embarcarse la hermosísima Zoraida, le dio hasta cuarenta escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos mesmos vestidos que ahora tiene puestos. Entramos en el bajel; dímosles las gracias por el bien que nos hacían, mostrándonos más agradecidos que quejosos; ellos se hicieron a lo largo, siguiendo la derrota del estrecho; nosotros, sin mirar a otro norte que a la tierra que se nos mostraba delante, nos dimos tanta priesa a bogar que al poner del sol estábamos tan cerca que bien pudiéramos, (N) a nuestro parecer, llegar antes que fuera muy noche; pero, por no parecer en aquella noche la luna y el cielo mostrarse escuro, y por ignorar el paraje en que estábamos, no nos pareció cosa segura embestir en tierra, como a muchos de nosotros les parecía, diciendo que diésemos en ella, aunque fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así aseguraríamos el temor (N) que de razón se debía tener que por allí anduviesen bajeles de cosarios de Tetuán, los cuales anochecen en Berbería y amanecen en las costas de España, y hacen de ordinario presa, y se vuelven a dormir a sus casas. Pero, de los contrarios pareceres, el que se tomó fue que nos llegásemos poco a poco, y que si el sosiego del mar lo concediese, desembarcásemos donde pudiésemos.
      » Hízose así, y poco antes de la media noche sería cuando llegamos al pie de una disformísima y alta montaña, (N) no tan junto al mar que no concediese un poco de espacio para poder desembarcar cómodamente. Embestimos en la arena, salimos a tierra, besamos el suelo, y, con lágrimas de muy alegrísimo contento, (N) dimos todos gracias a Dios, Señor Nuestro, por el bien tan incomparable que nos había hecho. (N) Sacamos de la barca los bastimentos que tenía, tirámosla en tierra, y subímonos un grandísimo trecho en la montaña, porque aún allí estábamos, y aún no podíamos asegurar el pecho, ni acabábamos de creer que era tierra de cristianos la que ya nos sostenía. Amaneció más tarde, a mi parecer, de lo que quisiéramos. (N) Acabamos de subir toda la montaña, por ver si desde allí algún poblado se descubría, o algunas cabañas de pastores; pero, aunque más tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni senda, ni camino descubrimos. Con todo esto, determinamos de entrarnos la tierra adentro, (N) pues no podría ser menos sino que presto descubriésemos quien nos diese noticia della. Pero lo que a mí más me fatigaba era el ver ir a pie a Zoraida por aquellas asperezas, que, puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, más le cansaba a ella mi cansancio que la reposaba su reposo; y así, nunca más quiso que yo aquel trabajo tomase; y, con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo siempre de la mano, poco menos de un cuarto de legua debíamos de haber andado, cuando llegó a nuestros oídos el son de una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca había ganado; y, mirando todos con atención si alguno se parecía, vimos al pie de un alcornoque un pastor mozo, que con grande reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo. Dimos voces, y él, alzando la cabeza, se puso ligeramente en pie, y, a lo que después supimos, los primeros que a la vista se le ofrecieron fueron el renegado y Zoraida, y, como él los vio en hábito de moros, pensó que todos los de la Berbería estaban sobre él; y, metiéndose con estraña ligereza por el bosque adelante, comenzó a dar los mayores gritos del mundo diciendo: ′′¡ Moros, moros hay en la tierra ! (N) ¡ Moros, moros ! ¡ Arma, arma !′.
      » Con estas voces quedamos todos confusos, y no sabíamos qué hacernos; pero, considerando que las voces del pastor habían de alborotar la tierra, y que la caballería de la costa había de venir luego a ver lo que era, acordamos que el renegado se desnudase las ropas del turco y se vistiese un gilecuelco o casaca de cautivo (N) que uno de nosotros le dio luego, aunque se quedó en camisa; y así, encomendándonos a Dios, fuimos por el mismo camino que vimos que el pastor llevaba, esperando siempre cuándo había de dar sobre nosotros la caballería de la costa. Y no nos engañó nuestro pensamiento, porque, aún no habrían pasado dos horas cuando, habiendo ya salido de aquellas malezas a un llano, descubrimos hasta cincuenta caballeros, (N) que con gran ligereza, corriendo a media rienda, a nosotros se venían, y así como los vimos, nos estuvimos quedos aguardándolos; pero, como ellos llegaron y vieron, en lugar de los moros que buscaban, tanto pobre cristiano, quedaron confusos, y uno dellos nos preguntó si éramos nosotros acaso la ocasión por que un pastor había apellidado al arma. ′′Sí′′, dije yo; y, queriendo comenzar a decirle mi suceso, y de dónde veníamos y quién éramos, uno de los cristianos que con nosotros venían conoció al jinete que nos había hecho la pregunta, y dijo, sin dejarme a mí decir más palabra: ′′¡ Gracias sean dadas a Dios, señores, que a tan buena parte nos ha conducido !, porque, si yo no me engaño, la tierra que pisamos es la de Vélez Málaga, si ya los años de mi cautiverio no me han quitado de la memoria el acordarme que vos, señor, que nos preguntáis quién somos, sois Pedro de Bustamante, tío mío′′. Apenas hubo dicho esto el cristiano cautivo, cuando el jinete se arrojó del caballo y vino a abrazar al mozo, diciéndole: ′′Sobrino de mi alma y de mi vida, ya te conozco, y ya te he llorado por muerto yo, y mi hermana, tu madre, y todos los tuyos, que aún viven; y Dios ha sido servido de darles vida para que gocen el placer de verte: ya sabíamos que estabas en Argel, y por las señales y muestras de tus vestidos, y la de todos los desta compañía, comprehendo que habéis tenido milagrosa libertad′′. ′′Así es -respondió el mozo-, y tiempo nos quedará para contároslo todo′′.
      » Luego que los jinetes entendieron que éramos cristianos cautivos, se apearon de sus caballos, y cada uno nos convidaba con el suyo para llevarnos a la ciudad de Vélez Málaga, que legua y media de allí estaba. (N) Algunos dellos volvieron a llevar la barca a la ciudad, diciéndoles dónde la habíamos dejado; otros nos subieron a las ancas, y Zoraida fue en las del caballo del tío del cristiano. Saliónos a recebir todo el pueblo, que ya de alguno que se había adelantado sabían la nueva de nuestra venida. No se admiraban de ver cautivos libres, ni moros cautivos, porque toda la gente de aquella costa está hecha a ver a los unos y a los otros; pero admirábanse de la hermosura de Zoraida, la cual en aquel instante y sazón estaba en su punto, ansí con el cansancio del camino como con la alegría de verse ya en tierra de cristianos, sin sobresalto de perderse; y esto le había sacado al rostro tales colores que, si no es que la afición entonces me engañaba, osaré decir que más hermosa criatura no había en el mundo; a lo menos, que yo la hubiese visto.
      » Fuimos derechos a la iglesia, a dar gracias a Dios por la merced recebida; y, así como en ella entró Zoraida, dijo que allí había rostros que se parecían a los de Lela Marién. Dijímosle que eran imágines suyas, y como mejor se pudo le dio el renegado a entender lo que significaban, para que ella las adorase como si verdaderamente fueran cada una dellas la misma Lela Marién que la había hablado. Ella, que tiene buen entendimiento y un natural fácil y claro, (N) entendió luego cuanto acerca de las imágenes se le dijo. Desde allí nos llevaron y repartieron a todos en diferentes casas del pueblo; pero al renegado, Zoraida y a mí nos llevó el cristiano que vino con nosotros, y en casa de sus padres, que medianamente eran acomodados de los bienes de fortuna, y nos regalaron con tanto amor como a su mismo hijo.
      » Seis días estuvimos en Vélez, al cabo de los cuales el renegado, hecha su información de cuanto le convenía, se fue a la ciudad de Granada, a reducirse por medio de la Santa Inquisición al gremio santísimo de la Iglesia; los demás cristianos libertados se fueron cada uno donde mejor le pareció; solos quedamos Zoraida y yo, con solos los escudos que la cortesía del francés le dio a Zoraida, de los cuales compré este animal en que ella viene; y, sirviéndola yo hasta agora de padre y escudero, y no de esposo, vamos con intención de ver si mi padre es vivo, o si alguno de mis hermanos ha tenido más próspera ventura que la mía, puesto que, por haberme hecho el cielo compañero de Zoraida, me parece que ninguna otra suerte me pudiera venir, por buena que fuera, que más la estimara. La paciencia con que Zoraida lleva las incomodidades que la pobreza trae consigo, y el deseo que muestra tener de verse ya cristiana es tanto y tal, que me admira y me mueve a servirla todo el tiempo de mi vida, puesto que el gusto que tengo de verme suyo y de que ella sea mía me lo turba y deshace no saber si hallaré en mi tierra algún rincón donde recogella, y si habrán hecho el tiempo y la muerte tal mudanza en la hacienda y vida de mi padre y hermanos que apenas halle quien me conozca, si ellos faltan. No tengo más, señores, que deciros de mi historia; la cual, si es agradable y peregrina, júzguenlo vuestros buenos entendimientos; que de mí sé decir que quisiera habérosla contado más brevemente, puesto que el temor de enfadaros más de cuatro circustancias me ha quitado de la lengua. (N)







Parte I -- Capítulo XLII . Que trata de lo que más sucedió en la venta (N) y de otras muchas cosas dignas de saberse.
      Calló, en diciendo esto, el cautivo, a quien don Fernando dijo.
      -Por cierto, señor capitán, el modo con que habéis contado este estraño suceso ha sido tal, que iguala a la novedad y estrañeza del mesmo caso. Todo es peregrino y raro, y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye; y es de tal manera el gusto que hemos recebido en escuchalle, que, aunque nos hallara el día de mañana entretenidos en el mesmo cuento, holgáramos que de nuevo se comenzara.
      Y, en diciendo esto, don Fernando (N) y todos los demás se le ofrecieron, con todo lo a ellos posible para servirle, con palabras y razones tan amorosas y tan verdaderas que el capitán se tuvo por bien satisfecho de sus voluntades. Especialmente, le ofreció don Fernando que si quería volverse con él, que él haría que el marqués, su hermano, fuese padrino del bautismo de Zoraida, y que él, por su parte, le acomodaría de manera que pudiese entrar en su tierra con el autoridad y cómodo (N) que a su persona se debía. Todo lo agradeció cortesísimamente el cautivo, pero no quiso acetar ninguno de sus liberales ofrecimientos.
      En esto, llegaba ya la noche, (N) y, al cerrar della, llegó a la venta un coche, con algunos hombres de a caballo. Pidieron posada; a quien la ventera respondió (N) que no había en toda la venta un palmo desocupado.
      -Pues, aunque eso sea -dijo uno de los de a caballo que habían entrado - , no ha de faltar para el señor oidor que aquí viene.
      A este nombre se turbó la gÜéspeda, y dijo.
      -Señor, lo que en ello hay es que no tengo camas: si es que su merced del señor oidor la trae, que sí debe de traer, entre en buen hora, que yo y mi marido nos saldremos de nuestro aposento por acomodar a su merced.
      -Sea en buen hora -dijo el escudero.
      Pero, a este tiempo, ya había salido del coche un hombre, que en el traje mostró luego el oficio (N) y cargo que tenía, porque la ropa luenga, con las mangas arrocadas, que vestía, mostraron ser oidor, como su criado había dicho. Traía de la mano a una doncella, al parecer de hasta diez y seis años, vestida de camino, tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda que a todos puso en admiración su vista; de suerte que, a no haber visto a Dorotea y a Luscinda y Zoraida, que en la venta estaban, creyeran que otra tal hermosura como la desta doncella difícilmente pudiera hallarse. Hallóse don Quijote al entrar del oidor y de la doncella, y, así como le vio, dijo.
      -Seguramente puede vuestra merced entrar y espaciarse en este castillo, que, aunque es estrecho y mal acomodado, no hay estrecheza ni incomodidad en el mundo que no dé lugar a las armas y a las letras, y más si las armas y letras traen por guía y adalid (N) a la fermosura, como la traen las letras de vuestra merced en esta fermosa doncella, a quien deben no sólo abrirse y manifestarse los castillos, sino apartarse los riscos, (N) y devidirse y abajarse las montañas, para dalle acogida. Entre vuestra merced, digo, en este paraíso, que aquí hallará estrellas y soles que acompañen el cielo que vuestra merced trae consigo; aquí hallará las armas en su punto y la hermosura en su estremo.
      Admirado quedó el oidor del razonamiento de don Quijote, a quien se puso a mirar muy de propósito, y no menos le admiraba su talle que sus palabras; y, sin hallar ningunas con que respondelle, se tornó a admirar de nuevo cuando vio delante de sí a Luscinda, Dorotea y a Zoraida, que, a las nuevas de los nuevos gÜéspedes y a las que la ventera les había dado de la hermosura de la doncella, habían venido a verla y a recebirla. Pero don Fernando, Cardenio y el cura le hicieron más llanos y más cortesanos ofrecimientos. En efecto, el señor oidor entró confuso, así de lo que veía como de lo que escuchaba, y las hermosas de la venta dieron la bienllegada (N) a la hermosa doncella.
      En resolución, bien echó de ver el oidor que era gente principal toda la que allí estaba; pero el talle, visaje y la apostura de don Quijote (N) le desatinaba; y, habiendo pasado entre todos corteses ofrecimientos y tanteado la comodidad de la venta, (N) se ordenó lo que antes estaba ordenado: (N) que todas las mujeres se entrasen en el camaranchón ya referido, y que los hombres se quedasen fuera, como en su guarda. Y así, fue contento el oidor que su hija, que era la doncella, se fuese con aquellas señoras, lo que ella hizo de muy buena gana. Y con parte de la estrecha cama del ventero, y con la mitad de la que el oidor traía, se acomodaron aquella noche mejor de lo que pensaban.
      El cautivo, que, desde el punto que vio al oidor, (N) le dio saltos el corazón y barruntos de que aquél era su hermano, preguntó a uno de los criados que con él venían que cómo se llamaba y si sabía de qué tierra era. El criado le respondió que se llamaba el licenciado Juan Pérez de Viedma, y que había oído decir que era de un lugar de las montañas de León. Con esta relación y con lo que él había visto se acabó de confirmar de que aquél era su hermano, que había seguido las letras por consejo de su padre; y, alborotado y contento, (N) llamando aparte a don Fernando, a Cardenio y al cura, les contó lo que pasaba, certificándoles que aquel oidor era su hermano. Habíale dicho también el criado como iba proveído por oidor a las Indias, en la Audiencia de Méjico. Supo también como aquella doncella era su hija, de cuyo parto había muerto su madre, y que él había quedado muy rico con el dote que con la hija se le quedó en casa. Pidióles consejo qué modo tendría para descubrirse, o para conocer primero si, después de descubierto, su hermano, por verle pobre, se afrentaba o le recebía con buenas entrañas.
      -Déjeseme a mí el hacer esa experiencia -dijo el cura-; cuanto más, que no hay pensar sino que vos, señor capitán, seréis muy bien recebido; porque el valor y prudencia que en su buen parecer descubre vuestro hermano no da indicios de ser arrogante ni desconocido, ni que no ha de saber poner los casos de la fortuna en su punto.
      -Con todo eso -dijo el capitán- yo querría, no de improviso, sino por rodeos, dármele a conocer. (N)
      -Ya os digo -respondió el cura- que yo lo trazaré de modo que todos quedemos satisfechos.
      Ya, en esto, estaba aderezada la cena, (N) y todos se sentaron a la mesa, eceto el cautivo y las señoras, que cenaron de por sí en su aposento. En la mitad de la cena dijo el cura.
      -Del mesmo nombre de vuestra merced, señor oidor, tuve yo una camarada (N) en Costantinopla, donde estuve cautivo algunos años; la cual camarada era uno de los valientes soldados y capitanes que había en toda la infantería española, pero tanto cuanto tenía de esforzado y valeroso lo tenía de desdichado.
      -Y ¿ cómo se llamaba ese capitán, señor mío? - preguntó el oidor.
      -Llamábase -respondió el cura- Ruy Pérez de Viedma, y era natural de un lugar de las montañas de León, el cual me contó un caso que a su padre con sus hermanos le había sucedido, que, a no contármelo un hombre tan verdadero como él, lo tuviera por conseja de aquellas que las viejas cuentan el invierno al fuego. (N) Porque me dijo que su padre había dividido su hacienda entre tres hijos que tenía, y les había dado ciertos consejos, mejores que los de Catón. Y sé yo decir que el que él escogió de venir a la guerra (N) le había sucedido tan bien que en pocos años, por su valor y esfuerzo, sin otro brazo que el de su mucha virtud, subió a ser capitán de infantería, y a verse en camino y predicamento de ser presto maestre de campo. (N) Pero fuele la fortuna contraria, pues donde la pudiera esperar y tener buena, allí la perdió, con perder la libertad en la felicísima jornada donde tantos la cobraron, que fue en la batalla de Lepanto. Yo la perdí en la Goleta, y después, por diferentes sucesos, nos hallamos camaradas en Costantinopla. Desde allí vino a Argel, donde sé que le sucedió uno de los más estraños casos que en el mundo han sucedido.
      De aquí fue prosiguiendo el cura, y, con brevedad sucinta, (N) contó lo que con Zoraida a su hermano había sucedido; a todo lo cual estaba tan atento el oidor, que ninguna vez había sido tan oidor (N) como entonces. Sólo llegó el cura al punto de cuando los franceses despojaron a los cristianos que en la barca venían, y la pobreza y necesidad en que su camarada y la hermosa mora habían quedado; de los cuales no había sabido en qué habían parado, (N) ni si habían llegado a España, o llevádolos los franceses a Francia.
      Todo lo que el cura decía estaba escuchando, algo de allí desviado, el capitán, y notaba todos los movimientos que su hermano hacía; el cual, viendo que ya el cura había llegado al fin de su cuento, dando un grande suspiro y llenándosele los ojos de agua, dijo.
      -¡ Oh, señor, si supiésedes las nuevas que me habéis contado, y cómo me tocan tan en parte que me es forzoso dar muestras dello con estas lágrimas que, contra toda mi discreción y recato, me salen por los ojos ! Ese capitán tan valeroso que decís es mi mayor hermano, el cual, como más fuerte y de más altos pensamientos que yo ni otro hermano menor mío, escogió el honroso y digno ejercicio de la guerra, que fue uno de los tres caminos que nuestro padre nos propuso, según os dijo vuestra camarada en la conseja que, a vuestro parecer, le oístes. Yo seguí el de las letras, en las cuales Dios y mi diligencia me han puesto en el grado que me veis. Mi menor hermano está en el Pirú, (N) tan rico que con lo que ha enviado a mi padre y a mí ha satisfecho bien la parte que él se llevó, y aun dado a las manos de mi padre con que poder hartar su liberalidad natural; y yo, ansimesmo, he podido con más decencia y autoridad tratarme en mis estudios y llegar al puesto en que me veo. Vive aún mi padre, muriendo con el deseo de saber de su hijo mayor, y pide a Dios con continuas oraciones no cierre la muerte sus ojos hasta que él vea con vida a los de su hijo; del cual me maravillo, siendo tan discreto, cómo en tantos trabajos y afliciones, o prósperos sucesos, se haya descuidado de dar noticia de sí a su padre; que si él lo supiera, o alguno de nosotros, no tuviera necesidad de aguardar al milagro de la caña para alcanzar su rescate. Pero de lo que yo agora me temo es de pensar (N) si aquellos franceses le habrán dado libertad, o le habrán muerto por encubrir su hurto. Esto todo será que yo prosiga mi viaje, (N) no con aquel contento con que le comencé, sino con toda melancolía y tristeza. ¡ Oh buen hermano mío, y quién supiera agora dónde estabas; que yo te fuera a buscar y a librar de tus trabajos, aunque fuera a costa de los míos ! ¡ Oh, quién llevara nuevas a nuestro viejo padre de que tenías vida, aunque estuvieras en las mazmorras más escondidas de Berbería; que de allí te sacaran sus riquezas, las de mi hermano y las mías ! ¡ Oh Zoraida hermosa y liberal, quién pudiera pagar el bien que a un hermano hiciste !; ¡ quién pudiera hallarse al renacer de tu alma, y a las bodas, que tanto gusto a todos nos dieran.
      Estas y otras semejantes palabras decía el oidor, lleno de tanta compasión con las nuevas que de su hermano le habían dado, que todos los que le oían le acompañaban en dar muestras del sentimiento que tenían de su lástima. (N)
      Viendo, pues, el cura que tan bien había salido con su intención y con lo que deseaba el capitán, no quiso tenerlos a todos más tiempo tristes, y así, se levantó de la mesa, y, entrando donde estaba Zoraida, la tomó por la mano, y tras ella se vinieron Luscinda, Dorotea y la hija del oidor. Estaba esperando el capitán a ver lo que el cura quería hacer, que fue que, tomándole a él asimesmo de la otra mano, con entrambos a dos se fue donde el oidor y los demás caballeros estaban, y dijo.
      -Cesen, señor oidor, vuestras lágrimas, y cólmese vuestro deseo de todo el bien que acertare a desearse, pues tenéis delante a vuestro buen hermano y a vuestra buena cuñada. Éste que aquí veis es el capitán Viedma, y ésta, la hermosa mora que tanto bien le hizo. Los franceses que os dije los pusieron en la estrecheza que veis, para que vos mostréis la liberalidad de vuestro buen pecho.
      Acudió el capitán a abrazar a su hermano, y él le puso ambas manos en los pechos por mirarle algo más apartado; mas, cuando le acabó de conocer, le abrazó tan estrechamente, derramando tan tiernas lágrimas de contento,que los más de los que presentes estaban le hubieron de acompañar en ellas. Las palabras que entrambos hermanos se dijeron, los sentimientos que mostraron, apenas creo que pueden pensarse, cuanto más escribirse. Allí, en breves razones, se dieron cuenta de sus sucesos; allí mostraron puesta en su punto la buena amistad de dos hermanos; allí abrazó el oidor a Zoraida; allí la ofreció su hacienda; allí hizo que la abrazase su hija; allí la cristiana hermosa y la mora hermosísima renovaron las lágrimas de todos.
      Allí don Quijote estaba atento, (N) sin hablar palabra, considerando estos tan estraños sucesos, atribuyéndolos todos a quimeras de la andante caballería. Allí concertaron que el capitán y Zoraida se volviesen con su hermano a Sevilla (N) y avisasen a su padre de su hallazgo y libertad, para que, como pudiese, viniese a hallarse en las bodas y bautismo de Zoraida, por no le ser al oidor posible dejar el camino que llevaba, a causa de tener nuevas que de allí a un mes partía la flota de Sevilla a la Nueva España, y fuérale de grande incomodidad perder el viaje.
      En resolución, todos quedaron contentos y alegres del buen suceso del cautivo; y, como ya la noche iba casi en las dos partes de su jornada, (N) acordaron de recogerse y reposar lo que de ella les quedaba. Don Quijote se ofreció a hacer la guardia del castillo, (N) porque de algún gigante o otro mal andante follón no fuesen acometidos, codiciosos del gran tesoro de hermosura que en aquel castillo se encerraba. Agradeciéronselo los que le conocían, y dieron al oidor cuenta del humor estraño de don Quijote, de que no poco gusto recibió.
      Sólo Sancho Panza se desesperaba con la tardanza del recogimiento, y sólo él se acomodó mejor que todos, (N) echándose sobre los aparejos de su jumento, que le costaron tan caros como adelante se dirá.
      Recogidas, pues, las damas en su estancia, y los demás acomodádose como menos mal pudieron, don Quijote se salió fuera de la venta a hacer la centinela del castillo, como lo había prometido.
      Sucedió, pues, que faltando poco por venir el alba, llegó a los oídos de las damas una voz tan entonada y tan buena, que les obligó a que todas le prestasen atento oído, especialmente Dorotea, que despierta estaba, a cuyo lado dormía doña Clara de Viedma, que ansí se llamaba la hija del oidor. Nadie podía imaginar quién era la persona que tan bien cantaba, y era una voz sola, sin que la acompañase instrumento alguno. Unas veces les parecía que cantaban en el patio; (N) otras, que en la caballeriza; y, estando en esta confusión muy atentas, llegó a la puerta del aposento Cardenio y dijo.
      -Quien no duerme, escuche; que oirán una voz de un mozo de mulas, que de tal manera canta que encanta.
      -Ya lo oímos, señor -respondió Dorotea.
      Y, con esto, se fue Cardenio; y Dorotea, poniendo toda la atención posible, entendió que lo que se cantaba era esto.







Parte I -- Capítulo XLIII . Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, (N) con otros estraños acaecimientos en la venta sucedidos . -Marinero soy de amor,
y en su piélago profundo
navego sin esperanza
de llegar a puerto alguno.
Siguiendo voy a una estrella
que desde lejos descubro,
más bella y resplandeciente
que cuantas vio Palinuro. (N)
Yo no sé adónde me guía,
y así, navego confuso,
el alma a mirarla atenta,
cuidadosa y con descuido. (N)
Recatos impertinentes,
honestidad contra el uso,
son nubes que me la encubren
cuando más verla procuro.
¡ Oh clara y luciente estrella,
en cuya lumbre me apuro !;
al punto que te me encubras,
será de mi muerte el punto.

      Llegando el que cantaba a este punto, le pareció a Dorotea que no sería bien que dejase Clara de oír una tan buena voz; y así, moviéndola a una y a otra parte, la despertó diciéndole.
      -Perdóname, niña, que te despierto, pues lo hago porque gustes de oír la mejor voz que quizá habrás oído en toda tu vida.
      Clara despertó toda soñolienta, y de la primera vez no entendió lo que Dorotea le decía; y, volviéndoselo a preguntar, ella se lo volvió a decir, por lo cual estuvo atenta Clara. Pero, apenas hubo oído dos versos que el que cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomó un temblor tan estraño como si de algún grave accidente de cuartana estuviera enferma, y, abrazándose estrechamente con Teodora, le dijo:
      -¡ Ay señora de mi alma y de mi vida !, ¿ para qué me despertastes?; que el mayor bien que la fortuna me podía hacer por ahora era tenerme cerrados los ojos y los oídos, para no ver ni oír a ese desdichado músico.
      -¿ Qué es lo que dices, niña?; mira que dicen que el que canta es un mozo de mulas.
      -No es sino señor de lugares -respondió Clara-, y el que le tiene en mi alma con tanta seguridad que si él no quiere dejalle, no le será quitado eternamente.
      Admirada quedó Dorotea de las sentidas razones de la muchacha, pareciéndole que se aventajaban en mucho a la discreción que sus pocos años prometían; y así, le dijo.
      -Habláis de modo, señora Clara, que no puedo entenderos: declaraos más y decidme qué es lo que decís de alma y de lugares, y deste músico, cuya voz tan inquieta os tiene. Pero no me digáis nada por ahora, (N) que no quiero perder, por acudir a vuestro sobresalto, el gusto que recibo de oír al que canta; que me parece que con nuevos versos y nuevo tono torna a su canto.
      -Sea en buen hora -respondió Clara.
      Y, por no oílle, se tapó con las manos entrambos oídos, de lo que también se admiró Dorotea; la cual, estando atenta a lo que se cantaba, vio que proseguían en esta manera:. -Dulce esperanza mía,
que, rompiendo imposibles y malezas,
sigues firme la vía
que tú mesma te finges y aderezas:
no te desmaye el verte
a cada paso junto al de tu muerte.
No alcanzan perezosos
honrados triunfos ni vitoria alguna,
ni pueden ser dichosos
los que, no contrastando a la fortuna,
entregan, desvalidos,
al ocio blando todos los sentidos.
Que amor sus glorias venda
caras, es gran razón, y es trato justo,
pues no hay más rica prenda
que la que se quilata por su gusto; (N)
y es cosa manifiesta
que no es de estima lo que poco cuesta.
Amorosas porfías
tal vez alcanzan imposibles cosas;
y ansí, aunque con las mías
sigo de amor las más dificultosas,
no por eso recelo
de no alcanzar desde la tierra el cielo.

      Aquí dio fin la voz, y principio a nuevos sollozos Clara. (N) Todo lo cual encendía el deseo de Dorotea, que deseaba saber la causa de tan suave canto y de tan triste lloro. Y así, le volvió a preguntar qué era lo que le quería decir denantes. (N) Entonces Clara, temerosa de que Luscinda no la oyese, abrazando estrechamente a Dorotea, puso su boca tan junto del oído de Dorotea, que seguramente podía hablar sin ser de otro sentida, y así le dijo.
      -Este que canta, señora mía, es un hijo de un caballero natural del reino de Aragón, señor de dos lugares, el cual vivía frontero de la casa de mi padre en la Corte; (N) y, aunque mi padre tenía las ventanas de su casa con lienzos en el invierno (N) y celosías en el verano, yo no sé lo que fue, ni lo que no, que este caballero, que andaba al estudio, me vio, ni sé si en la iglesia o en otra parte. Finalmente, él se enamoró de mí, y me lo dio a entender desde las ventanas de su casa con tantas señas y con tantas lágrimas, que yo le hube de creer, y aun querer, sin saber lo que me quería. Entre las señas que me hacía, era una de juntarse la una mano con la otra, dándome a entender que se casaría conmigo; y, aunque yo me holgaría mucho de que ansí fuera, como sola y sin madre, no sabía con quién comunicallo, y así, lo dejé estar sin dalle otro favor si no era, cuando estaba mi padre fuera de casa y el suyo también, alzar un poco el lienzo o la celosía y dejarme ver toda, de lo que él hacía tanta fiesta, que daba señales de volverse loco. Llegóse en esto el tiempo de la partida de mi padre, la cual él supo, y no de mí, pues nunca pude decírselo. Cayó malo, a lo que yo entiendo, de pesadumbre; y así, el día que nos partimos nunca pude verle para despedirme dél, siquiera con los ojos. Pero, a cabo de dos días que caminábamos, al entrar de una posada, en un lugar una jornada de aquí, (N) le vi a la puerta del mesón, puesto en hábito de mozo de mulas, tan al natural que si yo no le trujera tan retratado en mi alma fuera imposible conocelle. Conocíle, admiréme y alegréme; él me miró a hurto de mi padre, de quien él siempre se esconde cuando atraviesa por delante de mí en los caminos y en las posadas do llegamos; (N) y, como yo sé quién es, y considero que por amor de mí viene a pie y con tanto trabajo, muérome de pesadumbre, y adonde él pone los pies pongo yo los ojos. No sé con qué intención viene, ni cómo ha podido escaparse de su padre, que le quiere estraordinariamente, porque no tiene otro heredero, y porque él lo merece, como lo verá vuestra merced cuando le vea. Y más le sé decir: que todo aquello que canta lo saca de su cabeza; que he oído decir que es muy gran estudiante y poeta. Y hay más: que cada vez que le veo o le oigo cantar, tiemblo toda y me sobresalto, temerosa de que mi padre le conozca y venga en conocimiento de nuestros deseos. En mi vida le he hablado palabra, y, con todo eso, le quiero de manera que no he de poder vivir sin él. Esto es, señora mía, todo lo que os puedo decir deste músico, cuya voz tanto os ha contentado; que en sola ella echaréis bien de ver que no es mozo de mulas, como decís, sino señor de almas y lugares, como yo os he dicho.
      -No digáis más, (N) señora doña Clara -dijo a esta sazón Dorotea, y esto, besándola mil veces-; no digáis más, digo, y esperad que venga el nuevo día, que yo espero en Dios de encaminar de manera vuestros negocios, que tengan el felice fin que tan honestos principios merecen.
      -¡ Ay señora ! -dijo doña Clara-, ¿ qué fin se puede esperar, si su padre es tan principal y tan rico que le parecerá que aun yo no puedo ser criada de su hijo, cuanto más esposa? Pues casarme yo a hurto de mi padre, no lo haré por cuanto hay en el mundo. No querría sino que este mozo se volviese y me dejase; quizá con no velle y con la gran distancia del camino que llevamos se me aliviaría la pena que ahora llevo, aunque sé decir que este remedio que me imagino me ha de aprovechar bien poco. No sé qué diablos ha sido esto, ni por dónde se ha entrado este amor que le tengo, siendo yo tan muchacha y él tan muchacho, que en verdad que creo que somos de una edad mesma, y que yo no tengo cumplidos diez y seis años; que para el día de San Miguel que vendrá dice mi padre que los cumplo.
      No pudo dejar de reírse Dorotea, oyendo cuán como niña hablaba doña Clara, a quien dijo.
      -Reposemos, señora, lo poco que creo queda de la noche, y amanecerá Dios y medraremos, o mal me andarán las manos.
      Sosegáronse con esto, y en toda la venta se guardaba un grande silencio; solamente no dormían la hija de la ventera y Maritornes, su criada, las cuales, como ya sabían el humor de que pecaba don Quijote, y que estaba fuera de la venta armado y a caballo haciendo la guarda, determinaron las dos de hacelle alguna burla, o, a lo menos, de pasar un poco el tiempo oyéndole sus disparates.
      Es, pues, el caso que en toda la venta no había ventana que saliese al campo, sino un agujero de un pajar, por donde echaban la paja por defuera. A este agujero se pusieron las dos semidoncellas, y vieron que don Quijote estaba a caballo, recostado sobre su lanzón, (N) dando de cuando en cuando tan dolientes y profundos suspiros que parecía, que con cada uno se le arrancaba el alma. Y asimesmo oyeron que decía con voz blanda, regalada y amorosa.
      -¡ Oh mi señora Dulcinea (N) del Toboso, estremo de toda hermosura, fin y remate de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y, ultimadamente, (N) idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo ! Y ¿ qué fará agora la tu merced? ¿ Si tendrás por ventura las mientes en tu cautivo caballero, que a tantos peligros, por sólo servirte, de su voluntad ha querido ponerse? Dame tú nuevas della, ¡ oh luminaria de las tres caras ! (N) Quizá con envidia de la suya la estás ahora mirando; que, o paseándose por alguna galería de sus suntuosos palacios, o ya puesta de pechos sobre algún balcón, está considerando cómo, salva su honestidad y grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuitado corazón padece, qué gloria ha de dar a mis penas, qué sosiego a mi cuidado y, finalmente, qué vida a mi muerte y qué premio a mis servicios. Y tú, sol, que ya debes de estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir a ver a mi señora, así como la veas, suplícote que de mi parte la saludes; pero guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que tendré más celos de ti que tú los tuviste de aquella (N) ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, o por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por dónde corriste entonces celoso y enamorado.
      A este punto llegaba entonces don Quijote en su tan lastimero razonamiento, cuando la hija de la ventera le comenzó a cecear (N) y a decirle:
      -Señor mío, lléguese acá la vuestra merced si es servido.
      A cuyas señas y voz volvió don Quijote la cabeza, y vio, a la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, (N) cómo le llamaban del agujero que a él le pareció ventana, y aun con rejas doradas, como conviene que las tengan tan ricos castillos como él se imaginaba que era aquella venta; y luego en el instante se le representó en su loca imaginación que otra vez, como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora de aquel castillo, vencida (N) de su amor, tornaba a solicitarle; y con este pensamiento, por no mostrarse descortés y desagradecido, volvió las riendas a Rocinante y se llegó al agujero, y, así como vio a las dos mozas, dijo.
      -Lástima os tengo, fermosa señora, de que hayades puesto vuestras amorosas mientes en parte donde no es posible corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza; de lo que no debéis dar culpa a este miserable andante caballero, a quien tiene amor imposibilitado de poder entregar su voluntad a otra que aquella que, en el punto que sus ojos la vieron, la hizo señora absoluta de su alma. (N) Perdonadme, buena señora, y recogeos en vuestro aposento, y no queráis, con significarme más vuestros deseos, que yo me muestre más desagradecido; y si del amor que me tenéis halláis en mí otra cosa con que satisfaceros, que el mismo amor no sea, pedídmela; que yo os juro, por aquella ausente enemiga dulce mía, de dárosla en continente, si bien me pidiésedes una guedeja de los cabellos de Medusa, (N) que eran todos culebras, o ya los mesmos rayos del sol encerrados en una redoma. (N)
      -No ha menester nada deso mi señora, señor caballero - dijo a este punto Maritornes.
      -Pues, ¿ qué ha menester, discreta dueña, (N) vuestra señora? - respondió don Quijote.
      -Sola una de vuestras hermosas manos -dijo Maritornes-, por poder deshogar con ella el gran deseo que a este agujero la ha traído, tan a peligro de su honor que si su señor padre la hubiera sentido, la menor tajada della fuera la oreja. (N)
      -¡ Ya quisiera yo ver eso ! -respondió don Quijote - ; pero él se guardará bien deso, si ya no quiere hacer el más desastrado fin (N) que padre hizo en el mundo, por haber puesto las manos en los delicados miembros de su enamorada hija.
      Parecióle a Maritornes que sin duda don Quijote daría la mano que le habían pedido, y, proponiendo en su pensamiento lo que había de hacer, se bajó del agujero y se fue a la caballeriza, donde tomó el cabestro del jumento de Sancho Panza, y con mucha presteza se volvió a su agujero, a tiempo que don Quijote se había puesto de pies sobre la silla de Rocinante, por alcanzar a la ventana enrejada, donde se imaginaba estar la ferida doncella; y, al darle la mano, dijo.
      -Tomad, señora, esa mano, (N) o, por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo; tomad esa mano, digo, a quien no ha tocado otra de mujer alguna, ni aun la de aquella que tiene entera posesión de todo mi cuerpo. No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contestura de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de sus venas; de donde sacaréis qué tal debe de ser la fuerza del brazo que tal mano tiene.
      -Ahora lo veremos -dijo Maritornes.
      Y, haciendo una lazada corrediza al cabestro, se la echó a la muñeca, y, bajándose del agujero, ató lo que quedaba al cerrojo de la puerta del pajar muy fuertemente. Don Quijote, que sintió la aspereza del cordel en su muñeca, dijo.
      -Más parece que vuestra merced me ralla que no que me regala la mano; no la tratéis tan mal, pues ella no tiene la culpa del mal que mi voluntad os hace, ni es bien que en tan poca parte venguéis el todo de vuestro enojo. Mirad que quien quiere bien no se venga tan mal. (N)
      Pero todas estas razones de don Quijote ya no las escuchaba nadie, porque, así como Maritornes le ató, ella y la otra se fueron, de risa, y le dejaron asido de manera que fue imposible soltarse.
      Estaba, pues, como se ha dicho, de pies sobre Rocinante, metido todo el brazo por el agujero y atado de la muñeca, y al cerrojo de la puerta, con grandísimo temor y cuidado, que si Rocinante se desviaba a un cabo o a otro, había de quedar colgado del brazo; y así, no osaba hacer movimiento alguno, puesto que de la paciencia y quietud de Rocinante bien se podía esperar que estaría sin moverse un siglo entero.
      En resolución, viéndose don Quijote atado, y que ya las damas se habían ido, se dio a imaginar que todo aquello se hacía por vía de encantamento, como la vez pasada, cuando en aquel mesmo castillo le molió aquel moro encantado del arriero; y maldecía entre sí su poca discreción y discurso, pues, habiendo salido tan mal la vez primera de aquel castillo, se había aventurado a entrar en él la segunda, siendo advertimiento de caballeros andantes que, cuando han probado una aventura y no salido bien con ella, es señal que no está para ellos guardada, sino para otros; y así, no tienen necesidad de probarla segunda vez. Con todo esto, tiraba de su brazo, por ver si podía soltarse; mas él estaba tan bien asido, que todas sus pruebas fueron en vano. Bien es verdad que tiraba con tiento, porque Rocinante no se moviese; y, aunque él quisiera sentarse y ponerse en la silla, no podía sino estar en pie, o arrancarse la mano.
      Allí fue el desear de la espada de Amadís, contra quien no tenía fuerza de encantamento alguno; (N) allí fue el maldecir de su fortuna; allí fue el exagerar la falta que haría en el mundo su presencia el tiempo que allí estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo estaba; allí el acordarse de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueño y tendido sobre el albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la madre que lo había parido; allí llamó a los sabios Lirgandeo y Alquife, que le ayudasen; allí invocó a su buena amiga Urganda, (N) que le socorriese, y, finalmente, allí le tomó la mañana, tan desesperado y confuso que bramaba como un toro; porque no esperaba él que con el día se remediara su cuita, porque la tenía por eterna, teniéndose por encantado. Y hacíale creer esto ver que Rocinante poco ni mucho se movía, y creía que de aquella suerte, sin comer ni beber ni dormir, habían de estar él y su caballo, hasta que aquel mal influjo de las estrellas se pasase, o hasta que otro más sabio encantador le desencantase.
      Pero engañóse mucho en su creencia, porque, apenas comenzó a amanecer, cuando llegaron a la venta cuatro hombres de a caballo, muy bien puestos y aderezados, con sus escopetas sobre los arzones. Llamaron a la puerta de la venta, que aún estaba cerrada, con grandes golpes; lo cual, visto por don Quijote desde donde aún no dejaba de hacer la centinela, con voz arrogante y alta dijo.
      -Caballeros, o escuderos, o quienquiera que seáis: no tenéis para qué llamar a las puertas deste castillo; que asaz de claro está que a tales horas, o los que están dentro duermen, o no tienen por costumbre de abrirse las fortalezas (N) hasta que el sol esté tendido por todo el suelo. Desviaos afuera, y esperad que aclare el día, y entonces veremos si será justo o no que os abran.
      -¿ Qué diablos de fortaleza o castillo es éste - dijo uno-, para obligarnos a guardar esas ceremonias? Si sois el ventero, mandad que nos abran, que somos caminantes que no queremos más de dar cebada a nuestras cabalgaduras y pasar adelante, porque vamos de priesa.
      -¿ Paréceos, caballeros, que tengo yo talle de ventero? -respondió don Quijote.
      -No sé de qué tenéis talle -respondió el otro-, pero sé que decís disparates (N) en llamar castillo a esta venta.
      -Castillo es -replicó don Quijote-, y aun de los mejores de toda esta provincia; y gente tiene dentro que ha tenido cetro en la mano y corona en la cabeza.
      -Mejor fuera al revés -dijo el caminante-: el cetro en la cabeza y la corona en la mano. Y será, si a mano viene, que debe de estar dentro alguna compañía de representantes, de los cuales es tener a menudo esas coronas y cetros que decís, porque en una venta tan pequeña, y adonde se guarda tanto silencio como ésta, no creo yo que se alojan (N) personas dignas de corona y cetro.
      -Sabéis poco del mundo -replicó don Quijote-, pues ignoráis los casos que suelen acontecer en la caballería andante.
      Cansábanse los compañeros que con el preguntante venían del coloquio que con don Quijote pasaba, y así, tornaron a llamar con grande furia; y fue de modo que el ventero despertó, y aun todos cuantos en la venta estaban; y así, se levantó a preguntar quién llamaba. Sucedió en este tiempo que una de las cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban se llegó a oler a Rocinante, que, melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin moverse a su estirado señor; y como, en fin, era de carne, aunque parecía de leño, no pudo dejar de resentirse y tornar a oler a quien le llegaba a hacer caricias; y así, no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los juntos pies de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con él en el suelo, a no quedar colgado del brazo: cosa que le causó tanto dolor que creyó o que la muñeca le cortaban, o que el brazo se le arrancaba; porque él quedó tan cerca del suelo que con los estremos de las puntas de los pies besaba la tierra, (N) que era en su perjuicio, porque, como sentía lo poco que le faltaba para poner las plantas en la tierra, fatigábase y estirábase cuanto podía por alcanzar al suelo: bien así como los que están en el tormento de la garrucha, (N) puestos a toca, no toca, que ellos mesmos son causa de acrecentar su dolor, con el ahínco que ponen en estirarse, engañados de la esperanza que se les representa, que con poco más que se estiren llegarán al suelo. (N)







Parte I -- Capítulo XLIV . Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta

      En efeto, fueron tantas las voces que don Quijote dio, que, abriendo de presto las puertas de la venta, salió el ventero, despavorido, a ver quién tales gritos daba, y los que estaban fuera hicieron lo mesmo. (N) Maritornes, que ya había despertado a las mismas voces, imaginando lo que podía ser, se fue al pajar y desató, sin que nadie lo viese, el cabestro que a don Quijote sostenía, y él dio luego en el suelo, a vista del ventero y de los caminantes, que, llegándose a él, le preguntaron qué tenía, que tales voces daba. Él, sin responder palabra, se quitó el cordel de la muñeca, y, levantándose en pie, subió sobre Rocinante, embrazó su adarga, (N) enristró su lanzón, y, tomando buena parte del campo, volvió a medio galope, diciendo.
      -Cualquiera que dijere que yo he sido con justo título encantado, como mi señora la princesa Micomicona me dé licencia para ello, yo le desmiento, le rieto y desafío (N) a singular batalla.
      Admirados se quedaron los nuevos caminantes de las palabras de don Quijote, pero el ventero les quitó de aquella admiración, (N) diciéndoles que era don Quijote, y que no había que hacer caso dél, porque estaba fuera de juicio.
      Preguntáronle al ventero si acaso había llegado a aquella venta un muchacho de hasta edad de quince años, que venía vestido como mozo de mulas, de tales y tales señas, dando las mesmas que traía el amante de doña Clara. El ventero respondió que había tanta gente en la venta, que no había echado de ver en el que preguntaban. Pero, habiendo visto uno dellos el coche donde había venido el oidor, dijo:
      -Aquí debe de estar sin duda, porque éste es el coche que él dicen que sigue; quédese uno de nosotros a la puerta y entren los demás a buscarle; y aun sería bien que uno de nosotros rodease toda la venta, porque no se fuese por las bardas de los corrales.
      -Así se hará -respondió uno dellos.
      Y, entrándose los dos dentro, uno se quedó a la puerta y el otro se fue a rodear la venta; todo lo cual veía el ventero, y no sabía atinar (N) para qué se hacían aquellas diligencias, puesto que bien creyó que buscaban aquel mozo cuyas señas le habían dado.
      Ya a esta sazón aclaraba el día; y, así por esto como por el ruido que don Quijote había hecho, estaban todos despiertos y se levantaban, especialmente doña Clara y Dorotea, que la una con sobresalto de tener tan cerca a su amante, y la otra con el deseo de verle, habían podido dormir bien mal (N) aquella noche. Don Quijote, que vio que ninguno de los cuatro caminantes hacía caso dél, ni le respondían a su demanda, moría y rabiaba de despecho (N) y saña; y si él hallara en las ordenanzas de su caballería que lícitamente podía el caballero andante tomar y emprender otra empresa, habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que había prometido, (N) él embistiera con todos, y les hiciera responder mal de su grado. Pero, por parecerle no convenirle ni estarle bien comenzar nueva empresa hasta poner a Micomicona en su reino, hubo de callar y estarse quedo, esperando a ver en qué paraban las diligencias de aquellos caminantes; uno de los cuales halló al mancebo que buscaba, durmiendo al lado de un mozo de mulas, bien descuidado de que nadie ni le buscase, ni menos de que le hallase. (N) El hombre le trabó del brazo y le dijo:
      -Por cierto, señor don Luis, que responde bien a quien vos sois el hábito que tenéis, (N) y que dice bien la cama en que os hallo al regalo con que vuestra madre os crió.
      Limpióse el mozo los soñolientos ojos y miró de espacio al que le tenía asido, y luego conoció que era criado de su padre, de que recibió tal sobresalto, que no acertó o no pudo hablarle palabra por un buen espacio. Y el criado prosiguió diciendo.
      -Aquí no hay que hacer otra cosa, señor don Luis, sino prestar paciencia y dar la vuelta a casa, si ya vuestra merced no gusta que su padre y mi señor la dé al otro mundo, (N) porque no se puede esperar otra cosa de la pena con que queda por vuestra ausencia.
      -Pues, ¿ cómo supo mi padre -dijo don Luis- que yo venía este camino y en este traje.
      -Un estudiante -respondió el criado- a quien distes cuenta de vuestros pensamientos fue el que lo descubrió, movido a lástima de las que vio que hacía vuestro padre al punto que os echó de menos; y así, despachó a cuatro de sus criados en vuestra busca, y todos estamos aquí a vuestro servicio, más contentos de lo que imaginar se puede, por el buen despacho con que tornaremos, llevándoos a los ojos que tanto os quieren.
      -Eso será como yo quisiere, o como el cielo lo ordenare -respondió don Luis.
      -¿ Qué habéis de querer, (N) o qué ha de ordenar el cielo, fuera de consentir en volveros?; porque no ha de ser posible otra cosa.
      Todas estas razones que entre los dos pasaban oyó el mozo de mulas junto a quien don Luis estaba; y, levantándose de allí, fue a decir lo que pasaba a don Fernando y a Cardenio, y a los demás, que ya vestido se habían; a los cuales dijo cómo aquel hombre llamaba de don a aquel muchacho, y las razones que pasaban, y cómo le quería volver a casa de su padre, y el mozo no quería. Y con esto, y con lo que dél sabían de la buena voz que el cielo le había dado, (N) vinieron todos en gran deseo de saber más particularmente quién era, y aun de ayudarle si alguna fuerza le quisiesen hacer; y así, se fueron hacia la parte donde aún estaba hablando y porfiando con su criado.
      Salía en esto Dorotea de su aposento, y tras ella doña Clara, toda turbada; y, llamando Dorotea a Cardenio aparte, le contó en breves razones la historia del músico y de doña Clara, a quien él también dijo lo que pasaba de la venida a buscarle los criados de su padre, y no se lo dijo tan callando que lo dejase de oír Clara; de lo que quedó tan fuera de sí que, si Dorotea no llegara a tenerla, diera consigo en el suelo. Cardenio dijo a Dorotea que se volviesen al aposento, que él procuraría poner remedio en todo, y ellas lo hicieron.
      Ya estaban todos los cuatro que venían a buscar a don Luis dentro de la venta y rodeados dél, (N) persuadiéndole que luego, sin detenerse un punto, volviese a consolar a su padre. Él respondió que en ninguna manera lo podía hacer hasta dar fin a un negocio en que le iba la vida, la honra y el alma. Apretáronle entonces los criados, diciéndole que en ningún modo volverían sin él, y que le llevarían, quisiese o no quisiese.
      -Eso no haréis vosotros -replicó don Luis-, si no es llevándome muerto; aunque, de cualquiera manera que me llevéis, será llevarme sin vida.
      Ya a esta sazón habían acudido a la porfía todos los más que en la venta estaban, especialmente Cardenio, don Fernando, sus camaradas, el oidor, el cura, el barbero y don Quijote, que ya le pareció que no había necesidad de guardar más el castillo. Cardenio, como ya sabía la historia del mozo, preguntó a los que llevarle querían que qué les movía a querer llevar contra su voluntad aquel muchacho.
      -Muévenos -respondió uno de los cuatro- dar la vida a su padre, que por la ausencia deste caballero queda a peligro de perderla.
      A esto dijo don Luis.
      -No hay para qué se dé cuenta aquí de mis cosas: yo soy libre, y volveré si me diere gusto, y si no, ninguno de vosotros me ha de hacer fuerza.
      -Harásela a vuestra merced la razón -respondió el hombre-; y, cuando ell.
      no bastare con vuestra merced, bastará con nosotros para hacer a lo que venimos y lo que somos obligados.
      -Sepamos qué es esto de raíz -dijo a este tiempo el oidor.
      Pero el hombre, que lo conoció, como vecino de su casa, respondió.
      -¿ No conoce vuestra merced, señor oidor, a este caballero, que es el hijo de su vecino, el cual se ha ausentado de casa de su padre en el hábito tan indecente a su calidad como (N) vuestra merced puede ver.
      Miróle entonces el oidor más atentamente y conocióle; y, abrazándole, dijo:
      -¿ Qué niñerías son éstas, señor don Luis, o qué causas tan poderosas, que os hayan movido a venir desta manera, y en este traje, que dice tan mal con la calidad vuestra.
      Al mozo se le vinieron las lágrimas a los ojos, y no pudo responder palabra. El oidor dijo a los cuatro que se sosegasen, que todo se haría bien; y, tomando por la mano a don Luis, le apartó a una parte y le preguntó qué venida había sido aquélla.
      Y, en tanto que le hacía esta y otras preguntas, oyeron grandes voces (N) a la puerta de la venta, y era la causa dellas que dos huéspedes que aquella noche habían alojado en ella, viendo a toda la gente ocupada en saber lo que los cuatro buscaban, habían intentado a irse sin pagar lo que debían; mas el ventero, que atendía más a su negocio que a los ajenos, les asió al salir de la puerta y pidió su paga, y les afeó su mala intención con tales palabras, que les movió a que le respondiesen con los puños; y así, le comenzaron a dar tal mano, que el pobre ventero tuvo necesidad de dar voces y pedir socorro. La ventera y su hija no vieron a otro más desocupado para poder socorrerle que a don Quijote, a quien la hija de la ventera dijo.
      -Socorra vuestra merced, señor caballero, por la virtud que Dios le dio, (N) a mi pobre padre, que dos malos hombres le están moliendo como a cibera.
      A lo cual respondió don Quijote, muy de espacio y con mucha flema.
      -Fermosa doncella, no ha lugar por ahora vuestra petición, porque estoy impedido de entremeterme en otra aventura en tanto que no diere cima a una en que mi palabra me ha puesto. Mas lo que yo podré hacer por serviros es lo que ahora diré: corred y decid a vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré della.
      -¡ Pecadora de mí ! -dijo a esto Maritornes, que estaba delante-: primero que vuestra merced alcance esa licencia que dice, estará ya mi señor en el otro mundo.
      -Dadme vos, señora, que yo alcance la licencia que digo -respondió don Quijote-; que, como yo la tenga, poco hará al caso que él esté en el otro mundo; que de allí le sacaré a pesar del mismo mundo que lo contradiga; o, por lo menos, os daré tal venganza de los que allá le hubieren enviado, que quedéis más que medianamente satisfechas.
      Y sin decir más se fue a poner de hinojos ante Dorotea, pidiéndole con palabras caballerescas y andantescas que la su grandeza fuese servida de darle licencia de acorrer y socorrer al castellano de aquel castillo, que estaba puesto en una grave mengua. La princesa se la dio de buen talante, y él luego, embrazando su adarga (N) y poniendo mano a su espada, acudió a la puerta de la venta, adonde aún todavía traían los dos huéspedes a mal traer al ventero; pero, así como llegó, embazó (N) y se estuvo quedo, aunque Maritornes y la ventera le decían que en qué se detenía, que socorriese a su señor y marido.
      -Deténgome -dijo don Quijote- porque no me es lícito poner mano a la espada contra gente escuderil; pero llamadme aquí a mi escudero Sancho, que a él toca y atañe esta defensa y venganza.
      Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puñadas y mojicones muy en su punto, todo en daño del ventero y en rabia de Maritornes, la ventera y su hija, que se desesperaban de ver la cobardía de don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido, señor y padre.
      Pero dejémosle aquí, que no faltará quien le socorra, o si no, sufra y calle el que se atreve a más de a lo que sus fuerzas le prometen, (N) y volvámonos atrás cincuenta pasos, a ver qué fue lo que don Luis respondió al oidor, que le dejamos aparte, preguntándole la causa de su venida a pie y de tan vil traje vestido. A lo cual el mozo, asiéndole fuertemente de las manos, como en señal de que algún gran dolor le apretaba el corazón, y derramando lágrimas en grande abundancia, le dijo.
      -Señor mío, yo no sé deciros otra cosa sino que desde el punto que quiso el cielo y facilitó nuestra vecindad que yo viese a mi señora doña Clara, hija vuestra y señora mía, desde aquel instante la hice dueño de mi voluntad; y si la vuestra, verdadero señor y padre mío, no lo impide, en este mesmo día ha de ser mi esposa. Por ella dejé la casa de mi padre, y por ella me puse en este traje, para seguirla dondequiera que fuese, como la saeta al blanco, o como el marinero al norte. (N) Ella no sabe de mis deseos más de lo que ha podido entender de algunas veces que desde lejos ha visto llorar mis ojos. Ya, señor, sabéis la riqueza y la nobleza de mis padres, y como yo soy su único heredero: si os parece que éstas son partes para que os aventuréis a hacerme en todo venturoso, recebidme luego por vuestro hijo; que si mi padre, llevado de otros disignios suyos, no gustare deste bien que yo supe buscarme, más fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las cosas que las humanas voluntades.
      Calló, en diciendo esto, el enamorado mancebo, y el oidor quedó en oírle suspenso, confuso y admirado, (N) así de haber oído el modo y la discreción con que don Luis le había descubierto su pensamiento, como de verse en punto que no sabía el que poder tomar en tan repentino y no esperado negocio; y así, no respondió otra cosa sino que se sosegase por entonces, y entretuviese a sus criados, que por aquel día no le volviesen, porque se tuviese tiempo para considerar lo que mejor a todos estuviese. Besóle las manos por fuerza don Luis, y aun se las bañó con lágrimas, cosa que pudiera enternecer un corazón de mármol, no sólo el del oidor, que, como discreto, ya había conocido cuán bien le estaba a su hija aquel matrimonio; puesto que, si fuera posible, lo quisiera efetuar con voluntad del padre de don Luis, del cual sabía que pretendía hacer de título a su hijo. (N)
      Ya a esta sazón estaban en paz los huéspedes con el ventero, pues, por persuasión y buenas razones de don Quijote, más que por amenazas, le habían pagado todo lo que él quiso, y los criados de don Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y la resolución de su amo, cuando el demonio, que no duerme, (N) ordenó que en aquel mesmo punto entró (N) en la venta el barbero a quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué de la albarda, y así como la vio la conoció, y se atrevió a arremeter a Sancho, diciendo.
      -¡ Ah don ladrón, que aquí os tengo ! ¡ Venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos que me robastes.
      Sancho, que se vio acometer tan de improviso y oyó los vituperios que le decían, con la una mano asió de la albarda, y con la otra dio un mojicón al barbero que le bañó los dientes en sangre; pero no por esto dejó el barbero la presa que tenía hecha en el albarda; (N) antes, alzó la voz de tal manera que todos los de la venta acudieron al ruido y pendencia, y decía.
      -¡ Aquí del rey y de la justicia, que, sobre cobrar mi hacienda, me quiere matar este ladrón salteador de caminos.
      -Mentís -respondió Sancho-, que yo no soy salteador de caminos; que en buena guerra ganó mi señor don Quijote estos despojos.
      Ya estaba don Quijote delante, con mucho contento de ver cuán bien se defendía y ofendía su escudero, y túvole desde allí adelante por hombre de pro, y propuso en su corazón de armalle caballero (N) en la primera ocasión que se le ofreciese, por parecerle que sería en él bien empleada la orden de la caballería. Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso de la pendencia, vino a decir.
      -Señores, así esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, (N) y así la conozco como si la hubiera parido; y ahí está mi asno en el establo, que no me dejará mentir; si no, pruébensela, (N) y si no le viniere pintiparada, yo quedaré por infame. Y hay más: que el mismo día que ella se me quitó, me quitaron también una bacía de azófar nueva, que no se había estrenado, que era señora de un escudo.
      Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder: y, poniéndose entre los dos y apartándoles, depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de manifiesto (N) hasta que la verdad se aclarase, dijo.
      -¡ Porque vean vuestras (N) mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen escudero, pues llama bacía a lo que fue, es y será yelmo de Mambrino, el cual se lo quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con ligítima y lícita posesión ! En lo del albarda no me entremeto, que lo que en ello sabré decir es que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar los jaeces del caballo deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo; yo se la di, y él los tomó, y, de haberse convertido de jaez en albarda, no sabré dar otra razón si no es la ordinaria: que como esas transformaciones se ven en los sucesos de la caballería; para confirmación de lo cual, corre, Sancho hijo, y saca aquí el yelmo que este buen hombre dice ser bacía.
      -¡ Pardiez, señor -dijo Sancho-, si no tenemos otra prueba de nuestra intención que la que vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de Malino como el jaez deste buen hombre albarda.
      -Haz lo que te mando -replicó don Quijote-, que no todas las cosas deste castillo han de ser guiadas por encantamento.
      Sancho fue a do estaba la bacía y la trujo; y, así como don Quijote la vio, la tomó en las manos y dijo.
      -Miren vuestras mercedes con qué cara podía decir este escudero que ésta es bacía, y no el yelmo que yo he dicho; y juro por la orden de caballería que profeso que este yelmo fue el mismo que yo le quité, sin haber añadido en él ni quitado cosa alguna.
      -En eso no hay duda -dijo a esta sazón Sancho-, porque desde que mi señor le ganó hasta agora no ha hecho con él más de una batalla, (N) cuando libró a los sin ventura encadenados; y si no fuera por este baciyelmo, no lo pasara entonces muy bien, porque hubo asaz de pedradas en aquel trance.







Parte I -- Capítulo XLV . Donde se acaba de averiguar la duda (N) del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad.
      -¿ Qué les parece a vuestras mercedes, señores -dijo el barbero-, de lo que afirman estos gentiles hombres, pues aún porfían que ésta no es bacía, sino yelmo.
      -Y quien lo contrario dijere -dijo don Quijote-, le haré yo conocer que miente, si fuere caballero, y si escudero, que remiente (N) mil veces.
      Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como tenía tan bien conocido el humor de don Quijote, quiso esforzar su desatino y llevar adelante la burla para que todos riesen, y dijo, hablando con el otro barbero.
      -Señor barbero, o quien sois, sabed que yo también soy de vuestro oficio, y tengo más ha de veinte años carta de examen, (N) y conozco muy bien de todos los instrumentos de la barbería, sin que le falte uno; y ni más ni menos fui un tiempo en mi mocedad soldado, y sé también qué es yelmo, y qué es morrión, y celada de encaje, (N) y otras cosas tocantes a la milicia, digo, a los géneros de armas de los soldados; y digo, salvo mejor parecer, remitiéndome siempre al mejor entendimiento, que esta pieza que está aquí delante y que este buen señor tiene en las manos, no sólo no es bacía de barbero, pero está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro y la verdad de la mentira; también digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo entero.
      -No, por cierto -dijo don Quijote-, porque le falta la mitad, que es la babera.
      -Así es -dijo el cura, que ya había entendido la intención de su amigo el barbero.
      Y lo mismo confirmó Cardenio, don Fernando y sus camaradas; (N) y aun el oidor, si no estuviera tan pensativo con el negocio de don Luis, ayudara, por su parte, a la burla; pero las veras de lo que pensaba le tenían tan suspenso, que poco o nada atendía a aquellos donaires.
      -¡ Válame Dios ! -dijo a esta sazón el barbero burlado-; ¿ que es posible que tanta gente honrada (N) diga que ésta no es bacía, sino yelmo? Cosa parece ésta que puede poner en admiración a toda una Universidad, por discreta que sea. Basta: si es que esta bacía es yelmo, también debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho.
      -A mí albarda me parece -dijo don Quijote-, pero ya he dicho que en eso no me entremeto.
      -De que sea albarda o jaez -dijo el cura- no está en más de decirlo el señor don Quijote; (N) que en estas cosas de la caballería todos estos señores y yo le damos la ventaja.
      -Por Dios, señores míos -dijo don Quijote-, que son tantas y tan estrañas las cosas que en este castillo, en dos veces que en él he alojado, me han sucedido, que no me atreva a decir afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en él se contiene (N) se preguntare, porque imagino que cuanto en él se trata va por vía de encantamento. La primera vez me fatigó mucho un moro encantado que en él hay, y a Sancho no le fue muy bien con otros sus secuaces; (N) y anoche estuve colgado deste brazo casi dos horas, sin saber cómo ni cómo no vine a caer en aquella desgracia. Así que, ponerme yo agora en cosa de tanta confusión a dar mi parecer, será caer en juicio temerario. En lo que toca a lo que dicen que ésta es bacía, y no yelmo, ya yo tengo respondido; pero, en lo de declarar si ésa es albarda o jaez, no me atrevo a dar sentencia difinitiva: sólo lo dejo al buen parecer de vuestras mercedes. Quizá por no ser armados caballeros, como yo lo soy, no tendrán que ver con vuestras mercedes los encantamentos deste lugar, y tendrán los entendimientos libres, y podrán juzgar de las cosas deste castillo como ellas son real y verdaderamente, y no como a mí me parecían.
      -No hay duda -respondió a esto don Fernando-, sino que el señor don Quijote ha dicho muy bien hoy que a nosotros toca la difinición deste caso; y, porque vaya con más fundamento, yo tomaré en secreto los votos destos señores, y de lo que resultare daré entera y clara noticia.
      Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote, era todo esto materia de grandísima risa; pero, para los que le ignoraban, les parecía el mayor disparate (N) del mundo, especialmente a los cuatro criados de don Luis, y a don Luis ni más ni menos, y a otros tres pasajeros que acaso habían llegado a la venta, que tenían parecer de ser cuadrilleros, (N) como, en efeto, lo eran. Pero el que más se desesperaba era el barbero, cuya bacía, allí delante de sus ojos, se le había vuelto en yelmo (N) de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de caballo; y los unos y los otros se reían de ver cómo andaba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablándolos al oído para que en secreto declarasen si era albarda o jaez aquella joya (N) sobre quien tanto se había peleado. Y, después que hubo tomado los votos de aquellos que a don Quijote conocían, dijo en alta voz:
      -El caso es, buen hombre, que ya yo estoy cansado de tomar tantos pareceres, porque veo que a ninguno pregunto lo que deseo saber que no me diga que es disparate el decir que ésta sea albarda de jumento, sino jaez de caballo, y aun de caballo castizo; (N) y así, habréis de tener paciencia, porque, a vuestro pesar y al de vuestro asno, éste es jaez y no albarda, y vos habéis alegado y probado muy mal de vuestra parte.
      -No la tenga yo en el cielo -dijo el sobrebarbero - si todos vuestras mercedes no se engañan, y que así parezca mi ánima ante Dios como ella me parece a mí albarda, y no jaez; pero allá van leyes... , (N) etcétera; y no digo más; y en verdad que no estoy borracho: que no me he desayunado, si de pecar no. (N)
      No menos causaban risa las necedades que decía el barbero que los disparates de don Quijote, el cual a esta sazón dijo:
      -Aquí no hay más que hacer, sino que cada uno tome lo que es suyo, y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.
      Uno de los cuatro dijo. (N)
      -Si ya no es que esto sea burla pesada, no me puedo persuadir que hombres de tan buen entendimiento como son, o parecen, todos los que aquí están, se atrevan a decir y afirmar que ésta no es bacía, ni aquélla albarda; mas, como veo que lo afirman y lo dicen, me doy a entender que no carece de misterio el porfiar una cosa tan contraria de lo que nos muestra la misma verdad y la misma experiencia; porque, ¡ voto a tal ! -y arrojóle redondo-, que no me den a mí a entender cuantos hoy viven en el mundo al revés de que ésta no sea bacía de barbero y ésta albarda de asno.
      -Bien podría ser de borrica -dijo el cura.
      -Tanto monta -dijo el criado-, que el caso no consiste en eso, sino en si es o no es albarda, como vuestras mercedes dicen.
      Oyendo esto uno de los cuadrilleros que habían entrado, que había oído la pendencia y quistión, lleno de cólera y de enfado, dijo.
      -Tan albarda es como mi padre; y el que otra cosa ha dicho o dijere debe de estar hecho uva.
      -Mentís como bellaco villano -respondió don Quijote.
      Y, alzando el lanzón, que nunca le dejaba de las manos, le iba a descargar tal golpe sobre la cabeza, que, a no desviarse el cuadrillero, se le dejara allí tendido. El lanzón se hizo pedazos en el suelo, y los demás cuadrilleros, que vieron tratar mal a su compañero, alzaron la voz pidiendo favor a la Santa Hermandad.
      El ventero, que era de la cuadrilla, (N) entró al punto por su varilla y por su espada, y se puso al lado de sus compañeros; los criados de don Luis rodearon a don Luis, porque con el alboroto no se les fuese; el barbero, viendo la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho; don Quijote puso mano a su espada y arremetió a los cuadrilleros. Don Luis daba voces a sus criados que le dejasen a él y acorriesen a don Quijote, y a Cardenio, y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote. El cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, Maritornes lloraba, Dorotea estaba confusa, Luscinda suspensa y doña Clara desmayada. El barbero aporreaba a Sancho, Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo porque no se fuese, le dio una puñada que le bañó los dientes en sangre; el oidor le defendía, don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor. El ventero tornó a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad: de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre. (N) Y, en la mitad deste caos, máquina y laberinto de cosas, se le representó en la memoria de don Quijote que se veía metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante; (N) y así dijo, con voz que atronaba la venta.
      -¡ Ténganse todos; todos envainen; todos se sosieguen; óiganme todos, si todos quieren quedar con vida.
      A cuya gran voz, todos se pararon, y él prosiguió diciendo.
      -¿ No os dije yo, señores, que este castillo era encantado, y que alguna región de demonios (N) debe de habitar en él? En confirmación de lo cual, quiero que veáis por vuestros ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros la discordia del campo de Agramante. Mirad cómo allí se pelea por la espada, aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por el yelmo, (N) y todos peleamos, y todos no nos entendemos. Venga, pues, vuestra merced, señor oidor, y vuestra merced, señor cura, y el uno sirva de rey Agramante, y el otro de rey Sobrino, y pónganos en paz; porque por Dios Todopoderoso que es gran bellaquería que tanta gente principal como aquí estamos se mate por causas tan livianas.
      Los cuadrilleros, que no entendían el frasis (N) de don Quijote, y se veían malparados de don Fernando, Cardenio y sus camaradas, no querían sosegarse; el barbero sí, porque en la pendencia tenía deshechas las barbas y el albarda; Sancho, a la más mínima voz de su amo, obedeció como buen criado; los cuatro criados de don Luis también se estuvieron quedos, viendo cuán poco les iba en no estarlo. Sólo el ventero porfiaba que se habían de castigar las insolencias de aquel loco, que a cada paso le alborotaba la venta. Finalmente, el rumor se apaciguó por entonces, la albarda se quedó por jaez hasta el día del juicio, y la bacía por yelmo y la venta por castillo en la imaginación de don Quijote.
      Puestos, pues, ya en sosiego, y hechos amigos todos a persuasión del oidor y del cura, volvieron los criados de don Luis a porfiarle que al momento se viniese con ellos; y, en tanto que él con ellos se avenía, el oidor comunicó con don Fernando, Cardenio y el cura qué debía hacer en aquel caso, contándoseles con las razones que don Luis le había dicho. En fin, fue acordado que don Fernando dijese a los criados de don Luis quién él era y cómo era su gusto que don Luis se fuese con él al Andalucía, donde de su hermano el marqués sería estimado como el valor de don Luis merecía; (N) porque desta manera se sabía de la intención de don Luis (N) que no volvería por aquella vez a los ojos de su padre, si le hiciesen pedazos. Entendida, pues, de los cuatro la calidad de don Fernando y la intención de don Luis, determinaron entre ellos que los tres se volviesen a contar lo que pasaba a su padre, y el otro se quedase a servir a don Luis, y a no dejalle hasta que ellos volviesen por él, o viese lo que su padre les ordenaba.
      Desta manera se apaciguó aquella máquina de pendencias, por la autoridad de Agramante y prudencia del rey Sobrino; (N) pero, viéndose el enemigo de la concordia y el émulo de la paz (N) menospreciado y burlado, y el poco fruto que había granjeado de haberlos puesto a todos en tan confuso laberinto, acordó de probar otra vez la mano, resucitando nuevas pendencias y desasosiegos.
      Es, pues, el caso que los cuadrilleros se sosegaron, por haber entreoído la calidad de los que con ellos se habían combatido, y se retiraron de la pendencia, por parecerles que, de cualquiera manera que sucediese, habían de llevar lo peor de la batalla; pero uno dellos, que fue el que fue (N) molido y pateado por don Fernando, le vino a la memoria que, entre algunos mandamientos que traía para prender a algunos delincuentes, traía uno contra don Quijote, a quien la Santa Hermandad había mandado prender, por la libertad que dio a los galeotes, y como Sancho, con mucha razón, había temido.
      Imaginando, pues, esto, quiso certificarse si las señas que de don Quijote traía venían bien, y, sacando del seno un pergamino, (N) topó con el que buscaba; y, poniéndosele a leer de espacio, porque no era buen lector, a cada palabra que leía ponía los ojos en don Quijote, y iba cotejando las señas del mandamiento con el rostro de don Quijote, y halló que, sin duda alguna, era el que el mandamiento rezaba. (N) Y, apenas se hubo certificado, cuando, recogiendo su pergamino, en la izquierda tomó el mandamiento, (N) y con la derecha asió a don Quijote del cuello (N) fuertemente, que no le dejaba alentar, y a grandes voces decía.
      -¡ Favor a la Santa Hermandad ! Y, para que se vea que lo pido de veras, léase este mandamiento, donde se contiene que se prenda a este salteador de caminos.
      Tomó el mandamiento el cura, y vio como era verdad cuanto el cuadrillero decía, y cómo convenía con las señas con don Quijote; (N) el cual, viéndose tratar mal de aquel villano malandrín, puesta la cólera en su punto y crujiéndole los huesos de su cuerpo, como mejor pudo él, asió al cuadrillero con entrambas manos de la garganta, que, a no ser socorrido de sus compañeros, allí dejara la vida antes que don Quijote la presa. El ventero, que por fuerza había de favorecer a los de su oficio, acudió luego a dalle favor. La ventera, que vio de nuevo a su marido en pendencias, de nuevo alzó la voz, cuyo tenor le llevaron luego Maritornes y su hija, pidiendo favor al cielo y a los que allí estaban. Sancho dijo, viendo lo que pasaba.
      -¡ Vive el Señor, que es verdad cuanto mi amo dice de los encantos deste castillo, pues no es posible vivir una hora con quietud en él.
      Don Fernando despartió al cuadrillero y a don Quijote, y, con gusto de entrambos, les desenclavijó las manos, que el uno en el collar del sayo del uno, y el otro en la garganta del otro, bien asidas tenían; pero no por esto cesaban los cuadrilleros de pedir su preso, y que les ayudasen a dársele atado y entregado (N) a toda su voluntad, porque así convenía al servicio del rey y de la Santa Hermandad, de cuya parte de nuevo les pedían socorro y favor para hacer aquella prisión de aquel robador y salteador de sendas y de carreras. (N) Reíase de oír decir estas razones don Quijote; y, con mucho sosiego, dijo.
      -Venid acá, gente soez y malnacida: ¿ saltear de caminos llamáis (N) al dar libertad a los encadenados, soltar los presos, acorrer a los miserables, alzar los caídos, remediar los menesterosos? ¡ Ah gente infame, digna por vuestro bajo y vil entendimiento que el cielo no os comunique (N) el valor que se encierra en la caballería andante, ni os dé a entender el pecado e ignorancia en que estáis en no reverenciar la sombra, cuanto más la asistencia, de cualquier caballero andante ! Venid acá, ladrones en cuadrilla, (N) que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad; decidme: ¿ quién fue el ignorante que firmó mandamiento de prisión contra un tal caballero como yo soy? ¿ Quién el que ignoró que son esentos de todo judicial fuero los caballeros andantes, y que su ley es su espada; sus fueros, sus bríos; sus premáticas, su voluntad? ¿ Quién fue el mentecato, vuelvo a decir, que no sabe que no hay secutoria de hidalgo con tantas preeminencias, ni esenciones, como la que adquiere un caballero andante el día que se arma caballero y se entrega al duro ejercicio de la caballería? ¿ Qué caballero andante pagó pecho, alcabala, chapín de la reina, moneda forera, portazgo ni barca? (N) ¿ Qué sastre le llevó hechura de vestido que le hiciese? ¿ Qué castellano le acogió en su castillo que le hiciese pagar el escote? (N) ¿ Qué rey no le asentó a su mesa? ¿ Qué doncella no se le aficionó y se le entregó rendida, a todo su talante y voluntad? Y, finalmente, ¿ qué caballero andante ha habido, hay ni habrá en el mundo, que no tenga bríos para dar él solo cuatrocientos palos a cuatrocientos cuadrilleros (N) que se le pongan delante?.







Parte I -- Capítulo XLVI . De la notable aventura de los cuadrilleros, (N) y la gran ferocidad de nuestro buen caballero don Quijote
      En tanto que don Quijote esto decía, estaba persuadiendo el cura a los cuadrilleros como don Quijote era falto de juicio, como lo veían por sus obras y por sus palabras, y que no tenían para qué llevar aquel negocio adelante, pues, aunque le prendiesen y llevasen, luego le habían de dejar por loco; a lo que respondió el del mandamiento que a él no tocaba juzgar de la locura de don Quijote, sino hacer lo que por su mayor le era mandado, (N) y que una vez preso, siquiera le soltasen trecientas.
      -Con todo eso -dijo el cura-, por esta vez no le habéis de llevar, ni aun él dejará llevarse, a lo que yo entiendo.
      En efeto, tanto les supo el cura decir, y tantas locuras supo don Quijote hacer, que más locos fueran que no él los cuadrilleros si no conocieran la falta de don Quijote; y así, tuvieron por bien de apaciguarse, y aun de ser medianeros de hacer las paces entre el barbero y Sancho Panza, que todavía asistían con gran rancor a su pendencia. Finalmente, ellos, como miembros de justicia, mediaron la causa (N) y fueron árbitros della, de tal modo que ambas partes quedaron, si no del todo contentas, a lo menos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y no las cinchas y jáquimas; y en lo que tocaba a lo del yelmo de Mambrino, el cura, a socapa y sin que don Quijote lo entendiese, le dio por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo una cédula del recibo y de no llamarse a engaño por entonces, ni por siempre jamás amén.
      Sosegadas, pues, estas dos pendencias, que eran las más principales (N) y de más tomo, restaba que los criados de don Luis se contentasen de volver los tres, (N) y que el uno quedase para acompañarle donde don Fernando le quería llevar; y, como ya la buena suerte y mejor fortuna había comenzado a romper lanzas (N) y a facilitar dificultades en favor de los amantes de la venta y de los valientes della, quiso llevarlo al cabo y dar a todo felice suceso, porque los criados se contentaron de cuanto don Luis quería; de que recibió tanto contento doña Clara, que ninguno en aquella sazón la mirara al rostro que no conociera el regocijo de su alma.
      Zoraida, aunque no entendía bien todos los sucesos que había visto, se entristecía y alegraba a bulto, conforme veía y notaba los semblantes a cada uno, especialmente de su español, en quien tenía siempre puestos los ojos y traía colgada el alma. El ventero, a quien no se le pasó por alto la dádiva y recompensa que el cura había hecho al barbero, pidió el escote de don Quijote, con el menoscabo de sus cueros y falta de vino, jurando que no saldría de la venta Rocinante, ni el jumento de Sancho, sin que se le pagase primero hasta el último ardite. Todo lo apaciguó el cura, y lo pagó don Fernando, puesto que el oidor, de muy buena voluntad, había también ofrecido la paga; y de tal manera quedaron todos en paz y sosiego, que ya no parecía la venta la discordia del campo de Agramante, como don Quijote había dicho, sino la misma paz y quietud del tiempo de Otaviano; (N) de todo lo cual fue común opinión que se debían dar las gracias a la buena intención y mucha elocuencia del señor cura y a la incomparable liberalidad de don Fernando. (N)
      Viéndose, pues, don Quijote libre y desembarazado de tantas pendencias, así de su escudero como suyas, le pareció que sería bien seguir su comenzado viaje y dar fin a aquella grande aventura para que había sido llamado y escogido; (N) y así, con resoluta determinación se fue a poner de hinojos ante Dorotea, la cual no le consintió que hablase palabra hasta que se levantase; y él, por obedecella, se puso en pie y le dijo.
      -Es común proverbio, fermosa señora, que la diligencia es madre de la buena ventura, y en muchas y graves cosas ha mostrado la experiencia que la solicitud del negociante trae a buen fin el pleito dudoso; pero en ningunas cosas se muestra más esta verdad que en las de la guerra, adonde la celeridad y presteza previene los discursos del enemigo, y alcanza la vitoria antes que el contrario se ponga en defensa. Todo esto digo, alta y preciosa señora, (N) porque me parece que la estada nuestra en este castillo ya es sin provecho, y podría sernos de tanto daño que lo echásemos de ver algún día; porque, ¿ quién sabe si por ocultas espías y diligentes (N) habrá sabido ya vuestro enemigo el gigante de que yo voy a destruille?; y, dándole lugar el tiempo, se fortificase en algún inexpugnable castillo o fortaleza contra quien valiesen poco mis diligencias y la fuerza de mi incansable brazo. Así que, señora mía, prevengamos, como tengo dicho, con nuestra diligencia sus designios, y partámonos luego a la buena ventura; que no está más de tenerla vuestra grandeza como desea, de cuanto yo tarde de verme con vuestro contrario.
      Calló y no dijo más don Quijote, y esperó con mucho sosiego la respuesta de la fermosa infanta; la cual, con ademán señoril y acomodado al estilo de don Quijote, le respondió desta manera.
      -Yo os agradezco, señor caballero, el deseo que mostráis tener de favorecerme en mi gran cuita, bien así como caballero, a quien es anejo y concerniente favorecer los huérfanos y menesterosos; y quiera el cielo que el vuestro y mi deseo se cumplan, para que veáis que hay agradecidas mujeres en el mundo. Y en lo de mi partida, sea luego; (N) que yo no tengo más voluntad que la vuestra: disponed vos de mí a toda vuestra guisa y talante; que la que una vez os entregó la defensa de su persona y puso en vuestras manos la restauración de sus señoríos no ha de querer ir contra lo que la vuestra prudencia ordenare.
      -A la mano de Dios -dijo don Quijote-; pues así es que una señora se me humilla, no quiero yo perder la ocasión de levantalla y ponella en su heredado trono. La partida sea luego, porque me va poniendo espuelas al deseo y al camino lo que suele decirse que en la tardanza está el peligro. Y, pues no ha criado el cielo, ni visto el infierno, ninguno que me espante ni acobarde, ensilla, Sancho, a Rocinante, y apareja tu jumento y el palafrén de la reina, y despidámonos del castellano y destos señores, y vamos de aquí luego al punto.
      Sancho, que a todo estaba presente, dijo, meneando la cabeza a una parte y a otra.
      -¡ Ay señor, señor, (N) y cómo hay más mal en el aldegÜela que se suena, (N) con perdón sea dicho de las tocadas honradas.
      -¿ Qué mal puede haber en ninguna aldea, ni en todas las ciudades del mundo, que pueda sonarse en menoscabo mío, villano.
      -Si vuestra merced se enoja -respondió Sancho-, yo callaré, y dejaré de decir lo que soy obligado como buen escudero, y como debe un buen criado decir a su señor.
      -Di lo que quisieres -replicó don Quijote-, como tus palabras no se encaminen a ponerme miedo; que si tú le tienes, haces como quien eres, y si yo no le tengo, hago como quien soy.
      -No es eso, ¡ pecador fui yo a Dios ! -respondió Sancho-, sino que yo tengo por cierto y por averiguado que esta señora que se dice ser reina del gran reino Micomicón no lo es más que mi madre; porque, a ser lo que ella dice, no se anduviera hocicando (N) con alguno de los que están en la rueda, a vuelta de cabeza y a cada traspuesta.
      Paróse colorada (N) con las razones de Sancho Dorotea, porque era verdad que su esposo don Fernando, alguna vez, a hurto de otros ojos, había cogido con los labios (N) parte del premio que merecían sus deseos (lo cual había visto Sancho, y pareciéndole que aquella desenvoltura más era de dama cortesana que de reina de tan gran reino), y no pudo ni quiso responder palabra a Sancho, sino dejóle proseguir en su plática, y él fue diciendo.
      -Esto digo, señor, porque, si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y peores días, ha de venir a coger el fruto de nuestros trabajos el que se está holgando en esta venta, no hay para qué darme priesa a que ensille a Rocinante, albarde el jumento y aderece al palafrén, pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos.
      ¡ Oh, válame Dios, y cuán grande que fue el enojo que recibió don Quijote, oyendo las descompuestas palabras de su escudero ! Digo que fue tanto, que, con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo fuego por los ojos, dijo.
      -¡ Oh bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, (N) atrevido, murmurador y maldiciente ! ¿ Tales palabras has osado decir en mi presencia y en la destas ínclitas señoras, y tales deshonestidades y atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginación? ¡ Vete de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro (N) que se debe a las reales personas ! ¡ Vete; no parezcas delante de mí, so pena de mi ira.
      Y, diciendo esto, enarcó las cejas, hinchó los carrillos, miró a todas partes, y dio con el pie derecho una gran patada en el suelo, señales todas de la ira que encerraba en sus entrañas. A cuyas palabras y furibundos ademanes (N) quedó Sancho tan encogido y medroso, que se holgara que en aquel instante se abriera debajo de sus pies la tierra y le tragara. Y no supo qué hacerse, sino volver las espaldas y quitarse de la enojada presencia de su señor. Pero la discreta Dorotea, que tan entendido tenía ya el humor de don Quijote, dijo, para templarle la ira.
      -No os despechéis, señor Caballero de la Triste Figura, de las sandeces que vuestro buen escudero ha dicho, porque quizá no las debe de decir sin ocasión, ni de su buen entendimiento y cristiana conciencia se puede sospechar que levante testimonio a nadie; y así, se ha de creer, sin poner duda en ello, que, como en este castillo, según vos, señor caballero, decís, todas las cosas van y suceden por modo de encantamento, podría ser, digo, que Sancho hubiese visto por esta diabólica vía lo que él dice que vio, tan en ofensa de mi honestidad.
      -Por el omnipotente Dios juro -dijo a esta sazón don Quijote-, que la vuestra grandeza ha dado en el punto, y que alguna mala visión se le puso delante a este pecador de Sancho, (N) que le hizo ver lo que fuera imposible verse de otro modo que por el de encantos no fuera; que sé yo bien de la bondad e inocencia deste desdichado, que no sabe levantar testimonios a nadie.
      -Ansí es y ansí será -dijo don Fernando-; por lo cual debe vuestra merced, señor don Quijote, perdonalle y reducille al gremio de su gracia, (N) sicut erat in principio, antes que las tales visiones le sacasen de juicio.
      Don Quijote respondió que él le perdonaba, y el cura fue por Sancho, el cual vino muy humilde, y, hincándose de rodillas, pidió la mano a su amo; y él se la dio, y, después de habérsela dejado besar, le echó la bendición, diciendo.
      -Agora acabarás de conocer, Sancho hijo, ser verdad lo que yo otras muchas veces te he dicho de que todas las cosas deste castillo son hechas por vía de encantamento.
      -Así lo creo yo -dijo Sancho-, excepto aquello de la manta, que realmente sucedió por vía ordinaria.
      -No lo creas -respondió don Quijote-; que si así fuera, yo te vengara entonces, y aun agora; pero ni entonces ni agora pude ni vi en quién tomar venganza de tu agravio.
      Desearon saber todos qué era aquello de la manta, (N) y el ventero lo contó, punto por punto: la volatería de Sancho Panza, de que no poco se rieron todos; y de que no menos se corriera Sancho, si de nuevo no le asegurara su amo que era encantamento; puesto que jamás llegó la sandez de Sancho a tanto, que creyese no ser verdad pura y averiguada, sin mezcla de engaño alguno, lo de haber sido manteado por personas de carne y hueso, y no por fantasmas soñadas ni imaginadas, como su señor lo creía y lo afirmaba.
      Dos días eran ya pasados (N) los que había que toda aquella ilustre compañía estaba en la venta; y, pareciéndoles que ya era tiempo de partirse, dieron orden para que, sin ponerse al trabajo de volver Dorotea y don Fernando con don Quijote a su aldea, con la invención de la libertad de la reina Micomicona, pudiesen el cura y el barbero llevársele, como deseaban, y procurar la cura de su locura (N) en su tierra. Y lo que ordenaron fue (N) que se concertaron con un carretero de bueyes que acaso acertó a pasar por allí, para que lo llevase en esta forma: hicieron una como jaula de palos enrejados, capaz que pudiese en ella caber holgadamente don Quijote; y luego don Fernando y sus camaradas, con los criados de don Luis y los cuadrilleros, juntamente con el ventero, todos por orden y parecer del cura, se cubrieron los rostros y se disfrazaron, quién de una manera y quién de otra, de modo que a don Quijote le pareciese ser otra gente de la que en aquel castillo había visto.
      Hecho esto, con grandísimo silencio se entraron adonde él estaba durmiendo (N) y descansando de las pasadas refriegas. Llegáronse a él, que libre y seguro de tal acontecimiento dormía, (N) y, asiéndole fuertemente, le ataron muy bien las manos y los pies, de modo que, cuando él despertó con sobresalto, no pudo menearse, ni hacer otra cosa más que admirarse y suspenderse de ver delante de sí tan estraños visajes; y luego dio en la cuenta de lo que su continua y desvariada imaginación le representaba, y se creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que, sin duda alguna, ya estaba encantado, pues no se podía menear ni defender: todo a punto como había pensado que sucedería el cura, trazador desta máquina. Sólo Sancho, de todos los presentes, estaba en su mesmo juicio y en su mesma figura; el cual, aunque le faltaba bien poco para tener la mesma enfermedad de su amo, no dejó de conocer quién eran todas aquellas contrahechas figuras; mas no osó descoser su boca, hasta ver en qué paraba aquel asalto y prisión de su amo, el cual tampoco hablaba palabra, atendiendo a ver el paradero de su desgracia; que fue que, trayendo allí la jaula, le encerraron dentro, y le clavaron los maderos tan fuertemente que no se pudieran romper a dos tirones.
      Tomáronle luego en hombros, y, al salir del aposento, se oyó una voz temerosa, todo cuanto la supo formar el barbero, no el del albarda, sino el otro, que decía.
      -¡ Oh Caballero de la Triste Figura ! , (N) no te dé afincamiento la prisión en que vas, porque así conviene para acabar más presto la aventura en que tu gran esfuerzo te puso; la cual se acabará cuando el furibundo león manchado con la blanca paloma tobosina yoguieren en uno, ya después de humilladas las altas cervices al blando yugo matrimoñesco; de cuyo inaudito consorcio saldrán a la luz del orbe los bravos cachorros, que imitarán las rumpantes garras del valeroso padre. (N) Y esto será antes que el seguidor de la fugitiva ninfa faga dos vegadas la visita de las lucientes imágines con su rápido y natural curso. (N) Y tú, ¡ oh, el más noble y obediente escudero (N) que tuvo espada en cinta, barbas en rostro y olfato en las narices !, no te desmaye ni descontente ver llevar ansí delante de tus ojos mesmos a la flor de la caballería andante; que presto, si al plasmador del mundo le place, te verás tan alto y tan sublimado que no te conozcas, y no saldrán defraudadas las promesas que te ha fecho tu buen señor. Y asegúrote, de parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea pagado, como lo verás por la obra; y sigue las pisadas del valeroso y encantado caballero, que conviene que vayas donde paréis entrambos. Y, porque no me es lícito decir otra cosa, a Dios quedad, que yo me vuelvo adonde yo me sé. (N)
      Y, al acabar de la profecía, alzó la voz de punto, y diminuyóla después, con tan tierno acento, que aun los sabidores de la burla estuvieron por creer que era verdad (N) lo que oían.
      Quedó don Quijote consolado con la escuchada profecía, porque luego coligió de todo en todo la significación de ella; y vio que le prometían el verse ayuntados en santo y debido matrimonio con su querida Dulcinea del Toboso, de cuyo felice vientre saldrían los cachorros, que eran sus hijos, para gloria perpetua de la Mancha. Y, creyendo esto bien y firmemente, alzó la voz, y, dando un gran suspiro, dijo.
      -¡ Oh tú, quienquiera que seas, que tanto bien me has pronosticado !, ruégote que pidas de mi parte al sabio encantador que mis cosas tiene a cargo, que no me deje perecer en esta prisión donde agora me llevan, hasta ver cumplidas tan alegres e incomparables promesas como son las que aquí se me han hecho; que, como esto sea, tendré por gloria las penas de mi cárcel, y por alivio estas cadenas que me ciñen, y no por duro campo de batalla este lecho en que me acuestan, sino por cama blanda y tálamo dichoso. Y, en lo que toca a la consolación de Sancho Panza, mi escudero, yo confío de su bondad y buen proceder que no me dejará en buena ni en mala suerte; porque, cuando no suceda, por la suya o por mi corta ventura, el poderle yo dar la ínsula, o otra cosa equivalente que le tengo prometida, por lo menos su salario no podrá perderse; que en mi testamento, que ya está hecho, dejo declarado lo que se le ha de dar, no conforme a sus muchos y buenos servicios, sino a la posibilidad mía.
      Sancho Panza se le inclinó con mucho comedimiento, y le besó entrambas las manos, porque la una no pudiera, por estar atadas entrambas.
      Luego tomaron la jaula en hombros (N) aquellas visiones, y la acomodaron en el carro de los bueyes.







Parte I -- Capítulo XLVII . Del estraño modo con que fue encantado don Quijote (N) de la Mancha, con otros famosos sucesos
      Cuando don Quijote se vio de aquella manera enjaulado y encima del carro, dijo.
      -Muchas y muy graves historias he yo leído de caballeros andantes, pero jamás he leído, ni visto, ni oído, que a los caballeros encantados los lleven desta manera y con el espacio que prometen estos perezosos y tardíos animales; porque siempre los suelen llevar por los aires, con estraña ligereza, encerrados en alguna parda y escura nube, o en algún carro de fuego, o ya sobre algún hipogrifo o otra bestia semejante; (N) pero que me lleven a mí agora sobre un carro de bueyes, ¡ vive Dios que me pone en confusión ! Pero quizá la caballería y los encantos destos nuestros tiempos deben de seguir otro camino que siguieron los antiguos. Y también podría ser que, como yo soy nuevo caballero en el mundo, y el primero que ha resucitado el ya olvidado ejercicio de la caballería aventurera, también nuevamente se hayan inventado otros géneros de encantamentos y otros modos de llevar a los encantados. ¿ Qué te parece desto, Sancho hijo.
      -No sé yo lo que me parece -respondió Sancho-, por no ser tan leído como vuestra merced en las escrituras andantes; pero, con todo eso, osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, que no son del todo católicas.
      -¿ Católicas? ¡ Mi padre ! (N) -respondió don Quijote-. ¿ Cómo han de ser católicas si son todos demonios que han tomado cuerpos fantásticos para venir a hacer esto y a ponerme en este estado? Y si quieres ver esta verdad, tócalos y pálpalos, y verás como no tienen cuerpo sino de aire, y como no consiste más de en la apariencia.
      -Par Dios, señor -replicó Sancho-, ya yo los he tocado; y este diablo que aquí anda tan solícito es rollizo de carnes, y tiene otra propiedad muy diferente de la que yo he oído decir que tienen los demonios; porque, según se dice, todos huelen a piedra azufre y a otros malos olores; pero éste huele a ámbar (N) de media legua.
      Decía esto Sancho por don Fernando, que, como tan señor, debía de oler a lo que Sancho decía.
      -No te maravilles deso, Sancho amigo -respondió don Quijote-, porque te hago saber que los diablos saben mucho, y, puesto que traigan olores consigo, ellos no huelen nada, porque son espíritus, y si huelen, no pueden oler cosas buenas, sino malas y hidiondas. Y la razón es que como ellos, dondequiera que están, traen el infierno consigo, y no pueden recebir género de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena. Y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a ámbar, o tú te engañas, o él quiere engañarte con hacer que no le tengas por demonio.
      Todos estos coloquios pasaron entre amo y criado; y, temiendo don Fernando y Cardenio que Sancho no viniese a caer del todo en la cuenta de su invención, a quien andaba ya muy en los alcances, determinaron de abreviar con la partida; (N) y, llamando aparte al ventero, le ordenaron que ensillase a Rocinante y enalbardase el jumento de Sancho; el cual lo hizo (N) con mucha presteza.
      Ya en esto, el cura se había concertado con los cuadrilleros que le acompañasen hasta su lugar, dándoles un tanto cada día. Colgó Cardenio del arzón de la silla de Rocinante, del un cabo la adarga y del otro la bacía, y por señas mandó a Sancho que subiese en su asno y tomase de las riendas a Rocinante, y puso a los dos lados del carro a los dos cuadrilleros con sus escopetas. Pero, antes que se moviese el carro, salió la ventera, (N) su hija y Maritornes a despedirse de don Quijote, fingiendo que lloraban de dolor de su desgracia; a quien don Quijote dijo.
      -No lloréis, mis buenas señoras, que todas estas desdichas son anexas a los que profesan lo que yo profeso; y si estas calamidades no me acontecieran, no me tuviera yo por famoso caballero andante; porque a los caballeros de poco nombre y fama nunca les suceden semejantes casos, porque no hay en el mundo quien se acuerde dellos. A los valerosos sí, que tienen envidiosos de su virtud y valentía a muchos príncipes y a muchos otros caballeros, que procuran por malas vías destruir a los buenos. Pero, con todo eso, la virtud es tan poderosa que, por sí sola, a pesar de toda la nigromancia que supo su primer inventor, Zoroastes, (N) saldrá vencedora de todo trance, y dará de sí luz en el mundo, como la da el sol en el cielo. Perdonadme, fermosas damas, si algún desaguisado, por descuido mío, os he fecho, que, de voluntad y a sabiendas, jamás le di a nadie; (N) y rogad a Dios me saque destas prisiones, donde algún mal intencionado encantador me ha puesto; (N) que si de ellas me veo libre, no se me caerá de la memoria las mercedes que en este castillo me habedes fecho, para gratificallas, servillas y recompensallas como ellas merecen.
      En tanto que las damas del castillo esto pasaban con don Quijote, el cura y el barbero se despidieron de don Fernando y sus camaradas, y del capitán y de su hermano y todas aquellas contentas señoras, especialmente de Dorotea y Luscinda. Todos se abrazaron y quedaron de darse noticia (N) de sus sucesos, diciendo don Fernando al cura dónde había de escribirle para avisarle en lo que paraba don Quijote, asegurándole que no habría cosa que más gusto le diese que saberlo; y que él, asimesmo, le avisaría de todo aquello que él viese que podría darle gusto, así de su casamiento como del bautismo de Zoraida, y suceso de don Luis, y vuelta de Luscinda a su casa. El cura ofreció de hacer cuanto se le mandaba, con toda puntualidad. Tornaron a abrazarse otra vez, y otra vez tornaron a nuevos ofrecimientos.
      El ventero se llegó al cura y le dio unos papeles, diciéndole que los había hallado en un aforro de la maleta donde se halló la Novela del curioso impertinente, y que, pues su dueño no había vuelto más por allí, que se los llevase todos; que, pues él no sabía leer, no los quería. El cura se lo agradeció, y, abriéndolos luego, vio que al principio de lo escrito decía: Novela de Rinconete y Cortadillo, (N) por donde entendió ser alguna novela y coligió que, pues la del Curioso impertinente había sido buena, que también lo sería aquélla, pues podría ser fuesen todas de un mesmo autor; y así, la guardó, con prosupuesto de leerla cuando tuviese comodidad.
      Subió a caballo, y también su amigo el barbero, con sus antifaces, (N) porque no fuesen luego conocidos de don Quijote, y pusiéronse a caminar tras el carro. Y la orden que llevaban era ésta: iba primero el carro, guiándole su dueño; a los dos lados iban los cuadrilleros, como se ha dicho, con sus escopetas; seguía luego Sancho Panza sobre su asno, llevando de rienda a Rocinante. Detrás de todo esto iban el cura y el barbero sobre sus poderosas mulas, cubiertos los rostros, como se ha dicho, con grave y reposado continente, no caminando más de lo que permitía el paso tardo de los bueyes. Don Quijote iba sentado en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies, y arrimado a las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia como si no fuera hombre de carne, sino estatua de piedra.
      Y así, con aquel espacio y silencio caminaron hasta dos leguas, que llegaron a un valle, donde le pareció al boyero (N) ser lugar acomodado para reposar y dar pasto a los bueyes; y, comunicándolo con el cura, fue de parecer el barbero que caminasen un poco más, porque él sabía, detrás de un recuesto que cerca de allí se mostraba, había un valle de más yerba y mucho mejor que aquel donde parar querían. Tomóse el parecer del barbero, y así, tornaron a proseguir su camino.
      En esto, volvió el cura el rostro, y vio que a sus espaldas venían hasta seis o siete hombres de a caballo, bien puestos y aderezados, de los cuales fueron presto alcanzados, porque caminaban no con la flema y reposo de los bueyes, sino como quien iba sobre mulas de canónigos y con deseo de llegar presto a sestear a la venta, que menos de una legua de allí se parecía. Llegaron los diligentes a los perezosos y saludáronse cortésmente; y uno de los que venían, que, en resolución, era canónigo de Toledo y señor de los demás que le acompañaban, viendo la concertada procesión del carro, cuadrilleros, Sancho, Rocinante, cura y barbero, y más a don Quijote, enjaulado y aprisionado, no pudo dejar de preguntar qué significaba llevar aquel hombre de aquella manera; aunque ya se había dado a entender, viendo las insignias de los cuadrilleros, (N) que debía de ser algún facinoroso salteador, o otro delincuente (N) cuyo castigo tocase a la Santa Hermandad. Uno de los cuadrilleros, a quien fue hecha la pregunta, respondió ansí.
      -Señor, lo que significa ir este caballero desta manera, dígalo él, porque nosotros no lo sabemos.
      Oyó don Quijote la plática, y dijo.
      -¿ Por dicha vuestras mercedes, señores caballeros, son versados y perictos en esto de la caballería andante? Porque si lo son, comunicaré con ellos mis desgracias, y si no, no hay para qué me canse en decillas.
      Y, a este tiempo, habían ya llegado el cura y el barbero, viendo que los caminantes estaban en pláticas con don Quijote de la Mancha, para responder de modo que no fuese descubierto su artificio.
      El canónigo, a lo que don Quijote dijo, respondió.
      -En verdad, hermano, que sé más de libros de caballerías que de las Súmulas de Villalpando. (N) Así que, si no está más que en esto, seguramente podéis comunicar conmigo lo que quisiéredes.
      -A la mano de Dios (N) -replicó don Quijote-. Pues así es, quiero, señor caballero, que sepades que yo voy encantado en esta jaula, por envidia y fraude de malos encantadores; que la virtud más es perseguida de los malos que amada de los buenos. Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamás la Fama se acordó para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que, a despecho y pesar de la mesma envidia, y de cuantos magos crió Persia, bracmanes la India, ginosofistas la Etiopía, (N) ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir, si quisieren llegar a la cumbre y alteza honrosa de las armas.
      -Dice verdad el señor don Quijote de la Mancha - dijo a esta sazón el cura-; que él va encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intención de aquellos a quien la virtud enfada y la valentía enoja. Éste es, señor, el Caballero de la Triste Figura, si ya le oístes nombrar en algún tiempo, (N) cuyas valerosas hazañas y grandes hechos serán escritas (N) en bronces duros y en eternos mármoles, por más que se canse la envidia en escurecerlos y la malicia en ocultarlos.
      Cuando el canónigo oyó hablar al preso y al libre en semejante estilo, estuvo por hacerse la cruz, (N) de admirado, y no podía saber lo que le había acontencido; y en la mesma admiración cayeron todos los que con él venían. En esto, Sancho Panza, que se había acercado a oír la plática, para adobarlo todo, dijo.
      -Ahora, señores, quiéranme bien o quiéranme mal por lo que dijere, el caso de ello es que así va encantado mi señor don Quijote como mi madre; él tiene su entero juicio, él come y bebe y hace sus necesidades como los demás hombres, y como las hacía ayer, antes que le enjaulasen. Siendo esto ansí, ¿ cómo quieren hacerme a mí entender que va encantado? Pues yo he oído decir a muchas personas que los encantados ni comen, ni duermen, ni hablan, (N) y mi amo, si no le van a la mano, hablará más que treinta procuradores.
      Y, volviéndose a mirar al cura, prosiguió diciendo.
      -¡ Ah señor cura, señor cura ! ¿ Pensaba vuestra merced que no le conozco, y pensará que yo no calo y adivino adónde se encaminan estos nuevos encantamentos? Pues sepa que le conozco, por más que se encubra el rostro, y sepa que le entiendo, por más que disimule sus embustes. En fin, donde reina la envidia no puede vivir la virtud, ni adonde hay escaseza la liberalidad. (N) !Mal haya el diablo !; que, si por su reverencia no fuera, ésta fuera ya la hora que mi señor estuviera casado con la infanta Micomicona, y yo fuera conde, por lo menos, pues no se podía esperar otra cosa, así de la bondad de mi señor el de la Triste Figura como de la grandeza de mis servicios. Pero ya veo que es verdad lo que se dice por ahí: que la rueda de la Fortuna anda más lista que una rueda de molino, y que los que ayer estaban en pinganitos (N) hoy están por el suelo. De mis hijos y de mi mujer me pesa, (N) pues cuando podían y debían esperar ver entrar a su padre por sus puertas hecho gobernador o visorrey de alguna ínsula o reino, le verán entrar hecho mozo de caballos. Todo esto que he dicho, señor cura, no es más de por encarecer a su paternidad haga conciencia (N) del mal tratamiento que a mi señor se le hace, y mire bien no le pida Dios en la otra vida esta prisión de mi amo, y se le haga cargo de todos aquellos socorros y bienes que mi señor don Quijote deja de hacer en este tiempo que está preso.
      -¡ Adóbame esos candiles ! (N) -dijo a este punto el barbero - . ¿ También vos, Sancho, sois de la cofradía de vuestro amo? ¡ Vive el Señor, que voy viendo que le habéis de tener compañía en la jaula, (N) y que habéis de quedar tan encantado como él, por lo que os toca de su humor y de su caballería ! En mal punto os empreñastes de sus promesas, (N) y en mal hora se os entró en los cascos la ínsula que tanto deseáis.
      -Yo no estoy preñado de nadie -respondió Sancho-, ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey que fuese; y, aunque pobre, soy cristiano viejo, y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores; y cada uno es hijo de sus obras; y, debajo de ser hombre, puedo venir a ser papa, cuanto más gobernador de una ínsula, y más pudiendo ganar tantas mi señor que le falte a quien dallas. Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero; que no es todo hacer barbas, y algo va de Pedro a Pedro. Dígolo porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado falso. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad; y quédese aquí, porque es peor meneallo.
      No quiso responder el barbero a Sancho, porque no descubriese con sus simplicidades lo que él y el cura tanto procuraban encubrir; y, por este mesmo temor, había el cura dicho al canónigo que caminasen un poco delante: que él le diría el misterio del enjaulado, con otras cosas que le diesen gusto. Hízolo así el canónigo, y adelantóse con sus criados y con él: estuvo atento a todo aquello que decirle quiso de la condición, vida, locura y costumbres de don Quijote, contándole brevemente el principio y causa de su desvarío, y todo el progreso de sus sucesos, hasta haberlo puesto en aquella jaula, y el disignio que llevaban de llevarle a su tierra, para ver si por algún medio hallaban remedio a su locura. Admiráronse de nuevo los criados y el canónigo de oír la peregrina historia de don Quijote, y, en acabándola de oír, dijo.
      -Verdaderamente, señor cura, (N) yo hallo por mi cuenta que son perjudiciales en la república estos que llaman libros de caballerías; y, aunque he leído, llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de todos los más que hay impresos, jamás me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cuál más, cuál menos, todos ellos son una mesma cosa, (N) y no tiene más éste que aquél, ni estotro que el otro. Y, según a mí me parece, este género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesias, (N) que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a enseñar: al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente. Y, puesto que el principal intento de semejantes libros sea el deleitar, no sé yo cómo puedan conseguirle, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates; (N) que el deleite que en el alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que vee o contempla en las cosas que la vista o la imaginación le ponen delante; y toda cosa que tiene en sí fealdad y descompostura no nos puede causar contento alguno. Pues, ¿ qué hermosura puede haber, o qué proporción de partes con el todo y del todo con las partes, en un libro o fábula donde un mozo de diez y seis años (N) da una cuchillada a un gigante como una torre, y le divide en dos mitades, como si fuera de alfeñique; (N) y que, cuando nos quieren pintar una batalla, después de haber dicho que hay de la parte de los enemigos un millón de competientes, como sea contra ellos el señor del libro, forzosamente, mal que nos pese, habemos de entender que el tal caballero alcanzó la vitoria (N) por solo el valor de su fuerte brazo? Pues, ¿ qué diremos de la facilidad con que una reina o emperatriz heredera (N) se conduce en los brazos de un andante y no conocido caballero? ¿ Qué ingenio, si no es del todo bárbaro e inculto, podrá contentarse leyendo que una gran torre llena de caballeros (N) va por la mar adelante, como nave con próspero viento, y hoy anochece en Lombardía, y mañana amanezca en tierras del Preste Juan de las Indias, (N) o en otras que ni las descubrió Tolomeo ni las vio Marco Polo? (N) Y, si a esto se me respondiese que los que tales libros componen los escriben como cosas de mentira, y que así, no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades, responderles hía yo que tanto la mentira es mejor cuanto más parece verdadera, y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible. (N) Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que, facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe. No he visto ningún libro de caballerías que haga un cuerpo de fábula entero con todos sus miembros, de manera que el medio corresponda al principio, y el fin al principio y al medio; sino que los componen con tantos miembros, que más parece que llevan intención a formar una quimera o un monstruo (N) que a hacer una figura proporcionada. Fuera desto, son en el estilo duros; en las hazañas, increíbles; (N) en los amores, lascivos; (N) en las cortesías, mal mirados; largos en las batallas, necios en las razones, disparatados en los viajes, y, finalmente, ajenos de todo discreto artificio, y por esto dignos de ser desterrados de la república cristiana, como a gente inútil. (N)
      El cura le estuvo escuchando con grande atención, y parecióle hombre de buen entendimiento, y que tenía razón en cuanto decía; y así, le dijo que, por ser él de su mesma opinión y tener ojeriza a los libros de caballerías, había quemado todos los de don Quijote, (N) que eran muchos. Y contóle el escrutinio que dellos había hecho, y los que había condenado al fuego y dejado con vida, de que no poco se rió el canónigo, y dijo que, con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallaba en ellos una cosa buena: (N) que era el sujeto que ofrecían (N) para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma, descubriendo naufragios, tormentas, rencuentros y batallas; pintando un capitán valeroso con todas las partes que para ser tal se requieren, mostrándose prudente previniendo las astucias de sus enemigos, y elocuente orador persuadiendo o disuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo, presto en lo determinado, tan valiente en el esperar como en el acometer; pintando ora un lamentable y trágico suceso, ahora un alegre y no pensado acontecimiento; allí una hermosísima dama, honesta, discreta y recatada; aquí un caballero cristiano, valiente y comedido; acullá un desaforado bárbaro fanfarrón; acá un príncipe cortés, valeroso y bien mirado; representando bondad y lealtad de vasallos, grandezas y mercedes de señores. Ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente, ya músico, ya inteligente en las materias de estado, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante, (N) si quisiere. Puede mostrar las astucias de Ulixes, (N) la piedad de Eneas, la valentía de Aquiles, las desgracias de Héctor, las traiciones de Sinón, la amistad de Eurialio, la liberalidad de Alejandro, el valor de César, la clemencia y verdad de Trajano, la fidelidad de Zopiro, la prudencia de Catón; y, finalmente, todas aquellas acciones que pueden hacer perfecto a un varón ilustre, ahora poniéndolas en uno solo, ahora dividiéndolas en muchos.
      -Y, siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lazos (N) tejida, que, después de acabada, tal perfeción y hermosura muestre, que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente, como ya tengo dicho. Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria; que la épica también puede escrebirse en prosa como en verso. (N)






Parte I -- Capítulo XLVIII . Donde prosigue el canónigo la materia de los libros de caballerías con otras cosas dignas de su ingenio

      -Así es como vuestra merced dice, señor canónigo - dijo el cura-, y por esta causa son más dignos de reprehensión los que hasta aquí han compuesto semejantes libros sin tener advertencia a ningún buen discurso, ni al arte y reglas por donde pudieran guiarse y hacerse famosos en prosa, como lo son en verso los dos príncipes de la poesía griega y latina.
      -Yo, a lo menos -replicó el canónigo-, he tenido cierta tentación de hacer un libro de caballerías, guardando en él todos los puntos que he significado; y si he de confesar la verdad, tengo escritas más de cien hojas. Y para hacer la experiencia de si correspondían a mi estimación, las he comunicado con hombres apasionados desta leyenda, dotos y discretos, y con otros ignorantes, que sólo atienden al gusto de oír disparates, y de todos he hallado (N) una agradable aprobación; pero, con todo esto, no he proseguido adelante, así por parecerme que hago cosa ajena de mi profesión, como por ver que es más el número de los simples que de los prudentes; y que, puesto que es mejor ser loado de los pocos sabios que burlado de los muchos necios, no quiero sujetarme al confuso juicio del desvanecido vulgo, a quien por la mayor parte toca leer semejantes libros. Pero lo que más me le quitó de las manos, (N) y aun del pensamiento, de acabarle, fue un argumento que hice conmigo mesmo, sacado de las comedias que ahora se representa, diciendo: ′′Si estas que ahora se usan, así las imaginadas como las de historia, (N) todas o las más son conocidos disparates y cosas que no llevan pies ni cabeza, y, con todo eso, el vulgo las oye con gusto, y las tiene y las aprueba por buenas, estando tan lejos de serlo, y los autores que las componen y los actores que las representan (N) dicen que así han de ser, porque así las quiere el vulgo, (N) y no de otra manera; y que las que llevan traza y siguen la fábula como el arte pide, no sirven sino para cuatro discretos que las entienden, y todos los demás se quedan ayunos de entender su artificio, y que a ellos les está mejor ganar de comer con los muchos, que no opinión con los pocos, deste modo vendrá a ser un libro, (N) al cabo de haberme quemado las cejas por guardar los preceptos referidos, y vendré a ser el sastre del cantillo′′. (N) Y, aunque algunas veces he procurado persuadir a los actores que se engañan en tener la opinión que tienen, y que más gente atraerán y más fama cobrarán representando comedias que hagan el arte que no con las disparatadas, y están tan asidos y encorporados en su parecer, que no hay razón ni evidencia que dél los saque. Acuérdome que un día dije a uno destos pertinaces: ′′Decidme, ¿ no os acordáis que ha pocos años que se representaron en España tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las cuales fueron tales, que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, así simples como prudentes, así del vulgo como de los escogidos, y dieron más dineros a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que después acá se han hecho?′′ ′′Sin duda -respondió el autor que digo-, que debe de decir vuestra merced por La Isabela, La Filis y La Alejandra′′. (N) ′′Por ésas digo -le repliqué yo-; y mirad si guardaban bien los preceptos del arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el mundo. Así que no está la falta en el vulgo, (N) que pide disparates, sino en aquellos que no saben representar otra cosa. Sí, que no fue disparate La ingratitud vengada, ni le tuvo La Numancia, ni se le halló en la del Mercader amante, ni menos en La enemiga favorable, (N) ni en otras algunas que de algunos entendidos poetas han sido compuestas, para fama y renombre suyo, y para ganancia de los que las han representado′′. Y otras cosas añadí a éstas, con que, a mi parecer, le dejé algo confuso, pero no satisfecho ni convencido para sacarle de su errado pensamiento.
      -En materia ha tocado vuestra merced, señor canónigo - dijo a esta sazón el cura-, que ha despertado en mí un antiguo rancor que tengo con las comedias que agora se usan, tal, que iguala al que tengo con los libros de caballerías; porque, habiendo de ser la comedia, según le parece a Tulio, espejo de la vida humana, (N) ejemplo de las costumbres y imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplos de necedades e imágenes de lascivia. (N) Porque, ¿ qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera cena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho hombre barbado? (N) Y ¿ qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo rectórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? (N) ¿ Qué diré, pues, de la observancia que guardan (N) en los tiempos en que pueden o podían suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en Africa, y ansí fuera de cuatro jornadas, (N) la cuarta acababa en América, (N) y así se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo? Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿ cómo es posible que satisfaga a ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, el mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fue el emperador Heraclio, que entró con la Cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa, como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno a lo otro; y fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia, y mezclarle pedazos de otras sucedidas a diferentes personas y tiempos, y esto, no con trazas verisímiles, sino con patentes errores de todo punto inexcusables? (N) Y es lo malo que hay ignorantes que digan que esto es lo perfecto, y que lo demás es buscar gullurías. (N) Pues, ¿ qué si venimos a las comedias divinas? : (N) ¡ qué de milagros falsos fingen en ellas, qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo a un santo los milagros de otro ! Y aun en las humanas se atreven a hacer milagros, sin más respeto ni consideración que parecerles que allí estará bien el tal milagro y apariencia, como ellos llaman, (N) para que gente ignorante se admire y venga a la comedia; que todo esto es en perjuicio de la verdad y en menoscabo de las historias, y aun en oprobrio de los ingenios españoles; porque los estranjeros, que con mucha puntualidad (N) guardan las leyes de la comedia, nos tienen por bárbaros (N) e ignorantes, viendo los absurdos y disparates de las que hacemos. Y no sería bastante disculpa desto decir que el principal intento que las repúblicas bien ordenadas tienen, permitiendo que se hagan públicas comedias, es para entretener la comunidad con alguna honesta recreación, y divertirla a veces de los malos humores que suele engendrar la ociosidad; y que, pues éste se consigue con cualquier comedia, buena o mala, no hay para qué poner leyes, ni estrechar a los que las componen y representan a que las hagan como debían hacerse, pues, como he dicho, con cualquiera se consigue lo que con ellas se pretende. (N) A lo cual respondería yo que este fin se conseguiría mucho mejor, sin comparación alguna, con las comedias buenas que con las no tales; porque, de haber oído la comedia artificiosa y bien ordenada, saldría el oyente alegre con las burlas, enseñado con las veras, admirado de los sucesos, discreto con las razones, advertido con los embustes, sagaz con los ejemplos, airado contra el vicio y enamorado de la virtud; que todos estos afectos ha de despertar la buena comedia en el ánimo del que la escuchare, por rústico y torpe que sea; y de toda imposibilidad es imposible dejar de alegrar y entretener, satisfacer y contentar, la comedia que todas estas partes tuviere mucho más que aquella que careciere dellas, como por la mayor parte carecen estas que de ordinario agora se representan. (N) Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen, (N) porque algunos hay dellos que conocen muy bien (N) en lo que yerran, y saben estremadamente lo que deben hacer; pero, como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y así, el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide. Y que esto sea verdad véase por muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicísimo ingenio destos reinos, (N) con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias y, finalmente, tan llenas de elocución (N) y alteza de estilo, que tiene lleno el mundo de su fama. Y, por querer acomodarse al gusto de los representantes, no han llegado todas, (N) como han llegado algunas, al punto de la perfección que requieren. Otros las componen tan sin mirar lo que hacen, que después de representadas tienen necesidad los recitantes de huirse y ausentarse, temerosos de ser castigados, como lo han sido muchas veces, (N) por haber representado cosas en perjuicio de algunos reyes y en deshonra de algunos linajes. Y todos estos inconvinientes cesarían, y aun otros muchos más que no digo, con que hubiese en la Corte (N) una persona inteligente y discreta que examinase todas las comedias antes que se representasen (no sólo aquellas que se hiciesen en la Corte, sino todas las que se quisiesen representar en España), sin la cual aprobación, sello y firma, ninguna justicia en su lugar dejase representar comedia alguna; y, desta manera, los comediantes tendrían cuidado de enviar las comedias a la Corte, y con seguridad podrían representallas, y aquellos que las componen mirarían con más cuidado y estudio lo que hacían, temorosos de haber de pasar sus obras por el riguroso examen de quien lo entiende; y desta manera se harían buenas comedias y se conseguiría felicísimamente lo que en ellas se pretende: así el entretenimiento del pueblo, como la opinión de los ingenios de España, el interés y seguridad de los recitantes y el ahorro del cuidado de castigallos. Y si diese cargo a otro, o a este mismo, que examinase los libros de caballerías (N) que de nuevo se compusiesen, sin duda podrían salir algunos con la perfección que vuestra merced ha dicho, enriqueciendo nuestra lengua del agradable y precioso tesoro de la elocuencia, dando ocasión que los libros viejos se escureciesen a la luz de los nuevos que saliesen, para honesto pasatiempo, no solamente de los ociosos, sino de los más ocupados; pues no es posible que esté continuo el arco armado, (N) ni la condición y flaqueza humana se pueda sustentar sin alguna lícita recreación.
      A este punto de su coloquio llegaban el canónigo y el cura, cuando, adelantándose el barbero, llegó a ellos, y dijo al cura.
      -Aquí, señor licenciado, es el lugar que yo dije que era bueno para que, sesteando nosotros, tuviesen los bueyes fresco y abundoso pasto.
      -Así me lo parece a mí -respondió el cura.
      Y, diciéndole al canónigo lo que pensaba hacer, él también quiso quedarse con ellos, convidado del sitio de un hermoso valle que a la vista se les ofrecía. Y, así por gozar dél como de la conversación del cura, de quien ya iba aficionado, y por saber más por menudo las hazañas de don Quijote, mandó a algunos de sus criados que se fuesen a la venta, que no lejos de allí estaba, y trujesen della lo que hubiese de comer, para todos, porque él determinaba de sestear en aquel lugar aquella tarde; a lo cual uno de sus criados respondió que el acémila del repuesto, que ya debía de estar en la venta, traía recado bastante para no obligar a no tomar de la venta más que cebada.
      -Pues así es -dijo el canónigo-, llévense allá todas las cabalgaduras, y haced volver la acémila.
      En tanto que esto pasaba, viendo Sancho que podía hablar a su amo sin la continua asistencia del cura y el barbero, que tenía por sospechosos, se llegó a la jaula donde iba su amo, y le dijo.
      -Señor, para descargo de mi conciencia, le quiero decir lo que pasa cerca de su encantamento; y es que aquestos dos que vienen aquí cubiertos los rostros son el cura de nuestro lugar y el barbero; y imagino han dado esta traza de llevalle desta manera, de pura envidia que tienen (N) como vuestra merced se les adelanta en hacer famosos hechos. Presupuesta, pues, esta verdad, síguese que no va encantado, sino embaído y tonto. Para prueba de lo cual le quiero preguntar una cosa; y si me responde como creo que me ha de responder, tocará con la mano este engaño y verá como no va encantado, sino trastornado el juicio.
      -Pregunta lo que quisieres, hijo Sancho -respondió don Quijote-, que yo te satisfaré y responderé a toda tu voluntad. Y en lo que dices que aquellos que allí van y vienen con nosotros son el cura y el barbero, nuestros compatriotos y conocidos, bien podrá ser que parezca que son ellos mesmos; pero que lo sean realmente y en efeto, eso no lo creas en ninguna manera. Lo que has de creer y entender es que si ellos se les parecen, como dices, debe de ser que los que me han encantado habrán tomado esa apariencia (N) y semejanza; porque es fácil a los encantadores tomar la figura que se les antoja, y habrán tomado las destos nuestros amigos, para darte a ti ocasión de que pienses lo que piensas, y ponerte en un laberinto de imaginaciones, que no aciertes a salir dél, aunque tuvieses la soga de Teseo. (N) Y también lo habrán hecho para que yo vacile en mi entendimiento, y no sepa atinar de dónde me viene este daño; porque si, por una parte, tú me dices que me acompañan el barbero y el cura de nuestro pueblo, y, por otra, yo me veo enjaulado, y sé de mí que fuerzas humanas, como no fueran sobrenaturales, (N) no fueran bastantes para enjaularme, ¿ qué quieres que diga o piense sino que la manera de mi encantamento excede a cuantas yo he leído en todas las historias que tratan de caballeros andantes que han sido encantados? Ansí que, bien puedes darte paz y sosiego en esto de creer que son los que dices, porque así son ellos como yo soy turco. Y, en lo que toca a querer preguntarme algo, di, que yo te responderé, aunque me preguntes de aquí a mañana.
      -¡ Válame Nuestra Señora ! -respondió Sancho, dando una gran voz-. Y ¿ es posible que sea vuestra merced tan duro de celebro, y tan falto de meollo, (N) que no eche de ver que es pura verdad la que le digo, y que en esta su prisión y desgracia tiene más parte la malicia que el encanto? Pero, pues así es, yo le quiero probar evidentemente como no va encantado. Si no, dígame, así Dios le saque desta tormenta, y así se vea en los brazos de mi señora Dulcinea cuando menos se piense. .
      -Acaba de conjurarme -dijo don Quijote-, y pregunta lo que quisieres; que ya te he dicho que te responderé con toda puntualidad.
      -Eso pido -replicó Sancho-; y lo que quiero saber es que me diga, sin añadir ni quitar cosa ninguna, sino con toda verdad, como se espera que la han de decir y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced las profesa, debajo de título de caballeros andantes. .
      -Digo que no mentiré en cosa alguna -respondió don Quijote-. Acaba ya de preguntar, que en verdad que me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho.
      -Digo que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo; y así, porque hace al caso a nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento, si acaso después que vuestra merced va enjaulado y, a su parecer, encantado en esta jaula, le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores, como suele decirse.
      -No entiendo eso de hacer aguas, Sancho; aclárate más, si quieres que te responda derechamente.
      -¿ Es posible que no entiende vuestra merced de hacer aguas menores o mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello. Pues sepa que quiero decir si le ha venido gana de hacer lo que no se escusa. (N)
      -¡ Ya, ya te entiendo, Sancho ! Y muchas veces; y aun agora la tengo. ¡ Sácame deste peligro, que no anda todo limpio !.







Parte I -- Capítulo XLIX . Donde se trata del discreto coloquio que Sancho Panza tuvo con su señor don Quijote

      -¡ Ah -dijo Sancho-; cogido le tengo ! Esto es lo que yo deseaba saber, como al alma y como a la vida. N--1,49,1">(N) comúnmente suele decirse por ahí cuando una persona está de mala voluntad: N--1,49,2">(N) " No sé qué tiene fulano, que ni come, ni bebe, ni duerme, ni responde a propósito a lo que le preguntan, que no parece sino que está encantado"? De donde se viene a sacar N--1,49,1,49,3">(N) que los que no comen, ni beben, ni duermen, ni hacen las obras naturales que yo digo, estos tales están encantados; pero no aquellos que tienen la gana que vuestra merced tiene y que bebe cuando se lo dan, y come cuando lo tiene, y responde a todo aquello que le preguntan.
      Verdad dices, Sancho -respondió don Quijote-, pero ya te he dicho que hay muchas maneras de encantamentos, y podría ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros, y que agora se use que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacían. De manera que contra el uso de los tiempos no hay que argÜir ni de qué hacer consecuencias. N--1,49,1,49,4">(N) Yo sé y tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia; que la formaría muy grande si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta jaula, perezoso y cobarde, defraudando el socorro que podría dar a muchos menesterosos y necesitados que de mi ayuda y amparo deben tener a la hora de ahora precisa y estrema necesidad.
      -Pues, con todo eso -replicó Sancho - , digo que, para mayor abundancia y satisfación, sería bien que vuestra merced probase a salir desta cárcel, que yo me obligo con todo mi poder a facilitarlo, y aun a sacarle della, y probase de nuevo a subir sobre su buen Rocinante, que también parece que va encantado, según va de malencólico y triste; y, hecho esto, probásemos otra vez la suerte de buscar más aventuras; y si no nos sucediese bien, tiempo nos queda para volvernos a la jaula, en la cual prometo, a ley de buen y leal escudero, de encerrarme juntamente con vuestra merced, si acaso fuere vuestra merced tan desdichado, o yo tan simple, que no acierte a salir con lo que digo.
      -Yo soy contento de hacer lo que dices, N--1,49,1,49,5">(N) Sancho hermano - replicó don Quijote-; y cuando tú veas coyuntura de poner en obra mi libertad, yo te obedeceré en todo y por todo; pero tú, Sancho, verás como te engañas en el conocimiento de mi desgracia. N--1,49,1,49,6">(N)
      En estas pláticas se entretuvieron el caballero andante y el mal andante escudero, N--1,49,1,49,7">(N) hasta que llegaron donde, ya apeados, los aguardaban el cura, el canónigo y el barbero. Desunció luego los bueyes de la carreta el boyero, y dejólos andar a sus anchuras por aquel verde y apacible sitio, cuya frescura convidaba a quererla gozar, no a las personas tan encantadas como don Quijote, sino a los tan advertidos y discretos como su escudero; el cual rogó al cura que permitiese que su señor saliese por un rato de la jaula, porque si no le dejaban salir, no iría tan limpia aquella prisión como requiría la decencia de un tal caballero como su amo. Entendióle el cura, y dijo que de muy buena gana haría lo que le pedía si no temiera que, en viéndose su señor en libertad, había de hacer de las suyas, y irse donde jamás gentes le viesen.
      -Yo le fío de la fuga -respondió Sancho.
      -Y yo y todo -dijo el canónigo-; y más si él me da la palabra, como caballero, de no apartarse de nosotros hasta que sea nuestra voluntad.
      -Sí doy -respondió don Quijote, que todo lo estaba escuchando-; cuanto más, que el que está encantado, como yo, no tiene libertad para hacer de su persona lo que quisiere, porque el que le encantó le puede hacer que no se mueva de un lugar en tres siglos; y si hubiere huido, le hará volver en volandas. -Y que, pues esto era así, N--1,49,1,49,8">(N) bien podían soltalle, y más, siendo tan en provecho de todos; y del no soltalle les protestaba que no podía dejar de fatigalles el olfato, si de allí no se desviaban.
      Tomóle la mano el canónigo, aunque las tenía atadas, y, debajo de su buena fe y palabra, le desenjaularon, de que él se alegró infinito y en grande manera de verse fuera de la jaula. Y lo primero que hizo fue estirarse todo el cuerpo, N--1,49,1,49,9">(N) y luego se fue donde estaba Rocinante, y, dándole dos palmadas en las ancas, dijo.
      -Aún espero en Dios y en su bendita Madre, flor y espejo de los caballos, que presto nos hemos de ver los dos cual deseamos; tú, con tu señor a cuestas; y yo, encima de ti, ejercitando el oficio para que Dios me echó al mundo.
      Y, diciendo esto, don Quijote se apartó con Sancho en remota parte, de donde vino más aliviado N--1,49,10">(N) y con más deseos de poner en obra lo que su escudero ordenase.
      Mirábalo el canónigo, y admirábase de ver la estrañeza de su grande locura, y de que, en cuanto hablaba y respondía, mostraba tener bonísimo entendimiento: solamente venía a perder los estribos, N--1,49,11">(N) como otras veces se ha dicho, en tratándole de caballería. Y así, movido de compasión, después de haberse sentado todos en la verde yerba, para esperar el repuesto del canónigo, le dijo.
      -¿ Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad? Y ¿ cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises, N--1,49,12">(N) y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, N--1,49,13">(N) tanto Felixmarte de Hircania, tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, N--1,49,14">(N) tantas inauditas aventuras, N--1,49,15">(N) tanto género de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, N--1,49,16">(N) tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes; N--1,49,17">(N) y, finalmente, tantos y tan disparatados casos N--1,49,18">(N) como los libros de caballerías contienen? De mí sé decir que, cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero, cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros, y fuera del trato que pide la común naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida, y como a quien da ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas necedades como contienen. Y aun tienen tanto atrevimiento, N--1,49,19">(N) que se atreven a turbar los ingenios de los discretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han hecho, pues le han traído a términos que sea forzoso encerrarle en una jaula, y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae o lleva algún león o algún tigre, de lugar en lugar, para ganar con él dejando que le vean. ¡ Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo, y redúzgase al gremio de la discreción, y sepa usar de la mucha que el cielo fue servido de darle, empleando el felicísimo talento de su ingenio N--1,49,20">(N) en otra letura que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra ! Y si todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de hazañas y de caballerías, lea en la Sacra Escritura el de los Jueces; que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes. Un Viriato N--1,49,21">(N) tuvo Lusitania; un César, Roma; un Anibal, Cartago; un Alejandro, Grecia; un conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Estremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción N--1,49,22">(N) de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren. Ésta sí será letura digna del buen entendimiento de vuestra merced, señor don Quijote mío, de la cual saldrá erudito en la historia, enamorado de la virtud, enseñado en la bondad, mejorado en las costumbres, valiente sin temeridad, osado sin cobardía, y todo esto, para honra de Dios, provecho suyo y fama de la Mancha; do, según he sabido, trae vuestra merced su principio y origen.
      Atentísimamente estuvo don Quijote escuchando las razones del canónigo; y, cuando vio que ya había puesto fin a ellas, después de haberle estado un buen espacio mirando, le dijo.
      -Paréceme, señor hidalgo, N--1,49,23">(N) que la plática de vuestra merced se ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república; y que yo he hecho mal en leerlos, y peor en creerlos, y más mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima profesión de la caballería andante, que ellos enseñan, negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas. N--1,49,24">(N)
      -Todo es al pie de la letra como vuestra merced lo va relatando -dijo a está sazón el canónigo.
      A lo cual respondió don Quijote.
      -Añadió también vuestra merced, diciendo N--1,49,25">(N) que me habían hecho mucho daño tales libros, pues me habían vuelto el juicio y puéstome en una jaula, y que me sería mejor hacer la enmienda y mudar de letura, leyendo otros más verdaderos y que mejor deleitan y enseñan.
      -Así es -dijo el canónigo.
      -Pues yo -replicó don Quijote- hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced, pues se ha puesto a decir tantas blasfemias contra una cosa tan recebida en el mundo, y tenida por tan verdadera, que el que la negase, como vuestra merced la niega, merecía la mesma pena que vuestra merced dice que da a los libros cuando los lee y le enfadan. Porque querer dar a entender a nadie que Amadís no fue en el mundo, ni todos los otros caballeros aventureros de que están colmadas las historias, será querer persuadir que el sol no alumbra, ni el yelo enfría, ni la tierra sustenta; porque, ¿ qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Guy de Borgoña, y lo de Fierabrás N--1,49,26">(N) con la puente de Mantible, N--1,49,27">(N) que sucedió en el tiempo de Carlomagno; que voto a tal que es tanta verdad como es ahora de día? Y si es mentira, también lo debe de ser que no hubo Héctor, ni Aquiles, N--1,49,28">(N) ni la guerra de Troya, ni los Doce Pares de Francia, ni el rey Artús de Ingalaterra, que anda hasta ahora convertido en cuervo y le esperan en su reino por momentos. N--1,49,29">(N) Y también se atreverán a decir que es mentirosa la historia de Guarino Mezquino, (N) y la de la demanda del Santo Grial, (N) y que son apócrifos los amores de don Tristán y la reina Iseo, como los de Ginebra y Lanzarote, habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la dueña Quintañona, que fue la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaña. Y es esto tan ansí, que me acuerdo yo que me decía una mi agÜela de partes de mi padre, cuando veía alguna dueña con tocas reverendas: ′′Aquélla, nieto, se parece a la dueña Quintañona′′; de donde arguyo yo que la debió de conocer ella o, por lo menos, debió de alcanzar a ver algún retrato suyo. Pues, ¿ quién podrá negar no ser verdadera la historia de Pierres (N) y la linda Magalona, pues aun hasta hoy día se vee en la armería de los reyes la clavija con que volvía al caballo de madera, sobre quien iba el valiente Pierres por los aires, que es un poco mayor que un timón de carreta? Y junto a la clavija está la silla de Babieca, y en Roncesvalles está el cuerno de Roldán, (N) tamaño como una grande viga: de donde se infiere que hubo Doce Pares, que hubo Pierres, que hubo Cides, (N) y otros caballeros semejantes, déstos que dicen las gentes que a sus aventuras van.
      Si no, díganme también que no es verdad que fue caballero andante el valiente lusitano Juan de Merlo, (N) que fue a Borgoña y se combatió en la ciudad de Ras con el famoso señor de Charní, llamado mosén Pierres, y después, en la ciudad de Basilea, con mosén Enrique de Remestán, saliendo de entrambas empresas vencedor y lleno de honrosa fama; y las aventuras y desafíos que también acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo deciendo (N) por línea recta de varón), venciendo a los hijos del conde de San Polo. Niéguenme, asimesmo, que no fue a buscar las aventuras a Alemania don Fernando de Guevara, (N) donde se combatió con micer Jorge, caballero de la casa del duque de Austria; digan que fueron burla las justas de Suero de Quiñones, (N) del Paso; las empresas de mosén Luis de Falces (N) contra don Gonzalo de Guzmán, caballero castellano, con otras muchas hazañas hechas por caballeros cristianos, déstos y de los reinos estranjeros, (N) tan auténticas y verdaderas, que torno a decir que el que las negase carecería de toda razón y buen discurso.
      Admirado quedó el canónigo de oír la mezcla que don Quijote hacía de verdades y mentiras, y de ver la noticia que tenía (N) de todas aquellas cosas tocantes y concernientes a los hechos de su andante caballería; y así, le respondió:
      -No puedo yo negar, señor don Quijote, que no sea verdad algo de lo que vuestra merced ha dicho, especialmente en lo que toca a los caballeros andantes españoles; y, asimesmo, quiero conceder que hubo Doce Pares de Francia, pero no quiero creer que hicieron todas aquellas cosas que el arzobispo Turpín dellos escribe; (N) porque la verdad dello es que fueron caballeros escogidos por los reyes de Francia, a quien llamaron pares por ser todos iguales en valor, en calidad y en valentía; a lo menos, si no lo eran, era razón que lo fuesen y era como una religión de las que ahora se usan de Santiago o de Calatrava, que se presupone que los que la profesan han de ser, o deben ser, caballeros valerosos, valientes y bien nacidos; y, como ahora dicen caballero de San Juan, o de Alcántara, decían en aquel tiempo caballero de los Doce Pares, (N) porque no fueron doce iguales los que para esta religión militar se escogieron. En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio, (N) pero de que hicieron las hazañas que dicen, creo que la hay muy grande. En lo otro de la clavija que vuestra merced dice del conde Pierres, y que está junto a la silla de Babieca en la armería de los reyes, confieso mi pecado; que soy tan ignorante, o tan corto de vista, que, aunque he visto la silla, (N) no he echado de ver la clavija, y más siendo tan grande como vuestra merced ha dicho.
      -Pues allí está, sin duda alguna -replicó don Quijote-; y, por más señas, dicen que está metida en una funda de vaqueta, porque no se tome de moho.
      -Todo puede ser -respondió el canónigo-; pero, por las órdenes que recebí, que no me acuerdo haberla visto. Mas, puesto que conceda que está allí, no por eso me obligo a creer las historias de tantos Amadises, ni las de tanta turbamulta de caballeros como por ahí nos cuentan; ni es razón que un hombre como vuestra merced, tan honrado y de tan buenas partes, y dotado de tan buen entendimiento, se dé a entender que son verdaderas tantas y tan estrañas locuras como las que están escritas en los disparatados libros de caballerías.







Parte I -- Capítulo L . De las discretas altercaciones que don Quijote y el Canónigo tuvieron, con otros sucesos

      -¡ Bueno está eso ! -respondió don Quijote-. Los libros que están impresos con licencia (N) de los reyes y con aprobación de aquellos a quien se remitieron, y que con gusto general son leídos y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caballeros, finalmente, de todo género de personas, de cualquier estado y condición que sean, ¿ habían de ser mentira?; y más llevando tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas, punto por punto y día por día, que el tal caballero hizo, o caballeros hicieron. Calle vuestra merced, no diga tal blasfemia (y créame que le aconsejo en esto lo que debe de hacer como discreto), sino léalos, y verá el gusto que recibe de su leyenda. Si no, dígame: ¿ hay mayor contento que ver, como si dijésemos: aquí ahora se muestra (N) delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: ′′Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor; porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas (N) que debajo desta negregura yacen?′′ ¿ Y que, apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, (N) cuando, sin entrar más en cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, (N) y, cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, (N) con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; (N) ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando. Aquí descubre un arroyuelo, cuyas frescas aguas, que líquidos cristales parecen, corren sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido y puras perlas semejan; acullá vee una artificiosa fuente de jaspe variado (N) y de liso mármol compuesta; acá vee otra a lo brutesco adornada, adonde las menudas conchas de las almejas, con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas, hacen una variada labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence. Acullá de improviso se le descubre un fuerte castillo o vistoso alcázar, cuyas murallas son de macizo oro, las almenas de diamantes, las puertas de jacintos; finalmente, él es de tan admirable compostura que, con ser la materia de que está formado no menos que de diamantes, de carbuncos, (N) de rubíes, de perlas, de oro y de esmeraldas, es de más estimación su hechura. Y ¿ hay más que ver, después de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un buen número de doncellas, (N) cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca acabar; y tomar luego la que parecía principal de todas por la mano al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago, y llevarle, sin hablarle palabra, dentro del rico alcázar o castillo, y hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungÜentos, y vestirle una camisa de cendal delgadísimo, toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantón sobre los hombros, que, por lo menos menos, dicen que suele valer una ciudad, (N) y aun más? ¿ Qué es ver, pues, cuando nos cuentan que, tras todo esto, le llevan a otra sala, donde halla puestas las mesas, con tanto concierto, que queda suspenso y admirado?; ¿ qué, el verle echar agua a manos, toda de ámbar y de olorosas flores distilada?; ¿ qué, el hacerle sentar sobre una silla de marfil? ; (N) ¿ qué, verle servir todas las doncellas, (N) guardando un maravilloso silencio?; ¿ qué, el traerle tanta diferencia de manjares, tan sabrosamente guisados, que no sabe el apetito (N) a cuál deba de alargar la mano? ¿ Cuál será oír la música (N) que en tanto que come suena, sin saberse quién la canta ni adónde suena? ¿ Y, después de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, y quizá mondándose los dientes, como es costumbre, entrar a deshora (N) por la puerta de la sala otra mucho más hermosa doncella que ninguna de las primeras, y sentarse al lado del caballero, y comenzar a darle cuenta de qué castillo es aquél, (N) y de cómo ella está encantada en él, con otras cosas que suspenden al caballero y admiran a los leyentes que van leyendo su historia? No quiero alargarme más en esto, pues dello se puede colegir que cualquiera parte que se lea, de cualquiera historia de caballero andante, ha de causar gusto y maravilla a cualquiera que (N) la leyere. Y vuestra merced créame, y, como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere, y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala. De mí sé decir (N) que, después que soy caballero andante, soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos; y, aunque ha tan poco que me vi encerrado en una jaula, como loco, pienso, por el valor de mi brazo, favoreciéndome el cielo y no me siendo contraria la fortuna, en pocos días verme rey de algún reino, adonde pueda mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra. Que, mía fe, señor, el pobre está inhabilitado de poder (N) mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la posea; y el agradecimiento que sólo consiste en el deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras. (N) Por esto querría que la fortuna me ofreciese presto alguna ocasión donde me hiciese emperador, por mostrar mi pecho haciendo bien a mis amigos, especialmente a este pobre de Sancho Panza, mi escudero, que es el mejor hombre del mundo, y querría darle un condado que le tengo muchos días ha prometido, sino que temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado.
      Casi estas últimas palabras (N) oyó Sancho a su amo, a quien dijo:
      -Trabaje vuestra merced, señor don Quijote, en darme ese condado, tan prometido de vuestra merced como de mí esperado, que yo le prometo que no me falte a mí habilidad para gobernarle; y, cuando me faltare, yo he oído decir que hay hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados de los señores, y les dan un tanto cada año, y ellos se tienen cuidado del gobierno, y el señor se está a pierna tendida, gozando de la renta que le dan, sin curarse de otra cosa.
      y así haré yo, y no repararé en tanto más cuanto, sino que luego me desistiré de todo, y me gozaré mi renta como un duque, (N) y allá se lo hayan.
      -Eso, hermano Sancho -dijo el canónigo-, entiéndese en cuanto al gozar la renta; empero, al administrar justicia, ha de atender el señor del estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar; que si ésta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines; y así suele Dios ayudar al buen deseo del simple como desfavorecer al malo del discreto.
      -No sé esas filosofías -respondió Sancho Panza-; mas sólo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regirle; que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo; y, siéndolo, haría lo que quisiese; y, haciendo lo que quisiese, haría mi gusto; y, haciendo mi gusto, estaría contento; y, en estando uno contento, no tiene más que desear; y, no teniendo (N) más que desear, acabóse; y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro.
      -No son malas filosofías ésas, como tú dices, Sancho; (N) pero, con todo eso, hay mucho que decir sobre esta materia de condados.
      A lo cual replicó don Quijote.
      -Yo no sé que haya más que decir; sólo me guío por el ejemplo que me da el grande Amadís de Gaula, que hizo a su escudero conde de la Ínsula Firme; (N) y así, puedo yo, sin escrúpulo de conciencia, hacer conde a Sancho Panza, que es uno de los mejores escuderos que caballero andante ha tenido.
      Admirado quedó el canónigo de los concertados disparates (N) que don Quijote había dicho, del modo con que había pintado la aventura del Caballero del Lago, de la impresión que en él habían hecho las pensadas mentiras (N) de los libros que había leído; y, finalmente, le admiraba (N) la necedad de Sancho, que con tanto ahínco deseaba alcanzar el condado que su amo le había prometido.
      Ya en esto, volvían los criados del canónigo, que a la venta habían ido por la acémila del repuesto, y, haciendo mesa de una alhombra y de la verde yerba del prado, a la sombra de unos árboles se sentaron, y comieron allí, porque el boyero no perdiese la comodidad de aquel sitio, como queda dicho. Y, estando comiendo, a deshora oyeron un recio estruendo y un son de esquila, que por entre unas zarzas y espesas matas que allí junto estaban sonaba, (N) y al mesmo instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel manchada de negro, blanco y pardo. Tras ella venía un cabrero dándole voces, y diciéndole palabras a su uso, para que se detuviese, o al rebaño volviese. La fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se vino a la gente, como a favorecerse della, y allí se detuvo. Llegó el cabrero, y, asiéndola de los cuernos, como si fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo.
      -¡ Ah cerrera, cerrera, (N) Manchada, Manchada, y cómo andáis vos estos días de pie cojo ! ¿ Qué lobos os espantan, hija? ¿ No me diréis qué es esto, hermosa? Mas ¡ qué puede ser sino que sois hembra, y no podéis estar sosegada; que mal haya vuestra condición, y la de todas aquellas a quien imitáis ! Volved, volved, amiga; que si no tan contenta, a lo menos, estaréis más segura en vuestro aprisco, o con vuestras compañeras; que si vos que las habéis de guardar y encaminar andáis tan sin guía y tan descaminada, ¿ en qué podrán parar ellas.
      Contento dieron las palabras del cabrero a los que las oyeron, especialmente al canónigo, que le dijo.
      -Por vida vuestra, hermano, que os soseguéis un poco y no os acuciéis en volver tan presto esa cabra a su rebaño; que, pues ella es hembra, como vos decís, ha de seguir su natural distinto, (N) por más que vos os pongáis a estorbarlo. Tomad este bocado y bebed una vez, con que templaréis la cólera, y en tanto, descansará la cabra.
      Y el decir esto y el darle con la punta del cuchillo los lomos de un conejo fiambre, todo fue uno. Tomólo y agradeciólo el cabrero; bebió y sosegóse, y luego dijo.
      -No querría que por haber yo hablado con esta alimaña (N) tan en seso, me tuviesen vuestras mercedes por hombre simple; que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije. Rústico soy, pero no tanto que no entienda cómo se ha de tratar con los hombres y con las bestias.
      -Eso creo yo muy bien -dijo el cura-, que ya yo sé de esperiencia que los montes crían letrados y las cabañas de los pastores encierran filósofos. (N)
      -A lo menos, señor -replicó el cabrero-, acogen hombres escarmentados; y para que creáis esta verdad y la toquéis con la mano, aunque parezca que sin ser rogado me convido, (N) si no os enfadáis dello y queréis, señores, un breve espacio prestarme oído atento, os contaré una verdad que acredite lo que ese señor (señalando al cura) ha dicho, y la mía.
      A esto respondió don Quijote.
      -Por ver que tiene este caso un no sé qué de sombra de aventura (N) de caballería, yo, por mi parte, os oiré, hermano, de muy buena gana, y así lo harán todos estos señores, por lo mucho que tienen de discretos y de ser amigos de curiosas novedades que suspendan, alegren y entretengan los sentidos, como, sin duda, pienso que lo ha de hacer vuestro cuento. Comenzad, pues, amigo, que todos escucharemos.
      -Saco la mía -dijo Sancho-; (N) que yo a aquel arroyo me voy con esta empanada, donde pienso hartarme por tres días; porque he oído decir a mi señor don Quijote que el escudero de caballero andante ha de comer, cuando se le ofreciere, hasta no poder más, a causa que se les suele ofrecer entrar acaso por una selva tan intricada que no aciertan a salir della en seis días; y si el hombre no va harto, o bien proveídas las alforjas, allí se podrá quedar, como muchas veces se queda, (N) hecho carne momia.
      -Tú estás en lo cierto, Sancho -dijo don Quijote - : vete adonde quisieres, y come lo que pudieres; que yo ya estoy satisfecho, y sólo me falta dar al alma su refacción, como se la daré escuchando el cuento deste buen hombre.
      -Así las daremos todos a las nuestras -dijo el canónigo.
      Y luego, rogó al cabrero que diese principio a lo que prometido había. El cabrero dio dos palmadas sobre el lomo a la cabra, que por los cuernos tenía, diciéndole.
      -Recuéstate junto a mí, Manchada, que tiempo nos queda para volver a nuestro apero. (N)
      Parece que lo entendió la cabra, porque, en sentándose su dueño, se tendió ella junto a él con mucho sosiego, y, mirándole al rostro, daba a entender que estaba atenta a lo que el cabrero iba diciendo, el cual comenzó su historia desta manera:.







Parte I -- Capítulo LI . Que trata de lo que contó el cabrero a todos los que llevaban a don Quijote

      -« Tres leguas deste valle está una aldea que, aunque pequeña, es de las más ricas que hay en todos estos contornos; en la cual había un labrador muy honrado, y tanto, que, aunque es anexo al ser rico el ser honrado, más lo era él por la virtud que tenía que por la riqueza que alcanzaba. Mas lo que le hacía más dichoso, (N) según él decía, era tener una hija de tan estremada hermosura, rara discreción, donaire y virtud, que el que la conocía y la miraba se admiraba de ver las estremadas partes con que el cielo y la naturaleza la habían enriquecido. Siendo niña fue hermosa, y siempre fue creciendo en belleza, y en la edad de diez y seis años fue hermosísima. La fama de su belleza se comenzó a estender por todas las circunvecinas aldeas, ¿ qué digo yo por las circunvecinas no más, si se estendió a las apartadas ciudades, y aun se entró por las salas de los reyes, y por los oídos de todo género de gente; que, como a cosa rara, o como a imagen de milagros, (N) de todas partes a verla venían? Guardábala su padre, y guardábase ella; que no hay candados, guardas ni cerraduras que mejor guarden a una doncella que las del recato proprio.
      » La riqueza del padre y la belleza de la hija movieron a muchos, así del pueblo como forasteros, a que por mujer se la pidiesen; mas él, como a quien tocaba disponer de tan rica joya, andaba confuso, sin saber determinarse a quién la entregaría de los infinitos que le importunaban. Y, entre los muchos que tan buen deseo tenían, fui yo uno, a quien dieron muchas y grandes esperanzas de buen suceso conocer que el padre conocía quien yo era, el ser natural del mismo pueblo, limpio en sangre, en la edad floreciente, en la hacienda muy rico y en el ingenio no menos acabado. (N) Con todas estas mismas partes la pidió también otro del mismo pueblo, que fue causa de suspender y poner en balanza la voluntad del padre, a quien parecía que con cualquiera de nosotros estaba su hija bien empleada; y, por salir desta confusión, determinó decírselo a Leandra, que así se llama la rica que en miseria me tiene puesto, advirtiendo que, pues los dos éramos iguales, era bien dejar a la voluntad de su querida hija el escoger a su gusto: cosa digna de imitar de todos los padres que a sus hijos quieren poner en estado: no digo yo que los dejen escoger en cosas ruines y malas, sino que se las propongan buenas, y de las buenas, que escojan a su gusto. No sé yo el que tuvo Leandra; sólo sé que el padre nos entretuvo a entrambos con la poca edad de su hija y con palabras generales, que ni le obligaban, ni nos desobligaba tampoco. Llámase mi competidor Anselmo, y yo Eugenio, porque vais con noticia de los nombres de las personas que en esta tragedia se contienen, (N) cuyo fin aún está pendiente; pero bien se deja entender que será desastrado.
      » En esta sazón, vino a nuestro pueblo un Vicente de la Roca, (N) hijo de un pobre labrador del mismo lugar; el cual Vicente venía de las Italias, y de otras diversas partes, de ser soldado. Llevóle de nuestro lugar, siendo muchacho de hasta doce años, un capitán que con su compañía por allí acertó a pasar, y volvió el mozo de allí a otros doce, vestido a la soldadesca, pintado con mil colores, lleno de mil dijes de cristal y sutiles cadenas de acero. Hoy se ponía una gala y mañana otra; pero todas sutiles, pintadas, de poco peso y menos tomo. (N) La gente labradora, que de suyo es maliciosa, y dándole el ocio lugar es la misma malicia, lo notó, y contó punto por punto sus galas y preseas, y halló que los vestidos eran tres, de diferentes colores, con sus ligas y medias; pero él hacía tantos guisados e invenciones dellas, que si no se los contaran, hubiera quien jurara que había hecho muestra de más de diez pares de vestidos y de más de veinte plumajes. (N) Y no parezca impertinencia y demasía esto que de los vestidos voy contando, porque ellos hacen una buena parte en esta historia.
      » Sentábase en un poyo que debajo de un gran álamo está en nuestra plaza, y allí nos tenía a todos la boca abierta, pendientes de las hazañas que nos iba contando. No había tierra en todo el orbe que no hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado; había muerto más moros que tiene Marruecos y Túnez, y entrado en más singulares desafíos, según él decía, que Gante y Luna, Diego García de Paredes y otros mil que nombraba; (N) y de todos había salido con vitoria, sin que le hubiesen derramado una sola gota de sangre. (N) Por otra parte, mostraba señales de heridas que, aunque no se divisaban, nos hacía entender que eran arcabuzazos dados en diferentes rencuentros y faciones. Finalmente, con una no vista arrogancia, llamaba de vos a sus iguales y a los mismos que le conocían, y decía que su padre era su brazo, su linaje, sus obras, y que debajo de ser soldado, al mismo rey no debía nada. (N) Añadiósele a estas arrogancias ser un poco músico y tocar una guitarra a lo rasgado, de manera que decían algunos que la hacía hablar; pero no pararon aquí sus gracias, que también la tenía de poeta, y así, de cada niñería que pasaba en el pueblo, componía un romance de legua y media de escritura.
      » Este soldado, pues, que aquí he pintado, este Vicente de la Rosa, este bravo, este galán, este músico, este poeta fue visto y mirado muchas veces de Leandra, desde una ventana de su casa que tenía la vista a la plaza. Enamoróla el oropel de sus vistosos trajes, encantáronla sus romances, que de cada uno que componía daba veinte traslados, llegaron a sus oídos las hazañas que él de sí mismo había referido, y, finalmente, que así el diablo lo debía de tener ordenado, ella se vino a enamorar dél, antes que en él naciese presunción de solicitalla. Y, como en los casos de amor no hay ninguno que con más facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama, con facilidad se concertaron Leandra y Vicente; y, primero que alguno de sus muchos pretendientes cayesen en la cuenta de su deseo, ya ella le tenía cumplido, habiendo dejado la casa de su querido y amado padre, que madre no la tiene, y ausentádose de la aldea con el soldado, que salió con más triunfo desta empresa que de todas las muchas que él se aplicaba.
      » Admiró el suceso a toda el aldea, y aun a todos los que dél noticia tuvieron; yo quedé suspenso, Anselmo, atónito, el padre triste, sus parientes afrentados, solícita la justicia, los cuadrilleros listos; tomáronse los caminos, escudriñáronse los bosques y cuanto había, y, al cabo de tres días, hallaron a la antojadiza Leandra en una cueva de un monte, desnuda en camisa, sin muchos dineros y preciosísimas joyas que de su casa había sacado. Volviéronla a la presencia del lastimado padre; preguntáronle su desgracia; confesó sin apremio que Vicente de la Roca la había engañado, y debajo de su palabra de ser su esposo la persuadió que dejase la casa de su padre; que él la llevaría a la más rica y más viciosa ciudad que había en todo el universo mundo, que era Nápoles; y que ella, mal advertida y peor engañada, le había creído; y, robando a su padre, se le entregó la misma noche que había faltado; y que él la llevó a un áspero monte, y la encerró en aquella cueva donde la habían hallado. Contó también como el soldado, sin quitalle su honor, le robó cuanto tenía, y la dejó en aquella cueva (N) y se fue: suceso que de nuevo puso en admiración a todos.
      » Duro se nos hizo de creer la continencia del mozo, pero ella lo afirmó con tantas veras, que fueron parte para que el desconsolado padre se consolase, no haciendo cuenta de las riquezas que le llevaban, pues le habían dejado a su hija con la joya que, si una vez se pierde, no deja esperanza de que jamás se cobre. El mismo día que pareció Leandra la despareció su padre de nuestros ojos, y la llevó a encerrar en un monesterio de una villa que está aquí cerca, esperando que el tiempo gaste alguna parte de la mala opinión en que su hija se puso. Los pocos años de Leandra sirvieron de disculpa de su culpa, a lo menos con aquellos que no les iba algún interés (N) en que ella fuese mala o buena; pero los que conocían su discreción y mucho entendimiento no atribuyeron a ignorancia su pecado, sino a su desenvoltura y a la natural inclinación de las mujeres, que, por la mayor parte, suele ser desatinada y mal compuesta.
      » Encerrada Leandra, quedaron los ojos de Anselmo ciegos, a lo menos sin tener cosa que mirar que contento le diese; los míos en tinieblas, sin luz que a ninguna cosa de gusto les encaminase; con la ausencia de Leandra, crecía nuestra tristeza, apocábase nuestra paciencia, maldecíamos las galas del soldado y abominábamos del poco recato del padre de Leandra. Finalmente, Anselmo y yo nos concertamos de dejar el aldea y venirnos a este valle, donde él, apacentando una gran cantidad de ovejas suyas proprias, y yo un numeroso rebaño de cabras, también mías, pasamos la vida entre los árboles, dando vado a nuestras pasiones, o cantando juntos alabanzas o vituperios de la hermosa Leandra, o suspirando solos y a solas comunicando con el cielo nuestras querellas.
      » A imitación nuestra, otros muchos de los pretendientes de Leandra se han venido a estos ásperos montes, usando el mismo ejercicio nuestro; y son tantos, que parece que este sitio se ha convertido en la pastoral Arcadia, (N) según está colmo de pastores y de apriscos, y no hay parte en él donde no se oiga el nombre de la hermosa Leandra. Éste la maldice (N) y la llama antojadiza, varia y deshonesta; aquél la condena por fácil y ligera; tal la absuelve y perdona, y tal la justicia y vitupera; uno celebra su hermosura, otro reniega de su condición, y, en fin, todos la deshonran, y todos la adoran, y de todos se estiende a tanto la locura, que hay quien se queje de desdén sin haberla jamás hablado, y aun quien se lamente y sienta la rabiosa enfermedad de los celos, que ella jamás dio a nadie; porque, como ya tengo dicho, antes se supo su pecado que su deseo. No hay hueco de peña, ni margen de arroyo, ni sombra de árbol que no esté ocupada de algún pastor que sus desventuras a los aires cuente; el eco repite el nombre de Leandra dondequiera que pueda formarse: Leandra resuenan los montes, (N) Leandra murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin saber de qué tememos. (N) Entre estos disparatados, el que muestra que menos y más juicio tiene (N) es mi competidor Anselmo, el cual, teniendo tantas otras cosas de que quejarse, sólo se queja de ausencia; y al son de un rabel, que admirablemente toca, con versos donde muestra su buen entendimiento, cantando se queja. Yo sigo otro camino más fácil, y a mi parecer el más acertado, que es decir mal de la ligereza de las mujeres, de su inconstancia, (N) de su doble trato, de sus promesas muertas, de su fe rompida, y, finalmente, del poco discurso que tienen en saber colocar sus pensamientos e intenciones que tienen. Y ésta fue la ocasión, señores, de las palabras y razones que dije a esta cabra cuando aquí llegué; que por ser hembra la tengo en poco, aunque es la mejor de todo mi apero. Ésta es la historia que prometí contaros; si he sido en el contarla prolijo, no seré en serviros corto: cerca de aquí tengo mi majada, y en ella tengo fresca leche y muy sabrosísimo queso, (N) con otras varias y sazonadas frutas, no menos a la vista que al gusto agradables.
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Parte I -- Capítulo LII . De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los deceplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor (N)
      General gusto causó el cuento del cabrero a todos los que escuchado le habían; (N) especialmente le recibió el canónigo, que con estraña curiosidad notó la manera con que le había contado, tan lejos de parecer rústico cabrero cuan cerca de mostrarse discreto cortesano; y así, dijo que había dicho muy bien el cura en decir que los montes criaban letrados. (N) Todos se ofrecieron a Eugenio; pero el que más se mostró liberal en esto fue don Quijote, que le dijo.
      -Por cierto, hermano cabrero, que si yo me hallara posibilitado (N) de poder comenzar alguna aventura, que luego luego me pusiera en camino porque vos la tuviérades buena; que yo sacara del monesterio, donde, sin duda alguna, debe de estar contra su voluntad, a Leandra, a pesar de la abadesa (N) y de cuantos quisieran estorbarlo, y os la pusiera en vuestras manos, para que hiciérades della a toda vuestra voluntad y talante, guardando, pero, las leyes (N) de la caballería, que mandan que a ninguna doncella se le sea fecho desaguisado alguno; aunque yo espero en Dios Nuestro Señor que no ha de poder tanto la fuerza de un encantador malicioso, (N) que no pueda más la de otro encantador mejor intencionado, y para entonces os prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesión, que no es otra si no es favorecer a los desvalidos y menesterosos.
      Miróle el cabrero, y, como vio a don Quijote de tan mal pelaje y catadura, (N) admiróse y preguntó al barbero, que cerca de sí tenía.
      -Señor, ¿ quién es este hombre, que tal talle tiene y de tal manera habla.
      -¿ Quién ha de ser -respondió el barbero- sino el famoso don Quijote de la Mancha, desfacedor de agravios, (N) enderezador de tuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el vencedor de las batallas.
      -Eso me semeja -respondió el cabrero- a lo que se lee en los libros de caballeros andantes, que hacían todo eso que de este hombre vuestra merced dice; puesto que para mí tengo, o que vuestra merced se burla, o que este gentil hombre debe de tener vacíos los aposentos de la cabeza.
      -Sois un grandísimo bellaco -dijo a esta sazón don Quijote-; y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió. (N)
      Y, diciendo y haciendo, (N) arrebató de un pan que junto a sí tenía, y dio con él al cabrero en todo el rostro, con tanta furia, que le remachó las narices; mas el cabrero, que no sabía de burlas, viendo con cuántas veras le maltrataban, sin tener respeto a la alhombra, ni a los manteles, ni a todos aquellos que comiendo estaban, saltó sobre don Quijote, y, asiéndole del cuello con entrambas manos, no dudara de ahogalle, si Sancho Panza no llegara en aquel punto, y le asiera por las espaldas y diera con él encima de la mesa, quebrando platos, rompiendo tazas y derramando y esparciendo cuanto en ella estaba. Don Quijote, que se vio libre, acudió a subirse sobre el cabrero; el cual, lleno de sangre el rostro, molido a coces de Sancho, andaba buscando a gatas algún cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza, pero estorbábanselo el canónigo y el cura; mas el barbero hizo de suerte que el cabrero cogió debajo de sí a don Quijote, sobre el cual llovió tanto número de mojicones, (N) que del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre como del suyo.
      Reventaban de risa el canónigo y el cura, (N) saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban los unos y los otros, como hacen a los perros cuando en pendencia están trabados; sólo Sancho Panza se desesperaba, porque no se podía desasir de un criado del canónigo, que le estorbaba que a su amo no ayudase.
      En resolución, estando todos en regocijo y fiesta, sino los dos aporreantes que se carpían, (N) oyeron el son de una trompeta, (N) tan triste que les hizo volver los rostros hacia donde les pareció que sonaba; pero el que más se alborotó de oírle fue don Quijote, el cual, aunque estaba debajo del cabrero, harto contra su voluntad y más que medianamente molido, le dijo.
      -Hermano demonio, (N) que no es posible que dejes de serlo, pues has tenido valor y fuerzas para sujetar las mías, ruégote que hagamos treguas, no más de por una hora; porque el doloroso son de aquella trompeta que a nuestros oídos llega me parece que a alguna nueva aventura me llama.
      El cabrero, que ya estaba cansado de moler y ser molido, le dejó luego, y don Quijote se puso en pie, volviendo asimismo el rostro adonde el son se oía, y vio a deshora (N) que por un recuesto bajaban muchos hombres vestidos de blanco, a modo de diciplinantes. (N)
      Era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese; (N) y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba venía en procesión a una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había.
      Don Quijote, que vio los estraños trajes de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que a él solo tocaba, como a caballero andante, el acometerla; (N) y confirmóle más esta imaginación pensar que una imagen que traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines; y, como esto le cayó en las mientes, con gran ligereza arremetió a Rocinante, que paciendo andaba, quitándole del arzón el freno y el adarga, y en un punto le enfrenó, y, pidiendo a Sancho su espada, (N) subió sobre Rocinante y embrazó su adarga, y dijo en alta voz a todos los que presentes estaban.
      -Agora, valerosa compañía, veredes cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería; agora digo que veredes, (N) en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes.
      Y, en diciendo esto, apretó los muslos a Rocinante, porque espuelas no las tenía, y, a todo galope, porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamás la diese Rocinante, se fue a encontrar con los diciplinantes, bien que fueran el cura y el canónigo y barbero a detenelle; mas no les fue posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba, diciendo.
      -¿ Adónde va, señor don Quijote? ¿ Qué demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fe católica? Advierta, mal haya yo, que aquélla es procesión de diciplinantes, y que aquella señora que llevan sobre la peana es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla; mire, señor, lo que hace, que por esta vez se puede decir que no es lo que sabe. (N)
      Fatigóse en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en llegar a los ensabanados y en librar a la señora enlutada, que no oyó palabra; y, aunque la oyera, no volviera, si el rey se lo mandara. Llegó, pues, a la procesión, y paró a Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y, con turbada y ronca voz, dijo.
      -Vosotros, que, quizá por no ser buenos, os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.
      Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban; y uno de los cuatro clérigos que cantaban las ledanías, viendo la estraña catadura de don Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras circunstancias de risa que notó y descubrió en don Quijote, le respondió diciendo:
      -Señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes, y no podemos, ni es razón que nos detengamos a oír cosa alguna, si ya no es tan breve que en dos palabras se diga.
      -En una lo diré -replicó don Quijote-, y es ésta: que luego al punto dejéis libre a esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante (N) dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le habedes fecho; y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece.
      En estas razones, cayeron todos los que las oyeron que don Quijote debía de ser algún hombre loco, y tomáronse a reír muy de gana; cuya risa fue poner pólvora a la cólera de don Quijote, porque, sin decir más palabra, sacando la espada, arremetió a las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba; y, recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último tercio, que le quedó en la mano, (N) dio tal golpe a don Quijote encima de un hombro, por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga contra villana fuerza, que el pobre don Quijote vino al suelo muy mal parado.
      Sancho Panza, que jadeando le iba a los alcances, viéndole caído, dio voces a su moledor que no le diese otro palo, porque era un pobre caballero encantado, que no había hecho mal a nadie en todos los días de su vida. Mas, lo que detuvo al villano no fueron las voces de Sancho, sino el ver que don Quijote no bullía pie ni mano; (N) y así, creyendo que le había muerto, con priesa se alzó la túnica a la cinta, y dio a huir por la campaña como un gamo.
      Ya en esto llegaron todos los de la compañía de don Quijote adonde él estaba; y más los de la procesión, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron algún mal suceso, y hiciéronse todos un remolino alrededor de la imagen; y, alzados los capirotes, empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales, esperaban el asalto (N) con determinación de defenderse, y aun ofender, si pudiesen, a sus acometedores; pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risueño (N) llanto del mundo, creyendo que estaba muerto.
      El cura fue conocido de otro cura que en la procesión venía, (N) cuyo conocimiento puso en sosiego el concebido temor de los dos escuadrones. (N) El primer cura dio al segundo, en dos razones, cuenta de quién era don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron a ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lágrimas en los ojos, decía:
      -¡ Oh flor de la caballería, (N) que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años ! ¡ Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, (N) el cual, faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías ! (N) ¡ Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio (N) me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea ! ¡ Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor (N) de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, (N) azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede !
      Con las voces y gemidos de Sancho revivió don Quijote, y la primer palabra que dijo fue.
      -El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, a mayores miserias que éstas está sujeto. Ayúdame, Sancho amigo, a ponerme sobre el carro encantado, que ya no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos.
      -Eso haré yo de muy buena gana, señor mío - respondió Sancho-, y volvamos a mi aldea en compañía destos señores, que su bien desean, (N) y allí daremos orden de hacer otra salida (N) que nos sea de más provecho y fama.
      -Bien dices, Sancho -respondió don Quijote-, y será gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas que agora corre.
      El canónigo y el cura y barbero le dijeron que haría muy bien en hacer lo que decía; y así, habiendo recebido grande gusto de las simplicidades de Sancho Panza, pusieron a don Quijote en el carro, como antes venía. La procesión volvió a ordenarse y a proseguir su camino; el cabrero se despidió de todos; los cuadrilleros no quisieron pasar adelante, y el cura les pagó lo que se les debía. El canónigo pidió al cura le avisase el suceso de don Quijote, si sanaba de su locura o si proseguía en ella, y con esto tomó licencia para seguir su viaje. En fin, todos se dividieron y apartaron, quedando solos el cura y barbero, don Quijote y Panza, y el bueno de Rocinante, que a todo lo que había visto estaba con tanta paciencia como su amo. (N)
      El boyero unció sus bueyes y acomodó a don Quijote sobre un haz de heno, y con su acostumbrada flema siguió el camino que el cura quiso, y a cabo de seis días (N) llegaron a la aldea de don Quijote, adonde entraron en la mitad del día, que acertó a ser domingo, (N) y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote. Acudieron todos a ver lo que en el carro venía, y, cuando conocieron a su compatrioto, quedaron maravillados, y un muchacho acudió corriendo a dar las nuevas a su ama y a su sobrina de que su tío y su señor venía flaco y amarillo, y tendido sobre un montón de heno y sobre un carro de bueyes. Cosa de lástima fue oír los gritos que las dos buenas señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron a los malditos libros de caballerías; todo lo cual se renovó cuando vieron entrar a don Quijote por sus puertas.
      A las nuevas desta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido (N) que había ido con él sirviéndole de escudero, y, así como vio a Sancho, lo primero que le preguntó fue que si venía bueno el asno. Sancho respondió que venía mejor que su amo.
      -Gracias sean dadas a Dios -replicó ella (N) -, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo: ¿ qué bien habéis sacado de vuestras escuderías?, ¿ qué saboyana me traes a mí?, ¿ qué zapaticos a vuestros hijos.
      -No traigo nada deso -dijo Sancho-, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración.
      -Deso recibo yo mucho gusto -respondió la mujer-; mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver, para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.
      -En casa os las mostraré, (N) mujer -dijo Panza-, y por agora estad contenta, que, siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse.
      -Quiéralo así el cielo, marido mío; que bien lo habemos menester. Mas, decidme: ¿ qué es eso de ínsulas, que no lo entiendo.
      -No es la miel para la boca del asno -respondió Sancho-; a su tiempo lo verás, mujer, y aun te admirarás de oírte llamar Señoría de todos tus vasallos.
      -¿ Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? - respondió Juana Panza, que así se llamaba la mujer de Sancho, (N) aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos.
      -No te acucie (N) s, Juana, por saber todo esto tan apriesa; basta que te digo verdad, y cose la boca. Sólo te sabré decir, así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querría, porque de ciento que se encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas. Sélo yo de expiriencia, porque de algunas he salido manteado, y de otras molido; pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreción, sin pagar, ofrecido sea al diablo, el maravedí. (N)
      Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza, su mujer, en tanto que el ama y sobrina de don Quijote le recibieron, y le desnudaron, y le tendieron en su antiguo lecho. Mirábalas él con ojos atravesados, y no acababa de entender en qué parte estaba. El cura encargó a la sobrina tuviese gran cuenta con regalar a su tío, y que estuviesen alerta de que otra vez no se les escapase, (N) contando lo que había sido menester para traelle a su casa. Aquí alzaron las dos de nuevo los gritos al cielo; allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías, allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates. Finalmente, ellas quedaron confusas y temerosas de que se habían de ver sin su amo y tío en el mesmo punto que tuviese alguna mejoría; y sí fue como ellas se lo imaginaron.
      Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a lo menos por escrituras auténticas; sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote, la tercera vez que salió de su casa, fue a Zaragoza, (N) donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento. Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera si la buena suerte no le deparara (N) un antiguo médico que tenía en su poder una caja de plomo, que, según él dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita que se renovaba; en la cual caja se habían hallado unos pergaminos escritos con letras góticas, pero en versos castellanos, que contenían muchas de sus hazañas y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mesmo don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres.
      Y los que se pudieron leer y sacar en limpio fueron los que aquí pone el fidedigno autor desta nueva y jamás vista historia. El cual autor no pide a los que la leyeren, en premio del inmenso trabajo que le costó inquerir y buscar todos los archivos manchegos, por sacarla a luz, sino que le den el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías, que tan validos andan en el mundo; que con esto se tendrá por bien pagado y satisfecho, y se animará a sacar y buscar otras, si no tan verdaderas, (N) a lo menos de tanta invención y pasatiempo.
      Las palabras primeras que estaban escritas en el pergamino que se halló en la caja de plomo eran éstas.
LOS ACADÉMICOS DE LA ARGAMASILLA,
LUGAR DE LA MANCHA,
EN VIDA Y MUERTE DEL VALEROSO
DON QUIJOTE DE LA MANCHA,
HOC SCRIPSERUNT:
EL MONICONGO, (N)
ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA,
A LA SEPULTURA DE DON QUIJOTE
Epitafio El calvatrueno que adornó a la Mancha
de más despojos que Jasón decreta;
el jÜicio que tuvo la veleta
aguda donde fuera mejor ancha,
el brazo que su fuerza tanto ensancha,
que llegó del Catay hasta Gaeta,
la musa más horrenda y más discreta
que grabó versos en la broncínea plancha,
el que a cola dejó los Amadises,
y en muy poquito a Galaores tuvo,
estribando en su amor y bizarría,
el que hizo callar los Belianises,
aquel que en Rocinante errando anduvo,
yace debajo desta losa fría.

DEL PANIAGUADO, (N)
ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA,
In laudem Dulcineae del Toboso
Soneto

Esta que veis de rostro amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.

Pisó por ella el uno y otro lado
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Mont, hasta el herboso
llano de AranjÜez, a pie y cansado.

Culpa de Rocinante, ¡ oh dura estrella !,
que esta manchega dama, y este invito
andante caballero, en tiernos años,

ella dejó, muriendo, de ser bella;
y él, aunque queda en mármores escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.

DEL CAPRICHOSO,
DISCRETÍSIMO ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA,
EN LOOR DE ROCINANTE,
CABALLO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto .

En el soberbio trono diamantino
que con sangrientas plantas huella Marte, (N)
frenético, el Manchego su estandarte
tremola con esfuerzo peregrino.

Cuelga las armas y el acero fino
con que destroza, asuela, raja y parte:
¡ nuevas proezas !, pero inventa el arte
un nuevo estilo al nuevo paladino.

Y si de su Amadís se precia Gaula,
por cuyos bravos descendientes Grecia
triunfó mil veces y su fama ensancha,

hoy a Quijote le corona el aula
do Belona preside, (N) y dél se precia,
más que Grecia ni Gaula, la alta Mancha. (N)
Nunca sus glorias el olvido mancha,

pues hasta Rocinante, en ser gallardo,
excede a Brilladoro y a Bayardo.

DEL BURLADOR,
ACADÉMICO ARGAMASILLESCO,
A SANCHO PANZA
Soneto .

Sancho Panza es aquéste, en cuerpo chico,
pero grande en valor, ¡ milagro estraño !
Escudero el más simple y sin engaño
que tuvo el mundo, os juro y certifico.

De ser conde no estuvo en un tantico,
si no se conjuraran en su daño
insolencias y agravios del tacaño
siglo, que aun no perdonan a un borrico.

Sobre él anduvo -con perdón se miente -
este manso escudero, tras el manso
caballo Rocinante y tras su dueño.

¡ Oh vanas esperanzas de la gente;
cómo pasáis con prometer descanso,
y al fin paráis en sombra, en humo, en sueño !

DEL CACHIDIABLO, (N)
ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA,
EN LA SEPULTURA DE DON QUIJOTE
Epitafio .

Aquí yace el caballero,
bien molido y mal andante,
a quien llevó Rocinante
por uno y otro sendero.

Sancho Panza el majadero
yace también junto a él,
escudero el más f
que vio el trato de escudero.

DEL TIQUITOC,
ACADÉMICO DE ARGAMASILLA,
EN LA SEPULTURA DE DULCINEA DEL TOBOSO
Epitafio

Reposa aquí Dulcinea;
y, aunque de carnes rolliza,
la volvió en polvo y ceniza
la muerte espantable y fea.

Fue de castiza ralea,
y tuvo asomos de dama;
del gran Quijote fue llama,
y fue gloria de su aldea.

      Éstos fueron los versos que se pudieron leer; los demás, por estar carcomida la letra, se entregaron a un académico para que por conjeturas los declarase. Tiénese noticia que lo ha hecho, a costa de muchas vigilias y mucho trabajo, y que tiene intención (N) de sacallos a luz, con esperanza de la tercera salida de don Quijote
     
Forsi altro canterà con miglior plectio.
Finis.




















N-1,0,1. Diego López de Zúñiga, séptimo duque de Béjar, lo fue desde el año de 1601, en que heredó a su padre D. Francisco, hasta el de 1619, en que falleció.
Sobresalió en Miguel de Cervantes la prenda de agradecido, de lo que dio pruebas hasta en el punto de su muerte, como se ve por la dedicatoria de los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda, que dirigió a su protector el conde de Lemos, después de haber recibido la Extremaunción. Supuesto lo cual, es muy notable que siendo el duque de Béjar tan amante de las letras como aquí se pondera, y habiéndose recibido la primera parte del QUIJOTE Con tanta aceptación y aplauso del público, que en un año se hicieron tres ediciones, dos en Madrid y una en Valencia, es muy notable, digo, que Cervantes no le dedicase también la segunda parte, ni le volviese a nombrar en sus obras.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,2. Pudiera creerse que estas palabras aludían a la tradición de que habló D. Vicente de los Ríos, sobre la dedicatoria de la primera parte del QUIJOTE. Dícese que el duque de Béjar, solicitado por Cervantes e informado del asunto del libro, no quiso al pronto que se le dedicase; pero que habiendo ceñido Cervantes su solicitud a que oyese leer un capítulo, fue tanto lo que le agradó su lectura, que depuso su preocupación, colmó de elogios al autor y admitió gustoso la dedicatoria. Dado que la tradición fuese cierta, me parece muy aventurada la conjetura de Ríos sobre que el motivo de la repugnancia del Duque sería el temor de exponer su reputación, si permitía que se leyese su nombre al frente de un libro que sonaba ser de caballerías. Más verosímil fue que el Duque, noticioso del objeto del QUIJOTE, no quisiese mostrarte fautor de la empresa de desterrar la lectura de las historias caballerescas, cuya afición era entonces tan común entre los grandes señores, como se ve por repetidos ejemplos, incluso el de la misma casa de los duques de Béjar.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,3. Se ha dudado de la propiedad y conveniencia del título que Cervantes puso a su obra. Entre sus contemporáneos no faltó quien lo tachase de abultado y hueco. Don Juan Antonio Pellicer opinó que la calidad de ingenioso se aplicaba, no a la persona del hidalgo, sino a la obra, para denotar el ingenio con que estaba escrita; pero el mismo Cervantes refutó esta opinión en el epígrafe del capítulo I, que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso Don Quijote. Lo mismo se repite en el título del capítulo XVI; y al concluirse la segunda parte, después de contar el fallecimiento de DON QUIJOTE, se dice: este fin tuvo el ingenioso Hidalgo de la Mancha. Por cuyos pasajes es claro que Cervantes calificó de ingenioso, no a su libro, sino a su héroe. Más plausible que la opinión de Pellicer pudiera parecer la de que se llamó ingenioso al QUIJOTE por pertenecer a la clase de libros de invención y de ingenio, al modo que diríamos el Ingenioso Lazarillo, de D. Diego de Mendoza, la Ingeniosa República literaria, de D. Diego de Saavedra; pero no deja este arbitrio Cervantes, aplicando exclusivamente, como acaba de verse, la calidad de ingenioso a la persona de su Hidalgo. Así que todas las explicaciones ofrecen inconvenientes. Si lo ingenioso se dice por la persona, recae mal sobre un loco; si por el ingenio con que está escrito el libro, es vanidad y jactancia del autor; si por ser la obra de la clase de las de ingenio y entretenimiento, el mismo Cervantes lo contradice. Lo que no admite duda, como resulta de todo lo precedente, es que el título de Ingenioso Hidalgo es oscuro y, por consiguiente, poco feliz.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,4. Siguiendo el hilo de la metáfora debió decirse: +qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino un hijo seco, avellanado, antojadizo... bien como quien se engendró en una cárcel? Diciéndose la historia del hijo, y más llamándose a este seco y avellanado, ocurre que el hijo es DON QUIJOTE, y lo engendrado en la cárcel no fue DON QUIJOTE, sino su historia.
La especie de que Cervantes ideó el plan del QUIJOTE estando preso, la confirmó el que con el nombre supuesto de Alonso Fernández de Avellaneda escribió la continuación del QUIJOTE que se imprimió en Tarragona el año de 1614. Tildando en su prólogo a Cervantes, dice que disculpa los yerros de su primera parte el haberse escrito entre los de una cárcel, y así no pudo dejar de salir tiznada de ellos, ni salir menos que quejosa, murmuradora, impaciente y colérica, cual lo están los encarcelados.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,5. La vanidad de los escritores del tiempo de Cervantes hacia preceder de ordinario en las impresiones de sus libros los elogios que mendigaban de sus aficionados. Estos elogios eran por lo regular composiciones poéticas breves, como sonetos, redondillas y epigramas, según aquí se dice. Lo singular es que Cervantes, que moteja y ridiculiza este abuso, había incurrido en él en su Galatea, y contribuyó también muchas veces con sus composiciones a elogiar varios libros impresos de sus conocidos y amigos, según lo muestran las noticias que se leen en su Vida, escrita con suma erudición y diligencia por don Martín Fernández de Navarrete. Así lo hizo en la Austriada de Juan Rufo, en el Romancero y otras obras de Pedro de Padilla, en el Cancionero de López Maldonado, en la Filosofía cortesana de Alonso de Barros, etcétera.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,6. Significa comúnmente lo mismo que a horas desusadas y extraordinarias, indicando las más avanzadas de la noche: aquí equivale a inesperadamente, cuando no se aguarda.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,7. Cervantes publicó su Galatea en el año de 1584, y desde entonces no había dado a luz cosa alguna hasta el de 1605, en que se imprimió la primera parte del QUIJOTE. Eran veintiún años los que había estado durmiendo para el público en el silencio del olvido. Esta expresión usando de rigor, pudiera tildarse, porque el olvido ni calla ni habla; y acaso en el original se diría que había dormido en el silencio y el olvido, callando Cervantes y olvidando el público.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,8. Moderación que por excesiva pudiera parecer afectada. La invectiva fue la prenda en que sobresalió eminentemente Cervantes, y de que él mismo hizo gala en el Viaje al Parnaso, donde le dice Mercurio (cap. I):
Y sé que aquel instinto sobrehumano
Que de raro inventor tu pecho encierra,
No te ha dado el padre Apolo en vano...
Pasa, raro inventor, pasa adelante
Con tu sotil disinio, y presta ayuda
a Apolo, que la tuya es importante.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,9. Según el régimen, parece que los libros son los que tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes, a no ser que deba leerse los leyentes que tienen a sus autores. El QUIJOTE se imprimió con tanta negligencia, que hay fundado motivo para sospechar que muchos de sus defectos son de la imprenta, más bien que del original.
Leyentes, elocuentes; cacofonía que se hubiera evitado con sólo poner lectores en vez de leyentes.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,10. Se habló antes de la costumbre de poner en las obras sonetos y otras composiciones poéticas en su elogio. Los libros, especialmente siendo de entretenimiento, se imprimían por lo común con esta circunstancia, que también suele encontrarse en obras de otro carácter, como la Biblioteca Española de D. Nicolás Antonio, a la que, a estilo de su siglo, preceden veintiuna composiciones laudatorias en castellano, italiano, latín y griego. En la Mosquea de D. José de Villaviciosa, se leen once composiciones que la elogian en latín, italiano y castellano: ocho en la Angélica de Luis Barahona: seis en La Araucana de D. Alonso de Ercilla; doce en el Cancionero de López Maldonado; ocho en el Tesoro de varias poesías de Pedro de Padilla; y diez y seis en el poema de Los amantes de Teruel por Juan YagÜe. En el Viaje entretenido de Agustín de Rojas se hallan veinticuatro elogios compuestos por autores de todas clases, entre ellos damas, doctores, caballeros del hábito, un Marqués y un alguacil. Pudieran alegarse infinitos ejemplos, pero sólo se añadirá, por ser más del caso, el de las obras del famoso Lope de Vega, las cuales se publicaban siempre con numerosos encomios como sucedió en el Peregrino, el Isidro y La Arcadia, pero señaladamente en Las Rimas, que se imprimieron en Barcelona en 1604, año inmediatamente anterior al de la publicación de la primera parte del QUIJOTE, y salieron acompañadas nada menos que de veintiocho composiciones métricas en loor suyo; entre sus autores se cuentan el Príncipe de Fez, el Duque de Osuna, el Marqués de la Adrada, los Condes de Villamor y Adacuaz, el Comendador mayor de Montesa, tres poetisas y varios poetas conocidos de aquel tiempo, entre ellos el mismo Cervantes. Si esta demostración de amistad por parte de nuestro autor no fue muy espontánea, y si la exigieron con algún rigor las circunstancias, esto quizá acabó de mover su bilis en el presente pasaje de su prólogo, donde tantas señas hay de que están indicados los escritos de Lope. Sospechas que se confirman con el cargo que hace a Cervantes Alonso Fernández de Avellaneda en el prólogo de su Quijote contrahecho, porque reprendido el uso de poner sonetos en alabanza de los libros, bajan los suyos en los principios de los libros del autor de quien murmura. En general no puede dudarse de que a Cervantes le mortificaba la celebridad de Lope de Vega, y que no fueron del todo sinceras las protestas con que en el prólogo de la segunda parte del QUIJOTE procuró satisfacer a la reconvención de Avellaneda.
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N-1,0,11. No se dice remediar las cosas que faltan, sino remediar la falta de las cosas. Las faltas y no las cosas son las que se remedian. En el progreso del prólogo se dice con mayor corrección: pues estadme atento, y veréis como... remedio todas las faltas que decís.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,12. Expresión algo confusa que dejaría de serlo si se expresase el verbo sustantivo: De aquí nace la suspensión en que me hallastes, siendo bastante causa para ponerme en ella la que de mi habéis oído.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,13. Ahora diríamos para suspender y absortar; pero así se hablaba y escribía en tiempo de nuestros mayores, usando a veces de la partícula de en vez de para. Poderoso es Dios de hacer de los corazones empedernidos hijos creyentes, dijo Alejo Venegas (Agonía del tránsito de la muerte, punto 2, cap. VII). Y en la Galatea decía Silerio, el amigo de Timbrio: a tantas fuerzas juntas no fue poderosa la sola mía de resistirlas (lib. I).--Absortar es palabra nueva que no me acuerdo haber visto en otros escritores. Cervantes introdujo ésta y otras en su QUIJOTE, y no siempre con felicidad, por no haberlas adoptado todas el uso común.
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N-1,0,14. Voz de origen griego, usada ya de los italianos viviendo el autor del Diálogo de las lenguas, quien deseaba se introdujese en el idioma castellano. Cumplióse este deseo en el tiempo que medió hasta Cervantes, haciéndose común entre nuestros escritores. D. Sebastián de Covarrubias la insertó en su Tesoro de la lengua castellana, impreso en 1611.
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N-1,0,15. Otro indicio de que Cervantes quiso motejar (y en esto con mucha razón) a Lope de Vega, quien en su poema El Isidro, publicado por primera vez el año de 1599, incurrió en la redundante y fastidiosa erudición que aquí se nota, atestando las márgenes de citas y acotaciones, tomadas indistintamente de lo sagrado y de lo profano, mezclando lo humano con lo divino, todo revuelto, con el desorden que ya se dijo y censuró anteriormente. Se encuentran citas del Apocalipsis y de Aristóteles, del Breviario Toledano y de los Bracmanes, de la Crónica del Cid y del Cántico de los Cánticos, de Merlín y de los Trenos de Jeremías.
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N-1,0,16. Que y los son pronombres de un mismo nombre, y por consiguiente hay repetición viciosa. Pudiera también excusarse, sin perjuicio de la claridad, el artículo. Cuesten está mal en plural, porque el buscallos, que es el sujeto o supuesto de la oración está en singular. Quedaría remediado todo con poner latines que os cuesten poco trabajo buscar o latines que os cueste poco trabajo buscar.
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N-1,0,17. No fue Horacio quien lo dijo, sino el autor anónimo de las fábulas llamadas Esópicas, libro II, fábula 14 del Can y el Lobo, donde se lee:
Non bene pro toto libertas venditur auro:
Hoc c嫥ste bonum pr峥rit orbis opes.
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, poeta castellano que vivió a principios del siglo XIV, tradujo esta sentencia en la fábula de las Ranas pidiendo rey:
Libertad e soltura non es por oro comprado.
(Colección de poetas anteriores al siglo XV, tomo IV, pág. 39)
Y dos siglos después, D. Diego López de Haro concluía así uno de sus romances:
El bien de la libertad
por ningún oro es comprado.
(Romancero de Leipsic, del año 1817, pág. 194.)
De Horacio: son los versos que siguen en el prólogo:
Pallida mors, etc.
(Carm., lib. I, od. 4.)
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N-1,0,18. Entraos dicen las ediciones anteriores; descuido de que no fue capaz Cervantes, y que debió atribuirse al impresor, y enmendarse.
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N-1,0,19. Cervantes fue desgraciado en citas; apenas hace alguna con puntualidad. El presente dístico Donec eris felix, etc., es de Ovidio en el libro I de los Tristes, elegía 6. Cervantes, que escribía con negligencia, lo hubo de equivocar con los Dísticos llamados de Catón, a quien vulgar y malamente se atribuyeron; obra muy posterior a Catón, dividida en cuatro libros, en que se dan reglas y máximas de moral, comprendida cada una en un dístico. Era libro muy conocido y común en tiempo de Cervantes, lo había comentado el célebre Erasmo y traducido al castellano Martín García de Loaisa, canónigo de Zaragoza.
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N-1,0,20. Son palabras de San Mateo al capítulo XV, y no de San Marcos, a quien las atribuye Bowle, aunque repite sustancialmente la misma sentencia al capítulo VI: ab intus de corde hominum mal䟣ogitationes procedunt.
Lo de Diligite inimicos vestros es también de San Mateo, capítulo V.
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N-1,0,21. Los libros de los Reyes son cuatro, y el suceso de Goliat se cuenta en el primero, al capítulo XVI.--En vez de valle de Terebinto, debió decirse valle del Terebinto, porque Terebinto no es nombre de lugar, sino de un árbol propio de países meridionales.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,0,22. Don Antonio de Guevara, fraile menor, Obispo de Mondoñedo, predicador y cronista del Emperador Carlos V, fue uno de los escritores castellanos de mayor reputación dentro y fuera de España: sus cartas se tradujeron al latín, y se imprimieron en Colonia el año 1614. Pero tuvo la extravagante manía de fingir o alterar los hechos históricos de la antigÜedad, revistiéndolos con circunstancias de su invención que daba por verdaderas. Así lo hizo en una carta dirigida a D. Enrique Enríquez, refiriendo con muchas añadiduras forjadas a su antojo las historias de tres célebres rameras antiguas, Lamia, Laida y Flora, amadas, la primera del Rey Demetrio, hijo de Antígono, y la última del gran Pompeyo, y citando para ello autores que no han existido. El sabio D. Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona, en sus Diálogos de las Medallas, reprendió vehementemente esta conducta, tan ajena de la profesión de Guevara, Cervantes la tachó aquí también por su estilo, diciendo, en tono irónico, que el citado daría gran crédito a quien lo hiciese.
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N-1,0,23. Medea, insigne hechicera según la fábula, fue hija de Etas, Rey de Coleos, y ejemplo de mujeres crueles. Enamorada de Jasón, huyó con él de la casa paterna, y perseguida por su padre en la fuga, mató y despedazó a su hermano Absirto, sembrando sus miembros sangrientos por el camino, para que la vista de tan horrible objeto retardase la velocidad de Etas. Celosa después de Jasón por los amores de Creusa, hija de Creonte, Rey de Corinto, abrasó vivos a su competidora y a su padre, y a vista de Jasón mató los dos hijos que había tenido de él, le arrojó sus cuerpos de lo alto de una torre, y valiéndose de sus artes huyó por los aires en un carro tirado de dragones.
Tal es la descripción de la crueldad de Medea, que en la tragedia que lleva su nombre hace Séneca, o quien quiera que fuese su autor. Ovidio, en el libro VI de las Metamórfoses, habla largamente de Medea, pero no exclusivamente de su crueldad, como Séneca: y por consiguiente, parece más natural que éste sea el que aquí cita Cervantes. No sería extraño que habiendo puesto poco antes a Catón por Ovidio, pusiese ahora a Ovidio por Séneca.
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N-1,0,24. Calipso no fue encantadora ni hechicera, que es de lo que aquí se trata. Virgilio habló de Circe, pero sólo de paso, en el libro VI de la Eneida. Homero lo hizo a la larga en el X de la Odisea.
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N-1,0,25. Plutarco, escritor griego, contemporáneo, según se cree de Trajano, escribió varias obras, siendo la más voluminosa e importante las Vidas paralelas de personas ilustres griegas y romanas, entre ellas las de muchos afamados capitanes de la antigÜedad, que es lo que aquí se indica.
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N-1,0,26. León Hebreo, judío natural de Lisboa, vivía en Castilla el año de 1492, en que la expulsión de los judíos, hecha por orden de los Reyes Católicos, le obligó a volver a su patria. De allí pasó a Nápoles y después a Génova, donde vivió ejerciendo la medicina. Escribió los Diálogos de amor, de que según D. José Rodríguez de Castro en su Biblioteca de Rabinos españoles, se hicieron tres versiones al castellano, una por Guedella Jahia, impresa en Venecia, año de 1568, otra por Garcilaso Inca de la Vega en Madrid el de 1590, y otra por Micer Carlos Montesa, que se publicó en Zaragoza, año de 1584, las dos primeras se dedicaron al rey D. Felipe I. Don Nicolás Antonio, en su Biblioteca Española, cita otra versión hecha por Juan Costa, aragonés.
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N-1,0,27. Fr. Cristóbal de Fonseca, del orden de San Agustín, escribió un tratado del Amor de Dios, dividido en dos partes, que se imprimió en Barcelona, año de 1594, repitiéndose después otras ediciones.
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N-1,0,28. Nuevo indicio de que en el presente prólogo Cervantes había tomado por su cuenta censurar a Lope de Vega. Este, en su libro intitulado El Peregrino, puso una tabla por el orden del A B C, de los autores citados en su obra, que llegan a ciento cincuenta y cinco, y lo mismo hizo en El Isidro, poema nombrado también en las notas precedentes, donde la tabla alfabética de autores llega a doscientos sesenta y siete. Esta afectada muestra de erudición se encuentra en varios libros de aquel tiempo y aun del siguiente, en que se repitió, a pesar del rasgo satírico de Cervantes. Dio ejemplo singular de ello D. José Pellicer de Salas en sus Lecciones solemnes a las obras de Don Luis de Góngora, poniendo al principio el índice de los autores que cita en ellas, divididos en sesenta y cuatro clases, que comprenden alfabéticamente dos mil ciento sesenta y cinco artículos. Imprimiéronse las Lecciones el año de 1630.
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N-1,0,29. Al verbo servir en la acepción que aquí tiene, no le corresponde el régimen a, sino para o de, como está al principio de la cláusula. Y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá, etc.
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N-1,0,30. Otro indicio de que la intención de Cervantes era realmente tildar a Lope de Vega; porque Aristóteles, San Basilio y Marco Tulio son tres de los autores que se citan en el catálogo de ellos que está al fin del Isidro de Lope, publicado, según dijimos, en Madrid, el año de 1599.
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N-1,0,31. La encantadora Urganda fue singularmente amiga de Amadís de Gaula. El motivo de llamarse desconocida se explica en el capítulo XI del libro de Amadís, donde el gigante Gandalac, que había educado a Galaor y le llevaba a armarse caballero, le dijo, hablando de Urganda, que se llamaba la desconocida porque muchas veces se transformaba y desconocía. Y en el discurso de la historia se refieren los disfraces que tomó en diferentes ocasiones, apareciendo y ocultándose según quería, como cuando después de la Junta de Reyes y caballeros que tuvo en la ínsula Firme se metió en una fusta o nave que tenía hechura de una gran serpiente; y luego el humo fue tan negro, que por más de cuatro días nunca pudieron ver ninguna cosa de lo que en él estaba; mas en cabo de ellos se quitó, y vieron la serpiente como de antes: de Urganda no supieron qué se hizo (Amadís de Gaula, capítulo CXXVI).
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N-1,0,32. Pellicer afirma que Cervantes fue el inventor de estos versos cortados en los finales, y que le imitó después el autor de la Picara Justina. Publicóse este libro en Bruselas el año 1608, tres años después que la primera parte del QUIJOTE, bajo el nombre de Francisco de Ubeda, pero su verdadero autor fue Fr. Andrés Pérez, religioso dominico, natural de León. En el libro I, número 3¦ del capítulo último, se leen los versos siguientes:
Yo soy Due
Que todas las aguas be.
Soi la Rein de Picardi,
Más que la rud conocí,
Más famo que Doña Oli
Que Don Quijo y Lazari
Que Alfarach y Celesti.
Si no me conoces, cue.
Yo soy Due
Que todas las aguas be.
Lope de Vega puso en su entremés del Poeta un soneto en versos cortados, que empieza así:
Hermosa cara, no os vendáis barat
Ni vuestra linda estrella lo permit,
Ni recibáis de balde la visit
Ni os troquéis, niña, de oro en plat.
Góngora hizo también versos de esta clase, que, sean de quien fueren, no son más que un juguete sin belleza ni mérito particular.
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N-1,0,33. Ir con letura significa ir con intención o propósito: expresión del lenguaje bajo y vulgar, como lo dijo el mismo Cervantes al principio de su Viaje al Parnaso.
Vayan pues los leyentes con letura,
cual dice el vulgo mal limado y bronco,
que yo soy un poeta de esta hechura.
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N-1,0,34. Alude al origen de la Casa Real de Navarra, que se atribuían los Zúñigas, según Fernán Pérez de Guzmán en las Generaciones y Semblanzas, y a la dedicatoria de esta primera parte del QUIJOTE, dirigida a D. Alonso Diego López de Zúñiga, Duque de Béjar, a quien se trata de obsequiar en estos versos.
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N-1,0,35. Audentes fortuna iuvat, dijo Virgilio en el libro X de la Eneida, y Celestina lo citó en el acto primero de su tragicomedia: mas di, como Marón, que la fortuna ayuda a los osados. Fue uno de los versos que Virgilio se dejó sin acabar en su poema: después de concluyó, añadiéndole el hemistiquio timidos que repellit.
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N-1,0,36. Un libro prosaico (que es a quien se dirige esta composición de Urganda la Desconocida) más bien cuenta que canta, y así juzgo preferible la lección contarás que pusieron las dos ediciones primitivas del alto 1065, a la de cantarás que puso la de 1608. En el verso siguiente han leído ociosa todas las ediciones anteriores; pero era conocidamente errata por ociosas, según lo demuestra el verbo plural trastornaron.
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N-1,0,37. El célebre poema de Orlando furioso, escrito por Ludovico Ariosto, empieza así:
Le donne, i cavalier l′arme, g′li amori,
Le cortesie, l′audaci imprese io canto
.
Y repitiendo algunas de estas palabras, decía Urganda de Don Quijote:
Damas, armas, caballe-
Le provocaron de mo-
Que cual Orlando furio-, etc.
Por la repetición de dichas palabras y la mención expresa de Orlando furioso, es claro que en estos versos de Urganda indica Cervantes lo que la lectura del Ariosto influyó en la demencia del hidalgo manchego. No lo tenía menos leído el de Alcalá, como se ve por las frecuentes alusiones del QUIJOTE: el Orlando furioso y el libro de Amadís de Gaula fueron dos de los principales textos de Cervantes.
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N-1,0,38. No llegó a verificarse: Don Quijote se murió sin ver desencantada a Dulcinea, y la maga Urganda, a pesar de su mucho saber y de su don de profecía, anduvo desalumbrada en este pasaje. El verso
a Dulcinea del Tobo-
es largo a no ser que se pronuncie Dulcinea, acabando en diptongo.
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N-1,0,39. Intenta Pellicer aclarar la oscuridad de la presente estrofa por las figuras de Don Quijote, Dulcinea, Sancho y otras, y la alusión que, según supone, envuelve esto a las figuras en el juego de la Primera, muy usado en tiempo de Cervantes; y cree que Urganda aconseja al libro que escarmiente en los ejemplos que alega de personajes ilustres que fueron desgraciados. Para mí la estrofa es ininteligible y la explicación de Pellicer enteramente arbitraria, sin fundamento ni apoyo en el texto. Por lo demás, son bien conocidas las historias del Condestable don Alvaro de Luna, privado del Rey D. Juan el I, que, después de haber mandado muchos años el reino, murió degollado en Valladolid el 2 de junio del año 1452; de Aníbal, capitán cartaginés, vencedor muchas veces de los romanos, a quien últimamente sus desgracias llevaron al punto de tomar un veneno y matarse en Bitinia, no en Italia como Pellicer dice; y del Rey Francisco I de Francia, que, hecho prisionero en la batalla de Pavía el año 1535, estuvo detenido en Madrid hasta que concertó los pactos de su libertad con el Emperador Carlos V.
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N-1,0,40. Don Francisco Bermúdez de Pedraza, en la AntigÜedad y excelencia de Granada (libro II, cap. XXXII), cuenta que el negro Juan Latino "fue traído siendo niño cautivo con su madre a España, donde se crió en casa de la duquesa de Terranova, viuda del Gran Capitán, con la doctrina de su nieto el Duque de Sesa, el cual servía de llevar los libros al estudio... Siendo ya hombre, se casó por amores con Doña Ana Carleval, hija del Licenciado Carleval, Gobernador del estado del Duque; porque dando lección a esta dama, la aficionó de tal suerte con sus donaires y graciosos dichos, que le dio palabra de casamiento; y pedida ante el juez eclesiástico, se ratificó en ello, y casó con él. Estudió artes, y fue maestro en ellas... Se aplicó a leer gramática, y tuvo la cátedra desta ciudad (Granada) más de sesenta años. Fue tan estimado de los Duques de Sesa, Arzobispos y gente principal, que todos le daban su mesa y silla, porque demás de ser gran retórico y poeta latino, era gracioso decidor y buen músico de vihuela. Vivió noventa años, dejando hijas y nietos que hoy viven. Cegó a la vejez, y no obstante esto, leía en las escuelas y por las calles andando. Está enterrado en la iglesia de Señora Santa Ana desta ciudad."
Ambrosio de Salazar, en el libro que imprimió en Ruan el año 1636 con el título de Espejo general de la gramática, dice que conoció a Juan Latino y a cuatro de sus hijas, y que puso escuela de música, latín y griego. Añade otras particularidades, en que no siempre va de acuerdo con Pedraza.
Juan Latino recibió la libertad de mano del Duque de Sesa, con quien se había educado; fue muy favorecido de D. Pedro Guerrero, Arzobispo de Granada, y tuvo el apellido de Latino por su conocimiento en la lengua romana, en la que escribió e imprimió algunas poesías.
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N-1,0,41. Parece errata por No te despuntes de agu-
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N-1,0,42. No ha faltado quien diga que en esta composición, puesta a nombre de Urganda, quiso Cervantes motejar al Duque de Lerma, ministro favorecido del Rey D. Felipe II. Pero nada hay en ella que lo indique. No ha faltado tampoco quien la alabe de discreta; a mí, con perdón de Cervantes, no me lo parece. Tampoco encuentro la semejanza que dice Pellicer con la carta que dirigió Horacio a su libro, ni la ocasión de poner en boca de Urganda esta alocución al QUIJOTE, ni entiendo sus pensamientos, ni hallo otra cosa en ella que oscuridad, confusión y tinieblas.
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N-1,0,43. No hay que extrañar que Amadís de Gaula compusiese el presente soneto, puesto que, según su historia (cap. LI) era poeta, y según la de su nieto Lisuarte de Grecia (capítulo LXVII) sabía bien el castellano. Y nótese, a propósito de esto último, que Amadís, según su historia, vivió muchos años antes que hubiese Castilla, y aun hubo de ser contemporáneo de Poncio Pilatos, puesto que su tercero o cuarto nieto, el Príncipe Anaxartes, nació el año 115 de Jesucristo, según la historia de Don Florisel de Niquea (lib. I, capítulo I).
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N-1,0,44. Alabanza que se da a sí mismo Cervantes: especie de candor que suele verse en los grandes ingenios, en quienes más bien que como arrogancia puede pasar como ingenuidad y como conciencia del propio mérito.
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N-1,0,45. Era un castillo o casa de placer, donde solía residir la sin par Oriana, hija del Rey Lisuarte y de la Reina Brisena, señora de Amadís de Gaula y Archiprincesa de las Princesas caballerescas. "Este castillo de Miraflores estaba a dos leguas de Londres y era pequeño: mas la más sabrosa morada era que en toda aquella tierra había: que su asiento era una floresta a un cabo de la montaña, y cercada de huertas que muchas frutas llevaban y de otras grandes arboledas, en las cuales había hierbas y flores de muchas guisas. Y era muy bien labrado a maravilla; y dentro había salas y cámaras de rica labor, y en los patios muchas fuentes de agua muy sabrosa, cubiertas de árboles que todo el año traían flores y frutas. E un día el allí el Rey a cazar, y llevó consigo a la Reina e a su hija: e porque vio que su hija mucho se pagaba de aquel castillo por ser tan fermoso, diósele por suyo. E ante la puerta dél había, un trecho de ballesta, un monasterio de monjas, que Oriana mandó hacer después que suyo el, en que había mujeres de buena vida." (Amadís de Gaula, cap. LII.).
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N-1,0,46. Las primeras ediciones dicen sus Lóndres. La Academia Española lo corrigió poniendo su Lóndres, como forzosamente diría el original.
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N-1,0,47. Los afectos de Amadís no fueron tan puros y platónicos como los de Don QUIJOTE. Alúdese en el fin del soneto a los pasos, no muy decentes, del galanteo de Amadís, a la soledad y encierro que de resultas de ellos y para salvar su honor tuvo que guardar Oriana, y a la necesidad en que se vio de poner en un cajón y echar al Támesis al niño Esplandián, fruto de sus amores.
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N-1,0,48. La voz escudera, está usada como adjetivo, y no lo es. Hubiera podido decirse:
La escuderil llaneza con que acusa.
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N-1,0,49. A solo tú, combinación intolerable, porque lo es el régimen a tú; y tanto más, cuanto más fácil era haberlo evitado, diciendo:
Que solo a ti nuestro español Ovidio.
Cervantes se dio a sí mismo el nombre de Ovidio español, porque a la manera que el latino describió las transformaciones de los héroes en personajes de la fábula, él describió las que se forjaron en la desvariada imaginación de Don Quijote, como las de ventas y aceñas en castillos, de molinos de viento en gigantes y de rebaños en ejércitos. Este pensamiento es de Pellicer; y el mismo Cervantes introduce en la segunda parte del QUIJOTE un escritor que estaba componiendo un libro con el título de Metamorfoseos u Ovidio español, porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, se pintaba quién había sido la Giralda de Sevilla, el Angel de la Magdalena, la fuente de la Priora y del Piojo, dando origen elevado y misterioso a objetos.
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N-1,0,50. Dice D. Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, que el Buz es el beso de reverencia y reconocimiento que da uno a otro, y entre otras monerías que la mona hace es el buz, tomando la mano y besándola con mucho tientoà y luego poniéndola sobre la cabeza.
hacer el buz equivale a obsequiar o festejar, y así decía un andaluz a una dama en el Romancero general de Pedro de Flores (parte 5¬., fol. 124):
Adiós, que es gran molimiento
vivir haciéndote el buz.
En una composición de D. Antonio de Solís dice la Luna a Apolo, disputando sobre el patronazgo de los poetas:
Aquellos rayos, señor,
con que me hacías el buz,
ya no son rayos de luz,
sino rayos de dolor.
Y Villaviciosa, en el prólogo de la Mosquea hablando con el lector, le dice:
Y bien sé que el día de hoy
es grave y pesada cruz
hacerte, lector, el buz.
Pero señaladamente el buz se aplica a las monas, como se ve en la comedia del Rufián dichoso (de Cervantes), donde encarga Fr. Antonio a uno que partía de Méjico para España que saludase a cierta persona:
Encájele un besapiés
De mi parte y otros dos
Buces, a modo de mona.
En la Gran Conquista de Ultramar (lib. 2, capítulo CCLV) se cuenta que, junto a la corte del rey Corvalán, un lobo se llevó atravesado en la boca a un infante, sobrino del Rey, y huyó por montes y barrancos. Perseguíale el conde Harpín a caballo; pero no pudiera quitarle el niño, ni aun alcanzarlo, si no hubiera salido de través un gimio muy grande y viejo, que, agradado del niño, se lo quitó al lobo. E desque tovo al niño, dice la historia, fizo del buz al lobo por escarnio, como el gimio sabe facer, e fuese huyendo por el monte muy alegre. Siendo esto así, no es de extrañar que el buz lleve también alguna mezcla de burla, como indica Gandalín en su soneto. La añadidura de corona al buz, puede tener conexión con lo que dice Covarrubias de tomar las monas la mano, besarla y ponerla sobre la corona o coronilla de la cabeza. Por esta adición sobrentendida de corona Se convertiría el buz masculino en buz femenino, cuando despidiéndose Estebanillo González de una daifa, le decía (parte 2¬., capítulo IV):
Sólo estoy arrepentido
de que te hice la buz.
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N-1,0,51. Si fueron oscuros los versos de Urganda, no lo son menos los del Donoso. Se da a entender, según parece, que Sancho, siguiendo la autoridad del gran político Villadiego y de la madre Celestina, se retiró discretamente del servicio de Don Quijote; pero no fue así. Lejos de abandonarle en vida, al tiempo de su muerte le exhortaba a salir al campo, ofreciéndole su compañía para la vida pastoril que había proyectado. Prescindo de la impropiedad con que se pone en boca de Sancho la mención de Tácito, la opinión que había formado de la Celestina y la razón en que la fundaba.
Dice Sancho que puso pies en polvorosa, que es la calle en el idioma germanesco de los rufianes. Poner pies en polvorosa equivale a escapar, huir, y se halla ya en la colección anónima de refranes que se imprimió en Zaragoza el año 1549. En la misma se halla también lo de coger las calzas de Villadiego, y aun antes, en la antigua tragicomedia de la Celestina. A esto aluden los versos del Donoso.
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N-1,0,52. La Celestina o Tragicomedia de Calixto y Melibea es un drama prosaico escrito en el siglo XV, cuyo argumento es la seducción de Melibea por Calixto, auxiliado por la vieja hechicera y alcahueta Celestina, que finaliza en que Melibea se arroja despechada de una torre a vista de su padre. El principio del drama se atribuye a Rodrigo Cota, toledano, y lo siguiente lo escribió Fernando de Rojas, natural de la Puebla de Montalbán. El autor del Diálogo de las lenguas, crítico sabio que floreció en el reinado de Carlos V, dijo de la Celestina, que ningún libro había escrito en castellano donde la lengua estuviese más natural, más propia ni más elegante. Se imprimió por primera vez en Salamanca el año de 1500, y en todo el siglo XVI y principios del XVI se reimprimió muchas veces dentro y fuera de España. Don Leandro Moratín en sus Orígenes del teatro español da noticia de veintiuna ediciones hechas en aquel tiempo, y probablemente no las conoció todas. En la misma centuria XVI se hicieron tres traducciones francesas de la Celestina: una de ellas, que es anónima y se imprimió en París el año 1527, se hizo, no del texto español, sino de otra traducción italiana. Don Pedro Manuel de Urrea, hijo de los Condes de Aranda, su pariente D. Jerónimo Jiménez de Urrea y Juan Sedeño, la pusieron en verso, y Feliciano de Silva escribió la Segunda Celestina o la Resurrección de Celestina, impresa, según Pellicer (Histrionismo, tomo I), en Venecia, el año de 1536. D. Tomás Tamayo de Vargas, en su Biblioteca española (manuscrito que existe en la Biblioteca Real de Madrid), citó la tercera parte de la tragicomedia de la Celestina, compuesta por Gaspar Gómez de Toledo e impresa en esta ciudad el año de 1539. La lectura de la Celestina era entonces tan general como lo fue después la del QUIJOTE, del que puede decirse que le sucedió en el principado de la popularidad, puesto que después de su publicación apenas se imprimió una u otra muy rara vez la Celestina.
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N-1,0,53. El objeto moral de la tragicomedia de la Celestina es precaver a la juventud de los artificios y engaños de las malas mujeres. El mismo objeto se había propuesto el Bachiller Alfonso Martínez, Arcipreste de Talavera y capellán del rey Don Juan el I de Castilla, en su obra intitulada Tratado contra las mujeres, a la que se dio posteriormente el nombre de Corbacho, por la semejanza de su asunto con otra anterior del célebre italiano Juan Bocacio, que lleva este título. De la del Arcipreste se hicieron tres ediciones, una en Burgos el año de 1499, otra en Toledo el de 1518, y otra en Sevilla el de 1547.
Dice Cervantes que la tragicomedia de la Celestina sería un libro divino si encubriera más lo humano, esto es, si no pusiera a la vista y tan a las claras las escenas que realmente pasan en el mundo, pero cuya pintura, siendo tan viva y desnuda, puede perjudicar a las costumbres de los lectores. Allí se ven los extravíos de la juventud y los medios de corromper a la inocencia con el auxilio de una mala vieja, que emplea toda clase de artificios, incluso los supersticiosos de la hechicería, para conseguir su depravado intento, por lo que, no sin oportunidad y gracia, el Maestro Alejo Venegas, lamentando los males que producía semejante lectura, en vez de Celestina la llama Scelestina (Tratado de ortog., parte 2a, cap. II). Quedaron en proverbio los Polvos de la Madre Celestina, y se profanó el respetable y dulce nombre de Madre, que se dio en adelante a las alcahuetas, como la Madre Labrusca en el Gran Tacaño de Quevedo (cap. XV), donde también se citan como famosas la Madre Guía en Madrid, la Vidaña en Alcalá y la Planosa en Burgos. Quevedo, con su chocarrería ordinaria, decía que hay madres de putas como hay padres de locos.
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N-1,0,54. Alusión al pasaje del Lazarillo de Tormes, cuando hurtó el vino a su amo el ciego que tenía asido el jarro, chupándolo por medio de una paja larga. Por lo demás, esta redondilla es tan oscura y tan mal compaginada como la anterior. Parece que Rocinante se jacta de que tomó para sí la cebada y dejó para otros la paja. Es menester confesar que el poeta entreverado no sobresalía por el don de la claridad.
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N-1,0,55. Juega con el doble sentido de la palabra Par, que unas veces significa igual, y otras se da a los Pares de Francia.--El soneto es ininteligible y malo de veras.
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N-1,0,56. La Princesa Claridiana, hija del Emperador de Trapisonda y de la Reina de las Amazonas, personaje principal de la historia del Caballero del Febo.
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N-1,0,57. No encuentro semejante nombre en los libros caballerescos, y así lo considero invención de Cervantes, que quiso poner en su boca este soneto de lenguaje viejo y anticuado. La palabra raheces que en él se encuentra, se usa en el Fuero juzgo y otros libros antiguos, y significa despreciables, de poco valor. Calificación que puede aplicarse a las composiciones poéticas puestas al principio del QUIJOTE, las cuales, por lo cautivas y raheces pudieran sugerir, no sin algún fundamento, la sospecha de que Cervantes quiso remedar en ellas al vivo los elogios métricos de los amigos del autor impresos con los libros, como arriba se dijo, indicando que generalmente eran exagerados, oscuros y malos.--A lo mismo parece que se dirige el siguiente diálogo entre Babieca y Rocinante; no pudo ridiculizarse más la manía de poner al frente de los libros esta clase de elogios, que suponiendo bestias a sus autores.

[1]Capítulo I Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha
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N-1,1,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,1,2. Ya desde tiempo de los Reyes Católicos reinaba la máxima de que abundasen por todas partes las armas; y esto de tenerlas a la vista y en los portales de las casas debió ser usanza común puesto que el obispo de Mondoñedo, D. Antonio de Guevara, cronista y predicador de Carlos V, en su libro del Menosprecio de la Corte, escribiendo el ajuar de un hidalgo de aldea, cuenta una lanza tras la puerta, un rocín en el establo y una adarga en la cámara. Las tres circunstancias que se verificaban en Don Quijote.
Astillero viene del latino hasta o lanza, porque era una armazón o percha de madera en que se colocaban las lanzas, y solía servir de adorno y autoridad en los portales de las casas. Ahora se usa para colocar los fusiles en las casas donde asisten soldados de guardia.
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N-1,1,3. Los llanos de la Mancha proporcionan a sus naturales la diversión de correr liebres, género de caza a que son muy inclinados, y en que el rocín y el galgo son requisitos esenciales. Dicen que los latinos llamaron a los galgos perros gálicos o de las Galias, y de aquí les vino, al parecer, el nombre de galgos.
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N-1,1,4. Nota Cervantes la mezquindad con que los hidalgos manchegos, aprovechando los restos de la carne de la comida, los convertían en salpicón para la cena. Salpicón se dijo, como carne picada con sal. Asimismo, cuando se morían o desgraciaban por cualquier accidente las ovejas, acecinaban la carne para los usos domésticos, y aprovechaban las extremidades y aun los huesos quebrantados de lo que hacían olla, llamándola, según Pellicer, duelos y quebrantos; duelos, por el que indicaban del dueño del ganado, y quebrantos, por el de los huesos de las reses.
Esta clase de olla, como menos sustanciosa y agradable, se permitía comer los sábados en España, donde con motivo de la victoria de las Navas, ganada por el Rey Don Alonso el VII contra los moros en el año de 1212, se instituyó la fiesta del Triunfo de la Santa Cruz, y se hizo voto de abstinencia de carnes los sábados. Así lo refiere Diego Rodríguez de Almela, capellán de los Reyes Católicos, en el Valerio de las historias escolásticas (lib. I, título IV, cap. VI). Duró esta costumbre hasta mediados del siglo XVII, en que la abolió el Papa Benedicto XIV.
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N-1,1,5. Son las tres cuartas partes, aunque familiarmente suele no expresarse.
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N-1,1,6. El sayo de Don Quijote era del mismo paño que usaba en sus sobretodos el condestable D. Alvaro de Luna. El bachiller Fernán Gómez de Cuidad Real escribía al Rey Don Juan el I, que estando D. Alvaro sobre Alburquerque, dio a un mensajero que le trajo una noticia agradable, el sobrecapote que tenía, que era de fino belarte con seis tiras de belludo pardo (Centón epistolar, epístola XXXVI). En otros pasajes de las cartas del mismo bachiller, se hace mención, entre otras telas, del medio belludo y del belarte morisco. Andando el tiempo, las mujeres usaban todavía el belarte para sus mantos a principios del reinado de Felipe I, según Luis Cabrera en la historia de este Príncipe (lib. I, cap. IX); pero ya en los días de Cervantes, después de introducidos los limistes y veinticuatrenos de Segovia, estaba reducido el belarte al uso de los hidalgos de pueblos cortos.
Las calzas eran lo que ahora llamamos calzón largo o pantalones, como llamamos también medias a las medias calzas, las cuales cubrían las piernas sin el muslo: las calzas hacían el oficio de calzones y medias. El nombre de belludo se daba al terciopelo y a la felpa, aparentemente, por el bello que tienen estas telas. Pantuflos, calzado holgado, propio de gente anciana y grave, dice D. Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua Castellana. El bellori era paño entrefino de color de la lana, pero de calidad inferior a la del belarte.
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N-1,1,7. Nunca vuelve a mencionarse este mozo y, por consiguiente, es un verdadero ripio en la fábula como lo sería entre los personajes de la comedia el que ningún papel hiciese en ella.
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N-1,1,8. Empieza Cervantes a dar afectada antigÜedad a las cosas de Don Quijote, hablando de ellas como si el progreso de los tiempos y la variedad de los escritores hubieran podido dar lugar a dudas y opiniones diversas. Mas esto no viene bien con los sucesos modernos y aun coetáneos de Cervantes, de que se hace mención en el INGENIOSO HIDALGO; punto que dará materia a otras observaciones en el discurso de estas notas.
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N-1,1,9. El célebre don Diego Hurtado de Mendoza, autor Guerra de los moriscos de Granada, había precedido a Cervantes en la censura del estilo de Feliciano de Silva. En las cartas del bachiller de Arcadia, papel que anda manuscrito en manos de los curiosos. +Paréceos, amigo, dice, hablando con Pedro de Salazar, autor de una Historia de la guerra, que el Emperador Carlos V hizo a los protestantes de Alemania; paréceos, amigo, que sabré yo hacer un medio libro de D. Florisel de Niquea, y que sabría ir por aquel estilo de alforjas que parece, este es el gato que mató al rato, y que sabría decir: la razón de la razón que es sinrazón, que por razón de ser vuestro, tengo para alabar vuestro libro? Mía fe, hermano Salazar, todo está en venturaàà +Veis ahí a Feliciano de Silva, que en toda su vida salió más lejos que de Ciudad Rodrigo a Valladolid, y ha andado siempre entre Daraya y Garaya metido, e la Torre del Universo, donde tuvo encantado, según dice su libro, diez y siete años a Dios Padre? Con todo eso tuvo de comer y aun de cenar; y vos que habéis andado, visto y peleado, servido, escripto y hablado más que todo el ejército junto que envió el Emperador a esa guerra, no tenéis ni aun de almorzar.
Feliciano de Silva, natural de Ciudad Rodrigo, escribió la Crónica de los muy valientes caballeros D. Florisel de Niquea y el fuerte Anaxartes, que según se deduce de las expresiones de D. Diego de Mendoza, hubo de producir a su autor utilidades de consideración, a pesar de sus disparates. Cervantes, en el presente pasaje, aludió a varios de la tercera parte de la Crónica de D. Florisel, como el del capítulo I, donde dice la Reina Sidonia, hablando con su rival Elena: íoh, amor!, +para qué me quejo de tus sinrazones, pues más fuerza en ti la sinrazón tiene que la razón?... íOh, Elena!, +y qué fue la razón que gozases tú de mi gloria sino la poca que en amores hay? íOh!, que quiero dar fin a mis razones por la sinrazón que hago de quejarme. En el cap. VI, decía la Princesa Elena a la Emperatriz Niquea: por la misma razón sintiera la vuestra grandeza la sinrazón que de mi parte no conocéis. Y más abajo: no se hable más de esto, dijo el Emperador, pues que en la razón de amor, las sinrazones se toman por más. En otro lugar, congratulándose Amadís de Grecia por la vista de Niquea, a quien juzgaba muerta, contesta Niquea entre otras lindezas: íOh, mi señor! +Cómo demandáis respuesta a vuestras razones, pues la razón que con ellas salen, os dan la razón de quien las dice? (cap. LXXVII.)
Este ovillejo de razón y sinrazón, que ridiculizaron Mendoza y Cervantes, es un ejemplo de los infinitos que ofrece del mismo género la Crónica de D. Florisel. íay!, que veo tanto que con lo mucho que veo no me veo: así decía Daraida hablando con la Princesa Diana (capítulo XX). +Estás cansado? , dijo ella. De pensar como no canso, dijo él; mas no hay cansancio, que con el cansancio de tal pensamiento no tome descanso (capítulo XXVI). Y en otro lugar (capítulo LXII): el fuego de Lucela me abrasa, templando su fuerza con la fuerza de mayor fuerza que la muerte de mi Niquea me hace. íOh, muerte! , decía otra vez Daraida (capítulo CVI), +y para qué me tornas la vida? íOh, vida!, +por qué me niegas la muerte? íOh, amor!, +por qué usas de desamor? íOh, desamor, +por qué te llamas amor?àà íAy de mí!, que cosa quiero, que no me la niegue el quererlo: cosa no quiero, que el querer no me la otorgue. Mofándose Fraudador de los Ardides (un encantador) de dos doncellas que por engaño suyo quedaron atolladas al pasar un río, les decía (capítulo LXXXIX): a la frescura de la ribera podéis cherriar cuando venga la mañana... E si non quisierdes servir de aves de campo, serviréis de aves de río, y tan de río, que me río.
Estos juguetes de mal gusto no eran sólo de Feliciano de Silva, sino también de otros autores de su tiempo, y especialmente de los poetas. En la composición de Francisco de la Fuente, que se incluyó en el Cancionero general de Sevilla del año 1540 (folio 103), se lee:
íAi que no hai amor sin ai!
íAi que el ai tanto me duele,
que muero por ver si hai
algún ai que mi ahi encele!
En un romance morisco de la Colección de Pedro de Flores (parte II, fol. 64):
A un balcón de un chapitel
el más alto de su torreàà
estaban dos damas moras
en suma beldad conformes:
suma que es suma en quien suma mil sumas de corazones.
Muestra es de lo mismo el pasaje del moro Arbolán, en la propia Colección (parte I folio 27):
Busca el gallardo Arbolán
su bella mora Guahala,
mora que en su pecho mora,
mora
que enamora y mata.
Vióla con su mora Alcida
de pechos a una ventana,
pechos a quien paga pecho
e que los pechos abrasa.
Conoce en ella de lejos
serena frente y bonanza,
frente que puestas en frente
no es mucho afrente mil almas.
El moro se regocija
con vista tan dulce y grata,
vista que vista condena
en vista y revista el alma.
Es circunstancia reparable que Feliciano de Silva dedicó su Crónica de D. Florisel al Duque de Béjar, bisabuelo del otro Duque de Béjar, a quien Cervantes dedicó su QUIJOTE.
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N-1,1,10. Tanto en los libros de caballerías como en nuestras antiguas crónicas, es frecuente dar el nombre de maestros a los cirujanos y médicos, en cuya significación usó de palabra Juan Lorenzo, autor del antiguo Poema de Alejandro, escrito, según conjeturas verosímiles, a mediados del siglo XII (copla 1691). Lo mismo significaba maestro en la lengua antigua francesa (Ducange, art. Ma gister). En la relación del Paso honroso de Suero de Quiñones, función caballeresca que se celebró a orillas del Orbigo el año 1434, se dice que asistieron allí de cirujanos el Maestre Alfonso e el Mestre Rodrigo, vecinos de León, e el Maestre Manuel, vecino de Aguilar; et de físico en Medicina sabidor el Maestre Salomón Seteni, médico de los padres de Suero, el capitán de las justas. Ejemplos de lo mismo se encuentran a cada paso en las historias de los caballeros andantes.
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N-1,1,11. Don Belianís ni era encantado, y por lo tanto invulnerable como Orlando, ni tenía armas encantadas, como otros caballeros andantes: lo que, junto con su carácter, sobremanera fogoso y pendenciero, produjo aquel número extraordinario de heridas que recibió, según cuenta su historia. Sólo en los dos primeros libros, de los cuatro de que consta, se cuentan ciento y una heridas graves, y probablemente son más las de los dos libros que siguen: pero no me ha alcanzado la paciencia para contarlas, y no ha sido menester poca para hacerlo en los dos primeros.
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N-1,1,12. Jerónimo Fernández, autor de la Historia de Belianís de Grecia, dice al concluirla, que bien quisiera referir los sucesos que dejaba pendientes: mas el sabio Friston (autor del original, según se supone), pasando de Grecia en Nubia, juró había perdido la historia, y así la tornó a buscar. Yo, continúa Fernández, le he esperado, y no viene; y suplir yo con fingimientos a historia tan estimada, sería agravio; y así la dejaré en esta parte, dando licencia a cualquiera a cuyo poder viniere la otra parte, la ponga junto con ésta, porque yo quedo con harta pena y deseo de verla. Esta indicación equivalía a una verdadera promesa de continuar la historia que quedaba pendiente.
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N-1,1,13. El cura del lugar de Don Quijote se llamaba Pero Pérez, y su grado era el de Licenciado, como se expresa después en el capítulo V. La parroquia sería la de San Juan, única que había en Argamasilla, según las relaciones topográficas hechas en tiempo y de orden de Felipe I, donde se dice que el curato valía 300 ducados. Cervantes tuvo aquí, al parecer, intención de ridiculizar al cura de Argamasilla, como alumno de una de las Universidades que llamaban menores, y solían ser el objeto del humor chistoso picante de nuestros escritores. Cervantes lo hizo aquí con la de SigÜenza, y en la Segunda parte lo repitió con la de Osuna, donde se graduó el doctor Pedro Recio de Tirteafuera, médico insulano y gobernadoresco. Graduado soy en artes por SigÜenza, decía el estudiantón que, según refiere Quevedo en el Gran Tacaño (cap. XV), iba en Madrid a la sopa del convento de San Jerónimo; y Lope de Vega, disfrazado bajo el nombre de Tomé de Burguillos, en los tercetos burlescos presentados en la justa poética para las fiestas de la canonización de San Isidro, se calificaba de
Maestro por Oñate, graduado.
El mismo sello de mofa lleva el nombre vulgarísimo e innoble de Pero Pérez; y uno y otro indica bastantemente que lo de hombre docto es irónico. Sin embargo, en todo el discurso de la fábula el cura se muestra constantemente instruido y docto de veras, como en el escrutinio de la librería de Don Quijote, en la conversación con el canónigo de Toledo, y en otras ocasiones en que, según las muestras de su discreción, ninguna escuela debió afrentarse de haberle producido.
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N-1,1,14. Con razón se escogieron estos dos ejemplos entre la numerosa caterva de caballeros andantes, por ser sus libros de los más antiguos y que más se leían en España. La Academia Española advirtió que en las tres primeras ediciones hechas en vida de Cervantes se puso Ingalaterra: supuesto lo cual no se ve la razón de haber enmendado y puesto Inglaterra, que es como ahora decimos. Ingalaterra se decía y escribía comúnmente entonces, como se ve a cada paso en nuestros escritores. Siguióse la costumbre general en el QUIJOTE, y debió seguirse en las ediciones posteriores, no habiendo arbitrio para dejar de hacerlo en aquel verso del romance de Altisidora que se inserta en el capítulo LVI de la Segunda parte:
De Londres a Ingalaterra.
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N-1,1,15. También se llama Maese Nicolás el barbero que introduce Cervantes en el entremés de la Cueva de Salamanca. Tendría quizá alusión a persona determinada.
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N-1,1,16. Llamábase Alfebo; era hijo del Emperador de Constantinopla, Trebacio, y su historia, obra y producción de varios ingenios, es una de las más pesadas y fastidiosas entre las caballerescas.
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N-1,1,17. Ambos eran hijos de Perión, Rey de Gaula, y de Elisena, hija de Garinter, Rey de Bretaña. Siendo Galaor niño de dos años y medio le robó el gigante Gandalac, y lo dio a criar a un ermitaño de santa vida. Su hermano Amadís, que era el mayor, le armó caballero sin conocerle. Después hizo grandes hazañas, unas veces junto con su hermano y otras sin él. Se parecían tanto, que solían equivocarse, salvo que Don Galaor era algo más alto y menos grueso. Finalmente fue Rey de Sobradisa, por su matrimonio con la hermosa Briolania, hija del Rey Tagadán, y heredera de aquel Estado. --El barbero tachaba a Amadís de llorón: los apasionados de Amadís pudieran responderle que también lo fue Eneas.
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N-1,1,18. Famoso caballero castellano que floreció a fines del siglo XI. Habiendo perdido la gracia del Rey Don Alonso VI, salió desterrado de sus dominios con una considerable comitiva de parientes y allegados, y pasó su vida haciendo la guerra a los moros. Las hazañas del Cid andan mezcladas con exageraciones y rumores populares; pero consta que llegó a conquistar a Valencia, cuyo señorío mantuvo hasta su muerte. Después de ésta, evacuaron la ciudad los cristianos y se retiraron a Castilla, llevándose las riquezas, mujer, hijas y cadáver del Cid.
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N-1,1,19. Así se llamaba Amadís de Grecia, según refiere su historia, porque tenía estampada en el pecho una espada bermeja a manera de brasa, y como tal quemaba hasta que el sabio Alquife le curó de esta incomodidad. Su coronista le hace unas veces nieto y otras biznieto de Amadís de Gaula. No encuentro en la historia de Amadís de Grecia pasaje donde se cuente haber partido por medio de un solo revés dos fieros y descomunales gigantes; pero Don Quijote solía leer en su acalorada fantasía lo que no había en sus libros: así lo hizo más de una vez, como lo veremos en el discurso de estas notas.
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N-1,1,20. Bernardo del Carpio en uno de los héroes más celebrados en nuestras crónicas y romances, a pesar de que no ha faltado crítico que ponga en duda su existencia. De sus hazañas hizo y publicó un poema Agustín Alonso de Toledo, el año de 1585. Se cuenta que Bernardo fue hijo de D. Sancho Díaz, Conde de Saldaña, quien lo hubo a hurto en Doña Jimena, hermana del Rey don Alonso el Castro. A Bernardo se atribuye en los antiguos cantares castellanos el honor y prez de la victoria de Roncesvalles, donde al paso de los Pirineos fue desbaratado el ejército del Emperador Carlomagno.
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N-1,1,21. En el romance viejo de Gaiferos, decía el Rey moro de Sansueña, viéndole desde lejos pelear con singular denuedo:
Debe ser el encantado
Esa paladín Roldán:
Tal era la fama y nombradía de Roldán Rotolando u Orlando, uno de los doce pares, que dio con sus proezas, verdaderas o supuestas, tanta materia a los poetas y fabulistas. Sus hazañas conocidas ya muy de antiguo en Castilla, puesto que Gonzalo de Berceo, que floreció a principios del siglo XII, hablando de Don Ramiro, Rey de León, en la vida de San Millán (copla 412), dice:
El Rey don Ramiro, un noble caballero,
Que nol verzrien de esfuerzo Roldán ni Olivero.
Murió, finalmente, Roldán, según se refiere a manos de Bernardo del Carpio, en Roncesvalles; y no pudiendo ser herido, porque era encantado, murió como cuenta la fábula que murió a manos de Hércules el gigante Anteón, hijo de la Tierra. Cuantas veces era derribado Anteón, recibía nuevas fuerzas y vigor de su madre; y echándolo de ver Alcides tomó el medio de sofocarlo entre los brazos, teniéndolo suspendido en el aire.
Nicolás de Espinosa, poeta castellano, que se atrevió a continuar el Orlando furioso, de Ariosto, describe así la muerte de Roldán al fin del canto 35
Bernardo aprieta el cuerpo valeroso
Con la furia mayor que allí ha podido,
Faltando l′espíritu congojoso
De los mortales golpes que ha sufrido.
Desmaya el brazo que el sanguinoso,
Sobrado del del Carpio fue vencido,
l′alma del gran Orlando sube al cielo,
que tan temido el por todo el suelo.
Espinosa quiso remedar a Ariosto, e hizo lo que la rana con el buey de la fábula. Su obra se imprimió en Amberes el año de 1556, y después se reimprimió en Alcalá de Henares.
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N-1,1,22. Morgante, Pasamonte y Alabastro, tres fieros gigantes o jayanes que hacían cruda guerra a los monjes de una abadía situada en los confines de país de paganos. Roldán mató a los dos últimos y convirtió a la fe de Cristo al primero; el cual, de allí en adelante fue compañero de Roldán en sus aventuras, como más largamente cantó Ludovico Pulci en su historia. Jerónimo Auner, valenciano, tradujo por mandado de una dama, según él mismo refiere en su prólogo, el libro de Morgante, y lo publicó en Valencia el año de 1535. Caso semejante al de Morgante y Roldán fue el de Fierabrás y Oliveros en la Historia de Carlomagno, y el de y Esplandián en las Sergas. Los vencidos se convirtieron y abrazaron la fe de sus vencedores.
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N-1,1,23. Tales los pintan, con pocas excepciones, los libros caballerescos, como se ve por infinitos pasajes, y la misma idea dio de ellos la mitología gentílica, empezando por los Titanes, Amadís de Grecia, hablando con el gigante Mandroco, le manifiesta su afecto, por la cortesía, dice, que tu hermano y tú conmigo habéis usado, lo que muy pocas veces en los de vuestro linaje acaesció: así se cuenta en la tercera parte de Don Florisel de Niquea. En la Historia del Caballero de la Cruz (lib. I, capítulo XXXI), el Caballero de Cupido responde a un gigante que le preguntaba si era él quien mató a su cormano Argofeo : gigante, yo soy el que mató a ese gigante Argofeo, mas no a traición, como tú dices: antes tú y los de tu generación son traidores. Informando un caballero a Amadís de Gaula acerca de las calidades del gigante Balán, señor de la ínsula de Torrebermeja, le decía: su condición y manera... es muy diversa y contraria a la de otros gigantes, que de natura son soberbios y follones, y éste no lo es, antes muy sosegado e muy verdadero en todas sus cosas, tanto que es maravilla que hombre que de tal linaje venga pueda ser tan apartado de la condición de los otros (Amadís de Gaula, cap. CXXVII). Morgante y Matroco, arriba nombrados, se apartaron también de la regla general, mas no fueron solos. El gigante Trasilcón, después de haber peleado con el Caballero de la Cruz, fue su grande y fiel amigo, como se ve por su historia (caps. LXXXVII y LXXXIX). Puede agregárseles asimismo el gigante Argamonte, señor de la ínsula de la Hojablanca, que vencido por Cuadragante, señor de Sansueña, se presentó al Emperador de Constantinopla con su mujer Almatrafa y su nieto Ardadil Canileo, convertidos ya todos a la fe de Cristo, y le sirvió en la defensa de su capital contra el Rey Armato (Lisuarte de Grecia, caps. XI, XXI y XXI). Mas a pesar de estas excepciones, la raza de los gigantes hace generalmente mala figura en las crónicas caballerescas, y conforme a éstas, dice después DON QUIJOTE en el capítulo VII que era gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la haz de la tierra.
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N-1,1,24. Uno de los doce Pares de Francia, rival de D. Roldán, que hace uno de los principales papeles en Ariosto, en los romances y en otros libros de entretenimiento, y que, sin embargo, de esto, ni siquiera se nombra en la historia vulgar de Carlomagno, publicada por Nicolás de Piamonte, que todos hemos leído en nuestra niñez.
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N-1,1,25. Allende, en nuestros libros antiguos, es equivalente de Ultramar o de allende el mar, como se dice otras veces. El Rey D. Alonso el Sabio, dirigiendo el libro de las Querellas a un vasallo y amigo suyo, le decía:
A ti, Diego Pérez Sarmiento, leal
cormano e amigo e firme vasallo,
lo que a mios homes de cuita les callo,
entiendo decir, plañendo mi mal.
A ti, que quitaste la tierra e cabdal
por las mis faciendas en Roma e Allende,
mi péndola vuela, escóchala dende,
ca grita doliente con fabla mortal.
IIdolo de Mahoma. Entre los mahometanos no hay ídolos, antes al contrario, está prohibida toda clase de imágenes, como lo estaba a los hebreos por la ley de Moisés: y los pocos Califas que acuñaron moneda con sus bustos, están reputados por heterodoxos entre los musulmanes. Sin embargo, en los libros de caballerías suele mencionarse el uso de ídolos de Mahoma. En una batalla que refiere la Historia de Tirante el Blanco (parte IV), el Rey de Túnez llevaba un Mahoma de oro sobre su almete. La Historia de Carlomagno, describiendo la habitación de Floripes dice (capítulo XXVI) que en el sobrado de la cámara estaba pintado el cielo de mano de un muy gran maestro con los planetas y signos: y en medio estaba la imagen de Mahomet, maciza, de oro fino, tan grande como un hombre. Los que así escribieron de los mahometanos no los conocían. Con igual ignorancia solían nuestros romancistas y otros escritores llamar paganos a los moros, si pagano equivale a idólatra, como se deduce de varios documentos históricos. Un escritor respetable observa que del clero latino esparcido en el Oriente durante los dos siglos de las Cruzadas, no hubo "casi nadie que se aplicase a estudiar las lenguas orientales, tan necesarias para conocer la religión, leyes e historia de los musulmanes, y para no incurrir en errores groseros, diciendo, como hicieron algunos de ellos, que adoraban a Mahoma y tenían ídolos suyos". (Fleury, disc. V sobre la Hist. Ecl., n. 5.)
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N-1,1,26. El conde Galalón de Maganza, por cuya traición se refiere que murieron en Roncesvalles los doce Pares de Francia. Se hace larga memoria de él en muchos libros de caballerías, y señaladamente en las historias de Carlomagno y Morgante.
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N-1,1,27. Trapisonda, ciudad situada en la costa meridional del Mar Negro, y capital del imperio de este nombre, que fue una de las cuatro partes en que se dividió el imperio griego por los años de 1220, a saber: Constantinopla, Tesalónica, Trapisonda y Nicea. La familia de los Commenos fue la que reinó en Trapisonda hasta el año de 1461, en que se entregó a Mahomet I, el mismo que ya había tomado a Constantinopla el de 1453. Estuvieron de paso en Trapisonda los embajadores que el Rey de Castilla, D. Enrique el Enfermo, envió con regalos a Tamerlán el año de 1403, según el Itinerario de Rui González de Clavijo, uno de ellos, donde se refieren los obsequios que les hicieron el Emperador y su hijo, cuyos nombres, aunque desfigurados en el Itinerario, parece que fueron Basilio I y Alejo I. Como los más de los libros caballerescos se refieren a los siglos de la Edad Media, no es extraño que en ellos se haga tan frecuente mención del imperio de Trapisonda. Según la Historia de D. Belianís, su Emperador concurrió en ayuda del Gran Tártaro al asedio de Babilonia; Amadís de Grecia fue Emperador de Trapisonda; hija de Teodoro, Emperador de Trapisonda, fue la Princesa Claridiana, con quien vino a casar el Caballero del Febo. Así que tampoco fue extraño que Don Quijote, infatuado con la lectura de tales libros, se figurase coronado Emperador de Trapisonda. En la Historia de los Trovadores, se refiere que Pedro Vidal, que lo fue en el siglo XI, habiendo pasado a Palestina, se llenó la cabeza de fantasmas de caballerías y grandezas, y perdió el juicio. Mis enemigos, decía en una de sus composiciones, tiemblan al oír mi nombre como la codorniz ante el milanoàà la tierra tiembla cuando me visto el arnés y ciño la espada. Casó en Chipre con una griega, de quien se le hizo creer que era sobrina del Emperador de Oriente: tomó el título de Emperador, hizo tomar a su mujer el de Emperatriz, se revistió de los ornamentos de esta dignidad, hacía llevar un trono delante de sí, y ahorraba cuanto podía para conquistar el imperio, que miraba como herencia propia. Murió el año de 1229. De otro loco por este estilo, llamado Menécrates, hay memoria en la historia de la misma antigua Grecia; y ambos pertenecieron a la misma cofradía que Don Quijote.
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N-1,1,28. En las actas del capítulo que celebró la orden de Calatrava en Madrid el año de 1552 se acordó que la Orden mantuviese 300 lanzas, y que las armas fuesen celada borgoñona, gola, coraza con su risrte y escarcelas largas, brazales, guardabrazos y guanteletes y lanza de armas con hierro de punta de diamante. La coraza comprendía peto y espaldar; la celada borgoñona dejaba descubierto el rostro; la visera le defendía, pero sin impedir la vista; el morrión, yelmo o almete cubría lo restante de la cabeza; el morrión con la babera o encaje formaba la celada entera, cuya parte inferior faltaba a la de Don Quijote. Por lo que sigue a la aventura del vizcaíno, se ve que llevaba loriga, y grevas por lo que se refiere en la de los galeotes.
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N-1,1,29. Si con el primer golpe deshizo lo hecho, +dónde dio el segundo? Pero Cervantes no pensaba mucho en estas cosas.
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N-1,1,30. Todo lo contrario: no dejó de parecerle bien. Para conservar la palabra mal, era menester decir: y no le pareció mal la facilidad, etcétera. Por lo demás, la idea es graciosa y oportuna.
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N-1,1,31. Cuartos significa una moneda de corto valor, de que en algún tiempo, según indica el mismo nombre, hubieron de entrar cuatro, y ahora entran ocho y medio en un real; y también significa una enfermedad larga e impertinente que las caballerías suelen padecer en los cascos de pies y manos. De esta doble significación nace el equívoco y la gracia del presente pasaje. Pedro Gonela fue albardán o bufón de un marqués o duque de Ferrara en el siglo XV, cuyo caballo, por su flaqueza y extenuación, dio motivo a chistes, que se refieren en la colección de los de aquel juglar, impresa el año de l568, y de que hacen mención D. Juan Bowle y D. Juan Antonio Pellicer. El primero observó ya que el pellis et ossa, que se aplicó al caballo de Gonela, viene de Plauto, que en su comedia Aulularia usó de esta expresión para ponderar lo flaco que estaba un cordero, y aun añadió que se le clareaba la piel y se le veían las tripas. El caballo de Gonela es un quid pro quo de la jaca de Velasquillo, otro truhán español, posterior a Cervantes, cuya jaca quedó también en proverbio. Gonela, a pesar de su profesión de buen humor, murió de pasión de ánimo, sin herida ni calentura.
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N-1,1,32. A la mención de las jacas de Gonela y de Velasquillo sucede la de los bridones de Alejandro Magno y del Cid. El de Alejandro se llamó Bucéfalo, que significa Cabeza de Buey, o porque ésta era su marca, propia de una de las razas más apreciadas de Tesalia, o por la anchura de su frente, semejante en esto a la de un toro. Aseguran que sólo se dejaba montar de Alejandro. Matáronselo en la batalla contra Poro, y Alejandro edificó en su honor una ciudad, a que puso el nombre de Bucefalia, como dice Plutarco.
Del Babieca se cuenta que siendo potro, lo eligió el Cid, a pesar de su mala traza. Que en adelante se hizo famoso y sirvió a su dueño en todas sus guerras, y que después del fallecimiento de Rui Díaz condujo su cadáver desde Valencia a Cardeña. El Poema antiguo del Cid refiere de otro modo los principios de Babieca: dice que lo ganó de los moros el Campeador estando en Valencia; que lo probó el día que salió de aquella ciudad a recibir a su mujer doña Jimena, que venía de Castilla a buscarle; que en estas pruebas quedaron todos maravillados de su bondad, y que
Desd′ día se preció Babieca en cuant grant el España. (Verso 1599.)
Según la primera relación, Babieca fue castellano; según la segunda, andaluz, o acaso árabe.
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N-1,1,33. Esta anticipación de la fama futura en la mollera del pobre Don Quijote es pincelada magistral en el retrato del héroe, y pertenece a aquel ridículo, delicado y exquisito que tanto resplandece en infinitos pasajes del INGENIOSO HIDALGO.
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N-1,1,34. Adviértase que aquí se habla de Rocinante; y la profesión de la Orden de Caballería, aplicada al rocín de Don Quijote, participa también eminentemente del ridículo general de la fábula y del humor festivo de su autor.
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N-1,1,35. Quiere decir que el nombre de Rocinante, puesto por Don Quijote a su caballo, indica que había sido rocín antes, y que continuaba siendo el ante-rocín o primero mayor rocín de todos los rocines del mundo. Ya se sabe que la palabra rocín significa comúnmente un caballo flaco, de mala figura y poco valor.
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N-1,1,36. El verbo durar se dice ordinariamente de las cosas, y no de las personas. De éstas se dice que perseveran; voz más general que se aplica también a las cosas.
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N-1,1,37. Falta algo: tomaron ocasión de afirmar los autores, etc., y pudo ser omisión de la imprenta. Lo mejor hubiera sido suprimir todo este período, que ni es necesario ni está en armonía con lo que se dijo sobre este punto al principio del capítulo.
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N-1,1,38. Quijote es la parte de la armadura que cubría el muslo, y pudo venir del francés cuisse. Cervantes escogió con oportunidad el nombre de su protagonista entre los de las piezas propias de la profesión caballeresca: y entre éstos dio la preferencia al de la terminación en ote, que en castellano se aplica ordinariamente a cosas ridículas y despreciables, como librote, monigote, mazacote.
En lo de tomar el apellido del nombre de algún país, procedió Don Quijote muy conforme a la práctica observada en los libros de caballería, donde además de los ejemplos de Amadís de Gaula, Belianís de Grecia y otros más conocidos, halló los D. Policisne de Boecia, Celidón de Iberia, Florando de Castilla, D. Félix de Corinto, D. Frisel de Arcadia, D. Lucidán de Numidia, Braborante de Escitia, Polidolfo de Croacia, Brufaldoro de Mauritania, Astorildo de Calidonia, D. Contumeliano de Fenicia, Don Artibel de Mesopotamia, y otros de igual calaña. Pero no es cierto que Amadís añadió el nombre de su reino y patria por hacerla famosa y se llamó Amadís de Gaula, porque Gaula fue su reino, más no su patria, como se ve por su historia. Amadís nació en Francia y reinó en Inglaterra.
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N-1,1,39. El confirmarse por mudar de nombre y ponerse otro nuevo es alusivo a la costumbre (aunque poco frecuente) de hacerlo al recibir el Sacramento de la Confirmación.
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N-1,1,40. Perch′ogni cavalier ch′e senza amore,
Sen vista, e vivo, e vivo senza core.
Así lo dijo el Conde Mateo Boyardo en su Orlando Innamorato, y lo copió Bowle sobre el presente pasaje. De este asunto se tratará con extensión en el capítulo XII.
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N-1,1,41. Por malos de mis pecados: modo adverbial de rara construcción, como otros que en el estilo familiar tiene el idioma castellano, sin que sea fácil señalar su origen. En el capítulo II del Lazarillo de Tormes, obra de D. Diego Hurtado de Mendoza, otro ala, se dice, fuíme a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo, etc. La frase de Don Quijote envuelve, con algún énfasis irónico, el mismo sentido que por mi desgracia, y así lo indican las palabras siguientes: o por mi buena suerte; y toda la expresión viene a ser como si dijera por mi mala o por mi buena suerte.
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N-1,1,42. Esta y las siguientes expresiones manifiestan bien a las claras el desconcierto del cerebro de nuestro hidalgo, que llega a punto de figurarse un gigante partido por el medio, que entra y se arrodilla y dice: dulce señora; tratamiento oportuno hablándose de Dulcinea. Los nombres del gigante y de la ínsula son caballerescos y forjados con propiedad en la oficina risueña de Cervantes.
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N-1,1,43. A su talante, esto es, a su voluntad. De estas presentaciones de los vencidos a las señoras de los vencedores hay infinitos ejemplos en la historia andantesca. El gigante Cinofal, llamado así porque tenía cabeza de perro, vencido por Amadís de Grecia y enviado a la Princesa Lucela, fincando los finojos ante ella, le dijo: Soberana Princesa de Galaos, aquel caballero de la Ardiente Espada que par en el mundo no tiene, me envía a la tu merced para que hagas de mi aquello que tu voluntad fuere: yo me pongo en tu poder como se lo prometí (Amadís de Grecia, parte I, cap. LI).
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N-1,1,44. La fórmula a lo que se cree indica que no hay certidumbre ni seguridad de lo que se cuenta; y aquí no sucede así, pues en repetidos parajes de la fábula se expresa que esta moza labradora, adornada de mil gracias en la exaltada fantasías de Don Quijote, era la verdadera dama a quien creía servir bajo el nombre de Dulcinea. No es muy exacto decir que el lugar de la dama estaba cerca del de nuestro hidalgo, puesto que Argamasilla de Alba dista de ocho a diez leguas del Toboso. Aldonza o Dulce es nombre de mujer, común antiguamente en Castilla, del cual formó Don Quijote el de Dulcinea. El apellido Lorenzo es patronímico, y tiene la misma formación que Alfonso, Galindo y otros de su clase. Significa hija de Lorenzo, y Dulcinea lo era con efecto de Lorenzo Corchuelo, como se expresa en el capítulo XXV de esta Primera parte. Oyese con frecuencia este apellido en España, y a no ser por ciertas malicias que se expondrán a su tiempo, los que lo llevan pudieran con algún fundamento aspirar al honor de ser y nombrarse parientes de nuestra heroína.
No ha faltado quien diga que la prisión donde nuestro autor concibió el plan de su obra fue en el Toboso. Pero este nombre suena infinitas veces en el QUIJOTE, y por consiguiente, no fue el pueblo de cuyo nombre no quiso acordarse Cervantes, como se dijo expresamente al principio. El Toboso es villa antigua de la Mancha, de la Orden de Santiago, situada entre las de Miguel Esteban y Mota del Cuervo. En una relación que sus vecinos dieron el año de I577 de orden del Rey D. Felipe I, dijeron que el nombre le venía de las muchas tobas o piedras ligeras y como esponjosas que se encuentran en su territorio. Su principal industria era entonces, y aún continúa siéndolo, la de hacer tinajas, y de esto se hará mérito oportunamente en el QUIJOTE.
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N-1,1,45. Parece que se habla de otra persona distinta diciéndose a él, en vez de decir a sí, que es como debiera ponerse. La opinión común ha confirmado el concepto de significativos, que aquí se da a los nombres puestos por nuestro hidalgo, y que con el uso han adquirido la calidad de proverbiales: Quijote para denotar un hombre infatuado y vano; Dulcinea una mujer amada melosa y almibaradamente; Rocinante un caballo magro y largo, pellis tamtum et ossa.

[2]Capítulo I. Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote
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N-1,2,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,2,2. Se dijo al revés. Lo que Don Quijote pensaba que hacia falta en el mundo, era su pronta presencia, no su tardanza. Otro defecto de esta clase se notó en el capítulo anterior; empieza a dormitar Cervantes.
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N-1,2,3. Tuerto se opone a derecho en su significación primitiva, en la cual uno y otro son adjetivos. De aquí nació su acepción moral, en la que pasaron a ser sustantivos, significando derecho, justicia; y tuerto, agravio. Y de aquí vino también la expresión de enderezar tuertos por deshacer agravios, porque el remedio de lo torcido es enderezarlo. La palabra tuerto es la misma que el tort francés.
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N-1,2,4. Sobra la conjunción. Los abusos no se mejoran, sino que se corrigen; los que se mejoran son los usos.
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N-1,2,5. Si la cronología de una fábula fuese digna de un examen tan severo como la de un diploma o documento histórico, debieran tenerse presentes las circunstancias de pertenecer este día al mes de julio, de ser viernes, como se dice adelante en este mismo capítulo, y de cerrar la noche con toda la claridad de la luna, según se expresa en el siguiente, para fijar de un modo puntual y seguro el principio de la carrera caballeresca de Don Quijote. Pero Cervantes no se curó de esto más que de las nubes de antaño: y D. Vicente de los Ríos empleó en balde las fuerzas de su florido ingenio cuando se propuso formar un plan cronológico de una obra llena de anacronismos. Hartas pruebas ocurrirán de ello en el progreso de estas notas.
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N-1,2,6. El corral sería el de la casa de Don Quijote, y en tal caso está mal dicho un corral. Acaso es errata, y debió leerse del corral, o de su corral: esto es lo más verosímil. Puerta falsa se dice por oposición a otra que no lo es, y en un corral no suele haber dos puertas. Puerta falsa de una casa se dice con alusión a la principal y pública. Parece que el nombre de puerta falsa lleva consigo la idea de que es pequeña, disimulada, que apenas se eche de ver: y Don Quijote salió por ella armado y puesto a caballo. Sería forzosamente la única de su corral, la que en los lugares, y singularmente en los que de la Mancha, es anchurosa, como que por ella entran y salen los carros.
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N-1,2,7. Eran, según aquí se indica, las que no llevaban empresa ni insignia alguna: y se daban a los que se armaban de caballeros, llamados por esta razón caballeros noveles, hasta tanto que hacían alguna proeza notable, que solían indicar en la empresa y adornos del escudo, tomando de ellos el nombre, a su imitación, Don Quijote se puso el de Caballero de la Triste Figura, primero, y después, de los Leones.
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N-1,2,8. Tal fue D. Galaor, que habiéndose encontrado casualmente con su hermano Amadís de Gaula, recibió de él la orden de caballería, sin que se conociese uno a otro, como se cuenta en el capítulo I de su historia. Esta necesidad de recibir la calidad de caballero de manos de otro caballero se fundaba nada menos que en el principio escolástico Nemo dat quod non habet, según se lee en las Partidas: Fechos non pueden seer los caballeros por mano de home que caballero non sea, ca los sabios antiguosàà. non tovieron que era cosa con guisa, nin que podiese seer con derecho, dar un home a otro lo que non hoviese (Partida I, tít. 21, ley I).
Lo mismo al pie de la letra repitió el Doctrinal de Caballeros, recopilado por el célebre obispo de Burgos D. Alonso de Cartagena (Ib. I, tít. 3). Nota el mismo Doctrinal que de esta regla exceptuaba la costumbre a los Reyes de España que podían hacer caballeros sin serlo. Extendióse alguna vez el mismo privilegio en obsequio del bello sexo, a las Princesas de sangre real, armando las damas a caballeros, como lo hizo Cecilia, hija de Felipe I, Rey de Francia, y viuda de Tancredo, Príncipe de Antioquía, con algún otro ejemplo que refiere Ducange en la disertación XXI sobre la historia de San Luis. Hubo también gigante descomedido y soberbio que rehusó someterse a la ley general, a título de que no había en el mundo caballero digno de ponerle las armas. Así lo refiere del gigante Bravorante la historia del Caballero del Febo (parte IV, lib. I, cap. I).
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N-1,2,9. Las armas de los caballeros noveles, como acabadas de estrenar, estaban tersas y bruñidas. Cervantes jugó con la equívoca significación de blancas; y Don Quijote, como loco, se aquietó con lo que a los demás no podía producir otro efecto que el de la risa.
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N-1,2,10. Cosa que sucedía frecuentemente a los caballeros andantes, según refieren sus historias, y de que volverá a hablarse en otros lugares de la nuestra.
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N-1,2,11. Pellicer dice sobre este pasaje que en él quiso Cervantes ridiculizar las afectadas y pomposas descripciones que se leen frecuentemente en los libros de caballerías. Capmani le propone como un modelo en su Teatro de la elocuencia española. +A cuál de los dos creeremos?.. Pellicer tenía razón: eso era visiblemente el propósito de Cervantes, y eso persuade también la semejanza que se halla entre esta descripción y otras de los libros caballerescos. Con expresiones muy poco diferentes se pinta el amanecer en el libro I de D. Belianís (capítulo XLII). Cuando a la asomada de Oriente el lúcido Febo su cara nos muestra, y los músicos pajaritos las muy frescas arboledas suavemente cantando festejan, mostrando la muy gran diversidad y dulzura y suavidad de sus tan arpadas lenguas, etc. A esta descripción del amanecer puede juntarse la del anochecer en el mismo Belianís (Libro II, cap. X): Venidas eran las tinieblas de la noche, y las nocturnas dehesas se regocijaban con la ausencia del flamígero Apolo: las brutas animalias comenzaban a gozar de alguna tranquilidad, a los más racionales negada, pues es justo que en ningún tiempo nadie goce del descanso en este miserable mundo prohibido, como en venta puesta en el camino de la eterna morada, en la cual no puede haber descanso sin zozobra, ni placer sin angustia, ni finalmente, cosa deseada que no sea mayor pérdida; cuando el Príncipe don Belianís de Grecia salió de Colonia, etc. Los libros caballerescos suministran abundantes muestras de otras pinturas igualmente pedantescas y fastidiosas. Mas este propósito de Cervantes no excluye el mérito mayor o menor de su descripción en orden a la armonía y belleza del lenguaje, y de esta suerte pudieron tener razón Pellicer y Capmani.
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N-1,2,12. Titón o Titono, marido de la Aurora, obtuvo por mediación de su mujer el don de la inmortalidad, según refiere la fábula; pero no habiendo recibido el de la juventud, llegó a tan extrema y molesta vejez, que recibió como un favor del cielo el ser convertido en cigarra. Desde entonces hubieron de ser los viejos habladores perpetuos y gárrulos. No encuentro en los poetas que llamasen celoso a Titón a pesar de que los descuidos de la Aurora con Céfalo y el gigantes Astreo le dieron sobrado motivo para serlo. Pero así lo llamó aquí Cervantes, y también su contemporáneo y amigo López Maldonado en la égloga segunda de su Cancionero, donde dice el pastor Ersilio:
Ya veis que queda en el usado lecho
el celoso Titón, y que la aurora
alumbra el celestial dorado techo.
A la cuenta le llamarían celoso por marido viejo de mujer joven, como en las Novelas se lo llamó Cervantes a Felipe de Cañizares.
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N-1,2,13. Distrito de la Mancha que comprendía muchos pueblos. Su capital, Montiel, está sobre el río Jabalón, que va a morir al Guadiana. Allí sucedió la muerte del Rey Don Pedro de Castilla a manos de su hermano Don Enrique, el año de 1369.
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N-1,2,14. Es común en los libros caballerescos que los caballeros tengan encantadores por amigos y coronistas. Los sabios Artemidoro y Ligrandeo lo fueron del Caballero del Febo y de su hermano Rosicler (Espejo de Príncipes, parte I, lib. I, cap. XX); Alquife, de Amadís de Grecia; Fristón, de D. Belianís; el sabio Licanor el Temeroso escribió en griego la historia del príncipe D. Contumeliano de Fenicia (Belianís, Ib. I, cap. LI). No siempre desempeñaron este oficio los encantadores; alguna vez lo hicieron también las encantadoras, como Cirfea, Reina de Argines, gran mágica, que escribió la crónica de don Florisel de Niquea.Continuando el estro caballeresco que inspiraba a Don Quijote mientras caminaba por el campo de Montiel, anuncia proféticamente el dichoso siglo en que han de salir a luz sus futuras hazañas, y aun llega su delirio a hablar de ellas como de cosas ya pasadas, y a llamar peregrina la historia que aún no existía, como ni tampoco los hechos que en ella habían de referirse.
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N-1,2,15. Caída inesperada, y tanto más graciosa, cuanto mayor ha sido el aparato y grandilocuencia de las expresiones que preceden.
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N-1,2,16. Prosigue Don Quijote hablando de cosas que se imagina como ya sucedidas, y se considera en el mismo caso que Amadís de Gaula cuando su señora Oriana le mandó no parecer más en su presencia, que es uno de los incidentes principales de su historia.
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N-1,2,17. Expresión jocosa y propia del estilo familiar, que Cervantes manejó con suma maestría.
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N-1,2,18. Las dos aventuras que aquí se mencionan como pertenecientes a la primera salida de Don Quijote, a saber, la de los molinos de viento y la del vizcaíno, que es la de Puerto Lápice, se refieren después en el capítulo VII, y pertenecen sin duda a la segunda salida. Es inexcusable la distracción con que Cervantes confunde los sucesos de ambas.
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N-1,2,19. Frialdad que no carece de gracia; y nótese, como ya se observó en el capítulo pasado, la manía que tuvo de dar antigÜedad a los sucesos de su hidalgo, quizá con la intención de remedar en esto a los escritores andantescos, pero incurriendo en frecuentes anacronismos por la mención de otros sucesos recientes o coetáneos.
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N-1,2,20. Alusión a la estrella que guió los Reyes Magos al portal de Belén. Falta al parecer la partícula no, y debiera decir: que no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba.
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N-1,2,21. Este nombre dio ya a las mujeres públicas el arcipreste de Talavera Alfonso Martínez de Toledo, capellán del Rey Don Juan I en un libro que escribió contra los engaños de las malas mujeres. Con el mismo dictado del partido se denotan estas escorias de la sociedad en muchos documentos antiguos castellanos.
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N-1,2,22. Los castillos que se mencionan en el libro II de don Belianís de Grecia (capítulo VII) tenían tantas torres y dorados chapiteles que daban gran sabor a quien los miraba. El castillo del mago Atlante, en el Pirineo, que describe Ariosto (canto IV), no era tan rico como se le figuró a Don Quijote la venta, porque sólo era de acero. De las puentes levadizas, cavas y otros adherentes propios de los castillos, hay continua mención en las historias de la Caballería andante.
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N-1,2,23. Con trompetas, cuerno o campana, que de todo hay en los anales de la Caballería. Habiendo aportado a la ínsula Silanchia Amadís de Grecia en compañía del Rey de Sicilia, vieron un fuerte castillo con dos cercasàà Como allí salieron, vieron encima del castillo sonar un cuerno por una guarda, que en él estaba para que viendo alguna gente extraña hiciese alguna señal (Amadís de Grecia, capítulo XIV). Al presentarse Lisuarte de Grecia con sus compañeros a vista del gran castillo de la Hoja blanca, oyeron sonar un cuerno no muy reciamente por una guarda que estaba encima de la torre, que los gigantes tenían para que así lo hiciese viendo caballeros armados extraños (Lisuarte, cap. IV). En la isla de Carderia se entraba por una puenta guardada por tres torres: en una de ellas había de continuo un enano muy feo para ver los que venían, y cuando el caballero que defendía la entrada era malandante, el enano tocaba un cuerno, y cobraba alientos el caballero (Primaleón, capítulo V). En la historia de don Policisne de Boecia se lee de seis enanos que, colocados de noche con sendas antorchas, avisaban con sus cornetas de la llegada de los caballeros que se presentaban (cap. LII). Para solemnizar la coronación de Florineo y su boda con la Infanta Beladina, se celebró en Escocia, en la corte de Lucea, un paso defendido por cuatro Reyes: cada uno de éstos guardaba un arco, y encima de cada arco había una campana y un enano para la tocar cuando algún caballero aventurero viniese (Florineo de Lucea, 1.V, capítulo VI).
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N-1,2,24. Graciosa oposición y contraste entre la expectación y pausa del jinete y la priesa del caballo, entre las ideas hinchadas y pomposas de castillos, torres y chapiteles de plata, y la naturalísima del hambre de un caballo que no había comido en todo el día.
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N-1,2,25. Solazarse, palabra noble y hermosa, hija del latino solatium, de que un uso injusto ha privado a nuestro idioma, o desterrándola entre las anticuadas, o envileciéndola (lo que es aun peor) con una significación baja y picaresca.
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N-1,2,26. La gente de poca cultura suele pedir perdón cuando tiene que nombrar esta clase de animales, que con una expresión judaica o mahomética llamamos inmundos. Cervantes se mofa aquí de semejante costumbre, así como la remeda en la Segunda parte (cap. XLV), donde dice el ganadero: Esta mañana salía deste lugar de vender (con perdón sea dicho) cuatro puercos.
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N-1,2,27. Algunos renglones antes había dicho ya, que nuestro caballero se llegó a la puerta de la venta y vio a las dos distraídas mozas que allí estaban. De estos descuidos son muchos los que se hallan en el QUIJOTE.
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N-1,2,28. No viene bien con lo que poco después se refiere: mirábanle las mozas (a Don Quijote) y andaban con los ojos buscándole el rostro que la mala visera le encubría. Si ya habían visto antes el rostro, +cómo ni para qué lo buscaban ahora?
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N-1,2,29. Usa Don Quijote de un idioma anticuado, lleno de las frases que había leído en los libros que tal le tenían, imitando cuanto podía su lenguaje, como antes se dijo. El estilo de nuestro hidalgo es por lo común llano y corriente; pero en las ocasiones en que se exaltaba especialmente su fantasía, era natural que se presentasen a su memoria con más viveza las expresiones de sus modelos en casos semejantes. Así se explica esta diferencia de estilos en el héroe de la fábula; diferencia que sería viciosa en otro caso, y que aquí es natural, y un nuevo manantial de donaires y chistes.
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N-1,2,30. Diego de San Pedro, escritor del siglo XV, entre las quince razones que alega en su Cárcel de amor para que no se hable mal de las mujeres, pone la siguiente: la séptima es porque cuando se estableció la caballería, entre las otras cosas que era tenido a guardar el que se armaba caballero, era una que a las mujeres guardase toda reverencia y honestidad.
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N-1,2,31. Expresión decente para significar lo que no lo es, como sucede aquí y en otros diferentes pasajes del QUIJOTE. Antiguamente la palabra profesión significa solo la religiosa, según el autor del Diálogo de las lenguas, quien decía con gracia (pág. 126), que se habían alzado con ella los frailes; y deseaba se admitiese también en la acepción general de oficio o ejercicio, como lo usa, dice, el latín y el toscano. Los deseos del autor del Diálogo se cumplieron en el tiempo que medió hasta Cervantes, según se ve por el Tesoro de la lengua castellana de don Sebastián de Covarrubias, extendiéndose el sentido de la voz profesión desde la de las monjas hasta la de las rameras.
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N-1,2,32. Al es el aliud latino, y se encuentra ya usado en los monumentos más antiguos del lenguaje castellano desde el Fuero Juzgo. En el Conde Lucanor, obra del Infante Don Juan Manuel, que murió el año de 1347, se lee al capítulo XII: Al Deán pesó mucho con estas nuevas, lo uno por la dolencia de su tío, lo al por rezelo que habrían a dejar su estudio. El autor mencionado poco ha del Diálogo de las lenguas cita aquel adagio contra los hipócritas so el sayal hai al. En las cédulas y órdenes de los Reyes llegó a ser fórmula ordinaria concluir diciendo a los que se encaminaban: et non forales ende al. Esta palabra ocurre una u otra vez en el QUIJOTE, y es lástima que se haya anticuado como el ende y el hi, especie de abreviaturas sumamente útiles y significativas, usadas de nuestros primitivos escritores, que hemos arrinconado como trastos viejos, y que los franceses, con más juicio (+quién lo dijera?) que nosotros, han conservado.
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N-1,2,33. El lenguaje y talle de Don Quijote no era lo que acrecentaba en él el enojo, como dice malamente el texto: la risa de las señoras era la que producía este efecto. Debió escribirte: el lenguaje y talle aumentaban en ellas la risa, y ésta en él el enojo. Así diría probablemente el original; la omisión de la palabra ésta hubo de ser descuido del impresor.
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N-1,2,34. Armas desiguales se llaman las que pertenecen a diferentes géneros de armadura. La brida era manera de montar propia de los hombres de armas o caballería pesada, a diferencia de la jineta, que era propia de la caballería ligera, y muy usada por los moros. En la brida, se llevaban los estribos largos y las piernas tendidas: el jinete parecía estar en pie, las camas del freno eran largas. En la jineta, los frenos eran recogidos, los estribos cortos: el caballero parecía ir sentado, y sus piernas no bajaban de la barriga del caballo. Coselete era armadura ligera. Los caballeros andantes montaban a la brida, como los hombres de armas, según se ve por sus historias en la descripción de combates, justas y torneos. Usaban de escudos fuertes de hierro, que llevaban sus escuderos. Brida, y adarga se contradicen. La adarga era hecha de cuero, y arma propia de los que montaban a la jineta. Las más parecidas se fabricaban en Fez, y por eso decía el gallardo moro al salir a pelear con el valiente castellano:
Ensíllese el potro ruciodel alcaide de los Vélez,
denme la adarga de Fez
y la jacerina fuerte.
(Guerra civil de Granada, cap. VII.)
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N-1,2,35. Régimen defectuoso. La frase no estuvo en nada no pudo estar regida por el ventero. Sustitúyase en su lugar esta otra: no estuvo en nada que acompañase.
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N-1,2,36. Es lo contrario: quiso decir fuera o a excepción del hecho.
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N-1,2,37. Don Quijote tomaba la palabra a aquel caballero que, hablando con su señora, decía en el antiguo romance que se insertó en el Romancero de Amberes de 1555 (folio 267):
Mis arreos son las armas,
mi descanso el pelear,
mi cama las duras peñas,
mi dormir siempre velar.
La contestación del ventero a Don Quijote manifiesta que él también sabía el romance.
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N-1,2,38. Huésped viene del latino hospes, que significa tanto al hospedado como al que hospedaba. Así la usaron también nuestros antiguos libros, el de Amadís de Gaula y otros. La primera acepción es la más común en el uso actual, en el cual se llama asimismo huésped al mesonero o ventero que hospeda a otros por interés.
Castellano significa el natural de Castilla, y también el alcaide o gobernador del castillo.
Mas para entender el texto es menester saber que en el idioma de la Germania, según el Vocabulario de Juan Hidalgo, sano de Castilla significa ladrón disimulado.
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N-1,2,39. Playa de Sanlúcar: uno de los parajes de España que en tiempo de Cervantes eran más concurridos de vagabundos y gente perdida, como se ve por la relación que de estos parajes hace el mismo ventero en el capítulo siguiente.
Caco, hijo de Vulcano, según la fábula, infestaba con4 sus robos el Lacio; cuando Hércules volvió de España con sus ganados, Caco le robó sus vacas, llevándolas a su cueva por las colas para que no las encontrasen por el rastro; pero sus bramidos las descubrieron, y Caco murió a manos de Hércules. Caco en griego significa malo, perverso.
Maleante, voz de la Germania que significa burlador, chasqueador maligno, y que puede derivarse del latín maleagens. Solían serlo con frecuencia los pajes por su carácter juvenil y alegre; y de sus travesuras y burlas, tanto entre si como con los truhanes que asistían antiguamente en las casas de los magnates, se refieren y celebran cuentos y pasos graciosos. Lo mismo solía suceder entre los estudiantes, según se pinta en el Tacaño de Quevedo y en nuestras florestas y colecciones de chistes; y aun han llegado vestigios de esta costumbre hasta nuestros días.
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N-1,2,40. Se hablaba de un mal rocín: calidad, que junto con la de comer pan, que se le atribuye como los racionales, excita la risa del lector, y acaba de exaltarla el aire de sinceridad que da a la expresión el estado del entendimiento de Don Quijote.
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N-1,2,41. Piezas todas del arnés, cuyos nombres indican las partes que defendían, menos la última, que por encubrir lo principal, que es la cabeza, se llamaba así por excelencia, de celar por cubrir.
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N-1,2,42. En la novela de Rinconete y Cortadillo dijo Cervantes de unos alpargates viejos que estaban tan traídos como llevados; y lo mismo suele decirse en general de ropas que están ya deslucidas y deterioradas por el uso. Cervantes lo aplicó con propiedad a objetos manoseados y puercos, en quienes concurría además la circunstancia de traídos y llevados por los arrieros a Sevilla, como antes se dijo. La riqueza y opulencia de aquella ciudad, mayor en aquella época que en otra alguna, ocasionaba la afluencia de este género de podridas y pestíferas mercancías.
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N-1,2,43. Contrahizo aquí nuestro hidalgo y aplicó a su persona el romance antiguo de Lanzarote, que dice:
Nunca fuera caballero
De damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino;
que dueñas cuidaban dél,
doncellas de su rocino.
(Romancero de Amberes de 1555, fol. 242.)
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N-1,2,44. Yantar es comer; y al mismo tiempo es nombre y significa con especialidad cierta contribución que antiguamente se pagaba a los Reyes por razón de provisiones para sus viajes. Como verbo y como nombre ocurre con frecuencia en nuestras crónicas, códigos y poesías primitivas. Propiamente significaba desayuno, ientaculum, como dice Covarrubias; y aquí bien podía usarlo con oportunidad Don Quijote, como aquel que en todo el día no se había desayunado.
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N-1,2,45. Don Vicente de los Ríos, ameno y culto escritor del Análisis del Quijote que se publicó en las ediciones de la Academia Española, fijó con arreglo a sus cálculos el día de la salida de Don Quijote en 24 de julio de 1604; pero ese día fue miércoles; según lo cual, la salida, si fue en 1604 y en viernes, hubo de ser el 2, 9, 17, 23 ó 30 de julio; y si fue en 28 de julio, hubo de ser el año de 1600 en que el 28 de aquel mes fue viernes, o el año de 1595 o el de 1589 u otro anterior en que concurriese igual circunstancia. íCuánto no se reiría Cervantes si leyese esta nota!
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N-1,2,46. Se usa inoportunamente la conjunción pero, porque ninguna contraposición hay entre lo que sigue y lo que antecede.
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N-1,2,47. A trueco de miraros,
Aunque me aborrezcáis, tengo de amaros.
Así Pedro Padilla, en el Tesoro de varias poesías: hoy se dice a trueque. No se ve en el progreso de la relación cuándo ni cómo se quitaron estas cintas; sólo se dice antes, que toda aquella noche estuvo Don Quijote con la celada puesta. Según esta expresión, no se desataron o cortaron las cintas hasta otro día al salir de la venta, que fue a la hora del alba, como se contará en el capítulo IV.
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N-1,2,48. Llámase este instrumento castra-puercos o pito de capador. Se compone de varios cañutos unidos, cuyas bocas están en línea, y que suenan sucesivamente, como la flautilla con que suele pintarse al Dios Pan, su inventor.
Pan primus calamos cera coniungere plures
Instituit
.
(Virgilio, égloga, 2a)
Un pito de capador solemnizó la comida de Don Quijote, como un cuerno de porquero había solemnizado su llegada al castillo.

[3]Capítulo II. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero
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N-1,3,1. La relación de sitio para la presente escena realza en gran manera su argumento, y muestra hasta qué punto poseía Cervantes el instinto del ridículo. íQué contraste entre el lenguaje campanudo y grandioso de Don Quijote y una caballeriza!
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N-1,3,2. VUELTA AL TEXTO

















N-1,3,3. Perión de Gaula, uno de los hijos de Amadís, después de desembarcar en una costa con otros donceles, vio venir una barca, que dos grandes jimios con cuatro remos traían. De la barca salió una doncella, y llegada a ellos, y hincando las rodillas en tierra ante Perión, dijo: Buen doncel, de aquí no me levataré hasta que me otorguéis un don. él le respondió, viéndola tan apuesta y hermosa: Doncella, pedid lo que quisiéredes, que yo os lo otorgo. Ella, levantándose, dijo... Lo que me habéis prometido, señor, es que vais conmigo donde yo os llevare en esta barca, luego sin ninguna dilación, vos solo sin otra compañía. Perión, obligado por su promesa, se entró en la barca con la doncella, y remando fuertemente los jimios se perdieran de vista (Lisuarte de Grecia, cap. I). La doncella era Alquifa, hija del sabio Alquife, marido de Urganda la Desconocida, de quien se hace algunas veces mención en el QUIJOTE. Las expresiones de Alquifa a Perión son muy semejantes a las de Don Quijote al ventero.
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N-1,3,4. La buena gramática pediría que los verbos porfiaba, quiso y hubo correspondiesen a una misma persona o sujeto. No sucede así, y resulta alguna oscuridad, que se hubiera corregido poniendo, en vez de jamás quiso, jamás lo consiguió.
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N-1,3,5. El Emperador Arquealo otorgó cierta merced al Duque de Calés, y éste besó las manos al Emperador, diciendo: No se esperaba menos de tan crecida virtud como lo que en vuestra Merced resplandece (Olivante de Laura, libro I, cap. XXXIV). Habiendo la doncella Gradafilea pedido un don a la Princesa Onoloria, y otorgádolo ésta, la doncella le besó las manos, aunque no quiso, y le dijo: No esperaba yo de vos menos (Lisuarte de Grecia, cap. VI).
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N-1,3,6. Cervantes salpicó todos estos parajes de expresiones tomadas del vocabulario caballeresco.
En ocasión que Perianeo, Príncipe de Persia había desafiado al Emperador don Nelanio, un caballero desconocido, entrando por la sala, llegó hasta hincar las rodillas ante el Emperador, y dijo: Alto y muy poderoso señor: yo soy un caballero venido de lejas tierras a te servir... Por ende te suplico queàà tengas por bien de me otorgar un don, de que ningún daño a ti ni a tu corte vendrá. Yo os lo otorgo, respondió el Emperador.. Pues el don que me habéis otorgado, dijo el caballero, es de dejar hacer la batalla con ese tan arrogante caballeroàà Mucho me pesa, respondió el Emperador, de lo que vos he otorgadoàà; mas pues así es, yo no lo puedo excusar (Belianís. lib. I, cap. XXX). El Príncipe Agesilao, disfrazado con el nombre de Daraida, dijo a Sidonia, Reina de Guindaya: Mi señora, suplicoos un don me otorguéisàà íAy, Daraida!, dijo la Reina, pide lo que quisieres, que yo te lo otorgo... Y ella dijo: Sabed, mi Señora Sidonia, que me habéis otorgado que mañana, recibiendo la Orden de Caballería por mano del Caballero del Fénixàà haga yo la batalla en lugar del tercero (Florisel, part. II, capítulo L). El caballero del Fénix era Don Florarlán de Tracia.
Allí mismo (cap. LII) se cuenta que la doncella de Galtacira pidió que le otorgase un don la Reina Sidonia. Otorgado el don por la Reina, le dijo Galtacira: Pues mi señora, el don que me habéis otorgado es que mandéis a la vuestra Daraida que luego mañana se parta conmigo a remediar mi necesidad. De esto pesó a la Reina.
Semejante especie de compromisos, obtenidos artificiosamente por medio de promesas anticipadas, venía ya de los libros primitivos de Caballería. El Rey Artús había pedido un don a Tristán, y otorgado por éste a instancia de la Reina Ginebra y de Lanzarote, declaró Artús que el don otorgado era ser para siempre Caballero de su corte y de la Tabla redonda.
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N-1,3,7. Yendo Urbín el Lozano con su escudero Carpín, a petición de la dueña Ardenia a libertar a una doncella, hija suya, que el gigante Llaro había robado y tenía en una torre, le dijeron desde las almenas: Esa loca dueña que aquí te envía, su hija mañana verá en aquel día lo que con los caballeros andantes tan locos como tú ha ganado (Policisne de Boecia, cap. XXII).
Esta añadidura, en aquel día para expresar el de mañana, no es exclusivamente de los libros de Caballería, es también de otros desde la fecha más antigua de nuestro idioma. En el Poema del Cid, escrito en la declinación del siglo XI, por el mismo tiempo o poco después que los primitivos libros bretones de Caballería, se refiere que estando el Cid cercado por los moros en el castillo de Alcocer, Alvar Fáñez, uno de sus capitanes, proponía que se hiciese una salida contra los sitiadores, y decía:
Vayamos los ferir en aquel día de cras.
(Romancero de Amberes de 1555, fol. 203.)
En el romance viejo de la lnfantina (verso 684) se lee:
Hija soy del buen Rey
y la Reina de Castilla...
Hoy se cumplen los siete años
o mañana en aquel día...
Esperéisme, vos, señora,
Hasta mañana aquel día.
En el romance del conde Alarcos, dice a éste el Rey:
Convidaros, quiero, Conde,
Por mañana en aquel día,
Que queráis comer conmigo
Por me tener compañía.
Usando de este modismo antiguo, cuenta Cervantes en la segunda parte del QUIJOTE (capítulo XLI), que decía el Duque a Sancho: Advertir que mañana en este mismo día habéis de ir al gobierno de la ínsula.
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N-1,3,8. Conforme al espíritu general del tiempo y de los países en que floreció la caballería, su profesión estaba ligada íntimamente con la del Cristianismo. Por su ley y por su dama era la divisa del caballero. De aquí, junto con la ignorancia y poca cultura de dicha época, nacía aquella mezcla de magnanimidad y de venganza, de violencia y de ternura, de devoción y de amoríos, cuya reunión tiene también su color poético y es capaz de recibir los adornos de la imaginación y del estilo. Este carácter se exageró en las historias de los caballeros andantes, donde a cada paso se encuentran las prácticas religiosas mezcladas con otras de ferocidad grosera, contradicciones entre la creencia y la conducta, profesión sincera de la fe y violación perpetua de las máximas del Evangelio. Los estatutos de la Orden de la Banda, fundada por el Rey don Alfonso el XI de Castilla, prescribían que todo Caballero de la Banda faga mucho por oír misa en la mañana, pudiéndola haber, porque lo ayude Dios en su caballería (Doctrinal de Caballería, lib. II, tít. V). Pues he aquí que esta costumbre era ordinaria también en Los caballeros andantes, como se cuenta, v. gr., del caballero del Febo y del Rey Liseo en el Espejo de Príncipes (pte. I, lib. I, cap. LXIV). Estándose para dar una gran batalla entre el Emperador de Roma y el Rey de Gaula, refiere la historia de Amadís (cap. CIX) que venida el alba las trompetas sonaron, y tan claro se oían los unos o los otros como si juntos estuvieran. La gente se comenzó a armar e a ensillar sus caballos, e por las tiendas a oír misas e cabalgar todos e se ir para sus señas. Cuando Godofre de Bullón lidió con Guí de Montefalcón en desagravio de una doncella desposeída de su estado por este último, después de armados oyeron amos a dos misas en la mayor iglesia de la ciudad; y luego cabalgaron y se fueron a romper las cabezas. La noche anterior al día en que habían de pelear el caballero del Cisne y el duque Rainer de Sajonia, tovieron amos los caballeros vigilia en la mayor iglesia de la villa, el uno al altar de Sant Ramiro, e el otro al de Sant Pedro. E otro día oyeron misa, e ofrecieron amos sus ofrendas muy grandes e muy ricas. E después armáronse muy bien, e salieron en sus caballos, e fueron al campo do habían a lidiar (Historia del Caballero del Cisne, lib. I, caps. LXXVII y CLVI). El Infante Floramor y Leandro el Bel, amantes ambos de la Princesa Cupidea, se desafiaron sin saber que eran hermanos. Llegado el plazo de la batalla, la noche antes se confesaron de sus pecadosàà, y venida la mañana recibieron el Santísimo Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo; el caballero de Cupido (Leandro) en la capilla del Emperador, y el de las Doncellas (Floramor) en un monasterio. Verificóse después la batalla, que duró con el mayor encarnizamiento hasta la noche (Caballero de la Cruz, lib. I, caps. XXV y XXVI). La víspera de la batalla de Lisuarte con Amadís de Grecia, tuvo vigilia en la capilla de la Emperatriz àà Antes que amaneciese, fue confesado de todos sus pecados, e con gran devoción tomó el cuerpo de nuestro Redentor. (Amadís de Grecia parte I, cap. LXI). Lo mismo hizo Amadís de Gaula antes de combatirse con Ardan Calineo (cap. LXI); y lo mismo hicieron el Emperador don Belanio y sus tres hijos Belianís, Clarineo y Lucidaner para entrar en el desafío con los príncipes troyanos (Belianís, lib. I, capítulo LI).
Consiguiente a estas máximas y costumbres, fue que en el acto de armarse los caballeros interviniesen también ceremonias religiosas, y que Don Quijote tratase de seguir puntualmente los ejemplos que le daban. Amadís de Gaula, cuando quiso armarse caballero por mano del Rey Perión, su padre hizo llevar por la noche sus armas, a la capilla de la Reina, donde armado de todas armas, salvo la cabeza y las manos, hizo la oración ante el altar, rogando a Dios que así en las armas como en aquellos mortales deseos que por su señora tenía, le diese victoria. Venido el Rey Perión a la mañana, le dijo Oriana: Yo vos quiero pedir un don. De grado, dijo el Rey, lo haré. Pues hacedme ese mi doncel caballero; y mostróselo, que de rodillas ante el altar estaba. El Rey vio el doncel tan hermoso que mucho fue maravillado, y llegándose a él, dijo: +Queréis recibir orden de caballería? Quiero, dijo él. En el nombre de Dios: y él mande que tan bien empleada en vos sea y tan crecida en honra, como él os cresció en hermosura; y poniéndole la espuela diestra, le dijo: agora sois caballero, la espada podéis tomar. El Rey la tomó e diósela, y el doncel la ciñó muy apuestamente (Amadís de Gaula, cap. IV). El Rey Minandro decía a Policisne: Ninguno puede por ley de caballería ser armado, sin antes velar en una iglesia sus armas (Policisne de Boecia, cap. XXXVII). La noche que Florambel de Lucea veló sus armas para recibirse caballero a otro día se confesó con el santo sacerdote Cipriano (Florambel de Lucea, lib. I, cap. XVI). Cuando Lisuarte se armó caballero en Constantinopla, tuvo vigilia la noche antes y se confesó con un Obispo de todos sus pecados (Lisuarte de Grecia, cap. XXVI). Leandro el Bel y cinco donceles que le acompañaban recibieron la orden de caballería de manos del Emperador de Constantinopla, y la noche antes, que era la de San Juan, la pasaron en oración en la capilla imperial, rogando a Dios los hiciese tales que pudiesen adelantar sus honras y ensalzar su santa fe: después de confesados oyeron misa solemne y comulgaron los seis donceles. Semejante fue el caso de Florineo, hijo de Aquilano, Rey de Escocia. él, y otros cincuenta y dos caballeros, después de media noche, se confesaron de todos sus pecados y recibieron el cuerpo del Señor, rogándole les diese gracia que le pudiesen servir en aquella orden que recibían... Y el alba venida, vino el Rey a la iglesia, adonde el arzobispo de Lucea dijo con gran solemnidad la misa, y después el Rey armó caballero a Florineo; y ciñéndole una muy buena espada que fuera del Rey Guidelo, su abuelo, le dio paz en el rostro, y le dijo: Dios te haga tal cual todo el mundo piensa (Florambel de Lucea, libro I, cap. IV).
Esta intervención religiosa en la recepción del orden de caballería no fue invención de los fabulistas caballerescos, ni era solamente práctica de caballeros particulares, sino también de Reyes y Príncipes. Caminando Don Juan el I, Rey de Castilla, para hacer la guerra a los moros, pasó por Toledo, y allí veló las armas en la iglesia catedral toda una noche, como refiere su crónica (cap. CCI). Los escritores de libros de caballería copiaron en esta parte las costumbres y usanza general de su tiempo, descrita ya menudamente en el Código de las Partidas, obra del Rey Don Alonso el Sabio, en el siglo XII (Partida I, título XXI). Los mismos usos duraban en el siglo XV, como se ve por el ejemplo mencionado del Rey don Juan, y por el Doctrinal de Caballeros dirigido al Conde de Castro por el Obispo de Burgos, donde se insertaron literalmente las disposiciones de las Partidas. Describiéndose allí la forma en que debe armarse el caballero, se manda que la noche antes vele en la iglesia, y haciendo oración; venido el día oiga misa, y armado de todas armas, menos la cabeza, que tenga descubierta, proteste ante el que le ha de armar, que quiere recibir orden de caballería, y que la mantendrá como se debe mantener. El que le armaba y otro caballero por su mandado, le calzaba las espuelas, y luego le ceñía la espada. Sacábala el novel caballero, y con ella en la mano juraba morir, si menester fuese, por su ley, por su señor y por su tierra. Hecho esto, el que lo armaba le daba la pescozada porque no se le olvidase su juramento, y lo besaba en señal de paz. Los estatutos hechos posteriormente para las órdenes militares de España, confirmaron estas disposiciones y expresaron la de que comulgase el caballero.
Los pormenores de estas ceremonias se encuentran observados unos en una parte, otros en otra, en innumerables pasajes de los libros caballerescos. Cervantes, en la armadura de Don Quijote, remedó las que hacían buenamente a su intento: omitió las religiosas, cuya intervención ni era verosímil ni podía verificarse sin profanarlas: halló el medio de indicarlas por no faltar a la verosimilitud, y de omitirlas por no faltar al respeto. Pero ya que de esta suerte se puso a cubierto Cervantes de la nota de irreligiosidad, no evité por otro lado, la censura de algunos que creyeron que en este lugar de su QUIJOTE contribuyó a la decadencia de cierto pundonor caballeresco que antes era común entre los españoles, y cuyo espíritu se hallaba expresado en las ceremonias de la recepción de la caballería. Cervantes, remedándolas del modo que aquí se ve en el discurso de la relación presente, haciendo del corral capilla, de la pila del pozo altar, del libro de paja y echada manual, del ventero maestre, de las rameras caballeros asistentes y de las bestias de los arrieros capítulo, imprimió a todo un sello de ridiculez que, sin duda alguna, estuvo muy lejos de su intención.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,3,9. Especie de mapa picaresco de España, donde se marcan los principales parajes a que solía concurrir la gente perdida y vagabunda: Percheles de Málaga. Islas de Riarán.A principios del siglo XV, el Rey don Enrique el Enfermo envió una embajada al famoso Tamerlán, que había extendido sus conquistas por las regiones interiores del Oriente, y llenado el mundo de su renombre. Ruy González de Clavijo, uno de los enviados, en el itinerario que escribió de la embajada, hablando de Málaga, dice: entre el mar y la cerca de la villa están unas pocas casas que son lonjas de mercaderes. Este sitio le ocupaba un grande arrabal en que había muchas huertas y casas caídas, cuando sitiaron a Málaga los Reyes Católicos. (Crónica de Pulgar, parte II, capítulo LXXV); los cuales, después de tomada aquella ciudad, heredaron en aquel arrabal a Garci López de Arriarán, caballero vizcaíno, capitán de la Armada, que concurrió a la empresa, de donde tomó la manzana de casas que le formaban el nombre de Isla de Riarán. Después de la conquista, por razones de salubridad y de aseo se estableció allí como en paraje aislado, el adobo, salazón y tráfico de pescados, y por las perchas en que se colgaban a orear los ceciales dicen que se dio al barrio el nombre de los Percheles. En este período fue cuando adquirió el crédito que le dio tan honrado lugar en la relación del ventero, y en que, a semejanza de otras pesquerías de las costas de España, servía de escuela y palestra a los vagos que concurrían de todas partes a ejercitar sus malas mañas. La circunstancia de ser paraje separado de la ciudad hizo que se le destinase a lazareto en la peste que afligió aquella costa el año 1582, según las noticias recogidas y publicadas por Pellicer; y allí se edificó después la Aduana, entrado ya el siglo XVII. De los bravos de los Percheles se hace mención en la historia de Estebanillo González, truhán de mediados del siglo XVI (Cap. IV); pero esta fama era ya antigua, porque el lacayo espadachín Vallejo, en la comedia Eufemia de Lope de Rueda, decía a su amo: Y corté el brazo a Vicente Arenoso riñendo con él de bueno a bueno en los Percheles de Málaga (Acto II, esc. I).
Compás de Sevilla. Cervantes, en el Viaje al Parnaso, describiendo la tormenta que corría un buque cargado de malos poetas, dice:
Y yo sé bien que la fatal cuadrilla
antes que allí, holgara de hallarse
en el Compás famoso de Sevilla
Dióse el nombre de Compás a un barrio de aquella ciudad que está al entrar por la puerca del Arenal, a la izquierda a lo largo de la muralla, donde estuvo antiguamente la mancebía con otras casas de vecindad, habitadas de gente de mal vivir. Hubo en él una laguna, de donde recibió el nombre una calle que ahora lo tiene. A este barrio hubo de pertenecer la casa de Monipodio, que tan saladamente describió Cervantes en la novela de Rinconete y Cortadillo.
Azoguejo de Segovia.Plazuela del arrabal de Segovia, por donde pasa el famoso acueducto romano de aquella ciudad, que en ella es donde tiene su mayor elevación. Azoguejo es diminutivo de ozogue, palabra anticuada de origen árabe, que significa plaza. Paréceme que azogue era equivalente de zoco, que significa lo mismo: Zocodover es diminutivo de zoco, y según esto, son sinónimos Azoguejo y Zocodover, plazuelas, aquéllas de Segovia, y ésta de Toledo. Cuando Segovia era Segovia, y sus fábricas y riquezas atraían y alimentaban una población numerosa, el Azoguejo era el sitio donde solía concurrir la gente apicarada que aquí se indica, y que frecuentarían los pelaires de aquella ciudad, de quienes se habla después en el cap. XVI como de gente alegre, maleante y juguetona. Olivera de Valencia.Hace medio siglo que junto a la parroquia de San Miguel de Valencia había un olivo antiguo en un sitio despejado y espacioso, que hoy ocupan algunas casas y la plazuela de la Olivareta. Los callejones tortuosos de alrededor, entre ellos el llamado del Bochi o del Verdugo y el de Malcuinat o Malguisado, eran albergue de mala gente lupanares que frecuentemente daban que hacer a la justicia. Según las noticias que don Casiano Pellicer recogió en la Parle I del Histrionismo, parece que hubo en la Olivera corral de comedias a mediados del siglo XVI Hácese mención del mismo sitio en la comedia el bobo del Colegio, escrita por Lope de Vega, donde el lacayo de Garcerán, que había venido con su amo de Valencia a Salamanca, dice
íAy, Valencia de mis ojos!
íAy, plaza de la Olivera!
íQuién por el aire te viera
para templar sus enojos!
Rondilla de Granada. no ha quedado vestigio en esta ciudad del sitio designado en el presente pasaje. Preguntadas personas ancianas, alguna de ellas, casi centenaria, no se acuerdan de haber oído semejante nombre, que tampoco se encuentra en las memorias históricas del país.
Playa de San Lúcar.Esta había sido la escuela del honrado ventero, según lo que se dijo en el capítulo anterior: y era digna de serlo por la clase de gente que la frecuentaba con motivo del comercio marítimo de Sevilla, que se hacia por Sanlúcar, y por la concurrencia de las flotas de Indias.
Potro de Córdoba Don Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, que floreció a principios (del reinado) de Carlos V pintando un balandrón que cuenta a sus vecinos en la aldea sus campañas y las batallas en que se ha hallado, dice (Menosprecio de la corte, capítulo XIV) y si a mano viene, en todos aquellos tiempos se estaba él en Zocodover de Toledo, o en el Potro de Córdoba. En una comedia de Lope de Rueda intitulada Los engaños, contestando Julieta a lo que creía eran burlas de Fabricio, le decía para mí, que, como dicen, soy de Córdoba y nascí en el Potro. Esto de nacer en el Potro causaba al parecer ejecutoria, según aquella letrilla del Romancero general de Pedro de Flores (parte XI, fol. 429), cuyo estribillo es:
Busquen otro,
que soy nacido en el Potro,
Todo indica la clase de reputación que gozaba aquel barrio, y manifiesta con cuánta oportunidad invocaba las ninfas de su fuente Don Diego Hurtado de Mendoza en la composición poética que intituló la Vida del Pícaro:
Ninfas de Esqueva y del famoso Potro
de Córdoba la llana, que gradúa
con borla picaril y no con otro.
El barrio del Potro era y es la parte de la ciudad que está más al Mediodía, formando de Oriente a Poniente la calle que llaman del Potro, desde el puente hasta la puerta de Baeza. Hay en dicha calle una plaza, y en medio de ella una fuente de cuatro caños, en cuyo centro se ve sobre un globo un potro de piedra de cuatro a cinco pies de largo, descansando sólo en los dos pies de atrás, en actitud de saltar. De aquí les vino el nombre a la fuente, a la calle y al barrio. Debió haber en él fábricas de agujas, como se indica después en el capítulo XVI, donde se mencionan los agujeros del Potro de Córdoba, como individuos de la Congregación picaresca. Continuaba la misma fama del Potro de Córdoba después de los tiempos de Cervantes, cuando a mediados del siglo XVI escribía Estebanillo González (cap. V): Llegué a Córdoba a confirmarme por angelico de la calle de la feria a refinarme en el agua de su Potro: porque después de haber sido estudiante, paje y soldado, sólo este grado y carabana me faltaba para doctorarme en las leyes que profeso.
Ventillas de Toledo.Debieron ser las que había fuera de la población, en sus inmediaciones. En la comedia de Lope de Vega intitulada La doncella Teodor, se cuentan las Ventillas entre los parajes adonde solían salir las gentes de Toledo a pasear y divertirse, pues el gracioso, suponiendo que Teodor había llegado a aquella ciudad, dice (acto I):
Pero ella debe de estar
en la Vega o las Ventillas,
en la huerta o las Vistillas
tratando de merendar.
Y que a ellas solía concurrir gente devota de Baco y pendenciera, lo cuenta Cervantes en la comedia del Rufián dichoso, donde hablando de éste y de sus valentías, dice fray Antonio, alias Lagartija:
En Toledo, en las ventillas,
Con siete terciopeleros,
él hecho zaque, ellos cueros,
le vide hacer maravillas.
En las mismas ventillas o figones aprendió a jugar al rentoi Carriazo, uno de los principales personajes de la novela La Ilustre Fregona. El concurso sería mayor en los tiempos de la opulencia y florecientes fábricas de Toledo y, por consiguiente, mayor la ocasión de campar en ellas la gente viciosa y baladí.
El sitio donde empieza la novela Los Cigarrales de Toledo, escrita por el maestro Tirso de Molina, fue en el camino que viene de Madrid al emparejar con sus conocidas ventas y descubrir la dorada piña de sus casas. La primera de aquellas ventas, según allí se expresa, se llamaba de las Pavas. Estas fueron verosímilmente las designadas en el pasaje presente del QUIJOTE.
Y otras diversas partes.Agustín de Rojas, en la alocución al vulgo con que concluye su Viaje entretenido, dando cuenta de su patria, padres y oficios, habla así: no me digo que nací en el Potro de Córdoba, ni crié en el Zocodover de Toledo, ni aprendí en el corrillo de Valladolid, ni me refiné en el Azoguejo de Segovia. Cervantes nombra también, entre los parajes de esta clase, las Barbacanas de Sevilla; pero entre todas estas dignísimas escuelas y gimnasios daba la preferencia y la palma a las almadrabas de Zahara. Hablando en La Ilustre Fregona de Don Diego Carriazo, joven prófugo de la casa paterna, dice que pasó por todos los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterre de la picaresca. íOh, pícaros!, continúa, íoh, pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios; pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover, de la plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo deste nombre PICARO, bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes!
VUELTA AL TEXTO

















N-1,3,10. Qué bien delineado está el carácter socarrón y taimado del ventero! El oficio de los caballeros andantes era deshacer tuertos y amparar las viudas, doncellas, pupilos y, en general, a los que por si solos no podían defenderse de las violencias de los demás. El ventero hace aquí una reseña de todo lo contrario, que era lo que él había practicado antes de retirarse a su venta o castillo, donde vivía de lo suyo y de lo ajeno, participando, en cuanto le era dable, de los haberes de los pasajeros. La última expresión del ventero recuerda lo que se refiere en la historia de Don Olivante de Laura (lib. I, cap. I) de un caballero llamado Arlistar, señor de un castillo, el cual aunque muy buen caballero fuese, como no tuviese otra cosa que este castillo de qué mantenerse, empleaba su bondad en aprovecharse de los caballeros y otras personas que por estos caminos pasaban, haciendo que partiesen con él de lo que tenían. Olivante lo venció y mató, poniendo en libertad a muchos caballeros y escuderos que tenía presos en el castillo.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,3,11. Don Quijote, diciendo que no había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno de ellos hubiese traído dineros, no estaba en lo cierto o lo había olvidado. Cuando Amadís de Gaula, a quien el mismo Don Quijote calificó de uno de los más perfectos caballeros andantes, añadiendo que fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debían imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la caballería militaban (cap. XXV de la Primera parte); cuando Amadís, digo, volvió de la Peña Pobre, después de su Penitencia a Miraflores, se proveyó del dinero que para armas y caballo e cosas de vestir necesario era (Amadís, cap. LI). Otro ejemplo de lo mismo suministra la historia de Oliveros de Castilla, que al salirse ocultamente de la corte del Rey su padre, puso una barjuleta con tres mil doblas de oro en el arzón de la silla de su caballo (cap. XI). En el progreso de estas notas habrá ocasiones repetidas de advertir que Don Quijote, en fuerza del desarreglo de su cerebro, olvidaba tal vez o equivocaba y confundía las especies que había leído en los libros caballerescos.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,3,12. Los dineros y las camisas limpias no se escriben. Quedara corriente el discurso si se suprimiesen las palabras y tan necesaria de traerse, como eran dineros y camisas limpias.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,3,13. Bien herradas es bien provistas de dinero, no de hierro, como suena la expresión, acaso por los candados y cerraduras que suelen acompañar a las arcas, sacos o bolsas donde se lleva la moneda. Así lo muestra el refrán del Comendador griego la hortelana trae la bolsa herrada, y el otro de Juan de Malara herradas llevan las bolsas los que de Sevilla salen. Don Juan Bowle citó ambos refranes en sus anotaciones sobre este lugar del QUIJOTE.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,3,14. La Historia de don Belianís abunda en curaciones prodigiosas de esta clase. Aquel Príncipe y su primo y compañero Arfileo estaban malamente heridos en el Bosque peligroso. A deshora se vio venir por el aire un carro de cristal tirado de seis grifos, en el cual venían dos pequeños enanos enviados por la sabia Belonia, señora de las Montañas desiertas, para llevarse, como lo hicieron, los dos heridos caballeros a los palacios de Belonia, donde fueron curados de sus heridas (libro I, cap. VII). El Emperador don Belanio había quedado mortalmente herido en la batalla con el Príncipe don Galanio de Antioquía, y estaba ya a punto de expirar, cuando se presentó en forma de doncella la sabia Belonia la cual, sacando una redomica que dentro una caja traía, sacó della una confección tan olorosa, que el Emperador y cuantos allí había fueron muy conhortados: y tomándola de la mano, sin ningún recelo la bebió toda, y a la hora se sintió tan sano como si mal ni herida alguna hubiese tenido (Ib., cap. IX). Habiéndose combatido sin conocerse don Belianís y su padre, y herido gravemente uno a otro, se les apareció la sabia Belonia acompañada de cuatro gigantes, y comiendo de lo que ésta les dio, quedaron tan sanos como si mal alguno por ellos no hubiera pasado (Ib., cap. XXXVI).
Añadiré otros pasajes semejantes tomados de diferentes libros caballerescos.
Del de Amadís de Grecia.Urganda lo trabó de su brazo, diciendo íay, Amadís!, no ofendas más al señor que te engendró, que tus padre es ese que tienes delante de tiàà Como esto ella acabó de decir, súpitamente Amadís de Grecia, de la espada que en los pechos tenía figurada sintió tal calor, que parecía quemarle en vivas llamas; mas luego se hizo una nube que los cubrió a todos tres (Urganda, Amadís y Lisuarte, a quien iba a matar Amadís). la cual en un punto fue deshecha, y quedaron cercados de veinticuatro doncellas, todas con arpas y otros instrumentos, y en medio dellas aquel honrado viejo Alquife, el cual en la mano traía una redoma de agua, y dando con ella en el yelmo de Amadís de Grecia, fue quebrada y el agua por él derramada, que luego le quitó el ardor de la espada: el cual (Amadís)... se hincó de hinojos, llorando de placer ante Lisuarte (parte I, capítulo LXI).
De la Historia de don Olivante de Laura.El Rey, con el Príncipe Olivante y todos los altos hombres y caballeros, con el ungÜento que la sabia Ipermea les había puesto, se hallaron tan sanos como si ninguna herida hubieran tenido (lib. I, cap. XIV).
De Florambel de Lucea.La fada Morgaina puso en la boca de Florambel, mortalmente herido y ya con las ansias de la muerte, la fruta del árbol saludable. EEl, aunque apenas podía abrir la boca, esforzóse cuanto pudo; y con el deseo de guarescer... comió ya cuanto della, y en acabándola de tragar, fue tan sano como si nunca fuese ferido (lib. II, cap. IX).
Del Caballero de la Cruz.Estando el caballero Floramor muy llagado, se sentó en una peña a orilla del mar, y vio venir un gran delfín cuyas escamas parecían de fino oro. Sobre él venía una hermosa doncella, cantando dulcemente y acompañándose con su laúd. Llegada al caballero, le saludó cortésmente, y sacó de la manga un barrilete de coro con cierto licor que le enviaba el sabio Artidoro, el cual bebido, se halló tan bueno y sano como si jamás hubiese tenido mal alguno (lib. I, capítulo LXIV).
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N-1,3,15. Parecía natural decir de menos importancia; y en todo caso hubiera sido mejor suprimir la expresión. No le ocurrió al ventero que todo podría llevarse en una maleta, que sería más decente que las alforjas; a no ser que Cervantes quisiese hacer resaltar lo ridículo de las alforjas en un caballero andante, como se indica en las palabras inmediatas. En el capítulo VI se repiten otra vez las palabras de más importancia en ocasión que también debiera, al parecer, decir de menos importancia: y quede dicho de ahora para entonces.
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N-1,3,16. De las obligaciones de los que se armaban caballeros para con sus padrinos habla con extensión el Doctrinal de Caballeros, en el libro I, capítulo II. Ahijado, dice, relación a padrino, cuyo nombre se daba al que confería la orden de caballería, según se ve por aquel romance antiguo:
El hijo de Arias Gonzalo,
el mancebito Pedrarias,
para responder a un reto
velando estaba sus armas.
Era su padre el padrino,
la madrina Doña Urraca,
y el Obispo de Zamora
es el que la misa canta...
Al armarte caballero,
sacó el padrino la espada;
dándole con ella un golpe,
le dice aquestas palabras:
Caballero eres, mi hijo,
hidalgo y de noble casta...
A Zamora te encomiendo
contra don Diego de Lara...
Y en el libro de la misa
le tomó jura y palabra.
Pedrarias dice: Sí otorgo
por aquestas letras santas.
Pero la denominación de padrino no se ceñía sólo al que armaba al caballero novel, sino también a los que concurrían a la ceremonia, como se muestra por las leyes 15 y 16 del título XXI de la Partida segunda. La última dice: Debido han los caballeros noveles non tan solamente con aquellos que los facen, mas aun con los padrinos que les ciñen las espadas; ca bien así como son tenudos de obedescer et de honrar a los que les dan la orden de caballería, Otrosí lo son a los padrinos que son confirmadores della.
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N-1,3,17. Recebidas se puso en la edición primitiva del QUIJOTE, hecha en el año de 1605; pero fue evidentemente error de imprenta por referidas, que es como se puso en otra edición del mismo año de 1605. Sin embargo, el error se repitió en la de 1608, y la Academia Española, que lo advirtió así en una nota, conservó el pasaje viciado por una nimia escrupulosidad en seguir el texto que se había propuesto para su última edición del año 1819.
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N-1,3,18. Se entiende a excepción de la celada, pues como se dijo en el capítulo precedente, se quedó con ella puesta toda la noche, por no cortar las cintas verdes que con la traía atada. Es de notar la excesiva repetición, de la partícula y en el presente período: Y así se dio luego orden como velase las armas... y recogiéndolas Don Quijote todas, las puso sobre una pila.., y embrazando su adarga asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear... y cuando comenzó el paseo, comenzaba a cerrar la noche. Tanta repetición hace lánguido y pesado el discurso.
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N-1,3,19. Es el acto de armarse caballero, a que se dio el nombre de armazón para ridiculizarlo. Armazón significa el conjunto de piezas de madera y otra materia sobre que se arma o forja alguna cosa, como las costillas del navío o las vigas del tejado.
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N-1,3,20. Cuando llegó Don Quijote a la venta era a tiempo que anochecía, como se expresó en el capítulo anterior. Pasó después la conversación con las dos mozas, otra Luego con el ventero, es, seguida se desarmó con gran dificultad, cenó con mucho trabajo, siguió el segundo coloquio con el huésped en la caballeriza, se dio orden para la vela de las armas, iba ya un buen espacio de ella; y ahora se dice acabó de cerrar la noche. íQué poco tiempo para tantas cosas!
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N-1,3,21. Nótese el uso del verbo curarse en sus dos distintas acepciones. Cervantes usó ordinariamente de esta clase de equívocos con oportunidad y discreción, sin el abuso que otros ingenios inmediatos a su tiempo hicieron de este medio de amenizar el discurso.
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N-1,3,22. El paréntesis es impertinente, porque +cuáles fueron las señales que hubo para que así pareciese? Fuera de que no las necesitan los sabios encantadores, coronistas de los caballeros andantes, porque a los tales no se les encubre nada de los que quieren escribir. Así decía Don Quijote a Sancho en el capítulo I de la Segunda parte, cuando Sancho se espantaba de que en la primera se contasen cosas que habían pasado entre ellos a solas.
Sobre la costumbre de invocar los caballeros a sus damas en ocasiones de peligro, habrá lugar de hablar extensamente en adelante.
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N-1,3,23. Maestro significa cirujano, y los muertos ya no lo necesitan. El uso de esta expresión es frecuente para denotar la muerte de los heridos en las historias caballerescas. El Caballero del Cisne, derribado del caballo, se levantó luego a pie, e metió mano a la espada, e comenzó a se defender muy fieramente, e dábales tamañas feridas, que al que alcanzaba bien no podía menester maestro (libro I, cap. CXIV). Palmerín de Oliva, encontrándose con un falso y traidor caballero, alzó la espada e dióle tal herirla encima de la cabeza, que no hobo menester maestro (cap. LXV).
Primaleón, acometido de tres caballeros hirió tan poderosamente a uno de ellos con la lanza, que no hubo menester maestro, y dio con él muerto en tierra (cap. LXXXV). Peleando Lisuarte de Grecia con los hombres de un castillo, los hería con la espada de tan crueles golpes, que al que derecho alcanzaba no había menester maestro (cap. LIV). El caballero de la extraña Barca (así se llamaba entonces Leandro el Bel) peleó en la isla Verde con seis caballeros, y al que encontró no hubo menester maestro que lo curase, que muerto cayó en el suelo (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LXXIX). Omito otros ejemplos.
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N-1,3,24. Las palabras y sin hacerla pedazos indican al parecer que anteriormente se ha hablado de alguna otra cosa semejante hecha pedazos; pero no es así, ni hay mención de ello en lo que precede. Añádese que Don Quijote le abrió al arriero la cabeza por cuatro, y no se dice qué cuatro; debió ser partes.
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N-1,3,25. Atender, verbo usado frecuentemente por nuestros antiguos escritores en la significación de esperar, de lo que pudieran traerse muchos ejemplos, aun sin salir del QUIJOTE.
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N-1,3,26. Yendo Lisuarte de Grecia a pelear con un caballero encantado, decía entre sí: íOh mi señora! Vos me dad esfuerzo y poder paro acabar esto, que con vuestra ayuda ninguna cosa temo. Diciendo estas palabras crecióle tanto el corazón, que le pareció romper los pechos (capítulo LXXIX). Amadís de Gaula en el tiempo que se llamaba Beltenebrós, al ir a combatirse con el gigante Famengomadán, dirigió la vista hacia donde caía Miraflores, e dijo: íOh, mi señora Oriana!, nunca comencé yo gran hecho en mi esfuerzo donde quiero que hallase, sino en el vuestro: y agora, mi buena señora, me acorred, pues que me es tanto menester. Con esto le paresció que le vino tan gran esfuerzo, que perder le hizo todo pavor (cap. LV). Cervantes tenía sin duda presente este pasaje de Amadís, cuyas palabras copió en parte.
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N-1,3,27. Ejemplo de la partícula como usada en vez de que, según se acostumbra en el estilo familiar.
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N-1,3,28. No hay armonía entre también y mayores: uno u otro hubo de suprimirse para que quedase bien el lenguaje. También indica igualdad; mayores aumentos, y se contradicen.
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N-1,3,29. Falta un verbo: y decía que el señor del castillo, etc. La expresión que se tratasen los caballeros andantes tampoco está bien: sería mejor que se tratase a los caballeros andantes.
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N-1,3,30. Hasta aquí hablaba y refería el fabulista: más ahora toma de repente la palabra Don Quijote, y continúa hablando en propia persona, y apostrofando a la soez y baja chusma de la venta, que le apedreaba desde lejos. Este tránsito es rápido y elegante: indica el furor que en aquel momento agitaba al héroe manchego.
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N-1,3,31. Terrible temor es como gozo alegre, terremoto de tierra, manejo de manos, y otros pleonasmos de este jaez. Se hubiera evitado fácilmente escribiendo grande o indecible temor.
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N-1,3,32. Ahora decimos disculpó. La partícula des o dis es privativa, y sólo se usa en composición, lo mismo que la negativa in. El uso varía entre des y dis, diciéndose unas veces desfigurar, deshacer, desdecir, descomponer, u otras (que son las menos) disgustar, disfavor, disparidad, disforme. Suele también suprimirse la s de ambas partículas, como en degollar, degradar, difamar, difícil.
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N-1,3,33. Falta lo que llaman verbo determinante: pero añadió que bien castigados quedaban, etcétera. Otra falta igual se notó poco ha.
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N-1,3,34. Así el Emperador Carlos V, durante la ceremonia de su coronación en Aquisgrán el año 1521, armó varios caballeros, sin más que darles tres golpes en los hombros con la espada de Carlomagno (Sandoval, Historia del Emperador en dicho año). En el siglo anterior Suero de Quiñones, sostenedor del paso honroso a orillas del Orbigo, armó caballero a Vasco de Barrionuevo en la misma puerta de la liza, sin otra diligencia más que darle con la espada desnuda sobre el almete, diciéndole: Dios te faga buen caballero, el te deje cumplir las buenas condiciones que todo buen caballero debe tener. Con lo cual quedó armado caballero, y entró al punto en la liza contra Pedro de los Ríos, defensor del honroso Paso (Relación del Paso, núm. 26).
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N-1,3,35. De la misma opinión que el ventero, era en este punto don Olivante de Laura, como se cuenta en su historia (lib. I, cap. IX), expresando que así era de derecho, aunque la costumbre solía estar en contrario.
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N-1,3,36. No se le escapó a Cervantes circunstancia alguna que pudiese realzar lo ridículo de esta primera aventura de su fábula. Al libro de paja y cebada lo llamó poco después Manual, palabra que entre otras acepciones tiene también la de libro de preces o ritual, y esta alusión esfuerza todavía más lo burlesco de la presente escena.
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N-1,3,37. Gentil es gallardo, brioso. El golpe dado con la espada sobre la cabeza inclinada, espalda u hombro del caballero novel es lo que se llamaba la pescozada o espaldarazo. La imposición de la espada sobre la cabeza y hombros del nuevo caballero, que se conserva entre las ceremonias de la armadura solemne en nuestras Ordenes militares, es una imagen y recuerdo de lo antiguo.
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N-1,3,38. Aludióse en este pasaje a muchos de los que se refieren en los libros caballerescos. Cuando Amadís de Gaula, Rey ya de la Gran Bretaña, hizo caballeros en la villa de Fenusa a los tres Príncipes Olorius, Adariol y Elinio, hijos de los Reyes de España, de Nápoles y de la Montaña defendida, el primero recibió la espada de mano de la Reina Oriana; el segundo de la Infanta Brisena, y el tercero de la Emperatriz de Roma (Lisuarte de Grecia capítulo LXIX). Oriana fue también la que puso la espada a Bravarte, sobrino del mismo Amadís, cuando le armó su tío. La Infata Lucencia la dio al doncel Lucencio de armarle el Emperador Esplandián (Amadís de Grecia parte I, cap XIV). Al tiempo de conferir el Emperador don Belanio la orden de Caballería a su hijo Belianís, le ciñó la espada la Infanta Aurora (Belianís, lib. I, cap.V); y cuando el mismo don Belanio armó a su nieto Belflorán, hijo de Belianís, se la ciñó la Infanta Belianisa (íídem, libr. IV, cap. XXVI). Ciñósela en igual ocasión la Princesa Cupidea a Leandro el Bel (Caballero de la Cruz, lib. IV, capítulo XXI), y la hermosa Infanta Polinarda a Palmerín de Inglaterra (Palmerín de Inglaterra. lib. I, cap. I).
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N-1,3,39. Al armarse caballero Perión de Gaula, le ciñó la espada la Infanta Gricileria, diciendo: Mi caballero, plegue a Dios de os hacer con ella bienaventurado: y Perión le besó las manos a pesar de su resistencia (Lisuarte de Grecia, capítulo I). En el romance antes citado de Pedrarias, hijo de Arias Gonzalo el de Zamora, le dice al padrino al darle el espaldarazo:
Hágate Dios tal que seas
como yo deseo que salgas:
en los trabajos sufrido,
esforzado en las batallas,
espanto de tus contrarios,
venturoso con la espada.
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N-1,3,40. Según el doctor Pisa en su Historia de Toledo, hubo en aquella ciudad una plaza muy antigua de tiendas que se nombraba de Sancho Minaya o Bienaya. Es sumamente verosímil que este apellido es el patronímico árabe Benhaya o Ben Yahia, hijo de Yahia que pudo conservarse entre los muzárabes; y con efecto, el doctor Salazar de Mendoza, en su libro del Origen de las dignidades de Castilla, hace mención de la familia de los Benhayas de Toledo (lib. I, cap. IX). Pellicer discurre que acaso dio nombre a aquella plazuela Sancho Benhaya, que, con otros toledanos, sirvió de testigo en un privilegio despachado en Madrid por el Rey Don Alonso VII el año 1193 a favor de diferentes vecinos de Jumella.
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N-1,3,41. No parece sino que el coloquio pasó con la espada: hubiera sido de desear que se evitase esta especie de anfibología.
Solían las damas de alta guisa concurrir al acto de armarse los caballeros y tomar parte en las ceremonias.
La Reina Doña Berenguela asistió a la ceremonia de armarse caballero, en el Monasterio de las Huelgas, cerca de Burgos, su hijo San Fernando, y le desciñó el cinturón de la espada, como refiere el arzobispo don Rodrigo (De rebus Hispan., lib. IX, cap. X). De lo mismo da testimonio un romance antiguo, entre otros del Cid, en que, reconviniéndole la Infanta doña Urraca desde el adarve de Zamora, le dice:
Afuera, afuera Rodrigo,
el soberbio castellano:
Acordársete debiera
de aquel tiempo ya pasado,
cuando fuiste caballeroen el altar de Santiago,
cuando el Rey fue tu padrino
y tú, Rodrigo, el ahijado.
Mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo
yo te calcé las espuelas,
porque fueses más honrado.
De la asistencia de la misma Doña Urraca a la armadura del doncel Pedrerias hace memoria su romance:
El padrino le dio paz
y el fuerte escudo le embraza,
y Doña Urraca le ciñe
al lado izquierdo la espada.
Iguales usos se encuentran en los libros caballerescos. Urganda, Solisa y Julianda asistieron a Esplandián en la ceremonia de armarse caballero, y le pusieron la loriga, el yelmo y el escudo, según se refiere al fin del libro de Amadís de Gaula. En el mismo libro se cuenta (cap. LXVI) que el Rey Lisuarte, al hacer caballero al hermoso doncel Norandel, que después conoció ser su hijo, mandó a Oriana que le diese la espada, y así fue cumplida enteramente su caballería. En la solemnidad de armarse el Infante Plumedoro le calzó la espuela la Reina de Gocia, que de oculto era su amante (Policisne de Boecia, cap. LXXIV). Fue singular la ceremonia con que Tirante el Blanco recibió la Orden de Caballería. Después de prestar los juramentos de costumbre, el Rey de Inglaterra, poniéndole la espada sobre la cabeza, le dijo: Dios y nuestro Señor San Jorge te hagan buen caballero; besóle después en la boca, ciñéronle la espada siete doncellas, que representaban los siete gozos de la Virgen, y le calzaron las espuelas cuatro caballeros, que representaban los cuatro Evangelistas (Tirante, parte I, cap. XIX).
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N-1,3,42. "Vuelve Cervantes a reprender en estas dos mujeres comunes el abuso del Don. El padre Guardiola, contemporáneo de nuestro autor (Tratado de Nobleza, pág. 110), dice que este abuso empezó en tiempo de Enrique IV, y que continuó en el de los Reyes Católicos.
Añade que los judíos eran los que mas afectaban el Don, y que en su tiempo le usaba la gente baja y hasta las rameras públicas, especialmente en Andalucía, y no se ha corregido en el siglo XVII. Al fin de la novela de Virgilio Cordato, intitulada El Hijo de Málaga, impresa en Orihuela el año 1639, se dice: Estas dos tenderas que están pesando en esta puerta del mar fruta y mondongo, los días pasados se tiraban las infamias como las pesas, y se arañaban las honras como las caras, y dijo una:
+Pues tú conmigo Doña Teodosia, sabiendo que yo soy conocida en Málaga, y que soy hija de Doña Brígida de Tal, y del mesonero de tal parte, que fue ventero veintiún años y medio? "
(nota de Pellicer).
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N-1,3,43. Hay alguna contradicción entre estas dos expresiones. Ofrecer servicios es propio de persona inferior ofrecer mercedes, de superior. Quien ofrece servicios no puede ofrecer mercedes: quien ofrece mercedes no está en el caso de ofrecer servicios.
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N-1,3,44. Quien tenga curiosidad de saber el ceremonial con que antiguamente se armaban los caballeros puede leerlo en las Partidas del Rey don Alfonso el Sabio (parte I, tít. XXI), de donde se copió en el libro I, título tercero del Doctrinal de Caballeros, escrito en el siglo XV, reinando Don Juan el I de Castilla. No siempre se observaban puntualmente todas aquellas formalidades: la necesidad o la urgencia u otra circunstancia dispensaban frecuentemente de muchas de ellas, de lo que hay ejemplo en las historias. Lo mismo se ve practicado también en los libros caballerescos. Cuando Amadís de Gaula armó caballero a don Galaor, todo el ceremonial se redujo a calzarle la espuela diestra, besarle y ceñirle la espada (cap. I), pues habiéndose hablado de la vigilia que debía anteceder en la iglesia, dijo Galaor: Ya hoy he oído misa, y vi el verdadero cuerpo de Dios. Esto basta, dijo el de los Leones (Amadís).
En la armadura de Don Quijote, Cervantes tomó y dejó, según le vino a cuento, salvo la pezcozada y espaldarazo en que, como el ventero declaró magistral y legislativamente, consistía todo el toque de quedar armado caballero. Pero las circunstancias de tiempo, lugar y personas dieron a las ceremonias toda la originalidad necesaria para que se las pudiese calificar de nunca vistas.
Francisco de ávila, natural de Madrid, remedó los pasajes de la venta y armadura de Don Quijote en un entremés intitulado Los invencibles hechos de Don Quijote de la Mancha. Se imprimió al fin de la octava parte de las comedias de Lope de Vega, en Barcelona, el año 16I7.
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N-1,3,45. Este primer suceso o aventura del QUIJOTE, comprendido en los capítulos I y II, donde se refiere el modo con que se armó caballero nuestro hidalgo, está en su lugar, y era necesariamente el primero de la fábula. +Qué cosa más natural que empezar por armarse caballero el que sin esta circunstancia no podía ejercitar la caballería? En la relación estuvo felicísimo Cervantes. La transformación de la venta en castillo, la pintura de las damas y del ventero, el coloquio y escena de la caballeriza, la batalla de los arrieros, en suma, todos los incidentes contribuyen a hacer esta aventura una de las más agradables y divertidas del INGENIOSO HIDALGO.

[4]Capítulo IV. De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta
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N-1,4,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,4,2. íTerrible ponderación! Como si el gozo fuese tal y tan grande que rebosando del jinete hinchase también al caballo y se le saliese por donde le apretaban las cinchas.
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N-1,4,3. Cerca, en el uso actual, tiene otra significación distinta que acerca: ahora diríamos acerca de las prevenciones. Cerca es adverbio, y acerca preposición; cerca sigue al verbo, y acerca precede al nombre o al verbo sustantivo.
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N-1,4,4. Ahora decimos recibir, y así es más conforme el recipere latino de donde viene. De esta mutación de la i de las voces latinas en la e de sus derivados castellanos, trae varios ejemplos el canónigo Bernardo Aldrete en su Origen de la lengua castellana (libro I, capítulo X). La misma sustitución de i por e y al contrario se verifica entre las voces castellanas antiguas y modernas; pero generalmente hablando, el uso actual en este y en otros puntos es más arreglado a la etimología. Quien quiera ejemplos de todo puede buscarlos en los glosarios del Fuero Juzgo, de las AntigÜedades de Berganza, de las Poesías castellanas anteriores al siglo XV y otros.
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N-1,4,5. Querencia es el paraje adonde acostumbra y gusta acogerse un animal. Es voz que ocurre frecuentemente en los libros castellanos de caza, desde el de la Montería del Rey Don Alfonso el XI, publicado por Gonzalo Argote de Molina, donde se halla al capítulo XVII del libro I.
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N-1,4,6. El Emperador don Belanio, hallándose en una floresta, oyó grandes gritos... pareciendo ser persona que en gran necesidad estuviesen... Y tomando la lanza se metió por el bosque adelante en seguimiento de las voces que oía (Belianís de Grecia, libro I, cap. IV).
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N-1,4,7. Aunque no lo exija precisamente el régimen, la correspondencia mutua de las partes del discurso pide que se diga y atado a otra un muchacho.
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N-1,4,8. Al que ignore las costumbres de país y del tiempo de que se trata podrá parecer inverosímil que Juan Haldudo anduviese en el campo con lanza, y quizá le ocurrirá que fue circunstancia inventada únicamente para que, juzgándole Don Quijote caballero andante, hubiese ocasión y fundamento para el desafío. Pero éstas eran las costumbres de entonces y el mismo Cervantes, en la novela del Coloquio de los perros Cipión y Berganza, hace mención de un hacendado que iba por el campo a ver sus ovejas sobre una yegua a la gineta con lanza y adarga, que más parecía atajador de la costa que señor de ganado. Más adelante, en el capítulo XXXVI de esta primera parte, veremos cuatro caminantes que iban a caballo a la jineta con lanzas y adargas; y luego, en el capítulo XLII, otros cuatro caminantes a caballo con sus escopetas sobre los arzones: modo de caminar que después se ha hecho general y ordinario, no siendo extraño que desde antiguo se llevasen armas en despoblado, cuando se llevaban de ordinario aun dentro de los pueblos. En tiempos de los Reyes Católicos fomentaron las disposiciones del gobierno la afición a las armas. A petición de las Cortes de Palencia de 1523 se permitió que toda clase de personas pudiese traer espada, usanza que llegó a ser tan general que sin salir de las obras de Cervantes, donde ciertamente se describieron las costumbres de su siglo. Carriazo y Avendaño, cuando iban a estudiar a la universidad, llevaban espadas, como se cuenta en la novela de la Ilustre Fregona: la llevaba también Rinconete en su viaje a Sevilla, a pesar de su traje roto y andrajoso; la llevaba, finalmente, como parte del traje usual y dentro de casa el rufián Monipodio. Hasta hace pocos años ha la hemos visto llevar comúnmente a visita, a los bailes y aun a la iglesia.
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N-1,4,9. Arrendada es atada por la rienda; significado muy diverso del que comúnmente tiene la palabra arrendar que es dar a renta alguna finca. En el primero se usó ya en el antiquísimo Poema del Cid (verso 2789), y en el romance de Nuño Vero uno de los más rancios que se conocen en nuestro idioma:
Nuño Vero, Nuño Vero,
Buen caballero probado,
hinquedes la lanza en tierra,
y arrendedes el caballo.
Después, en el romance del moro Abindarráez, se contó que yendo a ver a su Jirafa,
Dio tres golpes a la puerta,
Que es la señal concertada:
en ella arrendó el caballo,
y ya sube por la escala.
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N-1,4,10. Don Quijote, lleno de la importancia y dignidad de su profesión, mira como desacato el que se desmienta a otro en su presencia. Don Quijote trata ahora a Juan Haldudo de ruin villano, y poco antes le desafiaba como a caballero, y aun más abajo le exige juramento por la ley de caballería que había recibido (el Haldudo). Inconsecuencias de un loco o distracciones de Cervantes, más bien lo primero.
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N-1,4,11. Pincelada como de Cervantes, para pintar la turbación del medroso villano.
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N-1,4,12. Interjección enfática, especie de imprecación contra quien haga o diga lo que se desaprueba. Aquí la dirigía Andrés contra sí mismo, maldiciéndole si volvía a ir con su amo.
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N-1,4,13. Hay, al parecer errata en el texto. El original diría: viéndome solo o viéndome solo conmigo: lo último es lo más verosímil.
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N-1,4,14. Quiso decir: basta que yo se lo mande para que lo haga por mi respeto. Este es el concepto.
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N-1,4,15. Juramento muy usado entre caballeros, y uno de los que se entendía que ligaban más fuertemente, como se ve, no sólo por las historias caballerescas, sino también por las verdaderas. En aquéllas decía don Belianís de Grecia a la princesa Florisbella (libro I, capítulo XXXVII): Desde aquí vos prometo por la Orden de Caballería que recibí, de en pago del enojo que os dí, jamás parecer donde gentes algunas me puedan ver.Oliveros le respondió (a Fierabrás): Pagano, no te cures de tanta plática y dilación, que si no te levantas, hago juramento a la Orden de Caballería que aunque me sea feo he de herirte y hacer levantar mal de tu grado (Carlomagno, cap. XVI). Don Quijote, imitando estos y otros muchos ejemplos, jura por la Orden de Caballería que recibió de servir y ayudar a Cardenio en el capítulo XXIV. Y al fin del XLIV, hablando del baci-yelmo de Mambrino, dice: Y juro por la Orden de Caballería que profeso que este yelmo es el mismo que yo le quité, sin haber añadido ni quitado en él cosa alguna.
En el pasaje presente, nuestro hidalgo suponía que el labrador había recibido la Orden de Caballería, porque, viendo la yegua y la lanza y lleno de la lectura de sus libros, cualquier indicio le bastaba para creer que era caso de Caballería andante.
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N-1,4,16. Esto pudiera argÜir que el suceso pasaba en el término del Quintanar, tanto más que exhortando Juan Haldudo a su criado Andrés a que fuese a su casa por la soldada, se da a entender que la casa estaba cerca. Mas para esto se tropieza con la dificultad que nace de la distancia de Quintanar a la Argamasilla, de donde el teatro de la aventura distaba menos de una jornada.
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N-1,4,17. Refrán antiguo castellano. En Europa los hijos reciben de sus padres la nobleza: en la china dicen que los padres la adquieren por las hazañas y virtudes de sus hijos. La conducta de los chinos es más conforme al refrán que la de los europeos.
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N-1,4,18. Más natural y más claro sería: por todas las Ordenes de Caballerías que hay en el mundo.
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N-1,4,19. Contando Guzmán de Alfarache su vida picaresca de mendigo en compañía de otros como él, y hablando de las prendas y efectos que les daban de limosna y después vendían, dice (parte I, libro II, capítulo II): teníamos marchantes para cada cosa que nos ponían la moneda sobre la tabla, sahumada y lavada con agua de ángeles. Sahumada quiere decir perfumada, en demostración de que se daba con alegría y buena voluntad. En la novela de Rinconete y Cortadillo, habiendo éste salteado la bolsa de un sacristán, le consolaba diciendo que con el tiempo podría ser que el ladrón se arrepintiese, y se la volviese sahumada. El sahumerio le perdonaríamos, respondió el estudiante.
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N-1,4,20. Esto es, en buena moneda, y no en chanflones, tarjas u otra moneda menuda en que pudiera haber quebranto.
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N-1,4,21. Amenaza muy parecida a la que dirigía don Olivante de Laura a Tambrino, cuando le enviaba con el monstruo Bufalón a Constantinopla a presentarse a la Princesa Lucenda. Y no dejes, le decía, de cumplir todo esto que te mando, porque cuando supiere que no lo haces, en ninguna parte del mundo estarás tan escondido que yo no pueda hallarte para acabar de quitarle la vida (Olivante, lib. II, cap. II).
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N-1,4,22. Arrogante declaración o intimación, de que hay innumerables ejemplos en los libros de Caballería. Don Quijote le repitió en la aventura del Vizcaíno, al capítulo VII de esta primera parte.
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N-1,4,23. Fuera mejor dejar así la aventura, cortando la relación en este punto y reservando el fin de ella para el capítulo XXXI en que el muchacho Andrés, encontrándose casualmente con Don Quijote, refirió, en presencia de otras varias personas, el resultado que tuvo tan desgraciado para él, como vergonzoso para nuestro hidalgo. No se hubiera contado una misma cosa dos veces, como ahora sucede, y entonces, el éxito del suceso hiciera mayor y más agradable efecto en el ánimo del lector, no hallándole prevenido de antemano con la prematura relación y noticia del presente capítulo.
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N-1,4,24. Hay en castellano, y lo mismo en los demás dialectos de la lengua latina, dos monosílabos que ocurren a cada paso: que, de. No se puede abrir un libro, no se puede poner los ojos en nada escrito sin que se presenten (dos palabras, que son como dos muletas necesarias para que camine el discurso, o como goznes sin los cuales no pueden combinar su movimiento y enlazarse las demás partes de la oración. Al formarse las lenguas modernas se perdió la flexibilidad y concisión de la romana. Perdióse el uso de casi todos sus participios y éstos hubieron de explicarse con rodeos, guiados por el relativo que, como por un lazarillo. Díjose por amaturus el que ha de amar: por amandus, el que ha de ser amado. Perdióse también el uso de la voz pasiva y de los tiempos del infinitivo, y las más veces hubo de suplirse la falta a fuerza de circunloquios amasados, digámoslo así, de verbales, verbos auxiliares y la molesta partícula de. El subjuntivo apenas se pudo usar ya sin que le precediese el que, y este monosílabo, unas veces como relativo y otras como conjunción, se hizo un huésped perpetuo, y por lo tanto importuno. El otro monosílabo de entró en el lenguaje con el mismo oficio y significación que tenía en la lengua primordial, y en esto nada se perdía pero se extendió también a significar posesión y a suplir varios casos que los nombres tenían en la lengua madre y no en las hijas, y se multiplicó prodigiosamente su uso. Esto y el empleo de otras partículas para suplir los demás casos y el uso excesivo de los artículos, convirtió nuestro idioma en un agregado de palabras menudas, en que tropieza y se embaraza de continuo el discurso, sin poder andar a pasos largos, cual sucede a los que caminan por un terreno formado de grava y piedrezuelas. Los participios de las lenguas antiguas eran usos verbales, que, reuniendo la fuerza y acción del verbo a las flexibles formas de los nombres, encerraban en una palabra una frase. Lo que junto con las variaciones del significado, producidas en los nombres por una leve mudanza en su terminación, y en los verbos por el mayor número de sus tiempos, ayudado todo con la libertad de la transposición, hacía singularmente rápido y valiente el lenguaje. En los idiomas modernos es menester suplir estas ventajas, multiplicando las palabras y haciendo, por consiguiente, lánguido y flojo el discurso. La construcción de la lengua entre los romanos era como la de sus edificios: sus participios, sus verbos, sus nombres, eran similares grandiosos, en cuya comparación nuestras partículas y monosílabos son fragmentos mezquinos e irregulares, con los que sólo se puede construir a fuerza de tiempo y de mortero. Pero, en fin, la constitución que las lenguas han recibido del uso no puede variarse, y es preciso contar con estos defectos como necesarios: lo peor es que voluntariamente se haga mayor el daño y que se empleen el que y el de aun cuando la necesidad y la claridad no lo exigen. El autor del Diálogo de las lenguas, reprendiendo este abuso, que ya era muy común en su tiempo, ponderaba que muchos ponían un que superfluo tan continuamente, que de doce hojas pudiera quitarse una de que es superfluos. Notaba también que se usaba en demasía y con inoportunidad de la partícula de, diciéndose esperando de enviar, por esperando enviar, prefiere el último modo de explicarse, y concluye: Creedme que estas superfluidades no proceden sino del mucho descuido que tenemos en el escribir en romance.
Este descuido venía ya muy desde atrás, como se ve en nuestras crónicas y demás libros primitivos, como por ejemplo en el del Conde de Lucanor, uno de los más limados y mejor escritos para el tiempo en que se escribió, que fue el siglo XIV, donde ocurre el que a cada momento. Diéronle, se dice en el capítulo XII, una carta que le enviaba el Arzobispo su tío, en que le facía saber que estaba muy doliente, el que le enviaba a rogar que si le quería vivo que se fuese luego para él. Por cualquier parte que se abra el libro sucede lo mismo. Los demás escritos de aquellos tiempos ofrecen continuos ejemplos de estas superfluidades en que incurrió también Cervantes, como los demás escritores coetáneos suyos. El presente pasaje del texto es uno de ellos. En menos de un renglón, y sin contar la repetición desagradable del Roque que, se halla este monosílabo tres veces: la penúltima sobra evidentemente para el sentido de la oración. En este mismo capítulo hay ejemplos del de superfluo: juro de volver a buscaros dice Don Quijote: Andrés se partió jurando de ir a buscar a su protector. En el capítulo precedente se dice del ventero que determinó de seguir el humor a Don Quijote, y de Don Quijote que prometió de hacer lo que se le aconsejaba. En todo el discurso del QUIJOTE hay innumerables ejemplos de la misma clase, tanto respecto al que como al de; pero sería molesto repetir la advertencia cada y cuando ocurra el mismo caso, y bastará recordarla alguna vez.
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N-1,4,25. La voz setena no significa séptima parte, sino al revés, el siete tantos. Es voz propia de nuestra Jurisprudencia, donde a veces se condena al que hizo el daño a la restitución del valor del daño multiplicado por siete. Esta pena se encuentra ya aplicada en las leyes del Fuero Juzgo, donde suele dársele el nombre de siete duplo, que equivale a séptuplo. Pagar con las setenas aquí y en el uso común es expresión metafórica tomada de lo judicial, y significa pagar superabundantemente el perjuicio o agravio que se hizo.
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N-1,4,26. Gracioso soliloquio en que Cervantes esfuerza al parecer excesivamente, el ridículo con aquella expresión como todo el mundo sabe cuando la cosa acaba de suceder, y en un desierto: bien que puede excusarse por el estado de locura de quien habla y considerado así mirarse como nueva y mayor belleza. Por la misma razón y por la calidad de afectado y retumbante, que con arreglo al intento convenía dar aquí al estilo de Don Quijote, puede defenderse, la palabra vapulaba, que dudo mucho tenga carta de naturaleza en Castilla, y que no corresponde al origen que trae de la lengua latina, donde significa todo lo contrario, y se dice no del que da, sino de quien recibe los azotes.
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N-1,4,27. No fue así: ambas cosas sucedieron en un mismo día. Don Quijote había recibido la Orden de Caballería por la madrugada, según se refirió en el capítulo precedente; salió de la venta a la hora del alba, y no había andado mucho cuando encontró la aventura de Andrés y deshizo en la manera que acaba de verse el tuerto y agravio que se hacía a aquel delicado infante.
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N-1,4,28. El presente capítulo contiene dos aventuras: la primera es la de Andrés azotado por Juan Haldudo y protegido por Don Quijote, la cual recuerda, entre otras, la de Amadís de Grecia cuando libertó al enano Busendo del poder de un caballero que hacía azotarle crudamente, como se refiere en su crónica (parte I, cap. XXI). La segunda es el encuentro de Don Quijote con los mercaderes toledanos. En ambas mostró Don Quijote el extremo de su locura, pero el éxito de la primera fue sólo ridículo; el de la segunda fue algo peor que ridículo, y molido a palos el pobre caballero por manos villanas, hubo que llevarlo a su casa atravesado, como costal de basura, en un burro.
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N-1,4,29. Vino por vinieron. Encrucijada se llama el sitio donde se cortan dos caminos y se dividen en cuatro ramales: llámase así porque hacen cruz, y se dice también por la misma semejanza de las calles que se cruzan de las poblaciones.
La situación de Don Quijote en la encrucijada es verdaderamente caballeresca, propia de quien, sin propósito cierto y determinado, busca las aventuras que le depare la suerte, y muy parecida o igual a la de muchos caballeros andantes, según se refiere en sus historias. Bowle citó los ejemplos de don Galaor y Roldán y algún otro que no era tan del caso: pudieran agregarse varios.
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N-1,4,30. Mejor poner: dejando la elección a la voluntad del rocín, o en caso de conservar la misma frase, corregir el orden de las palabras y decir: dejando su voluntad a la del rocín, el cual siguió, etc.
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N-1,4,31. Así se dice elegantemente en vez de seguir el camino de su caballeriza. La palabra camino tiene fuerza de proposición, como si se dijera hacia su caballeriza.
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N-1,4,32. Aquel como después se supo, es un ripio que debiera omitirse, porque no hacía falta para la claridad ni para la verosimilitud; y no sólo por esto, sino también porque en la fábula no debieron quedar cabos sueltos ni decirse como después se supo, sin referirse después el modo como se supo.
El licenciado Francisco de Cascales, contemporáneo de Cervantes, en los Discursos históricos de Murcia y su reino (disc. XVI, capítulo I), dice: Murcia da y reparte seda a los más cudiciosos y más opulentos mercaderes de Toledo, Córdoba, Sevilla y Pastrana y de otros lugares que tratan desta materia... Toda la huerta de Murcia tiene hoy (año 1621) 355.500 moreras; lo cual consta por los libros de los diezmos delIas. Con la hoja destas moreras se crían poco más o menos en la huerta de Murcia cada año 40.000 onzas de simiente. Será la cosecha destas onzas, considerando un año con otro, 210.000 libras de seda joyante y redonda.. Para la compra de la seda que en Murcia se cría, entra cada año en ella más de un millón, que es el esquilmo mayor que en el mundo se sabe. En nuestro tiempo este ramo se halla en decadencia, y a pesar de lo que se ha perfeccionado el arte de fabricar la seda y de aprovechar el capullo, el año de 1830 no ha llegado la cosecha de la huerta de Murcia a 120.000 libras de seda, según noticias fidedignas.
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N-1,4,33. Están trastrocados los verbos parecer y pensar. Debió decirse: por imitar los pasos que había leído en sus libros, pensó hacer uno que le pareció venir allí de molde. No parece que viene bien un paso porque se quiere imitarlo porque parece que viene bien.
Venir de molde, expresión tomada de la fundición de los metales, que se aplica a las cosas que se ajustan y acomodan perfectamente entre sí, a la manera que el metal derretido llena los huecos y toma la figura del molde en que se infunde. Molde parece ser la misma palabra que modelo, y una y otra vienen de modulus, que tienen la misma significación.
Pasos no son aquí pasajes o sucesos, sino las justas o funciones solemnes de caballería de que con este nombre se hace mención en las crónicas e historias, tanto verdaderas como fabulosas. Volverá a hablarse de este punto a su tiempo.
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N-1,4,34. Bella descripción de los movimientos y actitudes de Don Quijote, que no parece sino que se le está viendo.
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N-1,4,35. Estas repeticiones son propias del lenguaje arrogante y fanfarrón que convenía aquí a Don Quijote, y usadas oportunamente añaden gracia y ornamento al estilo.
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N-1,4,36. Sin par es dictado que daban frecuentemente a sus damas los caballeros andantes en sus historias. Hízose con particularidad en la de Amadís de Gaula, donde se dice que el Rey Lisuarte traía consigo a Brisena su mujer y una hija que en ella hobo, cuando en Denamarca moraba que Oriana había nombre, la más hermosa criatura que nunca se vio: tanto, que ésta fue la que sin par se llamó porque en su tiempo ninguna hobo que igual le fuese (cap. IV). Los demás autores caballerescos imitaron al del libro de Amadís, y Cervantes remedó a todos.
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N-1,4,37. Gradación feliz y perfecta de las ideas del valeroso paladín de la Mancha, y de lo que exigía de los mercaderes. Se empieza por creer; se puede después confesar, aunque sea de mala gana: afirmar ya es acto positivo y espontáneo: jura el que afirma con calor y energía: defender es querer que los demás crean y confiesen, y lo último que puede hacerse en la materia de lo que se trata.
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N-1,4,38. Por estas palabras y las siguientes, en que se trata a los mercaderes viajeros de gente de mala ralea, parece que Don Quijote los consideraba como gigantes o malandrines, más bien que como caballeros andantes, que es lo que anteriormente le habían parecido. De esta inconsecuencia no puede hacerse cargo a Cervantes, quien siempre tiene a la mano la disculpa del desconcierto del juicio de su héroe.
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N-1,4,39. Alusión satírica a los pasajes de los libros caballerescos, en que frecuentísimamente se hallan por los campos y yermos reuniones y juntas de Reyes, Emperadores y Príncipes como llovidos.
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N-1,4,40. Mejor: porque no carguemos nuestras conciencias. Cargar la conciencia es cosa distinta que encargarla. La carga el delincuente que la grava y oprime con el peso del delito y de los remordimientos: la encarga el que al decir a otro lo que debe ejecutar, le advierte que así debe proceder por motivos de conciencia, y lo hace responsable. El mercader representa aquí muy bien el papel de burlón discreto, que le asignó Cervantes.
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N-1,4,41. El Caballero de la Cruz, habiendo llegado desde Egipto a Calés, al ir a pasar por un puente que había en el camino real, se encontró con un caballero armado; su nombre el Fuerte Borgoñón, que le dijo: Caballero, tornaos por donde venistes, si no otorgáis que la más hermosa dama del mundo es la que yo sirvo. Dijo el Caballero de la Cruz: No lo puedo yo otorgar eso, porque no la conozco; y puesto que la hubiese visto, yo no he visto todas las otras del mundo para juzgar que ella sea la más hermosa. Basta, dijo el Caballero de la Puente, que os conviene otorgarlo así, o dejar una señal vuestra por vencido, o sois en la batalla (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo CXV). El mercader toledano adolecía de la misma clase de escrúpulo, y era tan concienzudo como el Caballero de la Cruz.
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N-1,4,42. Sigue el mercader desempeñando su carácter burlón y discreto. Don Quijote, sosteniendo la primacía de la hermosura de Dulcinea, la había apellidado Emperatriz de la Mancha; el mercader contrapone el agravio que en esto podría hacerse a las Emperatrices de la Alcarria. En la elección de esta provincia hay también algo de festivo y oportuno, porque tanto la Mancha como la Alcarria son provincias imaginarias, como las monedas de este nombre, y en calidad de tales, más apropiadas para figurar en la región de las fábulas caballerescas. La Alcarria es un distrito de Castilla la Nueva, cuyos límites no son fáciles de definir con exactitud, pero que está situado a la izquierda del río Henares. La Rioja y otros partidos menos importantes son también divisiones de territorio conocidas en el uso e idioma común, y desconocidas en el orden establecido por la autoridad.
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N-1,4,43. Expresión proverbial. Da a entender que por los indicios, muestras y principios se viene al descubrimiento de las cosas, así como siguiendo el hilo se llega al ovillo de donde procede. Ovillo es el diminutivo de huevo, por la semejanza que con él tiene el de hilo.
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N-1,4,44. Sustancias de que en tiempo de Cervantes se confeccionaban las pomadas y perfumes. El ámbar es una especie de betún transparente que suele arrojar el mar, y que, destilado o desleído, servía en las confecciones olorosas. También se usaba para adobar las pieles, como el coleto de ámbar de Cardenio, que se menciona en el capítulo XXII de esta primera parte, y la bolsa del sacristán de Sevilla, que hurtó Cortadillo, y mostraba haber sido de ámbar en los pasados tiempos. La algadía es un ungÜento odorífero que cría en una bolsita situada entre las dos vías la civeta o gato de algalia, animal que habita ciertas regiones cálidas de Asia y áfrica. Ambas sustancias se contaban ya desde antiguo entre las aromáticas agradables, como se ve por la historia inserta en el Conde Lucanor (cap. XIV), de un Rey moro, que teniendo su mujer la Reina Romaquia el antojo de hacer adobes, mandó henchir de agua de rosas aquella albuhera de Córdoba en lugar de agua, et en lugar de lodo fizola henchir de azúcar y de canela, et de agengibre et espar, é alambar et algalia... Et desque destas cosas fue llena al alberca, et de tal lado cual podedes entender... dijo el Rey a la Romaquia que se descalzase é hollase aquel lodo et ficiese adobes dél cuanto quisiese.
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N-1,4,45. Hácense comúnmente los husos de madera de haya, árbol que se cría en las sierras de Guadarrama, de donde suelen traerse a la Corte, como sucedía también, según esta expresión, en tiempo de Cervantes. De la misma madera se hacen molinillos de chocolate, hormas, cucharas y otros semejantes utensilios, labor ordinaria de los habitantes de las sierras donde se crían maderas a propósito para ella.
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N-1,4,46. Pieza viene de spatium, como su correspondiente castellano espacio, y se dice tanto del lugar como del tiempo. Aquí es de lugar; de tiempo es en el cap. VI de esta primera parte, donde se dice del Mago que se suponía haberse llevado los libros de Don Quijote: a cabo de poca pieza salió volando por el tejado. En la misma significación lo usó el antiguo romance del marqués de Mantua:
A cabo de una gran pieza
En pie se fue a levantar.
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N-1,4,47. Ya se notó en el cap. I la propiedad con que se pone en boca de Don Quijote este lenguaje sembrado de arcaísmos. Al paso se aprovecha Cervantes de esta circunstancia para poner en ridículo, conforme al propósito general de su obra, los libros de caballería, los cuales, unos por ser realmente antiguos usaban del lenguaje del siglo en que se escribieron, y otros afectaban imitarlos. Ya lo había tildado D. Diego de Mendoza, cuando en boca del capitán Salazar decía al Bachiller de Arcadia: vos, señor bachiller, debéis de ser muy amigo de libros de caballerías, que usan de vocablos muy viejos.
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N-1,4,48. Don Quijote disculpaba su caída atribuyéndola a su caballo, al modo que Angélica en Ariosto disculpaba la de Sacripante derribado por un caballero desconocido:
Deh, disse ella, Signor, non vi rincresca,
che del cader non e la colpa vostra,
ma del caballo, a cui riposo ed esca
meglio si convenia che nova giostra
.
(Canto I, est. 67.)
En el capítulo siguiente repite Don Quijote la misma excusa: Ténganse todos, decía, que vengo mal ferido por la culpa de mi caballo. Bowle, en sus anotaciones, trae ejemplos de caballeros derribados que alegaban haberlo sido por culpa de sus caballos y alfanas: y con efecto, en los lances de caballería solía entrar en cuenta la consideración de si la culpa había sido del caballo más bien que del caballero. Y así, entre las reglas que da para las justas el Doctrinal de Caballeros, se encuentra lo siguiente: Si un caballero derribase á otro e a su caballo, si éste que cayó derribase al otro sin su caballo, decimos que haya mejoría el caballero que cayó el caballo con él; porque parece que fue la culpa del caballo é non del caballero (libro II, tít. V).
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N-1,4,49. Se deriva del latín cibus, y significa propiamente las granzas o restos gruesos que quedan después de molidos los granos que se destinan a alimento; también significa el trigo que pasa de la tolva a la rueda del molino para convertirse en harina.
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N-1,4,50. Las primeras ediciones dicen toda aquella tempestad de palos que sobre él vía. La de Londres de 1738 lo corrigió con verosimilitud, y a mi entender con acierto, poniendo llovía en vez de vía.
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N-1,4,51. Mejor: era desgracia propia de caballeros andantes. En las lenguas modernas el orden de las palabras no es tan libre como en otras antiguas, e influye a veces esencialmente en la significación.
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N-1,4,52. Estas palabras ni ligan bien con lo que las antecede ni hacen otra cosa que repetir lo que se dijo pocos renglones antes: tornó (Don Quijote) a probar si podía levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, +cómo lo haría molido y casi deshecho? Lo mismo vuelve a decirse en las primeras palabras del siguiente capítulo; de suerte que no sería temeridad sospechar que la presente expresión fue añadida al texto por el imperito impresor, como lo hicieron también alguna vez los copiantes, intercalando palabras y expresiones suyas, o halladas en las márgenes de los manuscritos que trasladaban, de lo que no faltan ejemplos en los libros clásicos de la antigÜedad.

[5]Capítulo V. Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero
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N-1,5,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,5,2. Es el antiguo romance del Marqués de Mantua, que contiene la relación de la traidora muerte que dio a Baldovinos el Infante Carloto, hijo del Emperador Carlomagno, de la acusación que contra él hizo el Marqués de Mantua, tío de Baldovinos, y del castigo de Carloto. Baldovinos es lo mismo que Balduino, nombre común en la Edad Media, con la terminación en os, que en los principios de la lengua castellana se daba a los nombres latinos acabados en us. Así se formaron los nombres de Oliveros, Caiferos y Montesinos, héroes de nuestros romances primitivos; Alejos, Albertos, Troilos, Pablos, Mateos, fueron nombres de personas usados en Castilla, y todavía conservan en el uso común la misma terminación los nombres de Marcos, Carlos, Pilatos y Longinos. El origen del romance del Marqués de Mantua, como el de otros romances viejos castellanos, es difícil, o por mejor decir, imposible de averiguar. En la Crónica general de España, escrita en el siglo XII, se citan ya los cantares de las hazañas de Bernardo del Carpio, y en la Gran conquista de Ultramar, escrita por el mismo tiempo, se cita y aun se extracta una historia de Carlos Mainete o Carlomagno, que no ha llegado a nosotros (libro I, cap. XLII). En la descripción que allí se hace de dicha historia, hay algún indicio de que se tomó de ella el asunto del romance de Baldovinos.
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N-1,5,3. Así decían las primeras ediciones; las posteriores corrigieron malamente montaña. El romance o historia del Marqués de Mantua, que es la que aquí se cita, no dice ni uno ni otro, sino monte y bosque y floresta; pero tratándose de romances antiguos, no fue extraño que Cervantes usase de la palabra montiña, que en ellos suena en la misma significación que montaña: fuese porque se equivocó citando de memoria, como solía, sin consultar el original; fuese (y esto es lo más verosímil) porque prefirió la palabra anticuada como propia y peculiar de ello. Uno del Conde Claros (Cancionero de romances de Amberes, 1555, folio 291) empieza así:
A caza va el Emperante
a Sant Juan de la Montiña;
con él iba el Conde Claros
por le tener compañía.
Es evidente que la ley del asonante excluía a montaña y exigía que se leyese montiña. Lo mismo que se ve en el otro romance antiguo de la Infantina. (ídem, fol. 203):
Siete fadas me fadaron
En brazos de un ama mía
que andase los siete años
sola en aquesta montiña.
Hoy se cumplían los años
desde aquel amargo día;
Por Dios, ruego, caballero,
llévesme en tu compañía...
El se va a tomar consejo
y ella queda en la montiña...
Cuando volvió el caballero
No la hallara en la montiña.
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N-1,5,4. Excusado era decir que los mozos no ignoraban una cosa que ya sabían desde niños, y que los viejos la creían, después de haber dicho que la celebraban. La exactitud y la graduación pedían con mejor derecho que se dijese, yendo de lo menos a lo más; no ignoraba de los niños, sabida de los mozos, creída y aun celebrada de los viejos. Todavía parece mayor la inadvertencia de Cervantes en desmentir los milagros de Mahoma, sin acordarse de que el autor original del INGENIOSO HIDALGO se suponía ser mahometano. Pero pregunto yo: +cuándo Cervantes escribía el capítulo V de su fábula, tenía pensado ya hacer autor de ella a Cide Hamete? La primera mención que se hace de éste es en el capítulo IX; probablemente entonces fue cuando le ocurrió por primera vez a Cervantes dar origen arábigo a su obra; y como no leía lo que anteriormente llevaba escrito, no tropezó con la inconsecuencia, ni pensó en corregirla. Así se escribió uno de los libros de mayor mérito de la literatura moderna.
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N-1,5,5. Volcarse por revolcarse. Hay gran diferencia entre ambos vocablos. Volcar se dice de las cosas inanimadas, revolcarse sólo puede decirse de los vivientes: el primero es caer en tierra lo que se mueve, el segundo es volverse repetidas veces el caído de un lado a otro; el primero es verbo de estado y a las veces también activo; el segundo no es uno ni otro, sino recíproco. Acaso la supresión de la partícula re fue error de imprenta, como en éste y en otros casos semejantes puede sospecharse.
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N-1,5,6. El romance del Marqués de Mantua, impreso entre otros del Cancionero de Amberes, del año 1555, dice (Fol. 32):
+Dónde estás, señora mía,
que no te pena mi male?
De mis pequeñas heridas
compasión solías tomare;
agora de las mortales
no tienes ningún pesare.
En el Romancero general, enmendado y añadido por Pedro de Flores, e impreso el año 1614, encuentro un romance de Tirsi, contrahecho sobre el del Marqués de Mantua, en que, lamentándose Tirsi de su señora, le dirigía estas quejas (fol. 34);
+Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal.
De este romance, que ciertamente es anterior a la edición de Pedro de Flores, tomó Cervantes los cuatro versos, y como citaba de memoria y sin consultar los originales, según ya notamos, confundió las especies y atribuyó los versos al romance del Marqués de Mantua. Consiguiente a esta equivocación, dice Cervantes que Don Quijote prosiguió el romance hasta aquellas palabras:
íOh, noble Marqués de Mantua,
mi tío y señor carnal!
palabras que no se hallan ni pueden hallarse en el romance de Tirsi, que no pasa de treinta y dos versos, siendo así que median ochenta y seis entre los don pasajes del verdadero romance del Marqués de Mantua.
Es de admirar que un erudito como don Juan Antonio Pellicer diga en sus notas al presente capítulo del QUIJOTE, que el autor de este romance fue Gerónimo Treviño y que se imprimió en Alcalá, año de 1598. El estilo y expresiones del romance, sin otros indicios, demuestran mayor antigÜedad; y por de contado se ve que Pellicer no tuvo presente que había sido incluido en el Cancionero de Amberes. La fecha de dicho romance, según arguye su lenguaje, no puede ser posterior al siglo XIV; pero el examen de esto nos llevaría muy lejos del QUIJOTE.
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N-1,5,7. Luego el molino no estaba lejos del pueblo; y con efecto, por las relaciones topográficas hechas de orden de Felipe I, que se citaron anteriormente, se ve que la villa de Argamasilla de Alba tenía varios molinos con once piedras en el Guadiana, que pasa por su inmediación. Por las mismas relaciones consta que la otra Argamasilla de Calatrava no tenía molino alguno: nueva prueba de que la Argamasilla de Alba, y no la de Calatrava, era la patria de Don Quijote.
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N-1,5,8. Lo mismo cuenta el romance que hizo el Marqués de Mantua con Baldovinos:
Con un paño que traía
la cara le fue a limpiare:
desque lo hubo limpiado,
luego conocido lo hae.
Cervantes copiaba sus reminiscencias.
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N-1,5,9. Sobra uno de los dos verbos preguntase o dijese. Este último fue el que debió borrarse; pero se le olvidó a Cervantes hacerlo.
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N-1,5,10. El infante D. Fernando, que fue después Rey de Aragón, mientras fue tutor de su sobrino el Rey D. Juan el I de Castilla, ganó de los moros la ciudad de Antequera el año de 1410, y puso por Alcaide en el castillo é la villa a Rodrigo de Narváez, su doncel, que había criado desde niño en su cámara, y era caballero mancebo esforzado, de buen seso é buenas costumbres. (Crónica de D. Juan I, año 10, cap. XVII).
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N-1,5,11. El que dirigió la magnífica edición del QUIJOTE que se hizo en Londres el año de 1738, creyendo que Abencerraje era errata, lo sustituyó por Abindarráez. No lo hiciera si hubiera leído la relación del suceso en la Diana, de Jorge de Montemayor, donde el mismo Abindarráez cuenta que era de la familia de los Abencerrajes; familia de las más ilustres entre las granadinas, que perseguida por el Rey Mohamed el Pequeño, se pasó a Castilla el año de 1428, según se refiere en la crónica del Rey Don Juan el I (año 28, capítulo CIX). Según ella, fueron treinta los abencerrajes refugiados que se presentaron al Rey en Illescas.
La sustancia del suceso de que aquí se trata, y que se cuenta en la Diana, de Jorge Montemayor (lib. IV), se reduce a que Abindarráez, como individuo de una familia proscrita, se crió de orden del Rey fuera de Granada, en poder del Alcaide de Cártama, y en compañía de una hija de éste, llamada Jarifa. Enamoráronse uno de otro, y habiendo dispuesto el Rey de Granada que el Alcaide pasase a serlo de Coín, y que Abindarráez continuase en Cártama, quedó concertado entre los dos amantes que Jarifa avisaría cuando hubiese ocasión de ir a verla y celebrar su enlace. Húbola de allí a algún tiempo por ausencia del Alcaide, que había sido llamado por el Rey a Granada, y avisado Abindarráez, cominó una noche de verano a Coín, y cayó en una emboscada que tenía puesta Rodrigo de Narváez. Notó este la tristeza y suspiros de su cautivo, y preguntándole la causa, supo de su boca toda la historia. Esta es la pregunta y respuesta de que habla el texto. En laDiana de Montemayor se continúa la relación del suceso, según la cual no llevó Narváez al moro a su Alcaidía, como dice Cervantes con su inexactitud ordinaria en las citas, sino que, compadecido de la aflicción del gallardo moro, le permitió continuar desde el mismo camino su viaje a Coín, bajo palabra de presentársele a tercero día, y así lo cumplió Abindarráez en Alora, acompañado de Jarifa, que quiso seguir la suerte de su amante. Narváez, prendado de la noble y leal conducta del moro, dio generosamente libertad a los dos esposos, haciéndoles escoltar hasta que llegaron a paraje seguro.
Esta historia, engalanada con algunas circunstancias por Jorge de Montemayor, conviene con la que publicó Antonio de Villegas en la colección de sus opúsculos, que con título de Inventario publicó en Medina del Campo el año de 1565. El fondo del suceso fue cierto. Así lo testifica en su Historia de los árabes de España D. José Antonio Conde, expresando que esta aventura, el amor de la doncella y el granadino, y más aún con la generosidad del Alcaide Narváez, fue muy celebrada de los buenos caballeros de Granada, y cantada en los versos de los mejores ingenios de entonces.
También se cantó el suceso en Castilla, como se ve por el romance que se insertó en el romancero general (parte IX, fol. 355), y modernamente en el de Depping, impreso en Leipzig el año de 1817, el cual empieza así:
Ya llegaba Abindarráez
a vista de la muralla,
donde la bella Jarifa retirada le esperaba.
Esta misma aventura sirvió después de argumento a la comedia que escribió Lope de Vega con el título de El remedio de la desdicha, dedicándola a su hija doña Marcela del Carpio. Se halla en la parte XI de las comedias de Lope.
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N-1,5,12. Para que estuviese más acorde el período, convino poner: los más famosos hechos de caballerías que se han visto, ven y verán en el mundo. La partícula ni supone negación anterior, y no la hay.
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N-1,5,13. Estas palabras de Don Quijote parecen suponer que Baldovinos era uno de los doce Pares de Francia; y con efecto, en el citado romance del Marqués de Mantua, dando Baldovinos cuenta de quién era a su tío, le dice:
A mí dicen Baldovinos
que el Franco solían llamare.
Hijo soy del Rey de Dacia,
hijo soy suyo carnale,
uno de los doce pares
que a la mesa comen pane.
Los doce Pares, como dirá en adelante el Canónigo de Toledo en el capítulo XLIX, fueron caballeros escogidos por los Reyes de Francia, a quien llamaron Pares por ser todos iguales en valor, en calidad y en valentía. Otros dan otro origen al nombre de Pares. La opinión vulgar, repetida en los romances antiguos, refiere la institución de los doce Pares de Francia al Emperador Carlomagno; pero los críticos, la juzgan posterior al reinado de Hugo Capeto. Sea de esto lo que fuere, nuestros romances dan a entender que el Colegio de los doce Pares, fundado por Carlomagno, tenía semejanza con el de los Caballeros de la Mesa o Tabla redonda, fundado por el Rey Artús, cuando suelen designarlos por la circunstancia de que comían pan a una mesa, que alguna vez llaman redonda. Así sucede en el romance del Marqués de Mantua, y en los de Don Gaiferos, del Conde Dirlos, del Conde Claros y del Palmero. En el de la embajada del Marqués de Mantua se dice del conde Dirlos y del Duque Sansón que eran los que la llevaban:
Caballeros son d′estima,
de grande estado y linaje,
de los doce que a la mesa
redonda comían pane.
Los más nombrados de los doce Pares fueron Roldán, Oliveros, GÜi de Borgoña, Ricarte de Normandía, Reinaldos de Montalbán y otros cuyos nombres son difíciles de señalar con puntualidad, por la variedad con que se leen en las historias, romances y libros caballerescos.
Acaso tuvieron algún influjo en la designación que se hizo en tiempo del Emperador D. Carlos de las Doce Castas de Grandes de España las ideas vulgares sobre los doce Pares de Carlomagno; ideas que eran comunes desde antiguo en Castilla, puesto que se halla ya mención de ellas en la Gran conquista de Ultramar, libro escrito de orden del Rey D. Alonso el Sabio (lib. I, Cap. CXXVI); y aun antes de esto, en el poema del Conde Fernán González, compuesto, según puede conjeturarse, por los años de 1200, en que, animando el Conde a sus varones a la guerra Contra los moros, les decía:
Non cuentan de Alejandro las noches nin los días,
Cuentas sus buenos fechos e sus caballerías:
Cuentan del Rei Davit, el que mató a Golías,
de Judas Macabeo, fijo de Matatías.
Carlos, Baldovinos, Roldán e Don Ogero,
Terin e Galdabuci e Bernal e Olivero,
Torpin e Don Ribaldos o el gascon Angelero, Ercol et Salomon e el otro su compañero. Estos e otros muchos que non vos he nombrados,
si tan buenos non fueran, hoy vernien olvidados.
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N-1,5,14. Fueron tres judíos, Josué, David y Judas Macabeo; tres gentiles, Alejandro, Héctor y Julio César; y tres cristianos, el Rey Artús, Carlomagno y Godofre de Bullón.
Antonio Rodríguez Portugal, rey de armas del Rey Don Juan el II, tradujo del francés, dedicó a dicho Príncipe y publicó en Lisboa el año de 1530 la Crónica llamada el Triunfo de los nueve más preciados varones de la Fama. Volvió a imprimirse en Alcalá de Henares el año de 1585, dedicada a D. Juan Pacheco Girón, Conde de la Puebla de Montalbán. Tiene esta edición la particularidad de que la censuró y retocó su estilo el Maestro López de Hoyos, que lo fue de Miguel de Cervantes. En la censura se califica Hoyos de capellán, y tiene la fecha de 9 de junio de 1581.
Don Leandro Moratín, en los Orígenes del teatro español, puso en la lista de los libros de caballería la Crónica de los nueve de la Fama. Difícilmente pudiera ocurrir que José y David fueron caballeros andantes.
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N-1,5,15. Caballero es aquí lo mismo que jinete o persona puesta a caballo. Y en efecto, era mal visto que las personas de respeto montasen asnalmente, y por eso, según dice el Obispo de Burgos en el Doctrinal de caballeros (lib. I, tít. II), los antiguos sabios ordenaron que cuando hubiesen de cabalgar por villa, que no cabalgasen sino en caballos, quien los pudiere haber. Haciéndose cargo de esto Don Quijote en el cap. XV, después de la aventura de los yangÜeses, trata de excusar con ejemplos antiguos su conducción y transporte en el rucio de Sancho. No tendré, dice, a deshonra la tal caballería, porque me acuerdo de haber leído que aquel buen viejo Sileno, ayo y pedagogo del alegre dios de la risa, cuando entró en la ciudad de las cien puertas iba muy a su placer caballero sobre un muy hermoso asno. No supo más Don Quijote; hubiera podido citar los jueces de Israel, Jair y Abdón, y otros ejemplos y razones alegadas en el elogio del Asno que el cronista Pedro Mejía insertó en la segunda parte de su Coloquio del Porfiado. De Jair se refiere que sus treinta hijos, que eran señores de otras tantas ciudades, cabalgaban en sendos pollinos; y de Abdón, que tenía cuarenta hijos y treinta nietos, que montaban sobre setenta asnos. Las personas principales cabalgaban entonces en asnos gordos y lucios, como se lee en el cántico de Débora. El célebre D. Alonso de Madrigal, el Tostado, Obispo de ávila, en su Comento o exposición de las crónicas de Eusebio (parte II, caps. LXII y LXXI), refutó a Josefo, que dijo que los hijos de Jair y Abdón montaban en caballos, atribuyéndolo a que Josefo hubo de tener a caso de menos valer que los Príncipes de su nación montasen en burro.
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N-1,5,16. Mejor: a quienes estaba diciendo su ama a voces. Acaso diría el original, a los que estaba, etc.
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N-1,5,17. Hay contradicción entre lo que dice el Ama y los capítulos anteriores. Según éstos, Don Quijote no había pasado más que una noche fuera de su casa: salió da ella un día de julio por la madrugada, pasó la noche siguiente en la venta, partió a la hora del alba, a corta distancia dio con la aventura de Andrés, a las dos millas se encontró con los mercaderes, cayó, fue apaleado, lo recogió Pedro Alonso, y llegaron al lugar al anochecer. No llega todo a dos días.
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N-1,5,18. Apodo con que la sobrina moteja ingeniosamente los libros de aventuras caballerescas. Con éstas y otras expresiones de la sobrina y del ama, va Cervantes preparando el escrutinio y quema de los libros de Don Quijote, de que se trata en el capítulo siguiente.
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N-1,5,19. La sobrina equivocó el nombre de Alquife, marido de Urganda la desconocida, sabio o encantador célebre en los anales andantescos, y autor que se supone ser de la historia de Amadís de Grecia, por otro nombre el Caballero de la Ardiente Espada.
Encantador es lo mismo que hechicero, mágico o nigromántico: y las palabras encanto, encantar, encantador, encantamento, todas vienen de canto, por la idea que tenían los antiguos de que los mágicos hacían sus prodigios cantando coplas, de donde llamaron también cármina a los encantos y maleficios. Y así decía un mágico en Virgilio (égloga VII):
Ducite ab urba domum, mea carmina, ducite Daphmin
Carmina vel c祬o possunt deducere lunam:
Carminibus Circe socios mutavit Ulyssei:
Frigidus in pratis cantando rumpitur anguis.
Ovidio, en el libro VI de las Metamorfosis, hablando de las promesas que hizo Jason a Medea para moverla a que con sus artes le librase de los peligros que le amenazaban, dice:
Creditus accepit cantatas protinus herbas.
He aquí las hierbas encantadas. Y después pondera así Medea su poder:
Stantia concutio cantu freta, nubila pello
Nubilaque induco, ventos abigoque vocoque:
Vipereas rumpo et verbis en carmine fauces...
Y luego dice de Medea el poeta:
Effugit illa necem nebulis per camina motis.
Lo mismo se ve por otros escritores antiguos, Tácito, Juvenal, Plinio y Apuleyo.
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N-1,5,20. Sin que dellos se haga auto público, es como debió decirse; sobra el no. Las ediciones anteriores ponen acto público: en ésta se ha corregido auto público, y así debió ponerse, aludiendo a los del Santo Oficio, según lo indica claramente la pena de fuego con que en las siguientes palabras se amenaza a los libros. Conforme a esto, se dice después en el capítulo XXVI que el Cura y el Barbero habían hecho escrutinio y auto general de los libros de Don Quijote.
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N-1,5,21. Se omitió el artículo lo: con lo que acabó de entender, etc. Así solían hacerlo nuestros antiguos escritores, en los cuales se encuentra también muchas veces escrito por que en lugar de por lo que.
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N-1,5,22. El bueno de Pedro Alonso equivocaba la historia y los personajes, porque el mal ferido no fue el Marqués, sino su sobrino. Para hablar con exactitud, debiera decir con las mismas palabras, pero en distinto orden: abran vuestras mercedes al señor Marqués de Mantua y al señor Baldovinos, que viene mal ferido.
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N-1,5,23. Mejor: a quien trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narváez, Alcaide de Antequera; porque como está, no se sabe si el moro trae preso al Alcaide o el Alcaide al moro.
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N-1,5,24. Primero es catar y luego curar; y así debiera haberse escrito: que cate y cure mis feridas. Don Quijote implora Los auxilios de la sabia Urganda para que le cure, como curó en varias ocasiones a Amadís de Gaula y a otras personas de su familia. Los mismos oficios hizo la sabia Belonia con Amadís de Grecia, Ipermea con Olivante, y la fada Morgaina y la dueña del Fondovalle con otros caballeros, según se refiere por menor en sus historias.
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N-1,5,25. El Ama hablaba con muchos, y así no pudo decir mira en singular. Debió ponerse mirá, con acento en la última, según se halla en las ediciones primitivas. Pellicer, que hizo oportunamente esta observación, añadiendo que entonces se escribía así la segunda persona de plural del imperativo, no se atrevió, sin embargo, a corregirlo en su edición, y prefirió poner mirad, como ahora decimos. Pero debió tener presente, no sólo que ya desde muy antiguo solía ponerse tomá portomad, comé por comed, según testifica el autor del Diálogo de las lenguas, sino que no siempre era libre de hacer la enmienda que él hace añadiendo la d, porque muchas veces no lo permite el metro, como en aquel romance del Cid (número 70 de la Colección de Juan Escobar):
Elvira soltá el puñal,
Doña Sol, tiradvos fuera,
Non me tengades el brazo,
Dejadme, Doña Jimena.
Lo propio sucede en el romance morisco de Azarque (Romancero general de Pedro de Flores, parte II, fol. 81):
Azarque, dio una gran voz,
diciendo, abrí esas ventanas,
los que me lloráis, oidme.
Abrieron, y así les habla.
Son frecuentes los ejemplos en el Cancionero general y en los poetas antiguos y modernos, de los que se toman pruebas más concluyentes que de los autores prosaicos, porque la lectura se afianza en la medida de los versos, que de otro modo no constarían. En el tiempo de Cervantes se encuentra repetido lo mismo a cada paso. En la Enemiga favorable, comedia del canónigo Tárraga, dice el Rey a la Reina:
Venid, Reina, al aposento,
entretené al Duque un rato.
Lope de Vega hizo lo mismo en muchos pasajes de sus composiciones dramáticas. Para hablar también de libros caballerescos, en Don Policisne de Boecia es muy común la supresión de la d final del imperativo, como entrá, tañé, por entrad, tañed. En el Espejo de Príncipes y caballeros (parte I, lib. I, capítulo XlI) se cuenta que la Princesa Briana se retiró a parir ocultamente, siendo sabidora de ello su doncella Clandestria: que parió dos gemelos, que fueron el Caballero del Febo y Rosicler; y que lamentándose Briana de haberlos de dar a criar fuera de su vista, le dijo Clandestria: Mirá, señora, que agradecéis muy poco a Dios las grandes mercedes que os ha hecho. He aquí el mirá del ama de Don Quijote.
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N-1,5,26. En las ediciones primitivas del año 1605 se lee Urgada y no Urganda, como pusieron otras posteriores, sin advertir que la equivocación añadía gracia al discurso y era muy verosímil en boca del Ama, quien, como mujer ignorante, no fue extraño que estropease los nombres sustituyendo en esta ocasión al de Urganda otro de significación y uso común, y por consiguiente, más natural para ella. Lo mismo había hecho antes la Sobrina con el nombre de Alquife, y lo mismo vuelve a hacer el Ama en el capítulo VI, llamando Fritón o Muñatón al sabio Fristón.
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N-1,5,27. Expresión familiar anticuada, fórmula de juramento que se repite en otros pasajes del QUIJOTE, y que se halla ya usado en el acto primero de la tragicomedia deCelestina. Santiguada es el acto de santiguarse, y para equivale a por; de suerte que para mi santiguada es lo mismo que por la cruz con que me santiguo. En otro tiempo solían usarse promiscuamente las partículas por y para. En la citada tragicomedia de Celestina, al acto séptimo, se dice: para la muerte que a Dios debo, en vez de por la muerte que a Dios debo. En la carta de la esclava que copió Guzmán de Alfarache en su parte segunda (lib. II, cap. VI), se lee: para esta cura de mulata, que se ha de acordar de las lágrimas que me ha hecho verter. En la tercera parte de Don Florisel de Niquea (capítulo VII) dice don Florarián:para Santa María, que aunque la vida me cueste, he de saber esta aventura. Y más abajo: para Santa Moría, más donosa aventura nunca oí.
En los ejemplos citados se usa el para en vez de por. Otras veces se usa en nuestros antiguos libros, y en el mismo QUIJOTE, el por en lugar de para, como se observará en su lugar. En el uso actual, para denota el fin u objeto: por, la causa o motivo.
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N-1,5,28. Algo más hizo a otro día el Cura que llamar al Barbero. Cumplidamente se explicará el concepto diciendo: lo que otro día hizo: para lo cual, llamando a su amigo el barbero maese Nicolás, se vino con él a casa de Don Quijote.
De tres sucesos consta la primera salida de Don Quijote: la llegada a la venta, donde se arma de caballero: el hallazgo de Juan Haldudo y su mozo, y el encuentro con los mercaderes toledanos. En los tres domina lo burlesco, según pide la naturaleza de la fábula, cuyo objeto es ridiculizar la profesión del héroe. En los dos primeros, Don Quijote, entonado y hueco con el buen suceso, se confirma más y más en su locura y propósito: en el último, no pudiendo dejar de confesar su desgracia, se consolaba, a estilo andantesco, con que la culpa había sido de su caballo. Esto en cuanto a Don Quijote: el lector se halla en una posición del todo distinta, y para él es materia de risa todo cuanto sucede al pobre caballero, tanto lo próspero como lo adverso El INGENIOSO HIDALGO, según la observación de don Vicente de los Ríos, ofrece siempre dos aspectos en lo que se refiere, uno para Don Quijote y otro para los lectores, a la manera de ciertos cuadros dispuestos de tal suerte que, mirados de un lado, presentan distintas figuras que por el otro. Y este contraste, que es perpetuo en la fábula, debe mirarse como una de las principales fuentes del placer que causa su lectura.

[6]Capítulo VI. Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo
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N-1,6,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,6,2. Cuerpos de libros son los que ahora llamamos volúmenes. Bowle creyó que había contradicción entre este lugar y el del capítulo XXIV, donde cuenta Don Quijote que en su aldea tenía más de trescientos libros que eran el regalo de su alma y el entretenimiento de su vida. Pero nótese que los cien cuerpos eran de libros grandes, y que había otros pequeños, de cuyo escrutinio se habla después con separación, diciéndose que eran de poesía y entretenimiento, y empezándose por la Diana, de Jorge de Montemayor, a que siguieron otros.
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N-1,6,3. Decir que el humo ofendería en el patio y no en el corral arguye que el aposento tenía luces al patio, y no al corral. Pero en adelante se supone lo contrario, porque se arrojan libros al corral desde el aposento, como señaladamente se ve por el de Esplandián, que desde la ventana fue volando al corral, dando principio al mantón de la hoguera.
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N-1,6,4. Son los que publicó Garci Ordóñez de Montalvo, regidor de Medina del Campo, después de concluida la conquista del reino de Granada. Por consiguiente, no pudo decirse, como dijo Cervantes, que el libro de Amadís es el primero de caballerías que se imprimió en España, porque el de Tirante el Blanco se imprimió en lemosín el año 1490, en Valencia, como resulta de las noticias que recogió el P. Méndez en su Tipografía española. Cervantes, o no tuvo noticia de la edición valenciana de Tirante, o sólo quiso hablar de los libros castellanos, y de éstos era verdad lo que dijo, pues el Tirante castellano no se imprimió hasta el año de 1511.
Parece indudable que el autor de la historia de Amadís de Gaula fue Vasco de Lobeira, natural de Oporto, uno de los que Don Juan I, Rey de Portugal, armó caballero al estar para darse la célebre batalla de Aljubarrota el año de 1385, según refieren las crónicas portuguesas. Nuestro bibliógrafo don Nicolás Antonio lo asignó equivocadamente al siglo XII. Vivió en Yelves la mayor parte de su vida, y murió el año de 1403. A éste atribuye el libro de Amadís el consentimiento unánime de los escritores de su nación, testigos preferentes en la materia. Don Juan Antonio Pellicer, en el Discurso que precede a su edición del QUIJOTE, dice que el P. Sarmiento, doctísimo benedictino, impugna el origen portugués de Amadís, y que lo atribuye a don Pedro López de Ayala, Canciller mayor de Castilla, o a don Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos; pero esta opinión, sea de quien fuere, carece de fundamento. El mismo López de Ayala habla del libro de Amadís en el Rimado de Palacio, poema moral que compuso estando preso en Inglaterra, como expresa su título, después de la batalla de Nájera, que perdió el Rey de Castilla Don Enrique I contra su hermano el Rey Don Pedro, auxiliado por el Príncipe de Gales. En esta batalla, que fue el año de 1367, don Pedro López llevaba el pendón de la orden castellana de la Banda, y cayó prisionero en poder de los ingleses. El poeta se confiesa allí menudamente de las culpas de su vida pasada, y entre otras cosas dice (copla 162):
Plogome otrosí oir muchas vegadas
Libros de devaneos e mentiras probadas,
Amadís et Lanzarote e burlas a sacadas,
En que perdí mi tiempo a muy malas jornadas.
Pero si se acusa de haber oído o leído a Amadís, +cuánto más se acusaría de haberlo compuesto? Lo de don Alonso de Cartagena es todavía más repugnante, porque nació el año de 1396, algunos después de escrito el Rimado de Palacio, puesto que don Pedro López, vuelto ya de Inglaterra, se halló el año 1385 en la batalla de Aljubarrota. Lo cual sólo basta para conocer la imposibilidad de que fuese el autor de Amadís, aun cuando no se opusiese también a ello el carácter y profesión de don Alonso, tan ajena de este género de letras, la severidad conocida de sus costumbres, incompatible con los pasajes licenciosos de aquel libro, y el no hallarse mencionado en el catálogo de los que compuso este Prelado y refirió su familiar Diego Rodríguez de Almela en el Valerio de las historias escolásticas y de España (lib. VII, tít. VI, cap. IX).
Tampoco pudo ser la composición de Amadís muy anterior a la época de la batalla de Nájera. Por de contado puede notarse que Petrarca y Bocaccio, que florecieron a mediados del siglo XIV, al hablar de los libros de caballerías, el primero en el Triunfo de Amor y el segundo en el Corbacho, no nombraron el libro de Amadís como nombraron a Lanzarote, a Tristán y a Flores y Blancaflor. Pero, en fin, pudieron no conocerlo por nuevo o por extranjero; el mismo libro es quien nos suministra un indicio más positivo en el capítulo LXXXII, donde refiere que habiendo llegado la flota de Amadís a la ínsula Firme, en señal de alegría fueron tirados muchos tiros de lombardas. La primera mención del uso de la pólvora en las historias españolas es del año 1342, en que la emplearon los moros para defender la ciudad de Algeciras, sitiada a la sazón por el Rey de Castilla, Don Alfonso el XI, lanzando, dice su crónica (cap. CCLXXI), muchas pellas de fierro con los truenos. Según los datos precedentes, el libro de Amadís hubo de escribirse desde el año de 1342 al de 1367, y probablemente más cerca de éste que del otro, porque la invención de las lombardas supone ya progresos ulteriores en el arte de la Tormentaria.
Nada hay, pues, que destruya la opinión de que Vasco Lobeira fue el verdadero autor del Amadís. Puede creerse que el manuscrito original vendría a poder del Infante Don Alfonso de Portugal, hijo del Rey Don Juan el I, fundador de la casa de Braganza y tronco de la actual dinastía portuguesa. Este Infante, que nació el año de 1370, fue muy aficionado a las letras, hizo colección de antigÜedades y objetos raros que adquirió en sus viajes, y formó biblioteca. El humor galante de este Príncipe dio motivo a que se hiciese alguna alteración en el capítulo XL de la historia de Amadís. Contábase allí la soltura y liviandad con que Briolanja había requerido de amores al Doncel del mar, y aunque el señor Infante Don Alfonso de Portugal, continúa el mismo capítulo, habiendo piedad de esta hermosa doncella, de otra guisa lo mandase poner, en esto hizo lo que su merced fue, mas no aquello que en efecto de sus amores se escribía. Lo mismo vuelve a indicarse al fin del capítulo XLI.Sobre este incidente del libro de Amadís se publicó un soneto en lengua antigua portuguesa entre los Poemas lusitanos del Doctor Antonio Ferreira, impresos en Lisboa el año de 1598 (soneto 34). Habla el Infante Don Alfonso con Vasco Lobeira, y dice:
Bon Vasco de Lobeira et de gran sem
de prao que vos abedes bem contado
o feito d′Amadis enamorado,
sem quedar ende por contar irem.
E tanto nos aprougue et a tamben
que vos seredes sempre ende loado,
e entre os homes bos bom mentado,
que vos lerao adeante et que hora lem.
Mais porque vos ficestes a fremosa
Brioranja amar endoado hu nom amarom,
esto cambade, et compra sa bontade.
Ca en hei gra do de aver queixosa
por sa gram fremosura et sa bontade
e er porque o fim amor nom lho pagarom.
En una nota de las mencionadas poesías lusitanas de Ferreira, se afirma que el original de Amadís estaba en el archivo de los Duques de Aveiro. Esta noticia, que repitieron don Nicolás Antonio en la Biblioteca española y Diego Barbosa Machado en la Biblioteca portuguesa, publicada a mitad del siglo último, desde 1741 a 1752, me ha estimulado a hacer algunas diligencias para averiguar el paradero de este singular manuscrito; pero han sido inútiles, y sólo han producido vehementes sospechas de que hubo de perecer en el terremoto del día 1E¦ de noviembre del año 1755 con las demás preciosidades del palacio de los Marqueses de Gouvea, donde vivían a la sazón los duques de Aveiro, y que se arruinó totalmente en dicho día. Caso que así no fuese, el manuscrito hubo de pasar al fisco con todos los bienes del último Duque en el año 1759, a consecuencia de acontecimientos bien conocidos, y a los literatos portugueses toca el buscarlos.
Al Infante Don Alfonso, que falleció ya nonagenario el año de 1461, sucedió su hijo Don Fernando, no menos en el Estado que en la afición a los libros y asuntos de la Caballería. De él era fama en Portugal a principios del siglo XVI que había sido el autor del libro de Amadís de Gaula. Así lo atestigua don Luis Zapata, paje de la Emperatriz Doña Isabel, hija del Rey de Portugal y mujer del Emperador Carlos V, en un manuscrito de la Biblioteca Real de Madrid, que cita Pellicer, aunque equivocándolo con su hijo el tercer Duque de Braganza, que tuvo su mismo nombre y murió degollado en Ebora el año de 1483. Acaso dio origen a esta voz el haber existido el original en la biblioteca o archivo de los Duques de Braganza, y haberse sacado de allí las copias.
Después de todo lo dicho, preguntar en qué idioma escribió Vasco Lobeira la novela de Amadís de Gaula sería lo mismo que preguntar en qué lengua escribió Homero o Cicerón; la pregunta y la duda serían ridículas. Sin embargo, los que tratan de esto, y el mismo Pellicer, suponen siempre, sin decir el fundamento, que fue castellano el original de Amadís. Es cierto que no parece el texto portugués, y que el más antiguo que conocemos es el castellano; pero como de esas veces que se ha perdido el original de un libro y sólo nos han quedado las traducciones, ejemplo tenemos en lo más sagrado. Acaso puede explicarse este fenómeno por la popularidad que a principios dei siglo XVI adquirió generalmente en Europa el idioma castellano, lo cual haría que, repitiéndose las ediciones de la traducción, se mirase como inútil multiplicar copias del original.
El tiempo en que se hizo la versión castellana de Amadís de Gaula no puede señalarse a punto fijo. Garci Ordóñez de Montalvo fue el primero que trató de imprimirla. En el prólogo que escribió para su edición, habla de la conquista del reino de Granada como concluida, y de los Reyes Católicos como todavía vivos: y dice que corrigió los tres libros de Amadís, que por falta de los malos escritores o componedores, muy corruptos e viciosos se leían; añade que trasladó y enmendó el libro cuarto. En el título del primer libro expresa que lo corrigió de los antiguos originales, que estaban corruptos y mal compuestos en antiguo estilo por falta de los diferentes y malos escritores, quitando muchas palabras superfluas y poniendo otras de más polido y elegante estilo. Estas expresiones dan claramente a entender que Montalvo corrigió, limó y concluyó trabajos que ya halló hechos. La primera edición hubo de hacerse en el intermedio del año de 1492 al de 1503; pero de ella no se conoce ejemplar alguno, ni ha quedado más memoria que el prólogo. Se cita una impresión posterior a la muerte de la Reina Doña Isabel, hecha en Salamanca el año de 1510; otras se hicieron en 1519 y 1521, de cuyo año hay un ejemplar en la Biblioteca Real de Madrid, y después se repitieron varias ediciones, pero siempre con el mismo prólogo.
Montalvo trabajaba en la corrección de la versión castellana de Amadís muchos años antes de tratar de imprimirla, porque en varios lugares de ella se anuncia el quinto libro, que se añadió a los cuatro primeros, y contiene las hazañas de Esplandián; y éste, como después veremos, se escribía en los principios de la guerra contra los moros de Granada, quiere decir, por los años de 1485. Veinte años antes, o cerca de ellos, hubo de hacerse la traducción de Amadís, como se deduce de aquel pasaje del capítulo CXXXII, donde, contándose las muestras de amor que dieron sus vasallos al Rey Lisuarte, se dice así: íOh, cómo se deberían tener los Reyes por bienaventurados, si sus vasallos con tanto amor y tan gran dolor se sintieren de sus pérdida y fatigas! íY cuánto asimismo lo serían los súbditos que con mucha causa lo pudiesen y debiesen facer, seyendo sus Reyes tales para ellos como lo era este noble Rey (Lisuarte) paro los suyos! Pero, ímal pecado!, los tiempos de agora mucho al contrarío son de los posados según el poco amor y menos verdad que en las gentes contra sus Reyes se halla; y esto debe causar la costelación del mundo ser tan envejecida, que perdida la mayor parte de la virtud no puede llevar el fruto que debía, así como la cansada tierra, que ni mucho labrar ni la escogida simiente pueden defender los cardos y las espinas con las otras hierbas de poco provecho que en ella nacen. Pues roguemos a aquel Señor poderoso que ponga en ello remedio: e si a nosotros, como indignos, oir no le place, que oya aquellos que aun dentro en las fraguas sin dellas haber salido se hallan, que las hagan nacer con tanto encendimiento de caridad y amor como en aquestos pasados había; y a los Reyes, que apartadas sus iras y sus pasiones, con justa mano e piadosa los traten y sostengan. Este bello pasaje, que fuera tan impropio y ajeno del tiempo de orden, de justicia y de tranquilidad en que se escribía el prólogo de Montalvo y en todo el reinado de Don Fernando y Doña Isabel, retrata tan al vivo la época de los diez últimos años del reinado de Don Enrique IV, que no parece sino que se escribió por ella, y que el traductor, testigo de aquellos desórdenes, no pudo menos de insertar al paso este honrado desahogo de sus afectos, que no conviene a ningún otro período de la historia castellana ni portuguesa, desde que el libro de Amadís se compuso.No ha faltado quien diga que Vasco Lobeira tomó o tradujo su Amadís de otro libro escrito anteriormente en lengua picarda o bretona, de que hubo un ejemplar en la biblioteca de la Reina Cristina de Suecia. Sabido es que las provincias de aquella costa occidental de Francia fueron la cuna de los historiadores y de las historias caballerescas, y aun si examina con atención la de Amadís, se encontrarán vestigios del idioma viejo francés en los nombres propios, como en el mismo Amadís Aime-Dieu, Acalaus Arc-a-l′eau, Briolanja Brío l′ange, Bonamar Bonne mére, Estravaus Des travaux, y así otros. Del mismo Amadís cuenta la historia que nació en la Bretaña francesa, y que fue expuesto al nacer en la corriente de un río caudaloso, que por las señas pudo ser el Loira. Pero todos estos indicios, sin la vista y el examen del manuscrito picardo, y sin el apoyo de testimonios coetáneos, o por lo menos inmediatos, sólo prueban que el fabulista fingió en esto con alguna verosimilitud, o acaso que quiso se atribuyese su historia a origen más remoto y autorizado, como sucedió en otros muchos libros caballerescos que se supusieron traídos de lejos y traducidos del griego, del árabe o del inglés. Si algo prueban estos indicios, es contra la procedencia francesa del libro de Amadís; porque según la oportuna observación de don Nicolás Antonio, comprobada con los ejemplos y conducta de los autores caballerescos, éstos, para hacer más verosímiles y creíbles sus ficciones, debieron establecer lejos de su propio país el teatro de los sucesos que escribían.
Lope de Vega Carpio, en la dedicatoria de su novela intitulada Las fortunas de Diana, atribuyó el libro de Amadís a una dama portuguesa, confundiéndolo al parecer con el de Palmerín de Oliva. Su testimonio, desnudo absolutamente de pruebas, no es de peso alguno.
Los extranjeros escribieron de esta materia con una ligereza y desconcierto que admira. Hubo entre ellos quien atribuyó la composición del Amadís a Santa Teresa de Jesús, que nació en 1515, cuando llevaba ya siglo y medio de escrito y muchos años de impreso. Don Juan Antonio Pellicer recogió ésta y otras inepcias de los autores extranjeros en el discurso preliminar de su edición del QUIJOTE, donde podrán verlas los que quieran perder su tiempo.
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N-1,6,5. El autor del Diálogo de las lenguas, que tanto se cita en estas notas, y cuyo voto es muy respetable en materia de lenguaje, después de haber dicho que entre los libros caballerescos comúnmente se daba la palma del estilo a los cuatro libros de Amadís (página 157), y en su juicio con razón, le nota varios defectos, a pesar de los cuales concluye diciendo (pág. 163) que tiene muchas y muy buenas cosas, y que es digno de ser leído de los que quieren aprender la lengua. Todavía no habían ilustrado y perfeccionado nuestro idioma don Diego de Mendoza, Granada, Mariana, Solís, Saavedra y otros maestros de la lengua castellana, y el libro de Amadís gozaba de una celebridad que le mereció ser trasladado a diferentes lenguas. Nicolás de Herberay lo tradujo al francés en 1539, y llegó a ser en aquel reino libro tan común y tan leído como en España. Según las noticias recogidas por Pellicer (Disc. prel., pág. XLIV), el Rey de Francia, Enrique II, lo tenía en su librería entre Platón y Aristóteles. El célebre Marco Antonio Mureto, el príncipe de los latinizantes modernos elogió con entusiasmo la traducción de Herberay en metro vulgar, del que, por poco conocido, copiaré el siguiente pasaje:
En vain jadis le guerrier inhumain
eust rué bas, en su fureur depit,
les murs Troiens fats de divine main
et de Priam foudroyé l′exercite:Piéce de ses valereus faits
la memoire fust achevée,
si dans ses poèèmes parfaits
Homere ne l′eust negraveèè...
Et qui sauroit d′Amadis la valeur,
les grans effors, la vertu plus au′humaine
si Herberai, des eloquens la fleur,
A le louer n′eust emplié sa peine?
Mais puis que l′Homere second,
premièère gloire de la France,
sur son stile dous et facond
au dessus des astres le lance,
tant que le monde demourra
le los d′Amadis ne mourra
.
Don José Rodríguez de Castro, en el tomo I de su Biblioteca Española, donde se recogieron noticias sumamente curiosas e importantes para nuestra literatura, habla de una traducción de Amadís de Gaula al idioma hebreo, hecha por un rabino español anónimo, la cual, según el testimonio de Vosio, se custodiaba en una biblioteca de Alemania.
Amadís de Gaula dio también asunto a dos comedias castellanas, una de Gil Vicente, dramaturgo portugués, y otra de Andrés Rey de Artieda, soldado valiente y buen poeta, que quiso ser conocido en la república de las letras por el supuesto nombre de Artemidoro. La primera se prohibió en el índice de 1583; la segunda no se encuentra.
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N-1,6,6. Garci Ordóñez de Montalvo, en el prólogo de Amadís, ofreció publicar el libro de las Sergas de Esplandián su hijo, que hasta aquí, dice, no es memoria de ninguno ser visto que por gran dicha paresció en una tumba de piedra que debajo de la tierra en una ermita cerca de Constantinopla el hallada y traído por un húmgaro mercader a estas partes de España, en la letra y pergamino tan antiguo, que con mucho trabajo se pudo leer por aquellos que la lengua sabían. En varios parajes de Amadís se anunció la publicación de las Sergas de Esplandián, que, con efecto, llegaron a imprimirse, afirmándose al principio de la obra que la había escrito en griego el maestro Elisabad, que vio mucho de lo que cuenta, y había sido muy afecto a su padre Amadis: Las cuales Sergas después a tiempo fueron trasladadas en muchos lenguajes.
De este modo trató Garci Ordóñez de Montalvo de autorizar la historia de Esplandián, dándole origen antiguo y extranjero, conforme lo hicieron también otros varios escritores de caballerías. Pero así como el asno de la fábula, queriendo disfrazarse de león olvidó taparse las orejas, así también a Montalvo se le escapó la mención de la artillería, invención de siglos muy posteriores al que se supone de Esplandián, cuando refirió en el capítulo CLII de las Sergas que tratando el gran Soldán de combatir la ciudad de Constantinopla mandó sacar de las naves muy muchas y grandes lombardas y otros tiros y aparejos de muchas suertes para el combate.
El raro y nunca visto nombre de Sergas fue artificio que discurrió Montalvo para acreditar el origen griego de la historia de Esplandián. Porque en este idioma griego significa hechos, hazañas, y Montalvo, que probablemente no sabría mucho de griego, en lugar de escribir las Ergas puso las Sergas. Así se indicó en el capítulo XVII, donde contándose que el maestro Elisabad se encargó de escribir la historia de Esplandián a ruegos del Rey Lisuarte, se dice: Pues así como oís fueron escritas estas Sergas llamadas de Esplandián, que quiere decir las proezas de Esplandián. Por lo cual don Nicolás Antonio, al hablar de este libro en su Biblioteca antigua, le llamó no las Sergas, sino las Ergas de Esplandián. En las Partidas se llama cantares de gesta a los que trataban de las hazañas de los guerreros célebres. Acostumbraban, se lee en la Partida I, tít. XXI, ley XX, los caballeros cuando comían, que les leyesen las hestorias de los grandes fechos de armas que los otros fecieran... e aun facien más, que los juglares non dijeren antellos otros cantares sinon de gesta o que fablasen de fecho darmas. En la misma significación había usado la palabra gesta Gonzalo de Berceo (copla 241), y aun antes del Poema del Cid:
Aquí empieza la gesta de Mío Cid el de Vivar. (Verso 1093).
Erga en griego, gesta en latín, hechos en castellano, todo es una misma cosa. Montalvo hubo de tardar algunos años en dar la última mano a las Sergas, porque en el capítulo XCIX indica que las escribía a principios de la guerra que los Reyes Católicos hicieron a los moros granadinos, y luego en una exclamación que insertó en el capítulo CI se ve que estaba ya concluida aquella guerra y se había expelido de España a los judíos. No retiniendo, dice, sus tesoros, echaron del otro cabo de los mares aquellos infieles que tantos años el reino de Granada, tomado y usurpado contra toda ley e justicia tuvieron: y no contentos con esto, limpiaron de aquella sucia lepra, de aquella malvada herejía que en sus reinos sembrada por macizos años estaba. Ambos acontecimientos fueron el año 1492.
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N-1,6,7. Crónica del muy valiente y esforzado Príncipe y caballero de la Ardiente Espada, Amadís de Grecia, hijo de Lisuarte de Grecia, Emperador de Constantinopla y de Trapisonda y Rey de Rodas. Así dice el título de la edición de Lisboa de 1596. Otra se había hecho en Sevilla, año 1542: tiene primera y segunda parte.
El sabio Alquife, que suena ser el cronista la dedicó a Amadís, Rey de la Gran Bretaña y de Gaula, hijo del Rey Perión y de la Reina Elisena. Se dice que el original estaba en griego y que de él se tradujo en latín y después en romance.
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N-1,6,8. Aquí se comprendían todos los libros caballerescos de la casa de Grecia, Lisuarte, Florisel, Silvis de la Selva, Don Rogel, Esferamundi, y, en suma, todas las historias de los descendientes de Amadís de Gaula, de que se hablará en las notas al capítulo XII.
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N-1,6,9. Yo no sé qué es lo que pudo dar motivo a Pellicer para decir en su nota sobre este lugar que Pintiquinestra fue una giganta de espantosa y ridícula figura. La Reina Pintiquinestra, de quien se hace mención en Amadís de Grecia, fue Reina de Sobradisa, mujer de Perión, hijo de don Galaor y sobrino de Amadís de Gaula (parte I, cap. XXI y XXII). De ésta no pudo decirse que fue giganta de buena ni mala figura. Perión se enamoró de ella, como se refiere en Lisuarte de Grecia (capítulo XLIX), y de este matrimonio nació el doncel Bravarte, a quien armó caballero su tío Amadís de Gaula (Amadís de Grecia, parte I, cap. XXI). De otra Reina Pintiquinestra se habla en Lisuarte, que era Reina Amazona, y llamándose señora de la gente menguada de tetas, vino con seis mujeres archeras en auxilio de los paganos que sitiaban a Constantinopla (caps. XXXI y XXXVII); después se hizo cristiana y se pasó al bando de los cercados. Refiérense de ella varias hazañas y desafíos, y hablándose de uno de ellos se dice que era muy grande de cuerpo y hermosa y muy bien parecida, y como traía quitado el yelmo, parecía tan hermosa como, ángel (cap. XLI). Nada de esto es giganta ni espantosa y ridícula figura.
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N-1,6,10. Darinel, pastor mancebo y gran luchador, hijo de un villano rico de Tirel, lugar en tierra de Alejandría de Egipto, amaba a Silvia, hija de la Princesa Onolaria, la cuál, recién nacida, había sido entregada a un escudero y a su mujer, y se criaba desconocida, apacentando el ganado de sus supuestos padres en una floresta a orillas del Nilo, cerca de la ciudad de Babilonia (así suele llamarse al Cairo en los libros e historias de la Edad Media). En la segunda parte de Amadís de Grecia (caps. CXXX y CXXXI) se refieren los largos discursos del enamorado pastor, unas veces a solas, otras con su pastora por aquellos valles y bosques. Hacía apóstrofes a las aves, hablaba con las flores, tocaba la flauta, cantaba y representaba versos: he aquí las ééglogas que decía el Cura. Finalmente, Don Florisel se llevó a Silvia y a Darinel a Niquea (capítulo CXXXII). Del estilo de Darinel y de sus endiabladas y revueltas razones puede ser muestra aquello que decía a la Infanta Leonida (parte II de Florisel, cap. LXXXVI). íOh, mi señora y alma de aquella alma por quien la mía viviendo muere! íOh, qué glorias es a mis ojos veros y ver en vos como espejo a la de mi Silvia! De sus versos pastoriles se volverá a hablar en adelante.
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N-1,6,11. Historia del invencible caballero don Olivante de Laura, Príncipe de Macedonia, que vino a ser Emperador de Constantinopla: Barcelona, en casa de Claudio Bornat, impresor y librero, año 1546. Consta de tres libros, y al fin del tercero se ofrece el cuarto. El impresor dedicó la obra al Rey don Felipe I; pero el autor fue Antonio de Torquemada, Secretario del Conde de Benavente, que escribió también el Jardín de flores de que aquí hace memoria Cervantes, y los Coloquios satíricos, que se imprimieron en Mondoñedo el año de 1553. No sé por qué se llama tonel al libro de Olivante, que sólo tiene 506 páginas, cantidad moderada para un tomo en folio.
El autor cuenta en el prólogo una visión o sueño que tuvo, durante el cual la sabia Ipermea le entregó el libro de Olivante para que lo publicase. Por aquí puede formarse alguna idea de lo disparatado del libro, a que se puede agregar la descripción que hace del alcázar o casa de la Fortuna, fabricada por la gran sabidora Leocasta, toda labrada de diamantes, rubíes, esmeraldas, jacintos, carbunclos, topacios y otras infinitas maneras de piedras preciosas. Su forma era redonda con seis esquinas, y en cada esquina una torre muy alta, y en medio otra torre todavía más alta que ninguna de las otras: la cobertura de la torre, que en un círculo triangular se hacía, era toda hecha solamente de carbunclos, los cuales así resplandecían como si muchas hachas allí encendidas estuvieran. La roca en que estaba la casa de la Fortuna era tan escarpada que no parecía posible subir: tenía poco menos de una legua de circuito, y de altura casi dos leguas (lib. I, cap. IV).
Menciona aquí el Cura el Jardín de flores, libro de argumento singular por las patrañas, cuentos y creencias vulgares que contiene. Mal año para el Ente dilucidado del padre Fuentelapeña, las Conversaciones instructivas, del padre Arcos, y las Ilustraciones varias de don Juan Bernardino Rojo: en el Jardín de flores se ven mujeres de rara y estrafalaria fecundidad: una que parió en Alemania de una vez cincuenta hijos; otra, en Irlanda, trescientos sesenta y seis (que son tantos como días tiene el año bisiesto); otra que dio a luz un elefante; otras que paren ranas o sapos, cosa ordinaria, dice, en Nápoles; hombres que se cubren todo el cuerpo con las orejas; hombres con cola, unos de pavo real y otros de zorro; la hierba con que Salomón curaba los endemoniados; la muela de San Cristóbal en Coria, y la quijada en Astorga; viejos y viejas que vuelven a ser jóvenes; una Diablología completa, diablos mayores y menores, íncubos y súcubos; y su división general en seis clases, cuyos diversos oficios y ejercicios se describen con separación; duendes, brujas, saludadores y apariciones, que es un juicio. Cervantes, cuya censura no dejaba escapar impune ningún abuso cuando se presentaba oportunidad, criticó el Jardín de flores de una plumada tan graciosa en sí como propia del QUIJOTE, comparándolo con un libro de Caballerías, y diciendo que no sabría determinar si era más verdadero o menos mentiroso que el de Olivares.
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N-1,6,12. Melchor Ortega, caballero de Ubeda, publicó en Valladolid, el año 1556, la primera parte de la Historia del Príncipe Felixmarte de Hircania, que supuso traducida del toscano, y la dedicó a Juan Vázquez de Molina, secretario del Rey y del Consejo de Estado. El héroe se llamó primero Florismorte y después Felixmarte, como en otros parajes le llama Cervantes (caps. XII, XXXI y XLIX de la primera parte, y I de la segunda).
Llámase extraño su nacimiento, porque su madre, Marcelina, le parió en un monte en manos de una mujer salvaje; pero no se ve la razón de hacer mérito peculiar de ella en Florismarte, siendo comunísimo en los autores caballerescos acompañar con circunstancias extraordinarias y maravillosas el nacimiento de sus héroes. Al nacer Amadís de Gaula es metido en una arquilla y expuesto en las aguas del caudaloso río de Bretaña como Moisés en las del Nilo, y saliendo al mar es recogido por unos navegantes (Amadís de Gaula, cap. I). Tristán de Leonís nace en un bosque, yendo su madre a buscar a su esposo Meliodes: pone a su hijo el nombre de Tristán en memoria de la tristeza en que se hallaba: lo besa y expira (lib. I, cap. XXI). La Reina Rosiana da a luz a Olivante en una floresta, de donde lo arrebata una doncella y lo lleva a la sabia Ipermea a la isla de Laura (lib. I, capítulo V). Florambel de Lucea acaba de nacer: el sabio Adriacón, señor del castillo de Rocaferro, pariente del Soldán de Niquea y grande encantador, entra en la cámara de su madre Beladina acompañado de un león furioso: arrebata al recién nacido y lo lleva en una nube a Rocaferro para matarlo: pero, compadecido, muda de propósito y lo cría y educa en aquel castillo (lib. I, cap. XXI). Cuando nació el Príncipe Belflorán en el castillo de Medea, lo robó Merlín para criarlo: desapareció con él y lo llevó a lejas tierras, a una ermita, donde le bautizó el ermitaño (Belianís de Grecia, lib. II, cap. XXIV). También fue robado al nacer Leandro el Bel, hijo del Caballero de la Cruz, por el sabio Artidoro, que se metió con él en una nube y lo condujo a su isla, donde, haciéndolo primero suntuosamente bautizar, lo crió en un delicioso palacio encantado (Caballero de la cruz, lib. I, cap. X). En Florando de Castilla, el mago Arcaón, en forma de hipógrifo, se llevó por el aire a Leonido cuando acababa de parirlo la Infanta Safirina, y lo puso en poder del Sultán de Babilonia. De Angeloro, hijo de Medoro y Angélica la Bella, cantó el famoso Lope:
Así como nació, la sabia Argiva,
que el casamiento desigual desama,
porque heredero de Medor no viva,
hurtóle de los brazos de su ama;
y metido en una canastilla de mimbres lo arrojó al mar, donde aportando a una isla le dio educación Proserpido el Sabio, como en otro tiempo Quirón a Aquiles en la isla de Esciros.
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N-1,6,13. Crónica del muy valiente y esforzado Caballero Platir Hijo del Emperador Primaleón: Valladolid, 1533. El autor, que no se nombra, dedicó su obra a don Pedro álvarez de Osorio y doña Maria Pimentel, Marqueses de Astorga. Platir, nieto de Palmerín de Oliva y el menor de los cuatro hijos que tuvo Primaleón, Emperador de Constantinopla, fue Rey de Lacedemonia, y casó con Sideba, hija del Rey Tarnaes. Hubo de ser Platir caballero de poca importancia y nombradía entre los aventureros, cuando Cervantes, ponderando lo que extrañaba no hallar escrita la historia de Don Quijote, decía (en el cap. IX) que no había de ser tan desdichado tan buen caballero que le faltase a él lo que le sobró a Platir.
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N-1,6,14. Fue el título que llevó el invencible caballero Lepolemo, hijo del Emperador de Alemania. Divídese su historia en dos partes, compuestas por Pedro de Lujan. La primera trata de Lepolemo, y en su dedicatoria, dirigida al Conde de Saldaña, dice el autor que la tradujo del arábigo, en que la escribió el moro Xartón. A continuación de esta dedicatoria se lee la del autor mahometano al Soldán Zulema, de cuya orden se supone escrita la historia. Xartón, según refiere la misma historia (lib. I, capítulo LXXX), fue nigromante, pero después, habiéndose hecho cristiano, jamás usó ya de las artes mágicas. En el capítulo LXXXVII de la segunda parte se dice que el original arábigo estaba traducido en alemán y en griego. Dicha segunda parte contiene la historia de Leandro el Bel, hijo de Lepolemo, que se finge escrita en griego por el sabio Rey Artidoro. Luján la dedicó al Conde de Niebla, y en el capítulo XC ofrece la traducción de la tercera.
La historia del Caballero de la Cruz se nombra ya en el Diálogo de las lenguas. Bowle cita una edición hecha en Sevilla el año 1534; en la Biblioteca Real de Madrid hay otra de Toledo, año de 1543, y después se repitieron otras.
Entre el libro del Caballero de la Cruz y el QUIJOTE hay una semejanza, que es la del origen arábigo, tan verdadero en el uno como en el otro, pero acomodado a la opinión de los que creyeron que esta clase de libros nos vino de los árabes. Opinión contradicha, no sólo por los datos de la historia, sino también por la comparación entre las costumbres mahometanas y las que describen los libros caballerescos; entre el desprecio esencial que los musulmanes hacen de las mujeres y la especie de idolatría que los andantes profesaban a sus damas; entre las cadenas y sujeción del harem y la desenvoltura y vagancia de Angélica y demás doncellas andantes o guerreras. El caballero andante es el esclavo de la que ama; el musulmán es su tirano. Ningún musulmán llamó jamás mi Dios ni mi Diosa a su querida, como lo hicieron los caballeros; ni caballero alguno puso la suya bajo la custodia y férula de un eunuco. Las ideas y costumbres caballerescas tienen mucha más conexión con las de los pueblos antiguos del Norte, que, según el testimonio de Tácito, atribuían al bello sexo un carácter sagrado que, sin llegar a divino, sobrepujaba al común humano (Germán, cap. VII).
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N-1,6,15. Don Juan Antonio Pellicer confundió el Espejo de caballerías con el Espejo de Príncipes y Caballeros, que es la historia del Caballero del Febo, de cuyo error participó también, a pesar de su erudición, don Gregorio Mayans, en el número 81 de la Vida de Cervantes. Pero la sucinta noticia que el Cura da aquí del Espejo de caballerías bastaba para el desengaño, pues el otro Espejo no hace mención de Reinaldos de Montalbán, ni de los doce Pares, ni del historiador Turpín, ni tiene parte de la invención de Boyardo, que son las señas que da Cervantes del libro. La calidad de ladrones que el Cura aplica a Reinaldos y sus compañeros indica que el Espejo de caballerías es lo mismo que la historia de Reinaldos, citada en el capítulo primero del QUIJOTE, según el cual, en ella se veía salir a Reinaldos de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Luis Pulci, en su Morgante, nombra a Arnaldo Daniel, trovador o poeta provenzal que murió hacia fines del siglo XII, como autor de una historia o novela de Reinaldos, donde se refieren las hazañas de éste en Egipto. Esta noticia cuadra con la del capítulo primero del QUIJOTE, y me induce a sospechar como verosímil que el Espejo de caballerías es en el fondo alguna traducción del libro de Arnaldo.
Don Nicolás Antonio menciona una obra intitulada Libro del noble y esforzado caballero Reinaldos de Montalbán y de las grandes proezas y extraños hechos en armas que él y Roldán y todos los doce Pares paladinos hicieron: Sevilla 1525, en folio. Menciona asimismo otra obra con el título de Primera, segunda tercera parte de Orlando enamorado, Espejo de caballeros, de los hechos del Conde Roldán, Reinaldos de Montalbán y otros, por Pedro de Reinoso, toledano: Medina del Campo, 1483. Hablan también don Nicolás Antonio y don Tomás Tamayo de Vargas de la Primera, segunda y tercera parte de don Reinaldos de Montalbán, Emperador de Trapisonda: traducción del italiano, por Luis Domínguez, que se imprimió en Perpiñán por Sansón Arbús. Año 1589, y de que he visto citada otra edición hecha en Toledo, año de 1558. Bowle nombró una impresión del Espejo de caballerías en Medina del Campo, año 1586. Esta es la obra citada en el Escrutinio; pero no habiendo logrado verla, como ni tampoco las otras de que acaba de hablarse, no puedo decir de la relación que tengan entre sí ni pasar adelante en mis conjeturas.
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N-1,6,16. Turpín ha llegado a ser el verbigracia de los embusteros, como su paisano y contemporáneo Galalón, de los traidores; y acaso no hay más razón para lo uno que para lo otro. Juan Turpín o Tilpín fue un Arzobispo de Reims que vivió en tiempo de Carlomagno, y dos siglos después se escribió bajo su nombre una historia de los hechos de aquel Príncipe en dos libros, llenos de cuentos y mentiras. Esta obra, que logró crédito a favor de la ignorancia de aquellos tiempos, y se nombró con elogio en la Biblioteca del abad Juan Tritemio, escrita a fines del siglo XV, fue uno de los textos de que se valió Nicolás de Piamonte para la Historia vulgar del Emperador Carlomagno y de los doce Pares de Francia, que se imprimió en Sevilla el año de 1528, y después infinitas veces. Por la común reputación de embustero llama irónicamente Cervantes a Turpín verdadero historiador, imitando en esto a Ariosto, que, con la misma ironía, le llamó veraz (canto XXX, est. 49). Alude a lo mismo Francisco Garrido de Villana, que en el libro primero (canto XXIV) de su poema sobre la batalla de Roncesvalles habla así de Roldán:
Dice Turpín que aquel Conde de Brava
toda su vida fue virgen y casto:
creed lo que queráis del Paladino
que muchas cosas dice así Turpino.
Y Villaviciosa, en su poema burlesco de la Mosquea (canto I, est. 7):
Hoy se despiertan las verdades puras
del profundo letargo y duro sueño
de las prisiones del olvido oscuras:
hoy a la luz de verdad enseño
la historia a quien dio principio y fin
la pluma arzobispal de don Turpín.
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N-1,6,17. Conde de Escandiano: escribió el poema caballeresco de Orlando enamorado, que continuó después Ludovico Ariosto en su Orlando furioso. Tradujo a Boyardo, Francisco Garrido de Villena, natural de Baeza y lo imprimió el año de 1577, dedicándolo a don Pedro Luis Galcerán de Borja, maestre de Montesa. Su traducción está llena de italianismos insufribles: suprimió algunas cosas y añadió otras, como él mismo advierte en su prólogo, donde, usando de una expresión parecida a la de Cervantes, dice que se movió a traducir el Orlando enamorado por ver puesta en nuestra lengua el Orlando furioso, el cual de aquí ha tomado origen e invención, por ser la trama de su tela todo este libro.
Don Nicolás Antonio cita un poema en octava rima con el título de Orlando enamorado, impreso en Lérida el año de 1578; su autor don Martín Abarca de Bolea, y regularmente sería traducción de Boyardo.
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N-1,6,18. Ludovico Ariosto nació en Regio, ciudad del estado de Módena, el año de 1474, y murió en Ferrara el de 1533. Entre sus obras poéticas, la más conocida es el Orlando furioso en 46 cantos, donde continuó el argumento de Boyardo. Tuvo el poema de Ariosto muchos aficionados y admiradores en España, uno de ellos Miguel de Cervantes, que lo alabó en la Galatea, donde dice la Musa Caliope (libro VI): Yo soy la que ayudó a tejer al divino Ariosto la variada y hermosa tela que compuso. En este elogio va envuelta la censura que los observadores y amantes del arte han hecho siempre del Orlando furioso, en el cual, en medio de la versificación más hermosa y feliz, no se encuentra la regularidad de los antiguos y de los modernos que los imitaron, como lo hizo el Taso entre sus contemporáneos. El mismo juicio hizo en su República literaria don Diego de Saavedra. Ludovico Ariosto, dice, como de ingenio vario y fácil en la invención, rompió las religiosas leyes de lo épico en la unidad de las fábulas y en celebrar a un héroe solo; y celebró a muchos con una ingeniosa y variada tela, pero con estambres poco pulidos y cultos. Y en adelante, después de introducir a Homero, Virgilio, el Taso y Camoens imitando con clarines de plata a lo heroico, y a Lucano, intentando lo mismo con una trompeta de bronce, añade que tocaba Ariosto una chirimía de varios metales. Con efecto; su poema es una obra en que, sin orden ni trabazón, se ensartan los sucesos caprichosos de muchos caballeros y Príncipes que se supone vivieron en tiempo de Carlomagno, los paladines Roldán y Reinaldos, los moros Rugeros y Ferragús, los Reyes Agramante y Marsilio, los mágicos Atlante y Malgesí, las doncellas guerreras Bradamante y Marfisa, Angélica la Andariaga, el sutil ladrón Brunelo, Sacripante y Rodamonte, Astolfo y Cervino, y otros muchos que componen el todo embrollado e informe, pero compuesto de partes bellísimas del Orlando.
Llama Cervantes cristiano poeta a Ariosto, y no adivino la causa. El aire de la expresión pudiera indicar que se le aplicaba la calidad de cristiano por contraposición a Boyardo; pero éste no fue más ni menos cristiano que Ariosto. Si se quiere decir que lo de cristiano es irónico, como lo verdadero que acaba de decir de Turpín, no parece que en este pasaje tuvo Cervantes intención de satirizar a Ariosto, sino de lo contrario. Pellicer lo explica diciendo que se daba el dictado de cristiano a los que se ocupaban de escribir obras ejemplares, y no licenciosas o impías, como otros italianos que nombra, sobre lo cual pudiera remitírsele a varios pasajes en que Ariosto no dio ciertamente ejemplos de la moral más religiosa y severa. Pellicer habla en esta materia como si no hubiera leido el original del Orlando, y sólo lo conociera por sus traducciones al castellano, que era lo que sucedía a Maese Nicolás.
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N-1,6,19. Alúdese probablemente a algunos pasajes y expresiones libres de Orlando, que se mitigaron o se suprimieron en la traducción castellana de que habla el Cura en el presente lugar. La ignorancia del toscano preservaba de escándalo al Barbero.
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N-1,6,20. Este capitán es don Jerónimo de Urrea, caballero aragonés, Gobernador de la provincia de Pulla, en el reino de Nápoles, cuya traducción métrica del Orlando de Ariosto se imprimió en León de Francia el año de 1556, según don Nicolás Antonio. Otra edición he visto de Amberes, hecha en 1558, corregida segunda vez por el traductor. La censura que aquí hace Cervantes de esta traducción es todavía sobradamente benigna, puesto que atribuye sus defectos a las causas generales que dificultan las traducciones de obras cuyos originales están en verso, sin mencionar otros innumerables de mala inteligencia, mala versificación y mal lenguaje de que adolece la del Orlando. Y fuera de esto, omitió o añadió Urrea en el original lo que quiso, según su antojo. Veo el motivo que pudo tener para no incluir en la traducción la estancia 80 del canto 34, donde se habla de la donación de Constantino, y las estancias 81 y 82 del canto 14, en que se zahiere malignamente a los frailes; pero dejó otras varias que no les favorecen: dejó también otras libres y licenciosas, suprimió la profecía de Merlín en la gruta de Melisa, que ocupa la mayor parte del canto 3, introdujo en el 26 los elogios de los Reyes don Fernando el Católico y Carlos V, a que añadió los del conde don Gastón de la Cerda, Duque del Infantado, Almirante, Marqués de Astorga, Condes de Feria y de Fuentes. Nada de esto hay en Ariosto. Con igual infidelidad insertó en el canto 46, entre las alabanzas de otros sabios italianos que celebró el Ariosto, las de don Juan de Heredia, don Luis Zapata, Garcilaso, Castillejo, Gálvez, Pero Mexía, Gonzalo Pérez y otros, de que no se acordó el poeta original.
Don Diego Hurtado de Mendoza, arriba citado, en la contestación que puso en boca del Capitán Pedro de Salazar al Bachiller de Arcadia, ridiculizó la manera floja y descuidada con que Urrea había hecho su traducción de Orlando furioso, a pesar de lo cual, dice allí Salazar, que con ella ganó fama de noble escritor, y aun, según dicen, muchos dineros (que importan más).
Todavia trató peor que Mendoza la traducción de Urrea don Hernando de Acuña, poeta contemporáneo de ambos, en la Lira de Garcilaso contrahecha. Dícele en ella a Urrea:
De vuestra torpe lira
ofende tanto el son, que en un momento
mueve al discreto a ira
y a descontentamiento;
a vos solo, señor, os dais contento... íAy de los Capitanes
en las sublimes ruedas colocados;
aunque son alemanes,
si para ser loados
fueren a vuestra musa encomendados!
Mas, íay, señor, de aquella
cuya beldad de vos fuere cantada!
Que vos daréis con ella
do verse sepultada
tuviese por mejor que ser loada...
íTriste de aquel cautivo
que a escucharos, Señor, es Condenado!
Que está muriendo vivo
de veros enfadado,
y a decir que son buenos es forzado..
Mueran luego a la hora
las públicas estancias y secretas; y no queráis agora
que vuestras imperfetas
obras y rudo estilo a los poetas
Den inmortal materia
para cantar en verso lamentable
las faltas y miseria
de estilo tan culpable.
Don Nicolás Antonio hace memoria de dos traducciones prosaicas del Orlando furioso, hechas por dos toledanos, Fernando de Alcocer y Diego Vázquez de Contreras. De la primera dice que se imprimió en 1510 y que es demasiadamente literal; de la segunda, que se publicó en 1585. Ninguna de las dos he visto: pero la fecha de la de Alcocer está errada, porque el original italiano se imprimió por primera vez el año de 1515.
Ni en don Nicolás Antonio ni en otro escritor alguno encuentro noticia de la traducción del Orlando furioso, hecha en octava rima por Gonzalo de Oliva, cuyo original he visto escrito en folio de mano del mismo Oliva, con sus enmiendas interlineales, y firmado en Lucena a 2 de agosto del año 1604. Oliva evitó los numerosos defectos de Urrea: tradujo fielmente; su versificación es fácil y armoniosa, y su libro, a pesar de algunos pequeños lunares, harto más digno de ver la luz pública que los de otros muchos traductores de su tiempo.
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N-1,6,21. En dicha clase comprendió don Juan Antonio Pellicer el libro de Amadís de Gaula, contándolo entre los que hablan del original de los Galos o Gauleses, y de los historias francesas, o que tratan, como dice Cervantes, destas cosas de Francia. (Discurso preliminar, párr. V). Para un aserto tan positivo no tuvo, según se da a entender, otro fundamento que el dictado de Gaula, y su semejanza con el de Galias o Gaulas, que ha solido darse a la Francia antigua. Pero el sobrenombre de Amadís no denota la Galia, como se supone con sobrada ligereza, sino el país de Gales, Wales o Guales en la parte occidental de Inglaterra, donde reinó Artús y pasaron los amores de Ginebra y Lanzarote, y donde reinó también Perión de Gaula, padre de Amadís, el cual heredó este apellido de su padre, y no lo tomó de la circunstancia de haber nacido por casualidad en la pequeña Bretaña o continente francés. Así se ve por el contexto de la historia, aunque embrollada en esto como en todo, de Amadís, sin que pueda quedar lugar a la duda. En ella se lee que desde la Insula Firme (que era parte del continente) se iba por mar a Gaula (cap. CXXI) y se menciona como contiguo a ella el país de Norgales o Gales septentrional, el mismo de quien en la historia de Tristán se dice (lib. I, capítulo LXXXVII), que estaba cercano a Irlanda, y que se iba a él desde el reino de Artús en carruaje. Lo mismo confirma la historia de Amadís, refiriendo (cap. IV), que su padre Perión pidió auxilio a Lisuarte, Rey de la Gran Bretaña, en la guerra que le hacía su vecino Abies, Rey de Irlanda. Pero no debemos detenernos en cosa tan clara.
Pellicer alegó como prueba de lo que decía el pasaje presente del texto, y no advirtió que le era contrario. En el escrutinio de los libros de Don Quijote se había acabado ya de hablar de los de Amadís y de sus ascendientes, todos los cuales, fuera del primero, al que se había otorgado interinamente la vida, habían ido al corral por mano del Ama. Después se había hablado de otros caballeros que no eran del linaje de Amadís; y últimamente se trataba de la historia de los Reinaldos, del Arzobispo Turpín y de los poemas del Boyardo y del Ariosto, con su traductor Urrea. Estas son las cosas de Francia, de que evidentemente habla Cervantes, y no las de Amadís y su parentela; y así también lo manifiesta lo que sigue acerca de los libros de Bernardo del Carpio y de la batalla de Roncesvalles, que no tienen que ver con Amadís de Gaula ni su familia. Estos dos últimos se condenaban sin remisión al fuego, y los demás a encierro en un pozo seco, por consideración a Ariosto y Boyardo, a quienes habían suministrado parte de su argumento.
A consecuencia de su equivocación dividió Pellicer los caballeros andantes en dos que llama sectas. Una de los caballeros de la Tabla Redonda en que entran Artús y Lanzarote, y otra de los que a su juicio indicó Cervantes en este pasaje, contando entre ellos a Amadís de Gaula, que para Pellicer era lo mismo que Amadís de Francia. Pero, según resulta de lo que acaba de decirse, si fuera preciso seguir el intento de Pellicer, pudiera hacerse la división en tres clases: Primera, inglesa o bretona, en que se incluirían los primitivos libros caballerescos, Artús, la Demanda del Santo Grial, Lanzarote y Tristán, siguiendo con Amadís y sus descendientes, que emparentaron en la persona de Esplandián con la casa imperial de Grecia, y fueron Emperadores de Constantinopla; a éstos pudieran agregarse por razón de ingleses, Tirante el Blanco, Florambel de Lucea, Palmerín y Florando de Inglaterra. La segunda clase podría llamarse francesa, y se compondría de los libros que tratan de las cosas de Francia, del Emperador Carlomagno, los doce Pares, Angélica, Morgante, Bernardo del Carpio y batalla de Roncesvalles. Artús y Carlomagno fueron como los fundadores; aquél de la secta inglesa y éste de la francesa. La tercera clase se compondría de los libros que por no pertenecer a ninguna de las dos anteriores, forman otra neutra o indiferente, como Flores y Blancaflor, don Olivante de Laura, don Florindo de la Extraña Aventura, el Caballero de la Cruz, don Policisne de Boecia y otros.
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N-1,6,22. Háblase, al parecer, del poema que con el título de Historia de las hazañas y hechos del invencible caballero Bernardo del Carpio, escribió en octavas Agustín Alonso, vecino de Salamanca, y se imprimió en Toledo el año de 1585. Libro rarísimo que no he visto, y de que Pellicer sólo conoció un ejemplar. No pudo ser el Bernardo del Carpio del Obispo Balbuena, el cual no se publicó hasta algunos años después de la muerte de Cervantes, en el de 1624.
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N-1,6,23. Título diminuto, que pudo indicar el poema intitulado El verdadero suceso de la batalla de Roncesvalles, compuesto por Francisco Garrido de Villena, que se imprimió en Toledo el año de 1583; obra distinta, como se ve, de la traducción del Orlando enamorado de Mateo Boyardo. También pudo aludir a la continuación de Ludovico Ariosto por Nicolás de Espinosa, poeta valenciano; poema en 35 cantos, dedicado al Conde de Oliva, que se publicó el año de 1555 en Zaragoza, y el de 1557 en Amberes, con el título de Segunda parte de Orlando, con el verdadero suceso de la batalla de Roncesvalles, fin y muerte de los doce Pares de Francia.
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N-1,6,24. Libro del famoso caballero Palmerín de Oliva, que por el mundo grandes hechos de armas hizo, sin saber cuyo hijo fuese. Toledo, 1580, en folio. Está dedicado a don Luis de Córdoba, hijo del Conde de Cabra, y nieto del que el año de 1483 hizo prisionero al Rey moro de Granada en la batalla de Lucena. Consta de 176 capítulos, después de los cuales se dice Aquí hace fin la historia del Príncipe Palmerín de Oliva, Emperador de Constantinopla, etc.
Tiene esta historia continuación con el título de Libro del invencible caballero Primaleón, hijo de Palmerín de Oliva, donde se tratan los sus altos hechos de armas, y los de Polendos su hermano, y los de don Duardos, Príncipe de Inglaterra, y de otros preciados caballeros de la Corte del Emperador Palmerín. Consta de 218 capítulos. Don Nicolás Antonio cita una edición del año 1516, y después se repitieron otras dentro y fuera de España.
Una mujer fue el coronista de Palmerín de Oliva. Así lo dijo expresamente Juan Augur de Trasmiera, escritor que vivía a principios del siglo XVI, en un epigrama latino, de que copia parte don Nicolás Antonio: f祭ina composuit. Que fue portuguesa resulta del testimonio de los escritores de aquella nación; y no hay fundamento que convenza lo contrario. Al fin de la edición de Medina del Campo, año 1563, hay seis coplas de arte mayor en elogio de la obra, y la quinta dice así:
En este esmaltado hay rico dechado,
van esculpidas muy bellas labores
de paz y de guerra y castos amores
por mano de dueña prudente labrados.
Está por ejemplo de todos notado
que lo verosímil veamos en flor:
es de Augustobrica aquesta labor
que en Medina se ha agora estampado.
Pellicer. Que copió estos versos, dice que Augustobrica era Burgos, y así lo entendería quizá también el poeta; pero Burgos es ciudad moderna, y no pudo tener nombre tan antiguo. Así que, o el nombre de Augustobrica indica algún pueblo de Portugal, o el poeta habló, no de la autora, sino de la traductora.
Palmerín de Oliva, según su historia, fue nieto y heredero del octavo Emperador de Grecia que hubo después de Constantino: y por esta ridícula cuenta debió ser el Emperador Marciano, marido de Santa Pulqueria. El Rey Florendos de Macedonia lo hubo a hurto en la Infanta Griana, hija del Emperador, por cuyo mandado un doncel lo sacó recatadamente de Constantinopla, y lo dejó sobre un árbol en una montaña llamada Oliva, distante una jornada pequeña de la Corte. Allí lo encontró el rico colmenero Geraldo, y porque lo falló entre las palmas y olivas, púsole nombre Palmerín. Crióle su mujer Marcela, a quien se acababa de morir un hijo recién nacido (cap. IX) y Palmerín, habiéndose hecho famoso por sus hazañas fue reconocido por su madre Griana (capítulo CVI), y después de la muerte de su abuelo, proclamado Emperador (cap. CLXV). Palmerín tuvo dos hijos: Polendos, a quien estando tomado del vino por traición de la Reina de Tarsis, engendró en esta Princesa (cap. XCV), y Primaleón, a quien tuvo de su mujer Polinarda (cap. CLXV).
Acerca de la edad en que se escribió la historia de Palmerín de Oliva, es indudable que precedió a la de Palmerín de Inglaterra, la cual, desde su mismo principio manifiesta ser continuación de la otra. Y esto confirma la opinión de que la autora fue portuguesa, porque siéndolo (nadie lo ha dudado), la novela de Palmerín de Inglaterra, parece natural que lo fuese también su primera parte. Pudiera oponerse la consideración de que siendo portuguesa la dama que escribió el Palmerín de Oliva, la escribiría en su idioma nativo, y sólo lo tenemos en castellano. Pero esto, en todo caso, probaría que se perdió el original, quedando la traducción, que es lo mismo que sucedió con el libro de Amadís de Gaula. En la nota inmediata hablaremos del tiempo que puede señalarse a la composición de Palmerín de Inglaterra; y de todo podrá deducirse, con alguna verosimilitud, que Palmerín de Oliva se escribió declinando ya hacia su fin el siglo XV.
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N-1,6,25. Todas las probabilidades concurren a señalar en Portugal la cuna de los libros caballerescos españoles. Allí nació el de Amadís de Gaula, y allí es verosímil, según veremos después, que naciese el de Tirante el Blanco, que son sin disputa los dos libros españoles más antiguos de este género. De Palmerín de Inglaterra es fama, como aquí se dice, que le compuso un discreto Rey de Portugal. No le nombró Cervantes, pero sí Manuel de Faria y Sousa, diciendo (Europa portuguesa, tomo II, parte IV, cap. VII), que algunos creyeron que el libro de Palmerín de Inglaterra fue obra del Rey don Juan el I. Antes y después de este Príncipe, que vivió desde 1455 hasta 1495, fue común en Portugal la afición a las historias de Caballerías. De su tío don Fernando, Duque de Braganza, hubo opinión en la misma Casa Real que había sido el autor de Amadís; y a él le dedicó Juan Martorell la traducción lemosina de Tirante el Blanco. El Infante don Alfonso, padre de don Fernando, había intervenido, como ya se refirió anteriormente, en la composición, o por lo menos en la corrección del Amadís de Gaula. Una dama de aquella nación compuso después a Palmerín de Oliva; y, finalmente, en Portugal se escribió el Palmerín de Inglaterra, que es continuación del otro, y en que también se dijo que hizo algunas adiciones al Infante don Luis de Portugal, hijo del Rey don Manuel y padre de don Antonio, Prior de Ocrato, que, andando el tiempo disputó la corona de Portugal a Felipe I.
Bien sé que los portugueses atribuyen comúnmente la composición de Palmerín de Inglaterra a Francisco de Moraes, el cual lo imprimió en Ebora el año de 1567, y esta opinión siguió el editor que lo reimprimió en Lisboa el año de 1786; pero el mismo editor dio armas contra sí; citando la traducción francesa del Palmerín, hecha del castellano por Jacques Vicent, e impresa en León el año de 1553. Esto convence sin réplica que el Palmerínimpreso en 1567 no pudo ser el original, puesto que, no sólo existía en 1553, sino que se hallaba ya entonces traducido al castellano. Queda, pues, asegurado el origen portugués de Palmerín de Inglaterra, y Francisco de Moraes desposeído del mérito de autor original, y reducido a la clase de editor con sus puntas y collar de plagiario, sin más parte en la composición del libro que haber intercalado algo de sus amores en Francia, según se deduce de las noticias del editor moderno en su prólogo. Punto que pudiera apurarse por el cotejo de la traducción de Jacques Vicent con la edición de Francisco de Moraes.
Es circunstancia notable la de haberse perdido la traducción castellana de Palmerín de Inglaterra. De que existió no hay duda, puesto que por ella se hizo, como arriba se dijo, la francesa. Castellano sería también el ejemplar de la librería de Don Quijote, sin que indique cosa en contrario el escrutinio; pero nadie (que yo sepa) señala el paradero de ejemplar ninguno en nuestro idioma. Fue en esto diferente y aun opuesta la suerte de los dos Palmerines, el de Oliva y el de Inglaterra; del primero se perdió el original y nos quedó la traducción; del segundo se perdió la traducción, y nos quedó el original.
Debe advertirse que el Palmerín de Inglaterra de que se habla en toda esta nota es sólo la primera y segunda parte que publicó Moraes, y que en su tercera edición lleva este título: Chrónica do famoso é muito esforzado cavaleiro Palmerín de Inglaterra, filho del Rei D. Duardos: no cual se contem suas proezas et de Floriano do Deserto seu irmao, et do Príncipe Florendos, filho de Primalion. Composta por Francisco de Moraes. Em Lisboa por Antonio Alvares. Anno de MDLXXXI. Folio.
A estas dos partes siguieron la tercera y cuarta, escritas por Diego Fernández, vecino de Lisboa, que contienen los hechos de varios caballeros de la corte de Palmerín de Inglaterra. Asunto que se continúa en las partes quinta y sexta, escritas por Baltasar González Lobato, natural de Tavira. Todas cuatro partes están, como es natural, en portugués.
Según la costumbre de los autores de Caballerías se dice al fin de la historia de Palmerín (parte I, cap. CLXXI), que se sacó de la Crónica general de Inglaterra, y se citan varios cronistas de nombres ridículos, entre ellos a Tornelo Alteroso, escritor macedónico, que para cosas de Inglaterra es buen texto. Allí concluye la historia, quedando el cadáver de Palmerín depositado en la isla de los Sepulcros, por otro nombre la íínsula Deleitosa, de que era señor el sabio Daliarte.
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N-1,6,26. Diputó está usado por destinó: acepción que se le dio también en el capítulo XXV de esta primera parte, pero en el uso común diputar se dice sólo de las personas, así como destinar de las personas y de las cosas. Sólo las personas se diputan.
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N-1,6,27. Alejandro el Grande, rey de Macedonia, fue tan aficionado a la Ilíada de Homero, que, según cuenta Plutarco en la vida de este Príncipe, solía tenerla junto con su espada debajo de la cabecera en que dormía. Habiéndose encontrado entre los despojos del Rey Darío una caja riquísima guarnecida de oro, perlas y otras piedras preciosas, cuenta también Plutarco que Alejandro la destinó para guardar en ella los libros de Homero. Lo mismo refiere Plinio (Historia Natural, lib. VI, capítulo XXIX).
Cervantes hizo tan notable diferencia entre el Palmerín de Oliva y el de Inglaterra, que del uno no quería quedarse ni aun la ceniza, y el otro quería que se guardase en una caja preciosa. Sin embargo, el autor del Diálogo de las lenguas prefería el libro de Palmerín de Oliva a otros muchos de caballerías (página 157), poniéndolo en la misma línea que el de Amadís de Gaula. En mi pobre juicio, allá se van los dos Palmerines.
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N-1,6,28. Miraguarda no es nombre de lugar, sino de persona. La Infanta Miraguarda era hija de un Conde que vivía en la corte de España, y por ciertas razones rogó al gigante Almourol que la guardase en un castillo que tenía en el Tajo, hasta que fuese tiempo de casarla. El caballero Florendos, a quien una recia tormenta había echado a las costas de Portugal junto a Altarroca, que después llamaron Lisboa, andaba buscando aventuras por aquel reino. Llegóse a la puerta del castillo, paróse a mirarlo, salió a caballo el gigante y se combatió con Florendos. La Infanta, puesta entre las almenas con sus doncellas, miraba la pelea, y viendo que iba de vencida el gigante, bajó y pidió su vida a Florendos, quien, prendado de su hermosura, le otorgó lo que pedía, Este es el castillo de Miraguarda, que otras veces se llama de Almourol, del nombre de su dueño. Fácilmente se adivina que Miraguarda vino últimamente a casar con Florendos (Palmerín de Inglaterra, parte I, caps. LII y CLI.)
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N-1,6,29. No concierta esta dura y tremenda sentencia con la más benigna, pronunciada hace poco por el mismo Cura, de que el Orlando de Urrea y todos los libros que tratan de las cosas de Francia se depositen en un pozo seco, hasta que se vea lo que se ha de hacer dellos.
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N-1,6,30. Historia del valeroso e invencible príncipe don Belianís de Grecia, hijo del Emperador don Belanio y de la Emperatriz Clarinda. Según la costumbre ordinaria de tales libros, se supone que el sabio Fristón la escribió en griego, de donde la tradujo un hijo del virtuoso varón Toribio Fernández, a saber: el licenciado Jerónimo Fernández, abogado de profesión, vecino de Madrid y natural, al parecer, de Burgos. Son cuatro partes en dos tomos. Su autor publicó el primero en el reinado de Carlos V (de quien se dice que gustaba de oír su lectura), y lo dedicó a don Pedro Xuárez de Figueroa y Velasco, Arcediano de Valpuesta, en la iglesia de Burgos. He visto una edición del año 1547. El segundo tomo se escribió reinando todavía Carlos V, puesto que en la parte tercera, cap. XXVII, ponderándose lo mudable de la fortuna, se alegan como ejemplo tantos poderes por el valeroso César nuestro conquistador; pero no se publicó hasta el reinado de Felipe I, por el hermano del autor, Andrés Fernández, vecino de Burgos, quien lo dedicó al licenciado Fuentemayor, del Consejo y Cámara del Rey.
De la demasiada cólera de don Belianís da testimonio su historia. Léese en el capítulo XI del libro primero: Con sobrada saña don Belianís se apartó del caballero a una parte, y la infanta Aurora le dijo: Cuanto más la persona, señor caballero, piensa de apartaros de batallas, tanto más vos las buscáis. En el capítulo XVI: No se vio víbora más emponzoñada ni león más bravo que a esta hora se volvió don Belianís. Y en el cap. XXV: El Duque fue llevado a la prisión, quedando don Belianís tan sañudo, que fuego echaba por la visera del yelmo. Los tres pasajes precedentes son de la parte primera, la cual, según esto, no tenía menos necesidad de ruibarbo que las otras. Pero en todas ellas hay muchos pasajes que confirman lo mismo; y a pesar de todo, escribe el Arzobispo de Rosis, citado por el sabio Fristón, autor de la Crónica, en el capítulo XXVII, parte tercera, que no se halló hasta aquel tiempo otro caballero de igual santidad (a la de Belianís), tanto, que en ella a los muy apartados monjes excedía.
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N-1,6,31. El castillo de la Fama que aquí se nombra, era una invención o máquina que se presentó en un torneo celebrado en Londres por el Rey de Inglaterra. Dice así la Historia de don Belianís (lib. II, cap. XIX): Andaban las cosas en estos comedios, y el torneo tan ferido como vos habemos dicho, cuando a la plaza llegó una aventura tan hermosa de mirar como otra hasta aquellos tiempos fuera vista. Venía un tan hermoso castillo, al parecer tan rico, cuanto otro jamás fuera visto: era tan grande, que parescían poder venir dentro dos mil caballeros. Era traído por cuarenta elefantes de grandeza no creída: los guarnimientos que traía eran de muy fino oro. Venía sobre un grandísimo número de ruedas, todas las cuales se mostraban ser de muy fina plata. Por todo el castillo, en lo que de fuera se podía mostrar, estaban macizas aventuras tan bien puestas como si fueran vivas... En cada elefante venía un artificio de tizadera y un hombre que lo guiaba. Bien se parescía ser encantado, porque llegando a la plaza, por todos los costados comenzó a disparar tanto número de artillería, que por gran pieza no se pudieron oír. Después de lo cual el castillo quedó cercado de una ardiente llama: de la mitad arriba parescía que el cielo quisiese abrasar, según sus llamas en alto se extendían. Sonóse tanto número de menestriles de diversas maneras, que no había la mitad en todo el campo: después de lo cual con gran ruido se tocó a señal de batalla. Del castillo salieron número de nueve caballeros tan lucidos y costosos, que alegría era mirarlos. Venían todos de una devisa de armas indias (azules), y en los escudos cada uno de ellos traía pintada la Fama, con una letra que decía Fama... Luego por aquella devisa entendieron que aquellos fuesen los caballeros de la Fama... Del castillo salió un padrón de maravillosa plata, el cual, sin ver quién lo traía, se fue hasta el medio de la plaza. En este padrón estaba escrito el objeto de la aventura, y entre los nueve caballeros se contaban el Rey de Bretaña, Artús, y los antiguos troyanos Héctor y Troilo. En este castillo fue arrebatado don Belianís por los aires, y continuó en él muchos días, hasta que desapareció con gran ruido, hallándose Belianís solo con su escudero Flerisalte, que le traía un hermoso caballo (lib. II, caps. XX y XXI).
Después volvió a aparecerse el castillo de la Fama en ocasión que don Belianís estaba peleando y en gran peligro por los encantamientos del mágico Oristenes. Con la aparición cesaron los encantos, y metiéndose don Belianís en el castillo, volvió éste a partir con el mismo ruido que había traído, y llegó a la orilla del mar, donde aguardaba a Belianís una zabra en que se embarcó (Ib., capítulo XXVI).
Posteriormente, hallándose a pie don Belianís con varias damas y caballeros en un ameno y florido campo, sin saber cómo harían para llegar a algún poblado, vieron venir el soberbio castillo de la Fama con sus acostumbradas señales; entraron todos en él, y el castillo no paró hasta Troya, combatida a la sazón por los griegos. El castillo desapareció, Troya fue ganada con el auxilio de los recién venidos, y Policena, restituida al trono, casó con don Lucidaner, hijo de don Belanio (Ib., caps. XXX y XXXI).
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N-1,6,32. Bien se entiende que el Cura y no el Barbero, era quien mandó que se arrojasen al corral los libros; más para evitar toda ambigÜedad, convino poner: que me place, dijo el Barbero, y el Cura, sin querer cansarse más, mandó al Ama que tomase, etc.
En leer libros de caballerías: esto es, en leer, no libros, sino rótulos de libros de caballerías.
Todos los grandes. Eran los cien cuerpos de libros grandes de que se habló al principio del escrutinio; y, con efecto, los libros caballerescos se imprimían ordinariamente en folio, así como los libros que adelante, en este mismo capítulo, se llaman de entretenimiento y al principio se habían designado con el nombre de pequeños, solían imprimirse en tamaños menores.
Cervantes indicaba en esto que había muchos más libros caballerescos que los nombrados en el escrutinio, y así era la verdad. Sin contar con los que andaban en lenguas extranjeras, eran muchos los que se escribieron en la Península, como se verá a su tiempo por la enumeración que se hará de ellos; advirtiéndose desde ahora que de algunos no ha quedado sino la memoria de que los hubo: tal y tan completo fue el triunfo del QUIJOTE y de su inmortal autor.
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N-1,6,33. Para que fuese correcta la gramática, debió decir: Por tomar muchos (libros) juntos, se le cayó (al Ama) uno a los pies del Barbero; al que le tomó gana, etc. La omisión del artículo al pudo muy bien ser culpa de la imprenta, y no hubiera habido grande inconveniente en corregirla.
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N-1,6,34. Tirante el Blanco se llamó así por su padre, que era señor de la Marca de Tiranía, y por su madre Blanca, hija del Duque de Bretaña. En el título de su historia castellana, impresa en Valladolid en el año de 1511 por Diego de Gudiel, se le llama el esforzado e invencible caballero Tirante el Blanco de Roca Salada, caballero de la Garrotera, el cual por su alta caballería alcanzó a ser Príncipe y César del Imperio de Grecia.
Anteriormente se había impreso la misma historia en lengua lemosina en Valencia, el año de 1490, y de ella hay un ejemplar, único que se conoce, en la biblioteca de la Sapiencia de Roma. Otra edición se hizo de la misma historia en Barcelona el año de 1497, según las noticias recogidas por el P. Méndez en su Tipografía española. Juan Martorell, caballero valenciano, fue el autor del Tirante lemosín, y lo dedicó a don Fernando de Portugal, hijo del Infante don Alfonso, primer duque de Braganza, de quien se ha hablado en las notas precedentes. La obra se empezó en el mes de enero de 1460, según se expresa en la dedicatoria. En ésta dice Martorell que el original de Tirante estaba en inglés, y que él lo tradujo, a ruego de aquel Príncipe, al portugués y luego al valenciano, para que sus paisanos pudiesen disfrutarlo. Al fin de la historia hay una nota, según la cual, habiendo muerto Martorell sin traducir más que las tres primeras partes, había traducido la cuarta y última Mosén Martín Juan de Galbá, a instancia de la noble señora doña Isabel de Loriz: añádase que la obra se acabó de imprimir en el mes de noviembre de 1490.
Si el libro de Tirante fue realmente inglés en su origen, y vino luego por los trámites indicados a ser valenciano, o si fue todo invención de Martorell para dar mayor valor y estimación a su historia por ese medio, que después repitieron otros varios autores caballerescos, es asunto imposible de averiguarse. Tampoco se puede saber si la traducción de la cuarta parte se hizo con poco o con mucho intervalo desde la de las primeras; ni del Tirante inglés ni del portugués han quedado otras noticias que las precedentes. Como quiera, considerando la semejanza que hay en la composición y estilo de la cuarta parte con las tres primeras, es muy verosímil que todas fueron originalmente de una misma mano y como la traducción de Galbá se hizo, según suena, del portugués, puede creerse que el Tirante existió integro en este idioma.
De él hubo de trasladarse, se ignora por quién, el Tirante castellano que se publicó el año de 1511 en Valladolid. Don Juan Antonio Pellicer, fundándose en que Martorell llamó traducción a su obra, supuso que el original había sido castellano, como si no pudiesen hacerse traducciones de otro idioma. De la edición castellana lo tradujo al italiano Lelio Manfredi, y se publicó por primera vez en Venecia, el año de 1538. Corriendo este siglo último, lo vertió del castellano al francés el conde de Cailús, y lo publicó el año de 1740; pero no tuvo noticia de la edición lemosina, y supone siempre castellano al original, aunque sospechó que el autor fue valenciano, por un elogio de Valencia y tres profecías relativas a aquella ciudad que se insertan en la obra.
La edición castellana de Tirante era ya rara desde antiguo. Ni don Nicolás Antonio ni su adicionador don Francisco Bayer, ni aun Pellicer mismo, según parece, aunque tan diligentes bibliógrafos, vieron ningún ejemplar del Tirante. Todavía debió ser más raro en estos últimos tiempos, y aun dudo que haya quedado ninguno en España después que la curiosidad extranjera, o por mejor decir, la negligencia española nos privó estos años pasados de un ejemplar, que ya acaso era el único que quedaba en España. Yo no he logrado verlo, a pesar de mis diligencias, y sólo he tenido presente la versión italiana de la primera parte y la francesa del conde de Cailús.
Háblase en la Historia de Tirante del uso de la artillería, de las islas Canarias, de la orden de la Jarretera, los trajes, las armas las fiestas y las costumbres que describe pertenecen ya al siglo XV; el modo con que habla de los genoveses es propio de un súbdito de la corona de Aragón en aquella época, y además de otros personajes fabulosos como Artús, Lanzarote y Flores y Blancaflor, menciona también a Urganda la Desconocida, lo cual persuade que se escribió después que el Amadís de Gaula.
Entregándonos a conjeturas no inverosímiles, Juan Martorell debió ser algún caballero favorecido de don Fernando de Portugal, y sabiendo la inclinación de este Príncipe a las historias caballerescas, quiso obsequiarle con la de Tirante el Blanco, escrita quizá a competencia de la de Amadís, cuyo original se guardaba con aprecio en la casa de don Fernando. Martorell, en la dedicatoria, habla de su estancia durante algún tiempo en Inglaterra y de las adversidades que había experimentado de la fortuna, adversidades que pudieron ser ocasión del favor de aquel generoso Príncipe. En obsequio suyo escribiría la obra en portugués, y después quiso su autor ponerla también en lemosín para que la disfrutasen sus paisanos, como él mismo dice: perçço que la nació don yo so natural, sen puxa alegrar; y no habiendo concluido la versión por su muerte, la continuó, o entonces o años después, Mosén Martín de Galbá. Así se explican naturalmente la predilección que muestra el autor de Tirante a Valencia, sus relaciones con el Príncipe don Fernando y el motivo de escribirse y traducirse la historia.
De todos estos antecedentes se deduce que, así como es dudoso que existiese el libro de Tirante en inglés, así también es seguro que existió en portugués, y que se escribió en esta lengua por los años de 1460; pero después hubo de perderse absolutamente, sin que haya quedado noticia alguna de su paradero. Ejemplar que, añadido a los de Amadís de Gaula y Palmerín de Oliva, de que se habló anteriormente, pudiera fomentar la conjetura de que hechas ya y publicadas las traducciones castellanas, la extensión y popularidad europea que nuestro idioma gozaba en el siglo XVI hizo que se olvidasen los textos portugueses y dio lugar a su pérdida, sin llegar a imprimirse.
El cotejo exacto y prolijo de las dos ediciones, lemosina y castellana, prestaría probablemente ocasión para hacer muchas observaciones y extender más esta noticia literaria del libro de Tirante el Blanco.
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N-1,6,35. Este nombre de Quiriel eisón, dado a un caballero en la primera parte de Tirante, es tan ridículo como el de Melquisedec que se da en la cuarta a un rey de Tremecén. Tirante había vencido y muerto en batalla a cuatro caballeros desconocidos que, según se supo después, eran los Reyes de Frisa y Polonia, y los Duques de Borgoña y Baviera. En venganza de sus muertes, don Quirieleisón, vasallo muy favorecido del Rey de Frisa, a quien por su talla y grandes fuerzas se tenía por nacido de raza de gigantes, envió una doncella con un rey de armas a Inglaterra a desafiar a Tirante, y acudiendo después al tiempo aplazado, expiró de dolor a vista del cadáver de su Rey. Tomás de Montalbán tomó la demanda de su hermano y desafió a Tirante tachándole de traidor a presencia del Rey de Inglaterra. La gorra de Tomás y la cadena de oro de Tirante fueron los gajes de batalla que se entregaron a los jueces. La talla de Tomás era tal que apenas le alcanzaba su rival a la cintura, más, sin embargo, fue vencido, obligado a desdecirse, echado afrentosamente del campo vuelto de espaldas y conducido entre los improperios y silbidos del populacho a una iglesia, donde se le declaró embustero y aleve. Finalmente, se metió fraile de San Francisco (Tirante, parte I, caps. XXVI y XXVII).
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N-1,6,36. El traductor francés dice que en Tirante no se halla tal nombre. Don Juan Bowle en sus anotaciones, copia del capítulo XIX de la tercera parte de Tirante las siguientes palabras: Salió la bandera del Emperador, que traía un caballero que se llamaba Fonseca. Se conoce que Cailús leía más de prisa que Bowle.
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N-1,6,37. Viniendo a las fiestas de Londres el Príncipe de Gales, que era muy aficionado a la caza, había traído consigo algunos alanos. Era la hora de la siesta cuando uno de ellos, que era de tamaño extraordinario, rompió la cadena y embistió a Tirante, que pasaba casualmente a caballo. Tirante se apeó, desenvainó su espada, y a la vista de ella retrocedió el alano, lo que, advertido por Tirante arrojó la espada, porque nunca se pudiese decir que peleaba con ventaja. Animado con esto el alano, volvió a embestir y derribó una y otra vez a su adversario hiriéndole malamente, hasta que al cabo de media hora de pelea, haciendo un esfuerzo Tirante, mató al alano de un bocado en el pescuezo (Tirante, parte I, cap. XXI).
Todas las ediciones del QUIJOTE habían leído el valiente Detriante, hasta que don Juan Bowle lo corrigió en la suya el año de 1781, poniendo, como siempre debió ponerse, el valiente de Tirante. Pero antes de Bowle había ya advertido el error y propuso la corrección el Conde de Cailús en el prólogo de su traducción. Pellicer adoptó la enmienda, y no sé por que no hizo lo mismo la Academia Española en su edición del año 1819. Las impresiones primitivas de donde se tomó el error eran sumamente incorrectas, de lo cual ocurrirá hablar frecuentemente en estas notas.
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N-1,6,38. La Emperatriz, mujer de Fadrique, Emperador de Constantinopla, y su hija la Infanta Carmesina, tenían ciento setenta entre dueñas y doncellas. Una de éstas era Placerdemivida doncella de mucho ingenio y agudos dichos, confidenta de Carmesina en sus amores con Tirante. También era sabedora de ellos la viuda Reposada, nodriza que había sido de Carmesina, pero ciegamente enamorada de Tirante trata de indisponerlo con Carmesina y a Carmesina con él por medio de las más pérfidas y atroces calumnias, hasta que viendo ya próxima a descubrirse su maldad toma un veneno y muere.
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N-1,6,39. Por estas palabras parece que Hipólito era escudero de la Emperatriz y no lo era sino de Tirante: la mención de éste queda ya a bastante distancia, lo que hace más fácil la equivocación, Hipólito, después de la muerte de Tirante y del Emperador, casó con la Emperatriz, y de esta suerte llegó a ser Emperador de Grecia.
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N-1,6,40. Parece que debiera leerse: dignos de verdad o en verdad.
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N-1,6,41. Cervantes habló de la Historia de Tirante de un modo que dejó en duda cuál era su verdadera opinión acerca de su mérito. Mas prescindiendo de esto, bien puede decirse que Tirante el Blanco es el libro mejor de Caballerías que se conoce entre todos los demás de este género. Apenas se encuentran en él sucesos descompasados e imposibles. Lejos de querer atribuirlo todo a magos y encantadores como sucede de ordinario en las crónicas caballerescas, describiéndose un palacio maravilloso que se construyó para las bodas del Rey de Inglaterra, dice Diofebo, que es quien hace la relación. Et non pensi la Signaria vostra che tutte queste cose fussero fatte per incantamento ne per arte di negromantia, ma artificialmente, esto es, a fuerza de ingenio (parte I, cap. XVII). Los acontecimientos que se refieren pudieron absolutamente suceder sin salir del curso de las cosas humanas; se presenta variedad de caracteres, y éstos constantes y sostenidos. El plan de la historia está bien dispuesto, el interés crece progresivamente, y el fin, patético y doloroso, pero natural, de la historia, no puede menos de conmover y afectar vivamente a los lectores. Tirante muere en cama y hace testamento, como aquí se dice, pero +cuándo?: cuando volviendo vencedor de los enemigos del imperio, lleno de triunfos y despojos, y declarado ya César, se acerca a coger el suspirado fruto de sus ansias, a ser dueño de la mano de la bella Carmesina. En el hervor de la esperanza y del alborozo, una violenta dolencia le sorprende en el camino; fallece de ella casi a las puertas de Constantinopla, y Carmesina, abrazada con el cadáver de su esposo, expira de dolor. Tal es por mayor el fin de la Historia de Tirante; a no ser por la desagradable difusión de los discursos y pormenores, por las imperfecciones propias del tiempo poco culto en que se compuso, y por las expresiones y escenas sobradamente libres que de cuando en cuando ofrece, todavía quizá pudiera leerse con gusto entre otros libros de entretenimiento de nuestro siglo.
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N-1,6,42. Pasaje el más oscuro del QUIJOTE. Por una parte parece que se alaba el libro de Tirante, y por otro se declara merecedor de galeras perpetuas a quien lo compuso. El Conde de Cailús, en el prólogo de su traducción intentó explicarlo, añadiendo al texto un no que supone omitido por el impresor, en esta forma: Con todo eso, os digo que no merecía el que lo compuso, pues no hizo tontas necedades de industria que le echasen a galeras por todos los días de su vida. Esto es: os digo que el que lo compuso no merecía que le echasen a galeras por todos los días de su vida, pues dejó de hacer de industria o de propósito deliberado tantas necedades como se cometen en todos los libros deste género. Añade el traductor para acabar la explicación que tenía idea de haber leído (no se acordaba dónde) que el autor de la novela de Tirante había muerto estando en galeras. El expediente es ingenioso, pero aun con la adición del no y la noticia de la muerte del autor en galeras, el pasaje queda oscuro, y puede indicar sin violencia que el autor no merecía tanta pena como la de galeras perpetuas, pues aunque había hecho tantas necedades no las había hecho con malicia, que eso quiere decir de industria en el capítulo IX, cuando se acrimina a Cide Hamete, porque de industria pasa en silencio las alabanzas de Don Quijote. En este caso los elogios que aquí se dan al libro de Tirante pudieran pasar por irónicos, como lo son ciertamente los que hacen después del libro de Lofraso. De uno y otro habla el Cura en términos muy semejantes. En Tirante hace cuenta que ha hallado un tesoro de contento y una mina de pasatiempos, añadiendo que por su estilo es el mejor libro del mundo. Del de Lofraso dice que no se ha compuesto tan gracioso ni tan disparatado libro, y que por su camino es el mejor de cuantos deste género han salido a la luz del mundo. Esta semejanza de expresiones y aquel con todo que da principio al período, inclinan a interpretar el texto en mala parte y a creer que el juicio que Cervantes formó acerca del mérito de Tirante el Blanco fue menos favorable de lo que supuso el traductor francés.
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N-1,6,43. Jorge de Montemayor, llamado así del nombre de su patria en Portugal, fue músico, soldado y poeta. Escribió en siete libros la Diana, novela pastoral mezclada de prosa y verso, en que se refieren, aunque disfrazadas, diversas historias de casos que verdaderamente han sucedido, como se dice en el argumento de la novela, la cual se imprimió en el año de 1545.
S. G. Pavillón la tradujo en francés (no fue su traducción la primera que se hizo en aquel idioma), y la imprimió en París el año de 1603, con algunas notas. En ellas dice que en España se creía generalmente haber sido la intención de Jorge de Montemayor escribir los amores del Duque de Alba, a quien había servido por largo tiempo, y a quien en la novela se daba el nombre de Sireno. Pero más natural fue que Montemayor describiese sus propios amores, revistiéndose del nombre, análogo al suyo, de Silvano, amante también de Diana, y ésta fue la opinión común en España, de lo que por coetáneo es testigo mejor y más fidedigno Lope de Vega, que en su Dorotea (acto I, escena I) dice que la Diana de Montemayor fue una dama natural de Valencia de Don Juan, junto a León, y Ezla, su río, añade, y ella serán eternos por su pluma. El padre Sepúlveda, monje de El Escorial, autor contemporáneo, en sus Apuntamiento manuscritos (tomo I. cap. XI) cuenta que los Reyes Don Felipe II y Doña Margarita estuvieron el año de 1602 en Valencia de Don Juan, donde aun vivía aquella dama, aunque anciana, con muchos restos de hermosura, y que los Reyes fueron a verla movidos de la celebridad que el libro de Jorge de Montemayor le había granjeado. Manuel Faria de Sousa, autor también de aquel tiempo, dice que fue en Valderas, y que los Reyes la hicieron venir a su presencia; esto es lo más verosímil. Ni Lope de Vega ni el padre Sepúlveda expresaron su nombre. Faria de Sousa la llamó Ana, lo que, si fue así, daría ocasión al nombre de Diana. El traductor francés se inclinó, sin mucho fundamento, a que la dama verdadera de Montemayor fue la Juana Ana Catalana que se celebra, entre otras damas valencianas, en el Canto de Orfeo (lib. IV), llevado quizá de lo que allí se dijo en elogio suyo:
Aquella hermosura no pensada
que veis, si verla cabe en vuestro vaso...
Aquella discreción tan levantada,
aquella que es mi Musa y mi Parnaso,
Juana Ana es Catalana, fin y cabo
de lo que en todas por extremo alabo.
No fue Jorge de Montemayor el único poeta de su tiempo que celebró con este disfraz a su dama. Lope de Vega, en el lugar citado, alega los ejemplos de Gálvez de Montalvo, de Cervantes, de Garcilaso, de Camoens, de Bernaldes, de Figueroa, de Corterreal, y hubiera podido añadir también el suyo.
Don Nicolás Antonio dice que Jorge de Montemayor murió antes del año de 1562. Pellicer expresa que perdió la vida el de 1561, en el Piamonte, y yo he leído en un autor contemporáneo (cuyo nombre no he olvidado) que murió en un desafío.
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N-1,6,44. Todas las ediciones antiguas decían libros de entendimiento. El error de la imprenta era claro, y el mismo Cervantes llama a esta clase de libros de entretenimiento en la dedicatoria del Persiles, Pellicer fue el primero que propuso enmendarlo y sustituir a entendimiento por entretenimiento pero no se decidió a hacerlo. La Academia Española adoptó la enmienda en su edición del año 1819, y ojalá hubiera hecho lo mismo otras veces, en que la evidencia del error y el justo crédito de que goza tan distinguido Cuerpo lo autorizaban para restituir la verdadera lección y rectificar el texto del QUIJOTE.
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N-1,6,45. Ríos dijo (Análisis, número 98) que en este pasaje se previno ya la graciosa manía de hacerse pastor, en que dio Don Quijote después de vencido en Barcelona pero no juzgo yo que se tratase aquí de preparar para en adelante el proyecto de la pastoral Arcadia más bien creyera que el proyecto nació de la que se había dicho aquí; en suma, que esto no se puso por aquello, sino aquello por esto.
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N-1,6,46. Esta expresión, y aun todo este discurso, no es verosímil ni asienta bien en boca de la Sobrina, muchacha sencilla e ignorante. Por lo demás, el pensamiento es antiguo, la mofa de los poetas se halla repetida frecuentemente en los libros, desde el otro en que se pintó al metrificador furioso a manera de bestia feroz que, rompiendo la jaula, embiste a los pasajeros y asesina con la lectura sus versos a doctos e indoctos, o como sanguijuela que no suelta a su oyente hasta que le ha chupado toda la paciencia. Don Francisco de Quevedo incluyó en su Gran Tacaño (Cap. X) una pragmática contra los poetas, compuesta por uno que lo fue y se recogió a buen vivir, donde se les declara por locos. Cervantes había precedido a Quevedo en la idea de ridiculizar los vicios de los poetas en tono y forma de pragmática, como puede verse en las Ordenanzas de Apolo, insertas al fin del Viaje al Parnaso.
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N-1,6,47. La censura que hace Cervantes de la Diana de Montemayor es justa, pero más severa de lo que corresponde a la indulgencia ordinaria de Cervantes. Jorge de Montemayor, imitando a Jacobo Sanazaro en su Arcadia, escribió su Diana, novela pastoril en que todo debió ser sencillo y natural, como lo es, o se supone ser, el carácter de los pastores; de ella debió proscribirse todo lo maravilloso y magnifico. A pesar de esta regla, dictada por la esencia de su argumento, y que halló observada por los antiguos bucólicos y por el mismo Sanazaro, Montemayor, arrastrado al parecer por el gusto general de su tiempo, introdujo entre otros incidentes pastoriles y propios de su fábula, no sólo las ficciones y deidades de la Mitología griega, sino también los palacios y encantos de la sabia Felicia, personaje tomado de las aventuras mágicas de los libros caballerescos, que ocupa gran parte de la novela. En el libro V de la Diana, sacando Felicia dos vasos, dio a beber del uno al pastor Sireno y del otro a Silvano y Selvagia; y después que durmieron un rato profundamente, Felicia les tocó la cabeza con cierto libro, y despertaron. Sireno libre de los amores de Diana, y Silvano y Selvagia mutuamente enamorados, siendo antes muy distintas sus inclinaciones. He aquí el agua encantada de que habla Cervantes.
No anduvo éste menos riguroso con los versos que llama mayores de Jorge de Montemayor, entre los cuales se ven, con efecto, muchos de corto mérito; más bien pudiera haberle elogiado por los de arte menor o redondillas y coplas castellanas, en que sobresalió, y a veces fue Montemayor inimitable. Lindísimas son las de Sireno, que primero favorecido y después olvidado de Diana, dirigía los siguientes versos a unos cabellos cogidos con un cordón de seda verde, memoria de los pasados favores de su pastora:
Cabellos, ícuánta mudanza
he visto después que os vi,
y cuán mal parece ahí
esa color de esperanza!...íAy, cabellos, cuántos días
la mi Diana miraba
si os traía o si os dejaba,
y otras cien mil niñerías!
Y cuántas veces llorando
(íay, lágrimas engañosas!)
pedía celos de cosas
de que yo estaba burlando!
Los ojos que me mataban,
decid, dorados cabellos,
+qué culpa tuve en creellos,
pues ellos me aseguraban?
+No vistes vos que algún día
mil lágrimas derramaba,
hasta que yo le juraba
que sus palabras creía?..
Sobre el arena sentada
de aquel río la vi yo,
do con el dedo escribió
antes muerta que mudada.
Miren amor lo que ordena,
Que un hombre llegue a creer
cosas dichas por mujer
y escritas en el arena.
(Libro I.)
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N-1,6,48. Debe entenderse primero en España, porque el inventor moderno del género bucólico mezclado de prosa y verso fue, como ya se insinuó, Jacobo Sanazaro, célebre poeta napolitano, autor de la Arcadia, primera novela pastoral de esta clase. Sanazaro nació el año 1458 y murió el de 1532. Su fábula se tradujo en castellano por Diego López de Ayala, Canónigo de Toledo, quien la imprimió en 1547. Tanto la traducción como el original pudieron inspirar a Montemayor la idea de su Diana. Sanazaro celebró en la Arcadia a Carmesina Bonifacia bajo el supuesto nombre de Amaranta o de Fili, que hasta en esto dio en qué imitar a Montemayor. Cervantes, que estuvo en Italia, que leyó y amó a los poetas clásicos de aquella culta región, que visitó la patria de Sanazaro, que pisó sus rúas más de un año y nombró las églogas de Sanazaro al fin del QUIJOTE, no pudo decir, sin alguna limitación, que la Diana de Montemayor era el primero en semejantes libros. Siguieron también la escuela de Sanazaro y escribieron fábulas pastoriles mezcladas de prosa y verso, después de Jorge de Montemayor, sus continuadores Alonso Pérez y Gil Polo, el mismo Cervantes, en su Galatea; Luis Gálvez de Montalvo, en su Pastor de Filida; Lope de Vega, en el Siglo de oro, y otros autores de menor crédito en nuestra literatura.
Tanto los libros caballerescos como las novelas pastoriles métrico-prosaicas nacieron fuera de España; Portugal fue la primera parte de la Península donde se naturalizaron. Vasco Lobeira y Jorge de Montemayor fueron los fundadores de estos ramos de literatura que ocuparon por mucho tiempo las plumas y las prensas españolas, y que ahora yacen poco menos que olvidados en los estudios de los curiosos.
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N-1,6,49. La celebridad de la Diana de Jorge de Montemayor produjo el empeño de proseguir su argumento, y el año de 1564 se imprimieron dos diversas continuaciones. Una fue la de Alonso Pérez, médico de Salamanca, en ocho libros, que se imprimió en Alcalá dicho año. Don Juan Antonio Mayans, en el prólogo de su edición del Pastor de Filida, dijo que Alonso Pérez era amigo de Montemayor, que comunicó con él la idea de su obra: pero si fue así, no acertó a copiar sus bellezas, sólo copió sus defectos. El palacio encantado de la sabia Felicia sigue siendo el teatro de una fábula pastoril, y Felicia ejerciendo su oficio de profetisa. Nótase la misma mezcla de costumbres, modernas y antiguas, la intervención de ninfas y libaciones gentílicas en los convites, junto con la mención del Condado de Santisteban. La descripción del cayado del pastor Delicio contiene más erudición mitológica que la de las puertas del templo de la Sibila en Virgilio. El año de 1574 se repitió en Venecia otra edición de la Diana del Salmantino, corregida por Alonso Ulloa.
La otra continuación fue la de Gaspar Gil Polo, que, con el título de Diana enamorada, la imprimió en la ciudad de Valencia, su patria, dedicándola a Doña Jerónima de Castro, que acaso es la señora de este nombre celebrada por Montemayor entre las damas aragonesas del Canto de Orfeo. Después se repitieron varias ediciones dentro y fuera del reino, en Amberes, París. Bruselas y Londres. Don Francisco Cerdá la publicó de nuevo en Madrid el año de 1778 con eruditas notas al Canto del Turia, destinado a celebrar los poetas valencianos, que Gil Polo insertó en el libro tercero, a imitación del Canto de Orfeo, que Montemayor puso en su libro cuarto en elogio de las damas españolas.
Gil Polo no está totalmente exento de los defectos que se notan en Montemayor, pero compite con él en las coplas de arte menor, como cuando canta de la desdeñosa Galatea, que jugueteando a la orilla del mar,
Junto al agua se ponía,
las ondas aguardaba,
y en verlas llegar huía;
pero a veces no podía,
y el blanco pie se mojaba.
Y su amante Licio, que se hallaba presente, le decía:
Ninfa hermosa, no te vea
jugar con el mar horrendo;
y aunque más placer te sea,
huye del mar, Galatea,
como estás de Licio huyendo.
(Canción de Nerea, lib. II.)
En los versos mayores excedió Gil Polo a Montemayor; éste es muy desigual y a veces cansa, Alonso Pérez siempre fastidia. Gil Polo se lee con placer. El juicio que por boca del Cura hizo Cervantes es justo en el fondo: sólo pudiera tacharse de algo de aspereza en el artículo de Montemayor y de exageración amistosa en el de Gil Polo.
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N-1,6,50. La falta de la coma que sigue a ééste oscurece y deja pendiente el sentido en las ediciones anteriores. Y ééste (decía el Barbero mostrando un libro que tenía en la mano) es otro libro que tiene el mismo nombre, y cuyo autor es Gil Polo.
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N-1,6,51. Antonio de Lofraso publicó en Barcelona el año de 1573 Los diez libros de Fortuna de Amor, que dedicó al Conde de Quirra, libro mezclado, como los anteriores, de verso y prosa, cuyo argumento son los honestos y apacibles amores del pastor Frexano y de la hermosa pastora Fortuna, ocultándose, al parecer, el autor bajo el nombre de Frexano por alusión a su apellido Lofraso, que en el dialecto sardo significa el fresno.
Concluye la obra con una composición intitulada Testamento de Amor, que consta de 168 versos en 56 tercetos, cuyas iniciales dicen: Antony de Lofraso sart de Lalguer me fecyt estant en Barselona en lany myl y sincosents setanta y dos per dar fy al present lybre de Fortuna de Amor compost per servysy de Iylustre y my senor Conte de Quirra.
A pesar de que el libro se califica aquí expresamente de disparatado, y de que los elogios del Cura son evidentemente irónicos, movido de ellos Pedro Pineda, maestro de lengua castellana en Inglaterra, lo reimprimió en Londres el año de 1740, como producción apreciable por su bondad, elegancia y agudeza, y encomiada por el ááguila de la lengua española Miguel de Cervantes Saavedra.
Volvió Cervantes a burlarse del novelista sardo en su Viaje al Parnaso (Cap. II), donde cuenta que al paso entre Escila y Caribdis, tratándose de arrojar de la galera algún pasajero, con el que cebados aquellos monstruos dejasen pasar el bajel, dijo Mercurio:
Mire si puede en la galera hallarse
algún poeta desdichado acaso,
que a las fieras gargantas pueda darse.
Buscáronle, y hallaron a Lofraso,
poeta militar sardo, que estaba
desmayado a un rincón, marchito y laso,
Que a sus diez libros de Fortuna andaba
Añadiendo otros diez.
Gritó la chusma toda: al mar se arroje,
Vaya Lofraso al mar sin resistencia.
Por Dios, dijo Mercurio, que me enoje.
+Cómo? +Y no será cargo de conciencia
y grande, echar al mar tanta poesía?...
Viva Lofraso en tanto que dé al día
Apolo luz, y en tanto que los hombres
tengan discreta alegre fantasía.
Tocante a ti, Lofraso, los renombres
y epítetos de agudo y de sincero,
y gustoso que mi cómitre te nombres.
Esto dijo Mercurio al caballero,el cual en la crujía en pie se puso.
con un rebenque despiadado y fiero:
Creo que de sus versos le compuso.
Después, en el mismo capítulo, diciendo Lofraso que veía a las musas solazarse entre unas matas,
Si tú tal ves, dijo Mercurio, oh sardo
poeta, que me corten las orejas...
Dime, +por qué algún tanto no te alejas
de la ignorancia, pobretón, y adviertes
lo que cansan tus rimas en tus quejas?
Finalmente, en el capítulo VI se cuenta que al empezar el combate se le desertaron a Apolo unos cuantos poetas, y sigue Cervantes:
Tú, sardo militar Lofraso, fuiste
uno de aquellos bárbaros corrientes,
que del contrario el número creciste.
Estos pasajes explican suficientemente la naturaleza de los elogios que se dan al libro de Lofraso en el escrutinio, y lo que hacia que el Cura lo prefiriese a una sotana de raja de Florencia, que era tela estimada en aquella época. A la cuenta, al Cura le sucedía lo mismo que a un gran personaje de estos últimos tiempos, el cual, sabiendo que le motejaban de que asistía alguna vez a las funciones de cierta compañía de malísimos representantes dijo que tanto le divertían las comedias extremadamente malas como las buenas.
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N-1,6,52. El Pastor de Iberia, compuesto por Bernardo de la Vega, gentilhombre andaluz, y dirigido a don Juan Téllez Girón, Duque de Osuna y Conde de Ureña, Sevilla, 1591; otra novela pastoril en verso y prosa, que consta de cuatro libros. Pellicer, siguiendo a don Gregorio Mayans (Vida de Cervantes, número 113), da por sentado lo que dio sólo como conjetura don Nicolás Antonio, a saber, que Bernardo de la Vega fue natural de Madrid, Canónigo de Tucumán, y autor de otras obras mencionadas en la Biblioteca Hispana; pero no convienen las patrias y lo contradicen también los indicios que pueden sacarse del presente libro, mucho más si, como en él se insinúa, los sucesos son verdaderos.
El lenguaje es malo, se truecan los tiempos de los verbos y se encuentran solecismos. La invención corresponde al lenguaje. El pastor Filardo, que hace el primer papel en la novela es perseguido por sospechas de asesinato, le prende el alguacil de la aldea, se libra por el favor de dos padrinos que tiene en Sevilla, se embarca en Sanlúcar, vuélvenle a prender en Canarias, vuelve a librarle otro padrino. La pastora Marlisa, amante de Filardo, hace tantos o más versos que su pastor, y éste los hace llenos de erudición mitológica e histórica, y alegando a Platón, a Nebrija y al Concilio de Trento. Entre otras lindezas escribía Filardo a su padrino de Canarias:
En España pasé vida tranquila
Gozando con quietud mis verdes años,
No envidiando a Nestor ni a la Sibila.
Con razón, pues, contó Cervantes a Bernardo de la Vega entre los malos poetas que asaltaban el Parnaso:
Llegó el pastor de Iberia aunque algo tarde,
y derribó catorce de los nuestros,
haciendo de su ingenio y fuerza alarde.
Bien hizo el Cura en entregarlo al brazo seglar del Ama.
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N-1,6,53. No he visto este libro. Pellicer dice que su título entero es: Primera parte de las ninfas y pastores de Henares. Dividida en seis libros. Compuesta por Bernardo González de Bobadilla, estudiante de la insigne Universidad de Salamanca: Alcalá, 1587. Añade Pellicer que el autor dice de sí en el prólogo que era natural de las islas Canarias, y recuerda la reconvención que un mal poeta dirigía a Cervantes por la presente censura, allá en el Parnaso, diciéndole desde el borde de la nave donde venía:
Fuiste envidioso, descuidado y tardo,
y a las Ninfas de Henares y Pastores
como a enemigos les tiraste un dardo.
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N-1,6,54. Desengaño de celos: novela pastoril en prosa y verso, en seis libros, por Bartolomé López de Enciso, natural de Tendilla, quien la dedicó a don Luis Enríquez, Conde de Melgar. En ella se propuso su autor mostrar Los males y engaños de los celos. La escena es en la orilla del Tajo, y la época debió de ser muy antigua, si se atiende al uso continuo que sus interlocutores hacen de las ficciones y personas de la Mitología griega. Los pastores hablan a cada paso de Júpiter, Palas, Venus y demás deidades gentílicas; el pastor Laureano cita a Homero y Virgilio, y ponderando la hermosura de su pastora, teme no lleguen a verla Júpiter, Apolo o Mercurio: hácese mención de las historias de Leandro y Ero, de Píramo y Tisbe, de Céfalo y Procris, de Terco y Progne, del juicio de París, de la muerte de Adonis y otras muchas de la misma clase: las nifas del Tajo alternan con las pastoras. A pesar de tantos indicios y señales de antigÜedad, los usos, los trajes, los instrumentos músicos son modernos; y porque haya de todo, se describe también un palacio fatídico, donde entran los pastores conducidos por una ninfa, y encuentran las estatuas de Carlos V, Felipe I, Don Juan de Austria, Felipe II, y de las Infantas sus hijas y hermanas; y, por último, la ninfa introductora anuncia a los pastores que vendrá tiempo en que los sucesores de aquellos Príncipes dominarán la mayor parte del mundo, y en solos ellos se sustentará la religión cristiana. Tal es la pepitoria que contiene esta fábula, la cual acaba amenazando con segunda parte.
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N-1,6,55. Otra de las composiciones que produjo en España la imitación del Arcadia de Sanazaro. Imprimióse la primera vez en Madrid el año de 1582, con este título: El Postor de Filida, compuesto por Luis Gálvez de Montalvo, gentilhombre cortesano: título a que aludió sin duda el Cura cuando dijo: no es ese pastor, sino muy discreto cortesano. Después se repitieron otras ediciones. Fue Montalvo de familia andaluza; pero nació, según indica la misma novela, en Guadalajara, y sirvió de gentilhombre en casa de los Duques del Infantado. La proximidad de Guadalajara y Alcalá, patrias de Montalvo y Cervantes, puede explicar la amistad que ambos se profesaron, elogiándose mutuamente en sus escritos. Hízolo Cervantes aquí y en su Galatea, donde celebró a su amigo bajo el nombre de Siralbo, que él mismo había tomado para sí en el Pastor de Filida. Montalvo sobresalió en las composiciones de arte menor, en que también se aventajaron, como dijimos, Jorge de Montemayor y Gil Polo.
Según indica Lope de Vega en el prólogo de su Isidro, Luis Gálvez pasó los últimos años de su vida en Italia. Don Juan Antonio Mayans, en el prólogo a la edición del Pastor de Filida que hizo en Valencia el año de 1792, conjeturó que su muerte fue anterior al año de 1614, puesto que Cervantes no hizo mención de él en el Viaje del Parnaso, publicado en dicho año; pero aun puede estrecharse mucho más, con alguna verosimilitud, este plazo. Lope dijo en el lugar citado que la muerte de Luis Gálvez fue súbita, y en el Laurel de Apolo que murió en la Puente de Sicilia. Esta expresión debió aludir a algún suceso notable de aquellos tiempos, y se ajusta sin dificultad al que refiere Fray Diego de Haedo en la dedicatoria de su Topografía de Argel. Era (dice, por los años de 1591) Virrey de Sicilia el Sr. Don Diego Enríquez de Guzmán, Conde de Alba de Liste, el cual, habiendo salido de Palermo a visitar aquel reino, a la vuelta, como venía en galeras, hizo la ciudad un puente desde tierra que se alargaba a la mar más de cien pies para que allí abordase la popa de la galera donde venía el señor Virrey y desembarcase: y como Palermo es la corte del reino, acudió lo más granado a este recibimiento... y con la mucha gente que cargó, antes que abordase la galera dio el puente a la banda, de manera que cayeron en el mar más de quinientas personas... donde se anegaron más de treinta hombres. He aquí designada verosímilmente la Puente de Sicilia, de la que hacia el año de 1591 cayeron al mar y perecieron súbitamente treinta personas. Una de ellas debió de ser el Pastor de Filida.
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N-1,6,56. Compuesto por Pedro de Padilla, dirigido al Almirante don Luis Enríquez, Duque de Medina y Conde de Módica, e impreso en Madrid, año de 1575. Dícese que Pedro de Padilla fue natural de Linares y caballero del hábito de Santiago; que ya de edad madura profesó el orden de religiosos carmelitas en el convento de Madrid, y que vivió a lo menos hasta el año de 1599. Pero de la expresión de Cervantes el autor es amigo mío, puede inferirse que Padilla vivía aún en el año de 1605, cuando se publicó la primera parte del QUIJOTE. El juicio que aquí formó Cervantes del Tesoro de varias poesías es el que casi con las mismas palabras expresó después don Nicolás Antonio, el cual lo juzgó digno de elogio, si demás pauca quaedan humiliter dicta. Esto alude a varias composiciones del Tesoro, en que se remedan con sobrada naturalidad las escenas y el lenguaje de gente rústica y tosca, como el romance de la elección del Alcalde de Bamba: las bodas pastoriles, miscelánea de toda clase de versos; las estancias sobre el casamiento de Martín Salado con MariGarcía; la ensaladilla en que se describe un bateo con los amores de un sacristán que baila con sotana y bonete, y otras composiciones de igual clase. Cervantes insinuó también que las poesías de esta colección eran muchas, y por eso menos estimadas; porque, en efecto, siendo excesivo el número de poesías reunidas en un mismo género, aunque sean buenas, el lector se cansa y se duerme, como sucede con el Tesoro, de Padilla. Las obras heroicas y levantadas que aquí se citan son el Jardín espiritual, las églogas y otras que por la mayor parte escribió Pedro de Padilla siendo ya religioso, y cuyo catálogo puede verse en la Biblioteca de don Nicolás Antonio. El Marqués de Valdeflores, don José Luis Velázquez, en sus Orígenes de la poesía castellana, dice que las églogas de Padilla son casi tan buenas como las de Garcilaso. Don Martín Fernández de Navarrete, en la Vida de Cervantes, recogió con su acostumbrada diligencia los documentos que prueban la amistad, que, según se menciona en el texto, hubo entre nuestro autor y Padilla.
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N-1,6,57. López no es apellido, como lo es ordinariamente, sino nombre propio, según se infiere del modo de usarlo en la licencia del Rey para la impresión de su Cancionero, y aun en alguna otra epístola que le dirigen sus amigos. Así sucede también en los nombres de Gómez y García, que unas veces son propios y otras patronímicos. La obra se publicó en Madrid, año de 1586, con este título: Cancionero de López Maldonado, dirigido a doña Tomasa de Borja y Enríquez, señora de Grajar y Valverde. Se divide en dos libros, de los cuales el primero contiene las composiciones ligeras de arte menor, y el segundo, las de versos endecasílabos, canciones, elegías, epístolas y églogas. Estas, que son dos, se tachan de algo largas, aunque entre las dos apenas llegan a la mitad de la segunda de Garcilaso. Que Maldonado fue castellano y aun de tierra de Toledo, aparece de las redondillas de Miguel de Cervantes que anteceden al Cancionero, donde se le llama fruto de la castellana tierra, y de la epístola al doctor Campuzano, donde Maldonado llamó patrio al río Tajo (Cancionero, fol. 133). Que vivió en la corte lo dice él mismo en una epístola a Luis Gálvez de Montalvo (Id., fol. 118). Hubo de estar en Valencia el año de 1591, cuando se instaló allí la Academia de los Nocturnos, que fundaron algunas personas aficionadas a las buenas letras, cuyo catálogo entre los nombres del Canónigo Tárraga, don Guillén de Castro, Gaspar Escolapo y Andrés Rey de Artieda, contiene el de López Maldonado con el mote académico de Sincero, aunque indicándose que después dejó de asistir a ella. Residió algún tiempo a orillas del Guadiana y probablemente en Badajoz, pues en la citada carta al doctor Campuzano, después de quejarse del calor intenso que en aquel país se padecía, dice:
Del encharcado inmundo Guadiana,
+qué ninfa invocaré para mi intento,
si no es alguna convertida en rana?
En su Cancionero se ven las pruebas de la amistad y comunicación que tuvo con muchos poetas célebres de su tiempo, Vicente Espinel, Pedro de Padilla, el Licenciado Pedro Sánchez de Viana, traductor de Ovidio, los mencionados Campuzano y Gálvez de Montalvo, y, finalmente, el autor del QUIJOTE. Por las palabras del texto, el autor de ese libro es también grande amigo mío, y sus versos admiran a quien los oye, puede creerse que López Maldonado vivía aún en el año 605. Ni de él ni de Pedro de Padilla se hace mención en la jornada del Parnaso, donde la hiciera sin duda Cervantes, como de amigos, si vivieran.
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N-1,6,58. Juguete de mal gusto, fundado en la relación material de las dos palabras versados y versos. El libro de que se trata es la primera parte de la Galatea, novela pastoril en verso y prosa, primera producción del ingenio de Cervantes, impresa en el año de 1584 y escrita durante el tiempo de sus obsequios a doña Catalina Palacios, con quien caso después, y a quien se designa al parecer con el nombre de Galatea, como a Cervantes con el de Elicio. La segunda parte no llegó a ver la luz pública. Su autor habla aquí de su obra por boca del Cura con una modestia que templa y desarma la crítica. Hízola con mucho juicio y discreción don Martín Fernández de Navarrete en la Vida de nuestro autor, y de ella resulta que en la Galatea brilla más la lozanía y fecundidad de la invención que la corrección y prudente sobriedad que debe acompañar a las obras de ingenio.
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N-1,6,59. El Cura habla de enmienda en la segunda parte, y no ha hablado de defectos en la primera, porque no lo es proponer y no concluir en ella. Según la dedicatoria de los Trabajos de Persiles, que Cervantes estando para morir, después de recibida la Extremaunción, dirigió al Conde de Lemos, parece que tenía concluida o casi concluida entonces la segunda parte de la Galatea.
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N-1,6,60. Don Alonso de Ercilla, paje de Felipe I en sus primeros años, y después gentilhombre del Emperador Maximiliano, escribió en treinta y siete cantos la Araucana, poema en que se refieren los sucesos de la guerra de Arauco en Chile desde el año 1554 hasta el de 1562, y que no se imprimió entero hasta el de 1590. Ercilla asistió a aquella guerra como valeroso soldado y como diligente escritor. Solía escribir de noche los sucesos del día, en cuya narración protesta una y otra vez que se ajusta a la rigurosa verdad; y esta sola circunstancia, sin otras consideraciones, aleja a la Araucana del concepto de epopeya que sin razón se le ha atribuido. Fuera de que la calidad de testigo presencial de los acontecimientos excluye la de poeta épico, el cual debe vivir muy distante del tiempo o del lugar de la acción para poder cantarla dignamente con la trompa heroica. La invención y el entusiasmo, prendas esenciales del poeta, serían intolerables en un testigo: del testigo al poeta va lo que del candor tranquilo al entusiasmo y arrebato de la fantasía. Por este contraste resalta más la ridiculez del episodio de la cueva del mago Fitón, que ocupa una parte considerable de la Araucana, donde lo introdujo Ercilla queriendo compensar con lo maravilloso de este incidente la natural aridez de un poema histórico, que no era otra cosa el suyo.
La Araucana ha sido juzgada unas veces con sobrada indulgencia y otras con excesiva severidad, dice don Francisco Martínez de la Rosa en su Apéndice sobre la poesía épica española. Allí pueden ver los curiosos la crítica más racional y juiciosa que hasta ahora se ha escrito de la Araucana. Si ésta merece elogios, no es como epopeya.
Ercilla fue amigo de Cervantes, quien le introdujo en su Galatea bajo el nombre de Larsileo, como lo hizo también bajo nombres supuestos con otros poetas amigos suyos.
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N-1,6,61. Es una crítica en verso de don Juan de Austria, precedida de la relación del levantamiento de los moriscos de Granada, que se cuenta en los cuatro cantos primeros. En el quinto se señala el día del nacimiento del señor Don Juan, que fue el de San Matías, en que también nació el Emperador, su padre: se da noticia de su crianza en Leganés bajo la dirección de un clérigo oscuro, de su reconocimiento por hijo del Emperador, de su nombramiento de Caballero del Toisón y General de las Galeras, y, finalmente, del cargo de apaciguar el levantamiento de los moriscos de Granada. Síguense refiriendo los sucesos de esta guerra, y concluida, empieza desde el canto 19 la historia de la Liga, de que fue Generalísimo el héroe de La Austríada, concluye en el canto 24 con la relación de la victoria de Lepanto.
Juan Rufo, al solicitar la licencia para la impresión, que obtuvo en 1583, y en la dedicatoria a la Emperatriz, hermana del Rey Don Felipe I, que tiene la fecha del año anterior, dijo que había compuesto este poema por orden de Don Juan de Austria, y por relaciones verdaderas que este Príncipe le había proporcionado. La ciudad de Córdoba recomendó el autor y la obra al Rey el año de 1578; y las Cortes del reino, después de haber hecho examinar el poema por algunos de sus procuradores, apoyaron la recomendación.
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N-1,6,62. El Monserrate del Capitán Cristóbal de Virués, publicado por la primera vez en Madrid el año de 1587, y después otras veces dentro y fuera de España, es un poema en 20 cantos, que describe la culpa y penitencia de Garín y la fundación del Santuario de Monserrate en el siglo IX. Este poema, por su disposición, es de los que en nuestra lengua se acercan más a la forma épica, y en cuanto a la versificación, uno de los mejores de su tiempo; pero flaquea en la invención, o, por mejor decir, elección de asunto y del héroe, que está muy lejos de ser lo que pide esta clase de composiciones. Una persona de baja esfera que empieza por ser seductor y asesino y concluye por venirse a cuatro pies desde Roma a Monserrate, no puede ser el protagonista de una epopeya. Cristóbal de Virués fue valenciano, y admira el número de naturales de aquella ciudad y provincia que por entonces sobresalieron en la poesía castellana de todos géneros, heroica, lírica y dramática. También cultivó esta última Cristóbal de Virués en aquellos primeros periodos en que el arte luchaba todavía con las dificultades propias de su infancia, antes de que floreciesen Francisco Tárraga, Gaspar Aguilar y otros paisanos suyos, que después escribieron comedias con reputación.
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N-1,6,63. La palabra todos está de más, y la repetición de la partícula en afea la expresión, que estaría mejor diciéndose: estos tres libros son los mejores de verso heroico que en lengua castellana están escritos.
Cervantes, como se ve, elogiaba fácilmente. Ya lo había hecho antes con los tres poetas Ercilla, Rufo y Virués en el Canto de Caliope, que insertó en su Galatea, y en que la Musa celebra los poetas españoles de aquella época. Don José Muñárriz, en su traducción de Blair (lección XLI), reprobó el fallo de Cervantes en la preferencia que en el presente lugar da a estos tres poemas sobre todos los castellanos heroicos de su tiempo, porque contienen, dice, bellezas superiores el Bernardo del Obispo Valbuena, y la Jerusalén conquistada de Lope de Vega. Pero Muñarriz no echó de ver que cuando se escribió la primera parte del QUIJOTE aun no se había publicado ni la Jerusalén ni el Bernardo.
64 No es ese su título, sino Primera parte de la Angélica, poema que escribió en 12 cantos Luis Barahona de Soto, natural de Lucena y médico de Archidona, donde murió en noviembre de 1595. Fue amigo de Cervantes, quien le introdujo en la Galatea con el nombre de Lauso. Diósele verosímilmente al poema el nombre de Las Lágrimas de Angélica, porque empieza así:
Las lágrimas salidas de los ojos
Más bellos que en su mal vio amor dolientes,
Y de los que siguiendo sus antojos
Vagaron por desiertos diferentes,
Entre las armas, triunfos y despojos
gloriosos cantaré de aquellas gentes,
que tras su error por sendas mil que abrieron
del fin de Europa un tiempo al Asia fueron.
Dícese al fin del capítulo que el autor de Las Lágrimas de Angélica fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio. Por esta indicación creyó don Gregorio Mayans (Vida de Cervantes, núm. 115) que no se hablaba de Luis Barahona, sino del Capitán Francisco de Aldana, soldado poeta, que murió el año de 1578 en la batalla de Alcazarquivir, peleando al lado del Rey de Portugal Don Sebastián; porque, según su hermano Cosme de Aldana, tradujo en verso suelto las epístolas de Ovidio, y escribió una obra de Angélica y Medoro en octavas. Pero el mismo Mayans destruyó su opinión, expresando que las dos obras citadas de Francisco de Aldana no se imprimieron siendo así que el libro de que se trata era uno de los impresos de la biblioteca de Don Quijote. Fuera de que a las epístolas de Ovidio no les asienta bien el título de fábulas, que convendría más bien a las Metamorfosis, y Cerdá en las notas al Canto del Turia en la Diana de Gil Polo dice que vio manuscritas unas fábulas que escribió Luis de Barahona en quintillas, tomando el argumento de Ovidio.
La lectura del poema de la Angélica de Luis de Barahona muestra claramente que a pesar de algunas dotes apreciables en su versificación, Cervantes anduvo aquí, según acostumbraba, pródigo de elogios: defecto raro en poetas y de que él mismo se acusó en el Viaje al Parnaso. Las composiciones métricas castellanas que entre nosotros se han querido adscribir al género épico, pecan de ordinario por falta o por sobra de invención: o son meras relaciones en verso, o partos monstruosos de una imaginación desenfrenada. A esta última clase pertenece el libro de Luis de Barahona, el cual dejó correr libre su vena sin tiento ni arte, como dijo don Diego de Saavedra en su República literaria.
Lo notable que hay en esta parte del escrutinio es que habiéndose hablado con tanto elogio de Las Lágrimas de Angélica, de Luis Barahona de Soto, no se nombrase la Hermosura de Angélica, poema de Lope de Vega, que a la sazón se hallaba ya publicado. A ello inclinaba naturalmente la conexión del argumento, así como la mención de la Diana de Montemayor había dado margen para hablar de las del Salmantino y Gil Polo. Cervantes quiso reparar esta omisión en el capítulo I de la segunda parte, donde hablando de Angélica dice que un famoso poeta andaluz lloró y cantó sus lágrimas y otro famoso y único poeta castellano cantó su hermosura. El motivo de esta diferencia en la conducta de Cervantes hubo de ser la acusación de envidia a Lope de Vega, que en el intermedio de publicarse la primera y segunda parte del QUIJOTE le hizo Alonso Fernández de Avellaneda, y de que difícilmente se puede absolver del todo a Cervantes, a pesar de sus esfuerzos para diluirla.
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N-1,6,64. No va esto enteramente conforme con lo que se dijo al fin del capítulo anterior, donde se dio otro motivo para concluir el escrutinio de los libros de nuestro hidalgo: Cansóse el Cura de ver más libros, y así a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen.

[7]Capítulo VI. De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha
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N-1,7,1. No va esto enteramente conforme con lo que se dijo al fin del capítulo anterior, donde se dio otro motivo para concluir el escrutinio de los libros de nuestro hidalgo: Cansóse el Cura de ver más libros, y así a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen.


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N-1,7,2. Dos obras anteriores al QUIJOTE se conocen con este título. Una de Jerónimo Sempere, poeta valenciano, que trata las victorias del Emperador Carlos V, Rey de España, dedicada a su nieto el Príncipe Don Carlos. Primera y segunda parte, Valencia, 1560. Otra que trata de la vida y hechos del invictísimo Emperador Don Carlos, compuesta por Juan Ochoa de la Salde, e impresa en Lisboa, año de 1585. Don Gregorio Mayans (Vida de Cervantes, número 115) se inclina a que Cervantes habló de esta última, sin advertir que Cervantes habla sólo de libros de entretenimiento, en verso y de pequeño tamaño, circunstancia que convienen a la Carolea de Sempere, y no a la de Ochoa, que es libro histórico, prosaico y en folio.
La Carolea de Sempere es una relación métrica de las cosas de Carlos V, empezando por su rivalidad con el Rey Francisco de Francia, hasta que el Gran Turco Solimán abandonó la empresa de Hungría; y no contando las cosas seguidamente a manera de coronista, sino por fragmentos, como él dice. Las dos partes del poema comprenden treinta cantos, y el último concluye ofreciendo seguir con la jornada de Túnez.
Cervantes, indulgente según su costumbre, apuntó un juicio favorable a la Carolea de Sempere. Siguió en esto el de Gil Polo en el canto del Turia, donde se lee:
Semper loado el ínclito Imparante
Carlos gran Rey, tan grave canto mueve,
Que aunque la fama al cielo le levante,
Será poco a lo mucho que le debe.
Veréis que ha de pasar tan adelante
Con el favor de las hermanas nueve,
Que hará con famosísimo renombre
Que Hesiodo en sus tiempos no se nombre.
La afición de paisano puede servir de alguna excusa a las exageraciones de Gil Polo: excusa que no alcanza a Cervantes. La Carolea es libro de corto mérito, y don Nicolás Antonio, que no era ciertamente riguroso en sus fallos, dijo de él que se escribió neque pura neque poetica dictione.


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N-1,7,3. Primera y segunda parte de el León de España por Pedro de la Vecilla Castellanos. Dirigida a la Majestad del Rey Don Felipe nuestro Señor. Salamanca, 1586. Consta el poema de 29 cantos, en dos partes. No es fácil entender por ese título su argumento, que se reduce a varios sucesos de la ciudad de León, desde el imperio de Trajano hasta la abolición del tributo de las Cien doncellas y victoria del Rey Don Ramiro en Clavijo.
Los procuradores de Cortes, nombrados por aquella ciudad, a imitación de lo que habían hecho los de Córdoba con la Austríada de Juan Rufo, recomendaron también a Felipe I el León de España de Pedro de la Vecilla, y obtuvieron la licencia para su impresión el año de 1584.


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N-1,7,4. No hay obra alguna de este título en castellano. Don Luis de Avila, que es el autor que nombra Cervantes, compuso, no los hechos del Emperador, título que anunciaría una historia completa de aquel Príncipe, sino los comentarios de la guerra que hizo contra los protestantes de Alemania, obra seria y en prosa, de que no era oportuno hablar en el escrutinio, donde no se trataba sino de libros poéticos de entretenimiento.
El Carlo famoso, poema escrito en 50 cantos por don Luis Zapata, e impreso en Valencia el año de 1566 reúne las tres circunstancias de tratar de los hechos del Emperador, de ser libro de entretenimiento, y de estar en verso. Este fue el que según todas las apariencias indicó Cervantes, expresando el argumento y no el título, y equivocando con su acostumbrada negligencia el apellido del autor.
Tanto don Luis de Avila como don Luis Zapata asistieron a las famosas fiestas de Bins, que la Reina de Hungría dio al Emperador Carlos V y a su hijo don Felipe el año de 1549, y tuvieron parte en las justas, torneos y representaciones caballerescas que allí se ejecutaron, y describió menudamente Juan Calvete de Estrella.
El Carlo famoso es un conjunto de historia y fábula, todo revuelto, sin unidad, plan ni artificio alguno, en que se cuentan las cosas del Emperador, desde el año de 1522 hasta el de 1558, que murió en Yuste. El canto 50 concluye con la relación de las exequias que celebró su hijo el Rey Don Felipe en Bruselas, cuando recibió la noticia del fallecimiento de su padre. Allí, describiéndose la procesión funeral (y sirva de muestra para juzgar del mérito del poema) se dice que después de los frailes,
Los Clérigos en número abundante,
más que en otoño tordos, prosiguieronà
Y de la Real casa los primeros
iban los oficiales, bordadores,
sederos sastres y guarnicioneros,
cabellerizos y aposentadores:
y de varias estancias los porteros,
arquitectos, fabristas y pintores,
médicos, boticarios, cirujanos,
y alguaciles de corte y escribanos.
Tal es este poema, en que Zapata trabajó trece años, y aspiró a imitar, según dijo, a Virgilio. Después se lamentaba de que la impresión le había costado mucho y producido poco: así lo hizo en su Miscelánea, que existe entre los manuscritos de la Biblioteca Real, y se citó anteriormente.
No ha faltado algún erudito que creyese que en las palabras Carolea y León de España con los hechos del Emperador se designaba una sola obra, y que ésta era el Carlo famoso; mas la expresión del texto fueron al fuego sin ser vistos ni oídos manifiesta que se hablaba de libros diferentes, y no de uno solo.


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N-1,7,5. Don Quijote opone aquí a los caballeros cortesanos los aventureros. En el torneo de Persépolis, que se describe en la historia de don Belianís (lib. I, caps. XV, XVI y XVI), y en que concurrieron caballeros y aventureros capitaneados por el duque Alfrirón, y caballeros cortesanos mandados por el Príncipe don Galanio, llevaron la mejor parte los aventureros. Al revés sucedió en los torneos de Londres con que se solemnizó el casamiento del Rey Altiseo con la Reina Liserta, venciendo los cortesanos por el esfuerzo de Florineo, que se apellidaba el Caballero del Salvaje (Florambel de Lucea, lib. I, caps. IX y XI). En los torneos de Constantinopla, celebrados de orden del Emperador Palmerín de Oliva con motivo de unas solemnes bodas, se refiere que los caballeros extranjeros vencieron el primer día, y que el segundo fueron vencidos por los cortesanos (Primaleón, capítulos XXIV y XXV). En la relación del Paso honroso de Suero de Quiñones, los mantenedores se llaman asimismo defensores, y los aventureros conquistadores.El prez es palabra derivada de la latina pretium, y se encuentra usada en nuestros poetas primitivos, en la Vida de Santo Domingo, por Gonzalo de Berceo (copla 55), en el Poema de Alejandro (copla 7 y otras), y en las obras del Arcipreste de Hita (página 247 y otras). Los jueces de los torneos eran los que adjudicaban el prez a los vencedores, y no siempre se reducía al honor y lauro de la victoria. Celebrando el Rey Federico de Nápoles una justa en obsequio de don Florindo de la Extraña Ventura, nombró a éste por mantenedor con el Conde de Altarroca, y por aventureros a Alberto Saxio y otros caballeros de alta guisa. Los premios eran: al que sacase la mejor letra o mote, un diamante como una cereza; al que saliese más galán a la tela, y no fuese casado, una dama con cien mil escudos de dote; al que justase mejor, la mano de Madama Tiberia, hija del Rey Federico (Florindo, parte I, cap. XIV).
Don Quijote, conformándose con el lenguaje de algunos pasajes de los libros caballerescos opone aquí la calidad de cortesano a la de aventurero; pero realmente no es exacto, porque los caballeros cortesanos podían ser mantenedores o aventureros, y los aventureros podían ser forasteros o cortesanos.


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N-1,7,6. Así llama el Cura a Don Quijote; más adelante, en este mismo capítulo, se llaman compadres de Don Quijote el Cura y el Barbero, y estos dos se dan mutuamente el mismo nombre en el capítulo anterior. Es visto que en todos estos pasajes la voz compadre se toma en el sentido amplio de camarada o amigo, que suele dársele en el estilo y trato familiar, y señaladamente en Andalucía.


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N-1,7,7. La competencia en los amores de Angélica hizo enconados enemigos a los dos paladines Roldán y Reinaldos de Montalbán, que antes eran amigos, y sobre ello se combatieron crudamente a vista y presencia de la misma Angélica, como se refiere en el libro primero del Orlando de Boyardo. Ya habían reñido antes, según allí se refiere, y durante la pelea decía Reinaldos a Orlando en la desaliñada traducción de Francisco Garrido de Villena:
+De qué tienes soberbia, bastardazo?
+Porque mataste a Almonte en la fontana
en brazos del Rey Carlo, puesto al lazo,
y alcanzaste y aun traes a Durindana?
+Cómo ganada bien, di, cobardazo?
Bien eres hijo propio de putana,
que perdida la honra tiene el daño
menos vergÜenza que antes del engaño.
De la enemiga y contiendas entre Roldán y Reinaldos se hace mención en el romance viejo del Conde Dirlos, y en el de la embajada que el Marqués de Mantua envió al Emperador Carlomagno sobre la muerte de Baldovinos, donde dándose cuenta al Emperador de que el Marqués venía acompañado de sus parientes y amigos, se dice:
Entre ellos vienen Reinaldos
el Señor de Montalbane,
el cual está puesto en bandos
con tu sobrino Roldane.
Llámase aquí Reinaldos el opuesto de las valentías de Roldán; el régimen ordinario pediría que se dijese opuesto a las valentías.


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N-1,7,8. El orden de palabras sería más natural diciéndose: y así se cumplió en ellos el refrán de que pagan a las veces justos por pecadores. Verdad es que el idioma nada pierde en esta clase de transposiciones cuando no son sobradamente duras o no ofenden mucho al oído, al uso o a la claridad. El refrán es antiguo y está ya en la colección formada a mediados del siglo XV por don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana.


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N-1,7,9. Mal podía tentar la puerta si la habían quitado. Tentaría el sitio donde estaba anteriormente, y la buscaría con las manos.


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N-1,7,10. Entre la primera salida de Don Quijote y su vuelta no medió más que una noche que fue la de la vela de las armas y batalla con los arrieros en la venta; y así, la Sobrina no debió decir una noche, como si hubieran pasado muchas, sino la noche.


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N-1,7,11. Estando Amadís con otros Reyes y Reinas a orilla del mar en la ínsula Firme, vieron venir un humo por el agua, el más negro y espantable que nunca vieran... E dende a poco rato... vieron en medio dél una serpiente mucho mayor que la mayor nao ni fusta del mundo... y de rato en rato echaba por las narices aquel muy negro humo que hasta el cielo subíaà Pues estando así todos maravilladosà vieron como por el un costado de la serpiente echaron un batel y una dueña en élà Y como cerca fue, conoscieron ser la dueña de Urganda la desconocida, que ella tuvo por bien de se les mostrar en su propia forma (Amadís de Gaula, cap. CXXII.) Después de haber estado algún tiempo en tierra, se volvió Urganda en el batel a la serpiente, y luego el humo el tan negro que por más de cuatro días nunca pudieron ver ninguna cosa de lo que en él estaba (Ib., cap. CXXVI).
En la historia de don Belianís se cuenta que, deshecho el encanto de la Infanta Gradafilea, que había durado trece años, vieron salir al león, que no lo vieron más en la cuerda, y en todo el castillo quedó tanto humo y tan espeso, que duró gran pieza; que poco ni mucho con él podían ver. La maga Cirfea, hermana del Gran Soldán de Babilonia, Reina y señora de la Insula de Argines, había sido la autora del encanto (caps. XXVI y XXIX).


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N-1,7,12. Fristón debió decir, un sabio encantador que residía en la temerosa Selva de la Muerte (Belianís, lib. I, cap. XXXV), y hace gran papel en la historia de don Belianís, escrita según allí se supone, por él mismo.


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N-1,7,13. Refrán antiquísimo de que se hace mención ya en el poema del Conde Fernán González; se aplica a los que pensando sacar de algún negocio utilidad y provecho, en lugar de ello reciben daño y perjuicio. Desde el tiempo de los visigodos, cortar el cabello era pena impuesta por afrenta a los delincuentes, o señal de profesión monástica, que inhabilitaba para las dignidades civiles, incluso la del cetro, como se vio en el caso del Rey Wamba. Cuando era por pena se cortaba el pelo sin orden ni regla, cruzándose las tijeretadas al modo que se trasquilan las ovejas, que es lo que el cuarto Concilio de Toledo llamó turpiter decalvere; el Fuero Juzgo esquilar laidamientre, y Sancho, en la parte segunda (cap. XXXI) trasquilar a cruces. Como en tiempos de Cervantes los hombres se cortaban el cabello y sólo se dejaban crecer las barbas, a éstas, refirió Don Quijote el trasquilar del adagio, según se ve por la respuesta que da a su sobrina: Primero que a mí me trasquilen tenaré peladas y quitadas las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.


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N-1,7,14. Segundar, por repetir, es verbo poco usado; ordinariamente se dice asegundar, pero sólo de los golpes. De ambos modos se encuentra en la Historia de don Belianís (lib. II, capítulos XIX, XXX y XXXI). En los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda empleó Cervantes el verbo segundar como verbo de estado en la acepción de seguir.


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N-1,7,15. Pasó, por tuvo: significación activa poco común del verbo pasar, pero que se encuentra algunas veces en el QUIJOTE. Otras se usa como neutro, que es su acepción más común, como en el capítulo XLVI, donde se dice: todos estos coloquios pasaron entre amo y criado.--Cuentos es lo mismo que disputas, altercados, y en este sentido se usa en la expresión tener cuentos con alguien, quitarse de cuentos, etcétera.


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N-1,7,16. Ahora diríamos: se determinó a salirse o determinó salirse con él. En tiempo de Cervantes era otra cosa; en el razonamiento que puso Mariana en boca de don Pelayo, animando a los asturianos para que tomasen las armas contra los moros, se lee: Por lo que a mí toca, estoy determinado con vuestra ayuda a acometer esta empresa (libro VI, cap. I). Otro arcaísmo ofrece el verbo llegar en el sentido en que se usa poco más abajo, donde se dice que Don Quijote, vendiendo una cosa y empeñando otra, y malbaratándolas todas, llegó una considerable cantidad: en el día dijéramos allegó.


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N-1,7,17. Don Quijote, en su primera salida, llevaba adarga; para la segunda se acomodó de una rodela. No se dice el motivo de la mudanza, que debió ser el mal estado de la adarga, de cuya antigÜedad se hizo ya mención en el principio de la fábula. Se diferenciaban la adarga y la rodela en que la primera era de cuero, la segunda de hierro o de madera guarnecida de hierro; la primera tenía por dentro dos asas, la segunda una; la primera era arma propia de jinete, la segunda de infante. Esta última circunstancia contribuía a hacer más ridícula la armadura de Don Quijote, que ya sin esto lo era bastante.


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N-1,7,18. Sin embargo, no hubo de quedar muy buena, como se vio después en el combate con el Vizcaíno.


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N-1,7,19. Ahora decimos ducho, voz del lenguaje familiar, que quiere decir enseñado, diestro, del latino doctus.


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N-1,7,20. Habiendo vencido y derribado Florambel de Lucea a un caballero descortés que le había escarnecido, porque su escudero Lelicio iba a pie cargado con un laúd, el vencido le pidió merced de la vida. Florambel se la otorgó y le dijo: Señor caballero otro día tened mejor conoscimiento con los caballeros andantes, que van a buscar sus aventuras de muchas guisas; mas porque sobre esta razón no tengáis más con quien haber contienda, habéis de prestar paciencia porque vuestro caballo quiero para mi escudero. Y mandó a Lelicio que lo tomase (Florambel de Lucea, lib. IV, cap. I).


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N-1,7,21. Otra de las diligencias que practicó Don Quijote antes de su segunda salida, y aquí no se expresa, fue hacer testamento cerrado, donde, como adelante se dice en los capítulos XX y XLVI, dejó señalado salario a Sancho. Aquí no le ocurrió al fabulista. Bien pudiera después haberlo suplido, pero Cervantes escribía de una vez y no volvía atrás a rever lo que llevaba escrito.


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N-1,7,22. Si ahora se repitiese esta expresión no faltaría quien la tachase de galicismo. Pero no fue aquí sólo donde la usó Cervantes: hállase también en sus novelas, en que limó y acicaló el lenguaje más que en el QUIJOTE. En la de la Ilustre Fregona se lee: Levantáronse los dos (Carriazo y Avendaño), y cuando abrieron no hallaron persona. Y en la Fuerza de la sangre: Quedóse sola Leocadia, quitóse la venda, reconoció el lugar donde la dejaron, miró a todas partes, no vio a persona. En la misma significación de nadie usaron la palabra persona otros escritores de aquel tiempo. A persona no pregunté, contaba Guzmán de Alfarache (parte I, lib. II, capítulo I), que no me socorriese con una puñada o bofetón. Quevedo, en el capítulo IX del Gran Tacaño: Con esto caminé más de una legua, que no topé persona. Antes de éstos, Juan de Timoneda, en su Patreñuelo (patraña V, folio 31), había dicho: Pereció en una terrible tormenta, sin quedar persona a vida. Y porque no falte la autoridad de libro caballerescos, la crónica de Amadís de Grecia, en la relación de una batalla entre la escuadra de Amadís de Gaula y la de Zair, Soldán de Babilonia, dice: que yendo este último de vencida, su hermana Abra huyó en una fusta pequeña muy velera, no pensando que escaparía persona de todos los que quedaban en la batalla (parte I, cap. XXXIV). Y la Historia de Amadís de Gaula cuenta que Amadís y Grasandor, llegados que fueron al pie de la Peña de la Doncella encantadora, hallaron allí un barco en la ribera sin persona que lo guardase (cap. LXXII). Los que observan y estudian los orígenes, formación y progresos de los dialectos nacidos de un idioma común, como son las lenguas castellanas y francesas no aplican con ligereza la nota de extranjeras a algunas palabras que pudieron ser comunes a ambas en los principios, aun cuando el discurso del tiempo y los caprichos del uso hayan introducido posteriormente algunas diferencias.


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N-1,7,23. Con efecto, el jumento fue cabalgadura usada de los antiguos patriarcas, según ya se dijo. Cervantes quizá tuvo presente esta usanza, sin perjuicio de dar también a entender que Sancho iba sobre su jumento con mucha comodidad, que es lo que ordinariamente significa la expresión familiar de ir como un patriarca.


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N-1,7,24. Empieza ya desde aquí a pintarse el carácter de Sancho con una pincelada digna de Cervantes; la pintura se continúa con el recuerdo que Sancho hace después a su amo: mire vuestra merced, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido, y con el graciosísimo diálogo que sigue hasta el fin del capítulo.


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N-1,7,25. íCuánto más desembarazado hubiera quedado el lenguaje, suprimiéndose los tres monosílabos, y diciéndose: la misma derrota y camino que había tomado en su primer viaje!
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N-1,7,26. No tuvo razón Cervantes para decirlo. Iguales motivos de calor y fatiga había en la salida segunda que en la primera; la hora era la misma, porque era muy de mañana; los rayos del sol herían del mismo modo, porque la derrota y dirección acertó a ser igual, y la estación era casi la misma, porque sólo mediaron pocos días.


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N-1,7,27. desde luego ocurre el ejemplo de Amadís de Gaula, el cual hecho dueño de la ínsula Firme, dio su señorío a Gandalín, su escudero, en pago y premio de sus buenos servicios (Amadís, lib. I, cap. XLV); y después, siendo ya Rey, le dio título de Conde (Sergas de Esplandian, capítulo CXL). Otro ejemplo es el del Caballero de la Ardiente Espada, que habiendo restituido al reino de la ínsula Taprobana a la Princesa Lucida, después de vencer y matar al usurpador hizo Duque en la ínsula a su escudero Ineril (Amadís de Grecia, parte I, capítulo LXXXIV). El mismo Caballero de la Ardiente Espada hizo merced a Ordán, otro escudero suyo, de un castillo y ciertas villas de su jurisdicción en la isla de Argantadel, con nombre de Duque (Ib., cap. CXXI).


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N-1,7,28. Según esta expresión, Don Quijote era de opinión contraria a Salazar de Mendoza y a los Reyes de Castilla, que en sus diplomas y provisiones nombran primero a los Marqueses y después a los Condes. Cervantes, al parecer, quiso añadir este rasgo de extravagancia a nuestro pobre caballero. Como quiera, la preferencia que la opinión común y las fórmulas caballerescas dan a la dignidad de Marqués sobre la de Conde, no se apoya en fundamento legal, y aun tiene contra sí la razón de antigÜedad, que favorece más a la última. El título de Conde es originario del latín; viene desde los tiempos del imperio, y se menciona ya en los Códigos de Justiniano y Teodosio y en los monumentos de la Jurisprudencia gótico-española. Marqués es voz de la Edad Media, comunicada de los idiomas y países septentrionales. La dignidad hereditaria de Conde en la forma que ha estado después en Castilla, empezó en don Alvaro Núñez Osorio, a quien el año de 1328 hizo Conde de Trastamara el Rey don Alfonso XI, con las ceremonias que se refieren en la crónica de este Príncipe. El primer nombramiento de Marqués fue el de Villena, que el Rey don Enrique el Viejo, o de las Mercedes, hizo en don Alonso de Aragón el año de 1366 (Crónica del rey don Pedro, año XVI, cap. VI). Antes era desconocido el título de Marqués en Castilla, según dice don Alonso de Cartagena en el Doctrinal de Caballeros (lib. I, tít. V).


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N-1,7,29. La doncella Finistea, que en traje varonil sirvió algún tiempo de escudero a Amadís de Grecia, recibió en recompensa el reino de Tebas (Frorisel, parte II, cap. LXXVII). Estas mercedes solían extenderse también a otras personas. Tirante hizo Rey de Fez y Bugía a uno de sus caballeros, a quien casó con la doncella Placerdemivida, confidenta de sus amores con Carmesina (Tirante, parte IV). El Caballero de Cupido, habiendo ganado con sus hazañas el reino de Epiro, lo dio al Príncipe Arganteo, que lo había defendido a él y a la Reina de Ircania de una calumnia (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LXI). Lisuarte de Grecia dio el reino de Creta a la Infanta Gradafilea (Amadís de Grecia, parte I, cap. CXXI). Lepolemo ganó para el Soldán de Egipto los reinos de Durón y Medián; dio a su amigo Trasileón el de Creta, y la isla de Estadio, con título de Reina, a una hija de Trasileón, casándola con Trasilo, hijo del gigante Morbón, a quien Lepolemo había vencido y herido mortalmente (Caballero de la Cruz, caps. LXXXVI, CII, CVII y CXII).


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N-1,7,30. Agudeza fundada en que cosas es anagrama de casos. El libro tercero de los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda empieza con las mismas palabras: Cosas y casos suceden en el mundo, etc. Semejantemente a esto contestaba en cierta ocasión una dama a un galán que trataba de alucinarla: aunque tonto, no tanto.


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N-1,7,31. Oíslo, voz baja y apicarada, para significar una mujer a quien se quiere a estilo de la hampa, y, por lo mismo forma mayor contraste con la alta calidad de Reina de que se trata. A lo propio contribuye el nombre vulgarísimo de Juana Gutiérrez, tan propio de gente de poca importancia.
Así como se dice oíslo de las mujeres, se dice también cuyo de los hombres; de lo que igualmente da ejemplo Cervantes en la novela de la Ilustre Fregona, donde se cuenta que la ArgÜello (criada de un mesón en Toledo) que vio atraillado a su nuevo cuyo, acudió luego a la cárcel a llevarle de comer. En el entremés del Rufián viudo, impreso entre otros de nuestro autor, decía la Mostrenca:
Poco valgo:
Pero en fin, como y bebo, y a mi cuyo
le traigo más vestidos que un palmito.
Y en la misma escena la Pizpita, pretendiendo que la elija por mujer el viudo Trampagos, alega así de su derecho:
Pequeña soy, Trampagos, pero grande
tengo la voluntad para servirte:
no tengo cuyo, y tengo ochenta cobas.
Cuyo es cortejo, y cobas son reales en geringonza.
Don Luis de Góngora dijo de Píramo en su fábula:
Este, pues, era el vecino,
el amante y aun el cuyo de la tórtola doncella,
gemidora a lo viudo.


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N-1,7,32. Poco antes se la llama Juana Gutiérrez, y en el capítulo último de la primera parte, Juana Panza, que así dice, se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos. En la segunda parte se le da el nombre de Teresa Panza, añadiéndose que el apellido se tomaba del marido, pero que su padre se llamaba Cascajo. Como si fueran pocas estas inconsecuencias, aún añadió Cervantes otra, reconviniendo en el capítulo LIX de la segunda parte al licenciado Avellaneda, porque más consiguiente y acorde en esto que Cervantes llamó a la mujer de Sancho Mari Gutiérrez, según se la había nombrado en el presente pasaje del texto.
El nombre de Mari Gutiérrez, por la mutilación de la voz María, es aun más vulgar e innoble que el de Juana Gutiérrez. También se llamó Mari Sancha a la hija de Sancho en el coloquio de sus padres, que se refiere al capítulo V de la segunda parte: y así se encuentra usado en el mismo nombre en los refranes y expresiones proverbiales propias del estilo familiar, como el gato de Mari Ramos, la hebra de Mari Moco, el escrúpulo de Mari Gargajo y otras locuciones semejantes.


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N-1,7,33. Adelantado, según la ley de Partida (Partida I tit. IX, ley 22), tanto quiere decir como hombre metido adelantado en algund fecho señalado por mandado del Reyà El oficio deste es muy grande: ca es puesto sobre todos los merinos, tan bien sobre los de las cámaras e de las alfoces como sobre otros de las villas. Su autoridad era la superior de la provincia, y participaba de gubernativa y de judicial. Para el despacho de lo forense le acompañaban algunos letrados. A él se apelaba de los merinos o jueces de partido, y de él al Rey; en la frontera mandaba también las fuerzas militares. En el día no ha quedado de esta dignidad sino el título, que conservan entre los suyos algunas casas de Grandes, a quienes lo concedieron antiguamente los Reyes.



[8]Capítulo VII. Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación
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N-1,8,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,8,2. Ponderación desaforada que hace reír. El lector, al llegar aquí, no podrá menos de recordar lo que se dijo en otra nota acerca del Alcázar de la Fortuna, descrito en Olivante, cuya altura era de casi dos leguas. La exageración de Don Quijote perdería toda su gracia y sería una insulsez en boca de otro cualquiera: en la de un loco tiene verosimilitud y oportunidad. Tal es el arte de Cervantes en saberse aprovechar de su asunto, de los caracteres de sus personajes y de los disparates mismos de los libros que intentaba ridiculizar.
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N-1,8,3. Fierabrás de Alejandría, desafiando en Mormionda a los caballeros de Carlomagno, decía, según cuenta su historia (Carlomagno, capítulo XI): íOh, los que vos llamáis doce pares, de quien tantos hazañas he oído!, +cómo no osáis parecer delante de un solo caballero? De igual expresión se valió Don Quijote en la batalla de las ovejas, cuando, dirigiendo la voz al soberbio Alifanfarón, decía (parte I, capítulo XIX): Un caballero solo soy, que desea de solo a solo probar tus fuerzas.
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N-1,8,4. El gigante Biareo, que según la fábula tenía cien brazos y cincuenta vientres, fue uno de los Titanes que combatieron contra los dioses, y fue sepultado con sus compañeros debajo del Monte Etna, cuyas explosiones se creían ser los gemidos de los gigantes que allí yacían.
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N-1,8,5. Ristre, pieza de hierro a la derecha del peto, que se ve en las armaduras antiguas, y donde se fijaba el cabo de la manija de la lanza para asegurarla.
Nótese que no llevando sujeto expreso el gerundio dando, debiera serlo en buena sintaxis el del verbo volvió; pero quien dio fue Don Quijote, y quien volvió fue el viento. En igual incorrección se incurre pocos renglones adelante, donde se dice: ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante. Quien ayudó fue Sancho, quien tornó a subir fue Don Quijote. La claridad pedía que en el primer pasaje se dijese: dándole Don Quijote una lanzada en el aspa, la volvió el viento; y en el segundo, ayudándole Sancho a levantar tornó a subir Don Quijote sobre Rocinante.
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N-1,8,6. En otro gigante hizo también pedazos su lanza la Princesa Dorobella, que caminaba en traje de caballero andante acompañada del enano Esbueso, como se cuenta en el poema caballeresco de Celidón de Iberia (Canto 25). Son innumerables los ejemplos de los libros de caballería en que se rompen las lanzas y vuelan hechas astillas, y aun de aquí provendría el mismo nombre de astillas que se aplica en general a los fragmentos de la madera rota, porque astilla es asta o lanza pequeña. Así sucedía y debía suceder especialmente en las justas, en que el trance consistía en el choque encontrado de dos caballeros armados de lanzas. En el Paso del Orbigo, celebrado el año 1434, su mantenedor, Suero de Quiñones, caballero leonés, se propuso pagar el rescate de la prisión en que le tenía su dama, concertado en nombre del apóstol Santiago, según se dice, en 300 lanzas con fierros de Milán rompidas por el asta, tres con cada uno de los aventureros que concurriesen al Paso.
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N-1,8,7. Vuelve aquí a repetirse Frestón por Fristón, y es en boca de Don Quijote. Si no fue distracción de Cervantes, debió ser errata de imprenta.
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N-1,8,8. Modo anticuado de hablar, lo mismo que sobre la pasada aventura, o de la pasada aventura.
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N-1,8,9. En la relación que de orden del Rey don Felipe I dieron el año de 1576 los vecinos de la villa de Herencia, en la Mancha, dijeron que a dos leguas del pueblo se hacía un puerto llamado Puerto Lápice, donde había una venta por la que pasaba el camino real desde Villarta a Toledo. Añaden que el camino iba entre dos colinas, que la cordillera es peñascosa, y que hay cerros fragosos de cantos, de donde se llevaban para los edificios. Este fue aparentemente el motivo del nombre de Portus Lapidum o Puerto Lápice. En el día se llama Ventas de Puerto Lápice el pueblecillo que allí se ha formado, y por el cual pasa el camino real que va de Madrid a Andalucía, atravesando la Mancha. En lo antiguo, según la relación mencionada, aquellas comarcas estuvieron pobladas de bosques, y, por consiguiente, hubo suficiente motivo para que Don Quijote las calificase de país propio para teatro de caballerías, en que se podían meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras.
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N-1,8,10. Refiere menudamente el suceso Diego Rodríguez de Almela, Canónigo de Murcia, mentor del siglo XV, en su Valerio de las historias escolásticas y de España (lib. I, título I, cap. XII), donde habla de los caballeros que se señalaron en la batalla de Jerez contra los moros, reinando don Fernando II el Santo: Pero entre todos fue esmerado Diego Pérez de Vargas. Como acaesciese que perdiese todas las armas de ferir, conviene a saber, la lanza y espada y maza, cuando vio que no había a qué se tornar, fuese a una olivera y quebró un ramo que tenía bajo un cepillo a manera de porra, y con tal arma se metió en la mayor priesa de la batalla, y comenzó de ferir de la una parte y de la otra, de guisa que a cualquier que daba una palancada no había más menester, e fizo con aquel cepo tal fazaña que sería mucho de la facer con todas las armas que traer pudiese, y el Conde Don Alvar Pérez, cuando así lo vido, con gran placer que dello hovo y de las porradas que el caballero daba tanto a su voluntad que cada vez que le oía dar el golpe decía: Así, Diego, machuca, así. Y este nombre hovieron después todos los de su linaje, y en esto paresció que era hombre de gran corazón y digno de memoria. Diego Pérez de Vargas era toledano, como dice la Crónica general (parte IV), y de este suceso se hizo un romance antiguo que se lee en las colecciones de esta clase de poesías.
Hubo otro Garci Pérez de Vargas, que se distinguió en la conquista de Sevilla por el Santo Rey don Fernando. De él se hablará en el capítulo XLIX de esta primera parte.
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N-1,8,11. Desgajar un tronco es imposible, porque +de dónde se le desgaja? Un tronco puede arrancarse, pero no desgajarse: esto sólo conviene al ramo. Pocos renglones antes se ha dicho con igual inexactitud: desgajó (Diego Pérez de Vargas) de una encina un pesado ramo o tronco. No era lo mismo tronco que ramo.
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N-1,8,12. Así estaba prescrito a los caballeros de la Orden de la Banda por sus estatutos. Insertó éstos don Alfonso de Cartagena en su Doctrinal de Caballeros, donde se lee (lib. II, título V de la Divisa de la Banda): Otrosí todo caballero de la Banda, nunca debe decir íay! E lo más que podiere, excuse de quejarse por ferida que haya.
El Rey don Alfonso el XI, estando en Burgos el año de 1330, instituyó la Orden de la Banda. El traje que dio a los caballeros y que vistió él mismo, era blanco con banda negra. Et los primeros paños, dice su crónica (capítulo C), que fueron fechos para esto eran blancos et la banda prieta.. Et era la banda tan ancha como la mano, et era puesta en las pellotas et en las otras vestiduras desde el hombro ezquierdo hasta la falda.
A la Orden de la Banda había precedido la de Santa María de España, fundada por el Rey don Alfonso X el Sabio, que el año de 1279 le hizo merced del castillo y villa de Medinasidonia, mudando este nombre en el de Estrella, para que allí se estableciese el convento mayor de la Orden. Después, en el año de 1403, el Infante de Castilla don Fernando instituyó en Medina del Campo la Orden Militar de la Jarra, que hubo de durar tan poco tiempo como la de la Escama, fundada posteriormente por su sobrino el Rey don Juan el I. Sólo subsistieron en Castilla las antiguas Ordenes Militares de Calatrava, Santiago y Alcántara, que habían nacido en el siglo XI, siendo de notar la facilidad con que desaparecieron Ordenes instituidas por tan poderosos Príncipes, y la estabilidad de las otras, que debieron su origen a fundadores oscuros y humildes.
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N-1,8,13. +Por qué de Málaga más que de otra parte? No lo entiendo, y tanto menos cuanto no habiendo hecho mención Cervantes de los vinos de Málaga entre los célebres de España que nombra en algunos parajes de sus obras, dio a entender, o que entonces no tenían la nombradía que ahora tienen o que no eran tan de su gusto como los otros.
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N-1,8,14. La corrección del lenguaje exigiría que se suprimiese el le o el de, y se dijese no se acordaba de ninguna promesa o no se le acordaba ninguna promesa.
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N-1,8,15. Nuestro hidalgo imitaba los ejemplos que había hallado frecuentemente en los anales caballerescos. Habiendo salido Amadís de Gaula a caza de montería, se perdió en la espesura de un bosque con su escudero Gandalín. Sobrevino la noche, y ya sin esperanza de encontrar albergue, quitaron las sillas y frenos a sus caballos, dejando pacer de la hierba que por allí había. El Caballero de la Verde Espada, mandando a Gandalín que los guardase, se fue junto a unos grandes árboles que cerca de allí eran, porque estando solo, mejor pudiese pensar en su hacienda y de su señora (Amadís de Gaula, capítulo LXXV). Palmerín de Oliva, según se dice en un lugar de su historia, había dormido muy poco aquella noche pensando en Polinarda (cap. XXXI). El primer día que Lisuarte de Grecia vio a a la Princesa Onoloria, quedó vencido de sus amores. En toda aquella noche no durmió con pensamiento de la Princesa... y sospirando decía: íOh, captivo doncel!; +qué será de ti?àà Estas razones y otras muchas estuvo diciendo hasta que fue día claro (Lisuarte de Grecia. cap. VI). El Príncipe Agesilao, disfrazado de doncella con el nombre de Daraida, pasó la noche pensando en su señora Diana (Florisel, parte II, capítulo LXXXI).
Si los caballeros solían pasar la noche pensando en sus damas, también las damas solían hacer lo mismo pensando en sus caballeros. El de la espera (Perión de Gaula) os digo que en toda la noche no durmió pensando en su señora, y ella (Gricileria) asimesmo pensando en él (Lisuarte de Grecia, capítulo LVII). Galercia, Reina de Gocia, caminando de noche por una floresta, se sentó en una peña apoyada
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N-1,8,16. El uso del adjetivo muchas, como está aquí, es atrevido en prosa, pero oportuno, y aun convendría que se generalizase mas, porque realmente da vigor y hermosura al lenguaje.
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N-1,8,17. Según Fr. Juan Benito Guardiola, monje de Sahagún, en su Tratado de los títulos de España, impreso el año 1591, en tiempo antiguo se tenía por costumbre inviolable que los escuderos, hasta que recibían orden de caballería, jamás por cosa del mundo no pusieran mano contra algún caballero, aunque por ello supieran morir (folio 71). Dura ley era ésta, y como poco después dice Sancho, opuesta a las divinas y humanas, las cuales permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.
Parece, por las palabras del texto, que Sancho llevaba espada: circunstancia que no está de acuerdo con otros pasajes posteriores de la fábula, como se advertirá en su lugar.
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N-1,8,18. Alude Cervantes a los pasajes de los libros caballerescos en que se introducen personajes cabalgando en estas y otras especies de animales. Frandalón Cíclopes (llamado así porque sólo tenía un ojo en la frente) era tan desamejado y espantable, que en solo miralle ponía grande espanto. Montaba en una bestia muy grande a manera de dromedario, porque según su grandeza no pudiera haber caballo que lo sufriera. Así peleó con Amadís de Grecia, de quien fue vencido y muerto (Amadís de Grecia, cap. XXIV). La maga Almandroga, en su viaje a Boecia, cabalgaba en un camello, y llevaba atado a las ancas al Rey Minandro, a quien acababan de prender sus gigantes (Policisne de Boecia, cap. XLII). La Reina del Cáucaso Zahara, yendo a Trapisonda a combatir con Lisuarte de Grecia, entró en la ciudad con una gran comitiva, toda de mujeres. Venían delante veinte y cuatro negras tocando extraños y dulces instrumentos, montadas en bestias a manera de dromedarios negros como si fueran de azabache. Después venían quinientas mujeres en tres cuadrillas de diferentes colores, cada cuadrilla del suyo; y todas ella, y la misma Reina, montadas en unicornios. La batalla se verificó peleando en su unicornio Zahara, y fue vencida por Lisuarte (Amadís de Grecia, parte I, capítulos LI y LIV).
La desbaratada imaginación de aquellos novelistas llegó a tener por cabalgaduras sobrado vulgares los dromedarios y los camellos, que al cabo sirven de esto en algunas partes del mundo; y les agregó los unicornios, hipógrifos, sierpes y otras bestias mas o menos disparatadas. En el combate del Príncipe don Policisne con el gigante Mordacho de las desemejadas orejas, el Príncipe montaba un unicornio y el gigante un oso (Policisne de Boecia, capítulo XLII). Agesilao y Arlanges, cuando llegaron a Constantinopla bajo el nombre y disfraz de las doncellas Daraida y Garaya, fueron desde el puerto a palacio en sendos unicornios con sillas, gualdrapas y guarniciones correspondientes a sus trajes (Florisel de Niquea, parte II, caps. CXI y CXI). Y la Reina Sidonia, durante el cerco de su capital, Guindaya, cabalgaba en un unicornio ricamente enjaezado (Ib., cap. CXXIX).
Los unicornios eran no sólo cabalgaduras de rua y de pelea, sino también de tiro. Para la entrada de la Princesa Diana en Constantinopla se había dispuesto un carro triunfal tirado por doce unicornios: mas Diana prefirió entrar a caballo en un hermoso unicornio, por ir en compañía de otras Princesas que la seguían (Ib., cap. CLXVII).
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N-1,8,19. Debieron ser caretas con cristales para precaver del polvo. Esta especie de mascara, lo negro, largo y anchuroso del ropaje, el tamaño de las mulas y la casualidad de venir detrás el coche, todas estas circunstancias reunidas excitaron en el cerebro de Don Quijote la idea de que los frailes eran encantadores que llevaban robada alguna Princesa, como las que él había leído en sus libros.
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N-1,8,20. En los tiempos que siguieron al descubrimiento de América, Sevilla era el emporio del comercio de Ultramar, donde se hacían los acopios y cargamentos y se disponían los viajes para aquellas regiones. Bien informado de ello estaba Cervantes, que residió en Sevilla algunos años y estuvo empleado en el ramo de provisiones para las armadas y flotas de Indias. Tuvo también el proyecto de pasar a ellas, y solicitó, aunque sin fruto, que se le confiriese uno de los cargos que había vacantes en las provincias de Costafirme y de Guatemala. +Quién sabe si Cervantes, que apuntó en el QUIJOTE tantos sucesos suyos efectivos, al hablar aquí de una señora vizcaína cuyo marido pasaba a las Indias con un muy honroso cargo, quiso aludir a algún rival dichoso en quien concurriese esta circunstancia.
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N-1,8,21. El gigante Argomeno el Cruel otros cuatro gigantes que habían desembarcado junto a Constantinopla, sorprendieron al Emperador, a la Emperatriz y a la Princesa Cupidea, que iban a una casa de placer de las inmediaciones y colocándolos en un carro se volvían a la orilla del mar, donde los aguardaba su fusta. Noticioso de la desgracia el Infante Floramor, persiguió, acompañado del Caballero de Cupido, a los gigantes, y alcanzándolos, les gritó: Malditos traidores, dejad las doncellas que robadas lleváis, si no todos moriréis a mis manos. (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXX).
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N-1,8,22. Tener las riendas es como se dice para expresar la acción de tirar de ellas: la cabalgadura es la que se detiene. Pudo ser error de la imprenta poner detuvieron en vez de tuvieron.
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N-1,8,23. No ha faltado quien haya atribuido a estas palabras un sentido muy ajeno de los sentimientos de piedad que mostró Cervantes en todas ocasiones. Los pasajes de sus escritos y del mismo QUIJOTE, en que se ofreció hablar de la profesión religiosa, manifiestan sus verdaderas ideas, y responden a tan maligna cavilación.
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N-1,8,24. Cubrirse con el escudo y bajar la lanza era la actitud de embestir el jinete a su contrario. Píntale bellamente el antiguo poema del Cid, cuando refiriendo la salida de sus soldados contra los moros que lo sitiaban en Alcocer, dice así:
Embrazan los escudos delant los corazones:
abajan las lanzas apuestas de los pendones,
encimaron las caras desusos los arzones,
y vanlos a ferir de fuertes corazones.
Don Quijote al embestir con los molinos de viento, iba bien cubierto de su rodela con la lanza en el ristre, según se contó al principio de este capítulo: lo mismo se lee en infinitos pasajes de los libros caballerescos. Al acometer Palmerín de Oliva la aventura del castillo de los diez padrones, se santiguó tres veces... Y como esto hizo, cubrióse de su escudo y bajó su lanza, y pasó luego el padrón (Palmerín, de Oliva, cap. CXXXI). Amadís de Gaula, el Emperador de Trapisonda y la Reina Calafia, estaban en el campo prontos para pelear con Armato, Grifilante y Pintiquinestra. A esta sazón las trompetas cesaron: ellos, abajando las lanzas, cubriéndose bien de sus escudos, a todo correr de sus caballos, con todo el poder de sus fuerzas, ninguno erró su golpe; las lanzas fueron todas voladas en piezas (Lisuarte de Grecia, capítulo XLI).
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N-1,8,25. Todavía en tiempos de Cervantes el uso no había introducido la regla constante de suprimir la última vocal de primero y tercero, cuando preceden al sustantivo. En la aventura de los molinos de viento se refirió ya que nuestro caballero embistió con el primero molino que estaba delante. En la relación del Cautivo, que se verá después al capítulo XL, de esta primera parte, hablándose del general del mar entre los turcos, se dice que es el tercero cargo que hay en aquel señorío. Otras veces se suprimía la o final, de lo que hay ejemplos en el mismo QUIJOTE, pero en el día se hace siempre en el caso indicado, y aun muchas veces con la vocal última de primera y tercera. Lo mismo sucede en los adjetivos bueno y malo: decimos buen pan y pan bueno, vino malo y mal vino. También suele suprimirse la última sílaba de los adjetivos santo y grande, cuando preceden al sustantivo: los ejemplos son obvios.
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N-1,8,26. Manera elegante de decir, en vez de que vio el modo de que trataban a su compañero: ocurre frecuentemente en el QUIJOTE.
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N-1,8,27. Así se dijo por el gran tamaño de las mulas de los religiosos, que antes se había ponderado diciendo que eran como dromedarios. Don Juan Bowle, no entendiéndolo bien, corrigió costilla, que es anagrama de castillo, tan seguro de su acierto, que haciéndose cargo de que todas las ediciones decían castillo, añadió corrige meo periculo. Es equivocación excusable en un extranjero, y un extranjero tan benemérito, por otra parte, de la literatura española.
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N-1,8,28. Por este pasaje se ve que Sancho traía barbas, como se traían generalmente en tiempo de Cervantes, y como las traía también Don Quijote; circunstancia de que se olvidaron los dibujantes y grabadores de las estampas que suelen acompañar a las ediciones de la fábula.
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N-1,8,29. Las cruces que se hacían los frailes no eran de admiración, según entendió Bowle, sino de miedo, como indica la expresión misma: Siguieran su camino, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas. Del diablo no se dice que es admirable, sino temible.
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N-1,8,30. Poco ha se refirió el caso de haber acudido el Caballero de las Doncellas y el de Cupido a libertar al Emperador y Emperatriz de Constantinopla y a la Infanta Cupidea, a quienes el gigante Argomeno y sus compañeros llevaban robadas en un carro. Vencidos los gigantes, uno de los caballeros se llegó al carro, y dijo al Emperador: Ya los gigantes son muertos y vuestra alteza libre (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXXI).
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N-1,8,31. Debiera haberse suprimido la conjunción y: en cuyo caso se significaría que no tenía igual la hermosura de Dulcinea. La conjunción debilita y desmaya la frase, porque nada añade lo hermosa después de haberse dicho que era sin par.
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N-1,8,32. Imponía aquí Don Quijote a la señora vizcaína la condición que allá en el capítulo I pensaba imponer al gigante Caraculiambro; y en ello no hacía más que seguir el ejemplo de su modelo Amadís de Gaula, el cual, habiendo dado libertad a treinta caballeros y cuarenta dueñas y doncellas que tenía presas en su castillo el gigante Madarque, les encargó que fuesen a presentarse ante la Reina Brisena, y le dijesen que las enviaba el su caballero de la ínsula Firme a ofrecérsele de su parte (Amadís de Gaula. cap. LXV). Esplandián, hijo de Amadís de Gaula, habiendo libertado a veinte dueñas y doncellas, que con otros caballeros y escuderos estaban aherrojadas por dos gigantes en una temerosa cueva, desbaratando la guarda, que era de veinte hombres de hacha y capellina, y quitando la vida a casi todos ellos, dijo a los presos: Si por trabajo no lo tenéis, iréis delante del Emperador de Constantinopla los hombres que aquí estáis, y las dueñas y doncellas ante su hija, y presentadvos ante ellos de parte de un caballero que las armas de las Coronas trae, y decidles de vuestra fortuna, demandándoles merced para el reparo dellas (Sergas, cap. XLII). La hija del Emperador era la Infanta Leonorina, señora de Esplandián.
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N-1,8,33. Si quisieres saber vizcaíno, decía Don Francisco de Quevedo en el "Libro de todas las cosas y otras muchas más", trueca las primeras personas en segundas con los verbos, y cátate vizcaíno, como Juancho quitas leguas, buenas andas vizcaíno. Cervantes remedó más a la larga este lenguaje en la comedia La casa de los celos en boca de un vizcaíno, escudero de Bernardo del Carpio, que decía a su amo:
Bien es que sepas de yo
buenos que consejos doy,
que por Juangaicoa soy
vizcaíno, burro no.
Los vizcaínos y su lengua fueron repetidas veces el objeto del festivo humor de Cervantes. Así sucedió también en el entremés del vizcaíno fingido, y en la comedia de la Gran sultana, donde se lee el pasaje burlesco del cautivo Madrigal, que por escapar de la muerte había ofrecido al Cadi que enseñaría a hablar a un elefante, y preguntado en qué lengua le daba lecciones, respondió que en vizcaíno.
Lope de Vega, queriendo ridiculizar "la culta latiniparla" que se iba introduciendo en su tiempo, la comparó con el castellano de Vizcaya en un soneto donde hablan Boscán y Garcilaso al llegar juntos a una posada, y dicen:
Boscán, tarde llegamos +hay posada?-
Llamad desde la posta, Garcilaso.-
+Quién es?- Dos caballeros del Parnaso.-
No hay dó poder estar, palestra armada.-
No entiendo lo que dice la criada.
Madona, +qué decís?- Que afecten paso,
que ostenta limbos el mentido ocaso,
y el sol depinge la porción rosada.-
+Estás en ti, Mujer?- Negóse al tino
el ambulante huésped: íque en tan poco
tiempo tal lengua entre cristianos haya!
-Boscán, perdido habemos el camino;
preguntad por Castilla, que estoy loco,
o no habemos salido de Vizcaya.
Todo esto es una cosa de burla. Desde el Obispo de Mondoñedo, don Antonio de Guevara, hasta don Félix Samaniego, las provincias que se conocen con el nombre común de Vizcaya han producido escritores que se cuentan, con razón, entre los maestros del idioma castellano.
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N-1,8,34. Llevar el gato al agua es hacer alguna cosa en que hay dificultad y peligro. Pellicer, citando a Rodrigo Caro y el Tesoro, de don Sebastián de Covarrubias, inquiere qué es lo que dio ocasión a esta expresión proverbial: averiguación tan difícil como la del origen de la mayor parte de los refranes. Cervantes la puso en boca del vizcaíno estropeando el lenguaje para hacer reír al lector.
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N-1,8,35. Fórmula de amenaza que era común en España por los años de 1620, cuando se escribía la Visita de los chistes, de Quevedo, como se ve por ella. Agrages fue sobrino de la Reina Elisena, madre de Amadís de Gaula, en cuya historia se hace repetida y larga mención de sus hazañas. En boca de este caballero puso el proverbio la expresión de ahora lo veredes, de que usaban comúnmente el mismo Agrages, y los demás andantes, respondiendo a las provocaciones de sus contrarios, y remitiéndose a las manos. Florambel de Lucea se encontró con tres caballeros, y habiendo tenido palabras con uno de ellos, éste, poniendo mano o la espada, arremetió contra Florambel diciendo: Agora lo veréis, Don cobarde caballero (Florambel de Lucea, Ib. IV, cap. I). Al llegar Amadís de Grecia a un castillo, como cerca fue, una guarda que en él estaba tocó muy recio una bocina, al son de la cual salió un caballero armado de todas armas, el cual le dijo que viniese con él a prisión... ahora lo veréis, dijo Amadís, y abajando su lanza se vino para él (Amadís de Grecia, parte I, cap. XLVII). En Florisel de Niquea uso de la misma expresión el Príncipe don Rogel de Grecia con los caballeros que se oponían a su paso para probar la aventura del Alto roquedo (Florisel, parte II, cap. LXXXVI); la usaron también unos caballeros que iban a pelear con Daraida, y la propia Daraida al entrar en batalla con el jayán Buzarte (Ib., caps. XC y XCI). Finalmente, usó de ella Oliveros con Fierabrás y Fierabrás con Oliveros en la cruda y prolija batalla que tuvieron en Mormionda, y se refiere en la historia vulgar de Carlomagno.
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N-1,8,36. La mula del escudero vizcaíno era mala aun entre las de alquiler. De las tachas y malas mañas de éstas habló Cervantes en varias partes, y señaladamente en la aventura de la Princesa Micomicona, cuando a las ancas de la mula, ésta, que era de alquiler (que para decir que era mala esto basta), alzó un poco los cuartos traseros y dio dos coces en el aire, echando a rodar a maese Nicolás y dejándolo sin barbas.
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N-1,8,37. Esto es, tuvo la felicidad o la fortuna. Al contarse en la historia de Florisel el combate de Daraida con el monstruo Cavalión, se dice: Mas avínole así bien, que Cavalión el gigante (Cadalón) que delante iba (huyendo de Daraida) con sus fuertes manos de hombre en un punto lo traba, é con las de león lo comienza a despedazar (parte II, cap. LXXI).
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N-1,8,38. Poco antes se había remedado el lenguaje embrollado y ridículo del escudero: ahora se indica el carácter duro y tenaz que se atribuye a los antiguos vizcaínos, y de que aun conservan, según dicen, bastantes reliquias sus descendientes.
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N-1,8,39. Pesadumbre es la gravedad o el peso material. En esa significación puso Cervantes en boca de Periandro, al descubrir la ciudad de Toledo, aquella exclamación: íOh, peñascosa pesadumbre, gloria de España, etc. Y en el mismo sentido, Lupercio Leonardo de Argensola, en la descripción de Aranjuez dijo:
Las fuentes cristalinas que subiendo
Contra su curso o natural costumbre, Están los claros aires dividiendo,
Rocían de los árboles la cumbre,
Y bajan, a las nubes imitando,
Forzadas de su misma pesadumbre.
En el día ha quedado reservado para la poesía esta acepción de la voz pesadumbre, que en otra más común significa molestia del ánimo.
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N-1,8,40. Así el Almirante Balán en su gran batalla con el ejército del Emperador Carlomagno se descubrió del escudo, apretó la espada en el puño, y como desesperado se metió entre los cristianos (Historia de Carlomagno, capítulo LI).
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N-1,8,41. +Con quién concierta el artículo? Bien se discurre que es con Ventura, mas esta palabra no se expresa, y sólo está comprendida como parte en el verbo venturar que precede. Don Gregorio Garcés, en su Fundamento del vigor de la lengua castellana (tomo I, cap. X), cita este pasaje como primor de nuestro idioma; no sé si en él empieza ya a sutilizarse demasiado, y a declinar a la ingeniosa oscuridad que por entonces iban introduciendo, y al cabo lograron acreditar Góngora y otros en el lenguaje castellano. En éste se dice aventurarlo todo al trance y no a la ventura.
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N-1,8,42. Aquí está bien marcada la diferencia entre las palabras denuedo y coraje, que alguno quizá tendría por sinónimas. El denuedo está principalmente en la actitud y el gesto; el coraje es la resolución reunida a la ira; el denuedo es del cuerpo, el coraje del ánimo. Coraje tampoco es valor, porque éste es tranquilo.
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N-1,8,43. Suceder por resultar u originarse: acepción análoga al origen latino de suceder.
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N-1,8,44. Obsérvese la repetición excesiva del pronombre este en el presente período: está el daño, se dice, de todo esto que en este punto... deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escritos destas hazañas.----Cervantes, suspendiendo aquí la relación de la batalla de Don Quijote con el vizcaíno, se propuso sin duda excitar la curiosidad y el interés de sus lectores. Otros escritores de caballerías Habían hecho lo mismo. Garci Ordóñez de Montalvo, autor de las Sergas de Esplandián, habiendo llegado al capítulo XCVII de la historia de su héroe, interrumpe la narración, y cuenta muy menudamente en el XCIX cómo halló el libro del maestro Elisabad, quien supone ser el autor primitivo. Del mismo modo, el autor de la historia de Amadís de Grecia, concluida la primera parte, dice que ignoraba el paradero de la segunda, y refiere el modo con que descubrió el original latino de esta última que quiso, dice, Dios depararme para que con el trabajo de hasta aquí la pudiese traducir enmendar de la suerte que agora veréis (Amadís de Grecia, lamentación entre la primera y segunda parte).
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N-1,8,45. Estas palabras y las anteriores indican que eran dos los autores de la historia primitiva de Don Quijote; uno que al llegar a la aventura del vizcaíno la dejó a medio contar por falta de materiales, y otro que no quiso creer que no los hubiese, y al cabo los encontró en la forma que se cuenta en el capítulo siguiente. Pero Cervantes escribía tan sin plan ni preparación, que en el capítulo inmediato dio por supuesto que el único autor había sido Cide Hamete Benengeli, a quien sigue traduciendo desde el principio de su segunda parte, que contiene la conclusión del suceso del vizcaíno, sin explicar por dónde había tenido y vuelto el castellano precedente.
En otra inconsecuencia todavía más reparable incurrió aquí nuestro autor. Habla como si dudase de si los sucesos de Don Quijote se hallarían en los papeles antiguos de los archivos y escritorios de la Mancha, y dos capítulos antes había citado como existente entre los de la Argamasilla, libros modernos publicados durante su vida. Ya en el capítulo segundo se había hablado de la diferencia de opiniones entre los analistas de la Mancha, sobre cuál fue la primera aventura que advino a Don Quijote después de salir de su casa; lo cual envuelve la misma contradicción con la relación del escrutinio y de varios sucesos mencionados en el discurso de la fábula. Pero de los anacronismos del QUIJOTE se hablará de propósito en otra parte.
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N-1,8,46. Desesperarse es muy distinto de desesperar: el primero tiene una significación inoportuna en este lugar, y puede presumirse que el pronombre se fue adición introducida malamente en el texto por el cajista, y no advertida por el impresor.
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N-1,8,47. Otra prueba de la negligencia y falta de plan con que se escribió el QUIJOTE. Cervantes, acaso por imitar el libro de Amadís de Gaula, como conjeturó Bowle, subdividió el suyo en cuatro partes, pero sin interrumpir la serie de los capítulos, y así como las partes segunda, tercera y cuarta de Amadís empiezan en los capítulos XLIV, LXV y LXXXI de aquella historia, las del INGENIOSO HIDALGO empiezan en los capítulos IX, XV y XVI. En la segunda parte del QUIJOTE abandonó Cervantes la anterior división, o porque no le pareció bien o porque no tuvo presente lo que hizo en la primera. No pudo libro alguno hacerse menos de pensado.

[9]Capítulo IX. Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron
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N-1,9,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,9,2. Fendiente, golpe dado de arriba abajo con el filo de la espada; de hendir. Voz hermosa, pero reservada en el uso actual a la poesía. La distinción entre los tres lances de la esgrima: fendiente, revés y tajo, es que el primero se da verticalmente, el segundo de la izquierda a la derecha, y el tercero de la derecha a la izquierda.
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N-1,9,3. En otra parte hemos nombrado ya algunos sabios a quienes se atribuyen historias de Caballerías. Pero no siempre se atribuyen a sabios o encantadores y nigrománticos, porque no deben contarse en este número, ni el maestro Elisabad, que sueña ser el autor de las Sergas de Esplandián, ni Novarro, que escribió la historia de don Cirongilio de Tracia, ni aun a Xartón, a quien se atribuyó la del Caballero de la Cruz, pues se supone que la escribió después de haber renunciado a sus malas artes y abrazado el cristianismo. La de Florambel de Lucea fue escrita por el santo ermitaño y sacerdote Cipriano, a quien este caballero encontró en los desiertos de Siria. Tales padres se complacieron en asignar a los libros caballerescos sus verdaderos autores para conciliarles autoridad y crédito con los lectores ignorantes e ilusos. Uno de estos fue Don Quijote.
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N-1,9,4. En efecto; nunca fueron vistas las hazañas de Don Quijote. Chiste irónico, muy propio del genio y cuerda de Cervantes, en que, diciéndose exactamente la verdad se indica con gracioso contraste otra cosa muy distinta.
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N-1,9,5. 5 Galtenor fue el nombre del que recopiló la historia del Caballero Platir, hijo del Emperador Primaleón, como se dice en el capítulo I, libro I de la cuarta parte de su historia.
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N-1,9,6. Es evidente que Cervantes tiró a ridiculizar cierta clase de hidalgos de la Mancha; y esto debió ser de resultas de las ocurrencias que tuvo en aquel país; y dieron origen a la fábula del QUIJOTE en el lugar de cuyo nombre no quería acordarse. Esta es la caballería manchega, de quien era luz y espejo nuestro insigne Don Quijote.
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N-1,9,7. En estas expresiones se da Cervantes por contemporáneo de Don Quijote, y pocos renglones antes achacaba la pérdida de su historia al tiempo devorador y consumidor de todas las cosas. Entre estos dos extremos titubeaba también nuestro autor, y reflexionaba que la historia de Don Quijote debía ser moderna, puesto que en ella se citaban libros modernos. Todo lo tuvo presente, todo lo reflexionó, y, sin embargo, incurrió en la contradicción.
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N-1,9,8. Pudiera dudarse si el original diría azotes o azores: el cambio es fácil. En los libros caballerescos se hallan muchos ejemplos de doncellas y dueñas que dan del azote a su palafrén, así como otras veces hacen mención de damas de alta guisa que iban en sus palafrenes con azores a caza de cetrería. En la segunda parte del QUIJOTE, cuando después de la aventura del barco encantado encontró nuestro hidalgo a la duquesa (cap. XXX), iba ésta sobre un palafrén, y en la mano izquierda traía un azor. Verdad es que tratándose, como aquí, de largos viajes, hace más al caso el azote o látigo con el azor... Palafrén es voz muy antigua, que se encuentra usada ya en el Poema del Cid, libro el más antiguo que se conoce en castellano.
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N-1,9,9. Capellina o capacete, arma defensiva que cubría la parte superior de la cabeza, de donde le vino el nombre. Era diferente de la celada, que cubría toda la cabeza, y solía tener por delante la visera o rejilla para defensa del rostro, sin quitar la vista.
Hacha y capellina, armas con las cuales, como vulgares y fáciles de encontrar, se armaba prontamente la gente de pocas obligaciones. Así se ve con frecuencia en los libros caballerescos: Doce villanos, armados de hachas y capellinas, guardaban un postigo del castillo de Belvista, en la ínsula de Artadefa (Florisel, parte II, cap. CXXI). Saliendo Amadís de Grecia de un castillo donde acababa de vencer y matar a un caballero, le acompañaron otros ocho, seguidos de doce peones con hachas y capellinas. Revolvió Amadís sobre ellos, derribó a dos de los villanos con los pechos de su caballo, y, apeándose de él, a dos villanos que se adelantaron, de dos golpes las capellinas con las cabezas hendidas, los derrueca muertos (Ib., cap. XXIV).
Villanos armados de hachas y capellinas, como circunstancia propia de historias y aventuras caballerescas, asistieron a las representaciones de ellas que se dieron a Carlos V en las fiestas de Bins el año de 1549 (Calvete de Estrella, lib. II).
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N-1,9,10. Están tachadas con sal irónica las inverosimilitudes de los libros y poemas caballerescos en esta materia. Parece que Cervantes tuvo presentes los versos de Ariosto, cuando refiere que (canto I, est. 55) Angélica cantó sus sucesos a Sacripante:
El come Orlando la guardó sovente
da morre, da disnor, da casi rei,
e che′l fior virginal casi avea salvo
come se lo portó dal matern′alvo
.
Y sigue Ariosto:
Forse era ver, ma non pero credibile
a chi del senso suo fosse signare
.
Cervantes contrahizo y desfiguró con maligna travesura la expresión en la forma que se halla en el texto, y la repitió en la novela del Celoso extremeño, donde decía la Dueña a Loaisa: Todas las que estamos dentro de las puertas desta casa somos doncellas, como las madres que nos parieron. Como quiera, esta malicia de Cervantes no fue original. La encontró en la historia de don Belianís de Grecia (lib. IV, cap. XVI y siguientes), en la que, contándose la romería que la Infanta Dolisena hizo por los desiertos de áfrica al templo de Amón, y lo que le avino durante el viaje, se dice que volvió a su casa tan entera como la madre que la había parido.
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N-1,9,11. +Qué son alabanzas memorables? Esta calidad no tiene conexión con alabanzas.
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N-1,9,12. No anduvo muy consiguiente nuestro autor en suponer que lo que encontró en el Alcaná de Toledo, como va a contarse, era el fin de la historia de su héroe, pues sólo fue hasta el fin de la primera parte, en cuyo capítulo LI dice: que a pesar de haber buscado con curiosidad y diligencia los hechos de Don Quijote en su tercera salida, no habían podido hallar noticias de ellos, a excepción de la fama de haber ido a Zaragoza, y de algunos versos que a continuación pone sobre las hazañas y sepultura de nuestro hidalgo, hermosura de Dulcinea, figura de Rocinante y fidelidad de Sancho Panza.
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N-1,9,13. Parece indicar Cervantes, por estas palabras, o que la historia puede leerse hasta el fin en dos horas, o que el placer de su atenta lectura no puede pasar de dos horas. Lo primero es absurdo; lo segundo, sobradamente modesto.
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N-1,9,14. En la Vida del pícaro Guzmán de Alfarache se hace mención del Alcaná de Toledo como de lugar de tiendas, y, con efecto, parece, según los que lo entienden, que Alcaná es voz derivada del hebreo, y que significa feria o mercado. De Alcaná se hace ya mención en el Arancel antiguo de Toledo del año 1355, citado por Burriel en el Informe sobre igualación de pesos y medidas. Quiénes fueron sus habitantes lo dice la Crónica del Rey Don Pedro de Castilla: E el Conde é el Maestre (hermanos y enemigos del Rey) desque entraron en la ciudad (Toledo), asosegaron en sus posadas; pero las sus compañas empezaron a robar una judería que dicen el Alcaná, é robóronla, é mataron los judíos que fallaron fasta mil e docientas personas, omes é mujeres, grandes é pequeños. Pero la judería mayor (que estaba junto a la puente de San Martín) non la pudieron tomar, que estaba cercada é había mucha gente dentro (Crónica del Rey Don Pedro, año VI, capítulo VI).
El Alcaná estaba en las inmediaciones de la catedral, pero habiendo perecido en un incendio la mayor parte de sus tiendas, el Arzobispo, don Pedro Tenorio, trató de fabricar allí claustro, y compró las casas llamadas de Doña Fátima la Mora, las cuales se hicieron tiendas y formaron la calle de Alcaná. Continuaron éstas habitadas por israelitas y fueron también saqueadas en las turbaciones acaudilladas por Pero Sarmento, que agitaron a aquella ciudad en el reinado de Don Juan el I, año de 1449. Acaso con este motivo se cerró la calle con puertas, y hubo Alcaide de ellas todavía en el año 1500. A fines del siglo siguiente, XVI, toda la calle era de tiendas de mercería. Por los libros antiguos de la capilla de San Blas, que fundó el mencionado Arzobispo, se viene en conocimiento de que el Alcaná ocupó el espacio que hoy es la calle de las Cordonerías, desde la Ropería hasta la encrucijada, y acaso también lo que se llama calle de la Sal.
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N-1,9,15. Las ediciones primitivas y las siguientes pusieron escuderos en vez de sedero: la de Londres de 1738 fue la primera que corrigió este pasaje. La Academia Española adoptó esta enmienda, y con razón, pues no la hay para que se vendan papeles viejos a un escudero, pero si a un sedero, que los necesita para sus envoltorios y paquetes. Y a lo mismo concurre la circunstancia de ser cosa pasada en el Alcaná, donde estaba la alcaicería o trato y mercado de sedas. Nadie ignora lo floreciente que en tiempos antiguos estuvo en Toledo el ramo de sederías, conforme a lo cual, en el capítulo IV se hizo mención de unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. El error pudo ser de la imprenta por la corta diferencia que hay entre sedero, como diría el original, y escudero, según solía entonces escribirse y hubo de leer el impresor. Cervantes, a cuya vista se hizo la tercera edición en el año 1608, no corrigió éste ni otros defectos de las dos de 1605.
La calidad de cartapacios y papeles viejos que se da a los papeles que contenían la historia original de Don Quijote, es otro de los indicios de que se quiso dar carácter de antigua a la historia, sobre lo cual se habló en las notas al capítulo anterior.
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N-1,9,16. Esto es, algún morisco que se explicase en castellano y pudiese servir de intérprete. Aljamía era el castellano que hablaban los moros, así como algarabía era el arábigo que hablaban los cristianos. Unos y otros debían hacerlo con muchos defectos, tanto en la propiedad como en la pronunciación. De aljamía y algarabía nacieron aljamiado y algarabiado. El Canónigo Bernardo de Alderete, en las AntigÜedades de España y áfrica (lib. I, cap. XXXVII) cuenta que por la pronunciación se conocía a los aljamiados que no habían desde niño aprendido nuestra lengua. Don Diego de Mendoza, en la Historia de la guerra de Granada, estaban, dice, nuestras compañías tan llenas de moros aljamiados, que donde quiera se mantenían espías (lib. II, cap. XIX). La Crónica general de España, refiriendo la sorpresa de Córdoba por los cristianos en el reinado de San Fernando, refiere (parte IV) que los primeros que subieron al muro iban disfrazados en traje de moros y eran algarabiados. En el romance antiguo de don Beltrán, uno de los que se incluyeron en el Cancionero de romances de Amberes, libro rarísimo impreso en el año de 1555, se lee:
Vido en esto estar un moro
que velaba en un adarve.
Hablóle en algarabía,
como aquel que bien la sabe:
por Dios te ruego el moro
me digas una verdad.
En el uso actual ya no se oye la palabra aljamía; y algarabía sólo subsiste para denotar el habla atropellada y confusa, como debía ser la de los algarabiados.
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N-1,9,17. Indica Cervantes la multitud que había en Toledo de familias originarias de judíos. La aljama hebrea de Toledo había sido famosa: de ella salió el célebre Aben Ezra, que según las noticias de don José Rodríguez, en su Biblioteca rabínica española, hubo de ser el primero o uno de los primeros traductores castellanos de los libros sagrados. De las cosas de los conversos de Toledo y de las persecuciones que padecieron en diferentes épocas pudiera hacerse una larga historia. Los apasionados a aquella ciudad quieren decir que los judíos que la habitaban en tiempo de Tiberio desaprobaron la muerte que sus hermanos de Jerusalén procuraban a Nuestro Señor Jesucristo.
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N-1,9,18. Cuatro veces está repetido el verbo decir en menos de renglón y medio. Y a poco: Dicen que tuvo la mejor mano, etc. Cuando yo oí decir, etc. Los descuidos de esta especie son muy frecuentes en el QUIJOTE. Sin salir del presente período se lee: Está aquí en el margen escrito esto: esta Dulcinea, tantas veces en esta historia referida.
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N-1,9,19. El leguaje no está del todo bien. No habría que reparar diciéndose: Tuvo mejor mano para salar puercos que otra ninguna mujer de toda la Mancha. Por lo demás, la anotación marginal sobre la habilidad para salar puercos no me parece tan festiva y risueña como pareció al morisco, al cual, por otra parte, atendidas las ideas comunes de los de su linaje y profesión, más debió serle asunto de asco que de risa. Si la persona de Dulcinea no fue absolutamente ungida y tuvo original efectivo, sobre lo cual se discurrirá en su lugar, acaso en ella y en sus circunstancias individuales estaba la explicación de este enigma y del chiste que ahora no se comprende.
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N-1,9,20. Cervantes puso a su fábula el título de EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA; pero algunas veces, como aquí, la llamó Historia de Don Quijote. El título de Vida y hechos de Don Quijote que se puso en varias ediciones antiguas es ridículo y ajeno del asunto del libro.
Cide es tratamiento de honor, como si dijéramos señor: Hamete es nombre común entre moros: Benengeli, según la explicación del sabio orientalista don José Antonio Conde, quiere decir hijo del Ciervo, Cerval o Cervanteño, y con él se designó a sí mismo Cervantes, que habiendo residido en Argel cinco años, no pudo menos de alcanzar algún conocimiento del idioma común del país.
Puesto semejante nombre al autor, fue consiguiente dar por arábiga la obra. Si fuese cierto que los libros de Caballerías nos vinieron de los árabes (que no faltó algún sabio que lo dijese), pudiera aludir a ello el origen que dio Cervantes a su fábula; pero es más verosímil, atendido su carácter satírico y poco afecto a la Mancha, que en esto quiso ridiculizar a los manchegos, tildándolos de moriscos, tanto más, que alguna vez llamó a Cide Hamete autor arábigo y manchego (parte I, cap. XXI). De hecho abundaban los moriscos en los pueblos de la Mancha, especialmente después que de resultas del levantamiento de los del reino de Granada en los altos de 1568 y 1569 se les obligó a abandonar sus hogares, y a avecindarse en las provincias internas de la Península. Y, sin perjuicio de esto, tiró al mismo tiempo Cervantes a ridiculizar, remedándola, la superchería de los escritores de Caballerías, que, por lo común, suponían ser sus libros traducciones de idiomas extranjeros, entre ellos el arábigo, según se dijo en las notas anteriores de la Historia del caballero de la Cruz.
En el capítulo I de esta primera parte se habló de varios autores que habían tratado de las cosas de Don Quijote; y aquí se supone que el mundo quedara falto y privado de su historia, si el caso y la fortuna no hubieran proporcionado el hallazgo de los cartapacios de Benengeli, como si éste hubiese sido el único cronista de muestro hidalgo. Es clara la inconsecuencia con que en el Quijote se suele hablar de este asunto; pero como hemos dicho, y como tendremos que decir otras veces, Cervantes nunca volvía a leer lo que llevaba escrito.
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N-1,9,21. Comida muy usada de los moros, a cuya costumbre alude aquí Cervantes, zahiriendo delicadamente al morisco de que se trata. Como la ley prohibe el uso de vino a los musulmanes, se desquitan consumiendo muchas uvas frescas y pasas. Gabriel Alonso de Herrera en su libro de Agricultura, hace mención de la destreza con que las conservaban y curaban los moros granadíes (lib. I, capítulo XIX).
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N-1,9,22. Toda quiere concertar con historia; pero esta palabra no se encuentra en el período, y el concierto debiera ser con cartapacios, diciéndose los tradujo todos.
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N-1,9,23. Olvidóse aquí la propiedad histórica: Cervantes, que vivió entre moros algunos años, no podía ignorar que las figuras de hombres y animales están prohibidas entre ellos, y que, por consiguiente, son impropias en sus libros, cual lo era el de Cide Hamete.
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N-1,9,24. Esto es, a larga distancia. Otras veces se dice a tiro de escopeta, como en la novela de La Ilustre Fregona: a tiro de escopeta en mil señales descubría (Carriazo) ser bien nacido, porque era generoso y bien partido con sus camaradas. En la parte segunda del QUIJOTE, capítulo V: Llegó Sancho a su casa tan regocijado y alegre, que su mujer conoció su alegría a tiro de ballesta. En esta primera parte, capítulo XXI: Si no te las rapas (las barbas) a navaja cada dos días por lo menos, a tiro de escopeta se echará de ver lo que eres.
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N-1,9,25. No es así. En ninguna otra ocasión, fuera de ésta, se le da el sobrenombre de Zancas a Sancho: o se supuso burlescamente que así sucedía en el original arábigo, y que por guardar consecuencia no quiso ponerse en la traducción castellana.
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N-1,9,26. No es constante el juicio que en distintas partes del INGENIOSO HIDALGO se forma de Cide Hamete. Generalmente se le elogia; aquí se le vitupera. Todo lo que sigue en este pasaje sobre el grado de crédito que merece su historia es poco oportuno. Concluyó Cervantes llamándole perro, dicterio vulgar con que solían motejarse mutuamente moros y cristianos; lo cual no es del caso ni concuerda con los elogios que de Cide Hamete se hacen en otros lugares, llamándole sabio, atento, prudentísimo, celebérrimo y flor de los historiadores.
En éste y otros parajes de sus obras habla Cervantes de los moros en los términos que en su tiempo se hablaba generalmente en España. La época de esta aversión especial puede señalarse en la fundación del reino de Argel por los hermanos Barbarrojas, a principios del reinado de Carlos V. Durante la vida de estos Reyes piratas y de los demás que les sucedieron en todo aquel siglo, dominó en Argel el influjo de los renegados, raza compuesta de la hez de todas las naciones, cuya ignorancia brutal y cuyas costumbres, tan crueles como soeces, junto con el horrible tráfico de cautivos y los repetidos saqueos de los pueblos de nuestras costas del Mediterráneo, habían excitado en los españoles el odio mezclado de desprecio que se deja ver en los escritos de Cervantes y de sus contemporáneos. A pesar de la guerra perpetua, no se les miraba con tanta ojeriza en los siglos anteriores a su expulsión de la Península. Hoy mismo se cree que los moros andaluces fueron cultos, instruidos y aun amables: se ha tratado y escrito largamente de su civilización, de su literatura, de sus poetas, de sus diccionarios, de sus historias, y de éstas en términos muy distintos que Cervantes. El autor de la Pluralidad de los mundos los pintaba como un pueblo semejante al que suponía habitar en el planeta de las gracias y de amores, lleno de fuego, de ingenio, amante de la música y de la poesía, inventor perpetuo de fiestas, danzas y torneos (noche IV). En ello también, por su calidad de españoles se ha mezclado el orgullo nacional en estos últimos tiempos; se les ha considerado bienhechores de la ilustración europea, y se ha elogiado su época como se pudieran las de Pericles y Augusto. Yo dejo a los peritos de la lengua, historia y literatura arábigas el juzgar de esto, y señalar hasta qué punto pudieron combinarse la civilización y las luces con el despotismo y el Alcorán; y volviendo a Cervantes, digo que habló de los moros con el desprecio que merecían las costumbres y modo de vivir en Argel desde el año 1575 hasta el de 1580.
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N-1,9,27. La partícula tan debiera acompañar a enemigos, diciéndose: por ser tan enemigos nuestros.
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N-1,9,28. Quedar falto o corto se dice, pero no quedar demasiado ni largo; quedar y demasiado indican ideas contradictorias.
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N-1,9,29. Esto no dice con lo que adelante se afirma de la puntualidad de Cide Hamete en el capítulo XVI de esta primera parte, donde se lee: Cide Hamete Benengeli fue historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas; y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio. Y el capítulo XL de la segunda parte empieza así: Real y verdaderamente todos los que gusten de semejantes historias como ésta, deben mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no lo sacase a luz distintamente. Como de estas inconsecuencias hallaremos en el QUIJOTE.
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N-1,9,30. El orden natural es al revés: malpensada y peor hecha, porque antes es pensar que hacer.
Cervantes usó generalmente la partícula de con el verbo deber cuando éste precede al verbo sustantivo ser. Aquí no lo hizo, y fue precisamente en ocasión que convino hacerlo para enlazar con un régimen común a los gerundios habiendo y debiendo: habiendo y debiendo de ser los historiadores puntuales. Quizá fue omisión de la imprenta, a cuya causa pueden en mi juicio atribuirse muchos de los descuidos que se observan en el lenguaje del QUIJOTE. Lo mismo puede discurrirse sobre las palabras y que ni el interés ni el miedo, etc., donde falta algo para que conste la gramática. Debió, al parecer, decirse: y tales, que ni el interés ni el miedo los haga torcer el camino de la verdad.
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N-1,9,31. Expresiones que recuerdan las de Cicerón en el libro I del Orador: Historia testis temporum, lux veritatis, vita memori礬 magistra vit礠nuntia vetustatis. Cristóbal Suárez de Figueroa, en su Pasajero (alivio I), tradujo así las palabras de Cicerón: testimonio de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y mensajera de la antigÜedad. El pasaje de Cervantes comprende el mismo concepto, y añade además la discreta y profunda idea de que la historia de lo pasado envuelve el anuncio de lo futuro.
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N-1,9,32. Es tratarle de perro, según la costumbre de que se hizo mención arriba. En la comedia de los Porceles de Murcia, escrita por Lope de Vega, queriendo unos guardas registrar lo que llevaba en una canasta la esclava Beatriz, le decía uno de ellos:
Suelta, galga.
El mismo Cervantes, en el Viaje al Parnaso, trató también de galgo al Gran Turco; y en la comedia de Los Baños de Argel, un Sacristán llevado cautivo de España a Berbería, decía a otro cautivo, hablando de unos morillos:
Y luego, volviéndose a ellos:
Escuchadme, perritos,
venid, tus, tus, oídme.
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N-1,9,33. La suspensión de la aventura del Vizcaíno, la pérdida de la historia y su hallazgo no produce el efecto que, al parecer, se propuso Cervantes. Al acabar la primera parte de las cuatro en que dividió su libro, quiso probablemente imitar lo que suele hacer al fin de sus cantos el Ariosto, el cual, después de haber esforzado todo lo posible el interés, corta de repente la narración, evidentemente con el designio de irritar y aumentar la curiosidad de los lectores. El asunto del Ariosto, compuesto de tantos incidentes inconexos entre sí, proporcionaba frecuentes ocasiones de hacerlo, siendo de todos modos preciso interrumpir unos asuntos para pasar a otros; pero la fábula del QUIJOTE, como tiene unidad de argumento, lejos de dar lugar a esta clase de transiciones violentas, debe fluir por sí misma, sin despedazar el contexto ni ofender el buen gusto de los lectores.
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N-1,9,34. Bella expresión y exageración graciosa tratándose de los combatientes que acaban de describirse; el uno sobre un flaco y extenuado rocín, cubierto con una rodela prestada, y el otro sobre una mala mula de alquiler, defendiéndose con un cojín del coche.
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N-1,9,35. Mejor: a la rigurosa contienda, como ya se dijo antes. La contienda no era ni podía ser de uno solo: era de ambos.
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N-1,9,36. Bowle cita ejemplo de sucesos y expresiones semejantes, tomados de las historias de Amadís de Gaula, de Don Olivante de Laura y de Primaleón. En Palmerín de Inglaterra se cuenta que, cayendo Bramarín por las ancas del caballo, quedó gran pieza sin bullir pie ni mano. Viéndole tal Palmerín, desmontó, y quitándole el yelmo, le puso la punta de la espada en el rostro, diciendo: Caballero, rendios en mis manosàà, si no muerto sois (parte I, cap. LXIX). Fácil sería acumular ejemplos.
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N-1,9,37. Tan parece errata por la. En los libros de Caballería no es raro haber dueñas y doncellas espectadoras de los combates, y, estorbar que pasen adelante, o pedir y obtener del vencedor la vida del vencido. Así la Reina Iseo separó a Tritán y Palamedes, que se combatían por ella (Tristán lib. I, cap XLI), Flordespina en Boyardo despartió en medio de su pelea a Ferragús y Orlando (lib. I, canto IV). Yendo Florambel de Lucea a cortar la cabeza a un caballero a quien había derribado, no lo hizo a ruego de la doncella Solercia, que se hallaba presente (Florambel, lib, V, cap. XX). La Infanta Miraguarda interpuso también con Palmerín de Inglaterra sus buenos oficios a favor del gigante Almourol, como se refirió anteriormente.
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N-1,9,38. Lo mismo había exigido Don Quijote en el capítulo anterior de la dueña vizcaína en pago de haberla librado del poder de los encantadores y nigromantes: la ocurrencia era tan graciosa como propia del humor de nuestro hidalgo. La promesa que a nombre de su escudero hicieron las temerosas y desconsoladas señoras sin entrar en cuenta de lo que Don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, ni saber lo que prometían, fue la que debía ser en el estado de aturdimiento en que se hallaban; y Cervantes dio fin a la aventura de un modo que no pudo ser más natural ni verosímil.
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N-1,9,39. Habla aquí Don Quijote, como es claro, aunque no se expresa.

[10]Capítulo X. De los graciosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero
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N-1,10,1. En las ediciones primitivas del QUIJOTE decía el epígrafe de este capítulo: De lo que más le avino a Don Quijote con el vizcaíno, y del peligro en que se vio con una turba de yangÜeses; pero la aventura del vizcaíno se concluyó en el capítulo anterior, y el encuentro con los yangÜeses se refiere después en el capítulo XV. El presente sólo contiene un graciosísimo coloquio entre Don Quijote y Sancho, y por esta razón la Academia Española, corrigiendo tan notoria y evidente equivocación, suprimió en sus ediciones el epígrafe antiguo del capítulo, y le sustituyó el que ahora lleva.
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N-1,10,2. VUELTA AL TEXTO

















N-1,10,3. De igual, a igual, o de superior a inferior solía darse el beso de paz en el rostro. Hincar la rodilla y besar la mano era demostración de inferioridad y respeto, de que hay infinitos ejemplos en los libros de Caballerías, señaladamente en ocasiones de pedir mercedes, como aquí iba a hacer Sancho. Más abajo se cuenta que volvió a besarle a su amo la mano y la falda de la loriga. Esto demostraba mayor respeto y humildad todavía, como lo indicaba también en aquel caballero de quien cuenta la historia de Amadís de Gaula (cap. VI) que besó la falda del arnés al Doncel del mar, que le había vengado de Galpano.
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N-1,10,4. Mejor se dijera: con fuerzas para gobernarla, mudando el régimen y suprimiendo el saber, porque las fuerzas no dicen relación al saber, sino al gobernar.
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N-1,10,5. Don Quijote, todo ufano y hueco con el triunfo conseguido sobre don Sancho de Azpeitia, se entona aquí y habla a lo gran señor.
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N-1,10,6. En ninguna otra parte del QUIJOTE se hace mención de su loriga. Esta era armadura interior, sobre la cual asentaba el peto y el espaldar, pendiendo la falda algún tanto por fuera de la del arnés. La loriga era de hojuelas de acero sobrepuestas unas a otras, o de malla, como se dice expresamente de la del gigante Madarque en Amadís de Gaula (cap. LXV), y de otros muchos caballeros en todos los libros andantescos. Algunas veces se armaba también con lorigas a los caballos que entonces se llamaban encubertados. En los principios dicen que se hicieron de cuero o de correas entretejidas, y que de aquí se llamaron lorigas, áá loris.
Besar la falda de la loriga solía ser demostración de respeto mezclado de cariño. Después de haber vencido Florambel la formidable aventura del AArbol saludable, su escudero Lelicio, y Celesín, escudero de don Lidiarte, que estaba allí cerca mal herido, se vinieron para Florambel con el mayor gozo del mundo, y llorando con el sobrado placer, se fincaron de hinojos antél, y le besaron la falda de la loriga (Florambel de Lucea, lib. II, cap. IX). Cuando no había o no se veía la falda de la loriga, se besaba la del arnés, como lo hizo el doncel Durín al despedirse de Amadís de Gaula (Amadís de Gaula, cap. XLVI).
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N-1,10,7. Tribunal severísimo establecido por los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel el año de 1476 para perseguir, juzgar y castigar los delitos cometidos fuera de poblado, y que subsistía, aunque con notables variaciones en tiempo de Cervantes. La ocurrencia de Sancho de tomar Iglesia, ni puede ser más natural en su carácter rústico y medroso, ni más graciosa por el contraste que ofrece con las fanfarronadas caballerescas de su amo.
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N-1,10,8. El que se repite cuatro veces, de las cuales pudiera suprimirse la segunda y la cuarta, y quedaría harto mejor el lenguaje.
Hopo es nombre que se da en especial a la peluda y larga cola de la zorra; y se dice que le suda el hopo al que trabaja con afán y fatiga, como le sucede a este animal cuando huye con todo su esfuerzo para evitar que le alcancen los perros.
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N-1,10,9. Omecillo es la voz homicidio en boca de gente rústica e ignorante, que la conservaba todavía entonces desde que se introdujo en los principios del idioma castellano, según se ve por muchos documentos y por la traducción castellana del Fuero Juzgo, ordenada por el Rey San Fernando, señaladamente en el título V del libro VI, donde se halla a cada paso.----Una de las acepciones del verbo catar es procurar, y en ésta lo usa aquí Sancho, manifestando que nunca había procurado a nadie la muerte. La gente rústica es más tenaz de sus usos y lenguajes que la cortesana; y pudieran alegarse locuciones, modismos y terminaciones usadas en otros tiempos, pero anticuadas entre las personas cultas, que todavía se oyen entre los aldeanos.
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N-1,10,10. En el profeta Jeremías son frecuentes las amenazas de que Dios entregará los judíos en manos de los caldeos (cap. XXXI).
A esta expresión parece que se alude en el presente lugar.
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N-1,10,11. Nótese la belleza y redondez de este período, la exactitud y compasada gradación de sus ideas, y la armonía y perfección de su lenguaje.
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N-1,10,12. La historia de este bálsamo se lee en la vulgar del Emperador Carlomagno, publicada en castellano por Nicolás de Piamonte. No puedes negar, decía Fierabrás a Oliveros, que tu cuerpo esté llagado, y decirte he como sanaras en un punto, aunque más llagas tuvieses. Llégate a mi caballo y hallarás dos barrilejos atados al arzón de la silla, llenos de bálsamo, que por fuerza de armas gané en Jerusalén; de este bálsamo fue embalsamado el cuerpo de tu Dios cuando le descendieron de la cruz y fue puesto en el sepulcro: y si de ello bebes, quedarás luego sano de tus heridas. En el discurso de la batalla, cortada la cadena de los barriles, cayeron éstos al suelo, y espantado con el ruido el caballo de Fierabrás, tuvo Oliveros ocasión de apearse y beber del bálsamo a su placer, y luego se sintió sano, ligero y dispuesto, como si nunca hubiera sido herido. Y de esto dio infinitas gracias a Dios, y dijo entre sí: ningún buen caballero debe pelear con esperanza de tales brevages; y tomando entrambos barriles, los echó en un caudaloso río que cerca de allí pasaba, y fueron al fondo del agua. Y he leído en un libro auténtico de lengua toscana que habla de este Fierabrás de Alejandría, que todos los días de San Juan Evangelista parecen los dos barriles encima del agua, y no en otro tiempo. (Historia de Carlomagno, caps. XVI y XIX). Don Quijote hubo de averiguar, no se sabe por donde, la receta del precioso bálsamo, y siendo menos escrupuloso que el bueno de Oliveros, se proponía usarlo cuando le conviniese.
La delicadeza de Oliveros recuerda la de Rugero, que avergonzado de la victoria que había conseguido contra tres caballeros por medio de un escudo encantado, que a semejanza del de Medusa dejaba aturdidos a cuantos fijaban en él la vista, lo ató a una peña y lo arrojó a un pozo (Ariosto, canto XXI, estancia XCI y siguientes).
En la historia de Belianís se refiere que el Príncipe Ariobárzano llevaba atado al arzón de la silla un barril pequeño de oro de un preciosísimo bálsamo que curaba de las heridas, con tal que el alma de las carnes no fuese apartada. Bebiendo de este bálsamo fueron curados de heridas peligrosas en varias ocasiones Ariobárzano, Belianís, el Príncipe Perianeo, llamado el Caballero de las dos Espadas, y el Emperador de Trapisonda lib. I, capítulos XXVI, XXVII, XXXV, y XXXVI). La curación era al instante, pero alguna vez sucedió que los caballeros estaban tan desfallecidos por la pérdida de sangre, que les convino hacer cama.
Aunque era muy apreciable la propiedad de los bálsamos de Fierabrás y Ariobárzano, todavía lo era más y más cómoda la del joyel que la Princesa Policena echó al cuello a don Belianís de Grecia, y tenía la virtud de no dejar desangrarse a quien lo llevaba (Belianís, lib. I, capítulo IX).
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N-1,10,13. Mejor dicho estaría: es un bálsamo cuya receta tengo en la memoria; porque el relativo quien se dice más comúnmente de las personas que de las cosas.
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N-1,10,14. Hay, con efecto, muchos ejemplos de estos desaforados golpes en los libros de Caballerías. Amadís de Grecia, en una batalla contra el Rey de Francia, hirió de toda su fuerza por cima del yelmo a un caballero; y el golpe fue tal, que él y la cabeza hasta la cinta lo hizo en dos partes (Amadís de Grecia, parte I, cap. LXVII). El Caballero a quien habían acometido dos gigantes hijos del Febo, ayudando a su hermano Rosicler, de Candramarte, dio a uno de ellos tal revés por cima de los muslos, que dio con él hecho dos partes a los pies de su hermano (Espejo de Príncipes, parte I, lib. I, cap. XLII). Reinaldos de Montalbán, de un revés con su espada Fusberta partía a un hombre por medio, según se refiere, y no una vez sola, en la historia de Morgante lib. I. caps. XIX y LXVI). De Rugero cantaba Ariosto (canto 26, estr. 21) que, con su espada Balisarda,
Gli elmi tagliaba e le corazze grosse,
e gli nómini fendea fin su′l cavallo;
e gli mandava in parte uguale al prato
tanto dall′ un quanto dall′ oltro′ lato
.
Otros libros que no son de Caballerías cuentan casos semejantes. Plutarco, en la Vida de Pirro, Rey de los Epirotas, refiere que este Príncipe, provocado por uno del ejército de los Mamertinos, de grande estatura (gigante se le hubiera llamado en las crónicas caballerescas), le dividió el cuerpo de una cuchillada desde la cabeza abajo, cayendo a cada lado su parte.Lo que hizo verticalmente Pirro lo hizo horizontalmente el Cid Rui Díaz de Vivar. Cuenta su poema que en la batalla de Alcocer, habiendo los moros muerto el caballo a Alvar Fáñez (vers. 756 y siguientes).
Viólo mío Cid Rui Díaz el castellano;
Acostós′ a un alguacil que tiene buen caballo:
Diol, tal espadada con el só diestro brazo,
Cortó′ por la cintura el medio echó en el campo;
a Minaya Alvar Fábez ibal′ dar el caballo.
El libro de la Gran Conquista de Ultramar, traducido de la historia latina de Guillermo, Arzobispo de Tiro, hablando del cerco de Antioquía por los Cruzados (lib. I, capítulo LVII), cuenta que Godofre de Bullón peleaba en una puente contra los sitiados, que habían hecho una salida, y dio tan gran golpe a un moro que le aquejaba más que todos los otros, sobre la loriga que traía vestida, que le atravesó par la cinta bien cabe las razones de la silla; así que la cabeza con los brazos e los pechos hasta en la cinta cayó sobre la puente, e las piernas con muy poco de otro quedaron sobre la silla. Y no fue esta relación de las que algunas veces añadía la traducción a la historia original del Arzobispo de Tiro, porque este, refiriendo el mismo suceso (lib. V. Capítulo VI), dice de Godofre: Unum de hostibus protinus instatem, lorica inautum, per medium divisit, ita ut pars ab umbilico superior ad terram decideret, reliqua parte super equum, cui inseait, intra urbem introducta. Obstupuit populus visa facti novitate. Después de esto no debe parecer mucho lo que el mismo Guillermo cuenta de Godofre, a saber, que cortaba de un golpe con facilidad (digamos como si fuera de alfeñique) el cuello de un camello grandísimo, con admiración del jeque árabe que lo presenciaba (lib. IX, cap. XXI). Lo mismo hacía en tiempos posteriores con el cuello de un toro don Gómez de Figueroa, caballero de Córdoba, señor del Encinar, de quien escribe su paisano don Luis Bañuelos que así lo ejecutó, y no una vez sola, en los festejos celebrados por la ciudad de Sevilla con motivo de los casamientos del Rey don Felipe I (Lib. manuscrito de la Jineta).
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N-1,10,15. En las ediciones anteriores se leía encajallo: era evidentemente error de la imprenta. -Al justo me parece italianismo, y no será el único que se encuentre en el Quijote. Por lo demás, la idea no puede ser más festiva ni mayor la gracia con que se expresa.
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N-1,10,16. Comparación de uso común, a pesar de las numerosas excepciones que suelen ofrecer las manzanas.
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N-1,10,17. Tan gracioso es y tanto divierte oír a Sancho hablar de sus muchos y buenos servicios a los dos días no cabales de servir a su amo, como a éste de sus famosos hechos y hazañas el día primero de su carrera caballeresca, según se refirió en el capítulo I.
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N-1,10,18. Interjección de que usó en el capítulo V Pedro Alonso, el labrador vecino de Don Quijote, cuando le conducía a su casa molido de los palos que le dio el mozo de los mercaderes. Denota sentimientos de incomodidad e impaciencia en quien habla.
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N-1,10,19. Actitud enfática de juramento, como ofreciendo mantenerlo con la espada, al modo que otras veces se jura llevando la mano al pecho en demostración de que el juramento es de corazón y sincero. Otras veces juraban los caballeros por su espada o por la cruz de su espada, y en esto hay ejemplos no sólo en las historias caballerescas, sino también en las verdaderas.
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N-1,10,20. Fórmula de hechura forense, propia de quien no pudiendo o no queriendo detenerse mucho se refiere a otro documento, donde se explica más por extenso lo que indica.
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N-1,10,21. Comer sin mantel en la mesa era señal de luto y de duelo, como de quien come sin buscar el placer ni el aseo, sino únicamente por la necesidad de mantener la vida. Creo que de esta costumbre no quede resto alguno, sino el Viernes Santo entre frailes y monjas.
El romance del Marqués de Mantua, después de contar que éste halló en la floresta a su sobrino Baldovinos, herido alevosamente por don Carloto, y que lo llevó a una ermita con ayuda del ermitaño que le asistió en su muerte, sigue así:
De que allá hubieron llegado,
van el cuerpo desarmare:
quince lanzadas tenía,
cada una era mortale,
que de la menor de todas
ninguno podría escapare
Cuando así lo vio el Marqués,
Traspasóse de pesare;
a cabo de una gran pieza
un gran suspiro fue a dare
Entró dentro en la capilla, de
rodillas se fue a hincare;
puso la mano en un ara
que estaba sobre el altare,
a los pies de un Crucifijo
jurando empezó de hablare:
juro por Dios poderoso,
por Santa María su madre,
y al Santo Sacramento
que aquí suelen celebrare,
de nunca peinar mis canas,
ni las mis barbas tocare
de no vestir otras ropas,
ni renovar mi calzare,
de no entrar en poblado,
ni las armas me quitare
si no fuere por una hora
para mi cuerpo alimpiare,
de no comer en manteles
ni a mesa me asentare, hasta matar a Carloto
por justicia, o peleare;
o morir en la demanda
manteniendo la verdade;
y si justicia me niegan
sobre esta tan grande maldade,
de con mi estado y persona
contra Francia guerreare,
y manteniendo la guerra
morir o vencer sin pare.
Y por este juramento
prometo de no enterrare
el cuerpo de Baldovinos
hasta su muerte vengare.
De que aquesto hubo jurado, mostró no sentir pesare.
Lo de abandonar el cuidado del cabello en los grandes pesares es cosa muy antigua en el mundo, y ya lo hizo Julio César en una derrota de los suyos, dejándose crecer la barba y el cabello hasta que hubo tomado venganza. (Suetonio en su Vida, capítulo LXVI). Y lo mismo cuenta del Cid Campeador su Poema, como demostración de su sentimiento por haberle desterrado el Rey don Alfonso:
Ya le crece la barba, e vale allongando,
dijo mío Cid de la su boca atanto:
Por amor del Rey Alfonso, que de tierra me ha echado,
No entrarie en ella tijera, ni un pelo non habrie tirado:
E que fablasen desto moros e cristianos.
(Versos 1247 y siguientes).
Otro juramento semejante al del Marqués de Mantua se lee en un romance viejo de Montesinos:
Oliveros que esto oyera
en la espada puso mano;
Montesinos no tiene armas,
descendiose del palacio;
los ojos puestos al cielo,
juramentos iba echando
de nunca vestir loriga
ni cabalgar en caballo,
ni comer pan en manteles,
ni nunca entrar en poblado,
y de no rapar sus barbas
ni de oir misa en sagrado;
ni llamarse Montesinos hijo del Conde Grimaltos,
hasta que vengue la mengua
que Oliveros le ha dado.
Echanse menos en el romance del Marqués de Mantua algunas de las muestras de luto que según Don Quijote se proponía dar el Marqués, y esto nació de que Cervantes, que citaba siempre de memoria, confundió el romance del Marqués de Mantua con otro del Cid, en el cual, quejándose de él doña Jimena, decía enojada al Rey de Castilla:
Rey que non face justicia
non debiera de reinare,
ni cabalgar en caballo
ni con la Reina folgare,
ni comer pan a manteles,
ni menos armas armare.
E Rey cuando aquesto oyera,
comenzara de pensare.
Así se lee en el romancero del Cid (romance VI), y con alguna variedad en el Cancionero de Amberes del año 1555. Cervantes, con su distracción ordinaria, confundió los romances del Marqués y del Cid, y de los dos hizo uno.
Algo hay parecido a esto en otro romance del Conde Dirlos, inserto en el citado Cancionero de Amberes. Dice en él Reinaldos de Montalbán:
íOh esforzado Conde d′lrlos!
Vuestra venida me place;
Aunque agora vuestros pleitos
Mejor se podrán librare,
Mas si yo fuera creído,
Antes se habían de acabare;
o no me halláredes vivo
o a ese paladín Roldane.
El Conde desque esto oyera,
Grandes mercedes le hace
Diciendo: Jura he hecho
Sobre un libro misale
Jamás me quitar las armas,
ni con la Condesa holgare,
hasta que haya cumplido
toda la mi voluntade.
Es de saber que los estatutos de la Orden de la Banda, entre otras prevenciones hechas al que fuere individuo de ella, decían: otrosi debe guardarse de non comer ninguna vianda sin manteles, salvo si fuere letuario o fruta, o andando a caza o en menester de guerra (Doctrinal de Caballeros, lib. II, tít. V). El objeto de esta prevención y otras que contienen aquellos estatutos era que los caballeros viviesen con decoro, evitando las maneras y usanzas plebeyas de gente rústica.
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N-1,10,22. A humo de pajas vale con ligereza, sin fundamento. En el mismo sentido se dice a lumbre de pajas en la tragicomedia de la Celestina (acto XI). Lo uno y lo otro indica con propiedad la poca solidez y consistencia de una cosa.
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N-1,10,23. Dos ejemplos ofrece el Orlando Furioso de Ariosto. El primero es el de Ferragús, el cual, habiéndosele caído el yelmo en un río, juró no llevar otro hasta que quitase a Roldán el que éste había quitado a Almonte, y mantuvo su juramento hasta que después de haber peleado con Roldán sobre el yelmo, lo adquirió por la casualidad que se refiere en el canto 12. El segundo ejemplo es el de Mandricardo: llevaba éste las armas que en lo antiguo fueron del troyano Héctor, y faltándole sólo para la armadura completa la espada Durindana, que tenía en su poder Roldán, decía en el canto 23 (est. 78):
Ho sacramento di non cinger spada
Fin ch′io non tolgo Durindana al Conte
.
Y consiguiente a este juramento peleó con Roldán sin espada, sólo con la lanza; Roldán no quiso pelear con ventaja y colgó su espada de un árbol: rotas las lanzas, pelearon con sus trozos a garrotazos.
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N-1,10,24. Empieza aquí a prepararse la aventura de la bacía del barbero que se referirá al capítulo XXI, y nos ha de proporcionar entonces y después muchos ratos de gusto y de risa. Allí se dará noticia circunstanciada del yelmo de Mambrino, que hace un papel importante en el Orlando; pero entre tanto es de advertir que o Don Quijote por loco o Cervantes por distraído, atribuyeron malamente a este yelmo la desgracia de Sacripante. El desgraciado, según cuenta Ariosto (canto 18, estancia 15 y siguientes), fue Dardinel de Almonte, que murió peleando con Reinaldos de Montalbán, a quien había dado inútilmente en el yelmo que llevaba y había ganado al Rey Mambrino.
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N-1,10,25. El juramento del Marqués de Mantua decía más, que era: no entrar en poblado, lo cual demostraba pena y quebranto, como cuando Leandro el Bel, hijo del Emperador Lepolemo, de resultas de un desdén de su señora Cupidea, caminaba huyendo de ir a la Corte de Constantinopla; ni menos quería entrar en poblado, porque iba ajeno de toda alegría (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo XXXI). Por lo demás, poca penitencia era para Don Quijote no pasar la noche en poblado, puesto que, lejos de darle pesadumbre, le servía de contento dormirla al cielo descubierto por parecerle que cada vez que esto le sucedía era prueba y acto posesivo de su profesión, como se dice al final del capítulo. Esta inclinación, tan natural en el carácter de Don Quijote, era también cómoda para su coronista, porque andando su héroe por yermos, bosques o ventas se evitaban las dificultades que hubiera tenido la composición de los sucesos en las poblaciones, donde la acción de la autoridad los hubiera hecho inverosímiles o imposibles.
De un juramento semejante, aunque con ocasión menos triste, se da noticia en la Historia de Tirante el Blanco (parte II), Al ir a desembarcar se cayó en el agua por una burla que dispusieron Carmesina, su madre la Emperatriz y sus damas; saliendo a la orilla y apercibiéndose de la burla juró a Dios y a su señora no dormir en cama ni ponerse camisa hasta que hubiese muerto o cautivado a Rey o hijo de Rey. Uno de los caballeros de su comitiva quiso imitarle, y prometió a Dios no volver a su patria sin ser vencedor en batalla donde hubiese cuarenta mil infieles. Su primo Diofebo hizo voto a Dios y a la dama de quien era esclavo, de llevar barba y no comer sentado sin haber ganado antes la bandera roja del Soldán de Babilonia. Finalmente, Hipólito, escudero de Tirante, juró no probar pan ni sal, no comer sino de rodillas y no dormir en cama hasta que matase por su mano treinta paganos.
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N-1,10,26. Albraca, castillo fortísimo en las partes remotas del Asia, en el imperio del Catai, donde mandaba Galafrón, padre de Angélica la Bella. La relación de esto se encuentra en el libro I del Orlando enamorado, poema escrito por el Conde Mateo Boyardo, y traducido, como ya se dijo, en verso castellano por Francisco Garrido de Villena. El araldo describe allí (cant. 10) a Astolfo los Reyes y naciones que componían el ejército de Agricán, Rey de Tartaria, a quien se da el pomposo título de Rey de Reyes, y la ocasión de haberse juntado, que era el intento de apoderarse de la persona de Angélica. Refiere que su padre se excusó con los que se la pedían, diciendo que su hija se había encerrado contra su mandado en la roca de Albraca. En el canto 15 se expresa que el ejército ocupaba un espacio de cuatro leguas y constaba de dos millones de soldados; en el canto 10 se había dicho que eran veinte y dos centenares de millares, que son todavía más. Catai era el nombre con que en la Edad Media se designaba la China, cuando aun no se tenían en Europa más que ideas confusas y vagas de aquella región.
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N-1,10,27. Así diría en tiempo de Cervantes la gente rústica en lugar del plega a Dios que usaba y usa la gente culta.
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N-1,10,28. Dos días llevaba Sancho de servir a su amo, y ya ponderaba lo mucho que le costaba conseguir el premio de sus servicios. Esta impaciencia de nuestro escudero pinta al vivo su codicia de un modo propio de la originalidad festiva del fabulista.
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N-1,10,29. Reinos de que se hace mención varias veces en la historia de Amadís de Gaula. Su hermano, don Galaor, llegó a ser Rey de Sobradisa por su casamiento con la hermosa Briolania. El nombre de Sobradisa tiene un aspecto burlesco, y viene tan al propósito de lo que intenta persuadir Don Quijote que algunos lectores que no tenían noticia anterior de él por la lectura del Amadís, les ha ocurrido que era de la invención de Cervantes. Pero si no tuvo el mérito de la invención, no puede negársele el de la oportunidad.
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N-1,10,30. Por traigo, como ahora decimos. Es voz antigua, pero rústica en la actualidad, por haberse conservado, como otras, solo entre los aldeanos. El Obispo don Jerónimo manifestaba al Cid que deseaba salir de Valencia a pelear con los moros, y le decía:
Por eso salí de mi tierra, e vin vos buscar
por sabor que había de algún moro matar..
pendón trayo e corzas e armas de señal, si ploguiese a Dios, querríalas ensayar.
(Poema del Cid, vera. 2.381 y siguientes.)
La verdad es que la formación de trayo de su raíz traer es más regular que la de traigo, que ha preferido el uso. Y lo mismo sucede con el oigo, que se deriva de oir, en lugar de oyo, que se lee en el acto I de la Celestina, donde hablando ésta con Parmeno le dice: no sólo lo que veo, oyo y conozco, mas aún lo intrínseco con los intelectuales ojos conozco.
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N-1,10,31. Sancho, sin saberlo, hablaba aquí conforme a la máxima que se lee entre los estatutos de la Orden de la Banda, insertos en el Doctrinal de Caballeros: El caballero de la Banda non debe comer manjares sucios. Mucho debe estrañar, prosigue, todo caballero de la Banda de non comer viandas sucias, ca de las buenas hay asaz en que se pueda bien mantener. E otros porque hay algunas fructas e hortalizas torpes e sucias, que guarden eso mesmo de non las comer, tan bien de los majares como de las fructas: non las quisimos aquí contar por menudo, por que serían malas de contar. Parece indudable que entre estas frutas y manjares tan indecentes, que ni aun nombrar se querían, estaban comprendidos la cebolla y los mendrugos que Sancho traía en las alforjas: a la clase de alimentos sucios pertenecían también los ajos, cuyo olor dijo Don Quijote en la segunda parte que le había encalabrinado y atosigado el alma, y que ya en lo antiguo el poeta Horacio destinaba a ser manjar de parricidas.
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N-1,10,32. Flores, cosas fútiles, de poca sustancias y provecho, por oposición a frutos. Moteja ingeniosamente Cervantes, con estas ponderaciones de Don Quijote, lo que cualquier lector habrá notado en los libros caballerescos, a saber: que sus autores se olvidaron frecuentemente de que sus héroes eran hombres como los demás, sin que se vea cómo pudieron, andando solos y por despoblados, satisfacer la necesidad diaria e inexcusable del alimento. Más veces hablan de la hierba que pacían los caballos que del pan que comían los jinetes.
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N-1,10,33. Volátiles o de vuelo son las carnes de pollos, pichones y demás aves, ciertamente más sustanciosas que las frutas secas que Sancho dejaba para su amo.
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N-1,10,34. Este sustento, si no era el ordinario, como dice Don Quijote, era a lo menos frecuente. Artús de Algarbe anduvo dos meses por las montañas, valles e islas de Irlanda sin entrar en poblado, que no comió en todo este tiempo sino solas hierbas y las raíces de ellas (Oliveros de Castilla, cap. LV). Yendo a buscar aventuras Reinaldos, Duslán y Oliveros, el mágico Malgesí, primo de Reinaldos, que se les apareció en el camino, les enseñó dos clases de hierbas, una que satisfacía el hambre y otra que apagaba la sed, de lo cual se aprovecharon mientras anduvieron en la floresta. El Príncipe Perianeo, rival de Belianís en los amores de Florisbella, habiendo caminado diez o doce días por un monte en las úúltimas Indias de Asia, acordó de reposar al pie de unos altos robles, junto a una fuente, y no tuvo otra cena que las hierbas del camino. Enseguida se durmió, y (lo que era natural después de tal cena) tuvo sueños tristes y congojosos, en que veía que le quitaban a su señora.
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N-1,10,35. Aquel mismo día, a las tres de la tarde, llegaron a la vista del Puerto Lápice, como se dijo en el capítulo VII. Siguió la aventura de los monjes Benitos, la batalla del Vizcaíno, y el presente diálogo sobre distintos asuntos entre amo y mozo. +Cómo puede llamarse comida la que fue posterior a todo lo referido?
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N-1,10,36. Es, sin duda, la noche; pero ha mediado tanto desde que se la nombró, y se han interpuesto tantas cosas, que conviniera haberse repetido.
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N-1,10,37. En las pruebas de nobleza se llama acto posesivo o positivo el ejercicio de algún cargo o destino, que según las ordenanzas municipales exige la calidad de nobleza en los que lo ejercen.

[11]Capítulo XI. De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros
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N-1,11,1. Buen animo, en castellano, significa ordinariamente ánimo resuelto, alentado, no buen talante o agrado, que es la acepción que aquí tiene. Ea, buen Sancho, dice la Duquesa en el capítulo XXXV de la segunda parte, persuadiéndole a que aceptase la penitencia prescrita por Merlín para el desencanto de Dulcinea, buen ánimo y buena correspondencia al pan que habéis comido del señor Don Quijote.


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N-1,11,2. Lo era, y perdone Sancho, porque la Partida I, título XXI, ley XXII, hablando de las maneras en que deben ser honrados los caballeros, dice, entre otras prevenciones propias del intento, que al comer no debe asentarse con ellos escudero nin otro ninguno, sinon caballero o home que lo mereciese por su honra o por su bondad.


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N-1,11,3. Aves domésticas venidas de América, comida de las más regaladas. Su nombre se compone de los dos de pavo y gallina, sin duda por lo que participan, o en su figura o en su sabor, de ambas clases: ahora se les llama pavos. Los antiguos, de los cuales no fueron conocidos, daban este nombre a las aves, más hermosas que útiles, llamadas entre nosotros pavos reales.


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N-1,11,4. Modo delicado y decente de expresar cosas que no lo son, en lo que nuestro autor tuvo ocurrencias muy felices.


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N-1,11,5. El régimen de adherente es a y no de, cuando se usa como adjetivo, pero aquí está como sustantivo y goza del régimen de tal.


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N-1,11,6. El contexto manifiesta quién habla, que es Don Quijote, aunque no se expresa. Lo mismo sucede al fin del capítulo IX, como allí se notó.


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N-1,11,7. Expresión metafórica, sobradamente familiar, si se quiere, pero valiente y expresiva del apetito con que los huéspedes comían. La presente aventura de los cabreros recuerda la de Florambel de Lucea, en cuya historia se cuenta (lib. IV, cap. I) que, caminando él y su escudero Lelicio por una floresta, llegaron a un hato de pastores, donde comieron de lo que fallaron, que harto necesidad tenían dello.


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N-1,11,8. Puño, por puñado, lo que contiene por lo contenido; lo mismo que sucede cuando decimos un vaso de agua, un plato de sopa.


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N-1,11,9. En la descripción que sigue de la edad dorada, parece que Cervantes tuvo presente lo que de ella dijeron Virgilio y Ovidio, aquél en el libro I de las Geórgicas, y éste en el I de las Metamorfosis. Compárense varios pasajes del texto con los siguientes:
Nulli subigebant arva coloni,
nec signare quidem aut partiri limite campum fas erat: in madium qu履bant, ipsaque tellus
omnia liberius, nullo poscente, ferebat.
Aurea prima sata est 峡s qu䟶indice nullo
sponte qua sine lege fidem rectumque colebat:
ipsa quoque que immunis rastroque intacta nec ullis
saucia vomeribus per se dabat omnia tellusà
contentique cibis nullo cogente creatis
arbusteos f峵s montenaque fraga legebant...
et qu䟣eciderant patula Iovis arbore glandes...

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N-1,11,10. En ellos (los siglos dorados); en aquella venturosa (edad de oro), sobra una de las dos cosas. Y lo propio sucede poco después, antes de acabarse el período, con entonces y en ella. Quedaría más descargado y corriente el lenguaje, diciéndose: siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase sin fatiga alguna, sino por que los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras: de tuyo y mío.


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N-1,11,11. No suena bien, hablándose de miel y colmenas. Cosecha se dice con propiedad de las producciones vegetales o que se cogen de la tierra, y así lo indica la misma palabra cosecha. Tampoco se dice de ésta que es fértil o estéril, sino escasa o abundante.


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N-1,11,12. No está bien guardada la gradación. Debió decir: sustentar, deleitar y hartar, añadiendo siempre a lo que precede, y caminando, como lo exige el orden de las ideas, de lo menos a lo más.
A pesar de los defectos que acaban de notarse y algún otro de menos entidad, don Antonio de Capmani, en el Teatro de la Elocuencia española, copia con elogio este discurso de Don Quijote, y en su introducción a la Filosofía de la Elocuencia, recomienda particularmente el trozo que precede, como una pintura formada de colores suaves y apacibles Y tiene razón. +Qué podríamos en esta parte envidiar a ninguna otra nación de las modernas, si el lenguaje del QUIJOTE fuese tan correcto como el de Pascal o Racine?
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N-1,11,13. Otero, collado, eminencia desde donde se otea o descubre el campo. Otear dicen que viene del griego: otero se opone a vega o valle. En trenzo y en cabello, esto es, sin adornos sobrepuestos, sin más adornos en la cabeza que las trenzas de sus mismos cabellos.


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N-1,11,14. Decorar, unas veces es tomar de coro o memoria, y otras adornar. Ni una ni otra significación son del caso en el presente pasaje acaso diría el original declaraban.


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N-1,11,15. Fraude, entre nuestros mayores, era vocablo femenino, y así, el protonotario Luis Mejía, en el Apólogo de la ociosidad y el trabajo, publicado el año de 1546 por Francisco Cervantes de Salazar, pone en boca de la Señora Fraude varios consejos y reglas que da a los ociosos. Ahora decimos el fraude, haciéndolo masculino: los franceses lo hacen femenino, la fraude; pero ni los franceses ni nosotros podemos mudar la naturaleza de las cosas ni dar sexo a lo que no lo tiene. La lengua inglesa es en esta parte más conforme y ajustada a la razón: en ella no es masculino ni femenino el nombre de lo que no tiene sexo. Así que en las lenguas en que es arbitraria la designación del género, el uso puede cambiar, como sucedió en fraude, el género de los nombres, o atribuirles los dos géneros a un mismo tiempo, según se verifica en el mar y la mar, el puente y la puente, sin que la novedad ocurrida en el nombre fraude pueda servir de argumento para acusar al texto de galicismo, según se hizo en unas Observaciones sobre el Quijote, impresas en Londres a fines del siglo pasado, cuyo autor, que quiso ocultar su nombre, manifestó su corta instrucción en materias de nuestro idioma.


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N-1,11,16. La que no está escrita, sino que se pone al juez en la cabeza, y, sin haber texto ni doctor a quien arrimarse, la ejecuta. Así dice Covarrubias en el artículo encajar. Según esto, ley del encaje es lo mismo que ley de capricho, pero no excluye la buena fe.


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N-1,11,17. En las ediciones, tanto antiguas como modernas, del QUIJOTE, se había leído siempre solas y señoras, hasta que lo corrigió con mucho acierto don Juan Antonio Pellicer, poniendo en la suya solas y señeras. Con efecto, nada significaba aquí señoras, y señeras, que equivale a singulares, de cuya palabra pudo derivarse, se encuentra en otras obras de Cervantes, en el Persiles y en la novela de la Gitanilla, donde se refiere que el gitano fingido Andrés, por más que le dijeron, quiso ser ladrón solo y señero, esto es, solo y sin campañía. En la misma significación se halla señero en los documentos más antiguos de nuestra lengua, como el Poema del Cid, y en las composiciones del Arcipreste de Hita. Gonzalo de Berceo, en el Sacrificio de la Misa (copla 135), dice:
Dicho vos lo habemos non una vez sennera.
Y el Poema de Alejandro (copla 1259):
Cuando cató Darío del su pueblo plenero
vios en el campo fascas solo sennero.
La Academia Española adoptó esta enmienda en su edición de 1819.


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N-1,11,18. Hubo en la antigÜedad, según cuenta, cuatro laberintos famosos: el de Egipto, el de Creta, el de Lemnos y el de Etruria. Dédalo dicen que construyó el de Creta a imitación del de Egipto, por mandado del Rey Minos, para encerrar al Minotauro, monstruo nacido de un toro y de Pasife, mujer de Minos. Era dicho laberinto un edificio en que la multitud de calles cruzadas, enredadas y envueltas unas en otras no permitía la salida al que una vez entraba.
Hic crudelis amor tauri suppostaque furto
posiph䪠mistumque genus, prolesque biformis
minotaurus inest, Veneris monumenta nefand不
hic labor ille domus el inextricabilis error
.
(Eneida, lib. VI.)
Teseo se atrevió a entrar para matar al Minotauro, y volvió a salir; pero fue auxiliado del hilo que le había dado Ariadna, hija de Minos, para que, fijándole en a entrada, pudiese guiarle a la vuelta. Así la fábula. En nuestros jardines es juguete común el remedar con calles de arbustos las vueltas, revueltas, errores y dificultad de salir de los antiguos laberintos, y metafóricamente se llama laberinto cualquier negocio y difícil salida.


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N-1,11,19. Redunda y peca el lenguaje, repitiendo dentro de una misma oración el objeto con que se instituyó la caballería andante. Por lo demás, es ingenioso y muy oportuno el plan del discurso de Don Quijote, que empezó tomando ocasión de las bellotas y de la edad dorada para venir después a dar cuenta a su pastoril auditorio de la clase de profesión que ejercía.
Que lo que profesaban los caballeros andantes era proteger y amparar la inocencia débil contra el poder injusto, es lo que se ve y expresa por todas partes y a cada paso en los libros caballerescos. El otro sexo era el principal acreedor a los auxilios de los andantes; pues como se lee en la historia de Amadís de Grecia (parte I, cap. XIV) para defender las dueñas y doncellas que tuerto reciben, principalmente se daba la Orden de Caballería, y así, al tiempo de armar caballero el Emperador de Constantinopla a Leandro el Bel, le dijo: Hermoso doncel, +queréis ser caballero? Si quiero, dijo Leandro el Bel. +Juráis, dijo el Emperador, de no negar vuestra ayuda a quien hubiere menester, y de defender y mamparar a todas las dueñas y doncellas? Sí juro, dijo Leandro. Una de las preguntas que hizo el Rey de Inglaterra a Tirante al armarle caballero, fue: +Giurate per il sacramento chefatto avete, che con tutto il poter vostro mantinerete et defenderete donne, donzelle, vedove, orfane, disconsolate, et abbandonate, et ancora maritate, se socorso vi addimanderanno, et ponerete la persona ad ogni pericolo et ad intrare in campo a guerra finita, se buona ragion haveranno quella o quell che aiuto vi addimanderanno? (Tirante, parte I, cap. XIX). Esto se guardaba con tal rigor, que estando don Belianís muy mal herido en una batalla que tuvo con otro caballero y a punto de matarle, una doncella le pidió su vida, y se la otorgó, a pesar de que un oráculo le gritó que se guardase de hacerlo, porque después le pesaría. No dejaré, exclamó el galante Belianís, de hacer, mientras pudiere, lo que por doncella me fuere mandado (Belianís, lib. II, cap. XXI). No se crea que este favor dispensado al sexo hermoso y débil era cosa exclusiva de la caballería andante, y sólo conocida en el mundo de las fábulas andantescas; entraba en el espíritu general de la caballería de la Edad Media, y así lo comprueban los documentos auténticos de la historia. En los estatutos, ya citados otras veces, de la Orden de la Banda, se lee: El caballero de la Banda debe ayudar a las dueñas y doncellas fijasdalgo... E señaladamente nunca diga ningund agravio contra alguna dueña ni doncella fijadalgo, aunque ella sea contra él, porque hay algunas dellas a las veces ariscas. Cuando alguna doncella fijadalga viniere a la corte del Rey a querellar algún desaguisado que le hayan fecho, que los caballeros de la Banda, o cualquier dellos, que la ponga delante del Rey porque pueda mostrar su derecho. E aun si cumpliere, que razone por ella, porque haya cumplimiento de derecho. E aun además de razonar, que faga lo que el Rey mandare e fallare por su corte que debe facer porque ella haya todo su derecho (Doctrinal de Caballeros, lib. II, tít. V). A las veces se extendía el favor de los caballeros andantes a pueblos enteros. Testigo el caso que se refiere en la historia de Morgante (lib. I, cap. L), cuando Reinaldos, informado de los agravios que hacía a sus vasallos el Rey Vergante, robándoles sus hijas para saciar su torpe apetito, entró en Parma, donde tenía su corte, subió a su palacio, y después de reconvenirle ásperamente y tratarle de puerco sin vergÜenza y rufián, arremetió a él, le quitó la corona de la cabeza, le rasgó la vestidura real y lo llevó arrastrando hasta las ventanas, por donde lo echó a la plaza, y así murió mala muerte. Y no era un Rey de poco más o menos, porque según allí mismo se cuenta, podían sacarse buenamente de sus estados cien mil hombres de pelea. En seguida Reinaldos predicó a los parmesanos un sermón, con que los convirtió a la fe de Jesucristo, y los bautizó en los días siguientes por su mano, ayudado sin duda por dos caballeros que le acompañaban.
Léese al principiar el capítulo XXI del libro II de la historia de don Belianís de Grecia, que se supone escrita por el sabio Fristón: Da causa la gran justicia con que al presente somos gobernados (a mediados del siglo XVI), a que el ejercicio militar de los caballeros andantes no sea necesario; mas no deja de ser muy loada aquella antigua edad, en la cual los grandes reinos y crescidos estados se dejaban por sola la virtud, que en enmendar los agravios se adquería. El sabio Fristón es uno de los personajes de la historia caballeresca que él mismo describe, y aquí, sin embargo, se habla de ella como de cosa antigua ya y desusada. El modo de concertar estas medidas y de conciliar estas contradicciones lo buscará el lector, si gusta, y lo hallará, si puede. Pero a Don Quijote no le ocurrió semejante reflexión cuando leyó la historia de Belianís, ni lo alegado por su autor lo retrajo del concepto que formó de la necesidad que había en el mundo de la profesión de caballero andante para enderezar tuertos, deshacer agravios y socorrer a los huérfanos y menesterosos.


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N-1,11,20. Sobra el pronombre le, con cuya omisión queda bien la frase. Este pronombre representa al nombre zaque, expresado ya en la misma oración por el pronombre relativo que.


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N-1,11,21. Esto envuelve contradicción, pues si la arenga de Don Quijote duró más de la cena, según acaba de decirse, no pudo hablar al fin de ella el cabrero sin interrumpir a Don Quijote, siendo así que los pastores, sin respondelle palabra, embobados y suspensos le estuvieron escuchando. Fuera de que las primeras razones que siguen del cabrero contestan a las últimas palabras de nuestro hidalgo. No habría tropiezo si se dijese: Más tardó en hablar Don Quijote que en acabarse la cena: después de la cual uno de los cabreros, etc.


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N-1,11,22. Instrumento músico que usaban los pastores en tiempo de Cervantes, y según don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, constaba de tres cuerdas y se tañía con arquillo. Antes, en tiempo de los Reyes Católicos, se usaba también entre otros instrumentos cortesanos. Era ya conocido desde principios del siglo XIV, puesto que se nombra entre los demás con que se solemnizó el recibimiento de don Amor, que describe en sus poesías el Arcipreste de Hita.


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N-1,11,23. Reproche y reprochar, voces cuyo uso parecerá barbarismo a quien no tenga noticias de que las conocieran y emplearon nuestros antiguas escritores desde el siglo XV. Usólas el Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, médico del Rey Don Juan el I, en las epístolas 36 y 38 del Centón epistolar. En la relación del paso honroso de Suero de Quiñones, que se celebró en el mismo reinado, se expresa por los diez mantenedores iban todos con cotas de armas sin reproche. En un romance de los del Cid decía el Rey D. Alfonso:
Y cuido que un buen guerrero,
cuando de su Rey se ausenta,
reprochado de su corte
se ha de tener en la ajena.
Hablando Calixto de Melibea, dice a Celestina en el acto sexto de la tragicomedia de este nombre: unos ojos tiene con que echa saetas, una lengua de reproches y desvíos. Otras veces se encuentra la palabra reproche en la Celestina, libro de gran autoridad para el lenguaje. Finalmente, Gaspar Gil Polo en un soneto de la Diana enamorada:
Mil penas con un gozo se descuentan
y mil reproches ásperos se vengan
con solo ver la angélica hermosura.
En el capítulo XVI de esta primera parte se usa el verbo reprochar, y en el II de la segunda, Sancho llama al Bachiller Sansón Carrasco reprochador de voquibles. Reproche es tacha, improperio: reprochar, tachar, reprender, improperar. Habría, pues, ligereza en tildar estas palabras de galicismos, como la habría también respecto de la voz habillados que usó la crónica del Rey D. Juan el I, hablando de los obsequios que hizo el Rey a su hermana la Reina de Aragón mientras estuvo en Soria (Crónica de D. Juan I, año XXXV, capítulo CCLXII); y lo mismo sucede con otros numerosos ejemplos que pudieran alegarse de nuestros libros primitivos. Las lenguas castellana y francesa, como nacidas ambas de la latina, debieron tener más puntos de contacto y semejanza entre sí en los principios. De ello se habla en otros parajes de estas notas.


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N-1,11,24. +Con quién conciertan llamado y escogido? Por la gramática debiera ser con fe, mas por el concepto es con el pastor Antonio, resultando a primera vista un solecismo que se evitaría diciéndose con levísima alteración:
Abalánzase al señuelo
mi fe, en que nunca he podido
ni menguar por no llamado,
ni crecer por escogido.
Esta alusión a los llamados y escogidos del Evangelio, aunque impertinente y oscura, no era extraña siendo Beneficiado el poeta. En las dos últimas estrofas del romance vuelven a verse indicios de ser un compositor clérigo de aldea.


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N-1,11,25. Esto es al primer canto del gallo, que es pasada la media noche. Primo, que ahora decimos primero, es adjetivo anticuado, que se halla en el Corbacho del Arcipreste de Talavera Alfonso Martínez, capellán del Rey D. Juan el I, y en otros escritores del siglo siguiente. Ahora no se usa sino pocas veces, y sólo en la terminación femenina.
La costumbre de designar las horas de la noche por el canto del gallo es antigua, y se ve ya en el Poema del Cid y en nuestros romances viejos. Antes de esto, en tiempos de Roma y en época floreciente para las buenas letras, había dicho Horacio:
Ad galli cantum consultor ubi ostia pulsat.


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N-1,11,26. En castellano antiguo, barragán es mancebo, y barragana, manceba; pero con la particularidad de que los dos primeros nombres, que son los masculinos, se toman en buena parte, y los femeninos, que son los segundos, en mala: aquéllos significan joven alentado y de edad floreciente; éstos concubina, y dieron origen a los verbos abarraganarse y amancebarse. El Rey Don Alonso habló de las barraganas en la Partida IV, título IV.
La expresada diferencia entre barragán y barragana se observa en el Poema del Cid, donde barragán es palabra de elogio, y barragana de vituperio.
Barraganía tiene dos acepciones: una mala, como en el presente romance de Antonio a Olalla; otra, buena, que parece fue la única que tuvo al principio, y en que la usan el Poema de Alejandro (copla 58) y la Gran Conquista de Ultramar (lib. I, cap. CLX), donde barraganías significa valentías, fuertes hechos, hazañas.


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N-1,11,27. Sirgo, palabra formada del latino sericum, que vulgarmente se cree significa la seda, aunque con poco fundamento.


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N-1,11,28. La Orden de Capuchinos, fundada por Mateo Baschi, fraile menor, empezó en el año de 1526, y fue confirmada por Clemente VI en el de 1528. El pastor Antonio proponía darse a Dios y a la penitencia si le desechaba la Olalla. Son repetidos los ejemplares de enamorados que de resultas de esta clase de desengaños han abrazado el estado religioso. Millot, en la Historia de los Trovadores, hace mención de varios de ellos que murieron monjes de la Cartuja y del Cister. De los poetas de nuestro Cancionero general, don Luis de Torres acabó por ser fraile menor, y Juan Rodríguez del Padrón por ser fraile dominico. Un Duque de Joyosa, en Francia, después de haber hecho gran papel en las revueltas civiles del siglo XVI, se inclinó a lo que nuestro pastor Antonio, y se metió capuchino; pero el caso más conocido y ruidoso en la materia fue el del Abad Rancé, fundador de la Trapa. En el sexo femenino, como más sensible y capaz de mayor exaltación de afectos, han sido mucho más frecuentes los ejemplos.
Generalmente hablando, los versos que Cervantes insertó en su QUIJOTE son malos. En el presente romance se quiso imitar la sencillez, y se copió la tosquedad de los pastores, cosas que son muy distintas. Caben muy bien afectos delicados y tiernos en pechos aldeanos; bajo expresiones sencillas pueden presentarse ideas nobles, imágenes agradables y aun sublimes pero, +a cuál de ellas pertenece aquello tomado de los bueyes al uncirlos,
Pon tu cuello en la gamella
Verás cómo pongo el mío?
El poeta, como el pintor, debe copiar a la naturaleza, pero embelleciéndola.
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N-1,11,29. Respuesta oportuna de Don Quijote, en que el concepto es tan discreto, como hermosas y galanas las palabras que lo expresan.
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N-1,11,30. Que me volvieses debió escribirse, como pide la analogía gramatical.

[12]Capítulo XI. De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote
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N-1,12,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,12,2. Desde muy antiguo se daba el nombre de Abades a los Curas. En la Gran conquista de Ultramar, refiriéndose el funeral de Galieno, sobrino del Emperador de Alemania, se dice: E los Obispos, é los Abades que eran en derredor de aquella tierra, vinieron ahí todos con muy grandes procesiones (lib. I, cap. CVI). Y describiendo la elección del Rey de Jerusalén, cuenta que los Obispos é los Abades é la otra clerecía comenzaron a cantar Veni Creator Spiritus (lib. II, cap. LV). Lo mismo sucede en las poesías del Arcipreste de Hita (copla 1209), y en el Corbacho del Arcipreste de Talavera (parte I, cap. IV). Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana, testifica que el nombre de Abad solía darse en general a cualquier sacerdote, y en el día lo tienen los Curas párrocos en Galicia.
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N-1,12,3. No es así el orden, sino aquel su gran amigo Ambrosio.
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N-1,12,4. Si supiese, esto es, aunque supiese. Significación y fuerza de la conjunción si, de que se hallan muchos ejemplos en nuestros buenos escritores.
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N-1,12,5. Las palabras uno de ellos las añadió la Academia Española en sus ediciones, como necesarias para que conste el sentido. Su omisión hubo de ser descuido del impresor en las ediciones primitivas, como otros muchos que en ellas se notan.
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N-1,12,6. Una de las calidades que hacen a la lengua latina más poética que las vivas que hablamos, es la abundancia de nombres verbales y participios que tiene, no sólo en la voz activa, sino también en la voz pasiva, de que carecen los verbos castellanos. Entre los participios latinos los hay que a la terminación pasiva reúnen la significación activa, como benepotus, que, aplicado a las personas, significa no lo que ha sido bebido, como indica la terminación, sino al que ha bebido. De esta última clase hay muchos en castellano, y a ella pertenece el verbal leído, que se halla en el pasaje del texto, y denota, no lo leído, sino al que ha leído. Igualmente cuando se dice de una persona que está bien comida y bebida, no se quiere decir que ha sido comida y bebida, sino que ha comido y bebido. Mujer parida es la que ha parido: entendido, almorzado, desayunado, cenado, agradecido, son verbales de la misma especie. A ella pertenece también heredado, que se encuentra después en este propio capítulo en significación del que ha heredado. Algunos de nuestros participios suelen ir modificados con los adverbios mal y bien, como bien bebido, mal comido: otros hay que nunca se usan sin ellos, como bien o mal hablado. Mal hablado, dice Quevedo en el "Cuento de cuentos", llaman al que habla mal, habiéndole de llamar mal hablador.Los verbales castellanos en or vienen a ser unos participios de presente, como vencedor, el que vence; continuador, el que continúa; otros hay en able y en ible, que denotan derecho a la acción del verbo o posibilidad de ella, como admirable, digno de admiración; factible, posible de hacer; otros hay, finalmente, que acaban en ero, e indican facilidad, como llevadero, fácil de llevar; hacedero, fácil de hacer. A todos éstos se niega comúnmente (no sé si con razón) el nombre de verbales y derivados de verbo bajo la forma de nombre, en lo que parece está y consiste la esencia del participio. Los verbales que acaban en ante, ente y ado son los únicos que reciben del uso general el nombre de participios, y pueden dividirse en tres clases: 1a, de presente, como naciente, participante; 2a, de pretérito, como amado, oído, y 3 a, participios que pueden llamarse deponentes, con terminación de pretérito y significado de presente, como leído, entendido. Nótese que estos últimos sólo se aplican a las personas, y no a las cosas.
El latín se aventaja a las lenguas vivas que se derivaron de ellas en el número de verbales y participios. Los tiene de presente y futuro en la voz activa, y en la pasiva de futuro y pretérito. Los tiene como se dijo arriba, de terminación pasiva y de significación activa: todos los participios de pretérito en latín son pasivos: en griego los hay también activos de pretérito.
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N-1,12,7. Cris, adevinaba, estil, desoluto, denantes: palabras estropeadas en boca rústica por eclipse, adivinaba, estéril, absoluto, antes. Nuestro autor, que al principio sobrecargó de esta clase de palabras el lenguaje del pastor Pedro, se descuidó a poco, olvidó el papel que éste había empezado a hacer, y le hizo hablar de un modo corriente y llano, como puede fácilmente observarse.
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N-1,12,8. En la novela de los dos perros Cipión y Berganza, dice éste último: alegróse mi amo viendo que la cosecha iba de guilla. Hablaba de un charlatán, regocijado de la mucha gente que concurría a ver sus habilidades. En el castellano antiguo año de guilla es, según Covarrubias, año de muchos frutos y abundante cosecha. No se entienda que en tiempos de Cervantes los pronósticos y creencias que aquí se ponen en boca de un pastor, eran propias exclusivamente de labriegos. Jerónimo Cortés, escritor valenciano de fines del siglo XVI, escribió un libro con el pomposo título de Non plus ultra del lunario y pronóstico perpetuo, donde puso una tabla de años que rige desde el de 1590 hasta el fin del mundo, para saber de cada uno en particular cuándo ha de haber medianía, abundancia y carestía de mantenimientos (pág. 65). Y no contento con esto, añade después un Secreto muy curioso y cudicioso para los labradores para conocer y saber de un año para otro de cuál de los granos o semillas habrá más abundancia, diciendo que así lo escribe un astrónomo andaluz (que no deja de ser texto respetable). Este libro se imprimió por la primera vez el año de 1598, y la edición de 1607, que es la que cito, era ya la séptima.
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N-1,12,9. Así se lee en una de las ediciones del año de 1605. La otra del mismo año, y las demás hechas en España en tiempo de Cervantes, incluso la que él mismo corrigió en 1608, dicen ganado en lugar de cayado. La de Londres, impresa en el año de 1738, estableció el texto poniendo cayado, que era evidentemente lo que debía ponerse, pues se hablaba del traje y arreos pastoriles y la han seguido como era razón, las ediciones de la Academia Española.
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N-1,12,10. Copla se dijo del latino copula, porque en ella se ligan y acoplan los versos, enlazándolos con la rima y sujetándolos a cierta combinación periódica.----Villancico se deriva de villano, rústico, campestre, con alusión a los festejos de los pastores de Belén, como quien dice canciones pastoriles, y tales son con efecto las que suelen oírse en el oficio de Nochebuena.----Autos para el día de Dios son los que comúnmente se llamaban autos sacramentales, que eran dramas o representaciones sobre asuntos sagrados, que se hacían para solemnizar la festividad del Corpus Christi o día de Dios. Don Gaspar de Jovellanos, en su Memoria sobre diversiones públicas, citando este pasaje del QUIJOTE, habla de la costumbre de representarse autos sacramentales en el día del Corpus, y copia lo que sobre esto dispusieron las ordenanzas municipales de la villa de Carrión de los Condes, hechas en el año 1568. Estas fiestas teatrales, aplicadas a lo sagrado, tuvieron su origen en la Edad Media, y en los principios la desempeñaban los mismos clérigos y sus dependientes, y se ejecutaban dentro de las iglesias para excitar la devoción de los fieles que concurrían; en adelante se representaron también por las calles y plazas. Los autos se diversificaban de infinitas maneras, y muchos eran alegóricos, como puede verse en los de don Pedro Calderón de la Barca, que fue el autor de más nombradía en tal género de composiciones. Los abusos e irreverencias que se introdujeron en los autos sacramentales y en su representación, dieron motivo para que se prohibiesen en el reinado de Carlos II, año de 1765.
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N-1,12,11. El pastor llamaba Sarna a la mujer de Abraham, y Don Quijote le corregía este vocablo como ya le había corregido otros. Nosotros decimos Sara, pero en lo antiguo decían Sarra, como se ve por el comentario castellano de don Alonso de Madrigal, llamado comúnmente el Tostado, sobre la Crónica de Eusebio (part. I, cap. LXIX), y también por el Valerio de las historias escolásticas y de España, compuesta por el canónigo Diego Rodríguez de Almela, familiar del Obispo de Burgos don Alonso de Cartagena (lib. I, tít. I, cap I). Sarra, dijo igualmente Diego de San Pedro en su Cárcel de amor, al elogiar a algunas mujeres notables entre las judías (folio 46, edición de Venecia de 1553). Lo mismo el autor del Lazarillo de Manzanares (cap. XI), el P. Haedo en los Diálogos de la captividad, que siguen a la Topografía de Argel (diálogo I), y Cristóbal Suárez de Figueroa en su Pasajero (alivio 5). Sara vivió ciento diez años, y fue madre siendo ya muy vieja: de aquí vino la frase proverbial para ponderar la vejez de una mujer, diciéndose ser más vieja que Sarra: frase de que hizo mención Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, y a que se refiere aquella expresión del canto epitalámico del pastor Arsindo, que Cervantes insertó en el libro tercero de la Galatea, al describir la boda del pastor Daranio con Silveria:
Más años que Sarra vivan
con salud tan confirmada,
que dello pese al Dotor.
La gente rústica, así como decía cris y estil por eclipse y estéril, decía también Sarna por Sarra.
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N-1,12,12. Así es la verdad, porque Sara sólo vivió algo más de un siglo; pero la sarna ha vivido, vive y vivirá mientras haya sarnosos.
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N-1,12,13. Elogio rústico de la difunta mujer de Guillermo, que hace reír. +Qué tal cara sería la que del un cabo tuviese el sol y del otro la luna? Y si se habla, como parece, de los ojos, +qué tal parecería la cara que tuviese dos ojos tan diferentes entre sí?
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N-1,12,14. La Academia Española conservó la lección de vía por hallarla así en las primeras ediciones, y porque absolutamente hablando no deja de hacer sentido, según expresa en una nota. Sin embargo, yo, que tengo muy mala opinión del mérito tipográfico de las ediciones primitivas, prefiero la lección vio, que sustituyó muy juiciosamente en mi concepto la edición de Londres de 1738.
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N-1,12,15. Transposición dura. Debiera ser: con estas excusas que daba, al parecer justas, o con estas excusas al parecer justas, que daba.
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N-1,12,16. Sobra evidentemente el lo, que nada significa, y se introdujo malamente en el texto.
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N-1,12,17. Cuando se dice ser parte, es menester expresar para qué. Aquí hubo de decirse: y sin ser parte para estorbarlo su tío... dio en irse al campoàà
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N-1,12,18. Trabuco no significa aquí lo que ahora entendemos por esta voz, que es una escopeta corta de mucho calibre, sino una máquina militar de la Edad Media, con que se lanzaban piedras en defensa y ofensa de las fortalezas. Fernando del Pulgar, refiriendo en la Crónica de los Reyes Católicos el cerco de Málaga, donde un moro quiso matar a los Reyes, dice que fue hecho pedazos por los circunstantes: e algunas gentes del real tomaron los pedazos de aquel moro, y echáronlo en la cibdad con un trabuco (parte II, cap. LXXXVI).
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N-1,12,19. Quizá es errata por desdeñados, porque mal podían llamarse desengañados los que aun tenían esperanzas y con tanto ahínco continuaban en su amorosa porfía. A éstos no podía llamárseles con propiedad desengañados. Fue fácil poner una palabra por otra.
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N-1,12,20. Este alguna no se sabe con quién concierta, pues si es con corteza o haya, como al pronto parece, no hace sentido. Quedaría menos mal si dijese encima de alguno, esto es, encima de algún nombre, de los grabados y escritos en las cortezas de las hayas y aun mejor encima alguna vez. Esto último diría el manuscrito de Cervantes.
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N-1,12,21. El discurso se ha ido haciendo sobradamente culto y aun poético, no pareciendo posible que hable así el cabrero del cris y del estil, como decía a los principios del presente razonamiento.
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N-1,12,22. Este zagal es el que trajo de la aldea el bastimento y la noticia de la muerte de Grisóstomo, como queda contado anteriormente.
En la edición de 1608, hecha a vista de Cervantes, cuando residía ya en Madrid de vuelta de Valladolid, donde estaba cuando se hicieron las de 1605, se lee me lo doy a entender. A pesar de que esta edición fue la que siguió la Academia Española en la suya de 1819, omitió el lo, que evidentemente sobra, y se conformó con las de 1605, que lo omiten. Cervantes, aunque vio hacer la edición no cuidó o cuidó mal de ella en el presente pasaje, donde se añadió este nuevo defecto, y además se conservaron las palabras la que nuestro zagal dijo, que deben ser lo que nuestro zagal dijo.
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N-1,12,23. En cuidado me lo tengo: expresión rancia y castiza como si dijera: ya estoy en ello, así lo tengo pensado y resuelto.----El agradecimiento de Don Quijote recuerda el del Príncipe Rosicler, que habiéndose extraviado, fue a parar a una majada de pastores, los cuales remediaron su hambre, cenando todos juntos, y le explicaron la extraña aventura del sabio Artidón, muerto de amores de Artidea (como Grisóstomo de los de Marcela), por cuya narración les dio Rosicler muchas gracias (Espejo de Príncipes y Caballeros, part. I, lib. I, cap. IV).
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N-1,12,24. Por los mozos de los frailes que sin dejarle pelos en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido, como se dijo en la relación de aquella aventura.

[13]Capítulo XII. Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos
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N-1,13,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,13,2. Ciprés, árbol funesto que los antiguos consagraron a Plutón y calificaron de funeral, o porque cortado no renace así como les muertos no resucitan, o porque la incorruptibilidad de su madera denota la inmortalidad de las almas. Dura actualmente la misma idea y suelen plantarse junto a los sepulcros cipreses, cuya copa piramidal, dirigiéndose al cielo, indica el término a que deben encaminarse nuestros deseos y esperanzas para después de la muerte.
Adelfa, arbusto con hojas como de laurel y flores parecidas a rosas, de donde le vino el nombre que tuvo en griego de rhododéndrón. Se tiene por planta venenosa para algunas especies de animales. Dificulto que el país de la presente aventura lleve adelfas, las cuales aman los países cálidos, y creciendo espontáneamente en nuestras provincias meridionales, desaparecen en los interiores de la Península.
Acebo, árbol de madera tan pesada, que se hunde en el agua. A los bastones de acebo, según cuenta Plinio, atribuía cierto autor antiguo una virtud muy particular, a saber: baculum ex ea (arbore) factum, in quodvis animal emissum, etiam si citra ceciderit defectus mittentis, insum per sese recubitu proprius adlabi (Nat. historia, lib. XXIV, cap. XII). Los pastores de la comitiva de Ambrosio, que no habían leído a Plinio tendrían, sin duda, sus razones para preferir los garrotes de acebo a otros menos pesados e incómodos.
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N-1,13,3. Sonaría mejor: aquella madrugada se habían encontrado con aquellos pastores, o aquella madrugada habían encontrado aquellos pastores. Hubiera también convenido para la corrección del lenguaje evitar la repetición de aquella y aquellos.
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N-1,13,4. Otra repetición todavía más desaliñada que la precedente. Hasta ahora se leían en todas las ediciones se lo cantó: en ésta se ha corregido por errata clara, poniendo se la contó, porque se hablaba de la ocasión, con quien debió necesariamente concertar el pronombre.
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N-1,13,5. Viene a ser lo mismo que la profesión de mi profesión, o el ejercicio de mi ejercicio. Mejor dicho estaría la profesión de mi oficio, o la calidad de mi profesión, o simplemente, mi profesión.
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N-1,13,6. Paso no es aquí lo que significa ordinariamente: el buen paso es la buena vida, la vida muelle y regalada, el pasarlo bien.
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N-1,13,7. Sobran las palabras de todos: ni hay en las ideas la oposición que aquí convenía. Estuviera mejor: de cuyo número soy, aunque indigno. Indigno y menor se aproximan en vez de contradecirse, como debieran, y como indica la partícula adversativa aunque.
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N-1,13,8. El que triplicado sin interrupción ni intermedio produce un mal sonido que evitan los que hablan y escriben con corrección. El primer que no hace falta para el sentido, y el tercero pudiera evitarse muy fácilmente: le tornó a preguntar qué significaba, etc. La facilidad de la enmienda indica la negligencia del escritor.
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N-1,13,9. Las ediciones anteriores decían continuamente; pero era comúnmente, y así debió corregirse. El primero que lo echó de ver fue don Juan Antonio Pellicer, y, sin embargo de que lo advirtió en una nota, no se atrevió a corregir el texto. Este respeto excesivo y supersticioso a las ediciones primitivas, que están muy lejos de merecerlo, ha perjudicado mucho a las posteriores.
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N-1,13,10. Artús fue Príncipe de los silures, nación que habitaba la parte meridional del país de Gales, y que Tácito se persuadió habían pasado de España a poblar en Inglaterra. Su abuelo Vortigernes, que reinaba en la Gran Bretaña a mediados del siglo V, hostigado por los escoceses, llamó en su socorro a los sajones, pueblo del norte de Alemania, los cuales, después de varios sucesos, volvieron las armas contra los bretones y se apoderaron de casi toda la Isla. La poca armonía entre los vencedores produjo su división en siete estados o reinos. Los bretones se retiraron a los montes de Gales, y guiados por Artús, a quien proclamaron por Rey, obtuvieron varias ventajas, y mantuvieron su independencia. Allí reinaron los descendientes de Artús, y de ellos procedió, según dicen, la familia de los Estuardos, que andando el tiempo llegó a sentarse en el trono.
Artús fue el Pelayo de los bretones, y desde sus montañas mantuvo, como el otro desde Covadonga, la independencia de su nación contra los invasores. Los libros caballerescos dicen que Artús extendió su dominación a la grande y a la pequeña Bretaña. Fue valentísimo de su persona, y se asegura que en diferentes batallas mató por su mano cuatrocientos sesenta enemigos. No ha faltado quien sueñe que el Rey Artús fue suegro de nuestro Rey visigodo Recaredo (Rodrigo Méndez de Silva, Catálogo Real, fol. 20). En la Caída de Príncipes (libro VII) escrita por Bocaccio, y traducida por el Canciller de Castilla don Pedro López de Ayala y don Alonso de Cartagena, se habla del Rey Artús y de su hijo Morderete. Fernán Pérez de Guzmán, Señor de Batres, en su Mar de historias, trata también de este fundador de orden caballeresca.
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N-1,13,11. Las palabras este Rey descomponen la oración, y debieran haberse suprimido. Ha de volver a reinar y a cobrar su reino: se dice una misma cosa dos veces.
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N-1,13,12. De la creencia común del vulgo inglés acerca de haber sido convertido en cuervo el Rey Artús y que por esto se abstenían de matar cuervos los ingleses, habla Cervantes en los Trabajos de Persiles y Sigismunda (lib. I, capítulo XVII), diciendo que no se sabe de dónde tomó principio esa fábula tan creída como mal imaginada. Quien encantó a Artús fue su hermana la Fada Morgaina, la cual contaba a Florambel de Lucea en el palacio a donde se entraba por el hueco del AArbol saludable, que habiendo sido su hermano Artús mortalmente herido en la cruda batalla en los campos de Salabre con los fijos del traidor de Morderete su fijo ella lo salvó en un batel, lo encantó, y se iba con él de unas partes a otras, hasta que Dios permita que salga otra vez a la luz del mundo (Florambel de Lucea, lib. II, cap. X). Consiguiente a esto, Urganda la Desconocida decía al autor de las Sergas de Esplandián, en un sueño, que se refiere en el capítulo XCIX, que la Fada Morgaina tiene encantado al Rey Artús, su hermano, y de fuerza conviene que ha de salir a reinar otra vez en la Gran Bretaña. De aquí hubo de nacer la expresión de esperanza bretona, que según refiere MiIlot (Historia, tomo I, núm. 2), era común en tiempo de los trovadores para burlarse de los ingleses, por alusión a la vana esperanza de volver a ver al Rey Artús.
Pellicer copió de un manuscrito de la Biblioteca Real este epitafio, que se supone haberse grabado en el sepulcro de Artús:
Hic iacet Arturus, Rex quondam, Rexque futurus.
El Doctor Bowle cita un pasaje de las antiguas leyes de Gales, código formado por un Príncipe de aquel país en el siglo X, que indica cuál pudo ser el origen de esta hablilla y preocupación del vulgo inglés. Dichas leyes prohibían matar tres clases de aves: águilas, grullas y cuervos, e imponían al matador una multa a favor del dueño de la tierra donde se cometiese el avicidio. Esta ley se fundaría en que son animales inútiles para el sustento del hombre, y que limpian los campos de reptiles y carnes infectas, o en otras razones que el legislador no ha tenido a bien comunicar al autor de estas notas.
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N-1,13,13. "Según escribe Sigiberto Gálico y Guillermo de Nangis, como el Rey Artús era valetísimo, así deseaba que los suyos lo fuesen y cuando podía haber alguno que fuese tal, teníale consigo en la corte, y a él y a los otros de su manera asentábalos a comer en su tabla y mesa redonda, porque cada uno fuese primero y postrero, no habiendo en la mesa principio ni fin. Cuando el Rey andaba en las guerras, con él se ejercitaban sus caballeros: y cuando guerras no había (por hacelles excusar toda ociosidad) hacíales experimentar en diversos ejercicios, por donde les dieron el nombre de caballeros errantes. Fueron principales entre éstos Tristán de Leonís, Lanzarote, Galbán, Troyano y Galerzo: los cuales, como fueron excelentes en las armas, así fueron amados de diversas señoras. Lanzarote amó a la Reina Ginebra, mujer de Artús, Rey de Inglaterra, y Tristán fue amado de Iseo, mujer del Rey Mares de Cornualla, siquier Cornovia; por las cuales, el uno y el otro hicieron maravillosas pruebas y hechos de armas." Esto dice Antonio de Obregón en su comentario al capítulo II del Triunfo de Amor del Petrarca, donde el poeta dice:
Eceo quei che le carte empion di sogni
lancilotto, Tristano e ali altri erranti,
onde convien che′l, volgo errare agogni,
vedi Gineura, Isotta e l′altre amanti
.
El constructor de la tabla o mesa redonda, según se cuenta en la Historia de Tristán, fue el sabio Merlín. En cada asiento aparecía escrito el nombre del caballero para quien era, sin cuya circunstancia nadie podía sentarse: el sucesor debía aventajarse en valentía al que le había precedido. Entre los asientos señaló Merlín uno en significación del que ocupó Judas entre los Apóstoles, y dejó dispuesto que nadie lo ocupase. Un caballero quiso hacerlo, y se abrió y lo tragó la tierra: dábanle el nombre de Asiento peligroso. Perceval, otro caballero que posteriormente quiso repetir la experiencia, a pesar de los consejos del Rey Artús, llegó a sentarse, et tantost la pierre fendit, et la terre bruyt si quil sembla a tous quils fondissent en abisme, et eut si grand fumée, quils ne sentrevirent de gran piece (Tristán, lib. I, capítulo XLV). Ya vimos en otra nota que los romances antiguos castellanos hicieron mención de la Tabla redonda, aplicándola a los doce Pares de Francia. La historia de la Caballería inglesa de la Tabla redonda era también conocida en Castilla a mediados del siglo XII; pues en la Gran Conquista de Ultramar (lib. I, cap. XLII) se describe un juego que usaron los franceses antiguamente, que llamaban Tabla redonda.. E porque aquellas mesas son así puestas en derredor, llámanle el juego de la Tabla redonda, que no por la otra que fue en tiempo del Rey Artús. Esto debió sugerir al cronista de Don Belianís de Grecia la idea de otra Tabla redonda de mayor tamaño y riqueza que refiere se vio en los torneos de Londres que celebró el Rey de Inglaterra Sabiano, y a que asistió don Belianís. Estaba destinada para los caballeros de mayor nombradía que concurriesen a las fiestas, y era en torno de quinientos pies, toda de muy finísima plata. Tenía asimismo ciento cincuenta fuentes de la misma plata, todas con muy riquísimos caños de oro.., sirviendo cada una para la silla de un caballero. El agua salía por bocas de pequeños leones u otros animales, o picos de aves: salía la que se quería por medio de ciertas clavijas, y al salir hacía un sonido suavísimo. El agua venía por debajo de la mesa y se repartía convenientemente. Las ciento y cincuenta sillas eran de marfil con perlas y follajes de oro: y en el espaldo, que era de oro de martillo con perlas pendientes de valor inestimable, tenía cada una el nombre del caballero para quien estaba destinada (Belianís, lib. II, cap. IV).
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N-1,13,14. Arnaldo Daniel, poeta provenzal, fue el autor del libro de Lanzarote, libro de que ya había noticia en Castilla en el siglo XV, puesto que lo nombraba en su Corbacho, el Bachiller Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera, escritor de aquel tiempo (parte IV, capítulo VI).
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N-1,13,15. Comúnmente decimos sabedora. En sabidora se conservó mayor semejanza con sapiens, raíz latina de esta palabra, y así la usó Cervantes frecuentemente en el QUIJOTE.
La lengua castellana, como otras, tiene en este punto raros caprichos, sujetándose unas veces a la etimología y abandonándola otras sin razón aparente: punto de que habló con erudición y acierto el Canónigo Bernardo Alderete en su libro del Origen de la lengua castellana, donde puede verse con más extensión.
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N-1,13,16. Nuestro hidalgo había alegado ya, y aplicado a sí el mismo romance; en el capítulo I de esta primera parte.
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N-1,13,17. Don Quijote procedió con equivocación en suponer a Amadís de Gaula posterior a Artús. Lo contrario dice la historia del primero, expresando en su mismo principio que los sucesos que refieren pasaron no muchos años después de la pasión de nuestro Redentor y Salvador Jesucristo; y luego, en el capítulo IV, hablando del Rey Lisuarte, padre de la sin par Oriana, y de los apuros con que reinó en la Gran Bretaña, dice así: Fue el mejor Rey que ende oyo ni que mejor mantuviese la caballería en su derecho hasta que el Rey Artús reinó, que pasó a todos los Reyes en bondad que ante del fueron, aunque muchos reinaron entre el uno y el otro. Lo propio se deduce también de la crónica de Lisuarte de Grecia, nieto de Amadís, la cual después de escrita, hubo de estar oculta, según en ella se asegura (cap. LXXXVI), por más de mil trescientos años; y Artús vivió en el siglo VI de la era cristiana.
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N-1,13,18. Amadís de Gaula fue el patriarca de una dilatada familia de caballeros andantes, cuyas historias forman la continuación de la suya hasta completar el número de veinticuatro partes o libros. Amadís vivió, según dichas historias, más de doscientos años (Amadís de Grecia, parte I, cap. CXXIX), y representaba mucha menos edad en virtud de una confección que le dio la sabia Urganda, protectora suya y de su familia; a la manera que en otro tiempo, según la fábula, Medea había rejuvenecido con hierbas al padre de Jasón. Ya tenía Amadís más de ochenta años cuando venció al traidor Mauden, y solo mostraba tener cuarenta (Ib., parte I, cap. LI). Así que el Rey Amadís continúa haciendo figurar por largos tiempos entre los sucesos de sus descendientes. Refiere don Nicolás Antonio que al fin de un libro caballeresco portugués, intitulado Penalva, se contaba la muerte de Amadís, y que con este motivo decían burlando los castellanos, que sólo a manos portuguesas pudiera morir un héroe como Amadís. Pero lo que se refiere en la historia de Esferamundi de Grecia (parte VI, cap. CXXVI) es que Amadís, siendo ya viejo decrépito, murió a manos de dos gigantes en una cruda y sangrienta batalla, en que murieron tres Emperadores, varios Reyes, Príncipes y gigantes, y cincuenta y cinco mil caballeros cristianos.
Después de largos y penosos amores, Amadís casó con la sin par Oriana, Princesa de Inglaterra, de quien le nacieron Esplandián y Perión. Esplandián tuvo por señora a Leonorina, hija del Emperador de Grecia, el cual, retirándose con la Emperatriz su mujer a un monasterio que habían fundado, dejó a Esplandián el imperio (Esplandián, cap. CLXXVI).
Don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, fue marido de la linda Briolanja. De ella tuvo dos hijos, Perión y Garinter, que fueron armados caballeros por el Emperador Esplandián (Ib., cap. CLXXXI). Don Florestán, tercer hermano de Amadís, y don Galaor, tuvo también hijos, de cuyos hechos y aventuras se hace mención en los libros caballerescos: de uno de ellos, llamado Florisando, se hizo libro aparte.
Sucedió a Esplandián su hijo Lisuarte: hijo de este fue don Flores de Grecia, de quien se escribió en francés una historia que su autor, Nicolás de Herberai, dedicó a Enrique I, Rey de Francia. Lisuarte fue también padre de Amadís de Grecia, el Caballero de la Ardiente Espada, y éste de don Florisel de Niquea y de don Silvis de la Selva. Nieto de Amadís fue el Príncipe Esferamundi de Grecia (Esferam., parte VI, capítulo último), y de la misma casa y familia imperial fueron don Rogel y don Belianís de Grecia, con otros caballeros que dieron largo y copioso asunto a los escritores caballerescos. Véase aquí la razón de decir Don Quijote que fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generación.
Otra familia de caballeros andantes principió en Palmerín de Oliva, Emperador de Constantinopla. Polendos, Primaleón y la Infanta Flérida fueron hijos suyos (Primaleón. lib. I, capítulo CCII y CCIV); Primaleón engendró a Platir, y éste a Flotir. Flérida casó con don Duardos, hijo mayor de Fadrique, Rey de Inglaterra (Ib., lib. I, cap. LXX); y por este enlace la casa imperial de Grecia, que se había unido con la Real de Inglaterra en Esplandián y Leonorina, volvió a enlazarse con la misma en don Duardos y Flérida. Inglaterra y Grecia son los estados que más papel hacen en las historias de que tratamos, y como los dos polos del mundo caballeresco: Alemania, Francia, Italia y España suenan menos. Pero basta de genealogías andantescas.
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N-1,13,19. Dos capítulos antes, en el romance de Olalla, se había nombrado la orden de Capuchinos, fundada en el año 1526. Antes todavía había citado Cervantes en el escrutinio varios libros modernos impresos durante su vida; y aun en los primeros renglones de su obra expresó que no había mucho tiempo que vivía su Don Quijote. Todo el resto de la fábula es consiguiente a esto, y apenas hay en ella página que no ponga a la vista las costumbres de la era en que vivió Cervantes, sin contar los infinitos pasajes en que se mencionan personas y sucesos coetáneos o no muy anteriores, y aun personas que sobrevivieron a Cervantes, como Cristóbal Suárez de Figueroa, que murió en el año de 1622, Lope de Vega en 1635, y don Juan de Jáuregui en 1640. A pesar de ello, Don Quijote, inflamado del estro caballeresco, y excitado por la pregunta de Vivaldo, dice que casi ha conocido y tratado a don Belianís de Grecia, como si sólo hubiera mediado un corto intervalo entre ambos, siendo así que don Belianís, y en general los caballeros andantes, hubieron de florecer en la Edad Media, y aun muchos de ellos anteriormente, si se ha de dar crédito a sus historias.
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N-1,13,20. Una de las cosas a que según el Doctrinal de Caballeros, ya citado otras veces, estaban obligados los que recibían Orden de Caballería, era que al caballero o dueña que viesen cuitados de pobreza o por tuerto que hobiesen recebido, de que non pudiesen haber derecho, que pugnasen con todo su poder en ayudarlos (lib. I, tít. II). Los libros caballerescos representan los usos, máximas y costumbres de la Caballería, que refieren las historias veraces de la Edad Media; pero exagerándolo todo sin tino ni concierto.
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N-1,13,21. Que les faltaba para llegar, es como ordinariamente se dice.
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N-1,13,22. Los fundó San Bruno a fines del siglo XI, y el siguiente se erigió el primer monasterio que tuvieron en España. Por algunos siglos se citaron como los más austeros y mortificados entre los monjes: hoy se citarían los de la Trapa.
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N-1,13,23. Sobre la partícula en que descompone el sentido y se introdujo por algún descuido en el texto. Por lo que toca a la estrechez de la profesión de la Caballería, el ermitaño, que explicaba su origen, naturaleza y obligaciones a Tirante el Blanco (parte I, capítulo V), onde figliuolo, concluía, puoi veder quanto èè dura cosa a ricevere l′′ordine di cavalleria. Ancora sei tenuto a fare forti cose, che per questo ordine sei tenuto di mantenere pupilli, vedove orfani et donne maritate, se alcuno le vuol sforzare, molestare o torgli i loro beni, che i cavallieri sono obligati di porre le persone a ciascun pericolo di morte, se sono richiesti in aputo o defensione da alcuna donna di honore; et ogni cavallieri il giorno chi riceve l′′ordine di cavalleria, giura di mantenir con tutto il poter suo lutto quello che′′ èè deto di sopra. Et per questo ti dico, figliuol mio, che gran tavaglio et fatica èè a esser cavalliere perche a moet cose èè obligato, et il cavalliere che non osserva tutto quello che dee osservare, I′′anima sua all′′inferno condanna. Tanto Vivaldo como Don Quijote eran de la misma opinión que el ermitaño.
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N-1,13,24. No sin alguna dificultad se entiende que lo que se defiende es la tierra.----Antes de filos falta el artículo los.----La analogía y el equilibrio del período pedía que se dijese: de los rayos del sol en el verano y de los erizados hielos del Norte en el invierno.----Ser blanco de los hielos, tampoco me suena bien.
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N-1,13,25. Cervantes añadió en la edición de 1608 el adverbio excesivamente, que no está en las primitivas de 1605; y lo añadió con razón, porque sin él la palabra trabajando, lejos de añadir nada, debilita las que preceden, sudando afanando.
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N-1,13,26. Lo último hubiera podido omitirse por bajo y disonante del tono noble y decente que reina en lo demás del discurso de Don Quijote.
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N-1,13,27. Como don Rogel a ser Emperador de Persia, Florisel de Grecia, Esferamundi de Trapisonda (Esferamundi, parte VI). A este último imperio ascendió también por el valor de su brazo don Reinaldos, como se cuenta en el romance de su prisión y destierro, que se insertó en el Cancionero de Amberes del año 1555 (fol. 114).
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N-1,13,28. Buen por qué es gran cantidad, gran porción y en este sentido se encuentra ya en el Centón Epistolario del Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, físico del Rey de Castilla don Juan el I, el cual, en la epístola 79 a don Pedro de Stúñiga, Conde de Ledesma, dice así: Gran loa seguiría desto; e en el pecho del Rey, que piadoso e amoroso es, meteríades un buen por qué de amor e de obligación para más ensalzamiento vuestro e de vuestros hijos. El mismo Bachiller, en la epístola 68 al señor de Valdecorneja, contándole que Micer Lando trajo al Rey don Juan la rosa de oro de parte del Papa, escribía: El Rey le mandó dar una mula fermosa con todos sus guarnimientos de berlate bruñido e una caja de plata de yantar, e buen por qué para tornarse a Roma.----Valióme el buen suceso un buen por qué, decía un alcahuete en el Pasajero, de Cristóbal Suárez de Figueroa, autor contemporáneo de Cervantes (alivio VI).
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N-1,13,29. Llenos están los anales de la Caballería andante de ejemplos de la protección que encantadores y encantadoras, sabios y sabias dispensaban a los caballeros sus ahijados. Urganda la Desconocida y su marido Alquife fueron patronos y favorecedores de Amadís de Gaula y de su familia, en cuyo beneficio hicieron las estupendas maravillas que se refieren en sus historias. Esplandián, hijo de Amadís, empezó a experimentarlo desde el punto que fue armado caballero, en el que se halló encima de las alas de la Gran Serpiente al pie de una altísima peña: la serpiente era la fusta de la sabia Urganda. El sabio Fistón protegía al Príncipe Perianeo de Persia, llamado el Caballero de la Fortuna, y para él hizo unas armas a las cuales ningún encantamiento bastaba (Belianís, lib. I, capítulo XXXII). La sabia Belonia favorecía a Don Belianís (Ib., caps. VI y XXXVI), y el sabio Silfeno, que en las artes mágicas no tenía otro superior más que a Fristón, favorecía a Ariobarzano (In., lib. I, cap. XXXV). La maga Ipermea patrocinaba a don Olivante de Laura; Lirgandeo, al Caballero del Febo; Artemidoro, al Príncipe Rosicler; Artidoro, al Príncipe Lepolemo y a su hijo, Ariosto en su Orlando furioso pinta al mágico Atlante como amigo y protector de Rugero, y a la sabia Melisa como patrona de Bradamante. El sabio Xartón, amigo y cronista del Caballero de la Cruz, vino a la corte de Alemania cuando ya su ahijado era Emperador, y se hizo cristiano (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. IX). El sabio Daliarte del Valle Oscuro, señor de la ínsula del Sepulcro, por otro nombre Deleitosa, fue favorecedor de su hermano Palmerín de Inglaterra; el mago Arcaón lo era de Florando de Castilla (Florando de Castilla, cantos V y XII); el Príncipe Lindadelo llegó por sus hazañas, y con la ayuda del sabio Doroteo, a ser Emperador de Trapisonda (Cristalián, libro I, capítulo X).
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N-1,13,30. Vivaldo, para decir esto, pudo tener presente el valor que, según la historia, tomaron los diablos que animaban al monstruoso Endriago, cuando iba a acometerle Amadís de Gaula, como viesen que este caballero ponía más esperanza en su amiga Oriana que en Dios (Amadís de Gaula, cap. LXXII). Y después de la batalla estando Amadís moribundo de las heridas, decía a su escudero: Yo te ruego... que me seas bueno en la muerte, como en la vida lo has sido, é como yo fuere muerto, tomes mi corazón y lo lleves a mi señora Oriana, e dile que pues siempre fue suyo... que consigo lo tenga en remembranza de aquel cuyo fue, aunque como ajeno lo poseía... E no pudo hablar más. Aún fue peor lo de Tirante el Blanco, que al entrar en combate no invocaba a Santo alguno, sino el nombre de Carmesina, y preguntándosele por qué no invocaba juntamente el de otro Santo, respondía que el que sirve a muchos no sirve a ninguno (Tirante, parte II, capítulo XXVII).
Pero no siempre sucedía lo que aquí supone y desaprueba Vivaldo. El mismo Amadís empezó alguna vez, según cuenta su historia, por invocar a Dios antes que a Oriana (cap. XLIV). Don Olivante de Laura, al ir a embestir a los jayanes que guardaban la entrada de la casa de la Fortuna, después que muy de corazón se hubo encomendado a Dios nuestro Señor, volviendo los pensamientos a lo divina Princesa Lucencia, comenzó a decir: íAy soberana señora!... dame favor en esta batalla..., porque si el esfuerzo de tu soberana virtud no me viene en mi ayuda, yo no basto para ninguna pequeña cosa (Olivante. lib. I, cap. II). Don Roserín, al combatirse, se encomendaba a Dios, y llamaba a su señora Florismena, como se refiere en la historia del Caballero del Febo (parte I, capítulo XXVI). Cuando Rosicler, llevado por engaño a la ínsula de Candramarte, conoció que allí había armada traición y que iba a ser acometido por los gigantes, levantó los ojos al cielo, diciendo: Tú, Señor, perdona al ánima y ave piedad della, pues fue redimida con tan caro precio, que del cuerpo no tengo por qué dolerme, pues le viene la muerte en tan buen tiempo: y esto último lo decía por el estado de desesperación en que lo tenían los desdenes de su señora la Infanta Olivia (Ib., parte I, lib. I, cap. XLVII).
La conducta de Don Quijote era conforme al ejemplo de los mejores, según el cual debía contarse con Dios antes que con la dama: así, refiriendo en el capítulo XXXV a la Princesa Micomicona su victoria sobre los cueros de vino, le decía que le había conseguido con ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien vivía y respiraba. Y al acometer la aventura de la Cueva de Montesinos, empezó por encomendarse a Dios y luego a Dulcinea. Y consiguiente a esta doctrina, al descubrir en el capítulo L la aventura del Lago ferviente, cuenta que el caballero se arroja al lago encomendándose a Dios y a su señora. Verdad es que en llegando la ocasión solía distraerse, y sólo se acordaba de su señora, como en la batalla con el vizcaíno, y en las que tuvo con los arrieros en el corral de la venta la noche de la vela do las armas.
En esta parte, el libro que da muestras mayores de piedad caballeresca es el de Florindo de la Extraña aventura. Su autor, que debía ser devoto de la Virgen nuestra Señora, y de San Bernardo, comunicó esta calidad a sus héroes. Florindo, el principal de ellos, al acercarse al castillo de las Siete Venturas, halló un antiguo oratorio u ermita con la imagen de San Bernardo; y hecho en él su oración y quitándose las armas y arrendado a un árbol su preciado Jayán (éste era el nombre de su caballo), tomó fresco en una fresca arboleda que la devota ermita cercaba. Encomendóse a San Bernardo y a la Virgen, se durmió y soñó que se le había aparecido el diablo, a quien el Santo asió de la melena, y yendo Florindo a herirle con el estoque, desapareció (Florindo, parte II, cap. XXVI). Al acometer la temerosa empresa de penetrar en el castillo mencionado, hizo la señal de la Cruz y pasó el brazo de río que rodeaba el castillo (Ib.). Salióle al encuentro Lucifer con muy espantable figura echando llamas; Florindo hizo el signo de la Cruz, diciendo aquellas terribles palabras: Verbum caro factum est, con las cuales desapareció el diablo, y fue desencantada la ventura (Ib.). El mismo Florindo concurrió a unas justas que se celebraron en Nápoles en el día y en honor de la Virgen nuestra Señora, y sacó por divisa un cielo puesto sobre la tierra con una letra que decía:
En él ni en ella
tal Virgen ni tal doncella.
El Duque Floriseo, otro de los principales personajes del citado libro, al emprender la aventura de la Rica selva encantada, se encomendó muchas veces a nuestro Señor, y rezando los versos de San Bernardo, llegó a la puerta. Allí peleó con un gigante, y en lo fuerte de la batalla oraba a nuestro Señor diciendo: Domine, fili David, miserere met (Ib., parte II, cap. I). El mismo Duque, acercándose a la espantosa torre de la Isla encantada, se encomendó a nuestra Señora y a su Santo devoto (San Bernardo), y no cesando sus devotas oraciones.., entró por la puerta, siempre con reclamación al Verbo divino, suplicándole le ayudase contra toda cosa adversa. Pasada la primera puerta guardada por dos perros, encontró en la segunda un canoso animal de negras pintas pintado... El Duque, haciendo el signo de la Cruz, entró a la sala segunda, en la cual cosa ninguna vio, excepto otra puerta, donde estaban atadas dos espantables serpientes. Volvió a encomendarse a Dios y al glorioso San Bernardo, y entró en la tercera sala, donde vio a un Rey coronado, y atado junto a un fuego que lo estaba abrasando. Al acercarse Floriseo le embistieron las llamas, y queriendo volverse atrás, le acometieron las serpientes. Cuando en tal trance se vido, comenzó a gran priesa a rezar, e cuando llegó al que dice In manus tuas, Domine, fue deshecho en aquel instante todo el encantamiento de la torre, muriendo las serpientes, apagándose el fuego, reventando el animal, matándose los canes, abriéndose las puertas, rompida la prisión, siendo fuera el prisionero. Este era el Rey Morfante de Persia, a quien las sabias dueñas Herculana y Trofea habían tenido encantado diez años, diez meses, diez días y diez horas (Florindo, parte II, cap. V). Según declaró Morfante a Floriseo, las dos serpientes descendían de las dos que ahogó Hércules estando en la cuna.
Nótese que este Duque aventurero sabía latín, cosa rara en aquel tiempo en su profesión y estado; y mírese como muy verosímil que el autor del Florindo de la Extraña ventura, fuese algún monje Bernardo, o blanco, como antiguamente decían, a distinción de los negros, que eran los Benedictinos.
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N-1,13,31. Poniéndose incurriría en mal caso, se evitara el pleonasmo de caer en caso. Mal caso era el que producía infamia, y solía también llamarse caso de menos valer, porque, como se dice en la Partida tercera (título V, ley I), los que incurren en él non pueden dende adelante ser pares de otro en lid, nin en facer acusamiento, nin en testimonio, nin en las otras honras. Incurriría en caso de menos valer, y por consiguiente, en infamia, el fidalgo que faltaba al pleito homenaje, y el que se desdecía en juicio o por corte de la cosa que dijo, según se expresa en la misma Partida (Ib., ley I) y se repite en el Doctrinal de Caballeros (lib. IV, título VII, rubricela 2).
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N-1,13,32. Sobre esta costumbre de nombrar los caballeros a sus damas en ocasiones de peligro, dice la segunda Partida del Rey don Alonso (tít. XXI, ley XXI), hablando de lo que deben guardar los caballeros en dicho et en fecho, y de lo que sobre esto pensaban los antiguos: E aun porque se esforzasen más, tenían por cosa aguisada que los que toviesen amigas, que las mentasen en las lides, porque les cresciesen más los corazones e oviesen mayor vergÜenza de errar. Y si sólo la mención de la dama era conveniente para producir este efecto, todavía debía producirlo más cumplido su presencia. Por lo cual, la doncella Floreta, confidenta de la Princesa Cupidea en sus amores con Leandro, aconsejaba a su señora que asistiese al duelo entre él y el gigante Fornafeo, porque con su hermosura daría mucho esfuerzo a su caballero en la batalla (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXIV). Y desto, como dice poco después Don Quijote, hay innumerables ejemplos en las historias. Don Rogel de Grecia quiso pelear con tres caballeros, a pesar de que se hallaba desarmado, y sin más que escudo y espada. La Infanta Persea, que iba en su compañía, trató de disuadirle de su propósito, diciéndole íAy de mí!, que estáis sin armas y ellos son tres. Bástanme, dijo él, las de estar vos presente (Florisel de Niquea, parte IV, cap. VI). Habiendo ido muchos Príncipes, caballeros y damas a ver las grandes cosas que, según decían, encerraba la Torre de las Maravillas, hallaron que las puertas eran todas de hierro, y tan grandes y pesadas, y guarnecidas de tantos candados y cerraduras, que no fue posible forzarlas. En esto vieron asomarse a una alta finiestra que en la torre estaba, un hombre muy grande y feo, con una gran llave en la mano, el cual, con una voz muy espantable y medrosa, dijo: quien tuviere poder de abrir la gran puerta con esta llave, con gran razón podrá ser loado en el mundo. Dicho esto, dejó caer la llave, con la cual algunos probaron a abrir y no pudieron, y Florambel, viendo que ninguno había fecho nada, mirando primero a su señora, con cuya fermosura tomaba mucho favor y esfuerzo, tomó la llave, y yéndose para la puerta, la abrió tan ligeramente como si fuera otra cualquiera, de lo cual todos fueron muy maravillados y alegres, en especial la su fermosa señora (Florambel de Lucea, libro V, capítulo XXXVI).
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N-1,13,33. Esta mezcla de piedad, dureza y galantería fue realmente uno de los caracteres de la caballería de la Edad Media; pero se exageró en los caballeros andantes. Añadiré algunos ejemplos a otros alegados anteriormente. Yendo Florambel de Lucea en demanda de la aventura del AArbol saludable, hizo noche en una pobre ermita, en la cual falló un ermitaño de santa vida, el cual le dio de cenar lo que tenía, que era pan e agua, e fruta. Y acabada la cena, Florambel acordó que sería bien confesarse y comulgarse, pues se había de ver en tan grand peligro, y ansí lo dijo al ermitaño. él le oyó esa noche de penitencia, y le dijo muchas cosas por apartarle de aquel tan peligroso camino que llevaba, diciéndole cómo aquella aventura del árbol era cosa de encantamiento, adonde el diablo tenía siempre mucha parte... mas nada de todo cuanto le dijo aprovechó para quitar a Florambel de su firme propósito... E viendo el ermitaño que no aprovechaba nada, después que lo ovo asuelto, le echó la bendición y lo encomendó a Dios muy de corazón. Esto hecho, los dos estuvieron en oración muy gran parte de la noche, y después se acostaron sobre feno, que era el lecho quel ermitaño tenía, y dormieron fasta el alba, que luego que fue de día fueron en pie, y el ermitaño se vistió para decir misa, y la dijo muy devotamente, y Florambel la oyó con mucha devoción, y recibió el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo con muchas lágrimas, rogándole que le diese vitoria en aquel peligro que presente esperaba (Florambel de Lucea, lib. II, cap. VI). Don Florisel de Niquea confesó y comulgó para entrar en el desafío con Brucerbo, Rey de Gaza, sobre vengar el agravio de la Reina Sidonia (parte II de su Crónica, cap. VI). Tristán de Leonís, yendo a precipitarse de una alta torre al mar, lo hace se recommandant a l′amie Iseult et a son doux Redempteur. Pero donde se leen incidentes muy singulares en esta materia es en la Historia de Tirante el Blanco. Estando para pelear en duelo este caballero y Tomás de Montalbán, vinieron a confesarlos dos frailes de San Francisco, y no pudiendo comulgarlos con pan consagrado lo hicieron con pan bendito. Diofebo, primo de Tirante y amante de Estefanía, después de grandes dificultades, obtuvo permiso para besarla, y acercándose a ella la besó en la boca tres veces a honra de la Santísima Trinidad: tales se pintan las costumbres e ideas de aquellos siglos. La Princesa Carmesina se encomendaba a la Virgen al mismo tiempo que escondía en los pliegues de su ropa un cuchillo para quitarse la vida, si la cautivaban los turcos. La dueña Reposada, enamorada de Tirante, le solicitaba del modo más impudente, y para obtener sus últimos favores le alegaba las oraciones, limosnas, maceraciones y ayunos que había practicado para conseguir de Dios su salud durante una enfermedad que había padecido.
Los libros, aun fingidos, llevan de ordinario la marca del siglo a que pertenecen, y tanto los de invención como los históricos, vienen a expresar con más o menos expresión los mismos usos, ideas y costumbres. Beltrán du Guesclín o Claquín, como le llaman nuestras crónicas, se desafió con Tomás de Cantorberi, un caballero inglés, a presencia del Duque de Alencastre, durante el asedio de Dinán. Tomás arrojó el guante, y Beltrán lo recogió y dijo que hasta desempeñarlo no cometería más que tres sopas en vino a honra y en nombre de la Santísima Trinidad (Colección de Memorias para la historia de Francia, tomo II, pág. 404). En la relación del Paso honroso que mantuvo Suero de Quiñones, se lee que los justadores, antes de entrar en la liza, oían misa diariamente, a pesar de que los religiosos que la decían, y entre ellos el Maestro Fray Antón, confesor de Suero de Quiñones, declararon que tales ejercicios non se pueden facer sin pecado mortal, y que la Iglesia, conforme a lo dispuesto por el derecho canónico, no rogaba por los que morían en ellos, ni les concedía sepultura en sagrado, disposición que se observó y cumplió con un caballero aragonés que murió en la justa.
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N-1,13,34. Falta el verbo que debe anteceder o determinar, como dicen, estos infinitivos, y está manco el régimen.
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N-1,13,35. Pudieran citarse casos innumerables de los que aquí dice Vivaldo, y casi tantos como combates se cuentan y describen en los libros caballerescos.
Desafiados Florambel de Lucea y Fortidel de Mirandoya, se arrendraron el uno del otro cuanto un tiro de arco, y volviendo los caballos contra sí, sin fablar palabra, bajando sus lanzas y cubriéndose de sus escudos, firieron los caballos de las espuelas tan fuertemente que a todo correr los ficieron ir muy ligeros el uno contra el otro... El valiente Fortidel vino a tierra muy quebrantado (Florambel, libro IV, cap. IX). En las fiestas que se celebraron en la corte de Lucea para solemnizar las bodas del Rey Florineo y la Infanta Beladina, justando el Rey Leónidas, uno de los mantenedores, con un caballo novel, cayó en el encuentro por sobre las ancas del caballo (Ib., lib. V, capítulo X). Galercia, Reina de Gocia, gran justadora, concurriendo con Alderino del Lago, lo encontró tan poderosamente, que lo tumbó por las ancas del caballo (Policisne de Boecia, capítulo LCVI). El animoso Tarso, viendo que aquella era la primera lanza que corría en su vida, y ser delante de su bella señora (la Infanta Flora de Argentaria), encomendándose a Mahoma que le ayudase, encontró al fiero pagano de tal golpe, que con un trozo de lanza en los pechos le hizo venir al suelo, sin menear pie ni mano, con tanto espanto de los presentes que se olvidaban del que había dado el beligero griego (el Príncipe Rosicler), que, como si estuviera presente su hermosa Olivia, encontró el gigante de tan poderoso esfuerzo, que le hizo venir por las ancas del caballo atravesado de vanda a vanda (Caballero del Febo, parte II, lib. I, cap. V). El Caballero de las armas jaldes justaba con el Príncipe Florandino de Macedonia, el cual lo encontró de tal manera que, mal que le pesó, dio con él en el suelo por las ancas del caballo (Caballero de la Cruz, lib. I capítulo XXXVI).Como se han contado cinco casos, pudieran contarle cincuenta.
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N-1,13,36. En algunos ejemplares de los estatutos de la Orden de la Banda, se lee al artículo 31: Que ningún caballero de la Banda estuviese en la corte sin servir a alguna dama, no para deshonrarla, sino para la festejar o casarse con ella, y cuando ella saliese fuera, la acompañase a pie o a caballo, llevando quitada la gorra y haciendo su mesura con la rodilla. Y conforme a esto, aun mucho tiempo después, en la corte de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, testifica en sus cartas Andrés Navagero, Embajador de la Señoría de Venecia, en Castilla, que no había caballero que no sirviese a alguna dama, y ciertamente las costumbres de aquella corte no eran estragadas ni corrompidas.
Si en el mundo real y efectivo estaba la galantería tan autorizada, +cómo podría menos de estarlo en el imaginario de la caballería? El caballero andante sin dama, dice Don Quijote en el capítulo XXXI de la segunda parte, es como el árbol sin hojas, el edificio sin cimiento y la sombra sin cuerpo de quien se cause. Y según otra sentencia del Rey Agricán, en Boyardo, que antes se alegó en su idioma original, y ahora se pone según la traducción de Garrido:
El caballero que anda sin amores
si vive, está sin alma y sin valores.
(Orlando enamorado, lib. I, canto 18.)
Así que la lista de los caballeros andantes es lista de caballeros enamorados. Amadís, de Oriana, hija del Rey de Inglaterra; Lisuarte, de Onoloria, Princesa de Trapisonda; Belianís, de Florisbella, hija de Marceliano, Soldán de Babilonia; Esferamundi, de la Princesa Ricarda; Platir, de Florinda, hija del Rey de Lacedemonia; Olivante, de Lucenda; Lepolemo, por otro nombre el Caballero de la Cruz, de Andriana; su hijo Floramor, conocido por el Caballero de las Doncellas, de la Princesa de Constantinopla Cupidea; Celidón de Iberia, de Poisena, hija del Sultán de El Cairo; Florando de Castilla, de la Infanta Safirina de Dacia; Florambel, de Graselinda; su padre Florineo, de Beladina; Primaleón, de Gridonia; don Duardos, de Flérida; Palmerín de Inglaterra de Polinarda, Basta y sobra de ejemplos.
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N-1,13,37. Falta un verbo para la buena gramática: y se juzgaría que entróàà no por la puerta, sino por las bardas.
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N-1,13,38. Don Galaor, a diferencia de su hermano Amadís, que fue modelo del amor constante, y como tal dio felice cima a la aventura del Arco de los leales amadores, según se cuenta en su historia (cap. XLIV); don Galaor, digo, obsequió a varias damas, de lo que en dicha historia hay suficiente noticia, así como de que prefirió sobre todas a la hermosa Briolania, hija y heredera de Tagadán, Rey de Sobradisa. Pagóse tanto della (Galaor de Briolania) y tan bien le paresció, que, aunque muchas mujeres había visto y tractado, como esta historia lo cuenta, nunca su corazón fue otorgado en amor verdadero de ninguna, sino desta muy hermosa Reina (Ib., capítulo CXXI).
Bowle, sobre este pasaje del QUIJOTE, quiso probar que estaba trascordado Vivaldo, y para ello alegó uno de la historia de Amadís de Gaula, donde se mencionan los amores de don Galaor con Briolanja y la doncella Aldeva, y aun otro de Amadís de Grecia, donde se habla del Rey Galaor y su amada mujer. Pero esto no destruye lo que dijo Vivaldo, y antes bien la mención de Aldeva lo confirma. De la inconstancia de don Galaor da testimonio la misma historia de su hermano en el lugar que se ha copiado, y lo comprueba la de don Florisel de Niquea, refiriendo que dos damas hermanas burladas por un caballero desleal, habiendo conseguido adormecerlo, lo habían atado y lo estaban azotando cruelmente, y que el paciente les decía: Mejor caballero que yo era Amadís de Grecia y don Florisel, su hijo, más por eso no dejaron de ser desleales, y don Galaor, su tío, no les fue en zaga... A lo cual contestó una de ellas: Si como a vos os tenemos los tuviéramos aquí, nosotras dejáramos satisfechas u Lucela del uno y a Elena del otro, y a esotro Rey don Galaor no le diéramos pena ninguna, porque la culpa tenían las que lo querían, porque él no engañaba a ninguna, pues nunca se preció de ser leal (Florisel, parte II capítulo LXIX).
Tal era la pública voz y fama acerca de la inconstancia y condición naturalmente fácil de don Galaor, que en vano quiso combatir Bowle. Pellicer le siguió en la equivocación y en la mala defensa de don Galaor.
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N-1,13,39. Son dos versos octosílabos, cosa que suele ocurrir frecuentemente en la prosa castellana, pero que evitan los que escriben con corrección y delicadeza. Mejor: de querer bien a todas cuantas bien le parecían.
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N-1,13,40. Un cierto Andrés, Capellán de la corte de Francia, contemporáneo del Rey San Luis, escribió una obra intitulada: De arte amandi et de reprobatione amoris. En ella insertó un estatuto de amor, que da idea de las reglas y espíritu de la galantería en aquella época. Uno de los treinta y un artículos de que consta, es: Qui non celat, amare non potest, y conforme a esta regla, en los Arrestos de Amor, libro escrito en francés por Marcial de Auvernia en el siglo XV, y traducido el siguiente al castellano por el Secretario Diego Gracián, se refiere la sentencia del consejo de Cupido contra un amante indiscreto y parlero, a quien se impone entre otras penas, que vaya en romería descalzo a la ermita del amor (Arresto I). Además de la regla que prescribía el secreto, había otra que prohibía la inconstancia: nemo duplici potest amore ligari, y en cuanto a esta última, ya se ha visto, por lo que acaba de notarse, que don Galaor no la observó muy escrupulosamente. Don Quijote, no pudiendo defenderlo de la nota de inconstante, quiso defenderlo de la de hablador, diciendo que se preció de secreto caballero: pero no se halla rastro de cosa semejante en la historia de Amadís, y no fue más que una salida que ocurrió en el momento a nuestro hidalgo, tan propia de su desvariada fantasía como de la agudeza y humor festivo de Cervantes. Tachóla con discreción y delicadeza Vivaldo cuando suplicó a don Quijote dijese el nombre de su señora, si no se preciaba de ser tan secreto como don Galaor.
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N-1,13,41. No puede menos de ocurrirle al lector de este paso aquella redondilla traducida del italiano, que después saldrá a colación en la segunda parte del QUIJOTE:
De la dulce mi enemiga
nace un mal que el alma hiere,
y por más tormento quiere
que se sienta y no se diga.
Pero esta expresión de la dulce mi enemiga es mucho más antigua: hállase ya en la primitiva historia francesa de Tristán de Leonís, quien la usó en aquella tierna canción, cuando celoso de Iseo, huyendo de su presencia y privado de esperanza y de juicio, decía entre otras cosas:
En ma dernièère accramie
vous priant ma douce ennemie,
Iseut, qui ia me fut amie,
qu′aprèès ma mort ne m′oublie
.
No puede menos de ocurrirle al lector de este paso aquella redondilla traducida del italiano, que después saldrá a colación en la segunda parte del QUIJOTE:
De la dulce mi enemiga
nace un mal que el alma hiere,
y por más tormento quiere
que se sienta y no se diga.
Probemos a decirlo en castellano:
A la dulce mi enemiga
pido en mi angustia postrera,
que pues me fue un tiempo amiga,
no me olvide cuando muera.
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N-1,13,42. Estas expresiones me recuerdan las del libro de Tirante el Blanco, donde se dice de la Reina de Inglaterra: La faccia et le mani se dimostravano de inestimabile candore et belleza; egli si de contemplare nello aggratiato gesto feminile che mostava, che tutte le parti ascose non poteano esser se non di maggior estima (parte I, cap. XVI).
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N-1,13,43. Cayo se cuenta mal entre los apellidos de familia ilustres romanas, pues no era apellido, sino pronombre vulgar y común a todas, esclarecidas y oscuras, nobles y plebeyas.
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N-1,13,44. Familias nobilísimas de la Roma moderna. Otón Colona fue electo Papa el año de 1417, con el nombre de Martino V. Su familia era ya ilustre a principios del siglo XII, y dio origen a varias casas de magnates de Italia. Hubo de ella muchos Cardenales y personas notables de uno y otro sexo. Próspero Colona fue discípulo del Gran Capitán Gonzalo de Córdoba, y después General de las tropas de Carlos V en las guerras de Italia. Victoria colona, mujer del célebre Marqués de Pescara, el vencedor de la jornada de Pavía, se distinguió por su instrucción en las letras y por sus virtudes, señaladamente por el amor a su marido, después de cuya muerte se retiró a un monasterio de Milán, donde murió el año de 1541. Marco Antonio Colona, Duque de Paliano, mandaba la escuadra de galeras pontificias en la batalla de Lepanto, y falleció en Medinaceli el año de 1584, viniendo a la Corte llamado por el Rey don Felipe I. Cervantes le llamó Sol de la milicia, preciándose de haber seguido algunos años sus vencedoras banderas, en la dedicatoria de su novela pastoril la Galatea, dirigida a Ascanio Colona, hijo de Marco Antonio y doña Juana de Aragón, que estudió en la Universidad de Alcalá, como se lee en la Dorotea de Lope de Vega (acto V, escena IV).
Los Colonas y Ursinos fueron familias rivales. Los primeros se distinguieron por su afición al partido de España en los disturbios de Italia durante el reinado de Carlos V. Los Ursinos no cedían a los Colonas en lo antiguo e ilustre de su prosapia; dieron a la Iglesia más de treinta Cardenales y cinco Papas, desde Nicolao II, que fue electo el año de 1277, hasta Benedicto XII, que murió en el de 1730. De los Ursinos procedieron grandes señores y estados en el reino de Nápoles, y personas que hicieron papel importante en el mundo. Es notorio el que hizo en España la Princesa de los Ursinos durante el reinado de Felipe V.
Después de las familias extranjeras, nombra Don Quijote varias de las más ilustres españolas, asunto demasiado conocido para que nos detengamos en ello.
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N-1,13,45. Hijo del Rey de Escocia, Capitán de la gente de guerra que su padre enviaba al socorro de París, cercado por el Rey Agramante. Orlando lo puso en libertad cuando le llevaba Anselmo de Altarriba y Cervino, agradecido a su libertador, habiendo encontrado las armas de éste, las recogió, hizo de ellas un trofeo, y escribió al pie:
Armatura d′Orlando Paladino,
y sigue Ariosto:
Come volesse dir, nessun la muova,
che estar non possa con Orlando a prova
.
Sobreviniendo en esto Mandricardo, quiso llevarse la espada, y sobre ello se combatió con Cervino, el cual, mal herido, expiró en brazos de su amante Isabela, que había presenciado el combate (Ariosto, Orlando furioso, canto 24).
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N-1,13,46. Nómbranse en el libro I de la Diana, de Jorge de Montemayor, donde Fabio, paje de don Félix, dice a Felismena, que a la sazón se hallaba disfrazada de hombre: Y os prometo a fe de hijodalgo, porque lo soy, que mi padre es de los Cachopines de Laredo, etc. Y en la comedia de Cervantes La Entretenida, una fregona linajuda decía:
+No soy yo de los Capoches
de Oviedo? +Hay más que mostrar?
Cervantes se burlaba tanto de los Capoches como de los Cachopines, y siempre de los abolengos y alcurnias de los asturianos y montañeses. En las provincias del Norte de la Península ha sido frecuente que personas que han pasado a las Indias, y adquirido allá cuantiosos bienes, hayan vuelto y fundado en su país casas acomodadas. En Nueva España se daba el nombre de Gachupines o Cachupines a los españoles que pasaban de Europa; y este puede creerse que es el origen de los Cachopines de Laredo, especie de apellido proverbial con que se tildaba a las personas nuevas que, habiendo adquirido riquezas, se entonaban y preciaban de ilustre prosapia.
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N-1,13,47. Está recibido el juntar los dos adverbios nunca y jamas, que valen lo mismo, para reforzar así su significación, y se dice nunca jamás haré esto o lo otro; pero no se usan separados por otras palabras dentro de la misma expresión, como aquí sucede.
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N-1,13,48. Tejo, árbol silvestre, a cuyas exhalaciones y ambiente se atribuyen propiedades malignas.
Sic tua Cyrneasfugiant examina taxos,
le decía un pastor a otro en Virgilio (égloga IX), y según Plinio (lib. XVI, cap. X) fue opinión de algunos que de taxos se dijo tóxicum, de donde el castellano tósigo. Del ciprés se habló en otra nota de este capítulo.
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N-1,13,49. Debió ponerse: alrededor del había, o alrededor de sí tenía. Y de esta suerte diría probablemente el original de Cervantes.
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N-1,13,50. Muchas ediciones han puesto mira bien, Ambrosio, lo cual evidentemente es error, porque el número debe ser igual al del otro verbo queréis, que es plural. Y así debe escribirse mirá, que es lo mismo que mirad, sólo que se suaviza y elide la d, como suele hacerse en el estilo familiar. Son frecuentes los ejemplos de estos en nuestros libros antiguos, como se notó ya en el capítulo V.
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N-1,13,51. El pensamiento es hermoso y dulcemente melancólico, sino que en esto de la memoria y del olvido hay una cierta afectación de ingenio, y aun cierta contradicción de ideas que perjudican al efecto.
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N-1,13,52. El elogio fúnebre pronunciado por Ambrosio a presencia del cadáver de su amigo mientras abren la sepultura, delante de espectadores desconocidos de varias clases, reunidos allí casualmente, tiene mucho de dramático, y está bien ideado y hablado. Don Antonio de Capmani lo copió con elogio entre otros del QUIJOTE en su Teatro de la elocuencia española. Sin perjuicio de aprobación y voto tan respetable, todavía pueden hacerse algunas ligeras observaciones. Ambrosio llama a Grisóstomo Fénix en la amistad, y no es muy acertada la comparación, porque siendo el Fénix único y singular, no puede ser tipo de la amistad, que necesariamente ha de ser entre dos: Ambrosio, con esta calificación, se excluía a sí mismo del título de amigo de Grisóstomo----Lo de primero en ser bueno y sin segundo en ser desdichado, parece expresión demasiado sutil y no de buen gusto; Cervantes incurrió alguna vez en defectos de esta clase, que empezaban a hacerse comunes entre los escritores de su tiempo, y al cabo llegaron a ser la peste del lenguaje castellano, tanto métrico como prosaico, de aquel siglo.
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N-1,13,53. De quien alcanzóàà a lo cual dio fin... a quien él procurabaàà cual lo pudiera mostrar. La repetición excesiva del relativo dentro de un mismo período, hace lánguido y arrastrado el lenguaje.
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N-1,13,54. Falta la gramática, y se remediará sólo con añadir dos letras: No es justo que se cumpla la voluntad de quien en lo que ordena va fuera de todo razonable discurso. Fue tanto más fácil la omisión de la partícula en, cuanto la palabra anterior quien acaba con las mismas letras. La fuerza de esto la comprenderán los que tienen práctica en la materia, y conocen por experiencia lo que es pelear con descuidos de cajistas de las imprentas.
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N-1,13,55. Sabido es que Virgilio, al morir, mandó que se quemase su Eneida, porque no había acabado de limarla; pero sus testamentarios y amigos Tuca y Vario no lo consintieron, apoyados en la voluntad de Augusto, que tampoco quiso se cumpliese una disposición que tan funesta y lamentable hubiera sido para las letras. A lo que aluden los versos siguientes, que se leen en todos los sumarios de la vida de Virgilio:
Iusserat h祣 rapidis aboleri carmina flammis
Virgilius, phrygium qu礠cecinere ducem.
Tucca vetat Variusque simul; tu, maxime Casar
Non sinis et Lati礠consulis histori礿.
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N-1,13,56. Se da lugar, pero no se tarda lugar sino tiempo. No habría reparo si dijera: bien os dará tiempo para ello el que se tardare en abrir la sepultura.

[14]Capítulo XIV. Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos
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N-1,14,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,14,2. Esta canción se había impreso siempre mal, sin hacer la conveniente división de las estancias. Pellicer advirtió y corrigió en su edición este defecto.
El artificio de esta canción admirable y singular, dice Pellicer, consiste en componerse cada estancia de diez y seis versos, todos endecasílabos, que, rimando entre si de un modo nuevo, el penúltimo consuena con el hemistiquio del último. Nótase en ella alguna expresión humilde y algún verso desmayado; pero puede, sin embargo, competir con lo mejor de nuestros mejores poetas... La misma uniformidad de versificación, sin alternar los versos cortos, manifiesta con más viveza la pasión de este pastor furioso. Puede reputarse Cervantes por inventor de este género de canciones.
Ni en lo uno ni en lo otro soy del dictamen de Pellicer. En las canciones castellanas el poeta es árbitro de fijar según le acomode la forma de las estancias o estrofas y el orden y combinación de los consonantes. Así se ve en nuestras canciones antiguas y modernas, incluso la presente, cuya mayor novedad es que el penúltimo verso de la estrofa no rima como los demás, sino que tiene su consonancia en la cuarta y quinta sílaba del último. El estrambote, en que el poeta habla con su canción, según se usa en semejantes composiciones, es una quintilla de la misma hechura que las últimas de las estancias. En suma, no hay aquí invención de género nuevo; y por lo demás, los versos me parecen como generalmente los de Cervantes, mal.
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N-1,14,3. Las dos ediciones primitivas del año 1605 desfiguraron este nombre, en lugar del cual pusieron balando, error que corrigió la del año 1608, donde se restituyó la verdadera lección baladro, que significa alarido o grito desentonado y espantoso. Esta palabra se halla usada en la segunda parte del QUIJOTE, donde, hablando Sancho con su mujer, Teresa, le encargaba que cuidase del rucio los días anteriores a la tercera salida de su amo, porque no se iba a bodas, sino a rodear el mundo y a oír silbos, rugidos, bramidos y baladros. Es palabra común en los libros caballerescos, como en la Historia de don Belianís, donde al capítulo XXIV del libro IV se habla de los baladros de un vestiglo o fiera monstruosa que se hallaba herida. No es menos frecuente en la Historia de don Florisel de Niquea, en cuya tercera parte se dice del gigante Brosdolfo: dando un fuerte baladro con la rabia de la muerte, sobre él cae, tomándole debajo (cap. XXIX). Ló jayana Baralacta, que esto oyó, cuenta en otro lugar, dando un gran baladro, dijo: mataldo (cap. LXI). Y en otro: El jayán, dando un fuerte baladro, que el castillo hizo tremer, dijo: íOh, vil y cosa astrosa!, aguarda la respuesta de tu sandez (cap. LXXI). En la Historia del Caballero del Febo se refiere que andando su hermano Rosicler por las montañas de Fenicia, con el Rey Sacridoro, topó con dos grandes salvajes que venían caballeros sobre sendos leones. Y dando (los salvajes) unos grandes baladros que se oían muy lejos, en poco rato se juntaron más de veinte salvajes como aquéllos, unos caballeros en lobos y otros en otras fieras bestias (parte I, lib. I, cap. XIX). Finalmente, El baladro del sabio Merlín con sus profecías es el título de un libro que se imprimió en Burgos el año de 1498.De la palabra baladro se derivó probablemente baladrón, que es el que blasona de valiente con voces descompuestas y amenazadoras.
Agorero: los antiguos tuvieron a la corneja por pájaro de mal agÜero, como lo indica aquel verso de las Bucólicas, de Virgilio:
S祰e sinistra cava pr祤ixit ab ilice cornix.
Y como dijo, tomándolo de Virgilio, el dulcísimo Garcilaso:
Bien claro con su voz me decía
la siniestra corneja, prediciendo
la desventura mía...
(égloga I.)
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N-1,14,4. El enviado alude sin duda al uso que se hace del búho en la cetrería o caza de aves, donde se observa que los pájaros bajan al búho colocado en el señuelo, creyendo el vulgo que la envidia los mueve a querer sacarle los ojos, y que a esto es a lo que bajan. En la edición de Londres de 1738 se corrigió enviudado, y adoptaron la corrección otras ediciones posteriores, hasta que la Academia Española restableció la lección verdadera.
El búho era también mirado como pájaro funesto y aciago, de donde aquello de Ovidio en el V de las Metamorfosis:
Ignavus buho, dirum mortalibus ornen.
La misma opinión tenía entre los antiguos castellanos. Nuño Salido, ayo de los Siete Infantes de Lara, les decía cuando, engañados por Rui Velázquez, caminaban hacia el campo de Arabiana, donde perecieron:
No pasemos adelante:
Malos agÜeros había.
Un búho da grandes gritos,
Un águila se carpía,
Cuervos muy mal la aquejaban:
Yo de aquí no pasaría.
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N-1,14,5. El pastor Minero, en el libro II de la Galatea, de Cervantes, afligido de la ingratitud de Silveria, que la dejaba por Daranio, se lamentaba en una canción, cuya primera estancia concluye así:
Que mi voz lastimera
saldrá con la doliente ánima fuera.
En los Trabajos de Persiles y Sigismunda (libro I), Policarpa, hija del Rey Policarpo, exhortando a su hermana Sinforosa a que declarase su afición a Periandro, cantaba al son del arpa:
Salga con la doliente ánima fuera
la enferma voz, que es fuerza y es cordura
decir la lengua lo que el alma toca.
En uno y otro lugar, como asimismo en la canción de Grisóstomo, parece que Cervantes tuvo presente aquel pasaje de la Egloga I de Garcilaso, en que el desesperado pastor Albanio, lamentándose de los desdenes de Camila, exclamaba:
íOh, dioses! Si allá juntos de consuno
de los amantes el cuidado os toca. .
recibid las palabras que la boca
echa con la doliente ánima fuera.
Las situaciones de Mireno, Grisóstomo y Sinforosa eran parecidas entre sí, y lo eran también a la de Albanio. Cervantes, tan amante de Garcilaso, que alguna vez le indica llamándole nuestro poeta, sin otras señas, en las tres ocasiones hubo de copiar esta reminiscencia. Realmente, el asunto de Albanio desdeñado por Camila era el mismo que el de Grisóstomo desdeñado por Marcela; la canción del pastor de Garcilaso no merecía menos el nombre de desesperada que la del pastor de Cervantes.
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N-1,14,6. El régimen está defectuoso: se debiera decir para contarse: mas la necesidad de rimar con el final halla del verso que precede, según el artificio observado en la presente canción, exige que se lea para contalla Este pasaje está mal en las ediciones primitivas del QUIJOTE: la Academia Española, que lo había corregido en otras ediciones anteriores, conservó el error en la de 1819.
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N-1,14,7. Jerigonza embrollada que no se entiende. Es un romance de la novena parte del Romancero general, de Flores, se lee:
Si quieres amar de burlas
y ser de veras querida,
vayan tus palabras muertas
donde van mis obras vivas.
Pero esto, aunque no muy claro, no es tan oscuro como lo de Cervantes. No lo es menos el verso que se lee más abajo:
Los ecos roncos de mi mal inciertos.
Y no le va en zaga el otro que viene después:
Y en el olvido en quien mi fuego avivo.
En éste concurre también el defecto de la asonancia entre olvido y avivo, que lo hace todavía más desagradable.
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N-1,14,8. Pasaje viciado en todas las ediciones, desde las primeras de 1605, que leyeron el libre llano, y la de 1608, que han seguido las posteriores poniendo el Nilo llano. Pero ni el Nilo es llano más que los otros ríos, ni se sabe lo que significa la venosa muchedumbre de fieras que alimenta el Nilo: las fieras viven en los desiertos y en los montes, no en los ríos. Por esta razón, y siguiendo lo que la primera lección indica, se ha adoptado como más verosímil la enmienda el Libio llano. De la Libia dijo Horacio que era
... leonum anda matrix.
Y Altisidora, en la segunda parte, quejándose de la esquivez de Don Quijote:
Dime, valeroso joven,
Que Dios prospere tus ansias,
si te criaste en la Libia...
Si sierpes te dieron leche,
si acaso fueron tus amas, etc.
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N-1,14,9. Atierra es del verbo aterrar, echar a tierra, derribar. En esta acepción admiten algunos de sus tiempos una i que no tiene en el infinitivo, y lo mismo sucede en otros muchos verbos de todas las conjugaciones, como alienta, que viene de alentar; cierne, de cerner; pervierte, de pervertir. Cuando aterrar significa infundir terror, entonces no experimenta esta irregularidad y forma aterra.
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N-1,14,10. Antes se tildaron algunos versos de la presente canción por oscuros: éstos contienen un desatino, porque lo es decir que la esperanza no es el remedio del temor.
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N-1,14,11. Extremarse es lo mismo que llegar al extremo, al cabo, al último punto: verbo de poco uso, pero bien formado y expresivo.
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N-1,14,12. El nombre celo ofrece una particularidad notable. Cuando significa la pasión amorosa desconfiada, como sucede en el pasaje presente, no tiene singular, decimos celos: cuando significa cuidado, solicitud, no tiene plural. De otro modo: el nombre celo tiene una significación en singular y otra en plural. Aquí está mal usado.
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N-1,14,13. Este verso es malo del todo: los tres siguientes son fluidos y hermosos, pero enteramente inoportunos: Marcela, según lo que se había referido anteriormente, no había dado ocasión para que se la motejase de falsa ni embustera. Lo mismo digo de los celos de que se habla después sin motivo ni fundamento dado por parte de la pastora. Cervantes conoció y quiso excusar estos defectos de su canción por boca de Ambrosio, como se verá poco más adelante.
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N-1,14,14. La idea de ahorcarse, indicada ya antes por la soga torcida, y ahora por el duro lazo, es fea y baja, y no corresponde ciertamente en un género de composición donde todo debe ser terrible y lúgubre, pero al mismo tiempo noble y sublime.
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N-1,14,15. Olvidósele a Cervantes la burla que él mismo había hecho en el principio de su QUIJOTE de aquellas expresiones de Feliciano de Silva: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, etc. Las presentes son del mismo gusto que las de Feliciano.
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N-1,14,16. Transposición muy parecida a la que ridiculiza Lope en la Gatomaquia
En una de fregar cayó caldera
(transposición se llama esta figura).
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N-1,14,17. Reúnense aquí los malvados más famosos que, según los poetas, eran atormentados en los infiernos.
Tántalo. Rey de Frigia, teniendo hospedados en su casa a los Dioses, dudó de su divinidad, y queriendo experimentar si era cierta, les dio a comer a su hijo Pélope hecho pedazos. En pena de tan horrible delito fue arrojado al Tártaro, donde, atormentado de continua hambre y sed, está con el agua a la barba sin poder beber de ella, ni comer de la fruta de un árbol que tiene delante.
Sísifo, ladrón a quien mató Teseo, estaba condenado a subir con gran trabajo hasta la cumbre de un monte un enorme peñasco, el cual, luego que llegaba arriba, volvía a caerse, teniendo que repetir Sísifo su tarea eternamente.
Ticio, gigante de tan desmesurada grandeza que su cadáver ocupa nueve yugadas de tierra, yacía en el infierno por haber querido forzar a Latona, y un buitre le estaba royendo sin cesar las entrañas.
Egión o Ixión, admitido a la mesa de los Dioses, tuvo la osadía de recuestar a Juno; en castigo de lo cual fue atado en los infiernos a una rueda que siempre está dando vueltas.
Las hermanas que trabajan tanto son las cincuenta hijas de Danao que habiendo casado con otros tantos hijos de su tío Egipto, mataron a instigación de su padre, todas menos una, a sus maridos la misma noche de bodas. En pena de ello están condenadas en los infiernos a henchir de agua perpetuamente y sin descanso una cuba agujerada.
Grisóstomo hace aquí uso de la mitología pagana, como si la creyese: y en verdad que la situación en que se supone no era para creer ni para fingir que se creen cuentos ni patrañas. Si su canción fuese toda de fuego, esta fría e inoportuna erudición bastará para apagarlo. En el conjuro que pronuncia furiosa Medea en el acto IV de la tragedia que lleva su nombre entre las de Séneca, invoca para el nuevo suegro de su marido las penas infernales y dice:
Rota resistat membra torquens, tangat Ixion humum, Tantalus securus undas hauriat Pyrenidas...
Lubricus per saxa retro Sisyphum volvat lapis.
Vos quoque urnis quas foratis irritus ludit labor,
Danaides, coite
.
Véanse aquí los mismos cuatro ejemplos mencionados por Grisóstomo, sólo que para alegarlos seriamente era menester creerlos, y esto era tan propio en Medea como impropio en el escolar de Salamanca.
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N-1,14,18. Obsequias significa lo mismo que exequias, y una y otra palabra son de origen latino. En el día no se dice ya obsequias; pero se dijo desde muy antiguo, como se ve en el Centón epistolar, del Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real (epístola XLV), y en el acto XX de la Celestina. Encuéntrase frecuentemente en los libros caballerescos, como en Florisel (parte II, capítulo CLX), en Belianís de Grecia (lib. I, capítulo XLVI) y en todos nuestros antiguos escritores. En el Cancionero de romances, impreso en Amberes el año 1555, hay uno de las Obsequias de Héctor. En tiempo de Cervantes fue palabra de uso común, y el mismo Cervantes la empleó en otros parajes del QUIJOTE y de sus demás obras.
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N-1,14,19. Vuelve Grisóstomo a las fábulas mitológicas. El portero de los tres rostros es el Cerbero, perro enorme de tres cabezas que suponían guardaba la puerta del reino de Plutón.
La ley de la rima pide que se escriba mostros en lugar de monstruos. Aun sin esta precisión, dijo Garcilaso en el último verso del soneto 31:
Se espanta en ver el monstruo que ha parido.
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N-1,14,20. Háblase de la pastora Marcela, causa de las penas de Grisóstomo; pero no se dice que el efecto nace en la causa, sino de la causa. El lenguaje de esta apóstrofe o despedida del poeta a su canción no está muy claro. El intento del lastimado pastor es significar que, supuesto que Marcela se goza en su muerte, él, satisfecho con esto, no quiere que su canción se queje ni esté triste.
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N-1,14,21. Acaso no les parecerá ahora lo mismo a los lectores: Navarrete, en sus eruditas ilustraciones a la vida de Cervantes (números 62 y 63), habla de su escaso talento poético, y cita pasajes en que así lo reconoce y confiesa el mismo Cervantes. Ninguno más expreso que aquel que se lee al principio de su Viaje al Parnaso.
Yo, que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo.
Sin embargo Navarrete elogia la canción de Grisóstomo y defiende como puede el mérito poético de su autor. Don Vicente de los Ríos había hecho lo mismo.
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N-1,14,22. La palabra señor no está en su lugar: era menester, o haber empezado por ella, o haberla dejado para después de satisfagáis.
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N-1,14,23. Debió decirse a la cual, fuera de ser cruel, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna. Acaso fue omisión y descuido del impresor.
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N-1,14,24. En el libro VI de la Galatea se presenta también sobre una peña Gelasia, pastora desamorada, cruel y desdeñosa, que desde allí trata de justificar, como Marcela, su condición ante los pastores que la escuchan, y que, finalmente, se retira y desaparece, dejando admirados a todos, lo mismo que hizo Marcela.
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N-1,14,25. Al verbo ver le falta objeto. +Qué venía a ver Marcela? No se expresa. A ver desde esa altura, pudiera haberse dicho, los estragos de tu crueldad como otro desapiadado Nero el incendio, etc.
Bien sabido es que Nerón hizo poner fuego a Roma, y que mientras miraba las llamas desde la torre llamada de Mecenas, se entretenía en cantar a la manera de los histriones el incendio de Troya; tomándose de esta ruina pretexto para perseguir cruelmente a los cristianos, a quienes se dio por autores del daño. A este asunto se hizo el romance que empieza:
Mira Nero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía,
y se encuentra en nuestras antiguas colecciones de romances. A él se aludió aquí y en otros lugares del QUIJOTE.
Lo que se añade de la hija de Tarquino, está equivocado: el padre no fue Tarquino, sino Servio Tulio. Según la relación de Tito Livio en el libro I de sus historias, Tulia, hija de Servio Tulio, Rey de Roma, y mujer de Tarquino el Soberbio, hizo que su coche o carrocín pasase por encima del cadáver de su padre, que a instigación suya había sido asesinado, para que su marido reinase. Valerio Máximo lo pone en primer lugar entre los delitos atroces de que trata en el título XI del libro IX. Don Juan Bowle, en sus anotaciones sobre el presente capítulo advirtió ya esta equivocación de Cervantes.
Por lo demás, la reconvención de Ambrosio hecha a una pastora, y fundada en ejemplos tomados de la historia romana, es una pedantería insoportable.
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N-1,14,26. El sermón de Marcela es impertinente, afectado, ridículo y todo lo que se quiera. La aparición de la pastora homicida en este trance, su disertación metafísico-polémico-crítico- apologética, su descoco y desembarazo y su bachillería y silogismos quita a este episodio el interés que pudieran darle el carácter y muerte del malogrado Grisóstomo, a quien no puede menos de mirarse como un majadero en morirse por una hembra tan ladina y habladora.
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N-1,14,27. Parece que falta aquí algo, y que debió decirse: Para persuadir una verdad tan clara a los discretos.
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N-1,14,28. El presente pasaje, que en las más de las ediciones es ininteligible, queda claro con esta puntuación, que es la que le dio don Juan Antonio Pellicer, y casi la misma que tiene la edición de Madrid del año 1608, la única que se hizo a vista de Cervantes.
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N-1,14,29. Pudiera decirse también al revés, que de su culpa se me dé a mí pena: y aun así estaría más natural y corriente la relación entre culpa y pena, porque entonces significarían delito y castigo; pero en el texto, según se halla, pena no significa castigo, sino aflicción o pesadumbre, que es la otra acepción que tiene.
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N-1,14,30. Todo este período, y aun los siguientes, son de un artificio tan exagerado, que parecen parte de una composición retórica sumamente estudiada y relamida. +Qué cosa puede haber más impropia en boca de una pastora criada con el recato y recogimiento que se ponderó en el capítulo XlI? Lo mismo digo de la metáfora de que usó poco antes Marcela: quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento; +qué mucho que se anegase en el golfo de su desatino? No parece sino que habla un orador o un poeta.
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N-1,14,31. De en vez de por, usado a mi ver con elegancia en este verbo, con cierto sabor agradable de antigÜedad. Don Valentín Foronda, autor de las Observaciones sobre el Quijote, impresas en Londres el año de 1807, dice que no comprende lo que significa esta frase; mas esto sólo prueba que el autor, aunque español, no poseía grandes conocimientos en materia de la lengua castellana, de lo que dio hartas pruebas en el citado opúsculo.
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N-1,14,32. Esta clase de discreción escolástica sienta muy mal a una doncellita. Marcela más bien parece una mujer de mundo, docta en materias de amor y en la metafísica de las pasiones, que una joven tímida, candorosa y sensible. +Cómo puede ser que se interese?
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N-1,14,33. Esta salida de nuestro caballero tan natural y tan propia de su profesión y de su humor, y la habilidad con que Cervantes supo enlazar con el fondo de la acción el episodio de Grisóstomo, hacen olvidar los defectos de éste, que quizá han sido exagerados con sobrada severidad en las notas precedentes.
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N-1,14,34. Por inteligibles, como prescriben a una el uso actual y el origen de esta voz. Puede notarse que en las variedades del lenguaje introducidas por el uso, el actual es generalmente más conforme a la etimología.
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N-1,14,35. Dice demasiado Don Quijote. Norabuena, Marcela había mostrado que vivía con buena intención; mas no que era la única que vivía con ella en el mundo, como aquí se afirma.
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N-1,14,36. El epitafio de Grisóstomo es de lo más malo que se ha escrito en materia de epitafios. En él se amontonan los adjetivos: el chiste de ganado y perdido es insulso, y el final se forma de un pegote desmayado y frío. Cervantes no supo dónde estaba su verdadero mérito, y desconociendo el de su prosa, aspiró con frecuencia, y casi siempre infructuosamente, a la gloria de poeta.
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N-1,14,37. Hubo de decirse irónicamente y por burlarse de Don Quijote, porque no había lugar menos acomodado que Sevilla para hallar las aventuras caballerescas que buscaba el paladín manchego. Los despoblados, las florestas, las cavernas de los montes, las desiertas y solitarias playas del mar, eran los lugares propios para encontrarse con vestiglos, endriagos, jayanes, doncellas errantes o robadas, barcas o castillos encantados, cosa que no es fácil se presenten en ciudades populosas como Sevilla, a la que la concurrencia y tráfago de gentes y negocios en tiempo de Cervantes habían adquirido el nombre de Babilonia, que se le da en los romances y vocabulario de la germanía. Pero los caminantes, uno de los cuales era Vivaldo, persona discreta y de alegre condición, habían determinado, según se dijo en el capítulo anterior, divertirse a costa del pobre caballero.
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N-1,14,38. Despojar se toma siempre en mala parte: lleva consigo la idea de violencia e injusticia: limpiar hubiera sido más oportuno. Sobra el último todas que se había expresado antes.
Esta mala fama de Sierra Morena, que según aquí se indica, era ya antigua, se ha perpetuado hasta nuestros días, y aun se ha hecho proverbial. Las nuevas poblaciones construidas en el reinado y de orden de Carlos II, han disminuido la soledad, y con ella la frecuencia e impunidad de los latrocinios.
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N-1,14,39. Se dijo con relación al pensamiento que tuvo nuestro autor de dividir en cuatro la primera parte del QUIJOTE, como ya se notó al fin del capítulo VII, donde acabó la primera sección. La segunda sólo contiene seis capítulos, y en ellos el fin de la aventura del Vizcaíno, la llegada de nuestro andante a las chozas de los pastores, y el episodio de Grisóstomo. La tercera consta de trece capítulos, y acaba en el XXVI. Finalmente, la cuarta abraza veinticinco capítulos, y esta desigualdad de tamaño y repartición es otra prueba de la falta de plan de Cervantes.

[15]Capítulo XV. Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó don Quijote en topar con unos desalmados yangÜeses
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N-1,15,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,15,2. L′une el′ altro smonto del suo cavollo,
E pascer la lasció per la foresta
.
(Ariosto, canto XLI, est. 63.)
Son muchos los pasajes de los libros de caballería en que se cuenta que los caballeros desmontaban y dejaban pacer a sus caballos: al paso suele alguna vez referirse que comían los caballeros. Galercia, Reina de Gocia, caminaba en busca de sus aventuras por una floresta lejos de poblado. Obligada del cansancio y de la oscuridad de la noche, se apeó, y una doncella y los enanos que la acompañaban, quitando los frenos a sus caballos y palafrenes, los dejaron pacer las hierbas (Policisne de Boecia, cap. LXXXVI). Habiendo aportado Olivante y Darisio, su escudero, a una isla, no hallaron poblado, y apeándose en un verde prado junto a una fuente, Darisio quitó los frenos a los caballos para que paciesen de la hierba, y ellos comieron de lo que Darisio del barco había sacado (Olivante, lib. I, capítulo XVII). Bowle, en sus Anotaciones, pone otros ejemplos, y pudieran añadirse otros muchos, tanto prosaicos como métricos.
Ya se dijo en otro lugar que los lectores de libros caballerescos pueden hacer fácilmente la observación de que en ellos es más frecuente hablar de la comida de los caballos que de los caballeros.
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N-1,15,3. Mejor: seguro de que era tan manso y tan poco rijoso: o conociéndole por tan manso y tan rijoso.
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N-1,15,4. Hubo en Córdoba desde antiguo un establecimiento para cría de caballos, que en su origen fue de la casa de los Duques de Alba, y pasó a la Corona en tiempos de Felipe I. De él habló Ambrosio de Morales en las AntigÜedades de España, y ha continuado hasta pocos años ha. Constaba de un magnífico edificio provisto de todas las oficinas y dependencias necesarias, con varias dehesas, de las cuales la principal (que será de la que aquí se habla) está a dos leguas al Oriente de Córdoba, entre los ríos Guadalquivir y Gualbarbo, y tiene más de dos mil fanegas de tierra. En ellas se mantenían quinientas yeguas con veinte y cuatro caballos padres y los potros correspondientes, que solían ser ciento cincuenta; también se mantenía algún ganado vacuno. En el día no pertenece ya al Rey el establecimiento, pero continúa en él la cría de caballos con yeguas normandas, y la de muletas lechares que se llevan de Castilla y se mantienen en sus dehesas.
Los caballos cordobeses eran los más célebres y estimados de España y de Córdoba hablaba sin duda Cardenio cuando decía que su ciudad era madre de los mejores caballos del mundo (cap. XXIV de esta primera parte). Los naturales eran nombrados por su afición a los caballos y su pericia en manejarlos: por eso Sancho, en la segunda parte del QUIJOTE (cap. X), queriendo ponderar la agilidad con que Dulcinea montó en su hacanea, dijo que podía enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mejicano.
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N-1,15,5. Según la recta construcción gramatical correspondía decir: ordenó, pues, la suerte que anduviesen por aquel valle, etc. Hacas galicianas es lo mismo que jacas gallegas: las cuales suelen ser de poca alzada, pero de muchas fuerzas, y, por consiguiente, muy a propósito para el servicio de la arriería, profesión a que eran dados los naturales del pueblo de Yanguas, en la provincia de Segovia, cuando vivía Cervantes, y que aun ejercitan en nuestro tiempo. Todavía llevan también el sayo de cuero, que llevaba el arriero a quien se lo abrió Don Quijote de una cuchillada, como después se cuenta.
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N-1,15,6. Mejor: muy al propósito de los yangÜeses; o muy a propósito para los yangÜeses. Excusado es dar las razones de esto: cualquiera las percibe. En lo primero, propósito es nombre, como lo indica el artículo; en lo segundo, es parte de un modo adverbial.
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N-1,15,7. Suena mal la consonancia de trotillo y picadillo. El primero de estos dos diminutivos está mal formado: de trote debió salir trotecillo, como de hombre, hombrecillo, de paje, pajecillo. Tal es la regla para los sustantivos acabados en e: formar el diminutivo mudando la vocal última en illo es propio de los nombres que acaban en o precedida de consonante, y así de libro se forma librillo, de cepo, cepillo, de asno, asnillo. Para otras terminaciones hay otras reglas.
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N-1,15,8. Falta el sentido y puede conjeturarse que nosotros es errata, por no somos. Así queda claro lo que Sancho dice: ééstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá no somos sino uno y medio. Sancho, que acostumbra a hacer, siempre que se ofrece, profesión de su cobardía, se da aquí por medio hombre, y no más.
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N-1,15,9. +Con quién concierta primeras? Con cuchilladas, como si dijera: a las primeras cuchilladas dio una, etc.
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N-1,15,10. El frecuentativo menudear no viene bien con caer al segundo toque, porque dos golpes solos no arguyen frecuencia. Los palos que llevaron Don Quijote y Sancho fueron muchos, y así se vio por la abundancia de cardenales que encontró Maritornes en el cuerpo de nuestro asendereado caballero al bizmarlo, según se refiere en el capítulo siguiente: abundancia que Sancho pretendió explicar, diciendo que nacía de los muchos golpes recibidos en los picos y tropezones de una peña, de donde había rodado.
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N-1,15,11. Nótese la significación del verbo resentirse, que aquí es lo mismo que empezar a dar muestras materiales de dolor. En el día también decimos resentirse una pared, un edificio, cuando da señales de ruina, aunque no inmediata; pero generalmente resentirse pertenece en el uso común al afecto interior del ánimo.
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N-1,15,12. Bella y oportuna aplicación de adjetivos para expresar el quebrantamiento y languidez del tono y voz de amo y mozo: estas felices combinaciones de las partes del lenguaje entre sí, propias de eminentes escritores, suelen producir ideas nuevas sin que las palabras lo sean, y tienen realmente el mérito de la invención.
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N-1,15,13. Puede sospecharse con alguna verosimilitud que el original diría feo Bras. La gente rústica decía entonces, y aun dice ahora, Bras por Blas, y así quedaba también más fácil y corriente la corrupción de la palabra Fierabrás en boca de Sancho.
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N-1,15,14. íDesgraciado de mí!, es como comúnmente suele decirse, y como se halla en otros pasajes del QUIJOTE.
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N-1,15,15. Graciosísimo coloquio, como lo son todos los de Don Quijote y Sancho. Acababa de decir Don Quijote que antes de dos días tendría la bebida o bálsamo de Fierabrás, o mal le habían de andar las manos; y en contestación le pregunta Sancho: +pues en cuántos le parece a vuestra merced que podríamos mover los pies? Está dicho con una facilidad y naturalidad que encanta.
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N-1,15,16. Salida original, sumamente propia del carácter de Don Quijote, y feliz ocurrencia de Cervantes.
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N-1,15,17. Teníase efectivamente a caso de menos valer que un caballero pelease cuerpo a cuerpo con otro que no lo fuese, y, con arreglo a esto, en la prevención octava para el Paso de Suero de Quiñones junto a la puente del Orbigo, al mismo tiempo que se establece que los caballeros aventureros no han de saber con quién justan de los mantenedores, se les asegura que se fallarán con caballero o gentilhombre de todas armas sin reproche. Regla que se observaba con tanta puntualidad como lo indica un caso que se refiere en la Historia del Caballero de la Cruz (lib. I, cap. XIV), del doncel Floramor y del caballero Florandino. Navegaban los dos a la par en dos barcas, y habiéndose trabado de palabras, dijo el segundo al primero: que si no fuera por poner mano en doncel, él le diera respuesta con su espada. Floramor le propuso al instante que le armase caballero. Aceptó la propuesta Florandino pasó Floramor a su barca, recibió la orden de caballería, y luego se rompieron uno a otro las cabezas muy a su sabor. El Rey Federico de Nápoles decía a don Florindo de la Extraña Ventura, antes de armarle caballero: Está declarado quel caballero que fuere reptado de hombre que ansi como él no lo sea, que sin perder ningún punto de su honra se puede excusar de entrar con él en el campo (Florindo, parte I, capítulo XVI). Así que tenía razón Don Quijote en establecer el principio de que un caballero no puede poner mano a su espada contra otro que no lo sea; bien que esto no debía entenderse sino de los combates singulares de hombre a hombre y fuera de los casos de necesidad o defensa propia: las leyes de caballería, dice en otro paraje nuestro hidalgo (cap. XVII), no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propia vida, en caso de urgente y gran necesidad: y en la aventura del labrador que había burlado a la hija de doña Rodríguez, que se referirá en la segunda parte (cap. LI), decía Don Quijote: Por esta vez renuncio mi hidalguía, y me allano y ajusto con la llaneza del dañador, y me hago igual con él, habilitándole para poder combatir conmigo. La práctica era conforme a esta excepción; y cuando obligaba la necesidad, los caballeros no reparaban en pelillos, y embestían contra todo viviente. En el capítulo XXVII de Amadís de Gaula se cuenta el combate de Balais de Carsante contra cinco ladrones para librar, como lo consiguió, a una doncella. El mismo Amadís de Gaula y Amadís de Grecia pelearon juntos, defendiendo sus vidas contra cuatro villanos armados de hachas en el castillo de la ínsula de Argenes (Amadís de Grecia, parte I, capítulo XXVII). Don Florisel de Niquea, hallándose en la ínsula de Carla, se vio precisado a pelear con quince o más villanos de hacha y capellina que halló en una cueva (Florisel, parte I, cap. XXVI). Finalmente, los caballeros andantes entraban en las batallas que se daban entre los ejércitos, y se combatían con el que se les ponía delante, sin pedirle el título de caballero.
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N-1,15,18. A este modo, caminando Florineo con su escudero Lelio, y sabiendo que en el camino había seis caballeros que con doce villanos robaban y mataban a los caminantes, dijo a su escudero: Tú tomas de las armas que fallares, y si fuere menester, ayudarme has contra los villanos. Y ansi lo fizo, porque él traía espada, y allí tomó una capellina (Florambel de Lucea, lib. I, cap. IV). Cuéntase enseguida lo que Lelio hizo en el combate, ayudando a su señor contra los villanos. Por este y otros pasajes del presente capítulo se ve que Sancho llevaba espada, y así era uso y costumbre de los escuderos de los caballeros andantes, como se ve frecuentemente en sus historias. En la de Amadís de Gaula (capítulo LXVII), se lee que Gandalín, su escudero, persiguió y cortó la cabeza a la giganta Andandona, que había intentado matar a traición a su amo; y de éste y otros escuderos refieren lo que hicieron peleando en defensa de sus amos en diversas ocasiones, en virtud de lo cual merecieron muchas veces ser armados caballeros, y otras, premios y mercedes. Pero en la segunda parte de la fábula, en el coloquio con el escudero del Caballero del Bosque (capítulo XIV), Sancho, excusándose de pelear con él, le decía: Hay más, que me imposibilita el reñir el no tener espada, pues en mi vida me la puse. Y, consiguiente a esto, a la vuelta de Barcelona, habiendo sido atropellados amo y mozo por una piara de cerdos, levantóse Sancho coma mejor pudo y pidió a su amo la espada, diciéndole que quería matar media docena de aquellos señores y descomedidos puercos (cap. LXVII). Esta contradicción confirma lo que ya otras veces se ha dicho acerca de la negligencia con que se escribió el INGENIOSO HIDALGO. Por lo demás, la circunstancia de ceñir la espada no venía muy bien con lo demás del equipaje y arreos que repetidas veces se describen de Sancho, con las alforjas, el gabán y el rucio, porque espada y borrico no concuerdan. Los escuderos de los caballeros andantes, incluso Tomé Cecial, montaron siempre en caballos.
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N-1,15,19. Ora es conjunción que nunca se usa sin repetirse, y aquí no se repite. En el encuentro con los mercaderes toledanos, que se refirió en el cap. IV, les decía Don Quijote: Ahora, vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo, etc.
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N-1,15,20. Sobra el en que precede a el error, y acaso se introdujo en el texto por descuido de la imprenta. Sensible me es hablar tantas veces de faltas y sobras del impresor, pero +cómo es posible dejar de hacerlo? La incuria con que estamparon las primeras ediciones del QUIJOTE fue tal que en el mismo frontis se llamó Conde de Barcelona por Conde de Benalcázar al Mecenas a quien iba dirigida la obra. Las dos ediciones de la primera parte del QUIJOTE hechas en Madrid el año de 1605, mientras Cervantes se hallaba en Valladolid, salieron con muchas imperfecciones tipográficas de las cuales no se corrigieron todas en la tercera edición, que se hizo a vista del autor el año de 1608, y aun se añadieron algunas nuevas, de lo cual hay ejemplo en la página equivalente a ésta, donde la tercera edición puso aceptar en vez de eceptar, con total inversión del sentido. Hubiera sido de apetecer que los modernos editores, mirando, según era justo, las primeras ediciones como copias defectuosas, hubiesen hecho en ellas las correcciones correspondientes, al modo que lo practicaron los literatos que en los principios de la imprenta, y aun después, publicaron los libros de los clásicos antiguos, y restituyeron con discreta libertad muchos de sus pasajes viciados, no sólo sin censura, sino también con aplauso de los doctos. En esto hubiera ganado el mérito de la obra y el crédito de Cervantes.
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N-1,15,21. Palabras de reconvención, pero de reconvención bondadosa, sin ira ni amargura. En el estilo familiar es imponderable la riqueza de nuestro idioma, y el número de las modificaciones para forzar o templar las ideas de una escala y progresión casi infinita.
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N-1,15,22. Sobra el de nuevo, porque se ha dicho novedad, y ésta no puede ser de viejo.
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N-1,15,23. Llama Sancho persona a Rocinante, le compara consigo, y de aquí deduce gravemente la moralidad de que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y de que no hay cosa segura en esta vida. Nadie supo, como Cervantes, el arte de ridiculizar con delicadeza y como quien no hace nada.
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N-1,15,24. Sinabafa era una tela muy delgada según don Sebastián Covarrubias. Holanda es todavía en el uso actual nombre de un lienzo muy fino, usado para ropa blanca de gentes ricas y acomodadas. Y así lo era también en el siglo XV, en que Fr. Hernando de Talavera, primer Arzobispo de Granada, confesor de la Reina Doña Isabel, en un opúsculo contra la demasía de vestir y calzar, hablaba de los excesos en las holandas e finas bretañas e otros lienzos costosos (Entre sus opúsculos impresos, capítulo XIV).
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N-1,15,25. Mal expresado, porque no es la vida de los caballeros andantes, sino los caballeros los que están en potencia propincua de ser Reyes y Emperadores.
La palabra propincua es latina. Cervantes la usó algunas otras veces dentro y fuera del QUIJOTE, como en la novela de la Española inglesa, donde dice: Con esto se despidió Ricardo, contentísimo con la esperanza propincua que llevaba de tener en su poder a Isabela. La misma voz se halla usada en el Coloquio de los perros Cipión y Berganza. Lope de Vega quiso ridiculizarla como propia de la culta latiniparla, citando a un poeta manchego que dijo en su Zarambaina (todo es burlesco):
En viendo que el estío está propincuo
por mi salud las damas derelincuo.
Pero el uso de la voz propincuo en castellano era ya muy antiguo, y se la encuentra en las Partidas y en el Doctrinal de Caballeros, obras escritas, aquélla en el siglo XII y ésta en el XV (Partida VI, tít. II, ley VI, Doctrinal, libro II, tít. II, ley VII).
Esto en cuanto a las palabras; en cuanto a la sentencia, la del texto es la misma que expresó Don Quijote en la comedia de su nombre, escrita por don Guillén de Castro (jornada tercera). Hablando del caballero andante:
Pues tal vez con su valor,
Por despojos de la guerra,
Desde el polvo de la tierra
Amanece Emperador.
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N-1,15,26. Para ser Rey o Emperador se requería indispensablemente ser caballero. La Partida I, hablando de las honras y privilegios de la caballería, dice así: Et aun ha otra honra el que es caballero, que después que lo fuere, puede ligar a honra de Emperador o de Rey, et ante non lo podrie seer, bien así como non podrie seer ningunt clérigo Obispo, si primeramente non fuese ordenado de preste misacantano (tít. XXI, ley XXII). Así sucedió con Godofre de Bullón y otros caballeros del occidente de Europa que pasaron a Ultramar en la era de las Cruzadas y obtuvieron los reinos de Jerusalén y de Chipre, y aun el imperio de Constantinopla. Estos ejemplos que presentan los libros históricos, todavía debieron ser más frecuentes en los caballerescos, que es de los que hablaba aquí Don Quijote. En la historia del Caballero del Febo se hace memoria de dos andantes que por su valor llegaron a ser Reyes, el uno de Lidia y el otro de Arcadia (parte I, lib. LI, cap. LXII). Pompides, hijo del Príncipe Don Duardos, desque acabó grandes hechos en armas, por la su alta proeza vino a ser Rey de Escocia (Primaleón, cap. CXLIV).Don Lidiarte de Fondovalle y su mujer la Infanta Diadema fueron proclamados y jurados Reyes de la Nueva Insula, que antes de desencantarse se llamaba la ínsula Sumida (Florambel, lib. V, cap. XXXV). Lo mismo le sucedió a Amadís de Grecia y a la Princesa Niquea en la ínsula de Argantadel, después que fueron vencidos y muertos los dos gigantes que la usurpaban (Amadís de Grecia, parte I, capítulo CXXI). Don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, ascendió a ser Rey de Sobradisa, su primo Agraes, de Escocia, Florestán, de Cerdeña, Grasandor, de Bohemia, Bernardo del Carpio, de Irlanda, Talanque, de California. El Caballero del Cisne logró ser Duque soberano de Bullón y de Lorena (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. LXVI). Tirante el Blanco fue proclamado César del imperio de Grecia; y su escudero Hipólito, habiendo recibido la orden de caballería y hecho famoso por sus hazañas, después del fallecimiento de Tirante, de Carmesina y su padre, casó con la Emperatriz viuda y fue Emperador de Constantinopla (Tirante el Blanco, parte IV). El Emperador de Alemania, Marceliano, no teniendo sucesión, juntó Cortes generales, en que adoptó por hijo y proclamó heredero a Florambel de Lucea, conocido ya por sus muchas y grandes proezas (Florambel, lib. V, cap. XXXVII). Esplandián, Reinaldos, Palmerín de Oliva, Don Roserin, Don Olivante de Laura no nacieron de Emperadores, y por sus hazañas llegaron a serlo. Pero a todos excedió la fortuna de Florisán, hijo de Don Florindo de la Extraña Ventura, y de Calamida, el cual, durante la vida de su padre, por sus altas y nombradas hazañas llegó a ser Emperador de Rusia y Rey de Persia, y Preste Juan de las Indias y Señor de los Montes claros (Florindo, parte II, capítulo último). (+Risum teneas, amice lector? )
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N-1,15,27. A Lisuarte de Grecia le sucedió también esto de hundirse en la trampa de un castillo donde había entrado por engaño de una falsa doncella, y la luz del carbunclo que llevaba en el pomo de su espada, vio que estaba en una bóveda tallada en la peña. Allí salió por una puerta levadiza de hierro muy gruesa una espantable sierpe de más de cuarenta pies de largo, que silbando horriblemente y haciendo sonar sus conchas unas con otras, le embistió, le cogió entre los dientes y andaba así con él a un cabo y otro de la cueva. Lisuarte, que de un golpe le había cortado una oreja (las tenía de brazada y media de largo), logró darle una estocada por el oído que había quedado descubierto, y muerta de este modo la sierpe pudo salir con mucho trabajo, y se halló en el patio del castillo. La cabeza del monstruo fue llevada a Constantinopla, y después a Trapisonda, donde el Emperador hizo colgarla ante la puerta de su palacio (Lisuarte, capítulos LIV, LV y LVII). Tarín, escudero caballero en un barco, donde le armaron un engaño y cayó en una trampa que volvió a cerrarse, y preso allí le ataron unos enanos Policisne, cap. LXXX).
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N-1,15,28. No hay duda en que según nos refieren los libros caballerescos, y se repite después en la segunda parte del QUIJOTE, el encantador Arcalaus era enemigo mortal de Amadís de Gaula y de toda su parentela. Pero en la historia de Amadís, aunque encuentro la noticia de su prisión, no hallo la de su atadura a la columna, ni la de los azotes que aquí se dicen. De su escudero Gandalín si encuentro que Arcalaus lo tuvo atado a un poste, y a un enano que le acompañaba colgado por la pierna de una viga, y debajo de él había fuego con cosas de malos olores (cap. XVII). De lo cual se quejaba el enano después que lo puso en libertad Amadís, diciendo que tenía las narices llenas de piedra de azufre que debajo me pusieron, que nunca he hecho sino estornudar, y aun otra cosa peor (cap. XIX). Amadís debió la libertad a la mujer del mismo Arcalaus, que era tan dada a la virtud como su marido a la maldad. Lo de los azotes hubo de inventarlo Don Quijote arrebatado del estro caballeresco, y sugiriéndoselo su locura como consuelo en la desgracia que padecía, o acaso confundiéndolo con lo de Gandalín, o equivocándolo con lo que la misma historia de Amadís cuenta del Rey Arbán de Norgales y Angriote de Estravaus, los cuales, habiendo caído en poder de la brava giganta Gromadaza, ésta, en venganza de la muerte dada a su marido Famongomadán y a su hijo Basagante, los tuvo cruelmente presos en el castillo del Lago Ferviente, donde de muchos azotes y otros grandes tormentos cada día eran atormentados, así que las carnes de muchas llagas afligidas continuamente corrían sangre (cap. LVI).
La misma confusión hay en lo que sigue acerca del Caballero del Febo. Lo de la trampa que se hundió debajo de los pies se cuenta, no de este caballero, sino de Amadís, a quien después de la prisión anteriormente referida volvió a coger (cap. LXIX) de esta Suerte Arcalaus. Lo que se añade en la melecina, es evidentemente festiva invención de Cervantes. Este, acomodándose al carácter de Don Quijote y al estado de su cerebro, hubo de confundir y desordenar de propósito los sucesos, y los puso así en boca del hidalgo manchego.
El lenguaje se resiente también del trastorno en las ideas de quien habla. Se dice que Arcalaus azotó a Amadís con las riendas de su caballo atado a la columna de un patio; no parece sino que el caballo era el atado a la columna. Dice, continúa el texto, que habiendo cogido (Arcalaus) al Caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundió de los pies, se halló, etc.; pero no es la trampa la que se hunde, sino quien cae en ella. Si Cervantes, no contento con pintar la confusión de ideas de un loco, quiso también representar la de su lenguaje, pudiera mirarse como nuevo primor estas faltas.
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N-1,15,29. Es inoportuno el uso de la conjunción porque, pues lo que sigue no es la razón de lo que antecede: y así estuviera mejor dicho, además quiero hacerte sabidor, Sancho, etc.
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N-1,15,30. Habla aquí Sancho de su espada, a la que llama tizona por alusión a una de las del Cid Campeador Rui Díaz de Vivar.
El Cid, según su poema, ganó dos espadas, una en la batalla en que venció a don Ramón, Conde de Barcelona:
Hi ganó a Colada que más vale de mill marcos de plata;
(Verso 1018).
y otra, que fue la Tizona, en la batalla contra el Rey moro Bucar. Cuenta el poema que habiéndole alcanzado el Cid a orilla del mar,
Arriba alzó Colada, un grant golpe dadol′ha...
Cortol′el yelmo, e librado todo lo al,
Fata la cintura el espada legado ha.
Mató a Bucar, el Rey de a′len el mar,
E ganó a Tizón que mill marcos d′oro va′l
.
(Verso 2436.)
Según la misma relación, dio el Cid estas espadas a sus dos yernos, los Infantes de Carrión, don Diego y don Fernando; e Irritado después con ellos, hizo que se las devolviesen en las Cortes de Toledo celebradas por el Rey Don Alfonso, y las dio a su sobrino Félix Muños y a Martín Antolínez, el burgalés de pró, dos de los guerreros que le habían seguido en sus peregrinaciones y aventuras.
Refiere Francisco de Cascales en los Discursos históricos de Murcia y su reino, que Diego Rodríguez de Almela, Canónigo de la iglesia de Cartagena, presentó al Rey Católico Don Fernando una espada que se creía haber sido del Cid, y puede ser la que en el catálogo de la Real Armería de Madrid, publicado por don Ignacio Abadía, está señalada con el nombre del Cid, y el número 42. Será la Colada, si como dice en su catálogo Real (folio 43) Rodrigo Méndez de Silva, la Tizona se guarda vinculada en poder de los Marqueses de Falces; pero en un documento del archivo de Simancas, intitulado de algunas armas notables que estaban en la Armería de los Reyes Católicos en el alcázar de Segovia, se mencionan y describen las dos espadas Colada y Tizona; y las señas que da de la última, convienen en gran parte con las de la espada que se muestra en la Real Armería.
Es de advertir que el poema llama Tizón, con mayor propiedad por lo relumbrante, a la espada que después el uso general ha llamado Tizona, como ya se llama en la crónica general del Rey Don Alfonso el Sabio, en la particular del Cid, y en los romances que se formaron de las crónicas.
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N-1,15,32. Las palabras de este período están trastrocadas y debieran ordenarse así: +Qué desdicha puede ser mayor de aquella que aguarda a que la consuma el tiempo y a que la acabe la muerte? Lo que la desdicha aguarda no es el tiempo, sino su fin; el objeto que desea no es el tiempo, sino el fin de la desdicha traído por el tiempo.
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N-1,15,33. O sobra el de o el deseo.----Sigue Sancho diciendo: de lo que me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas, donde nosotros salimos sin costillas. Comparación festiva entre el Rucio y las personas, ayudada con el juego de las voces costas y costillas. El hablador de Sancho, a pesar del dolor de los palos y del mal estado de sus espaldas, todavía está para chistes.
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N-1,15,34. Son comunes en los libros caballerescos los ejemplos de caballeros que, heridos en los bosques y florestas, fueron llevados a curar de sus heridas a algún castillo inmediato. Así sucedió a don Belister de España y a Florambel de Lucea, que pelearon sin conocerse uno a otro, hasta que ambos estuvieron mal heridos, como se refiere en la historia del último (cap. XXIV). Fraudador de los Ardides, que fue un encantador astuto y burlón de quien se hace larga memoria en la historia de don Florisel de Niquea, fingiéndose herido decía a don Brianges de Boecia: Os ruego que por amor de Dios se dé manera como yo sea de aquí llevado a curar a un mi castillo, que cerca de aquí está (Florisel, parte IV, cap. I). Don Brianges cayó en el lazo, y la burla se celebró mucho.
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N-1,15,35. Cervantes, al escribir esto, aludía sin duda a las heridas que había recibido en la batalla naval de Lepanto, y de que se preció con mucha razón en el prólogo de la segunda parte del QUIJOTE.
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N-1,15,36. Nada expresa la historia de Amadís del tiempo que duró su penitencia en la Peña Pobre; pero Don Quijote, como loco, lo confunde todo y habla de los sucesos caballerescos desfigurándolos, según se observó anteriormente. De la aventura de la Peña Pobre se hablará con extensión en adelante al capítulo XXV.
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N-1,15,37. Mejor estuviera de mal en bien, porque lo que había precedido era malo. Igualmente estaría más natural el orden de las palabras así: y aun no hubo andado una pequeña legua, cuando la suerte, que sus cosas de bien en mejor iba guiando, le deparó el camino.
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N-1,15,38. Acabarla es la porfía: ella es la venta. Cesaría la oscuridad diciéndose: Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo, y tanto duró la porfía, que sin acabarla tuvieron lugar de llegar a la venta, en la cual Sancho se entró sin más averiguación.

[16]Capítulo XVI. De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él imaginaba ser castillo
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N-1,16,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,16,2. No puede ponderarse más la tosquedad de las sábanas, puesto que las adargas se hacían de las pieles más ásperas y broncas como de búfalos y otros animales semejantes.
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N-1,16,3. No está bien la gramática. Puede creerse que el original diría: una frazada, de cuyos hilos, si se quisieron contar, no se perdieron uno solo en la cuenta.
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N-1,16,4. Tanto Bowle como Pellicer quieren dar origen francés a este nombre; pero no tienen razón, cuando es tan clara la formación castellana de Maritornes, como la de Marigutiérrez y Marisancha, que también se hallan en el QUIJOTE, y se forman del nombre de María sincopado y reunido el apellido u otro nombre, según se ve también en Maricruz, Marimorena y varios nombres semejantes, propios del estilo familiar. Lo mismo sucedió antiguamente en Castilla con otros nombres, como Garcisánchez, Ruipérez, Peronsúnez, Periáñez, Pedrarias: estos y otros muchos ejemplos son prueba de que no debe buscarse fuera de casa la etimología de Maritornes.
Cervantes pintó a Maritornes llana de cogote, conforme a la opinión común de su tiempo, que expresó también Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana. Descogotados son, dice (artículo Cogote), que no tienen cogote, como los asturianos. Después acá deben haberlo recobrado, porque ahora lo tienen ni más ni menos como los demás españoles y como los demás hombres.
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N-1,16,5. Es para reír el modo de que habla ya Sancho y el trastorno que en su caletre había producido el contagio de la manía caballeresca. Así lo echaron de ver también el Cura y el Barbero, como se contará en el capítulo XXVI, cuando encontraron a Sancho que iba desde Sierra Morena a llevar la embajada de Don Quijote para Dulcinea, y al oír sus sandeces y desvaríos se admiraron, considerando cuán vehemente había sido la locura de Don Quijote, pues había llevado tras si el juicio de aquel pobre hombre.
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N-1,16,6. Pellicer corrigió dos paletas en vez de dos palabras, y cita otros pasajes del QUIJOTE en que la expresión en das paletas significa brevemente y sin trabajo. Sin embargo no me parece necesaria la corrección, y me inclino más a que se debe conservar la lección en dos palabras, como si dijéramos en poco tiempo, cual es el que necesita para pronunciar dos palabras. Así está usada la misma expresión en el capítulo XXI de esta primera parte, donde describiendo Don Quijote los pasos por donde un caballero llega a ser Rey, dice: Muérese el padre, heredo la Infanta, queda Rey el caballero en dos palabras.----En orden a disponer los caballeros de cetros y coronas, y convertir en Reyes a sus escuderos, no hizo Sancho sustancialmente más que repetir a Maritornes lo que había oído a Don Quijote en el capítulo VI, al salir de la Argamasilla.
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N-1,16,7. Eran sólo tres días; pero Sancho estaba poco menos infatuado que su amo, y continuaba hablando con la exageración que anteriormente se ha notado. Al paso hace de discreto, y juega con la palabra aventura, diciendo: Andamos buscando aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea. En el día no llamaríamos aventura, sino Ventura, a lo que fuese felicidad; y aun en lo antiguo aventura se tomaba más bien en mala parte: poner en aventura alguna cosa era arriesgarlo, ponerla en peligro.
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N-1,16,8. Contrecho, lo mismo que contrahecho, estropeado; viene del latino contractus. Maltrecho es voz de origen semejante, de maletractus, latín macorrónico de la Edad Media, que equivale a male mulctatus de la de Augusto, como se lee en la fábula del Grajo y el Pavo Real, escrita por su liberto Fedro.
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N-1,16,9. Así era menester llamar a Dulcinea para imitar el lenguaje de los libros de caballería, aunque la pobre señora no pudo ser desagradecida, puesto que nunca tuvo noticia de la voluntad y cariño de nuestro hidalgo. Don Quijote, engreído y pomposo con lo que acababa de oír a su escudero, se deja arrebatar del humor caballeresco y continúa con este discurso, tan impertinente en si como conforme al estilo de las aventuras y al carácter e ideas de quien habla.
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N-1,16,10. Usadas o avezadas por acostumbradas es voz común en nuestros antiguos escritores.
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N-1,16,11. Del carácter chancero y satírico de Cervantes puede creerse que en este lugar quiso zaherir la presunción de hidalguía, tan común en la provincia de Maritornes y otras confinantes, aun en personas ocupadas en profesiones y ejercicios humildes.
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N-1,16,12. No puede darse panegírico más completo y redondo del lecho. Si por el regalo, duro; si por lo holgado, estrecho; si por la extensión, apocado; si por la solidez y firmeza, falso y fementido. Este último epíteto es feliz y festivísimo: Moratín lo aplicó a una mesa de posada en el Sí de las niñas (acto I, ese. IX). La consonancia de estrecho y lecho afea algún tanto la expresión.
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N-1,16,13. Se indica con estas palabras el camaranchón que en otros tiempos había servido de pajar, por lo rústico y desaliñado tenía aire de establo, como de cielo estrellado por las rendijas del techo, por las cuales penetraba la luz del día, y acaso podían verse las estrellas de la noche.
En la novela de las Dos Doncellas, escrita por nuestro Cervantes, se lee de un caballero que se había acostado ya tarde: apenas vio estrellado el aposento con la luz del día, etc. Antes había dicho que el día dio señal de su venida con la luz que en trabo por los muchos lugares y entradas que tienen los aposentos de los mesones u ventas.
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N-1,16,14. Las esteras de hibierno son generalmente de esparto: pero también suelen hacerse de enea, que es una especie de espadaña de que se fabrican los asientos de las sillas comunes.
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N-1,16,15. Las esteras de hibierno son generalmente de esparto: pero también suelen hacerse de enea, que es una especie de espadaña de que se fabrican los asientos de las sillas comunes.
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N-1,16,16. Por lo que se observa en varias partes del QUIJOTE, no puede dudarse que Cervantes aludió frecuentemente a sucesos y costumbres de su era, y que sus contemporáneos, hubieran encontrado con facilidad la explicación y la clave, digámoslo así, de muchos de sus incidentes, lo que ya es muy difícil o imposible. La mención de un arriero de quien quieren decir que era algo pariente de Cide Hamete Benengeli, parece que se refiere a lo común que era la profesión de arriero entre los moriscos de España. Las Cortes de 1592 representaban a Felipe I que los moriscos se dedicaban con preferencia a los ejercicios propios del trajín y comercio menudo de susistencias, sin tratar de adquirir bienes raíces; y proponían que se les obligase al cultivo de las tierras y a que sólo vendiesen sus propios frutos, y cuando más que se les permitiesen las profesiones de industria sedentaria y residencia fija en los pueblos. Eran los moriscos tan dados a la arriería, que según el autor coetáneo de unos Discursos políticos sobre la provisión de la corte, que existen manuscritos en la Biblioteca Real, y cita Pellicer, la falta de algunos millares de arrieros que produjo la expulsión a principios del siglo XVI, hizo encarecer extraordinariamente los portes. En especial de los moriscos de Hornachos, pueblo de Extremadura, distante cinco leguas de Llerena, cuenta el doctor Salazar de Mendoza, canónigo de Toledo, en su libro de las Dignidades de Castilla (lib. IV, capítulo V, párrafo sexto) que muchos eran arrieros, y así sabían cuanto pasaba en España y aun fuera, pues tenían correspondencia con turcos y moros; y que venían a Toledo por una senda que llamaban moruna, la cual iba por despoblado las cuarenta leguas que hay desde Hornachos. Como Cervantes habla tanto de los moriscos en el QUIJOTE como estuvo tan informado de las cosas de Toledo, según muestra en muchos lugares de sus obras; como fue casado y vecino en Esquivias, donde serían comunes estas noticias, que no disminuiría el vulgo, ocurre sin violencia la sospecha de que en este episodio de la venta aludió a los moriscos de Hornachos, y que sí supuso al suyo de Arévalo, donde no se sabe que hubiese moriscos, sería por disimular su intención y malicia. El autor de las Dignidades de Castilla afirma que los habitantes de Hornachos eran todos moriscos; y así debió ser con pocas excepciones, puesto que según el Censo español del siglo XVI, dado a luz por don Tomás González (pág. 82), el pueblo constaba de mil sesenta y tres vecinos, y los expulsos del mismo pueblo, según Salazar de Mendoza, llegaron a tres mil. Tratábanse como república aparte: tenían sus juntas en una cueva de la sierra y allí batían moneda. De su inclinación al ramo de minería y beneficio de la plata, hay noticia en la de las Minas de Guadalcanal, publicada por el mismo don Tomás González, y allí se ve que en Hornachos solía fundirse y afinarse el material que se hurtaba en las minas del Rey; y allí también se hace mención de un Francisco Blanco, morisco de Hornachos, que por la fama y crédito de su habilidad, fue buscado por los ministros reales, y trajo cuarenta hombres de su nación con los cuales hizo grandes progresos en las labores; siendo de notar que, a pesar de sus conocimientos metalúrgicos, se ocupaba en el oficio de la arriería antes de ser empleado en las minas, donde llegó a ser capataz y trabajó por espacio de veinte años. La conducta de los moriscos de Hornachos era tal, que se hizo especial mérito de ella en los decretos de la expulsión general entre los motivos que la ocasionaban. Así se ve en el de 9 de diciembre de 1609, donde a consecuencia de esto manda el rey que salgan de sus dominios los moriscos, sin exceptar ninguno, que vivan en los reinos de Granada y Murcia, Anadalucía y la dicha villa de Hornachos. Todas estas particularidades reunidas hacen creíble que en la relación de los sucesos de la venta, Cervantes tuvo presentes y quiso indicar a los arrieros moriscos del mencionado pueblo.
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N-1,16,17. Es una historia francesa que se publicó en castellano con este título: La Corónica de los notables caballeros Tablante de Ricamonte y Jofré, hijo del Conde Nason. Sacadas de las Corónicas francesas por Felipe Camús. Este mismo fue el traductor de la historia de Pierres y Magalona, de que he visto citadas dos ediciones de los años 1526 y 1533. La de Tablante hubo de darse a luz hacia el mismo tiempo.
Tablante de Ricamente es una sola persona, y no dos, como indica la puntuación de algunas ediciones. En el Romancero general de Pedro de Flores (impreso en Madrid, año de 1614) se nombra a Tablante entre los galanes de quienes deben guardarse las damas. No habiendo visto el libro, no puedo juzgar si tuvieron razón en lo que dijeron, tanto el autor del romance como el del QUIJOTE.
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N-1,16,18. Tampoco he visto este libro. En el romance antiguo del Conde Grimaltos y su hijo Montesinos, que empieza
Cata Francia, Montesinos,
cuenta Grimaltos que el Rey le mandó desterrar por la lengua maldiciente de Tomillas; y a consecuencia el hijo pide permiso al padre para pasar a París a ganar sueldo del Rey, si quiere dárselo,
por vengarse de Tomillas,
su enemigo mortal.
En otros parajes de los romances de Montesinos se habla de don Tomillas, y siempre como de un malvado.
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N-1,16,19. Si esta expresión alude, como parece, a la opinión de que las liebres duermen con los ojos abiertos, no viene muy al caso, pues Don Quijote no dormía, y nada tiene de particular estar con los ojos abiertos cuando no se duerme.
Que las liebres duermen con los ojos abiertos lo notaron ya los antiguos, y de ello habló Plinio: patentibus (oculis) dormiunt lepares, dijo en el libro I, capítulo XXXVI. La causa es que los párpados de las liebres son pequeños, y no les alcanzan a cubrir del todo los ojos. Los cazadores observan frecuentemente que estos animales, estando quietos en sus camas con los ojos abiertos, no dan muestras de ver, ni huyen del peligro que tienen delante, lo que arguye que están durmiendo.
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N-1,16,20. Si esta expresión alude, como parece, a la opinión de que las liebres duermen con los ojos abiertos, no viene muy al caso, pues Don Quijote no dormía, y nada tiene de particular estar con los ojos abiertos cuando no se duerme.Que las liebres duermen con los ojos abiertos lo notaron ya los antiguos, y de ello habló Plinio: patentibus (oculis) dormiunt lepares, dijo en el libro I, capítulo XXXVI. La causa es que los párpados de las liebres son pequeños, y no les alcanzan a cubrir del todo los ojos. Los cazadores observan frecuentemente que estos animales, estando quietos en sus camas con los ojos abiertos, no dan muestras de ver, ni huyen del peligro que tienen delante, lo que arguye que están durmiendo.
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N-1,16,21. La imaginación que se describe de Don Quijote parece cosa hecha a la mano para preparar la aventura que sigue; y sin duda hubiera sido mejor aguardar a que Maritornes tropezase en la oscuridad con Don Quijote, para fingir que a éste le había ocurrido en aquel instante la máquina de disparates y extrañas locuras que aquí se cuenta. De esta suerte quedaba más natural y ocasionada la invención, la cual, según está, parece prematura y oficiosa.
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N-1,16,22. Vencida de su gentileza y enamorada de él, todo viene a ser uno, y así sobra la mitad de la expresión, que nada añade a la otra mitad. Hay otro defecto en el régimen del período, porque decimos bien se había enamorado, pero no se había prometido, como expresa el texto, haciendo común el verbo auxiliar se había a enamorado y prometido.
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N-1,16,23. Las ediciones primitivas pusieron con su dama Quintañona: error evidente de la imprenta, no sólo porque en otros parajes del QUIJOTE se dice la dueña Quintañona, sino también porque Quintañona no podía llamarse ni ser dama de Ginebra. Damas lo eran de los caballeros; dueñas y doncellas, de las reinas y princesas; dueñas, si eran mujeres de madura edad o viudas, como Quintañona y doña Rodríguez; doncellas, si eran jóvenes y no casadas como Mabilia y Altisidora. Pellicer fue el autor de esta juiciosa corrección, que adoptó después la Academia española.
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N-1,16,24. Las horas consideradas como la duodécima parte del día o de la noche, según las consideraban los antiguos, son cortas o menguadas en los días de invierno y en las noches de verano. Aquí y en el uso común, hora menguada es lo mismo que infeliz o desgraciada: el fundamento de esto se tomaría de la vana creencia que miraba las horas cortas como infaustas. Haciendo burla de ello don Francisco de Quevedo en el Libro de todas las cosas y otras muchas más, en uno de sus opúsculos sueltos, dijo: Días aciagos y horas menguadas son todos aquéllos y aquéllas en que topan el delincuente al alguacil, el deudor al acreedor, el tahur al fullero, el príncipe al adulador, y el mozo rico a la ramera astuta.
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N-1,16,25. Albanega, palabra de origen árabe, es cofia o red para coger el pelo, que también solía decirse garbín, y ahora llamamos redecilla. Paréceme que Cervantes en este pasaje tuvo intención de hacer un remedo burlesco (parodia dirán algunos) del paso de la Infanta Beladina con Floriseo, denominado el Caballero del Salvaje, en el castillo del Deporte. Pintase en aquella ocasión a Beladina en camisa, encima solamente una aljuba de púrpura forrada de armiños, y en la cabeza una red de oro guarnecida de piedras preciosas que resplandecían, y por la cual se mostraban sus muy famosos cabellos. En este traje se llegó a la puerta de la cámara donde dormía Floriseo, y de esta aventura nació Florambel de Lucea.
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N-1,16,26. Atentados, adjetivo poco conocido y quizá nuevo, pero hermoso y digno de aumentar el caudal de la lengua castellana.
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N-1,16,27. Estando Florambel malamente preso en el castillo de Darastes, recibía por la noche el alimento de una mano desconocida, y queriendo saber quién era, luego que fue de noche se puso arrimado a las rejas allí cerca donde le solían poner el comer, y sin facer ningún ruido, estuvo muy bien quedo fasta que era ya bien cerca de la media noche, que la fermosa dueña Feliciana vino, como lo acostumbraba facer las otras noches y aunque venía muy paso, como Florambel estaba con tanta atención, no pudo ella tan paso llegar que no fuese sentida. Y el Caballero Lamentable, cuando sintió que ponían aquellas cosas por entre las rejasàà echó las manosàà y topó con la mano de la dueña y túvola muy recio. Y Feliciana, con el gran pavor que ovo, le tomó tan gran desmayo que no tuvo valor para fablar (Florambel, lib. IV, cap. VI)
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N-1,16,28. Mal podía haber sol a media noche. No es inverosímil que el escurecía, si así se hallaba en el manuscrito original, fuese abreviatura por escureciera. Don Quijote marcó los cabellos de Maritornes por hebras de lucidísimo oro de Arabia, acordándose probablemente de las expresiones de Calixto, que en el acto I de la Celestina describe la hermosura de Melibea, y dice: Comienzo por los cabellos. +Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son, no resplandecen menos.
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N-1,16,29. Lo de ensalada fiambre y trasnochada recuerda el ius hesternum de la casa de Taide en el Eunuco, de Terencio. En la parte restante de la expresión se dice que el aliento arrojaba de su boca un olor suave, pero el aliento no tiene boca. Quedaría mejor el pasaje borrando las palabras de su boca.
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N-1,16,30. Estas palabras arguyen que se alude aquí a algún pasaje de los libros caballerescos, sea el de Floriseo y la Infanta Beladina, citada anteriormente; sea el de la Infanta Espinela, amante de Leandro el Bel, por otro nombre el Caballero de Cupido (Caballero de la Cruz, iibro I); sea el de la Doncella del Castillo, que estando Amadís de Grecia en la cama, fue a buscarle en camisa (Don Florisel, parte II, capítulo XLI); sea otro de los de esta clase que se encuentran en los libros caballerescos. En el vencido de sus amores, como se ha leído hasta ahora, había evidentemente errata: debe ser vencida, como es claro por el contexto: la persona que da muestras y pruebas de estar vencida de amores es la que busca, no la buscada. Consiguientemente a esto, y recordándose el presente pasaje en el capítulo XLII, se dice que Don Quijote, llamado desde el agujero del pajar por la hija de la ventera, se figuró que otra vez, como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora de aquel castillo, vencida de su amor, tornaba a solicitarle.
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N-1,16,31. Falta un ni y sobra el no. Que ni el tacto, debió decirse, ni el aliento ni otras cosas le desengañaban.
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N-1,16,32. No faltan en los libros de caballerías ejemplos de resistencia a la seducción de los atractivos y caricias femeniles. Tristán de Leonís desecha en la corte de Faramundo los halagos de la Infanta Belinda, la cual, despechada, como la gitana de Putifar, le calumnia; pero a poco lo confiesa todo a su padre Faramundo, y se quita la vida. Amadís de Gaula, en ocasiones semejantes, fue ejemplo de lealtad a su señora Oriana, y por eso concluyó felizmente la aventura de la Verde Espada (Amadís de Gaula, capítulo LXVI), y la del Arco Encantado de los leales amadores (Ib., cap. CXXV). La situación y las expresiones de Don Quijote recuerdan las de Don Belianís de Grecia, cuando estando en su lecho pasada ya la media noche, fue a manifestarle su amorosa pasión la linda Princesa Imperial: No queráis contestó Belianís, saber otra cosa más de que es señora de mi corazón una Princesa, por quien no pequeños tormentos mi corazón padece..., por donde vos testifico que, no sólo no soy parte para os poder dar algún remedio, pero aun de todo punto no soy señor de cosa que posea, teniéndolo todo tomado y secretado el temeroso Cupido (Belianís, libro I. capítulo XXIV).
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N-1,16,33. Estaban a oscuras, según resulta de toda la precedente relación, ni en toda la venta había otra luz que la que daba una lámpara que ardía colgada en medio del portal, como antes se ha dicho. Pero un loco ve cuanto quiere, aunque sea a oscuras.
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N-1,16,34. Verso endecasílabo.----Prometida y dada son palabras que aquí significan lo mismo: sobra la una.
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N-1,16,35. Cambia el régimen, que debiera ser común, de los verbos, defecto que evitan los que escriben correctamente: sin entender las razones, o sin estar atenta a las razones, es lo que sólo correspondió escribirse. Según era la negligencia con que Cervantes escribía, pudiera creerse, sin repugnancia, que le ocurrió poner lo segundo después de escrito lo primero, y luego se le olvidó borrarlo.
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N-1,16,36. Voz de la picaresca, mujer mundana, concubina; forte àà coitu.
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N-1,16,37. En las ediciones anteriores este pasaje no hacía sentido, porque faltaba la conjunción y, que hubo de omitir el impresor.
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N-1,16,38. Por quimera o riña. Luis Vélez de Guevara, en su Diablo cojuelo (Tranco 5.E¦), da este nombre de pelaza a la quimera que en una venta de Sierra Morena hubo con una compañía de representantes y un alguacil que los conduela a la corte. Puede traer su origen de pelear, como lo trae pelamesa, que significa riña en que los combatientes se mesan y arrancan el pelo: dícese con particularidad de la riña en que intervienen mujeres.
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N-1,16,39. Hay contradicción con lo que antecede, porque se había dicho que, aunque Sancho procuraba dormir, no lo consentía el dolor de sus costillas.
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N-1,16,40. Expresión sobradamente propia y natural. Las de esta clase deben evitarse en el discurso de un libro, por la misma razón que en los cuadros no se permite pintar ciertas bascosidades, a pesar de que están en la naturaleza. A no ser que se diga en abono de Cervantes, que intentó remedar, y de esta suerte criticar, algunos pasajes de los libros caballerescos, donde se incurre en este defecto, como cuando decía Arcalaus (Amadís de Gaula, cap. CXXX): que se guarde (Amadís) bien de mí, que yo espero presto vengarme del, aunque tenga en su ayuda aquella mala puta Urganda la Desconocida.
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N-1,16,41. Pesadilla, un humor melancólico que aprieta el corazón con algún sueño horrible, como se carga encima un negro, o caemos en los cuernos de un toro. Así define esta voz Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana.
Otras veces se decía la pesada, como en la relación del sueño que media entre la primera y segunda parte de Amadís de Grecia, donde se lee: tan de recio me apretó, que parecía tomarme la pesada que muchas veces en sueños suelen venir. Juan de Mena, en la primera copla de las veinticuatro que añadió a las Trescientas, dijo:
Como adormido con la pesada.
Y el Comendador Griego, explicando este verso, expresa que, según Avicena, la pesada es una dolencia en la cual siente el hombre al tiempo del sueño cuasi una gran fantasma que le cae encima y que le aprieta y le angustia el espíritu... Los populares piensan que es vieja que oprime el cuerpo cuando duerme el hombre. Esta vulgaridad viene ya de los romanos.
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N-1,16,42. Repetición incorrecta del relativo cual, especie de ovillejo que hace lánguido y arrastrado el período, y de que hay algunos otros ejemplos en el QUIJOTE.
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N-1,16,43. Con más propiedad se diría a la luz del candil. Luz y lumbre no son sinónimos: lumbre es la causa, luz el efecto; lumbre es el fuego, luz la claridad: la lumbre quema, la luz alumbra. Puede haber mucha luz y poca lumbre, y al revés, mucha lumbre y poca luz.
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N-1,16,44. No, sino todo lo contrario. El arriero acudió a favorecer a Maritornes, y el ventero a castigarla. Cervantes lo explica en las palabras que siguen, pero le estuviera mejor haberlo corregido las que preceden: tenía repugnancia a corregir y limar. Pudiera haberse puesto: también acudió el ventero, y con esto quedaba todo bien.
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N-1,16,45. Ironía exagerada y graciosa de la confusión y trastorno que reinaba en el camaranchón de la venta.
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N-1,16,46. Falta para la claridad y redondez de la oración la conjunción correlativa así también. Convino escribir: Y así, como suele decirse el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, así también daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, etcétera.
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N-1,16,47. Así se llamaba para distinguirse de la nueva, que fue la que fundaron los Reyes Católicos a fines del siglo XV; la otra existía ya en el XII con muchas facultades y privilegios.
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N-1,16,48. Lata es lo mismo que hoja de lata. Esta materia tan útil y aun tan necesaria para los muebles domésticos, se traía a España en tiempo de Cervantes de Milán y Alemania, y así continuó hasta el reinado de Felipe V, en el cual se empezó a fabricar entre nosotros. Los romeros o peregrinos, y en general los que caminan a pie, suelen llevar sus licencias, títulos, pasaportes y demás papeles, en cañones o cajas de hoja de lata, donde van preservados de la humedad y demás ocasiones de su destrucción.
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N-1,16,49. Así se dice por a oscuras en el estilo familiar, que, bien mirado, en todas lenguas, pero singularmente en castellano, forma un idioma parte con distintas frases, distinto gusto y aun distintas palabras. En las primeras ediciones, hechas en Madrid el año de 1605, se lee ascuras, que es más familiar todavía, y toca ya en bajo.
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N-1,16,50. Por esta relación se ve que Don Quijote traía barbas, como se traía comúnmente en vida de Cervantes, y con ellas debiera habérsele representado en las estampas que se han grabado para diferentes ediciones.Entre los antiguos hubo variedad acerca de la barba. A los judíos prohibía la ley el raerla (Levit. capítulo XIX); por el contrario, los griegos y romanos se la quitaban, conservándola sólo, entre los primeros, algunos filósofos y personas que afectaban gravedad. Cicerón habla de las precauciones de Dionisio, el tirano de para afeitarse (Cuest. Tascul, lib. V, capítulo XX). Los romanos usaron barbas al principio, después las dejaron, y el famoso Escipión el Africano introdujo la costumbre de afeitarse diariamente (Plinio, lib. VI, cap. LIX).
Entre nosotros se traían barbas en la Edad Media, según se ve por muchos parajes del poema del Cid, escrito en el siglo XI, y por dibujos de códices del XII. Mas del poema citado se deduce que las atusaban y componían sin dejarlas crecer libremente. En Aragón se usa también llevarlas en el siglo XIV, puesto que Rey don Pedro IV prohibió las postizas, que ponían los atildados y petimetres (Dulcange, artículo Barba falsa). En Castilla se suprimieron por entonces las barbas, como se ve por bultos de los sepulcros y otros monumentos de aquel siglo y del siguiente. En el XVI, el Rey de Francia Francisco I, para ocultar una cicatriz que le dejó una quemadura en el rostro se dejó crecer la barba. Con esto, las barbas se hicieron de moda; dejábanselas crecer los galanes, y las personas serias se afeitaban por gravedad y por no parecerse a los pisaverdes. A principios del reinado de Carlos V, en España se introdujo la moda de las barbas largas a la tudesca, cuando antes andaban rapadas a la romana, como muestran las retratos del Rey Fernando V (Cabrera, historia de Felipe I, lib. I, cap. IX). Por entonces floreció un pintor flamenco llamado Juan de la Barbalonga, porque la tenía de vara y media de largo; de él hubo en el Palacio de El Pardo ocho cuadros que representaban las campañas del Emperador en Alemania (Argote, discurso sobre el libro de la Montería del Rey Don Alfonso). Fue costumbre general llevar barbas atusadas en el resto del siglo XVI y parte del siguiente, en que se incluye la época de Cervantes. Muy entrado ya el siglo XVI, las barbas se redujeron al bigote y perilla, que duraron hasta el XVII, y de que han quedado restos en los bigotes de los soldados y en las perillas que hasta hace poco se han llevado en algunas congregaciones religiosas.
Al mismo tiempo que volvían a dejarse crecer las barbas se introdujo también el cortarse la cabellera, que antes traían larga los seglares. Carlos V se la cortó en Barcelona el año 1529 para curarse de los dolores de cabeza que padecía y a su imitación se la cortaron también sus cortesanos (Sandoval, lib. XVII, párrafo I). Los españoles llevaron cabellera sin barba hasta Carlos V; barbas sin cabellera, hasta Felipe IV; bigotes y perilla con cabellera, hasta Felipe V. La Europa actual ha vuelto a los usos griegos y romanos. Pelo y barbas a un tiempo fueron intolerables: ahora nos va bien sin uno ni otro.
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N-1,16,51. Sobra cuadrillero, pues de él se habla sin que quepa equivocaciones. El era quien había salido a buscar luz para prender a los delincuentes, como se dice al principio del período, y él y no otro fue quien tuvo necesidad de acudir a la chimenea para encenderla.

[17]Capítulo XVI. Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo don Quijote y su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta que, por su mal, pensó que era castillo
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N-1,17,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,17,2. Modo festivo de designar el sitio donde amo y mozo fueron derribados y molidos por las estacas de los yangÜeses. Alúdese en ello al romance viejo que empezaba:
Por el val de las estacas.
La antigÜedad de las canciones populares da la calidad de proverbiales a sus expresiones, y así debió suceder con las de este romance, uno de los antiguos de Castilla. El autor de otro moderno que se incluyó en la quinta parte de la colección de Pedro Flores, censurando la manía, que fue tan común a fines del siglo XVI y principios del siguiente, de componer romances moriscos, decía:
Tanto Azarque y tanto Adulce
tanto Gazul y Abenhamar,
tanto alquicel y marlota...
muera yo, si no me cansan.
Renegaron de su ley
los romancistas de España,
y ofreciéronle a Mahoma,
las primicias de sus galas.
Dejaron los graves hechos
de su vencedora patria,
y mendigan de la ajena
invenciones y patrañas.
Los Ordoños, los Bermudos,
los Ramiros, los Mudarras,
los Afonsos, los Enricos,
los Sanchos y los de Lara,..
+qués dellos? y +qués del Cid?
íTanto olvido en glorias tantas!
Aficiónense los niños a cantar proezas altas,
los mancebos a hacellas,
los viejos a aconsejallas.
Buen Conde Fernán González,
Por el val de las estacas,
Nuño Vero, Nuño Vero
,
viejos son, pero no cansan.
De los tres romances viejos que aquí se citan, el del Conde Fernán González y el de Nuño Vero están en la colección publicada en Amberes el año de 1555, donde se copiaron varios de los antiguos romances de Castilla, que no se conservaban escritos, sino únicamente en la memoria de los que los cantaban. No se incluyó el del Val de las estacas, el cual se ha perdido para siempre, como habrá sucedido a otros. Algunos de su clase se hallan glosados en el Cancionero general castellano, lo que da a entender que ya se miraban como antiguos en el siglo XV.
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N-1,17,3. Los castillos encantados son piezas que juegan con mucha frecuencia en los libros caballerescos. Allí suelen estar encerrados largos años paladines, dueñas y doncellas: llega por fin el punto en que se cumplen el tiempo o las condiciones del encierro: se presenta un caballero andante, que por su denuedo o por el favor de algún sabio acaba felizmente la aventura; da un trueno desemejable y espantoso, desaparece el encanto, y quedan libres los encantados. En el Orlando furioso se describe el castillo que el mago Atlante había construido con sus artes en el Pirineo, y donde encarcelaba caballeros y doncellas: allí se cuenta cómo Bradamante, con el auxilio del anillo venció al mago, le obligó a deshacer la piedra que contenía los caracteres del encanto, desapareció el castillo, quedando libre su amante Rugero, que estaba preso en Gardaso, Sacripante y otras muchas personas (canto 4).
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N-1,17,4. Dictados que se hallan con frecuencia en los libros de caballerías. La Princesa Florisbella, se lee en el libro I de Belianís (capítulo XLI), tomando por la mano a la linda Matarrosa, su prima, que una de las más apuestas y graciosas doncellas era de todo el señorío de su padre, le dijo, etc.
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N-1,17,5. La fe debida a la sin par Dulcinea del Toboso pedía que no se hiciesen o dijesen cosas en su perjuicio, pero no que se callasen las hechas en su obsequio, como la de haber despreciado la hermosura y gracias de la apuesta y fermosa doncella Maritornes. Así hubiera discurrido una persona cuerda, pero Don Quijote no lo era.
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N-1,17,6. Hubiera podido aconsejarse a Cervantes que suprimiese la escena nocturna de Maritornes, por razón de las groseras imágenes que presenta. Pero los que hayan leído y hojeado mucho los libros de caballerías, y recuerdan los frecuentes pasajes que describen lances de esta especie entre los caballeros y las damas, no podrán dejar de celebrar la ingeniosa burla con que nuestro autor tiró a ridiculizarlos, sustituyendo a las Princesas una fregona, a los caballeros andantes un arriero, a los reales palacios y jardines el camaranchón de una venta, a antorchas odoriferas el candil del Ventero, a las ampollas de precioso bálsamo la alcuza, a los sabios encantadores un cuadrillero, y su media vara y la caja de sus títulos a la varilla y libro fatídico de los nigromantes.
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N-1,17,7. Modo original y gracioso de describir la tremenda puñada del arriero que se refirió en el capítulo precedente.----Hubiera sido más correcto decir al brazo, por evitar la repetición de algún brazo de algún.
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N-1,17,8. Expresión proverbial que se aplica a los casos en que los males comparados con otros mayores pueden considerarse como bienes, así como las tortas y pan hecho con adorno y esmero pueden mirarse como regalos respecto del pan común y ordinario. Llámase pintar el pan, imprimir en él antes de cocerse ciertas figurillas y labores con molde.
Usóse ya desde antiguo en castellano la metáfora del texto: el Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, médico de don Juan I de Castilla escribía en el año de 1434 a un cortesano: el Adelantado Diego de Ribera fizo aprisionar en Sevilla algunas personas, e con buena guarda los manda al Rey, que los espera, si yo no soy mal zahorí, no para darles tortas y pan pintado (ep. 61).
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N-1,17,9. Ocurrencia de Sancho, tan graciosa como natural en aquellas circunstancias.----A dicha es lo mismo que por ventura, por dicha, según se dice después: +por dicha, contestaba Sancho a su amo que le enseñaba la alcuza del santísimo bálsamo, hásele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero?----Dicha y ventura son sinónimos, como lo son también desdichas y desventura.
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N-1,17,10. Buen hombre, tratamiento que arguye gran superioridad en quien lo usa, respecto de aquel a quien lo dirige. Parece bondad y es desprecio.
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N-1,17,11. Mil sales tiene esta plegaria de Sancho, que puede sacar la risa del seno de la misma melancolía.
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N-1,17,12. Sin embargo, se había dicho poco antes que el candilazo dejó a Don Quijote muy bien descalabrado, que es algo más que chichones. --Dícese poco después: se resolvió de poncho (el bálsamo) en una alcuza o aceitera de hoja de lata: ahora diríamos resolvió ponello.
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N-1,17,13. Se echa de menos en esta parte de la relación la del modo con que se levantó Don Quijote a hacer su menjurje, mucho más estando tan molido y aporreado en la cama, adonde le llevó Sancho los ingredientes. En adelante se echa menos también el modo con que después de vomitar se volvió a la cama; tramite que se supone al decir que mandó que le arropasen y le dejasen solo.
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N-1,17,14. Quien se dice ordinariamente de las personas y no de las cosas. Cervantes solía no tener cuenta con esto, como sucedió aquí, y poco después donde dice: La estera de enea sobre quien se había vuelto a echar.
Grata donación. Grata equivale a agradable; mas en este lugar está por gratuita o graciosa.
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N-1,17,15. De las batallas está bien dicho que se acometen, pero no tanto de las pendencias, y menos aún de las ruinas. Es claro que en vez de ruinas debe leerse riñas.
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N-1,17,16. El adverbio verdaderamente está dislocado, porque no corresponde a pensó, sino a era llegada. El orden sería: Pensó bien que verdaderamente era llegada su última hora.
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N-1,17,17. Salida sumamente apropiada al carácter de Don Quijote, y muy análoga a lo que en el capítulo XV discurría haber sido la causa de su desgracia en la aventura de los desalmados YangÜeses.
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N-1,17,18. Hace falta un ni, que aparentemente omitió por descuido el impresor: Que ni la estera ni la manta fueron mas de provecho.
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N-1,17,19. Mejor: enalbardó el jumento. Ordinariamente la preposición a se usa con el objeto, cuando éste es persona y no en otros casos. Decimos amar a Pedro o a Juan y amar el vino o el juego.
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N-1,17,20. La palabra lanzón, a pesar de su terminación aumentativa, significa una cosa menor que lanza, a la manera que ratón significa también una cosa menor que rata, y que rabón indica un animal de poco rabo o sin rabo. Son vocablos con terminación y forma de aumentativos, y significado y fuerza de diminutivos.
Se echa de menos el título, o siquiera el pretexto con que Don Quijote se apropió el lanzón, sin que se opusiese su dueño el ventero, ni lo pusiese en la cuenta que poco después le hizo de su gasto de paja, cebada, cena y camas.
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N-1,17,21. Sobra el de más, porque no podía decirse que pasaban de menos. Estábanle mirando, debió ponerse, todos cuantos había en la venta que pasaban de veinte personas.
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N-1,17,22. En castellano no se dice también no, sino tampoco.----Que Don Quijote mirase a la hija del ventero, ya se explica por la equivocación con que imaginaba que era la que había estado la noche antes en el camaranchón, pero se dice que ella también le miraba; y +qué motivo particular había para expresar que miraba a Don Quijote la hija del ventero, cuando apenas se la ha nombrado ni ha hecho papel alguno en los sucesos que van referidos de la venta?
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N-1,17,23. Olvidó aquí Don Quijote lo de la mano pegada al brazo del descomunal gigante, el moro encantado, las quijadas bañadas en sangre, las costillas pateadas, la ruina del lecho, y, finalmente, el candilazo.
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N-1,17,24. Véase un ejemplo de que los verbos llamados activos, cual es cobrar, pueden usarse también como neutros, esto es, sin expresar el objeto a que su acción se dirige, puesto que aquí no se expresa lo que había de cobrarse, y que en la página anterior decía el ventero que sólo trataba de cobrar su hacienda. Infinitos ejemplos pudieran traerse de lo mismo tomados del QUIJOTE y demás obras de Cervantes. Otra calidad común a todos los verbos activos es poder usarse como recíprocos, y como impersonales; como recíprocos, cuando tornan por objeto los pronombres me, te, se; como impersonales cuando su singular no tiene sujeto, y está precedido del pronombre se. Así que son defectuosas las divisiones que vulgarmente dan las gramáticas de estas clases de verbos. Activos son los que admiten objeto, aunque algunas veces no lo lleven; neutros los que en ningún caso la admiten; recíprocos, los que nunca se usan sin alguno de los tres pronombres yo, tu, él, como arrepentirse, éstos son pocos y nunca pueden usarse ni como neutros, ni como impersonales. Si a dichas tres clases se añade la de los impersonales, como llueve, truena, hiela, y otros que significan efectos meteóricos, los cuales no llevan sujetos ni objeto, se tendrá una división que comprende todas las clases de verbos, sin que se confundan unas con otras.
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N-1,17,25. Por la paga, quiere decir por lo tocante a la paga. Esta contestación de Don Quijote que no es la que se espera; pues acabándose de decir que nuestro hidalgo reconocía su engaño y que no era castillo, sino venta, parecía natural que, olvidando lo generoso y gratuito del alojamiento propio de los castillos, se conformase con lo interesado y pagadero del hospedaje de las ventas. Acaso quiso reprender esto el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda en el capítulo V de su Quijote contrahecho, donde refiere la escena que pasó al salir amo y mozo de una venta, y está tomada en sustancia de la presente. Despidiéndose Don Quijote, dijo al ventero y a los demás huéspedes que allí estaban: ""Castellano y caballeros, mirad si de presente se os ofrece alguna cosa en que yo os sea de provecho, que aquí estoy pronto y aparejado para serviros. El ventero respondió: Señor caballero, aquí no habemos menester cosa alguna, salvo que vuesa merced o este labrador que consigo trae me paguen la cena, cama, paja y cebada, y vayánse tras esto muy enhorabuena.----Amigo, dijo Don Quijote, yo no he visto en libro alguno que haya leído que cuando algún castellano o señor de fortaleza merece por su buena dicha hospedar en su casa algún caballero andante, le pida dinero por la posada; pero, pues, vos, dejando el honroso nombre de castellano, os hacéis ventero, yo soy contento que os paguen; mirad cuánto es lo que os debemos. Dijo el ventero que se le debían catorce reales y cuatro cuartos.----De vos hiciera yo ésos por la desvergÜenza de la cuenta, replicó Don Quijote, si me estuviera bien, pero no quiero emplear tan mal mi valor; y volviéndose a Sancho, le mandó se los pagase."" He copiado más a la larga este pasaje para que pueda enterarse el lector de la manera de escribir de Avellaneda, y compararla con la de Cervantes.
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N-1,17,26. Bowle sobre este lugar prueba que se engañaba Don Quijote, con el ejemplo de Orlando, que según refiere Pulci en su Morgante mayor (canto 21), estaba muy apurado porque no tenía dinero para pagar al dueño de un mesón, el cual quería que dejase el caballo en prenda. Y añade que cuando le faltaba dinero a Orlando pagaba siempre en palos a los huéspedes. Pudiera acaso responderse que Don Quijote hablaba solo de lo que había leído; pero no tiene lugar la excusa, porque en el capítulo primero de la parte primera de la fábula aparece ya que conocía la historia de Morgante, y al principio de la segunda dice expresamente haber leído la historia donde se hace mención particular de sus hazañas.
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N-1,17,27. Ya se ha notado alguna vez que los dialectos hijos de una misma lengua suelen tener más relaciones y puntos comunes entre sí cuanto menos distan de su origen. Así sucede con las voces hostal y hostalero nacidas originariamente del latino hospitium, y que alguno menos instruido en los orígenes y progresos de los idiomas modernos quizá miraría como extranjeras en el nuestro, porque pertenecen también al francés y al italiano. Hostal es abreviatura de hospital, y hostalero de hospitalero.
Gonzalo de Berceo, poeta castellano de principios del siglo XII, dijo hablando de Santo Domingo de Silos en su Vida:
El confesor precioso de los fechos cabdalesàà
Mandóles que entrasen dentro a los ostales
Mandó a los ostaleros de los omnes pensar,
Comieron queque era cena o almorzar.
(Habla del Santo, coplas 299 y 300.)
El Arcipreste de Hita, que fue posterior a Berceo, usó también de la palabra hostal (copla 1527), y de hostalaje por hospedaje en posada (Cántiga serrana, pág. 166). El Obispo Guevara, predicador de Carlos V, escritor tan autorizado en materia de lenguajes como desautorizado en las históricas, en su Aviso de privados y Doctrina de cortesanos (cap. XVII), menciona ciertas palabras que vio escritas en un hostal de Cataluña. En el día usamos de la palabra hostería, que tiene el mismo origen y procedencia, y que en tiempo de don Diego Hurtado de Mendoza era reputada italianismo, como se ve por las cartas del Bachiller de Arcadia. Tales son las vicisitudes y alternativas de las lenguas, esclavas siempre de la inconstancia y caprichos del uso.
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N-1,17,28. Palabra sincopada de coronado; significa una moneda castellana que corrió desde el siglo XII hasta el XVI, y fue ordinariamente la sexta parte del maravedí de entonces. Los hubo viejos y nuevos; según las noticias recogidas por el P. Sáez (Monedas de Enrique IV) los primeros valían cuatro y los segundos dos maravedises y medio de los nuestros. úsase aquí en el sentido de ser moneda de valor corto y despreciable, lo mismo que al fin del capítulo se hace con ardite, moneda pequeña de cobre que corrió en España en el siglo XVI, y al parecer era originaria de Navarra, donde también la hubo de plata con este nombre. Celidón de Iberia se hallaba en la Casa encantada con una ferocísima sierpe a la vista; pero
Un punto no se turba ni se altera,
Que a semejantes cosas era usado;
El escudo y la espada en delantera,
No estima cuanto venga en un cornado.
(Celidón, canto 34.)
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N-1,17,29. Adjetivo felizmente aplicado, que expresa bien la fatiga que producen los esfuerzos de quien puede poco. Penado y penante se dice de las vasijas que dan con dificultad y poco a poco, con pena, el líquido que contienen. Penante búcaro llama por ironía Don Quijote en la segunda parte a un artesoncillo de agua de fregar.
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N-1,17,30. Estaba durmiendo Primaleón, y Risdeno, su fiel enano, velaba guardándose el sueño (Primaleón, cap. LXXXV). Tres malos caballeros que acertaron a pasar por allí hirieron a Risdeno, y despertando Primaleón, embistió en venganza de ello, y derribó a uno muerto de una lanzada. Mientras perseguía al segundo, el otro cogió al enano de los cabellos y lo llevó arrastrando a un castillo inmediato. Primaleón acudió a socorrerle, y halló que estaban atando al enano, que lo querían enforcar, y gran fuego debajo para lo quemar. Primaleón logró librar a su enano, como se cuenta en el progreso de la historia. Sancho no fue tan dichoso. Verdad es que el caso de Risdeno era más serio que el de Sancho.
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N-1,17,31. Perailes, anagrama de pelaires, que eran ciertos operarios de las fábricas de paños, llamados así porque trabajaban en ellos colgados al aire. Estas fábricas florecían viviendo Cervantes, y señaladamente en Segovia, donde aun quedan vestigios.----Agujeros, fabricantes o vendedores de agujas.----Potro de Córdoba, uno de los parajes de España que en el capítulo II de esta primera parte se cuentan entre los de mayor concurso de gente baladí y mal entretenida.----Heria (jeria) de Sevilla, pronunciación propia del país por feria. Se celebraba en aquella ciudad todos los jueves, y era de muebles y trastos, unos nuevos y otros viejos. Hácese mención de ella en la novela de Rinconete y Cortadillo .----Gente bien intencionada, por ironía.
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N-1,17,32. "Esta burla se usaba ya en la antigÜedad. De Oton dice Suetonio (cap. I), que rondando de noche por las calles de Roma, si encontraba algún borracho le manteaba tendiéndole en la capa... distento sagulo in Sublime iactare: y Marcial: hablando con su libro, dicen que no se fíe de alabanzas, porque de vuelta de ellas se burlarían de él manteándole.
Ibis ab excusso missus in ostra sago."
(Libro I, epigr IV. Nota de Pellicer.)
De la costumbre de mantear los perros por carnestolendas hacen mención nuestros antiguos escritores. Solían, y aun ahora suelen también, por el mismo tiempo, ponerse dos muchachos con una cuerda tendida de una a otra parte de la calle, y entretenerse en voltear a los perros que pasan. A estas costumbres es a lo que alude la expresión del texto.
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N-1,17,33. No se dice quien la abrió, y se echa de menos para la perfección y complemento del sentido.
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N-1,17,34. Acaba de decirse que salió muy contento, y no se aviene bien lo uno con lo otro.----Estuviera mejor: según salió de turbado. [18]Capítulo XVII. Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor Don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas
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N-1,18,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,18,2. Habla Sancho, como se deja entender, aunque no se expresa.
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N-1,18,3. Ceca es palabra arábiga que significa casa de moneda. Los moros las tuvieron en varias partes de España, y señaladamente en Córdoba y sus inmediaciones. Los cristianos de la Península dieron, no se sabe por qué, este mismo nombre a la mezquita grande de Córdoba, que era uno de los lugares de más devoción para los mahometanos, los cuales la frecuentaban con sus romerías y peregrinaciones. Y como hacían lo mismo con la Meca, de esto, de la casual consonancia entre Ceca y Meca, y de lo distante que están entre sí Meca y Córdoba, de todo ello, combinado confusamente, hubo de resultar en el uso común la expresión proverbial de andar de Ceca en Meca para denotar la vagancia de los que se andan de una parte a otra sin objeto preciso y determinado. De ceca era fácil el paso a zoca, y de zoca a colodra, siendo nombres ambos de instrumentos o utensilios pastoriles. Zoca o zoco es lo mismo que zueco, calzado de madera, como también lo es colodra. Según el Comendador Griego, citado por Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, andar de zocos en colodros significa salir de un peligro y entrar en otro mayor, que es lo de Escila y Caribdis puesto en rústico. Actualmente se llama colodra el vaso o vasija que forman los pastores de un cuerno de buey despuntado, y les suele servir para ordeñar en el campo.
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N-1,18,4. Por esta señal se ve que se habla de Amadís de Grecia, y no del de Gaula.
Amadís de Grecia, biznieto del de Gaula e hijo de Lisuarte y Onoloria, nació ocultamente en un monasterio dos leguas de Trapisonda, y la doncella Garinda, confidenta de los amores de Onoloria, lo bautizó con agua del mar. El niño vino al mundo con una figura de espada bermeja como una brasa, que le cogía desde la rodilla izquierda hasta irle a dar en derecho del corazón la punta: en ella parecían unas letras blancas muy bien talladas. Acababa de nacer, cuando Garinda, sobresaltada con un ruido que oyó, abandonó al infante, y lo robaron unos corsarios que le pusieron por nombre el Doncel de la Ardiente Espada (Lisuarte, capítulos C y último).
He aquí el origen de este dictado, que fue propio de Amadís de Grecia, Pellicer, suponiendo equivocadamente que se hablaba del de Gaula, dijo que aquí se había equivocado Cervantes, pues éste se llamó el Caballero, no de la Ardiente, sino de la Verde Espada; pero quien se equivocó fue Pellicer. Hubo Ardiente Espada y Verde Espada: ésta fue de Amadís de Gaula, y aquélla de Amadís de Grecia. Una y otra dieron nombre a sus dueños: al primero de Caballero de la Verde, y al segundo de Caballero de la Ardiente Espada, como se refiere en sus respectivas historias. La Verde Espada se dijo por el color de la vaina, que era verde, hecha de huesos diáfanos y verdes de ciertas serpientes, como se lee en el libro de Amadís de Gaula (capítulo LVI): la Ardiente Espada tomó el nombre de su color, que era bermejo como una brasa. Este nombre realmente es el mismo que el de la Espada Tizón del Cid: tizón y brasa todo viene a ser uno.
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N-1,18,5. Así era también la espada de Rugero, de la cual cantó el Ariosto:
Ove giunge convien che se ne vada
l′incanto, o nulla giovi
:
Y refiriendo que Marfisa dio a Rugero una terrible cuchillada, dice:
Vieta l′incanto che lo spezzi ofenda
(Canto XXXVI, est. 55.)
De la espada con que se armó caballero Alejandro Magno, dijo el autor de su antiguo poema castellano (copla 83):
La espada era rica e muy bien obrada,
Fizola Don Vulcán, óvola bien temprada,
Avie grandes virtudes, ca era encantada;
la par de onde ella fuese, non sería abajada.
De espadas encantadas se hace muy frecuente mención en las historias caballerescas. Que lo era la de Amadís de Grecia, apellidado el Caballero de la Ardiente Espada, se ve por el capítulo X de la segunda parte de su historia, cuando la maga Cirfea encantó a Urganda. La circunstancia de tener espada encantada parecía propia de la familia de Amadís de Gaula. De éste fue la Verde Espada de que se habló poco ha: su encanto consistía en que no podía sacarla de la vaina sino el caballero que mas que ninguno en el mundo a su amiga amare. Amadís la sacó después que otro caballeros lo intentaron, y no consiguieron (Amadís de Gaula, cap. LVI). Su hijo Esplandián llevaba la espada encantada que ganó en la aventura de la Peña de la Doncella encantadora, que era hecha por tal arte, que ningún encantamento ni cosa emponzoñada tenía fuerza de empecer a ninguno que cabe ella estuviese (Sergas de Esplandián, capítulo LXXXIX) Por la virtud de esta espada libertó Esplandián a la sabia Urganda, su protectora, de las asechanzas de su enemiga la Infanta Melia, vieja de edad de ciento veinte anos y grande hechicera, que adormeció con sus artes a Urganda y estuvo para matarla (Ib., caps. CX y CXI). Después que Esplandián llegó a ser Emperador, le quitó de la mano esta espada la Doncella encantadora, y se lanzó con ella al fondo del mar, como se refiere en las Sergas. De la espada de Lisuarte, padre de Amadís de Grecia se lee (Amadís de Grecia, parte I, cap. LXVI) que allende de ser la mejor del mundo, tiene tal virtud, que ningún encantamento trayendo la espada, puede empescer, como aquella que fue mano de aquel Emperador y sabio Apolidón. También la espada de Belianís de Grecia tuvo virtud contra los encantamentos, y por ella se libró Belianís del encierro en que le había puesto el sabio Fristón, su enemigo (Belianís, lib. I, cap. I). Esta espada, según se cuenta (Ib., lib. I, cap. XXXIV), era la misma que había usado aquel valiente Caballero Jasón, la cual le diera su aborrecida Medea el tiempo que de sus amores gozaron, hecha tales cursos y planetas, que en el mundo al presente otra semejante no se hallará.
De otras espadas fadadas hay memoria diferentes parajes de la misma historia de Belianís y en otros libros caballerescos, como la de Brabonel, señor del castillo de Rocaferro en la historia de Florambel de Lucea (lib. I capítulo X); la de don Duardos, padre Palmerín de Inglaterra (Palmerín de Inglaterra, lib. I, cap. I), y la de Cendón, que tenía la virtud de deshacer los encantos que tocaba (Celidón de Iberia, canto XXXVI).
La repetición, ya fastidiosa, de tales espadas, prueba el fondo de semejanza que existe en los libros de Caballerías, la poca originalidad de sus autores y la verdadera pobreza de invención en medio de tan aparente abundancia y de tanta hojarasca de sucesos y aventuras.
Ariosto, en su Orlando furioso, no desdeñó el medio de espadas y armas encantadas para variar y engalanar sus ficciones. Tal era Balisarda, la espada de Rugero de que se habló arriba, y con la que peleó Orlando en el combate de la isla Lipadusa contra Gradaso:
Orlando un tempo Balisarda abassa:
non vale lncanto ov′ella mette il taglio
.
(Orlando, canto LXI, est. 83.)
Tal fue también la lanza de oro de Argalia, que derribaba a cuantos tocaba (cantos XVII, XXI, XXXV, XXXVI y XLV); el yelmo y demás armas encantadas de Héctor el Troyano, que se mencionan infinitas veces; y hasta un cuerno que una maga dio a Astolfo, y, tocado, ponía en fuga a cuantos le oían (canto XV, est. 14).
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N-1,18,6. Duelos son aflicciones, pesadumbres, trabajos, calamidades. Papar es, hablando familiarmente, tragar, engullir. Que se los papen duelos, expresión de los que hacen poco caso de los males ajenos.
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N-1,18,7. Cuajada parece error de imprenta por causada. Se habla de la polvareda que causaba, no cuajaba, un ejército que venía marchando.
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N-1,18,8. Se abusa en este pasaje, como sucede también en otros del QUIJOTE, de la conjunción y, repitiéndola con exceso, a la manera que nuestros antiguos causídicos repetían pródigamente sus iporques. La conjunción u sirve para reunir y enlazar cosas que tienen alguna conexión o relación entre sí, y aquí no la hay entre lo que la precede y lo que la sigue. Lo mismo, y por la misma consideración, puede decirse del y con tanto ahínco, que viene poco después.
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N-1,18,9. Cervantes fue feliz en la formación de nombres ridículos, como éste, el del gigante Caraculiambro, la ínsula Malindrania, don Parapilipómenon de las Tres Estrellas, y otros semejantes de invención suya, que se encuentran en el discurso del QUIJOTE.
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N-1,18,10. Los antiguos llamaron Taprobana, no Trapobana, a la isla de Ceilán. Apenas fue conocida hasta los tiempos de Alejandro Magno, en que se supo con certeza que era isla. En el imperio de Claudio vinieron de ella Embajadores a Roma, y se aumentaron las noticias sobre aquella región, como refiere Plinio (libro VI, cap. XXI).
Garamantas, pueblos de lo interior de áfrica. La enorme distancia entre este paje y la India, entre los habitantes de lo interior del Desierto en el Continente africano y los que, separados por vastos mares, vivían en las remotas islas del Asia, y la consiguiente imposibilidad del contacto ni mutuas relaciones, ni como amigos ni como enemigos, hacen resaltar más y más lo disparatado y absurdo de la relación de nuestro caballero.
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N-1,18,11. Pagano originariamente significa aldeano, morador de los pagos o poblaciones campestres. En el siglo IV se daba este nombre a los gentiles o idólatras por contraposición a los cristianos, que abundaban más en las ciudades, y después se extendió en general a todos los infieles. En los libros de Caballerías es común llamar paganos a los mahometanos, no obstante la aversión de éstos a la idolatría, que es el carácter del paganismo. Pudo nacer el error de que en la Edad Medía, época de las Cruzadas y de las ideas que dominan en los libros caballerescos, el mundo conocido de los europeos se componía sólo de discípulos del Alcorán y del Evangelio, lo que, junto con la rudeza de aquella edad y las noticias confusas del gentilismo antiguo, hizo dar el nombre de paganos a todos los falsos creyentes, y aun atribuir el uso y culto de dolos a los mahometanos. Paganos los llamó también el señor de Joinville, cronista de San Luis, Rey de Francia, a quien acompañé en su expedición a Ultramar.----Los escritores latinos, entre ellos Seutonio y Plinio, dijeron paganos por oposición a militares, lo que muestra el origen y etimología de nuestra voz actual paisano.
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N-1,18,12. No viene bien en Cide Hamete, autor arábigo y filósofo mahomético, como se le llama alguna vez, calificar de falsa la ley de Mahoma. Cervantes se distraía con frecuencia.
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N-1,18,13. La poca cultura de los siglos en que se supone haber florecido la caballería, iba acompañada de la sinceridad con que los caballeros profesaban su creencia. De aquí nacía el celo religioso, y no siempre discreto, que manifiestan los caballeros andantes en sus historias, donde se les ve promover con ardor la propagación de la fe y ejercer con vehemencia el oficio de misioneros. Tirante el Blanco bautiza por su mano a la Reina Esmaragdina, al Rey Escariano y a muchos millares de moros, vasallos suyos en los reinos de Etiopía y de Tremecen (su historia, parte IV). Cuando el gigante Madarque, señor de la ínsula Triste, fue vencido por Amadís de Gaula, le pidió la vida, ofreciéndole hacer lo que le mandase. Amadís le dijo: Pues lo que yo de ti quiero es que seas cristiano, y mantengáis tu y todos los tuyos esta ley, haciendo en este señorío iglesias y monasterios (Amadís de Gaula, cap. LXV). Las mujeres no muestran menos celo por la fe que los hombres. Garzaraza, Señora y Duquesa de la ínsula de Gacen, tenía presa en su castillo a la Emperatriz Niquea, con otras varias damas y caballeros. Don Falanges y Don Rogel ganan el castillo y ponen en libertad a los encarcelados; la Emperatriz trata de convertir a la fe a la señora y a los habitantes de la ínsula, que eran paganos; y habiendo conseguido su intento y hechólos bautizar, olvida lo pasado y hace merced a Garzaraza del señorío de la ínsula, dejándola en pacifica posesión de ella (Florisel, parte II, caps. XLVI y XLVII). En otras ocasiones los caballeros convierten a la fe a los que vencen, y éstos se hacen particulares amigos suyos, como sucedió a Oliveros con Fierabrás y a Roldán con Morgante. Carlomagno ofrece al Almirante Balán la vida y el reino si quiere abrazar la fe cristiana (Carlomagno, cap. LIV). En Boyardo, el Rey Agricán, herido de muerte por Orlando, le pide el bautismo y lo recibe por su mano (lib. I, canto 19). Siglos después en la Vega de Granada, el Maestre de Calatrava vence y bautiza, antes de que expirase, a Albavaldos (Guerras civiles de Granada, cap. X). Tal vez el celo degenera en ferocidad y fanatismo, como cuando Florindo y sus compañeros asesinaron de noche al Gobernador de la ciudad de Meca, donde se hallaban, sin cometer en ello caso de fealdad, pues era persona que ofensaba la ley divina, por cuyo ensalzamientso Florindo había prometido de morir... siendo certificado de si mismo y de sus compañeros que no incurría en caso de traición, aunque de aquella manera matase al Gobernador, por ser, canto era, idólatra (Florindo, parte I, cap. V).
Contrayéndonos al caso presente de Alifanfarón y la hija de Pentapolín, vemos en los libros caballerescos que la diversidad de religión sirve frecuentemente de obstáculo para la unión de los amantes, y la conversión de la parte infiel de medio para facilitarla. El Soldán del Cairo pretende la mano de la Princesa Carmesina y por ser mahometano se la niega el Emperador de Constantinopla, padre de la Infanta (Tirante, parte II). Abencusque, caballero Pagano, prendado de Amandria, hija del Rey de Esperte, piensa hacerse Cristiano para casarse con ella (Primaleón, cap. LXI). Blancaflor en el serrallo del Soldán de Egipto, antes de otorgarse por esposa de Flores, exige que reciba el bautismo y se lo administra ella misma. Florindo, a quien ofrecieron a un mismo tiempo en casamiento el Emperador de Rusia su hija Policinta, el Preste Juan a su sobrina Calaminda, y el Rey de Persia a su hija Casandra, prefirió la segunda por cristiana (Florindo, parte II, capítulo último). Dos fieros gigantes, Pasaronte y Magaronte, habían despojado del reino de Irlanda a la gentil y apuesta jayana Trasilinda. Floribelo, otro gigante galán y cortés, venció a los usurpadores y les cortó las cabezas. Restablecida de esta suerte Trasilinda, los Estados del reino le propusieron que se casase con Floribelo; pero no quiso otorgarlo hasta que le ofrecieron ser cristianos, y luego allí de presente fueron baptizados todos los principales por mano del buen Floribelo; y éél fue desposado con la hermosa Trasilinda, y jurado por el Rey de Irlanda (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LXXX). La Infanta Lindabrides, por medio de una doncella suya, de quien mucho se fiaba, envió una carta muy apasionada al Caballero del Febo, ofreciéndole su mano; y el caballero responde: Mi ley lo veda, y aun en la tuya no se permite que mujer gentil case con cristiano (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. II, cap. XXXIV) La Princesa Florisbella, hija del Soldán de Babilonia, se aflige al saber que el caballero desconocido en cuyo amor ardía, era cristiano; Florisbella delibera, y Belianís la persuade y la bautiza en una fuente antes de desposarse; después se solemnizan con el debido aparato sus bodas (Belianís, lib. I, caps. XXXVII y L).
En el Orlando furioso, Bradamante, agradecida a su amante Rugero, que era mahometano por haberla librado del encanto del castillo de Atlante, yàà
disposta di far tutti
i piaceri, che far vergine saggia
debbia ad un suo amator, si che di lutti,
senza il suo onore offendere, il sottraggia,
dice àà Ruggier, se a dar gli ultimi frutti
lei non vuol sempre aver dura e selvaggia
la faccia domandar per buoni mezzi
al padre Amon; ma prima si batezzi
.
(Canto XXI, est. 34.)
Finalmente, en nuestra historia leemos el casamiento de la Infanta Doña Teresa, hermana del Rey Don Alonso de León, con el Rey moro de Toledo Abdalla, y el desenlace de éste suceso por el retiro de la Infanta a un monasterio; suceso que, aunque puesto en duda por nuestros críticos, muestra siempre las ideas y costumbres del siglo en que pasó o se inventó, y la repugnancia general a enlaces entre personas de diversa creencia.
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N-1,18,14. Para mis barbas, fórmula familiar de juramento en que se atestigua con las barbas, como objeto de estimación y aprecio. úsase en ella de la partícula para, lo mismo que en la otra fórmula para mi santiguada, de que se habló en las notas al capítulo V. Lo más común es emplear la partícula por, como cuando se dice por mi vida, por la del Rey; sólo que para lleva consigo aquí y en casos semejantes algo de imprecación, si no se cumple o verifica lo que se dice.
También juraron por sus barbas, como Sancho, el Cid Campeador y el Condestable Don álvaro de Luna, prestándonos un ejemplo del uso promiscuo de las partículas por y para. El primero, según cuenta su poema, cuando supo que los Infantes de Carrión habían maltratado y abandonado a sus hijas.
Una grand hora pensó e comidió:
Alzó la su mano a la barba se tomó...
Por aquesta barba que nadi non mesó,
Non la lograrán los Infantes de Carrión.
Del Condestable cuenta Mariana (Historia de España, lib. XXI, cap. XI) que estando ya preso, vio desde una ventana a Don Alonso de Fonseca, Obispo de ávila, que iba acompañando al Rey, y puesta la mano en la barba, dijo: Para éstas, cleriguillo, que me la habéis de pagar.
A las barbas, como distintivo del sexo varonil e indicio de su autoridad y de su fuerza, se daba un carácter particular de importancia, de que participaban eminentemente los bigotes, como parte superior de la barba; la misma palabra bigotes en el uso familiar significa fortaleza: N. tiene bigotes, suele decirse; y según el Brocense, Citado por Covarrubias, la palabra bigote envuelve un juramento, viene a ser lo mismo que pardiez, por Dios, by God. Quitar a otro las barbas, y aun sólo manoseárselas, se miraha como injuria grave. El Rey de los Ammonitas las hizo cortar por afrenta a los embajadores de David, según se cuenta en el libro I de los Reyes. La opinión que había sobre la inviolabilidad de las barbas, y de la afrenta que resultaba de su profanación, se ve por varios pasajes del poema ya citado del Cid. Decía el héroe burgalés a su enemigo el Conde Don García, a presencia del Rey Don Alfonso:
+Qué habedes vos, Conde, por retraer la mi barba?àà
Ca non me priso a ella fijo de mugier nada,
nimbla mesó fijo de mora nin de cristiana,
como yo a vos, Conde, en el castiello de Cabra,
cuando pris′ a Cabra, e a vos por la barba,
non y ovo rapaz que non mesó su pulgada
(Versos 3295 y siguientes.)
En estas ideas, comúnmente recibidas, se fundó el cuento del judío que quiso tomar las barbas al cadáver del Cid en la iglesia de San Pedro de Cardeña, y de la demostración hecha por el cadáver, de que se habla en su Romance (romance 101).
Prueba del honor que por aquel tiempo se daba a las barbas es el caso que refiere Guillermo, Arzobispo de Tiro, escritor del siglo XI, en su historia de la Guerra Sagrada o de las Cruzadas (lib. XI, cap. Xl), y que allí se tradujo en la Gran Conquista de Ultramar (libro II, cap. CXLI). Balduino, Conde de Edesa, contemporáneo del Cid, uno de los Príncipes francos que fundaron estados en los países de Asia, no teniendo con qué pagar el sueldo a los de su mesnada, ofreció en prenda su barba para que se la rayesen, si no pagaba al plazo señalado. Ca era costumbre, dice la historia, en tierra de Oriente, mayormente en tierra de los griegos e de los armenios, que criaban e guardaban sus barbas por muy grande honra lo más que ellos podían; e tenían por muy gran deshonra si les rayesen un pelo. Y Gabriel, Príncipe armenio, suegro de Balduino, informado de ello, expresaba que tanto valía si perdiese la barba, como si se dejase castrar. Esta expresión no está en el original latino del Arzobispo; se añadió en la traducción castellana.
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N-1,18,15. El Poema del Cid, describiendo una de sus batallas, dice (versos 734 y siguientes):
Veriedes tantas lanzas premer y alzar,
Tanta adarga a foradar e pasar,
Tanta loriga falsa desmanchar,
Tantos pendones blancos salir bermejos en sangre,
Tantos buenos caballos sin sos dueños andar.
En otra batalla se veían:
Caballos sin dueños salir a todas partes.
Verso 2416.)
En el poema todavía inédito, del Conde Fernán González refiriéndose la batalla de Hacinas, se dice que
Salía mucho caballo vacío con mucha silla.
La Crónica de Amadís de Grecia (parte I, Capítulo LXVII) hablando de un combate, ambas las batallas, dice, se juntaron con tan grande poder, que más de dos mil buenos caballeros cayeron por el suelo... Viérades salir a e a cientos e a cincuentas caballo sin señores de la priesa.
En la relación de la batalla del Caballero de Cisne con los siete Condes de Sajonia a orillas del Rhin, junto a la ciudad de Caulencia o Coblenza, dice la Gran Conquista de Ultramar: Allí podría hombre ver caballos andar sin señores por el campo, e los señores de la una parte e de la otra yacer (lib. I, cap. CI). Esto es natural y ordinario en cualquier batalla: no lo es tanto lo que la misma historia cuenta de los despojos que ganaron los Cruzados en la de Alejandría. Holgaron, dice, los cristianos aquella noche en las tiendas..., e otro día en la mañana llegaron todo lo que hallaron por las plazas do la hueste estaba sentada, e por el campo do se hizo la batalla; e de caballos solos hallaron bien hasta quinientos mil (lib. I, cap. CLXIV). Allí sí que hubiera corrido peligro Rocinante de ser trocado por otro.
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N-1,18,16. Por turbaran y cegaran, que es como debió haberse puesto, y como verosímilmente estuvo en el original de Cervantes.
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N-1,18,17. Recuerdan estas armas del valeroso Laurcalco, los que, según refiere Ariosto (canto XIV, est. 114), llevaba en el asalto de París Rodomonte, Rey de Sarza, que eran una doncella de quien se dejaba enfrenar un león, aquella imagen de la bella Doralice, y éste de Rodomonte.----Las armas de Laurcalco eran jaldes, voz usada por nuestros escritores del siglo XV, y que sólo ha quedado como técnica de la Heráldica, donde significa amarillo, como gules, rojo; sable, negro; indio, azul, y sinople, verde.----El dictado o apellido de la Puente de plata lo tuvieron Madancil, uno de los caballeros que siguieron a Amadís de Gaula cuando éste se despidió del Rey Lisuarte (Amadís de Gaula, cap. LXII), y Listarán, otro caballero de los que acompañaron a Esplandián a Constantinopla en la fusta de la Gran Serpiente, construida por la sabia Urganda (Sergas de Esplandián, cap. CXVI).
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N-1,18,18. Vulgarmente se divide la Arabia en tres: Pétrea, Feliz y desierta.----En los libros caballerescos son muchos los nombres propios de caballeros en cuya composición entra la palabra italiana brando (espada), como Brandisel, Brandimardo, Brandimarte, y sobre todo en nombres de gigantes, como Brandafuriel, Brandagedeón, Brandasileo, Brandafiel, Brandalión, Brandanbul y otros, a quienes Cervantes añadió el de Brandabarbarán.
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N-1,18,19. El gigante Galafre, encargado por el almirante Balán de la guarda del puente de Mantible, defendía el paso a Ricarte de Normandía y sus compañeros. Ricarte le dio un gran golpe en la cabeza: mas tenía en ella una calavera de serpiente más dura que ningún acero... Y los otros asimismo procuraron de lo herir reciamente, mas no aprovechaba, que dar en él era dar en una peña, que sobre las armas traía el cuero de la serpiente, que era mucho más duro que las armas (Carlomagno, cap. XLIX).
Ariosto, describiendo los hechos de Rodomonte en el asalto poco ha mencionado de París (canto XIV, est. 118), dice que
Armato era d′un forte e duro usbergo
che fu di drago una scagliosa pelle
.
He aquí el fiero Rodomonte y al nunca medroso Brandabarbarán de Boliche cubiertos con pieles de serpientes, a la manera que lo estuvo Hércules con la del león de Nemea.
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N-1,18,20. Es fama, es una: repetición desaliñada que se remediará con sólo borrar el primer es. Que según fama es una de las puertas, etc.
Adviértase que las puertas que se mencionan en la historia de Sansón no eran del edificio que derribó sobre los filisteos, sino de la ciudad de Gaza, de donde escapó arrancando las dos hojas de la puerta, echándoselas a los hombros y llevándolas a la cima de un monte vecino. Ni se dice que fuese templo el edificio que derribó desquiciando las dos columnas que lo sostenían, sino una casa, de cuios tecto ac solario miraban escarnecer a Sansón cerca de tres mil filisteos de ambos sexos, entre ellos los principales de la nación (Indicum, capítulo XVI). Nuevas y nuevas pruebas de la falta de atención de Cervantes y de su inexactitud en las citas.
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N-1,18,21. Clase de galantería de que hay ejemplos en los anales caballerescos, y aun en las historias verdaderas. El día que Lisuarte de Grecia lidió con el Rey de la ínsula Gigantea, Amadís de Gaula se levantó por ver la batalla, cubriéndose con un rico manto de carmesí, con unas oes de oro (Lisuarte, cap. XLV). Estas oes eran la inicial del nombre de la sin par Oriana.
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N-1,18,22. Nombre que se daba a las yeguas de grandes fuerzas y alzada. Garrido de Villena, en la traducción del Orlando enamorado, hablando del rey Gradaso:
No espera más y salta sobre Alfana,
que era una yegua muy desmesurada.
(Libro I, canto IV.)
Del mismo Gradaso cantó en el original italiano Ariosto:
Gradaso havea l′alfana, la piu bella
e la miglior che mai portase sella
.
(Canto I, est. 48.)
De la alfana del moro Muzaraque, que yace encantado cerca de la gran Compluto, se hace mención en el capítulo XXIX de esta primera parte del QUIJOTE.
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N-1,18,23. Caballero novel era el recién armado caballero que no se había ilustrado aún por sus hechos, y no podía traer insignia en el escudo hasta que por su esfuerzo la ganase, como se dijo en el capítulo I. Por esto se expresa que el escudo era blanco y sin empresa alguna. En otras ediciones anteriores se leía: y el escudo es blanco. La Academia Española suprimió el es, y con razón, pues la buena composición le excluía y además se repetía desagradablemente.
En la comedia de Cervantes intitulada El rufián dichoso (jorn. I), se hace mención de un francés jorobado, llamado Pierres Papin, que tenía tienda en Sevilla en la calle de la Sierpe. Cervantes residió en Sevilla por espacio de muchos años, y acaso encierra el texto alguna alusión que entonces sería fácil y ahora imposible alcanzar.
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N-1,18,24. Hermoso animal africano del tamaño y figura de una mula, rayado de listas anteadas y negras, y más ligero que el caballo: una se ve actualmente en la casa de fieras del Real Sitio del Retiro. Hay algún fundamento para creer que en España las hubo, así como también hubo camellos durante la dominación de los árabes. De que se consideraba a este animal como apto para servir en la guerra, hay testimonio en aquel romance viejo que dice:
Por las sierras de Altamira
huyendo va el Rei Marsín,
caballero en una cebra,
no por mengua de rocín.
Pellicer, que habla de esto y de los documentos antiguos castellanos donde se menciona cebra, dice que en todos se leyó cebra por equivocación; que la cebra que se nombra en el Fuero de Madrid es cabra, y cierva la que a cita en el Fuero de Plasencia. Pero la del Rey Marsín no era ni cierva ni cabra.
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N-1,18,25. Veros, figuras del blasón, como copas o vasos, que se expresan siempre en los escudos con azul y plata, esto es, veros azules en campo de plata, o veros de plata en campo azul. El texto de Cervantes va conforme a esta regla: no así el de la crónica de don Belianís de Grecia, que en la descripción de los torneos de Londres hace mención de los veros rojos que llevaba en el escudo don Clarineo, uno de lo caballeros concurrentes a las fiestas (libro II, capítulo XVI).
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N-1,18,26. No es la locura, sino el loco, quien tiene imaginación. Quiso decir: llevado de su loca imaginación.
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N-1,18,27. Xanto, río de Troya, celebrado por Homero y Virgilio, fluye del monte Ida, y es el mismo que el Escamandro.----Termodonte, río de Capadocia, que desemboca en el Ponto Euxino, y riega la región que se suponía habitada por las Amazonas. Tanto por esta circunstancia como por la mención que suele hacerse, de aquellas guerreras en los libros caballerescos fue mucho que no le ocurrió a Don Quijote contarlas entre las tropas que seguían al furibundo Alifanfarón.----Pactolo, río de Lidia, que nada en las inmediaciones de Sardis. Llámasele dorado, porque se creía que arrancaba arenas de oro desde que se lavó en él Midas, rey de Frigia, a quien según la fábula concedieron los Dioses que cuanto tocase se convirtiese en aquel precioso metal. Plinio (Ib. XXXII, capítulo IV) enumera los ríos que, según la común opinión de su tiempo, llevaban raeduras de oro; y son. Tajo, en España; Po, en Italia Ebro, en Tracia; Pactolo, en Asia, y Ganges en la India.
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N-1,18,28. Montuosos se dice de los sitios, no de los habitantes: éstos son montañeses. Y los que habitan los campos no son montañeses, sino campesinos.
Los másilos eran pueblos de áfrica, y darían nombre a los campos, a que Don Quijote dio el nombre de masílicos. Don Juan Bowle, en sus Anotaciones, indicó que en este pasaje se hablaba de los masilienses o habitantes de Marsella, en las Galias; pero Cervantes puso exclusivamente en este escuadrón gentes asiáticas y africanas, y dejó para el opuesto las europeas.
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N-1,18,29. Por esta indicación parece que se habla del oro en polvo del río Tíbar, que Cervantes hubo de suponer equivocadamente que corre por la Arabia feliz. Y a lo mismo aludiría lo que dijo en el capítulo XVI del lucidísimo oro de Arabia, hablando de los cabellos de Maritornes: pero libar es río de áfrica, que va a parar en su costa occidental al Océano Atlántico.
Los antiguos geógrafos no hablaron del oro de Arabia. Sólo Plinio mencionó algunas minas de oro en la costa y en la región de los sabeos; pero en el salmo LXXI de los de David se hace mención especial del oro de Arabia.
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N-1,18,30. Pudiera ocurrir que aquí tuvo presente Cervantes lo de Fides punica, que pasó como proverbio entre los romanos, confundiendo a los númidas con sus vecinos los penos o cartagineses; cosa que puede calificarse de verosímil, atendida la negligencia y poca atención con que Cervantes escribía. Pero si consultamos lo poco que acerca de la historia de Numidia nos conservaron los escritores latinos, hallaremos que en punto a mala fe y desprecio de su palabra y promesas, los númidas no se quedaban en zaga a los cartagineses.
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N-1,18,31. Cervantes habló confusamente de estas tres naciones vecinas, con alguna excusa, porque unas se dominaron a otras en diversos tiempos y se confundieron a veces en una sola; pero realmente la calidad de flecheros y la de pelear huyendo no fueron propias de los persas ni de los medos, sino de los partos. Cátulo los llamó sagitíferos o flecheros (Poèèmatio XI): Horacio alabó su denuedo en las retiradas o simuladas fugas:
ààVersis animosum equis
parthum
.
(Carm., lib. I, oda 19.)
Y Ovidio, hablando de la misma nación, mencionó las flechas o dardos que arrojaban hacia atrás desde sus caballos:
Telaque ab averso qu礠iacit hestis equo.
(Art. amat., lib. I.)
Finalmente, de la habilidad y destreza de su caballería en pelear, fuese embistiendo o retirándose, habló Tácito en el libro VI de los Anales. Bowle, en la llamada para la nota sobre este pasaje, leyó los partos que pelean huyendo, disimulando así, con advertencia o sin ella, el descuido de Cervantes.
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N-1,18,32. Porque viven en tiendas que se mudan según la necesidad o conveniencia de sus habitantes, como lo practican todos los pueblos nómadas o pastores.
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N-1,18,33. De la crueldad de los escitas habló Plinio en más de un pasaje: muchos de sus pueblos eran antropófagos. Llama aquí Cervantes blancos a los escitas, y lo mismo hizo Lope de Vega en el canto IX de su poema El Isidro; pero los tártaros, sus descendientes, son menos blancos que otros pueblos con que confinan; ni podían tener muy blanca la tez los que vivían sin casas, expuestos de continuo a la inclemencia del sol y del aire.----De los etíopes no sé si acostumbran a horadarse los labios, como otras naciones salvajes se horadan las narices para llevar pendientes sus adornos, y cómo los europeos se horadan para lo mismo las perillas de las orejas.
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N-1,18,34. Se llama olivífero al Betis o Guadalquivir, por la abundancia de olivos que se crían en sus riberas. Del mismo vocablo usó Marcial hablando de este río, y pintándolo con corona de olivo:
B祲tis, olivifera crines redimite corona.
(Libro XI, epihrama último.)
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N-1,18,35. +Por qué se atribuye al río Genil la calidad de divino? No es fácil discurrirlo. En tiempo de Cervantes hubo opinión de que Genil significaba semejante al Nilo, como se ve por Covarrubias en su Tesoro, y al Nilo no pudieron negar la calidad de divino los que, según Cicerón (De natura Deorum), le hicieron padre de algunos dioses. +Pudo por razón de esta semejanza extenderse también al Genil la calificación de divino? Por lo demás, el nombre de Genil no es más que el de Singilis que dieron a este río los antiguos moradores de España, y después desfiguraron los moros pronunciándolo a su manera, sin que se vea la razón de llamarle divino más que a otro cualquier río.
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N-1,18,36. Tarteso fue la ciudad antigua de la Bética que, según unos, estuvo en la ensenada de Gibraltar; según otros, en Tarifa; según otros, en Cádiz. Los autores latinos llamaron Tartesia a la región occidental de la Bética, y en el mismo sentido usa Cervantes de esta voz.
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N-1,18,37. El epíteto de elíseos no conviene sino a campos; pero se acaba de decir tartesios campo, y quizá por huir de la repetición no se puso los elíseos jerezanos campos, como se hubiera podido decir, con tanta más propiedad, cuando que en sus confines corre el Guadalete, tocayo al parecer del río Leteo, el cual ceñía los campos Elíseos, donde moraban los bienaventurados de la Eneida:
Lehtacumque, domos placidas qui pr祮tat
amnem
.
(Libro VI)
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N-1,18,38. Por lo abundante que era la cosecha de granos en la Mancha, en el día se habla más de la de sus vinos, y pudieran pintarse sus habitantes coronados también de pámpanos. En vida de Cervantes tenían ya fama, entre otros de España, los vinos de Ciudad Real, recámara, como él mismo la llamó alguna vez, del dios de la risa. Valdepeñas la ha oscurecido en nuestros tiempos, arrancando la palma de la celebridad a los demás vinos de la Mancha.
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N-1,18,39. Indica los habitantes de la costa septentrional de España, a quienes llama vestidos de hierro por el mucho que labran, y reliquias de los godos por haberse acogido éstos a sus montañas cuando invadieron los moros la Península en el siglo VII. Baja de allí el discurso de Don Quijote a las llanuras de Castilla que baña el Pisuerga, y después, pasando por encima de la vega del Tajo, de que ha hablado anteriormente, se detiene en las márgenes del Guadiana.
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N-1,18,40. La calidad de tortuoso no parece posible que sea muy peculiar del Guadiana, puesto que las llanuras por donde pasa pueden darle la de lento y perezoso, pero no obligarle a grandes tornos ni revueltas. Sólo al declinar ya su curso, las sierras de Portugal, oponiéndose a la dirección que traía de levante a poniente, le fuerzan a torcer hacia el Sur, buscando por donde desaguar en el golfo de Cádiz.
Lo del escondido curso alude a que el Guadiana, a poco de nacido, se hunde y desaparece, naciendo de nuevo en lo que llaman Ojos de Guadiana, de lo que volverá a hablarse en lugar oportuno.
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N-1,18,41. Silvoso se dijo, no por el silbo y ruido de los arboles movidos en las grandes alturas por el coto, que en todos los montes es lo mismo, sino por la espesura y abundancia de las selvas o bosques que visten al Pirineo. Aplicó la misma calidad al Apenino Ariosto, hablando del ejército del Rey Agramante contra el Emperador Carlos:
Del silvoso Appenin tutte le piante.
Y Lope de Vega, en la comedia del Bastardo Mudarra acto II), a un valle poblado de hayas:
Yace en la falda deste monte un valle
selvoso de hayas, que a un solar dan nombre.
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N-1,18,42. Don Antonio de Capmani, en su Teatro de la elocuencia española, copia el pasaje anterior, que realmente lo merece, no obstante las ligeras observaciones que sobre él se han hecho. El lenguaje es hermoso y suavísimo, adecuados los epítetos, sonoros y bien escogidos los nombres de naciones y ríos, y admirables la facilidad y rapidez con que se deslizan las ideas, el contorno de los períodos, la ostentación y riqueza de la descripción. He aquí una muestra de la prosa poética, de que fue gran maestro Cervantes, y en que lucen a la par las galas del idioma y la lozanía del ingenio.
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N-1,18,43. Ríos y Pellicer, elogiando esta descripción de los ejércitos hecha por Don Quijote, la compararon con la enumeración de las naves y capitanes griegos que fueron a la guerra de Troya, hecha en el libro I de la Ilíada, y de los auxiliares de Turno en el VI de la Eneida. Homero y Virgilio dieron allí muestras de su invención, en un largo catálogo, donde supieron evitar el tedio de la uniformidad con una maravillosa variación de accidentes que hacen sumamente agradable su lectura. La breve descripción de Cervantes, en que sólo se nombran tres caballeros de cada uno de los dos ejércitos, carece de las dificultades cuyo vencimiento constituye el mérito de los poetas griegos y latinos; y sin perjuicio de los elogios que merece este bellísimo pasaje del QUIJOTE, es menester reconocer que no cabe comparación entre las grandes máquinas que manejaron entonces aquellos padres de la poesía en la lenta y aparatosa preparación de importantes sucesos y el rapto esencialmente breve de un loco, que mientras se prepara para embestir al enemigo y casi hincando ya al caballo las espuelas, dirige unas cortas razones a su escudero. El mismo Cervantes manifiesta que no trató de imitar en esta ocasión a los antiguos cuando dice que su héroe habló todo absorto y empapado en lo que había leído en sus libros mentirosos. Estas palabras indican claramente que el tipo de la descripción hecha por Don Quijote debe buscarse, no en las epopeyas de Virgilio y Homero, sino en los libros de Caballerías.
Describiéndose en la historia del Caballero del Febo el ejército con que el Emperador pagano Alicandro iba a guerrear contra Trebacio, Emperador de Constantinopla, se dice lo siguiente: Queriendo el sabio Lirgandeo contar algunas naciones de las que se juntaron en este poderoso ejército... puso en esta historia algunas dellas. Y dice que venía primeramente el Emperador Alicandro, Rey y señor de todos ellos, el cual traía cincuenta mil caballeros de los tártaros, y treinta mil de los scitas... Venía allí el muy poderoso jayán Bradamán Campeón, señor de las Indias orientales, y traía consigo aquel valentísimo y superbo joven Bramarante... Venía el Rey de los Palibotos, que según afirman muchos escritores, cada día que quiere saca al campo cien mil hombres de pie de guerra... Venía el fuerte Rodarán, Rey de Arabia, y con él la Reina Carmania, con cinco mil caballeros cada uno. Venía el Rey de Media, el Rey de los Partos... Venían todas las naciones del río Ganges y del monte Taura, y no parando en esto, vinieron el Rey de la Trapobana, y el Rey de Egipto y el de Etiopía... Finalmente, vinieron estas y otras muchas naciones que por evitar prolijidad se dejan de contar (parte I, lib. II, capítulo XVI).
Al referirse en la crónica de Palmerín de Inglaterra (parte I desde el capítulo CLXV al CLXX) una gran batalla que hubo entre fieles e infieles, se empieza por enumerar los cuerpos de que se componía el ejército cristiano con expresión de sus capitanes, y después se hace lo mismo con el de los turcos. Finalmente, se da noticia de las armas, colores, empresas y divisas de los principales caballeros.
Pudo Cervantes, al extender el pasaje del texto, tener presente estos y otros semejantes de los libros caballerescos; pero el que ofrece mayor número de recuerdos y puntos de semejanzas es el que se lee en el libro IV de la historia de Amadís de Gaula (capítulos CVI y CIX), donde se describen los dos ejércitos enemigos, el del Emperador de Roma y el del Rey Perión de Gaula. Por su lectura puede sospecharse que éste fue el pasaje que se tuvo más a la vista en la descripción de Don Quijote. Emperador soberbio por una parte, y Rey cuerdo y esforzado por otra; Macián de la Puente de Plata: armas azules, blancas, verdes, amarillas y negras, partidas a cuarterones: la doncella figurada en el escudo y un caballero hincado de rodillas delante, que parescía que le demandaba merced; las armas coloradas con flores de oro; las de los veros azules; todas estas expresiones cotejadas con las del texto del Quijote, inclinan a creer que Cervantes no tenía olvidadas las del libro de Amadís al escribir el suyo.
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N-1,18,44. Ningún gigante había nombrado Don Quijote, y sólo había hecho mención de un caballero de miembros gigantescos. Verdad es que debía ser un gigante en forma, un gigantazo que valiese por muchos, puesto que llevaba por escudo la puerta de un templo.
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N-1,18,45. Así solían llamarse en tiempo de Cervantes los que ahora llamamos tambores, instrumentos militares que las naciones cristianas tomaron de los sarracenos, como lo prueba Ducange en sus notas a la historia de San Luis por Joinville. ----Tambor se dijo por onomatopeya, y entre nosotros es nombre común al instrumento y al que le toca.
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N-1,18,46. Estaría mejor suprimiéndose el pronombre te.----Oyas por oigas, como se dice comúnmente.----Sancho, lejos de temer ni manifestar miedo, decía que sólo eran ovejas y carneros, objetos bien poco temibles. Don Quijote llamaba miedo de Sancho a lo que era locura suya.
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N-1,18,47. Especie de aseveración o juramento mezclado con algo de impaciencia: Tan cierto como que soy pecador y he ofendido a Dios. Sancho vuelve a repetirlo hablando con su amo en el capítulo XLVI de esta primera parte, y después, siendo Gobernador, en la aventura del asalto de la ínsula, capítulo LII de la segunda. Usó también de esta expresión el lacayo Vallejo en la comedia de Lope de Rueda intitulada la Eufemia: +No ves que es de noche, pecador soy a Dios, y a lo escuro todo es turbio? (acto II, escena I).
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N-1,18,48. No es el régimen ordinario de ahora, según el cual se dirá: Y comenzó a alanceallas. Antiguamente era otra cosa, y así decía un romance viejo de Reinaldos de Montalván:
Don Reinaldos pidió un laúd...
ya comienza de tañer.
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N-1,18,49. Cuando Carlomagno entró en las tierras del Almirante Balán, cuenta su historia que le salió al encuentro el Rey Brulante con cien mil paganos, y adelantándose gran trecho de su gente, a grandes voces empezó a decir: Oh noble Emperador Carlomagno +dónde estás? Apártate tú de tu gente, como yo de la mía, y empecemos los dos viejos esta batalla (cap. LI). Muerto Brulante, el Almirante Balán entró en la batalla, llamando a grandes voces al Emperador Carlomagno: +dónde estás? Pues en la Turquía entraste en busca mía, +por qué huyes ahora de mí? (Ibid., cap. LI).
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N-1,18,50. Esto cuenta la misma historia de Carlomagno que gritaba Fierabrás de Alejandría, desafiando al Emperador y a los Doce Pares, que estaban en Mormionda, y diciendo una y otra vez que era un solo caballero. Expresión semejante fue la que Don Quijote dirigió a los molinos de viento en el capítulo VII: Non fuyades cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
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N-1,18,51. En la designación de este nombre pudo tener parte alguna reminiscencia de Cervantes, nacida de la lectura del Laberinto, del poeta castellano Juan de Mena, en cuya copla 50 se encuentran los dos nombres de Pentapolín y de Garamanta.----Poco antes llamó Don Quijote a Pentapolín Emperador; al principio le había llamado Rey, pero no debe buscarse consecuencia en personas como Don Quijote.
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N-1,18,52. Modo familiar de designar un guijarro: pocos renglones después le llama almendro. Con efecto, peladilla es el nombre que se da en las confiterías a las almendras lisas, bañadas de almidón y azúcar; y a los guijarros convienen las dos calidades, de ser pelados y de arroyo.
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N-1,18,53. Esto de creer uno de si mismo que está muerto tiene gracia, y sólo cabe en un cerebro tan desarreglado como el de Don Quijote. Es de advertir la habilidad con que Cervantes saca partido del carácter de su héroe para esforzar con verosimilitud lo ridículo.
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N-1,18,54. Cargaron de las reses muertas, como si no las hubiesen cargo todas y se dejaron algunas; pero es indudable que la partícula de se introdujo indebidamente en el texto.
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N-1,18,55. El temor de los pastores, que se retiran creídos de que habían muerto a Don Quijote, e interesados por consiguiente en que el asunto no tuviese otras resultas para ellos, da salida natural y fácil a una aventura que no pudiera tenerla de otro modo verosímil en un país civilizado. Tanto por esta consideración como por ser la aventura tan apropiada al papel de Don Quijote, por su disposición y por el modo de referirla, es una de las más agradables de la fábula.
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N-1,18,56. Antes vimos que Sancho juraba por sus barbas; ahora vemos que se las arranca, y de uno y otro pasaje inferiremos que las traía. Conforme a lo que ya se dijo anteriormente, amo y mozo debieron representarse con ellas en las estampas que acompañan a muchas ediciones; pero cuando se grabaron ya no se usaban barbas, y los grabadores los dibujaron inadvertidamente como coetáneos suyos.
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N-1,18,57. Salida graciosísima. La explicación que Don Quijote da a su desgracia es digna de la aventura que precede; considerándose caballero ya famoso con todas las circunstancias que habían adornado a los héroes imaginarios a quienes imitaba, persuadido de lo invencible de su fuerte brazo, y de que un solo caballero andante puede deshacer un ejército de doscientos mil hombres, como si todos fueron hechos de alfeñique (parte I, capítulo I), no se sabe como explicar su vencimiento, sino por la envidia y mala voluntad de algún sabio encantador perseguidor suyo, a la manera que lo fueron Arcalaus de Amadís de Gaula y Fristón de Belianís de Grecia. De Fristón dijo ya Don Quijote en el capítulo VI que era su grande enemigo, equiparándose sin duda con Belianís, a quien durante mucho tiempo profesó grande ojeriza aquel mago, hasta que, reconciliándose con él, fue en adelante su amigo y su coronista.
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N-1,18,58. Don Francisco de Quevedo, describiendo el convite de unos borrachos en casa de Alonso Ramplón, verdugo de Segovia, contaba que el Porquero (uno de ellos) vomitó cuanto había comido en las barbas del de la demanda (Gran Tacaño, cap. I). Quevedo pudo tener presente este Pasaje de Cervantes, así como Cervantes el de Lazarillo de Tormes, cuando su amo el ciego para averiguar si se había comido la longaniza, le metió la nariz hasta el galillo, revolviéndosele el estómago, de suerte que la nariz y la negra mal mascada longaniza salieron a un tiempo de la boca.
íQué cuadro el que ofrece nuestro texto! Habrá quizá quien lo tache y censure como demasiado natural y aun bajo; pero el censor se reirá al leerlo, no hay duda.
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N-1,18,59. Incidente que aumenta y esfuerza lo cómico de la escena, y que viene ya preparado desde el olvido con que Sancho se dejó las alforjas en la venta, según se refirió al fin del capítulo precedente.
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N-1,18,60. Ya se ha hablado antes de la ninguna necesidad de emplear la partícula de en ocasiones como la presente, y de lo que sería de apetecer que se disminuyese su uso. Aquí también se evitaría la repetición de dejar.----En tiempo de Cervantes fue frecuente y aun común este régimen en los verbos; algunos todavía lo conservan tal cual vez, y proponer es uno de ellos.
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N-1,18,61. Reconvención irónica de Sancho, tan salada como oportuna en la situación en que se hallaban él y su amo. Lo que dio motivo a la malicia de Sancho fue lo que se refirió en el capítulo X, donde le dice Don Quijote que el sustento ordinario de los caballeros andantes, solía ser de frutas secas y de algunas hierbas que hallaban por los campos, y ellos, añade, conocían, y yo también conozco.
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N-1,18,62. Aina, adverbio anticuado, significa bien, fácilmente, pronto.----Cuartal es la cuarta parte.----Hogaza, pan común y ordinario, alimento de trabajadores y jornaleros.----Sardinas arenques, comida propia de las costas de mar, donde la usa la gente pobre, y aun ésta suele arrojar las cabezas, que ahora apetecía Don Quijote.
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N-1,18,63. Andrés Laguna, natural de Segovia, médico del Emperador Carlos V, tradujo del griego e ilustró con anotaciones y figuras el tratado de Pedacio Dioscórides acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos. Se imprimió en Salamanca el año de 1570, pero el privilegio para la impresión y la dedicatoria a Don Felipe, Rey de Inglaterra y Príncipe heredero de España, tienen la fecha del año 1555. En el anterior de 1554 se habían dado a la luz pública en León de Francia sus anotaciones en latín. Residió Laguna por espacio de mucho tiempo en Alemania, Flandes e Italia. La traducción de Dioscórides tiene la particularidad de haber sido hecha en el mismo sitio en que estuvo la quinta Tusculana, donde Cicerón escribió varias de sus obras filosóficas. Al fin de la dedicatoria propone Laguna que, a imitación de lo que hacían los Príncipes y Universidades de Italia, se provea que haya en España siquiera y a lo menos un jardín botánica sustentado con estipendios Reales.
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N-1,18,64. Solem suum oriri facit super bonos et malos, et pluit super iustos et iniustos así el Evangelio de San Mateo (Sap. V). La traducción de Cervantes invirtió el orden debido: la gradación de las ideas exigía que se dijese al revés: sobre los justos e injustos, como está en el Evangelio; de otro modo, lejos de añadirse nada en la segunda parte de la frase y de esforzarse el pensamiento, éste se debilita y afloja. A excepción de ello, el presente pasaje, con las expresiones que le preceden, tiene una admirable dulzura y armonía que asientan grandemente sobre las ideas, las cuales son asimismo en extremo suaves y tiernas como correspondía al asunto de que se trataba.
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N-1,18,65. La edición de Londres de 1738 corrigió en mitad de un camino real; y si bien lo reflexionamos, es menester confesar que la corrección es plausible, y que suena mejor que lo que se halla en las demás ediciones, porque +qué quiere decir campo real?
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N-1,18,66. No es impropia de este lugar la mención de la Universidad de París, porque en aquellos tiempos fue muy frecuentada de los españoles; en prueba de lo cual pudieron citarse los ejemplos de Pedro Ciruelo, de Andrés Laguna, de quien se habló poco hace, del Cardenal don Juan Martínez Siliceo, que después fue Arzobispo de Toledo, del Padre Juan de Mariana, y de otros personajes célebres.
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N-1,18,67. Como sucedió a César entre los romanos y entre nosotros al Rey Don Jaime el Conquistador; y descendiendo a personas menos ilustres, a don Carlos Coloma y a los Marqueses de Santa Cruz y de la Victoria. Garcilaso de la Vega y don Alonso de Ercilla ambos fueron poetas y al mismo tiempo militares valientes. Ercilla, hablando de sus trabajos en la defensa del fuerte de Penco, decía:
La regalada cama en que dormía
era la húmida tierra empantanada,
armado siempre y siempre en ordenanza,
la pluma ora en la mano, ora la lanza.
(Araucana, parte I, canto 20.)
y Garcilaso, en la égloga dirigida a la Condesa de Ureña:
Entre las armas del sangriento Marte...
Hurté de tiempo aquesta breve suma,
Tomando ora la espada, ora la pluma.
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N-1,18,68. Procuremos por busquemos, a no ser que se omitiese la palabra buscar; y procuremos buscar donde alojar esta noche. Alojar, por alojarse, es verbo usado en varias partes del QUIJOTE.
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N-1,18,69. Atentar, en su significación común, es verbo neutro, y quiere decir otra cosa. Aquí es verbo activo y está por tentar. No me acuerdo haberlo visto usado otra vez en esta acepción su verbal atentados en significación de inciertos o dado a tientas, se usó en el capítulo XVI, hablándose de los tácitos y atentados pasos de Maritornes.
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N-1,18,70. Cinco fuera de la cordal no puede ser, porque no hay tantas en cada lado de la quijada. Don Quijote no estaba muy seguro en la cuenta de sus muelas.----Muela cordal o del juicio, la que ya en la edad varonil nace en la extremidad de la mandíbula.---- Neguijón, carie de los dientes, que los ennegrece y corroe.
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N-1,18,71. Quiere decir que por allí iba el camino real muy derecho.

[19]Capítulo XIX. De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos
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N-1,19,1. Desde que Don Quijote hizo el juramento de que se trata, que fue después de la batalla con el Vizcaíno, no ha contado la historia que hiciese cosa alguna en que lo quebrantase. No se ve que comiese más que cuando cenó con los cabreros, y eso no fue a la mesa ni sobre manteles, sino en el suelo, sobre unas pieles de oveja. En la venta, donde había pasado la noche, no se lee que comiese a manteles ni sin ellos, y sólo se encuentra que al salir de ella pidió el ventero se le pagase el gasto de la cena y camas. No se peinó las barbas, ni mudó ropa, ni entró en poblado, que eran también circunstancias expresadas en el romance del Marqués de Mantua. Si en algo faltó, fue en quitarse las armas por espacio de más de una hora, cuando se acostó en el camaranchón, bizmado y emplastado, como se refiere en el capítulo XVI y hubiera sido demasiado rigor no hacerlo en el caso de necesidad en que se hallaba, y que al parecer no pudo estar comprendido en el juramento.
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N-1,19,2. VUELTA AL TEXTO

















N-1,19,3. Como si dijera bulas de composición, aludiendo a las que suelen obtenerse en Roma para ciertos casos; lo que confirma la mención de participantes que hace después Don Quijote. Participantes se llamaban los que comunican con personas descomulgadas, y contra las cuales, después de amonestados, solía lanzarse también la excomunión que se llamaba de participantes; pero a estos tales no había obligación de evitarlos, si no estuviesen nominatim descomulgados y denunciados, como dijo fray Antonio de Córdoba en su Tratado de casos de conciencia, impreso en Alcalá el año 1589 (cuestión 179). Con relación a esto, en la Vida de Guzmán de Alfarache (parte I, libro I, capítulo IV) se dice de uno que estando muy colérico desenfrenaba en sus expresiones: como excomunión iba tocando a participantes. Y del Licenciado Cabra contaba Quevedo en su Gran Tacaño (cap. II): repartió cada uno tan poco carnero, que en lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes.
En los casos de duda, las personas timoratas o tímidas para calmar su ansiedad, pedirían bulas de absolución ad cautelam, por la parte que pudiera tocarles de la excomunión: y a esta manera quería Don Quijote que temiese Sancho haber participado de la infracción del juramento, por su omisión en recordarlo.
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N-1,19,4. Palabra de origen francés: la provisión que en los viajes de mar llevan los marineros y demás navegantes. Decía Mercurio a nuestro autor, convidándole a que entrase en su galera para hacer el viaje al Parnaso:
Conmigo segurísimo pasaje
tendrás, sin que te empaches ni procures
lo que suelen llamar matalotage.
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N-1,19,5. Cerrar la noche con alguna oscuridad, ni es aventura ni lo parece; pero Cervantes, que descuidó tantas veces en su Quijote la corrección del lenguaje, solía descuidar también la de las ideas. Iba a referir la aventura, más lo interrumpió para decir la causa de caminar Don Quijote y Sancho de noche, y no se detuvo a corregir el pasaje, como le hubiera sido muy fácil con tachar sólo los tres monosílabos y fue que, los cuales indicaban se iba a empezar la relación del suceso.
Don Martín Fernández de Navarrete, en la Vida que con tanta erudición escribió de Cervantes conjetura que dio origen y ocasión a la aventura del cuerpo muerto, la sigilosa traslación que se hizo el año de 1593 del cadáver de San Juan de la Cruz desde la ciudad de úbeda, donde se hallaba enterrado, a la de Segovia; y refiere menudamente todas las circunstancias y particularidades del suceso verdadero, que pueden dar peso a su conjetura. Sobre lo cual recae oportunamente la expresión de que el encuentro del convoy fúnebre, aunque natural y sin artificio, tenía trazas y parecer de aventura. Cervantes se hallaba a la sazón en Andalucía, donde pasó algunos años, y oiría hablar de este acontecimiento, que hizo mucho ruido por entonces.
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N-1,19,6. Dícese que el azogue pone trémulos a los que lo toman y aun a los que lo respiran, y que así suele suceder a los operarios que trabajan en sus minas. Y de aquí vino, sin duda alguna, la expresión o comparación proverbial temblar como un azogado.
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N-1,19,7. Llámase encamisados a los que se ponen la camisa encima de la ropa: artificio de que usaban los militares en las sorpresas nocturnas para conocerse unos a otros, y de que hay muchos ejemplos en las historias de los tiempos de Cervantes, por cuya razón se dio el nombre de encamisadas a las sorpresas de esta clase. En el capítulo actual se aplica a los caminantes el nombre de encamisados, porque lo parecían, siendo de noche y viniendo vestidos de blanco.
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N-1,19,8. Abuso del relativo, que suele observarse con bastante frecuencia en el QUIJOTE, para enlazar períodos que tal vez no lo necesitan, o que estuvieran mejor separados: Cuya visión remató el ánimo de Sancho, el cual comenzó a dar diente con diente... detrás de los cuales venía una litera, a la cual seguían otros, etc.
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N-1,19,9. La palabra tal está de más, y debió suprimirse, porque la circunstancia agravante era la de pasar la cosa en despoblado, y no en aquel despoblado mas bien que en otro.
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N-1,19,10. Expresión inútil y aun sin sentido. Hay en todo este pasaje mucha incorrección, y pudiera creerse que en el original se quedaron sin borrar, por distracción o por olvido, algunas palabras de las que el escritor tuvo intención de suprimir. El presente capítulo es uno de los que se escribieron con mayor negligencia en el Quijote: testigo, entre otras cosas, lo de las dos idas del bachiller Alonso López que en él se cuentan, y de que luego hablaremos.
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N-1,19,11. Caminando Amadís de Grecia bajo el nombre de Caballero de la Muerte en compañía de la doncella Finistea, vio venir a él unas andas que cuatro caballos llevaban, en que iban cuatro enanos. Las andas iban cubiertas de un tapete carmesí avillotado: y delante de las andas dos fuertes jayanes iban de todas armas armados, y detrás dellos doce caballeros de la mesma manera. Las andas conducían a la Princesa Lucela y su doncella Anastasiana, que habían sido robadas, y que el Duque de Borgoña había entregado al gigante Mandroco para que las guardase ocultas en su castillo de Aldarín, como se refiere en la Crónica de don Florisel parte II, cap. XLII).
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N-1,19,12. El Caballero de Cupido, encontrándose con unos gigantes que llevaban preso a su padre el Emperador Lepolemo, les demandó la causa de semejante desafuero: y deteniéndose el uno de ellos, mientras los otros, continuaban su camino, el caballero le dijo: Gigante, dame razón de lo que he preguntado: donde no, conmigo eres en la batalla. Aguarda, verás, dijo el gigante (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LIV).
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N-1,19,13. Denostar, decir denuestos. Parece derivado y abreviatura de dehonestare, afrentar injuriar, cargar de improperios; y de aquí también la palabra denuestos.
Usó ya de este verbo el Arcipreste de Hita cuando refiere que se le apareció una noche el Amor:
Yo le pregunté +quién eres? Dijo: Amor tu vecino.
Con saña que tenía, fuilo a denostar:
Dijel: Si Amor eres, non puedes aquí estar:
eres mentiroso, falso.
(Colección de Sánchez, tomo IV, pág. 34.)
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N-1,19,14. Había en el acompañamiento encamisados y enlutados: aquéllos precedían, y éstos seguían a la litera: aquéllos vestían de blanco y éstos de negro; aquéllos eran clérigos con sobrepelliz; éstos seglares con luto. No se vuelve a hablar más en lo restante de la aventura de este enlutado que fue derribado por Don Quijote, y que, estando mal herido y en tierra, no podía al parecer levantarse por si solo y huir sin auxilio ajeno. El de la mala asombradiza que, como se dirá después, se llamaba el Bachiller Alonso López, era de los encamisados y no de los enlutados, y, sin embargo de no estar herido, no pudo levantarse del suelo sin que le ayudase Sancho.
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N-1,19,15. Transposición del nombre, que se nota frecuentemente en el QUIJOTE, y es propia del estilo familiar. En el oratorio se diría, siguiendo con rigor el orden, que los gramáticos llaman natural, de las palabras: era cosa de ver la presteza con que los acometía.
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N-1,19,16. Es propiedad de los nombres colectivos que su singular pueda regir el verbo en plural, como el pars in frusta secant de Virgilio. Pero aquí se observa otra cosa que en latín no se sufriría, a saber: que yendo el nombre sustantivo regido de plural, está en singular el verbo: los encamisados era.----Se añade que con facilidad en un momento dejaron la refriega, donde las palabras con facilidad son superfluas: a la cuanta Cervantes quiso al pronto poner que con facilidad desbarató Don Quijote la comitiva de los encamisados, y mudando después de propósito y expresión se le olvidó borrarlas.
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N-1,19,17. En el diccionario de la lengua andantesca, diablo no siempre es voz de oprobio, sino muchas veces de elogio, con que se ponderaban las hazañas extraordinarias de los aventureros, sin duda por la idea, que suele exagerar el vulgo, de las fuerzas y poder del demonio. En las Sergas decía el gigante Furiól a Esplandián, que acababa de vencer a dos jayanes, guardas de un castillo: Tú algún diablo con armas desemejadas debes ser, que así por fuerza has pasado las dos puertas (capítulo VI). El autor del libro de Amadís de Grecia gustó mucho de este vocablo, y lo empleó frecuentemente en el discurso de la historia. En ella decía el Caballero Negro (parte I, capítulo XVI). íSanta María, valme! Este diablo es que me quiere destruir, que si caballero fuese no podría ser durar tanto: el Caballero Negro era Esplandián, y el diablo Amadís de Grecia. En otro lugar (parte I, cap. XLVII), el jayán que en el castillo de la ínsula de Liza se combatió con Amadís al mismo tiempo que éste peleaba con la bestia Serpentaria, le decía: Ya don Caballero diablo (que vos no podéis ser otra cosa, según lo que habéis hecho), no podréis escapar contra mí. Vencido y muerto el jayán del más obstinado combate, la jayana, su mujer, al entregar a Amadís unas llaves le dice: Toma, diablo, figura de caballero, que tu no puedes ser otro según lo que veo, que ni fuertes caballeros ni bestias bravas te pueden durar. En una justa a que concurrió de incógnito don Policisne de Boecia, íSanta María! decían los que por justar quedaban: o éste es el diablo, o nos combatimos con el mejor caballero del Mundo (Policisne de Boecia, capítulo LX). Finalmente, Celidón de Iberia:
Al que parece que era más ligero,
y con mayor esfuerzo y más ofende,
un bravo golpe descargó primero,
que el acerado escudo todo hiende.
Otro después le segundó más fiero,
y sobre el hombro izquierdo le desciende:
todo el cuarto partido desde arriba
hasta la cinta casi, le derriba.
Aquel que queda, piensa queste fuese
algún diablo, y huye como el viento.
Siguiólo Celidón, y aunque huyese...
Al fin lo alcanza, y cual si en cera diese,
le hendió hasta el pecho la cabeza,
ni duró con la vida mucha pieza.
(Celidón, canto XI.)
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N-1,19,18. Otras tres situaciones semejantes se hallan en el QUIJOTE: la del vizcaíno, la del Caballero de los Espejos, estas dos favorables a nuestro hidalgo, y la adversa de Barcelona con el Caballero de la Blanca Luna. En los libros caballerescos se encuentran a cada paso.
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N-1,19,19. Era ponderación encaminada a excitar la lástima de Don Quijote, y de esta suerte templar su enojo, pues a poco vemos que, puesto otra vez a caballo y con su hacha en la mano, le siguió la derrota de sus compañeros, cosa de todo imposible a tener una pierna quebrada. Algo adelante, sólo dijo que la mula le tenía tomada una pierna entre el estribo y la silla: y esto debió ser lo cierto.
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N-1,19,20. El Príncipe Leandro el Bel había derribado a otro del caballo. Yendo sobre él le quitó el yelmo de la cabeza, y queriéndosela cortar el caballero le demandó merced de la vida, y el Caballero de Cupido se la otorgó (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXVII).
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N-1,19,21. +Por qué se le señaló aquí por Patria al Bachiller Alonso López, Alcobendas más bien que otro pueblo? Quizá envolvió alguna alusión de las que ya se ha dicho que contendrá probablemente el libro de Cervantes, y serían fáciles de explicar en su tiempo.
Repárese la especie de afectación con que las personas, al dar cuenta de si en el QUIJOTE empiezan comúnmente por expresar el lugar de su nacimiento, que no parece sino que hablan delante de un juez, y que contestan a las generales de la ley.
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N-1,19,22. Esta expresión indica que el que hablaba era también sacerdote; y aun el número es también otro indicio, porque el de doce es redondo, y conviene mejor a una comitiva que se escoge que no el de once, que parece casual y vago. Esto no obstante, el Bachiller, que en la situación en que se hallaba no debía disminuir la dignidad de su estado, había dicho poco antes que sólo tenía las primeras órdenes.
La ciudad de Baeza está cerca de la de úbeda, donde murió y al pronto se enterró San Juan de la Cruz, que es otra de las circunstancias que alega don Martín Fernández Navarrete en apoyo de la conjetura, de que se hizo mención arriba, sobre el suceso original que al parecer se copió en el presente capítulo.
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N-1,19,23. Dar es en esta ocasión verbo neutro o de estado, y lo es también en otras acepciones, a pesar de que en la más común es activo. Aquí significa sobrevenir.
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N-1,19,24. Este era uno de los oficios propios del caballero andante, destinado por su profesión a deshacer tuertos y enmendar sinrazones. Caminando juntos Florián del Desierto, su hermano Palmerín y Pompides, vieron venir hacia sí unas andas cubiertas con un tapete negro y tres escuderos que hacían gran llanto por un cuerpo muerto que en ellas iba; y Florián sabiendo por uno de los escuderos que el difunto era un caballero llamado Sortibrán, a quien otros cuatro habían asesinado a traición, se ofreció de muy buena voluntad a vengar su muerte (Palmerín de Inglaterra, parte I, caps. LXXVI y LXXVI).
Amadís de Gaula estaba cazando a orilla del mar en la ínsula Firme, cuando llegó en una barca una dueña que traía el cadáver de un hijo suyo, muerto a manos del gigante Balán, y le pidió que como caballero vengase su muerte. Otorgólo Amadís y partió desde luego con la dueña en la misma barca a cumplir su promesa (Amadís de Gaula, capítulo CXXVI).
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N-1,19,25. Callar y encoger los hombros es figura y actitud propia del que se conforma y resigna con lo que no puede estorbar.
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N-1,19,26. Demasiadamente ingenioso se muestra aquí el Bachiller para el estado en que se le pinta, siendo de todo punto inverosímil que estuviese entonces para tantos retruécanos y sutilezas como se cuentan sobre tuerto y derecho, desagravio y agravio, desventuras y aventuras. Continúa Alonso López del mismo humor, cuando más abajo dice: Caballero andante, que tan mala andanza me he dado.
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N-1,19,27. La palabra siempre supone un tracto largo y sucesivo de incidentes; circunstancia que aquí no hubo, pues apenas encontró Don Quijote la comitiva del difunto, le embistió, la deshizo, la puso en fuga, y se acabó todo. Bueno hubiera sido suprimir el siempre, y así hubiera quedado más acorde la relación con el suceso.
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N-1,19,28. Modo proverbial con que se reconviene a alguno del silencio que guardó sobre lo que le convenía, mientras estuvo hablando de otras cosas. Don Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana, artículo Hablar, cuenta así el origen que vulgarmente se señalaba al uso de esta expresión: "Hablara yo para mañana se dice del que, viendo que se trata de su negocio, no siega de su justicia. Aplican este dicho a un Gobernador que habiendo mandado ahorcar a uno, cuando ya tenía la soga a la garganta le llamó al oído en secreto, y le aseguró cantidad de coronas (monedas de oro de este nombre) que tenía que darle. Entonces el señor Gobernador dijo en alta voz: "Hablara yo para mañana; si sois de corona, no quiero yo quedar descomulgado." Y volviéronlo a la cárcel.
Por lo demás, la reconvención que hace Don Quijote al derribado con la pregunta +hasta cuándo aguardábades a decirme vuestro afán? es inoportuna e inverosímil. El Bachiller no tenía que informar de su estado y afán a Don Quijote, pues lo estaba viendo; y aunque era de noche y ésta oscura, como se dijo antes, estaba allí ardiendo el hacha del Bachiller, y a su luz observó Sancho la triste y mala figura de su amo.
Afanes es anagrama de faenas, que significa trabajos penosos y urgentes... Faena pudo venir del latino facienda.
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N-1,19,29. Acémila voz de origen árabe, mula o macho de carga: es muy antigua en castellano, y se halla ya usada en la Crónica general del Rey don Alfonso el Sabio.---- Aquellos buenos señores: el adjetivo bueno puesto antes que el sujeto de quien se dice, generalmente es irónico y se toma en mala parte. Aquí se indica lo que se dice con claridad al final del capítulo; a saber, que los clérigos pocas veces se dejan mal pasar.----Bastecida por abastecida, que es como ahora decimos.
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N-1,19,30. Los verbos pudo y cupo tienen distinto régimen. Quien pudo fue Sancho, lo que cupo fue la provisión: lo que es objeto para pudo y sujeto para cupo. Soltura y flexibilidad del lenguaje, que acaso tildarán como incorreción los jueces severos en esta materia, y que otros más indulgentes mirarán como travesura ingeniosa y no sin mérito. Quizá diría el original: todo lo que pudo caber y cupo.
El talego debió ser algún seno del gabán, del que hizo costal según acaba de decirse; pues en la descripción del ajuar de Sancho, nunca se hace mención de talego aparte.
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N-1,19,31. Don Belianís de Grecia, no queriendo darse a conocer por su verdadero nombre, tomó el de Caballero de la Rica Figura. Sabed, dijo al Califa o Soldán de Persia, sabed, mi buen señor, que yo me llamo el Caballero de la Rica Figura por esta que en mi escudo traigo (Belianís, lib. I, cap. XII). Y bajo el nuevo nombre hizo muchas proezas, y acabó grandes aventuras.
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N-1,19,32. Ya vimos que el Caballero de la Ardiente Espada fue Amadís de Grecia. Don Belianís fue el del Unicornio, y con este nombre ganó la prez en el torneo de Londres, como se refiere en su historia (libro II, capítulos XII, XV y siguientes). El mismo nombre de Caballero del Unicornio dio Ariosto en su Orlando furioso a Rugero (canto 45, estrofas 19 y 115).
De las doncellas. El Caballero de las Doncellas concurrió a la justa que sostuvo en Constantinopla el Príncipe Florandino de Macedonia; bien que para aquella ocasión mudó de insignia y llevó la de un águila (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXXVI).
Del Ave Fénix. Tuvo este nombre don Florarlán de Tracia, porque llevaba en el escudo la figura del Fénix. Sus hazañas, bajo esta denominación se leen en la historia de don Florisel de Niquea. La gallarda Marfisa, disfrazada de caballero, llevaba también la empresa del Fénix, como cuenta Ariosto al fin del canto 24 y principios del siguiente.
Del Grifo. En las fiestas de Bins, que la Reina doña María dio a su hermano el Emperador y a su sobrino Felipe I el año de 1549, se presentaron por los caballeros de la corte varias aventuras caballerescas. Entre otros concurrió el conde de Aremberg, con el nombre de Caballero del Grifo, de que ya había ejemplo en los más antiguos libros de Caballería.
De la Muerte. Así se llamó por algún tiempo Amadís de Grecia, como se ve en la tercera Parte de don Florisel (cap. XXIV).
Son innumerables los nombres y títulos de esta clase que se encuentran en los libros de Caballerías. Tales son en las historias de los Palmerines el Caballero Triste y los del Desierto, de la Rocapartida del Can y de las Flores; el Solitario, y el de la Esfera, en Lisuarte; el Caballero Selvage en Belianís; los del Pavón, del Dragón y del Corazón partido, en Olivante de Laura; el del Brazo, en Primaleón; el del Letrero, en Amadís de Grecia; el de la Tristeza, en Esferamundi; el Negro y el Amargo, en Policisne de Boecia; el Desesperado, el de las Imágenes y el de Cupido, en el Espejo de Príncipes; en Lepolemo el Caballero de las Aes por las que llevaba sembradas en sus armas; el de las Efes, por igual razón, en Florambel de Lucea; Amadís de Gaula se llamó también el Caballero Griego y de Verde Espada; Lisuarte fue conocido por el título de la Veracruz, Palmerín de Inglaterra por el de la Fortuna; Belianís por el de los Basiliscos. Por lo común se tomaban semejantes nombres de las empresas y divisas que traían los caballeros en las armas, y señaladamente en los escudos; pero esto no sucedía siempre, como se ve en muchos ejemplos de los que acaban de alegarse.
El Caballero del Cisne, cuya historia es el libro castellano de Caballerías más antiguo que se conoce, se llamaba así porque le acompañaba un hermano suyo convertido en cisne, el cual tiraba de un batel en que caminaba el caballero. Entraba desde el mar por las bocas de los ríos, y de esta suerte hacía sus viajes; cuando se descuidaba y ronceaba el cisne, tocaba su cuerno de caballero, y el cisne tomaba aliento y caminaba más deprisa (Gran Conquista de Ultramar, libro I, caps. LXVI y LXX).
En las fiestas mencionadas de Bins concurrieron varios aventureros con los títulos de Caballeros Tenebroso, Penado, Triste, Sin nombre, Sin esperanza, del Escudo Verde del Escudo azul, de la Muerte, de las Estrellas, de la Luna, del Basilisco, del Grifón colorado y del AAguila Negra.
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N-1,19,33. Los hombres de armas llevaban escudos fuertes y grandes de hierro, o guarnecidos de hierro; los jinetes adargas, y los infantes rodelas o broqueles. Don Quijote hizo su primera salida con adarga; mas para la segunda pidió prestada una rodela a un amigo suyo, y con efecto, tanto en la aventura de los gigantes convertidos por el sabio Fristón en molinos de viento, como en la del Vizcaíno, se expresa que estaba bien cubierto de su rodela. Usar de rodela a caballo aumentaba lo ridículo de la figura de nuestro paladín.
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N-1,19,34. Cervantes aludiría al decreto que empieza así del Concilio de Trento, cuyos cánones conocía, puesto que cita en la segunda parte (cap. LVI) el que prohibe los desafíos. Consiguiente a esto debiera decir, no cosa sagrada, sino persona sagrada, que es de lo que habla el Concilio. Este lo tomó del Decreto de Graciano, y Graciano del Concilio de Reims del año 1131; pero las noticias de Cervantes no llegarían a tanto.
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N-1,19,35. Según el Romancero del Cid (número 31), la silla era la del Rey de Francia, y el lance pasó en Roma en la iglesia de San Pedro, mas no delante del Papa. Dice así:
En la iglesia de San Pedro
Don Rodrigo se había entrado,
a do vido siete sillas
de Siete Reyes cristianos,
y vio la del Rey de Francia
junto a la del Padre Santo,
y la del Rey su señor
un estado más abajo.
Fuese a la del Rey de Francia,
con el pie la ha derribado:
la silla era de marfil,
hecho se ha cuatro pedazos:
y tomó la de su Rey
y subióla en lo más alto...
El Papa cuando lo supo,
al Cid ha descomulgado.
Sabiéndolo el de Vivar,
ante el Papa se ha postrado:
absolvedme, dijo, Papa,
si no, seraos mal contado.
El Papa, padre piadoso,
respondió muy mesurado:
yo te absuelvo, Don Rui Díaz,
yo te absuelvo de buen grado,
con que seas en mi corte muy cortés y mesurado.
La Crónica del Cid cuenta el suceso de otra manera, suponiendo que fue en Tolosa de Francia, con otras particularidades que contradicen las del romance. Pero una y otra relación carecen de fundamento, como mostró concluyentemente el maestro Fr. Manuel Risco en su obra intitulada: La Castilla y el más famoso Castellano.
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N-1,19,36. Esta expresión debió borrarse por entero. Algunas páginas antes se dijo: con esto se fue el Bachiller; siguió después un largo diálogo entre el caballero y escudero, que no fue verosímil pasase delante de Alonso López, como aquí se supone, con tanta menos excusa cuanto expresa quedar dicho que se había ido antes de oírlo. El Abate don Antonio Eximeno, en una apología que escribió del QUIJOTE y se imprimió en Madrid el año de 1806, quiso en vano justificar este descuido de Cervantes, pretendiendo que fueron dos las idas del Bachiller, la primera desde el sitio en que lo derribó la mula hasta la litera del difunto, y la segunda con sus demás compañeros en continuación de su viaje: pero el mismo texto manifiesta que la ida fue sólo una, puesto que, hablando de la que Eximeno entendió ser la segunda, se expresa que el Bachiller se fue como queda dicho.
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N-1,19,37. El Comendador Griego incluye este refrán en su colección, pero con alguna variedad: el muerto a la fosada y el vivo a la hogaza. Así es más propio: los que tengan observado el aire y la índole de las expresiones proverbiales, echarán menos en la del texto del QUIJOTE la correspondencia entre sepultura y hogaza, y conocerán que fosada o huesa viene mejor que sepultura para la relación, asonancia o sonsonete que suele haber de ordinario en los refranes.
Este es el primero que la fábula del QUIJOTE pone en boca de Sancho, el cual los usa tanto en lo sucesivo, que ya en el capítulo XXV le reprende su amo por la multitud de adagios inoportunos que enhila. En la segunda parte continúa Sancho Con la misma profusión de refranes que dice Don Quijote ser innumerables y que los arrojaba Sancho como llovidos. En el capítulo XXXIV le decía delante de los Duques: Maldito seas de Dios, Sancho maldito: +cuándo será el día donde yo te vea hablar sin refranes una razón corriente y concertada? Y la Duquesa, excusando a Sancho, convenía, sin embargo, en que sus refranes eran más que los del Comendador Griego. Vuelve a hablarse de ello en el capítulo LII, donde dice Don Quijote que Sancho es un costal de refranes; y en el capítulo siguiente, estos refranes, le dice, te han de llevar un día a la horca; y le amenaza con que dirá al Duque que su personilla (la de Sancho) no es otra cosa que un costal lleno de refranes y de malicias. De todo lo cual debe deducirse que en el discurso de la fábula Cervantes alteró el carácter de Sancho, añadiendo esta circunstancia más al que le atribuye desde el principio. Verdad es que lo que perdió de unidad lo ganó de gracia.
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N-1,19,38. Sobran las palabras del difunto. Conservándolas, era menester repetir clérigo, y decir que pocas veces los clérigos se dejan mal pasar. La razón es que esto no se aplica en particular a los clérigos que acompañaban al difunto, sino a los clérigos en general.El dictado que se les da de señores, es enfático y maligno.De esta idea vulgar de la regalonería de los clérigos nació probablemente el nombre de Diacitron abatís, que el Arcipreste de Hita cuenta entre las confecciones azucaradas y conservas, o como allí se dice, noble e extraños letuarios con que suelen regalar las monjas (Colección de Sánchez, tomo IV, copla 1309) Hácese allí mención del azúcar rosado y de los dulces de Valencia, y concluye el goloso, galante y al parecer experimentado Arcipreste:
Quien a monjas non ama, non vale un maravedí
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N-1,19,39. Debió borrarse el pronombre la, que es superfluo estando representado el nombre por el otro pronombre relativo: mas sucedióles otra desgracia, que Sancho tuvo por la peor de todas.----Tratándose de desgracias, y en general de cosas malas, no corresponde decir la peor, sino la mayor; aquí lo peor envuelve pleonasmo, porque es ocioso de toda ociosidad expresar que la desgracia es mala, y sólo hay que hablar de la cantidad, según se observa en otro lugar.
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N-1,19,40. Esta palabra acosados no rige verbo, y por consiguiente no hace sentido. Lo haría si dijera: y hallándose acosados de la sed, dijo Sancho, etc. Entonces formaría con el gerundio el verbo lo que en la sintaxis latina se llama ablativo absoluto.

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N-1,20,1.
Título incorrecto tanto en el lenguaje como en las ideas. La intención fue decir que se iba a tratar de una aventura jamás vista ni oída, y que a pesar de esto fue acabada sin peligro por Don Quijote, y tan sin peligro, que no lo fue con menos ninguna otra por famoso caballero andante en el mundo; a esto corresponde y se ajusta perfectamente el suceso.----Mas poco por menos no se sufre en castellano.
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N-1,20,2. Sigue el desaliño que empezó en el epígrafe del capítulo. Se quiso decir que, según mostraba la abundancia de hierbas no era posible que dejase de haber en las inmediaciones alguna fuente o arroyo que las humedeciese; lo cual se diría con claridad, suprimiéndose las primeras palabras y empezándose así: Estas hierbas, señor mío, sin ser posible otra cosa, dan testimonio de que por aquí cerca debe de estar alguna fuente o arroyo que estas hierbas humedece.----Poco después se dice que Don Quijote y Sancho caminaban por el prado arriba a tiento: ahora decimos ordinariamente a tientas.
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N-1,20,3. Juguete de ingenio en que se contraponen aguar y agua. El contento que, como a sedientos, les causó el sonido del agua cercana, lo aguó el pavoroso estruendo que al mismo tiempo llegó a sus oídos. Aguar es disminuir lo bueno, como cuando se dice de alguna desgracia imprevista, que aguó la función o la fiesta. Tomóse la metáfora, o del agua que amortigua y apaga el fuego, o más bien del agua con que los taberneros suelen aumentar sus provisiones y disminuir el buen humor de sus parroquianos.
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N-1,20,4. Entrar me parece errata por estar: el original diría: acertaron a estar entre uno árboles; con esta enmienda se expresará mejor el concepto, y se evitará también la cacofonía entrar entre.
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N-1,20,5. Ya se ha dado anteriormente noticia de los Caballeros de la Tabla Redonda, de los Pares de Francia y de los nueve de la Fama, que en el lenguaje común eran el Non plus ultra del valor y bizarría. En el romance de Garcilaso, de la colección de Pedro de Flores (parte XII, fol. 454), se lee:
La Católica Isabel
viendo venir vencedor
al famoso Garcilaso,
de aquesta suerte le habló:
Vengáis por cierto en buen hora,
nuevo lucero español,
pues a los de la Fama
deja atrás vuestro valor.
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N-1,20,6. Poner en olvido no es aquí olvidar según lo que ordinariamente significa, sino hacer olvidar.----Tablantes, Olivantes y Tirantes: nuestro autor buscó nombres que consonasen, cuya aglomeración esfuerza el ridículo, y como que aumenta el número.
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N-1,20,7. En la novela de Cipión y Berganza dijo Cervantes: Muchos y muy muchos escribanos hay fieles y legales y amigos de hacer placer sin daño de tercero. Este otro pasaje desvanece la duda que pudiera ocurrir de si legal era errata por leal. Aunque ambas palabras son originariamente las mismas, tienen en el uso significación diferente. Leal equivale a fiel, legal, a legítimo; Leal se dice por lo común de las personas, legal de sus oficios, y en general de las cosas.
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N-1,20,8. Alusión al río Nilo, que, naciendo en la alta Etiopía en el monte de la Luna, según se creía antiguamente (Ptolomeo, Geograph., Iibro IV, al fin), se precipita con estruendo impetuoso por dos cataratas o cascadas.""----(Nota de Pellicer.)
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N-1,20,9. Incesable por incesante; adjetivo poco usado en el día, aunque se encuentra en nuestros buenos escritores.
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N-1,20,10. Cuando Amadís de Gaula, saliendo con Grasandor de la ínsula de la Torre Bermeja, llegó al pie de la Peña de la Doncella encantadora, quiso subir a ver si eran ciertas las maravillas que de ella se le habían contado, y dijo así a su compañero: Mi buen señor, yo quiero subir en esta roca... e mucho vos ruego, aunque alguna congoja sintáis, que me aguardáis aquí hasta mañana en la noche, que yo podré venir, o haceros señal desde arriba cómo me va, e si en este comedio o al tercero día no tornare, podréis creer que mi hacienda no va bien, e tomaréis el acuerdo que vos más agradare (Amadís de Gaula, cap. CXXX).
Después de encargar Don Quijote a su escudero que le aguarde tres días, añade que si no volviere en ellos, vaya al Toboso con el recado que le dice para su señora Dulcinea. Otro tanto sucedió en la aventura del Endriago al acometerla Amadís de Gaula. El Endriago era una bestia fiera y desemejada, que había despoblado una isla, la cual por esto se llamó del Diablo, Amadís, navegando en compañía del Maestro Elisabad a Constantinopla, aportó a ella, y se propuso buscar y matar al monstruo. Da voces, decía a su escudero Gandalín, porque por ellas podría ser que el Endriago a nosotros acudirá; y ruégote mucho que si aquí muriere, procures de llevar a mi señora Oriana aquello que es suyo enteramente, que será mi corazón; e dile que se lo envío por no dar cuenta a Dios de cómo lo ajeno llevaba conmigo (Amadís de Gaula, cap. LXXII).
Más adelante, en este mismo capítulo, se cuenta que Don Quijote, al despedirse de Sancho, le mandó que allí le aguardase tres días a lo más largo, y que, si al cabo dellos no hubiese vuelto, tuviese por cierto que Dios había sido servido de que en aquella peligrosa aventura se le acabasen sus días. Tornóle a referir el recado y embajada que había de llevar a Dulcinea, etcétera.
Es claro que Don Quijote se propuso imitar en esta aventura a Amadís de Gaula, el norte, el lucero, el sol, como dice en algún lugar nuestro hidalgo, de los valientes y enamorados caballeros: a quien debemos de imitar añade, todos aquellos que debajo de la bandera del amor y de la caballería militamos (parte I, cap. XXV).
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N-1,20,11. Fórmula usada en los testamentos, que aquí está en su lugar, puesto que Don Quijote hacía a Sancho un encargo para después de su muerte.Su cautivo caballero; los caballeros se preciaban de ser y llamarse esclavos de sus damas, y tomaban los nombres y calificaciones que lo indicaban. El vencido de Diana, el vencido de Sardenia se llamaron dos caballeros en obsequio de sus damas, según la tercera parte de don Florisel de Niquea. Suero de Quiñones (y esto no es cuento, sino ejemplo y muestra de las costumbres de aquella época) llevaba una argolla al cuello en señal de su amoroso cautiverio, y presentándose con ella al Rey Don Juan el I en solicitud de su licencia para celebrar el Paso honroso, le decía: Como yo sea en prisión de una señora de gran tiempo acá, en señal de la cual todos los jueves traigo a mi cuello este fierro... he concertado mi rescate, el cual es trescientas lanzas rompidas, etc. (Paso honroso, párrafo IV).
De cautivo se calificó el moro Calainos en su antiguo romance, hablando de la linda Infanta Sevilla:
De quien triste soy cautivo,
y por quien pena tenía,
que cierto por sus amores
creo yo perder la vida.
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N-1,20,12. Es muy común esta idea en los libros de Caballería; se excusan ejemplos por no alargar esta nota. La locución estaría más despejada diciendo: Digno de llamarse suyo; en las palabras digno de poder llamarse hay una especie de pleonasmo, no de palabras, sitio de ideas, que debe evitarse no menos que el otro.
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N-1,20,13. Al salir Amadís de Gaula en busca del Endriago de que se habló poco ha, sus compañeros de navegación quedaron todos llorando; mas las cosas de llantos y amarguras que Ardián el su enano hacía, esto no se podría decir, que él mesaba sus cabellos y fería con sus palmas el rostro, y daba con la cabeza a las paredes, llamándose captivo. Cuando estuvo próximo ya Amadís a pelear con el Endriago, su escudero Gandalín, no solamente dio voces, mas mesando sus cabellos llorando dio grandes gritos, deseando su muerte antes que ver la de aquel su señor que tanto amaba (Amadís de Gaula, capítulo LXXII).
Yendo Florambel en un barco que le envió la Dueña de Fondovalle, llegó a vista de la ínsula Sumida, que estaba envuelta en una espesa niebla, de donde salían tantos rayos, relámpagos, cometas y figuras desemejadas, que ponían espanto. Florambel daba prisa para llegar a ella, y su escudero Lelicio iba tan pavoroso y atemorizado de las cosas espantables que veía, que no osaba mirar facia la ínsula, y con muchas lágrimas rogaba muy afincadamente a su señor que se volviesen, y que no se curase de se probar en semejante aventura, que parescía más cosa infernal que no del mundo... Estas y otras muchas cosas decía el buen escudero Lelicio a su señor por le apartar de aquel peligroso propósito; mas cuanto mayores temores él le ponía, tanto más le crecía a él la codicia de probar el aventura (Florambel de Lucea, lib. IV, cap. XVII).
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N-1,20,14. La presente plegaria que dirige a Don Quijote su escudero, tiene particular mérito y corresponde admirablemente a un carácter tímido y codicioso con sus puntas de bellaco, cual es el de Sancho.
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N-1,20,15. Expresión de los libros de Caballerías, e inverosímil por consiguiente en boca de Sancho, mucho más en el estado de susto y temor en que se hallaba; pero hacer reír, y esta fue la razón de ponerla.
El uso todavía admite el derivado desaguisado, y no el primitivo aguisado, o guisado, que en nuestros antiguos libros significó aderezado, ordenado, bien dispuesto. Lo mismo sucede en imposibilitado, desgraciado, bienhadado, malhadado, bienhechor, malhechor, bienquisto, malquisto, y otros derivados que el lector hallará fácilmente, y que después de anticuadas las voces de que se formaron, han conservado el uso.
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N-1,20,16. Lo fue, con efecto, Sancho, cuando muchacho, de puercos y después, algo hombrecillo, de gansos, como él mismo lo refiere en el capítulo XLI de la segunda parte; pero ninguno de estos géneros de ganado pasa la noche en el campo, donde pueda el pastor hacer las observaciones de que habla nuestro medroso escudero.
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N-1,20,17. El modo de conocer la hora de la noche por la estrella del Norte se explica en el libro el de la Hidrografía compuesta por el Licenciado Andrés de Poza (fol. 20), e impresa en Bilbao el año de 1583. En aquel tiempo se daba el nombre de bocina a la constelación que comprende la estrella polar: Osa menor la llaman los astrónomos, y Carro menor el vulgo. La cabeza que dice Sancho, es la del que mira. El método para conocer la hora de la media noche que aquí se indica, es figurarse una cruz, cuyos dos brazos se cruzan en la estrella polar formando ángulos rectos, y siendo uno de los brazos perpendicular al horizonte. Desde dicha estrella, como centro, se figura un círculo que pase por la estrella horologial, cual es la más resplandeciente de las dos que forman la boca de la bocina, quedando dividido el círculo en cuatro arcos iguales. A principios de mayo la estrella horologial hace la media noche en la extremidad superior del diámetro vertical, y a principios de noviembre en la extremidad inferior del mismo. A principios de agosto hace la media noche en la línea del brazo izquierdo, como dice Sancho, y en su extremidad opuesta a principios de febrero. En los días intermedios la estrella horologial señala la media noche, avanzando cada mes una tercera parte del cuadrante, y a este respecto se sacan las demás horas. Tal es el pastoril y complicado método de que se habla en este pasaje. Según el plan cronológico de la fábula del QUIJOTE, formado por don Vicente de los Ríos, esto pasaba en la noche del 24 al 25 de agosto, en que la estrella índice debía señalar media noche casi un tercio del cuadrante más abajo de lo que aquí se expresa; pero Sancho nada veía ni podía ver, estando bajo unos árboles cuyas copas se lo impedían según después se refiere, y sólo decía los disparates que le sugería su miedo.
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N-1,20,18. No era tan poco el espacio de tres horas que faltaba hasta el alba, según poco antes había dicho el mismo Sancho; mas al propósito de éste convenía pintarlo como corto.
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N-1,20,19. Expresión que hace reír al lector. +Cómo hubiera podido nuestro hidalgo volver muerto? Pero era loco, y a los locos no se pide cuenta de lo que dicen. Cervantes, como ya se ha notado, sacaba partido de las cualidades y circunstancias de su protagonista.
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N-1,20,20. Estuvieran mejor la gradación, si dijera sus consejos, ruegos y lágrimas, yendo, como se debe, de menos a más.
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N-1,20,21. Debieron ser ambas manos; a lo menos así es como se traban ordinariamente las caballerías, y como resulta que no se puedan mover sino a saltos, que fue lo que sucedió a Rocinante, según se refiere a continuación, y se repite después en adelante. Verdad es que en los animales también se comprenden bajo nombre de pies los anteriores, de donde les vino el nombre de cuadrúpedos.
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N-1,20,22. Mejor dijera al cielo, para ir consiguiente a lo que acaba de decir, a saber: que el cielo había ordenado que no se pudiese mover Rocinante. Fortuna no es lo mismo que cielo: aquélla se toma por el haría o la casualidad; ésta significa la Providencia.
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N-1,20,23. Para la debida correspondencia entre las partes de esta expresión, hubo de decirse: Y cuanto más ponía las piernas al caballo, menos le podía mover. O de este otro modo: Y por más que ponía piernas al caballo, no le podía mover. Cervantes, según buenamente puede conjeturarse, titubeó entre ambas maneras al escribir este pasaje, las confundió, y no volvió a leer lo que había escrito.
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N-1,20,24. Contraposición quizá demasiado ingeniosa en tal ocasión y coyuntura, pero bien entendida, y tomada de la expresión castellana de reír el alba por amanecer. +Cómo es posible traducirla en otro idioma?
De don Pedro Calderón de la Barca, célebre autor dramático, se cuenta que solía decir misa al amanecer, y echando de ver una vez al revestirse que el alba estaba rota de puro vieja, advertía al sacristán que ya reía el alba. Todavía es más difícil de traducir esto que lo anterior.
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N-1,20,25. Este adjetivo, que es poco común, indica la calidad de no tener semejante, que viene a ser en el fondo lo mismo que incomparable, sólo que éste se dice en buena y el otro en mala parte. Tal es la abundancia y riqueza en nuestro idioma para expresar las diferencias más menudas de las ideas.----También se dice desemejado. Voz frecuentemente usada en los libros de Caballerías, y de origen común con desemejable. Significa descomunal, desaforado, muy extraordinario, siempre en cosas de horror y de espanto.
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N-1,20,26. Sancho, que estaba hablando en tercera persona, pasa de repente a hablar en primera, sin que el autor lo prevenga; modo elegante, usado alguna otra vez en el QUIJOTE, y que, sin perjudicar a la claridad, varía la contextura de los diálogos, y los hace más rápidos y animados.
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N-1,20,27. Dicen las empuñadoras de las consejas: y el mal para quien le fuere a buscar, y para la manceba del Abad. Así Quevedo, hablando de los cuentos de niños en la Visita de los chistes. Según Rodrigo Caro, autor sevillano citado por Pellicer, los muchachos y la gente aldeana de su tiempo empezaban los cuentos con este preámbulo: EErase que era, el mal que se vaya, el bien que se venga, el mal para los moros, el bien para nosotros. Todavía solía ser más largo esta especie de prólogo de los cuentos, en lo que acaso influían las ideas y clase del que contaba y de su auditorio, como se ve por el de los gansos que refiere Sancho en el Quijote de Avellaneda (cap. XXI). Siendo niño el autor de estas notas, todavía se empezaban los cuentos con el éérase que se era.
Como anillo al dedo: expresión que para denotar la conveniencia de una cosa con otra se usa en el capítulo LXVI de la segunda parte. Dedo y quedo, consonancia que ocurre dentro de este período; se mira como defecto en la prosa, y hubiera podido evitarse fácilmente.
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N-1,20,28. Así llamaron los antiguos castellanos a lo que después se llamó cuentos o novelas. Dióseles este nombre, según Covarrubias, porque eran ficciones que se enderezaban a dar algún buen consejo. También se llamaron patroñas, y según el mismo Covarrubias se dijo àà patribus, porque los padres solían contarlas a sus hijos. Hacíase esto especialmente en las largas noches de invierno, y en las cocinas: de donde Fernando de Rojas, uno de los autores de la antigua tragicomedia de la Celestina, Por otro nombre, de Calixto y Melibea, las llama en tu prólogo consejas detrás del fuego; a la manera que el Marqués de Santillana, en la Colección que formó de refranes, expresó que eran los que las viejas solían decir tras el huego.
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N-1,20,29. Catón el Censor, llamado el mayor para distinguirlo del de Utica, se señaló por la austeridad de sus máximas y costumbres, como lo hicieron también otros de su familia; por manera que ya en tiempo de Séneca, para denotar un varón grave, severo y constante, se decía: es un Catón. Por esto se le atribuían los preceptos y sentencias que se querían autorizar con su nombre, como aquí sucede con la que alega Sancho, llamándole a lo rústico Zonzorino. Catón el mayor fue contemporáneo y émulo de Escipión el Africano; escribió de Historia, de Agricultura y de otras materias. Juan de Mena hizo mención de los dos Catones, el mayor y el menor, en la Orden de Júpiter (copla 217):
Están los Catones encima la cumbre,
el buen Uticense con el Censorino.
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N-1,20,30. Aquí se ve usada la palabra cabrerizo en dos acepciones diferentes: la primera vez como adjetivo, la segunda como sustantivo. Hay varios ejemplos de sustantivos que empezaron por ser adjetivos, y que el uso trasladó después a aquella clase, como medias (calzado de las piernas), que al principio fueron medias calzas. Lo mismo sucedió con soldado, comida y otros nombres semejantes.
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N-1,20,31. El cuento de nunca acabar, expresión nuestra proverbial, que pudo aplicarse al de la pastora Torralva.EErase que se era, que enhorabuena sea. érase un padre, y este padre tenía un hijo, y este hijo era médico, y este médico era un asno. Tal es el principio de un cuento que se lee en Lazarillo de Manzanares, libro compuesto por Juan Cortés de Tolosa, e impreso en Madrid el año de 1620. Allí se dice que este modo de contar (que es el mismo que reprende Don Quijote, y según Sancho el ordinario de contar las consejas de su tierra) es propio de viejas y de ignorantes (cap. X); pero yo digo que así se hacía también frecuentemente en libros serios, a cuyos autores no puede atribuirse la cualidad de ignorantes, y en nuestras crónicas antiguas, pudieran servir de ejemplo este pasaje de la general de España del Rey Don Alonso el Sabio, que es el primero que en ella se me presenta:
"E los mandaderos (enviados por el Rey para traer al Conde don Sancho Díaz) fuéronse para Saldaña a recabdar lo por que iban. E después que recabaron lo par que fueran, tornáronse a León todos de consuno... E luego que el Rey sopo que el Conde Sandias era venido, mandó a los monteros que estoviesen bien guisados... E después que todos éstos fueron guisados... travaron todos dél (Conde), e prendiéronlo luego. E el Conde cuando se vido preso, dijo al Rey, etcétera" La causa de semejante desaliño no era la ignorancia particular del escritor, sino la general del tiempo en que se escribía. El vulgo lo conservó por más tiempo, porque los progresos de la civilización, que fueron limando y puliendo el lenguaje y estilo de las clases superiores, tardaron más en llegar al vulgo.
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N-1,20,32. Quedaría mejor el lenguaje suprimiendo la partícula que, o sustituyéndole la conjunción y, o invirtiendo el orden y leyendo pues que en lugar de que pues. Así: Di como quisieres, respondió Don Quijote, pues que la suerte quiere que no pueda dejar de escucharte: prosigue.
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N-1,20,33. Aquí deja Sancho el método reduplicativo de contar su conseja, sin embargo de que acaba de decir que no sabe otro, y la cuenta como quería su amo. El lector pudiera con fundamento reconvenir a Sancho de su inconsecuencia, y la respuesta tocaba a Cervantes.
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N-1,20,34. Con la misma expresión habló el pastor Pedro de la madre de Marcela en el capítulo XI de esta primera parte.
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N-1,20,35. Véase por aquí que la voz homecillo, que valía homicidio en el Fuero juzgo y en las Partidas, templándose después su significación, sólo denota odio o mala voluntad. Y aun así se iba anticuando en tiempo del autor del Diálogo de las lenguas, que la cuenta entre otras que empezaban entonces a desusarse; también, dice, vamos dejando homecillo por enemistad (pág. 108).
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N-1,20,36. Mudas, ciertas unturas y afeites con que las mujeres trataban de hermosear sus rostros, y que aún se usan comúnmente en algunas provincias de la Península. El deseo de agradar, innato en el otro sexo, introdujo desde antiguo el uso de los cosméticos. Ovidio escribió un opúsculo sobre las mudas y los modos de hacerlas, del cual nos queda un fragmento que empieza así:
Dicite quac faciem commendet cura, puell礍
et quo bovis forma tuenda modo
.
No obstante la naturaleza del argumento, el autor, a vueltas de las recetas para hacer blandurillas, mezcla preceptos de pura y severa moral:
Prima sit in vobis morum tutela, puell礬
ingenio facies conciliante placet.
Centus amor morum est: formam populabitur 祴a:
et placitus rugis vultus aratus eris.
Tempus erit quo vos speculum vidisse pigebit, et veniet rugis altera causa dolor.
Sufficit et longum probitas perdurat in 祶um,
fertque suos annos: hinc bene pendent amor
.
A pesar de la idea común que hay de la austeridad de las españolas en los pasados siglos, Agustín de Rojas, en su Viaje entretenido, describiendo los muchos untos, blanduras, sebillos, aguas y aceites de que usaban las mujeres de su tiempo, algunas, dice, tienen tanta curiosidad en esto, que hay más botes en su casa que redomas en una botica (Viaje entretenido, lib. I). Y hablando de lo mismo, dice en una de sus sátiras Lupercio Leonardo de Argensola:
+Quién podrá numerar las garrafillas
dedicadas al sucio ministerio,
ungÜentos, botecillos y pastillas?.
La leche con jabón veréis cocida
y de varios aceites composturas,
que no sabré nombrarlas en mi vida.
Aceite de lagartos y rasuras
de ajonjolí, jazmín y adormideras,
de almendras, nata y huevo mil mixturas.
Aguas de mil colores y materias,
de rábanos y azúcar, de simiente
de melón, calabazas y de peras.
Aludiendo a la palabra mudas se dijo de una dama que las usaba en la comedia Las ferias de Madrid, compuesta por Lope de Vega:
+Vistes cómo llevaba enalmagradas
las dos mejillas de violeta o lirio,
ya de jazmín y rosa matizadas?
íCuánto val la mudanza y el martirio!
El blanquete y el arrebol están indicados en el jazmín y la rosa. No había sido menor la afición a mudarse el rostro en las abuelas de las españolas de Cervantes y Lope, en orden a lo cual puede el lector consultar (si a tanto llega su curiosidad) las noticias que sobre los afeites y mejunjes de su siglo nos conservaron el Bachiller Alfonso Martínez de Toledo en su Corbacho, y Rodrigo Cota en la tragicomedia de la Madre Celestina. Puede notarse en el lugar presente que todos los enseres y utensilios de que se componía el equipaje de la Torralva pertenecían a su tocador, espejo, peine, botecillo de mudas; si tal era el ajuar de una pastora, +cuál sería el de las cortesanas? Cervantes, que satirizó este vicio en el pasaje presente y en otros de sus obras, no hubiera hallado quizá tanto que reprender en la leche virginal, el aceite antiguo, el agua de Colonia y otras confecciones que nos han venido modernamente del Norte.
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N-1,20,37. Quiere decir, no que se llegó a verificar el paso, sino que se llegó a la orilla del río con el designio de pasarlo.
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N-1,20,38. Cuatro renglones antes se había dicho que no había barca ni barco. Si sólo se hubiera dicho que el pastor no lo había visto, no tendría lugar el reparo; absolutamente hablando, pudo haber barco y no verse; pero si no lo había, no pudo verse por mucho que se mirase.
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N-1,20,39. En verdad que no era nueva, sino muy vieja en el mundo. Don Juan Bowle, en sus Anotaciones, observó que este cuento se leía en el número 30 del libro intitulado Cento novelle antiche, y copió parte de él en demostración de que había servido de original a Cervantes. Con efecto; Francisco Sansovino, queriendo al parecer imitar el Decameron, de Boccaccio, publicó Cento novelle scelte, que se imprimieron en Venecia el año de 1575. Al fin se añadieron las Cento novelle antiche, y en la XXXI se lee el caso que cita Bowle, y que en el fondo y sustancia es muy semejante al de la pastora Torralva. Don Juan Antonio Pellicer extendió las noticias de Bowle, traduciendo el cuento italiano y afirmando que Cervantes lo varió y mejoró tanto, que lo hizo suyo. En esta parte no estoy de acuerdo con Pellicer: Cervantes varió el cuento, mudó los nombres y escenas de los actores, pero le quitó lo principal, que es la oportunidad y el chiste, que los lectores del QUIJOTE buscan en él y no encuentran. Según el texto italiano, un gran señor tenía un fabulista para que le divirtiese con sus cuentos las noches largas de invierno. En una ocasión que el amo le pidió un cuento y el criado tenía mucha gana de dormir, empezó éste a contar el de un aldeano que volviendo de la feria con el ganado que había comprado, lo iba pasando al otro lado de un río muy ancho, en una barquilla donde sólo cabían una res y el aldeano. Como se estaba durmiendo, contaba despacio, y el señor, impaciente, le decía que pasase adelante. Dejemos, contestó, pasar el ganado, que para ello necesita mucho tiempo, y luego proseguiré; entretanto podemos dormir a nuestro placer. He aquí el motivo y oportunidad del silencio del fabulista; para el de Sancho no había motivo ni ocasión.
Y +se acaba aquí la antigÜedad del cuento de la pastora Torralva? Respondo que no. El cuento no había nacido en Italia: existía ya tres siglos antes en francés antiguo y en verso, como se lee en la colección de las composiciones de esta clase que imprimió Mr. de Barbazán el año de 1756, y después se publicó muy aumentada en el de 1808. El lenguaje manifiesta la edad en que se escribió la conseja:
CONTE DU FABLEOR
Un Roi un Fableor avoit
a qui deduire se souloit.
Une nuit avoit molt conté
si qui toit estoit lassé.
Requist le Roi qu′il puist dormir,
mais li Roi nel′voit pas soffrir:
commanda li que plus contast,
et d′un gran conte s′aquistat,
et puis le lairoit reposer,
plus ne li querroit demander.
Quant el ne pot, si ti conta,
et si faitement commençça.
"Uns homs estoit qui cent sois ot,
et berbiz achater en volt:deux cens berbiz en acheta,
chascune six deniers couta.
Ses berbiz chaçça vers maison:
si estoit en cele saison.
Que les ves sont auques lees
et par croissance desrivèèes:
Quant il ne pot nul pont trover, ne sait par oÜ it puist passer,
atant trueve une nacelete
qui molt est foible et petite.
Ne pot que deux berbiz porter
et celui qui les dut passer.
Li vileins deus berbiz i mist,
i meisme an gouvernal sist
molt soavet s′en vait nagant".
Li Fablierres se tust atant.
Lo Roi l′ala molt semonant;
"Quar conte tost", dist il avant:
"Sire, dist il nacelete
est molt foible et petitete,
l′aive est molt grant outre àà passer
berbiz i a mot àà porter:
or laissons les berbiz passer,
et puis porrons assez comer"
.
Y +se acaba aquí la antigÜedad del cuento de la pastora Torralva? Respondo que no. El poeta francés lo tradujo del latín de Pedro Alfonso, judío converso de Huesca en Aragón, médico del Rey don Alonso, que floreció por los años de 1100, y escribió una obra con el título de Proverbiorum seu clericalis disciplin礠libre tres, de que existe, según don Francisco Pérez Bayer (notas a la Biblioteca de don Nicolás Antonio), un ejemplar en la biblioteca de El Escorial. En ella incluyó los consejos que un padre daba a su hijo por medio de fábulas y cuentos, y entre ellos se halla el precedente de las ovejas, con otros que tradujo el poeta francés, dando a su obra el título de Castigo (chastoiement, esto es, enseñanza) de un padre a su hijo. Diciendo, como dice Pedro Alfonso en su Proemio, que había tomado sus cuentos de los fabulistas árabes, todavía puede afirmarse que no para aquí la antigÜedad del cuento de la pastora Torralva, y que su original primitivo y verdadero está en el Océano, para nosotros desconocido, de la literatura oriental.
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N-1,20,40. Expresión irónica, como es claro y lo confirma lo que sigue.----El fingido Alonso Fernández de Avellaneda, autor de la segunda parte del QUIJOTE, que quiso oponer a la primera de Cervantes, trató de necia y fría esta conseja de las cabras, y puso en boca de Sancho un cuento semejante, en que eran gansos los que pasaban el río, para que se conozca, dice (cap. XXI), la diferencia que hay del uno al otro; pero hablando con imparcialidad, no hay gran diferencia de gracia entre ambos.
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N-1,20,41. El lenguaje de este período es incorrecto, y por de contado el frío no tiene verbo, y de consiguiente no hace sentido. Pudiera haberse dicho con cortísima alteración: En esto parece ser que o por el frío de la mañana, que ya venía, o porque Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o porque fuese cosa natural (que es lo que más debe creer), a él le vino en voluntad, etcétera. El menor grado de atención hubiera bastado para la enmienda.
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N-1,20,42. Por bien de paz, fórmula con que se designa el partido medio que se toma en una discordia, cediéndose por amor de la paz el derecho, o algo del derecho que se tiene, para que, igualándose de esta suerte el agravio o el beneficio, ambas partes queden contentas: aquí la discordia era entre la necesidad y el miedo de Sancho.
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N-1,20,43. O esta contestación de Sancho no significa nada, o debió decirse siempre comienzan por poco, o bien nunca comienzan por mucho. De cualquiera de las dos maneras es al revés de lo que dice el texto.
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N-1,20,44. Siendo el asunto cual es, no pudo explicarse con más disimulo y decencia que lo hizo Cervantes; pero, +debió tener lugar en la fábula un incidente de esta naturaleza?... Algún otro reparo pudiera hacerse sobre los pormenores de la relación; mas, como oportunamente dice Don Quijote poco más abajo, peor es meneallo: refrán que se tomó del arroz, que estando al fuego se pega, y se aplica a cualquier materia cuando por tratarla se empeora.
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N-1,20,45. Resentirse se toma aquí en buena parte, aunque de ordinario se toma en mala. Lo mismo sucedió en el capítulo XV, donde se refiere que, derribados amo y mozo en el suelo, a manos de los yangÜeses, el primero que después de idos éstos se resintió fue Sancho.
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N-1,20,46. Corveta es un movimiento que se enseña al caballo obligándole a ir sobre los pies con los brazos en el aire. Esta es la postura en que está el caballo de bronce que sostiene la estatua de Felipe IV en los jardines del Buen Retiro (ahora está en la plaza de Oriente); y exige del caballo una instrucción y un vigor de que ciertamente carecía Rocinante.----Poco más abajo se dice: Acabó en esto de descubrirse el alba y de parecer distintamente las cosas. Acabóàà de pareceràà las cosas: mala gramática. El lenguaje de todo este trozo es descuidado e incorrecto.
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N-1,20,47. Cuando Esplandián quiso acometer la aventura de la Peña de la Doncella Enamorada, dijo a su escudero Sargil: Yo te ruego mucho que en esta ermita me esperes... Sargil le dijo: No me quedaré por ninguna manera, ni Dios quiera que por temor de la muerte en ningún tiempo os desampare. Ambos escuderos eran leales; pero Sancho era menos valiente y más astuto que Sargil, y para no separarse de su amo se valió de otros medios más eficaces, según se ha visto, que las protestas de Sargil, el cual nada consiguió de su amo.
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N-1,20,48. Por el orden que tienen las palabras de esta expresión, parece que donde recae más bien sobre lugar que sobre testamento. Estuviera mejor: porque él, antes que saliera de su lugar, había dejado hecho su testamento, donde se hallarla gratificado rata por cantidad del tiempo que hubiese servido.----Rata por cantidades modo adverbial: significa lo mismo que a prorrata, a proporción.
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N-1,20,49. Así lo propuso y ejecutó Darisio, escudero de Olivante, al acometer éste la peligrosa aventura de la casa de la Fortuna (Olivante de Laura, lib. I, cap. LV), sólo que se recató, y lo hizo sin que lo echase de ver su amo. De esta suerte satisfizo Darisio a todos los deberes escuderiles, supliendo con la maña de Sancho lo que le faltó al valor de Sargil. Con razón, pues, le decía el Emperador Arquelao (Ib., lib. I, cap. XXXI): En compañía del mejor caballero del mundo, razón es que esté el mejor escudero que en él hay. En premio de su fidelidad y valor fue Darisio armado caballero por Olivante en el castillo de Aspicel, con las solemnidades acostumbradas, recibiendo la espada de mano de la Infanta Briseida, hija del Soldán de Babilonia (Ib., libro II, capítulo XVI). Fue después muy buen caballero, Y sus hazañas se refieren con extensión en el libro de Olivante.
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N-1,20,50. En cualquier religión cabe elogiar a un criado por su honradez y por la fidelidad a su amo; pero recomendar la calidad de cristiano viejo fue impropio en la boca de un escritor mahometano, cual se supone a Cide Hamete Benengeli. Y no se puede decir que habla aquí el traductor ni otra persona: no tiene lugar esta excusa, porque la sentencia se atribuye expresamente al autor de la historia. Si no se quiso hacer reír con el disparate, o no envuelve este pasaje alguna alusión a personas o cosas del tiempo de Cervantes, no se comprende su intento, y pudiera parecer inoportuno.
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N-1,20,51. Debiera decirse pradillo, según la regla general, conforme a la que los nombres acabados en o precedida de consonante forman el diminutivo mudando la o en illo; pero en el QUIJOTE se dice constantemente Pradecillo. A esta excepción acompañan otras en los diminutivos de huevo, trueno y bueno, que son huevecillo, truenecillo buenecillo, y no huevillo, truenillo y buenillo. La terminación en cillo es propia de los diminutivos que salen de los nombres acabados en e, en r en n, Como botecillo de bote, cantarcillo de cantar, rapitancillo de capitán, ruincillo de ruin.
La riqueza del idioma castellano en punto de diminutivos es inmensa: los forma de muchos modos y terminaciones, los tiene de cariño, de desprecio mezclado con ira, tiene diminutivos de diminutivos; sería largo poner ejemplos de todo. Nuestra lengua es superior en esta parte a la italiana y a la latina: la francesa no conoce diminutivos.
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N-1,20,52. Mejor estuviera pedía en lugar de se encomendaba, que no se enlaza bien con lo que sigue de la oración: pedía también a Dios que no le olvidase.
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N-1,20,53. Correspondía que hubiese alguna especie de contradicción o por lo menos notable diversidad entre horrísono y espantable, y no siendo así, está de más el para ellos, porque también para ellos el ruido era horrísono. Pudiera haberse antepuesto a ambos adjetivos, diciendo: de aquel para ellos horrísono y espantable ruido.
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N-1,20,54. Apóstrofe o conversión salada de Cervantes a su lector, y oportunísima para hacer resaltar más y más lo ridículo del caso y del espanto anterior de amo y mozo.
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N-1,20,55. Pasmarse se refiere al estupor que produce la repentina presencia de un objeto inesperado, no al miedo que inspira. Se pasma el que se admira y suspende, pero esto es distinto del miedo. Lejos de concebirlo Don Quijote a vista de los batanes, perdiera el que pudieron antes infundirle, y que de hecho infundieron a Sancho.
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N-1,20,56. Todo este pasaje es sumamente cómico y como de la mano de Cervantes. Recuerda y contrahace en el género ridículo lo que en el sublime y patético dijo Virgilio de Dédalo, al querer este modelar en el templo de Cumas la caída de su hijo ícaro:
Bis conatus erat casus effingere in auro;
bis potr礠cecidere manus
.
(Eneida, I. 6.)
De esta misma figura usó Cervantes, cuando al referir el encuentro de Sancho con el Cura y el Barbero, yendo de embajador a Dulcinea, dice tornólo a decir (la carta) Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros tres mil disparates (parte I, capítulo XXVI).
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N-1,20,57. Cambia el sujeto de los verbos dentro del mismo período, de lo que necesariamente debe resultar incorrección y oscuridad. Quien asentó y quedara fue Don Quijote; quien recibió y recibiera fue Sancho. Se hubiera corregido este defecto poniendo dio y diera, en vez de recibió y recibiera; así: y le asentó dos palos tales, que si como los dio en las espaldas los diera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, no siendo a sus herederos.
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N-1,20,58. Tres veces se repite el como en breve espacio, causando un efecto desapacible: Como es verdad que no los he visto en mi vida, como vos lo habréis visto, como villano ruin que sois.----Y si Don Quijote no había visto en su vida batanes, +cómo los conoció al galope, y los nombró sin que nadie le informase? Y +cómo, sin ser conocidos, hubiera podido producir súbitamente su vista en Don Quijote el corrimiento que acaba de describirse? Fuera de que nuestro hidalgo no podía menos de tenerlos vistos y conocidos, puesto que de las Relaciones topográficas dadas por los pueblos en el reinado de Felipe I, consta que el año de 1575 había en el lugar de Don Quijote seis batanes corrientes, y los había también en otros pueblos de los contornos, según era forzoso que sucediese en un país fabricante de paños, cual era entonces la Mancha. Por consiguiente, no podía haber vecino que no los conociese, y más Don Quijote, que siendo gran madrugador y amigo de la caza (parte I, capítulo I), tendría bien registrados los alrededores y el término del pueblo.
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N-1,20,59. Como si dijera: ponédmelos delante, haced que me acometan.
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N-1,20,60. Expresión proverbial, tomada, como las más de ellas, del estilo familiar. Díjose por la operación de lavar la ropa blanca con lejía, en la que se quitan todas las manchas, aunque algunas no se hayan visto ni reparado antes; y a este tenor se aplica a las circunstancias que eran desconocidas y se vienen a averiguar al paso en la investigación de lo principal; y a las partidas poco importantes o poco atendidas, que al cabo, salen en las cuentas al finiquitarlas.
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N-1,20,61. El autor de la historia del Emperador Carlomagno, apostrofando a aquel Príncipe, y desaprobando el modo de que había tratado en cierta ocasión a don Roldán por haber éste rehusado obedecerle, le dice: Mirarás también, sagaz y discreto viejo, que los primeros movimientos no están en manos de los hombres (capítulo XIV).
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N-1,20,62. Estaría mejor la expresión de esta suerte: Y en verdad que lo tengo a gran falta tuya y mía; tuya, porque me estimas en poco; mía, porque no me hago estimar en más. El régimen porque es preferible al del texto; y el verbo dejo, no parece del caso.
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N-1,20,63. Darioleta, doncella de la Princesa Elisena, por evitar el deshonor de su ama, puso al niño Amadís, recién nacido, en un arca, y la echó al río, de donde salió pronto al mar, que estaba inmediato. Pasaba a la sazón desde la Bretaña menor a Escocia un caballero llamado Gandales, con su mujer, recién parida de Gandalín. Gandales hizo recoger el arca, y que su mujer diese el pecho a Amadís. Criáronse juntos como hermanos los dos niños, y andando el tiempo, Gandalín sirvió de escudero a Amadís, quien después de experimentarlo en muchas y peligrosas aventuras, le dio el señorío de la ínsula Firme (Amadís de Gaula, cap. XLV), y lo armó caballero (Ib., capítulo CIX). Como tal se fue a buscar aventuras, y en este tiempo se combatieron él y Amadís en una nao, sin conocerse, sobre la libertad de la Princesa Brisena (Amadís de Grecia, parte I, cap. LVI). Amadís, siendo ya Rey de la Gran Bretaña, casó a Gandalín con la doncella de Dinamarca, y les dio título de Condes con los castillo y tierra que habían quedado de Arcalaus el Encantador (Esplandián, Sergas, cap. CXL). Finalmente, Gandalín murió de una lanzada en la garganta, peleando valerosamente con los hijos de Arcalaus en su castillo de Montaldino (Crónica francesa de don Flores de Grecia, lib. I, capítulo LXXXIX).
IInsula y firme forman un título ridículo y aun al parecer absurdo, porque íínsula y tierra firme se contradicen. Según la describe el libro de Amadís de Gaula, tenía siete leguas de largo y cinco de ancho, y no era verdaderamente una isla, porque se hallaba unida al continente por una lengua de tierra, que tenía de ancho un tiro de saeta. En ella estaba el Arco encantado de los Leales amadores, donde ningún hombre ni mujer entrar puede, si erró a aquella o a aquel que primero comenzó a amar. Amadís, después de haber acabado felizmente la aventura del Arco encantado, emprendió y acabó también la de la Cámara defendida, que en vano habían acometido sus hermanos Galaor y Florestán, y su primo Agrages. A consecuencia de esto y de lo dispuesto cien años antes por el sabio Apolidón, autor de aquellos encantos, fue reconocido Amadís por señor de la ínsula. En esta coyuntura recibió una carta de su señora Oriana, en que estando celosa de Briolanja, le mandaba no comparecer en su presencia; y queriendo Amadís ausentarse a ocultar su dolor en tierras desconocidas, a presencia del Gobernador Isanjo y de otros varios abrazó llorando a Gandalín, y le dijo: Mi buen amigo: yo e tú fuimos en uno y a una leche criados, y nuestra vida siempre fue de consuno: e yo nunca fui en afán ni en peligro en que tu no ovieses parte; y tu padre me sacó de la mar tan pequeña cosa como desa noche nacido; y criáronme como buen padre y madre a hijo mucho amado. Y tú, mi leal amigo, nunca pensaste sino en me servir; e yo, esperando que Dios me daría alguna honra con que algo de tu merecimiento satisfacer pudiese, hame venido esta gran desventura, que por más cruel que la propia muerte tengo, donde conviene que nos partamos; e yo no tengo que te dejar sino solamente esta ínsula. Y mando a Isanjo y a todos los otros por el homenaje que me tienen hecho, que tanto que de mi muerte sepan, le tomen por señor. Y como quiera que este señorío tuyo sea, mando que lo gocen tu padre y madre en sus días, y después a ti libre quede. Esto por cuanta crianza en mi ficieron, que mi ventura no me dejó llegar a tiempo de les satisfacer lo que ellos merecen y lo que yo deseaba (Amadís de Gaula, cap. XLV).
No fue Gandalín el único escudero que tuvo Amadís. Su historia hace mención de Emil, primo de Gandalín, que desempeñó el mismo oficio. Tuvo también Amadís un enano llamado Ardián, que le acompañaba y servía en sus viajes y aventuras.
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N-1,20,64. El more turquesco recae sobre la inclinación de la cabeza y del cuerpo, pero no sobre lo de la gorra en la mano. Cervantes, que había vivido algunos años en Argel, no podía ignorar que entre los mahometanos, el descubrir la cabeza no es muestra, sino falta de respeto. En sus visitas y en las mezquitas mismas tienen los turbantes puestos; en cambio, se dejan a la puerta los zapatos; y en tiempo de lodos, es costumbre muy loable y grata para el dueño de la casa.
Pero no debe parar aquí esta nota, sin advertir que nada de esto de la gorra, cabeza ni cuerpo de Gandalín se lee en la historia de Amadís de Gaula. Inventólo Don Quijote, a quien le venía a pelo para su intento, y como loco pudo hacerlo de buena fe, arrastrado de su desvariada imaginación, según lo hizo en el capítulo XV con los azotes del mismo Amadís y con la melecina del Caballero del Febo.
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N-1,20,65. La historia es la de Amadís de Gaula, donde con efecto, sólo una vez se expresa el nombre de Gasabal, que es en el capítulo LIX. Pero el silencio de los escuderos dista mucho de ser lo que aquí pondera Don Quijote; los libros de Caballerías están llenos de los discursos y razonamientos de los escuderos con sus amos, según que en ellos puede verse.----En vez de nombra se pudo poner menciona, y hubiera quedado mejor, evitándose así la repetición de nombra y nombre.
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N-1,20,66. Sabida es la fábula del cántaro y del caldero, que en una avenida iban en buena conversación río abajo. Entre los refranes del Comendador Griego hay uno que dice: Si la piedra da en el cántaro, mal para el cántaro, y si el cántaro da en la piedra, mal para el cántaro. En la fábula el caldero es el fuerte en el refrán, la piedra, y el cántaro siempre el endeble. El presente pasaje alude al apólogo o al refrán, o a ambos, e indica que Sancho es el cántaro.
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N-1,20,67. Así solía decirse eh tiempo de Cervantes, y así está en el Tesoro de la lengua castellana, de Covarrubias: ahora decimos albañil. Esta costumbre de trocar la l y la r es común en muchas partes de Andalucía; en el mismo QUIJOTE, al capítulo XLVI de la primera parte, se halla almario, por armario.----Nuestro buen escudero manifiesta en esta ocasión, como en otras muchas, las inclinaciones interesadas y codiciosas que son parte, y no la menos principal, de su carácter.
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N-1,20,68. Hubo de otorgarse en el discurso de los quince días, que, según se contó en el capítulo VI, mediaron entre la primera y la segunda salida de Don Quijote, puesto que entonces fue cuando se ajustó Sancho de escudero, y cuando únicamente pudo hacerse.
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N-1,20,69. El estado o profesión de los aventureros no es del otro mundo, como supone el texto según está, sino del presente. Debería borrarse él y poner ééste: así: no querría que por pocas cosas penase mi ánima en el otro mundo: porque quiero que sepas que en éste no hay estado más peligroso que el de los aventureros.
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N-1,20,70. Fin y remate digno de la graciosísima aventura de los batanes, aunque por descuido del autor o del impresor se omitió el largo tiempo que debió seguir al vivirás, donde hace tanta falta, que parece imposible que lo omitiese Cervantes en el manuscrito original, siendo clara la alusión al segundo precepto del Decálogo.
La aventura referida en este capítulo tiene el mérito de, sin ser más que un incidente común, sencillo, y por lo tanto verosímil, Cervantes supo vestirlo y adornarlo de suerte que le dio un aspecto sorprendente, un carácter de aventura caballeresca, que junto con su desenlace y el modo de contarlo, produce el efecto más agradable. Es uno de los mejores trozos de la primera parte del QUIJOTE.

[21]Capítulo XXI. Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero
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N-1,21,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,21,2. Sobran las palabras aun él. Después de escribirlas Cervantes, hubo de mudar de propósito para la continuación, y luego se le olvidó borrarlas. No fue éste el único caso de semejante olvido en el Quijote.
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N-1,21,3. Refrán es lo mismo que adagio, palabra latina que se encuentra ya en Plauto, pero no en el QUIJOTE, a pesar de que viviendo Cervantes estaba ya usada en Castilla, como se ve por el Tesoro, de Covarrubias, y otros libros de aquel tiempo. Los refranes castellanos son tan antiguos como la lengua. A principios del siglo XIV, el Arcipreste de Hita los designó ya con el nombre de retraeres, palabra que equivale, según parece, a recuerdos, y ya entonces los había antiguos:
Verdad es lo que dicen los antiguos retraeres,
quien en larenal siembra non trilla pegujares.
(Colección de Sánchez, tomo IV, pág. 33.)
Otros refranes cita el Arcipreste en varios pasajes de sus poesías. En el cap. XVI del Conde Lucanor, obra de don Juan Manuel, que fue contemporáneo del Arcipreste de Hita, se lee: Dice el antiguo proverbio: murió el hombre y murió su nombre. Y en el cap. XXV: Don Joan puso hi una palabra que dicen las viejas en Castilla, et la palabra dice así: quien bien se see, non se lieve. En el siglo siguiente, don íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, formó una colección, a que puso el título de Refranes que dicen las viejas tras el hurgo.
En el siglo XVI se publicaron los Refranes glosados de Mos. Dimas Capellán, en Toledo, año de 1540. Hernán Núñez de Guzmán el Pinciano, llamado el Comendador Griego, que murió en 1553, formó una copiosa colección de refranes, que se ha impreso repetidas veces; y en 1549 se dio a la estampa en Zaragoza otra colección de ellos con el título de Libro de refranes copilado por el orden del A, B, C, en el cual se contienen cuatro mil trescientos refranes; el más copioso que hasta hoy ha salido impreso. En la edición no se expresa el autor, que según don Nicolás Antonio, fue Pedro Valles, Juan de Mallara, escritor sevillano, publicó el año de 1568 su Filosofía vulgar en refranes: Blasco de Garay, Racionero de Toledo, sus Cartas de refranes, año de 1569; y Juan Sorapán de Rieros, la Medicina española, contenida en proverbios vulgares de nuestra lengua, en 1616. Don Gregorio Mayans, en los Orígenes de la lengua castellana (número 207), habla de otras colecciones de refranes que no llegaron a imprimirse, como tampoco se imprimió la copiosísima que tenía formada don Juan de Iriarte, según se lee en la noticia de su vida que precede a la edición de sus obras sueltas.
No hay lengua, viva ni muerta, que iguale a la nuestra en la copia de refranes. Muchos de ellos están en metro, comúnmente de arte menor, y suelen constar de dos versos, unas veces rimados, otras asonantados, otras ni uno ni otro. El erudito benedictino Fray Martín Sarmiento hizo sobre esto observaciones curiosas en sus Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles.
Los refranes, además de ser uno de los adornos del estilo, y además del uso que se hace de ellos por el sentido y las ideas que encierran, sirven también como de piedra de toque para juzgar de la pureza del idioma: lo más puro castellano que tenemos son los refranes, dice el juicioso autor del Diálogo de las lenguas. Los hay de singular mérito por la solidez de la sentencia, por lo discreto del concepto, por la gracia de la expresión. Pero en esto de que ninguno hay que no sea verdadero, como le parece a Don Quijote, hay mucho que decir. Es regla que padece numerosas excepciones; autor ha habido de mucho crédito, que ha escrito de propósito sobre la falibilidad de los adagios y formado lista de los que tenía por falsos. Los adagios muchas veces no son más que testigos de la antigÜedad de los errores.
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N-1,21,4. Cuando una puerta se cierra, otra suele abrir la fortuna. Tragi-comedia de Celestina, acto o escena XV.
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N-1,21,5. Yelmo encantado que ganó Reinaldos de Montalbán matando al Rey Mambrino que lo llevaba, y que usó después en varios combates, como los que tuvo con Gradaso (Garrido de Villena, Orlando enamorado, libro I, canto 4.E¦), con Roldán (Ib., canto 27) y con Dardinel (Ariosto, canto 18). En este último
Il primo che feri fu′l Saracino
ma picchió in vano su l′elmo di Mambrino
.
Al describirse en Orlando furioso la comitiva del Emperador Carlomagno (canto 38), se lee que llevaba el yelmo de Mambrino el paladín Oger Danés, que por este nombre y otras señas pudiera ser el mismo que el Marqués de Mantua, de cuyo romance se habló al capítulo XV de esta primera parte.
En el Orlando enamorado se hace mención de otro yelmo del Rey Agricán, de fábrica nigromántica, y según se dice en la traducción de Garrido (lib. I, canto 14),
Hízolo Salomón con su cuaderno,
y fue forjado al fuego del infierno.
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N-1,21,6. Fue el que hizo Don Quijote al ver el daño que había padecido su celada en la batalla con el Vizcaíno, repitiendo el del Marqués de Mantua, cuando encontró moribundo a su sobrino Baldovinos en la Floresta sin ventura. Se trató de este juramento en las notas al capítulo X.
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N-1,21,7. Verbo formado del nombre batan, lo mismo que abatanar que significa golpear los mazos el paño en el batán. En el presente lugar del texto se omitió la a; pero en los verbos derivados de nombres es muy frecuente formarlos anticipándola, como en agarrar, acuchillar, anidar, aovar, amasar, apoyar, acabar, derivados de garra, cuchilla, nido, huevo, masa, poyo y cabo. El propio origen de batanar tiene el frecuentativo batanear, de que usa poco después Don Quijote, y que sólo tiene significación metafórica, porque no se aplica nunca a los batanes, sino solamente a las personas que a manera de batanes golpean y muelen, física o moralmente al prójimo.
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N-1,21,8. Recuerda y lamenta Sancho la prohibición de hablar demasiado, que en el capítulo anterior le había impuesto su amo.----Hubiera convenido que Cervantes suprimiese algunos de los muchos quees que afean por su repetición el presente período. A fe que..., que quizá... que vuesa merced.., que se engañaba en lo que dice.
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N-1,21,9. Rucio es mezclado de blanco con rojo o negro; rodado se llama el caballo que tiene ciertas como manchas o visos circulares, a manera de ruedas, en la piel. El verbo columbro, de que después usa Sancho, viene del latino collimo o colimare, poner la mira, dirigir la vista.
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N-1,21,10. Expresión de quien procede con atención, y sin necesidad de que se lo adviertan. Túvelo en cuidado, dice el escudero Marcos de Obregón en Espinel (relación I, desc. 21) para manifestar el que tenía al hacer lo que estaba haciendo.
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N-1,21,11. Alúdese al refrán que dice:
A Dios plega
que orégano sea,
y no se nos vuelva
alcaravea.
Da a entender Sancho de un modo maligno y picante que su amo iba a engañarse en lo del yelmo como se había engañado en lo de los batanes. Y Don Quijote le contesta: a os he dicho, hermano, etc.: palabras de moderación y blandura, afectada, indicio de enojo reprimido, y principio de amenaza.
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N-1,21,12. Convino ponerse: la ocasión de que a Don Quijote le pareció caballo rucio rodado. De otra suerte suena que la ocasión pareció caballo.
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N-1,21,13. Cautiva: el uso de esta voz, por mezquino, miserable, vil, pudiera parecer italianismo, como otros que se hallan en su Quijote; pero no es así. Fue palabra usada desde los primeros rudimentos de nuestra lengua, y ya empezaba en tiempo de nuestro autor a anticuarse. En la Gran Conquista de Ultramar (lib. I, cap. CXXVII) se lee: Ida, su hija, que lo oyó..., comenzó a llorar muy fieramente... e llamarte mezquina e cativa, e quen fuerte punto fuera nascida. Hállase usada la misma palabra por el Arcipreste de Hita (copl. 1172) y por el autor del Poema de Alejandro (copla 990). Refiriéndose en el Conde Lucanor la fábula del gallo y el raposo, se dice: El cautivo del gallo tomó miedo a sinrazónàà y el raposo... lo tomó et lo comió. Así que no es extraño que se halle esta voz con frecuencia en las crónicas de la Caballería, como en efecto se halla en los libros de los dos Amadises, el de Gaula y el de Grecia, en los de Olivante de Laura, de don Belianís, de Lisuarte, de Florisel de Niquea, y en el QUIJOTE, que los remedó a todos.
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N-1,21,14. No era para poder guardarse, sino para guardarse de hecho; sobra poder.----Del mismo medio que este barbero se valió para librase de la lanza de Don Quijote, aquel escribano de Zaragoza de quien habla Avellaneda, cuando queriendo nuestro hidalgo proteger a un azotado y librarlo de las manos de la justicia, arremetió con el lanzón para el pobre del escribano, de suerte que si no se dejara caer por las ancas del rocín, sin duda le escondiera Don Quijote en el estómago el hierro mohoso del lanzón (cap. VII).
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N-1,21,15. A don Vicente de los Ríos le ocurrió hacer comparación de este incidente del yelmo de Mambrino adquirido por Don Quijote, con los de las armas entregadas a Aquiles por su madre Tetis en la Ilíada, y por Venus a su hijo en la Eneida; y después de algunas reflexiones (Análisis del Quijote, números 95 y 96), concluye con que la aventura de Cervantes es semejante a la de Homero, y más natural que la de Virgilio. La afición desmedida de este escritor al QUIJOTE arrastró hasta tal punto su fantasía; Cervantes, al forjar la aventura del yelmo, no se acordó ni de la Ilíada ni de la Eneida, sino de Ariosto, como lo prueba el ejemplo que añade tomado del Orlando furioso. En este poema refería Mandricardo que habiéndose combatido con Roldán sobre adquirir la espada Durindana que traía Roldán, éste se fingió loco, y huyó arrojando la espada, que era el objeto de sus deseos:
E dicea ch′imitato avea il castore,
il qual si strappa i genitali sui
vedendosi a le spalle il cacciatore,
che sa che non ricerca altro da lui
.
Canto 27, est. 57.)
La opinión acerca de esta propiedad del castor es antigua, y se halla ya mencionada en Solino (Polythist., cap. XXII) y en Plinio (lib. VII, cap. XXX), aunque éste último dice que había quien lo negaba (libro XXXI, cap. II). Fray Luis de Granada, en el Símbolo de la Fe (parte I, capítulo XVI, pár. 1.E¦), se valió de la comparación del castor, diciendo con palabras muy semejantes a las de nuestro texto, que se castra con sus dientes cuando se ve muy acosado y perseguido de los cazadores, dejando en tierra aquella parte de su cuerpo que ellos buscan, porque lo dejen de perseguir. Este ejemplo y los del pelícano, que se abre el pecho: de la víbora, que muere al parir: del fénix, que renace de sus cenizas; del basilisco, que mata con la vista, de la salamandra, que no se quema en el fuego son muy buenos en la retórica, pero no existen en la naturaleza.
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N-1,21,16. Moneda de plata, llamada así porque valía ocho reales de plata. El valor del real de plata fue vario antes de los Reyes Católicos, que lo fijaron en 34 maravedises, equivalentes a 89 maravedises de los actuales, y venía a ser como el real de plata columnario. Por esta regla el real de a ocho era igual en valor a nuestro pesoduro. Todavía suele darse en algunas partes el nombre de real de a ocho al peso sencillo, moneda imaginaria que vale 15 reales de vellón.
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N-1,21,17. El sujeto de dando es Sancho; el de puso es Don Quijote; lo que produce cierta oscuridad, que fuera muy fácil evitar diciendo: y dándosela a su amo, se la puso éste en la cabeza.
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N-1,21,18. Al pronto parece que della se refiere a cólera, que está más cerca, y no es sino a risa que está más lejos. Se hubiera evitado este inconveniente poniendo enojo u otra voz masculina en lugar de cólera, porque entonces, siendo diverso el género de los nombres, no cabía equivocación.----Callar aquí no es dejar de hablar, sino dejar de reír: según lo cual la risa de Sancho sería a carcajadas, porque la risa no suena, y el callar arguye siempre cesación de sonido.
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N-1,21,19. Es lo mismo en forma de diminutivo que yelmo uno y otro del antiguo francés heaulme, armadura de la parte superior de la cabeza, y por esto se llamaba también copacete y capellina; cuando la cubría del todo se llamaba por esta razón celada.
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N-1,21,20. Es evidente que habla Don Quijote.----La puntuación que ponen en este pasaje muchas ediciones es defectuosa y perjudica al buen sentido. La Academia Española la rectificó con mucha razón en sus primeras ediciones, así: +Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza, etc. De esta suerte queda todo claro y sin tropiezo.
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N-1,21,21. No hablo de la incorrección y desaliño de esta clase de repeticiones, porque ya se ha notado en general, y sería demasiadamente largo anotarlas todas.----Se dice en el texto la otra mitad, y no se ha nombrado la primera, ni se ha hablado antes de mitad: sobra otra.----El verbo deber lleva frecuentemente el régimen de, cuya presencia indica, como sucede aquí, un estado de incertidumbre y de conjetura. Lo mismo puede observarse en otros pasajes del QUIJOTE. Cuando nuestro hidalgo decía a los caminantes, al llegar éstos a la venta, que dentro había gente que había tenido cetro y corona, contestaba uno de ellos: Será que debe de estar dentro alguna compañía de representantes (parte I, cap. XLII): y en la aventura del barco encantado (parte I, capítulo XXIX) Don Quijote, viendo frustrados sus esfuerzos, decía: En esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta. Pero en los casos en que el verbo deber no va acompañado de la partícula de, se excluye la duda, y la incertidumbre; y así decía a don Fernando la discreta Dorotea, recordándole sus obligaciones: Testigos son tus palabras que no... deben ser mentirosas (parte I, cap. XXXVI); y en el caso del hombre que iba a pasar la puente, de que se habla en el capítulo LI de la segunda parte, se lee: Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió..., y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos... habiendo jurado verdad por la misma ley debe ser libre.
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N-1,21,22. La alhaja era de oro purísimo, y la había de componer el herrero. Tal estaba la cabeza del pobre hidalgo.
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N-1,21,23. Don Quijote habló con equivocación del yelmo que suponía hecho y forjado por Vulcano para Marte. Las armas fabricadas por el dios de los herreros que menciona la fábula, son las que a ruegos de sus madres hizo para Memmón, hijo de la Aurora; para Aquiles, hijo de Tetis, y para Eneas, hijo de Venus.
Vulcano no fabricó para Marte otra cosa que una red de hierro tan sutil como las telarañas, con la que le hizo la pesada burla que Demodoco cantó al son de la citara en la Odisea (libro VII).
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N-1,21,24. Frialdad que tiene su chiste cuando se compara con la importancia que los libros caballerescos, y el mismo Don Quijote, que va hablando, dieron al yelmo de Mambrino.
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N-1,21,25. Esto es, la de mi muerte: expresión del estilo familiar.
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N-1,21,26. Rara, inesperada y estrambótica salida de Don Quijote, que pinta admirablemente el estado de su razón, o por mejor decir, de su locura, y al mismo tiempo es propia y natural en una persona tan empapada en las malhadadas especies de los libros caballerescos. Porque ha de saber el lector que en éstos es frecuentísima la mención de los sucesos de la antigua Troya y de los personajes que intervienen en su defensa y en su destrucción. +Quién ha leído los Orlandos enamorado y furioso, que no haya visto que las armas encantadas que prestaron ocasión a tantas aventuras y combates entre los aventureros, moros unos y cristianos otros, fueron, según se supone, las mismas del troyano Héctor? Decía Mandricardo, hablando con Roldán, de su yelmo:
Il qual con tutte l′altr′arme ch′io porto
Era d′Ettor che gia mill′anni èè morto
.
(Ariosto, canto XXII, est. 78.)
Las armas de Héctor habían sido de Aquiles, a cuyo padre, Peleo, las dieron los dioses, y Aquiles se las prestó a Patroclo, a quien venció y despojó Héctor. Ariosto, con la libertad que gozan los poetas de fingir cuanto quieren, supuso que Héctor las había recibido de Vulcano:
Che gia al trojano Ettor Vulcano diede.
(Ariosto, canto XLV, est. 73.)
Estas armas dieron materia en varias ocasiones a la fecunda vena del poeta italiano. Muerto Mandricardo a manos de Rugero, quedaron las armas hectóreas para el vencedor (Ib., canto XXX, est. 74). Con ellas peleó en lo sucesivo, y mató a Rodomonte (Ib., canto XLVI, ests. 109 y siguientes), que es por donde concluye el Orlando furioso, como la Eneida por la muerte de Turno.
Hácese mención de Héctor en la historia de Tirante (parte I), según la cual, se leía el nombre del campeón troyano en una de las banderas de las naciones que guerreaban contra el imperio de Constantinopla. En el puerto de Tenedos se reunió la armada de los griegos que cercaban a Troya, y allí, según la historia del Caballero del Febo (parte I, lib. II, cap. XVI), se reunió la del Emperador Alicandro para pasar contra Grecia. En Celidón de Iberia (canto IV) se repitió la descripción de las armas de Aquiles que hizo Homero en la Ilíada. En la costa de Troya desembarcaron don Lucidaner y don Clarineo caballeros cuyos hechos se describen en la historia de Belianís, y extraviándose con la oscuridad de la noche, hallaron en un bosque a Policena, hija de Priamo y hermana de Héctor y Paris, la cual les cantó que la había encantado Andrómaca, mujer de Héctor, al tiempo que se perdió Troya (Belianís, libro I, capítulo LXII). La misma historia de Belianís refiere también el desencantamiento de Aquiles (libro I, cap. XLIX), y allí y en otros parajes hace mención de Troilo, Deifobo, Ayax, Memmón y Nestor, personajes todos de la guerra de Troya.
Es de creer que el autor de la historia de don Belianís no habría leído a Homero, ni acaso a Virgilio; pero en su tiempo era común la Crónica troyana, libro que escribió en latín Guido Colona, autor siciliano de fines del siglo XII, y que se hallaba ya en el XV traducido al castellano. De esta fuente bebería, según trazas, el Licenciado Fernández, autor del Belianís.
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N-1,21,27. La palabra pase no se encuentra en las primeras ediciones, a pesar de lo evidente que es su necesidad para formar sentido. Añadióse en la edición de Londres del año 1738, cuyo ejemplo siguieron muchas de las posteriores, inclusas las de la Academia Española.
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N-1,21,28. Se habla del manteamiento de la venta. Don Quijote lo calificaba de burlas; Sancho decía que eran veras, y que nunca se le quitarían de las espaldas. Y esto va de acuerdo con lo que se dijo al fin del capítulo XVI, donde se cuenta que Sancho salió de la venta muy contento de no haber pagado nada, aunque había sido a costa de sus espaldas. Una y otra expresión llevaran camino si se tratase de palos o azotes, y de las señales que hubiesen dejado en las espaldas; pero, +qué conexión tenían con el manteamiento? Cervantes, que no se detenía a combinar ni corregir nada, trabucó en ambos pasajes el manteamiento de la venta con los palos de los yangÜeses, de los cuales dijo Sancho (y de éstos con razón en el capítulo XV, que le habían de quedar tan impresos en la memoria como en las espaldas.
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N-1,21,29. Ya se ha dicho en otra parte que polvorosa en germanía es la calle, y poner pies en polvorosa, huir o escaparse. Lo mismo significa coger las de Villadiego o las calzas de Villadiego; expresión proverbial de origen desconocido (como son las más de su clase), que se encuentra ya en la Celestina, cuando, tratando de huir luego que hubiese peligro, Sempronio y Parmeno, que acompañaban y escoltaban una noche a su amo Calixto, dice el primero: Apercíbete a la primera voz que oyeres o tomar calzas de Villadiego. Y responde el otro: Leído has donde yo; en un corazón estamos (acto XI). De aquí parece inferirse que el cuento de Villadiego de donde hubo de nacer la expresión, se hallaba en algún libro vulgar de antesala que leían los criados en aquel tiempo, pero olvidado ya en el de Covarrubias, el cual, en el artículo Calzas, dice que no constaba el origen de la expresión. Y lo mismo confirma don Francisco de Quevedo en su Visita de los chistes, refiriendo que Vargas (aquel por quien se dijo averígÜelo Vargas para mostrar lo oscuro y difícil de algún asunto) topó con Villadiego, y que éste le dijo: Señor Vargas, pues vuestra merced lo averigua todo, hágame merced de averiguar quién fueron las de Villadiego, que todas las toman; porque yo soy Villadiego, y en tantos años no he podido saber, ni las echo menos, y querría salir de este encanto. Vargas, que a la cuenta también lo ignoraba, se excusó, como prudente, de contestarle.
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N-1,21,30. Significa traza, apariencia. Ahora decimos pergeño, mudanza conforme a la afinidad que en nuestra pronunciación y ortografía tiene el ni seguido de vocal con la ñ, sea al recibir las palabras de otra lengua, sea variando las ya recibidas en la nuestra. De aquí nace la transmutación de arminio en armiño; de ingenio (máquina de guerra), en engeño; de Minio (río), en Miño; de Lucronium, en Logroño; de escrinium, en escriño; de sonmnium, en sueño. Antonia se dijo alguna vez Antaño, como se ve en el Capítulo I del Lazarillo de Tormes: en el día se dice Antonia y Antonio, pero se ha conservado la ñ en los diminutivos Antoñita, Antoñito. Por esta misma analogía se formó España, de Hispania; Alemaña, de Alemania. Bretaña, de Britannia; Cataluña, de Catalonia. Cerdaña, de Cerdania; Cerdeña, de Sardinta; cigÜeña, de ciconia; Gascuña, de Vasconia; Babiloña, por Babilonia, se encuentra en el Centón del Bachiller Fernán Gómez de Ciudad Real que hablando de la corte de don Juan el I, decía al Obispo de Astorga: He mandado a vuestra merced tres epístolas, en que relaté todo lo que era acontecido en esta Babiloña (epístola 46).
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N-1,21,31. Nunca yo acostumbro despojar a los que venzo, acaba de decir nuestro hidalgo, como si hubiera vencido cien batallas, todo hueco y ufano con el vencimiento del barbero, y sin acordarse de los recientes palos de los yangÜeses.----En orden a los despojos, Don Quijote no estaba en lo cierto: era práctica frecuente despojar del caballo el vencedor al vencido. Así lo hizo Beltrán Guesclín o Claquín, Condestable de Francia, persona bien conocida en Castilla por haber servido al Rey don Enrique I en la guerra contra su hermano el Rey don Pedro, y uno de los preciados caballeros de su siglo, cuando venció en singular batalla a Guillermo Bramboc, caballero ingles, junto a la ciudad de Rennes (Colección de Memorias para la historia de Francia, tomo II, página 391). El mismo caso se repite muchas veces en los libros caballerescos.
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N-1,21,32. Se trata de los aparejos de un borrico. Esta chocarrería de Sancho hace reír, no menos que la gravedad y aire escolástico con que Don Quijote resuelve los casos de conciencia que le propone Sancho.
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N-1,21,33. En el Coloquio de los perros Cipión y Berganza, una de las más discretas novelas de Cervantes, decía un compositor de Comedias: Cuando sucedió el caso que cuenta la historia de mi comedia, era tiempo de mutatio capparum, en el cual los Cardenales no se visten de rojo, sino de morado... Yo no he podido errar en esto, porque he leído todo el Ceremonial romano por sólo acertar en estos vestidos.
Consultando yo ahora, como entonces el compositor de comedias, el Ceremonial romano, encuentro que dice así (Ib., título I, capítulo I): In vigilia Pentecostes Cardinales et pr祬ati Roman礠Curi礬 depositis cappis et capucii pellibus subduplicatis, accipiunt alias cum serico rubro sive cremesino. Y añade: H祣 mutatio capparum fit hidie in die festo Resurrectionis Donimic礼/em>. Antiguamente se mudaban las capas el día de Resurrección; pero en el siglo XIV, el Papa Urbano V, que residía con su Corte en Aviñón, trasladó esta mudanza a Pentecostés por razón del mayor frío del país. Así se observó por espacio de siglo y medio, hasta que a principios del XVI, el Papa León X restituyó la mudanza a su época anterior de la Resurrección.
Visto es que el mutatio capparum es el alivio de traje para el estío, en que se sustituía el forro de seda al de pieles que se usaba durante el invierno; y conforme a esto, solía llamarse tiempo de mutación la canícula. Suárez de Figueroa, hablando de Roma en su Pasajero (Alivio I), dice: La entrada por mutaciones (esto es, caniculares) suele producir muerte casi certísima. Y el mismo Cervantes, en sus novelas, cuenta que el Licenciado Vidriera, por ser tiempo de mutación, malo y dañoso para todos los que en él entran o salen de Roma, como hayan caminado por tierra, se fue por mar a Nápoles. Cervantes, que había residido algún tiempo en Roma, donde sirvió de camarero al cardenal Aguaviva, no podía ignorar, ni la temperatura de aquella ciudad ni los negocios de la guardarropa de su amo. Y atendido su genio y humor, no es imposible que esta mutación de capas, aplicada aquí a la de los aparejos de los asnos, envuelva alguna alusión maligna a personas y sucesos de aquel país y de aquella época.
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N-1,21,34. Está invertido el orden de las palabras, el cual debiera ser: de las sobras del real del acémila que despojaron.----Real es campamento o campo militar, costra; y se da este nombre a la acémila en que llevaban el repuesto de sus provisiones los clérigos que acompañaban al cuerpo muerto del capítulo XIX, y que, según allí se dijo, estaba bien bastecida de cosas de comer. Dice sobras, porque verdaderamente lo eran de lo que amo y mozo comieron después de aquella aventura, como se refiere al fin del expresado capítulo.----Despojos se dice con propiedad de lo que el vencedor encuentra y coge en el campamento enemigo después de la victoria.
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N-1,21,35. El lenguaje de este período, que no está bien concertado en las demás ediciones, donde se dice: que cortada la cólera, etcétera, queda corriente en ésta con la levísima alteración de poner y en lugar de que: así es de creer que estaría en el manuscrito original de Cervantes.
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N-1,21,36. En esto creía Don Quijote que consistía la fuerza de las aventuras, siguiendo la opinión y el ejemplo de los caballeros andantes, los cuales vagaban por donde los guiaba la suerte. Así lo hicieron Amadís de Gaula y otros. Del Caballero de Cupido se cuenta, que después de haber libertado a dos doncellas de unos caballeros que querían deshonrarlas, tomó la primera carrera que vido, sin querer llevar camino cierto (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo XXVII). El Infante Floramor, al salir del castillo de Arcaleo, formando él su camino sin llevar cabo cierto, se fue por do la ventura lo quiso guiar (Ib., cap. XVI). Esto no era sólo por tierra, sino a veces también por mar. Cuando se embarcaron primero el Príncipe don Falanges y después la Princesa Alastrajarea para buscar a su hijo Agesilao, mandaron a los marineros que alzadas las velas dejasen ir las naos por donde las llevasen las corrientes o el viento (Florisel, par. II, cap. LXII). Los tres caballeros Rosaldos, Arlante y Rorafán salieron de Constantinopla en busca del Emperador, a quien había robado con sus artes un nigromante; y para ello se metieron en una barca con solos dos marineros, dando las velas al viento, que muy frío lo hacía, sin llevar camino cierto más de aquel que la fortuna ordenar quisiere. (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LXXVI). El caballero de la Ardiente Espada dejó en tierra dormido a su compañero Gradamarte, y entrando en su barca, dijo a los marineros que la soltasen y la dejasen ir donde la ventura llevarlos quisiere... Los marineros cumplieron su mandado, y así fueron por la mar, no haciendo otro camino más de aquello que la ventura dellos quería hacer (Amadís de Grecia, parte I, capítulo LXI).
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N-1,21,37. La voluntad quiso pleonasmo que se evitara diciendo: Se pusieron a caminar por donde fue la voluntad de Rocinante, o por donde Rocinante quiso. Un caso parecido de esta deferencia de los caballeros a la voluntad de sus caballos, y referido con la misma expresión que acaba de tacharse, se lee en el Espejo de Príncipes (parte I, lib. I, cap. IV), donde se cuenta que el Caballero del Febo soltó la rienda a su caballo, para que guiase a la parte que más su voluntad quisiese. De Palmerín de Oliva se cuenta en su historia, que en cierta ocasión tomó su camino por donde el caballo lo quiso llevar, que él no sabía la tierra ni a qué parte ir (cap. CXXV). En el romance viejo del Marqués de Mantua.
El caballo iba cansado
de por las breñas saltare...
El Marqués muy enojado
la rienda le fue a soltare;
por do el caballo quería
lo dejaba caminare.
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N-1,21,38. El diálogo que sigue entre caballero y escudero es uno de los más divertidos del QUIJOTE. Dio para él ocasión el silencio forzado que había impuesto a Sancho el precepto de su amo. Sancho, que naturalmente era parlero, llevaba muy a mal no poder hablar sin medida ni tasa todo lo que quisiera; impaciencia que se indica agudamente con las palabras aquel áspero mandamiento del silencio, como si se tratase de una cosa pasada largos tiempos atrás, siendo así que sólo habían podido transcurrir pocas horas desde el amanecer de aquella mañana, en que con motivo del chasco de los batanes y mofa de Sancho, le prohibió hablar Don Quijote, hasta el punto en que se hallaban, que era acabado de almorzar, según aquí se refiere, y por consiguiente, no muy entrado el día; y ya dice Sancho, que se le han podrido más de cuatro cosas en el estómago.
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N-1,21,39. Departir, verbo anticuado, comunicar, hablar uno con otro, siendo dos solos los interlocutores. El Arcipreste de Hita decía, en la relación de las cosas de Doña Endrina:
+Por qué quieres departir
Con dueña que te non quiere nin escuchar nin oír?
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N-1,21,40. La punta o extremidad de la lengua se llamó pico por la semejanza con el de las aves. Pico se derivó evidentemente de Beco palabra provincial según Suetonio (Vida de Vitelio, capítulo XVII), que ya entonces significaba entre los galos antiguos lo mismo que ahora entre los franceses modernos.
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N-1,21,41. Quiere decir olvidadas. Alúdese a la costumbre de ponerse entre los renglones escritos lo que se olvidó al escribirlos.
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N-1,21,42. Discurso de Don Quijote, sobre toda ponderación gracioso, que declara el extremo y último punto adonde pudo llegar y llegó la locura de nuestro hidalgo, y el inimitable ingenio de Cervantes.----Proponía Don Quijote lo conveniente que sería cobrar fama antes de presentarse a algún Emperador o Monarca, y para ello, andar por el mundo como en aprobación, buscando las aventuras. Esta es la misma especie de noviciado que quería hacer Polendos antes de ir a servir al Emperador su padre, y así se lo proponía a su madre la Reina Griana, como se cuenta en la historia de Primaleón (cap. VII). El Infante Floramor, antes de presentarse a servir al Emperador de Constantinopla, anduvo muchos días de unos cabos en otros deshaciendo muchas fuerzas e infinitos agravios, venciendo fuertes caballeros, tanto, que otra cosa ninguna en todo el imperio no se hablaba (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XVI).
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N-1,21,43. Títulos de aventureros que se encuentran en los libros de Caballerías.Caballero del Sol se llamó el del Febo, porque llevaba un sol por divisa (Espejo de Príncipes, parte I, lib. I, capítulo LI). En la historia de Palmerín de Oliva se introduce un caballero apellidado del Sol, por el que traía figurado en el escudo (capítulos XLII y LI).
En el nombre de Caballero de la Serpiente se pudo indicar a Esplandián, que se denominó así, según se ve a cada paso en sus Sergas; y en el capítulo CLXV se le apellida el Caballero de la Gran Serpiente o Serpentino.
En las ediciones primitivas del año 1605, en lugar de Serpiente se había puesto Sierpe: Cervantes lo mudó en la de 1608. El Caballero de la Sierpe era Palmerín de Oliva, que tomó este nombre por la que mató en la montaña Artifaria, al ir a buscar el agua de la fuente que guardaba la Sierpe, y con la cual debía sanar y sanó su abuelo Primaleón, Rey de Macedonia (Palmerín de Oliva, cap. XX).
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N-1,21,44. El adjetivo alguno, pospuesto al sustantivo suele ser negativo y equivaler a ninguno. En el caso presente debió anteponerse, diciendo: ééste es el Caballero del Sol, o de la Serpiente, o de otra alguna insignia; pudiera también haberse omitido, que quizá fuera lo mejor.
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N-1,21,45. Decimos Gran Turco, pero no Gran, Mameluco; ni Mameluco es cosa de Persia sino de Egipto, ni Mameluco es nombre de dignidad, como el de Soldán, que es el que se da a los Príncipes mahometanos que dominaron en Persia y Egipto durante la Edad Media. Por manera que las tres palabras citadas de Don Quijote incluyen cuatro disparates, pero los locos tienen libertad, todavía más amplia que los pintores y poetas, para inventar y fingir cuanto quisieran. Un Soldán de Egipto fue el que comprando turcos o circasos, los adiestró en la milicia y les dio la guardia de su persona, corriendo el siglo VI de la Egira, XII de Jesucristo. Mameluco, según dicen, en árabe significa esclavo, y este nombre general se aplicó en particular a los mencionados de Egipto, los cuales, hechos dueños de la fuerza pública, a poco se apoderaron del mando y reinaron hasta el siglo XVI, en que los sojuzgó el Gran Turco Selím.
Del desencanto de un Soldán de Egipto se hace relación en la historia del Caballero de la Cruz (lib. I, cap. LXV). El encantador había sido el gigante Trasileón, que también era nigromático, y habiendo preso por sus artes al Soldán junto con su mujer y su hija, los tenía encantados en la isla de Creta. Lepolemo venció al gigante y libertó a los desgraciados.
El Príncipe Agesilao, disfrazado con traje de mujer y nombre de Daraya, después de matar al fiero monstruo Cabalión, deshizo en el castillo del Roquedo el encanto de los Reyes Rosafar y Artifira; al deshacer el artificio mágico, tan gran ruido se hizo, que mas de diez leguas alrededor se oyó (Florisel de Niquea, parte II, capítulo LXXI).
Los encantamentos eran parte de los tuertos que tocaba enderezar a los caballeros andantes, y las relaciones de los desencantos dieron frecuente asunto a sus coronistas. Así, Rugero deshizo el encanto del castillo de Atlante, dando libertad a los caballeros y doncellas que estaban dentro, según refiere Ariosto canto 22). Ocioso es añadir más ejemplos.
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N-1,21,46. No fue tan largo el encantamiento del Caballero Garadán, que hacía cerca de cien años estaba encantado en un sepulcro, cuando lo libertó Flortir (Historia de Platir, parte I, capítulo LXXVI); pero no le iría muy lejos, si no le excedió, el de Policena y Aquiles, de que se habló poco ha en una nota de este mismo capítulo, y había durado desde la guerra de Troya hasta los tiempos de don Belianís. De Oger Danés, uno de los Pares de Francia, se cuenta que la Fada Morgaina lo tuvo encantado en la ínsula de Avalan por espacio de doscientos años; un descuido de la Fada le permitió gozar por un año de su libertad; y pasado este plazo, Morgaina volvió a encantarlo para siempre. Igual operación hizo la misma Morgaina con su hermano el Rey Artús, que es otro de los encantamentos más notables y dilatados que se mencionan en las historias caballerescas.
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N-1,21,47. No, sino de boca en boca, como se diría con más propiedad.
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N-1,21,48. Fenestra, palabra latina anticuada por el desuso actual, pero frecuente en nuestros primeros escritores, como se ve por los Poemas del Cid (verso 17), y de Alejandro (copla 1103), por el Arcipreste de Hita (copla 1387) y por la Gran Conquista de Ultramar (lib. I, cap. CLIX). El autor del Diálogo de las lenguas la prefería a ventana (pág. 135).
Pararse a las fenestras; frase también anticuada, ponerse a las ventanas. En la historia del Caballero del Cisne, hablándose de Godofre de Bullón, se dice: Por las finestras se paraban a verlo las dueñas é doncellas... é cada una dellas lo codiciaba por marido. E si ellas bien lo conosciesen, no lo harían, ca este fue hombre a quien Dios quiso guardar, que nunca en su vida ovo voluntad de mujer, ni fizo pecado mortal (Gran conquista de Ultramar, libro I, capítulo CLIX). En la crónica de don Belianís de Grecia, el Emperador de Constantinopla y el Rey de Hungría, parándose a una finestra del castillo, vieron venir de hacia la ciudad tanto número de caballeros, que pasaban de treinta mil (lib. I, cap. IX). Ya se ha hecho en otra parte la observación de que Cervantes, para ridiculizar los libros caballerescos, suele usar de los arcaísmos que en ellos son tan frecuentes. En la historia de Florisel de Niquea y otras, hay ejemplos de Reyes, Príncipes y Princesas, asomados a las finestras de los palacios para recibir a caballeros andantes y otros personajes principales.Real, rey, reino; repetición áspera, de sonido desagradable.
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N-1,21,49. Solían los caballeros llevar pintada en el escudo y en las armas alguna insignia de donde tomaban nombre, como el Caballero del Selvaje, el de los Basiliscos, de las Flores y otros semejantes. A imitación de éstos, cuando Don Quijote aceptó el nombre de Caballero de la Triste figura que le puso su escudero Sancho, determinó de hacer pintar cuando hubiese lugar, en su escudo una muy triste figura (parte I, capítulo XIX).
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N-1,21,50. Sus, interjección nacida del latino sursum, arriba, que igualmente se usó en el francés antiguo, de lo que hay ejemplo en la historia de Tristán. Del mismo origen vino el adverbio castellano suso, que también significa arriba, y es correlativo de ayuso, abajo. Gonzalo de Berceo, en los Signos del juicio, hablando de los cuerpos de los bienaventurados, dice (copla 56):
Volarán suso et yuso a todo su taliento.
Estas voces se hallan ya hace tiempo anticuadas, pero se conservaron alguna vez cuando dos sitios de igual nombre, estando inmediatos, necesitaban distinguirse por su situación, como sucedió con el monasterio de San Millán de Suso, donde se crió el mencionado Gonzalo de Berceo, y se llamó así para distinguirse del monasterio de San Millán de Ayuso.
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N-1,21,51. En los torneos de Londres, al entrar en la liza don Belianís con la divisa del Licornio, todos pusieron en él sus ojos, y por todo el campo se levantó una gran voz diciendo: ya viene la fiar de los caballeros (Belianís, lib. II, capítulo XVII) Esta especie de saludo se hizo también a Don Quijote, cuando al entrar en el castillo de los Duques, la gente de los corredores decía a grandes voces: Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes (parte I, capítulo XXXI).
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N-1,21,52. Modo defectuoso de saludar, a que solía llamarse también dar paz en el rostro, expresión frecuente en nuestros libros antiguos de todas clases, tanto profanos como espirituales y místicos.
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N-1,21,53. Debió decirse: Sucederá tras estoàà que ella ponga los ojos en el caballero, y él los suyos en ella. Para conservar la última parte de la expresión, como se halla en el texto, la anterior debió ser que ella ponga los ojos en los del caballero; de otra suerte, falta la debida correspondencia entre ambos miembros de la frase. En la historia de Palmerín de Oliva se lee una expresión muy semejante e igualmente defectuosa: Palmerín se había enamorado de Polinarda antes de verla; la vio, finalmente, en el aposento de la Emperatriz su madre; y mientras que ésta hablaba con Palmerín, él no partía los ojos de Polinarda; ella, asimismo, a él (Palmerín de Oliva, cap. XXX), quedando ambos presos y enlazados en la intricable red amorosa, como sucede en el caso que describe aquí Don Quijote. Otro tanto acaeció en el de Perión de Gaula, cuando Garinter, Rey de la Bretaña, lo presentó a la Reina su mujer, que estaba con la Infanta Elisena su hija: como aquella Infanta tan hermosa fuese y el Rey Perión por el semejante..., en tal punto y hora se miraron, que... no pudo tanto que de incurable y muy gran amor presa no fuese, y el Rey asimismo della (Amadís de Gaula, en la introducción).
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N-1,21,54. 54 Manto, ropa talar propia de gente principal; era obsequio ponérselo a los caballeros cuando se desarmaban. Después que el Rey Amadís de Gaula, bajo el nombre de Caballero Bermejo, hubo vencido al traidor Mauden, Fulurtín, hijo del Rey Magaden de Sabá, por honrarle, le desarmó por sus manos, y mandóle traer un muy rico manto con que se cubrió (Amadís de Grecia, parte I, cap. LI).
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N-1,21,55. Jubón o justillo, ropa interior que se llevaba debajo de las armas. Farseto es palabra italiana, nacida primitivamente del latín farcio, porque el farseto solía ser colchado. Ariosto cuenta que en cierta ocasión Marfisa, para armarse, se quitó el traje mujeril y salió en farseto (Orlando furioso, canto 26, est. 80). Y en otra parte (canto 17, estrofa 131), dice:
Fu Grifon a gran vergogna in piazza
Quando piu si trovó piena di gente.
Gli avena llevato l′elmo la corazza.
E lasciato in farsetto assai vilmente
.
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N-1,21,56. En una fiesta que el Emperador Arquelao daba en obsequio de don Olivante de Laura, hizo venir a su hija, la Princesa Lucenda, acompañada de sus doncellas. Olivante jamás sus ojos de la Princesa apartaba, la cual todas las veces que tenía lugar hacia lo mismo, dándole a entender su voluntad con tan amorosa vista (Olivante, lib. II, cap. XXXI).
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N-1,21,57. A hurto es como se dice comúnmente; pero Cervantes empleó el arcaísmo furto, para remedar el lenguaje de los libros caballerescos. A lo mismo se dirigen fenestras por ventanas, fermosas por hermosas, tablas por mesas, talante por voluntad, palabras que Don Quijote emplea también en su discurso.
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N-1,21,58. No lo había dicho, pero así se lo dictó su locura en aquel momento. El elogio que había hecho de la Infanta, se reducía a que era una de las más fermosas y acabadas doncellas del mundo, y aun lo último pudo tener algún sentido maligno, propio de la festiva y juguetona imaginación de Cervantes.
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N-1,21,59. Es comunísimo en los libros de Caballerías que las aventuras lleguen a los palacios, levantadas las tablas, y estando los Príncipes de sobremesa después de comer; aquí es después de cenar, hora poco verosímil en este género de sucesos; aunque no falta ejemplo en los anales caballerescos, como el de lo ocurrido en la ciudad de Guindaya, donde la Reina Sidonia una noche, después de haber cenado, estando en gran solaz, en la gran sala entraron cuatro desemejados jayanes; aventura dispuesta por el nuevo Rey de Rusia y deshecha por la sabia Urganda y su marido Alquife. (Florisel, parte II, cap. CLXVI).
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N-1,21,60. Los enanos hacen mucho papel en las historias de los andantes, ya como adornos en las pompas solemnes, ya como servidores de los caballeros y compañeros de sus viajes y aventuras, ya, finalmente, como enviados con recados a damas o a Reyes y Príncipes. Regularmente se suponían de fea y ridícula figura. Venían con la doncella, se lee en Amadís de Grecia, dos enanos tan feos que espanto ponían (parte I, capítulo LXVI). En la historia de Lisuarte se cuenta que la Infanta Melia, gran mágica, envió una carta al Emperador, amenazando que destruiría la ciudad de Constantinopla y toda la cristiandad; un enano, el más disforme que visto habían, entregó al Emperador la carta con el sello de Melia, y de él pendían sesenta y siete sellos de plata de otros tantos Príncipes infieles, que apoyaban las amenazas de Melia (Lisuarte de Grecia, capítulo VII). Cuando se bautizó el Príncipe don Policisne de Boecia, fue llevado a la iglesia en un carro triunfal tirado de ocho caballos montados por otros tantos enanos tañendo unos instrumentos de nueva arte hechos, que muy dulce son hacían (Policisne, cap. XVI). La historia del mismo Príncipe describe una extraña aventura que vino por mar a la corte del Rey Minandro. Salieron de la nave seis enanos tañendo sendas arpas, y detrás otros seis con blandones negros, los bonetes quitados y puestos en la boca. En pos de ellos venía un enano de grande edad en una rica silla, que otros cuatro enanos conducían en sus hombros. A sus pies traía una corona de oro con muchas piedras muy preciadas, y en la mano una larga vara de oro. Seguíale un desemejado jayán que traía un cajón en sus brazos. El enano viejo era Corante, Rey de Panoria, que venía a pedir socorro contra un usurpador que le tenía ocupado su reino; socorro que hacía ya sesenta años andaba buscando, sin encontrarlo. Acompañaban asimismo a Corante otros doce enanos que tañían instrumentos de cuerdas y otros de hueso blanco a manera de dulzainas. El gigante se llamaba Argatón, y servía de guardia a su Majestad Enana. En el cajón iba la trampa encantada, que trastornaba el sentido de los que la tocaban, menos el de quien había de acabar la aventura (Ib., capítulos XXIX y XXX). Doce enanos trajeron a Constantinopla el cartel de desafío que enviaban Bruzartes, Rey de Rusia, y demás Reyes orientales a los Señores y Príncipes de la casa Griega. Notificado que fue el cartel en la sala del palacio, sin más respuesta se tornaron a salir, y en sus palafrenes se fueron (Florisel, parte I, cap. CLXX).
A veces hacen también papel las enanas, como aquellas cuatro que, vestidas de brocado, venían cabalgando en cuatro unicornios, que con otros veinte tiraban del carro triunfal de la Emperatriz Archisidea, según se refiere en la cuarta parte de Florisel (cap. XI). En Amadís de Gaula se lee, que cuando Beltenebrós se puso en camino desde la Peña Pobre para ir a presentarse a Oriana, estando descansando junto a una fuente, vio venir una carreta, que doce palafrenes tiraban e dos enanos encima della que la guiaban (cap. LV).
Los libros de Caballería, donde tanta mención se encuentra de enanos, apenas hablaron de pigmeos, y eso lo hicieron estropeando su nombre. En la historia de don Policisne de Boecia se cuenta que Panfirio, hijo del Rey de Escocia, siendo de edad de catorce años, armado caballero por su padre, salió a buscar aventuras y llegó a una isla habitada por 105 pigmeos que eran tan pequeños como un codo: montaban en perros, unas conchas les servían de adargas, y las lanzas no pasaban de tres palmos. El Caballero Negro (Panfirio) alzaba cuatro de ellos con una sola mano. Reinaba allí el sabio Sarfin, a quien le pasaba la barba de la cinta, y le daba en el arzón de la silla. Panfirio supo de él el modo de vencer la sierpe encantada que guardaba a la Infanta Menardia convertida en cierva (caps LXI y LXII). Volviendo a los enanos, los libros de Caballería, aunque fingidos, pintaban las costumbres generales de la era en que se suponían escritos. El carro cargado de lanzas para el Paso honroso que Suero de Quiñones celebró a orillas del Orbigo, y se ha citado ya otras veces en estas notas, como el documento que contiene más pormenores acerca de los usos caballerescos reales y verdaderos del siglo XV en Castilla, iba tirado de dos grandes y hermosos caballos, y encima del carro un enano que lo guiaba.
En aquel tiempo se miraba como ostentación propia de las casas de los poderosos, tener no sólo albardanes o bufones, sino también enanos. Esta clase ridícula de adorno no fue desconocida en la antigua Roma. A pesar del carácter melancólico y sombrío de Tiberio, hubo entre sus juglares un enano que solía asistir a su mesa, como cuenta Suetonio (cap. LXI). Plinio habla de otras enanas que habían servido de diversión en el palacio de Augusto (libro VI, cap. XVI). En la corte de nuestro Felipe I vivió un enano llamado Estanislao, polaco de nación, gran cazador de arcabuz, en que era diestrísimo. Gonzalo Argote de Molina, en el Discurso de la Montería, refiere la pelea que tuvo Estanislao una vez con un águila, y otra con una grulla, después de herirlas y derribarlas; murió el año de 1577 (Discurso de la Montería, canto 29). Es notable que en otras cosas que en tiempos de Plinio y de Juvenal se contaban de los pigmeos, era una que éstos traían guerra perpetua con las grullas, de las que solían ser vencidos (Plinio, libro VI, cap. I. Juvenal, sát. 13); pero entonces no había arcabuces.Simón Bonamí fue un enano de quien escribe el P. Eusebio Nieremberg en su Curiosa Filosofía (lib. II, cap. XVI): Los años pasados vimos en esta corte a Bonamí: así se llamaba un hombrecillo que por la prodigiosidad de su pequeñez fue traído a la Majestad de Felipe II para grandeza de su palacio. Para los que no le vieron, se exagera su pequeñez y delicadez con lo que le pasó a un caballero de esta corte, que en un tapiz le dejó colgado con un alfiler, que aunque fuese más que de á blanca, es harto encarecimiento. El caso pasó así, y sucedió en palacio. Suárez de Figueroa, en el Pasajero (Alivio I) llama a Bonamí áátomo de criatura, vislumbre de niño, príncipe de enanos, pensamiento visible, burla del sexo viril, melindrillo de naturaleza. Sin embargo de tanta pequeñez, por unas décimas de don Luis de Góngora que se leen entre sus obras (edición de 1654, folio 62), parece que Bonamí rompió alguna vez su rejón en un toro. El mismo Góngora y Lope de Vega le hicieron epitafios en su muerte, que fue anterior al año de 1617. Hubo asimismo enanos en el palacio de Felipe IV, según las noticias recogidas por Pellicer en las Memorias del histrionismo, aquel Príncipe asistía tal vez al teatro acompañado de un enano (tomo I, pág. 191). Acaso fue este el original que retrató registrando un libro don Diego Velázquez, y existe en el Real Museo de Pinturas. Allí está también el célebre cuadro del mismo Velázquez en que pintó a la Infanta doña Margarita, con los retratos de otros dos enanos, varón y hembra, que se ven en la comitiva, y según cuenta Palomino, se llamaban Nicolasico Pertusato y Mari Barbola (Vidas de los pintores, en la de Velázquez, par. VI).
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N-1,21,61. Lenguaje oscuro. Hecha significa lo mismo que propuesta o forjada.Después de la palabra sabio convenía haber puesto declarando o algo equivalente que hiciese sentido.Aventura se llama cualquier suceso de los referidos en los libros de Caballería; pero además de esta significación general, en varias ocasiones, como en la presente, vale tanto como problema caballeresco. Su objeto por lo común era alguna empresa de dificultad, valor y peligro cuyo desempeño (que era la resolución del problema) realzaba la nombradía y el mérito del aventurero que le daba felice cima, especialmente cuando otros la habían probado sin acabarla. Entre las más conocidas y famosas se cuentan las aventuras del Arco de los leales amadores, y de la Cámara defendida. Apolidón, tan valiente caballero, como sabio nigromante, señor de la ínsula Firme, al dejar este señorío por el imperio de Grecia, fabricó un arco encantado, por el cual no podía entrar hombre ni mujer que hubiese errado a quien primero comenzarán a amar; los que estaban en este caso e intentaban pasar por el arco, eran repelidos por una fuerza invisible e irresistible. Dejó también encantada la cámara en que había vivido con su amiga Grimanesa, y en ella unas letras que decían: Aquel que pasare en bondad, entrará en la rica cámara, y será señor desta ínsula, con esto nombró un gobernador que recogiese las rentas, y las guardase para el que acabase la aventura. Pasaron cien años sin que lo consiguiese ninguno de los que lo intentaron, hasta que Amadís de Gaula pasó sin obstáculo por el arco, y entró en la cámara; de cuyas resultas fue reconocido por señor de la ínsula (Amadís de Gaula, cap. XLIV).
Otras aventuras se describen en la historia de Amadís, como la de la Verde Espada, que ganó llamándose Beltenebrós (Ib., cap. LVI); en el libro de Olivante la aventura de los Donceles (lib. I, cap. XXXIV); en el de Primaleón la del Espejo, que acabó el Príncipe don Duardos (cap. CXXVI); en el de Belianís la aventura de la Puente desdichada (lib. I, cap. XI) y otras infinitas de que están llenos los libros caballerescos desde la Demanda del Santo Grial, la más antigua de todas.
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N-1,21,62. Pro, voz antigua que significa utilidad o provecho, de que se formó proeza, hazaña, y que entra en la composición de prohombre, persona principal o de importancia. Prohombre llamó a Adán nuestro poeta Gonzalo de Berceo en el siglo XII, y antes el autor de Poema del Cid había usado de la palabra pro, unas veces como sustantivo en significación de provecho, y otras como adjetivo en la de honrado. Los Infantes de Carrión decían a Alvar Fáñez, cuando éste se volvía de la corte del Rey don Alonso a Valencia:
En todo sodes pro, en esto así lo fagades
saludadnos a Mio Cid el de Bibar.
Y más adelante se lee:
Varones de Santestaban a guisa de muy pros
reciben a Minaya e a todos sus varones.
En un romance del Cid:
Non es de sesudos homes
ni de infanzones de pro
facer denuesto a un fidalgo
que es tenudo más que vos...
Aquesto al Conde Lozano
dijo el buen Cid Campeador.
Cervantes, en el texto presente, usó del nombre pro como masculino: el citado Poema del Cid le usó unas veces como masculino y otras como femenino. Continuó por largo tiempo la variedad, como se ve por muchos ejemplos en el Conde Lucanor; pero al fin prevaleció el género femenino, y así se observa ya en el libro de la Montería, del Rey Don Alonso el XI (lib. I, al fin del Cap. XXXI), en el Doctrinal de Caballeros (lib. I, tít. II) y en el Corbacho, del Arcipreste de Talavera (parte I, capítulo IV).
Siguióse la misma práctica en los libros caballerescos. La noche que se desposó el Príncipe Lepolemo con la Infanta Andriana, el gigante Trasileón, llegándose al Príncipe, le dijo: Señor, buena pro le haga a V. A. la pérdida de la libertad (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. CLI). Pidiendo Policisne de Boecia a la vieja Caruza que le dejase ver a su escudero Tarín, le respondió: eso vos temía a vos y a él poca pro (Policisne, cap. VII). Conforme con esto, el uso actual ha dado la preferencia al género femenino en la expresión de buena pro le haga, fórmula del remate en las subastas judiciales, y única ocasión en que se conserva la palabra pro.
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N-1,21,63. Mejor estuviera que cae al aposento, y mejor aún al que cae el aposento, porque el aposento es el que cae al jardín, y no al revés.
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N-1,21,64. Las aventuras de rejas de jardín, y despedidas de los aventureros y sus damas por ellos, son frecuentísimas en los libros de Caballerías.
El de Amadís de Gaula refiere menudamente el modo de que en el principio de sus amores habló con su señora Oriana, que fue por una finestra pequeña con una redecilla de hierro, que caía al jardín desde la cámara de la Princesa, presenciándolo su confidenta la doncella Mabilia. Gandalín, que la mañana vido llegar, dijo: Señor, como quiera que vos dello non plega, el día que cerca viene, nos costriñe ó partir de aquí... Oriana dijo: señor, agora vos id... Amadís, tomándole las manos que por la red de la ventana Oriana fuera tenía limpiándole con ellas las lágrimas que por el rostro le caían, besándoselas muchas veces, se partió della (capítulo XIV). Siendo medianera la doncella Alquifa habló Perión de noche con su señora Gricileria por una reja de su habitación, que caía al jardín de su padre el Emperador de Trapisonda, y al despedirse, besándoselas (las manos) muchas veces, se las hinchó de lágrimas (Lisuarte, cap. LVII). Otro tanto hizo Palmerín de Oliva con su señora por una reja del aposento de su doncella Brionela, que caía a un corral donde había muchos árboles. Jamáz quisiera Palmerín que amaneciera: mas como vieron que era hora de irse, convínoles hacerlo (Palmerín de Oliva, cap. XXXV).Palmerín de Inglaterra, después de hablar largo rato con su señora por la reja del jardín de Flérida, tomándole una mano, la besó muchas veces... y porque la mayor parte de la noche era pasada, y comenzaba a venir la mañana, se despidió (Palmerín de Inglaterra, parte I, cap. CXXXV).Florendos vio a su señora Griana en una huerta que estaba cabe su cámara, que era el lugar más apartado de los palacios del Emperador, siendo sabidor y medianera la doncella Lerina. Allí Florendos fue afincar los hinojos delante della, y tomóle las manos por fuerza, y besóselas muchas veces (Palmerín de Oliva, cap. V). Estándose hablando por una reja Leandro el Bel, llamado el Caballero de Cupido, y su señora la Princesa Cupidea a presencia de la doncella Floreta, se dieron palabra de matrimonio, y Floreta, tomándoles a ambos las manos derechas, los desposó con aquellas palabras que la Iglesia ordena; y luego los hizo dar paz no sin mucha vergÜenza de la Princesa (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XLVI). En esta misma reja, delante del mismo Caballero de Cupido y de la misma Floreta, se vieron, hablaron y dieron palabra de matrimonio el Caballero Floramor y la Infanta Clavelinda: y luego fueron desposados por mano del Caballero de Cupido (Ib., cap. LXXII). Otro desposorio semejante celebró la doncella Ricandia; estando en su aposento Florambel y la Infanta Graselinda, les propuso que se desposasen; Graselinda bajó los ojos y Florambel dijo que por su parte la aceptaba por mujer. Preguntada la Infanta si era contenta respondió que sí, y Ricandia, que aquello oyó, e vido las voluntades conformes, les tocó sus fermosas manos, y los desposó ante una imagen de Nuestra Señora que ende estaba (Forambel, lib, V, capítulo XXI).
Las historias de Caballerías hacen frecuente mención de doncellas medianeras, terceras o confidentas de las Princesas enamoradas. Tal fue Estefanía en los amores de Tirante y Carmesina; Elisea en los de Hipólito y la Emperatriz; Brangiana en los de Tristán e Iseo; Darioleta en los de Perión y Elisena; Floriana en los de Belianís y Florisbella; Fileria en los de Florineo y Beladina, con otras que fuera largo contar. Alguna vez ejercieron este oficio las mismas Princesas, como las Infantas Matarrosa y Galercia con Florisbella y Lucenda, señoras de Belianís y Olivante; y no siempre fueron medianeras de amores felices, como sucedió a Lindorena, confidenta de la Princesa Clarístea, amante no correspondida de Belianís.
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N-1,21,65. Está viciado el texto, y no hace sentido; lo haría diciéndose: estará en poco el acabársele la vida; o faltará poco para acabársele la vida. Algo más abajo hay otra expresión semejante, que también está defectuosa: Y falta poco de no dar indicio manifiesto de su pena Debió ser: Y falta poco para dar indicio, etcétera; o está en poco el no dar indicio manifiesto de su pena.----Poco después se dice: madruga muy de mañana; es pleonasmo; madruga mucho, o se levanta muy de mañana, es como convenía haberse dicho.
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N-1,21,66. En la edición de 1608 se lee: Diciéndole, habiéndose despedido de los dos, etcétera. Las primitivas de 1605 pusieron dicenle, y así debió ponerse en todas, porque lo piden el sentido y la analogía. Fue nueva errata, añadida a las de las ediciones anteriores.
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N-1,21,67. Este caso de dudas de las Infantas y Princesas y consuelos de sus doncellas acerca de la alcurnia de los aventureros, se repite muchas veces en los libros de Caballerías. La Princesa Lucenda manifestaba a su confidenta Galercia la inquietud en que estaba, por no saber la calidad de Oliviante, de quien estaba enamorada. Y tratando de averiguarla de su escudero Darisio, éste les dijo el motivo que había para creer que era hijo de uno de los grandes Príncipes de la cristiandad; a lo que añadió Galercia: Cierto, sus obras no dejan de mostrar de ser de muy clara y alta sangre su nacimiento (Olivante, libro I, caps. XXXI y XXXI). Al cabo vino a saberse que Olivante era hijo de Aureliano, Rey de Macedonia (Ib., lib. I, cap. XIV).
Decía la Princesa Florisbella a su prima y confidenta la Infanta Matarrosa, hablandole del Caballero de los Basiliscos, bajo cuyo nombre se ocultaba el Príncipe don Belianís de Grecia: íAy, querida prima! +Cómo queréis que no muera en desconsueloàà pues he dado del todo las riendas de mi libertad a un caballero que no sé quién es, vencida y sujetada sólo por el valor y destreza que tiene en las armas justamente con la más extremada hermosura y apostura que jamás se vio? Y Matarrosa le contestaba: +Cómo podéis vos pensar que un caballero dotado de tales virtudes sea de bajo estado? (Belianís, lib. I, cap. VI).
Antes de descubrirse que el Caballero de Cupido era hijo del Emperador de Alemania, su amante, la Princesa Cupidea, desahogaba con su doncella Floreta la pena de no saber la calidad de su querido. Floreta la animaba, y, después de otras razones, le decía: Cuanto más, que en un caballero tan perfecto y acabado en todas bondades no faltará la alteza de linaje... No creo yo que a quien Dios dotó de alteza de armas y hermosura, dejase sin el de linaje (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XLVI).
Igual cuidado y solicitud mostraba la Infanta Olivia a su doncella Fidelia, en la historia del Caballero del Febo, antes de que supiese que Rosicler era hijo de la Princesa de Hungría (parte I, lib. I, caps. XXXVII y XLVI). Hablando la Infanta Flérida con la doncella Artada de su amor al Príncipe don Duardos, quien para poder hablarla se había presentado con disfraz de labrador y nombre de Julián, le manifestaba su cuidado por no saber si era villano, según aparentaba, o caballero, como había dicho, y Arlada le contestó: El es tan apuesto y de tan buenos maneras, que yo no puedo creer que él sea villano: y bien puede ser (pues él dijo que era caballero) que sea de alta guisa (Primaleón, cap. Cl).Por fin estas señoras dudaban antes de casarse. Más apurado fue el caso de Beatriz, hija de la Duquesa de Bullón, la cual se casó con el Caballero del Cisne antes de saber quién fuese, en premio de haber defendido a ella y a su madre de las demasías del Duque Rainer de Sajonia. En tal estado se le apareció un ángel, de quien quiso informarse y le dijo: Vos pido merced que me fagades saber deste caballero que conmigo es casado, que tan famoso es, de tan buenas mañas é tan buen caballero de armas, si es de gran linaje o cómo es su fecho... Respondióle el ángel... De su linaje, por que preguntaste, te digo que es tan fidalgo de todas las partes donde él viene, que el Emperador de Alemaña no lo es más de allí donde él más vale, é desto sed bien cierta (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. LXXXII).
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N-1,21,68. Grave se dice de las personas circunspectas y de costumbres severas, y se dice del carácter personal, no del linaje, que es de lo que aquí se trata. Grave se llamará a un Sacerdote o un Magistrado, pero no a un Príncipe ni a un caballero joven y gallardo. Así que en esta ocasión la denominación de grave está fuera de su lugar, o se quiso poner en ridículo a quien habla.
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N-1,21,69. Del que ya está consolado, es inoportuno y superfluo decir que procura consolarse. Otra cosa sería, y cesara enteramente el reparo, si en lugar de consolarse dijera procura componer el semblante, o alegrarse, como puso la edición de Londres de 1738.
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N-1,21,70. Semejantes fueron las aventuras que refiere la historia de Oliveros de Castilla. El cual, aplaudido del pueblo por su valor, y acompañado de los caballeros que habían salido a recibirle por mandado del Rey de Inglaterra, fue a su palacio, donde vio a la hermosa Infanta Elena: y prendado y correspondido de ella, sin que se supiese que era de estirpe real, aunque sus hechos y fisonomía le daban ser de gran linaje, pidió licencia al Rey para servirle en la guerra que le habían declarado los Reyes de Irlanda. Obtenida esta merced, le besó la mano y se despidió del Rey, y asimismo de su señora, no sin multitud de lágrimas. Sale de la corte, pelea con los enemigos, los vence en varias batallas, gana villas y ciudades, hace prisioneros a los Reyes de Irlanda, vuelve con gran triunfo a Londres, presenta los presos, y en premio de sus servicios recibe por mujer a la Infanta. Después se supo que era hijo del Rey de Castilla.
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N-1,21,71. Se triunfa del enemigo, pero no de las batallas. Debió escribirse triunfa en muchas batallas, y así diría acaso el original.
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N-1,21,72. El Príncipe don Duardos, ciegamente enamorado de la Infanta Flérida, hija de Palmerín, Emperador de Constantinopla, se la llevó robada. Después de varios sucesos, el Emperador, noticioso de las proezas de don Duardos, y de que era hijo del Rey de Inglaterra, perdonó a ambos, y los hizo venir a su corte, donde se solemnizaron sus bodas con grandes fiestas y alegrías (Primaleón, capítulos CLVI, CLXXX, CLXXXI y CXCIV).
El texto ofrece en este período una repetición desaliñada: la Infanta viene a ser su esposa, y su padre la viene a tener a gran venturo, porque se vino a averiguar, etc.
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N-1,21,73. Se ríe aquí Cervantes de la extravagante nomenclatura de reinos y estados fingidos, que se encuentran en las historias caballerescas. Tales son entre otros el reino de Sobradisa en Amadís de Gaula, el de Lira en el Caballero del Febo, el de Galdapa y el de Guindaya en Florisel, y el de Urmandia en Policisne.
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N-1,21,74. Narración rápida, sin conjunciones que la entorpezcan, y digno remate de la descripción de la imaginada historia del Caballero del Sol o de la Serpiente, que precede. En toda ella se ve el rapto de una desvariada fantasía, que, rotos los diques de la razón, se derrama cual torrente que sale de madre, y camina sin obstáculos que la detengan, ni otros límites que los que ofrece el campo de la caprichosa historia caballeresca. íQué bosquejo tan animado y tan consiguiente al efecto que la lectura de los libros de Caballería debió producir en el cerebro del hidalgo manchego! íQué propio del asunto de que se trata, y qué propio del carácter de quien habla! El estilo corre como las ideas; las expresiones son como inspiradas y proféticas; las imágenes se encadenan unas con otras, y el lector, arrastrado por la corriente de la narración, no puede detenerse.
Nótese el artificio (por supuesto, que no pensaba en ello Cervantes) con que se procede en este razonamiento de Don Quijote. Empiézase en él con verbos de futuro: irán pregonando, saldrán todos, cenará el caballero, se despedirá; después, acalorándose progresivamente el discurso, se habla ya de presente: vase a su aposento, ééchase sobre su lecho, no puede dormir, piensa el caballero, asegura la doncella; y, finalmente, se concluye con pretéritos, como si las cosas fuesen ya pasadas y cumplidas: ya se es ido el caballero, se vino a averiguar. Todo contribuye a precipitar la relación, estrechando el cuadro en cuanto a las palabras, y ensanchándolo en cuanto a las ideas, al tiempo y a los acontecimientos.Es uno de los trozos en que más resplandece la inventiva de Cervantes y la originalidad y mérito del QUIJOTE.
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N-1,21,75. De esta clase de premio, dispensado por los caballeros andantes a sus escuderos, hay varios ejemplos en sus historias. Amadís de Gaula, siendo ya Rey, casó a su escudero Gandalín con la doncella de Dinamarca, que había mediado en sus amores con la sin par Oriana (Sergas de Esplandián, cap. CXL). Tristán premió al confidente de sus galanteos con la mano de Brangiana, confidenta de su querida Iseo, dándole además el gobierno del reino de Leonís. Tirante el Blanco casó a Diofebo, que había intervenido en su correspondencia amorosa, con la confidenta de Carmesina, la doncella Estefanía, que era hija del Duque de Macedonia, persona muy principal que ocupaba una de las primeras dignidades del Imperio (Tirante, parte I, cap. LXII).
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N-1,21,76. Dos son los casos que me ocurren en la historia caballeresca más parecidos a la del Caballero del Sol, dibujada por Don Quijote, y que pudieron suministrar a Cervantes más alusiones y semejanzas: el de Tirante en Constantinopla, y el de Lepolemo en la corte de Francia.
Tirante llega precedido de la fama de sus hazañas a Constantinopla: el Emperador envía sus caballeros a recibirle, quiere ver la entrada, sale a su encuentro, le da paz besándole en el rostro, le toma por la mano y lo lleva al aposento o cámara de la Emperatriz, con quien está su hija la Princesa Carmesina. Allí se miraron el Caballero y la Princesa, y quedaron mutuamente enamorados. Hubo rico mantón recamado, doncella confidenta, guerra con otro Príncipe, victorias en ella de Tirante (Tirante, parte I, capítulos XL y siguientes); y si no se verificó su casamiento con la Princesa, fue porque lo estorbó la muerte, que, cuando ya volvía triunfante, lo arrebató casi a las puertas de Constantinopla.
Lepolemo, conocido ya anteriormente por sus proezas, había vencido al gigante Trasileón y desencantado al Sodán de Egipto cuando llegó a la corte del Rey de Francia. Este le recibió con magnificencia, saliendo de París a su encuentro muchos caballeros cortesanos. El Rey lo presentó a la Reina y a Infanta Andriana, la cual, aunque prendada de Lepolemo como él de ella, se esforzó lo que pudo por disimular... No se hartaba el Caballero de la Cruz de mirar a la Infanta, y ella a él aunque con disimulo y a furto por evitar sospechas. La Infanta se lamentaba con su doncella Germana de verse cautiva de un hombre que no sabía si era hijo de moro o de villano. En esto se ofreció una guerra, donde Lepolemo quiso servir al Rey. Obtenida la licencia, se despidió de la Reina y de la Infanta, la cual le rogó que se detuviese lo menos posible, y así prometió hacerlo Lepolemo. Vence el caballero en la guerra, prende al jefe rebelde de los contrarios, vuelve a la corte, ve a su señora por la reja de un jardín a que caía el aposento de la doncella, y Andriana, sabedora ya de la calidad y estirpe nobilísima de su amante, le da allí mismo la mano de esposa. Ultimamente, el Rey, noticioso de que Lepolemo era hijo de Emperador, consiente gustoso en su cansamiento (Caballero de la Cruz, lib. I, caps. LXV, LXVI, CXXIV, CXXVI, CXXXII, CXXXIV CXXXVI, CXLIV y CLI).
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N-1,21,77. Esto de la fama increíble de Don Quijote viene a ser como lo de las inauditas hazañas del Caballero de la Blanca Luna en el capítulo LXIV de la segunda parte; anfibología ingeniosa, que aparenta una cosa y realmente significa otra, porque, en efecto, ni las hazañas del Bachiller Carrasco se oyeron, ni la fama de Don Quijote pudo creerse.
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N-1,21,78. Las leyes del Fuero Juzgo, que rigieron en España desde su establecimiento en el período de la dominación goda hasta entrado el siglo XII, y se repitieron en Fueros posteriores, imponían 500 sueldos de pena a los que hacían perjuicio u ofensa grave a personas nobles, las cuales percibían esta multa en indemnización del agravio. El que se hacía a personas de inferior clase, se satisfacía con menores penas pecuniarias, de suerte, que la cantidad de la multa indicaba la calidad del agraviado. De aquí vino la denominación de hidalgo de devengar 500 sueldos, que era la multa mayor señalada por las leyes, y que alguna vez se aplicó también a los agravios cometidos contra los ministros de justicia, y aun contra los canónigos y clérigos de ciertas iglesias, por la mayor importancia de sus personas.
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N-1,21,79. Mejor diría mi parentela y ascendencia, porque descedencia significa la progenie subsiguiente, y ésta ni da nobleza al progenitor, ni pudiera deslindarse antes de ser conocida.
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N-1,21,80. El licenciado Diego Matute de Peñafiel Contreras, natural de Granada, catedrático de teología en su universidad y Canónigo de Baza, con ocasión de escribir el libro intitulado Prosapia de Cristo, escribió también el árbol genealógico del Rey Felipe II y de su privado el Duque de Lerma, a quien dedicó la obra. Empieza en Adán y Eva, y lleva la descendencia pasando por Hércules hasta Tras, Rey de Troya. En los dos hijos de éste, Illo y Asáraco, enlaza las dos familias del Rey y su valido: la Real en Illo, y la Ducal en Asáraco, aquélla compuesta de ciento diecinueve generaciones, y ésta de ciento veintidós, todas por línea recta de varón en varón, que se especifican y nombran sin tropezar en barras. Entre otras particularidades notables, contiene este libro singular la de que el Rey y el Duque eran descendientes de la Sibila Eritrea, nuera, según dice, de Noé y mujer del patriarca Jafet. En resolución, el libro es tal, que el Duque de Lerma, que no debía padecer mucho de escrúpulos, lo tuvo de que saliese a luz junto con la Prosapia de Cristo, y lo mandó imprimir aparte. Así lo refiere el mismo autor, atribuyéndolo a la insigne piedad de que Dios dotó al Duque.
Don Quijote sólo habló de cinco o seis generaciones: hubo de creer que era difícil (y lo es con efecto) subir más arriba. Mas esto era un grano de anís para el genealogista del Duque de Lerma.
Si se atiende al genio satírico de Cervantes, no es increíble que en este pasaje quiso motejar el furor común de su tiempo (y de que algunos acusan a los paisanos de Don Quijote) de apetecer, buscar y hallar entronques y parentescos generosos e ilustres.
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N-1,21,81. El ya está dislocado, y las palabras yo destos sobran; y lo uno y lo otro descompone el sentido, que estaría bien, diciéndose: otros son ya que no fueron; y podría ser que después de averiguado hubiese sido mi principio grande y famoso. Otra dislocación se observa en las palabras que siguen: con lo cual se debía (le contentar el Rey mi suegro que hubiere de ser. Mejor: el Rey que hubiere de ser mi suegro.
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N-1,21,82. +Y qué es de Dulcinea? Con tal vehemencia presentaba las cosas a Don Quijote su exaltada fantasía, que en aquellos momentos llegó a olvidarse de la que en otra ocasión llamó señora de su alma, reina de sus deseos, día de su noche, gloria de su pena, norte de sus caminos estrella de su ventura (parte I, cap. XXV). Mas no fue extraño que así sucediera a Don Quijote estando loco, cuando su escudero, sin estarlo, se había olvidado de su Teresa, todo engolosinado con la esperanza de ser Conde, y pedía a toda prisa casarse con la doncella imaginaria, tercera de los amores de su amo con la futura Infanta. Eso pido, decía poco ha, y barras derechas. Verdad es que algo lo enmienda Sancho en adelante, cuando refiriendo al Cura y al Barbero las esperanzas que tenía de que su amo llegase a ser Emperador o por lo menos Monarca, les añadía que en siéndolo, le había de casar a él, porque ya sería viudo (que no podía ser menos) y le había de dar por mujer a una doncella de la Emperatriz heredera de un rico y grande estado (Ib., cap. XXVI).
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N-1,21,83. Voz de origen arábigo, que significa aguador: se visaba no solo en Toledo, como indica don Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana, sino generalmente en Castilla, como se ve por este ejemplo de Cervantes, y por los de Fr. Luis de Granada y otros escritores antiguos.----Suele darse también el mismo nombre a los pellejos grandes que sirven para conducir el aceite.
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N-1,21,84. Refrán que cita Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Quincuagenas (Quincuag. 2, estrofa 22), y lo prueba con el ejemplo del Conde de Salvatierra: Esto probó bien, dice, el mal aconsejado don Pedro de Ayala, conde de Salvatierra e Mariscal de Hempudia, que habiendo seido comunero e fecho notables enojos y deservicios al Emperador Rey nuestro señor, no sé yo sobre qué prenda o palabra se presentó en la cárcel real; pero en fin, en ella murió, como imprudente e mal consejado caballero. E de aquella torre de la puerta de San Pablo en Burgos a la hora que tañían al Ave María, le sacaron e pusieron en unas andas, e lo llevaron a enterrar los pies defuera, puestos unos grillos, año de 1524.
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N-1,21,85. Expresión familiar, estar sin comer, no haber comido: y metafóricamente se aplica a los que carecen o están privados de alguna cosa que desean.
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N-1,21,86. Muñidor viene del latino monitor, el criado u oficial de la cofradía que tiene el cargo de avisar a los hermanos para que asistan a las juntas o funciones que se celebra. El de la cofradía, de que lo era Sancho, debía de gastar traje señalado, como ahora los pertigueros y otros dependientes. Prioste, lo mismo que Prior, cabeza o hermano mayor de cofradía. Sancho había sido también Prioste en su lugar, como lo cuenta en el capítulo XLII de la segunda parte, y en el presente pasaje debiera recordarlo; pero se le olvidó a Sancho, o por mejor decir, se le olvidó a Cervantes, según su costumbre.
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N-1,21,87. Ropón ducal: manto forrado de armiños, propio de la dignidad y jerarquía de Duque. Conde extranjero: quizá es alusión al excesivo adorno personal de algún extranjero conocido, fuese embajador o más bien arbitrista de los que venían a buscar su fortuna a la corte de España, donde en tiempos de la dominación austríaca hicieron grandes negocios y granjerías alemanes y genoveses. El lujo y ostentación de sus personas contrastaría singularmente con la modestia de los trajes cortesanos de Castilla, conforme a las pragmáticas promulgadas por los Reyes Católicos, y repetidas por sus sucesores. El color entre nosotros era exclusivamente el negro, en especial desde fines del siglo XVI, como se ve por los monumentos coetáneos, y con arreglo a esto en la mocaedi Las ferias de Madrid, de Lope de Vega, decía Lucrecio a Leandro, que alababa un vestido de color.
Colores en el hombre cortesano
lo mismo son que en el soldado el negro;
el vestido de corte es negro y llano.
Las noticias contenidas en esta expresión de Sancho parecen superiores a su erudición, a no ser que las adquiriese durante el mes que estuvo en la corte, de que se habla en el pasaje siguiente.
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N-1,21,88. Es reparable, atendido el carácter parlero de Sancho, que en ninguna otra ocasión mencione este viaje suyo a la corte, ni hable de lo que por necesidad hubo de ver y observar en ella.
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N-1,21,89. ""+Quién era este señor? Por las señas que da Sancho pudiera conjeturarse que era don Pedro Girón, Duque de Osuna, Virrey, primero de Sicilia y después de Nápoles. Crióse en las guerras de Flandes, donde hizo hazañas valerosas, porque desde niño manifestó su ardimiento militar y grande ingenio, como se ve en la comedia intitulada: Las niñeces del Duque de Osuna. El gobierno de su virreinato de Nápoles acreditó su prudencia civil, su valor extraordinario y su pericia militar, especialmente contra los turcos, es famoso en la historia, que tampoco olvida la parte que tuvo en él su Secretario don Francisco de Quevedo y Villegas. Estas prendas, y la nobleza y opulencia de su cuna, le hacían un señor muy grande, y la naturaleza le hizo un señor muy pequeño. Consta, en efecto, que era pequeño de cuerpo. En conclusión, dice Domingo Antonio Parrino, hablando de las calidades del Duque, éél fue uno de las hombres grandes de su siglo, que de pequeño no tenía otra cosa que la estatura: di picciolo non ayea altro que la statura."" ""Teatro de los gobiernos de los Virreyes de Nápoles, tomo I, pág. 119"".----(Nota de Pellicer).
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N-1,21,90. ""Esta era, en efecto, la costumbre en tiempo de Cervantes. Cuando salgo el señor fuera de casa a pasear o hacer alguna visita, ha de ir el caballerizo detrás a caballo, decía el año de 1614 don Miguel Yelmo en su Estilo de servir a Príncipes, folio 84."" ---- (Nota del mismo.)
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N-1,21,91. Con iguales palabras concluye también el capítulo XIX de esta primera parte.

[22]Capítulo XXI. De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir
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N-1,22,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,22,2. No sé el primer autor en quien se encuentre la voz escopeta, que sucedió a las de espingarda y arcabuz, usadas en los principios. Parece que el inventor de esta voz, queriendo formarla del latín, dijo scopipeta, que equivale a petens vel feriens scopum, como cornupeta significa qui cornu petit aut ferit, y heredipeta, qui hereditatem adpetit. Al principio los arcabuces o espingardas se disparaban con mecha; luego vinieron las escopetas de rueda, en que por medio de una rodaja se montaba la llave para que el pedernal diese lumbre, e incendiase el cebo. Sucedieron después las llaves comunes, que sin más agente que el ligero movimiento de un dedo excitan el fuego y la explosión por medio del pedernal; y este método, por su sencillez y la facilidad de su uso, se aplicó también en estos últimos tiempos a la artillería. Ahora ya en las escopetas y armas cortas de fuego se van sustituyendo con mucha ventaja al pedernal y cebo de pólvora los pistones o mechas de pólvora fulminante, que con igual prontitud y menos inconvenientes producen el mismo efecto.
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N-1,22,3. Forzados del Rey eran los condenados por sus delitos a bogar en las galeras de por fuerza, como dice el texto; y así se explica lo de Quevedo en el romance de la Méndez o Escamarrán:
Quéjaste de ser forzado:
no pudiera decir más
Lucrecia del Rey Tarquín,
que tú de su Majestad.
Hacer fuerza, además de su significación material, que es hacer esfuerzos, esforzarse físicamente, tuvo en lo antiguo otra significación odiosa, que era hacer dolencia o agravio. La ley de partida define así la fuerza: cosa que es fecha a otro torticeramente, de que se non puede amparar el que la recibe. En este sentido habla aquí Don Quijote, y guardando el respeto debido a la autoridad real, mira como imposible que el Rey haga fuerza a nadie. En el día la frase hacer fuerza ha mejorado de condición; ceñido el mal sentido anterior a ciertos casos forenses, se toma frecuentemente en buena parte, y de las razones y argumentos se dice que hacen fuerza esto es, que mueven e inclinan eficazmente el ánimo.
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N-1,22,4. Guarda es nombre femenino, cuando significa observancia, como cuando decimos la guarda de los mandamientos; pero cuando significa el guardador o el que guarda, el uso actual le ha señalado el género masculino, lo mismo que a otros que con la terminación en a reúnen la circunstancia de pertenecer al sexo viril. El uso antiguo prefería el que indica la terminación en a, y hacía femenino a guarda aun en la acepción de guardador. Luego como a la puente (del castillo de la ínsula de Argens) llegaran, una guarda que sobre la torre estaba, sonó una trompa muy recio. Así se lee en la historia de Amadís de Grecia (parte I, capítulo XXVII), donde se repite lo mismo muchas veces. El romance viejo del Conde Claros;
Ya se parte el Arzobispo
y a las cárceles se va:
cuando las guardas lo vieron,
luego le dejan entrar.
Este era el uso general en tiempo de Cervantes. Don José de Villaviciosa en el canto segundo de la Mosquea:
Por entre espesas puntas de alabardas
entró una mosca como rayo fiero,
sin que pudiese alguna de las guardas
su paso detener con el acero.
Usólo también como femenino Lope de Vega en sus piezas teatrales (circunstancia que prueba especialmente el uso), y señaladamente en la comedia del Rústico del cielo, donde se menciona la mujer de la guarda.
En el mismo caso que guarda se hallan camarada y centinela. Los tres se usaron como femeninos en el QUIJOTE, y los tres se usan en el día como masculinos. El sexo de lo significado ha dado ocasión y margen para la novedad; pero cuando no hay este motivo, el uso es absolutamente caprichoso en la asignación de los géneros de los nombres acabados en a; y a pesar de la tendencia que los de esta clase tienen al género femenino, los hay también masculinos, como mapacompatriota, y muchos nombres de ríos, Guadiana, Turia, Segura, Sena, Masa, Vístula, Volga, etc.; también los hay femeninos acabados en o, como mano. Más racional es el proceder de los idiomas que no señalan género, o, lo que es lo mismo, señalan el neutro a los nombres cuyos significados no tienen sexo.

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N-1,22,5. Las ediciones antiguas decían detenerles La Academia Española, en su edición de, año 1819, corrigió detenernos, e hizo bien, porque lo otro era errata clara y evidente del impresor.
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N-1,22,6. Porque el tormento o tortura se daba en los casos de semiplena probanza, y en el de nuestro galeote la había entera.
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N-1,22,7. Dicho se está que es con cien azotes, expresado a estilo de rufianes. Escamarrán decía a la Méndez en su romance, que es uno de los germanescos de don Francisco de Quevedo:
A espaldas vueltas me dieron
el usado centenar,
que sobre los recibidos
son ochocientos y más.
Lazarillo de Tormes contaba también (capítulo I) que, por delitos que él declaró como niño, impuso la justicia a su madre cierta pena sobre el acostumbrado centenario.
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N-1,22,8. Las dos primeras ediciones del año 1605 tienen: la una tres precios, y la otra tres precisos de gurapas. Cervantes lo corrigió en la de 1608.
Gurapas es voz de la germanía, especie de idioma que define así don Sebastián Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (había Alemania): Germanía es el lenguaje de la rufianesca; dicho así, o porque no los entendemos, o por la hermandad que entre si tienen. Es una especie de cifra formada, según el mismo autor, de un cierto lenguaje particular de que usan los ciegos, con que se entienden entre sí. Lo mesmo tienen los gitanos, y también forman lengua los rufianes y los ladrones, que llaman germanía. De ésta publicó un vocabulario en Barcelona, el año de 1609, Juan Hidalgo, autor de nombre supuesto o desconocido en nuestra historia literaria. En este lenguaje escribieron romances don Francisco de Quevedo y otros; y del mismo hizo mucho uso Cervantes en el QUIJOTE y demás obras suyas, pero señaladamente en la graciosísima novela de Rinconete y Cortadillo. Este lenguaje misterioso consiste unas veces en alterar el orden de las letras de las voces, poniendo en vez de ellas sus anagramas, como demias por medias, toba por boto, lepar por pelar, chepa por pecho, tapio por plato, atisvar por avispar; otras en emplear voces extranjeras, como gorja, formaje, dupa, sage, gamba; otras en usar voces en un sentido metafórico, como enano, madrastra, mastín, nube, capiscol, por puñal, cárcel, corchete, capa, gallo. De éstas hay algunas que tienen cierta gracia y sabor picaresco, como balanza, malvecino y racimo, por horca, verdugo y ahorcado. Otras voces hay en la germanía que parecen de invención caprichosa y arbitraria, como gurapas, cáramo, similirrate, por galeras, vino, ladronzuelo.
Por las expresiones de Covarrubias parece que eran distintas las jeringonzas que usaban los rufianes, los ciegos y los gitanos según las noticias que recogió el doctor Salazar de Mendoza, en un Memorial a Felipe II, pidiendo que se expeliese a los gitanos de los reinos de España, existía impreso el vocabulario de su lenguaje oculto, distinto al parecer del de la germanía de Juan Hidalgo. Personas que han observado las costumbres y modo de vivir de los gitanos, pretenden que entre ellos no había un solo lenguaje enigmático y que tenían, además del general, otro particular para los capataces u jefes.
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N-1,22,9. No fue esta pregunta repetición de la última que acababa de hacerse, como pudieran indicar las palabras lo mismo, sino de la primera de las tres que antes había hecho nuestro aventurero al otro galeote, a saber: que por qué pecados iba de tan mala guisa.
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N-1,22,10. Alusión al pájaro de este nombre, y a que el galeote cantó o confesó su delito en el ansia, que es como se llama germanescamente a la tortura o cuestión de tormento; y por la misma analogía se llama cantor al que en fuerza de ella confiesa. Como el nombre que en el dialecto propio de los gitanos se daba al agua era el de ansia, parece que cantar en el ansia se debe aplicar especialmente a la confesión hecha en el tormento de toca, en el cual, atado el reo al potro se le introducían en la boca unas tiras de tocas o gasas, y por medio de esta tan ingeniosa como cruel invención, se le forzaba a tragar cierta cantidad de jarros de agua, cuyo número y cabida se ponía por diligencia en los autos. Hablan de ello don Sebastián de Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana, y Pablo García, Secretario del Consejo de la Santa general Inquisición, en el Orden de procesar, que se imprimió por cuarta vez en Madrid el año de 1622.
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N-1,22,11. Palabras del salmo XLI, que se reza al principio de la misa.
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N-1,22,12. Ya se dice en el texto que es ser ladrón de bestias: delito a que se impuso pena de muerte en la Partida VI (tít. XIV, ley XIX), si se cometía por costumbre, o si era de diez ovejas o de cuatro vacas arriba.
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N-1,22,13. Tener ánimo de es tener intención o propósito de hacer alguna cosa: tener ánimo para es tener valor y resolución para ejecutarla. Esto último es lo que quiso decir el guarda. El uso actual favorece más a la claridad y exactitud del discurso: materia que, sin perjuicio de lo mucho que floreció el habla castellana en tiempos de Cervantes, está más afinada en el día que lo estuvo entonces.
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N-1,22,14. A nuestro ánimo no le tuercen cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le doman potros. Del si al no no hacemos diferencia cuando nos conviene. Así decía el elocuente y viejo gitano de la novela de la Gitanilla, primera de las de Cervantes. En la de Rinconete y Cortadillo decía este último a Monipodio, que les preguntaba si tenían ánimo para sufrir, siendo menester media docena de ansias sin desplegar los labios: Harta merced le hace el cielo al hombre... que le deja en su lengua su vida o su muerte, como si tuviese más letras un no que un si. Esta expresión, y la del texto presente, son las mismas, y ambas son incorrectas. Quedara mejor la del texto diciéndose: Harta ventura tiene un delincuente en cuya lengua está su vida o su muerte.----Las probanzas tampoco tienen lengua, como parecen sonar las palabras de este pasaje. Pudiera haberse escrito: Y no en la de los testigos y en las probanzas.
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N-1,22,15. Lenguaje impropio en un ministro de justicia, y mucho más a presencia de los delincuentes. A no ser que digamos que los guardas de este capítulo eran de la misma calaña que los guardados, y que a todos pudiera incluírseles sin escrúpulo en la misma cadena. Caso que no debía ser raro en aquellos tiempos, como suelen indicar frecuentemente las relaciones y noticias de nuestros libros, según las cuales, el alguacil merecía muchas veces ser alguacilado.
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N-1,22,16. Abuso del pronombre relativo, frecuente en el Quijote, que, como se ha observado ya alguna vez, ahila los periodos haciéndolos interminables y quitándoles el contorno y redondez que les conviene.
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N-1,22,17. Untado es lo mismo que comprado o corrompido con dinero; metáfora tomada del que unta con aceite o sebo la rueda para que corra más a su gusto. A esta semejanza facilita el dinero las cosas, por lo cual suele dársele el nombre de unto de Méjico.
Péndola, voz anticuada por pluma, de donde se llamó pendolista al escribiente; el uso ha conservado el derivado y olvidado el primitivo, como ha sucedido también en otros casos. Empendolar por emplumar, se encuentra en las poesías del Arcipreste de Hita (copla 261).
Dase a entender en el texto la mala opinión que se tenía generalmente de los escribanos en tiempo de Cervantes, el cual se explicó con más claridad en los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda, donde, refiriendo la prisión de Periandro, ocasionada por el asesinato de don Diego de Párraces, dice así: En oliendo los sátrapas de la pluma que tenían lana los peregrinos, quisieran trasquilarlos, como es uso y costumbre, hasta los huesos (lib. II, capítulo VI). Nuestros libros de entonces hablan de la corrupción y venalidad de los escribanos como de cosa ordinaria. Creyóse alguna vez que la causa del mal era su excesivo número y por esta consideración el Reino, junto en Cortes, pidió y obtuvo que no se recibiese de nuevo ningún escribano en seis años; y no bastando este plazo, se extendió a veinte años por decreto de 10 de febrero de 1623.
Cristóbal Suárez de Figueroa, en su Plaza universal (discurso X), hace mención de los escribanos de más nombre que había en Madrid a principios del siglo XVI, que era cuando se publica el QUIJOTE.
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N-1,22,18. Oí decir a don José Antonio Conde que Zocodover equivale a mercado o plaza pequeña. Y esto coincide con la noticia de Andrés Navajero, embajador veneciano, el cual, en las relaciones de su viaje de España por los años de 1525, dice que la ciudad de Toledo no tenía más plaza que la de Zocodover, che èè molto piccola.
Que se da el nombre de zoco a la plaza de Argel, lo dice el padre fray Diego de Haedo en la Topografía de aquella ciudad. Con lo que se conforma aquel pasaje de la comedia de Cervantes intitulada El trato de Argel, donde Izuf dice a Zara:
Viniendo por el zoco me fue dicho
cómo el Rey me mandaba que llevase
a Silvia y a Aurelio a su presencia.
Siendo esto así, las palabras plaza de Zocodover envuelve el mismo pleonasmo que puente de Alcántara, río Guadiana, ciudad de Medina, castillo de Alcalá, y otros ejemplos semejantes en nombres que nos vienen de los árabes.
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N-1,22,19. Habló por él o le sirvió de intérprete. Lengua, además de la significación primitiva, tiene otras, entre ellas la de espía, en la que usó de esta voz don Diego de Mendoza en la guerra de los moriscos de Granada; pero se emplea más frecuentemente en sentido de intérprete, como se ve en la Historia general de las Indias, escrita por Antonio de Herrera, y en otros libros de aquel tiempo.
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N-1,22,20. Se sobrentiende calles, y se alude a la fórmula ordinaria de la condena a la pena de azotes, en que se mandaba llevar al reo por las calles acostumbradas. Así se expresa en la aventura de maese Pedro, referida en el capítulo XXVI de la segunda parte, donde se dice que el Rey Marsilio de Sansueña mandó que azotasen a un descomedido moro, llevándole por las calles acostumbradas.
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N-1,22,21. Corredor de oreja o de cambios es el agente comercial que busca letras para otras plazas y ajusta y negocia los intereses del cambio. Aquí, en lenguaje picaresco, se aplica el mismo nombre a los que ajustan y conciertan negocios de otra clase menos decente, por lo cual se dijo corredor de oreja y aun de todo el cuerpo.
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N-1,22,22. Puntas eran guarniciones de randa o encaje que solían ponerse unas veces en los pañuelos, como el que sirvió a Montesinos para limpiar el corazón de Durandarte, según se refiere en la parte segunda (capítulo XXII), y otras en las valonas, como en las de los diablos que Altisidora dijo haber visto jugando a la pelota a la puerta del infierno (cap. LXX). En la misma segunda parte (cap. LI) cuenta Teresa Panza que su hija Sanchica ganaba cada día ocho maravedís horros haciendo puntas de randas: y del Cura Pero Pérez se dice también que tenía sus puntas y collares de poeta (Ib., cap. LXVI). Por consiguiente, las puntas y collares, que eran adornos de la persona, se toman irónicamente en el texto por añadiduras y desperdicios de hechicero.
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N-1,22,23. Nada más salado que esta salida de Don Quijote, el elogio que hace del oficio y profesión de la tercería, y la declaración magistral de la aptitud y mérito del alcahuete para ser general de galeras, y al mismo tiempo nada más propio de una cabeza infatuada con la lectura de los libros caballerescos, donde a cada paso se ve ejercitado semejante oficio por personas de la primera jerarquía, y aun por los mismos caballeros que mandaron galeras, verbigracia: Tirante el Blanco, el cual hizo de medianero en los amores de Felipe, Príncipe de Francia, con la Infanta de Sicilia Ricomana, según se cuenta en la primera parte de su historia (caps. XXXVI y XXXVI).
También es gracioso ver cómo Don Quijote, después de ponderar la importancia, conveniencia y aun necesidad de hacer oficio especial de alcahuete con veedor, examinador y número fijo, como lo tienen otros, concluye diciendo gravemente: No es este lugar acomodado para tratar de la materia: algún día lo diré a quien lo pueda proveer et remediar. Cervantes esforzó hasta lo último la sátira contra el infame oficio de alcahuete, por lo mismo que lo halló recomendado y autorizado por los ejemplos de Príncipes y Princesas en los libros de Caballería. En esto obró conforme al intento general de su fábula, y aprovechó esta ocasión, en que concurría lo feo del vicio con la oportunidad y gracia de la censura.
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N-1,22,24. Hablaría Don Quijote de las alcahuetas de su tiempo o de su aldea, porque en las historias de la Caballería las hallaba que podían arder en un candil. Tal era la doncella Carmela, por cuya industria Esplandián, metido en la tumba que había ganado en la Peña de la Doncella encantada, fue introducido en el palacio del Emperador de Constantinopla y en la cámara de la Infanta Leonorina. Así se vieron la noche siguiente esta Princesa y su amante Esplandián, mediando la Reina Menoresa, confidenta de Leonorina, la cual, a instigación suya, consintió que Esplandián la besase las manos. A la madrugada, Menoresa, temiendo que de aquel grande atrevimiento alguna desventura, siendo sabido, no redundase, advirtió a Esplandián que era tiempo de irse. Y por industria y disposición de La misma doncella Carmela, volvió Esplandián a salir de palacio metido en la tumba (Sergas, capítulos XLV, XCVI y XCVI).Menoresa y Carmela no eran mujercillas de poco más o menos, ni se les helaban las migas de las manos a la boca.
El Arcipreste de Hita participó algo de las ideas que manifiesta aquí Don Quijote: celebró en sus versos la habilidad de la alcahueta Urraca, compuso su elogio fúnebre, lloró su muerte. Y como a persona de importancia le consagró este epitafio:
Urraca so que yago so esta sepultura.
En cuanto fui al mundo, hove vicio e soltura
Prendióme sin sospecha la muerte en sus redes:
Parentes et amigos +aquí non me acorredes?
Obrad bien en la vida, a Dios non lo erredes,
Que bien como yo morí, así todos morredes.
El que aquí llegare, si Dios le bendiga..
Que por mi pecadora un Pater noster diga
Si desir non lo quisiere, a muerta non maldiga
Lo de helarse las migas es una expresión proverbial contra los negligentes y descuidados; pero Cervantes la estropeó algún tanto porque no se dice helarse las migas entre la boca y la mano, sino de las manos a la boca, lo cual explica mejor el concepto.
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N-1,22,25. Cervantes, que como hombre de claro entendimiento conocía los errores, y como desgraciado tenía inclinación a la sátira, no omite ocasión de tildar y ridiculizar las preocupaciones comunes de su tiempo. Aquí lo hace con las que el vulgo español, y aun de toda la Europa, tenía entonces sobre los hechizos. Estas vanas creencias, que nacieron en la más remota antigÜedad y prevalecieron aún entre los cultos griegos, hubieron de desacreditarse con la introducción del cristianismo; pero después volvieron a sacar la cabeza en tiempos de ignorancia y en el siglo XII aparecen ya en el Fuero Juzgo, traducido al castellano, el cual, extendiéndose a lo que no decía el original latino: señala penas a los proviceros, o los que facen caer las piedras en las viñas o en las mieses, o los que fablan con los diablos, e les facen torvar las voluntades a los omnes e a las mujeres (lib. VI, tít. I, ley IV). Las leyes de Partida, hablando de este mismo asunto, se muestran menos crédulas, pero más severas, y en las penas que imponen a los que facen imágenes o otros fechizos o dan hierbas para enamoramiento de los homes et de las mujeres (parte VI, título XXII, ley I y II), manifiestan que eran frecuentes, tanto estos excesos como las ideas supersticiosas que los ocasionaban. Hácese mención de lo mismo en el Corbacho del Arcipeste de Talavera, y en la tragicomedia de la Celestina, donde se describen por menor los ingredientes de que usaba aquella embaidora en sus confecciones, entre ellos soga de ahorcados y sangre de murciélago, para remediar amores y conciliar voluntades, y con especialidad los que empleó en el hechizo dado a la desgraciada Melibea para enamorarla de Calixto (acto II). Por las disposiciones contra las hechicerías, adevinanzas, agÜeros y otras supersticiones prohibidas, que se tomaron en la Nueva Recopilación, publicada a principios del reinado de Felipe I (libro VII, título XII, ley VI), se ve que continuaban las mismas preocupaciones y los excesos a que daban lugar; y lo mismo muestran las actas de las Cortes del Reino que se juntaron el año de 1592, y pidieron (petición 69) que se ejecutasen con rigor las expresadas disposiciones, que se castigase a los jueces remisos en cumplirlas, y que se tuviesen presentes en las residencias tomadas a los magistrados. El jesuita Martín del Río, contemporáneo de nuestro Cervantes, escribió con el título de Disquisiciones mágicas un libro de portentosa erudición y credulidad, donde pueden verse reunidas las preocupaciones y errores del género humano en este asunto y otros semejantes. Allí se recopilaron muchas noticias acerca de los bebedizos o filtros amatorios entre los antiguos y los modernos, y sobre las ridículas materias de que solían componerse.
Tales son los errores que aquí reprende Cervantes, y lo mismo hizo en la novela de la Española inglesa, donde dice que lo que llaman hechizos, no son sino embustes y disparates. Y en la novela del Licenciado Vidriera, cuenta que enamorada y desdeñada de él una dama, le dio por consejo de una morisca en un membrillo toledano uno destos que llaman hechizos, creyendo que le daba cosa que le forzase la voluntad a quererla, como si hubiese en el mundo hierbas, encantos ni palabras suficientes a forzar el libre albedrío: y así, continúa, las que dan estas bebidas o comidas amatorias se llaman venéficas, porque no es otra cosa lo que hacen sino dar veneno a quien las toma, como lo tiene mostrado la experiencia en muchas y diversas ocasiones.
En estos pasajes mostró Cervantes sus propias ideas; pero en el presente del texto pudiera haber reflexionado, que el que hablaba era Don Quijote, en el cual este lenguaje no era muy conforme con las noticias que le suministraba la Biblioteca caballeresca sobre la eficacia de los bebedizos, por ejemplo la copa hechizada de que bebieron Tristán e Iseo, y que dio ocasión forzosa e inevitable a sus largos y desgraciados amores.
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N-1,22,26. Mitad del real de a ocho, que fue el precio que Sancho asignó en el capítulo XXI.
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N-1,22,27. El orden no está bien. Debiera decir: no con menos, sino con mucha más gallardía. La partícula sino exige que la preceda en su debido lugar a otra a quien se refiere; y tiene tal fuerza esta colocación, que si se altera cambia y destruye el sentido, como sucede en la expresión presente, la cual equivale a esta otra: respondió con igual sino con mucha más gallardía, donde desaparece la contrariedad que debe haber entre menos y mucha más. La negación debe recaer, no sobre el menos, sino sobre el con menos.
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N-1,22,28. Esto y lo que resta del período está dicho con rapidez, y pudiera servir de modelo perfecto del estilo de hablar cortado por miembros sueltos, a no ser por la consonancia de dineros y tragaderos, que afea el pasaje, y hubiera podido evitarse muy fácilmente.Perder los tragaderos es ser ahorcado: así lo indica el galeote en metáfora picaresca.
Por este y otros testimonios de los libros de Cervantes y de infinitos escritores coetáneos, se ve que la administración de justicia en aquella época estaba muy distante de ser tan recta y justificada como debiera; que especialmente los escribanos y los alguaciles eran por lo general venales y corrompidos: en suma que si hemos de juzgar por los documentos que nos quedan bien podemos lisonjeamos de vivir en mejor edad que Cervantes y sus contemporáneos. Si de los vicios del foro pasamos a otros generales de la sociedad, los que andan siempre ponderando la depravación de las costumbres actuales y la inocencia de las antiguas, pueden consultar, si gustan, los escritos del Arcipreste de Hita por lo que toca al siglo XIV; el Corbacho, del Arcipreste de Talavera para el XV; la Celestina, la Propaladia, de Torres Naharro; el Lazarillo de Tormes, los Pícaros Guzmán y Justina, el Coloquio de los perros del hospital de Valladolid, la novela de Rinconete y otros héroes de Sevilla para el decantado siglo XVI, el Tacaño, de Quevedo, y el Teatro de Lope y Calderón para el XVI. Allí y en otros muchos libros, pero señaladamente en éstos, verán las costumbres de los tiempos a que respectivamente pertenecen; y dudo mucho que si proceden de buena fe, nos repitan sus invectivas contra lo que es, y sus encomios de lo que fue.
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N-1,22,29. Gentil, vocablo que cuando sustantivo, es de vituperio y significa pagano, idólatra: y cuando adjetivo, es de elogio, y significa gallardo, excelente. En la primera acepción dio origen a gentilidad y gentilismo; en la segunda a gentileza, que vale hermosura y gallardía. Son arbitrariedades y caprichos del uso.
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N-1,22,30. Un poco son palabras que sobran absolutamente, y se conoce que a Cervantes se le olvidó tacharlas en su manuscrito. Tanto más, que a continuación se describen las cadenas y prisiones que traían puestas, y no era ciertamente poca, sino mucha, la diferencia con que el galeote de quien se trata venía atado respecto de sus compañeros. El guarda-amigo o pie de amigo era una barquilla que se ponía debajo de la barba a los reos, para que no pudiesen ocultar el rostro cuando los sacaban a azotar, o a la vergÜenza. A la cuenta, se temía que no acabasen de perderla enteramente.
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N-1,22,31. Muerte civil se llama a la prisión o pena Perpetua, porque el que le padece ha muerto a los derechos de ciudadano.
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N-1,22,32. Quiere decir que Pasamonte es el apellido de su familia.Así como hay nombres poéticos también los hay caballerescos. Pasamonte es nombre de un gigante en Pulci, y equivale también al del Rey Perceforest, uno de los héroes de la primitiva caballería andante de la Tabla Redonda.
Uno de los que firmaron la relación topográfica de Tembleque, en la Mancha, dada de orden de Felipe I el año 1575, y que por consiguiente sería persona notable en aquel pueblo, se llamaba Alonso Sánchez de Pasamonte. Hago esta observación, porque como yo sospecho que nada huelga en el QUIJOTE, y que éste contiene frecuentemente alusiones a sucesos del tiempo y de la vida de su autor, no sería extraño que hubiese dado margen a la pintura de Ginés alguna de las aventuras, o por mejor decir, desventuras de Cervantes en la Mancha.
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N-1,22,33. Marca es la medida establecida para alguna cosa, como para la alzada de las caballerías, la talla de las personas, el tamaño del papel, lo largo de las espadas y otras armas y así ladrón de más de la marca es ladrón que excede a los ladrones ordinarios, gran ladrón.
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N-1,22,34. Se entiende las barbas. Cuando se usaba llevarlas crecidas, era señal de sentimiento y duelo raerse las propias, y causaba afrenta cortar, mesar o pelar las ajenas. Por el contrario, cuando se raía la barba por costumbre, era demostración de dolor el dejarla crecer. En un romance antiguo de que se copió un trozo en las notas al capítulo X, Montesinos, lleno de furor y despecho, juraba no pelarse las barbas hasta que se vengase, y aquí Ginés de Pasamonte juraba pelárselas si no se vengaba; uno y otro indicaban que lo contrario era la práctica general y común de su siglo.
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N-1,22,35. Expresión de la tragi-comedia de Calixto y Melibea, o la Celestina, en cuyo acto cuarto se dice, hablando de un hilado y alabándolo: hilado todo por estos pulgares, aspado y aderezado.
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N-1,22,36. Quitar es aquí desempeñar, según observa Pellicer, en el capítulo XIX significa dar por quita o libre, cuando el Bachiller Alonso López decía a Don Quijote que Dios por medio de unas calenturas pestilentes había privado de la vida al difunto que llevaban a Segovia: desa suerte, dijo Don Quijote, quitado me ha nuestro Señor el trabajo que había de tomar en vengar su muerte, si otro alguno le hubiera muerto. Fuera de estas dos acepciones y la primitiva de quitar, que es arrebatar o tomar por fuerza, todavía tiene la de dejar o abandonar, que alguno quizá tomaría a galicismo, pero que se encuentra en los hermosos versos del libro de las Querellas del Rey don Alonso el Sabio, que se copiaron en una nota anterior:
A ti que quitaste la tierra e cabdal
por las mías faciendas en Roma e Allende
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N-1,22,37. Mal año, expresión con que se muestra despreciar una cosa en comparación de otra. Y según esto, muy alto concepto debía tener Ginés del libro de su vida, cuando lo prefería a la del Lazarillo de Tormes, y sus fortunas y adversidades, obra de don Diego Hurtado de Mendoza, uno de los insignes escritores castellanos del siglo XVI. No faltó quien la atribuyese a fray Juan de Ortega, monje Jerónimo; pero la opinión general y el estilo del libro deponen a favor de don Diego de Mendoza. A poco de estampado lo prohibió la inquisición; mas hechas algunas supresiones, el Consejo Real permitió su publicación el año 1573, dos antes de la muerte de su autor; y desde entonces se han repetido muchas ediciones dentro y fuera de España, en castellano, en italiano y en francés.
A su imitación se atrevió Juan Cortés de Tolosa a escribir el Lazarillo de Manzanares, publicado el año de 1620; empresa tan temeraria como la de Alonso Fernández de Avellaneda, y la del otro que a fines del siglo último tuvo la osadía de publicar el Quijote de la Cantabria. Semejantes libros llevan su descrédito en el mismo título, por la imposibilidad de sostener la comparación que excitan.
Considerando lo apasionado que fue Cervantes a don Diego de Mendoza, como lo mostró en la Galatea bajo el nombre de Meliso, se puede sospechar que no es sincera la preferencia que da sobre el Lazarillo a la vida de Pasamonte, y que aquel mal año es irónico y envuelve algún sentido que no se explica. Cuál pudo ser éste se dirá en las notas siguientes.
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N-1,22,38. Bizcocho es bis coctus, cocido dos veces, porque lo está el pan que se lleva y gasta en las navegaciones, para que de esta suerte se conserve sin enmohecerse. La ración del galeote eran veintiséis onzas de bizcocho, si no mintió el Pícaro Guzmán en la relación de sus aventuras (parte I, lib. II, cap. VII). El uso de esta especie de pan era ya conocido en la Edad Media, según se ve por las crónicas de aquel tiempo, que hacen mención del bizcocho de que se proveían las galeras, como lo hicieron las del Conde don Pedro Niño en un puerto de Picardía, durante su campaña marítima del año 1406 (su crónica, parte I, cap. XXXIX). Ahora suele dársele el nombre de galleta. El de bizcocho se da también al yeso que se fabrica de yesones empleados ya anteriormente en los edificios y vueltos a quemar segunda vez, porque también es bis coctum. Otras clases hay de bizcochos, masas delicadas de las confiterías, cuyo nombre, si se atiende a la etimología, debe escribirse vizcochos, porque se deriva de vix coctus.
Corbacho o rebenque, como se le llama en el capítulo LXII de la segunda parte, era el azote con que el cómitre de la galera mosqueaba según allí se dice, las espaldas de la chusma. Por alusión a esto se dio el nombre de Corbacho a dos obras satíricas contra las malas mujeres, una italiana del Boccaccio, y otra Castellana escrita después por el Arcipreste de Talavera.Corbacho equivale al mastix de los griegos y latinos.
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N-1,22,39. En una advertencia que precede a la Vida del Pícaro Guzmán de Alfarache, publicada pocos años antes que la primera parte del QUIJOTE, su autor, Mateo Alemán, dice: El mismo (Guzmán) escribe su historia desde las galeras, donde queda forzado al remo por delitos que combatió, habiendo sido ladrón famosísimo. Si aplicando este rasgo de semejanza a la vida de Ginés de Pasamonte quiso Cervantes indicar por ella la del Pícaro Guzmán, y si la preferencia que poco antes se le da a la primera sobre el libro de Lazarillo de Tormes, y sobre todos cuantos de aquel género se han escrito, es elogio o más bien censura de la obra de Mateo Alemán, son dudas que ocurren, pero imposibles ya de apurarse. No es así lo que se añade de que en las galeras de España había más sosiego de aquel que sería menester: expresión enfática, que desde luego tiene fisonomía de satírica, y que en un hombre que había navegado tanto y conocía tanto la conducta de moros y cristianos como Cervantes, no puede menos de dirigirse contra la flojedad y poco celo en el corso, cruceros y movimientos de la marina real de aquel tiempo. El padre Haedo, autor de la Topografía de Argel, repite, sin rebozo ni disimulo, esta acusación, alegando en varios parajes las pruebas de la diligencia y actividad de los moros en las operaciones marítimas, mientras que se estaban las galeras cristianas trompeteando en los puertos y muy de reposo cociendo la haba, gastando y consumiendo los días y las noches en banquetes, en jugar dados y naipes (diálogo I).
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N-1,22,40. Sobra el más. Acababa de decir que en las galeras había más sosiego de aquel que sería menester; y añade aunque no es menester mucho para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro. La palabra más descompone el sentido, y debió borrarse.
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N-1,22,41. Alusión a algún incidente ocurrido los días anteriores durante el viaje de los galeotes en alguna venta, y en que era culpable el Comisario: otro rasgo de semejanza entre Pasamonte y el Picarón Guzmán de Alfarache. Durante el viaje de éste con sus dignísimos compañeros a galeras, paró a sestear la cadena en una venta, donde Guzmán hizo un hurto de que se aprovechó el Comisario (parte I, lib. II, cap. VII). He aquí manchas hechas en la venta, con cuya manifestación podía amenazar un galeote al Comisario. La concurrencia de estas particularidades no tiene trazas de casual, y puede confirmar la conjetura de que en la persona de Ginés de Pasamonte quiso señalar Cervantes la de Guzmán de Alfarache, y las aventuras de éste en la vida del otro.
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N-1,22,42. Bella expresión, no menos por lo contorneado del período y lo perfecto del lenguaje, que por la benignidad y noble indulgencia del pensamiento.
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N-1,22,43. La gradación está bien, porque decir es menos que persuadir, y persuadir menos que forzar; pero fuera de apetecer que los tres verbos tuviesen un régimen común, poniendo, verbigracia, inundando en lugar de forzando. Se dice persuadir que, y forzar a que.
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N-1,22,44. El lector, que desde el principio del capítulo vio ya a Don Quijote alarmado con la expresión de que los galeotes padecían fuerza, y decir que su oficio era deshacerlas y socorrer a los miserables, está preparado para esta salida del hidalgo manchego.----El favor y amparo de los menesterosos a que obligaba la profesión caballeresca, no estaba limitado a las dueñas y doncellas, sino que se extendía a toda clase de flacos y necesitados de socorro. El príncipe Florandino, al armar caballero a Floramor, le preguntaba: Di, doncel, +prometes de dar tu ayuda a todos aquellos que de ella hubiesen necesidad? Sí juro, dijo él; entonces la doncella Arminda le ciño la espada, y el príncipe le calzó la espuela. Esto pasaba en una barca a la luz de la luna (Caballero de la Cruz, libro I, capítulo XIV).
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N-1,22,45. Hizo por hicieron.
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N-1,22,46. Bacín, palabra que en lo antiguo significaba bacía o palancana, y que el uso empezaba ya a hacer indecente en tiempo de Cervantes, destinándola a significar los vasos de uso preciso para la limpieza personal. Cervantes empleó agudamente esta voz, que en su tiempo era aun equívoca para ridiculizar más el yelmo de Don Quijote.----Lo mismo que a bacín sucedió a otras voces, que antiguamente estuvieron admitidas y ahora no lo están. Las personas de buena educación quisieron honestar ciertas cosas puercas y asquerosas, designándolas con nombres que entonces eran decentes, y lo que sucedió fue que las cosas comunicaron su fealdad a los nuevos nombres, y éstos quedaron proscritos del lenguaje culto y cortesano.
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N-1,22,47. Al principio de este capítulo se dijo que eran dos los de a pie, y otros dos los que venían a caballo y con escopetas. En la presente expresión se supone que no la llevaba sino uno solo: en las siguientes se indica que los de a caballo no tenían más armas que sus espadas; y, finalmente, añadiéndose que el Comisario derribado era el de la escopeta, y que los de a caballo pusieron mano a sus espadas, resulta que eran tres los montados. Tal era la distracción y descuido con que se escribía el admirable libro del QUIJOTE.
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N-1,22,48. Pocos renglones antes se había dicho que Don Quijote, con mucho sosiego las aguardaba; y aguardar y acometer se contradicen. Realmente, hubiera convenido borrar las palabras que los acometía, que para nada eran necesarias; con lo cual se evitara al mismo tiempo la repetición del verbo acometer.----En el período anterior se había dicho también procuraban procurando.
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N-1,22,49. No dice bien esta tristeza de Sancho con la actividad y diligencia que acababa de mostrar, ayudando a la soltura de Pasamonte, sin alguna transición o estado intermedio. Si en lugar de decir a secas que Sancho se entristeció del suceso, se dijera que concluido el suceso le ocurrió que los fugitivos darían cuenta a la Santa Hermandad y que esto le dio motivo para entristecerte, se evitaba el salto de las ideas y cesaba el motivo del reparo.
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N-1,22,50. Así lo mandaban, con efecto, las ordenanzas de la Hermandad. Otro si, decían, los cuadrilleros, luego que el delito les fuere denunciado o lo supieren en cualquier manera, de su oficio sean tenudos de seguir e mandar que sigan los malhechores fasta cinco leguas dende, faciendo todavía dar apellido, e repicando las campanas en todo lugar donde llegaren, porque asimismo salgan y vayan de los tales lugares en prosecución de los dichos malhechores. Diéronse dichas ordenanzas en Córdoba, a 7 de julio de 1486. Este método de convocar por medio de las campanas es lo que se llama tocar a somatén en Cataluña, y a rebato en Castilla.
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N-1,22,51. Ocurrencia y arenga tan propia de la locura de Don Quijote, como del ingenio de Cervantes. íQué contraste entre la sandez de un loco honrado y sincero con la reflexiva malignidad de unos pillos que caminaban al remo! Este contraste lleva consigo la verosimilitud de lo que va a suceder, y prepara el éxito que debía tener, y efectivamente tuvo, la aventura de los galeotes.
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N-1,22,52. Se refiere a beneficio; pero está ya muy trasmano, y convendría haberlo repetido o indicado de otro modo. Cervantes, que solía incurrir tantas veces en repeticiones no necesarias de una misma palabra, aquí pecó por el extremo contrario.
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N-1,22,53. He aquí al Toboso convertido en ciudad por Don Quijote, como si se tratase de Londres, de París, de Constantinopla, de Trapisonda, o de alguna corte de las Princesas que había leído en sus desalmados libros. Allí encontraba los originales que quería copiar en la ocasión presente, enviando los agraciados a su señora, como lo había hecho también en la aventura del vizcaíno.
Amadís de Gaula, habiendo vencido al bravo y esquivo gigante Madarque, señor de la ínsula Triste, puso en libertad a los que tenía presos. Eran ciento, en que había treinta caballeros y más de cuarenta dueñas y doncellas: todos llegaron con mucha humildad a besar las manos a Amadís, diciéndole que les mandase lo que hiciesen. El les dijo: Amigos, lo que a más me placerá es que os vais a la reina Brisena y le digáis cómo os envía el su Caballero de ínsula Firme.. . y besadle las manos por mí (Amadís de Gaula, cap. LXV). Y véase en este pasaje el vais sincopado por vayáis, como lo está también en el texto del QUIJOTE.
Con estas palabras iguales a las copiadas de Amadís de Gaula envió el de Grecia al vencido gigante Cinofal a presentarse a su señora Lucena, princesa de Sicilia (Amadís de Grecia, parte I, cap. XL). Del Caballero de la Cruz cuenta su historia que de resultas de haber vencido y muerto a un caballero inglés de grande estado en el ducado de Guiana, se le rindieron veintidós castillos, a cuyos alcaides mandó fuesen a presentarse ante su señora la infanta Andriana, hija del rey de Francia (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. CXXI). En la misma historia se refiere que el infante Floramor, habiendo puesto en libertad a más de doscientos cautivos y cautivas, que estaban presos en el castillo del maligno encantador Arcaico, entre ellos a un caballero llamado Armindo, dio a éste el castillo, y le encargó que llevase consigo a Constantinopla a sus compañeros de prisión, y al mismo Arcaleo, y se presentase con todos de parte del Caballero de las Doncellas ante la princesa Cupidea, y no se apartasen de ella sin su voluntad. Con efecto, se presentó Armindo con todos los libertados, y con Arcaleo muy bien ligado detrás de todos; e hincando los hinojos ante ella, le besó las manos, diciendo: A ti, hermosa y soberana princesa, venimos de parte del más hermoso y aventajado Caballero de las Doncellas..., el cual besa tus hermosas manos mil veces, y nos mandó que nos metiésemos en tu prisión, para que de nosotros hicieses a tu guisa, como aquel que nos libró de la más cruel prisión del mundo, del poder de Arcaleo el encantador, que es éste que aquí traemos (lib. I, cap. XVI).
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N-1,22,54. Nombres de contribuciones que se pagaban antiguamente en España. Con ellos se designa aquí el homenaje y demostración que en obsequio de Dulcinea exigía nuestro caballero de sus clientes los galeotes. El quid pro quo de Avemarías y Credos que se proponía en lugar del viaje, era muy propio y natural en la clase de gentes a que pertenecía el orador: y no es dudable la eficacia de oraciones emanadas de bocas tan puras y manos tan inocentes.
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N-1,22,55. Pasamonte, en su discurso, salta de lo sagrado a lo profano, de la alusión a las quejas de los israelitas peregrinando por el desierto, a la expresión proverbial castellana de pedir peras al olmo, con que suele designarse un imposible, cual es que un olmo produzca peras.
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N-1,22,56. No siempre se contenía Don Quijote valiéndose del comodín tal en sus votos y juramentos, como lo hizo en esta ocasión, puesto en cólera. En el capítulo XXIV de esta primera parte se lee: Eso no, voto a tal, respondió con mucha cólera Don Quijote (y arrojóle como tenía de costumbre). Peor, por más claro, está en la segunda parte, en la aventura de las galeras (cap. LXII), donde se dice de Don Quijote que votaba a Dios, que si alguno llegaba a asirle para voltearle, le había de sacar el alma a puntillazos. En otro lugar se significa lo mismo, diciendo que lo arrojó redondo como una bola. Si ésta era la costumbre de Don Quijote, según se dice en uno de los lugares mencionados, las reticencias no son suyas, sino de su coronista.
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N-1,22,57. El tratamiento de Don, nacido del latino Dominus, que por su origen y naturaleza es de honor, se usa aquí al contrario, con fuerza y en tono de vituperio; y lo mismo sucede después en el capítulo XLIV, cuando el Barbero arremetió a Sancho, diciendo: íAh, Don ladrón, que aquí os tengo! Venga mi bacía y mi albarda con todos mis aparejos que me robastes. Del mismo modo, en el capítulo XVI de la segunda parte, amenazando Don Quijote al leonero, le llamó Don bellaco.
Cervantes, según su propósito, tiró a remedar los libros caballerescos, donde es frecuente este uso del Don irónico e injurioso. Peleando el Caballero del Cisne con el Duque Rainer de Sajonia, lo hirió, e dijole así muy sañudamente: Don alevoso probado, en mal punto aviste la traición conoscida, que comenzastes contra la Dueña de Bullón (Gran Conquista de Ultramar, cap. LXXI). Uno de los cuatro caballeros que se llevaban por fuerza una doncella, respondió a don Olivante de Laura, que los denostaba: Don sandio Caballero, en mal punto queréis aconsejar a quien consejo de vos no quiere recibir (Olivante, lib. I, cap. XVII). Don Caballero falso, Don Caballero traidor, se lee en la historia de Primaleón (caps. IV y XXIX). En la del Caballero del Febo se cuenta que otro Caballero le quiso asir la falda de la loriga, diciendo: No os valdrán, Don falso Caballero, vuestras burlas, que a vuestro desgrado habéis de ir con nosotros preso, io decía por él y la Princesa Claridiana que estaba allí disfrazada de caballero (parte I, lib. II, cap. XXXI). Ahora quiero yo ver, Don falso enano, cómo sentís la pena que a las doncellas dais, decía el Caballero Fineo a un enano que se jactaba de haber dado de comer a sus halcones de la carne de más de treinta doncellas: Y así, tomándolo él y Carnelio (su escudero), lo colgaron de un árbol por los cabellos (Policisne de Boecia, capítulo XXVI).
En los pasos anteriores el tratamiento Don se junta con palabras ofensivas; pero aun él por sí solo solía tener un sentido enfático en mala parte de lo que hay ejemplos en Palmerín de Oliva (cap. LXI) y en las Sergas de Esplandián (cap. XXVII). Iba Lisuarte de Grecia todo distraído y abismado en sus pensamientos por una floresta, y un caballero quiso forzarle a detenerse; resistiéndose Lisuarte, le dijo el otro: +Cómo, Don Caballero, no basta que seáis loco, sino necio? Lisuarte no se anduvo en chiquitas: sacó la espada y de un tajo le derribó un brazo al descortés caballero (Lisuarte de Grecia, capítulo LII).
Este uso antifrástico del tratamiento de Don no era exclusivo de los libros de Caballería: hállase ya en nuestros libros antiguos desde los principios del idioma castellano. Gonzalo de Berceo, uno de nuestros poetas primitivos, cuenta en la Vida de Santo Domingo (copla 179) que, irritado contra el Santo don García, Rey de Navarra.
Don Monge, dice el Rey mucho de mal sabedes.
Y en los Milagros de Nuestra Señora (copla 202) refiere la contestación que el Apóstol Santiago tuvo con uno de los diablos que se llevaban el alma de un romero:
Dijo y Santiago: Don traidor palabrero,
non vos puet vuestra parla valer un mal dinero.
En la expedición contra Egipto, el Rey de Jerusalén Juan de Breña o Brienne estaba mal con el Legado del Papa Pelagio, portugués de nacimiento, Cardenal y Obispo Tusculano, y últimamente Papa con el nombre de Juan XXI. Después de la toma de Damieta, que fue en el año de 1219, hallándose en el mayor apuro el ejército cristiano por causa de una inundación, y con los moros a la vista, se cuenta en la Gran Conquista de Ultramar (lib. IV, cap. CCXCV) que el Legado pedía consejo al Rey, y que el Rey, airado, le respondió: -Don Legado, Don Legado, en mala hora salistes de España, que vos habéis echado a perder esta hueste, e agora decís que yo dé consejo. En el cuento de un moro recién casado que se insertó en el Conde Lucanor (cap. XLV) se refiere que, enojado con un perrillo faldero, le dijo: +Cómo, Don falso traidor, no viste lo que fice al alano? E irritado después con su caballo, le dijo: +Cómo, Don Caballo, cuidades que porque non he otro caballo, que por eso vos dejaré, si non ficiéredes lo que vos mandase?
Aguardad, Don Asno, decía Marcelo a Pajares en una comedia de Lope de Rueda intitulada Los Engaños, amenazándole con que le obligaría a hacerlo que se le mandaba (acto I, esc. I).
No era de mejor condición el Doña femenino que el Don masculino. En la Historia de Policisne (cap. XLII) decía el Caballero Fineo a la mágica Almandroga, que iba a degollar al Rey Minandro: En mal punto, Doña cruel y encantadora, tuvisteis tal osadía.
El Arcipreste de Talavera, en su Corbacho (parte IV, cap. IV), hablando de un ermitaño hipócrita de Valencia que no quería abrir a la justicia, cuenta que el decía desde afuera el Gobernador: Don viejo falso e malo, abriréis mal que vos pese, e veré qué tenéis aquí dentro. Y en otro paraje (parte IV, cap. VI) pone la contienda y altercado entre la Fortuna y la Pobreza: la una llamaba a la otra Doña villana, y la otra llamaba a la una Doña loca engrasada Después de una porfiada lucha, la Pobreza echa en tierra a la Fortuna, y Poniéndole el pie en la garganta, le dice: Doña traidora, no es todo delicados manjares tragar... Doña falsa mala no es todo en cama delicada folgar: conviene, Doña engañadora, la pobreza por fuerza probar.
El autor, otras veces citado, de las Observaciones sobre algunos puntos del Quijote, que, ocultándose bajo las iniciales T. E., las publicó en Londres el año de 1807, reprendió el presente pasaje como demasiadamente grosero, y aun de mal ejemplo para la juventud. No tuvo presente que el QUIJOTE no se escribió para niños.
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N-1,22,58. Como los perros cuando se les castiga o se les amenaza y tienen miedo, de donde se tomó la expresión.
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N-1,22,59. Algo más fue que querer, porque les había dado libertad efectivamente. Sobra la palabra querer.
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N-1,22,60. Hacer del ojo, guiñar o hacer señas con los ojos, regularmente con el fin de ponerse de acuerdo para algún objeto. También suele decirse metafóricamente hacerse del ojo, para significar en general que dos o más personas convienen o se conciertan en una misma cosa.
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N-1,22,61. La palabra casi falta en las dos ediciones de Madrid del año 1605. Cervantes la añadió en la de 1608 para salvar, como notó la Academia Española, la inconsecuencia en que incurriría diciendo después en el capítulo XXV que el desagradecido galeote quiso y no pudo hacer pedazos el yelmo de Mambrino, y añadiendo en el capítulo XXXVI que Don Quijote salió con el yelmo, aunque abollado, en la cabeza. Fue una de las pocas correcciones que Cervantes hizo en su libro.
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N-1,22,62. En el capítulo XXX de esta primera parte dice Don Quijote que Ginés de Pasamonte le llevó su espada; pero aquí no se cuenta tal cosa, a pesar de ser circunstancia tan notable, y la espada pieza tan principal entre los trebejos caballerescos.
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N-1,22,63. Piezas de la armadura que cubrían la parte anterior de las piernas, desde el empeine del pie hasta las rodillas. Eran como parte y continuación de los quijotes, y solía llamárselas también canilleras.
El Arcipreste de Hita, tratando de las armas para vencer al diabla, mundo y carne, dice:
Quijotes et canilleras de santo sacramento...
Así contra la lujuria habremos vencimiento.
En la armadura hacían de calzones y medias los quijotes y las grebas; éstas cubrían las canillas, y aquéllos los muslos.
Las grebas de Don Quijote no se habían mencionado hasta ahora, ni vuelven a mencionarse en lo restante de la fábula.
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N-1,22,64. La conjunción está dislocada, aparentemente por descuido de la imprenta en las primeras ediciones, y bien se pudiera haberla concertado y vuelto a su lugar en las siguientes de esta forma: A Sancho le quitaron el gabán, dejándole en pelota: y repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte.----En pelota quiere decir úúnicamente con la ropa interior, y no en carnes, que es la significación que se le da comúnmente.
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N-1,22,65. Pues +qué se hizo del Comisario que estaba en el suelo mal herido y en cueros? En tal estado, no fue fácil que acompañase a los fugitivos y desapareciese con ellos.

[23]Capítulo XXII. De lo que le aconteció al famoso don Quijote en Sierra Morena , que fue una de las más raras aventuras que en esta verdadera historia se cuentan
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N-1,23,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,2. Fácilmente se entiende la ironía que envuelve la palabra verdadera; pero +a qué viene ya tanta ironía?
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N-1,23,3. Está de más, o el pronombre lo o la conjunción que: la supresión de cualquiera de los dos monosílabos dejaría correcto el lenguaje. Siempre, Sancho, he oído decir que el hacer bien, etc.; o siempre, Sancho, lo he oído decir: el hacer bien a villanos es echar agua en la mar.La expresión del texto contiene dos versos octosílabos:
Que el hacer bien a villanos
es echar agua en la mar,
cosa que ocurre frecuentemente, aun sin intentarla, en el idioma castellano, y hace a los versos de esta medida sumamente a propósito para el diálogo dramático, por lo parecidos que son a la prosa.
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N-1,23,4. La muerte que las leyes de la Santa Hermandad imponía a los malhechores era de saeta, y la pena se ejecutaba en el campo, dejando allí los cadáveres atados al palo, para escarmiento de los que quisiesen imitarles. El sonido de las saetas disparadas era el zumbido que a Sancho le parecía oír. La Reina Católica Doña Isabel dispuso que antes de asaetar a los reos se les diese garrote para excusarles la prolongación del tormento. Covarrubias, en su Tesoro, atribuyó esta benigna disposición al Emperador Carlos V; la confirmaría.
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N-1,23,5. Extraño y singular encargo que prohibe hablar a los muertos, muy propio del estado en que se hallaba el cerebro de Don Quijote.
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N-1,23,6. Desde ahora para entonces ya bien: es un mentís anticipado; pero desde entonces para ahora envuelve un absurdo que sólo cabe en la cabeza de un loco. Cervantes esforzó lo ridículo de la idea, dando este aire de fórmula forense a la frase que la expresa, y desmintiendo además, no sólo el dicho, sino hasta el pensamiento. El lector se ríe a costa del pobre Don Quijote.----La expresión de mientes y mentirás todas las veces que lo dijeres es copiada literalmente de la respuesta de Tirante el Blanco a la carta de desafío que le envió don Quirieleisón de Montalbán, según se refiere en su historia (parte I, cap. XXVI); y la misma se encuentra repetida en un documento tan autorizado como fue el cartel de desafío que envió el año de 1528 el Rey Francisco de Francia al Emperador Carlos V, en el cual, después de desmentir lo que sobre su conducta había dicho el Emperador, añade: Y tantas cuantas veces lo dijérades, mentiréis. Publicó este documento don Prudencio de Sandoval en la Historia de Carlos V (libro XVI, párrafo 22).
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N-1,23,7. Solemos decir comúnmente un si es no es; y con efecto el uso del no pide, por una analogía racional, que acompañe el del si, para expresar con esta contraposición el estado de duda e incertidumbre que se quiere indicar. Es frase proverbial, y como tal la incluyó don Francisco de Quevedo en su Cuento de cuentos.
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N-1,23,8. Las tribus no tenían hermanos, sino jefes o patriarcas, que también fueron doce hermanos; y así parece que debiera decirse los doce hermanos, padres o fundadores de las doce tribus.----Nuestros mayores usaron del nombre tribu en género masculino; nosotros preferimos el femenino. El Tostado lo usó con variedad, unas veces como masculino y otras como femenino, según puede verse en la tercera parte de su Comentario sobre las Crónicas de Eusebio.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,9. Mancebos se dice de los del horno de Babilonia, pero no eran hermanos, y su mención no viene a cuento; ni eran siete, sino tres. Pudiera sospecharse que el manuscrito original diría Macabeos, que era lo que debió al parecer ponerse. La Sagrada Escritura refiere el martirio de siete hermanos Macabeos, que animados por su valerosa madre, se negaron a abandonar su religión en tiempo de las persecuciones que sufrieron los judíos de parte de los Reyes de Siria; circunstancia que hace plausible la sospecha de que en el presente pasaje del texto convino leerse Macabeos. La edición de Londres de 1738 cortó el nudo de la dificultad y puso Macabeos y si fuera lícito mudar el texto cuando hay errores, y no son meramente tipográficos, debiera aplaudirse la enmienda. Pero siendo Cervantes tan descuidado como lo era en materia de citas, no es inverosímil que al escribir rápidamente, según su costumbre, este pasaje, confundiese la relación del libro de los Macabeos con la de Daniel, y que éste sea el verdadero origen de la equivocación.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,10. Cástor y Pólux, hijos de Leda, Reina de Laconia, de cuyo nacimiento y hechos habla la fábula. Cástor era mortal como hijo del Rey Tíndaro, y Pólux inmortal como hijo del dios Júpiter; pero Pólux, buen hermano, consiguió de su padre que se repartiese entre los dos la inmortalidad, y vivían alternativamente, por días, según unos, y por semestres, según otros. Finalmente, fueron trasladados al cielo, donde forman el signo de Géminis.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,11. Las ediciones primitivas, tanto las de 1605 como la de 1608, tienen retirar. La de Londres de 1738 corrigió retirarse, y la Academia Española siguió su ejemplo.----El se que aquí se echaba de menos estaba de más al fin del período, donde las mismas ediciones pusieron: de sabios es... no aventurarse todo en un día.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,12. Consultando la carta del país, es difícil comprender cómo desde el paraje en que se hallaba Don Quijote, que era en la Mancha, a la entrada de Sierra Morena, según acaba de decirse dos renglones antes, se podía salir, atravesando toda la sierra, a Almodóvar o al Viso. Cervantes se paraba poco en estas cosas.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,13. Si en el original de Cervantes se leía juzgó, debió ser juzgó milagro; si se leía a milagro, diría probablemente tuvo a milagro, éste es el régimen que corresponde a ambos verbos, juzgar y tener, y que aquí está trocado. En las palabras siguientes está invertida la gradación: el orden natural pide que se diga, lo que buscaron y llevaron los galeotes, porque primero es buscar, y después llevar.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,14. En todas las ediciones del QUIJOTE anteriores a la última de la Academia Española, se lee: y la necesidad sea ocasión de acudir a lo que se debe. Está dicho al revés, porque lo que conviene y se intenta expresar es que la necesidad da ocasión de faltar a lo que se debe. Pellicer, que advirtió el error y propuso se leyese acudir a lo que no se debe, no se atrevió a corregirlo. La Academia Española, en su edición de 1819, adoptó la enmienda propuesta por Pellicer.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,15. Parecía natural que aquí se expresase el modo con que Pasamonte hurtó su jumento a Sancho; pero no se hace. Cuéntase después en el capítulo IV de la segunda parte, donde la analogía de los caracteres de Pasamonte y Brunelo sugirió a Cervantes la idea de que el robo del rucio fue de la misma manera que el del caballo de Sacripante, hecho por Brunelo durante el cerco de Albraca, según refiere Boyardo en su Orlando enamorado.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,16. Al pronto parece que el cual designa al rucio, y que éste fue el que se vio sin el otro, e hizo el triste llanto que aquí se dice. Si en lugar del pronombre relativo se hubiera puesto la conjunción y, estuviera todo claro y corriente: Sancho... halló menos su rucio, y viéndose sin él, comenzó a hacer el más triste llanto del mundo.
Aquí por la primera vez se da en el QUIJOTE el nombre de rucio al asno de Sancho. Daríasele por ser de este color, que sí estamos a la autoridad de la Academia Española, viene a ser lo mismo que tordo, mas no parece que lo entendía así Cervantes. En el capítulo XXI dejaba dicho Sancho, que su asno era pardo; y en el XXVI se dirá que el barbero hizo una gran barba de una cola rucia o roja de buey. Y luego se añade que la cola era entre roja y blanca, como que era hecha de la cola de un buey barroso.En la grave cuestión que se agita de pilo asnino, el lector elegirá la opinión que guste.
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N-1,23,17. Es la única vez en todo el discurso de la fábula que Don Quijote despierta después que Sancho. Este era dormilón; nunca conoció segundo sueño, porque el primero le duraba toda la noche (parte I, cap. LXVII), y tenía por costumbre dormir cuatro o cinco horas la siesta del verano (Ib., cap. XXXI). Duerme tú, le decía su amo en la aventura de los batanes, duerme tú, que naciste para dormir (parte I, cap. XX). Don Quijote era de poco sueño, y así debía suceder, siendo loco. Antes de emprender el ejercicio de la vida caballeresca, se le pasaban de claro en claro las noches leyendo (Ib., cap. I); después solía emplearlas entreteniéndose en sabrosas memorias de su señora (Ib., cap. XI, et alibi passim); y cuando dormía, satisfacía a la naturaleza con el primer sueño, sin dar lugar al segundo (parte I, cap. LXVII).
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,18. Brincos se llamaban las joyuelas o adornos que solían llevar pendientes mujeres y niños y por la vibración de sus reflejos parecían brincar al moverse las personas que los llevaban. En la segunda parte (cap. XXXVII), cuenta la Condesa Trifaldi, que don Clavijo la rindió la voluntad con algunos dijes y brincos que le dio.
Decía Sancho al Bachiller Sansón Carrasco en la segunda parte (cap. IV), hablando del robo de su asno por Ginés de Pasamonte, y de la imperfección con que se había contado el suceso en la primera; Amaneció.., miré por el jumento, y no le vi: acudiéronme lágrimas a los ojos, y hice una lamentación, que si no la puso el autor de nuestra historia, puede hacer cuenta que no puso cosa buena. He aquí calificada, la lamentación presente, que empieza por llamar hijo al asno, y es capaz de arrancar la risa del pecho más saturnino y melancólico.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,19. Sancho va aquí apostrofando a su rucio, y el verbo ganabas debe estar en segunda persona y no en tercera, como ponen todas las ediciones. Los 26 maravedís del tiempo de Cervantes, que ganaba de jornal el rucio, venían a ser 70 de los nuestros. No eran mucho los 26 maravedís, porque el asno de Lazarillo de Tormes, siendo éste azacán en Toledo, ganaba 30; verdad es que el jornal de Toledo debía ser mayor que el de la Argamasilla.La acepción que en este pasaje tiene el verbo mediar, es poco usada; ordinariamente es verbo de estado, y significa estar entre dos cosas. Aquí es verbo de acción, y designa partir por medio o hacer la mitad.Despensa se dice ordinariamente del sitio donde se guardan las provisiones o comestibles de la casa; pero en el texto equivale a expenso o gasto.
Dícese a continuación: Don Quijote, que vio el llanto y supo la causa, consoló a Sancho. Parece más natural que el original pusiese oyó el llanto; pero fue muy fácil que el impresor leyese vio donde decía oyó.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,20. No se dice de qué eran los tres ni los cinco. Media página antes se había nombrado al rucio, y así es menester adivinar que se habla de pollinos. Es también de reparar la violenta transposición para que le diesen tres en su casa de cinco; la duplicación redundante del pronombre, prometiéndole de darle, el fastidioso monosílabo de, que sin necesidad se interpone, y la repetición de darle y diesen, todo junto desfigura y afea el lenguaje del período. Mejor estuviera: prometiendo darle una cédula de cambio para que en su casa le entregase tres pollinos, de cinco que había dejado en ella. Tampoco se ve la verosimilitud de que hubiese tantos pollinos en la casa de nuestro hidalgo, atendiendo a la descripción que se hace de la misma y del género de vida de su dueño en el capítulo I de la fábula En medio de esos reparos, no carece de gracia la idea de una cédula o letra de cambio aplicada a la libranza, no de maravedís, sino de pollinos. La cédula llegó a darse, con efecto, y se copia en el capítulo XXV de esta primera parte, donde la verá el curioso lector.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,21. No habló Cervantes de las prevenciones de boca de los clérigos que acompañaban al difunto, sin ponderarlas. En el capítulo XIX, dijo que había más de una fiambrera en la acémila del repuesto de los señores clérigos, y que éstos pocas veces se dejan mal pasar. En el capítulo XXI exagera la abundancia de dicho repuesto, llamándole el Real de la acémila, como si se tratase de las provisiones de un ejército; y ahora vuelve a hablar de los relieves del despojo que llama clerical. Está vista la propensión de Cervantes al género satírico.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,22. Las ediciones del año 1605 decían en este lugar: Iba tras su amo sentado a la mujeriega sobre su jumento. Cervantes había olvidado que acababa de contar el hurto del rucio, hecho la noche anterior por Ginés de Pasamonte. El mismo error se repite en otros pasajes, donde se supone presente el jumento que había desaparecido. Cervantes lo advirtió y quiso corregirlo en la tercera edición hecha a su vista el año 1608, pero sólo lo verificó en dos pasajes de los siete en que se había errado. A vista de tal negligencia en un punto tan material y tan obvio, no deben parecer temerarias las sospechas que suelen mostrarse frecuentemente en estas notas acerca de las incorrecciones del texto en las ediciones primitivas. Los pasajes errados en la primera edición de 1605, están en los folios 109 (allí dos veces), 111, 112, 120, 121 y 122. Los corregidos en la edición de 1608 fueron, uno del folio 109 y otro del 112.
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N-1,23,23. Otra inadvertencia de Cervantes. Este costal era el gabán de Sancho, según el capítulo XIX, donde se refiere que Sancho, para recoger todo lo que pudo de las abundantes provisiones de los clérigos, hizo costal de su gabán; y en el capítulo XXI acaba de contarse, que le quitaron el gabán los galeotes. +Dé dónde sale este nuevo costal que había pocas horas antes?----Reza el texto, que Sancho sacaba de un costal y embaulaba en su panza; ya se entiende que eran los relieves del despojo clerical, de que se habló anteriormente; pero no se dice y se echa de menos. Panza era apellido de Sancho por consiguiente, en la panza de Panza se guardaban como en un baúl los relieves.
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N-1,23,24. Hablando correctamente, sólo el que alzaba el bulto, o algún espectador, que al propio tiempo fuese relator del suceso, pudiera usar de la expresión no sé qué, la cual indica cierto estado de duda que no cabe en quien no está presente. Alzar un bulto, sin otro aditamento, sería frase que no ofreciera reparo.
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N-1,23,25. Maleta, palabra que don Sebastián de Covarrubias quiere que venga del hebreo: cuando tenemos tan a la mano el francés malle, de donde derivarla. Es voz del castellano antiguo, y se encuentra en el poema del Conde Fernán González, y en la historia de la Gran Conquista de Ultramar (lib. I, capítulo LXXXVII). En la germanía se da este nombre a las rameras, y les viene bien por lo de traídas y llevadas, que se dijo en el capítulo I.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,23,26. Curiosas y limpias no son palabras sinónimas. Limpias se dice por el aseo; curiosas por el primor y delicadeza. Lo primoroso puede estar puerco, y lo limpio puede ser basto y ordinario; pero ni lo primoroso puede ser ordinario, ni lo limpio estar desaseado.
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N-1,23,27. Oposición de vocablos que, usada con sobriedad, como aquí, puede servir de adorno al discurso, así como prodigada inoportunamente degenera en abuso pesado e intolerable. Este defecto llegó a ser general en nuestra literatura. En él incurrieron don Francisco de Quevedo, don Luis de Góngora, Y otros escritores coetáneos y posteriores que procuraron imitarlos, tomando por muestra de ingenio lo que no era sino juguete vano y pueril de palabras.
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N-1,23,28. Ofende en estos dos verbos la diversidad de régimen; cosa que evitan los que escriben con corrección, y que nace de ser un verbo activo y otro de estado. Fuera preferible suprimir uno de ellos, o poner rastrear y saber lo que deseamos. Poco antes hay otro descuido de este género: y así no adivino ni doy en lo que pueda ser. Igual defecto se nota en otros varios pasajes del QUIJOTE.
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N-1,23,29. Ejemplo de la conjunción porque usada como final y no como causal; equivale a decir: para que Sancho también lo oyese. En el capítulo I, hablando Don Quijote con su escudero, le dirigió estas palabras: porque veas, Sancho, el bien que en si encierra la andante caballeríaàà quiero que aquí a mi ladoàà te sientes. Y en otra ocasión, insistiendo Sancho en que eran manadas de carneros los que su amo creía ser ejércitos, le decía éste: haz una cosa, Sancho, porque te desengañes; sube en tu asno, etc...y verás como se vuelven en su ser primero. Este uso promiscuo del porque fue común entre nuestros antiguos escritores: en el día no lo es tanto. Cuando la conjunción es final, el verbo siempre va en subjuntivo; y esta regla puede servir para discernir a cuál de las dos clases pertenece en cualquier caso.
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N-1,23,30. El soneto precedente se repite por boca de Reinaldos en la comedia de Cervantes intitulada La casa de los celos, sólo con la diferencia, como observó ya Pellicer, de que allí se habla con Angélica, y aquí con Fili.
Esta repetición indica el buen concepto que tenía de su soneto Cervantes, y lo confirma diciendo en el presente pasaje, que su autor debía ser razonable poeta. No vale gran cosa el soneto, mas como dijo en otra ocasión el mismo Cervantes, no hay padre ni madre o quien sus hijos le parezcan feos, y en los que lo son del entendimiento corre más este engaño (part. I, Capítulo XVII).
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N-1,23,31. Al decir esto Don Quijote, tendría presente las cartas de don Tristán, Lanzarote y el Rey Artús, que se leen en la historia del Primero (lib. I, caps. XXXII y XXXIV), y Están escritas en verso de arriba abajo. Mas no cumplió en adelante lo que aquí ofrece, porque la carta que escribió a Dulcinea para que la llevase Sancho desde Sierra Morena, según se refiere en el capítulo XXV de esta primera parte, está en prosa.
Verdad es que también escribió en prosa a la señora Oriana el buen Amadís de Gaula, cuando resolvió retirarse a hacer penitencia en la Peña Pobre; y tratando nuestro Caballero de imitarle en lo sustancial de aquella aventura, no fue extraño que le imitase en esta circunstancia.
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N-1,23,32. Trovadores quiere decir inventores, y es nombre que se aplicó y aun se aplica a los poetas provenzales que florecieron en la Edad Media.Don Quijote hablaba como práctico en la bibliografía andantesca, porque, en efecto, había muchos caballeros aventureros que fueron también músicos y poetas. Don Tristán era tañedor de arpa, y cantando al son de ella infundió en el pecho de Iseo el amor que tan funesto fue a ambos (Tristán, lib. I, capítulo LIX).
Como Florambel, así lo cuenta su historia (lib. II, cap. XXXII), se vio en parte que su señora (la Infanta Graselinda) le podía oír, comenzó a facer tales cosas con el laúd, que las damas, muy espantadas, se pararon por ver qué cosa aquella fuese. Florambel, por dar algún alivio a su afligido corazón, cantando con mucha gracia y dolor, entonó una lamentación que empieza:
Las pasiones ajuntadas
de cuantas penas tuvieron
y tormento,
con las mías comparadas,
sombras son que desparcieron
como el viento...
Y el auditorio miraba, tanto la gracia que Florambel tenía en el tañer y cantar, como el alto estilo que le acompañaba en el trovar. El Príncipe don Duardos, enamorado de la Infanta Elérida, se había disfrazado de hortelano para poder hablarle; y un día que las doncellas de Flérida tañían y cantaban para divertir a su señora, tomó el arpa a una de ellas, y cantó esta letrilla que había compuesto (Primaleón, cap. CI):
Amar y servir
razón lo requiere:
virtud es sufrir
dolor que así fuere.
Fiere el dolor
y aqueja el cuidador:
mas tengo temor
de ser apartado
delante de aquella
que m′ha lastimado.
Amalia y servilla
razón lo requiere:
pueda yo sufrir
dolor que así fiere.
Don Oliviante pidió el arpa a una doncella que acompañaba a la Infanta Claristea (Olivante de Laura, lib. I, cap. XXIV): y como muy bien la supiese tañer y la extremada voz y gracia le favoreciese, con muy gran suavidad y melodía comenzó a decir esta canción:
Entre la muerte y vivir
siento una batalla esquiva:
la muerte quiere que viva,
la vida quiere morir.
El mayor pasatiempo que tenía (el Caballero de Cupido) era con un laúd y con su angélica voz, que cosa era de maravillar lo que hacía, pues que ninguno de los nacidos se le igualaba, irse debajo de las ventanas de la Princesa (Cupidea) a pasear, cantando canciones conforme a su dolor (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo XLII). Allí, acompañándose con su laúd, cantaba una noche lo siguiente:
El dios Cupido
Su arco encorvado
Contra mi muy fuerte
lo había flechado.
Tiróme saeta
De casco dorado,
Dejóme herido,
Dejóme llagado
De aquella en quien
Su nombre ha dejado
Con mayor beldad
que en él ha quedado.
(Caballero de la Cruz, cap. XLIV.)
Del Príncipe don Belianís de Grecia refiere su historia que fue el mayor músico de su tiempo, tanto de arpa como de laúd (libro I, cap. I. y libro I, cap. XXXVII). En una ocasión pidió el arpa a su escudero Flerisalte, y tomándola en las manos, la comenzó a tañer con tanta suavidad y dulzura, que los corazones de todos los presentes se suspendieron. Al son de ella cantó un romance que estando ausente de su señora... compusiera, que así decía:
Ya mi triste corazón
algún descanso sentía...
y en el mar de sus congojas
gran bonanza parescía...
citando entre tantos placeres
llegó el mal de que temía.
Pronuncia el amor sentencia
muy cruel en rebeldía:
manda que sea desterrado,
pues subió más que debía.
No le manda dar la muerte
porque pene más en vida...
La muerte ya se le acerca,
ya se le parte la vida,
cuando aquel gran dios Cupido
por contento se tenía:
pregona su libertad,
restitúyele la vida:
pónele en tan alto grado
cual él jamás merecía:
pagos son que da el amor
al que lealmente servía.
(Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXXVI.)
Por ésta y demás muestras que preceden, podemos juzgar de la habilidad métrica de los poetas andantes, ya que no nos queda documento, por dónde juzgar de la música. Lo mismo podemos hacer con Amadís de Gaula, de quien se cuenta que entonaba dulce y acordadamente las cántigas que él mismo componía, y de que pone algunas su historia (caps. LI y LIV). De otros caballeros se dice que tañían y cantaban, pero sin referir los versos, como sucede con Palmerín de Oliva (Palmerín de Oliva, cap. CXXXV), con Rosabel, hijo del Príncipe Rosicler de Grecia (Caballero del Febo, parte II, lib. I, capítulo I), con Reinaldos de Montalbán y con otros.
Los autores de las crónicas caballerescas, por ennoblecer a sus héroes, los pintaron trovadores y músicos, atribuyéndoles una cultura incompatible con la rudeza general de los siglos en que se supone haber nacido y florecido la Caballería, y que tuvo muy pocas excepciones en los inmediatos. Por aquellos tiempos los legos, incluso los grandes señores, generalmente no conocían las letras, de manera que, para escribir sus cartas, tenían que valerse de los clérigos. Del mismo Carlomagno, señalado fautor de la ilustración en su era, se duda si sabía escribir cuando ascendió al trono. Algunos de los Reyes Merovingios que le precedieron, firmaban con monograma o rúbrica, aparentemente por no saber escribir (Mabillón, De Re diplom., lib. I, cap. X, núm. 10). También se cuenta entre los fautores de las letras a Teodorico, Rey de los ostrogodos, que no sabía ni aun firmar. El famoso Condestable de Francia, Beltrán Claquín que con tanta elocuencia perora en la historia de Mariana (Hist. de España, lib. XVI, cap. VI), no sabía leer ni escribir; y de esta ignorancia hubo de nacer en las firmas o suscripciones de los documentos el uso de las rúbricas, que no eran más que un garabato que adoptaban y usaban por signo los que no sabían hacer otra cosa. A las veces sólo ponían una cruz, como aquel Rey inglés que decía: Ego Withredus, Rex Canti礬 propria manu signum sact祴 pro ignorantia litterarum expressi. Y el otro Conde Palatino: Signun Heribaldi Comitis sacri palatii, qui ibi fui, et propter ignorantiam litterarum signum sancta crucis feci (Ducange, Glosario, había Crux).
Los trovadores provenzales habían ya hallado favor en Castilla desde fines del siglo XI. Los hubo en la corte de San Fernando, y el Rey gustaba de ellos, y entendía quién lo hacía bien y quién no, como cuenta su hijo don Alfonso el Sabio (Burriel, Paleografía españolab página 82). Este Monarca, su nieto don Juan Manuel, el Canciller Pedro López y don Pedro IV de Aragón ofrecieron ejemplos, todavía raros entonces, de caballeros instruidos. Creciendo sucesivamente la cultura, en la declinación del siglo XIV, solían ya mezclarse los duros ejercicios de la caballería con otros más apacibles y suaves, como se ve por la descripción que hace la Crónica de don Pero Niño, Conde de Buelna, de los obsequios que en su tiempo acostumbraban hacer los caballeros a sus damas; por cuyo amor, dice (parte I, cap. XV) facen grandes proezas é caballerías... é se ponen a grandes aventuras, é búscanlas por su amor, é van en otros reinos con sus empresas dellas, buscando campos é lides, loando é ensalzando cada uno su amada é señora. E aun facen dellas é por su amor graciosas cántigas é favorosos decires, é notables motes é baladas é chazas é rondelas, é lais é virolais é complaintas é figuras, en que cada uno aclara por palabras é loa su entención é propósito. En la primera mitad del siglo XV, Castilla presenta ya copia de caballeros en quienes se reunía el cultivo de las letras y aún de la poesía con la común profesión de las armas, como el Marqués de Santillana, el de Villena, don Jorge Manrique y otros muchos. El mismo Rey don Juan el I, dábase a leer libros de filósofos é poetas: era buen eclesiástico, asaz docto en la lengua latina... Tenía muchas gracias naturales, era gran músico, tañía é cantaba é trovaba e danzaba muy bien. Tales el elogio de aquel Príncipe, con que acaba su crónica.
ZZZ
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N-1,23,33. Habla de la música y de la poesía, y alude al dicho común de Poetan ascitur suponiendo que es don gratuito de la naturaleza.
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N-1,23,34. Cartas misivas o mensajeras se llaman las epístolas, a distinción de las diplomáticas o documentos de los protocolos y archivos, que también se llaman cartas.
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N-1,23,35. Esta carta es de malísimo gusto, y pudiera pasar por un modelo de aquel estilo exagerado, empedrado de antítesis y sutilezas, que llegó a ser común en España en el mismo siglo de Cervantes. Por una depravación absoluta de lo natural se atribuyen a una persona agitada de grandes pasiones, discursos estudiados, relamidos, conceptuosos y llenos de esta clase de agudezas y adornos que son de todo punto incompatibles con los afectos vehementes del ánimo. La misma metafísica, sobre cosas del amor, aunque a veces en estilo menos encrespado, se usa en las cartas y billetes de los caballeros andantes a sus señoras, y en las contestaciones de éstas que suelen hallarse en los libros de caballerías, como en las del Caballero de Cupido y la Infanta Cupidea, y otras en Belianís de Grecia y Florisel de Niquea. Acaso quiso Cervantes remedar aquel estilo en la carta de Cardenio a Luscinda, así como remedó el lenguaje de las mismas en la de Don Quijote a Dulcinea, que se leerá en el capítulo XXV.
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N-1,23,36. Pasaje embrollado: quiere decir, que ni por la carta ni por los versos se podía sacar otra cosa sino que la escribió algún amante desdeñado.
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N-1,23,37. Se echa menos el régimen: de los que alguno pudo leer y otros no.----Cuéntase después que Sancho registró la maleta sin dejar rincón en toda ella ni en el cojín, porque no se quedase nada por diligencia. Debió decirse al revés: por falta de diligencia.
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N-1,23,38. Se pinta aquí una de las principales circunstancias del carácter de Sancho, que era la codicia: y están referidos con graciosa concisión y rapidez los trabajos y desgracias que hasta allí había padecido.
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N-1,23,39. Modo festivo de recordar los palos recibidos de manos de los desalmados yangÜeses en el Val de las estacas. Bendecir con ella es expresión semejante a la de santiguar con un palo, o persignar con un alfange, que se dice en el capítulo XXVII de la segunda parte.
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N-1,23,40. Mejor aquel lugar escabroso e inhabitable. Así se guardaba la gradación, pasando de lo menos a lo más, porque el sitio pudiera ser escabroso, sin llegar a ser inhabitable, como sucede en otras sierras, donde a pesar de la aspereza del terreno abundan los pueblos.
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N-1,23,41. Las ediciones primitivas pusieron pisacorto, palabra mal formada y sin sentido, porque la acción de pisar puede ser firme o floja, pero no corta o larga; esto pertenece al paso, y así debió leerse pasicorto, voz que expresa con propiedad lo que se intenta, y de que usó Cervantes en el Viaje al Parnaso, cuando decía a Mercurio que tardaría mucho Quevedo en llegar, por ser pasicorto. La equivocación consistió sólo en la inversión de dos letras, porque pisacorto es anagrama de pasicorto.----Pellicer lo puso bien en su edición.
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N-1,23,42. Volvió aquí a olvidársele a Cervantes el robo del rucio; y para mayor prueba de su negligencia, se le olvidó también corregir el error en este lugar de la edición de 1608, aunque lo corrigió en otros de la misma.
Don Vicente de los Ríos, apasionado admirador del QUIJOTE, después de decir en su Análisis (número 318), que Cervantes componía sus obras de primera mano, sin detenerse después a limarlas y pulirlas, añade: Defecto propio de los grandes ingenios, que encuentran menos dificultad en inventar, dejando correr el raudal de su imaginación, que en perfeccionar sus invenciones, sujetando su talento a examinar despacio y con precisión un sólo objeto. Pero Ríos sin duda no quiso excluir del número de los grandes ingenios, ni a Virgilio, que pasó gran parte de su vida corrigiendo la Eneida, y mandó en su muerte quemarla por no estar bastante llena de borrones, ni a Horacio, cuando dijo en la carta, malamente llamada Arte poética:
Carmen reprehendite, quod non
Multo dies multa litura coercuit, atque
Pr祬ectun decies non castigavit ad unguem
.
Seguramente Ríos en sus escritos observó con exactitud el precepto de Horacio, prefiriéndolo al ejemplo de Cervantes; pero se trataba de excusar a éste, o por mejor decir de elogiarlo.
Todavía excedió a Ríos otro escritor más moderno, escritor sumamente apreciable, de cuyas opiniones en materia de buen gusto quisiera yo que nunca se diferenciaran las mías. Llegó a decir en sustancia que prefería el QUIJOTE con sus defectos al QUIJOTE sin ellos. íTal es el entusiasmo que produce esta admirable fábula en los lectores que saben sentir y saborear sus bellezas!
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N-1,23,43. Nueva pincelada, dada con la habilidad ordinaria de Cervantes, para continuar el retrato del carácter codicioso de nuestro escudero, bien bosquejado ya en los pasajes anteriores. El miedo, que es otra de sus calidades características, queda trazado al vivo en las expresiones que pocos renglones ha dirigía a su amo: en apartándome de vuestra merced, luego es conmigo el miedo, que me asalto con mil géneros de sobresaltos y visiones; y sírvale esto que digo de aviso, para que de aquí adelante no me aparte un dedo de su presencia.
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N-1,23,44. Al carácter codicioso y mezquino que acaba de describirse de Sancho, opone Cervantes el honrado, sincero y desinteresado de Don Quijote, que se cree obligado a buscar a Cardenio para restituirle sus escudos. La compasión que causa ver malogradas las buenas cualidades de Don Quijote por el estado de su locura, es para el lector un nuevo motivo para detestar más y más la lectura de los libros caballerescos, autores del daño. Así supo Cervantes aprovecharse de la naturaleza de su argumento y de los medios que éste le proporcionaba para conseguir el objeto final que se proponía:
Lectorem delectando pariterque monendo.
Las palabras casi delante que se hallan en el texto, están dislocadas y nada significan o faltan otras para que signifiquen algo. Puede sospecharse que son de aquellas que se escriben, como suele suceder, en el calor de la composición, y luego se borran, y que a Cervantes, incorrecto y descuidado, se le olvidó el hacerlo. La edición de Londres de 1738 omitió estas palabras, y hubiera convenido seguir su ejemplo.
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N-1,23,45. Diciéndose que estaba muerta, bien hubiera podido omitirse que estaba caída.
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N-1,23,46. Júntese este rasgo de bellaquería de Sancho con los otros de codicia, y de miedo que notamos arriba, y se irá formando idea del carácter que dio Cervantes a éste personaje, en quien reunió los deseos ordinarios del pobre, las precauciones del ignorante, la cobardía del villano, y la malicia mal disimulada de la aldea. Si agrega el apetito perpetuo de hablar, y de ensartar refranes más o menos a propósito, resultará el Sancho Panza de Cervantes.
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N-1,23,47. Esto es, no quiero cosas que aunque buenas y ventajosas traen consigo otros inconvenientes, como lo sería llevar cencerro un perro destinado a guardar la casa contra los ladrones, o el ganado contra los lobos.----Así hablaba el hipócrita de Sancho, dando a entender que no quería la maleta con gravamen de su conciencia.
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N-1,23,48. La edición inglesa de 1738 puso poco más o menos, lo que es más conforme a nuestro uso actual, y aun se puede decir que a la razón, porque la preposición a no indica como la conjunción o la indiferencia y poca importancia de que el tiempo de que se habla sea puntualmente de seis meses. Pero en fin, así se hablaba cuando vivía Cervantes, y así se repite en otros pasajes del QUIJOTE.
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N-1,23,49. Ahora diríamos se llegó a éél: entre nosotros llegar es verbo de estado, y allegar de acción, que equivale a recoger y juntar en un montón lo que está desparramado.
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N-1,23,50. El presente lenguaje del cabrero anciano no corresponde al que se puso en su boca al principio de la conversación con Don Quijote y Sancho. Es el diablo sotil, decía, y debajo de los pies se levanta allombre cosa donde tropiece: frases propias del más tosco lenguaje pastoril, que en ella se remedó felizmente, pero que no ligan con el resto de la relación, sobradamente culta del pastor. Nótese para prueba de ello la siguiente expresión entre otras: que puesto que éramos rústicos los que le escuchábamos, su gentileza era tanta, que bastaba a darse a conocer a la mesma rusticidad.
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N-1,23,51. También don Tristán de Leonís, cuando estuvo loco por celos de Iseo, y vivió una temporada en los bosques con los pastores, les pedía y recibía de ellos pan y alimento (Tristán, libro I, cap. LXXI), como aquí lo hacía el caballero Roto de la Sierra.
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N-1,23,52. Jarales, terrenos en que abundan las jaras, arbusto comunísimo en España, que cubre gran parte de nuestros despoblados, y los cubría ya hace siglos, como lo indican nuestros romances viejos. El de Gaiferos y Melisendra:
Con el placer de ambos juntos
No cesan de caminar,
De noche por los caminos,
De día por los jarales.
Y el romance de don Beltrán:
Vuelve riendas al caballo
y vuélveselo a buscar,
de noche por el camino,
de día por el jaral.
Sin embargo del poco aprecio que se hace entre nosotros de esta planta, destinada únicamente al pasto de las cabras y consumo de las cocinas, Andrés Navagero, embajador veneciano, uno de los literatos célebres del siglo XVI, escribiendo desde España a un amigo suyo, manifestaba la admiración que le había causado encontrar en la Península campos enteros de jaras, calificando esta planta de preciosa por el ládano que produce, y que entonces traían sus compatriotas de la isla de Chipre a los mercados de Europa. El ládano entraba en la composición de las pastillas aromáticas para sahumar, que se fabricaban en Sevilla y en Cataluña a principios del siglo XV, y se mencionaron por el Arcipreste de Talavera (Corbacho, parte I, cap. XXXV).
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N-1,23,53. Por este pasaje puede deducirse que el sitio de la penitencia de nuestro Don Quijote fue hacia las fuentes de los ríos Guadalén y Guadarmena, en las vertientes ya de Sierra Morena para Andalucía. Ambos ríos mueren en el Guadalquivir: Guadalén nace no lejos del Jabalón, que lleva sus aguas al Guadiana, y, por consiguiente nacen los dos en las cumbres de Sierra Morena. En las mismas expresiones del texto se indica también lo despoblado del país, y lo confirma la relación que en el reinado de Felipe I dieron los vecinos de la villa de Almodóvar, expresando que había en su término hasta veinte ventas: indicio de lo extenso y de lo desierto del territorio. Tenía entonces la villa 800 vecinos, y una de sus aldeas era Tirteafuera. De ambos pueblos se hará mención en la segunda parte.
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N-1,23,54. Estos pastores, a pesar de serlo en Sierra Morena, y de lo mal que suena este nombre, eran más semejantes a los de Belén que los que ahora se usan. Ya no han quedado pastores tiernos, compasivos y amigos de hacer bien más que únicamente en las novelas y en los estantes de libros de las ciudades y cortes. Me presumo mucho que lo mismo sucedía ya en tiempo de Cervantes.
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N-1,23,55. El cual es Don Quijote, como se colige por el contexto; pero convendría que estuviese más claro, porque se pone por medio el hombre que pasaba saltando por la sierra, y pudiera significar a éste por más inmediato. La corrección fuera facilísima.
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N-1,23,56. Se sobrentiende por entre los lados de una quebrada. En rigor entre y una son palabras que se contradicen, porque entre no puede ser sino entre dos o más. Mejor estuviera, sin duda, la expresión si se dijese: pareció por la quebrada de una sierra, evitándose así también la desaliñada repetición de una y una.
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N-1,23,57. Véase aquí un caso en que puede usarse indistintamente del más o del menos. Sin cambiar la significación y sentido de la frase. La misma idea se expresaría diciéndose: que no podían ser entendidas de cerca, cuando menos de lejos. La razón de esto es más fácil de comprenderse que de explicarse, y basta con insinuarla.
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N-1,23,58. El coleto era traje interior de piel, ordinariamente de ante. Se le llamaría de áámbar por ser de los que se hacían de pieles adobadas con ámbar, sustancia olorosa muy usada en tiempo de nuestro autor, con la que también solían perfumarse los guantes. Tomé de Burguillos dijo de Zapaquilda asustada en su Gatomaquia:
Y los húmidos polos circunstantes
bañados de medio ámbar como guantes.

[24]Capítulo XXIV. Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena
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N-1,24,1. Nombre burlesco a estilo de los que se dan en los libros de Caballería, y con que designó aquí Cervantes al que había llamado en el capítulo anterior el Roto de la mala figura. Algo más adelante se trueca este nombre por el de Caballero del Bosque, que también se dio a Baldovinos en el capítulo V de la primera parte, y se da en el XII de la segunda al de los Espejos.
Astroso viene de astro, como viene asimismo desastrado; y aunque el uno parece privativo del otro, según indica su formación, ambos significan miserable, infausto, desgraciado. En este sentido se encuentra usado en el poema castellano de Alejandro (copla 149), y por extensión significa también roto, andrajoso y sucio. Enseñando Rinconete a Cortadillo los naipes que traía en el seno, le decía: Aunque vuestra merced los ve tan astrosos y maltratados, usan de una maravillosa virtud con quien los entiende. En uno de los antiguos romances de los Siete Infantes de Lara.
No hayáis miedo, mis sobrinos,
Rui Velázquez respondía,
todos son moros astrosos,
moros de poca valía.
El gigante Gilomarco decía a Florambel de Lucea: Dime, cautivo e astroso caballero: +de dónde te vino tanta locura y atrevimiento que armado osases parescer ante mi? A pesar de sus bravatas, Florambel lo venció y mató, libertando a tres caballeros que tenía presos, a los cuales envió con la cabeza del jayán a la Infanta Graselinda (Florambel, lib. II, capítulo XX).
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N-1,24,2. Servir en esta acepción activa es lo mismo que pagar. No sé como sirvamos a Dios esta tan gran merced, escribía la Reina Católica Doña Isabel a su confesor don Fray Hernando de Talavera hablándole de la curación del Rey su marido, que había sido herido a traición en Barcelona. -íAy, Dios! , dijo Amadís (al recibir un anillo que le enviaba Oriana, +Cómo serviré yo a esta señora la gran merced que me hace? (Amadís de Gaula, cap. XIV).
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N-1,24,3. Conjuro a usanza caballeresca. El enano Mordete, a quien el Caballero Fineo tenía colgado de un árbol por los cabellos en pena de sus fechorías, le pedía misericordia, diciendo: Buen Señor, por la fe que a Dios debéis y a la cosa del mundo que más amáis, que no toméis venganza en tan cautiva cosa como yo, y miréis que mal no pude hacer, pues mi señor lo mandaba (Policisne de Boecia, cap. XXVI). La Reina Galercia decía a Overil, el enano de Policisne: Yo os juro por la cosa del mundo que más amo, que si aquel que aquello dijo fuera caballero como es enano... que yo tomara de buena gana la batalla (Ib., cap. LXXIV). Tambrino, vencido por don Olivante de Laura al ir éste a cortarle la cabeza, le pidió la vida por las cosas, dijo, que en este mundo más amáis; y Olivante respondió Tú me has conjurado de manera que yo te dejaré con la vida (Olivante, lib. II, cap. I).
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N-1,24,4. Cuando Claridiana encontró a su amante, el Caballero del Febo, haciendo penitencia, magro, desfigurado y exánime en la ínsula Solitaria, le dijo antes de dársele a conocer: Doy gracias a Dios que aquí me ha traído... para rogaros e importunaros que, dejada esta vida solitaria, que es de las brutos animales, salgáis de aquí y volváis a usar y ejercitar las armas (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. II, cap. XXVII).
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N-1,24,5. Don Contumeliano de Fenicia decía a don Belianís de Grecia, que a la sazón estaba disfrazado de doncella: Yo vos juro por la Orden de Caballería que recebí... de procurar vuestro remedio (Belianís, lib. I, cap. XXII). Con las mismas palabras decía el Príncipe de Persia Perianeo a la Duquesa de Frisel, mujer de Armindos: Yo os prometo, por la Orden de Caballería que recebí, de con todas mis fuerzas procurar vuestro remedio (Belianís, lib. I, cap. XXIX).
También las doncellas andantes juraban por la Orden de Caballería, como la Reina Galercia la cual, en el discurso de sus aventuras, halló una dueña vertiendo mucha sangre, que estaba lamiendo a gran priesa un muy fiero lobo. Y como lo Reina tal la vio, echando mano a la espada fue a herir en el lobo diciendo: Por la fe de Caballería que yo, dueña, os vengue de él, que no es razón, que sangre humana, de bestias sea comida (Policisne de Boecia, cap. LXXXVI).
De la fuerza de esta fórmula de juramentos, y de lo ligados que con ella se consideraban los caballeros, se habló en una nota del capítulo IV.
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N-1,24,6. Decía Diofebo al ermitaño en la Historia de Tirante (parte I, cap. XVII): Giuro per quello santo Ordine di Cavalleria ch′io indegno ricevetti.
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N-1,24,7. Elipsis poco usada, pero elegante, de la palabra cosas o manjares, y que no carece de analogía, pues se dice corrientemente sacar con qué satisfacer el hambre, no habiendo aquí otra novedad que la de aplicar al pretérito lo que ya tiene adoptado el uso para el infinitivo.
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N-1,24,8. Semejante prevención no es verosímil. Si Cardenio estaba loco, parece impropia esta advertencia, la cual supone previsión y juicio, y tanto la advertencia como la razón que se da de ella, no asientan bien en boca de un demente. Pero el intento de Cervantes hubo de ser preparar algún pretexto para interrumpir la relación de Cardenio, dividiéndola en dos trozos, el uno contado aquí a Don Quijote y a Sancho, y el otro al Cura y al Barbero en el cap. XXVI.
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N-1,24,9. Sonaría mejor con el régimen de, diciéndose: No sirve de otra cosa que de añadir otras (desgracias) de nuevo. Acaso fue omisión de la imprenta.--Tampoco suena bien la repetición otra y otras.
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N-1,24,10. Dícese de esta Andalucía, porque realmente ésta era la provincia en que se hallaban los interlocutores, en sitio desde el cual corren ya las aguas al Guadalquivir; como se dijo en las notas anteriores, y se confirma por el soneto del Paniaguado, académico de la Argamasilla, que se pone al fin de la primera parte, y donde se expresa que Don Quijote pisó uno y otro lado de la gran selva negra.
La ciudad de donde era Cardenio natural se califica de una de las mejores de Andalucía, y en el discurso de la relación se dice que es madre de los mejores caballos del mundo: ambas señas indican claramente a Córdoba.
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N-1,24,11. La repetición descuidada de la palabra cielo es el menor defecto del presente pasaje, cuyo estilo estudiado y sentencioso es impropio en las pasiones vehementes cual era la de Cardenio. El lenguaje de su relación se parece como era natural, al de la carta que se encontró en la maleta, y se copió en el capítulo precedente. Lo del cielo que vivía en la tierra contiene una exageración desmedida, y al mismo tiempo un retruécano. Cardenio era ponderativo como andaluz, y sobradamente ingenioso, como su paisano Góngora. En su historia se encuentran diferentes ejemplos de los mismos defectos, junto con otras expresiones felices y trozos excelentes.
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N-1,24,12. Falta algo para completar el sentido: de tal suerte, que al padre de Luscinda pareció, etc. En seguida se hace mención de Píramo y Tisbe cuyos amores cantó Ovidio entre los antiguos y varios modernos antes y después de la era de Cervantes. La comparación que con ellos hace Cardenio de los suyos no es muy exacta, porque en los de Cardenio, como él mismo añade, callaron las lenguas y hablaron las plumas, y no fue así en los de Píramo y Tisbe.
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N-1,24,13. Cardenio había dicho poco antes a Don Quijote que querría pasar brevemente por el cuento de sus desgracias; pero la vehemencia y agitación de sus afectos no se lo permitía, y entraba en particularidades que necesariamente alargaban su relación.
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N-1,24,14. Hubiera convenido para la claridad poner donde el Duque estaba. Donde se empleó aquí en lugar de adonde, según la costumbre de Cervantes. Algunos renglones después se repite lo mismo, y se dice: Vine en fin donde el Duque Ricardo estaba.
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N-1,24,15. En esta ocasión querer no es amar, como en otras quererme significa desear de mí o desear que yo hiciese. El relativo lo que, y no el pronombre me, es el objeto en que termina la acción del verbo. Lo contrario sucedería en la acepción de amar: el pronombre personal sería el objeto, y el relativo equivaldría al adverbio cuanto.
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N-1,24,16. Nada tiene que ver esto con lo que acaba de decirse acerca de la envidia de los criados antiguos; y así se usa inoportunamente la conjunción pero, que indica oposición de lo que sigue con lo que precede, porque cuando no hay relación entre las ideas, no debe haberla tampoco entre las palabras que las representan. O debiera haberse suprimido lo de la envidia de los criados, que realmente para nada hacía falta, o ponerse lo del cariño de don Fernando de otro modo y en distinto período, como cosa inconexa con lo anterior.
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N-1,24,17. No debió de ser poco cuando según va a referirse, redujo a tal término los deseos de don Fernando, que se determinó para poder alcanzarla a dar palabra de esposo a la hermosa labradora Dorotea.
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N-1,24,18. Ejemplos vivos es otra cosa. El epíteto no es el que aquí corresponde: vendría mejor eficaces u oportunos.
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N-1,24,19. Parece lo contrario de lo que se quiere decir, que es o ley, o a fuer de buen criado. El modo adverbial en vez anuncia oposición con lo que acompaña; y decimos en vez de velar, duerme; aborrece, en vez de amar, en vez de andar, se para.
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N-1,24,20. Nótese la acepción del verbo divertir por extraviar, hacer perder el camino, que no es la que de ordinario tiene. La presente es más conforme al origen latino.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,24,21. Este régimen suena ahora mal, y en su lugar diríamos a casa de mi padre; pero en tiempo de Cervantes era corriente el uso de la preposición en, en muchas ocasiones en que actualmente ponemos la a. Y no es éste el único ejemplo de semejante régimen en el QUIJOTE como ya tendremos ocasión de observar.
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N-1,24,22. Quiere decir: dando por pretexto al Duque que venía a ver y feriar unos caballos. La expresión, como se halla en el texto, está viciada, y no se entiende bien: darían parece errata por daría, o más bien, por diría. Feriar en el texto es comprar en la feria; en el uso presente es regalar en tiempo y con ocasión de la feria.
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N-1,24,23. Está defectuoso y embrollado el lenguaje. El sentido queda pendiente en las palabras movido de mi afición, cuyo verbo no se encuentra; pero se remediaría todo con una alteración muy ligera, diciéndose: apenas le oí yo decir esto, cuando movido de mi afición, aprobé su determinación y aunque no fuera tan buena, la aprobara yo por una de las más acertadas.
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N-1,24,24. No va esto muy de acuerdo con lo que antes se contó de la privanza de Cardenio con don Fernando, el cual todos sus pensamientos le declaraba. Algunos pasajes de esta relación se resienten de la debilidad de cabeza de quien la hacía.
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N-1,24,25. Estas palabras interrumpen la buena construcción y el sentido, que estaría cabal si se suprimiesen.--Tampoco está bien lo que se añade: si primero fingía quererse ausentar por remediarlos (sus deseos), ahora de veras procuraba irse por no ponerlos en ejecución; porque de los deseos no se dice que se remedian, sino que se amortiguan o se desvanecen; ni podía irse por no ponerlos en ejecución, porque ya los había puesto, como acababa de referirse.
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N-1,24,26. Ahora se dice vinimos en pretérito, y venimos ha quedado para el presente. En uno y otro caso, el uso actual es más conforme a las raíces vine y vengo; pero aquí no cabe decir venimos ni vinimos, sino fuimos, porque no se habla en Córdoba.
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N-1,24,27. Está dicho con impropiedad, hablándose, como se habla, de un seductor de la inocencia y de un amigo pérfido. Las personas virtuosas son las que comunican sus cuidados y penas con el cielo: los malvados quisieran ocultarle, si fuese posible, sus obras y sus deseos, y están muy distantes de acudir a él a desahogar su pecho y a consolarse en sus aflicciones.El verbo celar no se usa ya en el día sino en la significación de procurar con celo. En el texto se toma por ocultar o encubrir, oponiéndolo a descubrir; y esta acepción, que es la misma que la del latino celare, de donde se deriva, es la que le dio el Arcipreste de Hita en el siglo XIV:
Que quien amores tiene, non los puede celar
en gestos o en sospiros o en color o en fablar.
(Copla 780.)
En el siglo siguiente escribía el bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real a Pedro López de Ayala (Centón epist., núm. 21): yo soy debidor, por ser batizado en brazos de vuestro padre, a non celar a V. M., lo que sus malquerientes le achacan.Celar secreto, dijo también el Arcipreste de Talavera en la segunda parte de su Corbacho (capítulo XI). Otro ejemplo ofrece un romance viejo que dice:
Montesinos y Oliveros
mal se quieren en celado.
Y el del Marqués de Mantua:
Quiérelo disimular,
mas no puede ser celado.
La historia caballeresca de don Policisne de Boecia habla (cap. LVII) del amor que la princesa Lucerna tenía enceladamente a Lunatel, y cuenta que queriéndola casar el Rey de Calandria, su padre, con el hijo de un Rey comarcano, en el acto de desposarlos y a presencia de Lunatel, se pasó pecho con un terciado o daga. Añade que Lucerna había dejado escrita para Lunatel una carta, en la cual le hacía saber la determinación de su voluntad. Estas dos circunstancias coinciden con las que cuenta Cardenio; y no es el libro de Policisne el único que presenta semejanza con la historia del Caballero Roto: algunos de los caracteres y particularidades de ésta, así como el éxito que tuvo, recuerdan la de Policiano y Laurelia, que se insertó en la crónica de Florambel de Lucea (lib. II, capítulos XXVI y XXX).
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N-1,24,28. Fortuna se toma comúnmente en buena parte y significa la favorable. Aquí viniera mejor decir la desgracia.
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N-1,24,29. Expresión oscura. La suerte no puede a un mismo tiempo asegurar y hacer temer, infundir confianza y desconfianza. Si ella es Luscinda (de quien acaba de hablarte), las seguridades que ella diese no debían ser para Cardenio ocasión de temor, sino de aliento y sosiego. El discurso se aclararía, si las palabras lo mismo que, se convirtiesen en estas otras: lo contrario de lo que. Mas no sé si esto sería lo que quiso dar a entender Cervantes: o más bien que las seguridades que Luscinda le daba eran tantas, que ya le hacían nacer la sospecha de que existía algún peligro.
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N-1,24,30. La palabra gusto tiene dos acepciones, además de la propia y primitiva, que se refiere al oficio del paladar: unas veces significa el placer y otras la afición. Esta última es la que tiene en el presente lugar del texto. En el uso actual distinguimos ambas acepciones por medio del régimen: decimos los gustos del mundo, los gustos del ánimo, cuando hablamos del placer; y cuando indicamos la afición, solemos decir el gusto a la caza, a la música. Conforme a esto, en Luscinda el gusto no era tanto de la lectura, cuanto a la lectura; y nótese al paso, que gusto en esta postrera significación no tiene plural, lo mismo que sucede a otros sustantivos en nuestro idioma.
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N-1,24,31. Antes había calificado Don Quijote de discreta a Luscinda por su afición a la sabrosa leyenda de los libros de Caballerías: ahora, calentándose sucesivamente más y más en el progreso del discurso su desvariada mollera, con sólo haber entendido su afición, no se contenta ya con calificarla de discreta, sino también de hermosa.
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N-1,24,32. Personajes de la crónica de don Florisel de Niquea, escrita por Feliciano de Silva. Don Rugel era hijo de don Florisel: Daraida era el Príncipe Agesilao, hijo de don Falanges y Alastrajarea, y Garaya don Arlanges, Príncipe de España. Agesilao y Arlanges, enamorados de la Princesa Diana por un retrato suyo que vieron en Atenas, donde se hallaban estudiando, y no sabiendo cómo verla y tratarla, discurrieron vestirse de mujeres, para poder con este disfraz servir en calidad de doncellas a Diana en la ínsula de Guindaya, donde la criaba con sumo recato su madre la Reina Sidonia (parte II, capítulo XIV). Así lo consiguieron, ayudándoles su juventud y hermosura, y resultando los extraños y nunca vistos ni imaginados sucesos que se refieren en dicha crónica.
El libro de don Rugel de Grecia, que dijo Don Quijote, es la tercera parte de Don Florisel, que trata, según expresa su título, de las grandes hazañas de los Excelentísimos Príncipes don Rogel de Grecia y el segundo Agesilao.
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N-1,24,33. Para hacer juicio de la ironía que contienen estas palabras conviene tener presente lo que decía el Cura en el escrutinio de los libros de Don Quijote, hablando de la historia de Amadís de Grecia; a trueco de quemar... al pastor Darinel y a sus églogas y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemara con ellos al padre que me engendró. Hablóse de ello en las notas al capítulo VI de esta primera parte.
Darinel tuvo parte también en los sucesos que se refieren en la crónica de don Florisel. En la primera parte se lee la siguiente octava, que cantó al son de su churumbel, y puede servir de muestra para juzgar de su habilidad y prendas poéticas (libro I, cap. XVII):
Ay, Silvia! Pues quien conoce tal gloria,
+cómo se puede quejar de tenella?
Y el que vencido recibe vitoria,
no quiere llamarse captivo con ella.
íOh, libertad perdida en aquella
que siendo perdida ganó tal tormento,
que mal no recibo ni pérdida siento,
estando del todo perdido por ella!
Llámanse bucólicas en dicha crónica de don Florisel las composiciones pastoriles o cantadas por pastores, como son las de Archileo en los capítulos XIV y XVI de la cuarta parte.
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N-1,24,34. Durar, verbo impersonal, lo mismo que tardarse. Otras veces se usa como de estado, en significación de perseverar. Duró así empieza Solís su historia de la conquista de Méjico, duró algunos días en nuestra inclinación el intento de continuar la historia general de las Indias occidentales, etc.
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N-1,24,35. En el capítulo VI, al referirse el escrutinio que el Cura y el Barbero hicieron de la librería de Don Quijote, sólo se dice que había en ella más de cien cuerpos de libros grandes muy bien encuadernados, y otros pequeños; y de estos últimos se dice, que no debían ser de Caballería, sino de poesía. Por donde parece que Don Quijote exageró aquí demasiadamente el número de sus libros caballerescos; pero +quién pide a un loco cuenta de lo que dice?
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N-1,24,36. Entre las vulgaridades astrológicas que corrían en tiempo de Cervantes (y no sólo en España), una era calificar a la Luna de planeta húmedo, amigo y generador de cuanto es acuátil. Es gracioso el modo con que se explica sobre esta materia Jerónimo Cortés, escritor valenciano, en su Lunaria perpetuo, impreso repetidas veces a fines del siglo XVI y principios del siguiente. Este planeta (dice en el capítulo De la calidad y efectos de la Luna) es frío y húmedo, acuático, nocturno y femenino, al cual se atribuyen las humedades y la producción de todos los vegetales por la mucha humedad que dicho planeta influye (pág. 52 de la edición de 1607) En otra parte (pág. 212): la Luna tiene dominio sobre todas las cosas húmedas, y en particular sobre los asnos, bueyes y pescados, aves blancas y marinas.., sobre las calabazas, pepinos, cohombros y melones, lechugas, verdolagas y endivias. No es de extrañar que tanta humedad dé sueño, y así, hablando de las condiciones y fisonomía que la Luna comunica a sus ahijados, dice Cortés que son soñolientos y dormilones; pero añade (y esto es cosa particular) que tienen los ojos medianos, y el uno mayor que el otro (pág. 55). El lector, si gusta, podrá dedicarse a hacer las observaciones convenientes para comprobar la veracidad y exactitud de estos fallos.
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N-1,24,37. Indica el texto que Don Quijote profirió por entero la fórmula voto a Dios, que lo es a un mismo tiempo de juramento y de amenaza. Nuestro caballero, lleno del entusiasmo de su profesión, no contento con defender la honra de las dueñas vivientes, extendía su patrocinio a las difuntas. Que su profesión le obligaba a socorrer las necesidades de vivos y muertos, lo dice expresamente en el capítulo LV de la Segunda parte, donde se cuenta que, hablando Sancho desde una sima, y sospechando su amo que estaba en el purgatorio, le ofrecía sacarlo de allí a fuerza de sufragios.
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N-1,24,38. De tres Madásimas hacen mención las crónicas caballerescas que tratan del Maestro Elisabad: una, que era señora del castillo de Gantasi, y prendió a traición a Amadís de Gaula y a su hermano don Galaor; otra, mujer del gigante Madanfabul, señor de la ínsula de Torrebermeja; y otra que era sobrina suya, hija de su hermana Gromadaza y de Famongomadán, el jayán del Lago Feviente, señor de la ínsula de Mongaza (Amadís de Gaula, capítulo CXXVII).A ninguna de las tres Madásimas se le da el título de Reina, y ninguna de las tres tuvo relación con el Maestro Elisabad. Este, como cuenta la historia de Amadís de Gaula (cap. LXXII), era hombre de letras y de misa. En los viajes y navegaciones que hizo en compañía de Amadís, le enseñó el griego, el alemán y otras lenguas, como aquel que era gran sabio en todas las artes (Ib., cap. CXXX). Cuando llegaron a vista de la isla del Diablo, donde habitaba el monstruoso Endriago, queriendo Amadís combatirse con él, rogó a Elisabad que le dijese misa a otro día de mañana. El alba del día venida, el Maestro cantó misa: y el Caballero de la Verde Espada la oyó con mucha humildad, rogando a Dios le ayudase en aquel peligro. Durante la batalla, el Maestro Elisabad mandó poner un altar con las reliquias que para decir misa tenía; e hizo tomar cirios encendidos a todos, e hincados de rodillas rogaban a Dios que guardase a aquel caballero (Ib., cap. LXXII).
Este buen sacerdote era al mismo tiempo cirujano y uno de los mejores del mundo de aquel menester, según se afirma en la historia de Amadís. Aún dice más la de Esplandián: en el mundo todo no había quien de aquel oficio fuese su igual (cap. XXVII). Con efecto, curó a Amadís de las terribles heridas que recibió en el combate con el Endriago, y antes le había curado ya de otras que había recibido en Grecia y en Romanía (Amadís de Gaula, cap. LXXI). Otras curaciones notables hechas por Elisabad se refieren en las historias caballerescas (Sergas de Esplandián, caps. XXVII y LI. Amadís de Grecia, parte I, caps. LIV y LXI). Y así tuvo razón la de Amadís en decir que Elisabad había hecho cosas maravillosas en su oficio, dando vida a muchos de los que haber no la pudieron sino por Dios e por él (cap. CXV). Esta fue la razón del título con que se le califica de Maestro, que como se dijo ya en otra nota anterior, se daba comúnmente a los profesores de cirugía, y lo que prestó ocasión aquí a Don Quijote para llamarle por menosprecio sacapotras.
No se crea que en la reunión de los oficios de eclesiástico y cirujano se quebranta la verosimilitud. En la Edad Media era frecuente que los eclesiásticos profesasen la medicina, como lo prueba, fuera de otros documentos históricos, la prohibición establecida en el Concilio de Reims del año 1131, en el general de Letrán de 1139 y en el de Tours de 1163, de que la ejerciesen los canónigos regulares y los monjes en lo que se envolvía el permiso o tolerancia de que lo hiciesen los demás clérigos seculares. Es de creer que al principio se aplicaron los eclesiásticos a este oficio por razones de caridad, por la suma ignorancia de los legos, que generalmente no sabían ni aun leer; después hubieron de influir en ello otros motivos menos desinteresados, como indicaron dichos concilios; lo que junto con los progresos ulteriores de luces, que hacían ya menos necesarios los auxilios de los clérigos, ocasionaría aquella prohibición. Aún no eran distintas entonces, como lo fueron después, las profesiones de médico y cirujano, según se ve respecto del siglo XV por las relaciones que hace en sus cartas el Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, médico del Rey Don Juan el I; y tal vez contribuyeron a la prohibición los motivos de lenidad con la que no se avienen bien las operaciones, muchas veces sangrientas, de la cirugía.
Y volviendo a nuestro propósito, del que nos han apartado algún tanto las conexiones del asunto, las historias caballerescas no presentan la relación que pudo tener Elisabad con ninguna de las Madásimas, y dar algún pretexto a la sospecha de Cardenio. Con quien tuvo Elisabad favor y valimiento fue con la Infanta Grasinda, sobrina del Rey Tafinor de Bohemia, y señora de una ciudad marítima llamada Sadiana (Amadís de Grecia, cap. LXXI). A esta señora servía de consejero y de médico Elisabad, el cual muy emparentado e muy rico en aquella tierra era (Ib., cap. LXXV). Por mandado de Grasinda curó Elisabad y acompañó en sus viajes a Amadís de Gaula, como en la historia de éste se refiere, y desempeñó varias embajadas y comisiones de confianza. Es, pues, evidente que tanto Cardenio como Don Quijote equivocaron a Grasinda con Madásima, trocando sus nombres. No fue de extrañar, porque tanto juicio tenía el uno como el otro; y de Don Quijote ya hemos visto en otras ocasiones que solía equivocar los sucesos de cosas que citaba de los libros caballerescos.
A Elisabad se atribuyó la historia de Esplandián, hijo de Amadís de Gaula, y según todas las noticias que preceden, fue clérigo, cirujano, consejero y coronista.
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N-1,24,39. Brumar, según pretende Covarrubias en su Tesoro de la lengua Castellana, viene de bruma, que significa el material con que se rellenan las paredes de los edificios. Ya dijimos que los verbos derivados de nombres suelen añadir comúnmente al principio la letra a, y pusimos ejemplos; pero otras veces forman sin este requisito, especialmente si son frecuentativos o tienen forma de tales, como pernear, manotear, platear, broncear, gatear, montear. El uso actual se inclina más a lo primero, no siendo frecuentativos los verbos; y así ya no decimos brumar, sino abrumar, ni batanar, como se lee en el capítulo XXI anterior, sino abatanar.
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N-1,24,40. Estas palabras, puestas con oportunidad y gracia en boca de Sancho, recuerdan las conversaciones pasadas entre él y su amo sobre la materia: la del capítulo VII al descubrir el Puerto Lápice, la del XV después de la aventura de los yangÜeses, y las del XVII después del manteamiento de la venta, y antes de la batalla con el ejército de ovejas.
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N-1,24,41. Viene del latín manere, y se dice ordinariamente del sitio donde acostumbran a recogerse los animales. Aquí se aplica a la de Cardenio que, con efecto, no podía ser sino semejante a la de las fieras. Tal era el hueco de un alcornoque, donde le encontraron los pastores, según se refiere en el capítulo precedente.

[25]Capítulo XXV. Que trata de las estrañas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitación que hizo a la penitencia de Beltenebros
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N-1,25,1. No es éste el régimen usual y corriente porque decimos imitación de y no imitación a. Así sucede por lo común en los nombres verbales en on, derivados de verbos activos, como lección, educación. Otros del mismo final y clase admiten el régimen de los verbos a que pertenecen. Decimos la preparación para la muerte, la atención a los negocios. En los nombres de efectos, que no son verbales, se observará las variedades, o, por mejor decir, los caprichos del uso: porque se dice promiscuamente el amor de la vida o el amor a la vida, el temor de la muerte, o el temor a la muerte; pero sólo se dice el cariño a la vida, el deseo de la muerte.
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N-1,25,2. VUELTA AL TEXTO

















N-1,25,3. Sancho, como rústico y prevaricador del buen lenguaje, según que dijo alguna vez su amo (parte I, cap. XIX), llamó así al fabulista Esopo. Isopete le nombró el Arcipreste de Hita (copla 86); del mismo modo le llaman otros libros y documentos anteriores al siglo XVI; y el vulgo todavía le llama Isopo.----Poco después trocó también Sancho el nombre de Madásima en Magimasa, como antes había trocado el de Mambrino en Martino y Malandrina.
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N-1,25,4. De ningún ladrillazo se ha hecho mención en la fábula, como se ha hecho de coces, manteamiento y puñadas. Puede creerse que es errata en vez de candilazos, por el que recibió Don Quijote en la venta de mano del Moro encantado, alias el cuadrillero.
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N-1,25,5. Morir es aquí desear con intención, afectarse con vehemencia. En el mismo sentido se dice en el capítulo XIX de la segunda parte que los que habían encontrado a Don Quijote morían por saber qué hombre fuese aquel tan fuera del uso de los otros hombres. Y en el capítulo XXII se dice de Sancho que cuando oyó a su amo contar las cosas de la cueva de Montesinos, pensó perder el juicio o morirse de risa.
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N-1,25,6. Abad significaba en otro tiempo, y aún significa hoy en algunas partes, lo mismo que clérigo. Nada se había dicho en los capítulos anteriores que diese motivo a Sancho para llamar clérigo a Elisabad, pues sólo se le había calificado de cirujano, aunque en realidad fue uno y otro según las historias caballerescas; pero Sancho hubo de hablar así por la terminación del nombre de Elisabad, mutilándolo y desfigurándolo, como hizo también con otros nombres propios.
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N-1,25,7. Esto decía Don Quijote de Cardenio. Dijo la sartén a la caldera: quítate allá, culinegra.
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N-1,25,8. La suerte que hubiera encaminado el guijarro de Cardenio a la cabeza de Don Quijote, no podía ser buena, sino todo lo contrario. La suerte de que se habla en este pasaje fue buena en cuanto ayudó a Don Quijote, y fuera mala si encaminara el guijarro a su cabeza. Borrando la palabra buena, todo quedaba corriente; y la palabra suerte, restituida a su significación general indeterminada, denotaría la buena o la mala, según conviniese al intento.
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N-1,25,9. Especie de maldición; cohonda parece equivalente a confunda, mudada la f en h, como es frecuente en castellano. El autor del Diálogo de las lenguas cuenta entre las palabras anticuadas a cohonder por gastar o corromper, y alega el refrán Muchos maestros cohonden la novia En la colección del Marqués de Santillana hay otro que dice: Lo que la vejez cohonde no hay maestro que lo adobe. Hernán Mejía, en unas coplas contra las mujeres, insertas en el Cancionero general de Sevilla, del año 1534 (fol. 93):
Ya se tocan y destocan,
ya se publican, ya esconden,
ya se dan, ya se revocan,
ya se mandan, ya se trocan,
ya s′adoban, ya cohonden.
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N-1,25,10. De tan alta guisa está bien; pero al nombre sustantivo pro no le conviene el epíteto o calidad de alto; y a no suprimirse, conviene decir: Cuanto más por las Reinas de tan alta guisa, y de tanto pro, como fue la Reina Madásima.
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N-1,25,11. A pesar del buen concepto de Don Quijote, la historia de Amadís presta motivos para no tenerlo de alguna de las de este nombre de Madásima que menciona. Verdad es que Don Quijote nombró a Madásima equivocándola con Grasinda, señora de Sabiana; y ésta merecía elogios por su conducta prudente, por su hospitalidad respecto de Amadís, y por su deferencia a los buenos consejos de Elisabad.
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N-1,25,12. Manceba y mancebo vienen del latín mancipium, esclavo, quasi manu captum, y en la primera edad de nuestra lengua se aplicaba a los hijos que estaban aún bajo la patria potestad, como se ve por las leyes del Fuero Juzgo, traducido al castellano en el siglo XII de orden del Rey San Fernando. Después ha introducido el uso una gran diferencia entre ambos nombres. Mancebo es el joven que está en la flor de la edad; manceba se toma en mala parte por concubina, y esto es ya por lo menos desde principios del siglo XV, porque en las cortes de Madrid del año 1405 se mandó que las mancebas de los clérigos trajesen señal en el vestido para ser conocidas.----Mozo y moza pueden ser también abreviatura de mancebo y manceba, y participan de la fuerza de este origen, pues la acepción de mozo es favorable, y no siempre lo es la de moza, de lo que algo se ve en el QUIJOTE, en aquello de mozos del partido que dice el capítulo I.
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N-1,25,13. Tocinos llaman a las hojas de la canal del cerdo que, después de curadas con sal, suelen colgarse de estacas en las despensas de los lugares y aldeas. El refrán es: Donde se piensa que hay tocinos, no hay estacas. Díjose de los que pasan por ricos sin serlo, y aquí lo aplicó Sancho a los que son tenidos por malos sin serlo.---- Poner puertas al campo: ejemplo de cosa imposible, que ha pasado en proverbio. Con él indica Sancho que no puede precaverse la maledicencia, añadiendo que el mismo Dios no estuvo libre de ella.
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N-1,25,14. Efectivamente, acaba Sancho de acumular una porción de refranes; y es el primer pasaje de la fábula en que empieza a descubrir esta maña, que en lo sucesivo suministra ocasión de tantos donaires al autor y de tanto placer a sus lectores. Como quiera, es menester reconocer que esta novedad introduce en el carácter de Sancho una circunstancia que no ha tenido hasta ahora, y que ya campea singularmente en el resto del Quijote. Hubiera sido muy fácil volver atrás y salpicar de refranes los discursos anteriores de Sancho; pero Cervantes (dígase otra vez) no limaba ni repasaba lo que había escrito.
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N-1,25,15. La edición de 1608 sólo dice todos cinco sentidos. Mejor y más conforme al uso era decir con todos tus cinco sentidos. Las dos ediciones de Madrid del año 1605 ponen con todos sus cinco sentidos. Pero sus es evidente errata por tus, voz que estaría en el original y que hubiera convenido poner en todas las ediciones.
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N-1,25,16. Dos modos de decir esto apuntó Cervantes. Uno, no sólo me trae el deseo de hallar al loco, sino también el que tengo, etc. Otro, no tanto me trae el deseo de hallar al loco, cuanto el que tengo, etc. De uno u otro modo estaba bien; pero Cervantes, con su distracción ordinaria, mezcló ambos, y lo dejó mal.Don Gregorio Garcés, en su Fundamento del vigor de la lengua castellana (tomo I, cap. XVI, art. IV), alega este pasaje como muestra del uso que puede hacerse de la partícula cuanto; pero, preocupado excesivamente del respeto a la autoridad de Cervantes, solía mirar como ejemplos dignos de imitarse defectos contrarios a la analogía y al uso general de las personas cultas, cánones supremos del lenguaje.
El QUIJOTE, según la expresión de don Diego de Saavedra hablando en su República literaria de la Jerusalén del Tasso, es un ara a que no se puede llegar sin mucho respeto y reverencia; pero esto tiene su término, y no es justo convertir las incorrecciones en reglas. A este propósito decía nuestro insigne critico Quintiliano: neque id statim persuasum sit, omnia qua礍 magni auctores dixerint, utique esse perfecta. Nam et labuntur aliquando, et oneri cedunt, et indulgent ingeniorum suorum voluptati, nec semper intendunta animum, et nonnunquam fatigatur; cum Ciceroni dormitare interin Demosthenes, Horatio vero atiam Homerus ipse videatur. Summi enim sunt, homines tamen; acciditque iis, qui quidquid apud illos repererunt dicendi legem putant, ut deteriora imitentur (id enim est facilius), ac se abunde similes putent, si vita magnorum consequantur (Institution, oratoriar., libro X., capítulo I).
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N-1,25,17. Echar el sello a una cosa es perfeccionarla y concluirla, tomándose la metáfora de los instrumentos, escrituras y diplomas, en que la última operación es sellarlas.
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N-1,25,18. Casi todas las ediciones ponen podía acorrer el dado; pero acorrer es errata por correr, ocasionada quizá por ser a la letra última de la palabra anterior. Así se ve por lo que decía Don Quijote a Sancho en el capítulo XX de las mercedes de los caballeros andantes a sus escuderos: tal podría correr el dado, que todo lo que dices viniésese a ser verdad. Acorrer es lo mismo que socorrer, y esta acepción no es aquí del caso.
Azar y encuentro: lances del juego de los dados, de donde se toma la semejanza. Azar es el lance que pierde, y encuentro el que gana. Los romanos tenían también en los dados el Venus y el Canis, que indicaban, el primero el golpe favorable, y el segundo el adverso en el mismo juego; pero con la diferencia que entre ellos lo favorable era que todos los dados presentasen número distinto, y el adverso que todas las caras ofreciesen el mismo número: acá debe ser al revés, como se deduce del nombre encuentro, que se da al punto ganancioso.
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N-1,25,19. UUnico es de los adjetivos que no admiten aumento ni disminución, ni comparativo ni superlativo, porque lo que es único, no puede ser más ni menos único, así como en primero, segundo, circular, triangular y otros, no cabe tampoco más ni menos. El uso y costumbre va en esta parte de acuerdo con la razón; y ni con una ni con otra se conformó Cervantes en este pasaje y en el del capítulo VI, donde dijo que el libro de la Fortuna de Amor, de Antonio de Lofraso, era el mejor y el más único de los de su género.
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N-1,25,20. Gran fuerza le harían ciertamente a Sancho las razones y autoridades del discurso que le dirigía su amo, alegando a Homero y Virgilio. Esta disertación académica de Don Quijote, pronunciada gravemente ante un pobre aldeano en las quebradas y derrumbaderos de Sierra Morena, tiene mucho de cómico.
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N-1,25,21. Las ediciones antiguas tenían: descubriéndolos... para quedar ejemplo. Ambas correcciones, describiéndolos, por descubriéndolos, y dejar, por quedar, son felices: la primera es de Pellicer, que la propuso en sus flotas: la segunda es de la Academia Española. La edición de Londres de 1738 había puesto para dar ejemplo; y esta lección es acaso preferible a la de la Academia.----La última parte de este pasaje ofrece un ejemplo de las frecuentes inversiones de palabras que presenta el QUIJOTE: dice, para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes; y fuera más natural y más claro decir: para dejar ejemplo de sus virtudes a los hombres venideros.
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N-1,25,22. Bien claro es por este pasaje, aun cuando no lo mostraran otros de la fábula, el propósito que tuvo Don Quijote de imitar a Amadís de Gaula, En el capítulo XLIV de la segunda parte se dice, que tenía siempre puesta en la imaginación la bondad de Amadís flor y espejo de los andantes caballeros. Sea porque Amadís fue como el tronco y patriarca de quien procedió una larga serie de insignes y celebrados aventureros, sea porque se creía que su libro fue el primero de Caballerías que se imprimió en España, y que había dado principio y origen a los demás, no fue extraño que Don Quijote hablase de Amadís con tanto aprecio, y que le considerase como tipo y modelo de los caballeros andantes. Y así lo confirma la frecuencia con que alega su ejemplo o recuerda su memoria aun en los ratos de su locura, verbigracia, cuando después de haber andado a cuchilladas con las paredes, según refirió su sobrina al capítulo V de esta primera parte, bebía agua, y decía que era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo; porque este Esquife o Alquife era el marido de Urganda, y ambos grandes amigos y protectores de Amadís de Gaula, conforme atestigua su historia. Por lo que toca a Cervantes, es evidente para los que le leen con reflexión, que la historia de Amadís fue uno de los libros caballerescos que tuvo más presentes para escribir su QUIJOTE.
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N-1,25,23. Cosas me parece error de imprenta por casos, equivocación tan fácil como se deja entender. Casos es más propio y viene más a cuento que cosas.
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N-1,25,24. Según la descripción que se hace en la historia de Amadís de Gaula (capítulo XLVII), la Peña Pobre era un islote a Siete leguas de la costa en que se hallaba la ínsula Firme. No había en dicho islote sino una pobre ermita, donde moraba hacía treinta años un santo solitario. Amadís, desdeñado de su señora y resuelto a pasar en la oscuridad y olvido del mundo el resto de sus días, se parte ocultamente de la ínsula Firme, encuentra en la costa al ermitaño, se pone bajo su dirección, y pasa con él en su barca a la Peña Pobre. Al cabo de algún tiempo, noticioso de que había mejorado su suerte, se despidió de su director, rogándole mucho que tomase cargo de le reformar el monesterio que al pie de la Peña de la ínsula Firme prometiera de hacer; y por él otorgada, se metió el el mar (capítulo LI), dirigiéndose a Inglaterra, donde lo aguardaba la ya arrepentida Oriana.
Por todo el contexto de la historia se ve que la costa de que se trata es la del continente europeo enfrente de Inglaterra, y por consiguiente la de las provincias francesas de Normandía y de Bretaña. Estas fueron cabalmente el país donde se compusieron los primitivos libros caballerescos, que celebraron las hazañas del valiente Artús y de los caballeros de la Tabla redonda. Entre una y otra provincia forma el Océano un golfo, que termina por la parte Sur en una punta o especie de península, donde se hallan San Maló y otros pueblos. A pocas leguas dentro del mar, antes de llegar a las islas de Jersey y GÜernesey, señalan las cartas el banco de la Peña Rica, que excita por contraposición la memoria del nombre de Peña Pobre. En el fondo del golfo se halla en la marisma el célebre monte de San Miguel, roca aislada que hasta la época de la Revolución francesa ha sido residencia de una abadía monacal fundada hace más de ocho siglos, que fue por mucho tiempo uno de los santuarios más nombrados de la cristiandad y visitado frecuentemente de Reyes y Príncipes, entre ellos de Luis IX, Rey de Francia, el cual lo hizo silla y cabeza de la orden que fundó de Caballero de San Miguel. En los documentos históricos suele darse al monte de San Miguel el nombre de Mons Tumb礼/em>, Monte de la Tumba, por su figura, o Mons Sancti Michääelis in periculo maris, por su situación peñascosa y el continuo embate de las mareas. La fama de este santurio no era desconocida en España: hizo ya mención de él Gonzalo de Berceo, poeta castellano de principios del siglo XII, en el libro de los Milagros de Nuestra Señora. La elevación del monte de San Miguel y la circunstancia de estar aislado, lo exponen a los peligros y daños de las tempestades y rayos, y de hecho hay memoria de varios que han caído en la iglesia, entre ellos uno que la incendió y derritió las campanas el año de 1300 (Memoires de la Societèè des Antiquaires de Normandie. Années 1827 et 1828). De este incendio habla Berceo en el milagro XIV, donde da algunas señas de la situación del monte:
San Miguel de la Tumba es un grand monesterio:
el mar lo cerca todo, elli yace en medio:
el logar perigroso, do sufren gran lacério
los monjes que hi viven en essi cimiterio.
Y en el milagro XIX:
Cerca una marisma, Tumba era clamada,
faciase una isla cabo la orellada,
facie la mar por ella essida e tornada
dos veces en el día o tres a la vegada.
Bien dentro enna isla de las ondas cerquiella dó San Miguel era, avíe una capiella... Cuando quería el mar contra fuera essir,
issie a fiera priesa, non se sabie sofrir:
ome maguer ligero, no li podrie foir;
si ante non issie, hi habrie e perir.
De los peligros del mar en aquel paraje nos da una prueba la crónica del Conde don Pero Niño, cuando refiere que las galeras castellanas mandadas por aquel capitán durante sus campañas navales contra los ingleses habiendo anclado a media noche en la costa de Bretaña, cerca de Mon-San-Michel, amanecieron sobre los roquedos, y estuvieron para zozobrar (parte I, cap. XL).
El monte de San Miguel era al mismo tiempo una plaza fuerte por su situación y por las murallas y reparos que le había añadido el arte. Como tal fue sitiada diversas veces en diferentes guerras, y presentaba grandes recuerdos, muy propios para exaltar la fantasía e inventiva de los escritores. Reunidas todas estas particularidades, no parece inverosímil que un territorio tan conocido en aquella edad, ilustre por tantos sucesos, en un país donde había nacido la historia caballeresca y el mismo Amadís, y por consiguiente tan a propósito para ser embellecido con ficciones y fábulas, prestase él el episodio más notable e interesante del libro de Amadís de Gaula. Según estas conjeturas, pudiera creerse sin repugnancia que la Peña Pobre estuvo en el golfo que media entre las provincias de Bretaña y de Normandía; que por allí debe situarse la ínsula Firme, y que quizá quiso aludirse al monte de San Miguel en la Peña de dicha ínsula y en el monasterio de que se supuso fundador a Amadís.Cuando esto se escribe se hallan haciendo penitencia por las inmediaciones de la Peña Pobre algunos desgraciados aventureros, desdeñados de su señora: +se reconciliarán con ella, como Amadís con Oriana?
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N-1,25,25. Beltenebrós se compone de bello y tenebroso, como si dijéramos hermoso y triste: por eso le llama don Quijote nombre significativo y propio para la vida que Amadís había escogido. En la historia de Tirante el Blanco se hace memoria de un caballero llamado Tenebroso, que acompañó a Tirante en el socorro de Rodas, sitiada por los mamelucos (parte I, capítulos XXX y XXXV). Bel, palabra anticuada; se usó mucho antiguamente por bello o hermoso. Un bel morir toda la vida honra era el mote que traía en su divisa el Condestable de Castilla, como se ve por la carta que le escribía Fernando de Pulgar el año de 1479 (letra XII). Mucho antes habían usado de la misma palabra el autor del Poema de Alejandro y el Arcipreste de Hita (copla 977). Del Caballero andante Leandro el Bel, hijo del Caballero de la Cruz, hay historia particular. Omito otros ejemplos de las églogas de Juan del Encina y de los romances antiguos castellanos. Luis Barahona, en las Lágrimas de Angélica (canto X), dijo:
Atento el bel Medoro a todo estaba.
Y el mismo Cervantes, hablando del caballo Pegaso:
Era del bel trotón todo el herraje
de durísima palta diamantina.
(Viaje al Parnaso, cap. VII.)
Del origen que acaba de asignarse al nuevo nombre que tomó Amadís, se deduce por reglas de analogía y buen discurso, que debe llevar acento en su última sílaba, y pronunciarse Beltenebrós. Para averiguar cómo se pronunciaba en lo antiguo, he consultado una relación poética compuesta de noventa octavas, que trata de la penitencia de Amadís, y se insertó en el Cancionero general de Amberes de 1553 (folio 361 vuelto). Allí se encuentran versos que, para serlo, exigen que la última sílaba de Beltenebrós sea aguda. Tales son:
Viendo Beltenebrós tan ciudadosa...
que aquel Beltenebrós de quien sabemos...
Alguna otra vez no sucede así: pudo ser falta del poeta o que variaba la pronunciación.
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N-1,25,26. El asique es inoportuno en este lugar, porque lo que acaba de decirse no es de donde se infiere que sea más fácil imitar a Amadís en su penitencia que en sus hazañas. El pensamiento de Don Quijote se reducía a que siendo Amadís el modelo de los caballeros andantes no quería dejar pasar la ocasión que aquellas soledades le ofrecían para imitarle en su penitencia, que fue una de las cosas en que, según afirma Don Quijote, mostró más su prudencia, valor y demás virtudes. Todo lo que se sale de esto no es del caso.
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N-1,25,27. El gigante Bandaguido, señor de la ínsula que después se llama del Diablo, engendró en una hija suya un monstruo que tenía el rostro y el cuerpo cubierto de pelos, y encima había conchas sobrepuestas unas sobre otras, tan fuertes, que ninguna arma las podía pasar: y las piernas e pies eran muy gruesos y recios; y encima de los hombros había alas tan grandes que hasta los pies le cubrían, y no de péndolas, mas de un cuero negro como la pez, luciente, belloso, tan fuerte que ningún arma las podía empecer, con las cuales se cobría, como lo hiciese un hombre can un escudo y debajo dellas le salían brazos muy fuertes así como de león, todos cubiertos de conchas más menudas que las del cuerpo. Y las manos había fechitura de águila con cinco dedos, y las uñas tan fuertes y tan grandes que en el mundo podía ser cosa tan fuerte que entre ellas entrase, que luego no fuese deshecha. Dientes tenía dos en cada una de las quijadas, tan fuertes y tan largos que de la boca un codo le salían; y los ojos grandes y redondos muy bermejos como brasas, asique de muy lueñe, siendo de noche, eran vistos, y todas las gentes huían dél. Saltaba y corría tan ligero que no había venado que por pies se le pudiese escapar... Toda su holganza era matar hombres y las otras animalias vivas, y cuando hallaba leones y osos que algo se le defendían, tornaba muy sañudo, y echaba por sus narices un humo tan espantable que semejaba llamas de fuego, y daba unas voces roncas espantosas de oír: asique todas las cosas vivas huían antél como ante la muerte. Olía tan que no había cosa que no emponzoñase. Era espantoso cuando sacudía las conchas unas con otras y hacía crujir los dientes y las alas que no parescía sino que la tierra hacía estremecer. Tal es la descripción del endriago que hace la historia de Amadís (cap. LXXII). Esta mala y endiablada bestia despedazó a su madre, fue ocasión de la muerte del gigante su padre, y emponzoñó y mató o hizo huir a los habitantes de la ínsula, que de esta suerte quedó despoblada; hasta que navegando a vista de ella Amadís, quiso desembarcar a matar al endriago, como lo consiguió, aunque a costa de muchas peligrosas heridas.
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N-1,25,28. El verbo fracasar se encuentra en otros autores castellanos de buena nota, pero como neutro o de estado, en significación de romperse, hacerse pedazos: aquí es activo y significa romper, despedazar.----Ya se ha observado en otra ocasión que Don Quijote solía no ser muy exacto en las citas de los libros caballerescos. No recuerdo que en la historia de Amadís de Gaula se cuente que hendiese a ninguno de los gigantes que venció, como se cuenta frecuentes veces de otros caballeros, ni que descabezase serpientes. Mató, si, el endriago, según se dijo en la nota anterior, desbarató el ejército del Rey Arábigo, venció y desbarató la flota de los romanos y deshizo el encantamiento de la Cámara defendida (caps. CXVI, LXXXI y XLIV) y el ya mencionado del endriago en la ínsula del Diablo.
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N-1,25,29. Alude a la ocasión representada en las fábulas de Fedro por un calvo con copete en la frente:
Quem si occuparis, teneas; elapsum seme
Non ipse possit Iupiter reprehendere
.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,25,30. Lenguaje defectuoso. El ya está fuera de su lugar. Decimos: +No te he dicho ya? , etcétera. El aquí debió ser también para expresar la idea de que se quería reunir la imitación de la sosegada y tierna melancolía de Amadís con la encendida y tumultuosa furia de don Roldán. +No te he dicho ya que quiero imitar a Amadís, haciendo también del.., furioso por imitar juntamente a don Roldán?Haciendo del furioso: elipsis autorizada por el uso en la frase hacer el papel del furioso. El adjetivo furioso es propio de Roldán por el título de Orlando furioso que Ariosto dio a su poema.
Dijo Don Quijote que quería imitar a Amadís en su penitencia: mas no fue solo Don Quijote el que quiso imitarle en ella. Lisuarte de Grecia recibió una carta en que su señora la princesa Onoloria, por celos mal fundados de la infanta Gradafilea, le mandaba no parecer más ante ella, en términos tanto o más duros que lo mandó Oriana a Amadís. Aquella misma noche Lisuarte, triste y desesperado, saliéndose solo de Constantinopla, acordó de dejar las armas y meterse en una ermita y servir a Dios hasta que muriese; pero dejando de hacerlo por varias visiones y avisos que tuvo, bajó a la orilla del mar y se metió en una barca, que, sin que nadie lo moviese comenzó de andar. Allí pasó más de un año, hasta que la doncella Alquifa le llevó un recado de parte de Onoloria, que estaba desengañada y arrepentida: con la cual Lisuarte se puso en camino, y se presentó a su señora (Lisuarte, caps. LI, LII, LXII y LXXXIX).
El caballero del Febo, desdeñado por celos de su señora Claridiana. Princesa de Trapisonda, se retiró a hacer penitencia en la ínsula Solitaria, donde pasaba la más áspera vida que jamás hizo hombre, con voluntad de acabar allí sus días. Pero, desengañada Claridiana en la cueva de Artidón, y cierta de la fidelidad de su caballero, determinó buscarle; aportó con tormenta a la ínsula Solitaria, le pidió perdón, y quedaron reconciliados. Así se cuenta en la Historia del Caballero del Febo (parte I, libro I, capítulos XV y XXVI).
La misma historia refiere que, enojada la Infanta Olivia, despidió a su amante y amado Rosicler, y que luego lo envió a buscar con su doncella Fidelia (Ib., lib. I, cap. LII). Florambel de Lucea, tratado áspera y desabridamente de su señora Graselinda, que estaba celosa de Laurelia, como Oriana de Briolania, se partió lleno de aflicción de la corte de Londres, tomando el nombre de Caballero Lamentable. Una carta de Graselinda pidiéndole perdón del agravio y que viniese a verla, puso fin a sus penas. La conductora de la carta fue Solercia, llamada la Doncella Española (Florambel lib. II, cap. XXXII; libro IV, cap. I; libro V, cap. II).
Estos casos ofrecen muchos puntos de semejanza con el de Amadís de Gaula, y muestran lo que en el fondo de los sucesos se repiten unos a otros los libros de Caballerías. El mismo libro de Amadís pudo tomar ocasión para esta aventura de otro más antiguo, cual es el de don Tristán de Leonís, donde se lee que, habiéndose retirado Tristán lleno de despecho por celos y de orden de su señora Iseo, ésta, arrepentida, lo envió después a buscar por su doncella Brangiana (lib. I, cap. LX).
Aquí podrá acaso preguntarme alguno de mis lectores: si Don Quijote remedó a Amadís retirado a la Peña Pobre, +remedó alguien a Don Quijote retirado a Sierra Morena? +Fue la intención de Cervantes hacer un recuerdo burlesco del retiro de Carlos V en sus últimos años a hacer vida retirada y penitente en el desierto de Yuste? Don Quijote, dudoso entre imitar los furores y trastornos de Roldán o la soledad y tristeza de Amadís, +pudo envolver alguna maligna alusión el Emperador, deliberando entre el proyecto de la Monarquía europea, y el esconderse a morir en un monasterio? He aquí una cuestión que se ha indicado más bien que tratado por algunos escritores, y en que pudieran alegarse como motivos para la afirmativa la inclinación personal de Carlos V a lo extraordinario y maravilloso, sus guerras y viajes, sus empresas gigantescas, su afición a los libros de caballería, y, finalmente, las indicaciones que se suponen hechas en el famoso y nunca visto Buscapié del mismo Cervantes, donde se apuntaba, según dicen, que el QUIJOTE era una sátira paliada del Emperador y otros personajes. Mas estos indicios son demasiado ligeros para justificar ni aun dar colorido a la sospecha. Cervantes manifestó en todas ocasiones la mayor veneración a la persona del Emperador; y sin salir del QUIJOTE se hallan pruebas de que participaba del entusiasmo común que inspiraban a los españoles de su tiempo las acciones y memoria de aquel Príncipe. Por otra parte, Cervantes profesaba un sumo respeto a la autoridad pública, a sus disposiciones y a sus principales ministros y agentes: así lo muestran los elogios prodigados en la presente fábula al Rey Felipe II, al Conde de Salazar, a la expulsión de los moriscos, en suma, al Gobierno y a cuanto de él procedía. Estas consideraciones alejan la idea de que pudiese caber en la de Cervantes hacer alusiones menos respetuosas al Emperador. Si fuese dable que recayese esta sospecha sobre alguno de nuestros Príncipes, y que la mención de Beltenebrós incluyese la censura de alguno de ellos, acaso no podría señalarse a otro con menos inverosimilitud que a Felipe I. Observo que Cervantes, inclinado generalmente a los elogios ajenos, y que, como se dijo arriba, los prodigó a Carlos V y a Felipe II, anduvo escaso, y no sé si diga ambiguo, en los de Felipe I. En la tragedia de la Numancia, escrita a los principios de su vida literaria le llamó segundo sin segundo (Profecía del Duero en dicha tragedia): después en el QUIJOTE se contentó con llamarle buen Rey (parte I, cap. XXXIX). La consideración de sus servicios, desatendidos por este monarca, y el mal éxito de las colicitudes que le dirigió para mejorar la suerte, eran menos a propósito para inspirar amor que disgusto y resentimiento. Y pudiera añadirse que Felipe I, siendo Príncipe, asistió a las fiestas de Bins, en Flandes, el año 1549, en las cuales, según la menuda relación que de ellas publicó Juan Calvete de Estrella, se representaron al viso las aventuras caballerescas por los grandes de la corte disfrazados bajo nombres propios de caballeros andantes; que una de ellas fue la de la Espada encantada, y otra la de la Cámara defendida, asuntos ambos tomados del libro de Amadís de Gaula: y que a la primera de las dos aventuras dio felice fin y cima el Príncipe, que en ella hizo el papel principal con el nombre mismo de Beltenebrós. Si Carlos V se retiró al monasterio de Yuste y allí murió, su hijo también se retiraba al Monasterio de El Escorial, y allí murió. Esto, a la verdad, no pasa de una mera conjetura, y dista mucho de prestar fundamento suficiente para atribuir de positivo tal intención a Cervantes.El lector que haga la pregunta tienen que contentarse con esta respuesta, porque no sé otra.
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N-1,25,31. Medoro y Cloridano fueron dos jóvenes que mutuamente se amaban, y pasaron de áfrica a Europa con Dardinel de Almonte, Rey moro de Zumara, el cual venía con otros príncipes a guerrear contra el Emperador Carlomagno. Muerto Dardinel a manos de Reinaldos en una batalla, Medoro, doliéndose, a fuer de leal y agradecido, de que su cadáver quedase sin sepultura, propuso a Cloridano ir a buscarlo durante la noche a través del campo enemigo. Resueltos a ello, entran silenciosos en el Real de los cristianos, hacen gran matanza en los que dormían descuidados, y, finalmente, encuentran el cadáver que buscaban. Al volver cargados con él sobreviene una escuadra de escoceses, auxiliares de los cristianos: Cloridano huye y se esconde: Medoro insiste en llevar él solo el cadáver de Dardinel; los escoceses le alcanzan y le embisten, y Cloridano, por defenderlo, dispara desde donde está escondido una flecha que mata a uno de los enemigos. Al mismo tiempo Medoro es herido cae y es tenido por muerto. Cloridano sale a la venganza y pierde la vida junto a su amigo. Idos los escoceses, pasa por allí Angélica la Bella, se compadece de Medoro, cura su herida, y, con ayuda de un pastor, lo lleva a su cabaña después que, a ruego del herido, recibieron sepultura Dardinel y Clonidano. Aquí sanó Medoro, y de aquí resultaron sus amores con Angélica que dieron ocasión a las locuras de Orlando, descritas por Ariosto.
Es claro que este poeta se propuso imitar el episodio de Niso y Euríalo cuando salieron a dar un aviso a Eneas, atravesando de noche el campo enemigo: y aun Ariosto supo dar a su Medoro mayor interés que Virgilio a su Euríalo, porque el motivo de su hazaña fue más noble y más tierno. La superioridad del héroe de Ariosto hubiera sido completa si el haber sobrevivido al suceso y sus siguientes felicidades no disminuyeran en los ánimos de los lectores del Orlando los afectos de compasión e interés producidos anteriormente.
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N-1,25,32. Cuenta Ariosto (canto 23, ests. 105 y siguientes) que Orlando, fatigado del calor, entró en una gruta, donde nacía una clara y hermosa fuente no lejos de la cabaña del pastor en que habían habitado Angélica y Medoro, y que allí encontró un letrero en arábigo, que traducido al italiano por Ariosto, y después por Lope de Vega al castellano (en la comedia de Angélica en el Catai), decía así:
Fuentes, aguas y hierbas deste soto,
De amor testigos, cueva y sombra helada,
Aquí gozó de Angélica Medoro...
Orlando enterado de su desgracia por esta y otras señas, se volvió loco, rompió y deshizo las peñas de la gruta, arrojando sus fragmentos al aire (canto 23, ests. 130, 131, 133, 134 y 135); enturbió con ramas, troncos y piedras las aguas del arroyo a que daba origen la fuente; tiró las ramas, arrojó la ropa quedando desnudo; arrancó los árboles; mató pastores, aldeanos y animales (canto 24, ests, 5, 6, 7 y 10); y corriendo así muchos países atravesó la España hasta el Estrecho de Gibraltar, se arrojó al agua y pasó nadando a Ceuta (canto 30, estrofas 10 y 15). Ariosto cantó (canto 29, estrofa 50):
Pazzia saràà, se le pazzie d′Orlando
prometto recontarvi ad una ad una
.
Duró tres meses la locura del Paladín (canto 34, est. 66); y el poeta cuenta el modo milagroso con que recobró el juicio, curándose al mismo tiempo de los amores de Angélica (cantos 34 y 39).
Antes de Orlando había hecho lo mismo Tristán. Desdeñado de la Reina Iseo, según refiere su historia (lib. I, caps. LIX, LXXI y LXXI), se ausenta, pierde el juicio, se pone furioso, corre por los campos, rasga sus vestidos, pierde la memoria de todo, brama como irracional, come la carne cruda de las fieras que coge y despedaza, mata pastores, destruye cuanto se opone a su furor. Su amante Iseo le curó del extravío de su razón. Ariosto, al describir el furor de Orlando, pudo tener presente el de Tristán, así como para pintar el desdén de Oriana pudo el cronista de Amadís tener presente el de Iseo, conforme arriba insinuamos.
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N-1,25,33. Insolencia, voz admitida después de escrito el Diálogo de las lenguas, cuyo autor deseaba que se introdujese en la nuestra. Verdad es que aquí no está en la acepción en que la usamos de atrevimiento, descaro, petulancia, porque nosotros siempre la tomamos en mala parte, sino en la de acción insólita, extraordinaria, digna, como dice el texto, de eterno nombre y escritura.
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N-1,25,34. No son tres nombres diferentes, sino uno solo pronunciado de diferentes maneras. La historia latina del Arzobispo Turpín le llamó Rolando, que es anagrama de Orlando y de Roldano, sin más diferencia que la variedad en el orden de las letras de que se componen.----En el capítulo I de la segunda parte se dice casi con las mismas palabras que en el presente lugar: Roldán o Rotolando u Orlando (que con todos estos nombres le nombran las historias).
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N-1,25,35. Discurso semejante al del capítulo IV, cuando, hablando Don Quijote con los mercaderes toledanos que le pedían el retrato de Dulcinea antes de confesar que era la más hermosa del mundo, les decía: Si os la mostrara, +qué haríades en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender.
Ni grado ni gracias es expresión de que usó ya en su Corbacho el Arcipreste de Talavera parte I, cap. IV). Y el de Hita decía un siglo antes, hablando con el dueño de su libro (copla 1604):
Emprestadlo de grado,
non le debes por dinero vendido ni alquilado,
ca non ha grado fin gracia nin buen amor comprado
Cuando el Cid, a propuesta del Rey don Alonso otorgó dar sus hijas por mujeres a los Infantes de Carrión, cuenta su Poema que el Rey le dijo:
Grado e gracias, Cid, como tan bueno, e primero ol Criador,
que me dades vuestras hijas para los Infantes de Carrión.
(Versos 2105 y 2106.)
Grado se opone a fuerza o violencia, como se ve en la expresión proverbial de grado o por fuerza. En esta acepción grado viene de gratus, y no de gradus, de quien se deriva cuando es nombre y raíz de graduación y gradería.
Copió la sustancia y aun varias frases de este diálogo don Guillén de Castro en su comedia de Don Quijote de la Mancha. Había dicho éste que quería imitar el furor de Roldán o la penitencia de Amadís, y repone Sancho (jornada II):
Ellos ocasión tuvieron
de celos y de recelos;
pero a ti +quién te da celos,
o qué desdenes te hicieron?
+Qué te sobresalta el pecho?
+Quiere tu dama a Medoro,
a algún cristiano, a algún moro?
+Qué niñerías has hecho?
Y contesta Don Quijote:
Pues en eso es bien que vea
mi señora Dulcinea
la fineza de mi amor.
Que pues sin haberme dado
ocasión el juicio trueco,
y hago estas cosas en seco,
+qué hubiera hecho en mojado?
Esta última expresión, que Castro tomó de Cervantes, recuerda otra muy parecida del Evangelio.
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N-1,25,36. Faltaba en las ediciones precedentes la partícula en: El toque, decían, está desatinar sin ocasión. El respeto excesivo a las ediciones primitivas consagró en las posteriores los descuidos del impresor, guardándosele una consideración que no merecía.
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N-1,25,37. Con efecto, Ambrosio, el amigo de Grisóstomo, que a imitación de éste se vistió también de pastor para acompañarle en su desventura, había dicho en el capítulo XIV: Al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue, ni temor que no le dé alcance.----Marras, adverbio de tiempo, propio del estilo familiar; es muy antiguo en castellano, y lo usó ya nuestro poeta Gonzalo de Berceo en la Vida de San Millán (copla 206): dicen que viene del árabe.----En las primeras ediciones del QUIJOTE se puso aquel pastor de Marías Ambrosio.
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N-1,25,38. Aportar es verbo de estado, y significa llegar a puerto; en el pasaje presente es activo y significa traer, en cuya acepción no me acuerdo haberle visto usado otra alguna vez por nuestros escritores. Puede ser errata por portarás, en cuyo caso lo graduaremos de italianismo, y no será el único que notemos en el QUIJOTE. Cervantes había estado en Italia y gustaba de la lectura de libros italianos.
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N-1,25,39. Así lo creía de buena fe Don Quijote, por la relación de los libros caballerescos.
Cuando se casó el Príncipe Lepolemo, además de muchas joyas y dinero, dio a su ama Platina el ducado de Gueldes, que es en el imperio de Alemaña, disponiendo que después de sus días fuese de su hijo Caristes, que bien lo había servido (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. CLI). En la misma historia se cuenta que Lepolemo, habiéndose apoderado de la isla de Torino el Cruel, hizo señor de ella, con título de Archiduque, al sabio Artidoro (Ib., lib. I, cap. VI). Florambel de Lucea, después de haber deshecho el encanto de la ínsula Sumida, dio el señorío de ella a su amigo don Lidiarte (Florambel, lib. IV, cap. XXII). Y así otros.
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N-1,25,40. Ya se ha dicho en otra ocasión que se daba el nombre de patrañas a los cuentos o novelas, cuales son las que contiene el libro intitulado el Patrañuelo de Juan de Timoneda, impreso en Alcalá de Henares el año de 1576. Y el Arcipreste de Talavera dijo en su Corbacho, escrito siglo y medio antes (parte I, cap. XIV): Para vicios y virtudes harto abastan ejemplos y pláticas, aunque parezcan consejuelas de viejas, patrañas e romances. Ahora entre nosotros patraña se toma en mala parte por ficción disparatada y mal compuesta, y a los cuentos bien ordenados y de alguna extensión y artificio se da el nombre de novelas.
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N-1,25,41. Desde la adquisición de la bacía o yelmo de Mambrino no habían mediado aún dos días, como resulta de la misma relación de los sucesos, y, sin embargo, dice Sancho que habían pasado más de cuatro. íTan lejos estaba Cervantes de ajustar la cuenta del tiempo y de dar importancia a la duración mayor o menor de la fábula!
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N-1,25,42. Quiere decir, en el peñón tajado de que se trata, estaba ceñido en torno por un prado verde y vicioso. Redondez es aquí circuito.
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N-1,25,43. La parte de Sierra Morena en que se hallaba Don Quijote es conocida en la historia por haber sido teatro de dos memorables batallas, la de las Navas, en el año de 1212, y la de Bailén, en el de 1808. El retiro y penitencia de nuestro hidalgo le ha dado otro género de celebridad. Ambas batallas se dieron no lejos del sitio que aquí se señala como diputado y escogido por Don Quijote para imitar a Amadís, y por Cervantes para ridiculizar la afición a los libros de este aventurero y demás andantes; y allí fueron vencidas tres grandes potencias, que en distintas épocas tuvieron tiranizadas a España; los moros, los franceses y la afición a las lecturas caballerescas.
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N-1,25,44. Invocación de Don Quijote, que recuerda la de Albanio en la segunda égloga de Garcilaso. La situación desesperada que allí se describe del pastor, era, real, y fingida e imaginaria de la del caballero, lo cual realza más lo ridículo de las afectadas y pomposas expresiones de este último. Decía Albanio:
íOh, Dioses, si allá juntos de consuno
de los amantes el cuidado os toca!...
íOh, Náyades, de aquesta mi ribera
corrientes moradoras! íOh, Napeas!...
íOh, hermosas Oreades, que teniendo
el gobierno de selvas y montañas,
a caza andáis por ellas discurriendo!...
íOh Driadas, de amor hermoso nido,
dulces y graciosísimas doncellas!...
Parad mientes un rato en mis querellas.
Los antiguos dieron el nombre general de Ninfas a algunas deidades femeninas de orden inferior, que suponían presidir a ciertos ramos de la naturaleza, según los cuales variaban en particular sus nombres. Nereidas eran las del mar. Náyades las de fuentes y ríos. Napeas, Oreades, Driadas y Hamadriadas, las de los bosques. Todas dieron, dan y darán asunto al numen de los poetas.Los Sátiros eran semidioses, semihombres y semianimales que moraban en los bosques, donde, según fingieron los poetas, se entretenían en inquietar y perseguir a las Ninfas, que es a lo que aquí alude Don Quijote.
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N-1,25,45. A pesar de esta y alguna otra desaliñada repetición, el discurso anterior de nuestro penitente caballero presenta un lenguaje bellísimo, de colores blandos y poéticos, que mereció, con razón, ser puesto por don Antonio de Capmani entre los ejemplos de la invocación, en su obra intitulada Filosofía de la elocuencia.
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N-1,25,46. La imaginación de Don Quijote, llena de los sucesos que había leído en los libros caballerescos, le daba continuas ocasiones de remedarlos. Esta alocución suya a Rocinante trae a la memoria la del Caballero del Febo, cuando habiendo aportado a la ínsula Solitaria, con el designio de hacer allí penitencia por desdenes de su señora Claridiana, dio libertad a su caballo Cornerino, y le hablaba y le alegaba los ejemplos de Alejandro Magno, de Julio César y de Augusto (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. II, cap. XV). Así también, en el Orlando furioso. Rugero, despechado por haber contribuido con sus propios esfuerzos a la victoria de su rival, y resuelto a morir oculto y desconocido, se fue por donde quiso llevarlo su caballo Frotino y se entró por lo más espeso de un bosque:
Ma Frontin prima al tutto seiolto messe
Da se lontano e libertá gli diede
O mio Frontin (gli disse) se a me stesse
Di dare a′merti tuoi degna mercede
Avesti àà quel destrier da invidiar poco
Che voló al cielo, e fra le stelle ha loco.
Cillaro so, non fu, non fu Arione
Di te miglior nèè merito piú lode,
Né alcum altro destrier, di cui menzione
Fatta da Greci a da′Latini s′ode
.
Canto 45, esta. 92 y 93.)
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N-1,25,47. Monstruo, hijo de grifo y yegua, que ocupa un lugar notable en el poema de Ariosto:
Simili al padre avea le plume e l′ale
Li piedi anteriori, i capo e il grifo;
In tutte l′altre membra parea quale
Era la madre, e chiamasi Ippogrifo
.
(Canto IV, est. 18.)
De este monstruo se servía el mágico Atlante para sus viajes y excursiones. Después sirvió Rugero y después a Astolfo, quien lo adquirió cuando deshizo el palacio encantado de Atlante (canto 22, est. 24). En él hizo Astolfo su viaje a los montes de la luna (canto 33 est. 96) y al Paraíso. Allí le dijo San Juan Evangelista que la locura de Orlando duraría sólo pocos meses, y lo llevó consigo en el carro de Elías al mundo de la Luna, donde encontró el juicio de Orlando metido en una botella. San Juan le permitió tomarla (canto 34, ests. 48, 66, 69, 83 y 86), y lo condujo otra vez en el mismo carro al Paraíso (canto 38, est. 23). De aquí volvió Astolfo en el hipógrifo a áfrica; y curado Orlando de su locura, montó Astolfo en el monstruo, y pasó de un vuelo a Cerdeña, de otro a Córcega, y de otro, finalmente, a las marismas de Provenza, donde San Juan le había mandado que le diese libertad (canto 44, est. 24 y 25).
Ariosto pondera en diferentes parajes la ligereza del hipógrifo, comparándola con la del águila, de la flecha y del rayo. Don Quijote declara y falla que era superior todavía la de Rocinante, y Don Quijote debía saberlo. Acordémonos que se trata de aquel rocín largo y tendido, atenuado y flaco (parte I, cap. IX), de aquel rocín pasicorto y flemático (Ib., capítulo XXII), de quien no se lee que diese jamás carrera tirada (Ib., cap. LI), y que una sola vez se conoció haber corrido algo (parte I, capítulo XIV). Cervantes mismo debió soltar la pluma para reírse al escribir estas líneas.
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N-1,25,48. Caballo granadino, de color bayo con cordón blanco, por donde al principio se llamó Frontalatte. Era de Sacripante, a quien estando sobre Albraca se lo quitó el astuto ladrón Brunelo, suspendiendo la silla en cuatro palos mientras dormía encima su dueño, y sacando en pelo al caballo. Brunelo lo dio a Rugero, el cual lo mudó el nombre de Frontalatte en el de Frontino, y después de salir del palacio o castillo encantado de Atlante lo dejó por subir en el hipógrifo. Bradamante hermana de Reinaldos, doncella guerrera que amaba a Rugero, recogió su caballo y lo tuvo en Montalbán, de donde lo envió después magníficamente enjaezado a Rugero con su doncella Ipalca. Quitóselo por fuerza en el camino Rodomonte, Rey de Sarza, y usó de él por largo tiempo, hasta que se lo ganó en batalla Bradamante. De ésta lo recibió al fin Rugero, el cual, pasando con él a áfrica, experimentó una furiosa tormenta y abandonando la embarcación, se salvo a nado. La embarcación, vacía de gente y llevando a Frontino a bordo, aportó a un paraje, donde Orlando en compañía de Brandimarte y Oliveros aguardaba el día aplazado para combatirse con los Reyes Agramante, Sobrino y Gradaso. Orlando dio el caballo Frontino a Brandimarte para la batalla, y después de ésta lo restituyó a Rugero.
Este es el resumen de la historia del caballo Frontino, según la refieren Boyardo y el Ariosto. Cuando dice Don Quijote que Frontino costó caro a Bradamante, parece aludir a que Bradamante lo adquirió a costa de la ausencia de su amado Rugero, el cual, abandonándolo por subir en el hipógrifo, fue arrebatado a la isla de Alcina, y se empeñó en varias aventuras, que lo tuvieron por largo tiempo separado de Bradamante.
La expresión que tan caro le costó a Bradamante, recuerda la del capítulo X, donde, hablando Don Quijote del yelmo de Mambrino, usó de las mismas palabras, que tan caro costó a Sacripante.
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N-1,25,49. Términos forenses. Llámanse generales de la ley las tachas o excepciones que las leyes ponen a los testigos, y las preguntas de estilo que a éstos se hacen. Aquí se aplica este nombre a las calidades de enamorado y desesperado, comunes entre los caballeros andantes, y personales entonces de Don Quijote. Y aunque parece lenguaje impropio en boca de Sancho, no deja de hacer gracia la aplicación de estas calidades a Rocinante y al rucio por la participación de la de sus amos, uno de los cuales las tenía y el otro no.
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N-1,25,50. Expresión de quien experimenta desgracias después de la prosperidad; se encuentra usada en este sentido por el autor de la tragicomedia de la Celestina (acto XI). Un soneto muy conocido de Garcilaso empieza:
Oh dulces prendas por mi mal halladas,
Dulces y alegres cuando Dios quería!
La expresión es originalmente de Virgilio, en el libro IV de la Eneida, donde dice Dido al ver la espada del ingrato Eneas:
íDulce exuvi礬 dum fata Deusque sinebant!
Cervantes hace reír al lector, poniendo en boca del labriego de la Argamasilla el lenguaje de Garcilaso y de Dido.
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N-1,25,51. No fue así porque en aquel mismo día emprendió Sancho su viaje, como se ve en el progreso del capítulo.
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N-1,25,52. Nombre que se atribuye familiarmente a los golpes que se dan con la cabeza, chocando en otro cuerpo duro, especialmente si suenan, como sucede con las calabazas.
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N-1,25,53. Todo caballero de la banda se debe guardar de decir uno por al, ca la cosa del mundo que más partenesce al caballero es decir verdad
(Estatutos de la Orden de la Banda en el Doctrinal de Caballeros de don Alonso de Cartagena, lib. II, tít. V). Con esta obligación de decir verdad a fuer de caballero, requería Sancho a su amo en el capítulo XLVII de esta primera parte, cuando metido en la jaula iba caminando lentamente a su aldea.
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N-1,25,54. Relapsos se llamaba a los que después de castigados reincidían en delitos de que juzgaba el Santo Oficio: equivale a reincidentes, cuya pena es y debe ser mayor que la de los que delinquen por primera vez.
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N-1,25,55. Si dijera de sofístico ni de fantástico, nada hubiera que reparar; así es como ordinariamente se dice. Mas Cervantes añadió el artículo, que es inseparable del sustantivo o del adjetivo sustantivado, y en este último caso se usa el artículo neutro lo. Ejemplo de ello tenemos dentro del mismo QUIJOTE en el epígrafe del capítulo LXI de la segunda parte: De lo que sucedió a Don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto. Y en la comedia La entretenida (jornada II) dice también Cervantes:
Esto sí, cuerpo de mundo,
que tiene de lo modernos,
de lo dulce, de lo lindo,
de lo agradable y lo tierno.
Pero en el pasaje presente del texto hay más que observar, porque no sólo se añadió había al adjetivo sustantivado, sino que se le añadió el artículo masculino, cosa que no sufre el idioma castellano. En la novela de Cipión y Berganza (y obsérvese que el lenguaje de las novelas es más limado y correcto que el del QUIJOTE) repitió esto mismo Cervantes. Dos ladrones hurtaron un caballoàà y para venderlo sin peligro, usaron de un ardid, que a mi parecer tiene del agudo y del discreto.
Este modo de hablar se encuentra también en otros dos escritores de los más beneméritos de nuestro idioma. El uno es Juan Valdés, autor del Diálogo de las lenguas, que, hablando de lo que importa conocer el origen de las palabras para pronunciarlas y escribirlas con propiedad dice (pág. 37): Todas son pronunciaciones que tienen del arábigo. Y en otro lugar (pág. 98): Arriscar como apriscar.., creo habemos desechgado, porque tienen del pastoril. El otro escritor es don Diego Hurtado de Mendoza, que en la carta del Bachiller de Arcadia al Capitán Salazar, decía: Esta corte (Roma), según creo que sabéis, tiene algo del satírico, a causa del residir en ella el Padre Pasquín.
A pesar de estas autoridades tan respetables creo que este modo de hablar no es puro castellano, y que no puede excusarse de italianismo. Cervantes, Valdés y Mendoza estuvieron en Italia, y tanto la residencia en un país extranjero como la lectura de sus libros, pueden ser ocasión de incurrir inadvertidamente en esta clase de defectos.
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N-1,25,56. El ventero Juan Palomeque el Zurdo, que confirió la Orden de Caballería en su venta, contaba las hilas en el número de las cosas de que debían ir provistos los caballeros andantes. Don Quijote hubo de seguir su consejo en los preparativos para su segunda salida, como se deduce de este pasaje, porque mal podía pedir hilas a su escudero si no las llevaba: Dice luego Sancho que en el asno se perdieron las hilas y todo: mas no parece que fue así, puesto que en el capítulo XXI se dice que Sancho iba tras su amo cargado con todo aquello que había de llevar el rucio. El asno, cuando lo robó Ginés de Pasamonte, debió de salir en pelo de debajo de la albarda.
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N-1,25,57. Pasando en autoridad de cosa juzgada se dice del fallo o sentencia judicial que causa ejecutoria, y que por consiguiente es irrevocable, y no necesita ya de más examen ni diligencias.
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N-1,25,58. Según el uso actual se diría: mejor hicieras en llamarle infierno.
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N-1,25,59. La expresión latina (algo macarrónica a la verdad) que aquí se indica y que estropeaba Sancho, es in inferno nulla est redemptio, que significa que en el infierno no hay medio ni esperanza de salir de él. Común es el cuento de Miguel Angelo, que en un cuadro de los Novísimos retrató entre los condenados a un Cardenal que le molestaba, y quejándose el Cardenal de ello: amigo, le dijo el Papa, si te pintara en el purgatorio, yo te sacaría a fuerza de sufragios; pero en el infierno nulla este redemptio.
Ariosto sabía también este proverbio, y lo incluyó en su Orlando, cuando describiendo los tormentos que Lidia padecía por ingrata en el Tártaro, le hizo decir (canto 34, est. 43):
E cosi ovró in eterno,
Che nulla redenzione e nell′infermo
.
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N-1,25,60. Palabra inventada por Cervantes (a lo menos no me acuerdo haberla visto otra vez en nuestros antiguos) y formada por analogía con dulcificada y otras semejantes que se derivan de los verbos dulcificar, verificar, falsificar, mortificar, vivificar, edificar, clasificar. Todas son voces en que la terminación común ficar indican la acción de asimilar a las raíces castellanas latinas de que se forman, a saber: a miel, dulce, vero, falso, muerto, vivo, 祤es, clase.
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N-1,25,61. Advertencia y recuerdo propio del carácter codicioso de Sancho.
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N-1,25,62. No podía ser, porque la libranza y la carta necesariamente habían de ir separadas: la libranza de los pollinos era para la sobrina de Don Quijote, y la carta para Dulcinea. Sobra la palabra inserto, la cual borrada, todo queda bien.
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N-1,25,63. Menciona aquí Don Quijote los diferentes modos de escribir que se usaron entre los antiguos. Plinio dijo ya (lib. XII, cap. Xl) que al principio se escribió en hojas de árboles, y después en las cortezas interiores, señaladamente del papiro. Y como en latín folium era la hoja y liber la corteza, de aquí hubieron de derivarse en sus dialectos las palabras folios y libros. Posteriormente se escribió en tablillas cubiertas de cera, para lo que se usaba del estilo o punzón, en láminas de plomo, en rollos o volúmenes de lienzo, y en pieles que se llamaron pergaminos, por ser invención de un Rey de Pérgamo Los árabes conocieron el uso del papel en el siglo VII, según afirma Casiri en su Biblioteca (tomo I, pág. 9), añadiendo que en El Escorial hay manuscritos árabes de papel, pertenecientes a los principios del siglo XI. Los mahometanos hubieron de traer la invención del papel a Europa por España, y ya en el siglo XI se hacía en Francia papel de trapos, ex resuris verterum pannorum. En el siglo siguiente era ya común el papel, y las leyes de partida distinguen las cartas y documentos que deben escribirse en pergamino de cuero y en pergamino de paño partida II, tít. XVII, ley V), siendo ya muchos los documentos de aquel tiempo que se escribían en papel, fabricado ordinariamente de algodón.
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N-1,25,64. La letra procesada, según el erudito padre Andrés Burriel, autor de la Paleografía española, era una corrupción desreglada de la letra llamada cortesana, y consistía en desfigurar la traza y figura de todos los caracteres por escribir sin división las letras ni dicciones formando líneas enteras en una encadenada algarabía, sin levantar la pluma del papel. Este modo de escribir, desordenada y sin regla, fue fácilmente adoptado por los que vivían del trabajo de pluma, porque con pocas palabras se llenaba una plana: el modo de escribir era fácil y ligero, de suerte que con poco trabajo crecía mucho la paga y lo escrito. Después de la muerte de la Reina (Católica doña Isabel)... se olvidó la observancia de su arancel, y por más de cien años prevaleció esta infame letra de procesos (pág. 34).
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N-1,25,65. Una sola carta de Amadís se encuentra en su historia, que es la credencial a favor del maestro Elisabad para el emperador de Constantinopla (cap. LXXXVII), y con efecto, no lleva firma. Otras varias cartas contiene dicha historia, a saber: las dos que escribió Oriana a Amadís, una despidiéndole de su presencia, y otra pidiéndote perdón de su yerro; la que la misma Oriana escribió a su madre Brisena; la de Brisena a Amadís, y las de Urganda y Arban de Norgales al Rey Lisuarte (capítulos XLI, LI, XCV, CXXXII y LVI). Ninguna de ellas está firmada. En las Sergas de Esplandián se leen cuatro cartas de Amadís, Una al Rey Perión y tres a su hermano don Galaor Gasquilán, Rey de Suesa, y don Bruneo, Rey de Arabia (caps. CCCXIX, CXXXVI CXLI y CXLII): ninguna lleva firma. Lo mismo sucede con otras cartas de diferentes sujetos que se copian en la propia historia, y con otras en las de Florisel (parte IV, libros I y I) y Silvis de la Selva, hijo de Amadís de Grecia (caps. XXXI y XXXIX). Don Quijote, pues, tenía razón, y no la hubo para la corrección que hizo en este pasaje la edición de Londres del año 1738, leyendo nunca las cartas de amantes se firman.
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N-1,25,66. Vuelve a asomar la codicia, propia del carácter de Sancho, en su solícita y repetida inquietud acerca de la libranza pollinesca.
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N-1,25,67. Que han de comer, dicen las anteriores ediciones, como si los ojos hubiesen de comer a la tierra, y no la tierra a los ojos: han por ha, es errata que pudo y debió corregirse.----Que ha de comer la tierra, expresión que en el estilo familiar suele añadirse muchas veces para esforzar la aseveración como una especie de juramento cuando se nombra a algún miembro del que habla. Equivale a lo mismo que si se dijera: es tan cierto como que he de morir.
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N-1,25,68. Las frases de este período envuelven alguna contradicción. Las palabras mis amores y los suyos arguyen que eran recíprocos entre Don Quijote y Dulcinea, y la circunstancia de que no pasaban de un honesto mirar, indica que se solían mirar uno a otro; mas a pesar de esto añade Don Quijote que acaso ni una sola vez había reparado Dulcinea que él la miraba. Todavía es más clara la contradicción del texto presente con lo que se refiere en el capítulo VII de la segunda parte, donde se afirma que Don Quijote no había visto en su vida a Dulcinea; y en el capítulo IX siguiente, proponiendo Sancho a su amo en el Toboso que guiase a las casas de Dulcinea, a quien debía (dice Sancho) haber visto millares de veces. Don Quijote le contesta: Tú me harás desesperar; ven acá, hereje; +no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, y que sólo estoy enamorado de oídas?
Los amores platónicos, que se han nombrado antes, son los honestos, decentes, intelectuales, exentos de la parte grosera, conformes a la doctrina explicada por Platón en sus Diálogos, de que habló largamente en los suyos del Amor León Hebreo, de quien se dio noticia en las notas al prólogo de esta primera parte del QUIJOTE.
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N-1,25,69. Hay evidentemente error: o bien debe leerse su padre, o borrarse su madre: me inclino a lo primero. Cervantes, queriendo ridiculizar más y más a su héroe, dio a su Princesa y a los padres de su Princesa nombres y apellidos aldeanos y vulgares.
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N-1,25,70. Parece ser la misma interjección, y por descontado tiene las mismas letras que la latina Atat, usada varias veces por Plauto y Terencio. Indica la sorpresa del que viene a caer en alguna cosa, comprendiendo la que no entendía antes. En este propio sentido empleó la interjección ta, ta Lope de Rueda en la Farsa de la Carátula. Encuéntrase también usada repetidamente en la tragicomedia de la Celestina (actos VI, XI y XVI), en el Pícaro Guzmán de Alfarache (parte I, lib. I, caps. II y IV) y en otros libros nuestros.
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N-1,25,71. Invierte aquí Sancho, y no sin chiste, el orden regular de los nombres, uno propio y otro postizo, porque lo natural era decir: la señora Aldonza Lorenzo, por otro nombre Dulcinea del Toboso.
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N-1,25,72. Dador, atributo eminentemente de Dios, autor de todos los dones. En el discurso que en el capítulo LVII de la segunda parte dirige Don Quijote, cuando caminaba para Barcelona, a los que componían la nueva y pastoril Arcadia, dice entre otras cosas, que es Dios sobre todos, porque es Dador sobre todos. Y en la novela de Rinconete y Cortadillo decía el Repolido a la Cariharta: Vive el Dador, que si se me sube la cólera al campanario, que sea peor la recaída que la caída. Es voz usada en la germanía en el romance de los Valientes y Tomajones:
Vive el Dador, dicen todos
desde que el mundo nació.
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N-1,25,73. Con la chapa se asegura la obra hecha, y así moza de chapa es moza de fundamento e importancia. En la comedia Eufemia, de Lope de Rueda, decía el lacayo Vallejo a su amo, al verle unas mujeres de noche: Voto a tal que la delantera parece moza de chapa; desde aquí la acoto para que coma en el plato que come el hijo de mi padre (acto V, esc. V).
De pelo en pecho: una de las alabanzas ridículas que hace Sancho de Dulcinea, y tanto más ridícula, cuanto se dice de los hombres vellosos de pecho, lo que vulgarmente se tiene a señal de forzudo, y en una mujer sería feo y espantoso. Antes había dicho que tiraba tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo: elogio que también se da en la segunda parte del QUIJOTE al zagal Basilio, amante de Quiteria.Sacar la barba del lodo, frase proverbial tomada de los que sacan a otro del atolladero en que se halla, y significa sacar de apuros a otra persona. Sacar el pie del lodo llamó a esto mismo Cervantes en el Viaje al Parnaso, hablando con Mercurio (cap. II):
Muchos, señor, en la galera llevas,
que te podrán sacar el pie del lodo.
Es expresión antigua que se encuentra ya en el Corbacho del Arcipreste de Talavera (parte I, cap. I).
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N-1,25,74. Juguete de palabras, propio del estilo familiar y doméstico. Aquí el contraste u oposición es entre el presente andante y el futuro por andar: ordinariamente la oposición se forma entre el pretérito y el futuro, andado y por andar, donde, con efecto, la oposición es mayor y más marcada. Pero en el presente pasaje, tratándose de caballero, venía al caso andante y no andado.
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N-1,25,75. Ponderación es; mas no tan grande como la de los brazos de casi dos leguas, que nuestro hidalgo atribuía a los gigantes en la memorable aventura de los molinos de viento. Por lo demás, el presente elogio le cuadraba más a un pregonero que a una Princesa. Sancho quiere elogiar, y no hace sino ridiculizar a Dulcinea.
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N-1,25,76. Sigue el panegírico de la sin par Emperatriz de la Mancha. En el cual, esto de cortesana puede ser pulla por la significación ambigua de la palabra, y más si en la figurada persona de Dulcinea se quiso aludir a alguna persona real y verdadera, que no es imposible. En la Mancha se conserva la tradición que refiere Navarrete en la Vida de Cervantes, de que éste fue maltratado y encarcelado en el Toboso por haber dicho a una mujer un chiste picante, de que se ofendieron sus parientes e interesados; y de aquí la sospecha de que tiró a desquitarse haciendo de aquella mujer el tipo de Dulcinea, y de que las expresiones del texto y los ridículos encomios de Sancho envuelvan acaso incidencias y particularidades que habría entonces, y de que ya no tenemos noticia.----Acerca de la familia de Dulcinea, aventuraremos a su tiempo algunas conjeturas.
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N-1,25,77. Despuntar de agudo: hacer del ingenioso. Con esta expresión da a entender Don Quijote que tiene por maliciosos y satíricos los elogios que Sancho había hecho de Dulcinea. Y en prueba de que le entiende, le contesta con el cuento del mozo motilón y rollizo que sigue.
Otras veces dice despuntarse de agudo, que es pasarse de ingenioso, ser excesivamente ingenioso, metáfora tomada de los instrumentos, donde suele destruirse la punta a puro querer aguzaría. Ea, niña (decía la gitana vieja a Preciosa en la novela de la Gitanilla), no hables másàà no te asotiles tanto, que te despuntarás.Usó de la misma expresión Urganda la Desconocida en los versos cortados que dirigió al libro de Don Quijote.
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N-1,25,78. Motilón, el que tiene cortado el pelo por entero y de raíz. Solía decirse en lo antiguo de los frailes legos, y así se llama alguna vez, según Pellicer, a San Diego de Alcalá en las diligencias para su canonización; ahora es palabra de desprecio, y se aplica ordinariamente a los tiñosos a quienes ha sido menester cortar el pelo. Viene del latino mutilus, de donde también se derivó en los tiempos de la baja latinidad la palabra multo, carnero que se esquila, que luego dijeron mouton los franceses.
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N-1,25,79. Mayor es lo mismo que jefe o principal. En la parte segunda del QUIJOTE, hablándose de los bandoleros de Roque Guinart, se dice que había algunos de centinela para dar aviso a su mayor de lo que pasaba. En los Trabajos de Persiles (lib. II, cap. I) se cuenta de Antonio el padre que los peregrinos que habían desembarcado en Portugal le obedecían como a su mayor. Y en la novela de Rinconete y Cortadillo decía uno de los colegiales de Monipodio: En cuatro años que ha que tiene el cargo de ser el nuestro mayor, no han padecido sino cuatro en el finibusterre (la horca) y obra de treinta envesados (azotados) y de setenta y dos en gurapas (galeras).
El mayor o jefe de que aquí se trata no era el superior del mozo motilón, como creyó Pellicer, sino el de la viuda, de quien sería pariente y quizá hermano mayor, como indica lo de la fraternal reprensión que a continuación se dice.
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N-1,25,80. Ni en casa de la viuda ni en la de su mayor habría ciertamente muchos maestros ni teólogos; puede creerse que la palabra casa envuelve algún error, y acaso debió ser ciudad en el original.
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N-1,25,81. Fulano, mengano, zutano, especie de pronombres personales, que podemos llamar indefinidos, porque denotan personas inciertas e indefinidas, al revés de lo que sucede con yo, tú, éél, de los cuales el primero indica determinadamente la persona que habla, el segundo la persona con quien se habla, y el tercero la persona de que se habla.
El autor del antiguo Poema de Alejandro y Gonzalo de Berceo, poetas castellanos del siglo XII, usaron ya de la palabra fulano. Dúdase entre los peritos en esta materia sí los castellanos la tomaron del árabe o del hebreo, porque en ambos dicen que existe. Por el uso que de ella hizo Berceo en los Milagros de Nuestra Señora (coplas 642 y 736), puede conjeturarse que vino del hebreo, porque allí la aplica a Judíos.
Puede observarse en el texto que el verbo escoger que es activo, se usa en él como neutro o de estado. Pero ya se ha notado en otro lugar que es propiedad de todo verbo activo poderse usar como neutro en sentido general y abstracto, según se ve en muchos refranes, y en especial del mismo verbo escoger en aquel que dice: a quien le dan, no escoge.
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N-1,25,82. Expresión semejante a la de Cristina en el entremés de la Cueva de Salamanca, escrito por Cervantes: Para lo que yo he menester a mi barbero, tanto latín sabe y aun más que supo Antonio de Nebrija.----Mucho se ha escrito sobre el mérito y fortuna de Aristóteles; por la expresión del cuento se ve que en la opinión común del país de Cervantes era el non plus ultra de la filosofía, como lo era todavía en gran parte de Europa, a pesar de los antagonistas que ya hubo en aquel tiempo del peripato.----Este cuento no es menos libre y desenfadado que la misma viuda de quien se trata: y tiene unos asomos groseros, no muy propios del lenguaje, siempre limpio y decente, de Don Quijote. Añado que en boca de Don Quijote indica que no era muy sincero el amor que profesaba a Dulcinea: lo que no se compadece con el carácter de veracidad que se le señala, y que manifiesta constantemente nuestro hidalgo en su conducta.
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N-1,25,83. Dentro de breve espacio se ve que nuestros antiguos solían usar indistintamente el por y el para. Para lo que yo le quiero, decía del mozo motilón la viuda; por lo que yo quiero a Dulcinea, decía de ésta Don Quijote. Pudieran traerse otros ejemplos de nuestros buenos escritores. El uso actual distingue ambas partículas, denotando para el fin u objeto, y por la razón o causa. En ello ha ganado la claridad y la exactitud, y, por consiguiente, el idioma.
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N-1,25,84. El orden de las partes de este discurso es violento; sería más natural decir: sí, que no es verdad que tengan damas todos los poetas que las alaban debajo de su nombre que ellos a su albedrío les ponen.
Don Quijote, continuando (contra toda verosimilitud) en indicar su falta de sinceridad, y diciendo que para su intento bastaba figurarse que Dulcinea era hermosa y honesta, sin curarse de la verdad de ello, se escuda con los ejemplos de los poetas que fingieron sus damas por darse valor y consideración a sí propios, y suministrar asuntos a sus versos. Ya dije arriba que Cervantes en esto contradice el carácter sincero de su protagonista, y disminuye, por consiguiente, el interés que debe inspirar a los lectores. Y no basta para salvar la inconsecuencia, añadir, como añade, que no siempre fueron fingidas las damas celebradas por los poetas; porque lo que alega en su favor Don Quijote, no es el ejemplo de los poetas que celebraron damas reales y verdaderas, sino el de los poetas que las fingieron.
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N-1,25,85. Entre este pasaje de Cervantes y otro de Lope de Vega en su Dorotea, hay una apariencia de contradicción, que no sé si será indicio de la rivalidad que no puede dudarse hubo entre ambos, y quizá fue alguna represalia. Dice Lope (acto I, esc. I): La Diana de Montemayor fue una dama natural de Valencia de Don Juan, junto a León; y Ezla, su río y ella serán eternos por su pluma. Así la Fílida de Montalvo y la Galatea de Cervantes, la Camila de Garcilaso, la Violante del Camoens, la Silvia de Bernaldes, la Filis de Figueroa, la Leonor de Corterreal. Lope asegura, y Cervantes niega, que las damas que acostumbraron celebrar los poetas fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquéllos que las celebraron.
Acerca de la dama que celebró Jorge de Montemayor bajo el nombre de Diana, se habló en las notas al capítulo VI. Pudiera ocurrir que el nombre de Amarilis se refiera a la Constante Amarili de Cristóbal Suárez de Figueroa: Años ha, dice este autor en su Pasajero (alivio I), se me apareció cierto personaje tributario de amor. Traíale cierto impulso de que se celebrase la hermosura y constancia de su querida en algún libro serrano o pastoril, como el de Galatea o Arcadia. Este libro serrano o pastoril, que, como allí se dice, se escribió de prisa, y pagó con escasez el que lo encargó, es la Constante Amarili del mismo Figueroa; y no pudo indicarse en el pasaje presente del texto, porque se imprimió el año de 1609, cuatro después de la primera parte del QUIJOTE. Pero la ocasión con que menciona la Galatea y la Arcadia, obras aquéllas de Cervantes y ésta de Lope, prueba (y esto es lo que hace a nuestro propósito) que en uno y otro libro se elogiaban damas reales y verdaderas de carne y hueso. De hecho no se duda de que la Galatea de Cervantes, puesta aquí al parecer entre las fingidas, fue su mujer doña Catalina Palacios de Salazar; respecto de la Arcadia, puede observarse que Belisa, dama que en ella celebra Lope de Vega, es anagrama del nombre de su primera mujer, doña Isabel de Urbina; y que los elogios de la Arcadia tuvieron objeto real y no fantástico ni fingido, lo indicó el mismo Lope en la dedicatoria de la segunda parte de sus Rimas a don Juan de Arguijo.
Ya desde muy antiguo fue conocida y practicada la galantería de celebrar los poetas a sus damas bajo nombres supuestos. Lope de Vega hizo a este propósito un soneto, que es el segundo entre los que publicó con el nombre de Tomé de Burguillos, y dice así:
Celebró de Amarilis la hermosura
Virgilio en su Bucólica divina,
Propercio de su Cintia, y de Corina
Ovidio en oro, en rosa, en nieve pura.
Catulo de su Lesbia la escultora
a la inmortalidad pórfido inclina,
Petrarca por el mundo peregrina
constituyó de Laura la figura.
Yo, pues amor me manda que presuma
de la humilde prisión de tus cabellos,
poeta montañés con ruda pluma.
Juana, celebraré tus ojos bellos,
que vale más de tu jabón la espuma
que todas ellas y que todos ellos.
Esta costumbre llegó a vulgarizarse con exceso, y Cervantes trató de ridiculizarla en la Pragmática de Apolo, que publicó por apéndice a su viaje al Parnaso, donde, entre otros privilegios concedidos a los poetas españoles, se lee: Item, que el más pobre poeta del mundo, como no sea de los Adanes y Matusalenes, pueda decir que es enamorado, aunque no lo esté, y poner el nombre a su dama como más le viniere a cuento, llamándola Amarili, ora Anarda, ora Clori ora Filis, ora Fílida, o ya Juana Téllez, o como más gustare, sin que desto se le pueda pedir ni pida razón alguna.
Se ve que Cervantes, cuando escribió la Pragmática de Apolo, no tenía olvidado el asunto del presente pasaje de su QUIJOTE.
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N-1,25,86. Sobra la palabra solas, que debilita y oscurece el sentido, o se le olvidó suprimirla a Cervantes en su original, o se introdujo malamente al imprimirlo.
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N-1,25,87. Palabra de la clase de las fácilmente formables, pero que no ha obtenido la aceptación suficiente en el tribunal del uso para pasar al lenguaje común. Significa la calidad de la persona que es de linaje principal, como si dijéramos, nobleza, ilustre prosapia.
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N-1,25,88. Elena fue mujer de Menelao, Rey de Lacedemonia, y célebre por su hermosura. Paris, hijo de Priamo, estando hospedado en casa de Menelao, la robó y condujo a Troya, donde reinaba su padre. De este agravio hecho a Menelao formaron queja común los Reyes griegos y se confederaron para vengarlo, como lo consiguieron con la ruina de Troya.
Otro mal huésped, Sexto Tarquino, hijo del Rey de Roma, violó la castidad de Lucrecia matrona romana, mujer de Colatino. Lucrecia se dio la muerte a presencia de su padre y de su marido, después de haberles exigido la promesa de vengarla, que se cumplió con el destronamiento y expulsión de la familia de los Tarquinos.
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N-1,25,89. Las edades no son griegas, ni latinas, ni bárbaras: tales epítetos no son de edades, sino de naciones. Acaso diría el original griegas, bárbaras o latinas, concertando con mujeres y no con edades.----Paréceme que en esta expresión tuvo presente Cervantes la de Bocaccio al fin de su tratado de las Ilustres mujeres, traducido por el Canciller don Pedro López de Ayala donde se lee: En el principio asaz protesté de no querer escribir de todas las excelentes e claras mujeres que ovo en el mundo, porque el libro fuera muy prolijo,... De las gentiles, griegas, latinas e bárbaras, habemos escripto lo que nos ha parecido más digno de memoria.
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N-1,25,90. Expresión familiar picaresca, propia de quien se despide para irse a otra parte, que esto es mudarse, hablándose de la casa en que se habita.
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N-1,25,91. Debiera ser por si acaso. Quedaría más correcto el pasaje poniéndose: Se la quería leer (la carta) para que la tomase de memoria, por si acaso se le perdiese en el camino.
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N-1,25,92. Sandez que hace reír al lector. En vez de que se leyese dos o tres veces la carta para tomarla de memoria, proponía Sancho, como cosa equivalente, que se escribiese dos o tres veces en el librillo.
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N-1,25,93. En la edición de 1608, que siguió en su última la Academia Española, se omitió el vuestra merced que se había expresado en la de 1605, donde se lee: Dígamela vuestra merced; y así era más propio del respeto y cortesía con que Sancho solía y debía tratar a su amo. Yo no sé de dónde nació la persuasión de que era forzoso seguir exclusivamente en las ediciones modernas del QUIJOTE alguna determinada de las antiguas. Estas pudieron y debieron mirarse como otros tantos códices o copias, entre cuyas lecciones, cuando varían, debió escogerse la más verosímil; y la presunción está a favor de la mejor.
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N-1,25,94. Como de molde no significa aquí como conviene, como piden las circunstancias, que es lo que significa muchas veces, sino como si fuese de letra de molde, aludiéndose a la perfección y autoridad que el vulgo ignorante atribuye a todo lo que ve impreso.
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N-1,25,95. Puede repararse que la carta a Dulcinea está en prosa, cuando en el cap. XXII había dicho nuestro caballero que sería en verso de arriba a abajo. En ella se afecta el lenguaje anticuado y el estilo conceptuoso de los libros caballerescos. Florisel, después de vencer y perdonar la vida al arrogante Brucerbo, Rey de Gaza, que había ofrecido a Sidonia, Reina de Guindaya, llevarle la cabeza de Florisel, le envió a Sidonia con una carta que decía: Soberana y hermosa Reina: don Florisel de Niquea, etc. La salud que quitarme querías, te envio con dalla al que me la quería quitar, para acrecentalla más en la obligación de tu servicio (Florisel, parte II, capítulo XII). Cuando Oriana dirigió a Amadís la carta en que le mandaba no parecer más ante ella, ni en parte donde ella estuviese, que fue la ocasión de retirarse el desdeñado caballero a la Peña Pobre, puso lo siguiente en el sobrescrito: Yo soy la doncella ferida de punta de espada por el corazón, y vos sois el que me feristes (Amadís de Gaula, cap. LXIV). En la Historia del Caballero de la Cruz (lib. I, capítulo LXXII) se lee la siguiente carta de Leandro el Bel a su señora: El Caballero de Cupido a la sin par Princesa Cupidea da salud.Si alguna me queda, quedando privado del resplandor de tu divina vista, con... verme agora ansí como alanzado de tan divino favor, no sé que me hacer, salvo dar fin a esta mísera vida para acabar de pasar tantos males como continuo padezco: y si en esto no piensa vuestra merced..., mándeme enviar la muerte, porque será muy bien venida. En la Historia de don Olivante (lib. II, capítulo X) se copia una carta que le escribió su señora, y empieza así: La princesa Lucenda, a quien la ventura en su mayor alegría le mostró la más crecida tristeza, al descuidado Príncipe de Macedonia la salud que con su ausencia le falta, con toda voluntad envía.
La Reina Arsace, escribiendo a Medoro, de quien estaba enamorada, le decía:
Al bello Rey del mundo amado
la Reina de lo más que el sol rodea
le envía la salud que se desea.
(Barahona. Angélica, canto 11.)
Hallándose Tirante el Blanco ausente y enfermo, envió a su escudero Hipólito con una carta para Carmesina, en que concluía pidiendo a su señora que le dijera si quería que viviese o muriese, pues en ambos casos estaba dispuesto a obedecerle (Tirante, parte II). El principio de la carta de Fausto a Cardenio en la Diana del Salmantino (lib. I), es así: Salud te envía el que para sí ni la tiene ni la quiere, si ya de tu sola mano no le viniese. Este pensamiento y casi con las mismas palabras puso Cervantes en la carta de Timbrio a Nisida en el libro II de la Galatea:
Salud te envía aquel que no la tiene,
Nisida, ni la espera en tiempo alguno,
si por tus mismas manos no le viene.
Otra carta de don Diego Hurtado de Mendoza, que también hubo de tener presente Cervantes, empieza:
A Marfisa Damón salud envía,
si la puede enviar quien no la tiene,
ni la espera tener por otra vía.
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N-1,25,96. Sale aquí, canso siempre que se habla de este asunto, el carácter interesado de Sancho, que recelaba perder la manda de los tres pollinos.
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N-1,25,97. Festiva imitación de las fórmulas acostumbradas en las letras de cambio y documentos semejantes de comercio, aplicadas a una libranza asnal. También hace reír la entrega de tres pollinos que se supone hecha de contado en las entrañas de Sierra Morena a Don Quijote, y el recibo que éste da de los pollinos, como si fueran maravedís.
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N-1,25,98. Este día señalaron las dos ediciones de la primera parte del QUIJOTE hechas en el año de 1605, sin que se alcance el motivo de haberse puesto veinte y siete en la edición de 1608, hecha a vista de Cervantes. Don Vicente de los Ríos tomó la fecha de las primeras ediciones por fundamento de su plan cronológico del QUIJOTE; y por la cuenta que después hace, conforme en todo con la narración de Cervantes, saca que el día veintidós de agosto era el veintiséis de la acción de la fábula, deduciendo de aquí que la salida de nuestro hidalgo fue el veintiocho de julio. Pero la novedad del veintisiete de agosto trastorna enteramente la cronología, pues, entonces debía señalarse la salida dentro del mismo mes de agosto, siendo así que el capítulo I en que se refiere, expresa que era uno de los días calurosos del mes de Julio. Estando a raciocinios y consecuencias, debe considerarse como error la nueva fecha que se estampó en la edición de 1608, y hacerse cargo de él a Cervantes.
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N-1,25,99. La firma es el nombre escrito de mano propia: la rúbrica es el signo o figura caprichosa que se añade al nombre, y es una especie de marca, como lo era el sello del anillo entre los antiguos, o más bien un jeroglífico que indica, no el nombre de la persona, como la firma, sino la persona misma. Díjose firma del latino firmare y rúbrica de roborare: uno y otro vienen a significar lo mismo. Como la rúbrica parece más difícil de contrahacer que las letras, se creyó que añadía mayor fuerza a la firma; y como la de los grandes señores debe ser más conocida, por esto, o por no saber firmar de otro modo, o por evitar la molestia cuando la multitud de los negocios y despachos daba ocasión a multiplicar las firmas, solía ponerse sólo la rúbrica. Don Quijote daba aquí importancia y autoridad a la suya, diciendo que equivalía a la firma y que la excusaba.
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N-1,25,100. No fue el llanto de noche, según se expresa en este lugar, sino por la mañana del día anterior, después de amanecer, como se dijo en el capítulo XXII: salió el aurora alegrando la tierra, y entristeciendo a Sancho, porque halló menos su rucio, el cual, viéndose sin él, comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto del mundo.
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N-1,25,101. Echémoslo a doce, siquiera nunca se venda: refrán antiguo castellano que se encuentra ya en la colección que a ruego del Rey Don Juan el I formó el Marqués de Santillana, y en otras colecciones posteriores. úsase en ocasiones de enojo y despecho, cuando se quiere atropellarlo todo y meterlo a barato. Uno de los espadachines de la cofradía de Monipodio decía a su querida en la novela de Rinconete y Cortadillo: Por Dios, que voy oliendo, que lo tengo de echar todo a doce, aunque nunca se venda.
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N-1,25,102. Expresión familiar, tener miedo, tratar con sumo respeto: se toma del ayuno que precede a ciertas festividades eclesiásticas, en demostración especial de culto y veneración a algún Santo.
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N-1,25,103. Procurando Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, consolar a su amo, cuando estuvo desdeñado de su señora, con algunas razones que manifestaban poco aprecio de Oriana (ni más ni menos como aquí lo hacía Sancho con Dulcinea), le contestó con ceño Amadís en estos términos: si yo no entendiese que por me confortar lo has dicho, yo te tajaría la cabeza: y sábete me has hecho muy gran enojo, y de aquí adelante no seas osado de me decir lo semejante (Amadís de Gaula, cap. XLVII). Don Quijote anduvo en la presente ocasión más blando y sufrido con su escudero que Amadís con el suyo. En otro pasaje de la segunda parte, en que Sancho despotricó también contra Dulcinea, su amo se contentó con decirle con voz no muy desmayada: calla, y no digas blasfemias contra aquella encantada señora (capítulo XI). Y antes de esto, la noche que entraron en el Toboso, maldiciendo Sancho el alcázar de Dulcinea, le decía Don Quijote (Ib., capítulo IX): habla con respeto, Sancho, de las cosas de mi señora, y tengamos la fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el caldero. El furor de nuestro hidalgo no pasó entonces de amenazas de refrán; pero no fue así siempre, como puede leerse en el capítulo XXX de esta primera parte.
El licenciado Avellaneda, autor del espurio Don Quijote, quiso en su capítulo I imitar el enojo y lenguaje, algo tosco a la verdad, de Sancho en la ocasión presente contra Dulcinea; pero no hizo más que sobrecargarlo de un modo grosero e indecente.
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N-1,25,104. Como ya dijo Don Quijote en el capítulo X que solían hacer los caballeros andantes y como recelaba allí mismo Sancho que tendría que hacerlo su amo algún día.
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N-1,25,105. En el romance viejo del Marqués de Mantua se refiere que yendo a caza apartado de los suyos y extraviado en la Floresta sin ventura, oyó los lamentos y plegarias de su sobrino Baldovinos:
Cuando aquesto oyó el Marqués,
luego se fuera a apartare:
revolvióse el manto al brazo,
la espada fuera a sacare.
Apartado del camino
por el monte fuera a entrare;
hacia do sintió la voz
empieza de caminare:
Las ramas iba cortando
para la vuelta acertare.
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N-1,25,106. La semejanza de los dos nombres de Perseo y Teseo ocasionó el error con que Cervantes puso uno por otro. No fue Perseo, sino Teseo, el que acabó la aventura del laberinto de Creta con el auxilio del hilo que dio Ariadna. El doctor Bowle, que no pudo menos de advertir el error, quiso parecer pa1iarlo diciendo que Cervantes aludió a cierto pasaje de las Metamorfosis de Ovidio (lib. IV, al fin) en que Perseo cuenta que penetró por lugares extraviados y horrorosos hasta la morada de las Gorgónicas, donde cortó la cabeza a Medusa, que se hallaba dormida; pero en lo de Perseo no hubo hilo ni laberinto, cuya mención no puede dejar duda de que se habla aquí del suceso de Teseo. Y que fue, no ignorancia sino descuido de Cervantes, se ve por la expresión del capítulo XLVII de esta primera parte, en que el mismo Don Quijote, que aquí habla del laberinto de Perseo, le dice a Sancho que los encantadores habrían tomado ciertas formas para ponerte, le dice en un laberinto de imaginaciones, que no aciertes a salir del aunque tuvieses la soga de Teseo.
La edición de Londres de 1738 corrigió el error, y puso Teseo. Pellicer imitó a los editores de Londres, y la Academia siguió a Pellicer son su última edición del año 1819. No sé sí la corrección estuvo bien hecha; porque el defecto no era, como otros, de imprenta, sino del autor; y así como los de la primera clase pudieron y debieron corregirse, así también los de la segunda debieron conservarse, al modo que con mucha razón se conservó el error cometido en el prólogo de la primera parte, donde se puso Cantón por Nasón, y el del capítulo VI, donde se puso don Luis de AAvila por don Luis Zapata. En tales casos parece que los editores deben dejar el error, y contentarse con advertirlo.
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N-1,25,107. Falta el pronombre a quien Don Quijote le encomendó mucho; de otra suerte parece que Rocinante era a quien se hacía el encargo.----Nótese al propio tiempo en este pasaje el uso relativo quien, que es propio de personas, y aquí se aplica a un animal.
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N-1,25,108. Este ridículo encarecimiento de Don Quijote recuerda el encargo que el primer día de su salida hizo al ventero, diciéndole que tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo (capítulo I). El aprecio y amor de su caballo era prenda propia de caballero andante, y de ello dio ejemplos Reinaldos de Montalbán, que, habiéndosele escapado su caballo Bayarte por el accidente que cuenta Ariosto en el canto 33, determinó ir a buscarlo desde Francia nada menos que hasta la India, donde creía encontrarlo (canto 42). Los disturbios, contiendas, combates y varios acontecimientos que sobre la posesión de los caballos Bayarte y Frontino ocurrieron entre caballeros y paladines, se mencionan con extensión en varios pasajes de los poemas de Boyardo y Ariosto.
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N-1,25,109. Del llano o llanuras de la Mancha por contraposición a las cumbres de Sierra Morena, donde se hallaban.
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N-1,25,110. Repetición viciosa del verbo decir. Ya se han visto ejemplos de repeticiones de esta clase en los capítulos precedentes, y se verán otras muchas en los sucesivos. No parece sino que Cervantes, en cuya pluma era tan rico y variado el idioma, no tenía recursos para explicar las cosas sin repetir las mismas palabras. íTan poca era la atención con que escribía su inimitable QUIJOTE!
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N-1,25,111. Credo es lo que dura rezar un credo: expresión familiar para denotar un brevísimo espacio de tiempo. Lo mismo se significa con otras expresiones en un Ave María, en un santiamén, quiere decir, en el tiempo que se tarda en decir la oración del Ave María, o en hacer la señal de la cruz con la oración que suele acompañarla.
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N-1,25,112. La expresión de desnudarse los calzones por desnudarse de los calzones viene a ser de la misma naturaleza que cubrirse el herreruelo, por cubrirse con el herreruelo, que se usa en el capítulo XXVI de la primera parte, hablándose del Cura, y en el XVII de la segunda, hablándose de Don Quijote. En uno y otro caso se suprime el régimen del nombre esto es, la relación del nombre con el verbo, a la manera de los helenismos que se permiten en la poesía latina, suprimiéndose las partículas que enlazan los nombres con los verbos o entre sí: lo cual es bastante frecuente en Virgilio, como el Os humerosque Deo similis que se dijo de Eneas, o el c祴era Graius de Aqueménides, o el tuns礠pectora palmis de las Troyanas (libros I y II de la Eneida).

[26]Capítulo XXVI. Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don Quijote en Sierra Morena
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N-1,26,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,26,2. El relativo cual está aquí usado como neutro, cosa que ordinariamente no sucede en castellano a los adjetivos sin que les preceda el artículo lo. Borrándose el cual, y añadiéndose un si, el que anterior a cual sería relativo, y quedaría todo llano de esta suerte: Y era qué sería mejor y le estaría más a cuento, si imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas.
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N-1,26,3. Un alfiler gordo, como si ahora dijéramos un alfiler de a cuarto. Cuentan que Roldán no podía ser herido sino por las plantas de los pies: ficción que se tomó de lo que la fábula refiere de Aquiles, a quien su madre Tetis hizo invulnerable, bañándole recién nacido tres veces en la laguna Estigia, y sólo podía ser herido por el talón del pie de donde le sostuvo su madre para meterle en el agua.
Todas las ediciones dicen que nadie podía matar a Roldán sino por la punta del pie; pero es errata evidente por la planta del pie. Y lo confirma el capítulo XXXI de la segunda parte, donde el mismo Don Quijote, hablando de don Roldán, dice: De quien se cuenta que no podía ser ferido sino por la planta del pie izquierdo, y que esto había de ser con la punta de un alfiler gordo, y no con otra suerte de arma alguna.Esto del alfiler gordo de a blanca fue añadidura festiva de Cervantes.
Del gigante Ferragús cuenta la historia de Carlomagno que tenía la fuerza de cuarenta hombres; que vestía dos arneses uno sobre otro, y que no podía ser herido sino por el ombligo, por donde con efecto lo hirió con su puñal don Roldán (cap. LXVI).
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N-1,26,4. Don Quijote confundió aquí lo que Ariosto cuenta de dos distinguidos personajes, Ferragús y Orlando. Lo de las planchas de hierro es del primero, y del segundo el no poder ser herido sino por la planta del pie. Oigamos al mismo Ariosto:
Che abbiate, signor mio, gia inteso stimo
che Ferrau per tutto era fatato
fuor che làà dove l′alimento primo
piglia il bambin nel ventre ancor serrato;
e fin che del sepolcro il tetro limo
la facria il copersèè, il luogo armato
usó portar dov′era il dubbio, sempre
di sette piastre fatte a buone tempre.
Em ugualmente il Príncipe d′Anglante
Tutto fatato, fuor che in ona parte,
Ferito esser patea sotto le piante, ma le guardo con ogni studio ed arte.
Duro era il resto lor piu che diamante

(Se la fama dal ver no si diparte).
(Canto 12, ests. 48 49.)
Las siete planchas que dice Ariosto eran para defender el ombligo de Ferragús, y no la planta del pie de Orlando, como dijo Don Quijote. No fue extraño que éste lo equivocase por un efecto del desorden de su fantasía, así como equivocó y desfiguró otros pasajes de los libros caballerescos, según ya se ha observado en algunos casos.
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N-1,26,5. Guerrero antiguo leonés, de quien ya se habló en el capítulo I, y que unos hicieron contemporáneo del Rey Don Alonso I el Casto, y otros de Don Alonso II el Magno. Nuestros historiadores no hablaron de él hasta el siglo XII, y el doctor Ferreras negó absolutamente su existencia: por lo menos, parece cierto que Bernardo no asistió a la muerte de Roldán en la rota de Roncesvalles, ni en otros sucesos referidos por los romances antiguos. En la Crónica general de España del Rey Don Alfonso X el Sabio, se mencionan ya los Cantares de gesta y los juglares cantaban las hazañas de Bernardo, como entre los griegos se cantaban las de Hércules, y el siglo pasado entre nosotros las de los contrabandistas más célebres. Cervantes repitió aquí las tradiciones del vulgo castellano de su tiempo en orden a la muerte de Roldán, sostenidas por los romances viejos que se habían recogido y publicado en Amberes a mediados del siglo XVI; pero bien manifestó su juicio acerca de estas creencias populares cuando dijo por boca del Canónigo de Toledo (parte I. cap. XLIX): En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio; pero de que hicieron las hazañas que dices, creo que la hay muy grande.
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N-1,26,6. Esto es, en la gruta donde nacía la fuente; como se dijo en las notas al capítulo anterior.----Las tres primeras ediciones del QUIJOTE, hechas en el año de 1605, dos en Madrid y una en Valencia, pusieron: por las señales que halló en la fortuna. Lo mismo hicieron las siguientes: pero era conocidamente error de la imprenta, y como tal se corrigió en la edición de Londres de 1738, sustituyéndose fuente a fortuna. La Academia Española adoptó la enmienda en las suyas. Hubiera sido de desear, como ya creo haber dicho alguna vez, que, a vista de esta y otras pruebas del sumo descuido con que se hicieron las primitivas ediciones del QUIJOTE, la Academia hubiera empleado con más libertad el crédito, de que tan justamente goza, para corregir los defectos tipográficos, que disminuyen la belleza de esta admirable fábula y el placer y provecho de sus lectores.
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N-1,26,7. Orlando, acongojado por los letreros que había leído en la gruta donde nacía la fuente, montó en Brilladoro, y guiado del ladrido de los perros, llegó a la choza o albergue del pastor que había hospedado a Medoro y Angélica. El pastor, continúa Ariosto, le contó:
Com′esso a′prieghi d′Angelica bella
portato avea Medoro alla sua villa,
ch′era ferito gravemente, e ch′ella curo la piága e in pochi di guarilla:
ma che nel cor d′una maggior di quella
lei feri amore; e di poca scintilla
l′accesse tanto e si cocente loco,
che n′ardea tutta e non travova loco.
E senza aver rispetto ch′ella fusse
Figlia del maggior Re ch′abbia il Levante,
Da troppo amor costretta si condusse
A farsi moglie d′un pavero fante
.
(Canto XXII, ests. 119 y 120.)
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N-1,26,8. Ariosto hace mención de estos cabellos enrizados en el canto XVII de su Orlando (estrofa 166), donde describe así la figura de Medoro
Medor avea la guancia colorita
e blanca e grata nell′etá novella;
e fra la gente a aquella impresa uscita
non era faccia piú gioconda e bella.
Ochi avea neri neri e chioma crespa d′oro,
angel parea di quei del sommo coro
.
Por este pasaje llamó Cervantes a Ariosto gran cantor de la belleza de Medoro en el capítulo I de la segunda parte.
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N-1,26,9. No fue Medoro paje de Agramante, sino de Dardinel de Almonte, uno de los Príncipes que vinieron de áfrica contra el Emperador Carlomagno; murió a manos de Reinaldos de Montalbán (Ariosto, canto XVII). Don Quijote, cuando citaba o aludía a sus libros o historias, lo hacía casi siempre con equivocación.
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N-1,26,10. Este es el mismo argumento que alegaba Sancho en el capítulo precedente, y que entonces hizo poca fuerza a su amo. Este ahora le da gran valor: cosas de loco.
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N-1,26,11. No puede dudarse que este es rasgo mordaz y satírico contra los vecinos del Toboso. Su población contaba un gran número de moriscos, los cuales generalmente eran moros de corazón, aunque no lo eran en el traje; por esto se dice que Dulcinea no había visto moro alguno así como él es, en su mismo traje, indicando que los había visto en traje diverso. Conforme a las respuestas que los peritos nombrados por el pueblo dieron a las preguntas que se les hicieron de orden del Rey Don Felipe I el año 1575, y a otras noticias recogidas por Pellicer, el lugar del Toboso, que en el año de 1468 tenía sólo ciento cuarenta vecinos, contaba ya novecientos en el año de 1575, y a fines de siglo subían a mil y doscientos. La causa principal del aumento fue la afluencia de los moriscos, que, obligados a salir del reino de Granada de resultas de su levantamiento en el año de 1569, y a internarse en Castilla, se habían avecindado en el Toboso, cuya población, según el testimonio de los mencionados peritos, antes se componía sólo de cristianos viejos.
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N-1,26,12. Me parece imposible que no esté viciado el texto. Como se halla es una chocarrería contra el honor de Dulcinea en materia grave, incapaz de salir de la boca de Don Quijote, y absolutamente incompatible con su carácter serio y sincero. Cervantes había usado de la misma expresión en el capítulo IX de esta primera parte; pero allí tiene oportunidad y gracia, y aquí ni una ni otra. Es forzoso creer que en la imprenta se trastocó el original, y que éste diría que se está hoy como su madre la parió. La alteración de pocas letras vcia o corrige el texto, produciendo sentidos contradictorios; y por lo mismo es más verosímil que fue cosa del impresor, y que la lección verdadera es conforme a la expresión del romance viejo de don Galbán, donde la Infanta, reconvenida por la Reina su madre, le decía así:
Tan virgen estoy, mi madre,
como el día que fui nacida.
Lo mismo aseguraba Angélica la Bella en Ariosto, según se dijo en las notas al capítulo IX.
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N-1,26,13. No tuvo semejante limitación el precepto de Oriana: la despedida fue para siempre. No parezcáis decía en su carta a Amadís, ante mi en parte donde yo sea... Sin vos ver plañiré con mis lágrimas mi desastrada aventura, y con ellas daré fin a mi vida, acabando mi triste planto (Amadís de Gaula, cap. XLIV).
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N-1,26,14. La buena conformación y sentido del período exigía que se suprimiesen las palabras tengo para qué, las cuales lo interrumpen y descomponen.
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N-1,26,15. Cervantes indicó aquí algún dicho o sentencia de autor conocido, pero con oscuridad; de suerte que no es fácil adivinarlo. Pellicer creyó que se alude al epitafio que, según refiere Ovidio en su Metamorfosis (libro I) pusieron a Faetonte las Náyades del Po, donde vino a caer aquel temerario mancebo, desde el carro del Sol, su padre:
Hic situs est Phaeton, carrus auriga paterni,
quem si non tenuit, magnis tamen excidit ausis
.
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N-1,26,16. Se lo había dicho, con efecto, a Sancho en el capítulo anterior, XXV, explicándole los motivos de su penitencia: Cuando más, le decía, que harta ocasión tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre señora mía Dulcinea... Así que, Sancho amigo, no gastes tiempo en aconsejarme que deje tan rara, tan felice y tan no vista imitación.
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N-1,26,17. Es lo que llamamos camándula. Y está visto que en esta salida de Don Quijote no llevaba rosario, puesto que le sirvieron de él unas agallas ensartadas. Llevóle después en su tercera salida, según lo muestra el capítulo XLVI de la segunda parte, donde se menciona un gran rosario que consigo contino traía; y en el capítulo LXXI ofrecía a Sancho llevar por su rosario la cuenta de los azotes que se diese. Debió Don Quijote proveerse de él al emprender su última salida, para la cual amo y mozo se acomodaron de lo que les pareció convenirles, según se refiere en el capítulo VI.
En algunos romances viejos se habla de las cuentas por que solían rezar los caballeros: lo que puede indicar que los romances se compusieron antes de que se inventase o se hiciese común el nombre de rosario. Dice uno de ellos (Floresta, de don Juan Bolh, núm. 142):
Paseábase el buen Conde
todo lleno de pesar,
cuentas negras en sus manos,
do suele siempre rezar.
Del Conde Dirlos refiere su romance que después de haber ganado muchas tierras y despojos allende el mar.
Con todos sus caballeros
parte por iguales partes:
tan grande parte da al chico,
tanto le da como al grande,
Sólo él se retraía
sin querer algo tomare,
armado de armas blancas
y cuentas para rezare,
y tan triste vida hacía
que no se puede contare.
No eran sólo los caballeros, sino también las dueñas y doncellas las que se valían de este auxilio para sus oraciones. La crónica del Conde, don Pero Niño, refiriendo el método de vida que llevaba la Almiranta de Francia, en Girafontaina, dice que, al levantarse por la mañana, iba con sus damiselas a un bosque que era cerca dende (de su palacio a orillas del Sena) e cada una su libro de horas e sus cuentas, e sentábanse apartadas e rezaban sus horas (parte I, capítulo XXXI), que no fablaban mote mientras que rezaban.
Créese comúnmente que Pedro el Ermitaño, promotor de la primera cruzada a Tierra Santa, fue el que introdujo el uso de rezar por cuentas, lo que al principio se llamó Salterio de la Virgen, y después Rosario. Pudo concebir la idea de esta devoción en sus viajes a Oriente, donde ya se acostumbraba ayudar así la memoria para rezar un determinado número de oraciones; para rezar ahina, según dijo el Arcipreste de Hita describiendo el traje en que peregrinaba doña Cuaresma al retirarse después de su pelea con don Carnal (copla 1179):
El viernes de indulgencia vistió nueva esclavina,
gran sombrero redondo con mucha concha marina,
bordón lleno de imágenes, en él la palma fina,
esportilla e cuentas para rezar ahina.
Esta práctica, como otras del cristianismo imitaron también a su modo los mahometanos para recitar los nombres de los noventa y nueve atributos que da a Dios el islamismo, por una sarta de otras tantas cuentas que llevan los seglares en la faltriquera y los derviches o santones pendiente de la cintura (Mouradgea d′Ohsson, Tobleau de l′Empire Ottoman. Cód. relig., lib. I. cap. XV).
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N-1,26,18. El ermitaño de la Peña Pobre, según cuenta la historia de Amadís de Gaula, se llamaba Andalod, clérigo asaz entendido, que después de pasar la mancebía en muchas vanidades, se retrajo a aquel lugar solitario, donde había más de treinta años que moraba. Al cabo de este tiempo vino al continente al enterramiento de una su hermana, y al volverse le encontró Amadís, el cual, habiendo sabido que era de misa, le pidió que lo oyese en penitencia que mucho la había menester. Así se hizo. Enseguida el hombre bueno le dio la bendición, y luego dijo vísperas. Al día siguiente navegaron a la Peña Pobre, adonde quiso Amadís retirarse a hacer penitencia: bien que el historiador dice que lo hacía no por devoción, mas por gran desesperación (cap. XLVII).
Otras veces se confesaban los caballeros antes de acometer algún gran peligro, si se les presentaba ocasión de ermitaño o sacerdote que los confesase. Así lo hizo don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, cuando caminaba a pelear con el gigante Albadán, que había usurpado la Peña de Galtares. A dos leguas de ésta le anocheció en una casa de un ermitaño; y sabiendo que era de orden, se confesó con él (Amadís de Gaula, cap. XI). Del Caballero don Florindo de la Extraña Ventura refiere su crónica que era muy devoto de San Bernardo, y que deseando tener con quién confesarse antes de entrar en el castillo de las Siete Venturas, se le apareció un fraile revestido como para celebrar, le oyó de confesión (que fue general), le dijo misa, le dio la comunión, y desapareció al Ite missa est. Florindo tuvo por cierto que había sido su patrono San Bernardo (parte II, cap. XXVI).
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N-1,26,19. A imitación de lo que había hecho Amadís, como vimos en las notas del capítulo precedente.
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N-1,26,20. Al estricote, lo mismo que al retortero, a mal traer, como violencia. Es locución que usó también Cervantes en su comedia de Pedro de Urdemalas (jornada primera), y antiguamente el Arcipreste de Hita, cuando le decía la vieja Trotaconventos (copla 789):
Amigo, segund creo, por mi habredes conorte,
por mí verná la dueña andar al estricote;
mas yo de vos non tengo sinon este pellote,
si buen manjar queredes, pagad bien el escote.
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N-1,26,21. Pipa, cubeta, barril pequeño de madera. En el Diálogo de las lenguas se lee la siguiente copla:
Ostias pudiera enviar
de un pipote que ahora llega,
pero pensara el de Vega
que son para consagrar.
La gracia y oportunidad de esta copla, hecha por los años de 1500, se explica en el mencionado Diálogo.Todavía dura el uso de los pipotes para conducir ostras y mariscos.
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N-1,26,22. Es claro que Cervantes quiso hacer una composición ridícula, como lo muestran éste y otros versos de la presente; y así, no hay por qué censuraría Don Quijote creía de si que era algún tanto poeta, como lo dice la segunda parte (Cap. LXVI), cuando vencido por el Caballero de la Blanca Luna y obligado a dejar la profesión caballeresca, trataba de abrazar la pastoril: he aquí la muestra de lo que sabía hacer.
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N-1,26,23. Debió de imaginar no es lo mismo que debió imaginar. Esto significa que tuvo obligación de imaginar; lo otro equivale a hubo de imaginar, es regular que imaginase. La partícula de comunica este énfasis a la frase. Lo mismo hace en otros casos del estilo familiar, en que es singularmente rico el idioma castellano, como cuando Cervantes dice el valiente de Tirante, el honrado hidalgo del Señor Quijada, el pobre difunto de Grisóstomo (parte I, caps. VI, V y XI). Frecuentemente se usa con malignidad y se toma en mala parte. Villaviciosa en la Mosquea (canto 3, est. 67) dijo del Rey Matacaballo:
Era el diablo del tábano discreto;
y don Diego Hurtado de Mendoza, en el Lazarillo: dióme una gran calabazada en el diablo del toro (cap. I). En el mismo libro se lee el pecador del ciego, el bueno del ciego, el mísero de mi amo, el triste de mi padre. Así también dijo Cervantes; este pecador de Sancho, el socarrón de Sancho (parte I, cap. XLVI; parte I, capítulo X). Ordinariamente decimos el pícaro de fulano, el bribón de mengano.
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N-1,26,24. Faunos y Silvanos, divinidades rústicas, de inferior orden entre otras de la gentilidad, que presidían, aquéllos a los campos y heredades, y éstos a las selvas.Llámase Húmida a la ninfa Eco por sus muchas lágrimas: enamorada y no correspondida de Narciso, según fingieron los poetas, su dolor y llanto la fueron consumiendo hasta que no le quedó más que la voz:
Attenuant vigiles corpus miserabile cur礍
adducitque cutem macies; et in a쪲a succus
corporis omnis abit, vox tantum atque ossa supersunt.
Vox manet: ossa ferunt lapidis traxisse figuram
.
(Ovidio: Metamorfosis, lib. II.)
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N-1,26,25. Antes era que le escuchasen, que no el que le respondiesen y consolasen.----Falta también algo para que conste el sentido: en llamar a los Faunosàà para o pidiéndoles que les respondiesen, etc.
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N-1,26,26. Según la cuenta de don Vicente de los Ríos en el plan cronológico del QUIJOTE, no fueron tres, sino dos, los días que Sancho gastó en su viaje, pues habiendo dejado a su amo el veintidós de agosto, volvió el veinticuatro a encontrarlo. La cuenta de Ríos está ajustada fielmente a la narración, y así el error es de quien cuenta.
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N-1,26,27. Juega Cervantes oportunamente con la figura y el desfigurado.----El Caballero del Febo tenía más vigor y resistencia que Don Quijote. Según refiere su historia, en los dos años que estuvo haciendo penitencia en la ínsula Solitaria por desdenes de su señora Claridiana, ninguna otra cosa había comido sino de aquellas silvestres frutas que había en la ínsula y de algunas raíces de hierbas, con que a grande afán podía sustentar la vida. Y así por esto, como por el gran dolor y tristeza que en el corazón tenía, ya muy flaco y amarillo, de manera que el que viera no le conociera por el de antesàà y ya esta, tan al cabo, que no pudiera durar mucho, si remedio se tardara (Espejo de Príncipes, parte lib. II, cap. XXVII).
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N-1,26,28. Es lo mismo que Embajada, y mandadero lo mismo que embajador, en cuyo sentido halla ya usada esta voz en la traducción Fuero Juzgo hecha de orden del Rey San Fernando, en la Crónica general de su hijo Alonso el Sabio, y en los libros más antiguos castellanos, cuando hablan de las embajadas y embajadores que se enviaban unos Príncipes a otros.----Hoy en día este nombre ha quedado solamente para los mandaderos de monjas.
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N-1,26,29. Decimos ordinariamente y no bien hubo visto. Las dos palabras no y bien forman juntas una especie de partícula que vale tanto como apenas. Este es el sentido que aquí tienen y hubiera convenido reunirlas, porque separadas no significan lo mismo.
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N-1,26,30. Sobra una de las dos partículas en o con cualquiera de ellas que se suprima queda buena y corriente la frase.
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N-1,26,31. Grandes días, por muchos días: una de las locuciones antiguas de que se valió Cervantes para remedar el lenguaje de los libros caballerescos. Usáronla ya la Crónica general del Rey don Alonso (Año 17 de Alfonso el Católico), y La Gran Conquista de Ultramar (lib. II, capítulo CLXIV). Hállase después en el acto I de la Celestina, y en la historia de don Florisel de Niquea, donde hablándose de una dueña vieja y de una doncella moza, que se habían peleado y arañado por un caballero a quien querían ambas, se dice que, desgreñadas como estaban, se fueron a un castillo, y que de corridas no osaron decir su cuita, más de que habían caído de sus palafrenes; y que les duró grandes días el corrimiento (parte II, cap. V). En el libro de Amadís se cuenta que el Emperador de Constantinopla mucho fue maravillado que el Caballero de la Verde Espada fuese Amadís de Gaula, a quien grandes días mucho había deseado conoscer (cap. XCIX).
Un romance de los de Bernardo del Carpio empieza así:
En Luna está preso el Conde
muy grandes días había;
Bernardo, que era su hijo,
de su prisión no sabía;
halo defendido el Rey
que ninguno se lo diga.
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N-1,26,32. Consonancias dentro de un mismo período que suelen hallarse en el QUIJOTE, y que evitan en prosa los que la escriben con corrección y lima.
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N-1,26,33. No se indica aquí ni en ninguna otra parte el verdadero motivo del viaje del Cura y del Barbero. Después contaron que iban a Sevilla a recoger una gran cantidad de dinero (cap. XXIX); mas aun cuando esto hubiese sido cierto y no traza del Cura para deslumbrar a Don Quijote, no parece verosímil que interrumpiesen su viaje únicamente por llevar a nuestro hidalgo a su casa: y caso de interrumpirlo, que no volviesen a emprenderlo después de conseguir su intento: de lo que tampoco se hace mención ni se da indicio en el progreso de la fábula.
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N-1,26,34. Habla de la quema de los libros de Don Quijote que se refirió en los capítulos VI y VI de esta primera parte, aludiendo a los autos celebrados por el Santo Oficio de la Inquisición en que solían quemarse los reos. Quemándose los libros se quemaban como en estatua sus autores, que eran los verdaderos delincuentes.
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N-1,26,35. Estas últimas palabras pueden ser una especie de aseveración o juramento, como por la vida de mis padres, o por otras cosas que se aprecian mucho. También pueden significar que el secreto era de tal importancia, que no podía Sancho descubrirlo, aunque en ello le fueran los ojos de la cara. Este segundo sentido es el más natural.
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N-1,26,36. Expresión proverbial, que envuelve amenaza de averiguación y litigio mayor. Marimorena, hablándose familiarmente, significa riña o pendencia hay quien atribuye el origen de esta voz a las quimeras que antiguamente excitó una María Moreno, tabernera de Madrid, y dieron ocasión a ruidosos procesos judiciales, que se guardaban, según se dice, en el archivo de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte. Morena puede ser abreviatura de marimorena.
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N-1,26,37. Esto es, no hay para qué usar conmigo amenaza. Semejantes omisiones o reticencias del verbo suelen dar fuerza a la expresión, y son comunes en el estilo familiar; así se ve especialmente en los refranes, como Al buen entendedor, pocas palabras; A gente ruin, campana de palo; Del mal, el menos; A más moros, más ganancia; Comida hecha y compañía deshecha.----La relación que sigue del coloquio de Sancho con el Barbero y el Cura está llena de aquellas gracias que hacen tan donoso y festivo el papel de nuestro escudero.
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N-1,26,38. En el poema caballeresco de Celidón de Iberia, escrito por Gonzalo Gómez de Luque se cuenta (canto 7.E¦) que Darindelio encontró a una doncella llamada Finca, a quien llevando una carta de la Sabia Linigobra a Poisena, hija del Soldán de El Cairo, robó un mal caballero. Darindelio puso en libertad a Finca, y ésta, agradecida, le dijo quién era, a qué iba, y quiso mostrarle la carta:
Diciendo así, llegó la mano al seno,
queriéndola sacar, osas no la halla:
quedóse tan turbada y de tal suerte,
que ventura será escapar de muerte.Después a voces dice: íay pena equiva!
Perdí la cosa más encomendada...
+Qué cuenta habré de dar de mí entretanto?
Esto diciendo, acrecentaba el llanto.
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N-1,26,39. El verbo acordarse está usado aquí en el texto como impersonal, pero en la misma acepción que cuando es recíproco: y lo propio sucede en algún otro pasaje del QUIJOTE. Según el uso más común de nuestro tiempo se diría: Ni él se acordó de pedírsele.
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N-1,26,40. La pintura que se hace de Sancho en la situación presente, de su sobresalto, de su priesa, de su registro, de su despecho, de sus puñadas y demás demostraciones que se cuentan, es bellísima, y muy apropiada al carácter que se le señala en la fábula.
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N-1,26,41. Nótese la jocosa comparación de los pollinos con castillos. En otro pasaje se había hecho la misma comparación con la mula de un fraile; pero aquí es tanto más festiva cuanto más excede una mula a un pollino. Por lo demás, no es extraño que en un libro de Caballerías ocurra en todo y para todo la idea de los castillos.----Bowle, sobre este lugar del texto, entendió que Sancho quería ensalzar el valor de los pollinos, como cuando se dice que alguna cosa vale una ciudad, expresión usada en los romances antiguos y en el mismo QUIJOTE; como extranjero, no alcanzó la fuerza del idioma, cosa siempre difícil, y a veces imposible. Aquí no se trata del precio, sino del tamaño de los pollinos. Sancho no los había visto, pero su codicia se los pintaba medrados y crecidos como castillos.
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N-1,26,42. Otra pintura muy feliz de la situación, figura y gesticulaciones de Sancho, queriendo y no pudiendo acordarse de la carta de su amo para Dulcinea. No parece sino que se le está viendo.
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N-1,26,43. Repetición muy natural en el estado de ambigÜedad e incertidumbre en que se hallaba Sancho.
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N-1,26,44. Por discurriendo, dicho a lo rústico. En esta parte del lenguaje no está seguido con mucha constancia el papel de Sancho, porque unas veces (y son las menos) habla como aldeano zafio, y otras, que son las más, como persona culta.
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N-1,26,45. Ejemplo graciosísimo de ironía es el que ofrece en la presente expresión este período: como lo ofrece también de la figura que llaman los retóricos repetición el tornóla Sancho, a decir otras veces, y otras tantas volvió a decir otros tres mil disparates.
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N-1,26,46. Agible, por factible: es palabra nueva, y dudo que entre los escritores castellanos tenga otra autoridad que la de este pasaje.
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N-1,26,47. Para la perfección de la sintaxis sería menester suprimir la partícula en; o dejándola, suprimir la de. Así: le viniese voluntad de no ser, etcétera; o le viniese en voluntad no ser Emperador, sino ser Arzobispo. De cualquiera de los dos modos quedaría corriente la frase.
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N-1,26,48. Pellicer cita al Arzobispo Turpín como ejemplo de Arzobispos andantes en los tiempos antiguos, y en los modernos al Arzobispo de Burdeos, general de una escuadra francesa en el reinado de Luis XII. Pero tratándose de ejemplos de esta clase y de Arzobispos que hubiesen asistido a la guerra, no tenía necesidad de salir de casa, y podía alegar muchos ejemplos desde don Opas, que, según se dice, peleó en la batalla de Covadonga, siguiendo por el Arzobispo de Toledo don Rodrigo, que se halló en las batallas de las Navas, y su sucesor don Sancho, que murió en la de Martos, hasta el Cardenal don Francisco Jiménez de Cisneros, General de la expedición contra Orán y Mazalquivir el año de 1509. La verdad es que no debió darse esta explicación a las palabras de porque no se hablaba como quiera de Arzobispos guerreros, sino de Arzobispos andantes, esto es, que anduviesen en busca de aventuras acompañados de sus escuderos; lo primero podrá ser ajeno del oficio de los Arzobispos, pero no presentan la idea ridícula de lo segundo, que es con lo que Cervantes trataba de divertir a sus lectores.
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N-1,26,49. Como si dijéramos renta fija, conocida, amén de lo eventual o derechos del oficio de sacristán, que son proporcionados al trabajo y a las circunstancias, como sucede en las campanas de los entierros, que, según dijo un discreto, tantum valent, quantum sonant.
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N-1,26,50. íDesdichado de yo!, decían las ediciones anteriores, pero es errata: Desdichado yo o desdichado de mí, es como debió decirse. La partícula de es incompatible con el nominativo yo.
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N-1,26,51. Sin embargo, por aquí se muestra que sabía tres.
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N-1,26,52. El mismo Sancho decía a su amo en el capítulo XVII de esta primera parte: Más bueno era vuestra merced para predicador que para caballero andante. De todo sabían y han de saber los caballeros andantes, Sancho, dijo Don Quijote, porque caballero andante hubo en los pasados siglos que así se paraban a hacer un sermón o plática en mitad de un campo real, como si fuera graduado por la Universidad de París. Conforme a esto, la sobrina de Don Quijote le dice en la segunda parte (cap. VI) que sabía tanto, que si fuese menester en una necesidad podría subir en un pálpito e irse a predicar por esas calles.
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N-1,26,53. El período está desaliñado y redundante. Suprimiendo algunas palabras, y con leve alteración en las que restan, quedaría mucho mejor: Después, habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, convinieron en un pensamiento que ocurrió al Cura, muy acomodado al gusto de Don Quijote y a lo que ellos querían; y fue que el Cura se vistiera en hábito de doncella andante, y el Barbero procurase ponerse de escudero como mejor pudiese.
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N-1,26,54. Lenguaje anticuado, muy propio cuando se trataba de remedar los pasajes y aventuras de los antiguos libros de caballerías. Quiere decir que la contrahecha y enmascarada donde ha había de pedir a Don Quijote que no le mandase descubrir el rostro, ni le preguntase nada de sus negocios hasta después de concluida la aventura, contentándose con lo que al pronto se le hubiese querido decir. Este plan padeció después grandes alteraciones al tiempo de ejecutarse, pero realmente era muy acomodado al estilo de las historias caballerescas. Solo que el plazo que se señalaba para quitarse el antifaz y dar cuenta de su facienda, era demasiado largo, y sólo debiera ser hasta que estuviese otorgada la demanda. Al cabo ésta se hizo sin antifaz, porque no fue menester ocultar el rostro para hacer el papel de doncella.

[27]Capítulo XXVI. De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia
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N-1,27,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,27,2. Rey visigodo que reinó en España desde el año 672 hasta el de 680, y se señaló por su valor y demás virtudes. Todavía se usa entre nosotros esta expresión para denotar en general una época muy antigua. En tono aún más familiar decimos allá en tiempo del Rey Perico o del Rey que rabió por gachas. El Rey Perico será Sigerico, o más bien Chilperico, Reyes ambos de aquellas naciones y siglos.
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N-1,27,3. Tocar, adornar la cabeza; viene de tocas, lo mismo que tocador, la pieza o aposento en que las señoras se peinan y adornan. También suele significar tocador el paño o pañuelo con que las mujeres se suelen rodear y abrigar la cabeza, como los tocadores de Altisidora, que se llevaba Sancho de casa de los Duques, y de que se hablará en la segunda parte (cap. LVI).
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N-1,27,4. Antifaz, ante faciem.----Difícil es concebir cómo se hace un antifaz con una liga. Sería atar o sujetar con ella el antifaz o velo que pendía delante del rostro.
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N-1,27,5. Esto no desdecía del traje mujeril. Por la descripción que hace Luis de Cabrera en la historia de Felipe I (lib. I, cap. IX) del que se usaba a principios de su reinado, se ve que las mujeres solían ponerse sobre los mantos sombreros de fieltro o terciopelo con borlas y cordones de seda.----Encasquetarse, palabra del estilo familiar, es encajarse en los cascos, ponerse en la cabeza.
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N-1,27,6. Este herreruelo es lo que actualmente se llama manteo. Se dice que el Cura se cubrió su herreruelo, en vez de se cubrió con su herreruelo, como diríamos ahora. Pero era el modo de que se usaba entonces el verbo cubrir; y así se ve en el capítulo XVII de la segunda parte, donde se dice que Don Quijote en casa de don Diego Miranda se cubrió un herreruelo de buen paño pardo. El mismo régimen es frecuente en los libros caballerescos. En Primaleón se lee que Gafarú iba desarmado y cubierto un rico manto (cap. CXLV). De Amadís de Gaula cuenta su historia que habiendo llegado herido al palacio de Grasinda, ésta hízole desarmar e lavar las manos y el rostro del polvo que traía; y diéronle una capa de escarlata que se cubriese (capítulo LXXI). Y no sólo en los libros caballerescos; en la comedia la Enemiga favorable, del Canónigo Tárraga (al fin del acto I), el Rey, tomando bajo su protección a Maura, amenazada por su hermano, le dice:
Señora, cúbrete un manto,
y vente a palacio luego.
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N-1,27,7. Sin gran dificultad puede creerse que Cervantes quiso satirizar aquí a las personas que, llevando la vida que Maritornes, todavía confían en ciertas prácticas y actos exteriores de religión sin atender a corregir su conducta.----El régimen prometió de rezar no es conforme al uso del día, pero lo era al de nuestros abuelos. Procura de ser bueno, decía a Lazarillo de Tormes su madre, cuando se iba a servir al ciego. Ya hemos hablado de esto otras veces.
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N-1,27,8. El primer él se refiere al Barbero, y el segundo al Cura. Esto produce alguna oscuridad, y hubiera convenido evitarla.
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N-1,27,9. +Qué motivo hubo para que Sancho mudase de propósito, desistiese de ir al Toboso, y se volviese a Sierra Morena, sin cumplir el precepto de su amo? El Cura y el Barbero hubieron de aconsejarle la vuelta, manifestarle la inutilidad de la embajada a Dulcinea, alegarle la necesidad de que Don Quijote formalizase y firmase la libranza de los pollinos, sin cuya circunstancia no debía Sancho esperar que se los entregasen. Estas u otras razones emplearían sin duda el Cura y Barbero para hacer mudar de resolución a Sancho; pero no se cuenta que lo hiciesen, y se echa menos. La vuelta del embajador Sancho no está preparada ni motivada suficientemente.
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N-1,27,10. Tíldase aquí oportunamente el carácter codicioso de Sancho, a quien en tono de chiste se llama mancebo, nombre que por su edad no le convenía. Y no es la única vez que se le llamó así en el discurso de la fábula: hízolo también Don Quijote en casa de los Duques, como se refiere en el capítulo XXXI de la segunda parte.
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N-1,27,11. Puede dudarse si se ha de leer ramas o retamas. No fueron ramas, sino retamas, las que Don Quijote encargó a Sancho que cortara, y las que cortó en efecto, como se dijo al fin del capítulo XXV. Pero en el romance del Marqués de Mantua, de donde hubo de tomarse la idea de las señales para la vuelta acertare, se habla de ramas, y no de retamas; y he aquí verosímilmente el origen de la variación, fuese de Cervantes o del impresor.
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N-1,27,12. Para el intento, lo que hacía más al caso era no saber escribir. Así puede buenamente creerse que estaría en el original.
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N-1,27,13. Tenía razón Sancho; la menor insinuación de Dulcinea bastara; pero el Cura y el Barbero se proponían no sólo sacar a Don Quijote de la Sierra, sino llevarlo también a su lugar, como se contó al fin del capítulo XXVI. Sancho ignoraba la segunda parte del proyecto.
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N-1,27,14. Las palabras el calor y están aquí sin oficio, y, por lo tanto, entorpecen el sentido: quedara todo mejor si suprimiéndolas, se hubiera dicho solamente: el día que allí llegaron era de los del mes de agosto, en que por aquellas partes suele ser el ardor muy grande.
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N-1,27,15. Vuelve aquí a enlazarse el episodio de Luscinda y Cardenio con la acción principal. En los escritos publicados en estos últimos tiempos acerca del QUIJOTE se ha dado muchas veces, con poca propiedad, el nombre de episodio a lo que no es más que incidente o trámite de la fábula. Lo de Cardenio es verdadero episodio.
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N-1,27,16. La censura que envuelve la expresión del texto comprende a cuantos poetas escribieron bucólicas, empezando por Teócrito y Virgilio y acabando por Garcilaso y Meléndez, que nos pintaron pastores discretos como los más discretos cortesanos, músicos como Anfión y Orfeo, poetas como los que los pintaban; y todo bien ajeno de la rusticidad y grosería, que ha sido, es y será siempre inseparable de su profesión y ejercicio. El mismo autor de la Galatea no está exento de la censura del autor del QUIJOTE.
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N-1,27,17. Alaba ya anticipadamente Cervantes las coplas llamadas, aunque malamente, de ecos que siguen; pero dudo mucho que le acompañen en este juicio los inteligentes. Cervantes tenía tan mala mano para hacer coplas como la otra la tenía buena para salar puercos.
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N-1,27,18. Esta especie de juguete poético es antigua en Castilla. De Juan del Encina hay una composición en el Cancionero general, que empieza:
Aunque yo triste me secoeco,
retumba por mar y tierrayerra.
Otros muchos escritores le imitaron posteriormente, entre ellos Francisco de úbeda, supuesto autor de la Pícara Justina. El lozano y variado ingenio de Lope de Vega produjo diferentes composiciones de esta clase, entre ellas la loa del Eco, que está en redondillas, seguida cada una de un eco:
+Quién nos convida y nos llama
con tan divino clamor?
Amor...
Tiernamente le amaría
María.
El mismo Lope escribió con el título de Ilustre fregona, una comedia cuyo asunto tomó igualmente que el título de una de las novelas de Cervantes. Hay en la comedia (acto I) una composición de ecos, que tanto por los pensamientos y hechura como por las palabras que se emplean, recuerdan los presentes versos del texto del QUIJOTE:
+Quién da la muerte a Avendaño?
Un engaño.
Y +quién trueca en mal mi bien?
Un desdén.
+Quién da vida a mis recelos?
Los celos.
Siendo así quieren los cielos
que muera desconfiado,
pues contra mí se han juntado
engaño, desdén y celos.
Otra semejanza hay entre las dos composiciones de Cervantes y Lope, a saber: que ninguna de las dos es de verdaderos ecos, porque los que debieran serlo no son más que consonantes. No cabiendo atribuirlo en Lope a la dificultad de la rima, no carece de alguna verosimilitud la sospecha de que su intento fue hacer alguna parodia o imitación burlesca de lo de Cervantes.
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N-1,27,19. Causó por causaron. A no ser que se deba leer: la hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba, todo causó admiración y contento: y así lo diría el original.
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N-1,27,20. Soneto de la misma estrofa, que son ordinariamente los de Cervantes, el cual sólo hizo uno bueno que fue el del túmulo de Felipe I en Sevilla.----Las palabras en el cielo con que acaba el tercer verso son puro ripio. El cuarteto segundo es oscurísimo e ininteligible de todo punto. El primer verso del terceto que sigue es largo, y el final del soneto carece de la fuerza, rapidez y novedad que requieren las severas leyes de esta clase de composición.
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N-1,27,21. Este régimen no es del uso actual. Ahora diríamos que la música se había vuelto sollozos o que la música se había convertido en sollozos. En el capítulo XXXVI reprendió así Don Quijote a Sancho: Dime, ladrón vagamundo, +no me acabaste de decir ahora que esta Princesa se había vuelto en una doncella que se llamaba Dorotea?
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N-1,27,22. Persuadir es convencer con razones, y aquí el Cura no convenció a Cardenio, como se ve por la contestación y discurso de éste, que sigue. El Cura aconsejó, trató de persuadir, pero no persuadió. Esta es la distinción que hace la lengua latina entre suadere y persuadere. El Cura hizo lo primero, pero no lo segundo.
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N-1,27,23. Modo de hablar de nuestros antiguos. Don Antonio de Guevara, en su epístola a don Enrique Enríquez sobre las tres enamoradas de que se habló en las notas del prólogo, dice: el buen filósofo Diógenes vio hablar a un discípulo suyo con un mancebo... al cual, como le preguntase en qué hablaban, etc. Es lástima que esta expresión se vaya anticuando, porque es más elegante y menos familiar que hablar acerca de su negocio, como ordinariamente decimos ahora.
Lo propio sucede con la expresión de la pastora Marcela en el capítulo XIV, donde dijo: este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, esto es, acerca de cosas de su particular provecho. A fuerza de querer hacer la lengua exacta, y como dicen filosófica, la hacemos pausada y fría.
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N-1,27,24. El episodio de Cardenio es de tal extensión y tamaño, que desnivela y descompone el cuadro de la fábula. Y aun quizá por esta razón, y con el fin de disminuir aparentemente sus excesivas dimensiones, lo dividió Cervantes en cuatro trozos, interpolándolos divididos en el contexto de su libro: el primero, cuando Don Quijote se encontró con Cardenio; el segundo, cuando hallaron a éste el Barbero y el Cura, que es el pasaje presente del texto; el tercero, cuando los tres ya reunidos hallaron a Dorotea y el cuarto, cuando después de salir de Sierra Morena se refiere en la venta lo que restaba de la historia hasta su fin, ayudando también a ello lo que añadió don Fernando sobre algunas particularidades intermedias, que faltaban todavía para el completo de la narración.
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N-1,27,25. No está bien explicado. El decir la causa de las locuras no es la disculpa que se da de ellas. Se las disculpa diciéndolas, pero no se da por disculpa el decirlas. Estuviera mejor: y disculpar mis locuras, diciendo o con decir la causa dellos.
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N-1,27,26. Desde el principio de la conversación había ya indicado Cardenio que otros habían procurado, antes que el Cura y el Barbero, sacarle de aquellas asperezas; ahora lo dice positivamente; mas esto no se ajusta bien con la relación que en los capítulos anteriores hizo el cabrero a Don Quijote y a Sancho. Por ella se ve que lo solitario e intrincado del sitio no daba lugar a otras visitas ni encuentros que el casual de los pastores, los cuales, como allí se cuenta, le rogaron que les dijese quién era, más nunca lo pudieron acabar con él. Ni era natural que Cardenio abriese su pecho y comunicase sus penas a personas tan rústicas, que decían que es el diablo sutil, y debajo de los pies se levanta allombre cosa donde tropiece y caya; ni los pastores eran capaces de entrar en otras conferencias ni coloquios que los relativos a la habitación y sustento de Cardenio que allí se cuentan. Lo único a que pudieron aludir las razones de Cardenio fue a las palabras de consuelo que en el capítulo XXIV le dirigió Don Quijote, ofreciendo servirle, y jurándolo por la Orden de caballería que había recibido, aunque indigno y pecador; pero eran ofrecimientos generales, propios de la profesión de caballero andante, protector de los desgraciados. Lo que realmente se intentaba con todos estos preámbulos de Cardenio era preparar y hacer oportuna la oferta que, antes de ser preguntado ni provocado, hace de contar la historia de sus desventuras, rogando al Barbero y Cura que se la escuchen: oferta y ruego sin ocasión, y absolutamente inverosímiles, cuando hablaba con dos personas que le eran del todo desconocidas. Para esto dijo algo antes, que no sabía más que dolerse y dar por disculpa de sus locuras el decir la causa dellos a cuantos oírla querían, porque viendo los cuerdos cuál era la causa, no se maravillaran de los efectos. El lector de buena crítica juzgará si es suficiente la excusa que por boca de Cardenio alega Cervantes.
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N-1,27,27. Distracción y olvido de nuestro autor. Cuando Luscinda pidió a Cardenio el libro de Amadís, ya había visto este billete don Fernando, y después procuraba siempre leer los de Cardenio a Luscinda y de Luscinda a Cardenio, a título de que de la discreción de los dos gustaba mucho. Así se refirió, en el capítulo XXIV. Por consiguiente, el billete que vino entre el libro, o hablando mejor, entre las hojas del libro de Amadís al devolvérselo Luscinda, no fue el billete por quien quedó Luscinda en la opinión de don Fernando por una de las más discretas y avisadas mujeres de su tiempo, como se dice más abajo. Cervantes no sólo incurrió en esta inconsecuencia, sino que supuso también haberse contado anteriormente la devolución de la historia de Amadís y el hallazgo del billete, y ni de lo uno ni de lo otro se había hecho mención alguna. Otra prueba, entre tantas, de que no volvía a leer lo que una vez tenía escrito.
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N-1,27,28. Valor en este lugar no es la fortaleza que arrostra los peligros, sino calidad o prenda apreciable. Viene a ser como valía, palabra casi anticuada, que equivale a precio, y carece de plural, como también le sucede a valor cuando significa la fortaleza.
En el libro I del Persiles (cap. VII), hablándose de Sinforosa, hija del Rey Policarpo, se dice: las cosas que podían poner alas a su esperanza, como eran su valor, su linaje y hermosura, esas mismas se las cortaban. El valor de Sinforosa era de la misma clase que los valores de Cardenio.
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N-1,27,29. Efectivamente, el billete es de lo más sutil, lamido y remilgado que puede verse; es decir, el más impropio en una persona a quien se supone agitada de pasiones vehementes. En tal situación, es natural y sienta bien el desaliño e incorrección de las expresiones, y por lo mismo es repugnante la afectación de cultura e ingenio.
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N-1,27,30. La construcción propia del caso presente exigía que la palabra conocida estuviese en la terminación masculina conocido; de esta suerte, lo que es adjetivo verbal en el primer miembro de la frase, haría de participio en el segundo, y completaría el verbo antecedente que conforme a la regla general en tales casos pide la oración: no porque no tuviese bien conocido el mérito de Luscinda, y que tenía partes para ennoblecer, etc. El texto dice: no porque no tuviese bien conocidaàà que tenía partes, etc.; y así no está bien.
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N-1,27,31. Salustio, describiendo el carácter de Catilina en la historia que escribió de su conjuración, dice entre otras cosas que Catilina era malo, y cruel de balde, sin causa: ne per otium torpescerent manus aut animus, gratuito potius malus atque crudelis erat. El proyecto de Catilina, según Floro (lib. IV), fue Senatum confodere, consules trucidare, distringere incendiis urbem, diripere 祲arium, totam denique rempublicam funditus tollere et quidquid nec Annibal videretur aptase. He aquí la razón de llamar a Catilina cruel.
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N-1,27,32. Galalón o Ganelón, según las historias vulgares, fue conde de Maganza, y uno de los Doce Pares de Francia, cortesanos del Emperador Carlomagno, que ganado por el oro de los mahometanos, entregó vilmente a sus campaneros en la batalla de Roncesvalles, donde perecieron. Los romances antiguos y los libros y poemas caballerescos están llenos de los embustes y enredos atribuidos a Galalón, cuyo carácter, según le pintan, era la malignidad y la Perfidia. Al cabo, según refiere Turpín, el Emperador, en pena de sus traiciones, le hizo descuartizar vivo entre cuatro caballos.
Los críticos franceses que han examinado el asunto de propósito califican de fabulosas estas relaciones a que dicen dio ocasión la conducta pérfida y revoltosa de otro Galalón o Ganelón o Wenilón, Arzobispo de Sens, que vivió más de medio siglo después, y fue acusado como reo de grandes traiciones en el Concilio de Savonièères el año 859. Su memoria quedó en execración, y ésta hubo de recaer, por la equivocación del nombre y por la ignorancia de los tiempos siguientes, en quien no la merecía, exagerándola aún más en lo sucesivo los autores de los romances y fábulas de la Caballería.
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N-1,27,33. Estaba el Rey don Sancho sitiando a su hermana doña Urraca en Zamora cuando salió de la ciudad Bellido Dolfos, y le ofreció enseñar un paraje por donde era fácil entrar en la ciudad. Quiso el Rey examinarlo por sí mismo, y yendo a hacerlo incautamente, sin más compañía que la de Bellido, éste le mató a traición atravesándolo con un venablo; montó a caballo y se metió en Zamora.
El Romancero del Cid contiene varios romances sobre este acontecimiento. En el XXIX se refiere que cuando salió Bellido de la ciudad, Arias Gonzalo gritaba desde el adarve:
A ti lo digo, buen Rey,
y a todos tus castellanos,
que allá ha salido Bellido,
Bellido un traidor malvado.
Y en el romance siguiente:
Muerto yace el Rey Don Sancho,
Bellido muerto le había:
Pasado está de un venablo,
que gran lástima ponía.
Otro romance viejo que no está en la colección de los del Cid dice de esta suerte:
Guarte, guarte, Rey don Sancho,
no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido;
llámase Bellido Dolfos,
hijo de Dolfos Bellido:
cuatro traiciones ha hecho,
y con ésta serán cinco:
si gran traidor fue el padre,
mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real,
a don Sancho han mal herido:
muerto le ha Bellido Dolfos,
gran traición ha cometido.
Desque le tuviera muerto,
Metióse por un postigo:
por las calles de Zamora
va dando voces y gritos:
tiempo era, doña Urraca, de cumplir lo prometido.
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N-1,27,34. El Conde don Julián era gobernador de Ceuta por los Reyes godos de España a principios del siglo VII, cuando los mahometanos, sojuzgadas las costas septentrionales de áfrica, penetraron hasta las del Océano Atlántico. Combatieron inútilmente a Ceuta, defendida con valor por don Juan: mas éste ofendido posteriormente (así se cuenta) por la violencia que el Rey don Rodrigo hizo a su mujer, según unos, y a su hija, según otros, trató con los moros, y les facilitó su entrada en la Península, y los auxilió para su conquista. Los críticos han altercado sobre la verdad de estos remotos acontecimientos; pero, en fin, ésta ha sido la creencia común y ordinaria en España desde el siglo XII. La violencia atribuida a Rodrigo prestó asunto a la Profecía del Tajo, oda que compuso fray Luis de León a imitación de la de Nereo en Horacio, y que es una de las composiciones que más honran nuestro Parnaso, y que más se acercan a la sencillez y sublimidad de la lírica antigua.
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N-1,27,35. Judas fue pérfido y codicioso; pero su mención, que como pérfido era oportuna, no lo era como codicioso. Don Fernando fue lo primero, mas no lo segundo, y la codicia de Judas no venía a cuento, como tampoco la ambición de Mario, ni la crueldad de Catilina, ni las maldades de Sila, ni venganza de don Julián: aquí sólo convenía hablar de la perfidia. De ella son ejemplos proverbiales Galalón, entre los franceses; don Julián y Bellido, entre los españoles; Judas entre todas las naciones cristianas; y sólo de éstos, y sólo como pérfidos, se debió hablar sin acordarse de sus demás vicios y defectos. Y prescindo de que la erudición que aquí afecta Cardenio y el aparato del discurso que sigue, es una pedantería impropia de una persona apasionada y furiosa, que debe explicarse con medias expresiones con razones interrumpidas y desconcertadas, más bien que con arengas estudiadas y amplificaciones retóricas.
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N-1,27,36. Es decir que cuando las desgracias están ordenadas por la Providencia, no hay fuerza humana que las contrarreste. Pudiera dársele a la expresión un sentido menos favorable, como si se atribuyesen los sucesos al influjo de las estrellas, y se apadrinasen los delirios de la astrología. En todo caso, estaría más claro el concepto si se dijese: desde las estrellas.El período, además de este defecto, tiene también el de estar lleno de palabras asonantes, cierta, estrellas, violencia, fuerza, tierra, detenga, pueda: lo que junto con los muchos versos que están incluidos en su prosa, acaba de hacerlo incorrecto y desagradable:
Desventurado de mí,
pues es cosa cierta que
cuando traen las desgracias
corriente de las estrellas,
como vienen de alto a bajo
con furor y con violencia, etc.
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N-1,27,37. Alusión a la parábola con que el Profeta Natán reconvino a David del agravio hecho a Urjas (libro I de los Reyes, capítulo XI).
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N-1,27,38. Las ideas del período que sigue no están bien ordenadas, y el lenguaje es desaliñado y flojo. En las expresiones se ofreció y los compró sobran los pronombres: que yo viniese está mal, en vez de que yo fuese; y toda esta última parte del período y quiso que yo viniese por el dinero, pudo suprimirse sin inconveniente, puesto que ya se había dicho que Fernando había determinado enviar por el dinero a Cardenio, y es repetición inútil. Por poco que se detuviera Cervantes, hubiera podido corregirlo y mejorarlo todo.
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N-1,27,39. Tan segura quiere decir tan ajena. Segura tiene dos acepciones opuestas entre sí: en el lugar presente es ajena o ignorante: en otras ocasiones, que son las más, significa cierta y asegurada. Las circunstancias y la intención general del discurso determinan cuál es la acepción que le conviene a esta voz en cada caso.
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N-1,27,40. faltan evidentemente para completar el sentido las palabras de lo. No tardaría más la conclusión de nuestras voluntades, de lo que tardase mi padre en hablar al suyo.Voluntad no es aquí la facultad de querer, sino lo mismo que se quiere; equivale a deseo, propósito. En este sentido las disposiciones de un testamento se llaman, úúltimas voluntades, expresión que alguno quizá, menos instruido en nuestro idioma, calificaría de galicismo.
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N-1,27,41. En las grandes agitaciones del ánimo suele entorpecerse y como enredarse la lengua en la garganta, de manera que, no es fácil hablar. El mismo Cervantes escribió en el Pérsiles: quise hablar y anudóse la voz a la garganta, que es el vox faucibus h祳it de Virgilio. Don Roldán, se dice en la historia de Carlomagno (cap. XXXVI), con un nudo en la garganta que casi no le dejaba hablar ni resollar, la levantó del suelo (a Floripes).
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N-1,27,42. Modismo atrevido y elegante, en que juega la doble significación de la voz palabra, que aquí y en otras semejantes ocasiones es lo mismo que nada, como cuando se dice no hablar palabra de tal o tal negocio. Del propio modo se afirma de una persona falta de vista, que no ve gota. Gota, con el verbo no ver, y palabra, con los verbos no oír y no hablar, tienen la misma significación que nada. Se dice de un sordo: no oyó palabra de las que el otro le dirigía; y de un ciego: no vio gota de las que caían de las nubes. La expresión presente del texto equivale a estotra: no le dejaba hablar nada, o ninguna de las muchas palabras que, según me pareció procuraba decirme.
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N-1,27,43. La diligencia facilita, proporciona, pero no concede; esto es más propio de la fortuna. El verbo, como regido de dos nombres, estaría también mejor en plural. Todo quedaba bien, diciéndose: las veces que la buena fortuna y mi diligencia lo proporcionaban.
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N-1,27,44. Expresión sobrecargada. La palabra cambio envuelve ya la idea de correspondencia con lo anterior: la anteposición del re la duplica, y el verbo volvía incluye también la fuerza de una acción repetida.
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N-1,27,45. Esta ocurrencia de tomar a la señora una mano y besársela por la reja, testigo de sus amores es muy frecuente en los libros de Caballería donde Cardenio, como aficionado a leerlos, pudo encontrar muchos originales de este incidente. En ninguno de ellos habría mucha fuerza, siendo tan fácil a la persona de adentro evitarla; por eso dijo Cervantes, y dijo bien, casi por fuerza.
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N-1,27,46. Esto es, sin su conocimiento y noticia. En esta acepción, que fue usual y común en otro tiempo, sabiduría es palabra anticuada en el nuestro.
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N-1,27,47. Condición es aquí lo mismo que situación o estado. La carta de Luscinda a Cardenio que se pone más abajo en este mismo capítulo dice en igual sentido: A Dios plega que ésta llegue a vuestras manos, antes que la mía se vea en condición de juntarse con la de quien tan mal sabe guardar la fe que promete.
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N-1,27,48. No se discurre buenamente cuál sería la señal por la que el hombre parecería cristiano a Luscinda. Aun si hubiera dicho que le parecía honrado, caritativo o algo semejante, sería otra cosa, porque estos juicios, igualmente que sus contrarios, se suelen formar sin deliberación, sólo por el aspecto de las personas.
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N-1,27,49. El pensamiento no es exacto. Don Fernando no cumplió ni para su gusto ni para el ajeno la palabra que había dado de hablar al padre de Cardenio. A quien habló fue al padre de Luscinda, pidiéndole su hija por esposa. Si la promesa hubiera sido de hablar al padre de Luscinda, entonces pudiera decirse que la había cumplido más en su gusto que en provecho de su amigo; pero no era este el caso.
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N-1,27,50. Por imaginadlo y vedlo, palabra de difícil pronunciación, que nuestros antiguos solían suavizar alterando el orden de las letras en la forma que muestra el texto. A esta inversión del orden de las letras dentro de un vocablo llamaron los preceptistas metátesis; y en lo antiguo, unas veces nacía de la incertidumbre y variedad en la pronunciación usual, como sucedía en pelaire y peraile, camaranchón y caramanchón, niervo y nervio; otras a tosquedad u otras causas, como bulra por burla que dijo el Arcipreste de Hita; cofadre por cofrade que dijo Luis de Barahona en su Angélica (canto 1.E¦), y pelra por perla, que dice Sancho en la segunda parte (cap. XXI). Estas variedades en la pronunciación de los primitivos castellanos se conservaban todavía, viviendo Cervantes, entre la gente del campo, más tenaz que la ciudadana del lenguaje y vocablos antiguos. Pero el uso general de aquel tiempo solía suavizar la terminación de la segunda persona plural del modo imperativo en los verbos, aunque sin acabarla de fijar; y así se hallan frecuentes ejemplos de ambos modos de pronunciación. Los poetas, como más interesados en la suavidad de la dicción o en la facilidad de la rima, fueron los que más se aprovecharon de esta especie de licencia; y así, Marramaquiz, en la Gatomaquia, imitando al Coridón de Virgilio y el Salicio de Garcilaso, decía:
Pues no soy yo tan feo,
que ayer me vi, mas no como me veo.
En un caldero de agua, que de un pozo
sacó para regar mi casa un mozo:
y dije: +esto desprecia Zapaquilda?
íOh celos, oh piedad, oh amor! reñilda.
Mas no fue privilegio sólo de los poetas; también lo gozaron los escritores prosaicos, y el mismo Cervantes lo usó en el QUIJOTE repetidas veces desde el mismo prólogo de su primera parte. Posteriormente los modernos, afectando corrección y mayor conocimiento de la gramática y del origen de las palabras, han fijado la pronunciación menos suave en el imperativo de los verbos, y nadie diría ya en prosa imaginaldo ni veldo. La misma afectación de doctrina y saber ha desterrado del uso cortesano la pronunciación fácil de dotar por doctor, de retor por rector, y otras más inclinadas a la suavidad, como decillas por decirlas, mirallas por mirarlas, que todavía se conservan entre los aldeanos de las provincias interiores de Castilla; y sólo los poetas han quedado autorizados para usar de éstos y otros vocablos en calidad de arcaísmos. Las variaciones que en los últimos tiempos ha experimentado nuestro idioma han tenido generalmente más tendencia a la regularización de las sintaxis y a la conformidad con el origen de las palabras que a la gracia y a la armonía. Hubiera sido de desear que no se olvidase lo uno por lo otro; pero era difícil que el uso general se sujetase exclusivamente a lo que dictaban la razón y los deseos de los doctos.
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N-1,27,51. Luscinda entregó su carta al mediodía según se ha referido: el correo o propio llegó en diez y seis horas, por consiguiente a las cuatro de la mañana del día siguiente. Cardenio se puso luego en camino, a otro día llegó a su pueblo ya de noche, porque dice que llegó al punto y hora que convenía para ir a hablar a Luscinda; y ésta le dijo por la reja que la estaban aguardando en la sala, que, como poco después se cuenta, estaba alumbrada con cuatro hachas. Tardó, pues, Cardenio día y medio en el viaje, es decir, doble y aun más que el propio: lo cual no se combina bien con el interés y apresuramiento que se supone en Cardenio, ni con la narración que compara el viaje a un vuelo. Para guardar la verosimilitud debió el propio caminar más despacio, o más deprisa Cardenio.
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N-1,27,52. Nunca se dice así, sino entré de secreto o con secreto. Creo que ésta y otras omisiones de monosílabos deberían ponerse a la cuenta del impresor: y hubiera sido de desear que los editores antiguos del QUIJOTE fueran menos escrupulosos y las corrigieran. Lo mismo digo del otro día, que se lee en el texto a que se refiere la nota anterior; el original diría probablemente a otro día.
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N-1,27,53. Queda pendiente el sentido del relativo cual, y sin verbo alguno que le corresponda.
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N-1,27,54. Es claro que el mis que puso la edición de 1608 está errado por más, según tienen las dos primeras ediciones de 1605, a las cuales debieron seguir las posteriores.---- Más determinadas fuerzas vale tanto como más decididas violencias.
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N-1,27,55. El juego de las palabras fin y principio hizo faltar a la exactitud de las ideas, porque no era verdad que la acción que intentaba Luscinda hubiese de dar principio a que Cardenio conociese su voluntad y afición, cuando tantas y tan antiguas pruebas tenía de ello desde sus tiernos años.----La situación de Luscinda era semejante a la de Policena, Duquesa de Austria, que pretendida por el Duque Roberto de Sajonia en perjuicio del gentil Luciano, su primer amante, tenía determinado quitarse la vida, si el Rey de Hungría Tiberio se obstinaba en casarla con Roberto (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. II, capítulo XLI).
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N-1,27,56. Alboroto y secreto, como que se contradicen. Es verdad que el lector, reflexionando sobre ello, echa de ver que el alboroto es respecto del interior de la casa, y el secreto respecto de lo exterior o la calle; pero el escritor debe excusar a quien lee la necesidad de hacer reflexiones para entenderle. Pudiera sospecharse que donde se leyó de secreto en ella, quizá diría dentro de ella el original.
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N-1,27,57. Los tapices cubren los entrepaños de ventana a ventana; y así es totalmente inverosímil que Cardenio se escondiese, como se cuenta, en el hueco de una ventana cubierto con los tapices; pudo, sí, hacerlo con las cortinas que son las que cubren los huecos de las ventanas, y de ellas, y no de tapices, debió hablar Cervantes. Si alguno cree que es demasiado rigor detenerse en estas menudencias, por lo menos habrá de confesar que no se sale de los términos de lo justo.
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N-1,27,58. Sobresaltos es impropio. Del corazón no se dice que da sobresaltos, sino saltos: y así se lee más adelante en el capítulo XLI de esta primera parte: El cautivo, que desde el punto que rió al Oidor le dio saltos el corazón y barruntos de que aquel era su hermano, etc.
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N-1,27,59. Los criados de casa no eran personas de fuera, como aquí al parecer se dice por la significación de sino, que suele ser lo mismo que a excepción o fuera de. Se hubiera evitado la oscuridad añadiendo sólo después de sino: No había persona de fuera, sino sólo los criados de casa. Entre ellos se habrían escogido los testigos para el desposorio, que, según dijo a Cardenio, aguardaban en la sala, cosa poco conforme a la práctica, tratándose de boda entre personajes de distinción; pero así parecía conveniente para asegurar el secreto. Y por igual razón haría de padrino un primo de la novia, que en realidad era sujeto poco autorizado, si se considera la calidad de don Fernando. Repárese que la palabra persona está tomada en la misma acepción que tiene en francés: no había persona, esto es, no había nadie. Lo mismo sucede en el capítulo VI de esta primera parte como se notó allí, añadiéndose otros ejemplos de diferentes autores.
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N-1,27,60. Está desconcertado el régimen del verbo advertir; debió decirse: Sólo pude advertir los colores y las vislumbres. Usamos de la palabra vislumbres cuando las cosas apenas se ven o se ven a medias: y de aquí se deduce que en la composición de este nombre no entra el latino bis, como dijo don Gregorio Garcés (tomo I, cap. XV) sino vix. Al revés sucede en la palabra bizcocho, hablándose de el de mar, como ya se ha observado en otra ocasión.
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N-1,27,61. Aquí no se observó la condición que en otra coyuntura semejante (cap. XXIV), había exigido Cardenio de sus oyentes, a saber: que no interrumpiesen de manera alguna el hilo de su historia. Verdad es que al ir a empezar Cardenio, advirtió Cervantes que ahora quiso la buena suerte que se detuvo el accidente de la locura, y le dio lugar de contarlo hasta el fin; pero no se indica el motivo de no exigirse ahora lo que se había exigido antes: porque fue inútil e impertinente la primera vez la prevención de Cardenio, o debió hacerse también la segunda. Y desde luego ocurre que aquello fue solamente artificio para prolongar la suspensión y curiosidad de los lectores con la interrupción que así se proporcionaba del cuento, o para dividir y de esta suerte, hacer más ligera la narración, que de otra suerte era larga y pesada.
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N-1,27,62. Que en ocasión tan crítica prestase Cardenio más atención, que esforzarse la que ya tenía y aplicase más intensamente el oído, se entiende; pero que sacase toda la cabeza y cuello de entre los tapices o cortinas sin descubrirse, esto no se entiende.
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N-1,27,63. El progreso de la narración del mismo Cardenio descubre la seguridad con que aquí se califica de indisoluble el lazo entre don Fernando y Luscinda. No fue posible que así lo creyese Cardenio, porque no es posible que las particularidades que refiere, tanto del papel como de los efectos que su lectura produjo en don Fernando, dejasen de excitar en su ánimo la sospecha de que el papel contenía alguna protesta o declaración de la violencia que Luscinda padecía.
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N-1,27,64. Mejor: en tiempo alguno. Porque en algún tiempo indica cierta época y quizá no distante: en tiempo alguno quiere decir que jamás; y esto es lo que en el presente pasaje ha de entenderse. Véase lo que puede la colocación y orden de las palabras: alguno, pospuesto, significa lo contrario de cuando va delante, y equivale a ninguno.
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N-1,27,65. Esta ampliación tomada de los cuatro elementos, que aquí hace Cardenio, es afectada y pedantesca, como ya hemos dicho de otros pasajes de su relación, e impropia del estado de agitación y zozobra en que se le supone y debe suponérsele.
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N-1,27,66. Sobra el que, y bien pudo borrarse como superfluidad de la imprenta.
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N-1,27,67. Esto es, tan sin pensar en mí: acepción poco común en la palabra pensamiento.----Observa con razón Cardenio que esto facilitaba la satisfacción de su agravio: pero sin querer, dice, tomar venganza de mis mayores enemigos... quise tomarla de mi mano. Tengo para mí que mano es errata por mismo, y que esto es lo que diría el original, según lo exige el intento y propósito del discurso.
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N-1,27,68. De Lot se dice con propiedad que no osaba mirar la ciudad porque debía temer el mirarla: no así de Cardenio. En éste era odio lo que en el otro era temor.
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N-1,27,69. Una doncella recogida está bien; pero si se añade en casa de sus padres, la palabra recogida muda de significación y parece suponerse extravíos anteriores. Quedaría mejor expresado el pensamiento omitiéndose lo de la casa de sus padres, y diciéndose solamente: Una doncella recogida, acostumbrada siempre a obedecer a sus padres.
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N-1,27,70. Falta el artículo: Si con la razón midiesen su deseo. Con razón es un modo adverbial que equivale a justamente; la adición del artículo hace ver que razón es nombre y como tal, tiene en la oración oficio diferente.----En este ejemplo puede echarse de ver el uso y fuerza que tiene el artículo en nuestro idioma para modificar y variar la significación de los nombres. Ventaja que es común a nuestra lengua con la griega, y de que carece la latina.
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N-1,27,71. Palabra de origen latino, una de las que el autor del Diálogo de las lenguas deseaba a principios del siglo XVI que se introdujesen en el idioma castellano. Así hubo de verificarse en lo restante del siglo: así es que no se encuentra en el Diccionario de Antonio de Lebrija, y ya se incluyó en el de Covarrubias.
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N-1,27,72. Sutileza y refinamiento semejante a otros ya notados en la relación de Cardenio, atribuyéndose a la mula la reflexión y miras que sólo pertenecen a racionales.----Sigue diciendo Cardenio que la muerte de la mula lo dejó a pie y rendido de la naturaleza, esto es rendido del cansancio que era natural.
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N-1,27,73. Pleonasmo vicioso, que hubiera corregido sin duda Cervantes en la edición que se hizo a su vista el año 1608, si no hubiera sido tan negligente al reimprimir el QUIJOTE como lo fue al componerlo.
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N-1,27,74. Como si dijera, la extremidad, el fin, lo que resta de mi miserable vida.
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N-1,27,75. Conforme a esto decía Elicio a Lisandro en el libro I de la Galatea, que en los males sin remedio, el mejor era no esperarles ninguno. He aquí repetido al son de la zampoña lo que cantó Virgilio con la trampa épica:
Una salus victus mullam sperare salutem.
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N-1,27,76. Así corrigió felizmente Pellicer este pasaje, donde las primitivas ediciones leían, y en más causa de mayores sentimientos, palabras que no hacen sentido. La Academia Española adoptó la corrección de Pellicer.
La conclusión del cuento de Cardenio corresponde al género alambicado y metafísico que ya se ha notado antes, y que aquí se esfuerza extraordinariamente. Los que hallan perfecciones en todas las cosas del QUIJOTE, podrían acaso decir que la intención de Cervantes había sido ridiculizar, remedándolos, los pasajes de esta especie que se encuentran en algunos libros, caballerescos y no caballerescos, de su tiempo y del anterior.
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N-1,27,77. Cervantes subdividió la primera parte de su QUIJOTE en otras cuatro. La primera comprende hasta el capítulo IX, la segunda hasta el XV, la tercera hasta el XXVII y la cuarta hasta la conclusión en el capítulo LI. En la segunda parte del QUIJOTE abandonó esta división, y no guardó otra que la de los capítulos desde el I hasta el LXXIV, que es el último. Más consecuente anduvo el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, el cual dividió su segunda parte en otras cuatro, continuando el orden seguido por Cervantes en la primera.

[28]Capítulo XXVII. Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucedió en la mesma sierra
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N-1,28,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,28,2. +Tuvo razón nuestro autor en afirmar que su siglo estaba necesitado de libros de alegre entretenimiento? Dígalo la historia literaria de los tiempos precedentes, que ciertamente no ignoraba Cervantes. No contemos las composiciones en verso que se escribieron desde los principios de la poesía castellana, las graciosas producciones del Arcipreste de Hita, los numerosos cancioneros manuscritos del siglo XV, impresos en el XVI, los romanceros, empezando por el de Amberes de 1555 y siguiendo por los de Miguel Madrigal, Pedro Flores y otros; los poemas, unos alegres y jocosos otros serios y heroicos, que el mismo Cervantes en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote calificó de libros de entretenimiento; las fábulas mezcladas de verso y prosa a Imitación de la Arcadia de Sanazaro, algunas de las cuales se nombraron en el mismo escrutinio; las farsas y producciones de Juan del Bricina de Bartolomé Torres Naharro, de los dos Lope de Rueda y de Vega, y otros infinitos autores dramáticos más o menos conocidos, de más o menos mérito; omitamos los libros de Caballería, que según el mismo Cervantes sobreabundaban tanto; y ciñéndonos únicamente a libros prosaicos de invención divertida y amena, hallamos que desde el siglo XIV existía ya la colección de cuentos morales que con el nombre de Conde Lucanor escribió don Juan Manuel, nieto del Rey San Fernando; en el XV y siguientes se escribieron las versiones castellanas del Decamerón o Diez días de Bocaccio, de la historia de Eurialo y Lucrecia, compuesta por Eneas Silvio (después Pío I), de la de Teájenes y Cariclea por Heliodoro, y la de otras cien novelas italianas que escribió Giraldo Cintio y tradujo Luis Gaitán de Vozmediano. Obras originales castellanas fueron el Patrañuelo de Juan de Timoneda, la historia de Luzmán y Arbolea por Jerónimo de Contreras, la de Grisel y Mirabella por Juan de Flores, la de Clareo y Hondeo por Alonso Núñez de Reinoso, la de los Honestos amores de Peregrino y Ginebra, por Hernando Díaz, el libro de Cuentos varios, de Alonso de Villegas, autor del Flos Sanctorum, la Enamorada Elisea, de Jerónimo de Covarrubias, los Graciosos sucesos de Tirsis y Tirseo, por Andrés de Rojas, la Toledana discreta de Eugenio Martínez, la Silva curiosa de Julián de Medrano, la Vida del Pícaro Guzmán de Alfarache, escrita por el sevillano Mateo Alemán y publicada a fines de aquel siglo, que se tradujo en latín, italiano, francés e inglés, viviendo aún Cervantes; todas estas son composiciones anteriores al QUIJOTE, de que hallo hecha mención en nuestros bibliógrafos. Y +quién no ha leído y solemnizado las festivas y picantes gracias del Lazarillo de Tormes? Y Cervantes que en sus diferentes obras dio tantas muestras de lo bien que conocía la literatura castellana, +cómo pudo decir seriamente que su edad estaba necesitada de libros de alegre entretenimiento? Digamos más bien que acaso fue irónica la expresión, y que con ella se quiso motejar la excesiva abundancia de libros de esta materia; sospecha que no desmienten el humor de Cervantes y su inclinación a reprender por este estilo los vicios y defectos comunes. A fines de su vida y en los años que siguieron próximamente a su muerte, un torrente de libros de invención y entretenimiento inundó la literatura española. Los más conocidos son la Pícara Justina, producción de Fray Andrés Pérez, fraile dominico, que la escribió para que hiciese juego con el Pícaro Guzmán; los Cigarrales de Toledo, escritos por otro fraile mercedario, célebre autor dramático, que se disfrazó con el nombre de Tirso de Molina, como el otro con el de Francisco de úbeda; la Vida del Escudero Marcos de Obregón, por Vicente Espinel; el Gran Tacaño de Quevedo, el Diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara, las Novelas de Lope de Vega y de Juan Pérez de Montalbán, a que pudieran añadirse las Aventuras de Gil Blas de Santillana. Entre otros innumerables libros de este género, que se imprimieron por aquel tiempo, merecen citarse las Cinco novelas de Alonso de Alcalá y Herrera escritas cada una sin una de las cinco vocales; esfuerzo casi increíble del ingenio, y monumento de la fecundidad y flexibilidad de la lengua castellana.
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N-1,28,3. En el capítulo anterior una voz que llegó a los oídos del Cura y el Barbero, dio ocasión al encuentro con Cardenio, a quien hallaron al volver de una peña. En el capítulo presente una voz que llegó a sus oídos, les hizo encontrar detrás de un peñasco a Dorotea. La uniformidad de ambos incidentes ocurridos con diferencia de una hora y con los principales personajes del episodio, no es verosímil.
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N-1,28,4. Todo cuanto se ha dicho y escrito contra los soliloquios, se puede y debe repetir contra éste de Dorotea. +Qué cosa más impropia, que discursos estudiados, períodos redondeados y lamidos, agudezas ingeniosas y figuras retóricas en personas agitadas de pasiones vehementes, y a quienes nadie escucha? Frases cortadas, interjecciones y suspiros es todo cuanto la verdad y la imitación permiten en situación semejante. Fuera de que de ningún modo era necesario el discurso de Dorotea para sostener el contexto de su historia; su presencia sola en aquel desierto, y lo que de ella vieron el Cura, el Barbero y Cardenio, bastaban para excitar la curiosidad de éstos y dar motivo a la relación que después hace Dorotea de sus sucesos.
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N-1,28,5. La situación de nuestra futura Princesa Micomicona recuerda la de Niquea, cuando sentada en la orilla de una fuente se lamentaba de su fortuna. El Príncipe Anastarax, que pasaba por allí cerca, oyendo voz de mujer, se apeó silenciosamente del caballo, y llegó sin ser sentido hasta ponerse junto a la lastimada Princesa, que vertía muchas lágrimas y se retorcía sus hermosas manos; hasta que cesando Niquea en sus lamentos, se le mostró Anastarax, y le habló en los términos que cuenta la crónica de Amadís de Grecia (parte I, capítulo XXIX).
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N-1,28,6. Poco antes se dijo que los pies de Dorotea no parecían sino dos pedazos de blanco cristal, que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido: ahora parecen las piernas de blanco alabastro. Piernas de alabastro con pies de cristal, presentan una imagen bien ajena del estilo de una relación que debe interesar, no por lo esforzado y violento de las hipérboles, sino por la sencillez de las expresiones. Lo mismos digo de los pedazos de apretada nieve que semejaban las manos, según se dice algo más abajo: comparación tan fría como la misma nieve.
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N-1,28,7. Exageración desmesurada, porque supone que la hermosura de Luscinda era igual o podía compararse con la divina. Fuera de que las palabras persona divina tienen un sentido tan marcado en nuestra creencia, que no puede menos de ofender el uso que de ellas se hace en el texto.
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N-1,28,8. Sobran palabras. Se conoce que Cervantes quiso al pronto concluir en el primer Luscinda el período, y así hubiera estado bien; pero mudó de pensamiento, y añadiendo lo restante, se le olvidó borrar las palabras si no hubieran mirado y conocido a Luscinda, con cuya supresión hubiera quedado la expresión mejorada, en esta forma: la más hermosa (mujer) que hasta entonces los ojos de los dos habían visto, y aun los de Cardenio, que después afirmó que sólo la belleza de Luscinda podía contender con aquélla.
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N-1,28,9. Aquí se alaba de blanca, y antes se alabó de rubia a Dorotea. No sé si en ambas cosas siguió nuestro autor las reglas de la verosimilitud, tan necesaria en la invención:
Aut famam sequere aut sibi convenientia finge.
Estas prendas en el concepto común suelen ser más propias de las damas de otros países. La hermosura y atractivo de las andaluzas en algo más consisten que en lo blanco de la tez y en lo rubio de los cabellos.
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N-1,28,10. En nuestro actual uso, la palabra moza pertenece al estilo familiar, y significa ordinariamente la criada destinada a los oficios más humildes. Otras veces indica el primer período de la pubertad, finalmente, suele dársele significación de peor sonido, como se hizo con la doña Tolosa y la doña Molinera en el capítulo I de esta primera parte.
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N-1,28,11. No eran sólo los cabellos los que desmentían el traje de Dorotea y mostraban su sexo; pero era lo que más estaba a la vista, y lo que podía mentarse con menos ofensa de su modestia, siendo al mismo tiempo lo más decente y propio en boca del Cura.
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N-1,28,12. No había nombrado el Cura sino una señal, que era la de los cabellos. El cabal régimen de la oración pedía que se dijera señales claras de que, expresando aquí la partícula, y suprimiéndola en el deben de ser; con lo cual se lograba mayor claridad, y se disminuía la repetición de este monosílabo, que con su continua presencia desluce, como ya hemos dicho otra vez, la hermosura del idioma.
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N-1,28,13. Están de más las palabras de serlo, las cuales sobrecargan la oración sin añadirle nada. Está también de más el no, con el cual la expresión dice lo contrario de lo que se intenta. Ningún mal, debiera decir, puede fatigar tanto, ni llegar tan al extremo, que rehuya de escuchar siquiera el consejo. Sobra igualmente el no en el pasaje de más abajo: ni la soltura de mis cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi lengua, cuyas palabras envuelven además una idea falsa, porque la soltura de los cabellos, según aparece por la relación misma, bien había permitido que la lengua fuese mentirosa; lo que había estorbado era que fuese creída.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,28,14. No está explicado con propiedad. La honra puede vacilar en la opinión, pero no en la intención de los demás. No tiene que ver la intención de uno con la honra de otro: la honra depende del concepto ajeno, pero no de miras y proyectos ajenos.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,28,15. En el capítulo XXIV cantó Cardenio que su patria era madre de los mejores caballos del mundo, expresión que indicaba claramente a Córdoba. En el capítulo XXVI se dijo que desde la ciudad de Luscinda, que era también la de Cardenio, había diez y ocho leguas al pueblo de la residencia del Duque; y combinando ambas señas, no puede dudarse que el Duque que se quiso designar fue el de Osuna. Pellicer, en una nota al capítulo XXI de la primera parte, creyó que un Grande, de quien allí se habla, era el Duque de Osuna don Pedro Girón, Virrey que fue de Nápoles y Sicilia, que murió después preso en un castillo de orden del Rey Felipe IV, durante la privanza del Conde Duque de Olivares, como refieren las memorias de aquel reinado. Si la intención de Cervantes en el presente episodio de Cardenio fue indicar algún suceso real y verdadero, como lo hizo en otras ocasiones, no es tan fácil averiguarlo ahora, como lo fue en su tiempo. Cervantes residió muchos años en Andalucía, y recorrió muchos de sus pueblos. Pudo ser testigo de aventuras de esta clase, u oír contar otras anteriores, que pudieron suceder fácilmente en el país de la imaginación y de las pasiones, donde se muestra entre Antequera y Archidona la Peña de los Enamorados, y en Arjonilla la sepultura de Macías.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,28,16. Compárase aquí otra vez a don Fernando con estos dos famosos traidores, como ya se había hecho en el capítulo XXVI, siendo muy reparable el que usasen de la misma comparación Cardenio y Dorotea, que ni aun siquiera se conocían. Como quiera, Dorotea habla con más propiedad, ciñendo la nota de traidor a Galalón, y a Bellido, sin mezclar, como Cardenio, la mención inconexa de Mario y de Sila.
Otras circunstancias repetidas en ambas relaciones de Cardenio y de Dorotea se señalaron en una nota anterior de este mismo capítulo: y éstas y aquéllas pudieron parecer contrarias al crédito de fácil y rica inventiva que tan justamente goza Cervantes, y de que él mismo se preció en el Viaje al Parnaso, donde cuenta que le decía Mercurio:
Y sé que aquel instinto sobrehumano
que de raro inventor tu pecho encierra
no te le ha dado el Padre Apolo en vano.
Pasa, raro inventor, pasa adelante.
Y después decía Cervantes a Apolo:
Yo soy aquel que en la invención excede
a muchos, y al que falta en esta parte
es fuerza que la fama falta quede.
(Capítulos I y IV.)
En otro escritor que no fuese Cervantes, estas repeticiones argÜirían pobreza y escasez de imaginación y fantasía; en él sólo prueban que no volvía a leer lo que llevaba escrito, como ya hemos dicho otras veces.
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N-1,28,17. No se expresa a qué eran aficionados: y si era, como se deja entender, a su hija después de decir padres, es una frialdad añadir aficionados, palabra endeble para expresar la fuerza del paternal cariño. Sospecho que lo erró el impresor, poniendo aficionados en lugar de apasionados: así debió decir el manuscrito de Cervantes.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,28,18. No, sino todo lo contrario; pues lo agradable y dichoso del estado anterior de Dorotea no prueba que lo perdió sin culpa, sino en todo caso que debiera haber puesto mayor cuidado y solicitud en conservarlo. Con respecto a lo que antecede, más natural y consiguiente fuera decir: porque se advierta con cuánta culpa mía me he venido de aquel buen estado que he dicho al infelice en que ahora me hallo.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,28,19. Plinio dijo de los linces en su Historia Natural (lib. XXVII, cap. VII): clarissime omnium quadrupedum cernunt; y de esta creencia, bien o mal fundada, vino la expresión de ojos de lince para denotar los de vista agudísima. Bien fuera menester tenerlos para ver y penetrar el sentido de este pasaje del texto como se halla: los (ojos) del amor o los de la ociosidad por mejor deciràà me vieron puestos en la solicitud de don Fernando. +Qué significa puestos? +Con quién concierta? +Qué quiere decir ojos que me ven en la solicitud de otro? Acaso en vez de vieron puestos diría el original dieron puesto, y entonces cesaba la oscuridad.
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N-1,28,20. Desde los principios de la relación de Dorotea, tuvo Cardenio motivos para sospechar de quién se hablaba, y no fue menester que aguardase a oír su nombre para alterarse y mudar el color del rostro. Un Grande con título de Duque de un pueblo de Andalucía, padre de dos hijos, el menor de ellos embustero y traidor, una labradora vasalla del Duque, hija de padres ricos, hermosa y desgraciada; todas estas particularidades hubieron de excitarle necesariamente a Cardenio la idea de que la que hablaba era la burlada por don Fernando.
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N-1,28,21. El nombre color está usado como femenino. Al presente se cuenta entre los masculinos, y sólo le dan otro género las personas de poca instrucción y cultura; pero nuestros antiguos lo usaban promiscuamente, como masculino unas veces y como femenino otras. Cervantes, en su QUIJOTE, lo empleó muchas veces como femenino.
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N-1,28,22. Es una de las muestras de la flexibilidad, y, por consiguiente, de la riqueza de nuestra lengua, la facilidad de convertir los verbos activos en neutros, según sucede en el texto con el verbo advertir. Lo propio se observa poco antes en este mismo período, donde se dice que el Cura y el Barbero miraron en ello. Igual observación pudiera hacerse con el verbo reparar, de quien son sinónimos en esta acepción advertir y mirar. Los tres pueden unirte como activos y neutros, o según otra nomenclatura, como de acción y de estado, a arbitrio de quien los emplea, y según el uso que quiera hacer de ellos.
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N-1,28,23. De las mismas palabras usó Cardenio en el capítulo XXVI, cuando refería al Cura y al Barbero su historia; otra repetición, que puede agregarse a las que se notaron anteriormente en este episodio.No ha faltado quien tilde la presente expresión como contraria a la regla de que el pronombre debe tener la misma significación del nombre a quien sustituye; y, con efecto, la del pronombre le que se halla en la frase en lugar de cuento, tiene significación diversa. Cuento aquí significa relación, y le significa número. Ambas acepciones, se dice, convienen a la palabra cuento; pero el pronombre, poniéndose en lugar de la misma palabra, no se pone en el de la misma idea.
A mí me parece sobradamente severa esta censura, aunque se esfuerce con la consideración de que así se puede perjudicar a la claridad, que es el dote primario y principal de todo lenguaje. Pero esta razón milita también contra los equívocos, que, si usados con exceso, son dignos de reprensión, tampoco deben excluirse absolutamente del discurso, y empleados con sobriedad le sirven de gala y adorno, como enseñaron con sus reglas y ejemplo Cicerón y Quintiliana.
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N-1,28,24. Basta pasar la vista por el texto para conocer las palabras que Cervantes debió tachar o enmendar en su borrador, dejándolo en esta forma: Todo lo cualàà me endurecía como si fuera mi mortal enemigo, y como si todas la obras que... hacía las hiciera para el efecto contrario. También pudo decirse: Me endurecía de la misma manera que si fuera mi mortal enemigo, y que si todas las obras que para reducirme, etc.
Otro tanto sucede pocos renglones después: Que en esto, dice, por feas que seamos las mujeres, me parece a mí que siempre nos da gusto el oír que nos llaman hermosas: donde es claro que sobra y debió borrarse el en esto. En ambos lugares procedió Cervantes con su negligencia ordinaria.
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N-1,28,25. Los padres de Dorotea debían de tener presente aquella letrilla antigua:
Madre, la mi madre,
guardas me ponéis:
si yo no me guardo,
mal me guardaréis.
Esta letrilla pertenece a aquel género de composiciones ligeras que nuestros antiguos poetas solían poner en boca de las doncellitas tiernas hablando con su madre; las hay sumamente naturales, sencillas y graciosas.
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N-1,28,26. El inconveniente o estorbo que aquí se trataba de poner a la pretensión de don Fernando no era así como quiera algún inconveniente, sino un obstáculo invencible, que cerrase la puerta a toda esperanza: el pensamiento no está bien explicado.
Tampoco es adecuada la calificación de injusta que se da a la pretensión; más le convenía la de loca o descabellada.
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N-1,28,27. No era ciertamente sospecha, puesto que, según acaba de decirse, don Fernando lo supo; y lo que se sabe no se sospecha.
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N-1,28,28. Por temor de que, diríamos ahora. Pudiera omitirse el por descuido, y estaría mejor, evitándose así la incorrecta repetición del régimen por.----La partícula no pudiera también haberse omitido sin inconveniente, porque aquí no niega.
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N-1,28,29. +Qué cosa es la soledad del silencio? Hubiera sido preferible suprimir lo del silencio y dejar sólo en la soledad de este encierro, o, conservando lo del silencio, decir: En la soledad y silencio de este encierro, que es como regularmente estaría en el original.
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N-1,28,30. Este discurso, en que las ideas se presentan de un modo lánguido y embarazado, pudiera corregirse sólo con añadir una letra dividiendo convenientemente por su medio el período. No sé cómo es posible que tenga tanta habilidad la mentira, y que las sepa componer (las razones) de modo que parezcan tan verdaderas.
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N-1,28,31. Sola por traición de la criada, aunque en su casa y entre los suyos. Mal ejercitada, esto es, sin conocimiento ni experiencia de casos semejantes.
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N-1,28,32. Puede creerse que el original diría no es de pensar o no hay pensar.
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N-1,28,33. Hacienda en castellano antiguo solía significar lo mismo que negocios, cosas, asuntos, de lo que ofrecen multiplicados ejemplos los libros de Caballerías. Verdad es que engañados fuisteis; y por ventura yo sé más de vuestra hacienda de lo que vos cuidáis: así hablaba un caballero viejo a Amadís de Gaula y a su hermano don Galaor, que habían sido presos en la Floresta malaventurada por engaño de Madásima, señora de Gantasí. Y más adelante, en la misma historia decía la Reina Brisena a su hija Oriana sin conocerla: Buena doncella, pues que vuestra voluntad ha sido que no vos conozcamos, ruégoos que desde donde fuéredes me fagáis saber de vuestra hacienda, y me demandéis mercedes, que de grado os serán otorgadas (Amadís de Gaula, caps. XXXII y LVI).
Lo propio se ve en varios pasajes de la crónica de Amadís de Grecia, como donde se cuenta que el pastor Darinel, a petición de los donceles Florisel y Garinter, les dijo toda su hacienda, diciéndoles tanto de la hermosura de Silvia, que, etcétera. (parte I, cap. CXXXI). En Palmerín de Oliva le decía a éste Maulerín: Amigo, ruégoos que no nos neguéis cosa de vuestra hacienda (cap. CXXV). Buena dueña, así hablaba Policisne a una vieja que, habiendo quemado el hueso de un muerto, echaba las cenizas en un vaso de oro, por la fe que a Dios debéis, que me digáis de vuestra hacienda (Policisne de Boecia, cap. LVII). Belianís, después de haber desencantado a don Serafín de España, le ofrecía acompañarle, aunque de mi nombre y hacienda, añadía, no sepáis más de que soy un caballero andante, que el de los Basiliscos me llaman (Belianís, lib. I, cap. I). Finalmente, la historia de don Florisel cuenta que unas doncellas, hablando con don Rogel de Grecia en el castillo de Alcacén, le decían: No hay tiempo para daros cuenta de nuestra hacienda (parte II, capítulo CLVI); las doncellas eran hijas del Rey Turín y nietas del Soldán de Persia. El lector, sin duda, hallará poca conexión entre las dignidades del abuelo y del padre.
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N-1,28,34. Barata es cambio o contrato atropellado y fraudulento. De aquí el barato que se da o cobra en el juego, la palabra baratero, que es el que lo cobra de grado o por fuerza, y la frase meter a barato, que se aplica a los que en embrollan y precipitan de mala fe algún negocio para Este es don Fernando, aunque disuena un poco tal modo de indicarle, como si fuese persona de poca importancia.
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N-1,28,35. Este es don Fernando, aunque disuena un poco tal modo de indicarle, como si fuese persona de poca importancia.
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N-1,28,36. Viene a ser lo mismo que la razón de la sinrazón que ridiculizó el mismo Cervantes en Feliciano de Silva.----Repítese más adelante la misma expresión del texto en el capítulo LI, donde se lee: Los pocos años de Leandra sirvieron de disculpa de su culpa.
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N-1,28,37. Esto no es decir nada. La intención de Dorotea, y lo que arrojaba de si lo precedente, era decir que los juramentos, lágrimas y gentil disposición de don Fernando pudieran rendir a otro más libre y recatado corazón que el suyo, y así parece que debiera haberse dicho.
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N-1,28,38. Lenguaje desaliñado. Si el apetito es el que pide, parece que también ha de ser el que alcance, y según esto, no debió decirse alcanzaron, en plural, sino alcanzó, en singular; mas en este caso parecería natural que se atribuyese la acción de apartarse al apetito, y quedaría aún más desconcertado el discurso. Estuviera mejor, y por lo menos más claro: Después de cumplido aquello que el apetito pide, el mayor gusto que puede venir es apartarse de donde se cumplió.
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N-1,28,39. Los que escriben con corrección procuran, cuando un solo infinitivo va, como aquí, con dos verbos determinantes, que éstos tengan un régimen común. En el pasaje presente, lejos de guardarse esta regla, tan conforme a la razón, se atribuyó a los dos verbos tener ánimo y acordarse un régimen que no conviene a ninguno de ellos. Acordarse, en la forma pasiva o impersonal que aquí tiene, pide un sujeto sustantivo o sustantivo sin preposición. Podría decirse: Se me acordó (esto es, me vino a la memoria) el encargo; pero no: Se me acordó del encargo. Este último régimen sería del caso si el verbo acordar se usase en forma de reciproco y le acompañase un solo pronombre, como me acordé del encargo. Conforme a lo cual pudo decir Dorotea: No me acordé de reñir a mi doncella, o no se me acordó reñir a mi doncella. De ambos modos estuviera bien; pero no es lo mismo no se me acordó de reñir a mi doncella. Igualmente pudiera decir: No tuve ánimo para reñir a mi doncella; pero está mal. No tuve ánimo de reñir a mi doncella. Las preposiciones de y para tienen diferente oficio, y no pueden promiscuarse; tener ánimo de es tener intención y voluntad; tener ánimo para es tener resolución y valor, que es lo que significa en el presente pasaje.
Dentro del mismo período se dice: Aún no me determinaba si era bien o mal el que me había sucedido. Sobra en esta expresión el primer me, cuya agregación da al verbo determinar una significación inoportuna en este pasaje. Determinar es operación del entendimiento (de esto se trata aquí): determinarse lo es de la voluntad.
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N-1,28,40. Es de notar la anticipación del pronombre aquella a noche, a quien representa: lozanía del habla castellana, en que no habiendo, como no hay, oscuridad, nada encuentro de reprensible.----Camino equivale a medio, conducto: se indica la intervención de la doncella medianera, o, por mejor decir, cómplice de don Fernando.
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N-1,28,41. Con el transcurso del tiempo se mudan en el lenguaje no sólo las palabras sino también el régimen o modo de enlazarlas: ahora diríamos al oilla. De igual modo que Cervantes, dijo Garcilaso en boca de Salicio (égloga I):
Albano, deja el llanto, que en oíllo
me aflijo.
Antes contó Dorotea que don Fernando los más días iba a caza, ejercicio, dice, de que él era muy aficionado. Actualmente no se sufriría este régimen: decimos, aficionado a y no aficionado de; pero en este y otros puntos de igual clase, la regla fue el uso del tiempo en que se escribía.
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N-1,28,42. Parece facilidad demasiada, y, por lo tanto, inverosímil en la discreta Dorotea, a no ser que ésta lo juzgase absolutamente necesario. El suceso manifestó los inconvenientes de esta revelación por el atrevimiento que ocasionó en el zagal, según que en adelante se refiere.
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N-1,28,43. No faltará quizá ahora quien lo tache de galicismo; mas no por eso se podrá decir que lo fuese en lo antiguo. Ya se advirtió en otra ocasión que los idiomas castellano y francés (y lo mismo digo del italiano), como hijos de una madre, que es latina, debieron asemejarse más en sus principios que al presente; y las personas versadas en la lectura de libros antiguos de los expresados idiomas, tienen ocasiones de comprobar esta verdad con ejemplos.
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N-1,28,44. Mejor adonde quería, porque el adverbio adonde lleva embebido el régimen que pide el verbo llegar, que es a.----En el capítulo XXVI dijo Cardenio que estando ausente, el enojo contra don Fernando y el temor de perder a Luscinda le pusieron alas, pues así como en vuelo se puso en su pueblo al otro día. El viaje era el mismo; pero fue natural que Cardenio lo hiciese más de prisa que Dorotea.
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N-1,28,45. En la relación que precede, unas veces habla Dorotea y otras el sujeto a quien había encontrado y preguntado; éste cuenta unas veces lo que a él le habían dicho antes, y otras cuenta Dorotea lo que entonces le dijo el encontradizo. De Dorotea son las expresiones: Díjome la cosa y todo lo que había sucedido... Díjome que la noche que don Fernando se desposó con Luscinda, etc. supe más: que el Cardenio se halló presente. El otro habla en las expresiones siguientes: Cosa tan pública en la ciudad, que se hacen corrillos para contarla... Todo lo cual dicen que confirmó una daga... Dijeron más: que luego se ausentó don Fernando, etc. Tan revuelta y repetida alternativa se verifica sin transiciones ni cosa que la prepare, anuncie ni explique: de donde resulta por necesidad una disonancia y oscuridad que descompone y afea el pasaje. No es como cuando se va contando de una persona, y, dejando de repente el tono de narración, se introduce al sujeto mismo, que sigue hablando en propia persona. Este artificio, de que se hallan ejemplos en Cervantes y en los clásicos antiguos y modernos, no se opone a la claridad, y suele dar calor y viveza al discurso; pero no es el caso presente.
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N-1,28,46. Modo tan familiar de hablar, que toca ya en bajo. De casa de su padre, es como debió decirse.
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N-1,28,47. Según el uso común actual se echa de menos el artículo: De lo que perdían el juicio sus padres; pero en otro tiempo solía omitirse antes del relativo, y así es frecuente en el texto de nuestras antiguas leyes y cartas reales, donde, después de dar la razón de lo que se dispone, se concluye de ordinario diciendo: Por que os mandamos y ordenamos, etc. En estos casos por que son dos palabras, e indican consecuencia de lo que se ha dicho, así como el porque, cuando forma una palabra sola, es conjunción que indica la causa de haberlo dicho.
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N-1,28,48. Bando es parcialidad, partido, facción; y poner en bando será poner en cuestión, y, por consiguiente, en duda. Dorotea tenía perdidas totalmente las esperanzas; pero empezó a reanimarlas y a darles algún ser, aunque dudoso, la noticia que acababa de recibir acerca de la boda de Luscinda y su fuga de la casa paterna, pareciéndole que aún no estaba del todo cerrada la puerta a su remedio.
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N-1,28,49. Fantasía, palabra de origen griego, adoptada en el idioma toscano, de donde el autor del Diálogo de las lenguas deseaba se trasladase a nuestro romance con otras que allí (pág. 127) cita, y se encuentran ya en el QUIJOTE; verbigracia: Entretener, novela, cómodo, pedante. Cervantes hubo de emplearlas, o porque se adoptaron en Castilla durante el tiempo que medió entre escribirse el Diálogo y el QUIJOTE, que es lo más verosímil, o porque él mismo probó a introducirlas, como hizo con otras. Mas por lo que toca a fantasía, el autor del Diálogo, aunque tan instruido, ignoró que era voz admitida desde muy antiguo entre nosotros, y usada después constantemente por nuestros escritores. +Qué quiere decir fantasía? es el título de un capítulo del libro Septenario, compuesto por el Rey Don Alonso el Sabio en el siglo XII, y descrito por don José Rodríguez de Castro en su Biblioteca española (tomo I, pág. 681). En el mismo siglo, Gonzalo de Berceo en los Milagros de Nuestra Señora (copla 443) decía:
Ficiéronse las gentes todas maravilladas
tenien que fantasía las hable engannadas.
Usó también la voz fantasía en el sentido de arrogancia u orgullo, corriendo el siglo XV, el Arcipreste de Talavera en su Corbacho (parte I, cap. XXXI): y su contemporáneo Garci Sánchez de Badajoz escribió una copla a su fantasía, que se insertó en el Cancionero general de Sevilla del año 1535 (folio 95), y empieza:
;Oh dulce contemplación!
Oh excelente fantasía!
En el mismo Cancionero se encuentra la palabra fantasía usada otras veces (folios 98 y 175). En el Cancionero general portugués de García de Resende, impreso en Lisboa el año de 1516, se incluyeron algunas composiciones castellanas, y en una de ellas se lee (folio 57):
En gran peligro me veo:
en mi muerte no hay tardanza,
porque me pide el deseo
lo que me niega esperanza.
Pídeme la fantesía
cosa muy grave de ser;
y s′aquesto se desvía,
es forzado padecer.
Supuestos estos antecedentes, no es extraño que se halle, como se halla, la misma voz en la Propaladia, de Bartolomé de Torres Naharro, el cual, aunque escribió en Italia, no tuvo necesidad, según se ha visto, de tomarla de aquel país; ni que se encuentre en nuestros libros caballerescos, de donde pudieran citarse ejemplos; ni tampoco en Garcilaso, que dijo en uno de sus sonetos:
Sospechas, que en mi triste fantasía
Puestas, hacéis la guerra a mi sentido.
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N-1,28,50. Al pronto parece que hay en esto contradicción; mas por lo que sigue, con facilidad se viene en conocimiento de que la intención de Dorotea fue decir que trataba de consolarse con fingidas esperanzas, sin tener motivos verdaderos de consuelo.
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N-1,28,51. Hay repetición o por lo menos redundancia en hallazgo y hallase.---- hallazgo es premio que se da a quien presenta una alhaja perdida, como albricias el que se da al primero que trae una noticia agradable.----Se sigue diciendo dentro del mismo período: Oí decir que se decía, etc. Es otra incorrección como la pasada, y tan fácil de corregir como ella y otras muchas. Aquí bastaba borrar la palabra decir para enmendar la expresión y dejar más corriente y claro el discurso.
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N-1,28,52. Sospecho que venida es error de imprenta por huida, y que sobra también la última letra del sino. Según lo cual debería leerse: Pues no bastaba perderle (el crédito) con huída sin añadir el con quién. Se lamentaba Dorotea de la mengua que su fuga producía en su reputación y buen nombre, agravándola a más la circunstancia de ser en compañía de sujeto de tan baja esfera como era el zagal.
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N-1,28,53. Fe de fidelidad es pleonasmo; sobra la fe o la fidelidad, y debió decirse: Titubear en la fe, o bien en la fidelidad que me tenía prometida.
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N-1,28,54. En las Observaciones sobre el Quijote, que más bien pudieran titularse contra el Quijote, impresas años pasados en Londres (carta VI), se calificó de impropia en este lugar la aplicación de espesa, calidad que conviene, se dice, a los bosques y no a las montañas. No lo creyeron así nuestros antiguos, que dieron a montaña el significado de bosque (como se da también a monte hoy en día), y le aplicaron este mismo adjetivo. Del Cancionero general de Valencia del año 1511 se copió en la Floresta, de Bolh (tomo I, núm. 131), un romance de don Juan Manuel a la muerte de una dama llamada Casta, que falleció a la edad de veintidós años, y allí se dice:
En una montaña espesa,
no cercana de lugar,
hizo casa de tristura,
que es dolor de la nombrar.
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N-1,28,55. Bueno por ironía.----Este incidente, sin ser inverosímil, degrada y envilece el carácter de Dorotea, tanto por sí mismo como por referirlo ella, y disminuye, por consiguiente, el interés que deben inspirar sus desgracias. Bien veo que el fabulista quiso hallar con esto ocasión aparente para que Dorotea quedase sola sin el criado, y proporcionar así que pudiera entrar en la farsa que preparaban el Cura y el Barbero para sacar a Don Quijote de Sierra Morena; pero fuera preferible usar de otro medio más acomodado, que no hubiera podido faltar a la fecunda imaginación de Cervantes.
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N-1,28,56. Si eran justas, no podían ser feas. Quiso decir, que fueron duras, ásperas, desabridas, como la mala conducta del zagal merecía.
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N-1,28,57. Propósito es disposición interior del ánimo, y por esto no le conviene la desvergÜenza, que no cabe sino en lo que se manifiesta exteriormente por palabras o por acciones. Pudiera decirse desvergÜenza de sus propuestas, pero no de sus propósitos; éstos, para ser propuestas, necesitan manifestarse con las palabras.
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N-1,28,58. La misma relación que se está haciendo de las desgracias de Dorotea suministra pruebas de lo contrario, y de que la Providencia, por sus altos juicios, deja algunas veces prosperar las intenciones de los malos, y malograrse las de los buenos. Hubiera sido mejor borrar o ningunas.
Las palabras ningunas veces presentan una idea repugnante; en ninguna vez no cabe plural.
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N-1,28,59. El sobresalto y el cansancio pueden permitir, pero no pedir ligereza. Téngolo por errata en vez de permitían, que es como regularmente estaría en el manuscrito original de Cervantes.
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N-1,28,60. Vuelve a incurrirse en el inconveniente que se notó arriba, y la repetición lo hace todavía de peor efecto: Dorotea se presenta otra vez envilecida. Las cosas posibles y aun verosímiles no deben traerse a colación ni ponerse en escena cuando perjudican a la intención y objeto principal del fabulista.
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N-1,28,61. Se despeña por un derrumbadero, mas no de un derrumbadero. Menos todavía se despeña de un barranco, sino a un barranco; barranco lleva consigo la idea de profundidad, y sería como si se dijera despeñar de un pozo.----Despeñar y despenar son verbos privativos que se derivan de peña y pena; despenar se dice cuando quitando la vida a quien padece, se supone que se le saca de pena. Una tilde produce la diferencia entre estos dos verbos, con que aquí juega ingeniosamente Dorotea, aunque su situación no es en verdad la más propia para usar de esta clase de figuras, más convenientes al estado de felicidad y contento que al suyo.
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N-1,28,62. La palabra disculpa no es del caso. Se disculpa el que responde a una reconvención de culpa, no el que desecha una propuesta que se le hace de incurrir en culpa. La de este último no es disculpa, sino repulsa.----íCuántas imperfecciones y descuidos notados en un solo capítulo! Perdone la sombra de Cervantes, si su comentador ha creído que fue hombre grande, pero hombre; ingenioso sin igual, pero incorrecto; respetable, pero menos que la verdad y la razón.

[29]Capítulo XXIX. Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar a nuesrtro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto
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N-1,29,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,29,2. La menudencia con que se cuenta en el QUIJOTE la historia de Cardenio y Dorotea la hace difusa y larga con exceso. Los episodios, dijo el mismo Cervantes por boca del anciano Mauricio en la novela de Persiles y Segismunda (lib. I, cap. XV), los episodios que para ornato de las historias se ponen, no han de ser tan grandes como la misma historia. Deben ser lo que las figuras de segundo término en la pintura, que no han de estar tan menudamente dibujadas y tan concluidas como las del primero, imitándose en ello a la naturaleza, en la cual no se distinguen tan bien los pormenores de lo que está a mayor distancia. Cervantes hubo de hacerse cargo del mal efecto que produce lo difuso de esta relación, que él mismo la llamó larga al fin del capítulo XXVI; y para disimularlo la dividió en varios trozos, según se observó en dicho lugar.
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N-1,29,3. La presente edición ha puesto al pensar en vez de el pensar, como ponen las ediciones anteriores. Pero aun así queda desordenado el lenguaje y confuso el pensamiento. Es tanta la vergÜenza, pudiera haberse dicho, que me ocupa sólo al pensar que tengo de parecer a su presencia, no como ellos pensaban y de mí debían prometerse, que tengo por mejor desterrarme para siempre de su vista.
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N-1,29,4. Desde que Cardenio se encuentra con el Cura y el Barbero en el capítulo XXVI, no vuelve a dar muestras ni señas de aquella furia que se describió en los capítulos XXI y XXIV. Hubo de deberse la mejora a los consuelos y discretas reflexiones del Cura, y a que los nuevos incidentes empezaban a indicar como posible algún remedio a sus desgracias. La esperanza es ya parte, y no pequeña, del bien que se espera.----En la pregunta de Cardenio, según se lee en el texto, está mutilada la conjunción conque, por donde había de empezarse: En fin, señora, +conque tú eres la hermosa Dorotea? Así lo pide el modo usual de preguntar a consecuencia de lo que acaba de oírse.
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N-1,29,5. Esta pregunta, tan propia en el caso presente, llama la atención sobre la inverosimilitud de que la discreta Dorotea no hallase tropiezo en la presencia de un hombre desconocido y de tan mala traza para contar llanamente todas las particularidades de su historia, aun las que habían de costar más repugnancia al pudor mujeril y al amor propio de quien las refería. En esta parte, Dorotea presenta más desenfado del que corresponde a una doncella encogida y criada con el recato que ella misma dijo al principio de su relación.
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N-1,29,6. Disuena la triplicación del pronombre me en esta frase, y todo el período estaría mejor diciéndose: soy el desdichado Cardenio, a quien el mal término de aquel que a vos os ha puesto en el que estáis, ha traído a que le veáis cual le veis. El texto, cuando dice soy el Cardenio a quien me ha traído, no está del todo bien, y ofenderá quizá a los oídos delicados. Lo mismo sucede en la expresión que viene poco después: yo soy el que me hallé presente, etc. Mejor está lo que sigue: yo soy... el que aguardó a oír... yo soy el que no tuvo ánimo, etc. Aquí los verbos están en la misma persona que el sujeto, lo que no sucede en la parte anterior del discurso.
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N-1,29,7. Habla Cardenio de la escena del desposorio que él mismo había descrito en el capítulo XVI; pero allí sólo se cuenta de don Fernando que entró en la sala, que dio el si, que entregó el anillo de esposo a Luscinda, y que tomó y leyó el papel que se encontró a ésta en el pecho, de cuyas resultas quedó muy pensativo. No se hallan las sinrazones de don Fernando, que en este lugar dice Cardenio, porque no pueden llamarse tales las acciones que acaban de referirse.
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N-1,29,8. Cardenio, al referir antes menudamente estos sucesos, no hizo mención de tal carta, siendo allí tan oportuno el hacerla. Lejos de eso, cantó que se había partido precipitadamente del pueblo sin despedirse del huésped, y si esto fue así, no se entiende bien cómo pudo dejarle la carta, rogándole que la pusiese en manos de Luscinda.
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N-1,29,9. La partícula que descompone la sintaxis, y se hubiera debido suprimir, o corregir lo que sigue, diciendo: yo os juro de no desampararos... y que cuando con razones no le pudiera atraer a que conozca lo que os debe, usaré entonces la libertad que me concede el ser caballero, etc.----Otra oferta semejante a ésta de Cardenio a Dorotea había hecho Don Quijote a Cardenio en el capítulo XXIV.
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N-1,29,10. Lo que Dorotea hacía aquí de veras con el Caballero Roto de la mala figura lo hace después de burlas con el de la Triste en este mismo capítulo, y allí se mencionarán los muchos pasos parecidos que se leen en los libros de Caballerías, y que en la relación de la presente aventura quisieron remedarse.
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N-1,29,11. Empieza a prepararse la aventura de la Princesa Micomicona, que había de acometer Don Quijote, y es una de las más verosímiles en el plan de la fábula, y de las más apropiadas al estilo de los libros andantes. Cervantes la indica en la añeja expresión, con que imitando el lenguaje de aquellas crónicas, dice por boca de Sancho que Don Quijote estaba determinado de no parecer ante su fermosura (de Dulcinea) fasta que hobiese fecho fazañas que le ficiesen digno de su gracia. Presentándose en tal coyuntura una Princesa injustamente destronada a pedirle el remedio de su cuita, +cómo era posible que nuestro caballero dejara de tomarlo a su cargo?
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N-1,29,12. Requeríase esta circunstancia (que era muy común en las costumbres de aquel tiempo), no sólo para que fuese oportuna la oferta de Dorotea, sino para que fuese también fácil el desempeño del papel de que se encargaba, y que hizo con la propiedad que después veremos.
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N-1,29,13. Cervantes, siguiendo el gusto general de su siglo, dio sobrada intervención al amor serio en sus episodios, especialmente en los de la primera parte. En una composición satírica y festiva como el QUIJOTE, los trances o tiernos o trágicos de los amoríos producen un efecto contrario al tono general de la fábula, a la manera que los donaires y chistes disonarían en asuntos graves y heroicos. En el INGENIOSO HIDALGO se debió propender generalmente a lo jocoso y ridículo, usándose con mucha sobriedad de medios de diversa naturaleza. Nótese este defecto en el episodio de Dorotea, junto con el inconveniente de que una doncella infeliz, prófuga e inconsolable, no sólo se preste con facilidad, sino que se convide ella misma a hacer un papel de farsa y de burla para sacar de Sierra Morena a Don Quijote.
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N-1,29,14. Correspondía que el Cura dijese, no mío sino nuestro o de todos, y así lo manifiestan las razones que a continuación añade.
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N-1,29,15. Sobran las palabras le dijese; o hubo de ponerse pidió en vez de preguntó.----Se echa aquí de menos que Sancho preguntase desde luego la ocasión de que aquella fermosa señora anduviese antes en el traje rústico en que acababa de verla. Tanto más, que ya estaba Sancho presente cuando Dorotea se ofreció a hacer el papel de doncella menesterosa, expresando que sabría fingirlo con propiedad, porque había leído muchos libros de Caballerías; circunstancias ambas que debieron llamar su atención y excitar vehementemente su curiosidad y sus dudas. Hubiera convenido, para evitar este tropiezo, que Sancho llegase después, y no antes de la transformación de Dorotea, puesto que él había de ser el primer engañado en el fingimiento de la aventura que se iba fraguando del gran reino Micomicón.
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N-1,29,16. Esto de ser una hembra heredera por línea recta de varón no deja de tener gracia, y manifiesta la socarronería del Cura y la sandez y tragaderas de Sancho. La desinencia de las tres palabras varón, Micomicón y don, que sigue a poco, produce una consonancia hueca y burlona que ayuda también a aumentar el ridículo.
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N-1,29,17. Buscada, palabra de las que se llaman fácilmente formables, significa la acción de buscar, en cuya acepción no es de uso común, como tampoco lo es quedada, la acción de quedarse, que se encuentra en otros lugares del QUIJOTE y antes en la Galatea (lib. I). El idioma castellano tiene la ventaja de poder emplear con más facilidad que otros esta clase de palabras según la necesidad de quien las forma; bien que en esto, como en todo, conviene tino y discreción para evitar el abuso que pudiera hacerse del privilegio.
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N-1,29,18. Tres síes en menos de un renglón.
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N-1,29,19. Alude Sancho a algunas de las personas que intervinieron en los sucesos de la venta, referidos al moro encantado del candilazo, y a los manteadores, de quienes decía Don Quijote en el capítulo siguiente, que no podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo, alegando en prueba de ello que no pudo, aunque quiso, tomar venganza de la burla que habían hecho a su escudero.
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N-1,29,20. Es graciosísima la prevención de Sancho, y está preparada ya de antemano desde que hablando con el Cura y el Barbero en el capítulo XXVI, se lamentaba de su suerte, si a su amo le daba antojo de ser Arzobispo y no Emperador, siendo posible uno y otro, según le decían. Sancho, temeroso de que se verificase lo del arzobispado, decía antes en este mismo capítulo que si su amo pasaba adelante con la vida que estaba haciendo, corría peligro de no venir a ser Emperador, como estaba obligado, ni aun Arzobispo, que era lo menos que podía ser. Aquí pide al Cura que aconseje a su amo que se case con la Princesa, para que no pueda ser Arzobispo; y no será ésta la última vez que se hable en el QUIJOTE de esta salada ocurrencia.
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N-1,29,21. Gracia significa el nombre de la persona, y es acepción propia del estilo familiar. El autor de la Mosquea la extendió también burlescamente a los animales:
Oyó el Matacaballo (que así era
del Tabanesco Rey la propia gracia)
la novedad que el corazón le altera.
(Canto 3, est. 23.)
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N-1,29,22. La voz alcurnia está tomada aquí impropiamente por denominación. La alcurnia no se toma o se deja, como la denominación; significa ascendencia o serie de ascendientes como descendencia la de descendientes; progenie se aplica a ambas series, anterior y posterior. Covarrubias no dijo bien cuando afirmó en su Tesoro de la lengua castellana que alcurnia significaba también descendencia.----Tuvo Sancho razón en decir que muchos apellidos se tomaron del lugar del nacimiento; éste hubo de ser el origen de varios de los más ilustres, como los Córdobas y los Toledos, otras familias los tomaron de alguna hazaña, como los Girones y Machucas; otras de alguna circunstancia personal, como los Cerdas y Abarcas; otras de sus ocupaciones y ejercicios; otras de algún defecto, mote o apodo; otras de otras cosas, pero lo más común en Castilla desde los principios fue usar de losa apellidos patronímicos, esto es, que indicaban el nombre del padre, y con que algunas veces se designaban hasta los Reyes y Soberanos. Esta costumbre venía ya desde los romanos y griegos: y conforme a ella Fernández significaba Fernandi filius, Sánchez Sanctii filius, Yáñez Joannis filius, Martínez Martini filius, Márquez Marci filius, Jiménez Simonis filius; este último era el apellido de Judas, de lo que no puede dudarse según el Evangelio.
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N-1,29,23. Estaría mejor todo mi poderío en singular, y aun dudo de si este nombre tiene plural. Poderíos se puso en este lugar por esfuerzos.
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N-1,29,24. El autor de las Observaciones sobre el Quijote, que citamos anteriormente, tachó la presente expresión de poco castellana (carta II, página 18); pero en ésta, como en otras ocasiones, procedió con poco fundamento. Dar del azote se dice, como se dice también dar de las espuelas, expresión usada ahora y siempre desde los principios de nuestra lengua, según se ve por la Gran Conquista de Ultramar, donde se halla en los capítulos XC y XCI del libro I. Ambas expresiones dar del azote y dar de las espuelas son comunes en los libros de Caballerías. El de Amadís de Gaula refiere que cuando todavía se llamaba el Doncel del mar, una doncella que venía a caballo le entregó una lanza; y dando, sigue, de las espuelas al palafrén se fue su vía; y sabe que ésta era Urganda la Desconocida (cap. V). La misma Urganda halló después a Amadís de Grecia en una floresta, y después de hablarle, dio del azote a su palafrén y fuese su camino adelante (Amadís de Grecia, parte I, cap. VII). El doncel que llevaba el pergamino con los retratos de Onoria, Lucela y Niquea, y había encontrado al mismo Amadís de Grecia, queriendo apartarse de él, dio del azote al rocín, y a todo correr se metió por unas grandes arboledas (Ib., parte I, capítulo XLVI). En Florisel (parte II, cap. LXIX) se cuenta de dos doncellas que toman sus arpas, y... dando del azote a sus palafrenes, a mucha priesa se van. Y en otro lugar (cap. CLI) se dice, que Galtacira y sus compañeras llorando lo siguen en sus palafrenes, dándoles de los azotes con tanta priesa cuanta podían llevar. En Florambel de Lucea, el enano de don Rolín de Elibe firió del azote a su rocín y dijo: a Dios quedéis encomendados, que no me puedo más detener (libro I, cap. X). En la historia del Caballero de la Cruz se lee: el escudero, dando del azote a su palafrén, se fue por donde el Caballero de las Doncellas iba (lib. I, cap. XVI). En otro paraje (Ib., cap. LII): y dando la doncella del azote a su palafrén, los caballeros la comenzaron a seguir. En Policisne de Boecia (cap. LVII), una vieja hechicera prorrumpía en las blasfemias que allí se cuentan, y diciendo esto, dio del azote a su palafrén, que sobre él lo hizo saltar tan recio que el Caballero de Escudo cayo... y aguijó tan apriesa, que el diablo parecía ir tras della. La misma volvió a encontrar a Policisne (Ib., cap. LVI): y ella, dando del azote a su palafrén, pasó adelante. Finalmente, Dinara, doncella de la Sabia Ardémula, que la enviaba a cierta comisión, besando las manos a su señora, y tomando un palafrén muy andador, se partió hiriéndolo del azote, que lo hacía caminar tan recio, que Ardémula la perdió luego de vista (Ib., cap. XCV). Paréceme que no puede quedar duda de que la frase dar del azote es natural y vecina de Castilla.
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N-1,29,25. Juega Cervantes con las palabras Barbero y barbado esta última alude a la cola de buey que el Barbero se había acomodado al rostro para disfrazarse, y de que solía estar colgado el peine del ventero.
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N-1,29,26. Cuando Amadís de Gaula se encargó de vengar a Briolanja del tuerto que la había hecho Abiseos, usurpador del reino de Sobradisa, Briolanja se le humilló tanto, que los pies le quiso besar; mas él, con mucha vergÜenza se tiró afuera Así lo cuenta la historia de Amadís (cap. XLI). Y más adelante: un día por la tienda de Agrages una dueña del reino de Noruega, cubierta toda de negro, que se echó a los pies de Agrages, demandándole muy afincadamente que la quisiese socorrer en una gran tribulación en que estaba. Agrages la hizo levantar, y la sentó cabe sí, y demandóle que le dijese qué cuita era la suya (cap. XCXX).
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N-1,29,27. Es evidente que Cervantes quiso remedar y ridiculizar aquí el lenguaje anticuado de los libros caballerescos, como lo hizo también en otras ocasiones.----En la historia del Caballero de la Cruz se refiere que una doncella cubierta de luto entró en el palacio del Emperador de Constantinopla, y preguntó cuál era allí el Caballero de Cupido. Mostróselo el Emperador, y entonces la doncella, hincando los hinojos ante el Caballero de Cupido, que por mucho que con ella porfió no se quiso levantar, comenzó a decir que venía a pedirle un don. Por supuesto, se lo concedió el caballero.----Policena, entrando a dar gracias a don Belanio, Emperador de Constantinopla, por haberla restablecido en el trono de Troya, se hincó de rodillas, y no bastando las instancias del Emperador a hacer que se levantase, se arrodilló también él; en cuya postura le arengó Policena (Belianis de Grecia, lib. II, cap. XXXII), como hizo Dorotea con Don Quijote; pero éste fue menos cortés que don Belanio, y se mantuvo en pie.
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N-1,29,28. En todas ellas (las fiestas) Zair llevó la prez y honra de mejor caballero, como se lee en la crónica de Amadís de Grecia (parte I, capítulo I); por donde se ve que alguna vez se usó prez como femenino, aunque ordinariamente se usa como masculino. Significa el honor, el lauro, el premio de alguna calidad o acción loable, adquirido en competencia con otros.
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N-1,29,29. Facienda es lo mismo que hacienda, convertida en h la f, como era frecuente al pasar los vocablos del latín al castellano. Así se dijo halcón de falco, herir de ferire, hacer de facere, haz de fax, hoz de falx, holgar de focus, y a este tenor otros muchos. Sobre la significación de hacienda se trató en una nota del capítulo precedente. Facienda es voz puramente latina, que, en su sentido primitivo significa quehaceres, o cosas que hay que hacer, y, por consiguiente, su uso en castellano es todavía más antiguo que el de hacienda. En la Crónica general del Rey don Alonso el Sabio se cuenta (Al año 14 de don Alfonso el Casto) que, habiendo anunciado un astrólogo al Miramamolín Ixeca que viviría poco, Ixeca, con miedo de la muerte, enderezó bien su facienda esto es, arregló sus negocios y cuanto tenía que hacer.
En el Conde Lucanor se usa de la misma voz repetidas veces. En el capítulo V se dice de un Emperador que había casado con una señora de alta guisa, pero de genio bravo y enojoso: Desque esto vio, fuese para el Papa, et contóle toda su facienda. En el cap. IX se refiere a la historia de dos caballeros que vivían en Túnez con el Infante Don Enrique de Castilla, y no pudiendo mantener dos posadas, ni hacer que sus caballos estuviesen juntos en una cuadra, contaron su facienda a don Enrique. En el cap. X, hablando de un enfermo, se dice que envió por dos religiosos, e ordenó con ellos la facienda de su alma.
En los Milagros de Nuestra Señora, escritos por el poeta Berceo, una mujer, en cuyo favor se había hecho uno, decía:
Asín fo mi facienda, como yo vos predigo,
fizo Santa María grand piedat conmigo.
Gutierre Díez de Gámez, alférez y cronista de don Pero Niño, Conde de Buelna, refiere que, habiendo sido hospedado el Conde en una quinta del Almirante de Francia, y obsequiado magníficamente por éste y su mujer, fue tan amado a buena parte de Madama por las bondades que en él veía, que fablaba ya con él algo de su facienda (parte I, cap. XXXI).
Andando el tiempo prevaleció el uso de la voz hacienda. Beltenebrós, en el libro de Amadís de Gaula, al confesarse con el santo ermitaño, lo hizo diciéndole toda su hacienda, que nada faltó, pidiéndole al mismo tiempo que en cuanto con él morase, no dijese a ninguna persona quién era ni nada de su hacienda (capítulo XLIX). Finalmente, la voz hacienda se anticuó en su primitiva significación, y quedó aplicada a las fincas rurales, por las labores que necesitan y los quehaceres que dan a sus dueños.
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N-1,29,30. Dorotea, que se había encargado de hacer este papel porque había leído muchos libros de Caballerías y sabía bien el sitio que tenían las doncellas cuitadas cuando pedían sus dones a los andantes caballeros, tuvo presente, sin duda, aquel pasaje en que Amadís y Grasandor, acabados de desembarcar en la ínsula Firme, entraron a hacer oración en un monasterio, a cuya puerta hallaron una dueña que no conocían, vestida de paños negros y dos escuderos con ella y sus palafrenes. Oyendo la dueña que aquel era Amadís, atendiólo a la puerta de la iglesia; y como lo vio venir, fue contra él llorando, e hincó los hinojos en tierra, e dijo: Mi señor Amadís, +no sois vos aquel caballero que a los atribulados e mezquinos socorre, en especial a las dueñas e doncellas?... Pues, yo, como una de las más atribuladas e sin ventura, os demando misericordia e piedad... Amadís la quiso levantar, mas no pudo... La dueña le dijo: Creed que estas mis rodillas nunca deste suelo serán levantadas fasta que por vos me sea otorgado esto que demando (Amadís de Gaula, cap. CXXX).
Sería no acabar si se hubiesen de referir todos los pasos semejantes a éste que se leen en los libros caballerescos. La doncella que encontró don Belianís de Grecia en la Cueva Encantada, llegándose al Príncipe, se le hincó de rodillas... No me levantaré, dijo ella, hasta que por vos me sea un don otorgado. Yo vos lo otorgo, graciosa señora, dijo el Príncipe, pues, otra cosa no deseo más que servir a las tales como vos. Muchas mercedes, dijo ella, que no se esperaba menos de tan alto y excelente Príncipe (Belianís, lib. I, cap. I).
Estando don Policisne de Boecia muy mal herido a la orilla del mar, llegó la doncella Fidea en un batel guiado por un grifo, y acercándose a la peña en que Policisne estaba recostado, le dijo: De aquí no me levantaré hasta que me otorguéis un don... Señora, pedid, que otorgado os será... Pues, conviene, dijo Fideo, que luego sin más parar os vais conmigo en aquel barco, que esto es lo que ahora me habéis otorgado; y no queráis por ahora preguntar más de mi hacienda (Policisne, cap. LXXVI).
Antes que Dorotea, había ya remedado estos pasajes el mismo Don Quijote en su primera salida, cuando, deseoso de que le armase el ventero, se hincó de rodillas ante él diciéndole: No me levantaré jamás de donde estoy fasta que la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero... El ventero... le hubo de decir que le otorgaba el don que le pedía. No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, respondió Don Quijote; y así os digo que el don que os he pedido y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es, etc.
Se ve por todos estos pasajes que el estilo era exigir la promesa y otorgamiento antes de explicar lo que se pedía. Ejemplos hay de ello ya desde el libro de Tristán, que es uno de los más antiguos de Caballerías; y en el de Amadís y otros los hay de los compromisos y dificultades en que solían verse los caballeros al saber lo que eran los dones otorgados anteriormente a ciegas y sin conocimiento.
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N-1,29,31. Don Quijote en esta ocasión anduvo más prudente y precavido que don Florarlán de Tracia, llamado el Caballero del Fénix. Habiendo este caballero otorgado un don que le pidió la doncella Galarza, a quien encontró casualmente en un bosque, declaró la doncella que el don pedido a don Florarlán era su amor. Aquí fueron los apuros del paladín, que lo tenía ya prendado en otra parte, estando preso de la hermosura de la Reina Cleofila. La historia cuenta el combate que sostuvo contra seis caballeros y las heridas que le costó el quedar libre y quito de su imprudente promesa (Florisel de Niquea, parte II, cap. V).
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N-1,29,32. Incidente que tiene tanta gracia como verdad, atendido el carácter de Sancho y la impaciencia con que deseaba que su amo tomase a su cargo aquella aventura.
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N-1,29,33. Esta expresión en rigor significa lo contrario de lo que suena; pero así se usaba cuando se escribió el QUIJOTE. Quería decir Sancho que el don que se pedía a su amo en una friolera de poca dificultad e importancia, pues, sólo era matar a un gigantazo. Y usó Cervantes de este aumentativo para hace resaltar más la baladronada que envuelve la expresión de Sancho.
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N-1,29,34. De Guinea, había dicho anteriormente el Cura a Sancho que era el reino Micomicón; y no se ve lo que pudo dar motivo a que Sancho la llamase de Etiopía. Verdad es que Sancho no tenía grande obligación de distinguir entre el poniente y el levante de áfrica; pero la mudanza y sustitución de un nombre por otro no era verosímil en un pobre idiota que no debía saber más de Etiopía que de Guinea. Item: el mismo Sancho, hablando de la costumbre de apellidar a las personas por los nombres de sus pueblos, había dicho poco antes que 1o mismo debía usarse allá en Guinea.
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N-1,29,35. La Partida I, refiriendo las cosas que solían y debían guardar los caballeros, dice Et guardaban aún que a caballero o dueña que viesen en auto de pobreza o por tuerto que hoviesen rescebido de que non podiesen haber derecho, que puñasen con todo su poder en ayudallos cómo saliesen de aquella cuita (tit. XXI ley XXI).
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N-1,29,36. Fórmula usada en estos casos por los caballeros andantes, como hemos visto. La doncella jayana Mafaldea, que vino por mar en busca del Rey Amadís de Gaula, a pedirle venganza del gigante Mascarón, se lanzó a sus pies, y le dijo entre otras cosas: Agora vos suplico, señor, que me otorguéis un don, que, para que sea enmendada de un tuerto que recibí, conviene que me lo otorguéis. Yo os lo otorgo, dijo el Rey. Pues, sabed, señor, dijo ella, que el don que me habéis prometido es de iros conmigo en esta barca luego sin otra persona alguna, salvo armado de vuestros arneses, para que me deis derecho de aquel que a mi padre y madre descabezó, que suyas son las cabezas que aquí traigo (Amadís de Grecia, parte I, cap. XXXIX).
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N-1,29,37. Amadís de Grecia dio ejemplo de esta clase de promesa que alguna vez exigían las damas a los caballeros. Desta suerte, cuenta su historia (parte I. cap. LVII), quedó asentada la batalla (entre Amadís y Lisuarte) para de ahí ocho días: y con esto Amadís de Grecia tomó con su doncella, mas antes fue a ver el encantamiento de Urganda, y por cosa del mundo él dejara de probar el aventura, sino que había prometido a la doncella que hasta dar fin a aquel hecho no se ponía en comenzar otra cosa.
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N-1,29,38. Nuestros antiguos escribieron esta palabra con variedad, pero las más veces malenconía. Así la usó la historia del Caballero del Cisne, inserta en la Gran Conquista de Ultramar (libro I. cap. LXXVII), y lo mismo el Arcipreste de Talavera en su Corbacho (parte IV, cap. VI), Malanconía y malancolía se encuentran en el antiguo Poema de Alejandro (coplas 316 y 2103). En el romance viejo del Conde Alarcos decía el Rey a la Infanta su hija:
Contadme vuestros enojos,
no toméis malenconía.
Cervantes, en su mismo QUIJOTE, dijo unas veces malencolía, otras malenconía, otras melancolia. A las locuras de Amadís las llamó malencónicas en la primera parte (cap. XXVI) y de algunos gobiernos insulanos dijo en la segunda (cap. XII) que eran malencólicos. No debe extrañarse esta variedad: en tiempos antiguos, y especialmente en los principios de las lenguas, la escritura debía variar muchas veces, porque no estaba fijado aún el modo de pronunciar las palabras. En los finales de los versos del Poema del Cid tenemos varios indicios de que la pronunciación fluctuaba, y no era siempre como la nuestra.En el uso actual ha prevalecido y quedado sólo melancolía, que es lo más conforme al origen griego de esta palabra, que allí significa humor negro.
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N-1,29,39. Ofreciendo Amadís de Gaula a la Dueña Darioleta que la socorrería en sus cuitas, la dueña, cuando esto oyó, hincóse delante dél de hinojos, e quísole besar las manos, mas él no se las quiso dar (Amadís de Gaula, capítulo CXXVI).
La Duquesa de Nehemara, agradecida a que Florambel había acabado la aventura de la Espada en favor de su hijo don Belistar de España, quiso besar las manos al Caballero Lamentable, mas él no lo consintió (Florambel de Lucea, lib. IV, capítulo XXXVII).
No siempre consiguió la cortesía de los caballeros andantes que las damas dejasen de besarles las manos. Una dueña desconocida, quien en las notas anteriores contamos que en la puerta de un monasterio, hincados los hinojos en tierra, pidió un don a Amadís de Gaula, luego que éste lo hubo otorgado, le trabó de las manos, e a fuerza se las besó. La dueña era la mujer de Arcalaus, y el don prometido la libertad de su marido, enemigo mortal de Amadís, que le tenía preso en una jaula de hierro. Amadís, aunque engañado, no dejó por eso de cumplir su palabra, dio libertad a Arcalaus (Amadís de Gaula, cap. CXXX). Tal era la religiosidad con que guardaban su palabra los caballeros.
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N-1,29,40. Era común en la Edad Media que los caballeros acompañasen sus acciones con la expresión de los sentimientos religiosos que profesaban. No se lee sin interés en el Poema del Cid que este héroe, injustamente maltratado y perseguido al salir de Burgos para su destierro:
La cara del caballo tornó a Sancta María,
Alzó su mano diestra, la cara se sanctigua:
a ti lo agradezco, Dios, que cielo e tierra guías:
válanme tus virtudes, gloriosa Sancta María.
De aquí quito Castilla, pues que el Rey he en ira:
Non sé si entraré y más en todos los mis días.
(Versos 215 y siguientes.)
Así que los caballeros solían empezar sus empresas por la invocación del santo nombre de Dios y lo propio se cuenta de los caballeros andantes en cuyas historias hubieron de describirse las costumbres del tiempo en que vivieron ellos o sus historiadores. Cuando el Rey Perión de Gaula armó caballero a su hijo Amadís sin conocerle, le dirigió estas palabras: En el nombre de Dios; y El mande que tan bien empleada en vos sea (la Orden de Caballería), y tan crecida en honra como El os cresció en hermosura (Amadís de Gaula, cap. IV) Al partir el mismo Amadís para la Gran Bretaña en compañía de la hermosa Grasinda, a cumplirle lo que le había prometido (situación semejante a la de Don Quijote y la Princesa Micomicona), en el nombre de Dios, dijo él, sea todo (Ib. cap. LXXV). Ofreciendo su auxilio el Caballero de Cupido a la doncella Doriana contra Armerio, que había puesto preso a su padre, alzándosele con un castillo, le decía: Cuando vos quisiéredes podemos ir en el nombre de Dios (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo XXXVI). En nombre de Dios, dijo Palmerín a la dueña del Lago, yo iré a combatirme con el caballero (Palmerín de Oliva, cap. LXII). En nombre de Dios, dijo también el Emperador de Trapisonda al salir con Perión de Gaula a cierta aventura, que se refiere en la Historia de Lisuarte de Grecia (cap. XCVI). Florineo, yendo con la doncella Cardenia, y sabiendo que algunos malandrines infestaba el camino, animaba así a la doncella: En nombre de Dios caminemos, que él nos ayudará (Florambel de Lucea, lib. I, Cap. IV). Finalmente, la doncella que guiaba al Caballero Lamentable en la empresa de dar libertad a don Lidiarte, preso por el gigante Luciferno de la Roca Negra, le decía: Pues que vos place caballero, de facer lo que yo vos dije, en el nombre de Dios guiemos facia donde hemos de ir (Ib., lib. IV, cap. X).
Otras veces decían a la mano de Dios, fórmula que es frecuente en las Sergas de Esplandián y demás libros caballerescos, y que repite en ocasión semejante Don Quijote al capítulo XLVI de esta primera parte.
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N-1,29,41. Inversión en el orden de las palabras, que es familiar a Cervantes, en vez de la diligencia con que Don Quijote se alistaba, etcétera. Pellicer lo observó ya en este lugar.
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N-1,29,42. Esto supone que antes se ha hablado de alguna mano de Dorotea; pero no es así, y sobra absolutamente la palabra otra.
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N-1,29,43. No fue la pérdida del rucio, sino la memoria de la pérdida la que en esta ocasión se le renovó a Sancho.----El adverbio donde no está usado con propiedad, porque no designa lugar, que es su oficio.----Renovarse de nuevo es redundancia viciosa.
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N-1,29,44. El pronombre sus produce alguna oscuridad, porque pudiera parecer que se trata de trocar gente por sus vasallos, o de la gente que le habían de dar en cambio de sus vasallos. Suprimiendo el sus, hubiera quedado el sentido más claro, como si se dijera: La gente que le asignasen de vasallos, o por vasallos, o como vasallos.
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N-1,29,45. Se hacen remedios para los males, pero no a los males: y a éstos no se hacen, sino se ponen o dan remedios. Así que estuviera mejor: A lo cual dio luego en su imaginación un buen remedio.
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N-1,29,46. Lo mismo que en quítame allá esas pajas, esto es, en un momento. En un santiamén, en un verbo, en un abrir y cerrar de ojos, son modismos familiares que tienen igual significación.----También suele decirse por un quítame allá esas pajas, esto es, por una causa frívola; dormirse en las pajas por descuidarse.
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N-1,29,47. Dice Sancho de los vasallos futuros que pensaba vender: por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos, esto es, he de convertirlos en plata u oro.---- Llegaos, añade, que me mamo el dedo. Quevedo incluyó en su Cuento de cuentos la frase proverbial de mamarse el dedo, que es actitud de necedad y estupidez; Sancho se la aplica irónicamente a sí mismo, muy satisfecho del expediente que había discurrido para convertir sus vasallos negros en dinero, y éste en algún título u oficio conque vivir descansadamente.----Todas estas cuentas galanas de Sancho, que dicen tan bien con su sandez y codicia, sirven de gusto y risa al lector. Si le divierte la facilidad con que Don Quijote se persuade ser ciertas las aventuras que le presentaba su desvariada imaginación, no le divierte menos la credulidad de su escudero, para quien había sido tan contagiosa la de su amo, que a pesar de haber presenciado la transformación de Dorotea, no le ocurría duda alguna sobre su calidad de Princesa heredera legítima de un gran reino, ni sobre el artificio de la aventura dispuesta por el Cura y el Barbero, a pesar de que éstos le habían advertido que no dijese que los conocía.
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N-1,29,48. Quiere decir, inventor ingenioso de arbitrios y medios para lograr sus intentos. Todos me tenían por travieso y tracista, se lee en la parte primera de Guzmán de Alfarache (libro II, cap. VII).
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N-1,29,49. Repítese la conjunción y con exceso: Y fue que... quitó la barba a Cardenio, y vistióle un capotillo... y dióle un herreruelo negro, y él se quedó en calzas y en jubón, y quedó tan otro, etcétera. Tan excesiva repetición hace lánguido y arrastrado el lenguaje, como se ha observado en otras ocasiones. Nuestros buenos escritores la usaron alguna vez con buen efecto dentro de una misma oración, y también lo hicieron los latinos con la conjunción et; pero esto requiere mucha discreción, y no es para todos los casos. En algunos conviene suprimir del todo la conjunción para dar vigor y rapidez al discurso, de lo que ofrece varios ejemplos muy felices el QUIJOTE.----Se había dicho antes: en calzas y jubón, esto es, con sola la ropa interior: el jubón que se usaba en el siglo XVI cubría el cuerpo y los brazos; las calzas, los muslos y piernas. La ropa exterior era el sayo y el herreruelo o capa: el sombrero y los zapatos acababan de completar el vestido.
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N-1,29,50. Caballo con alas, que según la Fábula nació de la sangre de Medusa, y hallándose en el monte Helicón, hizo brotar de una coz la fuente llamada Hipocrene o Fuente del Caballo. Montado en él Perseo libertó a Andrómeda del monstruo que iba a devorarla; Belerofonte venció del mismo modo a la Quimera, y queriendo subir al Olimpo, fue despeñado por Júpiter. El caballo, trasladado al cielo, fue convertido en la constelación que lleva su nombre.
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N-1,29,51. La cuesta Zulema es un gran cerro que está al sudoeste de Alcalá, a cuyo pie, por la parte del Norte, corre el Henares. En lo alto hay una ermita llamada de San Juan del Viso, y una gran llanura que se cultiva, y donde se han encontrado vestigios de edificios que algunos quieren fuesen la antigua Compluto. Hace ya mención de esta cuesta con el mismo nombre el Arzobispo don Rodrigo, y dice que Alcalá estaba al pie de ella (Historia de los árabes, cap. IX). La forma singular del cerro, sus ruinas, sus minas o grutas subterráneas, la senda que llamaban del Moro, el nombre árabe de Zulema, todas estas cosas juntas darían probablemente origen a cuentos y hablillas populares que oiría Cervantes en su niñez, y una de ellas sería acaso la del moro Muzara que aquí se expresa, si ya no fue invención del mismo Cervantes, cuya feliz inventiva se prestaba tanto a estas cosas, a la manera que lo hizo después en la segunda parte con las lagunas de Ruidera y Cueva de Montesinos.
El Maestro Sarmiento, en un opúsculo suyo sobre este asunto, miró la presente exprsión de gran Compluto, que es el nombre latino que en la opinión común corresponde a la actual Alcalá de Henares, como indicio vehemente de que ésta fue la verdadera patria de Cervantes. Lo que entonces no era más que conjetura, ha venido después a ser verdad incontestable descubierta por don Juan de Iriarte, comprobada por don Vicente de los Ríos y copiosamente ilustrada por don Martín Fernández de Navarrete.
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N-1,29,52. Cervantes suele acumular el aun al todavía, uno de los cuales pudiera muy bien omitirse. Así lo hizo otra vez al principio del capítulo VI de esta primera parte.
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N-1,29,53. Los saludadores, hechiceros, zahoríes y otras clases semejantes de embusteros, solían en el ejercicio de sus profesiones, usar de preces, invocaciones, coplas, fórmulas enfáticas y aun versos de los salmos. De aquí por corrupción se dijo curar por ensalmo, cuando la curación es en breve, con apariencias de milagrosa.----Don Quijote pedía al Cura que le enseñase aquel ensalmo para pegar barbas, y esta petición nada tiene de repugnante supuesto el estado de su cerebro, el cual hacía verosímiles y aun oportunos los despropósitos que en otra cualquiera ocasión fueran intolerables.
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N-1,29,54. Convendría haber expresado que los tres que habían de remudarse eran el Cura, el Barbero y Cardenio; y así se hubiera ahorrado al lector el trabajo de discurrir que Sancho era, entre las cuatro personas de la comitiva, el excluido del beneficio de la muda.
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N-1,29,55. La pregunta del Cura supone que tenía ya noticias de la Princesa. Y +de dónde las tenía, si acababa de hacerse encontradizo de repente, y no podía saber lo que había pasado del suceso? Cervantes no se cuidó de salvar esta inverosimilitud, como le hubiera sido fácil: contó con que la locura de su protagonista excusaba una prevención que con personas de juicio sano fuera necesaria.----Se ve que el Cura, no habiendo tenido bastante tiempo para concertar todas las circunstancias y particularidades con Dorotea, y habiendo ya dicho anteriormente a Sancho que el reino era el de Micomicón, se anticipó, como diestro, a nombrarlo, para que Dorotea lo tuviera presente, y no incurriese en alguna contradicción que descubriese el enredo urdido por el mismo Cura.
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N-1,29,56. Ordinariamente derrota se dice de los viajes por mar, y ruta de los viajes por tierra. Aquí se tiene ejemplo de aplicarse derrota a los viajes terrestres: ruta nunca se aplica a los marítimos.----Dase ahora a Dorotea el tratamiento de vuestra merced; poco antes se le había dado el de señoría, y algo más arriba el de grandeza. Todo contribuye a hacer más risueño y festivo el episodio.
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N-1,29,57. Laguna Meotis o mar de Zavache, golfo del Mar Negro, en que desemboca el río Don o Tanais. Rio Tonay y lago Meótide dijo Rodrigo Fernández de Santaella en la introducción de los viajes de Marco Polo, que vertió al castellano, e imprimió a principios del siglo XVI.----En todo este pasaje se burla el Cura y se divierte a costa de la sandez de Don Quijote y de la simplicidad de su escudero.
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N-1,29,58. Ahora se dice encomendar a, y sólo en las provincias interiores del reino se conserva la expresión de encomendar en Dios, cuando se habla de los difuntos. Antes había variedad; y así en el capítulo siguiente Dorotea dice, conforme al uso actual: yo he acertado en encomendarme al señor Don Quijote.
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N-1,29,59. íQué mezcla de modestia y de orgullo! Y íqué bien pintado está en la inconsecuencia de las ideas el desconcierto de la mollera de quien habla!
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N-1,29,60. He aquí el motivo del viaje, que pretextó el Cura para alucinar a Don Quijote, y esto tan sin apariencia de verdad, que en lugar de continuar hacia Sevilla, y sin alegar excusa para dejar de hacerlo, se volvió en dirección contraria hacia su lugar. No le ocurrió este reparo a nuestro hidalgo, ni fue extraño que no le ocurriera, supuesta su falta de juicio y de raciocinio; pero los lectores, que lo tienen, echan menos el motivo real del viaje del Barbero y el Cura, a quienes encuentran en Sierra Morena como caídos de las nubes, sin que se diga cómo ni cuándo ni a qué habían salido de su pueblo. Este es un hueco que a Cervantes se le olvidó llenar. Otra inadvertencia fue poner en boca del Cura la mención del Barbero, porque conviniendo para el plan trazado por el mismo Cura que el Barbero continuase desconocido, haciendo el papel de escudero de la Princesa Micomicona, pudiera, trayéndolo a la memoria, dar ocasión a que se descubriese la maraña y se frustrase el proyecto. Mucho menos aún convenía nombrar, como ha poco se nombran, las barbas postizas, después del incidente de haberse caído y vuelto a poner por ensalmo. También es reparable, que habiendo contado el Cura que él y el Barbero habían sido robados la víspera, no preguntase Don Quijote qué se había hecho de Maese Nicolás. Todo se remediara con no hablarse aquí del Barbero, lo cual no tenía inconveniente, puesto que su asistencia y compañía para el viaje de Sevilla de ningún modo era circunstancia precisa para la ficción.
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N-1,29,61. íTanto pasar!
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N-1,29,62. Quiere decir son del número de unos galeotes; sentido tan claro, como es clara la injusticia con que se ha tachado este pasaje de galicismo (Observaciones de Foronda, carta VII, pág. 51). En uno de los romances Viejos de Don Gaiferos se lee:
Tantos mata de los moros,
que no hay cuento ni par.
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N-1,29,63. Se había dicho soltar al lobo entre las ovejas, a la raposa entre las gallinas, y está bien, porque tanto las ovejas como las gallinas son muchas; pero entre la miel está mal, porque la miel es una, y entre supone dos o más.----Raposa se diría de rapax por lo mucho que hurta. Llámase también este animal vulpeja, de vulpes, y más comúnmente zorra; gulhara y marfusa la llamó el Arcipreste de Hita (coplas 338, 339 y otras).
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N-1,29,64. Dícelo, porque los que puso en libertad Don Quijote iban destinados a bogar al remo; que es con lo que las galeras andan.
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N-1,29,65. El Cura por un lado cargaba la mano, de suerte que Don Quijote no osaba darse por entendido, y mudaba de color a cada palabra; mas también había ponderado la valentía del libertador de los galeotes, y con este lenitivo se hacía más tolerable el vejamen.
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N-1,29,66. Por suplicio se entiende ordinariamente la pena capital, y no lo era la impuesta a los galeotes, como ya en su lugar lo observó Don Quijote.

[30]Capítulo XXX. Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar a nuestro enamorado caballero de la asperísima penitencia en que se había puesto
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N-1,30,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,30,2. Dorotea, queriendo hacer con Don Quijote el papel de Princesa, usaba con mucha oportunidad de los arcaísmos que había leído en los libros de Caballerías, donde son frecuentes, en especial en los más antiguos, como el de Amadís de Gaula. Uno de ellos es membrarse, palabra formada del latín memorari, de que usó el Comendador Fernán Pérez de Guzmán en el comento de la Coronación de Juan de Mena (copla 26), y el Arcipreste de Hita en la fábula del Galgo y del Señor.
Non se membran algunos del mucho bien antiguo.
De membrar se derivaron remembrar, remembranza y remembrador, palabras que se leen en nuestras crónicas y poesías primitivas. Membranza por memoria se encuentra en el Cancionero de Juan del Encina:
Muchas veces he membranza
del cielo venir señales,
que nos daban figuranza
de la malaventuranza
de nuestras cuitas e males.
En la Historia de España de Mariana (libro VI, cap. XXII) decía Tarif a sus soldados, exhortándolos para la batalla de Guadalete: debéis os membrar de vuestro antiguo esfuerzo y valor, de los premios, riquezas y renombre inmortal que ganaréis. Dijo discretamente don Diego de Saavedra en su República literaria, que como otros se tiñen las barbas para parecer mozos, Mariana se las teñía para parecer viejo. Lo mismo que hacía Mariana hace aquí, y usando del mismo verbo, Dorotea.
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N-1,30,3. En vida de Cervantes, los clérigos acostumbraban llevar perilla y bigote, como se ve por los retratos de aquel tiempo. En el día, la perilla, que hasta poco ha se había conservado en una u otra congregación eclesiástica, ha desaparecido del todo; y los bigotes han quedado exclusivamente para los militares.
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N-1,30,4. No se entiende bien lo que es dar satisfecha venganza; acaso diría el manuscrito original debida satisfacción y entera venganza.
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N-1,30,5. Vuelve a ocurrir el mismo reparo que se dijo en las notas al capítulo precedente. El Cura, que acababa de encontrarse allí por casualidad, +de dónde sabía que aquella señora se llamaba la Princesa Micomicona, y que era legítima heredera del gran reino Micomicón? Y +cómo siendo tan precavido y de tan agudo Ingenio, se exponía a que por este indicio se descubriese la traza, que tanto importaba ocultar, de la transformación de Dorotea? Puede responderse, como va insinuamos, que contaba con el trastorno del entendimiento de su paisano, y con su irresistible inclinación a creerse todas las aventuras que tuviesen alguna semejanza con las que había leído en sus libros. Como quiera, el Cura, advirtiendo el olvido de Dorotea, acudió a la mayor necesidad, que era la de que ella continuase su historia sin contradecirse.
El fingido Alonso Fernández de Avellaneda, en su segunda parte del QUIJOTE, quiso remedar los sucesos de Dorotea con los de Bárbara, la bodegonera de Alcalá, a quien Don Quijote califica allí de Reina Cenobia. A esta manera escribió también la novela del Rico desesperado en competencia del Curioso impertinente, y el cuento de los Gansos de Castilla para oponerlo al de la Pastora Torralva.
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N-1,30,6. Dorotea, que según se dijo antes solía leer libros de Caballerías, habría visto entre ellos el Espejo de Príncipes y caballeros, o historia del Caballero del Febo, donde se encuentra, y no en un solo pasaje, este nombre (parte I, lib. I, cap. último, y en la parte IV, lib. I, fol, 128). Subidor quiere decir encantador y mágico, como se ve frecuentemente en los libros caballerescos, y en este sentido el Archipreste de Hita llamó subidor a Virgilio, el cual tuvo reputación de nigromante entre los escritores de la Edad Media por la descripción que hizo de sus églogas, atribuyéndose al poeta las ideas que éste había puesto en boca de sus pastores.
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N-1,30,7. El discurso que había empezado en saber, queda suspendido en descomunal gigante, y este nombre queda sin verbo. Después se anuda de cualquier modo la oración, sin contarte con las reglas de la sintaxis gramatical. Dio ocasión para ello el largo paréntesis que se interpuso acerca de los ojos bizcos de Pandafilando; y fuera la corrección fácil, sólo con sustituir saber a que supo; así: saber que un descomunal gigante... saber, digo, que este gigante, en sabiendo mi orfandad, etc. De esta manera se completaba el sentido; aunque siempre quedaba la ingrata repetición de saber y sabiendo.
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N-1,30,8. La conjunción adversativa pero desconcierta el sentido, porque indica que lo siguiente se opone a lo que precede, y aquí no hay tal oposición. La habría si se dijese: jamás me ha pasado por el pensamiento casarme, no digo con aquel gigante, pero ni con otro alguno. Aun sin esta añadidura quedaría bien la frase, si se suprimiese la conjunción: casarme con aquel gigante ni con otro alguno. En las palabras que siguen, por grande y desaforado que fuese, se observa la graciosa manera de que se burlaba Dorotea, suponiendo como motivo y aliciente para el casamiento lo que aumentaba el impedimento y estorbo.
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N-1,30,9. Sobra el libremente, que sobrecarga y entorpece la expresión. Mejor estuviera que le dejase libre y desembarazado el reino.
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N-1,30,10. Ya se vio en las notas al capítulo XIX que en los libros andantescos diablo era caballero valiente; ahora veremos que diablura es valentía, y endiablado, fuerte y valeroso.
La historia de don Belianís de Grecia cuenta (lib. I, cap. XLIX) que el Caballero de los Basiliscos (era el mismo don Belianís), habiendo subido al muro de Antioquía, comenzó a hacer tales diabluras que en un punto con más de cincuenta dellos dio por allí abajo. En la de Amadís de Grecia (parte I, cap. XXIV), el Caballero de la Ardiente Espada estuvo espantado de las diabluras de la jayana, mujer de Frandalón Cíclopes. Para ponderar una hazaña del Emperador don Belanio, decían en la crónica de Belianís (lib. I, cap. XXXVII), no sabemos más de que un endiablado caballero que traía unas armas con unas coronas, llegó aquí... y a nuestro pesar rompió por medio de nosotros. Y en la misma crónica, queriendo el Soldán disuadir a su hijo Perianeo de que aceptase el desafío de cinco a cinco combatientes propuesto por Belianís, bien sabéis, le decía (Ib., capítulo LVI), que es desesperar poneros en batalla de tantos a tantos donde aquel endiablado caballero entrase.
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N-1,30,11. El hombro izquierdo no puede estar al lado derecho; pero a la cuenta Dorotea lo decía de propósito, conociendo el menguado humor de Don Quijote, y siguiendo la burla con este desatino.
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N-1,30,12. Bien conocido es el origen del nobilísimo apellido de los Cerdas, descendientes del Infante don Fernando, hijo primogénito de don Alonso el Sabio, Rey de Castilla, el cual se llamó de la Cerda por causa de una muy señalada y larga con que nació en las espaldas (Mariana, lib. XII, cap. IX).
En este incidente de cosa tan vulgar como un lunar pardo, quiso nuestro autor ridiculizar las maravillosas y fatídicas señales con que, según cuentan las historias caballerescas, nacieron muchos andantes.
Esplandián, hijo de Amadís de Gaula y la sin par Oriana, tenía debajo de la tela derecha unas letras tan blancas como la nieve, y so la teta izquierda siete letras tan coloradas como brasas vivas; pero ni las unas ni las o tras no supieron leer ni qué decían, porque las blancas eran de latín muy oscuro, y las coloradas en lenguaje griego muy cerrado (Amadís de Gaula, capítulo LXVI).
Amadís de Grecia se apellidó el Caballero de la Ardiente Espada, porque vino al mundo con la señal de una espada bermeja como una brasa encendida, que le cogía desde la rodilla izquierda hasta el pecho, según se dijo en las notas al capítulo XVII.
Cuando la Princesa Florisbella parió a Belflorán en el castillo de Medea, tenía el niño en el pecho tres estrellas, las dos blancas, que sobre la blancura suya se dejaban asaz mirar; la otra era bermeja del color de un ardiente rubí; junto a cada una de ellas tenía una letra muy bien entallada (Belianís, lib. II, cap. XXIV).
Del susodicho Belflorán, andando el tiempo, parió la linda Belianisa en una navegación, y durante una tormenta, al Príncipe Fortimán de Grecia con seis letras en el brazo derecho, que por entonces no fueron leídas (Ib., lib. IV cap. LXII).El Caballero del Febo al nacer, tenía una pequeña cara figurada en el lado izquierdo; tan resplandeciente, que con dificultad dejaba ser mirada; su hermano Rosicler, en medio de los pechos, traía figurada una rosa blanca y colorada; y por esto se llamaron: el primero, Caballero del Febo, y el segundo, Rosicler (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I lib. I, cap. XI). Asimismo se dio el nombre de Rosabel a un hijo de Rosicler por una rosa blanca que tenía en el pecho (Ib., parte II, lib. I, cap. Xl).
Gerardo de Eúfrates, por otro nombre el Borgoñón, nació con una cruz roja sobre el hombro izquierdo, como cuenta su historia (libro I. cap. IV).
La Infanta Beladina dio a luz en el castillo del Deporte a Florambel de Lucea, el cual había en el brazo siniestro una pequeña flor muy fermosa y bien fecha a manera de una violeta, que era tan bermeja i encendida que semejaba propiamente ser fecha de un rubí; por cuya razón fue llamado en su niñez el Doncel de la Linda Flor (Florambel, lib. I, cap. XX).
También hay mención de lunares pardos en la Historia del Caballero de la Cruz, a quien el mágico Xartón, siendo todavía mahometano, anunció que amaría a una hermosa doncella cristiana, y añadió; Para que más claro conozcas la que ha de ser señora de tu libertad, tiene un lunar leonado a la entrada del brazo derecho, en el mesmo lugar que tú tienes otro. Esta te dará mucha pena, pero al fin alcanzarás virtuosamente el fin deseado (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XLIV). El vaticinio se cumplió en la Infanta Andriana, la cual, a instancia de su galán Lepolemo, le enseñó el lunar por la reja del jardín en que se veían (Ib., cap. CXLIV).
Otro ejemplo de esta clase de reconocimientos por medio de lunares ofrece uno de nuestros más antiguos romances, el del Palmero, hijo del Rey Carlos; el cual, habiendo ido en traje desconocido a París, fue preso y condenado a muerte por haber dado una bofetada a Roldán:
Tomádolo ha la justicia para avello ajusticiare; y aun allá al pie de la horca
el Palmero fue a hablare;
Oh, mal hubiese, Rey Carlos!
Dios te quiere hacer male,
que un hijo solo que tienes
tú le mandas ahorcare.
Oídolo avía la Reina,
que se lo paró a mirare:
Dejedeslo la justicia,
no le queráis hacer male,
que si él era mi hijo,
encubrir no se podrae,
que en un lado ha de tener
un extremado lunare...
Desnúdanle una esclavina
que no valía un reale:
ya le desnidaban otra
que valía una ciudade.
Halládole han al Infante
halládole han la señale:alegrías que hicieron
no hay quien las pueda contare.
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N-1,30,13. Miguel de Luna, morisco granadino, fingió y publicó por los años de 1600 una Historia de la pérdida de España, que supuso traducida de la que escribió un árabe contemporáneo al suceso. En ella cuenta (lib. I, cap. VI) que, hallándose el Capitán Tarif con el Conde don Julián, una mujer española, que los moros prendieron y llevaron a su presencia, dijo que, siendo niña, oyó leer a su padre un pronóstico, en que se anunciaba que se había de perder este reino, y lo habían de ganar los moros guiados por un capitán valeroso y fuerte, y que por señas había de tener un lunar peloso tan grande como un garbanzo sobre el hombro de la mano derecha; que oído esto, se desnudó Tarif delante de todos, y, mirando con cuidado, hallaron el lunar que la mujer había dicho. Este pasaje, de que también hace mención Bowle sobre el presente pasaje del texto, pudo dar a Cervantes la idea del lunar de Don Quijote.
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N-1,30,14. O fue chiste de Dorotea para burlarse de Don Quijote (que no es inverosímil), o inadvertencia de quien va fingiendo lo que dice, o error nacido de la ignorancia de cosas geográficas, de que va a dar muestra Dorotea haciendo puerto de mar a Osuna.
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N-1,30,15. Tomar la mano, expresión figurada que significa anticiparse a otro en la conversación, como aquí lo hizo el Cura, anticipándose a Dorotea antes de que confirmase nuevamente el desacierto de suponer puerto de mar a Osuna. Se dice también que toma la mano el que empieza a hablar, porque se anticipa a los demás. Asimismo en el juego ser mano es ser el primero a quien toca jugar.
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N-1,30,16. El Cura, que estaba alerta y había oído el desatino de la Princesa Micomicona, acudió oportunamente a componerlo. Sin duda Dorotea no sabía mucho de geografía, como puede suponerse, y según esto, no fue extraño que colocase a orilla del mar un pueblo que no lo estaba; pero Cervantes olvidó que, según las señas que él mismo había dado en la relación de estos sucesos, Osuna era la patria de Dorotea, la cual, bajo esta suposición, no podía ignorar si Osuna era o no puerto marítimo. Pero fuese de esto lo que fuese, probablemente la intención de Cervantes en el presente pasaje fue señalar y ridiculizar los disparates geográficos que suelen encontrarse en los libros de Caballerías, como el de la historia de Florambel, donde se refiere (lib. I, cap. XXIV) que, caminando por la mar ciertos caballeros desembarcaron en un puerto de Bohemia, que viene a ser lo mismo que desembarcar en Osuna. En la crónica del Caballero de la Cruz se habla como de países contiguos de los reinos de Epiro e Hircania (lib. I, cap. XLVI). Que la Macedonia está en Asia, lo dice una y otra vez el libro de don Florindo de la Extraña Ventura (parte I, cap. V, y parte I, cap. XX); y el mismo Florindo, saliendo de Segovia para ir al Asia, pasa por Portugal (Ib., parte II, cap. XXI). Los autores de Tirante y de Celidón de Iberia, pusieron en Etiopía: el primero al río Tigris (parte IV), y el segundo al monte Olimpo (canto 3.E¦). Que el Nilo corre por el Asia, y que se mete en el mar junto con el Tánais, se dice en la historia de Belianís (lib. IV, caps. XV y XVI). La misma historia había hablado antes del gran destrozo de buques y galeras que hubo en una batalla naval dada a vista de Babilonia (ib. I, cap. XLV); con cuyo ejemplo bien puede consolarse Osuna si se cree agraviada en su traslación a la costa.
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N-1,30,17. Expresión metafórica, que equivale a va bien guiado. Se dice de lo que está rectamente ordenado y dirigido al fin que se intenta.
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N-1,30,18. Ya notamos en el capítulo anterior que allí se la llamaba a Dorotea unas veces de Señoría, otras de Grandeza, otras de Merced: aquí se la trata de Majestad. En esto se imitó a los libros más antiguos de Caballerías, en los cuales varían los tratamientos de los Príncipes y Monarcas, dándoseles los mismos y con la misma variedad que aquí a Dorotea. Otro tanto se verifica realmente en la edad en que floreció el espíritu de la Caballería, que fue en el siglo XV; pero los tratamientos de los Reyes que más se usaban por entonces en Castilla eran los de Señoría y Alteza, como se ve por el Centón epistolario del Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, y por todos los documentos y crónicas de aquel siglo y principios del siguiente hasta Felipe el Hermoso. El tratamiento de Majestad no se fijó exclusivamente entre nosotros hasta el reinado de Carlos V.
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N-1,30,19. El mate se refiere a Don Quijote, y el restituya a Pandafilando; es decir, que se cambia y trastrueca el régimen y concierto de la expresión, contra las reglas de la buena sintaxis.
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N-1,30,20. Frase familiar que significa lo mismo que a medida de lo que se pide, según los deseos que se manifiestan con las palabras.
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N-1,30,21. Son muchos los casos en que los libros caballerescos hacen mención de padrones y profecías escritas en caracteres de lenguas antiguas y exóticas. La historia de don Belianís habla de un padrón de cobre escrito en arábigo que halló aquel Príncipe al desembarcar en Grecia, y había sido puesto en el Valle Temeroso por el gigante Mundanar el Bravo (lib. I, capítulo XXVI). Al describir el cronista de Amadís de Gaula la aventura de la Cámara defendida en la Peña de la Doncella Encantadora (capítulo CXXX), refiere que Amadís y Grasandor hallaron una estatua de bronce, la cual tenía arrimada a sus pechos una gran tabla cuadrada, dorada de aquel metal; y sosteníala la imagen con las manos ambas como que la tenía abrazada y estaban en ella escritas unas letras asaz grandes muy bien hechas en griego. Y más adelante, en la misma aventura, encontraron una imagen de doncella hecha de piedra con mucha perfición; tenía en la mano diestra una péndola de la misma piedra, tomada con la mano como si quisiese escrebir, y en la mano siniestra un rétulo con unas letras en griego. Amadís entendía este idioma porque se lo había enseñado el maestro Elisabad, y explicó a Gransandor el contenido de la inscripción. Y después de esto hallaron a la parte diestra de una puerta siete letras muy bien tajadas, tan coloradas como viva sangre, y en la otra parte estaban otras letras mucho más blancas que la piedra, que eran escritas en latín. Estas últimas las entendió Grasandor, pero ni él ni su compañero alcanzaron a entender las letras coloradas; y todas contenían anuncios y profecías, que valdrían poco más o menos lo mismo que la de Tinacrio el Sabidor.
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N-1,30,22. Negándose Nisiana, Reina viuda de Bohemia, a casarse con el Transilvano que la pretendía, éste invadió su reino y se apoderó de gran parte de él. Nisiana fue a pedir socorro a la corte del Rey de Hungría, como la Princesa Micomicona a Sierra Morena, y el Caballero de Leoncides del ojo blanco se lo ofreció, como el de la Triste Figura a la Princesa Micomicona. Vencido y muerto, por el esfuerzo de Leoncides, el Transilvano. Nisiana, ya restablecida en su trono, después de otros cumplimientos y expresiones de gratitud, le decía: Si a vos place de quereros casar conmigo, facervos he señor de mi e de todo este reino (Florambel de Lucea, lib. I, cap. LI).
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N-1,30,23. Aludió Don Quijote a las conversaciones que había tenido con su escudero en los capítulos VI y XXI de esta primera parte.
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N-1,30,24. íCómo sabe nuestro autor traer de nuevo a Sancho a la escena, y hacer que vuelva con oportunidad al tema de su codiciada ínsula! +Quién no había de reír de los circunstantes, se dice a continuación, viendo la locura del amo y la simplicidad del criado? Y +quién no ha de reír, diremos asimismo nosotros, leyendo la admirable y festivísima descripción que de ello nos hace Cervantes?
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N-1,30,25. Expresión libre, que Vicente Espinel puso también en boca de un mozalbillo que hablaba con la mujer del Doctor Sagredo en la relación primera del escudero Marcos de Obregón.
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N-1,30,26. La Partida IV, título XXV, ley IV, dice así: Vasallo se puede hacer un hombre de otro segund la antigua costumbre de España, otorgándose por vasallo, é besandol la mano por reconocimiento de señorío. Y la ley siguiente: Al Rey también Ricos hombres como los otros de su señorío son tenudos de besar la mano. Y la XIX del título XII de la Partida I había dicho antes que, sepultado que sea el Rey, deben los principales personajes del reino venir el Rey nuevo, besándole el pie e la mano en conocimiento de señorío, o faciendo otra humildad segund costumbre de la tierra.
Así se practicó en los siglos siguientes, no sólo en la gran ceremonia del advenimiento de los Reyes al trono, sino también en las ocasiones comunes, como un obsequio ordinario, y no sólo con el Monarca, sino también con las personas de su familia. La primera excepción que encuentro es la del Príncipe don Carlos, hijo de Felipe I, el cual, en la ceremonia de su jura el año de 1560, no consintió que le besaran la mano los Prelados del reino, no obstante que se la besaron los grandes y su mismo tío don Juan de Austria (Vanderhamen, lib. I, folio 29). De allí en adelante, Felipe I, para manifestar más su consideración al estado eclesiástico, y acaso estimulado por el ejemplo de su hijo, no permitió ya que le besasen la mano los sacerdotes (Don Alonso Carrillo: Origen de la Dignidad de Y rande, discurso V). Mantuvo la misma costumbre el Rey don Felipe I, en cuyo tiempo pasó lo que cuenta Gaspar Lucas Hidalgo, en sus Diálogos de apacible entretenimiento (Diál. 1.E¦, cap. I), de aquel estudiantón de Salamanca a quien los Reyes no dieron a besar la mano, pensando que era de misa por los hábitos largos que traía. Perseveraba esta prerrogativa en el reinado de Felipe IV; después los mismos eclesiásticos han promovido su abolición con el objeto de dar ejemplo de la veneración que es debida a los Reyes.
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N-1,30,27. Como la tajó don Galaor a Albadán, el gran gigante señor de la Peña de Galtares, después de la cruda batalla que tuvieron según refiere la historia de Amadís de Gaula (cap. XLI); O como don Belianís de Grecia al gigante Balurdán en su propio castillo (Belianís, lib. I, cap. LIV), donde le derrocó la cabeza a los pies: o como hicieron con otros gigantes otros caballeros según se refiere en sus historias.
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N-1,30,28. Esta circunstancia de haberse llevado Pasamonte la espada de Don Quijote, no se contó donde correspondía, que fue al fin de la aventura de los galeotes. Sólo se dijo allí que le abollaron la bacía, y le quitaron una ropilla que traía sobre las armas; la espada no se nombra, y hubiera debido hacerse; y también hubiera debido referirse después el modo de que adquirió Don Quijote su segunda espada, así como se contó el que tuvo de suplir la lanza que se le hizo pedazos en las aspas de los molinos de viento.
El Pasamonte del QUIJOTE es el Brunelo del Orlando; Brunelo quitó el caballo a Sacripante, y Pasamonte el asno a Sancho. Quizá siguiendo esta analogía, así como Brunelo quitó también la espada a Marfisa, así Cervantes hubo de formar el plan de que Pasamonte robase también a Don Quijote su espada; y olvidándolo luego con su acostumbrada distracción, ahora lo suponía como cosa hecha a su tiempo.
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N-1,30,29. Se conoce que Cervantes añadió la de perdido el entendimiento después de escrito lo precedente, que sería cuando echó menos la mención del entendimiento, habiendo nombrado las otras dos potencias del alma, según aquella metafísica que en su tiempo se usaba en materias eróticas. En todo caso, para escribir correctamente, hubo de dejarse la conjunción para lo último: ocupada la memoria, cautivo la voluntad y perdido el entendimiento; o cambiarse el orden y decirse: ocupada la memoria, perdido el entendimiento y cautiva la voluntad.
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N-1,30,30. Arrostrar, bella y expresiva palabra, dar el rostro, ofrecerse denodadamente a los peligros, a los dolores, a los disgustos.
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N-1,30,31. íBuena novia para Don Quijote! Todo el mundo sabe las fábulas que se han contado y aun creído del Fénix en otros tiempos. El autor del Poema de Alejandro las recopiló en el pasaje donde cuenta que su héroe:
Falló una avecilla, Fénix era llamada;
sola en el sieglo, nunca será dobrada;
ella misma se quema pues que es mediada,
de la ceniza muerta nace otra vegada.
Cuando se siente vieja, aguisa su casa,
enciéndela e quémase dentro enna foguera;
fica un gusano tamaño como pera,
torna como de nuevo; esto es cosa vera.
(Coplas, 2311 y 2312.)
Por la circunstancia de ser ave única, sin haber otra de su especie, se aplicó su nombre al elogio de lo que es singular y único en lo bueno; y así decía don Esteban Manuel de Villegas en una epístola a Bartolomé Leonardo de Argensola:
Vilo, Bartolomé, no una vez sola,
que el dedo de Madrid te señalaba
diciendo: éste es la Fénix española.
Villegas usó aquí a Fénix como nombre del género femenino; y lo mismo hizo don Francisco de Quevedo en el romance intitulado La Fénix, que incluyó en su Talía. Otros le emplearon como masculino, y a éstos se ha inclinado nuestra práctica actual.
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N-1,30,32. Mejor al zapato de la que está delante.----Al ver la repugnancia que mostraba Don Quijote a casarse con la Princesa Micomicona, el lector previó ya sin duda que Sancho iba a salir otra vez a la palestra, dando ocasión al graciosísimo diálogo presente.
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N-1,30,33. Cotufa, lo mismo que chufa, especie de raicilla tuberosa y azucarada que se cultiva en el reino de Valencia, y se usa de ordinario para horchatas. Es claro que pedirlas en alta mar es pedir inoportunamente golosinas, o pedir imposibles.
Vuelve a repetirse esta expresión una y otra vez en la parte segunda del QUIJOTE, y siempre es en boca de Sancho.
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N-1,30,34. Para mí es casi seguro que el original tendría de bóbilis bóbilis, que es como usó Quevedo de este modo adverbial en su Cuento de cuentos, y como se dice comúnmente. Acaso estaría escrito en abreviatura, y eso daría lugar al yerro del impresor.
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N-1,30,35. Segunda vez que Don Quijote apalea a Sancho. La primera fue cuando pasada la temerosa aventura de los batanes, hizo Sancho burla de su amo, repitiendo en tono de fisga las expresiones con que antes había ponderado lo arduo y glorioso de la empresa. Después en Sierra Morena le toleró benignamente las expresiones poco respetuosas con que habló de Dulcinea. Ahora, o porque le cogió de mal humor, o porque la presencia de testigos hizo mayor o más sensible la injuria, manifestó enérgica y mecánicamente su enojo. En el capítulo IX de la segunda parte volvió Sancho a hablar mal de Dulcinea, pero Don Quijote lo oyó más templado, contentándose con amenazarle.
Nótese la excesiva repetición del verbo dar en el texto: le dio tales dos palos que dio con él en tierra, y si no fuera porque Dorotea le dio voces que no le diera más etc.
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N-1,30,36. Poner la mano en la horcajadura es acción propia de quien coge a otra persona para arrojarla lejos, como pelota o cosa semejante, e indica la superioridad de quien lo ejecuta y el desprecio y vilipendio de quien lo sufre. A esto debió de aludir Don Quijote.
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N-1,30,37. Los caballeros andantes miraban como cosa sagrada a sus damas; su hermosura era sobrehumana, y solían llamarlas diosas. Así se nombra repetidas veces a Niquea en la historia de Amadís de Grecia; supuesto lo cual no fue extraño, sino muy consiguiente, que se graduasen de blasfemias las que dijo Sancho contra Dulcinea, y que por ellas su amo le declarase descomulgado.
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N-1,30,38. El italiano llama a los ganapanes facchinos, cuasi fascinos, del nombre fascis, que vale fardo o carga. Así, don Sebastián de Covarrubias en el artículo Ganapán de su Tesoro de la lengua castellana: obra grande y de erudición desaliñada, dijo Quevedo en su Cuento de cuentos. Belitre es voz de la germanía; significa pícaro. Covarrubias le asigna origen francés y no se contradice lo uno a lo otro, porque en la germanía o jacaradina se encuentran voces procedentes de varias naciones o idiomas.
Las primitivas ediciones del año 1605 tenían gañán, faquín, belitre. Suprimióse la primera de estas tres palabras en la de 1608, hecha a vista de Cervantes; y aunque en atención a esto la tomó por texto la Academia Española para su edición del año 1819, sin embargo, conservó no sé por qué, la palabra gañan.
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N-1,30,39. Tal era la persuasión en que estaban los caballeros andantes, y la doctrina corriente de sus libros.
íOh, mi señora Oriana! De vos me viene a mí todo el esfuerzo y ardimiento; membradvos, señora, de mí a esta sazón en que tanto vuestra sabrosa membranza me es menester. De esta manera hablaba Amadís de Gaula al acometer una aventura en el capítulo XLIV de su historia.
La Infanta Gratalia daba la enhorabuena a su buen caballero Lerinter de Escocia, que acababa de ganar una victoria: y él, con increíble gozo y gran vergÜenza de se ver loar y dar gracias de quien tan demasiadamente amaba, le dijo: no me parece, mí verdadera señora, que hay necesidad de atribuir a mi cosa de cuantas he hecho, pues es notorio que si yo alguna cosa soy o puedo, es por ser caballero de la más hermosa Infanta que hay en el mundo, que sois vos. Esto pasaba en Buda, corte del Rey de Hungría, Pilararco (Florambel de Lucea, lib. I, cap. XLIV).
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N-1,30,40. Se dice más comúnmente pasada en autoridad de cosa juzgada.
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N-1,30,41. Era tal la vehemencia de la locura en nuestro pobre caballero, y el estado en que se hallaba su descompuesta mollera, que le hacía mirar las mercedes futuras como presentes, suponía hecho Conde o Marqués a Sancho, y le reconvenía ya como ingrato al beneficio.
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N-1,30,42. Peor está que estaba: Sancho, por sostener su tema, y con él sus codiciosas esperanzas, lo echa más a perder. Antes había dicho palabras injuriosas a Dulcinea: por consiguiente, desagradables a Don Quijote; ahora añade otras de que debiera agraviarse también su nueva patrona Dorotea, si las cosas fuesen de veras, como Sancho creía. De todo resulta un ridículo admirable.
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N-1,30,43. La fuerza de la verdad, y la inadvertencia y zozobras tan propias del estado en que se hallaba Sancho por el temor a la furia de Don Quijote, le arrancaron esta involuntaria expresión. Luego la procura corregir e interpretar como puede, para aplacar a su amo, que por ella le trata de traidor y blasfemo; y a fe que no le faltaba motivo, si no para lo último, a lo menos para lo primero.
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N-1,30,44. La palabra así en este lugar no indica consecuencia ni es conjunción para expresar que lo que sigue se deduce de lo que antecede: es un adverbio que equivale a igualmente, asimismo, a ese modo. Como si dijera Sancho: Vuestra merced da por excusa de lo que ha hecho que los primeros movimientos no son en mano de hombre; pues en mi la gana de hablar siempre es primer movimiento, y del mismo modo merece excusa.----Ya, según creo, se nota alguna otra vez que en los singulares de los adjetivos primero y tercero se suprime la o final cuando van delante del nombre; pero esto es en el uso actual, y no regía en tiempo de Cervantes.
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N-1,30,45. Refrán que frecuentemente se usa con la misma reticencia con que lo alegó aquí nuestro Don Quijote; pero refrán entero, según está en las colecciones, y según se usa también algunas veces, es: tantas veces irá el cantarillo a la fuente, que alguna se quiebre.
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N-1,30,46. Está dicho con el descuido que otras cosas del QUIJOTE. Fuera mejor, más claro y más correcto, escribir: quién hace peor, yo en hablar mal, o Vuestra Merced en obrallo. Así se marcaba mejor la oposición entre hablar mal y obrar mal, que fue el intento de Sancho, y en lo que consiste la fuerza de la sentencia. El no bien puesto en lugar de mal (cosa que parece tan frívola) enreda la idea y el lenguaje.
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N-1,30,47. En boca de Dorotea estaba bien encargar a Sancho que anduviese más atentado, no sólo en los vituperios sino en las alabanzas, aludiendo a las que Sancho le había dado a ella al paso que había vituperado a Dulcinea. Así era propio de la modestia y buena crianza de quien hablaba; y esta delicadeza tan oportuna conviene admirablemente al carácter de discreción que la fábula asigna a Dorotea, y que se sostiene bien en el discurso del episodio.
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N-1,30,48. Palabras felices que expresan aun con su sonido material la pausa y gravedad de la ceremonia.----Síguese diciendo: y después que se la hubo besado, le echó la bendición; frase en que se trueca el sujeto de los verbos: el de hubo besado es Sancho, y el de echó, Don Quijote. No sucediera así, poniendo dado en lugar de besado.
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N-1,30,49. Ahora diríamos muchas particularidades, pormenores o circunstancias.
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N-1,30,50. No tenía Sancho que andar buscando causas a que atribuir el enojo de su amo, cuando sobraban para explicarlo las expresiones que acababa de decir contra Dulcinea. La pendencia que aquí se recuerda sería la de la noche de los batanes, pero propiamente no fue ni debió llamarse pendencia, sino desacato de Sancho, castigado severamente por Don Quijote.Añade Sancho que reverencia a Dulcinea como a una reliquia, aunque en ella no la hay; querría decir que la reverenciaba como a una reliquia, aunque no lo era; y hubiera sido mejor borrar las últimas palabras, que no son muy del caso.
Es reparable la uniformidad de la narración en aquélla y esta aventura. En una y otra fueron dos los palos dados a Sancho. En la primera fueron tales, que si como se recibieron en las espaldas se recibieran en la cabeza, fueran mortales: en la segunda dieron con Sancho en tierra, y allí muriera éste a no ser por las voces de Dorotea. En ambas ocasiones se disculpa Sancho después de recibidos los palos, y en ambas acaba Don Quijote por pedir a Sancho perdón de lo pasado, añadiendo también en las dos que los primeros movimientos no son en manos del hombre. Repito, como dije poco ha con motivo de otra observación semejante a ésta, que no pudiendo ser la uniformidad falta de inventiva en Cervantes, es a lo menos prueba del descuido con que componía.
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N-1,30,51. Es notoria la antigua inclinación de los gitanos a traficar con bestias, yendo de mercado en mercado a esquilarlas, venderlas, comprarlas y trocarlas; sobre lo cual se refieren comúnmente muchos lances festivos acerca de sus astucias y travesuras. Esto es a lo que aquí se alude.
No se sabe a punto fijo dónde, ni cuándo, ni cómo se formó la generación errante de los gitanos. A principios del siglo XV aparecieron en Alemania, de donde pasaron a Francia, según indica el nombre que allí suele dárseles de bohemios. Ellos contaban que eran de Egipto, y de aquí les vino el nombre de egipcíacos o gitanos que se les dio en España, pero que no suena en los documentos de nuestra historia hasta la pragmática de Medina del Campo de 1499, la cual, hablando con ellos, describe así sus costumbres: Andáis de lugar en lugar, muchos tiempos é años ha, sin tener oficios ni otra manera de vivir alguna; salvo pediendo lemosnas, e hurtando é trafagando, engañando e fuciéndovos fechiceros é adevinos, e faciendo otras cosas no debidas ni honestas. Semejantes a éstos de España nos pintan los historiadores a los gitanos que por aquel tiempo vagaban por Alemania, Francia e Italia. En Castilla no debían ser muy conocidos aún por los años de 1485, puesto que no habla de ellos el Ordenamiento Real de Alonso Díaz de Montalvo, que se acabó de escribir en dicho año, a pesar de que trató de propósito de los vagabundos en el título XIV del libro VII, donde su mención era tan oportuna. Autores juiciosos creen que los gitanos fueron originarios de los confines de Hungría y de Valaquia, donde continúan establecidos en número considerable hoy en día, y de donde hubieron de transmigrar y derramarse en Europa, probablemente con motivo de guerras o revoluciones ocurridas en aquel país. A la cuenta fueron recibidos con poca hospitalidad, y a esto pudiera atribuirse el principio de las malas mañas que descubrieron muy desde luego, porque si fueron maltratados, su resentimiento, o acaso la necesidad, les daría ocasión para ser criminales; y como los males se engendran y se sostienen mutuamente, los delitos de los gitanos confirmarían el odio de los pueblos, y este odio daría ocasión a la repetición de los delitos. Aislada de esta suerte la raza por la persecución de los unos y la complicidad de los otros, fue natural que los gitanos, convertidos ya en enemigos de la sociedad en que vivían, huyesen de ocupaciones estables y sedentarias, y prefiriesen otras compatibles con la facilidad de mudar de residencia. Motivos muy semejantes habían introducido anteriormente entre los judíos la aplicación al comercio como ejercicio más acomodado a lo precario de su estado político; pero los gitanos, que eran más pobres y menos cultos, se dieron generalmente al tráfico por menor de ganados y bestias. En vano intentaren desde los mismos principios las leyes de España corregir su afición a la vagancia y movilidad perpetua. A fines del siglo XV se mandó ya por los Reyes Católicos que saliesen los gitanos del reino si no tomaban oficio y ocupación permanente. Carlos V agravó la pena de los gitanos desobedientes a esta disposición y Felipe I les vedó traficar en las ferias y fuera de ellas sin llevar testimonio legal de su residencia y de que eran dueños de lo que vendían, privándolos de ser corredores de ganados si no es con muchas condiciones y gravámenes. Desde antiguo estaban ya tachados de ser cuatreros o ladrones de bestias, y de que cuando no podían robarlas, engañaban con ellas en sus cambios y ventas. Las Cortes del reino clamaban contra los gitanos desde el año de 1525, y continuaron todo aquel siglo excitando el celo de los Reyes al castigo de sus excesos; pero éstos iban en aumento. El Padre Martín del Río cuenta como testigo de vista el escándalo con que en León, el año de 1584, se resistieron a mano armada los gitanos a la justicia; los robos y asesinatos en despoblado se multiplicaban sin término; se les acusaba de que robaban los niños, de que los llevaban a vender a Berbería, y de que ellos, entre ellos, vivían sin ley divina ni humana. Nuestro Cervantes pintó las costumbres de los gitanos de su tiempo con tanta verdad como gracia en la novela de la Gitanilla y en la de los perros Cipión y Berganza. Allí se ve que tenían un jefe al que llamaban Conde con el sobrenombre de Maldonado, que llevaba siempre el que lo era, y a quien en señal de vasallaje contribuían con parte de sus hurtos. Una de las prácticas que usaban las gitanas, y que aún no se ha acabado de extinguir enteramente en nuestros días, era la quiromancia, o adivinación por las rayas de las manos, que es lo que llamaban decir la buenaventura.
Felipe II mandó, en el año de 1611, que los oficios que tomasen los gitanos fuesen sólo los de la labranza y cultura de tierras, los cuales eran cabalmente los que más aborrecían. A fines de su reinado escribieron con vehemencia contra ellos los doctores Sancho de Moncada y don Pedro Salazar de Mendoza. Dice este último que el año de 1618 anduvieron en tropas entre Castilla y Aragón más de ochocientos gitanos, robando aquella tierra y cometiendo enormes insultos. Refiere que, en tiempo de peste, intentaron saquear la ciudad de Logroño, y que en Aranda de Duero y otros pueblos habían tenido muchas veces que apellidarse los vecinos para resistirles. Concluye con que podía decirse de los gitanos todos los males, y todos los bienes del Príncipe que los echase de sus Estados. Moncada añadió que los gitanos debían ser condenados a pena de muerte por traidores, vagabundos, cuatreros, adivinos y herejes. Y si así hablaron dos sacerdotes, no obstante la lenidad de su estado, no deben extrañarse las peticiones de las Cortes de 1607 y 1610, las cuales, entre las condiciones de millones, pusieron que los gitanos que saliesen del reino no volviesen, so pena de muerte; que los que quedasen se avecindasen en pueblos de mil vecinos arriba, y que se impusiese también pena de muerte a los que traficasen en ganado.
La pragmática que se expidió en 1619 fue conforme en gran parte a los deseos de las Cortes; mas no por eso se remediaron los males. En una Real Cédula de 1633 se expresa que los lugares pequeños solían ser invadidos por cuadrillas de gitanos. Felipe IV mantuvo las disposiciones legales anteriores, agravó las penas en ciertos casos, repitió la prohibición de que los gitanos tomasen otros oficios que los de labranza, y les vedó especialmente el de herreros. Aún hizo más Carlos I: les obligó a avecindarse precisamente en alguno de los cuarenta y un pueblos que se nombran en su pragmática; les prohibió tener caballos ni yeguas, y asistir a ferias ni mercados; a los que fuesen juntos de tres arriba con armas de fuego, aunque no se les probase delito, impuso pena de muerte.
Felipe V, no contento aún con esto, les privó del derecho de asilo, y del recurso a los tribunales superiores en queja contra las justicias ordinarias, y extendió la pena de muerte a los que fueren hallados, con armas o sin ellas, en los caminos y en otros lugares fuera de sus vecindarios. Si la conducta de los gitanos era mala, su condición no podía ser más miserable, y sólo parecía una raza destinada a surtir de forzados las minas de Almadén, como en tiempos de la dinastía austríaca habían surtido las galeras.
Todavía no bastó tanto rigor para comprimir los excesos de los gitanos. En el año de 1748, reinando ya Fernando VI, fueron presos en un mismo día de nueve a diez mil gitanos que habitaban en los setenta y cinco pueblos, a cuyo número se había extendido el de los señalados para su residencia, y conducidos a los puertos, de donde debían pasar a los presidios de áfrica. La misma dureza de esta disposición no permitió que se ejecutase, y produjo en el año siguiente de 1749 mitigaciones que redujeron a nada su efecto; bien que se conservaron y aun agravaron las penas de las pragmáticas anteriores, y se prodigó la pena de muerte.
Algunos años después proponía el Conde de Campomanes que los gitanos fuesen conducidos a poblar los países más incultos de Ultramar. Finalmente, en el progreso del reinado de Carlos II, el Gobierno, desengañado a costa de tantas y tan funestas experiencias, tomó un camino diverso. En lugar de atormentar y destruir a los gitanos, tiró a diluirlos e incorporarlos en la masa general de la población. A todas las leyes antiguas se sustituyó la pragmática de 1783, la cual, prohibiendo que se les designase con la denominación de gitanos ni otra alguna denigrativa, los habilitó para que pudiesen escoger ocupación a su gusto y entrar en oficios y gremios. A los gitanos ociosos y vagabundos redujo la ley a la condición general de los reos de esta clase, con pocas excepciones, que hubieron de considerarse necesarias para evitar los inconvenientes de los tránsitos violentos y repentinos en materia política. El éxito ha manifestado lo útil y eficaz de estas suaves y benignas disposiciones. Los gitanos, como gitanos, van desapareciendo; ya apenas se oye hablar de ellos ni de los excesos que antes les eran peculiares; que los cometen entre ellos se confunden con los delincuentes de la condición común; admitidos a los beneficios generales de la sociedad, de que antes se hallaban excluídos, y pudiendo ya gozar de sus ventajas, han empezado a adquirir motivos y estímulos para interesarse en la conservación del orden común a todos. En suma, los hombres, por regla general, viven como entienden que les tiene cuenta vivir; y los gitanos son hombres.
Podrá quizá parecer difusa esta nota, pero no carece de interés la descripción de las costumbres de los gitanos, y la historia de la legislación respecto de ellos; y al mismo tiempo es conveniente para la completa inteligencia de lo que Cervantes escribió de esta especie de árabes en varios pasajes del QUIJOTE y demás obras suyas.
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N-1,30,52. Entre otras particularidades tenían los gitanos la de usar traje distinto del común, y un dialecto peculiar en que se entendían. La pragmática de 1539, expedida por Carlos V, mandaba salir del reino a los gitanos y personas que con ellos andan en su hábito y traje, y que las mujeres que no siendo gitanas vistan como ellos, hayan pena de azotes. Lo mismo confirmó su hijo y sucesor Felipe I. De aquí se deduce que no todas las personas de uno y otro sexo que hacían profesión y vida de gitanos lo eran realmente, sino a las veces personas de otra casta que se les agregaban, o para ocultarse entre ellos, como Ginés de Pasamonte, o por amores de gitanas, como el don Juan de la Gitanilla, o con el fin de gozar de la vida licenciosa y ancha de sus aduares. Sancho de Moncada llegó a decir que en España no había verdaderos gitanos, y que los que llevaban este nombre no eran más que enjambre de zánganos y hombres ateos y sin ley y religión alguna; españoles que han introducido esta vida o secta del gitanismo, y que admiten a cada día la gente ociosa y rematada de toda España. Esta opinión se hizo general en el reino, como se ve por los testimonios más autorizados. La pragmática del año 1619, expedida por Felipe II en Lisboa, repitiendo las expresiones de la petición de Cortes que la motivaba, establece que los gitanos no pueden usar del traje, lengua y nombre de tales gitanos, sino que pues no lo son de nación, quede perpetuamente este nombre y uso confundido y olvidado. Todavía lo dijo con mayor especificación la pragmática de 1633: Por cuanto estos que se dicen gitanos ni lo son de origen ni por naturaleza, sino porque han tomado esta forma de viviràà de aquí adelante ellos ni otros algunos, así hombres como mujeresàà no vistan ni anden con traje de gitanos ni usen la lengua. Y, por lo tanto, se les ordena que se mezclen entre los demás vecinos para extirpar de todo punto y hacer olvidar hasta el nombre de gitanos. Pero al mismo tiempo se mandaba: Ninguno de los que hoy tienen el nombre de gitanos se atreva a salir del lugar donde actualmente viviere; y el que fuere aprehendido por los caminos, quede por esclavo del que lo cogiere; y si fuere hallado con armas de fuego, sea llevado con ejecución a galeras, donde sirva por espacio de ocho años. No había mucha consecuencia entre mandar que se aboliese el nombre y la memoria de los gitanos, y establecer penas especiales contra ellos; y leyes tan poco meditadas no podían tener buenos efectos. Continuaron los gitanos sus costumbres, su traje y su lengua, como se ve por la repetición de las prohibiciones en los tiempos siguientes. No puedan, decía la pragmática de 1695, no puedan los gitanos avecindados usar de traje diverso del que usan comúnmente todos, ni hablar la lengua que ellos llaman jerigonza. Por las pragmáticas de Felipe V se demuestra que en su reinado continuaban las mismas costumbres, y llegaron con ellas los gitanos al reinado de Carlos II según muestra la misma Real Cédula de su emancipación.
No es fácil designar ya con puntualidad en qué consistía la diferencia entre el traje de los gitanos y el común de los españoles en tiempo de Cervantes. El que varios de ellos usan en la actualidad se confunde con el común de muchos pueblos de Andalucía. Lo ajustado y ligero del vestido; cierta profusión de botoncillos, alamares y filigrana; algunos parches de distinto color sobrepuestos con aseo y con pretensiones de gala; la faja encarnada, la patilla larga, tales parecen haber sido desde antiguo las circunstancias de su traje y adorno, y todavía se conservan vestigios de ello. Respecto del lenguaje, debía ser el conocido con el nombre de germanía, en el cual se encuentran voces evidentemente tomadas del francés y otros idiomas, adquiridas verosímilmente al paso de otros países para España. El mismo nombre de germanía puede envolver alguna alusión a su tránsito por Alemania. Acerca de su pronunciación, algo nos dijo Cervantes en la novela de la Gitanilla: +Quiérenme dar barato, ceñores?, dijo Preciosa, que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas que no naturaleza. Y en la comedia de Pedro de Urdemalas una de las de nuestro autor, se lee: Sale Maldonado conde de gitanos: y adviértase que todos las que hicieren figura de gitanos han de hablar ceceoso. Según esto, Andalucía, y especialmente el reino de Sevilla, es la provincia de España que en traje y pronunciación ha conservado más afinidades con los antiguos gitanos.
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N-1,30,53. Frialdad que no se espera, y hace reír. Avellaneda quiso, al parecer, imitar la presente situación de Sancho y el rucio, cuando refiere en el capítulo XXI que Sancho se ofreció a entrar quedito a registrar el Pinar encantado, subido en su rucio, sin permitirle decir en el camino palabra buena ni mala; y que, habiéndole abandonado de miedo, luego, al recobrarlo, asiendo del asno le abrazó y dijo. Bien seas venido de los otros mundos, asno de mi alma.
La misma expresión del texto se repite en la aventura de la sima donde cayó Sancho al volver de su gobierno de la ínsula Barataria al palacio de los Duques. Desta manera, dice (parte I, cap. LV), se lamentaba Sancho Panza, y su jumento le escuchaba sin responderle palabra alguna.
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N-1,30,54. Hizo aquí Cervantes por boca de Cardenio el elogio de la invención de su QUIJOTE: elogio merecido sin duda, pero siempre algo disonante en la pluma del inventor.
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N-1,30,55. Frase proverbial propia de los que se reconcilian y ofrecen olvidar los motivos anteriores de resentimiento, desapareciendo éstos así como desaparecerían los pelos que se arrojasen al mar.
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N-1,30,56. Preguntaba Calixto a Celestina, que había ido de su parte a ver a Melibea (acto VI): Dime por Dios, señora, +qué hacía? +Cómo entraste? +Qué tenía vestido?... +Qué cara te mostró al principio? Estas fueron poco más o menos las preguntas de Don Quijote.
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N-1,30,57. Parecen indicar estas palabras que habían pasado mucho más de dos días desde que Sancho partió con la embajada para Dulcinea. Sin embargo, según la cuenta de don Vicente de los Ríos en el Plan cronológico del Quijote, que va ajustada puntualmente con la relación de los sucesos descritos en esta parte de la fábula, desde que Sancho dejó a su amo hasta que volvió a encontrarlo mediaron a lo más dos días y medio. El mismo Don Quijote dice después en el capítulo siguiente que la ausencia de Sancho había durado poco más de tres días. Que la vuelta fue breve, se anunció ya al fin del capítulo XXV; y realmente no era verosímil que Don Quijote, en aquella solemnidad, pudiese permanecer mucho tiempo sin el auxilio de Sancho ni otra alguna persona. Así que se dijo bien en el capítulo XXVI que si como tardó Sancho tres días, tardara tres semanas, el Caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado que no lo conociera la madre que lo parió. En suma, la expresión del texto no está de acuerdo con la narración, y sólo puede atribuirse o al desconcierto de Don Quijote o a la ordinaria distracción de Cervantes.
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N-1,30,58. Las palabras del entendimiento sobran absolutamente: debió el autor suprimirlas.
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N-1,30,59. Elogio digno de Sancho, pero que en todo caso había de recaer sobre el contenido de la carta y no sobre la puntualidad de la traslación, como aquí sucede.
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N-1,30,60. Parece que el original debió decir: después que la dicté, y que el impresor hubo de estropearla.----Continúa Sancho diciendo: como vi que no había de ser de más provecho; expresión que estuviera mejor de este modo: como vi que no había de ser más de provecho. Con esta levísima mudanza, la palabra más deja de ser adjetivo de provecho, y se convierte en adverbio de tiempo, que es lo que pide la sentencia; porque no se quiso decir que la carta no había de ser de mayor provecho. Habrá quizá quien tache esta observación de sobrado minuciosa; pero de menudencias se compone la perfección; ni puede tampoco llamarse menudencia lo que altera el sentido y perjudica a la claridad, que es el objeto primario y esencial del lenguaje.

[31]Capítulo XXXI. De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos
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N-1,31,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,31,2. Trigo candeal se llama por la candidez o blancura de su harina; rubión por el color encendido de sus granos; trechel, según Covarrubias, quiere decir trujillano, por sembrarse comúnmente en tierra de Trujillo. Nuestro Gabriel de Herrera elogia esta clase de cereal en el libro I de su Agricultura, por ser de mucho peso y producto. Notorio es el gran número que hay de variedades de trigos, y la diversidad de sus nombres según las diferentes provincias.
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N-1,31,3. Lo de poner sobre la cabeza es ceremonia y señal de respeto, que se observa con las cédulas o diplomas de los Reyes o de los Papas en ciertas ocasiones solemnes.
Según Luis Barahona en el canto I de su Angélica, la Reina Arsace, que disfrazada en hábito varonil presentaba una carta suya a Medoro, ya Rey del Catai, de quien estaba enamorada,
a pie se arroja,
y ante los bellos suyos se ahinoja.
y besando una carta, en la cabeza
la puso y dijo: Príncipe excelente, etc.
Ariosto cuenta (Orlando furioso, canto 30, estrofa 79) que Bradamante, al recibir una carta de su amante Rugero que le trajo Hípalca,
Bacció la carta diece volte e diece.
Cuando la doncella de Dinamarca, después de muchos viajes y diligencias, halló a Amadís en la Peña Pobre, y le dio la carta que le llevaba de su señora Oriana, pidiéndole perdón de su yerro, Amadís, dice su historia (cap. LI), tomó la carta, y después de besarla muchas veces, púsola encima del corazón. Las demostraciones de Bradamante y Amadís fueron de amor, como la de Arsace lo fue de respeto.
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N-1,31,4. A imitación de la doncella Bradamante, que acabamos de nombrar, y de quien diciendo Ariosto que
Lesse la carta quatro volte e sei.
Bien que no era el mismo caso, porque Dulcinea no sabía leer, y el mismo Don Quijote decía en el capítulo XXV, cuando trató de enviar a Sancho con la carta al Toboso: a lo que yo me sé ocordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer. Lo mismo se supuso en el capítulo XXVI, donde el Cura y el Barbero encargaban a Sancho que si su amo le preguntase, como se lo había de preguntar, si dio la carta a Dulcinea, dijese que sí, y que por no saber leer, le había respondido de palabra. Y así lo hizo Sancho después en el presente capítulo, diciendo a su amo que Dulcinea no había leído la carta, porque no sabía leer ni escribir. Pero aquí no se acordó de ello Don Quijote.
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N-1,31,5. Voz de la música, nota de muy breve duración, mitad de la semibreve, y doble de la semínima.
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N-1,31,6. Pellicer notó ya la contradicción que hay entre este pasaje y el final del capítulo XXV, donde se cuenta que Don Quijote se desnudó los calzones, y quedó en carnes y en pañales. Todavía es más clara la contradicción con otro pasaje que no advirtió o que por lo menos no citó Pellicer, de principios del capítulo XXVI, donde se dijo que Don Quijote estaba de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido. Pellicer conjetura que Cervantes incurrió voluntariamente en esta antilogía por la decencia que debía guardar Sancho hablando a Dulcinea. Yo tengo por más verosímil, +qué digo por más verosímil?, por cierto, ciertísimo, que Cervantes dijo aquí de la cintura arriba, porque no se acordó que antes había puesto de la cintura abajo.
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N-1,31,7. Alusión de Sancho a las demostraciones de dolor expresadas en el romance del Marqués de Mantua, de que se habló en el capítulo X.----De estas palabras se deduce también que nuestro caballero llevaba barba conforme a la costumbre general del tiempo de Cervantes, circunstancia que, como tenemos dicho, se olvidó al grabarse las estampas de muchas ediciones del QUIJOTE.
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N-1,31,8. Habla en tono irónico, al que corresponde cierta música en la pronunciación, para la que no tiene signos la ortografía de ninguna lengua, y que es imposible definir por escrito, así como es muy fácil que por esta indicación la comprenda el lector.
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N-1,31,9. Sabeo esto es, de Sabá, región de la Arabia Feliz, celebrada entre los poetas por el incienso y sustancias odoríferas que produce, y se quemaban en las solemnidades de los dioses.
Centumque sab祯thure calent ar礼/em>.
(Eneida, libro I.)
Sancho, sin duda, quedaría enterado.
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N-1,31,10. Es el que tiene obstruido el conducto nasal y, por consiguiente, torpe el olfato. Romadizado se dijo de romadizo, y éste de reuma (que es fluxión), palabra que pasó del griego al latín, y de aquí al castellano, como ha sucedido a otras varias de nuestro uso.
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N-1,31,11. Un diablo se parece a otro es como decimos, y así diría también probablemente el manuscrito de Cervantes.
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N-1,31,12. Debía decir de estos matorrales, pues en ellos estaba al decirlo; pero Sancho se consideraba en el Toboso, recibiendo la respuesta de Dulcinea a su embajada.---- Vista la presente, suple orden, cédula, carta, etc.; fórmula usada en las letras de cambio y de los que mandan por escrito a sus inferiores o comisionados. Sancho la aplicaba inoportuna y ridículamente, puesto que no había mediado cédula ni escrito; y Cervantes quería hacer reír a costa de Sancho.
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N-1,31,13. El taimado de Sancho, interesado en que su amo acabase la aventura de la Princesa Micomicona, y engolosinado con las esperanzas de ser señor de título de resultas de la aventura, pone esta excepción y cortapisa al precepto de ponerse luego en camino del Toboso.----El supuesto precepto de Dulcinea era semejante al que envió Oriana a Amadís de Gaula, y al que envió Graselinda a Florambel de Lucea, cuando uno y otro, desdeñados de sus señoras, se habían ausentado a llorar sus desgracias. Don Quijote, retirado a Sierra Morena, se consideraba en igual situación, y debía esperar igual mandato de parte de su señora Dulcinea. Y ya desde aquí empieza a prepararse la visita de Don Quijote al Toboso, que no se verificó hasta la tercera salida del caballero y segunda parte de su historia.
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N-1,31,14. Dejando para otro lugar los escuderos y enanos, nos ceñiremos por ahora a hablar de las doncellas que solían servir de mensajeras y andar, como dijo Cervantes, con sus azotes y palafrenes y con toda su virginidad acuestas de monte en monte y de valle en valle. Ya se ha hecho mención, y creo que no una vez sola, de la doncella de Dinamarca, que sirvió en este oficio a la sin par Oriana. Llenas están las historias caballerescas de los largos viajes de las doncellas y de los servicios que como mensajeras prestaban: en la de Belianís se refiere que la doncella Periana, encargada por la Princesa Florisbella de entregarle una carta, caminó en su palafrén hasta que lo encontró durmiendo en una floresta, y a pesar de las voces que le daba su escudero Flerisalte para que no lo despertara, le llamó y dio el recado de su señora (lib. I, cap. XXVII). En otra ocasión una doncella le llevó carta de la Princesa Claridiana (lib. II, cap. XII). Los dos hermanos don Clarineo y don Lucidaner, estando en el castillo de Lindoriano, recibieron una carta de la sabia Belonia por mano de una doncella, que desapareció después de entregarla (lib. II, capítulo IX), y llevó después a Belianís otra carta de la misma sabia (Ib., cap. XVII). En las Sergas se hace mención de una doncella de Urganda, que trajo de parte de ésta a Esplandián unas ricas armas con las divisas de las coronas de oro muy extrañamente labradas (cap. XIX). La doncella Carmela, enamorada del mismo Esplandián, y haciendo el sacrificio de su afición, le sirvió de mensajera en sus amores con Leonorina, hija del Emperador de Constantinopla. Ella llevó el anillo de Esplandián a Leonorina (Ib., cap. XXI) y desempeñó su embajada presentando el anillo a la Princesa y proponiendo a ésta y a su padre lo que se había encargado (Ib., cap. XXXVI). Por comisión del mismo Esplandián condujo también a Persia los cautivos y cautivas que perdieron su libertad en la toma de la ciudad de Galacia (Ib., caps. CIX y CXI), y enviada al Rey Amato negoció el canje de Urganda que estaba presa en una torre de Tesifante, viniéndose ambas a Constantinopla en la fusta de la Gran Serpiente (Ib., cap. CLXXX).
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N-1,31,15. Habiéndose dicho en albricias, era excusado añadir en agradecimiento de su recado, palabras que nada añaden.----Cuando eran favorables las nuevas que se llevaban, era natural que el que las recibía manifestase su satisfacción regalando al mensajero. Así se lee en la historia de Palmerín de Oliva, que habiendo llevado una doncella noticias agradables a Florendos, Príncipe de Macedonia, éste mandó luego traer muy ricas donas, y diólas a la doncella (cap. XVI). Lo mismo hizo el Rey Minandro con la doncella que le trajo una carta de la sabia Ardémula, señora de la íínsula no hallada de las aves: la doncella era sobrina de Ardémula y se llamaba Robaflor (Policisne de Boecia, cap. XV). Igualmente Florambel de Lucea regaló muy ricas donas a la doncella Solercia, portadora de una caja de su señora la Infanta Graselinda (Florambel de Lucea, lib. V, cap. XII). Celeasín, escudero de don Lidiarte del Fondovalle, fue desde Inglaterra a Niquea a llevar noticias a las Infantas Diadema y Galania de sus caballeros don Lidiarte y el Rey Olivano: de lo que muy contentas ellas, al despedirse Celeasín para volverse a Inglaterra le dieron tantas y tantas ricas donas y joyas de oro y de piedras de gran valor, que cualquier Príncipe se tuviera por rico con ellas (Florambel e Lucea, lib. IV, cap. XXVI).
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N-1,31,16. Sancho lo iba descomponiendo cada vez más, porque el queso de ovejas es de inferior calidad en la estimación común. Contribuye también a deprimirlo y hacerlo de peor condición la terminación en uno, que indica vileza y desprecio, como hombruno, cabruno, chotuno, perruno, de donde perruna, el pan de ínfima calidad que se destina para los perros. Don Quijote, entonando siempre y elevando a lo sublime de las aventuras caballerescas todas las particularidades que le refiere Sancho, y Sancho deprimiéndolas siempre y trayéndolas a lo más bajo y despreciable de las faenas y usos rústicos ofrecen un contraste que divierte. Todo este diálogo abunda en las sales y gracias que ordinariamente tienen los que pasan entre amo y mozo en todo el discurso del QUIJOTE.
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N-1,31,17. No llegaron a tres los días que Sancho gastó en el viaje, como resulta de la misma relación que antecede de los sucesos, por la cual se ve que el día siguiente a su salida llegó Sancho a la hora de comer a la venta, y al otro, incorporado ya con el Cura y el Barbero, encontró de vuelta a su amo.
La distancia al Toboso, que según Don Quijote pasaba de treinta leguas, está exagerada, porque el Toboso dista menos de las cumbres de Sierra Morena, donde hizo penitencia nuestro hidalgo.
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N-1,31,18. Como lo hizo la sabia encantadora Armida con Reinaldos, dormido en una isleta del río Oronte, colocándolo en su carro y llevándolo de un vuelo desde Siria hasta las islas Afortunadas, sitas en el mar Atlántico más allá de las columnas de Hércules:
Ne l-Oceano inmenso, ove aicunlegno
rada o non mai va da le nostre sponde
.
Taso, Jerusalén canto 14, est. 69.)
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N-1,31,19. En otro lugar se dijo lo que era endriago, palabra en que se encuentra alguna cosa de draco, de donde acaso se deriva. Vestigio tiene también algo de vestigium o rastro, y hubo de aplicarse a las serpientes por su modo de andar y el rastro que dejan. Es voz muy antigua, que se halla ya en la Gran Conquista de Ultramar, donde se da este nombre a una serpiente monstruosa que se describe en el libro I, capítulo CCXLI, y de que se habla en los capítulos siguientes.
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N-1,31,20. Paréceme que no os me es errata por menos, pues como está no hace sentido la expresión, que equivale a la de cuando menos lo pienso.----paréceme también que se omitió por descuido del impresor el adverbio acá, que según el uso ordinario precede siempre a acullá. Debió decirse: cuando menos me cato, asoma por acá o acullá, etc. En la segunda parte dice Don Quijote al caballero del Verde Gabán: quise resucitar la ya muerta andante Caballería, y ha muchos días que, tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acullá, he cumplido gran parte de mi deseo (cap. XVI). No me acuerdo de haber visto nunca solo el adverbio acullá.
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N-1,31,21. Así sucedió a los Príncipes del linaje de Amadís, a quienes, hallándose en la ínsula de Guindaya muy aquejados por doce gigantes, socorrieron y libraron en el punto de su mayor necesidad Urganda y Alquife, los cuales anduvieron para este efecto más de mil leguas en aquella noche (Florisel, parte II, cap. CLXVI). En otra noche condujo la sabia Belonia a su favorecido don Belianís de Grecia desde las inmediaciones de Persépolis, no lejos de Armenia, a las montañas de Necaón, en Egipto (Belianís, libro I. cap. XL). Los griegos sitiaban a Troya; y estando en grandes apuros, fueron socorridos por su Emperador don Belanio y otros caballeros que le acompañaban. La sabia Belonia los condujo por los aires en el castillo de la Fama, y con su auxilio fueron vencidos los partidarios de Astorildo, y quedó restituida Policena al trono de Troya, que Astorildo le tenía usurpado (Ib., lib. II. capítulo XXXI).
Asimismo la sabia Hipermea libertó al Emperador Arquelao y a su hija la Princesa Lucena, que se hallaban presos, llevando por mar desde su isla de Laura al Duque Armides y otros caballeros, como se refiere en la historia de Olivante. La sabia Almandroga, embarcándose en el puerto de la Arriscada Roca con tres gigantes, les decía: llegaremos en menos de dos horas al reino de Boecia, que de aquí, os juro por mis dioses, es bien tres mil leguasàà y sacando una vara toda guarnida de oro, hirió a la nao tres golpes en el mástil della; y a la hora partió del puerto por las llanuras de la honda mar con tal presteza, que un rayo parecía... y antes que las dos horas fuesen cumplidas Almandroga sacó la vara diciendo: este es el puerto de Turina, que era la capital de Boecia (Policisne, cap. XLI).
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N-1,31,22. De esta maña de los gitanos para que pasasen por ligeros los asnos que vendían, hizo mención Cervantes en la novela de La Ilustre Fregona, donde cuenta que Lope Asturiano, resuelto a tomar el oficio de aguador, queriendo comprar un asno, aunque halló muchos, ninguno le satisfizo, puesto que un gitano anduvo solicito por encajalle uno, que más caminaba por el azogue que le había echado en los oídos, que por ligereza suya.
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N-1,31,23. Aquí resulta el inconveniente de la variación hecha en el plan que había formado el Cura y el Barbero para sacar a Don Quijote de Sierra Morena. Su primer pensamiento, según se contó al fin del capítulo XXVI, fue que uno de ellos se vistiese en hábito de doncella andante, y pidiese a nuestro hidalgo que se viniese con ella a desfacer un agravio que un mal caballero le tenía fecho; y que otorgado, como no podía dudarse, este don por Don Quijote, le sacarían de allí y le llevarían a su lugar. El proyecto estaba bien trazado, y más con lo que añadió la diestra Dorotea al avistarse con don Quijote en el capítulo XXIX, exigiéndole palabra de no entremeterse en otra demanda ni aventura hasta darle venganza cumplida de su enemigo. Pero olvidados un tanto el Cura y el Barbero de su primitiva idea, cuando iban con Sancho a buscar al caballero penitente, le encargaron que le dijese de parte de Dulcinea que le mandaba, sopena de su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella. Este pensamiento era diferente del otro. Los dos eran oportunos para sacar a Don Quijote de donde estaba, y aun el segundo tenía más semejanza con el desenlace que tuvo la penitencia de Amadís en la Peña Pobre; pero entre ellos había la contradición que al pronto no advirtieron sus autores, y que en este pasaje echa de ver Don Quijote, dudando entre seguir al reino de Micomicón o al Toboso, entre el cumplimiento de su palabra o el precepto de su señora.
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N-1,31,24. Pienso y será no concuerdan: el uno es presente y el otro es futuro. Debiera decir: lo que pienso hacer es, etc. El expediente que le ocurre aquí a Don Quijote salva, hasta cierto punto, y en la forma posible, la contradicción que, según acaba de notarse, envolvía el proyecto que para sacarle de Sierra Morena habían formado el Barbero y el Cura.
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N-1,31,25. Las primeras ediciones del QUIJOTE pusieron pisar, y lo mismo las ediciones posteriores hasta Pellicer; éste fue el primero que sospechó que era errata por pasar; pero no se atrevió a corregirla, como lo hizo ya la Academia Española en su edición de 1819.
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N-1,31,26. Dote es de la mujer, y así no está aquí usada con propiedad esta voz. Por lo demás, dar un reino en dote no es nuevo ni inaudito en los anales caballerescos, donde ya lo ofreció el Caballero de Cupido a la doncella Floreta, medianera de sus amores con la Princesa Cupidea (Caballero de la Cruz, libro I, capítulo XLII). Sancho, para acabar de persuadir a su amo, le ponderaba el tamaño del reino Micomicón, y le decía que tenía más de veinte mil leguas de contorno. El ansia del gobierno prometido le hacía a Sancho mentir o soñar, que uno u otro hubo de ser. O Sancho miente o Sancho sueña, dice en la segunda parte Don Quijote, hablando de lo que su escudero contaba que le había sucedido con las cabrillas en el viaje que hizo sobre Clavileño.
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N-1,31,27. Expresión estropeada a lo vizcaíno. El refrán, como pide la sentencia y la rima, y como lo pusieron en sus respectivas colecciones el Marqués de Santillana y el Comendador Griego, es: quien bien tiene y mal escoge, por mal que le venga no se enoje.----Acaso Cervantes lo trastrocó de propósito para hacer reír.
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N-1,31,28. El autor del Diálogo de las lenguas contaba los nombres sustantivos cómodo e incómodo entre otras voces italianas que deseaba se adoptasen en castellano. Su deseo estaba ya cumplido en tiempo de Cervantes, que usó de uno y otro en el QUIJOTE. En el capítulo Xl decía Sancho a su amo que la honra que quería darle de sentarlo a su lado la convirtiese en otras cosas que le fuesen de más cómodo y provecho, y en el capítulo XVI Don Quijote alegaba para no pagar la posada el trabajo que padecían los caballeros andantes, buscando siempre las aventuras, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra.----Lo mismo hicieron otros escritores coetáneos, como Mateo Alemán y Juan Cortés de Tolosa, autores del Pícaro Guzmán de Alfarache y del Lazarillo de Manzanares. Pero andando el tiempo, el uso siempre inconstante y caprichoso ha olvidado ambas voces, y en el día pertenecen a las anticuadas.
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N-1,31,29. Así también escribió esta palabra don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana; ahora decimos adehala. Parece voz de origen arábigo, y significa ordinariamente lo que se añade de gracia al precio estipulado de alguna cosa; pero aquí es más bien condición ventajosa que se exige como añadidura de lo ajustado.
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N-1,31,30. No lo había dicho Sancho, ni a Don Quijote ni a nadie; era cosa que sólo había pasado allá en su cabeza, como se ve por el capítulo XXIX, donde se cuenta que al pensar Sancho que el reino de Micomicón era en tierra de negros y que serían negros todos los vasallos que le diesen, hizo luego en su imaginación un discurso, diciéndose a sí mismo: +qué se me da a mi que mis vasallos sean negros? +Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado? No, sino dormíos, y no tengáis ingenio ni habilidad, etc.
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N-1,31,31. Es contra un refrán que dice que honra y provecho no caben en un saco; y ya se sabe que la autoridad de un refrán era y debía ser muy grande para Sancho.
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N-1,31,32. Así se ha corregido en la edición presente este pasaje, donde todas las demás han leído siendo firma de su nombre que la quiere bien. La adición de una sola letra ha dado a estas palabras sentido; antes no lo tenían, y no aparece creíble dejasen de tenerlo en el original. El impresor hubo de omitir la r.
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N-1,31,33. El autor del Diálogo de las lenguas prefería la palabra hinojos a rodillas. Una y otra tienen origen latino, y no veo la razón de la preferencia. El uso se la dio a rodillas, a pesar del autor del Diálogo, y el otro se fue anticuando; y si Cervantes puso aquí finojos, no fue porque se usase esta palabra en su tiempo, sino por remedar el lenguaje viejo de los libros de Caballería, y aun esforzó el arcaísmo escribiendo finojos, como se dijo en los primeros tiempos antes de que se suavizase la pronunciación y se dijese hinojos.
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N-1,31,34. No se trata en este lugar de las rivalidades y competencias entre los caballeros que aspiraban a poseer exclusivamente el corazón de una dama, como los dos hermanos Leandro y Floramor, que bajo los nombres, el uno de Caballero de Cupido y el otro de Caballero de las Doncellas, se disputaban el amor de Cupidea. Asimismo los Príncipes Belianís de Grecia y Perianeo de Persia obsequiaban a competencia y con encarnizamiento a Florisbella, como la crónica del primero lo cuenta. Don Tristán de Leonís y Palamedes se combatieron por la Reina Iseo. Por las Princesas Diana y Niquea anduvieron a lanzadas los más famosos caballeros andantes de sus tiempos; y no se hable de Angélica la Bella, que trajo revuelto al mundo y arrastrados en pos de sí a guerreros moros y cristianos, según refieren sus historias. Había otra clase de obsequio, que las damas podían sin mengua de su honor recibir públicamente de uno o varios caballeros; obsequio de respeto y cortesía más bien que de amor, en que los deseos de los pretendientes se reducían a que la señora se contentase, como dice después Don Quijote, de acetarlos por sus caballeros, permitiéndoles llevar este título. Y del mismo modo que una dama podía aceptar este obsequio de varios caballeros, también un caballero podía rendir sus obsequios a varias damas. Ejemplo de uno y otro tenemos en la historia de Amadís de Gaula. Según en ella se nos refiere, cuando aún se llamaba Amadís Doncel del mar, y antes de declararse sus amores, Oriana le otorgó que fuese su caballero (cap. IV). Lo propio indica lo que se cuenta del mismo Amadís con la Infanta niña Leonoreta (Ib., cap. LIV). Y estando Amadís en la corte del Rey Lisuarte, le dijo la Reina Brisena: ruégovos yo que seáis mi caballero y de mi hila (era Oriana) y de todas estas que aquí veis. En esto haréis mesura, he quitarnos heis de afrenta con el Rey de le demandar para nuestras cosas ningún caballero... Señora, dijo él: +quién haría al sino vuestro mandato, que sois la mejor Reina del mundo?... Yo quedo por vuestro y de vuestra hila, y después de todas las obras (Ib., cap. XV).
Bowle, sobre este pasaje de nuestro texto, trae otros ejemplos de lo mismo; pero ninguno tan autorizado como el de Amadís de Gaula, que como dijo en alguna ocasión nuestro hidalgo, juez calificado en esta materia, fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros (parte I, cap. XXV).
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N-1,31,35. Contentarse de, régimen usado por nuestros buenos escritores, aunque hoy día decimos más frecuentemente contentarse con. El mismo régimen se aplicaba al adjetivo contento: soy más que contento de esa condición, dice Don Quijote en la segunda parte al Caballero del Bosque o de los Espejos; y lo mismo se repite en otros pasajes.
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N-1,31,36. Sin embargo, Sancho había dicho a su amo en el capítulo XXV: bien la conozco, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo de todo el pueblo. Vive el Dador, que es moza de chapa. Cuenta luego que Dulcinea tenía una voz que se oía de más de media legua, añadiendo otras expresiones que dan claramente a entender que la conocía y había visto muchas veces.
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N-1,31,37. El régimen está diminuto, y debió ser: con aquello de que el Cura se acomodó en la venta satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todos traían. Acomodarse es lo mismo que proveerse, y tiene el mismo régimen. Así se dice acomodarse o proveerse de alguna cosa, como en el capítulo VI de la segunda parte, donde se cuenta que Don Quijote y Sancho se acomodaron de lo que les pareció convenirles. Pero en el presente lugar, el régimen con, que viene bien para el satisfacer, no viene bien para el acomodarse.
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N-1,31,38. No fue con las riendas, ni pudo ser, porque la yegua estaba arrendada a una encina, según se expresa donde se cuenta el pasaje, que es el capítulo IV de esta primera parte, y por consiguiente tenía puestas las riendas. Los azotes fueron con una pretina, como allí mismo se dice.
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N-1,31,39. Es dicho picante y burlesco que ahora decimos chufleta. Chufeta se decía en tiempo de Cervantes, como se ve por el Tesoro, de Covarrubias.----Téngase presente lo que se notó al fin del capítulo IV, sobre haberse referido allí el éxito de la aventura de Andrés que hubiera sido mejor dejar para este lugar.
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N-1,31,40. Esta reconvención desdice del abrazo y llanto de Andrés que se contaron anteriormente, y que más bien parecían señales de agradecido que de quejoso. Y todavía desdicen más las expresiones de su despedida, en que suplica a Don Quijote que otra vez no le socorra, aunque le vea hacer pedazos, y concluye maldiciéndole a él y a cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.
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N-1,31,41. Alusión a lo del profeta Jonás. Con lo que realmente amenazó Don Quijote al villano, fue con que le volvería a buscar y le había de hallar, aunque se escondiese más que una lagartija: esto era más propio que lo de la ballena. Don Quijote estaba trascordado.

[32]Capítulo XXXI. Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote
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N-1,32,1. Cuadrilla viene de cuatro, y por esta consideración debiera componerse siempre de cuatro personas; pero también se dice de mayor número; aquí la comitiva constaba de seis, a saber: Dorotea, Cardenio, Don Quijote, el Cura el Barbero y Sancho.
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N-1,32,2. VUELTA AL TEXTO

















N-1,32,3. Aquí ocurre nueva dificultad, pero de naturaleza opuesta a la anterior; faltaba entonces tiempo para los sucesos, y ahora faltan sucesos para el tiempo. Díjose en el capítulo XXIX que de la salida de la sierra a la venta había unas dos leguas: y la historia supone que nuestros caminantes gastaron una tarde y parte de la mañana siguiente en andarlas, y aun que pasaron la noche al raso, circunstancia que argÜiría la forzosa necesidad de dividir el camino para el necesario descanso. +Pudo escribirse con menos plan y premeditación?
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N-1,32,4. +Quién recibió a quién? La acción de recibir fue de los de la venta, y está mal aplicada a Don Quijote.----Cuando se dice el las recibió, disuena el las, porque entre las personas que salieron a recibir a Don Quijote se contaba el ventero. Fuera de esto el pronombre él designa oscuramente a Don Quijote, cuyo nombre hubiera convenido expresar para evitar toda duda, porque los venidos a la venta eran varios, y uno sólo el que recibió a los de la venta. Es cierto que el lector lo adivina pronto por el contexto, pero el que escribe debe excusar este trabajo a quien lee.
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N-1,32,5. La voz aplauso en Cervantes suele significar, no la acción de aplaudir, que es lo que comúnmente indica, sino tono solemne, grave pausado, como se ve por aquel pasaje del libro I de la Galatea, donde hablándose de las bodas del pastor Daranio, se cuenta que éste traía un bastón en la mano y con grave paso se movía; y los demás pastores con el mesmo aplauso y tocando todos sus instrumentos, daban de sí agradable y extraña muestra. No tengo presente haber visto en ningún otro autor esta acepción de la voz aplauso.
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N-1,32,6. Sobra el segundo que, cuya adición, aunque superflua, era común el hacerla en tiempo de Cervantes, según se observa en otras notas.
En las ediciones anteriores se leía: que como la pagase mejor... que ella se la daría; y Pellicer, sobre este pasaje, trata de excusar con una sutileza el solecismo que resultaba del pronombre femenino la puesto en representación de lecho, masculino; pero la Academia Española lo hizo mejor, corrigiendo el texto en la forma que debió creerse tendría en el original. Y éste acaso diría también de Príncipe en singular, que está mejor que en plural. El sumo descuido con que se hicieron las primeras impresiones del QUIJOTE, según se ha dicho otras veces, da motivo suficiente para esta ligerísima enmienda, y aun pudiera darlo con mucho fundamento para otras mayores.
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N-1,32,7. En las ediciones de 1605 se puso caramanchón; y así se usó también esta palabra en el Itinerario, de Rui González de Clavijo, escrito a principios del siglo XV; camaranchón es más conforme a su origen. Una y otra voz tienen uso como aumentativo de desprecio, indicando una cámara grande, pero descompuesta y poco aseada. Esta inversión de letras dentro de la dicción se llama metátesis, y se observa en otras ocasiones como en guirnalda y guirlanda, imaginadlo e imaginaldo, vedlo y veldo, de lo que se habló en una nota al capítulo XXVI. La misma inversión de letras se observa en el verbo encaramarse, que también se deriva de cámara, y significa subirse a lo alto. La palabra cámara, según su origen, significa la pieza más alta, contigua a la bóveda o techo del edificio.
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N-1,32,8. +A qué viene aquí el juicio? Sueño es lo que debe de decirse, y así diría sin duda alguna el original de Cervantes. Compruébalo lo que se dice poco más adelante: a todo esto dormía Don Quijote, y fueron de parecer de no despertalle, porque más provecho le haría por entonces el dormir que el comer. Otras dos imperfecciones se notan en el período que sigue: una, no se hubo bien encerrado, donde fuera mejor leer no bien se hubo encerrado, sin apartar el bien del no, que separados así no significan nada, y juntos significan apenas; otra, que no se ha aun de aprovechar más de mi rabo; en este lugar se introdujo malamente la partícula aun que no hace sentido, y sólo sirve de producir un hiato desagradable por la concurrencia con la palabra que le antecede: ha aun.
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N-1,32,9. Indícase aquí lo general que era la afición a la lectura de los libros caballerescos. Gustaban de ella no sólo los grandes señores, como los Duques; no sólo los hidalgos, como Don Quijote y Cardenio; no sólo las doncellas criadas con recogimiento, como Luscinda y Dorotea, sino también los venteros y los segadores.
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N-1,32,10. Pudiera dudarse si en lugar de fiestas debería leerse siestas. La verdad es que los segadores no suelen guardar ni fiestas ni siestas.
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N-1,32,11. Quitar mil canas, expresión metafórica, quitar los síntomas de la vejez, restituir la robustez y alegría de la juventud a quien las ha perdido por la edad, lo que se suele conseguir muchas veces hasta cierto punto con las satisfacciones y placeres del ánimo.
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N-1,32,12. En vez de oigo, que es como decimos ahora. Por una razón análoga formamos del infinitivo caer, el presente caigo.
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N-1,32,13. Plural poco común del nombre miel. Hállanse bastantes sustantivos sin plural, o que lo tienen muy raro; unos son de cosas materiales, como miel, oro, plata; otros de cosas abstractas, como templanza, continencia, lujuria. Algunas veces sucede en los nombres que la significación del plural es distinta de la del singular, como se verifica en justicia y justicias, mocedad y mocedades, celo y celos; y en este caso bien puede decirse que los singulares en tal significación carecen del plural.
El lenguaje que gasta aquí Maritornes, si no es del todo limpio, es a lo menos acomodado al carácter que se le asignó en otro capítulo de la fábula. Fácil cosa sería señalar los pasajes a que pudo aludir la moza asturiana, tanto de los romances antiguos castellanos como de los libros caballerescos, donde son frecuentes los que deben dejar en la memoria de sus lectores y oyentes las imágenes y recuerdos que en Maritornes.
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N-1,32,14. Los soliloquios lagrimosos, metafísicos y de todas maneras ridículos de los caballeros andantes, que se leen en sus historias, son innumerables. Los de las damas, que a las veces suelen insertarse, no les van en zaga pero como aquí hablaba hembra, era natural que llamaran más su atención los de los caballeros.
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N-1,32,15. Bernardo de Vargas escribió y dedicó al Marqués de Villena Los cuatro libros del valeroso Caballero don Cirongilio de Tracia, hijo del noble Rey Elesfrón de Macedonia según la escribió Novorco en griego y Promusis en latín. Sevilla, por Jacobo Cromberger, año 1545, en folio. Promete segunda parte intitulada: De los hechos del Príncipe Crisocalo. Así don Nicolás Antonio; yo no he logrado ver esta historia a pesar de las diligencias que he practicado para conseguirlo.
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N-1,32,16. ""Crónica del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba y Aguilar. En la cual se contienen las dos conquistas del reino de Nápoles con las esclarecidas victorias que en ellas alcanzó, y los hechos ilustres de don Diego de Mendoza, don Hugo de Cardona, el Conde Pedro Navarro y otros caballeros y capitanes de aquel tiempo. Con la vida del famoso Caballero Diego García de Paredes, nuevamente añadida a esta historia. Dirigida al ilustrísimo señor don Diego de Córdoba, Caballerizo mayor de Su Majestad.""----Así dice la edición de Alcalá de Henares, hecha en el año 1584; pero antes se había impreso otras veces, una de ellas en Zaragoza el año de 1559. Su autor, que no se nombra, hubo de ser testigo de lo que refiere, y por lo menos estuvo en Italia, puesto que, según se dice (lib. I, capítulo C), conoció a la madre del Duque Valentino César Borja. Es obra distinta de la Historia del Gran Capitán que escribió y publicó en Sevilla el año de 1527 Hernán Pérez de Pulgar, apellidado el de las Hazañas por las que ejecutó en la guerra y conquista de Granada. También escribió la historia de Gonzalo de Córdoba el Capitán Francisco de Herrera, que asistió personalmente a los sucesos. Se conserva manuscrito. No fue extraño que los gloriosos y singulares hechos del Gran Capitán excitasen a un mismo tiempo las plumas de varios coronistas a referirlos.
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N-1,32,17. Así se corrigió en la edición de Londres de 1738 el texto de las anteriores, que le decían quemar más libros. Esta expresión en boca del ventero supondría que tenía ya noticia anterior del escrutinio y quema de los libros de Don Quijote, que es a lo que pudiera aludir; cosa tan repugnante como era natural que el ventero hablase de los suyos, gustando tanto de ellos, y viéndolos amenazados del fuego en las precedentes palabras de Maese Nicolás.
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N-1,32,18. Obtuvo ya este renombre Gonzalo Fernández durante su vida, y no sólo entre sus compatriotas, sino también entre los extranjeros. El mismo Rey Católico don Fernando le daba este título, cuando sospechoso de los proyectos de aquel grande hombre, comisionaba al Alcaide de la Peza, Francisco Pérez de Barradas para que espiase su conducta. Don Francisco de Quevedo, en la Vida de Marco Bruto, imprimió la correspondencia que el año de 1515 siguió el Rey con el Alcaide, en que siempre se le denota por el dictado de Gran Capitán, y sólo se añade una vez el nombre de Gonzalo Fernández. Continuaron haciendo lo mismo los escritores de aquel siglo dentro y fuera de España, como se ve por los testimonios del Naujero y del Guicciardino. Un célebre escritor inglés contó a Gonzalo Fernández de Córdoba entre los siete capitanes que merecieron por sus hazañas ser Reyes y no lo fueron. Los otros seis eran Belisario, Narses, Guillermo I, Príncipe de Orange, Alejandro Farnesio, Duque de Parma, Juan Huniades y Jorge Castrioto.
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N-1,32,19. Nació en Trujillo el año de 1469. Siendo joven, se ausentó de la casa paterna, y pasando a Italia, sentó plaza de alabardero en la guardia del Papa. Llegó a tal punto de pobreza, que se mantenía de lo que hurtaba con otros camaradas por las noches. Después desertó de las tropas del Papa, donde había llegado a ser capitán, y se pasó a los enemigos. Alistado posteriormente en el ejército del Gran Capitán, se distinguió por hazañas casi increíbles en las guerras de Nápoles, donde fue coronel de una compañía de caballos y dos de arcabuceros. El año de 1507, quejoso del Rey don Fernando, se despidió de su servicio, y ejerció la profesión de pirata en compañía de otros españoles que habían servido en Italia. Así pasó algunos años, hasta que, perdonándole el Rey Católico, volvió a servirle y asistió a la guerra de Navarra, mandando nueve banderas. Continuó sirviendo al Emperador, y, finalmente, murió en Bolonia el año de 1533, de resultas de una caída que dio jugando con unos caballeros mozos a derribar con el pie una paja colocada en la pared.
Al fin de la crónica del Gran Capitán, que se describió arriba, se imprimió una Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes, escrita por él mismo poco antes de su muerte, y a la verdad, no con tanta modestia como adelante dice el Cura. La dirigió a su hijo Sancho de Paredes, y en ella se cuentan las más de las noticias que anteceden.
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N-1,32,20. Los antiguos griegos solían atribuir a Hércules todos los hechos hazañosos cuyo autor no se conocía con certidumbre. A este modo, entre los españoles modernos, ha sido usanza común atribuir los dichos ingeniosos a don Francisco de Quevedo, y los hechos de fuerza a Diego García de Paredes, a quien alguna vez se apellidó el Sansón de Extremadura. Lo de la rueda de molino que aquí se le atribuye, no se encuentra en su historia: lo más notable que en orden a fuerzas naturales refiere el Sumario de su vida, es que en la sorpresa de Montefiascone, hallando Diego García cerrada la puerta de la plaza, asió del cerrojo, arrancó las armellas y abrió así la puerta, introduciendo por ella a los suyos. De quien se cuenta que detenía la rueda de molino es del Capitán Céspedes, caballero natural de Ciudad Real, cuyas fuerzas, dice don Diego Hurtado de Mendoza (Guerra de Granada, lib. II, cap. VI), fueron excesivas y nombradas por toda España: acompañólas hasta la fin con ánimo, estatura, voz y armas descomunales. Murió peleando con los moriscos granadíes el año de 1569. De él afirma Lope de Vega que rompía cuatro barajas juntas, que detenía un carro, que retorcía una alabarda, que mantenía un hombre en la palma de la mano (Dorotea, acto V, esc. V). De otras personas de extraordinaria robustez hizo mención el mismo Lope, como de don Jerónimo Ayanza y don Félix Arias, famosos tiradores de barra, y de Soto el de las grandes fuerzas, de quien dice:
El que molía trigo en un bufete
con la robusta palma de la mano.
(Sonetos de Tomé de Burguillos.)
De las fuerzas de don Diego Carvajal, caballero andaluz, y de don Juan de Bracamonte, señor de Peñaranda, refiere cosas casi increíbles don Luis Zapata en su Miscelánea manuscrita (entre los manuscritos de la Biblioteca Real). El mismo Zapata cuenta que el Rey de Vélez (un moro tuerto que vino a España en su tiempo) era de tanta fuerza, que deshacía un membrillo verde con la mano. Del emperador Tiberio dijo ya Suetonio que taladraba una manzana verde con el dedo, y que descalabraba de un capirote (en su Vida, capítulo LXVII). Otros fenómenos de fuerzas extraordinarias se han visto en estos últimos tiempos, que hubiera convenido describir de un modo seguro y autorizado, no sólo para satisfacción de los curiosos y noticia de la posteridad, sino también para el estudio de las ciencias como parte de historia natural del hombre.
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N-1,32,21. Montante, espada larga de hoja y de gavilanes, que suelen traer los maestros de esgrima, usándola para separar a sus discípulos cuando en sus lecciones y ensayos manifiestan acalorarse y empeñarse demasiado De aquí viene la expresión de echar el montante, que se aplica al que media en alguna disputa, aplacando o satisfaciendo a ambas partes.
El suceso que indica el texto se cuenta en el libro I, capítulo CVI de la crónica anónima del Gran Capitán. El puente era sobre el Garellano; pero la hazaña de Diego García no fue defender el paso del puente al ejército francés, como dice el Cura, o por mejor decir, Cervantes, porque los franceses no trataban de pasarlo. La crónica en dicho lugar lo compara con Horacio; aquel valiente romano, que defendió el paso del puente al ejército de Porsena, y luego se arrojó al Tíber, volviendo de esta suerte a los suyos. En otra ocasión cuenta la misma crónica que yendo prisionero Diego García, al pasar por un puente se arrojó al agua abrazado con los que le conducían, y que así recobró su libertad. De la combinación de estos dos hechos pudo nacer en el cronista la comparación del español con el romano, y en Cervantes la equivocación de la defensa del puente contra el paso del enemigo.
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N-1,32,22. Por esta expresión parecería que Diego García de Paredes es el que cuenta las dos noticias anteriores del molino y del puente; pero no es así, porque ni de una ni de otra se hace mención en el Sumario de su vida, de que se ha hecho mención en las notas precedentes. Cervantes citaba por lo común de memoria; y así solía no ser muy exacto en sus citas.
Don Tomás Tamayo de Vargas, aprovechándose de dicho Sumario, de la crónica del Gran Capitán y de otros libros y memoriales nacionales y extranjeros, juntó todo con los copiosos apuntamientos hechos por Baltasar Elisio de Medinilla, escribió la vida de Diego García de Paredes, y la publicó en Madrid el año de 1611. Por su prólogo se ve que, a pesar de haber sido tan insigne bibliógrafo y de haber precedido a don Nicolás Antonio en la formación de una biblioteca española, de que hay un ejemplar entre los manuscritos de la Biblioteca Real de esta corte, no conoció la historia del Gran Capitán, escrita por Hernán Pérez de Pulgar, a quien atribuyó equivocadamente la anónima que se describió arriba, confundiéndolo al mismo tiempo con Fernando de Pulgar, el cronista de los Reyes católicos.Dice Cervantes de las hazañas de Diego García de Paredes que si, como las escribe él de sí mismo, las escribiera otroàà pusieran en olvido las de los Hétores. Aquiles y Roldanes. Es decir, que para ser creídas las hazañas de una persona, va mucho entre que las cuente ella misma u otra a quien no puede oponerse la tacha de apasionada. Sin embargo de ser cosa tan obvia, todas las ediciones han conservado la lección de las primeras, donde se lee: Si como las escribe él mismo... las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en olvido las de los Hétores, etc. Asimismo es errata clara por de si mismo, y, por lo tanto, se ha corregido en la presente edición, como era forzoso hacerlo para conservar el sentido.
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N-1,32,23. íDesaforado golpe! No fuera poco partir a un gigante, a un hombre, a un caballo; pero esto parecería menos increíble, y por de pronto ofrece muchos ejemplos en los anales caballerescos. El Caballero del Febo, peleando con un gigante que guardaba la puente de un castillo donde estaba encantado su padre, el Emperador Trebacio, de un revés lo cortó por medio, cayendo la mitad del gigante a un lado y la otra mitad al opuesto (Espejo de Príncipes, parte I, lib. I, cap. LXIV). Otro tanto hizo con el gigante Barbario en una floresta cerca de la Ratisbona, por favorecer a la Reina Augusta y sus doncellas, que iban presas (Espejo de Príncipes, lib. I, cap. XI). Acometido Lisuarte de Grecia por seis villanos armados de hachas y capellinas, al uno de ellos dióle tal golpe por la cinta, que el cuerpo le hizo dos partes (Lisuarte, cap. LII). Artús de Algarbe de una cuchillada dividió por medio a un león en las sierras de Portugal (Oliveros de Castilla, cap. LIV). El Príncipe Anastarax de un golpe de su espada partió en dos a un oso por los (Amadís de Grecia, parte segunda, capítulo XXIX). En un torneo hirió don Belianís a Lisconis de tal golpe, que después de llevarle de arriba abajo todo el escudo, la espada descendió al arzón delantero, y cortólo por medio juntamente con el caballo, de suerte que Liscornis se halló de pies en el suelo, cortado el caballo en dos partes. íSancto Dios!, dijo el Rey de Inglaterra... (Belianís, lib. II, cap. XV). Y +qué hubiera dicho si hubiera visto rebanar de un solo revés cinco gigantes?
Lo que encuentro más parecido a lo que aquí se atribuye a Félix Marte, es lo que dice Ariosto refiriendo los hechos de Rugero en una batalla (canto 26, ests. 21, 22, y 23):
Ghelmi tagliaba e le corazze grosse,
e gli nómini fendea fin sul cavallo;
e li mandaba in parti uguali al prato
tanto dall un quanto dall- altro lato.
ContinÜando la medesma botta,
Uccidea col signare il caballo anche:
I capi dalle spalle alzaba in frotta,
e spesso i busti dipartia dall- anche;
Cinque e piu a un colpo ne taglió talotta
.
Es verdad que Ariosto se lava las manos, cita a Turpín, y continúa diciéndole a su lector:
Il buon Turpin, che sa che dice il vero,
e lascia creder poi quel ch- all uom piace,
narra mirabil cose di Ruggiero,
ch- udendole, il direste voi mendace
.
Comparemos ahora al valeroso Félix Marte con el furibundo Rey Matacaballo, del cual cantó Villaviciosa en su Mosquea, describiendo la gran batalla entre las moscas y las hormigas y sus respectivos aliados:
Cinco cabezas se llevó de un tajo
de grandes piojos el sangriento Marte...
De una sola estocada uñas abajo
siete pulgas pasó de parte a parte,
y cual si fueran cuentas de rosario,
las ensartó en su filo temerario.
(Canto I, est. 31.)
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N-1,32,24. Debió ser algún juguete común en tiempo de Cervantes, a la manera que ahora se hacen conejos con una aceituna o un pañuelo, caras de vieja con el puño cerrado y dos cuentas de rosario, y calaveras con cáscaras de coco y una luz dentro. Lo que aquí se indica serían vainas de haba cortadas de modo que la punta quedase pendiente como capucha, dejando descubierta parte del haba, que representaría la cabeza, y lo demás de la vaina el cuerpo.
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N-1,32,25. Creo que se halla viciado el texto, porque la palabra llevó no hace sentido, y quizá está en lugar de hubo. Verdaderamente es notable el encogimiento de los editores del QUIJOTE: con menos fundamento se han hecho correcciones y enmiendas en el texto de los clásicos antiguos, suponiéndolos, como también debió suponerse a Cervantes, incapaces de poner ciertos desatinos.
Por lo que toca al ejército de más de un millón y seiscientos mil soldados, no puedo decir si se cuenta así en la historia de Félix Marte, porque no he conseguido verla; pero no faltan en los libros de Caballerías ejemplares de estos desaforados ejércitos, como el de Agricán, Rey de Tartana, que sitiaba la roca de Albraca y constaba de dos millones de combatientes, según se cuenta en el Orlando enamorado de Mateo Boyardo, traducido por Francisco Garrido de Villena (libro I, canto 15).
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N-1,32,26. Al poner Florambel el pie en la isla Sumida, se hundió todo cuanto alcanzaba la vista, y él, entre aquel escuro y temeroso terremoto, se sumió debajo de tierra de tal guisa, que le parecía haber caldo a los abismos. Quedó como adormecido: Mas viniéndosele mientes de su fermosa señora, le creció un tan grande y nuevo esfuerzo, que muy ligeramente se levantó de donde tendido estaba, y, mirando al derredor de si y adonde yacía, se falló en muy fermoso y verde prado, a la vista de una tierra poblada de espesas arboledas y un muy fermoso y fuerte castillo (Florambel de Lucea, lib. IV, cap. XIX).
La aventura que atribuye el texto a don Cirolingio de Tracia tiene alguna semejanza con la del Lago ferviente de las Siete Fadas, que pinta después Don Quijote en el capítulo L de esta primera parte; pero sospecho que ni esta aventura ni las que se contaran antes de Félix Marte de Hircania están en sus libros; y me inclino mucho a creer que las forjó a su antojo Cervantes, a la manera que forjó en el capítulo XV lo de los azotes de Amadís y la melecina del Caballero del Febo. Para su propósito importaba poco la puntualidad en esta clase de citas. Y si se dice que allí hablaba Don Quijote, cuya locura hacía verosímiles las equivocaciones, aquí hablaba el ventero, de quien también se dice que le faltaba poco para hacer la segunda parte de Don Quijote.
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N-1,32,27. Viejo anciano, pleonasmo: a no ser que así lo diga la historia de don Cirolingio, en cuyo caso más bien será censura.
En Celidón de Iberia, una sierpe espantable que peleó con don Artisel de España, huyó después, y arrojándose a un lago vecino, se volvió una doncella que vino nadando a la orilla. Otra vez en el mismo libro un enano se convierte en oso, y luego vuelve a ser enano (cantos 4, 10 y 39). En el de Belianís las serpientes que tiraban del carro en que fueron arrebatadas las Princesas desde Babilonia al castillo de Medea, se transformaron en doncellas (lib. II, cap. VI).
En el Morgante, de Pulci, traducido por Jerónimo Auner, un gran pez se convirtió en la maga Antigonia (lib. I, cap. LXXI). El Príncipe Lepolemo peleó en la Cueva encantada con una leona, y después con una grande estatua de bronce, la cual se convirtió en un viejo, que era el sabio Torino. Lepolemo lo arrojó por un agujero, dio un estampido, la isla tembló, el sol se osscureció y se acabó la aventura (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo V). En el Purgatorio de Tirses, encanto que había en el castillo de los Secretos de amor, se presentó a Olivante una desemejable y espantosa serpiente, dando los más roncos y temerosos silbos del mundo. Metióle Olivante toda la espada por los pechos, y al sacarla, la serpiente se tornó en un horrible gigante armado de todas armas con su espada en la mano (Olivante, lib. I, cap. XXI).
Unas veces los animales se convertían en personas, y otras las personas se convertían en animales: de una y otra clase de cambios hay ejemplos en los anales caballerescos. Si en Cirolingio de Tracia una serpiente se convierte en anciano, en Palmerín de Oliva un anciano se convierte en serpiente (capítulo CLXXI). Según cuenta la citada historia de Olivante, una vez la sabia Hipermea, su protectora, se volvió sierpe (lib. I, cap. XXVII); otra peleando Olivante con dos jayanes se apareció un espantable grifo que cogió al uno con el pico y al otro con las uñas, y como si nada llevara, los dejó a la boca de una cueva, donde se transformaron en dos feroces y espantosos basiliscos (Ib., cap. V). En Policisne de Boecia, una doncella sabía que acompañaba a Aristán el enamorado, viendo que éste llevaba lo peor de una batalla, vertió sobre su enemigo una ampollita de agua, y lo trocó en un fiero y desemejado león (cap. LXV). En la misma historia la Reina Taranta, irritada contra su hija la Infanta Menardia por sus amores con Roldín, la transformó en cierva, se mató con una daga y se convirtió en una horrible sierpe que devoró a Roldín (capítulo II).
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N-1,32,28. Aquí, en las tres personas del ventero, su hija y la criada, nota y designa con mucha discreción nuestro autor los efectos que la lectura de los libros caballerescos solía producir, según el carácter, humor y circunstancias de las personas. En unas, la ferocidad, admirando los furibundos golpes dados por los caballeros, y tomándoles ganas de hacer otro tanto, como en el ventero. En otras, como en Maritornes, las inclinaciones producidas por las imágenes y escenas lúbricas que suelen presentar las historias de los andantes. Y en otras, la vana compasión de las lamentaciones y ridículas lágrimas de los caballeros, producidas por la crueldad y desdenes tanto o más ridículos de sus damas: éste era el caso de la hija del ventero.
Entre los inconvenientes que resultaban de la lectura de las historias caballerescas, uno era el hastío que se tomaba a las verdaderas, como menos picantes y más insípidas que las fingidas. Esto indica lo del ventero: Dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García; expresión del desprecio que se hacía de sus historias, y de la preferencia que se daba a las otras.
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N-1,32,29. Esto es, en voz baja, porque ya se ve que callar y decir implica.
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N-1,32,30. Esta segunda parte no es de la fábula. Pellicer observó aquí oportunamente que parte se dijo por las partes o papeles de la comedia, y que Dorotea, viendo la intensa afición del ventero a las cosas caballerescas, quiso significar que donde hace Don Quijote la primera parte, o papel de primer galán, merecía el ventero hacer la segunda parte, o papel de galán segundo.
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N-1,32,31. Frase que manifiesta la gran reputación de santidad que gozaban los frailes descalzos en tiempo de Cervantes. Estaban recientes a la sazón las reformas de San Pedro de Alcántara y San Juan de la Cruz, hechas en la declinación del siglo XVI, a las que habían seguido las de los religiosos Agustinos, Trinitarios y Mercedarios. La de éstos fue la última, y se verificó el año de 1603.----Vuelve a usarse esta misma expresión en el capítulo LXXII de la segunda parte.
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N-1,32,32. Como a niño inocente que se lo cree todo.----A otro perro con ese hueso; como si yo no supiese cuantas son cinco y a dónde me aprieta el zapato; frases proverbiales, que indican la firme persuasión en que estaba el ventero de la certidumbre de las historias de los andantes, y la opinión de que el Cura quería burlarse de él, suponiéndole inadvertido e ignorante. Añade el ventero que no es nada blanco, porque blanco es bobo o necio en el Vocabulario de germanía compuesto por Juan Hidalgo. Con la misma significación se usó en don Florisel de Niquea, cuando Fraudador de los Ardides, motejando a dos caballeros ancianos, les decía que eran tan blancos así en barbas como en saber (parte II, capítulo LXXVI). Igualmente Monipodio en la novela de Rinconete y Cortadillo, hablando de las tretas de naipes y fullerías que sabía el primero: todas esas, decía, son flores de cantueso, viejas y tan ajadas que no hay principiante que no las sepa, y sólo sirven para alguno que sea tan blanco que se deje matar de media noche abajo.
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N-1,32,33. Don Quijote usa de este mismo argumento a favor de la veracidad de las historias caballerescas en la conversación con el canónigo de Toledo, al fin de esta primera parte (capítulo L). Bueno está eso, dice: los libros que están impresos con licencia de los Reyes... +habían de ser mentira?
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N-1,32,34. Trata el Cura de justificar la tolerancia del Gobierno respecto de los libros de Caballería, con las razones generales que mueven a tolerar otras cosas; pero no escogió los ejemplos más oportunos, alegando los de juegos inocentes y aun provechosos, cuando pudiera haber citado el de las mancebías, que se toleraron en otros tiempos y aun en el de los Reyes Católicos.
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N-1,32,35. Las palabras como es verdad hubieran debido borrarse como totalmente inoportunas en este lugar, porque la misma conversación que se va refiriendo y el ejemplar del ventero y de su familia, manifiestan que no es verdad lo que se dice que lo es.
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N-1,32,36. Con palabras muy semejantes, aunque con ocasión muy diferente, había dicho Don Quijote en la aventura de los galeotes: algún dia lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. La afectación de gravedad e importancia en los que así hablaban, divierte al lector cuando considera lo poco que para las materias de que se trata puede importar el influjo de un Cura de aldea o de un hidalgo de la Argamasilla.
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N-1,32,37. El régimen se cambia dentro de un mismo período: antes se dice proponer de esperar, y después proponer que determinaba. La sentencia o concepto tampoco está bien; porque +qué es proponer determinar? ----Pudiera asimismo haberse excusado la partícula de en los dos casos que se pone; en el primero no es necesaria, y en el segundo, además de no ser necesaria, produce también la ingrata repetición de dejalle.----Hubiera quedado mejor el lenguaje uniformando el régimen y suprimiendo las superfluidades de este modo: propuso en su corazón esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo, y si no salía con la felicidad que él pensaba, dejalle y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo.----Poco después viene otro cambio vicioso de sujeto: Sacólos (los papeles) el huésped, y dándoselos a leer, vio hasta obra de ocho pliegos: porque quien sacó y dio a leer fue el ventero, y quien vio fue el Cura.
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N-1,32,38. Mala opinión tenía de su profesión el ventero, cuando hallaba algo de incompatibilidad entre ella y la de cristiano. Cervantes se burla aguda y graciosamente de los venteros de su tiempo, que según se ve por las memorias coetáneas, solían ser gitanos o moriscos. Hay quien opina que los de ahora son muy parecidos a los de entonces.
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N-1,32,39. Alguna concierta con razón, que es la última palabra del precedente período. Allí significa lo mismo que justo o razonable: aquí equivale a frase o discurso hablado, que es una de las acepciones de la palabra razón, de donde se dijo razonar, que también significa hablar, como en aquello que dijo de Salicio Garcilaso en su égloga al Visorrey de Nápoles:
Y así como presenteRazonando con ella le decía.

[33]Capítulo XXXII. Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente
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N-1,33,1. Ahora diríamos bastante causa para que los dos con recíproca amistad se correspondiesen. Pero ya desde los principios va sabiendo la presente novela a italiana; y lo mismo indican el Anselmo y el Lotario que se hallan después, donde se ve el artículo antepuesto a los nombres propios. Como el teatro de la novela es toscano, no hay que extrañar que el lenguaje participe algo del sabor del terruño.
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N-1,33,2. Acepción poco común del verbo continuar, que aquí tiene la misma significación que seguir frecuentando. Pocos renglones después se dice, que no se han de visitar ni continuar las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros.
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N-1,33,3. Decimos ir a y no ir en para denotar el lugar adonde se va; pero en tiempo de Cervantes solía decirse de ambas maneras. Pudieran citarse muchos ejemplos de dentro y fuera del QUIJOTE.
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N-1,33,4. Mejor: no puede ni debe ser sospechoso lo uno porque no es lo mismo deber ser que deber de ser, según que ya se ha explicado alguna vez; y lo otro, porque conviene que el régimen sea común a los dos verbos puede y debe, y no se dice puede de ser.
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N-1,33,5. Esto es, para no comunicar con él como solía: el verbo comunicalle está como activo En el capítulo precedente decía el Cura: vendrá tiempo en que lo pueda comunicar con quien pueda remediallo. Este último régimen es más conforme al que usamos en el día.
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N-1,33,6. Las tres primitivas ediciones del QUIJOTE dicen: cuyo crédito estaba en más. Si lo decía el original, es claro que estaba era abreviatura de estimaba, y así debió ponerlo el impresor.
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N-1,33,7. La estructura y buen orden de la oración, que tanto influye en la claridad, exigía que se antepusiese el verbo mirar y se dijese: que el casado... tanto cuidado había de tener en mirar que amigos llevaba a su casa, como con qué amigas su mujer conversaba.
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N-1,33,8. Hiciesen ponen las ediciones anteriores donde debió ponerse hubiese, porque no se dice hacer descuidos, sino haberlos. El error fue muy fácil.
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N-1,33,9. Frisar de fricare, estregar, rozar, disminuir rozando. Lotario procuraba mirar por la honra de su amigo, cercenando, escatimando, en suma, disminuyendo sus visitas a casa de Anselmo.
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N-1,33,10. Se habla de Camila. Valor no es aquí la fortaleza y vigor del ánimo, sino lo que una persona vale por sus prendas, y la estimación que por ellas merece. De esta acepción de valor se habló ya en otra parte: viene a ser lo que ahora llamamos mérito.
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N-1,33,11. O sobra las, o semejantes, es errata por siguientes.
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N-1,33,12. Las ediciones anteriores decían y sobre al que me hizo en darme, etc. La de Londres de 1738 leyó y sobre todo al que me hizo. Pellicer defiende la lección antigua, y pretende que sobre es verbo, que significa lo mismo que supere o exceda. Pero el verbo sobrar en esta acepción ni es prosaico ni familiar, como lo pedía el diálogo: es poético y Garcilaso lo usó en la égloga primera, hablando con el Marqués de Villafranca:
Luego verás ejercitar mi pluma...
Antes que me consuma
faltando a ti que a todo el mundo sobras.
La lección de los editores de Londres me parece preferible por más clara y más propia del estilo común, lo que junto con el descuido que hubo, como ya se ha dicho otras veces, en las impresiones primitivas del QUIJOTE, hace menos inverosímil la omisión de la palabra todo. En las primeras ediciones de la Academia Española se adoptó la lección de la de Londres.
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N-1,33,13. Redunda el pronombre las, y no es
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N-1,33,14. la única vez que se encuentran estas superfluidades en el QUIJOTE. Sin salir de esta novela del Curioso impertinente, ni aun de este capítulo, hablándose de un cuento de Ariosto, se dice: aquel simple doctor... que hizo la prueba del vaso que con mejor acuerdo se excusó de hacerla el prudente Reinaldos. Y en el capítulo siguiente: Todo esto ha dicho una criada de Camila que anoche la encontró el Gobernador descolgándose... por las ventanas. Otras varias redundancias de este jaez se notan en Cervantes, y generalmente en los escritores de aquel tiempo.
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N-1,33,15. Todo y universo forman un pleonasmo vicioso si se conserva mundo, pero no si se suprime esta última palabra, y queda solamente de todo el universo. Universo significa una cosa cuando es sustantivo, y otra es adjetivo. En este último caso es sinónimo de todo.
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N-1,33,16. Está dicho con impropiedad. Lo de Anselmo era más bien duda que deseo: lo que deseaba era salir de ella, y saber si su esposa era tan buena y perfecta como él pensaba: el deseo no era de pensar, sino de saber. Disuena también un poco la repetición de pensar y pienso. Todo se remediara si en vez de pensar se hubiera puesto el de saber.
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N-1,33,17. En los cantos 42 y 43 del Orlando furioso se refiere el caso de Reinaldos, a quien un marido desgraciado alojó en su palacio y le contó su historia. En ella se encuentran expresiones que tienen semejanza con otras de la presente novela. Aquel marido fue muy feliz, como Anselmo, en los principios de su matrimonio, teniendo a su mujer por buena y perfecta: en tal estado, una hembra maligna que quería perturbar su paz, le hablaba en estos términos:
Ma che ti sia fedel tu non puoi dire
prima che di sua fe prova non vedi,
s′ella non falle, e che potria fallire,
che sia fedel; che sia pudica credi...
+Onde hai questa beldanza che tu dica
e mi vogli affermar che sta pudica?...
Agli amanti da commodo è ai messaggi:
se a preghi, a doni non sia persuasa
di fare al letto maritale oltraggi
e che facendol creda che si cele,
ahora dir potrai che sia fedele
.
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N-1,33,18. Pudiera sospecharse que vacío es errata por vaso, porque del vaso es del que se dice con propiedad que está colmado: el vacío no puede tener colmo. Y nótese la significación de colmo por colmado, que se usó también en la misma acepción en el capítulo LI de las dos ediciones primitivas del QUIJOTE, hechas ambas en Madrid el año de 1605. Allí se dijo que el sitio en que se encontraron Don Quijote y el pastor Eugenio, estaba colmo de pastores y de apriscos.
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N-1,33,19. Muhierem fortem +quis inveniet? Procul et de finibus terr䟰r头ium ejus. (Proverbios, capítulo XXXI).
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N-1,33,20. Pellicer sospechó que el texto está viciado por haberse omitido la negación, y que el original del autor acaso diría: lo que no se ha de hacer. La Academia Española, en una nota a su edición del año 1819, repitió y aun esforzó la sospecha de Pellicer: mas a pesar de autoridad tan respetable, todavía me parece el texto preferible a la enmienda que se propone. La expresión del texto es como si se dijera: si de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo aquello que se ha de hacer por buen respeto, esto es, a sólo aquello que se ha de hacer sin pasar de los justos respetos o términos concertados entre nosotros. De la infidelidad consumada, no pudo en mi juicio decirse, que no se había de hacer por buen respeto: sería expresión demasiadamente blanda.
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N-1,33,21. El dicho fue de Pericles a un amigo suyo, pidiéndole éste que en cierta causa judicial jurase a su favor en falso. Cuéntalo Plutarco en su opúsculo intitulado De la mala vergÜenza. Cervantes lo atribuyó a un poeta, o porque lo halló repetido en algún escritor métrico, o por su ordinaria inexactitud, en materia de citas.
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N-1,33,22. Esta máxima ni puede aprobarse ni está de acuerdo con la que acaba de establecerse: Amicus usque ad aras. Todo lo que pudo decirse sin perjuicio de la moralidad de la sentencia fue: Y cuando el amigo tirase tanto la barra, que pusiese aparte los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, sólo pudiera tener alguna excusa, siendo no por cosas ligeras y de poco momento, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida de su amigo.
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N-1,33,23. Estaría mejor con una ligenísima adición: y ten la paciencia de no responderme. Quizá estuvo así en el original.
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N-1,33,24. Así decían antiguamente nuestros más cultos y autorizados escritores, mudando en e la i del origen, lo mismo que en recebir, apercebir y otras voces. Ahora el uso ha vuelto a seguir en muchos casos la etimología, y se dice inteligible, recibir, apercibir.
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N-1,33,25. Con las manos, quiere decir, material, grosera y palpablemente.--La buena gramática exigía que de ponérselo hubiera quedado sólo poner: sobran los dos pronombres se lo, que ya preceden en háseles; y aun en todo caso debiera ser ponérseles.
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N-1,33,26. No basta, esto es, no alcanza; en cuya acepción, bastar se dice ordinariamente de las cosas y no de las personas, y más bien bastar para que bastar a.
El ejemplo tomado de los moros (que pudiera extenderse también a muchos cristianos) no es aquí enteramente oportuno. Lo mismo que de los moros puede decirse de todos los rudos y tontos, y habrá moros que no lo sean.
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N-1,33,27. En las dos ediciones primitivas del año 1605 se lee tiempo gastado, fuese por omisión de la imprenta, o por italianismo, de guastato, que significa lo mismo que gaté en francés, y echado a perder en castellano. Cervantes corrigió malgastado en la edición de 1608.
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N-1,33,28. Saldría es lo que debió decirse, y esto es lo que pide el intento de Lotario, puesto que hasta ahora se niega a hacer la prueba que le propone Anselmo.
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N-1,33,29. Para la buena construcción sobra la partícula a, como puede reconocerse invirtiendo el orden de las palabras, porque no se diría hacer della como a mala, sino hacer della como mala.
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N-1,33,30. Poeta napolitano que escribió el poema de las Lágrimas de San Pedro, en reparación de otro muy libre que escribió cuando joven con el título de Vendimiador. Sirvió al Virrey de Nápoles don Pedro de Toledo, Marqués de Villafranca, el mismo a quien dirigió su primera égloga Garcilaso. Este último hizo mención de Tansilo, entre otros célebres versificadores italianos, en el soneto XXIV a doña Antonia de Cardona. Después anduvo Tansilo en la comitiva García de Toledo, General de las galeras de Nápoles, y estuvo con él en la expedición a la costa de Berbería y toma de la ciudad de Africa, que fue por asalto en septiembre de 1550. Dicen que gastó Tansilo más de veinticuatro años en la composición de su poema, el cual no se publicó hasta después de su muerte, acaecida por los años de 1570. Se imprimió la primera vez en 1584, y el de 1587 lo publicó traducido al castellano Luis Gálvez de Montalvo, autor del Pastor de Filida. Gregorio Hernández de Velasco, traductor de Virgilio y de Sanazaro, tradujo asimismo parte del poema de las Lágrimas de San Pedro, que según don Juan Antonio Pellicer existe entre los manuscritos de la Biblioteca Real de Madrid. Don Nicolás Antonio menciona otras cuatro traducciones castellanas: una de Juan Sedeño, Gobernador de la plaza de Alejandría en el Estado de Milán; otra de don Martín Abarca de Bolea, Barón de la Clamosa; otra de Luis Martínez de la Plaza, presbítero de Antequera; y otra de Jerónimo de Heredia, caballero catalán natural de Tortosa. Posteriormente fray Damián Alvarez, religioso dominico, vertió en español y en octava rima el mismo poema, y lo imprimió en Nápoles el año de 1613, reduciendo a trece los quince libros del original, y dedicándolo al Virrey don Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos, el protector de Cervantes. Todavía lo abrevió más don Jacinto de San Francisco, fraile de Santiago, que lo publicó igualmente en octava rima el año de 1653, en Pamplona, compendiándolo a su manera en ocho libros, y dándolo como composición original suya.
La versión de la estancia IV del libro o Llanto V, que se pone a continuación, no es ni la de Hernández de Velasco, que copia Pellicer en su nota, ni la de Gálvez de Montalvo, que estaba en redondillas; ni pudo ser de las de Alvarez y San Francisco, que se publicaron después del QUIJOTE. Será traducción del mismo Cervantes.
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N-1,33,31. El original italiano dice:
Se ben no′l vede altro che cielo e terra:
Y estaría más fielmente traducido:
Si bien no lo ven más que cielo y tierra.
La palabra otro del texto equivale a otra cosa, y es un verdadero nombre del género neutro. No falta quien niegue la existencia de este tercer género en castellano, pero no hay razón para ello. El uso procedió sin regla fija en la asignación que hizo de los géneros a los nombres: si fue justo que hombre y león fuesen masculinos, mujer y leona femeninos, puesto que lo son los objetos que representan, por lo mismo hubiera sido racional no señalar género a los nombres de cosas que no son machos ni hembras. Pero lejos de ello, en la lengua latina y sus derivadas se asignó género a todos los sustantivos que no tuviesen sexo sus significados; y aun esto con tal irregularidad, que variaron a veces el género de nombres que significan una misma cosa, como bosque y selva, alhucema y espliego, llano y llanura, pena y castigo. El prurito de asignar género se extendió hasta los verbos, a los cuales se les dio el masculino cuando hacen de sustantivos:
El dulce lamentar de dos pastores
He de cantar, sus quejas imitando.
Sólo se libraron de esta forzada clasificación de masculinos o femeninos los adjetivos cuando hacen de sustantivos con el nombre de sustantivados, verbigracia, lo bueno, lo malo. La aplicación de los artículos el, la, lo, marca la diferencia de los tres géneros, cuya existencia es por lo tanto de hecho. Los que la niegan, fundándose en que no habiendo sido dos géneros en la naturaleza, no puede haber más que dos en los nombres, no reparan en que las ideas de masculino y femenino son positivas, y la de neutro negativa. Neutro no significa más sino que el nombre a que se aplica esta denominación, no es ni masculino ni femenino. El neutro es en los géneros lo que el negro en los colores: éste es la ausencia de color y aquél la ausencia de género. Hecha esta observación no puede quedar reparo alguno para la admisión y reconocimiento de los tres géneros en castellano.
Hay en él nombres evidentemente neutros sin que lo indique la presencia del artículo lo. Tales son las terceras terminaciones de los pronombres llamados demostrativos, este, aqueste, ese, aquese, aquel. Esto, aquesto, eso, aqueso, aquello son evidentemente neutros, y lo son por sí mismos, sin que reciban esta calidad del artículo neutro lo, porque nunca lo llevan: son verdaderos sustantivos, que significan por sí solos sin necesidad de arrimarse a otros nombres; por manera que se puede decir que en castellano hay verdaderos sustantivos neutros, como en latín y en inglés. Decimos también: todo es poco. Otro tanto sucedió, y aquí tenemos neutros sin artículo. Asimismo es neutro el relativo que con el artículo y sin él en la expresión +qué es lo que mandáis? También lo son los adjetivos tal y cual en aquellos pasajes del QUIJOTE: bendito sea Dios que tal me ha dejado ver con mis propios ojos (parte I, capítulo LVII); y +cuál es más, resucitar a un muerto o matar a un gigante? (Ib., cap. VII). Los adjetivos que acompañan a los neutros o a los otros adjetivos sustantivados son igualmente neutros, como malo y bueno en las expresiones: esto es bueno, aquello es malo; y amable y aborrecible en las otras: lo bueno es amable: lo malo es aborrecible. Muchas veces los sustantivados no llevan artículo, y no por eso dejan de ser neutros, de lo cual hay ejemplos en el mismo QUIJOTE. Uno es escribir como poeta y otro como historiador, decía el bachiller Sansón Carrasco en la segunda parte (cap. II). En la comedia La Gran Sultana, del mismo Cervantes, dice un músico al cautivo Madrigal, que había estado para ser empalado, y ahora se le mandaba bailar: (acto II):
Otro es esto que estar al pie del palo
esperando la burla que os tenía
algo de mal talante.
En la historia de los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda decía Sinforosa a Auristela (libro I, cap. V), que en las doncellas virtuosas y principales, uno dice la lengua y otro el corazón; y en el Pastor de Filida decía Finea a Alfeo: Tu hábito me dice uno, y tu persona me descubre otro.
Del mismo modo debe reconocerse por neutro el otro que se lee en el verso de nuestro texto. Y si por ser traducción del toscano, o por lo que se le pegó a Cervantes en la lectura de sus libros o durante su residencia en Italia, se creyese que es italianismo, como otros que se hallan en el QUIJOTE, contestaré con testimonios tomados de documentos que demuestran haberse usado esta palabra en Castilla con la misma significación en tiempos muy anteriores. Sirva de ejemplo el refrán uno piensa el bayo y otro el que lo ensilla, que se encuentra ya en la colección del Marqués de Santillana, hecha en el siglo XV, y aun antes en las poesías del Arcipreste de Hita, quien dice en sus fábulas (página 34):
Uno coita el bayo et otro quien lo ensilla.
Un romance viejo, tratando del Rey Don Rodrigo y la casa de Hércules, cuenta que:
Entrando dentro en la casa
nada otro fuera a hallar,
sino letras que decían:
Rey has sido por tu mal.
Igual uso de la palabra otro se hizo en el Diálogo de las lenguas, donde se lee (pág. 95): Otras veces muda la significación, como en requebrar que es otro que quebrar, y en retraer, que es otro que traer. Y porque haya ejemplos de todas clases, en la historia de don Belianís se refiere que un caballero dijo a don Gradarte: Vos hacéis tuerto en nos querer quitar nuestras doncellas... por eso sois conmigo a la batalla. No soy venido por otro, dijo don Gradarte.
Ahora bien: preguntaré yo, +qué género tienen uno, otro, cual, que, tal en los pasajes precedentes? +Masculino o femenino? Se me responderá que ni uno ni otro. Pues eso es neutro.
Quede, pues, por fijo y asentado que existe el género neutro en castellano; aunque conviene observar que no es para palabras que representan individuos y cosas materiales, sino sólo para los que significan ideas morales o abstractas.
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N-1,33,32. Pellicer sobre este lugar dice que pudiera presumirse que acaso tomó Cervantes del Ariosto el argumento de la novela del Curioso impertinente. Pellicer dijo poco: de allí sin duda lo tomó Cervantes; y tan lejos y estuvo de querer ocultarlo, que cita a Ariosto bajo el nombre de nuestro poeta, que le da Lotario como italiano.
Dos son los cuentos del Orlando furioso a que en el presente lugar alude Cervantes: Uno fue el que contó a Reinaldos el caballero (que no se nombra) dueño de un hermoso palacio a orillas del Po, en las cercanías de Mantua, donde Reinaldos se alojó una noche. Este caballero, al fin de la cena, le hizo presentar un vaso que tenía la propiedad de indicar a los maridos si sus mujeres les eran infieles, en cuyo caso al que iba a beber el vino se le derramaba por el pecho:
Chi la moglie ha pudica, bee con quello:
ma non vi puó già ber chi l′ha puttana;
che′l vm quando lo crede in bocca porre,
tutto si sparge, e fuor nel petto scorre
.
Cuenta Ariosto que el prudente Reinaldos no quiso hacer la prueba, y que ya con el vaso en la mano.
Penso e poi disse: ben sarebbe folle chi quel, che non vorria trovar, cercasse.
Mia donna è donna, el ogni donna è molle:
lasciam star mia credenza come stasse.
Sin qui m′ha il creder mio giovato, e giova;
+che pas′io migliorar per forne prova?à
Cosi dicendo u boun Rinaldo, e intanto
respingendo da se l′ odiato vase,
vidde abbondare, un gran rivo di pianto
dagli occhi del signor di quelle case
.
Sigue el caballero la relación de su desventura, y después dice:
Il conforto, ch′io prendo, è che di quanti
per dieci anni mai fur sotto al mio tetto
,
(che a tutti questo vaso ho mesos innanti)
non ne trovo un, che non s′immolli il petto.
Aver nel caso mio compagni tanti
mi dà fra tanto mal qualche dileto.
Tu tra infiniti sol sei stato saggio,
che far negasti u periglioso faggio
.
(Orlando furioso, canto 43.)
El otro cuento de Ariosto es el que el día siguiente contó un patrón de barco a Reinaldos en su navegación por el Po de un doctor llamado Anselmo, persona distinta del llorón de la copa encantada, pero que padeció igual infortunio (Ib.). En ambos cuentos intervinieron por precio de la infidelidad dones y regalos, como en el caso de Camila. Cervantes, con su distracción ordinaria, confundió los dos cuentos, y atribuyó al doctor las lágrimas que Ariosto contó del caballero. Dos curiosos impertinentes fueron los héroes; pero el éxito de los dos cuentos fue diverso. Ambos los tuvo presentes Cervantes, tomando del uno el arrepentimiento y las lágrimas; del otro, el nombre de Anselmo, y de ambos la moralidad de los daños que causa la codicia de las mujeres y la impertinente curiosidad de los hombres.
El incidente de la copa encantada no fue original de Ariosto. Este poeta expresó que la suya era como la que la Fada Morgaina, hermana del Rey Artús, hizo para informar a su hermano de los tratos de su mujer la Reina Ginebra con Lanzarote; copa de que se hace mención en el libro I de Tristán (cap. XLI). De otra reminiscencia de la historia de Tristán que tuvo Ariosto en su Orlando, se habló en las notas al capítulo XXV, sobre las locuras que, a ejemplo de Roldán, pensaba hacer Don Quijote en Sierra Morena. El caballero manchego, según observamos, se proponía imitar al paladín francés, como éste había imitado al bretón.
Pellicer imitó también a Cervantes en el descuido con que citó al Ariosto. No hizo mención del cuento de Anselmo; equivocó los números de los cantos del Orlando, y cantó que al caballero de la copa encantada, al ir a beber de ella, se le vertió todo el vino por el pecho abajo. Pero no fue así: la única vez que el caballero hizo la prueba, según Ariosto, salió de ella con felicidad, porque su mujer hasta entonces no había delinquido; después no volvió a hacerla, porque no tuvo necesidad de ello para cerciorarse de su desventura.
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N-1,33,33. Advertir y entender los secretos, está bien; pero, +qué es imitar los secretos? Acaso el manuscrito original de Cervantes diría precetos; y aun así no estaría bien del todo, porque imitar no se dice con propiedad sino de los ejemplos o modelos.
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N-1,33,34. En tiempos de Cervantes se creía comúnmente que el diamante no podía destruirse ni por los golpes ni por el fuego. La experiencia ha hecho ver posteriormente que es combustible y frágil.
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N-1,33,35. Pellicer tropezó ya con la oscuridad de este pasaje; oscuridad que nace del desacuerdo de las ideas, y que se corrigiera tomando el hilo de más arriba y diciendo: +No sería injusto que te viniese en deseo de toma, aquel diamante... y más si lo pusieses por obra; Como sí dijera: +No sería injusto desearlo, y más injusto aún ponerlo por obra? Hay cosas mas fáciles de percibirse que de explicarse: tales son las razones de esta enmienda, la cual ganaría también algo si se suprimiese una de las dos partículas en y de.
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N-1,33,36. Estimación no es palabra conveniente para expresar el pensamiento: más lo sería situación, y mejor todavía y más breve fuera decir: Dejando a su dueño en estimación de todos por simple.
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N-1,33,37. Si le falta la perfección, y la perfección consiste en ser virtuosa, se deduce que no es virtuosa la mujer de que se trata; cosa que contradice el elogio que acaba de hacerse de Camila, diciéndose que había llegado al extremo de la bondad. Quien escribe de prisa y sin lima, es muy fácil que tropiece y se pierda en estas sutilezas.
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N-1,33,38. Los naturales son los escritores de Historia Natural, en cuyo sentido es frecuente el uso de esta palabra en nuestros antiguos libros.--La propiedad que aquí se cuenta de los armiños, y que se halla repetida por otros escritores, es una de aquellas fábulas que ha desterrado la luz de los tiempos modernos.
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N-1,33,39. No se ha dicho antes que el armiño atropelle y pase por los embarazos que le ponen los cazadores, como al parecer indican estas palabras, sino todo lo contrario. Y así cuando se dice en este pasaje que con la mujer honesta y casta se ha de usar de otro estilo diferente que con el armiño se tiene, porque quizá no tiene fuerza para atropellar y pasar por aquellos embarazos, no se ve a qué se trae la comparación del armiño, ni por qué se dijo al principio del período la honesta y casta mujer es armiño. Con arreglo al intento del texto, se hubiera podido decir con más propiedad: La honesta y casta mujer no es armiño. Así que la mención de lo que cuentan los naturalistas de este animalejo es del todo inoportuna; mejores son las comparaciones que siguen de la buena mujer con el espejo, las reliquias y el jardín, aunque ya son demasiadas comparaciones.
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N-1,33,40. Mejor: Unos versos... que oí en una comedia moderna, y que me parece que hacen al propósito.
Dice Cervantes por boca de Lotario que oyó estos versos de las redondillas no arguye que fuese de las recientes, porque en las composiciones teatrales más antiguas solían preferirse las redondillas o coplas de consonantes al verso octosílabo asonantado, harto más propio para el diálogo cómico, que con el tiempo fue prevaleciendo en el drama.
Al fin de los versos se alega el ejemplo de Dánae, a quien según la Fábula su padre el Rey Acrisio, avisado por un oráculo de que le había de matar un nieto suyo, encerró en una torre con música guarda de soldados y perros. Júpiter, convertido en lluvia de oro, entró fácilmente en la torre y engendró a Perseo; ficción que envuelve la misma moralidad que el dicho atribuido a Filipo, Rey de Macedonia, padre de Alejandro, de que no hay fortaleza inexpugnable siempre que pueda subir a ella un asno cargado de oro.
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N-1,33,41. Quiere decir, se practica, se hace. Nuestros antiguos escritores emplearon el verbo platicar en las dos acepciones de hablar y de obrar; y aun el nombre plático lo aplicaron exclusivamente a la significación de experimentado; ahora se llama práctico. En este mismo capítulo dice después Anselmo que estaba determinado de poner en plática, esto es, de poner por obra la prueba de que se trataba; ahora se diría poner en práctica. Nosotros distinguimos constantemente entre platicar, hablar, y practicar, hacer ejecutar.
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N-1,33,42. Ser en mano de uno es estar en su poder y facultades; y así no ser en su mano estorbar su desgracia es no poder estorbarla. Pero no ser en su descuido y poco recato estorbar su desgracia no significa nada, porque son ideas que no sólo no se traban y combinan bien entre sí, sino que se contradicen: los descuidos y el poco recato, lejos de estorbar, facilitan la desgracia. La intención de Cervantes fue designar un marido que no pudo estorbar su desventura, y dio ocasión para ella con su falta de precaución y cuidado. Uno y otro viene a ser lo mismo, y, por consecuencia, pudieran haberse suprimido las palabras ni en su descuido y poco recato sin inconveniente, y aun con ventajas en la concisión y claridad del lenguaje.
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N-1,33,43. No lo expresó la Santa Escritura, pero es creencia común, y muy antigua. San Avito, Obispo de Viena en las Galias, que floreció a fines del siglo V, en su poema de Origine mundi (lib. I), hablando del sueño de Adán, dijo:
Cui Pater omnipotens pressum perpcorda saporem,
misit et inmenso tardavit pondere sensus,
vis ut nulla quat sopitas solvere mentesà
Tunc vero conctis costarum ex assibus unam
subducjt l嵯 lateri, carnemque reponit.
Eregitur pulchro genialis forma decore,
inque novum subito procedit f嬩na cultum,
guam Deus 峥rna coniungens lege marito
coniugii pensat fructu dispendia membri
.
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N-1,33,44. Adán lo dijo en orden inverso: hueso de mis huesos y carne de mi carne. Cervantes, según se ha observado otras veces, no era exacto en las citas.--De sí dice con propiedad que entonces fue instituido el Sacramento del matrimonio, juzgarán los teólogos.
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N-1,33,45. Equivale a decir, los defectos que se buscan, en que voluntariamente se incurre, a diferencia de las manchas que caen, esto es, que vienen de afuera sin culpa de quien las recibe.
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N-1,33,46. Guzmán de Alfarache comprendió en pocas palabras este prolijo discurso de Lotario en la parte primera de su vida (libro I. cap. I), donde dice: sólo podrá la mujer propia quitármela (la honra) conforme a la opinión de España, quitándosela a sí misma; por que siendo una cosa conmigo, mi honra y suya son una y no dos, como es una misma carne.
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N-1,33,47. Esta larga explicación de la afrenta que resulta a un marido de la deslealtad de su mujer, aunque no haya nacido de culpa ni omisión del paciente, se funda en una ficción ideal que también establece el Derecho, a saber, la fusión de sus dos personas en una. La consecuencia que de aquí se saca para la honra o deshonra del marido, según la conducta de la mujer, en la opinión de los demás, no es muy conforme a la recta razón, según la cual la verdadera honra no pende ni puede pender de acciones ajenas. Si valiera el raciocinio que hace Lotario, de igual infamia debiera participar la mujer honesta y casta por la conducta del marido infiel; y lejos de ser así, gana más en el concepto de los demás como virtuosa y desgraciada. Lo que hay en esto es que el común de los hombres desprecia al marido, mirándolo como débil para precaver o vengar su desventura; y de aquí las ideas vulgares sobre la materia.
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N-1,33,48. Potria poco giovare e nocer, molto.
Así decía Reinaldos en Ariosto (canto 43, estrofa 7) mientras deliberaba sobre si haría o no la prueba de la copa encantada, para averiguar la fidelidad de su esposa. Las consideraciones que Ariosto atribuye a Reinaldos tienen conexión con las que Cervantes pone en boca de Lotario así como las que Cervantes pone en boca de Anselmo recuerdan las de Melisa en el otro cuento del Ariosto.
A Pellicer le pareció que si dijera el texto lo dejaré en este punto, estaría el sentido más claro; pero no tuvo presente el de la frase dejar en su punto con la que se da a entender que se abstiene el que habla de ponderar una cosa, porque no cabe o porque es inútil la ponderación. Y así dijo Cervantes casi con iguales términos en la segunda parte del QUIJOTE, hablando de la aventura de los leones, y apostrofando a Don Quijote: tus mismos hechos sean los que te alaben, valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su punto, por faltarme palabras con qué encarecerlos.
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N-1,33,49. Este final es harto mejor que todo el precedente discurso de Lotario. Es conciso, resuelto y nervioso; bien al revés de la especie de sermón que precede, y que sobre otras faltas tiene la de ser sobradamente difuso, y por consiguiente flojo y cansado.
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N-1,33,50. Expresión oscura; quiso decir, no solamente dándome la vida, sino haciéndome creer que vivo con honra.
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N-1,33,51. Intención está por opinión. La intención se refiere a la voluntad, la opinión al entendimiento, que es lo que aquí se trata.
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N-1,33,52. Se dice lugar y tiempo en que o para que. El como es adverbio de modo, y no de lugar ni de tiempo.
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N-1,33,53. Después de darla no viene ya bien poner ofrecerla. Debiera procederse de lo menos a lo más, y decirse que ofrecerla y que darla; y conforme a esto dice Anselmo a Lotario más abajo en este mismo capítulo: yo os daré mañana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcáis y aun se los deis.
Que él daría lugar y tiempo... y asimismo le daría dineros y joyas que darlaà Aconsejóle que le diese músicas. He aquí repetido cuatro veces en breve espacio el verbo dar, con el desaliño que ya se ha notado otras veces.
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N-1,33,54. Usase en el presente pasaje el pronombre él en representación de dos personas diferentes, y esto produce alguna oscuridad: cuando él (Lotario) no quisiese tomar el trabajo de hacer (los versos), él mismo (Anselmo) los haría. Hasta cierto punto no es culpa de Cervantes, sino de la lengua, que sólo tiene un pronombre para ambos casos: en latín hay uno para denotar la persona que habla y otro para denotar la persona de que se habla: ipse e ille.
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N-1,33,55. La anteposición del bien es contra el uso y aun contra la razón, con arreglo a la cual no debe separarse de diferente a quien modifica: con bien diferente intención es como decimos. A no ser que o por olvido de Cervantes o por descuido del impresor se omitiese poner que después de bien: a todo se ofreció Lotario bien que con diferente intención. En este último caso, bien no sería adverbio aplicado a diferente, sino parte de la conjunción compuesta bien que.
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N-1,33,56. Necesidad o necedad, juego ingenioso de palabras, que no ha faltado quien vitupere en este pasaje, pero que tiene ejemplos en los escritores clásicos de la antigÜedad. Cicerón mencionó este género de chiste con aprobación y aun con elogio en sus libros del Orador (lib. I, capítulo LXII): el lector podrá elegir a su arbitrio entre la autoridad de Cicerón y la de Foronda (Observaciones sobre el Quijote, página 35).
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N-1,33,57. Es el palenque o liza, formado ordinariamente con estacas, de donde le vino el nombre, en que se celebran los desafíos solemnes, los torneos, justas, juegos de cañas y otros públicos de esta especie. Su significación en este lugar es metafórica.
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N-1,33,58. En tiempo de Cervantes las señoras no se sentaban en sillas, sino en cojines tendidos en el suelo, que por esta razón se llamaban estrado, del latino stratum; y este mismo nombre se daba a la pieza de recibo que estaba guarnecida de almohadones. Camila aconsejaba a Lotario que, para reposar con más comodidad, dejase la silla del comedor y se fuese a echar en los cojines del estrado.
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N-1,33,59. Debió ser: En atalaya para mirar por sí.
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N-1,33,60. Téngolo por exageración excesiva para disminuir la esperanza; y creo que estaría mejor la expresión suprimiéndose las palabras una señal de. Acaso diría el original señal ni sombra de.
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N-1,33,61. Parecía que ya no era cosa de pasar adelante en la necia e impertinente curiosidad, y que Anselmo debía darse por satisfecho conforme al plan que se había propuesto, reducido a que Lotario comenzase, aunque tibio y fingidamente, a solicitar a Camila; y no cediendo esta a los primeros encuentros, con sólo este principio, decía Anselmo, quedaré contento. Así se refirió algunas páginas antes.
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N-1,33,62. Hasta aquí había hablado Anselmo a Lotario familiarmente de tú; ahora le habla de vos, y después vuelve a lo otro. Distracciones de Cervantes.
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N-1,33,63. La mayor que según Ariosto puede experimentar una mujer:
Che quella che dall′oro e dall′argento
difende il cor di pudicizia armato,
tra mide spalle via piÜ facilmente
difenderallo e in mezzo al fuoco ardente
.
(Canto 43, est. 68.)
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N-1,33,64. Claro es que no fue la casualidad o la suerte quien ordenó que se encerrase Anselmo en el aposento, sino la sospecha que tuvo de que lo engañaba Lotario, o por lo menos la curiosidad de ver y oír lo que pasaba entre su mujer y su amigo.--Los agujeros de la cerradura no serían más de uno.
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N-1,33,65. No dar puntada, no hacer ni decir cosa alguna, metáfora tomada de los sastres y costureras.
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N-1,33,66. Verdaderamente, la necedad de Anselmo es tal, que infunde más bien desprecio que lástima y acaba de destruir y aniquilar el interés de la novela. Todos sus personajes son malos: Lotario malo, Camila, mala. Leonela mala, Anselmo necio en grado superlativo: +por quién ha de tomar interés el lector?
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N-1,33,67. El ausente, modismo que equivale a lo que en latín se llama oblativo absoluto, y en que se sobreentiende el verbo: estando o hallándose él ausente.
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N-1,33,68. Todas veces, lo mismo que siempre.
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N-1,33,69. Este pasaje, que es algo oscuro, dejara de serlo, si después de más se añadiera reprensible u otra palabra equivalente. Trataba Lotario de disminuir la fealdad de su conducta comparándola con la locura de Anselmo, y atribuyendo a éste parte de la culpa de su infidelidad; y en verdad que no le faltaba razón.
Juégase en este período con las palabras culpa y disculpa, como se hacen con las mismas en otros pasajes de la fábula; pero pudiera mejorarse el orden y la claridad, diciendo: que si así tuviera disculpa de lo que pensaba haces para con Dios como para con los hombres, no temiera pena por su culpa.

[34]Capítulo XXXIV. Donde se prosigue la novela del Curioso impertinente
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N-1,34,1. En la lengua castellana hay muy pocos comparativos, y entre ellos varía la manera de esforzar su significación. Comúnmente se prefiere para este efecto el uso del adverbio mucho, y así sucede en los más de los comparativos, como en mejor, peor, mayor, menor. Otros admiten indistintamente el mucho, y el muy, como anterior, posterior: otros excluyen el muy, como más, menos. El muy peor del texto acaso no sonará del todo bien a los de oído delicado.
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N-1,34,2. Realmente sobra la partícula no, con la cual significa la expresión lo contrario de lo que se intenta; pero el uso de esta partícula en nuestros autores antiguos presenta raras anomalías, de que se hablará otra vez de propósito, y baste por ahora indicarlo.-- Imposibilitada de no poder es pleonasmo intolerable; y todo estuviera mejor, si se suprimiesen las dos palabras no poder.
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N-1,34,3. Don Guillén de Castro, poeta dramático valenciano, que como ya vimos, puso en las tablas el incidente de la penitencia de Don Quijote en Sierra Morena, hizo otra comedia del argumento de la novela del Curioso impertinente con este mismo título, pero mudando el desenlace para que parara (según costumbre) en casamiento. En ella insertó frecuentemente no sólo las cosas, sino también los pensamientos y aun las palabras de su original. Sirva de muestra el billete que en el acto I Camila, ofendida del proceder de Lotario, escribe a su marido Anselmo: Yo me hallo tan imposibilitada de sufrir esta ausencia que si no venís luego me habré de ir a entretener en casa de mis padres, aunque deje sin guarda la vuestra, porque la que me dejasteis, si es que quedó con tal título, mira más par su gusto que por lo que a vos toca.--Este es todo el billete de la comedia, que está tomado literalmente de la novela.
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N-1,34,4. Este régimen de resolverse en estaba admitido en la era de Cervantes. Ahora decimos resolverse a, cuando resolverse tiene una acepción moral que se refiere a la determinación de la voluntad; y resolverse en sólo se aplica a los objetos materiales que por causas físicas pasan a otro estado distinto del que tenían anteriormente. Más adelante, en este mismo capítulo, se dice de Camila que, según pensaba Anselmo, estaba resuelta en matar a Lotario.
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N-1,34,5. Está a la vista la incorrección y desaliño de este período, tanto en el concepto como en el modo de expresarlo.
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N-1,34,6. En este pasaje se representa la honestidad y entereza de Camila como un castillo o roca (este nombre se daba también a los castillos) minada por la adulación y lisonjas de Lotario, pero peca por oscuro. La vanidad de las hermosas puede fomentarse por las lenguas de la adulación, pero no se entiende lo que es ponerse en ellas. La sentencia quedaría más llana diciéndose: no hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la adulación y la lisonja, valiéndose Lotario de tales pertrechos, minó con toda diligencia la roca de la entereza de Camila, de suerte que aunque fuera toda de bronce, viniera al suelo.
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N-1,34,7. +Cómo pudo llamarse impensado a lo que mas se deseaba, a lo que estaba solicitando con tantas diligencias? Hay entre estas dos ideas tal contradicción que sería agraviar al lector insistir más en explicarla. A no ser que se pensaba sea errata por esperaba.
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N-1,34,8. Tener en menos y estimar son cosas que al parecer no concuerdan entre sí, pero aun pueden explicarse. Anselmo tenía en poco la fidelidad de Camila, puesto que él mismo la ponía en aventura y peligro de perderse; y al propio tiempo era lo que más estimaba, puesto que tanto y por tan exagerado e impertinente medio procuraba estimarla en mucho, y con su conducta mostraba tenerla en poco. Esta explicación, aunque disminuye la oscuridad del texto, no lo justifica enteramente, porque el escritor debe ser claro.
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N-1,34,9. Esto es, la deuda de cuyo pago no hay fuero ni privilegio que excuse. La repetición del relativo, el abuso del pronombre la, unido a pagar, y la añadidura de humana a hidalguía, como si la pudiese haber de otra clase enredan y desaliñan el lenguaje, que ya desde arriba viene demasiadamente cargado para una conversación familiar, con las metáforas del mar, del piélago, del piloto, del navío, del puerto y de las áncoras.
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N-1,34,10. Aprovecharse no es aquí sacar provecho, sino valerse, echar mano, usar.
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N-1,34,11. Nuevo incidente con que Cervantes trató de engalanar su novela, realzando así más el carácter de curiosidad impertinente en Anselmo, y de perfidia y traición en Lotario. Anselmo quiso que Lotario escribiese versos a Camila bajo un nombre supuesto, encargándose de dar a entender a su mujer que Lotario andaba enamorado de una dama a quien alababa con aquel disfraz, y ofreciéndose a hacer él mismo los versos, si Lotario no quería tomarse el trabajo de hacerlos.
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N-1,34,12. Parece inverosímil que lo ignorase Anselmo, viviendo con Lotario en el grado de familiaridad íntima que se describe al principio de la novela, y les había granjeado el nombre de los dos amigos; y sabiéndolo Anselmo, era impropio que se lo contase Lotario sin añadir, como ya sabes, o alguna otra expresión semejante.
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N-1,34,13. Ganaría la exactitud y limpieza del discurso si se borrasen las palabras que le dijese; porque se dice bien le preguntó la ocasión de esto o lo otro, pero no le preguntó que le dijese la ocasión, etc.
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N-1,34,14. El pronombre él representa una vez a Anselmo y otra a Lotario, y quedaría mejor suprimiéndose la segunda, donde no es necesario. El pronombre, inventado y admitido en los idiomas para la claridad del lenguaje, aquí por su abuso la disminuye.
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N-1,34,15. No se teme de la verdad y amistad sino de sus contrarios, la falsedad y la enemistad. Lo que quiso decir Cervantes fue que no había que temer, supuesta la verdad del uno y la mucha amistad de los dos: en suma, que la sinceridad de Lotario y la amistad que profesaba a Anselmo debían tranquilizar a Camila en orden a las sospechas que pudiera tener de sus intenciones.
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N-1,34,16. +Cuándo pudo avisar Lotario a Camila? En casa de Lotario fue donde Anselmo le propuso que fingiese estos amores, según queda referido; y vuelto Anselmo a su casa, dijo a Camila que su amigo andaba enamorado de una doncella a quien celebraba bajo el nombre de Clori. No hubo lugar intermedio para el aviso.
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N-1,34,17. Este retruécano de pobres y ricos no es del mejor gusto: quiso decir, que si los males eran muchos y grandes (que esto al parecer significa ricos), la cuenta era pobre, no por escasa, que es la significación recta de pobre, sino por miserable o digna de lástima, que es la figurada que suele darse a la misma palabra.
Cervantes volvió a publicar años después el mismo soneto, poniéndolo al principio de la jornada segunda de su comedia La casa de los celos, una de las que dio a luz el año de 1615. Lo cual indica que Cervantes hizo particular aprecio de este soneto; y con efecto, no carece de algún mérito, aunque muy inferior al del catafalco erigido para las exequias de Felipe I en Sevilla, que en el Viaje al Parnaso llamó con razón honra principal de sus escritos.
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N-1,34,18. Antes es un ripio que perturba el orden de las ideas y la construcción de las palabras; para emplearlo hubiera sido menester suprimir el más del segundo más cierto, que precede en el verso segundo. No haciendo esto fuera preferible decir:
Que nunca de adorarte arrepentido.
Cervantes, queriendo alabar este soneto, sin perjuicio del anterior, había dicho en persona de Lotario: no creo que es tan bueno como el primero, o por mejor decir, menos malo. Parecióle (y le pareció bien) que el principio de esta expresión contenía un elogio del primer soneto, que disonaba en boca de su autor, y quiso templarlo con lo siguiente, donde con una modestia ya exagerada, y aun con algo de contradicción, llamó malos a ambos sonetos.
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N-1,34,19. Monta significa aquí lo mismo que importancia; pero quedara mejor el pasaje si se hubieran borrado las palabras está la monta ni, que no ligan con las demás e interrumpen el sentido.
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N-1,34,20. Luis Gálvez de Montalvo, autor del Pastor de Filida, incluyó en la letra de Elisa a Mendino dos versos que coinciden con la sentencia de nuestro texto: y a pesar de que a primera vista se contradicen vienen a contener un mismo concepto:
Nunca mucho costó mucho:
nunca mucho costó poco.
Luis Gálvez tomó este último verso del mote de doña Catalina Manrique, que se lee en el Cancionero general, de Fernando del Castillo, impreso en Sevilla el año de 1535 (folio 119):
Nunca mucho costó poco.
Al que satisfizo el poeta Cartagena con este otro:
Con merecello se paga.
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N-1,34,21. Parece que Cervantes en este pasaje aludió a un dicho proverbial de su tiempo, que explicó Luis Barahona en las Lágrimas de Angélica, donde, hablando de los efectos que el amor de ésta causaba en el Orco, decía (canto 4.¦):
Ciego ha de ser el fiel enamorado,
no se dice en su ley que sea discreto.
De cuatro eses dicen que está armado:
sabio, solo, solícito y secreto;
sabio en servir y nunca descuidado,
solo en amar y a otra alma no sujeto,
solicito en buscar sus desengaños,
secreto en sus favores y en sus daños.
En el entremés intitulado El triunfo de los coches, impreso al fin de la octava parte de las comedias de Lope de Vega en Barcelona, año 1617, dice doña Hipólita: El coche tiene todas las condiciones que ha de tener un amante para ser galán, que es ser solicito, sabio, secreto y solo.
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N-1,34,22. Hablaba una italiana con otra italiana, y excusó hablar de la X que no era letra de su alfabeto. Reducido entre nosotros el oficio de esta letra a ser mera cifra de la e y s, no queda ya pretexto para llamarla áspera; ni en tiempos antiguos se la podía llamar así sin alguna limitación, porque solía alternar con la S, como en xilguero y silguero, Ximón y Simón, siendo sabido que cuando llevan X las palabras castellanas derivadas del latín, sus primitivas tienen S, como se verifica en passer y páxaro, sapo y xabón, simius y ximio, vesica y vexica, tósigo y toxicum. Esto aun cuando la X conservaba la pronunciación gutural; pero otras veces conservó el sonido suave, como en máximo y en próximo, por cercano, y generalmente cuando la X no era la primera letra de la sílaba, como en examen, exceso, axioma, exequias, oxte, moxte. Finalmente, en el tiempo mismo que solía pronunciarse la X guturalmente, las personas que se preciaban de oído delicado pretendían que su sonido no era tan profundo y áspero como el de la jota.
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N-1,34,23. El verbo entrar no es de estado aquí y en otros lugares de la novela, como lo es ordinariamente, sino de acción, y significa lo mismo que introducir. A esta manera, al verbo de estado crecer se dio la significación de aumentar en las octavas que, al empezar la Galatea, canta el pastor Elicio:
Crece el humor de mis cansados ojos
las aguas de este río.
Y luego, en el mismo libro I, la canción del pastor Lisandro concluye con estos versos:
Y pues vosotras, celestiales almas,
veis el bien que deseo,
creced las alas a tan buen deseo.
No fue sólo Cervantes. En la Musa Erato del parnaso de don Francisco de Quevedo (idilio 1.¦) se lee:
íOh, vos, troncos, anciana compañía
de humilde soledad, verde y sonora,
pues escritos estáis de la porfía
de tanto amante que desdenes llora,
creced también la desventura mía.
Y el Rey Perión de Gaula, al armar caballero a su hijo Amadís sin conocerlo, deseaba que Dios le diese tanta honra como dijo, os cresció en hermosura (Amadís de Gaula, cap. IV).
Lo mismo hizo con el verbo arder Lope de Vega en su Arcadia, diciendo:
A quien hiela el desdén y el amor arde.
Donde usó del verbo arder como activo; y reconvenido de ello, se defendió con la autoridad de Virgilio:
Formossum pastor Corydon ardebat Alexim.
Pero fuera mejor excusa decir que en nuestro lenguaje suelen verse muchas de estas transformaciones de verbos de estado en activos, como se verifica en las expresiones vivir vida alegre, dormir sueño tranquilo, llorar lágrimas de gozo. Todavía es más frecuente lo contrario, esto es, la conversión de los verbos activos en neutros, que se verifica cuando se denota indeterminadamente la acción del verbo activo, como sucede a cada paso. Sirvan de ejemplo los refranes: Quien guarda, halla; pensar no es saber; bien ama quien nunca olvida.
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N-1,34,24. Falta conocidamente un de suerte (que omitiría el impresor) para que haga buen sentido la oración: No los pudo quitar de suerte que Lotario no le viese una vez.
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N-1,34,25. La justa correspondencia del lenguaje pedía que no se dijese para otro, sino con otro. Pudiera también haberse dicho: De la misma manera que había sido fácil y ligera para él, lo era para otro: o de la misma manera que había sido fácil y ligera para con él lo era para con otro.--Sigue la incorrección en lo restante del discurso. Añadiduras está por consecuencias. La maldad de la mujer mala es expresión redundante. Lo es también el crédito de su honra, que viene a ser lo mismo que el crédito de su crédito o la honra de su honra. En los verbos pierde y cree, el supuesto de pierde es mujer mala, el de cree el hombre a quien se entregó, y según la forma de la oración, el supuesto debiera ser el mismo en ambos verbos. El adjetivo infalible no conviene a crédito: del que se da a una sospecha se dice que es justo o injusto, que se funda o no se funda, pero no que se engaña o deja de engañarse: esto es propio de la persona que cree.
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N-1,34,26. Inverosímil parece que Lotario tomase un partido tan extremo sin reconvenir antes a Camila, y sólo puede excusarlo el inconsiderado furor que, como acaba de decirse, agitaba a Lotario. Más esto proporcionó un nuevo incidente con que Cervantes adornó su novela, cuya acción, siendo como es de suyo tan sencilla, no podía sin estos auxilios mantener la atención de los lectores.
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N-1,34,27. Las promesas se hacen, no se dan: lo que se da son esperanzas, y éstas eran las que Lotario decía que le había dado Camila, y lo que aquí significa promesas.--Usase después del adverbio precipitosamente por precipitadamente: es voz de poco uso, pero se encuentra en nuestros escritores antiguos.--Algunos renglones después, en lo que sigue del discurso de Lotario, se dice con medroso advertimiento: paréceme que el epíteto medroso no es aquí muy del caso; más bien estaría prudente, pausado, circunspecto.
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N-1,34,28. Se teme lo adverso, se espera lo favorable. Por esta razón si se verificaba la maldad de Camila, se podía decir de ella más bien que se temía, que no que se esperaba. Este es el sentido del texto, el cual quedaría sin necesidad de esta explicación, y por consiguiente mejor, si se suprimieran las palabras antes que esperar El verdugo de tu agravio. El verdugo es del reo, no del delito: es quien ejecuta la pena debida del agravio, pero la pena no se aplica al agravio, sino a quien lo hace.
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N-1,34,29. O tomarse es errata por tomase, o hay elipsis del verbo que antecede al infinitivo en las oraciones de esta clase: no sabía qué remedio pudiera tomarse para deshacer, etcétera. Esta combinación del verbo, precedido del relativo y seguido del pronombre, es en castellano el suplemento del verbal latino en dus.
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N-1,34,30. Es todo lo contrario: el desmentille debió ser persuadille u otro verbo de significación semejante.
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N-1,34,31. Lope de Vega la ponderó en un soneto, que es el 134 de la primera parte de sus Rimas, donde dice:
Halló Baco la parra provechosa,
Ceres el trigo, Glauco el hierro duro...,
Apis la medicina provechosa,
Marte las armas y Nembrot el muro...
Radamanto la ley, Roma el gobierno,
Palas vestidos, carros Ericteo;
La plata halló Mercurio, Cadmo el oro,
Amor el fuego, y celos el Infierno.
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N-1,34,32. El concertado de esconderse era Anselmo, y quedara menos oscuro el sentido si se hubiera puesto estaba concertada que se escondiese.--Al fin de su razonamiento, Lotario pide a Camila consejo para poder salir bien de tan revuelto laberinto como su mal discurso le había puesto. Faltan algunas palabras, y parece que no pudo menos de decirse en el original: de tan revuelto laberinto como aquel en que su mal discurso le había puesto.
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N-1,34,33. Pasaje viciado. Sospecho que íbase es errata tipográfica por viase, con cuya enmienda, reducida a cambiar el orden de dos letras, se remedia la oscuridad, aunque no el poco aliño de este período.
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N-1,34,34. Término bajo, poco propio de la escena concertada y patética que se está representando entre ama y criada. Usó de ella después en la segunda parte del QUIJOTE la mentida Dulcinea en la aventura de su desencanto, cuando estaba nuestro caballero en casa de los Duques, llamando a Sancho alma de cántaro, ladrón, desuellacaras, enemigo del género humano, bestión indómito y demás tiramira de malos nombres, de que después se lamentaba nuestro escudero.
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N-1,34,35. Así es como debe leerse, y no tanta gallardía y honesta resolución, errata clara de las ediciones primitivas, que se conservó malamente en las posteriores, lo mismo que sucedió con otros defectos. Siendo preciso hacer alguna enmienda en el texto antiguo, ninguna puede ser menor que la presente, en que sólo se borran tres letras, y que por otra parte es conforme a la expresión de que algo más adelante usa Camila: +tiene por ventura, dice, una resolución gallarda necesidad de consejo alguno? En ambas ocasiones la gallarda tiene un tufo italiano que se percibe fácilmente.
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N-1,34,36. Ejemplo que se pone ordinariamente de mujeres fieles al tálamo. Penélope, mujer de Ulises, Rey de Itaca, durante la larga ausencia de su marido, que había ido con los demás Reyes griegos a la guerra de Troya resistió constantemente por espacio de muchos años a las importunas solicitaciones de los que la recuestaban, según cuenta Homero. Sin embargo, no ha faltado quien diga que esta reputación no fue merecida, y que Homero, elogiando a Penélope, anduvo no menos injusto que Virgilio desacreditando a Dido.
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N-1,34,37. Condición es lo mismo que situación o estado. En el capítulo precedente se empleó la palabra estimación para significar lo mismo: dejando, decía Lotario a Anselmo al disuadirle su impertinente curiosidad, a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple.
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N-1,34,38. Pellicer sospechó que diría el original: venid aquí, venganzas; y por igual término pudiera también sospechar que diría: id, pues, afuera, traidores; pero en ambas expresiones pudieron omitirse los verbos sin oscuridad, y aun así convenía al estilo cortado y rápido que en este pasaje usa Camila, y era muy propio de su situación. No hay el mismo vigor en lo que sigue entre el falso, venga, llegue, muera, acabe. Esta clase de gradación o escalerilla suele tener mucha gracia en el estilo; más para sostenerse y que sea tan animada como debe serlo, no sólo ha de ir subiendo gradualmente de menos a más, sino que ha de carecer de toda palabra inútil o que pueda excusarse. Aquí, verbigracia, es superfluo decir venga, llegue después de entre el falso, porque mal podría entrar sin haber venido y llegado: lo es también asimismo el acabe después del muera.
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N-1,34,39. El que quiera saber lo que es rufián puede consultar la novela de Rinconete y Cortadillo, o la comedia del Rufián dichoso. Ambas son obras de Cervantes, y en ellas verá que rufián es no sólo alcahuete, no sólo ladrón y encubridor de ladrones, sino también espadachín de oficio y asesino de alquiler para servir a los que quieran emplearle. Tales eran los individuos de la santa y bendita cofradía de Sevilla, que con tanta gracia describió Cervantes. Actualmente, aunque por desgracia hay ejemplos aislados de cada uno de los mencionados vicios, no hay profesión que los abrace todos y los ejerza por costumbre. No hay rufianes, ni se oye aplicar este nombre a nadie. Los admiradores de nuestras costumbres en los pasados siglos pueden preguntarte a sí mismos si en el día sería posible la existencia del colegio y escuela de Monipodio.
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N-1,34,40. Posesión es concepto, reputación, predicamento: acepción poco usada.
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N-1,34,41. Sobra el por mi o el por tan poderoso enemigo como el amor. Sin uno o sin otro quedaba mejor la expresión; la repetición del régimen por la oscurece, y no se dice si fue el amor o Lotario de quien se dice que rompió las leyes. Mas por otra parte, con esta supresión quedaría diminuto el concepto, porque lo que se intentó decir fue las santas leyes de la amistad, ahora al poderoso impulso del amor por mi rompidas y violadas.
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N-1,34,42. La esperanza era de Lotario; el cumplir de Camila, y tratándose de esperanza de cumplir despertada en Lotario, resulta una dislocación, o, por mejor decir, una contradicción que destruye el sentido de la frase. A Lotario no le convenía la esperanza de cumplir sino de conseguir, y pudiera sospecharse sin temeridad que el descuido del impresor sustituyó una palabra por otra.--Poco después dice Camila: +Cuándo tus amorosas palabras no fueron deshechas y reprendidas? Y aquí también pudiera sospecharse que se puso deshechas por desechadas: ésta fue la palabra oportuna y la errata fácil.
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N-1,34,43. Alguno no quiere decir ninguno, que es como suena mejor.
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N-1,34,44. Canonizar equivale a santificar, y es demasiado. Autorizar todavía es mucho; mejor alentar, fomentar.
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N-1,34,45. Esto y lo restante del discurso de Camila es explicación, aunque algo confusa, del matar muriendo que precede. Camila, ponderando el deseo que tiene de vengarse de Lotario, dice que quiere, no solamente matarlo, sino matarse también al mismo tiempo, para que, yendo con él al otro mundo, acabe de satisfacerse, viendo allá la pena que le impone la justicia divina de un modo inexorable.--El discurso de Camila, como en general todos los de la novela, está lleno de raciocinios y sutilezas, cosas impropias del estado que se supone en la que discurre. No es este el lenguaje de las pasiones y afectos vehementes, que era el que debía remedar Camila, según su propósito, para engañar a su marido Anselmo.
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N-1,34,46. Enclavar es fijar con clavos, y clavar introducir de punta a manera de clavo, que es lo que viene bien en este pasaje.
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N-1,34,47. Todas las ediciones, inclusas las primeras, habían puesto embuste y fealdad, hasta que Pellicer reconoció el error y restituyó el texto, sustituyendo a fealdad, falsedad, como sin duda alguna estaría en el manuscrito de Cervantes. La Academia Española adoptó después esta enmienda en su última edición de 1819.
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N-1,34,48. Dícese aquí que Camila sacó la daga, y pocos renglones antes se había dicho que estaba desenvainada como debía estarlo, puesto que Camila fue ya a herir con ella a Lotario, y que éste tuvo que valerse de su industria y de su fuerza para estorbarla.
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N-1,34,49. Islilla es la parte superficial del cuerpo desde la cadera al sobaco. Camila hubo de herirse por encima de la islilla, donde, extendiéndose la piel al levantar el brazo, presentaba bastante extensión para acertar fácilmente y sin peligro donde convenía.
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N-1,34,50. Sagacidad, astucia, travesura, norabuena: pueden aplicarse a lo malo; pero ni la prudencia ni la discreción son de este lugar, porque siempre se dicen en buena parte, y nunca de los medios de hacer el mal y de apadrinar la falsedad y el embuste.
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N-1,34,51. Porcia, hija de Catón el de Utica, y mujer de Marco Bruto, queriendo que su marido le descubriese el secreto de su conspiración contra César, para mostrarle que era superior al dolor y digna de su confianza, se hirió gravemente a su presencia (Plutarco, en la Vida de Marco Bruto). Después, cuando supo la muerte de su marido en Filipos, quiso matarse; y quitándole los medios sus amigos, se tragó unas ascuas, con lo cual murió. Nuestro poeta Marcial hizo a esto el siguiente epigrama:
Coniugis audisset fatum cumn Portia Bruti;
Et substracta sibi q履ret arma dolor:
Nondum scitis, ait, mortem non posse negari?
Credideram satis hoc vos docuisse patrem.
Dixit el ardentes avido bibit ore favillas:
I nunc, el ferrum; turba molesta, nega
.
Que quiere decir en castellano:
Supo Porcia la muerte
De su marido Bruto, y dolorida,
Busca para privarse de la vida
Las armas que le oculta amiga mano.
+No sabéis, dice, aún, que si la muerte
Busco, impedirlo procuráis en vano?
Mostrólo así mi padre, +quién lo ignora?
Dice, y las ascuas ávida se traga.
Id, amigos molestos, id ahora,
Negadme los puñales y la daga.
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N-1,34,52. Así fue regular que sucediese, y que Leonela, antes o después de poner a su señora en el lecho, le tomase la sangre; pero realmente no se ha dicho.
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N-1,34,53. Y ciertamente era simulacro. Pero no se puso aquí esta voz en la significación, que le es más propia, de imagen o apariencia fingida, sino en la de modelo y dechado verdadero y digno de imitarse.
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N-1,34,54. El desengaño es del error, y no de la bondad, ni otra cosa buena. El desengaño que suponía Anselmo era de la falsa opinión formada por las noticias de Lotario acerca de la infidelidad de Camila.
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N-1,34,55. Si los días llegaron a meses, no parece bien que se diga que el engaño duró algunos días; si los días no pasaron de algunos, no pudo decirse que el engaño duró algunos meses; convino poner exclusivamente uno u otro: Duró este engaño algunos días (o meses) hasta que al cabo de ellos volvió la fortuna su rueda, y salió a plaza la maldad, etcétera. Añádese a fortuna el artículo, porque su omisión, que se sufre y aun suele ser belleza en poesía, es por lo común impropia y afectada en la prosa.
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N-1,34,56. Cervantes anticipó aquí la noticia del éxito a su lector, cuya curiosidad fuera mejor mantener suspensa hasta el fin de la novela, que no concluye sino en el capítulo siguiente.

[35]Capítulo XXXV. Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, y se da fin a la novela del Curioso Impertinente
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N-1,35,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,35,2. No concuerda esto mucho con el final del capítulo XXXI, donde se contó que Sancho fue uno de los que rogaron al Cura que leyese la novela del Curioso impertinente y que el Cura, entendiendo que a todos daría gusto, les dijo que estuviesen atentos, y empezó la lectura. Esto arguye que Sancho componía parte del auditorio: y, sin embargo, ahora se le ve salir del camaranchón de su amo, asegurando que había presenciado la contienda entre éste y el gigante, a quien había visto por sus mismos ojos tajar cercén a cercén la cabeza, después de la más reñida y trabada batalla.
El verbo tajar pudiera quizá parecer a algunos italianismo de tagliare o galicismo de tailler, que significan ambos cortar; pero es voz antigua castellana, que se derivaría naturalmente de aquel latín corrompido que, en la época que precedió inmediatamente a la formación de las lenguas vulgares, fue común a las tres naciones, y que debió producir también en los principios palabras comunes a todas ellas. De tajar usó ya don Juan Manuel en su Conde Lucanor, y después el autor de Amadís de Gaula.Cercén a cercén es como si dijera circularmente, del latino circum, alrededor, o de su derivado circinus, compás, instrumento bien conocido.
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N-1,35,3. Don Quijote hablaba con propiedad. Las historias caballerescas suponen generalmente que los gigantes eran paganos o turcos; y Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana, dice que cimitarra es lo mismo que alfanje, y arma propia y familiar de los turcos. Ambas voces son derivadas del árabe, de las muchas que dicen hay en este idioma para significar el instrumento manual de matarse los hombres unos a otros. Don Miguel Casiri, en su Biblioteca escurialense, ponderando la abundancia de la lengua arábiga, dice que tiene cincuenta voces para significar los ojos, ochenta para la miel, doscientas para la serpiente, quinientas para el león, y más de mil para la espada. La latina no es tan abundante, pero tiene para denotar lo mismo gladius, ensis, acinaces, spatha, telum, ferrum. En castellano tenemos espada, alfanje, cimitarra, escarcina, sable, taján, gumía, terciado, cuchillo, montante, bracamarte, chafarote, estoque, espadín, verduguillo, florete, acero, y acaso otros que no me ocurren. Pero todas estas palabras en rigor no significan una misma cosa, porque los sinónimos son raros en todos los idiomas, y las palabras a que vulgarmente se suele dar este nombre tienen por lo común diferencias y acepciones que las distinguen entre sí. Ferrum y telum en latín tienen una significación muy general, que aunque comprenden la de espada, se extiende también a otras armas cortas o arrojadizas. Ensis y gladius son los ejemplos que Quintiliano puso de sinónimos (De inst. orat., lib. X, cap. I); pero ambos indicaban espadas cortas, distintas de spatha, que era ancha y larga. Acinaces era la espada corva de los persas y medos. En nuestra lengua, acero es la palabra más general y abstracta, porque está tomada de la materia de que se hacen todas las armas de hierro: es voz poética propia del estilo sublime. Cuchilla es igualmente voz general y poética.
Espada es también voz general, y se adapta a todos los estilos. Alfanje, taján, gumía armas propias de mahometanos; el alfanje es a manera de hoz, con el corte o filo hacia dentro, a diferencia del sable, que lo tiene hacia fuera; escarcina es alfanje pequeño. El sable hiere de tajo, el estoque de punta, y a esta clase pertenecen el verduguillo, el espadín, el florete A la misma se reduce la espada de golilla, propia del traje español en el siglo XVI y distinta de la espada ancha o de montar. Bracamarte era arma de ceremonia y gala. Terciado se llamó la espada ancha y corta, a que faltaba una tercera parte de la marca. Montante es espada grande de dos manos. Chafarote denota cualquier espada ancha y larga; pertenece al estilo familiar como acero al sublime.sería obra larga, pero difícil, probar todo esto con ejemplos.
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N-1,35,4. Graciosa mescolanza de ideas en el pobre y angustiado cerebro de Sancho, a quien su codicia tenía tan persuadido de la verdad de la aventura micomicónica, que podía correr pareja con su amo, y creía haber visto por sus mismos ojos cortar a cercén la cabeza del gigante y correr la sangre del tronco, como de una fuente.
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N-1,35,5. Porque era la que había servido para mantearle, como se refirió al fin del capítulo XVI; ocurrencia que sintió Sancho sobremanera, a pesar de las razones con que en el capítulo XXI le persuadía su amo que aquello había sido cosa de burla y de pasatiempo. Sancho solía recordarla como una de las mayores pesadumbres y penalidades que había sufrido durante su carrera escuderil.
La figura que aquí se describe de nuestro hidalgo y la cortedad de su camisa sugirieron al parecer al Licenciado Fernández de Avellaneda el pasaje del capítulo X de su Quijote, del que se copiarán aquí algunas expresiones para dar idea de la inurbanidad y grosería del que se atrevió a competir con Cervantes. En él cuenta, que entrando Sancho en el aposento de Zaragoza, donde su amo soñaba que corría la sortija, le halló con las bragas caídas, y como la camisa era un poco corta por delante, no dejaba de descubrir alguna fealdad. Lo cual, visto por Sancho Panza, le dijo: cubra, señor desamorado, pecador de mí, el etcétera... Bajóse un poco (Don Quijote), y descubrió de la trasera lo que de la delantera había descubierto, y algo más asqueroso.No lo era menos el tal estilo.
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N-1,35,6. Salida graciosísima, en que Sancho repite lo que en ocasiones anteriores había oído a Don Quijote. La locura del amo había contagiado al escudero, dando motivo para lo que se dice más abajo, a saber: que estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo.
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N-1,35,7. El ventero, con el enojo, se precipita y trastorna el orden de las palabras, que debería ser: nadando vea yo en los infiernos el alma de quien los horadó (los cueros). El estado de irritación en que se hallaba el señor Juan Palomeque el Zurdo, puede servir de excusa a lo vulgar y chabacano de sus expresiones.
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N-1,35,8. Lo uno y lo otro eran las costas de la primera y de la segunda vez que estuvieron Don Quijote y Sancho en la venta. La primera se negó Don Quijote a pagar el gasto que había hecho y le pedía el ventero, diciendo que no podía contravenir a la orden de los caballeros andantes: de los cuales sabía cierto, que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debía de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciese. A esto aludían las expresiones del ventero. Pero a la verdad, no se fueron sin pagar absolutamente, pues al fin del capítulo XVI se cuenta que aunque Sancho se salió de la venta muy contento de no haber pagado nada, el ventero se quedó con las alforjas a cuenta de lo que se le debía, cuya falta no advirtió Sancho hasta que fue a buscar en ellas con qué limpiarse y con qué curar a su amo después de la batalla con las ovejas, según se refiere en el capítulo XVII.
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N-1,35,9. Así debió ponerse siempre y no también como se lee en las ediciones anteriores. Esta justa enmienda se debe a Pellicer.
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N-1,35,10. Sancho, todo lleno de gozo, amontona fórmulas y expresiones proverbiales para expresarlo. Tener puesto ya en sal al gigante es haberle ya vencido y muerto, tomando la semejanza de los cerdos domésticos, a los que se les pone en sal después de la matanza. Ciertos son los toros: frase usual para asegurar la certidumbre de alguna noticia. Hubo de tomar origen de las ocasiones en que los apasionados a las corridas de toros (afición tan común en España), al ver hacer el toril u otros preparativos para el espectáculo, se dirían, congratulándose, unos a otros: ciertos son los toros. De aquí nacería el refrán que trae el Comendador Griego: puesto está el castillo, ciertos son los toros; y de aquí también se generalizaría la expresión extendiéndose a todos los casos dudosos en que se ven o se cree ver indicios vehementes del éxito. Así la usa el buen Sancho, y añade: mi condado está de molde, como quien dice, mi condado conviene, encaja, se ajusta con las circunstancias como el barro o metal fundido con el molde; mi condado no falla, es seguro.
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N-1,35,11. Las palabras con no poco trabajo contienen una idea que está embebida en el tanto hicieron, y, por consiguiente, son un verdadero pleonasmo.----Tampoco está bien el orden. En vez de dieron con Don Quijote en la cama el cual se quedó dormido, fuera mejor diera, en la cama con Don Quijote, el cual se quedó dormido.
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N-1,35,12. Cervantes no se olvida del humor festivo y chancero que reina y debe reinar en su fábula. En medio de la furia, dicterios, amenazas y violentas declamaciones de la ventera, reunió al descuido con cuidado estas palabras, que hacen tanto más efecto cuanto e chiste distaba más de la intención de quien las profería.
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N-1,35,13. Palabra compuesta, que equivale a desventura, infortunio, desgracia. De ella usó Cervantes en otros parajes, y de ella se formó malaventurado, sinónimo de desventurado y contrario de venturoso, la raíz original de estos vocablos es ventura o fortuna, no aventura que tiene distinta acepción, y significa suceso dudoso o peligroso, que puede salir bien o mal. De aventura se formó aventurado, que es poner a riesgo, exponer a la suerte. Por no atender a esta diferencia, se puso en las ediciones anteriores mala aventura. De todos modos está bien la expresión de la ventera, que juega con la relación y semejanza que hay entre las palabras aventurero y malaventura.
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N-1,35,14. Dos cuartillos son medio. Decía la ventera que la cola de buey en que su marido solía tener colgado el peine para limpiarlo, y que el Barbero se había acomodado por barba para disfrazarse, cuando él y el Cura fueron a Sierra Morena a sacar de allí a Don Quijote (capítulo XXVI), volvía ahora a la venta con la mitad de pelo menos. Al mismo tiempo se aludía a la disminución del precio de la cola, porque los cuartillos eran moneda imaginaria en que se dividían los reales.
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N-1,35,15. Véase aquí una ventera jurando, a la manera de los héroes de Homero, por los manes de sus progenitores. Siglo, como se dice aquí y en algún otro lugar del QUIJOTE, o buen siglo, como se dice en la Celestina, es la vida eterna de los difuntos. Por el siglo de la que acá me dejó, esto es, de mi madre, decía la esclava Sabina en Guzmán de Alfarache; y otra de sus amigas juraba por los huesos de su padre parte I, lib. I, cap. IX), que son los dos juramentos de que usa aquí la ventera.----El discurso de ésta, como de persona enojada y colérica, contiene frases cortadas e incompletas. Lo de los huesos y el siglo es una amenaza enfática, en que no se expresó el verbo; tampoco se expresó el determinante que debió preceder al infinitivo romperme, ni el que debió seguir al pues no se piense. Todos se eludieron, dejando al lector el cuidado de suplirlos, como sucedió en el Quos ego... del irritado Neptuno en la Eneida.
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N-1,35,16. Cervantes esforzó varios modos, a cual más gracioso, lo ridículo de las creederas de Sancho en orden a la cabeza del gigante. Al dar la primera noticia de la batalla de su amo había dicho Sancho que vio la cabeza cortada y caída a un lado. Después, cuando volvió a entrar con los demás en el camaranchón, anduvo buscando la cabeza por el suelo, y ahora, confirmando sus noticias, añade que por más señas tenía barba que le llegaba a la cintura. Todo esto tiene la sal que no puede menos de percibir y paladear el lector: y Cervantes acaba de sazonarlo con la circunstancia de que todos los concurrentes, dejando acostado a Don Quijote, se salieron al portal a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante. Verdaderamente pudo afirmarse en esta ocasión, que Sancho, velando, estaba peor que Don Quijote durmiendo.
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N-1,35,17. Pellicer observa sobre este lugar que Apuleyo, según cuenta él mismo en su Asno de oro, hallándose en Hipata, ciudad de Tesalia, al volver una noche a la casa de su huésped halló tres ladrones que querían forzar la puerta; que habiéndolos acometido y muerto, fue acusado de homicidio el día siguiente y citado al tribunal, donde fueron también presentados los tres cadáveres cubiertos con una sábana: obligándole el juez a levantarla por su mano, apareció con risa universal de los circunstantes, que eran tres odres o pellejos hinchados con varios agujeros, que, según recordaba Apuleyo, correspondían a los parajes en que la noche anterior había herido a los ladrones. El utricidio y toda esta burla fue obra de las hechicerías de la huéspeda de Apuleyo, manas muy comunes como creyó la antigÜedad, en aquella provincia.----La escasa semejanza de este suceso con el de los cueros de vino horadados por Don Quijote es uno de los principales fundamentos en que se apoyó Pellicer para decir (Discurso preliminar, párrafo IV) que Cervantes se propuso imitar el Asno de oro de Apuleyo en la presente fábula, como a Heliodoro en la de Pérsiles y Sigismunda.
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N-1,35,18. Vuelve a anudarse aquí el hilo de la novela, interrumpida por la aventura de los cueros y batalla con el gigante. Nuestro autor, a la cuenta presintió el cansancio que debía producir una narración tan larga e inconexa con el asunto del QUIJOTE, e intercalando este incidente, quiso dar algún descanso al lector para que siguiese escuchando después la novela sin fastidio, el cual, conforme a reglas de buena composición, debe precaverse muy especialmente en los fines.
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N-1,35,19. Estaría más claro el sentido si en vez de entendiese se hubiera puesto juzgase; en vez de hecho, engaño; y en vez de pidió, le pidió.
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N-1,35,20. Así está en las ediciones de 1605. En la de 1608, hecha a vista de Cervantes, se puso el gozo que tenía Leonela. Pero esta adición, si fue del mismo Cervantes, y no oficiosidad del impresor, en vez de mejorar el texto, lo descompuso. El período precedente acaba con la palabra gusto, y seguía así: el que tenía Leonela (es evidente que se sobreentiende gusto)... llegó a tantoàà que se iba tras él a rienda suelta, fiada en que su señora... la advertía del modo que... pudiese ponerle en ejecución. Pero no se dice irle a rienda suelta tras el gozo ni poner en ejecución el gozo; y ambas cosas se dicen del gusto.
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N-1,35,21. +Qué escritor, por mediano que fuese, incurriría deliberadamente en igual desaliño, repitiendo cinco veces un mismo verbo en el breve espacio de dos renglones? Y aun vuelve a repetirlo otra vez dentro del propio período, y otra a principios del siguiente.
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N-1,35,22. Pedía por preguntaba. No habría en qué reparar si dijera: nadie le supo dar la razón que pedía, porque en castellano se dice pedir razón por inquirir; pero pedir a secas no significa lo mismo.
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N-1,35,23. Pellicer propuso que se enmendase este pasaje, poniendo a ver en lugar de que vio: y, efectivamente, así lo pide el régimen ordinario del verbo acertar. Pudiera ocurrir que en vez de acertó debiera leerse acaeció; pero no se diría bien acaeció acaso.
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N-1,35,24. No se ve el motivo de haber abandonado la casa los criados, puesto que ninguno era cómplice en la culpa de Camila, y que la única sabedora de ella, que era Leonela, se había ausentado antes.
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N-1,35,25. Los grandes escritores saben crear frases nuevas con palabras que no lo son, combinándolas de suerte que den origen a ideas que no existían, o formas nuevas a las ideas preexistentes. Este método de enriquecer las lenguas es propio de eminentes y privilegiados ingenios, como el de Cervantes. En el pasaje del texto, la palabra aliento, que cuando se aparta de su acepción primitiva se inclina más bien a significar la robustez y la fuerza, unida al adjetivo desmayado, le da una tendencia enteramente contraria, y manifiesta de un modo feliz la manera con que Anselmo, perdido el vigor de que antes gozaba, monta lánguidamente a caballo y se pone en camino. No es precisamente Anselmo débil, fatigado, exánime: es Anselmo que fue y ya no es lozano, pujante: el desmayado aliento reúne ambas ideas, fundiendo, digámoslo así, en uno solo los tiempos pasado y presente.
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N-1,35,26. Elipsis familiar por vivía junto a San Juan. Usólo Lope de Vega en la comedia El Arenal de Sevilla, donde preguntando Lucinda.
+Dónde vives?
responde Laura:
ààA los baños
de la Reina Mora.
(Acto I.)
En otra comedia del mismo Lope intitulada Lucinda perseguida, dice Riselo (acto I):
Vuesa merced +dónde mora?
y responde Pedro:
Vida mía, a la Merced.
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N-1,35,27. Esta criada, a quien el Gobernador había encontrado descolgándose con una sábana de las ventanas de Anselmo, era sin duda Leonela, la confidenta y cómplice de Camila. Mas no parece posible que si el Gobernador halló descolgándose a la criada, dejase de tener noticia incontinenti el dueño de la casa, que estuvo en ella hasta después de amanecer, como queda referido; ni Leonela pudo informar al Gobernador de lo que no sabía aún al descolgarse, como era la fuga y desaparición de Camila y Lotario. Así que la noticia según se daba a Anselmo era absurda, cual suelen serlo las que corren por el vulgo en casos semejantes; y hacía muy bien el pasajero al añadir que no sabía puntualmente cómo pasó el negocio.
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N-1,35,28. Fórmula de saludo que se encuentra frecuentemente en los libros de Caballería El vais está sincopado de vayáis, como lo está también en la relación del pastor del Capítulo LI, donde se dice: Llámase mi competidor Anselmo y yo Eugenio, porque vais con noticia de los nombres. Alguna vez se expresa entero el vayáis, como en Amadís de Gaula, cuando refiriendo una doncella que bajo el Arco de los leales amadores sólo se hallaban escritos dos nombres, le dijo Agrages: A Dios vayáis, que yo probaré si podré ser el tercero. La fórmula expresa el deseo de que la persona a quien se saluda vaya encomendada a Dios. Con el tiempo aun se ha sincopado más en el uso común la expresión, y sólo se dice A Dios.
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N-1,35,29. La acumulación de los cuatro gerundios habiendo, trabando, viendo y hallando, junto con la repetición del viendo y vio, hacen el lenguaje de este período descuidado e incorrecto.
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N-1,35,30. Estas expresiones pintan el carácter de Camila como enteramente depravado y atroz: calificación que no corresponde a los antecedentes que se han referido en la novela. Camila fue más bien flaca y débil que malvada, pues como dijo muy bien su marido en el papel que estaba escribiendo al tiempo de su muerte no estaba obligada a hacer milagros, cual lo hubiera sido resistir a los medios de seducción puestos en movimiento a impulsos de su mismo marido. Camila fue lo que desde luego debió temerse: débil.
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N-1,35,31. El Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba volvió de Italia a España con el Rey Don Fernando el Católico en 1507, y retirado al reino de Granada vivió allí algunos años hasta que murió el de 1515. Mr. deLautres no suena en las guerras de Nápoles hasta el de 1527, en que mandaba el ejército francés, al mismo tiempo que el Príncipe de Orange mandaba el de Carlos V. De donde resulta el anacronismo que se cometió en el presente pasaje del texto. Otros fueron los Generales franceses que guerrearon contra el Gran Capitán, como puede verse en todos los historiadores.
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N-1,35,32. No ha faltado quien diga que esta novela fue plagio de Cervantes y que la tomó de una obra que Julián de Medrano escritor navarro, imprimió en París el año de 1583 con el título de Silva curiosa para Damas y Caballeros. El fundamento de esta acriminación estriba en que en la reimpresión que hizo de la Silva de Medrano, César Oudín en París el año de 1608, se halla la novela del Curioso impertinente en los mismos términos que en el QUIJOTE. El acusador supuso gratuitamente que también se hallaría en la edición de 1583; pero en ésta no se halla, y por consiguiente la acusación viene abajo. Se conoce que Oudín, habiendo leído la novela de Cervantes en alguna de las cinco ediciones que en 1608 iban hechas ya del QUIJOTE, quiso enriquecer con ella y dar mayor estimación y mérito a la Silva de Medrano. Ciertamente no convenía la tacha de pobreza de invención a Cervantes, a quien más bien pudiera tacharse de sobras y redundancias en esta materia.
Mayor fundamento tiene el cargo de inoportunidad que se ha hecho a la novela, y de su falta de conexión con el argumento del QUIJOTE. Este reparo no tiene réplica; y así lo reconoció el mismo Cervantes en la parte segunda, cuando refiriendo el Bachiller Sansón Carrasco a nuestro hidalgo lo que se hablaba de la primera, le decía: una de las tachas que ponen a la tal historia es que su autor puso en ella una novela intitulada El Curioso Impertinente, no por mala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tiene que ver con la historia de su merced del señor Don Quijote. No hay más que añadir al cargo, así como tampoco hay cosa que añadir a la disculpa que Cervantes dio después en el capítulo XLIV de la misma segunda parte, donde dice que Cide Hamete Benengeli, considerando lo seco y limitado de la historia de Don Quijote, para parecerle que siempre había de hablar del y de Sancho, y que el ir siempre atenido a escribir de un solo sujeto, y hablar por las bocas de pocas personas, era un trabajo incomportable, por huir deste inconveniente, había usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la de El Curioso impertinente y la de El Capitán cautivo, que están como separadas de la historia.
El lector juzgará si la disculpa satisface al cargo; mas por apasionado que sea de Cervantes, no dejará de conformarse con el fallo de don Vicente de los Ríos en el Análisis del QUIJOTE (párrafo 309): Nadie puede negar, dice, que es difícil entretener a los lectores con los sucesos y discursos de dos hombres solos; pero el mismo haberlo ejecutado tan bien y con tanta naturalidad en la segunda parte, hace que sean menos disculpables los dilatados e impertinentes episodios de la primera: y la mayor prueba de que no los insertó (Cervantes) por precisión, sino por dar noticia en el primero de sus novelas, y en el segundo de su valor y cautiverio, es que sin ellos la primera parte del QUIJOTE no sólo no queda seca, sino antes bien, más agradable.
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N-1,35,33. El Cura censuró la novela del Curioso impertinente, señalando uno de sus defectos, que es lo inverosímil de que un marido quiera con tanto empeño hacer la experiencia que tan caro le costó, de Anselmo. Añadió el Cura que no le descontentaba el modo de contarse la novela; y efectivamente, el estilo, si se exceptúan los diálogos y monólogos que suelen pecar por algo pesados y largos, es decente y cual conviene, sin embargo de que alguna vez se resiente del descuido y negligencia ordinaria de Cervantes, como más por menor se ha visto en las notas que preceden. La acción de la novela parece también sobradamente sencilla; lo que, junto con la circunstancia, que ya se insinuó anteriormente, de falta de contraste, por no intervenir en ella persona alguna virtuosa, perjudica al interés de la novela. Por lo que toca a la invención, ya se dijo la parte que en ella pudieron tener los cuentos de Ariosto; pero en la comparación sale aventajado Cervantes, porque los cuentos del poeta italiano son licenciosos y poco decentes, y la novela, por sus máximas, su moralidad y su desenlace, merece bien el título de ejemplar que dio el autor a otras suyas.

[36]Capítulo XXXVI. Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, con otros raros sucesos que en la venta le sucedieron
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N-1,36,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,36,2. Los caminantes antiguamente llevaban lanzas como ahora pistolas y carabinas. La adarga era propia de los que montaban a la jineta, e iban a la ligera como convenía a caminantes.
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N-1,36,3. En el capítulo XXXI se dijo que al llegar a la venta los que venían de Sierra Morena, Don Quijote se acostó en el camaranchón de marras, teatro de las aventuras de Maritornes y el Moro encantado, que se contaron en el capítulo XVI. La palabra camaranchón, como que las cámaras de las casas rústicas están en lo más elevado del edificio, indica una pieza en alto, inmediata al tejado, y aun por eso se le dio allí al camaranchón de Don Quijote el nombre de establo estrellado, porque se veía la luz por las rendijas del techo. El Cura y Cardenio estaban en el piso bajo, puesto que hablaban con el ventero, que estaba a la puerta de la venta, como se acaba de referir; y por consiguiente, debió decirse no que Cardenio entró, sino que subió al aposento de Don Quijote. Pero esto tampoco pudo ser: la puerta del aposento en que se entró Cardenio estaba en el portal, porque al llegar a la venta y apearse los recién venidos, uno de ellos tomó en sus brazos la señora que traía y la sentó en una silla que estaba a la entrada del aposento donde Cardenio se había escondido; por consiguiente, el aposento estaba en el portal. Cervantes, según su costumbre, cuando escribió este capítulo no tuvo presente lo que dejaba escrito en los anteriores.
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N-1,36,4. Pues +de dónde venían? Los desposorios de don Fernando y Luscinda habían sido en Andalucía. Después Luscinda se había huido de casa de sus padres, y ausentado de la ciudad; pero no era verosímil que pasase de las inmediaciones y se fuese tan lejos como aquí se supone, pues según la respuesta del mozo había dos días que caminaban hacia Andalucía; lo que manifiesta que el lugar de donde venían distaba de Sierra Morena dos jornadas más que la venta. Cervantes no reparó en nada de esto, y sólo trató de traer de cualquier modo a don Fernando y Luscinda adonde su concurrencia con Cardenio y Dorotea proporcionase el desenlace de este doble episodio.
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N-1,36,5. Parece difícil que en este momento no conociese Dorotea por la voz a don Fernando y que no echase de ver quién era hasta que se le cayó el embozo, como se refiere más adelante; así como también parece difícil que don Fernando no hubiese conocido ya antes por la voz a Dorotea, desde que ésta se llegó a hablar a Luscinda.
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N-1,36,6. Estuviera mejor suprimiéndose el por o el de, y diciéndose tiene costumbre de no agradecer, o tiene por costumbre no agradecer.
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N-1,36,7. Saber sería saberse: y así lo diría el original de Cervantes: cuyas señales sin saberse o no sabiéndose) por qué las hacía, pusieron gran lástima, etc.
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N-1,36,8. Aquello parecía una cuadrilla de máscaras: Dorotea se había cubierto el rostro, y los recién llegados, que eran cuatro hombres y la señora, todos tenían antifaces. Era entonces frecuente llevar defendidos los rostros por comodidad en los viajes para librarse del polvo, como los frailes benitos del capítulo VII, que llevaban anteojos de camino, según se refiere. Los antifaces y papahígos servían también para defenderse del sol, del frío y del aire: nuestras actuales costumbres no sufren estos disfraces en los hombres, y las señoras sólo suelen llevar un velo en la estación del polvo. Es verdad que entonces era más frecuente caminar a caballo, y esto hacía más necesarias y por lo menos más comunes las precauciones.
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N-1,36,9. Nótese el amontonamiento de los relativos que, la que, la cual, que denotan todos a Luscinda; fácil fuera haber suprimido el último, y decir: la que procuraba soltarse de sus brazos, y había conocido en el suspiro a Cardenio. Llamóse también equivocadamente suspiro a lo de Cardenio. Este había dado una gran voz, según se dijo antes, prorrumpiendo en sentidas y afectuosas expresiones, que llamaron la atención de Luscinda; pero la del suspiro fue Dorotea, que arrojó de lo íntimo de sus entrañas un luengo y tristísimo íay!
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N-1,36,10. Escena de un efecto teatral estupendo conducida hábilmente a este punto, y descrita con gracia singular por Cervantes.
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N-1,36,11. Desde el día del desposorio, en que el papel que se encontró a Luscinda desmayada en el pecho informó de su desgracia a don Fernando, no volvió éste a verla hasta que la sacó del convento; y desde entonces hasta su llegada a la venta sólo mediaron dos días o poco más, como resulta de la conversación del Cura y el mozo, en cuyo tiempo no parece que pudo haberlo para las mil costosas experiencias.
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N-1,36,12. Ya hemos notado en otros pasajes la impropiedad del lenguaje estudiado en situaciones apasionadas. Pero este era el mal gusto de aquel tiempo, en que, a título y con nombre de discreción, empezaba a formrse el estilo figurado y violento, que después llego al colmo de la ridiculez en las composiciones, tanto métricas como prosaicas de todas clases, inclusas las sagradas y del púlpito, que se dieron a la estampa en lo restante del siglo XVI. Luscinda, al encaminarse hacia Cardenio acababa de decir metafórica y retóricamente a don Fernando: Dejadme llegar al muro de quien soy hiedra; y Dorotea, por su parte, le dirige la presente arenga, que más bien parece tema desempeñado por un pedante, o ejemplo puesto en algunas instituciones escolares, que el lenguaje vivo, desordenado y sin transiciones que conviene a quien habla. íQué mal sientan compasados discursos con el estado de dolor, agitación e incertidumbre en que aquí se encuentra Dorotea! Trata de persuadir más que de mover, y como si se hallara en la más profunda serenidad y calma, toma el camino de las reflexiones y deja el de los afectos. Fuera de esta principal consideración, el objeto que desde luego manifiesta Dorotea, y las razones que emplea, son sobradamente humildes, y desdicen de aquel orgullo delicado, sin el cual pierden su valor y prestigio la inclinación y los favores del bello sexo. Más parece que pide misericordia y perdón de sus faltas que satisfacción de sus agravios. Las mismas confesiones que claramente indica el razonamiento de Dorotea, hechas delante de un auditorio numeroso, contrastan slngularmene con el pudor que era propio de una doncella encogida y sensible, con el recato que se refirió en su lugar. De aquí nace por necesidad el poco interés que inspira en esta ocasión el papel de Dorotea, y la superioridad del que representa Luscinda.----El sol eclipsado no envía rayos abundantes que ofusquen, y así la metáfora no es tan propia como debiera serlo. Tampoco está enteramente bien deste sol: mejor sería dese sol.
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N-1,36,13. Después de han falta la palabra debido o por distracción de Cervantes o por descuido del impresor.
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N-1,36,14. Esto es, si te precias de la nobleza, por cuya falta a mí me desprecias.----Debe leerse por que en dos palabras, y no porque, como tienen otras ediciones.----Alguno quizá reparará en lo de precias y desprecias; pero esta contraposición de palabras, aunque no muy oportuna en el caso presente y en la boca de Dorotea por las razones que quedan apuntadas, no puede condenarse por regla general, porque, usada con parsimonia, puede dar ornato y gracia al estilo, como en ocasiones semejantes ya se dice otras veces.
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N-1,36,15. No se dice hacer firmas. Y cuando Dorotea refirió con tanta menudencia en el capítulo XXVII los incidentes a que se alude, no cantó que hubiese intervenido papel ni firma alguna, como aquí se indica. Si así hubiera sucedido, no dejara de mencionarse entonces como circunstancia agravante del engaño.
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N-1,36,16. Faltar, esto es, dejar de dar voces, que es como se dice ordinariamente.
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N-1,36,17. De lo agradable y de lo útil no se dice mejor ni peor, sino mayor o menor, como ya creo que se ha dicho alguna otra vez. Por esta regla decimos mayor gusto, mayor virtud, y no gusto mejor ni virtud mejor. Lo mismo se observa en lo nocivo y desagradable. En ambos casos, como el nombre expresa la calidad, basta que el adjetivo indique la cantidad: lo demás es redundante y superfluo.
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N-1,36,18. Pocas páginas antes, y en este mismo capítulo, se había contado que saliendo Cardenio despavorido del aposento donde se había ocultado por la llegada de los nuevos huéspedes, lo primero que vio fue a don Fernando: También, añade, don Fernando conoció luego a Cardenio. Pero Cervantes lo había olvidado.
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N-1,36,19. En las relaciones anteriores de los sucesos de Cardenio y Luscinda no se encuentra pasaje alguno a que puede referirse esta expresión. A lo que más se extendía mi desenvoltura, decía Cardenio hablando con el Cura y el Barbero en el capítulo XXVI, era a tomarle casi por fuerza una de sus bellas y blancas manos y llegarla a mi boca, según daba lugar la estrecheza de una baja reja que nos dividía. Poco después se dice que Luscinda, habiendo reconocido por la voz y por la vista a Cardenio, le echó los brazos al cuello sin tener cuenta a ningún honesto respeto. Actualmente decimos tener cuenta con, y no tener cuenta a.
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N-1,36,20. Dorotea se muestra aquí tierna y desconfiada como amante, pero lo que dice no es exactamente cierto, ni se compadece con la resolución terminante que acababa de manifestar don Fernando, dejando a Luscinda y diciendo: Venciste, hermosa Dorotea, venciste, porque no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas. Si daba don Fernando algún indicio de enojo, era que obraba todavía en él el primer movimiento de despique contra Cardenio, pero sin perjuicio del amor a Dorotea.
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N-1,36,21. Será errata por fineza, porque confirmada en su firmeza sería pleonasmo. A no ser que deba leerse confiada por confirmada, lo que todavía me parece más verosímil y más conforme a las expresiones que preceden, tanto de Dorotea como de Luscinda.
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N-1,36,22. Sobra el que, y además está trastornado el orden de las palabras. Debió decirse: Con determinación de procurar defenderse, si le viese hacer algún movimiento en su perjuicio.
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N-1,36,23. Inadvertencia de Cervantes, que no reparó en que a Sancho no le convenía contribuir por su parte a que Dorotea dejase de ser la Princesa Micomicona, ni, por consiguiente, ayudar a que fuese esposa de don Fernando. Esto era contrario a sus deseos, y así se expresa después al principio del capítulo XXXVI, donde manifiesta Sancho su pesadumbre y despecho de ver a la Reina convertida en una dama particular llamada Dorotea. Los que habían forjado la aventura del reino Micomicón y la transformación de Dorotea en Princesa, debieran haber procurado alejar de la presente escena a Sancho, cuya presencia inutilizaba todas sus trazas para mantener el engaño.----Cervantes, sin reparar en este descuido, tomó ocasión de él para adornar con nuevas gracias su fábula.
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N-1,36,24. Cuando se trata, como suena aquí, de apartar una de otra a dos personas, poco quiere decir que los dividen o que medían entre ellos los filos de alguna espada: la separación no es grande. Pero si se quiere indicar la separación por medio de la muerte, que es lo que realmente se intenta, pudiera haberse dicho con más claridad así: Que advirtiese, dijo el Cura, que sólo la muerte podía apartar a Luscinda de Cardenio; y que aunque la recibiesen a filo de alguna espada, ellos la tendrían por felicísima.
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N-1,36,25. Las primeras ediciones decían en los lazos irremediables. Lazos era conocidamente error de imprenta, y Pellicer corrigió lances, pero la Academia Española prefirió casos, que efectivamente viene mejor, y altera aún menos el texto.----Inremediable, dijo ya Cervantes otra vez en el capítulo XXXIV, y así era más conforme a la etimología; pero el uso ha disminuido la bronquedad y aspereza que tiene esta voz en su origen, y decimos irremediable.
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N-1,36,26. Estas palabras no tienen sentido alguno, y por consiguiente debieran haberse suprimido en el original. Nuestro Cervantes, con la prisa de escribir, se olvidaba alguna vez de borrar las palabras que quedaban sobrantes en lo que ya iba escrito.
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N-1,36,27. Realmente don Fernando había dado ya muestras de haberse rendido, como observamos cuando a consecuencia de las reconvenciones que le hizo Dorotea, abrió los brazos, y dejando libre a Luscinda, dijo: venciste, hermosa Dorotea. Pero la suspensión sobrevino con motivo de las demostraciones de amor a Cardenio en Luscinda y de irritación contra el mismo en don Fernando, hizo temer a los circunstantes que no siguiese tan felizmente como había empezado la reconciliación con Dorotea, y los movió a reunir y esforzar sus instancias para que don Fernando se resolviese a condescender del todo con la demanda de su esposa; y la señal del triunfo de sus deseos y del rendimiento completo de don Fernando fue abajarse éste y abrazar a Dorotea.
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N-1,36,28. Las palabras y que esto sea verdad no ligan con las demás del discurso, y sobran en el texto, a no ser que falten otras que las hicieran buenas.
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N-1,36,29. En esta expresión continuó Cervantes personalizando las lágrimas, pero no con la oportunidad y gracia que en la expresión anterior. Quedara mejor enlazado el discurso, diciéndose: No la tuvieron (la cuenta que don Fernando) Luscinda, Cardenio y aun casi todos los que allí presentes estaban, porque comenzaron a derramar, etc.
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N-1,36,30. Al llegar Cervantes aquí, advirtió el inconveniente de haber dejado asistir a Sancho al reconocimiento de Dorotea y a su reconciliación con don Fernando; y en lugar de retroceder a corregirlo radicalmente donde convenía, prefirió salvarlo con este lenitivo, saliendo de la dificultad de cualquier modo.
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N-1,36,31. No está bien preguntar que se diga, sino pedir que se diga. Quedando preguntó, sería menester suprimir le dijese. Igual observación se ha hecho ya en otra parte, conde se usó de la misma frase.
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N-1,36,32. Gustó por gustaron, como exige la buena sintaxis. Por un defecto contrario a éste, dice a poco don Fernando que éél con otro habían entrado en el monasterio.
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N-1,36,33. Ya se insinuó antes lo inverosímil que era que Luscinda eligiese un refugio tan distante de Córdoba como supone la relación de esta aventura, y que fuese a buscar un convento de monjas en la Mancha, teniendo tantos en Andalucía.
+Pudo Cervantes formar la presente novela tomando fundamento de algún caso verdadero, como sucedió en otras suyas? Así se asegura de la Española inglesa, de Rinconete y Cortadillo, del Coloquio de los perros, del Licenciado Vidriera, de la Fuerza de la sangre, y aun se pudiera acaso añadir, de la Gitanilla. En la relación del Cautivo, que viene en los capítulos siguientes, es bien sabido que Cervantes describió sucesos verdaderos en el fondo, y aun en muchas circunstancias. Discurriendo sobre esto, y suponiendo siempre que don Fernando, según los indicios dados por el mismo Cervantes, pertenecía a la casa de los Duques de Osuna, he buscado inútilmente en la historia del siglo XVI el original a quien se pudo designar con el nombre de don Fernando. Subiendo todavía más arriba, sólo encuentro en la historia de aquella ilustre familia la escasa semejanza que ofrece la conducta de don Fernando con la de don Pedro Girón, Maestre de Calatrava en el reinado del Rey don Enrique IV de Castilla, y tronco de la casa de los Duques de Osuna. Locamente enamorado el Maestre de una doncella llamada Isabel de las Casas, la pidió por mujer a su padre, que era hacendado de la villa de Alanís, en Sierra Morena, ofreciéndole traer de Roma la dispensa que, como Maestre, necesitaba para casarse. Convino el padre, y temeroso de que en el entretanto la violencia de la pasión del Maestre produjese algún peligro para el honor de su hija, la envió con guarda a Sevilla; pero sabedor de ello don Pedro la robó en el camino, la llevó al Moral, villa cerca de Calatrava, y engendró en ella a don Alonso Téllez Girón, primer Conde de Ureña, título que en sus descendientes se unió con el de Duque de Osuna. El fin de Isabel fue infeliz: después de haber dado al Maestre tres hijos, quedó olvidada por otra de más alta jerarquía, con quien tampoco llegó a verificarse el matrimonio. (Jerónimo Gudiel, Compendio de historias, capítulo XXIX).

[37]Capítulo XXXVI. Que prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras
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N-1,37,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,37,2. En el Diálogo de las lenguas, escrito por los años de 1530, se ve que la voz jubilar no era entonces aun castellana. Cervantes en su QUIJOTE la usó en dos acepciones, en la de regocijarse, como aquí, haciéndola verbo neutro o de estado, y en la de absolver o descargar del trabajo de algún empleo desempeñado anteriormente, en cuya acepción es verbo activo. Así se usó en la segunda parte (cap. XXXII), cuando la Duquesa decía a Sancho que podía llevar al gobierno a su rucio, regalarle como quisiere, y aun jubilarle del trabajo. Este último sentido es el único que actualmente tiene el verbo jubilar entre nosotros: en el primero lo tengo por italianismo.
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N-1,37,3. Pagar los daños que le hubiesen venido, norabuena; pero pagar los intereses que le hubiesen venido, no está bien. Daños e intereses se contradicen, como se contradecirían perjuicios y provechos.
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N-1,37,4. Queda descrita la situación de los concurrentes con propiedad y gracia. Preocupados el Cura y todos con otras ideas de mayor interés y gusto, no habían reparado en que Sancho estaba presente, lo que era contrario al plan de engañar a Don Quijote con la empresa del reino Micomicón, y de conducirle a su aldea. Dicha inadvertencia proporciona la saladísima conversación entre amo y mozo que va a referirse, y las demás consecuencias de este incidente.
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N-1,37,5. Este modo de nombrar Sancho a Don Quijote, omitiendo el dictado de Caballero, tiene particular chiste, y envuelve como todas las demás razones de Sancho, una mezcla de enfado, de despique y de ironía, que junto con las contestaciones del pobre hidalgo, produce un efecto singularmente festivo y agradable.
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N-1,37,6. Zas, especie de interjección, palabra que expresa por onomatopeya el sonido del golpe que se da, y el golpe mismo. La dama Boba, en la comedia de este nombre, escrita por Lope de Vega, dice en el acto I, después de recibir una palmeta:
Sacó un zoquete de palo
al cabo una media bola;
pidióme la mano sola...
y luego que la tomó,
toma y zas.
Salvador Polo de Medina, en la fábula de Apolo y Dafne:
A fe que si le doy una puñada
que yo la haga que de mí se acuerde.
Pesia con la bellaca, ícómo muerde!
Y al punto le replica la señora:
como no diga zas, dala en buen hora.
Don Francisco de Quevedo, con su acostumbrado humor, quiso ridiculizar esta especie de interjección en su Cuento de Cuentos. +Qué es abarrisco en mis barbas?, dijo el padre, y zas. Y allí mismo: +Hay cosa tan moral como el zas? Más han muerto de zas que de otra enfermedad. No se cuenta pendencia que no digan: y llega, y zas y zas, y cayó luego. Quevedo contaba esto entre los desperdicios y basura da nuestro lenguaje; y lo mismo la otra expresión que incluyó en dicho cuento, en llegando, tris tras a la puerta; pero no tenía razón: el zas, y el tris tras son palabras da nuestro estilo familiar, donde pueden tener lugar oportuno. Pertenecen a la misma clase que el taratántara de la trompeta que se dijo al principio de la Gatomaquia:
No del todo olvidado
el fiero taratántara, templado
con el silbo del pífaro sonoro.
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N-1,37,7. La expresión quedara más airosa y gallarda, si se suprimiera la palabra tinto: este adjetivo la entorpece algún tanto. Había dicho Don Quijote que los arroyos de sangre del gigante corrido por la tierra como si fueran de agua: como si fueran de vino, correspondió que corrigiese Sancho. La oposición entre agua y vino es más clara, más neta, más absoluta que entre agua y vino tinto.
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N-1,37,8. Parece al pronto que se contradicen este y otros pasajes de la relación, donde se ve que no fue uno solo el cuero horadado. +No ves, ladrón, decía el ventero a Sancho en el capítulo XXXV, cuando entraron a despartir la pelea con el gigante, no ves, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que están aquí horadados? Poco más adelante, en el propio capítulo, habló el ventero de los cueros rotos; en el presente dice después Sancho a su amo: los cueros allí están heridos a la cabecera del lecho de vuestra merced; y aun el ventero expresa que eran dos. Pero el haber un cuero horadado no se opone a que también haya otro, y aun según las expresiones de Sancho, debió ser así, puesto que si hubo cabeza cortada, y Sancho la vio cortar por sus mismos ojos, como dijo en el capítulo XXXV, expresando que era tamaña como un gran cuero de vino, debió estar aparte el tronco del gigante de donde se cortó; he aquí un cuero tronco y otro cuero cabeza: total, dos cueros.
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N-1,37,9. Para que la expresión estuviese en su caja, habría de decirse real y verdadera; y acaso lo tendría así el original. De otro modo no se expresa con toda exactitud la oposición que aquí se establece, que es entre cosa de encantamento y cosa real y verdadera.
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N-1,37,10. Darioleta, medianera de los amores de su señora la Infanta Elisena con el Rey Perión, según se refiere en el libro primero de Amadís de Gaula (en la introducción), yendo a la cámara donde el Rey posaba, halló a su escudero a la puerta con los paños que le quería dar de vestir. Darioleta tomó la ropa y entró en la cámara. Buena doncella, le preguntó Perión. +Qué queréis? Daros de vestir, dijo ella.----También se dice dar de comer, de beber, etc. Sin embargo, el autor de las Observaciones sobre el Quijote, impresas en Londres, que se han citado en otros parajes de estas notas, tachó de impropia la expresión del texto, afirmando magistralmente que se da el vestido, pero no se da de vestir.----Plaudite.
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N-1,37,11. Así llama el Cura burlescamente al paraje de Sierra Morena, donde Don Quijote quiso remedar con su penitencia los sucesos de la Peña Pobre, que se refieren en la historia de Amadís de Gaula.
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N-1,37,12. Sobra la palabra disparatado, que trastorna y desnaturaliza lo que al parecer se quiso expresar, porque el propósito de Cervantes fue decir que la locura de Don Quijote era la más extraña que cupo pensarse, y este juicio o pensamiento no era ciertamente disparatada otra cosa sería si en lugar de pensamiento se hubiera puesto entendimiento, cerebro o cosa semejante.
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N-1,37,13. El uso actual del verbo ofrecerse pide en el caso presente el régimen a.----La construcción de la segunda parte del período es defectuosa, porque no está bien ofrecióse Cardenio que Luscinda haría, etc. El camino más corto para enmendar este pasaje fuera suprimir en el verbo ofrecer lo que le da la calidad de recíproco, y al mismo tiempo el régimen o preposición de. Así: ofreció Cardenio proseguir lo comenzado y que Luscinda haría la persona de Dorotea.
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N-1,37,14. Es un diálogo cuyos interlocutores no se expresan. La Academia Española, sobre este lugar, censurando una edición donde se suplieron oficiosamente los nombres, recuerda que la supresión tiene ejemplos en los buenos autores, y cita varios capítulos del QUIJOTE, donde se hace lo mismo. Efectivamente, la demasiada repetición de las expresiones dijo el uno y respondió el otro, hace tardo y afea el lenguaje, y se omiten algunas veces con elegancia, cuando puede hacerse sin perjuicio de la claridad y es evidente quien habla. Aquí no puede dudarse que los interlocutores son don Fernando y el Cura.
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N-1,37,15. Rara y estrambótica figura la que aquí describe Cervantes, que unida al mesurado continente y mucha gravedad y reposo de quien la tiene, es capaz de hacer reír a la misma melancolía. La arenga que sigue es digna de quien la pronuncia.
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N-1,37,16. Es claro el concepto, pero estaría mejor expresado diciéndose: digo que si por la causa que he dicho vuestro padre ha hecho este metamorfóseos en vuestra persona, no deis crédito alguno a su error. A las acciones y a quien las hace se les puede negar la aprobación, pero no se dice bien que se les niega el crédito. Este se da a la verdad o al error; a las acciones el elogio o el vituperio.
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N-1,37,17. Por lo menos sobre el della; y aun estuviera mejor: tanta verdad como pueden atestiguar los más destos señores.----La discreta Dorotea decía lo cierto, y lo confirmaba con el testimonio de los presentes; pero sus expresiones tenían para Don Quijote diverso sentido y significación que para los otros. Dorotea le engañaba con la verdad.
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N-1,37,18. Don Quijote y los que le acompañaban habían llegado a la venta a comer, según se refirió en el capítulo XXXI. Sobre comida refirió la huéspeda lo sucedido con Don Quijote la primera vez que estuvo en la venta: disputó largamente el Cura con el ventero y su familia, inclusa Maritornes, sobre los libros de Caballerías; luego se leyó la novela del Curioso impertinente, sucedió la aventura de los cueros de vino, llegaron a la venta don Fernando y Luscinda, se verificó el reconocimiento de ésta y Cardenio, y el de Dorotea y don Fernando; y, finalmente, pasó la presentación de Don Quijote y su plática con Dorotea. Después de tantos incidentes, que con dificultad cabrían en una tarde entera por larga que fuese no parece del caso que Dorotea proponga se suspenda la marcha hasta otro día, porque ya no se podía hacer mucha jornada. Más bien ocurre preguntar: +cómo han podido pasar tantas cosas en una sola tarde? A no ser que Dorotea quisiese en esta ocasión, como en otras, burlarse de su campeón y divertir a costa suya a los espectadores.
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N-1,37,19. Don Quijote, irritado hasta el extremo con Sancho, no halla términos bastantes para humillarlo y mortificarlo. A este fin emplea dos diminutivos que por su terminación indican a un mismo tiempo la pequeñez y lo despreciable del sujeto a quien se aplican. La lengua castellana es rica en esta parte más que ninguna de las conocidas; forma diminutivos de todos los nombres, y con diferentes terminaciones. Según éstas, unos pertenecen al estilo familiar, otros tienen entrada en el sublime; unos ultrajan y otros acarician. Lo propio viene a suceder con los aumentativos, los cuales, según su terminación, suelen envolver la expresión de aprecio o desprecio y a veces también de ironía. Pero ciñéndonos a los diminutivos, el castellano los tiene de muchas y diversas clases, entre ellas una que no suele mencionarse en las gramáticas, de los acabados en ezno que denotan ordinariamente animales, como lobezno, cachorro de lobo; gamezno de gamo; perrezno como el libro de la Montería del Rey Don Alonso llama al cachorro de perro; pavezno, como el Arcipreste de Hita llamó al pollo de pavo; judezno, hijo de judío, o judihuelo, como lo llamó Gonzalo de Berceo; rufezno, el rufiancillo; viborezno, el hijo de víbora, y con alguna semejanza se dice asimismo chozno, el hijo del biznieto. Algunas veces se extiende también esta terminación a diminutivos, que no lo son de nombres de animales, verbigracia, torrezno, trozo pequeño de tocino frito; rezno, la florecilla del olivo cuando se muestra. Es lástima que el uso vaya olvidando el de algunos diminutivos de esta clase.
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N-1,37,20. Poner sal en la mollera, expresión proverbial, infundir discreción, juicio, cordura. La sal indica la discreción, porque así como la sal sazona los manjares, la discreción sazona también las acciones y las palabras.Mollera es la parte superior de la cabeza humana, donde se supone que reside el alma, y por consiguiente el entendimiento. Habíase ya usado de esta expresión en el capítulo VI de esta primera parte.
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N-1,37,21. Otra expresión proverbial. Covarrubias en su Tesoro de lo lengua castellana, artículo GÜero, pone el cuento, que según dice le dio origen. Hurtó un ladronzuelo una sartén de un mesón; al salir con ella escondida topó con la huéspeda, la cual le preguntó qué llevaba, y respondió: al freír de los huevos lo veréis.
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N-1,37,22. Por lo referido anteriormente, lejos de pedir perdón Don Quijote a Sancho, más bien parecería que Don Quijote era quien debía perdonarle por la confusión en que le había puesto con la noticia de la transformación de la Princesa Micomicona en dama particular, y de la cabeza del gigante en pellejo de vino. Pero no es esto de lo que aquí se trata: Don Quijote pide a Sancho perdón, porque acaba de llamarle mentecato, y así suele hacerse urbanamente en el estilo familiar, cuando se dice alguna expresión desagradable o que puede ofender de cualquier modo al que escucha.
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N-1,37,23. Así era, en efecto, el traje ordinario de los cautivos en Berbería, según lo describe en la Topografía de Argel, en el capítulo XXVI, don Diego de Haedo, Arzobispo de Palermo en Sicilia. Este prelado, habiendo recogido muchas noticias sobre la historia de Argel en el siglo XVI, y los sucesos y padecimientos de los cautivos, compuso la Topografía o descripción de Argel y sus habitadores y costumbres, y el Epitome de sus Reyes, a que siguen tres Diálogos, en que se refieren muchos casos y particularidades sobre los cautivos de aquel tiempo. Un sobrino del Arzobispo, de su mismo nombre Abad del monasterio benedictino de Frómesta, reunió los cinco tratados en un volumen, y los publicó en Valladolid el año de 1612. Esta obra, como de autor coetáneo y respetable, contiene relaciones importantes y noticias curiosas, de que frecuentemente, ocurrirá hacer uso para ilustrar la historia que sigue del Capitán cautivo.
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N-1,37,24. Pasaje evidentemente viciado: el original diría: la incomodidad y falta de regalo que aquí se experimenta. Según lo que añade Cervantes, era propio de las ventas de su tiempo no hallarse en ellas comodidades: lo mismo sucede con las de ahora. En la de Juan Palomeque no había, como se ve por las noticias de la historia, otro aposento para los pasajeros que el famoso camaranchón de marras, en que se recogieron después aquella noche todas las señoras, y donde únicamente pudo ofrecer Dorotea a la recién llegada su compañía, si gustaba de posar con ellas. En las primeras ediciones hechas en Madrid el año de 1605, se había puesto malamente pasar con nosotras. Cervantes lo corrigió en la de 1608.
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N-1,37,25. No fue difícil que el impresor leyera y pusiera cristiano en vez de castellano. Aquí cristiano viene a significar lo mismo; mas parece acepción propia del estilo vulgar y aun bajo.
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N-1,37,26. No está del todo bien, porque entre los verbos preguntar y ofrecer no hay la correspondencia que debiera. El concepto es: no se le pregunta cosa ninguna, sino que se le ofrece por esta noche, etc.
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N-1,37,27. Aquí y en otras muchas partes del QUIJOTE, Cervantes olvidó al parecer que era mahometano el autor de la historia. Verdad es que todavía pudiera decirse en abono del texto, que los que hablaban eran cristianos, y que así era propio que hablasen aún en libros escritos por autores de diversa creencia.
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N-1,37,28. No parece muy esencial que la embozada mora supiese antes de bautizarse todas las ceremonias del bautismo; este circunstanciado conocimiento es propio del ministro eclesiástico. Más natural y arreglado fuera decir que se aguardaba a que Zoraida supiese primero todas las verdades que nuestra madre la Santa Iglesia manda.
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N-1,37,29. Aventajar en su acepción común es llevar ventaja, tener ventaja sobre otro: pero aquí no es tener ventaja, sino darla. En la primera acepción es verbo neutro, y en la segunda es activo. Esta última conviene especialmente a la milicia, en la cual se aventajaba a los soldados que se distinguían, esto es, se les daba ventaja en la paga sobre los demás. Cervantes lo sabía por experiencia propia, pues su general, el señor don Juan de Austria, lo había aventajado en tres escudos al mes, en premio de sus servicios y de las heridas que recibió en la batalla de Lepanto. Por consiguiente en el texto aventajar equivale a preferir.----Las ediciones anteriores ponen le aventajaron, pero es errata: el régimen le convendría en todo caso a la primera acepción, la segunda exige la.
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N-1,37,30. ""Lela o Lel-la en arábigo, quiere decir la adorable, la divina, la bienaventurada por excelencia. Sólo se da este nombre a MARIA SANTISIMA. Zoraida es nombre propio de mujer, diminutivo de Zahira o Zohraita, que significa Florencia, Florencita."" (Nota de la Academia Española.)
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N-1,37,31. Comedor de familia en las casas grandes y opulentas, donde la abundancia de criados y dependientes obliga a que coman y cenen en comunidad.
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N-1,37,32. Guardador y aguardador significan cosas distintas: guardador es el que guarda, custodiens; aguardador el que aguarda, spectans. Antiguamente las dos palabras significaban lo mismo, como se ve entre otras por las historias de Amadís de Gaula y Belianís de Grecia.
A la cuenta Cervantes quiso remedarlos usando de este arcaísmo, como lo hizo con otros de los que se encuentran en la biblioteca caballeresca.
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N-1,37,33. No se corresponden bien los tiempos de unos y otros verbos. Debería ser juzgase y creyese, en vez de juzgue y creo; y mejor aún: +cuál de los vivientes habrá que entrando y viéndonos, juzgue y crea que nosotras somos quien somos?
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N-1,37,34. Cedant arma Tog礼/em>, dijo Cicerón: Armis toga cedat, dijo Don Quijote. Elija el lector lo que guste: según el hidalgo de la Argamasilla, Cicerón no supo lo que se dijo.
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N-1,37,35. La buena sintaxis pedía que se pusiese ejecutarse, porque el sujeto o supuesto del infinitivo debe ser el mismo que el del verbo que le determina.
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N-1,37,36. Al revés, a conjeturar y saber: el que sabe, no tiene ya que conjeturar. Otra cosa sería si dijese saber o conjeturar, y así quizá debió leerse.
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N-1,37,37. La palabra espíritu equivale en esta ocasión a entendimiento o ingenio, pero no es lo que significa más comúnmente en castellano. Si hoy se usase en esta acepción, no faltaría quien la tachase de galicismo.
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N-1,37,38. Estuviera mejor: hablo de las letras humanas, cuyo fin es poner en su punto la justicia distributiva. Otra incorrección semejante hay en la siguiente página, donde se dice: joya que sin ella en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Debió ser: joya sin la cual ni en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno.
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N-1,37,39. Bella expresión para denotar la noche en que nació el que venía a alumbrar nuestras tinieblas, el Hombre Dios, Nuestro Señor Jesucristo.
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N-1,37,40. Se olvidó poner gloria sea a Dios, fuese el olvido de Cervantes, o del impresor Gloria in altissimis Deo, et in terra pax hominibus bon礠voluntatis (San Lucas, capítulo I, v. 14).
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N-1,37,41. Intrantes autem domum, salutata eam, dicentes: pax huic domui (San Mateo, capítulo X, v. 27).Pacem relinquo vobis, pacem meam do vobis (San Juan Evangelista, capítulo XIV, V. 27).Pax vobis (Ib., capítulo XX, versículos 19 y 20).
Don Quijote, que andaba buscando textos en la Escritura para sostener la superioridad de las armas sobre las letras, no tuvo presente aquello del Eclisiasts al fin del capítulo IX: El dicebam ego, meliorem esse sapientiam fortitudineàà Melior est sapientia, quam arma bellica.
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N-1,37,42. Ahora decimos presupuesta, y así es más conforme al origen latino.
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N-1,37,43. Como aquel hidalgo pobretón, de quien cuenta Quevedo en el Gran Tacaño (cap. XV), que pedía ración doble en la portería de San Jerónimo para una familia necesitada, y luego sorbía con gran valor detrás de la puerta.----Esta manera sórdida de seguir la carrera de las letras, que era tan común en tiempos de Cervantes, apenas es ya conocida en el muestro. Llamábanse estos estudiantes sopistas por la sopa que les daban a la puerta de los conventos, y también brodistas por el brodio o bodrio de que se alimentaban. Posible es que este mísero recurso haya servido una u otra vez para fomentar el ingenio y los talentos: pero es sin duda que ha producido innumerables sujetos ineptos, y que ha privado de infinitos brazos a la agricultura y a las artes, donde tampoco son inútiles ni el ingenio ni los talentos.
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N-1,37,44. Hubiera sido mejor: Conviene a saber, la falta de camisas, etc. Don Quijote, describiendo la pobreza de los estudiantes, descendió a pormenores, o, como él dice, menudencias que vulgarizan y envilecen su razonamiento, y no concuerdan con el estilo levantado que se observa en otros pasajes del mismo.
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N-1,37,45. El acullá y el acá están en orden inverso. Así como decimos, y se dice en este pasaje, aquí y allí, así también se dice acá y acullá, y no al revés acullá y acá.
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N-1,37,46. Bancos y escollos de las costas de áfrica e Italia, que los poetas pintaron como muy temibles a los navegantes: significan aquí generalmente cualquier peligro.
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N-1,37,47. En la segunda parte (capítulo XXIV), observa Don Quijote que han fundado más mayorazgos las letras que las armas, y en verdad que no le falta razón. En todo este discurso y en la comparación de las comodidades que se prodigaban a las letras y se escaseaban a las armas, Cervantes no se olvidaba de sí: la pobreza en que se hallaba después de haber quedado estropeado en la guerra, no le permitía conformarse con la desigualdad de los premios que, a título de letrados, disfrutaban otros. El inmortal autor del QUIJOTE estaba tan distante de saber lo que valía por su genio, que sólo se acordaba de sus méritos militares, que al cabo no podían pasar de ser los de un simple soldado, y no echaba de ver que su siglo fue todavía más injusto con su pluma que con su espada.
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N-1,37,48. Ejemplo fue de ello don Juan Martínez Siliceo, quien, desde los principios más humildes y la más extremada pobreza, llegó por su piedad y sabiduría a ser colegial del Mayor de San Bartolomé de Salamanca, preceptor de Felipe I, Obispo de Cartagena, Arzobispo de Toledo, y Cardenal de la Iglesia Romana. Murió en Valladolid el año de 1557.
Otro Cardenal de Toledo, don Gaspar de Quiroga, empezó por ser monaguillo de la capilla Real, de donde, teniendo quince o dieciséis años de edad, la Reina doña Juana le envió el de 1513 a estudiar a Salamanca, señalándole un real diario de asistencia. Así lo refiere don Luis Zapata en su Miscelánea manuscrita, observando que el año 1593, tenía más de doscientos mill ducados de renta; y añade que todavía cobraba el real, porque lo estimaba en más que todo cuanto tenía.
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N-1,37,49. Pleonasmo que sólo puede excusarse por el estado moral de quien habla. Milite es palabra latina, de que usó el mismo Cervantes en su tragedia intitulada la Numancia, donde en la jornada I, escena I, dice la Guerra, que sale personificada a las tablas:
La fuerza incontrastable de los hados...
Me fuerza a que de mí sean ayudados
estos sagaces mílites romanos.
Pero antes de Cervantes se halla ya usado por nuestros escritores; el año de 1555 se había impreso en Amberes, con el nombre de Mílite glorioso, una traducción anónima de la comedia de Plauto del mismo título, dedicada a Gonzalo Pérez, secretario de Estado de Felipe I, traductor de la Odisea, y padre de un hijo célebre por su favor y su disfavor con el mismo Monarca.

[38]Capítulo XXXVII. Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras
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N-1,38,1. Pellicer indicó con razón que se diría mejor en que se prosigue el curioso discurso de Don Quijote sobre las armas y las letras.
Esta contienda entre las armas y las letras es antigua. El doctor Bowle cita el discurso en italiano de Francisco Bocchi sopra la lite delle armi et delle lettere, impreso en Florencia el año de 1580; pero ya anteriormente entre nosotros, Juan Angel González había publicado en Valencia el año de 1549 un libro en que se defiende problemáticamente una y otra causa con este título: Pro equite contra litteras declamatio. Alia viceversa pro litteris contra equitem. Ni don Nicolás Antonio, ni los bibliógrafos valencianos Ximeno y Fuster tuvieron noticia de este libro, que existe en la Biblioteca Real de esta corte. Francisco de Morales, escritor portugués, a quien muchos atribuyeron la historia del famoso caballero andante Palmerín de Inglaterra, escribió unos diálogos, de los cuales el segundo es entre un Doctor y un Hidalgo, donde se ventila la cuestión de la preeminencia entre las armas y las letras. Dichos diálogos se publicaron después que la primera parte del QUIJOTE, igualmente que otro libro de Francisco Núñez de Velasco, que se imprimió en Valencia el año de 1614 con el título de Diálogos de contención entre la milicia y la sciencia. Los de Francisco de Morales se reimprimieron al fin de la edición moderna de Palmerín de Inglaterra, hecha en Lisboa el año de 1786.
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N-1,38,2. VUELTA AL TEXTO

















N-1,38,3. Coleto, especie de jubón de ante con mangas y faldas, de uso común, viviendo Cervantes, entre los militares, y que aún se usa en algunas provincias, especialmente entre arrieros y traginantes. Solía llevarse debajo de la armadura, tanto por la comodidad como por el aseo.----Acuchillado, esto es, con cuchillos o piezas triangulares, por otro nombre nesgas, que se cortan donde sobra ancho para añadir en las orillas donde falta para la holgura conveniente del traje. Coleto acuchillado: quizá se quiso también en esta ocasión indicar la circunstancia de roto a cuchilladas, jugando con la doble significación de la voz acuchillado, y aludiendo a lo roto y pobre, que es de lo que aquí se trata.
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N-1,38,4. Por la inversión en el orden de las palabras suena que la cabeza es la hecha de hilas. Mejor: Allí le pondrán en la cabeza la borla hecha de hilas. Se alude a la borla de doctor, con que se adornan en las Universidades a los que, después de desempeñar los ejercicios prescritos obtienen los supremos grados académicos.
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N-1,38,5. El caso es imposible. Quien tenga pasadas las sienes de un balazo no necesita de hilas para curarse, o, hablando en términos usados en los libros de Caballería y en el mismo QUIJOTE, no necesita de maestro. Mas nuestro hidalgo, arrebatado por su estrambótico entusiasmo, no estaba para tropezar ni detenerse en imposibilidades. No reparaba en mesas ni castañas.
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N-1,38,6. Quiere decir que no llegan a mil. Letras es lo mismo que caracteres, notas o cifras, como de ordinario se dice.----La voz guarismo viene evidentemente del griego arithmos, número, de donde se formó también el nombre de Aritmética.
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N-1,38,7. Esto es, de un modo u otro. Mangas suele significar lo mismo que regalos, adehalas, emolumentos, y por esto se dijo aquel refrán buenas son mangas después de pascuas. Por oposición a estos provechos eventuales denotado por mangas, faldas significa el estipendio señalado, los derechos corrientes y fijos. Uno y otro juntos forman la dotación del oficio de letrado, así como las mangas y faldas pertenecen a un mismo vestido. Covarrubias, en su Tesoro, indica que esta significación de mangas pudo venir de manga, cierta red de pescar, porque los regalos hechos a jueces y personas de autoridad son como redes para captar su favor y benevolencia. Con alusión a esta significación poco noble de mangas, dice Don Quijote: De faldas; que no quiero decir de mangas. Vuelve a hablarse de faldas y mangas en la carta de Sancho a Don Quijote, que se lee en el capítulo LI de la segunda parte.
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N-1,38,8. Varios reparos ofrece este pasaje del texto. La conjunción adversativa sino está usada con poca oportunidad, porque no hay la oposición que por su naturaleza indica con la parte precedente del discurso.----La preeminencia no es contra, sino sobre. Estaría bien el contra si en vez de preeminencia se pusiera contienda o disputa; pero entonces no ligaría bien el pensamiento con lo que sigue, pues lo que está por averiguar no es la contienda, sino la preeminencia.----Tampoco se dice con exactitud que está por averiguar la materia: la materia se examina, el punto es lo que se averigua.----Por último, hablándose de plurales como armas y letras, no suena enteramente bien: Las razones que cada una alega.----Todo quedaría mejor si se pusiese con muy corta alteración: Pero dejemos esto aparte... y volvamos a la preeminencia de las armas sobre las letras: punto que está por averiguar, según son las razones que cada una de las partes alega.
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N-1,38,9. Viviendo Cervantes, esta voz era sinónima de piratas, según se ve en repetidos lugares de sus obras, y en todos los escritores de aquel tiempo. Ahora se da el nombre de corsarios a los particulares que arman buques y hacen la guerra por su cuenta, pero con autorización y patente de alguna de las potencias beligerantes.
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N-1,38,10. Disuena, como impropia de la prosa, la consonancia de tierra y guerra que se encuentra en este período. Disuena también llamar caminos a los del mar, donde no los hay: en el mar hay viajes, pero no caminos. Caminos y viajes no son sinónimos, ni puede darse sino impropiamente el nombre de caminos a los rumbos que siguen los buques, aun en aquellos parajes en que las corrientes, los monzones u otras causas locales les obliguen a sujetarse a una dirección determinada.----Falta también algo para explicar completamente el pensamiento que se indica: se quiere decir que los caminos de mar y tierra estarían sujetos, aun durante la paz, al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra.
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N-1,38,11. Mejor: Cosa averiguada. Razón no es lo mismo.
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N-1,38,12. Fuerza significa lugar fortificado militarmente: acepción muy común de la palabra fuerza en nuestros antiguos escritores, pero desusada en la actualidad.
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N-1,38,13. Estar de posta vale lo mismo que estar de guardia o centinela, en el lenguaje de nuestros autores de los siglos XVI y XVI; a veces se llama posta al mismo centinela. De uno y otro hay muchos ejemplos.----Rebellín y caballero son términos de fortificación: rebellín es obra exterior que cubre la cortina y la defiende; caballero, obra interior que se eleva más que el terraplén de la plaza y le domina.
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N-1,38,14. Fuera preferible haber dicho: lo único que puede hacer.
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N-1,38,15. De lo malo se dice con propiedad que se teme, pero no que se espera; por consiguiente, debiera haberse tachado la palabra esperando. Lo mismo convino hacer con el improvisamente pues mal que se teme y prevé, no puede suceder de improviso.
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N-1,38,16. El embestirse dos galeras no es peligro, sino ocasión de peligro. Con una ligera añadidura, reducida a la de un nombre que explique el sentido, pudiera haberse corregido la expresión, diciéndose: y si este parece caso de pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras, etc. Por otra parte el adjetivo pequeño puesto a peligro, no parece oportuno, porque el hilo del raciocinio más bien pide que se le llame grande que no pequeño. Con arreglo a esto pudiera decirse: Y si este parece caso de grande peligro, veamos si le iguala o si quizá le hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas, etc.
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N-1,38,17. La palabra fin, a que en el día damos el género masculino, aquí y en otras partes del QUIJOTE está usada como femenina. También lo está en aquella antigua redondilla de la historia métrica del Rey Don Alfonso el Xl:
El Rey moro de Granada
más quisiera la su fin:
la su seña muy preciada
entrególa a Don Ozmín.
Usóla igualmente como femenina don Diego de Mendoza en la Guerra de los moriscos de Granada (lib. II, cap. VI). El uso variaba, y el mismo Cervantes la empleó algunas veces como masculina.
Lo propio que a la palabra fin les sucedió a color, calor, linde, doblez y otros que en lo antiguo fueron femeninos, y ahora sólo lo son en boca del vulgo. Realmente en los nombres de cosas que no tienen sexo, el uso, así como es árbitro de darles género, también lo es de mudárselo: a algunos suele dar promiscuamente ambos géneros, cómo sucede en mar, puente, canal, margen, dote: generalmente hace masculinos a los nombres acabados en o, y femeninos a los acabados en a; pero hay muchas excepciones para las cuales no puede darse más regla ni razón que la costumbre de hacerse así. Unas veces se atiende a la terminación y otras al significado: en los actos judiciales, hablándose de mujeres no es raro decir la testigo.
En todo lo precedente el uso no es más que arbitrario; pero es también injusto cuando se dice la ballena, la perdiz, la mosca, comprendiendo los machos bajo la denominación femenil.
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N-1,38,18. Don Quijote repetía las maldiciones que Luis Ariosto lanzó en su Orlando furioso (canto 11) contra la invención y el inventor de la artillería:
++Come trovasti o scelerata e brutta
invension, mai loco in human core?
Per te la militar gloria èè distrutta;
per te ti mestier dell′arme e senza onore;
per te il valore e la virtÜ ridutta.
Che spesso par del buono il rio migliore:
per te puo in campo al paragon venire...
non piu la gaglardia, piu l′ardire
Che ben fu il pou crudele e il piu di quanti
mai furo a mondo ingegni empi e maligni
chi immagino si abbominos ordigni.
E Credero, che Dio, perche vendetta
ne sia in eterno, nel profondo chiuda
del cieco abisso quella maledetta
anima apresso al maledetto Giuda
.
Ya anteriormente Francisco Petrarca, en el libro De remediis utriusque fortun礼/em> había maldecido también la invención, entonces reciente, de la pólvora (diálogo 39 de machinis et ballistis). Lo mismo había hecho Polidoro Virgilio en su obra De los inventores de las cosas (lib. I, capítulo XI, y lib. II, cap. XVII). En España el sevillano Juan de la Cueva, en el poema a que dio el mismo título que Polidoro a su libro, después de desear que no hubiese quedado memoria del inventor de los naipes, sigue:
Ni la de aquel ministro del infierno
que introdujo la pólvora en el mundo,
para tanto terror y tanto daño
de la naturaleza, que se queja
de la ofensa tan grande que recibe.
Don Francisco de Quevedo, recordando el Illi robur et 祥s triplex de Horacio, cantó:
De hierro fue el primero
que violentó la llama
en cóncavo metal...
Fue más que todos fiero,
indigno de las voces de la fama.
Don José Pellicer de Salas, hablando de la artillería en las notas a las Soledades de Góngora, dice que quien defiende ser justa arma tan diabólica merecía morir en ella arcabuceado como traidor a su naturaleza. Pellicer, Quevedo y Don Quijote hablaban conforme a las ideas comunes de ciertos tiempos, en que se miraba el uso de la pólvora como medio poco noble de vencer no sólo a los hombres, sino también a las fieras. A consecuencia de lo cual, desde el año de 1552 estaba ya prohibido tirar con arcabuz a ningún género de caza, como se ve por las actas de las Cortes del año 1570 (petic. 17), las cuales se quejan de que por esta causa había muy gran falta de arcabuces y de quien los supiese tirar, por no tener uso ni ejercicio dello.
Añaden que se había visto el inconveniente en la rebelión de los moriscos de Granada, y pedían se diese licencia para que se pudiese tirar con arcabuz a cualquier género de cazaàà tirando solamente con bala y sin perdigones, y no tirando a palomas. En virtud de esta petición de las Cortes del Reino hubo de permitirse el uso de los arcabuces para la caza, inclusa la de palomas, puesto que las del año de 1607 suplicaban al Rey Don Felipe II, que sólo se permitiese tirarles con bala rasa; y no sólo se accedió a esta petición, sino que posteriormente, en la pragmática de 2 de enero de 1611, se prohibió tirar a ningún género de caza con arcabuz o escopeta, ni con bala, ni con perdigones, ni al vuelo. Pero con la instabilidad tan común en las disposiciones legales de aquel tiempo, la pragmática de 4 de noviembre de 1617 permitió todo lo que se había prohibido en la de 1611. De aquí hubieron de originarse abusos, como se deduce de otra pragmática de 2 de junio de 1618, en la que se dice que estaban prohibidos los arcabuces de menos de cuatro palmos, y se prohibe traer ni tener pistoletes bajo graves penas.
Todo esto era poco para lo que se había pensado en siglos anteriores. En el Concilio general de Letrán del año 1139 se hizo un canon (que fue el 29) prohibiendo el uso de arcos y ballestas en las guerras entre cristianos +Qué se hubiera dicho de los fusiles y de los cañones? Esto era conforme a las ideas pundonorosas de aquel tiempo, en que se tenía a caso de menos valer pelear con armas superiores y en que se contó que Tirante el Blanco, para pelear con un perro, arrojó la espada (según referimos en las notas al Capítulo VI), porque nunca se dijese que había combatido con ventaja. En adelante los militares fueron menos escrupulosos, y no sólo se valieron de la pólvora y de las balas, sino que también inventaron las bombas, la bala roja, las minas, la máquina infernal, las lluvias de balas y los cohetes a la Congreve. Y no ha faltado quien diga y defienda que el uso de la pólvora ha hecho menos sangrientas las batallas y menor la mortalidad de las guerras.
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N-1,38,19. Bala empezó por ser voz de la germanía, en la que significaba pelota de hierro o plomo. De aquí pasó al uso común, abandonándose el nombre de pelota que antes se daba a las de los cañones y arcabuces, como se lee en nuestros escritores del siglo XVI.
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N-1,38,20. El lenguaje de este período es defectuoso. Con la cual (invención), así dice, dio causa que un... cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que... llega una desmandada bala... y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida, etc. Sobra en lo que acaba de copiarse la partícula con, primera palabra del período: dar causa pide el régimen de o para; y los verbos llega, corta y acaba debieran estar en subjuntivo.como lo está el quite.
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N-1,38,21. Hay alguna contradicción, porque al cabo el recelo no es valor, y si no es miedo, se le parece mucho. Hubiera sido más al propósito de Don Quijote decir: todavía me disgusta o cosa semejante, en lugar de me pone recelo: y de este modo se evitaba también la repetición del verbo poner.----En lugar de la pólvora y el estaño diríamos ahora la pólvora y el plomo, o la pólvora y el hierro: en los principios de la Tormentaria las balas se hacían de cualquier materia dura, y las de artillería se labraban ordinariamente de piedra, como se ve por todos los documentos coetáneos.
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N-1,38,22. Mejor estuviera: tanto seré más estimada que los caballeros andantes de los posados siglos, cuanto a mayores peligros me he puesto que ellos. Por lo demás, Don Quijote anduvo desmemoriado en suponer que no se había usado la pólvora en tiempo de los caballeros andantes que le precedieron. Las historias de Amadís de Gaula, de Morgante, de Orlando, de Tirante, del Caballero del Febo y de don Belianís de Grecia, prestan pruebas de lo contrario.
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N-1,38,23. Realmente preámbulo es la parte del discurso que precede a otra, y aquí no se verifica esta circunstancia.
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N-1,38,24. Negra equivale a malhadada, desventurada, funesta. En el capítulo II se refirió que el ventero incomodado de las valentías de su huésped y ahijado Don Quijote en defensa de las armas que estaba velando, determinó abreviar y darle la negra orden de caballería. Pizmienta significa también negra, como si se dijera, del color de la pez, según observó Pellicer, citando un pasaje de nuestro antiguo poeta Gonzalo de Berceo, que a un día aciago le llamó pecemento, que viene a ser lo mismo que pizmiento. No me acuerdo de haber visto esta voz en ningún otro libro castellano.
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N-1,38,25. Parece modestia afectada, porque no es posible que así lo temiese el Capitán cautivo, sabiendo lo agradable y peregrino de su historia; a la cual, según él mismo dice pocos renglones más abajo, podría ser que no llegasen los discursos mentirosos, que con curioso y pensado artificio suelen componerse.
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N-1,38,26. Desde aquí deja nuestro autor de contar, como antes, en tercera persona, e introduce, repentinamente y sin prevenirlo, al mismo cautivo relatando su historia. Esta transición, o por mejor decir, esta falta de transición, tiene ligereza y gracia.
No se deduce de lo precedente que Don Quijote no asistiese a la relación del cautivo, y aun pudiera inferirse lo contrario, porque durante la cena hizo el discurso sobre las letras y las armas; y acabado de cenar y levantados los manteles, sin decirse que Don Quijote se retirase, antes bien expresándose que en el entretanto se estaba aderezando su camaranchón para las mujeres, don Fernando rogó al Cautivo que contase el discurso de su vida; y el cautivo, sin más dilación que las ligeras fórmulas de cortesía, empezó a hacerlo desde luego. Por lo mismo es más extraño que no se vuelva a nombrar con ningún motivo a Don Quijote hasta el capítulo XLI, donde se ve que se halló presente al entrar el Oidor en la venta, y le recibió con la cortesía que allí se refiere. Por otra parte, parece difícil que la asistencia de Don Quijote a la relación del cautivo dejase de producir alguna salida de las suyas; y así hubiera quizá convenido para dar a la novela algún enlace con la acción principal de la fábula, del que enteramente carece.

[39]Capítulo XXXIX. Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos
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N-1,39,<A. 1>Pudiera haberse expresado con alguna mayor exactitud este concepto. Para decir el padre del cautivo que quería bien a sus hijos, bastaba ciertamente decirles que era su padre; pero el saberlo no bastaba para decirlo, porque pudiera saberse y callarse. Para guardar correspondencia cabal sin superfluidades entre esta parte del período y la que sigue, y marcar bien la contraposición de ideas que se intenta, hubiera convenido escribir de esta suerte: para deciros que os quiero bien, basta decir que sois mis hijos; y para entender que os quiero mal, basta saber que no me voy a la mano, etc.
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N-1,39,2. El doctor Sancho de Moncada citó este refrán del mismo modo que Cervantes, en su primer Discurso (cap. XVII) de la Restauración política de España. Lope de Vega en el acto I de la Dorotea (escena VII) pone así: el refrán de que se trata: tres cosas hacen al hombre medrar, ciencia y mar y casa Real. En esta forma es, no sólo más claro, sino también más exacto, porque iglesia no comprende más que los premios concedidos a la instrucción eclesiástica, pero ciencia comprende todos los que se confieren a las letras, tanto eclesiásticas como profanas. Y, con efecto, el Oidor, hermano del cautivo, a quien se aplica esta parte del adagio, debía la toga, no a la teología, sino a la jurisprudencia. Esta observación es de Pellicer. En la novela de la Gitanilla repitió Cervantes el refrán del mismo modo que en el QUIJOTE.
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N-1,39,3. Para el buen concierto de la expresión, los dos verbos deberían estar en el mismo tiempo, diciéndose: quiero y es mi voluntad, o querría y fuera mi voluntad. Esto último es más conforme a lo que se sigue.
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N-1,39,4. Este padre no tuvo presente, o no quiso seguir el consejo del Eclesiástico, que en el capítulo XXXII dice: Filio et mulieri, fratri et amico non des potestatem super te in vita tua: et non dederis alit possessionem tuam... Melius est enim ut filii tui te rogem, quam te respicere in manus filiorum tuoum... In die consummaticnis vit崠tu䪠et in tempore exitus distribue h履ditotem tuam. Conforme a este consejo va aquel refrán que se encuentra ya en la antigua colección del Marqués de Santillana: Quien da lo suyo antes de su muerte, merece que le den con un mazo en la frente.
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N-1,39,5. Expresión ambigua, que pudiera indicar lo contrario de lo que se intenta, a saber, que por ser mozos no sabían ganar la hacienda todavía. El sentido es, que siendo como eran mozos, tenían fuerzas, tiempo y aptitud para buscar y adquirir bienes y modo de vivir.
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N-1,39,6. No hay entre ambas cosas la especie de contradicción que supone la partícula disyuntiva o; pero la había entre la aplicación del refrán a que se alude y la serie de la historia, porque el hermano menor de quien se habla no siguió la carrera de la Iglesia, sino la del foro; deduciéndose también de aquí, o que el refrán Iglesia, mar o casa Real no era tan verdadero como se dijo, o que Cervantes no lo había explicado con acierto por boca del padre. Parte de esta crítica se evitara diciendo: seguir la iglesia, o por lo menos las letras, yéndose a acabar sus comenzados estudios a Salamanca.
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N-1,39,7. No fueron cada tres mil ducados porque el tío compró la hacienda y la pagó de contado, sino porque los tres mil ducados eran la tercera parte del valor total de la hacienda. De lo que sí fueron causa la compra total y la paga de contado, fue de que se diese a cada uno tan brevemente su parte en dinero, y de que se pudiesen despedir del padre en un mismo día los tres hermanos. Cervantes mezcló con alguna confusión todas estas ideas, que hubieran quedado arregladas y claras sólo con la adición de una letra: a lo que se me acuerda, hieran cada tres mil ducados, y en dineros, porque un nuestro tío compró toda la hacienda y la pagó de contado.
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N-1,39,8. Escribiéndose correctamente, de suerte que se evitase toda confusión y oscuridad, el sujeto de los dos verbos despedimos y encargando debiera ser el mismo; pero no lo es, porque los que se despidieron fueron los hermanos, y los que encargaron, el padre y el tío.
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N-1,39,9. Palabras que determinan la fecha de la presente relación del cautivo. El Duque de Alba pasó a Flandes en septiembre de 1567, y según esto, el cautivo contaba su historia en 1589. Mas esta fecha no concuerda con la de otros sucesos posteriores al reinado de Felipe II, mencionados en algunos parajes del QUIJOTE, ni aun con la relación misma, cuyo contexto no indica que pasase tanto tiempo desde el cautiverio de Rui Pérez en la batalla de Lepanto, que fue el año de 1571, hasta su libertad en el de 1589.
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N-1,39,10. No tan brevemente que no gasta más de sesenta páginas en contarlo, formando una larga novela, que si por lo vario y agradable de sus incidentes no cansa al lector, nunca puede por su extensión llamarse breve, mucho más, si se considera su falta de enlace y conexión con la acción principal del QUIJOTE.
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N-1,39,11. Desde antiguo eran famosas las fábricas milanesas de armas. En la relación del Paso honroso de Suero de Quiñones, paisano de nuestro cautivo, que se celebró reinando Don Juan el I, se lee que el rescate del Capitán del Paso, que era el objeto de la fiesta, estaba concertado en trescientas lanzas rompidas por el asta con fierros de Milán, Juan de Mena, describiendo en la Orden de Marte la entrada y prósperos sucesos del mismo Rey Don Juan el I en la Vega de Granada, compara en la copla 180 el ruido y estruendo de los combatientes al del Etna en Sicilia,
O las herrerías de los milaneses.
Fernán Pérez, su comentador, que escribía en el reinado de Carlos V, recomendaba la bondad de las armas que en su tiempo se hacían en Milán, y singularmente la de los arneses. Cristóbal Suárez de Figueroa, que viajó mucho por Italia, dice en su Plaza iniversal (discurso 44): Estos armeros son hoy excelentes en Bresa y en Milán sobre todas las ciudades de Italia. Bien sabido es el cuento de San Francisco de Borja, que siendo Virrey de Cataluña encargó se hiciesen en Milán alabardas para su guardia, y firmó sin reparar la carta donde su secretario había escrito albardas.
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N-1,39,12. Estaría mejor diciendo y de donde; y mejor todavía borrando de donde, y sustituyendo de allí.
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N-1,39,13. Plaza fuerte sobre el río Tánaro, que perteneció al estado de Milán y ahora pertenece al de Cerdeña. La fundaron los GÜelfos en la declinación del siglo XI, y le dieron el nombre de Alejandría en honor del Papa Alejandro II. Los Gibelinos le añadieron por desprecio el sobrenombre de la Polla o Paja.
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N-1,39,14. Don Fernando Alvarez de Toledo, llamado el gran Duque de Alba, uno de los mayores capitanes de su siglo, famoso por sus hechos y proezas en Italia, Hungría, Alemania y Flandes, fue hijo de don García, primogénito de la casa de Alba, que antes de heredarla murió gloriosamente en la primera de las dos infaustas jornadas de los Gelves, el año de 1510. Don Fernando añadió el reino de Portugal a la corona de Castilla en 1580, como su abuelo Don Fadrique le había añadido el de Navarra en 1512. Garcilaso de la Vega, que fue muy favorecido suyo, incluyó en la profecía del río Tormes, que se lee en su égloga I, un largo elogio de las prendas militares del Duque don Fernando:
Este de la milicia, dijo el Río,
la cumbre y señorío terná solo
del uno al otro polo.
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N-1,39,15. Felipe I había enviado al Duque de Alba a sosegar las alteraciones de Flandes, de que se creía eran principales autores los Condes de Horn y Egmont y el Príncipe de Orange. Este último huyó, y los otros dos fueron presos de orden del Duque y degollados en Bruselas.
Puede notarse, entre los ejemplos de la inestabilidad de las cosas humanas, que los dos Condes habían asistido como compañeros del Duque de Alba a las fiestas de Bins, dadas por la Reina de Hungría a su hermano el Emperador Carlos V el año de 1549. En el torneo a caballo, el de Egmont iba en la cuadrilla del Príncipe heredero don Felipe; y el de Horn en la del Príncipe de Piamonte. El de Egmont se distinguió particularmente en las fiestas: en la del 5 de mayo ganó uno de los premios, y en el torneo a pie del 25 de agosto se llevó el prez del combate de hacha, que consistía en un diamante de valor de quinientos escudos, entregado por mano de una dama; y se lo adjudicó el mismo Duque de Alba, que era el juez del torneo. Constan muy por menor estas particularidades en la relación que escribió y publicó de dichas fiestas Juan Calvese de Estrella.La sentencia de muerte de los Condes se firmó el 4 de junio de 1568, y se ejecutó el día siguiente.
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N-1,39,16. Natural de la ciudad de Guadalajara: se distinguió en la batalla de Lepanto, siendo capitán de la compañía en que servía nuestro autor, y pertenecía al tercio de don Miguel de Moncada. Cervantes quiso que quedase en el QUIJOTE esta honrosa memoria de su capitán, y quizá quiso también perpetuar la de su alférez en la relación del cautivo; pero el transcurso del tiempo ha hecho ya imposible esta averiguación, que hubiera sido fácil a sus contemporáneos.
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N-1,39,17. Una de las más considerables del Mediterráneo, que poseían, como aquí se dice, los venecianos, cuando la invadieron los turcos en el año de 1569; y a solicitud de aquella república, el Papa San Pío V formó el año siguiente la liga de que trata el texto para contener los progresos de los infieles y calmar los recelos e inquietudes de la cristiandad. Una de las condiciones de la alianza fue que Don Juan de Austria había de mandar como Generalísimo las operaciones militares, y a su consecuencia mandó la escuadra combinada, que venció la de los turcos en las aguas de Lepanto el memorable día 7 de octubre de 1571. Deshízose la liga por la paz, que, a instigación de la Francia, ajustaron los venecianos con el turco el año de 1573, sin noticia ni participación de sus aliados; conducta tanto más vituperable cuanto la liga se había hecho a instancia y en beneficio de ellos. Hablan de estos sucesos todas las historias de aquel tiempo.
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N-1,39,18. Estas palabras indican que cuando hablaba el Cautivo aún vivía Felipe I; y así era la verdad, pues como se notó arriba, la relación se hacía en el año de 1589. Si a esto añadimos que en la segunda parte se hace mención del Quijote del Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, impreso el año de 1614, tendremos que la duración de la fábula fue por lo menos de veinticinco años. Lo cual es absolutamente inverosímil, porque en un país civilizado, las acciones a que daban lugar el género de locura de Don Quijote no era posible que se continuasen por tanto tiempo, sin que la autoridad lo estorbara. Ni era de creer que habiendo empezado nuestro hidalgo a ejercer la profesión de caballero andante cuando frisaba ya con los cincuenta años, tuviese robustez para continuarla hasta los setenta y cinco. Don Vicente de los Ríos y don Juan Antonio Pellicer hicieron reflexiones sobre la duración que dio Cervantes a su fábula; el primero la ciñó a cinco meses y medio; el segundo, después de mostrar que, según algunas expresiones sueltas del QUIJOTE no pudo durar menos de diez años, se propuso justificar a Cervantes de un modo sobradamente sutil, atribuyéndole el designio de ridiculizar a los poetas y escritores de caballerías, remedando sus anacronismos y desconciertos. Pero seamos sinceros. La acción del QUIJOTE, tanto por su naturaleza como por las circunstancias de la época en que pasaba, y las personales del protagonista, no pudo exceder en su duración de un moderado espacio de tiempo, cual es el que señaló Ríos u otro no mucho más largo; pero Cervantes, que no tuvo plan meditado, ni se paró a combinar las diferentes partes de su obra, dio frecuentes motivos de reparos cronológicos, fundados unos en sus mismas expresiones, y otros en los sucesos públicos que menciona. Con todo, el fondo de la fábula y la masa de sus acontecimientos no presenta repugnancia con una duración regular y conveniente, y esto hace que no ofenda tanto los reparos que la lectura del QUIJOTE ofrece en orden a la unidad de tiempo, prescrita por la razón en las composiciones de ésta y otras clases.
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N-1,39,19. Se ha puesto promesas por error, al cotejar las pruebas, donde debiera decir premisas.
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N-1,39,20. Fue este Príncipe uno de los notables personajes de su siglo. Carlos V lo tuvo en una señora alemana de Ratisbona, donde nació el año de 1545. Traído secretamente a España por disposición de su padre y con conocimiento de Luis Quijada, señor de Villagarcía de Campos, pasó su niñez en la aldea de Leganés junto a Madrid, en hábito humilde de labrador, al cuidado de un clérigo que hacía de Cura, y bajo la enseñanza del sacristán de la parroquia, yendo lo más del año a píe con los demás muchachos a la escuela de Getafe. Desde allí fue llevado a Villagarcía, donde continuó como hijo de un amigo de Luis Quijada, único sabedor del secreto, y como paje de éste se halló en Yuste al tiempo de la muerte del Emperador. Después de ella el Rey don Felipe I hizo venir a don Juan a su presencia, le descubrió el misterio de su nacimiento y lo envió a estudiar a Alcalá, donde fue discípulo de Ambrosio de Morales. Quería el Rey que su hermano siguiese la carrera de la Iglesia; pero la decidida inclinación que mostró don Juan a las armas, movió a darle el mando de las galeras, y después el cargo de pacificar el reino de Granada, donde se habían sublevado los moriscos. Concluída esta empresa fue nombrado General de la liga cristiana contra los turcos, y ganó la célebre batalla de Lepanto. Conquistó después a Túnez el año de 1573, y, finalmente, habiendo pasado el de 1576 al gobierno de los Estados de Flandes, falleció el de 1578 junto a Namur, en la florida edad de treinta y tres años, el mismo día, dicen algunos, que se cumplían siete de la batalla naval y derrota de la escuadra otomana.--Las frecuentes contradicciones que don Juan experimentó de parte del Rey su hermano, acibararon el curso de su vida. De resultas de la gloriosa jornada de Lepanto, los griegos, oprimidos por los turcos, le ofrecieron la corona; pero su hermano, mostrando temer los celos de los venecianos, se opuso a que la aceptase. El Papa propuso al Rey Felipe que se fundase un Estado en la costa de Africa, y se le diese con título de Rey a su hermano: Felipe se negó a ello. Pretendió don Juan que se premiasen sus servicios con los honores de Infante de España, y no pudo conseguirlo. Los irlandeses, descontentos del gobierno de la Reina Isabel de Inglaterra, quisieron proclamarlo Rey de su isla; y la corte de España no lo tuvo por conveniente. Trató don Juan de casarse con la misma Reina Isabel, y se ofendió el Rey su hermano. Juan de Escobedo, secretario de don Juan, que promovía con calor en la corte sus negocios y solicitudes, fue asesinado por disposición del famoso Antonio Pérez, y se supuso que había sido de orden del Rey. Finalmente, el vencedor de Lepanto murió sin hacer testamento, porque no tuvo de qué hacerlo, y no faltó quien sospechase que había muerto de veneno.
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N-1,39,21. En esto, como en lo general de la relación del cautivo, se ajustó Cervantes a la verdad de los hechos, de que estaba bien informado, como que intervino personalmente en ellos. Don Juan de Austria, nombrado general de la liga, se embarcó en Barcelona el 20 de julio de 1571, llegó el 26 a Génova, salió de aquí el 1.¦ de agosto, el 10 arribó a Nápoles y el 23 a Mesina, donde se le incorporaron las galeras del Papa y de los venecianos. La escuadra combinada se hizo al mar en 16 de septiembre con el designio de buscar la otomana, y la encontró y derrotó el 1 de octubre en el golfo de Lepanto, en la costa de Grecia, no muy lejos del paraje donde dieciséis siglos antes Augusto y Antonio se disputaron el imperio del mundo en otra batalla naval junto al promontorio de Accio.
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N-1,39,22. Aunque no hubiese otras pruebas de que la historia del cautivo no es la de Cervantes, como sospecharon algunos, bastaría para demostrarlo este pasaje, comparándolo con el del Viaje al Parnaso, en que nuestro autor, al acercarse a la costa de Grecia y divisar el golfo de Lepanto, dice:
Arrojóse mi vista a la campaña
rasa del mar, que trujo a mi memoria
del heroico Don Juan la heroica hazaña,
donde con alta de soldados gloria,
y con propio valor y airado pecho
tuve, aunque humilde, parte en la victoria.
Y con efecto, de todas las noticias y documentos que recogió y publicó don Martín Fernández de Navarrete en la Vida de Cervantes, consta que éste sirvió de soldado raso en los tercios españoles, y que como tal se halló en la jornada de Lepanto y en otras ocasiones de aquella guerra.
No fue Cervantes el único escritor español que asistió a la mencionada batalla. Estuvo también Cristóbal de Virués, que hablando de ella en el canto 4.¦ de su Monserrate, decía:
íOh, si a mi pluma concediera el cielo
en esto lo que en vella a mi persona!
íO, si así como vi la gran batalla
supiera describilla yo y cantalla!
Dice allí Virués que la armada cristiana constaba de doscientas diez galeras reales, seis galeazas, seis mil alemanes, doce mil italianos y diez mil españoles: que la turquesca se componía de doscientas noventa galeras y treinta y seis mil combatientes; que de éstos quedaron cautivos más de diez mil y que recobraron la libertad doce mil cristianos.
Se hallaron también en la batalla naval Jerónimo Corterreal, caballero portugués, que publicó una relación de ella en verso suelto el año de 1578; y Jerónimo Torres Aguilera, que habló de lo mismo en la Corónica y recopilación de varios sucesos de aquel tiempo, impresa en Zaragoza el año siguiente de 1579.
Otros tres poetas españoles coetáneos celebraron aquella famosa jornada; dos en castellano y uno en latín: los primeros fueron don Alonso de Ercilla en el canto 24 de la Araucana, y Juan Rufo en los cantos 22, 23 y 24 de la Austriada El tercero fue el maestro Juan Latino, profesor de Granada, que escribió un poema en dos cantos con el mismo título de Austrias, donde cantó la victoria de Lepanto en elegantes versos.
En la Armería Real de Madrid se muestran el sable y el manto de Ah Bajá, General de la armada otomana, que murió en el combate, como asimismo algunas banderas, colas de caballo y otros despojos que se ganaron en aquel glorioso día.
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N-1,39,23. Después de decir que se desengañó el mundo, nada se añade diciendo que se desengañaron todas las naciones, como si el mundo se compusiera de otra cosa.
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N-1,39,24. El Uchahí, como dirá el cautivo en el capítulo siguiente, era calabrés, y según las noticias de Haedo, nació de padres pobres en Licasteli, el año de 1508. Cautivado en su juventud, anduvo como esclavo muchos años al remo hasta que renegó, y por eso fue conocido por el nombre de Aluch-Alí, que en turquesco (dice Haedo, diálogo 2.¦) quiere decir renegado Alí, porque los que nos llamamos renegado y los moros elche, llaman los turcos aluch. De aquí, corrompido el nombre, le llamaron vulgarmente los cristianos Uchalí u Ochalí. Sirvió en adelante, con fidelidad y fortuna a los turcos. Se distinguió el año de 1560 en la derrota de la isla de los Gelves, donde quedaron cautivos algunos millares de españoles, y en el ataque y sitio de Malta el de 1565; y en premio de sus servicios fue nombrado Rey de Trípoli, sucediendo al célebre Dragut, que había perecido en la empresa de Malta. El año de 1568 fue promovido Uchalí al reino de Argel, y al siguiente de 1569 se apoderó del de Túnez, del que despojó a Muley Hamida. Asistió después en la batalla de Lepanto, donde mandó con inteligencia y valor el ala izquierda de la escuadra otomana. Hecho general de la armada turquesca, se halló en la reconquista de Túnez por los turcos el año de 1574, e hizo otras campañas posteriores en el Mediterráneo y el mar Negro, conservando el gobierno supremo de las cosas del mar hasta su muerte. Edificó un palacio magnífico, donde vivía, a cinco millas de Constantinopla, en la marina del Bósforo, y en la inmediación una mezquita, junto a la cual fue enterrado. Vivía aún el año de 1580, según Haedo, y a poco murió emponzoñado.
Dícese que en algún tiempo el Papa San Pío V hizo diligencias para reducir a Uchalí al gremio de la Iglesia, y que para ello le ofrecía formarle un principado en Italia. El terror que su nombre infundía entre los cristianos ocasionó la frecuente mención que de él se hace en los romances que el vulgo español cantaba u oía cantar a los ciegos. Tales son el del esclavo que bogaba en la galera patrona de Uchalí, inserto en el Romancero de Miguel de Madrigal (folio 115), y los cinco que con el título de Romances del esclavo de Uchalí incluyó Pedro de Flores en la sexta parte de su colección, impresa en 1614.
Si se considera lo mucho que gustó Cervantes hablar en sus escritos de moros, de cautivos y de corsarios; la semejanza de versificación, artificio y aun de ideas que tienen los citados romances del esclavo con el que canta Ambrosio en la segunda jornada de los Baños de Argel; que el nombre de Talnica, que el esclavo de Uchalí da a su querida, es casi anagrama del de la mujer de Cervantes; que en la misma colección hay tres romances del pastor Elicio y de Galatea, nombres con que nadie ignora que Cervantes celebró sus amores, acaso se suscitará la sospecha de que estos últimos romances y los del esclavo de Uchalí fueron composición de nuestro autor quien dijo de sí mismo, hablando con Apolo en el capítulo IV de su viaje al Parnaso:
Yo he compuesto romances infinitos,
sin que hasta ahora se sepa de ninguno que con seguridad lo sea.
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N-1,39,25. El Uchalí, que como dijimos mandaba el ala izquierda otomana en la Batalla naval (así se llama por antonomasia la de Lepanto en los escritos coetáneos), aprovechando una coyuntura favorable, embistió y envolvió la capitana de Malta, mandada por el Prior de Mesina, de la cual, después de una valerosísima defensa, se apoderaron los turcos.
Sin tomar a rescate un hombre vivo,
como cantó Ercilla en el lugar citado de su Araucana. Acudieron las demás galeras a socorrerle, y la recobraron
hallando solos vivos los primeros
al General y cuatro caballeros.
Luis de Mármol, autor también contemporáneo, al referir que los turcos tomaron la capitana, donde iba el estandarte de la Orden de San Juan, dice que fueron seis los que quedaron vivos. Pellicer, en sus notas a este capítulo, citó los testimonios de varios escritores, de los cuales resulta que la capitana de Malta, deseosa de señalarse, se adelantó saliéndose de la formación o línea de batalla; que el Uchalí la embistió con siete galeras, y que, no pudiendo ser socorrida, cayó en poder del enemigo; que los tres caballeros que quedaron, aunque heridos, con vida, fueron hallados entre muchos muertos; y que, llevándose a remolque el Uchalí la capitana cautiva, la recuperó el capitán Ojeda con la galera Guzmana de Nápoles.
Jerónimo Corterreal describió, como testigo que fue, la atrevida y venturosa maniobra con que el Uchalí envolvió la capitana de Malta de un modo muy verosímil. Dice que Juan Andrea Doria, General del ala derecha cristiana, queriendo envolver la izquierda de los turcos, extendió demasiado su frente; y que el Uchalí, aprovechando esta coyuntura, concentró rápidamente sus fuerzas y rompió la línea enemiga, batiendo al paso y tomando la capitana de Malta (canto 13). Esta descripción confirma la idea de la osadía y habilidad del Uchalí, y libra al comandante maltés de la nota de insubordinación, que pudiera ponérsele según las noticias de Pellicer.
Las diferencias que se notan en estas relaciones en nada se oponen a la de Cervantes; y todo prueba que éste quiso ajustarse exactamente a la verdad histórica, como interesado en que se conservase su memoria, por haber tenido, aunque humilde, parte en el triunfo.
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N-1,39,26. Juan Andrea Doria, que suelen llamar Juanetín Doria los libros de aquel tiempo, fue sobrino del famoso Andrea, y marino genovés de mucho crédito. Era General de las galeras de España, y mandó en la batalla de Lepanto el ala derecha de la escuadra combinada, compuesta de cincuenta galeras, en cuya capitana dice Rui Pérez que iba embarcado; circunstancia, entre otras, que manifiesta ser persona distinta de la de Cervantes, quien, según las noticias recogidas por Navarrete, se hallaba embarcado con su compañía en la galera Marquesa del cuerno izquierdo, mandado por el General veneciano Agustín Barbarigo. Durante la batalla fue destinado Cervantes al lugar del esquife con doce soldados que le entregó el capitán; y aunque enfermo y con calentura, no quiso condescender con los ruegos de sus amigos, que le instaban a que se retirase bajo cubierta. Allí recibió tres arcabuzazos, dos en el pecho y uno en la mano izquierda, de que quedó manco. La armada se dirigió después de la victoria a Mesina, donde se curó Cervantes de sus heridas.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,27. De los Generales de la escuadra turquesca, Alí Bajá, que lo era en jefe, murió, como ya se contó, en el combate; Siroco, Virrey de Alejandría, que mandaba el ala derecha, quedó cautivo del capitán veneciano Juan Contarino, según refiere Corterreal: y según el mismo,
Ese Ochali Fretás viendo acabada
y sin remedio aquella flota insigne,
que él juzgaba y creía no ser parte
ni poderoso el mundo a resistilla...
Tomando el estandarte y seña honrada
de esa religión que a Malta ilustra,
huye...
(Canto 14.)
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N-1,39,28. Puerto y plaza fuerte en Morea, que se ha hecho célebre en estos últimos tiempos por la destrucción de las armadas turca y egipcia por la combinada de Inglaterra, Francia y Rusia, que se verificó después de un sangriento combate el día 20 de octubre de 1827.
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N-1,39,29. Los tres fanales eran insignia del buque comandante general de la armada. Corterreal, en la descripción de la Batalla naval, dice expresamente que la llevaban las capitanas de Alí Bajá y de don Juan de Austria. El año siguiente, que es el de que aquí se trata, el Uchalí, como General de la armada turquesca, navegaría en buque que llevase esta insignia, y en él bogaría como esclavo suyo Rui Pérez.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,30. Los levantes o leventes eran soldados de marina, así como los genízaros lo eran de tierra; pero éstos solían embarcarse también en los casos de necesidad, y aun lo pretendían muchas veces como medio de enriquecerse con las presas hechas en el corso. Habla de esto Haedo en su Epítome de los Reyes de Argel (capítulo XVI).
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,31. Este general era don Juan de Austria, como el Uchalí el de los turcos. No podía esperarse buen éxito de la campaña por la diversidad de pareceres en los Generales de la liga y de intereses en las potencias que la componían. El padre Haedo, hablando de la ocasión que se perdió en Navarino, conviene con la relación y aun con las expresiones de Cervantes, afirmando que oyó decir a turcos que se hallaron entonces con el Uchalí que si se les hubiera embestido, estaban todos a punto para huir y desamparar toda la armada turquesca: mas son, añade, juicios de Dios y cosas ordenadas por su divina providencia y infinita sabiduría. La relación de los que atribuyeron la desgracia de Navarino a no haberse logrado por error de los pilotos la sorpresa de la armada enemiga, no está al parecer de acuerdo con la de Haedo ni con la de Cervantes, que presenció el suceso.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,32. Modón (la antigua Methone del Peloponeso) no es isla, sino plaza marítima de la Morea, a corta distancia de Navarino.--No Pareciendo posible tanta equivocación en Cervantes, que navegó por aquellos mares, y mostró en todas sus obras tanto conocimiento de las costas del Mediterráneo, debe creerse que isla es errata por plaza, fuerza u otra palabra semejante que habría en el original.
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N-1,39,33. Así se llamaba, en efecto, la capitana de las galeras de Nápoles que formaban la reserva de la armada cristiana en la batalla naval, y Corterreal la alaba de velera (canto 14). El Comandante de la reserva era don Alvaro Bazán, Marqués de Santa Cruz, el más célebre General de mar de su tiempo, y conocido ya entonces por sus hazañas. Después concurrió a la conquista de Portugal, redujo a la obediencia las islas Terceras, que habían aclamado Rey al Prior de Ocrato, y murió el año 1588 en Lisboa, mientras disponía la salida de la expedición contra Inglaterra con la armada a que anticipadamente se dio el arrogante nombre de Invencible. Cervantes, después de salir del cautiverio, militó bajo sus órdenes en la empresa de las Terceras, junto con su hermano Rodrigo, a quien premió por su valerosa conducta el Marqués y esto explica el título de Padre de los soldados que le da nuestro autor.
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N-1,39,34. El cautivo jugó con la palabra presa; pero oportunamente y sin afectación.
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N-1,39,35. Hariadeno o Cheredín Barbarroja natural de la isla de Metelín en el Archipiélago, hijo, como Agatocles, el antiguo tirano de Siracusa, de un alfarero, fue famoso marino turco, que, desde los más humildes principios, llegó por su valor y proezas a ser General de la armada otomana, y tuvo por muchos años llenas de susto y terror las costas de Sicilia e Italia, infundiendo recelos a la misma Roma. Sucedió a su hermano mayor, llamado Horruch, en el reino de Argel; se apoderó del de Túnez, y dieron tanto cuidado sus progresos, que el Emperador Carlos V no juzgó empresa indigna de su persona pasar el mar a desalojarlo de Túnez, como lo hizo, no sin trabajo, el año de 1535. El mundo vio con admiración al Emperador medir su espada con un corsario; y este fue el mayor lauro de la vida e historia de Barbarroja. Tuvo por hijo a Asán-Bajá, que fue Rey de Argel y padre de Mahamet-Bei, capitán de la galera de que se habla en el texto, y que por haber sido tomada por los cristianos, como aquí se refiere, fue desde entonces llamada Presa. Mahamet era de carácter feroz y cruel: cuando le dio caza el Marqués de Santa Cruz, cuenta el padre Haedo (diálogo 1.¦) que cortó un brazo a un espalder de su galera, y azotaba con él a todos los cristianos della...; pero aprovechóle poco, porque siendo la galera del Marqués... muy ligera, le alcanzó; y entrado, al punto los mismos cristianos, sus esclavos, que bogaban, arremetieron a él, y allí en la popa le hicieron pedazos. Según la expresión de un escritor citado por Pellicer, sus esclavos lo hicieron pedazos a bocados.
Otro caso semejante cuenta Gómez de Losada de un Asán del Morabuto, que, perseguido por las galeras de Sicilia, también azotaba a sus bogadores cristianos con el brazo que había cortado a uno de ellos, hasta que escapó del peligro (lib. I, cap. XVI).
Cervantes se equivocó en llamar al capitán de la Presa hijo de Barbarroja, porque no fue sino nieto.
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N-1,39,36. Entrar, voz náutica; significa acercarse un buque a otro a quien persigue.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,37. Así solían nombrar a don Juan de Austria los españoles de aquel tiempo, que hablaban de él con la veneración que de todas las cosas de Carlos V; y Cervantes, que había militado bajo sus órdenes y recibido de su mano premios y mercedes, tenía este motivo particular más para hacerlo. Don Francisco de Quevedo, en la vida del Gran Tacaño (cap. XV), describiendo a un baladrón preciado de soldado, que había sido capitán en una comedia, y se había combatido con moros en una danza, dice que celebraba mucho le memoria del señor don Juan.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,38. Hamida y Hamet fueron hijos de Muley Hascén, Rey de Túnez, el mismo a quien había restablecido en aquel reino el Emperador, arrojando de él a Barbarroja. Hamida destronó después y privó de la vista a su padre Hamet se había huido a Sicilia. Pasados muchos años, los naturales, descontentos del Gobierno de Hamida, se entregaron al Uchalí, que era a la sazón Rey de Argel, y Hamida se refugió a la Goleta, que ocupaban los españoles desde el año 1535, que la tomó el Emperador. Cuando Don Juan de Austria ocupó a Túnez, el año de 1573, dio su gobierno a Hamet; y Hamida, conducido a Sicilia y después a Nápoles, sobrevivió poco tiempo a la pérdida de su libertad.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,39. Goleta, fortaleza que cubría el puerto de Túnez, situada en la angostura de una ensenada que se ensancha después, prolongándose hasta la ciudad por cuya razón hubo de dársele el nombre de Goleta. Pudo tenerse hasta entonces por inexpugnable, pues aunque la tomó Carlos V en la expedición de 1535, la guarnición no había esperado el asalto, retirándose anticipadamente; y, además, después de ocupada, se aumentaron sus fortificaciones. Desde aquella época se había mantenido la Goleta con guarnición española, que fue una de las condiciones con que el Emperador restableció a Muley-Hascén en su trono.
Cuando la paz ajustada secretamente entre venecianos y turcos el año de 1573, dejó frustrados los planes y aprestos militares que estaban hechos para la campaña próxima, dispuso Felipe I que su hermano don Juan se dirigiese a Túnez, y fortificando bien la Goleta, demoliese enteramente las murallas de la ciudad, y se retirase. Pero don Juan, que meditaba el designio de coronarse Rey de Túnez, lejos de destruir las fortificaciones, las aumentó, haciendo construir en el Estaño o albufera inmediata un espacioso fuerte, el mismo de que aquí se habla, y era capaz de contener ocho mil soldados, según la crónica escrita por Jerónimo Torres de Aguilera, que sirvió en esta guerra, y en ella quedó cautivo. También se fortificó una torrecilla que había en el Estaño, el cual, según opinión de varios, era uno de los puertos de la antigua Cartago. La actividad con que los turcos dispusieron y ejecutaron el año siguiente de 1574 el sitio y recobro de Túnez, las tempestades y otros obstáculos, inutilizaron los esfuerzos que se hicieron para socorrerla, y acabaron de desvanecer el proyecto del señor don Juan.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,40. La repetición del porque dentro de un mismo período, y lo confuso de las expresiones, manifiestan la negligencia con que se escribió este pasaje. Por un lado se dice que se hallaba agua a dos palmos, y por otro que no se halló a dos varas; el concepto es que la Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable, se perdió; porque a pesar de creerse que se hallaba el agua a dos palmos, y por consiguiente que no podían los sitiadores levantar trincheras de arena para atacarla, mostró lo contrario la experiencia, puesto que los turcos no hallaron agua a dos varas, y con esto pudieron hacer las trincheras más altas que las murallas de la fortaleza.
La calidad de desierta no está bien aplicada a la arena. Se dice arenal desierto, pero no arena desierta; porque +de qué está desierta la arena? tampoco es exacto decir que la Goleta se perdió porque la experiencia mostró la facilidad con que se podían levantar trincheras, sino por la facilidad con que según mostró la experiencia se podían levantar trincheras.
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N-1,39,41. Esto es, tirando de paraje más alto. Caballero es voz de fortificación, que lleva consigo la idea de superioridad o altura mayor, como es la del jinete que va a caballo, sobre los peones que le rodean.
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N-1,39,42. Quiso decir al desembarco. Se usó mal de la palabra desembarcadero, que no es la acción, sino el paraje del desembarco; quizá el impresor no leyó bien, y estropeó el original. La terminación en ero es propia de las voces que denotan lugar, como sucede en picadero, matadero, granero, lavadero, derrumbadero, etc.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,43. Fuerza, como ya se dijo, significa fortaleza, castillo, y en general todo lugar fortificado.--Según las noticias coetáneas, la Goleta tenía dos mil españoles de guarnición, y el fuerte dos mil españoles y dos mil italianos. Don Juan de Austria, concluida la empresa de Túnez, había dejado de ocho a nueve mil hombres para defensa de la ciudad y fuertes.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,44. La gramática quedaría arreglada y corriente si en lugar de la partícula en se sustituyese el artículo el. Y, +por qué no habríamos de mirarlo como error de la imprenta?
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,45. Palabra derivada de la latina gumia, que significa la persona que traga y engulle con ansia. De aquí vino darse también este nombre a la Tarasca, armazón de serpiente monstruosa, que en tiempos pasados precedía con otras figuras alegóricas a la procesión del Corpus, y llevaba la boca abierta, por donde sus portadores recibían la luz y las cosas de comer que solían arrojarles los concurrentes, y eran frecuentemente guindas, como fruta propia de la estación. De la holgura con que entraban por la enorme boca, y de la presteza con que las arrebataban los de dentro, nació la alocución proverbial de echar guindas a la Tarasca, para denotar la facilidad y prontitud con que se hacen las cosas, cuando sobran medios para ejecutarlas.
De la ciudad de Argel se dijo en la novela de Pérsiles y Sigismunda (lib. II, capítulo X), que era gomia y Tarasca de todas las riberas del mar Mediterráneo, porque era donde iban a parar las presas de hombres y riquezas que sus piratas continuamente hacían en las aguas y costas del Mediterráneo.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,46. Expresión algo hinchada y aun inexacta, porque no fue la memoria ni el entendimiento, sino la voluntad y la espada de Carlos V las que ganaron la Goleta.--El adjetivo invicto pertenece a la clase de los que por tener una significación absoluta no admiten superlativo, cuales son también triangular, inaudito, infinito, imposible, y muchos negativos semejantes; además de esto, la inmediación de los dos superlativos felicísima e invictísima sobrecarga y desasea el lenguaje. Pero nótese el respeto y casi veneración con que Cervantes habla siempre del Emperador, cosa tan poco conforme a la opinión de los que pretenden que quiso ridiculizarlo en el QUIJOTE.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,47. Este caballero asistió en la toma del Peñón de Vélez, el año de 1564, y en la primera campaña de mar que el de 1568 hizo don Juan de Austria sobre las costas de Africa. Después de haberse perdido la Goleta y el fuerte, entregó por capitulación la torre de que aquí se habla, y que se le había encomendado con setenta hombres de guarnición.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,39,48. Nombrado Gobernador de la Goleta por don Juan de Austria, la defendió con mucho valor hasta que los turcos la tomaron por asalto, quedando cautivo con los pocos soldados que sobrevivieron a la defensa. Tacháronle algunos de poca práctica e inteligencia en las reglas del arte militar; pero cumplió con las del honor, y, conducido a Constantinopla en la armada otomana, falleció durante la navegación cerca del cabo de Maina, en Morea.
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N-1,39,49. Gabrio o Gabriel Cervellón, ilustre caballero milanés, del Orden de San Juan, General de la Artillería española y acreditado ingeniero. El año de 1573, don Juan de Austria le encargó la construcción del fuerte que mandó hacer en el Estaño, nombrándolo al mismo tiempo Gobernador y Capitán general de Túnez. Verificado el desembarco de los turcos, tuvo que abandonar la ciudad y la alcazaba; y perdida después la Goleta, defendió valerosamente el fuerte, quedando cautivo en el asalto. Fue llevado a Constantinopla y canjeado en compañía de otros caballeros, cautivados en la Goleta y el fuerte de Túnez por Mahamet Bajá, que había sido Rey de Argel, y varios turcos principales que lo fueron en la batalla de Lepanto, y don Juan de Austria, había enviado al Papa como parte de los despojos de la victoria. Volvió a servir en la fortificación de las plazas de Flandes como ingeniero, y al cabo murió en Milán el año de 1580.
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N-1,39,50. Hermano de Juan Andrea Doria, de quien se habló anteriormente. Para profesar en la Orden de San Juan renunció sus cuantiosos bienes en Juan Andrea, que es lo que alude la mención que se hace de su liberalidad en el texto. Había sido paje de Felipe I, y se halló en las jornadas de San Quintín y Lepanto, acompañando en esta última a su hermano. Su muerte fue de la manera que por boca del cautivo refiere Cervantes: lo cual junto con las demás notas que preceden, tomadas todas de escritores coetáneos, confirma lo que ya se dijo acerca de la conformidad de la relación de Rui Pérez con la verdad de lo, sucesos públicos que contiene.
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N-1,39,51. Repárese en el uso excesivo que se hace en este lugar de los pronombres relativos. De quien se fió... que se ofrecieron de llevarle... que es un portezueloà que en aquellas riberas tienen... que se ejercitan en la pesqueríaà los cuales alárabes le cortaron la cabezaà el cual cumplió con ellos... Todo dentro de un solo período.
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N-1,39,52. Pueblo marítimo de Berbería, veinte leguas a levante de Bona. A media legua de la costa, junto al desembocadero del río Zeine, hay una isla pequeña del mismo nombre de Tabarca, que en algún tiempo fue de los españoles y después de los genoveses, los cuales pescaban el coral por aquellos parajes, hasta que a mitad del siglo pasado los habitantes se entregaron al Bey de Túnez, y quedaron privados de libertad. Algunos centenares de ellos, descontentos de su nueva suerte, prefirieron abandonar sus hogares, y obtuvieron de la generosidad de Carlos II asilo y morada en la lisa Plana, situada en la costa del reino de Valencia, cerca de Alicante, la cual, desde entonces, tomó y conserva el nombre de Nueva Tabarca.
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N-1,39,53. Este es el pago que deben esperar los semejantes, porque al fin, aunque muchos se quieren aprovechar de la traición, por maravilla a ninguno pudo agradar el traidor. Así se lee en la Historia del Caballero del Febo (parte I, libro II, cap. XLIV); Por lo demás, lo que aquí se pone como consecuencia de lo anterior no lo es; ni el refrán venía al caso, porque, según se ve por la relación del texto, ni agradó la traición ni el castigo de los traidores mostró otra cosa que la codicia del General turco, a quien dolía la pérdida del rescate que le dieran del vivo, y no le habían de dar del muerto. El Comandante de las fuerzas marítimas en la reconquista de Túnez por los turcos fue el Uchalí; al de las terrestres, que es lo que aquí se llama armada, dan el nombre de Sinán muchos escritores, y de Azán el padre Haedo en el Epítome de los Reyes de Argel (capítulo XVII).--La sentencia de que la traición place, mas no el que la hace, es muy antigua. Plutarco, en la Vida de Rómulo, la atribuyó a Antígono, Rey de Macedonia, y a César, y de su aplicación presenta numerosos ejemplos la historia.
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N-1,39,54. En el Viaje al Parnaso menciona Cervantes entre otros poetas a Pedro de Aguilar, pero era valenciano, y el camarada de Rui Pérez era andaluz.
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N-1,39,55. Cervantes anticipa ya el elogio de sus sonetos, que, como veremos, no lo merecían mucho. Eran parto de su entendimiento; y juzgando de los demás por lo que él sentía, pensaba (y lo decía candorosamente) que antes causarían gusto que pesadumbre.
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N-1,39,56. Don Juan Antonio Pellicer corrigió espai en lugar de espía, que hasta entonces habían puesto todas las ediciones; y citó autores que hablan de los espais, género de milicia provincial a caballo entre los turcos y moros, parecida en algo a la nuestra de infantería. Mas no se componía ni podía componerse sino de musulmanes, según sus costumbres; fuera de que la circunstancia de acompañar a un esclavo fugitivo de Constantinopla es más propia de un espía que de un espai. Y en la comedia La Gran Sultana, de Cervantes, se introduce en hábito de griego a un Andrea, a quien se da el nombre de espía, y de quien se cuenta que libertó a varios cautivos sacándolos de Constantinopla y llevándolos a país libre. Tuvo, pues, razón la Academia Española para decir en sus notas a la edición del QUIJOTE del año 1819 que la corrección de espai se hizo sin necesidad.
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N-1,39,57. Venir en libertad es venir o llegar a ser libre, así como venir a miseria es venir o llegar a ser miserable; en cuyos casos libertad y miseria indican el estado y no el lugar ni el carruaje en que se viene, según arguyó algún critico poco conocedor de nuestro idioma, tildando este pasaje de Cervantes. Con más razón pudiera reprenderse lo que sigue en el texto: No sé, se dice en él, si vino en libertad, puesto que creo que sí, porque de allí a un año vi yo al griego... y no le pude preguntar el suceso. Nótase en este pasaje la redundancia de las palabras puesto que creo que sí, las cuales descomponen el sentido del discurso, porque el haber visto al espía sin poder preguntarle el suceso del viaje, no argÜía que don Pedro de Aguilar hubiese conseguido su libertad, sino que el cautivo lo ignoraba, que es lo que acababa de decir: No sé si vino en libertad. Suprimidas las palabras puesto que creo que si, no habría en qué tropezar.
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N-1,39,58. Las ediciones anteriores dicen: pues no fue; pero hay evidentemente error en estas palabras. Acababa de decir el cautivo que creía que don Pedro de Aguilar había recobrado su libertad; y el hermano de don Pedro, que se hallaba presente, dice: pues no fue, y la razón que da es que su hermano estaba ya en su lugar bueno, rico, casado y con hijos. Es claro que debió leerse: pues así fue.
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N-1,39,59. Cervantes hablaba por experiencia propia.

[40]Capítulo XL. Donde se prosigue la historia del cautivo
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N-1,40,1. Este soneto es de corto mérito, como las más de las composiciones poéticas de Cervantes. Empieza por dirigirse a las almas, de quienes dice que coloraron con sangre suya y ajena el mar y el suelo; cosa tan impropia de las almas como el pensar o discurrir lo sería de los cuerpos. El verso del último terceto
Y esta vuestra mortal triste caída,
compuesto de un sustantivo con quien van ensartados cuatro adjetivos, es arrastrado y flojo; y +qué quiere decir caída mortal de las almas?El pensamiento del mismo terceto contiene en parte y repite el del terceto anterior, y del primer cuarteto.Entre el muro y el hierro es ripio que nada significa. El lenguaje del verso último es malo: pudiera haberse dicho, y estuviera mejor:
Fama en el mundo y en el cielo gloria.
Finalmente, el soneto concluye con desaliño y sin novedad, que es lo peor que le puede suceder a un soneto.
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N-1,40,2. Esta repetición de dijo y dice es tan frecuente en el QUIJOTE como fuera fácil el evitarla, a poca lima que le hubiera dado su autor.
En otros parajes de estas notas se repite la misma observación.
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N-1,40,3. El segundo soneto no vale más que el primero. En el verso por donde empieza se echa luego de ver el adjetivo estéril, puro ripio, malo siempre en poesía, pero especialmente en el soneto, donde no se sufre ninguno, ni palabra que no sea necesaria. Derribada es calidad que no conviene a tierra; ésta no pudo derribarse, sino lo que estuvo sobre ella, a saber, los terrones de que se habla en el verso segundo.La expresión de subir vivas las almas en el cuarto verso, parece suponer que pueden subir muertas. En el cuarteto siguiente, la fuerza de sus brazos esforzados es pleonasmo. La sentencia del primer terceto es oscura; y aun suponiendo que alude, como parece, a haber sido aquel sitio el de la antigua Cartago, siempre resulta la falsedad del continuo, puesto que aquella famosa ciudad se hunde y desaparece del teatro de la historia durante muchos siglos, de suerte que se ha dudado del lugar donde estuvo.El principio del segundo terceto presenta la desagradable repetición mas no más.Sigue la aplicación del adjetivo duro a un suelo que la misma relación del Cautivo califica de arenoso y encharcado.Y la sentencia final del soneto.
Ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes,
no tiene novedad ni agudeza, y aun se puede decir que ni verdad, si recordamos los antiguos sucesos y sitios de Cartago, los rasgos de furia y desesperación de sus habitantes, y el valor y constancia de los romanos, guiados por los dos Escipiones.
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N-1,40,4. Cervantes concurrió personalmente a la empresa de Túnez, militando en el tercio de don Lope de Figueroa, al que había pasado del de don Miguel de Moncada donde servía en la batalla de Lepanto. Así que no debe extrañarse la menudencia con que refiere y el interés con que trata las cosas y sucesos de Túnez. Sin duda contribuyó también a ello la afición y respeto a la memoria de su General don Juan de Austria. Pero no dejó de conocer y de confesar, como lo hace por boca del Cautivo en el capítulo anterior, que allí se gastaba el dinero sin provecho, ni servir de otra cosa que de recordar los triunfos de Carlos V. Este juicio coincide con el de don Diego Hurtado de Mendoza en una carta original a Felipe I, que existe entre los manuscritos de la Biblioteca Real, y en que apocando la pérdida de Túnez, dice así: Entiendo que quitada aparte alguna gente particular, la demás no era aventajada, y las cabezas no de mucha importancia. Cuanto a la pérdida de la plaza, ya tengo escrito que fue tenida por de más reputación que provecho: y al que quisiera bajar de ánimo, por ventura le parecerá que se heredó la cosa que se hacía en ella, y la obligación de mantenella cesa.--Lo que entonces pareció a Cervantes y a don Diego de Mendoza acerca de la costosa inutilidad de conservar a Túnez, pareció luego a otros acerca de la conservación de los demás presidios de la costa de Africa, señaladamente después de haberse renunciado a los planes de conquista, y más aún después de hecha la paz con los príncipes berberiscos. Los franceses, con la reciente conquista de Argel, han dado principio a un proyecto especioso sobre la abolición absoluta de la esclavitud en el Mediterráneo, la libertad de su navegación, la civilización de Africa, establecimiento en ella de las culturas y producciones ultramarinas, librando al mundo antiguo del cuantioso y forzado tributo que paga al nuevo. íQuiera Dios que así sea, y que no lo estorben el Alcorán, la diversidad de idioma, y las habitudes de barbarie, piratería y aversión a los cristianos, contraídas en el espacio de casi tres siglos de continua hostilidad y guerra!
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N-1,40,5. Con niguna, esto es, con ninguna mina, aludiendo a la palabra minaron que precede; licencia que no será acaso de la aprobación de todos.
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N-1,40,6. Fratín, lo mismo que frailecillo, nombre que se dio a Jácome Palearo o Paleazzo, como se le llama en los documentos del Archivo de Simancas. Sirvió a Carlos V y a Felipe I, y dirigió los reparos de las fortificaciones de Gibraltar y otras plazas. Cervantes introdujo a Fratín por uno de los interlocutores en su comedia del Gallardo español. Tuvo el Fratín otro hermano llamado Jorge, que sirvió también Felipe I en calidad de ingeniero, como Gabrio Cervellón, los Antonelis y otros italianos de aquel tiempo.
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N-1,40,7. Fue equivocación de Cervantes, que así lo oiría decir por entonces. El padre Haedo, autor muy instruido en las cosas y particularidades de aquel tiempo, cuenta que el Uchalí vivía aún el año de 1580, seis después de la reconquista de Túnez (Epítome de los Reyes de Argel, cap. XVII).
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N-1,40,8. Así lo cuenta el padre Haedo en el Epítome de los Reyes de Argel (cap. XVII), donde dice que habiendo cautivado al Uchalí el corsario Alí Hamet, renegado griego, le puso luego al remo de su galeota, en que bogó muchos años; y como era tiñoso, con la cabeza toda calva, recibía mil afrentas de los otros cristianos, que no querían a veces comer con él ni bogar en su bancada, y de todos era llamado Fartax, que en turquesco quiere decir lo mismo que tiñoso. Al último, dándole un día un levante (que es un soldado corsario) un bofetón, se hizo turco y renegado, con intención de vengarse del, pues siendo cristiano no lo podía hacer. Es notorio que entre los mahometanos no hay más nobleza de extracción o de nacimiento que la de los descendientes de Mahoma, que lo son por Fátima, única hija que tuvo y casó con el Califa Alí, uno de sus sucesores. Estos gozan del privilegio de llevar el turbante verde, y llevan el nombre de Xerifes. Por una particularidad, que no cabe dar razón según nuestras costumbres, en Argel no se permite el oficio de hornero a quien no sea Xerife, según afirma fray Gabriel Gómez de Losada, religioso mercenario que estuvo dos veces de redentor en aquella regencia, y escribió por los años de 1670 (Escuela de trabajos y cautiverio de Argel, libro I. cap. XXV). En tiempo de Carlos V reinaron en Marruecos los dos Xerifes, de quienes tenemos particular historia escrita por Diego de Torres e impresa en el año de 1585. Los demás mahometanos usan ordinariamente el apellido patronímico, como sucedía entre los judíos, y tal vez, aunque rara, entre los griegos; o suelen tomarlo de alguna calidad o defecto corporal, o del oficio, o de alguna circunstancia buena, mala o indiferente, que viene a ser como entre nosotros el mote o apodo vulgar con que se conocen las personas. De aquí tomaron su sobrenombre los Barharrojas: un Rey moro de Granada se llamó el Izquierdo o Zurdo; otro el Zagal; otro el Chiquito; el famoso Timurbec se apellidó Tamerlán o Timor el Cojo; Mahamet Baltagí, leñador o carbonero; Almanzor, victorioso; Arnaute Mamí el albanés; Uchalí Fartax, el renegado Tiñoso.
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N-1,40,9. Los tres cargos son Gran Visir, Mufti y Capitán Bajá.--Refiere Haedo que vivió Uchalí con mucha reputación entre los turcos y absolutamente gobernó todas las cosas tocantes a la mar y a los lugares marítimos del estado del Turco, con más poder que cuantos Bajás del mar tuvieron antes del.--Señorío es aquí lo mismo que imperio. Entre nuestros antiguos escritores se da el nombre de Señoría a los Estados que no se gobiernan por Reyes, sino por formas republicanas. Así decían, la Señoría de Venecia, de Génova, etc. En este sentido, Señoría decía oposición a Señorío.
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N-1,40,10. El vulgo de los historiadores cristianos habla siempre de los capitanes y jefes mahometanos como de monstruos fieros y abominables; y esto suele ser tanto más cuanto fueron mayores su mérito y sus victorias. Cervantes, cuyo entendimiento fue en muchos puntos superior a su siglo, mostró con las obras que sabía ser enemigo de los moros; pero exento de pasiones ruines, los juzgó imparcialmente, e hizo justicia a la humanidad y prendas morales del Uchalí. Confirma el juicio de Cervantes el caso que refiere Haedo, autor nada sospechoso, en el diálogo I, intitulado De los Mártires. El Corsario Car Asán había sido asesinado por unos remeros cristianos que se alzaron con su bajel; y no pudiendo consumar su empresa, muchos murieron peleando, los otros fueron cogidos, y algunos de ellos castigados de muerte. La viuda e hijos de Car Asán se presentaron al Uchalí pidiendo la muerte de los restantes; pero no vino en ello Uchalí, y mostrándoles (Son palabras de Haedo) el brazo derecho que tiene estropeado, les dijo: Veis aquí este brazo que esclavos cristianos, alzándose con un bajel mío en otro tiempo, y dándome muchas heridas por matarme y poder haber libertad, me estropearon; y ultra desto, se me han alzado con otros dos bajeles míos, matando muchos turcos por alcanzar su libertad; y de todo no me he maravillado, porque todo cautivo y esclavo obligado es buscar modo y manera como salir de su cautiverio, y esta es la usanza de la guerra. Y pues no sólo fue Car Asán a quien esta suerte cupiese, quítaos desa demanda y de querer matar a los pobres cristianos.--Esta respuesta, lejos de tener nada de imposible, fue muy verosímil, porque el Uchalí era valentísimo, y pocas veces el valor deja de ser humano y generoso, así como ordinariamente es cruel la cobardía.
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N-1,40,11. Téngolo por errata tipográfica en vez de los demás hijos.--La misma costumbre que aquí se cuenta de Turquía se observaba también en Argel. Los Reyes allí, dice Haedo (Epítome, capítulo XIX), heredanà a todos los que mueren sin hijos, y si son moros, aunque los tengan, si no son hijos varones; y aunque los tengan, hereda tanta parte como un hijo.
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N-1,40,12. Quedaría mejor la gramática suprimiéndose el pronombre le, que redunda.
Este renegado veneciano se llamaba Azán, y antes de renegar, Andreta. Sirvio primero a Dragut, y después que éste murió en el Sitio de Malta, al Uchalí, por cuyo favor fue dos veces Rey de Argel; una desde 1577 a 1580, y otra desde 1582 hasta el año siguiente, en que por nombramiento del Gran Señor, pasó al gobierno de Trípoli. A los dos años, por fallecimiento del Uchalí, fue promovido a Capitán Bajá o General de la mar, y al fin murió de ponzoña que le hizo dar el Cigala, uno de los famosos corsarios de aquel tiempo, que pretendía y logró suceder en su cargo.
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N-1,40,13. Garzón significa mancebo hermoso, y es palabra antigua, a que, según dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, unos dieron origen arábigo y otros vascongado; pero puede más bien creerse que nuestro idioma lo tomó de la baja latinidad, en la cual fue conocido. El Arcipreste de Hita lo usó ya en sus coplas (número 179); y Gonzalo de Berceo llamó garzonía a la conducta propia de un joven (Vida de San Millán, copla 265). En el presente pasaje la palabra garzón tiene alguna significación menos honesta, y esto es conforme a lo que cuentan las historias de las costumbres berberiscas de aquel tiempo, y a lo que Cervantes indica después en el capítulo LXII de la segunda parte del QUIJOTE, hablando del peligro que corría en Argel el hermoso mancebo don Gaspar Gregorio. El mismo mal sentido tiene la palabra garzón en la segunda jornada de la comedia de Cervantes, intitulada La Gran Sultana, y en el capítulo V del Viaje del Parnaso, hablándose de Adonis. Haedo, con menos disfraz, dijo que los garzones son las mujeres barbadas de los moros (Topografía de Argel, capítulo XXI).
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N-1,40,14. Es errata de Cervantes o del impresor, por Azán Bajá. Del nombre de Azán Agá hubo un Rey o Gobernador de Argel, que lo fue desde el año 1533 hasta que murió en el 1543. Durante su gobierno se frustró la expedición de Carlos V contra aquella plaza, que defendió Azán valerosamente. Siendo mozo, lo había cautivado Barbarroja en Cerdeña: y como era de muy buen talle y hermoso, cuenta Haedo (Epítome, cap. II), le hizo luego capón, que en turquesco se llama Agá, y le crió siempre en su casa como si fuera un propio hijo. Barbarroja lo dejó después de Rey de Argel; y Haedo lo elogia por su valor, cordura y amor a la justicia.
No era así, como después veremos, el Azán que reinaba en Argel durante la cautividad de Cervantes, y a quien llamaron Azán Bajá tanto Haedo como el mismo Cervantes en su comedia de Los Baños de Argel, y en el interrogatorio que presentó para la información que hizo en Argel ante Fray Juan Gil, redentor de España en aquella ciudad, y publicó don Martín Fernández de Navarrete. Así se le nombra también en las declaraciones de los testigos, y nunca Azán Agá. Este era sardo: el Cautivo habla de un renegado veneciano, y en efecto, lo era Azán Bajá. El uno fue ahijado de Barbarroja, y el otro del Uchalí: el primero murió el año de 1543, y el segundo reinaba el de 1580, en que cesó su primer gobierno y la cautividad de Cervantes.
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N-1,40,15. Según el sabio orientalista don José Antonio Conde, baño en arábigo significa edificio u obra de yeso, y es raíz de las palabras albañil y albañilería. No discuerda de esto lo que dice don Sebastián Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, artículo Albañir.
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N-1,40,16. Según las noticias de Haedo en su Topografía de Argel (cap. XXXIX), había por aquel tiempo dos baños o depósitos de cautivos. El mayor estaba en la calle del Zoco grande, y era un cuadrilongo de setenta pies de largo y cuarenta de ancho, con piso alto y bajo; en medio una cisterna, y a un lado el oratorio donde se decían misas, y concurrían a veces más de cuarenta sacerdotes cautivos. Cuando el concurso era grande, se celebraba la misa en el patio. El número de los cautivos de este baño llegó a ser de dos mil en tiempo del Rey Azán, de quien se habló hace poco. El otro baño se llamaba de la Bastarda, y los cautivos eran ordinariamente de cuatrocientos a quinientos. En él estaban, dice Haedo, los cristianos del común, a que llaman del magacén, porque el común y la ciudad es el patrón y señor della. El Agá y los genízaros los mandan y ocupan en el servicio común... El Rey es obligado a darles lo necesario cada día. También había en este baño oratorio donde se decía misa los domingos y fiestas. Los cautivos de la Bastarda tenían más libertad, continúa Haedo, porque pueden ir y caminar por do les place, como el Agá y genízaros no los ocupen; y los del baño grande están todos encerrados siempre.
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N-1,40,17. A estos baños, diríamos ahora, suelen llevar sus cautivos algunos particulares.
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N-1,40,18. Las noticias de aquel tiempo dan idea de que en estos depósitos no estaban tan mal tratados los cautivos; y por descontado tenían el consuelo de que en los oratorios se decía misa, se celebraban los oficios divinos, se administraban los Santos Sacramentos, se predicaba, se hacían procesiones, y aun había cofradías. Se les permitía también entretenerse en varios juegos, y solían representar comedias, especialmente en la noche de Navidad, según se ve por lo que escribió Cervantes en su comedia de Los Baños de Argel. Probablemente en aquella época no se hubiera permitido otro tanto a los moros cautivos en España.
Continuaba lo mismo mucho tiempo después de Cervantes, por los años de 1670, según el testimonio de Gómez de Losada, el cual refiere que en los oratorios de los hospitales de cristianos, y señaladamente en el del .Baño del Rey, nunca faltaban sacerdotes para administrar los Sacramentos: allí se ponía el monumento de Jueves Santo; se cantaban misas con música de voces e instrumentos, y el año de 1665 se celebró un jubileo con tanta quietud y libertad como pudiera ser en cualquier convento de Madrid, porque nuestra iglesia (dice un cautivo en carta que copia el referido autor) del hospital del Baño del Rey es de tres naves, y la colgamos de sedas, y el suelo con flores. En casa del cónsul de Francia había pila bautismal para los hijos de los cristianos, y se custodiaba el Oleo, para administrar la Extremaunción a los enfermos (Escuela de trabajos y cautiverio de Argel, libro I, capítulos XLVI y XLVI).
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N-1,40,19. En nuestro idioma no se dice también no, sino tampoco. Debió ponerse: salen al trabajo los cautivos del Rey con la demás chusma.
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N-1,40,20. No hace buen sentido la expresión como lo haría diciéndose: aunque el hambre y la desnudez solía fatigarnos a veces y aun casi siempre ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver a cada paso, etc. Hubo de ser descuido de la imprenta.
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N-1,40,21. Estas especies de castigos imponían de ordinario los moros de Argel a sus cautivos, y a veces por leves causas, sobre lo cual pueden leerse las noticias que da el padre Haedo, señaladamente en el Diálogo de los Mártires. Es verdad que en esto tenía mucha parte el carácter personal de los patrones. Los habría humanos, como del Uchalí testifica Cervantes pero lo más común era ser feroces y crueles, en especial los renegados, los cuales con esta conducta querrían dar prendas de la sinceridad con que habían abrazado los absurdos del mahometismo.
A los castigos mencionados aquí por Cervantes pueden agregarse otros que se usaban en Argel, a cada cual más horrorosos. Enganchar, que era dejar una o más veces caer al reo pendiente de una cuerda sobre un gancho, del que solían dejarlo colgado hasta que moría. Entapiar, que era enterrar hasta la cabeza, apisonando en derredor el suelo. Quemar a fuego lento, como hicieron con muchos cautivos. Despedazar vivo entre cuatro caballos o galeotas. Gómez de Losada añade también el pistar, que venía a ser como el horrendo suplicio de la rueda, que se usó en algunas partes de Europa, sólo que antes se sacaban al paciente los ojos (Escuela de trabajos y cautiverio de Argel, libro I, caps. XXXV y XXXVI).
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N-1,40,22. Esta expresión envuelve un pleonasmo, porque no se puede ser homicida sino de hombres.--por lo demás, las noticias que da el Padre Haedo de Azán Bajá, confirman plenamente esta horrible calificación de Cervantes. El fue el primero entre los turcos que empezó a herrar en la cara a los cautivos, operación que los mahometanos tienen a gran pecado, diciendo que es desfigurar la obra de Dios. Haedo nombra en el Diálogo primero diez y nueve esclavos cristianos de diferentes naciones a quienes Azán hizo cortar las orejas o las narices, o ambas cosas. Refiere asimismo varios géneros espantosos de muerte que dio a algunos cristianos, de los cuales, dice, fue siempre tan temido como un demonio por los grandes tormentos y terribles crueldades que con ellos usaba. Y más adelante: Fue (Azán Bajá) en todo su tiempo una cruelísima bestia, principalmente contra los pobres cristianos. Porque siendo uso que cogiendo un cristiano huído lo llevan al Rey, él a todos mandaba tomar por sus esclavos, si le parecían bien; y si no, los hacían tender en el suelo en su presencia y los hacía moler a palos, de que muchos a pocas horas morían, y aun con todo esto les cortaba las narices y las orejas con su mano, o lo mandaba hacer en su presenciaà A un negro su esclavo, porque lo acusaron que había hecho un hurto en su casa, él mismo con sus manos lo ahorcó en palacio, y aun dentro en su cámara. De tres renegados que conspiraron contra él, a los dos hizo colgar de una entena y asaetarlos, y al otro atarlo de pies y manos a cuatro galeotas, que tiraron del y lo descuatizaron vivo (Epítome, cap. I, párrafos 1.¦, 2.¦ y 3.¦). En suma, fue, como dice uno de los interlocutores del Diálogo primero del mismo Haedo un tirano el más cruel de cuantos han sido Reyes de Argel.
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N-1,40,23. Nótese que Cervantes se califica una y otra vez aquí de soldado, y no parece regular que omitiese otra condecoración o grado militar si lo tuviera. Hablóse de esto en una nota al capítulo XXXIX.
Sospechóse en algún tiempo, como allí dijimos, que Cervantes, bajo el nombre de Rui Pérez de Viedma, contaba sus propios sucesos. Pero Rui Pérez llegó a ser capitán y Cervantes no pasó de soldado. El primero asistió, según se deduce de su relación, a la batalla naval en el ala derecha de la armada cristiana, y el segundo en la izquierda. El primero quedó esclavo del Uchalí en la misma batalla, y el segundo fue cautivado cuatro años después por Arnáute Mamí. Finalmente, Rui Pérez habla aquí de Saavedra como de persona distinta, siendo también distinto el modo de recobrar el uno y el otro la libertad.
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N-1,40,24. Cervantes alude en este pasaje a los sucesos, realmente extraordinarios, de su cautiverio. Después de las campañas del Mediterráneo que se han mencionado en las notas precedentes, volviendo nuestro autor desde Nápoles a España con su hermano Rodrigo, fue cautivado por los moros el día 26 de septiembre de 1575. Llevado a Argel, intentó huirse por tierra a Orán con otros cautivos españoles; pero se malogró la empresa por haberlos abandonado el guía. Por esta circunstancia se hizo de peor condición su cautiverio; y no habiendo podido conseguir su rescate con las escasas cantidades que le remitieron sus padres, las aplicó al de Rodrigo, que se verificó en agosto de 1577. Valióse de la libertad de su hermano para renovar su proyecto de fuga, y dispuso por su medio que viniese de Mallorca o Valencia una embarcación, la cual, recalando a favor de la noche en las inmediaciones de Argel, pudiese conducir a España a Cervantes con otros catorce cautivos principales, que a este fin iba escondiendo en una cueva cerca de la marina, tres millas a levante de Argel. Allí es proporcionó con tanta sagacidad como riesgo de su persona el alimento y auxilio necesarios por espacio de mucho tiempo, hasta que últimamente, acercándose el plazo convenido, se encerró en la cueva con ellos. Frustrado el intento por falta de ánimo en los que vinieron con la embarcación, y descubiertos los de la cueva por un traidor, fueron conducidos a Argel, donde Cervantes, presentado al Rey Azán, se dio por único autor del proyecto de evasión, sin que las amenazas más terribles pudiesen arrancarle otra cosa acerca de los cómplices y sabedores. Contra toda esperanza el Rey Azán, a pesar de su crueldad ordinaria, se contentó con apropiárselo como cautivo suyo y encerrarle; fuese que le infundió algún aprecio la constancia y valor de Cervantes, o lo que es más verosímil, que juzgándolo por esta acción persona de prendas y calidad, esperó sacar de él rescate cuantioso. A los cinco meses formó Cervantes nuevamente el proyecto de escaparse a Orán; pero sorprendida una carta que escribía al gobernador de aquella plaza, el portador fue empalado, y Cervantes sentenciado a recibir dos mil palos. No se ejecutó la sentencia, y Cervantes volvió al intento de huirse por mar con otros sesenta cautivos. Descubierta también la nueva tentativa tuvo Cervantes que esconderse; mas buscado por pregón público, en que se imponía pena de la vida a quien le ocultase, y no queriendo exponer a su bienhechor, se presentó voluntariamente al Rey Azán, quien le hizo poner un cordel a la garganta pero ni aun así pudo saber nada de los autores y cómplices de la fuga, echándose Cervantes a si la culpa de todo. Azán, no obstante lo que se debía temer de su carácter sanguinario y feroz, mandó únicamente ponerlo en la cárcel cargado de grillos y cadenas. De las cosas que en aquella cueva sucedieron, dice Haedo, en el discurso de los siete meses que estos cristianos estuvieron en ella, y del cautiverio y hazañas de Miguel de Cervantes, se pudiera hacer una particular historia (Diálogo de los Mártires, fol. 185). Cuatro veces estuvo a pique de perder la vida, empalado, enganchado o abrasado vivo. Y si a su ánimo, industria y traza, dice el mismo Haedo, correspondiera la ventura, hoy fuera el día que Argel fuera de cristianos, porque no aspiraban a menos sus intentos... Decía Asán Bajá, Rey de Argel, que coma él tuviese guardado al estropeado español, tenía seguros sus cristianos, bajeles y aun toda la ciudad. Estas son las cosas que hicieron temer por la vida de Cervantes a sus compañeros de esclavitud, y las que según expresión del cautivo, habían de quedar en la memoria de aquellas gentes por muchos años.
Al fin, fue rescatado Cervantes el año de 1580, y se restituyó a su patria, donde pasó en oscuridad y pobreza los treinta y seis años que le quedaban de vida. íMengua de aquel siglo! Cuando se considera al inmortal Cervantes reducido a la condición de un miserable y angustiado pretendiente, empleado subalterno de los proveedores de la armada en Sevilla, agente de negocios particulares en la corte, encarcelado como un esbirro maléfico en la Mancha o como un asesino en Valladolid, y viviendo en sus últimos años de la generosidad del Conde de Lemos y de la caridad del Arzobispo de Toledo; y al mismo tiempo se recuerdan los sucesos de su cautiverio, y los recelos que dieron al Gobierno de Argel su valor, constancia y arrojo, no se puede menos de exclamar: ílos moros dieron consideración e importancia a Cervantes, y sus compatriotas lo despreciaron! Aun cuando Cervantes no hubiera sido el primer ingenio de su nación y de su siglo, siquiera por haber quedado estropeado en servicio de su patria, hubiera sido acreedor a que no se le dejara, como se le dejó, vivir y morir en la indigencia.
La empresa de levantarse con Argel, si bien requería valor y osadía, no era una quimera sana e imposible. Por aquellos tiempos había siempre en aquella ciudad muchos millares de cautivos cristianos, y esta era una circunstancia con que debía contarse en la empresa. Cervantes, en la jornada primera de su comedia el Trato de Argel, en un apóstrofe a Felipe I, le dice exhortándole a la conquista:
De la esquiva prisión amarga y dura
adonde mueren quince mil cristianos,
tienes la llave de su cerradura.
El P. Haedo aumenta este número, y asegura que pasaba de veinticinco mil el que había de ordinario en Argel (Epit., cap. XI y en otras partes) después hubo de ser mayor, sí como dijo Gómez de Losada (lib. II, cap. X). llegaron a pasar de treinta mil los cautivos.
Lo excesivo de este número y de las sumas que costaban sus rescates, produjo el pensamiento del capitán valenciano Guillermo Carret, que a mediados del siglo XVI presentó un memorial al Rey don Felipe IV proponiendo que se suprimiese la redención de cautivos, conmutándolo en mantener a costa de las órdenes religiosas de la Trinidad y de la Merced, y con las limosnas y arbitrios destinados a este piadoso objeto, una escuadra que, destinada constantemente a bloquear Argel, no permitiese navegar ni hacer el corso a sus habitantes. Calculaba Carret que salían de España anualmente cien mil pesos para los rescates, con cuyas sumas se contribuía a mantener las fuerzas navales de Argel, y a que continuase la piratería. El memorial se examinó en una junta numerosa de ministros y otras personas, y fue desechado.
Y volviendo a la empresa de Cervantes, ésta no carecía de ejemplo. Ya en el año de 1531, setecientos cautivos cristianos que trabajaban en las obras de fortificación de Sargel de orden de Barbarroja, habían intentado levantarse con la fortaleza; a fines del mismo año, Juan Portuondo, caballero vizcaíno, y el capitán Luis de Sevilla, esclavos a la sazón en Argel, proyectaron hacer lo mismo en aquella ciudad con ayuda de sus compañeros; y el año de 1559 se renovó la misma plática, estando cautivo don Martín de Córdoba, hijo del Conde de Alcaudete, general de Orán; pero todos estos intentos se frustraron por los accidentes comunes en semejantes casos. Su memoria hubo de despertar en Cervantes la idea de imitarlos, y de conseguir por ese medio lo que no había podido conseguirse con las malogradas expediciones de Diego de Vera en 1516, de don Hugo de Moncada en 1518, y del Emperador don Carlos en 1541.
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N-1,40,25. Los mahometanos no gustan de que sean muchas ni fáciles las comunicaciones desde fuera con lo interior de las casas. Algo había habido de esto en España antes, y no mucho antes de la época de nuestro autor. Ya vivía éste cuando falleció Pedro Mejía, cronista de Carlos V, el cual en sus Diálogos (Diálogos de los médicos), impresos a mediados de aquel siglo, dice que en Sevilla todos labran ya a la calle, y de diez años a esta parte se han hecho más ventanas y rejas a ella que en los treinta de antes.
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N-1,40,26. En los países meridionales, donde no nieva, o nieva muy rara vez, y donde la suavidad del clima y la escasez de lluvias excusan la necesidad de tejados, suelen cubrirse las casas con una capa de tierra, por lo común pizarrosa, a que se da un ligero declivio, de modo que pueda andarse cómodamente por encima: a esto llaman terrado. A veces se embaldosa el piso y se llama azotea.
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N-1,40,27. Valiendo el cianí en tiempo de Cervantes diez reales castellanos, valdría ahora unos veintiséis reales de vellón. Cianí en arábigo significa, según dicen, dobla o doble; y esta moneda lo era realmente de los medios cianíis, que equivalía a cincuenta ásperos o cinco reales de Castilla. Había otra moneda de oro, que era la ínfima de este metal, y valía la cuarta parte del cianí: Haedo y Gómez Losada la llamaron rubia. Los cianíis, según Haedo (Topografía de Argel, cap. XXIX), se labraban solamente en Tremecén, y se acuñaban con ciertas letras moriscas que decían el nombre del Rey que mandó hacer aquella moneda.--Por la analogía con las otras palabras de origen arábigo acabadas en i, debería decirse en plural cianíes, como sequíes, jabalíes, alhelíes.
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N-1,40,28. Modo no muy correcto de expresar el estado de admiración y al mismo tiempo de duda en que la aparición de la caña y el lienzo había dejado a los cautivos; de admiración por lo inesperado del socorro; de duda por no saber de dónde venía.
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N-1,40,29. El adjetivo bueno suele tener un sentido irónico, como cuando se dice el bueno del hombre, buena alhaja. También se dice buen dinero es ese, en demostración de menosprecio, denotando que el dinero es poco e insuficiente. En el texto no es así, puesto que no se trata de ridiculizar ni despreciar la cantidad recibida.
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N-1,40,30. Don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, artículo Zalema, dice que hacer zalemas es hacer reverencia afectadamente, y explica el origen arábigo de la palabra zalema. Inclinada la cabeza y doblando el cuerpo more turquesco, hablaba siempre Gandalín a su señor Amadís, según refería Don Quijote a Sancho en el capítulo XX de esta primera parte. Zalema se derivó al parecer de zalá, que es la oración o preces religiosas entre los mahometanos, por las contorsiones y gestos afectuosos con que las acompañan; y de aquí zalamería, demostración exagerada de blandura y cariño, y zalamero el que acostumbra a hacerlas.
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N-1,40,31. Deshizo por deshicieron.--Ajorcas son manillas o brazaletes, sólo que también significan los adornos de las piernas, conforme a lo que Mariana en su historia de España dice del traje y adornos del Rey de Calicut, cuando se le presentó Vasco de Gama: los brazos y piernas desnudos a la costumbre de la tierra, pero con ajorcas de oro (lib. XXVI, capítulo XVII).
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N-1,40,32. De la costumbre de tomar los mahometanos por mujeres a cristianas renegadas, ofrecen repetidos ejemplos las memorias de Haedo, del Mármol y otras de aquel tiempo. El famoso Barbarroja estuvo casado con una hija de Diego Gaitán, castellano de Gaeta, donde la cautivó el año de 1539. Del mismo Barbarroja afirman algunos, según Luis del Mármol, que su madre fue española, natural de Marchena. Otros varios Reyes de Argel imitaron en esto a Barbarroja, como Azán, hijo y sucesor del mismo Barbarroja, y el otro Azán, de quien tantas crueldades cuenta Cervantes, que estuvo casado con una renegada esclavona. Su antecesor Rabadán tuvo por mujer única una renegada corsa. En los Apuntamientos manuscritos del Padre Sepúlveda, monje del Escorial, acerca de las cosas de su tiempo, se refiere que una renegada alemana, Sultana o mujer del Rey de Argel, se evadió de esta ciudad el año de 1595, y vivió después en Valencia. El mismo Agi Morato, padre de Zoraida, la heroína de la novela del cautivo, estuvo casado con la hija de una española, que siendo niña quedó cautiva en el peñón de Argel, cuando lo tomó Barbarroja el año de 1530. Notable ejemplo de lo mismo dio el Gran Turco Ahmed, cuya Sultana favorita prestó argumento a la Gran Sultana, una de las a comedias de Cervantes. Este la llama doña Catalina de Oviedo, y la hace natural de Málaga. Lope de Vega, hablando de ella en su novela El desdichado por la honra, confirma que fue andaluza, pero la llama doña María. Según Gómez de Losada, los principales de Argel con las que mejor gana se casan, son renegadas y especialmente españolas, y las compran para esto, porque las tienen por más hacendosas y diligentes en el cuidado con los maridos (lib. I, capítulo XXVII).
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N-1,40,33. Las ediciones anteriores, inclusas las primitivas, decían comúnmente parecido. La Academia Española lo corrigió en la suya del año 1819, adoptando la enmienda hecha ya en la de don Juan Bowle el año de 1781, y la de don Juan Antonio Pellicer el de 1797.
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N-1,40,34. En la comedía de Los Baños de Argel introduce Cervantes a un cautivo llamado don Lope, a quien estando en el baño se aparece y se inclina una caña y un lienzo atado en ella con diez escudos y un doblón. Otro cautivo llamado Vibanco le dice:
+Por qué Don Lope, no acudes
a dar gracias y saludes
a quien hizo esta hazaña?...
LOPE. +A quién quieres que las dé,
si en aquella celosía
estrecha nadie se ve?
VIB. Pues alguien aquesto envía.
LOPE. Claro está, mas quien, no sé.
Quizá será renegada
Cristiana la que se agrada
de mostrarse compasiva,
o ya cristiana cautiva
en esta casa encerrada.
Mas quienquiera que ella sea,
es bien que las apariencias
de agradecidos nos vea:
hazle dos mil reverencias
porque nuestro intento crea.
VIB. Yo a lo morisco haré
ceremonias, por si fue
mora la que hizo el bien.
(Jornada primera.)
VUELTA AL TEXTO

















N-1,40,35. Agi Morato, renegado esclavón, es el primero de la lista que hizo Haedo (Topogr. capítulo XIV), de los moros principales y más ricos que vivían en Argel el año de 1581. El sobrenombre de Agi equivale a lo que entre nosotros se llamó en algún tiempo Romero o Peregrino, y lo dan a los moros que han visitado la Meca, así como entre nosotros solía darse el otro a los que visitaban los santos lugares de Roma o de Jerusalén. Esta circunstancia da particular consideración entre los mahometanos a los que han hecho el viaje. Agi Morato había sido alcaide o gobernador de Pata, que así llamaban los cristianos, según Luis del Mármol, a la fortaleza de Bata, situada a dos leguas de Orán, la cual, por ser fronteriza de los cristianos que guarnecían aquel presidio, era mirada como importante. Sabido es que la lengua arábiga no tiene P en su alfabeto, y que los mahometanos la suplen con la B, como sucedió en el nombre de Isbilia o Sebilla, que sacaron de Hispalis, en el de Badajoz, derivado de Pax Augusta, y en Istambol que formaron de Cotstantinópolis.
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N-1,40,36. Algunas páginas antes se había dicho que eran cuatro.
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N-1,40,37. Descripción y pintura rápida de un incidente que no parece sino que se ve. Nótese la omisión de la conjunción copulativa, o que en casos semejantes suele colocarse entre los dos últimos incisos del período; omisión elegante que acelera la marcha y aumenta la energía del discurso, así como otras veces la misma conjunción repetida oportunamente lo engalana y hermosea. Ejemplos de lo uno y de lo otro ofrecen los escritores más clásicos, latinos y castellanos.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,40,38. La circunstancia de ser Murcia la patria del renegado cómplice de los prófugos, pudiera, como ya apuntó Navarrete en la Vida de Cervantes, dar origen a la conjetura de que sería un Morato Raez Maltrapillo, renegado de este nombre, de quien hizo mención Haedo, diciendo que era natural de Murcia, dueño y capitán de una galeota; agregándose a esto que de la información de conducta que Cervantes, ya rescatado, hizo en Argel ante el redentor Fray Juan Gil, resulta que en uno de sus apuros se presentó al Rey Azán, fiado en la protección de un renegado español, amigo del Rey, que se llamaba Maltrapillo. Pero no concuerdan bien las calidades de cómplice y protector en una misma persona. A quien pudo designarse en la del renegado de la novela fue al Licenciado Girón, natural de Granada, que había tomado el nombre de Abderramén, y entró, según las noticias contenidas en la expresada información, en uno de los proyectos que formó Cervantes para fugarse con otros sesenta cristianos. Nuestro autor hubo de señalarse otra patria para oscurecer esta parte, como alguna otra, de la novela; y no le pudieron faltar ejemplos de renegados de todas clases, siendo tanto el número de los que vivían en Argel, que según Haedo, de las doce mil casas que tenía la ciudad, las seis mil y más estaban habitadas por renegados (Topogr., cap. XII). Verdad es que Gómez de Losada, hablando de esto, advierte que no todos eran españoles ni habían sido católicos, porque bajo el nombre de renegados se comprenden todos los que pasan de otra cualquiera ley al mahometismo (lib. I, cap. XVI).
VUELTA AL TEXTO

















N-1,40,39. Entre acaso y de industria se presenta cierta contradicción que perjudica a la claridad, y hubiera convenido evitarla; se quiso decir a prevención y con malicia; y todo el pasaje estuviera mejor, si se dijese: algunos hay que procuran tener estas fees con buena intención no así otros, que viniendo a robar a tierra de cristianos, sacan sus firmas, etc.
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N-1,40,40. Murmurando entre dientes, es como decimos: sobra el artículo.
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N-1,40,41. Zalá es la oración o preces religiosas usada entre los discípulos del Alcorán. Lela en algarabía es equivalente de Señora o Doña. El nombre de Lela Marien por el de la Madre Virgen, nuestra Señora, se lee en varios pasajes de las comedias de Cervantes, que se suponen pasar en país mahometano.
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N-1,40,42. Vamos es subjuntivo, abreviatura o síncope de vayamos; y así se encuentra en nuestros antiguos escritores, a la manera que se decía también vais sincopado por váyais, según se observó en las notas a la novela del Curioso impertinente.
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N-1,40,43. Marfuz es palabra árabe que significa astuto, falso, pérfido; y en este sentido la usó ya el Arcipreste de Hita, poeta, como ya se ha dicho, del siglo XIV. En la fábula del Cuervo y la raposa llama a la zorra marfusa; cuenta que
La marfusa un día con la fambre andaba
vido al cuervo negro en un árbol do estaba,
grand pedazo de queso en el pico llevaba:
ella con su lisonja también lo saludaba.
En otra, que es la del Lobo, el Gimio y la Raposa, la trata con más respeto, y la llama doña Marfusa:
El día era venido del plazo asignado:
vino doña Marfusa con un gran abogado,
un mastín ovejero de carrancas cercado.
(Colección de Sánchez, tomo IV, coplas 1411, 109 y 322.)
En el Cancionero general de Fernando del Castillo (fol. 195) hay unas coplas del Conde de Paredes a un poeta, a quien moteja de judaizante, porque estando en Valencia en tiempo de jubileo, entraba con muestras de devoción en la iglesia; y entre otras cosas, le dice:
Luego el viernes de la Cruz
Entrastes por el Aseo,
Disfrazado sin aseo,
con menudillo meneo
como cristiano marfuz.
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N-1,40,44. Ya se sabe que Alá es el nombre de Dios en árabe.
En la comedia de Los Baños de Argel, citada en las notas precedentes, después de lo que allí se refiere de la caña, vuelve ésta a parecer con otro bulto mayor, y un billete que dice: "Mi padre, que es muy rico, tuvo por cautiva a una cristiana, que me dio leche y me enseñó todo el cristianesco; sé las cuatro oraciones, y leer y escribir, que esta es mi letra. Díjome la cristiana que Lela Marien, a quien vosotros llamáis Santa María me quería mucho, y que un cristiano me había de llevar a su tierra. Muchos he visto en este baño por los agujeros de esta celosía, y ninguno me ha parecido bien sino tú. Yo soy hermosa y tengo en mi poder muchos dineros de mi padre. Si quieres, yo te daré muchos para que te rescates; y mira tú cómo podrás llevarme a tu tierra, donde te has de casar conmigo; y cuando no quisieres, no se me dará nada, que Lela Marien tendrá cuidado de darme marido. Con la caña me podrás responder, cuando esté el baño sin gente. Envíame a decir como te llamas, y de qué tierras eres, y si eres casado; y no te fíes de ningún moro ni renegado. Yo me llamo Zara; y Alá te guarde."
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N-1,40,45. En la mencionada comedia de Los Baños de Argel se introduce también un renegado llamado Hacén, que descubre su arrepentimiento a don Lope y a Vibanco; les pide sus firmas y certificación de buena conducta, y saca asimismo una cruz en demostración de su sinceridad y de su deseo de reducirse al gremio de la Iglesia. En otras circunstancias varía del renegado murciano de quien habla Rui Pérez.
Gómez de Losada testifica lo frecuente que era encontrar renegados y renegadas que no lo eran de corazón, o que estaban arrepentidos; y cuenta que en su tiempo muchas renegadas contribuían ocultamente para alumbrar al Santo Sacramento en los oratorios cristianos de Argel (lib. I. cap. XLVI).
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N-1,40,46. La buena gramática pedía que se dijese: él y todos nosotros habíamos de tener libertad. Así se evitaba también la repetición del había que precede en el texto con sola una palabra intermedia.
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N-1,40,47. Diríamos ahora: quedó en tener, o quedó encargado de tener especial y gran cuidado.
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N-1,40,48. Esto no es verdad; pero se creyó que no era conveniente disgustar a Zoraida, diciéndole que un renegado veía sus cartas a pesar de lo que ella había prevenido.
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N-1,40,49. La expresión yo te lo prometo está mal, porque la promesa de que se habla, que, es la que precede, no es del Cautivo, sino de Zoraida. Es como si se dijera, yo te prometo tu promesa. Para explicar el pensamiento que realmente se indica, debiera escribirse a lo que dices que si fueres a tierra de cristianos has de ser mi mujer, respondo que yo por mi parte te prometo ser tu marido. Añade el Cautivo después: y sabe que los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los moros. Lo mismo viene a decir don Lope, cautivo español, en la comedia de Los Baños de Argel (jornada segunda), donde preguntado por su patria a presencia de Zara, responde que es de una tierra que no hay
Fraude, embuste ni maraña,
sino un limpio proceder,
y el cumplir y el prometer,
es todo una misma cosa.
Dicha comedia bajo los nombres de don Lope y Zara, contiene la misma historia que la presente novela cuenta de Rui Pérez y Zoraida. Tanto el uno como el otro mostraban estar muy satisfechos de la buena fe de sus compatriotas, y de su fidelidad en cumplir las promesas.De todo he visto.
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N-1,40,50. Pudiera sospecharse que paso es error de la imprenta por paseo; tanto más que al fin de la segunda carta le dice Zoraida al Cautivo: cuando te pasees por ahí sabré que está solo el baño.
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N-1,40,51. En la misma comedia antes citada de Los Baños de Argel, el renegado Hacén, preguntándole los cautivos quién vivía en la casa de donde había salido la caña, les responde que
Un moro de buena masa
principal y hombre de bien,
y rico en extremo grado:
y sobre todo le ha dado
el cielo una hija tal
que de belleza el caudal
todo en ella está cifrado.
El moro era Agi Morato, y su hija se llamaba Zara, como se ve por todo el progreso de la comedia. De Zara dice el cautivo Osorio en la jornada tercera
Por Dios, señores, que es ella,
y que es la mora más bella
y rica de Berbería.
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N-1,40,52. Según se refiere en la primera jornada de Los Baños de Argel, Agi Morato había tenido una esclava cristiana llamada Juana de Rentería, que era ya muerta, y había criado a su hija Zara. Esta es la esclava que dijo Zoraida en su primera carta. Y no debe dudarse que Zara y Zoraida son una sola persona; no sólo por la calidad de hija única de Agi Morato, sino también porque los dos nombres vienen a significar lo mismo, siendo Zoraida diminutivo de Zara o Zahara, que significa flor según los inteligentes. Comparando la novela del Capitán Rui Pérez de Viedma, como se ha hecho en las precedentes notas, con la comedia de Los Baños de Argel, no puede dudarse que el fondo es común y que ambas composiciones tienen por argumento los amores de una mora principal con un Cautivo cristiano, que huye con ella y la lleva por mar a España.
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N-1,40,53. Mejor: Entramos luego en consejo con el renegado sobre qué orden se tendría para sacar a la mora.
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N-1,40,54. No se dice con propiedad dar medio sino dar salida o vado a las dificultades. Acaso diría remedio, que está menos mal, sin estar bien del todo; o se omitieron algunas palabras del manuscrito, donde quizá habría: dar medio para salir de todas aquellas dificultades.
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N-1,40,55. Este medio, aunque arriesgado, no era impracticable. De él se valió un catalán, constructor de buques, que según cuenta Haedo se huyó de Argel con otros siete compañeros en una barca que se envió para esto desde Valencia el año de 1582. Asimismo Vicente Espinel en su Escudero (relación I, discurso 13 y relación II, discurso 16), refiere el caso de una mujer del turco Mamí Raez, de quien dicen que era valenciana y hermosísima, y que se escapó de Argel en un bergantín que fue de España por ella. Las tentativas de esta clase no fueron siempre felices. Ya vimos que se desgració la de Cervantes cuando por disposición suya y diligencia de su hermano Rodrigo fue de España una barca a recoger los cautivos que estaban aguardando en la cueva. Anteriormente en el año de 1565, por disposición de algunos cautivos, un mallorquín que se había rescatado vino a buscarlos en una barca, y tuvo modo de avisar a los que le aguardaban; pero la turbación de uno de ellos al salir de la ciudad a boca de noche para embarcarse fue causa de que se descubriese todo, y un renegado genovés que se llamaba Morato y era director de la empresa, fue acañavereado al día siguiente. Mejor libraron otros que intentaron la fuga apoderándose por sorpresa de algún barco en la costa, y viniéndose en él a España, de lo que Haedo refiere varios casos en primero de sus diálogos (fol. 102). Núñez de Castro, en la Historia de Guadajara (página 401), hace mención de un Juan de la Guerra, natural de aquella ciudad, que hallándose cautivo en Argel por los años de 1540, se puso de acuerdo con otros dos cautivos, uno de los cuales servía en la cámara del Rey, y mientras éste dormía entraron en su habitación, sacaron de un cofre cuatro o cinco mil ducados, tomaron un riquísimo alfanje que estaba a la cabecera de la cama del Rey, escaparon en el batel del navío de un mercader valenciano que se hallaba con salvoconducto en el puerto, y llegaron con felicidad a la playa de Valencia. La corta distancia entre España y Africa facilitaba estas empresas. De los corsarios de Tetuán se dice más adelante en esta misma novela que anocheciendo en Berbería solían amanecer en las costas de España, hacer presa, y volverse a dormir a sus casas. Los argelinos desembarcaban de noche, sorprendían y robaban los caseríos y pueblos pequeños, y se llevaban cautivos a sus habitantes, de lo que se han repetido ejemplos hasta nuestros días, en que se ha hecho definitivamente la paz con aquella Regencia, reinando Carlos II.
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N-1,40,56. Babazón o puerta de las ovejas, una de las de Argel, al S. E., distaba como unos cincuenta pasos de la marina. Era muy frecuentada de gente a todas horas, porque salía por ella la que iba al campo y a lo demás de Berbería. En la comedia de Los Baños de Argel (jornada segunda) se dice que al jardín de Agi Morato se salía por la puerta de Babaluete, que está a la parte opuesta de la ciudad. Dice así don Lope a Vibanco:
Dijo en su postrer billete
que un viernes quizá saldría
al campo por Babaluete...
También escribió en el fin.
que sepamos el jardín
de su padre Agi Morato.
La fuerza del consonante hizo sustituir Babaluete a Babazón.
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N-1,40,57. Ofrecerse a querer es redundancia. El que se ofrece a hacer una cosa no puede dar mayor muestra de que quiere hacerla.
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N-1,40,58. Parece que debe ser todo lo contrario: que ninguno saliese de esclavitud; y atendidas las razones que siguen, no pudo ser ni decirse en el manuscrito original otra cosa. A no ser que las palabras de libertad signifiquen lo mismo que en calidad de libres; lo que no desdice del uso, como cuando decimos que salen de fiesta o de gala los que salen engalanados con muestras de fiesta y alegría.
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N-1,40,59. Pudo suceder con frecuencia lo que dice el renegado; pero no sucedió siempre, según prueban los casos alegados en las notas precedentes.--Donde antes se dijo algunos principales cautivos, estuviera mejor algunos cautivos principales.
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N-1,40,60. Las ediciones anteriores ponen borraba; lo que siendo falta grosera contra la gramática, debe presumirse que nació, o de culpa del impresor, o de que el original, pondría "borrabâ" con tilde, como entonces solía y aun ahora suele ponerse.
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N-1,40,61. Vuelve Cervantes a indicar sus propios sucesos aludiendo sin duda al intento de huirse con los demás cautivos escondidos en la cueva, de que hemos hablado. Malogróse esta empresa por el poco ánimo y resolución de los que vinieron a buscar a los caballeros cristianos; a que se añadió la delación de un mal fraile que a la sazón estaba cautivo en Argel, y dio parte de ello al Rey Azán. Navarrete habla largamente de las particularidades de este suceso en la Vida de Cervantes. Haedo en sus Diálogos refiere varios casos semejantes (algunos felices, y muchos desgraciados) de cautivos que intentaron fugarse de Argel por aquellos tiempos.
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N-1,40,62. Parece error de imprenta. El original diría regularmente: para sacarnos del baño y embarcarnos.
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N-1,40,63. Zoraida no había dicho esto, sino que daría dineros para que rescatándose Rui Pérez y sus amigos, uno de ellos fuese a tierra de cristianos por una barca y volviese por los demás y por ella. El renegado habla aquí con poca consecuencia y acuerdo, como si no estuviese bien enterado del proyecto que formaba en su carta Zoraida. La fuga de ésta era lo que exigía que viniese una barca de confianza, pues por lo tocante a los cautivos ya rescatados, era felicísima cosa, como dice el mismo renegado, aun embarcarse en la mitad del día.--Estas últimas palabras contienen una inversión que se corregiría así: era felicísima cosa embarcarse aun en la mitad del día.
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N-1,40,64. El régimen completo sería: temerosos de que si no hacíamos, etc. Cervantes suprimió el de que prodigaba con tanta frecuencia otras veces, dando al verbal temeroso el mismo régimen que al verbo temiendo. La supresión de este monosílabo, con que se tropieza a cada paso en los idiomas modernos, es en general ventajosa al lenguaje, siempre que no haga falta para la claridad. Por lo demás, la repetición dislocada de la partícula condicional si descompone el lenguaje y el concepto, que estuviera más claro diciéndose: temerosos que si no hacíamos lo que él decía y descubriese el trato de Zoraida, nos había de poner a peligro de perder las vidas, a nosotros y a Zoraida, por cuya vida diéramos todos las nuestras.
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N-1,40,65. Está de más el pronombre me, y aun el segundo de, cuya repetición sobrecarga el lenguaje. Quedaría mejor: ofrecíle de nuevo ser su esposo.
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N-1,40,66. A mi entender, el acaeció es errata por acertó. Si se quiere conservar el acaeció, es forzoso suprimir la partícula a que le sigue, y decir: acaeció estar solo el baño.
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N-1,40,67. La cuarta vez (entre otras) que Cervantes intentó escaparte del cautiverio. Onofre Exarque, mercader valenciano, que entonces se hallaba en Argel, facilitó cantidades considerables que pasaron de mil y trescientas doblas para que se realizase la empresa, y con ellas se compró y equipó el bajel destinado para la fuga. Así lo cuenta el mismo Cervantes en las diligencias de la información judicial que hizo en Argel, y publicó en su Vida don Martín Fernández de Navarrete. De las noticias recogidas por este erudito escritor resulta que en el proyecto de fuga de Cervantes intervino un renegado que tenía intención de volverse a tierra de cristianos y al gremio de la Iglesia, y que de concierto y por dirección de Cervantes, y con el dinero franqueado por el mercader valenciano, compró una embarcación en que debía huir a España Cervantes, el renegado y otros varios cautivos. Todas estas señas convienen con las del renegado de la relación presente. Pero el de Cervantes no fue el murciano, amigo de Rui Pérez, sino otro granadino, que de resultas de haberse descubierto y frustrado el proyecto, fue desterrado al reino de Fez. Los pormenores de estos acontecimientos pueden verse en la mencionada Vida de Cervantes. Y todo confirma que en los sucesos públicos que se tocan en la novela del Cautivo, siguió Cervantes con mucha puntualidad la verdad de los hechos, como ya se dijo anteriormente, y si en el discurso de la relación aludió con frecuencia a los incidentes de su cautiverio, lo hizo desfigurándolos alguna vez y mezclándolos con otros, o fingidos o verdaderos.
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N-1,40,68. Dieron es error tipográfico por di, dimos o dióse. Si fue sólo Rui Pérez el que dio orden, debió decir di; si la dio con otros, debió decir dimos; si no se quiso expresar la persona o personas, pudo ponerse dióse y nunca dieron. Lo primero no me parece del todo bien, porque el nuestros que viene después indica que es más de uno el que habla, y serían Rui Pérez y el renegado.
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N-1,40,69. Poner por aventura, frase anticuada que significa aventurar, exponer a la suerte, poner en contingencia.

[41]Capítulo XLI. Donde todavía prosigue el cautivo su suceso
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N-1,41,1. Población situada sobre las ruinas de otra antigua romana en la costa de Berbería, veinte leguas a poniente de Argel. Don Diego Hurtado de Mendoza (Guerra de Granada, libro II) creyó ser la antigua Cesárea, y que Argel (a que corresponde Cesárea, según otros) se llamó así corrompido el nombre de Algezair, por un islote o peñón que tenía delante, y ahora se halla unido por medio de un muelle con el continente. A principios del siglo XVI constaba Sargel de quinientos vecinos. Barbarroja la fortificó y mejoró su puerto; construíanse allí muchos bajeles por la comodidad y abundancia de maderas que ofrecían los bosques inmediatos. Vino después a menos, y estando casi desierta, la repoblaron los moriscos que se pasaban de España, de suerte que llegó a haber más de mil casas de ellos. El año de 1612, la escuadra de galeras de Sicilia hizo un desembarco, y saqueó y quemó la población. El puerto se cegó el año de 1738 de resultas de un terremoto. Actualmente se conoce el pueblo con el nombre de Cerceli, y sus habitantes son en gran parte alfareros.
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N-1,41,2. Haedo, en su Topografía de Argel, dice que de Sargel se llevaba miel, pasa e higo. Higos pasos son los higos enjutos o secos, como ahora decimos, en vez de pasos, habiendo quedado esta voz sólo para las uvas, aunque convertida en sustantivo, porque no decimos uvas pasas, sino únicamente pasas. Estas son y han sido siempre comida común entre los moros porque su ley les prohibe el uso del vino, y el terreno les ofrece muchas y buenas uvas. El comer los moros higos con abundancia y no beber sino agua, dio ocasión a aquel pasaje de la comedia de Lope de Vega, Las ferias de Madrid, en que llamando a una casa cuatro amigos que iban de ronda, preguntaron desde la calle si había algo que darles, y respondiendo el de adentro:
Muy buenos higos
y un agua como nieve,
contesta uno de los de fuera:
Qué +es morisco?
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N-1,41,3. Las noticias de Luis del Mármol y del padre Haedo están conformes con las de Cervantes en llamar tagarinos a los moros procedentes de las provincias de la corona de Aragón, y mudéjares a los de las provincias de Castilla. Pero en Orden a los elches, dice Haedo que así llaman los moros a los renegados (diálogo 2.¦, fol. 171). También se daba este nombre a los descendientes de renegados. Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, en el libro de las Generaciones y semblanzas (cap. XVI), dice: Yo vi en este nuestro tiempo, cuando el Rey don Juan el I hizo guerra a los moros con su Rey Izquierdo, divisos los moros, pasaron acá muchos caballeros moros e con ellos muchos elches, los cuales, aunque libertad habían asaz para ya lo facer, nunca uno se tomó a nuestra fe, porque estaban ya afirmados y asentados desde niños en aquel error.
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N-1,41,4. Pudiera parecer errata por bogar al remo, lo que se conforma más con la significación del verbo bogar, que es de estado y no pide objeto. Pero no debe serlo, porque se repite varias veces dentro de este mismo capítulo; como de esas anomalías suele autorizar el uso contra las reglas generales del lenguaje.
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N-1,41,5. La partícula ya puesta en el primer inciso pedía su repetición en el segundo.O a como por, reunión de cuatro partículas que evitarían los que escriben correcta y atildadamente; el por no significa nada, y de consiguiente debiera suprimirse. Ensayarse para estuviera mejor aquí que ensayarse a. Ganara el lenguaje diciéndose: allí muy de propósito se ponía el renegado... ya a hacer la zalá, ya a ensayarse como de burlas para lo que pensaba hacer de veras.Antes se dijo que zalá es entre los mahometanos como el oficio divino entre nosotros. Lo hacen cinco veces al día a horas fijas, siempre con el rostro vuelto hacia la Meca, para lo cual los caminantes, y en especial los que van en peregrinación a aquella ciudad por el desierto, llevan relojes de sol para saber el punto a que deben volverse.En castellano la terminación aguda en a es propia de nombres tomados de lenguas y naciones extrañas, como zalá, albalá, maná, bajá, agá; comúnmente son en el uso actual masculinos, y algunos lo fueron ya desde antiguo, como albalá, usado en dicho género por el Arcipreste de Hita (copla 1484) en la Crónica de Pulyar (parte I, capítulo XCV), y después constantemente en nuestros escritores. En este mismo capítulo dice Cervantes, el primer jumá me aguarda; y en la aventura del Vizcaíno habló de el alcaná de Toledo, que fue donde encontró los cartapacios del QUIJOTE. Respecto de otros nombres de la misma terminación, hubo variedad. El Tostado, en su Comento sobre Eusebio, usó el maná como masculino (parte I, cap. CLXVI); imitóle fray Luis de Granada en el Símbolo; pero Cervantes lo usó como femenino en la comedia de Los Baños de Argel (jornada I), donde dice por boca de don Lope:
+Qué maná del cielo es ésta?
Entonces fluctuaba aún el uso, y lo mismo sucedía en la palabra zalá. En el romance antiguo de Gaiferos, hablándose del Rey moro de Sansueña, se dice:
El Rey iba a la mezquita
para la zalá rezar.
En otro romance de la conquista de Granada:
En la ciudad de Granada
grandes alharidos dan...
El Te Deum laudamus se oye
en lugar del Azalá.
Cervantes lo usó como femenino, y el padre Haedo, contemporáneo de Cervantes, lo usó como masculino, que es el género en que ha fijado ya el uso a todos los vocablos de esta clase menos farfalá y no me ocurre si algún otro.
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N-1,41,6. En las palabras le pedía fruta hubiera debido borrarse el pronombre le, que aquí representa a Zoraida. El renegado, ensayando de burlas lo que pensaba hacer de veras, iba al jardín y pedía fruta, pero no veía a Zoraida, pues a continuación se dice que aunque él quisiera hablar a Zoraida, nunca le fue posible, porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco. Muchas observaciones y enmiendas de esta clase hubiera excusado la corrección discreta y prudente del texto, haciéndose en el del QUIJOTE lo que se ha permitido, y aun elogiado, a los críticas en el de los clásicos antiguos.
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N-1,41,7. Dice Gómez de Losada en la obra que con título de Escuela de trabajos, describió el gobierno y costumbres de Argel (lib. I, capítulo XXVI): Los turcos de más autoridad suelen guardar a las suyas (sus mujeres) con negros capones que llaman agás, y sirven de lo mismo que las dueñas a las señoras; los cristianos sirven dentro de casa como si fueran mujeres, ni se guardan de ser vistas de ellos, que es lo peor que hay en el caso. Esta última expresión tiene la misma tendencia que la del texto, la cual aludió probablemente a sucesos amorosos que por aquel tiempo pasarían en Argel, y que quizá habría presenciado Cervantes durante su cautiverio. La inclinación de la mora Zara, mujer de Izuf, al cautivo Aurelio, y de Halima, mujer de Varauli, a su esclavo don Fernando, en las dos comedias de Cervantes El Trato y Los Baños de Argel, acaso son copias de originales verdaderos. En la segunda jornada de Los Baños dice Zara a la cautiva Constanza:
Amar a cristianos moras
eso vese a todas horas;
Mas que ame cristiana a moro,
eso no.
Y antes había dicho Halima a don Fernando que querían salirse de donde estaban:
No tengas temores vanos,
porque no tiene recelo
de ningún cautivo el moro,
ni cristiano le dio celo...
por eso nos dan licencia
de hablar con nuestros cautivos.
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N-1,41,8. El orden natural sería: Avisar a Zoraida el punto en que estaban los negocios: la transposición es propia del estilo familiar, y muy frecuente en el QUIJOTE. El pastor Ambrosio, hablando con Vivaldo de su amigo el difunto Grisóstomo, le decía (cap. XII): Porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras. Era cosa de ver, se dijo en el capítulo XIX, con la presteza que los acometía (a los de la comitiva del cuerpo muerto). En el capítulo XXXVI contaba el Cura a don Fernando y demás que estaban en la venta las locuras de Don Quijote, y del artificio que habían usado para sacarle de la Peña Pobre. Otros muchos ejemplos de lo mismo pudieran alegarse.
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N-1,41,9. No era precisamente el día inmediato al de la partida, sino uno de los que la precedieron, como se infiere de la conversación que sigue entre el cautivo y Zoraida. Dice aquél a ésta: El primer jumá me aguarda. Si el día del coloquio hubiera sido la víspera de la partida, hubiera dicho aguárdame mañana.
Del jardín de Agi Morato se hace mención en la segunda jornada de Los Baños de Argel, una, como ya dijimos, de las comedias de Cervantes. Estaba un buen rato de Argel, saliendo por la puerta de Babazón a levante de la ciudad y junto a la marina, según expresa Zoraida en su segunda carta. En la misma dirección, a tres millas de Argel, y también junto a la marina, estaba el jardín del alcaide Azán, donde escondió Cervantes los cautivos con quienes trató de escaparse, según queda referido.
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N-1,41,10. Esta lengua franca o bastardo, como se la llama adelante en este mismo capítulo era, según Haedo (Topografía, cap. XXIX), una mezcla de varias lenguas cristianas y de vocablos que por la mayor parte son italianos y españoles, y algunos portugueses... Y juntando a esta confusión y mezcla la mala pronunciación de los moros y turcos, y que no saben ellos variar los modos, tiempos y casos como los cristianos, cuyos son propios aquellos vocablos y modos de hablar, viene a ser el hablar franco de Argel casi una jeringonza, o a lo menos un hablar de negro bozal, traído a España de nuevo. Este hablar franco es tan general que no hay casa do no se use. De él dijo el renegado Salec, uno de los interlocutores que introduce Cervantes en su comedia de La gran Sultana, cuya escena se supone ser en Constantinopla:
Aquí todo es confusión
y todos nos entendemos
con una lengua mezclada
que ignoramos y sabemos.
(Jornada I.)
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N-1,41,11. Arnaute es lo mismo que albanés o natural de Albania, provincia de la costa del mar Adriático. Arnaute Mamí era el comandante de los corsarios que apresaron la galera española El Sol, quedando allí cautivos Miguel de Cervantes y su hermano Rodrigo cuando volvían de Nápoles a España. Hácese mención de este corsario en varios parajes de las obras de Cervantes, como en la novela de La española inglesa, donde se cuenta que eran de Arnaute Mamí dos galeras turquescas que rindió Ricardo a la boca del Estrecho de Gibraltar. De sus crueldades habla el padre Haedo en los Diálogos, diciendo que tenía su casa y sus bajeles llenos de cristianos sin orejas y sin narices, y nombra a muchos de ellos. Refiere también que mató a un cautivo dándole con una maza de hierro en la cabeza, porque no bogó dos paladas a compás; que cortó la cabeza a otro porque cayó desmayado, y que a otros tres hizo matar a palos a su presencia (folios 122, 124 y 188). De este corsario se hicieron también romances en Castilla, como el que se insertó en la colección de Miguel de Madrigal, impresa en 1605 (folio 30), y pudo ser de Cervantes.
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N-1,41,12. Y aun medio paisano, como albanés el uno y esclavón el otro. El año de 1573 navegaron juntos, volviendo de Constantinopla a Argel en la galeota de Arnaute Mamí, que estuvo para ser cogida por las galeras de Sicilia, que le dieron caza en las costas de Africa. Venía con ellos Muley Maluch, que fue después Rey de Fez, y casó con la hija de Agi Morato. Así lo cuenta Haedo (Epítome, capítulo XX).
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N-1,41,13. Expresión que alguno quizá tacharía de galicismo, pero sin razón, porque no es lo mismo tener una expresión analogía con las de otro idioma, que pertenecerle. Decimos en castellano: de todo como, de ningún licor bebo, de nada he tomado, no sé de eso. Estas y otras semejantes locuciones, tanto en castellano como en francés, son elípticas y callan algo que se sobrentiende.
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N-1,41,14. +Es verosímil que con el traje ordinario de las moras se viesen las perlas que pendían de un cuello que no se pudo llamar hermoso sin estar a la vista? +O puede explicarse esto por el poco melindre que hacían de mostrarse a los cristianos, según acaba de decirse?
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N-1,41,15. Traía, traía, repetición desaliñada, de que hay muchos ejemplos en el QUIJOTE.-- Carcax significa también aljaba, que es la pharetra de los griegos y latinos. Covarrubias, en su Tesoro, dice que es ignorancia llamar morisco a este nombre, porque consta ser griego. Allá se las entienda con Cervantes.--Por este pasaje se ve que las ajorcas se llevan en los pies, o por mejor decir en las piernas, así como por otro del capítulo anterior se vio que también se traían en las manos. Las manillas de los pies son palabras que envuelven una contradicción material de aquellas que alguna vez autoriza el uso. Lo de las muñecas de las manos, que se lee ha poco en el mismo período, es redundancia; porque +de qué otra cosa pudieron ser las muñecas?
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N-1,41,16. Aljófar es la perla desigual y menuda; y por eso es tan común entre nuestros poetas llamar aljófar a las gotas menudas del rocío que por las mañanas suele cubrir la hierba. Así decía el dulcísimo Batilo:
Paced, mansas ovejas,
la hierba aljofarada.
Hablando Cervantes en la novela del Amante liberal, del traje con que un judío presentó a Leonisa para venderla, dijo que estaba tan bien aderezada y compuesta que no lo pudiera estar tan bien la más rica mora de Fez ni de Marruecos, que en aderezarse llevan la ventaja a todas las africanas, aunque entren las de Argel con sus perlas tantas.
Haedo, en el capítulo XXXI de la Topografía, hablando de las moras, dice que su principal gala y ornamento es traer mucha cantidad de perlas y de aljófar en collares de la garganta y en pendientes o en zarcillos de orejas... Usan también arracadas, zarcillos de oro (al modo de las cristianas, como no sean de figuras), y muchos anillos en los dedos, y en los brazos manillas de plata y de fino oro; pero comúnmente son las manillas de oro bajo con liga, que es aquel de que labran las donas, moneda de la tierra, de que ya antes hablamos. Muchas traen cadenas de oro, y en ellas peras de ámbar que les cuelgan a los pechos... Muchas (principalmente las moras y turcas o hijas de renegadas) suelen traer en las piernas, junto a los tobillos, unas como manillas de oro o de plata bien labradas, sino que no son del todo redondas, mas la mitad solamente, y la otra mitad cuadrada, altas y anchas como cuatro o cinco dedos.
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N-1,41,17. Período en que el capitán cautivo, queriendo decir a un mismo tiempo que la compostura y adornos realzan la hermosura de las mujeres, y que la hermosura de éstas suele subir o bajar según las pasiones que agitan su ánimo, se enreda, y enreda ambas ideas, hubiera sido mejor o dividir el pensamiento, o suprimirlo enteramente: en la inteligencia de que no se hubiera echado de ver su omisión, porque ninguna falta hace en el discurso.
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N-1,41,18. Entre las muchas significaciones que en nuestro idioma tiene la palabra mano, y las frases figuradas en cuya composición entra, tomar la mano es empezar, como dar de mano es concluir. Tener o dar mano es tener o dar autoridad o influjo: irse a la mano, contenerse. Mano es el primero que juega entre los que lo hacen a los naipes u otras especies de juegos; y obsérvese que la voz mano, cuando no se usa en su significación primitiva y material, lleva frecuentemente consigo la idea de poder, fuerza o preeminencia.
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N-1,41,19. Hay ciertamente en este pasaje algún defecto tipográfico. Se hablaba del precio en que se había rescatado el cautivo; precio que su amo no había dado, sino recibido. Pudiera el dado ser errata por llevado; pero es quizá más fácil que el original dijese habían dado, lo que reduce el error a la omisión de una sola letra.
La palabra zoltanís es adjetivo derivado de Sultán o Soldán, que equivale a Rey, y, por consiguiente, significa reales. En rigor, según lo pide la analogía, debiera decirse entre nosotros zoltaníes, como ya en otra nota se dijo de los cianíis.
Hay también, dice Haedo en el capítulo XXIX de la Topografía de Argel, soltanías de oro fino, que valen cada una ciento cuarenta ásperos, y éstas se labran en Argel solamente. El escudo de España ordinariamente valía ciento veinte y cinco ásperos; y Jafer Bajá, Rey de Argel, año 1580, los subió a ciento treinta ásperos. El áspero era moneda cuadrada de plata, y la que corría más comúnmente en Argel: el zoltaní valía algo más de treinta y seis reales y medio de nuestra moneda actual.
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N-1,41,20. Pasaje que estaría más claro si se corrigiese el orden de las palabras diciendo: Aunque si es verdad que viene ya un bajel de España, como hay nuevas, todavía yo le aguardaré.
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N-1,41,21. En la comedia de Los Baños de Argel dice Zara a Constanza, hablando delante de don Lope (jornada I):
ZARA. Pregúntale si es hermosa,
si es casado, su mujer.
COST. +Sois casado?
LOPE. No, señora,
pero serélo bien presto
con una cristiana mora
Presto pisaré de España
las riberas, y mi fe
firme entonces mostraré.
El don Lope de la comedia es el Rui Pérez de la novela.
El medio de que se valió Zoraida para entrar en conversación con el cautivo, e informarse del estado que tenía el provecho de su evasión y de los afectos de su amante, sin que su padre, que estaba presente y les servía de intérprete, pudiese sospechar cosa alguna, fue sin duda ingenioso. Esto tiene un efecto cómico, que aun fuera de las tablas agrada e interesa.
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N-1,41,22. Juramento arábigo: por Alá, por Dios.
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N-1,41,23. Viene de latino, y se llamaba así al moro y al negro que hablaban el castellano; y eran más o menos ladinos según que lo hablaban mejor o peor. Así, en el antiguo Poema del Cid, escrito a mediados del siglo XI, se da el nombre de latinado (verso 2676) a un moro que entendía lo que hablaban los cristianos, que entonces era un latín chapurrado, de donde iba naciendo nuestro idioma actual. Ladino en los negros se opone a bozal, que es el que no sabe otra lengua que la suya nativa. Metafóricamente se llama ladino al que habla con facilidad y soltura; y ésta es la acepción en que aquí se emplea, puesto que el idioma en que se explicaba Agi Morato no era otro que la lengua franca, que en toda Berbería y aun en Constantinopla se habla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, según dijo arriba el cautivo.
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N-1,41,24. Haedo dice en el capítulo XIX del Epítome de los Reyes de Argel: son todos los moros estimados por los turcos por vil canalla para poco.
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N-1,41,25. Así restituyó esta palabra el sabio orientalista don José Conde, y así se imprimió en la edición de Pellicer y en la última de la Academia Española. Hasta entonces se había leído amejí, que según los inteligentes no significa lo mismo.
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N-1,41,26. Jumá, nombre arábigo, significa viernes, que es el día de la semana que guardan los mahometanos, como los judíos el sábado, y nosotros el domingo. En dicho día concurren los moros a la mezquita a hacer el zalá; y probablemente por esta razón lo escogía el cautivo para verificar su fugar que en él era más fácil por no salir la gente a las labores del campo.
Debe escribirse y pronunciarse jumá, como se ve por un lugar de la comedia de La gran Sultana, donde se dice (jornada I):
Cuando sale a la zalá
sale con este decoro;
y es el día de jumá,
que así al viernes llama el moro.
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N-1,41,27. Acaso omitió el impresor algunas palabras necesarias para unir las que quedaron en este pasaje, y que así están oscuras. Podría también corregirse suprimiendo algo y diciendo: ella entendió muy bien todas las razones que entrambos pasamos.
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N-1,41,28. Hermoso adjetivo para denotar el estado de languidez y afectuoso abandono en que se hallaba Zoraida.
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N-1,41,29. Mejor: de la manera y en la postura. Tres veces se repite con cortos intervalos en este pasaje la palabra manera, y dos la palabra suerte. Verdad es que esta última se usa en diferente sentido; pero siempre suena mal la repetición de una voz dentro del mismo período.
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N-1,41,30. Fórmula de despedir que se lee también en las poesías del Arcipreste de Hita, paisano de Cervantes, que, como ya se ha notado, vivió en el siglo XIV, y refiriendo el recado que de su parte llevó una alcahueta a una mora, dice (Copla 1486):
Desde vido la vieja que non recabda y
Dis: cuanto vos he dicho bien, tanto me perdí:
Pues que al non me desides, quiérome ir de aquí.
Cabeceó la mora, dijole: amxi, axmi.
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N-1,41,31. Cervantes, que solía abusar de la partícula no, poniéndola muchas veces, según se ha notado, donde no era necesaria, y aun donde era inoportuna, la omitió en este lugar, en que al parecer la exigen el sentido y la intención de quien hablaba. No importa, parece que debió ponerse, que el cristiano no se vaya, que ningún mal te ha hecho. A no ser que digamos que el no importa equivale a no es de importancia, no es menester; en cuyo caso puede pasar sin corrección.
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N-1,41,32. Falta evidentemente la palabra veces: todas las veces que quisieres podrás volver. A Cervantes, que escribía de prisa y no volvía a leer lo que dejaba escrito, hubo de figurársele que precedía en otra expresión inmediata la palabra vez, y que, por consiguiente, no era menester repetirla. En cambio de esta omisión, se notan aquí varias repeticiones: la del verbo decir en aquello de la sobresaltaron como has dicho, dije yo a su padre; mas pues ella dice, etcétera; la del que en aquella otra frase anterior le preguntó que qué tenía; y la del pues en este otro lugar; pues ninguna (cosa) hay que pueda darle pesadumbre, pues como ya te he dicho, etc. Todo esto en el espacio de pocos renglones.
Otro reparo ofrece este pasaje; y es que habiéndole dicho el Cautivo a Agi Morato que pensaba embarcarse a otro día, no venía bien que le pidiese licencia para volver cuando fuese menester por hierbas a su jardín, y que Agi Morato se la concediera para cuantas veces quisiese volver por ellas.

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N-1,41,33. Las ediciones primitivas decían morrenago al anochecer. El texto se hallaba evidentemente viciado en las dos de Madrid del año de 1605; y, sin embargo, quedó lo mismo en la tercera, hecha en el de 1608 a vista del mismo Cervantes, que ya en este tiempo había vuelto a Madrid, y corrigió en ella otros defectos en que habían incurrido las primeras. En la de Londres de 1738 se quiso enmendarlo poniendo Morrenago (que así se llamaba el renegado); pero la verdadera enmienda es el renegado, que fue la adoptada por la Academia Española, o mi renegado, como leyó Pellicer.
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N-1,41,34. Bagarinos o bagarines, según Haedo (Topografíav, caps. Xl y XXI), eran los remeros que ganaban su vida a bogar de buenas boyas, que así llaman nuestros libros antiguos a los remeros libres asalariados, a diferencia de los forzados o galeotes. Gómez de Losada añade (lib. I, cap. XVI) que estos moros bagarines solían ser de las montañas de lo interior del país, de donde bajaban a la costa a ganar la vida. Bagarino es voz arábiga de bahar, mar, y bahari, cosa de mar, según don José Conde, quien de la misma raíz derivaba el verbo bogar. En algunas ediciones se leyó moros tagarinos que bogaban verosímilmente, porque, no comprendiéndose la significación de bagarinos, creyó que Cervantes hablaba de los tagarinos, de que hizo mención al principio del capítulo.
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N-1,41,35. Nazarenos, por este dictado de Jesús, nuestro Redentor.
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N-1,41,36. La propuesta del renegado era infame y mucho más haciéndose a una hija, y a una hija de quien se estaban recibiendo tan singulares beneficios. No parece fácil conciliar esta conducta con el Crucifijo y las lágrimas del renegado de que se habló en el capítulo anterior, sin hacer agravio al Evangelio. Bien pudiera haber omitido Cervantes este incidente, que no contribuye a conservar el interés que conviene a favor de la empresa en el ánimo de los lectores.
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N-1,41,37. Otro ejemplo del abuso de los pronombres relativos que, cual, quien, cuya repetición hace arrastrado el discurso, formando un ovillejo que no acaba. Lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, a quien yo dije que en ninguna cosa se había de hacer más de lo que Zoraida quisiese; la cual ya volvía cargada, etcétera.
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N-1,41,38. Caso semejante fue el que refiere el padre Sepúlveda, y se insinuó anteriormente, de una señora alemana que, cautivada en su niñez, fue después mujer del Rey o Sultana de Argel, y por medio de un religioso mercenario, que había sido esclavo suyo, escribió al Rey don Felipe I, manifestando sus deseos de venirse a España. Vuelto el religioso a Argel, salió la señora, con licencia de su marido, a un jardín o casa de recreo que tenía fuera de la ciudad hacia la marina. Entretanto llegó una barca que de orden del Rey envió el Marqués de Denia, Virrey de Valencia, y precediendo para el reconocimiento las señas concertadas, entró en ella la Sultana, llevando sus mejores joyas y veinte personas de su comitiva. Salieron muchos bajeles en su alcance, mas a pesar de ello aportó felizmente a Valencia, vino a la corte, y se volvió a vivir a Valencia. Sucedió el año 1595. Este acontecimiento tiene semejanza con el de Zoraida, y pudo excitar las ideas de Cervantes para darle entrada en su novela.
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N-1,41,39. Esta parte de la relación pudiera tacharse de poco verosímil. En la quinta de Agi Morato no podían faltar jardineros ni criados: +cómo no se alborotaron con las muchas, grandes y desaforadas voces que dio su amo gritando: íCristianos, cristianos! íLadrones, ladrones! , según se contó arriba? Y si se alborotaron, como fue preciso, +qué hicieron? +Cómo no estorbaron ni procuraron estorbar el pacífico embarque cual se describe de los prófugos, siquiera con sus gritos de alarma y repitiendo los de su amo? La razón que poco más adelante dio el renegado para llevarse en la barca e Agi Morato y a los bogadores moros, fue el temor de que si allí los dejaban, apellidarían luego la tierra y alborotarían la ciudad, y serían causa que saliesen a buscallos. Lo mismo había que temer de parte de los criados y dependientes del jardín que quedaban en tierra.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,41,40. Es muy posible que esta novela del Cautivo, a la que al fin del capítulo XXXVII se llama discurso verdadero, fuese en el fondo alguna aventura real y efectiva. En los sucesos públicos que contiene Cervantes se ajustó a la verdad de los hechos, como hemos visto anteriormente: lo mismo hizo en las indicaciones relativas a su persona; lo concerniente a la parte topográfica de la relación es exacto; las noticias y pinturas del carácter de Uchalí y de Azán Bajá, la existencia simultánea de los demás personajes moros que nombra, la residencia del mercader valenciano en Argel, las circunstancias que se refieren de Agi Morato, la de tener una hija sola, hermosa y solicitada para mujer de señores principales, son conformes a las memorias históricas de aquel tiempo. En la comedia de Los Baños de Argel se representó el suceso del Cautivo con alguna diferencia en los nombres, pero con las mismas particularidades y el mismo éxito, y concluye así:
No de la imaginación
este trato se sacó,
que la verdad lo fraguó
bien lejos de la ficción.
Dura en Argel este cuento
de amor y dulce memoria
y aun hoy se hallarán en él
la ventana y el jardín;
y aquí da este trato fin,
que no le tiene el de Argel.
Todas estas consideraciones juntas, y la inclinación que mostró frecuentemente Cervantes en sus obras a aludir a los sucesos propios o ajenos de su tiempo producen una vehemente sospecha de que así se verificó en la relación del Cautivo. Pero su desenlace no es cierto ni concuerda con otras noticias seguras. La inclinación secreta de Zara o Zoraida a los cautivos, pudo, con mucha verosimilitud, nacer de la parte que, según se refiere, tuvo en su educación la esclava cristiana. Pudo también tener conexión con esto la circunstancia de ser Zoraida (así lo cuenta Haedo, Epítome de los Reyes de Argel, cap. I), nieta de una renegada mallorquina, y las renegadas solían no serlo de corazón, como atestiguan el mismo Haedo y Gómez Losada; pero +cómo es posible que a ser cierta la fuga de Zoraida a España hubiera dejado de insinuarla Haedo, que acabó de escribir el año de 1596 el Epítome de los Reyes de Argel, donde habla de ella, añadiendo que su abuelo vivía en aquella ciudad muchos años después de salir Cervantes del cautiverio? Fuera de que si casó Zoraida, como es indudable, con Muley Maluch, Rey de Fez y Marruecos, y éste murió como es indudable también, el año de 1578, no pudo la misma Zoraida ser la heroína de los sucesos que Rui Pérez contaba como recientes el año 1589. Así que el fin y remate de la novela no está conforme con los hechos históricos; ni tampoco lo está el de la comedia de Los Baños de Argel, la cual, refiriendo la fuga de Zoraida, después de haber dicho que era esposa de Muley Maluch, supuso necesariamente que no llegó a efectuarse el casamiento. Del Príncipe Maluch se habló con mucho elogio en la misma comedia de Los Baños de Argel, diciéndose que sabía varias lenguas europeas, que tenía costumbres cultas, virtudes militares, y otras apreciables prendas y gracias. Conviene con esto el testimonio del cronista Antonio de Herrera, que copia Navarrete en la Vida de Cervantes. Después de recobrar Maluch el reino de Fez de que había sido despojado años antes, murió el 4 de agosto del año 1578 en la batalla de Alcazarquivir contra el Rey de Portugal don Sebastián, que había pasado al Africa a destronarle de nuevo, y restablecer a su competidor Hamete: batalla célebre, que pudo llamarse la batalla de los tres Reyes, por los tres que murieron en ella, a saber: el de Portugal, a mano de los moros después de preso; Muley Maluch, que, hallándose anteriormente enfermo expiró en su litera mientras desde ella dirigía la batalla, y Muley Hamete, que, viéndola perdida, se ahogó en el río Luco al pasarlo entre los fugitivos.
Cervantes pudo tejer su novela juntando en uno incidentes de distintas personas y de distintas ocasiones, a la manera que puede construirse un edificio con piedras labradas en diferentes épocas y por diferentes manos. Si esta miscelánea de sucesos envuelve más o menos disfrazada alguna historia verdadera, y si el héroe fue el alférez de la Compañía de Cervantes, u otra persona de su tiempo a cuya memoria quiso consagrarla es cuestión que, cubierta con las tinieblas del tiempo, se oculta ya a nuestras investigaciones.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,41,41. El mismo régimen conserva el texto algo más adelante, cuando refiere que Agi Morato, al oír que su hija era cristiana, se arrojó de cabeza en el mar. En el día no sonaría tan bien esta frase como si dijéramos arrojarse al mar o a la mar.
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N-1,41,42. Apellidar la tierra, expresión muy usada en lo antiguo; convocar en voz de guerra a los naturales de un país, del latino appellare. Mariana, refiriendo que los moros sitiaron a Baeza a principios del reinado de don Juan el I, dice (lib. XIX, cap. XVI): Apellidáronse los cristianos por todo aquella comarca... porque no se perdiese aquella plaza tan importante. De aquí se dio el nombre de apellido al acto de convocar la gente de guerra: Apellido quiere tanto decir como voz de llamamiento que facen los homes para ayuntarse et defender lo suyo cuando resciben daño o fuerza: así se lee en la Partida I, título XXVI, ley XXIV. El nombre de apellido se extendió también a los cuerpos convocados, como se ve por nuestras crónicas, donde se mencionan frecuentemente los apellidos de las ciudades.
En las ediciones anteriores se había puesto siempre: A causa que si allí los dejaban, apellidarían la tierraà y serían causa que saliesen a buscallos., y les tomasen la tierra y la mar, de manera que no pudiésemos escaparnos.A buscallosà y les tomasen era errata evidente por a buscarnosà y nos tomasen, como se ha enmendado en la edición presente.
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N-1,41,43. Llámase en el Mediterráneo tramontana al viento cierzo, porque allí sopla de tras los montes, esto es, desde el otro lado de los Alpes y del Apenino. En el Océano se le da el nombre de norte: ya se sabe que las divisiones de la rosa náutica tienen diferentes denominaciones en los dos mares. Este viento se oponía directamente a la derrota de Mallorca, y obligaba a los prófugos a tomar la de Orán, única que les quedaba para salvarse.--Estar la mar picada: empezar a levantarse las olas a impulso del viento.
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N-1,41,44. Este nombre en la acepción de género vendible se usa poco en singular, y comúnmente se dice mercancías. Lo mismo sucede con albricias, fijeras, alforjas, despabiladeras, aguaderas y otros. Los hay también (pero muy contados) que nunca se usan en singular, como trébedes, preces, maitines y laúdes.
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N-1,41,45. La significación del verbo presumir en este lugar no es la ordinaria de sospechar o conjeturar, sino la de confiar con anticipación: significación que es más conforme al origen latino, y más análoga a la de presunción presumido y presuntuoso, palabras que vienen del mismo origen, y que siempre se toman en mala parte. Galeota de mercancía: ahora diríamos galeota mercante.No nos perderíamos quiere decir no nos cautivarían; es acepción frecuente en los escritores castellanos de aquel tiempo, y usada ya en el capítulo XXIX, cuando se dijo que don Pedro de Aguilar fue uno de los que en el fuerte (de Túnez) se perdieron.El verbo cautivar presenta también la singularidad de que algunas veces es de estado o intransitivo y significa ser cautivado: así en la comedia de La Gran Sultana, decía la esclava Zaida a su ama (jornada II):
Cautivé yo por desgracia,
que ahora no te la cuento,
porque el tiempo no se gaste
sin pensar en mi remedio.
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N-1,41,46. Quiere decir que bogasen unos y descansasen otros.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,41,47. Viento largo o fresca, entre marinos es lo mismo que viento fuerte. El que comenzó aquí a soplar, excusaba la fatiga de la boga y proporcionaba el uso ventajoso de la vela, que antes iría calada; y esto, si no obligó, a lo menos persuadió a nuestros navegantes a izarla. En vez de izar decían hacer las ediciones precedentes.--Se añade que se dirigieron hacia Orán por no ser posible poder hacer otro viaje: pleonasmo fácil de evitarse con sólo borrar la palabra poder, como sin duda lo hubiera hecho Cervantes, si volviera a leer el pasaje después de escrito.--Ultimamente se dice que navegaron por más de ocho millas por hora; sería mejor a más de ocho millas por hora. Así es como se dice comúnmente.
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N-1,41,48. Paréceme que no está bien ideado el carácter de Agi Morato, o que debió ser distinta la parte que se le da en los sucesos. Al considerar la indulgencia con que había criado y trataba a su hija; la bondad con que recibió y habló en su jardín al Cautivo; las demostraciones de su terneza paternal, confirmadas con la expresión de que prefería la libertad de su hija a la suya propia; la acción de arrojarse desesperado al mar cuando supo que su hija le abandonaba de grado, y las palabras mezcladas de furor y de ternura que, según adelante se cuenta, le dirigía, desde la orilla al perderla de vista, no puede menos el lector de interesarse a favor suyo, y de irritarse al ver la propuesta de robarle y esclavizarlo que hizo el renegado, la grosera violencia con que dispuso se le condujese a la barca atadas las manos, las feroces amenazas con que le intimó el silencio o la muerte, y el modo áspero y despiadado con que le explicó el misterio de lo que en la barca veía. Todo produce una fuerte impresión contra los cristianos, y de rechazo contra la misma Zoraida, que perjudica al interés final de la acción. Fuera mejor que Agi Morato presentase un carácter odioso, o por lo menos que no despertase al verificarse la fuga de Zoraida con los cristianos.
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N-1,41,49. Después de alegre se echa de menos la palabra merecedora o digna. Sin haberte dado alguna nueva alegre, digna de solemnizarla, y mejor de solemnizarse. Me huele a italianismo.
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N-1,41,50. Don Prudencio de Sandoval, Obispo de Pamplona, en su Historia de Carlos V, cuenta (libro XIV, párrafo 18) que estando el Emperador en Granada el año de 1526, se mandó, entre otras cosas, a los moriscos que las marlotas que solían traer en lugar de sayas, y las almalafas de lienzo que traían en lugar de mantos, las dejasen y deshiciesen, y que todas las moriscas y moriscos se vistiesen como los cristianos. La almalafa era un sobretodo, común a ambos sexos, según se ve por este pasaje y otro del capítulo anterior, donde se dice que lo llevaba Zoraida.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,41,51. El cabo que indica el texto será el Albatel o el Caxines, los cuales forman en su intermedio un golfo que todavía se llama de la Mala mujer.Que el nombre de rumio o romana equivalía desde tiempos muy antiguos entre los pueblos remotos del Oriente al de cristiana lo prueban los monumentos de la historia del siglo XI, en el cual los armenios daban el nombre de Romanía o Romelia, aplicado a los dominios europeos de los Emperadores de Constantinopla. Mas por lo que toca al cabo de la Caba rumia, dice Luis del Mármol, en su Descripción del Africa (lib. V, cap. XLII), que llamarle así es vulgaridad de los cristianos, que poco instruidos de las cosas de los moros dan este nombre a 16 que ellos llaman Cobor rumía o sepulcro romano, y se reduce a unas ruinas antiquísimas a levante de Sargel, junto a la punta de una sierra que entra en la mar, y los marineros llaman Campana de Tenez.
La Caba, por quien se dice que se perdió España, y a quien también suele darse el nombre de Florinda (equivalente al de Zoraida), fue hija o mujer del Conde don Julián, aquel que según se cree vulgarmente trajo a España los moros que la conquistaron capitaneados por Tarec y Muza, a principios del siglo VII. Se cuenta que el Conde lo hizo por vengar la fuerza que el Rey don Rodrigo hizo a aquella señora, la cual, si el caso fue cierto, más bien mereció el nombre de desgraciada que el de mala que le dio injustamente la posteridad.
Un romance viejo, donde se dice que de la pérdida de España fueron causa, a saber, don Rodrigo y Florinda, concluye así:
Si dicen quién de los dos
la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres la Caba,
y las mujeres Rodrigo.
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N-1,41,52. Don Diego de Mendoza, en la Historia de la guerra de Granada (lib. II, cap. VI), muestra desaprobar la admisión de esta voz italiana en nuestra lengua. Lo que agora, dice, llamamos centinela, amigos de vocablos extranjeros llamaron nuestros españoles en la noche escucha, en el día atalaya, nombres harto más propios para su oficio. Con efecto, los nombres antiguos correspondían con más especificación a la idea que representaban; las atalayas que ponen de día et las escuchas de noche, dice la Partida I hablando de la guarda de los castillos; y en otro lugar (tit. XVII, ley IX, y tit. XXVI, ley X): Los que facen las atalayas por vista, eso han ellos (los escuchas) de facer por oída. Pero el mal no estuvo en admitir el vocablo nuevo, enriqueciendo la lengua, sino en abandonar los antiguos, empobreciéndola; porque centinela no es sinónimo de escucha ni de atalaya: es más general y abraza las significaciones de ambos. Y no sólo indica la persona, sino que significa también la guardia o la acción de hacerla, como sucede en los dos capítulos siguientes, XLI y XLII, donde Don Quijote hace la centinela del castillo. En ambos casos de significar la persona y la acción, se usó en los principios la palabra centinela como femenino. Todavía se conformó con esta práctica don Antonio de Solís, cuando en el libro IV de la Conquista de Nueva España refirió que los batidores de Cortés volvieron con una centinela de Narváez que cayó en sus manos (cap. X); para nosotros centinela es femenino cuando significa la acción, y masculino cuando significa la persona. Tales son las alternativas del uso.
Otro nombre antiguo comprendido en el oficio general del centinela moderno, era vela, que significa tanto la guardia, como el que la hace; pero limitada a las fortalezas y a la noche, según lo indica el origen de la voz. En uno y otro sentido es común el uso de la palabra vela en nuestras crónicas y libros antiguos, y aun en el QUIJOTE se habló de la vela de las armas en el capítulo II. Juan de Mena dijo en la copla 13:
Por seguir la mi carrera,
aun no mucho seguro,
me fingí ser quien no era,
fablando por tal manera,
como vela sobre muro.
Velar era al parecer dar la voz de alerta, como se deduce de Diego de San Pedro, quien describiendo la cárcel o castillo de amor, dice: ola dos velas, que nunca un solo punto dejaban de velar.
La persona que velaba solía llamarse Velador, el que guarda o el que está despierto. Con ambas significaciones de velar se juega en aquel cantarcillo que en otros tiempos fue muy común:
Velador que al castillo velas.
vélalo bien y mira por ti,
que velando en él me perdí.
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N-1,41,53. La diversidad de régimen de los verbos bastar y sufrir hace defectuoso el lenguaje. Está mal no le bastaba el ánimo ver a su padre; y lo está también poder sufrir para ver a su padre. Siendo esto así, hubiera convenido, o emplear verbos de un mismo régimen, o dividir las frases, diciendo: porque no le bastaba el ánimo para ver atado a su padre, ni lo podían sufrir sus blandas entrañas.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,41,54. Correr peligro suele significar otra cosa distinta de lo que aquí significa: cuando se usa impersonalmente, equivale a ser fácil o posible: cuando lo rige persona o sujeto, equivale a tener o padecer peligro; y así al entrar en la aventura de los ejércitos convertidos en carneros (parte I, cap. XVII), contando con los caballos que quedarían sin dueño después de la batalla, decía Don Quijote a Sancho: corre peligro Rocinante no le trueque por otro. En el presente pasaje no significa ni lo uno ni lo otro, sino ser peligroso o causar peligro, tener inconveniente. De todos modos, fuera preferible haber puesto traían en vez de corría, porque así hubiera quedado más claro el concepto.
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N-1,41,55. Volvió, esto es, cambió el viento, que poco antes les era contrario, y los había obligado arribar a la costa. Falta el verbo de mar, que hubo de omitir el impresor, o leyó mal donde e original diría: volvió el viento y se tranquilizó el mar.
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N-1,41,56. Llamar los mahometanos perros a los cristianos por vilipendio, es muy antiguo, y se encuentra ya ejemplo de ello en una carta del Califa Aaron Raschid al Emperador griego Nicéforo, en los primeros siglos de la Egira. Gonzalo de Berceo, refiriendo lo que padecía un cristiano cautivo en Medinaceli, dice así (Vida de Santo Domingo, copia 648):
Dábanle a las veces feridas con azotes,
lo que más le pesaba, udiendo malos motes,
ca clamábanlos canes, hereges et arlotes.
En uno de nuestros más antiguos romances, un moro a vista de Valencia, conquistada por el Cid, exclamaba:
íOh, Valencia! íOh, Valencia!
de mal fuego seas quemada:
primero fuiste de moros
que de cristianos ganada.
Si la lanza no me miente,
a moros serás tornada,
a aquel perro de aquel Cid
prenderlo he por la barba.
(Canción de Amberes de 1555.)
El P. Haedo en sus diálogos sobre las cosas de Argel cuenta varias veces que los moros modernos lanzaban continuamente el mismo dicterio contra los cautivos. No son en esto muy consecuentes los musulmanes, puesto que usan de tanta consideración con los perros, que no permiten matarlos y tienen hospitales para ellos, no teniéndolos para las personas.
Poco antes, en este mismo capítulo, Agi Morato había llamado también canes a los turcos. Solía aplicarse igual calificación a los judíos, como se ve en Gonzalo de Berceo, que en los Milagros de Nuestra Señora (copla 362), hablando de un judío, dice:
Avíe dentro en casa esti can traidor
un forno grand e fiero que facie grand pavor.
Entre los antiguos solía usarse también la palabra can por ultraje, y así se ve en la comedia de Terencio El Eunuco (acto IV, escena 7).
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N-1,41,57. Ahora se dice pudimos, y así es más conforme a la raíz pude, de donde se forma.
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N-1,41,58. El nombre de ribera se aplica con propiedad a los labios u orillas del cauce por donde corre el agua, y conviene a los ríos, como indica la raíz latina rivus, que lo es de ambas voces, río y ribera. Las orillas del mar se llaman costas.
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N-1,41,59. Más bien nuestra desventura, porque ventura (palabra latina que significa lo mismo que porvenir) se toma, cuando va sola, en buena parte, y de aquí venturoso, que equivale a dichoso o afortunado.
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N-1,41,60. Llevar el timón a orza es llevarlo torcido en disposición de orzar o torcer la proa, desviándose de la dirección del viento. Cervantes, como había navegado tanto, usaba con frecuencia y con propiedad de las voces náuticas de su tiempo, muchas de las cuales se conservan todavía.--Bajel redondo es el que lleva vela cuadrada a diferencia del que la lleva triangular o latina.--Frenillar los remos es atar sus mangos dentro del buque, quedando levantadas las palas por de fuera; y así se hace mientras no se boga.
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N-1,41,61. Las direcciones de la barca y del bajel, navegando aquélla viento en popa y éste a orza, formaban un ángulo en cuya punta iban a encontrarse ambos buques. Para estorbarlo los de la barca amainaron para llegar más tarde y con menos ímpetu, y los del bajel hicieron fuerza de timón para disminuir el ángulo, y dar lugar a que la barca pasase por su costado sin embestirle.
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N-1,41,62. No es lo mismo ponerse al bordo que ponerse a bordo, como se lee en las ediciones anteriores. Lo segundo es embarcarse, y lo primero arrimarse al costado del bajel, que es lo que pide el contexto: el artículo es quien produce la diferencia.
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N-1,41,63. Se dice que ambas piezas de artillería venían con cadenas, porque con una cortaron el árbol por medio. La verdad es que las piezas de artillería podían enviar, pero no venir ni con cadenas ni sin ellas. Pudo acaso ponerse, y ambos tiros venían con cadenas, y aun así no está bien del todo, porque cortar con un tiro el árbol no era prueba de que ambos venían con cadenas.
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N-1,41,64. Antiguamente se daba fuego a los arcabuces con mecha o cuerda encendida que llevaba el arcabucero. Usábase de este medio, porque se tenía por más cierto que el del pedernal, según dice Covarrubias en el artículo Mecha.--Junto al nuestro: mejor, junto a la nuestra, tanto porque está más inmediata barca que esqujfe, como porque siempre se ha llamado hasta aquí barca la de los cristianos prófugos.
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N-1,41,65. En brevísimo espacio se repite tres veces el verbo daba. Quedaría más descargado y mejor el lenguaje diciendo: pero no me causaba a mí tanta pesadumbre la que a Zoraida daban, como el temor de que habían de pasar, etc.
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N-1,41,66. Pues qué, +los bretones no eran franceses?, +o tenían algún privilegio particular los de aquella provincia?--Las palabras que eran, son absolutamente inútiles, o nombre significa lo mismo que pretexto.
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N-1,41,67. Este pasaje está con variedad en las ediciones primitivas de 1605 y en la de 1608 hecha por Cervantes: en la presente se ha corregido con arreglo a todas ellas.
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N-1,41,68. Se evitara el vicio que envuelve la acumulación de las palabras tanta y tan, y la mala configuración del período que es consiguiente a este desaliño y falta de lima, sólo con cambiar un monosílabo: nos dimos tanta priesa a bogar, y al poner del sol estábamos tan cerca, que bien pudiéramos, a nuestro parecer, llegar antes que fuera muy de noche. Otra repetición, o por mejor decir, cuadruplicación viciosa del verbo parecer contiene el mismo pasaje: bien pudiéramos, a nuestro parecer llegar antes...; pero por no parecer en aquella noche la luna... no nos pareció cosa segura embestir en tierra, como a muchos de nosotros les parecía.
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N-1,41,69. Nótese el uso del verbo asegurar en el sentido de aquietar, acallar. Algo más adelante, el Capitán Cautivo, después de referir que ya había desembarcado con sus demás compañeros, allí estábamos, dice, y aun no podíamos asegurar el pecho, ni acabábamos de creer que era tierra de cristianos la que nos sostenía.
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N-1,41,70. Después de llamar a la montaña disformísima, desentona el discurso decir que era alta. La palabra disformísima, que por su origen dice más relación a la figura que al tamaño, en lenguaje familiar equivale a grandísima, y hubiera podido omitirse sin inconveniente.
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N-1,41,71. El contento puede ser grande o pequeño, pero no alegre o triste: lo primero sería pleonasmo, lo segundo absurdo.--Las dos primeras ediciones decían muy alegrísimo contento. Cervantes suprimió la partícula muy en la edición de 1608.
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N-1,41,72. Hubiera sido mejor omitir las palabras en nuestro viaje. De este modo se manifestaba claramente que el incomparable bien concedido era el de la libertad, el cual, con efecto, había sido el resultado total de la empresa; dichas palabras ciñen el sentido a lo ocurrido en el viaje, que no había sido todo favorable.
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N-1,41,73. El contexto pedía que se dijese, a nuestro parecer, y así probablemente el original, porque no se hablaba de uno sólo, sino de muchos. Y aun fuera mejor haber suprimido lo de parecer, y decir absolutamente: amaneció más tarde de lo que quisiéramos.
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N-1,41,74. En ley de buen lenguaje debiera haberse omitido el artículo. La naturaleza de éste es preceder al nombre, y aquí no lo es realmente tierra, sino una agregación al adverbio adentro, con quien forma una especie de adverbio compuesto; combinación que es frecuente en los adverbios de lugar, y así puede decirse nadar agua arriba, ir río abajo, meterse tierra o mar adentro.
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N-1,41,75. De la frecuencia de los rebatos y sorpresas de los moros en nuestras costas del Mediterráneo durante largos tiempos, nació la expresión proverbial de alarma, haber o andar moros en la costa, para denotar la presencia de algún peligro y excitar a la vigilancia.
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N-1,41,76. Gileco parece ser la misma voz que chaleco, si bien éste no lleva faldas ni mangas como las casacas. La palabra casaca no parece tampoco castellana; vendría del país donde hubo primero lo que significa. Covarrubias define la casaca: un género de ropilla abierta por los lados. Esto se acerca más a lo que se llamó en otro tiempo capotillo de haldas, traje que aun se usaba poco ha en algunas partes de la Mancha y Andalucía.
A lo que Cervantes dio el nombre de gileco, llamó Lope de Vega xaleco en la comedia de Los Cautivos de Argel, y el P. Haedo jalaca o jaleco: si hace frío, dice (Topogr., capítulo XXVI), visten los moros un jubón de paño de algún color, cuyas mangas no llegan más que a los codos, a que llaman jalacos. Y en otro lugar (Ib., cap. XXXII), refiere que en tiempo de frío, las moras, debajo del sayo, visten algún jaleco de paño, que es casi como jubón. Según esto, era traje morisco el gileco; pero como le usaban también los cautivos, no alarmaba tanto como el de turco, que llevaba el renegado.
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N-1,41,77. Esta clase de soldados se llamaban en lo antiguo atajadores, porque conocían y frecuentaban los atajos y compendios de las tierras y montañas; milicia y profesión que hacía necesaria en las fronteras el estado perpetuo de guerra contra los moros antes de su expulsión de la península, y después de ésta el temor de las sorpresas y robos de los corsarios berberiscos en las costas. Había atajadores de a pie y de a caballo; y por la huella, por su dirección, por el olor de la cuerda y por otras señales conocían si andaban enemigos, si eran en mucho o poco número, si habían entrado o salido, etc. De esta clase de milicias se hace mención en nuestras crónicas, y aun en la Guerra de los moriscos de Granada, escrita por don Diego de Mendoza. En los últimos tiempos, los de a caballo se llamaban jinetes de la costa, y sus armas eran lanza y adarga, según refiere Covarrubias en su Tesoro. También había de trecho en trecho en nuestras costas del Mediterráneo atalayas o torres ciegas a que se subía por una escala de cuerda, que luego se retiraba desde arriba, y solían estar guarnecidas con pedreros. Desde ellas se comunicaban los avisos y se extendía rápidamente la alarma por medio de ahumadas durante el día y de almenaras por la noche. Estos medios de precaución han durado hasta nuestro tiempo, en que los ha hecho inútiles la paz ajustada con las regencias de Berbería.
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N-1,41,78. Por consiguiente, el desembarco de los cristianos, si fue a levante de Vélez, se hizo en las inmediaciones del castillo de Torrox o de la Torre de Layas, según notó la Academia Española: así como sería hacia Iznate, si se verificó a la parte del poniente.
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N-1,41,79. El natural se refiere a la parte moral, no a la intelectual: es lo que de ordinario se llama carácter o índole y de la índole no se dice que sea fácil y clara; estas calidades son del entendimiento. Cervantes quiso decir que Zoraida comprendía con facilidad y claridad las cosas, lo que ya se había expresado con decir que tenían buen entendimiento y pudo omitirse lo restante.--Los mahometanos son iconoclastas, y profesan grandísima aversión a las imágenes de todas clases, que su Alcorán, conforme en esto con la ley de Moisés, proscribe enteramente. Por esto debía de ser mayor la dificultad de instruir a Zoraida en la doctrina de la iglesia tocante a las imágenes.
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N-1,41,80. Bajo tres aspectos se puede considerar la relación del Capitán cautivo Rui Pérez de Viedma: como episodio, como historia y como novela.

[42]Capítulo XLI. Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse
VUELTA AL TEXTO

















N-1,42,1. Don Gregorio Garcés, en su libro Fundamento del vigor de la lengua castellana (parte I, cap. IV, art. V), llevado de un respeto excesivo al texto, cual lo encontró impreso, de nuestro Cervantes, quiso formar regla de estas palabras lo más que sucedió en la venta, que en mi juicio son mero yerro de imprenta, y se pusieron en lugar de lo demás que sucedió en la venta.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,42,2. VUELTA AL TEXTO

















N-1,42,3. En ciertos nombres femeninos que empiezan con a, tiene establecido el uso que no los preceda el artículo la, que les corresponde por su género, sino el masculino el, para evitar de esta suerte el mal sonido que resulta de la concurrencia de las dos aes. Así se dice el agua, el alma, y no la alma, la agua. Cervantes hizo aquí lo mismo con la voz autoridad, anteponiéndole el artículo masculino; pero el uso no lo ha confirmado en esta palabra ni en otras semejantes de igual clase, que se encuentran usadas del mismo modo en los escritores de aquel siglo. Alguna vez se encuentra también el espada, como sucede en la crónica de don Florisel de Niquea.
Cómodo es lo mismo que comodidad. Se empleó ya esta voz en el capítulo Xl, cuando Sancho pedía a su amo que convirtiese la honra de sentarse con él a la mesa en otras cosas de más cómodo y provecho. También usó Don Quijote de la palabra incómodo por incomodidad al despedirse del ventero en el capítulo XVI, diciéndole que a los caballeros andantes se debía de fuero y derecho la posada y alojamiento, en pago de lo que trabajaban, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incómodos de la tierra.
Cómodo e incómodo por comodidad e incomodidad son dos de las palabras que el autor del Diálogo de las lenguas deseaba que pasasen del idioma toscano al nuestro (pág. 127).
Cervantes dijo también descomodidades por incomodidades en el libro I de los Trabajos de Pérsiles (cap. XIX); pero ninguno de los tres vocablos ha sido sancionado por el uso general que es el juez absoluto y sin apelación en estas materias.
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N-1,42,4. En el capítulo XXXVI se cantó la entrada del Cautivo con Zoraida en la venta, y el recibo que se les hizo, expresándose que ya en esto llegaba la noche. En seguida cenaron todos juntos, como allí se refiere; y durante la cena, Don Quijote pronunció su discurso de la preferencia de las armas sobre las letras. Luego cantó el Cautivo su larga historia; después viene el Oidor, y se dice que llega al cerrar la noche. Esta observación, que pone tan de manifiesto la distracción y el descuido con que se escribía el QUIJOTE, se hizo ya por don Vicente de los Ríos en el número 321 de su Análisis.
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N-1,42,5. Hubiera sido preferible poner y en lugar de a quien. En el texto, como está, no parece sino que la respuesta se dirigió a la posada. Es verdad que la sentencia o sentido de la oración manifiesta que se dirigía a los hombres de a caballo que llegaban con el coche a la venta; pero no es al sentido a quien toca explicar las palabras, sino al contrario, las palabras son las que deben explicar el sentido.
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N-1,42,6. La ropa luenga y las mangas arrocadas, esto es, la vestidura talar abierta por delante, y las mangas con bolillos por abajo, y guarnición ancha a manera de rocadero por arriba, forman la toga o garnacha con que entonces caminaban, según se ve, por este lugar, los Oidores:
Heu quantum h祣 Niobe, Niobe distabat ab illa!
La garnacha, según el Tesoro, de Covarrubias (artículo Garnacha), era vestidura antigua de personas muy graves con vuelta a las espaldas, y una manga con rocadero. Felipe I, dice, ordenó que todos los de sus Consejos, así el Supremo como los demás, y los Oidores de las chancillerías y Fiscales trujesen estas ropas dichas garnachas, porque anduviesen diferenciados de los demás; cosa muy acertada y con que cesaron mil inconvenientes.
A la gravedad no interrumpida del traje, que según Covarrubias precavía muchos inconvenientes, ha sucedido un sistema de libertad y holgura en los trajes de camino, que sin producir (que se sepa) grandes perjuicios, precave sin duda muchas incomodidades. En el día fuera ridículo el encontrar por esos caminos y ventas un hombre con garnacha.
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N-1,42,7. Adalid, voz de origen árabe, significaba en lo antiguo cierta clase de oficiales militares, cuyas calidades y funciones se describen muy por menor en la segunda Partida (título XXI) del Rey don Alonso el Sabio. Allí se dice que adalid vale tanto como gujador. De varios sucesos notables de nuestros adalides se hace mención en las crónicas castellanas, desde la general al referirse la conquista de Córdoba en tiempos de San Fernando; y todavía suena este nombre en la historia de la guerra de los moriscos de Granada durante el reinado de Felipe I, que escribió don Diego Hurtado de Mendoza.
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N-1,42,8. Ponderación que parece ajena del carácter obsequioso, pero sincero y nada fanfarrón de Don Quijote, el cual en semejantes ocasiones solía mostrarse siempre comedido y juicioso. Nuestro paladín, continuando en el mismo hueco y encumbrado estilo, entre y vuestra merced, dice, en este paraíso, que aquí hallará estrellas y soles que acompañen el cielo que vuestra merced trae consigo. Por donde se ve que no se hablaba en el presente pasaje del paraíso de Adán, sino de los bienaventurados o del cielo; supuesto lo cual, hubiera convenido no poner cielo, como se pone en la continuación de la metáfora, sino lucero, o cosa semejante.
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N-1,42,9. Bienllegada, palabra nueva que inventó y creó aquí Cervantes por analogía con bienvenida, que es la que comúnmente se usa para este caso.
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N-1,42,10. Postura no significa en este lugar la actitud del cuerpo, sino la traza y arreos de nuestro hidalgo, y pudiera sospecharse que es error de imprenta por apostura, palabra que ya entre nuestros primitivos escritores significaba el conjunto de la persona, su traje y adornos, y lo mismo en varios lugares del QUIJOTE donde se encuentra. Tómase en buena parte, y así de Cardenio se dijo en el capítulo XXII que era un mancebo de gentil talle y apostura, y en el XXXVI se dijo del Cautivo que daba muestras en su apostura de ser persona de calidad. Del mismo modo en el capítulo XVI se figuraba Don Quijote que la hija del ventero era la más apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se podía hallar.
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N-1,42,11. +Quién tanteó? No se expresa. Convendría haber usado del verbo en forma impersonal, equivalente a la pasiva de los latinos, diciendo y tanteádose.
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N-1,42,12. Dicho así parece frialdad. Si se hubiera puesto siquiera, se ordenó lo que ya estaba ordenado, el énfasis que la partícula ya comunica a la frase indicaría que habiéndose deliberado de nuevo, se confirmó y volvió a disponer lo mismo que ya anteriormente estaba dispuesto, a saber: que todas las mujeres se acomodasen en el camaranchón, y que los hombres se quedasen fuera.
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N-1,42,13. Estuviera mejor la gramática expresándose el régimen que corresponde al relativo: el Cautivo, al que o a quien desde el punto que vio al Oidor le dio saltos el corazón y ocurrieron barruntos de que aquel era su hermanoàà se acabó de confirmar en que, etc.
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N-1,42,14. Siempre se había leído alborotado y contento. Pellicer leyó alborozado, que realmente es el adjetivo oportuno y acomodado al intento. Así lo escribiría Cervantes en el original.
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N-1,42,15. El lector de oído delicado advertirá sin duda la novedad con que está usada en esta expresión la palabra compuesta dármele. En castellano es muy común unir en esta forma dos pronombres de los llamados personales con los verbos de acción, y en tal caso se llaman enclíticos. Se dice enseñármelo, leértele, oírselo; pero siempre el último de los dos pronombres expresa el término de la acción del verbo, y así pudiera también decirse sin variar el sentido enseñármelo, leértelo, oírselo. No sucede así en el dármele del texto, en cuyo lugar no podría sustituirse dármelo; y esta es la razón de la disonancia que presenta el texto, y que no presentaría si se leyese: yo querría no de improviso, sino por rodeos darme a conocer de él. Excuso más explicaciones, porque nada bastará a quien la anterior no baste.
Las diferencias en el modo de combinarse los pronombres personales con los verbos, cuando los siguen o los preceden, cuando son de acción o de estado, cuando pertenecen al infinitivo o a los otros modos, forman un asunto nuevo, no tratado hasta ahora, y que daría nuevas pruebas de lo mucho que falta todavía que observar y adelantar en nuestra gramática.
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N-1,42,16. Poco ha se observó la distracción con que Cervantes, después de haber referido que cenaron todos juntos, con otros sucesos que exigían muchas horas, dijo que en esto llegaba ya la noche, y que al cerrar de ella llegó el Oidor con su comitiva a la venta. A este error fue consiguiente el de volver a hablarse de la cena, expresando que estaba pronta, y que todos se sentaron a la mesa a excepción del Cautivo y demás personas que convenía permaneciesen ocultas por entonces. Fue continuación de la misma inadvertencia.
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N-1,42,17. El uso ha sido sumamente vario y caprichoso en asignar el género de los nombres. Nos disuena que hablándose de hombres se diga una camarada; y no nos disuena que hablándose de los mismos se diga una persona. Nuestros antiguos fueron en esta parte más consiguientes; habiendo establecido que los nombres acabados en a se usasen como femenino, dijeron y escribieron una camarada, una guarda, una espía, una centinela, como se ha observado en algunos lugares de estas notas. Ahora se atiende más al significado que a la terminación y entonces sucedía al contrario. Y ciñéndonos a la voz camarada, se usó como femenina en El Pícaro Guzmán de Alfarache (parte I, lib. I, cap. II), y en El Escudero Marcos de Obregón (relación I, descanso 21). En la comedia de Lope de Vega El Amete de Toledo, dice don Cristóbal a don Juan, hablándole de Beltrán, en el acto I:
Por mi vida que me agrada
la camarada, sobrino;
no habréis sentido el camino
con tan buena camarada.
Virués, al fin del segundo canto del Monserrate, pinta a Garín huyendo del diablo, que disfrazado de ermitaño le había inducido al estupro y al asesinato, y dice:
Vuela el sol, vuela el monje, el uno al curso
de su veloz carrera acostumbrada,
el otro a procurar mejor recurso
que el de su inicua y falsa camarada.
Pronto empezó camarada a usarse como masculino, pues Luis Vélez de Guevara, en su Diablo Cojuelo, impreso por primera vez en 1641, dijo en el Tranco VI: subiéndose los dos camaradas la cuesta arriba, etc.
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N-1,42,18. Recuerda esta expresión el título de la Colección de refranes, del Marqués de Santillana, escritor castellano del siglo XV, que dice así: Iñigo López de Mendoza a ruego del Rey Don Juan, ordenó estos refranes que dicen las viejas tras el hurgo. Publicóla don Gregorio Mayans.
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N-1,42,19. Fuera más propio ir a la guerra, porque venir indica el sitio donde se habla, que en la ocasión presente era la venta.
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N-1,42,20. Maestre o Maese de campo parece traducción de Campidoctor, nombre de oficial militar superior, que se encuentra entre los romanos en la declinación del imperio. La legión romana se dividía en cohortes, las cohortes en centurias, las centurias en manípulos, los manípulos en contubernios, como ahora las brigadas en regimientos, los regimientos en batallones, los batallones en compañías y las compañías en escuadras. El Maese de campo mandaba un tercio, que entre nosotros era un cuerpo de infantería parecido a la legión romana, en la cual mandaba un legado, como el tribuno o campidoctor en la cohorte; según lo cual el Maese de campo era oficio de mayor autoridad que el de campidoctor: éste equivalía a lo que ahora se llama coronel. Así lo dijo también el Padre Mariana en el libro II de la Historia de España (cap. I).
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N-1,42,21. Redundancia, porque la brevedad no puede ser larga.
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N-1,42,22. Juega oportunamente Cervantes en este lugar con la palabra oidor, el que oye o escucha, que es también el nombre que se da a los jueces de las audiencias o tribunales superiores de las provincias. No ha faltado quien censure este pasaje como juguete insulso y pueril entre otros de igual clase que se encuentran en el QUIJOTE: tengo la censura por injusta, porque así como el abuso de estos adornos del estilo lo hace vicioso, su uso moderado y sobrio le da brillo y hermosura, como sucede en el presente lugar.
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N-1,42,23. La ignorancia que afectaba el Cura de los sucesos del Cautivo y la hermosa mora, posteriores al encuentro de los piratas, no llevaba camino; porque +quién le había contado los anteriores? Ni +cómo pudo saber que los franceses despojaron al Cautivo y a Zoraida, y la pobreza y necesidad en que habían quedado? Pero esta consideración importaba poco para el intento del Cura, que era explorar de cualquier modo el ánimo del Oidor, disponerle para recibir la noticia de la libertad de su hermano, y proporcionar el desenlace de la novela. Pudiera haberle ocurrido el reparo al Oidor; pero el estado de agitación en que se hallaba no daba lugar a reflexiones, y nunca fuera grande el inconveniente.
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N-1,42,24. No concuerda con lo que se refirió el principio de la relación del Cautivo, donde se dijo que de los tres hermanos, el segundo escogió el irse a las Indias, y el menor seguir las letras e irse a acabar sus estudios a Salamanca. Por la cuenta que aquí hace el Oidor, resulta que el segundo se fue a Salamanca, y el tercero a las Indias.
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N-1,42,25. Expresión incorrecta que pudiera rectificarse de varios modos. Lo más sencillo sería suprimir las palabras superfluas, dejar solamente: lo que yo ahora me temo es si aquellos franceses le habrán muerto por encubrir su hurto. En el Oidor no era propio ni cabía decir que temía que los franceses hubiesen dado libertad a su hermano, ni que temía pensar esto o lo otro: lo que quiso decir fue que le afligía la duda entre si le habrían muerto o dado libertad.
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N-1,42,26. Pellicer sospechó y con razón, que después de será faltaba la palabra causa, ocasión u otra semejante. A no ser que el original dijese hará en lugar de será, en cuyo caso el error sería meramente tipográfico, y quedaba llano y corriente el discurso.
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N-1,42,27. Palabras oscuras que contienen, al parecer, una idea falsa, porque a ninguno de los presentes causaba sentimiento la lástima que mostraba el Oidor, ni el cuidado que le daba la dudosa suerte de Zoraida y su amante: lejos de ello, les producía placer y contento.
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N-1,42,28. Hace largo tiempo que Don Quijote había desaparecido de la escena, y aquí sale sin ocasión y como traído por los cabellos. A la cuenta le remordía la conciencia a Cervantes, y trataba de buscar excusas de la reconvención que merecía tanto olvido de las cosas de su héroe, oscurecidas por las numerosas aventuras de la venta. Por lo demás, la relación que precede de los afectos que excitaron en el Oidor las noticias del Cura, y de la presentación y reconocimiento de su hermano, es, a excepción de las ligeras faltas que se han notado, un modelo de lenguaje, de verdad y de ternura.
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N-1,42,29. No habiendo estado antes en aquella ciudad, no pudo decirse con exactitud que volvían; y hubiera sido preferible poner: concertaron que el Capitán y Zoraida, dejando el camino que llevaban, se fuesen con su hermano a Sevilla.
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N-1,42,30. Debieran ser las dos terceras partes de la noche, porque a ser cuartas, más bien se hubiera dicho que era la mitad.----La palabra jornada viene de la italiana giorno, día, y no se emplea con mucha propiedad hablándose de la noche.
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N-1,42,31. Ocurrencia festivísima nacida de la esencia del argumento, y ocasión de nuevos y graciosos incidentes. Por medio de ella trató Cervantes de dar alguna especie de conexión a los sucesos de la venta con el héroe de su fábula; y es menester confesar que si este arbitrio no alcanza enteramente a excusar el cargo, a lo menos es tan ingenioso, tan oportuno y tan apropiado al carácter e ideas caballerescas de Don Quijote, que no puede menos de producir la indulgencia de los lectores, y de embotar los filos de la crítica.
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N-1,42,32. Cuando se dice de uno, como se dice aquí de Sancho, que se acomodó mejor que todos, no hay que añadir que éél solo; porque a no serlo, otros se hubieran acomodado tan bien como él.
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N-1,42,33. De ningún otro paraje de la fábula se deduce que la venta tuviese patio; no se encuentra rastro de ello en la descripción de los sucesos de Don Quijote la primera vez que estuvo en la venta, ni en la relación de la vela y guarda de la misma, que se contiene en el capítulo siguiente, XLII; y aun se indicó que no había patio en lo del manteamiento de Sancho, cuando los manteadores, por ser el techo algo más bajo de lo que convenía para aquella labor, determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo. Mas obvio y natural era salir al patio si lo hubiera y más a la mano estaría del portal, que fue donde se concibió y resolvió el negocio de las cabriolas de Sancho.

[43]Capítulo XLII. Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas , con otros estraños acaecimientos en la venta sucedidos
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N-1,43,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,2. Palinuro fue el piloto mayor de la flota de Eneas. Esta especie de pedantería en el romance era propia de un mozuelo que estudiaba a Virgilio, y acomodaba sus estudios a sus amores. Con efecto, se cuenta después que don Luis tenía quince años de edad, que andaba al estudio, y que todo lo que cantaba lo sacaba de su cabeza. Origen semejante han tenido las innumerables seguidillas y coplas que hay en nuestra poesía vulgar, compuestas por estudiantes, y sacadas del Arte llamado de Lebrija, que hasta poco ha era el común de las escuelas.
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N-1,43,3. Esto es, con cuidado real y descuido afectado, al descuido con cuidado, según suele decirse.No deja de ofrecer alguna singularidad el uso de confuso y descuido como asonantes. La asonancia es un privilegio de la poesía castellana que goza de él hace siglos, y se puede casi asegurar que desde sus principios. La esencia de la asonancia consiste en que suenen de un modo uniforme las terminaciones de dos palabras, siendo iguales en una y otra las vocales, desde la que lleva el acento hasta el fin, sin que lo sean las consonantes que entran en las mismas sílabas: así son asonantes pan y paz, cesta y pena, íntimo y líquido. Pero la esfera del asonante se extiende mucho más, porque suelen sustituirse, sin disonar, ciertas vocales por otras, como sucede en Venus y menos, Paris y males, Adonis y montes, brindis y triste, hacen y fácil, difícil y dicen. Otras veces se pone en lugar de la vocal un diptongo sin ofensa de la asonancia, como en gracia y alma, musa y espuria; a esta clase pertenecen el confusa y descuido del texto, como también cuitas y burlas en aquel pasaje del Laberinto del amor, comedia del mismo Cervantes (jornada II):
Esta noche, y no durmiendo,
porque entré sueño y mis cuitas
nunca el reposo hizo treguas
ni de veras ni de burlas...
En ambos ejemplos la primera vocal es la sustituida por el diptongo: al revés sucede en el romance de Quevedo al padre Adán, donde el diptongo sustituye a la segunda:
Hoy en durmiendo un maridohalla a su lado otro Adán:
un higo sólo os vedaron,
sea manzana, si gustáis.
A veces el un asonante consta de vocales simples, y en el otro las dos son diptongos, como en La Mogigata, de Moratín (acto, I, escena IX):
D. MARTIN. La pobre Doña Vicenta
+cómo está?
PERIGO. +Cómo ha de estar?
Traspasada... Si quisierais
despacharme...
La terminación esdrújula de las voces combinadas con las que no lo son, es origen de otra especie de asonancia, poniéndose las dos últimas sílabas del esdrújulo en lugar de la última del co-asonante; así mano es asonante de bárbaro, casa de lámpara, misa de mística. Tal vez se reúnen las dos circunstancias del esdrújulo y del diptongo, o éste se pone en lugar de otro distinto, pero asonante como en purpurea que lo es de figura, y empíreo de lirio. La infinita combinación de los tres modos de terminar nuestras voces, según que el acento descansa en la última, penúltima o antepenúltima sílaba, da lugar a una variedad asombrosa que apenas cabe en la imaginación, y que se deja percibir con dificultad de los extranjeros. Los ejemplos se encuentran a millares en el campo inmenso de nuestro teatro, en los romanceros generales y particulares, en los de Lope, Quevedo y Góngora, y por último, en otras composiciones endecasílabas a quienes en estos últimos tiempos se ha aplicado también con frecuencia y felicidad la asonancia.
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N-1,43,4. Dorotea había empezado por despertar a doña Clara, diciéndole: Perdóname, niña, que te despierte. Sonaría mejor si te despierto o que te despierto.----Cuéntase después que, no habiendo doña Clara entendido lo que le decía Dorotea, se lo volvió a preguntar; pero no había preguntado antes cosa alguna, y, por consiguiente, no podía volver a preguntarla.----En el discurso de la conversación, Dorotea habla a Clara unas veces de y otras de vos. Se conoce que el diálogo es entre personas medio dormidas.
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N-1,43,5. No es la prenda la que quilata ni la que tiene el gusto. El verbo se toma en acepción pasiva por es quilatada, y estuviera mejor dicho el gusto en vez de su gusto.
La presente composición es de las mejores que hizo Cervantes. La tercera estrofa, que es la más endeble ganaría algo diciéndose con corta alteración:
Que caras amor venda
sus glorias es razón y trato justo,
pues no hay más rica prenda
que la que se quilata por el gusto.
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N-1,43,6. No se ha dicho en lo que va contado que doña Clara hubiese dado sollozos, ni parece que podía ser ocasión de ellos el acabar la voz, puesto que por no oirla, acaba de referirse que doña Clara se había tapado con las manos entrambos oídos.
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N-1,43,7. Adverbio anticuado, cuyo uso se conserva todavía entre la gente del campo, como sucede con otros muchos vocablos de su clase, por la razón, ya mencionada otras veces, de que las novedades, tanto en el idioma como en el traje y en todas cosas tienen más fácil entrada en las ciudades y poblaciones grandes que en las aldeas.
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N-1,43,8. Cuando se publicó la primera edición del QUIJOTE se hallaba la corte en Valladolid; pero en el año de 1589, que es cuando hacía su relación el Cautivo, según se dijo arriba, y cuando nacieron los amores de don Luis y doña Clara, la corte estaba en Madrid, donde la había establecido Felipe I el año de 1560. Allí siguió hasta que Felipe II la trasladó en 1601 a Valladolid, y aquí se mantuvo hasta el de 1606, en que se volvió a establecer de nuevo en Madrid.
La cuestión sobre las traslaciones de la corte hizo mucho ruido por aquel tiempo. Las causas que hubo para una y otra las indicaron los escritores coetáneos. Salazar de Mendoza, en el Origen de las Dignidades de Castilla, alegó las que favorecían la traslación a Valladolid, y que ahora parecerán ridículas a quien las lea. El Padre Sepúlveda, el tuerto, monje del Escorial, en los Apuntamientos de los sucesos de su tiempo, que se conservan manuscritos, da a entender que fue cosa del Duque de Lerma; cuenta las inquietudes que hubo en Madrid; crítica las razones que se pretextaron para la mudanza, y las califica de muy gran disparate. Pellicer, en el Comento del Panegírico del Duque de Lerma, escrito por don Luis de Góngora, pinta la traslación a Valladolid como una calamidad pública, y lo mismo hizo Gil González Dávila en la Historia del Rey don Felipe II. Las quejas de los madrileños con este motivo resonaron en las poesías populares como se ve por algunas de las insertas en el Romancero general de 1604.
La disputa entre Madrid y Valladolid era en sí misma de poca importancia: era más bien una quimera entre dos viejas que una cuestión de interés general. Madrid, sobre todo, situado en uno de los terrenos más áridos y menos feraces de España, en un clima desigual y destemplado, sin río navegable que facilitase las conducciones, sin la abundancia de aguas necesaria para la comodidad y el aseo; sin edificios considerables antes de que la dinastía de los Borbones la proveyese de oficinas convenientes para el servicio público, y de los adornos propios de una gran capital; antes de que un sistema de caminos construidos de un modo sólido y estable lo hiciesen centro, como lo es ahora, de las comunicaciones generales del reino, +qué razones pudo reunir a favor suyo que bien puede creerse que si Felipe II, en vez de llevar la corte a Valladolid por complacer al duque de Lerma o de restituirla a Madrid por acallar los rumores de los menestrales y jornaleros de su vecindario, la hubiera trasladado de una vez y fijado para siempre en Lisboa, probablemente no hubiera llegado el triste y doloroso caso de separarse Portugal y Castilla.
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N-1,43,9. Modestamente vivía el Oidor cuando sus ventanas no alcanzaban a tener vidrieras. Y esto es conforme a la idea que don Diego Hurtado de Mendoza en la Guerra de Granada, da de la gente de su profesión en aquel siglo. Pusieron, dice, los Reyes Católicos el gobierno de la justicia y cosas públicas en manos de letrados, gente media entre los grandes y pequeños... cuya profesión eran letras legales, comedimiento... vida llana y sin corrupción de costumbres; no visitar, no recibir donesàà no vestir ni gastar suntuosamente... tal es su profesión de algunos que se desvíen... Estas excepciones debieron ir siendo con el tiempo más numerosas. De la austeridad primitiva se ve un ejemplo en la escena que describe Cervantes en la novela de la Gitanilla, cuando Preciosa y sus compañeras estuvieron en casa del Teniente de Villa de Madrid, y ni él, ni su mujer, ni sus criadas tuvieron entre todos real ni blanca con que se dijese la buenaventura. Pero esto no era ya lo más común, y así decía Preciosa: Coheche vuesa merced, señor Teniente, y tendrá dineros, y no haga usos nuevos, que morirá de hambre.
Debió haber por entonces muchos letrados que siguiesen el consejo de la Gitanilla, puesto que Don Quijote asentó como cosa ya notoria en su tiempo que más mayorazgos fundaban las letras que las armas.
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N-1,43,10. Dedúcese de este pasaje que la venta, teatro de tantas y tan singulares aventuras, distaba tres jornadas de la corte: nueva confirmación de que no era Valladolid la corte de que se habla en la relación de doña Clara. Verdad es que bajo este supuesto se suscitan algunas dificultades sobre la distancia de la venta a las cumbres de Sierra Morena, donde hizo su penitencia nuestro héroe; pero ni en la carta de sus viajes que estampó la Academia Española, ni en la que publicó después Pellicer, ni de otro modo alguno puede justificarse en todos sus pormenores la parte geográfica del QUIJOTE, ni Cervantes se detuvo jamás a pensar en ello.
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N-1,43,11. No se compone bien con lo que acaba de referir doña Clara, porque esta expresión suena que había visto en el camino a don Luis varias veces, y por su relación sólo parece que le había visto una, el día antes al entrar en la posada. Cervantes no fue más escrupuloso en la combinación y ajuste del tiempo que en el de los lugares.
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N-1,43,12. La cuenta que da doña Clara a Dorotea de los movimientos y estado de su corazón tiene una sencillez y una naturalidad que vale mil veces más que las relaciones retóricas de la misma Dorotea y de Cardenio en los capítulos anteriores. Júzguelo el lector por la impresión que estas diversas relaciones le han hecho a él mismo, y por la que le hizo a Dorotea la de doña Clara, comiéndosela a besos al concluirla Cervantes varió y marcó con gran maestría los caracteres de las personas, asignándoles el lenguaje que a cada una de ellas convenía, según la diferente naturaleza del afecto que le agitaba. Así se ve, comparando el amor discreto y raciocinado (digámoslo así) de Dorotea con la ternura cándida e infantil de doña Clara. De diversa calidad son los amores de Luscinda y Cardenio que los de don Fernando y Dorotea: en los primeros obra la inclinación nacida en la niñez, fortificada por la costumbre y exaltada por los obstáculos; en éstos intervienen afectos no tan delicados, y dirigidos en Dorotea por el pundonor, y más bien por una pasión orgullosa que por el sentimiento en don Fernando. Don Luis y doña Clara son dos niños amables, ingenuos, sinceros, que, experimentando por primera vez los estímulos del amor, se entregan a él con un abandono propio de corazones vírgenes. El resto del coloquio con Dorotea acaba de dibujar el carácter de doña Clara, manifestando cuán como niña hablaba, según la expresión del texto.
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N-1,43,13. Esto manifiesta que la lanza era larga, puesto que estando a caballo todavía se recostaba sobre ella, y por lo tanto no era propio el nombre de lanzón, que a pesar de la forma de aumentativo tiene significación y fuerza de diminutivo. Lanzón, según dijo ya Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (había Alancear), es arma corta que suelen usar los guardas de viñas y melonares; por cuyo motivo no fue extraño que la hubiese en la venta. Que éste era el significado que convenía al arma de Don Quijote, se ve por lo que se dijo de ella en el capítulo XVI, donde se cuenta que la tomó de un rincón de la venta donde estaba, para suplir la falta de la lanza que se le rompió en la aventura de los molinos de viento, y que al pronto había remediado, acomodando la noche siguiente el hierro de la lanza rota al ramo seco que desgajó de un árbol. Esta mala lanza fue con la que embistió a los frailes benitos, la que arrojó para pelear con el vizcaíno, y la que después hubo de abandonar absolutamente, prefiriendo el lanzón de la venta.
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N-1,43,14. Discurso en que con gracia inimitable se remedan y ridiculizan las ideas comunes de la caballería andante, revueltas con las de la mitología pagana. Los soliloquios de los caballeros a sus señoras son frecuentes en sus historias, como el que cuenta la de don Belianís (lib. I, cap. XXVI) que aquel caballero dirigió a la Princesa Florisbella escuchándole recatadamente las doncellas Periana y Floriana, a la manera que aquí lo hacía Maritornes y la hija del ventero con Don Quijote. Después de haberse todos recogido a dormir, las dos doncellas, levantándose en camisa, se pararon a escucharle, y oyeron que entre sí se estaba lamentando, y de rato en rato daba unos suspiros tan congojosos, que parecía que el alma se le arrancase: y con la mucha pasión comenzó en voz baja a decir, etc. Por la semejanza de estas expresiones puede sospecharse que Cervantes en este pasaje tuvo presente el de Belianís, así como las siguientes recuerdan las de Calixto en la Celestina (acto XII), cuando acordándose de su amada Melibea al despertar, le dirigía estas razones: íoh, señora y amor mío Melibea! +qué piensas ahora? +si duermes o estás despierta? +si piensas en mí o en otro? +si estás levantada o acostada?
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N-1,43,15. Adverbio de poco uso, pero a quien no puede negarse carta de naturaleza en Castilla, teniéndola el adjetivo ultimado por testimonio de Ambrosio Morales, Alonso López Pinciano y otros escritores.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,16. Así llama Don Quijote a la luna por las tres caras que tiene en sus tres estados de llena, creciente y menguante, o por las tres formas que presenta sucesivamente, redonda, semicircular y puntiaguda. Por eso la llamaron Horacio y Ovidio Diosa triforme. Tuvo asimismo, según la mitología, tres nombres, el de Luna o Febo en el cielo, de Diana en la tierra, y de Hecate o Proserpina en los infiernos; a lo que alude el dictado de tergemina o triplicada que le dieron también los poetas:
Tergeminamque Hecaten, tria virginis oro Diana.
(Eneida, lib. IV.)
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,17. Alude a la fábula de Apolo y Dafne, pero no fueron celos lo que Apolo tuvo porque no hubo rival que lo causase, sino despecho por la resistencia de la ligera y fugitiva ingrata, tras de la cual corrió el Dios en vano por los llanos de Tesalia o por las orillas del Peneo, según hizo Cervantes decir a Don Quijote, como si no fuera todo uno, y las orillas del Peneo estuviesen fuera de Tesalia; hasta que, finalmente, compadecido el río, que era padre de Dafne, la convirtió a ruego suyo en laurel, quedando de esta suerte burlado y de todos modos corrido Apolo.
Ovidio en el libro I de las Metamórfoses contó en bellísimos versos la súplica y transformación de la perseguida ninfa:
Fer, pater, inquit, opem, si flumina numen habetis...
Vis prece finita, torpor gravis adligat artus:
Mollia cinguntur tenui pr祣ordia libro,
In frodem cuines, in ramos brachia crescunt:
Pes, modo tan velox, pigris radicibus h祲et
!
íQué bien lo expresó en términos muy semejantes Garcilaso! (soneto XII):
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban:
En verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro oscurecían.
De áspera corteza se cubría
los tiernos miembros que aun bullendo estaban,
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
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N-1,43,18. El verbo cecear tiene dos significaciones. Una es como aquí, llamar a alguno con la interjección ce, excitando su atención y convidándole a que escuche y se acerque. Otra es pronunciar la letra s como si fuera c, que es práctica usada generalmente en algunas partes de Andalucía. Por un abuso contrario suele pronunciarse la letra c como s en las provincias donde aun no ha dejado de hablarse el lemosín, y señaladamente en el reino de Valencia.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,19. Según el cómputo de don Vicente de los Ríos en el Plan cronológico del Quijote, esto pasaba en la noche del 25 al 26 de agosto de 1604. Don Antonio Eximeno, en su Apología de Cervantes (número 35), crítica a Ríos, diciendo que por las epactas y el Arte de verificar la fecha se halla que entonces fue novilunio, y que por consiguiente aquella noche la luna no daba de sí rastro de luz. Excusado es repetir lo que sobre esto se ha dicho anteriormente otras veces.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,20. En los capítulos XVI y XVI se la llamó hija del señor de aquel castillo, y así es más conforme al estilo de los libros de Caballerías. En ellos suelen llamarse señoras de castillos a las viudas que los han heredado, y aquí todavía vive Juan Palomeque.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,21. Suprimiendo el pronombre que precede a hizo, queda llana y corriente la oración, que así está mal, porque dentro de ella hay dos pronombres para indicar una sola persona, el relativo que y el personal la. Aun estuviera mejor usándose del relativo quien: a aquella a quien en el punto que sus ojos la vieron hizo señora absoluta de su alma.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,22. Cuenta la fábula que, irritada Minerva por haber profanado Medusa su templo, transformó sus cabellos, que eran hermosísimos en serpientes, y a ella le dio la funesta virtud de convertir en piedras a cuantos la mirasen. Perseo le cortó la cabeza a Medusa, valiéndose del terso y bruñido escudo de Palas, donde podía mirarla como en un espejo sin riesgo, y anduvo por ese mundo convirtiendo en peñascos a cuantos se le antojaba, hasta que últimamente lo mató en venganza el hijo de uno de los petrificados.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,23. Como los sesos de Barguel y Griolan en Celidón de Iberia, o como el juicio de Orlando que Astolfo trajo del cielo, en Ariosto.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,24. Don Quijote, recordando sus noticas caballerescas, se figuraba que siendo la que le ceceaba doncella principal, no podía menos de ser dueña y discreta la que la acompañaba, así como lo había leído de Quitañona con Ginebra, o de la viuda Reposada con Carmesina.
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N-1,43,25. Parece que debiera ser al revés, y decirse la mayor tajada, para denotar con esta expresión proverbial el picadillo o jigote que el padre enojado hiciera del cuerpo de su hija. Mas sin embargo de esta reflexión, a primera vista tan concluyente, se observa que otros repitieron lo mismo que Cervantes, como el autor de la Pícara Justina, que en el libro II, capítulo V, dijo: crea que el menor pedazo sea la oreja. Hizo lo mismo Villaviciosa en su Mosquea, donde el Rey Matacaballo dice al Rey Sanguileón (canto 3.E¦ est. 49):
He de emplear los filos de mi espada
en venganza no más de vuestra queja,
y de los cuerpos la menor tajada
de los contrarios ha de ser la oreja.
Estebanillo González pondera en el capítulo VI de su Vida el miedo que tuvo en cierta ocasión, pensando, dice, que todo la Suecia venía contra mí, y que la menor tajada sería la oreja.No encuentro cual pudo ser en su origen el motivo de esta aberración o capricho del uso.
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N-1,43,26. Se dice más comúnmente tener fin que hacer fin.----Al principio del período se lee: ya quisiera yo ver eso... pero él se guardará bien deso: cacofonía que, o no advirtió o despreció Cervantes.
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N-1,43,27. Todo este discurso de Don Quijote, tan ridículo en sí como propio de su desvariada fantasía, era también conveniente para dar tiempo a la ejecución de la burla dispuesta por las dos semidoncellas, como se las llamó arriba. Acabada la operación, enlazada la muñeca de Don Quijote y atado el cabestro al cerrojo, Maritornes y la otra se fueron muertas de risa. La expresión de ahora lo veremos recuerda la proverbial de ahora lo veredes, dijo Agrajes, sobre la que se habló en las notas al capítulo VII. En esta aventura del agujero del pajar mostró ciertamente Maritornes más agudeza y travesura de lo que prometían las noticias que se dieron de ella al principio del capítulo XVI, y los sucesos ulteriores de la venta.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,43,28. Remédase en este período el estilo de Feliciano de Silva, criticado en el primer capítulo del QUIJOTE, como advertirá fácilmente el lector en sus repeticiones, antítesis y encadenados retruécanos: más parece que me ralla que no que me regala: no la tratéis tan mal, pues no tiene la culpa del malàà ni es bien que en tan poca parte venguéis el todo de nuestro enojo: mirad que quien quiere bien no se venga tan mal.
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N-1,43,29. De las espadas que, según las historias de Caballerías, tuvieron virtud contra los encantos, se habló en una nota al capítulo XVII; pero no la tuvieron sólo las espadas, sino que residió también en otras cosas, y señaladamente en anillos, como se ve en muchos pasajes de la biblioteca andantesca. Tal fue el anillo que Clariana dio a Floristán en la historia de Florindo de la Extraña Ventura (parte II, capítulo XX); el que Robaflor, sobrina de la sabia Ardémula, dio a Fimeo en Policisne de Boecia (cap. XXXVII); el que dio el sabio Lirgandeo al Caballero del Febo cuando partió de Babilonia (Espejo de Príncipes, parte I, lib. I, capítulo XLIV), y la sortija encantada que Urganda dio a Amadís de Gaula (Amadís de Gaula, cap. CXXVI, y Sergas, cap. IX). La misma virtud tiene en Ariosto el anillo prodigioso que dio el Rey Agramante a Brunelo y quitó a Brunelo Bradamante. Esta doncella, ayudada del anillo, venció a Atlante el Mágico, deshizo sus encantos, y puso en libertad a Rugero, preso otra vez este paladín por arte de la hechicera Alcina, lo liberó de nuevo Melisa por virtud del anillo, que Rugero después dio a Angélica. Con el mismo libertó Angélica a Orlando, del nuevo encanto de Atlante (Orlando furioso, cantos 3, 4, 7, 10 y 12). Este anillo no sólo tenía la virtud de deshacer los encantamientos, sino también de hacer invisible a quien lo llevaba. Era el anillo de Giges, conocido ya por la antigÜedad, y así lo expresó Luis Barahona de Soto en las Lágrimas de Angélica (canto 2.E¦), donde estando aquella Princesa andante con Medoro.
Contóle del anillo que es hadado
y dónde lo hubo, y cómo, y en qué parteàà
Contóle cómo Giges, pastor lido,
halló un gigante en una cueva un día...
en cuyo dedo aqueste vio metido.
Tomóle, y con él mismo deshacía
cualquier encantamento si lo toca,
y por cubrirle, un día le hechó en la boca.
Pensó cubrirle, y hízose cubierto,
hurtándose a los ojos de la gente...
con esta ayuda fue Candaulo muerto,
con esto hubo él su esposa, y finalmente
fue Rey de Lidia...
Contóle cómo al fin de muchos años
de Logistila, aquella sabia Fada,
lo hubo y con él hizo mil engaños
al tiempo que a la Francia fue enviada;
contóle al fin cómo de muchos años
por él fue libre, y cómo fue robada,
estando muy segura y sin recelo,
en su castillo Albraca por Brunelo.
Ariosto fundió en uno los dos anillos de Giges y Urganda, atribuyendo las virtudes de los dos a uno solo, y forjando de aquí los muchos incidentes a que el anillo da lugar en su Orlando.
Otros anillos mágicos de admirables y diversas calidades y prendas se mencionan en las crónicas de la Caballería: el que halló Belianís en la espantosa gruta donde yacía encantado Bandenazar, Rey de Persia, Babilonia y Trapisonda, que tenía la propiedad de precaver a su dueño de cualquier encantamento dirigido a trastrocarle el juicio (Belianís, lib. I, cap. XL y XLI); otro en Palmerín de Oliva (cap. LXV), de tal calidad, que la doncella que lo traía no podía ser forzada; y el anillo de muchas y muy buenas virtudes que dio al Infante Florián la dueña del Fondovalle (Florambel, lib. V, capítulo XIV). El anillo de Flores, amante de Blancaflor, precavía a quien lo llevaba de morir por agua o por fuego; en el Satreyano, el anillo del enano Corbesino daba fuerzas inmensas a quien lo traía, y con él hizo grandes proezas la Princesa Espinela (Cantos 36 y 39). Del famoso Tamerlán se cuenta que tenía un anillo encantado, cuya piedra mudaba de color cuando se decía alguna mentira en su presencia: hace mención de esto Gonzalo Argote de Molina en su discurso sobre el Itinerario de Rui González de Clavijo.
No fueron solamente las espadas y las sortijas las prendas a que concedieron privilegios extraordinarios los cronistas de los andantes. A este género pertenece también la copa amorosa, preparada por la Reina, madre de Iseo, para su yerno Mares, Rey de Cornualla, y que, bebida por Tristán, produjo los azares que turbaron la quietud de su vida, y al cabo le ocasionaron la muerte (Tristán, lib. I, cap. XXXIV). De aquí hubo de tomarse la idea de otra copa encantada de calidad semejante en Primaleón caps. XCV, XCIX y C). Menciónanse asimismo en la biblioteca caballeresca el brial bordado de Floripes, que donde estaba no permitía ponzoña alguna, y el cinto de la misma con el cual nadie podía perecer de hambre (Historia de Carlomagno, caps. XXVI y XXXII); el escudo de Primaleón, fabricado por el gran sabidor, Caballero de la isla Cerrada, que cuando era cortado, luego se tornaba a juntar por si mismo (Primaleón, cap. CLXIV); la redoma de Oliveros de Castilla, cuya agua, enturbiándose, avisaba de sus desgracias a su amigo Artús (Oliveros de Castilla, caps. XI y LII); el cuerno de Astolfo, que derribaba a cuantos le oían (Orlando furioso, canto 15), y el joyel que Policena dio en Babilonia a don Belianís, el cual no dejaba que se desangrase quien lo llevaba, según se contó en las notas al capítulo X. Sarfín, Rey de los Pigmeos, gran sabio, se hacía invisible poniéndose cierta hierba en la boca (Policisne de Boecia, cap. LXII). Flerisalte, escudero de Belianís, se libró de un encanto del mago Fristón por medio de una extraña cinta que le dio el sabio Silfeno (Belianís, lib. II, cap X). Policisne llevaba consigo en libro que le había dado la maga Ardémula con el cual no podía perjudicarle ningún encantamento (Ib., cap. LXV, y en otras partes) otro de igual virtud había dado a Astolfo Logistila (Orlando, canto 15), y, finalmente, el Caballero de la Cruz tuvo un brazalete de oro que no permitía que el que lo llevaba recibiese daño por artes mágicas (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XLIV). Una cosa así hubiera querido tener Don Quijote.
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N-1,43,30. Puede entenderse amiga de Don Quijote, como al parecer lo indica el contexto, o amiga del sabio Alquife, a quien acaba de nombrarse. De la amistad de Alquife con Urganda, con quien vino a casar en segundas nupcias, se habla largamente, no me acuerdo bien si en la historia de Esplandián o en la de Amadís de Grecia.
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N-1,43,31. Quiere decir: no es costumbre abrirse las fortalezas. Si se alude, como parece, a la regla que se observa de no abrir las puertas de los castillos y ciudades hasta entrado el día, se hubiera podido omitir la consideración de que duermen los de dentro, porque no es esta la razón de no abrirse, y aun cuando lo fuera, no venía muy al caso, pues lo que importaba al propósito de los caminantes no era que durmiesen o velasen los de dentro, sino que estuviese abierta a cerrada la puerta. Pero Don Quijote, como loco, estaba dispensado de guardar las reglas del juicio y de la consecuencia.
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N-1,43,32. Decís un disparate estuviera mejor, porque, en efecto, no era más que uno.
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N-1,43,33. Aquí vemos usado el verbo alojarse en forma de recíproco, que es según se usa comúnmente en vez de alojar, como se emplea con la misma significación al fin del capítulo X de esta primera parte, en el XLIV, y en otros lugares del QUIJOTE.
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N-1,43,34. Extremos de las puntas, redundancia viciosa: sobra extremos o puntas.----No es fácil comprender lo que aquí se cuenta, porque cuando ataron de la muñeca a Don Quijote, estaba, como se dice más arriba, de pies sobre Rocinante con todo el brazo metido por el agujero del pajar sin ser posible soltarse, y con grandísimo temor de que si Rocinante se desviaba, había de quedar colgado del brazo; y así se dice después, que Rocinante con las orejas caídas sostenía sin moverse a su estirado señor. +Cómo podía estar de pie y estirado sobre la silla, y apartándose después el caballo, llegar a tocar la tierra? Tampoco se hubiera podido decir, según se hace en el capítulo siguiente, XLIV, que desatado el cordel, cayó Don Quijote al suelo, si lo estuviese tocando con las puntas de los pies, y no cayese de alto.
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N-1,43,35. Uno de los modos que inventó el ingenio de los hombres para atormentarse unos a otros. En él, aprisionado con grillos el reo y con una o más pesas, era y se mantenía colgado, durante más o menos tiempo, al arbitrio del juez, por medio de una garrucha, de donde esta clase de tortura hubo de tomar nombre. Otra se llamaba del potro, que era un caballete, en latín equuleo (potro, caballete y ecúleo todo significa lo mismo). Allí se daba el tormento de toca o el de mancuerda, que era el más común en los últimos tiempos hasta el nuestro. De el de toca o agua hemos hablado en otro lugar. En el de mancuerda se desnudaba al reo, se le ataba al potro, y se le daban más o menos garrotes o vueltas de cordel en piernas, muslos, espinillas o brazos. Estrapada se llamaba cada vuelta de cuerda, y trampazo la última y más aflictiva. Esta operación, cuando no confesaba el reo, duraba regularmente hora y cuarto, como se verificó en el tormento dado a don Rodrigo Sarmiento de Villandrando, Duque de Híjar, en el año de 1648, uno de los casos y capítulos más notables de esta triste historia. El motivo fueron las sospechas de que intentaba proclamarse Rey de Aragón; y el ejemplo reciente del Duque de Braganza, que se había alzado con Portugal, no dejaría de contribuir a la severidad y dureza con que fue tratado el de Híjar. Una de las ligaduras se rompió, porque el juez mandó apretarla más, creyendo que no lo hacía bastante el verdugo. Concluido el tormento sin confesión, hubo que llevar al Duque en unas angarillas a su cama, y se desmayó al curarlo. Finalmente, fue condenado a cárcel perpetua en León, donde murió el año de 1664, y a la hora de su fallecimiento escribió al Rey protestando de su inocencia, y citándole para el tribunal divino. El Rey murió el año siguiente, y en otros tiempos se le hubiera apellidado quizá el Emplazado. El Duque don Rodrigo debió ser de los aficionados a libros de Caballerías, puesto que se le dedicó la edición hecha en Zaragoza el año 1623 de la historia del Caballero del Febo.Y volviendo a las noticias sobre la tortura, todavía se ha visto en nuestros tiempos atormentar a los reos cruzando con ingeniosa crueldad los grillos, a lo que llamaban salto de trucha. A otros se aplicaban los perrillos, invención moderna, que eran unas barretas de hierro que cogían y apretaban a una los pulgares de las dos manos. Declinando ya el siglo último, don Alonso de Acevedo escribió una Memoria declamando vehementemente contra el uso de la tortura, y proponiendo su abolición. Publicóse esta Memoria el año de 1770, y luego la refutó con mucho calor don Pedro de Castro, imprimiendo en el año de 1778 su Defensa de la tortura: contienda que ofrece la anomalía de estar la causa de la lenidad defendida por un seglar, e impugnada por un sacerdote. A todo ha puesto fin la prohibición absoluta de apremios y cuestión de tormento, establecida por la Real Cédula de 25 de julio de 1814, y por la noble expresión del Rey, que en una visita de la cárcel de Villa, hecha el año de 1817, viendo casualmente el potro, mandó quemarlo, para que no quede, dijo, en lo sucesivo ni aun idea de semejante infernal máquina.
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N-1,43,36. Pellicer indicó que en la invención de este incidente y suspensión de Don Quijote pudo Cervantes tener presente alguno de dos casos que llama semejantes. Uno es el del poeta Virgilio, de quien dice, citando al Diccionario de Baile, se creyó en otro tiempo, que siendo dado a la magia, una hechicera le engañó y tuvo colgado de una torre dentro de una cesta a vista del pueblo romano. El otro, referido en el Corbacho o libro de los vicios de las mujeres, escrito por el Arcipreste de Talavera Alonso Martínez de Toledo, es el de don Bernardo Cabrera, privado del Rey don Pedro IV de Aragón, y después degollado de su orden; al cual, estando preso, le ofrecieron engañosamente medios de escaparse, y al descolgarse de una torre se encontró metido en una red de esparto, donde estuvo colgado todo un día, siendo el ludibrio y mofa de cuantos le miraban. No sé cómo Pellicer no vio el caso de Virgilio en el mismo libro del Arcipreste, que lo cuenta en el capítulo XVII de su primera parte; y también pudo verlo en otro Arcipreste, un siglo anterior, a saber, el de Hita, Juan Ruiz, el cual, hablando de los males de la lujuria, dijo:
Al sabidor Virgilio, como dise en el texto
engañólo la Dueña, cuando lo colgó en el cesto,
coidando que lo sobía a su torre por esto,
También se habla de ello en el acto VI de la Celestina, donde ésta dice a Parmeno que Virgilio estuvo en un cesto colgado de una torre, mirándolo toda Roma. Tan común era en los escritores castellanos la mención de esta fábula, nacida según apariencias de una de las églogas en que Virgilio describe, por boca de un pastor, los conjuros y fórmulas mágicas con que una pastora hizo venir de la ciudad a su amante.
Pero la aventura a que más verosímilmente aludió Cervantes en esta ocasión, fue la que se cuenta en la parte tercera de don Florisel de Niquea (cap. LXXVI). Dos doncellas, hijas de la señora de un castillo en la ínsula de Guindaya, se burlaron, según allí se refiere, de dos caballeros viejos que las recuestaban, ofreciéndoles que los subirían por medio de unas cuerdas a lo alto del castillo donde dormían; y luego a la noche, después que ovieron cenado, y todos estuvieron sosegados, las doncellas les echaron sendas cuerdas por entre las almenas, y al subirlos los dejaron colgados a los dos lados de la puerta del castillo, maldiciendo su ventura y poco discurso. Al amanecer del día siguiente se abrieron las puertas, y saliendo todos los que se hallaban en el castillo, fue general burla y escarnio de los cuitados y pendientes caballeros. Nótese que una y otra aventura fue después de cenar y recogerse todos; que las doncellas de la venta también eran dos, y que a la hija del ventero se la llama hija de la señora del castillo; siendo más natural llamarla hija del señor del castillo, como ya se observó anteriormente, que es otro punto de semejanza con lo de la ínsula de Guindaya.

[44]Capítulo XLIV. Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta
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N-1,44,1. Está escrito con mucha distracción. +Cómo habían de salir los que estaban fuera? Háblase de los caminantes, que ni podían salir de la venta, porque no habían entrado, ni ignorar quién daba los gritos, puesto que acababan de hablar con Don Quijote, y estaban a la puerta de la venta, desde la cual se veía el agujero del pajar, según se expresa en el capítulo precedente.
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N-1,44,2. Cuando Don Quijote hizo su segunda salida, se acomodó de una rodela que pidió prestada a un su amigo (cap. VI). Cubierto de la rodela peleó con los molinos de viento y con el Vizcaíno: rodela llevaba en la aventura de los galeotes, y rodela tenía en la venta. Olvidósele todo esto a Cervantes, y aquí, al hacer Don Quijote la centinela de lo que juzgaba castillo, llevaba adarga, y con ella continúa el resto de la primera parte, como se ve en los capítulos XLVI y LI, donde vuelve a hacerse mención de la misma.
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N-1,44,3. De retar se forma rieto, como de apretar se forma aprieto, añadiéndose una i que la raíz no tiene; pero no sucede siempre lo mismo, según se ve en los verbos espetar, respetar, interpretar, y otros de igual terminación. Cervantes en algunas ocasiones mostró inclinación (acaso no fue suya, sino de su tiempo) a añadir la i en ciertos verbos que carecen de ella en su raíz; y así decía Sancho a su amo al fin del capítulo XX: bien puede estar seguro que de aquí en adelante no despliegue mis labios; y en el capítulo siguiente gritaba Don Quijote al barbero, portador del yelmo de Mambrino: intriégame de tu voluntad lo que con tanto razón se me debe.--La ocurrencia que al levantarse del suelo tuvo Don Quijote de montar a caballo y retar al que dijese que había sido encantado con justo título, es graciosísima, y sumamente apropiada a su carácter.
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N-1,44,4. Quitar, dar por quito, eximir, libertar. En la misma acepción se usó este verbo en el capítulo XIX, donde informado Don Quijote de que el difunto que llevaban de Baeza a Segovia había fallecido de enfermedad, decía: quitado me ha nuestro Señor del trabajo que había de tomar en vengar su muerte. Vuelve a usarse en este sentido en el capítulo X de la segunda parte; y en el mismo lo usaron el autor del Poema del Cid (verso 894) y el Arcipreste de Hita (copla 222). En la Gran conquista de Ultramar (lib. I, cap. XLII) se refiere que cuando el Rey moro Hixen dio licencia a Carlos Mainete para volverse a Francia con su comitiva, quitóles de lo que debían, esto es, los declaró libres y quitos de la obligación de pagar lo que habían recibido anteriormente.
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N-1,44,5. Quien no atina, dicho se está que no sabe atinar. Debió ponerse solamente no atinaba o no sabía: lo demás es redundante. Lo que sigue no está acorde con lo que antecede. Dícese que el ventero no atinaba para que se hacían aquellas diligencias, puesto que bien creyó que buscaban aquel mozo; pero si así lo creyó, y así era la verdad, +cómo se dice que no lo atinaba?
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N-1,44,6. El uso de la partícula bien por muy es frecuente en castellano; y aunque bien mal son dos palabras al parecer inconciliables, y que mutuamente se destruyen, sin embargo, suele reunirlas el uso, dándoles la misma fuerza y significación que a muy mal.
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N-1,44,7. Mejor estuviera (yendo de lo menos a lo más) rabiaba y moría, que no moría y rabiaba. Esto último no puede ser, porque, como dice el refrán, muerto el perro, muerta la rabia.
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N-1,44,8. Se dice tomar la empresa, pero no prometer la empresa: acaso el prometido del texto es errata por acometido.--Sigue poco después, pero por parecerle no convenirle ni estarle bien comenzar nueva empresa hasta poner a Micomicona en su reino, etc. Para evitar la demasiada acumulación de infinitivos que aquí se advierte, pudiera haberse puesto: pero por parecerle que no le convenía ni le estaba bien comenzar nueva empresa hasta que pusiese, etc.
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N-1,44,9. Estuviera más claro si se hubiese puesto: bien descuidado de que le buscasen, y más aún de que le hallasen: esto es lo que sin duda quiso decir Cervantes. La verdad es que don Luis podía estar ajeno y descuidado de que le hallasen, pero no de que le buscasen, pues debía suponer que su padre haría, buscarlo con toda diligencia.
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N-1,44,10. Hábito está aquí por traje en general, aunque ordinariamente se usa en otra significación, ceñida al de los clérigos, religiosos y caballeros de ciertas órdenes. En el capítulo II de la segunda parte jura el Bachiller Sansón Carrasco por el hábito de San Pedro que visto. Un refrán dice: el hábito no hace al monje; y se llama merced de hábito la que el Rey hace a los que admite en alguna de las cuatro órdenes militares españolas, de que es Gran Maestre. En otra acepción más general todavía, hábito significa costumbre.
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N-1,44,11. Está recibida la expresión de irse o hacer viaje al otro mundo, pero no la de dar la vuelta al otro mundo, porque la vuelta supone que ya se ha estado anteriormente; y del otro mundo dijo hace ya muchos años un poeta latino:
Illuc ′unde negant redire quemquam.
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N-1,44,12. Habla el criado de don Luis, aunque no se expresa como se hace otras veces en el QUIJOTE, omitiéndose elegantemente lo que es claro y se viene por sí mismo a los ojos.
Los criados llaman a don Luis unas veces de vos y otras de vuesa merced. El tratamiento de vos no siempre era indicio de superioridad en quien lo daba, según se advierte en otros parajes del QUIJOTE.
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N-1,44,13. El pronombre del sobrecarga sin necesidad la expresión y enmaraña el sentido; suprimiéndolo, quedara todo más claro.--Más abajo se lee: llamando Dorotea a Cardenio, le contó la historia del músico y de Doña Clara, a quien él también dijo lo que pasaba. Este pasaje es oscuro, porque al pronto parece que a quien se dijo lo que pasaba fue a doña Clara, y no fue sino a Dorotea.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,44,14. No, sino rodeándole. A no ser que pongamos al verbal rodeados en la clase de los que con terminación de pasivo o pretérito reúnen la fuerza y significación de activa, a la manera de otros verbales de que se habló en las notas al capítulo XI. Estos verbales, que no son raros en castellano, equivalen a los participios de aoristo que tienen los griegos en la voz activa de los verbos.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,44,15. Sobra el artículo el; y si se conserva, debe decir: en el hábito tan indecente a su calidad que vuestra merced puede ver.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,44,16. Mejor: se oyeron grandes voces; y así puede creerse que estaría en el manuscrito de Cervantes.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,44,17. A este modo se cuenta en la historia de don Tristán, que una doncella le pidió socorriese a un caballero acometido por otros tres que querían matarlo. Este caballero era nada menos que el Rey Artús, el cual estaba encantado, y quedó desencantado de resultas de la aventura (libro I, cap. LVI).
Por la virtud que Dios le dio. La hija de la ventera, que aplicó esta expresión al propósito de la caballería andante, habría oído en su niñez, como todos hemos oído en la nuestra, los cuentos en que interviene la varilla de virtudes, y en que los dueños de la varilla usan de esta especie de fórmula o conjuro para pedirle por la virtude que Dios le dio que ejecute algún prodigio. La varilla de virtudes fue conocida ya como cosa proverbial entre los romanos, que la llamaban Vírgula divina, y le atribuían propiedades mágicas, como la de hacer aparecer los manjares que se quería, de lo que hace mención Cicerón en el libro I de los Oficios (capítulo XLIV). Por medio de su vara hizo Moisés las verdaderas maravillas que obró en Egipto: para remedarlas, los magos de Faraón usaron de varas en sus encantos; al contacto de la varilla de Circe atribuyeron Virgilio y Ovidio las transformaciones de hombres en animales (Eneida, lib. VI, Metamorfoses, libro XIV); con la varilla de virtudes vencieron los encantos de la isla de Armida los guerreros que fueron a buscar a Reinaldos (Taso, Jerusalem, canto 15, est. 49); y de aquí se derivó sin duda la costumbre de pintar en los libros caballerescos a los magos y encantadores con varilla, como instrumento propio de su profesión.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,44,18. Olvidósele a Cervantes, como ya se dijo, que Don Quijote en su segunda salida no llevaba adarga, sino rodela.
Salvo este insignificante y ligerísimo defecto, la invención del accidente actual es muy verosímil, oportuna y graciosa. Los huéspedes que a favor de la bulla quieren irse sin pagar; el ventero que se les opone; los fugitivos que le apuñean; la hija que pide socorro; Don Quijote que primero lo dilata y después se lo encarga a Sancho; la impaciencia de las mujeres y la sorna del caballero, forman una de las escenas más cómicas del QUIJOTE. Todos los pormenores de la relación están desempeñados con habilidad y destreza admirables: el interés crece a cada expresión; y aun el dejar el cuento en el punto que se deja, tiene su mérito. El lector puede juzgar de todo ello por el efecto que en sí experimente.
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N-1,44,19. El verbo embazar, o se usa en forma de recíproco embazarse por entorpecerse, perder la acción y el movimiento; o cuando no, como activo por suspender, detener; en ambas acepciones lo usaron nuestros antiguos y más autorizados escritores. Aquí lo emplea Cervantes como neutro, y lo mismo hizo Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (artículo Bazo): son los dos únicos en que lo encuentro usado de esta suerte.
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N-1,44,20. Hasta ahora se ha leído siempre en este lugar prometen por permiten: mas era error tan claro de imprenta, que no sé como no ha ocurrido a ningún editor el corregirlo.
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N-1,44,21. Figuras de estilo muy impropias de la situación azorada y congojosa en que se supone a don Luis. Ni es verdad que el marinero siga siempre el Norte; le consulta o le mira siempre, mas no siempre le sigue. Por lo demás, el uso de éstos y otros adornos de la oración, y en general las muestras de ingenio, piden otro temple y disposición del ánimo. En el estado del amante de doña Clara debe callar el entendimiento y hablar sólo el corazón. Júzguese por esta regla del juego de palabras con que poco más abajo dice don Luis al Oidor: para que os aventuréis a hacerme en todo venturoso.
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N-1,44,22. Ahora diríamos al oírle, y lo mejor hubiera sido suprimir como no necesarias estas palabras: las ideas hubieran quedado mejor explicadas y repartidas, diciéndose: el Oidor quedó suspenso: tan admirado de haber oído el modo y la discreción con que don Luis le había descubierto su pensamiento, como confuso de verse en punto que no sabía el qué poder tomar en tan repentino y no esperado negocio.
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N-1,44,23. Esto es, hacer señor de título a su hijo. Señores de título son los que lo tienen de Marqués o Conde, a cuya dignidad han acompañado diversas prerrogativas según los tiempos. En el de Cervantes llevaba consigo la de tener jurisdicción y vasallos.
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N-1,44,24. Expresión de que usó en el QUIJOTE varias veces Cervantes: en la aventura de los YangÜeses, en el cuento de la Pastora Torralva, aquí, y después en la aventura del Rebuzno. Es como si se dijera, la desgracia, la malaventura, la suerte adversa o maligna.
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N-1,44,25. Mejor, entrase en subjuntivo, como lo pide la recta construcción del lenguaje.--Sigue desde aquí en adelante la famosa aventura de la albarda, tan digna y más que la pasada del ventero y los huéspedes, de la fecunda inventiva de nuestro autor, quien de esta suerte vuelve a hacer campear en la escena la acción principal de su libro, oscurecida antes con la multitud de incidentes que se habían agolpado en la venta. Los sucesos a que da ocasión la llegada del barbero, portador del supuesto yelmo de Mambrino, prestan materia a lo restante del presente capítulo y al inmediato, formando uno de los pasos más divertidos del QUIJOTE.
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N-1,44,26. En otro lugar se ha dicho ya anteriormente, que cuando los nombres femeninos empiezan por a, suelen llevar el artículo masculino el, por evitar el hiato que resultaría de llevar el femenino la. Así sucede aquí con la voz albarda; y lo mismo se observa en el capítulo XLII, donde se dijo que Sancho dormía tendido sobre el albarda de su jumento; pero no es así siempre, y en este propio capítulo, antes y después del presente pasaje, se lee la albarda.
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N-1,44,27. Ocurrencia muy propia del carácter y humor de nuestro hidalgo, que anhelando imitar los ejemplos de los caballeros andantes, encontraba en sus historias que así lo habían hecho frecuentemente con sus escuderos. Amadís de Gaula armó caballero a Gandalín, que lo había sido por mucho tiempo, en premio de su fidelidad, valor y buenos servicios. Con menos motivos dispensó la misma gracia a Enil, que también le sirvió de escudero algún tiempo, mientras que ocultando su nombre propio se llamó Beltenebrós (Amadís de Gaula, cap. LVII). Don Tristán hizo también caballero a su escudero Hebes, que después fue uno de los de la Tabla redonda, y se halló en la Demanda del Santo Grial (Tristán, libro I, cap. XXIX). Purente, escudero de Primaleón, recibió de mano de su amo la orden de Caballería (Primaleón, cap. CLXXXI); y lo mismo Darisio, escudero de don Olivante de Laura (Olivante, lib. II, cap. XVI). Don Policisne de Boecia la confirió a Tarín, su escudero, en un bajel donde navegaba con la doncella Fidea (Policisne, cap. LXXX). Lo propio hizo don Rogel de Grecia con su escudero Serindo para entrar en batalla con una nao de corsarios (Florisel de Niquea, parte IV, capítulo IX). Don Bruneo de Bonamar armó caballero a su escudero Lasindo al mismo tiempo que Amadís a Gandalín, que fue al entrar en una gran batalla que se dio entre Perión, Rey de Gaula, y Patín, Emperador de Roma, el cual había desembarcado con un poderoso ejército en la Gran Bretaña; y expresa la historia que ambos iban armados de armas blancas, como convenía a caballeros noveles (Amadís de Gaula, capítulo CIX).
La práctica de armar caballeros a los escuderos y donceles al entrar en los combates para estimular con el nuevo honor sus esfuerzos, no se halla solamente en los libros andantescos: el Rey Don Juan el I de Portugal dio la orden de Caballería a varios fidalgos de su ejército antes de la memorable batalla de Aljubarrota, tan gloriosa para los portugueses como funesta para los castellanos.
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N-1,44,28. Especie de juramento o aseveración proverbial, de que se usó en el acto VI de la tragicomedia de la Celestina: equivale a esto es tan cierto como que tengo de morir conforme a lo ordenado por Dios.
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N-1,44,29. Contrastan singularmente el candor y sinceridad con que hablaba el Barbero y el sentido obvio y natural que sin mucha malignidad por parte del lector presentan sus expresiones. Dice que la albarda es suya propia, y que la conoce como si la hubiese parido; alega en confirmación el testimonio de su asno, y excita a los circunstantes a que se la prueben. +Cómo es posible leerlo sin que retoce la risa?
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N-1,44,30. Paréceme que está viciado lo impreso, y que el original diría: depositando la albarda en el suelo, para que estuviese de manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo, etc.
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N-1,44,31. La presencia de la conjunción porque deja pendiente el sentido; no lo estaría, si la conjunción se suprimiese.
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N-1,44,32. Hacer batallas se dice como hacer lides o campo, aunque esto último se aplica especialmente a la batalla de dos, o duelo. En el Poema del Cid, Alvar Fáñez Minaya, enviado de mensajero desde Valencia al Rey don Alonso a presentarle los despojos de los moros de parte de aquel héroe, le decía (verso 1341):
Fizo cinco lides campales, é todas las arranco.
Pero Sancho no llevaba bien la cuenta porque no había sido una, sino dos las batallas de Don Quijote en que intervino el baciyelmo, aunque ambas fueron en el mismo día, y casi seguidas; la primera, que se indica en el texto, con los guardas que conducían a los galeotes encadenados, y la segunda con los mismos galeotes, que fue en la que hubo asaz de pedradas, según dice Sancho.

[45]Capítulo XLV. Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad
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N-1,45,1. No fue así, porque no se acabó de averiguar la duda, ni respecto del yelmo ni de la albarda. Todos porfiaron, y todos se quedaron en sus trece; y, finalmente, según se afirma después en el discurso del capítulo, la bacía se quedó por yelmo, y la albarda se quedó por jaez hasta el día del juicio. Tampoco está bien dicho que se averiguan las aventuras: averiguación supone pesquisa, y aquí no la hay: las aventuras se refieren, no se averiguan. Finalmente, de aventuras que se refieren, excusado fue expresar que eran sucedidas, y todavía más excusado añadir que sucedidas con toda verdad, porque no podían suceder de otra manera. Y si las palabras con toda verdad se aplican al verbo averiguar, entonces resulta que se averiguaron con verdad, que es pleonasmo vicioso.
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N-1,45,2. VUELTA AL TEXTO

















N-1,45,3. Es el documento o certificación que se da al menestral aprobado en algún oficio para que le sirva de título, y en virtud de él puede ejercer su facultad conforme a lo dispuesto por las leyes.
Conocer de es término forense, y significa entender como juez en algún negocio. En esta acepción es inoportuno el adverbio muy bien, así como conviene perfectamente al verbo conocer en su significación general y ordinaria. Con arreglo a esto, debió suprimirse la partícula de, y decir el Barbero: conozco muy bien todos los instrumentos.
Sin que le falte uno: +a quién se refiere el pronombre le? Sin duda es a barbería; pero aquí no se trata de lo que le faltaba o sobraba a la barbería; y estuviera mejor el texto suprimiendo el pronombre y diciendo: sin que falte uno; en cuyo caso la falta era, no de la barbería; sino de los instrumentos, que es lo que hacía al propósito del Barbero.
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N-1,45,4. Yelmo era la armadura completa de cabeza, en francés heaulme, de donde se deriva. Almete era diminutivo de yelmo, y uno y otro venían a ser lo mismo que celada, la cual, si era de encaje o completa, entraba en babera o parte inferior, que cubría la boca y la barba, y descansaba en los hombros. Morrión era la pieza superior del yelmo. Capacete o capellina era un casco que cubría la parte alta de la cabeza, y lo mismo bacinete. La celada solía tener visera, que era una rejilla que cubriendo el rostro dejaba paso a la vista; cuando el rostro estaba descubierto, la celada se llamaba borgoñona.
Dícese más abajo que el yelmo, ocasión de tan obstinada contienda, no era entero, porque le faltaba la mitad, que era la babera. Y ésta es la pieza que echaba menos Don Quijote en el capítulo XXI, sospechando que habría venido el yelmo a manos de algún ignorante que viéndolo de oro purísimo, había fundido la mitad para aprovecharse del precio, y dejando sólo la otra mitad, parecida en su hechura a bacía de barbero.
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N-1,45,5. El uso sufre que un verbo esté en singular, aunque vaya con muchos supuestos, siempre que cada uno de ellos esté en singular; pero no cuando alguno esté en plural, como aquí. Conforme a esta observación, debió decirse confirmaron.
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N-1,45,6. Un solemne embustero, conocido mío, decía que lo que estaba a la vista era lo que había de negarse, que lo demás, negado se estaba. Los burladores de la venta seguían en la presente ocasión esta máxima, que era lo que desesperaba al pobre Barbero.
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N-1,45,7. Quiere decir que la decisión sobre si era albarda de jumento o jaez de caballo, dependía del juicio y declaración de Don Quijote, a quien todos se remitían, por más inteligente en la materia.
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N-1,45,8. Nueve monosílabos en once palabras, y repetición desaliñada del relativo neutro.
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N-1,45,9. En efecto; contaba Sancho con tono compungido y doliente a su amo que le habían aporreado más de cuatrocientos moros aquella noche memorable, en que las travesuras de Maritornes ocasionaron la puñada del arriero de Arévalo, que Don Quijote tuvo por moro encantado, y ainda mais el candilazo del cuadrillero.
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N-1,45,10. Dijo don Vicente de los Ríos en su Análisis que el placer que resulta frecuentemente de la lectura del QUIJOTE nace de que el valeroso hidalgo ve las cosas de un modo, y los demás de otro. En el pasaje presente son tres los modos de ver una misma cosa, porque de los circunstantes, unos tenían y otros no tenían noticia del humor de Don Quijote; para aquéllos era lo que pasaba materia de grandísima risa, y para éstos el mayor disparate del mundo. El lector goza del divertido contraste que ofrece esta diversidad entre sí, y con las ideas del paladín manchego, que, bien ajeno de las de todos ellos, seguía su camino sin topar en barras, viendo siempre transformaciones y encantamentos.
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N-1,45,11. Lo parecían en las ballestas que llevaban, como se ve más abajo por el capítulo LI. En el libro II de los Trabajos de Pérsiles (capítulo V) se lee: parecieron como si fueran llovidos cuatro hombres con ballestas armados, por cuyas insignias conoció luego Antonio el Padre que eran cuadrilleros de la Santa Hermandad. Con efecto; desde la misma fundación de la Hermandad, en el siglo XV, iban los cuadrilleros armados de ballestas, y la pena que sufrían los reos condenados a muerte por ella era la de saeta; ahora diríamos que eran pasados por las armas. Las saetas le parecía a Sancho que le zumbaban por los oídos, cuando, temeroso de la Santa Hermandad por lo sucedido con los galeotes, aconsejaba a su amo que se escondiese en Sierra Morena. Por lo que se cuenta después en este capítulo del ventero, que asimismo era de la cuadrilla, y por lo que se contó al fin del capítulo XVI, se ve que los cuadrilleros llevaban también su vara, como ahora los alguaciles, y aun la caja de lata con el título de su nombramiento para hacer constar su calidad en caso necesario.
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N-1,45,12. En el capítulo XXXVI se decía de la princesa Micomicona que se había vuelto en una particular doncella. Este régimen no es ya de uso: ahora diríamos que la bacía se había vuelto yelmo, o que se había convertido en yelmo y que la Princesa se había vuelto una doncella particular, o convertido en una dama particular, como anteriormente había dicho Sancho en aquel capítulo.
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N-1,45,13. Se trataba de una albarda. El humor festivo de Cervantes dio bulto e importancia a un objeto tan despreciable, a la manera que Tassoni la dio a un pozal, el Doni a la calabaza, Boileau a un facistol, y otros a otras cosas. La metamorfosis de la bacía en yelmo y de la albarda en jaez, creída de Don Quijote, aparentada creer de Sancho, sostenida por los circunstantes y protestada por el Barbero, presta materia abundante de risa a los lectores; y si el amo y el escudero hubieran picado en poetas o astrónomos, camino llevaban aquellas joyas de no parar hasta el cielo, y de haber figurado entre las constelaciones como la lira de Orfeo o la cabellera de Berenice.
El licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, en el capítulo XXVI de su Quijote contrahecho, queriendo imitar a Cervantes, cuenta otra disputa sobre si un ataharre de aparejo asnal era liga de un Príncipe, que la había arrojado por gaje de batalla.
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N-1,45,14. Llámase caballo castizo al que es de casta conocida y apreciable, como lo eran en tiempos de Cervantes los Guzmanes o Valenzuelas, descendientes de un caballo berberisco que en el reinado de Carlos V un embajador marroquí, de vuelta a su patria, dejó enfermo en un mesón, diciendo que si no se moría le tuviesen en mucho, porque era de la mejor raza berberisca. El caballo sanó, y el mesonero lo vendió por doce ducados a un tal Guzmán, y éste a don Luis Manrique, hijo del Duque de Nájera, quien, después de haber servido de gentilhombre al Emperador, vivía retirado en Córdoba; y siendo muy aficionado a la cría de caballos, lo destinó a padre. Adquirió lo principal de esta raza el Duque de Sesa, y la puso a cargo de su caballerizo don Francisco de Valenzuela, quien la conservó cuidadosamente. Este fue el origen de los nombres de Guzmanes o Valenzuelas que se dieron indiferentemente a los caballos de dicha casta. Así lo testifica don Luis de Bañuelos, natural y vecino de Córdoba, en el Libro de la jineta, manuscrito de que hay un estracto entre los papeles de la Academia de la Historia.
En El Gran Tacaño, de Quevedo, se hace mención de los caballos Valenzuelas. Y entre los sonetos de Tomé de Burguillos se lee uno en que, hablando un rocín que fue despanzurrado en una corrida de toros, empieza así (Rimas de Burguillos, soneto 39):
Yo Bragadoro, Valenzuela en raza,
diestro como galán de entrambas sillas,
en la barbada naguas amarillas,
aciago un martes perfumé la plaza.
Y volviendo al texto, en él se da a entender que a un caballo generoso corresponde jaez de mayor valor y precio, como el que calificaba de tal don Fernando.
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N-1,45,15. Refrán antiguo. El Arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada, en su Historia latina de España (lib. VI, cap. XXV) cuenta que le dio ocasión la disputa que hubo sobre adoptarse en Castilla el nuevo oficio eclesiástico venido de Francia, o conservarse el antiguo toledano mozárabe. El Rey don Alonso VI, por el influjo de su mujer doña Constanza, que era francesa, favorecía al oficio galicano; y, a pesar de que ganó el otro en la prueba del duelo, saliendo vencedor su campeón Juan Ruiz de Matanzas, y en la del fuego, de donde salió chamuscado el Breviario romano, prevaleció lo que el Rey quiso. De aquí el refrán, que, si nació verdaderamente entonces, debe ser uno de los monumentos más antiguos de nuestro idioma, el cual por aquellos tiempos empezaría lentamente a formarse.
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N-1,45,16. Decía la Madre Gerarda en La Dorotea, de Lope de Vega (acto V, esc. I): En verdad que no me he desayunado, sino es de mis devociones. Son dos fórmulas semejantes de aseveración, en que nuestro Barbero se mostraba humilde, y la Madre Gerarda hipócrita.
En el tiempo de Lope de Vega, el nombre de Madre solía ser apodo de vieja alcahuete o hechicera, o uno y otro, como se verificaba en la famosa Madre Celestina, la de la Tragicomedia de Calixto y Melibea. Pero no era así siempre; no siempre la malicia y la corrupción desnaturalizaban la verdadera significación del tierno y hermoso nombre de Madre, aplicándolo a personas tan indignas de llevarle, y se daba, como se da también en el día, a las religiosas, como una muestra de consideración y respeto. Nuestros antiguos poetas lo emplearon asimismo con frecuencia y oportunidad en las letrillas y composiciones ligeras, señaladamente en las que introdujeron a las doncellitas, hablando con amable ingenuidad a sus Madres al sentir los primeros estímulos del amor; y de esto hay infinitos ejemplos en nuestra poesía. Muchos pueden verse en la apreciable colección que con el título de Floresta ha publicado en Hamburgo estos últimos años don Juan Bohl de Faber, v. gr., la letrilla del Romancero general:
Pensamientos me quitan
el sueño, Madre,
desvelada me dejan,
vuelan y vanse.
De Lope de Vegas
Madre, unos ojuelos vi
Verdes, alegres y bellos;
íay, que me muero por ellos!,
y ellos se burlan de mí.
Del Cancionero general de Amberes:
No lloréis, mi Madre,
que me dais gran pena;
bástame la mía, sin sentir la ajena.
Del insigne organista ciego, Francisco de Salinas, amigo de Fr. Luis de León, entre otras que puso en música y estampó en sus libros de este arte:
Dejadlos, mi Madre,
mis ojos llorar,
pues fueron a amar.
Luis Camoens no se desdeñó de cantar entre sus rimas castellanas:
Irme quiero, Madre,
a aquella galera
con el marinero
a ser marinera.
Tal vez se acomodaba este género a asuntos espirituales. Lope de Sosa:
Muy amiga le soy, Madre, a aquel Jesús que nació;
más que a mí le quiero yo.
El mismo Niño Jesús dice a su bendita Madre en el Cancionero de Francisco de Ocaña:
Si me adurmiere, Madre,
no me recordedes vos,
que después que amores hube,
no los puedo olvidar, no.
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N-1,45,17. Faltó poner de los cuatro criados de don Luis, que eran los únicos a quienes convenía el número de cuatro. Los que acompañaban don Fernando eran tres, y no contradijeran a su principal. Los cuadrilleros eran también tres, como se dijo algo más arriba. Eran, pues, los criados de don Luis, y con este nombre se indicó a uno de ellos pocos renglones después tanto monta, dijo el criado, que el caso no consiste en eso, sino en si es o no es albarda.
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N-1,45,18. Supuesto que la institución de la Santa Hermandad tenía por objeto la seguridad en los despoblados, era natural que fuesen muy devotos de ella los venteros, y aun que se alistasen también en la cofradía; con lo cual podían aspirar a la especial protección de sus compañeros, y aun hacerse respetar y considerar más de los caminantes. Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (parte I, lib. I, cap. I), y Cristóbal Suárez de Figueroa en su pasajero (alivio VI), llevados sin duda de la mala opinión que tenían tanto de los venteros como de los cuadrilleros de su tiempo, atribuyeron a ruines intenciones el alistamiento venteril en las cuadrillas de la Hermandad. El primero dijo que los más de los venteros, socolor de ser de aquel cuerpo, oprimían y tiranizaban a los pasajeros; el segundo expresó que el título de la Hermandad era un salvoconducto para robar más a placer. Cervantes, según habla después de los cuadrilleros, no parece que andaba muy lejos de acompañar en su opinión a Alemán y a Figueroa.
Una duda se ofrece aquí, comparando la relación presente del texto con la de los sucesos que ocurrieron la primera vez que Don Quijote estuvo en esta misma venta, iban sólo siete días. Entonces se alojó en ella también un cuadrillero, que con motivo de hallar a Don Quijote tendido boca arriba sin sentido alguno, gritó: téngase a la justicia, téngase a la Santa Hermandad; y el ventero, lejos de auxiliarle, se retiró a su aposento, y mató de industria la única luz que había en la venta, que era la lámpara del portal; de suerte que el cuadrillero tuvo que acudir a la chimenea, y encender con mucho trabajo el candil. +Cómo entonces no cogió, como ahora, el ventero su varilla y su espada, y prestó su auxilio a la Santa Hermandad, que le llamaba? +Cómo, lejos de ello, trató de poner estorbos a las diligencias del cuadrillero? Los que supongan grandes miras y estudio en el plan del QUIJOTE, responderán lo que gusten; lo que yo creo es que Cervantes, cuando escribió el capítulo XLV, no se acordó de lo que había escrito en el XVI, y no hay más que decir.
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N-1,45,19. El cuadro que precede está delineado con mucha maestría. El lenguaje es rápido cual conviene: el lector oye las voces y el llanto, distingue los diferentes afectos y situaciones de los personajes, y casi ve sus posturas y movimientos.
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N-1,45,20. Rara salida, pero naturalísima en nuestro hidalgo, y digna del talento inventor de Cervantes. Algún lector nimiamente escrupuloso pondría acaso en cuestión si la memoria, como dice el texto, era o no la oficina del cerebro de Don Quijote, donde debió hacerse la operación que aquí se describe: pero sería demasiado pedir que su cronista estuviese tan enterado de las ciencias ideológicas, tan poco conocidas hasta nuestro tiempo; y al cabo, al cabo, la memoria fue la que le representó los pasajes que había leído en Ariosto, y en que se imaginó hallarse metido de hoz y coz, esto es, empeñado de un modo que no era fácil desembarazarse. Meterse de hoz y coz es expresión vulgar, que como tal se incluyó en el Cuento de cuentos, de don Francisco de Quevedo, y de esta clase hay infinitas usadas en nuestro estilo familiar, cuyo origen se pierde en las tinieblas de la antigÜedad, bien que el de la presente quiso explicarlo Covarrubias en el artículo Coz, tomándolo de los segadores que se ayudan del pie para reunir la mies, y meter en seguida con mayor efecto la hoz.
La discordia del campo de Agramante se describe a la larga por Ariosto en el canto 27 de su Orlando furioso En el 14 había referido que queriendo Dios favorecer el Emperador Carlos, sitiado en París por el Rey Agramante, mandó al Arcángel San Miguel que buscase a la Discordia, y que la enviase a introducir la división, las riñas y las contiendas en el campo de los moros. Así lo intentó la Discordia, pero con poco fruto, porque reunidos los moros después de algunas ligeras disensiones, volvieron a atacar a París de firme (estrofas 30 y 31). Enfadado San Miguel del mal desempeño de la Discordia, la buscó en el paraje donde la halló la primera vez (est. 37), le dio una paliza (est. 38), y la envió de nuevo al campo de los moros, donde se dio tan buena maña que lo revolvió todo. Renovadas a un mismo tiempo las anteriores disputas y contiendas. Mandricardo vino a las manos con Rodomonte sobre la posesión de la bella Doralice. Rugero con Mandricardo sobre quién había de llevar el escudo. Rodomonte con Rugero y Sacripante sobre el caballo. Marfisa (doncella andante) con Mandricardo en prosecución de la batalla que tenían empezada y diferida, Mandricardo con Gradaso sobre la espada Durindana, Gradaso con Rugero sobre la preferencia para pelear con Mandricardo, y Marfisa con Brunelo, por haberle éste robado la espada. Cuenta después Ariosto las diligencias que hizo el Rey Agramante, usando de su autoridad, y auxiliándose con los consejos y prudencia del Rey Sobrino, para apaciguar toda confusión y máquina de pendencias, como dice Don Quijote.
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N-1,45,21. Las ediciones primitivas dicen: alguna región de demonios debe de habitar en él (castillo); pero las regiones no habitan, en todo caso son habitadas. Parece errata clara por legión de demonios, que es como se dice comúnmente, y como dijo en otras ocasiones el mismo Cervantes. En el capítulo XXXI pondera Sancho lo mucho que andaba Rocinante al salir de Sierra Morena, diciendo que caminaba como si llevara azogue en los oídos. + Cómo si llevara azogue?, añadió Don Quijote, y aun una legión de demonios, que es gente que camina y hace caminar sin cansarse todo aquello que se les antoja. En la historia de los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda, decía Isabela Castrucho: una legión de demonios tengo en el cuerpo que lo mismo es tener una onza de amor en el alma.
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N-1,45,22. La espada de que se trata era la famosa Durindana que había sido de Orlando, y éste había perdido cuando se volvió loco; el caballo fue Frontino, llamado antes Frontalatte, que Brunelo hurtó a Sacripante, y dio a Rugero; el águila era el escudo del águila blanca que se disputaban entre sí Rugero y Mandricardo, y antiguamente había sido de Héctor el troyano, hijo de Priamo. El águila blanca era la insignia de la ilustrísima casa de los Duques de Ferrara, que quería ensalzar Ariosto en su Orlando furioso, dedicado al Cardenal Hipólito de Este, hermano del Duque Alfonso.
Allí se habló de la espada, del caballo y del escudo que dieron ocasión a los disturbios del campo de Agramante, pero no se hizo mención alguna del yelmo. Añadiólo de su caudal Don Quijote, de cuya cabeza, llena a la sazón de las ideas del yelmo de Mambrino, no fue extraño que rebosase su nombre por la boca.
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N-1,45,23. Jerónimo de Corterreal, caballero portugués, dedicó a Felipe I su poema sobre la victoria de Lepanto; y en la dedicatoria dice que había escogido el frasis castellano, aunque murmurado y argÜido de algunos paisanos suyos. En el mismo género masculino se usó la palabra frasis en los Diálogos de contención entre la milicia y la ciencia, escrito por Francisco Núñez de Velasco (diál. XI, fol. 354), y en el prólogo al lector de la cuarta parte de don Florisel de Niquea. Pero el uso de frasis como femenino está apoyado en autoridades respetables, como la de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana (artículo Toros de Guisando), de Suárez de Figueroa en la Plaza universal de ciencias y artes (discurso XLVI).
y de Francisco de Cascales en las Tablas poéticas (tabla V y en la de la Comedia). Lope de Vega en la Silva primera del Laurel de Apolo, dijo:
Hurtar las voces, imitar las frasis;
y don Esteban Manuel de Villegas, en la sátira contra las malas comedias:
Romance a pata llana es el que pido,
que ensarte laconismos cada paso,y que abrevie las frasis y el sentido.
Es claro que vacilaba entre nuestros autores el género de frasis; y lo mismo le sucedía al nombre de igual conformación y estructura basis, que usó como masculino doña Oliva de Sabuco en su Nueva filosofía, donde dice que la naturaleza es el basis, fundamento y regla de la medicina (pág. 362), al mismo tiempo que Covarrubias decía: Peana, la basis sobre que está plantada alguna estatua o figura.
El uso ha jubilado después las palabras frasis y basis, adoptando en su lugar frase y base, a quienes ha señalado definitivamente el género femenino, como a fase y otras de su terminación.
De las que aun conservamos parecidas a basis y frasis en tener una terminación común al singular y plural, las más o todas son de origen griego, como antífrasis y perífrasis, derivadas de frasis. En el género varían, porque decimos el éénfasis, el paréntesis, la dosis, la diéresis, la antítesis, la metamorfosis, la análisis El género que más comúnmente se aplica a esta clase de nombres es el femenino: en lo que pudo influir el haberlo tenido en la lengua de donde proceden, y aun en la latina, que adoptó los más de ellos.
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N-1,45,24. Valor no significa aquí la calidad de valiente, sino de apreciable, así como de una joya se dice que tiene mucho o poco valor. Hablóse de esto ya anteriormente en otras ocasiones.
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N-1,45,25. Se conoce que Cervantes, al escribir esto, quiso poner otra cosa, y empezó porque desta manera; mudó después de pensamiento y se le olvidó borrar las palabras desta manera, que aquí, como están, nada significan. El descuido pasó del manuscrito a la imprenta.
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N-1,45,26. El Rey Agramante era el jefe de todos los Reyes y Príncipes mahometanos que concurrieron a sitiar a París, como Agamenón lo fue de todos los Reyes y Príncipes griegos que concurrieron al sitio de Troya. Como tal, pasó la revista general del ejército que se describe en el canto 14 del Orlando furioso.
Sobrino era uno de los Reyes paganos que siguieron a Agramante en la guerra contra Carlomagno. Según cuenta Ariosto no había en el ejército tropas mejores que las suyas:
No piu di luí prudente sarracino
Y de esta prudencia dio pruebas en la pacificación del campo de los moros, que se refiere en el canto 27.
La suerte de los dos Reyes Agramante y Sobrino fue muy diversa. Agramante murió en una batalla a manos de Orlando, que de un tajo le derribó la cabeza de los hombros (canto 42, est. 9). Sobrino, herido en la misma batalla por Oliveros, fue curado amorosamente por Orlando y bautizado por un santo ermitaño, que al mismo tiempo le restituyó la salud y las fuerzas (canto 43. Cts. 194).
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N-1,45,27. Renovación graciosa y bien discurrida de los disturbios apaciguados de la venta.----El enemigo de la concordia es el Diablo. Hubiera sido mejor suprimir el artículo que precede a éémulo, y decir, el enemigo de la concordia y émulo de la paz: como está parece que se habla de dos, y que el enemigo de la concordia es distinto del éémulo de la paz. Alguno quizá reparará también en la palabra éémulo, que ordinariamente se toma en buena parte, y se dice respecto de las personas: aquí se toma de mala parte y se dice respecto de las cosas; viene a significar lo mismo que adversario.
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N-1,45,28. Fácil hubiera sido evitar la desaliñada repetición del que fue. Bastara borrar el uno de los dos, y decir solamente: Pero a uno de ellos, que fue el molido y pateado por don Fernando, le vino a la memoria que entre algunos mandamientos que traía, etc.
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N-1,45,29. Este pasaje ofrece nuevo ejemplo de lo que ya se ha notado en alguna otra ocasión sobre la repetición excesiva de la conjunción y, que en él se encuentra hasta ocho veces: Y sacando del seno un pergamino... y poniéndoselo a leer... y iba cotejando... y halló que sin duda alguna... y apenas se hubo certificado... y con la derecha asió a Don Quijote... y a grandes voces decíaàà y para que se vea, etc.
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N-1,45,30. Rezaba, lo mismo que expresaba en el lenguaje familiar, en el que el verbo rezar tiene otras significaciones diferentes de las de recitar preces u oraciones.
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N-1,45,31. Las ediciones primitivas de Madrid, tanto la de 1605, como la de 1608, en vez de izquierda decían con manifiesto error y quizá, palabras que ningún sentido hacen. Pellicer atribuyó el honor de esta juiciosa enmienda a la Academia Española; pero la había precedido la edición de Londres del año 1738.
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N-1,45,32. Este cuello no era el de la persona, sino el del sayo de Don Quijote, como se ve más abajo, donde se dice que el cuadrillero tenía bien asidas las manos en el collar del sayo. Más bien que del sayo sería el collar del jubón, porque el sayo no se ponía debajo de las armas y una ropilla que traía sobre ellas se la habían quitado los galeotes al pie de Sierra Morena, como se contó en su lugar.
Para excitar el celo de los cuadrilleros en la persecución de los criminales, el cuaderno de leyes de la Hermandad, hecho en Torrelaguna el año 1485, había establecido que con la prisión de un reo de muerte se abonasen al aprehensor o aprehensores tres mil maravedís: dos mil, si el reo lo era de pena corporal menor que la de muerte, y mil, si sólo le correspondía pena pecuniaria o de destierro.
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N-1,45,33. Mejor: convenía con las señas de Don Quijote, o convenía en las señas con Don Quijote. De uno de estos dos modos estaría probablemente en el manuscrito original de Cervantes.
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N-1,45,34. Expresión embrollada. Que los circunstantes ayudasen a los cuadrilleros a atar a Don Quijote, o se lo entregasen atado a toda su voluntad, está bien; pero ayudar a los cuadrilleros para que ellos se lo diesen atado y entregado a sí mismos, esto es lo que no se entiende.
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N-1,45,35. Es salteador de caminos, y así lo explica el mismo Don Quijote, contestando a los cuadrilleros: +Saltear caminos llamáis al dar libertad a los encadenados? ----Entre las varias acepciones que tiene la palabra carrera, una es la de camino público, e indica que es de ruedas, como si se dijera camino de carros o carretera. úsanla muchas veces en esta acepción nuestros libros anteriores al siglo XVI. Por contraposición a carrera, senda significa un camino estrecho, por donde los caminantes van uno a uno, singuli; también suele llamarse camino de herradura, porque se anda en caballerías; y así en sendas y carreras está comprendida toda suerte de caminos.----Saltear viene probablemente de saltus, bosque, porque en ellos son más fáciles y más frecuentes los robos.
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N-1,45,36. De la misma opinión que Don Quijote era Guzmán de Alfarache, como ya se indicó anteriormente. Líbrete Dios, dice hablando con su lector (parte I, lib. I, cap. VI), de delito contra las tres santas, Inquisición, Hermandad y Cruzada; y si culpa no tienes, líbrete de la Santa Hermandad, porque las otras santas, teniendo, como tienen, jueces rectos de verdad y esencia, son los ministros muy diferentes; y los santos cuadrilleros es gente nefanda y desalmada, y muchos por muy poco jurarían contra ti lo que no hiciste, ni ellos vieron más del dinero que por testificar falso llevaron, si ya no fue jarro de vino que les dieron. Son en resolución de casta de porquerones, corchetes o velleguines; y por el consiguiente ladrones pasantes o punto menos, y como diremos adelante, los que roban a bola vista en la república.
Con alusión a los cuadrilleros puede entenderse también aquella expresión de Vicente Espinel en las Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón (relación primera, descanso octavo): Dios me libre de bellacos en cuadrilla. Al propio tenor es muy verosímil que Cervantes puso aquí en boca de su héroe lo que muchos pensaban en su tiempo acerca de la Santa Hermandad, y lo que pensaba él mismo. Había llegado ya entonces la Hermandad al mayor punto de descrédito. Esta institución, que en sus principios, bajo el reinado de los Reyes Católicos, había hecho servicios muy importantes para establecer el orden público, degeneró después, como otras, y desde Carlos V en adelante no se ven sino quejas contra la Hermandad en las peticiones de diferentes Cortes que se celebraron en el discurso de todo el siglo XVI.
Acaso influyó esta opinión general en el uso de la palabra cuadrilla, la cual suele tomarse en mala parte, lo mismo que gavilla, cuando significa colección de personas, porque ni uno ni otro se dice de cosa buena, sino de ladrones, pícaros, vagabundos, aliorumque eiusdem furfuris hominum.
Dijo Don Quijote ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros, por elipsis, como se dicen otras muchas cosas en estilo familiar, en vez de ladrones en cuadrilla, más bien que no cuadrilleros. Y he aquí una de las ocasiones en que la partícula negativa no niega en castellano; pero de esto se hablará otra vez más de propósito.
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N-1,45,37. Hubiera sido mejor trasladar la negación al adjetivo digna, y expresando el régimen de éste, decir: gente infame, indigna por vuestro bajo y vil entendimiento de que el cielo os comunique el valor que se encierra en la caballería andante.
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N-1,45,38. De la misma opinión que Don Quijote era Guzmán de Alfarache, como ya se indicó anteriormente. Líbrete Dios, dice hablando con su lector (parte I, lib. I, cap. VI), de delito contra las tres santas, Inquisición, Hermandad y Cruzada; y si culpa no tienes, líbrete de la Santa Hermandad, porque las otras santas, teniendo, como tienen, jueces rectos de verdad y esencia, son los ministros muy diferentes; y los santos cuadrilleros es gente nefanda y desalmada, y muchos por muy poco jurarían contra ti lo que no hiciste, ni ellos vieron más del dinero que por testificar falso llevaron, si ya no fue jarro de vino que les dieron. Son en resolución de casta de porquerones, corchetes o velleguines; y por el consiguiente ladrones pasantes o punto menos, y como diremos adelante, los que roban a bola vista en la república.
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N-1,45,39. Pecho. Nombre general de los tributos que pagan los súbditos, y de aquí pechar, pagar contribuciones, palabra antiquísima que se encuentra ya en nuestros libros primitivos, incluso el Fuero Juzgo, y pecheros los que las pagan o deben pagarlas; nombre que se daba a los del estado llano, por oposición a los exentos, caballeros e hidalgos, que no las pagaban.
Alcabala. Derecho del tanto por ciento sobre las ventas; contribución que se conoció ya en la antigua Roma bajo los Emperadores, y que, según se cree comúnmente, se introdujo en Castilla reinando Don Alfonso el XI, para acudir a los gastos necesarios del sitio que se preparaba de la ciudad de Algeciras el año de 1342. Llamóse este nuevo pecho o tributo alcabala, nombre y ejemplo, dice Mariana, que se tomó de los moros. Después llegó a ser la principal renta de la corona.
Chapín de la Reina. Servicio que se hacía antiguamente con motivo del casamiento de los Reyes, para los gastos de la cámara de las Reinas.
Moneda forera. Contribución que solía pagarse a los Reyes de siete en siete años en reconocimiento de su señorío, y está abolida hace siglos.
Portazgo. En las Partidas se da este nombre al derecho que hoy dinamos de aduana, por lo que se introducía en el reino o se extraía a país extranjero. Asimismo se da en aquel código el nombre de portazgo al derecho de puertas que se pagaba en las de los pueblos. Mas no son éstos el portazgo que aquí hace al caso, sino el que en tiempos de corta civilización solía pagarse en los puertos y pasos estrechos y precisos de las montañas, redimiendo así los pasajeros las vejaciones de los señores de castillos y fortalezas inmediatas; a estas exacciones solía dárseles también el nombre de castillerías. Tal vez en algunos parajes suponían la obligación de tener abierto y practicable el camino; obligación que siempre llevaron consigo los pontazgos y barcajes, que eran y son Los derechos que paga el caminante de pasar Los ríos por puente o barca.
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N-1,45,40. Es la parte de gasto común a varios que paga cada uno; especialmente se dice del convite a que concurren muchos. Don Sebastián Covarrubias dice en su Tesoro que viene de esca y quotus, como si dijera esca quota. Esta etimología es ingeniosa.
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N-1,45,41. El número de cuatrocientos que aquí se expresa dice relación al nombre de cuadrilleros, cuya raíz primitiva, igualmente que la de cuatrocientos, es cuatro. Si en vez de cuadrilleros hubieran sido terceros, fueran trescientos los palos y trescientos los apaleados; si quinteros, quinientos los palos y quinientos los apaleados.

[46]Capítulo XLVI. De la notable aventura de los cuadrilleros , y la gran ferocidad de nuestro buen caballero don Quijote
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N-1,46,1.
La aventura de los cuadrilleros y su contienda con Don Quijote pasaron ya en el capítulo anterior. En el presente no se habla de ellos sino para contar que se apaciguaron, y aun fueron medianeros entre el Barbero y Sancho; por consiguiente, no era del caso prometer en el título que se hablaría del encuentro con los cuadrilleros, y de la ferocidad que en esta ocasión mostró nuestro hidalgo. Más bien le convenía a este capítulo el epígrafe que se puso al siguiente: Del extraño modo con que fue encantado Don Quijote, porque éste es realmente el asunto de que en él se trata. El descuido y poca atención de Cervantes al poner los títulos se vio en los de los capítulos XXXV y XXXVI, cuyo absoluto desconcierto obligó a la Academia Española a corregirlos, como se advirtió en su lugar.
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N-1,46,2. Su mayor, esto es, su principal, superior o jefe.
Cuando el Infante de Antequera don Fernando, después de la campaña del año 1407, trató con la ciudad de Sevilla sobre la gente que había de armar para continuar la guerra contra los moros al año siguiente, mandó que se repartiesen en decenarios, poniendo a cada diez hombres un cuadrillero, e a cada ciento diez cuadrillero, e uno mayor por quien los ciento se gobernasen (Crónica de Don Juan el I, año séptimo cap. LVI). Por aquí se ve que las escuadras o cuadrillas constaban de diez hombres, mandados por un jefe con el nombre de cuadrillero y que diez cuadrillas obedecían a un mayor. Esta organización hubo de aplicarse en los principios a la gente de la Hermandad. Con el tiempo, el nombre de cuadrillero, que al principio significaba decurión o cabo de diez hombres, se aplicó a los individuos de las cuadrillas.
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N-1,46,3. El verbo mediar tiene dos acepciones: una es hacer la mitad de una cosa, como cuando en el capítulo XXII dijo Sancho que mediaba su despensa con lo que ganaba el rucio; en este caso es verbo activo. Otra acepción es interponerse, ponerse en medio de dos extremos, que es la que le conviene en el presente lugar; y en esta significación, si bien se mira, le corresponde la calidad de verbo de estado o intransitivo. Por esta razón pudiera sospecharse que falta el régimen de causa en el texto, y que debiera leerse mediaron en la causa.----Poco antes se ha dicho medianeros de hacer las paces; parece que debiera ser medianeros para hacer las paces.
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N-1,46,4. La palabra principal lleva embebida la idea de superioridad entre otras cosas, lo cual excusa la necesidad de esforzar su significación con la partícula más. Las personas que se precian de delicadas en materia de lenguaje no la usan con principal.
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N-1,46,5. Esto no va de acuerdo con lo referido en el capítulo precedente, donde se dijo que los criados de don Luis determinaron entre ellos que los tres se volviesen a contar lo que pasaba a su padre, y el otro se quedase a servir a don Luis. Si así estaba ya determinado y resuelto entre ellos, no podía decirse que restaba que se contentasen y conformasen con hacerlo La expresión del texto sería oportuna si anteriormente se hubiese propuesto este partido a los criados de don Luis y ellos no le hubiesen aceptado.
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N-1,46,6. Las palabras buena suerte y mejor fortuna contienen una especie de redundancia en que se quiso significar que mejorada ya la suerte había comenzado a vencer obstáculos y dificultades, que eso significa aquí romper lanzas. Pudiera haberse dicho mejor y más breve: como ya la buena suerte había comenzado a romper lanzas.
La expresión de romper lanzas tiene otras veces significación muy diversa, y se aplica a los que disputan y riñen entre sí. Ambas acepciones son metafóricas; pero la segunda es más conforme al sentido recto de la frase, que explica la acción de justar, o romperse las lanzas en los encuentros de los concurrentes a una justa.
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N-1,46,7. Los romanos, según se sabe, tenían abierto el templo de Jano en tiempo de guerra, y sólo lo cerraban en el de completa paz. Desde el reinado de Numa, que lo erigió, hasta la época de los Emperadores, sólo se cerró en dos ocasiones, como cuenta Tito Livio (lib. I, cap. XIX): el Emperador Octavio Augusto lo cerró tres veces: Ianum Quirinum, dice Suetonio (En su vida, cap. XXI), semel atque iterum àà condita urbe memoriam ante suam clausum, in multo breviore temporis spatio, terra marique pace parta, ter clusit. De aquí vino la expresión proverbial de paz octaviana, con que se denota una paz profunda y universal.
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N-1,46,8. En el mandamiento de prisión lanzado con motivo de la soltura de los galeotes por la Santa Hermandad se había empezado a verificar el inconveniente que presentaba el asunto del QUIJOTE, por lo difícil que era que la autoridad pública no estorbase el ejercicio de la locura del protagonista. Pero Cervantes, aprovechando hábilmente la circunstancia del descrédito en que a la sazón se hallaba ya la Hermandad, que como encargada de la seguridad en los campos y despoblados había de ser la primera que entendiese en estas cosas, hizo que interviniesen en la presente aventura sus ministros inferiores, gente venal y baladí, a los cuales se acalló y contentó de cualquier modo. De esta suerte pudo seguir la fábula sin interrupción y sin que se faltase a la verosimilitud, gracias, como aquí se dice, a la incomparable liberalidad de don Fernando.
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N-1,46,9. Alusión a las palabras del Evangelio, que se hizo otra vez en el romance de Antonio y Olalla, inserto en el capítulo I de esta primera parte.
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N-1,46,10. Desembarazada ya la escena y concluídos los incidentes que habían entorpecido y aun oscurecido la acción principal de la fábula, vuelve ésta a tomar su curso, y Don Quijote recuerda la urgencia de seguir la empresa comenzada y el viaje al reino Micomicón, de un modo análogo al estilo de libros de Caballería. Sospecho que preciosa es errata tipográfica por preciada, la cual es voz más propia que la otra del vocabulario andantesco.
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N-1,46,11. Mejor por ocultas y diligentes espías. La verdad es que sobra el ocultas, porque de otro modo no serían espías.----Poco después se dice y dándole lugar el tiempo. Tiempo equivale a dilación, palabra que hubiera sido preferible por más clara.----En lo restante del período se advierte alguna impropiedad en la elección del tiempo del subjuntivo: +Quién sabe, se dice si habrá sabido ya... el gigante de que yo voy a destruille, y... se fortificase en algún... castillo o fortaleza, contra quien valiesen poco mis diligencias? El se fortificase debiera ser se habrá fortificado, y el valiesen, valgan.
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N-1,46,12. Dorotea repitió la expresión de que en ocasión semejante había usado la Duquesa de Austria, según se refiere en la historia de Lisuarte de Grecia (cap. LIX). Habiéndola ofrecido Perión de Gaula que iría con ella a restablecerla en el estado que le habían usurpado dos tíos suyos: vamos, le decía, cuando vos mandáredes, que presto estoy de lo hacer; y ella le contestaba: pues en mí lo dejáis, yo os ruego que nuestra partida sea luego. Añade Don Quijote la razón de lo que proponía: porque me va poniendo, dice, espuelas el deseo y el camino, porque suele decirse que en la tardanza está el peligro; en cuyas palabras hay algún error, pues no se dice bien que el camino pone espuelas. Puede creerte que sobra la expresión porque me va poniendo espuelas el deseo y el camino; y que después de haberla escrito hubo de mudar Cervantes de propósito, sustituyendo la siguiente y olvidándose de borrar la anterior. Así se disculpa también la desaliñada repetición del porque, la cual, en el caso indicado, hubiera desaparecido, quedando claro y cabal el discurso: la partida sea luego, porque suele decirse que en la tardanza está el peligro.
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N-1,46,13. Incidente saladísimo, tan propio del carácter de Sancho como digno del ingenio de Cervantes. La mezcla de sinceridad y malicia del escudero, el enojo caballeresco del amo, la coyuntura y oportunidad de la revelación, el refrán de la aldehuela, las circunstancias del número y clase de los espectadores, todo contribuye a hacer más graciosa y picante la escena mayor el apuro, y más plausible la salida que le dio la discreta Dorotea. Es uno de los trozos más acabados y perfectos de la admirable fábula del QUIJOTE.
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N-1,46,14. Otros dijeron: en Orihuela hay más mal que el que suena; así lo hizo don Diego de Mendoza en el papel que escribió de los Catarriberas.
Aldehuela es diminutivo de aldea, formado por la regla de los acabados en ea, como correhuela, que se deriva de correa; lamprehuela de lamprea; fehuela, de fea, aunque esta formación no excluye la ordinaria de aldeílla, correílla, lampreílla, feílla. De nombres propios en íía se suelen formar también diminutivos en huela, como de Lucía, Lucihuela; de Mencía, Mencihuela. De María se forman también Maruja y Marica, y de éste Maricuela. El hermoso y augusto nombre de María es equivalente al de Urraca, palabra de origen septentrional, nombre de Reinas y princesas en la Edad Media, y que ahora damos junto con el de Marica, como sinónimos, a una especie de grajas pequeñas que aprenden a hablar y esconden lo que pueden.
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N-1,46,15. Hocicar, dar de hocico o con el hocico. Dícese propiamente de los puercos y jabalíes, cuando remueven con el hocico la tierra; y metafóricamente se dice de las personas cuando dan de cara en el suelo o en otra parte, asimilando el rostro de los hombres y el hocico de los animales. Por esta analogía quizá pudiera sospecharse que hocico o focico, como se dijo en lo antiguo antes de que la f se convirtiese en h, se deriva originariamente de facies.
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N-1,46,16. Ya se ha dicho alguna vez que parar o pararse suele significar lo mismo que poner o ponerse; y así sucede en el presente lugar del texto. En la historia de Amadís de Gaula se cuenta que Ardán Canileo paraba un semblante tan bravo y espantoso, que aquellos que tanto no alcanzaban del fecho de las armas que lo miraban, no tenían en nada la fuerza ni valentía de Amadís en comparación de la suya (cap. LXI).
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N-1,46,17. Expresión delicada, como otras de igual clase que se encuentran en el QUIJOTE. Cervantes tuvo particular gracia para indicar de un modo decente cosas que en sí no lo son del todo, bien al revés de su competidor Alonso Fernández de Avellaneda, y de esta diversidad pudieran ponerse ejemplos notables, si la decencia permitiera copiar las groseras y sucias expresiones del licenciado.
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N-1,46,18. Dícese por antífrasis de los que la tienen sobrado larga para maldecir de otros.
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N-1,46,19. Almario, voz viciosa por armario, que es como debió decirse con arreglo a su origen. Púsose la erre por la ele, como sucede en algunas provincias del reino, donde suelen trocarse comúnmente en la pronunciación estas dos letras.
Silo, cueva subterránea y enjuta para guardar trigo. Los latinos dijeron sirus, tomándolo del griego según se ve por los antiguos geopónicos. De aquí recibieron los castellanos primitivos este modo de conservar los granos, y la palabra silo, que se halla ya en el Fuero Juzgo, traducido de orden del Rey San Fernando.
Decoro, palabra latina que el autor del Diálogo de las lenguas deseaba en su tiempo que se adoptase en la lengua castellana (pág. CXXV) y que, por consiguiente, no era muy vieja en el de Cervantes.
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N-1,46,20. Pintó bellamente nuestro autor con imágenes y palabras adecuadas y oportunas tanto la cólera de Don Quijote como el efecto que sus demostraciones produjeron en el ánimo de su medroso escudero.
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N-1,46,21. Pecador significa aquí y en otras ocasiones semejantes menguado, mezquino, desdichado, como se dice después en el mismo período: es voz más de compasión y desprecio que de vituperio. La discreción de Dorotea había conseguido amansar la furia del león manchego.
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N-1,46,22. Reducir al gremio de la Iglesia se dice de los descomulgados a quienes se levantan las censuras, y de los herejes y renegados que adjuran sus errores y vuelven a ser admitidos a la comunión y sociedad de los fieles.----El sicut erat in principio es tomado del Gloria Patri. Todo huele a eclesiástico en estas expresiones.
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N-1,46,23. Se olvidó Cervantes de que la ventera lo había contado ya a todos los pasajeros, estando de sobremesa, en el capítulo XXXI; y así, el deseo sólo podía ser de los que habían llegado después de hecha aquella relación, a la venta.----Volatería se dijo por los vuelos de Sancho en la manta, bajando y subiendo por el aire con la gracia y presteza que se describió en la narración del suceso.
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N-1,46,24. No sale la cuenta, si se consultan los capítulos anteriores. En el XXXI se refirió que Don Quijote y demás personas que le acompañaban desde Sierra Morena llegaron a comer a la venta. Después de la comida se leyó la novela del Curioso impertinente, y durante su lectura pasó la batalla de Don Quijote con los cueros de vino. Enseguida llegaron don Fernando y Luscinda, y se reconocieron y reconciliaron don Fernando y Dorotea. Al anochecer llegó el Cautivo, y cenaron todos juntos. Sobremesa hizo Don Quijote el discurso acerca de las armas y las letras. Después contó el Cautivo su historia, concluida la cual se dice (cap. XLI) que llegada ya la noche, y que arribó a la venta el Oidor con su hija doña Clara, hallándose presente Don Quijote a su entrada. Siguió el reconocimiento de los dos hermanos, el Oidor y el Cautivo; y sin hablarse de cena, se refiere que iban ya casi las dos partes de la noche, y se recogieron a reposar todos, menos Don Quijote, que se quedó de guardia fuera de la venta.
Hasta ahora va poco más de medio día. El siguiente fue el de las pendencias sobre la albarda y el yelmo, y la prisión de Don Quijote intentada por los cuadrilleros. Sosegado todo, trata Don Quijote de partirse, y se dice que pasaban ya de dos días los que toda aquella ilustre compañía estaba en la venta; pero no había mediado más que una noche, y en rigor sólo iba un día. Sin embargo, Cervantes dijo que iban más de dos; y hubo de ser que, como no se detenía a leer lo que llevaba escrito, al escribir este pasaje juzgó a bulto que los acontecimientos de la venta habían exigido el espacio de algo más de dos días, y así lo puso. Realmente, ni aun los dos días eran tiempo sobrado para tantos sucesos.
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N-1,46,25. Juego de palabras que, según hemos dicho otra vez, no puede condenarse absolutamente, a pesar del abuso que algunos escritores han hecho de esta clase de adornos en su estilo.
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N-1,46,26. Los incidentes de la venta se habían multiplicado y complicado de tal suerte que no se veía cómo se pudiera salir de ellos y volver a continuar desembarazadamente las cosas de Don Quijote y su escudero. La dificultad se había hecho mayor, porque el nuevo estado de las cosas de Dorotea no permitía que siguiese sin mucha incomodidad el papel que hacía de Princesa menesterosa; Sancho empezaba a sospechar la verdad, a quien andaba ya muy en los alcances: la farsa iba a desaparecer, y urgía por momentos el remedio. Entre tantos apuros y dificultades, el felicísimo ingenio de Cervantes halló el modo de cortar el nudo y de seguir con naturalidad el hilo de su narración por un medio sencillo, nacido de la misma naturaleza del argumento, y que, lejos de ser repugnante ni aun extraño para Don Quijote, era, por el contrario, muy conforme a sus ideas. Recurrió a la magia; remedó un encantamento, con lo cual hizo verosímil y llana la repentina y absoluta mudanza de la escena. Echó mano de lo maravilloso, aplicándolo oportunamente al género ridículo, así como en el épico suele emplearse la intervención de lo divino en los casos arduos a que no alcanza el poder humano.
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N-1,46,27. No se entiende bien cómo, acabado de contar la prisa que daba a la partida Don Quijote, ahora, de pronto, sin decir cómo ni cómo no, se le encuentra durmiendo muy reposadamente. Pero no se han de llevar las cosas tan al cabo y tan punto por punto que no se permita dormir un rato a quien siempre se halla alcanzado de sueño y de juicio, preparándose con este descanso para la fatiga del camino, mientras los demás andaban, según se supone, haciendo los preparativos y dando las disposiciones necesarias para el viaje.
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N-1,46,28. El suceso mostró que no estaba muy libre ni seguro: ajeno quiso decirse. En este mismo sentido contaba Cardenio en el capítulo XXVI que Luscinda y él estaban seguros, esto es, ajenos de la traición de don Fernando.
Cita Pellicer a este propósito la prisión de Orlando mientras dormía, hecha por una cuadrilla de villanos, como refiere Pulci. Bowle añade lo que cuenta Ariosto sobre haber preso Ungiardo a Rugero, que, sepultado en sueño,
Alcun sospetto di questo non avea.
A este modo, pudiera también añadirse el caso de Sileno, a quien, sepultado en vivo y en sueño, según pinta Virgilio, ataron Cromis y Nasilo en una gruta; y si se quieren cosas modernas, el ejemplo de Gulliver, a quien los habitantes de Liliput aprisionaron estando dormido.
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N-1,46,29. En la presente profecía del Barbero se trata de aquietar a Don Quijote y de hacer que se resigne con su suerte, persuadiéndole que la aventura del gran reino Micomicón, en que le había empeñado su esfuerzo, se concluiría después de verificarse su matrimonio con Dulcinea. Anuncia el oráculo los bravos cachorros que nacerían del inaudito consorcioentre el furibundo león manchado y la blanca paloma tobosina; y saltando a la mitología pagana, llama al sol seguidor de la fugitiva Ninfa, indicando la fábula de Apolo y Dafne.Las lucientes imágenes son los signos del Zodíaco que recorre el sol cada año, significándose, por consiguiente, dos años en las dos vegadas o veces que el sol había de visitarlas, y pronosticándose el cumplimiento del suceso antes de que pasase este plazo.
En esta edición se ha conservado la lección león manchado, como se halla en las primitivas de la primera parte del QUIJOTE. Los editores de Londres de 1738 corrigieron en vez de manchado, manchego, y los siguieron la Academia Española y Pellicer. Yo no hallo la necesidad de la enmienda, ni gran diferencia entre manchado y manchego; manchado quiso decir de la mancha, y el Barbero jugó con el equívoco, oponiendo lo manchado de la piel del león a lo blanco de las plumas de la paloma.
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N-1,46,30. Esto de imitar las rampantes garras suena mal, mírese por donde se mire, y no parece que puede ofrecer buen sentido. Aconsejárale yo al Barbero o al Cura, si como es regular fue el que dictó la profecía, que dijese los fuertes fechos, o las altas caballerías, o cualquier otra cosa que no fuese garras. Pero, en fin, contaban con el mal estado del cerebro de su compadre, y no les faltaban motivos fundados de creer que para él todo era bueno, acomodado y verosímil en llevando el tono de profecía caballeresca.
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N-1,46,31. Pellicer observó ya la semejanza que se halla entre esta profecía del Barbero y la que encontró Amadís de Gaula esculpida en una tabla dorada, al subir en compañía de Grasandar a la Peña de la Doncella encantadora. En la cima de la Peña había ya más de doscientos años que la Doncella había construido unos grandes palacios, y en una sala de ellos se veían unas puertas cerradas de piedra, tan juntas que no parescía cosa que dentro estuviese; e por donde se juntaban, estaba metida una espada por ellas hasta la empuñadura. Tal era la puerta de la cámara encantada del tesoro que estaba prometido al caballero que pudiese sacar la espada. Una estatua de bronce tenía arrimada al pecho la tabla del vaticinio escrito en griego, que, traducido por Amadís, se vio que decía: En el tiempo que la gran ínsula florecerá y será señoreada del poderoso Rey, y ella señora de otros muchos reinos y caballeros por el mundo famosos, serán juntos en una la alteza de las armas y la flor de hermosura, que en su tiempo par no ternan; y dellos saldrá aquel que sacará la espada con que la Orden de su Caballería cumplida será; y las fuertes puertas de piedra serán abiertas, que en sí encierran el gran tesoro. Esta profecía anunciando que Amadís llegaría a ser Rey de la Gran Bretaña y señor de otros reinos, en compañía de la sin par Oriana, y que su hijo Esplandián sería el que sacase la espada con la que se armaría caballero, dando así fin y cabo a la aventura de la Peña. Parece que Cervantes tuvo presente la sustancia de esta profecía en la del Barbero al anunciar a Don Quijote su unión con Dulcinea, y las hazañas de los hijos que nacerían de su matrimonio.
Profecías de este género, con menciones de leones y otras alimañas, de que no se olvidó Maese Nicolás, se hallan frecuentemente en los libros de Caballerías, como la del sabio Artidoro a Floramor en la Historia del Caballero de la Cruz (lib. I, cap. LXIV): Consuélate con que habrás el debido premio de tus trabajos; mas primero avendrá quel antiguo elefante y el pintado tigre serán robados por el mismo león, y serán encerrados en otra más oscura caverna, de donde nadie será bastante a los librar, hasta que el hermoso halcón con nombre devino dé tal vuelo que, alcanzando a la prisión con su fuerte pico, quebrante sus fuertes cerraduras, cobrando lo que a ti, y a él, y a los otros gavilanes es perdido. Y siendo vueltos a la antigua madre, vernán los dos salvajes ayudados del mágico saber, y encerrarán las palomas en lugar que de nadie puedan ser sacados, hasta quel divino castillo con divinales fuerzas las basten a librar de aquella cárcel. Cata aquí, Príncipe, lo que avendrá, y créeme sin falta ninguna que así será como te digo.En Celidón de Iberia, Altello, su padre, aportando a la isla del gigante Morfán, halló un padrón escrito en mármol blanco (canto 3.E¦):
Al tiempo, dice, que la fresca rosa habrá algún tanto olor de sí esparcido, parecerá más pura y más hermosa
con la victoria del dragón vencido.
Que de la sangre griega valerosa
y la fuerte española es ya nacido
de quien la libertad su madre espera,
ni lo procure en vano otro cualquiera.
En la crónica de don Florisel de Niquea (parte II, cap. I) se refiere que habiendo caído un rayo en una torre antigua, edificada por Medea en la isla de Colcos, y reducídola a cenizas, pareció una tabla de alambre (bronce) con unas letras que decían así: "Citando el fuerte simulacro fuese descabezado por el hilo de la espantable serpiente, y los silbos de la madre al hijo del mortal sueño recordaren, el resplandor de la hermosa Diana será visto, habiendo pasado el eclipse de la casa griega de la interposición del radiante Febo, de cuyos rayos la hermosura de Diana será acrecentada con doblada claridad por las haces del universo, sembrando por ellas y hasta las celestiales cumbres subiendo la claridad y gloria de su resplandor."
Esto de los anuncios fatídicos venía ya de los griegos y latinos, de cuyas historias y libros se trasladaron (con oportunidad o sin ella) muchas cosas a los de Caballería, como observaremos más detenidamente en su lugar. Las profecías, por su misma naturaleza, son oscuras: las citadas lo son mucho, y necesitarían para entenderse largas explicaciones. No lo son menos la que la sabia Ardémula, disfrazada en forma de dueña y montada en un lobo sin cabeza, intimó a la Reina Galercia en Policisne de Boecia (cap. LXXXVI); otra que se lee en el capítulo I de Don Olivante de Laura, y la que el mago Artemidoro escribió con letras grandes en la fachada del palacio de Constantinopla, y se pone en la Historia del Caballero del Febo (parte I, lib. II, cap. VI).
De las muchas que contiene la parte II de don Florisel de Niquea, copiaré la última, que es de la sabia Urganda, porque en ella, como en la del Barbero, se hace mención de Apolo, de leones y garras. Dice así: Cuando la hermosa Diana del más resplandeciente Apolo fuere llena, en la gloria de su conjunción nacerá y producirse ha de tal ayuntamiento el bravo y fuerte león, con tal fortaleza de sus uñas, que los grandes hechos del león primero se pongan en olvido. De cuya fortaleza, cuando el segundo león, heredero del primer nombre, con el tercero de su nombre se juntare, con la fortaleza de sus uñas, con gran escuridad en el fin de su luz, con esparcimiento de su sangre en tales tinieblas de dolor la dejarán en la casa griega, tan teñida del agua mezclada con la sangre, cuando la razón de esparcirse de los dos bravos leones dejará el corriente con el fin suyo y de la engendradora del mortal basilisco, en compañía del bravo león de su amoroso ayuntamiento (cap. CLXX).
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N-1,46,32. Viene la segunda parte de la profecía dirigida a Sancho. No se leen profecías de esta clase en los anales de la Caballería; los escuderos eran personas de poca importancia para ocupar la atención de los hados y las predicciones de los nigromantes. Pero ningún escudero hizo tanto papel en la historia de su principal como Sancho en la de Don Quijote, por cuya razón era sin duda acreedor a esta preferencia. En la presente profecía se supone que Sancho ceñía espada; y de hecho la ceñían los escuderos de los andantes, como se ve por infinitos lugares de sus crónicas. Sin embargo, Cervantes, poco consiguiente consigo mismo, hizo decir alguna vez a Sancho que nunca había llevado espada. Hablóse de esto en las notas al capítulo XV.
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N-1,46,33. Es propiedad de nuestro idioma, especialmente en el estilo familiar (en que es rico sobre toda ponderación), reforzar el significado de los verbos con los pronombres personales, según sucede en el presente caso. Esta adición como se reconcentra la acción de los verbos y la ciñe con más fuerza al que habla o al de quien se habla. Pudiera haberse contentado el Barbero con decir adonde yo sé, y nada se hubiera echado menos. La añadidura del pronombre indica que la acción del verbo es íntima y exclusiva, como si dijera, adonde yo sé y no sabe otro. Con igual verbo y modismo decía Ginés de Pasamonte, en el capítulo XXI, que no era menester mucho para escribir lo que le faltaba de su historia, porque, decía, me lo sé de coro.
Pudiera parecer que la adición del pronombre personal convertía en recíprocos los verbos que no lo eran antes; pero esta aparente conversión no es sino accidental y pasajera. Los verdaderos recíprocos, como arrepentirse, atreverse (son muy contados en castellano), nunca dejan de serlo; no pertenecen a las clases de los neutros ni de los activos; no pueden usarse sin el pronombre personal ni admiten otro objeto distinto del pronombre; circunstancias que no se verifican en el verbo saber del texto, ni en otros que fácilmente ocurren, como temer, recelar, etc., a los cuales se adapta con frecuencia el refuerzo del pronombre Esta
propiedad suele convenir a verbos activos y a otros que no lo son, así como también hay verbos de las mismas clases que la repugnan, sobre lo que sería muy fácil dar reglas.
Pero los que con más frecuencia disfrutan de esta prerrogativa son los verbos ser y estar. Innumerables ejemplos ofrecen de ello nuestros libros más clásicos; alegarlas sería proceder en infinito, y nos ceñiremos a algunos tomados del mismo QUIJOTE.
En el capítulo VII de esta primera parte decía Sancho a su amo: yo de mío me sé pacífico y enemigo de meterme en ruidos.En el capítulo IX se cuenta que, habiendo caído en tierra don Sancho de Azpeitia, estábaselo mirando con mucho sosiego Don Quijote.Decía éste en el capítulo XVII: de que la Señora Reina se esté como se estaba, me regocijo en el alma. Y confirmando lo propio Dorotea, decía en otro paraje (cap. XXXVI): la misma que ayer fui me soy hoy. Don Quijote, en la aventura que se contará de Maese Pedro, contesta a las alabanzas que éste le daba: como quiera que yo me sea, doy gracias al cielo que me dotó de un ánimo blando y compasivo.+Graciosico me sois? , decía Sancho a un mozo rondando su ínsula (parte I, cap. XLIX). Y aun este ejemplo pudiera llevarnos a otras observaciones de casos, en que los verbos admiten el refuerzo del pronombre personal sin que corresponda al sujeto del verbo que lo lleva.En la descripción de las aventuras del Caballero del Sol o de la Serpiente, que se hizo en el capítulo XXI, decía Don Quijote: ya se es ido el caballero expresión que me parece haber visto en algún romance antiguo); y Rocinante en el diálogo con Babieca, puesto en los principios del QUIJOTE, motejando a su amo, decía:
Asno se es de la cuna a la mortaja.
Finalmente, de la combinación del pronombre se con las terceras personas de los verbos, resulta la especie de voz pasiva que tenemos en castellano, cuando decimos sin expresar sujeto alguno se cuenta, se cree, se supone. En el infinitivo el pronombre sigue siempre al verbo contarse, creerse, suponerse; en los demás modos sigue o antecede: decimos se cuenta y cuéntase, se cree y créese, se supone y supónese. Pero esto pertenece ya a otro asunto.
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N-1,46,34. Ponderación excesiva, que pudiera haberse templado para los lectores, a quienes debe suponerse con el cerebro ileso e incapaz de dar entrada a los absurdos que la tenían en el de Don Quijote por loco, y en el de su escudero por sandio.
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N-1,46,35. Don Guillén de Castro, poeta valenciano contemporáneo de Cervantes y escritor de la comedia del Cid, de que se aprovechó Pedro Corneille en su famosa tragedia de este título, se aprovechó también por su parte del DON QUIJOTE DE LA MANCHA, escribiendo con este mismo nombre una comedia en que se trasladan al teatro con bastante menudencia los sucesos contenidos en la primera parte de la fábula de Cervantes, el pasaje en que el hidalgo manchego, después de apaleado, se cree Baldovinos; la historia de Cardenio, Luscinda, Dorotea y don Fernando; la penitencia en Sierra Morena, a imitación de Beltenebros, y la aventura de la Princesa Micomicona. La comedia acaba llevándose el Cura y el Barbero en una jaula a Don Quijote, y entonando el Barbero su profecía en esta forma:
Tú el de la Triste Figura,
no te aflijas si te encantan,
porque es ésta una aventura
que la vería acabada,
cuando a pesar del Gran Can,
el gran león de la Mancha
y paloma tobosinaen ricos tálamos yazgan,
dando al mundo cachorrillos
que parezcan en las garras
al cachorrón. Ten valor,
porque esto será sin falta.
Concluyendo precisamente la comedia en el enjaulamiento del Ingenioso Hidalgo, bien se deja entender que se escribió en el tiempo que medió entre la publicación de la primera y de la Segunda parte del QUIJOTE. Aunque don Guillén se ajustó en general a la relación de Cervantes, hizo algunas alteraciones en la invención. Supuso a don Fernando hijo mayor, y, por consiguiente heredero del estado de su padre; a Cardenio lo fingió hijo de un labrador, y en la tercera jornada se descubre que cuando mamaba don Fernando, se le trocó en casa de su nodriza con Cardenio, y que Cardenio era el verdadero hijo del Duque Ricardo. De esta suerte se hizo más teatral el desenlace del drama.

[47]Capítulo XLVI. Del estraño modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos
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N-1,47,1. Ya se ha observado que este título corresponde más bien al capítulo anterior, que fue donde se cantó lo del encantamiento de Don Quijote, trazado por el Cura y ejecutado por todos los hombres que se hallaban en la venta, incluso los cuadrilleros. En el presente capítulo se refiere el viaje solemne y procesional del ya encantado caballero, hasta el encuentro con el Canónigo de Toledo, y el principio de la conversación de éste con el Cura.
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N-1,47,2. De estos y otros modos de caminar tenía ejemplos Don Quijote en los anales de la Caballería.
Estando los sabidores Alquife y Urganda en una floresta, haciendo ciertos signos y conjuros, vieron por el aire venir una nube muy negra, echando de sí muchos truenos y rayos. En medio della venía un carro armado sobre dos grandes grifos, y en él asentada una dueña con una corona de Reina en la cabeza; el cual carro, para ellos tan recio como el relámpago parece, de Oriente a Occidente abajó a ponerse hasta donde ellos estaban, do fue luego desecha la nube. La dueña era la maga Cirfea, Reina de Argines, que los llevó en el carro a ver la gloria de Niquea (Amadís de Grecia, parte I, cap. LXXV).
Semejante a éste era el carro en que iba la sabia Linigobra la primera vez que la vio su cliente Celidón de Iberia:
En esto por el aire un carro asoma
sobre cuatro serpientes, que contiene
tanta copia de fuego y tanto espira
de sí, que torna ciego a quien lo mira.
A Celidón le dijo entonces Frina,
hablad a Linigobra, caballero;
humilde ante ella Celidón se inclina,
y ella con gozo le abrazo primero.
De las hablillas vulgares sobre los viajes de las magas en nubes o en carros de dragones, que venían ya desde el de Medea, encuentro mención en el antiguo poema de Alejandro, donde, refiriéndose la traición que Pausanias tramaba contra Filipo, refiere que el Príncipe se presentó de improviso:
Ovieno ennas nubes, o lo adujol viento,
o lo adujo la Fada por su encantamiento...
Sobrevino el Infant Iasso e sudoriento.
El carro encantado del enano Berfunes era tirado por seis serpientes con alas de grifo, por cuyo medio hendía velocísimamente los aires, y en él condujo Berfunes a Orianda y otras tres Fadas desde la isla de Rosaflor a Maganza, y de aquí otra vez a Rosaflor (Gerardo de Eufrates, cap. VI).El sabio Lupercio, montado en un carro de que tiraban cuatro grifos, y venía por el aire arrojando de sí relámpagos y fuego, se presentó en la marina de Niquea, y con tal vista las Infantas Clarintea y Liriana cayeron sin sentido en el suelo. Dos centauros que salieron del carro las metieron en él; y Lupercio, elevándose por el aire hizo ciertos conjuros con los cuales volvieron en si las Infantas (Caballero del Febo, parte II, lib. I, cap. XXVII).
Lo del hipogrifo se dijo sin duda por el que se describió en el Orlando furioso: era un monstruo compuesto de caballo y de grifo, con cuerpo, pies y garras de león, alas y pico de águila. De él se habló ya en las notas al capítulo XXV: aquí añadiré noticias de algunas bestias monstruosas que sirvieron de cabalgadura, y se describen en los anales de los andantes.
Dei Rey Gradoso dijo Francisco Garrido de Villena en el Orlando enamorado, que era
Un gran gigante Rey de Trapobana,
Que lleva una girafa por alfana.
Del gentil gigante Floribelo se cuenta que, no habiendo caballo que pudiese sufrir su grandeza, el sabio Artidoro le dio una bestia muy grande y hermosa: era mayor que el mayor caballo del mundo, y tenía la cabeza muy grande y con crescidos colmillos guarnescida. Corría tanto que ningún caballo la podía alcanzar (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XIX).
Veamos ahora la pintura de un jinete tan lindo y gracioso como la cabalgadura en que montaba. El gigante Mordacho, cuando acompañó a la maga Almandroga en su viaje de Boecia, en la cabeza llevaba una armadura hechiza, do sus desemejadas orejas podían entrar, hecha de costillas y huesos de sierpe muy fuertes. Cabalgaba en un oso tan grande y desemejado como un gran elefante, guarnido con unas guarniciones de cueros muy duros... que él puesto encima parecía más fiera cosa de ver y más espantable que el infierno. Los pies llevaba descalzos, cubiertos de un vello muy negro, sin estribos, sitio metidos por un caparazón de un tigre, que de la silla colgaba. En ellos por espuelas llevaba en ambos calcañares unas uñas de un león con unas correas, que cada vez que las piernas al oso ponía, daba tan grandes bramidos y saltos que a todos atronaba (Policisne de Boecia, cap. XLI).
La Reina Calafia, yendo a ver a Esplandián, se vistió riquísimos adornos y cabalgó en una animalia la más extraña que nunca se vio. Tenía las orejas tamañas como dos adargas, la frente ancha, no tenía más de un ojo como un espejo, las ventanas de las narices eran muy grandes, el rostro corto y tan romo, que ningún hocico le quedaba. Salían de su boca dos colmillos hacia arriba, cada uno de más de dos palmos; su color era amarilla, y tenía sembradas por su cuerpo muchas ruedas moradas a manera de onza. Era de grandeza mayor que un dromedario, y tenía las patas hendidas como buey, y corría tan fieramente como el viento, y por los riscos andaba tan ligeraàà como las cabras monteses. Su comer era dátiles e higos y pasas, y no otra cosa; era muy hermosa de ancas y costados y pechos (Esplandián, cap. CLXV).
De todos los métodos de viajar por encantamiento, ninguno más suave y acomodado que el de Reinaldos, cuando atado de pies y manos con guirnaldas y lazos de flores mientras dormía le transportó Armida en su carro desde el Oronte a su isla encantada, como se cuenta en la Jerusalén del Taso (canto 14).
Del viaje que hizo en una nube el sabio Alquife se habló en otro lugar. Esta misma especie de carruaje proponía Mercurio en el Viaje al Parnaso para conducir a don Francisco de Quevedo desde Nápoles, cuando manifestándole Cervantes lo que tardaría Quevedo en llegar a la defensa del sagrado monte, por ser pasicorto:
Deso, dijo Mercurio, no hago caso, que el poeta que fuere caballero,
sobre una nube entre pardilla y clara
vendrá muy a su gusto caballero.
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N-1,47,3. VUELTA AL TEXTO

















N-1,47,4. En el capítulo X de la segunda parte expresa Don Quijote que el buen olor es propio de las señoras principales, por andar siempre entre ámbares y flores. Ya se ha dicho en otro lugar que el ámbar y la algalia eran dos sustancias que solían entrar en las confecciones olorosas usadas comúnmente en tiempo de Cervantes.
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N-1,47,5. Expresión familiar, por abreviar la partida, convirtiendo en verbo de estado el de acción abreviar, cosa que es frecuente y común en castellano, según se ha dicho otras veces.
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N-1,47,6. Atendida la colocación de las palabras según las presenta el texto, parece que quien lo hizo fue Sancho; pero no fue sino el ventero, y hubiera sido más claro, y, por consiguiente, mejor, poner lo cual hizo, en lugar de el cual lo hizo.
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N-1,47,7. Salió por salieron. Así parece que debió decirse en este lugar, no sólo porque el sujeto se compone de tres nombres, la ventera, su hija y Maritornes, sino también porque se dice que lloraban, y ambos verbos debieron estar con un mismo número.
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N-1,47,8. Según se cree, fue un antiquísimo Rey de Bactra, en la Persia, y vulgarmente se le atribuye el principio de la magia. Así lo dijo Plinio en el libro XXX de su Historia Natural, y lo repitieron después muchos escritores. El padre Martín de Río, en su obra de las Disquisiciones mágicas, enumera los varios Zoroastes que se conocen en la historia, y del que pasa por inventor de la magia, dice que, según algunos, fue Mezraim, hijo de Cam y nieto de Noé (lib. I, cap. II). Según Abulfaragio, citado por Casiri (Biblioth. Escurial., tomo I, pág. 373), no faltó quien dijese que Zoroastes fue discípulo del profeta Elías. Otros más bien se inclinan a que la magia nos vino del Norte: Abaris en lo antiguo, en tiempos posteriores Merlín, Odino, Olero y otros pasaron por grandes mágicos. Los griegos atribuyeron al sexo femenino el ejercicio especial de la magia; Circe, Medea, las mujeres de Tesalia, tuvieron fama de peritas y profesoras aventajadas del arte.
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N-1,47,9. Pudiera sospecharse que el di es errata por hice, y que esto último pondría el original de Cervantes, porque el desaguisado no se da, sino se hace; y así lo acaba de decir Don Quijote.
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N-1,47,10. Las sospechas de Don Quijote recaerían naturalmente sobre el sabio Fristón, de quien ya creyó antes que le había robado los libros, y que le tenía ojeriza, porque había llegado a averiguar por sus artes y letras que andando el tiempo vencería Don Quijote a un caballero favorito suyo (parte I, cap. VI).
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N-1,47,11. En él diríamos quedaron en darse noticia de sus sucesos.
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N-1,47,12. Vuelve Cervantes a hablar de sus novelas, como lo había hecho antes en el capítulo XXXI, donde se mencionó la del Curioso Impertinente. Aquí anuncia la de Rinconete y Cortadillo que entre otras publicó ocho años después, en el de 1613, y que probablemente escribió durante su residencia en Sevilla a fines del siglo anterior; novela sobre toda ponderación graciosa, la mejor sin duda de Cervantes, donde se pintan la vida y costumbres de una asociación de ladrones, dirigida por su maestro Monipodio, siendo de admirar, como dice al fin de la misma novela, cuán descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa. Según Pellicer, hay indicios de que los sucesos que se refieren en la novela pasaron el año de 1569.
Don Luis Zapata, autor del Carlo famoso, de quien hablamos en las notas al capítulo VI, escribió una Miscelánea, que se guarda original en la Real Biblioteca, donde (folio 44 vuelto) refiere que en su tiempo había realmente en Sevilla una cofradía de ladrones y rufianes con su prior y cónsules, y depositario para guardar los hurtos ínterin no se repartían, con su arca de tres llaves. Se exigía de los cofrades que fuesen cristianos viejos, y que jurasen no descubrir a sus compañeros, aunque los hagan cuartos. Haber la cofradía, dice Zapata, es cierto, y durará más que la señoría de Venecia, porque aunque la justicia entresaca algunos desdichados, nunca ha llegado al cabo de la hebra. Si la profecía de Zapata fue cierta, la venerable congregación de Monipodio ha debido llegar hasta nuestros días, puesto que en ellos ha dado fin la señoría de Venecia.
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N-1,47,13. Sonaría mejor: subió a caballo, y también su amigo el Barbero, ambos con sus antifaces. El plural sus antifaces pide que proceda otro plural con quien armonice.
Sin duda estaría de ver la comitiva, medio procesión y medio máscara que aquí se describe, y que sepultada en grave y mustio silencio, avanzaba lentamente al paso de los bueyes por los llanos de la Mancha. En ella iba, como parte muy principal, nuestro buen escudero Sancho sobre su asno, llevando de la rienda a Rocinante, que eran otros dos individuos de la procesión: y como presidente, el héroe manchego atado de pies y manos, que se dejaba ver por entre los palos de la mal forjada jaula, dentro de la cual se iba zarandeando. No fue extraño que este espectáculo causase admiración y excitase la curiosidad del Canónigo de Toledo, como luego se refiere.
El Licenciado Fernández de Avellaneda había leído tan de ligero la primera parte del QUIJOTE de Cervantes, que en los capítulos I y I del suyo, suponía que no había parecido el rucio desde que le hurtó Ginés de Pasamonte.
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N-1,47,14. En el pasaje presente, el adverbio donde está en vez del relativo. Poniendo éste y conservado el orden natural de las palabras, quedaría el discurso más claro y correcto en esta forma: Caminaron dos leguas hasta que llegaron a un valle, el cual le pareció al boyero ser lugar acomodado para reposar y dar pasto a los bueyes.
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N-1,47,15. Serían las varillas que llevaban los individuos de la Santa Hermandad, como se vio en otro lugar.
Poco antes, al referirse la forma y orden de la comitiva, se dijo que los cuadrilleros eran dos; y en el capítulo XLV se había dicho que eran tres. También se expresa en el presente que iban armados con escopetas, y en el LI que llevaban ballestas: estas armas en una misma persona eran incompatibles. Por lo demás, los cuadrilleros solían usar ambas clases de ellas, como se ve en aquel pasaje del Diablo Cojuelo, en que, describiendo Luis Vélez la quimera de los representantes en una venta de Sierra Morena, dice que todavía pasara a más si el ventero no llegara con la Hermandad en busca de los dos que se fueron (Don Cleofás y el Cojuelo) para prendellos, con escopetas, chuzos y ballestas (tranco 5, al fin).
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N-1,47,16. La palabra facinoroso es más conforme a la etimología que facineroso, como decimos en el uso actual. En éste también se ha adoptado mudar la conjunción o en u, cuando concurre con palabra anterior que acaba, o siguiente que empieza con la misma vocal, para evitar el hiato o esfuerzo necesario para pronunciar las dos oes seguidas. Ahora diríamos con mayor suavidad u otro delincuente. Por igual razón se muda también la conjunción y en e; decimos español y francés, francés e italiano. Nuestros antiguos se cuidaron muy poco de estos refinamientos y atildaduras del lenguaje.
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N-1,47,17. Gaspar Gardillo de Villalpando, teólogo que se distinguió en el Concilio de Trento por su saber y elocuencia, fue natural de Segovia, colegial de San Ildefonso, beneficiado de Fuentelsaz y canónigo de Alcalá. Compuso, con arreglo a las ideas recibidas comúnmente en su tiempo, y publicó en Alcalá, el año de 1557, la Suma de las súmulas dedicada a la Universidad, la cual dispuso que éste fuese el libro por donde se estudiase la dialéctica en sus escuelas. Cervantes, como natural de Alcalá, donde vino al mundo el año de 1547, diez antes de la publicación de las Súmulas, debía estar bien informado de estas particularidades. Después de escrita y publicada la primera parte del QUIJOTE, y en el mismo año que se dio a luz la segunda, se imprimieron en Madrid las Súmulas de Villalpando, traducidas al castellano por el licenciado Francisco Murcia de la Llana.
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N-1,47,18. Erase o fórmula proverbial de quien se resuelve a hacer alguna cosa sobre que ha precedido deliberación; significa que el que habla se entrega al favor y dirección de la Providencia en lo que va a hacer. Pertenece al estilo familiar como todos los modos proverbiales, y los mismos proverbios o refranes: la presente expresión se encuentra con frecuencia en los libros de Caballerías.
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N-1,47,19. Plinio, que supo todo lo que supieron de geografía e historia natural los antiguos, colocó los gimnosofistas en la India (lib. VI, cap. I); y lo mismo Apuleyo, haciendo grandes elogios de sus prácticas y costumbres (lib. I, Floridor). No sé por dónde pudo ocurrir ponerlos en la Etiopía. Verdad es que Don Quijote tenía licencias absolutas para decir, bueno o malo, cuanto le ocurriese. De los magos ya se sabe que eran los filósofos de los persas; de los bracmanes habló también Plinio como de pueblos que habitaban las orillas de unos ríos que calan en el Ganges (lib. VI, cap. XVI). Apuleyo, más conforme en esto con las ideas de nuestra edad, los contó entre los sabios de la India (lib. I, Floridor).
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N-1,47,20. ...Si vestras forte per aures
Tri礠nomen it
,
decía Eneas en Virgilio (Eneidas, lib. I) a su madre Venus, cuando, arrojado por la tempestad a la costa de Cartago, la encontró disfrazada en traje de cazadora. Aquí hablaba el Cura, a quien el Canónigo había hallado en la falda de Sierra Morena disfrazado en traje de nigromante.
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N-1,47,21. Según la regla establecida ya por un uso racional y constante, diríamos escritos. Las personas de gusto delicado evitan cuando buenamente pueden en su práctica la concurrencia de nombres de género distinto con adjetivos de dos terminaciones.
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N-1,47,22. Alúdese a la costumbre de santiguarse cuando se ve de pronto alguna cosa de admiración o de espanto. Así lo hizo Don Quijote, como se contará a su tiempo, cuando, a deshora de la noche vio desde la cama entrar a doña Rodríguez por la puerta de su aposento; así lo habían hecho los frailes benitos, acometidos y puestos en fuga por el héroe manchego en la primera parte; y así lo hizo también el caballero Floriseo al entrar en la Rica Selva encantada, como se cuenta en la crónica de su hijo Don Florindo.
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N-1,47,23. Esto es conforme a la idea que comúnmente dan de los encantados los libros de Caballería; y en cuanto al comer y beber y otras funciones corporales, lo confirmó Don Quijote en la relación de la aventura de la Cueva de Montesinos, donde preguntado por uno de los circunstantes si comían los encantados, no comen, respondió, ni tienen excrementos mayores, aunque es opinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos. En orden a hablar no era lo mismo, porque hablaba Montesinos, hablaba Durandarte, Belerma daba grandes alaridos, y Dulcinea y su doncella pedían prestado. Como quiera, en los libros andantescos se pintan los encantados por lo común como personas sin sentido, necesidades ni movimiento; y ciertamente, en algunos de los encantos descritos, como el del Castillo de Medea, donde las personas encantadas llegaban a millares (Belianís, lib. II cap. VI), el de la Torre del universo, donde se hallaban una porción de Príncipes (Amadís de Grecia, parte I, capítulo CXXIX), y el de la isla Sumida, donde estuvieron comprendidas por más de doscientos años muchas ciudades y villas con todos sus habitantes (Florambel, lib. IV, cap. XX), los encantadores se hubieran visto muy apurados para dar de comer y beber a tanta gente. Esto no obstante, suelen atribuirse movimientos y funciones naturales a los encantados: la Princesa Florisbella parió estando encantada en el citado castillo de Medea (Belianís, lib. II, cap. XXIV); alguna vez también pelean, como los Príncipes troyanos, que, encantados por Astorildo, desde la ruina de su ciudad se combatieron con los caballeros del Soldán de Babilonia (Ib., lib. I, caps. XLIX y sigs.); y el Emperador Palmerín de Oliva, siendo ya muy viejo, murió, como cuenta la historia de su hijo Primaleón (cap. CCXVII), a manos de un gigante encantado.
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N-1,47,24. Sentencia que en este lugar parece impertinente. Lo que Sancho acaba de decir de la envidia ya se entiende, pero +a qué viene lo de la escasez y liberalidad?
Por escaseza decimos ahora escasez. En la terminación de los nombres de esta clase se observa mucha diversidad entre nuestros antiguos escritores. Antes se propendía algo más a la terminación en a; después, el uso ha ido fijando las terminaciones, pero siempre con variedad, unas veces de un modo y otras de otro. Decimos escasez, insulsez, esquivez, doblez, y no escaseza, insulseza, esquiveza y dobleza; extrañeza, entereza, nobleza, bajeza, y no extrañez, enterez, noblez y bajez.
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N-1,47,25. Nombre plural que sólo se usa en la frase estar o hallarse en pinganitos, que equivale a estar en elevación o en alta forma, sin que se pueda señalar el origen de la expresión ni de la voz. Alguna otra palabra hay en castellano que, a la manera de pinganitos, nunca se emplea sola ni fuera de una cierta y determinada combinación. Así sucede con la voz ampo, que nunca se usa sino para decir el ampo de la nieve. Tales son las irregularidades y caprichos del lenguaje.
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N-1,47,26. Frase elíptica anticuada, aunque hermosa y digna de rehabilitarse, es como si dijera: pésame a causa de mis hijos y de mi mujer. En el antiguo romance del Conde Alarcos, le decía la condesa su mujer, próxima ya a morir:
No me pesa de mi muerte
Porque yo morir tenía,
Mas pésame de mis hijos
Que pierden mi compañía.
Y le contestaba el Conde:
Pésame de vos, Condesa,
Cuanto pesar me podía.
La misma expresión se lee en otro romance viejo del Conde Claros, condenado a muerte por sus amoríos con la Infanta:
Pésame de vos, el Conde,
Porque así os quieren matar...
Que los yerros por amores
Dignos son de perdonar.
Este es el origen del nombre pésame, que significa la manifestación de la parte que se toma en el sentimiento ajeno; y se opone al pláceme, que significa la parte que se toma en el placer ajeno, y es lo mismo que congratulación o enhorabuena.
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N-1,47,27. Especie de abreviatura en que conciencia equivale a escrúpulo o cargo de conciencia; y lo mismo sucede cuando después, en el capítulo XLIX, dice Don Quijote que formarla muy grande conciencia si se dejase estar en la jaula no hallándose encantado. En el mismo sentido hablaba a su marido la huéspeda del mesón de Toledo en la novela de La ilustre fregona, una de las escritas por nuestro Cervantes: en verdad que, según vos decís, el mozo (Tomás Pedro) sirve de manera que sería conciencia despedille por tan liviana ocasión. Y según don Antonio Guevara, en el capítulo I de su Menosprecio de la Corte: dar a quien no lo merece es muy grande afrenta, y quitarlo al que lo merece es gran conciencia. De esta suerte, por una especie de juego de los que ofrecen los idiomas a las personas observadoras y reflexivas, conciencia viene a significar falta de conciencia.
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N-1,47,28. Son dos versos octosílabos
Adóbame esos candiles,dijo a este punto el Barbero,
de los que ocurren frecuentemente en la prosa castellana, y algunas veces en el QUIJOTE. En la contestación que da aquí mismo Sancho al Barbero, le dice:
y debajo de ser hombre
puedo venir a ser Papa.
La expresión de adóbame esos candiles es como la de atájame esos payos, y otras semejantes, con que se moteja en estilo familiar al que habla, indicando que lo que dice es un despropósito.
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N-1,47,29. Tener compañía, por acompañar: el que no conociese bien nuestra lengua, tal vez acusaría esta frase de galicismo, como también la de meter mano a la espada, meter a fuego y sangre, y otras de este género, que suelen hallarse en nuestros buenos libros, y de que hemos hablado en algunas ocasiones anteriormente.
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N-1,47,30. La palabra empreñarse y otras que en lo antiguo pudieron usarse decentemente, han perdido esta calidad con el tiempo. Empreñarse por impregnarse lo dijo Santa Teresa en el capítulo XIV de su Vida, y realmente eran una misma palabra en su origen. Pero en tiempo de Cervantes empezaba ya a tener alguna vez otro sentido, como se ve por la respuesta de Sancho al Barbero.
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N-1,47,31. Este razonamiento del Canónigo merece ser estudiado; es una censura de los libros d Caballería muy sensata, juiciosa y arreglada los principios del arte que deben conservarse en todas las obras de invención y de ingenio. Por otro lado, la conversación entre el Canónigo y el Cura es un episodio nacido de la acción principal, y muy conveniente para la continuación de ella; porque sin haberse apartado a hablar los dos interlocutores para entenderse y ponerse de acuerdo, corría peligro de que, descubriéndose la verdad se desbaratase la farsa trazada por el Cura para llevar a Don Quijote a su aldea.
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N-1,47,32. Así es la verdad. Cualquiera que lea con atención la historia de Esplandián, Amadís de Grecia, Belianís, Florisel de Niquea, el Caballero del Febo y otras, advertirá un fondo de semejanza en sus amores, combates, encantamientos, florestas, castillos, jayanes y aventuras, que no puede menos de producir el fastidio y cansar la constancia del lector más aficionado a esta clase de vaciedades.
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N-1,47,33. Dióseles este nombre, porque se inventaron o por lo menos eran comunes en Mileto, ciudad griega en la costa de Jonia, famosa por la suavidad de su clima, por la molicie de sus habitantes y por su inclinación a los placeres y diversiones frívolas. Fue la Síbaris del Asia, y patria de la célebre cortesana Aspasia, primero amiga y después mujer de Pendes. De esta propensión a la futilidad y al deleite hubieron de nacer los cuentos o fábulas milesias, propias únicamente para desperdiciar el tiempo o entretener la infancia, como lo son los cuentos tártaros, y según el juicio y censura del Canónigo, los libros caballerescos.
A las fábulas milesias opone el Canónigo las que llama apólogas, que, según la opinión común, nacieron en Frigia, como las otras en Jonia, provincias ambas del Asia Menor. A este género pertenecen las fábulas de Esopo entre los griegos, de Fedro y Aviano entre los latinos, de La Fontaine y Samaniego entre los modernos.
El adjetivo apólogas, que se halla en el texto, no está bien formado de su raíz, que no el nombre apólogo. Quizá en el original no fue más que la abreviatura de apológicas, como usó este adjetivo el Maestro Alejo de Vanegas, cuando dividió las fábulas en tres clases: mitológicas, apológicas y milesias. A no ser que en tiempo de Cervantes no se hubiese fijado aún la analogía que había de seguirse en la formación de este y otros derivados semejantes. A esta manera en el Pícaro Guzmán (parte I, lib. I, cap. I), se encuentra también, usada como adjetiva, la palabra cosmógrafa, en lugar de cosmográfica que ahora decimos.
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N-1,47,34. +De qué género los quiere el lector: históricos, geográficos, cronológicos, ponderaciones monstruosas, relaciones absurdas, desatinos contrarios a la razón y al sentido común? De todo hay con abundancia en los libros caballerescos; mucho se ha visto ya en las notas anteriores, y mucho queda por ver en las sucesivas. Nos ceñiremos por ahora a dar algunas muestras en general del desconcierto con que, entregándose a una imaginación delirante, los cronistas de los caballeros fingieron los disparates que tan justamente llama desaforados el Canónigo de Toledo.
Sea el primero la descripción del aparato con que en la historia de don Policisne de Boecia (cap. XCVI) salió la sabia Ardémula a recibir al Rey Minandro y a la Reina Grumedela, que iban encantados a la ínsula No-hallada. Rompían la marcha dos muy grandes y desemejados leones con muy grandes coronas de oro en la cabeza, y detrás de cada uno dellos venían hasta mil leones (Uno después de otro en hilera). Tras ellos venían dos tigres muy feroces, ansimesmo con sus coronas en la cabeza, y tras ellos venían gran multitud de tigres. Y pasando éstos en la misma ordenanza, venían luego unas muy fieras onzas con sus coronas, y tras ellas hasta tres mil que espanto ponían... Pasadas, venían tras ellas dos muy grandes osos con sus coronas, y tras ellos más de cuatro mil en la misma orden y concierto: Y pasados, tras ellos venían de todas maneras de bestias, fieras y dragones... Venían tantos sátiros en su rezaga... que no se puede decir; todos traían trompas en las manos y en las cabezas guirnaldas, y tardaron en pasar más de media hora. Después asomaron muchos palafrenes ricamente guarnecidos, y detrás un escuadrón de jimios que pasaban de mil, todos con sus armas en los hombros a manera de alabardas, y en sus cabezas muchas plumas de extraños colores, puestas en sus bonetes, llevando sus atambores y pífanos entre ellos, y banderas. Otros iban haciendo vueltas y metiendo y saliendo por unos arcos que traían; otros saltando por unos cordeles tan altos, que pasaban unos sobre otros. Y éstos pasados, venía Ardémala, en unas muy ricas andas que cuatro muy blancas ciervas tratan sobre sí, cubiertas las andas con un palio que llevaba veinte doncellas. Detrás, cuarenta doncellas con arpas de plata en palafrenes blancos. Detrás, dos fieros y desemejados gigantes, aunque de corta edad, en carnes y detrás otro gigante viejo, la barba hasta las rodillas y ropa larga de seda que detrás le arrastraba treinta brazas; llevábanle la falda treinta lebreles en sus bocas. Traía debajo del brazo un palafrén morcillo, que no le hacía más estorbo que traer un pequeño cabrito: en su cabeza traía un sombrero de plumas que hacía tanta sombra como un muy gran nogal... Ardémula llegó al Rey, descendiendo de sus ricas ondas por una escala de oro, etc.
No es tampoco friolera lo que las Sergas de Esplandíán cuentan del ejército de paganos con que el Gran Soldán cercaba a Constantinopla, compuesto de más de trescientos mil combatientes, y no eran de diez partes la una, si entraban en cuenta los de la flota y los que eran apartados para tomar tierra por otros lugares (cap. CXLVI); según esto, el total de fuerzas pasaba mucho de tres millones de hombres. Para el ataque se desembarcaron más de mil elefantes (cap. CLII); y los jefes eran a proporción de los súbditos, contándose entre ellos sesenta Reyes, dos Califas y cuatro Tamorlanes (cap. CLXVII). No parece que puedan reunirse más ni mayores disparates. Pero aguarda, lector benévolo, y verás los preparativos, que, según refiere la historia de don Belianís, hacían el Gran Tártaro y el Emperador de Trapisonda para otro ataque no menos notable, que fue el de Babilonia. Había en el real (lib. I, cap. XXXIX); más de dos mil elefantes, todos con castillos de madera, allende de otros muchos muy más fuertes... sobre grandes ruedas... en los cuales iban pasados de doscientos mil hombres. Debajo de grandes mantas muy fuertes iban pasados de ciento y cincuenta mil peones y más... A una parte había siete castillos muy más fuertes que ninguno de los otros, en los cuales iban hasta cuatrocientos gigantes. En cada una de las cuatro haces en que estaba dividido el ejército, había más de ciento cincuenta mil caballeros, y tantos peones que no podían llevar número... Pues la armada que tenían y los capitanes della no estaban de balde, antes tenían aderezadas más de seiscientas galeras tan fuertes y bien guarnidas, que bastaran a romper cualquier fuerza por aventajada que fuese. Todos los otros navíos, que de más de seis mil pasaban, estaban derramados por toda la costa con gran copia de gente para quemar y destruir todo cuanto hallasen. Dentro de la ciudad no se descuidaban; para su defensa se repartió la gente en otras cuatro haces, cada una de sesenta mil caballeros sin contar los peones. Contra los castillos se aparejaron más de treinta mil ballesteros, que no entendiesen en otra cosa más de en tirarles saetas con fuego artificial.En el ataque que siguió a estos preparativos murieron más de cuatrocientos mil caballeros (lib. I, cap. XLIV). Y al día siguiente hubo una batalla naval en que los tártaros perdieron más de dos mil naos y galeras (Ib., cap. XLV).
Prosigamos registrando la historia de Belianís de Grecia. Arrebatadas por los aires en un carro dispuesto por el sabio Fristón y tirado de furiosos dragones, una porción de Princesas, que mil accidentes a cada cual más inverosímiles y disparatados habían reunido en Babilonia, llegan a la pavorosa morada de la sabia Medea. Entre los sollozos de las princesas cautivas y los aullidos de las furias infernales, se entran en ricas salas, donde trocada de repente la escena, y convertidos los dragones en hermosas y apuestas doncellas con muy acordadas arpas y vihuelas, todo respiraba placer y deleite. Allí se presentan la hermosa Elena, acompañada de las damas principales de Troya, de Tisbe, de la Reina Dido, de las castas Penélope y Lucrecia, y después las cuatro diosas Palas, Diana, Venus y la arrogante Juno, que venían trabadas de las manos. Seguían la Reina Camila con otras cuatro Reinas, cuyos nombres, por evitar prolijidad, no se escriben. Aureliana, Princesa de las Amazonas; Hero, la amante de Leandro, y otras. Pasados algunos razonamientos, se ponen las mesas, y tratándose de sentarse por orden de hermosura, se suscita, como era natural, una brava pelaza entre las damas, que se aplaca por la mediación y autoridad de Juno. Sigue la comida con grandes músicas y aparato; las señoras pasaban de tres mil; y Juno, para consolar la tristeza de Florisbella, señora de Belianís, y, por consiguiente, primera dama de esta comedia, le da un espejo, en que en vez de su propia figura ve la de su amante. En esto, al estruendo de sonorosas músicas, se cubren todos los campos que a la vista estaban de falanges y legiones, y caballeros que venían acompañando al dios Cupido, unos descoloridos y tristes, otros de otro modo, conforme al estado de sus amores. Desfilan por delante de las Princesas, las saludan. Cupido ocupa un alto y riquísimo trono de adornos extraños, que se arma a la vista, y en cuyas gradas se colocan las damas de su comitiva. Congoja, Esperanza, Sospecha, Alegría, Desesperación y otras. Proclámase a Florisbella por la más hermosa dama de las nacidas, y en este punto tira Cupido una flecha y todo desaparece (Belianís de Grecia, lib. II, cap. VI).Siga la relación de la aventura de la isla Serpetina, que se hace en el libro I del Caballero de la Cruz (cap. LXXVII). Navegando el de Cupido en demanda del Emperador de Constantinopla, llegó con su barca a dicha isla, donde el mago Arcaleo tenía encantado al Emperador Lepolemo y a otros personajes. Presentóse a la vista una sierpe la más disforme y desemejada del mundo todo, del tamaño de una isla; la cabeza, conforme a su grandor; su boca tal, que cabían seis caballeros juntos; teníala abierta y por ella arrojaba llamas con un ruido espantoso. Las espaldas de la gran sierpe eran todas cercadas de árboles altos y encumbrados que quitaban la vista de lo que detrás de ellos estaba. El caballero, en un batelillo donde sólo cabía una persona, se dirigió a la sierpe, y a pesar de sus horribles sacudidas y del embravecimiento de las olas, logró saltar en su boca con la espada en la mano; y peleando a diestro y siniestro contra infinitos encuentros de lanzas, hachas y espadas que sentía sin ver cosa alguna, atravesó el fuego que parecía de una ardiente hornaza, y se halló en un lugar oscuro como boca de infierno. Siguió adelante, y al poco rato se sumió hacia abajo, y fue a dar de pie a un lugar no menos oscuro; desde aquí, tentando con las manos, salió por una puertecilla a una pequeña cámara, donde, a la vislumbre de una claraboya, vio echado un espantable cocodrilo, los pies con tajantes uñas, la frente armada de un agudo cuerno, y todo guarnecido de unas conchas más duras que ningún acero. Sigue la batalla con el vestigio, su muerte, y el cansancio del caballero, el cual, al cabo, hubo de esforzarse, y subiendo por una escalera de husillo, se encontró en un bosque tan espeso, que tuvo que abrirse senda cortando las ramas con su espada. Después de salir con gran trabajo a un llano, vio una casa fuerte con puerta de hierro, y delante della un desemejado gigante con una gran maza de hierro, y dos toros cogidos de los cuernos, que parecían de fino acero. Lanzados contra el caballero por el gigante, lo levantan y echan por el aire; pero al fin vence el caballero, y desaparecen el gigante y los toros. Vase el caballero a la casa, desprecia las amenazas que allí encuentra escritas en un padrón, toca con su espada (que era fadada) las puertas, éstas se abren, entra, vuelven a cerrarse las puertas, y se encuentra en el portal con cuatro sagitarios. Véncelos a todos, y por una puerta que allí había sale a una huerta, la más deleitosa que en su vida había visto. Andando por ella encuentra una tienda con una doncella en figura de su señora Cupidea, la cual, con fingidos halagos, le persuadió a quitarse el yelmo y le hurtó la espada. En esto la doncella se convirtió en un disforme gigante, que de la cintura abajo era un dragón espantoso. Siguióse la batalla con el caballero, el cual logró con su agilidad cobrar su buena espada y matar con ella al gigante. Entró después por un hermoso naranjal, mas empezaron a llover sobre él tantas naranjas y venían tan ardientes, que las armas del caballero estaban como si salieran de la fragua. Encendióse también el naranjal, de suerte que cuidó que sus días fenecieran allí en medio de aquellas llamas. Por fin, con gran trabajo y no menos peligro pudo salir de aquel maldito lugar a un campo raso, donde estaba una gran laguna de agua tan negra como la pez, y en medio un castillo de madera, al cual pasaba por una portezuela. A un lado había un padrón con unas letras que así decían; íOh tú, malaventurado caballero que aquí llegaste! Vuélvete por donde veniste y serte ha concedida la vuelta; si no, sepas que aquí te convendrá morir. El caballero, sin hacer caso, entra en la puente; la puerta del castillo se abre y sale un desemejado salvaje con un grueso, duro, negro y ñudoso bastón. Intenta dar con él al caballero, yerra el golpe, y vuelve a meterse en el castillo. Llégase el caballero a la puerta, y de lo alto dejan caer sobre él una gran peña a maravilla que por poco lo mata. El salvaje le da voces desde las almenas; le participa que él es el sabio Alcaleo; que allí dentro está el Emperador Lepolemo y el Caballero de las Doncellas, y que éste es su hermano. Dicho esto, se mete el mago en un carro de fuego y desaparece. Entra el caballero en el castillo, encuentra al Emperador su padre, a Floramor su hermano, y a su amigo Polinarte: los desencanta con su espada, dando tal estampido que sonó por todo el mundo, y cuantos eran presentes cayeron amortecidos. Al cabo de una hora tornaron en su acuerdo, y se hallaron en medio de aquella isleta, que muy pequeñita era, sin señal de cosa alguna de las que antes vieron. Con esto se fueron a descansar a la barca, y yo también me voy a descansar, que estoy fatigado de leer y extractar tantos disparates.
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N-1,47,35. Esa edad tenía el Príncipe don Belianís de Grecia cuando, defendiendo a dos doncellas en las inmediaciones de Persépolis, dividió en dos partes a un caballero de una cuchillada dada a través sobre el hombro (Belianís de Grecia, lib. I, cap. XVII). Y después, queriendo el Soldán de Persia disuadir a su hijo Perianeo de hacer batalla con Belianís, le decía: Allende de las terribles cosas que en esta tierra ha hecho, le vistes de un solo golpe en la batalla pasada hacer dos pedazos al más valiente gigante de nuestro real (Ib., cap. LVI).
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N-1,47,36. Algunos ejemplos de esta bipartición se pusieron en una nota al capítulo X precedente. Otro se lee en la tercera parte de Don Florisel de Niquea (cap. XLII), donde se refiere que, caminando Amadís de Grecia con la doncella Finistea, llegó a un castillo que era el del gigante Mandroco: sobre entrar a saber quién había sido conducido a él en unas andas, peleó Amadís con un jayán hermano de Mandroco: Y con ambas manos de toda su fuerza por la cinta al jayán hiere de tan desvariado golpe, que, partido en dos partes el medio a una parte cae y el otro a la otra.
El Caballero del Febo, llevado por un batel encantado a la ínsula de Landaraja, peleó con un gigante que guardaba la puente de un castillo, donde estaba encantado su padre el Emperador Trebacio, y de un revés de su espada le cortó por medio, cayendo medio cuerpo a una parte y medio a otra (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. I, Cap. XLIV). El mismo Caballero del Febo, peleando en una floresta cerca de Ratisbona con el gigante Barbario por libertar a la Reina Augusta y a sus doncellas, que iban presas, le dio tal golpe por medio de la cintura, que el cuerpo le partió en dos partes; y quedando el medio en la silla, cayó el otro medio de la cintura arriba en el suelo (Ib., lib. I, cap. I).
Otro tanto hizo Reinaldos con el gigante Orión para libertar a Ricardeto, tirándole un gran golpe con su espada Fusberta:
Alcánzale por medio la cintura;
la media espada se entra por un lado;
cae el gigante en dos partes cortado.
(Garrido de Villena, Orlando enamorado, lib. I, canto V.)
Del Emperador Carlomagno cuenta la historia latina de Turpín (cap. XXI) que fortitudine tanta repletus erat, quod militem armatum, scilicet inimicumsuum, sedentem super equum a vertice capitis usque ad bases simul cum equo solo ictu spata propria trucidabat.
La Reina Zahara, habiendo salido de Trapisonda para amparar a Lisuarte y a Amadís de Grecia, que por traición iban presos, peleó con un jayán, al cual hirió de toda su fuerza por cima del yelmo, que él y la cabeza fueron hechos dos partes, y descendió la espada a la cabeza del caballo, y cortó por ella tanto, que vino al suelo con su señor, pareciendo que una torre había caldo (Amadís de Grecia, parte I, capítulo LXIX).
No fue acaso menos rebanar un árbol de una cuchillada. Peleaba Florambel en la isla Sumida con un jayán salvaje que traía un muy grande bastón en las manos de un árbol verdeàà y dando muy grandes voces y baladros, se vino corriendo muy ligeramente facía el Caballero Lamentable... Y llegando cerca, alzó su pesado árbol con entrambas manos por le ferir; mas Florambel... dio un salto muy ligero al través, y el salvaje firió su golpe en tierra, tan grande, que muy gran polvo fizo levantar, y temblar más de veinte pasadas en torno. Y Florambel se juntó con él y le tiró un muy fuerte golpe; mas no le pudo alcanzar sino en el bastón, y cortándole a cercén, le quedó al selvagino jayán cerca de tres palmos del árbol en la mano (Flor. de Lucea, lib. IV, cap. XIX).
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N-1,47,37. Rugero en Ariosto derrota él solo el ejército de los griegos, que acababa de vencer al de los búlgaros junto a Belgrado:
Lascia quel morto, e Balisarda stringe
verso uno stuol, che piu si vide apresso:
e contra a questo, e contra a quel si epinge,
ed a chi tronco, ed a chi il capo ha fesso:
a chi nel petto, a chi nel fianco tinge
u brando, e a chil l′ ha nella gola neso:
taglia busti, anche, braccia, mani e spalle,
e il sangue, como un rio, corre alla valle
.
El Emperador Constantino pudo con mucha trabajo repasar el Danubio, y los búlgaros quisieron proclamar Rey a Rugero (canto 44).
+Qué extraño fue que un caballero solo venciese a un ejército, si también lo hizo una mujer? Bradamante, doncella guerrera, hermana de Reinaldos y amante de Rugero, en el combate de Arlés:
In poco spazio ne gittó per terra
trecento e piu con quella lancia d′oro,
ella sola quel di vinse la guerra,
mise ella sola in fuga il campo moros
.
(Canto 36, est. 39.)
El Caballero del Febo penetra hasta la ciudad de Lidia, rompiendo a viva fuerza por medio del ejército con que la cercaba el Rey de Arcadia, y constaba de más de veinte mil caballeros y otros tantos peones (Espejo de Príncipes, parte I, lib. I, cap. XLV).
Orlando, con ocho solos caballeros, se propone escoltar a Angélica la Bella e introducirla en la Roca de Albraca, y lo consigue a pesar de la oposición del ejército del Rey Agricán, que la tenía cercada, después de la terrible batalla que se describe en el libro I del Orlando enamorado, de Boyardo (canto 16). El ejército de Agricán constaba de más de dos millones de soldados.
Veintidós centenares de millares
De caballeros aquel Rey traía.
(Ib., canto 10, de la traducción de Garrido.)
Boyardo y Ariosto se dejaron atrás muchas veces los más desaforados desatinos de los libros caballerescos; pero compensaron, especialmente el último, la irregularidad y desorden de la composición, con las bellezas de los pormenores, la variedad de los incidentes y la riqueza de su poesía.
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N-1,47,38. Como Angélica la Bella, que también pudiera llamarse la Andariega, hija única y heredera de Galafrón, Emperador del Catai, que dio el cetro con su mano a Medoro después de infinitas peregrinaciones y aventuras, que cantaron Boyardo, Ariosto, Barahona y Lope.
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N-1,47,39. Aludió aquí Cervantes sin duda a la Torre encantada de la Dueña del Fondovalle, de que hay larga mención en la historia de Florambel de Lucea.
Día de San Juan, estando el Rey de Inglaterra Altiseo para armar caballeros en su corte a muchos donceles de alta guisa, se vio venir por el río una torre de piedra labrada, la mayor y más maravillosa que se nunca vido; y trata tan gran ruido de truenos y relámpagos, que gran pavor era de la mirar. Paró a una lanza de distancia de la orilla: cesaron los truenos y la torre se fue achicando hasta quedar tamaña como una mediana torre de peña tajada, con cuatro puertas de hierro a los cuatro lados; en su patio podían caber cien caballeros y otros tantos en las almenas. Abrióse una puerta, y por ella echaron en un batel dos enanos, que con otros ocho acompañaron a tierra a una dueña, que era la del Fondovalle, y traía las armas para los donceles. Armados éstos, dispuso la dueña llevar consigo ocho de ellos, que se embarcaron con sus escudos y sendos caballos en la torre; y metidos que fueron, se movió la torre con tan gran ruido y con tanta priesa por la ría ayuso contra la mar, que presto la perdieron de vista (lib. I, caps. XXVI y XXVI). De este modo navegó la torre hasta la pequeña Bretaña, donde desembarcaron y corrieron aventuras los caballeros: volvieron a embarcarse en la torre, pasaron el estrecho de Constantinopla y el brazo de San Jorge, y bajaron a la costa en el señorío del Soldán de Niquea (Ib., caps. XXIX y sigs.). Después de varias hazañas, y aumentando el número de caballeros, fueron a tomar tierra a un puerto de Bohemia llamado Esterlin. Pasadas muchas y peligrosas aventuras, y conseguidas grandes victorias en los reinos de Bohemia y Hungría, volvieron los caballeros a embarcarse en la torre (Ib., lib. I, caps. XXI, XXIV y LI) y arribaron a Inglaterra, donde se fueron cada uno a buscar aventuras, y la torre se hizo a la mar y se perdió de vista (Ib., lib. II, cap. I).En el progreso de la historia vuelve a aparecer la misma torre en la costa de Grecia, y embarcándose en ella don Lidiarte, el Rey Olivano y Bravonel, llegaron a tierras del Soldán de Niquea, donde robaron a las Infantas Diadema y Galanía, y las condujeron en la torre hasta Londres (lib. V, caps. XVI, XXX y XXXIV).
No fue ésta la única torre navegante de que se habla en los libros caballerescos; de otras dos hace mención la historia de Lisuarte de Grecia. Una, dispuesta por el sabio Alquife, que llevó socorro a los cristianos cercados por los paganos en Constantinopla (cap. XXXI); otra en que Urganda la Desconocida arribó a Fenusa, villa marítima de la Gran Bretaña, donde el Rey Amadís estaba celebrando una solemne justa (cap. LXXI). Ambas relaciones están revestidas de circunstancias a cual más ridículas llamas que alumbran diez millas a la redonda, doncellas con arpas doradas, músicas suavísimas, truenos espantosos, jimios que acompañan en torno de una barca con antorchas en las manos. En la historia del Caballero de la Cruz, el sabio Artidoro, que había criado en la isla Encubierta a Leandro el Bel, hijo del Emperador Lepolemo, con otros donceles, queriendo que recibiesen la orden de Caballería de manos del Emperador, los llevó a la costa desde donde vieron levantarse una tempestad horrible, y pasada ésta, paresció en medio de la mar el más hermoso edificio del mundo. Era un castillo cuadrado hecho de oro y piedras preciosas, con cuatro torres a las esquinas, y otra más alta en medio con un dios Cupido encima; desde él se comenzaron a tirar tantos tiros de artillería, como si todas las armadas del mundo allí se combatieran; y acabada la furia de los tiros, sonó dentro en el castillo la más suave música que podía ser en el mundo. De él echaron un batel que traía doce gigantes por remeros, y en él fueron transportados los donceles desde la orilla al castillo; el cual, haciendo gran salva de artillería, comenzó a moverse con gran presteza por la mar hacia Constantinopla. Durante el viaje, que fue de ocho días, registraron los donceles las extrañas maravillas del edificio, y fueron servidos ostentosamente por manos de gigantes. Llegado el castillo a Constantinopla, y hechas grandes salvas, sucedió una dulcísima música de instrumentos altos, y después otra todavía más suave de instrumentos bajos. Tras esto salieron del castillo seis barcas, cada una con cuatro gigantes de marineros, vestidos de brocado. En una venían veinticuatro enanos con ropas de oro y seda, y cada uno con su trompeta de oro, los cuales alternaban con grande y concertada armonía; en otra veinticuatro doncellas de extraña hermosura, vestidas de brocado y raso carmesí con arpas, vihuelas, laúdes, salterios, guitarras y discantes, cada una de su manera, cantando suavísimamente En otra venían veinticuatro enormes gigantes, los doce con ropas rozagantes de peso, y mazas de oro, y los otros doce con capas cortas, gorras y espadas, como mozos de espuelas, que traían los escudos, yelmos y lanzas de los caballeros. Y luego en las demás barcas los donceles con los sabios Artidoro y su mujer Artimena, autores y fabricadores de la aventura. Así llegaron a la playa, donde los aguardaban el Emperador y los caballeros de su corte, que estaban muy admirados (y a la verdad que no era el caso para menos). Luego fueron sacados de las barcas palafrenes ricamente guarnecidos, en que cabalgaron los enanos, las doncellas y los dos sabios. Los enanos llevaban la delantera con su música; seguían las doncellas y los donceles precedidos de los gigantes y en esta forma llegaron a hacer reverenda al Emperador (lib. I, cap. XXI). La torre se volvió luego por donde había venido.
Con la misma torre se presentó Artidoro en la isla Verde, donde se reunieron Lepolemo, Emperador de Alemaña; el de Constantinopla, el Caballero de Cupido, Floramor, Polinarte, Rosaldos, Rosafán, Arlante, el Soldán Zulema con otros Reyes moros, y embarcándose todos navegaron a las islas de los Salvajes, y después a Constantinopla (Ib., caps. LXXX y sigs.).
Tales eran las lecturas en que el hidalgo manchego había pasado las noches de claro en claro, y los días de turbio en turbio; conforme a lo cual en la comedia de don Guillén de Castro, intitulado Don Quijote de la Mancha, decía de él el Barbero, que pasaba su tiempo leyendo:
en esos libros que llenos
de disparates están,
donde van como los vientos
los navíos por la tierra
y los montes por la mar;
donde un tajo o un revés
suele en los aires cortar
no un cabello, diez gigantes,
que hacen de sangre un lagar.
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N-1,47,40. El Preste Juan de las Indias es un personaje proverbial que anda en boca de todos y nadie sabe a punto fijo quién fue, ni dónde fue, ni cuándo fue. En la Edad Media se creía que era un Príncipe cristiano que reinaba en la parte oriental de Tartana, en los confines del Catay. El fundamento de esta creencia había sido un Príncipe nestoriano, cuyos dominios desaparecieron confundidos entre las demás conquistas del famoso Gengiscán a fines del siglo XI o principios del XII; pero la falta de comunicaciones y de conocimientos geográficos de aquella época mantuvo la idea vaga y confusa de la existencia del Rey Sacerdote en países remotos; tanto, que a fines del siglo XV, habiendo tenido noticia los portugueses en sus viajes a Oriente de que había un Príncipe cristiano en Abisinia, se creyó generalmente por algún tiempo en Europa que se había dado con el Preste Juan de las Indias. Mas no era esto lo que se había creído en épocas anteriores; sobre lo cual quiero copiar aquí, como una muestra de las ideas vulgares de aquellos tiempos, lo que escribía por los años de 1480 Diego de Valera, Maestresala de los Reyes Católicos, en la Crónica de España que escribió por entonces. Dice hablando de los Reyes Magos (parte I, cap. I): los cuales consagrados en Arzobispos por la mano del bienaventurado Apóstol Santo Tomás, después del martirio suyo juntos con los Reyes a ellos subjectos, con todos los otros perlados y grandes hombres principales de las Indias, acordaron de elegir un notable varón en memoria del Apóstol, a quien llamasen el Patriarca Tomás, que en lo espiritual los instruyese e gobernase, a quien como a Sancto Padre todos obedeciesen, y uno muerto, otro perpetuamente eligiesen, como en el tiempo presente se hace. Y porque los bienaventurados Reyes no tenían hijos, ni jamás los ovieron, antes se cree morir vírgenes, de consentimiento de todos eligieron otro muy noble e virtuoso varón que en lo temporal los rigiese y gobernase y fuese soberano de todos, e no tuviese nombre de Rey ni de Emperador, mas se llamase Preste Juan, Señor de las Indias, como hoy se llama, a quien siempre el hijo mayor sucediese, como paresce por el capítulo treinta e tres del libro de la vida e obras destos gloriosos Reyes Magos.
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N-1,47,41. Todas las ediciones decían descubrió, hasta que la Academia Española restituyó el texto poniendo describió. La errata era tan clara como justa la enmienda, porque Tolomeo no descubrió, sino describió lo ya descubierto. Sus tablas se escribieron entre los años 100 y 200 de la era cristiana; en ella se fijaron ya las situaciones, combinando las longitudes y latitudes, y su autor fue justamente mirado como el Príncipe de los geógrafos durante muchos siglos.
Marco Polo, famoso viajero veneciano del siglo XII, visitó las regiones del Oriente, donde según cuenta él mismo residió por espacio de veintiséis años. A su vuelta, estando prisionero de guerra en Génova el año de 1298, escribió, o por mejor decir, hizo escribir la relación de sus viajes y peregrinaciones a su compañero de prisión Micer Eustaquio de Pisa. Del italiano la trasladó al latín Fray Francisco Pepino de Bolonia, de la orden de Predicadores; al catalán, un mercader de Barcelona, y al portugués, Valentín Fernández Alemán, escudero de la Reina de Portugal, doña Leonor. Así lo refiere el Maestre Rodrigo de Santaella en la dedicatoria que dirigió al Conde de Cifuentes de su traducción castellana, impresa primero en Sevilla el año de 1518, y después en Logroño el de 1529. Santaella había traducido del italiano las relaciones de Marco Polo. Casi un siglo después, don Martín de Bolea y Castro, Barón de Clamosa, sin tener noticia de la traducción de Santaella, las tradujo del latín y las imprimió en Zaragoza el año de 1601. Finalmente, la Sociedad Geográfica de París ha publicado una versión antigua francesa de los viajes de Marco Polo, hecha en el siglo XIV o XV, con una introducción en que los editores mencionaron la traducción española de Bolea, pero no tuvieron noticia de la de Santaella. Lo nuevo y maravilloso de las noticias del viajero veneciano les atrajo en la opinión general la nota de fabulosas, o porque muchas lo fueron realmente, o (lo que es más verosímil) porque la falta de claridad y de explicación, y la alteración de los nombres de regiones y pueblos imprimió a la mayor parte de ellas un carácter de confusión que no permite compararlas con las de los tiempos modernos para juzgar de su exactitud. Por lo mismo era oportuna la mención de Marco Polo para el propósito del Canónigo y para ponderar los disparates geográficos que suelen encontrarse frecuentemente en la biblioteca caballeresca.
Sirva de muestra de éstos un trozo de escogida erudición que nos ofrece la historia del Emperador Esplandián en su capítulo CLVI: Sabed, dice, que a la mano izquierda de las Indias hubo una isla llamada California, muy llegada a la parte del paraíso terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese, que casi como las Amazonas era su modo de vivir. Estas eran de valientes cuerpos, y esforzados y ardientes corazones, y de grandes fuerzas. La ínsula en sí la más fuerte de riscos y bravas peñas que en el inundo se hallaba. Las sus armas eran de oro, y también las guarniciones de las bestias fieras, en que después de haber amansado cabalgaban, que en toda la isla no había otro metal alguno... En esta isla, California llamada, había muchos grifos, los cuales en ninguna parte del mundo eran hallados. Las negras cogían a los grifos cuando eran pequeños, y los alimentaban con los hombres que entraban en la isla y con los niños que ellas mismas parían, y les entregaban para que les sirviesen de pasto: de suerte que muy bien conocían a ellas, y no les hacían ningún mal. Cualquiera varón que en la isla entrase, luego por los grifos era muerto y comido, y aunque hartos estuviesen, no dejaban por eso de los tomar, y alzarlos arriba volando por el aire, y cuando se enojaban de los traer, dejábanlos caer donde luego eran muertos. Calafia, reina de la ínsula, llevó al socorro de los turcos que sitiaban la ciudad de Constantinopla quinientos de estos grifos amaestrados, de los que se hizo el uso que se cuenta en el capítulo CLVII de la dicha historia.
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N-1,47,42. Dudoso se toma aquí en buena parte y significa, no lo que ofrece dudas debiendo ser cierto, sino lo que siendo falso hace dudar si es verdad, por la destreza con que la imita: viene a ser lo mismo que verosímil. En el período que sigue, se desenvuelve y explica más este concepto, concluyéndose con que en los libros de invención y de ingenio, la perfección consiste en la verosimilitud y en la imitación: sentencia ciertamente digna del talento y juicio de Cervantes, y muy conforme a lo que dijo también en el prólogo de esta primera parte, a saber: que el autor de libros de esta especie sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo, que cuando ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Las expresiones dé Cervantes coinciden con las del autor del Diálogo de las lenguas, que hablando de los libros de entretenimiento, dice (pág. 161): los que escriben mentiras, las deben escribir de suerte que se alleguen cuanto fuere posible a la verdad; de tal manera que puedan vender sus mentiras por verdades.
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N-1,47,43. Horacio, queriendo pintar un monstruo en la carta a los Pisones, reunió a una cabeza de mujer un cuello de caballo, miembros guarnecidos de plumas, y cola de pez; no supo encarecerlo más. Pero este monstruo es niño de teta para las serpientes y vestigios que se describieron en la biblioteca caballeresca, asunto de que hablaremos en particular en las notas al siguiente capítulo; y ciñéndonos por ahora a quimeras y monstruosidades de otro género, nacidas de la confusión y mezcla desconcertada, no de miembros, sino de tiempos, lugares y personas, sólo citaremos como ejemplo notable el del castillo de la sabia Medea, de que habló Toribio Fernández en su historia de don Belianís de Grecia. Allí se ven concurrir Hércules, la Reina Cenobia y el Rey don Manuel de Portugal; allí el caballero don Lucinaner quiere persuadir a Policena, hija del Rey de Troya, Príamo, que se haga cristiana (lib. I, cap. LXII); allí se cuenta el desafío entre el Kan de los tártaros y el Soldán de Babilonia, nombrando por campeones, el primero al troyano Héctor con su hermano Deifobo, y el segundo al Emperador don Belanio y a Aquiles (lib. I, cap. L); allí pelea don Belianís con Escipión y Aníbal, y concurren también a la batalla Jasón de Coleos y Eneas de Troya. Reunidos allí la diosa Juno, Anfión el de Tebas su paisano Teseo, don Contumeliano de Fenicia, el Príncipe de Hungría y el Duque de Viena, tienen diálogos que no pueden describirse; allí el Dios Marte confiere la orden de Caballería a Hermiliana, Infanta de Francia, sin omitir la pescozada y espaldarazo; allí Florisbella hija del Soldán de Babilonia, entregó el recién nacido Infante Belflorán al sabio Merlín, encargándole que luego al punto lo bautizase (lib. II, caps. XXII y sigs.); allí, finalmente, se refieren tantos, tan monstruosos y tan descuadernados disparates, que ya no puede abarcarlos la fatigada imaginación del que los lee.
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N-1,47,44. +Quién sería capaz de reducir al breve espacio de una nota las pruebas de esta aserción del Canónigo de Toledo, y los casos de hazañas increíbles que se hallan a cada paso en los libros caballerescos? En las notas anteriores hemos visto hombres cubiertos de hierro, partidos de arriba abajo como si fueran de alcorza o de alfeñique, y ejércitos vencidos por un solo caballero; añadamos ahora que el del Febo, de tres puñadas mató tres caballeros armados, contra quienes se desdeñó de sacar la espada (Su historia, parte I, lib. I, capítulo XLII); Rugero mataba cinco y más de un solo golpe (Ariosto, canto 26, est. 22). Belianís quitó la vida por su mano en una sola batalla a más de cincuenta caballeros y doce gigantes (Belianís, lib. I, cap. I), Amadís de Grecia mató en otra ocasión a quince gigantes y diez Reyes coronados (Esferamundi, capítulo CXXVI). El lector que quiera más ejemplos acuda a las crónicas caballerescas, donde los hallará de sobra.
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N-1,47,45. Dar pruebas de ello sería renovar los inconvenientes. Y aquí pudiera ocurrir la duda de por qué el Santo Oficio, tan severo en orden a la lectura de libros que juzgaba perjudiciales, no prohibió absolutamente los de Caballerías, donde se establecían tales máximas, se daban tales ejemplos y se hacían descripciones tan peligrosas para la inocencia, y esto sin hacer caso de las declamaciones de escritores doctos y virtuosos, y aun de las Cortes del reino y de las mismas leyes civiles, que tantas muestras habían dado de desaprobarlos. La explicación más plausible que hallo es que el mal se creyó irremediable y se temió que la prohibición se despreciase; en cuya inteligencia hubo de preferirse que continuase el daño, a que continuase con la añadidura y escándalo de la desobediencia. Después de la publicación del QUIJOTE fueron desapareciendo los libros de Caballerías y pudo mirarse ya la prohibición como no necesaria.
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N-1,47,46. Poco decir es después de lo que antecede. Desde que por medio de la imprenta se hizo común la lectura de libros de Caballerías, no dejaron de declamar contra ella los varones más piadosos y sabios. Vemos, decía el Obispo de Mondoñedo don Antonio Guevara en el prólogo de su Aviso de privados: Vemos que ya no se ocupan los hombres sino en leer libros que es afrenta nombrarlos, como son Amadís de Gaula, Tristán de Leonís, Primaleón..., a los cuales todos y a otros muchos con ellos se debía mandar por justicia que no se imprimiesen ni menos se vendiesen, porque su doctrina incita la sensualidad a pecar, y relaja el espíritu a bien vivir.Omito los testimonios de Luis Vives Melchor Cano, Alejo Vanegas, Santa Teresa, Malón de Chaide y Fray Luis de Granada, sin otros escritores menos conocidos, que desaprobaron altamente la lectura de los libros caballerescos; el Secretario Diego Gracián, en el prólogo de su traducción de Jenofonte, impresa el año de 1552, ponderaba el perjuicio que causaban los libros de mentiras y patrañas que llaman, dice, de Caballerías (de que hay más abundancia en nuestra España que en ningunos otros reinos) por lo que perjudican al crédito y gusto de las historias verdaderas. Y con el mismo intento procuraba después Cristóbal Suárez de Figueroa persuadir a sus lectores el contento y regalo que les causaría la lectura de Livio, Tácito, César y otros antiguos, bien diferente, dice, del que ocasionan los Amadises, Febos y Orlandos, prafanidades, mentiras y locuras (Pasajero, alivio 10).
El cronista Pedro Mejía, refiriendo sus esfuerzos para escribir la Historia imperial y cesárea, publicada en 1545, añade estas graves y sentenciosas expresiones: "Y en pago de cuanto yo trabajé en lo recoger y abreviar, pido agora esta atención y aviso, pues lo suelen prestar algunos a las trufas y mentiras de Amadís y de Lisuarte y Clarianes y otros portentos que con tanta razón debían ser desterrados de España, como cosa contagiosa y dañosa a la república, pues tan mal hacen gastar el tiempo a los autores y lectores de ellos. Y lo que es peor, que dan muy malos ejemplos e muy peligrosos para las costumbres. A lo menos son un dechado de deshonestidades, crueldades y mentiras, y según se leen con tanta atención, de creer es que saldrán grandes maestros de ellasàà abuso es muy grande y dañoso, de que entre otros inconvenientes se sigue grande ignominia y afrenta a las crónicas e historias verdaderas, permitir que anden cosas tan nefandas a la par con ellas. He querido facer aquí esta breve digresión en este propósito, porque deseo muy mucho el remedio de ello, y si pensase que lo había de ver, hablara muy más largo, que campo y materia había bastante para ello."
Coincide en varios de los mismos pensamientos de Pedro Mejía aquel bello pasaje del sabio Benito Arias Montano en la Retórica que escribió en versos latinos, donde dice (lib. II, parte 43):
àà Namque per nostra frequenter
Regna libri eduntur, veteres referentia scripta
Errantesque equites, Orlandum, Splandina gr祣um,Palmirenumque duces et c祴era: monstra vocamus
Et stupidi ingenii partum, facemque librorum,
Collectas sordes in labem temporis, et qu礍
Nil melius tractent, hominum quam perdere mores
Temporis hic ordo nellus, non ulla ocorum
Servatur ratio, nec si quid forte legado
Vel credi possit vel delectare, nisi ipsa
Te turpis vitii epecies et f祤a voluptas
Delectat; moresque treces et vulnera nullis Hostibus inflicta at stolide confietat legantur
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N-1,47,47. Aquí dice el Cura que había quemado todos los libros de Don Quijote, y pocas palabras adelante, sin salir del mismo período, cuenta que a unos había condenado al fuego y a otros dejado con vida. Lo segundo era lo cierto: a Amadís de Gaula se le perdonó interinamente la pena de fuego: a Palmerín de Inglaterra se le conservó como cosa única: a don Belianís de Grecia se concedió término ultramarino para la enmienda: a Tirante el Blanco se le recomendó como un tesoro de contento y una mina de pasatiempos; los más de los libros de entretenimiento obtuvieron unos indulto y otros elogio. El Cura, al decir que los había quemado todos, estaba tan olvidado de lo que había hecho, como Cervantes de lo que había escrito.
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N-1,47,48. Lo bueno de que aquí se habla, y que se explica con más extensión y claridad en lo que sigue, no se halla precisamente en los libros de Caballerías, como dice el Cura, sino en todos los asuntos de invención, hablando muy en general, puesto que en el bosquejo que se hace del argumento del libro no se mencionan las circunstancias peculiares del género caballeresco, que son la demanda de aventuras y las proezas en obsequio de las damas y defensa de los débiles. Más bien se señalan incidentes propios de la epopeya; y de ésta quiso hablar ciertamente el Cura, canso se ve por la elección de virtudes, vicios, prendas y personajes que cita, y, sobre todo, por las expresiones con que acaba su razonamiento y el capítulo.
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N-1,47,49. Sujeto por asunto. Así se dijo también en el capítulo XXV, donde, hablando de los poetas que celebran bajo nombres supuestos a sus damas, dice Don Quijote: las más se las fingen por dar sujeto a sus versos. Y el mismo Canónigo, en el capítulo XLVII siguiente, + qué mayor disparate, dice, puede ser en el sujeto que tratamos, que salir un niño, etc. Y no fue sólo Cervantes el escritor de nota que usó de la palabra sujeto en esta acepción; bien que no es la más común que tiene en castellano, donde más frecuentemente significa persona. Sirva esto de prevención para el caso que a algún lector le ocurra la duda de si el sujeto del texto es galicismo o italianismo.
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N-1,47,50. Así sucede en la descripción de los encantos de Ismeno y de Armida, incidentes del poema La Jerusalén libertada, compuesto por Torcuato Taso.
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N-1,47,51. Cervantes, escribiendo de prisa y sin rever lo escrito, solía incurrir en inexactitudes, especialmente en las citas, como ya se observa otras veces. Lo que de Sinón refiere Virgilio no pudo llamarse propiamente traición, porque ésta se comete contra aquel a quien se debe fidelidad, y Sinón no la debía a los troyanos. Sería dolo, artificio, fraude, pero no traición.Caso de separar los nombres de Niso y Euríalo hablándose de amistad, fuera más justo dejar el de Niso, que fue quien dio mayores y más señaladas pruebas de ella en la Eneida. La liberalidad de Alejandro pasó en proverbio. De ella habló y puso ejemplos Plutarco en la vida de aquel Príncipe. Quinto Curcio la ponderó diciendo (lib. X) que una de sus virtudes era liberalitas s祰e majora tribuentis quam àà Diis petuntur.No fue exacto señalar la prudencia como la calidad distintiva y peculiar de Catón, háblese del Mayor o del Menor: el carácter de ambos, su prenda sobresaliente, la que con especialidad los distinguió, fue la severidad, el tesón, la inflexibilidad:
Et cuncta terrarum subacta
Pr祴er atrocem animum Catonis
,
que Horacio dijo del de útica (Carmín, lib. I, od. I).En lo demás del pasaje no hay que reparar. De Zópiro cuenta Plutarco en los Apotegmas, que habiéndose rebelado los babilonios a Darío, Rey de Persia, Zópiro se cortó las narices y las orejas, y se pasó a ellos fingiendo que la mutilación había sido de orden del Rey. Con lo cual alucinados los babilonios le entregaron su confianza y el mando, del cual se valió para reducirlos a la obediencia. Darío, agradecido a tan señalada muestra de fidelidad y celo, decía que no hubiera querido recobrar aquella ciudad a tanta costa.
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N-1,47,52. Todas las ediciones han leído lazos en vez de lizos El primero a quien ocurrió corregirlo fue el benemérito individuo de la Academia Española don Ramón Cabrera, y no puede menos de aplaudirse y adoptarse la enmienda. La tela no se teje de lazos, sino de lizos o hilos: voz que se encuentra en el Viaje al Parnaso, del mismo Cervantes, donde, hablando de la guerra en que le llevaba Mercurio, dice:
Hasta el tope la vela iba tendida,
hecha de muy delgados pensamientos,
de varios lizos por amor tejida.
(Capítulo II.)
Y en la aventura del desencanto de Dulcinea, que se describe en la segunda parte del QUIJOTE, se lee que la Ninfa traía el rostro cubierto con un transparente y delicado cendal, de modo que sin impedirlo sus lizos, por entre ellos se descubría un hermosísimo rostro de doncella.
De lizos se dijo terliz, como hechos con tres lizos, según observó Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana; y es palabra que se encuentra ya en el antiguo Poema de Alejandro, escrito por Juan Lorenzo Segura de Astorga, clérigo, que vivió en el siglo XII.

Nota??? Cervantes resolvió aquí la cuestión que se agitó un siglo después con ocasión del Telémaco escrito en prosa por el Arzobispo de Cambrai, pero no fue opinión peculiar suya, sino de muchos literatos de su siglo. Lo fue de Alonso López Pinciano, que así lo manifestó en su Filosofía poética (epístola IV); y de Lope de Vega, que en su comedia La Dama boba explicó las razones de este dictamen para justificar la calificación de poeta que se había dado a Heliodoro, autor de la historia amorosa de Teagones y Cariclea (acto I). Francisco de Cascales en sus Tablas poéticas (Tablas de la Comedia y de la Epopeya), no piense nadie, dice, que el verso hace a la poesía, ni la prosa a la historia; porque la historia de Tito Livio o de Salustio, aunque se escribiese en verso, ni más ni menos sería historia; y si la Ilíada, de Homero, se tradujese en prosa, ni más ni menos sería poesía.

[48]Capítulo XLVII. Donde prosigue el canónigo la materia de los libros de caballerías, con otras cosas dignas de su ingenio
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N-1,48,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,48,2. Está dicho con algún desaliño, el cual se hubiera corregido diciendo con levísima alteración: pero lo que más me quitó de las manos y aun del pensamiento el acabarle fue un argumento, etc. De esta suerte quedaba más despejada y clara la relación entre manos y pensamiento, entre la ejecución y el proyecto. Recuerda esta expresión la de don Diego de Mendoza, cuando escribiendo la guerra de los moriscos de Granada, dice que supo las cosas de los que pusieron en ellas las manos y el entendimiento.
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N-1,48,3. División de dos géneros de comedias que por sí misma se explica, y que hizo Cervantes entre los asuntos tomados de hechos y personajes históricos, y los de pura invención del poeta. En el progreso de la conversación se habla también de las comedias divinas; pero éstas realmente se comprenden en las de historia.
El Canónigo hace tránsito de los libros caballerescos a las comedias, y se pone a hablar de éstas tan de propósito y tan despacio, como si fuera su principal asunto. Lo que no deja de fomentar la sospecha (que para mí es evidencia) de que Cervantes en este capítulo se propuso con más o menos disimulo satirizar las composiciones de Lope de Vega, cuya celebridad y cuyos aplausos oscurecían y mortificaban a todos los autores dramáticos de su era.
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N-1,48,4. Las dos ediciones primitivas del año 1605 leyeron: los autores que las componen y los actores que las representan. Y en la continuación de su razonamiento dice el Canónigo, según las mismas: aunque algunas veces he procurado persuadir a los actores que se engañan... y más fama cobrarán representando comedias que sigan el arte, etc. En ambos lugares, la diferencia entre las palabras autores y actores explica bien la que hay entre compositores y representantes, y, por consiguiente, parece que debiera conservarse esta lección como genuina. Sin embargo, la edición de 1608, hecha a vista de Cervantes, siempre puso autores en vez de actores, y no hay razón que obligue a mudarlo. El nombre de autores no indicaba exclusivamente a los poetas e ingenios que escribían los dramas: autores se llamaban también entonces y se han llamado hasta nuestros días los directores y jefes de las compañías cómicas: de éstos se decía con propiedad que representaban las piezas con sus compañías; y con uno de éstos, y no con el poeta compositor de comedias, debió pasar la conversación en que el Canónigo le intenta persuadir que atraería más gente, cobraría más fama y ganaría más dinero representando composiciones arregladas al arte, que no con las disparatadas. No hay duda que la palabra actores es bien formada, significativa, de claro origen latino; pero debía de ser de poco uso en tiempo de Cervantes. No tengo presente haberla visto en el Viaje entretenido, de Agustín de Rojas, libro magistral en la materia, y sí muchas veces la de representantes. Pellicer, en su edición, conservó la lección de autores.
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N-1,48,5. Si pudiese quedar alguna duda del blanco a que tiraban las saetas de Cervantes, esta expresión debe ponérselo de manifiesto a quien recuerde la excusa que alegaba Lope de Vega en la Apología de los defectos que se le imputaban y que con el título de Arte nuevo de hacer comedias imprimió en 1602, tres años antes de la publicación del QUIJOTE. Allí, confesando que dejaba de seguir los preceptos y ejemplos de los antiguos y que se acomodaba a las ideas corrompidas que dominaban en el teatro, porque era el medio de conseguir elogios y ganar dinero, dice:
Y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron;
porque como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto
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N-1,48,6. El remate acaba de descuadernar este largo y pesado período, en que Cervantes aglomeró, más bien que explicó, los pretextos con que se escudaban los malos poetas dramáticos. Después de haber dicho el Canónigo que las comedias de su tiempo eran malas, pero aceptas al ignorante vulgo que las pagaba, y que las buenas, como que no agradaban sino a pocos discretos, no producían utilidad y ganancia a sus autores, parecía natural concluir de esta suerte: lo mismo podrá suceder a mi libro después de haberme quemado las cejas por guardar los preceptos referidos, y vendré a ser, etc. Como está, no acaba de redondearse el concepto, y aun parece que queda pendiente el sentido.
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N-1,48,7. Refrán muy antiguo, que se encuentra entre los del Marqués de Santillana, así: el alfayate del Cantillo facía la costura y ponía el hilo. Se usa para denotar a los que además de hacer favor, ponen para hacerlo su trabajo o dinero. Otros dicen el sastre del Campillo, como el autor de La pícara Justina, donde se lee ampliado el mismo refrán en estos términos: el sastre del Campillo y la costurero de Miera, que el uno ponía manos y hilo, y la otra trabajo y seda (lib. II, cap. I). Don Francisco de Quevedo, gran voto en materia de proverbios, expresiones proverbiales y cuentos viejos, introdujo en su Visita de los Chistes, al sastre del Campillo altercando con Juan Ramos, otro personaje proverbial; pero nada dice que indique el origen de uno ni otro, el cual es desconocido, como sucede casi siempre en todo lo que huele a proverbios o refranes; y así no hay donde pueda juzgarse si es Campillo o Cantillo.
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N-1,48,8. Compuso estas tres tragedias Lupercio Leonardo de Argensola, caballero natural de Barbastro, secretario de la Emperatriz doña María de Austria, hermana de Felipe I, que habiendo enviudado del Emperador Maximiliano, vivía retirada en el convento de las Descalzas Reales de Madrid. Después fue secretario del virreinato de Nápoles, en cuya ciudad murió el año de 1613 o el siguiente. Permanecieron inéditas las mencionadas composiciones hasta que La Isabela y La Alejandra se publicaron el año 1772 en el tomo VI del Parnaso español, ordenado por don Juan López Sedano: La Filas se ha perdido.
A pesar de los elogios de Cervantes y de varias prendas de elocución poética que se encuentran en las dos tragedias publicadas, son muchos y muy notables sus defectos, cuya enumeración hizo con su acostumbrado juicio y acierto don Francisco Martínez de la Rosa en el tomo I de sus obras literarias. Cervantes, que a pesar de ser poeta, alababa con facilidad las producciones ajenas, hizo honrosa y particular mención de Lupercio y de su hermano Bartolomé en el Canto de Calíope y en el Viaje al Parnaso. Los elogios que les dio en este último opúsculo fueron tanto más generosas, cuanto no le faltaban justos motivos de queja, porque se olvidaron de aliviar su pobreza y desgraciada suerte, como se lo ofrecieron al partir para Italia el año 1610 con el Virrey de Nápoles, Conde de Lemos. A esto aludió discretamente Cervantes, cuando en dicho Viaje, al pasar por delante de Nápoles de camino al Parnaso, diciéndole Mercurio que bajase a tierra a convocar para la expedición a los dos hermanos Argensolas (que eran cortos de vista), le replicaba:
Que no sé quién me dice y quién me exhorta,
Que no me han de escuchar estoy temiendo...
Que tienen para mí, a lo que imagino,
la voluntad, como la vista, corta...
Pues si alguna promesa se cumpliera
De aquellas muchas que al partir me hicieron,
Lléveme Dios si entrara en tu galera.
Y añade con admirable moderación:
Mucho esperé, si mucho prometieron;
Mas podrá ser que ocupaciones nuevas
Les obligue a olvidar lo que dijeron.
Queja delicada y excusa todavía más delicada.
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N-1,48,9. Que si dándole paja come paja,
También dándole grano come grano.
(Iriarte)
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N-1,48,10. Cervantes dará en adelante indicios más claros de que Lope de Vega es el principal objeto de su censura; y para hacerlo con más disimulo o con más disculpa, empieza por citar entre los ejemplos de comedias exentas de defectos La ingratitud vengada, escrita por aquel célebre dramático. El lector no llevará a mal que se dé aquí una idea de su argumento.
Luciana, mujer rica, ama apasionadamente a Octavio; pero éste la desprecia por Lisarda, moza mantenida por el Marqués Fineo. Octavio, para conciliarse la voluntad de Lisarda, sonsaca con engañosas caricias a Luciana una cantidad de dinero, mediante la cual es admitido en su casa por la otra. Resentido de Octavio el Marqués, busca rufianes que lo asesinen. Entretanto, Luciana, irritada por cierto incidente, va a dar con un chapín a un criado del Marqués; el criado la pega en el rostro, y Octavio lo mata: todo esto en el teatro. Es puesto Octavio en la cárcel y sentenciado a galeras; líbralo Luciana a fuerza de dinero; mas a pesar de ello, el ingrato Octavio insiste en amar a Lisarda; lo estorba Tancredo, criado del Príncipe Cesarino, que a una con su amo requebraba a Luciana. El Príncipe, que celoso de Octavio había también buscado asesinos para que lo matasen, trata de que se case Luciana con su criado, y Luciana consiente por vengarse de Octavio. En esto Lisarda parte con el Marqués para Italia; Octavio, furioso, corre y los alcanza en una venta; allí, los criados del Marqués le dan una paliza; el Marqués le amenaza con hacerlo ahorcar de un roble; pero al fin le perdona la vida, y lo despacha desnudo en camisa, para que sirva de irrisión a todos. En tal estado, entrando en cuentas consigo, resuelve Octavio volver a Luciana, y se presenta en su casa, donde encuentra que se está celebrando con gran solemnidad la boda hecha ya con Tancredo, y es despedido con universal mofa y escarnio.
Esta comedia se representa alternativamente en el pueblo y en la venta; dura más de un mes, puesto que duró más de un mes la prisión de Octavio, como él mismo refiere, y, finalmente, tiene el defecto de que sus personajes todos son viciosos, de donde nace la falta absoluta de moralidad y buen ejemplo. Esta comedia, a pesar del elogio de Cervantes, es como un cuadro donde no hubiese pintada otra cosa que inmundicia y estiércol. Luciana, amante de Octavio, se deja obsequiar del Príncipe, y se casa por despique con Tancredo. El Príncipe alquila asesinos para matar a Octavio como a rival suyo; obsequia a Luciana y la casa con su criado. Lisarda es mujer venal y despreciable: el Marqués, joven estragado y alquilador también de asesinos; Tancredo, un hombre indecente que se casa bajo los auspicios de quien galantea a su novia. Octavio, que hace de personaje principal, mata una vez y es apaleado otra en las mismas tablas. El castigo que experimenta su ingratitud al acabarse la comedia, en el desprecio y burla de todos, es el primer paso en que se experimenta algún interés, y el único efecto moral de la pieza, que hubiera debido realzarse y hacerse más picante con el ejemplo y premio de la virtud.
Pasemos a la Numancia. Parece algo extraño que tratando Cervantes de designar piezas dramáticas que pudiesen servir de modelos, nombrase una suya, cual es la Numancia; bien que no poniéndola ni en primero ni en último lugar, sino mezclada entre otras, manifestó hacerlo vergonzosamente y con algún género de encogimiento. La Numancia, de Cervantes, no vio la luz pública hasta el año de 1784. En ella encuentran los inteligentes los mejores versos que compuso Cervantes, y que más pudiera merecerle el disputado título de poeta, pero mezclados con muchos defectos, tanto en la misma versificación como en el plan y disposición del drama. En él salen a las tablas un demonio, la Guerra, la Enfermedad, el Hambre, el río Duero, y hasta un muerto que habla. La tragedia concluye por tirarse de una torre abajo el joven Viriato, único resto ya de los numantinos, a vista de Cipión y otros capitanes romanos, que en vano intentaron se entregase vivo, y a quienes al arrojarse dirige, entre otros, aquellos dos hermosos y valientes versos:
Yo heredé de Numancia todo el brío
ved si pensar vencerme es desvarío.
Cervantes, al parecer, intentó con la mención de su Numancia dar aquí noticia de sus composiciones dramáticas, como en otros parajes del QUIJOTE la dio de sus novelas; o agregándola a La Ingratitud vengada, quiso persuadir que los elogios de esta última eran sinceros.
El mercader amante es una comedia de Gaspar de Aguilar, poeta valenciano, secretario del Conde de Chelva. Belisario, mercader muy rico, habiendo de escoger entre dos novias, quiso experimentar si le querían sólo por sus riquezas. Para esto se concertó con un factor suyo llamado Astolfo; fingió desgracias y quiebras y puso con disimulo sus bienes en manos de su dependiente. Astolfo, acreditado ya de rico, fingió también obsequiar a las dos damas: Lidora, una de ellas, desechó a Belisario y dio la preferencia a Astolfo. Lavinia se mantuvo fiel al amor de Belisario, prefiriéndole no sólo al pretendiente rico, sino también a un hidalgo linajudo con quien quería casarla su padre. Fácil es prever el desenlace: se descubre que Belisario es el rico, Astolfo el pobre, Lidora la codiciosa, Lavinia la preferible y ésta se casa con Belisario.
No carece esta comedia de defectos; pero tiene moralidad y guarda unidad de acción y lugar, sin ofender mucho a la del tiempo el estilo suele pecar de ingenioso, como era común entonces en las comedias. Pellicer dice que el asunto del Mercader amante coincide con el de la novela del Curioso impertinente del Quijote el lector puede juzgarlo. Asimismo desfiguró Pellicer el nombre del autor, confundiéndole al parecer con Gaspar de ávila, también poeta dramático, de quien habla Cervantes en el prólogo de sus comedias, distinguiéndolo de Aguilar. Lope de Vega elogió separadamente a ambos en El laurel de Apolo.
En cuanto a la Enemiga favorable, Bowle la atribuyó a Lope de Vega, citando a don Nicolás Antonio, el cual incurrió en equivocación, calificando de quinto tomo de las comedias de Lope una colección que publicó Francisco de ávila con el título de Flor de las comedias de España de diferentes autores. En ellas hay una sola de Lope, y entre las demás se halla la Enemiga favorable, compuesta por el Licenciado Francisco de Tárraga, Canónigo de Valencia, poeta dramaturgo, de quien hablaron con recomendación Agustín de Rojas en su Viaje entretenido y Cervantes en el prólogo de sus comedias. He aquí el argumento:
Irene, Reina de Nápoles, que ama vehementemente al Rey su esposo, y tiene motivos para estar celosa de Laura, riñe con ella, la desmiente y le da un botetón. Resentida, Laura exige de su amante Belisardo, hermano de la Reina, que la acuse falsamente de adúltera con Norandino. Así, lo ejecuta Belisardo, dando mal color a los favores que por sus méritos hace al otro la Reina sacando al Rey palabras de que no descubrirá el acusador. Irene es puesta en juicio de orden del Rey, y obligada a dar caballero que la defienda. El acusador, que no quiere ser conocido, se presenta disfrazado en la liza, y al mismo tiempo se presentan otros tres caballeros, también disfrazados, que aspiran a ser defensores de la acusada: uno, Norandino, que habiendo hallado el modo de evadirse de la prisión en que estaba, se cree obligado a defender el honor de la Reina; otro el Rey, a quien ofende el carácter altanero y vengativo de Laura y, por otra parte, estima y ama a la Reina, y el tercero, la misma Laura, que arrepentida de su maldad, trata de mostrar a todo trance la inocencia de Irene. Intiman a ésta los jueces que elija campeón entre los tres, e Irene, siempre fiel y amante esposa, creyendo que el mantenedor es su marido, queriendo disminuir sus peligros, elige al campeón que le parece menos fuerte y temible: elige a Laura. Se da la señal de combate al tocar al Ave María: arrodíllanse todos a rezarla, y en este acto Laura se descubre, proclama la inocencia de Irene y excita al acusador a que la reconozca también por su parte, ofreciéndole su mano. Belisardo condesciende, queda reconocida la inocencia de la Reina, y todos se perdonan y abrazan.
Participa esta comedia de los defectos ordinarios en las de su tiempo. La riña de las dos damas pasa en el teatro; allí da Irene el bofetón a Laura, y Laura la embiste, la araña y muerde. Hay chistes insulsos, como el de la Reina, que en el acto segundo dice a Norandino:
Yo soy de Sicilia, amigo,
yo soy de color trigueño
por ser de tierra de trigo.
Laura, al declarar la inocencia de Irene, lo hace en una especie de glosa del Ave María que todos rezaban. Mas a pesar de estos y otros lunares, la comedia inspira interés y lo conserva hasta el fin; tiene versos felices, la acción es una, en un solo pueblo, y su duración no excede de lo que puede suceder en dos días.
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N-1,48,11. Es la comedia espejo de la vida:
su fin mostrar los vicios y virtudes
para vivir con orden y medida.
Así empieza la carta sobre las comedias que el capitán Andrés Rey de Artieda dirigió al Marqués de Cuéllar, y está entre sus obras que bajo el nombre de Artemidoro publicó en Zaragoza el año de 1605.
Cicerón, en uno de los fragmentos de sus obras perdidas que conservó Elio Donato, autor antiguo de la Vida de Terencio, dijo de la comedia: est imatatio vit礬 speculum consuetudinis, imago veritatis. Este es el pasaje que aquí cita Cervantes, aunque con poca exactitud, según su costumbre.
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N-1,48,12. Los abusos notados acerca de esto en los principios del teatro castellano habían movido a las Cortes de Valladolid del año 1548 a pedir que se prohibiese la impresión de farsas feas y deshonestas (petición 147). Por los años de 1590 se agitó con calor la cuestión de si eran lícitos o no los teatros, y en ella intervino el célebre P. Juan de Mariana, declamando con la vehemencia propia de su pluma contra los abusos escénicos en su opúsculo De spectaculis, donde llegó a indicar que los teatros tenían más inconvenientes que los lupanares (capítulo XVI). Felipe I mandó que se cerrasen los teatros en el año de 1598, que fue el de su muerte; pero volvieron a abrirse el de 1600, y continuaron en los reinados de los dos Felipes, II y IV, interrumpiéndose sólo durante algunos años en señal de duelo, con motivo de las calamidades y desgracias ocurridas poco antes de mediados del siglo. El año de 1665, durante la menor edad de Carlos I, la Reina Gobernadora doña Mariana de Austria mandó que las representaciones cómicas cesasen enteramente, hasta que el Rey su hijo, que había nacido en 1661, tuviese edad bastante para gustar de ellas; pero a instancias del Ayuntamiento de Madrid se levantó la prohibición, y continuaron las comedias sin interrupción hasta nuestros días.
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N-1,48,13. En la comedia de Ursón y Valentín, escrita por Lope de Vega, Margarita, Reina de Francia, se queda pariendo al acabar la primera jornada, y la segunda empieza saliendo su hijo Valentín, joven ya de veinte años. En los Porceles de Murcia, comedia del mismo autor, pasan más de diez años desde el acto segundo al tercero. La del Primer Rey de Castilla, del mismo, contiene en el primer acto la muerte del Rey don Alfonso V de León, que fue el año de 1027, y concluye en la traslación de las reliquias de San Isidoro desde Sevilla, que fue el de 1063; por consiguiente, la acción dura treinta y seis años. Hablan en la comedia una gitana y un corregidor, personajes que no hubo en Castilla hasta el siglo XV. En el primer acto del Bastardo Mudarra, otra comedia de Lope, los padres de Mudarra no se han conocido ni tratado todavía; en el segundo queda encinta la madre; en el tercero, Mudarra ya ha llegado a ser hombre, y venga la alevosa muerte de sus hermanos los siete Infantes de Lara, mata al traidor Rui Velázquez y pone en libertad a su padre.
No fue Lope de Vega el único autor dramático de aquella época que rompió la unidad del tiempo en sus composiciones; pero cotejando con los ejemplos alegados las expresiones de Cervantes, se hace sumamente verosímil que Lope fue a quien se dirigían. Este razonamiento del Cura de Argamasilla parece que tuvo presente Ricardo de Turia, poeta dramático, en el Apologético de las comedias españolas, que estampó al frente del Norte de lo poesía española, colección de comedias de autores valencianos. Ricardo, uno de ellos, que se imprimió en Valencia, año de 1616. Habla allí contra los Terenciarcos y Pautistas, que condenan generalmente todas las comedias que en España se hacen y representan... Dicen, continúa, que si la comedia es un espejo de los sucesos de la vida humana, +cómo quieren que en la primera jornada o acto nazca uno, y en la segunda sea gallardo mancebo? Esta es la misma expresión y el mismo argumento del Cura contra los excesos que allí intenta justificar el apologista, y eran comunes en aquel tiempo. Son muy notables los dos ejemplos que cita el juicioso critico Francisco de Cascales en sus Tablas poéticas (Tabla de la Tragedia), donde dice: Entre otras (comedias) me acuerdo haber oído una de San Amaro que hizo un viaje al Paraíso, donde se estuvo doscientos años, y después, cuando volvió al cabo de dos siglos, hallaba otros lugares, otras gentes, otros trajes y costumbres. +Qué mayor disparate que éste? otros hay que hacen una comedia de una crónica entera: yo la he visto de la pérdida de España y restauración de ella.Si la comedia de San Amaro duraba dos siglos, ésta duraba ocho.
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N-1,48,14. Después de haber reprendido las infracciones de la unidad de tiempo, pasa el Cura a hablar de las faltas contra el decoro de las personas.
Intererir multum, Davusne loquatur an heros,
Maturusne senex an adhuc florente inventa
Fervidus an matrona potens, an sedula nutrix
Mercatorne vogus, cultorne virentis agelli
.
(Horacio: Epístola a los Pisones.)
razones muy parecidas a las del Cura criticaba estos excesos el Doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, contemporáneo, aunque no muy amigo de Cervantes. Dice en su obra intitulada el Pasajero (alivio 3.E¦): Allí (en las comedias) se pierde el respeto a los Príncipes y el decoro a las Reinas...; allí habla sin modestia el lacayo, sin vergÜenza la sirviente, con indecencia el anciano, y cosas así. Ejemplos de lacayos retóricos y pajes consejeros se encuentran a docenas en nuestro teatro. Es muy posible que en cada uno o en muchos de los defectos que aquí se indican, aludiese Cervantes a personajes de comedias entonces conocidas; pero +quién podría señalarlos determinadamente en el inmenso campo del teatro castellano, cuando, según las indicaciones de nuestra historia literaria, el número de las composiciones dramáticas que han llegado a nosotros, a pesar de ser muy grande, es sólo una pequeña parte de las que se escribieron por aquel tiempo?
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N-1,48,15. No es buena expresión, porque es lo mismo que observancia que observan. ----Tampoco está bien lo que después se dice: y así se hubiera hecho (la comedia) en todas las cuatro partes del mundo. La comedia, hablando con propiedad, se hace en el teatro por los representantes o en el bufete por el poeta; pero el lugar que éste asigna a la acción, no es donde se hace, sino donde pasa la comedia.
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N-1,48,16. El número de jornadas, que no era fijo en los principios de nuestro teatro, estaba ya reducido a tres por los años de 1600. En la Celestina se cuentan veintiún actos, pero no son sino escenas. Bartolomé Torres Naharro, extremeño, el primero que pudo llamarse autor dramático entre los castellanos, y que después de haber estado cautivo en Berbería vivió y compuso sus comedias en Italia, entrando el siglo XVI, sustituyó al nombre de actos el de jornadas, indicando con él, o que los sucesos de cada acto podían comprender la duración de un día, o que así se repartía cómodamente el drama considerado como un viaje. Naharro hizo sus comedias de cinco actos, como los antiguos; pero los que le siguieron no observaron en esto regla fija. La comedia Pródiga, de Luis de Miranda, impresa en 1554, que Moratín describe y elogia en los Orígenes del Teatro español, consta de siete actos. Según Agustín de Rojas, las farsas del tiempo de Lope de Rueda solían tener seis jornadas. Juan de la Cueva, poeta sevillano, autor de varias comedias, se preció de haber reducido las jornadas a cuatro. Moratín cita una comedia de Francisco de Avendaño, impresa en el año de 1553, cuyo autor se alaba de que aquella es la primera escrita en tres actos; de lo mismo se preció el capitán Cristóbal de Virués en el prólogo de su tragedia la Gran Semíramis y, finalmente, Cervantes, en el prólogo de sus comedias, afirma que él se atrevió a cerñirlas a tres jornadas de cinco que solían tener antes. De todos modos, y fuese quien fuese el autor de la novedad, cuando se publicó la primera parte del QUIJOTE era ya general la división de las comedias en tres jornadas, y así ha continuado hasta nuestros días, llamándose actos o jornadas las de las piezas cómicas, y actos exclusivamente los de las trágicas.
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N-1,48,17. Antes se habló de la duración de la comedia y del decoro de las personas; ahora se trata de la unidad de lugar, y se reprende a los autores dramáticos que ponen la acción en diversos lugares, y aun en diferentes partes del mundo. Y siendo esto tan evidente, es forzoso reconocer que hubo error de imprenta en las primeras palabras del período, cuando dice el Cura: +qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder las acciones que representan? Tiempos debió ser lugares, porque de otra suerte, +qué conexión hay entre el asunto y el ejemplo? Las infinitas pruebas que hay del descuido y negligencia con que se hicieron las primeras ediciones del QUIJOTE apoyan esta corrección indispensable.
Y volviendo al discurso del Cura, +querría Cervantes indicar aquí alguna de las comedias de Lope, en que se faltó a la unidad de lugar de un modo monstruoso? La primera jornada del Nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón pasa en Portugal, Granada, Sanlúcar y el Real de la Vega; la segunda empieza en el océano y acaba en las islas Lucayas; la tercera finaliza en Barcelona. En el Amete de Toledo, la primera jornada es en Valencia, Orán, Málaga y en el mar; la comedia acaba en Toledo. En la comedia del Rey Bamba, la acción pasa en España y en Roma; habla un estampero a quien el Rey compra una estampa de San Ildefonso, y habla también un niño recién nacido que tratan de bautizar, y dice, papa, caca. Las Cuentas del Gran Capitán es otra Comedia que se figura en España, Nápoles y ribera de Génova. La acción de la Doncella Teodor se supone acaecida en Toledo, Orán, Valencia, Constantinopla y Persia; hablan en la comedia un maestro de Toledo, un catedrático de Valencia, el Rey de Orán, el Gran Turco Selim y el Soldán de Babilonia. Todas las comedias citadas son de Lope de Vega.
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N-1,48,18. Parecía natural que habiéndose censurado las infracciones de las unidades de tiempo y lugar, no se omitiesen las que son contra la de acción. Sin embargo, no hizo Cervantes mención positiva y directa de ello, o porque lo dio por supuesto, o porque en una conversación familiar, como la del Canónigo y el Cura, no había precisión de recorrer metódicamente toda la materia, como en un tratado didáctico. Ahora pasa a reprender los anacronismos como contrarios a la imitación, que es lo principal que ha de tener la comedia. Tal sería confundir en un drama las personas del Emperador Heraclio, que fue proclamado en Oriente el año de 610; de Carlomagno, coronado en Roma el de 800, y de Godofredo de Bullón, caudillo de la primera Cruzada, que el de 1099 recobró de poder de infieles a Jerusalén, y fue su primer Rey cristiano. No sé si Cervantes lo fingió como ejemplo, o si lo tomó de alguna comedia de las que entonces se conocían, que no es imposible; pero bien se pudiera citar algún otro tomado de las de Lope de Vega; y. gr.: La limpieza no manchada (parte o tomo XIX de las Comedias de Lope), donde representan el Rey David con corona y ropas de levantar; el Santo Job, el profeta Jeremías, San Juan Bautista, Santa Brígida y la Universidad de Salamanca. No van tanto años desde Heraclio a Godofre como desde Job a la Universidad.
Las juiciosas reflexiones del Canónigo y del Cura sobre los abusos del teatro castellano no le corrigieron, aunque esparcidas y vulgarizadas por medio de las multiplicadas ediciones del QUIJOTE. Continuaron los errores patentes y de todo punto inexcusables. Se imitaron a competencia las irregularidades y extravíos de Lope; hubo comedias de dos y de tres ingenios o autores, y en ellas ya se deja considerar lo que se observaría la doctrina de las unidades, la constancia de los caracteres y el enlace de los incidentes. No hubo disparate que no se representase en el teatro; ponderólo así Andrés Rey de Artieda, en su carta citada anteriormente contra los abusos de las comedias.
Galeras vi una vez ir por el yermo
y correr seis caballos por la posta
de la isla del Gozo hasta Palermo.
Poner dentro en Vizcaya Famagosta,
y junto de los Alpes Persia y Media,
y Alemania pintar larga y angosta.
De aquel tiempo podemos decir con tanta más razón que Horacio del suyo:
Nil intentatum nostri liquere po쪴a礼/em>.
Pero hablar de esto pedía más extensión de la que corresponde a una nota.
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N-1,48,19. O gullorías. Dióse este nombre por onomatopeya a unos pajarillos que anuncian la primavera, y por ser sabrosos y difíciles de coger se miraban como manjar excesivamente delicado, que sólo podía apetecerse y buscarse por capricho y antojo. De aquí ha venido llamar gullorías o gollerías (que es lo que más comúnmente se dice) las pretensiones y deseos de la misma clase.
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N-1,48,20. Así se llamaban las de vidas y sucesos de Santos, de que hubo muchísimas en nuestro teatro. Lope de Vega las hizo de San Francisco, San Nicolás, San Agustín, San Roque, San Antonio, San Isidro, San Julián, Santo Tomás de Aquino, San Juan de Dios, Santa Teresa de Jesús, etc. Agustín de Rojas, en su Viaje entretenido (lib. I). describiendo los rudimentos y progresos del arte dramático en el siglo XVI, decía:
Llegó el tiempo en que se usaron
las comedias de apariencias,
de Santos y de tramoyas,
y entre éstas farsas de guerra.
Hizo Pero Díaz entonces
la del Rosario, y fue buena;
San Antonio Alonso Díaz,
y al fin no quedó poeta
en Sevilla que no hiciese
de algún Santo su comedia.
Pudiera creerse por este pasaje de Rojas que Pedro y Alfonso Díaz fueron los primeros o de los primeros que hicieron comedias de Santos, y que esto hubo de ser en Sevilla, donde se cultivó especialmente, según parece, este ramo de la poesía dramática. Don Francisco de Quevedo, con su acostumbrada dicacidad, ridiculizó a los escritores de tales piezas, introduciendo en su gremio a Pablillos el Gran Tacaño. Atrevíme, dice éste (cap. XXI), a una comedia, y porque no escapase de ser divina cosa, la hice de Nuestra Señora del Rosario. Comenzada por chirimías, había sus Animas del Purgatorio y sus demonios que se usaban entonces. Los abusos e irreverencias que, como ya indica el Licenciado Pero Pérez, eran frecuentes en las comedias de Santos, dieron finalmente ocasión para que se prohibiesen.
Las comedias divinas, a pesar de este nombre, solían reunir también todos los defectos y miserias de las humanas. Sirva de muestra la intitulada El cardenal de Belén, y ya se entiende que se trata de San Jerónimo, hablan en ella este Santo, que, por supuesto, es el primer galán; San Gregorio Nacianceno, San Agustín, San Dámaso, el Emperador Juliano Apóstata, un Padre del yermo casado, los tres Reyes Magos, el Arcángel San Rafael y el Demonio. Salen a las tablas el Mundo, Roma, España, un león y un pollino. El primer acto se concluye azotando los ángeles a San Jerónimo. En el segundo tocan chirimías y sale San Dámaso acompañado de Obispos y Cardenales.Se habla de Pasquín y Marforio.San Jerónimo y un monje acaban las completas con el Salva nos, Domine, vigitantes puesto en verso. Juliano habla de Atila, que no había nacido.Se ven clérigos que debajo de la sotana llevan calzones de terciopelo y rondan por Roma de noche con espada y broquel. Se da fin al segundo acto bajando San Mercurio en una tramoya y matando a Juliano de una lanzada. En el tercero. San Rafael, para hacer rabiar al Demonio, le anuncia la fundación de la Orden Jeronimiana: le habla de los monasterios de Lupiana, Yuste, Guadalupe y El Escorial (y con esto el Demonio se da a todos los diablos). San Jerónimo, que en el primer acto salió siendo mancebo de veinte años, en el tercero muere de edad de noventa y nueve. La comedia concluye prometiendo el Demonio (sin duda a fe de hombre de bien, como el del desencanto de Dulcinea en la segunda parte del QUIJOTE) que no entrará donde esté pintada la imagen de San Jerónimo.La acción, durante el primer acto, pasa en Constantinopla y Jerusalén; durante el segundo, en Roma y Persia, y durante el tercero, en Hipona y Belén. He aquí una comedia que dura cerca de ochenta años, y se representa en las tres partes del mundo entonces conocido, Europa, Asia y áfrica, cual la describió arriba el Cura.Y preguntará el lector: +de qué poeta es esta comedia? +Quién escribió composición tan chabacana y estrafalaria? Pues sepa que fue el celebrado Lope de Vega; y quien quiera verlo, la hallará en el tomo XII de sus comedias, impreso durante su vida y a su vista en Madrid en casa de Alonso Martín, año de 1620.
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N-1,48,21. Apariencia es tramoya o máquina teatral para representar transformaciones o acontecimientos prodigiosos. Así lo dice el poeta, dialogando con el teatro en el prólogo de la parte o tomo XIX de las comedias de Lope.
Después, dice, que se usan las apariencias que ya se llaman tramoyas, no me atrevo a publicarlas (las comedias)àà porque cuando veo todo un pueblo atento a una maroma por donde llevan una mujer arrastrando, desmayo la imaginación a los conceptos, y el estudio a las imitaciones. Y entre las maldiciones del Maestro Burguillos en un lugar de la Justa poética para celebrar la beatificación de San Isidro (Obras de Lope, tomo I, pág. 101) se lee la siguiente:
Si comedia escribieres, plega al cielo
la yerre un jugador representante,
o con las apariencias venga al suelo
nube carpinteril, Angel volante.
La introducción de prodigios y acontecimientos sobrenaturales y mágicos en las piezas dramáticas dio lugar al uso de las tramoyas para representarlas en la escena. Según Moratín en los Orígenes del teatro español, la primera comedia castellana de magia que se conoce es la Armelina, compuesta por Lope de Rueda, en la cual, por virtud del conjuro de un moro hechicero, sale Medea de los infiernos y representa en las tablas. Según Cervantes, en el prólogo de sus comedias, sucedió a Lope de Rueda Naharro, natural de Toledo, el cual... inventó tramoyas, nubes, truenos y relámpagos. Andando el tiempo, se escribieron Don Juan de Espina en Madrid, Don Juan de Espina en Milán, el Mágico de Salerno, el de Astracán, Marta la Romarantina y otros monstruos semejantes. Ultimamente, el teatro francés nos ha enviado la Pata de Cabra y el Diablo Verde, que ahora en nuestros días embelesan al vulgo estúpido y enriquecen a los representantes.
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N-1,48,22. Anduvo aquí Cervantes sobrado indulgente con los extranjeros. Aun si se hubiera ceñido a hablar de los italianos, pudiera señalar ejemplos de composiciones más conformes a las reglas del arte. Y de éstos se debe entender lo que dijo Cascales en sus Tablas poéticas (tabla II), aunque con menos generalidad que Cervantes: Los poetas extranjeros, digo los que son de algún nombre, estudian el Arte poética, y saben por ella los preceptos y observaciones que se guardan en la épica, en la trágica, en la cómica, en la lírica y en otras poesías menores. Y de aquí vienen a no errar ellos, y a conocer tan fácilmente nuestras faltas. Realmente la literatura italiana era la única extranjera que conocía Cervantes, según puede inferirse de sus escritos y de las circunstancias de su vida. Ni se ignoraban dentro de España los verdaderos y genuinos preceptos del arte dramático. El mismo Lope de Vega manifestó conocerlos en su Arte nuevo de hacer comedias, impreso el año de 1602. Dudo mucho que entre los extranjeros hubiese ideas más juiciosas y correctas sobre la materia que las que establecieron Alonso López Pinciano el año de 1596 en su Filosofía antigua, Francisco de Cascales el de 1516 en sus Tablas poéticas, y Cristóbal Suárez de Figueroa el de 1617 en su Pasajero; no se habla sino de escritores coetáneos al nuestro. A principios del siglo XVI, el teatro francés estaba en mantillas; aun en tiempo posterior a Cervantes mendigaba asuntos y se alimentaba de las obras del español. El teatro alemán no existía. En Inglaterra, su famoso Shakespeare no era más observante de las unidades y de las reglas que nuestros dramáticos. En general, el teatro de las naciones, donde lo había, participaba de nuestra irregularidad y defectos, sin igualarnos en la invención, ni en las prendas del estilo, ni en el número y fecundidad de los escritores, siendo siempre cierto que, a pesar de los defectos de nuestras comedias, todavía hay en ellas mucho que estudiar, aprender y admirar.
El presente pasaje dio ocasión a fines del siglo pasado a una contienda entre dos literatos españoles, don Vicente García de la Huerta y don Juan Pablo Forner. Este, queriendo justificar a Cervantes del cargo de parcialidad a favor de los poetas dramáticos extranjeros que le hacía el otro, pretendía que aquí no se hablaba indefinidamente de los extranjeros, sino de los extranjeros que guardan las leves de la comedia (Huerta en su Lección crítica, y Forner en las Reflexiones de Tomé Cecial). Pero no es eso lo que indican las palabras con mucha puntualidad, las cuales no se hubieran puesto para expresar lo que Forner pretendía.
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N-1,48,23. No puede dejar de conocerse la conexión y simpatía de este pasaje de Cervantes con aquel del Arte nuevo de hacer comedias, en que dijo Lope de Vega, confesando que sus composiciones se apartaban de las reglas:
Mas ninguno de todos llamar puedo
más bárbaro que yo, pues contra el arte
me atrevo a dar preceptos, y me dejo
llevar de la vulgar corriente adonde
me llamen ignorante Italia y Francia.
El Cura de la Argamasilla, o por mejor decir Cervantes, no perdía de vista a Lope.
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N-1,48,24. Decía el Duque de Florencia en la comedia El curioso impertinente, de don Guillén de Castro (jornada I):
Ven acá, si examinadas
las comedias, con razón
en las repúblicas son
admitidas y estimadas.
Y es su fin el procurar
que las oiga un pueblo entero,
dando al sabio y al grosero
qué reír y qué gastar;
Parécete discreción
el buscar y el prevenir
más arte que conseguir
el fin para que ellas son?
Este raciocinio, diga lo que diga Cervantes, es concluyente para probar que con tal que las comedias no perturben el orden público ni perjudiquen a las buenas costumbres el Gobierno no debe mezclarse en si observan o no las reglas del arte, dejando a los progresos de la civilización y de las luces el cuidado de la reforma literaria, digámoslo así, del teatro. Mientras la Pata de Cabra sostenga cincuenta representaciones por año en la corte, sería demasiadamente cruel, sería injusto estrechar a los representantes a que diesen en su lugar el Delincuente honrado o el Sí de las niñas, con disminución de la concurrencia del público y el consiguiente perjuicio de sus intereses. En adelante, dice el Cura, excusando a los compositores de comedias disparatadas, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez, y así el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide. Y yo añado que hace muy bien el poeta en acomodarse a lo que quiere el representante, así como hace muy bien el representante en acomodarse a lo que quiere el público que le paga. Necio sería si hiciese lo contrario. Refórmese el gusto de los espectadores, frecuenten éstos con empeño y ahínco las representaciones de las comedias arregladas al arte, dejen desierta la de las otras, y el teatro se reformará por sí mismo.
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N-1,48,25. Verdaderamente Cervantes es un enigma. En este capítulo de su QUIJOTE manifestó que conocía el objeto y los preceptos del arte; quiso persuadir que las comedias conformes a él darían más crédito a los autores, más placer al público y más ganancia a los representantes; y, sin embargo, citó como modelos dramas tan defectuosos como hemos visto, y en las comedias que compuso cometió las mismas faltas que reprueba. De las veinte o treinta que él mismo refiere que hizo, sólo han visto la luz pública las ocho que imprimió el año 1615, que fue el anterior a su muerte, y las dos que se estamparon modernamente en 1784; y para la gloria de Cervantes hubiera valido más que se perdieran, como se perdieron las demás y otras obras suyas. +Quién podrá explicar esta contradicción? +Cómo se compadece hablar con tanta discreción de las reglas y observarlas tan mal en la composición? Discurrió juiciosamente sobre la necesidad de la imitación y de la verosimilitud para conservar la ilusión escénica e introdujo en las tablas figuras morales o personajes alegóricos, y aun se preció de ello (Prólogo de sus comedias); reprobó los milagros y apariencias, y los empleó en sus comedias; se burló de las que presentaban sucesos acaecidos en diversas partes del mundo, y alguna de las suyas los presenta. En su tragedia la Numancia, como ya dijimos, hacen papel la Guerra, la Enfermedad y el río Duero; en la Casa de los celos hablan la Sospecha, la Curiosidad, la Desesperación, los Celos, la buena y la mala Fama, el Reino de Castilla; esta misma comedia está llena de las apariencias y tramoyas a que dan ocasión las travesuras de los encantadores Merlín y Malgesi; hay sátiros, salvajes, demonios y sombras; hablan los espíritus; crujen cadenas, Malgesi sale por la boca de una serpiente. En el Rufián dichoso, otra de las ocho comedias de Cervantes, la acción comienza en Sevilla y concluye en Méjico; representan en ella un Inquisidor, un padre de mancebía, un ángel, tres demonios, cuatro frailes, el Virrey de Méjico, un pastelero y tres ánimas del Purgatorio. Analizar esta comedia sería escribir una sátira amarga contra Cervantes; y no hay que atribuirlo a la irreflexión o impericia de su juventud, porque publicó las comedias al fin de su vida, diez años después de impreso el diálogo del Canónigo y el Cura. Además, en la segunda jornada del mismo Rufián dichoso introduce Cervantes la figura de la Comedia, que disculpando al autor de las reconvenciones que le hace la de la Curiosidad, dice así:
Los tiempos mudan las cosas
y perficionan las artes...
Buena fui pasados tiempos,
y en éstos, si lo mirares, no soy mala, aunque desdigo
de aquellos preceptos graves
que me dieron y dejaron
en sus obras admirables
Séneca, Terencio y Plauto,
y otros griegos que tú sabes.
He dejado parte dellos,
y he también guardado parte,
porque así lo quiere el uso,
que no se sujeta al arte.
Ya represento mil cosas
no en relación como de antes
sino en hecho, y así es fuerza
que haya de mudar lugares.
Que como acontecen ellas en muy diferentes partes, voime allí donde acontecen:
disculpa del disparate.
Ya la comedia es un mapa,
donde no un dedo distante
verás a Londres y Roma,
a Valladolid y Gante.
Muy poco importa al oyente
que yo en un punto me pase
desde Alemania a Guinea,
sin del teatro mudarme.
El pensamiento es ligero,
bien pueden acompañarme
con él, doquiera que fuere,
sin perderme ni cansarse.
Yo estaba ahora en Sevilla,
representando con arte
la vida de un joven loco,
apasionado de Marte...
Fue estudiante y rezador
de salmos penitenciales,
y el rosario ningún día
se le pasó sin rezalle.
Su conversión fue en Toledo,
y no será bien te enfade
que contando la verdad
en Sevilla se relate.
En Toledo se hizo clérigo,
y aquí en Méjico fue fraile,
adonde el discurso ahora nos trujo aquí por el aire...
A Méjico y a Sevilla
he juntado en un instante,
zurciendo con la primera
ésta y la tercera parte:
una de su vida libre,
otra de su vida grave,
otra de su santa muerte
y de sus milagros grandes.
Mal pudiera yo traer,
a estar atenida al arte,
tanto oyente por las ventas
y por tanto mar sin naves.
No dijo más ni aun tanto el mismo Lope de Vega en su Arte nuevo, para excusar las irregularidades que notaban el Cura y el Canónigo; parece imposible que el Cervantes de las comedias sea el mismo Cervantes del QUIJOTE. Esta contradicción entre su teórica y su práctica hubo de sugerir al abate don Javier Lampillas la sospecha de que no eran de Cervantes las comedias que se publicaron a su nombre, y a don Blas Nasarre, que las reimprimió en el siglo pasado, la idea de que Cervantes las hizo malas de propósito para ridiculizar las comunes de su tiempo. Pero ni uno ni otro han tenido ni debido tener secuaces entre los literatos, los cuales hallaron desde luego en el prólogo que puso Cervantes a sus comedias la prueba de que eran suyas y de que su autor las tenía por buenas. La contrariedad entre la doctrina de Cervantes y su conducta, que es el fundamento en que ambos se apoyaron, para mí no es más que una confirmación de que nuestro autor no procedía con absoluta sinceridad ni en la censura ni en los elogios de Lope. Y si no es esto, será una nueva prueba, entre tantas, de la debilidad e inconsecuencias del entendimiento humano.
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N-1,48,26. Lo que sigue es un retazo que zurció Cervantes en el contexto de su crítica del teatro, para precaver, según parece, el resentimiento de Lope de Vega y las reconvenciones de sus apasionados. En él se contradice Cervantes, pues anteriormente ha procurado refutar la razón con que ahora trata de excusar a los compositores de malas comedias, alegando que los representantes no se las comprarían si fuesen buenas, cuando antes intentó establecer con razones y con ejemplos que las composiciones arregladas al arte debían dar y daban, con efecto, más dinero a los representantes que las disparatadas. Pero Cervantes temía ofender a Lope, cuya reputación y popularidad era inmensa; y si criticó sus defectos, lo hizo con tantas salvas y comedimiento, y con tantos elogios de sus buenas cualidades, que más bien parece lisonja que crítica. La reputación y aprecio general de Lope llegó a tal punto, que para decir que una cosa era buena se decía que era de Lope. Así lo cuenta el mismo Cervantes en uno de sus entremeses (La guarda cuidadosa), donde hablándose de unas trovas, se dice: Me han sonado tan bien, que me parecen de Lope, como lo son todas los cosas que son o parecen buenas. Aludiendo a esta costumbre, decía don Jacinto de Herrera y Bustamante en unas décimas (entre las Obras de Lope de Vega, tomo I, pág. 609):
Ingenios de gloria llenos, crea quien mis versos tope,
que digo que sois de Lope
para decir que sois buenos.
Y aludiendo a lo propio el fingido Maestro Burguillos, increpaba jocosamente a Lope (Ib., pág. 600), y le decía:
Pues el proverbio de tu nombre borras,
con él se llamarán las cosas malas;
serán de Lope desde hoy más las zorras,
las purgas, las jeringas y las calas...
De ti se llamarán los maldicientes
vecinos, linces, los nobles mal criados,
los suegros..., el mal vino y los cuñados.
De ti la sarna, el mal francés, las fuentes...
los perros muertos y las gatas mortas,
las leguas largas y las dichas cortas.
Para mí es claro que Cervantes escribió el presente capítulo punzado de alguna emulación contra Lope. No es posible dejar de advertir que el objeto del QUIJOTE no era satirizar los defectos del teatro, sino los libros de Caballerías: y que el Canónigo, sin ocasión que le forzase a hacerlo, trajo por los cabellos la materia de las comedias, y se extendió sobre ella como si fuera su principal intento: indicio de que algún secreto interés influía en la pluma del escritor, según se dijo antes. A la vista de Lope, celebrado y rico, favorecido y aun mimado constantemente por la fortuna, no fue extraño que Cervantes, despreciado, pobre y perseguido siempre de su mala estrella, abrigase en su corazón algún movimiento de despecho.
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N-1,48,27. Como lo manifestó el mismo Lope de Vega respondiendo a los cargos que se le hacían por la inobservancia de las reglas del arte. La expresión del texto pudiera también extenderse a Juan de la Cueva, sevillano, poeta épico y dramático, que, en su obra intitulada Ejemplar poético, precedió a Lope en defender los abusos del teatro y el abandono de los preceptos de los antiguos. Pero acaso Cervantes, a pesar de su residencia en Sevilla, no tenía noticias circunstanciadas de Juan de la Cueva, según lo arguye el no haber nombrado su poema de la Conquista de la Bética con la Araucana y otras composiciones de igual clase en el escrutinio de la librería de Don Quijote.
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N-1,48,28. Señálase aquí como con el dedo a Lope de Vega. Entró luego, dice Cervantes en el prólogo de sus comedias, el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas; e tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos. El mismo dictado de monstruo de naturaleza aplicó a Lope don Guillén de Castro en su comedia del Curioso impertinente (jornada I) prodigioso monstruo español le llamó Luis Vélez de Guevara en el Diablo Cojuelo (tranco IV); Fénix de su tiempo y Apolo de los poetas lo apellidó Agustín de Rojas en su Viaje entretenido (lib. I). Omito otros elogios, y sólo pondré el de don Diego de Saavedra, que, en su República literaria, lo hizo tan completo, que parece ya apología y aun panegírico de los mismos defectos que se le imputan. Lope de Vega, dice, es una ilustre vega del Parnaso; tan fecundo, que la elección se confundió en su fertilidad, y la naturaleza, enamorada de su misma abundancia, despreció las sequedades y estrecheces del arte. En sus obras se ha de entrar como en una rica almoneda, donde escogerás las joyas que fueren a tu propósito, que hallarás muchas.
Asombran la fecundidad de la pluma de Lope. Su ocupación principal fue el teatro y además escribió veinte tomos de asuntos que no pertenecen al teatro; el número de sus composiciones dramáticas excede a lo verosímil, y casi toca en lo increíble. Según él mismo expresó en varios parajes de sus obras, el año de 1602 llevaba escritas cuatrocientas ochenta y tres comedias, ochocientas en el año de 1618, mil setenta en el de 1625, y mil setecientas en el de 1629. Su amigo, el doctor Juan Pérez de Montalbán, en el elogio que publicó después de su muerte con el título de Fama póstuma, dijo que había escrito mil ochocientas. Si a esto se agregan los autos sacramentales y las loas y entremeses que escribió Lope, no parecerá exageración decir, como dijeron algunos, que excedió de dos mil el número de sus piezas teatrales.
Verdad es que puede dudarse de si el mismo Lope llevaba cuenta ni sabía las que había compuesto. En el Arte Nuevo de hacer comedias, que publicó el año de 1602, afirma que tenía escritas cuatrocientas ochenta y tres; y en la dedicatoria del Peregrino de su patria, firmada a 31 de diciembre de 1603, dice que las comedias que llevaba compuestas era cuatrocientas sesenta y dos; y la lista de sus títulos, que pone en el prólogo para que ni se le atribuyan las ajenas ni se le dejen de atribuir las propias, es de trescientas treinta y ocho. La colección de sus comedias impresas consta de veinticinco o veintiséis tomos, en que no son todas absolutamente de Lope; es decir, que componen unas trescientas. Aunque se agreguen algunas impresas aparte, o que anden manuscritas con su nombre en manos de los curiosos, siempre puede decirse que se ha perdido la mayor parte del teatro de Lope, y que lo conservado es una pequeña parte de lo compuesto.
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N-1,48,29. Está bien el elogio que precede de Lope por lo que toca a la gala del lenguaje, la elegancia de los versos y la gravedad de las sentencias; pero +qué quiere decir comedias llenas de elocución? Y aun lo que se añade de la alteza de estilo pudiera parecer inoportuno hablándose de la comedia, a quien no le conviene sino el familiar y humilde. Bien que Lope y sus contemporáneos, introduciendo en sus composiciones Reyes y Príncipes, batallas y triunfos, desnaturalizaron el género cómico y dieron nacimiento al monstruo que llamaron algunos tragicomedia, como quien dice, mezclado de cómico y trágico, en que, bajo las formas familiares y domésticas de la comedia, se tratan asuntos pertenecientes por la elevada calidad de las personas y por lo grandioso de los asuntos al género sublime y heroico. Sobre lo cual se escribió y disputó entre los críticos de aquel tiempo, unos acusando esta novedad y otros defendiéndola.
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N-1,48,30. Censura delicada y urbanísima. El mismo Lope de Vega dijo en su Apología que de cuatrocientas ochenta y tres comedias que hasta entonces llevaba escritas, todas, fuera de seis,
Pecaron contra el arte gravemente.
Lope no señaló cuáles fuesen las seis comedias exceptuadas de la nota común Cervantes únicamente citó, entre los modelos de la buena composición, La ingratitud vengada, de la que se hizo análisis y juicio en las notas anteriores. Continuó después Lope escribiendo con el mismo des arreglo, y dificulto mucho que sus apasionados encuentren entre las que nos quedan las pocas que, según afirma nuestro texto, llegaron al ápice de la perfección.
Cervantes censuró a Lope con tanto comedimiento, que más parece disculparle que acusarle. A pesar de todo, no pudo acallar enteramente a los apasionados, o que mostraban serlo, de Lope, entre ellos el fingido Alonso Fernández de Avellaneda, continuador del QUIJOTE, cuyas invectivas motivaron la defensa que de sí hizo Cervantes en el prólogo de su segunda parte. Por lo demás, no han quedado en la historia vestigios de que este incidente alterase la amistad que ambos se profesaron, como demostró del modo más concluyente el erudito Navarrete en la Vida de nuestro autor el cual, siempre que tuvo ocasión, elogió, encarecidamente a Lope, desde el Canto de Calíope, inserto en la Galatea, impresa el año de 1584, primero de su vida como escritor, hasta el fin de ella, según se ve en el Viaje al Parnaso, publicado treinta años después, en 1614, poco antes de su muerte, donde dijo:
Llovió otra nube al gran Lope de Vega,
poeta insigne, a cuyo verso o prosa
ninguno le aventaja ni aun le llega.
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N-1,48,31. Palabras que indican sucesos efectivos de que no ha quedado memoria, y que serían públicos y notorios en tiempo de Cervantes. Otros pasajes del QUIJOTE contienen alusiones de igual especie, y acaso habrá algunos en que la existencia de la alusión no sea perceptible para los que ahora vivimos, como lo sería entonces para los contemporáneos.
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N-1,48,32. Esto muestra que en la corte se hallaba establecida la censura previa de las comedias que en ella se representaban; a lo que el Cura quería era que la censura se extendiese también a las que se representaban en las provincias, donde no se usaba, como así se deduce de las noticias de Agustín de Rojas en su Viaje entretenido. Y con efecto, yo he visto los manuscritos originales de varias comedias de aquel tiempo, entre ellas algunas de Lope de Vega y firmadas de éste, a las que acompañaban asimismo las censuras originales de personas y escritores conocidos, a quienes ciertamente no hubiera negado Cervantes las calidades de inteligentes y discretos. El Cura deseaba que se estableciese la misma censura que a fines del siglo pasado vimos ya establecida, aunque con poco fruto, para los teatros de la corte. Un autor moderno, a quien deben mucho nuestro idioma y nuestra literatura, proponía, en una memoria sobre las. Diversiones publicas, que sustituyese al Censor ideado por Cervantes un cuerpo literario que gozase del aplauso y confianza de la nación. Mas a pesar del respeto que profeso a los dictámenes de escritor tan ilustre, me inclino a creer que su propuesta, aunque preferible por muchos títulos a la del Cura, no produciría los efectos que pudieran apetecerse para la reforma del teatro. Esta es obra y consecuencia natural del aumento de las luces, de la rectificación del gusto, de los progresos de la civilización y de la decencia general de las costumbres; y a estas causas se deben las mejoras que realmente se observan entre nosotros de medio siglo a esta parte, pero que aún dejan mucho que desear para llegar al punto de la perfección que requieren, según la expresión de Cervantes.
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N-1,48,33. Vuelve aquí a anudarse el asunto de los libros caballerescos, por donde empezó el diálogo entre el Canónigo y el Cura, y que se interrumpió por la digresión sobre las comedias. La censura que proponía el Cura no era la prescrita por las leyes anteriores del reino desde el tiempo de los Reyes Católicos, sino otra que, consultando las reglas de la buena composición, resolviese si el libro era digno o indigno de publicarse. El Cura quería que se estableciese un censor común para comedias y libros caballerescos; y yo creo que tan inútil hubiera sido para lo uno como para lo otro. Si hubiera existido un magistrado literario, acaso no se hubiera impreso el QUIJOTE.
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N-1,48,34. Cito rumpes arcum semper si tensum habueris.
At si laxaris, cum voles erit utiles
,
decía Esopo (Fedro, lib. II, fáb. XIV) al que se reía de verle jugar con los muchachos; y a esta sentencia se alude en el presente pasaje.En él parece que falta la partícula de y que se debiera decir: No es posible que esté de continuo el arco armado.
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N-1,48,35. Esta invención de la envidia del Cura y el Barbero a los famosos hechos de Don Quijote es muy graciosa y apropiada al carácter sencillo y a un mismo tiempo malicioso de Sancho. Las respuestas del paladín enjaulado y sus contestaciones a las noticias y advertencias de su escudero son propias y verosímiles.
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N-1,48,36. La traza del encantamiento inventado por el Cura para conducir a Don Quijote a su aldea no estaba exenta de dificultades e inconvenientes. Sancho, que a pesar de su sandez no tenía tan anchas tragaderas como nuestro hidalgo, y que no podía menos de conocer al Barbero y al Cura, tampoco podía menos de procurar desengañar como buen criado a su amo, y así lo intentó con efecto. Pero el lugar distaba ya poco, el tiempo necesario para llegar era breve, y por esto el Cura se resolvió a pasar por encima de los inconvenientes y a precipitar el viaje. Para salvar aún en este corto intervalo la verosimilitud, el ingenio de Cervantes halló el medio de prolongar la ilusión de Don Quijote con la persuasión de que Sancho se engañaba, y que los encantadores, para alucinarle, habían tomado la figura de sus compadres el Cura y el Barbero. No es la única vez que Cervantes se valió de este arbitrio, nacido de la misma naturaleza de su argumento, para conservar la verosimilitud y seguir el hilo de los sucesos.
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N-1,48,37. Es lo que se llama comúnmente el hilo de Ariadna, que ésta dio, según refiere la fábula, a su amante Teseo para que, atándolo a la entrada del laberinto de Creta, pudiese volver a salir:
Coeca regens filo vestigia,
que dijo Virgilio. A fines del capítulo XXV, hablándose de este mismo hilo, equivocó Cervantes a Perseo con Teseo. Aquí está bien.
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N-1,48,38. El pobre caballero, aunque maniatado y metido en la jaula, conservaba toda su arrogancia y decía que fuerzas humanas, como no fueran sobrenaturales, no bastaban para enjaularle. La expresión que aquí puso Cervantes en boca de Don Quijote no era exacta, porque si las fuerzas eran humanas, no podían ser sobrenaturales; y si eran sobrenaturales, no podían ser humanas.
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N-1,48,39. Meollo viene del latino medula, y suele tomarse, como aquí, por juicio o entendimiento.
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N-1,48,40. Esta expresión para dar a entender lo que quiso aquí Don Quijote es muy antigua en castellano, y la usó una y otra vez don Juan Manuel, escritor de principios del siglo XIV y nieto del Rey San Fernando, en el capítulo XXXIX de su Conde Lucanor.----Tanto los cumplimientos, salvas y conjuros de Sancho, contrastan singularmente con la pregunta y la respuesta en que vienen a parar tantos preámbulos.

[49]Capítulo XLIX. Donde se trata del discreto coloquio que Sancho Panza tuvo con su señor don Quijote
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N-1,49,1. Paréceme que está viciado el texto, y que debiera leerse con el alma y con la vida, que es como se expresa el ahínco con que se desea alguna cosa: el régimen del texto no está bien, por que +qué es desear el alma y la vida? La errata fue fácil y de pocas letras.
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N-1,49,2. Decimos comúnmente de los que manifiestan disgusto y desabrimiento que están de mal talante; y ya se sabe que talante en el primitivo castellano era lo mismo que voluntad.
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N-1,49,3. VUELTA AL TEXTO

















N-1,49,4. Se dice sacar o deducir, pero no hacer consecuencias.----Continúa Don Quijote: yo sé y tengo para mí que voy encantado; pero la gradación conveniente de las ideas exigía que se dijese yo tengo para mí y sé, yendo, como se debe, de lo menos a lo más, porque es menos juzgar o tener para sí, que saber.
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N-1,49,5. Si esta expresión puede ser tachada de galicismo, como la tachó el autor de las Observaciones sobre el Quijote, impresas en Londres (carta I), también incurrió en el mismo defecto Sancho, diciendo en el capítulo XXXV de la segunda parte: soy contento de darme los tres mil trescientos azotes. También sería reo de la misma culpa (entre otros escritores clásicos castellanos) el autor de la historia de Amadís de Gaula, citando escribía en el capítulo LXXXVI: De la respuesta de don Cuadragante fueron muy contentos aquellos caballeros. El Observador conocía poco el idioma castellano.
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N-1,49,6. A un engaño no se le puede llamar con propiedad conocimiento. Aquí conocimiento equivale a juicio, concepto, idea que se forma de alguna cosa. Es como si hubiera dicho Don Quijote: pero tú, Sancho, verás cómo te engañas en el juicio que haces de mi desgracia.
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N-1,49,7. Esta especie de oposición entre andante y mal andante supone al parecer que andante se toma en buena parte y que está en el sentido de bien andante, que equivale a venturoso o afortunado Mas la situación de Don Quijote, encerrado en una jaula y conducido por fuerza repugna esta inteligencia y destruye la supuesta oposición.
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N-1,49,8. En algún otro lugar del QUIJOTE se ha flotado que el sujeto de quien se habla en relación o tercera persona, suele pasar de repente a hablar en primera o en recto, lo cual se hace con elegancia, especialmente cuando se razona con calor e interés. Aquí sucede al contrario: Don Quijote estaba hablando en primera persona. Si doy: decía... cuanto mas que el que está encantado como yo, no tiene libertad para hacer, etc.; y de pronto, sin intermedio alguno, continúa en tercera persona; y que pues esto era así, bien podían soltarle. Hubiera convenido en el presente caso poner algo que indicase el tránsito: verbigracia, y añadió, que pues esto era así, bien podía,, soltarle.
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N-1,49,9. Lo mismo que hizo aquí Don Quijote, vino a hacer el león, cuando le abrieron la jaula en la segunda parte, donde se refiere la aventura que dio motivo para que nuestro caballero trocase el título de la Triste Figura por el de los Leones.
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N-1,49,10. Cervantes suele merecer alabanza en lo que le tilda el citado autor de las Observaciones sobre el Quijote impresas en Londres, el cual se atrevió a notar el presente pasaje como indecoroso y menos delicado. En Terencio y en Cicerón hay ejemplos de este modo de explicar decentemente cosas indecentes por sí mismas, de donde Cervantes pudo aprender a hacerlo, y sus criticadores a respetar lo que no entendían.
Lo que sigue de los deseos de Don Quijote de poner en obra lo que su escudero ordenase, alude evidentemente a la tentativa que Sancho le aconsejaba que hiciese para cobrar sus armas y caballo, y volver al ejercicio de la profesión andantesca. Mas no parece que debió decirse que Don Quijote lo deseaba, cuando estaba tan persuadido de la inutilidad de la tentativa como lo había manifestado a su escudero, y después al Canónigo y al Cura, diciendo que los encantados no tienen libertad para disponer de sus personas, porque el encantador puede disponer que no se muevan de un lugar en tres siglos, o hacerlos volver en volandas si hubieren huído.
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N-1,49,11. Es perder el equilibrio de la razón o el juicio; metáfora tomada del jinete que impelido por alguna causa violenta y extraordinaria abandona los estribos y pierde con ellos el apoyo que necesita para tenerse con seguridad y firmeza a caballo.
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N-1,49,12. Se nombran tres Amadíses en los anales de la Caballería, el de Gaula, el de Grecia y el de Astra; pero los descendientes famosos del primero fueron tantos, que aun sin salir de su familia pudieron con razón calificarse de turbamulta. Hablóse de esto en las notas al capítulo XII sobre el coloquio de Don Quijote con Vivaldo.
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N-1,49,13. También se habló de esto en las notas a los capítulos I y XII.
En la historia de Lisuarte de Grecia se refiere que Trapisonda era una gran ciudad, que en aquel tiempo no había ninguna tal en el mundo, hasta que de ahí a grandes tiempos fue destruida por los cimientos y edificada de nuevo según que ahora es (cap. VI).
En los libros de Caballería se habla frecuentemente de Emperadores de Trapisonda, como Amadís de Grecia, Esferamundi, Lindadelo, don Reinaldos y Teodoro, padre de la princesa Claridiana, señora del Caballero del Febo. Todavía se repite más en la biblioteca caballeresca la mención de Emperadores de Constantinopla; pero de esto no habló en el presente lugar el Canónigo.
Los autores de muchos libros caballerescos hablaron de ambos imperios como coexistentes, por lo cual aparece que quisieron referir sus historias al tiempo que medió entre la fundación del de Trapisonda, que fue por los años de 1220 hasta el de 1453, en que se perdió Constantinopla. De aquí tanta mención de Emperadores de Grecia, y de Soldanes de Egipto, de Babilonia y de Persia. En ningún libro de Caballerías he leído que Jerusalén fuese de cristianos, ni Constantinopla de turcos.
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N-1,49,14. Las sierpes, dragones y culebras hacen mucho papel en las historias de los andantes. Urganda la Desconocida caminaba en su palafrén llevando al hijo, todavía niño, del Emperador de Roma, y a manera de mozos de espuela caminaban a sus lados dos muy fuertes dragones, lanzando por sus bocas llamas de fuego (Sergas de Esplandián, cap. XXXI). Otras veces tiraban de carros que caminaban por los aires, como el que conducía encantados a los Príncipes Alpartacio y Miraminia, según se cuenta en Lisuarte de Grecia (cap. XXX); o como el carro de seis monstruosas serpientes, tamañas como toros, con cara de hombre, pico de águila, orejas de asno, cola de dragón y alas de grifo, en que el enano Berfunes condujo cuatro Fadas desde la isla de Rosaflor a Maganza, y de aquí otra vez a Rosaflor (Gerardo de Eufrates, cap. VI). Otras eran personas encantadas, como Nereida, que convertida en sierpe por su madre la sabia Mitilene se combatió con Rostubaldo en el alcázar de Sevilla (Lope de Vega, Hermosura de Angélica, canto 20). Don Olivante de Laura peleó con una desemejable y espantosa serpiente que se le puso delante dando los más roncos y temerosos silbos del mundo, batiendo las alas con tanta velocidad, que bastaban a poner pavor en el más esforzado corazón que pudiese ser. Olivante le metió toda su espada por los pechos, y al sacarla, la sierpe se tornó en un espantoso y horrible gigante, armado de todas armas, que continuó la pelea (Don Olivante de Laura, lib. I, cap. XXI). En las bodas del Príncipe don Duardos con la Infanta Flérida, celebradas en el gran palacio de Constantinopla, después de la cena parecieron súbitamente dos salvajes tan grandes como gigantes, y cada uno de ellos traía un escudo embrazado y un bastón en sus manos; y comenzaron entre sí una batalla tan esquiva, que no hay hombre que la viese que no estuviese espantado... Al fin dio el uno dellos al otro tan fiero golpe con el bastón, que dio con él tendido en el suelo, y no fue llegado a tierra, cuando se tomó una sierpe la mayor y más fiera que hombres vieron. Allí viérades el miedo en todosàà y las doncellas se abrazaron con aquellos que más amaban, que cabe ellas estaban; tan gran espanto puso en ellas la vista de la sierpe... En tanto el salvaje e la sierpe hicieron su batallaàà Y estando todos mirando la batalla, desaparecióse la sierpe, y no vieron sino a un caballero cobijado un rico manto; e muy sosegadamente se fue para el Emperador, y hincóse ante él por le besar las manos. El Emperador, que lo miró, reconoció que era el Caballero de la isla Cerrada (Primaleón, cap. CXCIV).
Por traición de una doncella se encontró Lisuarte de Grecia debajo de tierra en una pieza tenebrosa. A la luz del carbunclo que llevaba en el pomo de su espada pudo ver que estaba en un aposento cavado en peña viva, y que por el suelo había armas, huesos y calaveras de hombres. Por una puerta levadiza de hierro salió una sierpe espantable de más de cuarenta pies de largo, la cabeza grande como un buey, las orejas enormes, silbando horriblemente, y haciendo sonar unas con otras sus conchas. Lisuarte, de un golpe, le cortó una oreja; mas la sierpe arremetió para él la boca abierta, y cogiéndolo entre los dientes, lo apretó reciamente con ellos, que mucho lo quebrantó, y teniéndole así atravesado en la boca, andaba con él a un cabo y a otro en la cueva. Al cabo la mató Lisuarte de una estocada por el oído que había quedado descubierto, y las coleadas que daba con las bascas de la muerte eran tales, que quedaban señaladas en las paredes, aunque de peña tajada eran. La cabeza del monstruo animal fue llevada a Constantinopla, y después a Trapisonda, donde el Emperador la hizo colgar ante la puerta de su palacio (Lisuarte, capítulos LIV, LV y LVII).
El mismo tamaño se señala al Gran Culebra que se describe en la historia de Florambel de Lucea. Era una espantable serpiente con el cuello grueso como un toro, ojos más abultados que huevos de ansar, encendidos y espantosos; la boca tan ancha que solía tragarse un carnero entero; colmillos que le salían de la boca media vara, los pies a manera de águila con dedos de más de a palmo y tan gruesos como la muñeca de un hombre; las uñas negras, y un cuero tan fuerte y duro, que no había arma, por tajante que fuese, que le pudiese empecer más que si diesen sobre un ayunque. Habiéndose quedado Florambel dormido junto a una fuente, este monstruo acometió a su caballo, lo despedazó y se lo comió en un instante. Embistió enseguida a Florambel, quien después de un largo combate y a costa de graves heridas, lo mató de una lanzada por la boca y una estocada por el ojo (lib. II, cap. XXXV).
Pero en materia de culebrones, ninguno como el que refiere la Gran Conquista de Ultramar. Había, dice en el libro I (cap. CCXLI y sig.) una muy grande sierpe... en aquella tierra del monte Tigris en una peña muy alta. E esta era una bestia fiera, muy grande e muy espantosa además, que estaba en una cueva. E tenía en el cuerpo treinta pies de largo, e en la cola, que había muy gorda, doce palmos, con que daba tan grande herida que no había cosa viva que alcanzase que no matase de un golpe: las uñas... de cuatro palmos, e cortaban como navajas, e eran tan agudas como alesnas... El su cuerpo era como una concha, e tan duro, que ninguna arma no gelo podría falsar... E evía cabellos luengas cuando un palmo, e duros.., la cabeza grande e anchaàà E las orejas morares que una adarga... E deba tan grandes voces que se podrían oír grandes dos leguas: e traía en la frecuente una piedra que relumbraba tanto, que podría hombre ver de noche la su claridad a dos leguas e media: e no pasaba ninguno por aquel camino que della pudiese escapar a vida. E había destruido esa tierra verma aderredor tres jornadas (capítulo CCXLI). El Rey de aquel país había acometido ya cuatro veces a la sierpe con quince mil hombres de armas, pero casi todos habían perecido en la empresa sin conseguirla; y el Soldán de Persia, a quien el Rey había pedido auxilios, disponía acometer a la sierpe con sesenta mil hombres de pelea (capítulo CCXLII) En esto la embistió Balduino, hermano de Godofre de Bullón, y arrojándole el primer dardo, no le fizo ningún mal más que si firiese en un ayunque de acero templado: el dardo se hizo mil pedazos: e con la gran sañaàà dio ello una voz tan grande, que tremió el monte e el aire todo aderredor del monte más de diez leguas (capítulo CCXLV). Al cabo mató la Sierpe Balduino protegido visiblemente por un ángel (cap CCLIX); y en la cueva se hallaron hasta treinta cargas de oro, plata y efectos preciosos que llevaba allí la sierpe de los que mataba (cap. CCLI).
Detrás de la tarasca vienen los gigantones; y después de las sierpes y endriagos se nombran en el texto los gigantes, los cuales hacen mucho papel, y casi siempre malo, en la historia de la Caballería andante. Además de varios que han nombrado con diferentes ocasiones y motivos en las notas anteriores, daremos aquí alfabéticamente noticia de algunos otros.
Albadán y Albadanzor, gigantes mencionados en la historia de Amadís de Gaula. El primero fue señor de la Peña de Galtares, y murió a manos de Galaor, hermano de Amadís; el segundo murió peleando con otro gigante llamado Gandalac (caps. XI, XI y LVII).
Anfeon, gigante que murió en la defensa del puente de Mantible contra el ejército de Carlomagno (Historia de Carlomagno, cap. XLVI).
Arfarán y Brumarco, jayanes nombrados en la historia de don Olivante de Laura, donde se mencionan también el gigante Carmadón y sus hijos Branfor y Bruciferno, a quien venció Olivante en el Castillo de los Cinco Peñones. El mismo Olivante dio muerte a los jayanes Rodamor, Madasir, Marloto y Boralto Dragontino (lib. I, caps. XIV, XXXII y otros).
Argamonte, señor de la ínsula de la Hoja Blanca; Brutillón y Gandadolfo, gigantes mencionados en la historia de Lisuarte de Grecia (capítulos IV y V).
Arrastronio el bravo, Pronastor el orgulloso, Grindalafo, Astrobaldo, los dos hermanos Furibundo y Brandaleón, su primo Goxares, Galiandro, Leonidar, Balurdán, Mundanar y Prandamor, gigantes de quienes habla la Crónica de don Belianís en diferentes lugares.
El jayán Astrobando, Rey de Tartana, cabalgaba en un elefante porque no había caballo que lo sufriese. Llevaba un cuchillo tan pesado que apenas podían tres hombres levantarlo del suelo. Con éste entró en el desafío en que él y los gigantes Aigolante y Margón pelearon contra Amadís de Gaula, Amadís de Grecia y Florisel de Niquea, quedando vencedores los últimos (Historia de Silvis de la Selva, capítulo XXXVII).
Balán, uno de los pocos gigantes que se elogian en la historia caballeresca; su padre Mandanfabul, a quien mató Amadís; su enemigo Gadalfe, usurpador de la ínsula de Torrebermeja, la que en lo antiguo pobló de cristianos Josef, hijo de Josef de Arimatea, según cuenta la historia de Amadís de Gaula, donde también se nombran otros varios gigantes (capítulos LVII, CXXVI y otros).
Baleato y sus tres hermanos Bracolán, Calfurnio y Camboldán se nombran en la crónica de Palmerín de Inglaterra.
Baledón, señor de la isla de Delfos, vencido por Polendos; orfilo, muerto en batalla por Primaleón; Lurcon, hijo del gigante Damarco, que pereció a manos del Emperador Palmerín; Eleus y Gatarú, señores, uno tras otro, de la isla de Cintara (Primaleón, caps. X, LXIX y otros).
Bravorante, jayán, hijo del gran Bradamante Campeón, se crió con leche de onzas y tigres, y después se mantenía con la carne de las fieras que despedazaba con sus manos (Caballero del Febo, parte IV, lib. I, cap. I).
Camaleón, gigante que en compañía de su hermano Estilpón se combatió con el Caballero del Basilisco y el de la Luciente Estrella, como se refiere en la historia de Esferamundi (Caballero del Febo, parte I, cap. LVI). La misma historia menciona los gigantes Escaranto, Orión y Pacanaldo.
Cartadaque, el jayán de la Montaña Defendida, cuñado de Arcalaus y padre de Lindoraque, a quien dio muerte Amadís, como la dio también a los gigantes Famongomadán del Lago Ferviente, y a su hijo Basagante, en el tiempo que se llamaba Beltenebrós (Amadís de Gaula, caps. LV y LVI).
Cinofal, gigante llamado así porque tenía cabeza de perro, cabalgaba en una gran bestia, porque caballo ninguno podía sufrir su grandeza. Amadís de Grecia lo venció y rindió como cuenta su historia (parte I, cap. XXXIX).
Daliagán de la Cueva oscura, Dramusiando, Framustante y Pandaro, en Palmerín de Inglaterra (parte I, caps. I y X).
Darmán y Franarque, en Palmerín de Oliva (capítulos XXIV y LVI).
Dramasante y Bartón, en Celidón de Iberia (cantos 2.E¦ y 3.E¦).
Ferragús, gigante espantoso, que según la relación del Arzobispo Turpín tenía cerca de doce codos de alto, la cara larga de un codo, la nariz de un palmo, los dedos de tres palmos, los brazos y las piernas de cuatro codos: alcanzaba la fuerza de cuarenta hombres. Matóle don Roldán, según cuenta la historia de Carlomagno por Nicolás de Piamonte, el cual disminuyó considerablemente las dimensiones expresadas por Turpín (caps. LXV y LXVI).Frandalón Cíclope tenía un ojo solo en la frente: trata de él la historia de Amadís de Grecia, como también de Marcarón. Leofán de la Rosa, Monstruón, su padre Gradelfe y otros gigantes (parte I, cap. IX y en otros lugares).
Frandamón el Desmesurado, jayán muerto por Florambel de Lucea (Su historia, lib. IV, capítulo XXXIX).
Gadalón, Gadalote y Galpatrafo, jayanes mencionados en la historia de don Florisel de Niquea, como también Bazarán, Brosdolfo, Bruzo Cornelio, Madarán, Mandroco y Masfandel.
Gilobarco de la Gran fuerza, Gomarán el Triste, Castellar el Desigual y Dimarán, gigantes muertos o vencidos por Florambel de Lucea (Su historia, libs. I y II).
Grandomo, gigante a quien venció don Policisne de Boecia, era tan alto, que don Policisne no alcanzaba a herirle de la rodilla arriba. Sus pies tenían una vara de largo (Policisne capítulo LXVII).
Luciferno de la Bocanegra, señor del Alcázar de las Cinco torres, donde tuvo preso a don Lidiarte; Grandafiel y Tarmadante, hermanos muertos por Florambel en Sicilia (Florambel de Lacea, lib. IV, caps. X y XXV).
Magaronte y Pasaronte el Malo, jayanes en la historia del Caballero de la Cruz (lib. I, capítulo LXXIV).
Madasir, gigante que robó la Infanta Galarcia, y Barloto, que robó la Infanta Clarista, según crónica de Olivante (lib. I, capítulos XXXI y XXXII).
Marisgolfo, jayán vencido por el Infante Lucescano, en la historia de Cristalián de España (lib. I, cap. XII).
Matradaque, Matraco y Catadaque, gigantes mencionados en las Sergas de Esplandián (capítulo IX).
Mayortes, gigante que, yendo en busca de aventuras, aportó a la isla de la hechicera Malfado, la cual lo encantó y convirtió en un hermoso perro, que bajo esta forma sirvió mucho tiempo al Infante de Inglaterra don Duardos (Primaleón, lib. I).
Mondragón el Feo y su primo Monleón el Grande, jayanes en Silvis de la Selva (capítulo XXVI). Mondragón en lugar de uñas tenía garras, con que algunas veces despedazaba a hombres y animales.
Morbón, señor de la isla Destadia, Motralante, Gormanteo y Bracamonte el Espantagigantes, nombrados en la historia del Caballero de la Cruz (libs. I y I). En la misma se menciona al gigante Moronte, tan feroz y forzudo, que presentándose el Príncipe Lepolemo delante de su castillo se abrazó con una almena, y arrancándola la arrojó, de suerte que si el Príncipe no se dejara caer del caballo lo matara (lib. I, capítulo II).
Mordacho de las Desemejadas orejas, Rinacio el Turco, señor de la isla Neblosa y Serpentino, señor de la Fuente sangrienta, gigantes en la historia de don Policisne (Primaleón, cap. XLI).
Nabón el Negro y Taullas, gigantes vencidos y muertos por don Tristán de Leonís (Su historia, caps. LI y LI).
Orbión, gigante que era negro y entraba desnudo en las batallas (Garrido, Orlando enamorado (lib. I, canto IV).
Pavoroso, gigante que se combatió con el Caballero del Tigre, según la crónica de Palmerín de Inglaterra (parte I, cap. CXVII), donde también se hace mención de su hermano Colambrar y de otro jayán llamado Bracandor.
Sarpilo y Silerpio, gigantes nombrados, el primero en Olivante de Laura (lib. I, capítulo XII), y el segundo, en Florambel de Lucea (lib. I, cap. XX).
Tembloso, Barbario, Candramarte y Fermonte, gigantes en la historia del Caballero del Febo.
Tenuronte, apellidado el Malo, Blandidor y Moronte, en el libro I del Caballero de la Cruz (cap. LXXIX).Yaforante, jayán a quien desencantó Celidón de Iberia, como se refiere en su poema (Canto 37).
Zaboriano y Variato, vasallos del Rey de la Gigantea, en compañía de más de otros cien jayanes, asistieron a la reñida y temerosa batalla entre el Soldán de Babilonia y el Gran Tártaro, que se describe en el libro I de don Belianís de Grecia (caps. XL y siguientes).
Los autores caballerescos dieron a sus gigantes nombres por lo común retumbantes y estrafalarios, lo que remedó con gracia Cervantes en los que dio a Brocabruno y Caraculiambro. Los mencionados en los libros de Caballería son infinitos: la noticia precedente no es más que una muestra que está muy lejos de ser el catálogo de los gigantes que dieron asunto a los escritores de Caballerías. Hacen de todos oficios en dichos libros: de Reyes como Fierastón de Chipre (Don Belianís de Grecia, lib. I, cap. XVII), Monleón de Casán (Silvis de la Selva, cap. XXVI) y Bazarte de Cores (Don Florisel de Niquea, parte II, cap. XC); de escuderos como Morgante, que lo fue de Roldán; de maestros como Gandalac, que lo fue de don Galaor (Amadís de Gaula, capítulo XI); y de hechiceros como Trasileón (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LX) y Bravodilo (Celidón de Iberia, canto I); de galeotes remeros como los de la barca del Príncipe Lepolemo (Caballero de la Cruz, lib, I, capítulo VI), y de alcahuetes como Floribel, que ejerció este oficio en la correspondencia amorosa de Leandro el Bel con la Princesa Cupidea (Ib., cap. XXXII).
VUELTA AL TEXTO

















N-1,49,15. Bien pudiera decir aquí yo:
Inopem me copia fecit.
Las aventuras de los libros de Caballerías son unos como problemas, cuya resolución se proponía a los caballeros andantes: y los que salían airosos de la empresa, cobraban mayor fama y renombre, como sucedió en la aventura de la Verde Espada, a que dio fin Amadís de Gaula por ser el más leal y tierno de los amantes (Amadís de Gaula, caps. LVI y LVI) Algunas veces las aventuras eran, no de caballeros, sino de señoras, como la del Tocado de las flores, que ganó la sin par Oriana, por ser la amante más fina de su amado. Ambas aventuras las habían antes probado muchos caballeros y señoras de la corte del Rey Lisuarte, sin otras personas que lo habían hecho en el espacio de sesenta años que el anciano escudero Macandón andaba buscando quien les diese felice cima. Porque no siempre ganaba la aventura quien la acometía, y así sucedió al mismo Amadís en la de la Cámara defendida, que estaba en la Peña de la Doncella encantadora, a la cual renunció después de acometida, porque entendió que estaba guardada para su hijo Esplandián (Ib., cap. CXXX).
He tomado estos ejemplos del libro de Amadís de Gaula como uno de los más conocidos y antiguos, pero todos los de Caballerías están llenos de relaciones de aventuras semejantes, como la de la Fuente de la muerte, concluida por el Caballero de Cupido, a despecho del encantador Arcaleo (Caballero de la Cruz, lib. I, caps. LXII y LXIV); la de la Venganza de Amor, que acabó el mismo deshaciéndose el encanto con tal estampido, que sonó más de quince millas (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo LXX); la de la Torre Desamorada, dispuesta por los sabios Artimidoro y Lirgandeo, en que no podía entrar ninguno que el corazón de amor no trujese libre (Caballero del Febo, parte I, lib. II, cap. XLVI); la de la Rica Selva, donde estaba encantado el gigante Caco, nieto legítimo del gran gigante Caco, a quien venció Hércules (Florindo, parte II, capítulo XII); la de los Donceles, en Olivante (lib. I, cap. XXXIV); la de las Tres Coronas y la del AArbol saludable, ordenada por la Fa la Morgaina, en Florambel de Lucea (lib. V, capítulos XXXVI y XXXVI, y lib. I, capítulo XXXI); la de la Dueña llorosa y la de la Saeta de Amor, en el Caballero de la Cruz (lib. V, caps. I y LXXI); la de la Tienda de los Amantes, en el Caballero del Febo (parte IV, libro I, caps. XIV y XV); la de la Espada encantada, que ganó Platir en Constantinopla, según la historia de Primaleón (cap. CCXIV); las del IIdolo de las venganzas, del Espejo del Amor y de la Cueva de la Torre, en Florisel de Niquea (lib, I, caps. VI y VI; lib. I, cap. LVI; parte II, cap. XXXV); la del Castillejo de Cupido, en Silvis de la Selva (cap. LIV); las de la Extraña trompa, de la Cueva encantada, de la Fuente del Arco, y de la Fuente defendida, cuyas aguas no dejaba probar hacía ya treinta años una harpía encantada, en Policisne (capítulos XXVII, LXI, LXXXVI y LV). De otras aventuras contenidas y descritas en los libros caballerescos, se ha hecho mención en diferentes notas anteriores.
Ordinariamente se mezclaban en las aventuras encantamentos, pero también solía haber encantamentos sin aventuras. Sacar ejemplos de todo de los libros de Caballerías, sería sacar agua del mar. Porque +qué otra cosa son los más de ellos, sino un tejido de encantamentos más o menos disparatados? Debieran sus autores haber ceñido la intervención de la magia a los lances y situaciones extraordinarias, en que no alcanzasen para el enredo o para el desenredo los medios naturales y humanos, como hicieron los épicos antiguos con la intervención de los Dioses. Pero en los libros andantes se prodigó este medio con tal desenfreno, que lo preternatural vino a ser ordinario. Las noticias tomadas en el discurso del presente comentario, suministran muchas pruebas de esto que aquí se dice. Algunas veces eran los encantos de siglos, como el de los hijos de Prisma y otros Príncipes de aquel tiempo, que estaban encantados desde la destrucción de Troya (Belianís, lib. I); o el de la isla Sumida, que fue desencantada con un espantoso tronido y estruendo, que se oyó en toda la ínsula y aun diez millas de la alar, apareciendo muchas y hermosas praderías, arboledas, ciudades, vías y castillos con sus habitantes, todo lo cual había estado encantado dos siglos (Florambel, lib. IV). La sabia Cirfea, Reina de Argines, había encantado a la Princesa Niquea con el infante Anastarax, y las circunstancias del encanto le hicieron dar el nombre de Gloria de Niquea; pero deshecho por el Rey Amadís, la Gloria de Niquea se convirtió en otra aventura llamada Infierno de Anastarax, quedando encantado este Príncipe en lugar de Niquea (Amadís de Grecia, parte I, caps. XXX y LXXXI). Y para que nada faltase, habiendo Gloria e Infierno, se añadió el Purgatorio de Tirses, hecho por el sabio Arsimenes (Olivante, lib. I, cap. XX). Pero insensiblemente me voy engolfando contra mi propósito en este asunto, y conviene recoger velas y dar fondo.
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N-1,49,16. Solían llevar también consigo los caballeros algún enano, como Ardián, que lo fue de Amadís de Gaula, a quien sirvió con fidelidad y celo en sus aventuras, según cuenta su historia. Ordín fue enano de don Belianís (Belianís, lib. I, cap. LIV). Overil de Policisne (Policisne, cap. XXXIX), Bruquel de Armidos, hijo del Rey de Francia, quien le trajo a los torneos de Constantinopla que celebraba el Emperador Palmerín de Oliva (Primaleón, cap. XXI). A este Emperador servía de escudero el enano Urbanil; pero se lo pidió Polinarda, a pretexto de que siendo extremadamente feo, era mejor para servir a dueñas y doncellas que a caballeros: Palmerín se lo otorgó (Palmerín de Oliva, caps. XV y XXXI). A este modo el enano Ardeno servía a la Princesa Lucenia, según la historia de Florisel (parte II, capítulo I). En la historia de Policisne se alaba el agudo ingenio de Mordete, enano del Caballero Fimeo, y el esfuerzo de otro enano que peleó como un león (caps. XXVI y LXIX); de un enano adivino, discípulo de Merlín, se hace memoria en la historia de don Tristán de Leonís (capítulo XXIV).Esbueso, enano de la sabia Linigobra, protectora de Celidón de Iberia llevaba de orden de su ama una carta a la doncella Erina, que navegaba en compañía de Cendón. Iba el enano montado en un pez, que se hundió y desapareció luego que Esbueso entró en el barco. Otra vez se presentó transformado en oso a Celidón, y al querer éste acometerle, recobró su figura verdadera. En un jardín del palacio del Cairo presenció el desposorio de Celidón y su señora Poisena, habiendo sido antes medianero de sus amores (Celidón de Iberia, cantos 8.E¦, 21 y 39).
Risdeno, enano de Primaleón, navegaba con su amo, cuando un ave desmesurada lo arrebató con sus uñas, lo llevó por el aire y lo dejó caer en la orilla de la isla de Hircania. Primaleón, que había seguido con la nao el curso del ave, saltó a sierra a buscarlo, y lo encontró colgado por los cabellos de la ventana de un castillo, llorando y quejándose amargamente. Un caballero de la comitiva de Primaleón fue a descolgarlo; pero se le desprendió y fue a dar en los cuernos de un toro, que huyó con él y se metió en un río; allí estuvo dando voces hasta que lo recogió una doncella que sobrevino con una barca, y el toro desapareció (Primaleón, caps. CLXXXIV y siguientes).
Busendo, enano de la Princesa Niquea, iba y venía con las cartas de su ama y del Caballero de la Ardiente Espada. Hácese memoria de él en la historia de Amadís de Grecia (parte I, caps. XXVII y XLIX) y en la de don Florisel (parte II, caps. XXVI y LXVII), a quien sirvió de escudero. Allí mismo se habla de Ximiaca, fea y vieja enana del jayán Brosdolfo, señor de la ínsula de Gana, y se cuenta que requirió de amores a don Florisel; después luchó y se arañó con Busendo, y últimamente reconciliada con él, entretenían uno y otro con sus donaires a los Príncipes y Princesas que estaban en el castillo de Brosdolfo (parte II, XXXI y capítulos XXVI, XLVI).
No siempre los enanos estaban reducidos a la humilde clase de sirvientes. Berfufles, enano fadado, era Rey de la isla de Mondurante (Gerardo de Eufrates, lib. I). En el poema caballeresco del Satreyano, escrito por Martín del Rincón, se habla del enano Cormesino, que montado en una poderosa alfana, y acompañándole Sanopia, dama negra de quien era galán, quiso despartir a dos caballeros que se combatían; y enojado porque se mofaron de él, peleó valerosamente, hasta que por último fue muerto a traición delante de su dama, la cual a vista de tal espectáculo se atravesó el pecho con la espada (canto 37).
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N-1,49,17. Como Bradamante, hermana de Reinaldos, y Marfisa de Rugero en el Orlando de Ariosto, Antea en el Morgante de Pulci, las Princesas Espinela y Arquilea en el Satreyano. Dorobella en Celidón de Iberia. Los poetas modernos hallaron ejemplos en los antiguos: Pentesilea, Reina de las Amazonas, en Homero, y Camila, capitana de los Volscos, en Virgilio, eran mujeres valientes y guerreras.
En las historias verdaderas leemos también los valerosos hechos de la doncella de Orleáns, a quien debió la Francia muchos triunfos contra los ingleses en el siglo XV. En el anterior don Juan el I, Rey de Castilla, concedió a las mujeres de Palencia la insignia de los caballeros de la Banda por el esfuerzo varonil con que en ausencia de sus maridos defendieron la ciudad contra el Duque de Alencaster el año de 1387. Su nieto el Rey don Juan el I concedió por causas semejantes el mismo distintivo a las cuatro hijas del Alcaide de Jaén y a otras señoras. Fue célebre la conducta de María Fernández Pila en la defensa de la Coruña el año de 1589, y en el siglo XVI los hechos de la Monja Alférez dejaron motivos de admiración y de dudas a la posteridad. Pero los escritores caballerescos exageraron esta materia como todas, y multiplicaron sin tasa las Reinas y Princesas que ejercitaron la profesión de las armas. Daremos noticias de algunas.
Calafia, Reina negra de la ínsula California, anduvo por el mundo buscando aventuras en compañía de su marido el Rey Talanque, hijo de don Galaor, Rey de Sobradisa (Lisuarte de Grecia, cap. V).
El Maestro Elisabad curó a Lisuarte de las heridas que recibió en el combate que tuvo con la Reina Zahara en Trapisonda (Amadís de Grecia, parte I, cap. LIV). Y poco después peleó Zahara en defensa del mismo Lisuarte con un jayán, a quien de un golpe dividió el Yelmo y la cabeza en dos partes.
La Infanta Gradafilea, que era de raza de gigantes defendió en campo y libertó a Lisuarte de una calumnia, peleando por él sin ser conocida (Ib. caps. XVII y XXIX). Peleó otra vez en defensa de Amadís de Grecia y Lisuarte con un caballero a quien venció y cortó la cabeza (Ib., cap. LXIX).
Habiendo aportado a Trinacria la bella Arquisidora, Reina de Lira y la infanta Floralisa, caminaban disfrazadas de caballeros andantes, y después de un obstinado combate dieron libertad a la Reina Garrofilea y a su hija la hermosa Rosalvira, a quienes con dos damas suyas conducían presas en un carro cuarenta caballeros y tres poderosos y descomunales gigantes, como refiere la historia del Caballero del Febo (parte IV, lib. I, cap. IX). La misma historia hace mención de las batallas que sostuvo Rosamundi, Princesa de Calidonia (parte II, lib. I, cap. XVI, y parte IV, libro I, cap. XX).
Las hazañas de la Princesa Ermiliana se cuentan en el libro IV de don Belianís de Grecia (cap. XXXI). En el II se había referido que el Dios Marte le había dado la orden de Caballería en el castillo de Medea con las ceremonias que allí se describen (cap. XXII), y eran de la costumbre.
Galercia, Reina de Gocia, se distinguía entre los jinetes y grandes justadores de su tiempo, e iba en busca de aventuras acompañada de cien doncellas y de ocho enanos con sus cornetas (Policisne, cap. LXXXVI).
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N-1,49,18. Hartos disparates se han mencionado ya en las notas anteriores, mas porque haya de todo y no sólo en prosa, me ha parecido añadir un ejemplo tomado de los libros métricos de Caballería. Es del poema de Celidón de Iberia, escrito por Gonzalo Gómez de Luque, e impreso en Alcalá de Henares el año de 1583.
La sabia Linigobra, habiendo trasladado con sus artes desde la isla de Falsora a Licia el palacio o castillo en que estaba encantada Aurelia, dice a su amante Celidón que acometa la aventura de su desencanto. Entra Celidón con la espada desenvainada en el castillo, lucha con un escuadrón de pajarracos y anda con ellos a cuchilladas como Don Quijote en la boca de la cueva de Montesinos; pelea en seguida con un grifo, le mata y se encuentra en una rica sala donde se le presenta un gigante armado de todas armas, que después de combatirse con Celidón huye por una escalera. Celidón le sigue, y
Bajando la escalera, fiero estruendo
Hacen, y con las armas tal ruido,
Como suele un peñasco que cayendo
En la sima de Cabra, ser oído.
Allá bajo se tomó el gigante en un espantable salvaje con una maza enorme en la mano.Después de un largo combate lo mata Celidón; mas en esto
Un toro sale, la gran boca abierta
Tan ancha, inmensurable y extendida,
Que para entrar un hombre sobra puerta.
Trágase el toro el cadáver del salvaje; Celidón da al toro una estocada en la panza; por la abertura de la herida saca el salvaje la cabeza, luego los brazos, y con ellos arranca un cuerno al toro, y éste, rociando y cegando casi a Celidón con su sangre, le embiste con el otro cuerno. Al mismo tiempo el salvaje, alargándose desde la herida coge del suelo la maza y pelea también con ella. Celidón corta de una cuchillada el cuerno que le quedaba al toro.
Cuando el salvaje, el que quitó primero,
Que lo tenía en la siniestra mano,
Lo asienta en su lugar entero y sano.
Armado así otra vez el toro, arroja de una cornada a Celidón contra una pared, de donde resurgió como una pelota. Mas no perdiendo el ánimo, hiere al toro en el cerviguillo, y atraviesa al salvaje de una estocada por la boca, cae al fin el toro, y el salvaje se mete otra vez por la herida. Celidón entra por donde salió el toro, camina por un callejón angosto, tenebroso y hediondo; resbala, y
Con manos y con pecho dio consigo
En un gran lago que a la boca iguala:
Sumióse al fin, y en el más hondo abrigo
Hallóse puesto en una rica sala,
Cubierta de oro más que la primera
Que vio antes que abajase la escalera.
Una voz de mujer aquí lo llama...
Era su querida Poisena, que después de vaticinarle mayores combates, desaparece y se presenta una horrenda sierpe Mejor para pintar que para vella:
Seis varas bien medidas de largura
Dejando de medir la cola en ellas...
La boca horrible de do el humo espira...
Puede tragarse un hombre fácilmente.
No tanto en esto espanta a quien la mira,
Cuanto en la lengua como brasa clara
Que saca de la boca media vara.
Celídón, aunque mal herido, pelea desesperadamente, y la sierpe, recibiendo una estocada que la atraviesa por la garganta hasta el colodrillo,
Con un fiero baladro y grito horrible
Que la gran casa derribar parece;
Caer se deja muerta; y apacible
El cielo todo a la sazón se ofrece.
Apenas se cayó, cuando invisible,
Sin verse por do vaya, desaparece:
Hallóse Celidón en un gran llano
Fresco con flores, de sus llagas sano.
De propósito suelo extenderme en las noticias tomadas de los libros caballerescos, porque siendo éstos cada día más raros, y por consiguiente menos conocidos, puedan los lectores tener alguna mayor idea del enemigo con quien tuvo que pelear Miguel de Cervantes.
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N-1,49,19. Repeticiones desaliñadas. A tener por verdaderas tantas necedades como contienen; y aun tienen tanto atrevimiento (o, que se atreven a turbar, etc. Tener, contienen, tienen; en tan corto espacio es vicioso, así como el atrevimiento y atreven.
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N-1,49,20. Sin ser sinónimos talento e ingenio, no suena bien talento de ingenio, y parece pleonasmo. Tampoco se dice con propiedad emplear el talento o el ingenio en la lectura. En ella se emplea el tiempo o la atención, pero no el talento ni el ingenio; el oficio de éstos no es leer, sino comprender lo que se lee. Puede leer y leer mucho una persona desprovista de talento y de ingenio, y no es caso raro.
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N-1,49,21. Según el antiguo historiador Lucio Floro, Viriatus, vir calliditatis acerrim礬 ex venatore latro, ex latrone subito dux atque imperator, et si fortuna cessisset, Hispani礠Romulus, consiguió muchos triunfos contra los opresores de su patria, hasta que uno de los generales romanos, habiendo sobornado a alguno de sus soldados y héchole matar a traición, hanc hosti gloriam dedit ut videretur aliter vinci noni potuisse (lib. I, cap. XVI).
Un César Roma. Habla de Julio César el Dictador, ultimo esfuerzo de la naturaleza en el valor, en el ingenio y juicio, dice Saavedra en su República literaria.
Un Aníbal Cartago. +Quién ignora los hechos de este insigne capitán, enemigo el más temible que tuvo Roma? No ha faltado quien diga que fue natural de una de las islas Baleares.
Un Alejandro Grecia. Varios escritores antiguos trasladaron a la posteridad su vida y acciones en prosa: pero hasta la Edad Media no hubo poetas que las celebrasen. Hízolo entre los castellanos Juan Lorenzo Segura de Astorga, autor del poema de Alejandro, que según apariencias vivió a mediados del siglo XII. Se imprimió el año de 1782 en la Colección de poetas castellanos anteriores al siglo XV, que publicó don Tomás Antonio Sánchez, por un códice que, según parece, fue del célebre don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, poeta del tiempo del Rey de Castilla don Juan el I, y se guarda en la casa de los Duques del Infantado, sus descendientes.
Un Conde Fernán González. Héroe del siglo X, fundador de la independencia de Castilla, de quien a fines, según puede conjeturarse, del siglo XI, se escribió un poema castellano que todavía permanece inédito, y es uno de los monumentos primitivos de nuestro idioma. Su historia está mezclada con fábulas, como están generalmente las de la fundación y principios de los Estados.
Un Cid Valencia. No fue Valencia, sino Castilla, la que pudo gloriarse de haber producido al Cid Rui Díaz de Vivar el Campeador; pero Cervantes acababa de decir Castilla, y huyó de repetirlo. El Cid nació en Burgos o sus inmediaciones, y conquistó a Valencia, que por esto se apellidó del Cid. De sus proezas y aventuras se escribió un antiguo poema que se imprimió en la Colección de poetas castellanos anteriores al siglo XV. Le falta el principio, y según su desaliño y otras señas, hubo de escribirse a mediados o poco después del siglo XI, cuando aún estaban frescas las memorias del héroe. Es la primera poesía que se conoce en nuestra lengua; siguió el poema del Conde Fernán González, y después el de Alejandro, según lo indica la mejora progresiva que se nota en el artificio y lenguaje de las tres composiciones.
Un Gonzalo Fernández Andalucía. Habla del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, que fue natural de Montilla, pueblo de Andalucía, donde aun se muestra la casa en que nació los años de 1450 Murió en Granada en diciembre de 1515.En las notas al capítulo XXXI se trató de Diego García de Paredes.
Un Garci Pérez de Vargas Jerez. Este caballero servía en el ejército del Rey San Fernando cuando sitiaba a Sevilla. Un día iban él y otro caballero a incorporarse con la escolta de los forrajeadores y se encontraron con siete moros; temeroso el compañero se retiró, abandonando a Garci Pérez; pero éste, pidiendo las armas a su escudero, pasó por medio de los moros, que, conociéndolo, no se atrevieron a acometerle. A poco echó menos Garci Pérez la cofia que solía traer, porque era calvo, y se le había caído al ponerse el yelmo, y a pesar de los ruegos de su escudero volvió por ella atravesando otra vez por medio de los moros, que no osaron estorbado. El Rey que lo había estado viendo todo desde un cerro donde se hallaba con algunos de sus cortesanos, le preguntó a su vuelta quién era el caballero que le acompañaba, pero nunca quiso decirlo, obrando entonces con tanta modestia, como antes había obrado con valentía.
De esta hazaña de Garci Pérez de Vargas, que cuenta la Crónica general de España (parte IV), se hizo en lo antiguo un romance que insertó don Diego Ortiz de Zúñiga en las Adiciones a los Anales de Sevilla, y volvió a publicarse con algunas variantes en el Romancero de Depping, impreso en Leipzic el año de 1817. El romance no conviene con la Crónica en el motivo de volver por la cofia, de la cual decía Garci Pérez a su escudero, cuando le pedía llorando que no volviese:
Es cofia de mucho precio
e labrada por mi amiga:
non la perderé, si puedo.
Mariana, que refiere el suceso en su Historia de España (lib. XII, cap. VI), dice que Garci Pérez era natural de Toledo. Pudo ser así, y avencindarse después de la conquista en jerez, a cuya ciudad lo asignaría por esta razón Cervantes.La fama de este caballero era la que indica un romance morisco, donde la bella Zaida, ofendida del moro Gazul, que celoso de su esposo Abenzaide le dio muerte la misma noche de sus bodas, le dirigirá, entre otras imprecaciones, la siguiente (parte I del Romancero general de Pedro Flores):
Ruego a Alá que en esta empresa
recibas pronto la paga:
y que en medio del camino,cuando tú a Sidonia vayas,
encuentres, aunque sea solo,
a Garci Pérez de Vargas.
Un Garcilaso Toledo. Bowle creyó que se hablaba del poeta, que también fue toledano y valiente. Pellicer notó la equivocación, aplicando el texto a otro Garcilaso que se hizo memorable en el asedio de Granada, cuando la tomaron los Reyes Católicos, y por quien se hizo el romance inserto en la historia de las Guerras civiles de dicha ciudad, compuesta por Ginés Pérez de Hita (cap. XVI). Allí se cuenta la victoria que obtuvo Garcilaso de la Vega de un moro que llevaba el rótulo del Ave María a la cola del caballo; en memoria de cuya hazaña dice el romance que se apellidó en adelante Garcilaso de la Vega, y puso el Ave María en el escudo de sus armas. Al mismo asunto se escribió otro romance que incluyó en su Romancero general Pedro de Fores (parte XII, fol. 454).Fernando del Pulgar en sus Claros Varones hizo mención y especial elogio de un Garcilaso que murió de un saetazo peleando con los moros el año de 1455; era sobrino de don íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, y descendiente de otro Garcilaso que, reinando Don Alfonso XI, se distinguió en la famosa batalla del Salado, y fue muerto en Burgos de orden del Rey Don Pedro.De Manuel Ponce de León se hablará en la segunda parte.
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N-1,49,22. En pocos renglones ocurren tres advertencias que hacer sobre el lenguaje. Cuya lección de sus valerosos hechos es una expresión defectuosa por la aplicación del pronombre cuya a lección, debiendo ser a hechos. Hubiera sido mejor poner: cuyos valerosos hechos pueden entretener a los más altos ingenios que los leyeren.----Poco después se dice osado sin cobardía; creo que hay errata. Quería pintarse un sujeto adornado de calidades apreciables, pero sin tocar en extremos; se acababa de decir valiente sin temeridad, y correspondía seguir diciendo, prudente o cuerdo sin cobardía. Así debió estar en el original de Cervantes, sino que el impresor leería osado por cuerdo. ----Finalmente, nombrando el Canónigo a la Mancha, añade, do trae vuesa merced su principio y origen; y debió ser, de do trae vuesa merced, etc. Sería omisión de imprenta.
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N-1,49,23. Con este exordio dirigido a un eclesiástico grave, cual era el Canónigo de Toledo, el lector queda prevenido de que quien va hablar es un loco, en el cual cabe lectura, erudición y aun algún rasgo de ingenio, pero no juicio.----Dice Don Quijote que en la plática se encaminaba a querer darle a entender, etc. Sobra la palabra querer, y suprimiéndola, se hubiera evitado la concurrencia de los tres infinitivos querer, dar y entender, que hace algún tanto desaliñado el discurso.----Dañadores e inútiles para la república: estuviera bien la gradación poniéndose al revés: inútiles y dañadores o perjudiciales para la república, porque inútiles es menos que perjudiciales.
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N-1,49,24. La palabra escritura tiene varias acepciones. Cuando se dice escritura o escrituras a secas sin otro aditamento, suele significar los libros sagrados, a los que damos también el nombre de Biblia o Libros por excelencia. Otras veces escrituras significan diplomas, esto es, documentos autorizados y revestidos de formas legales, que hacen fe. En este lugar la palabra escrituras se toma en general por escritos o libros, y se designan los caballerescos, que son los únicos que aquí hacían el propósito de nuestro hidalgo.
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N-1,49,25. Don Quijote recapituló muy bien el asunto y las razones del Canónigo, mas el lenguaje ofrece algunos reparos. En primer lugar sobra la palabra diciendo y el me de puéstome, y debiera quedar así: Añadió también vuesa merced que me habían hecho mucho daño tales libros, pues me habían vuelto el juicio y puesto en una jaula. La frase hacer la enmienda que sigue y pudiera parecer galicismo, se halla usada en el Fuero Juzgo en significación de satisfacer o reparar el daño; pero convendría haber excusado la repetición de lectura, leyendo; y sobre la expresión que mejor agradan y deleitan debe observarse que el adverbio mejor no ajusta bien con los verbos que denotan acciones útiles o agradables. Las personas que hablan correctamente dicen agrada más y no agrada mejor, aprovecha más y no aprovecha mejor. Otro tanto sucede con la palabra peor: no decimos peor dolor, sino mayor dolor: se supone la calidad como evidente, y sólo se expresa la cantidad.
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N-1,49,26. Florines, bellísima doncella, hija del almirante Balán o Balante, enamorada de GÜi de Borgoña, dio acogida a éste y demás Pares de Francia que habían sido presos por los moros, guareciéndolos en una torre; y allí se mantuvieron contra todo el poder del Almirante hasta que fueron socorridos por Carlomagno. En las historias cristianas, los gobernadores musulmanes que mandaban en las provincias y reinos bajo la suprema autoridad de los Califas, se llamaron primero Almirantes y después Soldanes o Sultanes (Ducange, Disertación XVI sobre la historia de San Luis); la palabra Almirante, que en el día se aplica a los Generales de mar, debió venir de El Amir, que, según los inteligentes, significa Señor o Príncipe, mal pronunciado por los cristianos.
La relación de los sucesos de la Torre de Floripes ocupa la mitad o más de la historia vulgar del Emperador Carlomagno, traducida, parte del latín y parte del francés, al castellano por Nicolás de Piamonte. En ella se da con mucha impropiedad el nombre de turcos a los mahometanos, de aquel tiempo.Vencido y muerto Balán, y casado con Floripes GÜi de Borgoña, el Emperador los coronó por Reyes de aquella tierra, según dicho libro refiere.
El nombre Fier-a-brás, esto es, el de los fieros brazos, indica el origen francés de su historia. Fierabrás, según la citada de Carlomagno, era un valiente y generoso gigante que tenía quince pies de largo: el cual, vencido por Oliveros en una reñida batalla, fue en adelante su mejor amigo, se bautizó, y acompañó y sirvió en sus guerras al Emperador Carlomagno. Hizo mención de este gigante el libro caballeresco de Gerardo de Eufrates: El temido Fierabrás de Alejandría, dice (lib. I, cap. LXX), hijo del Almirante Balante, soberano señor de las Españas, vino a buscar a su padre a Aspramonte, donde se celebraba la gran junta de todos los Reyes, Soldanes, Almirantes, Sátrapas y Potentados de los infieles, a fin de acabar con los cristianos.
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N-1,49,27. Puente grande y fuerte que se describe en la Historia de Carlomagno (cap. XXX). Constaba de treinta arcos de mármol y dos torres cuadradas, también de mármol blanco, cada una de ellas con su puente levadiza y cuatro gruesas cadenas de hierro. Estaba sobre un caudaloso río que no podía pasarse por otra parte, y lo guardaba por el Almirante Balán un espantable gigante, llamado Galafre, que estaba siempre armado y con gruesa hacha de armas en las manos. Cien turcos le ayudaban a cobrar de los pasajeros cristianos el pontazgo, que era de treinta pares de perros de caza, cien doncellas vírgenes, cien halcones mudados y cien caballos con sus jaeces, y por cada pie de caballo un marco de oro fino. El cristiano que no pudiese pagar el pasaje había de dejar la cabeza en las almenas de la puente.
+Y a qué sitio, a qué río podrá conjeturarse que se quiso asignar la puente de Mantible? según el contexto de la historia se hallaba sobre el río Flagor (cap. XLII) y entre los dominios del Emperador Carlomagno y la corte del Almirante Balán, sin duda en el continente de Europa, puesto que los caballeros del Emperador fueron y vinieron de una a otra parte por tierra, y en España, donde únicamente podía guerrear Carlomagno por tierra con los mahometanos, y donde guerreó, en efecto, según los monumentos de su verdadera historia. La fingida de Nicolás de Piamonte dice que la residencia del Almirante era en Aguas Muertas, y por de contado estaba a orillas del mar, pues la torre en que estuvieron presos de su orden los Doce Pares estaban no muy lejos de Aguas Muertas (cap. XLV), cabe un brazo de mar, y cuando crecía la marea entraba en ella mucha agua por los cimientos (cap. XXVI). Aguas Muertas es un pueblo marítimo del Languedoc, sobre una albufera que antes de cegarse, como se ha cegado con el transcurso del tiempo, fue puerto, y en él se embarcó el Rey san Luis para sus expediciones de Ultramar. Pero en la asignación del nombre de Aguas Muertas a la residencia de Batán procedió con equivocación el historiador, pues en el Mediterráneo no hay mareas; y fuera de esto, Aguas Muertas estaba en los dominios de Carlomagno, que fue señor de la parte de Cataluña llamada Marca hispánica en aquel tiempo. Así que la corte de Balán, con arreglo a las señas que da la historia, debió estar en la costa occidental de la Península: y esto es conforme a la tradición de los extremeños, que llaman puente de Mantible a unas ruinas con arranques de arcos que se ven sobre el río Tajo en las inmediaciones de las ventas de Alconetar, junto a la confluencia con el Almonte, donde también se dio a un torreón arruinado el nombre de Torre de Floripes. Lo cual indica que se designó al Tajo con el nombre de Flagor, y que siendo aquel puente paso preciso para la corte del Almirante, ésta ha de situarse en la costa de Portugal, al sur del Tajo.
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N-1,49,28. Los que hayan leído los libros de Caballerías habrán advertido sin duda lo mucho que sus autores disfrutaron de la Mitología e historia primitiva griega. En ellos es frecuente, no sólo la mención de Marte, Venus y demás deidades del paganismo, sino también la de los héroes y otros personajes subalternos de los tiempos fabulosos. Ponderando las hazañas de Esplandián, decían en su historia los habitantes de Constantinopla: nunca de aquel fuerte Hércules, de aquel valiente Héctor, ni de aquel Infante Tideo tales maravillas en ningún tiempo se contaron. En la descripción que la historia de Amadís de Grecia hace de la aventura del Castillo encantado en Trapisonda (parte I, capítulo LXXI) se mencionan Penélope, Tisbe, Píramo y Medea. El nombre de Palamedes, uno de los caballeros en el libro de Tristán, y el de Diofebo o Deifobo, compañero de Tirante, suenan también en Homero. El último se menciona igualmente en la crónica de don Belianís, uno de los libros caballerescos que más uso hicieron de esta clase de erudición. Allí se ve a Policena contando su encantamiento por Andrómaca en una cueva; se habla de Héctor, Ecuba, Paris, Troilo y Pirro (lib. I, cap. LXII); la diosa Juno, a quien con el nombre de Lucina hacían los gentiles patrona de los partos, interviene en el de Florisbella cuando dio a luz al Príncipe Belflorán (Ib., lib. II, cap. XXIV). La conquista de las armas de Aquiles, que Ayax y Ulises se disputaron en la Ilíada, se repitió, en cuanto al fondo, entre las aventuras de Celidón de Iberia. La armadura del troyano Héctor dio largo asunto a varios incidentes en los Orlandos de Boyardo y el Ariosto y en la historia de Belianís (lib. I, cap. XLVI); en esta misma Héctor y Aquiles, aunque encantados, vuelven a pelear en los contornos de Babilonia (lib. I, caps. XLVII y siguientes). La familia de Amadís de Gaula, que se había enlazado con la de los Emperadores griegos en Esplandián, hereda con el imperio de Grecia el odio a los troyanos: se reproduce la guerra, y vuelve a haber sitio y toma de Troya (Ib., libro II, cap. XXXI). sería no acabar si se quisiesen citar todas las pruebas que de esto suministran los libros de los caballeros andantes.
La historia fabulosa puede mirarse como una rica y abundante mina que beneficiaron los autores caballerescos. Allí encontraron tipos para sus héroes y aventuras. Hércules y Teseo fueron dos verdaderos caballeros andantes; uno y otro fueron aborrecidos y perseguidos de sus madrastras, como Tristán (su historia, capítulo XXII); uno y otro corrieron el mundo en busca de peligros y de trabajos, y destruyeron monstruos y vestigios, como los Palmerines y Belianises. La hidra de Lerna y el dragón guardián del huerto de las Hespérides fueron los originales de las sierpes caballerescas, Gerión y Caco de los gigantes y malandrines exterminados por los paladines. La muerte que dio Alcides al gigante Anteón, suspendido en el aire, se copió en la de Roldán, sofocado del mismo modo por Bernardo del Carpio. El papel de Hércules, furioso de resultas de los amores de Deyamira se repitió en el Orlando furioso por los de Angélica. Teseo acometió y venció notables aventuras, mató al Minotauro, como Amadís al Endriago, penetró en los infiernos, como Olivante en la casa de la Fortuna y don Quijote en la cueva de Montesinos. De Circe se tomó, la historia de la hechicera Malfado, que transformaba en perros y otros animales a cuantos aportaban a su isla (Palmerín de Oliva, caps. CXXIV y CXXV). Polidoro, convertido en mirlo y hablando a Eneas en la costa de Tracia ((Eneida, lib. II), es el Astolfo convertido en otro mirlo, y hablando a Rugero en la isla de Alcina (Ariosto, Orlando furioso, canto 6.E¦, estancia 28). Perseo, caminando por los aires en el caballo Pegaso descubrió y libertó a Andrómeda, que alada a un escollo iba a ser devorada por una ballena; Rugero, caminando por los aires en el hipógrifo, descubre y liberta a Angélica atada a un peñasco, y próxima a ser devorada por un monstruo marino (Ib., canto 1.E¦). Ya dijimos que la Reina amazona Pintiquinestra de la historia de Lisuarte (cap. XXXI) es la Pentesilea de Homero, y la Reina Carmania en el Caballero del Febo (parte I, lib. II. cap. XVI) la Camila de Virgilio. La Doncella encantadora que retenía con sus artes las naves que pasaban junto a la roca donde habitaba (Amadís le Gaula, cap. CXXX), recuerda lo que se cuenta de las sirenas en la Odisea. Las descripciones de los vestigios que suelen hacer los libros caballerescos, como el Gran Culebro, la serpiente de la Montaña Artifaria y otras, se forjaron por la Quimera vencida por Velerofonte, que según la pinta Ovidio en el IX de las Metamófoses:
ààmediis in partibus ignem
Pectus et ora le礬 caudam serpentis habebat
.
La descripción del Orco, monstruo antropófago, y de su gruta a orilla del mar, y su profesión de pastor de cabras y ovejas en la Angélica de Barahona (canto 2.E¦), +cómo puede menos de recordar a Polifemo? El escudo encantado de Atlante, que aturdía a los que le miraban (Ariosto, canto 2.E¦), fue trasunto del antiguo de Medusa, como lo fue del anillo de Giges, el que, según la narración de Ariosto, sirvió tantas veces a Angélica y a Bradamante El Príncipe Anaxartes nació de la Reina Zahara, a quien en sueños había hecho madre el Dios Marte (Amadís de Grecia, parte I, capítulo CXXVI), como Eneas nació de la Diosa Venus, en quien lo engendró su padre Anquises. El gigante Morfán crió en una isla lejos de sus padres a Celidón de Iberia, como el Centauro Quirón a Aquiles; lo mismo hizo con Leandro el Bel, hijo de Lepolemo, el sabio Artidoro. Lo invulnerable de Aquiles se repitió en lo invulnerable de Roldán; las armas que dio Venus a Eneas sirvieron de original a las que la Sabia Ardémula dio a Policisne (Policisne, cap. XXXVII); y la espada del mismo Eneas, que llama fadada o fatífera Virgilio (lib. VII de la Eneida), a la Ardiente y a la Verde Espada, y a Balisarda y a otras espadas fadadas, célebres en los anales de la Caballería.
+Adónde iría a parar esta nota si en ella se hubieran de indicar todos los parajes en que los escritores caballerescos se aprovecharon de los materiales que les suministró la fábula? Muchos de ellos habrían leído la Crónica Troyana escrita por un siciliano en el siglo XII y traducida antes del XIV al castellano, donde atribuyéndose a los personajes de la antigÜedad los dictados de los tiempos modernos, hallarían las aventuras del Conde Eneas, del Duque Nestor y la crianza de Júpiter, encomendada a un escudero sotil e de buen seso (lib. I, cap. VI; lib. II caps. XI XVII y XL; lib. IV, caps. VI y XI), y otras impropiedades de este jaez, hijas del poco saber de aquellos tiempos. La ignorancia no ve sino lo que tiene delante, juzga lo pasado por lo presente, y aplica con igual falta de discernimiento las cosas modernas a las antiguas. Nada más gracioso en esta materia de confundir tiempos y costumbres que el poema castellano de Alejandro, escrito en el mismo siglo que la Crónica Troyana, y citado ya otras veces en nuestras notas. El poeta, que, describiendo en los principios de su obra la solemnidad con que fue armado caballero su héroe, había dicho que la espada con que se armó era fabricada por Vulcano, cuenta después que al pasar Alejandro junto a las ruinas de Troya refirió a sus soldados la historia de su guerra y ruina. En la relación se lee, entre otras cosas, que se celebró setenario con clamores por la muerte de Patroclo; que Diomedes mató cinco Vizcondes; que Héctor, viendo apretada la ciudad por los griegos, mandó celebrar vigilias en las iglesias, encender cirios, vestirse sacos y cilicios, y cantar los kiries. En el progreso del poema se describen las procesiones que rezaban sobre el cuerpo del difunto Darío; y finalmente se cuenta que Alejandro, después de recibir la obediencia y homenaje de los pueblos, se volvió a su posada cantando el Te Deum laudamus (coplas 407, 503, 539, 540, 1628 y 2437).
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N-1,49,29. Como los judíos al Mesías, y los portugueses al Rey don Sebastián.
Godofre de Montmouth, Obispo de San Asaf, en la provincia de Bales, que vivía por los años de 1150, tradujo al latín con algunas adiciones suyas, según se dice, la historia anteriormente escrita del Rey Artús y de la Tabla Redonda.
"El libro de Artús, escrito en mal latín por Godofre de Montmouth, y trasladado después a la lengua familiar de aquel tiempo, fue enriquecido con todos los incoherentes adornos que podían suministrar la imaginación, las luces y la erudición del siglo XI. La fábula de una colonia frigia, transportada de las orillas del Tíber a las del Támesis, se enlazaba fácilmente con la de la Eneida. De Troya descendían los augustos abuelos de Artús, y resultaban parientes de los Césares... La superstición y la galantería del héroe bretón, sus fiestas, sus torneos y la fundación de los caballeros de la Tabla Redonda, son cosas forjadas en el molde de la Caballería, que estaba a la sazón floreciente; y las fabulosas hazañas del hijo de Uter parecían menos increíbles que las empresas acabadas por el valor de los normandos. Las peregrinaciones y las cruzadas habían introducido en Europa los cuentos de la magia, propios de los árabes. Las fadas, los gigantes, los dragones con alas, los palacios encantados se mezclaron con las ficciones más sencillas del Occidente, y se sujetó la suerte de la Bretaña al arte y vaticinios de Merlín. Todas las naciones recibieron y adornaron la novela de Artús y de los Caballeros de la Tabla Redonda; y los voluminosos cuentos de Tristán y de Lanzarote llegaron a set la lectura favorita de los Príncipes y de los nobles, que despreciaban a los héroes verdaderos y a los historiadores de la antigÜedad. Por fin volvió a lucir la antorcha de las ciencias y de la razón, se rompió el talismán, el edificio imaginario que había levantado se convirtió en humo; y por una reacción tan injusta como ordinaria, nuestro siglo, no contento con negar su crédito a la historia de Artús, se inclina a poner en duda su existencia." Así habla el elocuente autor de la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (cap. XXXVII).
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N-1,49,30. Guarino Mezquino, hijo de Milón de Tarento, fue de la casa de Mongrana, enlazada con la de Carlomagno, y marido de Antinique, hija del Rey de Persépolis. Así lo cuenta su historia, compuesta, según opinión común, en italiano, y dividida en siete libros por el Maestro Andrés Florentino, corriendo el siglo XII. Del italiano la tradujo al castellano Alonso Hernández Alemán, y Pellicer cita una edición hecha en Sevilla el año de 1548; pero no pudo ser la primera, puesto que ya la cita, y no como muy reciente, el autor del Diálogo de las lenguas (pág. 158), que floreció por los años de 1530, contándola entre los libros que demás de ser mentirosísimos tienen tan mal estilo, que no hay buen estómago que los pueda leer.
Tulia de Aragón, célebre poetisa italiana, tomando por asunto y guía la traducción española, escribió y publicó en el año de 1560 un poema con el título de Il Meschino en octava rima, dividido en treinta y seis cantos.
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N-1,49,31. Dábase este nombre a un plato que se suponía haber servido a Josef de Arimatea para recoger la preciosa sangre de Nuestro Señor Jesucristo, cuando le bajó de la cruz y le dio sepultura. El año de 1500 se imprimió en Sevilla, un libro intitulado Merlín y demanda del Santo Grial, traducción castellana de otro antiquísimo del siglo XI, cuando se escribieron también los primeros libros de Caballerías, el cual estaba en latín, de donde pasó a otras lenguas. En la biblioteca de la Cámara de la Reina Católica Doña Isabel estuvo manuscrita la Tercera parte de la Demanda del Santo Grial. Tomando las cosas desde su origen, se cuenta que Josef de Arimatea, enviado por los Apóstoles a predicar el Evangelio a los ingleses, aportó a la isla con un hijo suyo y otros doce compañeros, llevando consigo el Santo Grial y la lanza de Longinos; que sus descendientes tenían el cargo de conservar el Santo Grial, con condición de guardar castidad (Tristán de Leonís, cap. I); que en tiempo del Rey Artús paraba tan preciosa reliquia en poder del Rey Pescador; que habiendo éste desmerecido ser su guardián, Artús, excitado por una voz que oyó junto a la tumba de Merlín, resolvió acometer la conquista o Demanda del Santo Grial, interviniendo los Caballeros de la Tabla Redonda; que tres de ellos, Galaz, Boors y Perceval merecieron por su castidad y demás virtudes dar fin a la aventura, quedando el Santo Grial en poder de Perceval, que era nieto de Pescador; y que después de su muerte fue aquel plato arrebatado al cielo.
Esta es, en suma, la historia del Santo Grial, de que hicieron mención otros libros caballerescos, como los de Tristán (Ibid.), Tirante el Blanco (parte II) y Amadís de Gaula (cap. CXXVII). Está llena, como se ve, de errores históricos, y aparentemente se inventó en los tiempos de ignorancia por algún inglés que creyó honrar a su patria dándole a Josef de Arimatea por primer Apóstol; al modo que nuestros falsos cronicones dijeron también del mismo Josef de Arimatea que predicó el Evangelio en tierra de Madrid y en la Celtiberia (Adversarios o Apuntes de Juliano, número 54).
En Génova refieren varios escritores que se conserva y enseña con muchas ceremonias un plato, a quien se da el nombre de Santo Grial, creyéndose vulgarmente que sirvió en la última cena a Nuestro Señor Jesucristo. El modo con que lo adquirieron los genoveses lo cuenta Guillermo, Arzobispo de Tiro, escritor del siglo XI, refiriendo que cuando Balduino, Rey de Jerusalén, hermano y sucesor de Godofre de Bullón, tomó, con ayuda de los genoveses, la ciudad de Cesárea, entrando ya en el siglo XI, repertum est vas coloris viridissimi, in modum parobsidis quod pr祤icti lanuenses smaragdum reputantes, pro multa summa pecuni礠in sortem recipientes, ecclesi礠su礠pro excellenti obtulerunt ornatu (De bello sacreo, lib. X, cap. XVI); y dice que se enseñaba como cosa milagrosa a los pasajeros de distinción. Lo mismo contaba en el siglo siguiente el autor de la Gran Conquista de Ultramar, expresando que en su tiempo servía aquel vaso cuya hechura era como una pilla tamaña como un tajador, para poner la ceniza que se reparte el primer día de Cuaresma (lib. II, cap. CIX). En la historia de nuestro Emperador don Alonso XI, escrita por don Prudencio de Sandoval, Obispo de Pamplona, se cita una relación antigua, según la cual los genoveses adquirieron esta alhaja, que allí se llama Escodilla de esmeralda, el año de 1147 en la toma de Almería, a que concurrieron en auxilio del Emperador (Historia de los cinco Reyes, fol. 189). Don Diego de Mendoza menciona ambas opiniones en la Guerra de Granada (lib. I, cap. XX); también las cita Mariana en su Historia de España, donde añade con su ordinario desenfado: el vulgo dice que Cristo, hijo de Dios, cenó en él (plato sobredicho) la postrera vez con sus discípulos; opinión sin autor ni fundamento (libro X, cap. XVII). El Santo Grial genovés se halla dibujado en la obra de Jaime Ferrer de Blanes, escrita en catalán e intitulada: Exposición de algunas sentencias del Dante, y tratado de las piedras que hay en varias ciudades del mundo, impresa el año 1545, en 8.E¦.
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N-1,49,32. Los escritores que han tratado de los orígenes de la biblioteca caballeresca convienen generalmente en que, corriendo el siglo XI, se forjaron los libros primitivos de esta clase en Inglaterra, y la parte inglesa del continente, aprovechando sus autores los materiales que les ofrecían otras memorias más antiguas bretonas. Los libros nuevos se escribieron en latín, que, más o menos corrompido, continuaba siendo el idioma de las personas cultas, antes de que acabasen de formarse las actuales lenguas modernas. Así se escribieron las historias del Rey Artús y el Santo Grial, y las demás de los caballeros de la Tabla Redonda. Enrique I, Rey de Inglaterra, de la familia de los Duques de Normandía, los hizo traducir, según dicen, declinando ya el siglo XI, a la lengua francesa de aquel tiempo, que era la que se hablaba en su corte. Un Rusticiano de Puise trabajó con otros en la traducción del libro de Tristán de Leonís, la cual, reducida después al francés usado en los siglos siguientes, se imprimió a fines del XV. La edición que he tenido a la vista es de París, de 1533 pero antes se había vuelto ya al castellano e impreso en Sevilla el año de 1528: y aun antes de esta fecha se conocían ya traducciones castellanas de otros libros de caballeros de la Tabla Redonda.
A esta orden célebre perteneció don Tristán de Leonís. Su tío Mares, Rey de Cornualla, le envío a Irlanda a pedir para esposa suya a Iseo la Blonda o Rubia; y habiéndola otorgado Languines, Rey de aquella isla, se puso en camino acompañada de Tristán (Amadís de Gaula, cap. CXXIX). La Reina de Irlanda entregó a la doncella Brangiana, en el punto de la partida, un frasco de plata, que contenía la Bebida amorosa, brebaje mágico confeccionado por sus mismas manos, encargándole que diese a beber de él a Mares e Iseo la primera noche de sus bodas, y que arrojase lo demás en la inteligencia de que, haciéndolo así, sería perpetuo e inalterable el amor mutuo de los dos esposos. Al tercer día de viaje, Tristán e Iseo se entretenían jugando al ajedrez; hacía gran calor; piden de beber, y Brangiana, por equivocación, les da la confección amorosa, de que bebieron ambos (Tristán, lib. I, capítulo XXXIV). Este fue el motivo y ocasión del amor y de las desgracias de uno y otro. Tristán casó después con Iseo la de las lindas manos, hija del Rey de la Bretaña menor, mas no por eso olvidó los amores fatales de la otra Iseo. Después de muchas aventuras, Tristán, afligido con la noticia de que se hallaba peligrosamente enferma su querida, aguarda entre el temor y la esperanza; la nave que le traía la agradable nueva de su restablecimiento olvida poner en el árbol la señal convenida, y Tristán, creyendo por esto que Iseo era muerta, expira de dolor. Sobreviene Iseo, y a vista del triste espectáculo, expira también sobre el cuerpo yerto del desgraciado Tristán. Sus cadáveres son conducidos a la capital de Cornualla y enterrados juntos (Tristán, lib. I, caps. CXIX, C y CI). El fin trágico y lamentable del libro de Tirante el Blanco, escrito algunos siglos después, tiene rasgos de semejanza con el desenlace del de Tristán. Una y otra historia, a pesar de sus defectos, son muy preferibles a otros libros más modernos de Caballerías, y pueden leerse con menos disgusto que ellos.
Lanzarote fue igualmente caballero de la Tabla Redonda. Lo crió la Fada Viviana, amiga de Merlín, llamada la Dueña del Lago. Después fue amante correspondido de Ginebra, hija del Rey de Escocia y mujer del Rey Artús, de quien tuvo grandes celos la Fada Morgaina, que amaba también a Lanzarote. Andando el tiempo, este caballero mató a Morderete, hijo de Artús, que se había rebelado contra su padre; puso en el trono al heredero legítimo, y se hizo ermitaño.
El libro de Lanzarote hubo de traducirse del latín al francés por mandado del Rey Enrique de Inglaterra Cristiano de Troyes, poeta que florecía a fines del siglo XI, y había puesto en verso la historia de Tristán, empezó a hacer lo mismo con la de Lanzarote, y no habiéndola concluido por su muerte, la acabó Godofre de Leigni (Ginguené, Historia de la literatura italiana, parte I, cap. II). Algunos atribuyeron la historia de Lanzarote del Lago a Arnaldo Daniel, poeta provenzal que vivía a fines del mismo siglo XI; pudo ser empresa igual a la de Cristiano de Troyes, desempeñada a un mismo tiempo por dos distintos escritores.
Sea como quiera, la historia de Lanzarote era ya conocida en España en el siglo XIV, porque se cita en el capítulo CXXIX del libro de Amadís de Gaula, escrito por los años de 1360, y en el Rimado de Palacio, de don Pedro López de Ayala. Y a principios del siglo XV estuvo ya en castellano, puesto que entre los libros comprados por el Rey Carlos II de Navarra, que reinó desde 1387 hasta 1425, se cuenta el Romanz viejo de Lancelot et Bor su compainnero (Fr. Liciniano Sáez, Monedas de Henrique II, nota 13). También se cuenta entre los libros que la Reina Católica doña Isabel tenía en el alcázar de Segovia un libro de pliego entero de mano en romance, que es la historia de Lanzarote. Imprimióse después la versión castellana, y hubo un ejemplar en la biblioteca que formó en el Nuevo Baztán el siglo pasado el Conde de Saceda; de allí ha desaparecido, y no tengo noticia de donde exista ningún otro ejemplar.
La Dueña Quintañona fue la medianera en los amores de Lanzarote y Ginebra. De ella y de Gerineldos se habló en mi romance inserto en la Colección general de Miguel Martínez (parte IV); y de ella sola en el otro romance de Lanzarote, citado y aun copiado en parte a los principios del QUIJOTE. En él se habla también de su oficio de escanciadora:
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino, que dueñas curaban del,
doncellas de su rocino.
Esa Dueña Quintañona
ésa le escanciaba el vino.
Lo común que era en España la lectura del libro de Lanzarote (que ahora no se encuentra) ocasionó el darse generalmente a todas las dueñas el nombre de Quitañona. Que esto era costumbre en España viviendo Cervantes, como aquí se indica, se ve por lo que cuenta Quevedo en la Visita de los Chistes, a saber, que a la vista de una dueña, luego se decía: miren la Dueña Quintañona, daca la Dueña Quintañona. La dignidad de escanciadora no era moco de pavo: Hebe y Ganímedes la tuvieron entre los Dioses, allá en los banquetes del Olimpo.
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N-1,49,33. Según el moderno editor francés de las Poesías escogidas de los Trovadores, la historia de Pierres y la linda Magalona fue escrita a fines del siglo XI por Bernardo Treviez, canónigo de Maguelona, ciudad que existió cerca de Montpellier, adonde se trasladó en tiempos posteriores el obispado. El famoso Francisco Petrarca corrigió, según aseguran, y limó esta novela durante su residencia en Montpellier, donde estudió por algunos años el Derecho. A mediados del siglo XV se refundió en el francés que se hablaba entonces, y se imprimió antes del año de 1500 en León de Francia.
Felipe Camús la tradujo del francés, y se publicó en Toledo el año de 1526, con el título Historia de la linda Magalona, hija del Rey de Nápoles y de Pierres, hijo del Conde de Provenza. Después se repitieron otras ediciones. Felipe Camús hubo de ser algún francés que se ocupó en hacer traducciones castellanas de libros franceses de entretenimiento, como este de la linda Magalona y el de Tablante de Ricamonte.
Del caballo de madera, en que según afirma con tanta seguridad nuestro Don Quijote iba por los aires el valiente Pierres, se tratará en otra ocasión.
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N-1,49,34. Según la historia latina del Emperador Carlomagno, atribuida al Arzobispo Turpín, Roldán fue sepultado en Blavio o Blaye, pueblo situado a la derecha del Garona, en la iglesia de San Román; a la cabeza se colgó su espada y a los pies su cuerno o bocina de marfil, la cual, según ella cuenta, fue trasladada después a Burdeos. No concuerda con esto la historia castellana del mismo Emperador, traducida en gran parte de la latina por Nicolás de Piamonte, donde se expresa que Roldán fue enterrado en Roncesvalles; y allí, dice Jerónimo Auner, traductor del Morgante, que en su tiempo se mostraba el cuerno de Roldán (lib. I, capítulo último).
En los poemas de Orlando y Morgante se refieren varias particularidades acerca de este famoso cuerno. El astuto Brunelo, ladrón sutilísimo, se lo hurtó junto con la espada a Roldán durante el cerco de Albraca, el mismo día que hurtó a Sacripante el caballo. Era de un diente entero de elefante, como se dice en el Orlando enamorado (traducción de Garrido, libro I, canto 14); y cuando lo tocó Roldán pidiendo socorro poco antes de expirar en Roncesvalles, sonó con tanta fuerza, que se oyó a dos leguas de distancia, donde se hallaba el Emperador Carlomagno (Historia de Carlomagno, cap. LXX). El Dante, en su Divina Comedia (Infierno, canto 31), para ponderar el ruido de una trompeta que oyó en el fondo del abismo, dijo que no le igualaba el son de la de Orlando. Las historias caballerescas pintan frecuentemente a los andantes con trompas y bocinas. Ariobárzano, que con ayuda del sabio Silfeno había logrado entrar por sorpresa en Babilonia con el designio de matar a Belianís frustrado en su intento, y ya a punto de muerte, como Roldán, tomando un cuerno que en el cuello traía, le tocó con la más fuerza que él pudo y las heridas que tenía le daban lugar (Belianís, lib. LI, cap. XXXVI). Del que traía don Contumeliano de Fenicia en su viaje a Persépolis se dice que valía una ciudad (Ib., libro I, cap. XXII). El Caballero del Cisne llevaba al cuello pendiente de un cordón de oro un cuerno de marfil, guarnecido de oro y piedras preciosas, con que esfuerzaba sus gentes, cuando él entendía que era menester; así lo refiere la historia de la Gran Conquista de Ultramar (Ib. I, cap. XCI); y en la misma se ve que Godofre de Bullón y demás generales de los Cruzados usaban de bocinas para dar sus órdenes (Ib., lib. I, cap. CLVI y en otras partes). Al empezarse a combatir la ciudad de Jerusalén, tañió el gran cuerno el Obispo de Maltram, y después volvió a tañerlo para esforzar a los que combatían (Ib., lib. II, cap. XX). Este cuerno era de latón, y con él se daba la señal de pelea, como se dice en otro lugar (Ib., cap. XXX). Del cuerno que la sabia Logistila dio a Astolfo, y cuyo sonido ponía en fuga a cuantos lo oían, habló Ariosto en el libro XV del Orlando furioso.Pero basta de cuernos.
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N-1,49,35. Don Quijote, como loco, tenía licencia para decir cuanto se le antojaba; pero realmente no hubo más que un Cid que sea conocido con este nombre en la historia: ni de él pudo decirse que fue
Destos que dicen las gentes
que a sus aventuras van.
Repítense estos dos versos en la segunda parte, cuando Don Quijote, queriendo satisfacer la curiosidad de don Diego de Miranda, le decía: soy caballero destos que dicen las gentes que a sus aventuras van. Esto me suena a que deben de pertenecer a algún romance antiguo de los muchos que solían cantarse vulgarmente en España; y me confirma en esta conjetura el hallar los mismos versos en la traslación de los Triunfos del Petrarca, hecha en redondillas por Alvar Gómez de Ciudad Real, señor de Pioz, que murió en 1538. Dice así en el capítulo I:
Lanzarote y Don Tristán
y el Rey Artús y Galbán
y otros muchos son presentes
de los que dicen las gentes
que a sus aventuras van
.
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N-1,49,36. Este caballero, a quien Cervantes llamaba lusitano, porque era de linaje portugués, aunque nacido en Castilla, fue alcaide de Alcalá la Real, y sirvió de Guarda mayor al Rey don Juan el I. El año de 1433 llevó a los países extranjeros una empresa, sobre la cual se combatió en Arrás con Micer Pierres de Brecemonte (Beaufremont dicen los documentos extranjeros), señor de Charní, caballero de la casa de Felipe el Bueno, Duque de Borgoña. La lid fue a presencia de aquel Príncipe, quien honró singularmente a Juan de Merlo y le regaló una vajilla de plata. De Arrás llevó su empresa a Basilea, donde a la sazón se celebraba el famoso concilio general de su nombre, y allí la sostuvo contra Mosén Enrique de Remestán. Las armas se hicieron a pie; y la Señoría de la ciudad señaló jueces, los cuales adjudicaron el vencimiento al caballero castellano. El año siguiente de 1434 concurrió entre los mantenedores a la justa que a 1 de mayo dio en Valladolid el Condestable don Alvaro de Luna; en ella salió de aventurero el Rey don Juan de Castilla y rompió en Juan de Merlo una lanza. Por julio del mismo año se halló Juan de Merlo como aventurero en el Paso honroso de Suero de Quiñones, a quien hirió, según se cuenta en la relación de aquella justa célebre (párrafo 45) y allí se dice que trataba de volver a hacer armas a Francia. Finalmente, el año de 1443 fue muerto en un choque entre Arjona y Andújar, donde en tiempo de los bandos que agitaron a Castilla durante el reinado del Rey don Juan el I, Juan de Guzmán, capitaneando la gente del Rey, venció a la de Rodrigo Manrique, que llevaba la voz de los Infantes de Aragón. Juan de Merlo, persiguiendo con sobrado ardor a los vencidos, murió al pasar un puente a manos de los peones. El poeta Juan de Mena deploró su muerte en las Trescientas (Ord. V de Marte, copla 198 y 199). Las otras noticias precedentes están tomadas de la Crónica del Rey don Juan el I y de las Quincuagenas manuscritas de Gonzalo Fernández de Oviedo (parte II, estancia XXV).
Mosén Enrique de Remestán (así se llama la citada Crónica) parece ser el mismo que el Señor de Ravestain, uno de los que asistieron entre los caballeros del Toisón al famoso festín de Lila el 17 de febrero de 1453, en que los convidados hicieron voto de ir en cruzada contra los turcos, que amenazaban a la cristiandad, y tomaron por mayo del mismo año a Constantinopla (Pinedo, Historia del Toisón, Vida de Felipe el Bueno).
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N-1,49,37. Ocurrencia casual, de que se aprovechó ingeniosa y oportunamente Cervantes al hacerse mención de Gutierre Quijada, cuyo apellido, según se dijo en el primer capítulo de la fábula, atribuyeron algunos autores a Don Quijote. El y su primo Pedro Barba fueron caballeros castellanos que vivieron en el siglo XV; el primero era hijo (al parecer) de otro del mismo nombre que asistió al Paso honroso de Suero de Quiñones como juez de la justa, y el segundo concurrió a la misma como aventurero. Al año siguiente, que fue el de 1435, pasaron los sucesos que apunta aquí Don Quijote y refiere el autor coetáneo de la Crónica del Rey Don Juan el I de Castilla por estas palabras que copiaré con alguna extensión por lo que ilustran el presente pasaje de Cervantes y por las noticias que contienen acerca de la verdadera historia caballeresca de aquel siglo: "En este tiempo, dice, salieron deste reino dos caballeros, el uno llamado Gutierre Quejada, señor de Villagarcía, y el otro Pero Barba; los cuales llevaban cierta empresa, los capítulos de la cual enviaron a la corte del Duque Felipe de Borgoña, señaladamente requiriendo a dos caballeros muy famosos, hijos bastardos del Conde San Polo, el uno llamado Micer Pierres, señor de Haburdín, y el otro Micer Jaques, los cuales recibieron su respuesta, e fue asignado término para cumplir armas, de lo cual dieron sus sellos. Y en tanto que aquel término llegaba, Gutierre Quejada e Pero Barba tomaron su camino para Jerusalén, en el cual se desacordaron, e Pero Barba se volvió en Castilla. E Gutierre Quejada cumplió su romería, e volvió en Borgoña al tiempo asignado para hacer las armas... E plugo a Dios que Gutierre Quejada vino sano a la villa de Sanct Omer en Borgoña, donde el Duque Felipe mandó hacer las lizas muy honorablemente, donde habían de combatir Gutierre Quejada e Micer Pierres, bastardo de San Polo. E porque en los capítulos de Gutierre Quejada se contenía que habría un tiro de lanza arrojadiza, e Gutierre Quejada era muy gran bracero, húbose tan gran miedo del tiro de su lanza, que la Condesa de Nevers, parienta del Bastardo, envió rogar a Gutierre Quejada que dejase el tiro de la lanza, e le daría un diamante de precio de quinientas coronas... E por ningún ruego Gutierre Quejada no quiso dejar el tiro de la lanza. E metidos los caballeros en la lizaàà cuando se llegaron cuanto quince pasos, Gutierre Quejada tiró su lanza, e pasó por encima del hombro del Bastardo, e fincó en el suelo tal manera, que a gran trabajo se pudo sacar: e la lanza del Bastardo no llegó a Gutierre Quejada. E pasado el tiro de las lanzas, ambos a dos se fueron combatir de las hachas, e se dieron asaz valientes golpes el uno con el otro, e como quiera que el Bastardo era tan valiente de cuerpo o por aventura más que Gutierre Quejada, trabajó de entrar al estrecho con él e púsole un torno, e dio con él en el suelo e luego se puso sobrél, la hacha levantada en las manos y es cierto que si las armas fueran necesarias, lo pudiera bien bien matar. E luego el Duque echó el bastón, e cuatro caballerosàà levantaron al Bastardo e lleváronlo a su pabellón. E Gutierre Quejada, puesta la rodilla en el suelo, dijo al Duque que bien sabía su señoría como Pero Barba, su primo, había dejado su sello a Micer Jaques, bastardo de San Polo, certificándole de ser en aquel día a cumplir con él ciertas armasàà el cual había adolescido y estaba en Castilla... e pues que él estaba allí, placiendo a Micer Jaques, quél satisfaría por su primo, e haría luego con él las armasàà e donde esto no le plugiese, que le requería e rogaba le diese el sello que de Pero Barba tenía El Duque mandó luego llamar a Micer Jaques, e le dijo que viese si quería cumplir las armas... El Bastardo respondió que desplacía mucho de la enfermedad de Pero Barba; pero pues él estaba en tal disposición, era contento de darle su sello, e así se lo dio; de lo cual es cierto que el Duque hubo grande enojo, porque paresció cobardía del Bastardo. El Duque, otro día después de las armas hizo comer consigo a los dos Caballeros, teniendo a la parte derecha a Gutierre Quejada; e después de comer el Duque le envió una ropa chapada, en que había más de cuarenta marcos de orfebrería dorada, forrada de cebellinas. Y hechas así las armas de Gutierre Quejada, dos gentileshombres parientes suyos, llamados uno Rodrigo Quejada y el otro Pedro de Villagarcía, se acordaron de hacer ciertas armas a caballo con otros dos gentiles hombres de la casa del Duque, y las hicieron honorablemente en presencia del Duque; el cual, hechas las armas, les envió sendas vajillas en que había treinta marcos de plata en cada una. E así Gutierre Quejada se partió de la corte del Duque de Borgoña con mucha honra, e salieron con él los más de los continuos caballeros e gentileshombres del Duque" (año 35, cap. CCLV).
Acerca de los hijos y familia de Pedro de Luxemburgo, Conde de San Polo, primo de Felipe el Bueno, y uno de los caballeros primitivos del Toisón de Oro, recogió varias noticias don Julián de Pinedo en su Historia de la expresada orden, donde pueden verse.
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N-1,49,38. La Crónica del Rey Don Juan el I dice al año de 1436: ""En este tiempo partió deste reino un caballero llamado don Fernando de Guevara, doncel e vasallo del Rey, el cual, con su licencia e ayuda, llevó una empresa en Alemaña, e fuele tocada por un caballero muy valiente llamado Micer George Vourapag, de la casa del Duque Alberto de Austerriche, que después fue Rey de Ungría e de Bohemia, y Emperador de los Romanos. E hizo sus armas en la ciudad de Viena en presencia deste Duque. Las armas fueron a pie; e como quiera que el caballero alemán era sin comparación mucho más valiente que don Fernando de Guevara, don Fernando se huvo tan bien e tan valientemente, que lo firió de la hacha en ambas a dos las manos en tal manera, quel alemán se iba retrayendo, aunque sabiamente, como caballero que sabía bien lo que hacía. El Duque en esto echó el bastón, e sacólos de las lizas, e hizo muy grande honra a don Fernando de Guevara, y envióle un joyel que podía valer quinientas coronas e dos trotones muy especiales. E así don Fernando se volvió en Castilla, y estuvo en ella algún tiempo; e después acordó de se ir a Napol para el Rey don Alonso de Aragón, el cual lo rescibió muy bienàà e después lo hizo Conde de Belcastro, e fallesció allá estando en servicio del Rey don Fernando de Napol que hoy dicen"" (año 36, capítulo CCLXVI).
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N-1,49,39. Parece que se omitió algo, y que debió decir Suero de Quiñones el del Paso. Este fue un caballero leonés, hijo de Diego Hernández de Quiñones, Merino mayor de Asturias, que el año de 1434 celebró junto a la puente del río Orbigo, a tres leguas de Astorga, unas solemnísimas justas que duraron treinta días. De ellas se escribió una relación autorizada, que compendiada después por Fr. Juan de Pineda, se imprimió en Salamanca el año de 1588 con el título de Libro del Paso Honroso, y se reimprimió en Madrid en 1784 a continuación de la Crónica de don Alvaro de Luna. El objeto de las justas, como le dijo Suero de Quiñones al Rey don Juan al pedirle licencia para tenerlas, fue pagar el rescate de la prisión en que estaba de su señora, y en cuya señal llevaba todos los jueves una argolla de hierro al cuello. El rescate concertado fueron trescientas lanzas rompidas por el asta, que habían de pagar él y otros nueve compañeros suyos justando con los aventureros que concurriesen. Concurrieron, con efecto, sesenta y ocho aventureros, no sólo de los reinos de España, sino también de Alemania, Portugal, Bretaña e Italia. Murió en las justas Alberto de Claramonte, caballero aragonés, y hubo once justadores heridos, además de varias dislocaciones y contusiones, por manera que el último día del Paso no quedaba más que uno sólo de los mantenedores en estado de hacer armas. El libro del Paso es un monumento notable de la mezcla de valor, devoción y galantería de los caballeros de aquel tiempo, y ciertamente forma notable contraste el cuidado de oír misa los justadores, con la resistencia del Maestro Fr. Antón a enterrar en sagrado al caballero que murió en la justa, igualmente que la práctica observada por Suero de Quiñones, capitán principal del Paso, de ayunar a honor de la Virgen María los jueves, que era el mismo día destinado a llevar la argolla como cautivo de su dama.----Este fue uno de los actos más célebres de Caballería que hubo por aquellos tiempos; y el Rey don Juan, que estaba a la Sazón en Segovia, tenía postas establecidas para saber diariamente los sucesos del Paso.----Andando el tiempo, Suero de Quiñones fue muerto por Gutierre Quijada, con quien traía bandos. Ignoro el tiempo, pero debió ser después del año 1444, en que falleció su padre, Diego Hernández de Quiñones sin haber visto muerte de ninguno de sus hijos, como dice Fernán Pérez de Guzmán en sus Generaciones y semblanzas, ponderando la felicidad de aquel caballero. En la Armería Real se muestra la espada de Suero de Quiñones.
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N-1,49,40. El año de 1428, estando el Rey don Juan en Valladolid, vino a su corte ""un caballero navarro llamado Mosén Luis de Falces con una empresa, la cual tocó Gonzalo de Guzmán, señor de lonja, que después fue Conde Palatino; y el rey les tuvo la plaza, e mandó hacer las lizas a las espaldas de San Pablo, donde él posaba. Donde de la una parte mandó poner una rica tienda, donde se armase el dicho Mosén Luis, e otra para Gonzalo de Guzmán. E las armas se hicieron a pie e a caballo, e así en las unas como en las otras, Gonzalo de Guzmán llevó ventaja muy desconocida. E acabadas, el Rey los mandó salir de las lizas muy honorablemente acompañados, y envió a cada uno dellos una ropa de muy rico brocado de carmesí, forrada de cebellinas"". Así lo cuenta la Crónica del Rey don Juan el I (año 28, cap. CII).----Mosén Luis de Falces, según Zurita en sus Anales (lib. XII, capítulo LXIV), era Mayordomo del Rey don Alonso V de Aragón, apellidado el Sabio, quien después del suceso referido le envió de Embajador al Duque Felipe de Borgoña, a felicitarle por su casamiento con la Infanta doña Isabel de Portugal, el año de 1430.
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N-1,49,41. Fernando de Pulgar, en sus Claros Varones, en el título de Rodrigo de Narváez, dice así hablando con la Reina Católica doña Isabel: "Yo por cierto no vi en mis tiempos ni leí que los pasados viniesen tantos caballeros de otros reinos de tierras extrañas a estos nuestros reinos de Castilla e de León por facer armas a todo trance, como vi que fueron caballeros de Castilla a las buscar por otras partes de la cristiandad. Conoscí al Conde don Gonzalo de Guzmán e a Juan de Merlo; conoscí a Juan de Torres e a Juan de Polanco, Alfarán de Vivero, e a Mosén Pero Vázquez de Sayavedra, a Gutierre Quijada e a Mosén Diego de Valera; e oí decir de otros castellanos que con ánimo de caballeros fueron por los reinos extraños a facer armas con cualquier caballero que quisiese facerlas con ellos, e por ellas ganaron honra para sí, e fama de valientes y esforzados caballeros para los fijosdalgo de Castilla." No quiso decir Fernando de Pulgar que no habían venido caballeros extranjeros a hacer armas a los reinos de Castilla, sino que no fueron tantos como los castellanos que salieron a lo mismo a países extranjeros; porque además de los citados en el Paso honroso y de Mosén Luis de Falces, Micer Jaques de Lalaín, caballero borgoñón, trajo en 1448 una empresa, sobre la cual peleó en Valladolid a presencia del Rey don Juan el I con don Diego de Guzmán, hermano del Conde don Gonzalo de Guzmán, como se lee en la crónica del mismo Rey, tantas veces citada. Y en la misma se refiere que el año de 1435, Roberto, señor de Balse, caballero alemán, vino acompañado de otros veinte gentiles hombres, todos los cuales traían empresas, sobre las cuales justaron con don Juan Pimentel, Conde de Mayorga, Pedro de Quiñones, Lope Destúñiga, Diego de Bazán y otros caballeros y gentileshombres de la casa del Condestable don Alvaro de Luna, llevando unas veces ventaja los castellanos, y otras los alemanes. Hechas las armas en Segovia, donde se hallaba la corte, el Rey don Juan envió grandes regalos al señor de Balse, quien se negó a aceptarlos, y sólo pidió por merced que el Rey le permitiese a él y a sus compañeros traer la insignia del Orden de la Escama, que había fundado. Así lo otorgó el Rey, regalándoles sendos collares de la Orden (Crónica del Rey Don Juan el I, año 35, cap. CCLX).
Diego de Valera, uno de los caballeros de que hace mención Fernando de Pulgar, fue doncel o paje del Rey Don Juan el I. En el año de 1441 llevó a Borgoña una empresa, en la cual hizo armas con Jaques de Xalau, señor de Amavila; y concluidas que fueron honrosamente, el Duque Felipe de Borgoña le regaló una vajilla de cincuenta marcos de plata. Al mismo tiempo se combatió con Teobaldo de Rougemont, señor de Rufi, en el Paso que Pedro de Brecemonte, señor de Charní, arriba nombrado, mantuvo en las inmediaciones de Dijon (Ib., año 40, cap. CCCXII).
Según las memorias de Oliveros de la Marca, historiador borgoñón coetáneo (lib. I), Juan de Bonifaz caballero aragonés, llevó a Gante el año de 1441 una empresa que tocó Jacobo de Lalain, y sobre ella se combatieron a presencia del Duque de Borgoña. Las empresas (que regularmente se llevaban en obsequio de alguna dama) era una insignia o señal que traía el mantenedor, publicando anticipadamente las condiciones con que la defendía; y la señal de que algún caballero quería lidiar con el que llevaba la empresa era tocarla. Así se dijo en un romance antiguo:
Tate, tate, folloncicos;
de ninguno sea tocada,
porque esta empresa, buen Rey,
para mí estaba guardada.
En el combate que tuvo, según se dijo, en Valladolid, Jacobo de Lalain con Diego de Guzmán, recibió éste una herida en la frente, como se ve por las cartas del Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, que se la curaba (Centón epistolar, carta 98). Jacobo o Jaques de Lalain, caballero del Orden del Toisón y Camarlengo de Felipe, Duque de Borgoña, tercer abuelo del Emperador Carlos V, fue apellidado el Buen caballero. De sus lides y empresas de armas se da noticia en la Historia del Orden del Toisón, escrita por don Julián de Pinedo (tomo I, cap. VI). Murió de un balazo en el sitio del castillo de Pouckes, en Flandes el año de 1453.
De don Juan Pimentel, Conde de Mayorga, otro de los caballeros mencionados en la crónica del Rey don Juan el I, entre los que concurrieron a las referidas fiestas de Segovia del año 1435, escribe Fernán Gómez de Cibdad Real que se estaba preparando para ir a Francia o a Borgoña con una empresa y que ya tenía licencia del Rey para hacerlo, cuando murió en Benavente el año de 1437 (Centón epistolar, carta 70, Crónica del Rey don Juan, año 37, capítulo CCLXX).
Lope de Estúñiga, biznieto del Rey de Navarra don Carlos, y Diego de Bazán, nombrados también por Fernando de Pulgar, asistieron como mantenedores al Paso honroso de Suero de Quiñones.
Es de notar que el mote de la empresa común de los diez mantenedores de dicho Paso estaba en francés: il faut déliberer. También estaban en francés los versos de la empresa de oro que Suero de Quiñones llevaba al brazo: y francesa igualmente fue la fórmula con que el Rey de Armas y el Faraute indicaron el principio de las justas. Este idioma era el que se hablaba en la corte de los Duques de Borgoña, y Borgoña era el país clásico de la Caballería europea, que en tiempo de los Duques Felipe el Bueno y su hijo Carlos el Atrevido llegó a su mayor auge y esplendor. Allí acudían, como al teatro principal de la galantería y de los altos hechos de armas, los caballeros de todas las demás naciones que querían adquirir fama por su valor y proezas; allí se señalaron, como, hemos visto, Juan de Merlo, Gutierre Quijada, Juan Bonifaz y Diego de Valera; y no fue extraño que se llegase a mirar el idioma de la corte de Borgona como el más propio y adecuado para la Caballería y los ejercicios caballerescos.
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N-1,49,42. Quien tenía la noticia que aquí se da de las cosas concernientes a la Caballería era Cervantes, el cual, en este pasaje de la fábula, manifestó su vasta lectura en materia de nuestra historia, y la injusticia con que algunos de sus contemporáneos le llamaron, según dice don Tomás Tamayo de Vargas, ingenio lego.
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N-1,49,43. El año de 1494 se imprimió la Biblioteca de escritores eclesiásticos, compuesta por el Abad Juan Tritemío, y en ella tiene su artículo al año 830 el Arzobispo Turpín. Turpinus, dice, Archiepiscopus Remensis, Caroli Imperatoris Magni amicus et secretarius, vir in divinis scripturis eruditus, et in s祣ularibus litteris nibiliter doctus, carmine et prosa exercitatum habuit ingenium, pauperum advocatus, vita et conversationes Deo dilectus; qui se cun Carolo propriis manibus el armis sarracenos s祰e fatetur expugnasse. Scripsit eleganter Gesta Caroli Magni libris duobus. La obra que aquí se atribuye a Turpín se imprimió después en Basilea el año de 1574; pero mucho antes la había insertado ya, puesta en castellano, Nicolás de Piamonte en la Historia de Carlomagno, que publicó en Sevilla el año de 1528, y donde la cita repetidas veces.
El Abad Tritemio había expresado en su Biblioteca la opinión común de su siglo, pero era falso. Mucho tiempo después de la muerte de Juan Tilpín o Turpín, Arzobispo de Reims que floreció por los años de 770, se quiso autorizar con su nombre una vida que se escribió del Emperador Carlomagno. Juan Alberto Fabricio, en su Biblioteca alfabética de la Edad Media, la gradúa, conforme a la opinión general de los críticos, de obra posterior al año de 1000, y dice que la compuso un monje de las fronteras de Francia y España. Arnaldo Oihenart, en la Noticia de ambas Gascuñas, conjetura que se escribió en el siglo XI, y que el autor fue español (pág. 397); y Vosio la atribuyó al Papa Calixto I, que fue electo el año de 1119, y la escribió, dice, con el fin de extender la devoción al Apóstol Santiago y a la iglesia de Compostela. Pudo también, si así fue, tener la intención de promover la Cruzada de España, que fomentó equiparándola a la de Oriente, como se ve por los cánones del Concilio de Letrán, que celebró el año de 1123. No son estas todas las opiniones de los eruditos acerca del origen de la Historia de Carlomagno, atribuida al Arzobispo Turpín; algunos le dieron origen italiano. Lo que parece sumamente probable es que la mencionada historia hubo de escribirse antes de las Cruzadas, emprendidas por primera vez a fines del siglo XI, a las cuales no hace absolutamente ninguna alusión ni referencia, no obstante que por entonces era el negocio más ruidoso y el que absorbía toda la atención e interés de la cristiandad.
Cuando el Canónigo de Toledo dijo que quería creer todo lo que el Arzobispo Turpín escribe de los Doce Pares, habló, sin duda, no de la historia latina, donde es bien poco lo que se cuenta de sus acciones, sino de la castellana de Nicolás de Piamonte, que añadió a la de Turpín la batalla de Oliveros con Fierabrás, el Paso de la puerta de Mantibe y el asedio de la Torre de Floripes, donde estuvieron sitiados y a pique de perecer los Doce Pares hasta que los socorrió Carlomagno. Este libro, que, como dijimos, se imprimió el año de 1528 en Sevilla, se volvió a imprimir infinitas veces, andaba en manos de todos, y vino a ser como el libro de la infancia en España. Tradújose también en portugués por Jerónimo Moreira de Carballo, y tengo a la vista una edición de 1765 dedicada a Cristo crucificado.
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N-1,49,44. No habló con exactitud el Canónigo. Doce Pares no era título que se aplicase en particular a cada uno de ellos, como cuando se dice caballero de la Tabla redonda, o caballero de San Juan o de Alcántara, que son los ejemplos que ponía el Canónigo. Sólo se decía:
Uno de los Doce Pares
que a la mesa comen pan.
Así se lee en el romance antiguo de Baldovinos y en otros. Y se les dio el nombre de los Doce Pares por ser iguales o en dignidad o en valentía. En el capítulo XII de la historia latina de Turpín se leen los nombres de los principales jefes y capitanes de Carlomagno en número de treinta y dos, entre los cuales estarán sin duda los nombres de los que después se calificaron de Doce Pares en los romances. De ahí los copió con muchas variantes Nicolás de Piamonte en el capítulo XI de la Historia castellana del Emperador Carlomagno. De Roldán y Oliveros hizo mención el autor de la Crónica latina del Rey don Alonso VI de Castilla, escrita a mediados o poco después del siglo XI, y publicada por el Maestro Flórez (tomo XXI de la España sagrada), comparando con ellos al valiente Alvar Fáñez, compañero del Cid. Por donde se ve que en dicho tiempo había pasado ya la fama de aquellos dos paladines a la Península. En el siglo siguiente, Juan Lorenzo Segura, autor del Poema de Alejandro, refiere que este Príncipe eligió doce de sus capitanes y cortesanos, a quienes (Con evidente alusión a los de Francia) dice que
Pusiéronles después nombre los Doce Pares.
(Copla 296.)
Por lo demás, los Críticos convienen en que la institución de los Pares de Francia se atribuyó falsamente a Carlomagno, y que pertenece a los Reyes de la tercera raza, descendientes de Hugo Capeta.
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N-1,49,45. Parecía por esto que Don Quijote había citado antes a Bernardo del Carpio cuando mencionó al Cid Rui Díaz, pero no fue así. A la cuenta Cervantes, que no acostumbraba volver a leer lo que llevaba escrito, al contar la respuesta del Canónigo, supuso que Don Quijote lo había citado, como hubiera sido natural y propio del caso; y conforme a esto, reuniendo el Canónigo la mención del Cid y de Bernardo, dice que no hay duda en que existieron, pero que la hay muy grande sobre si hicieron las hazañas que se les atribuyen. Ha habido críticos menos indulgentes que el Canónigo. De la existencia del Cid dudó el Licenciado Gil Ramírez de Arellano, del Consejo Real, pero no tuvo quien le siguiese. En orden a sus hazañas, los críticos de mejor nota han mirado como sospechosas muchas de las que comúnmente se le atribuían. Con todo, la crítica del día empieza a ser más benigna y a mirar como creíbles sus aventuras, a pesar del carácter que tienen de extraordinarias. Respecto de Bernardo del Carpio, ya dijimos en otra ocasión que negó absolutamente su existencia Don Juan de Ferrara, contra cuyo dictamen la sostuvo con gran copia de argumentos el Maestro Berganza, aunque reconociendo las muchas patrañas vulgares que sobre Bernardo se encuentran en los romances antiguos castellanos y en la Crónica general, del Rey don Alonso.
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N-1,49,46. Esta expresión del Canónigo indica que en tiempo de Cervantes se mostraba la silla del caballo del Cid en la armería de los Reyes. Sería quizá alguna de las que aún existen en la armería Real; pero se habrá olvidado esta tradición, y en el día no queda en aquel establecimiento ni rastro de semejante noticia. Lo que añadió Don Quijote sobre la clavija del caballo de Pierres, que aseguró estar junto a la silla de Babieca y que era como un timón de carreta, hubo de ser añadidura suya, hija de su desarreglada fantasía, como otras que se han notado en ocasiones anteriores. El Canónigo la desmiente del modo culto y urbano con que habla en todos sus discursos.

[50]Capítulo L. De las discretas altercaciones que don Quijote y el canónigo tuvieron, con otros sucesos
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N-1,50,1. VUELTA AL TEXTO

















N-1,50,2. Cervantes pintó al vivo el acceso de locura en que a la sazón se hallaba Don Quijote, poniendo en su boca un discurso de expresiones animadas y vehementes, tan lleno de fuego como el bullente lago que describe, y cual pudiera prestársele dramáticamente en una ocasión semejante. El orador argamasillesco se deja arrastrar del estro que le domina, usa de verbos de presente, y trata de poner a la vista de su auditorio, como si en realidad lo estuviesen, el sitio y la aventura, primero espantable y después voluptuosa, que en aquel momento le dictaba su descompuesto cerebro.
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N-1,50,3. Siete Fadas me fadaron
en brazos de una ama mía,
decía la infantina en un romance viejo, que con otra ocasión se cito en las notas al capítulo V.
Fadas o Fées, como dicen los franceses, vienen a ser lo mismo que hechiceras o magas, y se les dio este nombre o a fondo, de donde deriva la voz Covarrubias, porque anunciaban lo futuro, o más bien de fauno, hado, lo que ha de ser fija e irrevocablemente, de donde bienhadado y malhadado. En la tragicomedia de Calixto y Melibea se llamó Hadas a las Pareas (acto XX), y de dos de ellas, Cloto y Laquesis, dijo el autor del antiguo poema de Alejandro que ordenan los fadas (copla 999), porque de ellas se creía que presidían especialmente al nacimiento, y señalaban a cada uno su buena o mala suerte. Y según un refrán antiguo, que se comprendió ya en la colección dei Marqués de Santillana, quien hadas tiene en cuna, o las pierde tarde o nunca. Se atribuyó con preferencia el ejercicio de la hechicería a las hembras, porque ya desde Circe y Medea se miró como más propio del sexo femenino. Hubo fadas blancas y negras según el Arcipreste de Hita, que dijo en la copla 713:
El día que vos nacistes, fadas albas vos fadaron;
y en la copla 798:
ààYo que por mi mal vos vi,que las más fadas negras non se partan de mí.
Menciónanse también las fadas en los libros caballerescos. De la Sabia del lago de las Tres fadas se habla en la historia de Palmerín de Inglaterra (lib. I, cap. LI). En la de Gerardo de Eufrates se refiere que el enano Berfunes, Rey de Mondurán, halló en la isla de Rosaflor a Orianda, Reina de las fadas, y entre éstas se nombra a Marfuria, a su hija Francelina, a Presino y a la famosa fada Morgaina, hermana del Rey Artús (lib. I, capítulos V, VI y VI), y hermana también de la fada Alcina, de cuyos engaños y artificios para enamorar a Rugero trató largamente Ariosto en su Orlando (libs. VI, VI y VII). Por último, en la historia de Palmerín de Oliva se cuenta que habiéndole encontrado mal herido tres fadas de resultas de su pelea con la sierpe que guardaba la fuente de la montaña Artifaria, se dolieron de él: y luego dijo la una dellas: yo quiero ser la maestra (cirujana) de Palmerín, y sanarle de sus llagas... La otra dijo: pues yo quiero encantalle de tal suerte, que de aquí adelante ningún encantamiento le pueda empecer ni comprehender. La otra dijo: pues vosotras le facéis tanto bien, yo le quiero facer otro servicio, del cual será bien contento: encantarle hé de tal suerte que la primera vez que vea a su señora Polinarda, la encienda en tan demasiado amor, que jamás lo pueda olvidar por cuitas que por él pase. E así como estas fadas lo dijeron, así lo pusieron en obra, cada una lo que dijo (cap. XVI).
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N-1,50,4. Temerosa no está en la acepción que otras veces tiene de tímida o atemorizada, sino de temible o atemorizada. Poco antes se dijo en el mismo sentido el temeroso lago. El adjetivo temerosa, aplicado a personas, significa el temor que padecen; y aplicado a cosas, el temor que infunden.
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N-1,50,5. O lago ferviente, como se llamaba el de la ínsula de Mongaza, donde había un ídolo al cual el gigante Famongomadán, señor de la ínsula, sacrificaba las doncellas que podía haber a las manos, según se cuenta en el libro de Amadís de Gaula (caps. LV y LXVII). En el de don Policisne de Boecia se hace mención de un lago ardiente, donde un mágico llamado Granadar del Antiguo saber, encantó a Carinda, hija del Emperador de Persia, con mil doncellas suyas. Había en medio del lago una boca a manera de pozo, y por ella asomaba una enorme mano, que de rato en rato echaba en el lago unos polvos con que se avivaba la llama. Al cabo del lago había un batel, y a la orilla un padrón que decía: El que la hermosa Clarinda quisiere desencantar vaya con este barro y entre dentro en el pozo, a do, si esfuerzo y corazón ha de la sacar do encantada está, se la darán por mujer (cap. LXX).
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N-1,50,6. Algunas circunstancias de las descritas aquí por Don Quijote se parecen a las de la aventura de Rogel de Grecia cuando probó la del Alto raqueado, y desencantó a Amadís y a Oriana, según la historia de don Florisel de Niquea (par. II, cap. LXXXVII). Allí se cuenta que este Príncipe, llegado a la cima de una altísima peña, halló una espantosa boca de fuego, de donde salían con estruendo las llamas envueltas con espeso humo, de suerte que parecía boca de infierno. Y animado de cierta profecía, con un denodado temor, puesto su yelmo y embrazado su escudo, su espada desnuda en la mano, a todo correr se lanza en la sima... Parescióle que en un hondo piélago de agua se había lanzado, y que con el peso de las armas los pies hacia abajo fuese hasta llegar al suelo; y como los pies en tierra puso, él se halló en un hermoso prado.
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N-1,50,7. Como aconteció a Eneas y a su compañera la Sibila, que pasadas las moradas nifernales.
Devenere locos l祴os et am祮a vireta...
Lagior hic campos 祴her et lumine vestit.
Purpureo
.
(Eneida, lib. VI.)
En la descripción que sigue de la Floresta apacible, se habla del no aprendido canto con que la alegran los pajarillos, y que recuerda lo de Fr. Luis de León en la oda sobre la vida solitaria:
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido.
Ya antes había dicho Garcilaso.
Y las aves sin dueño
Con canto no aprendido
Hinchen el aire de dulce armonía.
(Egloga I.)
Se dice que los pajarillos van cruzando por los intricados ramos. Intricados dijo también Cervantes en varios lugares de sus obras, y lo mismo hicieron otros buenos escritores de su tiempo. El uso actual prefiere intrincados, apartándose del origen latino, que es tric祥, enredos, embrollos.
Algunas de las frases de Don Quijote en este pasaje recuerdan otras de las que se leen en una descripción hecha en la historia de don Olivante de Laura. Habiendo penetrado este caballero, después de muchas dificultades y combates, en la casa de la Fortuna, no cosas humanas, más celestiales, se comenzaron a mostrar dentro: ningún género de deleiteàà faltaba; la noche se venía acercando, mas ninguna mengua la claridad y luz del resplandeciente sol allí hacía... Comenzóse a mostrar dentro de aquel muro un espacioso y florido campo en el cual todos losàà árboles y hierbas en que algún olor y virtud hay encubierta no faltaban... en ellos estaban aposentados aves de diversa y extraña hechura y colores, las cualesàà hacían con sus harpadas lenguas dulces cantos y sabrosa armonía..., y finalmente, ninguna cosa pudo producir la naturaleza para contentamiento de los mortales, que en aquel campo no se hallase (libro I, cap. VI).
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N-1,50,8. Variado, es decir, manchado de diferentes colores, adjetivo correspondiente al latino variegatus, o más b en a versicolor, como el jaspe lo es comúnmente, y aun por eso se llama jaspeada la superficie que está pintada con listas o manchas irregulares de colores diversos. Es acepción menos común que las otras en que suele usarse variado, y en que equivale a diferenciado, mudado, hecho de otra manera, compuesto de partes diversas entre sí. En esta se usa después dentro del mismo período, cuando se dice que las conchas de las almejas y caracoles con los pedazos de cristal y contrahechas esmeraldas hacen una variada labor.
Háblase después de otra fuente a lo brutesco ordenada. Brutesco es vocablo que se usó en vez de rústico o grosero por Cristóbal Suárez de Figueroa en su Plaza universal de ciencias y artes, por Francisco de Cascales en los Discursos de Murcia y su reino, y por don Francisco de Quevedo, que describiendo la fachada de los locos de amor, dice: estaban mil triunfos de amor imaginados de medir relieve, que juntamente con muy graciosos brutescos hacían historia y ornato. Otros escritores dijeron grutesco, palabra que, como ya observó Covarrubias, se dijo de gruta, y es cierto modo de pintura remedando lo tosco de las grutas.
Así la usaron don Antonio Palomino en su Museo pictórico y Lope de Vega en la Justa poética de San Isidro, y antes el otro Lope de Rueda en el monólogo del lacayo Gargullo, inserto en su comedia Medora. Ahora decimos con leve alteración grotesco, y así la fuente ordenada a lo brutesco sería grotesca, esto es, hecha de adornos caprichosos y rústicos, como son las grutas de las montañas. Lo que confirma la explicación que sigue de los ornatos de la fuente, colocados sin orden, o como dice el mismo Don Quijote, con orden desordenada, imitando el arte a la naturaleza.
Tanto brutesco como grutesco y grotesco se hallan unas veces como adjetivos y otras como sustantivos. En el párrafo presente está como adjetivo.
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N-1,50,9. Carbunco o carbunclo es el rubí, y se deriva del latino carbunculus, porque su color lo asemeja a un carboncillo encendido Dice Diego de Valera, en su Crónica abreviada de España, que dedicó a la Reina Católica: "El carbunclo es la piedra más preciosa e de mayor valor, según dice Beda en el catorceno libro De naturis rerum. El cual dice que son tres maneras de carbunclos: la primera es a tanto luciente, que la noche face tan claro como el día; la segunda es rubí; la tercera es balax. E dice que estas piedras son de mayor perfección en Libia que en ninguna otra parte del mundo" (parte I, cap. I).
Entre las creencias vulgares de aquel tiempo se contaba, como se ve por el precedente pasaje de Valera, la luz propia y natural del carbunco; conforme a lo cual se dijo también en el romance viejo del pagano Bobalias, describiéndose su campamento junto a Sevilla:
En el campo de Tablada
su real había sentado
con trescientas de las tiendas
de seda, oro y brocado.
En medio de todas ellas
está la del Renegado:
encima en el chapitel
estaba un rubí preciado:
tanto relumbra de noche
como el sol en día claro.
La misma idea encontramos en las poesías del Arcipreste de Hita al describir la tienda del Amor (copla 1242):
En la cima del mastel una piedra estaba. (creo que era rubí); al fuego semejaba:
non había menester sol, tanto de sí alumbraba.
No eran muy depuradas y exactas las noticias que largos tiempos después, a fines del siglo XVI, tenía Gaspar de Morales, boticario de Paracuellos, autor de un Libro de las virtudes y propiedades de las piedras preciosas.
Entre las virtudes del carbunco cuenta que purifica el aire, reprime la lujuria, quita los malos pensamientos y concilia las riñas de los amitos. Dice que en la oscuridad da luz y que le comunica su actividad la estrella fija llamada Aldebaram. Finalmente, hace mención de un admirable carbunco de la santa iglesia de Toledo, otro en la de Valencia, y otro del Rey don Felipe I, que estimaba en cien mil ducados (Iibro I, cap. XIV).
La vulgaridad acerca de la luz propia de que hizo mención San Isidoro en sus Etimologías (lib. XVI, cap. XIV) (tan antigua era), le proporcionaba al carbunco fácil y natural entrada en las maravillosas relaciones de la historia andantesca. En la del Caballero del Cisne se lee del yelmo de Godofre de Bullón, que había en derredor del muchas piedras preciosas e de gran virtud: e encima de la cabeza tenía una carbúncula que daba muy gran claridad (Gran Conquista de Ultramar, libro I, cap. CLI). Habiendo don Belianís vencido y muerto al Emperador de Babilonia Bandenazar, que estaba largo tiempo había encantado en Egipto, le tomó un anillo que traía puesto en la mano derecha que jamás viera otra cosa más rica, que tenía una pequeña piedra de un carbunclo, que daba de sí tal resplandor, como cuatro hachas encendidas dar pudieran (Belianís, lib. I, cap. XLI). Todavía era mayor el resplandor del carbunco de que hizo mención Luis Barahona de Soto en su Angélica, describiendo el campo asentado alrededor de la roca de Albraca (canto 10):
La tienda principal, que es de brocado,
Do la hermosa Emperatriz estaba,
Un gran carbunclo en medio trae engastado
Que como el sol dos millas alumbraba.
He aquí otra tienda como la de Bobalias, de donde probablemente lo tomó Luis Barahona.
El castillo o alcázar que va pintando Don Quijote estaba formado de diamantes, carbuncos, rubíes, perlas, oro y esmeraldas, a la manera del castillo o alcázar de la Fortuna descrito en la historia de Olivante (lib. I, cap. IV), que también era todo labrado de diamantes, rubíes, esmeraldas, jacintos, carbunclos, topacios y otras infinitas maneras de piedras preciosas. En el Satreyano de Martín Caro del Rincón se encuentra asimismo una torre fabricada de margaritas, y la puerta cerrada
Con un cerrojo y llave de diamante.
(Canto 31.)
Los autores caballerescos, y a su imitación Don Quijote, como que les costaba poco, cargaban la mano en esto de la pedrería.
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N-1,50,10. La Maga Cirfea, Reina de Argines, fabricó un encanto que se describe en la Historia de Amadís de Grecia (parte I, cap. XLVI), y tiene alguna semejanza con el del Lago ferviente de Don Quijote En cierta ocasión el Caballero de la Ardiente Espada, después de oír ruidos espantosos, ""se halló cabe un grande lago, en el cual estaban metidas todas aquellas serpientes que los bramidos y suyos daban, las cuales, trayendo las cabezas fuera del agua, sacudían sus alas tan fuertemente, que el agua hacían subir tan altaàà que mil torres se hacían y deshacían. Al borde de la laguna estaba un padrón de mármol, en el cual estaba una llama de fuego que toda la laguna muy clara hacía parecer. A él estaba atado un barco con solo seis remos, y en medio del gran lago parecía una torre de gran resplandor que salía: en el padrón estaban unas letras que decían: Por las grandes afrentas caminan a las soberanas glorias... Acabadas de leer las letras, Amadís de Grecia, sin ningún temor, entró en el barco y comenzó a guiallo a la gran torre que en medio del lago parecía; el cual como comenzó a caminar, aquellas serpientes todas... comenzaron a hacer tanto ruido y a levantar el agua del, que parecían las ondas grandes sierras de agua; todas se llegaban al barco, pareciéndole querer derribar, y algunas con sus colas le daban tan fuertes golpes, que parecía quererle trastornar... Como a ella (la torre) llegóàà entró por las puertas del castillo... Estabaàà en una rica silla una Reina extremadamente hermosa... Parecía estar atravesada con una espada, que el pomo y puño eran tan ricos que de ningún precio estimaban... Amadís de Grecia, no teniendo espada... trabó tan recio por la que la Reina tenía, que toda la sacó; y como fue sacada, la Reina tomó en el su acuerdo, y el ruido de los gigantes bramidos y silbos luego cesó. Y no tardó cuando vieron entrar por la puerta de la cuadra una compañía de muy hermosas doncellas y caballeros... Y salidos, no vieron el lago que antes estaba: antes vieron un prado de muy lindas flores y hierba verde, el cual antes parecía un lago; y las serpientes que por él andaban eran aquellas señoras y caballeros.""
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N-1,50,11. Expresión con que se solía ponderar el valor de alguna cosa. Así se hizo en el romance antiguo del Conde Claros, al cual su camarero
Diérale un manto rico
que no se puede apreciar...
Tráele un rico caballo
que en la corte no hay su par,
que la silla con el freno
bien valía una ciudad.
Y en el otro romance del Palmero se dice:
De Mérida sale el Palmero,
de Mérida esa ciudade...
Una esclavina trae rota
que no valía un reale,
y debajo traía otra,
bien valía una ciudade.
(Cancionero de romances: Amberes, año de 1555.)
El autor del Poema de Alejandro pondera de esta suerte la riqueza de traje con que aquel Príncipe se armó caballero (coplas 79 y 81):
Valía tres mil marcos o más la camisa,
el brial non sería comprado Genua ni por Pisa,
non sei al manto dar precio por nula guisa...
Cualquier de los zapatos valía una cidat,
Las calzas poco menos, tanto habían de bondat.
Lo mismo sucede en los libros caballerescos. Hablándose en Tirante el Blanco de la bella Inés, hija del Duque de Berri, se dice: Questa galante donna si vestiva di robe che valevano il prezzo d′ una cittàà (parte I, capítulo XIX).Bowle añade otros ejemplos.
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N-1,50,12. No le ocurrió a Don Quijote materia más preciosa de que pudiese hacerse una silla, o se acordó de las sillas curules de los Magistrados romanos, que eran de marfil, o del escaño del Cid, que, según dicen, era de la misma materia, o de la silla, también de marfil, en que estaba sentada la Infanta Floripes cenando con los caballeros de Carlomagno, a quienes había sacado de la prisión en que los tenía su padre el Almirante Balán (Carlomagno, cap. XXVI).
En la Gran Conquista de Ultramar se hace también mención de sillas de montar de marfil, que por cierto no serían de las más cómodas. Se querría decir que estaban adornadas de embutidos de marfil, y lo mismo serían las otras de que se ha hablado anteriormente.
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N-1,50,13. Después de haber vencido Tirante el Blanco a Tomás de Montalbán en la corte de Inglaterra, lo desarmaron cuatro doncellas que le habían acompañado a la liza; y se vistió un manto de brocado forrado de martas cebellinas que le dio el Rey, el cual le hizo cenar consigo; después hubo sarao, que duró hasta cerca de ser de día (Tirante, parte I, cap. XXVII).
Los dos ancianos caballeros Moncano y Barbarán, que de parte de Daraida llevaban el pellejo de la bestia Cavalión a la hermosa Princesa Diana, se alojaron en su castillo de la ínsula de Guindaya, propio de una dueña, cuyas doncellas les sirvieron a la mesa (Florisel, parte II. cap. LXXVI).
Mientras el Príncipe Agesilao y su esposa estuvieron encantados en el castillo de La Duquesa de Baviera, eran obsequiados con músicas, regalados con muchos y diversos manjares, y servidos en todo por doncellas; mas las doncellas cosa no decían ni respondían de cuanto les preguntaba, mas de hacer su servicio con mucha majestad y reverencia (Ib., cap. CXLII).
Refiérese en la historia de Morgante, escrita por Pulci y traducida al castellano por Jerónimo Auner, que en el palacio de Antigonia, maga que estaba enamorada de Reinaldos (lib. LI, cap. LXXVI), dos damas con mucho acatamiento quitaron a Reinaldos el yelmo de la cabeza, y después de haberle limpiado la cara con una delgada tohalla de Holanda toda labrada, le pusieron encima de la cabeza una hermosa gorra de terciopelo negro con una riquísima medalla de oro, en que estaban muchas diversas piedras preciosas en ella engastonadas, que de inapreciable valor era estimada y apreciada. Eso mismo le cubrieron con una ropa a la francesa, cortada de terciopelo negro y enforrada en brocado raso, que muy hermosa era. Y luego después de sentado a la mesa, fue traído de comer muy abundantemente... Antigonia y Floreta servían, la una de maestresala y la otra de trinchante... fue en aquella mesa servido de tanta diversidad de manjares preciosos, odoríferos y aromáticos vinos, cuales en corte del Emperador Carlos en ningún tiempo tantos comiera, ni viera, ni menos oyera. Y después de haber comido y levantadas las mesas, vinieron muchas damas con diversos instrumentos de música, que maravilla era de las oír tañir y cantar, que en otra cosa allí en aquella extraña tienda no se entendía silla en festejar a Reinaldos; ca damas valencianas (el traductor de Pulci era valenciano) no le supieran mejor regalar.
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N-1,50,14. Personaliza aquí Cervantes al apetito, y le introduce dudando a cuál de los manjares presentes alargaría la mano. Don Vicente de los Ríos elogió en su Análisis esta expresión que con efecto es feliz y digna del ingenio de Cervantes.
Don Antonio de Capmani, en el Teatro de la elocuencia española, copia, entre otros trozos escogidos del QUIJOTE, el que precede desde si no, dígame: +hay contento mayor, etcétera, que contiene en su mayor parte la descripción que hace nuestro hidalgo de la aventura del Lago ferviente. Mas sin perjuicio del mérito de este pasaje, pueden notarse algunos defectos que recorreremos ligeramente. Dícese al principio como si dijésemos, aquí ahora se muestra un gran lagoàà y que andan nadando y cruzando por él, etcétera. Estuviera mejor: un gran lago, donde andan nadando, etc.; porque la partícula que supone que precede un verbo determinante, y no lo hay. Lo propio sucede poco después cuando se dice, y que de medio del lago sale, donde sobra igualmente la partícula que, y lo mismo se repite después del pregón de la voz tristísima, y que apenas el caballero, etc. En los tres casos está de más la partícula que; o es menester añadirla al principio a continuación del verbo dijésemos, el cual sería entonces el verbo determinante que se echa de menos.Se halla entre unos floridos campos; mejor: en unos floridos campos, porque se pudiera estar entre los campos y estar fuera de ellos. El sol luce con claridad más nueva es pleonasmo, porque si la claridad es nueva, es mayor que la anterior y sobra el más.Floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, la rima de floresta y compuesta es viciosa en el lenguaje prosaico.+Hay más que ver, después de haber visto esto, que ver salir, etc. El verbo ver se repite tres veces en menos de un renglón. Y llevarle sin hablarle, otra consonancia viciosa.Finalmente, dentro, del rico alcázar: la acción de llevarle no pasa dentro, sino fuera del rico alcázar, y debiera decirse al rico alcázar, o por lo menos adentro del rico alcázar. Entre dentro y adentro hay la misma relación que entre donde y adonde; los adverbios dentro y donde indican el lugar en que, adentro y adonde el lugar a que.
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N-1,50,15. Cual parece errata en lugar de que según lo persuade el tenor que vienen observando las expresiones anteriores: +qué es ver pues, etcétera?, +qué el verle echar agua a manos?, +qué el hacerle sentar?, +qué verle servir?, +qué el traerle tanta diferencia de manjares? +Qué será, debiera decirse, oír la música, etc? Además, el pronombre cual no concierta con nombre alguno, como lo exige la naturaleza de este relativo, no yendo precedido del artículo neutro, y como sucedería si se dijese: +cuál será el gusto de oír la música, etc.?
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N-1,50,16. La conjunción y, que sobra, o por lo menos no es necesaria antes del quizá, se echa menos y hace falta antes de entrar. Debiera decirse: y después de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, quizá mondándose los dientes, como es costumbre, y entrar a deshora por la puerta, etc.
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N-1,50,17. La voz tristísima que salió del medio del lago, según se dijo arriba, había anunciado al atrevido caballero que vería las altas maravillas de los siete castillos de las siete Fadas; y sólo se cuentan las del uno. Don Quijote habló como loco, y Cervantes anduvo muy cuerdo en no prolongar la relación de
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N-1,50,18. +Cómo es posible que cualquiera que lea este pasaje no tropiece en una repetición tan desaliñada?
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N-1,50,19. Según resulta de la conversación de Don Quijote con Vivaldo en el capítulo XII de esta primera parte, es de esencia que todo caballero andante sea enamorado y según el Arcipreste de Hita Juan Ruiz:
El amor fas sotil al orne que es rudo,
fásele fabrar fermoso al que antes era mudo,
al ome que es cobarde fáselo mui atrevudo,
al peresoso fase ser presto et agudo.
(Copla 146.)
En otra ocasión estaba de mal humor y talante el mismo Arcipreste, y le decía al amor
Das muerte perdurable a las almas que fieres,
das muchos enemigos al cuerpo que requieres,
fases perder la fama al que más amor dieres,
a Dios pierde y al mundo, amor, el que más quieres...
Natura has de diablo; a do quier que tu mores
fases temblar los ornes e mudar sus colores,
perder seso e fabla, sentir muchos dolores,
traes los ornes ciegos que creen en tus loores.
A bretador semejas, cuando tañe su brete,
que canta dulce con enganno, al ave pone aveite
fasta que le echa el laso, cuando el pie dentro mete,
asegurado matas, quítate de mí, vete.
(Coplas 389, 395 y 396.)
En el Sermón de Amor, punto I, dice Diego de San Pedro, escritor y poeta castellano del siglo XV: Conviene a todo enamorado ser virtuoso, en tal manera que la bondad rija el esfuerzo, y el esfuerzo acompañe la franqueza, y la franqueza adorne la templanza y la templanza afeite la conversación, y la conversación muestre buena crianza, por vía que las unas virtudes de las otras se alumbren; que de semejantes pasos se suele facer la escalera, por do suben los tristes a aquella bienaventurada esperanza que todos deseamos (Cárcel de Amor, edición de Venecia en 1553, fol. 63 vuelto).
Las ventajas o desventajas del estado de amante fueran buen asunto para ventilado en las Cortes de Amor, que se celebraban frecuentemente, como refiere la historia, en diversas provincias de Francia durante la Edad Media: tribunales compuestos de damas, y más severos que temibles, como dice un moderno, donde se agitaban las cuestiones y se pronunciaban los arrestos de Amor conforme al espíritu dominante de aquellos siglos. Un ensayo de ello se hizo en el libro IV de la Galatea de nuestro Cervantes, donde a presencia de los pastores de Henares disertaron Tirsi en pro y Lenio en contra del Amor. Don Quijote, como caballero andante, seguía la opinión favorable.
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N-1,50,20. Ahora diríamos inhabilitado para y no inhabilitado de.----Poco ha se dijo: y no me siendo contraria la fortuna; ahora diríamos no siéndome, etc.
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N-1,50,21. Alusión a lo de Santiago en su epístola católica, capítulo I, versículo XXVI: Sicu enim corpus sine spiritu mortuum est ita et fides sine operibus mortua est.
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N-1,50,22. Dase a entender que Sancho no había estado presente al coloquio anterior del Canónigo con Don Quijote, y que sólo llegó a tiempo de oír las últimas palabras de éste. Así convino que fuese para evitar el peligro de que Sancho, oyendo el parecer y razones que el Canónigo había alegado en el coloquio precedente, no titubease en la creencia que hasta entonces daba a las opiniones de su amo acerca de la existencia de la Caballería: creencia que era necesaria para que continuasen con verosimilitud los sucesos de la fábula.
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N-1,50,23. Aún es mas común decir como un Príncipe: expresión ambas que indican el descanso, la holgura, las delicias en que se supone (bien o mal) que viven los Duques y Príncipes.
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N-1,50,24. Sorites o especie de ovillejo graciosísimo de Sancho, el cual concluye su razonamiento con la formula ordinaria de dos que se despiden para volver a verse, atribuida festivamente a dos ciegos.
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N-1,50,25. Según el contexto, estas palabras dirigidas a Sancho deben atribuirse al Cura o al Canónigo, pero se omitió el expresarlo así. Bowle suplió la falta añadiendo en el texto: dijo el Canónigo, y Pellicer indicó en una nota que aprobaba la adición. Pero fuese el Canónigo o el Cura, se extraña la familiaridad del tratamiento con que se habla a Sancho, a quien en otras ocasiones trata de vos el Cura; y aun lo mismo parece que debiera hacer el Canónigo, por serle Sancho menos conocido, y porque así lo hizo con el cabrero, a quien trata de vos en adelante dentro de este mismo capítulo. En la edición de 1608, hecha a vista de Cervantes, se quiso enmendar esto, poniendo en boca de Don Quijote la expresión no son malas filosofías ésas, como tú dices, etc.; pero no puede ser suya, porque no está de acuerdo con lo demás que sigue. En lo que viene después, la misma edición añadió algunas expresiones que no se hallan en las primitivas de Madrid del año 1605 y esta fue la mayor novedad que hizo Cervantes en la edición de 1608, de que cuidó al parecer por sí mismo, aunque dejándola a veces peor que estaba. En la presente se ha seguido el texto adoptado por Pellicer, que es el que presenta menos inconvenientes, con la añadidura de Bowle, que es necesaria para la claridad.
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N-1,50,26. No dice la historia de Amadís de Gaula que a su escudero Gandalín lo hiciese Conde, sino Señor de la ínsula Firme capítulo XLV). Las Sergas de Esplandian añadieron que le hizo Conde de las tierras que habían quedado de Arculaus el encantador (capítulo CXL); y la crónica francesa de don Flores de Grecia le llama Conde de Denamarca (lib. I, cap. LXXXIX). Sería porque casó con la doncella de Denamarca, como cuentan las Sergas sobre las mercedes que los caballeros andantes solían hacer a sus escuderos. Pueden consultarse las notas al capítulo VI de esta primera parte.
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N-1,50,27. Eran, con efecto, concertados entre sí, y conformes al sistema de locura que se había apoderado del cerebro del pobre caballero. En la locura cabe también unidad, y sin ésta no hubiera podido forjarse un carácter sostenido y constante, cual correspondía al héroe de la fábula. Sus acciones y sus palabras debieron ser arregladas a las máximas y principios que con juicio o sin él profesaba, guardando consecuencia con los errores de donde procedían. En este caso los disparates, aunque lo sean realmente en sí mismos, no lo son unos respecto de los otros, y así les conviene el nombre de disparates concertados.----Cervantes, para salvar la especie de contradicción que al pronto ofrecen concertados y disparates, añadió entre paréntesis, en la edición de 1608, disparates sufren conciertos. En esta frase se observa la omisión del artículo, como sucede en los refranes Dádivas quebrantan peñas, Duelos serenos con pan son buenos, Buen corazón quebranta mala ventura, y otros infinitos, en que la omisión hace la frase más ligera, y le da el carácter de abstracción y generalidad que restringe el artículo. Primor de la lengua castellana, que tiene también la griega, y de que carece la latina.
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N-1,50,28. No discurro a qué viene la calificación de pensadas que aquí se aplica a las mentiras de los libros caballerescos. Aun si se hubiera dicho mal o poco pensadas, fuera más fácil el entenderlo.
En el Viaje al Parnaso (cap. II) se dice hablando de Apolo:
Y luego vuelve el majestuoso paso,
y el escuadrón pensado y de repente
le sigue por las faldas del Parnaso.
Tan oscuro es el pensando en el Viaje como en el QUIJOTE.
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N-1,50,29. Cervantes, en su empresa de desterrar la lectura de los libros de Caballerías, se valió como de instrumento principal del arma del ridículo: mas no por eso omitió emplear otra aunque menos eficaz, que es la de la razón, tirando a manifestar por su medio lo monstruoso y absurdo de tales libros, siempre que el contexto del suyo presentaba ocasión oportuna. Así lo hizo al capítulo XII en la conversación con Vivaldo, donde entre chanzas y veras se hicieron reparos contra la existencia de los caballeros andantes, y sobre la inmoralidad de la conducta que se les atribuye en sus historias. Se continuó el mismo asunto en el capítulo XXXI, cuando con motivo de haber encontrado el Cura en la venta las historias de don Cirongilio, de Félix Marte y del Gran Capitán, quiso desengañar al ventero y a su familia, dándoles a entender las ventajas que llevan las historias verdaderas a las de Caballerías. En el capítulo XLVI, refiriéndose la conversación que tuvieron el Canónigo y el Cura, se estrechó más el ataque, haciéndose demostración de lo grosero, inverosímil y disparatado de las relaciones andantescas; y, finalmente, en el capítulo XLIX se tomó el empeño más de propósito, embistiendo de frente al error, y tratando de convencer a Don Quijote. Encomendó Cervantes el sermón a un eclesiástico erudito y discreto, a quien por su estado sentaba bien el caritativo intento de sanar la locura de nuestro hidalgo. Para ello emplea el Canónigo con mucha dulzura y prudencia las razones más acomodadas al carácter y condición del enfermo, y éste le contesta alegando, no sólo cuanto le sugería su mucha aunque desarreglada lectura en defensa de la negra y pizmienta Caballería, sino también los motivos en que pudiera fundarse el crédito que se daba vulgarmente a sus libros, es decir, que alegó cuanto en favor de su causa pudieron alegar la preocupación y la ignorancia, los que leen y los que no leen. Respondió el Canónigo, como se ha visto, a las razones históricas, pero dejó sin respuesta los pretextos ridículos del ínfimo vulgo, sin empeñarse en concluir a Don Quijote, ni en hacerle confesar su locura. Cervantes procedió con mucha discreción y juicio en levantar a este tiempo la mano del asunto, porque su propósito no era convencer a Don Quijote, sino a sus lectores, y a éstos hubiera sido ofenderlos tratarlos como a locos.
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N-1,50,30. Son que sonaba: repetición o redundancia que se hubiera evitado con decir: oyeron una esquila que sonaba.
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N-1,50,31. Amiga de andar por cerros, de andar vagando por parajes ásperos y escabrosos como son los cerros y barrancos. Aquí está usada esta palabra en sentido recto; Fr. Luis de Granada la usó en metafórico, cuando dijo (capítulo XXVII, de la Escala espiritual): mas si lo dejares (al pensamiento) andar cerrero y suelto por donde quisiere, nunca lo podrás tener contigo.
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N-1,50,32. Distinto por instinto, palabra estropeada por la gente rústica, y que sin embargo se pone aquí en boca del Canónigo, y al capítulo XXI se puso en la de Don Quijote, ninguno de los cuales puede ciertamente calificarse de rústico ni de prevaricador del buen lenguaje, como se llamó alguna vez a Sancho. El mismo Sancho, en su diálogo con Tomé Cecial decía, como se cuenta en la segunda parte (cap. XII): no será bueno que tenga yo un instinto tan grande, etcétera. Cervantes, según esto indica, prefería distinto a instinto, y consiguiente a esto en su novela del Coloquio de los perros hizo decir a Berganza: algunos han querido sentir que tenemos (los perros) un natural distinto, tan vivo y tan agudo en muchas cosas, etc. No fue sólo Cervantes. Juan Mateos, ballestero mayor del Rey Don Felipe IV, usó constantemente de la palabra distinto, en su libro del Origen y dignidad de la caza, impreso el año de 1634 (capítulos LI, LXI y otros).
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N-1,50,33. Antiguamente se dio el nombre de animalias en general a los animales. De animalia se formó por metátesis alimania, y de alimania se dijo alimaña, como de Hispania se dijo España, de Sardinia Cerdeña, y de Alemania Alemaña.
Cervantes usó algunas veces de este nombre, aplicándolo al Rucio y a Rocinante; pero solía darse con especialidad a los animales silvestres y montaraces, como lo hizo Garcilaso en la Flor de Guido:
Si de mi baja lira
tanto pudiese el son, que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento,
y la furia del mar y el movimiento;
Y en ásperas montañas
con el suave canto enterneciese las fieras alimañas,
los árboles moviese;
y al son confusamente los trajese, etc.
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N-1,50,34. El Cura hablaba burlándose; pero el cabrero hubo de entenderlo, y contestó que si las cabañas no encierran filósofos, a lo menos acogen hombres escarmentados. Por lo demás el cabrero no era de los que ahora se usan Sino sobradamente culto; empleaba sentencias y figuras en su lenguaje, tenía noticias de los libros caballerescos e imitaba a Virgilio, según veremos en los capítulos siguientes.
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N-1,50,35. Con efecto, no había gran motivo para que el cabrero contase su historia a unos pasajeros a quienes no conocía sino de haberlos encontrado casualmente en el campo. Cervantes quiso prevenir el cargo con esta salva, que ciertamente no alcanza a dejar satisfecho el ánimo del lector. El cuento del pastor Eugenio no tuvo al parecer otro objeto que preparar la escena de los mogicones de Don Quijote, y su batalla con los disciplinantes que se refieren en el capítulo LI, y reanimar de esta suerte la relación del viaje, que entorpecida con los diálogos y discursos que preceden, había perdido la rapidez y movimiento que le convenía al concluirse.
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N-1,50,36. Don Quijote vuelve al tema, y esto cuadra bien con su carácter. Pero estas mismas prevenciones y excusas indican que Cervantes conocía la poca conexión y dependencia del episodio del pastor Eugenio con la acción principal de su fábula.
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N-1,50,37. Según la traza de esta expresión, parece fórmula tomada de algún juego. +Podrá ser del de calientamanos al sacar la suya el que la tiene debajo?----Sancho no tenía gana de oír cuentos, y prefería irse al arroyo a cebarse con libertad en la empanada y hartarse por tres días, esto es, para tres días, conforme la advertencia, que en las notas anteriores se ha hecho alguna vez, de que en lo antiguo solían usarse el por y el para promiscuamente.
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N-1,50,38. Pedantería de Sancho, que habla cual si estuviera muy ducho en la lectura y noticias de los libros caballerescos, y supiera muchos ejemplares de escuderos consumidos y muertos de hambre. Cervantes hace reír al lector a costa de Sancho: y todavía será mayor la risa si al lector le ocurre que Sancho habla, como indican al parecer sus palabras, de un sólo hombre que se queda hecho carne momia muchas veces.
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N-1,50,39. Por apero unas veces se entiende el aparato o conjunto de instrumentos propios para la labor del campo o el pastoreo de los ganados; otras el aprisco o majada donde suelen los ganados recogerse por las noches. Esto último es lo que aquí significa.

[51]Capítulo LI. Que trata de lo que contó el cabrero a todos los que llevaban a don Quijote
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N-1,51,1. La repetición del más, tan fácil de evitar diciendo pero lo que le hacía más dichoso, prueba lo que tantas veces se ha notado acerca de la negligencia con que Cervantes escribía. Con igual desaliño decía Sancho hablando con su amo en el capítulo XXV: no estoy tan loco, mas estoy más colérico.----La circunstancia de que lo principal para la felicidad del labrador era tener aquella hija, recuerda la expresión del capítulo XXVII de esta primera parte, cuando al principiar su historia contaba Dorotea que la mayor riqueza y nobleza de que sus padres se preciaban, era de tenerla por hija.
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N-1,51,2. Esto es, imagen milagrosa, o célebre por los milagros que se atribuyen a su intercesión, cuales suelen ser comúnmente las que dan ocasión a romerías y concursos de peregrinos.
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N-1,51,3. Este pastor no era modesto. Se alababa de ingenioso, y realmente ya había dado muestra de ello desde el principio de su discurso, cuando decía que las prendas de su querida eran tales que el que la miraba se admiraba. Luego, nombrando a la Leandra, añade que así se llama la rica que en miseria me tiene puesto. Y después los pocos años de Leandra sirvieron de disculpa de su culpa. El estilo conceptuoso, sutil y alambicado de Eugenio no se ajusta bien con la llaneza y rusticidad del que gastan los de su profesión y oficio. Compárese la relación presente con la del pastor Pedro, que en el capítulo XI decía el cris del sol y de la luna, y el año estil y el señor desoluto, y se verá que Cervantes exageró allí y olvidó aquí el lenguaje ordinario y común de los pastores.
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N-1,51,4. Las personas hablan, representan, hacen papel en la tragedia, pero no se contienen en ella.
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N-1,51,5. Así lee la edición de 1608: las de 1605 pusieron Vicente de la Rosa.Se añade que Vicente venía de las Italias; modo de hablar rústico y pastoril, de que hay ejemplos en nuestros libros. En una de las églogas de Juan del Encina, el pastor Beneito, doliéndose de que el Duque de Alba se partía, según era voz y fama, a la guerra de Francia, decía:
Yo siempre llanteo e cramo
que se suena que nuestramo
se quiere a las Francias ir.
Y el otro pastor Simocho cantaba en el Romancero general de Pedro Flores (parte II, fol. 66):
Irme quiero a las Italias,
que tengo buen cuerpo y brío:
llamaréme Don Simocho, diré que soy bien nacido:
quizá seré General
o mochilero de amigos.
Lope de Vega usó de esta expresión en varias de sus comedias, como en los Parceles de Murcia, donde el labrador Fabio dice (acto I):
Al pie de aquella arboleda
he visto un hombre sentarse
de mala traza y vestido;
algún soldado habrá sido
destos que por las aldeas
comen y dicen que van
a las Italias, y están
contando en las chimeneas.
Lo mismo repite en el Caballero de Illescas y en La Buena Guarda (acto I) dice el Hermano Carrizo, sacristán de un oratorio, declamando contra los festejos de Carnestolendas:
+En qué Italias o en qué Francias
se celebra el Carnaval
con mayor solicitud?
Esta fue la única ocasión en que nuestro Eugenio habló a lo pastor.
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N-1,51,6. Como si dijera y menos importancia. En el capítulo XLVI anterior, hablándose de los disturbios y confusión de la venta, se dijo: sosegadas, pues, estas dos pendencias, que eran las más principales y de más tomo, restaba que los criados de don Luis se contentasen, etc.
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N-1,51,7. Los españoles de Carlos V y de Felipe I traían pluma en las gorras, como se ve por los retratos de aquel tiempo. Los españoles acostumbraban a llevarlas a la derecha, y los franceses a la izquierda; así lo dice Luis de Peraza, describiendo el año de 1552 los trajes de Sevilla en su historia manuscrita de aquella ciudad.
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N-1,51,8. No he hallado mención en nuestras historias de Gante ni de Luna, que debieron ser dos espadachines célebres, coetáneos o anteriores a Cervantes. Hubo muchos de ellos que se señalaron por su arrojo y destreza, especialmente desde que los españoles empezaron a pasar a Italia con motivo de las guerras suscitadas en tiempo de los Reyes Católicos. Los desafíos de Diego García de Paredes se mencionan en el Sumario que él mismo dejó de su vida; y entre ellos el que tuvo en Castel Gandolfo con el Coronel Palomino, siendo jueces el Gran Capitán y Próspero Colona. En él Diego García cortó de una cuchillada a Palomino el brazo derecho, que cayó al suelo con la espada, y Palomino acudió al suelo con el brazo izquierdo a recogerla (Vida de Diego García de Paredes, por don Tomás Tamayo de Vargas). También se halló Diego García, durante las guerras de Nápoles, en el desafío de Trani de once a once entre españoles y franceses, a que asistió entre los últimos el famoso Pedro Bayardo. De Michalot de Prades, catalán que militó por aquel tiempo en las guerras de Italia, hicieron especial mención Jerónimo Zurita en sus Anales, y Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Quincuagenas. Usaba una treta particular, que los esgrimidores llamaban broca, con la cual degollaba a su contrario. Venció en muchos desafíos personales; después fue ermitaño de Monserrate, después volvió a ser soldado y pirata, y últimamente murió ahogado en un puesto de las costas de Nápoles. El Coronel Villalba, otro de los españoles que hicieron la guerra en Italia, hizo armas, según cuenta Oviedo (Quincuagenas, parte I, est. 30), en un mismo día con un español, a quien rindió, con un alemán, a quien mató, y con un corso, a quien hizo lo mismo. El primer combate fue con espadas y capas; el segundo con picas, y el tercero con espadas, rodelas y partesanas. De don Juan de Cerbellón, español que fue capitán de la guardia del Papa Alejandro VI, se contaba en tiempo de Oviedo (Ib., parte II, est. 23) que había peleado en Francia con el Diablo, que le había desafiado por un cartel; luego murió asesinado en Roma. Ferrer de Lorca, natural de la ciudad de este nombre, fue un capitán de infantería que el año de 1500 venció en desafío aplazado al castellano Arche. El duelo se celebró en Marino, a doce millas de Roma, con gran solemnidad y concurso de curiosos, y fue muy celebrado en aquel tiempo; Oviedo lo refiere con gran menudencia (Quincuagenas, parte I, est. 33, y parte II, est. 23). Por fin, el nombre de estos diestros se conservó en monumentos históricos; pero Gante y Luna hubieron de pertenecer a la clase oscura de los rufianes, y sólo por esta indicación de Cervantes han escapado del olvido absoluto de la posteridad. Lo mismo, poco más o menos, ha sucedido a otros que hallo nombrados de paso en nuestros libros del siglo XVI y principios del siguiente. Tales son Vicente Arenoso, bravo (al parecer) de Málaga, nombrado en las comedias de Lope de Rueda; Pantoja y Roa, mencionados por Quevedo en el Libro de todas las cosas y otras muchas más. El mismo Quevedo nombró a los bravos Domingo Trinado, Gayón y Alonso álvarez en El Gran Tacaño, y en su romance germanesco intitulado Los valientes y tomajones, hizo mención honrosa de muchos corchetes y espadachines ya difuntos. En La Gatomaquia, de Lope de Vega, se compara al valeroso Micifuz con el bravo español Simón Antúnez, y se hace singular mención
Del fuerte Pero Vázquez Escamilla
el bravo de Sevilla.
Debió ser señaladamente célebre este valiente sevillano, porque en la cena de rufianes y borrachos celebrada en Segovia y descrita por Quevedo en El Gran Tacaño (cap. XXII), en que hicieron abundantes libaciones, derramóse vino en cantidad al alma de Escamilla. El género glorioso de muerte que cupo al ilustre difunto lo indicó el mismo Quevedo en el citado romance de Los valientes y tomajones, donde dijo:
De enfermedad de cordel
aquel blasón de la espada,
Pero Vázquez de Escamilla
murió cercado de guardas.
Los matones y guapos de entonces serían lo que fueron después Francisco Esteban y otros héroes de igual especie, cuyas hazañas fueron hasta medio siglo ha el asunto de los romances que el vulgo, apiñado alrededor de los ciegos, oía con la boca abierta por las calles y plazas: sólo que aquéllos eran guapos de espada y éstos de trabuco.
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N-1,51,9. El texto está viciado. Debió ser: Sin que hubiese derramado una gota de sangre, o sin que le hubiesen sacado una gota de sangre.
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N-1,51,10. Ridiculizó aquí Cervantes la expresión, que por entonces debió ser común en España, donde había tal vanidad y presunción en punto a linaje, que, según solían decir, un hidalgo no debe a otro que a Dios, y al Rey nada. Así hablaba el escudero hambriento a quien sirvió en Toledo el Lazarillo de Tormes.
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N-1,51,11. No se concibe fácilmente cómo se encierra a una persona en una cueva, ni cómo pasó en ella Leandra tres días desnuda en camisa; ni cómo dejó de hacer alguna diligencia para salir de aquel estado de soledad y abandono; ni cómo dejó de pasar el Vicente más adelante, según observó el mismo Eugenio: Difícil, señor, se hizo de creer la continencia del mozo.
Palabras que Eugenio dirigió exclusivamente al Canónigo, prescindiendo de los demás circunstantes, o porque consideró que era la persona más autorizada de su auditorio, o porque, como estómago agradecido, se acordaba de los lomos del conejo fiambre y del trago a que sirvieron de agradable cimiento.
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N-1,51,12. No está bien el relativo. Debió ser con aquellos a quienes no les iba algún interés en que ella fuese mala o buena. Dentro del mismo período se dice: la natural inclinación de las mujeres, que por la mayor parte suele ser desatinada y mal compuesta. Estuviera mejor, que por la mayor parte suelen ser desatinadas y mal compuestas.
Esta cuestión sobre los loores o los vituperios de las mujeres se ha agitado largamente desde antiguo. En el Cancionero general se incluyeron las coplas de Pedro Torrellas, que solían citarse como el texto más conocido de los antagonistas del otro sexo. A Torrellas le sucedería lo que al pastor Eugenio: sería amante desfavorecido.
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N-1,51,13. Esta es la primera vez, aunque no la única, que se nombra en el QUIJOTE La Arcadia; título de una obra escrita por Jacobo Sanazaro, caballero napolitano que floreció por los años de 1500, y a imitación de otros literatos de aquel tiempo, que tomaron nombres forjados a la romana, quiso ser conocido por el de Accio Sincero. La Arcadia de Sanazaro es una novela mezclada de prosa y verso, en que bajo el disfraz de una fábula pastoril se incluyeron alguna vez alusiones y referencias a sucesos verdaderos. La escena se pone en Arcadia, país montuoso y mediterráneo del Peloponeso, habitado de pastores en tiempos de la antigua Grecia, como ahora sucede con las sierras de lo interior de nuestra Península. El libro de Sanazaro tuvo mucha aceptación en España. Diego López de Ayala, Canónigo de Toledo, y Diego de Salazar, natural de la misma ciudad, tradujeron, aquél la prosa y éste los metros de La Arcadia; y otro toledano, el Racionero Blasco de Garay, corrigió la traducción y la dio a la prensa el año de 1549. En la dedicatoria que dirigió a Gonzalo Pérez, traductor de la Odisea, padre del famoso Antonio Pérez, y primer Secretario del Príncipe, después Rey don Felipe I, dice que Sanazaro, aunque napolitano de nacimiento, era español de origen. El año de 1578 se imprimió en Salamanca una versión anónima, según don Nicolás Antonio, quien menciona también otra que quedó inédita, hecha por don Jerónimo de Urrea, traductor del Orlando furioso, de Ariosto.
Lope de Vega compuso una comedia con el título de Arcadia, que se halla en el tomo XII de las publicadas; al fin de ella dice Olimpia:
Pastores, yo soy Olimpio,
señor del más alto monte
de la pastoral Arcadia.
Además escribió Lope otra obra de igual título antes del año 1598, puesto que lleva esta fecha la aprobación que le dio Fray Pedro de Padilla. Antes se habían escrito otras novelas del mismo género a imitación de La Arcadia, de Sanazaro, entre ellas La Galatea, de Cervantes.
Probablemente el pastor Eugenio no tendría las noticias que preceden, aunque sus expresiones contienen al parecer alguna alusión a ellas. No fue extraño que quien le prestó un lenguaje más propio de un poeta que de un gañán, como se notará en adelante, se descuidase también en suponerle noticias ajenas de su ocupación y ejercicio.
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N-1,51,14. La transformación de los pretendientes de Leandra en pastores, y varias frases de la presente amplificación, recuerdan las circunstancias de la historia de Marcela y Grisóstomo, que se cantó en el capítulo XI y siguientes de esta primera parte, donde después de referir que Grisóstomo y Ambrosio se habían metido a pastores, decía uno de ellos a Don Quijote: no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo... Aquí suspira un pastor, allí se queja otro, acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. En una y otra parte hay concurrencia de pastores noveles, y todos amantes despechados y quejosos. Eugenio y Anselmo recuerdan a Grisóstomo y Ambrosio.
Tal la justifica y vitupera: estas palabras presentan a primera vista una contrariedad, que no lo parecería si se hubiera dicho con alguna mayor explicación, tal la justifica y al mismo tiempo la vitupera. Las ediciones de 1605 pusieron tal la justicia; era manifiesto error, y lo corrigió Cervantes en la de 1608. Asimismo corrigió lo que las primeras habían puesto hablando del sitio en que se hallaban, a saber, que estaba colmo de pastores y de apriscos. Cervantes sustituyó a colmo colmado, porque le pareció mejor, mas no porque reprobase la palabra colmo, de la que usó en su comedia Pedro de Urdemalas, donde se lee (jornada II):
Dicen que la variación
hace a la naturaleza
colma de gusto y belleza,
y está muy puesto en razón.
Y en el capítulo VII del Viaje al Parnaso, refiriendo su vuelta a la corte, dijo:
Colmo de admiración, lleno de espanto,
entré en Madrid en traje de romero,
que es grangería el parecer ser santo.

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N-1,51,15. Formosan resonare doces Amaryllida silvas,
dijo Virgilio. Y Garcilaso:
Elisa soy, en cuyo nombre suena
y se lamenta el monte cavernoso...
Y llama a Elisa: Elisa a boca llena
Responde el Tajo...
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N-1,51,16. Don Antonio de Capmani, en su Teatro de la elocuencia española, copió el razonamiento de Eugenio desde donde dice: A imitación nuestra otros muchos de los pretendientes de Leandra, como muestra del lenguaje grandioso y sublime. Y esto mismo agrava el cargo de impropiedad con que se le atribuye a un pastor que en el capítulo anterior se califica él mismo de rústico, y que en éste habla como un cortesano, amplifica como un orador, y pinta como un poeta. Pudiera decírsele a Eugenio lo que en otra ocasión decía don Olivante de Laura al pastor Silvano: no son palabras esas de quien vos decísàà no sé yo quién tras las ovejas os enseño a hablar con tan prudentes razones, llenas de tanta excelencia (Olivante, libro I, capítulo XXXVI). Verdad es que Silvano, aunque desconocido y encubierto, era hijo de Rey, y Eugenio no lo era.
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N-1,51,17. Expresión oscura: significa que Anselmo mostraba tener menos juicio que sus compañeros en los mayores extremos que hacía; y más juicio que ellos en la elección de asunto para sus quejas, esforzándolas con la suavidad de su música y la bondad de sus versos.
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N-1,51,18. Conforme a estas ideas exclamaba Marramaquiz, el héroe de La Gatomaquia:
íOh, cuán poco en las dichas
está firme el amor y la fortuna!
+En qué mujer habrá firmeza alguna?
+Quién tendrá confianza,
si quien dijo mujer dijo mudanza?
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N-1,51,19. VUELTA AL TEXTO

















N-1,52,1. De las dos aventuras que contiene este capítulo, la del cabrero acabó por los mojicones que recibió de su mano Don Quijote y la sangre que del rostro del pobre caballero llovía; la de los disciplinantes por un garrotazo de que vino al suelo muy mal parado. No intervino el sudor de nuestro hidalgo en ninguna de las dos aventuras a quien dio tan felice fin como expresa el título.
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N-1,52,2. Este es el último episodio de la primera parte del QUIJOTE. Muchos de los que han escrito sobre esta fábula han desconocido la verdadera naturaleza del episodio. El episodio debe nacer del asunto principal, pero no ser parte necesaria de él. Su objeto es que la atención del lector, dirigida exclusivamente al protagonista, no se fatigue, de lo que resultaría la disminución del interés. En el episodio cesa provisionalmente el héroe de ser lo principal, pero no se le pierde de vista; y luego se vuelve a él, descansado y recreado ya el ánimo, y, de consiguiente, con mayor atención y gusto. Por esta regla debe juzgarse cuáles son los verdaderos episodios de la primera parte del QUIJOTE. El primero fue el escrutinio de la librería. El segundo la historia de Grisóstomo. El tercero la de Cardenio con todos sus incidentes. El cuarto el coloquio del Canónigo de Toledo con el Cura de la Argamasilla. El quinto y último el cuento del cabrero Eugenio. La novela del Curioso impertinente y la relación del Cautivo, y aun los amores de don Luis y doña Clara, no son episodios, sino paréntesis de la fábula y remiendos zurcidos en su contexto.
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N-1,52,3. Cervantes hubo de reparar, según también hemos reparado nosotros, que en el discurso de Eugenio había más sutileza y atildadura de la que convenía al estado y profesión del orador, y alegó por boca del Canónigo esta excusa, que viene ya preparada desde el capítulo L.----Dijo que había dicho muy bien el Cura en decir, triple repetición de un mismo verbo en una línea.
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N-1,52,4. VUELTA AL TEXTO

















N-1,52,5. Acompaña aquí el artículo masculino al nombre femenino para evitar la concurrencia de la misma vocal a al fin del artículo y al principio del nombre. A semejanza de esto, y por igual motivo, se lee en el capítulo XXII de esta primera parte: Salió el aurora alegrando la tierra. Y en el XXVI se dice que Cardenio no podía sustentar la vida en el ausencia de Luscinda. Actualmente decimos el agua, el alma, pero no el aurora, el ausencia, a pesar de que la misma razón hay para lo uno que para lo otro. En nuestros antiguos escritores es más frecuente esta licencia, especialmente en los poetas. Garcilaso, en la égloga primera:
Saliendo de las ondas encendido
Rayaba de los montes el altura
el solàà
Y Fray Luis de León, en la Profecía del Tajo.
Traspasa el alta sierra, ocupa el llano.
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N-1,52,6. La conjunción pero en castellano es siempre la primera palabra de la oración o frase en que se halla; y su posposición, cual aquí se ve, pudiera mirarse como italianismo, defecto de que presenta algunos ejemplos el QUIJOTE, y que no fue extraño se pegase algún tanto a nuestro autor por la lectura de los clásicos italianos, y más aún por su residencia en aquel país. Como quiera encuentro un pasaje de autor castellano antiguo y de grande autoridad en el lenguaje, que habló del mismo modo que Cervantes. Es el Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, que en una carta a Juan de Mena (número 47 del Centón epistolar) cuenta del Conde de Castrogeriz, que había obtenido del Rey un albalá para no ser tenido de ir, aunque le llamase su Señoría, sin pero por eso caer en mengua ni vileza.
Las leyes de caballería. Para defender las dueñas y doncellas que tuerto reciben principalmente se daba la orden de caballería; así decía el Caballero Lucencio, hincado de hinojos ante el Emperador Esplandián, según cuenta la historia de Amadís de Grecia (parte I, cap. XIV).
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N-1,52,7. Habla Don Quijote del Encantador o Sabio que suponía autor de su encantamiento, y esperaba que otro le favoreciese y le desencantase, a imitación de los muchos casos semejantes que había hallado en los libros que tal le tenían. Para cuando llegase el desencantamiento, ofrecía Don Quijote su protección y ayuda al ingrato cabrero.
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N-1,52,8. Pelaje se refiere al vestido y arreos: catadura a la persona, y señaladamente al rostro.
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N-1,52,9. Bowle, y después Pellicer, citaron sobre este lugar un pasaje de don Olivante de Laura, que recuerda no sólo las expresiones presentes del Barbero, sino también otras varias que se leen en el discurso del QUIJOTE. Decíale a aquel caballero su protectora, la sabia Ipermea: Vos seréis luz de todos los caballeros andantes, espejo de toda bondad, favor de los necesitados, amparo de las viudas, defensa de las doncellas, desfacedor de los agravios, destruidor de los malhechores, argumentador de la fe de Jesucristo.
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N-1,52,10. Expresión grosera y soez, que sólo puede tener alguna excusa en boca de un loco irritado, y como preliminar y antecedente de la escena que sigue.
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N-1,52,11. Todas las ediciones anteriores habían puesto y diciendo y hablando, lección conocidamente viciada, porque decir y hablar todo es uno. Pellicer corrigió y diciendo y haciendo, que es la expresión proverbial castellana con que se significa que al dicho sigue inmediatamente el hecho, y la única que aquí era del caso. Así se puso en el capítulo XXI, donde se contó que, enojado Don Quijote con el Comisario que conducía la cadena de galeotes, le trató de bellaco, y diciendo y haciendo arremetió con el, etcétera. Lo que junto con ser tanta la semejanza entre haciendo y hablando, induce a creer que aquella lección fue del original, y ésta del impresor. Es una de las correcciones acertadas de Pellicer, y la Academia Española la adoptó en su edición del año 1819.
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N-1,52,12. Cervantes no marcó del todo bien el carácter de Eugenio. Por una parte se ve que este pastor tenía noticia de los libros caballerescos, de las hazañas de Diego García de Paredes y otros valientes, y aun de la Arcadia, pastoral y poética; cuenta que su compañero Anselmo hace buenos versos, él mismo se alaba de ingenioso, su estilo está lleno de alusiones, figuras y sentencias; de modo que como se expresa en el capítulo siguiente, estaba tan lejos de parecer rústico cabrero, cuan cerca de mostrarse discreto cortesano. Y por otra parte dice, rústico soy, y luego se pone a mojicones con Don Quijote y su escudero del modo más zafio e indecente.----Cardenio había andado también en los mismos pasos con Don Quijote y Sancho, pero había sido en el estado de locura y de furia.
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N-1,52,13. Esto es lo que en casos tales suele suceder entre gente ordinaria y villana. De mí sé decir, que no me hubiera divertido ni menos hecho reír semejante espectáculo, a pesar de no ser de la profesión lene y suave del Canónigo y del Cura. Este pasaje no corresponde al carácter que en lo demás se les atribuye. Malo era, pero no tanto, el gozo de los cuadrilleros, y horrorosa la acción de azuzar a dos hombres como perros que se pelean: acción que ni aun con los mismos perros se permiten las personas de buenas entrañas.
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N-1,52,14. Carpirse, voz familiar, pelearse: en uno de los antiguos romances de los Siete Infantes de Lara se dice que se carpía, esto es, que reñía un águila con unos cuervos que la aquejaban malamente.
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N-1,52,15. El incidente que sigue de la procesión de rogativa fue una de las ocurrencias felices de Cervantes. Difícilmente pudiera idearse otro modo más oportuno ni más cómico de poner fin a la encarnizada contienda de Don Quijote y el cabrero; y al mismo tiempo se dispone la aventura de la dueña llorosa y cautiva, a que dio nuestro caballero tan felice cima como acostumbraba.
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N-1,52,16. Graciosa reunión de dos cosas tan opuestas entre sí como fraternidad y demonio. En otra nota se pusieron ejemplos de la significación de fuerte y valiente que en los libros de Caballerías suele darse a la palabra diablo, y es la misma que aquí se da a su sinónimo demonio, alegando en prueba de ello que había podido sujetar las fuerzas del Hércules manchego.
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N-1,52,17. A deshora no significa, como otras veces, a hora extraordinaria e intempestiva; sino de repente, de improviso, a hora no pensada. En el mismo sentido se usa otras veces en el QUIJOTE.
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N-1,52,18. Lo eran, con efecto, según se dice más abajo; pero estando todavía distantes, no se distinguían bien, y sólo parecían disciplinantes por los vestidos blancos, que eran los que llevaban los que iban azotándose públicamente en las procesiones de penitencia. El principio de esta costumbre se atribuye a las predicaciones de San Antonio de Padua, por los años de 1225. Hubieron de introducirse posteriormente en esta práctica algunos abusos que movieron al célebre Juan Gerson a escribir contra ella (Fleury, hist. ecles., libro CIV, número 33), y que trataría de remediar San Vicente Ferrer cuando estableció, según se dice, que los disciplinantes llevasen la túnica blanca y cubierto el rostro (Méndez de Silva, Catálogo Real, fols. 56 y 121). Sin embargo, existían abusos en tiempo de Cervantes; y don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, había Disciplinarse, dice: los que se azotan por vanidad son necios y abominables sacerdotes de Baal. Y deberían los Prelados, como los Gobernadores seculares, echar de las procesiones de los disciplinantes aquellos que van con profanidad, y castigarlos severamente; que por ser tan notorios los excesos que se hacen no los pongo aquí, y porque se me hace vergÜenza referirlos; palabras que indican otros excesos más groseros, como lo sería el de aquel mozalbete que para alcanzar el amor de la Pícara Justina se valía del oficio y traje de disciplinante (Pícara Justina, lib. II, pág. 359). Finalmente, en el reinado de Carlos II se prohibieron los disciplinantes, que aun alcanzó a ver en su primera niñez el autor de estas notas.
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N-1,52,19. Según el plan cronológico del QUIJOTE, formado por don Vicente de los Ríos, la aventura de los disciplinantes pasaba en 27 de agosto, tiempo el menos a propósito de todo el año para rogativas de lluvias, porque lejos de necesitarlas por entonces los labradores, les fueran perjudiciales para la trilla y faenas propias de aquella época y todavía no las necesitan para la siembra.
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N-1,52,20. Es una de las aventuras más naturales, más verisímiles y mejor imaginadas del QUIJOTE. Nada más fácil que encontrar una procesión de penitencia en un país donde las hay de ordinario, en el campo y de camino para alguna ermita situada en el término del pueblo con la imagen titular de ella, a la que se profesa particular devoción. Tal espectáculo presentado de improviso, casi por necesidad, debió producir el efecto que produjo en la lastimada fantasía de nuestro pobre caballero, que todo lo acomodaba a lo que había encontrado en sus libros.----Llámase aldea al pueblo de donde era aquella gente, pero la aldea no debía ser muy pequeña, puesto que en la procesión iban cuatro clérigos que cantaban las letanías, como se dice más abajo. Este nombre de aldea, que comúnmente se aplica a los caseríos y poblaciones cortísimas del campo, solía tener significación más lata en aquel tiempo. Cervantes lo dio repetidas veces al lugar de Don Quijote, que según se ve por la misma fábula, tenía barbero, estudiantes, moriscos hidalgos y aun caballeros.
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N-1,52,21. +Qué espada?, +la de Sancho o la de Don Quijote? Una u otra pudiera ser según la expresión, sólo que es dudoso que Sancho la llevase propia, como hemos visto por otros pasajes, y en esta ocasión regularmente le habrían entregado la de su amo para que la llevase. Cardenio, al salir de la venta la comitiva encantada, había colgado del arzón de la silla la adarga, y la bacía (cap. XLVI), pero no se habló de las demás armas.
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N-1,52,22. Algo extraño parece que mientras Don Quijote enfrenó el caballo, tomó de Sancho la espada y dirigió la arenga que precede aunque corta, a los circunstantes; parece extraño, digo, que éstos no hiciesen algo para impedir el arranque de nuestro hidalgo. A la cuenta lo inesperado e imprevisto del suceso los tuvo suspensos y embargados en aquel momento. Después, cuando el Canónigo y el Barbero fueron a detenerle, ya no les fue posible.
Se dice que Rocinante partió a todo galope, porque jamás dio carrera tirada, como si hubiera oposición entre galope y carrera. Pero lo cierto y averiguado es, según se dice en la segunda parte, que todas las veces que corrió Rocinante fueron trotes declarados (capítulo XIV); y así, aunque se habla en varios parajes de su galope, debe entenderse siempre de su trote. De este modo cesa el reparo, porque lo que significa la expresión es que Rocinante corrió todo lo que pudo, pero que no pasó de trote, porque lo que es carrera, jamás llegó a darla.
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N-1,52,23. Paréceme están trastrocadas estas últimas palabras, y que su verdadero orden es: que no sabe lo que es. Sancho, solícito y azorado por lo que veía hacer a su amo (en su concepto) contra nuestra fe católica, procura excusarlo, diciendo que obra por ignorancia y que no sabe lo que hace. Como están en el texto, no significan nada las palabras o no viene al caso lo que significan.
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N-1,52,24. Don Quijote debía tener presentes los ejemplos de caballeros que, encontrando doncellas llorosas, tomaron su defensa contra los que las conducían. Así sucedió a Celidón de Iberia, quien viendo llorar a una doncella que Darindelio llevaba en un barco, le gritaba (canto VI):
Traidor a la batalla te adereza,
sí forzar las doncellas suele usarse.
El espantado lo aguardó una pieza
parando el barco y viéndole acercarse,
de todo punto, dice, tú has mentido,
si que soy yo traidor tienes creído...
Bien se parece por el llanto della,
responde el otro, estar contra tu grado.
Perder la vida cúmplete o volvella.
Sobre esto pelearon Celidón y Darindelio sin conocerse (caso frecuente entre andantes); pero después se aclaró que la doncella no iba forzada, y los dos caballeros se reconocieron y abrazaron. No fue del todo desemejante el éxito de la presente aventura, que concluyó por conocerse y abrazarse los dos curas.
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N-1,52,25. La palabra tercio supone que la horquilla se había hecho tres pedazos, y se acaba de decir que eran dos. Pudiera sospecharse que tercio era errata por trozo; pero en este caso se hubiera dicho con el trozo o con el otro trozo, porque úúltimo nunca se diría siendo menos de tres.
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N-1,52,26. Bullir en esta ocasión es verbo activo, y significa menear con movimiento pequeño. Otras veces, y son las más, es verbo neutro, y equivale a menearse con movimiento pequeño, pero vivo y frecuente, como hace el agua cuando hierve, del latín bullire por las ampollitas que forma.
En el poema caballeresco intitulado El Satreyano, escrito por Martín Caro del Rincón, describiéndose el combate del valiente enano Corbesino con un caballero a quien había derribado, se dice (canto 37):
No bulle pie ni mano el caballero;
vertiendo sangre está por la visera.
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N-1,52,27. Pintura y cuadro como de mano de Cervantes, en que no parece sino que se está viendo arremolinarse los de la procesión alrededor de la imagen, alzarse los disciplinantes los capirotes y requerir las disciplinas, apretar los clérigos los ciriales en los puños, y fijos los ojos de todos en el enemigo, aguardar la embestida con resolución de rechazarla.----Los disciplinantes eran los de los capuces o capirotes, con los cuales y con los antifaces que de ellos pendían, se tapaban el rostro o por modestia o porque así estaba mandado por regla general a los disciplinantes Vosotros, que quizá por no ser buenos, os cubrís los rostros, les había dicho antes Don Quijote.----Para el equilibrio y cabal correspondencia de los miembros de la oración, hubiera convenido expresar los que empuñaban las disciplinas así como se expresó los que empuñaron los ciriales: y alzados los capirotes, empuñando los penitentes las disciplinas y los clérigos los ciriales, etc.
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N-1,52,28. No hay la contradicción que ocurre a primera vista. El llanto era el más doloroso por el dolor que con él mostraba Sancho, y el más risueño por la risa que excitaba en los que le oían.
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N-1,52,29. Este segundo cura sería del lugar de donde había salido la procesión; y no es imposible que Cervantes quisiese designar en él al Toboso patria de la Princesa, heroína de su fábula, y uno de los pueblos de la Mancha en que la tradición conserva que fue maltratado Cervantes por sus moradores.
Según las diligencias estadísticas practicadas en tiempo del Rey Don Felipe I por los años de 1575, había en el Toboso dos cofradías de la Veracruz y de las Angustias, que son, decían los vecinos, de disciplina, y en ellas hay más de ochocientas cofrades. La imagen de la procesión a quien embistió Don Quijote iba cubierta de luto con lágrimas y triste semblante, señas que convienen a las imágenes de la Virgen de la Soledad o de las Angustias; lo que junto con la circunstancia de ser de especial devoción la efigie, y su cofradía de disciplina, todo se ajusta a la presente aventura de nuestro andante caballero. Y el garrotazo que le dieron con el trozo de la horquilla, +sería recuerdo de los palos que según la tradición del país recibió Cervantes en aquel pueblo?
Contra esta conjetura milita la circunstancia de no estar el Toboso en el camino desde Sierra Morena a la Argamasilla, según parece que debió estar el sitio de la presente escena; pero como dijimos ya en otra ocasión semejante, nuestro autor se paraba poco en estas cosas.
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N-1,52,30. No sería mucho el de los que acompañaban a Don Quijote, estando tan patente a sus ojos la causa del que tenían los de la procesión.
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N-1,52,31. Lelicio, escudero de Florambel de Lucea, habiendo hallado sin sentido y muerto al parecer a su amo de resultas de su batalla con el Gran Culebro, cayó amortecido: y cuando tomó en sí, dejándose caer sobre su señor (como Sancho sobre el suyo) comenzó a facer tan granduelo, que a quien quisiera que le ojera, moviera a piedad... Y torciendo las manos, decía derramando infinitas lágrimas. íoh, mi buen señor, ejemplo de la orden de Caballería!... +Qué farán los caballeros andantes, pues que aquel que sostenía en gran alteza la caballería, hoy habrán fin las sus grandes fazañas? + Quién socorrerá a las viudas y desfará los tuertos y desaguisados que se facen a los míseros que poco pueden, pues que el buen caballero de la Flor Bermeja ya no es en el mundo?... íAy, de mi cuitado! +Qué faré con tan gran cuita? +Adónde iré sin mi buen señor? +Dónde fallaré cobro y consuelo para tan gran pérdida? ----En las quejas que siguen de Sancho se remedaron burlescamente las de Lelicio.
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N-1,52,32. Don Juan Bowle copió este elogio al principio de sus Anotaciones, y lo aplicó a Miguel de Cervantes, llamándole honor y gloria, no solamente de su patria, pero de todo el género humano.
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N-1,52,33. Aunque la palabra latina facinora, de quien parece haberse formado fechorías, se toma en buena o mala parte según las ocasiones en que se emplea, la castellana se toma siempre en mala, y de consiguiente la calificación de malas es superflua.
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N-1,52,34. Expresión de Sancho que trastorna y arruina todo el plan cronológico de la primera parte del QUIJOTE que trazó don Vicente de los Ríos, reduciendo la duración de la segunda salida de nuestro caballero en compañía de Sancho a diez y siete días. Aquí vemos que el mismo Sancho, antes de volver al lugar, contaba ya ocho meses, siendo así que para su propósito de ponderar la liberalidad de su amo, le convenía disminuir el tiempo de los servicios. Pero Cervantes tiene aun peor causa que Ríos, porque el plazo de los ocho meses, si se compara y ajusta con la relación misma de la fábula, padece todavía mayores dificultades que el de los diez y siete días.
No hay que responder sino que Sancho, con el sentimiento, no sabe lo que se dice.
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N-1,52,35. Inversión que hace reír, sin ser por eso inverosímil que incurriese en ella Sancho de buena fe y sin malicia, perturbado con el exceso de su pesadumbre. Lo natural era elogiar a Don Quijote de arrogante con los soberbios y blando con los humildes, según aquello de Anquises en la Eneida:
Parcere subiectis et debellare superbos.
(Libro VI.)
Sancho lo dijo al revés que Anquises.
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N-1,52,36. Sancho, como pan agradecido, según se califica él mismo en alguna ocasión, pudo (entre otras cosas) tener presente para decir esto lo que poco antes había dicho su amo al Canónigo de Toledo, a saber: que en materia de condados se guiaba por muchos y diversos ejemplos de caballeros de su profesión que correspondiendo a los buenos servicios de sus escuderos, los hicieron señores absolutos de ciudades y ínsulas, y señaladamente el de Amadís de Gaula, que hizo al suyo Conde de la ínsula Firme; a suya imitación quería también hacer Conde a Sancho.
En la presente endecha y lamentación de nuestro Panza parece que el festivo fabulista quiso resumir y ridiculizar las pasadas hazañas de Don Quijote, y que cada expresión de por sí alude en particular a alguna de ellas. Humilde con los soberbios, por los manteadores de Sancho; arrogante con los humildes, por los monjes benitos y la comitiva del cuerpo muerto; acometedor de peligros, por los molinos de viento y los batanes; sufridor de afrentas, por los palos de los yangÜeses; enamorado sin causa por sus amores platónicos y sin correspondencia; imitador de los buenos, por el remedo de Beltenebrós en su penitencia; azote de los malos, por Juan Haldudo, el Vizcaíno, y los guardas de los galeotes; enemigo de los ruines, por su pendencia con los cuadrilleros.
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N-1,52,37. Habíasele olvidado ya a Sancho lo que dijo en los capítulos XLVI y XLVII, vituperando la conducta del Cura y del Barbero en llevar encantado a Don Quijote, calificándolos de embusteros y envidiosos, haciendo cargo especial al Cura del mal tratamiento que a su señor daba, amenazándole con la cuenta que de ello tenía que dar a Dios en la otra vida, y haciéndole responsable de los bienes que por su culpa dejaba de hacer Don Quijote.
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N-1,52,38. Con esta expresión que aquí se deja caer, como de paso, anuncia Cervantes, y empieza a preparar la tercera salida de su héroe en la siguiente parte de la fábula; aunque de lo que dice después al fin de este capítulo, donde vuelve a hablarse de lo mismo, se deduce que no quiso comprometerse a seguir la empresa, antes bien parece que renuncia a ella y la abandona para que otro la concluya.
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N-1,52,39. Personaliza aquí burlescamente nuestro autor al caballo de su héroe, como lo hizo con el Rucio en el capítulo XXX de esta primera parte y lo hará en el capítulo LV de la segunda.
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N-1,52,40. En el capítulo XXXVI se dijo que no había más de dos jornadas desde la venta a la aldea de Don Quijote; pero no es de extrañar que un carro tirado por bueyes gastase triple tiempo en el mismo camino.----A cabo de seis días; ahora decimos al cabo.
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N-1,52,41. Por la cuenta de don Vicente de los Ríos en su plan cronológico del QUIJOTE, aquel día fue el 2 de septiembre del año 1604. El abate Eximeno, en su Apología de Cervantes (núm. 36), refutando el plan de Ríos, advierte, y con razón, que dicho día fue jueves; pero este reparo no es contra la obra de Cervantes, sino contra el sistema de Ríos. Nuestro autor tuvo motivo plausible para elegir el domingo, y hacer que el carro atravesase por mitad de la plaza, porque estando allí reunida toda la gente por ser día de huelga, figuró de esta suerte una especie de triunfo burlesco, cual correspondía a la naturaleza de la fábula, dando digno fin con él a la narración de la primera parte.
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N-1,52,42. Cervantes quiso, al parecer, motivar con esta expresión el haber acudido la mujer de Sancho a las nuevas de la venida de Don Quijote, no habiendo contado antes que supiese con quien estaba su marido. Pero mejor fuera no decir nada, suponiendo que por la desaparición simultánea de ambos, y por las señas que habían precedido en los días anteriores a la partida, no había quedado ni podido quedar duda de que andaban juntos, sin necesidad de que hubiese noticia positiva de ello. Por lo demás, el diálogo que sigue entre marido y mujer es tan gracioso como verosímil.
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N-1,52,43. Ocurrencia festiva de Cervantes, poner en boca de la mujer de Sancho esta acción de gracias, cuando acaba de decirle su marido que el asno venía mejor que él.
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N-1,52,44. Aludía Sancho a los cien escudos hallados en la maleta de Cardenio, que eran las cosas de más momento y consideración que las saboyanas y zapaticos de que su mujer le preguntaba. Con mayor énfasis aún le decía después: a su tiempo lo verás, anunciándole que había de tener vasallos y Señoría, que eran cosas de mayor momento y consideración aún que los cien escudos. Sancho mostraba la impaciencia de decírselo todo a su mujer, pero no quería hacerlo delante de la gente, y lo dejaba para casa.----Nuestro escudero, alborozado y lleno de las ideas de lo que tiene que decir a su mujer, le habla unas veces de vos y otras de . Esto indica que el tratamiento de vos no siempre argÜía superioridad en quien lo daba; pero era de más ceremonia que el de , aunque no llegaba al de vuesa merced, que era ya decididamente de consideración y respeto. No era mucho el que gastaba Sancho con su oíslo, cuando para manifestarle que no era extraño que no entendiese con sus anuncios, le decía que no era la miel para la boca del asno.
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N-1,52,45. En el capítulo VI de esta primera parte se la había llamado con pocos renglones de intermedio Juana Gutiérrez y Mari Gutiérrez. Pudiera ocurrir que su apellido de familia fuese Gutiérrez, y que el llamarla Panza era, como aquí se dice, porque se usaba en la Mancha tomar las mujeres el sobrenombre de sus maridos. Pero el apellido de la mujer de Sancho era Cascajo, según ella misma lo dice en el Capítulo V de la segunda parte. En el capítulo LIX de la misma volverá a hablarse del nombre de Mari Gutiérrez; pero entre todos prevaleció el de Teresa Panza, que fue el único que se le dio en la parte segunda, aunque nunca se le dio en la primera.
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N-1,52,46. Acuciarse, verbo anticuado, acongojarse, aquejarse, apurarse. Es anagrama de acuitarse, y el mismo probablemente en su origen, en cuyo caso ambos nacerán de la palabra cuita, aflicción, pesadumbre. Cuita es palabra del uso actual, que se encuentra en los primitivos autores castellanos. Ella dura, y ya se han anticuado sus derivados y descendientes acuciarse, cuitar, cuitoso, acucioso, que usaron Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita y otros de tiempos posteriores.----Ya se ha hecho en otra parte la observación de que los arcaísmos asientan bien en el lenguaje de los aldeanos.
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N-1,52,47. Especie de imprecación proverbial, a que hubo de dar origen la idea de que nada debe ofrecerse al diablo, o que sólo debe ofrecérsele por mofa, como el que ofrece lo que tiene en el puño, y abriendo la mano, muestra que no tiene nada. Con arreglo a lo cual, el ofrecido sea al diablo del texto es lo mismo que ninguno, como si hubiera dicho Sancho, alojando en ventas a toda discrección sin pagar un maravedí. Tal es el sentido de la expresión del texto, y tal el ensortijamiento de las ideas, que en el estilo familiar es más frecuente aún que en el entonado y sublime.
Otra imprecación semejante de Sancho se lee en la relación de la aventura de los dos ejércitos de ovejas, cuando describiéndole su amo las provincias y naciones de que se componían, señor, le contestó, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuesa merced dice parece por todo esto.
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N-1,52,48. El régimen ordinario sería: Que estuviesen alerta para que otra vez no se les escapase.
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N-1,52,49. El mismo Don Quijote, hablando con Vivaldo al fin del capítulo XIV, había indicado que pensaba ir a Sevilla luego que limpiase de ladrones malandrines a Sierra Morena. Pero después hubo de mudar de propósito, o Cervantes (esto es lo más verosímil) no volvió a acordarse de ello. Aquí se anuncia el viaje a Zaragoza, que tampoco se verificó; el motivo que tuvo Cervantes para alterar esta circunstancia de su plan fue separarse de lo que hizo en la continuación del QUIJOTE su rival Alonso Fernández de Avellaneda, el cual, acomodándose a la fama que halló establecida en el presente pasaje, llevó al héroe a Zaragoza, donde le pasaron (en el sentido que aquí se indica) cosas dignas de su valor y buen entendimiento.
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N-1,52,50. Incidente y aun lenguaje semejante al de los capítulos VII y IX de esta primera parte, refiriéndose que se había perdido la continuación de la historia de Don Quijote, se dice que el mundo quedara privado de ella, si el cielo, el caso y la fortuna no hubieran proporcionado su hallazgo. Si la intención de Cervantes fue avivar con tal artificio la curiosidad del lector, no hizo bien en repetirlo, porque este muelle, como todos, pierde su fuerza cuando se usa mucho; pero lo más verosímil es que quiso ridiculizar así la frecuencia con que los escritores de libros caballerescos, para recomendarlos, fingieron que se habían traducido de lenguas extrañas, traído por extrañas maneras de países lejanos, y encontrado después de largo tiempo perdidos. Por esto hubo de suponer nuestro autor que las noticias de Don Quijote con que concluye este capítulo se sacaron de unas pergaminos escritos en letra gótica, que, según decía un antiguo médico, se habían hallado en una caja de plomo, descubierta entre los escombros de los cimientos derribados (si es que pueden derribarse cimientos) de una antigua ermita. Especialmente parece que aludió aquí Cervantes a los que en el prólogo de la Historia de Amadís de Gaula dijo Garci Ordóñez del libro de las Sergas: el cual por gran dicha, paresció en una tumba de piedra que debajo de la tierra en una ermita cerca de Constantinopla fue hallada, y traído por un húngaro mercader a estas partes de España, en la letra y pergamino tan antiguo, que con mucho trabajo se pudo leer por aquellos que la lengua sabían. La lengua de que habla Garci Ordóñez era la griega, en que se suponían escritas las Sergas, lo mismo que la Historia de Amadís de Grecia y la de Leandro el Bel. La de su padre el Caballero de la Cruz se supuso escrita originalmente en ambiguo. La de Amadís de Grecia (Amadís de Grecia, introducción a la segunda parte) se cuenta que se halló en una cueva que se llama los Palacios de Hércules, metida en una caja de madera que no se corrompe, en un lado de la pared, porque cuando España fue perdida la escondieron en aquel lugar; la cual, añade el historiador, quiso Dios depararme; que viene a ser la misma expresión de Cervantes.
En ello dio lugar nuestro autor a un cargo igual al que resulta de la invención de los cartapacios que encontró en el Alcaná de Toledo, según refirió en el capítulo IX de esta primera parte; que es el anacronismo que resulta comparando la antigÜedad que en ambos lugares se da a la relación de las cosas de Don Quijote con la mención de sucesos y libros modernos, recientes, coetáneos de Cervantes, y aun de personas que le sobrevivieron como ya se observó en las notas al capítulo VI.
Queriendo Pellicer excusar los defectos de Cervantes en esta materia (Discurso preliminar, pág. 29), dice que los poetas tienen facultad de fingir atrevidamente lo que les venga al cuento; alega para esto a Horacio; no olvida el trastorno de los tiempos cometido por Virgilio en la reunión de Dido y Eneas; añade que este privilegio es todavía más amplio en los escritores caballerescos que en los poetas; cita el ejemplo de Ariosto, y concluye con que Cervantes, para ridiculizar con más propiedad los libros de Caballería, se conformó con ellos, en la confusión de los tiempos, contentándose con seducir éstos a una masa cronológica, por decirlo así, de donde entresacó el conveniente para la duración de su fábula.
Don Antonio Eximeno, en su Apología de Cervantes, impresa algunos años después de la edición de Pellicer, haciéndose cargo de los anacronismos de nuestro autor, no sólo los excusa, sino que los alaba. Me parece, dice, ser ésta una ingeniosa traza para darnos a entender que él no quería hacer a Don Quijote ni antiguo ni moderno, sino hacerle andar por ese mundo en un siglo o tiempo de la misma naturaleza de su fábula, esto es, en un tiempo imaginario... Parece que previó y despreció las combinaciones cronológicas y cálculos que sobre su fábula se habían de hacer en lo sucesivo.
Para mostrar lo vano de estas excusas, no se necesita más que apelar al buen sentido de los lectores. Por probar demasiado, nada prueban; y si valiesen para lo que intentan, no hay obra mala ni defecto, por grosero que sea, que no pueda excusarse. Pero en balde trabaja quien aspira a justificar un defecto porque se halla entre muchas bellezas; ni encontrará aprobación entre las personas de recto juicio quien pretendiese recomendar a un rostro feo porque se parece a otro feo. En los libros de invención y entretenimiento, la ficción debe contenerse dentro de los términos de lo verosímil; lo que de aquí excede es vicioso, y lo imposible, como los anacronismos, inexcusable. La masa cronológica de Pellicer y el tiempo imaginario de Eximeno destruyen la verosimilitud y la imitación, en quien consiste, dice el mismo Cervantes, la perfección de lo que se escribe (parte I, cap. XLVI).
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N-1,52,51. Debe ser historias, aunque es menester ir a buscarlo muy lejos.
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N-1,52,52. La idea de una Academia existente en la Argamasilla lleva evidentemente consigo la de burlarse de sus moradores, y más en el tiempo de Cervantes, en el cual estos cuerpos eran raros hasta en las cortes y ciudades más populosas y cultas. Cristóbal Suárez de Figueroa, escritor de aquella época, en su Plaza universal de ciencias y artes (discurso 14), después de nombrar las academias más famosas que había a la sazón en Italia, y de apuntar las causas de haberse deshecho una que se había fundado en Madrid algunos años antes, dice que fuera importantísimo establecerlas para cultivar y perfeccionar los felicísimos ingenios de los españoles. Pues he aquí que Cervantes la pone de repente entre los vecinos de la Argamasilla, sin duda para cultivar y perfeccionar sus felicísimos ingenios, y menciona seis de sus dignísimos individuos, a quienes da nombres caprichosos, como era y aun es uso y costumbre en Italia. También lo fue en las que hubo por aquel tiempo a fines del siglo XVI en España; en la Imitatoria de Madrid tuvo Lupercio Leonardo de Argensola el nombre de Bárbaro, y en la de los Nocturnos de Valencia, López Maldonado tomó el nombre de Sincero, que era el que anteriormente había usado el célebre Sanazaro. A esta imitación se apellidaron Monicongo, Paniaguado, Caprichoso, Burlador, Cachidiablo y Tiquitoc, los ilustres académicos de la Argamasilla que aquí se mencionan, y que según todas las probabilidades tendrían sus originales entre las personas notables de aquel pueblo que intervinieron en los disgustos y prisión de Cervantes. Don Quijote sería el Presidente, y resplandecería entre todos sus compañeros,
ààvelut inter ignes
Luna minores
,
Que dijo Horacio a otro asunto (Carm., lib. I, oda XI).
Monicongo. Es lo mismo que Congo, país de áfrica, de donde venían muchos esclavos a España. En el romancero general de Pedro Flores, en un romance sobre la Pragmática nueva de trajes del año 1593, se dice:
Y no hay negro Monicongo
en el lusitano sitio,
que no se vuelva valón
con un palmo de hocico.
El Rey de Monicongo es uno de los veinte que en la comedia Trofeo, compuesta por Barlolomé de Torres Naharro, salen a prestar obediencia al Rey de Portugal Don Manuel. Acaso el personaje original indicado por el nombre de Monicongo tuvo algo de las facciones ordinarias de la gente de color, y por ello obtuvo este nombre.
Jasón, personaje célebre en la fábula por los amores de Medea, no fue de Creta, sino de Tesalia. Quizá diría el original:
De más despojos que Jasón a Creta, indicando irónicamente que Don Quijote adornó a la Mancha, como Jasón a Creta, donde no se sabe que estuviese.
Llamó el Monicongo a Don Quijote cavaltrueno, voz que usó el autor de la Picara Justina (lib. I, pág. 5) y que don Sebastián de Covarrubias califica de vocablo grosero y aldeano, por la cabeza atronada del que es vocinglero y hablador, alocado y vacío de casos.El verso
Aguda donde fuera mejor ancha, aplicado a la veleta, es para mi ininteligible. Ancha será lo mismo que roma por oposición a aguda; pero ni aún así lo entiendo.El adjetivo broncínea, que se lee después, es palabra burlesca, inventada por Cervantes.El errando del último terceto es palabra equívoca, que hace a errar, cometer yerros, y a errar, vagar de una parte a otra; y está bien aplicada a Don Quijote, porque hizo eminentemente uno y otro.
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N-1,52,53. Significa la persona a quien se da de comer, por ser el pan y el agua los dos artículos más esenciales del alimento, y por extensión indica el cliente, el que depende de otro.
Llamó con razón el poeta gran Sierra Negra a Sierra Morena, y herbosos a los llanos de Aranjuez. No se ve por la historia que los llegase a pisar Don Quijote; y con efecto, para la verosimilitud de los sucesos convino llevarlo por parajes poco poblados, como ya se ha dicho alguna vez, y alejarlo del término de la Corte y grandes ciudades.Tampoco se ve el fundamento con que pudo decirse que Don Quijote anduvo a pie y cansado por culpa de Rocinante. Don Quijote anduvo siempre a caballo; y cuando no pudo llevarle Rocinante, suplió sus faltas el Rucio, sin que conste cosa en contrario.
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N-1,52,54. No alcanzo lo que significa el tronco diamantino que huella Marte.----Las nuevas proezas serán las de Don Quijote, que quiso renovar las antiguasde los aventureros; y el nuevo estilo de Cervantes, que, con efecto, fue original y nuevo.----Más abajo se dice que si Gaula se precia de Amadís, y Grecia de los descendientes de Amadís, la Mancha se precia más que Grecia ni Gaula de Don Quijote; se quiso decir que la Mancha se preciaba de Don Quijote más que Grecia y Gaula de Amadís y su descendencia. Cervantes hubo de hacer oscuras y malas de propósito las presentes composiciones, para ridiculizar así a los académicos que suponían ser sus autores.
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N-1,52,55. En las ediciones primitivas, y en todas las siguientes, se leía con manifiesto error y falta de sentido de Belona preside. La edición de Londres de 1738 puso en su lugar de Belona valiente; pero estuvo menos feliz que la Academia Española, la cual, corrigiendo una sola letra, restituyó la genuina lección: Do Belona preside, y no puede dudarse que ésta fue la de Cervantes.
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N-1,52,56. La alta, esto es, la insigne, la excelsa. Pellicer entendió mal estas palabras, creyendo que se dijo alta Mancha por oposición a Mancha baja, según la división vulgar del país, que distingue con estos nombres las partes llana y montuosa de la provincia. Pellicer pudo observar que no es lo mismo Mancha alta que alta Mancha, y que la anteposición del epíteto alta lleva consigo cierto énfasis, que le da en el soneto del Caprichoso la misma fuerza que en aquello de Virgilio:
atque altae moenia Romae.
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N-1,52,57. Nombre de un osado y valiente corsario argelino, uno de los capitanes de Barbarroja, que, en tiempo de Carlos V salteó, robó y despobló algunos lugares de la costa del reino de Valencia. El Padre Haedo hizo larga memoria de sus acciones (y +por qué no diremos de sus hazañas?) en la Topografía de Argel y Epítome de sus Reyes. No es posible ya discurrir cuál fue la conexión de Cervantes entre el pirata argelino y el académico de la Argamasilla, aunque bien puede discurrirse que no sería muy favorable al académico.
Los epitafios de Don Quijote, Sancho y Dulcinea que puso Cervantes al fin de la primera parte, hubieran en todo caso estado mejor al fin de la segunda. Aquí parecen impertinentes, y sólo prueban el ningún plan que tenía Cervantes al escribir el QUIJOTE.
VUELTA AL TEXTO

















N-1,52,58. De ésta y otras expresiones que preceden se deduce que Cervantes no daba por acabado el QUIJOTE. Pero al mismo tiempo deja concluidos todos los incidentes de la primera parte, y aun habla del fallecimiento de los personajes principales, y pone sus epitafios. Si Cervantes, dice don Vicente de los Ríos (Análisis, núm. 314), no hubiera manifestado su pensamiento de continuar el QUIJOTE en el último capítulo de la primera parte, se pudiera inferir del modo con que la concluye que no pensaba escribir segunda, porque remata todos los episodios sin dejar cosa alguna pendiente. Esta pausa tan marcada entorpece la rapidez de la acción, que debiera conservarse sin decaer desde el principio hasta el fin de la fábula.
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Parte II del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha.

      Parte II -- PROLEGOMENOS
TASA

      Yo, Hernando de Vallejo, escribano de Cámara del Rey nuestro señor, de los que residen en su Consejo, doy fe que, habiéndose visto por los señores dél un libro que compuso Miguel de Cervantes Saavedra, intitulado Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, que con licencia de Su Majestad fue impreso, le tasaron a cuatro maravedís cada pliego en papel, el cual tiene setenta y tres pliegos, que al dicho respeto suma y monta docientos y noventa y dos maravedís, y mandaron que esta tasa se ponga al principio de cada volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda lo que por él se ha de pedir y llevar, sin que se exceda en ello en manera alguna, como consta y parece por el auto y decreto original sobre ello dado, y que queda en mi poder, a que me refiero; y de mandamiento de los dichos señores del Consejo y de pedimiento de la parte del dicho Miguel de Cervantes, di esta fee en Madrid, a veinte y uno días del mes de otubre del mil y seiscientos y quince años.

      Hernando de Vallejo.
FE DE ERRATAS

      Vi este libro intitulado Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, y no hay en él cosa digna de notar que no corresponda a su original. Dada en Madrid, a veinte y uno de otubre, mil y seiscientos y quince.

      El licenciado Francisco Murcia de la Llana.
APROBACIÓN

      Por comisión y mandado de los señores del Consejo, he hecho ver el libro contenido en este memorial: no contiene cosa contra la fe ni buenas costumbres, antes es libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral; puédesele dar licencia para imprimirle. En Madrid, a cinco de noviembre de mil seiscientos y quince.
Doctor Gutierre de Cetina.
APROBACIÓN

      APROBACIÓN Por comisión y mandado de los señores del Consejo, he visto la Segunda parte de don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra: no contiene cosa contra nuestra santa fe católica, ni buenas costumbres, antes, muchas de honesta recreación y apacible divertimiento, que los antiguos juzgaron convenientes a sus repúblicas, pues aun en la severa de los lacedemonios levantaron estatua a la risa, y los de Tesalia la dedicaron fiestas, como lo dice Pausanias, referido de Bosio, libro II De signis Ecclesiae, caParte 10, alentando ánimos marchitos y espíritus melancólicos, de que se acordó Tulio en el primero De legibus, y el poeta diciendo:

      Interpone tuis interdum gaudia curis,

      lo cual hace el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lo faceto, disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprehensión, y cumpliendo con el acertado asunto en que pretende la expulsión de los libros de caballerías, pues con su buena diligencia mañosamente alimpiando de su contagiosa dolencia a estos reinos, es obra muy digna de su grande ingenio, honra y lustre de nuestra nación, admiración y invidia de las estrañas. Éste es mi parecer, salvo etc. En Madrid, a 17 de marzo de 1615. El maestro Josef de Valdivielso.
APROBACIÓN

      Por comisión del señor doctor Gutierre de Cetina, vicario general desta villa de Madrid, corte de Su Majestad, he visto este libro de la Segunda parte del ingenioso caballero (N) don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra, y no hallo en él cosa indigna de un cristiano celo, ni que disuene de la decencia debida a buen ejemplo, ni virtudes morales; antes, mucha erudición y aprovechamiento, así en la continencia de su bien seguido asunto para extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías, cuyo contagio había cundido más de lo que fuera justo, como en la lisura del lenguaje castellano, no adulterado con enfadosa y estudiada afectación, vicio con razón aborrecido de hombres cuerdos; y en la correción de vicios que generalmente toca, ocasionado de sus agudos discursos, guarda con tanta cordura las leyes de reprehensión cristiana, que aquel que fuere tocado de la enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus medicinas gustosamente habrá bebido, cuando menos lo imagine, sin empacho ni asco alguno, lo provechoso de la detestación de su vicio, con que se hallará, que es lo más difícil de conseguirse, gustoso y reprehendido. Ha habido muchos que, por no haber sabido templar ni mezclar a propósito lo útil con lo dulce, han dado con todo su molesto trabajo en tierra, pues no pudiendo imitar a Diógenes en lo filósofo y docto, atrevida, por no decir licenciosa y desalumbradamente, le pretenden imitar en lo cínico, entregándose a maldicientes, inventando casos que no pasaron, para hacer capaz al vicio que tocan de su áspera reprehensión, y por ventura descubren caminos para seguirle, hasta entonces ignorados, con que vienen a quedar, si no reprehensores, a lo menos maestros dél. Hácense odiosos a los bien entendidos, con el pueblo pierden el crédito, si alguno tuvieron, para admitir sus escritos y los vicios que arrojada e imprudentemente quisieren corregir en muy peor estado que antes, que no todas las postemas a un mismo tiempo están dispuestas para admitir las recetas o cauterios; antes, algunos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas, con cuya aplicación, el atentado y docto médico consigue el fin de resolverlas, término que muchas veces es mejor que no el que se alcanza con el rigor del hierro. Bien diferente han sentido de los escritos de Miguel de Cervantes, así nuestra nación como las estrañas, pues como a milagro desean ver el autor de libros que con general aplauso, así por su decoro y decencia como por la suavidad y blandura de sus discursos, han recebido España, Francia, Italia, Alemania y Flandes. Certifico con verdad que en veinte y cinco de febrero deste año de seiscientos y quince, habiendo ido el ilustrísimo señor don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, mi señor, a pagar la visita que a Su Ilustrísima hizo el embajador de Francia, que vino a tratar cosas tocantes a los casamientos de sus príncipes y los de España, muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a mí y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y, tocando acaso en éste que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que, así en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte désta, y las Novelas. Fueron tantos sus encarecimientos, que me ofrecí llevarles que viesen el autor dellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos deseos. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: ‘‘ Pues, ¿ a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?’’ Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dijo: ‘‘ Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo’’. Bien creo que está, para censura, un poco larga; alguno dirá que toca los límites de lisonjero elogio; mas la verdad de lo que cortamente digo deshace en el crítico la sospecha y en mí el cuidado; además que el día de hoy no se lisonjea a quien no tiene con qué cebar el pico del adulador, que, aunque afectuosa y falsamente dice de burlas, pretende ser remunerado de veras. En Madrid, a veinte y siete de febrero de mil y seiscientos y quince.

      El licenciado Márquez Torres.
PRIVILEGIO

      Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue fecha relación que habíades compuesto la Segunda parte de don Quijote de la Mancha, de la cual hacíades presentación, y, por ser libro de historia agradable y honesta, y haberos costado mucho trabajo y estudio, nos suplicastes os mandásemos dar licencia para le poder imprimir y privilegio por veinte años, o como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hizo la diligencia que la premática por nos sobre ello fecha dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien. Por la cual vos damos licencia y facultad para que, por tiempo y espacio de diez años, cumplidos primeros siguientes, que corran y se cuenten desde el día de la fecha de esta nuestra cédula en adelante, vos, o la persona que para ello vuestro poder hobiere, y no otra alguna, podáis imprimir y vender el dicho libro que desuso se hace mención; y por la presente damos licencia y facultad a cualquier impresor de nuestros reinos que nombráredes para que durante el dicho tiempo le pueda imprimir por el original que en el nuestro Consejo se vio, que va rubricado y firmado al fin de Hernando de Vallejo, nuestro escribano de Cámara, y uno de los que en él residen, con que antes y primero que se venda lo traigáis ante ellos, juntamente con el dicho original, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, o traigáis fe en pública forma cómo, por corretor por nos nombrado, se vio y corrigió la dicha impresión por el dicho original, y más al dicho impresor que ansí imprimiere el dicho libro no imprima el principio y primer pliego dél, ni entregue más de un solo libro con el original al autor y persona a cuya costa lo imprimiere, ni a otra alguna, para efecto de la dicha correción y tasa, hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo, y estando hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, en el cual imediatamente ponga esta nuestra licencia y la aprobación, tasa y erratas, ni lo podáis vender ni vendáis vos ni otra persona alguna, hasta que esté el dicho libro en la forma susodicha, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la dicha premática y leyes de nuestros reinos que sobre ello disponen; y más, que durante el dicho tiempo persona alguna sin vuestra licencia no le pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere y vendiere haya perdido y pierda cualesquiera libros, moldes y aparejos que dél tuviere, y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís por cada vez que lo contrario hiciere, de la cual dicha pena sea la tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte par el que lo denunciare; y más a los del nuestro Consejo, presidentes, oidores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra Casa y Corte y Chancillerías, y a otras cualesquiera justicias de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, y a cada uno en su juridición, ansí a los que agora son como a los que serán de aquí adelante, que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced, que ansí vos hacemos, y contra ella no vayan ni pasen en manera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara. Dada en Madrid, a treinta días del mes de marzo de mil y seiscientos y quince años.

      YO, EL REY.
Por mandado del Rey nuestro señor: Pedro de Contreras.

Parte II -- DEDICATORIA AL CONDE DE LEMOS (N)

      Enviando a Vuestra Excelencia los días pasados mis comedias, antes impresas que representadas, (N) si bien me acuerdo, dije que don Quijote quedaba calzadas las espuelas para ir a besar las manos a Vuestra Excelencia; y ahora digo que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y si él allá llega, me parece que habré hecho algún servicio a Vuestra Excelencia, porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que le envíe para quitar el hámago y la náusea que ha causado otro don Quijote, que, con nombre de segunda parte, se ha disfrazado y corrido por el orbe; y el que más ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, (N) pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote. Juntamente con esto, me decía que fuese yo a ser el rector del tal colegio.

      Preguntéle al portador si Su Majestad le había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento. ‘‘ Pues, hermano –le respondí yo–, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las veinte, (N) o a las que venís despachado, porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear’’.

      Con esto le despedí, y con esto me despido, ofreciendo a Vuestra Excelencia los Trabajos de Persiles y Sigismunda, libro a quien daré fin dentro de cuatro meses, Deo volente; el cual ha de ser o el más malo o el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los de entretenimiento; y digo que me arrepiento de haber dicho el más malo, (N) porque, según la opinión de mis amigos, ha de llegar al estremo de bondad posible.

      Venga Vuestra Excelencia con la salud que es deseado; que ya estará Persiles para besarle las manos, y yo los pies, como criado que soy de Vuestra Excelencia. De Madrid, último de otubre de mil seiscientos y quince. (N)

      Criado de Vuestra Excelencia,

      Miguel de Cervantes Saavedra.

Parte II -- PRÓLOGO AL LECTOR

      ¡ Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona. (N) Pues en verdad que no te he dar este contento; que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato (N) y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, (N) como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de advertir que no se escribe con las canas, (N) sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.

      He sentido también que me llame invidioso, y que, como a ignorante, me describa qué cosa sea la invidia; que, en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y, siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, (N) engañóse de todo en todo: que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. (N) Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo. (N)

      Paréceme que me dices que ando muy limitado y que me contengo mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha añadir aflición al afligido, y que la que debe de tener este señor sin duda es grande, pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad. (N) Si, por ventura, llegares a conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado: que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro, con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama; (N) y, para confirmación desto, quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento.

      « Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo. Y fue que hizo un cañuto de caña puntiagudo en el fin, y, en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota; y, en teniéndolo desta suerte, le daba dos palmaditas en la barriga, y le soltaba, diciendo a los circunstantes, que siempre eran muchos: ‘‘¿ Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro?’’.

      ¿ Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro.

      Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, éste, que también es de loco y de perro.

      « Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y, en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso. Amohinábase el perro, y, dando ladridos y aullidos, no paraba en tres calles. Sucedió, pues, que, entre los perros que descargó la carga, fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco y no le dejó hueso sano; y cada palo que le daba decía: ‘‘ Perro ladrón, ¿ a mi podenco? ¿ No viste, cruel, que era podenco mi perro?’’ Y, repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña. Escarmentó el loco y retiróse, y en más de un mes no salió a la plaza; al cabo del cual tiempo, volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro, y, mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar la piedra, decía: ‘‘Este es podenco: ¡ guarda !’’ En efeto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos, o gozques, decía que eran podencos; y así, no soltó más el canto.

      Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador: que no se atreverá a soltar más la presa de su ingenio (N) en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas.

      Dile también que de la amenaza que me hace, que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite, que, acomodándome al entremés famoso de La Perendenga, (N) le respondo que me viva el Veinte y cuatro, mi señor, y Cristo con todos. Viva el gran conde de Lemos, cuya cristiandad y liberalidad, bien conocida, contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie, y vívame la suma caridad del ilustrísimo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas, (N) y siquiera no haya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen letras las Coplas de Mingo Revulgo. (N) Estos dos príncipes, sin que los solicite adulación mía ni otro género de aplauso, por sola su bondad, han tomado a su cargo el hacerme merced y favorecerme; en lo que me tengo por más dichoso y más rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto en su cumbre. La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso; la pobreza puede anublar a la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero, como la virtud dé alguna luz de sí, aunque sea por los inconvenientes y resquicios de la estrecheza, viene a ser estimada de los altos y nobles espíritus, y, por el consiguiente, favorecida.

      Y no le digas más, ni yo quiero decirte más a ti, sino advertirte que consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado, y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados y basta también que un hombre honrado haya dado noticia destas discretas locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas: que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las malas, se estima en algo. Olvídaseme de decirte que esperes el Persiles, que ya estoy acabando, y la segunda parte de Galatea. (N)








Parte II -- Capítulo I . De lo que el cura y el barbero pasaron con don Quijote cerca de su enfermedad.

      Cuenta Cide Hamete (N) Benengeli, en la segunda parte desta historia y tercera salida de don Quijote, (N) que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas; pero no por esto dejaron de visitar a su sobrina y a su ama, encargándolas tuviesen cuenta con regalarle, dándole a comer cosas confortativas y apropiadas para el corazón y el celebro, de donde procedía, según buen discurso, toda su mala ventura. Las cuales dijeron que así lo hacían, y lo harían, con la voluntad y cuidado posible, porque echaban de ver que su señor por momentos iba dando muestras de estar en su entero juicio; de lo cual recibieron los dos gran contento, por parecerles que habían acertado en haberle traído encantado en el carro de los bueyes, como se contó en la primera parte desta tan grande como puntual historia, en su último capítulo. (N) Y así, determinaron de visitarle y hacer esperiencia de su mejoría, aunque tenían casi por imposible que la tuviese, y acordaron de no tocarle en ningún punto de la andante caballería, por no ponerse a peligro de descoser los de la herida, (N) que tan tiernos estaban.

      Visitáronle, en fin, y halláronle sentado en la cama, vestida una almilla de bayeta verde, con un bonete colorado toledano; (N) y estaba tan seco y amojamado, que no parecía sino hecho de carne momia. (N) Fueron dél muy bien recebidos, preguntáronle por su salud, y él dio cuenta de sí y de ella con mucho juicio y con muy elegantes palabras; y en el discurso de su plática vinieron a tratar en esto que llaman razón de estado y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquél, reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador, un Licurgo moderno o un Solón (N) flamante; y de tal manera renovaron la república, que no pareció sino que la habían puesto en una fragua, y sacado otra de la que pusieron; y habló don Quijote con tanta discreción en todas las materias que se tocaron, que los dos esaminadores creyeron indubitadamente que estaba del todo bueno y en su entero juicio.

      Halláronse presentes a la plática la sobrina y ama, y no se hartaban de dar gracias a Dios de ver a su señor con tan buen entendimiento; pero el cura, mudando el propósito primero, que era de no tocarle en cosa de caballerías, quiso hacer de todo en todo esperiencia si la sanidad de don Quijote era falsa o verdadera, y así, de lance en lance, vino a contar algunas nuevas que habían venido de la corte; (N) y, entre otras, dijo que se tenía por cierto que el Turco bajaba con una poderosa armada, (N) y que no se sabía su designio, ni adónde había de descargar tan gran nublado; y, con este temor, con que casi cada año nos toca arma, estaba puesta en ella toda la cristiandad, y Su Majestad había hecho proveer las costas de Nápoles y Sicilia y la isla de Malta. A esto respondió don Quijote.

      -Su Majestad ha hecho como prudentísimo guerrero en proveer sus estados con tiempo, porque no le halle desapercebido el enemigo; pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que usara de una prevención, de la cual Su Majestad la hora de agora debe estar muy ajeno de pensar en ella. (N)

      Apenas oyó esto el cura, cuando dijo entre sí.

      -¡ Dios te tenga de su mano, pobre don Quijote: que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad.

      Mas el barbero, (N) que ya había dado en el mesmo pensamiento que el cura, preguntó a don Quijote cuál era la advertencia de la prevención que decía era bien se hiciese; quizá podría ser tal, (N) que se pusiese en la lista de los muchos advertimientos impertinentes que se suelen dar a los príncipes.

      -El mío, señor rapador (N) -dijo don Quijote - , no será impertinente, sino perteneciente.

      -No lo digo por tanto -replicó el barbero-, sino porque tiene mostrado la esperiencia que todos o los más arbitrios que se dan a Su Majestad, o son imposibles, o disparatados, o en daño del rey o del reino.

      -Pues el mío -respondió don Quijote- ni es imposible ni disparatado, sino el más fácil, el más justo y el más mañero y breve que puede caber en pensamiento de arbitrante alguno.

      -Ya tarda en decirle vuestra merced, señor don Quijote - dijo el cura.

      -No querría -dijo don Quijote- que le dijese yo aquí agora, y amaneciese mañana en los oídos de los señores consejeros, y se llevase otro las gracias y el premio de mi trabajo.

      -Por mí -dijo el barbero-, doy la palabra, para aquí y para delante de Dios, de no decir lo que vuestra merced dijere a rey ni a roque, ni a hombre terrenal, juramento que aprendí del romance del cura (N) que en el prefacio avisó al rey del ladrón que le había robado las cien doblas y la su mula la andariega.

      -No sé historias -dijo don Quijote-, pero sé que es bueno ese juramento, en fee de que sé que es hombre de bien el señor barbero.

      -Cuando no lo fuera -dijo el cura-, yo le abono y salgo por él, que en este caso no hablará más que un mudo, so pena de pagar lo juzgado y . (N)

      -Y a vuestra merced, ¿ quién le fía, señor cura? - dijo don Quijote.

      -Mi profesión -respondió el cura-, que es de guardar secreto. (N)

      -¡ Cuerpo de tal ! (N) -dijo a esta sazón don Quijote-. ¿ Hay más, sino mandar Su Majestad por público pregón que se junten en la corte para un día señalado todos los caballeros andantes que vagan por España; (N) que, aunque no viniesen sino media docena, tal podría venir entre ellos, que solo bastase a destruir toda la potestad del Turco? Esténme vuestras mercedes atentos, y vayan conmigo. ¿ Por ventura es cosa nueva deshacer un solo caballero andante un ejército de docientos mil hombres, (N) como si todos juntos tuvieran una sola garganta, o fueran hechos de alfenique? Si no, díganme: ¿ cuántas historias están llenas destas maravillas? ¡ Había, en hora mala para mí, que no quiero decir para otro, de vivir hoy el famoso don Belianís, o alguno de los del inumerable linaje de Amadís de Gaula; que si alguno déstos hoy viviera y con el Turco se afrontara, (N) a fee que no le arrendara la ganancia (N) ! Pero Dios mirará por su pueblo, y deparará alguno que, si no tan bravo como los pasados andantes caballeros, a lo menos no les será inferior en el ánimo; (N) y Dios me entiende, y no digo más.

      -¡ Ay ! -dijo a este punto la sobrina-; ¡ que me maten si no quiere mi señor volver a ser caballero andante.

      A lo que dijo don Quijote.

      -Caballero andante he de morir, y baje o suba el Turco cuando él quisiere y cuan poderosamente pudiere; que otra vez digo que Dios me entiende.

      A esta sazón dijo el barbero.

      -Suplico a vuestras mercedes que se me dé licencia para contar un cuento breve que sucedió en Sevilla, que, por venir aquí como de molde, me da gana de contarle.

      Dio la licencia don Quijote, y el cura y los demás le prestaron atención, y él comenzó desta manera.

      -« En la casa de los locos de Sevilla estaba un hombre a quien sus parientes habían puesto allí por falto de juicio. Era graduado en cánones por Osuna, pero, aunque lo fuera por Salamanca, según opinión de muchos, no dejara de ser loco. Este tal graduado, al cabo de algunos años de recogimiento, se dio a entender que estaba cuerdo y en su entero juicio, y con esta imaginación escribió al arzobispo, suplicándole encarecidamente y con muy concertadas razones le mandase sacar de aquella miseria en que vivía, pues por la misericordia de Dios había ya cobrado el juicio perdido; pero que sus parientes, por gozar de la parte de su hacienda, (N) le tenían allí, y, a pesar de la verdad, querían que fuese loco hasta la muerte.

      » El arzobispo, persuadido de muchos billetes concertados y discretos, mandó a un capellán suyo se informase del retor de la casa si era verdad lo que aquel licenciado le escribía, y que asimesmo hablase con el loco, y que si le pareciese que tenía juicio, le sacase y pusiese en libertad. Hízolo así el capellán, y el retor le dijo que aquel hombre aún se estaba loco: que, puesto que hablaba muchas veces como persona de grande entendimiento, al cabo disparaba con tantas necedades, que en muchas y en grandes igualaban a sus primeras discreciones, como se podía hacer la esperiencia hablándole. Quiso hacerla el capellán, y, poniéndole con el loco, (N) habló con él una hora y más, y en todo aquel tiempo jamás el loco dijo razón torcida ni disparatada; antes, habló tan atentadamente, que el capellán fue forzado a creer que el loco estaba cuerdo; y entre otras cosas que el loco le dijo fue que el retor le tenía ojeriza, por no perder los regalos que sus parientes le hacían porque dijese que aún estaba loco, y con lúcidos intervalos; y que el mayor contrario que en su desgracia tenía era su mucha hacienda, pues, por gozar della sus enemigos, ponían dolo y dudaban de la merced que Nuestro Señor le había hecho en volverle de bestia en hombre. Finalmente, él habló de manera que hizo sospechoso al retor, codiciosos y desalmados a sus parientes, y a él tan discreto que el capellán se determinó a llevársele consigo a que el arzobispo le viese y tocase con la mano la verdad de aquel negocio.

      » Con esta buena fee, el buen capellán pidió al retor mandase dar los vestidos con que allí había entrado el licenciado; volvió a decir el retor que mirase lo que hacía, porque, sin duda alguna, el licenciado aún se estaba loco. No sirvieron de nada para con el capellán las prevenciones y advertimientos del retor para que dejase de llevarle; obedeció el retor, viendo ser orden del arzobispo; pusieron al licenciado sus vestidos, que eran nuevos y decentes, y, como él se vio vestido de cuerdo y desnudo de loco, (N) suplicó al capellán que por caridad le diese licencia para ir a despedirse de sus compañeros los locos. El capellán dijo que él le quería acompañar y ver los locos que en la casa había. Subieron, en efeto, y con ellos algunos que se hallaron presentes; y, llegado el licenciado a una jaula adonde estaba un loco furioso, aunque entonces sosegado y quieto, le dijo: ′′Hermano mío, mire si me manda algo, que me voy a mi casa; que ya Dios ha sido servido, por su infinita bondad y misericordia, sin yo merecerlo, de volverme mi juicio: ya estoy sano y cuerdo; que acerca del poder de Dios ninguna cosa es imposible. Tenga grande esperanza y confianza en Él, que, pues a mí me ha vuelto a mi primero estado, también le volverá a él si en Él confía. Yo tendré cuidado de enviarle algunos regalos que coma, y cómalos en todo caso, que le hago saber que imagino, como quien ha pasado por ello, que todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los celebros llenos de aire. Esfuércese, esfuércese, que el descaecimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte′′.

      » Todas estas razones del licenciado escuchó otro loco que estaba en otra jaula, frontero de la del furioso, y, levantándose de una estera vieja donde estaba echado y desnudo en cueros, preguntó a grandes voces quién era el que se iba sano y cuerdo. El licenciado respondió: ′′Yo soy, hermano, el que me voy; que ya no tengo necesidad de estar más aquí, por lo que doy infinitas gracias a los cielos, que tan grande merced me han hecho′′. ′′Mirad lo que decís, licenciado, no os engañe el diablo -replicó el loco-; sosegad el pie, y estaos quedito en vuestra casa, y ahorraréis la vuelta (N) ′′. ′′Yo sé que estoy bueno - replicó el licenciado - , y no habrá para qué tornar a andar estaciones′′. ′′¿ Vos bueno? -dijo el loco-: agora bien, ello dirá; andad con Dios, pero yo os voto a Júpiter, cuya majestad yo represento en la tierra, que por solo este pecado que hoy comete Sevilla, en sacaros desta casa y en teneros por cuerdo, tengo de hacer un tal castigo en ella, que quede memoria dél por todos los siglos del los siglos, amén. ¿ No sabes tú, licenciadillo menguado, que lo podré hacer, pues, como digo, soy Júpiter Tonante, que tengo en mis manos los rayos abrasadores con que puedo y suelo amenazar y destruir el mundo? Pero con sola una cosa quiero castigar a este ignorante pueblo, y es con no llover en él ni en todo su distrito y contorno por tres enteros años, que se han de contar desde el día y punto en que ha sido hecha esta amenaza en adelante. ¿ Tú libre, tú sano, (N) tú cuerdo, y yo loco, y yo enfermo, y yo atado...? Así pienso llover como pensar ahorcarme′′.

      » A las voces y a las razones del loco estuvieron los circustantes atentos, pero nuestro licenciado, volviéndose a nuestro capellán y asiéndole de las manos, le dijo: ′′No tenga vuestra merced pena, señor mío, ni haga caso de lo que este loco ha dicho, que si él es Júpiter y no quisiere llover, yo, que soy Neptuno, el padre y el dios de las aguas, lloveré todas las veces que se me antojare y fuere menester′′. A lo que respondió el capellán: ′′Con todo eso, señor Neptuno, no será bien enojar al señor Júpiter: vuestra merced se quede en su casa, que otro día, cuando haya más comodidad y más espacio, volveremos por vuestra merced′′. Rióse el retor y los presentes, por cuya risa se medio corrió el capellán; desnudaron al licenciado, quedóse en casa y acabóse el cuento.

      -Pues, ¿ éste es el cuento, señor barbero -dijo don Quijote-, que, por venir aquí como de molde, no podía dejar de contarle? ¡ Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no vee por tela de cedazo (N) ! Y ¿ es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas y mal recebidas? Yo, señor barbero, no soy Neptuno, el dios de las aguas, ni procuro que nadie me tenga por discreto no lo siendo; sólo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería. Pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes. Los más de los caballeros que agora se usan, antes les crujen los damascos, los brocados y otras ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman; ya no hay caballero que duerma en los campos, sujeto al rigor del cielo, (N) armado de todas armas desde los pies a la cabeza; y ya no hay quien, sin sacar los pies de los estribos, arrimado a su lanza, (N) sólo procure descabezar, como dicen, el sueño, como lo hacían los caballeros andantes. Ya no hay ninguno que, saliendo deste bosque, entre en aquella montaña, y de allí pise una estéril y desierta playa (N) del mar, las más veces proceloso y alterado, y, hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, (N) vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón se arroje en él, entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le bajan al abismo; y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla tres mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y, saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces. Mas agora, ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas, que sólo vivieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes caballeros. Si no, díganme: ¿ quién más honesto y más valiente que el famoso Amadís de Gaula?; ¿ quién más discreto que Palmerín de Inglaterra?; ¿ quién más acomodado y manual que Tirante el Blanco?; ¿ quién más galán que Lisuarte de Grecia? ; (N) ¿ quién más acuchillado ni acuchillador que don Belianís?; ¿ quién más intrépido que Perión de Gaula, o quién más acometedor de peligros que Felixmarte de Hircania, o quién más sincero que Esplandián?; ¿ quién mas arrojado que don Cirongilio de Tracia?; ¿ quién más bravo que Rodamonte?; ¿ quién más prudente que el rey Sobrino?; ¿ quién más atrevido que Reinaldos?; ¿ quién más invencible que Roldán?; y ¿ quién más gallardo y más cortés que Rugero, (N) de quien decienden hoy los duques de Ferrara, según Turpín en su Cosmografía? (N) Todos estos caballeros, y otros muchos que pudiera decir, señor cura, fueron caballeros andantes, luz y gloria de la caballería. Déstos, o tales como éstos, quisiera yo que fueran los de mi arbitrio, que, a serlo, Su Majestad se hallara bien servido y ahorrara de mucho gasto, y el Turco se quedara pelando las barbas, y con esto, no quiero quedar en mi casa, pues no me saca el capellán della; y si su Júpiter, como ha dicho el barbero, no lloviere, aquí estoy yo, que lloveré cuando se me antojare. Digo esto porque sepa el señor Bacía que le entiendo.

      -En verdad, señor don Quijote -dijo el barbero-, que no lo dije por tanto, y así me ayude Dios como fue buena mi intención, y que no debe vuestra merced sentirse.

      -Si puedo sentirme o no -respondió don Quijote-, yo me lo sé.

      A esto dijo el cura.

      -Aun bien que yo casi no he hablado palabra hasta ahora, y no quisiera quedar con un escrúpulo que me roe y escarba (N) la conciencia, nacido de lo que aquí el señor don Quijote ha dicho.

      -Para otras cosas más -respondió don Quijote - tiene licencia el señor cura; y así, puede decir su escrúpulo, porque no es de gusto andar con la conciencia escrupulosa.

      -Pues con ese beneplácito -respondió el cura-, digo que mi escrúpulo es que no me puedo persuadir en ninguna manera a que toda la caterva de caballeros andantes que vuestra merced, señor don Quijote, ha referido, hayan sido real y verdaderamente personas de carne y hueso en el mundo; antes, imagino que todo es ficción, fábula y mentira, y sueños contados por hombres despiertos, o, por mejor decir, medio dormidos.

      -Ése es otro error -respondió don Quijote- en que han caído muchos, que no creen que haya habido tales caballeros en el mundo; y yo muchas veces, con diversas gentes (N) y ocasiones, he procurado sacar a la luz de la verdad este casi común engaño; pero algunas veces no he salido con mi intención, y otras sí, sustentándola sobre los hombros de la verdad; la cual verdad es tan cierta, que estoy por decir que con mis propios ojos vi a Amadís de Gaula, que era un hombre alto de cuerpo, blanco de rostro, (N) bien puesto de barba, aunque negra, de vista entre blanda y rigurosa, corto de razones, tardo en airarse y presto en deponer la ira; y del modo que he delineado a Amadís pudiera, a mi parecer, pintar y descubrir (N) todos cuantos caballeros andantes andan en las historias en el orbe, que, por la aprehensión que tengo de que fueron como sus historias cuentan, y por las hazañas que hicieron y condiciones que tuvieron, se pueden sacar por buena filosofía sus faciones, sus colores y estaturas. (N)

      -¿ Que tan grande le parece a vuestra merced, mi señor don Quijote - preguntó el barbero-, debía de ser el gigante Morgante?

      -En esto de gigantes -respondió don Quijote- hay diferentes opiniones, si los ha habido o no (N) en el mundo; pero la Santa Escritura, que no puede faltar un átomo en la verdad, nos muestra que los hubo, contándonos la historia de aquel filisteazo de Golías, que tenía siete codos y medio (N) de altura, que es una desmesurada grandeza. También en la isla de Sicilia (N) se han hallado canillas y espaldas tan grandes, que su grandeza manifiesta que fueron gigantes sus dueños, y tan grandes como grandes torres; que la geometría saca esta verdad de duda. (N) Pero, con todo esto, no sabré decir con certidumbre qué tamaño tuviese Morgante, aunque imagino que no debió de ser muy alto; y muéveme a ser deste parecer hallar en la historia donde se hace mención particular de sus hazañas (N) que muchas veces dormía debajo de techado; y, pues hallaba casa donde cupiese, claro está que no era desmesurada su grandeza.

      -Así es -dijo el cura.

      El cual, gustando de oírle decir tan grandes disparates, le preguntó que qué sentía acerca de los rostros de Reinaldos de Montalbán y de don Roldán, y de los demás Doce Pares de Francia, pues todos habían sido caballeros andantes.

      -De Reinaldos -respondió don Quijote- me atrevo a decir que era ancho de rostro, (N) de color bermejo, los ojos bailadores y algo saltados, puntoso y colérico en demasía, amigo de ladrones y de gente perdida. De Roldán, o Rotolando, o Orlando, que con todos estos nombres le nombran las historias, soy de parecer y me afirmo que fue de mediana estatura, (N) ancho de espaldas, algo estevado, moreno de rostro y barbitaheño, (N) velloso en el cuerpo y de vista amenazadora; corto de razones, pero muy comedido y bien criado. (N)

      -Si no fue Roldán más gentilhombre que vuestra merced ha dicho -replicó el cura-, no fue maravilla que la señora Angélica la Bella le desdeñase y dejase por la gala, brío y donaire que debía de tener el morillo barbiponiente (N) a quien ella se entregó; y anduvo discreta de adamar antes la blandura de Medoro que la aspereza de Roldán.

      -Esa Angélica -respondió don Quijote-, señor cura, fue una doncella destraída, andariega y algo antojadiza, y tan lleno dejó el mundo de sus impertinencias como de la fama de su hermosura: despreció mil señores, (N) mil valientes y mil discretos, y contentóse con un pajecillo barbilucio, sin otra hacienda ni nombre que el que le pudo dar de agradecido la amistad que guardó a su amigo. El gran cantor de su belleza, (N) el famoso Ariosto, por no atreverse, o por no querer cantar lo que a esta señora le sucedió después de su ruin entrego, que no debieron ser cosas demasiadamente honestas, la dejó donde dijo.

      Y como del Catay recibió el cetro.

      quizá otro cantará con mejor plectro. (N)

      Y, sin duda, que esto fue como profecía; que los poetas también se llaman vates, que quiere decir adivinos. Véese esta verdad clara, porque, después acá, un famoso poeta (N) lloró y cantó sus lágrimas, y otro famoso y único poeta castellano cantó su hermosura.

      -Dígame, señor don Quijote -dijo a esta sazón el barbero-, ¿ no ha habido algún poeta que haya hecho alguna sátira a esa señora Angélica, entre tantos como la han alabado.

      -Bien creo yo -respondió don Quijote- que si Sacripante o Roldán (N) fueran poetas, que ya me hubieran jabonado a la doncella; porque es propio y natural de los poetas desdeñados y no admitidos de sus damas fingidas -o fingidas, en efeto, (N) de aquéllos a quien ellos escogieron por señoras de sus pensamientos-, vengarse con sátiras y libelos (venganza, por cierto, indigna de pechos generosos), pero hasta agora no ha llegado a mi noticia ningún verso infamatorio contra la señora Angélica, que trujo revuelto el mundo.

      -¡ Milagro ! -dijo el cura.

      Y, en esto, oyeron que la ama y la sobrina, que ya habían dejado la conversación, daban grandes voces en el patio, y acudieron todos al ruido.







Parte II -- Capítulo II . Que trata de la notable pendencia que Sancho Panza tuvo con la sobrina y ama de don Quijote, con otros sujetos (N) graciosos.

      Cuenta la historia (N) que las voces que oyeron don Quijote, el cura y el barbero eran de la sobrina y ama, que las daban diciendo a Sancho Panza, que pugnaba por entrar a ver a don Quijote, y ellas le defendían la puerta. (N)

      -¿ Qué quiere este mostrenco en esta casa? Idos a la vuestra, hermano, que vos sois, y no otro, el que destrae y sonsaca a mi señor, y le lleva por esos andurriales.

      A lo que Sancho respondió.

      -Ama de Satanás, el sonsacado, y el destraído, y el llevado por esos andurriales soy yo, que no tu amo; él me llevó por esos mundos, y vosotras os engañáis en la mitad del justo precio: él me sacó de mi casa con engañifas, prometiéndome una ínsula, que hasta agora la espero.

      -Malas ínsulas te ahoguen -respondió la sobrina-, Sancho maldito. Y ¿ qué son ínsulas? ¿ Es alguna cosa de comer, golosazo, comilón, que tú eres? . (N)

      -No es de comer -replicó Sancho-, sino de gobernar y regir mejor que cuatro ciudades y que cuatro alcaldes de corte. (N)

      -Con todo eso -dijo el ama-, no entraréis acá, saco de maldades y costal de malicias. Id a gobernar vuestra casa y a labrar vuestros pegujares, (N) y dejaos de pretender ínsulas ni ínsulos.

      Grande gusto recebían el cura y el barbero de oír el coloquio de los tres; pero don Quijote, temeroso que Sancho se descosiese y desbuchase (N) algún montón de maliciosas necedades, y tocase en puntos que no le estarían bien a su crédito, le llamó, y hizo a las dos que callasen y le dejasen entrar. Entró Sancho, y el cura y el barbero se despidieron de don Quijote, de cuya salud desesperaron, viendo cuán puesto estaba en sus desvariados pensamientos, y cuán embebido en la simplicidad de sus malandantes caballerías; y así, dijo el cura al barbero.

      -Vos veréis, compadre, cómo, cuando menos lo pensemos, nuestro hidalgo sale otra vez a volar la ribera. (N)

      No pongo yo duda en eso -respondió el barbero-, pero no me maravillo tanto de la locura del caballero como de la simplicidad del escudero, que tan creído tiene aquello de la ínsula, que creo que no se lo sacarán del casco cuantos desengaños pueden imaginarse.

      -Dios los remedie -dijo el cura-, y estemos a la mira: veremos en lo que para esta máquina de disparates de tal caballero y de tal escudero, que parece que los forjaron a los dos en una mesma turquesa, y que las locuras del señor, sin las necedades del criado, no valían un ardite.

      -Así es -dijo el barbero-, y holgara mucho saber qué tratarán ahora los dos.

      -Yo seguro (N) -respondió el cura- que la sobrina o el ama nos lo cuenta después, que no son de condición que dejarán de escucharlo.

      En tanto, don Quijote se encerró con Sancho en su aposento; y, estando solos, le dijo.

      -Mucho me pesa, Sancho, que hayas dicho y digas que yo fui el que te saqué de tus casillas, sabiendo que yo no me quedé en mis casas: juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos; una misma fortuna y una misma suerte ha corrido por los dos: si a ti te mantearon una vez, a mí me han molido ciento, y esto es lo que te llevo de ventaja.

      -Eso estaba puesto en razón -respondió Sancho-, porque, según vuestra merced dice, más anejas son a los caballeros andantes las desgracias que a sus escuderos.

      -Engáñaste, Sancho -dijo don Quijote-; según aquello, quando caput dolet... , (N) etcétera.

      -No entiendo otra lengua que la mía -respondió Sancho.

      -Quiero decir -dijo don Quijote- que, cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen; y así, siendo yo tu amo y señor, soy tu cabeza, y tú mi parte, pues eres mi criado; y, por esta razón, el mal que a mí me toca, o tocare, a ti te ha de doler, y a mí el tuyo.

      -Así había de ser -dijo Sancho-, pero cuando a mí me manteaban como a miembro, se estaba mi cabeza detrás de las bardas, mirándome volar por los aires, sin sentir dolor alguno; y, pues los miembros están obligados a dolerse del mal de la cabeza, había de estar obligada ella a dolerse dellos.

      -¿ Querrás tú decir agora, Sancho -respondió don Quijote-, que no me dolía yo cuando a ti te manteaban? Y si lo dices, no lo digas, ni lo pienses; pues más dolor sentía yo entonces en mi espíritu que tú en tu cuerpo. Pero dejemos esto aparte por agora, que tiempo habrá donde lo ponderemos y pongamos en su punto, y dime, Sancho amigo: ¿ qué es lo que dicen de mí por ese lugar? ¿ En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿ Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas y qué de mi cortesía? ¿ Qué se platica del asumpto que he tomado de resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca? Finalmente, quiero, Sancho, me digas lo que acerca desto ha llegado a tus oídos; y esto me has de decir sin añadir al bien ni quitar al mal cosa alguna, que de los vasallos leales es decir la verdad a sus señores en su ser y figura propia, sin que la adulación la acreciente o otro vano respeto la disminuya; y quiero que sepas, Sancho, que si a los oídos de los príncipes llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, (N) otros siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro que la nuestra, que entiendo que, de las que ahora se usan, es la dorada. Sírvate este advertimiento, Sancho, para que discreta y bien intencionadamente (N) pongas en mis oídos la verdad de las cosas que supieres de lo que te he preguntado.

      -Eso haré yo de muy buena gana, señor mío -respondió Sancho-, con condición que vuestra merced no se ha de enojar de lo que dijere, pues quiere que lo diga en cueros, sin vestirlo de otras ropas de aquellas con que llegaron a mi noticia.

      -En ninguna manera me enojaré -respondió don Quijote - . Bien puedes, Sancho, hablar libremente y sin rodeo alguno.

      -Pues lo primero que digo -dijo-, es que el vulgo tiene a vuestra merced por grandísimo loco, y a mí por no menos mentecato. Los hidalgos dicen que, no conteniéndose vuestra merced en los límites de la hidalguía, se ha puesto don (N) y se ha arremetido a caballero con cuatro cepas y dos yugadas de tierra y con un trapo atrás y otro adelante. Dicen los caballeros que no querrían que los hidalgos se opusiesen a ellos, (N) especialmente aquellos hidalgos escuderiles que dan humo a los zapatos y toman los puntos de las medias negras con seda verde.

      -Eso -dijo don Quijote- no tiene que ver conmigo, pues ando siempre bien vestido, (N) y jamás remendado; roto, bien podría ser; y el roto, más de las armas que del tiempo.

      -En lo que toca -prosiguió Sancho- a la valentía, cortesía, hazañas y asumpto de vuestra merced, hay diferentes opiniones; unos dicen: "loco, pero gracioso"; otros, "valiente, pero desgraciado"; otros, "cortés, pero impertinente"; y por aquí van discurriendo en tantas cosas, que ni a vuestra merced ni a mí nos dejan hueso sano.

      -Mira, Sancho -dijo don Quijote-: dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida. (N) Pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia. Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres. (N) Alejandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen dél que tuvo sus ciertos puntos de borracho. (N) De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle. (N) De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rijoso; (N) y de su hermano, que fue llorón. Así que, ¡ oh Sancho !, entre las tantas calumnias de buenos, bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho.

      -¡ Ahí está el toque, cuerpo de mi padre ! (N) - replicó Sancho.

      -Pues, ¿ hay más? -preguntó don Quijote.

      -Aún la cola falta por desollar -dijo Sancho-. Lo de hasta aquí son tortas y pan pintado; mas si vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas (N) que le ponen, yo le traeré aquí luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte una meaja; que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller, (N) y, yéndole yo a dar la bienvenida, me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; (N) y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces (N) de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.

      -Yo te aseguro, Sancho -dijo don Quijote-, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada (N) de lo que quieren escribir.

      -Y ¡ cómo -dijo Sancho- si era sabio y encantador, pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco, que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena.

      -Ese nombre es de moro (N) -respondió don Quijote.

      -Así será -respondió Sancho-, porque por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas.

      -Tú debes, Sancho -dijo don Quijote-, errarte en el sobrenombre de ese Cide, que en arábigo quiere decir señor.

      -Bien podría ser -replicó Sancho-, mas, si vuestra merced gusta que yo le haga venir aquí, (N) iré por él en volandas.

      -Harásme mucho placer, amigo -dijo don Quijote-, que me tiene suspenso lo que me has dicho, y no comeré bocado que bien me sepa hasta ser informado de todo.

      -Pues yo voy por él -respondió Sancho.

      Y, dejando a su señor, se fue a buscar al bachiller, con el cual volvió de allí a poco espacio, y entre los tres pasaron un graciosísimo coloquio. (N)







Parte II -- Capítulo III . Del ridículo razonamiento (N) que pasó entre don Quijote, Sancho Panza y el bachiller Sansón Carrasco.

      Pensativo además (N) quedó don Quijote, esperando al bachiller Carrasco, de quien esperaba oír las nuevas de sí mismo puestas en libro, como había dicho Sancho; y no se podía persuadir a que tal historia hubiese, pues aún no estaba enjuta en la cuchilla de su espada (N) la sangre de los enemigos que había muerto, y ya querían que anduviesen en estampa sus altas caballerías. Con todo eso, imaginó que algún sabio, o ya amigo o enemigo, por arte de encantamento las habrá dado a la estampa: si amigo, para engrandecerlas y levantarlas sobre las más señaladas de caballero andante; si enemigo, para aniquilarlas y ponerlas debajo de las más viles que de algún vil escudero se hubiesen escrito, puesto -decía entre sí- que nunca hazañas de escuderos se escribieron; (N) y cuando fuese verdad que la tal historia hubiese, siendo de caballero andante, por fuerza había de ser grandílocua, alta, insigne, magnífica y verdadera.

      Con esto se consoló algún tanto, pero desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide; y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas. (N) Temíase no hubiese tratado sus amores con alguna indecencia, que redundase en menoscabo y perjuicio de la honestidad de su señora Dulcinea del Toboso; deseaba que hubiese declarado su fidelidad y el decoro que siempre la había guardado, menospreciando reinas, emperatrices y doncellas (N) de todas calidades, teniendo a raya los ímpetus de los naturales movimientos; y así, envuelto y revuelto en estas y otras muchas imaginaciones, le hallaron Sancho y Carrasco, a quien don Quijote recibió con mucha cortesía.

      Era el bachiller, aunque se llamaba Sansón, no muy grande de cuerpo, (N) aunque muy gran socarrón, de color macilenta, pero de muy buen entendimiento; tendría hasta veinte y cuatro años, carirredondo, de nariz chata y de boca grande, señales todas de ser de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas, como lo mostró en viendo a don Quijote, poniéndose delante dél de rodillas, diciéndole.

      -Déme vuestra grandeza las manos, señor don Quijote de la Mancha; que, por el hábito de San Pedro (N) que visto, aunque no tengo otras órdenes que las cuatro primeras, que es vuestra merced uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido, ni aun habrá, en toda la redondez de la tierra. Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escritas, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes.

      Hízole levantar don Quijote, y dijo.

      -Desa manera, ¿ verdad es que hay historia mía, y que fue moro y sabio el que la compuso? . (N)

      -Es tan verdad, señor -dijo Sansón-, que tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros (N) de la tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga.

      -Una de las cosas -dijo a esta sazón don Quijote - que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas (N) de las gentes, impreso y en estampa. Dije con buen nombre porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le igualará.

      -Si por buena fama y si por buen nombre va -dijo el bachiller-, solo vuestra merced lleva la palma (N) a todos los caballeros andantes; porque el moro en su lengua y el cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al vivo la gallardía de vuestra merced, el ánimo grande en acometer los peligros, la paciencia en las adversidades y el sufrimiento, así en las desgracias como en las heridas, la honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuestra merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso.

      -Nunca -dijo a este punto Sancho Panza- he oído llamar con don a mi señora Dulcinea, (N) sino solamente la señora Dulcinea del Toboso, y ya en esto anda errada la historia.

      -No es objeción de importancia ésa -respondió Carrasco.

      -No, por cierto -respondió don Quijote-; pero dígame vuestra merced, señor bachiller: ¿ qué hazañas mías son las que más se ponderan en esa historia.

      -En eso -respondió el bachiller-, hay diferentes opiniones, como hay diferentes gustos: unos se atienen a la aventura de los molinos de viento, que a vuestra merced le parecieron Briareos y gigantes; otros, a la de los batanes; éste, a la descripción de los dos ejércitos, que después parecieron ser dos manadas de carneros; aquél encarece la del muerto que llevaban a enterrar a Segovia; uno dice que a todas se aventaja la de la libertad de los galeotes; otro, que ninguna iguala a la de los dos gigantes benitos, (N) con la pendencia del valeroso vizcaíno.

      -Dígame, señor bachiller -dijo a esta sazón Sancho - : ¿ entra ahí la aventura de los yangÜeses, cuando a nuestro buen Rocinante se le antojó pedir cotufas en el golfo.

      -No se le quedó nada -respondió Sansón- al sabio en el tintero: todo lo dice y todo lo apunta, hasta lo de las cabriolas que el buen Sancho hizo en la manta.

      -En la manta no hice yo cabriolas -respondió Sancho - ; en el aire sí, y aun más de las que yo quisiera.

      -A lo que yo imagino -dijo don Quijote-, no hay historia humana en el mundo que no tenga sus altibajos, especialmente las que tratan de caballerías, las cuales nunca pueden estar llenas de prósperos sucesos.

      -Con todo eso -respondió el bachiller-, dicen algunos que han leído la historia que se holgaran se les hubiera olvidado a los autores della algunos de los infinitos palos que en diferentes encuentros dieron al señor don Quijote.

      -Ahí entra la verdad de la historia -dijo Sancho.

      -También pudieran callarlos por equidad -dijo don Quijote-, pues las acciones que ni mudan ni alteran la verdad de la historia no hay para qué escribirlas, si han de redundar en menosprecio del señor de la historia. A fee que no fue tan piadoso Eneas (N) como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero.

      -Así es -replicó Sansón-, pero uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta puede contar, o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna.

      -Pues si es que se anda a decir verdades ese señor moro -dijo Sancho-, a buen seguro que entre los palos de mi señor se hallen los míos; porque nunca a su merced le tomaron la medida de las espaldas que no me la tomasen a mí de todo el cuerpo; pero no hay de qué maravillarme, pues, como dice el mismo señor mío, del dolor de la cabeza han de participar los miembros. (N)

      -Socarrón sois, Sancho -respondió don Quijote-. A fee que no os falta memoria cuando vos queréis tenerla.

      -Cuando yo quisiese olvidarme de los garrotazos que me han dado -dijo Sancho - , no lo consentirán los cardenales, que aún se están (N) en las costillas.

      -Callad, Sancho -dijo don Quijote-, y no interrumpáis al señor bachiller, a quien suplico pase adelante en decirme lo que se dice de mí en la referida historia.

      -Y de mí -dijo Sancho-, que también dicen que soy yo uno de los principales presonajes della.

      -Personajes que no presonajes, Sancho amigo -dijo Sansón.

      -¿ Otro reprochador de voquibles (N) tenemos? - dijo Sancho-. Pues ándense a eso, y no acabaremos en toda la vida.

      -Mala me la dé Dios, Sancho -respondió el bachiller - , si no sois vos la segunda persona (N) de la historia; y que hay tal, que precia más oíros hablar a vos que al más pintado de toda ella, puesto que también hay quien diga que anduvistes demasiadamente de crédulo en creer que podía ser verdad el gobierno de aquella ínsula, ofrecida por el señor don Quijote, que está presente.

      -Aún hay sol en las bardas (N) -dijo don Quijote-, y, mientras más fuere entrando en edad Sancho, con la esperiencia que dan los años, estará más idóneo y más hábil para ser gobernador que no está agora.

      -Por Dios, señor -dijo Sancho-, la isla que yo no gobernase con los años que tengo, no la gobernaré con los años de Matusalén. El daño está en que la dicha ínsula se entretiene, no sé dónde, y no en faltarme a mí el caletre para gobernarla.

      -Encomendadlo a Dios, Sancho -dijo don Quijote-, que todo se hará bien, y quizá mejor de lo que vos pensáis; que no se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad de Dios.

      -Así es verdad -dijo Sansón-, que si Dios quiere, no le faltarán a Sancho mil islas que gobernar, cuanto más una.

      -Gobernador he visto por ahí -dijo Sancho- que, a mi parecer, no llegan a la suela de mi zapato, y, con todo eso, los llaman señoría, y se sirven con plata.

      -Ésos no son gobernadores de ínsulas -replicó Sansón - , sino de otros gobiernos más manuales; que los que gobiernan ínsulas, por lo menos han de saber gramática.

      -Con la grama bien me avendría yo -dijo Sancho-, pero con la tica, ni me tiro ni me pago, porque no la entiendo. Pero, dejando esto del gobierno en las manos de Dios, que me eche a las partes donde más de mí se sirva, digo, señor bachiller Sansón Carrasco, que infinitamente me ha dado gusto que el autor de la historia haya hablado de mí de manera que no enfadan las cosas que de mí se cuentan; que a fe de buen escudero que si hubiera dicho de mí cosas que no fueran muy de cristiano viejo, como soy, que nos habían de oír los sordos.

      -Eso fuera hacer milagros -respondió Sansón.

      -Milagros o no milagros -dijo Sancho-, cada uno mire cómo habla o cómo escribe de las presonas, y no ponga a troche moche lo primero que le viene al magín. (N)

      -Una de las tachas que ponen a la tal historia -dijo el bachiller- es que su autor puso en ella una novela intitulada El curioso impertinente; no por mala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tiene que ver (N) con la historia de su merced del señor don Quijote.

      -Yo apostaré -replicó Sancho- que ha mezclado el hideperro berzas con capachos. (N)

      -Ahora digo -dijo don Quijote- que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que, a tiento y sin algún discurso, se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba, respondió: ′′Lo que saliere′′. Tal vez pintaba un gallo, de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras góticas (N) escribiese junto a él: "Éste es gallo". Y así debe de ser de mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla. (N)

      -Eso no -respondió Sansón-, porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: "allí va Rocinante". Y los que más se han dado a su letura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote: unos le toman si otros le dejan; éstos le embisten y aquéllos le piden. Finalmente, la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se haya visto, porque en toda ella no se descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta (N) ni un pensamiento menos que católico.

      -A escribir de otra suerte -dijo don Quijote-, no fuera escribir verdades, sino mentiras; y los historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados, como los que hacen moneda falsa; (N) y no sé yo qué le movió al autor a valerse de novelas y cuentos ajenos, habiendo tanto que escribir en los míos: sin duda se debió de atener al refrán: "De paja y de heno. .", etcétera. Pues en verdad que en sólo manifestar mis pensamientos, mis sospiros, mis lágrimas, mis buenos deseos y mis acometimientos pudiera hacer un volumen mayor, o tan grande que el que pueden hacer todas las obras del Tostado. (N) En efeto, lo que yo alcanzo, señor bachiller, es que para componer historias y libros, de cualquier suerte que sean, es menester un gran juicio y un maduro entendimiento. Decir gracias y escribir donaires es de grandes ingenios: la más discreta figura de la comedia es la del bobo, (N) porque no lo ha de ser el que quiere dar a entender que es simple. La historia es como cosa sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios, en cuanto a verdad; pero, no obstante esto, hay algunos que así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos. (N)

      -No hay libro tan malo -dijo el bachiller- que no tenga algo bueno.

      -No hay duda en eso -replicó don Quijote-; pero muchas veces acontece que los que tenían méritamente granjeada y alcanzada gran fama (N) por sus escritos, en dándolos a la estampa, la perdieron del todo, o la menoscabaron en algo.

      -La causa deso es -dijo Sansón- que, como las obras impresas se miran despacio, fácilmente se veen sus faltas, y tanto más se escudriñan cuanto es mayor la fama del que las compuso. Los hombres famosos por sus ingenios, los grandes poetas, los ilustres historiadores, siempre, o las más veces, son envidiados de aquellos que tienen por gusto y por particular entretenimiento juzgar los escritos ajenos, sin haber dado algunos propios a la luz del mundo.

      -Eso no es de maravillar -dijo don Quijote-, porque muchos teólogos hay que no son buenos para el púlpito, y son bonísimos para conocer las faltas o sobras de los que predican.

      -Todo eso es así, señor don Quijote -dijo Carrasco - , pero quisiera yo que los tales censuradores fueran más misericordiosos y menos escrupulosos, sin atenerse a los átomos del sol clarísimo de la obra de que murmuran; que si aliquando bonus dormitat Homerus, (N) consideren lo mucho que estuvo despierto, por dar la luz de su obra con la menos sombra que pudiese; y quizá podría ser que lo que a ellos les parece mal fuesen lunares, que a las veces acrecientan la hermosura del rostro que los tiene; y así, digo que es grandísimo el riesgo a que se pone el que imprime un libro, siendo de toda imposibilidad imposible componerle tal, que satisfaga y contente a todos los que le leyeren.

      -El que de mí trata -dijo don Quijote-, a pocos habrá contentado.

      -Antes es al revés; que, como de stultorum infinitus est numerus, infinitos son los que han gustado de la tal historia; (N) y algunos han puesto falta y dolo en la memoria del autor, pues se le olvida de contar quién fue el ladrón (N) que hurtó el rucio a Sancho, que allí no se declara, y sólo se infiere de lo escrito que se le hurtaron, y de allí a poco le vemos a caballo sobre el mesmo jumento, sin haber parecido. También dicen que se le olvidó poner lo que Sancho hizo de aquellos cien escudos que halló en la maleta en Sierra Morena, que nunca más los nombra, y hay muchos que desean saber qué hizo dellos, o en qué los gastó, que es uno de los puntos sustanciales que faltan en la obra.

      -Sancho respondió.

      -Yo, señor Sansón, no estoy ahora para ponerme en cuentas ni cuentos; que me ha tomado un desmayo de estómago, que si no le reparo con dos tragos de lo añejo, me pondrá en la espina de Santa Lucía. (N) En casa lo tengo, mi oíslo me aguarda; en acabando de comer, daré la vuelta, y satisfaré a vuestra merced y a todo el mundo de lo que preguntar quisieren, así de la pérdida del jumento como del gasto de los cien escudos.

      Y, sin esperar respuesta ni decir otra palabra, se fue a su casa.

      Don Quijote pidió y rogó al bachiller se quedase a hacer penitencia con él. Tuvo el bachiller el envite: (N) quedóse, añadióse al ordinaro un par de pichones, tratóse en la mesa de caballerías, siguióle el humor Carrasco, acabóse el banquete, durmieron la siesta, volvió Sancho y renovóse la plática pasada.







Parte II -- Capítulo IV . Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas, con otros sucesos (N) dignos de saberse y de contarse.

      Volvió Sancho a casa de don Quijote, y, volviendo al pasado razonamiento, dijo.

      -A lo que el señor Sansón dijo que se deseaba saber quién, o cómo, o cuándo se me hurtó el jumento, respondiendo digo (N) que la noche misma que, huyendo de la Santa Hermandad, nos entramos en Sierra Morena, después de la aventura sin ventura de los galeotes y de la del difunto que llevaban a Segovia, mi señor y yo nos metimos entre una espesura, adonde mi señor arrimado a su lanza, y yo sobre mi rucio, molidos y cansados de las pasadas refriegas, nos pusimos a dormir como si fuera sobre cuatro colchones de pluma; especialmente yo dormí con tan pesado sueño, que quienquiera que fue tuvo lugar de llegar y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a los cuatro lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo sobre ella, y me sacó debajo de mí al rucio, sin que yo lo sintiese.

      -Eso es cosa fácil, (N) y no acontecimiento nuevo, que lo mesmo le sucedió a Sacripante cuando, estando en el cerco de Albraca, con esa misma invención le sacó el caballo de entre las piernas aquel famoso ladrón llamado Brunelo.

      -Amaneció -prosiguió Sancho-, y, apenas me hube estremecido, cuando, faltando las estacas, di conmigo en el suelo una gran caída; miré por el jumento, y no le vi; acudiéronme lágrimas a los ojos, y hice una lamentación, que si no la puso el autor (N) de nuestra historia, puede hacer cuenta que no puso cosa buena. Al cabo de no sé cuántos días, viniendo con la señora princesa Micomicona, conocí mi asno, y que venía sobre él en hábito de gitano aquel Ginés de Pasamonte, aquel embustero y grandísimo maleador que quitamos mi señor y yo de la cadena.

      -No está en eso el yerro -replicó Sansón-, sino en que, antes de haber parecido el jumento, dice el autor que iba a caballo Sancho en el mesmo rucio.

      -A eso -dijo Sancho-, no sé qué responder, sino que el historiador se engañó, o ya sería descuido del impresor. (N)

      -Así es, sin duda -dijo Sansón-; pero, ¿ qué se hicieron los cien escudos?; ¿ deshiciéronse.

      Respondió Sancho.

      -Yo los gasté en pro de mi persona y de la de mi mujer, y de mis hijos, y ellos han sido causa de que mi mujer lleve en paciencia los caminos y carreras que he andado sirviendo a mi señor don Quijote; que si, al cabo de tanto tiempo, (N) volviera sin blanca y sin el jumento a mi casa, negra ventura me esperaba; y si hay más que saber de mí, aquí estoy, que responderé al mismo rey en presona, y nadie tiene para qué meterse en si truje o no truje, si gasté o no gasté; que si los palos que me dieron en estos viajes se hubieran de pagar a dinero, aunque no se tasaran sino a cuatro maravedís cada uno, en otros cien escudos no había para pagarme la mitad; (N) y cada uno meta la mano en su pecho, y no se ponga a juzgar lo blanco por negro y lo negro por blanco; que cada uno es como Dios le hizo, y aun peor muchas veces.

      -Yo tendré cuidado -dijo Carrasco- de acusar al autor de la historia (N) que si otra vez la imprimiere, no se le olvide esto que el buen Sancho ha dicho, que será realzarla un buen coto más de lo que ella se está.

      -¿ Hay otra cosa que enmendar en esa leyenda, señor bachiller? -preguntó don Quijote.

      -Sí debe de haber (N) -respondió él-, pero ninguna debe de ser de la importancia de las ya referidas.

      -Y por ventura -dijo don Quijote-, ¿ promete el autor segunda parte.

      -Sí promete -respondió Sansón-, pero dice que no ha hallado ni sabe quién la tiene, y así, estamos en duda si saldrá o no; y así por esto como porque algunos dicen: "Nunca segundas partes fueron buenas", y otros: "De las cosas de don Quijote bastan las escritas", se duda que no ha de haber segunda parte; (N) aunque algunos que son más joviales que saturninos dicen: "Vengan más quijotadas: embista don Quijote y hable Sancho Panza, y sea lo que fuere, que con eso nos contentamos".

      -Y ¿ a qué se atiene el autor.

      -A que -respondió Sansón-, en hallando que halle la historia, que él va buscando con extraordinarias diligencias, (N) la dará luego a la estampa, llevado más del interés que de darla se le sigue que de otra alabanza alguna.

      A lo que dijo Sancho.

      -¿ Al dinero y al interés mira el autor? Maravilla será que acierte, porque no hará sino harbar, harbar, como sastre en vísperas de pascuas, y las obras que se hacen apriesa nunca se acaban con la perfeción que requieren. Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace; que yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes, que pueda componer no sólo segunda parte, sino ciento. Debe de pensar el buen hombre, sin duda, que nos dormimos aquí en las pajas; pues ténganos el pie al herrar, y verá del que cosqueamos. Lo que yo sé decir es que si mi señor tomase mi consejo, ya habíamos de estar en esas campañas deshaciendo agravios y enderezando tuertos, como es uso y costumbre de los buenos andantes caballeros.

      No había bien acabado de decir estas razones Sancho, cuando llegaron a sus oídos relinchos de Rocinante; los cuales relinchos tomó don Quijote por felicísimo agÜero, (N) y determinó de hacer de allí a tres o cuatro días otra salida; y, declarando su intento al bachiller, le pidió consejo por qué parte comenzaría su jornada; el cual le respondió que era su parecer que fuese al reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza, adonde, de allí a pocos días, se habían de hacer unas solenísimas justas por la fiesta de San Jorge, (N) en las cuales podría ganar fama sobre todos los caballeros aragoneses, que sería ganarla sobre todos los del mundo. Alabóle ser honradísima y valentísima su determinación, y advirtióle que anduviese más atentado en acometer los peligros, a causa que su vida no era suya, sino de todos aquellos que le habían de menester para que los amparase y socorriese en sus desventuras.

      -Deso es lo que yo reniego, señor Sansón -dijo a este punto Sancho-, que así acomete mi señor a cien hombres armados como un muchacho goloso a media docena de badeas. ¡ Cuerpo del mundo, señor bachiller ! Sí, que tiempos hay de acometer y tiempos de retirar; sí, no ha de ser todo "¡ Santiago, y cierra, España !" Y más, que yo he oído decir, y creo que a mi señor mismo, si mal no me acuerdo, que en los estremos de cobarde y de temerario está el medio de la valentía; y si esto es así, no quiero que huya sin tener para qué, ni que acometa cuando la demasía pide otra cosa. Pero, sobre todo, aviso a mi señor que si me ha de llevar consigo, ha de ser con condición que él se lo ha de batallar todo, y que yo no he de estar obligado a otra cosa que a mirar por su persona en lo que tocare a su limpieza y a su regalo; que en esto yo le bailaré el agua delante; (N) pero pensar que tengo de poner mano a la espada, aunque sea contra villanos malandrines de hacha y capellina, es pensar en lo escusado. Yo, señor Sansón, no pienso granjear fama de valiente, sino del mejor y más leal escudero que jamás sirvió a caballero andante; y si mi señor don Quijote, obligado de mis muchos y buenos servicios, quisiere darme alguna ínsula de las muchas que su merced dice que se ha de topar por ahí, recibiré mucha merced en ello; y cuando no me la diere, nacido soy, (N) y no ha de vivir el hombre en hoto de otro (N) sino de Dios; y más, que tan bien, y aun quizá mejor, me sabrá el pan desgobernado que siendo gobernador; y ¿ sé yo por ventura si en esos gobiernos me tiene aparejada el diablo alguna zancadilla donde tropiece y caiga y me haga las muelas? Sancho nací, y Sancho pienso morir; pero si con todo esto, de buenas a buenas, sin mucha solicitud y sin mucho riesgo, me deparase el cielo alguna ínsula, o otra cosa semejante, no soy tan necio que la desechase; que también se dice: "Cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla"; (N) y "Cuando viene el bien, mételo en tu casa".

      -Vos, hermano Sancho -dijo Carrasco-, habéis hablado como un catedrático; pero, con todo eso, confiad en Dios y en el señor don Quijote, que os ha de dar un reino, (N) no que una ínsula.

      -Tanto es lo de más como lo de menos -respondió Sancho-; aunque sé decir al señor Carrasco que no echara mi señor el reino que me diera en saco roto, que yo he tomado el pulso a mí mismo, y me hallo con salud para regir reinos y gobernar ínsulas, y esto ya otras veces lo he dicho a mi señor.

      -Mirad, Sancho -dijo Sansón-, que los oficios mudan las costumbres, y podría ser que viéndoos gobernador no conociésedes a la madre que os parió. (N)

      -Eso allá se ha de entender -respondió Sancho- con los que nacieron en las malvas, y no con los que tienen sobre el alma cuatro dedos de enjundia de cristianos viejos, (N) como yo los tengo. ¡ No, sino llegaos a mi condición, que sabrá usar de desagradecimiento con alguno !

      -Dios lo haga -dijo don Quijote-, y ello dirá cuando el gobierno venga; que ya me parece que le trayo entre los ojos.

      Dicho esto, rogó al bachiller que, si era poeta, le hiciese merced de componerle unos versos que tratasen de la despedida que pensaba hacer de su señora Dulcinea del Toboso, y que advirtiese que en el principio de cada verso había de poner una letra de su nombre, de manera que al fin de los versos, juntando las primeras letras, (N) se leyese: Dulcinea del Toboso.

      El bachiller respondió que, puesto que él no era de los famosos poetas que había en España, que decían que no eran sino tres y medio, (N) que no dejaría de componer los tales metros, aunque hallaba una dificultad grande en su composición, a causa que las letras que contenían el nombre eran diez y siete; y que si hacía cuatro castellanas de a cuatro versos, sobrara una letra; y si de a cinco, a quien llaman décimas o redondillas, faltaban tres letras; pero, con todo eso, procuraría embeber una letra lo mejor que pudiese, de manera que en las cuatro castellanas se incluyese el nombre de Dulcinea del Toboso.

      -Ha de ser así en todo caso -dijo don Quijote-; que si allí no va el nombre patente y de manifiesto, no hay mujer que crea que para ella se hicieron los metros.

      Quedaron en esto y en que la partida sería de allí a ocho días. (N) Encargó don Quijote al bachiller la tuviese secreta, especialmente al cura y a maese Nicolás, y a su sobrina y al ama, porque no estorbasen su honrada y valerosa determinación. Todo lo prometió Carrasco. Con esto se despidió, encargando a don Quijote que de todos sus buenos o malos sucesos le avisase, habiendo comodidad; y así, se despidieron, y Sancho fue a poner en orden lo necesario para su jornada.







Parte II -- Capítulo V . De la discreta y graciosa plática que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza, y otros sucesos dignos de felice recordación.

      (Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio, (N) y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese; pero que no quiso dejar de traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía; y así, prosiguió diciendo:.

      Llegó Sancho a su casa tan regocijado y alegre, que su mujer conoció su alegría a tiro de ballesta; tanto, que la obligó a preguntarle.

      -¿ Qué traés, Sancho amigo, que tan alegre venís.

      A lo que él respondió.

      -Mujer mía, si Dios quisiera, bien me holgara yo de no estar tan contento como muestro.

      -No os entiendo, marido -replicó ella-, y no sé qué queréis decir en eso de que os holgáredes, si Dios quisiera, de no estar contento; que, maguer tonta, no sé yo quién recibe gusto de no tenerle.

      -Mirad, Teresa -respondió Sancho-: yo estoy alegre porque tengo determinado de volver a servir a mi amo don Quijote, el cual quiere la vez tercera salir a buscar las aventuras; y yo vuelvo a salir con él, porque lo quiere así mi necesidad, junto con la esperanza, que me alegra, de pensar si podré hallar otros cien escudos (N) como los ya gastados, puesto que me entristece el haberme de apartar de ti y de mis hijos; y si Dios quisiera darme de comer a pie enjuto y en mi casa, sin traerme por vericuetos y encrucijadas, pues lo podía hacer a poca costa y no más de quererlo, claro está que mi alegría fuera más firme y valedera, pues que la que tengo va mezclada con la tristeza del dejarte; así que, dije bien que holgara, si Dios quisiera, de no estar contento.

      -Mirad, Sancho -replicó Teresa-: después que os hicistes miembro de caballero andante habláis de tan rodeada manera, que no hay quien os entienda.

      -Basta que me entienda Dios, mujer -respondió Sancho - , que Él es el entendedor de todas las cosas, y quédese esto aquí; y advertid, hermana, que os conviene tener cuenta estos tres días con el rucio, de manera que esté para armas tomar: dobladle los piensos, requerid la albarda y las demás jarcias, (N) porque no vamos a bodas, sino a rodear el mundo, y a tener dares y tomares con gigantes, con endriagos y con vestiglos, (N) y a oír silbos, rugidos, bramidos y baladros; y aun todo esto fuera flores de cantueso si no tuviéramos que entender con yangÜeses y con moros encantados.

      -Bien creo yo, marido -replicó Teresa-, que los escuderos andantes no comen el pan de balde; y así, quedaré rogando a Nuestro Señor os saque presto de tanta mala ventura.

      -Yo os digo, mujer -respondió Sancho-, que si no pensase antes de mucho tiempo verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto.

      -Eso no, marido mío -dijo Teresa-: viva la gallina, aunque sea con su pepita; vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo; sin gobierno salistes del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora, y sin gobierno os iréis, o os llevarán, a la sepultura cuando Dios fuere servido. Como ésos hay en el mundo que viven sin gobierno, (N) y no por eso dejan de vivir y de ser contados en el número de las gentes. La mejor salsa del mundo es la hambre; y como ésta no falta a los pobres, siempre comen con gusto. Pero mirad, Sancho: si por ventura os viéredes con algún gobierno, no os olvidéis de mí y de vuestros hijos. Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia. (N) Mirad también que Mari Sancha, vuestra hija, no se morirá si la casamos; que me va dando barruntos que desea tanto tener marido como vos deseáis veros con gobierno; y, en fin en fin, mejor parece la hija mal casada que bien abarraganada.

      -A buena fe -respondió Sancho- que si Dios me llega a tener algo qué de gobierno, (N) que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente que no la alcancen sino con llamarla señora.

      -Eso no, Sancho -respondió Teresa-: casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines, (N) y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda, y de una Marica y un tú a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera.

      -Calla, boba -dijo Sancho-, que todo será usarlo dos o tres años; que después le vendrá el señorío y la gravedad como de molde; y cuando no, ¿ qué importa? Séase ella señoría, y venga lo que viniere.

      -Medíos, Sancho, con vuestro estado -respondió Teresa-; no os queráis alzar a mayores, y advertid al refrán que dice: "Al hijo de tu vecino, límpiale las narices y métele en tu casa". ¡ Por cierto, que sería gentil cosa casar a nuestra María con un condazo, o con caballerote que, cuando se le antojase, la pusiese como nueva, llamándola de villana, hija del destripaterrones y de la pelarruecas ! (N) ¡ No en mis días, marido ! ¡ Para eso, por cierto, he criado yo a mi hija ! Traed vos dineros, Sancho, y el casarla dejadlo a mi cargo; que ahí está Lope Tocho, (N) el hijo de Juan Tocho, mozo rollizo y sano, y que le conocemos, y sé que no mira de mal ojo a la mochacha; y con éste, que es nuestro igual, estará bien casada, y le tendremos siempre a nuestros ojos, y seremos todos unos, padres y hijos, nietos y yernos, y andará la paz y la bendición de Dios entre todos nosotros; y no casármela vos ahora en esas cortes y en esos palacios grandes, adonde ni a ella la entiendan, ni ella se entienda.

      -Ven acá, bestia y mujer de Barrabás -replicó Sancho - : ¿ por qué quieres tú ahora, sin qué ni para qué, estorbarme que no case a mi hija con quien me dé nietos que se llamen señoría? Mira, Teresa: siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, que no se debe quejar si se le pasa. Y no sería bien que ahora, que está llamando a nuestra puerta, se la cerremos; dejémonos llevar deste viento favorable que nos sopla.

      (Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo.

      -¿ No te parece, animalia (N) -prosiguió Sancho-, que será bien dar con mi cuerpo en algún gobierno provechoso que nos saque el pie del lodo? (N) Y cásese a Mari Sancha con quien yo quisiere, y verás cómo te llaman a ti doña Teresa Panza, y te sientas en la iglesia sobre alcatifa, almohadas y arambeles, a pesar y despecho de las hidalgas del pueblo. ¡ No, sino estaos siempre en un ser, sin crecer ni menguar, como figura de paramento ! Y en esto no hablemos más, que Sanchica ha de ser condesa, aunque tú más me digas.

      -¿ Veis cuanto decís, marido? -respondió Teresa-. Pues, con todo eso, temo que este condado de mi hija ha de ser su perdición. Vos haced lo que quisiéredes, ora la hagáis duquesa o princesa, pero séos decir que no será ello con voluntad ni consentimiento mío. Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos. Teresa me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives (N) de dones ni donas; Cascajo se llamó mi padre, y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman Teresa Panza, (N) que a buena razón me habían de llamar Teresa Cascajo. Pero allá van reyes do quieren leyes, y con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima, que pese tanto que no le pueda llevar, y no quiero dar que decir a los que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán: ′′¡ Mirad qué entonada va la pazpuerca !; ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos′′. Si Dios me guarda mis siete, o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar ocasión de verme en tal aprieto. Vos, hermano, idos a ser gobierno o ínsulo, (N) y entonaos a vuestro gusto; que mi hija ni yo, por el siglo de mi madre, que no nos hemos de mudar un paso de nuestra aldea: la mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la doncella honesta, el hacer algo es su fiesta. Idos con vuestro don Quijote a vuestras aventuras, y dejadnos a nosotras con nuestras malas venturas, que Dios nos las mejorará como seamos buenas; y yo no sé, por cierto, quién le puso a él don, que no tuvieron sus padres ni sus agÜelos.

      -Ahora digo -replicó Sancho- que tienes algún familiar (N) en ese cuerpo. ¡ Válate Dios, la mujer, y qué de cosas has ensartado unas en otras, sin tener pies ni cabeza ! ¿ Qué tiene que ver el Cascajo, los broches, los refranes y el entono con lo que yo digo? Ven acá, mentecata e ignorante (que así te puedo llamar, pues no entiendes mis razones y vas huyendo de la dicha): si yo dijera que mi hija se arrojara de una torre abajo, (N) o que se fuera por esos mundos, como se quiso ir la infanta doña Urraca, tenías razón de no venir con mi gusto; pero si en dos paletas, y en menos de un abrir y cerrar de ojos, te la chanto un don y una señoría a cuestas, (N) y te la saco de los rastrojos, y te la pongo en toldo y en peana, y en un estrado de más almohadas de velludo que tuvieron moros en su linaje los Almohadas de Marruecos, ¿ por qué no has de consentir y querer lo que yo quiero.

      -¿ Sabéis por qué, marido? -respondió Teresa-; por el refrán que dice: "¡ Quien te cubre, te descubre !" Por el pobre todos pasan los ojos como de corrida, y en el rico los detienen; y si el tal rico fue un tiempo pobre, allí es el murmurar y el maldecir, y el peor perseverar de los maldicientes, que los hay por esas calles a montones, como enjambres de abejas.

      -Mira, Teresa -respondió Sancho-, y escucha lo que agora quiero decirte; quizá no lo habrás oído en todos los días de tu vida, y yo agora no hablo de mío; que todo lo que pienso decir son sentencias del padre predicador que la Cuaresma pasada predicó en este pueblo, el cual, si mal no me acuerdo, dijo que todas las cosas presentes que los ojos están mirando se presentan, están y asisten en nuestra memoria mucho mejor y con más vehemencia que las cosas pasadas.

      (Todas estas razones que aquí va diciendo Sancho son las segundas por quien dice el tradutor que tiene por apócrifo este capítulo, que exceden a la capacidad de Sancho. (N) El cual prosiguió diciendo:.

      -De donde nace que, cuando vemos alguna persona bien aderezada, y con ricos vestidos compuesta, y con pompa de criados, parece que por fuerza nos mueve y convida a que la tengamos respeto, puesto que la memoria en aquel instante nos represente alguna bajeza en que vimos a la tal persona; la cual inominia, ahora sea de pobreza o de linaje, como ya pasó, no es, y sólo es lo que vemos presente. Y si éste a quien la fortuna sacó del borrador de su bajeza (que por estas mesmas razones lo dijo el padre (N) ) a la alteza de su prosperidad, fuere bien criado, liberal y cortés con todos, y no se pusiere en cuentos con aquellos que por antigÜedad son nobles, ten por cierto, Teresa, que no habrá quien se acuerde de lo que fue, sino que reverencien lo que es, si no fueren (N) los invidiosos, de quien ninguna próspera fortuna está segura.

      -Yo no os entiendo, marido -replicó Teresa-: haced lo que quisiéredes, y no me quebréis más la cabeza con vuestras arengas y retóricas. Y si estáis revuelto en hacer lo que decís. .

      -Resuelto has de decir, mujer -dijo Sancho-, (N) y no revuelto.

      -No os pongáis a disputar, marido, conmigo - respondió Teresa-. Yo hablo como Dios es servido, y no me meto en más dibujos; y digo que si estáis porfiando en tener gobierno, (N) que llevéis con vos a vuestro hijo Sancho, para que desde agora le enseñéis a tener gobierno, que bien es que los hijos hereden y aprendan los oficios de sus padres.

      -En teniendo gobierno -dijo Sancho-, enviaré por él por la posta, y te enviaré dineros, que no me faltarán, pues nunca falta quien se los preste a los gobernadores cuando no los tienen; y vístele de modo que disimule lo que es y parezca lo que ha de ser.

      -Enviad vos dinero -dijo Teresa-, que yo os lo vistiré como un palmito. (N)

      -En efecto, quedamos de acuerdo -dijo Sancho- de que ha de ser condesa nuestra hija.

      -El día que yo la viere condesa -respondió Teresa - , ése haré cuenta que la entierro, pero otra vez os digo que hagáis lo que os diere gusto, que con esta carga nacemos las mujeres, de estar obedientes a sus maridos, (N) aunque sean unos porros.

      Y, en esto, comenzó a llorar tan de veras como si ya viera muerta y enterrada a Sanchica. Sancho la consoló diciéndole que, ya que la hubiese de hacer condesa, la haría todo lo más tarde que ser pudiese. Con esto se acabó su plática, y Sancho volvió a ver a don Quijote para dar orden en su partida.







Parte II -- Capítulo VI . De lo que le pasó a Don Quijote con su sobrina y con su ama, y es uno de los importantes capítulos de toda la historia.

      En tanto que Sancho Panza y su mujer Teresa Cascajo pasaron la impertinente referida plática, no estaban ociosas la sobrina y el ama de don Quijote, que por mil señales iban coligiendo que su tío y señor quería desgarrarse la vez tercera, y volver al ejercicio de su, para ellas, mal andante caballería: procuraban por todas las vías posibles apartarle de tan mal pensamiento, pero todo era predicar en desierto (N) y majar en hierro frío. Con todo esto, entre otras muchas razones que con él pasaron, le dijo el ama.

      -En verdad, señor mío, que si vuesa merced no afirma el pie llano y se está quedo en su casa, y se deja de andar por los montes y por los valles como ánima en pena, (N) buscando esas que dicen que se llaman aventuras, a quien yo llamo desdichas, que me tengo de quejar en voz y en grita a Dios y al rey, que pongan remedio en ello.

      A lo que respondió don Quijote.

      -Ama, lo que Dios responderá a tus quejas yo no lo sé, ni lo que ha de responder Su Majestad tampoco, y sólo sé que si yo fuera rey, me escusara de responder a tanta infinidad de memoriales impertinentes como cada día le dan; que uno de los mayores trabajos que los reyes tienen, entre otros muchos, es el estar obligados a escuchar a todos y a responder a todos; y así, no querría yo que cosas mías le diesen pesadumbre.

      A lo que dijo el ama.

      -Díganos, señor: en la corte de Su Majestad, ¿ no hay caballeros.

      -Sí -respondió don Quijote-, y muchos; y es razón que los haya, para adorno de la grandeza de los príncipes y para ostentación de la majestad real.

      -Pues, ¿ no sería vuesa merced -replicó ella- uno de los que a pie quedo sirviesen a su rey y señor, estándose en la corte.

      -Mira, amiga -respondió don Quijote-: no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo; y, aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros; porque los cortesanos, sin salir de sus aposentos ni de los umbrales de la corte, se pasean por todo el mundo, mirando un mapa, sin costarles blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies; y no solamente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo trance y en toda ocasión los acometemos, sin mirar en niñerías, ni en las leyes de los desafíos; si lleva, o no lleva, más corta la lanza, o la espada; (N) si trae sobre sí reliquias, o algún engaño encubierto; si se ha de partir y hacer tajadas el sol, o no, con otras ceremonias deste jaez, que se usan en los desafíos particulares de persona a persona, que tú no sabes y yo sí. Y has de saber más: que el buen caballero andante, aunque vea diez gigantes que con las cabezas no sólo tocan, sino pasan las nubes, y que a cada uno le sirven de piernas dos grandísimas torres, y que los brazos semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo como una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno de vidrio, (N) no le han de espantar en manera alguna; antes con gentil continente y con intrépido corazón los ha de acometer y embestir, y, si fuere posible, vencerlos y desbaratarlos en un pequeño instante, aunque viniesen armados de unas conchas de un cierto pescado (N) que dicen que son más duras que si fuesen de diamantes, y en lugar de espadas trujesen cuchillos tajantes de damasquino acero, o porras ferradas con puntas asimismo de acero, como yo las he visto más de dos veces. (N) Todo esto he dicho, ama mía, porque veas la diferencia que hay de unos caballeros a otros; y sería razón que no hubiese príncipe que no estimase en más esta segunda, o, por mejor decir, primera especie de caballeros andantes, que, según leemos en sus historias, tal ha habido entre ellos que ha sido la salud no sólo de un reino, (N) sino de muchos.

      -¡ Ah, señor mío ! -dijo a esta sazón la sobrina-; advierta vuestra merced que todo eso que dice de los caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no las quemasen, merecían que a cada una se le echase un sambenito, (N) o alguna señal en que fuese conocida por infame y por gastadora de las buenas costumbres.

      -Por el Dios que me sustenta -dijo don Quijote-, que si no fueras mi sobrina derechamente, como hija de mi misma hermana, que había de hacer un tal castigo en ti, por la blasfemia que has dicho, que sonara por todo el mundo. ¿ Cómo que es posible que una rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas se atreva a poner lengua y a censurar las historias (N) de los caballeros andantes? ¿ Qué dijera el señor Amadís si lo tal oyera? Pero a buen seguro que él te perdonara, porque fue el más humilde y cortés caballero de su tiempo, (N) y, demás, grande amparador de las doncellas; mas, tal te pudiera haber oído que no te fuera bien dello, que no todos son corteses ni bien mirados: algunos hay follones y descomedidos. (N) Ni todos los que se llaman caballeros lo son de todo en todo: que unos son de oro, otros de alquimia, y todos parecen caballeros, pero no todos pueden estar al toque de la piedra de la verdad. (N) Hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros, y caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer hombres bajos; aquéllos se llevantan o con la ambición o con la virtud, éstos se abajan o con la flojedad o con el vicio; y es menester aprovecharnos del conocimiento discreto para distinguir estas dos maneras de caballeros, tan parecidos en los nombres y tan distantes en las acciones.

      -¡ Válame Dios ! -dijo la sobrina-. ¡ Que sepa vuestra merced tanto, señor tío, que, si fuese menester en una necesidad, (N) podría subir en un púlpito e irse a predicar por esas calles, (N) y que, con todo esto, dé en una ceguera tan grande y en una sandez tan conocida, que se dé a entender que es valiente, siendo viejo, que tiene fuerzas, estando enfermo, y que endereza tuertos, estando por la edad agobiado, y, sobre todo, que es caballero, no lo siendo; porque, aunque lo puedan ser los hidalgos, no lo son los pobres ! . (N)

      -Tienes mucha razón, sobrina, en lo que dices - respondió don Quijote-, y cosas te pudiera yo decir cerca de los linajes, que te admiraran; pero, por no mezclar lo divino con lo humano, no las digo. Mirad, amigas: a cuatro suertes de linajes, y estadme atentas, se pueden reducir todos los que hay en el mundo, que son éstas: unos, que tuvieron principios humildes, y se fueron estendiendo y dilatando hasta llegar a una suma grandeza; otros, que tuvieron principios grandes, y los fueron conservando y los conservan y mantienen en el ser que comenzaron; otros, que, aunque tuvieron principios grandes, acabaron en punta, como pirámide, habiendo diminuido y aniquilado (N) su principio hasta parar en nonada, como lo es la punta de la pirámide, que respeto de su basa o asiento no es nada; otros hay, y éstos son los más, que ni tuvieron principio bueno ni razonable medio, y así tendrán el fin, sin nombre, como el linaje de la gente plebeya y ordinaria. De los primeros, que tuvieron principio humilde y subieron a la grandeza que agora conservan, te sirva de ejemplo la Casa Otomana, (N) que, de un humilde y bajo pastor que le dio principio, está en la cumbre que le vemos. Del segundo linaje, que tuvo principio en grandeza y la conserva sin aumentarla, serán ejemplo muchos príncipes que por herencia lo son, y se conservan en ella, sin aumentarla ni diminuirla, conteniéndose en los límites de sus estados pacíficamente. De los que comenzaron grandes y acabaron en punta hay millares de ejemplos, porque todos los Faraones y Tolomeos (N) de Egipto, los Césares de Roma, con toda la caterva, si es que se le puede dar este nombre, de infinitos príncipes, monarcas, señores, medos, asirios, persas, griegos y bárbaros, todos estos linajes y señoríos han acabado en punta y en nonada, así ellos como los que les dieron principio, pues no será posible hallar agora ninguno de sus decendientes, y si le hallásemos, sería en bajo y humilde estado. Del linaje plebeyo no tengo qué decir, sino que sirve sólo de acrecentar el número de los que viven, (N) sin que merezcan otra fama ni otro elogio sus grandezas. De todo lo dicho quiero que infiráis, bobas mías, (N) que es grande la confusión que hay entre los linajes, y que solos aquéllos parecen grandes y ilustres que lo muestran en la virtud, y en la riqueza y liberalidad de sus dueños. Dije virtudes, riquezas y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso será vicioso grande, (N) y el rico no liberal será un avaro mendigo; que al poseedor de las riquezas no le hace dichoso el tenerlas, sino el gastarlas, y no el gastarlas comoquiera, sino el saberlas bien gastar. Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido, y oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador, y, sobre todo, caritativo; que con dos maravedís que con ánimo alegre dé al pobre se mostrará tan liberal como el que a campana herida da limosna, (N) y no habrá quien le vea adornado de las referidas virtudes que, aunque no le conozca, deje de juzgarle y tenerle por de buena casta, y el no serlo sería milagro; y siempre la alabanza fue premio de la virtud, y los virtuosos no pueden dejar de ser alabados. Dos caminos hay, hijas, por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos (N) y honrados: el uno es el de las letras; otro, el de las armas. Yo tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la influencia del planeta Marte; así que, casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo de ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea. Pues con saber, como sé, los innumerables trabajos que son anejos al andante caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con ella; y sé que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en la muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin; y sé, como dice el gran poeta castellano nuestro, (N) que. Por estas asperezas se camina
de la inmortalidad al alto asiento,
do nunca arriba quien de allí declina.


      -¡ Ay, desdichada de mí -dijo la sobrina-, que también mi señor es poeta !. Todo lo sabe, todo lo alcanza: yo apostaré que si quisiera ser albañil, que supiera fabricar una casa como una jaula.

      Yo te prometo, sobrina -respondió don Quijote-, que si estos pensamientos caballerescos no me llevasen tras sí todos los sentidos, que no habría cosa que yo no hiciese, ni curiosidad que no saliese de mis manos, especialmente jaulas y palillos de dientes.

      A este tiempo, llamaron a la puerta, y, preguntando quién llamaba, respondió Sancho Panza que él era; y, apenas le hubo conocido el ama, cuando corrió a esconderse por no verle: tanto le aborrecía. Abrióle la sobrina, salió a recebirle con los brazos abiertos su señor don Quijote, y encerráronse los dos en su aposento, donde tuvieron otro coloquio, que no le hace ventaja el pasado. (N)







Parte II -- Capítulo VII . De lo que pasó don Quijote con su escudero, (N) con otros sucesos famosísimos. (N)

      Apenas vio el ama que Sancho Panza se encerraba con su señor, cuando dio en la cuenta de sus tratos; y, imaginando que de aquella consulta había de salir la resolución de su tercera salida y tomando su manto, toda llena de congoja y pesadumbre, se fue a buscar al bachiller Sansón Carrasco, pareciéndole que, por ser bien hablado y amigo fresco de su señor, le podría persuadir a que dejase tan desvariado propósito.

      Hallóle paseándose por el patio de su casa, y, viéndole, se dejó caer ante sus pies, trasudando y congojosa. Cuando la vio Carrasco con muestras tan doloridas y sobresaltadas, le dijo:

      -¿ Qué es esto, señora ama? ¿ Qué le ha acontecido, que parece que se le quiere arrancar el alma.

      -No es nada, señor Sansón mío, sino que mi amo se sale; ¡ sálese sin duda.

      -Y ¿ por dónde se sale, señora? -preguntó Sansón-. ¿ Hásele roto alguna parte de su cuerpo.

      -No se sale -respondió ella-, sino por la puerta de su locura. Quiero decir, señor bachiller de mi ánima, que quiere salir otra vez, que con ésta será la tercera, a buscar por ese mundo lo que él llama venturas, (N) que yo no puedo entender cómo les da este nombre. La vez primera nos le volvieron atravesado sobre un jumento, molido a palos. La segunda vino en un carro de bueyes, metido y encerrado en una jaula, adonde él se daba a entender que estaba encantado; y venía tal el triste, que no le conociera la madre que le parió: flaco, amarillo, los ojos hundidos en los últimos camaranchones del celebro, que, para haberle de volver algún tanto en sí, gasté más de seiscientos huevos, como lo sabe Dios y todo el mundo, y mis gallinas, que no me dejaran mentir.

      -Eso creo yo muy bien -respondió el bachiller-; que ellas son tan buenas, tan gordas y tan bien criadas, (N) que no dirán una cosa por otra, si reventasen. En efecto, señora ama: ¿ no hay otra cosa, ni ha sucedido otro desmán alguno, sino el que se teme que quiere hacer el señor don Quijote.

      -No, señor -respondió ella.

      -Pues no tenga pena -respondió el bachiller-, sino váyase en hora buena a su casa, y téngame aderezado de almorzar alguna cosa caliente, y, de camino, vaya rezando la oración de Santa Apolonia si es que la sabe, que yo iré luego allá, y verá maravillas.

      -¡ Cuitada de mí ! -replicó el ama-; ¿ la oración de Santa Apolonia dice vuestra merced que rece?: eso fuera si mi amo lo hubiera de las muelas, pero no lo ha sino de los cascos. (N)

      -Yo sé lo que digo, señora ama: váyase y no se ponga a disputar conmigo, pues sabe que soy bachiller por Salamanca, que no hay más que bachillear (N) - respondió Carrasco.

      Y con esto, se fue el ama, y el bachiller fue luego a buscar al cura, a comunicar con él lo que se dirá a su tiempo.

      En el que estuvieron encerrados don Quijote y Sancho, pasaron las razones que con mucha puntualidad y verdadera relación cuenta la historia. (N)

      Dijo Sancho a su amo:

      -Señor, ya yo tengo relucida a mi mujer a que me deje ir con vuestra merced adonde quisiere llevarme.

      -Reducida has de decir, Sancho (N) -dijo don Quijote-, que no relucida.

      -Una o dos veces -respondió Sancho - , si mal no me acuerdo, he suplicado a vuestra merced que no me emiende los vocablos, si es que entiende lo que quiero decir en ellos, y que, cuando no los entienda, diga: ′′Sancho, o diablo, no te entiendo′′; y si yo no me declarare, entonces podrá emendarme; que yo soy tan fócil. .

      -No te entiendo, Sancho -dijo luego don Quijote-, pues no sé qué quiere decir soy tan fócil.

      -Tan fócil quiere decir -respondió Sancho- soy tan así.

      -Menos te entiendo agora -replicó don Quijote.

      -Pues si no me puede entender -respondió Sancho-, no sé cómo lo diga: no sé más, y Dios sea conmigo.

      -Ya, ya caigo -respondió don Quijote- en ello: tú quieres decir que eres tan dócil, blando y mañero (N) que tomarás lo que yo te dijere, y pasarás por lo que te enseñare.

      -Apostaré yo -dijo Sancho- que desde el emprincipio me caló y me entendió, sino que quiso turbarme por oírme decir otras docientas patochadas.

      -Podrá ser -replicó don Quijote-. Y, en efecto, ¿ qué dice Teresa.

      -Teresa dice -dijo Sancho- que ate bien mi dedo con vuestra merced, y que hablen cartas y callen barbas, porque quien destaja no baraja, pues más vale un toma que dos te daré. Y yo digo que el consejo de la mujer es poco, y el que no le toma es loco.

      -Y yo lo digo también -respondió don Quijote-. Decid, Sancho amigo; pasá adelante, que habláis hoy de perlas.

      -Es el caso -replicó Sancho- que, como vuestra merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, (N) y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle, porque la muerte es sorda, y, cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va depriesa y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni ceptros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos.

      -Todo eso es verdad -dijo don Quijote-, pero no sé dónde vas a parar.

      -Voy a parar -dijo Sancho- en que vuesa merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y que el tal salario se me pague de su hacienda; que no quiero estar a mercedes, que llegan tarde, o mal, o nunca; con lo mío me ayude Dios. En fin, yo quiero saber lo que gano, poco o mucho que sea, que sobre un huevo pone la gallina, y muchos pocos hacen un mucho, y mientras se gana algo no se pierde nada. Verdad sea que si sucediese, lo cual ni lo creo ni lo espero, que vuesa merced me diese la ínsula que me tiene prometida, no soy tan ingrato, ni llevo las cosas tan por los cabos, que no querré que se aprecie lo que montare la renta de la tal ínsula, y se descuente de mi salario (N) gata por cantidad.

      -Sancho amigo -respondió don Quijote-, a las veces, tan buena suele ser una gata como una rata.

      -Ya entiendo -dijo Sancho-: yo apostaré que había de decir rata, y no gata; pero no importa nada, pues vuesa merced me ha entendido.

      -Y tan entendido -respondió don Quijote- que he penetrado lo último de tus pensamientos, y sé al blanco que tiras con las inumerables saetas de tus refranes. Mira, Sancho: yo bien te señalaría salario, si hubiera hallado en alguna de las historias de los caballeros andantes ejemplo que me descubriese y mostrase, por algún pequeño resquicio, qué es lo que solían ganar cada mes, (N) o cada año; pero yo he leído todas o las más de sus historias, y no me acuerdo haber leído que ningún caballero andante haya señalado conocido salario a su escudero. Sólo sé que todos servían a merced, y que, cuando menos se lo pensaban, si a sus señores les había corrido bien la suerte, se hallaban premiados con una ínsula, o con otra cosa equivalente, y, por lo menos, quedaban con título y señoría. Si con estas esperanzas y aditamentos vos, Sancho, gustáis de volver a servirme, sea en buena hora: que pensar que yo he de sacar de sus términos y quicios la antigua usanza de la caballería andante es pensar en lo escusado. Así que, Sancho mío, volveos a vuestra casa, y declarad a vuestra Teresa mi intención; y si ella gustare y vos gustáredes de estar a merced conmigo, bene quidem; (N) y si no, tan amigos como de antes; que si al palomar no le falta cebo, no le faltarán palomas. Y advertid, hijo, que vale más buena esperanza que ruin posesión, y buena queja que mala paga. Hablo de esta manera, Sancho, por daros a entender que también como vos sé yo arrojar refranes como llovidos. Y, finalmente, quiero decir, y os digo, que si no queréis venir a merced conmigo y correr la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y os haga un santo; que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos, y no tan empachados ni tan habladores como vos.

      Cuando Sancho oyó la firme resolución de su amo se le anubló el cielo y se le cayeron las alas del corazón, porque tenía creído que su señor no se iría sin él por todos los haberes del mundo; y así, estando suspenso y pensativo, entró Sansón Carrasco y la sobrina, (N) deseosos de oír con qué razones persuadía a su señor que no tornarse a buscar las aventuras. Llegó Sansón, socarrón famoso, y, abrazándole como la vez primera y con voz levantada, le dijo.

      -¡ Oh flor de la andante caballería; oh luz resplandeciente de las armas; oh honor y espejo de la nación española ! Plega a Dios todopoderoso, donde más largamente se contiene, que la persona o personas que pusieren impedimento y estorbaren tu tercera salida, que no la hallen en el laberinto de sus deseos, ni jamás se les cumpla lo que mal desearen. (N)

      Y, volviéndose al ama, le dijo.

      -Bien puede la señora ama no rezar más la oración de Santa Apolonia, que yo sé que es determinación precisa de las esferas que el señor don Quijote vuelva a ejecutar sus altos y nuevos pensamientos, (N) y yo encargaría mucho mi conciencia si no intimase y persuadiese a este caballero que no tenga más tiempo encogida y detenida la fuerza de su valeroso brazo y la bondad de su ánimo valentísimo, porque defrauda con su tardanza el derecho de los tuertos, (N) el amparo de los huérfanos, la honra de las doncellas, el favor de las viudas y el arrimo de las casadas, y otras cosas deste jaez, que tocan, atañen, dependen y son anejas a la orden de la caballería (N) andante. ¡ Ea, señor don Quijote mío, hermoso y bravo, antes hoy que mañana se ponga vuestra merced y su grandeza en camino; y si alguna cosa faltare para ponerle en ejecución, aquí estoy yo para suplirla con mi persona y hacienda; y si fuere necesidad servir a tu magnificencia de escudero, lo tendré a felicísima ventura.

      A esta sazón, dijo don Quijote, volviéndose a Sancho.

      -¿ No te dije yo, Sancho, que me habían de sobrar escuderos? Mira quién se ofrece a serlo, sino el inaudito bachiller Sansón Carrasco, perpetuo trastulo (N) y regocijador de los patios de las escuelas salmanticenses, sano de su persona, ágil de sus miembros, callado, sufridor así del calor como del frío, así de la hambre como de la sed, con todas aquellas partes que se requieren para ser escudero de un caballero andante. Pero no permita el cielo que, por seguir mi gusto, desjarrete y quiebre la coluna de las letras (N) y el vaso de las ciencias, y tronque la palma eminente de las buenas y liberales artes. Quédese el nuevo Sansón en su patria, y, honrándola, honre juntamente las canas de sus ancianos padres; que yo con cualquier escudero estaré contento, ya que Sancho no se digna de venir conmigo.

      -Sí digno -respondió Sancho, enternecido y llenos de lágrimas los ojos; y prosiguió-: No se dirá por mí, señor mío: el pan comido y la compañía deshecha; (N) sí, que no vengo yo de alguna alcurnia desagradecida, que ya sabe todo el mundo, y especialmente mi pueblo, quién fueron los Panzas, de quien yo deciendo, y más, que tengo conocido y calado por muchas buenas obras, y por más buenas palabras, el deseo (N) que vuestra merced tiene de hacerme merced; y si me he puesto en cuentas de tanto más cuanto acerca de mi salario, ha sido por complacer a mi mujer; la cual, cuando toma la mano a persuadir una cosa, no hay mazo que tanto apriete los aros de una cuba como ella aprieta a que se haga lo que quiere; pero, en efeto, el hombre ha de ser hombre, y la mujer, mujer; y, pues yo soy hombre dondequiera, que no lo puedo negar, también lo quiero ser en mi casa, pese a quien pesare; y así, no hay más que hacer, sino que vuestra merced ordene su testamento con su codicilo, (N) en modo que no se pueda revolcar, y pongámonos luego en camino, porque no padezca el alma del señor Sansón, que dice que su conciencia le lita (N) que persuada a vuestra merced a salir vez tercera (N) por ese mundo; y yo de nuevo me ofrezco a servir a vuestra merced fiel y legalmente, tan bien y mejor que cuantos escuderos han servido a caballeros andantes en los pasados y presentes tiempos.

      Admirado quedó el bachiller de oír el término y modo de hablar de Sancho Panza; que, puesto que había leído la primera historia de su señor, (N) nunca creyó que era tan gracioso como allí le pintan; pero, oyéndole decir ahora testamento y codicilo que no se pueda revolcar, en lugar de testamento y codicilo que no se pueda revocar, creyó todo lo que dél había leído, y confirmólo por uno de los más solenes mentecatos de nuestros siglos; y dijo entre sí que tales dos locos como amo y mozo no se habrían visto en el mundo.

      Finalmente, don Quijote y Sancho se abrazaron (N) y quedaron amigos, y con parecer y beneplácito del gran Carrasco, que por entonces era su oráculo, se ordenó que de allí a tres días fuese su partida; (N) en los cuales habría lugar de aderezar lo necesario para el viaje, y de buscar una celada de encaje, (N) que en todas maneras dijo don Quijote que la había de llevar. Ofreciósela Sansón, porque sabía no se la negaría un amigo suyo que la tenía, puesto que estaba más escura por el orín y el moho que clara y limpia por el terso acero.

      Las maldiciones que las dos, ama y sobrina, echaron al bachiller no tuvieron cuento: mesaron sus cabellos, arañaron sus rostros, y, al modo de las endechaderas que se usaban, (N) lamentaban la partida como si fuera la muerte de su señor. El designo que tuvo Sansón, para persuadirle a que otra vez saliese, fue hacer lo que adelante cuenta la historia, todo por consejo del cura y del barbero, con quien él antes lo había comunicado.

      En resolución, en aquellos tres días don Quijote y Sancho se acomodaron de lo que les pareció convenirles; y, habiendo aplacado Sancho a su mujer, y don Quijote a su sobrina y a su ama, al anochecer, sin que nadie lo viese, sino el bachiller, que quiso acompañarles media legua del lugar, se pusieron en camino del Toboso: don Quijote sobre su buen Rocinante, y Sancho sobre su antiguo rucio, proveídas las alforjas de cosas tocantes a la bucólica, y la bolsa de dineros (N) que le dio don Quijote para lo que se ofreciese. Abrazóle Sansón, y suplicóle le avisase de su buena o mala suerte, (N) para alegrarse con ésta o entristecerse con aquélla, como las leyes de su amistad pedían. Prometióselo don Quijote, dio Sansón la vuelta a su lugar, y los dos tomaron la de la gran ciudad del Toboso.







Parte II -- Capítulo VIII . Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote, yendo a ver su señora Dulcinea del Toboso.

      ′′¡ Bendito sea el poderoso Alá ! -dice Hamete Benengeli al comienzo deste octavo capítulo-. ¡ Bendito sea Alá !′′, repite tres veces; y dice que da estas bendiciones por ver que tiene ya en campaña a don Quijote y a Sancho, y que los letores de su agradable historia pueden hacer cuenta que desde este punto comienzan las hazañas y donaires de don Quijote y de su escudero; persuádeles que se les olviden las pasadas caballerías del ingenioso hidalgo, y pongan los ojos en las que están por venir, que desde agora en el camino del Toboso comienzan, como las otras comenzaron en los campos de Montiel, (N) y no es mucho lo que pide para tanto como él promete; y así prosigue diciendo:

      Solos quedaron don Quijote y Sancho, y, apenas se hubo apartado Sansón, cuando comenzó a relinchar Rocinante y a sospirar el rucio, que de entrambos, caballero y escudero, fue tenido a buena señal y por felicísimo agÜero; aunque, si se ha de contar la verdad, más fueron los sospiros y rebuznos del rucio que los relinchos del rocín, de donde coligió Sancho que su ventura había de sobrepujar y ponerse encima de la de su señor, fundándose no sé si en astrología judiciaria que él se sabía, puesto que la historia no lo declara; sólo le oyeron decir que, cuando tropezaba o caía, se holgara no haber salido de casa, porque del tropezar o caer no se sacaba otra cosa sino el zapato roto o las costillas quebradas; (N) y, aunque tonto, no andaba en esto muy fuera de camino. Díjole don Quijote:

      -Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar, y con más escuridad de la que habíamos menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, adonde tengo determinado de ir antes que en otra aventura me ponga, y allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea, (N) con la cual licencia pienso y tengo por cierto de acabar y dar felice cima a toda peligrosa aventura, porque ninguna cosa desta vida hace más valientes a los caballeros andantes que verse favorecidos de sus damas.
-Yo así lo creo -respondió Sancho-; pero tengo por dificultoso que vuestra merced pueda hablarla ni verse con ella, en parte, a lo menos, que pueda recebir su bendición, si ya no se la echa desde las bardas del corral, por donde yo la vi la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuestra merced quedaba haciendo en el corazón de Sierra Morena.

      -¿ Bardas de corral se te antojaron aquéllas, Sancho - dijo don Quijote-, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías o corredores, o lonjas, o como las llaman, de ricos y reales palacios.

      -Todo pudo ser -respondió Sancho-, pero a mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.

      -Con todo eso, vamos allá, Sancho -replicó don Quijote-, que como yo la vea, eso se me da que sea por bardas que por ventanas, o por resquicios, o verjas de jardines; que cualquier rayo que del sol de su belleza llegue a mis ojos alumbrará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón, de modo que quede único y sin igual en la discreción y en la valentía.

      -Pues en verdad, señor -respondió Sancho-, que cuando yo vi ese sol de la señora Dulcinea del Toboso, que no estaba tan claro, que pudiese echar de sí rayos algunos, y debió de ser que, como su merced estaba ahechando aquel trigo que dije, el mucho polvo que sacaba se le puso como nube ante el rostro y se le escureció.

      -¡ Que todavía das, Sancho -dijo don Quijote-, en decir, en pensar, en creer y en porfiar (N) que mi señora Dulcinea ahechaba trigo, siendo eso un menester y ejercicio (N) que va desviado de todo lo que hacen y deben hacer las personas principales que están constituidas y guardadas para otros ejercicios y entretenimientos, que muestran a tiro de ballesta su principalidad... ! (N) Mal se te acuerdan a ti, ¡ oh Sancho !, aquellos versos de nuestro poeta donde nos pinta las labores que hacían allá en sus moradas de cristal aquellas cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas, y se sentaron a labrar en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas. (N) Y desta manera debía de ser el de mi señora cuando tú la viste; sino que la envidia que algún mal encantador debe de tener a mis cosas, todas las que me han de dar gusto trueca y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen; y así, temo que, en aquella historia que dicen que anda impresa de mis hazañas, si por ventura ha sido su autor algún sabio mi enemigo, habrá puesto unas cosas por otras, mezclando con una verdad mil mentiras, divertiéndose a contar (N) otras acciones fuera de lo que requiere la continuación de una verdadera historia. ¡ Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes ! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias.

      -Eso es lo que yo digo también -respondió Sancho-, y pienso que en esa leyenda o historia que nos dijo el bachiller Carrasco que de nosotros había visto debe de andar mi honra a coche acá, cinchado, (N) y, como dicen, al estricote, aquí y allí, barriendo las calles. Pues, a fe de bueno, que no he dicho yo mal de ningún encantador, ni tengo tantos bienes que pueda ser envidiado; bien es verdad que soy algo malicioso, y que tengo mis ciertos asomos de bellaco, pero todo lo cubre y tapa la gran capa de la simpleza mía, siempre natural y nunca artificiosa. Y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la Santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos. Pero digan lo que quisieren; que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; aunque, por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí todo lo que quisieren. (N)

      -Eso me parece, Sancho -dijo don Quijote-, a lo que sucedió a un famoso poeta destos tiempos, el cual, habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas, no puso ni nombró en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la cual, viendo que no estaba en la lista de las demás, se quejó al poeta, diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira, y la pusiese en el ensanche; si no, que mirase para lo que había nacido. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, (N) y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame. (N) También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, (N) contado por una de las siete maravillas del mundo, sólo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y, aunque se mandó que nadie le nombrase, ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato. También alude a esto lo que sucedió al grande emperador Carlo Quinto con un caballero en Roma. Quiso ver el emperador aquel famoso templo de la Rotunda, (N) que en la antigÜedad se llamó el templo de todos los dioses, y ahora, con mejor vocación, (N) se llama de todos los santos, y es el edificio que más entero ha quedado de los que alzó la gentilidad en Roma, y es el que más conserva la fama de la grandiosidad y magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media naranja, grandísimo en estremo, y está muy claro, sin entrarle otra luz que la que le concede una ventana, o, por mejor decir, claraboya redonda que está en su cima, desde la cual mirando el emperador el edificio, estaba con él y a su lado un caballero romano, declarándole los primores y sutilezas de aquella gran máquina y memorable arquitetura; y, habiéndose quitado de la claraboya, dijo al emperador: ′′Mil veces, Sacra Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad y arrojarme de aquella claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna en el mundo′′. ′′Yo os agradezco -respondió el emperador- el no haber puesto tan mal pensamiento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo en ocasión que volváis a hacer prueba de vuestra lealtad; y así, os mando que jamás me habléis, ni estéis donde yo estuviere′′. Y, tras estas palabras, le hizo una gran merced. Quiero decir, Sancho, que el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera. ¿ Quién piensas tú que arrojó a Horacio (N) del puente abajo, armado de todas armas, en la profundidad del Tibre? ¿ Quién abrasó el brazo y la mano a Mucio? (N) ¿ Quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente (N) que apareció en la mitad de Roma? ¿ Quién, contra todos los agÜeros (N) que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y, con ejemplos más modernos, ¿ quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés (N) en el Nuevo Mundo? Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas (N) son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, católicos y andantes caballeros más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo (N) se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado. Así, ¡ oh Sancho !, que nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religión cristiana, que profesamos. Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, en la generosidad (N) y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la lujuria y lascivia, (N) en la lealtad que guardamos a las que hemos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la pereza, con andar por todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan, sobre cristianos, famosos caballeros. Ves aquí, Sancho, los medios por donde se alcanzan los estremos de alabanzas que consigo trae la buena fama.

      -Todo lo que vuestra merced hasta aquí me ha dicho - dijo Sancho- lo he entendido muy bien, pero, con todo eso, querría que vuestra merced me sorbiese una duda que agora en este punto me ha venido a la memoria.

      -Asolviese quieres decir, Sancho -dijo don Quijote - . Di en buen hora, que yo responderé lo que supiere.

      -Dígame, señor -prosiguió Sancho-: esos Julios o Agostos, (N) y todos esos caballeros hazañosos que ha dicho, que ya son muertos, ¿ dónde están agora.

      -Los gentiles -respondió don Quijote- sin duda están en el infierno; los cristianos, si fueron buenos cristianos, o están en el purgatorio o en el cielo.

      -Está bien -dijo Sancho-, pero sepamos ahora: esas sepulturas donde están los cuerpos desos señorazos, ¿ tienen delante de sí lámparas de plata, o están adornadas las paredes de sus capillas de muletas, de mortajas, de cabelleras, de piernas y de ojos de cera? Y si desto no, ¿ de qué están adornadas.

      A lo que respondió don Quijote.

      -Los sepulcros de los gentiles fueron por la mayor parte suntuosos templos: (N) las cenizas del cuerpo de Julio César se pusieron sobre una pirámide de piedra de desmesurada grandeza, a quien hoy llaman en Roma La aguja de San Pedro; al emperador Adriano le sirvió de sepultura un castillo tan grande como una buena aldea, a quien llamaron Moles Hadriani, que agora es el castillo de Santángel en Roma; la reina Artemisa sepultó a su marido Mausoleo en un sepulcro que se tuvo por una de las siete maravillas del mundo; pero ninguna destas sepulturas ni otras muchas que tuvieron los gentiles se adornaron con mortajas ni con otras ofrendas y señales que mostrasen ser santos los que en ellas estaban sepultados.

      -A eso voy -replicó Sancho-. Y dígame agora: ¿ cuál es más: resucitar a un muerto, o matar a un gigante.

      -La respuesta está en la mano -respondió don Quijote - : más es resucitar a un muerto.

      -Cogido le tengo -dijo Sancho-: luego la fama del que resucita muertos, (N) da vista a los ciegos, endereza los cojos y da salud a los enfermos, y delante de sus sepulturas arden lámparas, y están llenas sus capillas de gentes devotas que de rodillas adoran sus reliquias, mejor fama será, para este y para el otro siglo, que la que dejaron y dejaren cuantos emperadores gentiles y caballeros andantes ha habido en el mundo.

      -También confieso esa verdad -respondió don Quijote.

      -Pues esta fama, estas gracias, estas prerrogativas, como llaman a esto - respondió Sancho (N) -, tienen los cuerpos y las reliquias de los santos que, con aprobación y licencia de nuestra santa madre Iglesia, tienen lámparas, velas, mortajas, muletas, pinturas, cabelleras, ojos, piernas, con que aumentan la devoción y engrandecen su cristiana fama. Los cuerpos de los santos o sus reliquias llevan los reyes sobre sus hombros, (N) besan los pedazos de sus huesos, adornan y enriquecen con ellos sus oratorios y sus más preciados altares. .

      -¿ Qué quieres que infiera, Sancho, de todo lo que has dicho? -dijo don Quijote.

      -Quiero decir -dijo Sancho- que nos demos a ser santos, y alcanzaremos más brevemente la buena fama que pretendemos; y advierta, señor, que ayer o antes de ayer, que, según ha poco se puede decir desta manera, canonizaron o beatificaron dos frailecitos descalzos, (N) cuyas cadenas de hierro con que ceñían (N) y atormentaban sus cuerpos se tiene ahora a gran ventura el besarlas y tocarlas, y están en más veneración que está, según dije, (N) la espada de Roldán en la armería del rey, nuestro señor, que Dios guarde. Así que, señor mío, más vale ser humilde frailecito, de cualquier orden que sea, que valiente y andante caballero; mas alcanzan con Dios dos docenas de diciplinas que dos mil lanzadas, ora las den a gigantes, ora a vestiglos o a endrigos.

      -Todo eso es así -respondió don Quijote-, pero no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo: religión es la caballería; caballeros santos hay en la gloria.

      -Sí -respondió Sancho-, pero yo he oído decir que hay más frailes en el cielo que caballeros andantes.

      -Eso es -respondió don Quijote- porque es mayor el número de los religiosos que el de los caballeros.

      -Muchos son los andantes -dijo Sancho.

      -Muchos -respondió don Quijote-, pero pocos los que merecen nombre de caballeros.

      En estas y otras semejantes pláticas se les pasó aquella noche y el día siguiente, sin acontecerles cosa que de contar fuese, de que no poco le pesó a don Quijote. En fin, otro día, al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya vista se le alegraron los espíritus a don Quijote y se le entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la había visto, como no la había visto su señor; de modo que el uno por verla, y el otro por no haberla visto, estaban alborotados, y no imaginaba Sancho qué había de hacer cuando su dueño le enviase al Toboso. Finalmente, ordenó don Quijote entrar en la ciudad entrada la noche, y, en tanto que la hora se llegaba, se quedaron entre unas encinas que cerca del Toboso estaban, y, llegado el determinado punto, entraron en la ciudad, donde les sucedió cosas que a cosas llegan.







Parte II -- Capítulo IX . Donde se cuenta lo que en él se verá.

      Media noche era por filo, (N) poco más a menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían y reposaban a pierna tendida, como suele decirse. (N) Era la noche entreclara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo escura, por hallar en su escuridad disculpa de su sandez. (N) No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando, rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, (N) se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agÜero; pero, con todo esto, dijo a Sancho.

      -Sancho, hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la hallemos despierta.

      -¿ A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol - respondió Sancho-, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña.

      -Debía de estar retirada, entonces -respondió don Quijote-, en algún pequeño apartamiento (N) de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.

      -Señor -dijo Sancho-, ya que vuestra merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de mi señora Dulcinea, ¿ es hora ésta por ventura de hallar la puerta abierta? Y ¿ será bien que demos aldabazos para que nos oyan y nos abran, metiendo en alboroto y rumor toda la gente? ¿ Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, (N) que llegan, y llaman, y entran a cualquier hora, por tarde que sea.

      -Hallemos primero una por una el alcázar -replicó don Quijote-, que entonces yo te diré, Sancho, lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, que yo veo poco, o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea.

      -Pues guíe vuestra merced -respondió Sancho-: quizá será así; aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que es ahora de día.

      Guió don Quijote, y, habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo.

      -Con la iglesia hemos dado, Sancho.

      -Ya lo veo -respondió Sancho-; y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más, habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida.

      -¡ Maldito seas de Dios, mentecato ! -dijo don Quijote-. ¿ Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida? . (N)

      -Señor -respondió Sancho-, en cada tierra su uso: quizá se usa aquí en el Toboso edificar en callejuelas los palacios y edificios grandes; y así, suplico a vuestra merced me deje buscar por estas calles o callejuelas que se me ofrecen: podría ser que en algún rincón topase con ese alcázar, que le vea yo comido de perros, que así nos trae corridos y asendereados.

      -Habla con respeto, Sancho, de las cosas de mi señora - dijo don Quijote - , y tengamos la fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el caldero. (N)

      -Yo me reportaré -respondió Sancho-; pero, ¿ con qué paciencia podré llevar que quiera vuestra merced que de sola una vez que vi la casa de nuestra ama, la haya de saber siempre y hallarla a media noche, no hallándola vuestra merced, que la debe de haber visto millares de veces.

      -Tú me harás desesperar, Sancho -dijo don Quijote - . Ven acá, hereje: ¿ no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, (N) ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas (N) y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta.

      -Ahora lo oigo -respondió Sancho-; y digo que, pues vuestra merced no la ha visto, ni yo tampoco. .

      -Eso no puede ser -replicó don Quijote-; que, por lo menos, ya me has dicho tú que la viste ahechando trigo, cuando me trujiste la respuesta de la carta que le envié contigo.

      -No se atenga a eso, señor -respondió Sancho-, porque le hago saber que también fue de oídas la vista (N) y la respuesta que le truje; porque, así sé yo quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo.

      -Sancho, Sancho -respondió don Quijote-, tiempos hay de burlar, y tiempos donde caen y parecen mal las burlas. No porque yo diga que ni he visto ni hablado a la señora de mi alma has tú de decir también que ni la has hablado ni visto, siendo tan al revés como sabes.

      Estando los dos en estas pláticas, vieron que venía a pasar por donde estaban uno con dos mulas, que, por el ruido que hacía el arado, que arrastraba por el suelo, juzgaron que debía de ser labrador, que habría madrugado antes del día a ir a su labranza; y así fue la verdad. Venía el labrador cantando aquel romance que dicen.

      Mala la hubistes, franceses.

      en esa de Roncesvalles. (N)

      -Que me maten, Sancho -dijo, en oyéndole, don Quijote-, si nos ha de suceder cosa buena esta noche. ¿ No oyes lo que viene cantando ese villano.

      -Sí oigo -respondió Sancho-; pero, ¿ qué hace a nuestro propósito la caza de Roncesvalles? Así pudiera cantar el romance de Calaínos, (N) que todo fuera uno para sucedernos bien o mal en nuestro negocio.

      Llegó, en esto, el labrador, a quien don Quijote preguntó.

      -¿ Sabréisme decir, buen amigo, que buena ventura os dé Dios, dónde son por aquí los palacios de la sin par princesa doña Dulcinea del Toboso.

      -Señor -respondió el mozo-, yo soy forastero y ha pocos días que estoy en este pueblo, sirviendo a un labrador rico en la labranza del campo; en esa casa frontera viven el cura y el sacristán del lugar; entrambos, o cualquier dellos, sabrá dar a vuestra merced razón desa señora princesa, porque tienen la lista de todos los vecinos del Toboso; aunque para mí tengo que en todo él no vive princesa alguna; muchas señoras, sí, principales, que cada una en su casa puede ser princesa.

      -Pues entre ésas -dijo don Quijote- debe de estar, amigo, ésta por quien te pregunto. (N)

      -Podría ser -respondió el mozo-; y adiós, que ya viene el alba.

      Y, dando a sus mulas, no atendió a más preguntas. Sancho, que vio suspenso a su señor y asaz mal contento, le dijo:

      -Señor, ya se viene a más andar el día, y no será acertado dejar que nos halle el sol en la calle; mejor será que nos salgamos fuera de la ciudad, y que vuestra merced se embosque en alguna floresta aquí cercana, y yo volveré de día, y no dejaré ostugo en todo este lugar donde no busque la casa, alcázar o palacio de mi señora, y asaz sería de desdichado si no le hallase; y, hallándole, hablaré con su merced, y le diré dónde y cómo queda vuestra merced esperando que le dé orden y traza para verla, sin menoscabo de su honra y fama.

      -Has dicho, Sancho -dijo don Quijote-, mil sentencias encerradas en el círculo de breves palabras: el consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima gana. (N) Ven, hijo, y vamos a buscar donde me embosque, que tú volverás, como dices, a buscar, a ver y hablar a mi señora, de cuya discreción y cortesía espero más que milagrosos favores.

      Rabiaba Sancho por sacar a su amo del pueblo, porque no averiguase la mentira de la respuesta que de parte de Dulcinea le había llevado a Sierra Morena; y así, dio priesa a la salida, que fue luego, y a dos millas del lugar hallaron una floresta o bosque, donde don Quijote se emboscó (N) en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a Dulcinea; en cuya embajada le sucedieron cosas que piden nueva atención y nuevo crédito.







Parte II -- Capítulo X . Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos.

      Llegando el autor desta grande historia (N) a contar lo que en este capítulo cuenta, dice que quisiera pasarle en silencio, temeroso de que no había de ser creído, porque las locuras de don Quijote llegaron aquí al término y raya de las mayores que pueden imaginarse, y aun pasaron dos tiros de ballesta más allá de las mayores. Finalmente, aunque con este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que él las hizo, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad, (N) sin dársele nada por las objeciones que podían ponerle de mentiroso. Y tuvo razón, porque la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.

      Y así, prosiguiendo su historia, dice que, así como don Quijote se emboscó en la floresta, encinar o selva junto al gran Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad, y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver de su cautivo caballero, y se dignase de echarle su bendición, para que pudiese esperar por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas empresas. Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba, y de traerle tan buena respuesta como le trujo la vez primera. (N)

      -Anda, hijo -replicó don Quijote-, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡ Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo ! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores (N) el tiempo que la estuvieres dando mi embajada; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe en la almohada, si acaso la hallas sentada en el estrado rico de su autoridad; y si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado; finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos; porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca; que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa. Ve, amigo, y guíete otra mejor ventura que la mía, y vuélvate otro mejor suceso del que yo quedo temiendo y esperando (N) en esta amarga soledad en que me dejas.

      -Yo iré y volveré presto -dijo Sancho-; y ensanche vuestra merced, señor mío, ese corazoncillo, que le debe de tener agora no mayor que una avellana, y considere que se suele decir que buen corazón quebranta mala ventura, y que donde no hay tocinos, no hay estacas; (N) y también se dice: donde no piensa, salta la liebre. Dígolo porque si esta noche no hallamos los palacios o alcázares de mi señora, agora que es de día los pienso hallar, cuando menos los piense, y hallados, déjenme a mí con ella.

      -Por cierto, Sancho -dijo don Quijote-, que siempre traes tus refranes tan a pelo de lo que tratamos cuanto me dé Dios mejor ventura en lo que deseo.

      Esto dicho, volvió Sancho las espaldas y vareó su rucio, y don Quijote se quedó a caballo, descansando sobre los estribos y sobre el arrimo de su lanza, lleno de tristes y confusas imaginaciones, donde le dejaremos, yéndonos con Sancho Panza, que no menos confuso y pensativo se apartó de su señor que él quedaba; y tanto, que, apenas hubo salido del bosque, cuando, volviendo la cabeza y viendo que don Quijote no parecía, se apeó del jumento, y, sentándose al pie de un árbol, (N) comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse.

      -Sepamos agora, Sancho hermano, adónde va vuesa merced. ¿ Va a buscar algún jumento que se le haya perdido? ′′No, por cierto′′. Pues, ¿ qué va a buscar? ′′Voy a buscar, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto′′. Y ¿ adónde pensáis hallar eso que decís, Sancho? ′′¿ Adónde? En la gran ciudad del Toboso′′. Y bien: ¿ y de parte de quién la vais a buscar? De parte del famoso caballero don Quijote de la Mancha, que desface los tuertos, y da de comer al que ha sed, y de beber al que ha hambre′′. (N) Todo eso está muy bien. Y ¿ sabéis su casa, Sancho? ′′Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares′′. Y ¿ habéisla visto algún día por ventura? ′′Ni yo ni mi amo la habemos visto jamás′′. (N) Y ¿ paréceos que fuera acertado y bien hecho que si los del Toboso supiesen que estáis vos aquí con intención de ir a sonsacarles sus princesas y a desasosegarles sus damas, viniesen y os moliesen las costillas a puros palos, y no os dejasen hueso sano? ′′En verdad que tendrían mucha razón, cuando no considerasen que soy mandado, y que mensajero sois, amigo, (N) no merecéis culpa, non′′. No os fiéis en eso, Sancho, porque la gente manchega es tan colérica como honrada, y no consiente cosquillas de nadie. Vive Dios que si os huele, que os mando mala ventura. ′′¡ Oxte, puto ! ¡ Allá darás, rayo ! ¡ No, sino ándeme yo buscando tres pies al gato por el gusto ajeno ! Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Rávena, o al bachiller en Salamanca. (N) ¡ El diablo, el diablo me ha metido a mí en esto, que otro no !′.

      Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que sacó dél fue que volvió a decirse.

      -Ahora bien, todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte, debajo de cuyo yugo hemos de pasar todos, (N) mal que nos pese, al acabar de la vida. Este mi amo, por mil señales, he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: "Dime con quién andas, decirte he quién eres", y el otro de ‘‘ No con quien naces, sino con quien paces". Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras, y juzga lo blanco por negro y lo negro por blanco, como se pareció cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las mulas de los religiosos dromedarios, (N) y las manadas de carneros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono, (N) no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y, cuando él no lo crea, juraré yo; y si él jurare, tornaré yo a jurar; y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere. Quizá con esta porfía acabaré con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías, viendo cuán mal recado le traigo dellas, o quizá pensará, como yo imagino, que algún mal encantador de estos que él dice que le quieren mal la habrá mudado la figura por hacerle mal y daño.

      Con esto que pensó Sancho Panza quedó sosegado su espíritu, y tuvo por bien acabado su negocio, y deteniéndose allí hasta la tarde, por dar lugar a que don Quijote pensase que le había tenido para ir y volver del Toboso; y sucedióle todo tan bien que, cuando se levantó para subir en el rucio, vio que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, (N) que el autor no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas, por ser ordinaria caballería de las aldeanas; pero, como no va mucho en esto, no hay para qué detenernos en averiguarlo. En resolución: así como Sancho vio a las labradoras, a paso tirado volvió a buscar a su señor don Quijote, y hallóle suspirando y diciendo mil amorosas lamentaciones. Como don Quijote le vio, le dijo.

      -¿ Qué hay, Sancho amigo? (N) ¿ Podré señalar este día con piedra blanca, o con negra? . (N)

      -Mejor será -respondió Sancho- que vuesa merced le señale con almagre, como rétulos de cátedras, porque le echen bien de ver los que le vieren.

      -De ese modo -replicó don Quijote-, buenas nuevas traes.

      -Tan buenas -respondió Sancho-, que no tiene más que hacer vuesa merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la señora Dulcinea del Toboso, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a vuesa merced.

      -¡ Santo Dios ! ¿ Qué es lo que dices, Sancho amigo? - dijo don Quijote - . Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas.

      -¿ Qué sacaría yo de engañar a vuesa merced - respondió Sancho-, y más estando tan cerca de descubrir mi verdad? Pique, señor, y venga, y verá venir a la princesa, nuestra ama, vestida y adornada, en fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro, todas mazorcas de perlas, (N) todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos; (N) los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos del sol que andan jugando con el viento; (N) y, sobre todo, vienen a caballo sobre tres cananeas remendadas, que no hay más que ver.

      -Hacaneas querrás decir, Sancho.

      -Poca diferencia hay -respondió Sancho- de cananeas a hacaneas; (N) pero, vengan sobre lo que vinieren, ellas vienen las más galanas señoras que se puedan desear, especialmente la princesa Dulcinea, mi señora, que pasma los sentidos.

      -Vamos, Sancho hijo -respondió don Quijote-; y, en albricias destas no esperadas como buenas nuevas, (N) te mando el mejor despojo que ganare en la primera aventura que tuviere, y si esto no te contenta, te mando las crías que este año me dieren las tres yeguas mías, (N) que tú sabes que quedan para parir en el prado concejil de nuestro pueblo.

      -A las crías me atengo -respondió Sancho-, porque de ser buenos los despojos de la primera aventura no está muy cierto. (N)

      Ya en esto salieron de la selva, y descubrieron cerca a las tres aldeanas. Tendió don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso, y como no vio sino a las tres labradoras, turbóse todo, y preguntó a Sancho si las había dejado fuera de la ciudad.

      -¿ Cómo fuera de la ciudad? -respondió-. ¿ Por ventura tiene vuesa merced los ojos en el colodrillo, que no vee que son éstas, las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol a mediodía.

      -Yo no veo, Sancho -dijo don Quijote-, sino a tres labradoras sobre tres borricos.

      -¡ Agora me libre Dios del diablo ! -respondió Sancho-. Y ¿ es posible que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de la nieve, (N) le parezcan a vuesa merced borricos? ¡ Vive el Señor, que me pele estas barbas si tal fuese verdad.

      -Pues yo te digo, Sancho amigo -dijo don Quijote - , que es tan verdad que son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y tú Sancho Panza; a lo menos, a mí tales me parecen.

      -Calle, señor -dijo Sancho-, no diga la tal palabra, sino despabile esos ojos, y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca.

      Y, diciendo esto, se adelantó a recebir a las tres aldeanas; y, apeándose del rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las tres labradoras, y, hincando ambas rodillas en el suelo, dijo:

      -Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza (N) sea servida de recebir en su gracia y buen talente al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y sin pulsos de verse ante vuestra magnífica presencia. Yo soy Sancho Panza, su escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.

      A esta sazón, ya se había puesto don Quijote de hinojos (N) junto a Sancho, y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba reina y señora, y, como no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata, estaba suspenso y admirado, sin osar desplegar los labios. Las labradoras estaban asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban pasar adelante a su compañera; pero, rompiendo el silencio la detenida, toda desgraciada y mohína, (N) dijo:

      -Apártense nora en tal del camino, y déjenmos pasar, que vamos de priesa.

      A lo que respondió Sancho.

      -¡ Oh princesa y señora universal del Toboso ! ¿ Cómo vuestro magnánimo corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería.

      Oyendo lo cual, otra de las dos dijo:

      -Mas, ¡ jo, que te estrego, burra de mi suegro ! ¡ Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas (N) como ellos ! Vayan su camino, e déjenmos hacer el nueso, y serles ha sano.

      -Levántate, Sancho -dijo a este punto don Quijote - , que ya veo que la Fortuna, de mi mal no harta, (N) tiene tomados los caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que tengo en las carnes. Y tú, ¡ oh estremo del valor (N) que puede desearse, término de la humana gentileza, único remedio deste afligido corazón que te adora !, ya que el maligno encantador me persigue, y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para sólo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago, la humildad con que mi alma te adora.

      -¡ Tomá que mi agÜelo ! -respondió la aldeana-. ¡ Amiguita soy yo de oír resquebrajos ! Apártense y déjenmos ir, y agradecérselo hemos.

      Apartóse Sancho y dejóla ir, contentísimo de haber salido bien de su enredo.

      Apenas se vio libre la aldeana que había hecho la figura de Dulcinea, cuando, picando a su cananea (N) con un aguijón que en un palo traía, dio a correr por el prado adelante. (N) Y, como la borrica sentía la punta del aguijón, que le fatigaba más de lo ordinario, comenzó a dar corcovos, de manera que dio con la señora Dulcinea en tierra; lo cual visto por don Quijote, acudió a levantarla, y Sancho a componer y cinchar el albarda, que también vino a la barriga de la pollina. Acomodada, pues, la albarda, y quiriendo don Quijote levantar a su encantada señora en los brazos sobre la jumenta, la señora, levantándose del suelo, le quitó de aquel trabajo, porque, haciéndose algún tanto atrás, tomó una corridica, y, puestas ambas manos sobre las ancas de la pollina, dio con su cuerpo, más ligero que un halcón, sobre la albarda, y quedó a horcajadas, como si fuera hombre; y entonces dijo Sancho.

      -¡ Vive Roque, que es la señora nuestra ama más ligera que un acotán, y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mejicano (N) ! El arzón trasero de la silla pasó de un salto, y sin espuelas hace correr la hacanea como una cebra. Y no le van en zaga sus doncellas; que todas corren como el viento.

      Y así era la verdad, porque, en viéndose a caballo Dulcinea, todas picaron tras ella y dispararon a correr, sin volver la cabeza atrás por espacio de más de media legua. Siguiólas don Quijote con la vista, y, cuando vio que no parecían, volviéndose a Sancho, le dijo.

      -Sancho, ¿ qué te parece cuán malquisto soy de encantadores? Y mira hasta dónde se estiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contento que pudiera darme ver en su ser a mi señora. En efecto, yo nací para ejemplo de desdichados, y para ser blanco y terrero (N) donde tomen la mira y asiesten las flechas de la mala fortuna. Y has también de advertir, Sancho, que no se contentaron estos traidores de haber vuelto (N) y transformado a mi Dulcinea, sino que la transformaron y volvieron en una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana, y juntamente le quitaron lo que es tan suyo de las principales señoras, (N) que es el buen olor, por andar siempre entre ámbares y entre flores. Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegé a subir a Dulcinea sobre su hacanea, según tú dices, que a mí me pareció borrica, me dio un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma. (N)

      -¡ Oh canalla ! -gritó a esta sazón Sancho- ¡ Oh encantadores aciagos y malintencionados, y quién os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha ! Mucho sabéis, mucho podéis y mucho más hacéis. (N) Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo, y, finalmente, todas sus faciones de buenas en malas, sin que le tocárades en el olor; que por él siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza; aunque, para decir verdad, nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de punto y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo.

      -A ese lunar -dijo don Quijote-, según la correspondencia que tienen entre sí los del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea (N) en la tabla del muslo que corresponde al lado donde tiene el del rostro, pero muy luengos para lunares son pelos de la grandeza que has significado.

      -Pues yo sé decir a vuestra merced -respondió Sancho- que le parecían allí como nacidos.

      -Yo lo creo, amigo -replicó don Quijote-, porque ninguna cosa puso la naturaleza en Dulcinea que no fuese perfecta y bien acabada; y así, si tuviera cien lunares como el que dices, en ella no fueran lunares, sino lunas y estrellas resplandecientes. Pero dime, Sancho: aquella que a mí me pareció albarda, que tú aderezaste, ¿ era silla rasa o sillón?

      -No era -respondió Sancho- sino silla a la jineta, (N) con una cubierta de campo que vale la mitad de un reino, según es de rica.

      -¡ Y que no viese yo todo eso, Sancho ! -dijo don Quijote-. Ahora torno a decir, y diré mil veces, que soy el más desdichado de los hombres.

      Harto tenía que hacer el socarrón de Sancho en disimular la risa, oyendo las sandeces de su amo, tan delicadamente engañado. (N) Finalmente, después de otras muchas razones que entre los dos pasaron, volvieron a subir en sus bestias, (N) y siguieron el camino de Zaragoza, (N) adonde pensaban llegar a tiempo que pudiesen hallarse en unas solenes fiestas que en aquella insigne ciudad cada año suelen hacerse. Pero, antes que allá llegasen, (N) les sucedieron cosas que, por muchas, grandes y nuevas, merecen ser escritas y leídas, como se verá adelante.







Parte II -- Capítulo XI . De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro, o carreta, de Las Cortes de la Muerte.

      Pensativo además iba don Quijote por su camino adelante, considerando la mala burla que le habían hecho los encantadores, volviendo a su señora Dulcinea en la mala figura de la aldeana, y no imaginaba qué remedio tendría para volverla a su ser primero; y estos pensamientos le llevaban tan fuera de sí, que, sin sentirlo, soltó las riendas a Rocinante, el cual, sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la verde yerba (N) de que aquellos campos abundaban. De su embelesamiento le volvió Sancho Panza, diciéndole:

      -Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, (N) y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes. ¿ Qué diablos es esto? ¿ Qué descaecimiento es éste? ¿ Estamos aquí, o en Francia? Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay en el mundo, (N) pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos los encantos y transformaciones de la tierra.
-Calla, Sancho -respondió don Quijote con voz no muy desmayada - ; calla, digo, y no digas blasfemias contra aquella encantada señora, que de su desgracia y desventura yo solo tengo la culpa: de la invidia que me tienen los malos ha nacido su mala andanza.

      -Así lo digo yo -respondió Sancho-: quien la vido y la vee ahora, (N) ¿ cuál es el corazón que no llora.

      -Eso puedes tú decir bien, Sancho -replicó don Quijote-, pues la viste en la entereza cabal de su hermosura, que el encanto no se estendió a turbarte la vista ni a encubrirte su belleza: contra mí solo y contra mis ojos se endereza la fuerza de su veneno. Mas, con todo esto, he caído, Sancho, en una cosa, y es que me pintaste mal su hermosura, porque, si mal no me acuerdo, dijiste que tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen de perlas antes son de besugo que de dama; y, a lo que yo creo, los de Dulcinea deben ser de verdes esmeraldas, rasgados, con dos celestiales arcos que les sirven de cejas; y esas perlas quítalas de los ojos y pásalas a los dientes, que sin duda te trocaste, Sancho, (N) tomando los ojos por los dientes.

      -Todo puede ser -respondió Sancho-, porque también me turbó a mí su hermosura como a vuesa merced su fealdad. Pero encomendémoslo todo a Dios, que Él es el sabidor de las cosas que han de suceder en este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería. (N) De una cosa me pesa, señor mío, más que de otras; que es pensar qué medio se ha de tener cuando vuesa merced venza a algún gigante o otro caballero, y le mande que se vaya a presentar ante la hermosura de la señora Dulcinea: ¿ adónde la ha de hallar este pobre gigante, o este pobre y mísero caballero vencido? Paréceme que los veo andar por el Toboso hechos unos bausanes, (N) buscando a mi señora Dulcinea, y, aunque la encuentren en mitad de la calle, no la conocerán más que a mi padre.

      -Quizá, Sancho -respondió don Quijote-, no se estenderá el encantamento a quitar el conocimiento de Dulcinea a los vencidos y presentados gigantes y caballeros; y, en uno o dos de los primeros que yo venza y le envíe, haremos la experiencia si la ven o no, mandándoles que vuelvan a darme relación de lo que acerca desto les hubiere sucedido.

      -Digo, señor -replicó Sancho-, que me ha parecido bien lo que vuesa merced ha dicho, y que con ese artificio vendremos en conocimiento de lo que deseamos; y si es que ella a solo vuesa merced se encubre, la desgracia más será de vuesa merced que suya; pero, como la señora Dulcinea tenga salud y contento, nosotros por acá nos avendremos y lo pasaremos lo mejor que pudiéremos, buscando nuestras aventuras y dejando al tiempo que haga de las suyas, que él es el mejor médico destas y de otras mayores enfermedades.

      Responder quería don Quijote a Sancho Panza, pero estorbóselo una carreta que salió al través del camino, cargada de los más diversos y estraños personajes y figuras que pudieron imaginarse. El que guiaba las mulas y servía de carretero era un feo demonio. Venía la carreta descubierta al cielo abierto, sin toldo ni zarzo. La primera figura que se ofreció a los ojos de don Quijote fue la de la misma Muerte, con rostro humano; junto a ella venía un ángel con unas grandes y pintadas alas; al un lado estaba un emperador con una corona, al parecer de oro, en la cabeza; a los pies de la Muerte estaba el dios que llaman Cupido, sin venda en los ojos, pero con su arco, carcaj y saetas. Venía también un caballero armado de punta en blanco, excepto que no traía morrión, ni celada, sino un sombrero lleno de plumas de diversas colores; con éstas venían otras personas de diferentes trajes y rostros. Todo lo cual visto de improviso, en alguna manera alborotó a don Quijote y puso miedo en el corazón de Sancho; mas luego se alegró don Quijote, creyendo que se le ofrecía alguna nueva y peligrosa aventura, y con este pensamiento, y con ánimo dispuesto de acometer cualquier peligro, se puso delante de la carreta, y, con voz alta y amenazadora, dijo:

      -Carretero, cochero, o diablo, o lo que eres, no tardes en decirme quién eres, a dó vas y quién es la gente que llevas en tu carricoche, que más parece la barca de Carón (N) que carreta de las que se usan.

      A lo cual, mansamente, deteniendo el Diablo la carreta, respondió.

      -Señor, nosotros somos recitantes de la compañía de Angulo el Malo; (N) hemos hecho en un lugar que está detrás de aquella loma, esta mañana, que es la octava del Corpus, el auto de Las Cortes de la Muerte, (N) y hémosle de hacer esta tarde en aquel lugar que desde aquí se parece; y, por estar tan cerca y escusar el trabajo de desnudarnos y volvernos a vestir, nos vamos vestidos con los mesmos vestidos que representamos. (N) Aquel mancebo va de Muerte; el otro, de Ángel; aquella mujer, que es la del autor, va de Reina; el otro, de Soldado; aquél, de Emperador, y yo, de Demonio, y soy una de las principales figuras del auto, porque hago en esta compañía los primeros papeles. Si otra cosa vuestra merced desea saber de nosotros, pregúntemelo, que yo le sabré responder con toda puntualidad; que, como soy demonio, todo se me alcanza. (N)

      -Por la fe de caballero andante -respondió don Quijote-, que, así como vi este carro, imaginé que alguna grande aventura se me ofrecía; y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño. Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta, y mirad si mandáis algo en que pueda seros de provecho, que lo haré con buen ánimo y buen talante, porque desde mochacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula. (N)

      Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la compañía, que venía vestido de bojiganga, (N) con muchos cascabeles, y en la punta de un palo traía tres vejigas de vaca hinchadas; el cual moharracho, llegándose a don Quijote, comenzó a esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las vejigas, y a dar grandes saltos, sonando los cascabeles, cuya mala visión así alborotó a Rocinante, que, sin ser poderoso a detenerle don Quijote, tomando el freno entre los dientes, dio a correr por el campo con más ligereza que jamás prometieron los huesos de su notomía. Sancho, que consideró el peligro en que iba su amo de ser derribado, saltó del rucio, y a toda priesa fue a valerle; pero, cuando a él llegó, ya estaba en tierra, y junto a él, Rocinante, que, con su amo, vino al suelo: ordinario fin y paradero de las lozanías de Rocinante y de sus atrevimientos.

      Mas, apenas hubo dejado su caballería Sancho por acudir a don Quijote, cuando el demonio bailador de las vejigas (N) saltó sobre el rucio, y, sacudiéndole con ellas, el miedo y ruido, más que el dolor de los golpes, le hizo volar por la campaña hacia el lugar donde iban a hacer la fiesta. Miraba Sancho la carrera de su rucio y la caída de su amo, y no sabía a cuál de las dos necesidades acudiría primero; pero, en efecto, como buen escudero y como buen criado, pudo más con él el amor de su señor que el cariño de su jumento, puesto que cada vez que veía levantar las vejigas en el aire y caer sobre las ancas de su rucio eran para él tártagos (N) y sustos de muerte, y antes quisiera que aquellos golpes se los dieran a él en las niñas de los ojos que en el más mínimo pelo de la cola de su asno. Con esta perpleja tribulación (N) llegó donde estaba don Quijote, harto más maltrecho de lo que él quisiera, y, ayudándole a subir sobre Rocinante, le dijo.

      -Señor, el Diablo se ha llevado al rucio.

      -¿ Qué diablo? -preguntó don Quijote.

      -El de las vejigas -respondió Sancho.

      -Pues yo le cobraré -replicó don Quijote-, si bien se encerrase con él en los más hondos y escuros calabozos del infierno. Sígueme, Sancho, que la carreta va despacio, y con las mulas della satisfaré la pérdida del rucio.

      -No hay para qué hacer esa diligencia, señor - respondió Sancho-: vuestra merced temple su cólera, que, según me parece, ya el Diablo ha dejado el rucio, y vuelve a la querencia. (N)

      Y así era la verdad; porque, habiendo caído el Diablo con el rucio, por imitar a don Quijote y a Rocinante, el Diablo se fue a pie al pueblo, y el jumento se volvió a su amo.

      -Con todo eso -dijo don Quijote-, será bien castigar el descomedimiento de aquel demonio en alguno de los de la carreta, aunque sea el mesmo emperador.

      -Quítesele a vuestra merced eso de la imaginación - replicó Sancho-, y tome mi consejo, que es que nunca se tome con farsantes, que es gente favorecida. Recitante he visto yo estar preso por dos muertes y salir libre y sin costas. Sepa vuesa merced que, como son gentes alegres y de placer, todos los favorecen, todos los amparan, ayudan y estiman, y más siendo de aquellos de las compañías reales y de título, (N) que todos, o los más, en sus trajes y compostura parecen unos príncipes.

      -Pues con todo -respondió don Quijote-, no se me ha de ir el demonio farsante alabando, aunque le favorezca todo el género humano.

      Y, diciendo esto, volvió a la carreta, que ya estaba bien cerca del pueblo. Iba dando voces, diciendo.

      -Deteneos, esperad, turba alegre y regocijada, que os quiero dar a entender cómo se han de tratar los jumentos y alimañas que sirven de caballería a los escuderos de los caballeros andantes.

      Tan altos eran los gritos de don Quijote, que los oyeron y entendieron los de la carreta; y, juzgando por las palabras la intención del que las decía, en un instante saltó la Muerte de la carreta, y tras ella, el Emperador, el Diablo carretero y el Ángel, sin quedarse la Reina ni el dios Cupido; y todos se cargaron de piedras y se pusieron en ala, esperando recebir a don Quijote en las puntas de sus guijarros. Don Quijote, que los vio puestos en tan gallardo escuadrón, los brazos levantados con ademán de despedir poderosamente las piedras, detuvo las riendas a Rocinante y púsose a pensar de qué modo los acometería con menos peligro de su persona. En esto que se detuvo, llegó Sancho, y, viéndole en talle de acometer al bien formado escuadrón, le dijo.

      -Asaz de locura sería intentar tal empresa: considere vuesa merced, señor mío, que para sopa de arroyo y tente bonete, (N) no hay arma defensiva en el mundo, si no es embutirse y encerrarse en una campana de bronce; y también se ha de considerar que es más temeridad (N) que valentía acometer un hombre solo a un ejército donde está la Muerte, y pelean en persona emperadores, y a quien ayudan los buenos y los malos ángeles; y si esta consideración no le mueve a estarse quedo, muévale saber de cierto que, entre todos los que allí están, aunque parecen reyes, príncipes y emperadores, no hay ningún caballero andante. (N)

      -Ahora sí -dijo don Quijote- has dado, Sancho, en el punto que puede y debe mudarme de mi ya determinado intento. Yo no puedo ni debo sacar la espada, como otras veces muchas te he dicho, contra quien no fuere armado caballero. A ti, Sancho, toca, si quieres tomar la venganza del agravio que a tu rucio se le ha hecho, que yo desde aquí te ayudaré con voces y advertimientos saludables.

      -No hay para qué, señor -respondió Sancho-, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios; cuanto más, que yo acabaré con mi asno que ponga su ofensa en las manos de mi voluntad, la cual es de vivir pacíficamente los días que los cielos me dieren de vida.

      -Pues ésa es tu determinación -replicó don Quijote - , Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano y Sancho sincero, dejemos estas fantasmas y volvamos a buscar mejores y más calificadas aventuras; que yo veo esta tierra de talle, que no han de faltar en ella muchas y muy milagrosas.

      Volvió las riendas luego, Sancho fue a tomar su rucio, la Muerte con todo su escuadrón volante volvieron (N) a su carreta y prosiguieron su viaje, y este felice fin tuvo la temerosa aventura de la carreta de la Muerte, gracias sean dadas al saludable consejo que Sancho Panza dio a su amo; al cual, el día siguiente, le sucedió otra con un enamorado y andante caballero, de no menos suspensión que la pasada.







Parte II -- Capítulo XII . De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el bravo Caballero de los Espejos.

      La noche que siguió al día del rencuentro de la Muerte (N) la pasaron don Quijote y su escudero debajo de unos altos y sombrosos árboles, habiendo, a persuasión de Sancho, comido don Quijote de lo que venía en el repuesto del rucio, y entre la cena dijo Sancho a su señor.

      -Señor, ¡ qué tonto hubiera andado yo si hubiera escogido en albricias los despojos de la primera aventura que vuestra merced acabara, antes que las crías de las tres yeguas ! En efecto, en efecto, más vale pájaro en mano que buitre volando.

      -Todavía -respondió don Quijote-, si tú, Sancho, me dejaras acometer, como yo quería, te hubieran cabido en despojos, por lo menos, la corona de oro de la Emperatriz (N) y las pintadas alas de Cupido, que yo se las quitara al redropelo (N) y te las pusiera en las manos.

      -Nunca los cetros y coronas de los emperadores farsantes -respondió Sancho Panza- fueron de oro puro, sino de oropel o hoja de lata.

      -Así es verdad -replicó don Quijote-, porque no fuera acertado que los atavíos de la comedia fueran finos, sino fingidos y aparentes, como lo es la mesma comedia, con la cual quiero, Sancho, que estés bien, teniéndola en tu gracia, y por el mismo consiguiente a los que las representan y a los que las componen, (N) porque todos son instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso delante, donde se veen al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia (N) y los comediantes. Si no, dime: ¿ no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, (N) otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y, acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales.

      -Sí he visto -respondió Sancho.

      -Pues lo mesmo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero, en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.

      -¡ Brava comparación ! -dijo Sancho-, aunque no tan nueva que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que, mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y, en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.

      -Cada día, Sancho -dijo don Quijote-, te vas haciendo menos simple y más discreto.

      -Sí, que algo se me ha de pegar de la discreción de vuestra merced - respondió Sancho-; que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas, vienen a dar buenos frutos: quiero decir que la conversación de vuestra merced ha sido el estiércol (N) que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído; la cultivación, el tiempo que ha que le sirvo y comunico; y con esto espero de dar frutos de mí que sean de bendición, tales, que no desdigan ni deslicen de los senderos de la buena crianza que vuesa merced ha hecho en el agostado entendimiento mío.

      Rióse don Quijote de las afectadas razones de Sancho, y parecióle ser verdad lo que decía de su emienda, porque de cuando en cuando hablaba de manera que le admiraba; puesto que todas o las más veces que Sancho quería hablar de oposición (N) y a lo cortesano, acababa su razón con despeñarse del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia; y en lo que él se mostraba más elegante y memorioso era en traer refranes, viniesen o no viniesen a pelo de lo que trataba, como se habrá visto y se habrá notado en el discurso desta historia.

      En estas y en otras pláticas se les pasó gran parte de la noche, y a Sancho le vino en voluntad de dejar caer (N) las compuertas de los ojos, como él decía cuando quería dormir, y, desaliñando al rucio, le dio pasto abundoso y libre. No quitó la silla a Rocinante, por ser expreso mandamiento de su señor que, en el tiempo que anduviesen en campaña, o no durmiesen debajo de techado, no desaliñase a Rocinante: (N) antigua usanza establecida y guardada de los andantes caballeros, quitar el freno y colgarle del arzón de la silla; pero, ¿ quitar la silla al caballo?, ¡ guarda !; (N) y así lo hizo Sancho, y le dio la misma libertad que al rucio, cuya amistad dél y de Rocinante fue tan única (N) y tan trabada, que hay fama, por tradición de padres a hijos, que el autor desta verdadera historia hizo particulares capítulos della; mas que, por guardar la decencia y decoro que a tan heroica historia se debe, no los puso en ella, puesto que algunas veces se descuida deste su prosupuesto, y escribe que, así como las dos bestias se juntaban, acudían a rascarse el uno al otro, y que, después de cansados y satisfechos, cruzaba Rocinante el pescuezo sobre el cuello del rucio (que le sobraba de la otra parte más de media vara), y, mirando los dos atentamente al suelo, se solían estar de aquella manera tres días; a lo menos, todo el tiempo que les dejaban, o no les compelía la hambre a buscar sustento.

      Digo que dicen que dejó el autor escrito que los había comparado en la amistad a la que tuvieron Niso y Euríalo, y Pílades y Orestes; (N) y si esto es así, se podía echar de ver, para universal admiración, cuán firme debió ser la amistad destos dos pacíficos animales, y para confusión de los hombres, que tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros. Por esto se dijo.

      No hay amigo para amigo. (N)

      las cañas se vuelven lanzas.

      y el otro que cantó.

      De amigo a amigo la chinche, etc. (N)

      Y no le parezca a alguno que anduvo el autor algo fuera de camino en haber comparado la amistad destos animales a la de los hombres, que de las bestias han recebido muchos advertimientos los hombres y aprendido muchas cosas de importancia, (N) como son: de las cigÜeñas, el cristel; de los perros, el vómito y el agradecimiento; de las grullas, la vigilancia; de las hormigas, la providencia; de los elefantes, la honestidad, y la lealtad, del caballo.

      Finalmente, Sancho se quedó dormido al pie de un alcornoque, y don Quijote dormitando al de una robusta encina; pero, poco espacio de tiempo había pasado, cuando le despertó un ruido que sintió a sus espaldas, y, levantándose con sobresalto, (N) se puso a mirar y a escuchar de dónde el ruido procedía, y vio que eran dos hombres a caballo, y que el uno, dejándose derribar de la silla, dijo al otro.

      -Apéate, amigo, y quita los frenos a los caballos, que, a mi parecer, este sitio abunda de yerba (N) para ellos, y del silencio y soledad que han menester mis amorosos pensamientos.

      El decir esto y el tenderse en el suelo todo fue a un mesmo tiempo; y, al arrojarse, hicieron ruido las armas de que venía armado, manifiesta señal por donde conoció don Quijote que debía de ser caballero andante; y, llegándose a Sancho, que dormía, le trabó del brazo, y con no pequeño trabajo le volvió en su acuerdo, y con voz baja le dijo.

      -Hermano Sancho, aventura tenemos.

      -Dios nos la dé buena -respondió Sancho-; y ¿ adónde está, señor mío, su merced de esa señora aventura.

      -¿ Adónde, Sancho? -replicó don Quijote-; vuelve los ojos y mira, y verás allí tendido un andante caballero, que, a lo que a mí se me trasluce, no debe de estar demasiadamente alegre, porque le vi arrojar del caballo y tenderse en el suelo con algunas muestras de despecho, y al caer le crujieron las armas.

      -Pues ¿ en qué halla vuesa merced - dijo Sancho- que ésta sea aventura.

      -No quiero yo decir -respondió don Quijote- que ésta sea aventura del todo, sino principio della; que por aquí se comienzan las aventuras. Pero escucha, que, a lo que parece, templando está un laúd o vigÜela, (N) y, según escupe y se desembaraza el pecho, debe de prepararse para cantar algo.

      -A buena fe que es así -respondió Sancho-, y que debe de ser caballero enamorado.

      -No hay ninguno de los andantes que no lo sea (N) -dijo don Quijote-. Y escuchémosle, que por el hilo sacaremos el ovillo de sus pensamientos, si es que canta; que de la abundancia del corazón habla la lengua.

      Replicar quería Sancho a su amo, pero la voz del Caballero del Bosque, que no era muy mala mi muy buena, lo estorbó; y, estando los dos atónitos, oyeron que lo que cantó fue este soneto: -Dadme, señora, un término que siga,
conforme a vuestra voluntad cortado;
que será de la mía así estimado,
que por jamás un punto dél desdiga.
Si gustáis que callando mi fatiga
muera, contadme ya por acabado:
si queréis que os la cuente en desusado
modo, haré que el mesmo amor la diga.
A prueba de contrarios estoy hecho,
de blanda cera y de diamante duro,
y a las leyes de amor el ama ajusto.
Blando cual es, o fuerte, ofrezco el pecho:
entallad o imprimid lo que os dé gusto,
que de guardarlo eternamente juro.


      Con un ¡ ay !, arrancado, al parecer, de lo íntimo de su corazón, dio fin a su canto el Caballero del Bosque, y, de allí a un poco, con voz doliente y lastimada, dijo:

      -¡ Oh la más hermosa y la más ingrata mujer del orbe ! ¿ Cómo que será posible, serenísima Casildea de Vandalia, que has de consentir que se consuma y acabe en continuas peregrinaciones y en ásperos y duros trabajos este tu cautivo caballero? ¿ No basta ya que he hecho que te confiesen por la más hermosa del mundo (N) todos los caballeros de Navarra, todos los leoneses, todos los tartesios, todos los castellanos, y, finalmente, todos los caballeros de la Mancha.

      -Eso no -dijo a esta sazón don Quijote-, que yo soy de la Mancha y nunca tal he confesado, ni podía ni debía confesar una cosa tan perjudicial a la belleza de mi señora; y este tal caballero ya vees tú, Sancho, que desvaría. Pero, escuchemos: quizá se declarará más.

      -Si hará -replicó Sancho-, que término lleva de quejarse un mes arreo. (N)

      Pero no fue así, porque, habiendo entreoído el Caballero del Bosque que hablaban cerca dél, sin pasar adelante en su lamentación, se puso en pie, y dijo con voz sonora y comedida.

      -¿ Quién va allá? ¿ Qué gente? ¿ Es por ventura de la del número de los contentos, o la del de los afligidos.

      -De los afligidos (N) -respondió don Quijote.

      -Pues lléguese a mí -respondió el del Bosque-, y hará cuenta que se llega a la mesma tristeza y a la aflición mesma.

      Don Quijote, que se vio responder tan tierna y comedidamente, se llegó a él, y Sancho ni más ni menos.

      El caballero lamentador asió a don Quijote del brazo, diciendo.

      -Sentaos aquí, señor caballero, que para entender que lo sois, y de los que profesan la andante caballería, bástame el haberos hallado en este lugar, donde la soledad y el sereno os hacen compañía, naturales lechos y propias estancias de los caballeros andantes.

      A lo que respondió don Quijote:

      -Caballero soy, y de la profesión que decís; y, aunque en mi alma tienen su propio asiento las tristezas, las desgracias y las desventuras, no por eso se ha ahuyentado della la compasión que tengo de las ajenas desdichas. De lo que contaste poco ha, colegí que las vuestras son enamoradas, quiero decir, del amor (N) que tenéis a aquella hermosa ingrata que en vuestras lamentaciones nombrastes.

      Ya cuando esto pasaban estaban sentados juntos sobre la dura tierra, en buena paz y compañía, como si al romper del día no se hubieran de romper las cabezas.

      -Por ventura, señor caballero -preguntó el del Bosque a don Quijote-, ¿ sois enamorado.

      -Por desventura lo soy -respondió don Quijote-; aunque los daños que nacen de los bien colocados pensamientos, antes se deben tener por gracias que por desdichas. (N)

      -Así es la verdad -replicó el del Bosque-, si no nos turbasen la razón y el entendimiento los desdenes, que, siendo muchos, parecen venganzas. (N)

      -Nunca fui desdeñado de mi señora -respondió don Quijote.

      -No, por cierto -dijo Sancho, que allí junto estaba - , porque es mi señora como una borrega mansa: es más blanda que una manteca.

      -¿ Es vuestro escudero éste? -preguntó el del Bosque.

      -Sí es -respondió don Quijote.

      -Nunca he visto yo escudero -replicó el del Bosque - que se atreva a hablar donde habla su señor; (N) a lo menos, ahí está ese mío, que es tan grande como su padre, y no se probará que haya desplegado el labio donde yo hablo.

      -Pues a fe -dijo Sancho-, que he hablado yo, y puedo hablar delante de otro tan..., y aun quédese aquí, que es peor meneallo.

      El escudero del Bosque asió por el brazo a Sancho, diciéndole.

      -Vámonos los dos donde podamos hablar escuderilmente todo cuanto quisiéremos, y dejemos a estos señores amos nuestros que se den de las astas, (N) contándose las historias de sus amores; que a buen seguro que les ha de coger el día en ellas y no las han de haber acabado.

      -Sea en buena hora -dijo Sancho-; y yo le diré a vuestra merced quién soy, para que vea si puedo entrar en docena con los más hablantes escuderos. (N)

      Con esto se apartaron los dos escuderos, entre los cuales pasó un tan gracioso coloquio como fue grave el que pasó entre sus señores.







Parte II -- Capítulo XIII . Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio (N) que pasó entre los dos escuderos.

      Divididos estaban caballeros y escuderos: éstos contándose sus vidas, y aquéllos sus amores; pero la historia cuenta primero el razonamiento de los mozos y luego prosigue el de los amos; y así, dice que, apartándose un poco dellos, el del Bosque (N) dijo a Sancho.

      -Trabajosa vida es la que pasamos y vivimos, señor mío, estos que somos escuderos de caballeros andantes: en verdad que comemos el pan en el sudor de nuestros rostros, (N) que es una de las maldiciones que echó Dios a nuestros primeros padres.

      -También se puede decir -añadió Sancho- que lo comemos en el yelo de nuestros cuerpos; porque, ¿ quién más calor y más frío que los miserables escuderos de la andante caballería? Y aun menos mal si comiéramos, pues los duelos, con pan son menos; pero tal vez hay que se nos pasa un día y dos sin desayunarnos, si no es del viento que sopla.

      -Todo eso se puede llevar y conllevar -dijo el del Bosque-, con la esperanza que tenemos del premio; porque si demasiadamente no es desgraciado el caballero andante a quien un escudero sirve, por lo menos, a pocos lances se verá premiado con un hermoso gobierno de cualquier ínsula, (N) o con un condado de buen parecer. (N)

      Yo -replicó Sancho- ya he dicho a mi amo que me contento con el gobierno de alguna ínsula; y él es tan noble y tan liberal, que me le ha prometido muchas y diversas veces.

      Yo -dijo el del Bosque-, con un canonicato quedaré satisfecho de mis servicios, y ya me le tiene mandado mi amo, y ¡ qué tal !

      -Debe de ser -dijo Sancho- su amo de vuesa merced caballero a lo eclesiástico, (N) y podrá hacer esas mercedes a sus buenos escuderos; pero el mío es meramente lego, aunque yo me acuerdo cuando le querían aconsejar personas discretas, aunque, a mi parecer mal intencionadas, (N) que procurase ser arzobispo; pero él no quiso sino ser emperador, y yo estaba entonces temblando si le venía en voluntad de ser de la Iglesia, por no hallarme suficiente de tener beneficios (N) por ella; porque le hago saber a vuesa merced que, aunque parezco hombre, soy una bestia para ser de la Iglesia.

      -Pues en verdad que lo yerra vuesa merced -dijo el del Bosque-, a causa que los gobiernos insulanos (N) no son todos de buena data. Algunos hay torcidos, algunos pobres, algunos malencónicos, y finalmente, el más erguido y bien dispuesto trae consigo una pesada carga de pensamientos y de incomodidades, que pone sobre sus hombros el desdichado que le cupo en suerte. Harto mejor sería que los que profesamos esta maldita servidumbre nos retirásemos a nuestras casas, y allí nos entretuviésemos en ejercicios más suaves, como si dijésemos, cazando o pescando; que, ¿ qué escudero hay tan pobre en el mundo, a quien le falte un rocín, y un par de galgos, y una caña de pescar, con que entretenerse en su aldea.

      -A mí no me falta nada deso -respondió Sancho-: verdad es que no tengo rocín, pero tengo un asno que vale dos veces más que el caballo de mi amo. Mala pascua me dé Dios, y sea la primera que viniere, si le trocara por él, aunque me diesen cuatro fanegas de cebada encima. A burla tendrá vuesa merced el valor de mi rucio, que rucio es el color de mi jumento. Pues galgos no me habían de faltar, habiéndolos sobrados en mi pueblo; y más, que entonces es la caza más gustosa cuando se hace a costa ajena.

      -Real y verdaderamente -respondió el del Bosque-, señor escudero, que tengo propuesto y determinado de dejar estas borracherías destos caballeros, y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos, que tengo tres como tres orientales perlas.

      -Dos tengo yo -dijo Sancho-, que se pueden presentar al Papa en persona, especialmente una muchacha a quien crío para condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre. (N)

      -Y ¿ qué edad tiene esa señora que se cría para condesa? -preguntó el del Bosque.

      -Quince años, dos más a menos -respondió Sancho-, pero es tan grande como una lanza, y tan fresca como una mañana de abril, y tiene una fuerza de un ganapán.

      -Partes son ésas -respondió el del Bosque- no sólo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque. ¡ Oh hideputa, puta, y qué rejo (N) debe de tener la bellaca.

      A lo que respondió Sancho, algo mohíno.

      -Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios quiriendo, mientras yo viviere. Y háblese más comedidamente, que, para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes, que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.

      -¡ Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced - replicó el del Bosque - de achaque de alabanzas, señor escudero ! ¿ Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: "¡ Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho !?" Y aquello que parece vituperio, en aquel término, es alabanza notable; y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes.

      -Sí reniego -respondió Sancho-, y dese modo y por esa misma razón podía echar vuestra merced a mí y hijos y a mi mujer toda una putería encima, porque todo cuanto hacen y dicen son estremos dignos de semejantes alabanzas, y para volverlos a ver ruego yo a Dios me saque de pecado mortal, que lo mesmo será si me saca deste peligroso oficio de escudero, en el cual he incurrido segunda vez, cebado y engañado de una bolsa con cien ducados (N) que me hallé un día en el corazón de Sierra Morena, y el diablo me pone ante los ojos aquí, allí, acá no, sino acullá, un talego lleno de doblones, que me parece que a cada paso le toco con la mano, y me abrazo con él, y lo llevo a mi casa, y echo censos, y fundo rentas, y vivo como un príncipe; y el rato que en esto pienso se me hacen fáciles y llevaderos cuantos trabajos padezco con este mentecato de mi amo, de quien sé que tiene más de loco que de caballero.

      -Por eso -respondió el del Bosque- dicen que la codicia rompe el saco; y si va a tratar dellos, no hay otro mayor en el mundo que mi amo, porque es de aquellos que dicen: "Cuidados ajenos (N) matan al asno"; pues, porque cobre otro caballero el juicio que ha perdido, se hace el loco, y anda buscando lo que no sé si después de hallado le ha de salir a los hocicos.

      -Y ¿ es enamorado, por dicha.

      -Sí -dijo el del Bosque-: de una tal Casildea de Vandalia, la más cruda y la más asada señora (N) que en todo el orbe puede hallarse; pero no cojea del pie de la crudeza, que otros mayores embustes le gruñen en las entrañas, y ello dirá antes de muchas horas.

      -No hay camino tan llano -replicó Sancho- que no tenga algún tropezón o barranco; en otras casas cuecen habas, y en la mía, a calderadas; más acompañados y paniaguados debe de tener la locura que la discreción. Mas si es verdad lo que comúnmente se dice, que el tener compañeros en los trabajos suele servir de alivio en ellos, con vuestra merced podré consolarme, pues sirve a otro amo tan tonto como el mío. (N)

      -Tonto, pero valiente -respondió el del Bosque-, y más bellaco que tonto y que valiente.

      -Eso no es el mío -respondió Sancho-: digo, que no tiene nada de bellaco; antes tiene una alma como un cántaro: (N) no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna: un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día; y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga.

      -Con todo eso, hermano y señor -dijo el del Bosque - , si el ciego guía al ciego, ambos (N) van a peligro de caer en el hoyo. Mejor es retirarnos con buen compás de pies, y volvernos a nuestras querencias; que los que buscan aventuras no siempre las hallan buenas.

      Escupía Sancho a menudo, al parecer, un cierto género de saliva pegajosa y algo seca; lo cual visto y notado por el caritativo bosqueril escudero, dijo.

      -Paréceme que de lo que hemos hablado se nos pegan al paladar las lenguas; pero yo traigo un despegador pendiente del arzón de mi caballo, que es tal como bueno.

      Y, levantándose, volvió desde allí a un poco con una gran bota de vino y una empanada de media vara; y no es encarecimiento, porque era de un conejo albar, tan grande que Sancho, al tocarla, entendió ser de algún cabrón, (N) no que de cabrito; lo cual visto por Sancho, dijo.

      -Y ¿ esto trae vuestra merced consigo, señor.

      -Pues, ¿ qué se pensaba? -respondió el otro-. ¿ Soy yo por ventura algún escudero de agua y lana? (N) Mejor repuesto traigo yo en las ancas de mi caballo que lleva consigo cuando va de camino un general.

      Comió Sancho sin hacerse de rogar, y tragaba a escuras bocados de nudos de suelta. (N) Y dijo:

      -Vuestra merced sí que es escudero fiel y legal, (N) moliente y corriente, magnífico y grande, como lo muestra este banquete, que si no ha venido aquí por arte de encantamento, parécelo, a lo menos; y no como yo, mezquino y malaventurado, que sólo traigo en mis alforjas un poco de queso, tan duro que pueden descalabrar con ello a un gigante, a quien hacen compañía cuatro docenas de algarrobas (N) y otras tantas de avellanas y nueces, mercedes a la estrecheza de mi dueño, y a la opinión que tiene y orden que guarda de que los caballeros andantes no se han de mantener y sustentar sino con frutas secas y con las yerbas del campo.

      -Por mi fe, hermano -replicó el del Bosque-, que yo no tengo hecho el estómago a tagarninas, ni a piruétanos, ni a raíces de los montes. Allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas nuestros amos, y coman lo que ellos mandaren. Fiambreras traigo, y esta bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no; (N) y es tan devota mía y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y mil abrazos.

      Y, diciendo esto, se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora, y, en acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y, dando un gran suspiro, dijo.

      -¡ Oh hideputa bellaco, y cómo es católico.

      -¿ Veis ahí -dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho-, cómo habéis alabado este vino llamándole hideputa.

      -Digo -respondió Sancho-, que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del entendimiento de alabarle. Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere: ¿ este vino es de Ciudad Real? (N)

      -¡ Bravo mojón ! -respondió el del Bosque-. En verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad.

      -¡ A mí con eso ! -dijo Sancho-. No toméis menos, sino que se me fuera a mí por alto (N) dar alcance a su conocimiento. ¿ No será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y tan natural, en esto de conocer vinos, que, en dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor, y la dura, y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas? Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en mi linaje por parte de mi padre los dos más excelentes mojones que en luengos años conoció la Mancha; para prueba de lo cual les sucedió lo que ahora diré: « Diéronles a los dos a probar del vino de una cuba, pidiéndoles su parecer del estado, cualidad, bondad o malicia del vino. El uno lo probó con la punta de la lengua, el otro no hizo más de llegarlo a las narices. El primero dijo que aquel vino sabía a hierro, el segundo dijo que más sabía a cordobán. El dueño dijo que la cuba estaba limpia, y que el tal vino no tenía adobo alguno por donde hubiese tomado sabor de hierro ni de cordobán. Con todo eso, los dos famosos mojones se afirmaron en lo que habían dicho. Anduvo el tiempo, vendióse el vino, y al limpiar de la cuba hallaron en ella una llave pequeña, pendiente de una correa de cordobán. (N) » Porque vea vuestra merced si quien viene desta ralea podrá dar su parecer en semejantes causas.

      -Por eso digo -dijo el del Bosque- que nos dejemos de andar buscando aventuras; y, pues tenemos hogazas, no busquemos tortas, y volvámonos a nuestras chozas, que allí nos hallará Dios, si Él quiere.

      -Hasta que mi amo llegue a Zaragoza, (N) le serviré; que después todos nos entenderemos.

      Finalmente, tanto hablaron y tanto bebieron los dos buenos escuderos, que tuvo necesidad el sueño de atarles las lenguas y templarles la sed, que quitársela fuera imposible; y así, asidos entrambos de la ya casi vacía bota, con los bocados a medio mascar en la boca, se quedaron dormidos, donde los dejaremos por ahora, por contar lo que el Caballero del Bosque pasó con el de la Triste Figura.







Parte II -- Capítulo XIV . Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque.

      Entre muchas razones que pasaron don Quijote y el Caballero de la Selva, (N) dice la historia que el del Bosque dijo a don Quijote.

      -Finalmente, señor caballero, quiero que sepáis que mi destino, o, por mejor decir, mi elección, (N) me trujo a enamorar de la sin par Casildea de Vandalia. (N) Llámola sin par porque no le tiene, así en la grandeza del cuerpo como en el estremo del estado y de la hermosura. Esta tal Casildea, pues, que voy contando, pagó mis buenos pensamientos y comedidos deseos con hacerme ocupar, como su madrina a Hércules, (N) en muchos y diversos peligros, prometiéndome al fin de cada uno que en el fin del otro llegaría el de mi esperanza; pero así se han ido eslabonando mis trabajos, que no tienen cuento, ni yo sé cuál ha de ser el último que dé principio al cumplimiento de mis buenos deseos. Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, (N) que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y, sin mudarse de un lugar, es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué, vila, y vencíla, (N) y hícela estar queda y a raya, porque en más de una semana no soplaron sino vientos nortes. Vez también hubo que me mandó fuese a tomar en peso las antiguas piedras de los valientes Toros de Guisando, (N) empresa más para encomendarse a ganapanes que a caballeros. Otra vez me mandó que me precipitase y sumiese en la sima de Cabra, (N) peligro inaudito y temeroso, y que le trujese particular relación de lo que en aquella escura profundidad se encierra. Detuve el movimiento a la Giralda, pesé los Toros de Guisando, despeñéme en la sima y saqué a luz lo escondido de su abismo, y mis esperanzas, muertas que muertas, y sus mandamientos y desdenes, vivos que vivos. En resolución, últimamente me ha mandado que discurra por todas las provincias de España y haga confesar a todos los andantes caballeros que por ellas vagaren que ella sola es la más aventajada (N) en hermosura de cuantas hoy viven, y que yo soy el más valiente y el más bien enamorado caballero del orbe; en cuya demanda he andado ya la mayor parte de España, y en ella he vencido muchos caballeros que se han atrevido a contradecirme. Pero de lo que yo más me precio y ufano es de haber vencido, en singular batalla, a aquel tan famoso caballero don Quijote de la Mancha, y héchole confesar que es más hermosa mi Casildea que su Dulcinea; y en solo este vencimiento hago cuenta que he vencido todos los caballeros del mundo, porque el tal don Quijote que digo los ha vencido a todos; y, habiéndole yo vencido a él, su gloria, su fama y su honra se ha transferido y pasado a mi persona (N) ;

      y tanto el vencedor es más honrado.

      cuanto más el vencido es reputado.

      así que, ya corren por mi cuenta y son mías las inumerables hazañas del ya referido don Quijote.

      Admirado quedó don Quijote de oír al Caballero del Bosque, y estuvo mil veces por decirle que mentía, y ya tuvo el mentís en el pico de la lengua; pero reportóse lo mejor que pudo, por hacerle confesar por su propia boca su mentira; y así, sosegadamente le dijo.

      -De que vuesa merced, señor caballero, haya vencido a los más caballeros andantes de España, y aun de todo el mundo, no digo nada; pero de que haya vencido a don Quijote de la Mancha, póngolo en duda. Podría ser que fuese otro que le pareciese, aunque hay pocos que le parezcan.

      -¿ Cómo no? -replicó el del Bosque-. Por el cielo que nos cubre, que peleé con don Quijote, y le vencí y rendí; y es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, (N) estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos. Campea debajo del nombre del Caballero de la Triste Figura, y trae por escudero a un labrador llamado Sancho Panza; oprime el lomo y rige el freno de un famoso caballo llamado Rocinante, y, finalmente, tiene por señora de su voluntad a una tal Dulcinea del Toboso, llamada un tiempo Aldonza Lorenzo; como la mía, que, por llamarse Casilda y ser de la Andalucía, yo la llamo Casildea de Vandalia. Si todas estas señas no bastan para acreditar mi verdad, aquí está mi espada, que la hará dar crédito a la mesma incredulidad.

      -Sosegaos, señor caballero -dijo don Quijote-, y escuchad lo que decir os quiero. Habéis de saber que ese don Quijote que decís es el mayor amigo que en este mundo tengo, y tanto, que podré decir que le tengo en lugar de mi misma persona, y que por las señas que dél me habéis dado, tan puntuales y ciertas, no puedo pensar sino que sea el mismo que habéis vencido. Por otra parte, veo con los ojos y toco con las manos no ser posible ser el mesmo, si ya no fuese que como él tiene muchos enemigos encantadores, especialmente uno que de ordinario le persigue, (N) no haya alguno dellos tomado su figura para dejarse vencer, por defraudarle de la fama que sus altas caballerías le tienen granjeada y adquirida por todo lo descubierto de la tierra. Y, para confirmación desto, quiero también que sepáis que los tales encantadores sus contrarios no ha más de dos días (N) que transformaron la figura y persona de la hermosa Dulcinea del Toboso en una aldeana soez y baja, y desta manera habrán transformado a don Quijote; y si todo esto no basta para enteraros en esta verdad que digo, aquí está el mesmo don Quijote, que la sustentará con sus armas a pie, o a caballo, o de cualquiera suerte que os agradare.

      Y, diciendo esto, se levantó en pie y se empuñó en la espada, (N) esperando qué resolución tomaría el Caballero del Bosque; el cual, con voz asimismo sosegada, respondió y dijo.

      -Al buen pagador no le duelen prendas: el que una vez, señor don Quijote, pudo venceros transformado, bien podrá tener esperanza de rendiros en vuestro propio ser. Mas, porque no es bien que los caballeros hagan sus fechos de armas ascuras, como los salteadores y rufianes, esperemos el día, para que el sol vea nuestras obras. Y ha de ser condición de nuestra batalla que el vencido ha de quedar a la voluntad del vencedor, para que haga dél todo lo que quisiere, con tal que sea decente a caballero lo que se le ordenare.

      -Soy más que contento desa condición y convenencia (N) - respondió don Quijote.

      Y, en diciendo esto, se fueron donde estaban sus escuderos, y los hallaron roncando y en la misma forma que estaban cuando les salteó el sueño. Despertáronlos y mandáronles que tuviesen a punto los caballos, porque, en saliendo el sol, habían de hacer los dos una sangrienta, singular y desigual batalla; a cuyas nuevas quedó Sancho atónito y pasmado, temeroso de la salud de su amo, por las valentías que había oído decir (N) del suyo al escudero del Bosque; pero, sin hablar palabra, se fueron los dos escuderos a buscar su ganado, que ya todos tres caballos y el rucio se habían olido, y estaban todos juntos.

      En el camino dijo el del Bosque a Sancho.

      -Ha de saber, hermano, que tienen por costumbre los peleantes (N) de la Andalucía, cuando son padrinos de alguna pendencia, no estarse ociosos mano sobre mano en tanto que sus ahijados riñen. Dígolo porque esté advertido que mientras nuestros dueños riñeren, nosotros también hemos de pelear (N) y hacernos astillas.

      -Esa costumbre, señor escudero -respondió Sancho - , allá puede correr y pasar con los rufianes y peleantes que dice, pero con los escuderos de los caballeros andantes, ni por pienso. A lo menos, yo no he oído decir a mi amo semejante costumbre, y sabe de memoria todas las ordenanzas de la andante caballería. Cuanto más, que yo quiero que sea verdad y ordenanza expresa el pelear los escuderos en tanto que sus señores pelean; pero yo no quiero cumplirla, sino pagar la pena que estuviere puesta a los tales pacíficos escuderos, que yo aseguro que no pase de dos libras de cera, (N) y más quiero pagar las tales libras, que sé que me costarán menos que las hilas que podré gastar en curarme la cabeza, que ya me la cuento por partida y dividida en dos partes. Hay más: que me imposibilita el reñir el no tener espada, pues en mi vida me la puse. (N)

      -Para eso sé yo un buen remedio -dijo el del Bosque - : yo traigo aquí dos talegas de lienzo, de un mesmo tamaño: tomaréis vos la una, y yo la otra, y riñiremos a talegazos, con armas iguales.

      -Desa manera, sea en buena hora -respondió Sancho - , porque antes servirá la tal pelea de despolvorearnos que de herirnos.

      -No ha de ser así -replicó el otro-, porque se han de echar dentro de las talegas, porque no se las lleve el aire, media docena de guijarros lindos y pelados, que pesen tanto los unos como los otros, y desta manera nos podremos atalegar sin hacernos mal ni daño.

      -¡ Mirad, cuerpo de mi padre - respondió Sancho-, qué martas cebollinas, (N) o qué copos de algodón cardado pone en las talegas, para no quedar molidos los cascos y hechos alheña (N) los huesos ! Pero, aunque se llenaran de capullos de seda, sepa, señor mío, que no he de pelear: peleen nuestros amos, y allá se lo hayan, y bebamos y vivamos nosotros, que el tiempo tiene cuidado de quitarnos las vidas, sin que andemos buscando apetites (N) para que se acaben antes de llegar su sazón y término y que se cayan de maduras.

      -Con todo -replicó el del Bosque-, hemos de pelear siquiera media hora.

      -Eso no -respondió Sancho-: no seré yo tan descortés ni tan desagradecido, (N) que con quien he comido y he bebido trabe cuestión alguna, por mínima que sea; cuanto más que, estando sin cólera y sin enojo, ¿ quién diablos se ha de amañar a reñir a secas.

      -Para eso -dijo el del Bosque- yo daré un suficiente remedio: y es que, antes que comencemos la pelea, yo me llegaré bonitamente a vuestra merced y le daré tres o cuatro bofetadas, que dé con él a mis pies, con las cuales le haré despertar la cólera, aunque esté con más sueño que un lirón.

      -Contra ese corte sé yo otro -respondió Sancho-, que no le va en zaga: cogeré yo un garrote, y, antes que vuestra merced llegue a despertarme la cólera, haré yo dormir a garrotazos de tal suerte la suya, que no despierte si no fuere en el otro mundo, en el cual (N) que no soy yo hombre que me dejo manosear el rostro de nadie; y cada uno mire por el virote, aunque lo más acertado sería dejar dormir su cólera a cada uno, que no sabe nadie el alma de nadie, y tal suele venir por lana que vuelve tresquilado; y Dios bendijo la paz y maldijo las riñas, porque si un gato acosado, encerrado y apretado se vuelve en león, yo, que soy hombre, Dios sabe en lo que podré volverme; y así, desde ahora intimo a vuestra merced, r escudero, que corra por su cuenta todo el mal y daño que de nuestra pendencia resultare.

      -Está bien -replicó el del Bosque-. Amanecerá Dios y medraremos.

      En esto, ya comenzaban a gorjear (N) en los árboles mil suertes de pintados pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecía que daban la norabuena y saludaban a la fresca aurora, que ya por las puertas y balcones del oriente iba descubriendo la hermosura de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un número infinito de líquidas perlas, en cuyo suave licor bañándose las yerbas, parecía asimesmo que ellas brotaban y llovían blanco y menudo aljófar; los sauces destilaban maná sabroso, reíanse las fuentes, murmuraban los arroyos, alegrábanse las selvas y enriquecíanse los prados con su venida. Mas, apenas dio lugar la claridad del día para ver y diferenciar las cosas, cuando la primera que se ofreció a los ojos de Sancho Panza fue la nariz del escudero del Bosque, que era tan grande que casi le hacía sombra a todo el cuerpo. Cuéntase, en efecto, que era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena de verrugas, de color amoratado, como de berenjena; bajábale dos dedos más abajo de la boca; cuya grandeza, color, verrugas y encorvamiento así le afeaban el rostro, que, en viéndole Sancho, comenzó a herir de pie y de mano, como niño con alferecía, y propuso en su corazón de dejarse dar docientas bofetadas antes que despertar la cólera para reñir con aquel vestiglo.

      Don Quijote miró a su contendor, (N) y hallóle ya puesta y calada la celada, de modo que no le pudo ver el rostro, pero notó que era hombre membrudo, y no muy alto de cuerpo. Sobre las armas traía una sobrevista o casaca de una tela, al parecer, de oro finísimo, (N) sembradas por ella muchas lunas pequeñas de resplandecientes espejos, que le hacían en grandísima manera galán y vistoso; volábanle sobre la celada grande cantidad de plumas verdes, amarillas y blancas; la lanza, que tenía arrimada a un árbol, era grandísima y gruesa, y de un hierro acerado de más de un palmo.

      Todo lo miró y todo lo notó don Quijote, y juzgó de lo visto y mirado que el ya dicho caballero debía de ser de grandes fuerzas; pero no por eso temió, como Sancho Panza; antes, con gentil denuedo, dijo al Caballero de los Espejos.

      -Si la mucha gana de pelear, señor caballero, no os gasta la cortesía, por ella os pido que alcéis la visera un poco, (N) porque yo vea si la gallardía de vuestro rostro responde a la de vuestra disposición.

      -O vencido o vencedor que salgáis desta empresa, señor caballero - respondió el de los Espejos - , os quedará tiempo y espacio demasiado para verme; y si ahora no satisfago a vuestro deseo, es por parecerme que hago notable agravio a la hermosa Casildea de Vandalia en dilatar el tiempo que tardare en alzarme la visera, sin haceros confesar lo que ya sabéis que pretendo.

      -Pues, en tanto que subimos a caballo -dijo don Quijote-, bien podéis decirme si soy yo aquel don Quijote que dijistes haber vencido.

      -A eso vos respondemos (N) -dijo el de los Espejos- que parecéis, como se parece un huevo a otro, al mismo caballero que yo vencí; pero, según vos decís que le persiguen encantadores, no osaré afirmar si sois el contenido o no. (N)

      -Eso me basta a mí -respondió don Quijote- para que crea vuestro engaño; empero, para sacaros dél de todo punto, vengan nuestros caballos; que, en menos tiempo que el que tardárades en alzaros la visera, si Dios, si mi señora y mi brazo me valen, veré yo vuestro rostro, y vos veréis que no soy yo el vencido don Quijote que pensáis.

      Con esto, acortando razones, subieron a caballo, y don Quijote volvió las riendas a Rocinante para tomar lo que convenía del campo, (N) para volver a encontrar a su contrario, y lo mesmo hizo el de los Espejos. Pero, no se había apartado don Quijote veinte pasos, cuando se oyó llamar del de los Espejos, y, partiendo los dos el camino, el de los Espejos le dijo.

      -Advertid, señor caballero, que la condición de nuestra batalla es que el vencido, como otra vez he dicho, ha de quedar a discreción del vencedor.

      -Ya la sé -respondió don Quijote-; con tal que lo que se le impusiere y mandare al vencido han de ser cosas que no salgan de los límites de la caballería.

      -Así se entiende -respondió el de los Espejos.

      Ofreciéronsele en esto a la vista de don Quijote las estrañas narices del escudero, y no se admiró menos de verlas que Sancho; tanto, que le juzgó por algún monstro, o por hombre nuevo y de aquellos que no se usan en el mundo. (N) Sancho, que vio partir a su amo para tomar carrera, no quiso quedar solo con el narigudo, temiendo que con solo un pasagonzalo con aquellas narices en las suyas sería acabada la pendencia suya, quedando del golpe, o del miedo, tendido en el suelo, y fuese tras su amo, asido a una acción de Rocinante; y, cuando le pareció que ya era tiempo que volviese, le dijo.

      -Suplico a vuesa merced, señor mío, que antes que vuelva a encontrarse me ayude a subir sobre aquel alcornoque, de donde podré ver más a mi sabor, mejor que desde el suelo, el gallardo encuentro que vuesa merced ha de hacer con este caballero.

      -Antes creo, Sancho -dijo don Quijote-, que te quieres encaramar y subir en andamio por ver sin peligro los toros.

      -La verdad que diga -respondió Sancho-, las desaforadas narices de aquel escudero me tienen atónito y lleno de espanto, y no me atrevo a estar junto a él.

      -Ellas son tales -dijo don Quijote-, que, a no ser yo quien soy, también me asombraran; y así, ven: ayudarte he a subir donde dices.

      En lo que se detuvo don Quijote en que Sancho subiese (N) en el alcornoque, tomó el de los Espejos del campo lo que le pareció necesario; y, creyendo que lo mismo habría hecho don Quijote, sin esperar son de trompeta ni otra señal que los avisase, (N) volvió las riendas a su caballo -que no era más ligero ni de mejor parecer que Rocinante-, y, a todo su correr, que era un mediano trote, iba a encontrar a su enemigo; pero, viéndole ocupado en la subida de Sancho, detuvo las riendas y paróse en la mitad de la carrera, de lo que el caballo quedó agradecidísimo, a causa que ya no podía moverse. Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimó reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante, y le hizo aguijar de manera, (N) que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados; y con esta no vista furia llegó donde el de los Espejos estaba hincando a su caballo las espuelas hasta los botones, sin que le pudiese mover un solo dedo del lugar donde había hecho estanco de su carrera.

      En esta buena sazón y coyuntura halló don Quijote a su contrario embarazado con su caballo y ocupado con su lanza, que nunca, o no acertó, o no tuvo lugar de ponerla en ristre. Don Quijote, que no miraba en estos inconvenientes, (N) a salvamano y sin peligro alguno, encontró al de los Espejos con tanta fuerza, que mal de su grado le hizo venir al suelo por las ancas del caballo, (N) dando tal caída, que, sin mover pie ni mano, dio señales de que estaba muerto.

      Apenas le vio caído Sancho, cuando se deslizó del alcornoque y a toda priesa vino donde su señor estaba, el cual, apeándose de Rocinante, fue sobre el de los Espejos, y, quitándole las lazadas del yelmo (N) para ver si era muerto y para que le diese el aire si acaso estaba vivo; y vio... ¿ Quién podrá decir lo que vio, sin causar admiración, maravilla y espanto a los que lo oyeren? Vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto, la misma (N) fisonomía, la mesma efigie, la pespetiva mesma del bachiller Sansón Carrasco; y, así como la vio, en altas voces dijo.

      -¡ Acude, Sancho, y mira lo que has de ver y no lo has creer ! ¡ Aguija, hijo, y advierte lo que puede la magia, lo que pueden los hechiceros y los encantadores.

      Llegó Sancho, y, como vio el rostro del bachiller Carrasco, comenzó a hacerse mil cruces y a santiguarse otras tantas. En todo esto, no daba muestras de estar vivo el derribado caballero, y Sancho dijo a don Quijote.

      -Soy de parecer, señor mío, que, por sí o por no, vuesa merced hinque y meta (N) la espada por la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco; quizá matará en él a alguno de sus enemigos los encantadores.

      -No dices mal -dijo don Quijote-, porque de los enemigos, los menos.

      Y, sacando la espada para poner en efecto el aviso y consejo de Sancho, llegó el escudero del de los Espejos, ya sin las narices que tan feo le habían hecho, y a grandes voces dijo.

      -Mire vuesa merced lo que hace, señor don Quijote, que ese que tiene a los pies es el bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero.

      Y, viéndole Sancho sin aquella fealdad primera, le dijo:

      -¿ Y las narices.

      A lo que él respondió.

      -Aquí las tengo, en la faldriquera.

      Y, echando mano a la derecha, sacó unas narices de pasta y barniz, de máscara, de la manifatura que quedan delineadas. Y, mirándole más y más Sancho, con voz admirativa y grande, dijo.

      -¡ Santa María, y valme ! (N) ¿ Éste no es Tomé Cecial, mi vecino y mi compadre.

      -Y ¡ cómo si lo soy ! -respondió el ya desnarigado escudero-: Tomé Cecial soy, compadre y amigo Sancho Panza, y luego os diré los arcaduces, embustes y enredos por donde soy aquí venido; y en tanto, pedid y suplicad al señor vuestro amo que no toque, maltrate, hiera ni mate (N) al caballero de los Espejos, que a sus pies tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y mal aconsejado del bachiller Sansón Carrasco, nuestro compatrioto. (N)

      En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso la punta desnuda de su espada (N) encima del rostro, y le dijo.

      -Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis de prometer, si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ir a la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de vos lo que más en voluntad le viniere; (N) y si os dejare en la vuestra, asimismo habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado; condiciones que, conforme a las que pusimos antes de nuestra batalla, no salen de los términos de la andante caballería.

      -Confieso -dijo el caído caballero- que vale más el zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea, (N) y prometo de ir y volver de su presencia a la vuestra, y daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.

      -También habéis de confesar y creer (N) - añadió don Quijote - que aquel caballero que vencistes no fue ni pudo ser don Quijote de la Mancha, sino otro que se le parecía, como yo confieso y creo que vos, aunque parecéis el bachiller Sansón Carrasco, no lo sois, sino otro que le parece, y que en su figura aquí me le han puesto mis enemigos, para que detenga y temple el ímpetu de mi cólera, y para que use blandamente de la gloria del vencimiento.

      -Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís - respondió el derrengado caballero-. Dejadme levantar, os ruego, si es que lo permite el golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.

      Ayudóle a levantar don Quijote (N) y Tomé Cecial, su escudero, del cual no apartaba los ojos Sancho, preguntándole cosas cuyas respuestas le daban manifiestas señales de que verdaderamente era el Tomé Cecial que decía; mas la aprehensión que en Sancho había hecho lo que su amo dijo, de que los encantadores habían mudado la figura del Caballero de los Espejos en la del bachiller Carrasco, no le dejaba dar crédito a la verdad que con los ojos estaba mirando. Finalmente, se quedaron con este engaño amo y mozo, y el de los Espejos y su escudero, mohínos y malandantes, se apartaron de don Quijote y Sancho, con intención de buscar algún lugar donde bizmarle y entablarle las costillas. (N) Don Quijote y Sancho volvieron a proseguir su camino de Zaragoza, donde los deja la historia, por dar cuenta de quién era el Caballero de los Espejos y su narigante escudero. (N)







Parte II -- Capítulo XV . Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de los Espejos y su escudero.

      En estremo contento, ufano y vanaglorioso iba don Quijote por haber alcanzado vitoria de tan valiente caballero como él se imaginaba que era el de los Espejos, de cuya caballeresca palabra esperaba saber si el encantamento de su señora pasaba adelante, pues era forzoso que el tal vencido caballero volviese, so pena de no serlo, a darle razón de lo que con ella le hubiese sucedido. Pero uno pensaba don Quijote y otro el de los Espejos, (N) puesto que por entonces no era otro su pensamiento sino buscar donde bizmarse, como se ha dicho.

      Dice, pues, la historia que cuando el bachiller Sansón Carrasco aconsejó a don Quijote que volviese a proseguir sus dejadas caballerías, fue por haber entrado primero en bureo (N) con el cura y el barbero sobre qué medio se podría tomar para reducir a don Quijote a que se estuviese en su casa quieto y sosegado, sin que le alborotasen sus mal buscadas aventuras; de cuyo consejo salió, por voto común de todos y parecer particular de Carrasco, que dejasen salir a don Quijote, pues el detenerle parecía imposible, y que Sansón le saliese al camino como caballero andante, y trabase batalla con él, pues no faltaría sobre qué, y le venciese, teniéndolo por cosa fácil, y que fuese pacto y concierto que el vencido quedase a merced del vencedor; y así vencido don Quijote, le había de mandar el bachiller caballero se volviese a su pueblo y casa, y no saliese della en dos años, o hasta tanto que por él le fuese mandado otra cosa; lo cual era claro que don Quijote vencido cumpliría indubitablemente, (N) por no contravenir y faltar a las leyes de la caballería, y podría ser que en el tiempo de su reclusión se le olvidasen sus vanidades, o se diese lugar de buscar a su locura algún conveniente remedio.

      Aceptólo Carrasco, (N) y ofreciósele por escudero Tomé Cecial, compadre y vecino de Sancho Panza, hombre alegre y de lucios cascos. Armóse Sansón como queda referido y Tomé Cecial acomodó sobre sus naturales narices las falsas y de máscara ya dichas, porque no fuese conocido de su compadre cuando se viesen; y así, siguieron el mismo viaje que llevaba don Quijote, y llegaron casi a hallarse en la aventura del carro de la Muerte. Y, finalmente, dieron con ellos en el bosque, donde les sucedió todo lo que el prudente ha leído; (N) y si no fuera por los pensamientos extraordinarios de don Quijote, que se dio a entender que el bachiller no era el bachiller, el señor bachiller quedara imposibilitado para siempre de graduarse de licenciado, por no haber hallado nidos donde pensó hallar pájaros.

      Tomé Cecial, que vio cuán mal había logrado sus deseos y el mal paradero que había tenido su camino, dijo al bachiller:

      -Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa y se acomete una empresa, pero con dificultad las más veces se sale della. Don Quijote loco, nosotros cuerdos: él se va sano y riendo, vuesa merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora, cuál es más loco: ¿ el que lo es por no poder menos, o el que lo es por su voluntad.

      A lo que respondió Sansón.

      -La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que lo es por fuerza lo será siempre, y el que lo es de grado lo dejará de ser cuando quisiere.

      -Pues así es -dijo Tomé Cecial-, yo fui por mi voluntad loco cuando quise hacerme escudero de vuestra merced, y por la misma quiero dejar de serlo y volverme a mi casa.

      -Eso os cumple -respondió Sansón-, porque pensar que yo he de volver a la mía, hasta haber molido a palos a don Quijote, es pensar en lo escusado; y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos. (N)

      En esto fueron razonando los dos, hasta que llegaron a un pueblo donde fue ventura hallar un algebrista, con quien se curó el Sansón desgraciado. Tomé Cecial se volvió y le dejó, y él quedó imaginando su venganza; y la historia vuelve a hablar dél a su tiempo, por no dejar de regocijarse ahora con don Quijote.







Parte II -- Capítulo XVI . De lo que sucedió a don Quijote con un discreto caballero de la Mancha.

      Con la alegría, contento y ufanidad (N) que se ha dicho, seguía don Quijote su jornada, imaginándose por la pasada vitoria ser el caballero andante más valiente que tenía en aquella edad el mundo; daba por acabadas y a felice fin conducidas cuantas aventuras pudiesen sucederle de allí adelante; tenía en poco a los encantos y a los encantadores; no se acordaba de los inumerables palos que en el discurso de sus caballerías le habían dado, ni de la pedrada que le derribó la mitad de los dientes, ni del desagradecimiento de los galeotes, ni del atrevimiento y lluvia de estacas de los yangÜeses. Finalmente, decía entre sí que si él hallara arte, modo o manera como desencantar a su señora Dulcinea, no invidiara a la mayor ventura que alcanzó o pudo alcanzar el más venturoso caballero andante de los pasados siglos. En estas imaginaciones iba todo ocupado, cuando Sancho le dijo.

      -¿ No es bueno, señor, que aun todavía traigo entre los ojos las desaforadas narices, y mayores de marca, de mi compadre Tomé Cecial.

      -Y ¿ crees tú, Sancho, por ventura, que el Caballero de los Espejos era el bachiller Carrasco; y su escudero, Tomé Cecial, tu compadre.

      -No sé qué me diga a eso -respondió Sancho-; sólo sé que las señas que me dio de mi casa, mujer y hijos no me las podría dar otro que él mesmo; y la cara, quitadas las narices, era la misma de Tomé Cecial, como yo se la he visto muchas veces en mi pueblo y pared en medio de mi misma casa; (N) y el tono de la habla era todo uno.

      -Estemos a razón, Sancho -replicó don Quijote-. Ven acá: ¿ en qué consideración puede caber que el bachiller Sansón Carrasco viniese como caballero andante, armado de armas ofensivas y defensivas, a pelear conmigo? ¿ He sido yo su enemigo por ventura? ¿ Hele dado yo jamás ocasión para tenerme ojeriza? ¿ Soy yo su rival, o hace él profesión de las armas, para tener invidia a la fama que yo por ellas he ganado.

      -Pues, ¿ qué diremos, señor -respondió Sancho-, a esto de parecerse tanto aquel caballero, sea el que se fuere, al bachiller Carrasco, y su escudero a Tomé Cecial, mi compadre? Y si ello es encantamento, como vuestra merced ha dicho, ¿ no había en el mundo otros dos a quien se parecieran? (N)

      -Todo es artificio y traza -respondió don Quijote - de los malignos magos que me persiguen, los cuales, anteviendo que yo había de quedar vencedor en la contienda, se previnieron de que el caballero vencido mostrase el rostro de mi amigo el bachiller, porque la amistad que le tengo se pusiese entre los filos de mi espada y el rigor de mi brazo, (N) y templase la justa ira de mi corazón, y desta manera quedase con vida el que con embelecos y falsías procuraba quitarme la mía. Para prueba de lo cual ya sabes, ¡ oh Sancho !, por experiencia (N) que no te dejará mentir ni engañar, cuán fácil sea a los encantadores mudar unos rostros en otros, haciendo de lo hermoso feo y de lo feo hermoso, pues no ha dos días que viste por tus mismos ojos la hermosura y gallardía de la sin par Dulcinea en toda su entereza y natural conformidad, y yo la vi en la fealdad y bajeza de una zafia labradora, con cataratas en los ojos y con mal olor en la boca; (N) y más, que el perverso encantador que se atrevió a hacer una transformación tan mala no es mucho que haya hecho la de Sansón Carrasco y la de tu compadre, por quitarme la gloria del vencimiento de las manos. Pero, con todo esto, me consuelo; porque, en fin, en cualquiera figura que haya sido, he quedado vencedor de mi enemigo.

      -Dios sabe la verdad de todo -respondió Sancho.

      Y como él sabía que la transformación de Dulcinea había sido traza y embeleco suyo, no le satisfacían las quimeras de su amo; pero no le quiso replicar, por no decir alguna palabra que descubriese su embuste.

      En estas razones estaban cuando los alcanzó un hombre que detrás dellos por el mismo camino venía sobre una muy hermosa yegua tordilla, vestido un gabán de paño fino verde, (N) jironado de terciopelo leonado, con una montera del mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de campo y de la jineta, asimismo de morado y verde. (N) Traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas y bruñidas que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro puro. Cuando llegó a ellos, el caminante los saludó cortésmente, y, picando a la yegua, se pasaba de largo; pero don Quijote le dijo.

      -Señor galán, si es que vuestra merced lleva el camino que nosotros y no importa el darse priesa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos.

      -En verdad -respondió el de la yegua- que no me pasara tan de largo, si no fuera por temor que con la compañía de mi yegua no se alborotara ese caballo.

      -Bien puede, señor -respondió a esta sazón Sancho - , bien puede tener las riendas a su yegua, porque nuestro caballo es el más honesto y bien mirado del mundo: jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vez que se desmandó a hacerla la lastamos mi señor y yo con las setenas. (N) Digo otra vez que puede vuestra merced detenerse, si quisiere; que, aunque se la den entre dos platos, a buen seguro que el caballo no la arrostre.

      Detuvo la rienda el caminante, admirándose de la apostura y rostro de don Quijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho como maleta en el arzón delantero de la albarda del rucio; y si mucho miraba el de lo verde a don Quijote, mucho más miraba don Quijote al de lo verde, pareciéndole hombre de chapa. La edad mostraba ser de cincuenta años; las canas, pocas, y el rostro, aguileño; la vista, entre alegre y grave; finalmente, en el traje y apostura daba a entender ser hombre de buenas prendas.

      Lo que juzgó de don Quijote de la Mancha el de lo verde fue que semejante manera ni parecer de hombre no le había visto jamás: admiróle la longura de su caballo, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y amarillez de su rostro, sus armas, su ademán y compostura: figura y retrato no visto por luengos tiempos atrás en aquella tierra. Notó bien don Quijote la atención con que el caminante le miraba, y leyóle en la suspensión su deseo; y, como era tan cortés y tan amigo de dar gusto a todos, antes que le preguntase nada, le salió al camino, diciéndole:

      -Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiese maravillado; pero dejará vuesa merced de estarlo cuando le diga, como le digo, que soy caballero

      destos que dicen las gentes
que a sus aventuras van. (N)

      Salí de mi patria, empeñé mi hacienda, (N) dejé mi regalo, y entreguéme en los brazos de la Fortuna, que me llevasen donde más fuese servida. Quise resucitar la ya muerta andante caballería, y ha muchos días que, tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acullá, he cumplido gran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando doncellas y favoreciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio de caballeros andantes; y así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo. Treinta mil volúmenes (N) se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia. Finalmente, por encerrarlo todo en breves palabras, o en una sola, digo que yo soy don Quijote de la Mancha, por otro nombre llamado el Caballero de la Triste Figura; y, puesto que las propias alabanzas envilecen, esme forzoso decir yo tal vez las mías, y esto se entiende cuando no se halla presente quien las diga; así que, señor gentilhombre, ni este caballo, esta lanza, ni este escudo, ni escudero, ni todas juntas estas armas, ni la amarillez de mi rostro, ni mi atenuada flaqueza, (N) os podrá admirar de aquí adelante, habiendo ya sabido quién soy y la profesión que hago.

      Calló en diciendo esto don Quijote, y el de lo verde, según se tardaba en responderle, parecía que no acertaba a hacerlo; pero de allí a buen espacio le dijo.

      -Acertastes, señor caballero, a conocer por mi suspensión mi deseo; pero no habéis acertado a quitarme la maravilla que en mí causa (N) el haberos visto; que, puesto que, como vos, señor, decís, que el saber ya quién sois me lo podría quitar, no ha sido así; antes, agora que lo sé, quedo más suspenso y maravillado. ¿ Cómo y es posible que hay hoy caballeros andantes en el mundo, y que hay historias impresas de verdaderas caballerías? No me puedo persuadir que haya hoy en la tierra quien favorezca viudas, ampare doncellas, ni honre casadas, ni socorra huérfanos, y no lo creyera (N) si en vuesa merced no lo hubiera visto con mis ojos. ¡ Bendito sea el cielo !, que con esa historia, que vuesa merced dice que está impresa, de sus altas y verdaderas caballerías, se habrán puesto en olvido (N) las innumerables de los fingidos caballeros andantes, de que estaba lleno el mundo, tan en daño de las buenas costumbres y tan en perjuicio y descrédito de las buenas historias.

      -Hay mucho que decir -respondió don Quijote- en razón de si son fingidas, o no, las historias de los andantes caballeros.

      -Pues, ¿ hay quien dude -respondió el Verde- que no son falsas las tales historias.

      -Yo lo dudo -respondió don Quijote-, y quédese esto aquí; que si nuestra jornada dura, espero en Dios de dar a entender a vuesa merced que ha hecho mal en irse con la corriente de los que tienen por cierto que no son verdaderas.

      Desta última razón de don Quijote tomó barruntos el caminante de que don Quijote debía de ser algún mentecato, y aguardaba que con otras lo confirmase; pero, antes que se divertiesen en otros razonamientos, don Quijote le rogó le dijese quién era, pues él le había dado parte de su condición y de su vida. A lo que respondió el del Verde Gabán.

      -Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mi mujer, y con mis hijos, y con mis amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdigón manso, (N) o algún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros; los de caballerías aún no han entrado por los umbrales de mis puertas. Hojeo más los que son profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención, puesto que déstos hay muy pocos en España. (N) Alguna vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces los convido; son mis convites limpios y aseados, y no nada escasos; ni gusto de murmurar, ni consiento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas ajenas, ni soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día; reparto de mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más recatado; procuro poner en paz los que sé que están desavenidos; soy devoto de nuestra Señora, y confío siempre en la misericordia infinita de Dios nuestro Señor.

      Atentísimo estuvo Sancho a la relación de la vida y entretenimientos del hidalgo; y, pareciéndole buena y santa y que quien la hacía debía de hacer milagros, se arrojó del rucio, y con gran priesa le fue a asir del estribo derecho, y con devoto corazón y casi lágrimas le besó los pies una y muchas veces. Visto lo cual por el hidalgo, le preguntó.

      -¿ Qué hacéis, hermano? ¿ Qué besos son éstos.

      -Déjenme besar -respondió Sancho-, porque me parece vuesa merced el primer santo a la jineta que he visto en todos los días de mi vida.

      -No soy santo -respondió el hidalgo-, sino gran pecador; vos sí, hermano, que debéis de ser bueno, como vuestra simplicidad lo muestra.

      Volvió Sancho a cobrar la albarda, habiendo sacado a plaza la risa de la profunda malencolía de su amo y causado nueva admiración a don Diego. Preguntóle don Quijote que cuántos hijos tenía, y díjole que una de las cosas en que ponían el sumo bien los antiguos filósofos, que carecieron del verdadero conocimiento de Dios, fue en los bienes de la naturaleza, en los de la fortuna, en tener muchos amigos y en tener muchos y buenos hijos.

      -Yo, señor don Quijote -respondió el hidalgo-, tengo un hijo, que, a no tenerle, quizá me juzgara por más dichoso de lo que soy; y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Será de edad de diez y ocho años: los seis ha estado en Salamanca, aprendiendo las lenguas latina y griega; y, cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias, halléle tan embebido en la de la poesía, si es que se puede llamar ciencia, que no es posible hacerle arrostrar la de las leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la teología. Quisiera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente las virtuosas y buenas letras; (N) porque letras sin virtud son perlas en el muladar. (N) Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto, o no, en tal epigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio. En fin, todas sus conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo; que de los modernos romancistas no hace mucha cuenta; y, con todo el mal cariño (N) que muestra tener a la poesía de romance, le tiene agora desvanecidos los pensamientos el hacer una glosa a cuatro versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de justa literaria.

      A todo lo cual respondió don Quijote.

      -Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado; y, aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee. La poesía, señor hidalgo, (N) a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener, el que la tuviere, a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible (N) en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias, o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas (N) del mundo. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, (N) porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino. En resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la alteza de sus conceptos. Y, siendo esto así, razón sería se estendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya. Pero vuestro hijo, a lo que yo, señor, imagino, no debe de estar mal con la poesía de romance, sino con los poetas que son meros romancistas, sin saber otras lenguas ni otras ciencias que adornen y despierten y ayuden a su natural impulso; y aun en esto puede haber yerro; porque, según es opinión verdadera, el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta; y, con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: est Deus in nobis... , (N) etcétera. También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiere serlo; la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama; (N) que, siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las esencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre (N) de las letras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y espada, y así le adornan, honran y engrandecen, como las mitras a los obispos, o como las garnachas (N) a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas, pero si hiciere sermones al modo de Horacio, (N) donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele: porque lícito es al poeta escribir contra la invidia, y decir en sus versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que, a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto. (N) Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes y príncipes veen la milagrosa ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol a quien no ofende el rayo, (N) como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honrados y adornadas sus sienes.

      Admirado quedó el del Verde Gabán del razonamiento de don Quijote, y tanto, que fue perdiendo de la opinión (N) que con él tenía, de ser mentecato. Pero, a la mitad desta plática, Sancho, por no ser muy de su gusto, se había desviado del camino a pedir un poco de leche a unos pastores que allí junto estaban ordeñando unas ovejas; y, en esto, ya volvía a renovar la plática el hidalgo, satisfecho en estremo de la discreción y buen discurso de don Quijote, cuando, alzando don Quijote la cabeza, vio que por el camino por donde ellos iban venía un carro (N) lleno de banderas reales; y, creyendo que debía de ser alguna nueva aventura, a grandes voces llamó a Sancho que viniese a darle la celada. El cual Sancho, oyéndose llamar, dejó a los pastores, y a toda priesa picó al rucio, y llegó donde su amo estaba, a quien sucedió una espantosa y desatinada aventura.







Parte II -- Capítulo XVII . De donde se declaró el último punto y estremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote, con la felicemente acabada aventura de los leones.

      Cuenta la historia que cuando don Quijote daba voces a Sancho que le trujese el yelmo, estaba él comprando unos requesones que los pastores le vendían; y, acosado de la mucha priesa de su amo, no supo qué hacer dellos, ni en qué traerlos, y, por no perderlos, que ya los tenía pagados, acordó de echarlos en la celada de su señor, y con este buen recado volvió a ver lo que le quería; el cual, en llegando, le dijo.

      -Dame, amigo, esa celada; que yo sé poco de aventuras, o lo que allí descubro es alguna que me ha de necesitar, y me necesita, a tomar mis armas. (N)

      El del Verde Gabán, que esto oyó, tendió la vista por todas partes, y no descubrió otra cosa que un carro que hacia ellos venía, con dos o tres banderas pequeñas, que le dieron a entender que el tal carro debía de traer moneda de Su Majestad, y así se lo dijo a don Quijote; pero él no le dio crédito, siempre creyendo y pensando que todo lo que le sucediese habían de ser aventuras y más aventuras, y así, respondió al hidalgo.

      -Hombre apercebido, medio combatido: no se pierde nada en que yo me aperciba, que sé por experiencia que tengo enemigos visibles e invisibles, y no sé cuándo, ni adónde, ni en qué tiempo, ni en qué figuras me han de acometer.

      Y, volviéndose a Sancho, le pidió la celada; el cual, como no tuvo lugar de sacar los requesones, le fue forzoso dársela como estaba. Tomóla don Quijote, y, sin que echase de ver lo que dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y, como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que recibió tal susto, que dijo a Sancho.

      -¿ Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos, o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza? Y si es que sudo, en verdad que no es de miedo; sin duda creo que es terrible la aventura que agora quiere sucederme. Dame, si tienes, con que me limpie, que el copioso sudor me ciega los ojos.

      Calló Sancho y diole un paño, y dio con él gracias a Dios de que su señor no hubiese caído en el caso. Limpióse don Quijote y quitóse la celada por ver qué cosa era la que, a su parecer, le enfriaba la cabeza, y, viendo aquellas gachas blancas dentro de la celada, las llegó a las narices, y en oliéndolas dijo.

      -Por vida de mi señora Dulcinea del Toboso, que son requesones los que aquí me has puesto, traidor, bergante y mal mirado escudero.

      A lo que, con gran flema y disimulación, respondió Sancho.

      -Si son requesones, démelos vuesa merced, que yo me los comeré... Pero cómalos el diablo, que debió de ser el que ahí los puso. ¿ Yo había de tener atrevimiento de ensuciar el yelmo de vuesa merced? ¡ Hallado le habéis el atrevido ! A la fe, señor, a lo que Dios me da a entender, también debo yo de tener encantadores que me persiguen (N) como a hechura y miembro de vuesa merced, y habrán puesto ahí esa inmundicia para mover a cólera su paciencia y hacer que me muela, como suele, las costillas. (N) Pues en verdad que esta vez han dado salto en vago, que yo confío en el buen discurso de mi señor, que habrá considerado que ni yo tengo requesones, ni leche, ni otra cosa que lo valga, y que si la tuviera, antes la pusiera en mi estómago que en la celada.

      -Todo puede ser -dijo don Quijote.

      Y todo lo miraba el hidalgo, y de todo se admiraba, especialmente cuando, después de haberse limpiado don Quijote cabeza, rostro y barbas (N) y celada, se la encajó; y, afirmándose bien en los estribos, requiriendo la espada (N) y asiendo la lanza, dijo.

      -Ahora, venga lo que veniere, que aquí estoy con ánimo de tomarme con el mesmo Satanás en persona.

      Llegó en esto el carro de las banderas, en el cual no venía otra gente que el carretero, en las mulas, y un hombre sentado en la delantera. Púsose don Quijote delante y dijo.

      -¿ Adónde vais, hermanos? ¿ Qué carro es éste, qué lleváis en él y qué banderas son aquéstas.

      A lo que respondió el carretero.

      -El carro es mío; lo que va en él son dos bravos leones enjaulados, que el general de Orán envía a la corte, presentados a Su Majestad; las banderas son del rey nuestro señor, en señal que aquí va cosa suya.

      -Y ¿ son grandes los leones? -preguntó don Quijote.

      -Tan grandes -respondió el hombre que iba a la puerta del carro-, que no han pasado mayores, ni tan grandes, de Africa a España jamás; y yo soy el leonero, y he pasado otros, pero como éstos, ninguno. Son hembra y macho; el macho va en esta jaula primera, y la hembra en la de atrás; y ahora van hambrientos porque no han comido hoy; y así, vuesa merced se desvíe, que es menester llegar presto donde les demos de comer.

      A lo que dijo don Quijote, sonriéndose un poco.

      -¿ Leoncitos a mí? ¿ A mí leoncitos, y a tales horas? Pues, ¡ por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones ! (N) Apeaos, buen hombre, y, pues sois el leonero, abrid esas jaulas y echadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré a conocer quién es don Quijote de la Mancha, a despecho y pesar de los encantadores que a mí los envían.

      -¡ Ta, ta ! -dijo a esta sazón entre sí el hidalgo - , dado ha señal de quién es nuestro buen caballero: los requesones, sin duda, le han ablandado los cascos y madurado los sesos.

      Llegóse en esto a él Sancho y díjole.

      -Señor, por quien Dios es, que vuesa merced haga de manera que mi señor don Quijote no se tome con estos leones, que si se toma, aquí nos han de hacer pedazos a todos.

      -Pues, ¿ tan loco es vuestro amo -respondió el hidalgo-, que teméis, y creéis que se ha de tomar con tan fieros animales.

      -No es loco -respondió Sancho-, sino atrevido.

      -Yo haré que no lo sea -replicó el hidalgo.

      Y, llegándose a don Quijote, que estaba dando priesa al leonero que abriese las jaulas, le dijo.

      -Señor caballero, los caballeros andantes han de acometer las aventuras que prometen esperanza de salir bien dellas, y no aquellas que de en todo la quitan; porque la valentía que se entra en la juridición de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza. Cuanto más, que estos leones no vienen contra vuesa merced, ni lo sueñan: van presentados a Su Majestad, y no será bien detenerlos ni impedirles su viaje.

      -Váyase vuesa merced, señor hidalgo -respondió don Quijote-, a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido, y deje a cada uno hacer su oficio. Éste es el mío, y yo sé si vienen a mí, o no, estos señores leones.

      Y, volviéndose al leonero, le dijo.

      -¡ Voto a tal, don bellaco, (N) que si no abrís luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro !

      El carretero, que vio la determinación de aquella armada fantasía, le dijo.

      -Señor mío, vuestra merced sea servido, por caridad, dejarme desuncir las mulas y ponerme en salvo con ellas antes que se desenvainen los leones, porque si me las matan, quedaré rematado para toda mi vida; que no tengo otra hacienda sino este carro y estas mulas.

      -¡ Oh hombre de poca fe ! -respondió don Quijote - , apéate y desunce, y haz lo que quisieres, que presto verás que trabajaste en vano y que pudieras ahorrar desta diligencia. (N)

      Apeóse el carretero y desunció a gran priesa, y el leonero dijo a grandes voces.

      -Séanme testigos cuantos aquí están cómo contra mi voluntad y forzado abro las jaulas y suelto los leones, y de que protesto a este señor que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y vaya por su cuenta, con más mis salarios y derechos. Vuestras mercedes, señores, se pongan en cobro antes que abra, que yo seguro estoy que no me han de hacer daño.

      Otra vez le persuadió el hidalgo que no hiciese locura semejante, que era tentar a Dios acometer tal disparate. A lo que respondió don Quijote que él sabía lo que hacía. Respondióle el hidalgo que lo mirase bien, que él entendía que se engañaba.

      -Ahora, señor -replicó don Quijote-, si vuesa merced no quiere ser oyente desta que a su parecer ha de ser tragedia, (N) pique la tordilla y póngase en salvo.

      Oído lo cual por Sancho, con lágrimas en los ojos le suplicó desistiese de tal empresa, en cuya comparación habían sido tortas y pan pintado la de los molinos de viento y la temerosa de los batanes, y, finalmente, todas las hazañas que había acometido en todo el discurso de su vida.

      -Mire, señor -decía Sancho-, que aquí no hay encanto ni cosa que lo valga; que yo he visto por entre las verjas y resquicios de la jaula una uña de león verdadero, y saco por ella que el tal león, cuya debe de ser la tal uña, es mayor que una montaña. (N)

      -El miedo, a lo menos -respondió don Quijote-, te le hará parecer mayor que la mitad del mundo. Retírate, Sancho, y déjame; y si aquí muriere, ya sabes nuestro antiguo concierto: (N) acudirás a Dulcinea, y no te digo más.

      A éstas añadió otras razones, con que quitó las esperanzas de que no había de dejar de proseguir su desvariado intento. Quisiera el del Verde Gabán oponérsele, pero viose desigual en las armas, y no le pareció cordura tomarse con un loco, que ya se lo había parecido de todo punto don Quijote; el cual, volviendo a dar priesa al leonero y a reiterar las amenazas, dio ocasión al hidalgo a que picase la yegua, y Sancho al rucio, y el carretero a sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo más que pudiesen, antes que los leones se desembanastasen.

      Lloraba Sancho la muerte de su señor, (N) que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los leones; maldecía su ventura, y llamaba menguada la hora en que le vino al pensamiento volver a servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se alejase del carro. Viendo, pues, el leonero que ya los que iban huyendo estaban bien desviados, tornó a requerir y a intimar a don Quijote lo que ya le había requerido e intimado, el cual respondió que lo oía, y que no se curase de más intimaciones y requirimientos, que todo sería de poco fruto, y que se diese priesa.

      En el espacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera, estuvo considerando don Quijote si sería bien hacer la batalla antes a pie (N) que a caballo; y, en fin, se determinó de hacerla a pie, temiendo que Rocinante se espantaría con la vista de los leones. Por esto saltó del caballo, arrojó la lanza y embrazó el escudo, y, desenvainando la espada, paso ante paso, con maravilloso denuedo y corazón valiente, se fue a poner delante del carro, encomendándose a Dios de todo corazón, y luego a su señora Dulcinea. (N)

      Y es de saber que, llegando a este paso, el autor de esta verdadera historia exclama y dice: (N) ′′¡ Oh fuerte y, sobre todo encarecimiento, animoso don Quijote de la Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue gloria y honra de los españoles caballeros ! ¿ Con qué palabras contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérboles? Tú a pie, tú solo, tú intrépido, tú magnánimo, con sola una espada, y no de las del perrillo (N) cortadoras, con un escudo no de muy luciente y limpio acero, estás aguardando y atendiendo los dos más fieros leones que jamás criaron las africanas selvas. Tus mismos hechos sean los que te alaben, valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su punto por faltarme palabras con que encarecerlos′′. (N)

      Aquí cesó la referida exclamación del autor, y pasó adelante, (N) anudando el hilo de la historia, diciendo que, visto el leonero (N) ya puesto en postura a don Quijote, y que no podía dejar de soltar al león macho, so pena de caer en la desgracia del indignado y atrevido caballero, abrió de par en par la primera jaula, donde estaba, como se ha dicho, el león, el cual pareció de grandeza extraordinaria y de espantable y fea catadura. Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula, donde venía echado, y tender la garra, y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y, con casi dos palmos de lengua que sacó fuera, se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro; hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad. Sólo don Quijote lo miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos.

      Hasta aquí llegó el estremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías, ni de bravatas, después de haber mirado a una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso (N) se volvió a echar en la jaula. Viendo lo cual don Quijote, mandó al leonero que le diese de palos y le irritase para echarle fuera.

      -Eso no haré yo -respondió el leonero-, porque si yo le instigo, el primero a quien hará pedazos será a mí mismo. (N) Vuesa merced, señor caballero, se contente con lo hecho, que es todo lo que puede decirse en género de valentía, y no quiera tentar segunda fortuna. El león tiene abierta la puerta: en su mano está salir, o no salir; pero, pues no ha salido hasta ahora, no saldrá en todo el día. La grandeza del corazón de vuesa merced ya está bien declarada: ningún bravo peleante, según a mí se me alcanza, está obligado a más que a desafiar a su enemigo y esperarle en campaña; y si el contrario no acude, en él se queda la infamia, y el esperante (N) gana la corona del vencimiento.

      -Así es verdad -respondió don Quijote-: cierra, amigo, la puerta, y dame por testimonio, en la mejor forma que pudieres, (N) lo que aquí me has visto hacer; conviene a saber: cómo tú abriste al león, yo le esperé, él no salió; volvíle a esperar, volvió a no salir y volvióse acostar. No debo más, y encantos afuera, y Dios ayude a la razón y a la verdad, y a la verdadera caballería; y cierra, como he dicho, en tanto que hago señas a los huidos y ausentes, para que sepan de tu boca esta hazaña.

      Hízolo así el leonero, y don Quijote, poniendo en la punta de la lanza el lienzo con que se había limpiado el rostro de la lluvia de los requesones, (N) comenzó a llamar a los que no dejaban de huir ni de volver la cabeza a cada paso, todos en tropa y antecogidos del hidalgo; pero, alcanzando Sancho a ver la señal del blanco paño, dijo.

      -Que me maten si mi señor no ha vencido a las fieras bestias, pues nos llama.

      Detuviéronse todos, y conocieron que el que hacía las señas era don Quijote; y, perdiendo alguna parte del miedo, poco a poco se vinieron acercando hasta donde claramente oyeron las voces de don Quijote, que los llamaba. Finalmente, volvieron al carro, y, en llegando, dijo don Quijote al carretero.

      -Volved, hermano, a uncir vuestras mulas y a proseguir vuestro viaje; y tú, Sancho, dale dos escudos de oro, para él y para el leonero, en recompensa de lo que por mí se han detenido.

      -Ésos daré yo de muy buena gana -respondió Sancho - ; pero, ¿ qué se han hecho los leones? ¿ Son muertos, o vivos.

      Entonces el leonero, menudamente y por sus pausas, contó el fin de la contienda, (N) exagerando, como él mejor pudo y supo, el valor de don Quijote, de cuya vista el león, acobardado, no quiso ni osó salir de la jaula, puesto que había tenido un buen espacio abierta la puerta de la jaula; y que, por haber él dicho a aquel caballero que era tentar a Dios irritar al león para que por fuerza saliese, como él quería que se irritase, mal de su grado y contra toda su voluntad, había permitido que la puerta se cerrase.

      -¿ Qué te parece desto, Sancho? -dijo don Quijote - . ¿ Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible.

      Dio los escudos Sancho, unció el carretero, besó las manos el leonero a don Quijote por la merced recebida, y prometióle de contar aquella valerosa hazaña al mismo rey, cuando en la corte se viese.

      -Pues, si acaso Su Majestad preguntare (N) quién la hizo, diréisle que el Caballero de los Leones, que de aquí adelante quiero que en éste se trueque, cambie, vuelva y mude el que hasta aquí he tenido del Caballero de la Triste Figura; y en esto sigo la antigua usanza de los andantes caballeros, que se mudaban los nombres cuando querían, (N) o cuando les venía a cuento.

      Siguió su camino el carro, y don Quijote, Sancho y el del Verde Gabán prosiguieron el suyo.

      En todo este tiempo no había hablado palabra don Diego de Miranda, todo atento a mirar y a notar los hechos y palabras de don Quijote, pareciéndole que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo. No había aún llegado a su noticia la primera parte de su historia; que si la hubiera leído, cesara la admiración en que lo ponían sus hechos y sus palabras, pues ya supiera el género de su locura; pero, como no la sabía, ya le tenía por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto. Y decía entre sí.

      -¿ Qué más locura puede ser que ponerse la celada llena de requesones y darse a entender que le ablandaban los cascos los encantadores? Y ¿ qué mayor temeridad y disparate que querer pelear por fuerza con leones.

      Destas imaginaciones y deste soliloquio le sacó don Quijote, diciéndole:

      -¿ Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. Bien parece un gallardo caballero, a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro; (N) bien parece un caballero, armado de resplandecientes armas, pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, o que lo parezcan, entretienen y alegran, y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos éstos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, sólo por alcanzar gloriosa fama y duradera. (N) Mejor parece, digo, un caballero andante, socorriendo a una viuda en algún despoblado, que un cortesano caballero, requebrando a una doncella en las ciudades. Todos los caballeros tienen sus particulares ejercicios: sirva a las damas el cortesano; autorice la corte de su rey con libreas; sustente los caballeros pobres con el espléndido plato de su mesa; concierte justas, mantenga torneos (N) y muéstrese grande, liberal y magnífico, y buen cristiano, sobre todo, y desta manera cumplirá con sus precisas obligaciones. Pero el andante caballero busque los rincones del mundo; éntrese en los más intricados laberintos; (N) acometa a cada paso lo imposible; resista en los páramos despoblados los ardientes rayos del sol en la mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los yelos; no le asombren leones, ni le espanten vestiglos, ni atemoricen endriagos; (N) que buscar éstos, acometer aquéllos y vencerlos a todos son sus principales y verdaderos ejercicios. Yo, pues, como me cupo en suerte ser uno del número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer todo aquello que a mí me pareciere que cae debajo de la juridición de mis ejercicios; y así, el acometer los leones que ahora acometí derechamente me tocaba, puesto que conocí ser temeridad esorbitante, porque bien sé lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos estremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque en el punto de cobarde; que así como es más fácil venir el pródigo a ser liberal que al avaro, así es más fácil dar el temerario en verdadero valiente que no el cobarde subir a la verdadera valentía; y, en esto de acometer aventuras, créame vuesa merced, señor don Diego, que antes se ha de perder por carta de más que de menos, porque mejor suena en las orejas de los que lo oyen "el tal caballero es temerario y atrevido" que no "el tal caballero es tímido y cobarde".

      -Digo, señor don Quijote -respondió don Diego-, que todo lo que vuesa merced ha dicho y hecho va nivelado con el fiel (N) de la misma razón, y que entiendo que si las ordenanzas y leyes de la caballería andante se perdiesen, se hallarían en el pecho de vuesa merced como en su mismo depósito y archivo. Y démonos priesa, que se hace tarde, y lleguemos a mi aldea y casa, donde descansará vuestra merced del pasado trabajo, que si no ha sido del cuerpo, ha sido del espíritu, que suele tal vez redundar en cansancio del cuerpo.

      -Tengo el ofrecimiento a gran favor y merced, señor don Diego- respondió don Quijote.

      Y, picando más de lo que hasta entonces, serían como las dos de la tarde cuando llegaron a la aldea y a la casa de don Diego, a quien don Quijote llamaba el Caballero del Verde Gabán. (N)







Parte II -- Capítulo XVIII . De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes.

      Halló don Quijote ser la casa de don Diego de Miranda ancha como de aldea; las armas, empero, aunque de piedra tosca, encima de la puerta de la calle; la bodega, en el patio; la cueva, en el portal, (N) y muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron las memorias de su encantada y transformada Dulcinea; y sospirando, y sin mirar lo que decía, ni delante de quién estaba, dijo:

      -¡ Oh dulces prendas, (N) por mi mal halladas.

      dulces y alegres cuando Dios quería.

      ¡ Oh tobosescas tinajas, que me habéis traído a la memoria la dulce prenda de mi mayor amargura.

      Oyóle decir esto el estudiante poeta, hijo de don Diego, que con su madre había salido a recebirle, y madre y hijo quedaron suspensos de ver la estraña figura de don Quijote; el cual, apeándose de Rocinante, fue con mucha cortesía a pedirle las manos (N) para besárselas, y don Diego dijo.

      -Recebid, señora, con vuestro sólito agrado (N) al señor don Quijote de la Mancha, que es el que tenéis delante, andante caballero y el más valiente y el más discreto que tiene el mundo.

      La señora, que doña Cristina se llamaba, le recibió con muestras de mucho amor y de mucha cortesía, y don Quijote se le ofreció con asaz de discretas y comedidas razones. Casi los mismos comedimientos pasó con el estudiante, (N) que, en oyéndole hablar don Quijote, le tuvo por discreto y agudo.

      Aquí pinta el autor todas las circunstancias de la casa de don Diego, pintándonos en ellas lo que contiene una casa de un caballero labrador y rico; pero al traductor desta historia le pareció pasar estas y otras semejantes menudencias en silencio, porque no venían bien con el propósito principal de la historia, la cual más tiene su fuerza en la verdad que en las frías digresiones. (N)

      Entraron a don Quijote en una sala, desarmóle Sancho, quedó en valones y en jubón (N) de camuza, todo bisunto con la mugre de las armas: el cuello era valona (N) a lo estudiantil, sin almidón y sin randas; los borceguíes eran datilados, y encerados los zapatos. (N) Ciñóse su buena espada, (N) que pendía de un tahalí de lobos marinos; que es opinión que muchos años fue enfermo de los riñones; (N) cubrióse un herreruelo (N) de buen paño pardo; pero antes de todo, (N) con cinco calderos, o seis, de agua, que en la cantidad de los calderos hay alguna diferencia, se lavó la cabeza y rostro, y todavía se quedó el agua de color de suero, merced a la golosina de Sancho y a la compra de sus negros requesones, que tan blanco pusieron a su amo. Con los referidos atavíos, y con gentil donaire y gallardía, salió don Quijote a otra sala, donde el estudiante le estaba esperando para entretenerle en tanto que las mesas se ponían; que, por la venida de tan noble huésped, quería la señora doña Cristina mostrar que sabía y podía regalar a los que a su casa llegasen.

      En tanto que don Quijote se estuvo desarmando, tuvo lugar don Lorenzo, que así se llamaba el hijo de don Diego, de decir a su padre.

      -¿ Quién diremos, señor, que es este caballero que vuesa merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura, y el decir que es caballero andante, a mí y a mi madre nos tiene suspensos.

      -No sé lo que te diga, hijo -respondió don Diego - ; sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas que borran y deshacen sus hechos: háblale tú, y toma el pulso a lo que sabe, y, pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería (N) lo que más puesto en razón estuviere; aunque, para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo.

      Con esto, se fue don Lorenzo a entretener a don Quijote, como queda dicho, y, entre otras pláticas que los dos pasaron, dijo don Quijote a don Lorenzo.

      -El señor don Diego de Miranda, padre de vuesa merced, me ha dado noticia de la rara habilidad y sutil ingenio que vuestra merced tiene, y, sobre todo, que es vuesa merced un gran poeta.

      -Poeta, bien podrá ser -respondió don Lorenzo-, pero grande, ni por pensamiento. Verdad es que yo soy algún tanto aficionado a la poesía y a leer los buenos poetas, pero no de manera que se me pueda dar el nombre de grande que mi padre dice. (N)

      -No me parece mal esa humildad -respondió don Quijote-, porque no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta del mundo.

      -No hay regla sin excepción -respondió don Lorenzo - , y alguno habrá que lo sea y no lo piense. (N)

      -Pocos -respondió don Quijote-; pero dígame vuesa merced: ¿ qué versos son los que agora trae entre manos, que me ha dicho el señor su padre que le traen algo inquieto y pensativo? Y si es alguna glosa, a mí se me entiende algo de achaque de glosas, y holgaría saberlos; y si es que son de justa literaria, procure vuestra merced llevar el segundo premio, (N) que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades; pero, con todo esto, gran personaje es el nombre de primero.

      -Hasta ahora -dijo entre sí don Lorenzo-, no os podré yo juzgar por loco; vamos adelante.

      Y díjole.

      -Paréceme que vuesa merced ha cursado las escuelas: ¿ qué ciencias ha oído.

      -La de la caballería andante -respondió don Quijote - , que es tan buena como la de la poesía, y aun dos deditos más.

      -No sé qué ciencia sea ésa -replicó don Lorenzo-, y hasta ahora no ha llegado a mi noticia.

      -Es una ciencia -replicó don Quijote- que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, (N) para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, (N) adondequiera que le fuere pedido; ha de ser médico y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, (N) que no ha de andar el caballero andante a cada triquete (N) buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche, (N) y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas; y, dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, decendiendo a otras menudencias, digo que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás (N) o Nicolao; ha de saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno; y, volviendo a lo de arriba, ha de guardar la fe a Dios y a su dama; (N) ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla. De todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante; porque vea vuesa merced, señor don Lorenzo, si es ciencia mocosa lo que aprende el caballero que la estudia y la profesa, y si se puede igualar a las más estiradas que en los ginasios y escuelas se enseñan.

      -Si eso es así -replicó don Lorenzo-, yo digo que se aventaja esa ciencia a todas.

      -¿ Cómo si es así? -respondió don Quijote.

      Lo que yo quiero decir -dijo don Lorenzo- es que dudo que haya habido, ni que los hay ahora, caballeros andantes y adornados de virtudes tantas.

      -Muchas veces he dicho lo que vuelvo a decir ahora - respondió don Quijote-: que la mayor parte de la gente del mundo está de parecer de que no ha habido en él caballeros andantes; y, por parecerme a mí que si el cielo milagrosamente no les da a entender la verdad de que los hubo y de que los hay, cualquier trabajo que se tome ha de ser en vano, como muchas veces me lo ha mostrado la experiencia, no quiero detenerme agora en sacar a vuesa merced del error que con los muchos tiene; lo que pienso hacer es el rogar al cielo (N) le saque dél, y le dé a entender cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran; pero triunfan ahora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo.

      -Escapado se nos ha nuestro huésped -dijo a esta sazón entre sí don Lorenzo-, pero, con todo eso, él es loco bizarro, y yo sería mentecato flojo si así no lo creyese.

      Aquí dieron fin a su plática, porque los llamaron a comer. Preguntó don Diego a su hijo qué había sacado en limpio del ingenio del huésped. A lo que él respondió.

      -No le sacarán del borrador de su locura cuantos médicos y buenos escribanos (N) tiene el mundo: él es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos.

      Fuéronse a comer, y la comida fue tal como don Diego había dicho en el camino que la solía dar a sus convidados: limpia, abundante y sabrosa; pero de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos. Levantados, pues, los manteles, y dadas gracias a Dios y agua a las manos, don Quijote pidió ahincadamente a don Lorenzo dijese los versos de la justa literaria; a lo que él respondió que, por no parecer de aquellos poetas que cuando les ruegan digan sus versos los niegan y cuando no se los piden los vomitan,. .

      -...yo diré mi glosa, de la cual no espero premio alguno, que sólo por ejercitar el ingenio la he hecho.

      -Un amigo y discreto (N) -respondió don Quijote- era de parecer que no se había de cansar nadie en glosar versos; y la razón, decía él, era que jamás la glosa podía llegar al texto, y que muchas o las más veces iba la glosa fuera de la intención y propósito de lo que pedía lo que se glosaba; y más, que las leyes de la glosa (N) eran demasiadamente estrechas: que no sufrían interrogantes, ni dijo, ni diré, ni hacer nombres de verbos, ni mudar el sentido, con otras ataduras y estrechezas con que van atados los que glosan, como vuestra merced debe de saber.

      -Verdaderamente, señor don Quijote -dijo don Lorenzo-, que deseo coger a vuestra merced en un mal latín continuado, y no puedo, porque se me desliza de entre las manos como anguila.

      -No entiendo -respondió don Quijote- lo que vuestra merced dice ni quiere decir en eso del deslizarme.

      -Yo me daré a entender -respondió don Lorenzo-; y por ahora esté vuesa merced atento a los versos glosados y a la glosa, que dicen desta manera:. ¡ Si mi fue tornase a es, (N)
sin esperar más será,
o viniese el tiempo ya
de lo que será después... !

Glosa. Al fin, como todo pasa,
se pasó el bien que me dio
Fortuna, un tiempo no escasa,
y nunca me le volvió,
ni abundante, ni por tasa.
Siglos ha ya que me vees, (N)
Fortuna, puesto a tus pies;
vuélveme a ser venturoso,
que será mi ser dichoso
si mi fue tornase a es.
No quiero otro gusto o gloria,
otra palma o vencimiento,
otro triunfo, otra vitoria,
sino volver al contento
que es pesar en mi memoria.
Si tú me vuelves allá,
Fortuna, templado está
todo el rigor de mi fuego, (N)
y más si este bien es luego,
sin esperar más será.
Cosas imposibles pido,
pues volver el tiempo a ser (N)
después que una vez ha sido,
no hay en la tierra poder
que a tanto se haya estendido.
Corre el tiempo, vuela y va
ligero, y no volverá,
y erraría el que pidiese,
o que el tiempo ya se fuese,
o volviese el tiempo ya.
Vivo en perpleja vida,
ya esperando, ya temiendo:
es muerte muy conocida,
y es mucho mejor muriendo
buscar al dolor salida.
A mí me fuera interés
acabar, mas no lo es,
pues, con discurso mejor,
me da la vida el temor
de lo que será después.


      En acabando de decir su glosa don Lorenzo, se levantó en pie don Quijote, y, en voz levantada, que parecía grito, asiendo con su mano la derecha de don Lorenzo, dijo.

      -¡ Viven los cielos donde más altos están, mancebo generoso, que sois el mejor poeta del orbe, (N) y que merecéis estar laureado, (N) no por Chipre ni por Gaeta, como dijo un poeta, que Dios perdone, (N) sino por las academias de Atenas, si hoy vivieran, y por las que hoy viven de París, Bolonia y Salamanca ! (N) Plega al cielo que los jueces que os quitaren el premio primero, Febo los asaetee (N) y las Musas jamás atraviesen los umbrales de sus casas. Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que quiero tomar de todo en todo el pulso a vuestro admirable ingenio.

      ¿ No es bueno que dicen que se holgó don Lorenzo de verse alabar de don Quijote, aunque le tenía por loco? (N) ¡ Oh fuerza de la adulación, a cuánto te estiendes, y cuán dilatados límites son los de tu juridición agradable ! Esta verdad acreditó don Lorenzo, pues concedió con la demanda y deseo de don Quijote, diciéndole este soneto a la fábula o historia de Píramo y Tisbe. (N)
Soneto . El muro rompe la doncella hermosa
que de Píramo abrió el gallardo pecho:
parte el Amor de Chipre, y va derecho
a ver la quiebra estrecha y prodigiosa.
Habla el silencio allí, porque no osa
la voz entrar por tan estrecho estrecho;
las almas sí, que amor suele de hecho
facilitar la más difícil cosa.
Salió el deseo de compás, y el paso
de la imprudente virgen solicita
por su gusto su muerte; ved qué historia:
que a entrambos en un punto, ¡ oh estraño caso !,
los mata, los encubre y resucita
una espada, un sepulcro, una memoria.


      -¡ Bendito sea Dios ! -dijo don Quijote habiendo oído el soneto a don Lorenzo-, que entre los infinitos poetas consumidos que hay, he visto un consumado poeta, (N) como lo es vuesa merced, señor mío; que así me lo da a entender el artificio deste soneto.

      Cuatro días estuvo don Quijote regaladísimo en la casa de don Diego, al cabo de los cuales le pidió licencia para irse, diciéndole que le agradecía la merced y buen tratamiento que en su casa había recebido; pero que, por no parecer bien que los caballeros andantes se den muchas horas a ocio y al regalo, se quería ir a cumplir con su oficio, buscando las aventuras, de quien tenía noticia que aquella tierra abundaba, donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota; (N) y que primero había de entrar en la cueva de Montesinos, de quien tantas y tan admirables cosas en aquellos contornos se contaban, sabiendo e inquiriendo asimismo el nacimiento y verdaderos manantiales de las siete lagunas llamadas comúnmente de Ruidera.

      Don Diego y su hijo le alabaron su honrosa determinación, y le dijeron que tomase de su casa y de su hacienda todo lo que en grado le viniese, que le servirían con la voluntad posible; que a ello les obligaba el valor de su persona y la honrosa profesión suya.

      Llegóse, en fin, el día de su partida, tan alegre para don Quijote como triste y aciago (N) para Sancho Panza, que se hallaba muy bien con la abundancia de la casa de don Diego, y rehusaba de volver a la hambre que se usa en las florestas, despoblados, y a la estrecheza de sus mal proveídas alforjas. Con todo esto, las llenó y colmó de lo más necesario que le pareció; y al despedirse dijo don Quijote a don Lorenzo.

      -No sé si he dicho a vuesa merced otra vez, y si lo he dicho lo vuelvo a decir, que cuando vuesa merced quisiere ahorrar caminos y trabajos para llegar a la inacesible cumbre (N) del templo de la Fama, no tiene que hacer otra cosa sino dejar a una parte la senda de la poesía, algo estrecha, y tomar la estrechísima de la andante caballería, bastante para hacerle emperador en daca las pajas.

      Con estas razones acabó don Quijote de cerrar el proceso de su locura, (N) y más con las que añadió, diciendo.

      -Sabe Dios si quisiera llevar conmigo al señor don Lorenzo, para enseñarle cómo se han de perdonar los sujetos, y supeditar y acocear los soberbios, (N) virtudes anejas a la profesión que yo profeso; pero, pues no lo pide su poca edad, ni lo querrán consentir sus loables ejercicios, sólo me contento con advertirle a vuesa merced que, siendo poeta, podrá ser famoso si se guía más por el parecer ajeno que por el propio, porque no hay padre ni madre a quien sus hijos le parezcan feos, y en los que lo son del entendimiento corre más este engaño. (N)

      De nuevo se admiraron padre y hijo de las entremetidas razones (N) de don Quijote, ya discretas y ya disparatadas, y del tema y tesón que llevaba de acudir de todo en todo a la busca de sus desventuradas aventuras, que las tenía por fin y blanco de sus deseos. Reiteráronse los ofrecimientos y comedimientos, y, con la buena licencia de la señora del castillo, (N) don Quijote y Sancho, sobre Rocinante y el rucio, se partieron.







Parte II -- Capítulo XIX . Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, (N) con otros en verdad graciosos sucesos.

      Poco trecho se había alongado don Quijote del lugar de don Diego, cuando encontró con dos como clérigos o como estudiantes (N) y con dos labradores que sobre cuatro bestias asnales venían caballeros. (N) El uno de los estudiantes traía, como en portamanteo, en un lienzo de bocací verde envuelto, al parecer, un poco de grana blanca y dos pares de medias de cordellate; el otro no traía otra cosa que dos espadas negras de esgrima, nuevas, y con sus zapatillas. Los labradores traían otras cosas, que daban indicio y señal que venían de alguna villa grande, donde las habían comprado, y las llevaban a su aldea; y así estudiantes como labradores cayeron en la misma admiración en que caían todos aquellos que la vez primera veían a don Quijote, y morían por saber qué hombre fuese aquél tan fuera del uso de los otros hombres.

      Saludóles don Quijote, y, después de saber el camino que llevaban, que era el mesmo que él hacía, les ofreció su compañía, y les pidió detuviesen el paso, porque caminaban más sus pollinas que su caballo; y, para obligarlos, en breves razones les dijo quién era, y su oficio y profesión, que era de caballero andante que iba a buscar las aventuras por todas las partes del mundo. Díjoles que se llamaba de nombre propio don Quijote de la Mancha, y por el apelativo, el Caballero de los Leones. Todo esto para los labradores era hablarles en griego o en jerigonza, (N) pero no para los estudiantes, que luego entendieron la flaqueza del celebro de don Quijote; pero, con todo eso, le miraban con admiración y con respecto, y uno dellos le dijo.

      -Si vuestra merced, señor caballero, no lleva camino determinado, como no le suelen llevar los que buscan las aventuras, vuesa merced se venga con nosotros: verá una de las mejores bodas y más ricas que hasta el día de hoy se habrán celebrado en la Mancha, ni en otras muchas leguas a la redonda.

      Preguntóle don Quijote si eran de algún príncipe, que así las ponderaba.

      -No son -respondió el estudiante- sino de un labrador y una labradora: él, el más rico de toda esta tierra; y ella, la más hermosa que han visto los hombres. El aparato con que se han de hacer es estraordinario y nuevo, porque se han de celebrar en un prado que está junto al pueblo de la novia, a quien por excelencia llaman Quiteria la hermosa, y el desposado se llama Camacho el rico; ella de edad de diez y ocho años, y él de veinte y dos; ambos para en uno, aunque algunos curiosos que tienen de memoria los linajes de todo el mundo quieren decir que el de la hermosa Quiteria se aventaja al de Camacho; pero ya no se mira en esto, que las riquezas son poderosas de soldar muchas quiebras. (N) En efecto, el tal Camacho es liberal y hásele antojado de enramar y cubrir todo el prado por arriba, de tal suerte que el sol se ha de ver en trabajo si quiere entrar a visitar las yerbas verdes de que está cubierto el suelo. Tiene asimesmo maheridas danzas, así de espadas como de cascabel menudo, (N) que hay en su pueblo quien los repique y sacuda por estremo; de zapateadores no digo nada, que es un juicio los que tiene muñidos; pero ninguna de las cosas referidas ni otras muchas que he dejado de referir ha de hacer más memorables estas bodas, sino las que imagino (N) que hará en ellas el despechado Basilio. Es este Basilio un zagal vecino del mesmo lugar de Quiteria, el cual tenía su casa pared y medio de la de los padres de Quiteria, de donde tomó ocasión el amor de renovar al mundo los ya olvidados amores (N) de Píramo y Tisbe, porque Basilio se enamoró de Quiteria desde sus tiernos y primeros años, y ella fue correspondiendo a su deseo con mil honestos favores, tanto, que se contaban por entretenimiento en el pueblo los amores de los dos niños Basilio y Quiteria. Fue creciendo la edad, y acordó el padre de Quiteria de estorbar a Basilio la ordinaria entrada que en su casa tenía; y, por quitarse de andar receloso y lleno de sospechas, ordenó de casar a su hija con el rico Camacho, no pareciéndole ser bien casarla con Basilio, que no tenía tantos bienes de fortuna como de naturaleza; pues si va a decir las verdades sin invidia, él es el más ágil mancebo que conocemos: gran tirador de barra, luchador estremado y gran jugador de pelota; corre como un gamo, salta más que una cabra y birla a los bolos (N) como por encantamento; canta como una calandria, y toca una guitarra, que la hace hablar, y, sobre todo, juega una espada como el más pintado.

      -Por esa sola gracia -dijo a esta sazón don Quijote - , merecía ese mancebo no sólo casarse con la hermosa Quiteria, sino con la mesma reina Ginebra, si fuera hoy viva, a pesar de Lanzarote (N) y de todos aquellos que estorbarlo quisieran.

      -¡ A mi mujer con eso ! -dijo Sancho Panza, que hasta entonces había ido callando y escuchando - , la cual no quiere sino que cada uno case con su igual, (N) ateniéndose al refrán que dicen "cada oveja con su pareja". Lo que yo quisiera es que ese buen Basilio, que ya me le voy aficionando, (N) se casara con esa señora Quiteria; que buen siglo hayan y buen poso, (N) iba a decir al revés, los que estorban que se casen los que bien se quieren. (N)

      -Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar - dijo don Quijote - , quitaríase la eleción y juridición a los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben; y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle, a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín; (N) que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle. Quiere hacer uno un viaje largo, y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse; pues, ¿ por qué no hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, como es la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, (N) que si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle. Muchas más cosas pudiera decir en esta materia, si no lo estorbara el deseo que tengo de saber si le queda más que decir al señor licenciado acerca de la historia de Basilio.

      A lo que respondió el estudiante bachiller, o licenciado, como le llamó don Quijote, que.

      -De todo no me queda más que decir sino que desde el punto que Basilio supo que la hermosa Quiteria se casaba con Camacho el rico, nunca más le han visto reír ni hablar razón concertada, y siempre anda pensativo y triste, hablando entre sí mismo, con que da ciertas y claras señales de que se le ha vuelto el juicio: come poco y duerme poco, y lo que come son frutas, y en lo que duerme, si duerme, es en el campo, sobre la dura tierra, como animal bruto; mira de cuando en cuando al cielo, y otras veces clava los ojos en la tierra, con tal embelesamiento, que no parece sino estatua vestida que el aire le mueve la ropa. (N) En fin, él da tales muestras de tener apasionado el corazón, que tememos todos los que le conocemos que el dar el sí mañana la hermosa Quiteria ha de ser la sentencia de su muerte.

      -Dios lo hará mejor -dijo Sancho-; que Dios, que da la llaga, da la medicina; nadie sabe lo que está por venir: de aquí a mañana muchas horas hay, y en una, y aun en un momento, se cae la casa; yo he visto llover y hacer sol, todo a un mesmo punto; tal se acuesta sano la noche, que no se puede mover otro día. Y díganme, ¿ por ventura habrá quien se alabe que tiene echado un clavo a la rodaja de la Fortuna? (N) No, por cierto; y entre el sí y el no de la mujer no me atrevería yo a poner una punta de alfiler, porque no cabría. Denme a mí que Quiteria quiera de buen corazón y de buena voluntad a Basilio, que yo le daré a él un saco de buena ventura: que el amor, según yo he oído decir, mira con unos antojos (N) que hacen parecer oro al cobre, a la pobreza riqueza, y a las lagañas perlas.

      -¿ Adónde vas a parar, Sancho, que seas maldito? - dijo don Quijote-; que cuando comienzas a ensartar refranes y cuentos, no te puede esperar sino el mesmo Judas, que te lleve. Dime, animal, ¿ qué sabes tú de clavos, ni de rodajas, ni de otra cosa ninguna.

      -¡ Oh ! Pues si no me entienden -respondió Sancho - , no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates. Pero no importa: yo me entiendo, y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho; sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos.

      -Fiscal has de decir -dijo don Quijote-, que no friscal, (N) prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda.

      -No se apunte vuestra merced conmigo (N) - respondió Sancho-, pues sabe que no me he criado en la Corte, ni he estudiado en Salamanca, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos. Sí, que, ¡ válgame Dios !, no hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano, (N) y toledanos puede haber que no las corten en el aire en esto del hablar polido.

      -Así es -dijo el licenciado-, porque no pueden hablar tan bien los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor, y todos son toledanos. El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda: dije discretos porque hay muchos que no lo son, y la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso. Yo, señores, por mis pecados, he estudiado Cánones en Salamanca, y pícome algún tanto de decir mi razón con palabras claras, llanas y significantes.

      -Si no os picáredes más de saber más menear las negras (N) que lleváis que la lengua - dijo el otro estudiante-, vos llevárades el primero en licencias, como llevastes cola. (N)

      -Mirad, bachiller -respondió el licenciado-: vos estáis en la más errada opinión del mundo acerca de la destreza de la espada, teniéndola por vana.

      -Para mí no es opinión, sino verdad asentada - replicó Corchuelo-; y si queréis que os lo muestre con la experiencia, espadas traéis, comodidad hay, yo pulsos y fuerzas tengo, que acompañadas de mi ánimo, que no es poco, os harán confesar que yo no me engaño. Apeaos, y usad de vuestro compás de pies, de vuestros círculos y vuestros ángulos y ciencia; que yo espero de haceros ver estrellas (N) a mediodía con mi destreza moderna y zafia, en quien espero, después de Dios, que está por nacer hombre que me haga volver las espaldas, y que no le hay en el mundo a quien yo no le haga perder tierra.

      -En eso de volver, o no, las espaldas no me meto - replico el diestro (N) -; aunque podría ser que en la parte donde la vez primera clavásedes el pie, allí os abriesen la sepultura: quiero decir que allí quedásedes muerto por la despreciada destreza.

      -Ahora se verá -respondió Corchuelo.

      Y, apeándose con gran presteza de su jumento, (N) tiró con furia de una de las espadas que llevaba el licenciado en el suyo.

      -No ha de ser así (N) -dijo a este instante don Quijote-, que yo quiero ser el maestro desta esgrima, y el juez desta muchas veces no averiguada cuestión.

      Y, apeándose de Rocinante y asiendo de su lanza, se puso en la mitad del camino, a tiempo que ya el licenciado, con gentil donaire de cuerpo y compás de pies, se iba contra Corchuelo, que contra él se vino, lanzando, como decirse suele, fuego por los ojos. Los otros dos labradores del acompañamiento, sin apearse de sus pollinas, sirvieron de aspetatores en la mortal tragedia. (N) Las cuchilladas, estocadas, (N) altibajos, reveses y mandobles que tiraba Corchuelo eran sin número, más espesas que hígado y más menudas que granizo. (N) Arremetía como un león irritado, pero salíale al encuentro un tapaboca de la zapatilla de la espada del licenciado, que en mitad de su furia le detenía, y se la hacía besar como si fuera reliquia, aunque no con tanta devoción como las reliquias deben y suelen besarse.

      Finalmente, el licenciado le contó a estocadas todos los botones de una media sotanilla (N) que traía vestida, haciéndole tiras los faldamentos, como colas de pulpo; derribóle el sombrero dos veces, y cansóle de manera que de despecho, cólera y rabia asió la espada por la empuñadura, (N) y arrojóla por el aire con tanta fuerza, que uno de los labradores asistentes, que era escribano, que fue por ella, dio después por testimonio que la alongó de sí casi tres cuartos de legua; el cual testimonio sirve y ha servido para que se conozca y vea con toda verdad cómo la fuerza es vencida del arte.

      Sentóse cansado Corchuelo, y llegándose a él Sancho, le dijo.

      -Mía fe, señor bachiller, si vuesa merced toma mi consejo, de aquí adelante no ha de desafiar a nadie a esgrimir, sino a luchar o a tirar la barra, pues tiene edad y fuerzas para ello; que destos a quien llaman diestros he oído decir que meten una punta de una espada por el ojo de una aguja.

      -Yo me contento -respondió Corchuelo- de haber caído de mi burra, y de que me haya mostrado la experiencia la verdad, de quien tan lejos estaba.

      Y, levantándose, abrazó al licenciado, y quedaron más amigos que de antes, y no queriendo esperar al escribano, que había ido por la espada, por parecerle que tardaría mucho; y así, determinaron seguir, por llegar temprano a la aldea de Quiteria, de donde todos eran.

      En lo que faltaba del camino, les fue contando el licenciado las excelencias de la espada, (N) con tantas razones demostrativas y con tantas figuras y demostraciones matemáticas, que todos quedaron enterados de la bondad de la ciencia, y Corchuelo reducido de su pertinacia.

      Era anochecido, pero antes que llegasen les pareció a todos que estaba delante del pueblo un cielo lleno de inumerables y resplandecientes estrellas. Oyeron, asimismo, confusos y suaves sonidos de diversos instrumentos, como de flautas, tamborinos, salterios, albogues, panderos y sonajas; y cuando llegaron cerca vieron que los árboles de una enramada, que a mano habían puesto a la entrada del pueblo, estaban todos llenos de luminarias, a quien no ofendía el viento, que entonces no soplaba sino tan manso que no tenía fuerza para mover las hojas de los árboles. (N) Los músicos eran los regocijadores de la boda, que en diversas cuadrillas por aquel agradable sitio andaban, unos bailando, y otros cantando, (N) y otros tocando la diversidad de los referidos instrumentos. En efecto, no parecía sino que por todo aquel prado andaba corriendo la alegría y saltando el contento.

      Otros muchos andaban ocupados en levantar andamios, de donde con comodidad pudiesen ver otro día las representaciones y danzas que se habían de hacer en aquel lugar dedicado para solenizar las bodas del rico Camacho y las exequias de Basilio. No quiso entrar en el lugar don Quijote, aunque se lo pidieron así el labrador (N) como el bachiller; pero él dio por disculpa, bastantísima a su parecer, ser costumbre de los caballeros andantes dormir por los campos y florestas antes que en los poblados, aunque fuese debajo de dorados techos; y con esto, se desvió un poco del camino, bien contra la voluntad de Sancho, viniéndosele a la memoria el buen alojamiento que había tenido en el castillo o casa de don Diego.







Parte II -- Capítulo XX . Donde se cuentan las bodas de Camacho (N) el rico, con el suceso de Basilio el pobre.

      Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo, con el ardor de sus calientes rayos, las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase, cuando don Quijote, sacudiendo la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero Sancho, que aún todavía roncaba; (N) lo cual visto por don Quijote, antes que le despertase, le dijo.

      -¡ Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado, duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores, ni sobresaltan encantamentos ! Duerme, digo otra vez, (N) y lo diré otras ciento, sin que te tengan en contina vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento; que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto: contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia.

      A todo esto no respondió Sancho, porque dormía, ni despertara tan presto si don Quijote con el cuento de la lanza no le hiciere volver en sí. Despertó, en fin, soñoliento y perezoso, y, volviendo el rostro a todas partes, dijo.

      -De la parte desta enramada, si no me engaño, sale un tufo y olor harto más de torreznos asados que de juncos y tomillos: (N) bodas que por tales olores comienzan, para mi santiguada que deben de ser abundantes y generosas.

      -Acaba, glotón -dijo don Quijote-; ven, iremos a ver estos desposorios, por ver lo que hace el desdeñado Basilio.

      -Mas que haga lo que quisiere -respondió Sancho-: no fuera él pobre y casárase con Quiteria. ¿ No hay más sino tener un cuarto y querer alzarse por las nubes? A la fe, señor, yo soy de parecer que el pobre debe de contentarse con lo que hallare, y no pedir cotufas en el golfo. Yo apostaré un brazo que puede Camacho envolver en reales a Basilio; y si esto es así, como debe de ser, bien boba fuera Quiteria en desechar las galas y las joyas que le debe de haber dado, y le puede dar Camacho, por escoger el tirar de la barra y el jugar de la negra de Basilio. Sobre un buen tiro de barra o sobre una gentil treta de espada no dan un cuartillo de vino en la taberna. Habilidades y gracias que no son vendibles, mas que las tenga el conde Dirlos; (N) pero, cuando las tales gracias caen sobre quien tiene buen dinero, (N) tal sea mi vida como ellas parecen. Sobre un buen cimiento se puede levantar un buen edificio, y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero. (N)

      -Por quien Dios es, Sancho -dijo a esta sazón don Quijote-, que concluyas con tu arenga; que tengo para mí que si te dejasen seguir en las que a cada paso comienzas, no te quedaría tiempo para comer ni para dormir, que todo le gastarías en hablar.

      -Si vuestra merced tuviera buena memoria -replicó Sancho-, debiérase acordar de los capítulos de nuestro concierto antes que esta última vez saliésemos de casa: uno dellos fue que me había de dejar hablar todo aquello que quisiese, con que no fuese contra el prójimo ni contra la autoridad de vuesa merced; y hasta agora me parece que no he contravenido contra el tal capítulo. (N)

      -Yo no me acuerdo, Sancho -respondió don Quijote - , del tal capítulo; y, puesto que sea así, quiero que calles y vengas, que ya los instrumentos que anoche oímos vuelven a alegrar los valles, y sin duda los desposorios se celebrarán en el frescor de la mañana, y no en el calor de la tarde.

      Hizo Sancho lo que su señor le mandaba, y, poniendo la silla a Rocinante y la albarda al rucio, subieron los dos, y paso ante paso se fueron entrando (N) por la enramada.

      Lo primero que se le ofreció a la vista de Sancho fue, espetado en un asador de un olmo entero, un entero novillo; (N) y en el fuego donde se había de asar ardía un mediano monte de leña, y seis ollas que alrededor de la hoguera estaban no se habían hecho en la común turquesa de las demás ollas, porque eran seis medias tinajas, que cada una cabía un rastro de carne: así embebían y encerraban en sí carneros enteros, sin echarse de ver, como si fueran palominos; las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma que estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza de diversos géneros eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase.

      Contó Sancho más de sesenta zaques de más de a dos arrobas cada uno, y todos llenos, según después pareció, de generosos vinos; así había rimeros de pan blanquísimo, como los suele haber de montones de trigo (N) en las eras; los quesos, puestos como ladrillos enrejados, formaban una muralla, y dos calderas de aceite, mayores que las de un tinte, servían de freír cosas de masa, que con dos valientes palas las sacaban fritas y las zabullían en otra caldera de preparada miel que allí junto estaba.

      Los cocineros y cocineras pasaban de cincuenta: todos limpios, todos diligentes y todos contentos. En el dilatado vientre del novillo estaban doce tiernos y pequeños lechones, que, cosidos por encima, (N) servían de darle sabor y enternecerle. Las especias de diversas suertes no parecía haberlas comprado por libras, sino por arrobas, y todas estaban de manifiesto en una grande arca. Finalmente, el aparato de la boda era rústico, pero tan abundante que podía sustentar a un ejército.

      Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba, y de todo se aficionaba: primero le cautivaron y rindieron el deseo las ollas, de quién él tomara de bonísima gana un mediano puchero; luego le aficionaron la voluntad los zaques; y, últimamente, las frutas de sartén, si es que se podían llamar sartenes las tan orondas calderas; (N) y así, sin poderlo sufrir ni ser en su mano hacer otra cosa, se llegó a uno de los solícitos cocineros, y, con corteses y hambrientas (N) razones, le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas. A lo que el cocinero respondió.

      -Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene juridición la hambre, merced al rico Camacho. Apeaos y mirad si hay por ahí un cucharón, y espumad una gallina o dos, y buen provecho os hagan.

      -No veo ninguno -respondió Sancho.

      -Esperad -dijo el cocinero-. ¡ Pecador de mí, y qué melindroso y para poco debéis de ser !

      Y, diciendo esto, asió de un caldero, y, encajándole en una de las medias tinajas, sacó en él tres gallinas y dos gansos, y dijo a Sancho:

      -Comed, amigo, y desayunaos con esta espuma, (N) en tanto que se llega la hora del yantar.

      -No tengo en qué echarla -respondió Sancho.

      -Pues llevaos -dijo el cocinero- la cuchara y todo, que la riqueza y el contento de Camacho todo lo suple.

      En tanto, pues, que esto pasaba Sancho, estaba don Quijote mirando cómo, por una parte de la enramada, entraban hasta doce labradores sobre doce hermosísimas yeguas, con ricos y vistosos jaeces de campo y con muchos cascabeles en los petrales, (N) y todos vestidos de regocijo y fiestas; los cuales, en concertado tropel, corrieron no una, sino muchas carreras por el prado, con regocijada algazara y grita, diciendo.

      -¡ Vivan Camacho y Quiteria: él tan rico como ella hermosa, y ella la más hermosa del mundo.

      Oyendo lo cual don Quijote, dijo entre sí. (N)

      -Bien parece que éstos no han visto a mi Dulcinea del Toboso, que si la hubieran visto, ellos se fueran a la mano en las alabanzas desta su Quiteria.

      De allí a poco comenzaron a entrar por diversas partes de la enramada muchas y diferentes danzas, entre las cuales venía una de espadas, de hasta veinte y cuatro zagales de gallardo parecer y brío, todos vestidos de delgado y blanquísimo lienzo, con sus paños de tocar, labrados de varias colores de fina seda; (N) y al que los guiaba, que era un ligero mancebo, preguntó uno de los de las yeguas si se había herido alguno de los danzantes.

      -Por ahora, bendito sea Dios, no se ha herido nadie: todos vamos sanos.

      Y luego comenzó a enredarse con los demás compañeros, con tantas vueltas y con tanta destreza que, aunque don Quijote estaba hecho a ver semejantes danzas, ninguna le había parecido tan bien como aquélla.

      También le pareció bien otra que entró de doncellas hermosísimas, tan mozas que, al parecer, ninguna bajaba de catorce ni llegaba a diez y ocho años, vestidas todas de palmilla verde, los cabellos parte tranzados y parte sueltos, pero todos tan rubios, que con los del sol podían tener competencia, sobre los cuales traían guirnaldas de jazmines, rosas, amaranto y madreselva compuestas. Guiábalas un venerable viejo y una anciana matrona, pero más ligeros y sueltos que sus años prometían. Hacíales el son una gaita zamorana, y ellas, llevando en los rostros y en los ojos a la honestidad y en los pies a la ligereza, (N) se mostraban las mejores bailadoras del mundo.

      Tras ésta entró otra danza de artificio y de las que llaman habladas. (N) Era de ocho ninfas, repartidas en dos hileras: de la una hilera era guía el dios Cupido, y de la otra, el Interés; aquél, adornado de alas, arco, aljaba y saetas; éste, vestido de ricas y diversas colores de oro y seda. Las ninfas que al Amor seguían traían a las espaldas, en pargamino blanco y letras grandes, escritos sus nombres: poesía era el título de la primera, el de la segunda discreción, el de la tercera buen linaje, el de la cuarta valentía; del modo mesmo venían señaladas las que al Interés seguían: decía liberalidad el título de la primera, dádiva el de la segunda, tesoro el de la tercera y el de la cuarta posesión pacífica. Delante de todos venía un castillo de madera, a quien tiraban cuatro salvajes, todos vestidos de yedra (N) y de cáñamo teñido de verde, tan al natural, que por poco espantaran a Sancho. En la frontera del castillo y en todas cuatro partes de sus cuadros (N) traía escrito: castillo del buen recato. Hacíanles el son cuatro diestros tañedores de tamboril y flauta.

      Comenzaba la danza Cupido, y, habiendo hecho dos mudanzas, alzaba los ojos y flechaba el arco contra una doncella que se ponía entre las almenas del castillo, a la cual desta suerte dijo: -Yo soy el dios poderoso
en el aire y en la tierra
y en el ancho mar undoso,
y en cuanto el abismo encierra
en su báratro espantoso.
Nunca conocí qué es miedo;
todo cuanto quiero puedo,
aunque quiera lo imposible,
y en todo lo que es posible
mando, quito, pongo y vedo. (N)


      Acabó la copla, disparó una flecha por lo alto del castillo y retiróse a su puesto. Salió luego el Interés, y hizo otras dos mudanzas; callaron los tamborinos, y él dijo: -Soy quien puede más que Amor,
y es Amor el que me guía;
soy de la estirpe mejor
que el cielo en la tierra cría,
más conocida y mayor.
Soy el Interés, en quien
pocos suelen obrar bien,
y obrar sin mí es gran milagro;
y cual soy te me consagro,
por siempre jamás, amén. (N)


      Retiróse el Interés, y hízose adelante la Poesía; la cual, después de haber hecho sus mudanzas como los demás, puestos los ojos en la doncella del castillo, dijo: -En dulcísimos conceptos,
la dulcísima Poesía,
altos, graves y discretos,
señora, el alma te envía
envuelta entre mil sonetos.
Si acaso no te importuna
mi porfía, tu fortuna,
de otras muchas invidiada,
será por mí levantada
sobre el cerco de la luna.


      Desvióse la Poesía, y de la parte del interés salió la Liberalidad, y, después de hechas sus mudanzas, dijo: -Llaman Liberalidad
al dar que el estremo huye
de la prodigalidad,
y del contrario, que arguye
tibia y floja voluntad.
Mas yo, por te engrandecer,
de hoy más, pródiga he de ser;
que, aunque es vicio, es vicio honrado
y de pecho enamorado,
que en el dar se echa de ver.


      Deste modo salieron y se retiraron todas las dos figuras de las dos escuadras, y cada uno hizo sus mudanzas y dijo sus versos, algunos elegantes y algunos ridículos, y sólo tomó de memoria don Quijote -que la tenía grande- los ya referidos; y luego se mezclaron todos, haciendo y deshaciendo lazos con gentil donaire y desenvoltura; y cuando pasaba el Amor por delante del castillo, disparaba por alto sus flechas, pero el Interés quebraba en él alcancías doradas.

      Finalmente, después de haber bailado un buen espacio, el Interés sacó un bolsón, que le formaba el pellejo de un gran gato (N) romano, que parecía estar lleno de dineros, y, arrojándole al castillo, con el golpe se desencajaron las tablas y se cayeron, dejando a la doncella descubierta y sin defensa alguna. Llegó el Interés con las figuras de su valía, y, echándola una gran cadena de oro al cuello, mostraron prenderla, rendirla y cautivarla; lo cual visto por el Amor y sus valedores, hicieron ademán de quitársela; y todas las demostraciones que hacían eran al son de los tamborinos, bailando y danzando concertadamente. Pusiéronlos en paz los salvajes, los cuales con mucha presteza volvieron a armar y a encajar las tablas del castillo, y la doncella se encerró en él como de nuevo, y con esto se acabó la danza con gran contento de los que la miraban.

      Preguntó don Quijote a una de las ninfas que quién la había compuesto y ordenado. Respondióle que un beneficiado de aquel pueblo, que tenía gentil caletre para semejantes invenciones.

      -Yo apostaré -dijo don Quijote- que debe de ser más amigo de Camacho que de Basilio (N) el tal bachiller o beneficiado, y que debe de tener más de satírico que de vísperas: ¡ bien ha encajado en la danza las habilidades de Basilio y las riquezas de Camacho.

      Sancho Panza, que lo escuchaba todo, dijo.

      -El rey es mi gallo: (N) a Camacho me atengo.

      -En fin -dijo don Quijote-, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquéllos que dicen: "¡ Viva quien vence !.

      -No sé de los que soy -respondió Sancho-, pero bien sé que nunca de ollas de Basilio sacaré yo tan elegante espuma como es esta que he sacado de las de Camacho.

      Y enseñóle el caldero lleno de gansos y de gallinas, y, asiendo de una, comenzó a comer con mucho donaire y gana, y dijo.

      -¡ A la barba de las habilidades de Basilio !, que tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agÜela mía, que son el tener y el no tener, (N) aunque ella al del tener se atenía; y el día de hoy, mi señor don Quijote, antes se toma el pulso al haber que al saber: un asno cubierto de oro parece mejor que un caballo enalbardado. Así que vuelvo a decir que a Camacho me atengo, de cuyas ollas son abundantes espumas gansos y gallinas, liebres y conejos; y de las de Basilio serán, si viene a mano, y aunque no venga sino al pie, aguachirle. (N)

      -¿ Has acabado tu arenga, Sancho? -dijo don Quijote.

      -Habréla acabado -respondió Sancho-, porque veo que vuestra merced recibe pesadumbre con ella; que si esto no se pusiera de por medio, obra había cortada para tres días.

      -Plega a Dios, Sancho -replicó don Quijote-, que yo te vea mudo antes que me muera.

      -Al paso que llevamos -respondió Sancho-, antes que vuestra merced se muera estaré yo mascando barro, y entonces podrá ser que esté tan mudo que no hable palabra hasta la fin del mundo, o, por lo menos, hasta el día del Juicio. (N)

      -Aunque eso así suceda, ¡ oh Sancho ! -respondió don Quijote-, nunca llegará tu silencio a do ha llegado lo que has hablado, hablas y tienes de hablar en tu vida; y más, que está muy puesto en razón natural que primero llegue el día de mi muerte (N) que el de la tuya; y así, jamás pienso verte mudo, ni aun cuando estés bebiendo o durmiendo, que es lo que puedo encarecer.

      -A buena fe, señor -respondió Sancho-, que no hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual también come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual (N) pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres. (N) Tiene esta señora más de poder que de melindre: no es nada asquerosa, de todo come y a todo hace, y de toda suerte de gentes, edades y preeminencias hinche sus alforjas. (N) No es segador que duerme las siestas, que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde yerba; y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y, aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría.

      -No más, Sancho -dijo a este punto don Quijote-. Tente en buenas, (N) y no te dejes caer; que en verdad que lo que has dicho de la muerte por tus rústicos términos es lo que pudiera decir un buen predicador. Dígote, Sancho que si como tienes buen natural y discreción, pudieras tomar un púlpito en la mano y irte por ese mundo predicando lindezas. .

      -Bien predica quien bien vive -respondió Sancho-, y yo no sé otras tologías.

      -Ni las has menester -dijo don Quijote-; pero yo no acabo de entender ni alcanzar cómo, siendo el principio de la sabiduría el temor de Dios, tú, que temes más a un lagarto que a Él, sabes tanto.

      -Juzgue vuesa merced, señor, de sus caballerías - respondió Sancho-, y no se meta en juzgar de los temores o valentías ajenas, que tan gentil temeroso soy yo de Dios como cada hijo de vecino; y déjeme vuestra merced despabilar esta espuma, (N) que lo demás todas son palabras ociosas, de que nos han de pedir cuenta en la otra vida.

      Y, diciendo esto, comenzó de nuevo a dar asalto a su caldero, con tan buenos alientos que despertó los de don Quijote, y sin duda le ayudara, si no lo impidiera lo que es fuerza se diga adelante.







Parte II -- Capítulo XXI . Donde se prosiguen las bodas de Camacho, con otros gustosos sucesos.

      Cuando estaban don Quijote y Sancho en las razones referidas en el capítulo antecedente, se oyeron grandes voces y gran ruido, y dábanlas y causábanle los de las yeguas, que con larga carrera y grita iban a recebir a los novios, que, rodeados de mil géneros de instrumentos y de invenciones, venían acompañados del cura, y de la parentela de entrambos, y de toda la gente más lucida de los lugares circunvecinos, todos vestidos de fiesta. Y como Sancho vio a la novia, dijo.

      -A buena fe que no viene vestida de labradora, sino de garrida palaciega. ¡ Pardiez, que según diviso, que las patenas que había de traer son ricos corales, (N) y la palmilla verde de Cuenca es terciopelo de treinta pelos ! ¡ Y montas que la guarnición es de tiras de lienzo, blanca !, ¡ voto a mí que es de raso !; pues, ¡ tomadme las manos, adornadas con sortijas de azabache !: no medre yo si no son anillos de oro, y muy de oro, y empedrados con pelras blancas como una cuajada, que cada una debe de valer un ojo de la cara. ¡ Oh hideputa, (N) y qué cabellos; que, si no son postizos, no los he visto mas luengos ni más rubios en toda mi vida ! ¡ No, sino ponedla tacha en el brío y en el talle, y no la comparéis a una palma que se mueve cargada de racimos de dátiles, que lo mesmo parecen los dijes que trae pendientes de los cabellos y de la garganta ! Juro en mi ánima que ella es una chapada moza, y que puede pasar por los bancos de Flandes. (N)

      Rióse don Quijote de las rústicas alabanzas de Sancho Panza; (N) parecióle que, fuera de su señora Dulcinea del Toboso, no había visto mujer más hermosa jamás. Venía la hermosa Quiteria algo descolorida, y debía de ser de la mala noche que siempre pasan las novias en componerse para el día venidero de sus bodas. Íbanse acercando a un teatro que a un lado del prado estaba, adornado de alfombras y ramos, adonde se habían de hacer los desposorios, y de donde habían de mirar las danzas y las invenciones; y, a la sazón que llegaban al puesto, oyeron a sus espaldas grandes voces, y una que decía.

      -Esperaos un poco, gente tan inconsiderada como presurosa. (N)

      A cuyas voces y palabras todos volvieron la cabeza, y vieron que las daba un hombre vestido, al parecer, de un sayo negro, jironado de carmesí a llamas. (N) Venía coronado -como se vio luego- con una corona de funesto ciprés; en las manos traía un bastón grande. En llegando más cerca, fue conocido de todos por el gallardo Basilio, y todos estuvieron suspensos, esperando en qué habían de parar sus voces y sus palabras, temiendo algún mal suceso de su venida en sazón semejante.

      Llegó, en fin, cansado y sin aliento, y, puesto delante de los desposados, hincando el bastón en el suelo, que tenía el cuento (N) de una punta de acero, mudada la color, puestos los ojos en Quiteria, con voz tremente (N) y ronca, estas razones dijo.

      -Bien sabes, desconocida Quiteria, que conforme a la santa ley que profesamos, que viviendo yo, tú no puedes tomar esposo; y juntamente no ignoras que, por esperar yo que el tiempo y mi diligencia mejorasen los bienes de mi fortuna, no he querido dejar de guardar el decoro que a tu honra convenía; pero tú, echando a las espaldas todas las obligaciones que debes (N) a mi buen deseo, quieres hacer señor de lo que es mío a otro, cuyas riquezas le sirven no sólo de buena fortuna, sino de bonísima ventura. (N) Y para que la tenga colmada, y no como yo pienso que la merece, sino como se la quieren dar los cielos, yo, por mis manos, desharé el imposible o el inconveniente que puede estorbársela, quitándome a mí de por medio. ¡ Viva, viva el rico Camacho con la ingrata Quiteria largos y felices siglos, y muera, muera el pobre Basilio, cuya pobreza cortó las alas de su dicha y le puso en la sepultura.

      Y, diciendo esto, asió del bastón que tenía hincado en el suelo, y, quedándose la mitad dél en la tierra, mostró que servía de vaina a un mediano estoque que en él se ocultaba; y, puesta la que se podía llamar empuñadura en el suelo, con ligero desenfado y determinado propósito se arrojó sobre él, y en un punto mostró la punta sangrienta a las espaldas, con la mitad del acerada cuchilla, quedando el triste bañado en su sangre y tendido en el suelo, de sus mismas armas traspasado.

      Acudieron luego sus amigos a favorecerle, condolidos de su miseria y lastimosa desgracia; y, dejando don Quijote a Rocinante, acudió a favorecerle y le tomó en sus brazos, y halló que aún no había espirado. Quisiéronle sacar el estoque, pero el cura, que estaba presente, fue de parecer que no se le sacasen antes de confesarle, porque el sacársele y el espirar sería todo a un tiempo. Pero, volviendo un poco en sí Basilio, con voz doliente y desmayada dijo.

      -Si quisieses, cruel Quiteria, darme en este último y forzoso trance la mano de esposa, aún pensaría que mi temeridad tendría desculpa, pues en ella alcancé el bien de ser tuyo.

      El cura, oyendo lo cual, (N) le dijo que atendiese a la salud del alma antes que a los gustos del cuerpo, y que pidiese muy de veras a Dios perdón de sus pecados y de su desesperada determinación. A lo cual replicó Basilio que en ninguna manera se confesaría si primero Quiteria no le daba la mano de ser su esposa: que aquel contento le adobaría la voluntad y le daría aliento para confesarse.

      En oyendo don Quijote la petición del herido, en altas voces dijo que Basilio pedía una cosa muy justa y puesta en razón, y además, muy hacedera, y que el señor Camacho quedaría tan honrado recibiendo a la señora Quiteria viuda del valeroso Basilio como si la recibiera del lado de su padre.

      -Aquí no ha de haber más de un sí, (N) que no tenga otro efecto que el pronunciarle, pues el tálamo de estas bodas ha de ser la sepultura.

      Todo lo oía Camacho, y todo le tenía suspenso y confuso, sin saber qué hacer ni qué decir; pero las voces de los amigos de Basilio fueron tantas, pidiéndole que consintiese que Quiteria le diese la mano de esposa, porque su alma no se perdiese, partiendo desesperado desta vida, que le movieron, y aun forzaron, a decir que si Quiteria quería dársela, que él se contentaba, pues todo era dilatar por un momento el cumplimiento de sus deseos.

      Luego acudieron todos a Quiteria, y unos con ruegos, y otros con lágrimas, y otros con eficaces razones, la persuadían que diese la mano al pobre Basilio; y ella, más dura que un mármol y más sesga que una estatua, mostraba que ni sabía ni podía, ni quería responder palabra; ni la respondiera si el cura no la dijera que se determinase presto en lo que había de hacer, porque tenía Basilio ya el alma en los dientes, y no daba lugar a esperar inresolutas determinaciones.

      Entonces la hermosa Quiteria, sin responder palabra alguna, turbada, al parecer triste y pesarosa, llegó donde Basilio estaba, ya los ojos vueltos, el aliento corto y apresurado, murmurando entre los dientes el nombre de Quiteria, dando muestras de morir como gentil, y no como cristiano. Llegó, en fin, Quiteria, y, puesta de rodillas, le pidió la mano por señas, y no por palabras. Desencajó los ojos Basilio, y, mirándola atentamente, le dijo.

      -¡ Oh Quiteria, que has venido a ser piadosa a tiempo cuando tu piedad ha de servir de cuchillo que me acabe de quitar la vida, pues ya no tengo fuerzas para llevar la gloria que me das en escogerme por tuyo, ni para suspender el dolor que tan apriesa me va cubriendo los ojos con la espantosa sombra de la muerte ! Lo que te suplico es, ¡ oh fatal estrella mía !, que la mano que me pides y quieres darme no sea por cumplimiento, ni para engañarme de nuevo, sino que confieses y digas que, sin hacer fuerza a tu voluntad, me la entregas y me la das como a tu legítimo esposo; pues no es razón que en un trance como éste me engañes, ni uses de fingimientos con quien tantas verdades ha tratado contigo.

      Entre estas razones, se desmayaba, de modo que todos los presentes pensaban que cada desmayo se había de llevar el alma consigo. Quiteria, toda honesta y toda vergonzosa, asiendo con su derecha mano la de Basilio, le dijo.

      -Ninguna fuerza fuera bastante a torcer mi voluntad; y así, con la más libre que tengo te doy la mano de legítima esposa, y recibo la tuya, si es que me la das de tu libre albedrío, sin que la turbe ni contraste la calamidad en que tu discurso acelerado te ha puesto.

      -Sí doy -respondió Basilio-, no turbado ni confuso, sino con el claro entendimiento que el cielo quiso darme; y así, me doy y me entrego por tu esposo.

      -Y yo por tu esposa -respondió Quiteria-, ahora vivas largos años, ahora te lleven de mis brazos a la sepultura.

      -Para estar tan herido este mancebo -dijo a este punto Sancho Panza-, mucho habla; háganle que se deje de requiebros y que atienda a su alma, que, a mi parecer, más la tiene en la lengua que en los dientes. (N)

      Estando, pues, asidos de las manos Basilio y Quiteria, el cura, tierno y lloroso, los echó la bendición y pidió al cielo diese buen poso al alma del nuevo desposado; el cual, así como recibió la bendición, con presta ligereza se levantó en pie, y con no vista desenvoltura se sacó el estoque, a quien servía de vaina su cuerpo.

      Quedaron todos los circunstantes admirados, y algunos dellos, más simples que curiosos, (N) en altas voces, comenzaron a decir:

      -¡ Milagro, milagro.

      Pero Basilio replicó.

      -¡ No "milagro, milagro", sino industria, industria.

      El cura, desatentado y atónito, acudió con ambas manos a tentar la herida, y halló que la cuchilla había pasado, no por la carne y costillas de Basilio, sino por un cañón hueco de hierro que, lleno de sangre, en aquel lugar bien acomodado tenía; preparada la sangre, según después se supo, de modo que no se helase.

      Finalmente, el cura y Camacho, con todos los más circunstantes, se tuvieron por burlados y escarnidos. La esposa no dio muestras de pesarle de la burla; (N) antes, oyendo decir que aquel casamiento, por haber sido engañoso, no había de ser valedero, dijo que ella le confirmaba de nuevo; de lo cual coligieron todos que de consentimiento y sabiduría de los dos se había trazado aquel caso, de lo que quedó Camacho y sus valedores tan corridos que remitieron su venganza a las manos, y, desenvainando muchas espadas, arremetieron a Basilio, en cuyo favor en un instante se desenvainaron casi otras tantas. (N) Y, tomando la delantera a caballo don Quijote, con la lanza sobre el brazo y bien cubierto de su escudo, se hacía dar lugar de todos. Sancho, a quien jamás pluguieron ni solazaron semejantes fechurías, se acogió a las tinajas, (N) donde había sacado su agradable espuma, pareciéndole aquel lugar como sagrado, que había de ser tenido en respeto. Don Quijote, a grandes voces, decía:

      -Teneos, señores, teneos, que no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace; (N) y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sean en menoscabo y deshonra de la cosa amada. Quiteria era de Basilio, y Basilio de Quiteria, por justa y favorable disposición de los cielos. Camacho es rico, y podrá comprar su gusto cuando, donde y como quisiere. Basilio no tiene más desta oveja, (N) y no se la ha de quitar alguno, por poderoso que sea; que a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre; y el que lo intentare, primero ha de pasar por la punta desta lanza.

      Y, en esto, la blandió tan fuerte y tan diestramente, que puso pavor en todos los que no le conocían, y tan intensamente se fijó en la imaginación de Camacho el desdén de Quiteria, que se la borró de la memoria en un instante; y así, tuvieron lugar con él las persuasiones del cura, que era varón prudente y bien intencionado, con las cuales quedó Camacho y los de su parcialidad pacíficos y sosegados; en señal de lo cual volvieron las espadas a sus lugares, culpando más a la facilidad de Quiteria que a la industria de Basilio; haciendo discurso Camacho que si Quiteria quería bien a Basilio doncella, también le quisiera casada, y que debía de dar gracias al cielo, más por habérsela quitado que por habérsela dado.

      Consolado, pues, y pacífico Camacho y los de su mesnada, (N) todos los de la de Basilio se sosegaron, y el rico Camacho, por mostrar que no sentía la burla, ni la estimaba en nada, quiso que las fiestas pasasen adelante como si realmente se desposara; pero no quisieron asistir a ellas Basilio ni su esposa ni secuaces; y así, se fueron a la aldea de Basilio, que también los pobres virtuosos y discretos tienen quien los siga, honre y ampare, (N) como los ricos tienen quien los lisonjee y acompañe.

      Llevarónse consigo a don Quijote, estimándole por hombre de valor y de pelo en pecho. A sólo Sancho se le escureció el alma, por verse imposibilitado de aguardar la espléndida comida y fiestas de Camacho, que duraron hasta la noche; y así, asenderado y triste, siguió a su señor, que con la cuadrilla de Basilio iba, y así se dejó atrás las ollas de Egipto, aunque las llevaba en el alma, cuya ya casi consumida y acabada espuma, que en el caldero llevaba, le representaba la gloria y la abundancia del bien que perdía; y así, congojado y pensativo, aunque sin hambre, sin apearse del rucio, siguió las huellas de Rocinante. (N)







Parte II -- Capítulo XXII . Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha.

      Grandes fueron y muchos los regalos (N) que los desposados hicieron a don Quijote, obligados de las muestras que había dado defendiendo su causa, y al par de la valentía le graduaron la discreción, teniéndole por un Cid en las armas y por un Cicerón en la elocuencia. El buen Sancho se refociló tres días a costa de los novios, de los cuales se supo que no fue traza comunicada (N) con la hermosa Quiteria el herirse fingidamente, sino industria de Basilio, esperando della el mesmo suceso que se había visto; bien es verdad que confesó que había dado parte de su pensamiento a algunos de sus amigos, para que al tiempo necesario favoreciesen su intención y abonasen su engaño.

      -No se pueden ni deben llamar (N) engaños - dijo don Quijote - los que ponen la mira en virtuosos fines.

      Y que el de casarse los enamorados era el fin de más excelencia, advirtiendo que el mayor contrario que el amor tiene es la hambre y la continua necesidad, porque el amor es todo alegría, regocijo y contento, y más cuando el amante está en posesión de la cosa amada, contra quien son enemigos opuestos y declarados (N) la necesidad y la pobreza; y que todo esto decía con intención de que se dejase el señor Basilio de ejercitar las habilidades que sabe, que, aunque le daban fama, no le daban dineros, y que atendiese a granjear hacienda por medios lícitos e industriosos, que nunca faltan a los prudentes y aplicados.

      -El pobre honrado, si es que puede ser honrado el pobre, (N) tiene prenda en tener mujer hermosa, que, cuando se la quitan, le quitan la honra y se la matan. La mujer hermosa y honrada, cuyo marido es pobre, merece ser coronada con laureles y palmas de vencimiento y triunfo. La hermosura, por sí sola, atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo gustoso (N) se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros; pero si a la tal hermosura se le junta la necesidad y la estrecheza, también la embisten los cuervos, los milanos y las otras aves de rapiña; y la que está a tantos encuentros firme bien merece llamarse corona de su marido. (N) Mirad, discreto Basilio -añadió don Quijote - : opinión fue de no sé qué sabio que no había en todo el mundo sino una sola mujer buena, y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que aquella sola buena era la suya, y así viviría contento. Yo no soy casado, ni hasta agora me ha venido en pensamiento serlo; (N) y, con todo esto, me atrevería a dar consejo al que me lo pidiese del modo que había de buscar la mujer con quien se quisiese casar. Lo primero, le aconsejaría que mirase más a la fama que a la hacienda, porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo; que mucho más dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas y libertades públicas que las maldades secretas. Si traes buena mujer a tu casa, fácil cosa sería conservarla, y aun mejorarla, en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el enmendarla: que no es muy hacedero pasar de un estremo a otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso.

      Oía todo esto Sancho, y dijo entre sí.

      -Este mi amo, cuando yo hablo cosas de meollo y de sustancia suele decir que podría yo tomar un púlpito en las manos (N) y irme por ese mundo adelante predicando lindezas; y yo digo dél que cuando comienza a enhilar sentencias y a dar consejos, no sólo puede tomar púlpito en las manos, sino dos en cada dedo, y andarse por esas plazas a ¿ qué quieres boca? ¡ Válate el diablo por caballero andante, que tantas cosas sabes ! Yo pensaba en mi ánima que sólo podía saber aquello que tocaba a sus caballerías, pero no hay cosa donde no pique y deje de meter su cucharada.

      Murmuraba esto algo Sancho, y entreoyóle su señor, y preguntóle:

      -¿ Qué murmuras, Sancho.

      -No digo nada, ni murmuro de nada -respondió Sancho - ; sólo estaba diciendo entre mí que quisiera haber oído lo que vuesa merced aquí ha dicho antes que me casara, que quizá dijera yo agora: "El buey suelto bien se lame".

      -¿ Tan mala es tu Teresa, Sancho? -dijo don Quijote.

      -No es muy mala -respondió Sancho-, pero no es muy buena; a lo menos, no es tan buena como yo quisiera.

      -Mal haces, Sancho -dijo don Quijote-, en decir mal de tu mujer, que, en efecto, es madre de tus hijos.

      -No nos debemos nada -respondió Sancho-, que también ella dice mal de mí cuando se le antoja, especialmente cuando está celosa, que entonces súfrala el mesmo Satanás.

      Finalmente, tres días estuvieron con los novios, donde fueron regalados y servidos como cuerpos de rey. Pidió don Quijote al diestro licenciado le diese una guía (N) que le encaminase a la cueva de Montesinos, (N) porque tenía gran deseo de entrar en ella y ver a ojos vistas (N) si eran verdaderas las maravillas que de ella se decían por todos aquellos contornos. El licenciado le dijo que le daría a un primo suyo, famoso estudiante y muy aficionado a leer libros de caballerías, el cual con mucha voluntad le pondría a la boca de la mesma cueva, y le enseñaría las lagunas de Ruidera, famosas ansimismo en toda la Mancha, y aun en toda España; y díjole que llevaría con él gustoso entretenimiento, a causa que era mozo que sabía hacer libros para imprimir y para dirigirlos a príncipes. Finalmente, el primo vino con una pollina preñada, cuya albarda cubría un gayado tapete o arpillera. (N) Ensilló Sancho a Rocinante y aderezó al rucio, proveyó sus alforjas, a las cuales acompañaron las del primo, asimismo bien proveídas, y, encomendándose a Dios y despediéndose de todos, se pusieron en camino, tomando la derrota de la famosa cueva de Montesinos.

      En el camino preguntó don Quijote al primo de qué género y calidad eran sus ejercicios, su profesión y estudios; a lo que él respondió que su profesión era ser humanista; sus ejercicios y estudios, componer libros para dar a la estampa, todos de gran provecho y no menos entretenimiento para la república; que el uno se intitulaba el de las libreas, donde pinta setecientas y tres libreas, con sus colores, motes y cifras, (N) de donde podían sacar y tomar las que quisiesen en tiempo de fiestas y regocijos los caballeros cortesanos, sin andarlas mendigando de nadie, ni lambicando, como dicen, el cerbelo, por sacarlas conformes a sus deseos e intenciones.

      -Porque doy al celoso, al desdeñado, al olvidado y al ausente las que les convienen, que les vendrán más justas que pecadoras. (N) Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, (N) o Ovidio español, de invención nueva y rara; porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena, (N) quién el Caño de Vecinguerra, de Córdoba, quiénes los Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés, en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora; y esto, con sus alegorías, metáforas y translaciones, de modo que alegran, suspenden y enseñan a un mismo punto. Otro libro tengo, que le llamo Suplemento a Virgilio Polidoro, que trata de la invención de las cosas, (N) que es de grande erudición y estudio, a causa que las cosas que se dejó de decir Polidoro de gran sustancia, las averiguo yo, y las declaro por gentil estilo. Olvidósele a Virgilio de declararnos quién fue el primero que tuvo catarro en el mundo, y el primero que tomó las unciones para curarse del morbo gálico, (N) y yo lo declaro al pie de la letra, y lo autorizo con más de veinte y cinco autores: porque vea vuesa merced si he trabajado bien y si ha de ser útil el tal libro a todo el mundo.

      Sancho, que había estado muy atento a la narración del primo, le dijo.

      -Dígame, señor, así Dios le dé buena manderecha (N) en la impresión de sus libros: ¿ sabríame decir, que sí sabrá, pues todo lo sabe, quién fue el primero que se rascó en la cabeza, que yo para mí tengo que debió de ser nuestro padre Adán.

      -Sí sería -respondió el primo-, porque Adán no hay duda sino que tuvo cabeza y cabellos; y, siendo esto así, y siendo el primer hombre del mundo, alguna vez se rascaría.

      -Así lo creo yo -respondió Sancho-; pero dígame ahora: ¿ quién fue el primer volteador del mundo.

      -En verdad, hermano -respondió el primo-, que no me sabré determinar por ahora, hasta que lo estudie. Yo lo estudiaré, en volviendo adonde tengo mis libros, y yo os satisfaré cuando otra vez nos veamos, (N) que no ha de ser ésta la postrera.

      -Pues mire, señor -replicó Sancho-, no tome trabajo en esto, que ahora he caído en la cuenta de lo que le he preguntado. Sepa que el primer volteador del mundo fue Lucifer, cuando le echaron o arrojaron del cielo, que vino volteando hasta los abismos.

      -Tienes razón, amigo -dijo el primo.

      Y dijo don Quijote.

      -Esa pregunta y respuesta no es tuya, Sancho: a alguno las has oído decir.

      -Calle, señor -replicó Sancho-, que a buena fe que si me doy a preguntar y a responder, que no acabe de aquí a mañana. Sí, que para preguntar necedades y responder disparates no he menester yo andar buscando ayuda de vecinos.

      -Más has dicho, Sancho, de lo que sabes -dijo don Quijote-; que hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que, después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria.

      En estas y otras gustosas pláticas se les pasó aquel día, y a la noche se albergaron en una pequeña aldea, adonde el primo dijo a don Quijote que desde allí a la cueva de Montesinos no había más de dos leguas, y que si llevaba determinado de entrar en ella, era menester proverse de sogas, para atarse y descolgarse en su profundidad.

      Don Quijote dijo que, aunque llegase al abismo, había de ver dónde paraba; y así, compraron casi cien brazas de soga, y otro día, a las dos de la tarde, llegaron a la cueva, (N) cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas, tan espesas y intricadas, que de todo en todo la ciegan y encubren. En viéndola, se apearon el primo, Sancho y don Quijote, al cual los dos le ataron luego fortísimamente con las sogas; y, en tanto que le fajaban y ceñían, le dijo Sancho.

      -Mire vuestra merced, señor mío, lo que hace: no se quiera sepultar en vida, ni se ponga adonde parezca frasco que le ponen a enfriar en algún pozo. (N) Sí, que a vuestra merced no le toca ni atañe ser el escudriñador desta que debe de ser peor que mazmorra.

      -Ata y calla -respondió don Quijote-, que tal empresa como aquésta, Sancho amigo, para mí estaba guardada. (N)

      Y entonces dijo la guía.

      -Suplico a vuesa merced, señor don Quijote, que mire bien y especule con cien ojos lo que hay allá dentro: quizá habrá cosas que las ponga yo en el libro de mis Transformaciones.

      -En manos está el pandero que le sabrá bien tañer (N) - respondió Sancho Panza.

      Dicho esto y acabada la ligadura de don Quijote -que no fue sobre el arnés, sino sobre el jubón de armar-, (N) dijo don Quijote:

      -Inadvertidos hemos andado en no habernos proveído de algún esquilón pequeño, que fuera atado junto a mí en esta mesma soga, con cuyo sonido se entendiera que todavía bajaba y estaba vivo; pero, pues ya no es posible, a la mano de Dios, que me guíe.

      Y luego se hincó de rodillas y hizo una oración en voz baja al cielo, pidiendo a Dios le ayudase y le diese buen suceso en aquella, al parecer, peligrosa y nueva aventura, y en voz alta dijo luego.

      -¡ Oh señora de mis acciones (N) y movimientos, clarísima y sin par Dulcinea del Toboso ! Si es posible que lleguen a tus oídos las plegarias y rogaciones deste tu venturoso amante, por tu inaudita belleza te ruego las escuches, que no son otras que rogarte no me niegues tu favor y amparo, ahora que tanto le he menester. Yo voy a despeñarme, a empozarme y a hundirme en el abismo que aquí se me representa, sólo porque conozca el mundo que si tú me favoreces, no habrá imposible a quien yo no acometa y acabe.

      Y, en diciendo esto, se acercó a la sima; vio no ser posible descolgarse, ni hacer lugar a la entrada, si no era a fuerza de brazos, o a cuchilladas, y así, poniendo mano a la espada, comenzó a derribar y a cortar de aquellas malezas que a la boca de la cueva estaban, por cuyo ruido y estruendo salieron por ella una infinidad de grandísimos cuervos y grajos, tan espesos y con tanta priesa, que dieron con don Quijote en el suelo; y si él fuera tan agorero como católico cristiano, lo tuviera a mala señal y escusara de encerrarse en lugar semejante.

      Finalmente se levantó, y, viendo que no salían más cuervos ni otras aves noturnas, como fueron murciélagos, que asimismo entre los cuervos salieron, dándole soga el primo y Sancho, se dejó calar al fondo de la caverna espantosa; y, al entrar, echándole Sancho su bendición y haciendo sobre él mil cruces, dijo.

      -¡ Dios te guíe y la Peña de Francia, (N) junto con la Trinidad de Gaeta, (N) flor, nata y espuma de los caballeros andantes ! ¡ Allá vas, valentón del mundo, corazón de acero, brazos de bronce ! ¡ Dios te guíe, otra vez, y te vuelva libre, sano y sin cautela a la luz desta vida, que dejas por enterrarte en esta escuridad que buscas.

      Casi las mismas plegarias y deprecaciones hizo el primo.

      Iba don Quijote dando voces que le diesen soga y más soga, (N) y ellos se la daban poco a poco; y cuando las voces, que acanaladas por la cueva salían, dejaron de oírse, ya ellos tenían descolgadas las cien brazas de soga, y fueron de parecer de volver a subir a don Quijote, pues no le podían dar más cuerda. Con todo eso, se detuvieron como media hora, al cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se quedaba dentro; y, creyéndolo así, Sancho lloraba amargamente y tiraba con mucha priesa por desengañarse, pero, llegando, a su parecer, a poco más de las ochenta brazas, sintieron peso, de que en estremo se alegraron. Finalmente, a las diez vieron distintamente a don Quijote, a quien dio voces Sancho, diciéndole.

      -Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta.

      Pero no respondía palabra don Quijote; y, sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y con todo esto no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara; y, mirando a una y otra parte, como espantado, dijo.

      -Dios os lo perdone, amigos; que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, o se marchitan como la flor del campo. ¡ Oh desdichado Montesinos ! ¡ Oh mal ferido Durandarte ! ¡ Oh sin ventura Belerma ! ¡ Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos.

      Escuchaban el primo y Sancho las palabras de don Quijote, que las decía como si con dolor inmenso las sacara de las entrañas. Suplicáronle les diese a entender lo que decía, y les dijese lo que en aquel infierno había visto.

      -¿ Infierno le llamáis? -dijo don Quijote-; pues no le llaméis ansí, porque no lo merece, como luego veréis.

      Pidió que le diesen algo de comer, que traía grandísima hambre. Tendieron la arpillera del primo sobre la verde yerba, acudieron a la despensa de sus alforjas, y, sentados todos tres en buen amor y compaña, merendaron y cenaron, todo junto. Levantada la arpillera, dijo don Quijote de la Mancha.

      -No se levante nadie, y estadme, hijos, todos atentos. (N)







Parte II -- Capítulo XXIII . De las admirables cosas que el estremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa. (N)

      Las cuatro de la tarde serían cuando el sol, entre nubes cubierto, con luz escasa y templados rayos, dio lugar a don Quijote para que, sin calor y pesadumbre, contase a sus dos clarísimos oyentes (N) lo que en la cueva de Montesinos había visto. Y comenzó en el modo siguiente.

      -A obra de doce o catorce estados de la profundidad desta mazmorra, a la derecha mano, (N) se hace una concavidad y espacio capaz de poder caber en ella un gran carro con sus mulas. Éntrale una pequeña luz por unos resquicios o agujeros, que lejos le responden, abiertos en la superficie de la tierra. Esta concavidad y espacio vi yo a tiempo cuando ya iba cansado y mohíno de verme, pendiente y colgado de la soga, caminar por aquella escura región abajo, sin llevar cierto ni determinado camino; y así, determiné entrarme en ella y descansar un poco. Di voces, pidiéndoos que no descolgásedes más soga hasta que yo os lo dijese, pero no debistes de oírme. Fui recogiendo la soga que enviábades, (N) y, haciendo della una rosca o rimero, me senté sobre él, pensativo además, considerando lo que hacer debía para calar al fondo, no teniendo quién me sustentase; y, estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo; y, cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto; con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora. Ofrecióseme luego a la vista un real y suntuoso palacio o alcázar, cuyos muros y paredes parecían de transparente y claro cristal fabricados; (N) del cual abriéndose dos grandes puertas, vi que por ellas salía y hacía mí se venía un venerable anciano, vestido con un capuz de bayeta morada, (N) que por el suelo le arrastraba: ceñíale los hombros y los pechos una beca de colegial, de raso verde; cubríale la cabeza una gorra milanesa negra, y la barba, canísima, le pasaba de la cintura; no traía arma ninguna, sino un rosario de cuentas en la mano, mayores que medianas nueces, y los dieces asimismo como huevos medianos de avestruz; el continente, el paso, la gravedad y la anchísima presencia, (N) cada cosa de por sí y todas juntas, me suspendieron y admiraron. Llegóse a mí, y lo primero que hizo fue abrazarme estrechamente, y luego decirme: ′′Luengos tiempos ha, valeroso caballero don Quijote de la Mancha, que los que estamos en estas soledades encantados esperamos verte, para que des noticia al mundo de lo que encierra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada la cueva de Montesinos: hazaña sólo guardada para ser acometida de tu invencible corazón y de tu ánimo stupendo. Ven conmigo, señor clarísimo, que te quiero mostrar las maravillas que este transparente alcázar solapa, de quien yo soy alcaide y guarda mayor perpetua, porque soy el mismo Montesinos, (N) de quien la cueva toma nombre′′. Apenas me dijo que era Montesinos, cuando le pregunté si fue verdad lo que en el mundo de acá arriba se contaba: que él había sacado de la mitad del pecho, con una pequeña daga, el corazón de su grande amigo Durandarte (N) y llevádole a la Señora Belerma, como él se lo mandó al punto de su muerte. Respondióme que en todo decían verdad, sino en la daga, porque no fue daga, (N) ni pequeña, sino un puñal buido, más agudo que una lezna.

      -Debía de ser -dijo a este punto Sancho- el tal puñal de Ramón de Hoces, el sevillano.

      -No sé -prosiguió don Quijote-, pero no sería dese puñalero, porque Ramón de Hoces fue ayer, y lo de Roncesvalles, donde aconteció esta desgracia, ha muchos años; y esta averiguación no es de importancia, ni turba ni altera la verdad y contesto de la historia.

      -Así es -respondió el primo-; prosiga vuestra merced, señor don Quijote, que le escucho con el mayor gusto del mundo.

      -No con menor lo cuento yo -respondió don Quijote - ; y así, digo que el venerable Montesinos me metió en el cristalino palacio, donde en una sala baja, fresquísima sobremodo y toda de alabastro, estaba un sepulcro de mármol, con gran maestría fabricado, sobre el cual vi a un caballero tendido de largo a largo, no de bronce, ni de mármol, ni de jaspe hecho, como los suele haber en otros sepulcros, sino de pura carne (N) y de puros huesos. Tenía la mano derecha (que, a mi parecer, es algo peluda y nervosa, señal de tener muchas fuerzas su dueño) puesta sobre el lado del corazón, y, antes que preguntase nada a Montesinos, viéndome suspenso mirando al del sepulcro, me dijo: (N) ′′Éste es mi amigo Durandarte, flor y espejo de los caballeros enamorados y valientes de su tiempo; tiénele aquí encantado, (N) como me tiene a mí y a otros muchos y muchas, Merlín, aquel francés encantador (N) que dicen que fue hijo del diablo; y lo que yo creo es que no fue hijo del diablo, (N) sino que supo, como dicen, un punto más que el diablo. El cómo o para qué nos encantó nadie lo sabe, y ello dirá andando los tiempos, que no están muy lejos, según imagino. Lo que a mí me admira es que sé, tan cierto (N) como ahora es de día, que Durandarte acabó los de su vida en mis brazos, y que después de muerto le saqué el corazón con mis propias manos; y en verdad que debía de pesar dos libras, porque, según los naturales, el que tiene mayor corazón es dotado de mayor valentía del que le tiene pequeño. (N) Pues siendo esto así, y que realmente murió este caballero, ¿ cómo ahora se queja y sospira de cuando en cuando, como si estuviese vivo? (N) ′′ Esto dicho, el mísero Durandarte, dando una gran voz, dijo: ′′¡ Oh, mi primo Montesinos !. (N)
Lo postrero que os rogaba.
que cuando yo fuere muerto.
y mi ánima arrancada.
que llevéis mi corazón (N)
adonde Belerma estaba.
sacándomele del pecho.
ya con puñal, ya con daga.′


      Oyendo lo cual el venerable Montesinos, se puso de rodillas ante el lastimado caballero, y, con lágrimas en los ojos, le dijo: ′′Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandastes en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una mínima parte en el pecho; yo le limpié con un pañizuelo de puntas; yo partí con él de carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas, que fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían, de haberos andado en las entrañas; y, por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé, saliendo de Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal, y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado, (N) a la presencia de la señora Belerma; la cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera; (N) las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre; el cual, cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; (N) pero, como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean. Vanle administrando de sus aguas las referidas lagunas, con las cuales y con otras muchas que se llegan, entra pomposo y grande en Portugal. Pero, con todo esto, por dondequiera que va muestra su tristeza y melancolía, y no se precia de criar en sus aguas peces regalados y de estima, sino burdos y desabridos, bien diferentes de los del Tajo dorado; y esto que agora os digo, ¡ oh primo mío !, os lo he dicho muchas veces; y, como no me respondéis, imagino que no me dais crédito, o no me oís, de lo que yo recibo tanta pena cual Dios lo sabe. Unas nuevas os quiero dar ahora, las cuales, ya que no sirvan de alivio a vuestro dolor, no os le aumentarán en ninguna manera. Sabed que tenéis aquí en vuestra presencia, y abrid los ojos y veréislo, aquel gran caballero de quien tantas cosas tiene profetizadas el sabio Merlín, aquel don Quijote de la Mancha, digo, que de nuevo y con mayores ventajas que en los pasados siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante caballería, por cuyo medio y favor podría ser que nosotros fuésemos desencantados; que las grandes hazañas para los grandes hombres están guardadas′′. ′′Y cuando así no sea - respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja-, (N) cuando así no sea, ¡ oh primo !, digo, paciencia y barajar′′. Y, volviéndose de lado, tornó a su acostumbrado silencio, (N) sin hablar más palabra. Oyéronse en esto grandes alaridos y llantos, acompañados de profundos gemidos y angustiados sollozos; volví la cabeza, y vi por las paredes de cristal (N) que por otra sala pasaba una procesión de dos hileras de hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto, con turbantes blancos sobre las cabezas, al modo turquesco. Al cabo y fin de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas, que besaban la tierra. Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de las otras; (N) era cejijunta y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de carne momia, (N) según venía seco y amojamado. Díjome Montesinos como toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última, que traía el corazón entre el lienzo y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días en la semana hacían aquella procesión (N) y cantaban, o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo; y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, (N) era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza. ′′Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas, sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que le renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante; que si esto no fuera, apenas la igualara en hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos, y aun en todo el mundo′′. ′′¡ Cepos quedos (N) ! - dije yo entonces-, señor don Montesinos: cuente vuesa merced su historia como debe, que ya sabe que toda comparación es odiosa, y así, no hay para qué comparar a nadie con nadie. La sin par Dulcinea del Toboso es quien es, y la señora doña Belerma es quien es, y quien ha sido, y quédese aquí′′. A lo que él me respondió: ′′Señor don Quijote, perdóneme vuesa merced, que yo confieso que anduve mal, y no dije bien en decir que apenas igualara la señora Dulcinea a la señora Belerma, pues me bastaba a mí haber entendido, por no sé qué barruntos, que vuesa merced es su caballero, para que me mordiera la lengua antes de compararla sino con el mismo cielo′′. Con esta satisfación que me dio el gran Montesinos se quietó mi corazón del sobresalto que recebí en oír que a mi señora la comparaban con Belerma.

      -Y aun me maravillo yo -dijo Sancho - de cómo vuestra merced no se subió sobre el vejote, y le molió a coces todos los huesos, y le peló las barbas, sin dejarle pelo en ellas.

      -No, Sancho amigo -respondió don Quijote-, no me estaba a mí bien hacer eso, porque estamos todos obligados a tener respeto a los ancianos, aunque no sean caballeros, y principalmente a los que lo son y están encantados; yo sé bien que no nos quedamos a deber nada en otras muchas demandas y respuestas que entre los dos pasamos.

      A esta sazón dijo el primo.

      -Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo, (N) haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto.

      -¿ Cuánto ha que bajé? -preguntó don Quijote.

      -Poco más de una hora -respondió Sancho.

      -Eso no puede ser -replicó don Quijote-, porque allá me anocheció y amaneció, y tornó a anochecer y amanecer tres veces; de modo que, a mi cuenta, tres días he estado (N) en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.

      -Verdad debe de decir mi señor -dijo Sancho-, que, como todas las cosas que le han sucedido son por encantamento, quizá lo que a nosotros nos parece un hora, debe de parecer allá tres días con sus noches.

      -Así será -respondió don Quijote.

      -Y ¿ ha comido vuestra merced en todo este tiempo, señor mío? -preguntó el primo.

      -No me he desayunado de bocado -respondió don Quijote-, ni aun he tenido hambre, ni por pensamiento.

      -Y los encantados, ¿ comen? -dijo el primo.

      -No comen (N) -respondió don Quijote-, ni tienen escrementos mayores; aunque es opinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos.

      -¿ Y duermen, por ventura, los encantados, señor? - preguntó Sancho.

      -No, por cierto -respondió don Quijote-; a lo menos, en estos tres días que yo he estado con ellos, ninguno ha pegado el ojo, ni yo tampoco.

      -Aquí encaja bien el refrán -dijo Sancho- de dime con quién andas, decirte he quién eres: ándase vuestra merced con encantados ayunos y vigilantes, mirad si es mucho que ni coma ni duerma mientras con ellos anduviere. Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna. (N)

      -¿ Cómo no? -dijo el primo-, pues ¿ había de mentir el señor don Quijote, que, aunque quisiera, no ha tenido lugar para componer e imaginar tanto millón de mentiras.

      -Yo no creo que mi señor miente -respondió Sancho.

      -Si no, ¿ qué crees? -le preguntó don Quijote.

      -Creo -respondió Sancho- que aquel Merlín, o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto y comunicado allá bajo, le encajaron en el magín (N) o la memoria toda esa máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda.

      -Todo eso pudiera ser, Sancho -replicó don Quijote - , pero no es así, porque lo que he contado lo vi por mis propios ojos y lo toqué con mis mismas manos. Pero, ¿ qué dirás cuando te diga yo ahora cómo, entre otras infinitas cosas y maravillas que me mostró Montesinos, las cuales despacio y a sus tiempos te las iré contando en el discurso de nuestro viaje, por no ser todas deste lugar, me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras; y, apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que hablamos a la salida del Toboso (N) ? Pregunté a Montesinos si las conocía, respondióme que no, pero que él imaginaba que debían de ser algunas señoras principales encantadas, que pocos días había que en aquellos prados habían parecido; y que no me maravillase desto, porque allí estaban otras muchas señoras de los pasados y presentes siglos, encantadas en diferentes y estrañas figuras, entre las cuales conocía él a la reina Ginebra y su dueña Quintañona, escanciando el vino a Lanzarote.

      cuando de Bretaña vino.

      Cuando Sancho Panza oyó decir esto a su amo, pensó perder el juicio, (N) o morirse de risa; que, como él sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio, acabó de conocer indubitablemente que su señor estaba fuera de juicio y loco de todo punto; y así, le dijo.

      -En mala coyuntura y en peor sazón y en aciago día bajó vuestra merced, caro patrón mío, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba vuestra merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se le había dado, hablando sentencias y dando consejos a cada paso, y no agora, contando los mayores disparates que pueden imaginarse.

      -Como te conozco, Sancho -respondió don Quijote-, no hago caso de tus palabras.

      -Ni yo tampoco de las de vuestra merced -replicó Sancho-, siquiera me hiera, siquiera me mate por las que le he dicho, o por las que le pienso decir si en las suyas no se corrige y enmienda. Pero dígame vuestra merced, ahora que estamos en paz: ¿ cómo o en qué conoció a la señora nuestra ama? Y si la habló, ¿ qué dijo, y qué le respondió.

      -Conocíla -respondió don Quijote- en que trae los mesmos vestidos que traía cuando tú me le mostraste. (N) Habléla, pero no me respondió palabra; antes, me volvió las espaldas, y se fue huyendo con tanta priesa, que no la alcanzara una jara. (N) Quise seguirla, y lo hiciera, si no me aconsejara Montesinos que no me cansase en ello, porque sería en balde, y más porque se llegaba la hora donde me convenía volver a salir de la sima. Díjome asimesmo que, andando el tiempo, se me daría aviso cómo habían de ser desencantados (N) él, y Belerma y Durandarte, con todos los que allí estaban; pero lo que más pena me dio, de las que allí vi y noté, fue que, estándome diciendo Montesinos estas razones, se llegó a mí por un lado, sin que yo la viese venir, una de las dos compañeras de la sin ventura Dulcinea, (N) y, llenos los ojos de lágrimas, con turbada y baja voz, me dijo: ′′Mi señora Dulcinea del Toboso besa a vuestra merced las manos, y suplica a vuestra merced se la haga de hacerla saber cómo está; y que, por estar en una gran necesidad, asimismo suplica a vuestra merced, cuan encarecidamente puede, sea servido de prestarle sobre este faldellín que aquí traigo, de cotonía, nuevo, media docena de reales, o los que vuestra merced tuviere, que ella da su palabra de volvérselos con mucha brevedad′′. Suspendióme y admiróme el tal recado, y, volviéndome al señor Montesinos, le pregunté: ′′¿ Es posible, señor Montesinos, que los encantados principales padecen necesidad?′′ A lo que él me respondió: ′′Créame vuestra merced, señor don Quijote de la Mancha, que ésta que llaman necesidad adondequiera se usa, y por todo se estiende, y a todos alcanza, y aun hasta los encantados no perdona; y, pues la señora Dulcinea del Toboso envía a pedir esos seis reales, y la prenda es buena, según parece, no hay sino dárselos; que, sin duda, debe de estar puesta en algún grande aprieto′′. ′′Prenda, no la tomaré yo -le respondí-, ni menos le daré lo que pide, porque no tengo sino solos cuatro reales′′; los cuales le di (que fueron los que tú, Sancho, me diste el otro día para dar limosna a los pobres que topase por los caminos), y le dije: ′′Decid, amiga mía, a vuesa señora que a mí me pesa en el alma de sus trabajos, y que quisiera ser un Fúcar (N) para remediarlos; y que le hago saber que yo no puedo ni debo tener salud careciendo de su agradable vista y discreta conversación, y que le suplico, cuan encarecidamente puedo, sea servida su merced de dejarse ver y tratar deste su cautivo servidor y asendereado caballero. (N) Diréisle también que, cuando menos se lo piense, oirá decir como yo he hecho un juramento y voto, a modo de aquel que hizo el marqués de Mantua, de vengar a su sobrino Baldovinos, cuando le halló para espirar en mitad de la montiña, (N) que fue de no comer pan a manteles, con las otras zarandajas que allí añadió, hasta vengarle; y así le haré yo de no sosegar, y de andar las siete partidas del mundo, con más puntualidad que las anduvo el infante don Pedro de Portugal, hasta desencantarla′′. ′′Todo eso, y más, debe vuestra merced a mi señora′′, me respondió la doncella. Y, tomando los cuatro reales, en lugar de hacerme una reverencia, hizo una cabriola, que se levantó dos varas de medir en el aire.

      -¡ Oh santo Dios ! -dijo a este tiempo dando una gran voz Sancho-. ¿ Es posible que tal hay en el mundo, (N) y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamentos, que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura? ¡ Oh señor, señor, por quien Dios es, que vuestra merced mire por sí y vuelva por su honra, y no dé crédito a esas vaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido.

      -Como me quieres bien, Sancho, (N) hablas desa manera -dijo don Quijote-; y, como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa. (N)







Parte II -- Capítulo XXIV . Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias (N) al verdadero entendimiento desta grande historia

      Dice el que tradujo esta grande historia del original, de la que escribió su primer autor Cide Hamete (N) Benengeli, que, llegando al capítulo de la aventura de la cueva de Montesinos, en el margen dél estaban escritas, de mano del mesmo Hamete, estas mismas razones.

      ′′No me puedo dar a entender, ni me puedo persuadir, que al valeroso don Quijote le pasase puntualmente todo lo que en el antecedente capítulo queda escrito: la razón es que todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contingibles y verisímiles, pero ésta desta cueva no le hallo entrada alguna para tenerla por verdadera, por ir tan fuera de los términos razonables. Pues pensar yo que don Quijote mintiese, siendo el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos, no es posible; que no dijera él una mentira si le asaetearan. Por otra parte, considero que él la contó y la dijo con todas las circunstancias dichas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio tan gran máquina de disparates; y si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa; y así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo. Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más; puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató della, y dijo que él la había inventado, por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias′′. (N)

      Y luego prosigue, diciendo.

      Espantóse el primo, así del atrevimiento de Sancho Panza como de la paciencia de su amo, y juzgó que del contento que tenía de haber visto a su señora Dulcinea del Toboso, aunque encantada, le nacía aquella condición blanda que entonces mostraba; porque, si así no fuera, palabras y razones le dijo Sancho, que merecían molerle a palos; (N) porque realmente le pareció que había andado atrevidillo con su señor, a quien le dijo.

      -Yo, señor don Quijote de la Mancha, doy por bien empleadísima (N) la jornada que con vuestra merced he hecho, porque en ella he granjeado cuatro cosas. La primera, haber conocido a vuestra merced, que lo tengo a gran felicidad. (N) La segunda, haber sabido lo que se encierra en esta cueva de Montesinos, con las mutaciones de Guadiana y de las lagunas de Ruidera, que me servirán para el Ovidio español que traigo entre manos. La tercera, entender la antigÜedad de los naipes, (N) que, por lo menos, ya se usaban en tiempo del emperador Carlomagno, según puede colegirse de las palabras que vuesa merced dice que dijo Durandarte, cuando, al cabo de aquel grande espacio que estuvo hablando con él Montesinos, él despertó diciendo: ′′Paciencia y barajar′′; y esta razón y modo de hablar no la pudo aprender encantado, sino cuando no lo estaba, en Francia y en tiempo del referido emperador Carlomagno. Y esta averiguación me viene pintiparada para el otro libro que voy componiendo , que es Suplemento de Virgilio Polidoro, en la invención de las antigÜedades; y creo que en el suyo no se acordó de poner la de los naipes, (N) como la pondré yo ahora, que será de mucha importancia, y más alegando autor tan grave y tan verdadero como es el señor Durandarte. La cuarta es haber sabido con certidumbre el nacimiento del río Guadiana, hasta ahora ignorado de las gentes. (N)

      -Vuestra merced tiene razón -dijo don Quijote-, pero querría yo saber, ya que Dios le haga merced de que se le dé licencia para imprimir esos sus libros, que lo dudo, a quién piensa dirigirlos.

      -Señores y grandes hay en España a quien puedan dirigirse -dijo el primo.

      -No muchos -respondió don Quijote-; y no porque no lo merezcan, sino que no quieren admitirlos, por no obligarse a la satisfación que parece se debe al trabajo y cortesía de sus autores. Un príncipe conozco yo (N) que puede suplir la falta de los demás, con tantas ventajas que, si me atreviere a decirlas, quizá despertara la invidia en más de cuatro generosos pechos; pero quédese esto aquí para otro tiempo más cómodo, y vamos a buscar adonde recogernos esta noche.

      -No lejos de aquí -respondió el primo- está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño, que dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy discreto y caritativo además. Junto con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha labrado a su costa; pero, con todo, aunque chica, es capaz de recibir huéspedes.

      -¿ Tiene por ventura gallinas el tal ermitaño? - preguntó Sancho.

      -Pocos ermitaños están sin ellas -respondió don Quijote-, porque no son los que agora se usan como aquellos de los desiertos de Egipto, que se vestían de hojas de palma y comían raíces de la tierra. Y no se entienda que por decir bien de aquéllos no lo digo de aquéstos, sino que quiero decir que al rigor y estrecheza de entonces no llegan las penitencias de los de agora; pero no por esto dejan de ser todos buenos; (N) a lo menos, yo por buenos los juzgo; y, cuando todo corra turbio, menos mal hace el hipócrita (N) que se finge bueno que el público pecador.

      Estando en esto, vieron que hacia donde ellos estaban venía un hombre a pie, caminando apriesa, y dando varazos a un macho que venía cargado de lanzas y de alabardas. Cuando llegó a ellos, los saludó y pasó de largo. Don Quijote le dijo.

      -Buen hombre, deteneos, que parece que vais con más diligencia que ese macho ha menester.

      -No me puedo detener, señor -respondió el hombre - , porque las armas que veis que aquí llevo han de servir mañana; (N) y así, me es forzoso el no detenerme, y a Dios. Pero si quisiéredes saber para qué las llevo, en la venta que está más arriba de la ermita pienso alojar esta noche; y si es que hacéis este mesmo camino, allí me hallaréis, donde os contaré maravillas. Y a Dios otra vez.

      Y de tal manera aguijó el macho, que no tuvo lugar don Quijote de preguntarle qué maravillas eran las que pensaba decirles; y, como él era algo curioso y siempre le fatigaban deseos de saber cosas nuevas, ordenó que al momento se partiesen y fuesen a pasar la noche en la venta, sin tocar en la ermita, donde quisiera el primo que se quedaran.

      Hízose así, subieron a caballo, y siguieron todos tres el derecho camino de la venta, a la cual llegaron un poco antes de anochecer. Dijo el primo a don Quijote que llegasen a ella (N) a beber un trago. Apenas oyó esto Sancho Panza, cuando encaminó el rucio a la ermita, y lo mismo hicieron don Quijote y el primo; pero la mala suerte de Sancho parece que ordenó que el ermitaño no estuviese en casa; que así se lo dijo una sotaermitaño que en la ermita hallaron. Pidiéronle de lo caro; respondió que su señor no lo tenía, pero que si querían agua barata, que se la daría de muy buena gana.

      -Si yo la tuviera de agua (N) -respondió Sancho-, pozos hay en el camino, donde la hubiera satisfecho. ¡ Ah bodas de Camacho y abundancia de la casa de don Diego, y cuántas veces os tengo de echar menos.

      Con esto, dejaron la ermita y picaron hacia la venta; y a poco trecho toparon un mancebito, que delante dellos iba caminando (N) no con mucha priesa; y así, le alcanzaron. Llevaba la espada sobre el hombro, y en ella puesto un bulto o envoltorio, al parecer de sus vestidos; que, al parecer, debían de ser los calzones o greguescos, y herreruelo, y alguna camisa, porque traía puesta una ropilla de terciopelo con algunas vislumbres de raso, y la camisa, de fuera; las medias eran de seda, y los zapatos cuadrados, a uso de corte; (N) la edad llegaría a diez y ocho o diez y nueve años; alegre de rostro, y, al parecer, ágil de su persona. Iba cantando seguidillas, para entretener el trabajo del camino. Cuando llegaron a él, acababa de cantar una, que el primo tomó de memoria, que dicen que decía:

      A la guerra me lleva mi necesidad.
si tuviera dineros no fuera, en verdad.

      El primero que le habló fue don Quijote, diciéndole:

      -Muy a la ligera camina vuesa merced, señor galán. Y ¿ adónde bueno? Sepamos, si es que gusta decirlo.

      A lo que el mozo respondió.

      -El caminar tan a la ligera lo causa el calor y la pobreza, y el adónde voy es a la guerra.

      -¿ Cómo la pobreza? -preguntó don Quijote-; que por el calor bien puede ser.

      -Señor -replicó el mancebo-, yo llevo en este envoltorio unos greguescos de terciopelo, compañeros desta ropilla; si los gasto en el camino, no me podré honrar con ellos en la ciudad, y no tengo con qué comprar otros; y, así por esto como por orearme, voy desta manera, hasta alcanzar unas compañías de infantería que no están doce leguas de aquí, donde asentaré mi plaza, y no faltarán bagajes en que caminar de allí adelante hasta el embarcadero, que dicen ha de ser en Cartagena. Y más quiero tener por amo y por señor al rey, y servirle en la guerra, que no a un pelón (N) en la corte.

      -Y ¿ lleva vuesa merced alguna ventaja (N) por ventura? - preguntó el primo.

      -Si yo hubiera servido a algún grande de España, o algún principal personaje -respondió el mozo - , a buen seguro que yo la llevara, que eso tiene el servir a los buenos: que del tinelo suelen salir a ser alférez o capitanes, (N) o con algún buen entretenimiento; pero yo, desventurado, serví siempre a catarriberas (N) y a gente advenediza, de ración y quitación (N) tan mísera y atenuada, que en pagar el almidonar un cuello se consumía la mitad della; y sería tenido a milagro que un paje aventurero alcanzase alguna siquiera razonable ventura.

      -Y dígame, por su vida, amigo -preguntó don Quijote - : ¿ es posible que en los años que sirvió no ha podido alcanzar alguna librea?. (N)

      -Dos me han dado -respondió el paje-; pero, así como el que se sale de alguna religión antes de profesar le quitan el hábito y le vuelven sus vestidos, así me volvían a mí los míos mis amos, que, acabados los negocios a que venían a la corte, se volvían a sus casas y recogían las libreas que por sola ostentación habían dado.

      -Notable espilorchería, como dice el italiano -dijo don Quijote-; pero, con todo eso, tenga a felice ventura el haber salido de la corte con tan buena intención como lleva; porque no hay otra cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego, a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanzan, si no más riquezas, a lo menos, más honra (N) que por las letras, como yo tengo dicho muchas veces; que, puesto que han fundado más mayorazgos las letras que las armas, todavía llevan un no sé qué (N) los de las armas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor que se halla en ellos, que los aventaja a todos. Y esto que ahora le quiero decir llévelo en la memoria, que le será de mucho provecho y alivio en sus trabajos; y es que, aparte la imaginación de los sucesos adversos que le podrán venir, que el peor de todos es la muerte, y como ésta sea buena, el mejor de todos es el morir. Preguntáronle a Julio César, aquel valeroso emperador romano, cuál era la mejor muerte; respondió que la impensada, la de repente y no prevista; (N) y, aunque respondió como gentil y ajeno del conocimiento del verdadero Dios, con todo eso, dijo bien, para ahorrarse del sentimiento humano; que, puesto caso que os maten en la primera facción y refriega, o ya de un tiro de artillería, o volado de una mina, ¿ qué importa? Todo es morir, y acabóse la obra; y, según Terencio, más bien parece el soldado muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida; (N) y tanto alcanza de fama el buen soldado cuanto tiene de obediencia a sus capitanes y a los que mandarle pueden. Y advertid, hijo, que al soldado mejor le está el oler a pólvora que algalia, (N) y que si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, (N) a lo menos no os podrá coger sin honra, y tal, que no os la podrá menoscabar la pobreza; cuanto más, que ya se va dando orden cómo se entretengan y remedien los soldados viejos (N) y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y, echándolos de casa con título de libres, los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte. Y por ahora no os quiero decir más, sino que subáis a las ancas deste mi caballo hasta la venta, y allí cenaréis conmigo, y por la mañana seguiréis el camino, que os le dé Dios tan bueno como vuestros deseos merecen.

      El paje no aceptó el convite de las ancas, aunque sí el de cenar con él en la venta; y, a esta sazón, dicen que dijo Sancho entre sí:

      -¡ Válate Dios por señor ! Y ¿ es posible que hombre que sabe decir tales, tantas y tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga que ha visto los disparates imposibles que cuenta de la cueva de Montesinos? Ahora bien, ello dirá.

      Y en esto, llegaron a la venta, a tiempo que anochecía, (N) y no sin gusto de Sancho, por ver que su señor la juzgó por verdadera venta, y no por castillo, como solía. No hubieron bien entrado, cuando don Quijote preguntó al ventero por el hombre de las lanzas y alabardas; el cual le respondió que en la caballeriza estaba acomodando el macho. Lo mismo hicieron de sus jumentos el primo y Sancho, (N) dando a Rocinante el mejor pesebre y el mejor lugar de la caballeriza.







Parte II -- Capítulo XXV . Donde se apunta la aventura del rebuzno (N) y la graciosa del titerero, con las memorables adivinanzas del mono adivino.

      No se le cocía el pan (N) a don Quijote, como suele decirse, hasta oír y saber las maravillas prometidas del hombre condutor de las armas. Fuele a buscar donde el ventero le había dicho que estaba, y hallóle, y díjole que en todo caso le dijese luego lo que le había de decir después, acerca de lo que le había preguntado en el camino. El hombre le respondió.

      -Más despacio, y no en pie, se ha de tomar el cuento de mis maravillas: déjeme vuestra merced, señor bueno, acabar de dar recado a mi bestia, que yo le diré cosas que le admiren.

      -No quede por eso -respondió don Quijote-, que yo os ayudaré a todo.

      Y así lo hizo, ahechándole la cebada y limpiando el pesebre, humildad que obligó al hombre a contarle con buena voluntad lo que le pedía; y, sentándose en un poyo y don Quijote junto a él, teniendo por senado y auditorio al primo, al paje, a Sancho Panza y al ventero, comenzó a decir desta manera:

      -« Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está cuatro leguas y media desta venta sucedió que a un regidor dél, por industria y engaño de una muchacha criada suya, y esto es largo de contar, le faltó un asno, y, aunque el tal regidor hizo las diligencias posibles por hallarle, no fue posible. Quince días serían pasados, según es pública voz y fama, (N) - que el asno faltaba, cuando, estando en la plaza el regidor perdidoso, otro regidor del mismo pueblo le dijo: ′′Dadme albricias, compadre, que vuestro jumento ha parecido′′. ′′Yo os las mando y buenas, compadre -respondió el otro-, pero sepamos dónde ha parecido′′. ′′En el monte -respondió el hallador-, le vi esta mañana, sin albarda y sin aparejo alguno, y tan flaco que era una compasión miralle. Quísele antecoger delante de mí y traérosle, pero está ya tan montaraz y tan huraño, que, cuando llegé a él, se fue huyendo y se entró en lo más escondido del monte. Si queréis que volvamos los dos a buscarle, dejadme poner esta borrica en mi casa, que luego vuelvo′′. ′′Mucho placer me haréis -dijo el del jumento-, e yo procuraré pagároslo en la mesma moneda′′. Con estas circunstancias todas, y de la mesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan todos aquellos que están enterados en la verdad deste caso. En resolución, los dos regidores, a pie y mano a mano, (N) se fueron al monte, y, llegando al lugar y sitio donde pensaron hallar el asno, no le hallaron, ni pareció por todos aquellos contornos, aunque más le buscaron. Viendo, pues, que no parecía, dijo el regidor que le había visto al otro: ′′Mirad, compadre: una traza me ha venido al pensamiento, con la cual sin duda alguna podremos descubrir este animal, aunque esté metido en las entrañas de la tierra, no que del monte; y es que yo sé rebuznar maravillosamente; y si vos sabéis algún tanto, dad el hecho por concluido′′. ′′¿ Algún tanto decís, compadre? -dijo el otro-; por Dios, que no dé la ventaja a nadie, ni aun a los mesmos asnos′′. ′′Ahora lo veremos - respondió el regidor segundo-, porque tengo determinado que os vais vos por una parte del monte y yo por otra, de modo que le rodeemos y andemos todo, y de trecho en trecho rebuznaréis vos y rebuznaré yo, y no podrá ser menos sino que el asno nos oya y nos responda, si es que está en el monte′′. A lo que respondió el dueño del jumento: ′′Digo, compadre, que la traza es excelente y digna de vuestro gran ingenio′′. Y, dividiéndose los dos según el acuerdo, sucedió que casi a un mesmo tiempo rebuznaron, y cada uno engañado del rebuzno del otro, acudieron a buscarse, pensando que ya el jumento había parecido; y, en viéndose, dijo el perdidoso: ′′¿ Es posible, compadre, que no fue mi asno el que rebuznó?′′ ′′No fue, sino yo′′, respondió el otro. ′′Ahora digo - dijo el dueño-, que de vos a un asno, compadre, no hay alguna diferencia, en cuanto toca al rebuznar, porque en mi vida he visto ni oído cosa más propia′′. ′′Esas alabanzas y encarecimiento -respondió el de la traza-, mejor os atañen y tocan a vos que a mí, compadre; que por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos de ventaja al mayor y más perito rebuznador del mundo; porque el sonido que tenéis es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, muchos y apresurados, y, en resolución, yo me doy por vencido y os rindo la palma y doy la bandera desta rara habilidad′′. ′′Ahora digo -respondió el dueño-, que me tendré y estimaré en más de aquí adelante, y pensaré que sé alguna cosa, pues tengo alguna gracia; que, puesto que pensara que rebuznaba bien, nunca entendí que llegaba el estremo que decís′′. ′′También diré yo ahora -respondió el segundo - que hay raras habilidades perdidas en el mundo, (N) y que son mal empleadas en aquellos que no saben aprovecharse dellas′′. ′′Las nuestras -respondió el dueño-, si no es en casos semejantes como el que traemos entre manos, no nos pueden servir en otros, y aun en éste plega a Dios que nos sean de provecho′′.

      Esto dicho, se tornaron a dividir y a volver a sus rebuznos, y a cada paso se engañaban y volvían a juntarse, hasta que se dieron por contraseño que, para entender que eran ellos, y no el asno, rebuznasen dos veces, una tras otra. Con esto, doblando a cada paso los rebuznos, rodearon todo el monte sin que el perdido jumento respondiese, ni aun por señas. Mas, ¿ cómo había de responder el pobre y mal logrado, (N) si le hallaron en lo más escondido del bosque, comido de lobos? Y, en viéndole, dijo su dueño: ′′Ya me maravillaba yo de que él no respondía, pues a no estar muerto, él rebuznara si nos oyera, o no fuera asno; pero, a trueco de haberos oído rebuznar con tanta gracia, compadre, doy por bien empleado el trabajo que he tenido en buscarle, aunque le he hallado muerto′′. ′′En buena mano está, compadre -respondió el otro-, pues si bien canta el abad, (N) no le va en zaga el monacillo′′. Con esto, desconsolados y roncos, se volvieron a su aldea, adonde contaron a sus amigos, vecinos y conocidos cuanto les había acontecido en la busca del asno, exagerando el uno la gracia del otro en el rebuznar; todo lo cual se supo y se estendió por los lugares circunvecinos. Y el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar y derramar rencillas y discordia por doquiera, levantando caramillos en el viento (N) y grandes quimeras de nonada, ordenó e hizo que las gentes de los otros pueblos, en viendo a alguno de nuestra aldea, rebuznase, como dándoles en rostro con el rebuzno de nuestros regidores. Dieron en ello los muchachos, que fue dar en manos y en bocas de todos los demonios del infierno, y fue cundiendo el rebuzno de en uno en otro pueblo, de manera que son conocidos los naturales del pueblo del rebuzno, como son conocidos y diferenciados los negros de los blancos; y ha llegado a tanto la desgracia desta burla, que muchas veces con mano armada y formado escuadrón han salido contra los burladores los burlados a darse la batalla, (N) sin poderlo remediar rey ni roque, ni temor ni vergÜenza. Yo creo que mañana o esotro día han de salir en campaña (N) los de mi pueblo, que son los del rebuzno, contra otro lugar que está a dos leguas del nuestro, (N) que es uno de los que más nos persiguen: y, por salir bien apercebidos, llevo compradas estas lanzas y alabardas que habéis visto. Y éstas son las maravillas que dije que os había de contar, y si no os lo han parecido, no sé otras.

      Y con esto dio fin a su plática el buen hombre; y, en esto, entró por la puerta de la venta un hombre todo vestido de camuza, medias, greguescos y jubón, y con voz levantada dijo:

      -Señor huésped, ¿ hay posada? Que viene aquí el mono adivino y el retablo de la libertad de Melisendra.

      -¡ Cuerpo de tal -dijo el ventero-, que aquí está el señor mase Pedro ! Buena noche se nos apareja.

      Olvidábaseme de decir como el tal mase Pedro traía cubierto el ojo izquierdo, y casi medio carrillo, con un parche de tafetán verde, señal que todo aquel lado debía de estar enfermo; y el ventero prosiguió, diciendo.

      -Sea bien venido vuestra merced, señor mase Pedro. ¿ Adónde está el mono y el retablo, que no los veo.

      -Ya llegan cerca -respondió el todo camuza-, (N) sino que yo me he adelantado, a saber si hay posada.

      -Al mismo duque de Alba se la quitara (N) para dársela al señor mase Pedro -respondió el ventero-; llegue el mono y el retablo, que gente hay esta noche en la venta que pagará el verle y las habilidades del mono.

      -Sea en buen hora -respondió el del parche-, que yo moderaré el precio, y con sola la costa me daré por bien pagado; y yo vuelvo a hacer que camine la carreta donde viene el mono y el retablo.

      Y luego se volvió a salir de la venta.

      Preguntó luego don Quijote al ventero qué mase Pedro era aquél, y qué retablo y qué mono traía. A lo que respondió el ventero.

      -Éste es un famoso titerero, (N) que ha muchos días que anda por esta Mancha de Aragón (N) enseñando un retablo de Melisendra, (N) libertada por el famoso don Gaiferos, que es una de las mejores y más bien representadas historias que de muchos años a esta parte en este reino se han visto. Trae asimismo consigo un mono de la más rara habilidad que se vio entre monos, ni se imaginó entre hombres, porque si le preguntan algo, está atento a lo que le preguntan y luego salta sobre los hombros de su amo, y, llegándosele al oído, le dice la respuesta de lo que le preguntan, y maese Pedro la declara luego; y de las cosas pasadas dice mucho más que de las que están por venir; y, aunque no todas veces acierta en todas, en las más no yerra, de modo que nos hace creer que tiene el diablo en el cuerpo. Dos reales lleva por cada pregunta, si es que el mono responde; quiero decir, si responde el amo por él, después de haberle hablado al oído; y así, se cree que el tal maese Pedro esta riquísimo; y es hombre galante, como dicen en Italia y bon compaño, (N) y dase la mejor vida del mundo; habla más que seis y bebe más que doce, todo a costa de su lengua y de su mono y de su retablo.

      En esto, volvió maese Pedro, y en una carreta venía el retablo, y el mono, grande y sin cola, con las posaderas de fieltro, pero no de mala cara; y, apenas le vio don Quijote, cuando le preguntó.

      -Dígame vuestra merced, señor adivino: ¿ qué peje pillamo? ¿ Qué ha de ser de nosotros?. Y vea aquí mis dos reales.

      Y mandó a Sancho que se los diese a maese Pedro, el cual respondió por el mono, y dijo.

      -Señor, este animal no responde ni da noticia de las cosas que están por venir; de las pasadas sabe algo, y de las presentes, algún tanto.

      -¡ Voto a Rus -dijo Sancho-, (N) no dé yo un ardite porque me digan lo que por mí ha pasado !; porque, ¿ quién lo puede saber mejor que yo mesmo? Y pagar yo porque me digan lo que sé, sería una gran necedad; pero, pues sabe las cosas presentes, he aquí mis dos reales, y dígame el señor monísimo qué hace ahora mi mujer Teresa Panza, y en qué se entretiene.

      No quiso tomar maese Pedro el dinero, diciendo.

      -No quiero recebir adelantados los premios, sin que hayan precedido los servicios.

      Y, dando con la mano derecha dos golpes sobre el hombro izquierdo, en un brinco se le puso el mono en él, y, llegando la boca al oído, daba diente con diente muy apriesa; y, habiendo hecho este ademán por espacio de un credo, de otro brinco se puso en el suelo, y al punto, con grandísima priesa, se fue maese Pedro a poner de rodillas ante don Quijote, y, abrazándole las piernas, dijo.

      -Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos colunas de Hércules, ¡ oh resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería !; ¡ oh no jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, ánimo de los desmayados, arrimo de los que van a caer, brazo de los caídos, báculo y consuelo de todos los desdichados.

      Quedó pasmado don Quijote, (N) absorto Sancho, suspenso el primo, atónito el paje, abobado el del rebuzno, confuso el ventero, y, finalmente, espantados todos los que oyeron las razones del titerero, el cual prosiguió diciendo.

      -Y tú, ¡ oh buen Sancho Panza !, el mejor escudero y del mejor caballero del mundo, alégrate, que tu buena mujer Teresa está buena, y ésta es la hora en que ella está rastrillando una libra de lino, y, por más señas, tiene a su lado izquierdo un jarro desbocado que cabe un buen porqué de vino, (N) con que se entretiene en su trabajo.

      -Eso creo yo muy bien -respondió Sancho-, porque es ella una bienaventurada, y, a no ser celosa, (N) no la trocara yo por la giganta Andandona, que, según mi señor, (N) fue una mujer muy cabal y muy de pro; y es mi Teresa de aquellas que no se dejan mal pasar, aunque sea a costa de sus herederos.

      -Ahora digo -dijo a esta sazón don Quijote-, que el que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho. Digo esto porque, ¿ qué persuasión fuera bastante para persuadirme que hay monos en el mundo que adivinen, como lo he visto ahora por mis propios ojos? Porque yo soy el mesmo don Quijote de la Mancha que este buen animal ha dicho, puesto que se ha estendido algún tanto en mis alabanzas; pero comoquiera que yo me sea, doy gracias al cielo, que me dotó de un ánimo blando y compasivo, inclinado siempre a hacer bien a todos, y mal a ninguno.

      -Si yo tuviera dineros -dijo el paje-, preguntara al señor mono qué me ha de suceder en la peregrinación que llevo.

      A lo que respondió maese Pedro, que ya se había levantado de los pies de don Quijote.

      -Ya he dicho que esta bestezuela no responde a lo por venir; (N) que si respondiera, no importara no haber dineros; que, por servicio del señor don Quijote, que está presente, dejara yo todos los intereses del mundo. Y agora, porque se lo debo, (N) y por darle gusto, quiero armar mi retablo y dar placer a cuantos están en la venta, sin paga alguna.

      Oyendo lo cual el ventero, alegre sobremanera, señaló el lugar donde se podía poner el retablo, que en un punto fue hecho.

      Don Quijote no estaba muy contento con las adivinanzas del mono, por parecerle no ser a propósito que un mono adivinase, ni las de por venir, ni las pasadas cosas; y así, en tanto que maese Pedro acomodaba el retablo, se retiró don Quijote con Sancho a un rincón de la caballeriza, donde, sin ser oídos de nadie, le dijo.

      -Mira, Sancho, yo he considerado bien la estraña habilidad deste mono, y hallo por mi cuenta que sin duda este maese Pedro, su amo, debe de tener hecho pacto, tácito o espreso, con el demonio.

      -Si el patio es espeso (N) y del demonio - dijo Sancho-, sin duda debe de ser muy sucio patio; pero, ¿ de qué provecho le es al tal maese Pedro tener esos patios.

      -No me entiendes, Sancho: no quiero decir sino que debe de tener hecho algún concierto con el demonio de que infunda esa habilidad en el mono, con que gane de comer, y después que esté rico le dará su alma, (N) que es lo que este universal enemigo pretende. Y háceme creer esto el ver que el mono no responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede estender a más, que las por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces; que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, (N) y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente. Y, siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del diablo; y estoy maravillado cómo no le han acusado al Santo Oficio, y examinádole y sacádole de cuajo en virtud de quién adivina; porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan, ni saben alzar, estas figuras que llaman judiciarias, (N) que tanto ahora se usan en España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia. De una señora sé yo que preguntó a uno destos figureros que si una perrilla de falda pequeña, que tenía, si se empreñaría y pariría, y cuántos y de qué color serían los perros que pariese. A lo que el señor judiciario, después de haber alzado la figura, respondió que la perrica se empreñaría, y pariría tres perricos, el uno verde, el otro encarnado y el otro de mezcla, con tal condición que la tal perra se cubriese entre las once y doce del día, o de la noche, y que fuese en lunes o en sábado; (N) y lo que sucedió fue que de allí a dos días se moría la perra de ahíta, y el señor levantador quedó acreditado en el lugar por acertadísimo judiciario, como lo quedan todos o los más levantadores.

      -Con todo eso, querría -dijo Sancho- que vuestra merced dijese a maese Pedro preguntase a su mono si es verdad lo que a vuestra merced le pasó en la cueva de Montesinos; que yo para mí tengo, con perdón de vuestra merced, que todo fue embeleco y mentira, o por lo menos, cosas soñadas.

      -Todo podría ser -respondió don Quijote-, pero yo haré lo que me aconsejas, puesto que me ha de quedar un no sé qué de escrúpulo. (N)

      Estando en esto, llegó maese Pedro a buscar a don Quijote y decirle que ya estaba en orden el retablo; que su merced viniese a verle, porque lo merecía. Don Quijote le comunicó su pensamiento, y le rogó preguntase luego a su mono le dijese si ciertas cosas que había pasado en la cueva de Montesinos habían sido soñadas o verdaderas; porque a él le parecía que tenían de todo. A lo que maese Pedro, sin responder palabra, volvió a traer el mono, y, puesto delante de don Quijote y de Sancho, dijo:

      -Mirad, señor mono, que este caballero quiere saber si ciertas cosas que le pasaron en una cueva llamada de Montesinos, si fueron falsas o verdaderas.

      Y, haciéndole la acostumbrada señal, el mono se le subió en el hombro izquierdo, y, hablándole, al parecer, en el oído, (N) dijo luego maese Pedro.

      -El mono dice que parte de las cosas que vuesa merced vio, o pasó, en la dicha cueva son falsas, y parte verisímiles; (N) y que esto es lo que sabe, y no otra cosa, en cuanto a esta pregunta; y que si vuesa merced quisiere saber más, que el viernes venidero responderá a todo lo que se le preguntare, que por ahora se le ha acabado la virtud, que no le vendrá hasta el viernes, como dicho tiene.

      -¿ No lo decía yo -dijo Sancho-, que no se me podía asentar que todo lo que vuesa merced, señor mío, ha dicho de los acontecimientos de la cueva era verdad, ni aun la mitad.

      -Los sucesos lo dirán, Sancho -respondió don Quijote-; que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no las saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra. Y, por hora, baste esto, y vámonos a ver el retablo del buen maese Pedro, que para mí tengo que debe de tener alguna novedad.

      -¿ Cómo alguna? -respondió maese Pedro-: sesenta mil encierra en sí este mi retablo; dígole a vuesa merced, mi señor don Quijote, que es una de las cosas más de ver que hoy tiene el mundo, y operibus credite, et non verbis; (N) y manos a labor, que se hace tarde y tenemos mucho que hacer y que decir y que mostrar.

      Obedeciéronle don Quijote y Sancho, y vinieron donde ya estaba el retablo puesto y descubierto, lleno por todas partes de candelillas de cera encendidas, que le hacían vistoso y resplandeciente. En llegando, se metió maese Pedro dentro dél, que era el que había de manejar las figuras del artificio, y fuera se puso un muchacho, criado del maese Pedro, para servir de intérprete y declarador de los misterios del tal retablo: tenía una varilla en la mano, con que señalaba las figuras que salían.

      Puestos, pues, todos cuantos había en la venta, y algunos en pie, frontero del retablo, (N) y acomodados don Quijote, Sancho, el paje y el primo en los mejores lugares, el trujamán (N) comenzó a decir lo que oirá y verá el que le oyere o viere el capítulo siguiente.







Parte II -- Capítulo XXVI . Donde se prosigue la graciosa aventura del titerero, con otras cosas en verdad harto buenas.

      Callaron todos, tirios y troyanos; (N) quiero decir, pendientes estaban todos los que el retablo miraban de la boca del declarador de sus maravillas, cuando se oyeron sonar en el retablo cantidad de atabales (N) y trompetas, y dispararse mucha artillería, (N) cuyo rumor pasó en tiempo breve, y luego alzó la voz el muchacho, y dijo.

      -Esta verdadera historia que aquí a vuesas mercedes se representa es sacada al pie de la letra de las corónicas francesas y de los romances españoles que andan en boca de las gentes, y de los muchachos, por esas calles. Trata de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra, que estaba cautiva en España, en poder de moros, en la ciudad de Sansueña, (N) que así se llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza; y vean vuesas mercedes allí cómo está jugando a las tablas (N) don Gaiferos, según aquello que se canta:

      Jugando está a las tablas don Gaiferos.

      que ya de Melisendra está olvidado.

      Y aquel personaje que allí asoma, con corona en la cabeza y ceptro en las manos, es el emperador Carlomagno, padre putativo de la tal Melisendra, el cual, mohíno de ver el ocio y descuido de su yerno, le sale a reñir; y adviertan con la vehemencia y ahínco que le riñe, que no parece sino que le quiere dar con el ceptro media docena de coscorrones, y aun hay autores que dicen que se los dio, y muy bien dados; y, después de haberle dicho muchas cosas acerca del peligro que corría su honra en no procurar la libertad de su esposa, dicen que le dijo.

      ′′Harto os he dicho: miradlo′′. (N)

      Miren vuestras mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven como arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero (N) y las tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán, su primo, pide prestada su espada Durindana, (N) y cómo don Roldán no se la quiere prestar, (N) ofreciéndole su compañía en la difícil empresa en que se pone; pero el valeroso enojado (N) no lo quiere aceptar; antes, dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y, con esto, se entra a armar, para ponerse luego en camino. Vuelvan vuestras mercedes los ojos a aquella torre que allí parece, que se presupone que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la Aljafería; (N) y aquella dama que en aquel balcón parece, vestida a lo moro, es la sin par Melisendra, que desde allí muchas veces se ponía a mirar el camino de Francia, y, puesta la imaginación en París y en su esposo, se consolaba en su cautiverio. Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿ No veen aquel moro que callandico (N) y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llega por las espaldas de Melisendra? Pues miren cómo la da un beso en mitad de los labios, y la priesa que ella se da a escupir, y a limpiárselos con la blanca manga de su camisa, y cómo se lamenta, y se arranca de pesar sus hermosos cabellos, como si ellos tuvieran la culpa del maleficio. Miren también cómo aquel grave moro que está en aquellos corredores es el rey Marsilio de Sansueña; el cual, por haber visto la insolencia del moro, puesto que era un pariente y gran privado suyo, le mandó luego prender, y que le den docientos azotes, llevándole por las calles acostumbradas (N) de la ciudad.

      con chilladores delant.

      y envaramiento detrás.

      y veis aquí donde salen a ejecutar la sentencia, aun bien apenas no habiendo sido puesta en ejecución la culpa; porque entre moros no hay "traslado a la parte", ni "a prueba y estése", como entre nosotros.

      -Niño, niño -dijo con voz alta a esta sazón don Quijote-, seguid vuestra historia línea recta, y no os metáis en las curvas o transversales; que, para sacar una verdad en limpio, menester son muchas pruebas y repruebas.

      También dijo maese Pedro desde dentro:

      -Muchacho, no te metas en dibujos, sino haz lo que ese señor te manda, que será lo más acertado; sigue tu canto llano, y no te metas en contrapuntos, que se suelen quebrar de sotiles.

      -Yo lo haré así -respondió el muchacho; y prosiguió, diciendo-: Esta figura que aquí parece a caballo, cubierta con una capa gascona, (N) es la mesma de don Gaiferos, a quien su esposa, (N) ya vengada del atrevimiento del enamorado moro, con mejor y más sosegado semblante, se ha puesto a los miradores de la torre, y habla con su esposo, creyendo que es algún pasajero, con quien pasó todas aquellas razones (N) y coloquios de aquel romance que dicen.

      Caballero, si a Francia ides.
por Gaiferos preguntad.

      las cuales no digo yo ahora, porque de la prolijidad se suele engendrar el fastidio; basta ver cómo don Gaiferos se descubre, y que por los ademanes alegres que Melisendra hace se nos da a entender que ella le ha conocido, y más ahora que veemos se descuelga del balcón, para ponerse en las ancas del caballo (N) de su buen esposo. Mas, ¡ ay, sin ventura !, que se le ha asido una punta del faldellín de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo. Pero veis cómo el piadoso cielo socorre en las mayores necesidades, pues llega don Gaiferos, y, sin mirar si se rasgará o no el rico faldellín, ase della, y mal su grado la hace bajar al suelo, y luego, de un brinco, la pone sobre las ancas de su caballo, a horcajadas como hombre, y la manda que se tenga fuertemente y le eche los brazos por las espaldas, de modo que los cruce en el pecho, porque no se caiga, a causa que no estaba la señora Melisendra acostumbrada a semejantes caballerías. Veis también cómo los relinchos del caballo dan señales que va contento con la valiente y hermosa carga que lleva en su señor y en su señora. Veis cómo vuelven las espaldas y salen de la ciudad, y alegres y regocijados toman de París la vía. ¡ Vais en paz, oh par sin par de verdaderos amantes ! ¡ Lleguéis a salvamento a vuestra deseada patria, sin que la fortuna ponga estorbo en vuestro felice viaje ! ¡ Los ojos de vuestros amigos y parientes os vean gozar en paz tranquila los días, que los de Néstor sean, (N) que os quedan de la vida.

      Aquí alzó otra vez la voz maese Pedro, y dijo:

      -Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es mala.

      No respondió nada el intérprete; antes, prosiguió, diciendo.

      -No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que no viesen la bajada y la subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual mandó luego tocar al arma; y miren con qué priesa, que ya la ciudad se hunde con el son de las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan.

      -¡ Eso no ! -dijo a esta sazón don Quijote-: en esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, (N) porque entre moros no se usan campanas, sino atabales, y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.

      Lo cual oído por maese Pedro, cesó el tocar y dijo:

      -No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo que no se le halle. ¿ No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades (N) y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera, y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho, y deja decir; que, como yo llene mi talego, si quiere represente más impropiedades que tiene átomos el sol.

      -Así es la verdad -replicó don Quijote.

      Y el muchacho dijo.

      -Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de la ciudad en siguimiento de los dos católicos amantes, cuántas trompetas que suenan, (N) cuántas dulzainas que tocan y cuántos atabales y atambores que retumban. Témome que los han de alcanzar, y los han de volver atados a la cola de su mismo caballo, que sería un horrendo espetáculo.

      Viendo y oyendo, pues, tanta morisma (N) y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían; y, levantándose en pie, en voz alta, dijo.

      -No consentiré yo en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡ Deteneos, mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla. (N)

      Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y, con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo.

      -Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. ¡ Mire, pecador de mí, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda.

      Mas no por esto dejaba de menudear don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como llovidos. Finalmente, en menos de dos credos dio con todo el retablo en el suelo, hechas pedazos y desmenuzadas todas sus jarcias y figuras: (N) el rey Marsilio, mal herido, y el emperador Carlomagno, partida la corona y la cabeza en dos partes. Alborotóse el senado de los oyentes, (N) huyóse el mono por los tejados de la ventana, temió el primo, acobardóse el paje, y hasta el mesmo Sancho Panza tuvo pavor grandísimo, porque, como él juró después de pasada la borrasca, jamás había visto a su señor con tan desatinada cólera. Hecho, pues, el general destrozo del retablo, sosegóse un poco don Quijote y dijo.

      -Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen, ni quieren creer, de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes: miren, si no me hallara yo aquí presente, qué fuera del buen don Gaiferos y de la hermosa Melisendra; a buen seguro que ésta fuera ya la hora que los hubieran alcanzado estos canes, y les hubieran hecho algún desaguisado. En resolución, ¡ viva la andante caballería sobre cuantas cosas hoy viven en la tierra.

      -¡ Vivan en hora buena -dijo a esta sazón con voz enfermiza maese Pedro - , y muera yo, pues soy tan desdichado que puedo decir con el rey don Rodrigo.

      Ayer fui señor de España... . (N)
y hoy no tengo una almen.
que pueda decir que es mía !

      No ha media hora, ni aun un mediano momento, que me vi señor de reyes y de emperadores, llenas mis caballerizas y mis cofres y sacos de infinitos caballos y de innumerables galas, y agora me veo desolado y abatido, pobre y mendigo, y, sobre todo, sin mi mono, que a fe que primero que le vuelva a mi poder me han de sudar los dientes; (N) y todo por la furia mal considerada deste señor caballero, de quien se dice que ampara pupilos, y endereza tuertos, y hace otras obras caritativas; y en mí solo ha venido a faltar su intención generosa, que sean benditos y alabados los cielos, allá donde tienen más levantados sus asientos. En fin, el Caballero de la Triste Figura había de ser aquel que había de desfigurar las mías.

      Enternecióse Sancho Panza con las razones de maese Pedro, y díjole.

      -No llores, maese Pedro, ni te lamentes, que me quiebras el corazón; porque te hago saber que es mi señor don Quijote tan católico y escrupuloso cristiano, que si él cae en la cuenta de que te ha hecho algún agravio, te lo sabrá y te lo querrá pagar y satisfacer con muchas ventajas.

      -Con que me pagase el señor don Quijote alguna parte de las hechuras que me ha deshecho, quedaría contento, y su merced aseguraría su conciencia, porque no se puede salvar quien tiene lo ajeno contra la voluntad de su dueño y no lo restituye.

      -Así es -dijo don Quijote-, pero hasta ahora yo no sé que tenga nada vuestro, maese Pedro.

      -¿ Cómo no? -respondió maese Pedro-; y estas reliquias que están por este duro y estéril suelo, ¿ quién las esparció y aniquiló, sino la fuerza invencible dese poderoso brazo?, y ¿ cúyos eran sus cuerpos sino míos?, y ¿ con quién me sustentaba yo sino con ellos.

      -Ahora acabo de creer -dijo a este punto don Quijote- lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra, don Gaiferos don Gaiferos, Marsilio Marsilio, y Carlomagno Carlomagno: por eso se me alteró la cólera, y, por cumplir con mi profesión de caballero andante, quise dar ayuda y favor a los que huían, y con este buen propósito hice lo que habéis visto; si me ha salido al revés, no es culpa mía, sino de los malos que me persiguen; y, con todo esto, deste mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas: vea maese Pedro lo que quiere por las figuras deshechas, que yo me ofrezco a pagárselo luego, en buena y corriente moneda castellana.

      Inclinósele maese Pedro, diciéndole.

      -No esperaba yo menos de la inaudita cristiandad del valeroso don Quijote de la Mancha, (N) verdadero socorredor y amparo de todos los necesitados y menesterosos vagamundos; y aquí el señor ventero y el gran Sancho serán medianeros y apreciadores, entre vuesa merced y mí, de lo que valen o podían valer las ya deshechas figuras.

      El ventero y Sancho dijeron que así lo harían, y luego maese Pedro alzó del suelo, con la cabeza menos, al rey Marsilio de Zaragoza, y dijo.

      -Ya se vee cuán imposible es volver a este rey a su ser primero; y así, me parece, salvo mejor juicio, que se me dé por su muerte, fin y acabamiento cuatro reales y medio.

      -¡ Adelante ! -dijo don Quijote.

      -Pues por esta abertura de arriba abajo (N) - prosiguió maese Pedro, tomando en las manos al partido emperador Carlomagno-, no sería mucho que pidiese yo cinco reales y un cuartillo.

      -No es poco -dijo Sancho.

      -Ni mucho -replicó el ventero-; médiese la partida y señálensele cinco reales.

      -Dénsele todos cinco y cuartillo -dijo don Quijote - , que no está en un cuartillo más a menos la monta desta notable desgracia; y acabe presto maese Pedro, que se hace hora de cenar, y yo tengo ciertos barruntos de hambre.

      -Por esta figura -dijo maese Pedro- que está sin narices y un ojo menos, que es de la hermosa Melisendra, quiero, y me pongo en lo justo, dos reales y doce maravedís.

      -Aun ahí sería el diablo -dijo don Quijote-, si ya no estuviese Melisendra con su esposo, por lo menos, en la raya de Francia; porque el caballo en que iban, a mí me pareció que antes volaba que corría; y así, no hay para qué venderme a mí el gato por liebre, (N) presentándome aquí a Melisendra desnarigada, estando la otra, si viene a mano, ahora holgándose en Francia con su esposo a pierna tendida. Ayude Dios con lo suyo a cada uno, (N) señor maese Pedro, y caminemos todos con pie llano y con intención sana. Y prosiga.

      Maese Pedro, que vio que don Quijote izquierdeaba (N) y que volvía a su primer tema, no quiso que se le escapase; y así, le dijo.

      -Ésta no debe de ser Melisendra, sino alguna de las doncellas que la servían; y así, con sesenta maravedís que me den por ella quedaré contento y bien pagado.

      Desta manera fue poniendo precio a otras muchas destrozadas figuras, que después los moderaron (N) los dos jueces árbitros, con satisfación de las partes, que llegaron a cuarenta reales y tres cuartillos; y, además desto, que luego lo desembolsó Sancho, pidió maese Pedro dos reales por el trabajo de tomar el mono.

      -Dáselos, Sancho -dijo don Quijote-, no para tomar el mono, sino la mona; (N) y docientos diera yo ahora en albricias a quien me dijera con certidumbre que la señora doña Melisendra y el señor don Gaiferos estaban ya en Francia y entre los suyos.

      -Ninguno nos lo podrá decir mejor que mi mono -dijo maese Pedro-, pero no habrá diablo que ahora le tome; aunque imagino que el cariño y la hambre le han de forzar a que me busque esta noche, y amanecerá Dios y verémonos.

      En resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compañía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo estremo.

      Antes que amaneciese, se fue el que llevaba las lanzas y las alabardas, y ya después de amanecido, se vinieron a despedir de don Quijote el primo y el paje: el uno, para volverse a su tierra; y el otro, a proseguir su camino, para ayuda del cual le dio don Quijote una docena de reales. Maese Pedro no quiso volver a entrar en más dimes ni diretes (N) con don Quijote, a quien él conocía muy bien, y así, madrugó antes que el sol, y, cogiendo las reliquias de su retablo y a su mono, (N) se fue también a buscar sus aventuras. El ventero, que no conocía a don Quijote, tan admirado le tenían sus locuras como su liberalidad. Finalmente, Sancho le pagó muy bien, por orden de su señor, y, despidiéndose dél, casi a las ocho del día dejaron la venta y se pusieron en camino, donde los dejaremos ir; que así conviene para dar lugar a contar otras cosas pertenecientes a la declaración desta famosa historia.







Parte II -- Capítulo XXVII . Donde se da cuenta quiénes eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado.

      Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: ′′Juro como católico cristiano...′′; (N) a lo que su traductor dice que el jurar Cide Hamete como católico cristiano, siendo él moro, como sin duda lo era, no quiso decir otra cosa sino que, así como el católico cristiano cuando jura, jura, o debe jurar, verdad, y decirla en lo que dijere, así él la decía, como si jurara como cristiano católico, en lo que quería escribir de don Quijote, especialmente en decir quién era maese Pedro, y quién el mono adivino que traía admirados todos aquellos pueblos con sus adivinanzas.

      Dice, pues, que bien se acordará, el que hubiere leído la primera parte desta historia, de aquel Ginés de Pasamonte, a quien, entre otros galeotes, dio libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de aquella gente maligna y mal acostumbrada. Este Ginés de Pasamonte, a quien don Quijote llamaba Ginesillo de Parapilla, (N) fue el que hurtó a Sancho Panza el rucio; que, por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta. Pero, en resolución, Ginés le hurtó, estando sobre él durmiendo Sancho Panza, usando de la traza y modo que usó Brunelo cuando, estando Sacripante sobre Albraca, le sacó el caballo de entre las piernas, y después le cobró Sancho, como se ha contado. Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen contándolos, (N) determinó pasarse al reino de Aragón (N) y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero; que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por estremo.

      Sucedió, pues, que de unos cristianos ya libres que venían de Berbería compró aquel mono, a quien enseñó que, en haciéndole cierta señal, se le subiese en el hombro y le murmurase, o lo pareciese, al oído. Hecho esto, antes que entrase en el lugar donde entraba (N) con su retablo y mono, se informaba en el lugar más cercano, o de quien él mejor podía, qué cosas particulares hubiesen sucedido en el tal lugar, y a qué personas; y, llevándolas bien en la memoria, lo primero que hacía era mostrar su retablo, el cual unas veces era de una historia, y otras de otra; pero todas alegres y regocijadas y conocidas. Acabada la muestra, proponía las habilidades de su mono, diciendo al pueblo que adivinaba todo lo pasado y lo presente; pero que en lo de por venir no se daba maña. Por la respuesta de cada pregunta pedía dos reales, y de algunas hacía barato, según tomaba el pulso a los preguntantes; y como tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por no pagarle, él hacía la seña al mono, y luego decía que le había dicho tal y tal cosa, que venía de molde con lo sucedido. Con esto cobraba crédito inefable, y andábanse todos tras él. Otras veces, como era tan discreto, respondía de manera que las respuestas venían bien con las preguntas; y, como nadie le apuraba ni apretaba a que dijese cómo adevinaba su mono, a todos hacía monas, y llenaba sus esqueros. (N)

      Así como entró en la venta, conoció a don Quijote y a Sancho, por cuyo conocimiento le fue fácil poner en admiración a don Quijote y a Sancho Panza, y a todos los que en ella estaban; pero hubiérale de costar caro si don Quijote bajara un poco más la mano cuando cortó la cabeza al rey Marsilio y destruyó toda su caballería, como queda dicho en el antecedente capítulo.

      Esto es lo que hay que decir de maese Pedro (N) y de su mono.

      Y, volviendo a don Quijote de la Mancha, digo que, después de haber salido de la venta, determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo el mucho que faltaba desde allí a las justas. (N) Con esta intención siguió su camino, por el cual anduvo dos días sin acontecerle cosa digna de ponerse en escritura, hasta que al tercero, al subir de una loma, oyó un gran rumor de atambores, de trompetas y arcabuces. Al principio pensó que algún tercio de soldados pasaba por aquella parte, y por verlos picó a Rocinante y subió la loma arriba; y cuando estuvo en la cumbre, vio al pie della, a su parecer, más de docientos hombres armados de diferentes suertes de armas, como si dijésemos lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y algunos arcabuces, y muchas rodelas. (N) Bajó del recuesto y acercóse al escuadrón, tanto, que distintamente vio las banderas, juzgó de las colores y notó las empresas que en ellas traían, especialmente una que en un estandarte o jirón de raso blanco venía, en el cual estaba pintado muy al vivo un asno como un pequeño sardesco, la cabeza levantada, la boca abierta y la lengua de fuera, en acto y postura como si estuviera rebuznando; (N) alrededor dél estaban escritos de letras grandes estos dos versos.

      No rebuznaron en balde
el uno y el otro alcalde.

      Por esta insignia sacó don Quijote que aquella gente debía de ser del pueblo del rebuzno, y así se lo dijo a Sancho, declarándole lo que en el estandarte venía escrito. Díjole también que el que les había dado noticia de aquel caso se había errado (N) en decir que dos regidores habían sido los que rebuznaron; pero que, según los versos del estandarte, no habían sido sino alcaldes. A lo que respondió Sancho Panza.

      -Señor, en eso no hay que reparar, que bien puede ser que los regidores que entonces rebuznaron viniesen con el tiempo a ser alcaldes de su pueblo, y así, se pueden llamar con entrambos títulos; cuanto más, que no hace al caso a la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes o regidores, como ellos una por una hayan rebuznado; porque tan a pique está de rebuznar un alcalde como un regidor.

      Finalmente, conocieron y supieron como el pueblo corrido salía a pelear con otro que le corría más de lo justo y de lo que se debía a la buena vecindad.

      Fuese llegando a ellos don Quijote, no con poca pesadumbre de Sancho, que nunca fue amigo de hallarse en semejantes jornadas. Los del escuadrón le recogieron en medio, creyendo que era alguno de los de su parcialidad. Don Quijote, alzando la visera, con gentil brío y continente, llegó hasta el estandarte del asno, y allí se le pusieron alrededor todos los más principales del ejército, por verle, admirados con la admiración acostumbrada en que caían todos aquellos que la vez primera le miraban. Don Quijote, que los vio tan atentos a mirarle, sin que ninguno le hablase ni le preguntase nada, quiso aprovecharse de aquel silencio, y, rompiendo el suyo, alzó la voz y dijo.

      -Buenos señores, cuan encarecidamente puedo, os suplico que no interrumpáis un razonamiento que quiero haceros, hasta que veáis que os disgusta y enfada; que si esto sucede, con la más mínima señal que me hagáis pondré un sello en mi boca y echaré una mordaza (N) a mi lengua.

      Todos le dijeron que dijese lo que quisiese, que de buena gana le escucharían. Don Quijote, con esta licencia, prosiguió diciendo.

      Yo, señores míos, soy caballero andante, cuyo ejercicio es el de las armas, y cuya profesión la de favorecer a los necesitados de favor y acudir a los menesterosos. Días ha que he sabido vuestra desgracia y la causa que os mueve a tomar las armas a cada paso, para vengaros de vuestros enemigos; y, habiendo discurrido una y muchas veces en mi entendimiento sobre vuestro negocio, hallo, según las leyes del duelo, (N) que estáis engañados en teneros por afrentados, porque ningún particular puede afrentar a un pueblo entero, si no es retándole de traidor por junto, porque no sabe en particular quién cometió la traición por que le reta. Ejemplo desto tenemos en don Diego Ordóñez de Lara, que retó a todo el pueblo zamorano, porque ignoraba que solo Vellido Dolfos (N) había cometido la traición de matar a su rey; y así, retó a todos, y a todos tocaba la venganza y la respuesta; aunque bien es verdad que el señor don Diego anduvo algo demasiado, y aun pasó muy adelante de los límites del reto, porque no tenía para qué retar a los muertos, a las aguas, ni a los panes, ni a los que estaban por nacer, ni a las otras menudencias que allí se declaran; pero, ¡ vaya !, pues cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija. Siendo, pues, esto así, que uno solo no puede afrentar a reino, provincia, ciudad, república ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para qué salir a la venganza del reto de la tal afrenta, (N) pues no lo es; porque, ¡ bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la Reloja con quien se lo llama, ni los cazoleros, (N) berenjeneros, ballenatos, jaboneros, ni los de otros nombres y apellidos que andan por ahí en boca de los muchachos y de gente de poco más a menos ! ¡ Bueno sería, por cierto, que todos estos insignes pueblos se corriesen y vengasen, y anduviesen contino hechas las espadas sacabuches (N) a cualquier pendencia, por pequeña que fuese ! No, no, ni Dios lo permita o quiera. Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; (N) la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey, en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria. (N) A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables, y que obliguen a tomar las armas; pero tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable discurso; cuanto más, que el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que, aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana; y así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible (N) el cumplirla. Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse.

      -El diablo me lleve -dijo a esta sazón Sancho entre sí- si este mi amo no es tólogo; (N) y si no lo es, que lo parece (N) como un gÜevo a otro.

      Tomó un poco de aliento don Quijote, y, viendo que todavía le prestaban silencio, quiso pasar adelante en su plática, como pasara ni no se pusiere en medio la agudeza de Sancho, (N) el cual, viendo que su amo se detenía, tomó la mano por él, diciendo.

      -Mi señor don Quijote de la Mancha, que un tiempo se llamó el Caballero de la Triste Figura y ahora se llama el Caballero de los Leones, es un hidalgo muy atentado, que sabe latín y romance como un bachiller, y en todo cuanto trata y aconseja procede como muy buen soldado, y tiene todas las leyes y ordenanzas de lo que llaman el duelo en la uña; y así, no hay más que hacer sino dejarse llevar por lo que él dijere, y sobre mí si lo erraren; cuanto más, que ello se está dicho que es necedad correrse por sólo oír un rebuzno, que yo me acuerdo, cuando muchacho, que rebuznaba cada y cuando que se me antojaba, sin que nadie me fuese a la mano, y con tanta gracia y propiedad que, en rebuznando yo, rebuznaban todos los asnos del pueblo, y no por eso dejaba de ser hijo de mis padres, que eran honradísimos; y, aunque por esta habilidad era invidiado de más de cuatro de los estirados de mi pueblo, no se me daba dos ardites. Y, porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar: que, una vez aprendida, nunca se olvida.

      Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron. Pero uno de los que estaban junto a él, creyendo que hacía burla dellos, alzó un varapalo que en la mano tenía, y diole tal golpe con él, que, sin ser poderoso a otra cosa, dio con Sancho Panza en el suelo. (N) Don Quijote, que vio tan malparado a Sancho, arremetió al que le había dado, con la lanza sobre mano, pero fueron tantos los que se pusieron en medio, que no fue posible vengarle; antes, viendo que llovía sobre él un nublado de piedras, y que le amenazaban mil encaradas ballestas y no menos cantidad de arcabuces, (N) volvió las riendas a Rocinante, y a todo lo que su galope pudo, (N) se salió de entre ellos, encomendándose de todo corazón a Dios, que de aquel peligro le librase, temiendo a cada paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho; y a cada punto recogía el aliento, por ver si le faltaba.

      Pero los del escuadrón se contentaron con verle huir, sin tirarle. A Sancho le pusieron sobre su jumento, apenas vuelto en sí, y le dejaron ir tras su amo, no porque él tuviese sentido para regirle; pero el rucio siguió las huellas de Rocinante, sin el cual no se hallaba un punto. Alongado, pues, don Quijote buen trecho, volvió la cabeza y vio que Sancho venía, y atendióle, viendo que ninguno le seguía.

      Los del escuadrón se estuvieron allí hasta la noche, y, por no haber salido a la batalla sus contrarios, se volvieron a su pueblo, regocijados y alegres; y si ellos supieran la costumbre antigua de los griegos, levantaran en aquel lugar y sitio un trofeo. (N)







Parte II -- Capítulo XXVIII . De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención.

      Cuando el valiente huye, la superchería está descubierta, (N) y es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión. Esta verdad se verificó en don Quijote, el cual, dando lugar a la furia del pueblo y a las malas intenciones de aquel indignado escuadrón, puso pies en polvorosa, y, sin acordarse de Sancho ni del peligro en que le dejaba, se apartó tanto cuanto le pareció que bastaba para estar seguro. Seguíale Sancho, atravesado en su jumento, como queda referido. Llegó, en fin, ya vuelto en su acuerdo, y al llegar, se dejó caer del rucio a los pies de Rocinante, todo ansioso, todo molido y todo apaleado. (N) Apeóse don Quijote para catarle las feridas; pero, como le hallase sano de los pies a la cabeza, con asaz cólera le dijo.

      -¡ Tan en hora mala supistes vos rebuznar, Sancho ! Y ¿ dónde hallastes vos ser bueno el nombrar la soga en casa del ahorcado? (N) A música de rebuznos, ¿ qué contrapunto se había de llevar sino de varapalos? Y dad gracias a Dios, Sancho, que ya que os santiguaron con un palo, no os hicieron el per signum crucis con un alfanje. (N)

      -No estoy para responder -respondió Sancho-, porque me parece que hablo por las espaldas. Subamos y apartémonos de aquí, que yo pondré silencio en mis rebuznos, pero no en dejar de decir (N) que los caballeros andantes huyen, y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheña, o como cibera, en poder de sus enemigos.

      -No huye el que se retira -respondió don Quijote-, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo. Y así, yo confieso que me he retirado, pero no huido; y en esto he imitado a muchos valientes, que se han guardado para tiempos mejores, y desto están las historias llenas, las cuales, por no serte a ti de provecho ni a mí de gusto, no te las refiero ahora.

      En esto, ya estaba a caballo Sancho, ayudado de don Quijote, el cual asimismo subió en Rocinante, y poco a poco se fueron a emboscar en una alameda que hasta un cuarto de legua de allí se parecía. De cuando en cuando daba Sancho unos ayes profundísimos y unos gemidos dolorosos; y, preguntándole don Quijote la causa de tan amargo sentimiento, respondió que, desde la punta del espinazo hasta la nuca del celebro, le dolía de manera que le sacaba de sentido.

      -La causa dese dolor debe de ser, sin duda -dijo don Quijote-, que, como era el palo con que te dieron largo y tendido, te cogió todas las espaldas, donde entran todas esas partes que te duelen; y si más te cogiera, más te doliera. (N)

      -¡ Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me ha sacado de una gran duda, y que me la ha declarado por lindos términos ! ¡ Cuerpo de mí ! ¿ Tan encubierta estaba la causa de mi dolor que ha sido menester decirme que me duele todo todo aquello que alcanzó el palo? Si me dolieran los tobillos, aún pudiera ser que se anduviera adivinando el porqué me dolían, pero dolerme lo que me molieron no es mucho adivinar. A la fe, señor nuestro amo, el mal ajeno de pelo cuelga, (N) y cada día voy descubriendo tierra de lo poco que puedo esperar de la compañía que con vuestra merced tengo; porque si esta vez me ha dejado apalear, otra y otras ciento volveremos a los manteamientos de marras y a otras muchacherías, que si ahora me han salido a las espaldas, después me saldrán a los ojos. Harto mejor haría yo, sino que soy un bárbaro, y no haré nada que bueno sea en toda mi vida; harto mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mi casa, y a mi mujer, y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con lo que Dios fue servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen, bebiendo mal y comiendo peor. Pues, ¡ tomadme el dormir ! Contad, hermano escudero, siete pies de tierra, y si quisiéredes más, tomad otros tantos, que en vuestra mano está escudillar, (N) y tendeos a todo vuestro buen talante; que quemado vea yo y hecho polvos al primero que dio puntada en la andante caballería, o, a lo menos, al primero que quiso ser escudero de tales tontos como debieron ser todos los caballeros andantes pasados. De los presentes no digo nada, que, por ser vuestra merced uno dellos, los tengo respeto, y porque sé que sabe vuesa merced un punto más que el diablo en cuanto habla y en cuanto piensa.

      -Haría yo una buena apuesta con vos, Sancho -dijo don Quijote-: que ahora que vais hablando sin que nadie os vaya a la mano, que no os duele nada en todo vuestro cuerpo. Hablad, hijo mío, todo aquello que os viniere al pensamiento y a la boca; que, a trueco de que a vos no os duela nada, tendré yo por gusto el enfado que me dan vuestras impertinencias. Y si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer y hijos, no permita Dios que yo os lo impida; dineros tenéis míos: mirad cuánto ha que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo, y mirad lo que podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano.

      -Cuando yo servía -respondió Sancho- a Tomé Carrasco, (N) el padre del bachiller Sansón Carrasco, que vuestra merced bien conoce, dos ducados ganaba cada mes, amén de la comida; con vuestra merced no sé lo que puedo ganar, puesto que sé que tiene más trabajo el escudero del caballero andante que el que sirve a un labrador; que, en resolución, los que servimos a labradores, por mucho que trabajemos de día, por mal que suceda, a la noche cenamos olla y dormimos en cama, en la cual no he dormido después que ha que sirvo a vuestra merced. Si no ha sido el tiempo breve que estuvimos en casa de don Diego de Miranda, y la jira (N) que tuve con la espuma que saqué de las ollas de Camacho, y lo que comí y bebí y dormí en casa de Basilio, todo el otro tiempo he dormido en la dura tierra, al cielo abierto, sujeto a lo que dicen inclemencias del cielo, sustentándome con rajas de queso y mendrugos de pan, y bebiendo aguas, ya de arroyos, ya de fuentes, de las que encontramos por esos andurriales donde andamos.

      -Confieso -dijo don Quijote- que todo lo que dices, Sancho, sea verdad. (N) ¿ Cuánto parece que os debo dar más de lo que os daba Tomé Carrasco.

      -A mi parecer -dijo Sancho-, con dos reales más que vuestra merced añadiese cada mes me tendría por bien pagado. Esto es cuanto al salario de mi trabajo; pero, en cuanto a satisfacerme a la palabra y promesa que vuestra merced me tiene hecha de darme el gobierno de una ínsula, sería justo que se me añadiesen otros seis reales, que por todos serían treinta.

      -Está muy bien -replicó don Quijote-; y, conforme al salario que vos os habéis señalado, 23 días (N) ha que salimos de nuestro pueblo: contad, Sancho, rata por cantidad, y mirad lo que os debo, y pagaos, como os tengo dicho, de vuestra mano.

      -¡ Oh, cuerpo de mí ! -dijo Sancho-, que va vuestra merced muy errado en esta cuenta, porque en lo de la promesa de la ínsula se ha de contar desde el día que vuestra merced me la prometió hasta la presente hora en que estamos.

      -Pues, ¿ qué tanto ha, Sancho, que os la prometí? - dijo don Quijote.

      -Si yo mal no me acuerdo -respondió Sancho-, debe de haber más de veinte años, tres días más a menos. (N)

      Diose don Quijote una gran palmada en la frente, y comenzó a reír muy de gana, y dijo.

      -Pues no anduve yo en Sierra Morena, ni en todo el discurso de nuestras salidas, sino dos meses apenas, (N) y ¿ dices, Sancho, que ha veinte años que te prometí la ínsula? Ahora digo que quieres que se consuman en tus salarios el dinero que tienes mío; y si esto es así, y tú gustas dello, desde aquí te lo doy, y buen provecho te haga; que, a trueco de verme sin tan mal escudero, holgaréme de quedarme pobre y sin blanca. Pero dime, prevaricador de las ordenanzas escuderiles de la andante caballería, ¿ dónde has visto tú, o leído, (N) que ningún escudero de caballero andante se haya puesto con su señor en tanto más cuánto me habéis de dar cada mes porque os sirva? Éntrate, éntrate, malandrín, follón y vestiglo, que todo lo pareces; éntrate, digo, por el mare magnum de sus historias, (N) y si hallares que algún escudero haya dicho, ni pensado, lo que aquí has dicho, quiero que me le claves en la frente, y, por añadidura, me hagas cuatro mamonas selladas en mi rostro. Vuelve las riendas, o el cabestro, al rucio, y vuélvete a tu casa, porque un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo. ¡ Oh pan mal conocido !. (N) ¡ Oh promesas mal colocadas ! ¡ Oh hombre que tiene más de bestia que de persona ! ¿ Ahora, cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal, que a pesar de tu mujer te llamaran señoría, (N) te despides? ¿ Ahora te vas, cuando yo venía con intención firme y valedera de hacerte señor de la mejor ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel... etc. Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida; que para mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia.

      Miraba Sancho a don Quijote de en hito en hito, en tanto que los tales vituperios le decía, y compungióse de manera que le vinieron las lágrimas a los ojos, y con voz dolorida y enferma le dijo.

      -Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola; si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone y se duela de mi mocedad, (N) y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas, quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda.

      -Maravillárame yo, Sancho, si no mezclaras algún refrancico en tu coloquio. Ahora bien, yo te perdono, con que te emiendes, (N) y con que no te muestres de aquí adelante tan amigo de tu interés, sino que procures ensanchar el corazón, y te alientes y animes a esperar el cumplimiento de mis promesas, que, aunque se tarda, no se imposibilita.

      Sancho respondió que sí haría, aunque sacase fuerzas de flaqueza.

      Con esto, se metieron en la alameda, y don Quijote se acomodó al pie de un olmo, y Sancho al de una haya; que estos tales árboles y otros sus semejantes siempre tienen pies, y no manos. (N) Sancho pasó la noche penosamente, porque el varapalo se hacía más sentir con el sereno. Don Quijote la pasó en sus continuas memorias; pero, con todo eso, dieron los ojos al sueño, y al salir del alba siguieron su camino buscando las riberas del famoso Ebro, donde les sucedió lo que se contará en el capítulo venidero.







Parte II -- Capítulo XXIX . De la famosa aventura del barco encantado.

      Por sus pasos contados y por contar, dos días después que salieron de la alameda, (N) llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro, y el verle fue de gran gusto a don Quijote, porque contempló y miró en él la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales, cuya alegre vista renovó en su memoria mil amorosos pensamientos. Especialmente fue y vino en lo que había visto en la cueva de Montesinos; que, puesto que el mono de maese Pedro le había dicho que parte de aquellas cosas eran verdad y parte mentira, él se atenía más a las verdaderas que a las mentirosas, bien al revés de Sancho, que todas las tenía por la mesma mentira.

      Yendo, pues, desta manera, se le ofreció a la vista un pequeño barco sin remos ni otras jarcias algunas, que estaba atado en la orilla a un tronco de un árbol (N) que en la ribera estaba. Miró don Quijote a todas partes, y no vio persona alguna; y luego, sin más ni más, se apeó de Rocinante y mandó a Sancho que lo mesmo hiciese del rucio, y que a entrambas bestias las atase muy bien, juntas, al tronco de un álamo o sauce que allí estaba. Preguntóle Sancho la causa de aquel súbito apeamiento y de aquel ligamiento. Respondió don Quijote.

      -Has de saber, Sancho, que este barco que aquí está, derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y convidando a que entre en él, y vaya en él a dar socorro a algún caballero, o a otra necesitada y principal persona, que debe de estar puesta en alguna grande cuita, porque éste es estilo de los libros de las historias caballerescas y de los encantadores que en ellas se entremeten y platican: cuando algún caballero está puesto en algún trabajo, que no puede ser librado dél sino por la mano de otro caballero, puesto que estén distantes el uno del otro dos o tres mil leguas, y aun más, o le arrebatan en una nube o le deparan un barco (N) donde se entre, y en menos de un abrir y cerrar de ojos le llevan, o por los aires, o por la mar, donde quieren y adonde es menester su ayuda; así que, ¡ oh Sancho !, este barco está puesto aquí para el mesmo efecto; y esto es tan verdad como es ahora de día; y antes que éste se pase, ata juntos al rucio y a Rocinante, y a la mano de Dios, que nos guíe, que no dejaré de embarcarme si me lo pidiesen frailes descalzos.

      -Pues así es -respondió Sancho-, y vuestra merced quiere dar a cada paso en estos que no sé si los llame disparates, no hay sino obedecer y bajar la cabeza, atendiendo al refrán "haz lo que tu amo te manda, (N) y siéntate con él a la mesa"; pero, con todo esto, por lo que toca al descargo de mi conciencia, quiero advertir a vuestra merced que a mí me parece que este tal barco no es de los encantados, sino de algunos pescadores deste río, porque en él se pescan las mejores sabogas del mundo.

      Esto decía, mientras ataba las bestias, Sancho, dejándolas a la proteción y amparo de los encantadores, con harto dolor de su ánima. Don Quijote le dijo que no tuviese pena del desamparo de aquellos animales, que el que los llevaría a ellos por tan longincuos caminos y regiones (N) tendría cuenta de sustentarlos.

      -No entiendo eso de logicuos -dijo Sancho-, ni he oído tal vocablo en todos los días de mi vida.

      -Longincuos -respondió don Quijote- quiere decir apartados; y no es maravilla que no lo entiendas, que no estás tú obligado a saber latín, como algunos que presumen que lo saben, y lo ignoran.

      -Ya están atados -replicó Sancho-. ¿ Qué hemos de hacer ahora.

      -¿ Qué? -respondió don Quijote-. Santiguarnos (N) y levar ferro; quiero decir, embarcarnos y cortar la amarra con que este barco está atado.

      Y, dando un salto en él, siguiéndole Sancho, cortó el cordel, y el barco se fue apartando poco a poco de la ribera; y cuando Sancho se vio obra de dos varas dentro del río, comenzó a temblar, temiendo su perdición; pero ninguna cosa le dio más pena que el oír roznar al rucio (N) y el ver que Rocinante pugnaba por desatarse, y díjole a su señor.

      -El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡ Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia.

      Y, en esto, comenzó a llorar tan amargamente que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo.

      -¿ De qué temes, cobarde criatura? ¿ De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿ Quién te persigue, o quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia? ¿ Por dicha vas caminando (N) a pie y descalzo por las montañas rifeas, sino sentado en una tabla, como un archiduque, por el sesgo curso deste agradable río, de donde en breve espacio saldremos al mar dilatado? Pero ya habemos de haber salido, y caminado, por lo menos, setecientas o ochocientas leguas; y si yo tuviera aquí un astrolabio con que tomar la altura del polo, (N) yo te dijera las que hemos caminado; aunque, o yo sé poco, o ya hemos pasado, o pasaremos presto, por la línea equinocial, que divide y corta los dos contrapuestos polos en igual distancia.

      -Y cuando lleguemos a esa leña que vuestra merced dice -preguntó Sancho - , ¿ cuánto habremos caminado.

      -Mucho -replicó don Quijote-, porque de trecientos y sesenta grados que contiene el globo, (N) del agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho.

      -Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo.

      Rióse don Quijote de la interpretación que Sancho había dado al nombre y al cómputo y cuenta del cosmógrafo Ptolomeo, y díjole.

      -Sabrás, Sancho, que los españoles y los que se embarcan en Cádiz (N) para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinocial que te he dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro; y así, puedes, Sancho, pasear una mano por un muslo, y si topares cosa viva, saldremos desta duda; y si no, pasado habemos.

      -Yo no creo nada deso -respondió Sancho-, pero, con todo, haré lo que vuesa merced me manda, aunque no sé para qué hay necesidad de hacer esas experiencias, pues yo veo con mis mismos ojos que no nos habemos apartado de la ribera cinco varas, ni hemos decantado de donde están las alemañas dos varas, porque allí están Rocinante y el rucio en el propio lugar do los dejamos; y tomada la mira, como yo la tomo ahora, voto a tal que no nos movemos ni andamos al paso de una hormiga.

      -Haz, Sancho, la averiguación que te he dicho, y no te cures de otra, que tú no sabes qué cosa sean coluros, líneas, paralelos, zodíacos, clíticas, polos, solsticios, equinocios, planetas, signos, puntos, medidas, de que se compone la esfera (N) celeste y terrestre; que si todas estas cosas supieras, o parte dellas, vieras claramente qué de paralelos hemos cortado, qué de signos visto y qué de imágines hemos dejado atrás y vamos dejando ahora. Y tórnote a decir que te tientes y pesques, que yo para mí tengo que estás más limpio que un pliego de papel liso y blanco.

      Tentóse Sancho, y, llegando con la mano bonitamente y con tiento hacia la corva izquierda, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo.

      -O la experiencia es falsa, o no hemos llegado adonde vuesa merced dice, ni con muchas leguas.

      -Pues ¿ qué? -preguntó don Quijote-, ¿ has topado algo?

      -¡ Y aun algos (N) ! -respondió Sancho.

      Y, sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el río, por el cual sosegadamente se deslizaba el barco por mitad (N) de la corriente, sin que le moviese alguna inteligencia secreta, ni algún encantador escondido, sino el mismo curso del agua, blando entonces y suave.

      En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con voz alta dijo a Sancho.

      -¿ Vees? Allí, ¡ oh amigo !, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.

      -¿ Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? - dijo Sancho-. ¿ No echa de ver que aquéllas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo?

      -Calla, Sancho -dijo don Quijote-; que, aunque parecen aceñas, no lo son; y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos. No quiero decir que las mudan de en uno en otro ser realmente, sino que lo parece, como lo mostró la experiencia en la transformación de Dulcinea, (N) único refugio de mis esperanzas.

      En esto, el barco, entrado en la mitad de la corriente del río, comenzó a caminar no tan lentamente como hasta allí. Los molineros de las aceñas, que vieron venir aquel barco por el río, y que se iba a embocar por el raudal de las ruedas, (N) salieron con presteza muchos dellos con varas largas a detenerle, y, como salían enharinados, y cubiertos los rostros y los vestidos del polvo de la harina, representaban una mala vista. (N) Daban voces grandes, diciendo.

      -¡ Demonios de hombres ! ¿ Dónde vais? ¿ Venís desesperados? ¿ Qué queréis, ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas.

      -¿ No te dije yo, Sancho -dijo a esta sazón don Quijote-, que habíamos llegado donde he de mostrar a dó llega el valor de mi brazo? Mira qué de malandrines y follones me salen al encuentro, mira cuántos vestiglos se me oponen, mira cuántas feas cataduras nos hacen cocos... Pues ¡ ahora lo veréis, (N) bellacos.

      Y, puesto en pie en el barco, con grandes voces comenzó a amenazar a los molineros, diciéndoles:

      -Canalla malvada y peor aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío a la persona que en esa vuestra fortaleza o prisión tenéis oprimida, alta o baja, de cualquiera suerte o calidad que sea, que yo soy , llamado el Caballero de los Leones por otro nombre, a quien está reservada por orden de los altos cielos el dar fin felice a esta aventura.

      Y, diciendo esto, echó mano a su espada y comenzó a esgrimirla en el aire contra los molineros; los cuales, oyendo y no entendiendo aquellas sandeces, se pusieron con sus varas a detener el barco, que ya iba entrando en el raudal y canal de las ruedas.

      Púsose Sancho de rodillas, pidiendo devotamente al cielo le librase de tan manifiesto peligro, como lo hizo, por la industria y presteza de los molineros, que, oponiéndose con sus palos al barco, le detuvieron, pero no de manera que dejasen de trastornar el barco y dar con don Quijote y con Sancho al través en el agua; pero vínole bien a don Quijote, que sabía nadar como un ganso, (N) aunque el peso de las armas le llevó al fondo dos veces; y si no fuera por los molineros, que se arrojaron al agua y los sacaron como en peso a entrambos, allí había sido Troya para los dos.

      Puestos, pues, en tierra, más mojados que muertos de sed, (N) Sancho, puesto de rodillas, las manos juntas y los ojos clavados al cielo, pidió a Dios con una larga y devota plegaria le librase de allí adelante de los atrevidos deseos y acometimientos de su señor.

      Llegaron en esto los pescadores dueños del barco, a quien habían hecho pedazos las ruedas de las aceñas; y, viéndole roto, acometieron a desnudar a Sancho, (N) y a pedir a don Quijote se lo pagase; el cual, con gran sosiego, como si no hubiera pasado nada por él, dijo a los molineros y pescadores que él pagaría el barco de bonísima gana, con condición que le diesen libre y sin cautela a la persona o personas que en aquel su castillo estaban oprimidas.

      -¿ Qué personas o qué castillo dice -respondió uno de los molineros-, hombre sin juicio? ¿ Quiéreste llevar por ventura las que vienen a moler trigo a estas aceñas.

      -¡ Basta ! -dijo entre sí don Quijote-. Aquí será predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna. Y en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: (N) el uno me deparó el barco, y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.

      Y, alzando la voz, prosiguió diciendo, y mirando a las aceñas.

      -Amigos, cualesquiera que seáis, que en esa prisión quedáis encerrados, perdonadme; que, por mi desgracia y por la vuestra, yo no os puedo sacar de vuestra cuita. Para otro caballero debe de estar guardada y reservada esta aventura. (N)

      En diciendo esto, se concertó con los pescadores, y pagó por el barco cincuenta reales, (N) que los dio Sancho de muy mala gana, diciendo.

      -A dos barcadas como éstas, daremos con todo el caudal al fondo. (N)

      Los pescadores y molineros estaban admirados, mirando aquellas dos figuras tan fuera del uso, al parecer, de los otros hombres, y no acababan de entender a dó se encaminaban las razones y preguntas que don Quijote les decía; y, teniéndolos por locos, les dejaron y se recogieron a sus aceñas, y los pescadores a sus ranchos. Volvieron a sus bestias, (N) y a ser bestias, don Quijote y Sancho, y este fin tuvo la aventura del encantado barco. (N)







Parte II -- Capítulo XXX . De lo que le avino a don Quijote con una bella cazadora. (N)

      Asaz melancólicos y de mal talante llegaron a sus animales caballero y escudero, especialmente Sancho, a quien llegaba al alma llegar al caudal del dinero, pareciéndole que todo lo que dél se quitaba era quitárselo a él de las niñas de sus ojos. Finalmente, sin hablarse palabra, se pusieron a caballo y se apartaron del famoso río, don Quijote sepultado en los pensamientos de sus amores, y Sancho en los de su acrecentamiento, que por entonces le parecía que estaba bien lejos de tenerle; porque, maguer era tonto, bien se le alcanzaba que las acciones de su amo, todas o las más, eran disparates, y buscaba ocasión de que, sin entrar en cuentas ni en despedimientos con su señor, un día se desgarrase (N) y se fuese a su casa. Pero la fortuna ordenó las cosas muy al revés de lo que él temía.

      Sucedió, pues, que otro día, al poner del sol y al salir de una selva, tendió don Quijote la vista por un verde prado, y en lo último dél vio gente, y, llegándose cerca, conoció que eran cazadores de altanería. (N) Llegóse más, y entre ellos vio una gallarda señora sobre un palafrén (N) o hacanea blanquísima, adornada de guarniciones verdes y con un sillón de plata. Venía la señora asimismo vestida de verde, tan bizarra y ricamente que la misma bizarría venía transformada en ella. En la mano izquierda traía un azor, señal que dio a entender a don Quijote ser aquélla alguna gran señora, que debía serlo de todos aquellos cazadores, como era la verdad; y así, dijo a Sancho:

      -Corre, hijo Sancho, y di a aquella señora del palafrén y del azor que yo, el Caballero de los Leones, besa las manos a su gran fermosura, y que si su grandeza me da licencia, se las iré a besar, y a servirla en cuanto mis fuerzas pudieren y su alteza me mandare. Y mira, Sancho, cómo hablas, y ten cuenta de no encajar algún refrán de los tuyos en tu embajada.

      -¡ Hallado os le habéis el encajador ! (N) - respondió Sancho-. ¡ A mí con eso ! ¡ Sí, que no es ésta la vez primera que he llevado embajadas a altas y crecidas señoras en esta vida.

      -Si no fue la que llevaste a la señora Dulcinea - replicó don Quijote-, yo no sé que hayas llevado otra, a lo menos en mi poder.

      -Así es verdad -respondió Sancho-, pero al buen pagador no le duelen prendas, y en casa llena presto se guisa la cena; quiero decir que a mí no hay que decirme ni advertirme de nada, que para todo tengo y de todo se me alcanza un poco.

      -Yo lo creo, Sancho -dijo don Quijote-; ve en buena hora, y Dios te guíe.

      Partió Sancho de carrera, sacando de su paso al rucio, y llegó donde la bella cazadora estaba, y, apeándose, puesto ante ella de hinojos, le dijo.

      -Hermosa señora, aquel caballero que allí se parece, llamado el Caballero de los Leones, es mi amo, y yo soy un escudero suyo, a quien llaman en su casa Sancho Panza. Este tal Caballero de los Leones, que no ha mucho que se llamaba el de la Triste Figura, envía por mí a decir a vuestra grandeza sea servida de darle licencia para que, con su propósito y beneplácito y consentimiento, (N) él venga a poner en obra su deseo, que no es otro, según él dice y yo pienso, que de servir a vuestra encumbrada altanería y fermosura; que en dársela vuestra señoría hará cosa que redunde en su pro, y él recibirá señaladísima merced y contento. (N)

      -Por cierto, buen escudero -respondió la señora-, vos habéis dado la embajada vuestra con todas aquellas circunstancias que las tales embajadas piden. Levantaos del suelo, que escudero de tan gran caballero como es el de la Triste Figura, de quien ya tenemos acá mucha noticia, no es justo que esté de hinojos; levantaos, amigo, y decid a vuestro señor que venga mucho en hora buena a servirse de mí (N) y del duque mi marido, en una casa de placer que aquí tenemos.

      Levantóse Sancho admirado, así de la hermosura de la buena señora como de su mucha crianza y cortesía, y más de lo que le había dicho que tenía noticia de su señor el Caballero de la Triste Figura, y que si no le había llamado el de los Leones, (N) debía de ser por habérsele puesto tan nuevamente. Preguntóle la duquesa, cuyo título aún no se sabe. (N)

      -Decidme, hermano escudero: este vuestro señor, ¿ no es uno de quien anda impresa una historia (N) que se llama del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que tiene por señora de su alma a una tal Dulcinea del Toboso.

      -El mesmo es, señora -respondió Sancho-; y aquel escudero suyo que anda, o debe de andar, en la tal historia, a quien llaman Sancho Panza, soy yo, si no es que me trocaron en la cuna; (N) quiero decir, que me trocaron en la estampa.

      -De todo eso me huelgo yo mucho -dijo la duquesa - . Id, hermano Panza, y decid a vuestro señor que él sea el bien llegado y el bien venido a mis estados, y que ninguna cosa me pudiera venir que más contento me diera.

      Sancho, con esta tan agradable respuesta, con grandísimo gusto volvió a su amo, a quien contó todo lo que la gran señora le había dicho, levantando con sus rústicos términos a los cielos su mucha fermosura, su gran donaire y cortesía. Don Quijote se gallardeó en la silla, (N) púsose bien en los estribos, acomodóse la visera, arremetió a Rocinante, (N) y con gentil denuedo fue a besar las manos a la duquesa; la cual, haciendo llamar al duque, su marido, le contó, en tanto que don Quijote llegaba, toda la embajada suya; y los dos, por haber leído la primera parte desta historia y haber entendido por ella el disparatado humor de don Quijote, con grandísimo gusto y con deseo (N) de conocerle le atendían, con prosupuesto de seguirle el humor y conceder con él en cuanto les dijese, tratándole como a caballero andante los días que con ellos se detuviese, con todas las ceremonias acostumbradas en los libros de caballerías, que ellos habían leído, y aun les eran muy aficionados. (N)

      En esto, llegó don Quijote, alzada la visera; y, dando muestras de apearse, acudió Sancho a tenerle el estribo; pero fue tan desgraciado que, al apearse del rucio, se le asió un pie en una soga del albarda, de tal modo que no fue posible desenredarle, antes quedó colgado dél, con la boca y los pechos en el suelo. Don Quijote, que no tenía en costumbre apearse sin que le tuviesen el estribo, pensando que ya Sancho había llegado a tenérsele, descargó de golpe el cuerpo, y llevóse tras sí la silla de Rocinante, que debía de estar mal cinchado, y la silla y él vinieron al suelo, no sin vergÜenza suya y de muchas maldiciones que entre dientes echó al desdichado de Sancho, que aún todavía tenía el pie en la corma. (N)

      El duque mandó a sus cazadores que acudiesen al caballero y al escudero, los cuales levantaron a don Quijote maltrecho de la caída, y, renqueando y como pudo, fue a hincar las rodillas ante los dos señores; pero el duque no lo consintió en ninguna manera, (N) antes, apeándose de su caballo, fue a abrazar a don Quijote, diciéndole.

      -A mí me pesa, señor Caballero de la Triste Figura, que la primera que vuesa merced ha hecho en mi tierra haya sido tan mala como se ha visto; pero descuidos de escuderos suelen ser causa de otros peores sucesos.

      -El que yo he tenido en veros, valeroso príncipe - respondió don Quijote - , es imposible ser malo, aunque mi caída no parara hasta el profundo de los abismos, pues de allí me levantara y me sacara la gloria de haberos visto. Mi escudero, que Dios maldiga, mejor desata la lengua para decir malicias que ata y cincha una silla para que esté firme; pero, comoquiera que yo me halle, caído o levantado, a pie o a caballo, siempre estaré al servicio vuestro y al de mi señora la duquesa, (N) digna consorte vuestra, y digna señora de la hermosura y universal princesa de la cortesía.

      -¡ Pasito, mi señor don Quijote de la Mancha ! - dijo el duque-, que adonde está mi señora doña Dulcinea del Toboso no es razón que se alaben otras fermosuras.

      Ya estaba a esta sazón libre Sancho Panza del lazo, y, hallándose allí cerca, antes que su amo respondiese, dijo.

      -No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que llaman naturaleza es como un alcaller (N) que hace vasos de barro, y el que hace un vaso hermoso también puede hacer dos, y tres y ciento; dígolo porque mi señora la duquesa a fee que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del Toboso.

      Volvióse don Quijote a la duquesa y dijo:

      -Vuestra grandeza imagine que no tuvo caballero andante en el mundo escudero más hablador ni más gracioso del que yo tengo, y él me sacará verdadero si algunos días quisiere vuestra gran celsitud (N) servirse de mí.

      A lo que respondió la duquesa.

      -De que Sancho el bueno sea gracioso lo estimo yo en mucho, porque es señal que es discreto; que las gracias y los donaires, señor don Quijote, como vuesa merced bien sabe, no asientan sobre ingenios torpes; y, pues el buen Sancho es gracioso y donairoso, desde aquí le confirmo por discreto.

      -Y hablador -añadió don Quijote.

      -Tanto que mejor -dijo el duque-, porque muchas gracias no se pueden decir con pocas palabras. Y, porque no se nos vaya el tiempo en ellas, venga el gran Caballero de la Triste Figura. .

      -De los Leones ha de decir vuestra alteza -dijo Sancho-, que ya no hay Triste Figura, ni figuro.

      -Sea el de los Leones (N) - prosiguió el duque-. Digo que venga el señor Caballero de los Leones a un castillo mío que está aquí cerca, donde se le hará el acogimiento que a tan alta persona se debe justamente, y el que yo y la duquesa solemos hacer a todos los caballeros andantes que a él llegan.

      Ya en esto, Sancho había aderezado y cinchado bien la silla a Rocinante; y, subiendo en él don Quijote, y el duque en un hermoso caballo, pusieron a la duquesa en medio y encaminaron al castillo. (N) Mandó la duquesa a Sancho que fuese junto a ella, porque gustaba infinito de oír sus discreciones. No se hizo de rogar Sancho, y entretejióse entre los tres, y hizo cuarto en la conversación, con gran gusto de la duquesa y del duque, que tuvieron a gran ventura acoger en su castillo tal caballero andante y tal escudero andado.







Parte II -- Capítulo XXXI . Que trata de muchas y grandes cosas.

      Suma era la alegría que llevaba consigo Sancho, viéndose, a su parecer, en privanza con la duquesa, porque se le figuraba que había de hallar en su castillo lo que en la casa de don Diego y en la de Basilio, siempre aficionado a la buena vida; y así, tomaba la ocasión por la melena (N) en esto del regalarse cada y cuando que se le ofrecía.

      Cuenta, pues, la historia, que antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote; el cual, como llegó (N) con la duquesa a las puertas del castillo, al instante salieron dél dos lacayos o palafreneros, vestidos hasta en pies de unas ropas que llaman de levantar, de finísimo raso carmesí, y, cogiendo a don Quijote en brazos, sin ser oído ni visto, (N) le dijeron.

      -Vaya la vuestra grandeza a apear a mi señora la duquesa.

      Don Quijote lo hizo, y hubo grandes comedimientos entre los dos sobre el caso; pero, en efecto, venció la porfía de la duquesa, y no quiso decender o bajar del palafrén sino en los brazos del duque, (N) diciendo que no se hallaba digna de dar a tan gran caballero tan inútil carga. En fin, salió el duque a apearla; y al entrar en un gran patio, llegaron dos hermosas doncellas y echaron sobre los hombros a don Quijote un gran manto de finísima escarlata, (N) y en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores, diciendo a grandes voces.

      -¡ Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes.

      Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante (N) verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos.

      Sancho, desamparando al rucio, se cosió con la duquesa y se entró en el castillo; y, remordiéndole la conciencia de que dejaba al jumento solo, se llegó a una reverenda dueña, que con otras a recebir a la duquesa había salido, y con voz baja le dijo.

      -Señora González, o como es su gracia de vuesa merced... . (N)

      -Doña Rodríguez de Grijalba (N) me llamo - respondió la dueña-. ¿ Qué es lo que mandáis, hermano.

      A lo que respondió Sancho.

      -Querría que vuesa merced me la hiciese de salir a la puerta del castillo, donde hallará un asno rucio mío; vuesa merced sea servida de mandarle poner, o ponerle, en la caballeriza, porque el pobrecito es un poco medroso, y no se hallará a estar solo en ninguna de las maneras.

      -Si tan discreto es el amo como el mozo -respondió la dueña-, ¡ medradas estamos ! Andad, hermano, mucho de enhoramala para vos y para quien acá os trujo, y tened cuenta con vuestro jumento, que las dueñas desta casa no estamos acostumbradas a semejantes haciendas.

      -Pues en verdad -respondió Sancho- que he oído yo decir a mi señor, que es zahorí de las historias, contando aquella de Lanzarote.

      cuando de Bretaña vino,
que damas curaban dél;
y dueñas del su rocino. (N)

      y que en el particular de mi asno, que no le trocara yo con el rocín del señor Lanzarote.

      -Hermano, si sois juglar (N) - replicó la dueña-, guardad vuestras gracias para donde lo parezcan y se os paguen, que de mi no podréis llevar sino una higa.

      -¡ Aun bien -respondió Sancho- que será bien madura, pues no perderá vuesa merced la quínola de sus años (N) por punto menos.

      -Hijo de puta -dijo la dueña, toda ya encendida en cólera-, si soy vieja o no, a Dios daré la cuenta, que no a vos, bellaco, harto de ajos.

      Y esto dijo en voz tan alta, que lo oyó la duquesa; y, volviendo y viendo a la dueña tan alborotada y tan encarnizados los ojos, le preguntó con quién las había.

      -Aquí las he -respondió la dueña- con este buen hombre, que me ha pedido encarecidamente que vaya a poner en la caballeriza a un asno suyo que está a la puerta del castillo, trayéndome por ejemplo que así lo hicieron no sé dónde, que unas damas curaron a un tal Lanzarote, y unas dueñas a su rocino, y, sobre todo, por buen término me ha llamado vieja.

      -Eso tuviera yo por afrenta -respondió la duquesa - , más que cuantas pudieran decirme.

      Y, hablando con Sancho, le dijo.

      -Advertid, Sancho amigo, que doña Rodríguez es muy moza, y que aquellas tocas más las trae por autoridad y por la usanza que por los años.

      -Malos sean los que me quedan por vivir -respondió Sancho-, si lo dije por tanto; sólo lo dije porque es tan grande el cariño que tengo a mi jumento, que me pareció que no podía encomendarle a persona más caritativa que a la señora doña Rodríguez.

      Don Quijote, que todo lo oía, le dijo.

      -¿ Pláticas son éstas, Sancho, para este lugar.

      -Señor -respondió Sancho-, cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere; aquí se me acordó del rucio, y aquí hablé dél; y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara.

      A lo que dijo el duque.

      -Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada; al rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuide Sancho, que se le tratará como a su mesma persona. (N)

      Con estos razonamientos, gustosos a todos sino a don Quijote, llegaron a lo alto y entraron a don Quijote en una sala adornada de telas riquísimas de oro y de brocado; seis doncellas le desarmaron (N) y sirvieron de pajes, todas industriadas y advertidas del duque y de la duquesa (N) de lo que habían de hacer, y de cómo habían de tratar a don Quijote, para que imaginase y viese que le trataban como caballero andante. Quedó don Quijote, después de desarmado, en sus estrechos greguescos y en su jubón de camuza, seco, alto, tendido, con las quijadas, que por de dentro se besaba la una con la otra; figura que, a no tener cuenta las doncellas que le servían con disimular la risa -que fue una de las precisas órdenes que sus señores les habían dado - , reventaran riendo.

      Pidiéronle que se dejase desnudar para una camisa, (N) pero nunca lo consintió, diciendo que la honestidad parecía tan bien en los caballeros andantes como la valentía. Con todo, dijo que diesen la camisa a Sancho, y, encerrándose con él en una cuadra donde estaba un rico lecho, (N) se desnudó y vistió la camisa; y, viéndose solo con Sancho, le dijo.

      -Dime, truhán moderno y majadero antiguo: ¿ parécete bien deshonrar y afrentar a una dueña tan veneranda y tan digna de respeto como aquélla? ¿ Tiempos eran aquéllos para acordarte del rucio, o señores son éstos para dejar mal pasar a las bestias, tratando tan elegantemente a sus dueños? Por quien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. Mira, pecador de ti, que en tanto más es tenido el señor cuanto tiene más honrados y bien nacidos criados, y que una de las ventajas mayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que se sirven de criados tan buenos como ellos. (N) ¿ No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mí, que si veen que tú eres un grosero villano, o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algún caballero de mohatra? (N) No, no, Sancho amigo, huye, huye destos inconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié (N) cae y da en truhán desgraciado. Enfrena la lengua, considera y rumia las palabras antes que te salgan de la boca, y advierte que hemos llegado a parte donde, con el favor de Dios y valor de mi brazo, hemos de salir mejorados en tercio y quinto en fama y en hacienda.

      Sancho le prometió con muchas veras de coserse la boca, o morderse la lengua, antes de hablar palabra que no fuese muy a propósito y bien considerada, como él se lo mandaba, y que descuidase acerca de lo tal, que nunca por él se descubriría quién ellos eran.

      Vistióse don Quijote, (N) púsose su tahalí con su espada, echóse el mantón de escarlata a cuestas, púsose una montera de raso verde que las doncellas le dieron, y con este adorno salió a la gran sala, adonde halló a las doncellas puestas en ala, tantas a una parte como a otra, y todas con aderezo de darle aguamanos, la cual le dieron con muchas reverencias y ceremonias.

      Luego llegaron doce pajes con el maestresala, para llevarle a comer, (N) que ya los señores le aguardaban. Cogiéronle en medio, y, lleno de pompa y majestad, le llevaron a otra sala, donde estaba puesta una rica mesa con solos cuatro servicios. La duquesa y el duque salieron a la puerta de la sala a recebirle, y con ellos un grave eclesiástico, destos que gobiernan (N) las casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables; destos tales, digo que debía de ser el grave religioso que con los duques salió a recebir a don Quijote. Hiciéronse mil corteses comedimientos, y, finalmente, cogiendo a don Quijote en medio, se fueron a sentar a la mesa.

      Convidó el duque a don Quijote con la cabecera de la mesa, y aunque él lo rehusó, las importunaciones del duque fueron tantas que la hubo de tomar. El eclesiástico se sentó frontero, y el duque y la duquesa a los dos lados.

      A todo estaba presente Sancho, embobado y atónito de ver la honra que a su señor aquellos príncipes le hacían; y, viendo las muchas ceremonias y ruegos que pasaron entre el duque y don Quijote para hacerle sentar a la cabecera de la mesa, dijo.

      -Si sus mercedes me dan licencia, les contaré un cuento que pasó en mi pueblo acerca desto de los asientos.

      Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando don Quijote tembló, creyendo sin duda alguna que había de decir alguna necedad. Miróle Sancho y entendióle, (N) y dijo.

      -No tema vuesa merced, señor mío, que yo me desmande, ni que diga cosa que no venga muy a pelo, que no se me han olvidado los consejos que poco ha vuesa merced me dio sobre el hablar mucho o poco, o bien o mal.

      -Yo no me acuerdo de nada, Sancho -respondió don Quijote-; di lo que quisieres, como lo digas presto.

      -Pues lo que quiero decir -dijo Sancho- es tan verdad, que mi señor don Quijote, que está presente, no me dejará mentir.

      -Por mí -replicó don Quijote-, miente tú, Sancho, cuanto quisieres, que yo no te iré a la mano, pero mira lo que vas a decir.

      -Tan mirado y remirado lo tengo, (N) que a buen salvo está el que repica, como se verá por la obra.

      -Bien será -dijo don Quijote- que vuestras grandezas manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas.

      -Por vida del duque -dijo la duquesa-, que no se ha de apartar de mí Sancho un punto: quiérole yo mucho, porque sé que es muy discreto.

      -Discretos días -dijo Sancho- viva vuestra santidad por el buen crédito (N) que de mí tiene, aunque en mí no lo haya. Y el cuento que quiero decir es éste: « Convidó un hidalgo de mi pueblo, muy rico y principal, porque venía de los Álamos de Medina del Campo, (N) que casó con doña Mencía de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la Herradura, por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestro lugar, que, a lo que entiendo, mi señor don Quijote se halló en ella, de donde salió herido Tomasillo el Travieso, el hijo de Balbastro el herrero...» ¿ No es verdad todo esto, señor nuestro amo? Dígalo, por su vida, porque estos señores no me tengan por algún hablador mentiroso.

      -Hasta ahora -dijo el eclesiástico-, más os tengo por hablador que por mentiroso, pero de aquí adelante no sé por lo que os tendré.

      -Tú das tantos testigos, Sancho, (N) y tantas señas, que no puedo dejar de decir que debes de decir verdad. Pasa adelante y acorta el cuento, porque llevas camino de no acabar en dos días.

      -No ha de acortar tal -dijo la duquesa-, por hacerme a mí placer; antes, le ha de contar de la manera que le sabe, aunque no le acabe en seis días; que si tantos fuesen, serían para mí los mejores que hubiese llevado en mi vida.

      -« Digo, pues, señores míos -prosiguió Sancho-, que este tal hidalgo, que yo conozco como a mis manos, porque no hay de mi casa a la suya un tiro de ballesta, convidó un labrador pobre, pero honrado.

      -Adelante, hermano -dijo a esta sazón el religioso - , que camino lleváis de no parar con vuestro cuento hasta el otro mundo.

      -A menos de la mitad pararé, si Dios fuere servido - respondió Sancho-. « Y así, digo que, llegando el tal labrador a casa del dicho hidalgo convidador, que buen poso haya su ánima, que ya es muerto, y por más señas dicen que hizo una muerte de un ángel, (N) que yo no me hallé presente, que había ido por aquel tiempo a segar a Tembleque. .

      -Por vida vuestra, hijo, que volváis presto de Tembleque, (N) y que, sin enterrar al hidalgo, si no queréis hacer más exequias, (N) acabéis vuestro cuento.

      -« Es, pues, el caso -replicó Sancho- que, estando los dos para asentarse a la mesa, que parece que ahora los veo más que nunca. .

      Gran gusto recebían los duques del disgusto que mostraba tomar el buen religioso de la dilación y pausas con que Sancho contaba su cuento, y don Quijote se estaba consumiendo en cólera y en rabia.

      -« Digo, así -dijo Sancho-, que, estando, como he dicho, los dos para sentarse a la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase; pero el labrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo, mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza, (N) diciéndole: ′′Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente (N) será vuestra cabecera′′. Y éste es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito. (N)

      Púsose don Quijote de mil colores, que sobre lo moreno le jaspeaban y se le parecían; (N) los señores disimularon la risa, porque don Quijote no acabase de correrse, habiendo entendido la malicia de Sancho; y, por mudar de plática y hacer que Sancho no prosiguiese con otros disparates, preguntó la duquesa a don Quijote que qué nuevas tenía de la señora Dulcinea, y que si le había enviado aquellos días algunos presentes de gigantes o malandrines, pues no podía dejar de haber vencido muchos. A lo que don Quijote respondió.

      -Señora mía, mis desgracias, aunque tuvieron principio, nunca tendrán fin. Gigantes he vencido, y follones y malandrines le he enviado, pero ¿ adónde la habían de hallar, si está encantada y vuelta en la más fea labradora que imaginar se puede.

      -No sé -dijo Sancho Panza-, a mí me parece la más hermosa criatura del mundo; a lo menos, en la ligereza y en el brincar bien sé yo que no dará ella la ventaja a un volteador; a buena fe, señora duquesa, así salta desde el suelo sobre una borrica como si fuera un gato.

      -¿ Habéisla visto vos encantada, Sancho? -preguntó el duque.

      -Y ¡ cómo si la he visto ! -respondió Sancho-. Pues, ¿ quién diablos sino yo fue el primero que cayó en el achaque del encantorio? ¡ Tan encantada está como mi padre. (N)

      El eclesiástico, que oyó decir de gigantes, de follones y de encantos, cayó en la cuenta de que aquél debía de ser don Quijote de la Mancha, cuya historia leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido muchas veces, diciéndole que era disparate leer tales disparates; y, enterándose ser verdad lo que sospechaba, con mucha cólera, hablando con el duque, le dijo.

      -Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de lo que hace este buen hombre. Este don Quijote, o don Tonto, o como se llama, imagino yo que no debe de ser tan mentecato como Vuestra Excelencia quiere que sea, dándole ocasiones a la mano para que lleve adelante sus sandeces y vaciedades.

      Y, volviendo la plática a don Quijote, le dijo.

      -Y a vos, alma de cántaro, ¿ quién os ha encajado en el celebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad en hora buena, y en tal se os diga: volveos a vuestra casa, y criad vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen. ¿ En dónde, nora tal, habéis vos hallado que hubo ni hay ahora caballeros andantes? ¿ Dónde hay gigantes en España, o malandrines en la Mancha, ni Dulcineas encantadas, ni toda la caterva de las simplicidades que de vos se cuentan.

      Atento estuvo don Quijote a las razones de aquel venerable varón, (N) y, viendo que ya callaba, sin guardar respeto a los duques, con semblante airado y alborotado rostro, se puso en pie y dijo. .

      Pero esta respuesta capítulo por sí merece.







Parte II -- Capítulo XXXII . De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos.

      Levantado, pues, en pie don Quijote, temblando de los pies a la cabeza como azogado, con presurosa y turbada lengua, dijo.

      -El lugar donde estoy, y la presencia ante quien me hallo (N) y el respeto que siempre tuve y tengo al estado que vuesa merced profesa tienen y atan las manos de mi justo enojo; y, así por lo que he dicho como por saber que saben todos que las armas de los togados son las mesmas que las de la mujer, que son la lengua, entraré con la mía en igual batalla con vuesa merced, de quien se debía esperar antes buenos consejos que infames vituperios. Las reprehensiones santas y bien intencionadas otras circunstancias requieren y otros puntos piden: a lo menos, el haberme reprehendido en público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de la buena reprehensión, pues las primeras (N) mejor asientan sobre la blandura que sobre la aspereza, y no es bien que, sin tener conocimiento del pecado que se reprehende, llamar al pecador, sin más ni más, mentecato y tonto. Si no, dígame vuesa merced: ¿ por cuál de las mentecaterías que en mí ha visto me condena y vitupera, y me manda que me vaya a mi casa a tener cuenta en el gobierno della y de mi mujer y de mis hijos, sin saber si la tengo o los tengo? ¿ No hay más sino a troche moche (N) entrarse por las casas ajenas a gobernar sus dueños, y, habiéndose criado algunos en la estrecheza de algún pupilaje, sin haber visto más mundo que el que puede contenerse en veinte o treinta leguas de distrito, meterse de rondón a dar leyes a la caballería y a juzgar de los caballeros andantes? ¿ Por ventura es asumpto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad? Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, (N) los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta inreparable; pero de que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron ni pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero soy y caballero he de morir si place al Altísimo. Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros, por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, (N) enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos; yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean; y, siéndolo, no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. (N) Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno; si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes.

      -¡ Bien, por Dios ! -dijo Sancho-. No diga más vuestra merced, señor y amo mío, en su abono, porque no hay más que decir, ni más que pensar, ni más que perseverar en el mundo. (N) Y más, que, negando este señor, como ha negado, que no ha habido en el mundo, ni los hay, caballeros andantes, ¿ qué mucho que no sepa ninguna de las cosas que ha dicho.

      -¿ Por ventura -dijo el eclesiástico- sois vos, hermano, aquel Sancho Panza que dicen, a quien vuestro amo tiene prometida una ínsula.

      -Sí soy -respondió Sancho-; y soy quien la merece tan bien como otro cualquiera; soy quien "júntate a los buenos y serás uno dellos", (N) y soy yo de aquellos "no con quien naces, sino con quien paces", y de los "quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija". Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él, Dios queriendo; y viva él y viva yo: que ni a él le faltarán imperios que mandar ni a mí ínsulas que gobernar.

      -No, por cierto, Sancho amigo -dijo a esta sazón el duque-, que yo, en nombre del señor don Quijote, os mando el gobierno de una que tengo de nones, (N) de no pequeña calidad.

      -Híncate de rodillas, Sancho -dijo don Quijote-, y besa los pies a Su Excelencia por la merced que te ha hecho.

      Hízolo así Sancho; lo cual visto por el eclesiástico, se levantó de la mesa, mohíno además, diciendo.

      -Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡ Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras ! Quédese Vuestra Excelencia con ellos; que, en tanto que estuvieren en casa, me estaré yo en la mía, y me escusaré de reprehender lo que no puedo remediar.

      Y, sin decir más ni comer más, se fue, sin que fuesen parte a detenerle los ruegos de los duques; aunque el duque no le dijo mucho, impedido de la risa que su impertinente cólera le había causado. Acabó de reír y dijo a don Quijote.

      -Vuesa merced, señor Caballero de los Leones, ha respondido por sí tan altamente que no le queda cosa por satisfacer deste que, aunque parece agravio, no lo es en ninguna manera; porque, así como no agravian las mujeres, no agravian los eclesiásticos, como vuesa merced mejor sabe.

      -Así es -respondió don Quijote-, y la causa es que el que no puede ser agraviado no puede agraviar (N) a nadie. Las mujeres, los niños y los eclesiásticos, como no pueden defenderse, aunque sean ofendidos, no pueden ser afrentados; porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor Vuestra Excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente. Sea ejemplo: está uno en la calle descuidado, llegan diez con mano armada, y, dándole de palos, pone mano a la espada y hace su deber, pero la muchedumbre de los contrarios se le opone, y no le deja salir con su intención, que es de vengarse; este tal queda agraviado, pero no afrentado. Y lo mesmo confirmará otro ejemplo: está uno vuelto de espaldas, llega otro y dale de palos, y en dándoselos huye y no espera, y el otro le sigue y no alcanza; este que recibió los palos, recibió agravio, mas no afrenta, porque la afrenta ha de ser sustentada. Si el que le dio los palos, aunque se los dio a hurta cordel, (N) pusiera mano a su espada y se estuviera quedo, haciendo rostro a su enemigo, quedara el apaleado agraviado y afrentado juntamente: agraviado, porque le dieron a traición; afrentado, porque el que le dio sustentó lo que había hecho, sin volver las espaldas y a pie quedo. Y así, según las leyes del maldito duelo, yo puedo estar agraviado, mas no afrentado; porque los niños no sienten, ni las mujeres, ni pueden huir, ni tienen para qué esperar, y lo mesmo los constituidos en la sacra religión, porque estos tres géneros de gente carecen de armas ofensivas y defensivas; y así, aunque naturalmente estén obligados a defenderse, no lo están para ofender a nadie. Y, aunque poco ha dije que yo podía estar agraviado, agora digo que no, en ninguna manera, porque quien no puede recebir afrenta, menos la puede dar; por las cuales razones yo no debo sentir, ni siento, las que aquel buen hombre me ha dicho; sólo quisiera que esperara algún poco, para darle a entender en el error en que está en pensar y decir que no ha habido, ni los hay, caballeros andantes en el mundo; que si lo tal oyera Amadís, o uno de los infinitos de su linaje, yo sé que no le fuera bien a su merced.

      -Eso juro yo bien -dijo Sancho-: cuchillada le hubieran dado que le abrieran de arriba abajo como una granada, o como a un melón muy maduro. (N) ¡ Bonitos eran ellos para sufrir semejantes cosquillas ! Para mi santiguada, que tengo por cierto que si Reinaldos de Montalbán hubiera oído estas razones al hombrecito, tapaboca le hubiera dado que no hablara más en tres años. ¡ No, sino tomárase con ellos y viera cómo escapaba de sus manos !

      Perecía de risa la duquesa en oyendo hablar a Sancho, y en su opinión le tenía por más gracioso y por más loco que a su amo; y muchos hubo en aquel tiempo que fueron deste mismo parecer. Finalmente, don Quijote se sosegó, y la comida se acabó, y, en levantando los manteles, (N) llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata, y la otra con un aguamanil, asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas al hombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad, y en sus blancas manos -que sin duda eran blancas- una redonda pella de jabón napolitano. (N) Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza (N) de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y así tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no sólo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero, tanto, que se los hicieron cerrar (N) por fuerza.

      El duque y la duquesa, que de nada desto eran sabidores, estaban esperando en qué había de parar tan extraordinario lavatorio. La doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que se le había acabado el agua, y mandó a la del aguamanil fuese por ella, que el señor don Quijote esperaría. Hízolo así, y quedó don Quijote con la más estraña figura y más para hacer reír que se pudiera imaginar.

      Mirábanle todos los que presentes estaban, que eran muchos, y como le veían con media vara de cuello, más que medianamente moreno, los ojos cerrados y las barbas llenas de jabón, (N) fue gran maravilla y mucha discreción poder disimular la risa; las doncellas de la burla tenían los ojos bajos, sin osar mirar a sus señores; a ellos les retozaba la cólera y la risa en el cuerpo, y no sabían a qué acudir: o a castigar el atrevimiento (N) de las muchachas, o darles premio por el gusto que recibían de ver a don Quijote de aquella suerte.

      Finalmente, la doncella del aguamanil vino, y acabaron de lavar a don Quijote, y luego la que traía las toallas le limpió y le enjugó muy reposadamente; y, haciéndole todas cuatro a la par una grande y profunda inclinación y reverencia, se querían ir; pero el duque, porque don Quijote no cayese en la burla, llamó a la doncella de la fuente, diciéndole.

      -Venid y lavadme a mí, y mirad que no se os acabe el agua.

      La muchacha, aguda y diligente, llegó y puso la fuente al duque como a don Quijote, y, dándose prisa, le lavaron y jabonaron muy bien, y, dejándole enjuto y limpio, haciendo reverencias se fueron. Después se supo que había jurado el duque que si a él no le lavaran como a don Quijote, había de castigar su desenvoltura, lo cual habían enmendado discretamente con haberle a él jabonado. (N)

      Estaba atento Sancho a las ceremonias de aquel lavatorio, y dijo entre sí.

      -¡ Válame Dios ! ¿ Si será también usanza en esta tierra lavar las barbas a los escuderos como a los caballeros? Porque, en Dios y en mi ánima que lo he bien menester, y aun que si me las rapasen a navaja, lo tendría a más beneficio.

      -¿ Qué decís entre vos, Sancho? -preguntó la duquesa.

      -Digo, señora -respondió él-, que en las cortes de los otros príncipes siempre he oído decir que en levantando los manteles dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas; y que por eso es bueno vivir mucho, por ver mucho; aunque también dicen que el que larga vida vive mucho mal ha de pasar, puesto que pasar por un lavatorio de éstos antes es gusto que trabajo.

      -No tengáis pena, amigo Sancho -dijo la duquesa-, que yo haré que mis doncellas os laven, y aun os metan en colada, si fuere menester.

      -Con las barbas me contento -respondió Sancho-, por ahora a lo menos, que andando el tiempo, Dios dijo lo que será.

      -Mirad, maestresala -dijo la duquesa-, lo que el buen Sancho pide, y cumplidle su voluntad al pie de la letra.

      El maestresala respondió que en todo sería servido el señor Sancho, y con esto se fue a comer, y llevó consigo a Sancho, quedándose a la mesa los duques y don Quijote, hablando en muchas y diversas cosas; pero todas tocantes al ejercicio de las armas y de la andante caballería.

      La duquesa rogó a don Quijote que le delinease y describiese, pues parecía tener felice memoria, la hermosura y facciones de la señora Dulcinea del Toboso; que, según lo que la fama pregonaba de su belleza, tenía por entendido que debía de ser la más bella criatura del orbe, y aun de toda la Mancha. (N) Sospiró don Quijote, oyendo lo que la duquesa le mandaba, y dijo.

      -Si yo pudiera sacar mi corazón y ponerle ante los ojos de vuestra grandeza, aquí, sobre esta mesa y en un plato, quitara el trabajo a mi lengua de decir lo que apenas se puede pensar, porque Vuestra Excelencia la viera en él toda retratada; pero, ¿ para qué es ponerme yo ahora a delinear y describir punto por punto y parte por parte la hermosura de la sin par Dulcinea, siendo carga digna de otros hombros que de los míos, empresa en quien se debían ocupar los pinceles de Parrasio, de Timantes y de Apeles, y los buriles de Lisipo, (N) para pintarla y grabarla en tablas, en mármoles y en bronces, y la retórica ciceroniana y demostina para alabarla.

      -¿ Qué quiere decir demostina, (N) señor don Quijote -preguntó la duquesa-, que es vocablo que no le he oído en todos los días de mi vida.

      -Retórica demostina -respondió don Quijote- es lo mismo que decir retórica de Demóstenes, como ciceroniana, de Cicerón, que fueron los dos mayores retóricos del mundo.

      -Así es -dijo el duque-, y habéis andado deslumbrada en la tal pregunta. Pero, con todo eso, nos daría gran gusto el señor don Quijote si nos la pintase; que a buen seguro que, aunque sea en rasguño y bosquejo, que ella salga tal, que la tengan invidia las más hermosas.

      -Sí hiciera, por cierto -respondió don Quijote-, si no me la hubiera borrado de la idea la desgracia que poco ha que le sucedió, que es tal, que más estoy para llorarla que para describirla; porque habrán de saber vuestras grandezas que, yendo los días pasados a besarle las manos, y a recebir su bendición, beneplácito y licencia para esta tercera salida, hallé otra de la que buscaba: halléla encantada y convertida de princesa en labradora, de hermosa en fea, de ángel en diablo, de olorosa en pestífera, (N) de bien hablada en rústica, de reposada en brincadora, de luz en tinieblas, y, finalmente, de Dulcinea del Toboso en una villana de Sayago. (N)

      -¡ Válame Dios ! -dando una gran voz, dijo a este instante el duque-. ¿ Quién ha sido el que tanto mal ha hecho al mundo? ¿ Quién ha quitado dél la belleza que le alegraba, el donaire que le entretenía y la honestidad que le acreditaba?

      -¿ Quién? -respondió don Quijote-. ¿ Quién puede ser sino algún maligno encantador de los muchos invidiosos que me persiguen? Esta raza maldita, nacida en el mundo para escurecer (N) y aniquilar las hazañas de los buenos, y para dar luz y levantar los fechos de los malos. Perseguido me han encantadores, encantadores me persiguen y encantadores me persiguirán hasta dar conmigo y con mis altas caballerías en el profundo abismo del olvido; y en aquella parte me dañan y hieren donde veen que más lo siento, porque quitarle a un caballero andante su dama es quitarle los ojos con que mira, y el sol con que se alumbra, y el sustento con que se mantiene. Otras muchas veces lo he dicho, y ahora lo vuelvo a decir: que el caballero andante sin dama es como el árbol sin hojas, (N) el edificio sin cimiento y la sombra sin cuerpo de quien se cause.

      -No hay más que decir -dijo la duquesa-; pero si, con todo eso, hemos de dar crédito a la historia que del señor don Quijote de pocos días a esta parte (N) ha salido a la luz del mundo, con general aplauso de las gentes, della se colige, si mal no me acuerdo, (N) que nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfeciones que quiso.

      -En eso hay mucho que decir -respondió don Quijote - . Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que puedan hacerla famosa en todas las del mundo, como son: hermosa, sin tacha, grave sin soberbia, amorosa con honestidad, agradecida por cortés, cortés por bien criada, y, finalmente, alta por linaje, a causa que sobre la buena sangre resplandece y campea la hermosura con más grados de perfeción que en las hermosas humildemente nacidas.

      -Así es -dijo el duque-; pero hame de dar licencia el señor don Quijote para que diga lo que me fuerza a decir la historia que de sus hazañas he leído, de donde se infiere que, puesto que se conceda que hay Dulcinea, en el Toboso o fuera dél, y que sea hermosa en el sumo grado que vuesa merced nos la pinta, en lo de la alteza del linaje no corre parejas con las Orianas, con las Alastrajareas, con las Madásimas, (N) ni con otras deste jaez, de quien están llenas las historias que vuesa merced bien sabe.

      -A eso puedo decir -respondió don Quijote- que Dulcinea es hija de sus obras, y que las virtudes adoban la sangre, y que en más se ha de estimar y tener un humilde virtuoso que un vicioso levantado; cuanto más, que Dulcinea tiene un jirón que la puede llevar a ser reina de corona y ceptro; que el merecimiento de una mujer hermosa y virtuosa a hacer mayores milagros se estiende, y, aunque no formalmente, virtualmente (N) tiene en sí encerradas mayores venturas.

      -Digo, señor don Quijote - dijo la duquesa-, que en todo cuanto vuestra merced dice va con pie de plomo, (N) y, como suele decirse, con la sonda en la mano; y que yo desde aquí adelante creeré y haré creer a todos los de mi casa, y aun al duque mi señor, si fuere menester, que hay Dulcinea en el Toboso, y que vive hoy día, y es hermosa, y principalmente nacida y merecedora que un tal caballero como es el señor don Quijote la sirva; que es lo más que puedo ni sé encarecer. Pero no puedo dejar de formar un escrúpulo, y tener algún no sé qué de ojeriza contra Sancho Panza: el escrúpulo es que dice la historia referida que el tal Sancho Panza halló a la tal señora Dulcinea, cuando de parte de vuestra merced le llevó una epístola, ahechando un costal de trigo, y, por más señas, dice que era rubión: cosa que me hace dudar en la alteza de su linaje.

      A lo que respondió don Quijote.

      -Señora mía, sabrá la vuestra grandeza que todas o las más cosas que a mí me suceden van fuera de los términos ordinarios de las que a los otros caballeros andantes acontecen, o ya sean encaminadas por el querer inescrutable de los hados, o ya vengan encaminadas por la malicia de algún encantador invidioso; y, como es cosa ya averiguada (N) que todos o los más caballeros andantes y famosos, uno tenga gracia de no poder ser encantado, (N) otro de ser de tan impenetrables carnes que no pueda ser herido, como lo fue el famoso Roldán, uno de los doce Pares de Francia, de quien se cuenta que no podía ser ferido (N) sino por la planta del pie izquierdo, y que esto había de ser con la punta de un alfiler gordo, y no con otra suerte de arma alguna; y así, cuando Bernardo del Carpio le mató en Roncesvalles, viendo que no le podía llagar con fierro, le levantó del suelo entre los brazos y le ahogó, acordándose entonces de la muerte que dio Hércules a Anteón, (N) aquel feroz gigante que decían ser hijo de la Tierra. Quiero inferir de lo dicho, que podría ser que yo tuviese alguna gracia déstas, no del no poder ser ferido, porque muchas veces la experiencia me ha mostrado que soy de carnes blandas y no nada impenetrables, ni la de no poder ser encantado, que ya me he visto metido en una jaula, donde todo el mundo no fuera poderoso a encerrarme, si no fuera a fuerzas de encantamentos; pero, pues de aquél me libré, quiero creer que no ha de haber otro alguno que me empezca; y así, viendo estos encantadores que con mi persona no pueden usar de sus malas mañas, vénganse en las cosas que más quiero, y quieren quitarme la vida maltratando la de Dulcinea, por quien yo vivo; y así, creo que, cuando mi escudero le llevó mi embajada, se la convirtieron en villana y ocupada en tan bajo ejercicio como es el de ahechar trigo; pero ya tengo yo dicho que aquel trigo ni era rubión ni trigo, sino granos de perlas (N) orientales; y para prueba desta verdad quiero decir a vuestras magnitudes cómo, viniendo poco ha por el Toboso, jamás pude hallar los palacios de Dulcinea; y que otro día, habiéndola visto Sancho, mi escudero, en su mesma figura, que es la más bella del orbe, a mí me pareció una labradora tosca y fea, y no nada bien razonada, siendo la discreción del mundo; y, pues yo no estoy encantado, ni lo puedo estar, según buen discurso, (N) ella es la encantada, la ofendida y la mudada, trocada y trastrocada, y en ella se han vengado de mí mis enemigos, y por ella viviré yo en perpetuas lágrimas, hasta verla en su prístino estado. Todo esto he dicho para que nadie repare en lo que Sancho dijo del cernido ni del ahecho de Dulcinea; que, pues a mí me la mudaron, no es maravilla que a él se la cambiasen. Dulcinea es principal y bien nacida, y de los hidalgos linajes que hay en el Toboso, (N) que son muchos, antiguos y muy buenos, a buen seguro que no le cabe poca parte a la sin par Dulcinea, (N) por quien su lugar será famoso y nombrado en los venideros siglos, como lo ha sido Troya por Elena, y España por la Cava, aunque con mejor título y fama. Por otra parte, quiero que entiendan vuestras señorías que Sancho Panza es uno de los más graciosos escuderos que jamás sirvió a caballero andante; tiene a veces unas simplicidades tan agudas, que el pensar si es simple o agudo causa no pequeño contento; tiene malicias que le condenan por bellaco, y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo y créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones, que le levantan al cielo. Finalmente, yo no le trocaría con otro escudero, aunque me diesen de añadidura una ciudad; (N) y así, estoy en duda si será bien enviarle al gobierno de quien vuestra grandeza le ha hecho merced; aunque veo en él una cierta aptitud para esto de gobernar, que atusándole tantico el entendimiento, se saldría con cualquiera gobierno, como el rey con sus alcabalas; (N) y más, que ya por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saber leer, y gobiernan como unos girifaltes; el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo; que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer, como los gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor. Aconsejaríale yo que ni tome cohecho, ni pierda derecho, (N) y otras cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán a su tiempo, para utilidad de Sancho y provecho de la ínsula que gobernare.

      A este punto llegaban de su coloquio el duque, la duquesa y don Quijote, cuando oyeron muchas voces y gran rumor de gente en el palacio; y a deshora entró Sancho en la sala, (N) todo asustado, con un cernadero por babador, y tras él muchos mozos, o, por mejor decir, pícaros de cocina y otra gente menuda, y uno venía con un artesoncillo de agua, que en la color y poca limpieza mostraba ser de fregar; seguíale y perseguíale el de la artesa, y procuraba con toda solicitud ponérsela y encajársela debajo de las barbas, y otro pícaro mostraba querérselas lavar.

      -¿ Qué es esto, hermanos? -preguntó la duquesa-. ¿ Qué es esto? ¿ Qué queréis a ese buen hombre? ¿ Cómo y no consideráis que está electo gobernador.

      A lo que respondió el pícaro barbero.

      -No quiere este señor dejarse lavar, como es usanza, y como se la lavó el duque mi señor y el señor su amo.

      -Sí quiero -respondió Sancho con mucha cólera-, pero querría que fuese con toallas más limpias, con lejía mas clara y con manos no tan sucias; que no hay tanta diferencia de mí a mi amo, que a él le laven con agua de ángeles (N) y a mí con lejía de diablos. Las usanzas de las tierras y de los palacios de los príncipes tanto son buenas cuanto no dan pesadumbre, pero la costumbre del lavatorio que aquí se usa peor es que de diciplinantes. (N) Yo estoy limpio de barbas y no tengo necesidad de semejantes refrigerios; y el que se llegare a lavarme ni a tocarme a un pelo de la cabeza, digo, de mi barba, hablando con el debido acatamiento, le daré tal puñada que le deje el puño engastado en los cascos; que estas tales ceremonias y jabonaduras más parecen burlas que gasajos (N) de huéspedes.

      Perecida de risa estaba la duquesa, (N) viendo la cólera y oyendo las razones de Sancho, pero no dio mucho gusto a don Quijote verle tan mal adeliñado con la jaspeada toalla, y tan rodeado de tantos entretenidos de cocina; y así, haciendo una profunda reverencia a los duques, como que les pedía licencia para hablar, con voz reposada dijo a la canalla.

      -¡ Hola, señores caballeros ! Vuesas mercedes dejen al mancebo, (N) y vuélvanse por donde vinieron, o por otra parte si se les antojare, que mi escudero es limpio tanto como otro, y esas artesillas son para él estrechas y penantes búcaros. (N) Tomen mi consejo y déjenle, porque ni él ni yo sabemos de achaque de burlas.

      Cogióle la razón de la boca (N) Sancho, y prosiguió diciendo.

      -¡ No, sino lléguense a hacer burla del mostrenco, que así lo sufriré como ahora es de noche ! Traigan aquí un peine, o lo que quisieren, y almohácenme estas barbas, y si sacaren dellas cosa que ofenda a la limpieza, (N) que me trasquilen a cruces. (N)

      A esta sazón, sin dejar la risa, dijo la duquesa:

      -Sancho Panza tiene razón en todo cuanto ha dicho, y la tendrá en todo cuanto dijere: él es limpio, y, como él dice, no tiene necesidad de lavarse; y si nuestra usanza no le contenta, su alma en su palma, (N) cuanto más, que vosotros, ministros de la limpieza, habéis andado demasiadamente de remisos y descuidados, y no sé si diga atrevidos, a traer a tal personaje y a tales barbas, en lugar de fuentes y aguamaniles de oro puro y de alemanas toallas, (N) artesillas y dornajos de palo y rodillas de aparadores. Pero, en fin, sois malos y mal nacidos, y no podéis dejar, como malandrines que sois, de mostrar la ojeriza que tenéis con los escuderos de los andantes caballeros.

      Creyeron los apicarados ministros, y aun el maestresala, que venía con ellos, que la duquesa hablaba de veras; y así, quitaron el cernadero del pecho de Sancho, y todos confusos y casi corridos se fueron y le dejaron; el cual, viéndose fuera de aquel, a su parecer, sumo peligro, se fue a hincar de rodillas ante la duquesa y dijo.

      -De grandes señoras, grandes mercedes se esperan; esta que la vuestra merced hoy me ha fecho no puede pagarse con menos, si no es con desear verme armado caballero (N) andante, para ocuparme todos los días de mi vida en servir a tan alta señora. Labrador soy, Sancho Panza me llamo, casado soy, hijos tengo y de escudero sirvo: si con alguna destas cosas puedo servir a vuestra grandeza, menos tardaré yo en obedecer que vuestra señoría en mandar.

      -Bien parece, Sancho -respondió la duquesa-, que habéis aprendido a ser cortés en la escuela de la misma cortesía; bien parece, quiero decir, que os habéis criado a los pechos del señor don Quijote, que debe de ser la nata de los comedimientos y la flor de las ceremonias, o cirimonias, como vos decís. Bien haya tal señor y tal criado: el uno, por norte de la andante caballería; y el otro, por estrella de la escuderil fidelidad. Levantaos, Sancho amigo, que yo satisfaré vuestras cortesías con hacer que el duque mi señor, lo más presto que pudiere, os cumpla la merced prometida del gobierno.

      Con esto cesó la plática, y don Quijote se fue a reposar la siesta, y la duquesa pidió a Sancho que, si no tenía mucha gana de dormir, viniese a pasar la tarde con ella y con sus doncellas en una muy fresca sala. Sancho respondió que, aunque era verdad que tenía por costumbre dormir cuatro o cinco horas las siestas del verano, (N) que, por servir a su bondad, él procuraría con todas sus fuerzas no dormir aquel día ninguna, y vendría obediente a su mandado, y fuese. El duque dio nuevas órdenes como se tratase a don Quijote como a caballero andante, sin salir un punto del estilo como cuentan que se trataban los antiguos caballeros. (N)







Parte II -- Capítulo XXXIII . De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note.

      Cuenta, pues, la historia, que Sancho no durmió aquella siesta, sino que, por cumplir su palabra, vino en comiendo (N) a ver a la duquesa; la cual, con el gusto que tenía de oírle, le hizo sentar junto a sí en una silla baja, aunque Sancho, de puro bien criado, no quería sentarse; pero la duquesa le dijo que se sentase como gobernador y hablase como escudero, puesto que por entrambas cosas merecía el mismo escaño del Cid (N) Ruy Díaz Campeador.

      Encogió Sancho los hombros, obedeció y sentóse, y todas las doncellas y dueñas de la duquesa la rodearon, atentas, con grandísimo silencio, a escuchar lo que diría; pero la duquesa fue la que habló primero, diciendo.

      -Ahora que estamos solos, y que aquí no nos oye nadie, (N) querría yo que el señor gobernador me asolviese ciertas dudas que tengo, nacidas de la historia que del gran don Quijote anda ya impresa; una de las cuales dudas es que, pues el buen Sancho nunca vio a Dulcinea, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, ni le llevó la carta del señor don Quijote, porque se quedó en el libro de memoria en Sierra Morena, cómo se atrevió a fingir la respuesta, y aquello de que la halló ahechando trigo, siendo todo burla y mentira, y tan en daño de la buena opinión de la sin par Dulcinea, y todas (N) que no vienen bien con la calidad y fidelidad de los buenos escuderos.

      A estas razones, sin responder con alguna, se levantó Sancho de la silla, y, con pasos quedos, el cuerpo agobiado (N) y el dedo puesto sobre los labios, anduvo por toda la sala levantando los doseles; y luego, esto hecho, se volvió a sentar y dijo.

      -Ahora, señora mía, que he visto que no nos escucha nadie de solapa, fuera de los circunstantes, sin temor ni sobresalto responderé a lo que se me ha preguntado, y a todo aquello que se me preguntare; y lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas veces dice cosas que, a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escuchan, son tan discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo, a mí se me ha asentado que es un mentecato. Pues, como yo tengo esto en el magín, (N) me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, (N) que aún no está en historia; conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda. (N)

      Rogóle la duquesa que le contase aquel encantamento o burla, y Sancho se lo contó todo del mesmo modo que había pasado, de que no poco gusto recibieron los oyentes; y, prosiguiendo en su plática, dijo la duquesa.

      -De lo que el buen Sancho me ha contado me anda brincando un escrúpulo en el alma y un cierto susurro llega a mis oídos, que me dice: ′′Pues don Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenido a las vanas promesas suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y, siendo esto así, como lo es, mal contado te será, señora duquesa, (N) si al tal Sancho Panza le das ínsula que gobierne, porque el que no sabe gobernarse a sí, ¿ cómo sabrá gobernar a otros?′.

      -Par Dios, señora -dijo Sancho-, que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad: que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero ésta fue mi suerte, y ésta mi malandanza; no puedo más, seguirle tengo: somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, (N) y, sobre todo, yo soy fiel; y así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón. (N) Y si vuestra altanería (N) no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia; que, maguera tonto, se me entiende aquel refrán de ′′por su mal le nacieron alas a la hormiga′′; (N) y aun podría ser que se fuese más aína Sancho escudero al cielo, que no Sancho gobernador. Tan buen pan hacen aquí como en Francia; y de noche todos los gatos son pardos, y asaz de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado; y no hay estómago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, (N) como suele decirse, de paja y de heno; y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor y despensero; y más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras cuatro de límiste de Segovia; y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del Papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro; que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas noches. Y torno a decir que si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo sabré no dárseme nada (N) por discreto; y yo he oído decir que detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce, y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Wamba (N) para ser rey de España, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo para ser comido de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos no mienten.

      -Y ¡ cómo que no mienten ! -dijo a esta sazón doña Rodríguez la dueña, que era una de las escuchantes-: que un romance hay que dice que metieron al rey Rodrigo, (N) vivo vivo, en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos, y que de allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con voz doliente y baja.

      Ya me comen, ya me comen
por do más pecado había.

      y, según esto, mucha razón tiene este señor en decir que quiere más ser más labrador que rey, si le han de comer sabandijas.

      No pudo la duquesa tener la risa, oyendo la simplicidad de su dueña, ni dejó de admirarse en oír (N) las razones y refranes de Sancho, a quien dijo:

      -Ya sabe el buen Sancho que lo que una vez promete un caballero procura cumplirlo, aunque le cueste la vida. El duque, mi señor y marido, aunque no es de los andantes, no por eso deja de ser caballero, y así, cumplirá la palabra de la prometida ínsula, a pesar de la invidia y de la malicia del mundo. Esté Sancho de buen ánimo, que cuando menos lo piense se verá sentado en la silla de su ínsula y en la de su estado, y empuñará su gobierno, que con otro de brocado de tres altos (N) lo deseche. Lo que yo le encargo es que mire cómo gobierna sus vasallos, advirtiendo que todos son leales y bien nacidos.

      -Eso de gobernarlos bien -respondió Sancho- no hay para qué encargármelo, porque yo soy caritativo de mío y tengo compasión de los pobres; y a quien cuece y amasa, no le hurtes hogaza; y para mi santiguada que no me han de echar dado falso; (N) soy perro viejo, y entiendo todo tus, tus, y sé despabilarme a sus tiempos, y no consiento que me anden musarañas ante los ojos, (N) porque sé dónde me aprieta el zapato: dígolo porque los buenos tendrán conmigo mano y concavidad, y los malos, ni pie ni entrada. Y paréceme a mí que en esto de los gobiernos todo es comenzar, y podría ser que a quince días de gobernador me comiese las manos tras el oficio y supiese más dél que de la labor del campo, en que me he criado.

      -Vos tenéis razón razón, Sancho -dijo la duquesa - , que nadie nace enseñado, y de los hombres se hacen los obispos, que no de las piedras. Pero, volviendo a la plática que poco ha tratábamos del encanto de la señora Dulcinea, tengo por cosa cierta y más que averiguada que aquella imaginación que Sancho tuvo de burlar a su señor y darle a entender que la labradora era Dulcinea, y que si su señor no la conocía debía de ser por estar encantada, toda fue invención de alguno de los encantadores que al señor don Quijote persiguen; porque real y verdaderamente yo sé de buena parte que la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea (N) del Toboso, y que el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado; y no hay poner más duda en esta verdad que en las cosas que nunca vimos; y sepa el señor Sancho Panza que también tenemos acá encantadores que nos quieren bien, y nos dicen lo que pasa por el mundo, pura y sencillamente, sin enredos ni máquinas; y créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió; y cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive.

      -Bien puede ser todo eso -dijo Sancho Panza-; y agora quiero creer lo que mi amo cuenta de lo que vio en la cueva de Montesinos, donde dice que vio a la señora Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por solo mi gusto; y todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una cosa tan fuera de todo término. Pero, señora, no por esto será bien que vuestra bondad me tenga por malévolo, pues no está obligado un porro como yo a taladrar los pensamientos y malicias de los pésimos encantadores: yo fingí aquello por escaparme de las riñas de mi señor don Quijote, y no con intención de ofenderle; y si ha salido al revés, Dios está en el cielo, que juzga los corazones.

      -Así es la verdad -dijo la duquesa-; pero dígame agora, Sancho, qué es esto que dice de la cueva de Montesinos, que gustaría saberlo.

      Entonces Sancho Panza le contó punto por punto lo que queda dicho acerca de la tal aventura. Oyendo lo cual la duquesa, dijo.

      -Deste suceso se puede inferir que, pues el gran don Quijote dice que vio allí a la mesma labradora que Sancho vio a la salida del Toboso, sin duda es Dulcinea, y que andan por aquí los encantadores muy listos y demasiadamente curiosos. (N)

      -Eso digo yo -dijo Sancho Panza-, que si mi señora Dulcinea del Toboso está encantada, su daño; que yo no me tengo de tomar, yo, con los enemigos de mi amo, que deben de ser muchos y malos. Verdad sea que la que yo vi fue una labradora, y por labradora la tuve, y por tal labradora la juzgué; y si aquélla era Dulcinea, no ha de estar a mi cuenta, ni ha de correr por mí, o sobre ello, morena. No, sino ándense a cada triquete (N) conmigo a dime y direte, "Sancho lo dijo, Sancho lo hizo, Sancho tornó (N) y Sancho volvió", como si Sancho fuese algún quienquiera, y no fuese el mismo Sancho Panza, el que anda ya en libros por ese mundo adelante, según me dijo Sansón Carrasco, que, por lo menos, es persona bachillerada por Salamanca, y los tales no pueden mentir si no es cuando se les antoja (N) o les viene muy a cuento; así que, no hay para qué nadie se tome conmigo, y pues que tengo buena fama, y, según oí decir a mi señor, que más vale el buen nombre que las muchas riquezas, encájenme ese gobierno y verán maravillas; que quien ha sido buen escudero será buen gobernador.

      -Todo cuanto aquí ha dicho el buen Sancho -dijo la duquesa- son sentencias catonianas, o, por lo menos, sacadas de las mesmas entrañas del mismo Micael Verino, (N) florentibus occidit annis. En fin, en fin, hablando a su modo, debajo de mala capa (N) suele haber buen bebedor.

      -En verdad, señora -respondió Sancho-, que en mi vida he bebido de malicia; con sed bien podría ser, porque no tengo nada de hipócrita: bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo (N) y cuando me lo dan, por no parecer o melindroso o malcriado; que a un brindis (N) de un amigo, ¿ qué corazón ha de haber tan de mármol que no haga la razón? Pero, aunque las calzo, no las ensucio; cuanto más, que los escuderos de los caballeros andantes, casi de ordinario beben agua, porque siempre andan por florestas, selvas y prados, montañas y riscos, sin hallar una misericordia de vino, (N) si dan por ella un ojo.

      -Yo lo creo así -respondió la duquesa-. Y por ahora, váyase Sancho a reposar, que después hablaremos más largo y daremos orden como vaya presto a encajarse, como él dice, aquel gobierno.

      De nuevo le besó las manos Sancho a la duquesa, y le suplicó le hiciese merced de que se tuviese buena cuenta con su rucio, (N) porque era la lumbre de sus ojos.

      -¿ Qué rucio es éste? -preguntó la duquesa.

      -Mi asno -respondió Sancho-, que por no nombrarle con este nombre, le suelo llamar el rucio; y a esta señora dueña le rogué, cuando entré en este castillo, tuviese cuenta con él, y azoróse de manera como si la hubiera dicho que era fea o vieja, (N) debiendo ser más propio y natural de las dueñas pensar jumentos que autorizar las salas. ¡ Oh, válame Dios, y cuán mal estaba con estas señoras un hidalgo de mi lugar ! . (N)
-Sería algún villano -dijo doña Rodríguez, la dueña-, que si él fuera hidalgo y bien nacido, él las pusiera sobre el cuerno de la luna.

      -Agora bien -dijo la duquesa-, no haya más: calle doña Rodríguez y sosiéguese el señor Panza, y quédese a mi cargo el regalo del rucio; que, por ser alhaja de Sancho, le pondré yo sobre las niñas de mis ojos.

      -En la caballeriza basta que esté -respondió Sancho - , que sobre las niñas de los ojos de vuestra grandeza ni él ni yo somos dignos de estar sólo un momento, y así lo consintiría yo como darme de puñaladas; que, aunque dice mi señor que en las cortesías antes se ha de perder por carta de más que de menos, en las jumentiles y así niñas se ha de ir con el compás en la mano y con medido término.

      -Llévele -dijo la duquesa- Sancho al gobierno, y allá le podrá regalar como quisiere, y aun jubilarle del trabajo. (N)

      -No piense vuesa merced, señora duquesa, que ha dicho mucho -dijo Sancho - ; que yo he visto ir más de dos asnos a los gobiernos, y que llevase yo el mío no sería cosa nueva.

      Las razones de Sancho renovaron en la duquesa la risa y el contento; y, enviándole a reposar, ella fue a dar cuenta al duque de lo que con él había pasado, y entre los dos dieron traza y orden de hacer una burla a don Quijote que fuese famosa y viniese bien con el estilo caballeresco, en el cual le hicieron muchas, tan propias y discretas, que son las mejores aventuras que en esta grande historia se contienen.







Parte II -- Capítulo XXXIV . Que cuenta de la noticia que se tuvo de cómo se había de desencantar la sin par Dulcinea del Toboso, que es una de las aventuras más famosas deste libro.

      Grande era el gusto que recebían el duque y la duquesa de la conversación de don Quijote y de la de Sancho Panza; y, confirmándose en la intención que tenían de hacerles algunas burlas que llevasen vislumbres y apariencias de aventuras, tomaron motivo de la que don Quijote ya les había contado de la cueva de Montesinos, (N) para hacerle una que fuese famosa (pero de lo que más la duquesa se admiraba (N) era que la simplicidad de Sancho fuese tanta que hubiese venido a creer ser verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuviese encantada, habiendo sido él mesmo el encantador y el embustero de aquel negocio); y así, habiendo dado orden a sus criados de todo lo que habían de hacer, de allí a seis días le llevaron a caza de montería, con tanto aparato de monteros y cazadores como pudiera llevar un rey coronado. Diéronle a don Quijote un vestido de monte y a Sancho otro verde, de finísimo paño; pero don Quijote no se le quiso poner, diciendo que otro día había de volver al duro ejercicio de las armas y que no podía llevar consigo guardarropas ni reposterías. Sancho sí tomó el que le dieron, con intención de venderle (N) en la primera ocasión que pudiese.

      Llegado, pues, el esperado día, (N) armóse don Quijote, vistióse Sancho, y, encima de su rucio, que no le quiso dejar aunque le daban un caballo, se metió entre la tropa de los monteros. La duquesa salió bizarramente aderezada, y don Quijote, de puro cortés y comedido, tomó la rienda de su palafrén, (N) aunque el duque no quería consentirlo, y, finalmente, llegaron a un bosque que entre dos altísimas montañas estaba, donde, tomados los puestos, paranzas y veredas, y repartida la gente por diferentes puestos, se comenzó la caza con grande estruendo, grita y vocería, de manera que unos a otros no podían oírse, (N) así por el ladrido de los perros como por el son de las bocinas.

      Apeóse la duquesa, y, con un agudo venablo (N) en las manos, se puso en un puesto por donde ella sabía que solían venir algunos jabalíes. Apeóse asimismo el duque y don Quijote, (N) y pusiéronse a sus lados; Sancho se puso detrás de todos, sin apearse del rucio, a quien no osara desamparar, porque no le sucediese algún desmán. Y, apenas habían sentado el pie y puesto en ala con otros muchos criados suyos, cuando, acosado de los perros y seguido de los cazadores, vieron que hacia ellos venía un desmesurado jabalí, crujiendo dientes y colmillos y arrojando espuma por la boca; y en viéndole, embrazando su escudo y puesta mano a su espada, se adelantó a recebirle don Quijote. Lo mesmo hizo el duque con su venablo; pero a todos se adelantara la duquesa, (N) si el duque no se lo estorbara. Sólo Sancho, en viendo al valiente animal, desamparó al rucio y dio a correr cuanto pudo, y, procurando subirse sobre una alta encina, no fue posible; antes, estando ya a la mitad dél, asido de una rama, pugnando subir a la cima, (N) fue tan corto de ventura y tan desgraciado, que se desgajó la rama, y, al venir al suelo, se quedó en el aire, asido de un gancho de la encina, sin poder llegar al suelo. Y, viéndose así, y que el sayo verde se le rasgaba, y pareciéndole que si aquel fiero animal allí allegaba le podía alcanzar, comenzó a dar tantos gritos y a pedir socorro con tanto ahínco, que todos los que le oían y no le veían creyeron que estaba entre los dientes de alguna fiera.

      Finalmente, el colmilludo jabalí quedó atravesado de las cuchillas de muchos venablos que se le pusieron delante; y, volviendo la cabeza don Quijote a los gritos de Sancho, que ya por ellos le había conocido, viole pendiente de la encina y la cabeza abajo, y al rucio junto a él, que no le desamparó en su calamidad; y dice Cide Hamete que pocas veces vio a Sancho Panza sin ver al rucio, (N) ni al rucio sin ver a Sancho: tal era la amistad y buena fe que entre los dos se guardaban.

      Llegó don Quijote y descolgó a Sancho; el cual, viéndose libre y en el suelo, miró lo desgarrado del sayo de monte, y pesóle en el alma; que pensó que tenía en el vestido un mayorazgo. En esto, atravesaron al jabalí poderoso sobre una acémila, y, cubriéndole con matas de romero y con ramas de mirto, (N) le llevaron, como en señal de vitoriosos despojos, a unas grandes tiendas de campaña que en la mitad del bosque estaban puestas, donde hallaron las mesas en orden y la comida aderezada, (N) tan sumptuosa y grande, que se echaba bien de ver en ella la grandeza y magnificencia de quien la daba. Sancho, mostrando las llagas a la duquesa de su roto vestido, dijo.

      -Si esta caza fuera de liebres o de pajarillos, seguro estuviera mi sayo de verse en este estremo. Yo no sé qué gusto se recibe de esperar a un animal que, si os alcanza con un colmillo, os puede quitar la vida; yo me acuerdo haber oído cantar un romance antiguo que dice.

      De los osos seas comido.
como Favila el nombrado.

      -Ése fue un rey godo -dijo don Quijote-, que, yendo a caza de montería, le comió un oso. (N)

      -Eso es lo que yo digo -respondió Sancho-: que no querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno.

      -Antes os engañáis, Sancho -respondió el duque-, porque el ejercicio de la caza de monte es el más conveniente y necesario para los reyes y príncipes que otro alguno. (N) La caza es una imagen de la guerra: (N) hay en ella estratagemas, astucias, insidias para vencer a su salvo al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores intolerables; menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos; y lo mejor que él tiene es que no es para todos, como lo es el de los otros géneros de caza, excepto el de la volatería, que también es sólo para reyes y grandes señores. Así que, ¡ oh Sancho !, mudad de opinión, y, cuando seáis gobernador, ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento.

      -Eso no -respondió Sancho-: el buen gobernador, la pierna quebrada y en casa. (N) ¡ Bueno sería que viniesen los negociantes a buscarle fatigados y él estuviese en el monte holgándose ! ¡ Así enhoramala andaría el gobierno ! Mía fe, señor, la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores. En lo que yo pienso entretenerme es en jugar al triunfo envidado (N) las pascuas, y a los bolos los domingos y fiestas; que esas cazas ni cazos no dicen con mi condición ni hacen con mi conciencia.

      -Plega a Dios, Sancho, que así sea, (N) porque del dicho al hecho hay gran trecho.

      -Haya lo que hubiere -replicó Sancho-, que al buen pagador no le duelen prendas, y más vale al que Dios ayuda que al que mucho madruga, y tripas llevan pies, que no pies a tripas; quiero decir que si Dios me ayuda, y yo hago lo que debo con buena intención, sin duda que gobernaré mejor que un gerifalte. ¡ No, sino pónganme el dedo en la boca y verán si aprieto o no.

      -¡ Maldito seas de Dios y de todos sus santos, Sancho maldito -dijo don Quijote-, y cuándo será el día, como otras muchas veces he dicho, donde yo te vea hablar sin refranes una razón corriente y concertada ! Vuestras grandezas dejen a este tonto, señores míos, que les molerá las almas, no sólo puestas entre dos, sino entre dos mil refranes, (N) traídos tan a sazón y tan a tiempo cuanto le dé Dios a él la salud, o a mí si los querría escuchar.

      -Los refranes de Sancho Panza -dijo la duquesa-, puesto que son más que los del Comendador Griego, (N) no por eso son en menos de estimar, por la brevedad de las sentencias. De mí sé decir que me dan más gusto que otros, aunque sean mejor traídos y con más sazón acomodados.

      Con estos y otros entretenidos razonamientos, salieron de la tienda al bosque, y en requerir algunas paranzas, y presto, se les pasó el día (N) y se les vino la noche, y no tan clara ni tan sesga como la sazón del tiempo pedía, que era en la mitad del verano; pero un cierto claroescuro que trujo consigo ayudó mucho a la intención de los duques; y, así como comenzó a anochecer, un poco más adelante del crepúsculo, a deshora pareció que todo el bosque por todas cuatro partes se ardía, y luego se oyeron por aquí y por allí, y por acá y por acullá, infinitas cornetas y otros instrumentos de guerra, como de muchas tropas de caballería que por el bosque pasaba. La luz del fuego, el son de los bélicos instrumentos, casi cegaron y atronaron los ojos y los oídos de los circunstantes, y aun de todos los que en el bosque estaban. Luego se oyeron infinitos lelilíes, (N) al uso de moros cuando entran en las batallas, sonaron trompetas y clarines, retumbaron tambores, resonaron pífaros, casi todos a un tiempo, tan contino y tan apriesa, que no tuviera sentido el que no quedara sin él al son confuso de tantos intrumentos. Pasmóse el duque, suspendióse la duquesa, admiróse don Quijote, tembló Sancho Panza, y, finalmente, aun hasta los mesmos sabidores de la causa se espantaron. (N) Con el temor les cogió el silencio, y un postillón (N) que en traje de demonio les pasó por delante, tocando en voz de corneta un hueco y desmesurado cuerno, que un ronco y espantoso son despedía.

      -¡ Hola, hermano correo ! -dijo el duque-, ¿ quién sois, adónde vais, y qué gente de guerra es la que por este bosque parece que atraviesa.

      A lo que respondió el correo con voz horrísona y desenfadada.

      -Yo soy el Diablo; voy a buscar a don Quijote de la Mancha; la gente que por aquí viene son seis tropas de encantadores, (N) que sobre un carro triunfante traen a la sin par Dulcinea del Toboso. Encantada viene con el gallardo francés Montesinos, a dar orden a don Quijote de cómo ha de ser desencantada la tal señora.

      -Si vos fuérades diablo, como decís (N) y como vuestra figura muestra, ya hubiérades conocido al tal caballero don Quijote de la Mancha, pues le tenéis delante.

      -En Dios y en mi conciencia -respondió el Diablo - que no miraba en ello, porque traigo en tantas cosas divertidos los pensamientos, que de la principal a que venía se me olvidaba.

      -Sin duda -dijo Sancho- que este demonio debe de ser hombre de bien y buen cristiano, porque, a no serlo, no jurara en Dios y en mi conciencia. (N) Ahora yo tengo para mí que aun en el mesmo infierno debe de haber buena gente.

      Luego el Demonio, sin apearse, encaminando la vista a don Quijote, dijo.

      -A ti, el Caballero de los Leones (que entre las garras dellos te vea yo), me envía el desgraciado pero valiente caballero Montesinos, mandándome que de su parte te diga que le esperes en el mismo lugar que te topare, a causa que trae consigo a la que llaman Dulcinea del Toboso, con orden de darte la que es menester para desencantarla. Y, por no ser para más mi venida, no ha de ser más mi estada: los demonios como yo queden contigo, y los ángeles buenos con estos señores.

      Y, en diciendo esto, tocó el desaforado cuerno, y volvió las espaldas y fuese, sin esperar respuesta de ninguno.

      Renovóse la admiración en todos, especialmente en Sancho y don Quijote: en Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querían que estuviese encantada Dulcinea; (N) en don Quijote, por no poder asegurarse si era verdad o no lo que le había pasado en la cueva de Montesinos. Y, estando elevado en estos pensamientos, el duque le dijo.

      -¿ Piensa vuestra merced esperar, señor don Quijote?

      -Pues ¿ no? -respondió él-. Aquí esperaré intrépido y fuerte, si me viniese a embestir todo el infierno.

      -Pues si yo veo otro diablo y oigo otro cuerno como el pasado, así esperaré yo aquí como en Flandes -dijo Sancho.

      En esto, se cerró más la noche, y comenzaron a discurrir muchas luces por el bosque, bien así como discurren por el cielo las exhalaciones secas de la tierra, que parecen a nuestra vista estrellas que corren. (N) Oyóse asimismo un espantoso ruido, al modo de aquel que se causa de las ruedas macizas que suelen traer los carros de bueyes, de cuyo chirrío áspero y continuado se dice que huyen los lobos y los osos, si los hay (N) por donde pasan. Añadióse a toda esta tempestad otra que las aumentó todas, que fue que parecía verdaderamente que a las cuatro partes del bosque se estaban dando a un mismo tiempo cuatro rencuentros o batallas, porque allí sonaba el duro estruendo de espantosa artillería, acullá se disparaban infinitas escopetas, cerca casi sonaban las voces de los combatientes, lejos se reiteraban los lililíes agarenos.

      Finalmente, las cornetas, (N) los cuernos, las bocinas, los clarines, las trompetas, los tambores, la artillería, los arcabuces, y, sobre todo, el temeroso ruido de los carros, formaban todos juntos un son tan confuso y tan horrendo, que fue menester que don Quijote se valiese de todo su corazón para sufrirle; pero el de Sancho vino a tierra, y dio con él desmayado en las faldas de la duquesa, la cual le recibió en ellas, y a gran priesa mandó que le echasen agua en el rostro. Hízose así, y él volvió en su acuerdo, a tiempo que ya un carro de las rechinantes ruedas llegaba a aquel puesto.

      Tirábanle cuatro perezosos bueyes, (N) todos cubiertos de paramentos negros; en cada cuerno traían atada y encendida una grande hacha de cera, y encima del carro venía hecho un asiento alto, sobre el cual venía sentado un venerable viejo, con una barba más blanca que la mesma nieve, y tan luenga que le pasaba de la cintura; su vestidura era una ropa larga de negro bocací, que, por venir el carro lleno de infinitas luces, se podía bien divisar y discernir todo lo que en él venía. Guiábanle dos feos demonios vestidos del mesmo bocací, con tan feos rostros, que Sancho, habiéndolos visto una vez, cerró los ojos por no verlos otra. Llegando, pues, el carro a igualar al puesto, se levantó de su alto asiento el viejo venerable, y, puesto en pie, dando una gran voz, dijo.

      -Yo soy el sabio Lirgandeo.

      Y pasó el carro adelante, sin hablar más palabra. (N) Tras éste pasó otro carro de la misma manera, con otro viejo entronizado; el cual, haciendo que el carro se detuviese, con voz no menos grave que el otro, dijo.

      -Yo soy el sabio Alquife, el grande amigo de Urganda (N) la Desconocida.

      Y pasó adelante.

      Luego, por el mismo continente, (N) llegó otro carro; pero el que venía sentado en el trono no era viejo como los demás, sino hombrón robusto y de mala catadura, el cual, al llegar, levantándose en pie, (N) como los otros, dijo con voz más ronca y más endiablada.

      -Yo soy Arcaláus el encantador, enemigo mortal de Amadís de Gaula y de toda su parentela. (N)

      Y pasó adelante. Poco desviados de allí hicieron alto estos tres carros, y cesó el enfadoso ruido de sus ruedas, y luego se oyó otro, no ruido, (N) sino un son de una suave y concertada música formado, con que Sancho se alegró, y lo tuvo a buena señal; y así, dijo a la duquesa, de quien un punto ni un paso se apartaba. (N)

      -Señora, donde hay música no puede haber cosa mala.

      -Tampoco donde hay luces y claridad -respondió la duquesa.

      A lo que replicó Sancho.

      -Luz da el fuego y claridad las hogueras, como lo vemos en las que nos cercan, y bien podría ser que nos abrasasen, pero la música siempre es indicio de regocijos y de fiestas.

      -Ello dirá -dijo don Quijote, que todo lo escuchaba.

      Y dijo bien, como se muestra en el capítulo siguiente.







Parte II -- Capítulo XXXV . Donde se prosigue la noticia que tuvo don Quijote del desencanto de Dulcinea, con otros admirables sucesos.

      Al compás de la agradable música vieron que hacia ellos venía un carro de los que llaman triunfales tirado de seis mulas pardas, encubertadas, empero, de lienzo blanco, y sobre cada una venía un diciplinante de luz, (N) asimesmo vestido de blanco, con una hacha de cera grande encendida en la mano. Era el carro dos veces, y aun tres, mayor que los pasados, (N) y los lados, y encima dél, ocupaban doce otros diciplinantes albos (N) como la nieve, todos con sus hachas encendidas, vista que admiraba y espantaba juntamente; y en un levantado trono venía sentada una ninfa, vestida de mil velos de tela de plata, brillando por todos ellos infinitas hojas de argentería de oro, (N) que la hacían, si no rica, a lo menos vistosamente vestida. Traía el rostro cubierto con un transparente y delicado cendal, (N) de modo que, sin impedirlo sus lizos, (N) por entre ellos se descubría un hermosísimo rostro de doncella, y las muchas luces daban lugar para distinguir la belleza y los años, que, al parecer, no llegaban a veinte ni bajaban de diez y siete.

      Junto a ella venía una figura vestida de una ropa de las que llaman rozagantes, (N) hasta los pies, cubierta la cabeza con un velo negro; pero, al punto que llegó el carro a estar frente a frente de los duques y de don Quijote, cesó la música de las chirimías, (N) y luego la de las arpas y laúdes que en el carro sonaban; y, levantándose en pie (N) la figura de la ropa, la apartó a entrambos lados, y, quitándose el velo del rostro, descubrió patentemente ser la mesma figura de la muerte, descarnada y fea, de que don Quijote recibió pesadumbre y Sancho miedo, y los duques hicieron algún sentimiento temeroso. Alzada y puesta en pie esta muerte viva, con voz algo dormida y con lengua no muy despierta, comenzó a decir desta manera: -Yo soy Merlín, (N) aquel que las historias
dicen que tuve por mi padre al diablo (N)
(mentira autorizada de los tiempos) , (N)
príncipe de la Mágica y monarca
y archivo de la ciencia zoroástrica,
émulo a las edades (N) y a los siglos
que solapar pretenden las hazañas
de los andantes bravos caballeros
a quien yo tuve y tengo gran cariño.
Y, puesto que es de los encantadores,
de los magos o mágicos contino
dura la condición, áspera y fuerte,
la mía es tierna, blanda y amorosa,
y amiga de hacer bien a todas gentes.
En las cavernas lóbregas de Dite, (N)
donde estaba mi alma entretenida
en formar ciertos rombos y caráteres,
llegó la voz doliente de la bella
y sin par Dulcinea del Toboso.
Supe su encantamento y su desgracia,
y su trasformación de gentil dama
en rústica aldeana; condolíme,
y, encerrando mi espíritu en el hueco (N)
desta espantosa y fiera notomía, (N)
después de haber revuelto cien mil libros
desta mi ciencia endemoniada y torpe,
vengo a dar el remedio que conviene (N)
a tamaño dolor, a mal tamaño.
¡ Oh tú, gloria y honor de cuantos visten
las túnicas de acero y de diamante,
luz y farol, sendero, norte y guía
de aquellos que, dejando el torpe sueño
y las ociosas plumas, se acomodan
a usar el ejercicio intolerable
de las sangrientas y pesadas armas !
A ti digo ¡ oh varón, como se debe
por jamás alabado !, (N) a ti, valiente
juntamente y discreto don Quijote,
de la Mancha esplendor, de España estrella,
que para recobrar su estado primo (N)
la sin par Dulcinea del Toboso,
es menester que Sancho, tu escudero,
se dé tres mil azotes y trecientos
en ambas sus valientes posaderas,
al aire descubiertas, y de modo
que le escuezan, le amarguen y le enfaden.
Y en esto se resuelven todos cuantos
de su desgracia han sido los autores, (N)
y a esto es mi venida, mis señores.


      -¡ Voto a tal ! -dijo a esta sazón Sancho-. No digo yo tres mil azotes, pero así me daré yo tres como tres puñaladas. ¡ Válate el diablo por modo de desencantar ! ¡ Yo no sé qué tienen que ver mis posas con los encantos ! ¡ Par Dios que si el señor Merlín no ha hallado otra manera como desencantar a la señora Dulcinea del Toboso, encantada se podrá ir a la sepultura !

      -Tomaros he yo -dijo don Quijote-, don villano, harto de ajos (N) ">(N) y amarraros he a un árbol, desnudo como vuestra madre os parió; y no digo yo tres mil y trecientos, sino seis mil y seiscientos azotes os daré, tan bien pegados que no se os caigan a tres mil y trecientos tirones. Y no me repliquéis palabra, que os arrancaré el alma.

      Oyendo lo cual Merlín, dijo.

      -No ha de ser así, porque los azotes que ha de recebir el buen Sancho han de ser por su voluntad, y no por fuerza, y en el tiempo que él quisiere; que no se le pone término señalado; pero permítesele que si él quisiere redemir su vejación por la mitad de este vapulamiento, puede dejar que se los dé ajena mano, aunque sea algo pesada.

      -Ni ajena, ni propia, ni pesada, ni por pesar - replicó Sancho-: a mí no me ha de tocar alguna mano. ¿ Parí yo, por ventura, a la señora Dulcinea del Toboso, para que paguen mis posas lo que pecaron sus ojos? El señor mi amo sí, que es parte suya, pues la llama (N) a cada paso mi vida, mi alma, sustento y arrimo suyo, se puede y debe azotar por ella y hacer todas las diligencias necesarias para su desencanto; pero, ¿ azotarme yo...? ¡ Abernuncio.

      Apenas acabó de decir esto Sancho, cuando, levantándose en pie la argentada ninfa que junto al espíritu de Merlín venía, quitándose el sutil velo del rostro, le descubrió tal, que a todos pareció mas que demasiadamente hermoso, y, con un desenfado varonil y con una voz no muy adamada, (N) hablando derechamente con Sancho Panza, dijo.

      -¡ Oh malaventurado escudero, alma de cántaro, (N) corazón de alcornoque, de entrañas guijeñas y apedernaladas ! Si te mandaran, ladrón desuellacaras, que te arrojaras de una alta torre al suelo; si te pidieran, enemigo del género humano, que te comieras una docena de sapos, dos de lagartos y tres de culebras; si te persuadieran a que mataras a tu mujer y a tus hijos con algún truculento y agudo alfanje, (N) no fuera maravilla que te mostraras melindroso y esquivo; pero hacer caso de tres mil y trecientos azotes, que no hay niño de la doctrina, (N) por ruin que sea, que no se los lleve cada mes, admira, adarva, (N) espanta a todas las entrañas piadosas de los que lo escuchan, (N) y aun las de todos aquellos (N) que lo vinieren a saber con el discurso del tiempo. Pon, ¡ oh miserable y endurecido animal !, pon, digo, esos tus ojos de machuelo espantadizo en las niñas destos míos, comparados a rutilantes estrellas, (N) y veráslos llorar hilo a hilo y madeja a madeja, haciendo surcos, carreras y sendas por los hermosos campos de mis mejillas. Muévate, socarrón y malintencionado monstro, que la edad tan florida mía, (N) que aún se está todavía en el diez y... de los años, pues tengo diez y nueve y no llego a veinte, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora; y si ahora no lo parezco, es merced particular que me ha hecho el señor Merlín, que está presente, sólo porque te enternezca mi belleza; que las lágrimas de una afligida hermosura vuelven en algodón los riscos, y los tigres en ovejas. Date, date en esas carnazas, bestión indómito, y saca de harón ese brío, (N) que a sólo comer y más comer te inclina, y pon en libertad la lisura de mis carnes, la mansedumbre de mi condición y la belleza de mi faz; y si por mí no quieres ablandarte ni reducirte a algún razonable término, hazlo por ese pobre caballero que a tu lado tienes; por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atravesada en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera sino tu rígida o blanda repuesta, o para salirse por la boca, o para volverse al estómago. (N)

      Tentóse, oyendo esto, la garganta don Quijote y dijo, volviéndose al duque.

      -Por Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad, que aquí tengo el alma atravesada en la garganta, como una nuez de ballesta.

      -¿ Qué decís vos a esto, Sancho? -preguntó la duquesa.

      -Digo, señora -respondió Sancho-, lo que tengo dicho: que de los azotes, abernuncio.

      -Abrenuncio habéis de decir, Sancho, y no como decís - dijo el duque.

      -Déjeme vuestra grandeza -respondió Sancho-, que no estoy agora para mirar en sotilezas ni en letras más a menos; porque me tienen tan turbado estos azotes que me han de dar, o me tengo de dar, que no sé lo que me digo, ni lo que me hago. Pero querría yo saber de la señora mi señora doña Dulcinea del Toboso adónde aprendió el modo de rogar que tiene: viene a pedirme que me abra las carnes a azotes, y llámame alma de cántaro y bestión indómito, con una tiramira de malos nombres, que el diablo los sufra. ¿ Por ventura son mis carnes de bronce, o vame a mí algo en que se desencante o no? ¿ Qué canasta de ropa blanca, (N) de camisas, de tocadores y de escarpines, anque no los gasto, trae delante de sí para ablandarme, sino un vituperio y otro, sabiendo aquel refrán que dicen por ahí, que un asno cargado de oro (N) sube ligero por una montaña, y que dádivas quebrantan peñas, y a Dios rogando y con el mazo dando, y que más vale un "toma" que dos "te daré"? Pues el señor mi amo, que había de traerme la mano por el cerro (N) y halagarme para que yo me hiciese de lana y de algodón cardado, dice que si me coge me amarrará desnudo a un árbol y me doblará la parada de los azotes; y habían de considerar estos lastimados señores (N) que no solamente piden que se azote un escudero, sino un gobernador; como quien dice: "bebe con guindas". (N) Aprendan, aprendan mucho de enhoramala a saber rogar, y a saber pedir, y a tener crianza, que no son todos los tiempos unos, ni están los hombres siempre de un buen humor. (N) Estoy yo ahora reventando de pena por ver mi sayo verde roto, (N) y vienen a pedirme que me azote de mi voluntad, estando ella tan ajena dello como de volverme cacique. (N)

      -Pues en verdad, amigo Sancho -dijo el duque-, que si no os ablandáis más que una breva madura, que no habéis de empuñar el gobierno. ¡ Bueno sería que yo enviase a mis insulanos (N) un gobernador cruel, de entrañas pedernalinas, (N) que no se doblega a las lágrimas de las afligidas doncellas, ni a los ruegos de discretos, imperiosos y antiguos encantadores y sabios ! En resolución, Sancho, o vos habéis de ser azotado, o os han de azotar, (N) o no habéis de ser gobernador.

      -Señor -respondió Sancho-, ¿ no se me darían dos días de término (N) para pensar lo que me está mejor?

      -No, en ninguna manera -dijo Merlín-; aquí, en este instante y en este lugar, ha de quedar asentado lo que ha de ser deste negocio, o Dulcinea volverá a la cueva de Montesinos y a su prístino estado de labradora, (N) o ya, en el ser que está, será llevada a los Elíseos Campos, donde estará esperando se cumpla el número del vápulo. (N)

      -Ea, buen Sancho -dijo la duquesa-, buen ánimo y buena correspondencia al pan que habéis comido del señor don Quijote, a quien todos debemos servir y agradar, por su buena condición y por sus altas caballerías. Dad el sí, hijo, desta azotaina, y váyase el diablo para diablo (N) y el temor para mezquino; que un buen corazón quebranta mala ventura, como vos bien sabéis.

      A estas razones respondió con éstas disparatadas Sancho, que, hablando con Merlín, le preguntó. (N)

      -Dígame vuesa merced, señor Merlín: cuando llegó aquí el diablo correo y dio a mi amo un recado del señor Montesinos, mandándole de su parte que le esperase aquí, porque venía a dar orden de que la señora doña Dulcinea del Toboso se desencantase, y hasta agora no hemos visto a Montesinos, ni a sus semejas.

      A lo cual respondió Merlín.

      -El Diablo, amigo Sancho, es un ignorante y un grandísimo bellaco: yo le envié en busca de vuestro amo, pero no con recado de Montesinos, sino mío, (N) porque Montesinos se está en su cueva entendiendo, o, por mejor decir, esperando (N) su desencanto, que aún le falta la cola por desollar. Si os debe algo, o tenéis alguna cosa que negociar con él, yo os lo traeré y pondré donde vos más quisiéredes. Y, por agora, acabad de dar el sí desta diciplina, y creedme que os será de mucho provecho, así para el alma como para el cuerpo: para el alma, por la caridad con que la haréis; para el cuerpo, porque yo sé que sois de complexión sanguínea, y no os podrá hacer daño sacaros un poco de sangre.

      -Muchos médicos hay en el mundo: hasta los encantadores son médicos - replicó Sancho-; pero, pues todos me lo dicen, aunque yo no me lo veo, (N) digo que soy contento de darme los tres mil y trecientos azotes, con condición que me los tengo de dar cada y cuando que yo quisiere, sin que se me ponga tasa en los días ni en el tiempo; y yo procuraré salir de la deuda lo más presto que sea posible, porque goce el mundo de la hermosura de la señora doña Dulcinea del Toboso, pues, según parece, al revés de lo que yo pensaba, (N) en efecto es hermosa. Ha de ser también condición que no he de estar obligado a sacarme sangre con la diciplina, y que si algunos azotes fueren de mosqueo, (N) se me han de tomar en cuenta. Iten, que si me errare en el número, (N) el señor Merlín, pues lo sabe todo, ha de tener cuidado de contarlos y de avisarme los que me faltan o los que me sobran.

      -De las sobras no habrá que avisar -respondió Merlín-, porque, llegando al cabal número, luego quedará de improviso desencantada la señora Dulcinea, y vendrá a buscar, como agradecida, al buen Sancho, y a darle gracias, y aun premios, por la buena obra. Así que no hay de qué tener escrúpulo de las sobras ni de las faltas, ni el cielo permita que yo engañe a nadie, aunque sea en un pelo de la cabeza.

      -¡ Ea, pues, a la mano de Dios ! -dijo Sancho-. Yo consiento en mi mala ventura; digo que yo acepto la penitencia con las condiciones apuntadas.

      Apenas dijo estas últimas palabras Sancho, cuando volvió a sonar la música de las chirimías y se volvieron a disparar infinitos arcabuces, y don Quijote se colgó del cuello de Sancho, dándole mil besos en la frente y en las mejillas. La duquesa y el duque y todos los circunstantes dieron muestras de haber recebido grandísimo contento, (N) y el carro comenzó a caminar; y, al pasar, la hermosa Dulcinea inclinó la cabeza a los duques y hizo una gran reverencia a Sancho.

      Y ya, en esto, se venía a más andar el alba, alegre y risueña: (N) las florecillas de los campos se descollaban y erguían, (N) y los líquidos cristales de los arroyuelos, murmurando por entre blancas y pardas guijas, iban a dar tributo a los ríos que los esperaban. La tierra alegre, el cielo claro, el aire limpio, la luz serena, cada uno por sí y todos juntos, (N) daban manifiestas señales que el día, que al aurora venía pisando las faldas, había de ser sereno y claro. (N) Y, satisfechos los duques de la caza y de haber conseguido su intención tan discreta y felicemente, se volvieron a su castillo, con prosupuesto de segundar en sus burlas, que para ellos no había veras que más gusto les diesen. (N)







Parte II -- Capítulo XXXVI . Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, (N) con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer Teresa Panza.

      Tenía un mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada, compuso los versos y hizo que un paje hiciese a Dulcinea. (N) Finalmente, con intervención de sus señores, ordenó otra del más gracioso y estraño artificio que puede imaginarse.

      Preguntó la duquesa a Sancho otro día si había comenzado la tarea de la penitencia que había de hacer por el desencanto de Dulcinea. Dijo que sí, y que aquella noche se había dado cinco azotes. Preguntóle la duquesa que con qué se los había dado. Respondió que con la mano.

      -Eso -replicó la duquesa- más es darse de palmadas que de azotes. Yo tengo para mí que el sabio Merlín no estará contento con tanta blandura; menester será que el buen Sancho haga alguna diciplina de abrojos, (N) o de las de canelones, que se dejen sentir; porque la letra con sangre entra, (N) y no se ha de dar tan barata la libertad de una tan gran señora como lo es Dulcinea por tan poco precio; y advierta Sancho que las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada.

      A lo que respondió Sancho.

      -Déme vuestra señoría alguna diciplina o ramal conveniente, que yo me daré con él como no me duela demasiado, porque hago saber a vuesa merced que, aunque soy rústico, mis carnes tienen más de algodón que de esparto, y no será bien que yo me descríe (N) por el provecho ajeno.

      -Sea en buena hora -respondió la duquesa-: yo os daré mañana una diciplina (N) que os venga muy al justo y se acomode con la ternura de vuestras carnes, como si fueran sus hermanas propias.

      A lo que dijo Sancho.

      -Sepa vuestra alteza, señora mía de mi ánima, que yo tengo escrita una carta a mi mujer Teresa Panza, dándole cuenta de todo lo que me ha sucedido después que me aparté della; aquí la tengo en el seno, que no le falta más de ponerle el sobreescrito; querría que vuestra discreción la leyese, porque me parece que va conforme a lo de gobernador, digo, al modo que deben de escribir los gobernadores.

      -¿ Y quién la notó? -preguntó la duquesa.

      -¿ Quién la había de notar sino yo, pecador de mí? - respondió Sancho.

      -¿ Y escribístesla vos? -dijo la duquesa.

      -Ni por pienso (N) -respondió Sancho-, porque yo no sé leer ni escribir, puesto que sé firmar.

      -Veámosla -dijo la duquesa-, que a buen seguro que vos mostréis en ella la calidad y suficiencia de vuestro ingenio.

      Sacó Sancho una carta abierta del seno, y, tomándola la duquesa, vio que decía desta manera.

      Carta de Sancho Panza a (N) Teresa Panza, su mujer.

      Si buenos azotes me daban, bien caballero me iba; (N) si buen gobierno me tengo, buenos azotes me cuesta. Esto no lo entenderás tú, Teresa mía, por ahora; otra vez lo sabrás. Has de saber, Teresa, que tengo determinado que andes en coche, (N) que es lo que hace al caso, porque todo otro andar es andar a gatas. Mujer de un gobernador eres, ¡ mira si te roerá nadie los zancajos ! Ahí te envío un vestido verde de cazador, que me dio mi señora la duquesa; acomódale en modo que sirva de saya y cuerpos a nuestra hija. Don Quijote, mi amo, según he oído decir en esta tierra, es un loco cuerdo y un mentecato gracioso, y que yo no le voy en zaga. (N) Hemos estado en la cueva de Montesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de mí para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo: con tres mil y trecientos azotes, menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada como la madre que la parió. (N) No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, (N) y unos dirán que es blanco y otros que es negro. De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, (N) porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo; (N) tomaréle el pulso, y avisaréte si has de venir a estar conmigo o no. El rucio está bueno, y se te encomienda mucho; (N) y no le pienso dejar, aunque me llevaran a ser Gran Turco. La duquesa mi señora te besa mil veces las manos; vuélvele el retorno (N) con dos mil, que no hay cosa que menos cueste ni valga más barata, según dice mi amo, que los buenos comedimientos. (N) No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos, como la de marras, pero no te dé pena, Teresa mía, que en salvo está el que repica, (N) y todo saldrá en la colada del gobierno; sino que me ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que me tengo de comer las manos tras él; y si así fuese, no me costaría muy barato, aunque los estropeados y mancos ya se tienen su calonjía en la limosna que piden; (N) así que, por una vía o por otra, tú has de ser rica, de buena ventura. Dios te la dé, como puede, y a mí me guarde para servirte. Deste castillo, a veinte de julio de 1614. (N)

      Tu marido el gobernador,
Sancho Panza.

      En acabando la duquesa de leer la carta, dijo a Sancho.

      -En dos cosas anda un poco descaminado el buen gobernador: la una, en decir o dar a entender que este gobierno se le han dado por los azotes que se ha de dar, sabiendo él, que no lo puede negar, que cuando el duque, mi señor, se le prometió, no se soñaba haber azotes en el mundo; la otra es que se muestra en ella muy codicioso, y no querría que orégano fuese, (N) porque la codicia rompe el saco, y el gobernador codicioso hace la justicia desgobernada.

      -Yo no lo digo por tanto, señora -respondió Sancho - ; y si a vuesa merced le parece que la tal carta no va como ha de ir, no hay sino rasgarla y hacer otra nueva, y podría ser que fuese peor si me lo dejan a mi caletre. (N)

      -No, no -replicó la duquesa-, buena está ésta, y quiero que el duque la vea.

      Con esto se fueron a un jardín, donde habían de comer aquel día. Mostró la duquesa la carta de Sancho al duque, de que recibió grandísimo contento. (N) Comieron, y después de alzado los manteles, (N) y después de haberse entretenido un buen espacio con la sabrosa conversación de Sancho, a deshora se oyó el son tristísimo de un pífaro y el de un ronco y destemplado tambor. Todos mostraron alborotarse con la confusa, marcial y triste armonía, (N) especialmente don Quijote, que no cabía en su asiento de puro alborotado; de Sancho no hay que decir sino que el miedo le llevó a su acostumbrado refugio, que era el lado o faldas de la duquesa, porque real y verdaderamente el son que se escuchaba era tristísimo y malencólico. (N)

      Y, estando todos así suspensos, vieron entrar por el jardín adelante dos hombres vestidos de luto, tan luego y tendido que les arrastraba por el suelo; éstos venían tocando dos grandes tambores, (N) asimismo cubiertos de negro. A su lado venía el pífaro, negro y pizmiento como los demás. Seguía a los tres un personaje de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido, con una negrísima loba, (N) cuya falda era asimismo desaforada de grande. Por encima de la loba le ceñía y atravesaba un ancho tahelí, también negro, de quien pendía un desmesurado alfanje de guarniciones y vaina negra. Venía cubierto el rostro con un trasparente velo negro, por quien se entreparecía (N) una longísima barba, (N) blanca como la nieve. Movía el paso al son de los tambores con mucha gravedad y reposo. (N) En fin, su grandeza, su contoneo, su negrura y su acompañamiento pudiera y pudo suspender a todos aquellos que sin conocerle le miraron.

      Llegó, pues, con el espacio y prosopopeya (N) referida a hincarse de rodillas ante el duque, que en pie, con los demás que allí estaban, le atendía; pero el duque en ninguna manera le consintió hablar hasta que se levantase. (N) Hízolo así el espantajo prodigioso, y, puesto en pie, alzó el antifaz del rostro y hizo patente la más horrenda, la más larga, la más blanca y más poblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto, y luego desencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho una voz grave y sonora, y, poniendo los ojos en el duque, dijo.

      -Altísimo y poderoso señor, a mí me llaman Trifaldín (N) el de la Barba Blanca; (N) soy escudero de la condesa Trifaldi, (N) por otro nombre llamada la Dueña Dolorida, de parte de la cual traigo a vuestra grandeza una embajada, y es que la vuestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia para entrar a decirle su cuita, (N) que es una de las más nuevas y más admirables que el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado. (N) Y primero quiere saber si está en este vuestro castillo (N) el valeroso y jamás vencido caballero don Quijote de la Mancha, en cuya busca viene a pie y sin desayunarse desde el reino de Candaya (N) hasta este vuestro estado, cosa que se puede y debe tener a milagro o a fuerza de encantamento. Ella queda a la puerta desta fortaleza o casa de campo, y no aguarda para entrar sino vuestro beneplácito. Dije.

      Y tosió luego y manoseóse (N) la barba de arriba abajo con entrambas manos, y con mucho sosiego estuvo atendiendo la respuesta del duque, que fue.

      -Ya, buen escudero Trifaldín de la Blanca Barba, ha muchos días que tenemos noticia de la desgracia de mi señora la condesa Trifaldi, a quien los encantadores la hacen llamar (N) la Dueña Dolorida; bien podéis, estupendo escudero, decirle que entre y que aquí está el valiente caballero don Quijote de la Mancha, de cuya condición generosa puede prometerse con seguridad todo amparo y toda ayuda; y asimismo le podréis decir de mi parte que si mi favor le fuere necesario, no le ha de faltar, pues ya me tiene obligado a dársele el ser caballero, a quien es anejo y concerniente favorecer a toda suerte de mujeres, en especial a las dueñas viudas, menoscabadas y doloridas, cual lo debe estar su señoría.

      Oyendo lo cual Trifaldín, inclinó la rodilla hasta el suelo, y, haciendo al pífaro y tambores señal que tocasen, al mismo son y al mismo paso que había entrado, se volvió a salir del jardín, dejando a todos admirados de su presencia y compostura. Y, volviéndose el duque a don Quijote, le dijo.

      -En fin, famoso caballero, no pueden las tinieblas de malicia ni de la ignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud. Digo esto porque apenas ha seis días que la vuestra bondad está en este castillo, (N) cuando ya os vienen a buscar de lueñas y apartadas tierras, (N) y no en carrozas ni en dromedarios, sino a pie y en ayunas; los tristes, los afligidos, confiados que han de hallar en ese fortísimo brazo el remedio de sus cuitas y trabajos, merced a vuestras grandes hazañas, que corren y rodean todo lo descubierto de la tierra. (N)

      -Quisiera yo, señor duque -respondió don Quijote - , que estuviera aquí presente aquel bendito religioso (N) que a la mesa el otro día mostró tener tan mal talante (N) y tan mala ojeriza (N) contra los caballeros andantes, para que viera por vista de ojos si los tales caballeros son necesarios en el mundo: tocara, por lo menos, con la mano que los extraordinariamente afligidos y desconsolados, en casos grandes y en desdichas inormes (N) no van a buscar su remedio a las casas de los letrados, ni a la de los sacristanes de las aldeas, ni al caballero que nunca ha acertado a salir de los términos de su lugar, ni al perezoso cortesano que antes busca nuevas para referirlas y contarlas, que procura hacer obras y hazañas para que otros las cuenten y las escriban; el remedio de las cuitas, el socorro de las necesidades, el amparo de las doncellas, el consuelo de las viudas, en ninguna suerte de personas se halla mejor que en los caballeros andantes, y de serlo yo doy infinitas gracias al cielo, y doy por muy bien empleado cualquier desmán y trabajo que en este tan honroso ejercicio pueda sucederme. Venga esta dueña y pida lo que quisiere, que yo le libraré su remedio en la fuerza de mi brazo (N) y en la intrépida resolución de mi animoso espíritu.







Parte II -- Capítulo XXXVII . Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida.

      En estremo se holgaron el duque y la duquesa de ver cuán bien iba respondiendo a su intención don Quijote, y a esta sazón dijo Sancho.

      -No querría yo que esta señora dueña pusiese algún tropiezo a la promesa de mi gobierno, porque yo he oído decir a un boticario toledano (N) que hablaba como un silguero (N) que donde interviniesen dueñas no podía suceder cosa buena. (N) ¡ Válame Dios, y qué mal estaba con ellas el tal boticario ! De lo que yo saco que, pues todas las dueñas son enfadosas e impertinentes, de cualquiera calidad y condición que sean, ¿ qué serán las que son doloridas, como han dicho que es esta condesa Tres Faldas, o Tres Colas?; que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es uno.

      -Calla, Sancho amigo -dijo don Quijote-, que, pues esta señora dueña de tan lueñes tierras viene a buscarme, no debe ser de aquellas que el boticario tenía en su número, cuanto más que ésta es condesa, y cuando las condesas sirven de dueñas, será sirviendo a reinas (N) y a emperatrices, que en sus casas son señorísimas que se sirven de otras dueñas.

      A esto respondió doña Rodríguez, que se halló presente.

      -Dueñas tiene mi señora la duquesa en su servicio, que pudieran ser condesas si la fortuna quisiera, pero allá van leyes do quieren reyes; y nadie diga mal de las dueñas, y más de las antiguas y doncellas; que, aunque yo no lo soy, bien se me alcanza y se me trasluce la ventaja que hace una dueña doncella a una dueña viuda; y quien a nosotras trasquiló, las tijeras le quedaron en la mano. (N)

      -Con todo eso -replicó Sancho-, hay tanto que trasquilar en las dueñas, según mi barbero, (N) cuanto será mejor no menear el arroz, aunque se pegue. (N)

      -Siempre los escuderos -respondió doña Rodríguez - son enemigos nuestros; que, como son duendes de las antesalas (N) y nos veen a cada paso, los ratos que no rezan, que son muchos, (N) los gastan en murmurar de nosotras, desenterrándonos los huesos y enterrándonos la fama. Pues mándoles yo a los leños movibles, (N) que, mal que les pese, hemos de vivir en el mundo, y en las casas principales, aunque muramos de hambre y cubramos con un negro monjil nuestras delicadas o no delicadas carnes, como quien cubre o tapa un muladar (N) con un tapiz en día de procesión. A fe que si me fuera dado, y el tiempo lo pidiera, que yo diera a entender, (N) no sólo a los presentes, sino a todo el mundo, cómo no hay virtud que no se encierre en una dueña.

      -Yo creo -dijo la duquesa- que mi buena doña Rodríguez tiene razón, y muy grande; pero conviene que aguarde tiempo para volver por sí y por las demás dueñas, para confundir la mala opinión de aquel mal boticario, y desarraigar la que tiene en su pecho el gran Sancho Panza.

      A lo que Sancho respondió.

      -Después que tengo humos de gobernador se me han quitado los váguidos de escudero, y no se me da por cuantas dueñas hay un cabrahígo. (N)

      Adelante pasaran con el coloquio dueñesco, si no oyeran que el pífaro y los tambores volvían a sonar, por donde entendieron que la dueña Dolorida entraba. Preguntó la duquesa al duque si sería bien ir a recebirla, pues era condesa y persona principal.

      -Por lo que tiene de condesa -respondió Sancho, antes que el duque respondiese-, bien estoy en que vuestras grandezas salgan a recebirla; pero por lo de dueña, soy de parecer que no se muevan un paso.

      -¿ Quién te mete a ti en esto, Sancho? -dijo don Quijote.

      -¿ Quién, señor? -respondió Sancho-. Yo me meto, que puedo meterme, como escudero que ha aprendido los términos de la cortesía en la escuela de vuesa merced, que es el más cortés y bien criado caballero que hay en toda la cortesanía; y en estas cosas, según he oído decir a vuesa merced, tanto se pierde por carta de más como por carta de menos; y al buen entendedor, pocas palabras. (N)

      -Así es, como Sancho dice -dijo el duque-: veremos el talle de la condesa, y por él tantearemos la cortesía que se le debe.

      En esto, entraron los tambores y el pífaro, como la vez primera.

      Y aquí, con este breve capítulo, dio fin el autor, y comenzó el otro, (N) siguiendo la mesma aventura, que es una de las más notables de la historia.







Parte II -- Capítulo XXXVIII . Donde se cuenta la que dio (N) de su mala andanza la dueña Dolorida.

      Detrás de los tristes músicos comenzaron a entrar por el jardín adelante hasta cantidad de doce dueñas, repartidas en dos hileras, todas vestidas de unos monjiles (N) anchos, al parecer, de anascote batanado, con unas tocas blancas de delgado canequí, tan luengas que sólo el ribete del monjil descubrían. Tras ellas venía la condesa Trifaldi, a quien traía de la mano el escudero Trifaldín de la Blanca Barba, vestida de finísima y negra bayeta (N) por frisar, que, a venir frisada, descubriera cada grano (N) del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos. (N) La cola, o falda, o como llamarla quisieren, era de tres puntas, las cuales se sustentaban en las manos de tres pajes, asimesmo vestidos de luto, haciendo una vistosa y matemática figura con aquellos tres ángulos acutos (N) que las tres puntas formaban, por lo cual cayeron todos los que la falda puntiaguda miraron que por ella se debía llamar la condesa Trifaldi, como si dijésemos la condesa de las Tres Faldas; y así dice Benengeli que fue verdad, y que de su propio apellido se llama la condesa Lobuna, (N) a causa que se criaban en su condado muchos lobos, y que si como eran lobos fueran zorras, la llamaran la condesa Zorruna, por ser costumbre en aquellas partes tomar los señores la denominación de sus nombres (N) de la cosa o cosas en que más sus estados abundan; empero esta condesa, por favorecer la novedad de su falda, dejó el Lobuna y tomó el Trifaldi. (N)

      Venían las doce dueñas y la señora a paso de procesión, cubiertos los rostros con unos velos negros y no trasparentes como el de Trifaldín, sino tan apretados que ninguna cosa (N) se traslucían.

      Así como acabó de parecer el dueñesco escuadrón, el duque, la duquesa y don Quijote se pusieron en pie, y todos aquellos que la espaciosa procesión miraban. (N) Pararon las doce dueñas y hicieron calle, por medio de la cual la Dolorida se adelantó, sin dejarla de la mano Trifaldín, viendo lo cual el duque, la duquesa y don Quijote, se adelantaron obra de doce pasos (N) a recebirla. Ella, puesta las rodillas en el suelo, con voz antes basta y ronca que sutil y dilicada, dijo.

      -Vuestras grandezas sean servidas de no hacer tanta cortesía a este su criado; (N) digo, a esta su criada, porque, según soy de dolorida, (N) no acertaré a responder a lo que debo, (N) a causa que mi estraña y jamás vista desdicha me ha llevado el entendimiento no sé adónde, y debe de ser muy lejos, pues cuanto más le busco menos le hallo.

      -Sin él estaría -respondió el duque-, señora condesa, el que no descubriese por vuestra persona vuestro valor, el cual, sin más ver, es merecedor de toda la nata de la cortesía y de toda la flor de las bien criadas ceremonias.

      Y, levantándola de la mano, la llevó a asentar en una silla junto a la duquesa, la cual la recibió asimismo con mucho comedimiento.

      Don Quijote callaba, y Sancho andaba muerto (N) por ver el rostro de la Trifaldi y de alguna de sus muchas dueñas, pero no fue posible hasta que ellas de su grado y voluntad se descubrieron.

      Sosegados todos y puestos en silencio, estaban esperando quién le había de romper, y fue la dueña Dolorida con estas palabras.

      -Confiada estoy, (N) señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi cuitísima en vuestros valerosísimos pechos acogimiento no menos plácido que generoso y doloroso, porque ella es tal, que es bastante a enternecer los mármoles, y a ablandar los diamantes, y a molificar los aceros de los más endurecidos corazones del mundo; pero, antes que salga a la plaza de vuestros oídos, por no decir orejas, quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima y su escuderísimo Panza. (N)

      -El Panza -antes que otro respondiese, dijo Sancho - aquí esta, y el don Quijotísimo asimismo; y así, podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis, (N) que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.

      En esto se levantó don Quijote, y, encaminando sus razones a la Dolorida dueña, dijo.

      -Si vuestras cuitas, angustiada señora, se pueden prometer alguna esperanza de remedio por algún valor o fuerzas de algún andante caballero, aquí están las mías, que, aunque flacas y breves, todas se emplearán en vuestro servicio. Yo soy don Quijote de la Mancha, cuyo asumpto (N) es acudir a toda suerte de menesterosos, y, siendo esto así, como lo es, no habéis menester, señora, captar benevolencias ni buscar preámbulos, sino, a la llana y sin rodeos, decir vuestros males, que oídos os escuchan que sabrán, si no remediarlos, dolerse dellos. (N)

      Oyendo lo cual, la Dolorida dueña hizo señal de querer arrojarse a los pies de don Quijote, y aun se arrojó, y, pugnando por abrazárselos, decía:

      -Ante estos pies y piernas me arrojo, ¡ oh caballero invicto !, por ser los que son basas y colunas de la andante caballería; estos pies quiero besar, (N) de cuyos pasos pende y cuelga todo el remedio de mi desgracia, ¡ oh valeroso andante, cuyas verdaderas fazañas dejan atrás y escurecen las fabulosas de los Amadises, (N) Esplandianes y Belianises !

      Y, dejando a don Quijote, se volvió a Sancho Panza, y, asiéndole de las manos, le dijo.

      -¡ Oh tú, el más leal escudero que jamás sirvió a caballero andante en los presentes ni en los pasados siglos, más luengo en bondad que la barba de Trifaldín, mi acompañador, que está presente !, bien puedes preciarte que en servir al gran don Quijote sirves en cifra a toda la caterva de caballeros que han tratado las armas en el mundo. Conjúrote, por lo que debes a tu bondad fidelísima, me seas buen intercesor con tu dueño, para que luego favorezca a esta humilísima y desdichadísima condesa.

      A lo que respondió Sancho.

      -De que sea mi bondad, señoría mía, tan larga y grande como la barba de vuestro escudero, a mí me hace muy poco al caso; (N) barbada y con bigotes tenga yo mi alma (N) cuando desta vida vaya, que es lo que importa, que de las barbas de acá poco o nada me curo; pero, sin esas socaliñas ni plegarias, yo rogaré a mi amo, que sé que me quiere bien, y más agora que me ha menester para cierto negocio, (N) que favorezca y ayude a vuesa merced en todo lo que pudiere. Vuesa merced desembaúle (N) su cuita y cuéntenosla, y deje hacer, que todos nos entenderemos.

      Reventaban de risa con estas cosas los duques, como aquellos que habían tomado el pulso a la tal aventura, (N) y alababan entre sí la agudeza y disimulación de la Trifaldi, la cual, volviéndose a sentar, dijo.

      -« Del famoso reino de Candaya, (N) que cae entre la gran Trapobana y el mar del Sur, dos leguas más allá del cabo Comorín, (N) fue señora la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela, su señor y marido, de cuyo matrimonio tuvieron y procrearon a la infanta Antonomasia, (N) heredera del reino, la cual dicha infanta Antonomasia se crió y creció debajo de mi tutela y doctrina, por ser yo la más antigua y la más principal (N) dueña de su madre. Sucedió, pues, que, yendo días y viniendo días, la niña Antonomasia llegó a edad de catorce años, con tan gran perfeción de hermosura, que no la pudo subir más de punto la naturaleza. ¡ Pues digamos agora que la discreción era mocosa ! . (N) Así era discreta como bella, y era la más bella del mundo, y lo es, si ya los hados invidiosos (N) y las parcas endurecidas no la han cortado la estambre de la vida. (N) Pero no habrán, que no han de permitir los cielos que se haga tanto mal a la tierra como sería llevarse en agraz (N) el racimo del más hermoso veduño del suelo. De esta hermosura, y no como se debe encarecida de mi torpe lengua, se enamoró un número infinito de príncipes, así naturales como estranjeros, entre los cuales osó levantar los pensamientos al cielo de tanta belleza (N) un caballero particular que en la corte estaba, confiado en su mocedad y en su bizarría, y en sus muchas habilidades y gracias, y facilidad y felicidad de ingenio; porque hago saber a vuestras grandezas, si no lo tienen por enojo, que tocaba una guitarra que la hacía hablar, (N) y más que era poeta (N) y gran bailarín, y sabía hacer una jaula de pájaros, (N) que solamente a hacerlas pudiera ganar la vida cuando se viera en estrema necesidad, que todas estas partes y gracias son bastantes a derribar una montaña, no que una delicada doncella. Pero toda su gentileza y buen donaire y todas sus gracias y habilidades fueran poca o ninguna parte para rendir la fortaleza de mi niña, si el ladrón desuellacaras no usara del remedio de rendirme a mí primero. Primero quiso el malandrín y desalmado vagamundo granjearme la voluntad y cohecharme el gusto, para que yo, mal alcaide, le entregase las llaves de la fortaleza que guardaba. En resolución: él me aduló el entendimiento y me rindió la voluntad con no sé qué dijes y brincos (N) que me dio, pero lo que más me hizo postrar y dar conmigo por el suelo fueron unas coplas que le oí cantar una noche desde una reja que caía a una callejuela (N) donde él estaba, que, si mal no me acuerdo, decían: De la dulce mi enemiga. (N)
nace un mal que al alma hiere,
y, por más tormento, quiere
que se sienta y no se diga. (N)


      Parecióme la trova de perlas, (N) y su voz de almíbar, y después acá, digo, desde entonces, viendo el mal en que caí por estos y otros semejantes versos, he considerado que de las buenas y concertadas repúblicas se habían de desterrar los poetas, como aconsejaba Platón, (N) a lo menos, los lascivos, porque escriben unas coplas, no como las del marqués de Mantua, que entretienen y hacen llorar los niños y a las mujeres, (N) sino unas agudezas que, a modo de blandas espinas, os atraviesan el alma, y como rayos os hieren en ella, dejando sano el vestido. Y otra vez cantó:. Ven, muerte, tan escondida (N)
que no te sienta venir,
porque el placer del morir
no me torne a dar la vida.


      Y deste jaez otras coplitas y estrambotes, que cantados encantan y escritos suspenden. Pues, ¿ qué cuando se humillan a componer un género de verso que en Candaya se usaba entonces, a quien ellos llamaban seguidillas? Allí era el brincar de las almas, (N) el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos y, finalmente, el azogue de todos los sentidos. (N) Y así, digo, señores míos, que los tales trovadores con justo título los debían desterrar (N) a las islas de los Lagartos. (N) Pero no tienen ellos la culpa, sino los simples que los alaban y las bobas que los creen; y si yo fuera la buena dueña que debía, no me habían de mover sus trasnochados conceptos, (N) ni había de creer ser verdad aquel decir: "Vivo muriendo, ardo en el yelo, tiemblo en el fuego, (N) espero sin esperanza, pártome y quédome", con otros imposibles desta ralea, de que están sus escritos llenos. Pues, ¿ qué cuando prometen el fénix de Arabia, la corona de Aridiana, (N) los caballos del Sol, del Sur las perlas, de Tíbar el oro (N) y de Pancaya el bálsamo? (N) Aquí es donde ellos alargan más la pluma, como les cuesta poco prometer (N) lo que jamás piensan ni pueden cumplir. Pero, ¿ dónde me divierto?. (N) ¡ Ay de mí, desdichada ! ¿ Qué locura o qué desatino me lleva a contar las ajenas faltas, teniendo tanto que decir de las mías? ¡ Ay de mí, otra vez, sin ventura !, que no me rindieron los versos, sino mi simplicidad; no me ablandaron las músicas, sino mi liviandad: mi mucha ignorancia y mi poco advertimiento abrieron el camino y desembarazaron la senda a los pasos de don Clavijo, que éste es el nombre del referido caballero; y así, siendo yo la medianera, él se halló una y muy muchas veces en la estancia de la por mí, y no por él, engañada Antonomasia, debajo del título de verdadero esposo; que, aunque pecadora, no consintiera que sin ser su marido la llegara a la vira de la suela de sus zapatillas. ¡ No, no, eso no: el matrimonio ha de ir adelante en cualquier negocio destos que por mí se tratare ! (N) Solamente hubo un daño en este negocio, que fue el de la desigualdad, por ser don Clavijo un caballero particular, y la infanta Antonomasia heredera, como ya he dicho, del reino. Algunos días estuvo encubierta y solapada en la sagacidad de mi recato esta maraña, hasta que me pareció que la iba descubriendo a más andar no sé qué hinchazón del vientre de Antonomasia, cuyo temor nos hizo entrar en bureo a los tres, y salió dél que, antes que se saliese a luz el mal recado, (N) don Clavijo pidiese ante el vicario por su mujer a Antonomasia, en fe de una cédula que de ser su esposa la infanta le había hecho, notada por mi ingenio, con tanta fuerza, que las de Sansón no pudieran romperla. Hiciéronse las diligencias, vio el vicario la cédula, tomó el tal vicario la confesión a la señora, confesó de plano, mandóla depositar en casa de un alguacil (N) de corte muy honrado. .

      A esta sazón, dijo Sancho.

      -También en Candaya hay alguaciles de corte, poetas y seguidillas, por lo que puedo jurar que imagino que todo el mundo es uno. Pero dése vuesa merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde y ya me muero por saber el fin desta tan larga historia.

      -Sí haré -respondió la condesa.







Parte II -- Capítulo XXXIX . Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia.

      De cualquiera palabra que Sancho decía, la duquesa gustaba tanto como se desesperaba don Quijote; y, mandándole que callase, la Dolorida prosiguió diciendo.

      -« En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la infanta se estaba siempre en sus trece, sin salir ni variar de la primera declaración, el vicario sentenció en favor de don Clavijo, y se la entregó por su legítima esposa, de lo que recibió tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia, que dentro de tres días la enterramos.

      -Debió de morir, sin duda -dijo Sancho.

      -¡ Claro está ! -respondió Trifaldín-, que en Candaya no se entierran las personas vivas, sino las muertas.

      -Ya se ha visto, señor escudero -replicó Sancho-, enterrar un desmayado creyendo ser muerto, y parecíame a mí que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta que obligase a sentirle tanto. Cuando se hubiera casado esa señora con algún paje suyo, o con otro criado de su casa, como han hecho otras muchas, según he oído decir, fuera el daño sin remedio; pero el haberse casado con un caballero tan gentilhombre (N) y tan entendido como aquí nos le han pintado, en verdad en verdad que, aunque fue necedad, (N) no fue tan grande como se piensa; porque, según las reglas de mi señor, que está presente y no me dejará mentir, así como se hacen de los hombres letrados los obispos, se pueden hacer de los caballeros, y más si son andantes, los reyes y los emperadores.

      -Razón tienes, Sancho -dijo don Quijote-, porque un caballero andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia propincua (N) de ser el mayor señor del mundo. Pero, pase adelante la señora Dolorida, que a mí se me trasluce que le falta por contar lo amargo desta hasta aquí dulce historia.

      -Y ¡ cómo si queda lo amargo ! -respondió la condesa - , y tan amargo que en su comparación son dulces las tueras y sabrosas las adelfas. (N) « Muerta, pues, la reina, y no desmayada, la enterramos; y, apenas la cubrimos con la tierra y apenas le dimos el último vale, cuando.

      quis talia fando (N) temperet a lachrymis?.

      puesto sobre un caballo de madera, pareció encima de la sepultura de la reina el gigante Malambruno, (N) primo cormano (N) de Maguncia, que junto con ser cruel era encantador, el cual con sus artes, en venganza de la muerte de su cormana, y por castigo del atrevimiento de don Clavijo, y por despecho de la demasía de Antonomasia, los dejó encantados sobre la mesma sepultura: a ella, convertida en una jimia de bronce, y a él, en un espantoso cocodrilo de un metal no conocido, y entre los dos está un padrón, (N) asimismo de metal, y en él escritas en lengua siríaca unas letras que, habiéndose declarado en la candayesca, y ahora en la castellana, encierran esta sentencia: ‘‘ No cobrarán su primera forma (N) estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso manchego venga conmigo a las manos en singular batalla, que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura". Hecho esto, sacó de la vaina un ancho y desmesurado alfanje, y, asiéndome a mí por los cabellos, hizo finta (N) de querer segarme la gola (N) y cortarme cercen la cabeza. (N) Turbéme, pegóseme la voz a la garganta, (N) quedé mohína (N) en todo estremo, pero, con todo, me esforcé lo más que pude, y, con voz tembladora y doliente, le dije tantas y tales cosas, que le hicieron suspender la ejecución de tan riguroso castigo. Finalmente, hizo traer ante sí todas las dueñas de palacio, que fueron estas que están presentes, y, después de haber exagerado nuestra culpa y vituperado las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores trazas, y cargando (N) a todas la culpa que yo sola tenía, dijo que no quería con pena capital castigarnos, sino con otras penas dilatadas, que nos diesen una muerte civil y continua; y, en aquel mismo momento y punto que acabó de decir esto, (N) sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara, y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas. Acudimos luego con las manos a los rostros, y hallámonos de la manera que ahora veréis.

      Y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces (N) con que cubiertas venían, y descubrieron los rostros, todos poblados de barbas, cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas y cuáles albarrazadas, (N) de cuya vista mostraron quedar admirados el duque y la duquesa, pasmados don Quijote y Sancho, y atónitos todos los presentes.

      Y la Trifaldi prosiguió.

      -« Desta manera nos castigó aquel follón y malintencionado de Malambruno, cubriendo la blandura y morbidez de nuestros rostros con la aspereza destas cerdas, que pluguiera al cielo que antes con su desmesurado alfanje nos hubiera derribado las testas, (N) que no que nos asombrara la luz de nuestras caras con esta borra que nos cubre; porque si entramos en cuenta, señores míos (y esto que voy a decir agora lo quisiera decir hechos mis ojos fuentes, (N) pero la consideración de nuestra desgracia, y los mares que hasta aquí han llovido, los tienen sin humor y secos como aristas, y así, lo diré sin lágrimas), digo, pues, que ¿ adónde podrá ir una dueña con barbas? ¿ Qué padre o qué madre se dolerá della? ¿ Quién la dará ayuda? Pues, aun cuando tiene la tez lisa (N) y el rostro martirizado con mil suertes de menjurjes y mudas, apenas halla quien bien la quiera, ¿ qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro? ¡ Oh dueñas y compañeras mías, en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos engendraron !. (N)

      Y, diciendo esto, dio muestras de desmayarse.







Parte II -- Capítulo XL . De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia. (N)

      Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historias como ésta (N) deben de mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, (N) sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacase a luz distintamente: pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas, (N) aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del más curioso deseo manifiesta. (N) ¡ Oh autor celebérrimo ! ¡ Oh don Quijote dichoso ! ¡ Oh Dulcinea famosa ! ¡ Oh Sancho Panza gracioso ! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.

      Dice, pues, la historia (N) que, así como Sancho vio desmayada a la Dolorida, dijo.

      -Por la fe de hombre de bien, juro, y por el siglo de todos mis pasados (N) los Panzas, que jamás he oído ni visto, ni mi amo me ha contado, ni en su pensamiento ha cabido, semejante aventura como ésta. Válgate mil satanases, (N) por no maldecirte por encantador y gigante, Malambruno; y ¿ no hallaste otro género de castigo que dar a estas pecadoras sino el de barbarlas? ¿ Cómo y no fuera mejor, y a ellas les estuviera más a cuento, quitarles la mitad de las narices de medio arriba, (N) aunque hablaran gangoso, que no ponerles barbas? Apostaré yo que no tienen hacienda para pagar a quien las rape.

      -Así es la verdad, señor -respondió una de las doce - , que no tenemos hacienda para mondarnos; y así, hemos tomado algunas de nosotras por remedio ahorrativo de usar de unos pegotes (N) o parches pegajosos, y aplicándolos a los rostros, y tirando de golpe, (N) quedamos rasas y lisas como fondo de mortero de piedra; que, puesto que hay en Candaya mujeres que andan de casa en casa a quitar el vello (N) y a pulir las cejas y hacer otros menjurjes tocantes a mujeres, nosotras las dueñas de mi señora por jamás quisimos (N) admitirlas, porque las más oliscan a terceras, (N) habiendo dejado de ser primas; y si por el señor don Quijote no somos remediadas, con barbas nos llevarán a la sepultura.

      -Yo me pelaría las mías -dijo don Quijote- en tierra de moros, (N) si no remediase las vuestras.

      A este punto, volvió de su desmayo la Trifaldi y dijo.

      -El retintín (N) desa promesa, valeroso caballero, en medio de mi desmayo llegó a mis oídos, y ha sido parte para que yo dél vuelva y cobre todos mis sentidos; y así, de nuevo os suplico, andante ínclito y señor indomable, (N) vuestra graciosa promesa se convierta en obra.

      -Por mí no quedará -respondió don Quijote-: ved, señora, qué es lo que tengo de hacer, que el ánimo está muy pronto para serviros.

      -Es el caso -respondió la Dolorida -que desde aquí al reino de Candaya, si se va por tierra, hay cinco mil leguas, dos más a menos; pero si se va por el aire y por la línea recta, hay tres mil y docientas y veinte y siete. Es también de saber que Malambruno me dijo que cuando la suerte me deparase al caballero nuestro libertador, que él le enviaría una cabalgadura (N) harto mejor y con menos malicias que las que son de retorno, porque ha de ser aquel mesmo caballo de madera sobre quien llevó el valeroso Pierres robada a la linda Magalona, (N) el cual caballo se rige por una clavija que tiene en la frente, que le sirve de freno, y vuela por el aire con tanta ligereza que parece que los mesmos diablos le llevan. Este tal caballo, según es tradición antigua, fue compuesto por aquel sabio Merlín; (N) prestósele a Pierres, que era su amigo, con el cual hizo grandes viajes, y robó, como se ha dicho, a la linda Magalona, llevándola a las ancas por el aire, dejando embobados a cuantos desde la tierra los miraban; y no le prestaba sino a quien él quería, (N) o mejor se lo pagaba; y desde el gran Pierres hasta ahora no sabemos que haya subido alguno en él. De allí le ha sacado Malambruno con sus artes, y le tiene en su poder, y se sirve dél en sus viajes, que los hace por momentos, por diversas partes del mundo, y hoy está aquí y mañana en Francia y otro día en Potosí; y es lo bueno que el tal caballo ni come, ni duerme ni gasta herraduras, y lleva un portante (N) por los aires, sin tener alas, (N) que el que lleva encima puede llevar una taza (N) llena de agua en la mano sin que se le derrame gota, según camina llano y reposado; por lo cual la linda Magalona se holgaba mucho de andar caballera en él.

      A esto dijo Sancho.

      -Para andar reposado y llano, mi rucio, puesto que no anda por los aires; pero por la tierra, yo le cutiré (N) con cuantos portantes hay en el mundo.

      Riéronse todos, y la Dolorida prosiguió:

      -Y este tal caballo, si es que Malambruno quiere dar fin a nuestra desgracia, antes que sea media hora entrada la noche, estará en nuestra presencia, porque él me significó que la señal que me daría por donde yo entendiese que había hallado el caballero que buscaba, sería enviarme el caballo, donde fuese con comodidad y presteza.

      -Y ¿ cuántos caben en ese caballo? -preguntó Sancho.

      La Dolorida respondió.

      -Dos personas: la una en la silla y la otra en las ancas; y, por la mayor parte, estas tales dos personas son caballero y escudero, cuando falta alguna robada doncella. (N)

      -Querría yo saber, señora Dolorida -dijo Sancho-, qué nombre tiene ese caballo.

      -El nombre -respondió la Dolorida- no es como el caballo de Belorofonte, que se llamaba Pegaso, ni como el del Magno Alejandro, llamado Bucéfalo, (N) ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán, ni Frontino, (N) como el de Rugero, ni Bootes ni Peritoa, (N) como dicen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, (N) como el caballo en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino. (N)

      -Yo apostaré -dijo Sancho- que, pues no le han dado ninguno desos famosos nombres de caballos tan conocidos, que tampoco le habrán dado (N) el de mi amo, Rocinante, (N) que en ser propio (N) excede a todos los que se han nombrado.

      -Así es -respondió la barbada condesa-, pero todavía le cuadra mucho, porque se llama Clavileño (N) el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño, y con la clavija que trae en la frente, y con la ligereza con que camina; y así, en cuanto al nombre, bien puede competir con el famoso Rocinante.

      -No me descontenta el nombre -replicó Sancho-, pero ¿ con qué freno o con qué jáquima (N) se gobierna.

      -Ya he dicho -respondió la Trifaldi- que con la clavija, que, volviéndola a una parte o a otra, el caballero que va encima le hace caminar como quiere, o ya por los aires, o ya rastreando y casi barriendo la tierra, o por el medio, que es el que se busca y se ha de tener en todas las acciones bien ordenadas.

      -Ya lo querría ver -respondió Sancho-, pero pensar que tengo de subir en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo. (N) ¡ Bueno es que apenas puedo tenerme en mi rucio, y sobre un albarda más blanda que la mesma seda, y querrían ahora que me tuviese en unas ancas de tabla, sin cojín ni almohada alguna ! Pardiez, yo no me pienso moler por quitar las barbas a nadie: cada cual se rape como más le viniere a cuento, que yo no pienso acompañar a mi señor en tan largo viaje. Cuanto más, que yo no debo de hacer al caso para el rapamiento destas barbas como lo soy para el desencanto de mi señora Dulcinea.

      -Sí sois, amigo -respondió la Trifaldi (N) - , y tanto, que, sin vuestra presencia, entiendo que no haremos nada.

      -¡ Aquí del rey ! -dijo Sancho-: ¿ qué tienen que ver los escuderos con las aventuras de sus señores? ¿ Hanse de llevar ellos la fama de las que acaban, y hemos de llevar nosotros el trabajo? ¡ Cuerpo de mí ! Aun si dijesen los historiadores: "El tal caballero acabó la tal y tal aventura, pero con ayuda de fulano, su escudero, sin el cual fuera imposible el acabarla". Pero, ¡ que escriban a secas: "Don Paralipomenón de las Tres Estrellas (N) acabó la aventura de los seis vestiglos", sin nombrar la persona de su escudero, que se halló presente a todo, como si no fuera en el mundo ! Ahora, señores, vuelvo a decir que mi señor se puede ir solo, y buen provecho le haga, que yo me quedaré aquí, en compañía de la duquesa mi señora, y podría ser que cuando volviese hallase mejorada la causa de la señora Dulcinea en tercio y quinto; (N) porque pienso, en los ratos ociosos y desocupados, darme una tanda de azotes que no me la cubra pelo. (N)

      -Con todo eso, le habéis de acompañar si fuere necesario, buen Sancho, porque os lo rogarán buenos; (N) que no han de quedar por vuestro inútil temor tan poblados los rostros destas señoras; que, cierto, sería mal caso. (N)

      -¡ Aquí del rey otra vez ! -replicó Sancho-. Cuando esta caridad se hiciera por algunas doncellas recogidas, o por algunas niñas de la doctrina, (N) pudiera el hombre aventurarse a cualquier trabajo, pero que lo sufra por quitar las barbas a dueñas, ¡ mal año ! , (N) Mas que las viese yo a todas con barbas, desde la mayor hasta la menor, y de la más melindrosa hasta la más repulgada. (N)

      -Mal estáis con las dueñas, Sancho amigo -dijo la duquesa-: mucho os vais tras la opinión del boticario toledano. Pues a fe que no tenéis razón; que dueñas hay en mi casa que pueden ser ejemplo de dueñas, que aquí está mi doña Rodríguez, que no me dejará decir otra cosa.

      -Mas que la diga vuestra excelencia -dijo Rodríguez - , (N) que Dios sabe la verdad de todo, (N) y buenas o malas, barbadas o lampiñas que seamos las dueñas, también nos parió nuestra madre como a las otras mujeres; y, pues Dios nos echó en el mundo, (N) Él sabe para qué, y a su misericordia me atengo, y no a las barbas de nadie.

      -Ahora bien, señora Rodríguez -dijo don Quijote-, y señora Trifaldi y compañía, yo espero en el cielo que mirará con buenos ojos vuestras cuitas, que Sancho hará lo que yo le mandare, ya viniese Clavileño y ya me viese con Malambruno; que yo sé que no habría navaja que con más facilidad rapase a vuestras mercedes como mi espada raparía (N) de los hombros la cabeza de Malambruno; que Dios sufre a los malos, pero no para siempre. (N)

      -¡ Ay ! -dijo a esta sazón la Dolorida-, con benignos ojos miren a vuestra grandeza, valeroso caballero, todas las estrellas de las regiones celestes, e infundan en vuestro ánimo toda prosperidad y valentía (N) para ser escudo y amparo del vituperoso (N) y abatido género dueñesco, abominado de boticarios, (N) murmurado de escuderos y socaliñado de pajes; (N) que mal haya la bellaca que en la flor de su edad no se metió primero a ser monja que a dueña. ¡ Desdichadas de nosotras las dueñas, que, aunque vengamos por línea recta, de varón en varón, del mismo Héctor el troyano, no dejaran de echaros un vos nuestras señoras, (N) si pensasen por ello ser reinas ! ¡ Oh gigante Malambruno, que, aunque eres encantador, eres certísimo en tus promesas !, envíanos ya al sin par Clavileño, (N) para que nuestra desdicha se acabe, que si entra el calor y estas nuestras barbas duran, (N) ¡ guay de nuestra ventura.

      Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho, y propuso en su corazón (N) de acompañar a su señor hasta las últimas partes del mundo, si es que en ello consistiese quitar la lana de aquellos venerables rostros. (N)







Parte II -- Capítulo XLI . De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura.

      Llegó en esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso caballo Clavileño viniese, cuya tardanza fatigaba ya a don Quijote, pareciéndole que, pues Malambruno se detenía en enviarle, o que él no era el caballero para quien estaba guardada aquella aventura, (N) o que Malambruno no osaba venir con él a singular batalla. Pero veis aquí cuando a deshora (N) entraron por el jardín cuatro salvajes, (N) vestidos todos de verde yedra, que sobre sus hombros traían un gran caballo de madera. Pusiéronle de pies en el suelo, y uno de los salvajes dijo.

      -Suba sobre esta máquina el que tuviere ánimo para ello. (N)

      -Aquí -dijo Sancho- yo no subo, porque ni tengo ánimo ni soy caballero.

      Y el salvaje prosiguió diciendo.

      -Y ocupe las ancas el escudero, si es que lo tiene, y fíese del valeroso Malambruno, que si no fuere de su espada, de ninguna otra, ni de otra malicia, será ofendido; y no hay más que torcer esta clavija que sobre el cuello trae puesta, (N) que él los llevará por los aires adonde los atiende Malambruno; pero, porque la alteza y sublimidad del camino no les cause váguidos, se han de cubrir los ojos hasta que el caballo relinche, que será señal de haber dado fin a su viaje.

      Esto dicho, dejando a Clavileño, con gentil continente se volvieron por donde habían venido. La Dolorida, así como vio al caballo, casi con lágrimas dijo a don Quijote.

      -Valeroso caballero, las promesas de Malambruno han sido ciertas: el caballo está en casa, nuestras barbas crecen, y cada una de nosotras y con cada pelo dellas te suplicamos nos rapes y tundas, (N) pues no está en más sino en que subas en él con tu escudero y des felice principio a vuestro nuevo viaje.

      -Eso haré yo, señora condesa Trifaldi, de muy buen grado y de mejor talante, (N) sin ponerme a tomar cojín, ni calzarme espuelas, por no detenerme: tanta es la gana que tengo de veros a vos, señora, y a todas estas dueñas rasas y mondas.

      -Eso no haré yo -dijo Sancho-, (N) ni de malo ni de buen talante, en ninguna manera; y si es que este rapamiento no se puede hacer sin que yo suba a las ancas, bien puede buscar mi señor otro escudero que le acompañe, y estas señoras otro modo de alisarse los rostros; (N) que yo no soy brujo, para gustar de andar por los aires. (N) Y ¿ qué dirán mis insulanos cuando sepan que su gobernador se anda paseando por los vientos? Y otra cosa más: que habiendo tres mil y tantas leguas de aquí a Candaya, si el caballo se cansa o el gigante se enoja, tardaremos en dar la vuelta media docena de años, y ya ni habrá ínsula ni ínsulos en el mundo que me conozan; y, pues se dice comúnmente que en la tardanza va el peligro, y que cuando te dieren la vaquilla acudas con la soguilla, perdónenme las barbas destas señoras, que bien se está San Pedro en Roma; quiero decir que bien me estoy en esta casa, donde tanta merced se me hace y de cuyo dueño tan gran bien espero como es verme gobernador.

      A lo que el duque dijo.

      -Sancho amigo, la ínsula que yo os he prometido no es movible ni fugitiva: raíces tiene tan hondas, echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán (N) ni mudarán de donde está a tres tirones; y, pues vos sabéis que sé yo que no hay ninguno género de oficio destos de mayor cantía que no se granjee con alguna suerte de cohecho, (N) cuál más, cuál menos, el que yo quiero llevar por este gobierno es que vais con vuestro señor don Quijote a dar cima y cabo a esta memorable aventura; que ahora volváis sobre Clavileño con la brevedad que su ligereza promete, ora la contraria fortuna os traiga y vuelva a pie, hecho romero, (N) de mesón en mesón y de venta en venta, siempre que volviéredes hallaréis vuestra ínsula donde la dejáis, y a vuestros insulanos con el mesmo deseo de recebiros por su gobernador que siempre han tenido, (N) y mi voluntad será la mesma; y no pongáis duda en esta verdad, señor Sancho, que sería hacer notorio agravio al deseo que de serviros tengo.

      -No más, señor -dijo Sancho-: yo soy un pobre escudero y no puedo llevar a cuestas tantas cortesías; suba mi amo, tápenme estos ojos y encomiéndenme a Dios, y avísenme si cuando vamos por esas altanerías (N) podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar los ángeles que me favorezcan.

      A lo que respondió Trifaldi.

      -Sancho, bien podéis encomendaros a Dios o a quien quisiéredes, que Malambruno, aunque es encantador, es cristiano, y hace sus encantamentos con mucha sagacidad y con mucho tiento, sin meterse con nadie.

      -¡ Ea, pues -dijo Sancho-, Dios me ayude y la Santísima Trinidad de Gaeta !. (N)

      -Desde la memorable aventura de los batanes -dijo don Quijote-, nunca he visto a Sancho con tanto temor como ahora, y si yo fuera tan agorero como otros, su pusilanimidad me hiciera algunas cosquillas en el ánimo. Pero llegaos aquí, Sancho, que con licencia destos señores os quiero hablar aparte dos palabras.

      Y, apartando a Sancho entre unos árboles del jardín y asiéndole ambas las manos, le dijo.

      -Ya vees, Sancho hermano, (N) el largo viaje que nos espera, y que sabe Dios cuándo volveremos dél, ni la comodidad y espacio que nos darán los negocios; (N) así, querría que ahora te retirases en tu aposento, como que vas a buscar alguna cosa necesaria para el camino, y, en un daca las pajas, te dieses, a buena cuenta de los tres mil y trecientos azotes a que estás obligado, siquiera quinientos, que dados te los tendrás, que el comenzar las cosas es tenerlas medio acabadas. (N)

      -¡ Par Dios -dijo Sancho-, que vuestra merced debe de ser menguado (N) ! Esto es como aquello que dicen: "¡ en priesa me vees y doncellez me demandas !" ¿ Ahora que tengo de ir sentado en una tabla rasa, quiere vuestra merced que me lastime las posas? En verdad en verdad que no tiene vuestra merced razón. Vamos ahora a rapar estas dueñas, que a la vuelta yo le prometo a vuestra merced, como quien soy, de darme tanta priesa a salir de mi obligación, que vuestra merced se contente, y no le digo más.

      Y don Quijote respondió.

      -Pues con esa promesa, buen Sancho, voy consolado, y creo que la cumplirás, porque, en efecto, aunque tonto, eres hombre verídico.

      -No soy verde, sino moreno (N) -dijo Sancho-, pero aunque fuera de mezcla, cumpliera mi palabra.

      Y con esto se volvieron a subir en Clavileño, (N) y al subir dijo don Quijote.

      -Tapaos, Sancho, y subid, Sancho, que quien de tan lueñes tierras envía por nosotros no será para engañarnos, por la poca gloria que le puede redundar de engañar a quien dél se fía; y, puesto que todo sucediese al revés de lo que imagino, la gloria de haber emprendido esta hazaña no la podrá escurecer malicia alguna.

      -Vamos, señor -dijo Sancho-, que las barbas y lágrimas destas señoras las tengo clavadas en el corazón, y no comeré bocado que bien me sepa hasta verlas en su primera lisura. Suba vuesa merced y tápese primero, que si yo tengo de ir a las ancas, claro está que primero sube el de la silla.

      -Así es la verdad -replicó don Quijote.

      Y, sacando un pañuelo de la faldriquera, pidió a la Dolorida que le cubriese muy bien los ojos, y, habiéndoselos cubierto, se volvió a descubrir y dijo.

      -Si mal no me acuerdo, yo he leído en Virgilio aquello del Paladión de Troya, que fue un caballo de madera que los griegos presentaron a la diosa Palas, (N) el cual iba preñado de caballeros armados, que después fueron la total ruina de Troya; y así, será bien ver primero lo que Clavileño trae en su estómago.

      -No hay para qué (N) -dijo la Dolorida-, que yo le fío y sé que Malambruno no tiene nada de malicioso ni de traidor; vuesa merced, señor don Quijote, suba sin pavor alguno, y a mi daño si alguno le sucediere. (N)

      Parecióle a don Quijote que cualquiera cosa que replicase acerca de su seguridad sería poner en detrimento su valentía; (N) y así, sin más altercar, subió sobre Clavileño y le tentó la clavija, que fácilmente se rodeaba; y, como no tenía estribos y le colgaban las piernas, no parecía sino figura de tapiz (N) flamenco pintada o tejida en algún romano triunfo. (N) De mal talante y poco a poco llegó a subir Sancho, y, acomodándose lo mejor que pudo en las ancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidió al duque que, si fuese posible, le acomodasen de algún cojín o de alguna almohada, aunque fuese del estrado de su señora la duquesa, o del lecho de algún paje, porque las ancas de aquel caballo más parecían de mármol que de leño.

      A esto dijo la Trifaldi que ningún jaez ni ningún género de adorno sufría sobre sí Clavileño; que lo que podía hacer era ponerse a mujeriegas, y que así no sentiría tanto la dureza. Hízolo así Sancho, y, diciendo ′′a Dios′′, se dejó vendar los ojos, y, ya después de vendados, se volvió a descubrir, y, mirando a todos los del jardín tiernamente y con lágrimas, dijo que le ayudasen en aquel trance con sendos paternostres y sendas avemarías, porque Dios deparase quien por ellos los dijese cuando en semejantes trances se viesen. A lo que dijo don Quijote.

      -Ladrón, ¿ estás puesto en la horca por ventura, o en el último término de la vida, para usar de semejantes plegarias? ¿ No estás, desalmada y cobarde criatura, en el mismo lugar que ocupó la linda Magalona, del cual decendió, no a la sepultura, sino a ser reina de Francia, (N) si no mienten las historias? Y yo, que voy a tu lado, ¿ no puedo ponerme al del valeroso Pierres, que oprimió este mismo lugar que yo ahora oprimo? Cúbrete, cúbrete, animal descorazonado, y no te salga a la boca el temor que tienes, a lo menos en presencia mía.

      -Tápenme -respondió Sancho-; y, pues no quieren que me encomiende a Dios ni que sea encomendado, ¿ qué mucho que tema no ande por aquí alguna región de diablos (N) que den con nosotros en Peralvillo?. (N)

      Cubriéronse, y, sintiendo don Quijote que estaba como había de estar, tentó la clavija, y, apenas hubo puesto los dedos en ella, cuando todas las dueñas y cuantos estaban presentes levantaron las voces, diciendo.

      -¡ Dios te guíe, valeroso caballero.

      -¡ Dios sea contigo, escudero intrépido.

      -¡ Ya, ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad que una saeta !

      -¡ Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os están mirando. (N)

      -¡ Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas ! ¡ Mira no cayas, que será peor tu caída que la del atrevido mozo (N) que quiso regir el carro del Sol, su padre.

      Oyó Sancho las voces, y, apretándose con su amo y ciñiéndole con los brazos, le dijo.

      -Señor, ¿ cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando junto a nosotros.

      -No repares en eso, Sancho, (N) que, como estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y oirás lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad que no sé de qué te turbas ni te espantas, que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más llano: no parece sino que no nos movemos de un lugar. Destierra, amigo, el miedo, que, en efecto, la cosa va como ha de ir y el viento llevamos en popa.

      -Así es la verdad -respondió Sancho-, que por este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están soplando.

      Y así era ello, que unos grandes fuelles le estaban haciendo aire: tan bien trazada estaba la tal aventura por el duque y la duquesa y su mayordomo, que no le faltó requisito que la dejase de hacer perfecta. (N)

      Sintiéndose, pues, soplar don Quijote, dijo:

      -Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo, (N) las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos.

      En esto, con unas estopas ligeras de encenderse y apagarse, desde lejos, pendientes de una caña, (N) les calentaban los rostros. Sancho, que sintió el calor, dijo.

      -Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.

      -No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, (N) a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, (N) caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, (N) que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, (N) y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse. Así que, Sancho, no hay para qué descubrirnos; que, el que nos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros, y quizá vamos tomando puntas y subiendo en alto para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya, como hace el sacre o neblí (N) sobre la garza para cogerla, por más que se remonte; y, aunque nos parece que no ha media hora que nos partimos del jardín, creéme que debemos de haber hecho gran camino.

      -No sé lo que es -respondió Sancho Panza-, sólo sé decir que si la señora Magallanes o Magalona se contentó destas ancas, que no debía de ser muy tierna de carnes.

      Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y los del jardín, de que recibían estraordinario contento; y, queriendo dar remate a la estraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires, con estraño ruido, y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el suelo, medio chamuscados. (N)

      En este tiempo ya se habían desparecido del jardín todo el barbado escuadrón de las dueñas y la Trifaldi y todo, y los del jardín quedaron como desmayados, tendidos por el suelo. Don Quijote y Sancho se levantaron maltrechos, y, mirando a todas partes, quedaron atónitos de verse en el mesmo jardín de donde habían partido y de ver tendido por tierra tanto número de gente; y creció más su admiración cuando a un lado del jardín vieron hincada una gran lanza en el suelo y pendiente della y de dos cordones de seda verde un pergamino liso y blanco, en el cual, con grandes letras de oro, estaba escrito lo siguiente. (N)

      El ínclito caballero don Quijote de la Mancha feneció y acabó la aventura de la condesa Trifaldi, (N) por otro nombre llamada la dueña Dolorida, y compañía, con sólo intentarla.

      Malambruno se da por contento y satisfecho a toda su voluntad, y las barbas de las dueñas ya quedan lisas y mondas, y los reyes don Clavijo y Antonomasia en su prístino estado. Y, cuando se cumpliere el escuderil vápulo, (N) la blanca paloma se verá libre de los pestíferos girifaltes que la persiguen, y en brazos de su querido arrullador; que así está ordenado por el sabio Merlín, protoencantador de los encantadores. (N)

      Habiendo, pues, don Quijote leído las letras (N) del pergamino, claro entendió que del desencanto de Dulcinea hablaban; y, dando muchas gracias al cielo de que con tan poco peligro hubiese acabado tan gran fecho, reduciendo a su pasada tez los rostros de las venerables dueñas, que ya no parecían, se fue adonde el duque y la duquesa aún no habían vuelto en sí, y, trabando de la mano al duque, le dijo.

      -¡ Ea, buen señor, buen ánimo; buen ánimo, que todo es nada ! La aventura es ya acabada sin daño de barras, (N) como lo muestra claro el escrito que en aquel padrón está puesto.

      El duque, poco a poco, y como quien de un pesado sueño recuerda, fue volviendo en sí, (N) y por el mismo tenor la duquesa y todos los que por el jardín estaban caídos, con tales muestras de maravilla y espanto, que casi se podían dar a entender haberles acontecido de veras lo que tan bien sabían fingir de burlas. (N) Leyó el duque el cartel (N) con los ojos medio cerrados, y luego, con los brazos abiertos, fue a abrazar a don Quijote, diciéndole ser el más buen caballero (N) que en ningún siglo se hubiese visto.

      Sancho andaba mirando por la Dolorida, por ver qué rostro tenía sin las barbas, y si era tan hermosa sin ellas como su gallarda disposición prometía, pero dijéronle que, así como Clavileño bajó ardiendo por los aires y dio en el suelo, todo el escuadrón de las dueñas, con la Trifaldi, había desaparecido, y que ya iban rapadas y sin cañones. Preguntó la duquesa a Sancho que cómo le había ido en aquel largo viaje. A lo cual Sancho respondió.

      -Yo, señora, sentí que íbamos, según mi señor me dijo, volando por la región del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos, pero mi amo, a quien pedí licencia para descubrirme, no la consintió; (N) mas yo, que tengo no sé qué briznas de curioso y de desear saber lo que se me estorba y impide, bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tanto cuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia la tierra, (N) y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas; porque se vea cuán altos debíamos de ir entonces.

      A esto dijo la duquesa.

      -Sancho amigo, mirad lo que decís, que, a lo que parece, vos no vistes la tierra, sino los hombres que andaban sobre ella; y está claro que si la tierra os pareció como un grano de mostaza, y cada hombre como una avellana, un hombre solo había de cubrir toda la tierra.

      -Así es verdad -respondió Sancho-, pero, con todo eso, la descubrí por un ladito, y la vi toda.

      -Mirad, Sancho -dijo la duquesa-, que por un ladito no se vee el todo de lo que se mira.

      -Yo no sé esas miradas -replicó Sancho-: sólo sé que será bien que vuestra señoría entienda que, pues volábamos por encantamento, (N) por encantamento podía yo ver toda la tierra y todos los hombres por doquiera que los mirara; y si esto no se me cree, tampoco creerá vuestra merced cómo, descubriéndome por junto a las cejas, me vi tan junto al cielo que no había de mí a él palmo y medio, y por lo que puedo jurar, señora mía, que es muy grande además. (N) Y sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas; (N) y en Dios y en mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mi tierra cabrerizo, (N) que así como las vi, ¡ me dio una gana de entretenerme con ellas un rato... ! Y si no le cumpliera me parece que reventara. (N) Vengo, pues, y tomo, y ¿ qué hago?, (N) Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño, y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores, (N) casi tres cuartos de hora, y Clavileño no se movió de un lugar, ni pasó adelante.

      -Y, en tanto que el buen Sancho se entretenía con las cabras -preguntó el duque-, ¿ en qué se entretenía el señor don Quijote?. (N)

      A lo que don Quijote respondió.

      -Como todas estas cosas y estos tales sucesos van fuera del orden natural, no es mucho que Sancho diga lo que dice. De mí sé decir que ni me descubrí por alto ni por bajo, ni vi el cielo ni la tierra, ni la mar ni las arenas. Bien es verdad que sentí que pasaba por la región del aire, y aun que tocaba a la del fuego; (N) pero que pasásemos de allí no lo puedo creer, pues, estando la región del fuego entre el cielo de la luna y la última región del aire, no podíamos llegar al cielo donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin abrasarnos; y, pues no nos asuramos, o Sancho miente o Sancho sueña. (N)

      -Ni miento ni sueño -respondió Sancho-: si no, pregúntenme las señas de las tales cabras, y por ellas verán si digo verdad o no.

      -Dígalas, pues, Sancho -dijo la duquesa.

      -Son -respondió Sancho- las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la una de mezcla.

      -Nueva manera de cabras es ésa -dijo el duque-, y por esta nuestra región del suelo no se usan tales colores; digo, cabras de tales colores.

      -Bien claro está eso -dijo Sancho - ; sí, que diferencia ha de haber de las cabras del cielo a las del suelo.

      -Decidme, Sancho -preguntó el duque-: ¿ vistes allá en entre esas cabras algún cabrón.

      -No, señor -respondió Sancho-, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna. (N)

      No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevaba Sancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allá pasaba, sin haberse movido del jardín.

      En resolución, éste fue el fin de la aventura de la dueña Dolorida, (N) que dio que reír a los duques, no sólo aquel tiempo, sino el de toda su vida, (N) y que contar a Sancho siglos, si los viviera; y, llegándose don Quijote a Sancho, al oído (N) le dijo.

      -Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos; y no os digo más.







Parte II -- Capítulo XLII . De los consejos (N) que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas. (N)

      Con el felice y gracioso suceso de la aventura de la Dolorida, quedaron tan contentos los duques, que determinaron pasar con las burlas adelante, viendo el acomodado sujeto que tenían para que se tuviesen por veras; y así, habiendo dado la traza y órdenes (N) que sus criados y sus vasallos habían de guardar con Sancho en el gobierno de la ínsula prometida, otro día, que fue el que sucedió al vuelo de Clavileño, dijo el duque a Sancho que se adeliñase (N) y compusiese para ir a ser gobernador, que ya sus insulanos le estaban esperando como el agua de mayo. (N) Sancho se le humilló y le dijo:

      -Después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra (N) y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador; porque, ¿ qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como avellanas, que, a mi parecer, no había más en toda la tierra? Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo, (N) aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo.

      -Mirad, amigo Sancho -respondió el duque-: yo no puedo dar parte del cielo a nadie, aunque no sea mayor que una uña, que a solo Dios están reservadas esas mercedes y gracias. Lo que puedo dar os doy, (N) que es una ínsula hecha y derecha, redonda y bien proporcionada, y sobremanera fértil y abundosa, donde si vos os sabéis dar maña, podéis con las riquezas de la tierra granjear las del cielo.

      -Ahora bien -respondió Sancho-, venga esa ínsula, que yo pugnaré por ser tal gobernador que, a pesar de bellacos, me vaya al cielo; y esto no es por codicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, (N) sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador.

      -Si una vez lo probáis, Sancho -dijo el duque-, comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar (N) y ser obedecido. A buen seguro que cuando vuestro dueño llegue a ser emperador, que lo será sin duda, según van encaminadas sus cosas, que no se lo arranquen comoquiera, y que le duela y le pese en la mitad del alma del tiempo que hubiere dejado de serlo.

      -Señor -replicó Sancho-, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado.

      -Con vos me entierren, (N) Sancho, que sabéis de todo -respondió el duque-, y yo espero que seréis tal gobernador como vuestro juicio promete, y quédese esto aquí y advertid que mañana en ese mesmo día (N) habéis de ir al gobierno de la ínsula, y esta tarde os acomodarán del traje conveniente que habéis de llevar y de todas las cosas necesarias a vuestra partida.

      -Vístanme -dijo Sancho- como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza.

      -Así es verdad -dijo el duque-, pero los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa, que no sería bien que un jurisperito se vistiese como soldado, ni un soldado como un sacerdote. (N) Vos, Sancho, iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, (N) porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas.

      -Letras -respondió Sancho-, pocas tengo, porque aún no sé el A, B, C; pero bástame tener el Christus (N) en la memoria para ser buen gobernador. De las armas manejaré las que me dieren, hasta caer, y Dios delante.

      -Con tan buena memoria -dijo el duque-, no podrá Sancho errar en nada.

      En esto llegó don Quijote, y, sabiendo lo que pasaba y la celeridad con que Sancho se había de partir a su gobierno, con licencia del duque le tomó por la mano y se fue con él a su estancia, con intención de aconsejarle cómo se había de haber en su oficio.

      Entrados, pues, en su aposento, (N) cerró tras sí la puerta, y hizo casi por fuerza que Sancho se sentase junto a él, y con reposada voz le dijo.

      -Infinitas gracias doy al cielo, Sancho amigo, de que, antes y primero que yo haya encontrado con alguna buena dicha, te haya salido a ti a recebir y a encontrar la buena ventura. Yo, que en mi buena suerte (N) te tenía librada la paga de tus servicios, me veo en los principios de aventajarme, (N) y tú, antes de tiempo, contra la ley del razonable discurso, te vees premiado de tus deseos. Otros cohechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían, y no alcanzan lo que pretenden; y llega otro, y sin saber cómo ni cómo no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron; y aquí entra y encaja bien el decir que hay buena y mala fortuna en las pretensiones. Tú, que para mí, sin duda alguna, eres un porro, sin madrugar ni trasnochar y sin hacer diligencia alguna, con solo el aliento que te ha tocado de la andante caballería, sin más ni más te vees gobernador de una ínsula, como quien no dice nada. Todo esto digo, ¡ oh Sancho !, para que no atribuyas a tus merecimientos la merced recebida, sino que des gracias al cielo, que dispone suavemente las cosas, y después las darás a la grandeza que en sí encierra la profesión de la caballería andante. Dispuesto, pues, el corazón a creer lo que te he dicho, está, ¡ oh hijo !, atento a este tu Catón, (N) que quiere aconsejarte y ser norte y guía que te encamine y saque a seguro puerto deste mar proceloso donde vas a engolfarte; que los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones. Primeramente, ¡ oh hijo !, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, (N) que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura (N) la consideración de haber guardado puercos (N) en tu tierra.

      -Así es la verdad -respondió Sancho-, pero fue cuando muchacho; pero después, algo hombrecillo, gansos fueron los que guardé, que no puercos; pero esto paréceme a mí que no hace al caso, que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes.

      -Así es verdad -replicó don Quijote-, por lo cual los no de principios nobles (N) deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape. Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Inumerables son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran. Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, (N) no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores, (N) porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, (N) y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo, (N) y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada. Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta. Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla, (N) porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto (N) en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida. Nunca te guíes por la ley del encaje, (N) que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad (N) por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, (N) no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, (N) aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa veniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, (N) porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, (N) y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; (N) escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo.







Parte II -- Capítulo XLIII . De los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza.

      ¿ Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada? Pero, como muchas veces en el progreso desta grande historia queda dicho, solamente disparaba (N) en tocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento, de manera que a cada paso desacreditaban sus obras su juicio, y su juicio sus obras; pero en ésta destos segundos documentos (N) que dio a Sancho, mostró tener gran donaire, y puso su discreción y su locura en un levantado punto.

      Atentísimamente le escuchaba Sancho, y procuraba conservar en la memoria sus consejos, como quien pensaba guardarlos y salir por ellos a buen parto de la preñez de su gobierno. Prosiguió, pues, don Quijote, y dijo.

      -En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel escremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras (N) de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso. No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería, como se juzgó en la de Julio César. (N) Toma con discreción el pulso a lo que pudiere valer tu oficio, y si sufriere que des librea a tus criados, dásela honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártela entre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo; y este nuevo modo de dar librea no la alcanzan los vanagloriosos. No comas ajos ni cebollas, (N) porque no saquen por el olor tu villanería. (N) Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala. Come poco y cena más poco, (N) que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar (N) delante de nadie.

      -Eso de erutar no entiendo -dijo Sancho.

      Y don Quijote le dijo.

      -Erutar, Sancho, quiere decir regoldar, y éste es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy sinificativo; y así, la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar, y a los regÜeldos, (N) erutaciones; y, cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, (N) sobre quien tiene poder el vulgo y el uso.

      -En verdad, señor -dijo Sancho-, que uno de los consejos y avisos que pienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo.

      -Erutar, Sancho, que no regoldar -dijo don Quijote.

      -Erutar diré de aquí adelante -respondió Sancho-, y a fee que no se me olvide.

      -También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias. (N)

      -Eso Dios lo puede remediar -respondió Sancho-, porque sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena (N) presto se guisa la cena, y quien destaja no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener seso ha menester.

      -¡ Eso sí, Sancho ! -dijo don Quijote-: ¡ encaja, ensarta, enhila refranes, que nadie te va a la mano ! ¡ Castígame mi madre, y yo trómpogelas (N) ! Estoyte diciendo que escuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos, que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros de Úbeda. (N) Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito, pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja. Cuando subieres a caballo, (N) no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas y desviadas de la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo que parezca que vas sobre el rucio: que el andar a caballo a unos hace caballeros; a otros, caballerizos. (N) Sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol, no goza del día; y advierte, ¡ oh Sancho !, que la diligencia es madre de la buena ventura, y la pereza, su contraria, jamás llegó al término que pide un buen deseo. Este último consejo que ahora darte quiero, (N) puesto que no sirva para adorno del cuerpo, quiero que le lleves muy en la memoria, que creo que no te será de menos provecho que los que hasta aquí te he dado; y es que jamás te pongas a disputar de linajes, a lo menos, comparándolos entre sí, pues, por fuerza, en los que se comparan uno ha de ser el mejor, y del que abatieres serás aborrecido, y del que levantares en ninguna manera premiado. Tu vestido será calza entera, ropilla larga, herreruelo (N) un poco más largo; greguescos, ni por pienso, (N) que no les están bien ni a los caballeros ni a los gobernadores. (N) Por ahora, esto se me ha ofrecido, Sancho, que aconsejarte; andará el tiempo, y, según las ocasiones, así serán mis documentos, como tú tengas cuidado de avisarme el estado en que te hallares.

      -Señor -respondió Sancho-, bien veo que todo cuanto vuestra merced me ha dicho son cosas buenas, santas y provechosas, pero ¿ de qué han de servir, si de ninguna me acuerdo? Verdad sea que aquello (N) de no dejarme crecer las uñas y de casarme otra vez, si se ofreciere, no se me pasará del magín, pero esotros badulaques y enredos (N) y revoltillos, no se me acuerda ni acordará más dellos que de las nubes de antaño, y así, será menester que se me den por escrito, que, puesto que no sé leer ni escribir, yo se los daré a mi confesor para que me los encaje y recapacite (N) cuando fuere menester.

      -¡ Ah, pecador de mí -respondió don Quijote-, y qué mal parece en los gobernadores el no saber leer ni escribir !; porque has de saber, ¡ oh Sancho !, que no saber un hombre leer, (N) o ser zurdo, (N) arguye una de dos cosas: o que fue hijo de padres demasiado de humildes y bajos, o él tan travieso y malo que no pudo entrar en el buen uso ni la buena doctrina. Gran falta es la que llevas contigo, y así, querría que aprendieses a firmar siquiera.

      -Bien sé firmar mi nombre (N) -respondió Sancho-, que cuando fui prioste (N) en mi lugar, aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que decía mi nombre; cuanto más, que fingiré que tengo tullida la mano derecha, y haré que firme otro por mí; (N) que para todo hay remedio, si no es para la muerte; y, teniendo yo el mando y el palo, haré lo que quisiere; cuanto más, que el que tiene el padre alcalde... Y, siendo yo gobernador, que es más que ser alcalde, ¡ llegaos, que la dejan ver ! No, sino popen y calóñenme, (N) que vendrán por lana y volverán trasquilados; y a quien Dios quiere bien, la casa le sabe; y las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo; y, siéndolo yo, siendo gobernador y juntamente liberal, como lo pienso ser, no habrá falta que se me parezca. No, sino haceos miel, y paparos han moscas; tanto vales cuanto tienes, decía una mi agÜela, y del hombre arraigado no te verás vengado.

      -¡ Oh, maldito seas de Dios, Sancho ! -dijo a esta sazón don Quijote-. ¡ Sesenta mil satanases te lleven (N) a ti y a tus refranes ! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento. (N) Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades. (N) Dime, ¿ dónde los hallas, ignorante, o cómo los aplicas, mentecato, que para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase.

      -Por Dios, señor nuestro amo -replicó Sancho-, que vuesa merced se queja de bien pocas cosas. ¿ A qué diablos se pudre (N) de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes? Y ahora se me ofrecen cuatro que venían aquí pintiparados, o como peras en tabaque, (N) pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho. (N)

      -Ese Sancho no eres tú -dijo don Quijote-, porque no sólo no eres buen callar, sino mal hablar y mal porfiar; y, con todo eso, querría saber qué cuatro refranes te ocurrían ahora a la memoria que venían aquí a propósito, que yo ando recorriendo la mía, que la tengo buena, y ninguno se me ofrece.

      -¿ Qué mejores -dijo Sancho (N) - que "entre dos muelas cordales (N) nunca pongas tus pulgares", y "a idos de mi casa y qué queréis con mi mujer, no hay responder", y "si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro", todos los cuales vienen a pelo? Que nadie se tome con su gobernador ni con el que le manda, porque saldrá lastimado, como el que pone el dedo entre dos muelas cordales, y aunque no sean cordales, como sean muelas, no importa; y a lo que dijere el gobernador no hay que replicar, como al "salíos de mi casa y qué queréis con mi mujer". Pues lo de la piedra en el cántaro un ciego lo verá. Así que, es menester que el que vee la mota en el ojo ajeno, vea la viga en el suyo, (N) porque no se diga por él: "espantóse la muerta de la degollada", (N) y vuestra merced sabe bien que más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena. (N)

      -Eso no, Sancho -respondió don Quijote-, que el necio en su casa ni en la ajena sabe nada, (N) a causa que sobre el aumento de la necedad no asienta ningún discreto edificio. Y dejemos esto aquí, Sancho, que si mal gobernares, tuya será la culpa, y mía la vergÜenza; mas consuélome que he hecho lo que debía en aconsejarte con las veras y con la discreción a mí posible: con esto salgo de mi obligación y de mi promesa. Dios te guíe, Sancho, y te gobierne en tu gobierno, y a mí me saque del escrúpulo que me queda que has de dar con toda la ínsula patas arriba, cosa que pudiera yo escusar con descubrir al duque quién eres, diciéndole que toda esa gordura y esa personilla que tienes no es otra cosa que un costal lleno de refranes y de malicias. (N)

      -Señor -replicó Sancho-, si a vuestra merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí le suelto, que más quiero un solo negro de la uña de mi alma que a todo mi cuerpo; y así me sustentaré Sancho a secas con pan y cebolla, como gobernador con perdices y capones; y más que, mientras se duerme, todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuestra merced mira en ello, verá que sólo vuestra merced me ha puesto en esto de gobernar: que yo no sé más de gobiernos de ínsulas que un buitre; y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno.

      -Por Dios, Sancho -dijo don Quijote-, que, por solas estas últimas razones que has dicho, juzgo que mereces ser gobernador de mil ínsulas: buen natural tienes, (N) sin el cual no hay ciencia que valga; encomiéndate a Dios, y procura no errar en la primera intención; quiero decir que siempre tengas intento y firme propósito de acertar en cuantos negocios te ocurrieren, porque siempre favorece el cielo los buenos deseos. Y vámonos a comer, que creo que ya estos señores nos aguardan.







Parte II -- Capítulo XLIV . Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la estraña aventura que en el castillo sucedió a don Quijote.

      Dicen que en el propio original (N) desta historia se lee que, llegando Cide Hamete a escribir este capítulo, no le tradujo su intérprete como él le había escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo, por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada como esta de don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho, sin osar estenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y decía que el ir siempre atenido el entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas era un trabajo incomportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor, (N) y que, por huir deste inconveniente, había usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso impertinente y la del Capitán cautivo, que están como separadas de la historia, puesto que las demás que allí se cuentan son casos sucedidos al mismo don Quijote, que no podían dejar de escribirse. También pensó, como él dice, que muchos, llevados de la atención que piden las hazañas de don Quijote, no la darían a las novelas, y pasarían por ellas, o con priesa o con enfado, sin advertir la gala y artificio que en sí contienen, el cual se mostrara bien al descubierto cuando, por sí solas, sin arrimarse a las locuras de don Quijote (N) ni a las sandeces de Sancho, salieran a luz. Y así, en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, (N) nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece; y aun éstos, limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos; y, pues se contiene y cierra en los estrechos límites de la narración, teniendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, (N) pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir.

      Y luego prosigue la historia diciendo que, en acabando de comer don Quijote, el día que dio los consejos a Sancho, aquella tarde se los dio escritos, para que él buscase quien se los leyese; pero, apenas se los hubo dado, cuando se le cayeron (N) y vinieron a manos del duque, que los comunicó con la duquesa, y los dos se admiraron de nuevo de la locura y del ingenio de don Quijote; y así, llevando adelante sus burlas, aquella tarde enviaron a Sancho con mucho acompañamiento al lugar (N) que para él había de ser ínsula.

      Acaeció, pues, que el que le llevaba a cargo era un mayordomo del duque, muy discreto y muy gracioso - que no puede haber gracia donde no hay discreción-, el cual había hecho la persona de la condesa Trifaldi, (N) con el donaire que queda referido; y con esto, y con ir industriado de sus señores de cómo se había de haber con Sancho, salió con su intento maravillosamente. Digo, pues, que acaeció que, así como Sancho vio al tal mayordomo, se le figuró en su rostro el mesmo de la Trifaldi, y, volviéndose a su señor, le dijo.

      -Señor, o a mí me ha de llevar el diablo de aquí de donde estoy, en justo y en creyente, (N) o vuestra merced me ha de confesar que el rostro deste mayordomo del duque, que aquí está, es el mesmo de la Dolorida.

      Miró don Quijote atentamente al mayordomo, y, habiéndole mirado, dijo a Sancho.

      -No hay para qué te lleve el diablo, Sancho, ni en justo ni en creyente, que no sé lo que quieres decir; (N) que el rostro de la Dolorida es el del mayordomo, pero no por eso el mayordomo es la Dolorida; que, a serlo, implicaría contradición muy grande, y no es tiempo ahora de hacer estas averiguaciones, que sería entrarnos en intricados laberintos. Créeme, amigo, que es menester rogar a Nuestro Señor muy de veras que nos libre a los dos de malos hechiceros y de malos encantadores. (N)

      -No es burla, señor -replicó Sancho-, sino que denantes (N) le oí hablar, y no pareció sino que la voz de la Trifaldi me sonaba en los oídos. Ahora bien, yo callaré, pero no dejaré de andar advertido de aquí adelante, a ver si descubre otra señal que confirme o desfaga mi sospecha.

      -Así lo has de hacer, Sancho -dijo don Quijote-, y darásme aviso de todo lo que en este caso descubrieres y de todo aquello que en el gobierno te sucediere.

      Salió, en fin, Sancho, acompañado de mucha gente, vestido a lo letrado, (N) y encima un gabán muy ancho de chamelote de aguas leonado, con una montera de lo mesmo, sobre un macho a la jineta, y detrás dél, por orden del duque, iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de seda y flamantes. Volvía Sancho la cabeza de cuando en cuando a mirar a su asno, con cuya compañía iba tan contento que no se trocara con el emperador de Alemaña.

      Al despedirse de los duques, les besó las manos, y tomó la bendición de su señor, que se la dio con lágrimas, y Sancho la recibió con pucheritos.

      Deja, lector amable, ir en paz y en hora buena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa, que te ha de causar el saber cómo se portó en su cargo, y, en tanto, atiende a saber lo que le pasó a su amo aquella noche; que si con ello no rieres, por lo menos desplegarás los labios con risa de jimia, (N) porque los sucesos de don Quijote, o se han de celebrar con admiración, o con risa.

      Cuéntase, pues, que, apenas se hubo partido Sancho, cuando don Quijote sintió su soledad; (N) y si le fuera posible revocarle la comisión y quitarle el gobierno, lo hiciera. Conoció la duquesa su melancolía, y preguntóle que de qué estaba triste; que si era por la ausencia de Sancho, que escuderos, dueñas y doncellas había en su casa que le servirían muy a satisfación de su deseo.

      -Verdad es, señora mía -respondió don Quijote-, que siento la ausencia de Sancho, pero no es ésa la causa principal que me hace parecer que estoy triste, y, de los muchos ofrecimientos que vuestra excelencia me hace, solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y, en lo demás, suplico a Vuestra Excelencia que dentro de mi aposento consienta y permita que yo solo sea el que me sirva. (N)

      -En verdad -dijo la duquesa-, señor don Quijote, que no ha de ser así: que le han de servir cuatro doncellas de las mías, hermosas como unas flores. (N)

      -Para mí -respondió don Quijote- no serán ellas como flores, sino como espinas que me puncen el alma. Así entrarán ellas en mi aposento, ni cosa que lo parezca, como volar. Si es que vuestra grandeza quiere llevar adelante el hacerme merced sin yo merecerla, déjeme que yo me las haya conmigo, y que yo me sirva de mis puertas adentro, que yo ponga una muralla en medio de mis deseos y de mi honestidad; y no quiero perder esta costumbre por la liberalidad que vuestra alteza quiere mostrar conmigo. Y, en resolución, antes dormiré vestido que consentir que nadie me desnude. (N)

      -No más, no más, señor don Quijote -replicó la duquesa-. Por mí digo que daré orden que ni aun una mosca entre en su estancia, no que una doncella; no soy yo persona, que por mí se ha de descabalar la decencia (N) del señor don Quijote; que, según se me ha traslucido, la que más campea entre sus muchas virtudes es la de la honestidad. Desnúdese vuesa merced y vístase a sus solas y a su modo, como y cuando quisiere, que no habrá quien lo impida, pues dentro de su aposento hallará los vasos necesarios al menester del que duerme a puerta cerrada, (N) porque ninguna natural necesidad le obligue a que la abra. Viva mil siglos la gran Dulcinea del Toboso, y sea su nombre estendido por toda la redondez de la tierra, pues mereció ser amada de tan valiente y tan honesto caballero, y los benignos cielos infundan en el corazón de Sancho Panza, nuestro gobernador, un deseo de acabar presto sus diciplinas, (N) para que vuelva a gozar el mundo de la belleza de tan gran señora.

      A lo cual dijo don Quijote:

      -Vuestra altitud (N) ha hablado como quien es, que en la boca de las buenas señoras no ha de haber ninguna que sea mala; y más venturosa y más conocida será en el mundo Dulcinea por haberla alabado vuestra grandeza, que por todas las alabanzas que puedan darle los más elocuentes de la tierra.

      -Agora bien, señor don Quijote -replicó la duquesa - , la hora de cenar se llega, y el duque debe de esperar: venga vuesa merced y cenemos, y acostaráse temprano, que el viaje que ayer hizo de Candaya no fue tan corto que no haya causado algún molimiento.

      -No siento ninguno, señora -respondió don Quijote - , porque osaré jurar a Vuestra Excelencia que en mi vida he subido sobre bestia más reposada ni de mejor paso que Clavileño; y no sé yo qué le pudo mover a Malambruno para deshacerse de tan ligera y tan gentil cabalgadura, y abrasarla así, sin más ni más.

      -A eso se puede imaginar -respondió la duquesa - que, arrepentido del mal que había hecho a la Trifaldi y compañía, y a otras personas, y de las maldades que como hechicero y encantador debía de haber cometido, quiso concluir con todos los instrumentos de su oficio, y, como a principal y que más le traía desasosegado, (N) vagando de tierra en tierra, abrasó a Clavileño; que con sus abrasadas cenizas y con el trofeo del cartel queda eterno (N) el valor del gran don Quijote de la Mancha.

      De nuevo nuevas gracias dio don Quijote a la duquesa, y, en cenando, don Quijote se retiró en su aposento (N) solo, sin consentir que nadie entrase con él a servirle: tanto se temía de encontrar ocasiones que le moviesen o forzasen a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba, siempre puesta en la imaginación la bondad de Amadís, (N) flor y espejo de los andantes caballeros. Cerró tras sí la puerta, y a la luz de dos velas de cera se desnudó, y al descalzarse -¡ oh desgracia indigna de tal persona !- se le soltaron, no suspiros, ni otra cosa, que desacreditasen la limpieza de su policía, (N) sino hasta dos docenas de puntos de una media, (N) que quedó hecha celosía. Afligióse en estremo el buen señor, y diera él por tener allí un adarme de seda verde una onza de plata; digo seda verde (N) porque las medias eran verdes.

      Aquí exclamó Benengeli, y, escribiendo, dijo ′′¡ Oh pobreza, pobreza (N) ! ¡ No sé yo con qué razón se movió aquel gran poeta cordobés a llamarte

      dádiva santa desagradecida ! . (N)

      Yo, aunque moro, bien sé, por la comunicación que he tenido con cristianos, que la santidad consiste (N) en la caridad, humildad, fee, obediencia y pobreza; pero, con todo eso, digo que ha de tener mucho de Dios el que se viniere a contentar con ser pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno de sus mayores santos: (N) "Tened todas las cosas como si no las tuviésedes"; y a esto llaman pobreza de espíritu; pero tú, segunda pobreza, (N) que eres de la que yo hablo, ¿ por qué quieres estrellarte con los hidalgos y bien nacidos (N) más que con la otra gente? ¿ Por qué los obligas a dar pantalia (N) a los zapatos, y a que los botones de sus ropillas unos sean de seda, otros de cerdas, y otros de vidro? ¿ Por qué sus cuellos, por la mayor parte, han de ser siempre escarolados, y no abiertos
con molde?′′ Y en esto se echará de ver que es antiguo el uso del almidón y de los cuellos abiertos. (N) Y prosiguió: ′′¡ Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos (N) ! ¡ Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago !′.

      Todo esto se le renovó a don Quijote en la soltura de sus puntos, pero consolóse con ver que Sancho le había dejado unas botas de camino, que pensó ponerse otro día. Finalmente, él se recostó pensativo y pesaroso, así de la falta que Sancho le hacía como de la inreparable (N) desgracia de sus medias, a quien tomara los puntos, aunque fuera con seda de otra color, que es una de las mayores señales de miseria que un hidalgo puede dar en el discurso de su prolija estrecheza. Mató las velas; (N) hacía calor y no podía dormir; levantóse del lecho y abrió un poco la ventana de una reja que daba sobre un hermoso jardín, (N) y, al abrirla, sintió y oyó que andaba y hablaba gente en el jardín. Púsose a escuchar atentamente. Levantaron la voz los de abajo, tanto, que pudo oír estas razones.

      -No me porfíes, ¡ oh Emerencia !, que cante, (N) pues sabes que, desde el punto que este forastero entró en este castillo y mis ojos le miraron, yo no sé cantar, sino llorar; cuanto más, que el sueño de mi señora tiene más de ligero que de pesado, y no querría que nos hallase aquí (N) por todo el tesoro del mundo. (N) Y, puesto caso que durmiese y no despertase, en vano sería mi canto si duerme y no despierta para oírle este nuevo Eneas, que ha llegado a mis regiones para dejarme escarnida. (N)

      -No des en eso, Altisidora amiga -respondieron-, que sin duda la duquesa y cuantos hay en esa casa duermen, si no es el señor de tu corazón y el despertador de tu alma, porque ahora sentí que abría la ventana de la reja de su estancia, y sin duda debe de estar despierto; canta, lastimada mía, en tono bajo y suave al son de tu arpa, y, cuando la duquesa nos sienta, le echaremos la culpa al calor que hace. (N)

      -No está en eso el punto, ¡ oh Emerencia ! - respondió la Altisidora-, sino en que no querría que mi canto descubriese mi corazón y fuese juzgada de los que no tienen noticia de las fuerzas poderosas de amor por doncella antojadiza y liviana. Pero venga lo que viniere, que más vale vergÜenza en cara que mancilla en corazón.

      Y, en esto, sintió tocar una arpa suavísimamente. Oyendo lo cual, quedó don Quijote pasmado, porque en aquel instante se le vinieron a la memoria las infinitas aventuras semejantes a aquélla, de ventanas, rejas y jardines, músicas, requiebroV y desvanecimientos que en los sus desvanecidos libros de caballerías había leído. Luego imaginó que alguna doncella de la duquesa estaba dél enamorada, y que la honestidad la forzaba a tener secreta su voluntad; temió no le rindiese, y propuso en su pensamiento el no dejarse vencer; y, encomendándose de todo buen ánimo y buen talante a su señora Dulcinea del Toboso, determinó de escuchar la música; y, para dar a entender que allí estaba, dio un fingido estornudo, de que no poco se alegraron las doncellas, que otra cosa no deseaban sino que don Quijote las oyese. Recorrida, pues, y afinada la arpa, Altisidora dio principio a este romance: (N) -¡ Oh, tú, que estás en tu lecho.
entre sábanas de holanda.
durmiendo a pierna tendid.
de la noche a la mañana,
caballero el más valient.
que ha producido la Mancha.
más honesto y más bendit.
que el oro fino de Arabia. (N)
Oye a una triste doncella.
bien crecida y mal lograda. (N)
que en la luz de tus dos sole.
se siente abrasar el alma.
Tú buscas tus aventuras.
y ajenas desdichas hallas.
das las feridas, y niegas
el remedio de sanarlas. (N)
Dime, valeroso joven.
que Dios prospere tus ansias.
si te criaste en la Libia.
o en las montañas de Jaca.
si sierpes te dieron leche.
si, a dicha, fueron tus amas
la aspereza de las selva.
y el horror de las montañas. (N)
Muy bien puede Dulcinea.
doncella rolliza y sana.
preciarse de que ha rendid.
a una tigre y fiera brava.
Por esto será famosa
desde Henares a Jarama.
desde el Tajo a Manzanares.
desde Pisuerga hasta Arlanza. (N)
Trocáreme yo por ella.
y diera encima una say.
de las más gayadas mías.
que de oro le adornan franjas.
¡ Oh, quién se viera en tus brazos.
o si no, junto a tu cama.
rascándote la cabez.
y matándote la caspa.
Mucho pido, y no soy dign.
de merced tan señalada.
los pies quisiera traerte. (N)
que a una humilde esto le basta.
¡ Oh, qué de cofias te diera.
qué de escarpines de plata. (N)
qué de calzas de damasco.
qué de herreruelos de holanda.
¡ Qué de finísimas perlas,
cada cual como una agalla.
que, a no tener compañeras.
Las solas fueran llamadas. (N)
No mires de tu Tarpey.
este incendio que me abrasa.
Nerón manchego del mundo. (N)
ni le avives con tu saña.
Niña soy, pulcela tierna. (N)
mi edad de quince no pasa:
catorce tengo y tres meses.
te juro en Dios y en mi ánima.
No soy renca, (N) ni soy coja.
ni tengo nada de manca.
los cabellos, como lirios. (N)
que, en pie, por el suelo arrastran. (N)
Y, aunque es mi boca aguileña.
y la nariz algo chata.
ser mis dientes de topacios. (N)
mi belleza al cielo ensalza.
Mi voz, ya ves, si me escuchas.
que a la que es más dulce iguala.
y soy de disposición.
algo menos que mediana.
Estas y otras gracias mías.
son despojos de tu aljaba. (N)
desta casa soy doncella.
y Altisidora me llaman.


      Aquí dio fin el canto de la malferida Altisidora, y comenzó el asombro del requirido don Quijote, (N) el cual, dando un gran suspiro, dijo entre sí.

      -¡ Que tengo de ser tan desdichado andante, (N) que no ha de haber doncella que me mire que de mí no se enamore... ! ¡ Que tenga de ser tan corta de ventura la sin par Dulcinea del Toboso, que no la han de dejar a solas gozar de la incomparable firmeza mía... ! ¿ Qué la queréis, reinas? ¿ A qué la perseguís, emperatrices? ¿ Para qué la acosáis, doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma. Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfenique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar; para mí sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo. Llore o cante Altisidora; desespérese Madama, por quien me aporrearon en el castillo del moro encantado, (N) que yo tengo de ser de Dulcinea, (N) cocido o asado, (N) limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra.

      Y, con esto, cerró de golpe la ventana, y, despechado y pesaroso, como si le hubiera acontecido alguna gran desgracia, se acostó en su lecho, donde le dejaremos por ahora, porque nos está llamando el gran Sancho Panza, que quiere dar principio a su famoso gobierno.







Parte II -- Capítulo XLV . De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula, y del modo que comenzó a gobernar.

      ¡ Oh perpetuo descubridor de los antípodas, (N) hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras, (N) Timbrio aquí, Febo allí, tirador acá, (N) médico acullá, padre de la Poesía, inventor de la Música: tú que siempre sales, y, aunque lo parece, nunca te pones (N) ! A ti digo, ¡ oh sol, con cuya ayuda el hombre engendra al hombre ! ; (N) a ti digo que me favorezcas, y alumbres la escuridad de mi ingenio, para que pueda discurrir por sus puntos en la narración del gobierno del gran Sancho Panza; que sin ti, yo me siento tibio, desmazalado y confuso.

      Digo, pues, que con todo su acompañamiento llegó Sancho a un lugar de hasta mil vecinos, (N) que era de los mejores que el duque tenía. Diéronle a entender que se llamaba la ínsula Barataria, o ya porque el lugar se llamaba Baratario, (N) o ya por el barato con que se le había dado el gobierno. Al llegar a las puertas de la villa, que era cercada, salió el regimiento del pueblo a recebirle; (N) tocaron las campanas, y todos los vecinos dieron muestras de general alegría, y con mucha pompa le llevaron a la iglesia mayor a dar gracias a Dios, y luego, con algunas ridículas ceremonias, le entregaron las llaves del pueblo, y le admitieron por perpetuo gobernador (N) de la ínsula Barataria.

      El traje, las barbas, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tenía admirada a toda la gente que el busilis del cuento no sabía, y aun a todos los que lo sabían, (N) que eran muchos. Finalmente, en sacándole de la iglesia, le llevaron a la silla del juzgado y le sentaron en ella; y el mayordomo del duque le dijo.

      -Es costumbre antigua en esta ínsula, señor gobernador, que el que viene a tomar posesión desta famosa ínsula está obligado a responder (N) a una pregunta que se le hiciere, que sea algo intricada (N) y dificultosa, de cuya respuesta el pueblo toma y toca el pulso del ingenio de su nuevo gobernador; y así, o se alegra o se entristece con su venida.

      En tanto que el mayordomo decía esto a Sancho, estaba él mirando unas grandes y muchas letras (N) que en la pared frontera de su silla estaban escritas; y, como él no sabía leer, preguntó que qué eran aquellas pinturas que en aquella pared estaban. Fuele respondido.

      -Señor, allí está escrito y notado el día en que Vuestra Señoría tomó posesión desta ínsula, y dice el epitafio: (N) Hoy día, a tantos de tal mes (N) y de tal año, tomó la posesión desta ínsula el señor don Sancho Panza, que muchos años la goce.

      -Y ¿ a quién llaman don Sancho Panza? -preguntó Sancho.

      -A vuestra señoría -respondió el mayordomo-, que en esta ínsula no ha entrado otro Panza sino el que está sentado en esa silla.

      -Pues advertid, hermano -dijo Sancho-, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agÜelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas; y yo imagino que en esta ínsula debe de haber más dones que piedras; pero basta: Dios me entiende, y podrá ser que, si el gobierno me dura cuatro días, yo escardaré estos dones, (N) que, por la muchedumbre, deben de enfadar como los mosquitos. Pase adelante con su pregunta el señor mayordomo, (N) que yo responderé lo mejor que supiere, ora se entristezca o no se entristezca el pueblo.

      A este instante entraron en el juzgado dos hombres, el uno vestido de labrador y el otro de sastre, porque traía unas tijeras en la mano, y el sastre dijo.

      -Señor gobernador, yo y este hombre (N) labrador venimos ante vuestra merced en razón que este buen hombre (N) llegó a mi tienda ayer (que yo, con perdón de los presentes, soy sastre examinado, que Dios sea bendito), y, poniéndome un pedazo de paño en las manos, me preguntó: ′′Señor, ¿ habría en esto paño harto para hacerme una caperuza?′′ Yo, tanteando el paño, le respondí que sí; él debióse de imaginar, a lo que yo imagino, e imaginé bien, (N) que sin duda yo le quería hurtar alguna parte del paño, fundándose en su malicia y en la mala opinión de los sastres, y replicóme que mirase si habría para dos; adivinéle el pensamiento y díjele que sí; y él, caballero en su dañada y primera intención, (N) fue añadiendo caperuzas, y yo añadiendo síes, hasta que llegamos a cinco caperuzas, y ahora en este punto acaba de venir por ellas: yo se las doy, y no me quiere pagar la hechura, antes me pide que le pague o vuelva su paño.

      -¿ Es todo esto así, hermano? -preguntó Sancho.

      -Sí, señor -respondió el hombre-, pero hágale vuestra merced que muestre las cinco caperuzas que me ha hecho.

      -De buena gana -respondió el sastre.

      Y, sacando encontinente la mano debajo del herreruelo, (N) mostró en ella cinco caperuzas puestas en las cinco cabezas de los dedos de la mano, y dijo.

      -He aquí las cinco caperuzas que este buen hombre me pide, y en Dios y en mi conciencia que no me ha quedado nada del paño, y yo daré la obra a vista de veedores del oficio. (N)

      Todos los presentes se rieron de la multitud de las caperuzas y del nuevo pleito. Sancho se puso a considerar un poco, y dijo.

      -Paréceme que en este pleito no ha de haber largas dilaciones, sino juzgar luego a juicio de buen varón; y así, yo doy por sentencia que el sastre pierda las hechuras, y el labrador el paño, y las caperuzas se lleven a los presos de la cárcel, (N) y no haya más.

      Si la sentencia pasada de la bolsa del ganadero (N) movió a admiración a los circunstantes, ésta les provocó a risa; pero, en fin, se hizo lo que mandó el gobernador; ante el cual se presentaron dos hombres ancianos; el uno traía una cañaheja por báculo, (N) y el sin báculo dijo.

      -Señor, a este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro, por hacerle placer y buena obra, con condición que me los volviese cuando se los pidiese; pasáronse muchos días sin pedírselos, por no ponerle en mayor necesidad de volvérmelos (N) que la que él tenía cuando yo se los presté; pero, por parecerme que se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los vuelve, pero me los niega y dice que nunca tales diez escudos le presté, (N) y que si se los presté, que ya me los ha vuelto. Yo no tengo testigos ni del prestado ni de la vuelta, porque no me los ha vuelto; querría que vuestra merced le tomase juramento, y si jurare que me los ha vuelto, yo se los perdono para aquí y para delante de Dios.

      -¿ Qué decís vos a esto, buen viejo del báculo? - dijo Sancho.

      A lo que dijo el viejo.

      -Yo, señor, confieso que me los prestó, y baje vuestra merced esa vara; y, pues él lo deja en mi juramento, yo juraré como se los he vuelto y pagado real y verdaderamente.

      Bajó el gobernador la vara, y, en tanto, el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo, que se le tuviese (N) en tanto que juraba, como si le embarazara mucho, y luego puso la mano en la cruz de la vara, diciendo que era verdad que se le habían prestado aquellos diez escudos que se le pedían; pero que él se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos. Viendo lo cual el gran gobernador, preguntó al acreedor qué respondía a lo que decía su contrario; y dijo que sin duda alguna su deudor debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien y buen cristiano, y que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los había vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pidiría nada. Tornó a tomar su báculo el deudor, y, bajando la cabeza, se salió del juzgado. Visto lo cual Sancho, (N) y que sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del demandante, inclinó la cabeza sobre el pecho, y, poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza (N) y mandó que le llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido. Trujéronsele, y, en viéndole Sancho, le dijo.

      -Dadme, buen hombre, ese báculo, que le he menester.

      -De muy buena gana -respondió el viejo-: hele aquí, señor.

      Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho, y, dándosele al otro viejo, le dijo:

      -Andad con Dios, que ya vais pagado.

      -¿ Yo, señor? -respondió el viejo-. Pues, ¿ vale esta cañaheja diez escudos de oro.

      -Sí -dijo el gobernador-; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.

      Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos en oro. Quedaron todos admirados, y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón. (N)

      Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos, y respondió que de haberle visto dar el viejo que juraba, a su contrario, aquel báculo, (N) en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que, en acabando de jurar, le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél estaba la paga de lo que pedían. (N) De donde se podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios; (N) y más, que él había oído contar otro caso como aquél (N) al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que, a no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, (N) no hubiera tal memoria en toda la ínsula. Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto. (N)

      Luego, acabado este pleito, entró en el juzgado una mujer asida fuertemente de un hombre vestido de ganadero rico, la cual venía dando grandes voces, diciendo:

      -¡ Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo ! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad dese campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado, y, ¡ desdichada de mí !, me ha llevado lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y estranjeros; y yo, siempre dura como un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa en el fuego, o como la lana entre las zarzas, (N) para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme.

      -Aun eso está por averiguar: si tiene limpias o no las manos este galán - dijo Sancho.

      Y, volviéndose al hombre, le dijo qué decía y respondía a la querella de aquella mujer. El cual, todo turbado, respondió.

      -Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y esta mañana salía deste lugar de vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y socaliñas poco menos de lo que ellos valían; volvíame a mi aldea, topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; paguéle lo soficiente, y ella, mal contenta, asió de mí, y no me ha dejado hasta traerme a este puesto. Dice que la forcé, y miente, para el juramento que hago o pienso hacer; y ésta es toda la verdad, sin faltar meaja.

      Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata; él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; (N) él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y, haciendo mil zalemas a todos (N) y rogando a Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas; (N) y con esto se salió del juzgado, (N) llevando la bolsa asida con entrambas manos, aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro.

      Apenas salió, cuando Sancho dijo al ganadero, que ya se le saltaban las lágrimas, (N) y los ojos y el corazón se iban tras su bolsa.

      -Buen hombre, id tras aquella mujer y quitadle la bolsa, aunque no quiera, y volved aquí con ella.

      Y no lo dijo a tonto ni a sordo, (N) porque luego partió como un rayo y fue a lo que se le mandaba. Todos los presentes estaban suspensos, esperando el fin de aquel pleito, y de allí a poco volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados que la vez primera: ella la saya levantada y en el regazo (N) puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela; mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:

      -¡ Justicia de Dios y del mundo ! Mire vuestra merced, señor gobernador, la poca vergÜenza y el poco temor deste desalmado, que, en mitad de poblado y en mitad de la calle, me ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme.

      -Y ¿ háosla quitado? -preguntó el gobernador.

      -¿ Cómo quitar? -respondió la mujer-. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡ Bonita es la niña ! ¡ Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso ! ¡ Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes.

      -Ella tiene razón -dijo el hombre-, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.

      Entonces el gobernador dijo a la mujer.

      -Mostrad, honrada y valiente, (N) esa bolsa.

      Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada (N) y no forzada: (N)

      -Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de docientos azotes. ¡ Andad luego digo, churrillera, (N) desvergonzada y embaidora.

      Espantóse la mujer y fuese cabizbaja y mal contenta, y el gobernador dijo al hombre.

      -Buen hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro dinero, y de aquí adelante, si no le queréis perder, procurad que no os venga en voluntad de yogar con nadie.

      El hombre le dio las gracias lo peor que supo, (N) y fuese, y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su nuevo gobernador. (N) Todo lo cual, notado de su coronista, fue luego escrito al duque, que con gran deseo lo estaba esperando.

      Y quédese aquí el buen Sancho, que es mucha la priesa que nos da su amo, alborozado con la música de Altisidora.







Parte II -- Capítulo XLVI . Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora.

      Dejamos al gran don Quijote envuelto en los pensamientos que le habían causado la música de la enamorada doncella Altisidora. Acostóse con ellos, y, como si fueran pulgas, no le dejaron dormir ni sosegar un punto, y juntábansele los que le faltaban de sus medias; pero, como es ligero el tiempo, y no hay barranco que le detenga, corrió caballero en las horas, y con mucha presteza llegó la de la mañana. Lo cual visto por don Quijote, dejó las blandas plumas, y, no nada perezoso, se vistió su acamuzado vestido y se calzó sus botas de camino, por encubrir la desgracia de sus medias; arrojóse encima su mantón de escarlata y púsose en la cabeza una montera de terciopelo verde, guarnecida de pasamanos de plata; colgó el tahelí de sus hombros con su buena y tajadora espada, asió un gran rosario que consigo contino traía, (N) y con gran prosopopeya y contoneo salió a la antesala, donde el duque y la duquesa estaban ya vestidos y como esperándole; y, al pasar por una galería, estaban aposta esperándole Altisidora y la otra doncella su amiga, y, así como Altisidora vio a don Quijote, fingió desmayarse, y su amiga la recogió en sus faldas, y con gran presteza la iba a desabrochar el pecho. Don Quijote, que lo vio, llegándose a ellas, dijo:

      -Ya sé yo de qué proceden estos accidentes.

      -No sé yo de qué -respondió la amiga-, porque Altisidora es la doncella más sana de toda esta casa, y yo nunca la he sentido un ¡ ay ! en cuanto ha que la conozco, que mal hayan cuantos caballeros andantes hay en el mundo, si es que todos son desagradecidos. Váyase vuesa merced, señor don Quijote, que no volverá en sí esta pobre niña en tanto que vuesa merced aquí estuviere.

      A lo que respondió don Quijote.

      -Haga vuesa merced, señora, que se me ponga un laúd (N) esta noche en mi aposento, que yo consolaré lo mejor que pudiere a esta lastimada doncella; que en los principios amorosos los desengaños prestos suelen ser remedios calificados.

      Y con esto se fue, porque no fuese notado de los que allí le viesen. No se hubo bien apartado, cuando, volviendo en sí la desmayada Altisidora, dijo a su compañera.

      -Menester será que se le ponga el laúd, que sin duda don Quijote quiere darnos música, y no será mala, siendo suya.

      Fueron luego a dar cuenta a la duquesa de lo que pasaba y del laúd que pedía don Quijote, y ella, alegre sobremodo, concertó con el duque y con sus doncellas de hacerle una burla que fuese más risueña que dañosa, y con mucho contento esperaban la noche, que se vino tan apriesa como se había venido el día, el cual pasaron los duques en sabrosas pláticas con don Quijote. Y la duquesa aquel día real y verdaderamente despachó a un paje suyo, (N) que había hecho en la selva la figura encantada de Dulcinea, a Teresa Panza, con la carta de su marido Sancho Panza, y con el lío de ropa que había dejado para que se le enviase, encargándole le trujese buena relación de todo lo que con ella pasase.

      Hecho esto, y llegadas las once horas de la noche, halló don Quijote una vihuela (N) en su aposento; templóla, abrió la reja, y sintió que andaba gente en el jardín; y, habiendo recorrido los trastes (N) de la vihuela y afinándola lo mejor que supo, escupió y remondóse el pecho, y luego, con una voz ronquilla, aunque entonada, cantó el siguiente romance, que él mismo aquel día había compuesto: -Suelen las fuerzas de amor
sacar de quicio a las almas,
tomando por instrumento
la ociosidad descuidada.
Suele el coser y el labrar, (N)
y el estar siempre ocupada,
ser antídoto al veneno
de las amorosas ansias.
Las doncellas recogidas (N)
que aspiran a ser casadas,
la honestidad es la dote
y voz de sus alabanzas. (N)
Los andantes caballeros,
y los que en la corte andan, (N)
requiébranse con las libres,
con las honestas se casan.
Hay amores de levante,
que entre huéspedes se tratan,
que llegan presto al poniente,
porque en el partirse acaban.
El amor recién venido,
que hoy llegó y se va mañana,
las imágines no deja
bien impresas en el alma.
Pintura sobre pintura
ni se muestra ni señala;
y do hay primera belleza,
la segunda no hace baza.
Dulcinea del Toboso
del alma en la tabla rasa
tengo pintada de modo
que es imposible borrarla.
La firmeza en los amantes
es la parte más preciada,
por quien hace amor milagros,
y asimesmo los levanta. (N)


      Aquí llegaba don Quijote de su canto, a quien estaban escuchando el duque y la duquesa, Altisidora y casi toda la gente del castillo, cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, (N) descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos, (N) que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, (N) que, aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó; y, temeroso, don Quijote quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de su estancia, y, dando de una parte a otra, parecía que una región de diablos andaba en ella. Apagaron las velas que en el aposento ardían, y andaban buscando por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de los grandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la gente del castillo, que no sabía la verdad del caso, estaba suspensa y admirada.

      Levantóse don Quijote en pie, y, poniendo mano a la espada, comenzó a tirar estocadas por la reja y a decir a grandes voces.

      -¡ Afuera, malignos encantadores ! ¡ Afuera, canalla hechiceresca, que yo soy don Quijote de la Mancha, contra quien no valen ni tienen fuerza vuestras malas intenciones.

      Y, volviéndose a los gatos que andaban por el aposento, les tiró muchas cuchilladas; ellos acudieron a la reja, y por allí se salieron, aunque uno, viéndose tan acosado de las cuchilladas de don Quijote, le saltó al rostro (N) y le asió de las narices con las uñas y los dientes, por cuyo dolor don Quijote comenzó a dar los mayores gritos que pudo. Oyendo lo cual el duque y la duquesa, y considerando lo que podía ser, con mucha presteza acudieron a su estancia, y, abriendo con llave maestra, vieron al pobre caballero pugnando con todas sus fuerzas por arrancar el gato de su rostro. Entraron con luces y vieron la desigual pelea; (N) acudió el duque a despartirla, y don Quijote dijo a voces:

      -¡ No me le quite nadie ! ¡ Déjenme mano a mano con este demonio, con este hechicero, con este encantador, que yo le daré a entender de mí a él quién es don Quijote de la Mancha.

      Pero el gato, no curándose destas amenazas, gruñía y apretaba. Mas, en fin, el duque se le desarraigó y le echó por la reja.

      Quedó don Quijote acribado el rostro y no muy sanas las narices, aunque muy despechado porque no le habían dejado fenecer la batalla que tan trabada tenía con aquel malandrín encantador. Hicieron traer aceite de Aparicio, (N) y la misma Altisidora, con sus blanquísimas manos, le puso unas vendas por todo lo herido; (N) y, al ponérselas, con voz baja le dijo.

      -Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tú lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo, que te adoro.

      A todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar un profundo suspiro, y luego se tendió en su lecho, agradeciendo a los duques la merced, no porque él tenía temor de aquella canalla gatesca, encantadora y cencerruna, sino porque había conocido la buena intención con que habían venido a socorrerle. Los duques le dejaron sosegar, y se fueron, pesarosos del mal suceso de la burla; que no creyeron que tan pesada y costosa le saliera a don Quijote aquella aventura, que le costó cinco días de encerramiento y de cama, donde le sucedió otra aventura más gustosa que la pasada, la cual no quiere su historiador contar ahora, por acudir a Sancho Panza, que andaba muy solícito y muy gracioso en su gobierno.







Parte II -- Capítulo XLVII . Donde se prosigue cómo se portaba (N) Sancho Panza en su gobierno.

      Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron a Sancho Panza a un suntuoso palacio, adonde en una gran sala estaba puesta una real y limpísima mesa; (N) y, así como Sancho entró en la sala, sonaron chirimías, (N) y salieron cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con mucha gravedad.

      Cesó la música, sentóse Sancho a la cabecera de la mesa, porque no había más de aquel asiento, y no otro servicio en toda ella. Púsose a su lado en pie un personaje, que después mostró ser médico, con una varilla de ballena en la mano. Levantaron una riquísima y blanca toalla con que estaban cubiertas las frutas (N) y mucha diversidad de platos de diversos manjares; uno que parecía estudiante echó la bendición, y un paje puso un babador randado (N) a Sancho; otro que hacía el oficio de maestresala, llegó un plato de fruta delante; pero, apenas hubo comido un bocado, cuando el de la varilla tocando con ella en el plato, (N) se le quitaron de delante con grandísima celeridad; pero el maestresala le llegó otro de otro manjar. Iba a probarle Sancho; pero, antes que llegase a él ni le gustase, ya la varilla había tocado en él, y un paje alzádole con tanta presteza como el de la fruta. Visto lo cual por Sancho, quedó suspenso, y, mirando a todos, preguntó si se había de comer aquella comida como juego de maesecoral. (N) A lo cual respondió el de la vara.

      -No se ha de comer, señor gobernador, sino como es uso y costumbre en las otras ínsulas donde hay gobernadores. (N) Yo, señor, soy médico, y estoy asalariado en esta ínsula para serlo de los gobernadores della, y miro por su salud mucho más que por la mía, estudiando de noche y de día, (N) y tanteando la complexión del gobernador, para acertar a curarle cuando cayere enfermo; y lo principal que hago es asistir a sus comidas y cenas, y a dejarle comer de lo que me parece que le conviene, y a quitarle (N) lo que imagino que le ha de hacer daño y ser nocivo al estómago; y así, mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed; y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, (N) donde consiste la vida.

      -Desa manera, aquel plato de perdices (N) que están allí asadas, y, a mi parecer, bien sazonadas, no me harán algún daño.

      A lo que el médico respondió:

      -Ésas no comerá el señor gobernador en tanto que yo tuviere vida.

      -Pues, ¿ por qué? -dijo Sancho.

      Y el médico respondió.

      -Porque nuestro maestro Hipócrates, norte y luz de la medicina, (N) en un aforismo suyo, dice: Omnis saturatio mala, perdices autem pessima. (N) Quiere decir: "Toda hartazga es mala; pero la de las perdices, malísima".

      -Si eso es así -dijo Sancho-, vea el señor doctor de cuantos manjares hay en esta mesa cuál me hará más provecho y cuál menos daño, y déjeme comer dél sin que me le apalee; (N) porque, por vida del gobernador, y así Dios me le deje gozar, (N) que me muero de hambre, y el negarme la comida, aunque le pese al señor doctor y él más me diga, antes será quitarme la vida que aumentármela.

      -Vuestra merced tiene razón, señor gobernador - respondió el médico-; y así, es mi parecer que vuestra merced no coma de aquellos conejos guisados que allí están, porque es manjar peliagudo. (N) De aquella ternera, si no fuera asada y en adobo, aún se pudiera probar, pero no hay para qué.

      Y Sancho dijo.

      -Aquel platonazo (N) que está más adelante vahando me parece que es olla podrida, que por la diversidad de cosas que en las tales ollas podridas hay, no podré dejar de topar (N) con alguna que me sea de gusto y de provecho.

      -Absit ! -dijo el médico-. Vaya lejos de nosotros tan mal pensamiento: no hay cosa en el mundo de peor mantenimiento que una olla podrida. Allá las ollas podridas para los canónigos, o para los retores de colegios, o para las bodas labradorescas, y déjennos libres las mesas de los gobernadores, donde ha de asistir todo primor y toda atildadura; y la razón es porque siempre y a doquiera y de quienquiera son más estimadas las medicinas simples que las compuestas, porque en las simples no se puede errar y en las compuestas sí, alterando la cantidad de las cosas de que son compuestas; mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora, para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones (N) y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, (N) que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión.

      Oyendo esto Sancho, se arrimó sobre el espaldar de la silla y miró de hito en hito al tal médico, y con voz grave le preguntó cómo se llamaba y dónde había estudiado. A lo que él respondió.

      -Yo, señor gobernador, me llamo el doctor Pedro Recio (N) de AgÜero, y soy natural de un lugar llamado Tirteafuera, (N) que está entre Caracuel (N) y Almodóvar del Campo, (N) a la mano derecha, y tengo el grado de doctor por la universidad de Osuna. (N)

      A lo que respondió Sancho, todo encendido en cólera.

      -Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal AgÜero, (N) natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, si no, voto al sol (N) que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorantes; que a los médicos sabios, (N) prudentes y discretos los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza; y pídanmelo en residencia, (N) que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. (N) Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.

      Alborotóse el doctor, viendo tan colérico al gobernador, y quiso hacer tirteafuera de la sala, sino que en aquel instante sonó una corneta de posta en la calle, y, asomándose el maestresala a la ventana, volvió diciendo.

      -Correo viene del duque mi señor; algún despacho debe de traer de importancia.

      Entró el correo sudando y asustado, y, sacando un pliego del seno, le puso en las manos del gobernador, y Sancho le puso en las del mayordomo, a quien mandó leyese el sobreescrito, que decía así: A don Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, en su propia mano o en las de su secretario. Oyendo lo cual, Sancho dijo.

      -¿ Quién es aquí mi secretario.

      Y uno de los que presentes estaban respondió.

      -Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno.

      -Con esa añadidura -dijo Sancho-, bien podéis ser secretario del mismo emperador. (N) Abrid ese pliego, y mirad lo que dice.

      Hízolo así el recién nacido secretario, y, habiendo leído lo que decía, dijo que era negocio para tratarle a solas. Mandó Sancho despejar la sala, y que no quedasen en ella sino el mayordomo y el maestresala, y los demás y el médico se fueron; y luego el secretario leyó la carta, que así decía.

      A mi noticia ha llegado, señor don Sancho Panza, que unos enemigos míos y desa ínsula la han de dar un asalto furioso, no sé qué noche; conviene velar y estar alerta, porque no le tomen desapercebido. Sé también, por espías verdaderas, (N) que han entrado en ese lugar cuatro personas disfrazadas para quitaros la vida, porque se temen de vuestro ingenio; abrid el ojo, y mirad quién llega a hablaros, y no comáis de cosa que os presentaren. (N) Yo tendré cuidado de socorreros si os viéredes en trabajo, y en todo haréis como se espera de vuestro entendimiento. Deste lugar, a 16 de agosto, (N) a las cuatro de la mañana.

      Vuestro amigo,
El Duque.

      Quedó atónito Sancho, y mostraron quedarlo asimismo los circunstantes; y, volviéndose al mayordomo, le dijo.

      -Lo que agora se ha de hacer, y ha de ser luego, es meter en un calabozo al doctor Recio; (N) porque si alguno me ha de matar, ha de ser él, y de muerte adminícula (N) y pésima, como es la de la hambre.

      -También -dijo el maestresala- me parece a mí que vuesa merced no coma de todo lo que está en esta mesa, porque lo han presentado unas monjas, y, como suele decirse, detrás de la cruz está el diablo.

      -No lo niego -respondió Sancho-, y por ahora denme un pedazo de pan y obra de cuatro libras de uvas, (N) que en ellas no podrá venir veneno; porque, en efecto, no puedo pasar sin comer, y si es que hemos de estar prontos para estas batallas que nos amenazan, menester será estar bien mantenidos, porque tripas llevan corazón, que no corazón tripas. Y vos, secretario, responded al duque mi señor y decidle que se cumplirá lo que manda como lo manda, sin faltar punto; y daréis de mi parte un besamanos a mi señora la duquesa, y que le suplico (N) no se le olvide de enviar con un propio mi carta y mi lío a mi mujer Teresa Panza, que en ello recibiré mucha merced, y tendré cuidado de servirla con todo lo que mis fuerzas alcanzaren; (N) y de camino podéis encajar un besamanos a mi señor don Quijote de la Mancha, porque vea que soy pan agradecido; y vos, como buen secretario y como buen vizcaíno, (N) podéis añadir todo lo que quisiéredes y más viniere a cuento. Y álcense estos manteles, y denme a mí de comer, que yo me avendré con cuantas espías y matadores y encantadores vinieren sobre mí y sobre mi ínsula.

      En esto entró un paje, y dijo.

      -Aquí está un labrador negociante (N) que quiere hablar a Vuestra Señoría en un negocio, según él dice, de mucha importancia.

      -Estraño caso es éste -dijo Sancho- destos negociantes. ¿ Es posible que sean tan necios, que no echen de ver que semejantes horas como éstas no son en las que han de venir a negociar? ¿ Por ventura los que gobernamos, los que somos jueces, no somos hombres de carne y de hueso, y que es menester (N) que nos dejen descansar el tiempo que la necesidad pide, sino que quieren que seamos hechos de piedra mármol? Por Dios y en mi conciencia que si me dura el gobierno (que no durará, según se me trasluce), que yo ponga en pretina (N) a más de un negociante. Agora decid a ese buen hombre que entre; pero adviértase primero no sea alguno de los espías, o matador mío.

      -No, señor -respondió el paje-, porque parece una alma de cántaro, (N) y yo sé poco, o él es tan bueno como el buen pan. (N)

      -No hay que temer -dijo el mayordomo-, que aquí estamos todos.

      -¿ Sería posible -dijo Sancho-, maestresala, que agora que no está aquí el doctor Pedro Recio, que comiese yo alguna cosa de peso y de sustancia, aunque fuese un pedazo de pan y una cebolla. (N)

      -Esta noche, a la cena, se satisfará la falta de la comida, y quedará Vuestra Señoría satisfecho y pagado -dijo el maestresala.

      -Dios lo haga -respondió Sancho.

      Y, en esto, entró el labrador, que era de muy buena presencia, y de mil leguas se le echaba de ver que era bueno y buena alma. Lo primero que dijo fue.

      -¿ Quién es aquí el señor gobernador.

      -¿ Quién ha de ser -respondió el secretario-, sino el que está sentado en la silla.

      -Humíllome, pues, a su presencia -dijo el labrador.

      Y, poniéndose de rodillas, le pidió la mano para besársela. Negósela Sancho, y mandó que se levantase y dijese lo que quisiese. Hízolo así el labrador, y luego dijo.

      -Yo, señor, soy labrador, natural de Miguel Turra, (N) un lugar que está dos leguas de Ciudad Real.

      -¡ Otro Tirteafuera tenemos ! -dijo Sancho-. Decid, hermano, que lo que yo os sé decir es que sé muy bien a Miguel Turra, y que no está muy lejos de mi pueblo.

      -Es, pues, el caso, señor -prosiguió el labrador - , que yo, por la misericordia de Dios, soy casado en paz y en haz de la Santa Iglesia Católica Romana; tengo dos hijos estudiantes que el menor estudia para bachiller y el mayor para licenciado; soy viudo, porque se murió mi mujer, o, por mejor decir, me la mató un mal médico, que la purgó estando preñada, y si Dios fuera servido que saliera a luz el parto, y fuera hijo, yo le pusiere a estudiar para doctor, porque no tuviera invidia a sus hermanos el bachiller y el licenciado.

      -De modo -dijo Sancho- que si vuestra mujer no se hubiera muerto, o la hubieran muerto, vos no fuérades agora viudo.

      -No, señor, en ninguna manera -respondió el labrador.

      -¡ Medrados estamos ! -replicó Sancho-. Adelante, hermano, que es hora de dormir más que de negociar.

      -Digo, pues -dijo el labrador-, que este mi hijo que ha de ser bachiller se enamoró en el mesmo pueblo de una doncella llamada Clara Perlerina, hija de Andrés Perlerino, (N) labrador riquísimo; y este nombre de Perlerines no les viene de abolengo ni otra alcurnia, (N) sino porque todos los deste linaje son perláticos, y por mejorar el nombre los llaman Perlerines; aunque, si va decir la verdad, (N) la doncella es como una perla oriental, y, mirada por el lado derecho, parece una flor del campo; por el izquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo, que se le saltó de viruelas; y, aunque los hoyos del rostro son muchos y grandes, dicen los que la quieren bien que aquéllos no son hoyos, sino sepulturas donde se sepultan las almas de sus amantes. Es tan limpia que, por no ensuciar la cara, trae las narices, como dicen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; y, con todo esto, parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, y, a no faltarle diez o doce dientes y muelas, pudiera pasar y echar raya entre las más bien formadas. De los labios no tengo qué decir, porque son tan sutiles y delicados que, si se usaran aspar labios, pudieran hacer dellos una madeja; pero, como tienen diferente color de la que en los labios se usa comúnmente, parecen milagrosos, porque son jaspeados de azul y verde y aberenjenado; y perdóneme el señor gobernador si por tan menudo voy pintando (N) las partes de la que al fin al fin ha de ser mi hija, que la quiero bien y no me parece mal.

      -Pintad lo que quisiéredes -dijo Sancho-, que yo me voy recreando en la pintura, y si hubiera comido, no hubiera mejor postre para mí que vuestro retrato.

      -Eso tengo yo por servir (N) -respondió el labrador-, pero tiempo vendrá en que seamos, si ahora no somos. Y digo, señor, que si pudiera pintar su gentileza (N) y la altura de su cuerpo, fuera cosa de admiración; pero no puede ser, a causa de que ella está agobiada y encogida, y tiene las rodillas con la boca, y, con todo eso, se echa bien de ver que si se pudiera levantar, diera con la cabeza en el techo; y ya ella hubiera dado la mano de esposa a mi bachiller, sino que no la puede estender, que está añudada; y, con todo, en las uñas largas y acanaladas se muestra su bondad y buena hechura.

      -Está bien -dijo Sancho-, y haced cuenta, hermano, que ya la habéis pintado de los pies a la cabeza. ¿ Qué es lo que queréis ahora? Y venid al punto sin rodeos ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras.

      -Querría, señor -respondió el labrador-, que vuestra merced me hiciese merced (N) de darme una carta de favor para mi consuegro, suplicándole sea servido de que este casamiento se haga, pues no somos desiguales en los bienes de fortuna, ni en los de la naturaleza; porque, para decir la verdad, señor gobernador, mi hijo es endemoniado, (N) y no hay día que tres o cuatro veces no le atormenten los malignos espíritus; y de haber caído una vez en el fuego, tiene el rostro arrugado como pergamino, y los ojos algo llorosos y manantiales; (N) pero tiene una condición de un ángel, y si no es que se aporrea y se da de puñadas él mesmo a sí mesmo, fuera un bendito.

      -¿ Queréis otra cosa, buen hombre? -replicó Sancho.

      -Otra cosa querría -dijo el labrador-, sino que no me atrevo a decirlo; pero vaya, que, en fin, no se me ha de podrir en el pecho, pegue o no pegue. Digo, señor, que querría que vuesa merced me diese trecientos o seiscientos ducados para ayuda a la dote de mi bachiller; digo para ayuda de poner su casa, porque, en fin, han de vivir por sí, sin estar sujetos a las impertinencias de los suegros.

      -Mirad si queréis otra cosa -dijo Sancho-, y no la dejéis de decir por empacho ni por vergÜenza.

      -No, por cierto -respondió el labrador.

      Y, apenas dijo esto, cuando, levantándose en pie el gobernador, asió de la silla en que estaba sentado y dijo.

      -¡ Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, (N) que con esta silla os rompa y abra la cabeza ! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿ y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿ dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿ por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato? ; (N) y ¿ qué se me da a mí de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines? ¡ Va de mí, digo; (N) si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengo dicho ! Tú no debes de ser de Miguel Turra, sino algún socarrón que, para tentarme, te ha enviado aquí el infierno. (N) Dime, desalmado, aún no ha día y medio que tengo el gobierno, (N) y ¿ ya quieres que tenga seiscientos ducados.

      Hizo de señas el maestresala al labrador que se saliese de la sala, (N) el cual lo hizo cabizbajo y, al parecer, temeroso de que el gobernador no ejecutase su cólera, que el bellacón supo hacer muy bien su oficio.

      Pero dejemos con su cólera a Sancho, y ándese la paz en el corro, (N) y volvamos a don Quijote, que le dejamos vendado el rostro y curado de las gatescas heridas, (N) de las cuales no sanó en ocho días, (N) en uno de los cuales le sucedió lo que Cide Hamete promete de contar con la puntualidad y verdad que suele contar las cosas desta historia, por mínimas que sean.







Parte II -- Capítulo XLVIII . De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura (N) y de memoria eterna.

      Además estaba mohíno y malencólico el mal ferido don Quijote, vendado el rostro y señalado, no por la mano de Dios, sino por las uñas de un gato, desdichas anejas a la andante caballería. Seis días estuvo sin salir en público, en una noche de las cuales, estando despierto y desvelado, pensando en sus desgracias y en el perseguimiento de Altisidora, sintió que con una llave abrían (N) la puerta de su aposento, y luego imaginó que la enamorada doncella venía para sobresaltar su honestidad y ponerle en condición de faltar a la fee que guardar debía a su señora Dulcinea del Toboso.

      -No -dijo creyendo a su imaginación, y esto, con voz que pudiera ser oída - ; no ha de ser parte la mayor hermosura de la tierra para que yo deje de adorar la que tengo grabada y estampada en la mitad de mi corazón (N) y en lo más escondido de mis entrañas, ora estés, señora mía, transformada en cebolluda labradora, (N) ora en ninfa del dorado Tajo, tejiendo telas de oro y sirgo (N) compuestas, ora te tenga Merlín, o Montesinos, donde ellos quisieren; que, adondequiera eres mía, y adoquiera he sido yo, y he de ser, tuyo.

      El acabar estas razones y el abrir de la puerta fue todo uno. Púsose en pie sobre la cama, envuelto de arriba abajo en una colcha de raso amarillo, una galocha (N) en la cabeza, y el rostro y los bigotes vendados: el rostro, por los aruños; los bigotes, porque no se le desmayasen y cayesen; en el cual traje parecía la más extraordinaria fantasma que se pudiera pensar.

      Clavó los ojos en la puerta, y, cuando esperaba ver entrar por ella a la rendida y lastimada Altisidora, vio entrar a una reverendísima dueña con unas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto, que la cubrían y enmantaban (N) desde los pies a la cabeza. Entre los dedos de la mano izquierda traía una media vela encendida, y con la derecha se hacía sombra, porque no le diese la luz en los ojos, a quien cubrían unos muy grandes antojos. (N) Venía pisando quedito, y movía los pies blandamente. (N)

      Miróla don Quijote desde su atalaya, (N) y cuando vio su adeliño y notó su silencio, pensó que alguna bruja (N) o maga venía en aquel traje a hacer en él alguna mala fechuría, y comenzó a santiguarse con mucha priesa. Fuese llegando la visión, y, cuando llegó a la mitad del aposento, alzó los ojos y vio la priesa con que se estaba haciendo cruces don Quijote; (N) y si él quedó medroso en ver tal figura, ella quedó espantada en ver la suya, porque, así como le vio tan alto y tan amarillo, con la colcha y con las vendas, que le desfiguraban, dio una gran voz, diciendo.

      -¡ Jesús ! ¿ Qué es lo que veo.

      Y con el sobresalto se le cayó la vela de las manos; y, viéndose a escuras, volvió las espaldas para irse, y con el miedo tropezó en sus faldas y dio consigo una gran caída. Don Quijote, temeroso, comenzó a decir.

      -Conjúrote, fantasma, o lo que eres, que me digas quién eres, y que me digas qué es lo que de mí quieres. Si eres alma en pena, dímelo, que yo haré por ti todo cuanto mis fuerzas alcanzaren, porque soy católico cristiano y amigo de hacer bien a todo el mundo; que para esto tomé la orden de la caballería andante que profeso, cuyo ejercicio aun hasta hacer bien a las ánimas de purgatorio se estiende. (N)

      La brumada dueña, que oyó conjurarse, por su temor coligió el de don Quijote, y con voz afligida y baja le respondió.

      -Señor don Quijote, si es que acaso vuestra merced es don Quijote, yo no soy fantasma, ni visión, ni alma de purgatorio, como vuestra merced debe de haber pensado, sino doña Rodríguez, la dueña de honor de mi señora la duquesa, que, con una necesidad de aquellas que vuestra merced suele remediar, a vuestra merced vengo.

      -Dígame, señora doña Rodríguez -dijo don Quijote-: ¿ por ventura viene vuestra merced a hacer alguna tercería (N) ? Porque le hago saber que no soy de provecho para nadie, merced a la sin par belleza de mi señora Dulcinea del Toboso. Digo, en fin, señora doña Rodríguez, que, como vuestra merced salve y deje a una parte todo recado amoroso, puede volver a encender su vela, y vuelva, y departiremos de todo lo que más mandare y más en gusto le viniere, (N) salvando, como digo, todo incitativo melindre. (N)

      -¿ Yo recado de nadie, señor mío? -respondió la dueña-. Mal me conoce vuestra merced; sí, que aún no estoy en edad tan prolongada (N) que me acoja a semejantes niñerías, pues, Dios loado, mi alma me tengo en las carnes, y todos mis dientes y muelas en la boca, amén de unos pocos que me han usurpado unos catarros, (N) que en esta tierra de Aragón son tan ordinarios. Pero espéreme vuestra merced un poco; saldré a encender mi vela, y volveré en un instante a contar mis cuitas, como a remediador de todas las del mundo. (N)

      Y, sin esperar respuesta, se salió del aposento, donde quedó don Quijote sosegado y pensativo esperándola; pero luego le sobrevinieron mil pensamientos acerca de aquella nueva aventura, y parecíale ser mal hecho y peor pensado (N) ponerse en peligro de romper a su señora la fee prometida, y decíase a sí mismo.

      -¿ Quién sabe si el diablo, que es sutil y mañoso, querrá engañarme agora con una dueña, lo que no ha podido con emperatrices, (N) reinas, duquesas, marquesas ni condesas? Que yo he oído decir muchas veces y a muchos discretos que, si él puede, antes os la dará roma que aguileña. (N) Y ¿ quién sabe si esta soledad, esta ocasión y este silencio despertará mis deseos (N) que duermen, y harán que al cabo de mis años venga a caer donde nunca he tropezado? Y, en casos semejantes, mejor es huir que esperar la batalla. Pero yo no debo de estar en mi juicio, pues tales disparates digo y pienso; que no es posible que una dueña toquiblanca, larga y antojuna (N) pueda mover ni levantar pensamiento lascivo en el más desalmado pecho del mundo. ¿ Por ventura hay dueña en la tierra que tenga buenas carnes? ¿ Por ventura hay dueña en el orbe que deje de ser impertinente, fruncida y melindrosa? ¡ Afuera, pues, caterva dueñesca, inútil para ningún humano regalo ! ¡ Oh, cuán bien hacía aquella señora de quien se dice que tenía dos dueñas de bulto con sus antojos y almohadillas al cabo de su estrado, como que estaban labrando, y tanto le servían para la autoridad de la sala aquellas estatuas como las dueñas verdaderas !

      Y, diciendo esto, se arrojó del lecho, con intención de cerrar la puerta (N) y no dejar entrar a la señora Rodríguez; mas, cuando la llegó a cerrar, ya la señora Rodríguez volvía, encendida una vela de cera blanca, y cuando ella vio a don Quijote de más cerca, envuelto en la colcha, con las vendas, galocha o becoquín, (N) temió de nuevo, y, retirándose atrás como dos pasos, dijo.

      -¿ Estamos seguras, señor caballero? Porque no tengo a muy honesta señal haberse vuesa merced levantado de su lecho.

      -Eso mesmo es bien que yo pregunte, señora - respondió don Quijote-; y así, pregunto si estaré yo seguro de ser acometido y forzado.

      -¿ De quién o a quién pedís, señor caballero, esa seguridad? -respondió la dueña.

      -A vos y de vos la pido -replicó don Quijote-, porque ni yo soy de mármol ni vos de bronce, ni ahora son las diez del día, sino media noche, y aun un poco más, según imagino, y en una estancia más cerrada y secreta que lo debió de ser la cueva donde el traidor y atrevido Eneas (N) gozó a la hermosa y piadosa Dido. (N) Pero dadme, señora, la mano, que yo no quiero otra seguridad mayor que la de mi continencia y recato, y la que ofrecen esas reverendísimas tocas.

      Y, diciendo esto, besó su derecha mano, y le asió de la suya, (N) que ella le dio con las mesmas ceremonias.

      Aquí hace Cide Hamete un paréntesis, (N) y dice que por Mahoma que diera, por ver ir a los dos así asidos y trabados desde la puerta al lecho, la mejor almalafa de dos que tenía.

      Entróse, en fin, don Quijote en su lecho, y quedóse doña Rodríguez sentada en una silla, algo desviada de la cama, (N) no quitándose los antojos ni la vela. (N) Don Quijote se acorrucó y se cubrió todo, no dejando más de el rostro descubierto; y, habiéndose los dos sosegado, el primero que rompió el silencio fue don Quijote, diciendo:

      -Puede vuesa merced ahora, mi señora doña Rodríguez, descoserse y desbuchar (N) todo aquello que tiene dentro de su cuitado corazón y lastimadas entrañas, que será de mí escuchada con castos oídos, y socorrida con piadosas obras.

      -Así lo creo yo -respondió la dueña-, que de la gentil y agradable presencia de vuesa merced (N) no se podía esperar sino tan cristiana respuesta. « Es, pues, el caso, señor don Quijote, que, aunque vuesa merced me vee sentada en esta silla y en la mitad del reino de Aragón, y en hábito de dueña aniquilada y asendereada, soy natural de las Asturias de Oviedo, y de linaje que atraviesan por él muchos de los mejores de aquella provincia; (N) pero mi corta suerte y el descuido de mis padres, que empobrecieron antes de tiempo, sin saber cómo ni cómo no, me trujeron a la corte, a Madrid, (N) donde por bien de paz y por escusar mayores desventuras, mis padres me acomodaron a servir de doncella de labor a una principal señora; y quiero hacer sabidor a vuesa merced que (N) en hacer vainillas y labor blanca ninguna me ha echado el pie adelante en toda la vida. Mis padres me dejaron sirviendo y se volvieron a su tierra, y de allí a pocos años se debieron de ir al cielo, porque eran además buenos y católicos cristianos. Quedé huérfana, y atenida al miserable salario y a las angustiadas mercedes que a las tales criadas se suele dar en palacio; y, en este tiempo, sin que diese yo ocasión a ello, se enamoró de mi un escudero de casa, hombre ya en días, (N) barbudo y apersonado, y, sobre todo, hidalgo como el rey, porque era montañés. (N) No tratamos tan secretamente nuestros amores que no viniesen a noticia de mi señora, la cual, por escusar dimes y diretes, nos casó en paz y en haz de la Santa Madre Iglesia Católica Romana, de cuyo matrimonio nació una hija para rematar con mi ventura, si alguna tenía; no porque yo muriese del parto, (N) que le tuve derecho y en sazón, sino porque desde allí a poco murió mi esposo de un cierto espanto que tuvo, que, a tener ahora lugar para contarle, yo sé que vuestra merced se admirara.

      Y, en esto, comenzó a llorar tiernamente, y dijo.

      -Perdóneme vuestra merced, señor don Quijote, que no va más en mi mano, porque todas las veces que me acuerdo de mi mal logrado se me arrasan los ojos de lágrimas. ¡ Válame Dios, y con qué autoridad llevaba a mi señora a las ancas de una poderosa mula, negra como el mismo azabache ! Que entonces no se usaban coches ni sillas, (N) como agora dicen que se usan, y las señoras iban a las ancas de sus escuderos. Esto, a lo menos, no puedo dejar de contarlo, (N) porque se note la crianza y puntualidad de mi buen marido. « Al entrar de la calle de Santiago, en Madrid, que es algo estrecha, (N) venía a salir por ella un alcalde de corte con dos alguaciles delante, y, así como mi buen escudero le vio, volvió las riendas a la mula, dando señal de volver a acompañarle. (N) Mi señora, que iba a las ancas, con voz baja le decía: ′′-¿ Qué hacéis, desventurado? ¿ No veis que voy aquí?′′ El alcalde, de comedido, detuvo la rienda al caballo y díjole: ′′ - Seguid, señor, vuestro camino, que yo soy el que debo acompañar a mi señora doña Casilda′′, que así era el nombre de mi ama. Todavía porfiaba mi marido, (N) con la gorra en la mano, a querer ir acompañando al alcalde, viendo lo cual mi señora, llena de cólera y enojo, sacó un alfiler gordo, o creo que un punzón, del estuche, y clavósele por los lomos, de manera que mi marido dio una gran voz y torció el cuerpo, de suerte que dio con su señora en el suelo. Acudieron dos lacayos suyos a levantarla, y lo mismo hizo el alcalde y los alguaciles; alborotóse la Puerta de Guadalajara, digo, la gente baldía que en ella estaba; (N) vínose a pie mi ama, y mi marido acudió en casa de un barbero (N) diciendo que llevaba pasadas de parte a parte las entrañas. Divulgóse la cortesía de mi esposo, tanto, que los muchachos le corrían por las calles, y por esto y porque él era algún tanto corto de vista, mi señora la duquesa le despidió, (N) de cuyo pesar, sin duda alguna, tengo para mí que se le causó el mal de la muerte. Quedé yo viuda y desamparada, y con hija a cuestas, que iba creciendo en hermosura como la espuma de la mar. Finalmente, como yo tuviese fama de gran labrandera, mi señora la duquesa, que estaba recién casada con el duque mi señor, quiso traerme consigo a este reino de Aragón y a mi hija ni más ni menos, adonde, yendo días y viniendo días, creció mi hija, y con ella todo el donaire del mundo: canta como una calandria, danza como el pensamiento, baila como una perdida, (N) lee y escribe como un maestro de escuela, y cuenta como un avariento. De su limpieza no digo nada: que el agua que corre no es más limpia, y debe de tener agora, si mal no me acuerdo, diez y seis años, cinco meses y tres días, uno más a menos. En resolución: de esta mi muchacha se enamoró un hijo de un labrador riquísimo que está en una aldea del duque mi señor, no muy lejos de aquí. En efecto, no sé cómo ni cómo no, ellos se juntaron, y, debajo de la palabra de ser su esposo, burló a mi hija, y no se la quiere cumplir; y, aunque el duque mi señor lo sabe, porque yo me he quejado a él, no una, sino muchas veces, y pedídole mande que el tal labrador se case con mi hija, hace orejas de mercader y apenas quiere oírme; y es la causa que, como el padre del burlador es tan rico y le presta dineros, y le sale por fiador de sus trampas por momentos, (N) no le quiere descontentar ni dar pesadumbre en ningún modo. Querría, pues, señor mío, que vuesa merced tomase a cargo el deshacer este agravio, o ya por ruegos, o ya por armas, pues, según todo el mundo dice, vuesa merced nació en él para deshacerlos y para enderezar los tuertos y amparar los miserables; y póngasele a vuesa merced por delante la orfandad de mi hija, su gentileza, su mocedad, con todas las buenas partes que he dicho que tiene; que en Dios y en mi conciencia que de cuantas doncellas tiene mi señora, que no hay ninguna que llegue a la suela de su zapato, y que una que llaman Altisidora, que es la que tienen (N) por más desenvuelta y gallarda, puesta en comparación de mi hija, no la llega con dos leguas. Porque quiero que sepa vuesa merced, señor mío, que no es todo oro lo que reluce; porque esta Altisidorilla tiene más de presunción que de hermosura, y más de desenvuelta que de recogida, además que no está muy sana: que tiene un cierto allento cansado, que no hay sufrir el estar junto a ella un momento. Y aun mi señora la duquesa... Quiero callar, (N) que se suele decir que las paredes tienen oídos.

      -¿ Qué tiene mi señora la duquesa, por vida mía, señora doña Rodríguez? - preguntó don Quijote.

      -Con ese conjuro -respondió la dueña-, no puedo dejar de responder a lo que se me pregunta con toda verdad. ¿ Vee vuesa merced, señor don Quijote, la hermosura de mi señora la duquesa, aquella tez de rostro, que no parece sino de una espada acicalada y tersa, aquellas dos mejillas de leche y de carmín, que en la una tiene el sol y en la otra la luna, (N) y aquella gallardía con que va pisando y aun despreciando el suelo, que no parece sino que va derramando salud donde pasa? Pues sepa vuesa merced que lo puede agradecer, primero, a Dios, y luego, a dos fuentes que tiene en las dos piernas, (N) por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que está llena.

      -¡ Santa María ! -dijo don Quijote-. Y ¿ es posible que mi señora la duquesa tenga tales desaguaderos? No lo creyera si me lo dijeran frailes descalzos; (N) pero, pues la señora doña Rodríguez lo dice, debe de ser así. Pero tales fuentes, (N) y en tales lugares, no deben de manar humor, sino ámbar líquido. (N) Verdaderamente que ahora acabo de creer que esto de hacerse fuentes debe de ser cosa importante para salud.

      Apenas acabó don Quijote de decir esta razón, cuando con un gran golpe abrieron las puertas del aposento, y del sobresalto del golpe se le cayó a doña Rodríguez la vela de la mano, y quedó la estancia como boca de lobo, como suele decirse. Luego sintió la pobre dueña que la asían de la garganta con dos manos, tan fuertemente que no la dejaban gañir, y que otra persona, con mucha presteza, sin hablar palabra, le alzaba las faldas, y con una, al parecer, chinela, le comenzó a dar tantos azotes, que era una compasión; y, aunque don Quijote se la tenía, no se meneaba del lecho, y no sabía qué podía ser aquello, y estábase quedo y callando, y aun temiendo no viniese por él la tanda y tunda azotesca. Y no fue vano su temor, (N) porque, en dejando molida a la dueña los callados verdugos (la cual no osaba quejarse), acudieron a don Quijote, y, desenvolviéndole de la sábana y de la colcha, le pellizcaron tan a menudo y tan reciamente, que no pudo dejar de defenderse a puñadas, y todo esto en silencio admirable. (N) Duró la batalla casi media hora; saliéronse las fantasmas, recogió doña Rodríguez sus faldas, y, gimiendo su desgracia, se salió por la puerta afuera, sin decir palabra a don Quijote, el cual, doloroso y pellizcado, confuso y pensativo, se quedó solo, donde le dejaremos deseoso de saber quién había sido el perverso encantador que tal le había puesto. Pero ello se dirá a su tiempo, que Sancho Panza nos llama, y el buen concierto de la historia lo pide. (N)







Parte II -- Capítulo XLIX . De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su ínsula.

      Dejamos al gran gobernador enojado y mohíno con el labrador pintor y socarrón, el cual, industriado del mayordomo, y el mayordomo del duque, se burlaban de Sancho; (N) pero él se las tenía tiesas a todos, maguera (N) tonto, bronco y rollizo, y dijo a los que con él estaban, y al doctor Pedro Recio, que, como se acabó el secreto de la carta del duque, había vuelto a entrar en la sala.

      -Ahora verdaderamente que entiendo que los jueces (N) y gobernadores deben de ser, o han de ser, de bronce, para no sentir las importunidades de los negociantes, que a todas horas y a todos tiempos quieren que los escuchen y despachen, atendiendo sólo a su negocio, venga lo que viniere; y si el pobre del juez no los escucha y despacha, o porque no puede o porque no es aquél el tiempo diputado para darles audiencia, luego les maldicen y murmuran, y les roen los huesos, y aun les deslindan los linajes. (N) Negociante necio, negociante mentecato, no te apresures; espera sazón y coyuntura para negociar: no vengas a la hora del comer ni a la del dormir, que los jueces son de carne y de hueso y han de dar a la naturaleza lo que naturalmente les pide, (N) si no es yo, que no le doy de comer a la mía, merced al señor doctor Pedro Recio Tirteafuera, que está delante, que quiere que muera de hambre, y afirma que esta muerte es vida, que así se la dé Dios a él y a todos los de su ralea: digo, a la de los malos médicos, que la de los buenos, palmas y lauros merecen. (N)

      Todos los que conocían a Sancho Panza se admiraban, oyéndole hablar tan elegantemente, (N) y no sabían a qué atribuirlo, sino a que los oficios y cargos graves, o adoban o entorpecen los entendimientos. (N) Finalmente, el doctor Pedro Recio AgÜero de Tirteafuera prometió de darle de cenar aquella noche, aunque excediese de todos los aforismos de Hipócrates. (N) Con esto quedó contento el gobernador, y esperaba con grande ansia llegase la noche y la hora de cenar; (N) y, aunque el tiempo, al parecer suyo, se estaba quedo, sin moverse de un lugar, todavía se llegó por él el tanto deseado, donde le dieron de cenar un salpicón de vaca con cebolla, y unas manos cocidas de ternera algo entrada en días. Entregóse en todo con más gusto que si le hubieran dado francolines de Milán, faisanes de Roma, ternera de Sorrento, perdices de Morón, o gansos de Lavajos; y, entre la cena, volviéndose al doctor, le dijo.

      -Mirad, señor doctor: de aquí adelante no os curéis de darme a comer cosas regaladas ni manjares esquisitos, porque será sacar a mi estómago de sus quicios, el cual está acostumbrado a cabra, a vaca, a tocino, a cecina, a nabos y a cebollas; y, si acaso le dan otros manjares de palacio, los recibe con melindre, y algunas veces con asco. Lo que el maestresala puede hacer es traerme estas que llaman ollas podridas, que mientras más podridas son, mejor huelen, (N) y en ellas puede embaular y encerrar todo lo que él quisiere, como sea de comer, que yo se lo agradeceré y se lo pagaré algún día; y no se burle nadie conmigo, porque o somos o no somos: vivamos todos y comamos en buena paz compaña, pues, cuando Dios amanece, para todos amanece. Yo gobernaré esta ínsula sin perdonar derecho ni llevar cohecho, (N) y todo el mundo traiga el ojo alerta y mire por el virote, (N) porque les hago saber que el diablo está en Cantillana, (N) y que, si me dan ocasión, han de ver maravillas. No, sino haceos miel, y comeros han moscas.

      -Por cierto, señor gobernador -dijo el maestresala - , que vuesa merced tiene mucha razón en cuanto ha dicho, y que yo ofrezco en nombre de todos los insulanos desta ínsula que han de servir a vuestra merced con toda puntualidad, amor y benevolencia, porque el suave modo de gobernar que en estos principios vuesa merced ha dado (N) no les da lugar de hacer ni de pensar cosa que en deservicio de vuesa merced redunde.

      -Yo lo creo -respondió Sancho-, y serían ellos unos necios si otra cosa hiciesen o pensasen. Y vuelvo a decir que se tenga cuenta con mi sustento y con el de mi rucio, (N) que es lo que en este negocio importa y hace más al caso; y, en siendo hora, vamos a rondar, que es mi intención limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia y de gente vagamunda, holgazanes, y mal entretenida; porque quiero que sepáis, amigos, que la gente baldía y perezosa es en la república lo mesmo que los zánganos en las colmenas, (N) que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen. Pienso favorecer a los labradores, guardar sus preeminencias a los hidalgos, premiar los virtuosos y, sobre todo, tener respeto a la religión y a la honra de los religiosos. ¿ Qué os parece desto, amigos? ¿ Digo algo, o quiébrome la cabeza.

      -Dice tanto vuesa merced, señor gobernador -dijo el mayordomo-, que estoy admirado de ver que un hombre tan sin letras como vuesa merced, que, a lo que creo, no tiene ninguna, diga tales y tantas cosas llenas de sentencias y de avisos, tan fuera de todo aquello que del ingenio de vuesa merced esperaban los que nos enviaron y los que aquí venimos. (N) Cada día se veen cosas nuevas en el mundo: las burlas se vuelven en veras y los burladores se hallan burlados.

      Llegó la noche, y cenó el gobernador, con licencia del señor doctor Recio. (N) Aderezáronse de ronda; salió con el mayordomo, secretario y maestresala, y el coronista que tenía cuidado de poner en memoria sus hechos, y alguaciles y escribanos, tantos que podían formar un mediano escuadrón. (N) Iba Sancho en medio, con su vara, que no había más que ver, y pocas calles andadas del lugar, sintieron ruido de cuchilladas; acudieron allá, y hallaron que eran dos solos hombres los que reñían, los cuales, viendo venir a la justicia, se estuvieron quedos; y el uno dellos dijo.

      -¡ Aquí de Dios y del rey ! ¿ Cómo y que se ha de sufrir que roben en poblado en este pueblo, (N) y que salga a saltear en él en la mitad de las calles.

      -Sosegaos, hombre de bien -dijo Sancho-, y contadme qué es la causa desta pendencia, que yo soy el gobernador.

      El otro contrario dijo.

      -Señor gobernador, yo la diré con toda brevedad. Vuestra merced sabrá que este gentilhombre acaba de ganar ahora en esta casa de juego que está aquí frontero (N) más de mil reales, y sabe Dios cómo; y, hallándome yo presente, juzgué más de una suerte dudosa en su favor, contra todo aquello que me dictaba la conciencia; alzóse con la ganancia, y, cuando esperaba que me había de dar algún escudo, por lo menos, de barato, como es uso y costumbre darle (N) a los hombres principales como yo, que estamos asistentes para bien y mal pasar, y para apoyar sinrazones y evitar pendencias, él embolsó su dinero y se salió de la casa. Yo vine despechado tras él, y con buenas y corteses palabras le he pedido que me diese siquiera ocho reales, pues sabe que yo soy hombre honrado y que no tengo oficio ni beneficio, porque mis padres no me le enseñaron ni me le dejaron, y el socarrón, que no es más ladrón que Caco, ni más fullero que Andradilla, (N) no quería darme más de cuatro reales; ¡ porque vea vuestra merced, señor gobernador, qué poca vergÜenza y qué poca conciencia ! Pero a fee que, si vuesa merced no llegara, que yo le hiciera vomitar la ganancia, y que había de saber con cuántas entraba la romana.

      -¿ Qué decís vos a esto? -preguntó Sancho.

      Y el otro respondió que era verdad cuanto su contrario decía, y no había querido darle más de cuatro reales porque se los daba muchas veces; y los que esperan barato han de ser comedidos (N) y tomar con rostro alegre lo que les dieren, sin ponerse en cuentas con los gananciosos, si ya no supiesen de cierto que son fulleros y que lo que ganan es mal ganado; y que, para señal que él era hombre de bien y no ladrón, como decía, ninguna había mayor que el no haberle querido dar nada; que siempre los fulleros son tributarios de los mirones que los conocen.

      -Así es -dijo el mayordomo-. Vea vuestra merced, señor gobernador, qué es lo que se ha de hacer destos hombres.

      -Lo que se ha de hacer es esto -respondió Sancho - : vos, ganancioso, bueno, o malo, o indiferente, dad luego a este vuestro acuchillador cien reales, y más, habéis de desembolsar treinta para los pobres de la cárcel; y vos, que no tenéis oficio ni beneficio y andáis de nones en esta ínsula, tomad luego esos cien reales, y mañana en todo el día salid desta ínsula desterrado por diez años, so pena, si lo quebrantáredes, los cumpláis en la otra vida, colgándoos yo de una picota, (N) o, a lo menos, el verdugo por mi mandado; y ninguno me replique, que le asentaré la mano.

      Desembolsó el uno, recibió el otro, éste se salió de la ínsula, y aquél se fue a su casa, y el gobernador quedó diciendo.

      -Ahora, yo podré poco, o quitaré estas casas de juego, (N) que a mí se me trasluce que son muy perjudiciales. (N)

      -Ésta, a lo menos -dijo un escribano-, no la podrá vuesa merced quitar, porque la tiene un gran personaje, y más es sin comparación lo que él pierde al año que lo que saca de los naipes. Contra otros garitos de menor cantía podrá vuestra merced mostrar su poder, que son los que más daño hacen y más insolencias encubren; que en las casas de los caballeros principales y de los señores no se atreven los famosos fulleros (N) a usar de sus tretas; (N) y, pues el vicio del juego se ha vuelto en ejercicio común, mejor es que se juegue en casas principales (N) que no en la de algún oficial, (N) donde cogen a un desdichado de media noche abajo y le desuellan vivo.

      -Agora, escribano -dijo Sancho-, yo sé que hay mucho que decir en eso.

      Y, en esto, llegó un corchete que traía asido a un mozo, y dijo.

      -Señor gobernador, este mancebo venía hacia nosotros, y, así como columbró la justicia, volvió las espaldas y comenzó a correr como un gamo, señal que debe de ser algún delincuente. Yo partí tras él, y, si no fuera porque tropezó y cayó, no le alcanzara jamás.

      -¿ Por qué huías, hombre? -preguntó Sancho.

      A lo que el mozo respondió.

      -Señor, por escusar de responder a las muchas preguntas que las justicias hacen.

      -¿ Qué oficio tienes.

      -Tejedor.

      -¿ Y qué tejes.

      -Hierros de lanzas, con licencia buena de vuestra merced.

      -¿ Graciosico me sois? ¿ De chocarrero os picáis? ¡ Está bien ! Y ¿ adónde íbades ahora.

      -Señor, a tomar el aire.

      -Y ¿ adónde se toma el aire en esta ínsula.

      -Adonde sopla. (N)

      -¡ Bueno: respondéis muy a propósito ! Discreto sois, mancebo; pero haced cuenta que yo soy el aire, y que os soplo en popa, y os encamino a la cárcel. ¡ Asilde, hola, y llevadle, que yo haré que duerma allí sin aire esta noche.

      -¡ Par Dios -dijo el mozo-, así me haga vuestra merced dormir en la cárcel como hacerme rey.

      -Pues, ¿ por qué no te haré yo dormir en la cárcel? - respondió Sancho - . ¿ No tengo yo poder para prenderte y soltarte cada y cuando que quisiere.

      -Por más poder que vuestra merced tenga -dijo el mozo-, no será bastante para hacerme dormir en la cárcel.

      -¿ Cómo que no? -replicó Sancho-. Llevalde luego donde verá por sus ojos el desengaño, aunque más el alcaide quiera usar con él de su interesal liberalidad; (N) que yo le pondré pena de dos mil ducados si te deja salir un paso de la cárcel.

      -Todo eso es cosa de risa -respondió el mozo-. El caso es que no me harán dormir en la cárcel cuantos hoy viven.

      -Dime, demonio -dijo Sancho-, ¿ tienes algún ángel que te saque y que te quite los grillos (N) que te pienso mandar echar.

      -Ahora, señor gobernador -respondió el mozo con muy buen donaire-, estemos a razón y vengamos al punto. Prosuponga vuestra merced que me manda llevar a la cárcel, y que en ella me echan grillos y cadenas, y que me meten en un calabozo, y se le ponen al alcaide graves penas si me deja salir, y que él lo cumple como se le manda; con todo esto, si yo no quiero dormir, y estarme despierto toda la noche, sin pegar pestaña, ¿ será vuestra merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero.

      -No, por cierto -dijo el secretario-, y el hombre ha salido con su intención.

      -De modo -dijo Sancho- que no dejaréis de dormir por otra cosa que por vuestra voluntad, y no por contravenir a la mía.

      -No, señor -dijo el mozo-, ni por pienso.

      -Pues andad con Dios -dijo Sancho-; idos a dormir a vuestra casa, y Dios os dé buen sueño, que yo no quiero quitárosle; pero aconséjoos que de aquí adelante no os burléis con la justicia, porque toparéis con alguna que os dé con la burla en los cascos.

      Fuese el mozo, y el gobernador prosiguió con su ronda, y de allí a poco vinieron dos corchetes que traían a un hombre asido, y dijeron:

      -Señor gobernador, este que parece hombre no lo es, sino mujer, y no fea, que viene vestida en hábito de hombre.

      Llegáronle a los ojos dos o tres lanternas, a cuyas luces descubrieron un rostro de una mujer, al parecer, de diez y seis o pocos más años, recogidos los cabellos con una redecilla de oro y seda verde, hermosa como mil perlas. Miráronla de arriba abajo, y vieron que venía con unas medias de seda encarnada, con ligas de tafetán blanco y rapacejos de oro y aljófar; los greguescos eran verdes, de tela de oro, y una saltaembarca (N) o ropilla de lo mesmo, suelta, debajo de la cual traía un jubón de tela finísima de oro (N) y blanco, y los zapatos eran blancos y de hombre. No traía espada ceñida, sino una riquísima daga, y en los dedos, muchos y muy buenos anillos. Finalmente, la moza parecía bien a todos, (N) y ninguno la conoció de cuantos la vieron, y los naturales del lugar dijeron que no podían pensar quién fuese, y los consabidores de las burlas que se habían de hacer a Sancho fueron los que más se admiraron, porque aquel suceso y hallazgo no venía ordenado por ellos; y así, estaban dudosos, esperando en qué pararía el caso.

      Sancho quedó pasmado de la hermosura de la moza, y preguntóle quién era, adónde iba y qué ocasión le había movido para vestirse en aquel hábito. Ella, puestos los ojos en tierra con honestísima vergÜenza, respondió.

      -No puedo, señor, decir tan en público lo que tanto me importaba fuera secreto; una cosa quiero que se entienda: que no soy ladrón ni persona facinorosa, sino una doncella desdichada a quien la fuerza de unos celos ha hecho romper el decoro que a la honestidad se debe.

      Oyendo esto el mayordomo, dijo a Sancho.

      -Haga, señor gobernador, apartar la gente, porque esta señora con menos empacho pueda decir lo que quisiere.

      Mandólo así el gobernador; apartáronse todos, si no fueron el mayordomo, maestresala y el secretario. (N) Viéndose, pues, solos, la doncella prosiguió diciendo.

      -« Yo, señores, soy hija de Pedro Pérez Mazorca, (N) arrendador de las lanas deste lugar, el cual suele muchas veces ir en casa de mi padre.

      -Eso no lleva camino -dijo el mayordomo-, señora, porque yo conozco muy bien a Pedro Pérez y sé que no tiene hijo ninguno, ni varón ni hembra; y más, que decís que es vuestro padre, y luego añadís que suele ir muchas veces en casa de vuestro padre.

      -Ya yo había dado en ello -dijo Sancho.

      -Ahora, señores, yo estoy turbada, y no sé lo que me digo -respondió la doncella-; pero la verdad es que yo soy hija de Diego de la Llana, que todos vuesas mercedes deben de conocer.

      -Aún eso lleva camino -respondió el mayordomo-, que yo conozco a Diego de la Llana, y sé que es un hidalgo principal y rico, y que tiene un hijo y una hija, y que después que enviudó no ha habido nadie en todo este lugar que pueda decir que ha visto el rostro de su hija; que la tiene tan encerrada que no da lugar al sol que la vea; y, con todo esto, la fama dice que es en estremo hermosa.

      -Así es la verdad -respondió la doncella-, y esa hija soy yo; si la fama miente o no en mi hermosura ya os habréis, señores, desengañado, pues me habéis visto.

      Y, en esto, comenzó a llorar tiernamente; viendo lo cual el secretario, se llegó al oído del maestresala y le dijo muy paso.

      -Sin duda alguna que a esta pobre doncella le debe de haber sucedido algo de importancia, pues en tal traje, y a tales horas, y siendo tan principal, anda fuera de su casa.

      -No hay dudar en eso -respondió el maestresala-; y más, que esa sospecha la confirman sus lágrimas.

      Sancho la consoló con las mejores razones que él supo, y le pidió que sin temor alguno les dijese lo que le había sucedido; que todos procurarían remediarlo con muchas veras y por todas las vías posibles.

      -« Es el caso, señores -respondió ella-, que mi padre me ha tenido encerrada diez años ha, que son los mismos que a mi madre come la tierra. En casa dicen misa en un rico oratorio, y yo en todo este tiempo no he visto que el sol del cielo (N) de día, y la luna y las estrellas de noche, ni sé qué son calles, plazas, ni templos, ni aun hombres, fuera de mi padre y de un hermano mío, y de Pedro Pérez el arrendador, que, por entrar de ordinario en mi casa, se me antojó decir que era mi padre, por no declarar el mío. Este encerramiento y este negarme el salir de casa, siquiera a la iglesia, ha muchos días y meses que me trae muy desconsolada; quisiera yo ver el mundo, o, a lo menos, el pueblo donde nací, pareciéndome que este deseo no iba contra el buen decoro que las doncellas principales deben guardar a sí mesmas. Cuando oía decir que corrían toros y jugaban cañas, y se representaban comedias, (N) preguntaba a mi hermano, que es un año menor que yo, que me dijese qué cosas eran aquéllas (N) y otras muchas que yo no he visto; él me lo declaraba por los mejores modos que sabía, pero todo era encenderme más el deseo de verlo. Finalmente, por abreviar el cuento de mi perdición, digo que yo rogué y pedí a mi hermano, que nunca tal pidiera ni tal rogara...»

      Y tornó a renovar el llanto. El mayordomo le dijo.

      -Prosiga vuestra merced, señora, y acabe de decirnos lo que le ha sucedido, que nos tienen a todos suspensos sus palabras y sus lágrimas.

      -Pocas me quedan por decir -respondió la doncella - , aunque muchas lágrimas sí que llorar, porque los mal colocados deseos no pueden traer consigo otros descuentos que los semejantes.

      Habíase sentado en el alma del maestresala la belleza de la doncella, y llegó otra vez su lanterna para verla de nuevo; y parecióle que no eran lágrimas las que lloraba, sino aljófar o rocío de los prados, y aun las subía de punto y las llegaba a perlas orientales, y estaba deseando que su desgracia no fuese tanta como daban a entender los indicios de su llanto y de sus suspiros. Desesperábase el gobernador de la tardanza que tenía la moza en dilatar su historia, (N) y díjole que acabase de tenerlos más suspensos, (N) que era tarde y faltaba mucho que andar del pueblo. Ella, entre interrotos (N) sollozos y mal formados suspiros, dijo.

      -« No es otra mi desgracia, ni mi infortunio es otro sino que yo rogué a mi hermano que me vistiese en hábitos de hombre con uno de sus vestidos y que me sacase una noche a ver todo el pueblo, cuando nuestro padre durmiese; él, importunado de mis ruegos, condecendió con mi deseo, y, poniéndome este vestido y él vestiéndose de otro mío, (N) que le está como nacido, porque él no tiene pelo de barba y no parece sino una doncella hermosísima, esta noche, debe de haber una hora, poco más o menos, nos salimos de casa; y, guiados de nuestro mozo y desbaratado discurso, (N) hemos rodeado todo el pueblo, y cuando queríamos volver a casa, vimos venir un gran tropel de gente, y mi hermano me dijo: ′′Hermana, ésta debe de ser la ronda: aligera los pies y pon alas en ellos, y vente tras mí corriendo, porque no nos conozcan, que nos será mal contado′′. (N) Y, diciendo esto, volvió las espaldas y comenzó, no digo a correr, sino a volar; yo, a menos de seis pasos, caí, con el sobresalto, y entonces llegó el ministro de la justicia que me trujo ante vuestras mercedes, (N) adonde, por mala y antojadiza, me veo avergonzada ante tanta gente.

      -¿ En efecto, señora -dijo Sancho-, no os ha sucedido otro desmán alguno, ni celos, como vos al principio de vuestro cuento dijistes, no os sacaron de vuestra casa.

      -No me ha sucedido nada, ni me sacaron celos, sino sólo el deseo de ver mundo, que no se estendía a más que a ver las calles de este lugar.

      Y acabó de confirmar ser verdad lo que la doncella decía llegar los corchetes con su hermano preso, a quien alcanzó uno dellos cuando se huyó de su hermana. No traía sino un faldellín rico y una mantellina de damasco azul con pasamanos de oro fino, la cabeza sin toca ni con otra cosa adornada que con sus mesmos cabellos, que eran sortijas de oro, según eran rubios y enrizados. Apartáronse con el gobernador, mayordomo y maestresala, (N) y, sin que lo oyese su hermana, le preguntaron cómo venía en aquel traje, y él, con no menos vergÜenza y empacho, contó lo mesmo que su hermana había contado, de que recibió gran gusto el enamorado maestresala. Pero el gobernador les dijo:

      -Por cierto, señores, que ésta ha sido una gran rapacería, (N) y para contar esta necedad y atrevimiento no eran menester tantas largas, ni tantas lágrimas y suspiros; que con decir: ′′Somos fulano y fulana, que nos salimos a espaciar de casa de nuestros padres con esta invención, sólo por curiosidad, sin otro designio alguno′′, se acabara el cuento, y no gemidicos, y lloramicos, (N) y darle. (N)

      -Así es la verdad -respondió la doncella-, pero sepan vuesas mercedes que la turbación que he tenido ha sido tanta, que no me ha dejado guardar el término que debía.

      -No se ha perdido nada -respondió Sancho-. Vamos, y dejaremos a vuesas mercedes en casa de su padre; quizá no los habrá echado menos. Y, de aquí adelante, no se muestren tan niños, ni tan deseosos de ver mundo, que la doncella honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la mujer y la gallina, por andar se pierden aína; y la que es deseosa de ver, también tiene deseo de ser vista. No digo más. (N)

      El mancebo agradeció al gobernador la merced que quería hacerles de volverlos a su casa, y así, se encaminaron hacia ella, que no estaba muy lejos de allí. Llegaron, pues, y, tirando el hermano una china a una reja, al momento bajó una criada, que los estaba esperando, y les abrió la puerta, y ellos se entraron, dejando a todos admirados, así de su gentileza y hermosura como del deseo que tenían de ver mundo, de noche y sin salir del lugar; (N) pero todo lo atribuyeron a su poca edad.

      Quedó el maestresala traspasado su corazó (N) n, y propuso de luego otro día pedírsela por mujer a su padre, teniendo por cierto que no se la negaría, por ser él criado del duque; y aun a Sancho le vinieron deseos y barruntos de casar al mozo con Sanchica, (N) su hija, y determinó de ponerlo en plática a su tiempo, dándose a entender que a una hija de un gobernador ningún marido se le podía negar.

      Con esto, se acabó la ronda de aquella noche, y de allí a dos días el gobierno, con que se destroncaron y borraron todos sus designios, como se verá adelante.







Parte II -- Capítulo L . Donde se declara quién fueron (N) los encantadores y verdugos que azotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quijote, con el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Sancha, (N) mujer de Sancho Panza.

      Dice Cide Hamete, puntualísimo escudriñador de los átomos desta verdadera historia, que al tiempo que doña Rodríguez salió de su aposento para ir a la estancia de don Quijote, otra dueña que con ella dormía lo sintió, y que, como todas las dueñas son amigas de saber, entender y oler, se fue tras ella, con tanto silencio, que la buena Rodríguez no lo echó de ver; y, así como la dueña la vio entrar en la estancia de don Quijote, porque no faltase en ella la general costumbre que todas las dueñas tienen de ser chismosas, (N) al momento lo fue a poner en pico a su señora la duquesa, de cómo doña Rodríguez quedaba (N) en el aposento de don Quijote.

      La duquesa se lo dijo al duque, y le pidió licencia para que ella y Altisidora viniesen a ver (N) lo que aquella dueña quería con don Quijote; el duque se la dio, y las dos, con gran tiento y sosiego, paso ante paso, (N) llegaron a ponerse junto a la puerta del aposento, y tan cerca, que oían todo lo que dentro hablaban; y, cuando oyó la duquesa que Rodríguez había echado en la calle el Aranjuez de sus fuentes, (N) no lo pudo sufrir, ni menos Altisidora; y así, llenas de cólera y deseosas de venganza, entraron de golpe en el aposento, y acrebillaron a don Quijote y vapularon a la dueña del modo que queda contado; porque las afrentas que van derechas contra la hermosura y presunción de las mujeres, despierta en ellas en gran manera la ira y enciende el deseo de vengarse.

      Contó la duquesa al duque lo que le había pasado, de lo que se holgó mucho, y la duquesa, prosiguiendo con su intención de burlarse y recibir pasatiempo con don Quijote, despachó al paje (N) que había hecho la figura de Dulcinea en el concierto de su desencanto -que tenía bien olvidado Sancho Panza con la ocupación de su gobierno- a Teresa Panza, su mujer, con la carta de su marido, y con otra suya, y con una gran sarta de corales ricos presentados. (N)

      Dice, pues, la historia, que el paje era muy discreto y agudo, y, con deseo de servir a sus señores, partió de muy buena gana al lugar de Sancho; y, antes de entrar en él, vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres, a quien preguntó si le sabrían decir si en aquel lugar (N) vivía una mujer llamada Teresa Panza, mujer de un cierto Sancho Panza, escudero de un caballero llamado don Quijote de la Mancha, a cuya pregunta se levantó en pie una mozuela que estaba lavando, y dijo.

      -Esa Teresa Panza es mi madre, y ese tal Sancho, mi señor padre, y el tal caballero, nuestro amo.

      -Pues venid, doncella -dijo el paje-, y mostradme a vuestra madre, porque le traigo una carta y un presente del tal vuestro padre.

      -Eso haré yo de muy buena gana, señor mío -respondió la moza, que mostraba ser de edad de catorce años, poco más a menos.

      Y, dejando la ropa que lavaba a otra compañera, sin tocarse ni calzarse, (N) que estaba en piernas y desgreñada, saltó delante de la cabalgadura del paje, y dijo:

      -Venga vuesa merced, que a la entrada del pueblo está nuestra casa, y mi madre en ella, con harta pena por no haber sabido muchos días ha de mi señor padre.

      -Pues yo se las llevo tan buenas -dijo el paje - que tiene que dar bien gracias a Dios por ellas.

      Finalmente, saltando, corriendo y brincando, llegó al pueblo la muchacha, y, antes de entrar en su casa, dijo a voces desde la puerta.

      -Salga, madre Teresa, salga, salga, que viene aquí un señor que trae cartas y otras cosas de mi buen padre.

      A cuyas voces salió Teresa Panza, su madre, hilando un copo de estopa, con una saya parda. Parecía, según era de corta, que se la habían cortado por vergonzoso lugar, con un corpezuelo (N) asimismo pardo y una camisa de pechos. (N) No era muy vieja, aunque mostraba pasar de los cuarenta, (N) pero fuerte, tiesa, nervuda y avellanada; la cual, viendo a su hija, y al paje a caballo, le dijo.

      -¿ Qué es esto, niña? ¿ Qué señor es éste.

      -Es un servidor de mi señora doña Teresa Panza - respondió el paje.

      Y, diciendo y haciendo, se arrojó del caballo y se fue con mucha humildad a poner de hinojos ante la señora Teresa, diciendo:

      -Déme vuestra merced sus manos, mi señora doña Teresa, bien así como mujer legítima y particular (N) del señor don Sancho Panza, gobernador propio de la ínsula Barataria.

      -¡ Ay, señor mío, quítese de ahí; no haga eso - respondió Teresa-, que yo no soy nada palaciega, sino una pobre labradora, hija de un estripaterrones (N) y mujer de un escudero andante, y no de gobernador alguno.

      -Vuesa merced -respondió el paje- es mujer dignísima de un gobernador archidignísimo; (N) y, para prueba desta verdad, reciba vuesa merced esta carta y este presente.

      Y sacó al instante de la faldriquera una sarta de corales con estremos de oro, y se la echó al cuello y dijo.

      -Esta carta es del señor gobernador, y otra que traigo y estos corales son de mi señora la duquesa, que a vuestra merced me envía.

      Quedó pasmada Teresa, y su hija ni más ni menos, y la muchacha dijo.

      -Que me maten si no anda por aquí nuestro señor amo don Quijote, que debe de haber dado a padre el gobierno o condado que tantas veces le había prometido.

      -Así es la verdad -respondió el paje-: que, por respeto del señor don Quijote, es ahora el señor Sancho gobernador de la ínsula Barataria, como se verá por esta carta.

      -Léamela vuesa merced, señor gentilhombre -dijo Teresa-, porque, aunque yo sé hilar, no sé leer migaja.

      -Ni yo tampoco -añadió Sanchica-; pero espérenme aquí, que yo iré a llamar quien la lea, ora sea el cura mesmo, o el bachiller Sansón Carrasco, (N) que vendrán de muy buena gana, por saber nuevas de mi padre.

      -No hay para qué se llame a nadie, que yo no sé hilar, pero sé leer, y la leeré.

      Y así, se la leyó toda, que, por quedar ya referida, no se pone aquí; y luego sacó otra de la duquesa, que decía desta manera.

      Amiga Teresa.

      Las buenas partes de la bondad y del ingenio de vuestro marido Sancho me movieron y obligaron a pedir a mi marido el duque le diese un gobierno de una ínsula, de muchas que tiene. Tengo noticia que gobierna como un girifalte, (N) de lo que yo estoy muy contenta, y el duque mi señor, por el consiguiente; (N) por lo que doy muchas gracias al cielo de no haberme engañado en haberle escogido para el tal gobierno; porque quiero que sepa la señora Teresa que con dificultad se halla un buen gobernador en el mundo, y tal me haga a mí Dios como Sancho gobierna.

      Ahí le envío, querida mía, una sarta de corales con estremos de oro; yo me holgara que fuera de perlas orientales, pero quien te da el hueso, no te querría ver muerta: (N) tiempo vendrá en que nos conozcamos y nos comuniquemos, y Dios sabe lo que será. Encomiéndeme a Sanchica, su hija, y dígale de mi parte que se apareje, que la tengo de casar altamente cuando menos lo piense.

      Dícenme que en ese lugar hay bellotas gordas: (N) envíeme hasta dos docenas, que las estimaré en mucho, por ser de su mano, y escríbame largo, avisándome de su salud y de su bienestar; y si hubiere menester alguna cosa, no tiene que hacer más que boquear: que su boca será medida, y Dios me la guarde. Deste lugar.

      Su amiga, que bien la quiere.
La Duquesa.

      -¡ Ay -dijo Teresa en oyendo la carta-, y qué buena y qué llana y qué humilde señora ! Con estas tales señoras me entierren (N) a mí, y no las hidalgas que en este pueblo se usan, que piensan que por ser hidalgas no las ha de tocar el viento, y van a la iglesia con tanta fantasía como si fuesen las mesmas reinas, (N) que no parece sino que tienen a deshonra el mirar a una labradora; y veis aquí donde esta buena señora, con ser duquesa, me llama amiga, y me trata como si fuera su igual, que igual la vea yo con el más alto campanario (N) que hay en la Mancha. Y, en lo que toca a las bellotas, señor mío, yo le enviaré a su señoría un celemín, que por gordas las pueden venir a ver a la mira y a la maravilla. Y por ahora, Sanchica, atiende a que se regale este señor: pon en orden este caballo, y saca de la caballeriza gÜevos, y corta tocino adunia, (N) y démosle de comer como a un príncipe, que las buenas nuevas que nos ha traído y la buena cara que él tiene lo merece (N) todo; y, en tanto, saldré yo a dar a mis vecinas las nuevas de nuestro contento, y al padre cura y a maese Nicolás el barbero, que tan amigos son y han sido de tu padre.

      -Sí haré, madre -respondió Sanchica-; pero mire que me ha de dar la mitad desa sarta; que no tengo yo por tan boba a mi señora la duquesa, que se la había de enviar a ella toda.

      -Todo es para ti, hija -respondió Teresa-, pero déjamela traer algunos días al cuello, que verdaderamente parece que me alegra el corazón.

      -También se alegrarán -dijo el paje- cuando vean el lío que viene en este portamanteo, (N) que es un vestido de paño finísimo que el gobernador sólo un día llevó a caza, el cual todo le envía para la señora Sanchica.

      -Que me viva él mil años -respondió Sanchica-, (N) y el que lo trae, ni más ni menos, y aun dos mil, si fuere necesidad.

      Salióse en esto Teresa (N) fuera de casa, con las cartas, y con la sarta al cuello, y iba tañendo en las cartas como si fuera en un pandero; y, encontrándose acaso con el cura y Sansón Carrasco, comenzó a bailar y a decir.

      -¡ A fee que agora que no hay pariente pobre ! ¡ Gobiernito tenemos ! ¡ No, sino tómese conmigo la más pintada hidalga, que yo la pondré como nueva.

      -¿ Qué es esto, Teresa Panza? ¿ Qué locuras son éstas, y qué papeles son ésos.

      -No es otra la locura sino que éstas son cartas de duquesas y de gobernadores, y estos que traigo al cuello son corales finos; las avemarías y los padres nuestros (N) son de oro de martillo, y yo soy gobernadora.

      -De Dios en ayuso, no os entendemos, (N) Teresa, ni sabemos lo que os decís.

      -Ahí lo podrán ver ellos -respondió Teresa.

      Y dioles las cartas. Leyólas el cura de modo que las oyó Sansón Carrasco, y Sansón y el cura se miraron el uno al otro, como admirados de lo que habían leído; y preguntó el bachiller quién había traído aquellas cartas. Respondió Teresa que se viniesen con ella a su casa y verían el mensajero, que era un mancebo como un pino de oro, (N) y que le traía otro presente que valía más de tanto. (N) Quitóle el cura los corales del cuello, y mirólos y remirólos, y, certificándose que eran finos, (N) tornó a admirarse de nuevo, y dijo.

      -Por el hábito que tengo, que no sé qué me diga ni qué me piense de estas cartas y destos presentes: por una parte, veo y toco la fineza de estos corales, y por otra, leo que una duquesa envía a pedir dos docenas de bellotas.

      -¡ Aderézame esas medidas ! -dijo entonces Carrasco - . Agora bien, vamos a ver al portador deste pliego, que dél nos informaremos de las dificultades que se nos ofrecen.

      Hiciéronlo así,y volvióse Teresa con ellos. Hallaron al paje cribando un poco de cebada (N) para su cabalgadura, y a Sanchica cortando un torrezno para empedrarle con gÜevos (N) y dar de comer al paje, cuya presencia y buen adorno contentó mucho a los dos; (N) y, después de haberle saludado cortésmente, y él a ellos, le preguntó Sansón les dijese nuevas así de don Quijote como de Sancho Panza; que, puesto que habían leído las cartas de Sancho y de la señora duquesa, todavía estaban confusos y no acababan de atinar qué sería aquello del gobierno de Sancho, y más de una ínsula, siendo todas o las más que hay en el mar Mediterráneo de Su Majestad. A lo que el paje respondió.

      -De que el señor Sancho Panza sea gobernador, no hay que dudar en ello; (N) de que sea ínsula o no la que gobierna, en eso no me entremeto, pero basta que sea un lugar de más de mil vecinos; y, en cuanto a lo de las bellotas, digo que mi señora la duquesa es tan llana y tan humilde, que no - decía él- enviar a pedir bellotas a una labradora, pero que le acontecía enviar a pedir un peine prestado a una vecina (N) suya. Porque quiero que sepan vuestras mercedes que las señoras de Aragón, aunque son tan principales, no son tan puntuosas y levantadas como las señoras castellanas; con más llaneza tratan con las gentes.

      Estando en la mitad destas pláticas, saltó Sanchica (N) con un halda de gÜevos, y preguntó al paje.

      -Dígame, señor: ¿ mi señor padre trae por ventura calzas atacadas (N) después que es gobernador.

      -No he mirado en ello -respondió el paje-, pero sí debe de traer.

      -¡ Ay Dios mío -replicó Sanchica-, y que será de ver a mi padre con pedorreras ! ¿ No es bueno sino que desde que nací tengo deseo de ver a mi padre con calzas atacadas?

      -Como con esas cosas le verá vuestra merced si vive - respondió el paje - . Par Dios, términos lleva de caminar con papahígo, (N) con solos dos meses que le dure el gobierno.

      Bien echaron de ver el cura y el bachiller que el paje hablaba socarronamente, pero la fineza de los corales y el vestido de caza que Sancho enviaba lo deshacía todo; que ya Teresa les había mostrado el vestido. Y no dejaron de reírse del deseo de Sanchica, y más cuando Teresa dijo.

      -Señor cura, eche cata por ahí si hay alguien que vaya a Madrid, o a Toledo, para que me compre un verdugado (N) redondo, hecho y derecho, y sea al uso y de los mejores que hubiere; que en verdad en verdad que tengo de honrar el gobierno de mi marido en cuanto yo pudiere, y aun que si me enojo, me tengo de ir a esa corte, (N) y echar un coche, como todas; que la que tiene marido gobernador muy bien le puede traer y sustentar.

      -Y ¡ cómo, madre ! -dijo Sanchica-. Pluguiese a Dios que fuese antes hoy que mañana, aunque dijesen los que me viesen ir sentada con mi señora madre en aquel coche: ′′¡ Mirad la tal por cual, hija del harto de ajos, y cómo va sentada y tendida en el coche, como si fuera una papesa !′′ Pero pisen ellos los lodos, y ándeme yo en mi coche, levantados los pies del suelo. ¡ Mal año y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo, y ándeme yo caliente, y ríase la gente (N) ! ¿ Digo bien, madre mía.

      -Y ¡ cómo que dices bien, hija ! -respondió Teresa - . Y todas estas venturas, y aun mayores, me las tiene profetizadas mi buen Sancho, y verás tú, hija, cómo no para hasta hacerme condesa: (N) que todo es comenzar a ser venturosas; y, como yo he oído decir muchas veces a tu buen padre, que así como lo es tuyo lo es de los refranes, cuando te dieren la vaquilla, corre con soguilla: cuando te dieren un gobierno, cógele; cuando te dieren un condado, agárrale, y cuando te hicieren tus, tus, con alguna buena dádiva, envásala. ¡ No, sino dormíos, y no respondáis a las venturas y buenas dichas que están llamando a la puerta de vuestra casa.

      -Y ¿ qué se me da a mí -añadió Sanchica- que diga el que quisiere cuando me vea entonada y fantasiosa: (N) "Viose el perro en bragas de cerro. .", y lo demás?. (N)

      Oyendo lo cual el cura, dijo.

      -Yo no puedo creer sino que todos los deste linaje de los Panzas nacieron cada uno con un costal de refranes en el cuerpo: ninguno dellos he visto que no los derrame a todas horas y en todas las pláticas que tienen.

      -Así es la verdad -dijo el paje-, que el señor gobernador Sancho a cada paso los dice, y, aunque muchos no vienen a propósito, todavía dan gusto, y mi señora la duquesa y el duque los celebran mucho.

      -¿ Que todavía se afirma vuestra merced, señor mío - dijo el bachiller - , ser verdad esto del gobierno de Sancho, y de que hay duquesa en el mundo (N) que le envíe presentes y le escriba? Porque nosotros, aunque tocamos los presentes y hemos leído las cartas, no lo creemos, y pensamos que ésta es una de las cosas de don Quijote, nuestro compatrioto, que todas piensa que son hechas por encantamento; (N) y así, estoy por decir que quiero tocar y palpar a vuestra merced, por ver si es embajador fantástico o hombre de carne y hueso.

      -Señores, yo no sé más de mí -respondió el paje - sino que soy embajador verdadero, y que el señor Sancho Panza es gobernador efectivo, y que mis señores duque y duquesa pueden dar, y han dado, el tal gobierno; y que he oído decir que en él se porta valentísimamente el tal Sancho Panza; si en esto hay encantamento o no, vuestras mercedes lo disputen allá entre ellos, que yo no sé otra cosa, para el juramento que hago, que es por vida de mis padres, que los tengo vivos y los amo y los quiero mucho. (N)

      -Bien podrá ello ser así -replicó el bachiller-, pero dubitat Augustinus. (N)

      -Dude quien dudare -respondió el paje-, la verdad es la que he dicho, y esta que ha de andar siempre sobre la mentira,como el aceite sobre el agua; y si no, operibus credite, et non verbis: (N) véngase alguno de vuesas mercedes conmigo, y verán con los ojos lo que no creen por los oídos. (N)

      -Esa ida a mí toca -dijo Sanchica-: lléveme vuestra merced, señor, a las ancas de su rocín, que yo iré de muy buena gana a ver a mi señor padre.

      -Las hijas de los gobernadores (N) no han de ir solas por los caminos, sino acompañadas de carrozas y literas y de gran número de sirvientes. (N)

      -Par Dios -respondió Sancha-, tan bién me vaya yo sobre una pollina como sobre un coche. (N) ¡ Hallado la habéis la melindrosa. (N)

      -Calla, mochacha -dijo Teresa-, que no sabes lo que te dices, y este señor está en lo cierto: que tal el tiempo, tal el tiento; cuando Sancho, Sancha, y cuando gobernador, señora, y no sé si diga algo.

      -Más dice la señora Teresa de lo que piensa -dijo el paje-; y denme de comer y despáchenme luego, porque pienso volverme esta tarde.

      A lo que dijo el cura.

      -Vuestra merced se vendrá a hacer penitencia conmigo, que la señora Teresa más tiene voluntad que alhajas para servir a tan buen huésped.

      Rehusólo el paje; pero, en efecto, lo hubo de conceder por su mejora, y el cura le llevó consigo de buena gana, por tener lugar de preguntarle de espacio por don Quijote y sus hazañas.

      El bachiller se ofreció de escribir las cartas a Teresa de la respuesta, pero ella no quiso que el bachiller se metiese en sus cosas, que le tenía por algo burlón; y así, dio un bollo y dos huevos a un monacillo que sabía escribir, el cual le escribió dos cartas, una para su marido y otra para la duquesa, notadas de su mismo caletre, que no son las peores que en esta grande historia se ponen, como se verá adelante.







Parte II -- Capítulo LI . Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos.

      Amaneció el día que se siguió a la noche de la ronda del gobernador, la cual el maestresala pasó sin dormir, ocupado el pensamiento en el rostro, brío y belleza de la disfrazada doncella; y el mayordomo ocupó lo que della faltaba en escribir a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía, (N) tan admirado de sus hechos como de sus dichos: porque andaban mezcladas sus palabras y sus acciones, con asomos discretos y tontos. (N)

      Levantóse, en fin, el señor gobernador, y, por orden del doctor Pedro Recio, le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría, cosa que la trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas; pero, viendo que aquello era más fuerza que voluntad, pasó por ello, con harto dolor de su alma y fatiga de su estómago, haciéndole creer Pedro Recio que los manjares pocos y delicados avivaban el ingenio, que era lo que más convenía a las personas constituidas en mandos y en oficios graves, donde se han de aprovechar no tanto de las fuerzas corporales como de las del entendimiento.

      Con esta sofistería padecía hambre Sancho, y tal, que en su secreto maldecía el gobierno y aun a quien se le había dado; pero, con su hambre y con su conserva, se puso a juzgar aquel día, y lo primero que se le ofreció fue una pregunta que un forastero le hizo, estando presentes a todo el mayordomo y los demás acólitos, que fue.

      -Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío (N) (y esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso). Digo, pues, que sobre este río estaba una puente, (N) y al cabo della, una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley (N) que puso el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta forma: "Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar; y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna". Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad, y los jueces los dejaban pasar (N) libremente. Sucedió, pues, que, tomando juramento a un hombre, (N) juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir (N) en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento y dijeron: ′′Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y, conforme a la ley, debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre′′. (N) Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán los jueces del tal hombre; que aun hasta agora están dudosos y suspensos. Y, habiendo tenido noticia del agudo y elevado entendimiento de vuestra merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuestra merced de su parte diese su parecer en tan intricado y dudoso caso.

      A lo que respondió Sancho.

      -Por cierto que esos señores jueces que a mí os envían lo pudieran haber escusado, porque yo soy un hombre que tengo más de mostrenco que de agudo; pero, con todo eso, repetidme otra vez el negocio de modo que yo le entienda: quizá podría ser que diese en el hito. (N)

      Volvió otra y otra vez el preguntante (N) a referir lo que primero había dicho, y Sancho dijo:

      -A mi parecer, este negocio en dos paletas le declararé yo, (N) y es así: el tal hombre jura que va a morir en la horca, y si muere en ella, juró verdad, y por la ley puesta merece ser libre y que pase la puente; y si no le ahorcan, juró mentira, y por la misma ley merece que le ahorquen.

      -Así es como el señor gobernador dice -dijo el mensajero-; y cuanto a la entereza y entendimiento del caso, (N) no hay más que pedir ni que dudar.

      -Digo yo, pues, agora -replicó Sancho- que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la ahorquen, y desta manera se cumplirá al pie de la letra la condición del pasaje.

      -Pues, señor gobernador -replicó el preguntador-, será necesario que el tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide, y es de necesidad espresa que se cumpla con ella.

      -Venid acá, señor buen hombre -respondió Sancho-; este pasajero que decís, o yo soy un porro, o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y, siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están en un fil (N) las razones de condenarle o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal, y esto lo diera firmado de mi nombre, si supiera firmar; (N) y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador (N) desta ínsula: que fue que, cuando la justicia estuviese en duda, me decantase y acogiese a la misericordia; (N) y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde.

      Así es -respondió el mayordomo-, y tengo para mí que el mismo Licurgo, que dio leyes a los lacedemonios, no pudiera dar mejor sentencia (N) que la que el gran Panza ha dado. Y acábese con esto la audiencia desta mañana, y yo daré orden como el señor gobernador coma muy a su gusto.

      -Eso pido, y barras derechas (N) -dijo Sancho-: denme de comer, y lluevan casos y dudas sobre mí, que yo las despabilaré en el aire.

      Cumplió su palabra el mayordomo, pareciéndole ser cargo de conciencia matar de hambre a tan discreto gobernador; y más, que pensaba concluir con él aquella misma noche haciéndole la burla última que traía en comisión de hacerle. (N)

      Sucedió, pues, que, habiendo comido aquel día contra las reglas y aforismos del doctor Tirteafuera, al levantar de los manteles, entró un correo con una carta de don Quijote (N) para el gobernador. Mandó Sancho al secretario que la leyese para sí, y que si no viniese en ella alguna cosa digna de secreto, la leyese en voz alta. Hízolo así el secretario, y, repasándola primero, dijo.

      -Bien se puede leer en voz alta, que lo que el señor don Quijote escribe a vuestra merced merece estar estampado y escrito con letras de oro, y dice así.

      Carta de don Quijote de la Mancha a Sancho Panza, gobernador de la ínsula Baratari.

      Cuando esperaba oír nuevas de tus descuidos e impertinencias, Sancho amigo, las oí de tus discreciones, de que di por ello (N) gracias particulares al cielo, el cual del estiércol sabe levantar los pobres, (N) y de los tontos hacer discretos. Dícenme que gobiernas como si fueses hombre, y que eres hombre como si fueses bestia, según es la humildad con que te tratas; y quiero que adviertas, Sancho, que muchas veces conviene y es necesario, por la autoridad del oficio, ir contra la humildad del corazón; porque el buen adorno de la persona que está puesta en graves cargos ha de ser conforme a lo que ellos piden, y no a la medida de lo que su humilde condición le inclina. (N) Vístete bien, (N) que un palo compuesto no parece palo. No digo que traigas dijes ni galas, ni que siendo juez te vistas como soldado, sino que te adornes con el hábito que tu oficio requiere, con tal que sea limpio y bien compuesto.

      Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas, entre otras has de hacer dos cosas: la una, ser bien criado con todos, aunque esto ya otra vez te lo he dicho; (N) y la otra, procurar la abundancia de los mantenimientos; que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía.

      No hagas muchas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas, y, sobre todo, que se guarden y cumplan; que las pragmáticas que no se guardan, lo mismo es que si no lo fuesen; antes dan a entender que el príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas, no tuvo valor para hacer que se guardasen; y las leyes que atemorizan y no se ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas: (N) que al principio las espantó, y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella.

      Sé padre de las virtudes y padrastro de los vicios. No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos estremos, que en esto está el punto de la discreción. Visita las cárceles, las carnicerías y las plazas, (N) que la presencia del gobernador en lugares tales es de mucha importancia: consuela a los presos, que esperan la brevedad de su despacho; es coco a los carniceros, que por entonces igualan los pesos, y es espantajo a las placeras, por la misma razón. No te muestres, aunque por ventura lo seas -lo cual yo no creo-, codicioso, mujeriego ni glotón; porque, en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te darán batería, hasta derribarte en el profundo de la perdición.

      Mira y remira, pasa y repasa los consejos y documentos que te di por escrito antes que de aquí partieses a tu gobierno, y verás como hallas en ellos, si los guardas, una ayuda de costa que te sobrelleve los trabajos (N) y dificultades que a cada paso a los gobernadores se les ofrecen. Escribe a tus señores y muéstrateles agradecido, que la ingratitud es hija de la soberbia, (N) y uno de los mayores pecados que se sabe, y la persona que es agradecida a los que bien le han hecho, da indicio que también lo será a Dios, que tantos bienes le hizo y de contino le hace.

      La señora duquesa despachó un propio con tu vestido y otro presente a tu mujer Teresa Panza; por momentos esperamos respuesta.

      Yo he estado un poco mal dispuesto de un cierto gateamiento que me sucedió no muy a cuento de mis narices; pero no fue nada, que si hay encantadores que me maltraten, también los hay que me defiendan. (N)

      Avísame si el mayordomo que está contigo tuvo que ver en las acciones de la Trifaldi, como tú sospechaste, (N) y de todo lo que te sucediere me irás dando aviso, pues es tan corto el camino; cuanto más, que yo pienso dejar presto esta vida ociosa en que estoy, pues no nací para ella.

      Un negocio se me ha ofrecido, que creo que me ha de poner en desgracia destos señores; (N) pero, aunque se me da mucho, no se me da nada, pues, en fin en fin, tengo de cumplir antes con mi profesión que con su gusto, conforme a lo que suele decirse: amicus Plato, sed magis amica veritas. (N) Dígote este latín porque me doy a entender (N) que, después que eres gobernador, lo habrás aprendido. Y a Dios, el cual te guarde de que ninguno te tenga lástima.

      Tu amigo,

      Don Quijote de la Mancha.

      Oyó Sancho la carta con mucha atención, y fue celebrada y tenida por discreta de los que la oyeron; y luego Sancho se levantó de la mesa, y, llamando al secretario, se encerró con él en su estancia, y, sin dilatarlo más, quiso responder luego a su señor (N) don Quijote, y dijo al secretario que, sin añadir ni quitar cosa alguna, fuese escribiendo lo que él le dijese, y así lo hizo; y la carta de la respuesta fue del tenor siguiente.

      Carta de Sancho Panza a don Quijote de la Mancha.

      La ocupación de mis negocios (N) es tan grande que no tengo lugar para rascarme la cabeza, ni aun para cortarme las uñas; y así, las traigo tan crecidas (N) cual Dios lo remedie. Digo esto, señor mío de mi alma, porque vuesa merced no se espante si hasta agora no he dado aviso de mi bien o mal estar en este gobierno, en el cual tengo más hambre que cuando andábamos los dos por las selvas y por los despoblados.

      Escribióme el duque, mi señor, el otro día, dándome aviso que habían entrado en esta ínsula ciertas espías para matarme, y hasta agora yo no he descubierto otra que un cierto doctor (N) que está en este lugar asalariado para matar a cuantos gobernadores aquí vinieren: llámase el doctor Pedro Recio, y es natural de Tirteafuera: ¡ porque vea vuesa merced qué nombre para no temer que he de morir a sus manos (N) ! Este tal doctor dice él mismo de sí mismo que él no cura las enfermedades (N) cuando las hay, sino que las previene, para que no vengan; y las medecinas que usa son dieta y más dieta, hasta poner la persona en los huesos mondos, como si no fuese mayor mal la flaqueza que la calentura. Finalmente, él me va matando de hambre, y yo me voy muriendo de despecho, pues cuando pensé venir a este gobierno a comer caliente y a beber frío, y a recrear el cuerpo entre sábanas de holanda, sobre colchones de pluma, he venido a hacer penitencia, como si fuera ermitaño; y, como no la hago de mi voluntad, pienso que, al cabo al cabo, me ha de llevar el diablo.

      Hasta agora no he tocado derecho ni llevado cohecho, y no puedo pensar en qué va esto; porque aquí me han dicho que los gobernadores que a esta ínsula suelen venir, antes de entrar en ella, o les han dado o les han prestado los del pueblo muchos dineros, (N) y que ésta es ordinaria usanza en los demás que van a gobiernos, no solamente en éste. (N)

      Anoche, andando de ronda, topé una muy hermosa doncella en traje de varón y un hermano suyo en hábito de mujer; de la moza se enamoró mi maestresala, y la escogió en su imaginación para su mujer, según él ha dicho, y yo escogí al mozo para mi yerno; hoy los dos pondremos en plática nuestros pensamientos con el padre de entrambos, que es un tal Diego de la Llana, hidalgo y cristiano viejo cuanto se quiere.

      Yo visito las plazas, como vuestra merced me lo aconseja, y ayer hallé una tendera (N) que vendía avellanas nuevas, y averigÜéle que había mezclado con una hanega de avellanas nuevas otra de viejas, vanas y podridas; apliquélas todas para los niños de la doctrina, (N) que las sabrían bien distinguir, y sentenciéla que por quince días no entrase en la plaza. (N) Hanme dicho que lo hice valerosamente; lo que sé decir a vuestra merced es que es fama en este pueblo que no hay gente más mala que las placeras, porque todas son desvergonzadas, desalmadas y atrevidas, y yo así lo creo, por las que he visto en otros pueblos.

      De que mi señora la duquesa haya escrito a mi mujer Teresa Panza y enviádole el presente que vuestra merced dice, estoy muy satisfecho, y procuraré de mostrarme agradecido a su tiempo: bésele vuestra merced las manos de mi parte, diciendo que digo yo que no lo ha echado en saco roto, como lo verá por la obra.

      No querría que vuestra merced tuviese trabacuentas de disgusto (N) con esos mis señores, porque si vuestra merced se enoja con ellos, claro está que ha de redundar en mi daño, y no será bien que, pues se me da a mí por consejo que sea agradecido, que vuestra merced no lo sea con quien tantas mercedes le tiene hechas y con tanto regalo ha sido tratado en su castillo. (N)

      Aquello del gateado no entiendo, pero imagino que debe de ser alguna de las malas fechorías que con vuestra merced suelen usar los malos encantadores; yo lo sabré cuando nos veamos.

      Quisiera enviarle a vuestra merced alguna cosa, pero no sé qué envíe, si no es algunos cañutos de jeringas, que para con vejigas los hacen en esta ínsula muy curiosos; aunque si me dura el oficio, yo buscaré qué enviar de haldas o de mangas. (N)

      Si me escribiere mi mujer Teresa Panza, pague vuestra merced el porte y envíeme la carta,que tengo grandísimo deseo de saber del estado de mi casa, de mi mujer y de mis hijos. Y con esto, Dios libre a vuestra merced de mal intencionados encantadores, y a mí me saque con bien y en paz deste gobierno, que lo dudo, porque le pienso dejar con la vida, según me trata el doctor Pedro Recio.

      Criado de vuestra merced.

      Sancho Panza, el Gobernador.

      Cerró la carta el secretario y despachó luego al correo; y, juntándose los burladores de Sancho, dieron orden entre sí cómo despacharle del gobierno; y aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él imaginaba ser ínsula, y ordenó que no hubiese regatones (N) de los bastimentos en la república, y que pudiesen meter en ella vino de las partes que quisiesen, con aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación, bondad y fama, y el que lo aguase (N) o le mudase el nombre, perdiese la vida por ello.

      Moderó el precio de todo calzado, principalmente el de los zapatos, (N) por parecerle que corría con exorbitancia; puso tasa en los salarios de los criados, (N) que caminaban a rienda suelta por el camino del interese; puso gravísimas penas a los que cantasen cantares lascivos y descompuestos, ni de noche ni de día. Ordenó que ningún ciego cantase milagro en coplas (N) si no trujese testimonio auténtico de ser verdadero, por parecerle que los más que los ciegos cantan son fingidos, en perjuicio de los verdaderos.

      Hizo y creó un alguacil de pobres, (N) no para que los persiguiese, sino para que los examinase si lo eran, (N) porque a la sombra de la manquedad fingida (N) y de la llaga falsa andan los brazos ladrones y la salud borracha. (N) En resolución: él ordenó cosas tan buenas que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se nombran Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza. (N)







Parte II -- Capítulo LII . Donde se cuenta la aventura de la segunda dueña Dolorida, (N) o Angustiada, llamada por otro nombre doña Rodríguez.

      Cuenta Cide Hamete (N) que estando ya don Quijote sano de sus aruños, le pareció que la vida que en aquel castillo tenía era contra toda la orden de caballería que profesaba, y así, determinó de pedir licencia a los duques para partirse a Zaragoza, cuyas fiestas llegaban cerca, (N) adonde pensaba ganar el arnés que en las tales fiestas se conquista.

      Y, estando un día a la mesa con los duques, y comenzando a poner en obra su intención y pedir la licencia, veis aquí a deshora entrar por la puerta de la gran sala dos mujeres, como después pareció, cubiertas de luto (N) de los pies a la cabeza, y la una dellas, llegándose a don Quijote, se le echó a los pies tendida de largo a largo, la boca cosida con los pies de don Quijote, y daba unos gemidos tan tristes, tan profundos y tan dolorosos, que puso en confusión a todos los que la oían y miraban; y, aunque los duques pensaron que sería alguna burla que sus criados querían hacer a don Quijote, todavía, viendo con el ahínco que la mujer suspiraba, gemía y lloraba, los tuvo dudosos y suspensos, (N) hasta que don Quijote, compasivo, la levantó del suelo y hizo que se descubriese y quitase el manto de sobre la faz llorosa.

      Ella lo hizo así, y mostró ser lo que jamás se pudiera pensar, porque descubrió el rostro de doña Rodríguez, la dueña de casa, y la otra enlutada era su hija, la burlada del hijo del labrador rico. Admiráronse todos aquellos que la conocían, y más los duques que ninguno; que, puesto que la tenían por boba y de buena pasta, no por tanto que viniese a hacer locuras. Finalmente, doña Rodríguez, volviéndose a los señores, les dijo:

      -Vuesas excelencias sean servidos de darme licencia que yo departa un poco con este caballero, porque así conviene para salir con bien del negocio en que me ha puesto el atrevimiento de un mal intencionado villano.

      El duque dijo que él se la daba, y que departiese con el señor don Quijote cuanto le viniese en deseo. Ella, enderezando la voz y el rostro a don Quijote, dijo.

      -Días ha, valeroso caballero, que os tengo dada cuenta de la sinrazón y alevosía que un mal labrador tiene fecha a mi muy querida y amada fija, que es esta desdichada que aquí está presente, y vos me habedes prometido de volver por ella, enderezándole el tuerto (N) que le tienen fecho, y agora ha llegado a mi noticia que os queredes partir deste castillo, (N) en busca de las buenas venturas que Dios os depare; y así, querría que, antes que os escurriésedes por esos caminos, desafiásedes a este rústico indómito, y le hiciésedes que se casase con mi hija, en cumplimiento de la palabra que le dio de ser su esposo, antes y primero que yogase con ella; porque pensar que el duque mi señor me ha de hacer justicia es pedir peras al olmo, por la ocasión que ya a vuesa merced en puridad tengo declarada. Y con esto, Nuestro Señor dé a vuesa merced mucha salud, y a nosotras no nos desampare.

      A cuyas razones respondió don Quijote, con mucha gravedad y prosopopeya:

      -Buena dueña, templad vuestras lágrimas, o, por mejor decir, enjugadlas y ahorrad de vuestros suspiros, (N) que yo tomo a mi cargo el remedio de vuestra hija, a la cual le hubiera estado mejor no haber sido tan fácil en creer promesas de enamorados, las cuales, por la mayor parte, son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir; y así, con licencia del duque mi señor, yo me partiré luego en busca dese desalmado mancebo, y le hallaré, y le desafiaré, y le mataré cada y cuando que se escusare de cumplir la prometida palabra; que el principal asumpto de mi profesión es perdonar a los humildes y castigar a los soberbios; (N) quiero decir: acorrer a los miserables y destruir a los rigurosos.

      -No es menester -respondió el duque- que vuesa merced se ponga en trabajo de buscar al rústico de quien esta buena dueña se queja, ni es menester tampoco que vuesa merced me pida a mí licencia para desafiarle; que yo le doy por desafiado, y tomo a mi cargo de hacerle saber este desafío, y que le acete, y venga a responder por sí a este mi castillo, donde a entrambos daré campo seguro, (N) guardando todas las condiciones que en tales actos suelen y deben guardarse, guardando igualmente su justicia a cada uno, (N) como están obligados a guardarla todos aquellos príncipes que dan campo franco a los que se combaten en los términos de sus señoríos.

      -Pues con ese seguro y con buena licencia de vuestra grandeza -replicó don Quijote-, desde aquí digo que por esta vez renuncio a mi hidalguía, (N) y me allano y ajusto con la llaneza del dañador, y me hago igual con él, habilitándole para poder combatir conmigo; y así, aunque ausente, le desafío y repto, en razón de que hizo mal en defraudar a esta pobre, que fue doncella y ya por su culpa no lo es, y que le ha de cumplir la palabra (N) que le dio de ser su legítimo esposo, o morir en la demanda. (N)

      Y luego, descalzándose un guante, le arrojó en mitad de la sala, y el duque le alzó, (N) diciendo que, como ya había dicho, él acetaba el tal desafío en nombre de su vasallo, y señalaba el plazo de allí a seis días; y el campo, en la plaza de aquel castillo; y las armas, (N) las acostumbradas de los caballeros: lanza y escudo, y arnés tranzado, (N) con todas las demás piezas, sin engaño, superchería o superstición (N) alguna, examinadas y vistas por los jueces del campo.

      -Pero, ante todas cosas, es menester que esta buena dueña y esta mala doncella (N) pongan el derecho de su justicia en manos del señor don Quijote; que de otra manera no se hará nada, ni llegará a debida ejecución el tal desafío.

      -Yo sí pongo -respondió la dueña.

      -Y yo también -añadió la hija, toda llorosa y toda vergonzosa y de mal talante.

      Tomado, pues, este apuntamiento, (N) y habiendo imaginado el duque lo que había de hacer en el caso, las enlutadas se fueron, y ordenó la duquesa que de allí adelante no las tratasen como a sus criadas, sino como a señoras aventureras que venían a pedir justicia a su casa; y así, les dieron cuarto aparte y las sirvieron como a forasteras, (N) no sin espanto de las demás criadas, que no sabían en qué había de parar la sandez y desenvoltura de doña Rodríguez y de su malandante hija.

      Estando en esto, para acabar de regocijar la fiesta y dar buen fin a la comida, veis aquí donde entró por la sala el paje que llevó las cartas (N) y presentes a Teresa Panza, mujer del gobernador Sancho Panza, de cuya llegada recibieron gran contento los duques, deseosos de saber lo que le había sucedido en su viaje; y, preguntándoselo, respondió el paje que no lo podía decir tan en público ni con breves palabras: que sus excelencias fuesen servidos de dejarlo para a solas, y que entretanto se entretuviesen con aquellas cartas. Y, sacando dos cartas, las puso en manos de la duquesa. La una decía en el sobreescrito: Carta para mi señora la duquesa tal, de no sé dónde, y la otra: A mi marido Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, que Dios prospere más años que a mí. No se le cocía el pan, (N) como suele decirse, a la duquesa hasta leer su carta, y abriéndola y leído para sí, y viendo que la podía leer en voz alta para que el duque y los circunstantes la oyesen, leyó desta manera. (N)

      Carta de Teresa Panza a la Duques.

      Mucho contento me dio, señora mía, la carta que vuesa grandeza me escribió, que en verdad que la tenía bien deseada. (N) La sarta de corales es muy buena, y el vestido de caza de mi marido no le va en zaga. De que vuestra señoría haya hecho gobernador a Sancho, mi consorte, ha recebido mucho gusto todo este lugar, puesto que no hay quien lo crea, principalmente el cura, y mase Nicolás el barbero, y Sansón Carrasco el bachiller; pero a mí no se me da nada; que, como ello sea así, como lo es, diga cada uno lo que quisiere; aunque, si va a decir verdad, a no venir los corales y el vestido, tampoco yo lo creyera, porque en este pueblo todos tienen a mi marido por un porro, (N) y que, sacado de gobernar un hato de cabras, (N) no pueden imaginar para qué gobierno pueda ser bueno. Dios lo haga, y lo encamine como vee que lo han menester sus hijos.

      Yo, señora de mi alma, estoy determinada, con licencia de vuesa merced, de meter este buen día en mi casa, yéndome a la corte a tenderme en un coche, para quebrar los ojos a mil envidiosos que ya tengo; (N) y así, suplico a vuesa excelencia mande a mi marido me envíe algún dinerillo, y que sea algo qué, (N) porque en la corte son los gastos grandes: que el pan vale a real, y la carne, la libra, a treinta maravedís, que es un juicio; (N) y si quisiere que no vaya, que me lo avise con tiempo, porque me están bullendo los pies por ponerme en camino; que me dicen mis amigas y mis vecinas que, si yo y mi hija andamos orondas y pomposas en la corte, vendrá a ser conocido mi marido por mí más que yo por él, siendo forzoso que pregunten muchos: ′′-¿ Quién son estas señoras deste coche?′′ Y un criado mío responder: ′′-La mujer y la hija de Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria′′; y desta manera será conocido Sancho, y yo seré estimada, y a Roma por todo. (N)

      Pésame, cuanto pesarme puede, que este año no se han cogido bellotas en este pueblo; con todo eso, envío a vuesa alteza hasta medio celemín, que una a una las fui yo a coger y a escoger al monte, y no las hallé más mayores; (N) yo quisiera que fueran como huevos de avestruz.

      No se le olvide a vuestra pomposidad (N) de escribirme, que yo tendré cuidado de la respuesta, avisando de mi salud y de todo lo que hubiere que avisar deste lugar, donde quedo rogando a Nuestro Señor guarde a vuestra grandeza, y a mí no olvide. Sancha, mi hija, y mi hijo besan a vuestra merced las manos.

      La que tiene más deseo de ver a vuestra señoría que de escribirla, su criada.
Teresa Panza.

      Grande fue el gusto que todos recibieron de oír la carta de Teresa Panza, principalmente los duques, y la duquesa pidió parecer a don Quijote si sería bien abrir la carta que venía para el gobernador, que imaginaba debía de ser bonísima. Don Quijote dijo que él la abriría por darles gusto, y así lo hizo, y vio que decía desta manera.

      Carta de Teresa Panza a Sancho Panza su marid.

      Tu carta recibí, Sancho mío de mi alma, y yo te prometo y juro como católica cristiana que no faltaron (N) dos dedos para volverme loca de contento. Mira, hermano: cuando yo llegué a oír que eres gobernador, me pensé allí caer muerta de puro gozo, que ya sabes tú que dicen que así mata la alegría súbita como el dolor grande. A Sanchica, tu hija, se le fueron las aguas sin sentirlo, de puro contento. El vestido que me enviaste tenía delante, y los corales que me envió mi señora la duquesa al cuello, y las cartas en las manos, y el portador dellas allí presente, y, con todo eso, creía y pensaba que era todo sueño lo que veía y lo que tocaba; porque, ¿ quién podía pensar que un pastor de cabras había de venir a ser gobernador de ínsulas? Ya sabes tú, amigo, que decía mi madre que era menester vivir mucho para ver mucho: dígolo porque pienso ver más si vivo más; porque no pienso parar hasta verte arrendador o alcabalero, que son oficios que, aunque lleva el diablo a quien mal los usa, en fin en fin, siempre tienen y manejan dineros. (N) Mi señora la duquesa te dirá el deseo que tengo de ir a la corte; mírate en ello, y avísame de tu gusto, que yo procuraré honrarte en ella andando en coche.

      El cura, el barbero, el bachiller y aun el sacristán (N) no pueden creer que eres gobernador, y dicen que todo es embeleco, o cosas de encantamento, como son todas las de don Quijote tu amo; y dice Sansón que ha de ir a buscarte y a sacarte el gobierno de la cabeza, y a don Quijote la locura de los cascos; yo no hago sino reírme, y mirar mi sarta, y dar traza del vestido que tengo de hacer del tuyo a nuestra hija.

      Unas bellotas envié a mi señora la duquesa; yo quisiera que fueran de oro. Envíame tú algunas sartas de perlas, si se usan en esa ínsula. (N)

      Las nuevas deste lugar son que la Berrueca casó a su hija con un pintor de mala mano, que llegó a este pueblo a pintar lo que saliese; mandóle el Concejo pintar las armas de Su Majestad sobre las puertas del Ayuntamiento, pidió dos ducados, diéronselos adelantados, trabajó ocho días, al cabo de los cuales no pintó nada, y dijo que no acertaba a pintar tantas baratijas; volvió el dinero, y, con todo eso, se casó a título de buen oficial; verdad es que ya ha dejado el pincel y tomado el azada, y va al campo como gentilhombre. El hijo de Pedro de Lobo se ha ordenado de grados y corona, con intención de hacerse clérigo; súpolo Minguilla, la nieta de Mingo Silvato, y hale puesto demanda de que la tiene dada palabra de casamiento; (N) malas lenguas quieren decir que ha estado encinta dél, pero él lo niega a pies juntillas.

      Hogaño no hay aceitunas, ni se halla una gota de vinagre en todo este pueblo. Por aquí pasó una compañía de soldados; lleváronse de camino tres mozas deste pueblo; no te quiero decir quién son: quizá volverán, y no faltará quien las tome por mujeres, con sus tachas buenas o malas. (N)

      Sanchica hace puntas de randas; gana cada día ocho maravedís horros, que los va echando en una alcancía para ayuda a su ajuar; pero ahora que es hija de un gobernador, tú le darás la dote sin que ella lo trabaje. La fuente de la plaza se secó; un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas.

      Espero respuesta désta y la resolución de mi ida a la corte; y, con esto, Dios te me guarde más años que a mí o tantos, porque no querría dejarte sin mí en este mundo.

      Tu mujer.
Teresa Panza.

      Las cartas fueron solenizadas, reídas, estimadas y admiradas; y, para acabar de echar el sello, llegó el correo, el que traía la que Sancho enviaba a don Quijote, que asimesmo se leyó públicamente, (N) la cual puso en duda la sandez del gobernador.

      Retiróse la duquesa, para saber del paje lo que le había sucedido en el lugar de Sancho, el cual se lo contó muy por estenso, sin dejar circunstancia que no refiriese; diole las bellotas, y más un queso que Teresa le dio, por ser muy bueno, que se aventajaba a los de Tronchón (N) Recibiólo la duquesa con grandísimo gusto, con el cual la dejaremos, por contar el fin que tuvo el gobierno del gran Sancho Panza, flor y espejo de todos los insulanos gobernadores.







Parte II -- Capítulo LIII . Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza.

      ′′Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado; antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, (N) y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten′′. Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético; porque esto de entender la ligereza e instabilidad de la vida presente, y de la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo han entendido; pero aquí, nuestro autor lo dice por la presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno de Sancho. (N)

      El cual, estando la séptima noche de los días de su gobierno en su cama, no harto de pan ni de vino, sino de juzgar y dar pareceres y de hacer estatutos y pragmáticas, cuando el sueño, a despecho y pesar de la hambre, le comenzaba a cerrar los párpados, oyó tan gran ruido de campanas y de voces, que no parecía sino que toda la ínsula se hundía. (N) Sentóse en la cama, y estuvo atento y escuchando, por ver si daba en la cuenta de lo que podía ser la causa de tan grande alboroto; pero no sólo no lo supo, pero, añadiéndose al ruido de voces (N) y campanas el de infinitas trompetas y atambores, quedó más confuso y lleno de temor y espanto; y, levantándose en pie, se puso unas chinelas, por la humedad del suelo, y, sin ponerse sobrerropa de levantar, ni cosa que se pareciese, salió a la puerta de su aposento, a tiempo cuando vio venir por unos corredores más de veinte personas con hachas encendidas en las manos y con las espadas desenvainadas, gritando todos a grandes voces.

      -¡ Arma, arma, señor gobernador, (N) arma !; que han entrado infinitos enemigos en la ínsula, y somos perdidos si vuestra industria y valor no nos socorre.

      Con este ruido, furia y alboroto llegaron donde Sancho estaba, atónito y embelesado de lo que oía y veía; y, cuando llegaron a él, uno le dijo.

      -¡ Ármese luego vuestra señoría, si no quiere perderse y que toda esta ínsula se pierda.

      -¿ Qué me tengo de armar -respondió Sancho-, ni qué sé yo de armas ni de socorros? Estas cosas mejor será dejarlas para mi amo don Quijote, que en dos paletas las despachará y pondrá en cobro; que yo, pecador fui a Dios, no se me entiende nada destas priesas. (N)

      -¡ Ah, señor gobernador ! -dijo otro-. ¿ Qué relente es ése? (N) Ármese vuesa merced, que aquí le traemos armas ofensivas y defensivas, y salga a esa plaza, y sea nuestra guía y nuestro capitán, pues de derecho le toca el serlo, siendo nuestro gobernador.

      -Ármenme norabuena -replicó Sancho.

      Y al momento le trujeron dos paveses, que venían proveídos dellos, (N) y le pusieron encima de la camisa, sin dejarle tomar otro vestido, un pavés delante y otro detrás, y, por unas concavidades que traían hechas, le sacaron los brazos, y le liaron muy bien con unos cordeles, de modo que quedó emparedado y entablado, derecho como un huso, sin poder doblar las rodillas ni menearse un solo paso. Pusiéronle en las manos una lanza, a la cual se arrimó para poder tenerse en pie. Cuando así le tuvieron, le dijeron que caminase, y los guiase y animase a todos; que, siendo él su norte, su lanterna y su lucero, tendrían buen fin sus negocios.

      -¿ Cómo tengo de caminar, desventurado yo (N) - respondió Sancho - , que no puedo jugar las choquezuelas de las rodillas, porque me lo impiden estas tablas que tan cosidas tengo con mis carnes? Lo que han de hacer es llevarme en brazos y ponerme, atravesado o en pie, en algún postigo, que yo le guardaré, o con esta lanza o con mi cuerpo.

      -Ande, señor gobernador -dijo otro-, que más el miedo que las tablas le impiden el paso; acabe y menéese, que es tarde, y los enemigos crecen, y las voces se aumentan y el peligro carga.

      Por cuyas persuasiones y vituperios probó el pobre gobernador a moverse, y fue dar consigo en el suelo tan gran golpe, que pensó que se había hecho pedazos. Quedó como galápago encerrado y cubierto con sus conchas, o como medio tocino (N) metido entre dos artesas, o bien así como barca que da al través en la arena; y no por verle caído aquella gente burladora le tuvieron compasión alguna; antes, apagando las antorchas, tornaron a reforzar las voces, y a reiterar el ¡ arma ! con tan gran priesa, pasando por encima del pobre Sancho, dándole infinitas cuchilladas sobre los paveses, que si él no se recogiera y encogiera, metiendo la cabeza entre los paveses, lo pasara muy mal el pobre gobernador, (N) el cual, en aquella estrecheza recogido, sudaba y trasudaba, y de todo corazón se encomendaba a Dios que de aquel peligro le sacase. (N)

      Unos tropezaban en él, otros caían, y tal hubo que se puso encima un buen espacio, y desde allí, como desde atalaya, gobernaba los ejércitos, y a grandes voces decía.

      -¡ Aquí de los nuestros, que por esta parte cargan más los enemigos ! ¡ Aquel portillo se guarde, aquella puerta se cierre, aquellas escalas se tranquen ! ¡ Vengan alcancías, pez y resina en calderas de aceite ardiendo (N) ! ¡ Trinchéense las calles con colchones. (N)

      En fin, él nombraba con todo ahínco todas las baratijas e instrumentos y pertrechos de guerra con que suele defenderse el asalto de una ciudad, (N) y el molido Sancho, que lo escuchaba y sufría todo, decía entre sí.

      -¡ Oh, si mi Señor fuese servido (N) que se acabase ya de perder esta ínsula, y me viese yo o muerto o fuera (N) desta grande angustia.

      Oyó el cielo su petición, y, cuando menos lo esperaba, oyó voces que decían.

      -¡ Vitoria, vitoria ! ¡ Los enemigos van de vencida ! ¡ Ea, señor gobernador, levántese vuesa merced y venga a gozar del vencimiento y a repartir los despojos que se han tomado a los enemigos, por el valor dese invencible brazo.

      -Levántenme -dijo con voz doliente el dolorido Sancho.

      Ayudáronle a levantar, y, puesto en pie, dijo.

      -El enemigo que yo hubiere vencido quiero que me le claven en la frente. Yo no quiero repartir despojos de enemigos, sino pedir y suplicar a algún amigo, si es que le tengo, que me dé un trago de vino, que me seco, y me enjugue este sudor, que me hago agua.

      Limpiáronle, trujéronle el vino, desliáronle los paveses, sentóse sobre su lecho y desmayóse del temor, del sobresalto y del trabajo. Ya les pesaba a los de la burla de habérsela hecho tan pesada; (N) pero el haber vuelto en sí Sancho les templó la pena que les había dado su desmayo. Preguntó qué hora era, respondiéronle que ya amanecía. Calló, y, sin decir otra cosa, comenzó a vestirse, todo sepultado en silencio, y todos le miraban y esperaban en qué había de parar la priesa con que se vestía. Vistióse, en fin, y poco a poco, porque estaba molido y no podía ir mucho a mucho, se fue a la caballeriza, siguiéndole todos los que allí se hallaban, y, llegándose al rucio, le abrazó y le dio un beso de paz en la frente, y, no sin lágrimas en los ojos, le dijo.

      -Venid vos acá, compañero mío y amigo mío, y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero, después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.

      Y, en tanto que estas razones iba diciendo, iba asimesmo enalbardando el asno, sin que nadie nada le dijese. Enalbardado, pues, el rucio, con gran pena y pesar subió sobre él, (N) y, encaminando sus palabras y razones al mayordomo, al secretario, al maestresala y a Pedro Recio el doctor, y a otros muchos que allí presentes estaban, dijo.

      -Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, (N) que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir, que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador; (N) más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre; y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano y arroparme con un zamarro de dos pelos (N) en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas. (N) Vuestras mercedes se queden con Dios, y digan al duque mi señor (N) que, desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir, que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. Y apártense: déjenme ir, que me voy a bizmar; que creo que tengo brumadas todas las costillas, merced a los enemigos que esta noche se han paseado sobre mí.

      -No ha de ser así, señor gobernador -dijo el doctor Recio-, que yo le daré a vuesa merced una bebida contra caídas y molimientos, que luego le vuelva en su prístina entereza (N) y vigor; y, en lo de la comida, yo prometo a vuesa merced de enmendarme, dejándole comer abundantemente de todo aquello que quisiere.

      -¡ Tarde piache (N) ! -respondió Sancho - . Así dejaré de irme como volverme turco. No son estas burlas para dos veces. Por Dios que así me quede en éste, ni admita otro gobierno, aunque me le diesen entre dos platos, como volar al cielo sin alas. Yo soy del linaje de los Panzas, que todos son testarudos, y si una vez dicen nones, nones han de ser, aunque sean pares, a pesar de todo el mundo. Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, (N) que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que, si no le adornaren zapatos picados (N) de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda. Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana; y déjenme pasar, que se me hace tarde.

      A lo que el mayordomo dijo.

      -Señor gobernador, de muy buena gana dejáramos ir a vuesa merced, puesto que nos pesará mucho de perderle, que su ingenio y su cristiano proceder obligan a desearle; pero ya se sabe que todo gobernador está obligado, antes que se ausente de la parte donde ha gobernado, dar primero residencia: déla vuesa merced de los diez días que ha que tiene el gobierno, (N) y váyase a la paz de Dios.

      -Nadie me la puede pedir -respondió Sancho-, si no es quien ordenare el duque mi señor; yo voy a verme con él, y a él se la daré de molde; (N) cuanto más que, saliendo yo desnudo, como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel.

      -Par Dios que tiene razón el gran Sancho -dijo el doctor Recio-, y que soy de parecer que le dejemos ir, porque el duque ha de gustar infinito de verle.

      Todos vinieron en ello, y le dejaron ir, ofreciéndole primero compañía y todo aquello que quisiese para el regalo de su persona y para la comodidad de su viaje. Sancho dijo que no quería más de un poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él; que, pues el camino era tan corto, (N) no había menester mayor ni mejor repostería. Abrazáronle todos, y él, llorando, abrazó a todos, y los dejó admirados, así de sus razones como de su determinación tan resoluta (N) y tan discreta.







Parte II -- Capítulo LIV . Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna.

      Resolviéronse el duque y la duquesa de que el desafío que don Quijote hizo a su vasallo, por la causa ya referida, pasase adelante; (N) y, puesto que el mozo estaba en Flandes, adonde se había ido huyendo, por no tener por suegra a doña Rodríguez, ordenaron de poner en su lugar a un lacayo gascón, (N) que se llamaba Tosilos, industriándole primero muy bien de todo lo que había de hacer.

      De allí a dos días dijo el duque a don Quijote como desde allí a cuatro vendría su contrario, y se presentaría en el campo, armado como caballero, y sustentaría como la doncella mentía por mitad de la barba, y aun por toda la barba entera, (N) si se afirmaba que él le hubiese dado palabra de casamiento. Don Quijote recibió mucho gusto con las tales nuevas, y se prometió a sí mismo de hacer maravillas en el caso, y tuvo a gran ventura habérsele ofrecido ocasión donde aquellos señores pudiesen ver hasta dónde se estendía el valor de su poderoso brazo; y así, con alborozo y contento, (N) esperaba los cuatro días, (N) que se le iban haciendo, a la cuenta de su deseo, cuatrocientos siglos.

      Dejémoslos pasar nosotros, (N) como dejamos pasar otras cosas, y vamos a acompañar a Sancho, que entre alegre y triste venía caminando sobre el rucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradaba más que ser gobernador de todas las ínsulas del mundo.

      Sucedió, pues, que, no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno (N) -que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar la que gobernaba-, vio que por el camino por donde él iba venían seis peregrinos con sus bordones, de estos estranjeros que piden la limosna cantando, (N) los cuales, en llegando a él, se pusieron en ala, y, levantando las voces todos juntos, comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho no pudo entender, si no fue una palabra que claramente pronunciaba limosna, (N) por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; y como él, según dice Cide Hamete, era caritativo además, (N) sacó de sus alforjas medio pan y medio queso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por señas que no tenía otra cosa que darles. Ellos lo recibieron de muy buena gana, y dijeron.

      -¡ Guelte ! ¡ Guelte. (N)

      -No entiendo -respondió Sancho- qué es lo que me pedís, buena gente.

      Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, por donde entendió que le pedían dineros; y él, poniéndose el dedo pulgar en la garganta y estendiendo la mano arriba, les dio a entender que no tenía ostugo de moneda, (N) y, picando al rucio, rompió por ellos; y, al pasar, habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él, echándole los brazos por la cintura; en voz alta (N) y muy castellana, dijo.

      -¡ Válame Dios ! ¿ Qué es lo que veo? ¿ Es posible que tengo en mis brazos al mi caro amigo, al mi buen vecino Sancho Panza? Sí tengo, sin duda, porque yo ni duermo, ni estoy ahora borracho.

      Admiróse Sancho de verse nombrar por su nombre y de verse abrazar del estranjero peregrino, y, después de haberle estado mirando sin hablar palabra, con mucha atención, nunca pudo conocerle; pero, viendo su suspensión el peregrino, le dijo.

      -¿ Cómo, y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote (N) el morisco, tendero de tu lugar. (N)

      Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, (N) y , finalmente, le vino a conocer de todo punto, y, sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello, y le dijo.

      -¿ Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime: ¿ quién te ha hecho franchote, (N) y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura.

      -Si tú no me descubres, Sancho -respondió el peregrino-, seguro estoy que en este traje no habrá nadie que me conozca; y apartémonos del camino a aquella alameda que allí parece, donde quieren comer y reposar mis compañeros, y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente. Yo tendré lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por obedecer el bando de Su Majestad, que con tanto rigor a los desdichados de mi nación amenazaba, según oíste.

      Hízolo así Sancho, y, hablando Ricote a los demás peregrinos, se apartaron a la alameda que se parecía, bien desviados del camino real. Arrojaron los bordones, quitáronse las mucetas o esclavinas y quedaron en pelota, (N) y todos ellos eran mozos y muy gentileshombres, excepto Ricote, que ya era hombre entrado en años. Todos traían alforjas, y todas, según pareció, venían bien proveídas, a lo menos, de cosas incitativas y que llaman a la sed de dos leguas.

      Tendiéronse en el suelo, y, haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no defendían el ser chupados. (N) Pusieron asimismo un manjar negro que dicen que se llama cavial, (N) y es hecho de huevos de pescados, gran despertador de la colambre. (N) No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenidas. Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete (N) fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja; hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudesco, (N) sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco.

      Comenzaron a comer con grandísimo gusto y muy de espacio, saboreándose con cada bocado, que le tomaban con la punta del cuchillo, y muy poquito de cada cosa, y luego, al punto, todos a una, levantaron los brazos y las botas en el aire; puestas las bocas en su boca, clavados los ojos en el cielo, no parecía sino que ponían en él la puntería; (N) y desta manera, meneando las cabezas a un lado y a otro, señales que acreditaban el gusto que recebían, se estuvieron un buen espacio, trasegando en sus estómagos (N) las entrañas de las vasijas.

      Todo lo miraba Sancho, y de ninguna cosa se dolía; (N) antes, por cumplir con el refrán, que él muy bien sabía, de "cuando a Roma fueres, (N) haz como vieres", pidió a Ricote la bota, y tomó su puntería como los demás, y no con menos gusto que ellos.

      Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas; pero la quinta no fue posible, porque ya estaban más enjutas y secas que un esparto, cosa que puso mustia la alegría que hasta allí habían mostrado. De cuando en cuando, juntaba alguno su mano derecha con la de Sancho, y decía:

      -Español y tudesqui, tuto uno: bon compaño.

      Y Sancho respondía: Bon compaño, jura Di.

      Y disparaba con una risa que le duraba un hora, sin acordarse entonces de nada de lo que le había sucedido en su gobierno; porque sobre el rato y tiempo cuando se come y bebe, poca jurisdición suelen tener los cuidados. (N) Finalmente, el acabársele el vino fue principio de un sueño que dio a todos, quedándose dormidos sobre las mismas mesas y manteles; solos Ricote y Sancho quedaron alerta, porque habían comido más y bebido menos; (N) y, apartando Ricote a Sancho, se sentaron al pie de una haya, (N) dejando a los peregrinos sepultados en dulce sueño; y Ricote, sin tropezar nada en su lengua morisca, en la pura castellana le dijo las siguientes razones.

      -« Bien sabes, ¡ oh Sancho Panza, vecino y amigo mío !, como el pregón y bando que Su Majestad mandó publicar contra los de mi nación (N) puso terror y espanto en todos nosotros; a lo menos, en mí le puso de suerte que me parece que antes del tiempo que se nos concedía (N) para que hiciésemos ausencia de España, ya tenía el rigor de la pena ejecutado en mi persona y en la de mis hijos. Ordené, pues, a mi parecer como prudente, bien así como el que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa donde vive y se provee de otra donde mudarse; ordené, digo, de salir yo solo, sin mi familia, de mi pueblo, y ir a buscar donde llevarla con comodidad y sin la priesa con que los demás salieron; porque bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran sólo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes, (N) que se habían de poner en ejecución a su determinado tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían, (N) y tales, que me parece que fue inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallarda resolución, (N) no porque todos fuésemos culpados, (N) que algunos había cristianos firmes y verdaderos; (N) pero eran tan pocos (N) que no se podían oponer a los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, teniendo los enemigos dentro de casa. Finalmente, con justa razón fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero al nuestro, la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamos lloramos por España, (N) que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería, y en todas las partes de África, donde esperábamos ser recebidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan. No hemos conocido el bien hasta que le hemos perdido; y es el deseo tan grande, que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse: que es dulce el amor de la patria. Salí, como digo, de nuestro pueblo, entré en Francia, y, aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia. Dejé tomada casa en un pueblo junto a Augusta; (N) juntéme con estos peregrinos, que tienen por costumbre de venir a España muchos dellos, cada año, a visitar los santuarios della, (N) que los tienen por sus Indias, y por certísima granjería y conocida ganancia. Ándanla casi toda, y no hay pueblo ninguno de donde no salgan comidos y bebidos, como suele decirse, y con un real, por lo menos, en dineros, (N) y al cabo de su viaje salen con más de cien escudos de sobra que, trocados en oro, o ya en el hueco de los bordones, o entre los remiendos de las esclavinas, o con la industria que ellos pueden, los sacan del reino (N) y los pasan a sus tierras, a pesar de las guardas de los puestos y puertos donde se registran. Ahora es mi intención, Sancho, sacar el tesoro que dejé enterrado, que por estar fuera del pueblo lo podré hacer sin peligro y escribir o pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que está en Argel, y dar traza como traerlas a algún puerto de Francia, y desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Dios quisiere hacer de nosotros; que, en resolución, Sancho, yo sé cierto que la Ricota mi hija (N) y Francisca Ricota, mi mujer, son católicas cristianas, y, aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengo de servir. Y lo que me tiene admirado es no saber por qué se fue mi mujer y mi hija antes a Berbería que a Francia, adonde podía vivir como cristiana.

      A lo que respondió Sancho:

      -Mira, Ricote, eso no debió estar en su mano, porque las llevó Juan Tiopieyo, el hermano de tu mujer; y, como debe de ser fino moro, fuese a lo más bien parado, (N) y séte decir otra cosa: que creo que vas en balde a buscar lo que dejaste encerrado; porque tuvimos nuevas que habían quitado a tu cuñado y tu mujer muchas perlas y mucho dinero en oro que llevaban por registrar. (N)

      -Bien puede ser eso -replicó Ricote-, pero yo sé, Sancho, que no tocaron a mi encierro, porque yo no les descubrí dónde estaba, temeroso de algún desmán; y así, si tú, Sancho, quieres venir (N) conmigo y ayudarme a sacarlo y a encubrirlo, yo te daré docientos escudos, con que podrás remediar tus necesidades, que ya sabes que sé yo que las tienes muchas.

      -Yo lo hiciera -respondió Sancho-, pero no soy nada codicioso; (N) que, a serlo, un oficio dejé yo esta mañana de las manos, donde pudiera hacer las paredes de mi casa de oro, y comer antes de seis meses en platos de plata; y, así por esto como por parecerme haría traición a mi rey en dar favor a sus enemigos, no fuera contigo, si como me prometes docientos escudos, me dieras aquí de contado cuatrocientos.

      -Y ¿ qué oficio es el que has dejado, Sancho? - preguntó Ricote.

      -He dejado de ser gobernador de una ínsula - respondió Sancho-, y tal, que a buena fee que no hallen otra como ella a tres tirones.

      -¿ Y dónde está esa ínsula? -preguntó Ricote.

      -¿ Adónde? -respondió Sancho-. Dos leguas de aquí, y se llama la ínsula Barataria.

      -Calla, Sancho -dijo Ricote-, que las ínsulas están allá dentro de la mar; que no hay ínsulas en la tierra firme. (N)

      -¿ Cómo no? -replicó Sancho-. Dígote, Ricote amigo, que esta mañana me partí della, y ayer estuve en ella gobernando a mi placer, como un sagitario; (N) pero, con todo eso, la he dejado, por parecerme oficio peligroso el de los gobernadores.

      -Y ¿ qué has ganado en el gobierno? -preguntó Ricote.

      -He ganado -respondió Sancho- el haber conocido que no soy bueno para gobernar, si no es un hato de ganado, y que las riquezas que se ganan en los tales gobiernos son a costa de perder el descanso y el sueño, y aun el sustento; porque en las ínsulas deben de comer poco los gobernadores, especialmente si tienen médicos que miren por su salud.

      -Yo no te entiendo, Sancho -dijo Ricote-, pero paréceme que todo lo que dices es disparate; que, ¿ quién te había de dar a ti ínsulas que gobernases? ¿ Faltaban hombres en el mundo más hábiles para gobernadores que tú eres? Calla, Sancho, y vuelve en ti, y mira si quieres venir conmigo, como te he dicho, a ayudarme a sacar el tesoro que dejé escondido; que en verdad que es tanto, que se puede llamar tesoro, y te daré con que vivas, como te he dicho.

      -Ya te he dicho, Ricote -replicó Sancho-, que no quiero; conténtate que por mí no serás descubierto, (N) y prosigue en buena hora tu camino, y déjame seguir el mío; que yo sé que lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño.

      -No quiero porfiar, Sancho -dijo Ricote-, pero dime: ¿ hallástete en nuestro lugar, cuando se partió dél mi mujer, mi hija y mi cuñado.

      -Sí hallé -respondió Sancho-, y séte decir que salió tu hija tan hermosa que salieron a verla cuantos había en el pueblo, (N) y todos decían que era la más bella criatura del mundo. Iba llorando y abrazaba a todas sus amigas y conocidas, y a cuantos llegaban a verla, y a todos pedía la encomendasen a Dios y a Nuestra Señora su madre; y esto, con tanto sentimiento, que a mí me hizo llorar, que no suelo ser muy llorón. Y a fee que muchos tuvieron deseo de esconderla y salir a quitársela en el camino; (N) pero el miedo de ir contra el mandado del rey los detuvo. (N) Principalmente se mostró más apasionado don Pedro Gregorio, (N) aquel mancebo mayorazgo rico que tú conoces, que dicen que la quería mucho, y después que ella se partió, nunca más él ha parecido en nuestro lugar, y todos pensamos que iba tras ella para robarla; pero hasta ahora no se ha sabido nada.

      -Siempre tuve yo mala sospecha -dijo Ricote- de que ese caballero adamaba a mi hija; (N) pero, fiado en el valor de mi Ricota, nunca me dio pesadumbre el saber que la quería bien; que ya habrás oído decir, Sancho, que las moriscas pocas o ninguna vez se mezclaron por amores con cristianos viejos, y mi hija, que, a lo que yo creo, atendía a ser más cristiana que enamorada, no se curaría de las solicitudes de ese señor mayorazgo.

      -Dios lo haga -replicó Sancho-, que a entrambos les estaría mal. Y déjame partir de aquí, Ricote amigo, que quiero llegar esta noche (N) adonde está mi señor don Quijote.

      -Dios vaya contigo, Sancho hermano, que ya mis compañeros se rebullen, y también es hora que prosigamos nuestro camino.

      Y luego se abrazaron los dos, y Sancho subió en su rucio, y Ricote se arrimó a su bordón, y se apartaron.







Parte II -- Capítulo LV . De cosas sucedidas a Sancho en el camino, y otras que no hay más que ver.

      El haberse detenido Sancho con Ricote no le dio lugar a que aquel día llegase al castillo del duque, puesto que llegó media legua dél, (N) donde le tomó la noche, algo escura y cerrada; pero, como era verano, (N) no le dio mucha pesadumbre; y así, se apartó del camino con intención de esperar la mañana; y quiso su corta y desventurada suerte que, buscando lugar donde mejor acomodarse, cayeron él y el rucio en una honda y escurísima sima (N) que entre unos edificios muy antiguos estaba, y al tiempo del caer, se encomendó a Dios de todo corazón, pensando que no había de parar hasta el profundo de los abismos. Y no fue así, porque a poco más de tres estados (N) dio fondo el rucio, y él se halló encima dél, sin haber recebido lisión (N) ni daño alguno.

      Tentóse todo el cuerpo, y recogió el aliento, por ver si estaba sano o agujereado por alguna parte; y, viéndose bueno, entero y católico de salud, (N) no se hartaba de dar gracias a Dios Nuestro Señor de la merced que le había hecho, porque sin duda pensó que estaba hecho mil pedazos. Tentó asimismo con las manos por las paredes de la sima, por ver si sería posible salir della sin ayuda de nadie; pero todas las halló rasas y sin asidero alguno, de lo que Sancho se congojó mucho, (N) especialmente cuando oyó que el rucio se quejaba tierna y dolorosamente; y no era mucho, ni se lamentaba de vicio, que, a la verdad, no estaba muy bien parado.

      -¡ Ay -dijo entonces Sancho Panza-, y cuán no pensados sucesos suelen suceder (N) a cada paso a los que viven en este miserable mundo ! ¿ Quién dijera que el que ayer se vio entronizado gobernador de una ínsula, mandando a sus sirvientes y a sus vasallos, hoy se había de ver sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie, ni criado ni vasallo que acuda a su socorro? Aquí habremos de perecer de hambre yo y mi jumento, si ya no nos morimos antes, él de molido y quebrantado, y yo de pesaroso. A lo menos, no seré yo tan venturoso (N) como lo fue mi señor cuando decendió y bajó a la cueva (N) de aquel encantado Montesinos, donde halló quien le regalase mejor que en su casa, que no parece sino que se fue a mesa puesta y a cama hecha. (N) Allí vio él visiones hermosas y apacibles, y yo veré aquí, a lo que creo, sapos y culebras. ¡ Desdichado de mí, y en qué han parado mis locuras y fantasías ! De aquí sacarán mis huesos, cuando el cielo sea servido que me descubran, mondos, blancos y raídos, y los de mi buen rucio con ellos, (N) por donde quizá se echará de ver quién somos, a lo menos de los que tuvieren noticia que nunca Sancho Panza se apartó de su asno, ni su asno de Sancho Panza. (N) Otra vez digo: ¡ miserables de nosotros, que no ha querido nuestra corta suerte que muriésemos en nuestra patria y entre los nuestros, (N) donde ya que no hallara remedio nuestra desgracia, no faltara quien dello se doliera, y en la hora última de nuestro pasamiento nos cerrara los ojos ! ¡ Oh compañero y amigo mío, (N) qué mal pago te he dado de tus buenos servicios ! Perdóname y pide a la fortuna, (N) en el mejor modo que supieres, que nos saque deste miserable trabajo en que estamos puestos los dos; que yo prometo de ponerte una corona de laurel en la cabeza, que no parezcas sino un laureado poeta, y de darte los piensos doblados.

      Desta manera se lamentaba Sancho Panza, y su jumento le escuchaba sin responderle palabra alguna: (N) tal era el aprieto y angustia en que el pobre se hallaba. Finalmente, habiendo pasado toda aquella noche en miserables quejas y lamentaciones, vino el día, con cuya claridad y resplandor vio Sancho que era imposible de toda imposibilidad salir de aquel pozo sin ser ayudado, y comenzó a lamentarse y dar voces, por ver si alguno le oía; pero todas sus voces eran dadas en desierto, (N) pues por todos aquellos contornos no había persona que pudiese escucharle, y entonces se acabó de dar por muerto.

      Estaba el rucio boca arriba, y Sancho Panza le acomodó de modo que le puso en pie, que apenas se podía tener; y, sacando de las alforjas, que también habían corrido la mesma fortuna de la caída, un pedazo de pan, (N) lo dio a su jumento, que no le supo mal, y díjole Sancho, como si lo entendiera:

      -Todos los duelos con pan son buenos. (N)

      En esto, descubrió a un lado de la sima un agujero, capaz de caber por él una persona, si se agobiaba y encogía. Acudió a él Sancho Panza, y, agazapándose, se entró por él y vio que por de dentro era espacioso y largo, y púdolo ver, porque por lo que se podía llamar techo entraba un rayo de sol que lo descubría todo. Vio también que se dilataba y alargaba por otra concavidad espaciosa; viendo lo cual, volvió a salir adonde estaba el jumento, y con una piedra comenzó a desmoronar la tierra del agujero, de modo que en poco espacio (N) hizo lugar donde con facilidad pudiese entrar el asno, como lo hizo; y, cogiéndole del cabestro, comenzó a caminar por aquella gruta adelante, por ver si hallaba alguna salida por otra parte. A veces iba a escuras, y a veces sin luz, (N) pero ninguna vez sin miedo.

      -¡ Válame Dios todopoderoso ! -decía entre sí-. Esta que para mí es desventura, mejor fuera para aventura de mi amo don Quijote. Él sí que tuviera estas profundidades y mazmorras por jardines floridos y por palacios de Galiana, (N) y esperara salir de esta escuridad y estrecheza a algún florido prado; pero yo, sin ventura, falto de consejo y menoscabado de ánimo, a cada paso pienso que debajo de los pies de improviso se ha de abrir otra sima más profunda que la otra, que acabe de tragarme. (N) ¡ Bien vengas mal, si vienes solo.

      Desta manera y con estos pensamientos le pareció que habría caminado poco más de media legua, (N) al cabo de la cual descubrió una confusa claridad, que pareció ser ya de día, y que por alguna parte entraba, que daba indicio (N) de tener fin abierto aquel, para él, camino de la otra vida.

      Aquí le deja Cide Hamete Benengeli, y vuelve a tratar de don Quijote, que, alborozado y contento, esperaba el plazo de la batalla que había de hacer con el robador de la honra de la hija de doña Rodríguez, a quien pensaba enderezar el tuerto y desaguisado que malamente le tenían fecho.

      Sucedió, pues, que, saliéndose una mañana a imponerse y ensayarse en lo que había de hacer en el trance en que otro día pensaba verse, dando un repelón o arremetida a Rocinante, llegó a poner los pies tan junto a una cueva, que, a no tirarle fuertemente las riendas, fuera imposible no caer en ella. En fin, le detuvo y no cayó, y, llegándose algo más cerca, sin apearse, miró aquella hondura; y, estándola mirando, oyó grandes voces dentro; y, escuchando atentamente, pudo percebir y entender que el que las daba decía.

      -¡ Ah de arriba ! ¿ Hay algún cristiano que me escuche, o algún caballero caritativo que se duela de un pecador enterrado en vida, o un desdichado desgobernado gobernador.

      Parecióle a don Quijote que oía la voz de Sancho Panza, de que quedó suspenso y asombrado, y, levantando la voz todo lo que pudo, dijo.

      -¿ Quién está allá bajo? ¿ Quién se queja.

      -¿ Quién puede estar aquí, o quién se ha de quejar - respondieron-, sino el asendereado de Sancho Panza, gobernador, por sus pecados y por su mala andanza, de la ínsula Barataria, escudero que fue del famoso caballero don Quijote de la Mancha.

      Oyendo lo cual don Quijote, se le dobló la admiración y se le acrecentó el pasmo, viniéndosele al pensamiento que Sancho Panza debía de ser muerto, y que estaba allí penando su alma, y llevado desta imaginación dijo:

      -Conjúrote por todo aquello que puedo conjurarte como católico cristiano, que me digas quién eres; y si eres alma en pena, (N) dime qué quieres que haga por ti; que, pues es mi profesión favorecer y acorrer a los necesitados deste mundo, también lo seré para acorrer y ayudar a los menesterosos del otro mundo, (N) que no pueden ayudarse por sí propios.

      -Desa manera -respondieron-, vuestra merced que me habla debe de ser mi señor don Quijote de la Mancha, y aun en el órgano de la voz no es otro, sin duda.

      -Don Quijote soy -replicó don Quijote-, el que profeso socorrer y ayudar en sus necesidades a los vivos y a los muertos. Por eso dime quién eres, que me tienes atónito; porque si eres mi escudero Sancho Panza, y te has muerto, como no te hayan llevado los diablos, y, por la misericordia de Dios, estés en el purgatorio, sufragios tiene nuestra Santa Madre la Iglesia Católica Romana bastantes a sacarte de las penas en que estás, y yo, que lo solicitaré con ella, (N) por mi parte, con cuanto mi hacienda alcanzare; por eso, acaba de declararte y dime quién eres.

      -¡ Voto a tal ! -respondieron-, y por el nacimiento de quien vuesa merced quisiere, juro, señor don Quijote de la Mancha, que yo soy su escudero Sancho Panza, y que nunca me he muerto en todos los días de mi vida; (N) sino que, habiendo dejado mi gobierno por cosas y causas que es menester más espacio para decirlas, anoche caí en esta sima donde yago, el rucio conmigo, (N) que no me dejará mentir, pues, por más señas, está aquí conmigo. (N)

      Y hay más: que no parece sino que el jumento entendió lo que Sancho dijo, porque al momento comenzó a rebuznar, tan recio, que toda la cueva retumbaba.

      -¡ Famoso testigo ! -dijo don Quijote-. El rebuzno conozco como si le pariera, y tu voz oigo, Sancho mío. Espérame; iré al castillo del duque, que está aquí cerca, y traeré quien te saque desta sima, donde tus pecados te deben de haber puesto.

      -Vaya vuesa merced -dijo Sancho-, y vuelva presto, por un solo Dios, que ya no lo puedo llevar el estar aquí sepultado en vida, y me estoy muriendo de miedo.

      Dejóle don Quijote, y fue al castillo a contar a los duques el suceso de Sancho Panza, de que no poco se maravillaron, aunque bien entendieron que debía de haber caído por la correspondencia de aquella gruta que de tiempos inmemoriales estaba allí hecha; (N) pero no podían pensar cómo había dejado el gobierno sin tener ellos aviso de su venida. (N) Finalmente, como dicen, llevaron sogas y maromas; y, a costa de mucha gente y de mucho trabajo, sacaron al rucio y a Sancho Panza de aquellas tinieblas a la luz del sol. Viole un estudiante, y dijo: (N)

      -Desta manera habían de salir de sus gobiernos todos los malos gobernadores, como sale este pecador del profundo del abismo: muerto de hambre, descolorido, y sin blanca, a lo que yo creo.

      Oyólo Sancho, y dijo.

      -Ocho días o diez ha, hermano murmurador, (N) que entré a gobernar la ínsula que me dieron, en los cuales no me vi harto de pan siquiera un hora; en ellos me han perseguido médicos, y enemigos me han brumado los gÜesos; ni he tenido lugar de hacer cohechos, ni de cobrar derechos; y, siendo esto así, como lo es, no merecía yo, a mi parecer, salir de esta manera; pero el hombre pone y Dios dispone, y Dios sabe lo mejor y lo que le está bien a cada uno; y cual el tiempo, tal el tiento; y nadie diga "desta agua no beberé", que adonde se piensa que hay tocinos, no hay estacas; y Dios me entiende, y basta, y no digo más, aunque pudiera.

      -No te enojes, , (N) ni recibas pesadumbre de lo que oyeres, que será nunca acabar: ven tú con segura conciencia, y digan lo que dijeren; y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mesmo que querer poner puertas al campo. Si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen dél que ha sido un ladrón, y si sale pobre, que ha sido un para poco y un mentecato.

      -A buen seguro -respondió Sancho- que por esta vez antes me han de tener por tonto que por ladrón.

      En estas pláticas llegaron, rodeados de muchachos y de otra mucha gente, al castillo, (N) adonde en unos corredores estaban ya el duque y la duquesa esperando a don Quijote y a Sancho, el cual no quiso subir a ver al duque sin que primero no hubiese acomodado al rucio en la caballeriza, (N) porque decía que había pasado muy mala noche en la posada; y luego subió a ver a sus señores, ante los cuales, puesto de rodillas, dijo.

      -Yo, señores, porque lo quiso así vuestra grandeza, sin ningún merecimiento mío, fui a gobernar vuestra ínsula Barataria, en la cual entré desnudo, y desnudo me hallo: ni pierdo, ni gano. Si he gobernado bien o mal, testigos he tenido delante, que dirán lo que quisieren. He declarado dudas, sentenciado pleitos, siempre muerto de hambre, por haberlo querido así el doctor Pedro Recio, natural de Tirteafuera, médico insulano y gobernadoresco. Acometiéronnos enemigos de noche, y, habiéndonos puesto en grande aprieto, dicen los de la ínsula que salieron libres y con vitoria por el valor de mi brazo, que tal salud les dé Dios como ellos dicen verdad. (N) En resolución, en este tiempo yo he tanteado las cargas que trae consigo, y las obligaciones, el gobernar, y he hallado por mi cuenta que no las podrán llevar mis hombros, ni son peso de mis costillas, ni flechas de mi aljaba; y así, antes que diese conmigo al través el gobierno, he querido yo dar con el gobierno al través, y ayer de mañana dejé la ínsula como la hallé: con las mismas calles, casas y tejados que tenía cuando entré en ella. No he pedido prestado a nadie, ni metídome en granjerías; y, aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, (N) temeroso que no se habían de guardar: (N) que es lo mesmo hacerlas que no hacerlas. (N) Salí, como digo, de la ínsula sin otro acompañamiento que el de mi rucio; caí en una sima, víneme por ella adelante, hasta que, esta mañana, con la luz del sol, vi la salida, pero no tan fácil que, a no depararme el cielo a mi señor don Quijote, allí me quedara hasta la fin del mundo. Así que, mis señores duque y duquesa, aquí está vuestro gobernador Sancho Panza, que ha granjeado en solos diez días que ha tenido el gobierno a conocer que no se le ha de dar nada por ser gobernador, no que de una ínsula, sino de todo el mundo; (N) y, con este presupuesto, besando a vuestras mercedes los pies, imitando al juego de los muchachos, que dicen "Salta tú, y dámela tú", doy un salto del gobierno, y me paso al servicio de mi señor don Quijote; que, en fin, en él, aunque como el pan con sobresalto, hártome, a lo menos, y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de zanahorias que de perdices. (N)

      Con esto dio fin a su larga plática Sancho, temiendo siempre don Quijote que había de decir en ella millares de disparates; y, cuando le vio acabar con tan pocos, dio en su corazón gracias al cielo, y el duque abrazó a Sancho, y le dijo que le pesaba en el alma de que hubiese dejado tan presto el gobierno; pero que él haría de suerte que se le diese en su estado otro oficio de menos carga y de más provecho. Abrazóle la duquesa asimismo, y mandó que le regalasen, porque daba señales de venir mal molido y peor parado. (N)







Parte II -- Capítulo LVI . De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos, (N) en la defensa de la hija de la dueña (N) doña Rodríguez.

      No quedaron arrepentidos los duques de la burla hecha a Sancho Panza del gobierno que le dieron; (N) y más, que aquel mismo día vino su mayordomo, (N) y les contó punto por punto, todas casi, las palabras y acciones que Sancho había dicho y hecho en aquellos días, y finalmente les encareció el asalto de la ínsula, y el miedo de Sancho, y su salida, de que no pequeño gusto recibieron.

      Después desto, cuenta la historia (N) que se llegó el día de la batalla aplazada, (N) y, habiendo el duque una y muy muchas veces advertido a su lacayo Tosilos cómo se había de avenir con don Quijote para vencerle sin matarle ni herirle, ordenó que se quitasen los hierros a las lanzas, diciendo a don Quijote que no permitía la cristiandad, de que él se preciaba, que aquella batalla fuese con tanto riesgo y peligro de las vidas, y que se contentase con que le daba campo franco en su tierra, puesto que iba contra el decreto del Santo Concilio, que prohíbe los tales desafíos, (N) y no quisiese llevar por todo rigor aquel trance tan fuerte.

      Don Quijote dijo que Su Excelencia dispusiese las cosas de aquel negocio como más fuese servido; que él le obedecería en todo. Llegado, pues, el temeroso día, y habiendo mandado el duque que delante de la plaza del castillo se hiciese un espacioso cadahalso, donde estuviesen los jueces del campo y las dueñas, (N) madre y hija, demandantes, había acudido de todos los lugares y aldeas circunvecinas infinita gente, (N) a ver la novedad de aquella batalla; que nunca otra tal no habían visto, ni oído decir en aquella tierra los que vivían ni los que habían muerto. (N)

      El primero que entró en el campo y estacada (N) fue el maestro de las ceremonias, que tanteó el campo, y le paseó todo, porque en él no hubiese algún engaño, ni cosa encubierta (N) donde se tropezase y cayese; luego entraron las dueñas y se sentaron en sus asientos, cubiertas con los mantos hasta los ojos y aun hasta los pechos, con muestras de no pequeño sentimiento. Presente don Quijote en la estacada, (N) de allí a poco, acompañado de muchas trompetas, asomó por una parte de la plaza, sobre un poderoso caballo, hundiéndola toda, el grande lacayo Tosilos, calada la visera y todo encambronado, con unas fuertes y lucientes armas. (N) El caballo mostraba ser frisón, ancho y de color tordillo; de cada mano y pie le pendía una arroba de lana. (N)

      Venía el valeroso combatiente bien informado del duque su señor de cómo se había de portar con el valeroso don Quijote de la Mancha, advertido que en ninguna manera le matase, sino que procurase huir el primer encuentro por escusar el peligro de su muerte, que estaba cierto si de lleno en lleno le encontrase. (N) Paseó la plaza, y, llegando donde las dueñas estaban, se puso algún tanto a mirar a la que por esposo le pedía. Llamó el maese de campo a don Quijote, (N) que ya se había presentado en la plaza, y junto con Tosilos habló a las dueñas, preguntándoles si consentían (N) que volviese por su derecho don Quijote de la Mancha. Ellas dijeron que sí, (N) y que todo lo que en aquel caso hiciese lo daban por bien hecho, por firme y por valedero.

      Ya en este tiempo estaban el duque y la duquesa puestos en una galería que caía sobre la estacada, toda la cual estaba coronada de infinita gente, que esperaba ver el riguroso trance nunca visto. Fue condición de los combatientes que si don Quijote vencía, su contrario se había de casar con la hija de doña Rodríguez; y si él fuese vencido, quedaba libre su contendor (N) de la palabra que se le pedía, sin dar otra satisfación alguna.

      Partióles el maestro de las ceremonias el sol, (N) y puso a los dos cada uno en el puesto donde habían de estar. (N) Sonaron los atambores, llenó el aire el son de las trompetas, temblaba debajo de los pies la tierra; estaban suspensos los corazones de la mirante turba, (N) temiendo unos y esperando otros el bueno o el mal suceso de aquel caso. Finalmente, don Quijote, encomendándose de todo su corazón a Dios Nuestro Señor y a la señora Dulcinea del Toboso, estaba aguardando que se le diese señal precisa de la arremetida; empero, nuestro lacayo tenía diferentes pensamientos: no pensaba él sino en lo que agora diré. (N)

      Parece ser que, cuando estuvo mirando a su enemiga, le pareció la más hermosa mujer que había visto en toda su vida, y el niño ceguezuelo, a quien suelen llamar de ordinario Amor por esas calles, no quiso perder la ocasión que se le ofreció de triunfar de una alma lacayuna y ponerla en la lista de sus trofeos; (N) y así, llegándose a él bonitamente, sin que nadie le viese, le envasó al pobre lacayo una flecha de dos varas por el lado izquierdo, y le pasó el corazón de parte a parte; y púdolo hacer bien al seguro, porque el Amor es invisible, y entra y sale por do quiere, sin que nadie le pida cuenta de sus hechos.

      Digo, pues, que, cuando dieron la señal de la arremetida, estaba nuestro lacayo transportado, pensando en la hermosura de la que ya había hecho señora de su libertad, y así, no atendió al son de la trompeta, como hizo don Quijote, que, apenas la hubo oído, cuando arremetió, (N) y, a todo el correr que permitía Rocinante, partió contra su enemigo; y, viéndole partir su buen escudero Sancho, dijo a grandes voces.

      -¡ Dios te guíe, nata y flor de los andantes caballeros ! ¡ Dios te dé la vitoria, pues llevas la razón de tu parte.

      Y, aunque Tosilos vio venir contra sí a don Quijote, no se movió un paso de su puesto; antes, con grandes voces, llamó al maese de campo, el cual venido a ver lo que quería, le dijo. (N)

      -Señor, ¿ esta batalla no se hace porque yo me case, o no me case, con aquella señora.

      -Así es -le fue respondido.

      -Pues yo -dijo el lacayo- soy temeroso de mi conciencia, (N) y pondríala en gran cargo si pasase adelante en esta batalla; y así, digo que yo me doy por vencido y que quiero casarme luego con aquella señora.

      Quedó admirado el maese de campo de las razones de Tosilos; y, como era uno de los sabidores de la máquina de aquel caso, no le supo responder palabra. Detúvose don Quijote en la mitad de su carrera, viendo que su enemigo no le acometía. El duque no sabía la ocasión porque no se pasaba adelante en la batalla, pero el maese de campo le fue a declarar lo que Tosilos decía, de lo que quedó suspenso y colérico en estremo.

      En tanto que esto pasaba, Tosilos se llegó adonde doña Rodríguez estaba, y dijo a grandes voces.

      -Yo, señora, quiero casarme con vuestra hija, y no quiero alcanzar por pleitos ni contiendas lo que puedo alcanzar por paz y sin peligro de la muerte.

      Oyó esto el valeroso don Quijote, y dijo:

      -Pues esto así es, yo quedo libre y suelto de mi promesa: cásense en hora buena, y, pues Dios Nuestro Señor se la dio, San Pedro se la bendiga.

      El duque había bajado a la plaza del castillo, y, llegándose a Tosilos, le dijo.

      -¿ Es verdad, caballero, que os dais por vencido, y que, instigado de vuestra temerosa conciencia, os queréis casar con esta doncella.

      -Sí, señor -respondió Tosilos.

      -Él hace muy bien -dijo a esta sazón Sancho Panza - , porque lo que has de dar al mur, dalo al gato, (N) y sacarte ha de cuidado.

      Íbase Tosilos desenlazando la celada, y rogaba que apriesa le ayudasen, porque le iban faltando los espíritus del aliento, y no podía verse encerrado tanto tiempo en la estrecheza de aquel aposento. Quitáronsela apriesa, y quedó descubierto y patente su rostro de lacayo. (N) Viendo lo cual doña Rodríguez y su hija, dando grandes voces, dijeron.

      -¡ Éste es engaño, engaño es éste ! ¡ A Tosilos, el lacayo del duque mi señor, nos han puesto en lugar de mi verdadero esposo (N) ! ¡ Justicia de Dios y del Rey, de tanta malicia, por no decir bellaquería.

      -No vos acuitéis, señoras -dijo don Quijote-, que ni ésta es malicia ni es bellaquería; y si la es, y no ha sido la causa el duque, sino los malos encantadores que me persiguen, los cuales, invidiosos de que yo alcanzase la gloria deste vencimiento, han convertido el rostro de vuestro esposo en el de este que decís que es lacayo del duque. Tomad mi consejo, (N) y, a pesar de la malicia de mis enemigos, casaos con él, que sin duda es el mismo que vos deseáis alcanzar por esposo.

      El duque, que esto oyó, estuvo por romper en risa toda su cólera, (N) y dijo.

      -Son tan extraordinarias las cosas que suceden al señor don Quijote que estoy por creer que este mi lacayo no lo es; pero usemos deste ardid y maña: dilatemos el casamiento quince días, si quieren, y tengamos encerrado a este personaje que nos tiene dudosos, en los cuales podría ser que volviese a su prístina figura; que no ha de durar tanto el rancor que los encantadores tienen al señor don Quijote, y más, yéndoles tan poco en usar estos embelecos y transformaciones.

      -¡ Oh señor ! -dijo Sancho-, que ya tienen estos malandrines por uso y costumbre de mudar las cosas, de unas en otras, que tocan a mi amo. Un caballero que venció los días pasados, llamado el de los Espejos, le volvieron (N) en la figura del bachiller Sansón Carrasco, natural de nuestro pueblo y grande amigo nuestro, y a mi señora Dulcinea del Toboso la han vuelto en una rústica labradora; y así, imagino que este lacayo ha de morir y vivir lacayo todos los días de su vida.

      A lo que dijo la hija de Rodríguez.

      -Séase quien fuere este que me pide por esposa, que yo se lo agradezco; (N) que más quiero ser mujer legítima de un lacayo que no amiga y burlada de un caballero, puesto que el que a mí me burló no lo es.

      En resolución, todos estos cuentos y sucesos pararon en que Tosilos se recogiese, hasta ver en qué paraba su transformación; aclamaron todos la vitoria por don Quijote, y los más quedaron tristes y melancólicos de ver que no se habían hecho pedazos los tan esperados combatientes, (N) bien así como los mochachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado (N) que esperan, porque le ha perdonado, o la parte, o la justicia. Fuese la gente, volviéronse el duque y don Quijote al castillo, encerraron a Tosilos, quedaron doña Rodríguez y su hija contentísimas de ver que, por una vía o por otra, aquel caso había de parar en casamiento, (N) y Tosilos no esperaba menos.







Parte II -- Capítulo LVII . Que trata de cómo don Quijote se despidió del duque, y de lo que le sucedió con la discreta y desenvuelta Altisidora, doncella de la duquesa.

      Ya le pareció a don Quijote que era bien salir de tanta ociosidad (N) como la que en aquel castillo tenía; que se imaginaba ser grande la falta que su persona hacía en dejarse estar encerrado y perezoso entre los infinitos regalos y deleites que como a caballero andante aquellos señores le hacían, (N) y parecíale que había de dar cuenta estrecha al cielo de aquella ociosidad y encerramiento; y así, pidió un día licencia a los duques para partirse. (N) Diéronsela, con muestras de que en gran manera les pesaba de que los dejase. Dio la duquesa las cartas de su mujer a Sancho Panza, el cual lloró con ellas, y dijo.

      -¿ Quién pensara que esperanzas tan grandes como las que en el pecho de mi mujer Teresa Panza engendraron las nuevas de mi gobierno habían de parar en volverme yo agora a las arrastradas aventuras de mi amo? Con todo esto, me contento de ver que mi Teresa correspondió a ser quien es, enviando las bellotas a la duquesa; que, a no habérselas enviado, quedando yo pesaroso, me mostrara ella desagradecida. Lo que me consuela es que esta dádiva no se le puede dar nombre de cohecho, porque ya tenía yo el gobierno cuando ella las envió, y está puesto en razón que los que reciben algún beneficio, aunque sea con niñerías, se muestren agradecidos. En efecto, yo entré desnudo en el gobierno y salgo desnudo dél; y así, podré decir con segura conciencia, que no es poco: "Desnudo nací, (N) desnudo me hallo: ni pierdo ni gano".

      Esto pasaba entre sí Sancho el día de la partida; y, saliendo don Quijote, habiéndose despedido la noche antes de los duques, (N) una mañana se presentó armado en la plaza del castillo. Mirábanle de los corredores toda la gente del castillo, y asimismo los duques salieron a verle. Estaba Sancho sobre su rucio, con sus alforjas, maleta y repuesto, (N) contentísimo, porque el mayordomo del duque, el que fue la Trifaldi, le había dado un bolsico (N) con docientos escudos de oro, para suplir los menesteres del camino, y esto aún no lo sabía don Quijote.

      Estando, como queda dicho, mirándole todos, a deshora, entre las otras dueñas y doncellas de la duquesa, que le miraban, alzó la voz la desenvuelta y discreta Altisidora, y en son lastimero dijo: -Escucha, mal caballero;
detén un poco las riendas;
no fatigues las ijadas
de tu mal regida bestia.
Mira, falso, que no huyas (N)
de alguna serpiente fiera,
sino de una corderilla
que está muy lejos de oveja. (N)
Tú has burlado, monstruo horrendo, (N)
la más hermosa doncella
que Da vio en sus montes,
que Venus miró en sus selvas.
Cruel Vireno, (N) fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe; allá te avengas.
Tú llevas, ¡ llevar impío !,
en las garras de tus cerras (N)
las entrañas de una humilde,
como enamorada, tierna.
Llévaste tres tocadores,
y unas ligas, de unas piernas
que al mármol puro se igualan
en lisas, blancas y negras. (N)
Llévaste dos mil suspiros,
que, a ser de fuego, pudieran
abrasar a dos mil Troyas,
si dos mil Troyas hubiera.
Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe; allá te avengas.
De ese Sancho, tu escudero,
las entrañas sean tan tercas
y tan duras, que no salga
de su encanto Dulcinea.
De la culpa que tú tienes
lleve la triste la pena;
que justos por pecadores
tal vez pagan en mi tierra.
Tus más finas aventuras
en desventuras se vuelvan,
en sueños tus pasatiempos,
en olvidos tus firmezas.
Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe; allá te avengas.
Seas tenido por falso
desde Sevilla a Marchena,
desde Granada hasta Loja,
de Londres a Inglaterra.
Si jugares al reinado,
los cientos, o la primera, (N)
los reyes huyan de ti;
ases ni sietes no veas.
Si te cortares los callos,
sangre las heridas viertan,
y quédente los raigones
si te sacares las muelas.
Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe; allá te avengas.


      En tanto que, de la suerte que se ha dicho, se quejaba la lastimada Altisidora, la estuvo mirando don Quijote, y, sin responderla palabra, (N) volviendo el rostro a Sancho, le dijo.

      -Por el siglo de tus pasados, Sancho mío, te conjuro que me digas una verdad. Dime, ¿ llevas por ventura los tres tocadores y las ligas que esta enamorada doncella dice.

      A lo que Sancho respondió.

      -Los tres tocadores sí llevo; (N) pero las ligas, como por los cerros de Úbeda. (N)

      Quedó la duquesa admirada de la desenvoltura de Altisidora, que, aunque la tenía por atrevida, graciosa y desenvuelta, no en grado que se atreviera a semejantes desenvolturas; y, como no estaba advertida desta burla, creció más su admiración. El duque quiso reforzar el donaire, y dijo.

      -No me parece bien, señor caballero, que, habiendo recebido en este mi castillo el buen acogimiento que en él se os ha hecho, os hayáis atrevido a llevaros tres tocadores, por lo menos, si por lo más las ligas de mi doncella; (N) indicios son de mal pecho y muestras que no corresponden a vuestra fama. Volvedle las ligas; si no, yo os desafío a mortal batalla, sin tener temor que malandrines encantadores me vuelvan ni muden el rostro, como han hecho en el de Tosilos mi lacayo, el que entró con vos en batalla.

      -No quiera Dios -respondió don Quijote- que yo desenvaine mi espada contra vuestra ilustrísima persona, de quien tantas mercedes he recebido; los tocadores volveré, (N) porque dice Sancho que los tiene; las ligas es imposible, porque ni yo las he recebido ni él tampoco; y si esta vuestra doncella quisiere mirar sus escondrijos, a buen seguro que las halle. Yo, señor duque, jamás he sido ladrón, ni lo pienso ser en toda mi vida, como Dios no me deje de su mano. Esta doncella habla, como ella dice, como enamorada, (N) de lo que yo no le tengo culpa; y así, no tengo de qué pedirle perdón ni a ella ni a Vuestra Excelencia, a quien suplico me tenga en mejor opinión, y me dé de nuevo licencia para seguir mi camino.

      -Déosle Dios tan bueno -dijo la duquesa-, señor don Quijote, que siempre oigamos buenas nuevas de vuestras fechurías. (N) Y andad con Dios; que, mientras más os detenéis, más aumentáis el fuego en los pechos de las doncellas que os miran; y a la mía yo la castigaré de modo, que de aquí adelante no se desmande con la vista ni con las palabras.

      -Una no más quiero que me escuches, ¡ oh valeroso don Quijote ! -dijo entonces Altisidora-; y es que te pido perdón del latrocinio de las ligas, (N) porque, en Dios y en mi ánima que las tengo puestas, y he caído en el descuido del que yendo sobre el asno, le buscaba.

      -¿ No lo dije yo? -dijo Sancho-. ¡ Bonico soy yo para encubrir hurtos ! Pues, a quererlos hacer, de paleta (N) me había venido la ocasión en mi gobierno.

      Abajó la cabeza don Quijote y hizo reverencia a los duques y a todos los circunstantes, y, volviendo las riendas a Rocinante, siguiéndole Sancho sobre el rucio, se salió del castillo, enderezando su camino a Zaragoza. (N)







Parte II -- Capítulo LVIII . Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras. (N)

      Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro, y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías, y, volviéndose a Sancho, le dijo.

      -La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones (N) que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, (N) y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas (N) son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡ Venturoso aquél (N) a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo.

      -Con todo eso -dijo Sancho- que vuesa merced me ha dicho, no es bien que se quede sin agradecimiento de nuestra parte docientos escudos de oro que en una bolsilla me dio el mayordomo del duque, que como píctima (N) y confortativo la llevo puesta sobre el corazón, para lo que se ofreciere; que no siempre hemos de hallar castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas donde nos apaleen.

      En estos y otros razonamientos iban los andantes, caballero y escudero, cuando vieron, habiendo andado poco más de una legua, que encima de la yerba de un pradillo verde, encima de sus capas, estaban comiendo hasta una docena de hombres, vestidos de labradores. Junto a sí tenían unas como sábanas blancas, con que cubrían alguna cosa que debajo estaba; estaban empinadas y tendidas, (N) y de trecho a trecho puestas. Llegó don Quijote a los que comían, y, saludándolos primero cortésmente, les preguntó que qué era lo que aquellos lienzos cubrían. Uno dellos le respondió.

      -Señor, debajo destos lienzos están unas imágines de relieve y entabladura que han de servir en un retablo que hacemos en nuestra aldea; llevámoslas cubiertas, (N) porque no se desfloren, y en hombros, porque no se quiebren.

      -Si sois servidos -respondió don Quijote-, holgaría de verlas, pues imágines que con tanto recato se llevan, sin duda deben de ser buenas.

      -Y ¡ cómo si lo son ! -dijo otro-. Si no, dígalo lo que cuesta: que en verdad que no hay ninguna que no esté en más de cincuenta ducados; y, porque vea vuestra merced esta verdad, espere vuestra merced, y verla ha por vista de ojos.

      Y, levantándose, dejó de comer (N) y fue a quitar la cubierta de la primera imagen, que mostró ser la de San Jorge puesto a caballo, con una serpiente enroscada a los pies y la lanza atravesada por la boca, con la fiereza que suele pintarse. Toda la imagen parecía una ascua de oro, como suele decirse. Viéndola don Quijote, dijo:

      -Este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina: llamóse don San Jorge, y fue además defendedor de doncellas. (N) Veamos esta otra.

      Descubrióla el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y, apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo.

      -Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, (N) como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.

      -No debió de ser eso -dijo Sancho-, sino que se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.

      Rióse don Quijote y pidió que quitasen otro lienzo, debajo del cual se descubrió la imagen del Patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada, (N) atropellando moros y pisando cabezas; y, en viéndola, dijo don Quijote.

      -Éste sí que es caballero, y de las escuadras de Cristo; éste se llama don San Diego Matamoros, (N) uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo.

      Luego descubrieron otro lienzo, y pareció que encubría la caída de San Pablo del caballo abajo, con todas las circunstancias que en el retablo de su conversión suelen pintarse. Cuando le vido tan al vivo, que dijeran que Cristo le hablaba y Pablo respondía.

      -Éste -dijo don Quijote- fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios Nuestro Señor en su tiempo, y el mayor defensor suyo que tendrá jamás: caballero andante por la vida, y santo a pie quedo por la muerte, (N) trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de escuelas los cielos (N) y de catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo.

      No había más imágines, y así, mandó don Quijote que las volviesen a cubrir, y dijo a los que las llevaban.

      -Por buen agÜero he tenido, (N) hermanos, haber visto lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas; sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino, y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza, (N) y yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorándose mi ventura y adobándoseme el juicio, (N) podría ser que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo.

      -Dios lo oiga y el pecado sea sordo (N) - dijo Sancho a esta ocasión.

      Admiráronse los hombres, así de la figura como de las razones de don Quijote, sin entender la mitad de lo que en ellas decir quería. Acabaron de comer, cargaron con sus imágines, y, despidiéndose de don Quijote, siguieron su viaje.

      Quedó Sancho de nuevo como si jamás hubiera conocido a su señor, admirado de lo que sabía, pareciéndole que no debía de haber historia en el mundo ni suceso que no lo tuviese cifrado en la uña y clavado en la memoria, y díjole.

      -En verdad, señor nuestramo, (N) que si esto que nos ha sucedido hoy se puede llamar aventura, ella ha sido de las más suaves y dulces que en todo el discurso de nuestra peregrinación nos ha sucedido: (N) della habemos salido sin palos y sobresalto alguno, ni hemos echado mano a las espadas, (N) ni hemos batido la tierra con los cuerpos, ni quedamos hambrientos. Bendito sea Dios, que tal me ha dejado ver con mis propios ojos.

      -Tú dices bien, Sancho -dijo don Quijote-, pero has de advertir que no todos los tiempos son unos, ni corren de una misma suerte, y esto que el vulgo suele llamar comúnmente agÜeros, que no se fundan sobre natural razón alguna, del que es discreto han de ser tenidos (N) y juzgar por buenos acontecimientos. Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la orden del bienaventurado San Francisco, y, como si hubiera encontrado con un grifo, (N) vuelve las espaldas y vuélvese a su casa. (N) Derrámasele al otro Mendoza la sal encima de la mesa, (N) y derrámasele a él la melancolía por el corazón, como si estuviese obligada la naturaleza a dar señales de las venideras desgracias con cosas tan de poco momento (N) como las referidas. El discreto y cristiano no ha de andar en puntillos (N) con lo que quiere hacer el cielo. Llega Cipión a África, tropieza en saltando en tierra, tiénenlo por mal agÜero sus soldados; pero él, abrazándose con el suelo, dijo: ′′No te me podrás huir, África, porque te tengo asida y entre mis brazos′′. (N) Así que, Sancho, el haber encontrado con estas imágines ha sido para mí felicísimo acontecimiento.

      -Yo así lo creo -respondió Sancho-, y querría que vuestra merced me dijese qué es la causa (N) por que dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: "¡ Santiago, y cierra, España ! (N) " ¿ Está por ventura España abierta, y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es ésta.

      -Simplicísimo eres, Sancho -respondió don Quijote - ; y mira que este gran caballero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón (N) y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles han tenido; y así, le invocan y llaman como a defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas veces le han visto visiblemente (N) en ellas, derribando, atropellando, destruyendo y matando los agarenos escuadrones; y desta verdad te pudiera traer muchos ejemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan.

      Mudó Sancho plática, y dijo a su amo.

      -Maravillado estoy, señor, de la desenvoltura de Altisidora, la doncella de la duquesa: bravamente la debe de tener herida y traspasada aquel que llaman Amor, que dicen que es un rapaz ceguezuelo (N) que, con estar lagañoso, o, por mejor decir, sin vista, si toma por blanco un corazón, por pequeño que sea, le acierta y traspasa de parte a parte con sus flechas. He oído decir también que en la vergÜenza y recato de las doncellas se despuntan y embotan las amorosas saetas, pero en esta Altisidora más parece que se aguzan que despuntan.

      -Advierte, Sancho -dijo don Quijote-, que el amor ni mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos, y tiene la misma condición que la muerte: que así acomete los altos alcázares de los reyes como las humildes chozas de los pastores, y cuando toma entera posesión de una alma, lo primero que hace es quitarle el temor y la vergÜenza; y así, sin ella declaró Altisidora sus deseos, que engendraron en mi pecho antes confusión que lástima.

      -¡ Crueldad notoria ! -dijo Sancho-. ¡ Desagradecimiento inaudito ! Yo de mí sé decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa suya. ¡ Hideputa, (N) y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa ! Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuestra merced que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, que cada cosa por sí déstas, o todas juntas, le enamoraron; (N) que en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar; y, habiendo yo también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no teniendo vuestra merced ninguna, (N) no sé yo de qué se enamoró la pobre.

      -Advierte, Sancho -respondió don Quijote-, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. (N) Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme; y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho.

      En estas razones y pláticas se iban entrando por una selva que fuera del camino estaba, y a deshora, sin pensar en ello, se halló don Quijote enredado entre unas redes (N) de hilo verde, que desde unos árboles a otros estaban tendidas; y, sin poder imaginar qué pudiese ser (N) aquello, dijo a Sancho.

      -Paréceme, Sancho, que esto destas redes debe de ser una de las más nuevas aventuras que pueda imaginar. (N) Que me maten si los encantadores que me persiguen no quieren enredarme en ellas y detener mi camino, como en venganza de la riguridad que con Altisidora he tenido. Pues mándoles yo que, aunque estas redes, si como son hechas de hilo verde fueran de durísimos diamantes, (N) o más fuertes que aquélla con que el celoso dios de los herreros enredó a Venus y a Marte, (N) así la rompiera como si fuera de juncos marinos o de hilachas de algodón.

      Y, queriendo pasar adelante y romperlo todo, al improviso (N) se le ofrecieron delante, saliendo de entre unos árboles, dos hermosísimas pastoras; a lo menos, vestidas como pastoras, sino que los pellicos y sayas eran de fino brocado, digo, que las sayas eran riquísimos faldellines de tabí de oro. Traían los cabellos sueltos por las espaldas, que en rubios podían competir con los rayos del mismo sol; los cuales se coronaban con dos guirnaldas de verde laurel y de rojo amaranto tejidas. (N) La edad, al parecer, ni bajaba de los quince ni pasaba de los diez y ocho.

      Vista fue ésta que admiró a Sancho, suspendió a don Quijote, hizo parar al sol en su carrera para verlas, (N) y tuvo en maravilloso silencio a todos cuatro. En fin, quien primero habló fue una de las dos zagalas, que dijo a don Quijote.

      -Detened, señor caballero, el paso, y no rompáis las redes, que no para daño vuestro, sino para nuestro pasatiempo, ahí están tendidas; y, porque sé que nos habéis de preguntar para qué se han puesto y quién somos, os lo quiero decir en breves palabras. En una aldea (N) que está hasta dos leguas de aquí, donde hay mucha gente principal y muchos hidalgos y ricos, entre muchos amigos y parientes se concertó que con sus hijos, mujeres y hijas, vecinos, amigos y parientes, nos viniésemos a holgar a este sitio, (N) que es uno de los más agradables de todos estos contornos, formando entre todos una nueva y pastoril Arcadia, vistiéndonos las doncellas de zagalas y los mancebos de pastores. Traemos estudiadas dos églogas, una del famoso poeta Garcilaso, y otra del excelentísimo Camoes, en su misma lengua portuguesa, las cuales hasta agora no hemos representado. (N) Ayer fue el primero día (N) que aquí llegamos; tenemos entre estos ramos plantadas algunas tiendas, que dicen se llaman de campaña, en el margen de un abundoso arroyo que todos estos prados fertiliza; tendimos la noche pasada estas redes de estos árboles para engañar los simples pajarillos, que, ojeados con nuestro ruido, vinieren a dar en ellas. Si gustáis, señor, de ser nuestro huésped, seréis agasajado liberal y cortésmente; porque por agora en este sitio no ha de entrar la pesadumbre ni la melancolía.

      Calló y no dijo más. A lo que respondió don Quijote:

      -Por cierto, hermosísima señora, que no debió de quedar más suspenso ni admirado Anteón (N) cuando vio al improviso bañarse en las aguas a Diana, como yo he quedado atónito en ver vuestra belleza. (N) Alabo el asumpto de vuestros entretenimientos, y el de vuestros ofrecimientos agradezco; y, si os puedo servir, con seguridad de ser obedecidas me lo podéis mandar; porque no es ésta la profesión mía, sino de mostrarme agradecido y bienhechor con todo género de gente, en especial con la principal que vuestras personas representa; y, si como estas redes, que deben de ocupar algún pequeño espacio, ocuparan toda la redondez de la tierra, buscara yo nuevos mundos (N) por do pasar sin romperlas; y porque deis algún crédito a esta mi exageración, ved que os lo promete, por lo menos, don Quijote de la Mancha, si es que ha llegado a vuestros oídos este nombre.

      -¡ Ay, amiga de mi alma -dijo entonces la otra zagala-, y qué ventura tan grande nos ha sucedido ! ¿ Ves este señor que tenemos delante? Pues hágote saber que es el más valiente, y el más enamorado, y el más comedido que tiene el mundo, si no es que nos miente y nos engaña una historia que de sus hazañas anda impresa y yo he leído. Yo apostaré que este buen hombre que viene consigo es un tal Sancho Panza, (N) su escudero, a cuyas gracias no hay ningunas que se le igualen.

      -Así es la verdad -dijo Sancho-: que yo soy ese gracioso y ese escudero que vuestra merced dice, y este señor es mi amo, el mismo don Quijote de la Mancha historiado y referido.

      -¡ Ay ! -dijo la otra-. Supliquémosle, amiga, que se quede; que nuestros padres y nuestros hermanos gustarán infinito dello, que también he oído yo decir de su valor y de sus gracias lo mismo que tú me has dicho, y, sobre todo, dicen dél que es el más firme y más leal enamorado que se sabe, y que su dama es una tal Dulcinea del Toboso, a quien en toda España la dan la palma de la hermosura.

      -Con razón se la dan -dijo don Quijote-, si ya no lo pone en duda vuestra sin igual belleza. No os canséis, señoras, en detenerme, porque las precisas obligaciones de mi profesión no me dejan reposar en ningún cabo.

      Llegó, en esto, adonde los cuatro estaban un hermano de una de las dos pastoras, vestido asimismo de pastor, con la riqueza y galas que a las de las zagalas correspondía; contáronle ellas que el que con ellas estaba era el valeroso don Quijote de la Mancha, y el otro, su escudero Sancho, de quien tenía él ya noticia, por haber leído su historia. Ofreciósele el gallardo pastor, pidióle que se viniese con él a sus tiendas; húbolo de conceder don Quijote, y así lo hizo.

      Llegó, en esto, el ojeo, (N) llenáronse las redes de pajarillos diferentes que, engañados de la color de las redes, caían en el peligro de que iban huyendo. Juntáronse en aquel sitio más de treinta personas, todas bizarramente de pastores y pastoras vestidas, y en un instante quedaron enteradas de quiénes eran don Quijote y su escudero, de que no poco contento recibieron, porque ya tenían dél noticia por su historia. Acudieron a las tiendas, hallaron las mesas puestas, ricas, abundantes y limpias; honraron a don Quijote dándole el primer lugar en ellas; mirábanle todos, y admirábanse de verle.

      Finalmente, alzados los manteles, con gran reposo alzó don Quijote la voz, y dijo: (N)

      -Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, (N) ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón; y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando éstos no bastan, las publico; porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras, si pudiera; porque, por la mayor parte, los que reciben son inferiores a los que dan; y así, es Dios sobre todos, (N) porque es dador sobre todos y no pueden corresponder las dádivas del hombre a las de Dios con igualdad, por infinita distancia; y esta estrecheza y cortedad, en cierto modo, la suple el agradecimiento. Yo, pues, agradecido a la merced que aquí se me ha hecho, no pudiendo corresponder a la misma medida, conteniéndome (N) en los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha; y así, digo que sustentaré dos días naturales en metad de ese camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas que aquí están son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo, (N) excetado sólo a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis pensamientos, con paz sea dicho de cuantos y cuantas me escuchan.

      Oyendo lo cual, Sancho, que con grande atención le había estado escuchando, dando una gran voz, dijo.

      -¿ Es posible que haya en el mundo personas que se atrevan a decir y a jurar que este mi señor es loco? Digan vuestras mercedes, señores pastores: ¿ hay cura de aldea, por discreto y por estudiante que sea, que pueda decir lo que mi amo ha dicho, ni hay caballero andante, por más fama que tenga de valiente, que pueda ofrecer lo que mi amo aquí ha ofrecido.

      Volvióse don Quijote a Sancho, y, encendido el rostro y colérico, le dijo.

      -¿ Es posible, ¡ oh Sancho !, que haya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no sé qué ribetes de malicioso y de bellaco? ¿ Quién te mete a ti en mis cosas, y en averiguar si soy discreto o majadero? Calla y no me repliques, sino ensilla, si está desensillado Rocinante: (N) vamos a poner en efecto mi ofrecimiento, que, con la razón que va de mi parte, puedes dar por vencidos a todos cuantos quisieren contradecirla.

      Y, con gran furia y muestras de enojo, se levantó de la silla, dejando admirados a los circunstantes, haciéndoles dudar si le podían tener por loco o por cuerdo. (N) Finalmente, habiéndole persuadido que no se pusiese en tal demanda, que ellos daban por bien conocida su agradecida voluntad y que no eran menester nuevas demostraciones para conocer su ánimo valeroso, pues bastaban las que en la historia de sus hechos se referían, con todo esto, salió don Quijote con su intención; (N) y, puesto sobre Rocinante, embrazando su escudo y tomando su lanza, se puso en la mitad de un real camino que no lejos del verde prado estaba. Siguióle Sancho sobre su rucio, con toda la gente del pastoral rebaño, (N) deseosos de ver en qué paraba su arrogante y nunca visto ofrecimiento.

      Puesto, pues, don Quijote en mitad del camino -como os he dicho-, (N) hirió el aire con semejantes palabras.

      -¡ Oh vosotros, pasajeros y viandantes, caballeros, escuderos, gente de a pie y de a caballo que por este camino pasáis, o habéis de pasar en estos dos días siguientes ! Sabed que don Quijote de la Mancha, caballero andante, está aquí puesto para defender que a todas las hermosuras y cortesías del mundo exceden las que se encierran en las ninfas habitadoras destos prados y bosques, dejando a un lado a la señora de mi alma Dulcinea del Toboso. Por eso, el que fuere de parecer contrario, acuda, que aquí le espero.

      Dos veces repitió estas mismas razones, y dos veces no fueron oídas de ningún aventurero; (N) pero la suerte, que sus cosas iba encaminando de mejor en mejor, (N) ordenó que de allí a poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres de a caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos, caminando todos apiñados, de tropel y a gran priesa. No los hubieron bien visto los que con don Quijote estaban, cuando, volviendo las espaldas, se apartaron bien lejos del camino, porque conocieron que si esperaban les podía suceder algún peligro; sólo don Quijote, con intrépido corazón, se estuvo quedo, y Sancho Panza se escudó con las ancas de Rocinante.

      Llegó el tropel de los lanceros, y uno dellos, que venía más delante, (N) a grandes voces comenzó a decir a don Quijote.

      -¡ Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros.

      -¡ Ea, canalla -respondió don Quijote-, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas (N) ! Confesad, malandrines, así a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla.

      No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote le tuvo de desviarse, aunque quisiera; y así, el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, (N) con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándole a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico Rocinante; (N) pero, en fin, se levantaron todos, y don Quijote, a gran priesa, tropezando aquí y cayendo allí, comenzó a correr tras la vacada, diciendo a voces.

      -¡ Deteneos y esperad, canalla malandrina, que un solo caballero os espera, (N) el cual no tiene condición ni es de parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacerle la puente de plata. (N)

      Pero no por eso se detuvieron los apresurados corredores, ni hicieron más caso de sus amenazas que de las nubes de antaño. Detúvole el cansancio a don Quijote, y, más enojado que vengado, se sentó en el camino, esperando a que Sancho, Rocinante y el rucio llegasen. Llegaron, volvieron a subir amo y mozo, y, sin volver a despedirse de la Arcadia fingida (N) o contrahecha, y con más vergÜenza que gusto, siguieron su camino.







Parte II -- Capítulo LIX . Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió (N) a don Quijote.

      Al polvo y al cansancio que don Quijote y Sancho sacaron del descomedimiento de los toros, socorrió una fuente clara y limpia que entre una fresca arboleda hallaron, en el margen de la cual, dejando libres, sin jáquima y freno, al rucio y a Rocinante, los dos asendereados amo y mozo se sentaron. Acudió Sancho a la repostería de su alforjas, y dellas sacó de lo que él solía llamar condumio; enjuagóse la boca, lavóse don Quijote el rostro, con cuyo refrigerio cobraron aliento los espíritus desalentados. No comía don Quijote, de puro pesaroso, (N) ni Sancho no osaba tocar a los manjares (N) que delante tenía, de puro comedido, y esperaba a que su señor hiciese la salva; (N) pero, viendo que, llevado de sus imaginaciones, no se acordaba de llevar el pan a la boca, no abrió la suya, (N) y, atropellando por todo género de crianza, comenzó a embaular en el estómago el pan y queso que se le ofrecía.

      -Come, Sancho amigo -dijo don Quijote-, sustenta la vida, que más que a mí te importa, y déjame morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo; y, porque veas que te digo verdad en esto, considérame impreso en historias, famoso en las armas, comedido en mis acciones, respetado de príncipes, solicitado de doncellas; al cabo al cabo, (N) cuando esperaba palmas, triunfos y coronas, granjeadas y merecidas (N) por mis valerosas hazañas, me he visto esta mañana pisado y acoceado y molido de los pies de animales inmundos y soeces. (N) Esta consideración me embota los dientes, entorpece las muelas, y entomece las manos, (N) y quita de todo en todo la gana del comer, de manera que pienso dejarme morir de hambre: muerte la más cruel de las muertes.

      -Desa manera -dijo Sancho, sin dejar de mascar apriesa- no aprobará vuestra merced aquel refrán que dicen: "muera Marta, y muera harta". Yo, a lo menos, no pienso matarme a mí mismo; antes pienso hacer como el zapatero, que tira el cuero con los dientes hasta que le hace llegar donde él quiere; yo tiraré mi vida comiendo hasta que llegue al fin que le tiene determinado el cielo; y sepa, señor, que no hay mayor locura que la que toca en querer desesperarse como vuestra merced, y créame, y después de comido, échese a dormir un poco (N) sobre los colchones verdes destas yerbas, y verá como cuando despierte se halla algo más aliviado.

      Hízolo así don Quijote, pareciéndole que las razones de Sancho más eran de filósofo que de mentecato, y díjole.

      -Si tú, ¡ oh Sancho !, quisieses hacer por mí lo que yo ahora te diré, serían mis alivios más ciertos y mis pesadumbres no tan grandes; y es que, mientras yo duermo, obedeciendo tus consejos, (N) tú te desviases un poco lejos de aquí, y con las riendas de Rocinante, echando al aire tus carnes, te dieses trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta de los tres mil y tantos que te has de dar por el desencanto de Dulcinea; que es lástima no pequeña que aquella pobre señora esté encantada por tu descuido y negligencia.

      -Hay mucho que decir en eso -dijo Sancho-. Durmamos, por ahora, entrambos, y después, Dios dijo lo que será. (N) Sepa vuestra merced que esto de azotarse un hombre a sangre fría es cosa recia, y más si caen los azotes sobre un cuerpo mal sustentado y peor comido: tenga paciencia mi señora Dulcinea, que, cuando menos se cate, me verá hecho una criba, de azotes; (N) y hasta la muerte, todo es vida; quiero decir que aún yo la tengo, junto con el deseo de cumplir con lo que he prometido.

      Agradeciéndoselo don Quijote, comió algo, y Sancho mucho, y echáronse a dormir entrambos, dejando a su albedrío y sin orden alguna pacer del abundosa yerba de que aquel prado estaba lleno a los dos continuos compañeros y amigos Rocinante y el rucio. (N) Despertaron algo tarde, volvieron a subir y a seguir su camino, dándose priesa para llegar a una venta que, al parecer, una legua de allí se descubría. Digo que era venta porque don Quijote la llamó así, fuera del uso que tenía de llamar a todas las ventas castillos. (N)

      Llegaron, pues, a ella; preguntaron al huésped si había posada. Fueles respondido que sí, con toda la comodidad y regalo (N) que pudiera hallar en Zaragoza. Apeáronse y recogió Sancho su repostería en un aposento, de quien el huésped le dio la llave; (N) llevó las bestias a la caballeriza, echóles sus piensos, salió a ver lo que don Quijote, que estaba sentado sobre un poyo, le mandaba, dando particulares gracias al cielo de que a su amo no le hubiese parecido castillo aquella venta.

      Llegóse la hora del cenar; recogiéronse a su estancia; (N) preguntó Sancho al huésped que qué tenía (N) para darles de cenar. A lo que el huésped respondió que su boca sería medida; y así, que pidiese lo que quisiese: que de las pajaricas del aire, de las aves de la tierra y de los pescados del mar estaba proveída aquella venta. (N)

      -No es menester tanto -respondió Sancho-, que con un par de pollos (N) que nos asen tendremos lo suficiente, porque mi señor es delicado y come poco, (N) y yo no soy tragantón en demasía.

      Respondióle el huésped que no tenía pollos, porque los milanos los tenían asolados. (N)

      -Pues mande el señor huésped -dijo Sancho- asar una polla que sea tierna.

      -¿ Polla? ¡ Mi padre !, (N) -respondió el huésped-. En verdad en verdad que envié ayer a la ciudad a vender más de cincuenta; (N) pero, fuera de pollas, pida vuestra merced lo que quisiere.

      -Desa manera -dijo Sancho-, no faltará ternera o cabrito.

      -En casa, por ahora -respondió el huésped-, no lo hay, porque se ha acabado; pero la semana que viene lo habrá de sobra.

      -¡ Medrados estamos con eso ! -respondió Sancho-. Yo pondré que se vienen a resumirse todas estas faltas en las sobras que debe de haber de tocino y huevos.

      -¡ Por Dios -respondió el huésped-, que es gentil relente el que mi huésped tiene !, pues hele dicho que ni tengo pollas ni gallinas, y ¿ quiere que tenga huevos? Discurra, si quisiere, por otras delicadezas, (N) y déjese de pedir gallinas.

      -Resolvámonos, cuerpo de mí -dijo Sancho-, y dígame finalmente lo que tiene, y déjese de discurrimientos, señor huésped.

      Dijo el ventero.

      -Lo que real y verdaderamente tengo son dos uñas de vaca que parecen manos de ternera, o dos manos de ternera que parecen uñas de vaca; están cocidas con sus garbanzos, cebollas y tocino, y la hora de ahora están diciendo: ′′¡ Coméme ! ¡ Coméme ! (N) ′.

      -Por mías las marco desde aquí -dijo Sancho-; y nadie las toque, que yo las pagaré mejor que otro, porque para mí ninguna otra cosa pudiera esperar de más gusto, y no se me daría nada que fuesen manos, como fuesen uñas.

      -Nadie las tocará -dijo el ventero-, porque otros huéspedes que tengo, de puro principales, traen consigo cocinero, despensero y repostería.

      -Si por principales va -dijo Sancho-, ninguno más que mi amo; pero el oficio que él trae no permite despensas ni botillerías: (N) ahí nos tendemos en mitad de un prado y nos hartamos de bellotas o de nísperos.

      Esta fue la plática que Sancho tuvo con el ventero, (N) sin querer Sancho pasar adelante en responderle; que ya le había preguntado qué oficio o qué ejercicio era el de su amo.

      Llegóse, pues, la hora del cenar, recogióse a su estancia don Quijote, trujo el huésped la olla, así como estaba, y sentóse a cenar muy de propósito. (N) Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no le dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote.

      -Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que trae la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.

      Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie, y con oído alerto escuchó lo que dél trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió:

      -¿ Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates? Y el que hubiere leído la primera parte de la historia de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda. (N)

      -Con todo eso -dijo el don Juan-, será bien leerla, pues no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. (N) Lo que a mí en éste más desplace es que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea (N) del Toboso.

      Oyendo lo cual don Quijote, lleno de ira y de despecho, alzó la voz y dijo.

      -Quienquiera que dijere que don Quijote de la Mancha ha olvidado, ni puede olvidar, a Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión, el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna.

      -¿ Quién es el que nos responde? -respondieron del otro aposento. (N)

      -¿ Quién ha de ser -respondió Sancho- sino el mismo don Quijote de la Mancha, que hará bueno cuanto ha dicho, y aun cuanto dijere?; que al buen pagador no le duelen prendas.

      Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando entraron por la puerta de su aposento dos caballeros, que tales lo parecían, y uno dellos echando los brazos al cuello de don Quijote, le dijo.

      -Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia: (N) sin duda, vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro (N) que aquí os entrego.

      Y, poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó don Quijote, y, sin responder palabra, comenzó a hojearle, y de allí a un poco se le volvió, diciendo.

      -En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; (N) la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, (N) y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, (N) y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.

      A esto dijo Sancho:

      -¡ Donosa cosa de historiador ! ¡ Por cierto, bien debe de estar en el cuento de nuestros sucesos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, Mari Gutiérrez ! Torne a tomar el libro, señor, y mire si ando yo por ahí y si me ha mudado el nombre.

      -Por lo que he oído hablar, amigo -dijo don Jerónimo-, sin duda debéis de ser Sancho Panza, el escudero del señor don Quijote.

      -Sí soy -respondió Sancho-, y me precio dello.

      -Pues a fe -dijo el caballero- que no os trata este autor moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra: píntaos comedor, (N) y simple, y no nada gracioso, y muy otro del Sancho (N) que en la primera parte de la historia de vuestro amo se describe.

      -Dios se lo perdone -dijo Sancho-. Dejárame en mi rincón, sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma.

      Los dos caballeros pidieron a don Quijote se pasase a su estancia a cenar con ellos, que bien sabían que en aquella venta no había cosas pertenecientes para su persona. (N) Don Quijote, que siempre fue comedido, condecenció con su demanda y cenó con ellos; quedóse Sancho con la olla con mero mixto imperio; (N) sentóse en cabecera de mesa, y con él el ventero, que no menos que Sancho estaba de sus manos y de sus uñas aficionado.

      En el discurso de la cena preguntó don Juan a don Quijote qué nuevas tenía de la señora Dulcinea del Toboso: si se había casado, si estaba parida o preñada, (N) o si, estando en su entereza, se acordaba - guardando su honestidad y buen decoro- de los amorosos pensamientos del señor don Quijote. A lo que él respondió.

      -Dulcinea se está entera, y mis pensamientos, más firmes que nunca; las correspondencias, en su sequedad antigua; su hermosura, en la de una soez labradora transformada.

      Y luego les fue contando punto por punto el encanto de la señora Dulcinea, y lo que le había sucedido en la cueva de Montesinos, con la orden que el sabio Merlín le había dado para desencantarla, que fue la de los azotes de Sancho.

      Sumo fue el contento que los dos caballeros recibieron de oír contar a don Quijote los estraños sucesos de su historia, y así quedaron admirados de sus disparates como del elegante modo con que los contaba. Aquí le tenían por discreto, y allí se les deslizaba por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre la discreción y la locura. (N)

      Acabó de cenar Sancho, y, dejando hecho equis al ventero, (N) se pasó a la estancia de su amo; (N) y, en entrando, dijo.

      -Que me maten, señores, si el autor deste libro que vuesas mercedes tienen quiere que no comamos buenas migas (N) juntos; yo querría que, ya que me llama comilón, como vuesas mercedes dicen, no me llamase también borracho.

      -Sí llama (N) -dijo don Jerónimo-, pero no me acuerdo en qué manera, aunque sé que son malsonantes las razones, y además, mentirosas, según yo echo de ver en la fisonomía del buen Sancho que está presente.

      -Créanme vuesas mercedes -dijo Sancho- que el Sancho y el don Quijote desa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que compuso Cide Hamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado; (N) y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho.

      -Yo así lo creo -dijo don Juan-; y si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, (N) si no fuese Cide Hamete, su primer autor, bien así como mandó Alejandro que ninguno fuese osado a retratarle sino Apeles. (N)

      -Retráteme el que quisiere -dijo don Quijote-, pero no me maltrate; (N) que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias.

      -Ninguna -dijo don Juan- se le puede hacer al señor don Quijote de quien él no se pueda vengar, si no la repara en el escudo de su paciencia, que, a mi parecer, es fuerte y grande.

      En estas y otras pláticas se pasó gran parte de la noche; y, aunque don Juan quisiera que don Quijote leyera más del libro, por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo (N) que él lo daba por leído y lo confirmaba por todo necio, (N) y que no quería, si acaso llegase a noticia de su autor que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído; (N) pues de las cosas obscenas y torpes, los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos. (N) Preguntáronle que adónde llevaba determinado su viaje. Respondió que a Zaragoza, a hallarse en las justas del arnés, que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años. (N) Díjole don Juan que aquella nueva historia contaba como don Quijote, sea quien se quisiere, se había hallado en ella en una sortija, falta de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica de simplicidades. (N)

      -Por el mismo caso -respondió don Quijote-, no pondré los pies en Zaragoza, y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dese historiador moderno, y echarán de ver las gentes como yo no soy el don Quijote que él dice.

      -Hará muy bien -dijo don Jerónimo-; y otras justas hay en Barcelona, (N) donde podrá el señor don Quijote mostrar su valor.

      -Así lo pienso hacer (N) -dijo don Quijote - ; y vuesas mercedes me den licencia, pues ya es hora para irme al lecho, y me tengan y pongan en el número de sus mayores amigos y servidores.

      -Y a mí también -dijo Sancho-: quizá seré bueno para algo.

      Con esto se despidieron, y don Quijote y Sancho se retiraron a su aposento, dejando a don Juan y a don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura; (N) y verdaderamente creyeron que éstos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés.

      Madrugó don Quijote, y, dando golpes al tabique del otro aposento, se despidió de sus huéspedes. Pagó Sancho al ventero magníficamente, y aconsejóle que alabase menos la provisión de su venta, o la tuviese más proveída.







Parte II -- Capítulo LX . De lo que sucedió a don Quijote yendo a Barcelona.

      Era fresca la mañana, (N) y daba muestras de serlo asimesmo el día en que don Quijote salió de la venta, informándose primero cuál era el más derecho camino para ir a Barcelona sin tocar en Zaragoza: tal era el deseo que tenía de sacar mentiroso aquel nuevo historiador que tanto decían que le vituperaba.

      Sucedió, pues, que en más de seis días no le sucedió cosa digna de ponerse en escritura, al cabo de los cuales, yendo fuera de camino, le tomó la noche entre unas espesas encinas o alcornoques; (N) que en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele.

      Apeáronse de sus bestias amo y mozo, y, acomodándose a los troncos de los árboles, Sancho, que había merendado aquel día, se dejó entrar de rondón por las puertas del sueño; pero don Quijote, a quien desvelaban sus imaginaciones mucho más que la hambre, no podía pegar sus ojos; (N) antes iba y venía con el pensamiento (N) por mil géneros de lugares. (N) Ya le parecía hallarse en la cueva de Montesinos; ya ver brincar y subir sobre su pollina a la convertida en labradora Dulcinea; ya que le sonaban en los oídos las palabras del sabio Merlín que le referían las condiciones y diligencias que se habían de hacer y tener en el desencanto de Dulcinea. (N) Desesperábase de ver la flojedad y caridad poca de Sancho su escudero, pues, a lo que creía, solos cinco azotes se había dado, número desigual y pequeño para los infinitos que le faltaban; y desto recibió tanta pesadumbre y enojo, que hizo este discurso.

      -Si nudo gordiano cortó el Magno Alejandro, (N) diciendo: ′′Tanto monta cortar como desatar′′, y no por eso dejó de ser universal señor de toda la Asia, ni más ni menos podría suceder ahora en el desencanto de Dulcinea, si yo azotase a Sancho a pesar suyo; que si la condición deste remedio está en que Sancho reciba los tres mil y tantos azotes, ¿ qué se me da a mí que se los dé él, o que se los dé otro, pues la sustancia está en que él los reciba, lleguen por do llegaren.

      Con esta imaginación se llegó a Sancho, habiendo primero tomado las riendas de Rocinante, y acomodádolas en modo que pudiese azotarle con ellas, comenzóle a quitar las cintas, que es opinión que no tenía más que la delantera, en que se sustentaban los greguescos; pero, apenas hubo llegado, cuando Sancho despertó en todo su acuerdo, y dijo.

      -¿ Qué es esto? ¿ Quién me toca y desencinta.

      -Yo soy -respondió don Quijote-, que vengo a suplir tus faltas y a remediar mis trabajos: véngote a azotar, Sancho, (N) y a descargar, en parte, la deuda a que te obligaste. Dulcinea perece; tú vives en descuido; (N) yo muero deseando; y así, desatácate por tu voluntad, que la mía es de darte en esta soledad, por lo menos, dos mil azotes.

      -Eso no -dijo Sancho-; vuesa merced se esté quedo; si no, por Dios verdadero que nos han de oír los sordos. Los azotes a que yo me obligué han de ser voluntarios, y no por fuerza, y ahora no tengo gana de azotarme; basta que doy a vuesa merced mi palabra de vapularme y mosquearme cuando en voluntad me viniere.

      -No hay dejarlo a tu cortesía, Sancho -dijo don Quijote-, porque eres duro de corazón, y, aunque villano, blando de carnes.

      Y así, procuraba y pugnaba por desenlazarle. Viendo lo cual Sancho Panza, se puso en pie, y, arremetiendo a su amo, se abrazó con él a brazo partido, (N) y, echándole una zancadilla, (N) dio con él en el suelo boca arriba; púsole la rodilla derecha sobre el pecho, y con las manos le tenía las manos, de modo que ni le dejaba rodear ni alentar. Don Quijote le decía.

      -¿ Cómo, traidor? ¿ Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿ Con quien te da su pan te atreves.

      -Ni quito rey, ni pongo rey (N) -respondió Sancho-, sino ayúdome a mí, que soy mi señor. Vuesa merced me prometa que se estará quedo, y no tratará de azotarme por agora, que yo le dejaré libre y desembarazado; donde no.

      Aquí morirás, traidor.

      enemigo de doña Sancha. (N)

      Prometióselo don Quijote, y juró por vida de sus pensamientos no tocarle en el pelo de la ropa, y que dejaría en toda su voluntad y albedrío el azotarse cuando quisiese.

      Levantóse Sancho, y desvióse de aquel lugar un buen espacio; y, yendo a arrimarse a otro árbol, sintió que le tocaban en la cabeza, y, alzando las manos, topó con dos pies de persona, con zapatos y calzas. Tembló de miedo; acudió a otro árbol, y sucedióle lo mesmo. Dio voces llamando a don Quijote que le favoreciese. Hízolo así don Quijote, y, preguntándole qué le había sucedido y de qué tenía miedo, le respondió Sancho que todos aquellos árboles estaban llenos de pies y de piernas humanas. Tentólos don Quijote, y cayó luego en la cuenta de lo que podía ser, y díjole a Sancho.

      -No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees, sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; (N) que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona. (N)

      Y así era la verdad como él lo había imaginado. Al amanecer (N) Al parecer alzaron los ojos, y vieron los racimos de aquellos árboles, que eran cuerpos de bandoleros. Ya, en esto, amanecía, y si los muertos los habían espantado, no menos los atribularon más de cuarenta bandoleros vivos que de improviso les rodearon, diciéndoles en lengua catalana que estuviesen quedos, y se detuviesen, hasta que llegase su capitán.

      Hallóse don Quijote a pie, su caballo sin freno, su lanza arrimada a un árbol, (N) y, finalmente, sin defensa alguna; y así, tuvo por bien de cruzar las manos e inclinar la cabeza, guardándose para mejor sazón y coyuntura.

      Acudieron los bandoleros a espulgar al rucio, y a no dejarle ninguna cosa de cuantas en las alforjas y la maleta traía; y avínole bien a Sancho que en una ventrera (N) que tenía ceñida venían los escudos del duque y los que habían sacado de su tierra, (N) y, con todo eso, aquella buena gente le escardara y le mirara hasta lo que entre el cuero y la carne tuviera escondido, si no llegara en aquella sazón su capitán, el cual mostró ser de hasta edad de treinta y cuatro años, robusto, más que de mediana proporción, (N) de mirar grave y color morena. Venía sobre un poderoso caballo, vestida la acerada cota, y con cuatro pistoletes -que en aquella tierra se llaman pedreñales (N) - a los lados. Vio que sus escuderos, que así llaman a los que andan en aquel ejercicio, iban a despojar a Sancho Panza; mandóles que no lo hiciesen, (N) y fue luego obedecido; y así se escapó la ventrera. Admiróle ver lanza arrimada al árbol, escudo en el suelo, y a don Quijote armado y pensativo, con la más triste y melancólica figura que pudiera formar la misma tristeza. Llegóse a él diciéndole:

      -No estéis tan triste, buen hombre, (N) porque no habéis caído en las manos de algún cruel Osiris, sino en las de Roque Guinart, que tienen más de compasivas (N) que de rigurosas.

      -No es mi tristeza -respondió don Quijote- haber caído (N) en tu poder, ¡ oh valeroso Roque, cuya fama no hay límites en la tierra que la encierren ! , (N) sino por haber sido tal mi descuido, que me hayan cogido tus soldados sin el freno, estando yo obligado, según la orden de la andante caballería, que profeso, a vivir contino alerta, (N) siendo a todas horas centinela de mí mismo; porque te hago saber, ¡ oh gran Roque !, que si me hallaran sobre mi caballo, con mi lanza y con mi escudo, no les fuera muy fácil rendirme, porque yo soy don Quijote de la Mancha, aquel que de sus hazañas tiene lleno todo el orbe.

      Luego Roque Guinart conoció que la enfermedad de don Quijote tocaba más en locura que en valentía, y, aunque algunas veces le había oído nombrar, nunca tuvo por verdad sus hechos, ni se pudo persuadir a que semejante humor reinase en corazón de hombre; y holgóse en estremo de haberle encontrado, para tocar de cerca lo que de lejos dél había oído; y así, le dijo.

      -Valeroso caballero, no os despechéis ni tengáis a siniestra fortuna ésta en que os halláis, que podía ser que en estos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase; que el cielo, por estraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres. (N)

      Ya le iba a dar las gracias don Quijote, cuando sintieron a sus espaldas un ruido como de tropel de caballos, y no era sino un solo, sobre el cual venía a toda furia un mancebo, al parecer de hasta veinte años, vestido de damasco verde, con pasamanos de oro, greguescos y saltaembarca, con sombrero terciado, a la valona, botas enceradas y justas, espuelas, daga y espada doradas, una escopeta (N) pequeña en las manos y dos pistolas a los lados. Al ruido volvió Roque la cabeza y vio esta hermosa figura, la cual, en llegando a él, dijo.

      -En tu busca venía, ¡ oh valeroso Roque !, para hallar en ti, si no remedio, a lo menos alivio en mi desdicha; y, por no tenerte suspenso, porque sé que no me has conocido, quiero decirte quién soy: y soy Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, tu singular amigo y enemigo particular de Clauquel Torrellas, (N) que asimismo lo es tuyo, por ser uno de los de tu contrario bando; (N) y ya sabes que este Torrellas tiene un hijo que don Vicente Torrellas se llama, o, a lo menos, se llamaba no ha dos horas. Éste, pues, por abreviar el cuento de mi desventura, te diré en breves palabras la que me ha causado. Viome, requebróme, escuchéle, enamoréme, a hurto de mi padre; porque no hay mujer, por retirada que esté (N) y recatada que sea, a quien no le sobre tiempo para poner en ejecución y efecto sus atropellados deseos. Finalmente, él me prometió de ser mi esposo, y yo le di la palabra de ser suya, sin que en obras pasásemos adelante. Supe ayer que, olvidado de lo que me debía, se casaba con otra, y que esta mañana iba a desposarse, nueva que me turbó el sentido y acabó la paciencia; y, por no estar mi padre en el lugar, le tuve yo de ponerme en el traje que vees, y apresurando el paso a este caballo, alcancé a don Vicente obra de una legua de aquí; y, sin ponerme a dar quejas ni a oír disculpas, le disparé estas escopetas, y, por añadidura, estas dos pistolas; y, a lo que creo, le debí de encerrar más de dos balas en el cuerpo, abriéndole puertas por donde envuelta en su sangre saliese mi honra. (N) Allí le dejo entre sus criados, que no osaron ni pudieron ponerse en su defensa. Vengo a buscarte para que me pases a Francia, donde tengo parientes con quien viva, y asimesmo a rogarte defiendas a mi padre, porque los muchos de don Vicente no se atrevan a tomar en él desaforada venganza.

      Roque, admirado de la gallardía, bizarría, buen talle y suceso de la hermosa Claudia, le dijo:

      -Ven, señora, y vamos a ver si es muerto tu enemigo, que después veremos lo que más te importare.

      Don Quijote, que estaba escuchando atentamente lo que Claudia había dicho y lo que Roque Guinart respondió, dijo.

      -No tiene nadie para qué tomar trabajo en defender a esta señora, que lo tomo yo a mi cargo: denme mi caballo y mis armas, y espérenme aquí, que yo iré a buscar a ese caballero, y, muerto o vivo, le haré cumplir la palabra prometida a tanta belleza.

      -Nadie dude de esto -dijo Sancho-, (N) porque mi señor tiene muy buena mano para casamentero, pues no ha muchos días que hizo casar a otro que también negaba a otra doncella su palabra; (N) y si no fuera porque los encantadores que le persiguen le mudaron su verdadera figura en la de un lacayo, ésta fuera la hora que ya la tal doncella no lo fuera.

      Roque, que atendía más a pensar en el suceso de la hermosa Claudia que en las razones de amo y mozo, (N) no las entendió; y, mandando a sus escuderos que volviesen a Sancho todo cuanto le habían quitado del rucio, mandándoles asimesmo que se retirasen a la parte donde aquella noche habían estado alojados, y luego se partió con Claudia a toda priesa a buscar al herido, o muerto, don Vicente. Llegaron al lugar donde le encontró Claudia, y no hallaron en él sino recién derramada sangre; pero, tendiendo la vista por todas partes, descubrieron por un recuesto arriba alguna gente, y diéronse a entender, como era la verdad, que debía ser don Vicente, a quien sus criados, o muerto o vivo, llevaban, o para curarle, o para enterrarle; diéronse priesa a alcanzarlos, que, como iban de espacio, con facilidad lo hicieron.

      Hallaron a don Vicente en los brazos de sus criados, a quien con cansada y debilitada voz rogaba que le dejasen allí morir, porque el dolor de las heridas no consentía que más adelante pasase.

      Arrojáronse de los caballos Claudia y Roque, llegáronse a él, temieron los criados la presencia de Roque, y Claudia se turbó en ver la de don Vicente; y así, entre enternecida y rigurosa, se llegó a él, y asiéndole de las manos, le dijo.

      -Si tú me dieras éstas, conforme a nuestro concierto, nunca tú te vieras en este paso.

      Abrió los casi cerrados ojos el herido caballero, y, conociendo a Claudia, le dijo:

      -Bien veo, hermosa y engañada señora, que tú has sido la que me has muerto: pena no merecida ni debida a mis deseos, con los cuales, ni con mis obras, jamás quise ni supe ofenderte.

      -Luego, ¿ no es verdad -dijo Claudia- que ibas esta mañana a desposarte con Leonora, la hija del rico Balvastro.

      -No, por cierto -respondió don Vicente-; mi mala fortuna te debió de llevar estas nuevas, para que, celosa, me quitases la vida, la cual, pues la dejo en tus manos y en tus brazos, tengo mi suerte por venturosa. (N) Y, para asegurarte desta verdad, aprieta la mano y recíbeme por esposo, si quisieres, que no tengo otra mayor satisfación que darte del agravio que piensas que de mí has recebido.

      Apretóle la mano Claudia, y apretósele a ella el corazón, de manera que sobre la sangre y pecho de don Vicente se quedó desmayada, y a él le tomó un mortal parasismo. Confuso estaba Roque, y no sabía qué hacerse. Acudieron los criados a buscar agua que echarles en los rostros, y trujéronla, con que se los bañaron. Volvió de su desmayo Claudia, pero no de su parasismo don Vicente, porque se le acabó la vida. Visto lo cual de Claudia, habiéndose enterado que ya su dulce esposo no vivía, rompió los aires con suspiros, hirió los cielos con quejas, maltrató sus cabellos, entregándolos al viento, afeó su rostro con sus propias manos, con todas las muestras de dolor y sentimiento que de un lastimado pecho pudieran imaginarse.

      -¡ Oh cruel e inconsiderada mujer -decía-, con qué facilidad te moviste a poner en ejecución tan mal pensamiento ! ¡ Oh fuerza rabiosa de los celos, a qué desesperado fin conducís a quien os da acogida en su pecho ! ¡ Oh esposo mío, cuya desdichada suerte, por ser prenda mía, te ha llevado del tálamo a la sepultura.

      Tales y tan tristes eran las quejas de Claudia, que sacaron las lágrimas de los ojos de Roque, no acostumbrados a verterlas en ninguna ocasión. Lloraban los criados, desmayábase a cada paso Claudia, y todo aquel circuito parecía campo de tristeza y lugar de desgracia. Finalmente, Roque Guinart ordenó a los criados de don Vicente que llevasen su cuerpo al lugar de su padre, que estaba allí cerca, para que le diesen sepultura. Claudia dijo a Roque que querría irse a un monasterio (N) donde era abadesa una tía suya, en el cual pensaba acabar la vida, de otro mejor esposo y más eterno (N) acompañada. Alabóle Roque su buen propósito, ofreciósele de acompañarla hasta donde quisiese, y de defender a su padre de los parientes y de todo el mundo, si ofenderle quisiese. No quiso su compañía Claudia, en ninguna manera, y, agradeciendo sus ofrecimientos con las mejores razones que supo, se despedió dél llorando. Los criados de don Vicente llevaron su cuerpo, y Roque se volvió a los suyos, y este fin tuvieron los amores de Claudia Jerónima. (N) Pero, ¿ qué mucho, si tejieron la trama de su lamentable (N) historia las fuerzas invencibles y rigurosas de los celos.

      Halló Roque Guinart a sus escuderos en la parte donde les había ordenado, y a don Quijote entre ellos, sobre Rocinante, haciéndoles una plática en que les persuadía dejasen aquel modo de vivir tan peligroso, así para el alma como para el cuerpo; pero, como los más eran gascones, gente rústica y desbaratada, no les entraba bien la plática de don Quijote. Llegado que fue Roque, preguntó a Sancho Panza si le habían vuelto y restituido las alhajas y preseas que los suyos del rucio le habían quitado. Sancho respondió que sí, sino que le faltaban tres tocadores, que valían tres ciudades.

      -¿ Qué es lo que dices, hombre? -dijo uno de los presentes-, que yo los tengo, y no valen tres reales.

      -Así es -dijo don Quijote-, pero estímalos mi escudero en lo que ha dicho, por habérmelos dado quien me los dio.

      Mandóselos volver al punto Roque Guinart, y, mandando poner los suyos en ala, mandó traer allí (N) delante todos los vestidos, joyas, y dineros, y todo aquello que desde la última repartición habían robado; y, haciendo brevemente el tanteo, volviendo lo no repartible y reduciéndolo a dineros, lo repartió por toda su compañía, (N) con tanta legalidad y prudencia que no pasó un punto ni defraudó nada de la justicia distributiva. Hecho esto, con lo cual todos quedaron contentos, satisfechos y pagados, dijo Roque a don Quijote.

      -Si no se guardase esta puntualidad con éstos, no se podría vivir con ellos.

      A lo que dijo Sancho.

      -Según lo que aquí he visto, es tan buena la justicia, que es necesaria que se use aun entre los mesmos ladrones.

      Oyólo un escudero, y enarboló el mocho de un arcabuz, con el cual, sin duda, le abriera la cabeza a Sancho, si Roque Guinart no le diera voces que se detuviese. Pasmóse Sancho, y propuso de no descoser los labios en tanto que entre aquella gente estuviese.

      Llegó, en esto, uno o algunos de aquellos escuderos que estaban puestos por centinelas por los caminos para ver la gente que por ellos venía y dar aviso a su mayor de lo que pasaba, y éste dijo. (N)

      -Señor, no lejos de aquí, por el camino que va a Barcelona, viene un gran tropel de gente.

      A lo que respondió Roque:

      -¿ Has echado de ver si son de los que nos buscan, o de los que nosotros buscamos.

      -No, sino de los que buscamos -respondió el escudero.

      -Pues salid todos -replicó Roque-, y traédmelos aquí luego, sin que se os escape ninguno.

      Hiciéronlo así, y, quedándose solos don Quijote, Sancho y Roque, aguardaron a ver lo que los escuderos traían; y, en este entretanto, dijo Roque a don Quijote.

      -Nueva manera de vida le debe de parecer al señor don Quijote la nuestra, nuevas aventuras, nuevos sucesos, y todos peligrosos; y no me maravillo que así le parezca, porque realmente le confieso que no hay modo de vivir más inquieto ni más sobresaltado que el nuestro. A mí me han puesto en él no sé qué deseos de venganza, que tienen fuerza de turbar los más sosegados corazones; yo, de mi natural, soy compasivo y bien intencionado; pero, como tengo dicho, el querer vengarme de un agravio que se me hizo, así da con todas mis buenas inclinaciones en tierra, que persevero en este estado, a despecho y pesar de lo que entiendo; y, como un abismo llama a otro (N) y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las venganzas de manera que no sólo las mías, pero las ajenas tomo a mi cargo; pero Dios es servido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir dél a puerto seguro.

      Admirado quedó don Quijote de oír hablar a Roque tan buenas y concertadas razones, porque él se pensaba que, entre los de oficios semejantes de robar, matar y saltear no podía haber alguno que tuviese buen discurso, y respondióle.

      -Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena: vuestra merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, por mejor decir, que es nuestro médico, le aplicará medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a poco y no de repente y por milagro; y más, que los pecadores discretos están más cerca de enmendarse que los simples; y, pues vuestra merced ha mostrado en sus razones su prudencia, no hay sino tener buen ánimo y esperar mejoría de la enfermedad de su conciencia; y si vuestra merced quiere ahorrar camino (N) y ponerse con facilidad en el de su salvación, véngase conmigo, que yo le enseñaré a ser caballero andante, donde se pasan tantos trabajos y desventuras que, tomándolas por penitencia, en dos paletas le pondrán en el cielo.

      Rióse Roque del consejo de don Quijote, a quien, mudando plática, contó el trágico suceso de Claudia Jerónima, de que le pesó en estremo a Sancho, que no le había parecido mal la belleza, desenvoltura y brío de la moza.

      Llegaron, en esto, los escuderos de la presa, trayendo consigo dos caballeros a caballo, y dos peregrinos a pie, y un coche de mujeres con hasta seis criados, que a pie y a caballo las acompañaban, con otros dos mozos de mulas que los caballeros traían. Cogiéronlos los escuderos en medio, guardando vencidos y vencedores gran silencio, esperando a que el gran Roque Guinart hablase, el cual preguntó a los caballeros que quién eran y adónde iban, y qué dinero llevaban. Uno dellos le respondió.

      -Señor, nosotros somos dos capitanes de infantería española; tenemos nuestras compañías en Nápoles y vamos a embarcarnos en cuatro galeras, que dicen están en Barcelona (N) con orden de pasar a Sicilia; llevamos hasta docientos o trecientos escudos, con que, a nuestro parecer, vamos ricos y contentos, pues la estrecheza ordinaria de los soldados no permite mayores tesoros.

      Preguntó Roque a los peregrinos lo mesmo que a los capitanes; fuele respondido que iban a embarcarse para pasar a Roma, y que entre entrambos (N) podían llevar hasta sesenta reales. Quiso saber también quién iba en el coche, y adónde, y el dinero que llevaban; y uno de los de a caballo dijo.

      -Mi señora doña Guiomar de Quiñones, mujer del regente de la Vicaría de Nápoles, (N) con una hija pequeña, una doncella y una dueña, son las que van en el coche; acompañámosla seis criados, y los dineros son seiscientos escudos.

      -De modo -dijo Roque Guinart-, que ya tenemos aquí novecientos escudos y sesenta reales; mis soldados deben de ser hasta sesenta; mírese a cómo le cabe a cada uno, porque yo soy mal contador.

      Oyendo decir esto los salteadores, levantaron la voz, diciendo.

      -¡ Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los lladres que su perdición procuran.

      Mostraron afligirse los capitanes, entristecióse la señora regenta, y no se holgaron nada los peregrinos, viendo la confiscación de sus bienes. Túvolos así un rato suspensos Roque, pero no quiso que pasase adelante su tristeza, que ya se podía conocer a tiro de arcabuz, y, volviéndose a los capitanes, dijo.

      -Vuesas mercedes, señores capitanes, por cortesía, sean servidos de prestarme sesenta escudos, y la señora regenta ochenta, para contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad, de lo que canta yanta, y luego puédense ir su camino libre y desembarazadamente, con un salvoconduto que yo les daré, para que, si toparen otras de algunas escuadras mías que tengo divididas por estos contornos, no les hagan daño; que no es mi intención de agraviar (N) a soldados ni a mujer alguna, especialmente a las que son principales. (N)

      Infinitas y bien dichas fueron las razones con que los capitanes agradecieron a Roque su cortesía y liberalidad, que, por tal la tuvieron, en dejarles su mismo dinero. La señora doña Guiomar de Quiñones se quiso arrojar del coche para besar los pies y las manos del gran Roque, pero él no lo consintió en ninguna manera; antes le pidió perdón del agravio que le hacía, (N) forzado de cumplir con las obligaciones precisas de su mal oficio. Mandó la señora regenta a un criado suyo diese luego los ochenta escudos que le habían repartido, y ya los capitanes habían desembolsado los sesenta. Iban los peregrinos a dar toda su miseria, pero Roque les dijo que se estuviesen quedos, y volviéndose a los suyos, les dijo.

      -Destos escudos dos tocan a cada uno, y sobran veinte: los diez se den a estos peregrinos, y los otros diez a este buen escudero, (N) porque pueda decir bien de esta aventura.

      Y, trayéndole aderezo de escribir, de que siempre andaba proveído, Roque les dio por escrito un salvoconduto para los mayorales de sus escuadras, y, despidiéndose dellos, los dejó ir libres, y admirados de su nobleza, de su gallarda disposición y estraño proceder, teniéndole más por un Alejandro Magno que por ladrón conocido. (N) Uno de los escuderos dijo en su lengua gascona y catalana.

      -Este nuestro capitán más es para frade que para bandolero: si de aquí adelante quisiere mostrarse liberal séalo con su hacienda y no con la nuestra.

      No lo dijo tan paso (N) el desventurado que dejase de oírlo Roque, el cual, echando mano a la espada, le abrió la cabeza casi en dos partes, diciéndole:

      -Desta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos.

      Pasmáronse todos, y ninguno le osó decir palabra: tanta era la obediencia que le tenían.

      Apartóse Roque a una parte (N) y escribió una carta a un su amigo, a Barcelona, dándole aviso como estaba consigo el famoso don Quijote de la Mancha, aquel caballero andante de quien tantas cosas se decían; y que le hacía saber que era el más gracioso y el más entendido hombre del mundo, y que de allí a cuatro días, que era el de San Juan Bautista, se le pondría en mitad de la playa de la ciudad, armado de todas sus armas, sobre Rocinante, su caballo, y a su escudero Sancho sobre un asno, y que diese noticia desto a sus amigos los Niarros, para que con él se solazasen; que él quisiera que carecieran deste gusto los Cadells, sus contrarios, (N) pero que esto era imposible, a causa que las locuras y discreciones de don Quijote y los donaires de su escudero Sancho Panza no podían dejar de dar gusto general a todo el mundo. Despachó estas cartas con uno de sus escuderos, que, mudando el traje de bandolero en el de un labrador, (N) entró en Barcelona y la dio a quien iba. (N)







Parte II -- Capítulo LXI . De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto.

      Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trecientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida: aquí amanecían, acullá comían; unas veces huían, sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién. Dormían en pie, interrompiendo el sueño, mudándose de un lugar a otro. Todo era poner espías, escuchar centinelas, soplar las cuerdas de los arcabuces, aunque traían pocos, porque todos se servían de pedreñales. Roque pasaba las noches apartado de los suyos, en partes y lugares donde ellos no pudiesen saber dónde estaba; porque los muchos bandos que el visorrey de Barcelona había echado sobre su vida le traían inquieto y temeroso, y no se osaba fiar de ninguno, temiendo que los mismos suyos, o le habían de matar, o entregar a la justicia: vida, por cierto, miserable y enfadosa. (N)

      En fin, por caminos desusados, por atajos y sendas encubiertas, partieron Roque, don Quijote y Sancho con otros seis escuderos a Barcelona. Llegaron a su playa la víspera de San Juan (N) en la noche, y, abrazando Roque a don Quijote y a Sancho, a quien dio los diez escudos prometidos, que hasta entonces no se los había dado, los dejó, con mil ofrecimientos que de la una a la otra parte se hicieron.

      Volvióse Roque; quedóse don Quijote esperando el día, así, a caballo, como estaba, y no tardó mucho cuando comenzó a descubrirse por los balcones del Oriente la faz de la blanca aurora, alegrando las yerbas y las flores, en lugar de alegrar el oído; aunque al mesmo instante alegraron también el oído el son de muchas chirimías (N) y atabales, ruido de cascabeles, ′′¡ trapa, trapa, aparta, aparta ! (N) ′′ de corredores, que, al parecer, de la ciudad salían. Dio lugar la aurora al sol, que, un rostro mayor que el de una rodela, (N) por el más bajo horizonte, (N) poco a poco, se iba levantando.

      Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera, que en la Mancha habían visto; (N) vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, (N) se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento (N) y besaban y barrían el agua; dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos. (N) Comenzaron a moverse y a hacer modo de escaramuza por las sosegadas aguas, correspondiéndoles casi al mismo modo infinitos caballeros que de la ciudad sobre hermosos caballos y con vistosas libreas salían. (N) Los soldados de las galeras disparaban infinita artillería, a quien respondían los que estaban en las murallas y fuertes de la ciudad, y la artillería gruesa (N) con espantoso estruendo rompía los vientos, a quien respondían los cañones de crujía de las galeras. El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro, sólo tal vez turbio del humo de la artillería, parece que iba infundiendo y engendrando gusto súbito en todas las gentes. (N)

      No podía imaginar Sancho cómo pudiesen tener tantos pies aquellos bultos que por el mar se movían. En esto, llegaron corriendo, con grita, lililíes y algazara, los de las libreas (N) adonde don Quijote suspenso y atónito estaba, y uno dellos, que era el avisado de Roque, (N) dijo en alta voz a don Quijote.

      -Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. (N) Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, (N) sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores.

      No respondió don Quijote palabra, ni los caballeros esperaron a que la respondiese, sino, volviéndose y revolviéndose con los demás que los seguían, comenzaron a hacer un revuelto caracol al derredor de don Quijote; el cual, volviéndose a Sancho, dijo.

      -Éstos bien nos han conocido: yo apostaré que han leído nuestra historia y aun la del aragonés recién impresa.

      Volvió otra vez el caballero que habló a don Quijote, y díjole.

      -Vuesa merced, señor don Quijote, se venga con nosotros, que todos somos sus servidores y grandes amigos de Roque Guinart.

      A lo que don Quijote respondió.

      -Si cortesías engendran cortesías, la vuestra, señor caballero, es hija o parienta muy cercana de las del gran Roque. Llevadme do quisiéredes, que yo no tendré otra voluntad que la vuestra, y más si la queréis ocupar en vuestro servicio.

      Con palabras no menos comedidas que éstas le respondió el caballero, y, encerrándole todos en medio, (N) al son de las chirimías y de los atabales, se encaminaron con él a la ciudad, al entrar de la cual, el malo, que todo lo malo ordena, y los muchachos, que son más malos que el malo, dos dellos traviesos y atrevidos se entraron por toda la gente, (N) y, alzando el uno de la cola del rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas. (N) Sintieron los pobres animales las nuevas espuelas, y, apretando las colas, aumentaron su disgusto, de manera que, dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra. Don Quijote, corrido y afrentado, acudió a quitar el plumaje de la cola de su matalote, y Sancho, el de su rucio. Quisieran los que guiaban a don Quijote castigar el atrevimiento de los muchachos, y no fue posible, porque se encerraron entre más de otros mil que los seguían.

      Volvieron a subir don Quijote y Sancho; con el mismo aplauso y música llegaron a la casa de su guía, que era grande y principal, en fin, como de caballero rico; donde le dejaremos por agora, porque así lo quiere Cide Hamete.







Parte II -- Capítulo LXII . Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse.

      Don Antonio Moreno se llamaba el huésped de don Quijote, caballero rico y discreto, y amigo de holgarse a lo honesto y afable, el cual, viendo en su casa a don Quijote, andaba buscando modos como, sin su perjuicio, sacase a plaza sus locuras; porque no son burlas las que duelen, ni hay pasatiempos que valgan si son con daño de tercero. Lo primero que hizo fue hacer desarmar a don Quijote y sacarle a vistas con aquel su estrecho y acamuzado vestido -como ya otras veces le hemos descrito y pintado- a un balcón que salía a una calle de las más principales de la ciudad, a vista de las gentes y de los muchachos, que como a mona le miraban. (N) Corrieron de nuevo delante dél los de las libreas, como si para él solo, no para alegrar aquel festivo día, se las hubieran puesto; (N) y Sancho estaba contentísimo, por parecerle que se había hallado, sin saber cómo ni cómo no, otras bodas de Camacho, otra casa como la de don Diego de Miranda y otro castillo como el del duque.

      Comieron aquel día con don Antonio algunos de sus amigos, honrando todos y tratando a don Quijote como a caballero andante, de lo cual, hueco y pomposo, no cabía en sí de contento. Los donaires de Sancho fueron tantos, que de su boca andaban como colgados todos los criados de casa y todos cuantos le oían. Estando a la mesa, dijo don Antonio a Sancho.

      -Acá tenemos noticia, buen Sancho, que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas, que, si os sobran, las guardáis en el seno (N) para el otro día.

      -No, señor, no es así -respondió Sancho-, porque tengo más de limpio que de goloso, y mi señor don Quijote, que está delante, sabe bien que con un puño de bellotas, o de nueces, nos solemos pasar entrambos ocho días. Verdad es que si tal vez me sucede que me den la vaquilla, corro con la soguilla; quiero decir que como lo que me dan, y uso de los tiempos como los hallo; y quienquiera que hubiere dicho que yo soy comedor aventajado (N) y no limpio, téngase por dicho que no acierta; y de otra manera dijera esto (N) si no mirara a las barbas honradas que están a la mesa. (N)

      -Por cierto -dijo don Quijote-, que la parsimonia y limpieza con que Sancho come se puede escribir y grabar en láminas de bronce, (N) para que quede en memoria eterna de los siglos venideros. Verdad es que, cuando él tiene hambre, parece algo tragón, porque come apriesa y masca a dos carrillos; pero la limpieza siempre la tiene en su punto, y en el tiempo que fue gobernador aprendió a comer a lo melindroso: tanto, que comía con tenedor las uvas y aun los granos de la granada.

      -¡ Cómo ! -dijo don Antonio-. ¿ Gobernador ha sido Sancho.

      -Sí -respondió Sancho-, y de una ínsula llamada la Barataria. Diez días la goberné a pedir de boca; en ellos perdí el sosiego, y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo; salí huyendo della, caí en una cueva, donde me tuve por muerto, de la cual salí vivo por milagro.

      Contó don Quijote por menudo todo el suceso del gobierno de Sancho, con que dio gran gusto a los oyentes.

      Levantados los manteles, y tomando don Antonio por la mano a don Quijote, se entró con él en un apartado aposento, en el cual no había otra cosa de adorno que una mesa, al parecer de jaspe, que sobre un pie de lo mesmo se sostenía, sobre la cual estaba puesta, al modo de las cabezas de los emperadores romanos, de los pechos arriba, una que semejaba ser de bronce. (N) Paseóse don Antonio con don Quijote por todo el aposento, rodeando muchas veces la mesa, después de lo cual dijo.

      -Agora, señor don Quijote, que estoy enterado que no nos oye y escucha alguno, y está cerrada la puerta, quiero contar a vuestra merced una de las más raras aventuras, o, por mejor decir, novedades que imaginarse pueden, con condición que lo que a vuestra merced dijere lo ha de depositar en los últimos retretes del secreto. (N)

      -Así lo juro -respondió don Quijote-, y aun le echaré una losa encima, para más seguridad; porque quiero que sepa vuestra merced, señor don Antonio -que ya sabía su nombre-, que está hablando con quien, aunque tiene oídos para oír, no tiene lengua para hablar; así que, con seguridad puede vuestra merced trasladar lo que tiene en su pecho en el mío (N) y hacer cuenta que lo ha arrojado en los abismos del silencio. (N)

      -En fee de esa promesa -respondió don Antonio-, quiero poner a vuestra merced en admiración con lo que viere y oyere, y darme a mí algún alivio de la pena que me causa no tener con quien comunicar mis secretos, (N) que no son para fiarse de todos.

      Suspenso estaba don Quijote, esperando en qué habían de parar tantas prevenciones. En esto, tomándole la mano don Antonio, se la paseó por la cabeza de bronce y por toda la mesa, y por el pie de jaspe sobre que se sostenía, y luego dijo.

      -Esta cabeza, señor don Quijote, ha sido hecha y fabricada por uno de los mayores encantadores y hechiceros que ha tenido el mundo, que creo era polaco de nación y dicípulo del famoso Escotillo, (N) de quien tantas maravillas se cuentan; el cual estuvo aquí en mi casa, y por precio de mil escudos que le di, labró esta cabeza, que tiene propiedad y virtud de responder a cuantas cosas al oído le preguntaren. (N) Guardó rumbos, pintó carácteres, observó astros, miró puntos, y, finalmente, la sacó con la perfeción que veremos mañana, porque los viernes está muda, y hoy, que lo es, nos ha de hacer esperar hasta mañana. En este tiempo podrá vuestra merced prevenirse de lo que querrá preguntar, que por esperiencia sé que dice verdad en cuanto responde.

      Admirado quedó don Quijote de la virtud y propiedad de la cabeza, y estuvo por no creer a don Antonio; pero, por ver cuán poco tiempo había para hacer la experiencia, (N) no quiso decirle otra cosa sino que le agradecía el haberle descubierto tan gran secreto. Salieron del aposento, cerró la puerta don Antonio con llave, y fuéronse a la sala, donde los demás caballeros estaban. En este tiempo les había contado Sancho muchas de las aventuras y sucesos que a su amo habían acontecido.

      Aquella tarde sacaron a pasear a don Quijote, no armado, sino de rúa, vestido un balandrán de paño leonado, que pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mismo yelo. (N) Ordenaron con sus criados que entretuviesen a Sancho de modo que no le dejasen salir de casa. Iba don Quijote, no sobre Rocinante, sino sobre un gran macho de paso llano, y muy bien aderezado. Pusiéronle el balandrán, y en las espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pargamino, donde le escribieron con letras grandes: Éste es don Quijote de la Mancha. En comenzando el paseo, llevaba el rétulo los ojos de cuantos venían a verle, y como leían: Éste es don Quijote de la Mancha, admirábase don Quijote de ver que cuantos le miraban le nombraban y conocían; y, volviéndose a don Antonio, que iba a su lado, le dijo:

      -Grande es la prerrogativa que encierra en sí la andante caballería, pues hace conocido y famoso al que la profesa por todos los términos de la tierra; si no, mire vuestra merced, señor don Antonio, que hasta los muchachos desta ciudad, sin nunca haberme visto, me conocen.

      -Así es, señor don Quijote -respondió don Antonio - , que, así como el fuego no puede estar escondido y encerrado, la virtud no puede dejar de ser conocida, y la que se alcanza por la profesión de las armas resplandece y campea sobre todas las otras.

      Acaeció, pues, que, yendo don Quijote con el aplauso que se ha dicho, un castellano que leyó el rétulo de las espaldas, alzó la voz, diciendo. (N)

      -¡ Válgate el diablo por don Quijote de la Mancha ! ¿ Cómo que hasta aquí has llegado, sin haberte muerto los infinitos palos que tienes a cuestas? Tu eres loco, y si lo fueras a solas y dentro de las puertas de tu locura, fuera menos mal; pero tienes propiedad de volver locos y mentecatos a cuantos te tratan y comunican; si no, mírenlo por estos señores que te acompañan. Vuélvete, mentecato, a tu casa, y mira por tu hacienda, por tu mujer y tus hijos, (N) y déjate destas vaciedades que te carcomen el seso y te desnatan el entendimiento.

      -Hermano -dijo don Antonio-, seguid vuestro camino, y no deis consejos a quien no os los pide. El señor don Quijote de la Mancha es muy cuerdo, y nosotros, que le acompañamos, no somos necios; la virtud se ha de honrar dondequiera que se hallare, y andad en hora mala, y no os metáis donde no os llaman.

      -Pardiez, vuesa merced tiene razón -respondió el castellano-, que aconsejar a este buen hombre es dar coces contra el aguijón; pero, con todo eso, me da muy gran lástima que el buen ingenio que dicen que tiene en todas las cosas este mentecato se le desagÜe por la canal de su andante caballería; y la enhoramala que vuesa merced dijo, sea para mí y para todos mis descendientes si de hoy más, aunque viviese más años que Matusalén, diere consejo a nadie, aunque me lo pida.

      Apartóse el consejero; siguió adelante el paseo; pero fue tanta la priesa que los muchachos y toda la gente tenía (N) leyendo el rétulo, que se le hubo de quitar don Antonio, como que le quitaba otra cosa.

      Llegó la noche, volviéronse a casa; hubo sarao de damas, porque la mujer de don Antonio, que era una señora principal y alegre, hermosa y discreta, convidó a otras sus amigas a que viniesen a honrar a su huésped y a gustar de sus nunca vistas locuras. Vinieron algunas, cenóse espléndidamente y comenzóse el sarao casi a las diez de la noche. (N) Entre las damas había dos de gusto pícaro y burlonas, y, con ser muy honestas, eran algo descompuestas, (N) por dar lugar que las burlas alegrasen sin enfado. (N) Éstas dieron tanta priesa en sacar a danzar a don Quijote, (N) que le molieron, no sólo el cuerpo, pero el ánima. Era cosa de ver la figura de don Quijote, largo, tendido, flaco, (N) amarillo, estrecho en el vestido, desairado, y, sobre todo, no nada ligero. Requebrábanle como a hurto las damiselas, y él, también como a hurto, las desdeñaba; pero, viéndose apretar de requiebros, alzó la voz y dijo:

      -Fugite, partes adversae !: dejadme en mi sosiego, pensamientos mal venidos. Allá os avenid, señoras, con vuestros deseos, que la que es reina de los míos, la sin par Dulcinea del Toboso, no consiente que ningunos otros que los suyos me avasallen y rindan.

      Y, diciendo esto, se sentó en mitad de la sala, en el suelo, molido y quebrantado de tan bailador ejercicio. (N) Hizo don Antonio que le llevasen en peso a su lecho, y el primero que asió dél fue Sancho, diciéndole.

      -¡ Nora en tal, (N) señor nuestro amo, lo habéis bailado ! ¿ Pensáis que todos los valientes son danzadores y todos los andantes caballeros bailarines? Digo que si lo pensáis, que estáis engañado; hombre hay que se atreverá a matar a un gigante antes que hacer una cabriola. Si hubiérades de zapatear, (N) yo supliera vuestra falta, que zapateo como un girifalte; pero en lo del danzar, no doy puntada.

      Con estas y otras razones dio que reír Sancho a los del sarao, y dio con su amo en la cama, arropándole para que sudase la frialdad de su baile. (N)

      Otro día le pareció a don Antonio ser bien hacer la experiencia de la cabeza encantada, y con don Quijote, Sancho y otros dos amigos, con las dos señoras que habían molido a don Quijote en el baile, que aquella propia noche se habían quedado con la mujer de don Antonio, se encerró en la estancia donde estaba la cabeza. Contóles la propiedad que tenía, encargóles el secreto y díjoles que aquél era el primero día (N) donde se había de probar la virtud de la tal cabeza encantada; y si no eran los dos amigos de don Antonio, ninguna otra persona sabía el busilis del encanto, y aun si don Antonio no se le hubiera descubierto primero a sus amigos, también ellos cayeran en la admiración en que los demás cayeron, sin ser posible otra cosa: con tal traza y tal orden estaba fabricada.

      El primero que se llegó al oído de la cabeza fue el mismo don Antonio, y díjole en voz sumisa, pero no tanto que de todos no fuese entendida.

      -Dime, cabeza, por la virtud que en ti se encierra: (N) ¿ qué pensamientos tengo yo agora.

      Y la cabeza le respondió, sin mover los labios, (N) con voz clara y distinta, de modo que fue de todos entendida, esta razón.

      -Yo no juzgo de pensamientos.

      Oyendo lo cual, todos quedaron atónitos, y más viendo que en todo el aposento ni al derredor de la mesa no había persona humana que responder pudiese.

      -¿ Cuántos estamos aquí? -tornó a preguntar don Antonio.

      Y fuele respondido por el propio tenor, paso.

      -Estáis tú y tu mujer, con dos amigos tuyos, y dos amigas della, y un caballero famoso llamado don Quijote de la Mancha, y un su escudero que Sancho Panza tiene por nombre.

      ¡ Aquí sí que fue el admirarse de nuevo, aquí sí que fue el erizarse los cabellos a todos de puro espanto ! Y, apartándose don Antonio de la cabeza, dijo.

      -Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del que te me vendió, ¡ cabeza sabia, cabeza habladora, cabeza respondona y admirable cabeza ! Llegue otro y pregúntele lo que quisiere.

      Y, como las mujeres de ordinario son presurosas y amigas de saber, la primera que se llegó fue una de las dos amigas de la mujer de don Antonio, y lo que le preguntó fue.

      -Dime, cabeza, ¿ qué haré yo para ser muy hermosa.

      Y fuele respondido.

      -Sé muy honesta.

      -No te pregunto más -dijo la preguntanta. (N)

      Llegó luego la compañera, y dijo.

      -Querría saber, cabeza, si mi marido me quiere bien, o no.

      Y respondiéronle:

      -Mira las obras que te hace, y echarlo has de ver.

      Apartóse la casada diciendo.

      -Esta respuesta no tenía necesidad de pregunta, (N) porque, en efecto, las obras que se hacen declaran la voluntad que tiene el que las hace.

      Luego llegó uno de los dos amigos de don Antonio, y preguntóle.

      -¿ Quién soy yo.

      Y fuele respondido.

      -Tú lo sabes.

      -No te pregunto eso -respondió el caballero-, sino que me digas si me conoces tú.

      -Sí conozco -le respondieron-, que eres don Pedro Noriz.

      -No quiero saber más, pues esto basta para entender, ¡ oh cabeza !, que lo sabes todo.

      Y, apartándose, llegó el otro amigo y preguntóle:

      -Dime, cabeza, ¿ qué deseos tiene mi hijo el mayorazgo.

      -Ya yo he dicho -le respondieron- que yo no juzgo de deseos, pero, con todo eso, te sé decir que los que tu hijo tiene son de enterrarte.

      -Eso es -dijo el caballero-: lo que veo por los ojos, con el dedo lo señalo. (N)

      Y no preguntó más. Llegóse la mujer de don Antonio, y dijo.

      -Yo no sé, cabeza, qué preguntarte; sólo querría saber de ti si gozaré muchos años de buen marido.

      Y respondiéronle.

      -Sí gozarás, porque su salud y su templanza en el vivir prometen muchos años de vida, la cual muchos suelen acortar por su destemplanza.

      Llegóse luego don Quijote, y dijo:

      -Dime tú, el que respondes: ¿ fue verdad o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos (N) ? ¿ Serán ciertos los azotes de Sancho mi escudero? ¿ Tendrá efeto el desencanto de Dulcinea.

      -A lo de la cueva -respondieron- hay mucho que decir: de todo tiene; los azotes de Sancho irán de espacio, el desencanto de Dulcinea llegará a debida ejecución.

      -No quiero saber más -dijo don Quijote-; que como yo vea a Dulcinea desencantada, haré cuenta que vienen de golpe todas las venturas que acertare a desear.

      El último preguntante fue Sancho, y lo que preguntó fue.

      -¿ Por ventura, cabeza, tendré otro gobierno? ¿ Saldré de la estrecheza de escudero? ¿ Volveré a ver a mi mujer y a mis hijos.

      A lo que le respondieron.

      -Gobernarás en tu casa; y si vuelves a ella, verás a tu mujer y a tus hijos; y, dejando de servir, dejarás de ser escudero.

      -¡ Bueno, par Dios (N) ! -dijo Sancho Panza-. Esto yo me lo dijera: no dijera más el profeta Perogrullo. (N)

      -Bestia -dijo don Quijote-, ¿ qué quieres que te respondan? ¿ No basta que las respuestas que esta cabeza ha dado correspondan a lo que se le pregunta.

      -Sí basta -respondió Sancho-, pero quisiera yo que se declarara más y me dijera más.

      Con esto se acabaron las preguntas y las respuestas, pero no se acabó la admiración en que todos quedaron, excepto los dos amigos de don Antonio, que el caso sabían. El cual quiso Cide Hamete Benengeli declarar luego, por no tener suspenso al mundo, creyendo que algún hechicero y extraordinario misterio en la tal cabeza se encerraba; (N) y así, dice que don Antonio Moreno, a imitación de otra cabeza que vio en Madrid, fabricada por un estampero, hizo ésta en su casa, para entretenerse y suspender a los ignorantes; y la fábrica era de esta suerte: la tabla de la mesa era de palo, pintada y barnizada como jaspe, y el pie sobre que se sostenía era de lo mesmo, con cuatro garras de águila que dél salían, para mayor firmeza del peso. (N) La cabeza, que parecía medalla y figura de emperador romano, y de color de bronce, estaba toda hueca, y ni más ni menos la tabla de la mesa, (N) en que se encajaba tan justamente, que ninguna señal de juntura se parecía. El pie de la tabla era ansimesmo hueco, que respondía a la garganta y pechos de la cabeza, y todo esto venía a responder a otro aposento que debajo de la estancia de la cabeza estaba. Por todo este hueco de pie, mesa, garganta y pechos (N) de la medalla y figura referida se encaminaba un cañón de hoja de lata, muy justo, que de nadie podía ser visto. En el aposento de abajo correspondiente al de arriba se ponía el que había de responder, pegada la boca con el mesmo cañón, de modo que, a modo de cerbatana, (N) iba la voz de arriba abajo y de abajo arriba, en palabras articuladas (N) y claras; y de esta manera no era posible conocer el embuste. Un sobrino de don Antonio, estudiante agudo y discreto, fue el respondiente; el cual, estando avisado de su señor tío de los que habían de entrar con él en aquel día en el aposento de la cabeza, le fue fácil responder (N) con presteza y puntualidad a la primera pregunta; a las demás respondió por conjeturas, y, como discreto, discretamente. Y dice más Cide Hamete: que hasta diez o doce días duró esta maravillosa máquina; pero que, divulgándose por la ciudad que don Antonio tenía en su casa una cabeza encantada, que a cuantos le preguntaban respondía, temiendo no llegase a los oídos de las despiertas centinelas de nuestra Fe, habiendo declarado el caso a los señores inquisidores, le mandaron que lo deshiciese (N) y no pasase más adelante, porque el vulgo ignorante no se escandalizase; (N) pero en la opinión de don Quijote y de Sancho Panza, la cabeza quedó por encantada y por respondona, (N) más a satisfación de don Quijote que de Sancho. (N)

      Los caballeros de la ciudad, por complacer a don Antonio y por agasajar a don Quijote y dar lugar a que descubriese sus sandeces, ordenaron de correr sortija (N) de allí a seis días; que no tuvo efecto por la ocasión que se dirá adelante. (N) Diole gana a don Quijote de pasear la ciudad a la llana y a pie, temiendo que, si iba a caballo, le habían de perseguir los mochachos, y así, él y Sancho, con otros dos criados que don Antonio le dio, salieron a pasearse.

      Sucedió, pues, que, yendo por una calle, alzó los ojos don Quijote, y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: Aquí se imprimen libros; de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto emprenta alguna, (N) y deseaba saber cómo fuese. Entró dentro, con todo su acompañamiento, y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en ésta, enmendar en aquélla, y, finalmente, toda aquella máquina que en las emprentas grandes se muestra. Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era aquéllo que allí se hacía; dábanle cuenta los oficiales, admirábase y pasaba adelante. Llegó en otras a uno, (N) y preguntóle qué era lo que hacía. El oficial le respondió.

      -Señor, este caballero que aquí está -y enseñóle a un hombre de muy buen talle (N) y parecer y de alguna gravedad- ha traducido un libro toscano en nuestra lengua castellana, y estoyle yo componiendo, para darle a la estampa.

      -¿ Qué título tiene el libro? -preguntó don Quijote.

      -A lo que el autor respondió.

      -Señor, el libro, en toscano, se llama Le bagatele.

      -Y ¿ qué responde le bagatele en nuestro castellano? (N) - preguntó don Quijote.

      -Le bagatele -dijo el autor- es como si en castellano dijésemos los juguetes; y, aunque este libro es en el nombre humilde, contiene y encierra en sí cosas muy buenas y sustanciales.

      -Yo -dijo don Quijote- sé algún tanto de el toscano, (N) y me precio de cantar algunas estancias del Ariosto. (N) Pero dígame vuesa merced, señor mío, y no digo esto porque quiero examinar el ingenio de vuestra merced, sino por curiosidad no más: ¿ ha hallado en su escritura alguna vez nombrar piñata? . (N)

      -Sí, muchas veces -respondió el autor.

      -Y ¿ cómo la traduce vuestra merced en castellano? - preguntó don Quijote.

      -¿ Cómo la había de traducir -replicó el autor-, sino diciendo olla.

      -¡ Cuerpo de tal -dijo don Quijote-, y qué adelante está vuesa merced en el toscano idioma ! (N) Yo apostaré una buena apuesta (N) que adonde diga en el toscano piache, dice vuesa merced en el castellano place; y adonde diga più, dice más, y el su declara con arriba, y el giù con abajo.

      -Sí declaro, por cierto -dijo el autor-, porque ésas son sus propias correspondencias.

      -Osaré yo jurar -dijo don Quijote- que no es vuesa merced conocido en el mundo, enemigo siempre de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡ Qué de habilidades hay perdidas por ahí ! ¡ Qué de ingenios arrinconados ! ¡ Qué de virtudes menospreciadas ! Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, (N) como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que, aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, (N) como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, (N) y que menos provecho le trujesen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores: el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro, don Juan de Jáurigui, en su Aminta, (N) donde felizmente ponen en duda cuál es la tradución o cuál el original. Pero dígame vuestra merced: este libro, ¿ imprímese por su cuenta, o tiene ya vendido el privilegio a algún librero.

      -Por mi cuenta lo imprimo -respondió el autor-, y pienso ganar mil ducados, por lo menos, con esta primera impresión, que ha de ser de dos mil cuerpos, y se han de despachar a seis reales cada uno, en daca las pajas.

      -¡ Bien está vuesa merced en la cuenta ! (N) - respondió don Quijote - . Bien parece que no sabe las entradas y salidas de los impresores, (N) y las correspondencias que hay de unos a otros; yo le prometo que, cuando se vea cargado de dos mil cuerpos de libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y más si el libro es un poco avieso y no nada picante.

      -Pues, ¿ qué? -dijo el autor-. ¿ Quiere vuesa merced que se lo dé a un librero, que me dé por el privilegio tres maravedís, y aún piensa que me hace merced en dármelos? Yo no imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo, que ya en él soy conocido por mis obras: provecho quiero, que sin él no vale un cuatrín la buena fama. (N)

      -Dios le dé a vuesa merced buena manderecha (N) -respondió don Quijote.

      Y pasó adelante a otro cajón, donde vio que estaban corrigiendo un pliego de un libro que se intitulaba Luz del alma; (N) y,en viéndole, dijo.

      -Estos tales libros, aunque hay muchos deste género, son los que se deben imprimir, porque son muchos los pecadores que se usan, y son menester infinitas luces para tantos desalumbrados.

      Pasó adelante y vio que asimesmo estaban corrigiendo otro libro; y, preguntando su título, le respondieron que se llamaba la Segunda parte del Ingenioso Hidalgo (N) don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal vecino de Tordesillas. (N)

      -Ya yo tengo noticia deste libro -dijo don Quijote - , y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado (N) y hecho polvos, por impertinente; pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco, (N) que las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdaderas tanto son mejores cuanto son más verdaderas.

      Y, diciendo esto, con muestras de algún despecho, se salió de la emprenta. Y aquel mesmo día ordenó don Antonio de llevarle a ver las galeras que en la playa estaban, de que Sancho se regocijó mucho, a causa que en su vida las había visto. (N) Avisó don Antonio al cuatralbo de las galeras (N) como aquella tarde había de llevar a verlas a su huésped el famoso don Quijote de la Mancha, de quien ya el cuatralbo y todos los vecinos de la ciudad tenían noticia; y lo que le sucedió en ellas se dirá en el siguiente capítulo. (N)







Parte II -- Capítulo LXIII . De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, (N) y la nueva aventura de la hermosa morisca.

      Grandes eran los discursos que don Quijote hacía sobre la respuesta de la encantada cabeza, sin que ninguno dellos diese en el embuste, y todos paraban con la promesa, que él tuvo por cierto, del desencanto de Dulcinea. Allí iba y venía, y se alegraba entre sí mismo, creyendo que había de ver presto su cumplimiento; y Sancho, aunque aborrecía el ser gobernador, como queda dicho, todavía deseaba volver a mandar y a ser obedecido; que esta mala ventura trae consigo el mando, aunque sea de burlas. (N)

      En resolución, aquella tarde don Antonio Moreno, su huésped, y sus dos amigos, con don Quijote y Sancho, fueron a las galeras. El cuatralbo, que estaba avisado de su buena venida, por ver a los dos tan famosos Quijote y Sancho, apenas llegaron a la marina, cuando todas las galeras abatieron tienda, (N) y sonaron las chirimías; arrojaron luego el esquife al agua, cubierto de ricos tapetes y de almohadas de terciopelo carmesí, y, en poniendo que puso los pies en él don Quijote, disparó la capitana el cañón de crujía, y las otras galeras hicieron lo mesmo, y, al subir don Quijote por la escala derecha, (N) toda la chusma le saludó como es usanza cuando una persona principal entra en la galera, diciendo: ‘‘¡ Hu, hu, hu !’’ tres veces. Diole la mano el general, que con este nombre le llamaremos, que era un principal caballero valenciano; (N) abrazó a don Quijote, diciéndole.

      –Este día señalaré yo con piedra blanca, por ser uno de los mejores que pienso llevar en mi vida, habiendo visto al señor don Quijote de la Mancha: tiempo y señal que nos muestra (N) que en él se encierra y cifra todo el valor del andante caballería.

      Con otras no menos corteses razones le respondió don Quijote, alegre sobremanera de verse tratar tan a lo señor. Entraron todos en la popa, que estaba muy bien aderezada, y sentáronse por los bandines, pasóse el cómitre en crujía, y dio señal con el pito que la chusma hiciese fuera ropa, que se hizo en un instante. Sancho, que vio tanta gente en cueros, quedó pasmado, y más cuando vio hacer tienda con tanta priesa, que a él le pareció que todos los diablos andaban allí trabajando; pero esto todo fueron tortas y pan pintado (N) para lo que ahora diré. Estaba Sancho sentado sobre el estanterol, junto al espalder (N) de la mano derecha, el cual ya avisado de lo que había de hacer, asió de Sancho, y, levantándole en los brazos, (N) toda la chusma puesta en pie y alerta, comenzando de la derecha banda, le fue dando y volteando sobre los brazos de la chusma de banco en banco, (N) con tanta priesa, que el pobre Sancho perdió la vista de los ojos, (N) y sin duda pensó que los mismos demonios le llevaban, y no pararon con él hasta volverle por la siniestra banda y ponerle en la popa. Quedó el pobre molido, y jadeando, y trasudando, sin poder imaginar qué fue lo que sucedido le había. (N)

      Don Quijote, que vio el vuelo sin alas de Sancho, (N) preguntó al general si eran ceremonias aquéllas que se usaban con los primeros que entraban en las galeras; porque si acaso lo fuese, él, que no tenía intención de profesar en ellas, no quería hacer semejantes ejercicios, y que votaba a Dios que, si alguno llegaba a asirle para voltearle, que le había de sacar el alma a puntillazos; y, diciendo esto, se levantó en pie y empuñó la espada.

      A este instante abatieron tienda, y con grandísimo ruido dejaron caer la entena de alto abajo. Pensó Sancho que el cielo se desencajaba de sus quicios y venía a dar sobre su cabeza; y, agobiándola, lleno de miedo, la puso entre las piernas. No las tuvo todas consigo don Quijote; que también se estremeció y encogió de hombros y perdió la color del rostro. La chusma izó la entena con la misma priesa y ruido que la habían amainado, y todo esto, callando, como si no tuvieran voz ni aliento. Hizo señal el cómitre que zarpasen el ferro, y, saltando en mitad de la crujía con el corbacho o rebenque, (N) comenzó a mosquear las espaldas de la chusma, y a largarse poco a poco a la mar. Cuando Sancho vio a una moverse tantos pies colorados, que tales pensó él que eran los remos, dijo entre sí.

      –Éstas sí son verdaderamente cosas encantadas, y no las que mi amo dice. ¿ Qué han hecho estos desdichados, que ansí los azotan, y cómo este hombre solo, que anda por aquí silbando, tiene atrevimiento para azotar a tanta gente? Ahora yo digo que éste es infierno, o, por lo menos, el purgatorio.

      Don Quijote, que vio la atención con que Sancho miraba lo que pasaba, le dijo.

      –¡ Ah Sancho amigo, y con qué brevedad (N) y cuán a poca costa os podíades vos, si quisiésedes, desnudar de medio cuerpo arriba, y poneros entre estos señores, y acabar con el desencanto de Dulcinea ! Pues con la miseria y pena de tantos, no sentiríades vos mucho la vuestra; y más, que podría ser que el sabio Merlín tomase en cuenta cada azote déstos, por ser dados de buena mano, por diez de los que vos finalmente os habéis de dar.

      Preguntar quería el general qué azotes eran aquéllos, o qué desencanto de Dulcinea, cuando dijo el marinero.

      –Señal hace Monjuí (N) de que hay bajel de remos en la costa por la banda del poniente.

      Esto oído, saltó el general en la crujía, (N) y dijo.

      –¡ Ea hijos, no se nos vaya ! Algún bergantín de cosarios de Argel debe de ser éste que la atalaya nos señala.

      Llegáronse luego las otras tres galeras a la capitana, a saber lo que se les ordenaba. Mandó el general que las dos saliesen a la mar, y él con la otra iría tierra a tierra, porque ansí el bajel no se les escaparía. Apretó la chusma los remos, impeliendo las galeras con tanta furia, que parecía que volaban. Las que salieron a la mar, a obra de dos millas descubrieron un bajel, que con la vista le marcaron por de hasta catorce o quince bancos, y así era la verdad; el cual bajel, cuando descubrió las galeras, se puso en caza, (N) con intención y esperanza de escaparse por su ligereza; pero avínole mal, porque la galera capitana era de los más ligeros bajeles que en la mar navegaban, y así le fue entrando, que claramente los del bergantín conocieron que no podían escaparse; y así, el arráez quisiera (N) que dejaran los remos y se entregaran, por no irritar a enojo al capitán (N) que nuestras galeras regía. Pero la suerte, que de otra manera lo guiaba, ordenó que, ya que la capitana llegaba tan cerca que podían los del bajel oír las voces que desde ella les decían que se rindiesen, dos toraquís, (N) que es como decir dos turcos borrachos, que en el bergantín venían con estos doce, dispararon dos escopetas, con que dieron muerte a dos soldados que sobre nuestras arrumbadas (N) venían. Viendo lo cual, juró el general de no dejar con vida a todos cuantos en el bajel tomase, (N) y, llegando a embestir con toda furia, se le escapó por debajo de la palamenta. (N) Pasó la galera adelante un buen trecho; los del bajel se vieron perdidos, hicieron vela en tanto que la galera volvía, y de nuevo, a vela y a remo, se pusieron en caza; pero no les aprovechó su diligencia tanto como les dañó su atrevimiento, porque, alcanzándoles la capitana a poco más de media milla, les echó la palamenta encima y los cogió vivos a todos. (N)

      Llegaron en esto las otras dos galeras, y todas cuatro con la presa volvieron a la playa, donde infinita gente los estaba esperando, deseosos de ver lo que traían. (N) Dio fondo el general cerca de tierra, y conoció que estaba en la marina el virrey de la ciudad. (N) Mandó echar el esquife para traerle, y mandó amainar la entena para ahorcar luego luego al arráez y a los demás turcos que en el bajel había cogido, que serían hasta treinta y seis personas, (N) todos gallardos, y los más, escopeteros turcos. Preguntó el general quién era el arráez del bergantín y fuele respondido por uno de los cautivos, en lengua castellana, que después pareció ser renegado español.

      –Este mancebo, señor, que aquí vees es nuestro arráez.

      Y mostróle uno de los más bellos y gallardos mozos que pudiera pintar la humana imaginación. La edad, al parecer, no llegaba a veinte años. Preguntóle el general.

      –Dime, mal aconsejado perro, (N) ¿ quién te movió a matarme mis soldados, pues veías ser imposible el escaparte? ¿ Ese respeto se guarda a las capitanas? ¿ No sabes tú que no es valentía la temeridad? Las esperanzas dudosas han de hacer a los hombres atrevidos, pero no temerarios.

      Responder quería el arráez; pero no pudo el general, por entonces, oír la respuesta, por acudir a recebir al virrey, que ya entraba en la galera, con el cual entraron algunos de sus criados y algunas personas del pueblo.

      –¡ Buena ha estado la caza, señor general ! –dijo el virrey.

      –Y tan buena –respondió el general– cual la verá Vuestra Excelencia agora colgada de esta entena.

      –¿ Cómo ansí? –replicó el virrey.

      –Porque me han muerto –respondió el general–, contra toda ley y contra toda razón y usanza de guerra, dos soldados de los mejores que en estas galeras venían, y yo he jurado de ahorcar (N) a cuantos he cautivado, principalmente a este mozo, que es el arráez del bergantín.

      Y enseñóle al que ya tenía atadas las manos y echado el cordel a la garganta, esperando la muerte.

      Miróle el virrey, y, viéndole tan hermoso, y tan gallardo, y tan humilde, dándole en aquel instante una carta de recomendación su hermosura, le vino deseo de escusar su muerte; y así, le preguntó.

      –Dime, arráez, ¿ eres turco de nación, o moro, o renegado.

      A lo cual el mozo respondió, en lengua asimesmo castellana:

      –Ni soy turco de nación, ni moro, ni renegado.

      –Pues, ¿ qué eres? –replicó el virrey.

      –Mujer cristiana –respondió el mancebo.

      –¿ Mujer y cristiana, y en tal traje (N) y en tales pasos? Más es cosa para admirarla que para creerla.

      –Suspended –dijo el mozo–, ¡ oh señores !, la ejecución de mi muerte, que no se perderá mucho en que se dilate vuestra venganza en tanto que yo os cuente mi vida.

      ¿ Quién fuera el de corazón tan duro que con estas razones no se ablandara, o, a lo menos, hasta oír las que el triste y lastimado mancebo decir quería? El general le dijo que dijese lo que quisiese, pero que no esperase alcanzar perdón de su conocida culpa. Con esta licencia, el mozo comenzó a decir desta manera.

      –« De aquella nación más desdichada que prudente, (N) sobre quien ha llovido estos días un mar de desgracias, nací yo, de moriscos padres engendrada. En la corriente de su desventura fui yo por dos tíos míos (N) llevada a Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana, como, en efecto, lo soy, y no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y católicas. No me valió, con los que tenían a cargo nuestro miserable destierro, decir esta verdad, ni mis tíos quisieron creerla; antes la tuvieron por mentira y por invención para quedarme en la tierra donde había nacido, y así, por fuerza más que por grado, me trujeron consigo. Tuve una madre cristiana y un padre discreto y cristiano, ni más ni menos; mamé la fe católica en la leche; criéme con buenas costumbres; ni en la lengua ni en ellas jamás, a mi parecer, di señales de ser morisca. (N) Al par y al paso destas virtudes, que yo creo que lo son, creció mi hermosura, si es que tengo alguna; y, aunque mi recato y mi encerramiento fue mucho, no debió de ser tanto que no tuviese lugar de verme un mancebo caballero, llamado don Gaspar Gregorio, hijo mayorazgo de un caballero que junto a nuestro lugar otro suyo tiene. Cómo me vio, cómo nos hablamos, cómo se vio perdido por mí y cómo yo no muy ganada por él, (N) sería largo de contar, y más en tiempo que estoy temiendo que, entre la lengua y la garganta, se ha de atravesar el riguroso cordel que me amenaza; y así, sólo diré cómo en nuestro destierro quiso acompañarme don Gregorio. (N) Mezclóse con los moriscos que de otros lugares salieron, porque sabía muy bien la lengua, y en el viaje se hizo amigo de dos tíos míos que consigo me traían; porque mi padre, prudente y prevenido, así como oyó el primer bando de nuestro destierro, se salió del lugar y se fue a buscar alguno en los reinos estraños que nos acogiese.

      Dejó encerradas y enterradas, en una parte de quien yo sola tengo noticia, muchas perlas y piedras de gran valor, (N) con algunos dineros en cruzados (N) y doblones de oro. Mandóme que no tocase al tesoro que dejaba en ninguna manera, si acaso antes que él volviese nos desterraban. Hícelo así, y con mis tíos, como tengo dicho, y otros parientes y allegados pasamos a Berbería; y el lugar donde hicimos asiento fue en Argel, como si le hiciéramos en el mismo infierno. Tuvo noticia el rey de mi hermosura, y la fama se la dio de mis riquezas, que, en parte, fue ventura mía. Llamóme ante sí, preguntóme de qué parte de España era y qué dineros y qué joyas traía. Díjele el lugar, y que las joyas y dineros quedaban en él enterrados, pero que con facilidad se podrían cobrar si yo misma volviese por ellos. Todo esto le dije, temerosa de que no le cegase mi hermosura, sino su codicia. Estando conmigo en estas pláticas, le llegaron a decir cómo venía conmigo uno de los más gallardos y hermosos mancebos que se podía imaginar. Luego entendí que lo decían por don Gaspar Gregorio, cuya belleza se deja atrás las mayores que encarecer se pueden. Turbéme, considerando el peligro que don Gregorio (N) corría, porque entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que sea. (N)

      Mandó luego el rey que se le trujesen allí delante para verle, y preguntóme si era verdad lo que de aquel mozo le decían. Entonces yo, casi como prevenida del cielo, le dije que sí era; pero que le hacía saber que no era varón, sino mujer como yo, y que le suplicaba me la dejase ir a vestir en su natural traje, para que de todo en todo mostrase su belleza y con menos empacho pareciese ante su presencia. Díjome que fuese en buena hora, y que otro día hablaríamos en el modo que se podía tener para que yo volviese a España a sacar el escondido tesoro. Hablé con don Gaspar, contéle el peligro que corría el mostrar ser hombre; vestíle de mora, y aquella mesma tarde le truje a la presencia del rey, el cual, en viéndole, quedó admirado y hizo disignio de guardarla para hacer presente della al Gran Señor; y, por huir del peligro que en el serrallo de sus mujeres podía tener y temer de sí mismo, la mandó poner en casa de unas principales moras que la guardasen y la sirviesen, (N) adonde le llevaron luego. Lo que los dos sentimos (que no puedo negar que no le quiero) se deje a la consideración de los que se apartan si bien se quieren. Dio luego traza el rey de que yo volviese a España en este bergantín y que me acompañasen dos turcos de nación, que fueron los que mataron vuestros soldados. Vino también conmigo este renegado español –señalando al que había hablado primero–, del cual sé yo bien que es cristiano encubierto y que viene con más deseo de quedarse en España que de volver a Berbería; la demás chusma del bergantín son moros y turcos, que no sirven de más que de bogar al remo. (N) Los dos turcos, codiciosos e insolentes, sin guardar el orden que traíamos de que a mí y a este renegado en la primer parte de España, en hábito de cristianos, de que venimos proveídos, nos echasen en tierra, primero quisieron barrer esta costa y hacer alguna presa, si pudiesen, temiendo que si primero nos echaban en tierra, por algún acidente que a los dos nos sucediese, podríamos descubrir que quedaba el bergantín en la mar, y si acaso hubiese galeras por esta costa, los tomasen. Anoche descubrimos esta playa, y, sin tener noticia destas cuatro galeras, fuimos descubiertos, y nos ha sucedido lo que habéis visto. En resolución: don Gregorio queda en hábito de mujer entre mujeres, con manifiesto peligro de perderse, y yo me veo atadas las manos, esperando, o, por mejor decir, temiendo perder la vida, que ya me cansa. Éste es, señores, el fin de mi lamentable historia, tan verdadera como desdichada; lo que os ruego es que me dejéis morir como cristiana, pues, como ya he dicho, en ninguna cosa he sido culpante de la culpa (N) en que los de mi nación han caído.

      Y luego calló, preñados los ojos de tiernas lágrimas, a quien acompañaron muchas de los que presentes estaban. El virrey, tierno y compasivo, sin hablarle palabra, se llegó a ella y le quitó con sus manos el cordel que las hermosas de la mora ligaba.

      En tanto, pues, que la morisca cristiana su peregrina historia trataba, tuvo clavados los ojos en ella un anciano peregrino que entró en la galera cuando entró el virrey; (N) y, apenas dio fin a su plática la morisca, cuando él se arrojó a sus pies, y, abrazado dellos, con interrumpidas palabras de mil sollozos y suspiros, le dijo.

      –¡ Oh Ana Félix, desdichada hija mía ! Yo soy tu padre Ricote, que volvía a buscarte (N) por no poder vivir sin ti, que eres mi alma.

      A cuyas palabras abrió los ojos Sancho, y alzó la cabeza (que inclinada tenía, pensando en la desgracia de su paseo), y, mirando al peregrino, conoció ser el mismo Ricote que topó el día que salió de su gobierno, y confirmóse que aquélla era su hija, (N) la cual, ya desatada, abrazó a su padre, mezclando sus lágrimas con las suyas; el cual dijo al general (N) y al virrey.

      –Ésta, señores, es mi hija, más desdichada en sus sucesos que en su nombre. Ana Félix se llama, con el sobrenombre de Ricote, famosa tanto por su hermosura como por mi riqueza. Yo salí de mi patria a buscar en reinos estraños quien nos albergase y recogiese, y, habiéndole hallado en Alemania, volví en este hábito de peregrino, en compañía de otros alemanes, a buscar mi hija y a desenterrar muchas riquezas que dejé escondidas. No hallé a mi hija; hallé el tesoro, que conmigo traigo, y agora, por el estraño rodeo que habéis visto, he hallado el tesoro que más me enriquece, que es a mi querida hija. Si nuestra poca culpa y sus lágrimas y las mías, por la integridad de vuestra justicia, pueden abrir puertas a la misericordia, usadla con nosotros, que jamás tuvimos pensamiento de ofenderos, ni convenimos en ningún modo con la intención de los nuestros, que justamente han sido desterrados.

      Entonces dijo Sancho.

      –Bien conozco a Ricote, y sé que es verdad lo que dice en cuanto a ser Ana Félix su hija; que en esotras zarandajas de ir y venir, tener buena o mala intención, no me entremeto. (N)

      Admirados del estraño caso todos los presentes, el general dijo:

      –Una por una (N) vuestras lágrimas no me dejarán cumplir mi juramento: vivid, hermosa Ana Félix, los años de vida que os tiene determinados el cielo, (N) y lleven la pena de su culpa los insolentes y atrevidos que la cometieron.

      Y mandó luego ahorcar de la entena a los dos turcos que a sus dos soldados habían muerto; pero el virrey le pidió encarecidamente no los ahorcase, pues más locura que valentía había sido la suya. Hizo el general lo que el virrey le pedía, porque no se ejecutan bien las venganzas a sangre helada. Procuraron luego dar traza de sacar a don Gaspar Gregorio del peligro en que quedaba. Ofreció Ricote para ello más de dos mil ducados que en perlas y en joyas tenía. Diéronse muchos medios, pero ninguno fue tal como el que dio el renegado español que se ha dicho, el cual se ofreció de volver a Argel en algún barco pequeño, de hasta seis bancos, armado de remeros cristianos, porque él sabía dónde, cómo y cuándo podía y debía desembarcar, y asimismo no ignoraba la casa donde don Gaspar quedaba. Dudaron el general y el virrey el fiarse del renegado, ni confiar de los cristianos que habían de bogar el remo; fióle Ana Félix, y Ricote, su padre, dijo que salía a dar el rescate de los cristianos, si acaso se perdiesen.

      Firmados, pues, en este parecer, (N) se desembarcó el virrey, y don Antonio Moreno se llevó consigo a la morisca y a su padre, encargándole el virrey que los regalase y acariciase cuanto le fuese posible; que de su parte le ofrecía lo que en su casa hubiese para su regalo. Tanta fue la benevolencia y caridad que la hermosura de Ana Félix infundió en su pecho.







Parte II -- Capítulo LXIV . Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido.

      La mujer de don Antonio Moreno cuenta la historia que recibió grandísimo contento de ver a Ana Félix en su casa. Recibióla con mucho agrado, así enamorada de su belleza como de su discreción, porque en lo uno y en lo otro era estremada la morisca, y toda la gente de la ciudad, como a campana tañida, venían a verla.

      Dijo don Quijote a don Antonio que el parecer que habían tomado en la libertad de don Gregorio no era bueno, porque tenía más de peligroso que de conveniente, y que sería mejor que le pusiesen a él en Berbería con sus armas y caballo; (N) que él le sacaría a pesar de toda la morisma, (N) como había hecho don Gaiferos a su esposa Melisendra.

      –Advierta vuesa merced –dijo Sancho, oyendo esto– que el señor don Gaiferos sacó a sus esposa de tierra firme y la llevó a Francia por tierra firme; pero aquí, si acaso sacamos a don Gregorio, no tenemos por dónde traerle a España, pues está la mar en medio.

      –Para todo hay remedio, si no es para la muerte –respondió don Quijote–; pues, llegando el barco a la marina, nos podremos embarcar en él, aunque todo el mundo lo impida.

      –Muy bien lo pinta y facilita vuestra merced –dijo Sancho–, pero del dicho al hecho hay gran trecho, y yo me atengo al renegado, que me parece muy hombre de bien y de muy buenas entrañas.

      Don Antonio dijo que si el renegado no saliese bien del caso, se tomaría el espediente de que el gran don Quijote pasase en Berbería. (N)

      De allí a dos días partió el renegado en un ligero barco de seis remos por banda, armado de valentísima chusma; y de allí a otros dos se partieron las galeras a Levante, habiendo pedido el general al visorrey fuese servido de avisarle de lo que sucediese en la libertad de don Gregorio y en el caso de Ana Félix; quedó el visorrey (N) de hacerlo así como se lo pedía.

      Y una mañana, saliendo don Quijote a pasearse por la playa armado de todas sus armas, porque, como muchas veces decía, ellas eran sus arreos, y su descanso el pelear, y no se hallaba sin ellas un punto, vio venir hacía él un caballero, armado asimismo de punta en blanco, (N) que en el escudo traía pintada una luna resplandeciente; el cual, llegándose a trecho que podía ser oído, en altas voces, encaminando sus razones a don Quijote, dijo.

      –Insigne caballero y jamás como se debe alabado don Quijote de la Mancha, yo soy el Caballero de la Blanca Luna, (N) cuyas inauditas hazañas (N) quizá te le habrán traído a la memoria. Vengo a contender contigo y a probar la fuerza de tus brazos, en razón de hacerte conocer y confesar que mi dama, sea quien fuere, es sin comparación más hermosa que tu Dulcinea del Toboso; la cual verdad si tú la confiesas de llano en llano, escusarás (N) tu muerte y el trabajo que yo he de tomar en dártela; y si tú peleares y yo te venciere, (N) no quiero otra satisfación sino que, dejando las armas y absteniéndote de buscar aventuras, te recojas y retires a tu lugar por tiempo de un año, donde has de vivir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego, porque así conviene al aumento de tu hacienda y a la salvación de tu alma; y si tú me vencieres, quedará a tu discreción mi cabeza, y serán tuyos los despojos de mis armas y caballo, y pasará a la tuya la fama de mis hazañas. (N) Mira lo que te está mejor, y respóndeme luego, porque hoy todo el día traigo de término para despachar este negocio.

      Don Quijote quedó suspenso y atónito, así de la arrogancia del Caballero de la Blanca Luna como de la causa por que le desafiaba; y con reposo y ademán severo le respondió.

      –Caballero de la Blanca Luna, cuyas hazañas hasta agora no han llegado a mi noticia, yo osaré jurar que jamás habéis visto a la ilustre Dulcinea; que si visto la hubiérades, yo sé que procurárades no poneros en esta demanda, porque su vista os desengañara de que no ha habido ni puede haber belleza que con la suya comparar se pueda; y así, no diciéndoos que mentís, sino que no acertáis en lo propuesto, con las condiciones que habéis referido, aceto vuestro desafío, y luego, porque no se pase el día que traéis determinado; y sólo exceto de las condiciones la de que se pase a mí la fama de vuestras hazañas, porque no sé cuáles ni qué tales sean: con las mías me contento, tales cuales ellas son. Tomad, pues, la parte del campo que quisiéredes, que yo haré lo mesmo, (N) y a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga. (N)

      Habían descubierto de la ciudad al Caballero de la Blanca Luna, y díchoselo al visorrey que estaba hablando con don Quijote de la Mancha. El visorrey, creyendo sería alguna nueva aventura fabricada por don Antonio Moreno, (N) o por otro algún caballero de la ciudad, salió luego a la playa con don Antonio y con otros muchos caballeros que le acompañaban, a tiempo cuando don Quijote volvía las riendas (N) a Rocinante para tomar del campo lo necesario.

      Viendo, pues, el visorrey que daban los dos señales de volverse a encontrar, se puso en medio, preguntándoles qué era la causa que les movía a hacer tan de improviso batalla. El Caballero de la Blanca Luna respondió que era precedencia de hermosura, y en breves razones le dijo las mismas que había dicho a don Quijote, con la acetación de las condiciones del desafío hechas por entrambas partes. Llegóse el visorrey a don Antonio, y preguntóle paso si sabía quién era el tal Caballero de la Blanca Luna, o si era alguna burla que querían hacer a don Quijote. Don Antonio le respondió que ni sabía quién era, ni si era de burlas ni de veras el tal desafío. Esta respuesta tuvo perplejo al visorrey en si les dejaría o no pasar adelante (N) en la batalla; pero, no pudiéndose persuadir a que fuese sino burla, se apartó diciendo:

      –Señores caballeros, si aquí no hay otro remedio sino confesar o morir, y el señor don Quijote está en sus trece y vuestra merced el de la Blanca Luna en sus catorce, (N) a la mano de Dios, y dense.

      Agradeció el de la Blanca Luna con corteses y discretas razones al visorrey la licencia que se les daba, y don Quijote hizo lo mesmo; el cual, encomendándose al cielo de todo corazón y a su Dulcinea –como tenía de costumbre al comenzar de las batallas que se le ofrecían–, tornó a tomar otro poco más del campo, porque vio que su contrario hacía lo mesmo, y, sin tocar trompeta (N) ni otro instrumento bélico que les diese señal de arremeter, volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus caballos; y, como era más ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la levantó, al parecer, de propósito (N) ), que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída. (N) Fue luego sobre él, y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo.

      –Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío. (N)

      Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo.

      –Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.

      –Eso no haré yo, por cierto –dijo el de la Blanca Luna–: (N) viva, viva en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso, que sólo me contento con que el gran don Quijote se retire a su lugar un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere mandado, como concertamos (N) antes de entrar en esta batalla.

      Todo esto oyeron el visorrey y don Antonio, con otros muchos que allí estaban, y oyeron asimismo que don Quijote respondió que como no le pidiese cosa que fuese en perjuicio de Dulcinea, todo lo demás cumpliría como caballero puntual y verdadero. (N)

      Hecha esta confesión, (N) volvió las riendas el de la Blanca Luna, y, haciendo mesura con la cabeza (N) al visorrey, a medio galope se entró en la ciudad.

      Mandó el visorrey a don Antonio que fuese tras él, y que en todas maneras supiese quién era. Levantaron a don Quijote, descubriéronle el rostro y halláronle sin color y trasudando. Rocinante, de puro malparado, no se pudo mover por entonces. Sancho, todo triste, (N) todo apesarado, no sabía qué decirse ni qué hacerse: parecíale que todo aquel suceso pasaba en sueños y que toda aquella máquina era cosa de encantamento. Veía a su señor rendido y obligado a no tomar armas en un año; imaginaba la luz de la gloria de sus hazañas escurecida, las esperanzas de sus nuevas promesas (N) deshechas, como se deshace el humo con el viento. Temía si quedaría o no contrecho (N) Rocinante, o deslocado su amo; que no fuera poca ventura si deslocado quedara. (N) Finalmente, con una silla de manos, que mandó traer el visorrey, le llevaron a la ciudad, y el visorrey se volvió también a ella, con deseo de saber quién fuese el Caballero de la Blanca Luna, que de tan mal talante había dejado a don Quijote.







Parte II -- Capítulo LXV . Donde se da noticia quién era el de la Blanca Luna, (N) con la libertad de Don Gregorio, y de otros sucesos.

      Siguió don Antonio Moreno al Caballero de la Blanca Luna, y siguiéronle también, y aun persiguiéronle, muchos muchachos, hasta que le cerraron en un mesón dentro de la ciudad. Entró el don Antonio con deseo de conocerle; salió un escudero a recebirle y a desarmarle; encerróse en una sala baja, y con él don Antonio, que no se le cocía el pan hasta saber quién fuese. Viendo, pues, el de la Blanca Luna que aquel caballero no le dejaba, le dijo:

      –Bien sé, señor, a lo que venís, que es a saber quién soy; y, porque no hay para qué negároslo, en tanto que este mi criado me desarma os lo diré, sin faltar un punto a la verdad del caso. Sabed, señor, que a mí me llaman el bachiller Sansón Carrasco; soy del mesmo lugar de don Quijote de la Mancha, cuya locura y sandez mueve a que le tengamos lástima todos cuantos le conocemos, y entre los que más se la han tenido he sido yo; (N) y, creyendo que está su salud en su reposo y en que se esté en su tierra y en su casa, di traza para hacerle estar en ella; y así, habrá tres meses que le salí al camino (N) como caballero andante, llamándome el Caballero de los Espejos, con intención de pelear con él y vencerle, sin hacerle daño, poniendo por condición de nuestra pelea que el vencido quedase a discreción del vencedor; y lo que yo pensaba pedirle, porque ya le juzgaba por vencido, era que se volviese a su lugar y que no saliese dél en todo un año, en el cual tiempo podría ser curado; pero la suerte lo ordenó de otra manera, porque él me venció a mí y me derribó del caballo, y así, no tuvo efecto mi pensamiento: él prosiguió su camino, y yo me volví, vencido, corrido y molido de la caída, que fue además peligrosa; pero no por esto se me quitó el deseo de volver a buscarle y a vencerle, como hoy se ha visto. Y como él es tan puntual en guardar las órdenes de la andante caballería, sin duda alguna guardará la que le he dado, en cumplimiento de su palabra. (N) Esto es, señor, lo que pasa, sin que tenga que deciros otra cosa alguna; suplícoos no me descubráis ni le digáis a don Quijote quién soy, porque tengan efecto los buenos pensamientos míos y vuelva a cobrar su juicio un hombre que le tiene bonísimo, como le dejen las sandeces de la caballería.

      –¡ Oh señor –dijo don Antonio–, Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él ! ¿ No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos? Pero yo imagino que toda la industria del señor bachiller no ha de ser parte para volver cuerdo a un hombre tan rematadamente loco; y si no fuese contra caridad, diría que nunca sane don Quijote, (N) porque con su salud, no solamente perdemos sus gracias, sino las de Sancho Panza, su escudero, que cualquiera dellas puede volver a alegrar a la misma melancolía. Con todo esto, callaré, y no le diré nada, por ver si salgo verdadero en sospechar que no ha de tener efecto la diligencia hecha por el señor Carrasco.

      El cual respondió que ya una por una estaba en buen punto aquel negocio, de quien esperaba feliz suceso. Y, habiéndose ofrecido don Antonio de hacer lo que más le mandase, se despidió dél; y, hecho liar sus armas sobre un macho, luego al mismo punto, sobre el caballo con que entró en la batalla, se salió de la ciudad aquel mismo día (N) y se volvió a su patria, sin sucederle cosa que obligue a contarla en esta verdadera historia.

      Contó don Antonio al visorrey todo lo que Carrasco le había contado, de lo que el visorrey no recibió mucho gusto, porque en el recogimiento de don Quijote se perdía el que podían tener todos aquellos que de sus locuras tuviesen noticia.

      Seis días estuvo don Quijote en el lecho, marrido, (N) triste, pensativo y mal acondicionado, yendo y viniendo con la imaginación en el desdichado suceso de su vencimiento. Consolábale Sancho, y, entre otras razones, le dijo:

      –Señor mío, alce vuestra merced la cabeza y alégrese, si puede, y dé gracias al cielo que, ya que le derribó en la tierra, no salió con alguna costilla quebrada; y, pues sabe que donde las dan las toman, y que no siempre hay tocinos donde hay estacas, (N) dé una higa al médico, pues no le ha menester para que le cure en esta enfermedad: volvámonos a nuestra casa y dejémonos de andar buscando aventuras por tierras y lugares que no sabemos; y, si bien se considera, yo soy aquí el más perdidoso, aunque es vuestra merced el más mal parado. Yo, que dejé con el gobierno (N) los deseos de ser más gobernador, no dejé la gana de ser conde, que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de ser rey, dejando el ejercicio de su caballería; y así, vienen a volverse en humo mis esperanzas.

      –Calla, Sancho, pues ves que mi reclusión y retirada no ha de pasar de un año; que luego volveré a mis honrados ejercicios, y no me ha de faltar reino que gane y algún condado que darte.

      –Dios lo oiga –dijo Sancho–, y el pecado sea sordo, que siempre he oído decir que más vale buena esperanza que ruin posesión.

      En esto estaban cuando entró don Antonio, diciendo con muestras de grandísimo contento:

      –¡ Albricias, señor don Quijote, que don Gregorio y el renegado que fue por él está en la playa ! ¿ Qué digo en la playa? Ya está en casa del visorrey, y será aquí al momento. (N)

      Alegróse algún tanto don Quijote, y dijo:

      –En verdad que estoy por decir que me holgara que hubiera sucedido todo al revés, porque me obligara a pasar en Berbería, donde con la fuerza de mi brazo diera libertad no sólo a don Gregorio, sino a cuantos cristianos cautivos hay en Berbería. Pero, ¿ qué digo, miserable? ¿ No soy yo el vencido? ¿ No soy yo el derribado? ¿ No soy yo el que no puede tomar arma en un año? Pues, ¿ qué prometo? ¿ De qué me alabo, si antes me conviene usar de la rueca que de la espada?

      –Déjese deso, señor –dijo Sancho–: viva la gallina, aunque con su pepita, que hoy por ti y mañana por mí; y en estas cosas de encuentros y porrazos no hay tomarles tiento alguno, pues el que hoy cae puede levantarse mañana, si no es que se quiere estar en la cama; quiero decir que se deje desmayar, sin cobrar nuevos bríos para nuevas pendencias. Y levántese vuestra merced agora para recebir a don Gregorio, que me parece que anda la gente alborotada, y ya debe de estar en casa.

      Y así era la verdad; porque, habiendo ya dado cuenta don Gregorio y el renegado al visorrey de su ida y vuelta, deseoso don Gregorio de ver a Ana Félix, vino con el renegado a casa de don Antonio; y, aunque don Gregorio, cuando le sacaron de Argel, fue con hábitos de mujer, en el barco los trocó por los de un cautivo que salió consigo; (N) pero en cualquiera que viniera, mostrara ser persona para ser codiciada, servida y estimada, porque era hermoso sobremanera, y la edad, al parecer, de diez y siete o diez y ocho años. Ricote y su hija salieron a recebirle: el padre con lágrimas y la hija con honestidad. No se abrazaron unos a otros, porque donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura. (N) Las dos bellezas juntas de don Gregorio y Ana Félix admiraron en particular a todos juntos los que presentes estaban. (N) El silencio fue allí el que habló por los dos amantes, y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestos pensamientos.

      Contó el renegado la industria y medio que tuvo para sacar a don Gregorio; contó don Gregorio los peligros y aprietos en que se había visto con las mujeres con quien había quedado, no con largo razonamiento, sino con breves palabras, donde mostró que su discreción se adelantaba a sus años. Finalmente, Ricote pagó y satisfizo liberalmente así al renegado como a los que habían bogado al remo. Reincorporóse y redújose el renegado con la Iglesia, (N) y, de miembro podrido, volvió limpio y sano con la penitencia y el arrepentimiento.

      De allí a dos días trató el visorrey con don Antonio qué modo tendrían para que Ana Félix y su padre quedasen en España, pareciéndoles no ser de inconveniente alguno que quedasen en ella hija tan cristiana y padre, al parecer, tan bien intencionado. Don Antonio se ofreció venir a la corte a negociarlo, donde había de venir forzosamente a otros negocios, dando a entender que en ella, por medio del favor y de las dádivas, muchas cosas dificultosas se acaban. (N)

      –No –dijo Ricote, que se halló presente a esta plática– hay que esperar en favores ni en dádivas, (N) porque con el gran don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quien dio Su Majestad cargo de nuestra expulsión, (N) no valen ruegos, no promesas, no dádivas, no lástimas; (N) porque, aunque es verdad que él mezcla la misericordia con la justicia, como él vee que todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido, usa con él antes del cauterio que abrasa que del ungÜento que molifica; y así, con prudencia, con sagacidad, con diligencia y con miedos que pone, ha llevado sobre sus fuertes hombros a debida ejecución el peso desta gran máquina, (N) sin que nuestras industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes hayan podido deslumbrar sus ojos de Argos, que contino tiene alerta, (N) porque no se le quede ni encubra ninguno de los nuestros, que, como raíz escondida, que con el tiempo venga después a brotar, y a echar frutos venenosos en España, ya limpia, ya desembarazada de los temores en que nuestra muchedumbre la tenía. ¡ Heroica resolución del gran Filipo Tercero, (N) y inaudita prudencia en haberla encargado al tal don Bernardino (N) de Velasco !

      –Una por una, yo haré, puesto allá, las diligencias posibles, y haga el cielo lo que más fuere servido –dijo don Antonio–. Don Gregorio se irá conmigo a consolar la pena que sus padres deben tener por su ausencia; Ana Félix se quedará con mi mujer en mi casa, o en un monasterio, y yo sé que el señor visorrey gustará se quede en la suya el buen Ricote, hasta ver cómo yo negocio.

      El visorrey consintió en todo lo propuesto, pero don Gregorio, sabiendo lo que pasaba, dijo que en ninguna manera podía ni quería dejar a doña Ana Félix; pero, teniendo intención (N) de ver a sus padres, y de dar traza de volver por ella, vino en el decretado concierto. Quedóse Ana Félix con la mujer de don Antonio, y Ricote en casa del visorrey.

      Llegóse el día de la partida de don Antonio, y el de don Quijote y Sancho, que fue de allí a otros dos; que la caída no le concedió que más presto se pusiese en camino. Hubo lágrimas, hubo suspiros, desmayos y sollozos al despedirse don Gregorio de Ana Félix. Ofrecióle Ricote a don Gregorio mil escudos, si los quería; pero él no tomó ninguno, sino solos cinco que le prestó don Antonio, prometiendo la paga dellos en la corte. Con esto, se partieron los dos, y don Quijote y Sancho después, como se ha dicho: don Quijote desarmado y de camino, Sancho a pie, por ir el rucio cargado con las armas.








Parte II -- Capítulo LXVI . Que trata de lo que verá el que lo leyere, o lo oirá el que lo escuchare leer.

      Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído, (N) y dijo.

      –¡ Aquí fue Troya (N) ! ¡ Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse.

      Oyendo lo cual Sancho, dijo.

      –Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades; (N) y esto lo juzgo por mí mismo, que si cuando era gobernador estaba alegre, agora que soy escudero de a pie, no estoy triste; porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no vee lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza.

      –Muy filósofo estás, Sancho –respondió don Quijote–, muy a lo discreto hablas: no sé quién te lo enseña. Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura. (N) Yo lo he sido de la mía, pero no con la prudencia necesaria, y así, me han salido al gallarín (N) mis presunciones; pues debiera pensar que al poderoso grandor del caballo del de la Blanca Luna no podía resistir la flaqueza de Rocinante. (N) Atrevíme en fin, hice lo que puede, derribáronme, y, aunque perdí la honra, no perdí, ni puedo perder, la virtud de cumplir mi palabra. Cuando era caballero andante, atrevido y valiente, con mis obras y con mis manos acreditaba mis hechos; y agora, cuando soy escudero pedestre, acreditaré mis palabras cumpliendo la que di de mi promesa. (N) Camina, pues, amigo Sancho, y vamos a tener en nuestra tierra el año del noviciado, (N) con cuyo encerramiento cobraremos virtud nueva para volver al nunca de mí olvidado ejercicio de las armas.

      –Señor –respondió Sancho–, no es cosa tan gustosa el caminar a pie, que me mueva e incite a hacer grandes jornadas. Dejemos estas armas colgadas de algún árbol, en lugar de un ahorcado, y, ocupando yo las espaldas del rucio, levantados los pies del suelo, haremos las jornadas como vuestra merced las pidiere y midiere; que pensar que tengo de caminar a pie y hacerlas grandes es pensar en lo escusado.

      –Bien has dicho, Sancho –respondió don Quijote–: cuélguense mis armas por trofeo, y al pie dellas, (N) o alrededor dellas, grabaremos en los árboles lo que en el trofeo de las armas de Roldán estaba escrito.

      Nadie las muev.

      que estar no pueda con Roldán a prueba.

      –Todo eso me parece de perlas –respondió Sancho–; y, si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado.

      –¡ Pues ni él ni las armas –replicó don Quijote– quiero que se ahorquen, porque no se diga que a buen servicio, mal galardón.

      –Muy bien dice vuestra merced –respondió Sancho–, porque, según opinión de discretos, la culpa del asno no se ha de echar a la albarda; y, pues deste suceso vuestra merced tiene la culpa, castíguese a sí mesmo, y no revienten sus iras por las ya rotas y sangrientas armas, ni por las mansedumbres de Rocinante, ni por la blandura de mis pies, queriendo que caminen más de lo justo.

      En estas razones y pláticas se les pasó todo aquel día, y aun otros cuatro, sin sucederles cosa que estorbase su camino; y al quinto día, a la entrada de un lugar, hallaron a la puerta de un mesón mucha gente, que, por ser fiesta, se estaba allí solazando. Cuando llegaba a ellos don Quijote, un labrador alzó la voz diciendo.

      –Alguno destos dos señores que aquí vienen, que no conocen las partes, dirá lo que se ha de hacer en nuestra apuesta. (N)

      –Sí diré, por cierto –respondió don Quijote–, con toda rectitud, si es que alcanzo a entenderla.

      –« Es, pues, el caso –dijo el labrador–, señor bueno, (N) que un vecino deste lugar, tan gordo que pesa once arrobas, (N) desafió a correr a otro su vecino, que no pesa más que cinco. Fue la condición que habían de correr una carrera de cien pasos con pesos iguales; y, habiéndole preguntado al desafiador cómo se había de igualar el peso, dijo que el desafiado, que pesa cinco arrobas, se pusiese seis de hierro a cuestas, y así se igualarían las once arrobas del flaco con las once del gordo.

      –Eso no –dijo a esta sazón Sancho, antes que don Quijote respondiese–. Y a mí, que ha pocos días que salí de ser gobernador y juez, como todo el mundo sabe, toca averiguar estas dudas y dar parecer en todo pleito.

      –Responde en buen hora –dijo don Quijote–, Sancho amigo, que yo no estoy para dar migas a un gato, (N) según traigo alborotado y trastornado el juicio.

      Con esta licencia, dijo Sancho a los labradores, que estaban muchos alrededor dél la boca abierta, (N) esperando la sentencia de la suya.

      –Hermanos, lo que el gordo pide no lleva camino, ni tiene sombra de justicia alguna; porque si es verdad lo que se dice, que el desafiado puede escoger las armas, no es bien que éste las escoja (N) tales que le impidan ni estorben el salir vencedor; y así, es mi parecer que el gordo desafiador se escamonde, monde, entresaque, pula y atilde, y saque seis arrobas de sus carnes, de aquí o de allí de su cuerpo, como mejor le pareciere y estuviere; y desta manera, quedando en cinco arrobas de peso, se igualará y ajustará con las cinco de su contrario, y así podrán correr igualmente.

      –¡ Voto a tal –dijo un labrador que escuchó la sentencia de Sancho– que este señor ha hablado como un bendito y sentenciado como un canónigo ! Pero a buen seguro que no ha de querer quitarse el gordo una onza de sus carnes, cuanto más seis arrobas.

      –Lo mejor es que no corran –respondió otro–, porque el flaco no se muela con el peso, ni el gordo se descarne; y échese la mitad de la apuesta en vino, y llevemos estos señores a la taberna de lo caro, (N) y sobre mí la capa cuando llueva. (N)

      –Yo, señores –respondió don Quijote–, os lo agradezco, pero no puedo detenerme un punto, porque pensamientos y sucesos tristes me hacen parecer descortés y caminar más que de paso.

      Y así, dando de las espuelas a Rocinante, pasó adelante, dejándolos admirados de haber visto y notado así su estraña figura como la discreción (N) de su criado, que por tal juzgaron a Sancho. Y otro de los labradores dijo.

      –Si el criado es tan discreto, ¡ cuál debe de ser el amo ! Yo apostaré que si van a estudiar a Salamanca, (N) que a un tris han de venir a ser alcaldes de corte; que todo es burla, sino estudiar y más estudiar, y tener favor y ventura; y cuando menos se piensa el hombre, se halla con una vara en la mano o con una mitra en la cabeza.

      Aquella noche la pasaron amo y mozo en mitad del campo, al cielo raso y descubierto; y otro día, siguiendo su camino, vieron que hacia ellos venía un hombre de a pie, con unas alforjas al cuello (N) y una azcona o chuzo en la mano, propio talle de correo de a pie; el cual, como llegó junto a don Quijote, adelantó el paso, y medio corriendo llegó a él, y, abrazándole por el muslo derecho, que no alcanzaba a más, le dijo, con muestras de mucha alegría.

      –¡ Oh mi señor, y qué gran contento ha de llegar al corazón de mi señor el duque cuando sepa que vuestra merced vuelve a su castillo, que todavía se está en él con mi señora la duquesa.

      –No os conozco, amigo –respondió don Quijote–, ni sé quién sois, si vos no me lo decís.

      –Yo, señor don Quijote –respondió el correo–, soy Tosilos, el lacayo del duque mi señor, que no quise pelear con vuestra merced sobre el casamiento de la hija de doña Rodríguez.

      –¡ Válame Dios ! –dijo don Quijote–. ¿ Es posible que sois vos el que los encantadores mis enemigos transformaron en ese lacayo que decís, por defraudarme de la honra de aquella batalla?

      –Calle, señor bueno –replicó el cartero–, que no hubo encanto alguno ni mudanza de rostro ninguna: tan lacayo Tosilos entré en la estacada como Tosilos lacayo salí della. Yo pensé casarme sin pelear, por haberme parecido bien la moza, pero sucedióme al revés mi pensamiento, pues, así como vuestra merced se partió de nuestro castillo, el duque mi señor me hizo dar cien palos por haber contravenido a las ordenanzas (N) que me tenía dadas antes de entrar en la batalla, y todo ha parado en que la muchacha es ya monja, y doña Rodríguez se ha vuelto a Castilla, y yo voy ahora a Barcelona, a llevar un pliego de cartas al virrey, que le envía mi amo. Si vuestra merced quiere un traguito, aunque caliente, puro, aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé cuántas rajitas de queso de Tronchón, que servirán de llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo.

      –Quiero el envite –dijo Sancho–, y échese el resto de la cortesía, y escancie el buen Tosilos, a despecho y pesar de cuantos encantadores hay en las Indias.

      –En fin –dijo don Quijote–, tú eres, Sancho, el mayor glotón del mundo y el mayor ignorante de la tierra, pues no te persuades que este correo es encantado, y este Tosilos contrahecho. Quédate con él y hártate, que yo me iré adelante poco a poco, esperándote a que vengas. (N)

      Rióse el lacayo, desenvainó su calabaza, desalforjó sus rajas, y, sacando un panecillo, él y Sancho se sentaron sobre la yerba verde, y en buena paz compaña despabilaron y dieron fondo con todo el repuesto de las alforjas, (N) con tan buenos alientos, que lamieron el pliego de las cartas, sólo porque olía a queso. Dijo Tosilos a Sancho.

      –Sin duda este tu amo, Sancho amigo, debe de ser un loco.

      –¿ Cómo debe? –respondió Sancho–. No debe nada a nadie, que todo lo paga, y más cuando la moneda es locura. (N) Bien lo veo yo, y bien se lo digo a él; pero, ¿ qué aprovecha? Y más agora que va rematado, porque va vencido del Caballero de la Blanca Luna.

      Rogóle Tosilos le contase lo que le había sucedido, pero Sancho le respondió que era descortesía dejar que su amo le esperase; que otro día, si se encontrasen, habría lugar (N) para ello. Y, levantándose, después de haberse sacudido el sayo y las migajas de las barbas, antecogió al rucio, y, diciendo ‘‘a Dios’’, dejó a Tosilos y alcanzó a su amo, que a la sombra de un árbol le estaba esperando.







Parte II -- Capítulo LXVII . De la resolución que tomó don Quijote de hacerse pastor (N) y seguir la vida del campo, en tanto que se pasaba el año de su promesa, con otros sucesos en verdad gustosos y buenos.

      Si muchos pensamientos fatigaban a don Quijote antes de ser derribado, muchos más le fatigaron después de caído. (N) A la sombra del árbol estaba, como se ha dicho, y allí, como moscas a la miel, le acudían y picaban pensamientos: unos iban al desencanto de Dulcinea y otros a la vida que había de hacer en su forzosa retirada. Llegó Sancho y alabóle la liberal condición del lacayo Tosilos.

      –¿ Es posible –le dijo don Quijote– que todavía, ¡ oh Sancho !, pienses que aquél sea verdadero lacayo? Parece que se te ha ido de las mientes haber visto a Dulcinea convertida y transformada en labradora, y al Caballero de los Espejos (N) en el bachiller Carrasco, obras todas de los encantadores que me persiguen. Pero dime agora: ¿ preguntaste a ese Tosilos que dices qué ha hecho Dios de Altisidora: si ha llorado mi ausencia, o si ha dejado ya en las manos del olvido los enamorados pensamientos que en mi presencia la fatigaban?

      –No eran –respondió Sancho– los que yo tenía tales que me diesen lugar a preguntar boberías. ¡ Cuerpo de mí !, señor, ¿ está vuestra merced ahora en términos de inquirir pensamientos ajenos, especialmente amorosos?

      –Mira, Sancho –dijo don Quijote–, mucha diferencia hay de las obras que se hacen por amor a las que se hacen por agradecimiento. Bien puede ser que un caballero sea desamorado, pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido. Quísome bien, al parecer, Altisidora; diome los tres tocadores que sabes, (N) lloró en mi partida, maldíjome, vituperóme, quejóse, a despecho de la vergÜenza, públicamente: señales todas de que me adoraba, que las iras de los amantes suelen parar en maldiciones. Yo no tuve esperanzas que darle, ni tesoros que ofrecerle, porque las mías las tengo entregadas a Dulcinea, y los tesoros de los caballeros andantes son, como los de los duendes, (N) aparentes y falsos, y sólo puedo darle estos acuerdos que della tengo, sin perjuicio, pero, de los que tengo de Dulcinea, a quien tú agravias (N) con la remisión que tienes en azotarte y en castigar esas carnes, que vea yo comidas de lobos, que quieren guardarse antes para los gusanos que para el remedio de aquella pobre señora.

      –Señor –respondió Sancho–, si va a decir la verdad, yo no me puedo persuadir que los azotes de mis posaderas tengan que ver con los desencantos (N) de los encantados, que es como si dijésemos: "Si os duele la cabeza, untaos las rodillas". A lo menos, yo osaré jurar que en cuantas historias vuesa merced ha leído que tratan de la andante caballería no ha visto algún desencantado por azotes; pero, por sí o por no, yo me los daré, cuando tenga gana y el tiempo me dé comodidad para castigarme.

      –Dios lo haga –respondió don Quijote–, y los cielos te den gracia para que caigas en la cuenta y en la obligación que te corre de ayudar a mi señora, que lo es tuya, pues tú eres mío. (N)

      En estas pláticas iban siguiendo su camino, cuando llegaron al mesmo sitio y lugar donde fueron atropellados de los toros. (N) Reconocióle don Quijote; dijo a Sancho.

      –Éste es el prado donde topamos a las bizarras pastoras y gallardos pastores que en él querían renovar e imitar a la pastoral Arcadia, (N) pensamiento tan nuevo como discreto, (N) a cuya imitación, si es que a ti te parece bien, querría, ¡ oh Sancho !, que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas, y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor Pancino, (N) nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados, cantando aquí, endechando allí, (N) bebiendo de los líquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos, o de los caudalosos ríos. Daránnos con abundantísima mano de su dulcísimo fruto las encinas, (N) asiento los troncos de los durísimos alcornoques, sombra los sauces, olor las rosas, alfombras de mil colores matizadas los estendidos prados, aliento el aire claro y puro, luz la luna y las estrellas, a pesar de la escuridad de la noche, gusto el canto, alegría el lloro, Apolo versos, el amor conceptos, con que podremos hacernos eternos y famosos, (N) no sólo en los presentes, sino en los venideros siglos.

      –Pardiez –dijo Sancho–, que me ha cuadrado, y aun esquinado, tal género de vida; y más, que no la ha de haber aún bien visto el bachiller Sansón Carrasco y maese Nicolás el barbero, cuando la han de querer seguir, y hacerse pastores con nosotros; y aun quiera Dios no le venga en voluntad al cura de entrar también en el aprisco, según es de alegre y amigo de holgarse.

      –Tú has dicho muy bien –dijo don Quijote–; y podrá llamarse el bachiller Sansón Carrasco, si entra en el pastoral gremio, como entrará sin duda, el pastor Sansonino, o ya el pastor Carrascón; el barbero Nicolás se podrá llamar Miculoso, como ya el antiguo Boscán se llamó Nemoroso; (N) al cura no sé qué nombre le pongamos, si no es algún derivativo de su nombre, llamándole el pastor Curiambro. Las pastoras de quien hemos de ser amantes, como entre peras podremos escoger sus nombres; (N) y, pues el de mi señora cuadra así al de pastora como al de princesa, no hay para qué cansarme en buscar otro que mejor le venga; tú, Sancho, pondrás a la tuya el que quisieres.

      –No pienso –respondió Sancho– ponerle otro alguno sino el de Teresona, que le vendrá bien con su gordura y con el propio que tiene, (N) pues se llama Teresa; y más, que, celebrándola yo en mis versos, vengo a descubrir mis castos deseos, pues no ando a buscar pan de trastrigo (N) por las casas ajenas. El cura no será bien que tenga pastora, por dar buen ejemplo; y si quisiere el bachiller tenerla, su alma en su palma.

      –¡ Válame Dios –dijo don Quijote–, y qué vida nos hemos de dar, Sancho amigo ! ¡ Qué de churumbelas (N) han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas zamoranas, qué tamborines, y qué de sonajas, y qué de rabeles (N) ! Pues, ¡ qué si destas diferencias de músicas resuena la de los albogues (N) ! Allí se verá casi todos los instrumentos pastorales. (N)

      –¿ Qué son albogues –preguntó Sancho–, que ni los he oído nombrar, ni los he visto en toda mi vida.

      –Albogues son –respondió don Quijote– unas chapas (N) a modo de candeleros de azófar, que, dando una con otra por lo vacío y hueco, hace un son, si no muy agradable ni armónico, no descontenta, y viene bien con la rusticidad de la gaita y del tamborín; y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al, (N) conviene a saber: almohaza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía, y otros semejantes, que deben ser pocos más; y solos tres tiene nuestra lengua que son moriscos y acaban en i, y son: borceguí, zaquizamí y maravedí. Alhelí y alfaquí, tanto por el al primero como por el i en que acaban, son conocidos por arábigos. Esto te he dicho, de paso, por habérmelo reducido a la memoria la ocasión de haber nombrado albogues; y hanos de ayudar mucho al parecer en perfeción este ejercicio el ser yo algún tanto poeta, como tú sabes, (N) y el serlo también en estremo el bachiller Sansón Carrasco. (N) Del cura no digo nada; pero yo apostaré que debe de tener sus puntas y collares de poeta; y que las tenga también maese Nicolás, no dudo en ello, porque todos, o los más, son guitarristas (N) y copleros. Yo me quejaré de ausencia; tú te alabarás de firme enamorado; el pastor Carrascón, de desdeñado; y el cura Curiambro, de lo que él más puede servirse, y así, andará la cosa que no haya más que desear. (N)

      A lo que respondió Sancho.

      –Yo soy, señor, tan desgraciado que temo no ha de llegar el día en que en tal ejercicio me vea. ¡ Oh, qué polidas cuchares tengo de hacer cuando pastor me vea ! ¡ Qué de migas, qué de natas, qué de guirnaldas y qué de zarandajas pastoriles, que, puesto que no me granjeen fama de discreto, no dejarán de granjearme la de ingenioso ! Sanchica mi hija nos llevará la comida al hato. Pero, ¡ guarda !, que es de buen parecer, y hay pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese por lana y volviese trasquilada; y también suelen andar los amores y los no buenos deseos por los campos como por las ciudades, (N) y por las pastorales chozas como por los reales palacios, y, quitada la causa se quita el pecado; y ojos que no veen, corazón que no quiebra; (N) y más vale salto de mata que ruego de hombres buenos.

      –No más refranes, Sancho –dijo don Quijote–, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento; y muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródigo en refranes y que te vayas a la mano en decirlos; pero paréceme que es predicar en desierto, y "castígame mi madre, y yo trómpogelas".

      –Paréceme –respondió Sancho– que vuesa merced es como lo que dicen: "Dijo la sartén a la caldera: Quítate allá ojinegra (N) ". Estáme reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos.

      –Mira, Sancho –respondió don Quijote–: yo traigo los refranes a propósito, y vienen cuando los digo como anillo en el dedo; pero tráeslos tan por los cabellos, que los arrastras, y no los guías; y si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves, (N) sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios; y el refrán que no viene a propósito, antes es disparate que sentencia. Pero dejémonos desto, y, pues ya viene la noche, retirémonos del camino real algún trecho, donde pasaremos esta noche, (N) y Dios sabe lo que será mañana.

      Retiráronse, cenaron tarde y mal, bien contra la voluntad de Sancho, a quien se le representaban las estrechezas de la andante caballería usadas en las selvas y en los montes, si bien tal vez la abundancia se mostraba en los castillos y casas, así de don Diego de Miranda como en las bodas del rico Camacho, y de don Antonio Moreno; pero consideraba no ser posible ser siempre de día (N) ni siempre de noche, y así, pasó aquélla durmiendo, y su amo velando.







Parte II -- Capítulo LXVIII . De la cerdosa aventura que le aconteció a don Quijote.

      Era la noche algo escura, (N) puesto que la luna estaba en el cielo, pero no en parte que pudiese ser vista: que tal vez la señora Diana se va a pasear a los antípodas, y deja los montes negros y los valles escuros. Cumplió don Quijote con la naturaleza durmiendo el primer sueño, sin dar lugar al segundo; bien al revés de Sancho, que nunca tuvo segundo, porque le duraba el sueño desde la noche hasta la mañana, en que se mostraba su buena complexión y pocos cuidados. (N) Los de don Quijote le desvelaron de manera que despertó a Sancho y le dijo:

      –Maravillado estoy, Sancho, de la libertad de tu condición: yo imagino que eres hecho de mármol, o de duro bronce, en quien no cabe movimiento ni sentimiento alguno. Yo velo cuando tú duermes, yo lloro cuando cantas, yo me desmayo de ayuno cuanto tú estás perezoso y desalentado de puro harto. De buenos criados es conllevar las penas de sus señores y sentir sus sentimientos, por el bien parecer siquiera. Mira la serenidad desta noche, la soledad en que estamos, que nos convida a entremeter alguna vigilia entre nuestro sueño. Levántate, por tu vida, y desvíate algún trecho de aquí, y con buen ánimo y denuedo agradecido date trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta de los del desencanto de Dulcinea; y esto rogando te lo suplico, (N) que no quiero venir contigo a los brazos, como la otra vez, (N) porque sé que los tienes pesados. Después que te hayas dado, pasaremos lo que resta de la noche cantando, yo mi ausencia y tú tu firmeza, dando desde agora principio al ejercicio pastoral que hemos de tener en nuestra aldea.

      –Señor –respondió Sancho–, no soy yo religioso para que desde la mitad de mi sueño me levante y me dicipline, ni menos me parece que del estremo del dolor de los azotes se pueda pasar al de la música. (N) Vuesa merced me deje dormir y no me apriete en lo del azotarme; que me hará hacer juramento de no tocarme jamás al pelo del sayo, no que al de mis carnes.

      –¡ Oh alma endurecida ! ¡ Oh escudero sin piedad ! ¡ Oh pan mal empleado y mercedes mal consideradas las que te he hecho y pienso de hacerte ! Por mí te has visto gobernador, y por mí te vees con esperanzas propincuas de ser conde, (N) o tener otro título equivalente, y no tardará el cumplimiento de ellas más de cuanto tarde en pasar este año; que yo post tenebras spero lucem. (N)

      –No entiendo eso –replico Sancho–; sólo entiendo que, en tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia.

      –Nunca te he oído hablar, Sancho –dijo don Quijote–, tan elegantemente (N) como ahora, por donde vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: ‘‘ No con quien naces, sino con quien paces".

      –¡ Ah, pesia tal –replicó Sancho–, señor nuestro amo ! No soy yo ahora el que ensarta refranes, que también a vuestra merced se le caen de la boca de dos en dos (N) mejor que a mí, sino que debe de haber entre los míos y los suyos esta diferencia: que los de vuestra merced vendrán a tiempo y los míos a deshora; pero, en efecto, todos son refranes.

      En esto estaban, cuando sintieron un sordo estruendo y un áspero ruido, que por todos aquellos valles se estendía. Levantóse en pie don Quijote (N) y puso mano a la espada, y Sancho se agazapó debajo del rucio, poniéndose a los lados el lío de las armas, y la albarda de su jumento, tan temblando de miedo como alborotado don Quijote. De punto en punto iba creciendo el ruido, y, llegándose cerca a los dos temerosos; a lo menos, al uno, que al otro, ya se sabe su valentía. (N)

      Es, pues, el caso que llevaban unos hombres a vender a una feria más de seiscientos puercos, con los cuales caminaban a aquellas horas, (N) y era tanto el ruido que llevaban y el gruñir y el bufar, que ensordecieron los oídos de don Quijote y de Sancho, que no advirtieron lo que ser podía. (N) Llegó de tropel la estendida y gruñidora piara, y, sin tener respeto a la autoridad de don Quijote, ni a la de Sancho, pasaron por cima de los dos, deshaciendo las trincheas de Sancho, y derribando no sólo a don Quijote, sino llevando por añadidura a Rocinante. El tropel, el gruñir, la presteza con que llegaron los animales inmundos, puso en confusión y por el suelo a la albarda, a las armas, al rucio, a Rocinante, a Sancho y a don Quijote. (N)

      Levantóse Sancho como mejor pudo, y pidió a su amo la espada, (N) diciéndole que quería matar media docena de aquellos señores y descomedidos puercos, que ya había conocido que lo eran. Don Quijote le dijo.

      –Déjalos estar, amigo, que esta afrenta es pena de mi pecado, y justo castigo del cielo es que a un caballero andante vencido le coman adivas, (N) y le piquen avispas y le hollen puercos.

      –También debe de ser castigo del cielo –respondió Sancho– que a los escuderos de los caballeros vencidos los puncen moscas, los coman piojos y les embista la hambre. Si los escuderos fuéramos hijos de los caballeros a quien servimos, o parientes suyos muy cercanos, no fuera mucho que nos alcanzara la pena de sus culpas hasta la cuarta generación; pero, ¿ qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes? Ahora bien: tornémonos a acomodar y durmamos lo poco que queda de la noche, y amanecerá Dios y medraremos.

      –Duerme tú, Sancho –respondió don Quijote–, que naciste para dormir; que yo, que nací para velar, en el tiempo que falta de aquí al día, daré rienda a mis pensamientos, y los desfogaré en un madrigalete, que, sin que tú lo sepas, anoche compuse en la memoria. (N)

      –A mí me parece –respondió Sancho– que los pensamientos que dan lugar a hacer coplas no deben de ser muchos. Vuesa merced coplee cuanto quisiere, que yo dormiré cuanto pudiere.

      Y luego, tomando en el suelo cuanto quiso, (N) se acurrucó y durmió a sueño suelto, sin que fianzas, ni deudas, ni dolor alguno se lo estorbase. Don Quijote, arrimado a un tronco de una haya o de un alcornoque –que Cide Hamete Benengeli no distingue el árbol que era–, al son de sus mesmos suspiros, cantó de esta suerte: –Amor, cuando yo pienso (N)
en el mal que me das, terrible y fuerte,
voy corriendo a la muerte,
pensando así acabar mi mal inmenso;
mas, en llegando al paso
que es puerto en este mar de mi tormento,
tanta alegría siento,
que la vida se esfuerza y no le paso.
Así el vivir me mata,
que la muerte me torna a dar la vida.
¡ Oh condición no oída,
la que conmigo muerte y vida trata (N) !


      Cada verso déstos acompañaba con muchos suspiros y no pocas lágrimas, bien como aquél cuyo corazón tenía traspasado con el dolor (N) del vencimiento y con la ausencia de Dulcinea.

      Llegóse en esto el día, dio el sol con sus rayos en los ojos a Sancho, despertó y esperezóse, sacudiéndose y estirándose los perezosos miembros; (N) miró el destrozo que habían hecho los puercos en su repostería, y maldijo la piara y aun más adelante. Finalmente, volvieron los dos a su comenzado camino, y al declinar de la tarde vieron que hacia ellos venían hasta diez hombres de a caballo y cuatro o cinco de a pie. Sobresaltóse el corazón de don Quijote y azoróse el de Sancho, porque la gente que se les llegaba traía lanzas y adargas y venía muy a punto de guerra. Volvióse don Quijote a Sancho, y díjole:

      –Si yo pudiera, Sancho, ejercitar mis armas, y mi promesa no me hubiera atado los brazos, esta máquina que sobre nosotros viene la tuviera yo por tortas y pan pintado, pero podría ser fuese otra cosa de la que tememos.

      Llegaron, en esto, los de a caballo, y arbolando las lanzas, sin hablar palabra alguna rodearon a don Quijote y se las pusieron a las espaldas y pechos, amenazándole de muerte. Uno de los de a pie, puesto un dedo en la boca, en señal de que callase, asió del freno de Rocinante y le sacó del camino; y los demás de a pie, antecogiendo a Sancho y al rucio, guardando todos maravilloso silencio, siguieron los pasos del que llevaba a don Quijote, el cual dos o tres veces quiso preguntar adónde le llevaban o qué querían; pero, apenas comenzaba a mover los labios, cuando se los iban a cerrar con los hierros de las lanzas; y a Sancho le acontecía lo mismo, porque, apenas daba muestras de hablar, cuando uno de los de a pie, con un aguijón, le punzaba, y al rucio ni más ni menos como si hablar quisiera. Cerró la noche, apresuraron el paso, creció en los dos presos el miedo, y más cuando oyeron que de cuando en cuando les decían:

      –¡ Caminad, trogloditas.

      –¡ Callad, bárbaros.

      –¡ Pagad, antropófagos.

      –¡ No os quejéis, scitas, ni abráis los ojos, Polifemos matadores, leones carniceros.

      Y otros nombres semejantes a éstos, con que atormentaban los oídos de los miserables amo y mozo. Sancho iba diciendo entre sí.

      –¿ Nosotros tortolitas (N) ? ¿ Nosotros barberos ni estropajos? ¿ Nosotros perritas, a quien dicen cita, cita? No me contentan nada estos nombres: a mal viento va esta parva; (N) todo el mal nos viene junto, como al perro los palos, y ¡ ojalá parase en ellos lo que amenaza esta aventura tan desventurada.

      Iba don Quijote embelesado, sin poder atinar con cuantos discursos hacía qué serían aquellos nombres llenos de vituperios que les ponían, de los cuales sacaba en limpio no esperar ningún bien y temer mucho mal. Llegaron, en esto, un hora casi de la noche, (N) a un castillo, que bien conoció don Quijote que era el del duque, donde había poco que habían estado.

      –¡ Váleme Dios ! –dijo, así como conoció la estancia– y ¿ qué será esto? Sí que en esta casa todo es cortesía y buen comedimiento, pero para los vencidos el bien se vuelve en mal y el mal en peor.

      Entraron al patio principal del castillo, y viéronle aderezado y puesto de manera que les acrecentó la admiración y les dobló el miedo, como se verá en el siguiente capítulo.







Parte II -- Capítulo LXIX . Del más raro y más nuevo suceso (N) que en todo el discurso desta grande historia avino a don Quijote.

      Apeáronse los de a caballo, y, junto con los de a pie, tomando en peso y arrebatadamente a Sancho y a don Quijote, los entraron en el patio, (N) alrededor del cual ardían casi cien hachas, puestas en sus blandones, y, por los corredores del patio, más de quinientas luminarias; de modo que, a pesar de la noche, que se mostraba algo escura, no se echaba de ver la falta del día. En medio del patio se levantaba un túmulo como dos varas del suelo, cubierto todo con un grandísimo dosel de terciopelo negro, alrededor del cual, por sus gradas, ardían velas de cera blanca sobre más de cien candeleros de plata; encima del cual túmulo se mostraba un cuerpo muerto de una tan hermosa doncella, que hacía parecer con su hermosura hermosa a la misma muerte. (N) Tenía la cabeza sobre una almohada de brocado, coronada con una guirnalda de diversas y odoríferas flores tejida, las manos cruzadas sobre el pecho, y, entre ellas, un ramo de amarilla y vencedora palma.

      A un lado del patio estaba puesto un teatro, y en dos sillas sentados dos personajes, que, por tener coronas en la cabeza y ceptros en las manos, daban señales de ser algunos reyes, ya verdaderos o ya fingidos. Al lado deste teatro, adonde se subía por algunas gradas, estaban otras dos sillas, sobre las cuales los que trujeron los presos sentaron a don Quijote y a Sancho, (N) todo esto callando y dándoles a entender con señales a los dos que asimismo callasen; pero, sin que se lo señalaran, callaron ellos, porque la admiración de lo que estaban mirando les tenía atadas las lenguas.

      Subieron, en esto, al teatro, con mucho acompañamiento, dos principales personajes, que luego fueron conocidos de don Quijote ser el duque y la duquesa, sus huéspedes, los cuales se sentaron en dos riquísimas sillas, junto a los dos que parecían reyes. ¿ Quién no se había de admirar con esto, añadiéndose a ello haber conocido don Quijote que el cuerpo muerto que estaba sobre el túmulo era el de la hermosa Altisidora?

      Al subir el duque y la duquesa en el teatro, se levantaron don Quijote y Sancho y les hicieron una profunda humillación, y los duques hicieron lo mesmo, inclinando algún tanto las cabezas. (N)

      Salió, en esto, de través un ministro, y, llegándose a Sancho, le echó una ropa de bocací negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y, quitándole la caperuza, (N) le puso en la cabeza una coroza, al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio; (N) y díjole al oído que no descosiese los labios, porque le echarían una mordaza, o le quitarían la vida. Mirábase Sancho de arriba abajo, veíase ardiendo en llamas, pero como no le quemaban, no las estimaba en dos ardites. Quitóse la coroza, viola pintada de diablos, volviósela a poner, diciendo entre sí.

      –Aún bien, que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan.

      Mirábale también don Quijote, y, aunque el temor le tenía suspensos los sentidos, no dejó de reírse de ver la figura de Sancho. Comenzó, en esto, a salir, al parecer, debajo del túmulo un son sumiso y agradable de flautas, que, por no ser impedido de alguna humana voz, porque en aquel sitio el mesmo silencio guardaba silencio (N) a sí mismo, se mostraba blando y amoroso. Luego hizo de sí improvisa muestra, junto a la almohada del, al parecer, cadáver, un hermoso mancebo vestido a lo romano, que, al son de una arpa, que él mismo tocaba, cantó con suavísima y clara voz estas dos estancias:. –En tanto que en sí vuelve Altisidora,
muerta por la crueldad de don Quijote, (N)
y en tanto que en la corte encantadora
se vistieren las damas de picote,
y en tanto que a sus dueñas mi señora
vistiere de bayeta y de anascote,
cantaré su belleza y su desgracia,
con mejor plectro que el cantor de Tracia. (N)
Y aun no se me figura que me toca (N)
aqueste oficio solamente en vida;
mas, con la lengua muerta y fría en la boca,
pienso mover la voz a ti debida.
Libre mi alma de su estrecha roca, (N)
por el estigio lago conducida,
celebrándote irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.


      –No más –dijo a esta sazón uno de los dos que parecían reyes–: no más, cantor divino; que sería proceder en infinito representarnos ahora la muerte y las gracias de la sin par Altisidora, no muerta, como el mundo ignorante piensa, sino viva en las lenguas de la Fama, y en la pena que para volverla a la perdida luz ha de pasar Sancho Panza, que está presente; y así, ¡ oh tú, Radamanto, que conmigo juzgas en las cavernas lóbregas de Lite !, pues sabes todo aquello que en los inescrutables hados está determinado acerca de volver en sí esta doncella, dilo y decláralo luego, porque no se nos dilate el bien que con su nueva vuelta esperamos.

      Apenas hubo dicho esto Minos, juez y compañero de Radamanto, cuando, levantándose en pie Radamanto, (N) dijo.

      –¡ Ea, ministros de esta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid unos tras otros y sellad el rostro de Sancho con veinte y cuatro mamonas, (N) y doce pellizcos y seis alfilerazos en brazos y lomos, que en esta ceremonia consiste la salud de Altisidora.

      Oyendo lo cual Sancho Panza, rompió el silencio, y dijo.

      –¡ Voto a tal, así me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara como volverme moro ! ¡ Cuerpo de mí ! ¿ Qué tiene que ver manosearme el rostro con la resurreción desta doncella? Regostóse la vieja a los bledos. (N) Encantan a Dulcinea, y azótanme para que se desencante; muérese Altisidora de males que Dios quiso darle, y hanla de resucitar hacerme a mí veinte y cuatro mamonas, y acribarme el cuerpo a alfilerazos y acardenalarme los brazos a pellizcos. ¡ Esas burlas, a un cuñado, (N) que yo soy perro viejo, y no hay conmigo tus, tus (N) !

      –¡ Morirás ! –dijo en alta voz Radamanto–. Ablándate, tigre; humíllate, Nembrot soberbio, (N) y sufre y calla, pues no te piden imposibles. Y no te metas en averiguar las dificultades deste negocio: mamonado (N) has de ser, acrebillado te has de ver, pellizcado has de gemir. ¡ Ea, digo, ministros, cumplid mi mandamiento; si no, por la fe de hombre de bien, que habéis de ver para lo que nacistes.

      Parecieron, en esto, que por el patio venían, hasta seis dueñas en procesión, una tras otra, (N) las cuatro con antojos, y todas levantadas las manos derechas en alto, con cuatro dedos de muñecas de fuera, para hacer las manos más largas, como ahora se usa. (N) No las hubo visto Sancho, cuando, bramando como un toro, dijo.

      –Bien podré yo dejarme manosear de todo el mundo, pero consentir que me toquen dueñas, ¡ eso no ! Gatéenme el rostro, como hicieron a mi amo en este mesmo castillo; traspásenme el cuerpo con puntas de dagas buidas; atenácenme los brazos con tenazas de fuego, que yo lo llevaré en paciencia, o serviré a estos señores; (N) pero que me toquen dueñas no lo consentiré, si me llevase el diablo. (N)

      Rompió también el silencio don Quijote, diciendo a Sancho.

      –Ten paciencia, hijo, y da gusto a estos señores, y muchas gracias al cielo por haber puesto tal virtud en tu persona, que con el martirio della desencantes los encantados y resucites los muertos.

      Ya estaban las dueñas cerca de Sancho, cuando él, más blando y más persuadido, poniéndose bien en la silla, dio rostro y barba a la primera, la cual la hizo una mamona muy bien sellada, y luego una gran reverencia. (N)

      –¡ Menos cortesía; menos mudas, señora dueña –dijo Sancho–; que por Dios que traéis las manos oliendo a vinagrillo. (N)

      Finalmente, todas las dueñas le sellaron, y otra mucha gente de casa le pellizcaron; pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los alfileres; y así, se levantó de la silla, al parecer mohíno, y, asiendo de una hacha encendida que junto a él estaba, dio tras las dueñas, y tras todos su verdugos, diciendo.

      –¡ Afuera, ministros infernales, que no soy yo de bronce, para no sentir tan extraordinarios martirios.

      En esto, Altisidora, que debía de estar cansada por haber estado tanto tiempo supina, se volvió de un lado; visto lo cual por los circunstantes, casi todos a una voz dijeron.

      –¡ Viva es Altisidora ! ¡ Altisidora vive.

      Mandó Radamanto a Sancho que depusiese la ira, pues ya se había alcanzado el intento que se procuraba.

      Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillas delante de Sancho, diciéndole.

      –Agora es tiempo, hijo de mis entrañas, (N) no que escudero mío, que te des algunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto de Dulcinea. Ahora, digo, que es el tiempo donde tienes sazonada la virtud, y con eficacia de obrar el bien que de ti se espera.

      A lo que respondió Sancho.

      –Esto me parece argado sobre argado, (N) y no miel sobre hojuelas. Bueno sería que tras pellizcos, mamonas y alfilerazos viniesen ahora los azotes. No tienen más que hacer sino tomar una gran piedra, y atármela al cuello, y dar conmigo en un pozo, de lo que a mí no pesaría mucho, (N) si es que para curar los males ajenos tengo yo de ser la vaca de la boda. (N) Déjenme; si no, por Dios que lo arroje y lo eche todo a trece, aunque no se venda. (N)

      Ya en esto, se había sentado en el túmulo Altisidora, y al mismo instante sonaron las chirimías, a quien acompañaron las flautas y las voces de todos, que aclamaban.

      –¡ Viva Altisidora ! ¡ Altisidora viva !

      Levantáronse los duques y los reyes Minos y Radamanto, y todos juntos, con don Quijote y Sancho, fueron a recebir a Altisidora y a bajarla del túmulo; la cual, haciendo de la desmayada, se inclinó a los duques y a los reyes, y, mirando de través a don Quijote, le dijo.

      –Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estado en el otro mundo, a mi parecer, más de mil años; y a ti, ¡ oh el más compasivo escudero que contiene el orbe !, te agradezco la vida que poseo. Dispón desde hoy más, amigo Sancho, de seis camisas mías que te mando (N) para que hagas otras seis para ti; y, si no son todas sanas, a lo menos son todas limpias.

      Besóle por ello las manos Sancho, con la coroza en la mano (N) y las rodillas en el suelo. Mandó el duque que se la quitasen, y le volviesen su caperuza, y le pusiesen el sayo, y le quitasen la ropa de las llamas. Suplicó Sancho al duque que le dejasen la ropa y mitra, (N) que las quería llevar a su tierra, por señal y memoria de aquel nunca visto suceso. La duquesa respondió que sí dejarían, que ya sabía él cuán grande amiga suya era. Mandó el duque despejar el patio, y que todos se recogiesen a sus estancias, y que a don Quijote y a Sancho los llevasen a las que ellos ya se sabían. (N)







Parte II -- Capítulo LXX . Que sigue al de sesenta y nueve, y trata de cosas no escusadas para la claridad desta historia.

      Durmió Sancho aquella noche en una carriola, en el mesmo aposento de don Quijote, cosa que él quisiera escusarla, (N) si pudiera, porque bien sabía que su amo no le había de dejar dormir a preguntas y a respuestas, y no se hallaba en disposición de hablar mucho, porque los dolores de los martirios pasados los tenía presentes, y no le dejaban libre la lengua, y viniérale más a cuento dormir en una choza solo, que no en aquella rica estancia acompañado. Salióle su temor tan verdadero y su sospecha tan cierta, que, apenas hubo entrado su señor en el lecho, cuando dijo.

      –¿ Qué te parece, Sancho, del suceso desta noche? Grande y poderosa es la fuerza del desdén desamorado, como por tus mismos ojos has visto muerta a Altisidora, no con otras saetas, (N) ni con otra espada, ni con otro instrumento bélico, ni con venenos mortíferos, sino con la consideración del rigor y el desdén con que yo siempre la he tratado.

      –Muriérase ella en hora buena cuanto quisiera y como quisiera –respondió Sancho–, y dejárame a mí en mi casa, pues ni yo la enamoré ni la desdeñé en mi vida. Yo no sé ni puedo pensar cómo sea que la salud de Altisidora, doncella más antojadiza que discreta, tenga que ver, como otra vez he dicho, con los martirios de Sancho Panza. Agora sí que vengo a conocer clara y distintamente que hay encantadores y encantos en el mundo, de quien Dios me libre, pues yo no me sé librar; con todo esto, suplico a vuestra merced me deje dormir y no me pregunte más, si no quiere que me arroje por una ventana abajo.

      –Duerme, Sancho amigo –respondió don Quijote–, si es que te dan lugar los alfilerazos y pellizcos recebidos, y las mamonas hechas.

      –Ningún dolor –replicó Sancho– llegó a la afrenta de las mamonas, no por otra cosa que por habérmelas hecho dueña, que confundidas sean; y torno a suplicar a vuesa merced me deje dormir, porque el sueño es alivio de las miserias de los que las tienen despiertas.

      Sea así –dijo don Quijote–, y Dios te acompañe.

      Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia, qué les movió a los duques a levantar el edificio de la máquina referida. (N) Y dice que, no habiéndosele olvidado al bachiller Sansón Carrasco cuando el Caballero de los Espejos fue vencido y derribado por don Quijote, cuyo vencimiento y caída (N) borró y deshizo todos sus designios, quiso volver a probar la mano, esperando mejor suceso que el pasado; y así, informándose del paje que llevó la carta y presente a Teresa Panza, mujer de Sancho, adónde don Quijote quedaba, (N) buscó nuevas armas y caballo, y puso en el escudo la blanca luna, llevándolo todo sobre un macho, a quien guiaba un labrador, y no Tomé Cecial, (N) su antiguo escudero, porque no fuese conocido de Sancho ni de don Quijote.

      Llegó, pues, al castillo del duque, que le informó el camino y derrota que don Quijote llevaba, con intento de hallarse en las justas de Zaragoza. Díjole asimismo las burlas que le había hecho con la traza del desencanto de Dulcinea, que había de ser a costa de las posaderas de Sancho. En fin, dio cuenta de la burla que Sancho había hecho a su amo, dándole a entender que Dulcinea estaba encantada y transformada en labradora, y cómo la duquesa su mujer había dado a entender a Sancho que él era el que se engañaba, porque verdaderamente estaba encantada Dulcinea; de que no poco se rió y admiró el bachiller, considerando la agudeza y simplicidad de Sancho, como del estremo de la locura de don Quijote.

      Pidióle el duque que si le hallase, y le venciese o no, se volviese por allí a darle cuenta del suceso. Hízolo así el bachiller; partióse en su busca, no le halló en Zaragoza, pasó adelante (N) y sucedióle lo que queda referido.

      Volvióse por el castillo del duque y contóselo todo, con las condiciones de la batalla, y que ya don Quijote volvía a cumplir, como buen caballero andante, la palabra de retirarse un año en su aldea, (N) en el cual tiempo podía ser, dijo el bachiller, que sanase de su locura; que ésta era la intención que le había movido a hacer aquellas transformaciones, por ser cosa de lástima que un hidalgo tan bien entendido (N) como don Quijote fuese loco. Con esto, se despidió del duque, y se volvió a su lugar, esperando en él a don Quijote, que tras él venía.

      De aquí tomó ocasión el duque de hacerle aquella burla: tanto era lo que gustaba de las cosas de Sancho y de don Quijote; y haciendo tomar los caminos cerca y lejos del castillo por todas las partes que imaginó que podría volver don Quijote, (N) con muchos criados suyos de a pie y de a caballo, para que por fuerza o de grado le trujesen al castillo, si le hallasen. Halláronle, dieron aviso al duque, el cual, ya prevenido de todo lo que había de hacer, así como tuvo noticia de su llegada, mandó encender las hachas y las luminarias del patio y poner a Altisidora sobre el túmulo, con todos los aparatos que se han contado, tan al vivo, y tan bien hechos, que de la verdad a ellos había bien poca diferencia.

      Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos.

      Los cuales, el uno durmiendo a sueño suelto, y el otro velando a pensamientos desatados, les tomó el día (N) y la gana de levantarse; (N) que las ociosas plumas, ni vencido ni vencedor, jamás dieron gusto a don Quijote.

      Altisidora –en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida–, siguiendo el humor de sus señores, coronada con la misma guirnalda que en el túmulo tenía, y vestida una tunicela de tafetán blanco, sembrada de flores de oro, y sueltos los cabellos por las espaldas, arrimada a un báculo de negro y finísimo ébano, entró en el aposento de don Quijote, (N) con cuya presencia turbado y confuso, (N) se encogió y cubrió casi todo con las sábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase a hacerle cortesía ninguna. (N) Sentóse Altisidora en una silla, junto a su cabecera, y, después de haber dado un gran suspiro, con voz tierna y debilitada le dijo.

      –Cuando las mujeres principales y las recatadas doncellas atropellan por la honra, y dan licencia a la lengua que rompa (N) por todo inconveniente, dando noticia en público de los secretos que su corazón encierra, en estrecho término se hallan. Yo, señor don Quijote de la Mancha, soy una déstas, apretada, vencida y enamorada; (N) pero, con todo esto, sufrida y honesta; tanto que, por serlo tanto, (N) reventó mi alma por mi silencio (N) y perdí la vida. Dos días ha que con la consideración del rigor con que me has tratado.

      ¡ Oh más duro que mármol a mis quejas.

      empedernido caballero !, he estado muerta, (N) o, a lo menos, juzgada por tal de los que me han visto; y si no fuera porque el Amor, condoliéndose de mí, depositó mi remedio (N) en los martirios deste buen escudero, allá me quedara en el otro mundo.

      –Bien pudiera el Amor –dijo Sancho– depositarlos en los de mi asno, que yo se lo agradeciera. Pero dígame, señora, así el cielo la acomode con otro más blando amante que mi amo: ¿ qué es lo que vio en el otro mundo? ¿ Qué hay en el infierno? Porque quien muere desesperado, por fuerza ha de tener aquel paradero.

      –La verdad que os diga –respondió Altisidora–, yo no debí de morir del todo, pues no entré en el infierno; que, si allá entrara, una por una no pudiera salir dél, aunque quisiera. La verdad es que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, (N) en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer, llenos de viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver (N) que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos se maldecían.

      –Eso no es maravilla –respondió Sancho–, porque los diablos, jueguen o no jueguen, nunca pueden estar contentos, ganen o no ganen.

      –Así debe de ser –respondió Altisidora–; mas hay otra cosa que también me admira, quiero decir me admiró entonces, y fue que al primer voleo no quedaba pelota en pie, ni de provecho para servir otra vez; y así, menudeaban libros nuevos y viejos, que era una maravilla. A uno dellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: ‘‘ Mirad qué libro es ése’’. Y el diablo le respondió: ‘‘ Esta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas (N) ’’. ‘‘ Quitádmele de ahí –respondió el otro diablo–, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos’’. ‘‘¿ Tan malo es?’’, respondió el otro. ‘‘ Tan malo –replicó el primero–, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara (N) ’’. Prosiguieron su juego, peloteando otros libros, (N) y yo, por haber oído nombrar a don Quijote, a quien tanto adamo y quiero, procuré que se me quedase en la memoria esta visión.

      –Visión debió de ser, sin duda –dijo don Quijote–, porque no hay otro yo en el mundo, y ya esa historia anda por acá de mano en mano, pero no para en ninguna, porque todos la dan del pie. (N) Yo no me he alterado en oír que ando como cuerpo fantástico por las tinieblas del abismo, ni por la claridad de la tierra, porque no soy aquel de quien esa historia trata. Si ella fuere buena, fiel y verdadera, tendrá siglos de vida; pero si fuere mala, de su parto a la sepultura no será muy largo el camino. (N)

      Iba Altisidora a proseguir en quejarse de don Quijote, cuando le dijo don Quijote: (N)

      –Muchas veces os he dicho, señora, que a mí me pesa de que hayáis colocado en mí vuestros pensamientos, pues de los míos antes pueden ser agradecidos que remediados; (N) yo nací para ser de Dulcinea del Toboso, y los hados, si los hubiera, me dedicaron para ella; (N) y pensar que otra alguna hermosura ha de ocupar el lugar que en mi alma tiene es pensar lo imposible. (N) Suficiente desengaño es éste para que os retiréis en los límites de vuestra honestidad, pues nadie se puede obligar a lo imposible.

      Oyendo lo cual Altisidora, mostrando enojarse y alterarse, le dijo.

      –¡ Vive el Señor, don bacallao, alma de almirez, (N) cuesco de dátil, más terco y duro que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que si arremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos ! ¿ Pensáis por ventura, don vencido y don molido a palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo que habéis visto esta noche ha sido fingido; que no soy yo mujer que por semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña, cuanto más morirme.

      –Eso creo yo muy bien –dijo Sancho–, que esto del morirse los enamorados es cosa de risa: bien lo pueden ellos decir, pero hacer, créalo Judas. (N)

      Estando en estas pláticas, entró el músico, cantor y poeta que había cantado las dos ya referidas estancias, el cual, haciendo una gran reverencia a don Quijote, dijo:

      –Vuestra merced, señor caballero, me cuente y tenga en el número de sus mayores servidores, porque ha muchos días que le soy muy aficionado, así por su fama como por sus hazañas.

      Don Quijote le respondió:

      –Vuestra merced me diga quién es, porque mi cortesía responda a sus merecimientos.

      El mozo respondió (N) que era el músico y panegírico de la noche antes. (N)

      –Por cierto –replicó don Quijote–, que vuestra merced tiene estremada voz, pero lo que cantó no me parece que fue muy a propósito; porque, ¿ qué tienen que ver las estancias de Garcilaso con la muerte desta señora.

      –No se maraville vuestra merced deso –respondió el músico–, que ya entre los intonsos poetas (N) de nuestra edad se usa que cada uno escriba como quisiere, y hurte de quien quisiere, venga o no venga a pelo de su intento, y ya no hay necedad que canten o escriban que no se atribuya a licencia poética.

      Responder quisiera don Quijote, pero estorbáronlo el duque y la duquesa, que entraron a verle, entre los cuales pasaron una larga y dulce plática, (N) en la cual dijo Sancho tantos donaires y tantas malicias, que dejaron de nuevo admirados a los duques, así con su simplicidad como con su agudeza. (N) Don Quijote les suplicó le diesen licencia para partirse aquel mismo día, pues a los vencidos caballeros, como él, más les convenía habitar una zahúrda que no reales palacios. Diéronsela de muy buena gana, y la duquesa le preguntó si quedaba en su gracia Altisidora. Él le respondió.

      –Señora mía, sepa Vuestra Señoría (N) que todo el mal desta doncella nace de ociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua. Ella me ha dicho aquí que se usan randas en el infierno; y, pues ella las debe de saber hacer, no las deje de la mano, que, ocupada en menear los palillos, no se menearán en su imaginación la imagen o imágines de lo que bien quiere; y ésta es la verdad, éste mi parecer y éste es mi consejo.

      –Y el mío –añadió Sancho–, pues no he visto en toda mi vida randera que por amor se haya muerto; que las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas que en pensar en sus amores. (N) Por mí lo digo, pues, mientras estoy cavando, no me acuerdo de mi oíslo; digo, de mi Teresa Panza, a quien quiero más que a las pestañas de mis ojos. (N)

      –Vos decís muy bien, Sancho –dijo la duquesa–, y yo haré que mi Altisidora se ocupe de aquí adelante en hacer alguna labor blanca, que la sabe hacer por estremo.

      –No hay para qué, señora –respondió Altisidora–, usar dese remedio, pues la consideración de las crueldades que conmigo ha usado este malandrín mostrenco me le borrarán de la memoria sin otro artificio alguno. Y, con licencia de vuestra grandeza, me quiero quitar de aquí, por no ver delante de mis ojos ya no su triste figura, (N) sino su fea y abominable catadura.

      –Eso me parece –dijo el duque– a lo que suele decirse:

      Porque aquel que dice injurias.
cerca está de perdonar. (N)

      Hizo Altisidora muestra de limpiarse las lágrimas con un pañuelo, y, haciendo reverencia a sus señores, se salió del aposento.

      –Mándote yo –dijo Sancho–, pobre doncella, mándote, digo, mala ventura, pues las has habido con una alma de esparto y con un corazón de encina. ¡ A fee que si las hubieras conmigo, (N) que otro gallo te cantara. (N)

      Acabóse la plática, vistióse don Quijote, comió con los duques, y partióse aquella tarde.







Parte II -- Capítulo LXXI . De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea.

      Iba el vencido y asendereado (N) don Quijote pensativo además por una parte, y muy alegre por otra. Causaba su tristeza el vencimiento; y la alegría, el considerar (N) en la virtud de Sancho, como lo había mostrado en la resurreción de Altisidora, (N) aunque con algún escrúpulo se persuadía a que la enamorada doncella fuese muerta de veras. No iba nada Sancho alegre, (N) porque le entristecía ver que Altisidora no le había cumplido la palabra de darle las camisas; y, yendo y viniendo en esto, dijo a su amo. (N)

      –En verdad, señor, que soy el más desgraciado médico que se debe de hallar en el mundo, en el cual hay físicos que, con matar al enfermo que curan, quieren ser pagados de su trabajo, que no es otro sino firmar una cedulilla de algunas medicinas, que no las hace él, sino el boticario, y cátalo cantusado; (N) y a mí, que la salud ajena me cuesta gotas de sangre, mamonas, pellizcos, alfilerazos y azotes, no me dan un ardite. (N) Pues yo les voto a tal que si me traen a las manos otro algún enfermo, que, antes que le cure, me han de untar las mías; que el abad de donde canta yanta, (N) y no quiero creer que me haya dado el cielo la virtud que tengo para que yo la comunique con otros de bóbilis, bóbilis.

      –Tú tienes razón, Sancho amigo –respondió don Quijote–, y halo hecho muy mal Altisidora en no haberte dado las prometidas camisas; y, puesto que tu virtud es gratis data, (N) que no te ha costado estudio alguno, más que estudio es recebir martirios en tu persona. De mí te sé decir que si quisieras paga por los azotes del desencanto de Dulcinea, ya te la hubiera dado tal como buena; pero no sé si vendrá bien con la cura la paga, y no querría que impidiese el premio a la medicina. Con todo eso, me parece que no se perderá nada en probarlo: mira, Sancho, el que quieres, y azótate luego, y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos.

      A cuyos ofrecimientos abrió Sancho los ojos y las orejas de un palmo, (N) y dio consentimiento en su corazón a azotarse de buena gana; y dijo a su amo:

      –Agora bien, señor, yo quiero disponerme a dar gusto a vuestra merced en lo que desea, con provecho mío; que el amor de mis hijos y de mi mujer me hace que me muestre interesado. Dígame vuestra merced: ¿ cuánto me dará por cada azote que me diere. (N)

      –Si yo te hubiera de pagar, Sancho –respondió don Quijote–, conforme lo que merece la grandeza y calidad deste remedio, el tesoro de Venecia, (N) las minas del Potosí fueran poco para pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío, y pon el precio a cada azote.

      –Ellos –respondió Sancho– son tres mil y trecientos y tantos; (N) de ellos me he dado hasta cinco: quedan los demás; entren entre los tantos estos cinco, (N) y vengamos a los tres mil y trecientos, que a cuartillo cada uno, que no llevaré menos si todo el mundo me lo mandase, montan tres mil y trecientos cuartillos, que son los tres mil, mil y quinientos medios reales, que hacen setecientos y cincuenta reales; y los trecientos hacen ciento y cincuenta medios reales, que vienen a hacer setenta y cinco reales, que, juntándose a los setecientos y cincuenta, son por todos ochocientos y veinte y cinco reales. Éstos desfalcaré yo de los que tengo de vuestra merced, y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado; porque no se toman truchas..., y no digo más. (N)

      –¡ Oh Sancho bendito ! ¡ Oh Sancho amable –respondió don Quijote–, y cuán obligados hemos de quedar Dulcinea y yo a servirte todos los días que el cielo nos diere de vida ! Si ella vuelve al ser perdido, que no es posible sino que vuelva, su desdicha habrá sido dicha, y mi vencimiento, felicísimo triunfo. Y mira, Sancho, cuándo quieres comenzar la diciplina, que porque la abrevies te añado cien reales.

      –¿ Cuándo? –replicó Sancho–. Esta noche, sin falta. Procure vuestra merced que la tengamos en el campo, al cielo abierto, que yo me abriré mis carnes. (N)

      Llegó la noche, esperada de don Quijote con la mayor ansia del mundo, pareciéndole que las ruedas del carro de Apolo se habían quebrado, (N) y que el día se alargaba más de lo acostumbrado, bien así como acontece a los enamorados, que jamás ajustan la cuenta de sus deseos. Finalmente, se entraron entre unos amenos árboles (N) que poco desviados del camino estaban, donde, dejando vacías la silla y albarda de Rocinante y el rucio, se tendieron sobre la verde yerba y cenaron del repuesto de Sancho; el cual, haciendo del cabestro y de la jáquima del rucio un poderoso y flexible azote, se retiró hasta veinte pasos de su amo, entre unas hayas. Don Quijote, que le vio ir con denuedo y con brío, le dijo.

      –Mira, amigo, que no te hagas pedazos; da lugar que unos azotes aguarden a otros; no quieras apresurarte tanto en la carrera, que en la mitad della te falte el aliento; quiero decir que no te des tan recio que te falte la vida antes de llegar al número deseado. Y, porque no pierdas por carta de más ni de menos, yo estaré desde aparte (N) contando por este mi rosario los azotes que te dieres. Favorézcate el cielo conforme tu buena intención merece.

      –Al buen pagador no le duelen prendas –respondió Sancho–: yo pienso darme de manera que, sin matarme, me duela; que en esto debe de consistir la sustancia deste milagro.

      Desnudóse luego de medio cuerpo arriba, y, arrebatando el cordel, comenzó a darse, y comenzó don Quijote a contar los azotes.

      Hasta seis o ocho se habría dado Sancho, cuando le pareció ser pesada la burla y muy barato el precio della, y, deteniéndose un poco, dijo a su amo que se llamaba a engaño, porque merecía cada azote de aquéllos ser pagado a medio real, no que a cuartillo.

      –Prosigue, Sancho amigo, y no desmayes –le dijo don Quijote–, que yo doblo la parada del precio.

      –Dese modo –dijo Sancho–, ¡ a la mano de Dios, y lluevan azotes !

      Pero el socarrón dejó de dárselos en las espaldas, y daba en los árboles, con unos suspiros de cuando en cuando, que parecía que con cada uno dellos se le arrancaba el alma. Tierna la de don Quijote, temeroso de que no se le acabase la vida, y no consiguiese su deseo por la imprudencia de Sancho, le dijo.

      –Por tu vida, amigo, (N) que se quede en este punto este negocio, que me parece muy áspera esta medicina, (N) y será bien dar tiempo al tiempo; que no se ganó Zamora en un hora. (N) Más de mil azotes, si yo no he contado mal, te has dado: bastan por agora; que el asno, hablando a lo grosero, sufre la carga, mas no la sobrecarga.

      –No, no, señor –respondió Sancho–, no se ha de decir por mí: "a dineros pagados, brazos quebrados (N) ". Apártese vuestra merced otro poco y déjeme dar otros mil azotes siquiera, que a dos levadas déstas habremos cumplido con esta partida, y aún nos sobrará ropa. (N)

      –Pues tú te hallas con tan buena disposición –dijo don Quijote–, el cielo te ayude, y pégate, que yo me aparto. (N)

      Volvió Sancho a su tarea con tanto denuedo, que ya había quitado las cortezas a muchos árboles: tal era la riguridad con que se azotaba; y, alzando una vez la voz, y dando un desaforado azote en una haya, dijo.

      –¡ Aquí morirás, Sansón, y cuantos con él son.

      Acudió don Quijote luego al son de la lastimada voz y del golpe del riguroso azote, y, asiendo del torcido cabestro que le servía de corbacho a Sancho, le dijo.

      –No permita la suerte, (N) Sancho amigo, que por el gusto mío pierdas tú la vida, que ha de servir para sustentar a tu mujer y a tus hijos: espere Dulcinea mejor coyuntura, que yo me contendré en los límites de la esperanza propincua, y esperaré que cobres fuerzas nuevas, para que se concluya este negocio a gusto de todos.

      –Pues vuestra merced, señor mío, lo quiere así –respondió Sancho–, sea en buena hora, y écheme su ferreruelo (N) sobre estas espaldas, que estoy sudando y no querría resfriarme; que los nuevos diciplinantes corren este peligro.

      Hízolo así don Quijote, y, quedándose en pelota, abrigó a Sancho, el cual se durmió hasta que le despertó el sol, y luego volvieron a proseguir su camino, a quien dieron fin, por entonces, en un lugar que tres leguas de allí estaba. Apeáronse en un mesón, que por tal le reconoció don Quijote, y no por castillo de cava honda, torres, rastrillos y puente levadiza; que, después que le vencieron, con más juicio en todas las cosas discurría, como agora se dirá. (N) Alojáronle en una sala baja, a quien (N) servían de guadameciles (N) unas sargas viejas pintadas, como se usan en las aldeas. En una dellas estaba pintada de malísima mano el robo de Elena, (N) cuando el atrevido huésped se la llevó a Menalao, y en otra estaba la historia de Dido y de Eneas, ella sobre una alta torre, como que hacía señas con una media sábana (N) al fugitivo huésped, que por el mar, sobre una fragata o bergantín, se iba huyendo.

      Notó en las dos historias que Elena no iba de muy mala gana, porque se reía a socapa y a lo socarrón; pero la hermosa Dido mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos. Viendo lo cual don Quijote, dijo.

      –Estas dos señoras fueron desdichadísimas, por no haber nacido en esta edad, y yo sobre todos desdichado en no haber nacido en la suya: encontrara a aquestos señores, ni fuera abrasada Troya, ni Cartago destruida, pues con sólo que yo matara a Paris se escusaran tantas desgracias. (N)

      –Yo apostaré –dijo Sancho– que antes de mucho tiempo (N) no ha de haber bodegón, venta ni mesón, o tienda de barbero, donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas. Pero querría yo que la pintasen manos de otro mejor pintor que el que ha pintado a éstas.

      –Tienes razón, Sancho –dijo don Quijote–, porque este pintor es como Orbaneja, (N) un pintor que estaba en Úbeda; que, cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: ‘‘ Lo que saliere’’; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: "Éste es gallo", porque no pensasen que era zorra. Desta manera me parece a mí, Sancho, que debe de ser el pintor o escritor, que todo es uno, que sacó a luz la historia deste nuevo don Quijote (N) que ha salido: que pintó o escribió lo que saliere; o habrá sido como un poeta que andaba los años pasados en la corte, llamado Mauleón, (N) el cual respondía de repente a cuanto le preguntaban; y, preguntándole uno que qué quería decir Deum de Deo, respondió: ‘‘ Dé donde diere’’. Pero, dejando esto aparte, dime si piensas, Sancho, darte otra tanda esta noche, y si quieres que sea debajo de techado, o al cielo abierto.

      –Pardiez, señor –respondió Sancho–, que para lo que yo pienso darme, eso se me da en casa que en el campo; pero, con todo eso, querría que fuese entre árboles, que parece que me acompañan y me ayudan a llevar mi trabajo maravillosamente. (N)

      –Pues no ha de ser así, Sancho amigo –respondió don Quijote–, sino que para que tomes fuerzas, lo hemos de guardar para nuestra aldea, que, a lo más tarde, llegaremos allá después de mañana.

      Sancho respondió que hiciese su gusto, pero que él quisiera concluir con brevedad aquel negocio a sangre caliente y cuando estaba picado el molino, (N) porque en la tardanza suele estar muchas veces el peligro; y a Dios rogando y con el mazo dando, y que más valía un "toma" que dos "te daré", y el pájaro en la mano que el buitre volando.

      –No más refranes, Sancho, por un solo Dios –dijo don Quijote–, que parece que te vuelves al sicut erat; (N) habla a lo llano, a lo liso, a lo no intricado, como muchas veces te he dicho, y verás como te vale un pan por ciento.

      –No sé qué mala ventura es esta mía –respondió Sancho–, que no sé decir razón sin refrán, ni refrán que no me parezca razón; pero yo me enmendaré, si pudiere.

      Y, con esto, cesó por entonces su plática.







Parte II -- Capítulo LXXII . De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea.

      Todo aquel día, esperando la noche, estuvieron en aquel lugar y mesón don Quijote y Sancho: (N) el uno, para acabar en la campaña rasa la tanda de su diciplina, (N) y el otro, para ver el fin della, en el cual consistía el de su deseo. Llegó en esto al mesón un caminante a caballo, con tres o cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor dellos parecía.

      –Aquí puede vuestra merced, señor don Álvaro Tarfe, pasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca. (N)

      Oyendo esto don Quijote, le dijo a Sancho.

      –Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Álvaro Tarfe.

      –Bien podrá ser –respondió Sancho–. Dejémosle apear, que después se lo preguntaremos.

      El caballero se apeó, y, frontero del aposento de don Quijote, la huéspeda le dio una sala baja, enjaezada con otras pintadas sargas, como las que tenía la estancia de don Quijote. Púsose el recién venido caballero a lo de verano, y, saliéndose al portal del mesón, que era espacioso y fresco, por el cual se paseaba don Quijote, (N) le preguntó.

      –¿ Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre.

      Y don Quijote le respondió:

      –A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural. Y vuestra merced, ¿ dónde camina.

      –Yo, señor –respondió el caballero–, voy a Granada, que es mi patria.

      –¡ Y buena patria ! –replicó don Quijote–. Pero, dígame vuestra merced, por cortesía, su nombre, porque me parece que me ha de importar saberlo más de lo que buenamente podré decir.

      –Mi nombre es don Álvaro Tarfe –respondió el huésped.

      A lo que replicó don Quijote.

      –Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la Segunda parte de la historia de, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno.

      –El mismo soy –respondió el caballero–, y el tal don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba; (N) y, en verdad en verdad que le hice muchas amistades, (N) y que le quité de que no le palmease las espaldas el verdugo, (N) por ser demasiadamente atrevido. (N)

      –Y, dígame vuestra merced, señor don Álvaro, ¿ parezco yo en algo a ese tal don Quijote que vuestra merced dice.

      –No, por cierto –respondió el huésped–: en ninguna manera.

      –Y ese don Quijote –dijo el nuestro–, ¿ traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?

      –Sí traía –respondió don Álvaro–; y, aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese. (N)

      –Eso creo yo muy bien –dijo a esta sazón Sancho–, porque el decir gracias no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhombre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente, que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; y si no, haga vuestra merced la experiencia, y ándese tras de mí, por los menos un año, (N) y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas que, sin saber yo las más veces lo que me digo, hago reír a cuantos me escuchan; y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discreto, el enamorado, el desfacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfanos, el amparo de las viudas, el matador de las doncellas, (N) el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está presente, que es mi amo; todo cualquier otro don Quijote (N) y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de sueño.

      –¡ Por Dios que lo creo ! –respondió don Álvaro–, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que habéis hablado, que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron muchas. Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso, y tengo por sin duda que los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga; que osaré yo jurar que le dejo metido en la casa del Nuncio, (N) en Toledo, para que le curen, y agora remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío.

      –Yo –dijo don Quijote– no sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo; para prueba de lo cual quiero que sepa vuesa merced, mi señor don Álvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza; antes, por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad, no quise yo entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira; y así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos (N) y correspondencia grata de firmes amistades, y, en sitio y en belleza, única. Y, aunque los sucesos que en ella me han sucedido (N) no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto. Finalmente, señor don Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar, de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquél que vuestra merced conoció.

      –Eso haré yo de muy buena gana –respondió don Álvaro–, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones; y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado.

      –Sin duda –dijo Sancho– que vuestra merced debe de estar encantado, como mi señora Dulcinea del Toboso, (N) y pluguiera al cielo que estuviera su desencanto de vuestra merced en darme otros tres mil y tantos azotes como me doy por ella, que yo me los diera sin interés alguno.

      –No entiendo eso de azotes –dijo don Álvaro.

      Y Sancho le respondió que era largo de contar, pero que él se lo contaría si acaso iban un mesmo camino. (N)

      Llegóse en esto la hora de comer; comieron juntos don Quijote y don Álvaro. Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, (N) con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara (N) claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras. (N) Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó a don Álvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía de estar encantado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes.

      Llegó la tarde, partiéronse de aquel lugar, y a obra de media legua se apartaban dos caminos diferentes, el uno que guiaba a la aldea de don Quijote, y el otro el que había de llevar don Álvaro. En este poco espacio le contó don Quijote la desgracia de su vencimiento y el encanto y el remedio de Dulcinea, que todo puso en nueva admiración a don Álvaro, el cual, abrazando a don Quijote y a Sancho, siguió su camino, y don Quijote el suyo, que aquella noche la pasó entre otros árboles, por dar lugar a Sancho de cumplir su penitencia, que la cumplió del mismo modo que la pasada noche, a costa de las cortezas de las hayas, harto más que de sus espaldas, que las guardó tanto, que no pudieran quitar los azotes una mosca, (N) aunque la tuviera encima.

      No perdió el engañado don Quijote un solo golpe de la cuenta, y halló que con los de la noche pasada era tres mil y veinte y nueve. Parece que había madrugado el sol a ver el sacrificio, (N) con cuya luz volvieron a proseguir su camino, tratando entre los dos del engaño de don Álvaro y de cuán bien acordado había sido tomar su declaración ante la justicia, y tan auténticamente.

      Aquel día y aquella noche caminaron sin sucederles cosa digna de contarse, (N) si no fue que en ella acabó Sancho su tarea, de que quedó don Quijote contento sobremodo, (N) y esperaba el día, por ver si en el camino topaba ya desencantada a Dulcinea su señora; y, siguiendo su camino, no topaba mujer ninguna que no iba a reconocer si era Dulcinea (N) del Toboso, teniendo por infalible no poder mentir las promesas de Merlín. (N)

      Con estos pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, la cual, vista de Sancho, se hincó de rodillas y dijo.

      –Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza, tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote, (N) que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede. Dineros llevo, porque si buenos azotes me daban, bien caballero me iba. (N)

      –Déjate desas sandeces –dijo don Quijote–, y vamos con pie derecho (N) a entrar en nuestro lugar, donde daremos vado a nuestras imaginaciones, y la traza que en la pastoral vida pensamos ejercitar. (N)

      Con esto, bajaron de la cuesta y se fueron a su pueblo.







Parte II -- Capítulo LXXIII . De los agÜeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea, con otros sucesos que adornan y acreditan esta grande historia.

      A la entrada del cual, (N) según dice Cide Hamete, vio don Quijote que en las eras del lugar estaban riñendo dos mochachos, y el uno dijo al otro.

      –No te canses Periquillo, que no la has de ver en todos los días de tu vida.

      Oyólo don Quijote, y dijo a Sancho:

      –¿ No adviertes, amigo, lo que aquel mochacho ha dicho: ‘‘no la has de ver en todos los días de tu vida’’.

      –Pues bien, ¿ qué importa –respondió Sancho– que haya dicho eso el mochacho.

      –¿ Qué? –replicó don Quijote–. ¿ No vees tú que, aplicando aquella palabra a mi intención, quiere significar que no tengo de ver más a Dulcinea.

      Queríale responder Sancho, cuando se lo estorbó ver que por aquella campaña venía huyendo una liebre, seguida de muchos galgos y cazadores, la cual, temerosa, se vino a recoger y a agazapar debajo de los pies del rucio. Cogióla Sancho a mano salva y presentósela a don Quijote, el cual estaba diciendo.

      –Malum signum ! Malum signum (N) ! Liebre huye, galgos la siguen: ¡ Dulcinea no parece.

      –Estraño es vuesa merced –dijo Sancho–. Presupongamos que esta liebre es Dulcinea del Toboso y estos galgos que la persiguen son los malandrines encantadores que la transformaron en labradora: ella huye, yo la cojo y la pongo en poder de vuesa merced, que la tiene en sus brazos y la regala: ¿ qué mala señal es ésta, ni qué mal agÜero se puede tomar de aquí.

      Los dos mochachos de la pendencia se llegaron a ver la liebre, y al uno dellos preguntó Sancho que por qué reñían. Y fuele respondido por el que había dicho ‘‘no la verás más en toda tu vida’’, que él había tomado al otro mochacho una jaula de grillos, la cual no pensaba volvérsela en toda su vida. Sacó Sancho cuatro cuartos de la faltriquera y dióselos al mochacho por la jaula, y púsosela en las manos a don Quijote, diciendo.

      –He aquí, señor, rompidos y desbaratados estos agÜeros, que no tienen que ver más con nuestros sucesos, según que yo imagino, aunque tonto, que con las nubes de antaño. Y si no me acuerdo mal, he oído decir al cura de nuestro pueblo que no es de personas cristianas ni discretas mirar en estas niñerías; y aun vuesa merced mismo me lo dijo los días pasados, (N) dándome a entender que eran tontos todos aquellos cristianos que miraban en agÜeros. Y no es menester hacer hincapié en esto, sino pasemos adelante y entremos en nuestra aldea.

      Llegaron los cazadores, pidieron su liebre, y diósela don Quijote; pasaron adelante, y, a la entrada del pueblo, (N) toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco. Y es de saber que Sancho Panza había echado sobre el rucio y sobre el lío de las armas, para que sirviese de repostero, la túnica de bocací, pintada de llamas de fuego que le vistieron en el castillo del duque la noche que volvió en sí Altisidora. Acomodóle también la coroza en la cabeza, que fue la más nueva transformación y adorno con que se vio jamás jumento en el mundo.

      Fueron luego conocidos los dos del cura y del bachiller, que se vinieron a ellos con los brazos abiertos. Apeóse don Quijote y abrazólos estrechamente; y los mochachos, que son linces no escusados, divisaron la coroza del jumento y acudieron a verle, y decían unos a otros.

      –Venid, mochachos, y veréis el asno de Sancho Panza más galán que Mingo, y la bestia de don Quijote (N) más flaca hoy que el primer día.

      Finalmente, rodeados de mochachos y acompañados del cura y del bachiller, entraron en el pueblo, y se fueron a casa de don Quijote, y hallaron a la puerta della al ama y a su sobrina, a quien ya habían llegado las nuevas de su venida. Ni más ni menos se las habían dado a Teresa Panza, mujer de Sancho, la cual, desgreñada y medio desnuda, trayendo de la mano a Sanchica, su hija, acudió a ver a su marido; y, viéndole no tan bien adeliñado como ella se pensaba que había de estar un gobernador, le dijo.

      –¿ Cómo venís así, marido mío, que me parece que venís a pie y despeado, y más traéis semejanza de desgobernado que de gobernador.

      –Calla, Teresa –respondió Sancho–, que muchas veces donde hay estacas no hay tocinos, (N) y vámonos a nuestra casa, que allá oirás maravillas. Dineros traigo, que es lo que importa, ganados por mi industria y sin daño de nadie.

      –Traed vos dinero, mi buen marido –dijo Teresa–, y sean ganados por aquí o por allí, que, comoquiera que los hayáis ganado, no habréis hecho usanza nueva en el mundo. (N)

      Abrazó Sanchica a su padre, y preguntóle si traía algo, que le estaba esperando como el agua de mayo; y, asiéndole de un lado del cinto, y su mujer de la mano, tirando su hija al rucio, se fueron a su casa, dejando a don Quijote en la suya, en poder de su sobrina y de su ama, y en compañía del cura y del bachiller.

      Don Quijote, sin guardar términos ni horas, en aquel mismo punto se apartó a solas con el bachiller y el cura, y en breves razones les contó su vencimiento, y la obligación en que había quedado de no salir de su aldea en un año, la cual pensaba guardar al pie de la letra, sin traspasarla en un átomo, bien así como caballero andante, obligado por la puntualidad y orden de la andante caballería, y que tenía pensado de hacerse aquel año pastor, y entretenerse en la soledad de los campos, donde a rienda suelta podía dar vado a sus amorosos pensamientos, ejercitándose en el pastoral y virtuoso ejercicio; y que les suplicaba, si no tenían mucho que hacer y no estaban impedidos en negocios más importantes, quisiesen ser sus compañeros; que él compraría ovejas y ganado suficiente que les diese nombre de pastores; y que les hacía saber que lo más principal de aquel negocio estaba hecho, porque les tenía puestos los nombres, (N) que les vendrían como de molde. Díjole el cura que los dijese. Respondió don Quijote que él se había de llamar el pastor Quijotiz; y el bachiller, el pastor Carrascón; y el cura, el pastor Curambro; y Sancho Panza, el pastor Pancino.

      Pasmáronse todos de ver la nueva locura de don Quijote; pero, porque no se les fuese otra vez del pueblo a sus caballerías, esperando que en aquel año podría ser curado, concedieron con su nueva intención, y aprobaron por discreta su locura, ofreciéndosele por compañeros en su ejercicio.

      –Y más –dijo Sansón Carrasco–, que, como ya todo el mundo sabe, yo soy celebérrimo poeta (N) y a cada paso compondré versos pastoriles, o cortesanos, o como más me viniere a cuento, para que nos entretengamos por esos andurriales donde habemos de andar; y lo que más es menester, señores míos, es que cada uno escoja el nombre de la pastora que piensa celebrar en sus versos, y que no dejemos árbol, por duro que sea, donde no la retule y grabe su nombre, (N) como es uso y costumbre de los enamorados pastores. (N)

      –Eso está de molde –respondió don Quijote–, puesto que yo estoy libre de buscar nombre de pastora fingida, pues está ahí la sin par Dulcinea del Toboso, gloria de estas riberas, adorno de estos prados, (N) sustento de la hermosura, nata de los donaires, y, finalmente, sujeto sobre quien puede asentar bien toda alabanza, por hipérbole que sea. (N)

      –Así es verdad –dijo el cura–, pero nosotros buscaremos por ahí pastoras mañeruelas, que si no nos cuadraren, nos esquinen. (N)

      A lo que añadió Sansón Carrasco.

      –Y cuando faltaren, darémosles los nombres de las estampadas e impresas, de quien está lleno el mundo: Fílidas, Amarilis, Dianas, Fléridas, Galateas y Belisardas (N) que, pues las venden en las plazas, bien las podemos comprar nosotros y tenerlas por nuestras. Si mi dama, o, por mejor decir, mi pastora, por ventura se llamare Ana, la celebraré debajo del nombre de Anarda; y si Francisca, la llamaré yo Francenia; y si Lucía, Lucinda, que todo se sale allá; y Sancho Panza, si es que ha de entrar en esta cofadría, podrá celebrar a su mujer Teresa Panza con nombre de Teresaina. (N)

      Rióse don Quijote de la aplicación del nombre, y el cura le alabó infinito su honesta y honrada resolución, y se ofreció de nuevo a hacerle compañía todo el tiempo que le vacase de atender a sus forzosas obligaciones. (N) Con esto, se despidieron dél, y le rogaron y aconsejaron tuviese cuenta con su salud, con regalarse lo que fuese bueno. (N)

      Quiso la suerte que su sobrina y el ama oyeron la plática de los tres; y, así como se fueron, se entraron entrambas con don Quijote, y la sobrina le dijo.

      –¿ Qué es esto, señor tío? ¿ Ahora que pensábamos nosotras que vuestra merced volvía a reducirse en su casa, y pasar en ella una vida quieta y honrada, se quiere meter en nuevos laberintos, haciéndose

      Pastorcillo, tú que vienes,
pastorcico, tú que vas. (N)

      Pues en verdad que está ya duro el alcacel para zampoñas. (N)

      A lo que añadió el ama:

      Y ¿ podrá vuestra merced pasar en el campo las siestas del verano, los serenos del invierno, el aullido de los lobos (N) ? No, por cierto, que éste es ejercicio y oficio de hombres robustos, curtidos y criados para tal ministerio casi desde las fajas y mantillas. Aun, mal por mal, mejor es ser caballero andante que pastor. Mire, señor, tome mi consejo, que no se le doy sobre estar harta de pan y vino, sino en ayunas, y sobre cincuenta años que tengo de edad (N) estése en su casa, atienda a su hacienda, confiese a menudo, favorezca a los pobres, y sobre mi ánima si mal le fuere.

      –Callad, hijas –les respondió don Quijote–, que yo sé bien lo que me cumple. Llevadme al lecho, que me parece que no estoy muy bueno, y tened por cierto que, ahora sea caballero andante o pastor por andar, (N) no dejaré siempre de acudir a lo que hubiéredes menester, como lo veréis por la obra.

      Y las buenas hijas –que lo eran sin duda ama y sobrina– le llevaron a la cama, donde le dieron de comer y regalaron lo posible.







Parte II -- Capítulo LXXIV . De cómo don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo, y su muerte.

      Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios (N) hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, (N) llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque, o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido, o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero.

      Éstos, creyendo que la pesadumbre de verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la libertad y desencanto de Dulcinea le tenía de aquella suerte, por todas las vías posibles procuraban alegrarle, diciéndole el bachiller que se animase y levantase, para comenzar su pastoral ejercicio, para el cual tenía ya compuesta una écloga, que mal año para cuantas Sanazaro había compuesto, (N) y que ya tenía comprados de su propio dinero dos famosos perros para guardar el ganado: el uno llamado Barcino, y el otro Butrón, (N) que se los había vendido un ganadero del Quintanar. (N) Pero no por esto dejaba don Quijote sus tristezas.

      Llamaron sus amigos al médico, tomóle el pulso, y no le contentó mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas; tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho, y, dando una gran voz, dijo.

      –¡ Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho ! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.

      Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío, y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos, en aquella enfermedad, (N) y preguntóle.

      –¿ Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿ Tenemos algo de nuevo? ¿ Qué misericordias son éstas, o qué pecados de los hombres.

      –Las misericordias –respondió don Quijote–, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. (N) Yo tengo juicio (N) ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. (N) Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, (N) leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco, que, puesto que lo he sido, (N) no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: el cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás, el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento. (N)

      Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo.

      –Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, (N) a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. (N) Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, ya me son odiosas todas las historias profanas del andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído, (N) ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino.

      Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron, sin duda, que alguna nueva locura le había tomado. Y Sansón le dijo.

      –¿ Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso? Y ¿ agora que estamos tan a pique de ser pastores, para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí, y déjese de cuentos.

      –Los de hasta aquí –replicó don Quijote–, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa; déjense burlas aparte, y traíganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma; y así, suplico que, en tanto que el señor cura me confiesa, vayan por el escribano. (N)

      Miráronse unos a otros, admirados de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo. (N)

      Hizo salir la gente el cura, y quedóse solo con él, y confesóle.

      El bachiller fue por el escribano, y de allí a poco volvió con él y con Sancho Panza; el cual Sancho, que ya sabía por nuevas del bachiller en qué estado estaba su señor, hallando a la ama y a la sobrina llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas. Acabóse la confesión, y salió el cura, diciendo:

      –Verdaderamente se muere, y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento.

      Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza, su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de los ojos (N) y mil profundos suspiros del pecho; porque, verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno, a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición (N) y de agradable trato, y por esto no sólo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían.

      Entró el escribano con los demás, y, después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las mandas, dijo.

      –Ítem, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que, porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos, (N) ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno, después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y, si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.

      Y, volviéndose a Sancho, le dijo.

      –Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

      –¡ Ay ! –respondió Sancho, llorando–: no se muera vuestra merced, (N) señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más, que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria (N) derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.

      –Así es –dijo Sansón–, y el buen Sancho Panza está muy en la verdad destos casos.

      –Señores –dijo don Quijote–, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.

      » Ítem, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, (N) a Antonia Quijana, (N) mi sobrina, que está presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado della lo que fuere menester para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera satisfación que se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido. Dejo por mis albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes.

      » Ítem, es mi voluntad que si Antonia Quijana, mi sobrina, quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información (N) que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y, en caso que se averiguare que lo sabe, y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él, y se casare, pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su voluntad.

      » Ítem, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor (N) que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.

      Cerró con esto el testamento, y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento, (N) se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto. (N)

      En fin, llegó el último de don Quijote, (N) después de recebidos todos los sacramentos, y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. (N) Hallóse el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.

      Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas.

      Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete (N) puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero. (N)

      Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios (N) de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso éste: Yace aquí el Hidalgo fuerte (N)
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco.


      Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma.

      –Aquí quedarás, colgada desta espetera (N) y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola (N) mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres: ‘‘ ¡ Tate, tate, folloncicos (N) !
De ninguno sea tocada;
porque esta impresa, buen rey,
para mí estaba guardada.


      Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada (N) las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, (N) haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada (N) y salida nueva; que, para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo, tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en éstos como en los estraños reinos’’. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, (N) que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna.

Vale (N) ....................................................















N-2,0,1. Cervantes que en la primera parte había puesto a su obra el título de INGENIOSO HIDALGO, en la segunda le puso el de INGENIOSO CABALLERO. Se han buscado razones para esta diferencia: a mi ver, no hubo otra que la ordinaria distracción y negligencia de Cervantes, que, al poner el título de la segunda parte, no consultó ni tuvo presente el de la primera. En las ediciones modernas se ha corregido este descuido, poniendo en ambas partes el título de INGENIOSO HIDALGO, que estaba ya en posesión desde el principio.
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N-2,0,2. Don Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos, y Marqués de Sarria, nació en Madrid por los años de 1576. Casó con doña Catalina Sandoval, hija del Duque de Lerma, privado del Rey don Felipe II, por cuyo favor fue provisto el año de 1610 en el virreinato de Nápoles, de donde vino el año de 1615 a Presidente del Consejo de Italia. La desgracia del Duque de Lerma alcanzó a su sobrino y yerno, que vivió algún tiempo retirado en Galicia. Y volviendo al año de 1621 a despedirse de su madre, que estaba peligrosamente enferma en la corte, murió en ella en la temprana edad de cuarenta y seis años, el 19 de octubre de 1622. Su cadáver fue depositado en el Real convento de las Descalzas (Vivanco, Historia manuscrita de Felipe II).
Pellicer le llamó, y no sin razón, el Mecenas de su siglo. Cuando fue al virreinato de Nápoles llevó consigo una colonia de poetas y literatos entre ellos los dos hermanos Bartolomé y Lupercio Leonardo Argensola; y con ellos debía asistir también don Francisco de Quevedo por los años de 1614, como se ve por el Viaje al Parnaso, que publicó Cervantes en dicho año. Y cuando volvió el Conde de Italia, salió a Valencia a acompañarle Lope de Vega, como éste refiere en la dedicatoria de su comedia el Halcón (parte II de sus comedias).
No sólo apreció y protegió el Conde de Lemos las letras, sino que las cultivó también en algunas composiciones de que hacen memoria las de aquel tiempo.


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N-2,0,3. Así fue, con efecto, y así se expresó en el título de las ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados, de Miguel de Cervantes. Imprimiéronse en Madrid el mismo año de 1615, en que se publicó la segunda parte del QUIJOTE.


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N-2,0,4. Este cuento festivo de Cervantes, las expresiones con que lo acompaña y el tono que en él se observa, indican un cierto estado de abatimiento, que manifiesta el de indigencia a que se veía reducido el autor del QUIJOTE. Las chanzas con que procura sazonar la relación de la embajada y su respuesta, se parecen más a las bufonadas con que procuraba complacer a su patrón Estebanillo González, que a las frases delicadas que Horacio dirigía en sus odas y epístolas a Mecenas. No era éste el tono decoroso de consideración y de aprecio con que el Conde de Lemos trataba a los Argensolas, que a pesar de todo su mérito valían menos que Cervantes. Sin embargo, ninguno contribuyó tanto como éste a su gloria, ni manifestó de un modo tan expresivo lo sincero de su gratitud. Así lo demuestra esta misma dedicatoria, la que le dirigió de sus novelas, la de sus comedias y últimamente la de los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda, que escribió después de haber recibido la extremaunción, próximo ya a su tránsito, modelo de gratitud sincera y espejo del corazón de Cervantes.
Don Antonio de Capmani en el Teatro de la elocuencia española (tomo Observaciones críticas, núm. 8) dice que Cervantes fue convidado con muy ventajosos partidos para ir a París a enseñar la lengua española, proponiendo sus propias obras por modelo de lenguaje. Esta noticia, de que no encuentro rastro en ninguna otra parte, hubo de nacer de la combinación del cuento de Cervantes en la presente dedicatoria, y de lo que refiere el Licenciado Márquez Torres en la censura que dio de la segunda parte del QUIJOTE, donde se halla impresa, acerca de las expresiones con que algunos caballeros franceses agregados a la embajada que vino de aquella nación el año de 1615 manifestaron al censor la estimación en que, así en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras admirándose de que a tal hombre no le tuviese España muy rico y sustentado del erario público. De menores principios han solido nacer otras noticias que han hecho ruido en la historia.


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N-2,0,5. Expresión tomada del modo con que suelen ponerse las fechas en las cartas que se envían con propios o correos singulares para que el que las recibe pueda certificarse de la diligencia del portador, expresándose no solo el día, sino también la hora en que se le despacha. En todo esto gasta Cervantes el humor festivo y aun chocarrero que corresponde a la idea de un propio que, despachado por el Emperador del Catai, se viene desde Pekín a Madrid con sus alforjas al hombro a entregar una carta en la calle de Francos o de las Huertas.


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N-2,0,6. Bien claro está aquí que Cervantes tenía a los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda por la mejor de sus obras; y bien probado por esto sólo lo que se dijo en el prólogo del presente comentario, a saber, que cuando Cervantes escribió la admirable fábula del QUIJOTE, no supo lo que se hizo.


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N-2,0,7. Sólo restaban al inmortal Cervantes al escribir esta fecha seis meses escasos de vida; pero estaba acabada ya de imprimir la segunda parte, como consta de la tasa que firmó el escribano Hernando de Vallejo en 21 de octubre, y está al principio de la edición; y aun pudo el autor disfrutar por algunos meses el gusto de verla publicada.


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N-2,0,8. El año de 1614, nueve después de haber publicado Cervantes la primera parte del QUIJOTE, salió a luz en Tarragona la segunda, compuesta por el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural, se decía, de Tordesillas. El autor que quiso ocultarse bajo este nombre fue aragonés, según Cervantes, fraile dominico según los indicios que da el libro, y compositor de comedias según puede conjeturarse por su prólogo. En él insulta groseramente a Cervantes, que aquí trata de defenderse, y aunque procuró mostrar que lo hacia con serenidad y que era superior a las injurias de este escritor inurbano, se conoce que le hirieron profundamente, y así se ve por el presente prólogo, y aun por otros pasajes de la fábula, como se notará a su tiempo.


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N-2,0,9. Sospecho que hay errata en diera, porque el verbo propio de esta frase es llamar. Así se contó en el capítulo II de la primera parte, que acometido Don Quijote en la venta por los arrieros, y dando voces el ventero que le dejasen, Don Quijote las daba mayores, llamándoles de alevosos y traidores. Y en el capítulo y de esta segunda parte temía Teresa Panza que si su hija Sanchica se casaba con algún Conde la llamase éste de villana cuando se le antojase. Lo mismo se ve en otros libros de aquel tiempo. Vicente Espinel, en el Escudero (relación I, discurso X) riéronse del, decía, diéronle matraca, llamándole de borracho y otros cosas. Quevedo, en la Fortuna con seso, ridiculizando a los arbitristas, cuenta que furiosos éstos... llamándole de borracho y perro (al autor de cierto arbitrio le decían: bergante, etc. Y en otro lugar: Llamábanse de hidearbitristas, como hideputas, contradiciéndose los arbitrarios los unos a los otros, y cada uno solo aprobaba el suyo.


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N-2,0,10. Mofándose Avellaneda en su prólogo de Cervantes habla de las fieles relaciones que a su mano llegaron; y digo mano, prosigue, pues confiesa de sí que tiene sola una y hablando tanto de todos, hemos de decir de él que como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos. Y más abajo, jugando con el nombre de nuestro autor, añade que Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes, fortaleza antigua de Toledo, cuyas ruinas se ven al otro lado de la ciudad, y de que habló Fernán Pérez de Guzmán en las Generaciones y Semblanzas (capítulo XII), donde cuenta que el Arzobispo don Pedro Tenorio calificó la puente de San Martín en Toledo, y el castillo de San Serván, que es encima de la puente de Alcántara.--Desecha Cervantes la nota de viejo diciendo que no había estado en su mano detener el curso del tiempo, y que no se escribía con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años. Y a la nota de manquedad contesta con noble orgullo que se precia de ella como nacida en la más alta ocasión que vieron ni esperan ver los siglos, expresión que había usado ya en el prólogo de sus Novelas indicando la gloriosa batalla de Lepanto, donde quedó manco de la mano izquierda: y añade que prefiere haberse hallado en aquella facción prodigiosa, a verse sano de sus heridas sin haber estado en ella.
Más justo y más generoso Lope de Vega, celebró la manquedad de Cervantes en su Laurel de Apolo:

En la batalla donde el rayo Austrino,
hijo inmortal del Aguila famosa,
ganó las hojas del laurel divino
al Rey del Asia en la campaña undosa,
la fortuna envidiosa
hirió la mano de Miguel Cervantes;
pero su ingenio en versos de diamantes
los del plomo volvió con tanta gloria,
que por dulces, sonoros y elegantes
dieron eternidad a su memoria;
porque se diga que una mano herida
pudo dar a su dueño eterna vida.

De las palabras del prólogo de Cervantes se infiere que no fue una sola la herida que recibió en aquella batalla naval, y, con efecto, fueron tres los arcabuzazos que le dieron en ella, dos en el pecho y uno en la mano izquierda.


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N-2,0,11. Más oportuno fuera decir con lo negro del cabello; y más todavía: que no se escribe ni con lo blanco ni con lo negro del cabello.


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N-2,0,12. Alúdese al pasaje del prólogo de Avellaneda, en que éste dice que Cervantes había tratado de ofenderle, y particularmente, añade, a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras, y la nuestra debe tanto por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar.
Parece por estas expresiones que el supuesto Avellaneda está comprendido en alguna censura hecha por Cervantes en la primera parte del QUIJOTE, y aun se da a entender que en compañía de Lope de Vega, a quien como ya vimos se tildó evidentemente en el coloquio del Cura de la Argamasilla con el Canónigo de Toledo. Avellaneda, a la sombra de la celebridad extraordinaria de Lope, afecta que toma su defensa, se hace campeón suyo, y tacha de envidioso a Cervantes. Hablóse ya de este asunto en las notas al prólogo y al capítulo XLVII de la primera parte. Para mí no tiene duda que Cervantes miraba a Lope con algún ceño, comparando su desgraciada situación con la del otro a quien miró siempre con rostro risueño la fortuna; pero nunca lo nombró sin alabarlo, y aun en la misma censura donde sólo lo indicó sin decir su nombre, no anduvo escaso de elogios, acaso más sinceros que los de Avellaneda, en quien pueden sospecharse ocasionados de la cuenta que le tenis juntar su causa con la de Lope.
No le nombraron expresamente ni Cervantes ni Avellaneda en sus prólogos, pero lo designaron de un modo indudable, y en especial Cervantes, llamándole sacerdote y familiar del Santo Oficio, porque Lope era uno y otro.


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N-2,0,13. Don Martín Fernández de Navarrete, citando esta expresión en la Vida de Cervantes (Ilustraciones, pág. 467), la explica de la asistencia de Lope a los ejercicios espirituales de las congregaciones piadosas, de que era individuo pero es evidente que la ocupación principal de que se habla, y aun la única que hacia al caso en La respuesta a los tiros de Avellaneda, era la de trabajar para el teatro. Esta fue la que pudo llamarse continua en Lope hasta el fin de su vida, y la que en su concepto y en el de muchos no se consideraba opuesto al estado y profesión del sacerdocio. En efecto, la dramática castellana nació en las farsas de Juan de la Encina y de Pedro de Lerma, ambos sacerdotes, como lo fue también Bartolomé Torres Naharro, que dio ya forma más extensa a las composiciones teatrales. Hiciéronlas después Fernán Pérez de Oliva, Rector de Salamanca; Cristóbal de Castillejo, monje bernardo; Alonso de Villegas, Cura de Toledo, y Fray Jerónimo Bermúdez, religioso dominico. Pero desde la época de Lope de Vega se multiplicaron los autores de piezas dramáticas en el clero secular y regular; el mismo Lope; Miguel Sánchez, apellidado el Divino, Secretario del Obispo de Cuenca; Francisco Tárraga, Canónigo de Valencia; el Doctor Ramón; don Antonio Mira de Mescua, Arcediano de Guadix; el Maestro José de Valdivieso; Juan Pérez de Montalbán; don Antonio de Solis; don Pedro Calderón de la Barca; Fray Hortensio Félix Paravicino, Fraile trinitario; Fray Damián Cornejo, franciscano; Tirso de Molina mercedario. Entre las noticias recogidas por el autor del Histrionismo español, se cuenta también entre los compositores de comedias a Fray Antonio de Herrera, religioso mínimo, y a los Padres Céspedes, Calleja y Fomperosa, jesuitas.
Un escritor que ilustró el memorable reinado de Luis XIV, Rey de Francia, llegó a decir que los poetas dramáticos eran emponzoñadores públicos, condenando con esta terrible censura la ocupación que Cervantes llama aquí virtuosa. Menos benignos, que Cervantes, don Pedro de Tapia, Arzobispo de Sevilla, y el padre Pedro Hurtado de Mendoza, jesuita, acriminaron la conducta y ocupación de Lope de Vega, según las noticias que recogió don Casiano Pellicer en sus Memorias para la historia del Histrionismo en España (tomo I, pág. 230). La cuestión sobre lo lícito o ilícito de las comedias se agitaba ya con calor desde el siglo XVI. Los abusos que se experimentaban desde los principios motivaron la petición de las Cortes de Valladolid de 1548, que suplicaron se prohibiesen las farsas feas y deshonestas, y Felipe I, a fines de su reinado, prohibió absolutamente que se representasen. En otra parte hablamos de la opinión del padre Juan de Mariana sobre los teatros. Su compañero, el padre Pedro de Guzmán, en el libro De los bienes del honesto trabajo (discurso VI, párrafo II), los llamó a boca llena escuelas de vicios. Los más groseros, que eran los que más comúnmente excitaban el celo de los predicadores Y moralistas, no eran los únicos: otros muchos y muy perjudiciales, descubre la razón y la religión en el caudal y masa general de las comedias de aquel tiempo. No faltaron en él a la escena sus apologistas, auxiliados sin duda del gusto y afición dominante de la corte de Felipe IV, y de la especie de embriaguez del público, producida de la inmensa reputación y popularidad de Lope de Vega. Mas algunos años después de su muerte, en 1644, el Consejo de Castilla consultó que se reformasen las comedias, y que para conseguirlo se prohibiesen casi todas las que hasta entonces se habían representado, especialmente los libros de Lope de Vega, que tanto daño habían hecho en las costumbres (Pellicer, Histrionismo, tomo I, página 110).
Excuso seguir los períodos de la historia del teatro y de las disputas sobre su moralidad, que duraron por todo el tiempo de la dinastía austríaca, y aun hasta fines del pasado siglo XVII, en que a pesar de los esfuerzos que algunos ingenios privilegiados y el Gobierno mismo habían hecho para la reforma del arte dramático, y señaladamente en lo que pertenece al influjo que puede tener en las costumbres, el elocuente Jovellanos, al tiempo mismo de proponer la necesidad de la reforma, declamaba contra la moral que comúnmente ofrecían nuestros dramas. Por lo que a mí toca, decía aquel magistrado filósofo, estoy persuadido a que no hay prueba tan decisiva de la corrupción de nuestro gusto y de la depravación de nuestras ideas como la fría indiferencia con que dejamos representar unos dramas en que el pudor, la caridad, la buena fe, la decencia y todas las virtudes, y todos los principios de salta moral, y todas las máximas de noble y buena educación son abiertamente conculcados. ¿Se cree por ventura que la inocente puericia, la ardiente juventud, la ociosa y regalada nobleza, el ignorante vulgo, pueden ver sin peligro tantos ejemplos de impudencia y grosería, de ufanía y necio pundonor, de desacato a la justicia y a las leyes, de infidelidad a las obligaciones públicas y domésticas, puestos en acción, pintados con los colores más vivos, y animados con el encanto de la ilusión y con las gracias de la poesía y de la música? Confesémoslo de buena fe: un teatro tal es una peste pública.
Jovellanos incluye en esta vehemente censura al teatro de Calderón y de Lope; confiesa sus bellezas, sus prendas de invención y de estilo, la naturalidad del diálogo, lo artificioso del enredo, la facilidad del desenlace, el chiste, las sales cómicas que en las piezas brillan a cada paso. Pero ¿qué importa, añade, si estos mismos dramas, mirados a la luz de los preceptos, y principalmente a la de la sana razón, están plagados de vicios y defectos que la moral y la política no pueden tolerar?
Estas reflexiones pueden aplicarse en mucha parte a nuestra época, en que el público, fastidiado va de la común insipidez de los argumentos extranjeros de la monstruosa irregularidad de otras producciones castellanas modernas, no compensadas con otras dotes en que el ingenio y el lenguaje no contrapesen lo irregular del artificio y de otras composiciones lloronas de una sensibilidad femenil y afectada, se Complace en volver a escuchar con gusto las composiciones de Lope y de Tirso. Sin embargo, me parece que la edad actual, amaestrada por estos mismos vaivenes, o arrastrada por los progresos de la civilización general europea, o más ilustrada por los preceptos y por los ejemplos que en este intermedio le han ofrecido algunos ingenios españoles, ha mejorado la moral del teatro, y está más preparada y madura para recibir las reformas que proponía el virtuoso y austero autor del Delincuente honrado.


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N-2,0,14. Avellaneda en su prólogo dijo que las Novelas de Cervantes eran más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas. Aparentemente las llamó satíricas, en especial por la de Los Perros y la del Licenciado Vidriera, las cuales, con efecto, contienen la reprensión de errores y vicios; pero reprensión justa que no desdice del título de ejemplares que puso Cervantes a sus novelas. Heles dado (dice hablando con el lector en el prólogo de ellas) nombre de ejemplares; y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso... Si por algún modo alcanzara que la lección de estas novelas pudiera inducir a quien las leyera a algún mal deseo o pensamiento, antes me cortara la mano con que las escribí que sacarlas en público.
Sin embargo de esta declaración, Cristóbal Suárez de Figueroa, en la Plaza universal de ciencias y artes (discurso LXXI), contó las novelas de Cervantes entre las que corrompen las costumbres de las mujeres; si con razón o sin ella, podrá juzgarlo el lector.
Dijo también Cervantes en el prólogo de sus novelas que él había sido el primero que había novelado (escrito novelas) en lengua castellana, porque las muchas que andaban impresas, todas eran traducidas de lenguas extranjeras, y aquellas eran suyas propias, no imitadas ni hurtadas. Puede dudarse de la absoluta exactitud de esta expresión si se recuerda lo que se dijo en una de las notas al capítulo XXVII de la primera parte; pero es menester confesar que Cervantes llevó este linaje de composiciones a un grado de perfección a que no habían llegado los que escribieron hasta entonces, y a que aspiraron y no llegaron los que escribieron después de él, incluso el mismo Lope de Vega y su amigo el doctor Juan Pérez de Montalbán.
Manuel Faria dice en la Europa portuguesa (tomo II, parte IV, cap. VII, pág. 372) que las novelas de su paisano Troncos fueron las primeras que se escribieron en España. No teniendo otra noticia de este escritor, no puedo formar juicio en la materia. Por lo demás, la palabra novela, en la significación de nuevas o noticias públicas, es muy antigua en castellano. El Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, escribiendo a Juan de Mena el año de 1428, le decía: Por deporte vuestro me placería tener novelas que mandarle (Centón epistolar, carta 20).


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N-2,0,15. Delito, y no traición de lesa majestad, es como se dice. Lo último envuelve un pleonasmo.


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N-2,0,16. Para la debida correspondencia de las partes del discurso, hubiera debido escribirse tanta fama como dineros, y tantos dineros como fama: o si se prefería el cuanta fama, poner tanta fama cuantos dineros y tantos dineros cuanta fama. El texto mezcló ambos modos de decirlo.


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N-2,0,17. Comparando esta moralidad con el cuento que la ocasiona, pudiera sospecharse que debe leerse soltar la peña de su ingenio, aludiendo a la que el loco soltaba sobre los perros. La verdad es que no ocurre, a lo menos a mí no me ocurre, la oportunidad de los dos cuentos anteriores ni su aplicación al prólogo de Alonso Fernández de Avellaneda. El primero sólo puede indicar que éste, a pesar de lo satisfecho que se hallaba de su obra, no hizo más que llenar un libro de futilidades y viento, como el loco al perro; el segundo contiene, al parecer, amenaza de que tal vez encuentre Avellaneda con quien lo escarmiente. Ni uno ni otro tiene conexión, a lo que yo alcanzo, con el prólogo del Licenciado de Tordesillas.


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N-2,0,18. Algunos de los que serían más conocidos en tiempos de Cervantes, y de que no queda más memoria que la presente, como ha sucedido también con el del Alcalde de Naval-puerco, que nombra Covarrubias en el artículo de la Zarabanda, y como habrá sucedido con otros infinitos. Entremeses se llamaban las farsas o pasos jocosos que hacían los representantes, porque se entremetían en los intervalos de los actos o jornadas, según dijo en su Viaje entretenido (libro I, folio 47) Agustín de Rojas, quien parece atribuyó esta novedad a Lope de Rueda, famoso representante que floreció por los años de 1560; si bien encuentro ya mención de entremeses en el siglo XV en la coronación del Rey don Fernando I de Aragón, que fue en Zaragoza, a I de febrero de 1414, en que, según Zurita, hubo grandes juegos y entremeses: pudieron comprenderse bajo este nombre las representaciones escénicas de todas especies, inclusas las de los juglares. Y en el libro de Tirante el Blanco se usa el nombre de entremeses aplicado a una farsa religiosa (Apud Bowle, Anotaciones: cita libro II, cap. CXXXVI).


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N-2,0,19. Tío del famoso Duque de Lerma, Cardenal, Arzobispo de Toledo e Inquisidor general. Fue discípulo de Ambrosio de Morales; y Quintanilla, en la Vida del Cardenal Cisneros (libro I, cap. XVI) le elogió como a uno de los eclesiásticos más doctos que ha tenido España. Cuando se trató de mudar la corte desde Madrid a Valladolid, escribió un papel contra la traslación que vio original Gil González Dávila (Historia de Felipe II, cap. XI); pero obligado a seguir la corte, bautizó a Felipe IV CI Valladolid a 8 de abril de 1605. favoreció Y amparó en su vejez a nuestro Miguel de Cervantes, igualmente que a Vicente Espinel, y murió muy anciano en Madrid el año de 1618. Dejó dispuesto en su testamento que se ampliase con nuevos adornos el sepulcro de su amado Ambrosio de Morales, Se enterró en la capilla del Sagrario de su iglesia de Toledo, que había reedificado para entierro suyo, de sus padres y hermanos.
No faltó quien creyera Que este favor del Cardenal a Cervantes había dado ocasión a Avellaneda para decir en su prólogo que se había acogido a la iglesia y sagrado. Pero ya observó Pellicer que esta expresión debe entenderse de Lope de Vega, que después de haber sido casado dos veces, había entrado en el estado eclesiástico: a lo que también aludió Cervantes cuando dijo en el prólogo presente, que no era su ánimo perseguir a ningún sacerdote.


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N-2,0,20. Coplas antiguas de autor desconocido, en que bajo nombres y alegorías pastoriles se satirizó el gobierno de don Enrique IV, Rey de Castilla; pero no son de tanta extensión Como al parecer indica el motivo con que las Cita Cervantes. Unos las atribuyeron a Juan de Mena, otros a Rodrigo Cota, otros a Fernando del Pulgar: éste por lo menos las comentó, y las coplas y su comentario se reimprimieron en la crónica de Enrique IV, compuesta Por Diego Enríquez del Castillo, y publicada en Madrid por don Antonio Sancha el año de 1787.


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N-2,0,21. El Pérsiles llegó a publicarse, aunque después de la muerte de Cervantes, puesto que escribió su dedicatoria el 18 de abril de 1616, a otro día de haber recibido la extremaunción, próximo ya a morir. En esta dedicatoria volvió a hablar de la segunda parte de la Galatea, que se ha perdido. A los cinco días de escrita la dedicatoria del Pérsiles falleció su autor, el 23 de abril del referido año de 1616. Y con este motivo advertiremos la equivocación con que don Juan Antonio Pellicer afirmó en la Vida de Cervantes que éste había muerto el mismo día que el célebre dramático inglés Shakespeare. No reparó Pellicer que el 23 de abril, día mortuorio de este último, se designó con arreglo al viejo estilo, el cual se guardó en Inglaterra hasta el año de 1754. El inglés sobrevivió al español once días, que son los que el nuevo estilo o calendario Gregoriano suprimió en el Juliano, que había regido en toda Europa hasta fines del siglo XVI.

{{1}}Capítulo I Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha


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N-2,1,1. Habiendo referido Cervantes con tanta prolijidad en el capítulo IX de la primera parte el modo con que hallé la continuación del libro de Cide Hamete, y expresando al acabarse en el capítulo LI que no había podido adquirir otras noticias posteriores de Don Quijote, hubiera sido consiguiente manifestar, o siquiera indicar, el medio por donde adquirió el original o la traducción de la segunda parte.


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N-2,1,2. Aunque pudiera parecer al pronto que las tres salidas de Don Quijote son tres acciones distintas, y que por lo menos interrumpen la unidad de la acción de la fábula, sin embargo, considerándolo bien, deben mirarse como meros incidentes del asunto principal. Todas ellas llevan consigo las apariencias y anuncios de que la acción continúa. La primera vuelta de Don Quijote a su aldea convertido en Baldovinos y Abindarráez, proporciona el saladísimo escrutinio de su librería, cuya influencia en el objeto de la fábula se viene a los ojos. Esta primera vuelta, además, era para proveerse de camisas dinero y escudero para continuar, es claro, la gloriosa profesión de la Caballería. En la relación de la segunda vuelta, que no fue voluntaria, sino forzada, se encuentran ya anuncios de la tercera salida, y estos anuncios se confirman y agravan en la historia del descanso de Don Quijote en su casa; este descanso proporciona los coloquios entre el Hidalgo, el Cura, el Barbero y el Bachiller, el de Sancho y Teresa, que es de lo mejor de la fábula, y los principios y semillas del desenlace. ¿Cómo pudiera darse la acción por concluida?


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N-2,1,3. Mejor: En sus últimos capítulos, porque la relación del viaje de Don Quijote encantado en el carro de bueyes, abraza desde el capítulo XLVI hasta el LI, que es el último.


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N-2,1,4. Son los puntos de la herida; expresión metafórica, tomada de la costumbre de coser materialmente los cirujanos los labios de las heridas cuando eran largas, para conservarlos unidos y facilitar la cicatrización; y aun solía denotarse el tamaño de las heridas por el número de puntos que se necesitaban para cerrarse. Conforme a esto, en la novela de Rinconete y Cortadillo se cuenta aquel gracioso caso de la cuchillada de catorce puntos que por precio de cincuenta ducados había de darse a un mercader, y el ejecutor, calculando que cuchillada de aquel tamaño no cabía en la cara del amo, se la dio a un lacayo suyo que la tenía suficiente.


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N-2,1,5. Covarrubias hace mención de los bonetes de lana y aguja que se fabricaban en Toledo se extraían en gran cantidad para fuera de España. De Toledo sería el bonetillo colorado y grasiento del ventero, que se menciona al capítulo XXXV de la primera parte en la batalla de Don Quijote con los cueros de vino tinto.


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N-2,1,6. Carne enjuta y sin humedad, como la de las momias o cadáveres que suelen encontrarse en Egipto, fuese por los aromas con que los embalsamaban preservándolos. Así de la corrupción, o porque las arenas en que los sepultaban los torbellinos que levantaba el viento en los desiertos, chupaban, ayudadas del calor del sol, toda la humedad, y los dejaban enjutos y sin elementos para podrirse. ---Lo mismo vienen a ser lo guantes de Canarias. --- Amojamado se deriva de mojama, que es el atún enjuto, cecina de atún, y así amojamodo es lo mismo que acecinado.



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N-2,1,7. Célebres legisladores antiguos: el primero de los lacedemonios, y el segundo de los atenienses. Licurgo, después de haber establecido sus leyes, hizo que sus conciudadanos jurasen observarlas hasta su vuelta, y se fue a morir lejos de su patria. Solón exigió el mismo juramento; pero vuelto a los diez años de ausencia, fue testigo de la destrucción del gobierno que había establecido y de la tiranía de Pisístrato. La legislación de Licurgo fue más duradera.
Flamante es lo mismo que brillante, nuevo, acabado de hacer: que brilla y deslumbra como llama.


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N-2,1,8. Corte, cuando significa la residencia del Príncipe, es femenino, y masculino cuando significa la acción de cortar o el filo del instrumento con que se corta. Otras veces, por una especie de antífrasis, significa corral, y es del mismo género que la del Príncipe (véase el Diccionario de Autoridades).



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N-2,1,9. Por espacio de casi un siglo desde mediados del XVI, los proyectos y empresas marítimas de los turcos eran materia ordinaria de las conversaciones públicas. El estado de guerra perpetua hacía frecuentes las inquietudes que los preparativos de los infieles inspiraban en las costas de España e Italia, a que inmediatamente seguía el cuidado en proveer especialmente las de Nápoles y Sicilia, y la isla de Malta, como puestos avanzados y más próximos al peligro. Por eso Juan Cortés de Tolosa, en su Lazarillo de Manzanares, impreso el año 1620, para ponderar el temor que se tenía a una suegra, la llama mujer más temida que la bajada del turco (cap. IV). Nuestro Cervantes, despidiéndose de las Gradas de San Felipe el Real (mentidero de Madrid en su tiempo) al emprender su viaje al Parnaso, decía:

A Dios de San Felipe el gran paseo.
Donde si baja, o sube el Turco galgo,
como en gaceta de Venecia leo.


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N-2,1,10. Palabras que sobran, y que hubiera borrado Cervantes si pensara en ello.


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N-2,1,11. La partícula más supone que hay alguna oposición entre lo que antecede y lo que sigue, y no es así; porque no se opone que el Cura conociese la flaqueza de juicio de Don Quijote, a que el Barbero diese en cuál era la advertencia, prevención y consejo que indicaba. Y lejos de haber oposición se expresa que el Barbero hizo la pregunta porque había dado en el mismo pensamiento que el Cura.



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N-2,1,12. Empieza aquí el Barbero a hablar en propia persona, siendo así que en lo precedente habla el autor; y sigue ridiculizando a los arbitristas, género de insectos políticos que en tiempos de Cervantes abundaban más que nunca en la Corte, como aquel loco arbitrista de quien dijo el Diablo Cojuelo (tranco II): ha dado en decir que ha hacer la reducción de los cuartos, y ha escrito sobre ello más hojas de papel que tuvo el pleito de don álvaro de Luna. El asunto a que se alude parece ser el mismo que dio ocasión al tratado del Padre Juan de Mariana intitulado De mutatione monet礬 que, con efecto, fue uno de los arbitrios propuestos y adoptados en el reinado de Felipe II. Y por cierto que no fue exacta la comparación con el pleito del Condestable, porque en éste se gasté bien poco papel; pero el diablo hubo de mentir aquí, como acostumbra.
Cervantes ridiculiza de propósito a los forjadores de arbitrios en la novela de Los perros Cipión y Berganza, donde uno de ellos Proponía en los términos siguientes un medio de desempeñar el Real erario: Hase de pedir en Cortes, decía, que todos los vasallos de S. M., desde edad de catorce a sesenta años, sean obligados a ayunar una vez en el mes a pan y agua, y que todo el gasto que en otros condumios de fruta, carne y pescado, vino, huevos y legumbres que se han de gastar aquél día, se reduzga a dinero y se dé a S. M., sin defraudalle un ardite, so cargo de juramento. Y con esto en veinte años queda libre y desempeñado. Porque si se hace la cuenta, como ya la tengo hecha, bien hay en España más de tres millones de personas de la dicha edad... y ninguno de éstos dejará de gastar…… cada día real y medio, y yo quiero que no sea más de un real, que no puede ser menos aunque coma alholvas. Pues ¿paréceles a vuesas mercedes que sería barro tener cada mes tres millones de reales como ahuchados? Y esto antes sería provecho que daño a los ayunantes, porque con el ayuno agradarían al cielo y servirían a su Rey; y tal podría ayunar que le fuesen conveniente para su salud. Este es el arbitrio limpio de polvo y paja: y podríase coger por parroquias sin costa de comisarios que destruyen la república.
Don Francisco de Quevedo, con su jovialidad acostumbrada, se burla también de los proyectistas en su opúsculo La Fortuna con seso, donde pone ejemplos de arbitrios a cual más ridículos, pero ninguno tan gracioso como el del Coloquio de los perros. Si alguno llega a éste, es el que va a proponer a sus amigos en el presente capítulo Don Quijote.


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N-2,1,13. Don Quijote, picado de la calificación de impertinente que Maese Nicolás parecía dar a su arbitrio, le zahiere ridiculizando su oficio y profesión de barbero. Y después, con el mismo intento, en el progreso de la conversación, le llama rapista, por su oficio de rapar barbas. Y luego en este mismo capítulo le llama señor bacía.



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N-2,1,14. Sería, como se dijo también del entremés de La Perendega en las notas del prólogo, algunos de los innumerables que se han perdido, sin que quede memoria ni rastro de ellos, y se cantaban vulgarmente en tiempo de Cervantes. Allí estaría la expresión proverbial ni Rey ni Roque, que probablemente tuvo su origen en el juego del ajedrez, donde el Rey es la pieza principal, y el Roque o la Roca o Torre una de las principales. úsase dicha expresión para excluir todo género de personas, aun las de mayor consideración, como son las piezas del Rey y del Roque en el ajedrez.


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N-2,1,15. Fórmula forense de que usa aquí festiva y oportunamente el Cura.


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N-2,1,16. Por el sacramental que tan estrechamente está mandado a los curas y a todos los confesores.


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N-2,1,17. Exclamación familiar con que se indica y disimula la de cuerpo de Dios o de Cristo, como sucede en la de voto a tal o por vida de tal que indican y disimulan los juramentos de voto a Dios o por vida de Dios. Estas últimas expresiones denotan enojo y amenaza; la del texto sólo expresa algo de impaciencia y apresuramiento. Estas y otras frases del estilo familiar suelen ser elípticas, más fáciles de entenderse que de explicarse.


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N-2,1,18. El arbitrio era como de Don Quijote, pero sumamente propio de su carácter y de la feliz inventiva de Cervantes, sacado de la esencia misma y entrañas del argumento de la fábula.
Si a un loco se pudiera argÜir de inconsecuencia, bien hubiera podido reconvenirse a Don Quijote con alguna de las muchas veces que él mismo había dicho que en su tiempo se hallaba extinguido el oficio de caballero andante, y que él se había propuesto renovarle. En este mismo capítulo y en esta misma conversación dice después que sólo se fatiga por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante Caballería. Y en el capitulo siguiente, I de esta segunda parte, pregunta a Sancho su amo: ¿¿qué se platica del asunto que he tomado de resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca? De cuyas expresiones y otras se deduce que Don Quijote no podía contar con que vagasen caballeros andantes por España, antes bien debía mirarse como profesor único del oficio. Pero pedir a un loco juicio y consecuencia sería pedir peras al olmo.


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N-2,1,19. De estas hazañas u otras semejantes refieren varias las historias caballerescas, como ya se contó en las notas al capítulo XLVI. En el libro 1 de la historia de Morgante (capítulo XIX) se refiere que este jayán peleó solo con todo el ejército del Rey Monfredonio. Después de haber cenado mucho a su voluntad, un gran ciervo asado que por su porción le habían dado, se levantó pasada la media noche, y armado de sus platas y capellina, llevando en una mano una granada de fuego griego, y en la otra su grande y pesado badajo de hierro, embistió antes de amanecer al campo de Monfredonio, mugiendo como un elefante, y él solo mató más de diez mil hombres.
La torre donde Floripes acogió a los caballeros de Carlomagno fue combatida en vano, según cuenta la historia de aquel Emperador (capítulo XXXIV), por un ejército de doscientos mil hombres, que es cabalmente el número que aquí le ocurrió a Don Quijote.


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N-2,1,20. Verbo hermoso y significativo, pero poco usado y muy digno de serlo.


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N-2,1,21. Pudiera parecer que Belianís o alguno de los otros caballeros descendientes de Amadís de Gaula era el sujeto de arrendara; para la debida claridad estuviera mejor (y así estuvo quizá en el original de Cervantes), no le arrendara yo la ganancia.



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N-2,1,22. Don Quijote, por estas palabras, se indica así mismo, y por esto añade: Dios me entiende, y no digo más. Con menos disimulo hablaba de sí, cuando en la primera parte, estando junto al agujero del pajar, alargaba la mano, y decía a la hija del ventero: Tomad, señora, esa mano, o por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo... No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contextura de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de sus venas, de donde sacaréis qué tal debe ser la fuerza del brazo que tal mano tiene.



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N-2,1,23. No la parte, sino el todo. Por gozar de la hacienda, debiera decir, como en efecto lo dice más abajo.


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N-2,1,24. Sospecho que hay errata, en poniéndole, porque en buena gramática, el sujeto del verbo poner debe ser el mismo que el de quiso. Así: quiso hacerla (experiencia) el capellán, y poniéndose o avistándose con el loco habló con él una hora o más. ---Continuando el cuento, se dice: hizo sospechoso al rector, codiciosos y desalmados a los parientes y a él tan discreto, etc. En vez de a él, debió decir a sí mismo.



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N-2,1,25. Expresión feliz, antítesis ingeniosa de Cervantes; desnudo de loca por contraposición a vestido de cuerdo, quiere decir, sin aquellos harapos, o sin aquellos trajes que durante su curación suelen llevar los locos en los hospitales.


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N-2,1,26. Regularmente usamos de este verbo como recíproco, y como tal se diría: y os ahorraréis la vuelta. Aquí significa lo mismo que excusar.



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N-2,1,27. Bello ejemplo de antítesis en que, Sin embargo, pudiera repararse alguna inversión del orden, que en rigor debiera ser: ¿¿tú libre, tú sano, tú cuerdo; y yo atado, y yo enfermo, y yo loco? Así pienso llover como pensar ahorcarme. (Esto de ahorcarse Júpiter Tonante tiene originalidad y gracia.)
Nótese la acepción del verbo llover, el cual, según varia su significado, pertenece a todas las clases de verbos que hay en castellano. Primera, es verbo impersonal al principio del capítulo XXI de la primera parte: En esto comenzó a llover un poco. Segundo, úsase como personal de estado, en el presente lugar y otros del graciosísimo cuento de los locos de Sevilla, en que Júpiter dice que no lloverá en tres años, y Neptuno responde que él lloverá todas las veces que se le antojare. En esta misma acepción usa don Antonio Solís el verbo llover, cuando requiere que los mejicanos acudieron al mismo Cortés clamando sobre que no llovían sus dioses, porque se habían introducido en su templo deidades forasteras (Conq. de Nueva Esp., libro IV, cap. 1). Tercera, úsase también como personal activo, en cuya significación dijo Sancho en el capítulo VI de la primera parte: tengo para mí que aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentería bien sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. Y don Francisco de Quevedo en La Fortuna con seso: Los taberneros... cuando más encarecen el vino, no se puede decir que le suben a las nubes, antes que bajan las nubes al vino, según le llueven. Finalmente, el verbo llover tiene forma de reciproco, cuando se dice que una casa se llueve. En la primera acepción, el verbo lleva embebidos en sí el sujeto y el objeto: en la segunda, sólo el objeto: en la tercera, ni uno ni otro. En la primera acepción, sólo se usa en infinitivo y en las terceras personas de singular de los otros modos, y siempre en sentido recto, calidad inherente a todos los verbos impersonales. En la segunda se usa llover de dos maneras, o en sentido recto de hacer llover, como en los ejemplos del cuento de Sevilla o en sentido metafórico, caer de muy alto, como en el capítulo XXI de la primera parte, donde se dice que comenzaron a llover tantas piedras sobre Don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela. En la tercera acepción de enviar de las nubes o de muy alto sólo se usa en sentido metafórico, y nunca en recto. Tal es la flexibilidad, y tales y tantos los usos del verbo llover en castellano.


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N-2,1,28. Ciegos son, con efecto, o muy cortos de vista los que no ven cuando los obstáculos para ver son tan pequeños como los que ofrece la interposición de una tela de cedazo. Don Quijote daba a entender al Barbero que le entendía.


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N-2,1,29. Habló de esto mismo Don Quijote en otras ocasiones, aunque no con la extensión que lo hace aquí, describiendo las calidades, prendas, virtudes y trabajos del caballero andante. Don Antonio de Capmani copió este pasaje en su Teatro de la elocuencia española entre otros ejemplos notables de hermosura y lenguaje, Sin perjuicio de lo cual, será bien notar algunas imperfecciones, como cuando dijo al empezar su discurso Don Quijote: sólo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar, etc. Redunda en esta expresión una de las dos partículas en, y hubiera debido decirse: dar a entender al mundo el error en que está, o en el error que está: repetición tanto más reparable, cuanto viene otro en a continuación, en no renovar en sí el felicísimo tiempo. Redunda también en este último las palabras en sí, cuya omisión hubiera sido ventaja para el lenguaje. Y donde dice: los más de los caballeros que ahora se usan, antes les crujen los damascos, etc., hubiera sido mejor decir, a los más de los caballeros, etc.


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N-2,1,30. Como lo estaba Don Quijote en aquella noche célebre de que se habló poco ha, y en que hacía la guardia del castillo, porque de algún gigante o otro mal andante follón no fuesen acometidos, codiciosos del gran tesoro de hermosura que en aquel castillo se encerraba. Allí estaba a caballo, recostado sobre su lanzón, cuando la Princesa Maritornes o su ama la hija del ventero se asomó por el agujero del pajar a requerirlo de amores.


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N-2,1,31. Pudiera sospecharse que el original diría: ya no hay ninguno que saliendo deste bosque entre en aquella montaña, y de allí pase a una estéril y desierta playa; porque de la montaña no se pisa la playa; y de pasa a pisa va poco, y pudo fácilmente equivocarse.


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N-2,1,32. He aquí la idea que, exaltada en el cerebro de nuestro pobre caballero, dio origen y ocasión a la famosa aventura del barco encantado, que se referirá a su tiempo en esta segunda parte, donde también se habla de dos o tres mil leguas y aun más de distancia corridas en el barco.
La expresión del presente pasaje del texto, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, equivale a lo que en la sintaxis latina se llama ablativo absoluto, cuyo uso, siendo del caso como lo es aquí, da singular gracia y fuerza al lenguaje. Por lo demás, la calidad de incontrastable no es la que con más propiedad se aplica a la borrasca, de la que se dice que es furiosa, terrible, deshecha; pero incontrastable se dice más bien de lo fijo e innoble, más bien del escollo o roca que resiste a la tempestad, que de la tempestad misma; y metafóricamente se aplica al ánimo constante que en las grandes ocasiones y peligros resiste sin turbarse los embates de la adversa fortuna.


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N-2,1,33. Hijo de Esplandián y de Leonorina, nieto de Amadís y de Oriana, y biznieto del Rey Lisuarte, uno de. los primeros personajes en la historia de Amadís de Gaula. Este Príncipe tenía una maravillosa cosa: que había en los pechos una cruz tan colorada como una brasa. Su historia lleva este título: Crónica de los famosos y esforzados caballeros Lisuarte de Grecia, hijo de Esplandián, Emperador de Constantinopla, y de Perión de Gaula, hijo de Amadís de Gaula, Rey de la Gran Bretaña. En la cual se hallará el nascimiento del Caballero del Ardiente espada. En Zaragoza, Año 1587.
Perión de Gaula, Rey de Gaula o Gales, padre de los tres famosos caballeros Amadís, Galaor y Florestán. Hubo otro Perión hijo de Don Galaor y de Briolanja, Reyes de Sobradisa.
Esplandián, hijo de Amadís de Gaula y de la sin par Oriana. Habiendo nacido de oculto, lo llevaban a criarse a Miraflores, lo dejaron en el tronco de un árbol, de donde lo arrebató una leona. Vivía en una ermita de la floresta el santo ermitaño Nasciano, quien encontrando a la leona le mandó que soltase al niño y le diese de mamar; obedeció la leona por espacio de algunos días, hasta que Nasciano dispuso que criase a Esplandián una hermana suya, como lo hizo hasta que tuvo la edad de cuatro años. Entonces lo trajo Nasciano a su ermita, donde continuó educándolo, y a su tiempo le enseñó a cazar con arco y flechas, sirviéndole la leona de perro para cobrar la caza (Amadís de Gaula, caps. LXVI y LXX). Andando el tiempo llegó Esplandián a ser famoso por sus hazañas, y Emperador por su casamiento con Leonorina, heredera del Imperio de Grecia.
De las cuchilladas activas y pasivas de don Belianís habla largamente su historia, y algo se dijo también en las notas al capítulo I del QUIJOTE. De las cualidades que aquí atribuye Don Quijote a los demás caballeros que de ellos cuentan sus crónicas, cómo la honestidad y valentía de Amadís, la bravura de Rodomonte, la prudencia del Rey Sobrino; otras se las atribuyó caprichosamente nuestro hidalgo como lo discreto de Palmerín, lo galán de Lisuarte, lo sincero de Esplandián; porque no se cuenta que sobresaliese cada uno en la prenda que se indica, como pudiera ocurrir, sino que todos los caballeros andantes, sin excepción, eran, según sus historias, galanes, discretos, sinceros y valientes. Lo acomodado y manual de Tirante no lo entiendo, ni sé lo que significa. Don Quijote hablaba de estas materias sin concierto, acertando unas veces, errando otras y delirando siempre; hablaba, en fin, como loco.


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N-2,1,34. Se viene a los ojos la parte que tenía el Orlando de Ariosto en este discurso de Don Quijote. Allí había leído de Rodomonte, que

Non habea il campo d′′Africa piu forte
ne saracin piu audace di costui;

Canto 14. Est. 24.)

del Rey Sobrino, que no había en el ejército de Agramante mejor tropa que la suya.

Ne piu di lui prudente saracino.

(Canto 14. Est. 24.)

Llamó también Ariosto a Rugero gallardo y cortés y progenitor de los Duques de Ferrara. Verdaderamente, aunque Ariosto puso a su poema el nombre de Orlando, el héroe o persona principal, si bien se examina, es Rugero, especialmente en la parte posterior del poema. El poeta, que dedicó su obra al Cardenal Hipólito de Este, hijo de Hércules, Duque de Ferrara, quiso obsequiar a su patrono tejiendo la genealogía de sus ascendientes al modo que Virgilio tejió la de Augusto. Y así como el poeta latino condujo su héroe a la gruta de la Sibila Cumea, y por dirección de ésta descendió a los Campos Elíseos, donde oyó de boca de Anquises la relación y los elogios de los más ilustres de sus descendientes, así también Ariosto condujo a la gruta de Merlín a Bradamante, esposa de Rugero, a quien profetizó la encantadora Melisa los sucesos de la familia de los Duques de Ferrara, que había de nacer del enlace de la misma Bradamante con Rugero. Por esta consideración fue natural que el poeta diese a Rugero más y mejor parte que a ninguno en los sucesos; que lo pintase sin defecto alguno y lleno siempre de valor y cortesía, y, finalmente, que concluyese, como concluyó su poema, con el vencimiento del feroz Rodomonte, que murió a manos de Rugero.


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N-2,1,35. Ni se atribuyó jamás a Turpín obra de tal título, ni en el libro que lleve este título cabe tratar de genealogías. Don Quijote deliraba: y Cervantes, queriendo pintar más a más el desbarate del cerebro de su protagonista, le hace alegar como prueba de lo que dice la autoridad de Turpín, que pasa por el prototipo de los embusteros. También la había alegado burlescamente el mismo Ariosto, a quien trató de imitar en esto, como en otras Cosas, Lope de Vega en el canto 20 de su Angélica, donde contando que el moro Rostubaldo quiso tomar venganza de la afrenta hecha a su hermana y Alboraya por Bernardo del Carpio, dice:

Turpín escribe que los dos hicieron
de sol a sol batalla y desafío;
y que en el estacado iguales fueron,
siendo testigos solos monte y río

Y después, en el mismo canto, describiendo la batalla que tuvieron Celauro y Carpinardo, nadando ambos en el Guadalquivir. dice:

Yo no sé si lo crea; Turpín cuenta
que el Betis claro, de piedad movido,
una de aquellas focas que apacienta
para pagar al mar censo debido,
como delfín que anuncia la tormenta
hizo que entre los dos con un bramido
pusiese paz, sirviendo de tridente
para que yo lo cante y él lo cuente.

para indicar que una cosa era mentira, se decía que la afirmaba Turpín.


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N-2,1,36. Mejor, que me escarba y roe, como pide la buena gradación procediendo de lo menos a lo más.


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N-2,1,37. Como sucedió con Vivaldo en el capítulo XII de la primera parte, y con el Canónigo de Toledo en los últimos capítulos de la misma. En la segunda sucederá lo mismo con don Diego de Miranda, capítulo XVI, y con el Capellán de los Duques, capítulos XXXI y XXXI.


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N-2,1,38. De la figura y facciones de Amadís de Gaula habla algunas veces su historia. En el capítulo XXX, refiriéndose su presentación en compañía de su hermano don Galaor ante el Rey Lisuarte, dice que los dos hermanos se semejaban tanto, que a duro se podían conocer, sino que don Galaor era algo más blanco, e Amadís avía los cabellos crespos e rubios, y el rostro algo más encendido, y era más membrudo algún tanto. En el capítulo LI se expresa que Amadís tenía en el rostro un golpe que Alcalaus el encantador le hizo con la cuchillo de la lanza, cuando le fue por él quitada Oriana. Y por esa Cicatriz conoció la Doncella de Denamarca a Amadís cuando le halló en la Peña Pobre haciendo penitencia y disfrazado con el nombre de Beltenebrós. Finalmente, en el capítulo CXXX se cuenta que Amadís y don Galaor se parescían mucho, tanto que en muchas partes tenían al uno por el otro, salvo que don Galaor era algo más alto de cuerpo y Amadís más espeso. No se acomodan enteramente estas señas con la idea que de la persona de Amadís tenía el hidalgo de la Argamasilla; pero éste, como loco, tenía licencia para figurarse cualquier cosa.


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N-2,1,39. En todas las ediciones anteriores se había puesto pintar y descubrir, hasta que Pellicer lo enmendó en la suya el año de 1798. El mismo error se había encontrado y aun conocido y notado dicho autor en el capítulo XXV de la primera parte, donde se leía descubriéndolo por describiéndolo pero allí no se atrevió a corregirlo. Otra vez se repetía el error en el capítulo XLVI, donde se dice de las tierras que ni las descubrió Tolomeo ni las vio Marco Polo, donde no lo echó de ver Pellicer. Mejor lo hizo la Academia Española, que lo corrigió, como se debía, en las tres partes.


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N-2,1,40. Los cronistas de los caballeros andantes no siempre le dejaron a Don Quijote el trabajo de adivinar sus facciones y hechura, sacándolas, como él dice, por buena filosofía. El sabio Lirgandeo, escribiendo la historia del Caballero del Febo, dice (parte I, lib. II, capítulo XXVII) que tenía el rostro muy largo, que casi había en él palmo y medio sin la barba; la frente,más ancha y los ojos grandes con las cejas puestas en arco, y que de punta a punta había una mano. La nariz tenía muy afilada y la boca pequeña, con los labios extrañamente colorados. Era muy grande de cuerpo, porque tenía ocho pies de largo, que aun para jayán es harto, y los miembros todos tan bien proporcionados, que bien parece haberse extremado naturaleza para le hacer cumplir de todas gracias. ---No hay que extrañar la estatura del Caballero del Febo, porque la misma de ocho pies había señalado la historia a su padre el Emperador Trebacio (lib. I, cap. I).


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N-2,1,41. Con demasiado juicio habla aquí Don Quijote, teniendo llena su cabeza de las historias de tantos gigantes como había encontrado en sus libros, y después de haber dicho en la primera parte (cap. VII) que los había con brazos de casi dos leguas de largos; pero los locos tienen intervalos. Los antiguos, sin ser locos, dieron crédito a la existencia de hombres de tan desmesurada grandeza, que sólo pudieron existir en la imaginación de los poetas, contribuyendo a veces a esta creencia el hallazgo de huesos descomunales, que se prohijaron a cadáveres humanos, no siéndolo. Argante tenía treinta brazas de largo en Boyardo, Fierabrás quince pies en Carlomagno. Entre los modernos se ha conservado memoria de algunas personas de estatura extraordinaria, que aunque muy distantes del tamaño de los Titanes y de los gigantes caballerescos, y aun de los gigantes mencionados por Plinio, todavía admiran por sus dimensiones. Del Conde de Barcelos, don Pedro de Portugal, hijo bastardo del Rey don Dionís, autor del primer Nobiliario que se conoce en nuestra Bibliografía, se refiere que habiéndose desenterrado su esqueleto el año de 1634 en el monasterio de San Juan de Taroco, donde había sido sepultado el año de su muerte, que fue el de 1354, se vio que tenía casi once palmos y medio de estatura (Sousa, Historia general de la casa real portuguesa, lib. XX, tomo I, pág. 266). Aún era más alto el hombre de que habla don José Pellicer de Salas en las notas al Polifemo, de Góngora, impresas en 1630 (est. 7.a): Yo puedo, dice, testificar de vista que en Sevilla vi un hombre que pedía casi a título de monstruo el sustento, tan alto, que... tendido a la larga en el suelo, tenía tres varas y dos tercias... Esto lo medí yo, y el hombre vive hoy... El alabardero, dice después, del Señor Rey Don Felipe el Prudente, que está en el Pardo pintado, tan alto que un hombre de común estatura no le llega al pecho. Debió vivir después de los años de 1522, porque Gonzalo Argote de Molina, que imprimió en dicho año su discurso sobre el libro de la Montería del Rey don Alonso, no mencionó este retrato entre los que allí había y refiere (capítulo XLVI). De las estaturas humanas que menciona como extraordinarias en estos tiempos el Conde de Buffón en su Historia del hombre, la mayor no excede de ocho pies y medio; una, vista por el mismo Conde, tenía siete pies y ocho pulgadas. En la Biblioteca Real de esta corte existe un cuadro en que se retrató del tamaño natural Bernardo Gilli, natural de Verona, que estuvo en Madrid el año 1758, y tenía de altura once pies. Finalmente, en el Gabinete anatómico del Colegio de San Carlos se muestra el esqueleto de don Pedro Antonio Cano, natural de la parroquia de Santa María de Guadalupe, diócesis de Santa María de Bogotá, que murió el 17 de agosto de 1804; su edad treinta y cuatro años, estatura, ocho pies menos una pulgada.


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N-2,1,42. No dice tanto la Escritura: egresus est dice (libro I de los Reyes, cap. XVI), vir spurius de castris Philisthinorum nomine Goliath de Geth, altitudinis esx cubitorum et palmi. ---De gigantes descendientes de Goliath se hace mención en la historia del Caballero don Florindo de la Extraña Ventura.


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N-2,1,43. El P. Haedo, autor de la Topografía e historia de Argel, en que no hizo más que ordenar y publicar las noticias y papeles de su tío el Arzobispo de Palermo, habló en el diálogo I de la Captividad, que sirve de apéndice a dicha obra, de esqueletos y huesos de increíble grandeza hallados modernamente en la isla de Sicilia. Cervantes había leído sin duda estos diálogos en que se hizo mención de su patria, cautiverio y hazañas, y de allí tomaría la noticia de las canillas y espaldas de los gigantes. El libro de Haedo se imprimió el año de 1612; y esto puede acaso servir de indicio de que hasta pasado este tiempo no empezó a escribir Cervantes la segunda parte de su QUIJOTE.


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N-2,1,44. ¿A qué viene aquí la geometría, señor Don Quijote? Más del caso fuera la huesometría. Pudiera responder su merced del señor Don Quijote, que lo que quiso decir fue que por la comparación de un hueso grande con otro semejante de un hombre de estatura ordinaria se sacarla la del primero, así como de la sombra de un bastón hincado en el suelo se sacó en tiempo de marras la altura de las pirámides; y que la proporción respectiva de los huesos entre si, que enseña la anatomía, puede indicar por la vista de algunos huesos humanos el tamaño que corresponde al esqueleto entero. No es inverosímil que tuviese presentes en esta ocasión nuestro hidalgo las palabras de Antonio de Torquemada, autor del Jardín de Flores, uno de los libros mencionados en el escrutinio de su biblioteca. Allí, en el Coloquio I (folio 41), se habla de los huesos de un gigante, que sacando por buena geometría la estatura del cuerpo conforme a ellos, era mayor que cuarenta pies. Del asunto y circunstancias del Jardín de Flores se habló en las notas capítulo VI de la primera parte, donde Cervantes puso en duda si era libro más o menos mentiroso que la historia de don Olivante de Laura, escrita de la misma mano.


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N-2,1,45. Es el poema italiano de Luis Pulci. Jerónimo Auner, valenciano, lo tradujo libremente a nuestro idioma, y lo publicó con este título: Historia del valiente y esforzado gigante Morgante; nuevamente de lengua toscana a castellana traducida. En la cual se cuentan las maravillosas e inauditas batallas y deleitables amores que al Conde don Roldán y a Reinaldos de Montalbán y a los otros Doce Pares de Francia en su tiempo acaecieron. Asimismo describe las infinitas traiciones que el Conde Galalón de Maganza ordenó. Finalmente, cuenta la muerte de los Doce Pares de Francia, según la verdadera crónica lo muestra. Consta de dos libros, impresos en Sevilla, el primero en 1550, y el segundo en 1552. El traductor quitó, añadió, comentó a su antojo, y aun refutó alguna vez a su original, dejando un libro en que se encuentran cosas singulares y expresiones groseras. En el capítulo XXXV del libro I, reprendiendo Carlomagno a Reinaldos por una disputa que tuvo con Oliveros, contesta Reinaldos: Vuestra Majestad miente, por que yo no revuelvo el palacio ni corte. Un badajo de campana era el arma principal de Morgante (lib. I, caps. V y VI). En alguna ocasión se cuenta que Morgante se bebió dos cueros de vino como si dos huevos frescos fueran, y en otra se comió de una sentada un elefante muy grande, a excepción de la cabeza y las piernas (lib. I, caps. V y VI). El traductor era tan ignorante que en una adición que hace al original al fin de la obra confunde a don Alonso I el Casto con don Alonso VI, el que ganó a Toledo; añade que el principal que aconsejó a don Alonso el Casto que revocase la herencia que había ofrecido de sus Estados al Emperador Carlomagno, no fue Bernardo del Carpio, ca no era nacido, sino el Arzobispo de Toledo don Bernardo el que ganó a Alcalá de Henares, que vivió tres siglos después del tiempo en que se supone haber existido el otro.
Sobre si Morgante dormía o no debajo de techados ordinarios, como parece decir Don Quijote, no va conforme con lo que refiere Pulci, a saber que

Morgante aveva al suo modo un palagio
Fatto di frasche e di schegge e di terra;
Quivi, scondo lui, si posa ad agio
Quivi la notte si rinchiude e serra.

(Capítulo I, XXXIX apud Bowle.)

Auner, en su traducción, le llama pajizo palacio, que, según se había dicho, era un aposento fecho de pinos y cubierto de rama y tierra a manera de una gran choza, en el cual Morgante... se aposentaba de día e de noche, a lo menos los ratos que descansar quería (lib. I, cap. II). Don Quijote, según su costumbre al citar los libros caballerescos, lo trastocó todo: Bowle quiso apoyar lo que Don Quijote había dicho con este y algún otro pasaje de Pulci; y Pellicer, sin entender ni a Don Quijote ni a Pulci, ni a Bowle, acabó de embrollarlo en la nota que puso en este lugar del texto.


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N-2,1,46. A la traducción del Morgante de Pulci por Jerónimo Auner, precede una noticia genealógica de Carlomagno y de las casas de Claramonte y Mongrana. Y allí se dice: Sabed que este Reinaldos fue un hombre grande de cuerpo, las espaldas y los pechos anchos, y en la cintura delgado y muy blanco. Era hombre muy sabio, astuto, movido presto a ira, muy franco, humano y muy fiel a todos sus amigos y compañeros: de buen donaire. Y, según algunos dicen y escriben, murió santo.
El juicio de Don Quijote era menos favorable, aunque quizá más conforme a los hechos que se refieren del buen Reinaldos.


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N-2,1,47. Esta descripción no concuerda del todo con las noticias que da la introducción genealógica antes citada que precede a la historia de Morgante, donde se lee: el cual don Roldán fue grande de cuerpo, algo mayor que Reinados y de muy hermoso rostro; y era muy piadoso y amado de Dios; y fue de muy grandes fuerzas; y murió virgen, según afirman los franceses, y por consiguiente Doñalda su esposa, la cual fue la más hermosa mujer que en su tiempo hubo.
Lo de la virginidad de don Roldán se repite en el libro I, capítulo LXXI de Morgante: y Dante, en su Divina comedia, coloca a Roldán entre los bienaventurados en la estrella de Marte en compañía de Josué, Judas Macabeo, Carlomagno y Godofre de Bullón (canto 18 del Paraíso).



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N-2,1,48. Taheño es rubio, y este color de la barba con lo moreno de la tez formaría un rostro poco recomendable, que junto con lo torvo de los ojos, lo estevado de las piernas, lo velloso del cuerpo, lo bajo del talle y lo ancho de las espaldas, compondría una triste y ridícula figura.


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N-2,1,49. No era esta la opinión de don Gaiferos, del cual se lee en el romance viejo del Conde Dirlos:

Calledes, dijo Gaiferos,
Roldán, no digáis vos tale:
por soberbio y descortés
mal vos quier los Doce Pares.

No hubo de tener presente Don Quijote la autoridad, que para él debía ser respetable, de don Gaiferos; ni el dulce y tierno coloquio que Garrido de Villena, en la traducción del Boyardo puso entre Roldán y Reinaldos durante la batalla que se refiere en el canto 27 del libro I; coloquio en que Roldán llamó ladrón a Reinaldos, y Reinaldos a Roldán hijo de puta.



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N-2,1,50. En poco espacio usó Don Quijote de tres palabras en cuya composición entra barba, barbitaheño, barbiponiente y barbilucio; y no son estos los únicos en castellano: barbiblanco, barbinegro, barbicano, barbirrubio, barbirrucio barbihecho, barbiespeso, barbilampiño pertenecen a la misma clase.
El autor del antiguo poema de Alejandro, describiendo la batalla de este Príncipe con Darío, dice en la copla 1.244:

El Infan Don Sidios era de Oriente,
de linaje de Ciro, ninno barba punniente.

Por donde se ve que barbiponiente es el que empieza a echar barbas, el mancebo a quien apunta el bozo, en latín ephebus, y lo mismo viene a significar barbilucio, como poco después se llama a Medoro.
Don Tomás Antonio Sánchez, en el glosario de dicho Poema, dice que barbipuniente es barbipungente o barba punzante, o que apunta, y figuradamente no es lo mismo que apuntar y barba que punza más es de viejo.


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N-2,1,51. Angélica la Bella, persona principal entre las hembras del Ariosto, fue hija de Galafrón, Rey de la China, que se conoció con el nombre de Catai durante la Edad Media. Concurrió, acompañada de su hermano Argalia a unas justas solemnes que se celebraron en París, y fue amada en vano de Orlando; Ferraguto, Reinaldos, de Agricán, Rey de Tartaria; de Sacripante, Rey de Circasia, y otros. Por libertarse de las importunidades de Ferraguto, se desapareció por la virtud de un anillo que, llevado en la boca, hacía invisible, y en el dedo, deshacía todo encanto. Muerto su hermano a manos de Ferraguto, corrió muchas aventuras. hasta que, encontrando mal herido a Medoro, lo recogió, lo curó y, finalmente, lo tomó por marido:

Y no se desdeñó de ser esposa
de un hombre oscuro, bárbaro y vencido,
dejando en el Levante y el Poniente
en menosprecio tanta ilustre gente.

Así dijo Luis Barahona de Soto en el canto segundo de Las lágrimas de Angélica, aunque después mudó de opinión en vista del acertado gobierno de Medoro, poniéndolo Como modelo de buenos gobiernos:

Y tanto que los sabios del Oriente
Querido han llamar la China Utopía.

Don Quijote se atuvo a la primera opinión de Barahona, y llamó ruin entrego a la preferencia que Angélica dio a Medoro.


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N-2,1,52. Pellicer restituyó con gran felicidad, y sin más diligencia que variar la puntuación, este pasaje del texto, que hasta entonces había sido ininteligible.
El cantor de la belleza de Medoro fue Ludovico Ariosto, como ya se dijo en las notas al capítulo XXVI de la primera parte, donde se copiaron los versos de Orlando furioso que hablan de esto. Allí mismo celebró Ariosto la hazaña de Medoro, el cual, no pudiendo sufrir que el cadáver de su Rey y amigo Dardinel de Almonte quedase insepulto, se arriesgó a salir de noche a buscarlo donde yacía, quedando herido y reputado por muerto en la empresa. Hablóse de esto en otra nota al capítulo XXV; y a esto alude la expresión del nombre que le pudo dar de agradecido (a Medoro) la amistad que guardó su amigo (Dardinel).


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N-2,1,53. Las aventuras de Angélica, que había empezado a contar Boyardo en el Orlando enamorado, las continuó Ariosto en el Orlando furioso hasta el canto 30, en que, después de referir el encuentro de Angélica y Medoro con el paladín, cuando éste en su estado de locura atravesaba a España, dice así (canto 30, estancia 16):

Cuanto, Signare, ad Angélica accada
dapoi ch′′usci di man del pazzo a tempo,
e comme àà ritornare in sua contrada
trovasse èè buon naviglio èè miglior tempo,
e dell′′ India àà Medor desse lo scettro
forse altri conteràà con miglior plettro.

Aquí levanta Ariosto la mano de las cosas de Angélica, de las que no vuelve a hablar en lo restante de su poema, encomendándolas a quien las quisiese proseguir, como dice modestamente, con mejor plectro. Y Cervantes, sobradamente lisonjero con Luis Barahona y Lope de Vega, que continuaron la historia Y aventuras de Angélica, añade que profetizó el Ariosto; pero los plectros de uno y otro, lejos de ser mejores, se quedaron muy atrás del que había pulsado la cítara del poeta de Ferrara.


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N-2,1,54. Luis Barahona de Soto, natural de Lucena, continuó el argumento que dejó pendiente Ariosto, escribiendo la Primera parte o Las Lágrimas de Angélica, poema en doce cantos, que dedicó a don Pedro Girón, Duque de Osuna, Virrey de Nápoles, y se imprimió en Granada el año de 1586. En los últimos libros se refiere el modo con que Angélica, por industria de Astrefilo, recobró sus estados del Catai, de que se había apoderado la Reina Arsace.
Lope de Vega continuó también el argumento del Ariosto escribiendo La hermosura de Angélica, poema en 20 cantos, de que he visto citada una edición de Barcelona, año de 1604. Cervantes esforzó aquí el elogio de Lope, llamándole famoso y único poeta castellano, por desagraviarlo de no haber nombrado su poema en el escrutinio, o excusar la censura de sus comedias en la conversación del Canónigo de Toledo, o contestando a la nota de envidioso que le había achacado en su prólogo Avellaneda.
UUnico poeta no quiere decir que los demás no lo son: úúnico equivale aquí a singular, en cuya acepción usaron de esta voz varios buenos escritores, y aun Cervantes en el capítulo VI de la primera parte le empleó como superlativo, cuando dijo de la Fortuna de Amor, de Lofraso, que era el mejor y el más único libro; pero cuando úúnico significa exclusivamente, solo, su significación es absoluta, y no admite disminución ni aumento, porque lo que es único no puede ser ni más ni menos único. Lo propio sucede en triangular, eterno, primero, segundo y otros vocablos semejantes.



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N-2,1,55. Amantes desdeñados de Angélica, de quienes se dice que si fueran poetas hubieran jabonado, esto es, hablando familiar e irónicamente, satirizado, y sacado a relucir sus manchas a la hija de Galafrón. Añadió Don Quijote que no había llegado a su noticia ningún verso infamatorio contra la señora Angélica, y aun el Cura lo tuvo a milagro; pero pocos años después don Francisco de Quevedo, en el Orlando burlesco, como si hubiera tomado a su cargo la venganza que Don Quijote asignaba a Roldán y Sacripante, dijo en la misma proposición del poema, que cantaba:

Los embustes de Angélica y su amante,
niña buscona y doncellita andante.

Y luego en el mismo canto I, después de referir la confusión y trastorno que la presencia de Angélica produjo en la corte de Carlomagno, añade:

Fuéle por los demonios descubierto
que la falsa doncella que lloraba
es del Rey Galafrón hija heredera,
como el padre, maldita y embustera.


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N-2,1,56. Pellicer, dando por falto de sentido e ininteligible este pasaje, lo corrigió así: es propio y natural de los poetas desdeñados y no admitidos de sus damas fingidas o no fingidas, en efecto, de aquellas a quien ellos escogieron por señoras de sus pensamientos, vengarse con sátiras y libelos. Y la Academia Española adoptó la enmienda de Pellicer. Pero la enmienda me parece todavía más defectuosa que la lección anterior como estaba, la cual indica, aunque no con mucha felicidad, el mismo pensamiento que había expresado Don Quijote en el capítulo XXV de la primera parte; a saber, que las damas de los poetas, unas son absolutamente fingidas para dar sujeto a sus versos, y porque los tengan por enamorados, y otras verdaderas damas de carne y hueso, que bajo de nombres fingidos son, en efecto, las que escogieron por señoras de sus pensamientos. Esta división es más natural que la que presenta la corrección de Pellicer, en la cual a las damas no fingidas se añade como para explicarlo la superfluidad que son en efecto aquellas que escogieron por señoras de sus pensamientos.

{{2}}Capítulo I. Que trata de la notable pendencia que Sancho Panza tuvo con la sobrina y ama de don Quijote, con otros sujetos graciosos


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N-2,2,1"> 3264.
En realidad no merece el nombre de sucesos lo que se refiere en éste y los demás capítulos que siguen hasta el VII. Son meros razonamientos y coloquios que pasaron entre Don Quijote, el Cura, el Barbero, el Bachiller Sansón Carrasco, Sancho, su mujer y el Ama y Sobrina; y no habiendo más que palabras, no hay sucesos. Pero lo que les falta a estos capítulos de acción, tienen de donaire y de gracia, formando uno de los trozos más sabrosos y admirables del QUIJOTE. En ellos se siembran las semillas de otras aventuras, y se prepara la que ha de proporcionar el desenlace de la fábula.




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N-2,2,2. Fórmula para empezar a contar, tomada al parecer de los árabes, que así la usaron en sus historias, y muy frecuente en nuestras antiguas crónicas, que la hubieron de tomar de los árabes. De aquí pasó a los libros caballerescos como sucede en las Sergas de Esplandián, que empiezan ya el primer capítulo con el Cuenta la historia, y lo repiten otras veces en el progreso. Del mismo modo empieza el libro tercero de la crónica de Amadís de Gaula, el capítulo XCI del libro IV, y Otros de la misma. Así empieza también el capítulo LXXXVII de la segunda parte, y otros de la historia de Palmerín de Inglaterra, como igualmente la tercera parte y varios capítulos de Belianís.
Remedó Cervantes esta práctica de los escritores andantes en el capítulo XXII y otros de la primera parte de su QUIJOTE, y continúa haciéndolo en este capítulo, en el XVI, XXXII y otros de la segunda.




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N-2,2,3. Estas palabras interrumpen el contexto, y hubiera hecho bien Cervantes en suprimirlas. --- Defender está usado aquí en la significación de prohibir. Alguno menos instruido en los orígenes de nuestro idioma lo tachará quizá de galicismo; pero es voz castellana muy antigua, que se encuentra a cada paso en nuestras leyes, y de ella se derivó el nombre de dehesa, que equivale a vedada, prohibida; llámase así el terreno acotado en que no se permite pastar comúnmente.




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N-2,2,4. Italianismo inverosímil en boca de la Sobrina, pero fácil de cometerse por Cervantes, como tan versado en la lengua y en los libros italianos.




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N-2,2,5. Lenguaje algo embrollado, como de quien estaba forcejeando con las mujeres, y no podía atender mucho a lo que decía. Lo que Sancho quiso decir fue que el gobierno de la ínsula era preferible al de cuatro ciudades, y el oficio de gobernador de ella al de cuatro alcaldes de corte juntos.




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N-2,2,6. Pegujares o pehujares son porciones cortas de hacienda, cuales suelen ser las que labran los vecinos poco acomodados de los lugares y aldeas, a quienes por esto se da el nombre de pehujareros. Pegujar se dijo a peculio; y de aquí también peculiar.





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N-2,2,7. Ahora diríamos desembuchase; en tiempo de Cervantes se decía de ambos modos, como se ve por el Tesoro de la lengua castellana de don Sebastián de Covarrubias en los artículos Buche y Desbuchar.





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N-2,2,8. Expresión de la cetrería que significa andar de ribera en ribera, buscando y levantando las aves. Aquí es metafórica, e indica que Don Quijote el día menos pensado volvería a sus andanzas y a la vida vagante de los aventureros.




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N-2,2,9. Seguro por aseguro, y viene a ser lo mismo que lo respondo de que el Ama o la Sobrina nos lo cuenta después. Así se decía en tiempo de nuestro autor, y aun mucho antes; pero otras veces se usaba este verbo como hoy lo usamos: Yo te aseguro, dice después en este mismo capítulo Don Quijote, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia.





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N-2,2,10. El aforismo entero es: Quando caput dolet, c祴era membra dolent.





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N-2,2,11. Non deerat talia concupiscenti (Alexandro) perniciosa adulatio, perpetuum malum Regum, quorum opes s祰ius assentatio auam hostis everti. ---Quinto Curcio, lib. VII, capítulo V. --- Nota de Bowle.)
Cervantes, diciendo por boca de Don Quijote que otros siglos correrían si llegase la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, a los Reyes, harto indicó que no llegaba de esta suerte en su tiempo, mostrando como con el dedo el ministerio del Duque de Lerma, Pero, o temeroso del poder del privado, o poco amigo de zaherir a los demás, o quizá acordándose de las relaciones del Duque de Lerma con su bienhechor el Conde de Lemos, tiró a templar su expresión, añadiendo que otras edades habían sido más de hierro, y que la presente podía llamarse dorada. Esta hubo de ser la progresión de las ideas y verdadera intención de Cervantes, porque nadie se persuadirá que quiso sinceramente elogiar un siglo y un gobierno que le trataba con tanta injusticia, tanto más, que cuando llegaba la ocasión no disimulaba lo descontento que estaba de su suerte. Las tres partes del período realmente se contradicen: la primera condena su edad: la segunda la excusa, y la tercera la lisonjea. La primera es el genuino y verdadero juicio de Cervantes; creyendo en seguida que se había deslizado y mostrado más de lo que convenía, quiso suavizarlo con lo siguiente, pero después le pareció poco, y lo reforzó con lo último. Fácil le hubiera sido refundir el período y corregirlo radicalmente; pero escribía con negligencia y no sabía borrar lo que una vez había escrito.




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N-2,2,12. Adverbio de poco o ningún uso, que significa lo mismo que con buena intención. Es palabra sexquipedal, compuesta de tres, a saber: bien, intencionada y mente.





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N-2,2,13. El tratamiento de Don, antepuesto al nombre propio, es de dignidad y de honor, como lo indica el origen de la misma palabra. que vino del latino Dominus, el Señor, y en los tiempos inmediatamente anteriores a la formación de nuestro idioma actual solía decirse y escribirse Domnus. Así que en los principios del idioma se daba tratamiento de Don a los Reyes, a los Próceres y a los Obispos; y en las poesías primitivas lo vemos también atribuido a los Santos, y aun a las deidades del paganismo. Gonzalo de Berceo empezó así la vida de Santo Domingo de Silos:

En el nombre del Padre que fizo toda cosa,
el de Don Jesucristo, fijo de la Gloriosa.

El Arcipreste de Hita pone entre Otras fábulas la de Las Ranas pidiendo Rey:

Las ranas en un lago cantaban et jugaban...
Pidieron Rey a Don Júpiter, mucho gelo rogaban.

En otra ocasión cuenta que se presentó a Venus y le dijo:

Señora Doña Venus, mujer de Don Amor,
Noble dueña, omíllome yo vuestro servidor.

El abuso que después se hizo del Don, tomándolo por vanidad y jactancia personas a quienes no correspondía, prueba siempre que era título de honor; así como la variedad que se observa encontrándolo usado unas veces y Otras sin usar por personajes importantes, prueba que el abuso había empezado a hacerlo menos apreciable; pero siempre subsistía la idea primordial de honor que el Don llevaba consigo; y así el mozo de mulas que se menciona en el capítulo XLIV de la primera parte notaba que los criados de don Luis, disfrazado de zagal, le llamaban de Don, y en el capítulo V de esta segunda parte la mujer de Sancho decía a su marido que estaba contenta con el nombre de Teresa, sin que le pongan, dice, un Don encima que pese tanto que no lo pueda llevar; y Sancho, contestando que a pesar de su madre lo había de tener Sanchica, confirma el mismo propósito.




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N-2,2,14. Sospecho aquí algún error y que el opusiesen debiera ser sobrepusiesen. Por lo demás, esta emulación entre caballeros e hidalgos era y debía ser antigua. El Arcipreste de Hita describe la contienda que hubo entre varias clases de gentes sobre dar posada a Don Amor

Señor, sey nuestro huésped, disien los caballeros
Non lo fagas, senor, disien los escuderos;
Darte han dados plomados, perderás tus dineros
al tomar vienen prestos, a la lid tardineros.

Indica Cervantes en el presente lugar la distinción entre hidalgos o caballeros. Hidalgo o hijodalgo significa materialmente hijo de quien tiene bienes propios con que mantenerse; caballero era el que no sólo tenía bienes propios para mantenerse con decencia, sino para mantener también caballo y servir con él en la guerra. Así que los caballeros formaban lo que entre los romanos se llamaba orden ecuestre, nombre que se le daba porque sus individuos equo militabant. Tal debió ser la idea primitiva de estas dos palabras al irse formando nuestro idioma en las monarquías modernas de la Península. Cuando la invasión de los árabes, en el siglo VII, destruyó el poder de los visigodos, los restos de los cristianos de todas clases, envueltos en la desgracia común y refugiados en las montañas del Norte, tuvieron que olvidar las distinciones anteriores y fundirse en una sola masa para resistir a sus opresores y poder triunfar de ellos, como al cabo de una larga y gloriosa lucha lo consiguieron. Fueron naciendo en la nueva sociedad otros limites, nuevas marcas de división, que son esenciales en la sociedad humana: hubo ricos y pobres. Contribuirían también a la desigualdad los talentos o las hazañas de los que fundaron linajes ilustres, pero no pudieron serlo por mucho tiempo sin que los acompañasen los bienes de fortuna. He aquí el origen más natural y verosímil de lo que después se llamó nobleza, la cual empezaría por ser personal, y luego, sostenida por las riquezas, pasó a ser hereditaria. Entre los propietarios o hijodalgos, los más ricos se llamaron caballeros; y entre éstos los más ricos y valientes los que con estas dos circunstancias merecieron o atrajeron de cualquier modo la atención del Príncipe, se llamaron Ricos hombres. Los hechos particulares que presentan la historia y sus documentos son conformes a esta teoría. El tratamiento de Don, que al principio fue peculiar de los Ricos homes, se extendió después a los caballeros, y los que se preciaban de tales en la Argamasilla, en tiempos de Don Quijote, se quejaban de que lo usurpasen los hidalgos.
En la relación que de orden del Rey don Felipe I dieron los vecinos de la Argamasilla el de 1575 hay noticia de los hidalgos que a la sazón había en el pueblo. Eran don Rodrigo Pacheco, dos hijos mancebos de Pedro Prieto de Bárcena, tres hermanos Baldolesyas y dos hermanos Valsalobes; éstos tenían corriente su ejecutoria. Sin ella estaban en posesión Gonzalo Patiño, Cristóbal de Mercadillo y Juan de Salamanca; Diego de Vitoria pretendía, pero no gozaba nobleza; y la tenían en pleito Esteban de Billoldo, Cepeda y Rubián. He aquí un curioso catálogo entre cuyos individuos pudieron estar originalmente Don Quijote, los académicos de la Argamasilla y los que dieron motivo a las expresiones de Sancho en el texto.




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N-2,2,15. Cuando el Obispo de Burgos, don Alonso de Cartagena, la razón del aseo del traje que en su Doctrinal de Caballeros se prescribe a los de esta profesión, dice: Ca bien así como la limpieza deben haber dentro en sí mesmos, e en sus bondades, e en sus costumbres, otrosí la deben haber de fuera en sus vestidos e en las armas que trajeren. Y después, hablando del uso del manto entre los caballeros, encargando que éste y todas las otras vestiduras trayan limpias é mucho apuestas, cada uno segund el uso de sus logares.
En la Argamasilla sería, sin duda, traje decente sayo de belarte, las calzas y pantuflos de velludo y aun de bellorí para los días entre semana, como se pintó el de Don Quijote al principio de la fábula. Dice nuestro héroe que jamás andaba remendado, y añade: Roto bien podría ser, y el roto más de las armas que del tiempo. Las palabras el roto me parece italianismo: en castellano se diría lo roto. En nuestro tiempo es común incurrir en galicismo: la lengua y literatura francesa es para nosotros lo que la italiana era a los contemporáneos de Cervantes.




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N-2,2,16. Es claro que habla de sí Don Quijote. Acaba de decirle Sancho que decían que era loco, y que no le dejaban hueso sano y él contesta que la virtud eminente es perseguida donde quiera que se halla y que pocos o ninguno de los varones famosos que hubo dejaron de ser calumniados. Se compara después con César, Alejandro y Hércules, y concluye diciendo gravemente: Así que ¡oh Sancho! entre las tantas calumnias de buenos, bien pueden pasar las mías. ¿¿Qué lector podrá dejar de reírse oyendo hablar así al hidalgo de la Argamasilla?




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N-2,2,17. En la poca limpieza de costumbres de julio César conviene con Don Quijote Suetonio; pero no en punto a la del traje: antes, al contrario, dice que César era circa corporis curam morosior, ut non solum tonderetur diligenter ac raderetur sed velleretur etiam, ut quidam exprobaverunt; calvitii vero deformitatem iniquissime ferret... ideoque et deficientem capillum revocare àà vertice assueverat... Etiam cultu motabilem ferunt (Vida de César, cap. XLV).
Lejos de asentir Suetonio a lo que Don Quijote dijo de César, lo tachaba a éste de petimetre y prolijo en el adorno de su persona.




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N-2,2,18. Son bien conocidos los excesos de Alejandro en el vino, y los desaciertos a que este vicio lo arrebató en varias ocasiones. En una de ellas mató por su mano a Clito, uno de sus mejores oficiales, que en la batalla del Granjeo le había salvado la vida. Quinto Curcio cuenta la desesperación de Alejandro cuando, vuelto en si, reconoció su yerro, y quiso matarse con la misma pica con que había muerto a Clito (lib. VII, cap. I).
Dos veces se usa el pronombre éél en este período, y las dos veces sobra. Estuviera mejor: Alejandro, a quien sus hazañas alcanzaron el renombre de Magno, dicen que tuvo sus ciertos puntos de borracho.





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N-2,2,19. La fábula cuenta las pruebas de esto. Hércules, por una parte tan famoso a causa de sus hazañas y fuertes hechos, por otra fue como dice aquí Don Quijote, lascivo y muelle; tuvo cincuenta hijos en las cincuenta hijas de Tespio, y amó a otras muchas mujeres, entre ellas a Onfale, Reina de Lidia, que, según cuentan, le hacia hilar a la rueca en traje y adorno mujeril entre sus criadas. Finalmente, su mujer, Deyanira, celosa de Yole, creyendo apartarle de ésta y conservar su cariño, le dio un veneno y ocasionó su muerte.
Señaláronse con el nombre de Trabajos doce de las principales hazañas de Hércules. Don Enrique de Aragón, Marqués de Villena, nigromante según el vulgo, y según Juan de Mena

Honra de España y del siglo presente,

(Copla 127.)

escribió un libro con el título de Los Doce trabajos de Hércules, aplicados a los doce estados del mundo; libro que, según el padre Méndez, en su Tipografía española, se imprimió por primera vez en Zamora el año de 1483.




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N-2,2,20. Rijoso, como deribado del latino rixa, debe significar pendenciero; pero no hallo en las noticias que la historia caballeresca da de don Galaor los motivos de atribuirle este carácter. Resta explicar esta voz de otra clase de inquietud de que se habló en el capítulo XV de la primera parte, donde se dijo que Rocinante era persona casta y poco rijosa, juntándolo con lo que se había dicho en el capítulo XII aquello de querer bien a todas que era condición natural de don Galaor, a quien no podían ir a la mano. ---Sobre las lloraderas de su hermano Amadís de Gaula, Bowle cita varios pasajes de su historia, donde se cuenta que lloró: y pudieran añadirse otros.




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N-2,2,21. ¡Mi padre! Cuerpo de Dios! ¡Santo Dios! Especie de exclamaciones que no forman oración ni sentido gramatical, y pueden mirarse como interjecciones compuestas, suelen expresar algún movimiento de irritación e impaciencia, y son frecuentes en nuestro lenguaje familiar.




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N-2,2,22. Palabra antigua, lo mismo que calumnia, pero que en nuestros libros antiguos no tiene siempre la misma significación, porque unas veces es acriminación falsa, otras la pena de este delito, que solía ser pecuniaria, otras querella, acusación o cargo, que es lo que significa en el texto. Su uso es frecuente en el Fuero Juzgo y en los códigos, fueros y demás documentos antiguos legales de Castilla.




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N-2,2,23. Viene de bacca y laurus, laurel: bacca en latín o baya en castellano, es nombre que se da en general a las frutillas o simientes menudas de los árboles, cuales son las del laurel, que penden de sus ramas, y de aquí en la baja latinidad se dijo baccalaureautus coronado de ramas de laurel, de donde se llamó baccalaureus o bachiller el que recibe el primer grado de honor concedido en las universidades como testimonio de aprovechamiento. El lenguaje familiar suele tomar este nombre en mala parte, llamando bachiller al que habla mucho y con petulancia, y usando del verbo bachiller en el sentido de hablar mucho, con osadía y poco fundamento.




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N-2,2,24. He aquí el verdadero título de la obra de Cervantes, y no el de Vida y hechos de Don Quijote de la Mancha, como se puso comúnmente en las ediciones posteriores a nuestro autor, inclusa la magnífica de Londres de 1738; título que, conforme a la justa observación de la Academia Española, es tan impropio como lo sería el de Vida y hechos de Eneas puesto a la Eneida de Virgilio, o el de Vida y hechos de Godofre de Bullón a la Jerusalén del Taso.




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N-2,2,25. Alusión a la costumbre común entre Cristianos de santiguarse en ocasiones de grande admiración o peligro. Los monjes benitos del capítulo VII de la primera parte se hacían cruces de miedo: Sancho se las hacía aquí de admiración y de espanto.




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N-2,2,26. Chiste delicado contra los escritores de libros caballerescos: a los tales, dice, no se les encubre nada de lo que quieren escribir, como si dijera, escriben lo que quieren, y dan por cierto averiguado lo que escriben. Es equivalente a lo que se dice con menos disfraz en otro lugar del QUIJOTE de los bachilleres de Salamanca: estos tales no pueden mentir si no es cuando se les antoja, o les viene muy a cuento (parte I, capítulo XXXII).




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N-2,2,27. También fue moro Xarton, autor arábigo de la historia del Caballero de la Cruz aunque después se volvió cristiano. Lo mismo se cuenta de Gil Díaz, cronista del Cid Campeador.




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N-2,2,28. Hubiera convenido para la claridad expresar que el que había de venir era el bachiller Sansón, que queda muy lejos: que yo haga venir al Bachiller; tanto más, que tratándose en el intermedio de Cide Hamete, parece al pronto que éste es a quien se propone Sancho hacer que venga.




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N-2,2,29. Aquí las personas son las que pasan el e coloquio; otras veces el coloquio es el que pasa entre las personas. El primer caso del verbo pasar es activo, en el segundo es de estado; y de uno y otro se encuentran ejemplos en el QUIJOTE. Sin ir más lejos, a la frase del texto que da motivo a esta nota sigue sin intermedio alguno el capítulo II, que se intitula: Del razonamiento que pasó entre Don Quijote, Sancho y el Bachiller. En el capítulo XX de esta segunda parte, en la relación de las bodas de Camacho, se dice: en tanto que esto pasaba Sancho, estaba Don Quijote mirando como por una porte de la enramado, etc.

{{3}}Capítulo II. Del ridículo razonamiento que pasó entre don Quijote, Sancho Panza y el bachiller Sansón Carrasco


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N-2,3,1"> 3293.
Si ridículo quiere significar lo que hace reír, está bien el título; pero ordinariamente significa lo que es digno de risa, mofa o desprecio, y de ningún modo conviene semejante calificación al razonamiento del presente capítulo, que es uno de los salados y graciosísimos del QUIJOTE.




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N-2,3,2. Además en nuestro uso actual es unas veces adverbio, que equivale a fuera de esto, amén de esto; otras hace oficio de conjunción y enlaza una oración con la que precede; y otras, reuniéndose con la preposición de, forma una preposición compuesta y significa lo mismo quefuera de, amén de. En estas tres acepciones corresponde a las palabras latinas insuper, pr祴erea, ur祥ter. Nada de lo dicho es en el presente pasaje, donde sirve de esforzar la significación del adjetivo con quien va, elevándolo a superlativo, y vale sumamente o muy, en cuya acepción está anticuado. Cervantes lo usó en el capítulo XVII de la primera parte, donde se dijo que la hija de Pentapolín del arremangado brazo era una muy fermosa y además agraciada señora: y en el capítulo XXI, donde describiendo la imaginaria aventura del Caballero del Sol, dijo Don Quijote que la Infanta se tendría por contenta y pagada además, por haber colocado en él sus pensamientos.




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N-2,3,3. Distínguese aquí entre la cuchilla y la espada, como entre las partes y el todo. Cuchilla es la hoja, y la espada comprende también la armadura.




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N-2,3,4. Don Quijote no estaba en lo cierto. Las hazañas de Gandalín, escudero y hermano de leche de Amadís de Gaula, se escribieron en varios parajes de la historia de su señor, y en las de otros de sus descencientes, donde pueden leerse; y por ellas se ve que así como Amadís fue el modelo, el norte, el lucero de los caballeros andantes, así también lo fue Gandalín de los escuderos; pudiera llamársele archiescudero o proto-escudero de los escuderos, así como alguna vez se llamó a Merlín protoencantador de los encantadores. En otros varios libros caballerescos se hace frecuente y honorífica mención de las acciones de los escuderos, como de Hipólito, escudero de Tirante el Blanco, que llegó a ser Emperador de Constantinopla; de Sargil, escudero de Esplandián; de Darisio, a quien su señor don Olivante de Laura armó de caballero en el castillo de Aspicel, ciñéndole la espada la Infanta Briseida, hija del Soldán de Babilonia (Olivante, lib. II, cap. XVI); de Lelicio, escudero de Florambel de Lucea, que disfrazado de doncella estuvo a llevar una embajada de parte de su señor a la Infanta Graselinda (Florambel, lib. V; capítulo XVII), y de Flerisalte, escudero de don Belianís de Grecia que se convirtió a la fe de resultas de haber visto bajar los ángeles a curar al caballero Sabiano de Trevento, que estaba agonizando de sus heridas, y fue bautizado por mano del mismo Sabiano en una fuente (Belianís, lib. II, cap. XXVII). De todos éstos se cuentan muchas acciones de fidelidad y valor. Del gigante Morgante, escudero de Roldán, se hizo libro aparte, que citó alguna vez el mismo Don Quijote. De los hechos y servicios de Carestes, Luciel y Larines, escuderos de Lepolemo y de sus hijos Leandro el Bel y Floramor, se habla mucho y en muchas partes de la historia del Caballero de la Cruz. En la de Amadís de Grecia se trata de los hechos de sus escuderos Ineril y Ordán; de Argento, escudero del Rey de Dacia Garinto, en la Sergas de Esplandián; de Serindo, escudero de don Rogel de Grecia, en la historia de don Florisel de Niquea; de Darmelo y Liomeno, escuderos de Florandos, en las historias de los Palmerines de Inglaterra y de Oliva; de Lelio, escudero de Florineo, y Celeasín, de don Lidiarte, en el libro de Florambel de Lucea; y en. sus historias respectivas se mencionan Biniano y Aurelio, escuderos del Caballero del Febo; Purente; que lo fue de Primaleón: Lavinio, de Polendos; Terín, de Policisne de Boecia; Guarín, de Oliveros; Terigio, de Roldán en la batalla de Roncesvalles; Girfieto, del Rey Artús; y otros muchos escuderos de caballeros andantes menos conocidos, de quienes se habla en las historias citadas.
Algunas veces se refieren también los sucesos y aventuras de doncellas que sirvieron en calidad de escuderos a los caballeros andantes. Así lo hizo la doncella Finistea con Amadís de Grecia (Florisel, parte II). Carmela con Esplandián (Sergas, cap. LXXXIX), Fradamela con Alpartacio, Rey de Sicilia (Amadís de Grecia, parte I, cap. XIX). Alquifa con Perión de Gaula (Lisuarte, cap. XI); Flandra con Damasirio, Rey de Ponto (Barahona Angélica, canto 7E°), Valeriana y Serinda, hijas del Duque de Normandía, con don Belianís de Grecia (Belianís, lib. II, cap. XIV, y lib. IV, cap. XV).
Vese por tantos ejemplos como se han referido, que no tuvo razón Don Quijote en decir que nunca hazañas de escuderos se escribieron. Y fue tanto más extraño que lo ignorase nuestro hidalgo, cuanto que su escudero, si no lo supo, por lo menos se lo sospechaba, cuando decía en el capítulo XXI de la primera parte: si se usa en la caballería escribir hazañas de escuderos, no pienso que se han de quedar las mías entre renglones. Profetizó Sancho.




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N-2,3,5. En el día entendemos por quimerista lo mismo que por pendenciero.





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N-2,3,6. Lo primero se dijo evidentemente por la Princesa Micomicona; lo otro por Maritornes y la hija del ventero.




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N-2,3,7. Consta de la Sagrada Escritura que Sansón tenía grandes fuerzas, pero no que tuviese grande estatura, según da a entender la expresión del texto.
Con igual negligencia se dice después, de color macilenta, pero de muy buen entendimiento, como si hubiera contradicción entre ambas cosas. ---Continúa la negligencia en la acumulación de gerundios que sigue poco después: viendo a Don Quijote, poniéndose delante del de rodillas, diciéndole. Pudiera haberse dicho como lo mostró al ver a Don Quijote, poniéndose delante del de rodillas y diciéndole.





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N-2,3,8. Una de las fórmulas de aseverar y medio jurar usadas comúnmente en tiempos de nuestro autor, según se ve por el Pasajero de Cristóbal Suárez de Figueroa en el Alivio quinto. El hábito de San Pedro es el vestido del clero secular, usado de los escolares en aquel siglo, y aun en el nuestro, y ni ahora ni entonces fue necesario tener órdenes sagradas para llevarlo. El Bachiller empieza a dar muestras de su condición maliciosa y burlona, asegurando a Don Quijote que no ha habido y anunciando que no habrá muchos caballeros tan famosos como él, y lo jura por su sotana.




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N-2,3,9. De lo que había dicho el Bachiller Sansón Carrasco bien resultaba la calidad de moro por el nombre dado al autor de la historia, pero no la de sabio, que en el diccionario de Don Quijote venía a significar lo mismo que encantador y nigromante. Sin embargo, Don Quijote lo puso así por la idea común que le daban sus libros de las prendas y circunstancias de sus autores.




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N-2,3,10. Desde que había vuelto a su casa nuestro hidalgo enjaulado en un carro, hasta el punto y hora en que pasaba la conversación que aquí se describe, había transcurrido el espacio de casi un mes, como se dice al principio de esta segunda parte; y en este tan limitado espacio se había compuesto la primera de sus hazañas se habían impreso más de doce mil ejemplares de ella en Portugal, Barcelona y Valencia, y aun había noticia de que también se estaba imprimiendo en Amberes. No era suficiente este tiempo para que sucediesen tantas cosas y se supiesen en Salamanca y la Argamasilla; pero sí lo era el de diez años que mediaron entre las publicaciones de la primera parte del QUIJOTE, en 1605, y de la segunda, en 1615. Cervantes tenía en su cabeza esto último al referir el coloquio de Sansón con el héroe manchego, y no se acordó o no se curó de lo otro.
La primera parte del QUIJOTE se imprimió en Madrid por Juan de la Cuesta el año de 1605, y se volvió a imprimir por el mismo Impresor en aquel año. Pellicer no conoció más que una de estas impresiones, a pesar de que en las Anotaciones de Bowle halló mención de las dos. Ambas están en 4E°, y de ambas posee ejemplares la Real Academia Española. En el mismo año se hicieron otras dos, una en Valencia por Pedro Patricio Mei, en 8E°, y otra en Lisboa por Jorge Rodríguez, en 4E°. Bien dijo la Duquesa a Don Quijote en el capítulo XXXI de esta segunda parte que la primera había salido a la luz del mundo con general aplauso de las gentes.
La repetición, que acaso no tiene ejemplo. de tantas ediciones en el primer año de publicarse un libro, manifiesta de un modo irrefragable la popularidad que ya gozó el QUIJOTE desde la cuna, y la absoluta inverosimilitud de la noticia que corrió en algún tiempo del modo que tuvo Cervantes de acreditarlo. Una tradición que mencionó, y a que dio demasiada importancia don Vicente de los Ríos en su Vida de Cervantes (núm. 44), supuso que habiendo recibido el público con indiferencia y frialdad la primera impresión del QUIJOTE, su autor trató de excitar la curiosidad general imprimiendo un folleto con el título de Buscapié, en que daba a entender que los personajes del QUIJOTE no eran puramente imaginarios, y que en él se aludía a ciertas empresas y galanterías del Emperador Carlos V y de otros sujetos importantes en el mundo político. Pero ¿qué necesidad tenis Cervantes de estos medios, cuando sólo en el primer año fueron menester cuatro ediciones para satisfacer la impaciente curiosidad del público? La historia del ejemplar que se alega del Buscapié, y que don Antonio Ruiz Díaz dijo haber visto en poder del Conde de Saceda, puede explicarse, o por el artificio de algún impostor para aludir al Conde, que era rico y goloso en la materia, o de otro cualquier modo. Más difícil era contrahacer la edición primitiva de la Gramática de Antonio Nebrija, y se contrahizo en este siglo pasado; el Buscapié no tenía que temer comparaciones ni cotejos.
Puede mirarse como otra prueba de la grata y general acogida que halló desde luego en el público la fábula del QUIJOTE el haberse hecho luego dramas de su argumento. Así sucedió con las comedias de Don Quijote de la Mancha y del Curioso impertinente, de las que se hizo mención en los lugares oportunos; y el entremés intitulado De los invencibles hechos de Don Quijote de la Mancha, compuesto por Francisco de ávila, natural de Madrid, y publicado entre las comedias de Lope de Vega: su asunto es la vela de las armas, la batalla con el arriero y la ceremonia de armarle caballero en la venta.
El Bachiller Carrasco hizo mención de Barcelona y Amberes entre los parajes donde se imprimió la primera parte del QUIJOTE antes de que saliese a luz la segunda. No queda otra noticia de tales impresiones, que fue fácil existiesen, siendo ambas ciudades de las que más florecían en el ramo de imprentas y comercio de libros. Acaso se nombró a Amberes equivocándola con Bruselas, donde efectivamente se reimprimió la primera parte del QUIJOTE el año de 1607, según las noticias recogidas por don Martín Navarrete.
El año de 1608, restituido ya Cervantes a Madrid, se volvió a imprimir la primera parte por el mismo Juan de la Cuesta. Algunas variantes que en ésta se encuentran respecto de las primeras, y entre ellas alguna de bastante consideración, indican que intervino Cervantes en corregir las pruebas. El doctor Bowle poseyó un ejemplar de esta edición, que regaló a don Juan Antonio Pellicer, por cuyo fallecimiento lo adquirió don Martín Navarrete, y es el único de que tengo noticia A esta edición siguieron otras dos: una de Milán, en 8E°, hecha el año 1610 y dedicada al Conde Vitaliano Visconti, y otra en Bruselas del mismo tamaño, el año de 1611, cuyos editores se aprovecharon ya de algunas correcciones hechas en la de 1608. Así lo observó Navarrete en sus Ilustraciones sobre la vida de Cervantes, donde trató con suma erudición y diligencia todos estos puntos; si bien no es inverosímil que todavía existiesen más ediciones de las que cita, y que las haya hecho desaparecer el tiempo devorador y consumidor de todas las cosas.
Pasaron diez años desde la publicación de la primera parte hasta la de la segunda, en 1615, impresa por el mismo Juan de la Cuesta, que había hecho la impresión de la primera tres veces, y en los dos años siguientes se reimprimió en Valencia, Bruselas, Barcelona y Lisboa. De aquí en adelante se estamparon reunidas ya la primera y segunda parte, siendo innumerables las ediciones hechas dentro y fuera de España. Merece particular mención la de Londres del año 1738, por la magnificencia de su impresión y láminas, y por la vida de Miguel de Cervantes, que para esta edición escribió don Gregorio Mayans y Sisear, literato valenciano bien conocido entre nosotros. Está en cuatro tomos en 4E° mayor, y se hizo a expensas del Lord Carteret, uno de los admiradores que siempre ha tenido la ilustre nación inglesa de nuestro Miguel de Cervantes. El ejemplo dado por la nación inglesa suscitó algunos años después en el Marqués de la Ensenada el pensamiento de hacer en España una edición del QUIJOTE que pudiese competir en lo magnifico con la inglesa, y que en otras calidades le aventajase pero no se realizó la empresa hasta el año de 1780, en que la Academia Española publicó la suya en otros cuatro tomos en 4E° mayor, dando en ella una honrosa muestra de lo que habían adelantado las artes de la imprenta y grabado en España, al mismo tiempo que la obra adquirió una corrección que hasta entonces no había conocido.El año siguiente de 1781 publicó en Salisbury el doctor don Juan Bowle otra edición del QUIJOTE en seis tomos en 4E° mayor, en la cual, además del esmero con que se imprimió el texto, se incluyó un tomo de eruditas anotaciones y otro de índices de palabras, con las variantes de diversas ediciones, obra toda de suma laboriosidad y constancia. Siguió en los años de 1797 y 1798 la edición de don Juan Antonio Pellicer, que adelantó todavía más la corrección del texto y lo ilustró con varias notas. La Academia Española reimprimió otras veces el QUIJOTE hasta el año de 1819, en que añadió algunas variantes y observaciones. Finalmente, don Joaquín Ferrer, caballero español de mucha ilustración, y celoso amante de la gloria de Cervantes y de su patria, ha hecho en París tres ediciones del QUIJOTE, todas con la mayor hermosura y esmero, tanto en lo impreso como en lo grabado; una en 8E°, y dos en 12E°.
Omito hablar de otras varias ediciones del QUIJOTE en su lengua original hechas en Inglaterra, Holanda. Alemania y Francia. Quien desee noticias circunstanciadas sobre la materia, las hallará en las Ilustraciones de Navarrete sobre la vida de Cervantes. Y allí mismo encontrará razón de las traducciones que se han hecho del QUIJOTE, francesas, inglesas, italianas, alemanas y otras. Sansón Carrasco decía a Don Quijote, hablándole de su historia: a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca. Del Bachiller se puede decir, con la expresión de un antiguo, que cecinit ut vates.




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N-2,3,11. Es en sustancia la misma idea que expresó Cervantes en el capítulo IV del Viaje al Parnaso:

Jamás me contenté ni satisfice
de hipócritas melindres: llanamente
quise alabanzas de lo que bien hice.

Se ve que Cervantes no era insensible a los atractivos de la celebridad y de andar con buen nombre por las lenguas de las gentes: dije con buen nombre, añade por boca de Don Quijote, porque siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara. Esta explicación prueba que el amor a la gloria estaba subordinado en Cervantes al de la virtud, y manifiesta, como otros muchos pasajes de sus escritos, lo honrado y estimable de su carácter.




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N-2,3,12. La palabra solo descompone el sentido de la expresión. El Bachiller no quiso decir que sólo Don Quijote tenía buena fama y buen nombre, sino que entre los que lo tenían, él se llevaba la palma; y en este caso se excusaba decir que era él solo, porque el que se lleva la palma no puede ser más que uno.




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N-2,3,13. Bowle sobre este pasaje recuerda que Don Quijote dijo Doña Dulcinea en el capítulo VII de la primera parte, hablando con la señora vizcaína que venía en el coche; pero excusa a Sancho observando que su amo estaba desviado, como allí se dice, y él tendido en el suelo a manos de los mozos de los frailes, sin aliento ni sentido.
Pero prescindiendo de esto, el tratamiento de Don disuena en las damas de los andantes, y en toda la biblioteca caballeresca no he encontrado un solo ejemplo en que se nombre con Don a la heroína. Dícese la sin par Oriana, la linda Magalona, Angélica la bella, la Princesa Niquea, la Emperatriz Claridiana, pero nunca Doña Oriana, ni Doña Niquea. El tratamiento de Don lleva siempre consigo cierto sello o idea de gravedad que no asienta bien en un sujeto que todo es ternura, suavidad y gracias. En los caballeros es otra cosa, porque la gallardía y aun la hermosura de su sexo no está absolutamente reñida con su autoridad, y por esto disuenan menos los nombres de don Belianís, don Florisel, don Policisne, don Olivante de Laura, don Rugel de Grecia. Si Cervantes se propuso, como puede conjeturarse, algún original al fingir la persona de Dulcinea, y quiso tachar en él la ridícula afectación de nobleza que su fábula y la opinión común suponen en la generación manchega de su tiempo, no es imposible ni aun inverosímil que este sea uno de los parajes en que tirase al blanco de su sátira.




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N-2,3,14. Pellicer sospechó que gigantes es errata por monjes. pero no hay disonancia en que a los monjes de la indicada aventura se les llamase gigantes, ya por el tamaño, que allí se pondera, de sus mulas y anchura de su ropaje, ya porque Don Quijote los tuvo por encantadores, y éstos solían ser gigantes, como lo fue Arcalaus, ya por afectación estudiada propia del carácter burlón del Bachiller Carrasco, que es quien habla, y en cuya boca no cuadraría bien la simple calificación de monjes, cuando trataba de ahuecar las ideas y dar bulto a las cosas de Don Quijote.




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N-2,3,15. Non si pietoso Enea ne forte Achille
fu come e fama ne si fiero Ettore...
Non fu si santo ne benigno Augusto
come la tuba di Virgilio suona.

(Ariosto, Orlando furioso, canto 3E°, estancias 25 y 26.)




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N-2,3,16. Así lo dice Sancho, citando para ello a Don Quijote, y éste, con efecto, lo había dicho en el capítulo I anterior, pero lo había dicho en latín, cuando caput dolet, etc.; pero entonces dijo Sancho que no lo entendía, porque no entendía otra lengua que la suya.




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N-2,3,17. Según el cómputo de don Vicente de los Ríos en su plan cronológico del QUIJOTE, habían pasado cuarenta días desde los palos dados por los yangÜeses. Este espacio que no pudo ser menor según el contexto mismo de la fábula, y que pudo ser mucho mayor sin estropearla, excede ya los términos ordinarios en que pudiera decirse que aún se estaban frescos los cardenales: mas no debe parecer extraño que Sancho ponderase algo en asunto propio, que tanto le dolía.




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N-2,3,18. En otra ocasión se trató de las palabras reproche, reprochar y sus derivados, y se insinuó la frecuencia, y aun la causa de ella, con que se hallan en nuestros libros antiguos palabras comunes entonces a los dos idiomas, francés y castellano, y ahora propias exclusivamente del primero. Lo mismo sucede con otras. No hablemos de la palabra tabla, que en los principios de nuestro lenguaje se encuentra ya usada en la significación de mesa, desde que se nombró en Castilla a los caballeros de la Tabla redonda, ni de la conjunción ca, porque, la cual se usó hasta el siglo XVI, y es el car de los franceses, ni del verbo atender por esperar, que es común en nuestros libros y en el mismo QUIJOTE, ni de otros muchos vocablos de este jaez que se encuentran en libros muy conocidos de la Edad Media. De algunos de ellos ha ocurrido ya, y todavía ocurrirá, hacer mención en el progreso de estas notas. Por ahora me contentaré con poner varios ejemplos tomados por la mayor parte de algunos de nuestros poetas primitivos.
En el Poema del Cid se encuentran nombre por número; quitar por dejar; fonta por vergÜenza; atender por esperar; endurar por aguantar; cuer por corazón; tiesta por cabeza; mancar por faltar; aprés por cerca; meter por poner (versos 3274, 537, 950, 3549, 712, 226, 13, 3324, 1234, 1268).
Gonzalo de Berceo en la Vida de Santo Domingo empleó la palabra maisón por casa; croza por báculo abacial; contrada por país; repaire por guarida (coplas 444, 211, 265, 243). En la vida de San Millán, asembler por juntar; blasmar por reprender; domage por daño; encara por aún; moletia por enfermedad; sopear por cenar (coplas 418, 102, 441, 49, 130, 352). En el Martirio de San Lorenzo tost por presto (copla 78). En los Loores de nuestra Señora, poucella por virgen; volenter por de buena gana (coplas 29 y 48). En los Milagros de nuestra Señora, devant por antes; pendido por ahorcado; putana y bagasa por ramera; sire por señor (coplas 44, 506, 222, 161, 650).
Juan Lorenzo Segura, autor del Poema de Alejandro, puso matón por carnero; orage por temporal; aprés por después; bastir por edificar ren por nada; volunter por de buena gana; fol por loco, tost por presto; sages por sabios; tirar por sacar (coplas 100, 2136, 2010, 1016 1381, 1439, 777, 64, 1019, 2145, 273, 2089). En la crónica de don Pero Niño, Conde de Buelna, escrita por su alférez Gutierre Díaz de Games, se encuentran mote por palabra; daines, aluetas y chapeletes por gamas, alondras y sombrerillos (parte I, cap. XXXI). En el Fuero Juzgo castellano, defender por prohibir; asaz por bastante; aliun por de otra parte; ensemble por juntamente; otramente por de otra suerte; laidamente por feamente, etc. En las Partidas y otros códigos legales, en las crónicas antiguas de nuestros Reyes, en el Arcipreste de Hita, en el Centón epistolario de Fernán Gómez de Cibdad Real, en las coplas de Mingo Revulgo y en otros muchos libros antiguos castellanos se hallan numerosos ejemplos de esta clase de galicismos.
Entre las palabras que antiguamente fueron comunes al francés y al castellano una fue la de borne u hombre sin artículo, que se usaba en ciertos casos para denotar una persona indeterminada. Describiéndose una horrible serpiente en la historia del Caballero del Cisne, inserta en la Gran conquista de Ultramar (lib. I, capítulo CCXLI), se dice que traía en la frente una piedra que relumbraba tanto que podría hombre ver de noche la su claridad a dos leguas e media. Berceo, refiriendo una aparición de Santiago y San Millán en la vida de este santo, dijo:

El uno tenía croza, mitra pontifical,
el otro una cruz, ome non vio tal. Rui González de Clavijo en su Itinerario, hablando de Gatea el puerto de ella, escribe, es bien ferrnoso... y a la mano izquierda, como ome en el puerto, está un cerro alto. En adelante cuenta de un palacio de Tamerlán que era hecho en forma de cruz en medio de una huerta, y prosigue: e como orne entra, de frente estaba una de las dichas alhamas. Lo mismo hacían los franceses con la voz hom u homme uniéndola sin artículo a los verbos, como se encuentra en libros franceses en verso (fabliaux), y en otros libros prosaicos, incluso los caballerescos. De aquí vino el on francés, que desnudo ya de la cualidad de nombre y reducido a partícula, pero conservando el énfasis de su significación primitiva, se une al presente del verbo impersonal, y forma una especie de pasiva ficticia o contrahecha: on dit, dicitur. Del home u hombre castellano sin artículo, todavía se encuentran uno y otro ejemplo en nuestros libros del siglo XVI, como en los Coloquios de Pedro Mejía, y en el Lazarillo de Tormes; pero finalmente se olvidó y desusó del todo, y en su lugar quedó el pronombre o más bien partícula indeterminada se, que hace el mismo oficio que el on francés: on dit, se dice. Por fin, en esto no hemos perdido ni ganado. Pero en lo que si hemos perdido considerablemente es en haber anticuado los adverbios ende e hi, derivados de los latinos indie[/] e hic[/], que en los principios fueron comunes a los dos idiomas, y ahora nos hacen suma falta en el nuestro. El Poema del Cid, contando la batalla en que el héroe burgalés venció al Conde don Ramón, dice:

Hi ganó a Colada que más vale de mil marcos.

En el capítulo XXV del Conde Lucanor[/] se lee: Don Juan... puso hi una palabra que dicen las viejas en Castilla[/]. La Partida I (título IV, leq. XCIX), hablando de los grandes duelos que los gentiles hacían por los muertos, los pondera diciendo: asique algunos hi había que non querían comer nin beber fasta que moríen.
Por lo que toca a la otra partícula ende[/], el Poema de Alejandro[/] refiere en cierta ocasión que el Rey de los griegos

Partió bien la ganancia a toda derechura:
El non quiso ende parte nin ovo della cura.

En el capítulo XXIV del Conde Lucanor, citado anteriormente, se dice: El mi consejo es éste: que antes que comencedes el fecho, que cuidedes toda la pro et el daño que ende se puede seguir.
A cada paso se encuentran en nuestros antiguos libros ejemplos del uso de estas dos partículas, que daban singular facilidad y ligereza al lenguaje; pero en tiempo de Cervantes estaban ya anticuadas, y lo continúan por desgracia en el nuestro.




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N-2,3,19. Tenía razón el Bachiller en señalar a Sancho el segundo lugar en la fábula del QUIJOTE, y en ponderar sus donaires y gracias, que efectivamente son inimitables, y a las veces causan un placer que compite con el que producen las cosas de su amo. Pero cuando representan sólo los dos en la escena, y señaladamente sus diálogos, excitan y levantan hasta el más alto punto el interés y placer de los lectores. Don Quijote decía en adelante (capítulo XXXI) que Sancho Panza era uno de los más graciosos escuderos que jamás sirvió a caballero andante.





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N-2,3,20. Expresión metafórica tomada de cuando al ponerse el sol por las tardes, sus rayos levantándose progresivamente, van dando sólo en los puntos elevados del suelo. Se indica que aunque hay ya menos tiempo, todavía queda el suficiente para hacer alguna cosa.




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N-2,3,21. A trochemoche es lo mismo que sin orden ni concierto. Covarrubias cree que esta locución se tomó de los que hacen leña tronchando y desmochando los árboles sin dejar guía y pendón, como previenen las leyes de la corta. --- Magín por imaginación, palabra estropeada por gente rústica, como igualmente la de presona que acababa de decir Sancho.




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N-2,3,22. Cervantes, como discreto, no se empeñó en defender lo que no podía defenderse. Lejos de ello, mostró indirecta e ingeniosamente desaprobado, haciendo decir a Don Quijote que no sabia qué era lo que había movido al autor de su historia a valerse de novelas y cuentos ajenos, habiendo tanto que escribir en los suyos; y le aplica el refrán que dice de paja o heno el vientre lleno, dirigido aquí contra los que llenan de fárrago y broza inoportuna los libros. Todo lo que hizo fue tirar a disculpar la inserción de la novela del Curioso impertinente con generalidades acerca de lo difícil que es escribir un libro, y la indulgencia que se debe a las faltas de los autores en consideración a sus aciertos. Después, en el capítulo XLIV de esta segunda parte, añadió que si había dado lugar en su libro a la novela del Curioso impertinente, había sido por lo seco y limitado del argumento de su obra, con el fin de amenizarla; y porque el ir siempre atenido el entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas, era un trabajo incomportable. Tratamos de esto en las notas al fin de la expresada novela.
Por lo demás, no está acorde el lenguaje presente del texto. Debió decirse que se tachaba la novela no por mala ni por mal razonada, sino por no ser de aquel lugar, ni tener que ver con la historia; o no por mala ni mal razonada, sino porque no es de aquel lugar, ni tiene que ver con la historia. Para la buena correspondencia de los miembros del período, los verbos ser y tener debieran estar en infinitivo, o ambos en indicativo.





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N-2,3,23. Hideperro tiene la misma formación que hideputa. Llámase hideperro a Cide Hamete conforme a la costumbre que ya se mencionó en otra parte de llamar perros a los moros, porque el hijo de perro, perro es. Mezclar berzas con capachos, frase proverbial que significa mezclar cosas inconexas y desconcertadas.




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N-2,3,24. Pellicer corrigió este pasaje poniendo letras grandes en lugar de letras góticas, que juzgó errata manifiesta de imprenta, a pesar de hallarse así generalmente en todas las ediciones anteriores, inclusas las primitivas. Fundóse en que habiéndose dejado ya de usar el carácter gótico en España desde el siglo XI, debía ser difícil de entender en el de Cervantes, y por consiguiente, contrario al fin que se proponía Orbaneja. Pellicer procedió en esto con alguna equivocación, porque en tiempo de Cervantes, y aun en el nuestro, no se entiende comúnmente por letra gótica la que realmente lo era, y dejó de usarse en el reinado de don Alfonso VI, sino la que le sucedió entonces y se empleó en las inscripciones públicas y sepulcrales durante la Edad Media, adoptándose asimismo después para muchas impresiones, no sólo del siglo XV, sino también del XVI; entre los bibliógrafos suele llamarse letra de Tortis. Así que, tratándose de un letrero para el público, no era extraño que se usase el carácter que generalmente se llamaba gótico, sin perjuicio de que las letras fuesen grandes o gordas, como convenía para que se viesen bien y se leyesen con facilidad. La Academia Española no tuvo por necesaria la enmienda de Pellicer.




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N-2,3,25. Mejor: habrá necesidad; y así estaría probablemente en el original de Cervantes. Caso de conservarse el tendrá, debería decirse: Tendrá necesidad de comento para entenderse o para ser entendida.
Se ve por este pasaje que nuestro autor creía que su obra no necesitaba de comento. Hablóse ya sobre esto en mi prólogo; a lo que añadiré expresiones con que don Antonio Capmani, en su Teatro de la elocuencia española (tomo IV, página 427), manifiesta la dificultad de que los extranjeros conozcan el mérito del estilo y lenguaje del QUIJOTE. En efecto, dice, ¿¿cómo penetrarán debidamente el talento exquisito de este autor, cuando ameniza y engalana su locución con frases burlescas, dichos festivos y voces graciosas; cuando sazona el lenguaje de Sancho con plausibles refranes y naturales alusiones; cuando Don Quijote imita los idiotismos caballerescos y los términos anticuados; cuando adorna el diálogo de los demás interlocutores con todos los donaires y delicados equívocos de la expresión castellana, si entre los mismos españoles no es el vulgo quien siente toda su fuerza, sino las personas que poseen perfectamente la lengua?
Estas reflexiones no se oponen a la claridad del QUIJOTE, que decía el Bachiller Carrasco, y es requisito esencial de todo libro bueno; pero lo claro puede contener gracias que no todos alcanzan, y las del QUIJOTE son tantas, que de lo que sobra para los doctos e inteligentes todavía hay para aficionar y embelesar al vulgo: Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran. El Bachiller, en prueba de lo trillado, leído y sabido que era el QUIJOTE, alega que sus nombres se habían hecho proverbiales, y de esto hemos tratado ya en otro lugar. Sus asuntos, aun antes de publicarse la segunda parte, se habían ya trasladado al teatro, según también se ha anotado; y el autor de la Pícara Justina, libro que se imprimió en Bruselas en 1608, sólo tres años después que la primera parte del QUIJOTE, lo cuenta ya entre los libros de entretenimiento más conocidos, como Don Enrique, hijo de Doña Oliva (libro caballeresco) y otros que se nombran; así:

Yo soy Due-
Que todas las aguas be-
Soy la Rein de Picardí-
Más que la Rud conoci
Más famó que Doña Oli-
Que Don Quijó y Lazari-
Que Alfarach y Celesti-

Esto mismo confirma más y más la inverosimilitud de la existencia del Buscapié de Cervantes, de que se habló en las notas precedentes.




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N-2,3,26. Don Gregorio Garcés, en el tomo I lengua castellana, tacha con mucha razón al Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, cuando en su Quijote contrahecho usa de la expresión cristianar un fructus ventris y otras poco limpias y honestas, especialmente al tratar de la llamada Reina Cenobia. Y dice que en su concepto Cervantes quiso censurar en el presente lugar del texto estas suciedades de Avellaneda; pero en el mío, cuando Cervantes iba escribiendo aquí, no tenía aún noticia del libro de su rival. Trataráse de este punto en las notas al capítulo LIX.




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N-2,3,27. La Partida VI (tít. VI, ley IX), hablando de los que hacen moneda falsa, dice así: Et porque de tal falsedat como esta viene muy grant daño a todo el pueblo, mandamos que cualquier home que ficiere falsa moneda de oro o de plata o de otro metal cualquier, que sea quemado por ello.





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N-2,3,28. No se dice tan grande que, sino tan grande como; ni se dice mayor como, sino mayor que. Ya se ha observado otras veces que es defecto gramatical reunir bajo un mismo régimen palabras que lo piden diverso.
La comparación con las obras del Tostado es de uso general en España para denotar los libros abultados y voluminosos. El Tostado, es el nombre que se da comúnmente a don Alonso de Madrigal, Obispo de ávila, que floreció en el reinado de don Juan el I de Castilla con fama del hombre más docto y el escritor más laborioso entre los españoles de su siglo. Asistió al Concilio general de Basilea, y murió de poca edad, el año de 1450. La edición de sus obras, que se hizo después de otras en Venecia el año de 1615, consta de veinticuatro tomos en folio, y no comprende más que las obras latinas. Otras muchas castellanas se imprimieron aparte, y otras quedaron inéditas: como todo puede verse en la Biblioteca antigua española de don Nicolás Antonio.




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N-2,3,29. La figura, persona o papel (que todo es uno) del bobo es muy antiguo con este nombre en la dramática castellana, y se encuentra ya en un auto de Esteban Martínez al nacimiento de San Juan Bautista, impreso el año de 1528, y en otros dos dramas de Juan Pastor, uno de ellos impreso en el mismo año. De las tres piezas dio noticia Moratín en los Orígenes del teatro español. En las demás que describe hasta la declinación de aquel siglo, unas veces se da a este papel el nombre de bobo y otras el de simple; así sucede en las composiciones de Lope de Rueda. Simple le llamó Alonso López Pinciano, médico de la Emperatriz viuda Doña María, hermana de Felipe I, en su Filosofía antigua poética, que publicó en 1596, diciendo: Esos son unos personajes que suelen más deleitar que cuantos salen a las comedias (Epist. IX de la Comedia). El oficio del bobo era hacer reír con su afectada sandez y necedades, y era ordinario en las comedias y farsas, como se ve, entre otros testimonios, por el de Agustín de Rojas en su Viaje entretenido. De Lope de Rueda dice Cervantes en el prólogo de sus comedias que éste era uno de los papeles que hacía con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse. Y en una loa que insertó Rojas en el libro I de dicho Viaje, da a entender que Cisneros, cómico toledano de la compañía de Lope de Rueda, se aventajó también en hacer el papel de bobo.
Desde principios del reinado de Felipe I, según Pellicer, representaba en Madrid una compañía de italianos, de cuyas chocarrerías gustaba aquel Principie. Por los años de 1574 la dirigía un Juan o Alberto Ganasa, y en ella se hacían también volatines, títeres y juegos de manos, además de los pasos y farsas italianas que por la mayor parte se reducían a bufonadas, y que a pesar de lo poco que se entendían, eran muy concurridas. Ganasa vino dos o más veces a España, y representaba todavía en Madrid por los años de 1603. Eran, según el mismo Pellicer, unas representaciones en que Arlequín y Pantalón procuraban divertir al público con sus frivolidades y patochadas en italiano, como los bobos o simples lo hacían en castellano Hablaron de Ganasa Juan Cortés de Tolosa en su Lazarillo de Manzanares (cap. II), Ricardo de Turia en su Apologético de las comedias españolas (impreso en el año de 1616 al frente de una colección de doce autores valencianos) y Lope de Vega en su Filomena.
Entretanto se olvidada poco a poco la figura del bobo, que antes se miraba como propia y esencial de las comedias y farsas castellanas, aunque alguna vez salían aún a las tablas como en el entremés del Mortero, compuesto por Francisco de ávila, que se imprimió el año 1616 al fin de la octava parte de las comedias de Lope de Vega. Este ilustre poeta, que, según la expresión de Cervantes en el prólogo de sus comedias, se había alzado con la monarquía cómica, poniendo debajo de su jurisdicción a todos los farsantes, introdujo en lugar de la figura del bobo la del donaire, que después se llamó y continúa llamándose todavía la del gracioso. El mismo Lope se preció de esta invención en la dedicatoria que dirigió de su comedia La Francesilla al Doctor Juan Pérez de Montalván: Repare, le dice, en que fue la primera en que se introdujo la figura del donaire, que desde entonces dio tanta ocasión a las presentes. Hízola Ríos, único en todas, y digno desta memoria. Vuesamerced no la lea por nueva, pues cuando yo la escribí no había nacido. Estas últimas palabras indican la época de la invención de la figura o papel de gracioso, pues Montalván nació el año de 1602. El gracioso de esta comedia, y por consiguiente patriarca de todos los que figuraron en el teatro castellano, se llamó Tristón, y lo hizo Ríos, comediante toledano, de quien en adelante se hará memoria en las notas del capítulo XI. Lope extendió en la nueva figura el campo de las gracias y sales cómicas, que antes se ceñían a la representación de la bobería, a la de todo género de chistes, y señaladamente la aguda y traviesa picaresca. Así es de ver en nuestras composiciones teatrales, donde el papel de gracioso llegó a mirarse como indispensable, y donde el gracioso y aun la graciosa, se encuentran figurando en los argumentos más serios y entre los Reyes y Príncipes. Lope pudo encontrar las semillas de su invención en las sales de Plauto o en las antiguas composiciones de Bartolomé de Torres Naharro, o por mejor decir en la natural inclinación de los espectadores de todos tiempos a cuanto puede excitar el buen humor y la risa. Tanto los bobos como los graciosos fueron para el público lo que eran por aquellos tiempos los truhanes y bufones en los palacios y en las casas de los Grandes. Nuestras costumbres actuales han hecho perder al papel del gracioso gran parte de la importancia que tuvo en el siglo XVI. En él se distinguió el famoso Juan Rana, que representó en la corte reinando los dos Felipes II y IV, y fue el comediante más gracioso que conoció España, según la expresión de su contemporáneo don Juan de Caramuel, citado por Pellicer (Tratado histórico del Histrionismo, segunda parte). Menciónanse algunas piezas en que representó este famoso cómico en la colección de Poesías varias de don Antonio de Solís, y entre ellas el Retrato de Juan Rana, paso dramático escrito por aquel célebre ingenio, que hubo de representarse delante de los Reyes. El nombre de Juan Rana llegó a ser proverbial para significar un hombre decidor y chistoso. Después ha habido otros graciosos de fama, como lo han sido ya en nuestros tiempos Garrido, Querol y otros. Actualmente regocijan en el teatro las gracias de Guzmán, bien que su género se asemeja más al bobo del siglo XVI, que al gracioso del siglo XVI.




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N-2,3,30. Comparación feliz y significativa, que pudiera aplicarse a infinitos buñoleros literarios, tanto nacionales como extranjeros. ---La expresión de que no hay libro tan malo que no tenga algo de bueno es de Plinio el Mayor, y la refiere su sobrino Plinio el Menor en sus Cartas (Epístola, libro II, ep. 5). Don Diego de Mendoza la citó, como observa Bowle, en el prólogo del Lazarillo de Tormes.





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N-2,3,31. Varios reparos ofrece el presente pasaje. No parece que puede decirse haber alcanzado gran fama por sus escritos quien no los ha publicado, que la que alcanza un autor entre pocos amigos a quienes comunica sus obras antes de publicarlas, no puede ser grande. Tampoco puede llamarse merecida la fama que se pierde o menoscaba por el examen de las obras después de estamparías. Asimismo se echa menos el debido acuerdo y armonía en el lenguaje, porque habiéndose empezado por decir acontece, debiera decirse después en igual tiempo, la pierden o la menoscaban. Por lo demás, si se suprime la palabra méritamente, s la sentencia de Don Quijote y su explicación por el Bachiller es muy cierta, y pudiera confirmarse con varios ejemplos de obras que han excitado antes de imprimirse la expectación general, y no la han llenado después de impresas, descubriéndose sus defectos en el examen lento y detenido del público, al revés sucede con las obras de relevante mérito, como verbigracia el QUIJOTE, que cuanto más se examina y estudia más admira y enamora a los lectores inteligentes.
La palabra méritamente, que acaso llamará la atención de algún lector como extranjera, es poco usada, pero castiza. Usóla don Luis de ávila y Zúñiga en su Comentario de la guerra de Alemania, donde, hablando del perdón de la vida concedido por el Emperador Carlos V al Duque Juan de Sajonia, dice: Quiso más en esto seguir la equidad y mansedumbre, que no la ira y justa indignación que méritamente le había incitado la guerra. Y la había usado un siglo antes el Marqués de Santillana, que en una respuesta a Juan de Mena inserta en el Cancionero general del año l534 (folio 126), le decía:

Yo no dudo luego que presto seréis
méritamente igual de los tres.

El mismo Marqués de Santillana, en su célebre carta al Condestable de Portugal, publicada por don Tomás Antonio Sánchez, usó también de la palabra méritamente. Inmérito se lee en el acto I de la tragicomedia de Calixto y Melibea; meritísimas en el libro IV de la Pícara Justina (pág. 375), y después en el Lazarillo de Manzanares, de Juan Cortés de Tolosa, impreso el año 1620, después de la muerte de Cervantes.




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N-2,3,32. La disculpa es magra, pero valga lo que valiere, como decía a este propósito el juicioso autor del Diálogo de las lenguas, hablando de otro libro de entretenimiento en que se notaban varios defectos. Es un hemistiquio de Horacio en su epístola a los Pisones, que suele aplicarse a las Imperfecciones de los grandes escritores. Cervantes, con su negligencia ordinaria en materia de citas, lo copié mal, porque debió poner Quandoque bonus dormitat Homerus; del otro modo falta la medida del verso.




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N-2,3,33. El texto latino que se cita y dice que es infinito el número de los tontos, es del libro del Eclesiastés, capítulo I, v. 15. Con él trata el Bachiller de tontos a los que gustan del QUIJOTE; y esto es o bufonada de Carrasco, o modestia, no muy oportuna a la verdad ni sincera, de Cervantes.




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N-2,3,34. En cuanto a esto, no tuvo razón el Bachiller, pues en el mismo capítulo XXII de la primera parte, donde se cuenta el hurto del rucio, se dice que le hurtó Ginés de Pasamonte, aunque allí no se refiere el modo de que le hurtó, que fue el que dice Sancho en el capítulo que sigue al presente, y se vuelve a decir en el capítulo XXVI de esta segunda parte.
En la expresión se le olvida de contar, sobra le o el de. Estuviera bien de cualquiera de los dos modos: se olvida de contar, o se le olvida contar.





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N-2,3,35. No encuentro repetida en ninguna parte esta expresión proverbial, ni veo su analogía con el propósito del Bachiller. Quizá será alguna bufonada de Carrasco, recordada por Sancho, parecida a lo de la oración de Santa Apolonia, que se menciona en el capítulo VI de esta segunda parte.




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N-2,3,36. Metáfora tomada del juego. Lo que sigue es un hermoso ejemplo de narración rápida, y no es el único que ofrece el QUIJOTE.

{{4}}Capítulo IV. Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse




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N-2,4,1. El capítulo no contiene otra cosa que el coloquio entre Don Quijote, Sansón y Sancho, a lo cual no conviene el nombre de sucesos. Lo mismo puede decirse del título que lleva el siguiente capítulo V, y no son los únicos capítulos del QUIJOTE en que el título no corresponde a su contenido.




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N-2,4,2. Sabe a fórmula forense, y en boca de Sancho hace reír. La pregunta a que Sancho trataba de responder, no se expresó del todo bien; debió decirse, añadiendo la preposición por al quién; por quién, o cómo, o cuándo se me hurtó el jumento. Pudo también decirse suprimiendo el se: quién, cómo, o cuando me hurtó el jumento.




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N-2,4,3. No se expresa quién habla, pero bien Se entiende que no es Sancho Panza, porque no es propia de él la noticia que da sobre Sacripante y Brunelo. Habla, pues, Sansón o Don Quijote, y más bien este último, no sólo porque era el más instruido en la materia, Sino también porque la desfigura algún tanto, Según acostumbra. Sacripante no era de los que cercaban a Albraca, como al parecer indica el texto, sino de los que defendían aquella fortaleza donde se hallaba cercada Angélica la Bella. El modo con que le quitaron el caballo lo Cuenta Ariosto en el Canto 27 (est. 84) de su Orlando:

Il Re chiede al Circasso che ragione
ha nel cavallo e come gli fu tolto:
e quel di parte in parte il tutto espone,
ed esponendo s′arrossisce in volto,
quando gli narra che′l sotil ladrone
che in un alto pensier l′aveva colto,
la sella su quatro aste gli sufflolse, e di sotto il destrier nudo gli tolse.

El que pregunta es Agramante, Rey de Africa; Sacripante el Circaso o Rey de Circasia el que responde, y el ladrón sutil es Brunelo, que mereció justamente este título por la habilidad y destreza con que ejecutaba las operaciones de este arte nobilísimo. No era menos noble y gallarda su figura, la cual describió así el mismo Ariosto (Orlando, canto 3°, est. 72):

La sua statura, accio tu lo conosca.
non é sei palmi, ed ha il capo ricciuto,
le come ha nere, ed ha la pelle fosca,
pallido il viso, oltre il dover barbuto,
gli occhi gonfiati, e guardatura losca,
Schiacciato il naso, e nelle ciglia irsuto.

Conviene con esto la pintura de Brunelo que hace Boyardo en la traducción de Garrido (libro I, canto 3°):

Cinco palmos es largo, y nada bueno,
su voz parece cuerno que retrona;
en decir y robar no tiene freno,
de noche va, de día no es hallado,
corto el cabello, negro y erizado.

Durante el cerco de Albraca, Sacripante se combatió con Marfisa, doncella guerrera, y Angélica miraba desde Albraca el combate. Agramante había ofrecido hacer Rey a quien le trajese el anillo prodigioso de que se habló en otra parte de estas notas (cap. XLII de la primera parte), y a la sazón paraba en poder de Angélica; Brunelo, que se había introducido en la fortaleza aprovechándose de la distracción de Angélica mientras estaba divertida en mirar el combate, se lo sacó del dedo. Al salirse con él de Albraca vio que Sacripante y Marfisa, fatigados de la pelea, se habían puesto a descansar un rato, y que Sacripante se había dormido sobre su caballo; Brunelo se lo quitó del modo que se ha referido. Marfisa lo miraba distraída y riéndose; lo que advertido por Brunelo, aprovechó la coyuntura y le quitó la espada. Echólo de ver Marfisa, y dio a correr tras Brunelo; pero éste, a beneficio de la ligereza del hurtado Frontalatte, le llevaba mucha ventaja. En esto el ladrón fugitivo encontró casualmente a Orlando y al paso le hurtó la espada Balisarda, hecha por la maga Falerina, y el cuerno que había sido de Almonte. Rico Brunelo con tantos despojos, los presentó al Rey Agramante, y en premio de sus servicios fue proclamado Rey de Tintigania o Tingitania; pero después, perdida la gracia de Agrarnante, vino a parar en lo que suelen los ladrones. Agramante hizo ahorcarlo. Todas estas noticias son de Boyardo y Ariosto.




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N-2,4,4. La puso, con efecto, el autor en el capítulo XXII de la primera parte, y bien merece el elogio que Sancho hace aquí de ella.--Pero después se pone la voz maleador, propia de la germanía, que equivale a maleante, y se usó en el capítulo I de la primera parte.




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N-2,4,5. Excusa graciosísima de un error manifiesta. Es de notar que Cervantes, que en la edición de 1608 había procurado corregir este yerro de las de 1605, lo olvidó en este pasaje, donde parecía respuesta oportuna; su fino y delicado conocimiento del ridículo le movió a desecharla como obvia e insulsa, y prefirió echar la culpa a la imprenta, lanzando al mismo tiempo este rasgo satírico contra los escritores que, con los descuidos del impresor, procuran defender los suyos. En ellos sería disculpa sin gracia; puesta en boca de Sancho, hombre rústico e ignorante, tiene la verosimilitud necesaria para no perder el chiste que no tendría de otro modo.




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N-2,4,6. Otro reparo contra el plan cronológico de la fábula trazada por don Vicente de los Ríos. En él la duración de la salida segunda de Don Quijote y primera de Sancho no pasó de diecisiete días, y este espacio no merecía el nombre de mucho tiempo.--Nuevas y nuevas pruebas de que nunca pensó en esto Cervantes.




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N-2,4,7. Uso de la partícula en por con, que se mira como idiotismo propio de algunas provincias del reino. Conocido es el dicho de aquel valenciano que al llegar de Madrid a Aranjuez, donde se hallaba la corte, decía a sus amigos que había hecho el viaje en una jícara de chocolate. Cervantes habló lo mismo algunas veces. En el prólogo de la primera parte había dicho: Lo primero de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan... se pueden remediar en que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos. Al capítulo II de esta segunda parte, reprendiendo Don Quijote que el autor de su historia hubiese introducido en ella novelas y cuentos ajenos, añade: Pues en verdad que en sólo manifestar mis pensamientos... pudiera hacer un volumen. No fue Cervantes el único que habló de esta suerte. Lazarillo de Tormes, refiriendo la necesidad que tuvo de pedir limosna en Toledo, decía: Como yo este oficio lo hubiese mamado en la leche… tan buena maña me di, etcétera. Ambos tuvieron ejemplos antiguos de lo mismo en Gonzalo de Berceo, el cual, en el Duelo de Nuestra Señora, después de contar que Jesucristo fue entregado a los soldados, a quienes llama moros, para que lo crucificasen dice (copla 32):

Tomáronlo los moros en un sogal legado.

Y en la Vida de Santo Domingo de Silos (Copla 172) cuenta que

Dábanle todos tanto cuanto meneste avía.
vivrie, si lo dejasen, en eso que tenía.




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N-2,4,8. Acusar por avisar; acepción que en el día sólo se aplica al aviso que se da de haber recibido una carta.-- Coto, que se nombra en el mismo período, es la altura de la mano cerrada, equivalente a cuatro dedos. Esta es aquí su significación; tiene otras.




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N-2,4,9. Manera modesta de hablar de su libro que usa Cervantes, confesando las faltas principales y reconociendo que habría otras.




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N-2,4,10. Mejor: se presume que no ha de haber segunda parte, porque el régimen del verbo dudar pedía que se dijese: se duda si ha de haber. Tres renglones antes se había dicho, estamos en duda si saldrá o no la segunda parte.




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N-2,4,11. Olvidó aquí Cervantes la ley de la verosimilitud, que en las fábulas bien ordenadas obliga tanto como la de la verdad en la historia. Cuando pasaba la presente conversación entre Don Quijote y el Bachiller, habían transcurrido pocos días desde que el hidalgo, concluidos los sucesos y aventuras de la primera parte, había vuelto a su casa, y esos pocos días los había pasado enfermo en la cama: ¿dónde estaban ni podían estar los sucesos de la segunda parte, ni cómo podía hallarse ni aun buscarse lo que de cierto y sabido no existía? Añade Sansón que, según algunos decían, nunca segundas partes fueron buenas; y supuesto el carácter socarrón que se asigna al bachiller, acaso envuelven estas palabras la censura de algún libro de entretenimiento de los divididos en dos partes que se conocían en tiempo de Cervantes, sea el Pícaro Guzmán de Alfarache, conforme a la sospecha que se apuntó en las notas al capítulo XXI anterior, sea alguna de las comedias de Lope, en que también suele haber alguna vez segunda parte. Otras obras pudieran citarse antiguas y modernas cuyos autores perdieron en sus obras o partes posteriores el grado de celebridad que antes se habían adquirido en las primeras. No sucedió así en las dos del QUIJOTE: si cabe alguna duda, más bien caería la balanza del juicio a favor de la segunda. Las calidades de una y otra corresponden de algún modo a las diferencias de edad en que las escribió Cervantes. Inventor más lozano y fogoso en la primera, más templado y correcto en la segunda; en aquélla más brillante, en ésta menos defectuoso; los lectores jóvenes preferirán quizá la primera; la segunda será más grata a los ancianos. Ambas son inimitables.




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N-2,4,12. Desde los relinchos del caballo de Darío, que le valieron la corona de Persia, y los del de Dionisio el Tirano, que le anunciaron la de Siracusa, los agoreros y supersticiosos tuvieron pretextos de considerar como importante y profético el lenguaje de los caballos; y no fue extraño que, a ejemplo suyo, nuestro Don Quijote interpretase favorablemente las sonoras y ruidosas interjecciones de Rocinante, que probablemente sólo indicarían la vaciedad del pesebre, y su deseo de que se repusiese el fenecido pienso.




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N-2,4,13. Desde la batalla de Alcoraz, junto a Huesca, que el Rey don Pedro de Aragón ganó a los moros el año de 1096, y de cuyas resultas se le rindió aquella plaza, se miró a San Jorge como patrón de la caballería de Aragón. Y en Zaragoza había creada en honor del Santo una cofradía de caballeros, que estaban obligados a justar tres veces al año y a tornear a caballo otras tantas en honor del Santo. Llamábanse las justas del Arnés; y de ellas hizo mención Don Jerónimo de Urrea, el traductor del Orlando furioso, en su Diálogo de la verdadera honra militar, que según don Nicolás Antonio se imprimió en Venecia el año de 1566.
De este pasaje del texto quiere deducir don Antonio Eximeno en su Apología del Quijote (número 38), que la tercera salida de Don Quijote debió ser en el mes de abril, puesto que, según se expresa, de allí a pocos días se había de solemnizar con las justas la fiesta de San Jorge, que cae a 23 de dicho mes, y deduciendo de aquí un reparo contra el plan cronológico de don Vicente de los Ríos, quien puso la tercera salida de Don Quijote en 3 de octubre. Pero las justas eran tres veces al año, y por consiguiente el reparo pierde su fuerza.




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N-2,4,14. Quiere decir, le serviré con esmero y diligencia, que es lo que significa esta expresión proverbial que insertó don Francisco de Quevedo en su Cuento de Cuentos. Don Sebastián de Covarrubias dice que se tomó de las criadas que queriendo o afectando complacer a sus amos, cuando éstos vuelven a casa por el verano, van delante de ellos regando el piso, donde salta y como que baila el agua. Si es cierto este origen, el proverbio debió nacer en Andalucía más bien que en otra parte.




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N-2,4,15. No se sabe qué significan ni a qué vienen aquí estas palabras; y se me figura que son erratas por desnudo nací, que es la expresión que conviene al propósito de Sancho, y la que usó el mismo en el capítulo VII de esta segunda parte, cuando después de manifestar su recelo sobre lo que en la historia de Don Quijote, de que había hablado a éste el bachiller Carrasco, anduviese su honra a coche acá cinchado, conformándose finalmente con lo que en ella se dijese, añadió: que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano; palabras que repitió en el capítulo LII renunciando a gobierno de la ínsula.




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N-2,4,16. Expresión antigua, en hoto es lo mismo que en fe, en confianza; hay un adagio que dice: en hoto del Conde no mates al hombre. Usó de esta locución el Arcipreste de Hita en la Cántiga de la Serrana.




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N-2,4,17. Refrán antiguo, comprendido ya en la colección del Marqués de Santillana, que se escribió a mitad o antes del siglo XV. Se derivó al parecer de la costumbre de correr por las calles de los pueblos los novillos y las vacas atados de una soga, cuya extremidad llevaban los mozos para detenerlos cuando conviniese. Aconseja el refrán que se aprovechen las ocasiones y se obre según ellas.
Algo diferentemente lo dijo el Arcipreste de Talavera en su Corbacho (parte I, cap. V): cuando te dieren la cabrilla, corre con la soguilla. La variedad pudo fácilmente ser de imprenta.




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N-2,4,18. Como lo hizo Flores, amante de Blancaflor, el cual, después de proclamado Emperador de Roma, dio el reino de Murcia a su fiel compañero Selim, según se cuenta en su historia. En otra parte se ha hecho mención de reinos dados por los caballeros andantes a sus escuderos y amigos.




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N-2,4,19. Lo más conforme a la fuerza y al uso ordinario de esta expresión proverbial sería decir: no os conociese la madre que os parió. Pero hablaba el socarrón del Bachiller, en cuyo carácter estaba bien trastrocarlo y ridiculizarlo todo.




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N-2,4,20. En varias ocasiones hizo Sancho alarde de esta cualidad, que en tiempo de Cervantes era una especie de hidalguía o nobleza de segundo orden que excluía a los cristianos nuevos o descendientes de moros y judíos. A estos cristianos nuevos privaban los estatutos de limpieza, introducidos en los siglos XV y XVI, no sólo de la entrada en el estado eclesiástico y oficios nobles y de república, sino en algunas partes hasta de las profesiones mecánicas de artes y oficios, como en Toledo, donde los conversos y sus descendientes no podían ser picapedreros. En otra parte hemos contado que en el Toboso había cofradía exclusivamente de cristianos viejos. Sancho, todo hueco y pomposo con esta circunstancia, había llegado a decir alguna vez que esto le bastaba para ser Conde (parte I. capítulo XXI), y hablaba con desdén, según acaba de decir, de los que nacieron en las malvas; expresión común que se aplica a las personas de bajo y oscuro nacimiento.




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N-2,4,21. No se ve el motivo de pedir Don Quijote versos prestados, cuando él presumía de saber hacerlos (parte I, cap. XXII), y los había hecho (Ib., cap. XXVI), y aun volverá a hacerlos en adelante (parte I, caps. XLVI y LXVII). La especie de composición que aquí pedía el Bachiller era de las que se llaman acrósticas, artificio conocido de los antiguos clásicos, cuyos primeros ensayos no suben más allá de principios del siglo IV, en que lo empleó Porfirio Optaciano, poeta latino. Después, en el siglo IX, un Arzobispo de Maguncia hizo versos de esta clase en alabanza de la Cruz; y Abbon, Abad de Fleuri, que floreció por los años de 1000, escribió una carta acróstica que puede verse en la Biblioteca latina de Fabricio (libro IV, cap. I). En Castilla se encuentra ya alguna idea de esta manera de componer corriendo el siglo XII, en el Código de las Siete Partidas, cuyas primeras letras reunidas componen el nombre de Alfonso, que fue el Rey que las escribió o mandó escribirlas. Dícese que los poetas provenzales versificaron también por este estilo, y después los imitaron los poetas castellanos. Unos versos acrósticos, colocados al frente de la tragicomedia de la Celestina, nos informan de que el autor que la concluyó fue Fernando de Rojas, natural de Montalván. En el Cancionero general portugués de García de Resenda, impreso en Lisboa, año de 1516, por Hernán de Campos, bombardero del Rey de Portugal, hay ocho trovas portuguesas, en cada una de las cuales las primeras letras dicen Fernando, y siguen otras ocho castellanas, y en cada una de ellas las iniciales forman el nombre de Elisabel (folio 28). En el Cancionero general castellano se lee una octava de arte mayor de Luis de Tovar, que probablemente se hallaba con la misma dificultad que el Bachiller Carrasco, porque a la cuenta le sobraba alguna letra, y hubo de embeberla, como pensaba hacer también el Bachiller; las iniciales dicen Francina, y el nombre sería Francisca. Tiene además otra particularidad, y es que en el cuerpo de cada verso se incluye el nombre de otra dama, siendo los nombres nueve entre todos. En esta forma:

Feroz sin consuelo y sañuda dama,
Remedía el trabajo a nadie creedero,
A quien le siguió martirio tan fiero,
No seas león o reina, pues t′ama.
Cien males se doblan cada hora en que pene.
Y en ti de tal guisa beldad pues se asienta
No seas cruel en a dar afrenta
Al que por tu amor ya vida no tiene.

Si la composición que pedía Don Quijote no había de ser mejor que la precedente, poco sé perdió en que el Bachiller no la hiciera.
En los Libros de Fortuna de Amor, de Antonio de Lofraso, se encuentra una larga composición acróstica, de que hablamos en las notas al capítulo VI de la primera parte. A la misma ostentación de ingenio se aspiraba en las composiciones de ecos y en las glosas, otro género de composición que fue muy común en nuestra antigua poesía, y en las justas poéticas a cuyos juguetes y travesuras se prestaba maravillosamente la riqueza y flexibilidad del habla castellana; pero estos esfuerzos del ingenio puesto en tortura son de mal gusto, y no tienen otro mérito, cuando alguno tienen, que el de la dificultad vencida, a la manera de los volatines, cuando atados de pies y manos dan vueltas y hacen figuras deformes y desgarbadas. Los poetas clásicos antiguos ni modernos no se ejercitaron en este género, y Cervantes en esta ocasión quiso, según trazas, burlarse de aquella clase de composiciones, y de la estéril laboriosidad de los que las fabricaban.




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N-2,4,22. Ardua empresa sería designar ahora, ya después de más de dos siglos, quiénes eran estos autores privilegiados que el nuestro quiso indicar aquí como príncipes de la poesía española. El erudito don Gregorio Mayans, en la Vida que escribió de Cervantes (núm. 168) pensó que tres eran: don Alonso de Ercilla, autor de La Araucana; Juan Rufo, jurado de Córdoba, autor de La Austríada, y el capitán Cristóbal de Virués, del Monserrate. Fúndase en que en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote dijo el Cura de estos tres libros que eran los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia. Guárdense, añadió, como las más ricas prendas de poesía que tiene España. En el medio añadió a los tres, conjetura Mayans que pudo Cervantes designarse a sí mismo modestamente por medio poeta, puesto que en el capítulo XXII de la primera parte, hablándose de un soneto suyo, le había calificado de razonable poeta Don Quijote. Pero la explicación de Mayans, aunque tiene alguna apariencia, no satisface enteramente, porque ni la rebaja del medio basta para salvar las leyes de la modestia, cuando por ella misma se declara que todos los demás alumnos del Parnaso castellano no llegan ni aun a semipoetas, ni la calidad de los tres principales se ciñe a la clase de escritores en verso heroico, de que únicamente se habló en el famoso Escrutinio, Siendo así que en el lugar presente se habla de todos los que escriben versos, incluso los acrósticos.
Si ahora en nuestra edad es más difícil que entonces designar los tres poetas y medio que indicó el Bachiller, en aquel tiempo quizá hubiera sido más peligroso que ahora. Decía Horacio en una de sus epístolas (lib. I, epístola I):

Multa fero ut placem genus irritabile vatum.

Y ¿quién hubiera tenido bastante osadía para dar palmas y preferencia a algunos entre los innumerables poetas que florecieron en España por aquel tiempo? Cervantes, que elogió sin economía a muchos de ellos siendo joven en el Canto de Calíope (Galatea, lib. VI), y siendo viejo en el Viaje al Parnaso, se había abstenido de colocar a nadie en un grado que pudiese ofender a los otros. Sólo en el último Capítulo del Viaje cuenta que repartió Apolo nueve coronas:

Tres a mi parecer de las más bellas
a Parténope sé que se enviaron,
y fue Mercurio el que partió con ellas.

Serían (no hay duda) para los dos hermanos Argensolas y don Francisco de Quevedo, que a la sazón se hallaban en Nápoles, y de quienes en la relación anterior había hecho mención especial y Sumamente honorífica Cervantes. Otras tres coronas repartió Apolo entre los poetas que se hallaban presentes en el Parnaso; y

Tres cupieron a España, y tres divinos
poetas se adornaron la cabeza,
de tanta gloria justamente dinos.

En estos últimos se indicaron al parecer Francisco de Figueroa, Francisco de Aldana y Hernando de Herrera, a los cuales asignó su edad el renombre de divinos, como dijo el mismo Cervantes en las Ordenanzas de los poetas que añadió al Viaje al Parnaso. Pero nada de esto alcanza a explicar nuestro texto.
Lope de Vega, en su Laurel de Apolo, obra dirigida al Almirante de Castilla don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, fingió que Apolo había convocado a los valles de Helicona a todos los poetas castellanos sin excepción.

Para dar laurel al que por votos
de amor, de envidia y de interés remotos.
partes tuviese y méritos mayores
con que a la gloria del laurel llegase.

Y después de haber hecho en diez silvas o cantos una larguísima reseña de poetas en que se prodigaron a manos llenas los más exagerados encomios, al llegar al punto de la dificultad, que era el de señalar el Archipoeta, se encogió de hombros y salió del compromiso contando que Apolo envió el laurel al Rey don Felipe IV

…porque él le diese
al que mejor ingenio presumiese.

Y aquí dio fin Lope de Vega a su relación, sin decir si el Rey adjudicó o no el laurel; es de presumir que el pleito quedó indeciso, como quedará también para siempre la explicación del enigma del Bachiller Carrasco.




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N-2,4,23. Algunas páginas antes, en este mismo capítulo, se dijo que Don Quijote había determinado hacer otra salida de allí a tres o cuatro días; pero, en fin, pudo mudar de propósito y dilatarla ahora hasta los ocho, sin que entre lo uno y lo otro hubiese contradicción. Con lo que la hay es con lo que manifiesta Sancho a su mujer en el capítulo siguiente, donde a pesar de que acababa de presenciar la conversación de Don Quijote y el Bachiller, dice sólo que faltaban tres días; y aun al fin del capítulo VI se expresa que fueron tres los días que pasaron hasta la marcha.
Añádese en el presente lugar que Carrasco se despidió de Don Quijote encargándole que de todos sus buenos o malos sucesos le avisase, habiendo comodidad. Este encargo era propio de quien se despidiese por última vez o en el acto de la partida; mas no del Bachiller, que en el espacio de los ocho días que faltaban había de ver, como en efecto vio, a Don Quijote otras veces.

{{5}}Capítulo V. De la discreta y graciosa plática que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza, y otros sucesos dignos de felice recordación


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N-2,5,1"> 3352.
Prometer ¿¿quién? Mejor hubiera sido esperar. La diferencia está en que el verbo esperar no admite el refuerzo del pronombre personal de que se habló en una nota al capítulo XLVI de la primera parte; y así esperarse, necesariamente es, por explicarme así, voz pasiva, y prometerse no está en el mismo caso. Para conservar el verbo prometer era necesario expresar la persona, y decir: otro estilo del que nadie se podía prometer de su corto ingenio o del que podía prometer su corto ingenio.





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N-2,5,2. La esperanza no era de pensar, sino de hallar; sobra la palabra pensar.
Esta hubiera sido la ocasión de que Sancho hablase de la famosa libranza pollinesca que le otorgó su amo en Sierra Morena, y que no vuelve a nombrarse en la fábula. Parecía natural que la mencionase Sancho al contar las ventajas que había sacado de su profesión de escudero, porque de su carácter codicioso no era de presumir que se le hubiese olvidado. Pero a quien realmente se le olvidó, fue a Cervantes.




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N-2,5,3. Ordinariamente se dice del aparato de las embarcaciones: Sancho lo aplica aquí al de su asno. Dicen que es palabra de la latina sarcina, y por eso escribían nuestros mayores xarcias por la misma razón que escribían xabón derivado de sapo y páxaro, derivado de passer.





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N-2,5,4. Y aun con personas invisibles, como le acaeció a don Clarineo, hermano de Belianís, en la cueva encantada del Bosque de Troya (Belianís, lib. I, cap. LXIV).
Decía Sancho a Teresa que él y su amo iban a tener dares y tomares, esto es, riñas y contiendas con gigantes y monstruos. En las notas al capítulo XXXI de la primera parte se indicó el origen de las palabras endriago y vestiglo; esta última se encuentra usada, no sólo en La gran conquista de Ultramar, obra perteneciente al reinado de Don Alfonso el Sabio, sino también en el Fuero-Juzgo, traducido en el de su padre San Fernando. ---Pertenecen a estas clases de alimañas el endriago de la isla del Diablo, que murió a manos de Amadís de Gaula; el Cabalión de la parte tercera de don Florisel de Niquea, la brava y espantable bestia Leouza, llamada así porque participaba de león y de onza, que guardaba el estudio del mágico Gandistines y fue vencida y muerta por don Rogel de Grecia, con otros infinitos monstruos descritos en nuestros libros de Caballerías. Silbo es de culebras, rugido de leones, bramido de toros, y baladro es en general, sonido pavoroso y espantable; unas veces se dijo de los gigantes y otras de bestias fieras y monstruosas. De ambos casos se pusieron ejemplos en las notas a la Canción desesperada del pastor Grisóstomo. --- Flores de cantueso, como si dijéramos, cosas de poca entidad, frioleras. Viene a ser lo mismo que tortas y pan pintado, expresión proverbial de que hemos hablado en otra ocasión.




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N-2,5,5. Equívoco satírico y demasiado agudo y sutil para puesto en boca de Teresa.




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N-2,5,6. Esto es, hecho clérigo. Abad ya se dijo otra vez que es nombre que solía darse a cualquier sacerdote. ---Habla aquí Teresa de sus dos hijos, el varón del mismo nombre que su padre y la hembra llamada aquí Marisancha y en otras partes Sanchica, como suele suceder entre nosotros, donde es común suponerse y omitirse el nombre de María, cuando es el primero, y expresarse sólo el segundo.




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N-2,5,7. Llega parece errata por lleva.---- Algo que, modismo tomado de la riquísima mina del habla familiar castellana. Quiere decir si llego a tener algún gobierno, aunque no sea de los más pingÜes y lucrativos, tengo de casar a Marisancha tan altamente que no la alcancen sino con llamarle señoría. Alcancen se refiere a altamente, y está bien seguida la metáfora. El lenguaje de marido y mujer en la presente conversación es rústico, pero muy consiguiente y ajustado al carácter de ambos.




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N-2,5,8. Zuecos, calzado de madera usado de gente pobre, especialmente en los países de muchas nieves y hielo. --- Chapín era calzado de señoras y mujeres principales: tenía las suelas de Corcho, y servia para defender de la humedad. Con ello se aspiraba también a hacer mayor la estatura, como se ve por el tratado contra la demasía de vestir y calzar, escrito por don Fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada (cap. XXI). --- Saya parda de catorceno: saya del color de la lana y de paño basto, en cuya urdimbre entran pocos hilos. Los veinticuatrenos de Segovia se contaban entre los más finos, Según Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana, artículo Velarte). --- Saboyanas: traje señoril, de cuyo nombre puede deducirse que vino de Saboya a España. Antonio de Torquemada, autor de los Coloquios satíricos (lo fue también de la Historia de don Olivante de Laura), cuenta las saboyanas entre los trajes de lucimiento y de lujo que usaban las mujeres a mediados del siglo XVI (Coloquio de los vestidos, folio 107): pero ya de mucho antes era conocido en Castilla, pues, el bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, médico del Rey don Juan el I, refiriendo la ceremonia del bautizo del Príncipe don Enrique, en enero de 1425, dice que doña Juana de Mendoza, mujer del Almirante, una de las madrinas, sacó una saboyana ceñida, de medio raso pardo con vivos de armiños, y tomados de verde. Del verdugado se hablará en otro lugar.




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N-2,5,9. Palabras compuestas que indican la ocupación ordinaria de la gente aldeana, el marido arando y la mujer hilando. De esta clase hay muchas en la lengua castellana, que en sus principios fueron burlescas, metafóricas o fácilmente formables, y después, con el uso llegaron a ser parte del caudal de la lengua, como matasiete, rompesquinas, tragaldabas, pinchauvas, urdemalas. Lo mismo digo de condesil y pazpuerca, que se encuentran después en la continuación del diálogo. Esta facilidad de formar palabras nuevas de las ya recibidas, es un punto de semejanza de nuestra lengua con la griega; en castellano las tenemos con mucha abundancia para el estilo familiar y jocoso. Las hay también que se forman de los verbos y la palabra medio, significando la acción imperfecta, como medio-hombre, medio-matar, medio-leer; y otras ponderan con las partículas más que, como más-que-humana, más-que-dudosa; otras disminuyen con casi o casi que, o asimilan como como o como que: añádanse infinitos verbales en able, ible, ción y ento; los negativos frecuentativos y privativos; los aumentativos y diminutivos de diversas formas y hechuras, y se descubrirá una mina sin fondo de palabras fácilmente formables, que, sin ser del idioma fijo ni hallarse en los diccionarios, no dejan de pertenecer al lenguaje y enriquecerlo sin limites conocidos.




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N-2,5,10. Nombre aldeano y ridículo, porque tocho es lo mismo que fatuo zoquete, y es palabra antigua que tiene artículo en el Tesoro, de Covarrubias, y fue usada por el Arcipreste de Hita. Todavía es más gracioso cuando algo más adelante dice Sancho a Teresa Ven acá, mujer de Barrabás, porque era llamarse Barrabás a sí mismo. La expresión es común, pero en boca de Sancho tiene el chiste que no tendría en la de otro.




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N-2,5,11. Voz anticuada; significa lo mismo que animal. Es frecuente en el Fuero Juzgo castellano. Después la usó también el Arcipreste de Hita (copla 64):

Omes, aves, animalias, toda bestia de cueva
quieren segund natura compaña siempre nueva.

En el Doctrinal de Caballeros (lib. I, título II) se encarga que el caballo, además de otras cualidades, tenga también la de venir de buena raza; ca esta, dice, es la animalia del mundo que mas responde a su natura. --- Amadís de Gaula, cuenta su historia (cap. CXXVII), acordó con Grasandor que... saliesen a correr monte…… e salían con sus monteros e canes fuera de la ínsula (Firme) que había los mejores montes e riberas llenos de osos y puercos y venados e otras muchas animalias a veces de río.
El arcaísmo animalia está bien en boca de Sancho, porque la gente rústica, según ya se ha observado en alguna otra ocasión, es más tenaz de los vocablos y usos antiguos que la ciudadadana. ---animalia es anagrama de alimania, y de aquí alimaña como se dijo en las notas al capítulo L de la primera parte.




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N-2,5,12. Sacar el pie del lodo es sacar de apuros, sacar del estado de oscuridad y estrechez al de prosperidad y fortuna. En el capítulo XXV de la primera parte se empleó en el mismo sentido la expresión sacar la barba del lodo.





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N-2,5,13. Alcatifas son alfombras, arambeles tapices, arrequives o requives son guarniciones o adornos de los vestidos, como se ve a cada paso en las pragmáticas de trajes del siglo XVI. En la comedia La enemiga favorable, del Canónigo Tárraga, dice el Príncipe Belisardo al Conde Polidoro en el acto I:

Los estados que tenemos
son arrequives prestados;
pues, Conde, a los que valemos
no nos hacen los estados,
que nosotros los hacemos.




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N-2,5,14. Así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos. Esto se lee en la primera parte, capítulo LI. Lo mismo se usa actualmente en muchos países de Europa; en España, de algún tiempo a esta parte, las señoras suelen añadir al apellido de su familia el de sus maridos, pero en segundo lugar.




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N-2,5,15. Teresa estaba tan informada de lo que era íínsula como la sobrina de Don Quijote, cuando en el capítulo I preguntaba a Sancho si era cosa de comer.





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N-2,5,16. Familiar, según las preocupaciones vulgares, muy comunes en otros tiempos, era nombre que se daba al demonio que bajo ciertos pactos se ponía a servir a alguna persona, como el que se atribuía a don Enrique de Aragón, Marqués de Villena, el astrólogo o nigromántico, caballero castellano del siglo XV o como el que don Cleofás Leandro Pérez Zambullo descubrió en el desván de un astrólogo que lo tenía metido en una botella, y después hizo tantas travesuras bajo el nombre de Diablo cojuelo, según refiere su historia escrita por Luis Vélez de Guevara. Los que daban crédito a estas patrañas creían que los familiares iban por lo ordinario encerrados en los anillos de sus amos, aunque en esto había muchas excepciones. Tan ridículas creencias venían de la gentilidad, donde se habló ya del demonio familiar de Sócrates, dando asunto a los libros que sobre ello escribieron Apuleyo y Plutarco. Hácese también mención de familiares en los libros caballerescos. El mágico Furión llevaba al cuello un joyel con una rica piedra, donde tenía metido un espíritu, que allende de su saber le decía todo (Policisne de Boecia, cap. XXXVI). Su mujer, Almandroga, que también era mágica, celosa de él, le quitó por engaño la joya, lo envenenó, y de esta suerte le quitó la vida. En la historia de don Belianís de Grecia (lib. I, cap. XLVII) se cuenta el diálogo que el sabio Fristón tuvo con uno de sus familiares, llamado Balurtano, para ordenar cierta aventura a favor de su ahijado el Príncipe de Persia Perianeo.




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N-2,5,17. Recuerda esta expresión la de la fingida Dulcinea en la aventura del Bosque encantado, de que se hablará en el progreso de la fábula (capítulo XXXV), cuando decía a Sancho: si te mandaran, ladrón desuellacaras, que te arrojaras de una alta torre al suelo, etc. ---En la mención que sigue de la Infanta doña Urraca se hace referencia a los romances castellanos donde se contaba el despecho de aquella Princesa al saber que su padre don Fernando I, Rey de Castilla, repartiendo los reinos entre sus hijos, no le dejaba nada a ella:

Morir os queredes, padre;
Sant Miguel os haya el alma:
mandastes las vuestras tierras
a quien bien se os antojara:
a don Sancho a Castilla,
Castilla la bien nombrada:
a don Alfonso a León,
y a don García a Vizcaya;
a mí, porque soy mujer,
dejaisme desheredada.
Irme he por esas tierras
como una mujer errada,
y este mi cuerpo daría
a quien bien se me antojara,
a los moros por dinero,
y a los cristianos de gracia.
De lo que ganar pudiere
haré bien por la vuestra alma.
Allí preguntara el Rey:
¿quién es esa que aquí habla?...
Calledes, hija, calledes,
no digades tal palabra...
Allá en Castilla la Vieja
un rincón se me olvidaba;
Zamora había por nombre:
Zamora la bien cercada...
Quien os la tomare, hija,
la mi maldición le caiga.
Todos dicen amen, amen,
sino don Sancho, que calla.

Menos viejo parece el otro romance sobre lo mismo que incluyó en la colección de Pedro de Flores (parte II, fol. 83):

Acabando el Rey Fernando
de distribuir sus tierras,
por la sala, triste y sola,
de negro luto cubierta, la olvidada Infanta Urraca,
vertiendo lágrimas entra.
Delante su padre el Rey,
de hinojos ante la cama,
las manos le pide y besa.
En traje de peregrina
partiré, mas faced cuenta
sin varón y sin facienda. Si tierras no me dejáis, yo me iré a las ajenas. En la colección de romances del Cid se incluyeron dos sobre el mismo asunto: el autor, según las apariencias tuvo presente los anteriores:

Acababa el Rey Fernando
de distribuir sus tierras,
cercano para la muerte
que le amenaza de cerca...
La olvidada Infanta Urraca,
vertiendo lágrimas entra...
A Alfonso, Sancho y García,
que están en vuestra presencia,
dejáis todos los haberes,
y de mí non se vos lembra...
Si tierras no me dejáis,
iréme por las ajenas,
y por cubrir vuestro tuerto
negará ser hija vuestra.
En traje de peregrina
pobre iré, mas faced cuenta
que las romeras a veces
suelen fincar en rameras.

Y la responde su padre, el Rey don Fernando, en el romance siguiente:

Dices que a tierras ajenas
te irás, pero no me espanta
que la que se va de lengua
a ser infame se vaya.
No quiero dejarte pobre,
porque lo dicho non fagas...
Por tuya dejo a Zamora
bien guarnida y torreada...
A quien te quite a Zamora
la mi maldición le caiga. Todos responden, amen,
sino don Sancho, que calla.




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N-2,5,18. Chantar, voz familiar anticuada, es lo mismo que plantar o poner. En las palabras siguientes: y te la saco de los rastrojos, alude Sancho a las costumbres de ir las muchachas pobres a espigar en los rastrojos por la siega.
Poner en toldo y peona es poner en paraje de elevación y autoridad, como si dijera sobre tarima y bajo dosel. Sigue Sancho jugando con el equívoco de almohadas, cojines de que se formaban los estrados de las señoras principales, y Almohades, familia o dinastía de Reyes moros de áfrica que sucedió a la de los Almoravides en el siglo XI de nuestra era y dominó también en España. Belludo es terciopelo o felpa.




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N-2,5,19. Don Agustín Montiano en la aprobación que dio del Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda, al que manifestó un aprecio poco merecido, bien que sin dejar de calificar de clarísimo entendimiento al de Cervantes, notó ya la discreción excesiva con que algunas veces se hace hablar a nuestro escudero. El mismo Cervantes hubo también de conocerlo, y aquí y en otros dos pasajes anteriores de este capítulo trata de excusarlo. No fue menos culto y sutil el modo de hablar de Sancho en otros pasajes de la fábula y, sin embargo, no se esfuerza ni repite tanto la salva que aquí se hace. Por el contrario, en algunas ocasiones, como en la conversión con su amo y el Bachiller, que se refiere en el capítulo VI de esta segunda parte, el lenguaje de Sancho es pastoril y rústico en demasía. En fin, por lo que toca a las ideas y al discurso, pudieron las luces y el ingenio natural suplir hasta cierto punto la falta de cultura en Sancho, pero no pudieron hacerlo erudito. ¿De dónde podía venirle la noticia de los Almohades de Marruecos que dijo arriba, ni de la liberalidad de Alejandro de que habló en otra parte? (parte I, cap. LI).




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N-2,5,20. Las ediciones anteriores, copiando las primitivas, habían puesto siempre lo dejó el padre. Pellicer en la suya corrigió lo dijo el padre: con lo cual, y con rectificar la puntuación de la cláusula, le restituyó el sentido, de que había carecido hasta entonces. Es una de las enmiendas más felices que hizo Pellicer en el texto, y la adoptó, como era justo, la Academia Española.
Nótese que Cervantes, movido sin duda, por la consideración que se insinuó arriba de lo sobrado culto y sentencioso del lenguaje que en este capítulo gasta Sancho, trata de disminuir la inverosimilitud, atribuyéndolo al padre predicador de la anterior cuaresma, sin dar a Sancho más parte que la de repetirlo.




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N-2,5,21. Lenguaje incorrecto. Mejor: sino que re vendaran lo que es, excepto los invidiosos, de quienes ninguna próspera fortuna está segura.





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N-2,5,22. Hace aquí nuestro escudero el papel del censor culto y reprochador de voquibles que antes había tildado en el Bachiller Sansón. El lector, si lo recuerda, no podrá menos de reírse; y se reirá más, si lo tiene presente después, cuando en el capítulo VI oiga a Sancho decir por relucida por reducida, y fócil por dócil.





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N-2,5,23. Continúa Teresa dando muestras de que no tiene idea de lo que su marido llama gobierno, como antes, cuando dijo: idos a ser gobierno o íínsulo. Sancho, sin detenerse a explicárselo, le contesta que en siendo gobernador, enviará a buscar a su hijo por la posta, expresión familiar, lo mismo que al instante.





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N-2,5,24. Palmito, planta silvestre común en nuestras costas del Mediterráneo, cuyo cogollo está revestido de muchas pencas sumamente apretadas entre sí, y envueltas también con varios tejidos reticulares y fuertes, de manera que cuesta considerable tiempo y trabajo llegar a descubrir el cogollo; éste es dulce y se come; de las extremidades de las hojas, después de secas, se hacen las escobas de palma. La comparación es significativa y oportunísima para quien haya visto un palmito, pero dificulto que lo hubiese visto Teresa, usaría de la comparación como proverbial, y como tal la cita Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana.
Teresa habla siempre de vos a Sancho. Sancho le habla unas veces de vos y otras de tú. O fue inconsecuencia del escritor, o estilo propio de aquel tiempo e indicio de la superioridad del varón.




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N-2,5,25. Ni concuerdan nacemos y sus. Debió decir: con esta carga nacemos las mujeres de estar obedientes a nuestros maridos; o nacen las mujeres con la carga de estar obedientes a sus maridos.
Pellicer observó ya sobre el presente capítulo, que el célebre dramático francés Moliére imitó el diálogo de Sancho y Teresa en su comedia Le bourgeois gentilhomme, así como Corneille se había aprovechado del Cid de don Guillén de Castro y del Mentiroso, de Lope de Vega.

{ 6}}Capítulo VI. De lo que le pasó a Don Quijote con su sobrina y con su ama, y es uno de los importantes capítulos de toda la historia


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N-2,6,1"> 3377.
Expresión proverbial que alude a lo de vox clamantis in deserto del Evangelio, de donde hubo de tomarse. Es el surtidis carnere de los latinos.
Majar o machacar en hierro frío; otra expresión proverbial, trabajar inútilmente, como lo seria lavar a un negro, de donde los latinos explicaron el mismo pensamiento con la expresión 以m>峨iopem lavare.





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N-2,6,2. Locución nacida de la creencia vulgar de que las ánimas de los difuntos, y especialmente la de los malvados insignes, suelen padecer en ciertos Sitios que infestan con sus apariciones y lamentos. El origen de esta creencia no es moderno. Suetonio habla de los espectros que inquietaban a los jardineros de Calígula después de su muerte, y los ruidos y terrores que se experimentaban durante la noche en la casa donde fue asesinado.
Metafóricamente se llama áánima en pena, dice Covarrubias en su Tesoro, al que anda solo y escondido, triste y melancólico.




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N-2,6,3. Las armas con que se concertó el combate entre Tirante el Blanco y don Quirieleison de Montalván, fueron hacha de siete palmos de larga, espada de cuatro palmos y medio del pomo a la punta, y puñal de dos palmos y medio (Tirante, parte I, cap. XXVI). En el discurso en que el ermitaño explicó al mismo Tirante las excelencias y las obligaciones del caballero, se contaron como armas propias de éste la lanza y la espada; ésta se califica de la más noble y digna, y se dan misteriosas explicaciones del pomo, cruz, filos y punta de la espada, así como del caballo y de las espuelas (Ib., cap. XV). Los jueces y padrinos de los duelos o desafíos examinaban cuidadosamente las calidades y circunstancias de las armas de los que combatían para que ninguno lo hiciese con ventaja; debían mirar si las armas eran iguales, si las defensivas estaban claveteadas con clavos de plomo o de estaño, si los cordones de seda con que se ligaba el bacinete tenían alambre debajo de la seda (Figueroa, Plaza universal, discurso 70). Se partía el sol, esto es, se colocaba a los combatientes de modo que el sol no ofendiese ni favoreciese más a uno que a otro. En las justas y torneos, una de las circunstancias que examinaban los jueces era si los gigantes iban atados a la silla para no ser derribados en los encuentros (Ducange, Disertación VI sobre la historia de San Luis, por Joinville). Otro de los engaños que se habían de precaver era que se usase de hechizos en los retos y desafíos. En la pragmática de duelos hecha por Felipe el Hermoso. Rey de Francia, el año de 1306, se prescribió que los caballeros, antes de combatirse, jurasen por esta fórmula: Je n′′ay ne entends porter sur moy ne sur mon cheval paroles pierres herbes, charmes, charois, conjurations ne compactions, invocations d′′ennemis, me nulle autre chose, ou je aye esperance qu′′il me puise ayder me àà lui nuire (El mismo, Glorasio, art. « Duellum »). La prohibición se extendía igualmente a los que hacían de campeones en las pruebas de las causas criminales (El mismo art. "Campiones"), en las que la ignorancia y rudeza de aquellos siglos deba lugar a estos groseros artificios. Acostumbraban también los caballeros llevar reliquias, en que afianzaban la esperanza de la victoria, y esto se miraba como una de las ventajas prohibidas para los desafíos. En los libros caballerescos se copiaron las mencionadas costumbres, que realmente lo eran en los tiempos de la Caballería. De Tirante se cuenta que llevaba siempre consigo un fragmento de la verdadera cruz en un relicario, y sobre él hizo que Carmesina le renovase la palabra de ser su esposa (parte II de su historia). Teniendo Amadís de Gaula que pelear con Ardán Canileo, se quedó a dormir en la cámara del Rey Lisuarte, y luego a la media noche se levantó sin decir cosa ninguna, y fuese a la capilla, y despertando al capellán se confesó con él de todos sus pecados, y estuvieron entrambos haciendo oración ante el altar de la Virgen María, rogándole que fuese su abogada en aquella batalla. Y el alba venida…… antes que la loriga vistiese, vino Mabilia, y echóle al cuello unas reliquias guarnidas en oro que le enviaba Oriana (Amadís de Gaula, cap. LXI). La misma diligencia hizo la doncella Alquifa con Lisuarte de Grecia al salir a combatirse con el Rey de la ínsula Gigante, echándole al cuello unas reliquias que le enviaba su madre la Emperatriz Leonorina (Lisuarte de Grecia, capítulo XLV). Yendo a salir el Caballero de Cupido para pelear con el Rey de Epiro, que tenía sitiada a la Reina de Hircania, oyó misa; luego le armaron la Reina y la hermosa Infanta Espinela su hermana, y ésta le puso al cuello joyel con reliquias, diciendo: aquestas santas reliquias llevaréis por mi amor en esta presente y peligrosa aventura. (Caballero de la Cruz, libro I, cap. LVII). Finalmente, en la historia de don Belianís se cuenta que estando dormido en su tienda junto a la ciudad de Londres en el bosque de la Cierva, la Princesa Claristea le quitó del cuello un relicario que solía llevar siempre, y se lo envió al día siguiente con una de sus doncellas (Belianís, lib. II, capítulos XVI y XVII).




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N-2,6,4. El endemoniado Fauno que se describe en el Espejo de Príncipes y Caballeros (parte I, lib. II, cap. XV) tenia en la boca el horno que tenían en los ojos los gigantes de Don Quijote. Yendo en su busca el Caballero del Febo, y no queriendo manchar la espada con su sangre, se armó de un tronco de roble, que era tan grueso y pesado, que hubiera muchos caballeros que no tuvieran fuerza para lo levantar de tierra. Presentaba el Fauno una figura tan espantable, que no hay humano entendimiento que notarlo pueda... A vueltas del fuego le salían de la boca tanta infinidad de demonios en figura de hombres armados, que el infierno todo parescía estar allí junto. El Caballero del Febo peleó con un escuadrón de más de doscientos de ellos, poniéndolos en fuga a garrotazos. En esto, el Fauno vomitó otra legión de demonios en figura de gigantes con grandes y formidables mazas de acero; pero dando en ellos con su tronco el Caballero del Febo, los obligó a meterse todos por la encendida boca del Fauno. El cual, crugiendo sus descompasados dientes y colmillos, y extendiendo las largas y espantosas uñas, erizaba los ásperos y duras pelos de que era cubierto.., y avivaba el fuego que le salía por la boca, haciendo crecer hasta las nubes las centellas. Tenía en la frente un terrible cuerno, que de un palo le arrancó del casco el Caballero, y después le saltó los sesos con otro.
Y aún no fue bien caído, cuando toda aquella infernal compañía que estaba dentro, a grande priesa comenzaron de salirle por la boca, con tanto fuego, que todos parescían arderse; y en un punto el claro sol que hacía se anubló, y el aire se oscureció de suerte que toda la ínsula parecía de noche. Y junto con esto comienzan unos truenos y relámpagos con un ruido tan temeroso, que las cielos y la tierra parecían hundirse. Y parecíanle al buen caballero muchos vestiglos y visajes infernales. Pasada esta tormenta, el día comenzó a abrirse. Y en poco rato quedó todo claro, y el sol como antes sin parecer otra cosa en toda la ínsula sino el buen caballero junto al Fauno, que ya estaba del todo muerto.





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N-2,6,5. Armaduras hechas de conchas y huesos de pescados y de serpientes; de todo hay ejemplos en la biblioteca caballeresca.
Caminando don Artisel por la ínsula del Llanto en seguimiento de una doncella, se entró hasta el patio de un castillo; y

Salió un feroz gigante todo armado
de conchas de serpiente y bien cubierto,
un ojo solo como luna abierto.

Trabada la pelea, don Artisel

Tiróle un golpe, y a la concha dura
vino a acertar por medio la cintura.
Salta la espada cual si en peña diera,
y pensó que se hubiese en dos quebrado.

(Celidón de Iberia, canto l0.)

Según se refiere en la historia de Esplandián, las amazonas negras que asistieron al sitio de Constantinopla en auxilio de los turcos, llevaban ante sus pechos unas medias calaveras de pescados, que todo lo más del cuerpo les cubrían. y eran tan recias, que ninguna arma las podía pasar (cap. CLVII). Del jayán Bravorante cuenta el Espejo de Príncipes y Caballeros que en siendo de catorce años, hizo hacer unas armas de las quijadas de un ballenato, cuya fortaleza es igual al más fino diamante (parte IV, lib. I, cap. I). Las corazas del gigante Grandomo, de quien se habla en la historia de don Policisne de Boecia, eran de costillas de ballena; en la cabeza llevaba una calavera del mismo cetáceo con clavos muy fuertes de acero (Policisne, cap. XLI).
Don Olivante de Laura peleó una vez con un monstruo marino, medio hombre y medio pescado, cuya estatura era mayor que la del mayor gigante del mundo: la cabeza muy grande; de la frente le salían dos cuernos retorcidos que tornaban las puntas atrás sobre el colodrillo. Tenía los ojos como dos espejos salidos afuera y encarnizados; la nariz muy ancha, con unas ventanas muy abiertas, y la boca tan grande que llegaba de una oreja a la otra. De la boca le salían dos colmillos de abajo para arriba, y otros dos de arriba pata abajo, poco menores que los elefantes los tienen. El pescuezo muy grueso y muy corto…… tenía sobre las espaldas nacida una concha a manera de escudo que todas se las cubría; y el pecho y barriga con los brazos hasta los codos cubiertos de otras conchas menudas que todas las meneaba. Lo que le quedaba de los brazos y las piernas de las rodillas abajo tenía cubierto de un bello muy largo y negro como salvaje... Debajo de la concha de las espaldas le nacían dos alas pequeñas..., las manos y pies tenían muy grandes con uñas de grandeza de un palmo y muy agudas. En lugar de la habla daba unos temerosos y muy roncos aullidos y baladros. Traía por armas una concha de pescado, mayor que la que tenía en las espaldas, y un bastón hecho de un grande árbol ñudoso, solamente quitadas las ramas, con el cual parecía imposible acertar ningún golpe por pequeño que fuese, que no matase a quien debajo hallase. A pesar de todo, Olivante embistió con él, y acertándole con la espada en la concha de las espaldas, tan recio tomó a resucitar para arriba como si en una piedra muy dura diera. Al cabo venció Olivante, y el monstruo huyó zambuyéndose mal herido en el mar. Volvió después a salir y a pelear con Olivante, quien hiriéndole y teniéndole a punto de muerte, le perdonó la vida; y junto con otro caballero a quien también le había perdonado antes, lo envió a la corte del Emperador de Constantinopla a presentar a la Princesa Lucenda, para que hiciese de ellos a su talante. Llamábase el monstruo Bufalón el Espantable, y era hijo de una dueña y un monstruo marino (Olivante de Laura, lib. I, caps. I, I y II).




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N-2,6,6. Don Quijote, que siempre hablaba de buena fe habría visto sin duda los gigantes, los cuchillos damasquinos y las porras ferradas en algunos de aquellos arrebatos de que hablaba su sobrina cuando en el capítulo V de la primera parte decía al Barbero: Sepa, señor Maese Nicolás, que muchas veces le aconteció a mi señor tío estarse leyendo en esos desalmados libros de desventuras dos días con sus noches, al cabo de los cuales arrojaba el libro de las manos y ponía mano a la espada, y andaba a cuchilladas en las paredes; y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decía que era sangre de las feridas que había recibido en la batalla; y bebíase luego un gran jarro de agua fría, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosísima bebida que le había traído el sabio Esquife.
Los originales que copiaba nuestro hidalgo en sus delirios estaban en los libros de Caballería, donde ocurren frecuentemente gigantes armados de mazas y cuchillos. Los caballeros Clarineo y Lucidaner, hallándose en una cueva encantada, oyeron los gemidos de la Infanta Roseliana, que estaba guardada por dos gigantes que traían dos tajantes cuchillos en las manos (Belianís, lib. II, cap. IX). Otras veces llevaban los gigantes porras ferradas con puntas de acero, como los ejemplos que alega Bowle, y como el gigante Llaro, que, según refiere la crónica de don Policisne (cap. XXII), traía una gran maza de hierro muy pesada en el combate que tuvo con Urbín el Lozano; o como el gigante Brandiano, que iba armado de una cruel mazo con muchas y gruesas pelotas de fierro dellas colgadas, con la cual los caballeros y caballos hacía pedazos; pero no se libró de morir a manos de don Belianís de Grecia (Belianís, lib. II, cap. XVI).




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N-2,6,7. Por el valor de Palmerín de Oliva salió victoriosa la Infanta Cerfira contra el Rey su hermano, que quería despojarla de sus estados; y muerto éste, fue proclamado Rey Maulerín, otro hermano de Cerfira (Palmerín de Oliva, cap. CXXVI). Nápoles se vio libre de la armada turquesca que embestía la ciudad por el valor y ardimiento de don Florindo, que entonces era conocido por el nombre de Caballero Extraño (Don Florindo, parte I, cap. XXXIX). Primaleón conservó a su señora Gridonia el ducado de Ormedes contra los esfuerzos de su enemigo el Príncipe de Clarencia, y el reino de Polonia, de que querían despojarla Grestes y Gristamo (Primaleón, cap. CLXXVII). Tristán de Leonís salvó el reino de la Bretaña Menor derrotando y quitando la vida a un Conde, que después de vencer al Rey Huel, lo tenía Sitiado en su capital; otro tanto hizo con el reino de Cornualla; derrotando a Holyas, que tenía asediado al Rey Mares en su misma corte. La Reina de Duron, a quien quería destronar el Rey de Medián, su vecino, imploró el auxilio del Caballero de la Cruz; y éste, penetrando en la ciudad donde estaba sitiada la Reina, desbarató a los sitiadores, los forzó a levantar el asedio, y al cabo venció y prendió al Rey de Medián (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulos XLVI y sigs.). El socorro de Tirante el Blanco libertó la ciudad de Rodas del sitio que le tenía puesto el Soldán del Cairo, obligando a éste a retirarse con gran pérdida (Tirante, parte I, cap. XXXII). Cuenta después su historia las grandes hazañas con que salvó el imperio de Constantinopla de las armas de los infieles, y en premio de las cuales le declaró César y sucesor suyo el Emperador Enrique.




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N-2,6,8. Traje que se ponía a los penitenciados por el Tribunal del Santo Oficio. Era una especie de capotillo o escapulario amarillo con una cruz encarnada en forma de aspa. Según Covarrubias, en el Tesoro de la lengua castellana, es abreviatura de saco bendito, y se llamó así por el saco o silicio bendito que en la antigua iglesia solían dar los Obispos a los penitentes (artículo Saco).





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N-2,6,9. Hubiera sido mejor poner verbos de un mismo régimen para evitar el inconveniente que resulta de lo contrario, y decir: ¿¿es posible que una rapaza... se atreva a reprender y censurar las historias de los caballeros andantes? Igual advertencia hemos hecho otras veces en ocasiones semejantes.




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N-2,6,10. La historia caballeresca suministra las pruebas de esta bondad y cortesía de Amadís. Desafiado por la Reina Calafia, tuvo que combatir; pero contento con defenderse, no quiso sacar la espada, y sólo usó contra la Reina de un trozo de lanza, con el cual la atolondró y rindió. En el discurso de la batalla, manifestando Calaña extrañar su conducta, le contestó Amadís: Reina, yo siempre tuve por estilo servir y ayudar a las mujeres; y si en ti, que lo eres, pusiese arma alguna, merecería perder todo lo hecho pasado (Sergas de Esplandián, capítulo CLXVI).
Esplandián imitó la cortesía y bondad de su padre Amadís. Habiendo hecho prisionera en la toma de la ciudad de Tesifonte a la Infanta Hellaja, que entregada al llanto y a la aflicción se lamentaba amargamente de su desgracia, le hizo mucha honra, la consoló con blandura y le dio libertad, restituyéndola al Rey Anfión de Media, su padre (Ib., cap. CLXXXI).




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N-2,6,11. Follón se dijo del latino follis, fuelle, y significa vano, hinchado, jactancioso. El Poema del Cid, hablando del Conde de Barcelona, dijo (verso 968):

El Conde es muy folón, e dijo una vanidad.

Y Gonzalo de Berceo usó de las palabras follía follonía, por vanidad y arrogancia (Vida de Santo Domingo, coplas 12 y 149).Follón no es lo mismo que felón. Este, según el Glosario de Ducange, equivale a pérfido, traidor, y, por consiguiente, es dictado denigrativo y en extremo injurioso; de él se dijo felonía, que significa perfidia, traición, delito grave y feo, muy distinto de follonía, que sólo es arrogancia o bravata. Fellones llamó a los alemanes de su tiempo nuestro antiguo poeta Juan Lorenzo Segura, autor del Poema de Alejandro. Allí cuenta que en el sepulcro de Darío, que supone dibujado por Apeles, se representaron los caracteres de varias naciones coplas 1.635 y 1.636):

Los pueblos Despanna mucho son ligeros,
parecen los franceses valientes caballeros...
cuernos precian mucho por artes los Bretones...
Engleses son fremosos, de falsos corazones,
lumbardos cobdiciosos, aleimanes fellones.

No es fácil adivinar las causas que movieron la bilis al poeta para tan dura calificación.




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N-2,6,12. Había dicho Don Quijote que unos caballeros eran de oro, y otros de alquimia; esto es, unos de oro verdadero y otros de oro falso; y sobre esto recae oportunamente la alusión a la piedra de toque, con la cual se examina y gradúa la calidad de los metales.
La palabra alquimia tiene dos acepciones: primera, el arte de purificar y transmutar los metales, aplicándolo especialmente al arte de fabricar el oro y de convertir en él otros metales, de que tanto y tan inútilmente se ha escrito. De aquí se llamó alquimistas a los charlatanes que ofrecían hacerlo, y de ellos se habló ya con este nombre en la Partida VI, título IV, ley VI. Otras veces alquimia significa azófar, latón u oro falso que parece verdadero sin serlo; y ésta es la significación que aquí tiene. En ambas acepciones se usa poco la voz alquimia: en la primera se toma siempre en mala parte por la fabulosa crisopeya; y a la verdadera ciencia que enseña el modo de analizar purificar y combinar las substancias minerales animales y vegetales, se le da el nombre de Química.





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N-2,6,13. Pleonasmo. Convino omitir uno u otro.




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N-2,6,14. Las ediciones anteriores ponen constantemente subir en un púlpito e irse a predicar, dos cosas incompatibles, porque lo son subirse al púlpito e irse por las calles. La conjunción debió ser disyuntiva, y así estuvo sin duda en el manuscrito original de Cervantes.




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N-2,6,15. Aquí resolvió la Sobrina la cuestión sobre la diferencia que hay entre caballeros e hidalgos, y que ya indicó Sancho en la conversación con su amo, referida en el capítulo I. Al hidalgo lo constituye la alcurnia; al caballero le acompaña también la riqueza.




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N-2,6,16. Hasta ahora se había leído: habiendo disminuido y aniquilado su principio. Es tan clara la falta que hacia el pronombre para formar sentido, como fue fácil que el impresor omitiese un monosílabo.




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N-2,6,17. La fundó Otmán, que reinó en el Asia Menor entrando el siglo XIV, y había empezado, según se cree vulgarmente, por ser pastor y bandolero. Iguales principios, poco más o menos, se atribuyen al famoso Tamerlán, y los tuvo ciertamente, aunque con menos fortuna, Viriato. En tiempos menos distantes del nuestro, los Médicis empezaron por sacapotras, siguieron por mercaderes y acabaron por Soberanos.




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N-2,6,18. Faraón significaba lo mismo que Rey (Calmet: Disertación sobre la historia de los hebreos), y es nombre que la Sagrada Escritura da en común a los antiquísimos Reyes de Egipto, como si dijera el Rey por excelencia. Así se hacía también con el de Persia entre los griegos. Don Quijote lo usa en este lugar con poca propiedad, como apellido o nombre común de individuos de una misma familia.
Tolomeo, uno de los generales de Alejandro Magno, después de la muerte de éste se apoderó de Egipto, donde reinaron sus descendientes hasta Cleopatra. Casi todos tuvieron el nombre de Tolomeo, aunque con distintos sobrenombres: Tolomeo Filadelfo, el fundador de la famosa biblioteca de Alejandría; Tolomeo Epifanes; Tolomeo Auletes o Flautero, y otros. últimamente los romanos se apoderaron del Egipto y lo redujeron a provincia.
Los Césares de Roma: dióse este nombre a los doce Emperadores que, destruida la república, gobernaron el imperio desde Julio César, el Dictador hasta la muerte de Domiciano e Suetonio escribió sus vidas, uno de los monumentos más apreciables que nos quedan de la historia y de la literatura romana. Nuestro don Diego Saavedra, en la República literaria, llamó a Suetonio varón grande, y dijo que su garnacha estaba tan perfectamente cabada, que quien la quisiese mejorar la gastaría. ---Nada más gracioso que esta disertación pedantesca que Don Quijote dirige a aquellas dos pobres mujeres a quienes, sin haber salido de la Argamasilla, se les habla de los Tolomeos de Egipto, de los Césares de Roma, Y después se les cita versos de Garcilaso.




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N-2,6,19. Por otro nombre proletarios y que pueden decir con la expresión de Horacio (libro I, epist. I), que recuerda la de Cervantes:

Nos numerus sumus et fruges consumere nati.





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N-2,6,20. Palabras de cariño propias de un superior, que, hablando con personas inferiores, se allana a chancearse bondadosamente con ellas.




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N-2,6,21. Bella sentencia, muy conforme al honrado y recto carácter de nuestro hidalgo; y expresión que, mirada bajo otro aspecto, manifiesta la diversidad de sentidos que en ciertos casos puede dar a las palabras su diferente colocación, porque no es lo mismo, en el presente ejemplo, un grande vicioso que un vicioso grande.





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N-2,6,22. Alude a un pasaje del Evangelio de San Mateo contra los hipócritas; sólo que el Evangelio, en lugar de campana (que entonces no había), dice: a trompeta tañida. Poco después hace Don Quijote otra alusión al mismo Evangelio, cuando dice que la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio ancho y espacioso.





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N-2,6,23. Decían las ediciones anteriores: dos caminos hay por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos, en cuya expresión, evidentemente, sobraba uno de los verbos ir y llegar. La Academia Española restituyó felizmente el texto a su pureza: ¡ojalá hubiera hecho lo mismo en otros muchos parajes, que todavía lo necesitan! Hubiéranse de esta suerte evitado reconvenciones sobre defectos que verosímilmente fueron sólo del copiante o del impresor, y excusado varias de nuestras notas.




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N-2,6,24. No fue éste el único lugar en que Cervantes indicó de esta suerte a Garcilaso sin nombrarlo, calificándolo con esto de príncipe de nuestra poesía y poeta castellano por excelencia. Hízolo también en el capítulo VII de esta segunda parte, como veremos. Con el mismo nombre de nuestro poeta castellano designó a Garcilaso don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro, artículo Galatea. A este modo, en la novela del Curioso impertinente, Lotario cita a Ariosto sin más calificación que la de nuestro poeta, suponiéndolo el príncipe de los italianos.
Los versos que se citan después son de la elegía que Garcilaso dirigió al gran Duque de Alba don Fernando, en la muerte de su hermano don Bernardino de Toledo.




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N-2,6,25. Se diría más correctamente, otro coloquio al que no le hace ventaja el pasado. --- Con razón se elogió el coloquio anterior, que, en efecto, es uno de los inimitables, y de los más graciosos de la fábula.

{{7}}Capítulo VI. De lo que pasó don Quijote con su escudero, con otros sucesos famosísimos


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N-2,7,1"> 3402.
El verbo pasar tiene diferente significación, según que es de estado o activo. En el primer caso significa unas veces suceder, como pasan cosas increíbles, otras dejar de ser, como el tiempo y la vida pasan. En el segundo caso, pasar equivale a padecer, conforme a su origen latino, y así se dice pasar pobreza o pasar dolores; otras veces vale tener, come sucede al fin del capítulo I, donde se dice que Don Quijote, el Bachiller y Sancho pasaron un graciosísimo coloquio. Y después, en el capítulo X de esta segunda parte, describiéndose la deliberación que tuvo Sancho consigo mismo sobre entrar o no entrar en el Toboso, se dice: Este soliloquio pasó consigo Sancho. Ninguna de las precedentes acepciones corresponde al verbo pasar en el epígrafe del presente capítulo; aquí es activo y significa tratar, conferenciar, hablar sobre algo; y no me acuerdo de haberlo visto usado así en ninguna otra parte.




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N-2,7,2. Se da burlescamente la calificación de famosísimos a incidentes que pasan dentro del aposento de Don Quijote, sin más interlocutores ni participes que los de casa, Sancho y el Bachiller. El más importante de estos ruidosos y famosísimos acontecimientos fue el ajuste de Sancho para la plaza de escudero.




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N-2,7,3. Don Quijote no las llamaba venturas, sino aventuras, que no es lo mismo; pero el Ama las llamó como convenía a su propósito para añadir lo que sigue.




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N-2,7,4. El Ama atestiguaba con sus gallinas, y el Bachiller admitía el testimonio como se admite el de personas de buena educación o bien criadas, que, aplicado a las gallinas, indicaba que estaban bien alimentadas y mantenidas por el Ama.




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N-2,7,5. Expresión graciosa y oportuna con que el Ama contestaba al encargo que le hacia el Bachiller de que rezase la oración de Santa Apolonia, que pasa por patrona especial de los que padecen dolores de muelas.
Andan en el vulgo y andaban más en tiempo de Cervantes, ciertas oraciones y fórmulas, unas veces en latín, otras en romance, uñas veces rimadas, otras por rimar, a quienes solía darse virtud como talismán peculiar para ciertos efectos, y algunas veces rayaban en lo supersticioso. A esto pertenecían los ensalmos de los curanderos, de los saludadores y aun de las gitanas al decir la buena ventura, a la mañera de aquella fórmula con que Preciosa hizo volver en sí al don Juan de la novela de la Gitanilla:
Cabecita, cabecita,
tente en ti, no te resbales,
y apareja dos puntales
de la paciencia bendita...
No te inclines
a pensamientos ruines:
verás cosas
que toquen en milagrosas,
Dios delante,
y San Cristóbal gigante.

Esta pudo llamarse oración de San Cristóbal, como la otra para el dolor de muelas se llamaba de Santa Apolonia. Los mendigos de profesión, y sobre todo los ciegos, sabían y usaban de estas oraciones formularias que rezaban con voz reposada grave, como lo hacia el que educó a Lazarillo de Tormes y sabia ciento y tantas oraciones de coro, como cuenta la historia. Pedro de Urdemalas, haciendo el papel de ciego en la comedia de su nombre, una de las de Cervantes, dice (jornada segunda) hablando de las muchas oraciones que sabía:

Sé la del Anima sola
y sé la de San Pancracio...
La de San Quirce y Acacio...
Sé la de los sabañones,
la de curar la tericia
y resolver lamparones.

Y volviendo a la oración de Santa Apolonia para el dolor de muelas, hace mención de ella la Madre Celestina en el acto cuarto de su tragicomedia, donde se dice que la sabía Melibea. No dijo más; ni he podido adquirir otra noticia de ella que la copla siguiente, que hizo muchos años ha don Francisco Patricio Berguiza, literato bien conocido, escribiendo lo que le decían de memoria unas viejas de Esquivias, pueblo donde casó y vivió algún tiempo Miguel de Cervantes:

A la puerta del cielo
Polonia estaba,
y la Virgen María
allí pasaba.
Diz: Polonia, ¿qué haces?
¿Duermes o velas?
---Señora mía, ni duermo ni velo,
que de un dolor de muelas
me estoy muriendo. ---Por la estrella de Venus, y el sol poniente, por el Santísimo Sacramento
que tuve en mi vientre,
que no te duela más ni muela ni diente.
Según esto, parece que la oración de Santa Apolonia estaba en seguidillas; y las faltas que se advierten deberán achacarse a la de memoria en las viejas de esquivas, a quienes me remito.




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N-2,7,6. Como quien dice: soy bachiller por Salamanca, que es el non plus ultra de los bachilleres. Así convenía que hablase Carrasco, como interesado personalmente en la gloria de la universidad. También fue su alumno Cervantes, quien, según se cree, estudió dos años en Salamanca, y habló de aquella universidad en el QUIJOTE con mucho aprecio, contándola con las de París y Bolonia.
La palabra bachillear está mal formada; debía ser bachillerear, y así quizá lo diría el original de Cervantes.




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N-2,7,7. Hubiera convenido suprimir las palabras y con verdadera relación, porque contar con relación es redundancia que suena mal.
El coloquio que sigue es de lo más salado de QUIJOTE: quien no se ría al leerlo, bien puede creer que tiene agotada y seca la fuente de la risa. Sancho, por sus graciosas sandeces; Don Quijote, por la mezcla de su discreción y de su locura: Carrasco, por burlador y socarrón, todos tres tocan el extremo de la bondad y de la perfección que corresponde a cada uno de sus respectivos caracteres.




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N-2,7,8. Qué pronto y qué a punto llegó el de usar Don Quijote el arbitrio propuesto por su escudero! Estos primores son los que forman el sublime del ridículo, a que pocos llegaron como el inmortal Cervantes. ---Nótase alguna variedad e inconstancia en el lenguaje de Sancho, al cual, en una u otra parte, como aquí, se atribuyen expresiones rústicas, cuando generalmente no lo son las que usa, y antes bien parecen de discreto y culto cortesano.




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N-2,7,9. Dócil, palabra que no estaba admitida aún en nuestro idioma en el reinado de Carlos V, cuando se escribía el Diálogo de las lenguas, cuyo autor manifestaba deseo de que se le admitiese (pág. 125). Covarrubias lo incluyó ya en su Tesoro de la lengua castellana, impreso en el año de 1611.
Mañeros llamaban antiguamente a los que morían sin sucesión, de los cuales se cobraba un derecho que por esto recibió el nombre de mañería También se llamaban mañeras a las mujeres estériles. Aquí el mismo contexto explica que mañero equivale a blando y dócil.
Maña o manna es lo mismo que manera. El citado autor del Diálogo de las lenguas decía (pág. 89): También creo que lo que agora decimos mañas con tilde, sea lo mismo que maneras, sino que la tilde los ha diferenciado, porque cuando queremos escribir maneras abreviado, lo escribimos de la misma manera que mañas.
Así es que ambas palabras suelen usarse indistintamente en nuestros libros antiguos, como en la Partida séptima, título de las Falsedades, ley I, que dice: Puédese facer la falsedad en muchas mañas.
Al contrario, encontramos usado maneras por mañas en este pasaje del Conde Lucanor (cap. V): El Emperador Federico casó con una doncella de muy alta guisa mas de tanto non le acaesció bien, que non supo ante que casase con ella las maneras que había. Y el Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, en la epístola 21 de su Centón, decía: la Reina de Aragón semeja a la Reina Ester, que con humildad e manera desensaña al Rey.





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N-2,7,10. Refrán que indica la inestabilidad e incertidumbre de la vida. Con expresión muy semejante dice después Sancho al capítulo XX en la aventura del zagal Basilio, que la muerte tan bien come cordero como carnero.
Citase el refrán en la parte I de la Vida de Guzmán de Alfarache (lib. I, cap. VI), y antes le había citado en el acto IV de la Celestina. Otros refranes u modas proverbiales se hallan en estos pasajes, como atar bien el dedo, que significa asegurarse, tomar bien las disposiciones para lograr algo: hablen cartas y callen barbas, esto es, excúsense palabras cuando hay pruebas y documentos positivos; hablar de perlas, hablar bien, con oportunidad. Omito otros cuya inteligencia ofrece menos dificultad.




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N-2,7,11. La intención de Sancho fue decir que se le señalase salario mensual; pero lo que realmente dijo fue que se le señalase salario del salario, porque esto es lo que se da cada mes al criado. Lo hubiera explicado con claridad diciendo: Salario conocido, o lo que me ha de dar cada mes; y así estuvo quizá en el original. ---Del diálogo de Sancho y Teresa, que se refirió en el capítulo V, nada resulta que diga relación al salario, ni a que Teresa estuviese reducida y conforme con que su marido acompañase a Don Quijote. No sería aquélla la única conversación que tuviesen sobre el asunto.




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N-2,7,12. Sancho, según esto, suponía que el salario de escudero había de exceder a lo que montase la renta de la ínsula. Y si no lo puso así Cervantes de propósito para ridiculizar las propuestas de Sancho, hubo de ser errata en vez de se descuente de ella mi salario, omitiéndose por descuido de pluma o de imprenta la palabra ella.





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N-2,7,13. Falta evidentemente sus escuderos. De otro modo no parece sino que los mismos caballeros eran los que ganaban el salario.




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N-2,7,14. No es la primera vez que Don Quijote hablaba en latín a su escudero. En el capítulo XIX de la primera parte le decía: justa illud. Si qusi suadente diabolo, etc., dudando si estaría excomulgado por haber embestido y aporreado a los clérigos. En ambas ocasiones quedaría Sancho a oscuras.




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N-2,7,15. Mejor estuviera entraron; y mejor aún, entró Sansón Carrasco, y con él entraron el Ama y la Sobrina, deseosas de oír, etc.




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N-2,7,16. Imprecación irónica al parecer, propia del carácter burlón de Carrasco. A no ser que mal sea errata por más, en cuyo caso la maldición presentaría sentido natural y recto: ni jamás se les cumpla lo que más desearen.





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N-2,7,17. Hay contradicción entre las ideas que presentan las dos palabras vuelva y nuevos, porque no se vuelve a lo que no se ha sido, y lo nuevo no ha sido.




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N-2,7,18. Esta es la misma consideración que según se cuenta en el capítulo I de la primera parte, estimulaba a Don Quijote para hacer su salida, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, etc. Y ésta es también la misma reflexión que el ermitaño de la Peña Pobre hacía a Amadís de Gaula, viéndole resuelto a retirarse del mundo, para que volviese a ejercer la profesión de caballero andante: Vos sois tan bueno, le decía, y sois leal abogado y guardador de todos e todas aquellas que sinrazón reciben, y tan mantenedor de derecho, sería gran malaventura, e gran daño e pérdida del mundo, si vos así lo fuésedes desamparando (Amadís de Gaula, cap. XLVII).
La palabra derecho, en el presente pasaje del texto, significa enderezamiento, la acción de enderezar.




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N-2,7,19. Hubiera sido mejor suprimir el verbo dependen, al que no conviene el mismo régimen que a los otros. Se dice tocar, atañer, ser anejas a la orden, pero no depender a la orden.





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N-2,7,20. Tanto en la aplicación del epíteto de inaudito al Bachiller, como en la denominación que se le da de trastulo, hay una afectación de bufonada que al parecer no se ajusta bien con el tono serio y sincero en que habla aquí Don Quijote. Trastullo es voz italiana que significa entretenimiento o recreo; y así, en el Orlando de Ariosto, profetizando la sabia Melisa a la doncella Bradamante los claros hechos de sus descendientes, al describir las inclinaciones marciales de uno de ellos, le decía:

Sará di questo il pueril trastullo
Sudar nel ferro e travagliarsi in guerra:

(Canto 3E°, est. 42.)
Pero aquí significa bufón o regocijador, como lo explica el mismo Don Quijote, por alusión sin duda a la figura del Trastullo, que era una de las ordinarias en las farsas italianas que viviendo Cervantes se representaban en España bajo la dirección de un bufo amado Ganasa, y que acaso sugirió la idea deis papel del Gracioso, que Lope de Vega introdujo después en las comedias españolas. El mismo Lope, en su Filomena (epístola IV) hace mención de los donaires de Ganasa y de Trastulo; y en el Romancero general de Pedro de Flores, impreso por aquel tiempo, se indican las burlas que Ganasa hacia en el teatro a Trastulo (parte VII, folio 296):

Estaba el pastor Gazpacho
apacentando unos mulos...
Blasfemaba del amor,
que tiene tretas de puto,
que nos beta y nos engaña
como Ganasa a Trastulo.




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N-2,7,21. Las columnas bien se pueden quebrar si son de materia frágil, pero no desjarretar; esto se dice de los toros, a quienes se cortan los Jarretes o músculos de las corvas. La metáfora es impropia.




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N-2,7,22. Refrán antiguo, que se encuentra ya en la colección del Marqués de Santillana, hecha a mediados o antes del siglo XV.




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N-2,7,23. Tiene apariencia de envolver algún chiste la preferencia que aquí se da a las palabras sobre las obras y, por otra parte, no es verosímil que en esta ocasión estuviese para chanzas nuestro compungido escudero, a no ser que digamos que fue equivocación nacida del mismo estado de congoja y enternecimiento en que se hallaba, aprovechándose Cervantes de esta circunstancia para divertir al lector a costa de las sandeces y equivocaciones de Sancho. Y a esto puede también atribuirse la expresión que poco después se pone en su boca, cuando hablando de la autoridad que debe tener el hombre sobre la mujer, dice: y pues que yo soy hombre, que no lo puedo negar, etc.; confesión a que se da el aire de gratuita, Y aseveración afectada de cosa patente, uno de los orígenes del gracejo y chiste del estilo. Viene a ser como otra expresión que antecede en este mismo capítulo, donde estableciéndose la certidumbre de la muerte, y que no pueden evitarla ruegos, ni cetros, ni mitras, se añade (como si se necesitase de pruebas) según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos.





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N-2,7,24. No se ve el motivo de hablar aquí Sancho de testamento, como si Don Quijote se hubiera allanado a señalarle salario, y como si el mismo Sancho no se hubiera conformado con servirle a merced, según acababa de hacerlo. Sólo en el caso contrario hubiera convenido pedir que se hiciese testamento, para que si fallecía Don Quijote sin pagar el salario, constasen los derechos de su escudero. Hay más: la noche de la temerosa aventura de los batanes, de que se habló en el capítulo XX de la primera parte, dijo Don Quijote a su escudero que en el testamento cerrado que había dejado en su casa antes de la segunda salida le había señalado salario por lo que podría suceder, y que en el testamento se hallaría gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por cantidad del tiempo que hubiese servido. Lo mismo declaró Don Quijote al fin del capítulo XLVI, estando ya encantado en la jaula, y por ello le besó Sancho las manos, como allí se dice. Supuesto todo lo cual, no se halla el motivo para que Sancho pidiese ahora con tanta instancia que se te señalase salario, ni para que Don Quijote se obstinase en no recibirlo sino a merced, ni para que Sancho se allanase tan absolutamente a ello sin alegar sus anteriores derechos, como si a uno y otro se les hubiese borrado enteramente de la memoria cuanto había pasado en orden al testamento. Pero valga la verdad: a quien se le había olvidado todo era a Cervantes.




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N-2,7,25. Lita, voz estropeada rústicamente por dicta, así: como revolcar por revocar, relucida por reducida, fócil por dócil, y gata por rata; palabras todas usadas en la presente conversación por Sancho, a quien en otra semejante ocasión y por la misma causa llamó su amo prevaricador del buen lenguaje (parte I, capítulo XIX). No fue extraño que en la anotación sobre este paso don Juan Bowle, como extranjero, se hallase confuso acerca de la significación del verbo litar, que buscó inútilmente en los diccionarios, donde no debía estar, como no está, fócil.




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N-2,7,26. Tercera vez es como decimos, y en prosa suena mal lo contrario Aun con el artículo sería tolerable; y así, en el capítulo VII, que es el siguiente, dice Sancho que había visto a Dulcinea por las bardas de un corral la vez Primera, cuando le envió desde Sierra Morena su penitente amo.




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N-2,7,27. Esto es, la primera parte de la historia de Don Quijote. Se ve que Cervantes solía llamar historia a su libro, y no fue aquí sólo.




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N-2,7,28. Como lo hicieron don Belianís y su escudero Flerisalte al salir nuevamente del castillo de la Fama para continuar buscando las aventuras (Belianís, lib. II, cap. XXI).




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N-2,7,29. Al fin del capítulo IV se notó la diversidad entre éste y aquel pasaje, fijándose en uno el plazo de tres y en otro de ocho días para la partida. Nueva muestra de la distracción con que nuestro autor escribía.




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N-2,7,30. Al principio de la fábula se contó el modo que tuvo Don Quijote de suplir, la falta de pieza tan principal de la armadura, con el simple morrión que tenia. Aspiró después a llevar el yelmo de Mambrino transformado en bacía, que abollada por la descortesía de los galeotes y pendiente del arzón de la silla de Rocinante, donde la colocó Cardenio, adornó la pompa de Don Quijote el día que, colocado en la jaula y arrastrado de los bueyes, atravesó triunfalmente por medio de la plaza de la Argamasilla, llena a la sazón de sus curiosos y admirados habitantes, según se refirió en el capítulo último de la primera parte. En lo segunda no fue menester volver a echar mano del yelmo de Mambrino, gracias a la diligencia del Bachiller y a la liberalidad de su amigo, que prestó su celada, aunque más escura por el orín y el moho que clara e limpia por el terso acero. Esta expresión simpatiza con el género de jocosidad que se asigna al Bachiller Carrasco, cuyo carácter es de socarrón famoso, como antes se dijo, y muy análogo a las costumbres estudiantiles.




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N-2,7,31. Eran mujeres que se alquilaban para acompañar a los entierros, llorando, mesándose los cabellos y arañándose el rostro, cuando no había personas allegadas al difunto que lo hiciesen. También se llamaban lloraderas o plañideras, y de éstas se dice en el romance 96 del Romancero del Cid, donde se pone su testamento:

ítem, mando que no alquilen
plañideras que me lloren:
bastan las de mi Jimena,
sin que otras lágrimas compre.

El Tesoro de Covarrubias dice en el artículo Endechas: Este modo de llevar los muertos se usaba en toda España, porque iban las mujeres detrás del cuerpo del marido, descabelladas, y las hijas tras el de sus padres, mesándose y dando tantas voces que en la iglesia no dejaban hacer el oficio a los clérigos, y así se les mandó que no fuesen... Un proverbio muy común que dice la judía de Zaragoza que cegó llorando duelos ajenos, se entiende así: que ésta tenía por oficio alquilarse para llorar los muertos de su nación, y tanto lloró que vino a cegar.
Salvador Jacinto Polo de Medina, que publicó sus Academias del Jardín el año de 1630, repite la misma especie de que ya no se usaban las plañideras, como en otros tiempos (Academia I). Y sin estos testimonios por sola la expresión de Cervantes se ve que las endechas de los entierros habían ya cesado en su tiempo; pero no debió de ser mucho antes, según lo que refería Lazarillo de Tormes cuando, estando sirviendo en Toledo al mezquino y hambriento escudero, vio venir por la calle abajo un entierro, y en él la mujer del difunto llorando a grandes voces y diciendo: Marido y señor mío, ¿adónde os llevan?, ¿a la casa triste y desdichada?, ¿a la casa donde nunca comen y beben? Y Lázaro que tal oyó, corrió a su casa, y diciendo a su amo, acá nos le traen, echó la aldaba a la puerta y apoyó en ella el hombro por más defensa.
Los excesos en las endechas y demostraciones ruidosas de dolor por los difuntos eran muy antiguos, puesto que ya en las Partidas se reprueban como nulos los duelos que facen los homes en que se mesan los cabellos o se rompen las caras et las desfiguran. Allí mismo se recuerda estar prevenido por las leyes eclesiásticas que cuando los clérigos adujiesen la cruz a la casa ande el muerto estouiese, e oyesen que facían ruido dando voces por el home o endechando, que se tornasen con ella et non la metiesen ahí. Eso mesmo decimos, sigue la ley, cuando toviesen el cuerpo del muerto en la iglesia, que non deben llorar nin dar voces... mayormiente en cuanto dijeren la misa... et si alguno porfiare, non queriendo dejar de lo facer, débenle echar luego de la eglesia... Et aun sin esto mandaron que si en levándolo a la eglesia o a la fuesa lo feciesen, que dejasen los clérigos de soterrarle et de acomendar a Dios…… fasta que callasen (partida I, tít. IV, ley XLIV). Las mismas disposiciones se renovaron en tiempos de don Juan el I de Castilla; pero hubieron de olvidarse después, y aun en la actualidad continúa algo de este olvido, si, como asegura Pellicer, en algunas provincias se conservan todavía residuos de estas lagrimosas ceremonias.





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N-2,7,32. En esta tercera salida repitió Don Quijote la diligencia que ya había practicado en la segunda, siguiendo en ambas el consejo que al armarle caballero le dio su padrino el ventero acerca de llevar bien herrada la bolsa por lo que pudiese sucederle.





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N-2,7,33. Nótese la chistosa inversión de la frase: Suplícole, dice, le avisase de su buena o mala suerte, para alegrarse con ésta o entristecerse con aquella; de suerte que, según suena, la alegría había de ser por la mala fortuna, y la tristeza por la buena. El Bachiller no desmiente su humor festivo y burlón.
Anticipando nuestro autor al fin de este capítulo la indicación del designio que tuvo Sansón Carrasco para persuadir a Don Quijote que saliese otra vez a probar aventuras, echó ya las semillas del desenlace de la fábula. Todavía se explica más el designio del Bachiller en el capítulo XV, como allí se verá.
La fábula del QUIJOTE, compuesta de sus tres salidas, viene a ser como una comedia con tres jornadas. Verdad es que no guardan mucha proporción entre sí las tres salidas, constando la primera de solos siete capítulos; que si los intermedios o descansos son necesarios en las representaciones dramáticas, no lo son en otros géneros de composición, porque el lector no los necesita como los representantes; y que acaso hubiera sido preferible que no hubiese sino una salida única. Pero la triplicidad de las salidas no rompe la unidad de la acción; todas ellas contienen los sucesos y dificultades que forman, confirman y aumentan el enredo: y los dos descansos que median entre las tres salidas proporcionan incidentes domésticos que, alternando con otros de diferente calidad, propios de los campos, soledades y despoblados, varían agradablemente la contextura de la fábula, y contribuyen a hacer más natural y verosímil su desenlace.

{{8}}Capítulo VII. Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote, yendo a ver su señora Dulcinea del Toboso


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3435.
Nombre que en tiempo de Cervantes se daba a la gobernación de Montiel. Pertenecían a ella os pueblos siguientes: Alcubillas, la Solana, la Membrilla, Torrenueva, el Castellar, la Torre de Juan Abad, Villamanrique, Almedina, la Puebla del Príncipe, Terrinches, Albaladejo, Cózar, la Osa, Villahermosa, Fuenllana, Alhambra con su aldea Carrizosa, y Montiel con sus tres aldeas: Torres, Cañamares y Santa Cruz de los Cáñamos.




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N-2,8,2. Del agÜero tomado de los relinchos de Rocinante se habló ya en el capítulo IV: en éste se añade el que se tomó de los rebuznos del rucio, y se concluye con la graciosa burla que de todo ello hace Cervantes. ---Sigue ahora otro nuevo diálogo entre Don Quijote y Sancho, que no interesa menos que el del capítulo precedente. Difícil era sostener por tanto tiempo el interés de una conversación entre tan pocos interlocutores: pero lo consiguió la inagotable fecundidad y variado ingenio de Cervantes. Sus diálogos son tanto y más picantes que los sucesos; y siendo, como serian, un tropiezo y aun dificultad insuperable para un ingenio vulgar, en manos de nuestro autor son nuevos y poderosos medios para estimular y mantener el interés y atención del lector.




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N-2,8,3. Parecía natural que Don Quijote hubiese empezado su carrera caballeresca por ir al Toboso a tomar esta bendición y licencia de su señora; pero era todavía más urgente armarse de Caballero, sin cuya circunstancia era todo, digámoslo así, nulo. Siguieron luego otros incidentes, y de unos en otros se llegó al encantamento de Don Quijote, que suspendió por necesidad el ejercicio de su profesión. Restituido ahora a él, y sin ningún otro embarazo que lo impidiese, fue sumamente natural la ocurrencia de presentarse a su señora y dirigirle el Benedícite. Pero he aquí el grande apuro para Sancho que debía ver cuán próximo estaba a descubrirse el enredo de la embajada que fingió haber llevado a Dulcinea, según se refirió en la primera parte. Este apuro de Sancho fue el origen de gran parte de los acontecimientos hasta el fin de la fábula. De él nació el fingido encantamento de Dulcinea, y de éste nacieron la aventura de la cueva de Montesinos, la del bosque donde Merlín descubrió el arcano para el desencanto de Dulcinea, los azotes de Sancho, y los multiplicados incidentes a que estos azotes dieron lugar hasta la misma víspera de llegar Don Quijote a su aldea.




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N-2,8,4. La gradación estaría bien empezando por pensar y siguiendo por creer, decir y porfiar, que es el orden en que se procede desde el pensamientos hasta la porfía.




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N-2,8,5. Menester es la misma palabra que la francesa métier o mestier, como se escribía en lo antiguo, y significa oficio, profesión, arte; y de aquí se dijo la voz menestrales, que es lo mismo que artesanos, y se encuentra ya usada una y otra vez en el Poema viejo de Alejandro

Assí lo mandó Darío en toda su honor,
que non fincas ombre rabadón nin pastor,
nin fincás burges fin nengún laurador,
nin nengún menesteral de ninguna lauor.

Copla 1145.)

En el principio del mismo Poema se emplea la voz mester:

Sennores, se quisierdes mío servicio prender
querríamos de grado seruir de mio mester...
Mester trago fremoso, non es de ioglaria,
mester es sen pecado, ca es de clerecía...

Gonzalo de Berceo había usado de la misma palabra en la Vida de Santa Oria (copla 10); y después en el Ordenamiento de las Tafurerias, que hizo Maestre Roldán por encargo del Rey don Alfonso el Sabio, se señalaron penas a los jugadores de profesión, o como dice el mismo Ordenamiento, a los tafures que juegan los dados, e non usan otro menester (ley I). El Infante don Juan Manuel en el capítulo XI de su Conde Lucanor llamó menester el oficio de juglar, que allí se refiere haber ejercido el Soldán de Babilonia, Saladin, cuando en compañía de otros dos de la misma profesión anduvo disfrazado por la cristiandad y estuvo en las cortes del Papa y del Rey de Francia. Y en el capítulo XXI decía Patronio hablando con el Conde Lucanor: Pues a los señores vos es bueno e provechoso algún menester, cierto es que de los menesteres non podes haber ninguno tan bueno e tan honrado... como la guerra de los moros.
La misma palabra y en la misma significación se encuentra frecuentemente en las crónicas de los andantes. En la de Amadís de Gaula se cuenta que después de la victoria que él y su primo Agrages consiguieron del Rey Abiseos y sus hijos, Agrages, que muy peligrosamente herido estaba, fue puesto en guarda de un hombre que de aquel menester mucho sabía (capítulo XLI). En las Sergas se refiere que un caballero que se combatía con Esplandián fue bien espantado de se ver en tan poco espacio de tiempo tan mal tratado, que su fuerza ni su gran sabiduría en aquel menester no lo podían amparar que muerto no fuese (cap. VI). Primaleón había salido ocultamente de Constantinopla en demanda del Príncipe de Inglaterra don Duardos, que se llamaba el Caballero del Can; y yendo herido, lo manifestó a un caballero que venia de caza, el cual le ofreció llevarlo a un castillo suyo cercano diciéndole que sería curado de mano de una dueña que mucho sabía de aquel menester, Primaleón aceptó la oferta: la dueña era mujer del señor del castillo (Primaleón, capítulo LXXXIV). Finalmente (y basta de ejemplos), el sátiro que acompañaba al Caballero del Ave curó a Policisne algunas heridas; que de aquel menester Ardémula le había hecho enseñar (Policisne de Boecia, cap. LXXVI).




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N-2,8,6. Palabra de que usó Cervantes también y en la misma acepción en el capítulo XXV de la primera parte.




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N-2,8,7. El lector se ríe al ver que Don Quijote reconviene a Sancho de que no se acuerda bien de los versos de Garcilaso. Los que indica Don Quijote están en la égloga tercera, donde, describiendo las labores de las ninfas del Tajo, dice:

De cuatro ninfas, que del Tajo amado
salieron juntas, a cantar me ofrezco...
El agua clara con lascivo juego
nadando dividieron y cortaron,
hasta que el blanco pie tocó mojado,
saliendo de la arena al verde prado.
Poniendo ya en lo enjuto sus pisadas
escurrieron el agua sus cabellos...
Luego, sacando telas delicadas,
que en delgadeza competían con ellos,
en lo más escondido se metieron,
y a su labor atentas se pusieron.
Las telas eran hechas y tejidas
del oro que el felice Tajo envía...
Y de las verdes hojas reducidas
en estambre sotil, cual convenía
para seguir el delicado estilo
del oro ya tirado en rico hilo.

Garcilaso no hizo mención de perlas, sino sólo de oro y de estambre sotil nacido de verdes hojas. Esto indica la seda, que se forma de las hojas del moral, alimento de los gusanos que la producen, y a la que antiguamente se daba el nombre de sirgo, palabra derivada del latino sericum, que muchos creen que era el nombre de nuestra seda entre los antiguos.
Las expresiones de Don Quijote contienen una contradicción, porque de las labores hechas en las moradas de cristal no puede decirse que se hacían en el prado verde. El lector lo pondrá a la cuenta de Cervantes o de Don Quijote, según guste; y lo mismo hará con la palabra contextas, que es meramente latina, y además no añade nada a tejidas.





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N-2,8,8. Divertirse en este lugar corresponde a la significación del latino divertere, apartarse del camino o metafóricamente, separarse de su propósito; y no a la de recrearse o solazarse que es la que más ordinariamente tiene en castellano. Fray Luis de Granada la usó también en el mismo sentido que la usó aquí Cervantes.




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N-2,8,9. Expresión que no he visto en otra parte y sospecho que en cinchado puede haber error de la imprenta. De todos modos, el sentido de la expresión se explica por las siguientes. Quiso decir Don Quijote: debe de andar mi honra al retortero llevada de aquí para allí con violencia como escobo con que se barrieran las calles.





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N-2,8,10. El razonamiento que precede de Sancho tiene particular gracia. Empieza por hablar de su honra como si fuera un potentado: confiesa después que es algo malicioso y que tiene sus ciertos asomos de bellaco; continúa diciendo que deben disimulársele sus defectos en atención a que es enemigo mortal de los judíos, y concluye con que a trueque de verse en libros, no se le da un higo de todo lo que de él digan.
La circunstancia de ser enemigo mortal de los judíos es una salada ocurrencia de Cervantes, con que a un mismo tiempo pinta y ridiculiza las groseras ideas del vulgo, entonces comunes en esta materia, que llegaron hasta creer que los judíos tenían rabo. La docilidad del pueblo rudo e incauto a las predicaciones de algunos misioneros fanáticos produjo durante el siglo XV en los reinos de Castilla las horribles matanzas de que fueron teatro varias ciudades del reino, y en que fueron envueltos, no sólo los que profesaban la ley de Moisés, sino también las familias de los cristianos conversos o descendientes de ellos. En vano intentaron borrar estas ideas feroces, tan opuestas al Evangelio, el Papa Nicolás V, varios Prelados ilustrados y celosos de España, y aun las leyes del reino: el mismo Condestable de Castilla, el virtuoso don Miguel Lucas de Iranzu, fue sacrificado, como fautor de los perseguidos en una de estas conmociones del populacho de Jaén el día 22 de marzo del año 1473. FI principio del error, el fanatismo religioso, no era mal peculiar y privativo de España. En el siglo siguiente, siglo ya de mayor ilustración y cultura, se verificó en un país vecino la jornada infaustamente célebre de San Bartolomé, de execrable memoria, en que no ya el pueblo, sino el mismo padre del pueblo hizo fuego sobre sus hijos.
Tales eran las ideas que en la persona de Sancho combatía el superior talento y penetración de Cervantes con el arma del ridículo, Y de que todavía quedan vestigios en el ínfimo vulgo a pesar de los progresos generales de la civilización europea. Hace un siglo que un escritor nuestro, a quien debe mucho la de España, pretendía que en nuestra nación se aborrecía menos que en otras a los judíos. Esto en todo caso sólo probaría lo mucho que se les aborrecía en otras partes.




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N-2,8,11. Especie de maldición para significar lo maldicientes que suelen ser las mujeres malignas y ociosas.
Decía la dueña Quintañona a Quevedo en la Visita de los chistes, donde satirizó a las dueñas muy a la larga: Sólo os pido (así os libre Dios de dueñas y no es pequeña bendición) que para decir que destruirán a uno dicen que le pondrán cual digan dueñas. La misma expresión se encuentra en la Vida de Estebanillo González, bufón de don Octavio Picolomino, escrita por él mismo (parte I, cap. I).
Cervantes tenía peculiar aversión a las dueñas como tendremos ocasión de observar en el proceso de la fábula.




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N-2,8,12. Antítesis en que infame no concierta con fama (lo que sería absurdo), sino con la dama de quien se habla, que prefería la infamia a la oscuridad.




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N-2,8,13. En Efeso se profesaba un culto particular a la diosa Diana, y de esto hay noticia en las sagradas letras. Tuvo allí un templo que se contaba entre las siete maravillas del mundo, y Solino refiere que lo edificaron las amazonas, y era tan magnífico, que Jerjes, en su expedición contra Grecia, lo conservó a pesar de que había quemado todos los demás templos de las colonias griegas del Asia. Mas poco después lo consumió el fuego que le puso Eróstrato, con el fin, según confesó en el tormento, de inmortalizar su nombre. El incendio fue el mismo día que nació Alejandro Magno, circunstancias que notó Solino. Los de Efeso, para castigarle, mandaron que nadie lo nombrase en la relación del suceso; pero Teopompo lo nombró en sus historias, y de esta suerte pasó su nombre a la posteridad. No sé de donde pudo sacar Cervantes que Eróstrato fue pastor, porque no lo dicen ni Estrabón, ni Máximo, ni Solino, que son los que nos han conservado la historia que acaba de referirse de su fechoría.




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N-2,8,14. Templo circular que Marco Agripa, yerno del Emperador Augusto, erigió y consagró en su tercer consulado a Júpiter vengador y a todos los dioses, por lo que se le dio el nombre de Panteón; y es el monumento más hermoso que se conserva de la antigua grandeza romana. En tiempo de Trajano fue herido de un rayo: Adriano, Septimio Severo y Aureliano lo hermosearon y repararon. Tiene doscientos palmos de elevación y otros tantos de diámetro, y recibe la luz por una claraboya que tiene en el centro de la bóveda, de treinta y nueve palmos menos cuarto de diámetro Bonifacio IV lo convirtió en iglesia a Principios del siglo VI (año 608), y Gregorio IV la dedicó a honor de todos los santos el año de 830.
Es, como dice Cervantes, el edificio que más entero ha quedado de los que alzó la gentilidad de Roma, y continúa siendo uno de los principales ornamentos de aquella capital. Se puede subir a la cópula por una escalera de ciento noventa escalones, por donde subirían el Emperador y el caballero romano de que se hace mención en este pasaje, y que iba explicando al Emperador los primores y sutilezas del edificio. Que subió el Emperador lo cuenta don Prudencio de Sandoval en su historia al año 1536.




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N-2,8,15. Ahora diríamos con mejor advocación, y así diría el original de Cervantes: vocación y advocación son cosas distintas.




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N-2,8,16. Cuando el ejército de Porsena, Rey de Etruria, ocupado ya el monte Jenículo, amenazaba hacerse dueño de Roma, Horacio Cocles, ayudado de otros dos compañeros, defendió el paso del puente Sublicio, mientras lo cortaron los suyos: hizo retirarse a sus compañeros cuando ya apenas quedaba paso, y avisado entonces por el estruendo de la caída del puente, que ya no era necesaria su defensa, se arrojó con sus armas al río, y lo pasó a nado entre los dardos que le lanzaban los enemigos. Rem ausus, dice Tito Livio, plus fam礠habituram ad (f. apud) posteros quam fidei (lib. I, capítulo X).




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N-2,8,17. Después del caso que se refirió en la nota precedente, Porsena asedió a Roma. Un joven romano, llamado Cayo Mucio, salió con aprobación del Senado de la ciudad resuelto a matar a Porsena. Acercándose adonde el Rey estaba, y creyendo que era Porsena uno de sus oficiales, le acomete y mata con un puñal que llevaba oculto. Llevado ante el Rey, lejos de intimidarse, le anuncia nuevos peligros: Porsena le manda que los descubra: hace acercar fuego, le amenaza, y Mucio, poniendo la mano diestra en las brasas, he aquí, le dice, lo poco que les importa el cuerpo a los que aman la gloria. Asombrado y admirado el Rey salta de su silla, manda que le aparten del fuego, y le da libertad. Entonces Mucio, como en señal de agradecimiento, le dice que en Roma se han conjurado trescientos jóvenes para matarle de aquel modo, y que él era el primero a quien había tocado la suerte. Porsena, a vista de tanto peligro, envió legados a Roma y ajustó la paz. A Mucio se le dio después el apellido de Escévola o Zurdo por su hazaña (Livio, lib. I, caps. XI, XI y XII).




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N-2,8,18. Continúa Don Quijote disfrutando los ejemplos de la historia romana, y menciona el hecho de Marco Curcio, en el siglo IV de la República. En medio del foro se abrió de repente una profunda sima, que no pudo cegarse a pesar de los esfuerzos que el pueblo hizo para ello. Consultados los dioses, respondieron por boca de sus sacerdotes que allí se les había de consagrar lo mejor que tuviese Roma. Marco Curcio, joven valiente, viendo todos dudosos, exclamó que lo mejor que Roma tenía era el valor y las armas; y armándose y montado en su caballo, enjaezado cuan magníficamente pudo, después de dirigir sus miradas al cielo y el Capitolio, se arrojó a la sima, la cual en breve se convirtió en un lago, que por este suceso se llamó Curcio. Así lo cuenta Livio (lib. VI, cap. VI), aunque dudando mucho de la verdad del hecho.
Don Quijote añadió que la sima era ardiente, circunstancia que no menciona la historia; y no debe hacerse cargo de la añadidura a nuestro hidalgo, sino a Cervantes, que la repitió en el Viaje al Parnaso, donde, hablando de una ninfa que representaba la vanagloria, dijo (capítulo VI):

Esta arrojó al romano caballero
en el abismo de la ardiente cueva
de limpio armado y de luciente acero.




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N-2,8,19. Dícelo al revés Don Quijote. Suetonio cuenta (acorde en esto con Plutarco) que se paró pensativo al llegar al puente del Rubicón, considerando el tamaño de la empresa que acometía; y que en esta perplejidad tuvo un agÜero, que los decidió a pasar el río. Vamos, dijo César, adonde nos llaman las señales de los dioses y la iniquidad, de nuestros enemigos. Está echada la suerte (Vida de César, capítulos XXXI y XXXI).




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N-2,8,20. Bien conocida es la hazaña de Hernando Cortés cuando viendo a sus compañeros irresolutos, y titubeando en la empresa de seguirle, hizo echar a pique los navíos que los habían conducido a Nueva España, para que perdiesen la esperanza de la vuelta y no les quedase más que la de la victoria.
No encuentro otro motivo para aplicar el dictado superlativo del texto a Hernando Cortés que la relación y semejanza de su apellido: por Lo demás, dudo mucho de la propiedad de la aplicación, y por descontado no se lo aplicara muy de corazón Moctezuma.




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N-2,8,21. Habiéndose dicho otras, redundan las palabras y diferentes. Sólo pudieran pasar diciendo: Todas estas y otras diferentes hazañas. Entonces la palabra diferentes se incorporaba con otras, y entre ambas expresaba una sola idea sin repetirla.




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N-2,8,22. Acabable, verbal de la clase de los fácilmente formables, que, como ya se ha dicho alguna otra vez, son parte del caudal y riqueza de nuestro lenguaje. A poco se dice: así, ¡oh, Sancho!, que nuestras obras, etc.; donde de un modo nuevo, y que no he visto en ninguna otra parte, se interrumpió y dividió la conjunción así que.





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N-2,8,23. Período desaliñado y confuso. El pensamiento de Cervantes fue oponer cada vicio a la virtud que le contradice, y que aquéllos se han de vencer con éstas; pero empezó de un modo y siguió de otro. En el primer miembro no opuso virtud alguna al vicio que nombra como lo hizo en los siguientes, de donde resulta que al tenor de la letra equipara a los gigantes con la generosidad, y, por consiguiente, dice que se mate a la generosidad lo mismo que a los gigantes, y lo mismo a las demás virtudes que sucesivamente nombra. Ayuda a la oscuridad el uso que hace de la preposición en en lugar de con en todos los incisos del período, menos en el último, trocando ambas preposiciones al modo que los hacen los valencianos, y ya se observó en otra nota anterior De ambas causas proceden los defectos del presente pasaje, que hubiera quedado correcto y aun hermoso diciéndose: Hemos de matar a la soberbia de los gigantes con la moderación, a la envidia con la generosidad y buen pecho, a la ira con el reposado continente y quietud del ánimo, a la gula y al sueño con el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos, a la lujuria y lascivia con la lealtad que guardamos a las que hemos hecho señoras de nuestros pensamientos, a la pereza con andar por todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan sobre cristianos famosos caballeros.





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N-2,8,24. Todas las ediciones anteriores leían injuria y lascivia. Pellicer corrigió con mucho acierto lujuria por injuria, y lo siguió la Academia.




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N-2,8,25. Al escribir esto Cervantes, supuso necesariamente que Don Quijote, en su discurso anterior, había llamado a César con su nombre entero de Julio César. Pero no fue así: le llamó César a secas, y, por consiguiente, la expresión de Sancho, que en dicho caso no careciera de gracia, equivocando los nombres de los Emperadores con los de los meses del año, es del todo inoportuna. ¡Qué fácil le hubiera sido a Cervantes suplir la omisión!, pero no volvía a leer lo que llevaba escrito.




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N-2,8,26. Esto no es cierto. Entre los gentiles, los sepulcros nada tenían de común con los templos. La reunión de unos y otros nació entre los cristianos, que principiaron por edificar templos sobre los sepulcros de los Mártires, y acabaron por enterrarse en ellos. Ni los templos de los gentiles fueron por lo ordinario grandes edificios; no eran basílicas, como nuestras iglesias, destinadas a contener bajo techado una numerosa concurrencia; no recibían más luz que la que entraba por la puerta, y el pueblo que concurría a las solemnidades de los templos estaba al raso, como lo estaban también los hebreos en el suyo. De los tres sepulcros de los gentiles que citó Don Quijote, ninguno fue templo.
Aguja de San Pedro. Es el obelisco egipcio que está en la plaza oval o columnata que precede a la iglesia de San Pedro en el Vaticano donde lo colocó el arquitecto Domingo Fontana de orden del Papa Sixto V, en el año de 1586. Cervantes que con poca propiedad lo llama pirámide, lo habría visto en el sitio que ocupaba anteriormente, y le atribuyó equivocadamente el destino de sostener la urna que Contenía las cenizas de Julio César. Es de granito oriental, tiene 107 palmos de altura, y 189, contado el pedestal y la Cruz de bronce en que termina. De este admirable obelisco, el único de los muchos que hubo en la antigua Roma que se ha mantenido entero a pesar de tantos trastornos y siglos, habló ya Plinio en el libro XVI, cap. XL de su Historia natural. El Emperador Calígula lo hizo traer de Egipto en una embarcación de una grandeza extraordinaria. Plinio expresa, entre otras particularidades, que trajo 120.000 modios de legumbres.
Castillo de Santángel. Llamóse también Moles Hadriani, porque fue el mausoleo que se hizo construir el Emperador Adriano, sucesor de Trajano. La solidez y Situación del edificio dio ocasión para que se usase como fortaleza, donde los romanos se defendieron en las guerras de los godos. En el siglo XIV, el Papa Bonifacio IX, lo convirtió en verdadera fortaleza, guarneciéndolo de baluartes y artillería. Sirvió de refugio a Clemente VI cuando los españoles, mandados por el Condestable de Borbón, tomaron a Roma por asalto el año de 1527.
Mausoleo. Monumento sepulcral que Artemisa, mujer de Mausolo, régulo de Caria, erigió a la memoria de su marido. Plinio dijo que se contaba entre las siete maravillas del mundo, y describió sus dimensiones y adornos en el libro XXXVI, cap. V de su Historia natural, donde hizo memoria de los artífices que trabajaron en él. Artemisa murió antes de que se concluyese; pero lo finalizaron después de su muerte los artífices que se habían encargado de la obra, id glori礠ipsorum artisque monumentum indicantes. ---De aquí vino darte el nombre de mausoleos a los sepulcros ostentosos y magníficos.




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N-2,8,27. Aquí se habla de uno solo, y después se habla de sus sepulturas como si fueran muchos. Además, falta la debida trabazón y enlace de estas primeras oraciones con las siguientes del período. Sería preferible decir: Luego la fama de los que resucitan muertos, dan vista a los ciegos, enderezan los cojos y dan salud a los enfermos, y delante de cuyas sepulturas arden lamparas, y cuyas capillas están llenas de gentes devotas, que de rodillas adoran sus reliquias, mejor fama será, etc.




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N-2,8,28. No era respuesta la de Sancho, sino continuación del argumento que iba formando para probar que valía más darse a ser santos para alcanzar la buena fama que buscaban, y así hubiera estado mejor dicho, continuó Sancho.





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N-2,8,29. Don Pedro Salazar de Mendoza, Canónigo de Toledo, en la vida del Arzobispo don Bartolomé de Carranza, refiere que las primeras reliquias de San Eugenio que adquirió el Cabildo de aquella iglesia fue por la mediación del Emperador Don Alonso VI, que noticioso que el cuerpo de su Obispo San Eugenio estaba en la abadía de San Dionisio, junto a París, las pidió a Luis VI, Rey de Francia, su yerno, el cual le envió el brazo derecho, que metieron en Toledo en hombros el Emperador y sus hijos don Sancho y don Fernando, que fueron Reyes de Castilla, de León y de Galicia; lo cual pasó siendo Arzobispo don Juan I de este nombre, año de 1156, domingo 12 de febrero. Cuatro siglos después Felipe I, a instancias del Cabildo, pidió el resto del cuerpo de San Eugenio a Carlos IX, Rey de Francia. Otorgada la petición y entregados con las mayores formalidades los sesenta y tres huesos que se encontraron en la caja que los contenía, vinieron a España, pasaron por Alcalá (Cervantes tenía a la sazón dieciocho años y pudo ser testigo) y llegaron a Toledo el 18 de noviembre de 1565. El Rey don Felipe, que con el Príncipe don Carlos y los Archiduques Rodulfo y Ernesto, hijos del Emperador Maximiliano, había salido con ocho Obispos, muchos Grandes y el Ayuntamiento hasta el hospital de don Juan de Tavera a recibir el santo cuerpo, llegó a las andas, acometiendo quererlas llevar, y estorbólo la desigualdad de cuerpos de las personas reales de quien había de ser ayudado. Varios Grandes llevaron las andas hasta la puerta de Visagra, donde habiendo hecho el Rey para llevarle otro acometimiento, lo llevaron las Dignidades del Cabildo hasta la puerta del Perdón, donde tomaron el santo cuerpo los Obispos, después de haber acometido el Rey a quererlo meter en la iglesia. ---Otros pormenores de esta ceremonia en que intervino, como Secretario de Estado, Gonzalo Pérez, y la relación de las fiestas que con este motivo se celebraron, pueden verse en los capítulos XXVII y XXIX de la referida historia, que existe manuscrita en la Real Academia de la Historia.
El año de 1587, el Rey don Felipe, con licencia y aprobación del Papa Sixto V hizo traer a Toledo las reliquias de su patrona Santa Leocadia, que estaban en el monasterio de San Guislain, de la provincia de Henao, en los Estados de Flandes. Vinieron por Italia hasta una casa de recreo del colegio de Jesuitas de Alcalá, desde donde fueron conducidos a Olías, y de allí, con solemne pompa, a Toledo, El Rey, su hijo el Príncipe don Felipe, la Infanta doña Isabel y la Emperatriz doña María, asistieron al recibimiento, y metieron el arca desde la puerta del Perdón hasta el altar mayor, donde se colocaron las reliquias. Esto fue, según Salazar de Mendoza, el 26 de abril; otros señalan el 18.




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N-2,8,30. El uno sería San Diego de Alcalá, religioso lego de San Francisco, natural de San Nicolás del Puerto, en el reino de Sevilla, que murió en dicha ciudad el año de 1463, y fue canonizado por el Papa Sixto V el año de 1588. Cervantes había ya vuelto de su cautiverio de Argel, y como cosa de su patria, no podía ignorarlo.
El otro frailecito descalzo creyó Mayans (Vida de Cervantes, núm. 123) que era San Salvador de Orta. Pero tengo por más verosímil que el indicado en el presente lugar sería San Pedro de Alcántara, que había muerto el año de 1562.




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N-2,8,31. Construcción defectuosa, que se mejorarla diciendo: Cuyas cadenas de hierro, que era con lo que ceñían y atormentaban sus cuerpos, se tiene ahora a gran ventura besar y tocar, y están en más veneración, etc.




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N-2,8,32. No lo había dicho Sancho, y comprendo que según dije es errata por según dicen.



{{9}}Capítule IX. Donde se cuenta lo que en él se verá




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N-2,9,1. Verso tomado del romance viejo del Conde Claros de Montalván, uno de los que se conservaron en la colección de Amberes del año 1555, que empieza así:

Media noche era por filo,
los gallos querían cantar,
Conde Claros con amores
no podía reposar.

Lope de Vega, en el libro I del Peregrino en su patria, dice que los castellanos llaman filo a la mitad de la noche, y no sin causa, tomado de la proporción del peso que estando en igual balanza se llama filo. Este último se llama fil en la Ordenanza de la moneda, publicada por los Reyes Católicos en Medina del Campo el año 1497, donde se manda que el maestro de la balanza reciba en fil é dé en fil la dicha obra e moneda. También usó Cervantes de la palabra fil en la descripción del gobierno de la ínsula Barataria, cuando decía Sancho que estaban en un fil las razones de condenar o absolver; pero más comúnmente se llama fiel el de la balanza, o por corrupción de fil, o porque como fiel interventor atestigua, cuando está en medio, la exactitud del peso, o porque en este caso forma un como hilo o filo con los pilares de la caja, que es la etimología que indica San Isidoro (lib. XVI, cap. XXI). Y de aquí hubo de llamarse filo el de la espada, porque divide sus dos caras como un hilo, siendo frecuente en castellano que se sustituyan la h y la f en las palabras derivadas de la lengua latina.
Lo que dijo de la noche el Romancero de Amberes, lo dijo del día el Romancero del Cid, cuyo número 72 empieza:

Medio día era por filo,
las doce daba el relox:
comiendo está con los grandes el Rey Alfonso en León.

Véase por estos ejemplos que por filo equivale a en punto, y así lo confirma el pasaje de la historia de Palmerín de Oliva, donde se pone filo absolutamente en vez de punto: Otras cosas muchas, dice (cap. X), pensaba Griana que la ponían en el filo de la muerte.
Y si la expresión por filo quiere decir justa, cabalmente, en punto, no debió añadirse, como añadió el texto, poco más o menos.




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N-2,9,2. En las relaciones topográficas hechas de orden de Felipe I, dijeron los vecinos del Toboso que su villa lo era desde el año de 1337; que sus armas eran unas tobas (especie de piedra blanda y esponjosa, de poco peso, de donde quizá tomó nombre el pueblo) en campo verde, y en medio de ellas una cueva; que con motivo de los muchos moriscos granadinos que se habían venido a vivir en el Toboso había crecido el pueblo, que antes había tenido doscientas casas, y a la sazón tenía novecientas, donde habitaban novecientos vecinos: que había un monasterio de Beatas de San Francisco, y nueve cofradías, entre ellas una intitulada de Corpus Cristi, que era exclusivamente de cristianos viejos. Dicen que la mayor industria del pueblo era la fábrica de tinajas, y cuentan como cosa particular que en sus huertas se criaban rábanos de seis y siete libras de peso, y muy tiernos, blancos y dulces.




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N-2,9,3. No era en esta ocasión sandez la de Sancho, porque la sandez se compone de necedad y candor, y lo de Sancho era pura malicia y bellaquería. Todo lo que había contado a su amo acerca de su embajada desde Sierra Morena era mentira, sostenida después con otras mentiras durante el viaje con la Princesa Micomicona a la venta, y confirmada, como se verá en el capítulo siguiente, con la transformación de Dulcinea en aldeana, fraguada por el mismo Sancho.




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N-2,9,4. Voces no se dice con propiedad sino de las humanas y no conviene a los ladridos, rebuznos, gruñidos y mayidos, que es de lo que se habla. Mejor estaría cuyos diferentes sonidos. Por lo demás, la pintura que precede de los ruidos que se oyen en un pueblo por la madrugada, tienen mucha verdad que no parece sino que se está presenciando.




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N-2,9,5. Los que afectan un celo excesivo por la pureza del idioma castellano sin haberlo estudiado mucho, no dejarán de reclamar contra la voz de apartamiento como francesa, siendo así que fue común a ambas lenguas en sus principios. Hablóse de este punto con extensión en las notas al capítulo II. La palabra apartamiento se encuentra ya en el Itinerario de Rui González de Clavijo. Hablando de la ciudad de Tauris se cuenta que entre otros edificios notables había una gran casa, que tenía una cerca sobre sí bien fermosa e de rica obra, en la cual casa había veinte mil casas e cámaras apartadas e apartamientos; e esta casa dicen que ficiera un Emperador de la Persia. Y después, describiendo unos palacios de la ciudad de Quex, patria de Tamerlán, se dice: toda esta casa era dorada, e allí les mostramos (a los Embajadores castellanos) tantas casas e apartamientos, que sería largo de contar, en las cuales había obras de oro de azul e de otras muchas colores fechas a muchas maravillas, e para dentro en París, onde son los maestros sotiles, sería fermosa obra de ver. E que les mostraron cámaras e apartamientos que el Señor tenía fechas para estar con sus mujeres que habían extraña obra e rica.
Cervantes usó de la palabra apartamiento en varios lugares de su Persiles que fue la obra última que compuso (lib. I, caps. I, V y XI, y lib. II, cap. XVI), y después de Cervantes la usó también el culto y correctísimo historiador de la Conquista de Nueva España (ib. I, cap. II)




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N-2,9,6. Esta expresión de Sancho confirma lo que en otras notas anteriores se ha dicho acerca de la diferencia de significación de barragán, mancebo y sus derivados.




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N-2,9,7. Graciosa y oportuna ocurrencia de Cervantes. Se ve a Sancho todo aturdido, sin saber cómo salir del paso, y diciendo lo primero que le viene a la boca. Procura después disculpar el disparate de cualquier modo, y últimamente recurre al intento de separarse de su amo para interrumpir sus justas reconvenciones y pensar el modo de salir del paso.
Callejuela, diminutivo de calle. Dase este nombre a las calles angostas, excusadas y aun sucias, a diferencia de las principales, donde suelen estar las casas y edificios de más importancia, cuando no están en las plazas de los pueblos.




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N-2,9,8. Echar la soga tras el caldero, refrán comprendido en las colecciones del Comentador Griego y de Blasco de Garay. Según dice en el artículo Caldero de don Sebastián de Covarrubias, es, perdida una cosa, echar a perder el resto, está tomado del que, yéndo a sacar agua del pozo, se le cayó dentro el caldero, y de rabia y despecho echó también la soga con que lo pudiera sacar atando a ella un garabato o garfio.




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N-2,9,9. ¿Cómo compondremos esto con lo que se refirió en el capítulo XXV de la primera parte? Aseguró allí Don Quijote que sus amores con Dulcinea no se habían extendido a más que un honesto mirar, y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad, dice que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que ha de comer la tierra, no la he visto cuatro veces. Cervantes, según hemos dicho repetidas veces, olvidaba y no volvía a repasar lo que tenía escrito.




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N-2,9,10. Cervantes se burló en este pasaje de todos los libros de Caballería donde se habla de enamoramientos por oídas, que son muchos. Alpartacio, hijo del Rey de Sicilia, se enamoró sólo de oídas de la Infanta Miraminia, hija del Rey de Francia, como se refiere en la historia de Lisuarte de Grecia (cap. LXXIX). Lo mismo le sucedió a Brimates, hijo de don Brián de Monjaste, Rey de España, con la Infanta Lucela, hija del Rey de Sicilia, si bien antes de verla mudó de propósito y se dedicó a servir a Onoria (Amadís de Grecia, parte I, cap. LIX). La Infanta Leonorina, hija del Emperador de Constantinopla, se enamoró de Esplandián sin verle, sólo por las noticas que de él oía, y en muestra de su afición le envió una muy rica joya con la doncella Carmela, que había ido a llevar una embajada de Esplandián a Constantinopla (Sergas, capítulo XXXIX). De oídas fue el amor que la Princesa Niquea cobró al caballero de la Ardiente Espada (Amadís de Grecia, parte I, cap. XXII). También se enamoró por oídas la Reina Arsace de Medoro, según cantó Luis de Barahona (Angélica, canto 2.°). Un romance viejo habla del castillo de Rochafrida, donde vivía una doncella llamada Rosaflorida, la cual se enamoró de Montesinos

de oídas, que no de vista.

(Romancero de Amberes de 1555.)
Aún fue más lo de Zair, hijo del Soldán de Babilonia, que se enamoró en sueños de la Princesa Onoloria (Amadís de Grecia, parte I, caps. I y I). Después de esto debe parecer menos extraño lo que se cuenta de los caballeros que se enamoraron de la Princesa Diana por sólo ver su retrato, y de don Belianís de Grecia, que de esta suerte se enamoró de Florisbella (Belianís, lib. I, caps. XXII y LXI).




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N-2,9,11. Salida graciosísima que manifiesta bien el apuro de Sancho y que a otro cualquiera que a su amo hubiera hecho patente lo que tenía que pensar acerca de su anterior embajada a Dulcinea. La situación, embarazosa en que se hallaba de resultas de sus mentiras sugirió a Cervantes las gracias y sales de este capítulo, en que juegan alternativamente la rusticidad, la malicia y el aturdimiento de Sancho.




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N-2,9,12. Todas las ediciones anteriores han leído en esa de Roncesvalles, pero era conocido error de la imprenta. Lo primero porque los dos versos que pone el texto del romance que se imprimió en el Cancionero de Amberes (folio 92), y es uno de los antiguos cantares de Gesta castellanos, dicen de esta suerte:

Mala la hobistes, franceses,
la caza de Roncesvalles:
Don Carlos perdió la honra,
murieron los Doce Pares.

Lo segundo, porque, según observó muy bien la Academia, así lo demuestra sin réplica la contestación que sigue inmediatamente de Sancho: ¿qué hace, dice, a nuestro propósito la caza de Roncesvalles? No obstante reflexión tan concluyente, la Academia no se atrevió a restituir la verdadera lección en sus ediciones por un respeto excesivo a las primitivas, que ciertamente no lo merecían.
De La caza de Roncesvalles, en significación de La rota de Roncesvalles, se hizo también mención en otro romance viejo, que es el de Doñalda, mujer de don Roldán, inserto en la Silva de ellos que se imprimió en Viena el año de 1815. Léese allí:

Otro día de mañana
cartas de fuera le traen...
que su Roldán era muerto
en la caza de Roncesvalles.

La derrota del ejército de Carlomagno en aquella memorable jornada era uno de los sucesos que oían comúnmente desde su infancia los españoles, y del romance vulgar que la celebraba nació acaso la expresión del Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, que en la epístola 61 de su Centón escribía: Mala caza hizo el Conde de Luna, ca en ella mandó el Rey a Garci Fernández Manrique que lo llevase preso a su posada.




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N-2,9,13. En el citado Cancionero de Amberes está el romance del moro Calamos, donde se dice que era señor de los Montes Claros y Constantina, y que sirvió cinco años a Almanzor, Rey de Sansueña, en obsequio de su hija la Infanta Sevilla. Esta, requerida de amores por Calamos, le pidió en arras tres cabezas de los Doce Pares de Francia, y aquí empieza la relación del romance:

Ya cabalgaba Calaínos
a la sombra de una oliva;
el pie pone en el estribo,
cabalga de gallardía.

El gallardo moro pasó a Francia en demanda de su empresa, y después de haber vencido a Baldovinos murió a manos de don Roldán, según el romance lo cuenta.
Estas son las coplas de Calaínos, expresión proverbial con que se denotan entre nosotros los razonamientos o escritos impertinentes y frívolos de cosas que no importan.




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N-2,9,14. Parece que Don Quijote debió decir os pregunto, conforme al tratamiento de vos que había dado al mozo de labor en las razones precedentes. El tratamiento de indica gran familiaridad, como entre los amigos Anselmo y Lotario, o la superioridad de quien lo da, como los amos a los criados y los padres a sus hijos. En este último caso es indicio también de bondad, y así los padres, para reprender a sus hijos, suelen alzar el tratamiento, y Don Quijote, que ordinariamente llamaba de a Sancho, cuando enojado con él por la fisga que hizo de la aventura de los batanes le asentó los dos palos que cuenta la historia, levantó el tratamiento y le dijo: venid acá, señor alegre, ¿parécese a vos, etc.? Haced vos que estos seis mozos se vuelvan en seis jayanes y echádmelos a las barbas.
El mozo del texto no atendió, esto es, no aguardó a más preguntas, según la antigua significación del verbo atender, de que ya se ha hablado anteriormente.




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N-2,9,15. Se habla del consejo que había dado Sancho, y no se dice con propiedad que se apetece el consejo que ya se ha dado; el apetecer sólo puede ser antes de recibirlo, así como no puede ser sino después el agradecerlo. Apetezco probablemente es errata, por agradezco.




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N-2,9,16. Se emboscó en un bosque, concurrencia que no suena bien. Quizá no faltará quien diga que esto es tratar con demasiado rigor a Cervantes, y puede ser que tenga razón.
Floresta, según Covarrubias, se dijo del francés foret o forest, que significa lo mismo. En castellano equivale a bosque o monte hueco, esto es, de árboles crecidos. En la relación que los vecinos del Toboso dieron en tiempo de Felipe I, contestando a las preguntas hechas de orden del Gobierno, dijeron que sólo había en su término un monte, y no grande, que era de encinas. Cervantes procura ridiculizar el lugar del Toboso dándole una y otra vez el pomposo título de ciudad en este capítulo, y aun el de gran ciudad, al fin del capítulo precedente. Este monte, pues, sería donde se emboscó Don Quijote a aguardar la vuelta de Sancho. Su situación era semejante a la de Amadís de Gaula cuando, volviendo de la Peña Pobre, se emboscó en una floresta inmediata a la ciudad de Londres, aguardando la vuelta de su escudero Enil, a quien había enviado a la ciudad para preparar su entrevista con la sin par Oriana (Amadís de Gaula, cap. LVI). Pero aún era más semejante a la de Florambel de Lucea, de quien cuenta su historia que, habiendo llegado a vista de Londres, se quedó en una floresta que estaba dos millas de la ciudad (lo mismo que la del Toboso), y envió a su escudero Lelicio a ver a su señora Graselinda anunciándole su venida (lib. V, capítulo XVII).

{{10}}Capítulo X. Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos


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N-2,10,1"> 3483.
Del mismo modo empezó el capítulo V de esta segunda parte, y de un modo muy parecido a ambos empieza después el capítulo XXIV. No pudiendo atribuirse la repetición a falta de inventiva, es forzoso achacarla a la de revisión y lima.




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N-2,10,2. Estas salvas de Cide Hamete, y la ponderación de su exactitud y puntualidad, no conciertan mucho con el cargo que se le hizo en el capítulo IX de la primera parte. Allí se le tildó que de industria pasa en silencio las alabanzas de Don Quijote, atribuyéndolo a la ojeriza de los moros contra los cristianos y a la propiedad de mentirosos que se asigna a los escritores árabes.




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N-2,10,3. Ironía del bellaco de Sancho. El lector se acordará de la veracidad y exactitud con que Sancho desempeñó la primera embajada, y de aquí podrá deducir la sinceridad y mérito de la oferta que aquí hace a su amo.




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N-2,10,4. Don Quijote, al despachar a Sancho para su embajada, le dictaba las instrucciones que había aprendido en la escuela de la sin par Oriana. Cuando esta Princesa envió a Amadís con el doncel Durin la carta que le hizo retirarse despechado a la Peña Pobre, le encargó mucho que observase el semblante que ponía al leerla (Amadís de Gaula, cap. XLIV).
El autor de Las lágrimas de Angélica refiere que la Reina Arsace, enamorada de Medoro sólo de oídas, trató de verle a pesar de la guerra que había entre ambos. Para esto se disfrazó en hábito de paje, y fingiéndose embajador de sí misma, le llevó una carta que le entregó delante de Angélica con un magnifico presente. El poeta describe así la turbación de Arsace al entregar la carta (canto 2.E°):

Y estaba al tiempo que esto se decía
el paje (que Arsace era) tan sin tiento,
que más por discreto uso respondía
que por haber estado al dicho atento,
el cuerpo y lengua a todo revolvía.

De Angélica las voces percibido,
La afrenta al pecho entró, y salió trayendo
la sangre al rostro con que fue encendido,
y luego casi al punto revolviendo
Al corazón que tiene amor herido, cual si socorro fiel le demandara,
dejó amarilla y sin su flor la cara.

Encarga después Don Quijote a su embajador que mire si se desasosiega Dulcinea al oír su nombre, si estando sentada no cabe en la almohada, o si estando en pie muda de postura, si repite la respuesta, si la muda, si lleva la mano al cabello como para componerlo, aunque no lo necesite. Estas advertencias contienen una bella descripción del estado y continente de una doncella de alta guisa, agitada del amor al galán que le envía la embajada, del rubor con que la recibe, y de la encogida inquietud que el amor y el rubor, la pasión y el deseo de ocultarla producen en su persona.
Háblase en la instrucción de la almohada, donde se supone podía estar sentada Dulcinea; para inteligencia de lo cual es menester tener presente que en otros tiempos las señoras no se sentaban en sillas, sino en almohadas puestas en el suelo, y así lo indica el origen de la palabra estrado, que es tendido en el suelo, y se aplicaba al todo de las almohadas o cojines que hacían en las habitaciones el oficio que ahora las sillerías. Así se ve por la relación de actos solemnes de otros tiempos, como del recibo que la Reina doña Isabel la Católica hizo en Alcalá a los Embajadores de Borgoña e año de 1478, en cuya ocasión sólo la Reina estaba sentada en silla y sus damas en el estrado. Hállase ya mención de los estrados en las relaciones y ejemplos del Conde Lucanor; y probablemente esta manera de sentarse las señoras en el suelo sobre cojines y alfombras vino a Castilla de los moros, entre los cuales aún continúa, pues entre ellos no hay la rotación de modas que en el Occidente de Europa. La costumbre de sentarse las señoras en el estrado siguió en España durante el tiempo de la dinastía austríaca. En los saraos de palacio, el repostero de estrado de la Reina tenía el cargo de poner una almohada a los Grandes que iban a hablar con las damas, para que pudiesen doblar la rodilla y de esta suerte conversar cómodamente con ellas, como que estaban sentadas en el suelo (don Alonso Carrillo Origen de la dignidad de Grande, discurso sexto). En la relación de la fiesta que el Conde-Duque de Olivares dio en el Prado, donde ahora está el jardín de la Conservaduría de Artes, la noche de San Juan del año 1631 al Rey Felipe IV y su corte, se ve que la Reina, las Infantas y sus damas estaban sentadas en cojines. Y de esto quedan aún vestigios en el primer recibo que las Reinas hacen a las mujeres de los grandes de España, sentándose éstas en un cojín: de donde se llama a esta ceremonia tomar la almohada, y equivale a ponerse sus maridos el sombrero delante de los Reyes, que es cubrirse de Grandes y tomar posesión de la Grandeza. Posteriormente, los franceses introdujeron sentarse las señoras en taburetes, lo que, además de ser más cómodo, evita las actitudes poco nobles al sentarse, y especialmente al levantarse. El modo de sentarse todavía las mujeres en nuestras iglesias es un vestigio de la antigua costumbre.
La pieza o sala en que se ponía el estrado para las señoras, solía también llamarse estrado, y los había de más y menos adorno, según lo exigían las ocasiones y la calidad de las personas que se recibían; en el palacio de Dulcinea habría estrado rico de su autoridad como Princesa.




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N-2,10,5. Entre temer y esperar hay contradicción. Lo que se teme no se espera, ni lo que se espera se teme. A la situación y a lo demás del discurso de Don Quijote correspondía más el lenguaje del temor que el de la esperanza.




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N-2,10,6. O Sancho, o Cervantes, o el impresor estropearon este refrán. Ordinariamente se dice adonde se piensa que hay tocinos no hay estacas, como lo dice Sancho en el capítulo LV de esta segunda parte, y se aplica a las personas que tienen crédito de ricas y carecen aun de lo necesario; con la misma sentencia había dicho Sancho en el capítulo XXV de la primera parte: muchos piensan que hay tocinos y no hay estacas. Otras veces se dice: no siempre hay tocinos donde hay estacas; se aplica a las esperanzas infundadas o fallidas, o le alegó Sancho hablando con su amo en el cap. LXV, después de su vencimiento en Barcelona. Otra vez dice Sancho a su mujer en el capítulo LXXII: muchas veces donde hay estacas no hay tocinos.
Todos son guisados que hizo Sancho del verdadero refrán, que dice: Do pensáis que hay tocinos, no hay estacas.
Tocino es el lardo o carne gorda del cerdo; también se llaman tocinos los témpanos o medias canales del cerdo, que se salan y guardan para el consumo doméstico. En lo antiguo se dio también el nombre de tocinos a los cerdos vivos, como lo indica el refrán y aquel pasaje de la Gran conquista de Ultramar (capítulo LXXXVI) en que se cuenta que Ancelino ofreció al caballero del Cisne que le enviaría quinientas vacas e mil carneros e tocinos.





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N-2,10,7. Salir del bosque y sentarse al pie de un árbol es como apartarse de la fuente y beber agua. Posible es, y muy posible, que haya un árbol fuera de un bosque, así como también lo es que haya agua fuera de la fuente; y así no hay repugnancia ni imposible ni en lo uno ni en lo otro; lo que se dice que no hay es acuerdo, según dicen los pintores.




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N-2,10,8. El presente soliloquio de Sancho es de los pasajes más agradables y sabrosos de la fábula. Entra en cuentas consigo, y después de ridiculizar sin dar muestras de querer hacerlo, la calidad de Princesa en Dulcinea, y de ciudad en el Toboso, ridiculiza también al amartelado caballero de quien es la embajada, diciendo para ensalzar su forma y hazañas, que al sediento da de comer y de beber al hambriento. No es la primera vez que se halla en el Quijote una equivocación festiva de esta clase. Allá en la aventura de los disciplinantes, al fin de la primera parte, se lamentaba el mismo Sancho sobre el cuerpo de su amo que creía difunto, y entre otros elogios le daba el de humilde con los soberbios y arrogante con los humildes. Se hace después Sancho cargo de la principal dificultad de su embajada, que era el temor de que su amo viniese a descubrir todas sus mentiras.




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N-2,10,9. Sin embargo, en el capítulo XXV de la primera parte, cuando su amo le descubrió el secreto de que la Emperatriz Dulcinea era la hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales, bien la conozco, dijo Sancho, y contó, en tono de testigo de vista, que tiraba a la barra y llamaba a sus zagales desde el campanario de la aldea. Pero a Sancho o a Cervantes se le había olvidado; estoy por lo último.




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N-2,10,10. Un romance viejo de Bernardo del Carpio empieza de esta suerte:
Con carta un mensajero
el Rey al Carpio envió;
Bernardo, como es discreto,
de traición se receló.
Las cartas echa en el suelo,
y al mensajero así habló:
Mensajero sois, amigo,
non merecéis culpa, non.

En otro romance del Conde Fernán González, que cuenta el mensaje que le envió el Rey don Sancho Ordóñez llamándole a las Cortes de León, dice el mensajero:

Buen Conde, si allá no ides
daros hi han por traidor.
Allí respondiera el Conde,
y dijera esta razón:
Mensajero eres, amigo,
no mereces culpa, no;
que yo non he miedo al Rey
ni a cuantos con él son.

(Cancionero de Amberes de 1555.)

Los dos versos tomados de estos romances, como tan antiguos, habían llegado en el siglo XV a ser proverbiales; y así Lope de Sosa, poeta de aquel tiempo, hablando con una carta de un competidor suyo con sobrescrito para su amiga, le decía (Cancionero general de 1534, fol. 140):

Carta, a vos como enemiga
quisiera ofenderos yo;
mas pues otro os escribió,
mensajera sois, amiga,
no merecéis culpa, no.

La razón en que se funda la consideración debida a los embajadores y mensajeros la dio el Emperador Carlomagno, cuando contestando en el romance del Marqués de Mantua a los que demandaban de parte de éste la muerte de Baldovinos, les decía:

Bien sabéis que el mensajero
tiene de hablare:
al amigo y enemigo
siempre se debe escuchare;
por amistad al amigo,
y al otro per se avisare.
En los anales de la Caballería andante se reconoció esta inviolabilidad del derecho fecial; y así en el libro de Amadís de Grecia se cuenta que habiéndose presentado en la gran sala del palacio de Trapisonda un feo y viejo enano, le dijo al Emperador Lisuarte que venía de parte del valiente Furior Cornelio a demandar a su hijo Amadís de Grecia sobre haber muerto a traición en Niquea al Príncipe de Tracia. Entonces el Emperador, movido a seña, le dijo: por cierto vos habláis muy mal, que si no fuérades mensajera, yo os hiciera castigar. A pesar de todo, Sancho no se aseguraba, y acordándose de lo colérico y cosquilloso de sus paisanos, temía que los del Toboso le moliesen a palos si creían que iba a sonsacarles sus Princesas y a desasosegarles sus damas. ¿Envolverá esto alguna alusión al mal trato que, según la tradición referida por Navarrete, experimentó Cervantes en el Toboso por un chiste picante dirigido a una mujer, cuyos parientes e interesados se ofendieron?




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N-2,10,11. Por fruto de sus reflexiones, Sancho determina no consultar en el presente negocio más que su seguridad e interés, dejando a un lado el de su amo. Oxte puto, dice, fórmula de quien aparta con resolución y sacude de si alguna cosa: allá darás rayo; vaya el mal a otra parte lejos de mí; no quiero exponerme yo por el gusto ajeno; y acaba de confirmarse en la resolución de no cumplir con el precepto de su amo con la consideración de lo difícil que era cumplirlo, no teniendo señas por donde preguntar ni saber de Dulcinea.
Oxte, interjección de quien arroja de sí lo que le incomoda y ofende; manifestábase el enojo y desdén con que se hacía añadiendo una injuria y formando la expresión de que usa Sancho, y que ha anticuado la decencia. La expresión proverbial allá darás rayo está sincopada. Usóla entera Fernández de Avellaneda en el capítulo XXV de su seudo-Quijote: Oxte puto, allá darás rayo, que no en mi sayo. Otros decían: Allá darás rayo en casa de Tamayo, y sobre este estribillo formó don Luis de Góngora la cuarta de sus letrillas.
Por la cita hecha de Avellaneda, y lo que dice el Tesoro, de Covarrubias, en el artículo Alcaparra, se ve que el uso juntaba el Oxte con el allá darás rayo, formando una especie de imprecación o maldición en respuesta de alguna pulla.
Buscar a Manco por Rávena, locución proverbial italiana para expresar la inutilidad de alguna diligencia que se hace como sería la de buscar una mujer en Rávena por el nombre de Marica, que allí debía ser común. Cervantes oiría este refrán cuando estuvo en Italia. De otra ocasión semejante a la de Sancho decía Guzmán de Alfarache que era preguntar por Entunes en Portugal (parte I, lib. I, cap. VII); y en una comedia antigua inserta en los Orígenes, de Moratín, preguntando uno a otro en Valencia si le sabría dar razón de un esclavo extranjero, le responde el otro: Si no das otras señas, es preguntar por Mahomad en Granada. ---Igual caso sería el de quien buscase al bachiller sin otras señas en Salamanca.




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N-2,10,12. Frase proverbial a la que dio origen la alusión a la costumbre de los pueblos antiguos de Italia, entre los cuales el ejército vencedor solía hacer pasar al vencido por debajo del yugo, que era tres picas en forma de horca; desgracia y afrenta que experimentó el ejército romano de las Horcas caudinas guerreando con los Samnites, pueblos del levante de aquella península.




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N-2,10,13. Habla del encuentro con los dos religiosos benitos en el capítulo VII de la primera parte. Pero no se dice allí que Don Quijote tuviese las mulas por dromedarios, como supone el discurso presente de Sancho. Cervantes, y no Don Quijote, fue quien calificó a las mulas de dromedarios por lo grandes, Y después por la misma razón llamó castillo a una de ellas.




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N-2,10,14. Sospecho que aquí hay errata, y que el original de Cervantes tendría a este tenor, que es como se dice comúnmente ---Todo el soliloquio precedente viene a parar en la invención del encantamiento de Dulcinea, proponiéndose Sancho hacer creer a su amo que era obra de algún encantador maligno. Indújole a ello la facilidad con que le había visto creer otros absurdos, atribuyéndolos a maniobras de los magos y nigromantes. Esta invención de Sancho, que aunque rústico y zafio no era tonto, y que con ella salió del apuro en que se hallaba, es el origen y fundamento de gran parte de los incidentes restantes de la fábula.




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N-2,10,15. Digresión festiva sobre el sexo de las caballerías en que venían montadas las aldeanas.




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N-2,10,16. Semejante a la situación de Don Quijote era la de Amadís de Gaula cuando envió a su escudero Gandalín, desde una floresta en que se había emboscado y estaba inmediata a la corte del Rey Lisuarte, a ver a su señora, la sin par Oriana, y a saber qué era su voluntad que hiciese. Amadís le atendía esperando la vida o la muerte, según las nuevas trajese... Y como vio venir a Gandalín, fue contra él e dijo: amigo Gandalín, ¿qué nuevas me traes? Señor, buenas, dijo él... mejores son las nuevas que vos pensáis (Amadís de Gaula, cap. XIV).




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N-2,10,17. Los antiguos romanos observaban la distinción de los días faustos e infaustos: el más señalado de estos últimos era el 18 de julio, día en que los 306 Fabios que componían la ilustre familia de este nombre, menos uno que por su poca edad se había quedado en Roma, perecieron todos peleando contra los Veyentes a orillas del río Cremera, y día también en que años después fueron vencidos los romanos junto a Alía por los galos, que a consecuencia de este suceso se apoderaron de Roma (Tito Livio, lib. VI, cap. I). Los romanos, en ciertas ocasiones, señalaban los días felices con piedrecillas blancas, y con negras los funestos o aciagos, de lo que hay mención en muchos de sus escritores, así como también en las votaciones de los tribunales usaban de piedrecillas blancas para absolver y de negras para condenar ---En Don Quijote cupo bien el tener estas noticias; no así en Sancho la de los rétulos o rótulos de almagre, costumbre propia de las universidades, donde también Se inscribían con grandes letras de almagra los vítores a los nuevos doctores, como generalmente en las ciudades populosas a los predicadores y demás personas a quienes se tributaban aplausos públicos.
Muchos del vulgo imitan a los romanos en esta superstición, y tienen por día aciago el martes. El origen de esto dicen que fue el haber sido martes el día en que el Rey don Alonso el Batallador, primero de Aragón, fue vencido por los moros y muerto en la batalla de Fraga, el año de 1134. Pero si la desgracia sucedió, Como cree Zurita, el 7 de septiembre, este día fue viernes, y sólo podría favorecer a la opinión tan vulgar y supersticiosa como la otra, de que la calidad del infausto comprende a los tres días de la semana en cuyos nombres entre la letra r.





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N-2,10,18. Dicen que mazorca es voz de origen arábigo. Significa la husada o el bulto del hilo que rodea al huso después de hilado el copo. Por semejanza se dice de la espiga del maíz y otras plantas, y siendo las mazorcas de perlas, significan en boca del ponderativo Sancho colgantes arracimados de perlas.





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N-2,10,19. Ponderación desmesurada. Llámase brocado a la tela de seda sobrelabrada con oro o plata. El más precioso era el de tres altos, y no pasó de aquí el que se menciona como el más magnífico en la crónica de don Florindo de la Extraña Ventura, donde se lee que para la justa que había de celebrarse en Nápoles envió el Rey Federico a Florindo una valerosa ropa de brocado pelo alcachofado de tres altos (Florindo, parte I, cap. XVI). En esta clase de brocados, a semejanza de los altos de las casas, se llamaba primero al fondo de la tela, segundo a la labor, y tercero el realce de los hilos de plata, oro o seda escarchada o briscada. De las brocas o rodajas en que los bordadores tienen cogidos los hilos y torzales, se dijo brocado. El brocado de diez altos que dijo Sancho es un absurdo.
A mediados del siglo XVI, don Alonso Núñez de Castro contaba los brocados de Milán entre las cosas de mayor lujo, en su libro intitulado Sólo Madrid es corte (lib. I, cap. I). Algunos años antes, Cristóbal Suárez de Figueroa había hecho memoria de los más célebres bordadores de su tiempo en la Plaza universal de ciencias y artes (discurso 51), donde pueden verlo los curiosos.




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N-2,10,20. Comparación frecuente en nuestros poetas, pero demasiadamente ingeniosa para puesta en boca de Sancho, que ni había leído los poetas, ni era capaz de inventar la comparación por si mismo, a pesar de la agudeza y travesura que mostró en la invención y ejecución del presente enredo.




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N-2,10,21. Alonso López Pinciano en su Filosofía poética, impresa en 1596 (epístola IX), hablando de los orígenes y fuentes de la risa, cuenta entre ellas la ignorancia crasa y ridícula: como si uno (este es el ejemplo que pone) por decir hacanea dijese cananea. ¿¿Lo tomaría de aquí Cervantes?
Hacas o jacas, como decimos comúnmente, son caballos de poca alzada o cuartagos; dábase nombre de hacaneas a las jacas preciadas, de valor y hermosura, propias para que cabalgasen en ellas Reinas, Princesas y grandes señoras. Tal era la hacanea que la doncella Alquifa presentó de parte de su padre el sabio Alquife a la sin par Oriana (Lisuarte de Grecia, cap. XXXIV). En nuestro tiempo ya no se usa ni oye el nombre de hacanea, sino cuando se habla de la que los Reyes de Nápoles solían ofrecer antiguamente en señal de vasallaje a los Papas. Esta debía ser blanca: remendadas se llaman las cabalgaduras pías o de piel manchada.




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N-2,10,22. Bowle pone algunos ejemplos tomados de las historias caballerescas. Otros se mencionaron en las notas al capítulo XXXI de la primera parte.




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N-2,10,23. Para consolar a Sancho de la pérdida del rucio cuando se lo hurtó Ginés de Pasamonte, le ofreció tres pollinos Don Quijote; ahora le ofrece las crías de tres yeguas. Gran caballeriza va necesitando nuestro escudero.




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N-2,10,24. Puede sospecharse que está es errata por estoy: a las crías me atengo, respondió Sancho, porque de ser buenos los despojos de la primera aventura no estoy muy cierto. El texto padece algún defecto.




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N-2,10,25. Antes dijo Sancho que las hacaneas eran pías; ahora dice que son blancas como el ampo de la nieve. Sancho se contradecía, como embustero, y Don Quijote no reparaba en ello, como loco.
Compárase la blancura de las hacaneas al ampo o candor de la nieve: es comparación proverbial: entra en ella la palabra ampo, que nunca se usa en castellano fuera de este caso. Lo mismo sucede a vilo y voladas, que sólo se usan con el verbo llevar, y a flagrante, que nunca se encuentra fuera de la locución en flagrante delito.





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N-2,10,26. Tratamientos ridículos de invención de Sancho, como otros que se verán después en la relación de las aventuras de casa de los Duques.




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N-2,10,27. Un escritor italiano del siglo XVI citado por Bowle llama a esta muestra de obsequio a las damas uso verdaderamente español. Las cosas han cambiado notablemente desde entonces, y sería de desear que se conservase algo más de lo que se conserva aquella consideración al otro sexo de aquella galante cortesía, cuya falta arguye siempre mala educación, y frecuentemente malas costumbres.




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N-2,10,28. Desgraciada no significa aquí infeliz o desventurada, que es lo que significa ordinariamente, sino desabrida, sin gracia, según lo explica la palabra mohina, y la expresión de enojo que usa la supuesta Dulcinea nora en tal, que quiere decir noramala, indicando con la palabra tal alguna reticencia de cosa menos suave o decente, a la manera que se dice voto a tal, váyase a la tal.
El lenguaje de las aldeanas es propio de gente rústica. Todavía dura en algunas provincias el uso de mos por el pronombre nos, y dicen déjenmos, como decía aquí y repite luego la labradora del Toboso. Otra de sus compañeras dice algo más abajo: déjenmos hacer el nueso (camino). En otros tiempos se usó nueso por nuestro, como otros vocablos y modismos ya anticuados, que sólo se conservan entre la gente del campo, más tenaz del lenguaje primitivo que la ciudadana.
Xo, interjección con que se detiene y aquieta a las caballerías, así como se las excita a andar con el arre. Debe escribirte xo y no jo, que se pronuncia de otro modo. El antiguo refrán xo que te estriego, se halla ya en la colección del Marqués de Santillana, y se indica a los que se niegan a recibir el bien que se les quiere hacer, a manera de la bestia que resiste los halagos de quien la rasca. En boca de nuestra labriega es irónico, y tilda la inoportunidad del obsequio con que se la detenía.
En el acto primero de la Celestina se usa este adagio con alguna variedad: xo, que te estriego, asna coja.





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N-2,10,29. En el día se entiende comúnmente por pulla un dicho agudo y picante de los que se usan entre gente ordinaria. En lo antiguo tuvo significación menos favorable, como se infiere de la petición 147 de las Cortes de Valladolid del año 1548, en que se suplica al Emperador que cuanto o los cantares sucios y pullas y deshonestidades que se dicen y cantan por las calles y en o tras lugares, se mande con pena que no se haga. Consiguiente a esto en la Recopilación de las leyes del Reino, publicada el año de 1567, reinando ya Felipe I, se prohibió, so pena de cien azotes y un año de destierro, decir ni cantar de noche ni de día por las calles ni plazas, ni caminos, ninguna palabras sucias ni deshonestas, que comúnmente llaman pullas.
La misma prohibición y bajo la misma pena se repitió en un bando de los Alcaldes de Casa y Corte, pregonado en 4 de diciembre de 1585.




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N-2,10,30. Hemistiquio de Garcilaso en la égloga tercera:

Mas la fortuna, de mi mal no harta,
me aflige, y de un trabajo en otro lleva.

Sigue Don Quijote al hablar de su pena, diciendo: esta ánima mezquino; lo que recuerda también el otro verso de Garcilaso en la égloga primera:

Siempre está en llanto esta ánima mezquina.

Nuestro hidalgo había leído mucho a Garcilaso; ya vimos que le llama nuestro poeta en el capítulo VII, y esto explica las reminiscencias del texto.




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N-2,10,31. Período de una redondez, armonía y perfección admirables.




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N-2,10,32. Repite aquí Cervantes festivamente el error de Sancho. No advirtiendo esto el editor de Londres de 1738, corrigió hacanea.




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N-2,10,33. No se ha hablado hasta ahora, ni se habla después, de este prado. Pudiera parecer que se puso prado por camino, porque en el camino que venía del Toboso fue donde pasó la escena que acaba de referirse.




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N-2,10,34. Es notoria la antigua afición de los cordobeses a la equitación. Por lo que toca a los mejicanos, dice el doctor Bernardo de Valbuena en el capítulo II de su Grandeza mejicana, que la juventud de aquel país

Del Indio al Mauro, y de polo a polo,
el concertar el brío de un caballo
tiene el primer lugar y el primor solo.




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N-2,10,35. El blanco para tirar a él con flecha o con bala, suele ponerse en un terrero para evitar los rechazos y otros accidentes. De aquí vino usarse de la voz terrero casi en la misma significación de blanco, como sucede en el texto.




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N-2,10,36. Ahora decimos contentarse con. Respecto del adjetivo contento, decimos indiferentemente: contento con o contento de.





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N-2,10,37. Tan propio de las principales señoras, es como debió ponerse.




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N-2,10,38. Ajos, comida villana, propia de labriegos, y prohibida a los caballeros de la Banda, como ya vimos en las notas al cap. X de la primera parte.
Encalabrinar se dijo de calabrina, palabra antigua que usó en significación de hedor Juan Lorenzo Segura en su Poema de Alejandro (copla 2264). En la misma la usó el autor de la Danza general de la muerte, composición inédita del siglo XIV.
Conforme a este origen, encalabrinar es apestar, que es lo que hacen los que han comido ajos, y lo que hizo aquí la aldeana del Toboso. Don Quijote, ponderando lo intenso y penetrante del hedor de los ajos, dijo que le había encalabrinado el alma. Con expresión muy semejante dijo después Estebanillo González, en el capítulo y de su vida: comimos a la noche un ajo blanco que me encalabrinó las entrañas.





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N-2,10,39. El Príncipe de Inglaterra don Duardos, encontrando encantado a Primaleón y viéndole hacer cosas de loco, exclamaba: ¡¡Oh, malditos sean los encantamentos y quien los sabe hacer! (Primaleón, cap. CXXX). Mal hayan encantadores que tanto mal hacen, dijo el caballero Arfileo al acabarse un encanto fraguado por el sabio Silfeno (Belianís, lib. I, cap. LIV). Pero Sancho, que no era más que un pobre escudero andante, hablaba con poco respeto, no teniendo presente que había habido encantadores revestidos de la dignidad imperial y real, como Lepolemo, Emperador de Alemania; Cirtea, Reina de Argines; Aldeno, Rey de la Isla Tenebrosa; Sarpín, Rey de los Pineos y Berfunes, Rey de Mondurante.
Sancho deseaba ver a todos los encantadores ensartados por las agallas como sardinas en lercha; y Pellicer, no conociendo esta última palabra, que se halla en todas las ediciones, inclusas las primeras, creyó que era errata por percha, que es de donde suelen colgarse los pescados para que se oreen y enjuguen. La Academia Española notó la equivocación de Pellicer, porque lercha se llama la pluma o junquillo en que los cazadores ensartan por las narices las aves muertas, y los pescadores los peces por las agallas. Pellicer no advirtió que en el texto se hablaba de ensartar, y no de colgar.
Más feliz estuvo Pellicer en la enmienda de las últimas palabras del período. Decía éste en todas las ediciones mucho sabéis, mucho podéis y mucho más hacéis. El concepto es absurdo, porque nadie hace más de lo que puede: lo que junto con el propósito de Sancho, que era ponderar el mucho mal que los encantadores no sólo saben y pueden, sino también suelen hacer, califico de plausible y fundada la corrección de Pellicer que leyó mucho sabéis, mucho podéis y mucho mal hacéis.





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N-2,10,40. De un lunar de Don Quijote se habló en el capítulo XXX de la primera parte, que es el que dijo Dorotea que debía tener su campeón, según dejó profetizado su padre Trinacrio; pero con arreglo a las noticias de Sancho, el lunar de su amo era en la mitad del espinazo, y no en el labio ni en la tabla del muslo, como los de la señora Dulcinea. De esta opinión de Don Quijote acerca de la correspondencia de los lunares del rostro con los de otras partes del cuerpo, como en tiempo de Cervantes debió ser común, habla Covarrubias en el artículo Lunar. Los fisionómicos, dice, juzgan destos lunares, especialmente los que están en el rostro, dándoles correspondencia a las demás partes del cuerpo: todo es niñería y de poca consideración. Es claro que Cervantes se burla de este error vulgar, como suele hacerlo de todos los que encuentran al paso.
La gramática del texto no está bien: parece que se omitió alguna palabra y que debió decirse: Conforme a ese lunar, según la correspondencia que tienen entre sí los del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea en la tabla del muslo, etc.




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N-2,10,41. Dábase este nombre a la silla de montar con los arzones más altos; y lo decía Sancho para ponderar la ligereza con que la aldeana había pasado de un salto el arzón trasero, pudiendo, según su expresión, enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mejicano.
No es esta la primera albarda convertida en silla y jaez de caballo de que se hace mención en el discurso del Quijote. Acordémonos de la que dio ocasión a tantas disputas y disturbios en la célebre venta de Juan Palomeque el Zurdo, teatro de muchos de los sucesos de la primera parte. Aquélla con su aparejo era jaez de caballo, y aun de caballo castizo; éésta era una silla a la jineta con una cubierta de campo, que valía la mitad de un reino según era de rica. Sería como las que en las justas de Nápoles, celebradas por el Rey Federico en obsequio de don Florindo de la Extraña Ventura, llevaban las hacaneas (que también eran blancas como las de las aldeanas del Toboso) en que cabalgaban la Princesa Tiberia, hija del Rey, y la doncella Margarita Rusela, que estaba prometida en premio al más gentil hombre de los justadores. La guarnición de la primera hacanea era de brocado y piedras preciosas; la de la segunda era también de brocado con campanillas de oro (Historia de don Florindo parte I, cap. XVII).




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N-2,10,42. Hermosa aplicación del adverbio delicadamente. Hubiera podido decirse ingeniosamente, sutilmente, astutamente; pero ninguno de ellos hubiera igualado ni equivalido a delicadamente. Este adverbio, lo mismo que su raíz el adjetivo delicado, tienen varias acepciones: unas veces se toman en buena parte, otras en mala, según las circunstancias. Delicado se aplica al hombre de buen gusto, al de mal genio, al de quebrantada salud, al regalón, al de pocas fuerzas y al refinadamente ingenioso, como lo es Sancho en el texto.




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N-2,10,43. ¿Quién pudiera creer que se tachase esta expresión de galicismo? Pues así lo hizo don Valentín Foronda en las Observaciones sobre el Quijote, impresas en Londres por el año de 1800, y que se han citado otras veces en nuestras notas (carta segunda, pág. 69).




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N-2,10,44. Don Vicente de los Ríos observó ya el yerro geográfico que aquí se comete al parecer, porque todos los sitios de las aventuras que siguen desde la presente visita del Toboso hasta la de la cueva de Montesinos están al Mediodía del Toboso, dirección contraria a la de Zaragoza, que está al Norte. Pudiera decirse en abono del fabulista que Don Quijote pensó tomar y tomaría el camino de Zaragoza, pero fue fácil que se extraviase yendo de aventura en aventura, como en las historias caballerescas se supone que sucedía a los andantes, dejando tal vez que el caballo siguiese el camino que se le antojaba, sin abandonar por esto el principal pensamiento, que era venir a parar a Zaragoza y asistir a las justas del arnés: tanto más, que no expresándose el tiempo que faltaba para ellas, pudo haber menos prisa.




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N-2,10,45. Cuando Cervantes escribía esto, todavía pensaba en que su protagonista concurriese a las justas de Zaragoza, porque todavía no había llegado a sus manos la continuación del QUIJOTE escrita por Alonso Fernández de Avellaneda, que se publicó el año de 1614. En el camino para Zaragoza tuvo noticia de él Don Quijote, como se referirá en el capítulo LIX, y le pareció tan mal que, en desquite y por dejar mal a su autor, que había referido el viaje y sucesos en Zaragoza, mudó de propósito y resolvió ir a Barcelona.

{{11}}Capítulo XI. De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro, o carreta, de Las Cortes de la Muerte


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N-2,11,1. Semejante a esta fue lo que le sucedió a Amadís de Gaula cuando, desdeñado de su señora Oriana, se partió de la ínsula Firme, el cual metióse muy presto por la espesa montaña, no a otra parte, sino adonde el caballo lo quería llevar; y así anduvo hasta más de la media noche sin sentido ninguno hasta que el caballo topó en un arroyuelo de agua que de una fuente salía, y con la sed se fue por él arriba, hasta que llegó a beber en ella, y dando las ramas de los árboles a Amadís en el rostro, recordó en su sentido (Amadís de Gaula, cap. XLV). Asimismo se refiere de Lisuarte de Grecia, que yendo muy triste y desacordado por una floresta a causa de haberlo despedido su señora Onoloria, el caballo no iba sino por donde quería: Lisuarte iba tan metido en pensamiento que ni sabía si iba por camino o si fuera del, o si andaba o si estaba quedo. El caballo, como sintió que no hacía sino lo que él quería, paróse en medio del camino a roer de las hojas de los árboles (Lisuarte de Grecia, cap. LII). Y la historia del caballero del Febo cuenta que en cierta ocasión iba Rosicler tan distraído, pensando en su señora la Infanta Olivia, que el caballo echó por un camino poco usado, y así anduvo por él adelante la mayor parte de aquel día, que no se acordaba de comer ni de otra cosa, hasta que el caballo, con la hambre, que llevaba, se paró, y trabajaba por pacer de la hierba del campo (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. I, cap. IV).




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N-2,11,2. Palabras que recuerdan aquellas tan conocidas de las coplas de don Jorge Manrique, poeta castellano del siglo XV, a la muerte de su padre don Rodrigo:

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.




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N-2,11,3. Decía el santo ermitaño Andalod a Amadís de Gaula, que quería retirarse con él a vivir desconocido: vos que sois tan bueno... e sois leal abogado y guardador de todos e todas aquellas que sinrazón reciben y tan mantenedor de derecho, sería gran malaventura e gran daño e pérdida del mundo, si vos así fuésedes desamparado: e yo no sé quien es aquella que vos a tal estado ha traído; mas a mi paresce que si en una mujer sola o viese toda la bondad y hermosura que ha en todas las otras, que por ella tal hombre como vos no se debría perder. --- Buen señor, dijo Amadís, yo no vos demando consejo en esta parte, que a mí no es menester (Amadís de Gaula, cap. XLVII).




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N-2,11,4. Con palabras muy semejantes decía Celestina en el acto II de su tragicomedia: Quien me vido y quien me ve agora, no sé como no quiebra su corazón de dolor. ---Otra reminiscencia de Cervantes puesta en boca de Sancho.
En el Corbacho del Arcipreste de Talavera, autor del reinado de don Juan I de Castilla, se leen unas expresiones que envuelven la misma sentencia y con palabras poco diferentes. Cuéntase allí que la Pobreza venció y derribó a la Fortuna, y lamentándose de la cuitada, se dice: quien la vido poco tiempo había y después la vido en tierra vencida y casi muerta, no siendo persona tan cruel que no llorase (parte IV, capítulo VI).
En la expresión de Sancho hay una consonancia ahora y llora que no se encuentra en las anteriores, y que pudiera indicar que en tiempo de Cervantes había contraído ya carácter de proverbial.




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N-2,11,5. Sancho lo trocó, no se trocó. Don Gregorio Garcés, queriendo justificar, según su costumbre el texto impreso del QUIJOTE, buscó pretextos y analogías para excusar la presente expresión. La explicación más sencilla, y sobre todo la más fundada por la analogía que tiene con otros descuidos tipográficos de la edición primitiva, es decir, que el impresor trocó se por lo, así como Sancho había trocado ojos por dientes. Don Quijote recordó en este punto que Sancho, ponderando en el capítulo anterior la hermosura de Dulcinea, y apostrofando a los autores de su transformación en aldeana, había dicho: ¡¡Oh canalla!... ¡oh encantadores!... Bastardos debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas... sin que le tocáredes en el olor; y dejando de repente el asunto de que estaba hablando, se pone a hacer crítica de los elogios que Sancho había hecho de la belleza de Dulcinea. Salida de loco tan original como inesperada y graciosa.




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N-2,11,6. La de Sancho llega en este pasaje a todo su punto, pues, es claro que el socarrón hablaba aquí de sus embustes y no de los embustes de los encantadores, de quienes lo entendía su amo. La burla no podía ser más maliciosa y aguda.




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N-2,11,7. Llamóse bausán en lo antiguo el bulto o figura de un hombre embutido en paja y con armas, que solían ponerse algunas veces en los adarves o entre las almenas de las fortalezas para alucinar a los sitiadores. Extendióse también a significar una persona boba, estúpida; a los que están parados, dice Covarrubias (artículo Bausán), mirando alguna cosa con la boca abierta, los llamamos bausanes. Usóse también este nombre con la terminación femenina aplicándolo a las mujeres, y así, contestando el Amor a las reconvenciones que le hacía el Arcipreste de Hita, le decía entre otras cosas:

Si podieres, non quieras amar mujer villana,
que de amor no sabe, es como bausana.
(Copla 421.)




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N-2,11,8. Según Covarrubias, se llamaba así al carro cubierto: de dos ruedas y caja de coche, tirado de una sola bestia, se había usado antes, pero en su tiempo se miraba ya como indecente. En el día es voz de desprecio, con que se significa un carruaje o coche viejo y de ridícula hechura. El del texto se había llamado antes carreta, nombre que en el día se da exclusivamente a los carruajes tirados por bueyes; pero éste llevaba mulas, y hoy lo llamaríamos carro.
Barca de Carón era en la que este portero o barquero infernal pasaba, según la fábula las sombras de los muertos por los ríos, Arqueronte y Cocito y la laguna Estigia. Y como concurría a la barca gente de todos estados y condiciones, compara muy bien con ella Don Quijote la carreta de los comediantes, donde se veían juntas figuras de tantas y tan diversas especies.
Uno de los dramas más notables de que da noticia Leandro Moratín en los Orígenes del Teatro español es una tragicomedia de autor anónimo impresa en el año de 1539, en que Carón conduce en su barca al infierno los condenados, al mismo tiempo que un ángel conduce los demás al cielo en otra barca. Los interlocutores son un hidalgo, un logrero, un bobo, un fraile, una moza, un zapatero, una alcahueta, un judío, un corregidor, un abogado y un ahorcado por ladrón. Es composición singular que se conserva inédita.




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N-2,11,9. Fue natural de Toledo, autor o director de una compañía de representantes y autor o compositor de piezas dramáticas, que vivía por los años de 1580. Habló de él Agustín de Rojas, natural de Madrid y representante célebre, en varias partes de su Viaje entretenido, que se imprimió en Madrid el año de 1603 ó 1604, y se reimprimió el de 1614. Don Nicolás Antonio cita otra edición de Madrid de 1583. Cervantes dijo también en el coloquio o novela de los perros de Valladolid: De lance en lance paramos en la casa de un autor de comedias, que a lo que me acuerdo (dice el perro Berganza) se llamaba Angulo el malo, por distinguirlo de otro Angulo, no autor, sino representante el más gracioso que entonces tuvieron y ahora tienen las comedias.
El mismo Rojas observa (libro I) que los famosos autores de compañías cómicas que habían ilustrado su profesión, habían sido todos naturales de Toledo; pues dejando aparte, dice, los antiguos, que fueron Lope de Rueda, Bautista, Juan Correo, Herrera y Navarro, que aunque éstos dieron principio a las comedias, no con tanta perfección como los que agora sabemos y hemos conocido que empezaron a hacerlas costosas de trajes y galas, como son Cisneros, Velázquez, Tomás de Fuente, Angulo, Alcocer... Gabriel de la Torre, y yo también lo soy (habla Ríos). Pues, representantes, los mejores que ha habido en nuestro oficio, también han sido de Toledo; si no díganlo Ramírez y Solano, Nobles, Navarrico, Quirós, Miguel Ruiz, Marcos Ramírez, Loyola y otros muchos que no me acuerdo. De dos de éstos hizo mención Cervantes: De Angulo en la novela de Los Perros, como hemos visto, y de Navarro en el prólogo de sus comedias, donde dice que Navarro, natural de Toledo, fue famoso en hacer la figura de un rufián cobarde. Francisco de Cascales, en sus Tablas poéticas (tabla de la tragedia), nombra como famosos en el arte histriónica a Cisneros, Velázquez, Alcaraz, Ríos, Santander y Pinedo. El Cisneros sería acaso el actor que desterró de Madrid el Cardenal don Diego de Espinosa, Presidente del Consejo, el año de 1567 sobre el pesado lance que le sucedió con el Príncipe don Carlos, que refiere la historia; y Alonso López Pinciano, en su Filosofía poética (epístola IV), habló con elogio de Cisneros y Gálvez, como autores de compañías. De Pinedo y de Sánchez se hizo mención como de célebres cómicos en el Tacaño de Quevedo (cap. XXI). A Solano lo calificó de insigne representante de Toledo Lope de Vega en la dedicatoria de su comedia intitulada Jorge Toledano (parte XVI de sus comedias; y al fin del Peregrino en su patria impreso en 1604, dio noticia de los actores Porras, Alcaraz, Pinedo, Cisneros, Ríos, Villegas, Santander, Granados, Vergara y Pedro Morales, que habían representado varias de sus comedias. Es notable que ninguno de estos autores nombra a Agustín de Rojas.
Cristóbal Suárez de Figueroa publicó su obra intitulada Plaza universal de ciencias y artes el año de 1615, el mismo en qué se publicó la segunda parte del QUIJOTE, y en el discurso 91 de los comediantes y autores de comedias, recopila los representantes que habían sido en otro tiempo y eran en el suyo los más famosos, en estos términos: España ha tenido y tiene prodigiosos hombres y mujeres en representación: entre otros Cisneros, Gálvez, Morales el divino, Saldaña, Salcedo, Ríos, Filial va, Murillo, Segura, Rentería, Angulo, Solano Tomás Gutiérrez. Avendaño, Villegas, Mainel, éstos ya difuntos. De los vivos, Pinedo, Sánchez, Melchor de León, Miguel Ramírez, Granados, Cristóbal, Salvador, Olmedo, Cintor, Jerónimo López. De mujeres, Ana de Velasco, Mariana Páez, Mariana Ortiz, Mariana Vaca, Jerónima de Salcedo, difuntas. De las que hoy viven, Juana de Villalba, Mariflores, Micaela de Luján, Ana Muñoz, Jusepa Vaca, Jerónima de Burgos, Polonia Pérez, María de los ángeles, María de Morales, sin otras que por brevedad no pongo. En las veinticinco partes o tomos impresos de las comedias de Lope de Vega, hay noticia de muchos de los cómicos que las representaron. En las Poesías varias de don Antonio de Solís la hay también de muchos representantes, especialmente mujeres, que hicieron las loas y sainetes que se comprenden en la colección.
No debe darte fin a esta nota sin advertir que Lope de Rueda, a quien Agustín de Rojas hizo natural de Toledo, fue natural de Sevilla, según Miguel de Cervantes en el prólogo de sus comedias.




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N-2,11,10. Las piezas dramáticas a quienes se aplicaba con especialidad el nombre de autos eran de asuntos sagrados, y en su origen se solían representar en las festividades principales dentro de las iglesias, siendo actores los mismo clérigos, aunque después se les prohibió este ejercicio. De esta clase sería la representación de la Pasión que se hacía en el Carmen, y de que se halla mención en el Corbacho del Arcipreste de Talavera. En el libro II de Tirante hay memoria de los entremeses que se hacían en la fiesta del Corpus, y serían farsas de asuntos sagrados. A fines del mismo siglo XV y principios del siguiente compuso autos Juan del Encina al misterio de Navidad y otros. A mediados del mismo siglo XVI se usaban comúnmente los autos para solemnizar la festividad del Corpus, como se ve por un documento que cita don Gaspar de Jovellanos en su memoria sobre las diversiones públicas, y aun parece que llegaron a circunscribirse los autos para este objeto, que sería el motivo de dárseles el nombre de Autos sacramentales. Tales eran los autos que componía el pastor Grisóstomo para el día de Dios, como se contó en el capítulo XI de la primera parte del QUIJOTE, y los que andando el tiempo compusieron Lope de Vega, don Pedro Calderón y otros muchos. En tiempo de Cervantes solían representarse los autos sacramentales por las calles durante la octava del Corpus en tablados provisionales a cielo abierto, yendo de uno a otro los representantes en unos grandes carros, para hacer las representaciones en las fiestas del Santísimo Sacramento, como escribía el padre Pedro de Guzmán en el libro De los bienes del honesto trabajo (discurso 4.E°, párrafo 2.E°). Lo mismo Se ve por otras noticias que recogió don Casiano de Pellicer en el Tratado histórico del Histrionismo en España; y es notable la semejanza de conducir en carros a los farsantes de un lugar a otro como lo usaron los primitivos de la antigua Grecia, de que hace mención Horacio en su epístola a los Pisones, y como Caminaban también de uno a otro pueblo los farsantes de la presente aventura.
A pesar del objeto ostensible y piadoso de los autos sacramentales, se introdujeron en ellos profanaciones y abusos; el padre Juan de Mariana los comprendió en su censura contra los teatros, los inconvenientes siguieron, y por último, se les prohibió definitivamente la representación de los autos sacramentales el año de 1765, reinando ya Carlos II.
¿Y qué auto es este de las Cortes de la muerte que aquí se cita? No ha faltado quien conjeture que era alguna de las composiciones de Cervantes, que acaso quiso dar noticia aquí de ella, como en varios pasajes del QUIJOTE la dio de sus novelas y de otras obras suyas. Pero el erudito y diligentísimo Navarrete no halló fundamento que apoyase esta presunción. Luis Hurtado, toledano, publicó, según testifica don Nicolás Antonio, el año de 1557, una composición poética intitulada Cortes del casto amor y de la muerte. No sé si la composición era dramática ni cuándo lo fuera, por la sola indicación de que habla Cervantes; como ni tampoco si tiene conexión con otra composición antigua métrica que acompaña a las coplas del Rabí don Santo de Carrión, poeta castellano del siglo XIV, y que por razón de su asunto conviniera el mismo título de Cortes de la muerte. Verosímilmente sería algún auto conocido y vulgar en tiempo de Cervantes, y olvidado ahora, como sucede con el entremés
Don Pedro Calderón de la Perendenga y el romance del Cura que avisó al Rey, en el prefacio, del ladrón que le había hurtado las doblas y la mula; composiciones ambas, que se mencionan anteriormente en esta segunda parte.
Por lo demás, si no va errada la cuenta de don Vicente de los Ríos en su Plan cronológico del Quijote, no colocó bien Cervantes la presente aventura, porque según dicha cuenta el encuentro de la carreta de los farsantes fue en 6 de octubre, y en esta época no puede caer la octava del Corpus como ya lo advirtió el mismo Ríos.



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N-2,11,11. Se omitió el régimen y se repitió vestidos, de suerte que a primera vista parece que los farsantes representaban a los vestidos, y no con los vestidos. Hubiera sido preferible, por más claro, repetir la partícula y no repetir el nombre, que es lo que más ofende, así: nos vamos con los mismos vestidos con que representamos. ---Cervantes, en el prólogo de sus comedias, indicó el poco cuidado que anteriormente había habido en orden a la propiedad de los trajes. Dice que en tiempo de Lope de Rueda todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí dorado, y cuatro barbas y cabelleras y cuatro cayados, paco más o menos. Cuenta que después de los días de Lope de Rueda Naharro, natural de Toledo, levantó algún tanto más el adorno de las comedias, y mudó el costal de los vestidos en cofres y baúles..., quitó las barbas de los farsantes, que hasta entonces ninguno representaba sin barba postiza..., pero esto no llegó al sublime punto en que está agora. Con efecto, la descripción que se hace en el texto de los trajes de los que iban en la carreta, dieta mucho de la rudeza de los primeros tiempos; pero todavía vemos un caballero armado de punta en blanco con un sombrero de plumas, cosa tan ajena de la buena imitación teatral, como el pastor que el juicioso autor de la Filosofía poética, Alonso López Pinciano, cuenta que vio en el teatro de la Cruz de Madrid con cuello grande como un arnero, y lechuguilla almidonada y descomunal (epístola XII). Siguió la falta de propiedad, y por una relación que cita Pellicer de un viajero francés que estuvo en Madrid el año de 1659, los dramas de asuntos griegos y romanos se representaban con traje español en nuestros teatros. La misma falta se observaba por entonces en Francia, en cuyos teatros, según el testimonio de sus escritores, representaban a Augusto con pelucón, que por delante le bajaba hasta la cintura, y sombrero grande de plumas encarnadas (Voltaire, notas al acto I, escena I de Cinna, tragedia de Pedro Corneille). En España ha durado la impropiedad de los trajes escénicos hasta medio siglo ha, en que aún solía salir a las tablas Aristóteles vestido de abate, y su discípulo Alejandro Magno, con espadín y casaca. En esta parte ha tenido muchas mejoras nuestro teatro.




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N-2,11,12. Este demonio gastaba buen humor, y tenía razón en decir lo que aquí dice, porque realmente en los autos sacramentales el demonio solía ser uno de los principales papeles; y así en la Visita de los Chistes le decían a un poeta mal autor de comedias: Hombre del diablo, ¿es posible que siempre en los autos del Corpus ha de entrar el diablo con grande brío, hablando a voces, gritos y patadas? Y con un brío que parece que todo el teatro es suyo y poco para hacer su papel, como quien dice, huela la casa al diablo. Por fin, en los autos sacramentales, donde los asuntos eran místicos y las figuras solían ser alegóricas y preternaturales, debía causar menos extrañeza que hiciese papel tan frecuente y principal el demonio; pero también lo solía hacer en las comedias de aquel tiempo, como en la de el Cardenal de Belén, de Lope de Vega; en el Loco cuerdo, del Maestro José de Valdivieso; el Rufián dichoso, del mismo Cervantes, y otras.




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N-2,11,13. No es de admirar que Don Quijote fuese aficionado a las representaciones teatrales, y se le fuesen los ojos tras ellas, porque era afición general en España, y penetraba hasta los claustros. Según las noticias recogidas por don Casiano Pellicer en sus memorias sobre el Histrionismo (tomo I), a principios del siglo XVI solían hacerse comedias en los conventos más observantes de la corte, representando los actores y actrices del teatro. Cuenta que don Fray Gaspar de Villarroel, religioso del Convento de San Felipe el Real, electo Obispo de Santiago de Chile, queriendo obsequiar con este motivo a sus hermanos los frailes, anticipó los gastos de tres comedias que habían de representarse en la sacristía, donde se hacían otras veces; y que estando ya la comunidad en ella se frustró la función por fraude de los cómicos, que no avisaron de que por entonces no podían hacerse en los conventos sin licencia del Presidente de Castilla. El padre Juan de Mariana testifica también que en los templos y conventos de monjas se representaban a título de piadosos dramas de asuntos devotos, pero mezclados con entremeses y bailes indecentes. Los carros de los autos sacramentales se paraban y representaban en los tablados que se levantaban para este efecto delante de los Consejos de la corte, incluso el supremo de la Inquisición.
Esta afición no era solamente en la corte, sino general en todo el reino, por donde vagaban de continuo los profesores del arte histriónico. Agustín de Rojas, cómico de profesión y contemporáneo de Cervantes, en su Viaje entretenido, ya citado otras veces (lib. I), dice que había entonces en España ocho maneras de compañías y representantes, a saber: Bululú, ñaque, Gangarilla, Cambaleo, Garnacha, Bojiganga, Farándula y Compañía. El Bululú, dice, es un representante solo, que camina a pie, se sube a un arco, y va diciendo: ahora sale la dama, y dice esto y esto. ñaque es dos hombres que hacen un entremés y dos o tres loas, tocan el tamborino y cobran a ochavo. Gangarilla es compañía más gruesa, son tres o cuatro hombres, llevan un muchacho que hace de dama. Cambaleo es una mujer que canta, y cinco hombres. Compañía de Garnacha son cinco o seis hombres, una mujer que hace la primera dama, y un muchacho que hace la segunda. En la Bojiganga van dos mujeres, un muchacho y seis o siete compañeros. Farándula es víspera de Compañía; traen tres mujeres, caminan en mulos de arrieros, y otras veces en carros; tienen buenos vestidos, hacen fiestas de Corpus a doscientos ducados. En las Compañías hay todo género de gusarapos u baratijas; traen diez y seis personas que representan, treinta que comen, uno que cobra, y Dios sabe el que hurta.
De varias clases de éstas hizo mención muchos años después Estebanillo González, cuando cuenta en el capítulo VI que llegó una tropa de infantería representanta, que ni era compañía, ni farándula, ni mojiganga, ni farándula, sino un pequeño y despeado ñaque, tan falto de galas como de comedias.
Antes de decir Don Quijote que en su mocedad se le iban los ojos tras la farándula, había dicho que desde muchacho había sido aficionado a la carátula. Esta palabra significa lo mismo que máscara, disfraz que usaban en las naciones antiguas los representantes en el teatro, y que los modernos usan en los bailes. Por La presente expresión de Don Quijote parece que en tiempo de Cervantes lo usaban en sus bailes los farsantes. En su comedia de La Gran Sultana (jornada II) se hace mención de Alonso Martínez, que ya había muerto, primer inventor de las danzas cantadas que introdujo en las comedias en lugar de los entremeses. Don Sebastián de Covarrubias cita la opinión de los que creían que carátula se dijo de cara altera, Y máscara de más cara, porque es otra además de la que hay debajo; ambas etimologías son caprichosas y nada más.




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N-2,11,14. Acabamos de ver que bojiganga era una especie de compañía cómica compuesta de pocos farsantes, que en algunas ocasiones se vestirían o disfrazarían con vestidos ridículos para divertir a los espectadores: esto sería vestir de bojiganga. De esta palabra hubo de derivarse la de mojiganga, que no se encuentra entonces, y si después, en significación de fiesta en que concurren varias personas disfrazadas con trajes ridículos. La persona así vestida, de un modo estrafalario se llama en este mismo pasaje del texto moharracho, y traje de moharracho se llama después en el capítulo LIV al del morisco Ricote. El padre Pedro de Guzmán, en su libro De los bienes del honesto trabajo (discurso 6.E°, pár. 7.E°), impreso en el año de 1614 anterior al de la publicación de la segunda parte del QUIJOTE, llama moharraches a estas personas; los compara con los antiguos mimos y otros bufones, y dice que daban a los que topaban (como ahora) con unas vejigas. De moharracho se formó mamarracho, que es voz más general, y comprende, no sólo a las personas, sino también a las cosas mal forjadas, despreciables y ridículas. La Partida VI (título VI, ley IV) declaró infames a los facedores de zaharrones, que eran los farsantes que con sus disfraces, trajes y ademanes excitaban la risa del pueblo. Covarrubias da por sinónimo de zaharrón a botarga, como se llama aún en los pueblos cortos donde por Navidades y Carnestolendas una persona enmascarada y vestida ridículamente con campanillas, cencerros o cascabeles, baila desconcertadamente y hace gestos y posturas extravagantes para mover a risa y sacar algunas monedillas o regalillos de los circunstantes. Suele llamarse también botarga a la misma persona.




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N-2,11,15. Llámase aquí demonio y después otras veces demonio y diablo al farsante que venía vestido de bojiganga; y según era la distracción de Cervantes, lo hubo de confundir con el demonio carretero que guiaba las mulas, con cuyo papel y traje no tenía que ver el de bojiganga.




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N-2,11,16. Hierba que purga violentamente, causando ansias y congojas a quien la toma. De aquí vino el darse el nombre de tártagos a las angustias y sustos, que siendo muy grandes, como en esta ocasión los de Sancho, pudieron llamarse mortales.




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N-2,11,17. De la reunión del nombre tribulación y del adjetivo perpleja resulta una idea para la que no tiene nombre el idioma castellano, y expresa el estado mezclado de aflicción y de duda en que se hallaba Sancho. Los talentos originales, como el de Cervantes, saben hacer esta especie de casamientos, de que nacen nuevas galas y riquezas para el lenguaje.




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N-2,11,18. Según está, parece que quien vuelve a la querencia es el diablo, y no el rucio. Hubiera convenido poner: Vuesa merced temple su cólera, que ya el diablo ha dejado al rucio, y éste vuelve a la querencia.





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N-2,11,19. Según las noticias que sobre este pasaje reunió don Juan Antonio Pellicer, la profesión cómica en España, después de humildes principios, se extendió excesivamente entrando el siglo XVI. Ya hemos visto por el testimonio de Agustín de Rojas la multitud de recitantes que, reunidos en cuadrillas de distintos nombres, discurrían por la Península. Con esta ocasión se multiplicaron las farsas indecentes, los entremeses licenciosos y las jácaras bailadas con desenvoltura; de suerte que, llamada la atención de personas celosas, se puso en cuestión la de lo licito de las representaciones dramáticas; y sólo después de haber estado prohibidas por algún tiempo se permitieron con ciertas restricciones. Una de ellas fue disminuir el número de las compañías cómicas, prohibiendo las de la legua, que por lo común se componían de gente perdida, y reduciéndolas únicamente a seis, cuyos actores se nombrasen por el Consejo, y no usasen de su oficio sin licencia y título particular para ello. He aquí las compañías reales y de título de que habla Cervantes, y que con el tiempo llegaron a doce.
Pero este remedio no alcanzó a corregir los males. El padre Pedro de Guzmán, citado ya anteriormente, dice (discurso VI, páf. 8.E°) que una persona entendida y pía presentó un memorial a Felipe II representándole los graves inconvenientes y daños que de consentir estos entretenimientos de los teatros se siguen. Y cuenta siete u ocho casos particulares que han sucedido en España, e yo pudiera añadir algunos a personas particulares y aun a títulos que perdidamente han andado tras esta gente, llevados como cautivos de ella de unas partes a otras.
Hubo más. Las disposiciones del Consejo en orden a la reducción de comedias no se observaron, y siguió extendiéndose el desorden y corrupción de costumbres, como se ve por el memorial que presentó al Rey don Felipe IV Cristóbal Santiago Ortiz, cómico de profesión, y, por consiguiente, bien informado de la materia, manifestando que a pesar que sólo estaban permitidas doce compañías, sin embargo, habían subido a cuarenta en que andaban cerca de mil personas. Don Casiano Pellicer, en su Historia del histrionismo, extractó el memorial mencionado y copia de él las expresiones siguientes: Suelen andar en las compañías no permitidas hombres delincuentes y frailes y clérigos fugitivos y apóstatas de sus hábitos; y con capa de ser representantes, y de andar siempre de unos lugares en otros, se libran y esconden de las justicias, viviendo con grandes desórdenes y escándalos; porque como el ejercicio es festivo y de entretenimiento (aquí entra lo que decía Sancho), en cualquier lugar adonde llegan hallan en la gente moza valedores que los amparan obligan a las justicias a que disimulan sus libertades, siendo las mujeres que llevan consigo la capa con que se cubren y disimulan todos.
Por estos medios unas veces, y otras por SU habilidad y méritos en la profesión (que de todo habilidad, llegaron los recitantes a tener apasionados y protectores en todas partes, Y señaladamente en la corte de Felipe LV, monarca tan aficionado al teatro que construyó uno en su palacio, donde veis representar las comedias, mandaba componerlas, y no contento con esto, solía también asistir a los corrales públicos. Si, como es verosímil, tuvo algo de real el caso que dice Sancho del recitante preso por dos muertes que salió libre y sin costas, hubo de suceder en el reinado de Felipe II; pero en el de Felipe IV fue bien conocido el de la farsanta Bárbara Coronel, sobrina del famoso Juan Rana, de quien hablamos en las notas al capítulo II, la cual se libertó de la pena de muerte en que había incurrido por haber asesinado su marido, por el favor y protección que su tío disfrutaba en la corte.




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N-2,11,20. Sopa de arroyo significa guijarro, por los que hay ordinariamente en los arroyos, donde, revueltos con el agua turbia, en ocasión de avenidas, parecen sopas. Tente bonete, expresión citada por Quevedo en el Cuento de cuentos, es con empeño, tesón, porfía. Uno y otro pertenecen al estilo familiar.
Pellicer cita un pasaje en que se da a los guijarros el nombre de lágrimas de Moisén y sopas de arroyo. Está tomado de la antigua comedia Selvagia, compuesta por Alonso de Villegas, Cura de San Marcos, en Toledo, de que no tuvo noticia Moratín en sus Orígenes del teatro español.





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N-2,11,21. Temeridad, palabra que no era todavía castellana cuando escribía el autor del Diálogo de las lenguas, y que éste contaba entre las que deseaba se tomase del latín. Aquí encontramos cumplido ya su deseo.




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N-2,11,22. Este argumento era ad hominem, y hería a Don Quijote por sus mismos filos. Sancho se acordaba sin duda de que su amo, molido y tendido en el suelo por las estacas de los desalmados yangÜeses en el capítulo XV de la primera parte, se quejaba con tono afeminado y doliente, diciendo: yo me tengo la culpa de todo, que no había de poner mano a la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo; y así creo que en pena de haber pasado las leyes de la caballería, ha permitido el Dios de las batallas que se me diese este castigo.




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N-2,11,23. Como está la oración debió ponerse volvió; para escribir volvieron, convino decir: la muerte y todo su escuadrón volante volvieron a su carreta.
No pudo este episodio tener desenlace más natural, fundado en las mismas reglas caballerescas que había establecido una y otra vez nuestro hidalgo, y que aquí recordó oportunamente su escudero. Don Quijote volvió las riendas, los cómicos prosiguieron su viaje, y no hubo nada.


{{12}}Capítulo XI. De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el bravo Caballero de los Espejos


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N-2,12,1"> 3551.
Rencuentro no es lo mismo que encuentro. El primero es el choque de dos cuerpos de tropas enemigas una con otra; sin este choque doble o mutuo indicado por la partícula re, no habría rencuentro porque la persecución y rota de la tropa que huye no puede llamarse rencuentro. Encuentro es el choque no mutuo de una persona con otra, o el acto de encontrar, que es lo que convenía en el pasaje del texto: lo que hay, acaso fue error de la imprenta. En el título del anterior capítulo se llamó carro o carreta de las Cortes de la muerte a la que conducía de lugar en lugar la compañía de Angula el Malo; a la manera que la de Tespis caminaba en la antigua Grecia. Al concluirse el mismo capítulo se abrevió el nombre, hablándose del fin que tuvo la aventura de la carreta de la muerte. Ahora se abrevia más todavía al referirse lo que pasó la noche siguiente al día del rencuentro de la muerte.





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N-2,12,2. La corona de oro que se había nombrado en la pasada aventura era la del Emperador, y de ésta correspondía que se hablase en el lugar presente. Tampoco se habló de Emperatriz, sino de Reina, que era el papel que representaba la mujer de Angulo el Malo; y todo prueba lo que se ha dicho muchas veces acerca de la distracción y poco cuidado con que escribía Cervantes su fábula.
En su tiempo era nueva la palabra Emperatriz. Lope de Vega la reprobaba en la dedicatoria de su comedia Pedro el Carbonero, donde decía: los filateros me consumen; verbigratia: el que me reprendía que había dicho Emperadora, muy vano de que él sabe que se había de decir Emperatriz; y es disparate, porque en Castilla no hay tal voz como se ve por ejemplo, sino que la curiosa bachillería ha latinizado con aspereza lo que tiene en su lengua con blandura.
Emperatriz ha dado causa para que a la Embajadora llamen Embajatriz, y a la Tutora de sus hijos Tutriz, de donde se sigue que a la Cantora llamaremos Cantatriz, y a la Habladora, Hablatriz, y a este modo sexcenta alia. ---Pero a pesar de la autoridad de Lope, el respetable ejemplo de Cervantes y otros escritores nuestros debe hacernos indulgentes en la materia: la hermosura y perfección de las lenguas depende más bien de la construcción, de la flexibilidad de los verbos y otras causas, que de palabras consideradas aisladamente: y por lo que toca a la riqueza, no hubiera llegado a la que tiene el idioma castellano si el uso se hubiera ajustado siempre con rigor a las máximas de los juristas. Verdad es que en esto, como en todo, es menester evitar los extremos.




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N-2,12,3. Es lo mismo que retropelo, pelo hacia atrás, por la trasmutación usual en castellano de la t en d. Equivale a contrapelo; quiere decir, violentamente, contra el orden regular de las cosas, como cuando en una pie se pasa la mano contra la dirección natural de pelo.




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N-2,12,4. Se conoce que habla (aunque por boca ajena) un compositor de comedias. Y ciertamente es gracioso ver a Don Quijote recomendando los actores y autores de las comedias a su escudero, como si fuese algún Príncipe que estuviese en situación de protegerlos.




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N-2,12,5. Debió decir más al vivo que la comedia; o tan al vivo como la comedia. Cervantes, con su negligencia ordinaria, mezcló ambos modos de decir; y no es la única vez que esto sucedió en el QUIJOTE.




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N-2,12,6. Esto es, el papel de rufián: elipsis imitada del latín, donde se dice amicun agere, hacer papel de amigo. ---Háblase después del papel del simple discreto, en lo que al pronto parece que hay contradicción, porque a simpleza lleva consigo la necedad y la bobería; pero el que en tiempo de Cervantes hacía en las tablas el papel del bobo o simple (que de ambos modos se le llamaba) necesitaba de mucho talento para desempeñarle, porque, como dijo en otro lugar Don Quijote, la más discreta figura de la comedia es el bobo. Aquella expresión explica la presente.




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N-2,12,7. Malignidad burlesca del autor, que toma nueva fuerza por ponerse en boca de Sancho, que hablaba candorosamente y de buena fe, y en este discurso se enredó en la metáfora del ingenio seco y de la tierra estercolada, en que, como luego se dice, se despeñó del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia. Convenía al propósito de Cervantes que Sancho, metiéndose a elocuente y haciendo de orador, incurriese en defectos propios de su rusticidad, tomando sus comparaciones del campo y del estiércol, al mismo tiempo que afectaba estilo remontado y sublime. Usó también de la palabra cultivación por cultivo, y del verbo deslizar, que es recíproco, como si fuera de estado. En lugar de estercolándolas y cultivándolas, cuyas personas o sujetos no se encuentran, hubiera debido ponerse, estercolándose y cultivándose. Finalmente, hubiera estado mejor seguir la metáfora y más correcto el lenguaje diciéndose: las tierras que de suyo son estériles y secas, abonándose y regándose vienen a dar buenos frutos. Quiero decir, que la conversación de vuestra merced ha sido el abono y el riego que sobre la seca y estéril tierra del mi ingenio ha caído, el cual, cultivado durante el tiempo que ha que le sirvo y comunico, espero que ha de dar frutos de bendición, tales que no desdigan ni se aparten de los senderos de la buena crianza, etc. Pero así no hubiera convenido tanto para el objeto que Cervantes se proponía.




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N-2,12,8. Frase hermosa y significativa inventada quizá por Cervantes; yo por lo menos no me acuerdo haberla visto en otro escritor. Alude al esmero y entonamiento con que suelen explicarse en sus ejercicios los opositores o candidatos a cátedras, canonjías u otros destinos, queriendo dar muestras y hacer galas de sus conocimientos y estilo.




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N-2,12,9. Sobra una de las dos partículas en o de. Fue menester decir: a Sancho le vino en voluntad dejar caer las compuertas, o a Sancho le vino voluntad de dejar caer las compuertas. De otro modo, el verbo vino queda sin persona o sujeto que lo rija. En el capítulo siguiente, XII, se repite la misma expresión con el mismo defecto, o, por mejor decir, con la misma sobra.




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N-2,12,10. Dice que Sancho no quitó la silla a Rocinante, porque su amo le había mandado expresamente que no se desaliñase; júzgolo errata tipográfica por desensillase, y me confirman en ella las expresiones siguientes sobre la antigua usanza entre los caballeros andantes de no quitar en campaña la silla al caballo, aun cuando se le quitaba el freno para que paciese. Poco antes se había dicho que desaliñó al rucio, y por la misma razón lo tengo también por errata.
Citó Don Quijote la usanza establecida y guardada de los andantes caballeros de no desensillar el caballo aunque le quitasen el freno cuando no dormían debajo de techado. En el Orlando de Ariosto, estando Sacripante con Angélica, oye ruido en el bosque vecino:

E si pon l′′elma, chèè avea usanza vecchia
Di portar sempre armata la persona;
Viene al destriero, e gli ripon la briglia,
Rimonta in sella e la sua lancia... piglia.

Canto I, est. 59.)

Por este pasaje es claro que el caballo de Sacripante estaba sin freno, pero con silla; mas no siempre había guardado esta usanza Don Quijote. La noche que se quedó con los pastores en el capítulo XI y XI de la primera parte, se quitó la silla a Rocinante, puesto que a la mañana siguiente mandó a Sancho que lo ensillase para ir al entierro de Grisóstomo. El mismo Don Quijote le quitó la silla con sus manos en Sierra Morena; verdad es que, resuelto entonces a quedarse haciendo penitencia en aquellas asperezas, no pensaba ejercitar en el entretanto la Caballería; y en ello imitó a Amadís de Gaula, el cual, en una situación semejante, a saber, cuando se retiraba a hacer penitencia por el desdén de la señora Oriana, se apeó y puso las armas en tierra, y desensilló el caballo, y dejólo pacer por la hierba (Amadís de Gaula, cap. XLIV).




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N-2,12,11. Interjección con que se avisa a otro que se aguarde o precava de algún mal o inconveniente. Suele decirse también con la misma significación: guarda, Pablo.





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N-2,12,12. Diría yo, cuya amistad con Rocinante fue tan única o tan singular que hay fama por tradición de padres o hijos que el autor desta verdadera historia hizo particulares capítulos de ella. También ofrece algún reparo la discordancia en la expresión así como las dos bestias se juntaban, acudían a rascarse el uno al otro, y que después de cansados y satisfechos, etc., donde debió decirse: así como las dos bestias se juntaban, acudían a rascarse la una a la otra, y que después de cansadas y satisfechas, etc. La palabra bestia, en su sentido primitivo o recto, es femenina, como en el presente pasaje: en el metafórico es común de dos, y así se dice: fulano es un bestia, fulana es una bestia.Prescindiendo de estos defectos de lenguaje, la digresión que aquí se introduce sobre la estrecha amistad de Rocinante y el Rucio tiene mucha gracia. Cervantes, que por mil pasajes de la fábula se muestra contemporáneo de Don Quijote, alega para probar el mutuo amor del rocín y del asno, una larga tradición de padres a hijos, tirando evidentemente a hacer reír a los lectores con lo enorme del desatino. El mismo objeto tiene la comparación de la amistad de aquellos dos animales con los ejemplos más ilustres de amigos que nos han conservado la antigÜedad griega y romana, con la afectada y grave moralidad que saca el autor para confusión de los hombres que tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros, y con la impertinente erudición acerca de lo mucho bueno que nos han enseñado las bestias, Inclusas las lavativas y el vómito.




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N-2,12,13. Excusado es repetir la descripción del bellísimo episodio de Niso y Euríalo en la Eneida. Pílades y Orestes disputaron entre sí cuál de ellos había de ser sacrificado a Diana en el Quersoneso Táurico: no siendo conocidas sus personas, y debiendo ser Orestes el sacrificado, Pílades sostenía ser Orestes, y Orestes le desmentía; hasta que reconocido Orestes por su hermana Ifigenia, quedó la verdad descubierta, y escaparon ambos hermanos. Entre los griegos se celebró la amistad de Teseo y Piritoo, la de Aquiles y Patroclo. La de Damón y Pitias, que renovaron el espectáculo dado antes por Orestes y Pílades, y la de Epaminondas y Pelópidas. Los romanos asimilaron a estas amistades ilustres la de Escipión y de Lelio, y Cervantes añadió la de Rocinante y el rucio.




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N-2,12,14. El doctor Bowle, y después la Academia, observaron ya que estos dos versos están tomados de un romance de Ginés Pérez de Hita, autor del libro intitulado Historia de los bandos y guerras civiles de Granada (cap. VI). El asunto del romance es describir unas fiestas que se celebraron de orden del Rey moro para confirmar las amistades entre las dos familias de los Abencerrajes y Cegríes, y que tuvieron muy diverso resultado:

Afuera, afuera, afuera,
aparta, aparta, aparta,
que entra el valeroso Muza
cuadrillero de unas cañas.
Treinta lleva en su cuadrilla
abencerrajes de fama,
conformes en las libreas
de azul y tela de plata...
Los caballeros cegríes
también entran en la plaza:
las libreas eran verdes
y las medias encarnadas.
Al son de los añafiles
traban el juego de cañas,
el cual anda muy revuelto,
parece una gran batalla.No hay amigo para amigo,
las cañas se vuelven lanzas;
mal herido fue Alabez
y un cegrí muerto quedaba.
El Rey Chico reconoce
la ciudad alborotada...
Granada quedó revuelta
por esta cuestión trabada.

El mismo romance se incluyó con muchas supresiones y variaciones en el Romancero general de Pedro de Flores (parte I, cap. XXV).




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N-2,12,15. Refrán antiguo que se halla en la colección del Marqués de Santillana, aunque con alguna variedad, así: compadre a compadre, chinche en el ojo. En las colecciones de Vallés y Blasco de Garay se dice de amigo a amigo, chinche en el ojo; proverbio que, según Covarrubias, en el artículo Chinche, se dice del que profesando ser amigo de otro no le hace obras de tal.
La expresión de Cervantes indica que este refrán servía de estribillo a algún cantar de su tiempo.




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N-2,12,16. Plinio es el autor de todas las noticias que aquí se dan acerca de las cosas que los hombres han aprendido de las bestias; de las grullas, la vigilancia (Historia Natural, lib. X, cap. XXII); de las hormigas, la providencia (lib. I, cap. XXX); de los elefantes, la honestidad (lib. VII, cap. V); la lealtad, del caballo (lib. VII, cap. XL); del perro, el vómito (lib. XXIX, cap. IV) y el agradecimiento (lib. VII, cap. XL). No hay más diferencia sino que Plinio atribuyó al Ibis, ave de Egipto (lib. VII, cap. XXVI), lo que Cervantes atribuyó a la cigÜeña. El naturalista romano añadió la sangría y otros muchos remedios que, según dice, usan los animales, que han repetido muchos libros modernos, y todos ellos extravagantes y ridículos.




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N-2,12,17. Caminando Celidón y su escudero Sardo por un bosque, se pararon a descansar, y

Como viene cansado el escudero,
un cuarto de hora no tardó en quedarse
en grave sueño; mas al caballero
hace el amor constante fatigarse
durmió ya cuanto, y despertó ligero,
porque le pareció que oyó llamarse;
no vido cosa alguna aunque en pie puesto
volvió a dormirse y despertó con esto.

De Don Quijote no pudo decirse como de Celidón que no vido cosa alguna, porque vio dos hombres a caballo que como se dirá en lo sucesivo, era el Bachiller Sansón Carrasco, que seguido de un escudero venía buscando a Don Quijote. Y no deja de ser inverosímil que diese con él tan a punto de noche y fuera de camino en un bosque de alcornoques y encinas, donde acaso se había quedado u pasar la noche.




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N-2,12,18. Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, y Durín, hermano de la doncella de Dinamarca, quitándoles los frenos (a los caballos) dejáronlos pacer y comer en las ramas verdes (Amadís de Gaula, cap. XLVI). Cuando Amadís, desdeñado de su señora, partió de la ínsula Firme, llegó fatigado y sediento a orilla de un río que bajaba de una montaña; se apeó y bebió del agua; y Gandalín llegó que tras él iba, y tomando los caballos y poniéndolos donde paciesen de la hierba, se tomó a su señoe (Ibídem, cap. XLVI).




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N-2,12,19. No era mueble muy cómodo para quien caminaba armado por montes y selvas en busca de un loco, y dormía por esos suelos de Dios. Por lo demás, no fue extraño qué los caballeros andantes supiesen tañer un laúd, de lo que ya vimos ejemplos en las notas al capítulo XXII de la primera parte; y aun hago memoria de uno de ellos (creo que fue Florambel de Lucea), cuyo escudero le llevaba un laúd, y se combatió con un caballero encontradizo que hizo burla de verlo.
El laúd es un instrumento que se toca punteando con los dedos o hiriendo con una pluma las cuerdas. Tiene la parte interior cóncava, y es como la bandola o bandolina.




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N-2,12,20. Insiste aquí Don Quijote en la conclusión que sostuvo contra Vivaldo en el capítulo XII de la primera parte. Y no será la última vez que lo haga en el discurso de la fábula. ---Pónese después a escuchar lo que canta el Caballero del Bosque para tener noticia de sus pensamientos, que de la abundancia del corazón, dice, habla la lengua. Esta sentencia es del Evangelio de San Mateo (cap. XI, verso 34), y se repite en el de San Lucas (capítulo VI, verso 45).




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N-2,12,21. Género de obsequio que solían hacer los caballeros andantes a sus damas, y de que hay frecuentes ejemplos en sus historias. Don Quijote lo había ensayado ya en el capítulo IV de la primera parte, saliendo con el lucimiento que allí se refirió, y vuelve a ensayarlo en el capítulo LVII de la segunda con igual o mayor lucimiento. No fue tampoco muy brillante el éxito del desafío del Caballero del Bosque. Don Olivante de Laura oyó una noche cantar dulcemente a un caballero, el cual, sintiendo ruido de gente, puso mano a la espada, y con muy crecido enojo dijo: ¿quién está ahí? Habláronse cortésmente en seguida, y sobre haber dicho el uno que no había en el mundo hermosura que pudiese compararse con la de su señora, se combatieron crudamente.
Más semejanza tiene todavía con la aventura del texto la de Lisuarte de Grecia, el cual, en el tiempo que se llamó el Caballero Solitario, hallándose en un monte, ya que se pasaba la media noche, oyó pisadas de caballo, y estuvo quedo por ver qué sería... Y vio que era un caballero armado, que..., apeándose del caballo, le quitó el freno y le dejó pacer; y no tardó mucho, que dando un suspiro, dijo: ¡Oh, amor, cuan alto me pusiste haciéndome tan bienaventurado, que amé a la que en el mundo par no tiene!
Ofendióse Lisuarte del agravio que en esto se hacía a su señora, y se fue para el caballero, quien, sintiéndolo, se levantó y dijo: ¿¿Quién sois vos que a mi venís? Yo, dijo el Solitario, que quiero saber quién es esa que vos amáis, que decís que no tiene par. Sobre esto se trabaron de palabras y se combatieron, como lo hicieron también el Caballero del Bosque y el de la Triste Figura: pero el fin del suceso fue muy diferente, porque habiendo amanecido, Lisuarte conoció por la empresa del otro que era su tío Perión de Gaula, el cual iba a buscarle. Se abrazaron, y en esto sobrevino la doncella Alquifa, que los llevó a un castillo cercano a curarse de sus heridas (Lisuarte de Grecia, cap. LXI).
La aventura del texto ofrece también varios puntos de semejanza con la que la historia del Caballero de la Cruz refiere de su hijo el Príncipe Floramor. Navegando éste muy triste en una barca, oyó en otra que iba cerca la voz de un caballero que se acompañaba con una vihuela. El cual, habiendo un poco tañido, y cantado, dando un gran sospiro, comenzó a decir desta manera... ¡Oh, mi señora Florinea, la más hermosa de cuantas han sido ni son! ¿Cómo jamás habéis querido dar el galardón a este triste…… que tan merecido os tengo? Pero bienaventurado yo, que con tan pequeño trabajo, como es sustentar vuestra hermosura tan alegre premio esperaba alcanzar; pues... nadie debía dejar de confesar que vos no podáis en gran parte a la Princesa Cupidea de Constantinopla... Y con esto daba crecidos suspiros. El Infante Floramor, que muy atento había estado..., fue tan encendido en ira…… que como hombre sin sentido subió a la cubierta de la barca y... pasó a la otra barca, dentro de la cual pelearon hasta que al caballero músico le vino tal desfallecimiento, que cayó de espaldas; y yendo Floramor sobre él por quitarle los lazos del yelmo par hacer confesar su demanda ser mentira, quedó yerto al reconocerle. El caballero vencido era el Príncipe Florandino de Macedonia, que servía a la Infanta Floriena, hija del Rey de Dacia. Esta un día le mandó que fuese por el mundo haciendo confesar a todo caballero que su hermosura era mayor que la de la Princesa Cupidea de Constantinopla; y que en esta demanda anduviese tres años, y que al cabo dellos era contenta de tomarle por marido (Caballero de la Cruz, parte I, cap. XIV).




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N-2,12,22. Adverbio que equivale a continuadamente, sin interrupción. Sólo le usa ya la gente rústica y ordinaria, y aun en el QUIJOTE no le encontramos sino en boca de Sancho.




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N-2,12,23. La expresión está poco correcta, erizada de monosílabos, y aun tiene algún defecto en el régimen. Estuviera mejor diciéndose: ¿¿Es por ventura del número de los contentos, o de los afligidos?





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N-2,12,24. Parece que se olvidó alguna palabra, y que el original debió decir: colegí que las (desdichas) vuestras son enamoradas, quiero decir, nacidas del amor que tenéis a aquella hermosa ingrata.





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N-2,12,25. No hay entre gracias y desdichas la contrariedad que exige el intento de la expresión. Fuera preferible haber puesto dichas en vez de gracias, oponiendo así desdichas a dichas, como poco antes se había opuesto desventura a ventura.




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N-2,12,26. Que los desdenes de la dama perturben la razón y el entendimiento del caballero, ya lo entiendo; pero lo que no alcanzo es por qué los desdenes han de ser muchos para parecer venganzas, ni por qué necesitan parecer venganzas para turbar la razón y el entendimiento.




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N-2,12,27. Había ya reprendido de esto Don Quijote a Sancho en el capítulo XX de la primera parte, cuando la aventura de los batanes, alegándole el ejemplo de Gandalín y de Gasabal, como allí puede verse. En la misma aventura usó Don Quijote de la expresión proverbial peor es meneallo; pero allí fue oportuno, y aquí no se ve claro a qué propósito viene.




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N-2,12,28. Otra expresión proverbial que alude, según parece, a los retozos de los novillos o de las cabras, y cuyo régimen es el mismo que el de las frases dar del azote, dar de las espuelas, de que hablamos en las notas al capítulo XXIX de la primera parte. El régimen conforme al común y ordinario sería darse con las astas, pero en éste, como en otros casos, se ostenta la fuerza, o por mejor decir la tiranía del uso:

Quem penes arbitrium est et jus et norma loquendi.





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N-2,12,29. Entrar en docena, contarse en el número de los escuderos hablantes, dice por alusión a los caballeros andantes, y a lo que había notado de su habladuría el Caballero del Bosque. Alúdese también en la expresión a la costumbre de contar por docenas las cosas.

{{13}}Capítulo XII. Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre los dos escuderos


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N-2,13,1"> 3580.
¿Qué quiere decir coloquio nuevo? Porque ningún coloquio puede dejar de serlo. ¿Querrá decir que la conversación de los dos escuderos no se parece a las que suelen pasar entre las personas de esta clase? Pero la conversación fue sobre comer, beber y genios de los amos, asuntos corrientes y ordinarios de coloquios entre criados. Lo que hay realmente de nuevo, y poco o nunca visto en otros libros, es el chiste, la sal, la gracia inimitable del diálogo; mas no le tocaba a Cervantes, sino a su comentador, el decirlo.




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N-2,13,2. Esto es, el escudero del Caballero del Bosque, como convendría haberlo dicho para mayor claridad.




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N-2,13,3. In sudore vultus tui vesceris pane, se dice en el capítulo II del Génesis: y en la traducción de esta frase usó Cervantes de la partícula en, según lo hizo también otras veces, en lugar de con, idiotismo que se mira como peculiar de las provincias donde todavía se habla el lemosín. En Castilla se dice comer el pan con el sudor del rostro. A pocos renglones vuelve a repetirse lo mismo, diciendo Sancho: lo comemos (el pan) en el hielo de nuestros cuerpos; y sigue: porque ¿quién más calor y más frío que los miserables escuderos de la andante Caballería? En esta expresión falta evidentemente el verbo: ¿¿Quién pasa más calor?, etc. ---Alega después Sancho el refrán los duelos con pan son menos; otros dicen: duelos y serenos, con pan son menos, donde la supresión del artículo y la consonancia de serenos y menos dan a la expresión cierto sabor propio y peculiar de refrán.




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N-2,13,4. Pudiera ocurrir a quien ignore la historia y antigÜedades de nuestro idioma, que cualque era italianismo, y entonces aún sería más impropio en boca del labrador Tomé Cecial. Pero antiguamente perteneció al castellano y todavía se usa entre la gente del campo, donde, como ya se ha dicho otra vez, se conservan muchos que para la cortesana son arcaísmos. Aun López Maldonado dice en el libro I de su Cancionero, epístola al Doctor Campuzano:

¿O tengo aquí quien al común trabajo
que padezco, señor, noches y días,
ponga siquiera cualque breve atajo?




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N-2,13,5. Sin duda lo sería el de Dinamarca, que obtuvo Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, y el de la íínsula del Mar, que Lindadelo, Emperador de Trapisonda, dio a su enano Ispanillo (Cristalián, lib. I, cap. XI).




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N-2,13,6. Como el Arzobispo Turpín y otros, de que están llenas las historias no fingidas, sino verdaderas. Un legado del Papa solía mandar los ejércitos de las Cruzadas. Sin salir de España, y omitiendo otros ejemplos más antiguos, hubo varios Prelados, Obispos y Arzobispos que militaron en las guerras civiles de Castilla reinando don Juan el I y Enrique IV, y aun en tiempo de las Comunidades hubo un batallón de clérigos guiado por el Obispo de Zamora. Es de notar que el Bachiller Carrasco, amo de Tomé Cecial, estudiaba para clérigo, o por lo menos vestía el hábito de San Pedro.




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N-2,13,7. Alude Sancho a la conferencia que sobre este asunto tuvo con el Cura y el Barbero de su lugar, cuando los encontró junto a la venta, yendo de embajador a Dulcinea de parte de su amo, que quedaba haciendo penitencia en Sierra Morena (parte I, cap. XXVI). Pero habla Sancho con poca exactitud, porque el Cura y el Barbero, lejos de haber querido aconsejar a Don Quijote que fuese Arzobispo, antes por el contrario, temiendo Sancho que se le antojase serlo a su amo, le ofrecieron rogarle, aconsejarle y aun ponerle en caso de conciencia que fuese Emperador y no Arzobispo. Y aun el mismo Sancho, según allí se cuenta (capítulo XXVI), les agradeció mucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese Emperador y no Arzobispo.





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N-2,13,8. Suficiente para tener es como decimos. De esta clase de descuidos de corta entidad suele haber en nuestros buenos autores. Poco después, hablando de lo pasado que es el mejor gobierno, se dice: es una pesada carga que pone sobre sus hombros el desdichado que le cupo en suerte. Debió decir el desdichado a quien o a que le cupo en suerte.





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N-2,13,9. Gobiernos de ínsulas: Cervantes usó del adjetivo insulanos por insulares o isleños, con algo de burla de las íínsulas, que tanto se nombran en las historias caballerescas: pero antes de Cervantes lo había usado el sevillano Pedro Mejía en el Coloquio del porfiado (parte I, al fin), donde hablando de las malas mañas de los que habitan en las costas del mar, dice: Se tenía por refrán antiguo: todos los insulanos son malos, y los de Creta, los peores, porque casi todos habitan en costa o junto a ella.





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N-2,13,10. Recuérdese aquí el sabrosísimo diálogo que pasó entre Sancho y su oíslo acerca de la colocación de Sanchica. El día que yo la viere Condesa, decía su madre, ese día haré cuenta que la entierro. El escudero del Caballero del Bosque, que, como veremos en adelante, era vecino y compadre de Sancho, le preguntaba a éste, como si no le conociera a él y a sus hijos: ¿Y qué edad tiene esa señora que se cría para Condesa? Disimulaba según correspondía al papel que le había repartido en la comedia.




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N-2,13,11. Sancho se picó de que se hablase así de su hija, tomándolo por agravio, y no se acordó que allá, en Sierra Morena, había alabado con la misma expresión a la hija de Lorenzo Corchuelo, alias la señora Dulcinea. ¡¡Oh, hideputa, dijo, qué rejo que tiene y qué voz! Y lo mismo volvió a hacer Sancho en el capítulo. XXI de esta segunda parte, alabando los cabellos de Quiteria. Así que tuvo razón el otro escudero en decirle que no entendía de ocho que de alabanzas; que aquello que parece vituperio en aquel término, es alabanza notable; y que desgraciados los hijos que con sus obras no granjean a sus padres loores semejantes. Reina en este discurso una ironía tanto más fina y delicada, cuanto realmente entre la gente baja la palabra hideputa era voz de elogio. Esta sí, cuerpo del mundo, que es figura hermosa, apacible y reluciente: ¡hideputa y cómo se vuelve la muchacha! Así se habla de una bailarina en el entremés intitulado Retablo de las Maravillas, que es uno de los de Cervantes. Y en el Gran Tacaño, de Quevedo, decía Pablillos, alabando a un caballo: ¡¡Oh, hi de puta!, no fuérades vos mi Valenzuela. Así que Sancho, más adelante, en este mismo capítulo, vino a conocer y confesar que tenía razón su coescudero. Digo, respondió Sancho, que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle. Sin embargo de la respetable autoridad de ambos interlocutores, leemos en nuestras historias que, cuando los dos hermanos, el Rey de Castilla don Pedro y su hermano don Enrique se encontraron en la tienda de Beltrán Claquín, junto a Montiel, la noche funesta del fratricidio, se regalaron uno a otro con este linaje de elogio, y entonces ciertamente no cayó bajo el entendimiento de alabarse.
Rejo
es vigor, fuerza, pujanza; y en este sentido se halla usado en las famosas coplas de Mingo Revulgo, y aun en este último con alguna alusión poco honesta.




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N-2,13,12. En el capítulo XXII de la primera parte, donde se contó el hallazgo, se dijo que eran escudos de oro y que pasaban de ciento, y que estaban, no en una bolsa, sino en un pañizuelo. Vuelve a nombrarlos en otros lugares de la segunda parte (caps. II, IV, V y XXXVI) y siempre los llama escudos. No parece sino que Cervantes, a la manera que lo hicieron algunos grandes pintores en sus cuadros, se desdeñaba de la corrección de los pormenores en su fábula.




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N-2,13,13. Quedara mejor explicado el pensamiento se pusiera es de aquellos que dicen, o mejor aún, de quienes se dice. Como está, pudiera entenderse que el relativo que era el sujeto de dicen; y en este caso el refrán no significaba nada, y estaba mal aplicado a Carrasco. Tomé Cecial indicaba y sindicaba en esta expresión el secreto de su amo; pero Sancho no podía entenderlo.
La censura de Tomé era fundada; el Bachiller dejaba la comodidad, quietud y regalo de su casa por el deseo de curar la locura de nuestro hidalgo; y este empeño le puso, como después veremos, a pique de perder la vida. Si se hubiera de poner algún reparo al papel que se le asigna en el QUIJOTE, sería la poca verosimilitud de que hubiese persona, que, por pura beneficencia, y sin otros motivos que los que tenía el Bachiller, arriesgase tanto por curar a un loco.




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N-2,13,14. El escudero bosqueril, como se llama más abajo, juega con la doble significación de cruda, que se aplica a la persona de áspero y duro carácter, y también a la vianda que no se ha puesto aún al fuego. Lo que añade de Casildea, a saber, que no cojea del pie de la crudeza, y que otros mayores embustes le gruñen en las entrañas, significa que no había tal crudeza ni amores, y que el Caballero del Bosque y su dama todo era fingido; y ello dirá, añade, antes de muchas horas, en cuyas palabras vuelve a apuntar lo mismo que antes acerca del verdadero proyecto del bachiller.




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N-2,13,15. Da risa ciertamente el ver en el presente coloquio escuderil el modo con que hacen de ingeniosos los criados a costa de sus amos, el magisterio con que los censuran, y el entonamiento con que se tratan mutuamente uno a otro. --- Acompañados es palabra que, bajo forma pasiva, tiene significación activa: equivale a acompañantes o compañeros. Paniaguados es nombre que se daba a los dependientes de una casa o familia que recibían del jefe de ella el alimento figurado en sus dos partes más esenciales, que son el pan y el agua.





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N-2,13,16. Alma de cántaro se llama ordinariamente a la persona estúpida con puntas de maligna, y así llama Dulcinea alma de cántaro a Sancho en la aventura de su desencanto, que se describirá en el capítulo XXXV; y después en el XLVI se da el mismo nombre a una persona para ponderar la traza que tenía de bondadosa e inocente. Aquí se aplica a la simplicidad
u y excesivo candor de Don Quijote, de quienes dice Sancho que era amigo de hacer bien, que no tenía malicia, y que un niño le haría entender que era de noche en la mitad del día. Sancho al decir esto, tiene presente el recién forjado encantamiento de Dulcinea.




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N-2,13,17. El bueno del Tomé Cecial, no contento con hacer del ingenioso y pronunciar sentencias escuderiles, se mete también a escriturario, y alega la del Evangelio de San Mateo, capítulo XV, versículo 14.




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N-2,13,18. Ponderación desmesurada, a que no la va en zaga la de la media vara de empanada, que no es pequeña. --- Conejo albar es conejo blanco, como suelen serlo los domésticos.




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N-2,13,19. De agua y lana, expresión familiar, que equivale a de poco valor e importancia, cual se supondría que lo era la persona que no bebiese más que agua y no vistiese sino lana; o que, como se dice más abajo, tuviese hecho el estómago a tagarninas y piruétanos, esto es, acostumbrado a mantenerse de hierbas y frutas del campo. Tagarnina es lo mismo que cardillo, y piruétano, pera silvestre.





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N-2,13,20. Sueltas son los pedazos de soga o cordel con que se traban las manos de las bestias, y según Covarrubias se llamaron así por antífrasis. Sus nudos, como de cosa gruesa y ordinaria son abultados, y así debían de ser los bocados que tragaba Sancho por la prisa que se daba a engullirlos antes de masticarlos suficientemente, cuando eran todavía tamaños cual nudo de suelta.




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N-2,13,21. Así también llamó Don Quijote a Sancho en la aventura de los batanes al capítulo XX de la primera parte; pero la significación es diversa. Aquí equivale a escudero autorizado en toda forma: allí no era del caso esta significación, sino la ordinaria, para expresar la fidelidad y lealtad de los criados para con sus amos.




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N-2,13,22. Son las vainas del garrobo, árbol silvestre que se cría en los terrenos estériles y peñascosos de la costa oriental de España; pero dudo mucho que los haya en la Mancha, y por consiguiente que la expresión sea propia, en boca de Sancho. Sus vainas sirven de pasto al ganado caballar, pero también se dejan comer de las personas, porque su carne o pulpa tiene un sabor dulce y agradable.




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N-2,13,23. Locución sumamente expresiva del estilo familiar; contiene una elipsis, y equivale a por si fuese o no menester.





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N-2,13,24. Debió ser vino de que gustase mucho Cervantes, pues, en la novela del Licenciado Vidriera, citando entre los vinos de fama los de Madrigal, Coca, Alaejos, Esquivias, Analís, Cazalla, Guadalcanal, la Membrilla, Rivadavia y Descarga-María, nombra también el de la imperial más que real ciudad, recámara del dios de la risa. Volvió Cervantes a nombrar el vino de Ciudad Real con los de Esquivias, San Martín y Rivadavia en el Coloquio de los perros. Don Diego Hurtado de Mendoza, en una de sus composiciones poéticas intitulada Vida del Pícaro, lo mencionó también con los de Ocaña, Yepes, Pinto, Coca y Alaejos. Pero el vino de más común celebridad, al parecer, era el de San Martín de Valdeiglesias, que con cierto énfasis solía llamarse vino del Santo, y era el verbigracia de los buenos vinos, como se ve por la historia de Felismena en el libro I de la Diana, de Jorge de Montemayor (libro I) y por el Coloquio pastoril entre los satíricos (fol. 193) de Antonio de Torquemada, autor del Olivante de Laura. En la loa de la comedia La hermosura de Raquel, de Luis Vélez de Guevara, se describe festivamente un convite en que se pusieron sobre bancos de Flandes, mesas de escalera, manteles de Alemania, pan de Gandul, roscas, de Utrera, vino de San Martín; y don Francisco de Quevedo, en la canción tercera de su Talía, decía a una dama demasiadamente devota de Baco.

Si a San Martín pidieras
caridad, cual su padre fue afligido,
bien sé yo para mi que tú escogerías,
aunque tus propias carnes vieras rotas,no la capa partida, mas las botas.

En el Cancionero general, de Fernando del Castillo, impreso en Sevilla, año 1534, se leen (folio 202) unas coplas antiguas de don Jorge Manrique a una borracha, donde se hace mención de los vinos más acreditados en su tiempo, esto es, en el siglo XV, entre los cuales nombra el de Ciudad Real, que entonces se llamaba Villa Real. En ellas dice la borracha:

Ojalá
estuviera San Martín
adonde mi casa está:
de Valdeiglesias se entiende...

Y luego se cuenta que la heroína

En medio del suelo duro,
hincados los sus hinojos,
llorando de los sus ojos
de beber el vino puro.

rezaba diariamente esta Letanía:

¡Oh beata Madrigal!
Ora pro nobis a Dios:
¡Oh Santa Villa Real!
Señora, ruega por nos:
Santo Yepes, Santa Coca,
rogad por nos al Señor,
porque de vuestro dulzor no fallezca la mi boca. Santo Luque, yo te pido que ruegues a Dios por mí, e no pongas en olvido de me dar vino de ti.
¡Oh tú, Baeza beata,
Ubeda, santa bendita,
este deseo me quita .
del torrontés que me mata.

Pellicer sobre el presente lugar del texto nombra otros vinos afamados de España a mediados del siglo XVI, y entre los de la Mancha cita al de Valdepeñas que es el de mayor reputación en el día.




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N-2,13,25. Metáfora tomada del juego de pelota, cuando por ir muy alta no la puede volver el que la espera. Se aplica al que no comprende o no alcanza alguna cosa que le importa, por ser superior a su inteligencia.




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N-2,13,26. Pellicer observó ya que Cervantes había insertado este cuento en uno de sus entremeses intitulado Elección de los Alcaldes de Daganzo. En él dice el Regidor Alonso Algarroba, para probar el talento de mojón y cata vinos, que tenía Juan Berrocal, uno de los candidatos:

En mi casa probó los días pasados
una tinaja, y dijo que sabía
el claro vino a palo, a cuero y hierro.
Acabó la tinaja su camino,
y hallóse en el asiento de ella un palo
pequeño, y dél pendía una correa
de cordobán y una pequeña llave.

Y exclama el Escribano Pablo Estornudo:

Oh rara habilidad! ¡Oh raro ingenio!
Bien puede gobernar el que tal sabe
A Alanis, y a Cazalla, y aun a Esquivias.

Y en el examen de oposición a la vara de Alcalde, decía de sí mismo Juan Berrocal en comparación de su derecho:

No hay mojón en el mundo que me iguale...
Pues cuando estoy armado a lo de Baco,
así se me aderezan los sentidos,
que me parece a mi que en aquel punto
podría prestar leyes a Licurgo.




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N-2,13,27. El Bachiller Sansón Carrasco, disfrazado en forma de caballero andante, no tenía realmente ánimo de llegar a Zaragoza. De acuerdo con el Cura y el Barbero, que desconfiaban de poder estorbar la tercera salida de Don Quijote, le había aconsejado a éste que fuese a Zaragoza, donde de allí a pocos días se habían de celebrar las justas de San Jorge, donde podría ganar fama sobre todos los caballeros del mundo. La idea de Carrasco fue saber de esta suerte con seguridad adónde se dirigía Don Quijote, y poder alcanzarlo en el camino, como lo consiguió, desafiarlo, vencerlo (esto lo suponía fácil), e imponerle, a fuer de vencedor, la obligación de estarse en su casa hasta que por él le fuese mandada otra cosa. Contaba con que Don Quijote lo cumpliría, por no faltar a las leyes de la Caballería, y esperaba que en el tiempo de su reclusión se le olvidasen sus vaciedades o se hallase algún remedio a su locura. Este plan se declara después en el capítulo XV de esta segunda parte: y si se hubiera realizado como se concibió era acabada la fábula. Pero no sucedió así; y el Bachiller, según allí se dirá, no halló nidos donde pensó hallar pájaros. Con lo cual se complicó todavía más el enredo con todos los incidentes que mediaron hasta el vencimiento de nuestro hidalgo en Barcelona, que fue lo que proporcionó el desenlace.

{{14}}Capítulo XIV. Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque




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N-2,14,1. Tres nombres se le dieron a este caballero en la relación de la presente aventura: del Bosque, de la Selva y de los Espejos. Mientras duró la oscuridad de la noche, se le dieron los dos primeros, que vienen a ser uno mismo desde que amaneció y pudo verse su sobrevesta, sólo se le llama ya Caballero de los Espejos.




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N-2,14,2. Hay tal contrariedad entre elección y destino, que parece imposible substituir el uno al otro en ningún caso, a no ser que se explique por el carácter burlón del bachiller Carrasco, que aun bajo la figura y disfraz de Caballero de los Espejos, se divertía a costa de nuestro pobre hidalgo. Y la misma explicación puede darse del elogio que poco más abajo le da a Casildea por no tener par en la grandeza del cuerpo: elogio que convendría más a la giganta Andandona o a un elefante, que no a una dama.




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N-2,14,3. Vandalia es Andalucía. El Arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada, en su Historia de España dijo que se llamó Vandalia por los vándalos, que con otros pueblos bárbaros del Norte invadieron a España en el siglo y, y se establecieron en la parte meridional de la Península, y de Vandalia formaron los árabes el nombre de Andalucía, que extendieron a toda la España que dominaban, y que después de la reconquista por los cristianos quedó reducida otra vez a la parte que cae al sur de Sierra Morena.
Entre los poetas modernos se ha designado muchas veces a Andalucía con el nombre de Vandalia. Así lo hicieron Luis Camoens en sus Lusiadas, y Jorge Montemayor en varios parajes de la Diana enamorada; y antes que ellos Juan de Mena en las Trescientas (Orden de la Luna, copla 48).




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N-2,14,4. Madrina, palabra italiana que significa madrastra, como ya observaron Pellicer y a Academia. Cuenta la fábula que Júpiter tuvo a Hércules en Alomena, hija de Anfitrión, y que, enojada por esto Juno, mujer de Júpiter, aborreció cual madrastra a Hércules, y le suscitó los famosos trabajos y peligros de que salió vencedor, mereciendo ser colocado entre los héroes o semidioses. Esto es a lo que aquí alude el Caballero de la Selva.
Ovidio, en el libro IX de las metamorfosis, llamó más de una vez a Juno madrastra, noverca de Hércules. Don Enrique de Aragón Marqués de Villena, escritor contemporáneo del Rey don Juan el I, compuso un libro con el título de Los trabajos de Hércules, en que describe sus hazañas, haciendo aplicaciones a os diferentes estados de los hombres, y se imprimió En Zamora y Burgos en los años 1483 y 1499. También se refirieron los trabajos de Hércules en el libro X del poema caballeresco de Celidón de Iberia.




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N-2,14,5. El Bachiller Sansón Carrasco, oculto bajo el nombre y figura de caballero andante, usando el lenguaje propio de la profesión que afectaba, llamaba giganta a la Giralda, estatua que representa la fe y termina la torre de la catedral de Sevilla, sirviendo de veleta. Es de bronce, de catorce pies de alto; pesa, según Ceán 28, y según Rodrigo Caro 36 quintales; tiene en la izquierda una palma, y en la derecha un lábaro con el que indica el viento. Llamósela, al parecer, Giralda por la propiedad de girar o dar vueltas; y este nombre se ha comunicado en el uso común a la torre misma, la cual es conocida por él dentro y fuera de España; es de ladrillo y fue construida en la declinación del siglo XI junto a una mezquita que después fue la primera catedral de Sevilla, de orden de un Rey moro de la dinastía de los almohoades, que sucedió a la de los almoravides. El estado de la torres en el año de 1248, cuando conquistó San Fernando a Sevilla, se verá por la descripción que hizo de ella la Crónica general de España, escrita poco después en el reinado de don Alonso el Sabio. De la torre mayor, dice, que es ya de Sancta María, muchas son las de sus nobrezas e la su grandecía e la su beldad; ca sesenta brazas ha en el trecho de la anchura, e cuatro tanto en el alto. Otrosí, tan alta e tan llana, e de tan gran maestría es fecha de su escalera, que cualesquier que allí quieren subir con bestias, suben fasta encima della. Otrosí, ensoma adelante ha otra torre a la cima que ha ocho brazas fecha de gran maestría, e o la cima della son cuatro manzanas redondas unas sobre otras, de tan gran obra e tan grandes, que non se podríen saber otras tales. La de somo es la menor de todas, e luego la segunda, que está so ella, es mayor; empués la tercera mayor que la segunda mas de la cuarta manzana non podemos retraer, ca es de tan gran labor e de tan extraña obra, que es dura cosa de creer: toda obrada de canales, e las canales della son doce, e ha en la anchura de cada canal cinco palmos comunales. E cuando la metieron por la villa, non pudo caber en la puerta, e ovieron a ayuitar las puertas e a ensanchar la entrada. E cuando el sol da en ella, resplandece con rayos lucientes más de una jornada. Un terrible huracán rompió la espiga que enfilaba las cuatro manzanas el año de 1395. El de 1400 se colocó en esta torre, a presencia del Rey don Enrique, un reloj de campana, que según aseguró Mariana, fue el primero que se vio en España (Historia de España, lib. X, capítulo X), bien que el P. Fr. Licianino Sáez Citó un documento por donde parece que lo hubo en Cuéllar, villa de Castilla, el año de 1395 (Monedas de Enrique II, nota 15). Cuando se edificó la nueva catedral en el siglo XV se añadió a la torre otro cuerpo de cien pies de altura, y se colocó encima la Giralda el año de 1568.




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N-2,14,6. Noticioso César de que Farnaces, hijo de Mitrídates, había vencido a los romanos, marchó en diligencia al Asia, venció a Farnaces en una gran batalla, y avisó de la victoria a Roma escribiendo a un amigo suyo estas tres palabras: Veni, vidi, vinci. Plutarco, que es quien lo refiere en la Vida de César, pondera la concisión y gracia del aviso.
Pues he aquí que el Bachiller, continuando con su carácter hinchado y burlesco, y ponderando lo rápido y completo de su victoria contra la giganta Giralda, usa de la misma expresión que César, llegué, vila y vencila. Añade que la hizo estar queda y a raya, a pesar de ser la más movible y voltaria mujer del mundo; esto último indica la calidad de ser veleta: las palabras que siguen, por que en más de una semana no soplaron sino vientos nortes, debió pronunciarlas el Bachiller en voz baja, o volviendo el rostro, pues, no eran para Don Quijote, sino un como aparte de comedia. Por lo demás, el ser los vientos nortes no es lo que aquí hace el caso: tanto los vientos del Norte como los del Sur hacen volverse a la Giralda y a otra cualquier veleta. Lo que la hizo estar queda y a raya fue la circunstancia de no haber cambiado el viento en más de una semana.




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N-2,14,7. Se llamarían valientes por lo grandes, según una expresión familiar. Son cuatro bultos de piedra berroqueña de doce a trece palmos de largo, ocho de ancho y cuatro de grueso que hay en una viña del monasterio de Jerónimos de Guisando, en el obispado de Avila, entre Cadalso y Cebreros. Están en fila mirando a poniente, y tan desfigurados, que apenas se puede conocer si fueron toros u otra clase de animales; el uno está caído. Cuentan que en los plintos tuvieron inscripciones, de las cuales sólo queda una y ésa ilegible. El sitio de los toros de Guisando es célebre en nuestra historia por haberse hecho en él el ajuste en que el Rey don Enrique IV de Castilla reconoció por heredera a su hermana la Princesa doña Isabel, con exclusión de su hija doña Juana, apellidada la Beltraneja.
En otros varios lugares de aquella parte interior de España se encuentran bultos grandes antiguos de toros, terneros y jabalíes. Así Sucede en Segovia, Avila, Toro, Ledesma, Baños; Torralva y otros pueblos. A esta especie de monumentos debe pertenecer el toro del puente de Salamanca, donde fue la calabazada de Lazarillo de Tormes. Ni este monumento ni otros de los que había en Contiensa y Tordillos existen ya, pues, el primero fue derribado, o por haberle creído signo degradante de la población, o por ser una imperfección en el puente y los otros dos cayeron a virtud de un mandato judicial de los ilustrados alcaldes mayores de Ledesma y Alba. En el tomo I de las Memorias de la Academia de la Historia están dibujados tres bultos, dos de toro y otro de jabalí. Este último de diez pies de largo, que se hallan con otros muchos restos de antigÜedad en Talavera la Vieja, pequeña población diez leguas al poniente de Talavera de la Reina. Nuestros literatos se han fatigado vanamente hasta ahora por averiguar la ocasión y objeto de estas antiguallas, asunto oportuno de hablillas y rumores populares, que el ingenioso Cervantes aprovechó igualmente que otros semejantes, como elementos adecuados para sus ficciones.




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N-2,14,8. En la Sierra de Cabra, villa de la provincia de Córdoba, como a media legua de la población, se encuentra una boca de tres a cuatro varas de ancha y cinco a seis de larga, en que empieza la sima de Cabra, y sigue perpendicularmente con varias concavidades hondas a los lados. Antes de llegar al fondo se encuentran unos riscos o peñascos que destilan agua. Dio estas noticias un hombre que el año de 1683, por disposición judicial, bajó pendiente de una cuerda a extraer un cadáver que habían arrojado a la sima los asesinos. Don Bartolomé Sánchez Feria, en el Memorial de los Santos de Córdoba, que publicó en 1772 habló de este asunto (Adiciones insertas al principio del tomo IV), y refiriéndose a las noticias del proceso, dijo que la sima tiene 143 varas de profundidad; y que acaba en una especie de salón, en cuyo medio, debajo de la boca de la sima, hay un gran montón de tierra y piedras que han ido arrojando los pasajeros; y con efecto, siendo el terreno donde está la cueva, en general, pedregoso, apenas se halla una piedra a la distancia de 200 pasos, según noticias recibidas recientemente. Según estas mismas, y refiriéndose siempre a las diligencias judiciales citadas, el hombre que entró por el cadáver no llegó al fin de la sima, pues, halló lo que buscaba en unas piedras salientes a la profundidad como de 130 varas.
No hay noticia de que los naturales hayan visto salir fuego ni humo por la boca de la sima de Cabra, aunque suelen decir que es una boca del infierno; y el hombre que extrajo el muerto Antes de entrar se confesó sacramentalmente, como expresa Feria.
Hicieron mención de la sima de Cabra Vicente Espinel en las Relaciones del Escudero, y Luis Vélez de Guevara en El Diablo Cojuelo. Cervantes la hizo también en las Ordenanzas de los Poetas que añadió al Viaje al Parnaso, y en ellas se prescribe que a los niños llorones o traviesos se les amenace con que viene un mal poeta que los echará en la sima de Cabra o en el pozo Airón. Este último nombre se da a un pozo que hay en Granada, en la falda del Albaicín, a espaldas de la calle de Elvira, y que se ha creído fue abierto por los moros con el objeto de dar salida y respiración a los gases subterráneos y precaver la violencia de los terremotos. Pero no es el único pozo Airón que hay en España, según la relación topográfica que de orden de Felipe I dieron los vecinos del castillo de Garci Muñoz, en la provincia de Cuenca, donde, según allí se expresa, hay un lago que se llama el Pozo Airón, que es la cosa más señalada de esta tierra, el cual no cría cosa alguna de pescado, sino es sabandijas ponzoñosas, y que el sabor y el color es como la de la mar. Y es tan profundo, que hasta ahora no se sobe el fondo del. Es en forma redonda, e muy ancho, e que el agua es de tal sabor, que ni los hombres, ni bestias, ni aves, ni ningún animal bebe de ella, por ser el agua como la del mar; y aunque del se dicen muchas cosas (u en esta tierra se dice comúnmente ser ojo de mar) fabulosas, esta es la verdad. E por cosa notable el Emperador don Carlos V, pasando a Valencia, lo fue a ver por cosa muy nombrada, y el Rey don Felipe nuestro Señor. Asimismo cae media legua de esta villa en su jurisdicción a la parte del Norte.




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N-2,14,9. La palabra aventajar lleva consigo la idea de superioridad respectiva de otro objeto, de tal suerte, que la adición de la partícula más forma un verdadero pleonasmo. El cual se hace mayor todavía con la añadidura de la palabra sola, porque mal podría aventajarse a todas si tuviera otra compañera a quien no se aventajase. Debió, pues, decirse: que ella se aventaja en hermosura a cuantos hoy viven.
En esta aventura y demanda del Caballero de los Espejos copió Cervantes la de Alpartacio, Duque de Orcallo, a quien, según cuenta la historia de Lisuarte de Grecia, dijo su ser flora Dialestria que no le otorgaría su amo si primero no anduviese todas las partes del mundo combatiéndose con cuantos dijesen que sus señoras eran más hermosas que ella, y se los enviase presos. En esta forma, contaba Alpartacio al Emperador de las ínsulas de Calaria y Orquilensa, he andado todas las más partidas del mundo, y pasan ya más de cincuenta caballeros los que ya la he enviado. Agora, buen señor, yo vengo ante ti y pongo mi misma demanda en que ando. Sobre ella peleé con Perión de Gaula, y le sucedió lo que al Caballero de los Espejos con Don Quijote (Lisuarte capítulo II).




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N-2,14,10. Máxima reconocida y corriente entre caballeros andantes, que cuando uno peleaba con otros, toda la gloria y fama del vencido se agregaba a la del vencedor.
Por esta razón, don Baltasar de Rojabarba, vencido por Daraida, decía a ésta que había hecho suya la gloria de haber vencido a cincuenta extremados caballeros y doce jayanes, a quienes él había vencido (Florisel de Niquea, parte II, cap. LII). El caballero Almás, hablando con una dama a quien galanteaba, le decía: Mató a un mi cormano en la corte del Rey Lisuarte, que Dardán el Soberbio había nombre; y a éste yo le buscaré e tajaré la cabeza: así que toda su fama en mi será convertida (Amadís de Gaula, cap. XLII). Desafiando un caballero desconocido al Caballero Solitario, nombre que entonces llevaba Lisuarte de Grecia, le decía: No os maravilléis porque me quiera probar con caballero que según su fama pueda ganar honra; por que venciéndolo yo, vuestras glorias a mí serán atribuidas (Lisuarte de Grecia, cap. LXII).
La razón de esta máxima se explica en los dos versos con que sigue y concluye su discurso el Caballero de los Espejos. En las ediciones anteriores se habían puesto siempre en forma de prosa, hasta que la Academia Española, en la que hizo el año 1819, los puso en su verdadera figura de versos, advirtiendo en una nota que Cervantes los tomó con alguna variación del principio de La Araucana, donde don Alonso de Ercilla dice que las memorables hazañas de los araucanos engrandecen más a los españoles.

Pues es el vencedor más estimado
de aquello en que el vencido es reputado.

La misma sentencia puso el Arcipreste de Hita en boca del ratoncillo, cuando decía al león que le había cogido e iba a matarle (coplas 1.401 y 1.402):

¿Qué honra es al león, al fuerte, al poderoso
matar al pequeño, al pobre, al coitoso?
Es deshonra et mengua e non vencer fermoso:
El que al mur vence es loor vergonzoso...
El vencedor ha honra del precio del vencido, su loor es a tanto cuanto es el debatido.




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N-2,14,11. Convienen estas señas con las que se dieron de nuestro hidalgo en el capítulo I de la primera parte, donde se dijo que era seco de carnes y enjuto de rostro. En el capítulo XXX de la misma primera parte se dijo con iguales palabras que aquí que era alto de cuerpo y seco de rostro: y en el capítulo XXXI de la segunda se dirá que tenía el cuello largo y más que medianamente moreno. Todas las señas convienen entre sí, y con la Contextura propia de un loco.




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N-2,14,12. Lo diría Don Quijote por el sabio Fristón, a quien ya desde el principio de la fábula atribuyó la desaparición de sus libros y libren, asegurando que le tenía ojeriza porque sabía por sus artes que andando el tiempo había de vencer a un caballero favorecido suyo.




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N-2,14,13. No había ni aun uno. El anterior, ya muy entrada la mañana, había sido el encanto y transformación de Dulcinea; siguió la aventura de la carreta de la muerte por la noche se encontraron los dos caballeros, y cuando hablaban esto, todavía no había amanecido. Don Vicente de los Ríos advirtió este error en su análisis: y de aquí debemos inferir que Ríos pensó más que Cervantes en el plan cronológico de la fábula, o, por mejor decir, que Cervantes no lo tuvo.




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N-2,14,14. Raro uso del verbo empuñar: con arreglo al común se diría empuñó la espada, y así se hace en el capítulo LXII, cuando se cuenta lo que le sucedió a Don Quijote en las galeras del puerto de Barcelona: Y diciendo esto se levantó en pie y empuñó la espada.




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N-2,14,15. El autor de las Observaciones sobre el Quijote, impresas en Londres y citadas ya otras veces en estas notas, tachó de galicismo la expresión presente del texto (carta I, pág. 69), como si bastara para serlo tener semejanza o régimen común dos dialectos nacidos ambos de una lengua matriz. Sin salir de los libros caballerescos, el de don Florisel de Niquea cuenta que la doncella Galarza decía en cierta ocasión al Caballero del Fénix: Deso soy yo leda (contenta); y en otro lugar, que tres doncellas le decían a don Roger de Grecia: Deso somos contentas todas (parte II, caps. V y LXV).
Más que contento equivale a muy contento.
Conveniencia
significa aquí convención, concierto o pacto, y no comodidad ni proporción, Como significa otras veces.




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N-2,14,16. En la conversación de los escuderos, referida muy menudamente en el capítulo anterior, no se mencionó ni oyó valentía alguna del Caballero del Bosque; sólo dijo su escudero que era tonto pero valiente, y más bellaco que tonto ni que valiente. Y aunque este reparo es puramente negativo, porque pudo contar el escudero las valentías y omitirlas el fabulista, éste debiera referirlas o no mencionarlas.
Poco antes se dijo que en saliendo el sol habían de hacer los dos caballeros una sangrienta, singular y desigual batalla. Aquí batalla desigual viene a ser lo mismo que sin igual, por lo encarnizada y furibunda.




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N-2,14,17. Participio, o más bien nombre derivado del verbo pelear, y ejemplo que dio, entre otros, Cervantes de atreverse a proponer verbales nuevos de esta terminación, de que suele andar escasa la lengua castellana. En ella no hay verbo que no sirva de raíz a verbales, o como suelen llamar, participios de pretérito en ado o en ido, según la terminación o conjugación del verbo; pero los más de los verbos carecen de participios de presente o verbales en ente y ante. De amar formamos amado y amante, pero de enseñar sólo formamos enseñado y no enseñante. De arder formamos ardido y ardiente, pero de aborrecer formamos aborrecido y no aborreciente; en fin, de oír formamos oído y oyente, pero de herir formamos herido y no hiriente. Por qué razón anduvo más indulgente el uso con los llamados participios de pretérito que con los de presente, no puede explicarse sino por la arbitrariedad de sus caprichos.
Nuestros buenos escritores desde Juan de Mena, que tiró a enriquecer la lengua con palabras tomadas de su madre la latina, y el juicioso autor del Diálogo de las lenguas, que proponía se adoptasen muchas del toscano, favorecieron la adquisición de nuevas voces, proporcionando así la expresión de nuevas ideas al paso que se aumentaba nuestro Diccionario: y de esto pudieran alegarse muchos ejemplos. A su imitación, Cervantes formó y usó algunas palabras nuevas, entre ellas varios participios o verbales de presente, como el peleantes del pasaje presente del texto, bullente en la descripción del lago de las siete Fadas, aporreantes en La aventura del pastor Eugenio, querellante y preguntante en el gobierno de Sancho, y esto último y respondiente en la relación de la cabeza encantada de Barcelona (parte I, caps. L y LI; parte I, caps. XLV, LI y LXI). Aventuró también Cervantes la propuesta de un participio de futuro en das de los que apenas se conoce uno u otro en castellano, cuando estando Don Quijote en casa de los Duques llamó a doña Rodríguez dueña veneranda (parte I, capítulo XXXI). Las personas nimiamente rigurosas, que regatean con dureza la entrada a voces nuevas porque no las encuentran en nuestros antiguos escritores, no advierten que estos mismos admitieron frecuentemente las que eran nuevas en su tiempo, y que si las voces son bien formadas y significativas, se perjudica a la abundancia y riqueza del idioma en no contribuir a su introducción, especialmente cuando el uso empieza a autorizarlas. El escritor más elocuente de nuestro tiempo, don Gaspar de Jovellanos, ha dado notables ejemplos de esta tolerancia racional en modismos y en palabras, y nada ha perdido la lengua.




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N-2,14,18. La clase de combate propuesto por el escudero del Bosque no carecía de ejemplo en los libros caballerescos. Cuando lidiaron Policisne y Orminel en la Corte del Rey Arsandos, lidiaron también con risa y diversión universal de los espectadores sus dos enanos, según refiere la historia (cap. LXXIV). Si Tomé Cecial hubiera tenido noticia de este suceso, es regular que lo hubiera alegado; como alegó la costumbre de los peleantes de Andalucía.
Alonso Fernández de Avellaneda, en el capítulo XXXII de su Quijote contrahecho, quiso remedar este desafío de Sancho y Tomé en el de Sancho y el escudero negro del gigante Bramidán de Tajayunque, Rey de Chipre, y enemigo de Don Quijote. Preguntando Sancho a su rival cuáles habían de ser las armas, y respondiendo el negro que las espadas, decía Sancho: Oxte, puto, eso no; porque el diablo es sutil, y donde no se piensa puede suceder fácilmente una desgracia, y podría ser darnos con la punta de alguna en el ojo sin quererlo hacer, y tener que curar para muchos días. Lo que se podrá hacer, si os parece, será hacer nuestra pelea a puros caperuzazos, vos con ese colorado bonete que traéis en la cabeza, y yo con mi caperuza, que al fin son cosas blandas, y cuando hombre la tire y dé al otro, no le puede hacer mucho daño. Y si no hagamos la batalla a mojicones... Soy contento, dijo el otro; pues aguardaos un poco, respondió Sancho, que sois demasiado de súpito, y aún no estoy del todo determinado de reñir con vos (cap. XXXII). El lector podrá observar las imitaciones y recuerdos de la angustiada y mezquina imaginación de Avellaneda, y aun la expresión de que el diablo es sutil, que tomó del pastor de Sierra Morena, a quien en el capítulo XXII de la primera parte pedía Don Quijote noticias de Cardenio.




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N-2,14,19. Alude a las penas que suelen imponerse en los estatutos de las cofradías a los hermanos que faltan a ellos, y regularmente son multas de cera para alumbrar en las fiestas y celebridades de la Congregación. Sancho ha sido Cofrade y aun prioste en su lugar, como se dirá luego en el capítulo XLII.




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N-2,14,20. Ya se advirtió en otro lugar la contradicción con que Cervantes atribuyó unas veces y negó otras a Sancho espada. El abate Eximeno en su Apología de Cervantes, discurre que Sancho, en su primera salida (segunda de Don Quijote), traía espada, según era costumbre de los escuderos; pero que habiendo visto cuán caro le había costado echar mano de ella contra los yangÜeses, no quiso llevarla en el segundo viaje por no exponerse a otra desgracia semejante; y que para apartar al otro escudero del pensamiento de reñir con espada, añadió la mentira de que no la había llevado jamás.
Con explicaciones de esta especie no hay contradicción que no se salve. Bueno hubiera sido que Eximeno hubiese citado algún lugar de la fábula que diese margen a sus conjeturas. y probase que Sancho había faltado a la verdad en este punto de su conversación con Tomé.




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N-2,14,21. Sancho estropeó, como rústico, el nombre de cebelinas que se da a las martas o pieles de las martas, animalejos semejantes a las fuinas, y sirven para forros. Las más preciadas vienen del Norte.




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N-2,14,22. Alheña es un arbusto con cuyas raíces, reducidas a polvo, se teñían los moros y moras los cabellos y las uñas, como dice Covarrubias. Y porque para esto, prosigue, y para algunas medicinas se muele el alheña, nació de aquí una manera de hablar, que es estar molido como alheña, del que está cansado y quebrantado. Conforme a esto, Sancho, apaleado por los del escuadrón del rebuzno, dice después a su amo en el capítulo XXVII: yo pondré silencio a mis rebuznos, pero no en dejar de decir que los caballeros andantes huyen y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheña.




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N-2,14,23. Apetites, palabra antigua, pero usada sólo de la gente aldeana, significa estímulos, adminículos, excitativos para despertar e irritar el apetito.




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N-2,14,24. Divierte ver al cobarde de Sancho cómo huye de reñir saltando de una razón a otra, y mudando de medio, según suele decirse; y al burlón de Tomé Cecial cómo le va atajando y ocurriendo a todas sus salidas y excusas. Dice Sancho que no es posible reñir sin cólera, y Tomé al instante le propone el medio suficiente de excitarla. Hállase también alguna reminiscencia de esto en la relación que se hace en el Quijote de Avellaneda del altercado de Sancho con el escudero negro de Bramidán de Tajayunque. Sabed, si no lo sabéis, decía Sancho, que estoy aguardando poco a poco a que me venga la cólera para reñir con vos. ¿Quién será capaz de no reír al leer el donosísimo coloquio de los dos escuderos, el uno cobarde y decidor, y el otro acaso no menos cobarde, pero socarrón y bellaco tanto o más que su amo?




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N-2,14,25. Especie de aseveración o juramento atestiguando Sancho con lo que sabían los del otro mundo; fuese de buena fe y usando de alguna fórmula conocida en su tiempo, o fuese que de cólera o de miedo, o de uno y otro, no supiese ya Sancho lo que se decía.




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N-2,14,26. Esta descripción de la aurora, aunque algún tanto entorpecida por el abuso del relativo, es armoniosa y risueña como la misma aurora, y forma un contraste del mayor efecto con la conversación entre rústica y picaresca que precede de los dos escuderos, haciendo la relación sumamente variada y agradable.
Ya en el capítulo X se había usado de la palabra vestiglo para significar una persona de mala y espantosa catadura. Lo mismo hizo cinco siglos ha el Arcipreste de Hita Juan Ruiz, refiriendo el encuentro que tuvo con una serrana grandaza y feísima:

Al pie del puerto falléme con vestigio
la más grande fantasma qué vi en este siglo...
Sus miembros e su talla no son para callar,
ca bien creed que era una grand yegua caballar...
En el Apocalipsi San Juan Evangelista
non vido tal figura ni de tan mala vista.




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N-2,14,27. Palabra que se encuentra ya en las Partidas, poco usada actualmente, pero noble y sonora, que viene a significar lo mismo que rival o competidor.




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N-2,14,28. A pesar de estar prohibido por las pragmáticas y leyes suntuarias de Castilla usar brocado ni tela de oro o plata, se decía en la de 3 de enero de 1611 (núm. 2): Otrosí permitimos que por honor de la Caballería se puedan llevar sobre las arrnas en la guerra las ropas de brocado y telas de oro.




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N-2,14,29. Girantel le rogó muy afincadamente (al Caballero Lamentable) que se quitase el yelmo, porque deseaba mucho conocer a tan buen caballera, por si algún día se tornasen a topar; mas Florambel se disculpó con muy corteses razones, rogándole que le perdonase por entonces, mas que ya vendría tiempo que faría todo lo que le mandase (Florambel de Lucea, lib. IV, Cap. IX). El caballero que hablaba con Don Quijote se había llamado hasta ahora del Bosque o de la Selva; en adelante se llama ya constantemente el Caballero de los Espejos, por los que llevaba según acaba de contarse en la sobrevesta, y no se habían divisado hasta que vino la luz del día.--En los anales caballerescos encuentro que Platir, hijo de Primaleón, llevó también el nombre de Caballero del Espejo, como se ve por su particular historia.




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N-2,14,30. Vuelve a sacar la cabeza el carácter socarrón del Bachiller Carrasco. A esto vos respondernos era fórmula antigua con que de ordinario empezaban las contestaciones de los Reyes a las peticiones de las Cortes de Castilla.
El Bachiller se había metido a hacer el papel de caballero andante, de los cuales había dicho alguna vez Don Quijote que están en potencia propincua de ser Reyes y Emperadores. La respuesta dada con este aire y tono de solemnidad por el Bachiller se redujo a decir a Don Quijote que se parecía al caballero que él había vencido como un huevo se parece a otro; locución de uso común para explicar y aun ponderar la semejanza de dos cosas entre sí. Puede repararse que falta el pronombre os en la expresión del Bachiller, porque en el uso actual disonaría que no se dijese que os parecéis corno se parece un huevo a otro; y hay alguna inconsecuencia en usar, dentro de esta misma frase, del verbo parecer con el pronombre y sin el pronombre. Pero Cervantes lo hizo así indistintamente, y en un pasaje anterior del presente capítulo se nota igual omisión del pronombre cuando contando el Caballero del Bosque que había vencido a Don Quijote, contestaba éste: Póngalo en duda: podría ser que fuese otro que le pareciese, aunque hay pocos que le parezca.




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N-2,14,31. Contenido, hablando con propiedad, significa otra cosa: en este lugar equivale a mismo, susodicho o cosa semejante.




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N-2,14,32. Esto de tomar la parte del campo que necesitaban los combatientes para tomar carrera, volver corriendo y embestirse, es repetido en las relaciones de casi todas las lides de los caballeros andantes descritos en sus historias. Así se expresa en la batalla que tuvieron sin conocerse Olivantes y Silvano cerca del Castillo deleitoso (Olivante, lib. I, capítulo XXXIV), y en la de Leandro el Bel y Artadelfos en la Crónica del Caballero de la Cruz. Pues toma, se lee en otro lugar de la misma crónica, la parte del campo que te pareciere, dijo el Príncipe Florandino, y con esto dio vuelta a su caballo, y lo mismo hizo el caballero, y dando vuelta a sus caballas, con gran furia se encontraron (lib. I, cap. XXXV). La condición propuesta por el Caballero de los Espejos y aceptada por Don Quijote de que el vencido había de quedar a discreción del vencedor es la misma bajo que combatieron Perión de Gaula y Radiaro, Soldán de Babilonia, según se refiere en la Historia de Lisuarte de Grecia (cap. XI).




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N-2,14,33. Expresión feliz para ponderar con ligereza y gracia lo desaforado de las narices del escudero; y harto más feliz que la redundante pesadez con que algunos años adelante ponderó Quevedo el mismo asunto en aquel soneto tan conocido:

Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pexe espada muy barbado.
Era un relox de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mal narizado.
Erase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Erase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.




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N-2,14,34. Pudiera muy bien pasar por error tipográfico en lugar de decir: En lo que se detuvo Don Quijote para que Sancho subiese, etc.--Temía Sancho quedarse con su compañero, receloso de que llevase adelante su idea del combate escuderil durante el de los amos; y este temor, tan natural en la cobardía ordinaria de Sancho, produjo el gracioso incidente de detener a Don Quijote al tiempo de embestir, y preparó en las manos hábiles de Cervantes el éxito de la batalla y la continuación de la fábula, la cual se pudiera mirar como acabada si no hubiese vencido al Caballero de los Espejos.




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N-2,14,35. Senza che tromba o segno altro accenasse,

como dijo Ariosto al describir el combate que tuvieron Gradaso y Reinaldos junto a la fuente sobre cuál de los dos había de quedar por dueño de la espada Durindana y del caballo Bayarte (canto 33, est. 79). La misma expresión se repite después en el capítulo LXIV de esta segunda parte al contarse la segunda batalla de Don Quijote con el Bachiller, convertido ya en el Caballero de la Blanca Luna.




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N-2,14,36. Aguijar está aquí como verbo de estado, a pesar de que es activo. Nuestra lengua goza de una grande y ventajosa flexibilidad, con la cual pasan los verbos no sólo de activos a neutros, como en el presente ejemplo y otros infinitos, sino también alguna vez al contrario, como cuando decimos vivir vida alegre, dormir sueño tranquilo.
Con esta ocasión observa el cronista del héroe manchego que esta sola vez se conoció haber corrido algo Rocinante, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados. Así se lo dictó en este lugar su festiva imaginación, sin tener mucha cuenta de lo que había escrito en otros. En la aventura de los molinos de viento se dijo que Don Quijote arremetió a todo el galope de Rocinante. En el encuentro de los dos ejércitos de ovejas se lee que puso las espuelas a Rocinante y bajó de la costezuela como un rayo. En la conquista del yelmo de Mambrino que a todo correr de Rocinante le enristró (al Barbero) con el lanzón bajo. En la aventura de los disciplinantes se refirió que apretó los muslos a Rocinante, y a todo galope se fue a encontrar con los disciplinantes. Por lo que toca a la segunda parte, se cuenta en la aventura de los del rebuzno que Don Quijote volvió las riendas a Rocinante, y a todo lo que su galope pudo se salió de entre ellos. En el capítulo LV, refiriéndose los ensayos o preludios de Don Quijote para la batalla con Tosilos, se dice que dio un repelón o arremetida a Rocinante, y no puede haber repelón sin galope. Finalmente, en el combate con el lacayo Tosilos se cuenta que Don Quijote, a todo el correr de su caballo, partió contra su enemigo. En el lugar presente del texto desmintió todos los otros, fallando definitivamente que, fuera de este único caso, todos fueron trotes y no galopes; y este pasaje fue el que dio asunto al epigrama que hizo Boileau para que se pusiese en un retrato de Rocinante, y que se lee entre sus obras:

Tel fut ce Roi des bons chevaux
Rocinante, la fleur des coursiers d′Iberie,
qui trottant jour et nuit, et par monts et par vaux
galoppa, dit l′Histoire, une fois en sa vie.




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N-2,14,37. Dice el texto que halló Don Quijote a su contrario embarazado con su caballo y ocupado con su lanza, que nunca o no acertó o no tuvo lugar de ponerla en ristre. Sobran el nunca y el la; y suprimidas estas dos palabras, queda bien la expresión que o no acertó o no tuvo lugar de poner en ristre--En la situación embarazosa en que se hallaba el Caballero de los Espejos, las leyes de la Caballería prescribían que el otro justador no se aprovechase de las ventajas que esto le proporcionaba. Hablando de las justas previene el Doctrinal de Caballeros (obra, según se ha dicho en otra ocasión, escrita a principios del siglo XV) que si cayere la lanza a algún caballero en yendo por la carrera antes de los golpes, que el otro caballero que le alce la lanza e non le dé, cas non sería Caballería ferir al que non lleva lanza (lib. II, tít. V, que es de la Devisa de la banda). El Caballero de los Espejos, embarazado con el caballo y sin acertar a poner en ristre la lanza, estaba desarmado como si no la tuviera; mas Don Quijote no miraba en estos inconvenientes, como dice el texto.




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N-2,14,38. En el combate de Viana en defensa de la Duquesa Policena, el Príncipe Rosicler dio tal encuentro al fuerte Carmelio, que, sacándole de la silla, dio con él en tierra por las ancas del caballo (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. II, cap. XLIV). Don Florarlán de Tracia peleó con un caballero que le exigía el cumplimiento injusto de una promesa; y abajando la lanza se vino para él... Las lanzas se hicieron piezas, mas el caballero vino al suelo por cima de las ancas del caballo, e dio tan gran caída, que como muerto estuvo muy gran pieza (Florisel, parte II, cap. V). Pueden añadirse los ejemplos de lo mismo alegados en una nota al capítulo XII de la primera parte sobre la conversación de Don Quijote con Vivaldo.
La circunstancia de quedar como muerto, sin sentido, y la expresión de no mover pie ni mano el derribado caballero, es comunísima en la historia andantesca. Del caballero del Cisne se cuenta que dio tal lanzada al Conde Miravel de Tabor, y empujóle tan de recio, que dio con él todo atordido en medio de una arada tan gran caída, que no podía hablar ni mecía pie ni mano; así que todos cuidaban que era muerto (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. CIV). Según la misma historia, lidiando Godofre de Bullón con un caballero alemán de la corte del Emperador, dio con él en tierra tan amortescido, que cuidaron que era muerto, ca no mecía pie ni mano (Ib.. capítulo CLXI). Vencido y derribado Orminel por don Policisne, éste se apeó, y comenzó a desarmarle. Orminel no bullía pie ni mano... Orminel tomó ya en sí; y amenazado con la muerte si no confesaba lo contrario de lo que había dicho, estuvo una pieza sin responder; mas viendo que al no podía hacer, lo otorgó todo como Policisne había dicho (Policisne de Boecia, cap. LXXIV).




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N-2,14,39. Leandro el Bel, intitulado el Caballero de Cupido, venció al gigante Fornafeo, y vendo sobre él le cortó los lazos del yelmo y tras dél la cabeza; e hincando los hinojos en el suelo dio muchas gracias a Dios por la victoria (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXV). El mismo Caballero de Cupido justó en una ocasión con el del Centauro, que era su hermano Floramor. Ambos servían a la Princesa Cupidea, y ambos eran hijos del Emperador Lepolemo, aunque ellos no lo sabían. Quedaron los dos mal heridos en el encuentro; cayó primero Floramor, y Leandro, cortándole los lazos del yelmo, alzó la mano para le cortar la cabeza, pero cayó también desfallecido (Ib., caps. XXXIV y XLI). Esta clase de enredos, seguidos con más o menos intervalo del reconocimiento, peleando unos con otros sin conocerse, hermanos, amigos, padres e hijos, es un medio que usaron y aun prodigaron los autores de libros caballerescos. Sin salir del ejemplo que acaba de citarse de Leandro y Floramor, el sabio Artidoro, cronista de su familia, los reconcilió dando a Floramor una bebida con que olvidó a Cupidea; y de allí en adelante fueron buenos amigos, y caminaron juntos en sus aventuras, aunque todavía sin conocerse durante algún tiempo (Caballero de la Cruz, lib. I, caps. LXIV y sigs.). Lanzarote y Tristán riñen largo rato sin conocerse; se conocen al fin por la voz, se abrazan, y en señal de amistad cambian sus espadas (Tristán, lib. I, cap. XII). Primaleón peleó en la isla de Ordán con su hermano Polendos y su padre el Emperador Palmerín de Oliva sin conocerlos, hasta que la noche puso fin al combate (Primaleón, cap. CLXXVI). Don Olivante de Laura lidió por una equivocación con su amigo Peliscán sin conocerse uno a otro (Olivante, lib. I, cap. XVII). En otra ocasión, el mismo Olivante y su amigo Silvano, intitulado el Caballero de la Garza, se combatieron sin conocerse sobre preferencia de la Princesa Lucenda, a quien Silvano había librado de la fuerza que intentaba hacerle el jayán Rodamón. Era de noche, a orillas del mar; la luna estaba muy clara, y habiéndose reconocido, Silvano se echó a los pies de Olivante, le pidió perdón y se abrazaron (Ibídem, lib. I, cap. XXXIV). Florambel peleó en las fiestas de Lucea con su hermano Lidiarte del Fondovalle sin conocerlo hasta el fin, que éste se le descubrió confesándose vencido (Florambel de Lucea, lib. V, cap. XI). Amadís de Gaula, queriendo probar a su hijo Esplandián, peleó con él sin dársele a conocer, como hizo aquí el Bachiller con su paisano Don Quijote. Habiendo caído Amadís desacordado con los golpes y heridas, el maestro Elisabat, ante quien pasaba el combate, le quitó las lazadas del yelmo, y conocióle que era Amadís (Sergas, cap. XXVII). De otro combate que Amadís y Esplandián tuvieron sin ser conocidos con sus hijos Perión de Gaula y Lisuarte de Grecia Se habla en la historia de este último: el sabio Alquife, que sobrevino en una nube espesa, tan negra como la pez, despartió la pelea (Lisuarte, cap. L). Los mismos Perión y Lisuarte se combatieron sin conocerse, y reunidos después se combatieron con Florestán y Parmineo sin conocerlos (Ib., caps. LXI y LXII). Don Lucidaner de Tesalia, llamándose Caballero de los Leones por los que traía coronados de laurel en sus armas, se combatió con su amigo don Brianel sin conocerse uno a otro (Belianís, lib. I, cap. XLVII). Pelearon sin conocerse Amadís con su hermano Florestán, y Belianís con su padre el Emperador don Belanio, según se refiere en sus historias.
Como los caballeros peleaban con la visera caída, eran fáciles las equivocaciones, y solían verificarse realmente tanto en la guerra como en los torneos. De Beltrán Claquín o Guesclín, Condestable de Francia, y entre nosotros Duque de Molina por merced del Rey de Castilla don Enrique I, uno de los más preciados caballeros de aquellos siglos, se cuenta que en un torneo celebrado en Rennes, capital de Bretaña, venció a varios caballeros de los concurrentes, sin que nadie le conociese, hasta
que presentándose su padre, Beltrán le reconoció por el estado de sus armas, y arrojó su lanza por no pelear. Enseguida se descubrió y recibió el aplauso general del numeroso concurso, quedando el hijo con tanta honra como placer y satisfacción su padre (Colección de Memorias para la historia de Francia, tomo II, pág. 362).




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N-2,14,40. No hallaba la historia términos bastantes para expresar con todo el ahínco que deseaba, la identidad de lo que veía Don Quijote con el Bachiller Sansón Carrasco.
Parecía que con un desengaño tan material y tan manifiesto debía cesar la ilusión de Don Quijote, y cortarse el hilo de la fábula. Pero lejos de eso, la habilidad de Cervantes tomó ocasión de este incidente para confirmar más en su locura a nuestro hidalgo, el cual, llena la imaginación de las transformaciones de sus libros, no sólo creyó que era una de ellas la del Bachiller, sino que quiso también que lo creyese Sancho, alegándolo como muestra de lo que podían los hechiceros y encantadores.




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N-2,14,41. Sancho aconsejaba a su amo que hiciese con el que parecía su amigo y paisano el Bachiller Carrasco lo que Melisa aconsejaba a la doncella guerrera Bradamante respecto del encantador que tenía preso a su Rugero, y que trataría de engañarla presentándose bajo la forma de su amante, llamándola y pidiéndole socorro:

Che se ben di Ruggier viso é sembianti
ti parrà di veder, che chieggià aita,
non gli dar fede tu; ma come avanti
ti vien, fagli lasciar l′indegna vita;
ne dubitar per cio, che Ruggier, muoja,
ma ben colui, che ti dà tanta noja….




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N-2,14,42. Don Gregorio Garcés, en su libro intitulado Fundamento del vigor de la lengua castellana (cap. IX, art. I), hizo mérito de este ejemplo para manifestar el énfasis que, según pretende, comunica la conjunción y a la frase para expresar el efecto de un súbito espanto.--Yo sospecho más bien que es error de la imprenta, y que la conjunción se introdujo indebidamente en el texto. Me fundo para ello en que son innumerables las veces que la exclamación Santa María, valme se encuentra en los libros caballerescos, y nunca lleva la conjunción. Así puede verse en las historias de Amadís de Gaula (cap. XLVII), de su hijo Esplandián (caps. XV, XXXV, XLV y otros), de Lisuarte de Grecia (cap. VI), de Palmerín de Oliva (caps. XX, LXXX, XII y CXXIV), de Primaleón (caps. II, CLXVI, CLXXXI y CCXII), de Olivante (lib. I, cap. XXXIV), de Policisne de Boecia (caps. XXXIV y XXXIX) y otros. Cervantes, sin duda quiso copiarlos, y, por consiguiente, hubo de decirlo del mismo modo.




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N-2,14,43. Peleando Frisol con Palmerín de Oliva, cayó en tierra muy aturdido. Su escudero Cornelio, viendo que Palmerín iba a matarle, le trabó por la falda de la loriga, hincó las rodillas ante él, e díjole: Mi señor, pídoos de merced que me otorguéis un don, y es que por amor de mí perdonéis a Frisol, que fasta aquí por señor he tenido; que él es tal que merece todo bien (Palmerín de Oliva, cap. LXVII). Palmerín otorgó a Cornelio la vida del Caballero Frisol, como Don Quijote otorgó a Tomé Cecial la del Caballero de los Espejos.




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N-2,14,44. Compatrioto es el de una misma patria o pueblo. Usó Cervantes de esta voz en la primera parte al capítulo XLVII, donde Sancho, hablando con Don Quijote, llama al Cura y al Barbero nuestros compañeros y conocidos. Lo usó también en el capítulo E de la segunda parte en boca del Barbero, hablando con el paje embajador de la Duquesa. Conterráneos dijo el Bachiller Fernando de Rojas en la dedicatoria de la segunda parte de la Celestina a un amigo suyo.
La terminación de la palabra compatrioto no se había acabado de fijar en tiempo de Cervantes. En el capítulo XXIX de la primera parte, al encontrarse el Cura con Don Quijote que salía de Sierra Morena, le llamó, según una de las primitivas ediciones, compatriote, y según otra de las mismas, compatriota. Esta última terminación es la que hoy tiene; y ya antes de Cervantes se la había dado Alonso López Pinciano en la Filosofía antigua poética (epístola II), donde dice que dejó su posada sin reposar la comida, y se fue a casa de Fadrique su vecino, al cual halló juntamente con Ugo, su conterráneo o compatriota. También dijo compatriota Covarrubias en su Tesoro (artículo "Patria").




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N-2,14,45. Esto es, la punta de su espada desnuda; y fuera lo mejor decir sencillamente, la punta de su espada, como se hizo en la historia de Amadís de Gaula, donde se refiere que Amadís, habiendo vencido y derribado del caballo a don Cuadragante, púsole la punta de la espada en el rostro, e díjole: Cuadragante, miémbrate de tu alma, que muerto eres (cap. LV). Semejante fue la expresión de la historia de Amadís de Grecia: Brimartes se llegó a él (jayán al cual tenía debajo su caballo con la pierna hecha pedazos de la caída), y quitándole los lazos del yelmo, le puso la espada sobre el rostro de punta, diciendo: Jayán, muerto eres si no te otorgas por vencido (parte I, cap. LIX). Y continuando la relación de las proezas de Brimarte, se dice después (Ib., cap. LXIV): el Duque (de Calabria) dio tan gran caída, que no bullió pie ni mano. El Duque tornó en si ya cuanto, y Brimarte le dijo: Caballero, muerto sois si no conocéis que vuestra señora no iguala a la hermosura de Honoria.
Los pasajes de la historia caballeresca parecidos a éste son innumerables. En la misma historia antes citada de Amadís de Gaula se pueden ver las relaciones de sus combates con Dardán el Soberbio, y con el hermano de Angriote de Estravaus (caps. XII y XVII). En la historia del Caballero del Febo, el gentil Luciano, Príncipe de Suecia, quitando el yelmo al Duque de Sajonia, Roberto, y poniéndole la espada en la garganta le dice: Muerto eres si no confiesas luego la verdad en esta traición que has levantado a la Duquesa de Austria (parte I, lib. II, cap. XLIV). Florambel de Lucea, llamándose el Caballero de la Flor Bermeja, topó en un valle de muy altas arboledas con un caballero, con quien disputó y se combatió sobre preferencias respectivas de la hermosura de sus señoras. Florambel lo derribó; Y volviéndose sobre él, vido que no bullía pie ni mano, e como estaba tan airado, apeándose de su caballo iba por le cortar la cabeza, y desenlazándole el yelmo, alzó la espada por le matar. Mas en esto el caballero volvió en su acuerdo, y cuando en tal peligro se vido... dijo: ¡Ay, buen señor!, merced, y por Dios y por la cosa del mundo que más amáis, vos ruego que no me matéis. Florambel, que se oyó conjurar tan fuertemente, detuvo el golpe, y dijo: Pues desdecídoos de la locura que dejiste, e conosced que meresce más mi señora que no la vuestra; si no, muerto sois (Florambel, lib. II, cap. XXV). No parece sino que las relaciones de estos combates se vaciaron todas en la misma turquesa.




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N-2,14,46. En las notas sobre la aventura del Vizcaíno y la de los galeotes en la primera parte, hay noticias de otros casos semejantes, sacadas de los libros caballerescos. Habiendo vencido el Caballero de Cupido al Caballero Griego, yo os mando, le dijo, que en siendo guarido de vuestras llagas, os presentéis ante la hermosa Princesa Cupidea de Constantinopla... y no salgáis de su poder sin su licencia y mandado (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXXIX).
Perión de Gaula, vencidos el Soldán Radiaro y otros caballeros suyos los envió en don con la doncella Alquifa a su señora la Infanta Gricileria (Lisuarte de Grecia, cap. XI). Al presentarlos Alquifa, dijo a la Infanta que Perión se los enviaba para que fuesen sus cautivos, pidiéndole por merced que los tratase benignamente.




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N-2,14,47. 47 Aun allí se pinta como socarrón al Bachiller; pero esto parece ya exagerado e inverosímil, porque por bufón y chocarrero que fuese, no podía Sansón estar en aquella ocasión para gracias, tanto más que cualquier expresión que le sonase mal o le pareciese burlesca a Don Quijote, pudiera costarle caro en aquella coyuntura. Pocos momentos después, habiéndose separado Don Quijote, sólo respiraba venganza, y decía que el dolor de sus costillas no le dejaba hacer más piadosos discursos; así se cuenta en el capítulo siguiente.




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N-2,14,48. Está dicho al revés, porque primero es creer y después confesar. Y en la misma inversión y aun mayor que Don Quijote incurrió el Bachiller, cuando contestándole, le dijo: todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo confesáis, juzgáis y sentís, porque lo primero es sentir, luego es juzgar, y lo último confesar.




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N-2,14,49. Es generosidad digna del vencedor, y de ella ofrecen varios ejemplos las historias de la Caballería. Así lo hizo Lepolemo con el Fuerte Borgoñón (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo CXVI): Bowle añadió los casos semejantes de Olivante con Meliades y de Oliveros con Fierabrás.
Muchas de las circunstancias del combate del Caballero de la Triste figura con el de los Espejos se reunieron en el de Florambel de Lucea con Fortidel de Mircandoya. Habiendo caído éste en tierra como muerto, Florambel fue luego sobre él, y cortándole los lazos del yelmo se lo sacó de la cabeza..., y estándole catando vido y abrió los ojos, y entonces el Caballero Lamentable (Florambel) alzó la espada e jizo que le quería matar, diciéndole: Fortidel, muerto eres si no te otorgas por vencido y prometes de facer cuanto yo te mandare. Fortidel, que en tal extremo se vido, dijo...: Yo me otorgo por vencido y prometo de facer lo que mandáredes... Florambel, como era muy piadoso, hovo duelo del y le ayudó a levantar, y desi le dijo: Fortidel, lo que has de hacer y prometer... es que en estando para te poder poner en camino, has de ir a la ciudad de Londres y presentarte ante la fermosa infanta Graselinda de parte de un caballero que ha nombre el Caballero Lamentable, y en presencia suya y de toda la corte del Rey su padre contarás lo que conmigo te avino y la demanda que mantenías, la cual confesarás ser muy falsa y mentirosa: y en pago del pesar y ofensa que has hecho a aquella fermosa Infanta te meterás en su poder para que pueda facer de ti lo que le pluguiere, y tomar enmienda del enojo que le has fecho, Fortidel... otorgó de lo facer ansi pues (Florambel de Lucea, lib. IV, cap. IX). Así lo cumplió el vencido Fortidel, presentándose a la bella Graselinda, la cual, usando de generosidad, le dio por libre para que hiciese de sí lo que gustase (Ib., cap. XIV).




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N-2,14,50. El lenguaje está mal; quiso decirse que el Caballero de los Espejos y su escudero se apartaron de Don Quijote y Sancho con intención de buscar algún lugar donde se bizmase, el de los Espejos y se le entablasen las costillas. Se añade que Don Quijote y Sancho volvieron a proseguir su camino de Zaragoza, de que habló también al fin del capítulo X. Se conoce que al escribir esto aún no tenía noticia de la segunda parte del Quijote de Avellaneda, cuya lectura fue la ocasión de que mudase de plan, y no llevase a Zaragoza a su héroe, como ya se insinuó y se verá más adelante.




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N-2,14,51. Narigante, voz ridícula inventada por nuestro autor, a quien pareció más propia para hacer reír que la de narigudo, que es como se dice comúnmente.
La mejor prueba de lo bien ideada y descrita que está la aventura del Caballero de los Espejos es la multitud de puntos de semejanza que ofrece con las de los libros caballerescos. El objeto de la empresa que el caballero lleva por toda España de orden de su señora, es que todos los andantes que vaguen por ella reconozcan la supremacía de su hermosura. El caballero mantenedor es trovador y músico, recibe disfavores y desdenes de su señora, ha acometido y acabado grandes hazañas, no consiente descubrirse antes de pelear, circunstancias todas frecuentes y ordinarias en las historias de los andantes. Llega, en fin, el caso de combatirse con Don Quijote; precede el ajuste de las condiciones de la victoria, y el combate se verifica en los términos que se leen a cada paso en los anales de la Caballería. En el centro viene al suelo el caballero extraño por las ancas del caballo, queda como muerto sin bullir pie ni mano, el vencedor le quita las lazadas del yelmo, quiere quitarle la vida, pero se la deja usando generosamente de la victoria, y contentándose con que cumpla los pactos anteriores al combate. ¿A qué lector versado en las historias caballerescas no le ocurren a cada paso infinitos de los semejantes a éstos que ha encontrado en ellas?

{{15}}Capítulo XV. Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de los Espejos y su escudero


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N-2,15,1"> 3658.
Alusión evidente al refrán uno piensa el bayo y otro quien lo ensilla, de cuyo antiguo uso en los siglos XIV y XV se habló en las notas al capítulo XXXII de la primera parte. Allí se vio que otro es un verdadero nombre neutro. Lo mismo prueba el pasaje de Mateo Alemán en el Pícaro Guzmán de Alfarache en el capítulo VI del libro I, parte primera; esto me decía (el especiero): mas yo en otro pensaba, que era como darle cantonada.
Fernando de Rojas, en los metros que preceden a la tragicomedia de la Celestina, decía:

A otro que amores dad vuestro cuidado.

Y en el acto I de dicha tragicomedia hay nuevo ejemplo de esto.
Sin salir del presente capítulo XV encontramos otro nombre neutro, cuando decía Tomé: por cierto, Señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido. Este merecido es un substantivo neutro, sin que haya arbitrio para calificarlo de otro modo.




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N-2,15,2. Dice Covarrubias que bureo significa la junta de los mayordomos de la casa Real para gobierno de ella. En el día es el juzgado a que están sujetos los dependientes de la casa del Rey. Añade Covarrubias que es nombre alemán; pero más bien parece que es francés, bureau, tribunal, uno de los que se introdujeron en España y en el palacio de sus Reyes con la etiqueta de Borgoña en los reinados de Felipe I y de su hijo Carlos V, a la manera que se introdujo también chapeo de chapeau:

Caló el chapeo requirió la espada,

que dijo nuestro autor en el soneto del túmulo de Sevilla. Así que la expresión entra en bureo de que usa el texto es lo mismo que entrar en junta o deliberar; y en el mismo sentido se usa después en la aventura de la Dueña Dolorida al capítulo XXXVII.
La misma significación que bureo tiene consejo, cuando pocos renglones después se dice, de cuyo consejo salió por voto común de todos, etcétera.




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N-2,15,3. Las dos palabras claro e indubitablemente forman un pleonasmo, que hubiera sido fácil evitar suprimiendo la última, o reuniendo las dos y diciendo: lo cual era claro e indubitable que Don Quijote... cumpliría.





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N-2,15,4. Está dicho con impropiedad, porque el plan resuelto en la junta lo había sido por parecer particular suyo. Carrasco se encargó de su ejecución y no pudo decirse que lo aceptaba o recibía de otro, puesto que había salido de él.




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N-2,15,5. Lo mismo habrá leído el imprudente. Acaso Cervantes escribía en su borrador lo que el prudente lector ha leído, y ofendido de la repetición de lector y leído, tachó el lector. Pudiera haber sustituido a leído la palabra vista u otra semejante, con lo cual se evitara el inconveniente; pero Cervantes escribía de prisa y sin pensar mucho.




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N-2,15,6. Discurso era una de las palabras que el autor del Diálogo de las lenguas deseaba que pasasen del idioma toscano al de Castilla página 127). Aquí vemos cumplido ya su deseo.
La voz algebrista, que se lee ha pocos renglones, significa el profesor de AAlgebra o arte de conocer los huesos desconcertadas y quebrados, según lo explica Covarrubias en su Tesoro. Es palabra muy antigua entre nosotros y por el tono en que la usó el Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real en una carta al Rey don Juan el I, significaba personas de poca importancia, porque contándole al Rey las caídas que había dado en un camino que había emprendido de su orden, le decía: E podría la vuestra merced mandar en pos de mí un ensalmador e algebrista que me concertase (Centón epistolar, epístolas 33 y 36). Fernán Gómez era médico y cirujano y ponía en una misma categoría a los algebristas y a los ensalmadores. En el día no queda más uso que la voz algebrista que en los rótulos de algunas tiendas, donde se lee en letras gordas algebrista y sangrador.





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N-2,15,7. El presente capítulo, que por su brevedad aparenta ser de poca importancia, contiene, sin embargo, la explicación de su enredo y el germen de su desenlace. No ha faltado quien repare en lo inverosímil de que el Bachiller dejase el regalo de su casa y se sometiese a las incomodidades y riesgos de su empresa sólo por curar a un loco; y el mismo Cervantes hubo de hacerse cargo de esta dificultad, cuando se le ve cuidadoso de reforzar aquí, como lo hace, los motivos que tuvo el Bachiller para insistir en la prosecución de su designio, a pesar de lo desgraciado de sus principios. El Cura, el Barbero y el Bachiller, movidos de compasión al ver malogradas las buenas prendas de su compatriota por el extravío de su razón, entraron en bureo y trataron de buscar medios para curarle; se hicieron cargo del poco fruto que se había sacado de traerlo encantado a su casa, cuyo sosiego se habían lisonjeado que podría contribuir a restablecer su juicio y les ocurrió un arbitrio ingenioso y oportuno, que recibiría su eficacia del mismo mal del enfermo. Informados por lo que habían oído a Don Quijote, y por otras señales observadas por el Ama y la Sobrina de que estaba resuelto a hacer su tercera salida, déjesele, dijeron, hacerla, pues parece imposible detenerle; pero sálgale al encuentro el Bachiller disfrazado de caballero andante; trabe contienda con él, ponga por condición que el vencido quede a discreción del vencedor, y vencido que sea Don Quijote, impóngasele la obligación y exíjasele la palabra de estarse retirado y quieto en su casa hasta que otra cosa se le mande. Mientras dure la locura continuará el cumplimiento de la palabra que dio como caballero: y si sana, está logrado el intento.Este era el plan, y su ejecutor natural era el Bachiller atendido su humor jovial y sus pocos años. Supúsose que la victoria era fácil, que la cosa vendría a ser como un vejamen estudiantil y obra de pocos días. Con efecto, a los tres alcanzó el Bachiller a Don Quijote; y si le hubiera vencido, como se dio por seguro en la conferencia, quedaba desempeñada la empresa y concluida la fábula. Pero sucedió al revés: el Bachiller, corrido y avergonzado de que a pesar de su juventud y de sus bríos le hubiese vencido un loco entrado ya en días y no queriendo volver a su pueblo y a la vista del Cura y del Barbero con esta afrenta, se dejó llevar de su despique y deseo de vengarse, proponiendo no abandonar su empresa hasta concluirla. He aquí los nuevos motivos para la continuación y la respuesta a los detractores de Cervantes.

{{16}}Capítulo XVI. De lo que sucedió a don Quijote con un discreto caballero de la Mancha




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N-2,16,1. Ufano equivale a engreído: es más que contento y menos que arrogante; pero se toma siempre en mala parte. De ufano hubieron de formarse los nombres de ufanía y ufanidad: de la primera usaron las Partidas (Partida I, título IV, ley XXIV), la Crónica general en la relación del arco de Sevilla, el Infante don Juan Manuel en su Conde Lucanor, Fray Luis de Granada en el Símbolo de la Fe (parte I, capítulo XVI, párrafo 2.°). y Jorge de Montemayor en el libro IV de su Diana. La voz ufanidad se encuentra en los consejos que daba Petronio al Conde Lucanor (Conde Lucanor, capítulo IV). De ufano se derivó también el verbo ufanarse, de que usó ya Cervantes en el capítulo XIV de esta segunda parte, cuando el Caballero de los Espejos decía que de lo que más se preciaba y ufanaba era de haber vencido a Don Quijote. Fray Luis de Granada y otros usaron también de este verbo. En nuestro uso actual sólo ha quedado la matriz ufano y todos sus hijos han perecido.




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N-2,16,2. Expresión estropeada aparentemente por el impresor, que hubo de alterar alguna palabra y omitir otras. Lo que se quiso decir y lo que diría Cervantes en su manuscrito, fue que Sancho había visto muchas veces la cara de Tomé Cecial en su pueblo, como que Tomé vivía pared por medio de la casa de Sancho.




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N-2,16,3. Debe de estar estropeada también esta pregunta de Sancho, porque no tiene conexión ninguna con ella la respuesta que le da Don Quijote. La semejanza del caballero vencido y su escudero con otras cualesquier personas desconocidas de Don Quijote y Sancho, no le hubieran salvado la vida al de los Espejos, que es el intento que se supone en los malignos magos que persiguen al de la Triste Figura.




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N-2,16,4. No era el pasaje donde había de colocar la amistad para estorbarle la muerte del vencido caballero, sino entre los filos de la espada y su cuello.




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N-2,16,5. Gracioso contraste entre lo que creía Don Quijote y lo que sabía Sancho.--En la expresión por experiencia que no te dejara mentir ni engañar, esto último de engañar está bien; lo de mentir, no; porque el experimenta do no se engaña, pero miente cuando gusta.
Lo que añade Don Quijote de que habían pasado dos días desde la transformación de Dulcinea, era incierto, porque ésta había sido el día antes, como se ve por la relación que el texto hace de los sucesos; y por lo tanto, hubiera sido más exacto y más oportuno decir: pues ayer viste por tus mismos ojos la hermosura y gallardía de la sin par Dulcinea, etc. Con más inexactitud aún habló Don Quijote cuando hablando con el Caballero de los Espejos en la madrugada de aquel mismo día, dijo que habían pasado dos desde la metamorfosis de Dulcinea, como allí se notó.




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N-2,16,6. Lo del mal olor lo dijo Don Quijote en el capítulo X, expresando que era de ajos crudos, y que le había encalabrinado y atosigado el alma; lo de los ojos lo añadió el bellaco de Sancho, diciendo que los encantadores habían mudado las perlas de los ojos de su señora en agallas alcornoqueñas; sobre lo cual recayó la corrección hecha por Don Quijote en el capítulo I, advirtiendo que los ojos que parecen de perlas, antes son de besugo que de dama. Don Quijote, al despedirse de la creída Dulcinea, había hablado de cataratas, pero no en los ojos de Dulcinea, sino en los suyos propios, donde se lamentaba que las había puesto el encantador su enemigo; el pobre caballero las tenía, no en los ojos, sino en el entendimiento.
Sigue diciendo Don Quijote y más que el perverso encantador, etc. Sobran las dos palabras más que, las cuales no tienen oficio ni sentido en el discurso.




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N-2,16,7. "Gabán, en latín penula, capote cerrado con mangas y capilla, del cual usa la gente que anda en el campo y los caminantes; y algunos en la ciudad se sirven dellos por ropa de por casa." (Covarrubias, Tesoro.)




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N-2,16,8. Parece por estas palabras que en la descripción anterior del traje y arreos de don Diego de Miranda se habrían mencionado ambos colores; pero no es así. Sólo se había hablado de paño verde y de terciopelo leonado, esto es, rojizo como el de la piel de los leones.




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N-2,16,9. Lastar es pagar, derivado, según indica Covarrubias del latino luere: y pagar con las setenas es lo que se dijo en las notas al capítulo IV de la primera parte.




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N-2,16,10. Hablóse de esta expresión en las notas al capítulo XLIX de la primera parte.




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N-2,16,11. A consecuencia de los consejos del ventero, que con tanta solemnidad armó caballero a Don Quijote, según se contó en la primera parte, nuestro valeroso hidalgo dio luego orden de buscar dineros; y vendiendo una cosa y empeñando otra, y malbaratándolas todas, allegó una razonable cantidad (caps. II y VI). De esto habla aquí Don Quijote.




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N-2,16,12. Ocho ediciones de la primera parte del QUIJOTE iban cuando se publicó la segunda, según las noticias recogidas por el diligentísimo Navarrete, autor de la Vida de Cervantes; tres de Madrid, dos de Bruselas, una de Valencia, otra de Lisboa y otra de Milán. Mas aún así parece excesivo el número de treinta mil volúmenes que señala Don Quijote, especialmente si se atiende a que en tiempos antiguos no solían tirarse en cada impresión tantos como al presente. De la famosa Políglota de Alcalá, publicada de orden y a expensas del Cardenal de Toledo don Francisco Jiménez de Cisneros, sólo se tiraron seiscientos o poco más ejemplares, como se ve por la tasa que se imprimió al fin de ella. Pase la expresión del texto por ponderación del pobre Caballero de la Triste Figura. El Bachiller Sansón Carrasco, en la primera conversación que tuvo con Don Quijote, se había contentado con decir que los libros tirados pasaban de doce mil, y no era ocasión de disminuir, sino más bien de exagerar el número de ejemplares.




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N-2,16,13. Quiere decir mi atenuación y flaqueza; en rigor la expresión del texto significa lo contrario de lo que intenta, porque si se atenúa o disminuye la flaqueza, debe crecer la fuerza. Otro reparo ofrecen las palabras con que Don Quijote concluye su discurso, porque de la profesión, cuando significa, como aquí, oficio o ejercicio ordinario, se dice que se sigue y no que se hace. Hacer profesión, que es la expresión del texto, significa otra cosa.




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N-2,16,14. Maravilla está por admiración, y no es lo mismo. La maravilla reside en la cosa, y la admiración en la persona.




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N-2,16,15. Entre las ideas de los dos miembros o partes de este período hay la contradicción que se echa de ver fácilmente. Empieza por decir que no puede creer la existencia de caballeros andantes y acaba por decir que la cree.
El lector extrañará quizá que se le diga que no es tan imposible la existencia real de la Caballería andante como se le figuraba a don Diego de Miranda. Bartolomé de Góngora, autor ultramarino contemporáneo de Cervantes, escribió un libro que existe manuscrito entre los que recogió don Juan Bautista Muñoz, Cosmógrafo mayor de Indias, y se guarda actualmente en la Academia de la Historia con el título de AntigÜedades de Nueva España, conquista y después della octava maravilla donde pone una lista alfabética de los sujetos que se hallaron con Hernando Cortés en la conquista. Entre ellos hay algunos con la calificación de haber sido uno de los conjurados; y hay una advertencia que dice: Cuando se diga uno de los conjurados, nótese que con el famoso capitán Andrés de Tapia se conjuraron doce valerosísimos a fuer de caballeros andantes, para en estos reinos, defendiendo la santa fe católica, deshacer agravios, favoreciendo a los españoles y naturales amigos. Sin embargo, de esta recomendación, sólo se expresó la circunstancia de conjurados en los siguientes:
Alonso de la Serna, Andrés de Tapia, cabeza de los doce conjurados; Francisco de Olmos, Gonzalo del Pilar, Marcos Ruiz, natural de Sevilla; Román López, alférez de Andrés de Tapia; Cristóbal de Victoria.
Añádanse estos seis nombres al catálogo de los Amadises, Esplandianes y demás héroes de la biblioteca caballeresca. Andrés de Tapia fue uno de los capitanes de Cortés, elogiado por los escritores primitivos de Indias, de que se hace mención especial en la Historia de la Conquista de Nueva España, escrita por don Antonio de Solís. Es de notar la particularidad de haber sido doce los individuos de la cofradía, en lo que probablemente intervino la memoria de los Doce Pares de Francia. Lástima fue que les faltase un Turpín o Piamonte que nos contase sus hazañas, las cuales probablemente no producirían más beneficios a la humanidad que las de Don Quijote, si no es que produjeron males y desgracias efectivas, aun supuesta la buena intención, como lo fue también la de Don Quijote.
De todos modos, la empresa no fue posible sino en un país desorganizado, en que la conquista acababa de disolver los lazos de la sociedad, de aniquilar la escasa civilización anterior, y de reducirlo todo a la anarquía.




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N-2,16,16. He aquí explicado el designio del autor del QUIJOTE. En las notas a los últimos capítulos de la primera parte se observó ya, con motivo de las juiciosas reflexiones del Canónigo de Toledo, que Cervantes, aunque empleó como instrumento principal de su empresa el ridículo, no despreció ni omitió el uso de las razones cuando se presentaba ocasión oportuna. Así lo hizo aquí, y lo mismo después en el discurso, aunque por otra parte impertinente, del religioso de la casa de los Duques.




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N-2,16,17. Por la añadidura de manso se viene en conocimiento de que se habla de perro perdiguero y no de pollo de perdiz, que es lo que ordinariamente significa perdigón.




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N-2,16,18. 18 No dice absolutamente y sin limitación que había muy pocos libros de entretenimiento en España, sino que había muy pocos que deleiten con el lenguaje y admiren y suspendan con la invención. Se habló acerca de este punto en una nota al capítulo XXVII de la primera parte.




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N-2,16,19. Como verbigracia las de Cervantes... Al considerar la situación de Cervantes al escribir estas palabras, sus méritos, sus servicios, su ingenio desatendidos; inútiles y vanos sus esfuerzos y diligencias para salir del estado de escasez y pobreza; su vejez reducida a vivir de la caridad y compasión ajena, ni puede menos de ocurrir que la expresión del texto es irónica, y que contiene algún oculto desahogo de su resentimiento. El objeto no pudo ser el Rey don Felipe II; aun prescindiendo del elogio con que habló de él, y del respeto que manifestó siempre a los Reyes, no podía ignorar su inclinación a favorecer la virtud y las letras. El año de 1601, cuando se trasladó la corte de Madrid a Valladolid, estuvo con la Reina doña Margarita en Salamanca, donde honraron ambos con su presencia las escuelas. Halláronse en un grado de Maestro, cuenta Gil González Dávila, testigo presencial; los Reyes recibieron su propina, y también se la dieron a las damas. Visitó el Rey los colegios mayores, y en el de San Bartolomé se quitó la gorra para ver las obras originales del Tostado, se mantuvo sin ella mientras las estuvo mirando y la misma demostración hizo con su retrato. Felipe II hubiera sido un gran Príncipe si para serlo bastara la recta intención, y si fuera capaz de gobernar sin valido. Fuélo el Duque de Lerma, don Francisco de Sandoval y Rojas, a quien debe atribuirse lo malo y lo bueno de aquel reinado, y, por consiguiente, a la injusticia con que se trataba a Cervantes. No ha faltado quien diga que nuestro autor quiso ridiculizarlo en el QUIJOTE, y que le censuró en los versos truncados de Urganda que preceden a la obra; pero no se alegan razones. El presente pasaje es el único en que encuentro indicios de ello; lo que, junto con no hallarle elogiado en las demás obras de nuestro autor, me persuade de que la expresión del texto admite fácilmente otro sentido que el que a primera vista presenta. Es verdad que en la historia de los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda, aludiendo Cervantes a la privanza del Duque, le llamó Atlante del peso de la Monarquía; pero esto era un hecho puro, sin mezcla de alabanza ni vituperio.
Cervantes, entre cuyas virtudes campeaba especialmente la gratitud, tenía un motivo particular para procurar no ofender al Duque de Lerma. Su bienhechor, el Conde de Lemos, a quien dedicó esta segunda parte, era sobrino y yerno favorecido del Duque y podría herirle cualquier rasgo que tirase a censurar su privanza.




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N-2,16,20. Hermosa sentencia, digna de Cervantes y muestra de lo noble y virtuoso de su corazón, porque como él mismo dice más abajo en este capítulo, la pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos. El texto alude a la fábula del polio que encontró la perla en el muladar y hubiera preferido un grano de cebada.




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N-2,16,21. Cariño se toma siempre en buena parte, y así no suena bien su unión con el adjetivo malo. Con todo, es tal la flexibilidad del estilo familiar, que en esta ocasión el adjetivo quebranta algún tanto la significación del substantivo, la templa, y vienen los dos a significar paco cariño, desvío. No sucedería lo mismo si a cariño se sustituyera voluntad: ésta puede ser mala o buena, según convenga.




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N-2,16,22. Bajo esta misma alegoría describió Cervantes la poesía en el capítulo IV del Viaje al Parnaso:

En esto por un lado descubríase
del sitio un escuadrón de ninfas bellas...
Las ninfas que al querer suyo asistían,
en el gallardo brío y bello aspecto
las artes liberales parecían.
Todas con amoroso y tierno afecto,
con las ciencias más claras y escogidas
le guardaban santísimo respeto.
Mostraban que en servirla eran servidas...
Esta, que es la poesía verdadera...
Dijo Mercurio la alta y la sincera...
Nunca se inclina o sirve a la canalla
trovadora, maligna y trafalmeja,
que en lo que más ignora menos calla.
Hay otra falsa, ansiosa, torpe y vieja,
amiga de sonaja y morteruelo,
que ni tabanco ni taberna deja.

Es la poesía, se dice en la novela de La Gitanilla, una bellísima doncella, casta, honesta, discreta, aguda, retirada, y que se contiene en los límites de la discreción más alta. Es amiga de la soledad, las fuentes la entretienen, los prados la consuelan, los árboles la desenojan, las flores la alegran, y, finalmente, deleita y enseña a cuantos en ella comunican.

Cervantes, considerando la poesía como una tierna y hermosísima doncella, no llevaba en paciencia que la manoseasen y se atreviesen a profesarla poetas indecentes, mordeces, truhanes que la trajesen por las calles y las plazas. Este género de poetastros abundaba en su tiempo. Señaladamente en el ramo dramático había tal atrevimiento y temeridad, que, como dice Cristóbal Suárez de Figueroa (Plaza universal de ciencias y artes, disc. 91), se atreven a escribir farsas los que apenas saben leer, pudiendo servir de testigos el sastre de Toledo, el sayalero de Sevilla y otros pajecillos y faranduleros incapaces y menguados. El sastre de Toledo se llamaba Juan Martínez, según la sátira anónima que cita Pellicer en la Vida de Cervantes (pág. 169):

Yo, Juan Martínez, oficial de Olmedo,
por la gracia de Dios poeta sastre,
natural de la sangre de Toledo:

y de él refiere el citado Figueroa que solía ir haciendo coplas por la calle, pidiendo a boticarios y otros donde había tintero que se las escribieran en papelillos. Agustín de Rojas nombró muchos farsantes que fueron también compositores de piezas teatrales (Viaje entretenido, lib. I). Entre ellos citó el autor del Diablo Cojuelo (tranco 5.°) a un tundidor de Ecija, y Caramuel a un Sánchez, zapatero viejo, caudillo de los mosqueteros y formidable juez de los corrales (Primus calamus). Los truhanes de quienes se habla más abajo, entre otros medios de divertir a sus patrones, solían también hacer versos, como se indica en los sucesos de umbrío y Sileno en la Galatea, y como en época poco posterior a Cervantes lo hizo Estebanillo González.
Esta profanación de la poesía excitaba la bilis de nuestro autor, su amartelado aunque no muy feliz amante; ésta le movió a explicarse como se ve aquí en el coloquio de Don Quijote con el Caballero del Verde Gabán, y ésta le inspiró la graciosa ficción que incluyó en su Viaje al Parnaso (cap. I), donde refiere que al zarpar la galera de Mercurio de Cartagena, viéndola el Dios llena de innumerables poetas que pretendían hacer el viaje sin merecerlo, tomó el arbitrio de zarandearlos como paja en la criba:

Colábanse los buenos y los Santos,
y quedábanse arriba los granzones,
más duros en sus versos que los cantos.
Y sin que les valiesen las razones
que en su disculpa daban, daba luego
Mercurio al mar con ellos a montones.

Entre los arrojados al mar cuenta Cervantes un ciego, un sastre, un zapatero y un tundidor, que probablemente serían los indicados arriba.




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N-2,16,23. Cervantes vendió sus comedias, como él mismo lo cuenta en el prólogo, a un librero que se las pagó razonablemente, y por esto hubo de exceptuar las piezas dramáticas al decir que la poesía no había de ser género vendible. Pero sí pueden venderse las epopeyas, tragedias y comedias, no se ve la razón por qué no han de venderse los romances y las seguidillas.




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N-2,16,24. Políticas es lo mismo que civilizadas, como ahora diríamos.--Las palabras su nombre, que preceden en esta misma frase, están de sobra, y sin ella quedaría más correcta la sintaxis de la oración.




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N-2,16,25. Lope de Vega repitió la misma expresión en el acto II de la Dorotea, impresa en 1632, donde dijo: El poeta, a mi juicio, ha de escribir en su lengua natural; que Homero no escribió en latín, ni Virgilio en griego, y cada uno está obligado a honrar su lengua, y así lo hicieron el Camoens en Portugal, y en Italia el Tasso. Y en la dedicatoria de la comedia El verdadero amante, decía el mismo Lope a su hijo: He visto muchos que ignorando su lengua se precian soberbios de la latina, y todo lo que está en la vulgar desprecian, sin acordarse que los griegos no escribieron en latín, ni los latinos en griego.. El verdadero poeta de quien se dice que ha de tener uno cada siglo, en su lengua escribe, y en ella es excelente, como el Petrarca en Italia, el Ronsardo en Francia y Garcilaso en España.
Del mismo parecer que Lope de Vega habían mostrado ser otros sabios españoles anteriores, como el maestro Fernán Pérez de Oliva, su sobrino el célebre Ambrosio de Morales y Fray Luis de León. Juan Valdés, autor del Diálogo de las lenguas, citado ya muchas veces en el presente comentario, había dicho por boca de uno de sus interlocutores: Todos los hombres somos obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural, y que mamamos en las letras de nuestras madres, que no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros. Y poco después, recordando lo que habían contribuido al lustre y perfección de la lengua toscana Bocaccio y Petrarca, muestra lamentarse de que la castellana nunca ha tenido quien escriba en ella con tanto cuidado y miramiento, cuanto sería menester para que el hombre queriendo dar cuenta, o de lo que escribe diferente de los otros, o reformar los abusos que hay hoy en ella, se pudiese aprovechar de su autoridad.
Yo me suelo reír mucho,
decía Cristóbal Suárez de Figueroa en su libro intitulado El Pasajero (alivio I), de los que sin ser únicos en la suya (lengua) profesan otras exquisitas... El que no es singular en la de que participó en la leche, en la que ha sido compañera de sus años, en la que usa comúnmente para exprimir sus conceptos, ¿qué crédito de elegante podrá pretender en la ajena, en la escura, en la no entendida?
De este modo de pensar disintió al parecer don Diego de Saavedra en su República literaria, inclinándose a que no conviene estudiar las ciencias en la lengua materna, sino en una común a todas las naciones, movido sin duda de las ventajas de una lengua universal, a que aspiraron al parecer los literatos europeos que restauraron las letras en Italia corriendo el siglo XV; pero ésta, no siendo la nativa, sólo pudiera suplir trabajosamente para las ciencias, no para las obras y producciones de las bellas letras. En éstas nadie puede sobresalir sino escribiendo en su idioma nativo, porque nadie puede expresar conceptos con la ventaja de que es capaz sino en la lengua en que piensa, y ésta es la nativa.
De las excelencias de la lengua castellana, de su aptitud para toda clase de argumentos hablaron Ambrosio de Morales, Bernardo Aldrete y otros. Como muestra de su riqueza y flexibilidad, citamos en otro lugar las cinco novelas de Alonso de Alcalá: 1.ª Los dos soles de Toledo, sin letra a. 2.ª, La Carroza con las Damas, sin letra e. 3.ª, La perla de Portugal, sin letra i. 4.ª, La peregrina ermitaña, sin letra o. Y 5.ª, La Serrana de Sintra, sin la letra u. Pero es menester confesar que, siendo nuestra lengua tan abundante y rica como acaba de decirse, lo es con especialidad en lo familiar y aun en lo bajo; pues además del número sinnúmero de refranes y locuciones proverbiales, tiene infinitas expresiones valientes y hermosas, y frases ingeniosísimas, que desdicen en el estilo sublime y aun en el mediano. Las obras festivas de don Francisco de Quevedo son las que mejor muestran la inmensa extensión del horizonte de nuestra lengua en esta parte. Las causas de la diferencia pudieran ser asunto de largas y delicadas investigaciones, que ya no son de este lugar. En resolución, Cervantes estaba en lo cierto; y sin perjuicio de lo apreciable que es el conocimiento de las lenguas griega y latina, bien podía aconsejársele a don Lorenzo que no fuese a buscar lenguas extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos.




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N-2,16,26. Dijo Ovidio, y no en un lugar solo.--Antes se dijo que de vientre de su madre el poeta natural sale poeta. Sobra la palabra natural, que redunda cuando se aplica al que nace.--Después se dice, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfectísimo poeta, en cuya expresión sobran absolutamente las palabras y el arte con la naturaleza, que no son sino una repetición de las que anteceden, y además cambian y descomponen la sintaxis de la oración. Ya se ha notado alguna vez que Cervantes, escribiendo de prisa, y no volviendo a leer lo escrito, solía olvidarse de borrar las palabras que quedaban sobrantes en lo anterior.




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N-2,16,27. Estrella es inclinación, Suerte, destino. Diósele esta significación en los tiempos que se creía comúnmente que el aspecto y posición que tenían las estrellas al tiempo de nacer las personas influían en sus prendas morales y aun físicas. De aquí nació también llamar sino a la suerte de los hombres, que viene a ser el hado de los gentiles y aun de los mahometanos, y de aquí nacieron los horóscopos y delirios de la astrología judiciaria, que tanto crédito tuvieron en siglos de ignorancia en el vulgo. Y no penséis, dijo poco ha Don Quijote en este mismo capítulo, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y Príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Hartos ejemplares ofrece la historia.




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N-2,16,28. Hay contradicción entre subir por sí mismo y subir con auxilio. En el QUIJOTE suele haber faltas de exactitud, no sólo en las palabras, sino también en las ideas. Hasta cierto punto pudiera decirse que este admirable libro sólo se escribió en borrador. Pudiera decirse que habla un loco, en quien asientan bien los extravíos del juicio y del raciocinio; pero el lector está advertido, y no una vez sola, de que Don Quijote, no tocándole la tecla de la Caballería, discurría en todo con bonísimo entendimiento.
Caballero de capa y espada. Dase este nombre a los caballeros que no han hecho profesión o carrera, como se dice, de letras, por oposición a los que las cursan, y a quienes convienen las mitras y las garnachas, como se dice más abajo. Por la misma analogía se llaman Corregidores y aun Consejeros de capa y espada los que sólo fallan y votan en asuntos gubernativos y no en los judiciales, que piden la calidad o asistencia de jueces letrados. También se llaman comedias de capa y espada las que tratan de asuntos en que sólo intervienen personas particulares, con exclusión de Reyes y Príncipes; corresponden a las comedias que los romanos llamaban togadas, porque se representaban con toga y no con pretexta, que era traje de magistrados y de Reyes.




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N-2,16,29. La garnacha, traje talar con mangas, propio de jueces, tanto que por garnacha suele entenderse juez, como por bonete clérigo, y por capilla fraile. Felipe I mandó el año de 1579 que lo llevasen los magistrados en los tribunales superiores. Es traje antiguo que se nombra ya en La gran conquista de Ultramar, libro escrito en el siglo XII, donde se refiere que cuando el Caballero del Cisne subía Rhin arriba y llegaba a Maenza, era vestido de un xamete blanco, garnacha e sayo, mas no traía manto (lib. I, cap. LXX). Entonces era traje común a hombres y mujeres, como se ve por un documento del año 1259, citado por Fray Liciniano Saez en las Monedas de Enrique II (nota 6, pág. 333). Y el Arcipreste de Hita dijo en la Cantiga de la Serrana pedigÜeña que encontró al pasar el puerto de Malagosto en tiempo de nieves:

Yo con miedo et arrecido prometil una garnacha...
Ella dis; dam′ mas, amigo, anda acá, trota conmigo.

De Lisuarte de Grecia se cuenta en su historia (cap. VI) que venida la mañana, se levantó y vistióse una garnacha de oro, sembrada de muchas perlas, que estaba tan apuesto, que todos se espantaban de le ver.




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N-2,16,30. Los de Horacio se llamaron Sermones, porque se acercan al estilo y conversación familiar, que por lo común significa sermo; pero en castellano sermones es palabra consagrada exclusivamente a significar las composiciones de elocuencia sagrada, destinadas a pronunciarse en el púlpito; y dudo mucho que se use en otra acepción, no siendo metafórica.




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N-2,16,31. Desde luego ocurre que es alusión al destierro de Ovidio; pero si lo fue, como parece, se hizo con la negligencia e inexactitud ordinaria de Cervantes. Ovidio no fue desterrado a las islas, sino a las costas del Ponto o Mar Negro. Dos capítulos puso Plinio en los libros IV y VI de su Historia Natural con el título de Islas del Ponto, pero el destierro de Ovidio fue a Tomos, ciudad de la Mesia inferior, hoy Bulgaria, en la costa occidental del Ponto. Tampoco se puede decir que el destierro de Ovidio fue por decir malicias: su pecado no fue de lengua, sino de vista, como él mismo lo dice:

Inscia quod crimen viderunt lumina plector; peccatumque oculos est habuisse meum.

(Libro II, Trist. eleg. V.)

La expresión si el poeta fuere casto en sus costumbres y todo lo que sigue del período es bellísimo, tanto por el lenguaje como por la sentencia. En lo que se añade de que los Reyes y Príncipes honran y enriquecen a los buenos poetas, de todo se ha visto Camoens murió en un hospital.




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N-2,16,32. Cuenta Suetonio en la vida de Tiberio (cap. LXIX), que este Emperador tenía mucho miedo a los truenos, et turbatiore c嫯 nunquam non coronam lauream capite gestavit, quod fulmine adflari negetur id genus frondis. Lo mismo y por la misma causa cuenta Plinio (Historia Natural, lib. XV, cap. XXX). Si tiene algo de cierto esta propiedad que se atribuyó a las hojas del laurel, será porque abundan en tesina, lo cual las hará, como llaman, idioeléctricas.
Lo que se dice de que los Reyes coronan a los eminentes poetas con las hojas de laurel, alude a los casos que se mencionarán en otra nota de haberles concedido varios Príncipes el uso y distintivo de la corona poética.




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N-2,16,33. Los verbos de este período mudan de sujeto sin expresarlo, de lo que resulta alguna oscuridad. Quien quedó admirado fue el del Verde Gabán. Don Quijote quien fue perdiendo. El remedio fuera valerse del pronombre y decir: admirado quedó el del Verde Gabán del razonamiento de Don Quijote, y tanto, que éste fue perdiendo la opinión que con él tenía de ser mentecato. El uso del pronombre rectificaría también la transposición y la consiguiente oscuridad del período inmediato, diciéndose: pero Sancho, por no ser muy de su gusto esta plática, a la mitad de ella se había desviado del camino. Y en ambos ejemplos se manifiesta la utilidad de los pronombres para lograr, sin la fealdad de la repetición, la claridad del discurso, objeto primario del idioma.




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N-2,16,34. Nuestros viajeros iban desde el Toboso a Zaragoza; el carro traía dos leones que enviaba a la corte el general de Orán; todos caminaban a Norte; ¿cómo pudieron marchar Don Quijote y el carro de vuelta encontrada, e ir el uno por donde venía el otro? Mejor hubiera sido decir que Don Quijote alcanzó al carro o el carro a Don Quijote en el camino común que ambos llevaban.

{{17}}Capítulo XVI. De donde se declaró el último punto y estremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote, con la felicemente acabada aventura de los leones


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N-2,17,1"> 3699.
El verbo necesitar ordinariamente significa tener necesidad, y es neutro o de estado; pero otras veces, aunque son las menos, significa obligar, y es activo. De uno y otro modo se encuentra en nuestros autores.




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N-2,17,2. Esta pronta y graciosa salida de Sancho muestra, como lo mostró también la invención del encantamiento de Dulcinea, que en medio de su rusticidad y sandeces no carecía de travesura e ingenio con sus puntas de bellaquería.




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N-2,17,3. había sido dos veces, según se notó en otro lugar, y esto bastó para que Sancho lo calificase de costumbre; pero no fue extraño que al paciente le pareciesen muchas.




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N-2,17,4. Nueva prueba de que llevaba barbas Don Quijote, como se usaba en tiempo de Felipe II, y como se advirtió en las notas al capítulo XVI de la primera parte.




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N-2,17,5. Requerir la espada es ver si está pronta para servir, empuñándola y sacándola un tanto hacia fuera de la vaina; es acción de quien se previene o de quien amenaza. En otra ocasión dijo nuestro autor de un valentón sevillano:

Caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.




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N-2,17,6. Don Quijote tenía presentes los lances en que los caballeros andantes habían mostrado no espantarse de leones. Palmerín de Oliva los mataba como si fuesen corderos (Palmerín de Oliva, cap. CIX). En una ocasión que se había fingido mudo, fue echado de orden del Soldán de Babilonia a un corral, donde había quince leones, y los más dellos coronados…… Y sabed que todos los leones coronados que allí estaban, no se curaron del, porque conocieron ser de sangre Real; más había entre ellos tres leones pardos que eran muy crueles a maravilla, y viniéronse para él. Pero Palmario los aguardó, los mató con su espada, y se salió del corral tan fresco (Palmerín de Oliva, cap. LXXIX).
No degeneró de Palmerín de Oliva su hijo Primaleón. Cuenta la crónica la victoria que consiguió de dos leones que servían como perros de caza al monstruo Patagón, que un animal había engendrado en una mujer salvaje. Primaleón atravesó al un león con su espada, hendió la cabeza al otro, y con la misma cadena que ellos traían ató a Patagón por el cuello para llevarlo vivo a su señora Gridonia (Primaleón, cap. CXXXV).
La historia de Palmerín de Inglaterra refiere que peleo con dos tigres y dos leones que guardaban la fuente del Agua deseada, que los venció y bebíó del agua. La de Policisne cuenta también el combate de Roldín, disfrazado bajo el nombre de Alberto, con un león, a quien mató quedando él herido, en defensa de su señora la Infanta Menardia (cap. I). Ariobárzano, Príncipe de Tartana, mató junto a Colonia a una leona en defensa de la Princesa Claristea, hija del Emperador de Alemania Constancio (Belianís, lib. II, cap. I). Finalmente, Florambel de Luces peleó en la ínsula Súmida con un león que era poco menor que un caballo, y por la boca y ventanas de las narices y ojos lanzaba muy vivas llamas de fuego. Lo mató, como ya se supone, y el león, al caer, dio un tan espantoso bramido, que toda la ínsula fizo resonar (Florambel de Lucea, libro IV, cap. XX).




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N-2,17,7. Vuelve aquí Don Quijote a usar del tratamiento de Don en tono de denuesto y ultraje, como lo hizo también en el capítulo XXI de la primera parte, y como es frecuente en 105 libros de Caballería. Brandafidel, caballero súbdito de la Infanta Grasinda, insultó a Amadís de Gaula, queriendo obligarle a que montara en su caballo al revés, con la cola en la mano a guisa de freno. Habiéndole derribado Amadís, le puso la punta de la espada en el rostro, e dijo: vos, Don caballero amenazador e desdeñador de quien no conocéis, conviene que perdáis la cabeza o paséis por la ley que señalastes (Amadís de Gaula, cap. LXXI).




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N-2,17,8. Este verbo ahorrar se halla usado varias veces en el QUIJOTE, y casi siempre con la Partícula de, como en el presente lugar del texto. En el capítulo XXI de la primera parte, cuando se encontró Don Quijote con el Barbero, portador del yelmo de Mambrino, le decía a Sancho: Déjame con él a solas, verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura. En el capítulo I de la segunda parte decía Don Quijote a sus compadres el Cura y el Barbero, que el Rey, empleando a los caballeros andantes contra el Turco, ahorrara de mucho gusto. Y en el capítulo LI decía nuestro caballero a doña Rodríguez: Ahorrad de vuestros suspiros. Sólo en el capítulo LX encuentro este verbo usado como activo, cuando exhortaba a Roque Guinart a que dejase su profesión de bandido y se metiese a caballero andante: si vuesa merced quiere, le decía, ahorrar camino, y ponerse en el de su salvación. Entre nosotros actualmente no se usa sino como activo, ahorrar tiempo, ahorrar gastos; o en forma de reciproco, ahorrarse de tiempo de gastos.





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N-2,17,9. Vendría mejor espectador que oyente, porque se trataba de ver y no de oír.





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N-2,17,10. Sancho seguía aquella regla de ex ungue leonem; pero el miedo, según le decía su amo, le pintaba al león mayor aún que el carro en que iba.




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N-2,17,11. Recuerda Don Quijote a su escudero el encargo que le hizo al probar la espantable aventura de los batanes, de que, si perecía en ella, llevase las nuevas a su señora Dulcinea, diciéndole que su cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo.





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N-2,17,12. Yendo don Olivante de Laura a embestir a un monstruo espantoso, su escudero Leristes, llorando a muy grandes voces y con muy gran dolor lo llamaba, suplicándole que dejase de ir tan conocidamente a la muerte, porque aquello más se podía atribuir a temeridad y locura que no a esfuerzo ni osadía, y sin esto le decía otras muchas cosas, las cuales no aprovecharon para quitarle su determinado propósito (Olivante, lib. II, cap. I).
Bowle añade otro ejemplo semejante de Lavinio, escudero de don Polendos, y en las notas al capítulo XX de la primera parte se citaron los de Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, y de Lelicio, escudero de Florambel de Lucea.




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N-2,17,13. En esta circunstancia recordó Cervantes muchos pasos de la historia andante, en que había sucedido lo mismo.
El Rey Perión, padre de Amadís de Gaula, yendo a caza de montería, perseguía a un ciervo, y saliendo un león de unas matas, acometió y mató al ciervo. El Rey Perión, tomando sus armas, descendió del caballo, que adelante espantado del fuerte león ir no quería, y embistiendo al león lo mató con su espada (Amadís de Gaula, introducción).
El Príncipe Claridiano, habiendo aportado con su escudero Polisandro a la ínsula de Creta, probó la aventura de los Tres Caños en que estaba encantado el hermoso Claramonte.
Encontrando a la entrada primera del camino una de las más terribles sierpes aladas que se podía imaginar, detúvose imaginando el modo con que más fácilmente podría pelear con tan fiera bestia. Al fin se determinó que era lo mejor a pie... En un punto saltó del caballo, y con la lanza en la mano y el corazón en el cielo, se fue para la gran sierpe (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte IV, lib. I, cap. XVI). Otro tanto hizo el Caballero del Febo al ir a pelear con el endemoniado Fauno, creyendo más ventajoso pelear a pie que a caballo (Ibídem, parte I, lib. II, cap. XV).
Acercándose don Policisne (según refiere su historia) a la columna encantada del sabio Arcanor, vio un jayán que dormía al pie de ella; y era tan fiero y roncaba de tal modo, que espantado su caballo empezó a dar grandes saltos y bufidos, por lo que al Caballero del Escudo (Policisne) convino apearse del.





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N-2,17,14. Así debía ser según el ritual de la Caballería andante, de que se habló en las notas al capítulo XII de la primera parte. Conformándose con él Palmerín de Oliva al entrar en batalla con dos leones (dos eran también los de Don Quijote), llamó a Santa María en su corazón que le ayudase, y acordóse de su señora Polinarda cuánta cuita ella recibiera si él se perdiese, y crescióle con esto el ardimiento (Palmerín de Oliva, cap. LXIV). Daraida (bajo cuyo nombre se ocultaba disfrazado de mujer el Príncipe Agesilao), al ir a pelear con el monstruo Cabalión, salta de su caballo, paresciéndole que mejor a pie se podría aprovechar del, diciendo: ¡Oh, mi señora Diana!, válgame la vuestra hermosura, extremo tan contrario de la fealdad de esta bestia, para poner el medio con la gloria que se debe a mis pensamientos (Florisel, parte II, cap. LXXI). Del mismo modo, Amadís de Grecia, próximo a entrar en batalla con la horrible bestia serpentaria, exclamó ¡¡Oh, mi señora Niquea!, pues por tan grande y tan alta Princesa como vos grandes son las cosas que a vuestro servicio obligan, dadme esfuerzo contra esta bestia fiera, que con vuestra ayuda no tengo de qué temer (Amadís de Grecia, parte I, cap. XLVII).




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N-2,17,15. Otra salida semejante a ésta se halla en la historia del Caballero de la Cruz, al describirse la batalla de los Caballeros de Cupido y del Centauro (eran dos hermanos que sin conocerse amaban ambos a Cupidea, por la que se aborrecían mortalmente): ¡¡Oh, santo ¡Dios!, dijo el cronista Artidoro (autor del libro): ¿¿cómo podría acabar de contar la justicia de aquella batalla, la crueldad de aquellos golpes, pues hallo mi ingenio poco, y temo que se desfallecerá al quererme meter en cabo donde apenas pensarlo me causa admiración? Basta saber que allí estaba la flor de la Caballería del mundo junta, y saber que los que se combatían eran dos luceros de Caballería (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XLI).




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N-2,17,16. Las espadas del Perrillo se llamaban y llaman así porque tienen por marca un perro pequeño grabado en la hoja. Posee dos de ellas don Pedro Jiménez de Haro, vecino de esta corte. Son anchas y cortas, y así Cervantes, en la descripción que hace de Monipodio, dice: Atravesábale un tahalí por espalda y pecho, a do colgaba una espada ancha y corta a modo de las del Perrillo. Fabricólas Julián del Rey, armero de Toledo, morisco según dicen, que también labró en Zaragoza, y además del Perrillo usó también por marca de una media luna y de un mundo con grillos.

Don Guillermo Bowle, en su Introducción a la Geografía física de España, menciona la especie de que las espadas del Perrillo y otras de las celebradas de aquel tiempo, eran de hierro barnizado o helado de una mina que hay a una legua de Mondragón, en Guipúzcoa (Viaje de Madrid a Bayona, pág. 274).
Cristóbal Suárez de Figueroa, en su Plaza universal de Ciencias y Artes (discurso XX), hablando de los espaderos, dice que en este oficio hay hoy (año 1617) en nuestra patria los mejores artífices del mundo, como entre otros Sahagún, con sus tres hijos Luis, Juan y Alonso; Juan de la Horta, Tomás de Ayala, Miguel Cantero, Sebastián Hernández, Ortuño de Aguirre, Juan Martínez, Francisco Ruiz, Gonzalo Simón, Lope Aguado, Adrián de Zafra, Maese Domingo, Domingo Rodriguez, Pedro de Orozco, Pedro de Archiga, sin otros aragoneses, valencianos y mallorquines.
Las más famosas espadas eran las de Toledo, donde hubo muchos fabricantes de gran crédito. El escudero de Toledo a quien sirvió el Lazarillo de Tormes, le decía de su espada: ninguna de cuantas Antonio hizo no acertó a ponerle los aceros tan prestos como ésta los tiene. Y después, cuando Lázaro trató de vestirse honradamente, compró entre otras cosas una espada de las viejas primeras de Cuéllar (Vida del Lazarillo de Tormes, tratados IV y VI). Antonio y Cuéllar serían probablemente dos de los espaderos famosos toledanos. En el archivo de la misma ciudad se conservan 99 cuños originales de las marcas que usaron otros tantos espaderos que vivieron en ella. Entre ellos se cuentan casi todos los que nombra Suárez de Figueroa, y además otros muchos, uno de los cuales es Julián del Rey, Don Manuel Rodríguez Palomino, maestro de esgrima, copió el año de 1793 dichas marcas, que se publicaron grabadas junto con una nómina alfabética de los artífices que las usaron.
La nombradía de las antiguas espadas de Toledo no pasa del siglo XVI. Don Guillermo Bowle conjetura que la novedad que a principios del XVII hubo en nuestro traje, ocasionó que viniesen de fuera de España grandes remesas de espadines adecuados para el nuevo traje, y que de aquí provino la decadencia y total ruina de las fábricas españolas de espadas, perdiéndose al mismo tiempo la práctica del temple.
Posteriormente, en el reinado de Carlos II se estableció en Toledo la fábrica de espada, que provee de ellas y de armas blancas a Ejército.




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N-2,17,17. Hablando Cervantes en los Trabajos de Persiles y Sigismunda (lib. II, cap. XVI) de la decisión de la Condesa Ruperta en matar a Croniano, y de la crueldad de una mujer enojada, dice: No más, porque lo que en este caso se podía decir es tanto, que será mejor dejarlo en su punto, pues no se han de hallar palabras con que encarecerlo.





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N-2,17,18. Disuena al pronto, porque si cesó, ¿cómo pudo decirse que pasó adelante? La oscuridad nace de que se muda sin expresarlo el sujeto de los verbos cesó y mudó, y se hubiera evitado poniéndose: aquí cesó la referida exclamación del autor, el cual pasó adelante diciendo, etc.




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N-2,17,19. La Academia añadió en su edición del año 1819 la palabra habiendo, que notoriamente hacía falta para completar el sentido. --- Puesto en postura: incorrección de que hay otros ejemplos en el QUIJOTE.




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N-2,17,20. Esta descripción y pintura de lo que hizo el león es admirable; no parece sino que se le está viendo. La palabra remanso es una metáfora feliz tomada del que forman las aguas corrientes detenidas por algún obstáculo, y grandemente significativa de lo que se intenta. Cervantes la usó otra vez en su comedia del Rufián dichoso, cuando dando prisa Lagartija a Lugo porque le aguardaban, le dice (al fin del acto I):

¡Qué gentil remanso tienes!




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N-2,17,21. Mejor: el primero a quien hará pedazos seré yo mismo; o a quien primero hará pedazos será a mí mismo.




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N-2,17,22. Los peleantes de Andalucía, dijo Tomé Cecial en el capítulo XIV. Peleante es un participio o verbal de presente, de la clase de las voces fácilmente formables; lo mismo debe decirse de esperante. Son voces fácilmente formables las que se forman de otras según buena analogía cuando no hay otras equivalentes; pero no son de uso común, ni han recibido todavía el derecho de ciudad en la lengua castellana. Suelen tener lugar oportuno en el estilo familiar y en el didáctico.
El leonero habla como inteligente en materias de duelo.




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N-2,17,23. Cuando Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, refirió la batalla que su señor había tenido con el Endriago, quiso que el maestro Elisabad le tomase juramento en los santos Evangelios, a fin de conciliar autoridad a su relación, porque ellos (los compañeros de navegación que habían desembarcado en la isla del Diablo), lo creyesen y con verdad lo pusiesen por escrito, y una cosa tan señalada y de tan gran fecho no quedase en olvido en la memoria de las gentes (Amadís de Gaula, cap. LXXII).
No se habló de la leona que venía en la jaula de atrás; nuestro hidalgo se contentó con desafiar al león, y ufano con su triunfo, no se curó de la leona. Sancho decía haber visto una uña del león por las verjas y resquicios de la jaula, y aludiendo al proverbio ex ungue leonem, sacaba que su dueño era mayor que una montaña. El discurso de Sancho, la contestación de su amo, el postrer encargo que le hace, la intimación y la protesta del leonero, el testimonio en debida forma que le pide Don Quijote, todas son sales y gracias de la presente aventura.




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N-2,17,24. Expresión feliz, como otras del QUIJOTE.




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N-2,17,25. Está bien dicho el fin de la contienda, porque los concurrentes habían presenciado el principio, y no tenían necesidad de que se les repitiese.
Pudiera aquí preguntarse: ¿es verosímil el éxito de esta aventura? ¿Es verosímil que un león hambriento, cual le ha pintado el leonero, no quisiese salir de la jaula y usar de la libertad que se le ofrecía? Pero aparentemente el leonero ponderó la hambre del león para apartar a Don Quijote de su propósito; y por lo demás, se cuentan comúnmente tales ejemplos de mansedumbre inesperada de los leones, que bastan para la verosimilitud que se requiere en una fábula.




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N-2,17,26. Habla Don Quijote, como se ve claramente por el contexto, aunque no se expresa.
Hago memoria de tres caballeros que llevaron el nombre de Caballero de los Leones, a saber: don Lucidaner de Tesalia y don Clarideo de España, en la historia de don Belianís (lib. I, cap. XLVII), y Amadís de Gaula, que se llamaba así cuando armó caballero a su hermano don Galaor (Amadís de Gaula. cap. XI). Otros se llamaron del León solamente. Así se cuenta en el libro de Morgante, de Reinaldos de Montalbán, por un león a quien había socorrido en la batalla que tenía con un dragón, y que, agradecido, le seguía por todas partes. El mismo nombre de Caballeros del León usaron el valentísimo Rindaro de Hibernia, hijo del gigante Persides (Belianís, lib. IV, cap. LXX), y don Cristalián de España mientras servía a la Princesa Penamundi, como se ve por toda su historia.




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N-2,17,27. En una nota de la primera parte se habló de los nombres por que fueron conocidos muchos caballeros andantes, cuando Sancho puso a su amo el de Caballero de la Triste Figura. Ahora se pondrán algunos ejemplos de haberse mudado los nombres, según la antigua usanza de los andantes caballeros, que se mudaban los hombres cuando querían o cuando les venía a cuento, como dice aquí Don Quijote.
Sea el primero Amadís de Gaula, a quien el mismo Don Quijote calificó en otro lugar de norte, lucero, sol y dechado de valientes y enamorados caballeros. Además del título de Caballero de los Leones, que se dijo en la nota anterior, tuvo también en diferentes ocasiones los de Caballero Bermejo (Amadís de Grecia. caps. L y LI), de Caballero de la ínsula Firme de la Verde Espada, del Enano, y últimamente de Caballero Griego (Amadís de Gaula, capítulos LXV, LXX, LXXI y XCV).
Su hijo Esplandián tuvo el nombre de Caballero Negro, y posteriormente el de Caballero de la Gran Serpiente o Serpentino (Sergas. capa. IV, CLXV y otros).
Belianís de Grecia se llamó primero el Caballero de la Rica Figura, como Don Quijote de la Triste; después, el Caballero Solitario. después de los Basiliscos, que fue el que mantuvo más tiempo; después, de los Fuegos, y después del Unicornio (Belianís de Grecia, lib. I, caps. XII, XXIV y LIV; lib. II, capítulos XII y XIX).
El Caballero del Febo se llamó también Caballero del Carro, por la aventura del carro de la Infanta Lindabrides, donde tomó asiento después de vencer al Príncipe Meridián, hermano de la Infanta (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. I, caps. XXIV y XXVI).
Amadís de Grecia, conocido comúnmente por el Caballero de la Ardiente Espada, navegando hacia Nápoles acordó de mudarse el nombre, y mandó a sus marineros que porque él no quería ser conoscido, que lo llamasen el Caballero sin Ventura. Yendo posteriormente en busca del enano Busendo, que le traía una carta de la Princesa Niquea, para no ser conocido se dio el nombre de Caballero sin Descanso (Amadís de Grecia, parte I, cap. LXI; parte I, cap. XXXVII). En otro tiempo se llamó Caballero de la Muerte, porque la llevaba pintada en su escudo (Don Florisel, parte II).
Don Olivante de Laura se llamó unas veces Caballero del Corazón partido, y otras de la Luna (Su historia). Don Florindo dejó el nombre de Caballero Extraño por el de Floristán (Florindo, parte II, cap. I). Perión de Gaula, que por mucho tiempo se apellidó el Caballero de la Esfera, trocó este nombre por el de Caballero Alemán, según cuenta la historia de Lisuarte (cap. LXII). El Príncipe Perianeo de Persia tomó el nombre de Caballero de las Estrellas por el de las dos Espadas, que había llevado anteriormente (Belianís, lib. I, capítulos XXI y XXIX). Lo mismo hizo don Policisne de Boecia, que antes se llamó el Caballero del Escudo y después de la Extraña Espada (su historia, caps. LII y LXXVI). Florambel de Lucea, desdeñado de su señora Grasilenda dejó el nombre de Caballero de la Flor Bermeja por el de Caballero Lamentable (su historia, lib. IV, cap. I). Reinaldos, en el poema caballeresco de Torcuato Taso de este nombre (distinto del de la Jerusalén libertada), dejó la empresa y título de la Pantera, que antes llevaba, por el del León, por uno que había muerto (canto 8.E°). Ultimamente, Leandro el Bel, hijo del Emperador de Alemania, después de llevar el nombre de Caballero de Cupido; tomó el de Caballero de la Extraña Barca, por la barca en que, dirigido por el sabio Artidoro, navegó con la demanda de buscar al Emperador de Constantinopla, a quien había robado con sus artes un encantador enemigo suyo. La barca, puesta en el agua, parescía una muy fiera y grande leona a maravilla, sin vela ni mástil, salvo doce remos, seis por banda, los cuales remaban doce leones muy grandes y disformes... Siendo dentro, los leones comenzaron a remar tan fuertemente que muy presto fue perdida la barca de vista (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LXXVI).
Véase con cuánta razón llamaba Don Quijote antigua la usanza de mudarse los caballeros el nombre cuando querían o les venía a cuento.




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N-2,17,28. Gran gentileza española es salir un caballero al coso contra un toro, y derribarle muerto de una lanzada con tanta desenvoltura y aire, como lo usaron en Andalucía don Pedro Ponce de León, hijo del Marqués de Zahara, y en Castilla don Diego de Ramírez, caballero principal de Madrid, y como la usan hoy muchos caballeros. Así dice Gonzalo Argote de Molina en su Discurso de la Montería, impreso en Sevilla el año de 1582.
De esta suerte, que era común entre los caballeros españoles, sólo queda la de salir a quebrar rejoncillos los caballeros en plaza cuando en las fiestas reales se celebran corridas de toros con motivo de la proclamación de los Reyes y otros festejos públicos.
Las fiestas de toros se mencionan ya en la crónica latina del Emperador don Alonso VI, publicada en el tomo XXI de la España sagrada (lib. I, núm. 37), al describir los regocijos de las bodas que se celebraron en León el año 1144, entre la Infanta doña Urraca, hija del Emperador, y don García, Rey de Navarra. La manera de lidiar los toros era diferente. Alii, dice, latratu canum ad iram provocatis tauris, protento venabulo accidebant. Otra función hubo que indica la rusticidad y grosería de aquellos tiempos: Ad ultimum c祣is porcum, quem occidendo suum facerent, campi medio constituerent; et volentes porcum occidere, sese ad invicem s祰ius l祳erunt, et in risum omnes circunstantes ire c祧erunt.
Nombráronse después las corridas de toros en las Partidas del Rey don Alonso (partida I, tít. V, ley LVI), y desde entonces comúnmente en nuestras crónicas, como se ve por las de don Pero Niño, Conde de Buelna, y del Rey don Juan el I, continuando la costumbre de celebrarlas hasta nuestros tiempos. Muchos de los antiguos caballeros adquirieron fama y reputación por su destreza en estos peligrosos ejercicios. Don Luis de Bañuelos, caballero cordobés, en su libro manuscrito De la Gineta, menciona entre los diestros a don Pedro Ponce de León, hermano del Duque de Arcos, en Sevilla; a Pedro Aguayo de Heredia, en Córdoba; a don Rodrigo de Paz, en Salamanca a don Diego Ramírez, en Madrid, y a don
Luis y don Francisco de Guzmán, aquél, Marqués de Algaba, y éste de Hardales. Del Emperador don Carlos cuenta que viendo en Palencia una corrida de toros, pidió caballo y lanza, y la quebró en el toro, hiriendo éste a su caballo por los pechos. Luis Vélez de Guevara, en su Diablo Cojuelo, menciona como gran toreador de rejón al Conde de Cantillana (tranco 7.ºº ). Pero el más famoso de todos fue don Pedro Ponce de León, de cuya habilidad y destreza hace particular memoria Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Quincuagenas (parte II, est. 20, folio 42 vuelto): La manera de que alanceaba los toros la describe don Luis Zapata, autor del Carlo famoso, en laMiscelánea manuscrita que ya alguna vez queda citada en estas notas. Del capítulo que intituló De toros y toreros copiaré y extractaré algunos pasajes por las noticias que contiene de las corridas de toros en su tiempo: El peligro, dice, es tan poco que no se sabe que en nuestros tiempos hayan muerto toros sino a Mateo Vázquez Coronado, alguacil mayor de Valladolid, que le hirió un toro en una pierna, de que murió en pocos días. De esta habilidad fue el más insigne don Pedro Ponce de León, hermano del Duque de Arcos, porque era cierto en ella, y ésta era la manera. Salía a la plaza sólo con unos antojos en su caballo, y con un negro detrás que le llevaba una lanza, muy revuelto en su capa, y muy descuidado, como si no fuera a aquello o no le viera nadie, y estábale todo el mundo mirando. Parábase delante de las ventanas de su mujer, doña Catalina de Rivera, y de las damas. Veníase para él el toro, alzaba la capa, tomaba de su lacayo muy mesuradamente la lanza. Si no la quería el toro, tornábala al momento a dejar, ni andaba tras él desautorizándose; y si le venía, poníasele en el pescuezo, y metíasela por él, que le salía a los brazos, y dejábale en tierra enclavado, y tornábase a andar paseando muy descuidado, como si no hubiera hecho nada.
Del Emperador don Carlos refiere que salió un día a unos toros en Valladolid delante de la Emperatriz y de sus damas. Era un toro grande y negro como un cuervo, y se llamaba Mahoma. Yo lo vi: ya se puede ver la expectación que habría de ver ir a entrar en campo con una bestia fiera al Emperador de los cristianos; y aunque era bravísimo el toro, no le quiso, sino junto a San Francisco se estaba quedo, parado, bufando y escarbando. Añade que don Pedro Vélez de Guevara, con licencia del Emperador, fue al toro, el cual lo derribó y le mató el caballo.
Torna el toro, sigue Zapata, a volverse a su puesto como antes; y como no venía, parte para él el Emperador, y dale por el cerviguillo una lanzada, de la que cayó luego muerto, enclavado con la lanza.
De don Diego de Acevedo cuenta que era muy desgraciado, y que siempre lo derribaba el toro. Cuenta también que en una corrida de Valladolid, delante del Rey de Bohemia Maximiliano, salió un toro muy bravo, hallándose en la plaza don Diego Ramírez. Una dama de la Reina, que tenía una garrocha muy hermosa, no osaba tirarla al toro por no perderla, y don Diego le dijo que la tirase, que él la recogería. Tiróla la dama al pasar el toro por debajo del tablado, habiéndosela clavado en el lomo, don Diego baja con su capa y espada, se va derecho al toro, con la mano izquierda le quita la misma garrucha entre otras muchas, y con la derecha le da una muy buena cuchillada en el rostro, que le hizo rehuir de él, y vuelve con ella a la dama.
Habla después Zapata de una cofradía de Salamanca en que los hermanos tenían obligación de salir a torear a la plaza. Menciona después algunos casos, y sigue: Otra nueva manera de torear se ha introducido agora, torear con garrochón, con lo que han muerto toros caballeros a caballo, el primero don Luis de Guzmán, hijo del Marqués de Algaba, en Madrid. Luego don Francisco Zapata, mi hijo, en Granada. Luego también, en Madrid, don Pedro de Médicis, hermano del Duque de Florencia. Mas aquél fue lastimoso caso de don Diego de Toledo, hermano natural del Duque de Alba. Un caballero mozo, muy gentil hombre y muy señalado, andando a los toros en Alba con un garrochón a las alegrías del casamiento del Duque su hermano, puso a uno el hierro en la frente, que no acertó a descogotarle; dio un rebujo el toro en alto, revuelve el garrochón y escurre por su misma mano, y dale con el cuento en un ojo y pásasele y la cabeza y seso, y sálele envuelto en ellos por la otra parte; y al caer muerto se le quebraron dos costillas sobre su misma espada.
La desgraciada suerte de don Diego de Toledo se deploró en las canciones populares, como se ve por la segunda parte del Romancero general de 1605; y Lope de Vega la cantó en metro más elevado.Las Cortes de Valladolid del año 1555 suplicaron al Emperador que suprimiese las fiestas de toros.
Pero a pesar de esta manifestación de las Cortes y de las declamaciones de varones ilustres y píos, entre ellos Santo Tomás de Villanueva, seguía la costumbre.
El Papa San Pío V, en el año 1567, prohibió las corridas de toros como ajenas de la piedad y caridad cristiana, y continuaron prohibidas algunos años, hasta que a instancias de los españoles las permitieron otros Papas con ciertas limitaciones, como la de que no se celebrasen en domingos y días festivos (P. Pedro de Guzmán, discurso V).
No faltaron apologistas de las corridas de toros,. como Juan de Medina, etc.
Contraria a la opinión de éstos fue la del célebre Juan de Mariana, que en su tratado De spectaculis declamó vehementemente contra las fiestas de toros, y refiriendo el caso de Cuenca, donde se pintó a expensas del público a un toro que mató siete hombres, para perpetuar a memoria del suceso, quod mihi, dice, amenti礠civium tropha祵m potius erectum monimentumque pr祣larum videtur. Otro jesuita, el padre Pedro Guzmán, también por entonces contra las fiestas de toros en un libro que escribió con el título de Bienes del honesto trabajo. En él dice (discurso V): no se corren (toros) vez que no mueran dos o tres y a veces más (hombres). El mesmo día que se escribe esto murieron en esta corte (Madrid), en unas fiestas destas cuatro hombres, y en algunas han muerto en España más. En Valladolid, en el año 1612, en unas fiestas de la Cruz, murieron en la plaza, corriéndose en ellas unos toros, diez personas... Y así se averigua mueren en toda España un año con otro en estos ejercicios doscientas y aun trescientas personas, cosa digna de sentirse y dolerse mucho. Sin embargo de estos inconvenientes, tan opuestos a las máximas de la caridad, los pueblos solían votar y celebrar fiestas de toros en obsequio y culto de los Santos; y a vista de semejante extravío, no debe parecer de mucha importancia la creencia del vulgo mencionada por el mismo Guzmán (Ib., discurso V, pár. II, pág. 161), de que las carnes del toro muerto en estas fiestas de Santos guardadas como reliquias son contra calenturas y otras enfermedades, y para remedio de los nublados. Los de sus entendimientos, añade, remedie el Santo por su clemencia.
Desde el siglo XVI en adelante ya no se ve en la nobleza española la misma afición a la tauromaquia, y su profesión, reducida a gente mercenaria, se llegó a contar entre las viles. Don Francisco de Quevedo, en su Epístola satírica contra las costumbres de los castellanos de su tiempo, dirigida al Conde-Duque de Olivares, reprendió ya la estimación que se daba a la destreza tauromáquica y deseaba que se restableciesen las antiguas fiestas caballerescas (Parnaso español, tít. I):

Restitúyanse justas y torneos,
Y hagan paces las capas con los toros.

Sin embargo, la afición general continuaba. Son agradables grandemente a las españoles, decía Cristóbal Suárez de Figueroa (Plaza universal, discurso 92), los espectáculos de toros. Así, entre ellos no se tiene por fiesta principal la en que no se corren, y donde no intervienen lanzadas, rejones y cañas. Parece sea tal el regocijo gentílico; mas de tal manera le siguen, que sería dislate tratar de su reforma. Por esta razón entre otras ha seguido desde entonces la costumbre de torear hasta el año de 1805, en que lo prohibió el Rey don Carlos IV. Posteriormente ha vuelto a pulular y a crecer la antigua afición a semejantes espectáculos. Los juegos, suertes y habilidades de los actuales banderilleros y capeadores vienen a ser las mismas que describió Guzmán en su obra ya citada (págs. 256 y 257); y sólo encuentro de particular la que refiere de esperar el golpe del toro, y poniendo la planta del pie sobre la frente, saltar de la otra parte y caer el toreador de pies.




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N-2,17,29. La separación de los dos adjetivos que acompañan a fama los debilita. Vis unita fortior.





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N-2,17,30. Tres son los ejercicios que Don Quijote menciona en su discurso como propios de caballeros cortesanos, y que compara y pospone a los oficios y trabajos de los andantes, alancear toros, concertar justas y mantener torneos. De lo primero se ha hablado en una nota precedente. Las justas se diferenciaban de los torneos en que eran de uno a uno, y los torneos podían ser de cuadrilla a cuadrilla. Torneos era nombre general en que se comprendían todas las clases de luchas, combates y ejercicios caballerescos. Las justas eran a caballo y en ellas se usaba exclusivamente de la lanza; en los torneos se admitían, generalmente, todas las armas, y se lidiaba unas veces a pie y otras a caballo; unas veces ordenadamente por cuadrillas y otras en fila, como se dice en la relación de las fiestas de Bins.
Suele atribuirse a los franceses la invención de los torneos; pero la idea de estos ejercicios ecuestres venía ya de los romanos donde era conocido el juego de Troya, de que hicieron mención Virgilio y Suetonio, a cuyas alegres carreras añadieron su nativa ferocidad los pueblos septentrionales.
En el Doctrinal de Caballeros, escrito por don Alonso de Cartagena a principios del siglo XV, que fue la época floreciente de la Caballería verdadera e histórica, se insertaron al fin del ordenamiento de los Caballeros de la Banda algunas reglas y disposiciones para las justas y los torneos. En las primeras se mandaba que las carreras no pasasen de cuatro, y que se considerase vencido el caballero que en ellas no quebrase lanza, quebrándola el otro. Describe los golpes que valen por dos lo que debe juzgarse cuando cae el caballero sin el caballo o con el caballo, y decide que haya mejoría este último, porque parece que fue la culpa del caballo e non del caballero. Establece que no se tenga por quebrantadas las lanzas que se rompen al través: que si cayere la lanza a algún caballero en yendo por la carrera ante de los golpes, que el otro caballero que le alce la lanza e non le dé ca non sería caballería ferir al que non lleva lanza, y que para juzgar de todos estos casos haya cuatro fieles, dos de cada parte. Respecto de los torneos se prescribe que antes de empezarse, los fieles han de acatar las espadas que las non trayan muy aguzadas en el tajo nin en la punta, sinon que sean romas... Otrosí, que tomen jura a todos los caballeros que non den con ellas de puntas en ninguna guisa fin de revés a rostro. E otrosí, si alguno cayere la capellina o el yelmo que le non den fasta que lo ponga. E otrosí, si alguno cayere en tierra, que le non entropellen.
Todas las prevenciones tenían por objeto disminuir los peligros y accidentes comunes en esta clase de fiestas, que por ello habían sido prohibidas por las leyes eclesiásticas desde el Concilio de Reims del año 1131, negándose la sepultura eclesiástica a los que muriesen en ellas. Es verosímil que en aquel tiempo no se habían introducido aún los torneos en Castilla; por lo menos no encuentro rastro de ello en los monumentos históricos de aquellos siglos.
Describiéndose en la Crónica del Emperador don Alonso VI, citada en las notas anteriores, las fiestas de la boda del Rey de Navarra don García con la Infanta doña Urraca, en el año 1144, dice: Hispani礍 decti allí equos calcoribus currere cogentes iuxta morem patri礬 projectis hostilibus instructa tabulata, ad ostendendan tam suam quam equorum pariter artem et virtutem percutiebant. No se hace mención de torneos. En el Poema del Cid, escrito como la Crónica latina del Emperador, en el siglo XI, se encuentran las muestras de alegría con que su mujer y sus hijas fueron recibidas en Valencia:

Todas las sus mesnadas en grant delent estaban, armas teniendo e tablados quebrantando.

(Versos 1.609 y siguientes.) En adelante se refiere que, celebrado el matrimonio de las hijas del Cid con los Infantes de Carrión. Al salir de la Eclegia, cabalgaron tan privado,
a la Glera de Valencia fuera dieron salto.
¡Dios! ¡Qué bien tovieron armas el Cid e sus vasallos!
Tres caballos cameó en que en buen hora nasco.
Los Infantes de Carrión bien han cabalgado.
Tórnanse con las dueñas, a Valencia han entrado
Ricas fueron las bodas en el alcázar honrado,
e al otro día fizo Mío Cid fincar siete tablados,
antes que entrasen a yantar todos los quebrantaron.

(Versos 2.251 y siguientes.)

En el Poema de Alejandro, escrito en el siglo siguiente, describiéndose las fiestas con que durante el cerco de Troya celebraron los griegos la victoria de Aquiles sobre Héctor, se dice que el primero estaba muy contento.

Echando el bofordo e feriendo tablado. (Copla 666.)

Quebrantar tablados o bofortar era un ejercicio ecuestre que, según se deduce de la Crónica, era ya usado en Castilla, y debía consistir en derribar, arrojando las lanzas desde el caballo, los tablados hechos al intento. Se celebraba en ocasiones de regocijo, y hubo de ser peligroso para los que bofardaban, puesto que la ley de Partida (la 57, tít. V, Partida I), prohibía a los eclesiásticos asistir a ellas, igualmente que las corridas de toros.
Y aun de no haber incluido esta ley los torneos entre las fiestas prohibidas a las personas eclesiásticas, dedujeron algunos que todavía no se habían introducido en Castilla en tiempo del Rey don Alonso el Sabio. Pero ya los menciona la Crónica general de España, escrita en su reinado (parte II, cap. XXIX), y aun con más expresión la Crónica del Rey don Alonso el XI, diciendo que el Rey solía celebrarlos (capítulo CXLIV), aunque todavía se conservaba la costumbre de bofordar et lanzar tablados, como se verificó el día que se coronó Rey en Burgos, año de 1330 (Ib., cap. XCVII). Su hijo el Rey don Pedro fue herido en un torneo que hubo en Torrijos el año de 1353 (su Crónica, año IV, cap. II). Su hermano y sucesor, don Enrique, mandaba hacer justas y torneos, según refiere la Crónica de don Pero Niño, Conde de Buelna (parte I, cap. XI). La del Rey don Juan el I de Castilla menciona varias funciones de esta clase que celebraron en su reinado: entre otras las de Madrid del año 1433, en que fueron mantenedores don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, y Diego Hurtado, su hijo, con veinte caballeros y gentiles hombres de su casa y aventurero el Condestable don álvaro de Luna, con sesenta de la suya: y las de Valladolid de 1434, en que lidió el Rey don Juan y hubo dos cuadrillas, la una vestida de verde y otra de amarillo. En el reinado de Fernando IV fue célebre el paso que en el año 1459 mantuvo don Beltrán de la Cueva, Conde Ledesma y Duque de Alburquerque, en el camino del Pardo, en obsequio del Embajador del Duque de Bretaña, con asistencia de los Reyes (su Crónica, por Castillo, cap. X). En adelante río fue extraño que Carlos V siguiese en España las costumbres de la corte de Borgoña, teatro de las grandes funciones caballerescas y cuya memoria estaba aún reciente; y el año 1518 dio en Valladolid un torneo, al que concurrió la nobleza flamenca con la castellana y en el que hubo muchas desgracias. Ya se habló antes de las fiestas de Bins, celebradas el año de 1549, a que asistieron el Emperador y su hijo Felipe I.
Pocos años después (el de 1560) fue la desgracia de morir justando en París Enrique I, Rey de Francia, a la que se atribuye el haber cesado en aquella nación la afición a estos espectáculos de que tanto había gustado hasta entonces. En Castilla continuaba la práctica y la afición, como se ve por las noticias de don Luis Zapata. en su Miscelánea manuscrita, donde dice de si que había sido de los más ejercitados y venturosos justadores de España. Había sido uno de los que habían concurrido a las fiestas de Bins. Cita también en la Miscelánea a don Diego de Córdoba y añade: En la silla ninguno de los hombres a el Rey don Felipe mi amo hizo ventaja: no quebraba muchas lanzas, porque esto es más que certeza, caso (folios 186 y 187, capítulo Del justador).
El mismo Zapata, en su Carlo famoso (Canto 33) había hecho memoria de los grandes maestros de justar de su tiempo, como los Condes de Benavente y Alcaudete, Rui Gómez de Silva, el Conde de Agamón (Egmont), y el don Diego Ramírez, a quien había elogiado en su Miscelánea, hablando de las fiestas de toros.
La suavidad de los tiempos siguientes hizo que se fuesen olvidando estos broncos y duros ejercicios, y a las justas y torneos sucedieron los juegos de sortija, del estafermo y otros, que son más bien de agilidad y de maña que de valor y fuerza.




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N-2,17,31. Intricados y no intrincados dijo también Lope de Vega; y lo mismo Juan de Mena en la moralidad de la copla VI de su Coronación, dirigida al Marqués de Santillana. En alguna parte se ha dicho que así es más conforme al origen latino de la palabra.




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N-2,17,32. Del endriago vencido por Amadís de Gaula se habló en otro lugar.
En un bosque de Irlanda se encontró Artús de Algarbe con un espantable animal que tenía las narices, los dientes y la boca como un león; sus ojos parecían dos antorchas encendidas: el cuello tenía de tres varas de largo, y a veces lo encogía tanto que juntaba la cabeza con los hombros, y sacaba dos palmos de lengua más negra que el carbón. Echaba mucho humo por la boca y daba grandes chillidos. Los brazos gruesos y disformes; tenía alas muy grandes de murciélago, y el otro medio cuerpo de sierpe: la cola, tan larga como una lanza de armas, y el cuerpo duro como punta de diamante. Con los golpes de la cola derribaba los árboles y silbando tendió las alas, se alzó en el aire y se arrojó sobre el impávido Artús, quien, después de varios lances, logró al fin matarlo (Oliveros de Castilla, cap. LV).
Estando en áfrica en el templo de Amón don Belianís de Grecia peleó con un pavoroso animal tan grande como un carro: tenía alas de dragón, grandes y muy tendidas, con las cuales, aunque no volaba, era tan ligero como el viento, disforme cabeza y boca, cupiera por ella un caballero armado: grandes dientes y colmillos agudos como puntas de acero; en medio de la frente un cuerno como unicornio, con el cual hacía el mayor daño; brazos gruesos, uñas tajantes como navajas, y poco menores cada una que una espada; ojos espantosos, cola muy larga, con la cual hiciera pedazos un árbol si le topara. Este fiero vestigio acometió a don Belianís con la boca abierta, por la cual metió el atrevido caballero su mano izquierda con la daga empuñada hacia arriba y como el dragón apretó recio, le entró la daga hasta los sesos, y al mismo tiempo le dio Belianís una estocada que le llegó al corazón (Belianís, libro IV, cap. XVI).
Antes de esto, el mismo Belianís de Grecia en compañía de su rival el Príncipe Perianeo de Persia, había acometido la aventura del desencanto del castillo de Medea. Se oyó por todo el castillo un ruido espantable: el ruido de los menestriles e instrumentos de guerra era tan grande, que parescía todo el universo quererse hundir... El sonoroso ruido pasado, ante los esforzados Príncipes parescieron innumerables, feas y disformes figuras, desapiadados y crueles vestiglos, tantos y tan feos, que el infierno no tenía más. Allí peleó don Belianís con Jasón de Colcos, Brianel y don Contumeliano, que de tropel le acometieron. En seguida peleó con Aníbal y Escipión, que llevaban armas rosadas con coronas blancas, y guardándoles las espaldas Diomedes y Eneas. Aníbal hirió a don Belianís en el hombro, don Belianís hirió a Jasón en la cabeza, rompió un brazo a don Brianel, cortó un muslo al otro y llagó a Eneas en la pierna. Perianeo, por su parte, se combatió con Hércules, hiriéndose mutuamente uno a otro. Habiendo vencido Belianís a sus contrarios, sobrevino un terremoto tal que le obligó a sentarse en tierra, y entonces le embistió un dragón, el más grande y esquivo que jamás las Indias occidentales procrearon: las uñas de a media vara, y la boca capaz de tragarte cuatro caballeros juntos. Tuvo Belianís alguna desconfianza; pero esforzado con la presencia de su señora, acometió, venció y mató al fiero vestiglo. Siguió luego el combate entre Belianís y Perianeo, y vencido éste, Marte declaró vencedor a Belianís, Cupido le entregó a Florisbella, y deshaciéndose con estruendo el encanto, se hallaron todos en un campo amenísimo cubierto de rosas y otras flores (Belianís, libro II cap. XXX). Júzguese por este conjunto de disparates del estado del cerebro del Licenciado Jerónimo Fernández autor dei libro, comparable sin duda con el valeroso Don Quijote.




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N-2,17,33. Lo dicho pasa, pero no lo hecho, palabra que hubiera podido y debido suprimirse. --- Nivelar con el fiel de la razón no es metáfora adecuada, porque el fiel no nivela: mejor fuera ajustado con el fiel de la razón.





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N-2,17,34. Don Quijote, todo lleno de las ideas y expresiones de los libros caballerescos, las aplicaba a cuanto vela, y era muy propio de su carácter dar este título a don Diego de Miranda.

{{18}}Capítulo XVII. De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes


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N-2,18,1"> 3733.
Así suelen ser las casas en la Mancha. La bodega y la cueva, ambas son oficinas subterráneas. Su diferencia consiste en que la bodega donde se guarda la cosecha del vino, y por los hálitos desagradables y nocivos que a veces despide, debe estar al raso; y la segunda es una como despensa donde se guardan el tocino, el vino embotellado y otras cosas que conviene conservar al fresco. También suele llamarse coya en la corte, y para mayor comodidad debe estar a cubierto dentro de la casa, pero fuera de los aposentos o habitaciones de las personas.




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N-2,18,2. Versos de Garcilaso en el décimo de sus sonetos que empiezan así:

¡Oh dulces prendas por mí mal halladas:
dulces y alegres cuando Dios quería!

Garcilaso lo tomó de Virgilio, cuando Dido, a vista de las armas y prendas de Eneas, su fugitivo amante, y próxima ya la muerte, exclamaba:

Duces exuvi礠dum fata Deusque sinebant.

Las dulces prendas eran las tinajas del Toboso que tenía a la vista Don Quijote, y cuya fábrica era en tiempos de Cervantes y continúa siendo en el nuestro, la principal industria de los habitantes de dicho pueblo. Las tinajas le renovaron las memorias de la Princesa tobosesca Dulcinea, dulce prenda, añade Don Quijote, de mi mayor amargura, jugando con la contraposición de Dulcinea dulce y amargura.





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N-2,18,3. Es a la señora, como lo indican las palabras que siguen de don Diego de Miranda.




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N-2,18,4. Pudiera ocurrir que sólito era arcaísmo, y que Cervantes lo ponía en boca de don Diego de Miranda como propio del estilo caballeresco, donde es frecuente el uso de los arcaísmos, y usándolo don Diego por la noticia que ya tenía del pie de que cojeaba su huésped. Pero antes había contado don Diego que los libros de Caballerías aún no habían entrado por los umbrales de sus puertas. sólito no debe calificarse de arcaísmo, sino de italianismo, como otros del QUIJOTE, tanto más que la misma palabra se halla usada una y otra vez en la novela de Rinconete y Cortadillo, donde no tiene lugar la conjetura.
Encuentro usada la misma voz sólito en el diálogo 2.ºº de los tres que publicó Haedo con su Topografía de Argel (folio 188 vuelto); pero el autor fue el Arzobispo de Palermo, y tuvo la misma ocasión y aún más que Cervantes para incurrir en italianismos.
En castellano decimos insólitos, y es uno de los vocablos negativos cuyos primitivos no son de nuestro idioma, como sucede en invicto y otros muchos.




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N-2,18,5. Pasó, significa aquí lo mismo que tuvo, Es una de las acepciones del verbo pasar, como al final del capítulo I, donde se dijo de Don Quijote, Sancho y el Bachiller que entre los tres pasaron un graciosísimo coloquio.
Don José Luis Munarriz, en su traducción de las lecciones de Hugo Blair, dedicó una entera, que es la XX, al examen crítico del estilo de Cervantes, en que incluye el que hizo con mucha menudencia sobre el presente capítulo. Allí tacha el pasaje presente de solecismo, no advirtiendo la diferencia de acepciones que el verbo pasar tiene en el QUIJOTE. ---En nuestro comentario se hará mérito de las principales observaciones de este escritor, unas veces aprobándolas como justas, y otras defendiendo de ellas como justamente agraviada la memoria de Miguel de Cervantes.




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N-2,18,6. Observó con razón Munarriz sobre este pasaje que no hay la oposición conveniente entre verdad y frías digresiones, porque éstas, sin dejar de serlo, pudieron constar de verdades. Puede añadirse a esta observación que se reprende aquí a Cide Hamete de la prolijidad y menudencia de que le alaba en otras partes, diciendo que contaba las mínimas y semimínimas de la historia (parte I, cap. XVI, y parte I, capítulo XL): o jugueteaba con su asunto, o no se acordaba de una vez para otra de lo que había dicho.




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N-2,18,7. Es decir, con la ropa interior o en farseto, según la expresión que se lee en el capítulo XXI de la primera parte. Valones eran calzones a la flamenca, que solían ser anchos, y se llamarían valones por haber venido la moda de los estados valones o de Flandes, así como vino la de los cuellos llamados valonas, y la de los sombreros terciados a la valona, de que se hablará en la aventura de Claudia Jerónima (cap. LX de la segunda parte). Llamábanse valonas las provincias de los Países Bajos, y valones a sus habitantes. Que valones son los calzones, se ve por el cuento que refiere Francisco Cascales en la tabla IV.




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N-2,18,8. Describiendo Luis Cabrera en su historia de Felipe I los trajes que usaban a principios de su reinado, dice (libro I, cap. IX) que el vestido de los varones eran calzas justas o justillos can rodilleras o folladillos, o zahones más angostos que los valones que hoy (año 1619) se usan... collares de los camisones justos, sin lechuguillas, que entonces entraran las que llamaron marquesotas. Rodrigo Méndez de Silva, en su Catálogo Real cuenta que el año 1592 un marqués italiano, por cubrir los lamparones, trajo los cuellos, primero llamados por él marquesotas, y se usaron en España hasta el año 1622 que se inventaron las golillas. Cristóbal Suárez de Figueroa escribía en su Plaza universal, publicada en 1615, que el uso de los cuellos Era moderno, que antes eran pequeños, asidos a la camisa como los de los labradores; que vinieron después las lechuguillas (éstas eran las que al principio se llamaron marquesotas) algunas exorbitantes, que años atrás se acostumbraron, viendose tener algunas de circuito poco menos que ruedas de molino: ocasión de hacer se publicasen premáticas acerca de su reducción, ejecutándose rigurosamente las penas contenidas en ellas (discurso 97). Las lechuguillas se almidonaban y tenían pliegues, o se encañonaban en moldes. Las Cortes de 1586 solicitaron y obtuvieron la reforma de los cuellos, estableciéndose que sólo fuesen de holanda u otro lienzo, y que no se almidonasen ni pudiesen tener más que un dozavo de vara de ancho; pero por la premática de 2 de junio de 1600 se permitió que volviesen a almidonarse y que pudiesen tener hasta un ochavo de vara. Pasma ciertamente el ver lo despacio que estaban el Gobierno y las Cortes. Estas disposiciones serían sólo para los hombres, porque los retratos de la Reina doña Margarita, mujer de Felipe II, la representan con una grandísima arandela o cuello, cuyas extremidades están festonadas con mucho artificio.
En tiempo de Cervantes se llevaba lechuguilla y con ella le representa su retrato, copiado, según se cree, del original que hizo en Sevilla Francisco Pacheco o don Juan de Jáuregui, que existe en la Academia Española de la Lengua.
Reinando ya don Felipe IV se mandó, en 10 de febrero de 1623, que se trajesen cuellos o valonas llanas, sin invenciones, puntas cortadas, polvos azules ni de otro color, goma ni guarnición alguna, como antes solían llevar los estudiantes, según se ve por el texto; sólo se permitió que llevasen almidón, y se prohibieron los cuellos encañonados, imponiéndose penas a los que los abriesen. Y así decía Quevedo al Conde-Duque de Olivares, privado del Rey, en su Epístola satírica contra las costumbres de su tiempo:

Vos disteis libertad con las valonas
para que sean corteses las cabezas,
desnudando el enfado a las coronas.

Mas al mismo tiempo se introdujeron las golillas, invención del mismo Conde-Duque, el cual hubo de disgustarse de la sencillez y llaneza de las valonas.
El Consejo se opuso a esta novedad, y llegó el caso de embargarse y quemarse de su orden los moldes por donde se habían hecho golillas para el mismo Rey, que a instigación de su valido quería autorizar con su ejemplo la nueva moda. Pero allá van leyes, etc. El Consejo, noticioso de que eran para el Rey las golillas, desistió de la oposición y se generalizó su uso, que continuó durante el siglo XVI, y aún llegó a ponérsela Felipe V, según se ve por los retratos hechos en los principios de su reinado: ahora la usan solamente los magistrados y los alguaciles.




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N-2,18,9. Borceguí, calzado morisco especie de botín cerrado, de cuero suave, sobre el cual se ponían los zapatos, como aún lo practican los moros. Frecuentemente los borceguíes eran amarillos o datilados, esto es, del color del dátil, como los del capitán cautivo, según se dijo en el capítulo XXXVI de la primera parte. La cera de los zapatos sería la pantalia de que se habla luego en el capítulo XLIV.




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N-2,18,10. Ya en otra ocasión, hablando Don Quijote con la Princesa Micomicona, le ofrecía tajar la cabeza de Pandafilando con los filos de esta, no quiero decir buena espada. Esta expresión de buena espada es frecuente en los libros de Caballería: en el de Don Florisbel de Niquea se lee que Daraida subió en su caballo, su buena espada ceñida, y una gruesa lanza en la mano (parte I, capítulo LXXXII). De don Belianís se cuenta que se armó para ir al torneo de Londres ciñéndose la su buena espada (Belianís, lib. II, cap. XVII); y de Amadís de Grecia, que, embrazando su escudo, metiendo mano a su buena espada, se fue para Fraudalon Cíclopes (Amadís de Grecia, parte I, cap. XXIV).




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N-2,18,11. No quiere decir que la piel de lobo marino cura o precave el mal de riñones como acaso ocurrirá a algún lector, sino que habiendo estado Don Quijote muchos años enfermo de los riñones, no podía sufrir el cinto ordinario y llevaba la espada pendiente de un tahalí, que es un cinto que cuelga del hombro derecho, y pasa por debajo del brazo izquierdo. El nombre de tahalí es de construcción arábiga, e indica el origen morisco de lo que significa. De las pieles de lobos marinos solían hacerse cintos. Fray Lisiano Sáez, erudito benedictino, publicó un inventario de los efectos de la cámara de don álvaro de Zúñiga, Duque de Béjar, que fue quien de orden del Rey don Juan el I prendió al Condestable don álvaro de Luna, y en él se encuentran dos cintos de lobo marino.




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N-2,18,12. Esta frase de cubrirse un en lugar de cubrirse con un es frecuente en los libros de Caballerías. La de cubrirse su herreruelo se dijo ya del Cura en el capítulo XXVI de la primera parte. En la Gran Conquista de Ultramar se cuenta (lib. I, cap. CCXXI), que Ricarte dijo a Corbalán que él no cubriría manto en peña vera nin gris ni de otra ninguna manera hasta que cada uno de sus compañeros oviese cada uno el suyo como él. En la Historia de Amadís de Gaula se lee que el Rey Lisuarte, habiéndolo recibido en su servicio y casa, lo tomó por la mano, y llevólo a una cámara donde lo hizo desarmar…… e hízole dar un manto que cubriese. Y más adelante refiere que Agrages y don Florestán lo desarmaron (a don Brián de Monjaste) y le mandaron traer un manto de escarlata que se cubriese (capítulos XV y LXXXVI).
Sólo aquí suena este herreruelo de buen paño pardo, que en ninguna otra parte del QUIJOTE se menciona, y siendo de tal materia, no cabía fácilmente en las angustiadas alforjas de Sancho. Don Quijote llevaba jubón de gamuza, según se ve en el presente capítulo y volverá a verse en el XXXI, cuando se cuentan los sucesos de casa de los Duques; calzones o gregÜescos estrechos como se les llaman es éste último; sayo con collar que se menciona en la batalla con los cuadrilleros; borceguíes y zapatos, como se dijo poco antes; traía ropilla sobre las armas, y medias calzas, sobre las cuales llevaba las grebas en la aventura de los galeotes: y estas medias eran verdes como se cuenta en otra parte (parte I, cap. XLIV), donde también se ve que tenía de repuesto unas botas de camino. También llevaba camisas, cosa que se supone, como lo dijo al armarle su padrino el ventero: la que traía en el combate de los cueros de vino (parte I, cap. XXXV) no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos. De estas prendas se componía el traje de Don Quijote; el herreruelo sería de casa de don Diego de Miranda, y Don Quijote se lo pondría por no salir en farseto y sin ceremonia a presentarse a la señora del castillo.




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N-2,18,13. Por esta razón arguye Munarriz en el lugar citado, que lo del lavatorio debió contarse antes de todo. Paréceme rigor excesivo exigir el orden cronológico en la relación de las circunstancias que no lo necesitan por la claridad, y pudiera perder por la observancia de este orden compasado y frío parte o el todo de su amenidad y gracia. ---Añade después en el texto el chiste de que hay diferencia de opiniones sobre si fueron cinco o seis los calderos de agua con que se lavó Don Quijote; advertencia tanto más festiva, cuanto el fabulista acaba de censurar por sobradamente minuciosa la descripción de las circunstancias de la casa, que supone hizo el autor original, que él omite. ---Finalmente, se llama, y no sin gracia, negros a los requesones (cosa tan opuesta a su color natural), como si se les llamara infaustos o malhadados, por la pesadumbre que su pérdida ocasiona a Sancho, y aun por el temor que tuvo de la indignación de su amo, cuando por haberlos puesto en la celada le llamó en el capítulo anterior traidor, bergante y mal mirado escudero.




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N-2,18,14. Nota Munarriz sobre este pasaje que mejor y más conforme a lo que antecede y a lo que sigue fuera decir de su discreción o locura. La verdad es que tanto se peca contra la discreción por la locura como por la tontería.




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N-2,18,15. En vez de la palabra grande, debió ponerse gran poeta, porque según el contexto, grande recae sobre aficionado, y no era ésta la intención de don Lorenzo. Así lo observa Munarriz.




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N-2,18,16. Al parecer, don Lorenzo se indica en esta expresión a sí mismo; y esto no va muy conforme con la humildad de que acaba de alabarle Don Quijote. ¿Podrá sospecharse que Cervantes quiso hablar de sí bajo el nombre de don Lorenzo y recomendar de este modo su talento y habilidad poética? Bien conocida es su manía de hacer versos, mirándose como poeta, cuya ayuda era importante en la defensa del Parnaso, acometido por el escuadrón de poetas vulgares sietemesinos, según se dijo por boca de Mercurio en el Viaje al Parnaso (capítulo I), y dentro de poco veremos composiciones de don Lorenzo, esto es, de Cervantes, elogiadas con entusiasmo, como producciones de consumado poeta, del mejor poeta del orbe. Sin embargo, nadie ignora lo mediano del mérito métrico de Cervantes, y pudiera aplicársele con poca alteración la frase de don Lorenzo, y decirse de él, que alguno habrá que lo piense y no lo sea.





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N-2,18,17. Es de notar que se habla de glosas, que el que habla dice que se le entiende de achaque de glosas, y que Cervantes había llevado el primer premio de una que compuso estando en Sevilla para la justa literaria que se celebró en Zaragoza con motivo de la canonización de San Jacinto el día 2 de mayo del año 1595. Navarrete, en la Vida de Cervantes, incluyó la glosa, que, realmente, es de corto mérito; y diciendo aquí Cervantes que el primer premio se lo lleva el favor, pudiera atribuirse esta expresión a su modestia, y mucho más con la comparación que añade de lo que sucedía en las licencias o grados de las Universidades; acerca de lo cual decía el Licenciado Vidriera, en la novela de este título, una de las de nuestro autor: yo soy graduado en leyes por Salamanca, donde estudié con pobreza, o donde llevé segundo en licencias, de do se puede inferir que más la virtud que el favor me dio el grado que tengo.
El pensamiento que ya desde antes de publicar la primera parte del QUIJOTE había tenido Cervantes de llevar a su héroe a las justas de Zaragoza, y en que continuaba todavía al escribir el presente capítulo, ¿pudo tener alguna conexión con este incidente? ¿Pudo en la festiva y juguetona intención de Cervantes tener alguna relación la justa de San Jorge con la de San Jacinto?
A otra justa literaria concurrió también Cervantes en honor de Santa Teresa, como refiere también en su Vida Navarrete, y se celebró en el mes de octubre del año 1614, a cuyo tiempo tenía ya escrita Cervantes esta segunda parte, puesto que por entonces o poco después la presentó pidiendo licencia para su impresión, que se le concedió en marzo de 1615 (Navarrete, Vida de Cervantes, ilustraciones, página 499). Por consiguiente, en el pasaje del texto no se pudo aludir a la justa poética de Santa Teresa, en la cual no se sabe si obtuvo algún premio. Ni la composición pedida fue glosa, como en la justa de San Jacinto, sino una canción que no excediese de siete estancias, a modo de las de Garcilaso en su primera égloga. El lector puede verla en las ilustraciones de la Vida mencionada de Cervantes.
Era tal en su tiempo el furor de las justas literarias, que dice Cristóbal Suárez de Figueroa en su Pasajero (alivio 3.ºº): en una que los días pasados se publicó en loor de San Antonio de Padua, concurrieron cinco mil papeles de varia poesía; de suerte que, habiéndose adornado dos claustros y el cuerpo de la iglesia con los más cultos (papeles) al parecer, sobraron con que llenar los de otros cien monasterios. A esta clase pertenece la justa que se celebró por la beatificación de San Isidro, inserta entre las obras de Lope de Vega, que fue uno de los jueces; así como después de su muerte fue el objeto de otra justa a que concurrieron los más floridos ingenios de dentro y aun de fuera de España. La relación de ella la publicó su amigo y discípulo Juan Pérez de Montalbán, con el título de Fama póstuma.
Estas justas y contiendas literarias o piadosas habían sucedido a las justas y torneos de los tiempos anteriores.




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N-2,18,18. Pedantea aquí Don Quijote con la división vulgar de la justicia en distributiva y conmutativa; aquélla la que concierne a los derechos de las personas; ésta, la que nivela y equilibra las cosas.




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N-2,18,19. Por la colocación de los dos adverbios, parece que recaen sobre el verbo profesa, y no es así. Hubiera valido más colocarlos con el verbo a que corresponden, y decir: Para saber dar razón clara y distintamente a donde quiera que le fuere pedido de la cristiana ley que profesa. Esta observación es de don José Munarriz.




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N-2,18,20. Pudiera haber añadido y de prestar alimento a los hombres, conocimiento de que se preció nuestro caballero en el capítulo X de la primera parte, y que zahirió malignamente Sancho en el capítulo XVII de la misma.




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N-2,18,21. Lo mismo que a coda paso, a cada momento. Es una de la expresiones proverbiales del estilo familiar que incluyó en su Cuento de cuentos don Francisco de Quevedo. Llegó a punto crudo el licenciado, cuando andaba el zipizape, metiólos en paz, mas a cada triquete andaba a mía sobre tuya. Dícese más comúnmente a cada triquitraque, voz tomada al parecer del sonido que hacen y repiten con continuación los lados en el tablero al jugar al caquete. De donde también llaman a este juego trictac los franceses.




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N-2,18,22. Esta clase de astrología ya se le alcanzaba a Sancho, como se vio en la aventura de los batanes en el capítulo XX de la primera parte. ---A los conocimientos de la jurisprudencia, teología, medicina, botánica y astrología anteriormente mencionados, añade Don Quijote después las matemáticas; pero sin dar razón de su necesidad, como la da, buena o mala, de las demás que exige en el buen caballero andante: las virtudes teologales y cardinales, el arte de nadar, y los oficios de herrador y guarnicionero: todo para hacer ver la importancia de la profesión de caballero andante, y que no es ciencia mocosa la que éste estudia y profesa.
Mocosa equivale a pueril, frívola, despreciable: calificación irónica, sumamente graciosa y oportuna, según observó Munarriz, por el modo y circunstancias en que la usa nuestro hidalgo, y que dice relación especial a pueril, por lo que tiene con la infancia.
Don Quijote, empeñado en abultar las calidades y prendas necesarias para formar un perfecto caballero andante, las exagera sin medida en este lugar. Pero no me acuerdo de haber leído que ninguno de ellos herrase jamás un caballo incluso Amadís de Gaula, a quien el mismo Don Quijote propuso en otra parte como tipo de la perfección caballeresca, norte, lucero, sol y modelo de todos los que militan debajo de la bandera de amor y de la Caballería.




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N-2,18,23. El cronista Pero Mejía habla de peje Nicolás en la Silva de varia lección (parte I, capítulo XXI), donde dice que tuvo por falsas las cosas que en su niñez oyó contar de él, hasta que las leyó en Joviano Pontano y Alejandro de Alejandro, autores próximos a los sucesos. Según el último en los Días geniales (lib. I, cap. XXI), fue un natural de Catania que vivió en el siglo XV, y estaba más en el agua que en tierra, por lo cual se le dio el nombre de Pesce Cola (Pez Nicolás): pasaba de Sicilia al continente y de éste a Sicilia; hablaba en alta mar con los marineros de los buques, los llamaba por sus nombres, comía con ellos, y después llevaba su noticias y recados a tierra, hasta que un día en que había concurrido mucha gente a verle hacer sus habilidades, el Rey de Nápoles don Fadrique, que a la sazón estaba en Mesina, arrojó al mar una taza de oro, y echándose Nicolás a sacarla, no pareció más. Esta historia de que siempre dudaron muchos, se hizo menos inverosímil después del caso del hombre de Liérganes, en las montañas de Santander, que por la partida de bautismo que existe en la parroquia nació en 1660, y se llamó Francisco de la Vega Casar, el cual se fue al mar, donde vivió algunos años, y cogido con una red en la bahía de Cadiz, fue conducido a su pueblo, de donde al cabo de algún tiempo se volvió al mar, sin que se supiese más de él. Habla de esto largamente en sus cartas el Maestro Feijóo, que fue coetáneo al suceso.




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N-2,18,24. En el Estatuto o Fuero de amor que insertó en su obra De arte Amandi Andrés, capellán de la corte de Francia en el siglo XII, y se citó en las notas al capítulo XII de la primera parte, hay, entre otros, un canon que dice nemo duplici potest omore ligari: canon que observó escrupulosamente Amadís de Gaula, espejo y modelo de fieles y leales amantes. Esto, en cuanto a la fe debida a su dama. En cuanto a la fe debida a Dios, hubo más variedad, singularmente respecto de la castidad de los pensamientos, que es una de las cualidades requeridas por Don Quijote; sin embargo, de Roldán se cuenta que murió virgen; del Caballero del Cisne que no perdió la inocencia del bautismo, y de Belianís que fue un santo, Florindo de la Extraña Ventura hizo milagros.
Don Quijote hace aquí la enumeración de las virtudes y cualidades de que se compone un buen caballero andante. El ermitaño que informó a Tirante el Blanco del origen, naturaleza y obligaciones de la profesión caballeresca, le señaló las virtudes que ésta exigía, tanto al explicar lo que significaban las armas defensivas y ofensivas del caballero, como las penas de los que deshonraban la profesión con sus acciones, y enumera las virtudes que deben adornarle; celo por la defensa de la iglesia y de la fe, castidad, justicia, desinterés, fortaleza y otras (parte I, caps. XIV y XV). Don Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos, en su Doctrinal de Caballeros, en donde reunió las disposiciones de las Partidas, del Fuero y de los Ordenamientos, trató latamente de esta materia en las 26 leyes de que consta el tercer título del libro I. Entre los modernos, Mr. de Sainte-Pelaye, en la segunda parte de sus Memorias sobre la antigua Caballería, trata de las cualidades que, según los documentos de la Edad Media, deben concurrir en el perfecto caballero. Estas diferentes lecturas indican las relaciones que existen entre la Caballería andante y la historia, y convencen que los libros caballerescos, en medio de sus monstruosas relaciones, describen en el fondo las costumbres y máximas que verdaderamente dominaron en la Edad Media, y que las ficciones de los caballeros andantes eran a 1as veces muy parecidas a las verdades de los efectivos de los siglos XII, XIV y XV, época clásica de la Caballería en Europa. Muchas de las cosas que se cuentan de los caballeros andantes no eran sino exageración de lo que sucedía.




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N-2,18,25. La edición primitiva de 1615 dice: Lo que pienso hacer es el rogar al cielo. El artículo el era una verdadera superfluidad, y la suprimió la edición que se hizo en Valencia el año inmediato de 1616, por cuya autoridad se ha suprimido también en la presente.




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N-2,18,26. Si por escribanos se entiende, como debe entenderse, escribiente, es clara y llana la significación de este pasaje, que lacha de oscuro el traductor de las lecciones de Blair, diciendo que no se entendía. Manifiesta en él don Lorenzo que gradúa de incurable la locura de Don Quijote. Habíale preguntado su padre qué había sacado en limpio del ingenio de su huésped; y, siguiendo la metáfora contesta el hijo que no le sacarían del borrador de su locura cuantos médicos y buenos escribanos tiene el mundo. El epíteto de buenos, agregado a escribanos, indica que no se habla de profesión o estado como el de los tabeliones, sino del ejercicio de escribir como el de los pendolistas, porque de éstos y no de los otros se dice con propiedad que son buenos. A los escribientes se añadieron los médicos, porque para sacar del borrador bastan los primeros; mas para sacar del borrador de la locura era menester que concurriesen también los segundos, Médicos dice relación a locura, y escribanos a borrador, así como el sacar de borrador de la respuesta de don Lorenzo dice relación al sacar en limpio de la pregunta de don Diego.No era nuevo llamar escribanos a los escribientes. En el Diálogo de las lenguas (pág. 17), tratándose de tomar apuntaciones de lo que hablase Valdés sin que él lo entendiese, determinaron sus compañeros poner escondido un buen escribano para que notase los puntos principales. Y Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache (parte I, libro I, cap. V). Alabando a un mozo español llamado Aguilera, dice de él que es de gentil entendimiento, gran escribano y contador. Con lo mismo conviene don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (artículo Escribano).





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N-2,18,27. Notó con razón Munarriz que aquí falta algo y que debió decirse un amigo mío. Aun estaría mejor decir solamente un discreto, y acaso fue esto último lo que quiso dejarse en el manuscrito original, olvidándose borrar el amigo, que se habría escrito antes con otra idea. Tengo tan mala opinión de Cervantes en este punto, que cualquiera distracción suya me parece creíble.




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N-2,18,28. En la justa poética de San Isidro, publicada entre las obras de Lope de Vega, se dijo que las glosas son propia y antiquísima composición de España, no usada jamás de otra nación ninguna. Con efecto; se hallan ya insertas en el Cancionero general muchas glosas que debieron escribirse en el siglo XV, aunque no en todas se trataba de observar con puntualidad las estrechas reglas que indica aquí Don Quijote. Pero entre las razones que alegó el amigo discreto contra las glosas, me parece a mí que se omitió la principal, y es que cuando una vez se ha acertado a expresar bien un pensamiento con las palabras convenientes, es muy difícil, si no imposible, alargarlo sin echarlo a perder.




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N-2,18,29. Está tan recibido, decía Lope de Vega en la justa poética de San Isidro (tomo XI de sus obras, pág. 377), que las glosas de las justas tengan uno o dos versos dificultosos, que no parece que lo son si no los tienen. Si esta es ley de las glosas, es menester reconocer que está bien observada en la redondilla que sirve de tema a la presente; pero se quebranta otra que debiera ser la primera de todas, a saber: que la redondilla dijese algo, y nada dice; que contuviese algún concepto, y no lo contiene. El sentido queda pendiente, o por mejor decir, no hay ninguno, y la copla es inanis sine mente sonus.
Los clásicos antiguos, despreciaron, o, por mejor decir, no conocieron las glosas, los ecos. los acrósticos, que no tienen otro mérito que la dificultad vencida, y que prueban más bien paciencia que ingenio.




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N-2,18,30. Sea quien fuere el que habla, y hable de lo que quiera, es exageración desmesurada hablar de siglos. Pudiera haberse contentado el poeta con poner años o tiempos o cosa semejante.




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N-2,18,31. Rigor, palabra impropia tratándose de fuego. Los que saben el origen de esta palabra, saben que es incompatible con nada que sea caliente. Rigor se puso por ardor.





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N-2,18,32. Volver el tiempo a ser después que una vez ha sido, es un verbo substantivo, un sujeto que no tiene verbo; lo tendría si se hubiese dicho:

pues volver el tiempo a ser
después que una vez ha sido,
no es cosa a que algún poder
humano se haya extendido.




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N-2,18,33. Aquí está el juicio que Cervantes hizo de su propia glosa, y aquí entra lo que él mismo dijo antes, a saber: que no hay poeta que no piense de sí que es el mayor del mundo; y lo que dijo después: que no hay padre a quien sus hijos parezcan feos, especialmente si son hijos del entendimiento. Cervantes, semejante en esto a Cicerón, tenía la manía de hacer versos, y generalmente, imitando también en esto a Cicerón, los hacía malos. Sin embargo, alguna vez se hizo justicia, como cuando escribió en su Viaje al Parnaso:

Yo, que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo.

Don Vicente de los Ríos, en su Análisis del QUIJOTE, después de afirmar que en las glosas, los acrósticos y otras composiciones semejantes se malogra el ingenio sin sacar otro fruto que llenar de palabras sus versos, vacíos enteramente de pensamientos sólidos e instructivos, dice que, como este daño era grave, le corrige Cervantes con la sátira y la razón; y en prueba cita la conversación que tuvo nuestro caballero con don Diego de Miranda y su hijo don Lorenzo (núms. 272 y 273), y la que anteriormente había tenido antes de hacer, su tercera salida con el Bachiller Carrasco acerca del acróstico de Dulcinea. Pero ni aquí ni allí dio muestras Cervantes de lo que dice Ríos, el cual, arrastrado de su excesiva admiración a Cervantes, no veía más que bellezas hasta en sus mismos defectos.




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N-2,18,34. de Pío I; Leonardo Aretino y otros literatos italianos dél siglo XV fueron poetas laureados. Establecidas después las Academias y cuerpos literarios, siguieron concediendo el honor del laurel como función todavía más propia de ellas que de las ciudades y de los Príncipes. El primero que se laureó de poeta en la Universidad de Alcalá fue el célebre Benito Arias Montano, el año de 1552 (Carvajal, en su Elogio, pág. 13). Fuéronlo después en la misma Universidad, Francisco de Figueroa, apellidado el Divino; Luis Gálvez de Montalvo, el pastor de Filida; Diego Ramírez Pagán, poeta murciano; los doctores Campuzano, Garay, Cámara y Marco Antonio de la Vega. De esta costumbre de la Universidad de Alcalá hizo mención Lope de Vega en su Laurel de Apolo, lamentándose de que ya se hubiese olvidado en su tiempo; y hablando con el Henares, le decía:

Oh, río venturoso,
padre de ingenios célebres del mundo,
que laurear solías
tus doctos hijos los felices días
del siglo que jamás tendrá segundo.

Después conservaron esta ceremonia algunas academias. En la corte de Inglaterra hay aun oficio y plaza de Poeta laureado, que, según dice Gibbón, debe dar dos veces al año cierta cantidad de versos y elogios para que se canten en la capilla real.




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N-2,18,35. Esta mención de Chipre y Gaeta envuelve, sin duda, algún chiste o burla picante, y alude a algún suceso del tiempo de nuestro autor, o al dicho de algún poeta a quien se pide que Dios perdone, o por difunto o por maligno, porque uno u otro puede indicar la expresión. En ella parece que se nota a los de Chipre y Gaeta, como en otro tiempo se tachaba a los beocios, de tardo y rudo ingenio.




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N-2,18,36. Es notable que le ocurriesen a Don Quijote como ejemplos de academias las mismas que ocurrieron a Bocacio cuando, despidiéndose de sus lectores al fin de su Decamerón les dice que, puesto que ninguno de ellos va estudiar ni a Atenas, ni a Bolonia o París conviene hablarles con más extensión que a los estudiantes. Cervantes hubo de añadir a Salamanca por honor de España, y en memoria de haber estudiado en ella.
Bolonia, París y Salamanca fueron desde el primer establecimiento de las letras en los siglos XI y XII las tres Universidades más célebres de la cristiandad, a las que el Concilio general de Viena, tenido en el año de 1312 añadió la de Oxford, disponiendo que en las cuatro se estableciese la enseñanza de las lenguas hebrea, caldea y arábiga, para facilitar la conversión de los infieles, La de Salamanca fue desde sus principios la escuela de mayor reputación en España, y en una carta que expidió el año 1465 a favor de Salamanca el Rey don Enrique IV de Castilla, concediéndole singulares mercedes y privilegios, dice que lo hace por consideración del estudio general que está en la dicha ciudad, que es uno de los cuatro estudios principales del mundo, e una de las cosas singulares que hay en mis reinos. Después fundó el Cardenal Jiménez de Cisneros la Universidad de Alcalá, donde, como ya vimos se acostumbró durante la última mitad del siglo XVI laurear a los poetas más distinguidos.
En el anterior habían nacido las Academias privadas de Italia, bajo la protección de los Médicis, familia ilustrada y poderosa que dominaba en Florencia. La afición que profesaban los literatos y sabios que fundaron la primera a la doctrina de Platón hubo de ocasionar que se diese a esta sociedad el nombre de Academia que fue el que tuvo en Atenas la escuela de aquel filósofo y su amor a las cosas de la antigÜedad les hizo dejar sus nombres y trocarlos por otros forjados al gusto y hechura de los antiguos. Esta singularidad se hizo de moda aun entre los extranjeros que visitaban la Italia, como se ve por el ejemplo de Elio Antonio de Nebrija. Fuese que esta particularidad, junta con el desprecio que se hacía en la Academia de las doctrinas aristotélicas recibidas comúnmente, hiciese mirar a la Academia como una sociedad secreta y peligrosa u otros pretextos nacidos de envidia o rivalidad, la Academia fue perseguida duramente al pronto por la Corte de Roma, que proscribió hasta el nombre de Academia, según refiere en su historia de los Papas Bartolomé Platina, uno de los perseguidos; pero poco después recobró su quietud, y las Academias privadas se multiplicaron en toda Italia y en la misma Roma bajo nombres y denominaciones caprichosas, tanto de las sociedades como de los socios, y así han continuado y continúan actualmente.
A imitación de ellas, y con la misma singularidad de nombres caprichosos, se fundaron otras Academias, viviendo nuestro autor, en España. Dice Cristóbal Suárez de Figueroa en su Plaza universal de Ciencias u Artes (discurso XIV de los Académicos), publicada en el año 1615. el mismo en que lo fue la segunda parte del QUIJOTE: siendo tau conocida la agudeza de los ingenios españoles, felicísimnos en todas facultades…… les sería importantísimo, para cultivarse y perfeccionarse del todo, valerse de este género de juntas o Academias al modo de Italia... En esta conformidad descubrieron los años pasados algunos ingenios de Madrid semejantes impulsos juntándose con este intento en algunas casas de señores; mas no consiguieron el fin... Nacieron de las censuras fiscalías y emulaciones, no pocas voces y diferencias, pasando tan adelante, que no sólo ocasionaran menosprecios y demasías, sino también peligrosos enojos y pendencias, siendo causa de que cesasen tales juntas con toda brevedad. Por la época que se señala se indica en este lugar de la historia y fin de la Academia Selvaje, llamada así por haberla fundado el año 1612 don Francisco de Silva, de la familia de los Duques de Pastrana, a quien elogió Cervantes en el Viaje al Parnaso (cap. I). Navarrete, que en la Vida de Cervantes recogió algunas noticias sobre esta Academia, dice que fueron de ella los dos poetas Lope de Vega y Pedro Soto de Rojas, éste con el nombre de Ardiente.
Muchos años antes que la Academia Selvaje hubo otra en Madrid que se llamó Imitatoria, fundada a imitación de las de Italia hacia el año de 1586 por don Félix Arias, caballero que tuvo gran crédito de poeta, pero no llegó a durar un año. Uno de los concurrentes fue Lupercio Leonardo de Argensola, con el nombre académico de Bárbaro, según se dijo ya en las notas a la primera parte.
Esta hubo de ser la Academia de Madrid de que habla Lope de Vega en su dedicatoria del Laurel de Apolo, donde, lamentándose de que en la Universidad de Alcalá se hubiese olvidado la costumbre de laurear poetas, dice que la Academia de Madrid, para reparar este olvido, laureó con grande aplauso y concurso de ingenios a Vicente Espinel, úúnico poeta latino y castellano de aquellos tiempos.
Otra Academia poética hubo de haber en Madrid en el intermedio de las dos. Imitatoria y Selvaje, que fue a la que Lope de Vega, reconvenido por los defectos de sus comedias, presentó el año de 1602 su apología con el título de Arte nuevo de hacer comedias.
Otra Academia había habido anteriormente en el reinado de Carlos V, que se juntaba en casa del famoso Hernán Cortés, conquistador de Nueva España; pero su objeto no se ceñía a la poética, como el de las Academias Imitatoria y Selvaje. El año de 1591 se había instalado en Valencia otra Academia poética, con el nombre de Academia de los Nocturnos, a la cual, según las noticias recogidas por don Francisco Cerdá en sus notas al Canto de Turia en la Diana de Gaspar Gil Polo, concurrieron Varios poetas de nombradía. Esta Academia, según las noticias de Navarrete, se renovó con otro nombre el año de 1615, el mismo en que se publicó la segunda parte del QUIJOTE.
Otra Academia hubo intitulada de los Anhelantes, en Zaragoza, como se ve por un soneto de uno de sus individuos que antecede al libro intitulado Nueva pragmática de reformación, escrito por Fray Tomas Ramón, fraile dominico, e impreso en Zaragoza, año de 1635.
Cierra este catálogo la ilustre Academia de la Argamasilla, fundada el año 1615 por el ingenio de Cervantes, y compuesta de los académicos poeta Monicongo, Tiquitoc y Compañía.




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N-2,18,37. Como asaeteó a los siete hijos de Niobe, mujer de Anfión, Rey de Tebas, de quien se dijo que hacía moverse las piedras al son de su lira, en venganza de que Niobe había disuadido a las mujeres tebanas de sacrificar a Latona, madre de Apolo. Las saetas eran armas propias de Apolo, a quien solía pintarse con aljaba y arco. Peor aún que los hijos de Niobe lo pasó Marsias; el cual, habiendo tenido la temeridad de desafiar a Apolo a tocar la flauta, fue vencido y desollado vivo por éste.
Munarriz hizo el reparo de que en la imprecación de que Febo asaetee a los jueces, y las Musas no atraviesen los umbrales de sus casas, está invertido el orden, porque una vez asaeteados los jueces, ni las Musas ni nadie puede atravesar sus umbrales. Repite Munarriz igual reparo sobre la expresión que viene poco después de que don Lorenzo condescendió con la demanda y deseo de Don Quijote, alegando que el deseo precede y produce la demanda.




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N-2,18,38. Sentencia que envuelve un profundo conocimiento del corazón humano, pero dicha con ligereza y gracia, Munarriz toma ocasión de ella para censurar, no sin alguna amargura, a Cervantes, como que le halagaban los elogios que daba a composiciones suyas un loco como Don Quijote. Pero aun pudiera dudarse si Cervantes adoptaba por entero las exageradas alabanzas de Don Quijote; él mismo reconoció en el pasaje, citado poco ha, del Viaje al Parnaso, que el cielo no le había querido dar la gracia de poeta; y en el prólogo de sus comedias cuenta que un autor de título había dicho que de su prosa se podía esperar mucho, pero que del verso nada; y si va a decir la verdad añade, cierto que me dio pesadumbre el oírlo. Esta candorosa confesión manifiesta que si elogió sus versos, no fue en el grado que lo hacía Don Quijote con los de don Lorenzo; y en todo caso, debemos ser indulgentes con las debilidades de los grandes hombres, que, aunque grandes, al cabo son hombres.




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N-2,18,39. Sabida es la historia de estos dos desgraciados amantes, que con tanta ternura describió Ovidio en sus Metamorfosis. La contradicción de sus padres no les había dejado otro medio para comunicarse durante sus amores que una estrecha hendidura o quiebra de la pared que dividía sus casas, y habiéndose citado una noche para el campo, perecieron ambos víctimas de la equivocación con que Píramo creyó que Tisbe había sido devorada por una leona. Esta fábula dio argumento a varias composiciones de poetas españoles. Cristóbal de Castillejo tradujo en décimas la historia de Ovidio. Lope de Vega menciona el Píramo de Jorge Montemayor en su Laurel de Apolo, y el de don Juan Antonio de Vera y Zúñiga, Conde de la Roca y Embajador en Roma, en la dedicatoria que le dirigió de la comedia Los Esclavos libres. Don Luis de Góngora escribió al propio asunto un romance, y el mismo Lope un soneto, que es el 18 de los que insertó en sus Rimas humanas, y vale tan poco como el de don Lorenzo de Miranda.




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N-2,18,40. Vuelve aquí Cervantes a alabar sus versos, a pesar de que el soneto no vale más que la glosa, estando, como está, lleno de ideas falsas, oscuras, exageradas e inoportunas. Pudiera ocurrir que lo tachó don Luis de Góngora, cuando en su romance de Píramo y Tisbe, al hablar de la grieta o rendija de la pared medianera entre las casas de ambos, dijo que Tisbe:

halló en el desván acaso
una rima que compuso
la pared, sin ser poeta,
más clara que las de alguno.

Y no sería la única vez que Góngora mordiese a Cervantes, puesto que ya lo hizo en el Soneto en que se burló de la relación que éste compuso de las fiestas de Valladolid en 1605, como motivo del nacimiento de Felipe IV. (Publicado por Pellicer en la Vida de Cervantes, pág. CXV.) Pero a quien satisfizo Góngora en esta ocasión fue a Lope de Vega, que incluyó su soneto de Píramo y Tisbe en sus Rimas, a lo cual aludió en la rima (o grieta, que esto significa rima en latín) hallada por Tisbe en el desván, y que era más clara que las (rimas) de alguno.
No fue de extrañar que Cervantes tuviese buena opinión de sus versos, cuando Lope de Vega decía muchos años después de su muerte, lejos ya de todo motivo de lisonja:

En la batalla donde el rayo austrino,
hijo inmortal del águila famosa,
ganó las hojas del laurel divino
al Rey del Asia en la campaña undosa,
la fortuna envidiosa
hirió la mano de Miguel Cervantes;
pero su ingenio en versos de diamantes
los del plomo volvió con tanta gloria,
que por dulces, sonoros y elegantes
dieron eternidad a su memoria.

Lope era pródigo de elogios. Si fueran justos los que derramó a manos llenas en el Laurel de Apolo, los siglos de Pendes y Augusto tuvieran que ceder al de los Felipes II y IV.
Por lo demás, es menester confesar que el soneto es entre las composiciones métricas breves la más difícil. Boileau dijo en su Arte poética:

Un sonnet sans defauts vaut seul un long poèème:
mais en vain mille auteurs y pensent arriver,
et cet heureux Phenix est encore àà
trouver.

Góngora, aunque no tan severo como Boileau, creyó que un poeta no puede pasar de hacer uno bueno, y dijo en una letrilla:

Que se emplee el que es discreto
en hacer un buen soneto,
bien puede ser.Mas que un menguado no sea
el que en hacer dos se emplea,
no puede ser.
Sin embargo, el mismo Góngora hizo muchos: Lope de Vega publicó muchísimos; pero entre todos hay muy pocos buenos. Rodrigo Fernández de Rivera, secretario del Marqués de Algaba, publicó en su Esfera poética siete centurias de sonetos a varios asuntos, repartidos por el orden de los siete planetas. Cervantes verificó la regla que dio Góngora en su letrilla: hizo un soneto bueno, que fue el del túmulo de Felipe I, y que con razón llamó honra principal de sus escritos en el Viaje al Parnaso; mas de allí no pasó. De los varios que insertó en el QUIJOTE se hace juicio en sus lugares respectivos.
Según la opinión más acreditada entre los literatos, el soneto se invento en Sicilia, corriendo el siglo XI. En el XII recibió forma más fija y leyes más severas en el continente de Italia; y Petrarca compuso más de 300 en el XIV, algunos de ellos tradujo en lemosín Mosén Jordi, poeta valenciano, que floreció a fines del mismo siglo o principios del siguiente. Finalmente, se encuentran ya sonetos castellanos desde el Marqués de Santillana, don Iñigo López de Mendoza, que murió el año de 1458, a principios del reinado de don Enrique IV.




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N-2,18,41. Vuelve a hablarse del viaje a Zaragoza, de que ya se había hablado al fin de la primera parte y al principio de la segunda. Pero no es el día de quien deba decirse que es el de la derecha derrota; y hubiera convenido suprimir los dos monosílabos el de, y aun la palabra derecha, diciendo: hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era su derrota. La circunstancia de derecha no dice bien con derrota, cuando se trataba de entretener el tiempo intermedio buscando aventuras por aquella tierra, y aun de visitar primero la cueva de Montesinos y las lagunas de Ruidera.




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N-2,18,42. Si esta palabra desciende, como parece, del latino fatum, debería escribirse haciago. De los días aciagos se habló en una nota al capítulo X de esta segunda parte.




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N-2,18,43. Entre llegar e inaccesible hay contradicción manifiesta. En vez de inaccesible pudo ponerse difícil, áspera, enriscada o cosa semejante.




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N-2,18,44. Esto es, acabó de decidir la cuestión y pleito acerca de su discreción o de su locura, que había prendido en el tribunal de don Diego y su hijo, declarándose definitivamente loco. Está dicho con felicidad y gracia.




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N-2,18,45. Alusión al Parcere subiectis et debellare superbos, que Virgilio atribuyó al pueblo romano, y Don Quijote a los caballeros andantes. Esta inesperada salida de Don Quijote en aconsejar a don Lorenzo que se haga caballero andante es una de las más festivas y saladas de la fábula. Por lo demás, no está bien el régimen del verbo perdonar, porque se perdonan las cosas y se perdona a las personas. Los verbos supeditar y acocear tienen distinto régimen que perdonar en el texto; y para uniformarlos, hubiera convenido ponerlos todos en impersonal, así: para enseñarle (a don Lorenzo) cómo se ha de perdonar a los sujetos, y supeditar y acocear a los soberbios. ---Sujetos en castellano tampoco significa exactamente lo mismo que en latín, y estuviera mejor sumisos o rendidos.





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N-2,18,46. Como ocurría en el mismo Cervantes, según se ve por los elogios poco merecidos que acaba de dar a las composiciones poéticas de don Lorenzo de Miranda. Cervantes da juntamente la regla y el ejemplo.




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N-2,18,47. En las palabras de los idiomas, aunque antiguas, puede ser nueva su aplicación y uso, y en esto luce la originalidad e invención de los escritores. Así sucede aquí con el adjetivo entremetidas, que empleó felizmente Cervantes para expresar que las razones eran alternativamente diversas, metidas unas entre otras.




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N-2,18,48. Nuestro autor, con su gracejo acostumbrado, había llamado a don Diego de Miranda el Caballero del Verde Gabán. Con el mismo llama a doña Cristina la señora del castillo; uno y otro remedando los usos y estilo de los libros de Caballería.

{{19}}Capítulo XIX. Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos


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N-2,19,1"> 3781.
Nada se dice en el discurso de este episodio de donde pueda deducirse que fuesen pastores ni Camacho ni Basilio, ni ninguno de los que tuvieron parte en los sucesos, sino más bien todo lo contrario. Basilio vivía en el pueblo pared por medio de los padres de Quiteria; Camacho y sus amigos, así como también los de Basilio, creyéndose burlados, sacan las espadas, se hacen comparaciones entre los linajes de los novios; circunstancias todas ajenas de pastores. Es verdad que se llama alguna vez zagal a Basilio, pero es nombre que alude a la edad, y no a la profesión, como se ve por la revelación.




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N-2,19,2. El traje de unos y otros era el mismo. Ya vemos al principio de esta segunda parte que el Bachiller Carrasco, sin ser clérigo, vestía como estudiante el hábito de San Pedro, y esto dura aún entre nuestros escolares.
La partícula como tiene la propiedad de templar la fuerza de los nombres a que se agrega, convirtiéndolos en semejantes a, según se muestra por el ejemplo del texto, y como sucede en aquella coplilla tan conocida:

En una como ciudad,
unos como caballeros,
en unos como caballos
toreaban a otros como ellos.

Cuando es verbo la palabra a que se une la partícula como, se añade a ésta la partícula que, y se dice: como que adivino que ha de suceder esto o lo otro. Otras partículas tenemos en castellano que tienen en el discurso oficios semejantes. A la manera que como asemeja, casi atenúa, más que aumenta; el lector puede fácilmente poner ejemplos. Hay otras partículas que se incorporan en las mismas palabras que modifican alterando su significación: recién como reciennacido; medio, como mediomuerto; entre, como entrever. A veces son partículas meramente enclíticas que no se usan solas sino precisamente en composición, y producen los muchos matices y gradaciones que admiten las palabras. Re duplica la significación, como repregunta; in la destruye, como invencible; des priva, como deshecho; semi la parte por la mitad, como semidiós; a convierte el hecho en estado, como aterrar, atronar, acumular, aflojar; pro indica antelación, como progenitor, pronóstico, pronombre, procónsul, progenie, prólogo, prosapia, y pre, anticipación, Como prematuro, predicción Y de aquí procede un manantial abundantísimo de palabras, unas de uso corriente y otras que llamamos fácilmente formables, que multiplican sin término las significaciones primitivas, especialmente en el estilo familiar.




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N-2,19,3. Don Quijote se encontró con los estudiantes, y como se dice después, Don Quijote y ellos llevaban el mismo camino, y sus pollinas caminaban más que Rocinante; por consiguiente, no fue Don Quijote quien se encontró con los estudiantes, sino ellos los que se encontraron con Don Quijote; y sólo así, o viniendo de vuelta encontrada, pudo decirse que venían; porque si los estudiantes hubieran sido los alcanzados por Don Quijote, entonces irían, no vendrían. Se añade que en un lienzo de bocací verde venía envuelto, al parecer, un poco de grana blanca y dos pares de medias; pero si venía envuelto, ¿cómo podría discurrirse desde fuera lo que venía dentro? Ni sé tampoco lo que significa grana blanca. El texto debe de estar viciado.




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N-2,19,4. Jerigonza es el lenguaje misterioso en que se entienden las gentes de mal vivir para ocultar sus maldades. De aquí vino llamarse en general jerigonza lo que no se entiende, como sucedía a los labradores del texto con lo que contaba Don Quijote. También se dice hablar en jerga; palabra que parece derivarse y ser abreviatura de jerigonza. Lo mismo solía significar jacarandina.
Jerigonza
es palabra antigua que se encuentra ya en el Poema de Alejandro, donde hablándose de la confusión de las 72 lenguas en la Torre de Babel, se dice (coplas 1346 y 1350):

Metió Dios entrellos tan manna confusión,
que olvidaron todos el natural sermón...
Setenta e dos maestros fueron los maorales,
tantos ha por el mundo, lenguajes devisades:
Este girgonz que traen por las tierras e por las calles
non se contrabadiçços entre los menestrales.

Lazarillo de Tormes contaba que su primer amo, que fue el ciego, en muy pocos días le mostró jerigonza.
Don Francisco de Quevedo dio al parecer la misma significación a jerigonza y a germanía, cuando en el libro De todas las cosas y o tras muchas más, decía: Dejo de tratar de la jerigonza y germanía, por ser cosa que puedes aprender de los mozos de mulas; y en el Gran Tacaño, contando el recibo que dos caballeros de la industria hicieron a Pablillos: habláronse los dos en germanía, de lo cual resultó darme un abrazo y ofrecérseme.
Acaso este lenguaje oculto debió su origen a causas menos reprensibles de lo que después ha sido su uso. Germanía, al parecer, significa hermandad, y no fue extraño que la formasen las generaciones oprimidas que siempre ha habido en el mundo para guardarse de sus opresores. De aquí pudo nacer la inclinación de los gitanos a tener un idioma o cifra particular con que entenderse entre ellos. En un viaje moderno hecho en el año de 1827, hallo que los gitanos de Transilvania y Valaquia tienen también y usan su jerigonza.




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N-2,19,5. Según el régimen usual y ordinario, se diría que en punto a linajes, las riquezas son poderosas para, o tienen poder de soldar muchos quiebras. Con efecto, siempre tuvieron esta virtud las riquezas: todo linaje, antes de ser noble, fue rico: la nobleza nunca nació de la pobreza.




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N-2,19,6. Maheridas, según la Academia, es voz de origen arábigo, que significa prevenidas, adiestradas, adoctrinadas. Viene a ser lo que, pocos renglones después, se llama muñidos, avisados, convocados, del latino monitus, y del mismo origen vienen también muñidor, monitor; uno y otro, del verbo moneo.
Danzas de espadas.
Era fiesta de labradores muy usada antiguamente en España, y todavía se conserva en algunas de sus provincias. Los que danzan llevan espadas desnudas, con las que hacen a compás, varias figuras y mudanzas, a veces no sin peligro de los mismos bailarines y susto de los espectadores. Covarrubias, en su Tesoro (artículo Danza de espadas) cuenta que esta danza se usa en el reino de Toledo, y dánzanla en camisa y en gregÜescos de lienzo, con unos tocadores en la cabeza, y traen espadas blancas, y hacen con ellas grandes vueltas y revueltas, y una mudanza que llaman la degollada, porque cercan el cuello del que los guía con las espadas, y cuando parece que se lo van a cortar por todas partes, se les escurre de entre ellas. Guzmán de Alfarache, refiriendo que en cierta ocasión se había despojado de toda la ropa, menos los calzones de lienzo, juboncillo y camisa, pero esto todo limpio, dice: quedé puesto en blanco, muy acomodado para la danza de espadas de los hortelanos. Don Gaspar de Jovellanos, en su Memoria sobre diversiones públicas, hablando de la danza de espadas que se usa en Asturias, dice que todas sus mudanzas y evoluciones terminan en una rueda en que los danzantes, teniendo recíprocamente sus espadas por la punta y pomo, forman la figura de un escudo; formada, sube en él el caporal o guión de la danza, y alzado por sus camaradas en alto, y vuelto en torno a las cuatro plagas principales del mundo, hace con su espada ciertos movimientos, como en desafío de los enemigos de su gente.
El Canónigo Bernardo Aldrete (Del origen y principio de la lengua castellana, lib. II, cap. I) creyó que las danzas de espadas eran resto de las antiguas danzas guerreras de los españoles, prohibidas en el Concilio Tercero de Toledo. Que los españoles usaban desde muy antiguo danzas de esta clase, se ve por la relación que hizo Tito Livio (libro XXV, capítulo XVI) del funeral del procónsul Tito Sempronio Graco durante la segunda guerra púnica, muerto a manos de los cartagineses en Italia, en el cual, por disposición de Aníbal, hizo su ejército los honores militares cum tripudiis Hispanorum motibusque armorum et corporum su礠cuidue genti assuetis. De los gallegos en particular dijo Silio Itálico (lib. II, Bellor, punicor), que al compás ya de sus cantares y ya de sus pies, hacían resonar los broqueles. Como quiera que en el siglo XII parece que ya se conocían en Castilla las danzas de espada, porque describiéndose en la Gran Conquista de Ultramar (lib. I, cap. CCLIV) el recibimiento que se hizo al Rey Corbalán en Oliferna, se dice: todas las rúas e las calles eran entoldadas e cubiertas encima de paños de seda preciados, e la tierra cubierta de rosas e otras muchas flores. E andaban juglares con muchas maneras de instrumentos de alegrías: los unos cantaban e los otros esgremían con cuchillos e con espdadas. E las doncellas otrosí hacían danzas, etc. Véanse aquí las danzas de espadas, que entonces se miraban como propias de los juglares o histriones, y andando el tiempo quedaron reservadas a los hortelanos.
Danzas de cascabel menudo. Dice Covarrubias (artículo Cascabel) que los danzantes en las fiestas y regocijos se ponen sartales de cascabeles en los jarreles de las piernas, y los mueven al son del instrumento. Y el recitante de la compañía de Angulo el Malo, de que se habló en el capítulo I de esta segunda parte, venía vestido de bojiganga con machos cascabeles. Las danzas de Camacho eran de cascabel menudo, pero también las había de cascabel gordo cuales eran las que menciona Estebanillo González entre los preparativos de la fiesta de una aldea junto a Zaragoza (tomo I, capítulo V). Zapateadores. Dice Covarrubias en su Tesoro (artículo Zapato) que zapatear es bailar, dando con las palmas de las manos en los pies sobre los zapatos al son de algún instrumento; y el tal se llama zapateador. Era baile usado de gente rústica, y así no fue extraño que Camacho tuviese gran prevención de ellos en su aldea. Esta es la distinción que se hacía entre zapatear y danzar, que era propio de gente cortesana. Hallándose Don Quijote en Barcelona, y quedando rendido de tanto bailar en el sarao de casa de don Antonio Moreno, le decía Sancho: si hubiérades de zapatear, yo supliera vuestra falta, que zapateo como un girafalte; pero en lo de danzar no doy pintada.




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N-2,19,7. No hay la correspondencia conveniente entre las partículas más y sino. Debió decirse: ninguna de las cosas referidas ni otras muchas que he dejado de referir, ha de hacer más memorables estas bodas que las que imagino, etc. Y todavía estuviera mejor: han de hacer tan memorables estas bodas como las que imagino, etcétera. De esta suerte se evitaba la repetición del que, se arreglaba la correlación de las partículas, y se aclaraba la concordancia del verbo con el sujeto que lo rige.




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N-2,19,8. Repetición descuidada, como otras muchas del QUIJOTE. Ni está dicho tampoco con toda propiedad que se renovaron los amores de Píramo y Tisbe; éstos se pudieron imitar, pero no renovar. En dos lugares de esta obra mencionó Cervantes la historia de Píramo y Tisbe: el primero comparándola con la de Luscinda y Cardenio, y el segundo con la de Basilio y Quiteria. En ambos hubo amores de infancia y oposición de los padres, pero todo lo demás fue diverso.




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N-2,19,9. Birlar, lance del juego de bolos; tirar otra vez la bola desde el primer paraje en que se paró.




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N-2,19,10. Está dicho a la picaresca, porque el marido de Ginebra era el Rey Artús; Lanzarote era solamente su amante.




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N-2,19,11. Alude Sancho al saladísimo diálogo que tuvo con su mujer, sobre hacer o no hacer Condesa a Sanchica, en el capítulo V de esta segunda parte.




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N-2,19,12. Mejor: a quien ya me voy aficionando. Como está, parecería que el verbo aficionarse admite otro objeto a más del pronombre peculiar de la persona que habla, lo cual nunca sucede en los verbos propiamente recíprocos, que son los que llevan siempre el pronombre personal consigo.




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N-2,19,13. Siglo, según se dijo en alguna nota de la primera parte, significa la vida eterna; y poso es el descanso o reposo de los difuntos, conforme a lo cual se cuenta después que el Cura del lugar del rico Camacho y de la hermosa Quiteria, al echar la bendición a Basilio, que al parecer iba a exhalar el último suspiro, pidió al cielo diese buen poso a su alma. La expresión incluye una especie de requiem aeternam, pero es irónica y equivale a una maldición.




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N-2,19,14. Este discurso de Don Quijote contiene muy buenas máximas, propias de la discreción que solía mostrar fuera de los asuntos de su negra y pizmienta Caballería. Pero el lenguaje ofrece algunos reparos. Las palabras quitaríase la elección y jurisdicción a los padres de casar a sus hijos, contienen una transposición dura, en vez de quitaríase a los padres la elección y jurisdicción de casar sus hijos. Ni se entiende bien lo que es la elección y jurisdicción de casar; quiso decir la elección y la autoridad en orden a casar a sus hijos. ---Se dice del estado del matrimonio que está muy a peligro de errarse; pero aquí no se trata de elegir entre diversos estados, sino entre diversas personas. Pudiera decirse de éstas que se yerra la elección, pero no la del estado, siendo uno solo. ---Busca alguna compañía... con quien acompañarse; pleonasmo semejante a otros que se encuentran en el QUIJOTE, y que se repite poco después en este mismo razonamiento, donde se dice: y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes. ---Finalmente, la expresión de la (compañía) de la propia mujer, no es mercaduría que... se vuelve o se trueca, carece de exactitud; porque no es la compañía de la mujer, sino la mujer misma la que no puede volverse ni trocarse.




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N-2,19,15. Como los individuos de la cofradía de Monipodio en la novela de Rinconete y Cortadillo, o como los matantes de la heria y los bravos de San Román que se mencionan en la comedia del Rufián dichoso, ambas obras de nuestro Cervantes.




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N-2,19,16. Allá en tiempos antiguos cuentan que, tratando los frigios de nombrar un Rey, les dijo un oráculo que eligiesen al primero que a la vuelta encontrasen caminando en un carro al templo de Júpiter. El primero que encontraron fue a Gordio, un labriego que, habiendo madrugado, iba al templo con su carreta y sus bueyes a encomendarse a Júpiter antes de empezar su tarea. Proclamáronlo Rey de Frigia, y él, en memoria de este suceso, colocó y consagró en el templo la carreta. Fue el caso que las cuerdas con que se ataba el yugo se enredaron formando un nudo tan complicado, que no parecía posible deshacerlo. Cuando Alejandro, en su expedición contra Darío, entró en aquel templo, le dijeron los naturales que el oráculo había ofrecido la posesión del Asia a quien deshiciese el nudo; y Alejandro, después de haber intentado en vano desatarlo, sacó la espada y lo cortó, diciendo: tanto monta cortarlo como desatarlo, todo es deshacerlo. De esta suerte, dice Quinto Curcio, oraculi, sortem, vel elusit y el implevit (lib. I, cap. I). La historia del nudo gordiano explica la expresión del texto.




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N-2,19,17. Mejor: estatua vestida a que el aire mueve la ropa.





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N-2,19,18. Conocido comúnmente es el emblema de la rueda aplicado a representar lo inconstante y voltario de la fortuna, la cual, a manera de rueda que da vueltas, tiene ensalzados y encima a los que poco después abate y coloca debajo. Por eso la frase de echar un clavo a la rueda de la fortuna significa metafóricamente hacer durable o perpetuo el estado de prosperidad, como lo sería el de aquellos que, estando en lo alto de la rueda de la Fortuna, clavasen ésta, y le quitasen así el movimiento.
La mención de esta rueda o rodaja de la Fortuna es frecuente y aun proverbial en nuestras poetas. Juan de Mena dijo ya en la segunda copla de las Trescientas:

Tus casos falaces, Fortuna, cantamos,
estados de gentes que giras e tracas,
tus muchas mudanzas, tus firmezas pocas,
y los que en tu rueda quejosos fallamos.

Garci Sánchez de Badajoz, poeta también del mismo siglo XV, decía en unas coplas contra la Fortuna (Cancionero general de 1534. fol. 95):

Ven ventura, ven y tura:
si no turares, no vengas;
mas antes, en mi detengas
tu rueda queda y segura.

En tiempo posterior cantaba Garcilaso su Oda a la Flor del Guido:

Ni aquellos capitanes
en la sublime ruda colocados,
por quien los alemanes
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados.

Sancho usó también en la primera parte de la metáfora de la rueda de la Fortuna. Bien veo, decía en el capítulo XLVI, que es verdad lo que se dice por ahí, que la rueda de la Fortuna anda más lista que una rueda de molino, y que los que ayer estaban en pinganitos hoy están por el suelo.
Habiendo entrado don Olivante de Laura y sus compañeros en la casa de la Fortuna, encontraron la rueda que ésta movía, y allí vieron subir y bajar a Alejandro, César, Trajano, al Rey David, Carlomagno, Aníbal, Agamenón, Salomón, Héctor y otros muchos; y después al Emperador Arquelao, al mismo don Olivante y otros Príncipes, caballeros y aun mujeres, como Pantasilea, Zenobia, Judit, la Reina Elena, por quien fue destruida Troya; Dido, Penélope y la Princesa Lucenda, señora de Olivante. Seguían, finalmente, dando vueltas en la susodicha rueda los Papas, Cardenales, Obispos y otros prelados eclesiásticos.




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N-2,19,19. En el día no decimos sino anteojos al instrumento que ayuda a ver los objetos, y al que antiguamente se solía dar el nombre de antojos, como se da a los de doña Rodríguez, la dueña de la Duquesa, en el progreso de la fábula. Ahora, por antojos, entendemos exclusivamente caprichos o deseos caprichosos e infundados, cual suelen serlo los de las mujeres que se hallan encinta.




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N-2,19,20. La misma palabra puso Cervantes en boca de uno de los regidores que concurrieron a la elección de los alcaldes de Daganzo en el entremés de este título. El regidor se llamaba Panduro, y decía a su compañero Alonso Algarroba:

Como vos no hay fiscal en todo el mundo;

y contestaba Alonso:

Fiscal pese a mis males.




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N-2,19,21. Quiere decir no se enfade, y en esta acepción usó el mismo verbo Lope de Vega en la loa del auto sacramental de los Cantares (entre sus obras, tomo XVII de la edición de Sancha, fiesta XI):

Sobre entrar en una huerta y comer de una manzana, se apuntaron Dios y el hombre con obras y con palabras.

Ahora decimos repuntarse, aludiendo al vino del cual se dice que se repunta cuando se empieza a torcer y tiene una punta de vinagre.




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N-2,19,22. Pellicer, en sus notas al capítulo presente y al XXXI de esta segunda parte, dice que Sayago es un territorio entre Zamora y Ciudad Rodrigo, que se compone de más de sesenta pueblos; que sus habitantes son tan toscos en el vestir como en el hablar; que su lenguaje es una especie de dialecto corrompido, y además desfigurado por la rústica pronunciación de los naturales. Covarrubias, en su Tesoro (artículo Trápala) menciona unos versos de un cantarcillo sayagués que pueden servir de ejemplo.
Sancho opone el lenguaje sayagués al toledano, dando al uno por extremo de la rusticidad, y al otro por extremo de la cultura, aunque manifestando al mismo tiempo que en Toledo habría quien hablase mal. El licenciado lo confirman observando que las verduleras y los menestrales no podían hablar tan bien como la gente que pasaba el día paseando en el claustro de la catedral, siendo todos toledanos.
Ya en tiempo del médico Francisco López de Villalobos, contemporáneo de los Reyes Católicos, presumían los de Toledo que su habla era el dechado de la lengua castellana. Así lo refiere el mismo Villalobos en su obra de los Problemas; y el doctor Francisco Pisa (escritor toledano, como se deja entender) cuenta que el Rey don Alonso el Sabio ordenó que si hubiese diferencia en el entendimiento de algún vocablo castellano, que recurriesen a Toledo como a metro de la lengua castellana, por tener en ella nuestra lengua más perfección que en otra parte. No está de acuerdo con esta opinión Villalobos, y aunque conviene en que hablaban bien los caballeros y damas toledanos, el lenguaje de la corte y pone ejemplos de palabras viciosas, especialmente moriscas, con que los toledanos dice, ensucian y ofuscan la polideza y claridad de la lengua castellana.
Toledo ha conservado, y con razón, hasta nuestros días el crédito de su buen lenguaje, y yo en mi niñez he oído hablar de extranjeros que habían preferido venir a Toledo a aprender el castellano. El claustro de la escuela mayor, punto de concurrencia para la clase de personas acomodadas e instruidas de la ciudad, debió ser la mejor escuela; y con efecto, el habla del Canónigo de Toledo, que interviene en los últimos incidentes de la primera parte del QUIJOTE, es un modelo de pureza, urbanidad y cultura.
Majalahonda, que originalmente se llamaría Majadahonda, y que pone por otro ejemplo de rusticidad el licenciado, es un pueblo de corto vecindario que está tres leguas al noroeste de Madrid.




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N-2,19,23. Período obscuro, en que el Bachiller indica que el licenciado gustaba más de los ejercicios de la destreza o esgrima que de los literarios, y que por esto no había salido con lucimiento en los que preceden a los grados de las Universidades. ---El adverbio más está repetido inútilmente.
Las negras son las espadas con botones en las puntas, que se usan para aprender y para ejercitarse en las escuelas de esgrima. En el capítulo siguiente se mencionan el tirar de la barra y el jugar de la negra como habilidades de Basilio. Llámanse negras, porque lo son del color del hierro de que están hechas, al revés de las blancas, que son de terso y bruñido acero, y las que pinchan y cortan. Los juegos gladiatorios eran unas crueles esgrimas con espadas blancas, dice el P. Pedro de Guzmán, escritor contemporáneo de Cervantes, en su libro de los Bienes del honesto trabajo (discurso 4.E°, pár. 1E°).




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N-2,19,24. Llevar el primero es llevar el primer lugar; llevar cola, llevar el último; frases usadas en las Universidades cuando concurren varios en las oposiciones a cátedras o para recibir los grados; aquí se trataba del de licenciado, que era el del otro estudiante.
A los que brillaban en los ejercicios literarios, y aun muchas veces a los predicadores, solía obsequiarse escribiendo su nombre con letras abultadas en los parajes públicos, y poniendo encima vítor. Con alusión a estas costumbres, en el entremés de Los órganos, de Lope de Vega, habiendo ganado el sacristán a su compañero Mochales en las oposiciones, falla el Cura:

Serijo vitor, y Mochales cola.





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N-2,19,25. Se dice que hace ver las estrellas a otro el que con algún golpe le causa un dolor vehemente y repentino. Esta expresión se funda en que, al recibir el golpe, suele parecer que se ven como unas luces a modo de estrellas.




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N-2,19,26. Diestro se llama en castellano al que lo es en el manejo de la espada o arte de la esgrima, a la que se da también el nombre de destreza. Antiguamente no había reglas escritas para el manejo de la espada, y no se conocía otra escuela que el uso y la práctica de cada uno. En una nota de la primera parte se habló del crédito que dio al catalán Michalot de Prades, que vivió en tiempo de los Reyes Católicos, el uso de una treta o lance de la esgrima, con el cual degollaba a su contrario. Todavía no había llegado a la esfera de la esgrima, decía Luis Vélez de Guevara en su Diablo Cojuelo (tranco 6.E°), la línea recta ni el ángulo obtuso ni oblicuo que todavía se practicaba el uñas arriba y el uñas abajo en la destreza primitiva que nuestros padres usaron. El Comendador Jerónimo de Carranza, natural de Sevilla, reunió las reglas y máximas para los diestros en un libro que se acabó en el año de 1569, pero que no se imprimió hasta el de 1582, que lo fue en Sanlúcar de Barrameda, con el título Filosofía de las armas. La celebridad que le adquirió su destreza dio origen al proverbio de envaine usted, seor Carranza, con que se aconseja al enojado a que deponga su ira. Después de publicar su libro pasó a las Indias con el cargo de Gobernador de Honduras, y, vuelto a España, vivió largo tiempo, como cuenta su paisano don Nicolás Antonio. Cervantes describió en el presente capítulo la diversidad de opiniones que hubo al pronto sobre la utilidad o inutilidad de las reglas de la esgrima, y manifestó la suya en el éxito de la contienda del licenciado y el bachiller Corchuelo.
Carranza hubo de tener también sus puntos de poeta. Sin esta circunstancia no le hubiera incluido Cervantes en el Canto de Calíope (lib. VI de la Galatea); donde, hablando de él, le llama el gran Carranza, y dice:

Que la destreza en partes dividida la tiene a ciencia y arte reducida.

A Carranza sucedió don Luis Pacheco de Narváez, caballero de Baeza, maestro de esgrima del Rey don Felipe IV, que escribió varias obras sobre la destreza; en ellas impugnó la doctrina de Jerónimo de Carranza, a quien no faltaron apologistas, ni a éstos respuestas. La principal obra de Pacheco de Narváez se intitula Nueva ciencia y Filosofía de las armas, y no se imprimió hasta el año de 1672, mucho después de la muerte de su autor. Cristóbal Suárez de Figueroa elogia con encarecimiento a Narváez en su Plaza universal (discurso 79), impresa el año de 1615, donde dice que hacía diez y seis que Narváez residía en la corte, y que había leído la Filosofía de la destreza, haciendo experiencias y pruebas de sus máximas con admiración de los doctos de todas naciones. Fue también apasionado de Narváez Luis Vélez de Guevara, quien, hablando de un juego de esgrima en Córdoba, dice (en el tranco 6.E° del Diablo Cojuelo, ya citado): se debe al insigne don Luis Pacheco de Narváez haber sacado de la oscura tiniebla de la vulgaridad a luz la verdad de esta arte (de la esgrima) y del caos de tantas opiniones las demostraciones matemáticas desta verdad.
Vuestro compás de pies, círculos y ángulos,
términos de la destreza, cuya declaración se halla al fin del libro de Carranza y al principio del de Narváez.
Posteriormente escribió con extensión sobre el arte de la esgrima don Francisco Lorenzo de Rada, Marqués de las Torres de Rada. Su obra se imprimió el año de 1705 en dos tomos en folio, con el título de Nobleza de la espada.





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N-2,19,27. Al principio del capítulo se había dicho que eran pollinas las bestias asnales en que venían los estudiantes y labradores. Uno de éstos era Corchuelo, quien por este apellido pudo ser pariente de la señora Dulcinea. Y ¿quién sabe si en la narración de estos incidentes designó nuestro autor alguna persona o suceso efectivo?




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N-2,19,28. Esto es, no ha de ser con tan poca formalidad y ceremonia, sino con solemnidad, con maestro y con juez que decida y falle en la cuestión de que se trata. Lo de maestro desta esgrima que sigue, alude a que cuando se ejercitan los discípulos, asisten los maestros con el montante para meterlo por medio y despartirlos cuando se acaloran; y lo de juez recuerda los de los torneos donde los había para resolver las dudas que ocurriesen sobre los lances de los caballeros y la adjudicación del premio. Las palabras desta muchas veces no averiguada contienda recuerdan las disputas que habían precedido en pro y en contra de la utilidad de la destreza y de las reglas de Carranza, impugnadas por don Luis Pacheco de Narváez, y defendidas por don Luis Méndez de Carmona, caballero de Ecija. Imprimiéronse con motivo de esta contienda varios libros, de que se hace mención en la Biblioteca, de don Nicolás Antonio.
La expresión de muchas veces no averiguada contienda ofrece algún reparo, porque lo negativo es absoluto, y lo que no está hecho no lo está más que una vez, sin que pueda no estarlo muchas. Lo que quiso decir Cervantes es que la cuestión acerca de la utilidad del arte de la esgrima había sido muchas veces ventilada y nunca averiguada o decidida.





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N-2,19,29. Aspetatores, italianismo por espectadores. Cervantes quiso con eso ridiculizar el desafío del Licenciado y del Bachiller, entonando con esta afectación la pintura de una contienda entre estudiantes, y dando a un altercado familiar entre amigos el nombre de mortal tragedia.




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N-2,19,30. Cuchillada, nombre general, golpe dado con la espada no siendo de punta, en cuyo caso se llama estocada, de la que dice Covarrubias en su Tesoro que es herida particular de españoles, más peligrosa que tajo ni revés. ---Altibajo, golpe dado con la espada de alto abajo. ---Revés, golpe dado diagonal u oblicuamente con la espada de izquierda a derecha, a distinción del tajo, que es de la derecha a la izquierda. ---Mandoble, golpe dado con la espada a dos manos, o doblando la mano, según Carranza. (Citado por Bowle.)




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N-2,19,31. Menudas está por menudeadas, frecuentes, repetidas, porque menudas más bien que esto significa pequeñas. Y en todo caso estuviera mejor menudos que menudas, porque los substantivos que conciertan los adjetivos espesas y menudas con unos femeninos y otros masculinos, y aun éstos son los más inmediatos.




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N-2,19,32. Puede sospecharse que se debe leer medio-sotanilla, esto es, una sotana corta y gastada que no llegaba a sotana entera: media sotana es otra cosa.
Los faldamentos rasgados de la media sotanilla se comparan con las colas de pulpo; se usa especialmente de esta expresión o de la de rabos de pulpo cuando alguno trae el manteo desarrapado por bajo y lleno de lodos, como dice Covarrubias. Pulpo viene evidentemente de polypus, por los muchos pies o brazos que tiene este zoófito, y que en tiempo de Cervantes se creía que tenían otro oficio no muy limpio, como se indica en el coloquio de los perros Cipión y Berganza.




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N-2,19,33. Díjose así para ponderar las fuerza de Corchuelo, porque hubiera sido más fácil arrojar la espada a la misma distancia, asiéndola de la punta. Yo me contento, decía después Corchuelo, de haber caído de mi burra; expresión proverbial con que se manifiesta que, después de haber sostenido con tenacidad un error, se viene finalmente a reconocerlo.




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N-2,19,34. El diestro de quien habla Quevedo en el capítulo VII del Gran Tacaño llevaba un libro con el título de Grandezas de la espada, que es el primero que sobre esta materia publicó en el año de 1600 don Luis Pacheco de Narváez.




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N-2,19,35. Mejor estuviera decir que el viento no soplaba sino tan manso, que apenas tenía fuerza para mover las hojas de los árboles; porque si no tenía absolutamente fuerza ni aun para mover las hojas de los árboles, ni pudiera llamarse viento.




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N-2,19,36. No parece que debieron confundirse los músicos con los danzantes, que por necesidad eran distintos. Y de los músicos bien pudo decirse que tocaban los diversos instrumentos, pero no la diversidad de los instrumentos, porque la diversidad no es instrumento. Es feliz la expresión que sigue de que no parecía sino que por todo aquel prado andaba corriendo la alegría y saltando el contento. Los afectos están personificados con oportunidad y gracia.




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N-2,19,37. Los labradores son quienes se había encontrado Don Quijote, como se refirió al principio del capítulo, eran dos; pero el uno había ido a recoger la espada arrojada por Corchuelo, y no había vuelto.

{{20}}Capítulo XX. Donde se cuentan las bodas de Camacho el rico, con el suceso de Basilio el pobre


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N-2,20,1"> 3818.
Cervantes enlazó con discreta variedad los tránsitos de su fábula. Al arreglo y reposado silencio de la casa de don Diego hace suceder la alegre y bulliciosa solemnidad de una boda campestre; a discursos sobre poesía, academias y justas literarias, la descripción de juegos rústicos y aparatos de una desordenada abundancia. Esta contraposición produce la variedad agradable de la narración, y sostiene el interés y gusto de sus lectores.




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N-2,20,2. Contrasta graciosamente el remate del período con su principio; el remate por lo natural y llano, y el principio por lo pomposo y poético; los ronquidos de Sancho con la salida de la aurora. Por lo demás, no convienen a ésta los cabellos de oro; éstos son propios de Febo, y los de la aurora serían en todo caso de plata.




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N-2,20,3. No lo había dicho ninguna. No está bien tampoco la expresión de que Don Quijote, antes que despertase a Sancho, le dijo: a quien duerme no se le dice nada. Don Quijote pudo decir, pero no decirle. A poco se comete un pleonasmo en la expresión pagar las deudas que debes, y después un defecto opuesto de omisión cuando se dice: los límites de tus deseos no se extienden a más que a pensar tu jumento, que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto. Cervantes debió de escribir y expresar el cuidado de tu persona, o quizá supuso que había puesto cuidado donde había puesto deseos. Pensar significa dar pienso o de comer a los animales, que es una de las acepciones del verbo pensar.
Concluido el apóstrofe de Don Quijote, continúa Cervantes: a todo esto no respondió Sancho, porque dormía; frialdad graciosa, y tanto más cuanto ha sido más solemne y pomposa la arenga que precede.
Don Quijote empezó por llamar a su escudero; éste no respondió: su amo prorrumpió en las razones que acaban de contarse; tampoco respondió Sancho, porque dormía, y su amo tuvo que despertarlo con el cuento de la lanza.




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N-2,20,4. Tratándose de hierbas aromáticas y olorosas, como el tomillo, no siéndolo los juncos, y teniéndose presente la incorrección de las ediciones primitivas del QUIJOTE, pudiera sospecharse que juncos es error de imprenta por juncias.





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N-2,20,5. Personaje importante en los romances. En el del Marqués de Mantua, se lee que lo envió el Marqués en embajada a París, al Emperador Carlomagno, para quejarse de la muerte alevosa de Baldovinos:

Ese noble Conde Dirlos,
visorei de allende el mare.

Era hermano de Durandarte, según el largo romance de sus aventuras que se incluyó en el Romancero de Amberes de 1555. Allí se habla de su expedición a Ultramar, donde estuvo quince años y venció al Soldán de Persia; del intento del Infante Celinos para casarse durante la ausencia del Conde con su mujer, y de la vuelta del Conde y de su reconocimiento, que fue poco más o menos como el de Ulises por Penélope, cuando después de sus largas peregrinaciones volvió a Itaca.




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N-2,20,6. Bueno suele ser lo mismo que mucho. Y así se dice irónicamente de una cantidad pequeña y despreciable, buen dinero es ése.





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N-2,20,7. 7 De la misma opinión que Sancho era el Arcipreste de Hita:

Mucho fas el dinero, et mucho de amar,
al torpe face bueno et homen de prestar,
fase correr al cojo et al mudo fabrar...
Sea un home nescio et rudo labrador,
los dineros le facen hidalgo et sabidor:
cuanto más algo tiene: tanto es más de valor...
Si tuvieras dineros, habrás consolación……
Do son muchos dineros, es mucha bendición.
Yo vi en corte de Roma, do es la santidat,
que todos al dinero fasen gran homildat,
gran honra le fascian con gran solenitat
todos a él se homillan como a la magestat.

(Coplas 464 y siguientes.)

Otras letrillas modernas dijeron:

Poderoso caballero
es Don Dinero...
Dios es omnipotente,
y el dinero es su teniente.

Dícese en el texto que el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero. Pero entre cimiento y zanja hay la misma oposición que entre sólido y hueco; y hubiera sido mejor suprimir la zanja, que es incompatible con el cimiento.




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N-2,20,8. Mejor: no he contravenido al tal capítulo.
Sancho era amigo de hablar y Don Quijote de que no hablase, sobre lo cual habían precedido graciosas contestaciones en varios lugares de la primera parte, señaladamente al principiarse la aventura de la penitencia en Sierra Morena. Y así no sería extraño que Sancho, escarmentado, estipulase algún capítulo sobre este punto antes de la tercera salida de su amo; pero nada se expresó en la relación de los sucesos que contradiga la contestación que dio Don Quijote a la reconvención de Sancho, diciendo que no se acordaba de tal capítulo.




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N-2,20,9. Se dice igualmente bien paso ante paso, y paso tras paso. Cuando se anda, un paso sigue a otro, y es paso tras paso; pero caminándose hacia adelante es paso ante paso. Respecto del lugar es paso ante paso, y respecto del tiempo, paso tras paso. Yendo hacia atrás podría decirse paso tras paso, y no paso ante paso.





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N-2,20,10. La repetición del entero en el presente lugar, lejos de ser viciosa, añade a la expresión fuerza y gracia, mostrando a un tiempo el tamaño del asador y el de la pieza que en él se asaba. Lo mismo indican el mediano monte de leña, y las ollas como medias tinajas, en cada una de las cuales cabía un rastro de carne. Rastro es el lugar público donde se matan las reses para el abasto del pueblo, así como carnicería es donde se vende la carne. Caber significa las más veces poder ser contenida una cosa dentro de otra; aquí es poder contener, acepción más conforme a su origen latino.




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N-2,20,11. Rimero es la reunión o conjunto de cosas colocadas ordenadamente unas sobre otras. Rimeros de pan puede haberlos, pero no de montones de trigo, porque éstos, reunidos, nunca formarían más que un montón más o menos grande. Todo quedará bien con la supresión de dos, monosílabos, diciéndose: así había rimeros de pan como suele haber montones de trigo en las eras.





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N-2,20,12. Realmente no eran los lechones los cosidos, sino el novillo.
En las fiestas de la coronación del Emperador Carlos V en Bolonia el año de 1430, cuenta don Prudencio de Sandoval en su historia, que se asó en la plaza un buey entero, lleno de cabritos, conejos y otras salvaginas (libro XVII, párrafo 7.E°). De aquí pudo Cervantes tomar la idea del novillo relleno de lechoncillos para las bodas de Camacho.




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N-2,20,13. Oronda es lo mismo que hischadas, huecas, campanudas. Usó también Cervantes de este adjetivo en la carta de Teresa Panza a la Duquesa, que después vendrá en su lugar. Decía que tenía determinado ir a la corte, donde ella y su hija andarían orondas y pomposas.





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N-2,20,14. Reunión feliz de hambriento y cortés, y aplicación felicísima de uno y otro a razones. La combinación de voces antiguas suele producir frases nuevas y originales, de mérito singular, como la presente y otras del QUIJOTE.




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N-2,20,15. La espuma era tres gallinas y dos gansos; ponderación que pudiera pasar por andaluzada, y que resalta todavía más si se compara lo liberal y manirroto del cocinero con la humilde demanda de Sancho, reducida a mojar un mendrugo de pan en las ollas.




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N-2,20,16. Petral, como si se dijera pectoral, la correa ancha que pasando por delante del pecho del caballo está asida por sus dos extremidades a la silla, y la Sostiene en las cuestas arriba. Era costumbre, según Covarrubias colgar cascabeles de los petrales en las fiestas y regocijos.




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N-2,20,17. La ocurrencia era muy propia de nuestro hidalgo, que nunca perdía de vista su carácter y oficio de caballero andante.




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N-2,20,18. Sería más exacto decir: labrados de fina seda de varias colores. Repítese lo mismo después, cuando hablándose del Interés se dice que iba vestido de ricas y diversas colores de oro y seda. Según Covarrubias, en las danzas de espadas se llevaban en la cabeza tocadores, que aquí se llaman paños de tocar, y serían al modo de los pañuelos que ahora suele llevar en la cabeza la gente del campo. Tocar es adornar la cabeza, como tocado el adorno de la cabeza; y uno y otro vocablo derivado de toca. ---Se habla después de guirnaldas de jazmines, rosas, amarantos y madreselva; pero estas flores no coexisten como fuera menester para formar guirnaldas. Según la cuenta cronológica de don Vicente de los Ríos, era el 12 de octubre, y entonces no hay rosas ni madreselvas. Estas son flores de primavera, y los amarantos de otoño.




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N-2,20,19. Hablándose de cosas, era excusada la preposición. Conforme al uso común convino decirse: y ellas, llevando en los rostros y en los ojos la honestidad, y en los pies la ligereza, se mostraban las mejores bailadoras del mundo. No sucede lo mismo cuando la acción de los verbos termina en personas; éstas exigen entonces la preposición. ---Gaita, instrumento rústico y pastoril; las hay de varias hechuras, según la diversidad de provincias. En tiempo de Cervantes tenían mucho nombre la zamoranas, como dice Covarrubias en su Tesoro.




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N-2,20,20. La descripción que sigue es la mejor explicación de lo que era danza hablada. En ella entraba el baile, la pantomima y la representación. En la de las bodas de Camacho guiaban el Amor y el Interés las dos cuadrillas; y en los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda se describe una carrera de barcas con las insignias del amor, del interés, de la diligencia y de la buena fortuna.




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N-2,20,21. Cuatro salvajes, vestidos todos de verde hiedra, fueron también los que traían el caballo Clavileño en la aventura de la Condesa Trifaldi, como luego veremos. En los libros caballerescos es frecuente la mención de salvajes.




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N-2,20,22. Quiere decir, en todas cuatro caras, lo que es más breve y más claro.




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N-2,20,23. El orden de las palabras de este verso no indica bien las dos antítesis que contiene, y debilita su efecto. Debió decir:

Pongo, quito, mando y vedo.




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N-2,20,24. Jamás es una especie de adverbio epiceno, un adverbio proteo, que tiene la particularidad de que unido a cualquiera de otros dos de significación opuesta, cuales son siempre y nunca, esfuerza a ambos. Así sucede ya desde muy antiguo. Gonzalo de Berceo, en la Vida de San Millón, cuenta que el Rey Leovigildo arrasó la ciudad de Cantabria, quedando

El pueblo destruido, los muros trastornados
núnca ya más non fueron fechos nin restaurados

(Copla 292.)

Y el Bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, en 1445, escribía al Almirante de Castilla, reconciliado ya con el Rey don Juan; Atendemos a vuestra merced con gran júbilo, porque para siempre jamás ha de ser vuestra merced metido en la gracia de su Alteza (Centón, epist. 95).
Cuando el adverbio jamás va solo, significa ordinariamente lo mismo que nunca: lo cual es más conforme a su origen, que es la reunión de las dos partículas ya y más, Mas para que la ambigÜedad sea completa, otras veces significa lo mismo que siempre. Ejemplo de ello tenemos en las Trescientas, de Juan de Mena (Orden de Febo, copla 117), que dice, hablando de Santo Tomás de Aquino, en cuyo día nació el Rey don Juan el I, como explica el Comendador griego:

Y vimos al sancto doctor, cuya fiesta
el nuestro buen César jamás soleniza.
Le había precedido en lo mismo el autor del Poema de Alejandro que refiriendo la entrada de Alejandro en Jerusalén, y lo bien que trató a los judíos, dice:

Quitólos de tributo, e de todas las pechas...
Ca avie por yamás con ellos paces fechas.

El uso, tirano más bien que regulador del lenguaje, suele establecer y autorizar estas anomalías. Así también se dice con igual significación pena de la vida y pena de muerte.





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N-2,20,25. Sobra uno de los dos pronombres, y estuviera mejor dicho un bolsón que formaba el pellejo de un gran gato; y mejor todavía: un bolsón formado del pellejo de un gran gato. Este gato era romano, como lo fue Marramaquiz. Solían y aun suelen hacerse bolsones para guardar dinero de los pellejos de gato desollado, dejándolos enteros. Del gato del dinero por bolsa del dinero se habla muchas veces en las novelas de nuestro autor, en el Pícaro Guzmán de Alfarache, y en otros libros castellanos.




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N-2,20,26. No parece que tenía razón Don Quijote; pues aunque el beneficiado del pueblo había representado en las ninfas del Interés los medios de vencer que daban a Camacho sus riquezas, también había indicado en las del Amor las prendas y ventajas de Basilio. Tampoco dio la victoria a Camacho; el Interés derribó el castillo y quiso encadenar a la doncella, pero la defendió el Amor, el castillo se volvió a armar, la doncella a encastillarse, y el juego se hizo tablas. El beneficiado, aunque como compositor de la danza debió ser partidario de Camacho, no pudo mostrarse más neutral. Si bien se mira, el artificio y conclusión del juego, y la inutilidad de los esfuerzos del Interés para sujetar a la doncella a pesar de su bolsón de dinero y de la gran cadena de oro, más bien indicaban el vencimiento de Camacho y el éxito favorable que tuvo el suceso para Basilio.




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N-2,20,27. Rodrigo Caro, autor sevillano contemporáneo de Cervantes, citado por Pellicer en una nota sobre este lugar, escribe así en sus Días geniales: Cuando dos contienden sobre una cosa, todavía decimos fulano es mi gallo, por aquel que tenemos por más valente, o que entendemos que saldrá con la victoria: expresión que quedó del juego en que reñían dos gallos, conocido entre griegos y romanos, y que en España se usó antiguamente tanto como ahora en Inglaterra. Lo mismo viene a decir el Tesoro de Covarrubias, en el artículo Gallo.
Conforme a esta indicación el refrán de el Rey es mi gallo, que emplea aquí Sancho, y que se encuentra en la colección de los del Comendador, significa lo mismo que al Rey me atengo, aténgome al poder y la riqueza, que es la intención de Sancho. En el dialecto de la germanía, Rey significa gallo.





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N-2,20,28. Et genus et virlus, nisi cum re, vilior alga est

Dijo Horacio en sus Sátiras (lib. I, sátira I); y en el libro de la Pícara Justina (libro I, cap. I) se lee: algún buen voto ha habido de que en España y aun en todo el mundo no hay sino solos dos linajes: el uno se llama tener, y el otro no tener. Esto es lo que repetía la abuela de Sancho, según contaba su nieto; y debió haber desde antiguo muchas viejas de su opinión, porque en la Colección de los Refranes que dicen las viejas tras el huego, y recogió en el siglo XV el Marqués de Santillana, se encuentra el de tanto vales como has, que envuelve la misma sentencia de Sancho en el período precedente. Fernán Pérez de Guzmán escribía también por entonces en las Generaciones y Semblanzas (cap. X): en este tiempo aquel es más noble que es más rico. Es visto que la opinión de Sancho era más antigua que su abuela: digámoslo mejor, es tan antigua en el mundo como la división de los tuyo y mío.





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N-2,20,29. Si viene a mano, expresión propia del estilo familiar, quiere decir, si se proporciona o por lo más. Lo que se añade y aunque no venga sino al pie, es chiste de Sancho que, estando contento y regocijado con su espuma, juega con la relación de inferioridad que hay del pie a la mano, según aquel refrán: al villano dan el pie y se tomará la mano. ---Aguachirle es cosa sin fundamento ni sustancia, porque aguachirle es aguapié, licor vinoso que se hace echando agua en el orujo de la uva después de exprimirla, o el vino que se hace de uvas silvestres, cuyo zumo se llama chirle. Quevedo, en la Visita de los Chistes, llamó caballeros chirles a los caballeros sin hacienda, que con sacar la bigotera, el molde para el cuello, la bula y su sombra, mudaban de casa.




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N-2,20,30. Había dicho Sancho que podía estar mudo hasta la fin del mundo, y añade, o por lo menos hasta el día del juicio, como si fuesen fechas diferentes. Don Quijote le contesta que aun así nunca llegaría su silencio adonde su hablar; y Pellicer a este asunto refiere el epitafio de una señora locuacísima, donde se decía con la misma expresión de Don Quijote:

Y es tanto lo que habló,
que aunque más no ha de hablar,
nunca llegará el callar
adonde el hablar llegó.




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N-2,20,31. Por aquí se ve que Don Quijote tenía más edad que Sancho, lo que confirma la expresión de nuestro hidalgo en el capitulo II de esta segunda parte, cuando hablando con el Bachiller Carrasco decía: mientras más fuere entrando en edad Sancho, con la experiencia que dan los años, estará más idóneo y más hábil para ser gobernador, que no está ahora. En el capitulo XI de la primera parte se dice que Sancho había conocido a Don Quijote desde su nacimiento; pero este nacimiento no era el de Don Quijote, sino de Sancho, que desde que él era niño conocía a su amo. Por estos datos, teniendo ya Sanchico quince años cabales, y mostrando Sanchica ser de catorce, puede calcularse que Sancho no llegaba a la edad de cuarenta años. La de su amo frisaba al principio de la fábula con los cincuenta.




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N-2,20,32. Está mal el como: debiera ser que. La sentencia es la conocida de Horacio:

Pallida mors 祱uo pulsat pede pauperum tabernas Regum que turres;

pero en boca de Sancho no estaba bien citar a Horacio, y si al Cura de su lugar.




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N-2,20,33. Muerte, al que tú fieres, lleváselo de belmés,
al bueno e al malo, al rico et al refés.
A todos los egualas e los leivas por un prés.
Por Papas et por Reyes non das una vil nués.
Non catas señorio deudo nin amistad,
con todo el mundo tienes continua enemistad:
Non hay en ti mesura, amor fin piedad,
sinon dolor, tristesa, pena e gran crueldad.

Así escribía el Arcipreste de Hita en su lamentación por la muerte de Trota-conventos (coplas 1495 y 1496).




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N-2,20,34. Esto es, mantente en las buenas palabras o expresiones que acabas de decir: elipsis como otras que autoriza el uso.




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N-2,20,35. Despabilar es hacer desaparecer con brevedad, como se despabila una luz o se quita el moco a un candil, que es en un momento; es metáfora usada por nuestros escritores. Sancho la aplicaba al caso de las gallinas y gansos de su espuma.

{{21}}Capítulo XXI. Donde se prosiguen las bodas de Camacho, con otros gustosos sucesos


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N-2,21,1"> 3853.
Patenas son láminas de metal, ordinariamente con alguna imagen, que llevaban pendientes de la garganta las señoras en tiempos antiguos; y conforme a esto en el Romancero del Cid, describiéndose el traje y adornos de doña Jimena en su boda, se dice:

Un collar de ocho patenas
con un San Miguel colgando
que apreciaron una villa
solamente de las manos.

En el siglo de Cervantes y Covarrubias, estas patenas se usaban tan solamente ya entre las labradoras, y aun se llevan en algunas provincias del Norte de España. Sancho advierte que Quiteria, en vez de patenas traía ricos corales, en vez de palmilla de Cuenca, terciopelo de treinta pelos, y en vez de sortijas de azabache anillos de oro con perlas; y por eso decía que no venía Quiteria vestida de labradora, sino de garrida palaciega.
Palmita, una suerte de paño que particularmente se labra en Cuenca; y la que es de color azul se estima en más... sin embargo de que hay palmillas verdes. Así dice Covarrubias que, siendo Canónigo de Cuenca, debía saberlo. De Palmilla de ambos colores hacen mención don Luis de Góngora en aquella letrilla:

En los pinares de Júcar
vi bailar unas serranas...
Serranas eran de Cuenca,
honor de aquella montaña...
Del color visten del cielo,
si no son de la esperanza,
palmillas que menosprecian
al záfiro y la esmeralda.

Pelras, transposición de letras que está bien en boca de Sancho, o porque como rústico pronunciaba mal y estropeaba las palabras, o porque habiéndose pronunciado así antiguamente, se conservaba el uso en la gente aldeana, la cual, como ya hemos observado otras veces, retiene los vocablos antiguos con más tenacidad que la cortesana. En algunas voces todavía viciaban el uso, y se decía promiscuamente camaranchón o camaranchón, guirnalda o guirlnda, temprano o trempano, bodrio o brodio, niervo o nervio, gozne o gonze.
Quevedo en la canción tercera de su Talia dijo:

Lo que por ti he llorado
sordas piedras moviera y duros bronces:
sacara de sus goncesel palacio de estrellas coronado.

Tratóse de este asunto en las notas al capítulo XXVI de la primera parte.
Por las expresiones de Cervantes se ve lo que en medio siglo habían cambiado respecto de las bodas las costumbres castellanas. Luis Cabrera, refiriendo en la historia de Felipe I (lib. I, cap. IX) las costumbres de principios de su reinado, vestían, dice, las mujeres ropas y basquiñas de paño frisado y gramo; y si de terciopelo, servían en el matrimonio de abuela, hija y nieta; y en lugares bien populosos y hacendados había en el palacio del Ayuntamientos vestidos con que todos los vecinos recibían las bendiciones nupciales generalmente. Esto, si no está ponderado, pasa ya de la raya de la parsimonia, y toca en la de lo sórdido.




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N-2,21,2. Género de elogio, algo raro a la verdad, pero en fin, elogio según la doctrina de Tomé Cecial en el capítulo XII de esta segunda parte; doctrina en que, después de alguna discusión, convino con Tomé nuestro Sancho, y con arreglo a la cual alaba en este lugar a Quiteria.




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N-2,21,3. Son los bancos o poyos de arena que ciñen la costa de Flandes, y de ellos da razón muy menuda y circunstanciada el licenciado Andrés de Poza en el libro I de su Hidrografía (caps. XXXII, XXXIV, XXXVI y XXXVII). Forma estos bancos instables el movimiento del mar en los parajes de poco fondo, como en las costas de Flandes y Holanda, o el acarreo de los ríos en sus embocaderos, donde se llaman barras, porque barrean el paso a las embarcaciones. El peligro de los que navegan en tales parajes y la dificultad de evitarlo hizo decir proverbialmente de los que tienen prendas y calidades recomendables, que pueden pasar por los bancos de Flandes.
Describiéndose una tormenta que sufrieron las galeras de don Pedro Niño en el canal de la Mancha, dice su crónica (parte I, capítulo XXXVI): pasaron grand tormenta sobre los bancos de Flandes... es aquella mar muy peligrosa e llaman allí los bancos de Flandes, porque el suelo de la mar es allí todo, como unos valladares, e fácelos e desfácelos la mar, a horas en un cabo, a horas en otro. Cuando sondan allí, en unos lugares fallan cuatro o cinco brazas, et en otro ciento e más; por esto encallan allí muchos navíos, e muchas veces perescen.
En el romance viejo del Conde Arnaldos se refiere la canción de un marinero que, hablando con su galera, le decía:

Galera, la mi galera,
Dios te me guarde de mal
de los llanos de Almería,
estrecho de Gibraltar,
y del golfo de Venecia,
y de los bancos de Flandes,
y del golfo de León,
donde suelen peligrar.

La alusión al gran comercio del país de Flandes y a sus bancos comerciales sugirió a Lope de Vega aquella ingeniosa burla de la justa poética de San Isidro, en que al Maestro Burguillos (nombre con que se disfrazaba el mismo Lope), que había concurrido, siempre en tono jocoso, a los nueve certámenes de la justa, se le dieron doscientos escudos de premio en una cédula sobre los bancos de Flandes: y aunque el referido Maestro era graduado en su facultad, era tan ignorante de la Cosmografía marítima, que no sabía que estos bancos estaban en la mar, siendo unos bajíos de arena de gran peligro (Obras de Lope, tomo I, pág. 598).




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N-2,21,4. El discurso precedente de Sancho no carece de gracia, pero no es su lenguaje ordinario. Ya se ha notado esta desigualdad en otros parajes de la fábula.




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N-2,21,5. Entre inconsiderada y presurosa no hay la diversidad para que tuviese lugar la comparación. Inconsiderada y presurosa allá se van, y más les conviniera unirse que compararse.




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N-2,21,6. Poco más o menos como el de los relajados al brazo seglar por el Santo Oficio, y como el de Sancho en la aventura de la resurrección de Altisidora, que era una ropa de bocací negro, toda con llamas de fuego (capítulo LXIX de esta segunda parte).




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N-2,21,7. Mejor: hincando en el suelo el bastón, que tenía el cuento de una punta de acero.





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N-2,21,8. Tremente, verbal que equivale a trémulo, y que no encuentro en nuestros libros antiguos, aunque del verbo tremer, que es su raíz, se usó en la Celestina, y en las crónicas de los Reyes de Castilla en vez de temblar.





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N-2,21,9. De las obligaciones se dice que se tienen, pero no que se deben. Esto es pleonasmo, porque la obligación lleva embebida la idea del deber.





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N-2,21,10. Juégase aquí con la palabra fortuna, que hace a dos sentidos, a los bienes y a la felicidad, a la riqueza y a la suerte. Verdaderamente el lenguaje de Basilio es impropio de su situación; debiera ser apasionado y no ingenioso, calidades que mutuamente se excluyen.




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N-2,21,11. Transposición violenta por oyendo lo cual el Cura. ---Poco antes se ha dicho que los amigos de Basilio quedaron condolidos de su miseria; palabra que envuelve siempre algo de desprecio, y que por consiguiente disminuye el interés que inspira la desgracia.




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N-2,21,12. Don Quijote, que antes hablaba en tercera persona, comienza desde aquí a hablar en primera; y no se necesita expresarlo, porque bien lo da a entender el contexto.




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N-2,21,13. El Cura, estrechando a Quiteria a que se determinase presto, había dicho poco antes que tenía Basilio ya el alma en los dientes; expresión que en el uso común indica el estado del moribundo próximo ya a expirar. Con referencia a esto, Sancho, notando lo mucho que hablaba Basilio, dice con gracia que más parecía tener el alma en la lengua que en los dientes.





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N-2,21,14. Pudiera parecer al pronto que entre simples y curiosos no hay la contradicción que este modo de hablar supone, pero la hay realmente. Los simples y crédulos tuvieron por milagro lo que veían; si fueran curiosos, hubieran investigado antes la verdad, y encontrado que no era milagro, sino industria y maña.




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N-2,21,15. La esposa no es el sujeto de pesarle, como lo es de dio, y en las oraciones de infinitivo este verbo y su determinante deben tener un sujeto común. Debiera ser: la esposa no dio muestras de que la pesase la burla.





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N-2,21,16. En la clase de los que asistían a las bodas de Camacho no era propio que se desenvainasen espadas, sino que se enarbolasen garrotes. Probablemente no habría más espadas que las de la danza.




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N-2,21,17. Esto es, a las ollas, que eran medias tinajas, de donde había sacado la espuma compuesta de gansos y gallinas ---Esta resolución de Sancho de escurrirse del tumulto y acogerse a las ollas como a sagrado, es un accidente festivo del cuadro que aquí se pinta de la contienda entre los parciales de Camacho y los de Basilio.




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N-2,21,18. Está viciado el texto: o ha de decirse os hace, o tomemos venganza; de ambos modos queda bien. También pudiera ser tomar venganza, y aun esto es lo más acomodado y que más verosímilmente diría el original.




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N-2,21,19. Referencia a la parábola que el profeta Natán dirigió a David sobre el caso de Urjas; así como en lo que sigue del período se alude al quos Deus coniunxit homo non separet del Evangelio (San Math., cap. XIX, verso VI). Al fin del capítulo se mencionaron las ollas de Egipto recordando las de Camacho, y el pasaje del EExodo (cap. XVI) en que los israelitas, peregrinando por el desierto, se acordaban de su residencia en Egipto: quando sedebamus, decían, super ollas carnium et comedebamus panem insaturitate. También se mencionaron las ollas de Egipto en la relación de la aventura de los galeotes, al capítulo XXI de la primera parte.




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N-2,21,20. Mesnada, compañía de gente de armas mantenida y pagada por alguna persona a quien seguía: es voz muy usada en las crónicas castellanas, y se halla ya en las poesías de Gonzalo de Berceo. Díjose por extensión de cualquier bando o parcialidad, como aquí sucede. Mesnadero era el que mandaba la mesnada; y así llamó Juan Lorenzo de Segura a los capitanes de Alejandro (copla 1867).




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N-2,21,21. Cervantes, generalizando tanto esta sentencia, hizo demasiado favor a los hombres, sin acordarte del ejemplo contrario que tenía en sí propio. Por lo demás, no sé si está aquí en su lugar esta especie de aforismo de que a los pobres virtuosos no les falta quien los ampare, así como a los ricos no les falta quien les adule. Para la redondez de la máxima y del período que la explica, era menester que los ricos de que se habla fuesen viciosos, y Camacho no lo era, antes bien acababa de dar muestras de virtud, perdonando generosamente la pesada burla que se le había hecho y que si probaba ingenio y travesura no probaba virtud en Basilio.




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N-2,21,22. Don Juan Meléndez Valdés, poeta insigne de nuestros tiempos, tomó el argumento de esta aventura del QUIJOTE para una comedia que compuso con el título de Bodas de Camacho; pero la comedia non placuit, como decían los antiguos, a pesar del justo crédito que había adquirido el autor en sus demás composiciones poéticas, fuese la diversidad que media entre el talento lírico y el dramático, fuese que Meléndez tropezó con el escollo que siempre ofrecerá el mérito de Cervantes a los que se pongan en el caso de que se les mida y compare de cualquier modo con el Príncipe de nuestros Ingenios. La comedia de Meléndez, según el juicio (decisivo en la materia) de don Leandro Fernández de Moratín, presenta mal unidos en una fábula desanimada y lenta, personajes, caracteres y estilos que no se pueden aproximar sin que la armonía general de la composición se destruya... la figura del ingenioso hidalgo siempre pierde cuando otra pluma que la de Benengeli se atreve a repetirla…… Quiso Meléndez acomodar en un drama los diálogos del Aminta con los del QUIJOTE, y resultó una obra.. insoportable en los teatros públicos, y muy inferior a lo que hicieron en tan opuesto género el Taso y Cervantes.
En las notas de la primera parte se dio noticia de dos comedias de don Guillén de Castro, cuyos argumentos se tomaron de nuestra fábula, una con el título de Don Quijote de la Mancha, y otra con el de El curioso impertinente Entre las comedias de Lope de Vega, impresas en Barcelona el año de 1617, se incluyó el Entremés de los invencibles hechos de Don Quijote de la Mancha, compuesto, según allí se dice, por Francisco de ávila, natural de Madrid. Don Pedro Calderón de la Barca escribió también una comedia con el título de Don Quijote de la Mancha, pero se ha perdido. Probablemente sería la de este título que León Pinedo, en los Anales manuscritos de Madrid, cuenta que se representó ante Felipe IV en el Retiro por las Carnestolendas del año 1637. Otras comedias posteriores he visto citadas, cuyos asuntos se tomaron del QUIJOTE: El Alcides de la Mancha y famoso Don Quijote, por un ingenio: Amor hace milagros o Don Quijote de la Mancha, por Gómez Labrador; Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza en el castillo del Duque, por don Francisco Martí; y otra con el mismo título que la de Meléndez, por don Antonio Valladares. Pero siempre caerá cuanto quiera hombrear y caminar a la par con el QUIJOTE: al revés de lo que sucedía con Midas, cuanto toca el QUIJOTE se convierte en estiércol. Preciso es repetirlo aunque todo el mundo lo sepa: sólo a Cervantes le fue concedido animar a Don Quijote y a Sancho, enviarlos a buscar aventuras y hacerles hablar: su lenguaje no puede traducirse ni contrahacerse: es original, único, inimitable. Así se explicaba don Francisco Martínez de la Rosa en el tomo I de sus obras literarias (pág. 512).

{{22}}Capítulo XXI. Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha


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N-2,22,1"> 3875.
Verso endecasílabo en que se dice que fueron grandes y muchos los regalos que los esposados hicieron a don Quijote, obligados de las muestras de buena voluntad que les había dado defendiendo su causa. Pero no parece que pudieron ser los regalos ni grandes ni muchos, atendida la pobreza de Basilio: ni se ve qué regalos pudieran hacerse a un hombre de la especie de Don Quijote. No serían regalos, sino obsequios y demostraciones de agradecimiento.




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N-2,22,2. Parece al pronto que hay contradicción con lo que se contó en el capítulo precedente, a saber: que de la conducta de Quiteria coligieron todos que de consentimiento y sabiduría de los dos se había trazado aquel caso; pero no la hay, porque allí sólo se dice lo que creyeron bien o mal los circunstantes, sin afirmar que hubiese sucedido realmente.




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N-2,22,3. El discurso que sigue varia en su contexto hablando unas veces Don Quijote y otras el fabulista, de que resulta confusión y desaliño; ni en las ideas hay aquella oportunidad y discreción que se echan de ver en otros de nuestro hidalgo.




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N-2,22,4. Mejor y más breve de quien son enemigos declarados.
Si son enemigos, excusado es añadir que son en contra y opuestos. A consecuencia de que la pobreza se opone a la felicidad del amante que está en posesión de la cosa amada, aconseja Don Quijote a Basilio que se aplicase a grangear hacienda y se dejase de ejercitar las habilidades que sabía, debiera decir, en vez de sabe, como dice.




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N-2,22,5. En el capítulo VI de la primera parte hay un paréntesis semejante; allí se dice: hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre). Una y otra expresión deben mirarse, no como la verdadera opinión de Cervantes, sino como desahogos pasajeros del justo sentimiento que le causaba su adversa suerte; su opinión íntima y verdadera está explicada en aquella bella sentencia del prólogo de esta segunda parte: la honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso. La honradez y la virtud tienen sus peligros, tanto en la próspera como en la adversa fortuna; tanto en el estado de la abundancia como en el de pobreza. La decente medianía es la que ofrece menos escollos a la virtud.




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N-2,22,6. Señuelo era una almohadilla con alas contrahechas, entre las cuales se ponía atada carne o algún pájaro vivo para que se abatiese a comerlo el halcón que iba remontado; era voz propia de la cetrería. Por extensión se dice como aquí de cualquier cosa que sirve de cebo y atractivo. Es uno de los motes, apodos o nombres burlescos que solían darse a las alcahuetas, de que formó un largo catálogo el Arcipreste de Hita en el Castigo de las Dueñas, que empieza:

Dueñas, aved orejas, oíd buena lición.

Pájaros altaneros eran aves de rapiña y alto vuelo, que se adiestraban para la caza llamada también de altanería; tales son los halcones, azores, sacres, neblíes y gerifaltes. Aquí, siguiéndose la metáfora, pájaros altaneros se toman por personas de alta jerarquía.




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N-2,22,7. Aplica Cervantes a la mujer casta lo que Salomón dijo de la hacendosa y diligente en los proverbios: mujer diligens corona est viro suo.





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N-2,22,8. Pues, ¿qué se ha hecho de los amores de la Princesa Dulcinea? ¿Qué de la profecía que con tanto placer y consuelo escuchó el Ingenioso Hidalgo, cuando al salir enjaulado de la venta se le anunció que el furibundo León manchego llegaría a yogar en uno con la blanca Paloma tobosina; después haber humillado las altas cervices al blando yugo matrimoñesco? Anduvo aquí desmemoriado Don Quijote, o por mejor decir el cronista y cantor de sus hazañas: a no ser que se alegue la excepción de locura, la cual excusa y aun autoriza cualquier inconsecuencia.




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N-2,22,9. Alude a lo que se refirió dos capítulos antes. Dígote, Sancho, son palabras de Don Quijote, que si como tienes buen natural tuvieras discreción, pudieras tomar un pálpito en la mano, y irte por ese mundo predicando lindezas. Del mismo Don Quijote había dicho su sobrina en los primeros capítulos de esta segunda parte, que si fuese menester, en una necesidad podría subir en un pálpito e irse a predicar por esas calles. Sancho ya le había dicho en la primera parte que más bueno era para predicador que para caballero andante.





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N-2,22,10. En el uso actual guía es masculino cuando significa el que guía. Le sucede lo mismo que a guarda y centinela, que son masculinos cuando no indican acción, sino persona, según se observó en las notas al capítulo XXI de la primera parte.




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N-2,22,11. El proyecto de visitar la cueva de Montesinos y las lagunas de Ruidera estaba ya anunciado en el capítulo XVII, estando Don Quijote en casa de don Diego de Miranda. Aquí se verificó la visita de la cueva; las lagunas se nombraron, y nada más. Ni estuvo a verlas Don Quijote, ni el primo trató de enseñarlas, ni volvió a hablarse de tal visita: desde la cueva de Montesinos, Don Quijote, sin más detenerse, continuó su viaje con designio de hallarse en las justas de Zaragoza.




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N-2,22,12. Modo adverbial de rara y extravagante construcción, que significa lo mismo que a vista de ojos, clara, visible palpablemente. En él se reúnen dos palabras de distinto género, que presentan la imagen de un solecismo, pero autorizado por el uso, con el cual, como tirano del lenguaje, no valen razones.




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N-2,22,13. Cubierta de albardas o manta ordinaria que, por ser de diferentes colores, se llama gayada. Covarrubias dice: Gayado, la mezcla de diferentes colores que matizan unos con otros y que gayo vale alegre, apacible, galán, de donde se dijo papagayo por la variedad de colores y visos del pecho. La raíz es el latino gaudeo, de donde se derivó a sus dialectos.
En el romance de Altisidora, que se verá en el capítulo XLIV, dice esta lastimada doncella:

y diera encima una saya
de las más gayadas mías
que de oro la adornan franjas.

Y en la segunda parte del Pastor de Fílida se ve que la pastora Finea vestía camisa blanca gayada, esto es, bordada de diversos colores.
La poesía o el arte de trovar, como ejercicio alegre y apacible, se llamó también, tanto en francés como en castellano, la gaya ciencia, de que hubo consistorio en Torosa de Francia, fundado por Ramón Vidal de Besalú, y después otro en Barcelona presidido por don Enrique IV de Aragón, Marqués de Villena, el Astrólogo.




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N-2,22,14. En las justas, torneos y demás funciones caballerescas, los caballeros usaban de trajes, colores, motes y divisas apropiadas por lo general al estado de sus amores. El color verde indicaba esperanza, el azul celos, el amarillo desesperación. Los motes comúnmente decían relación a las insignias, figuras y otras circunstancias de los escudos, armas, trajes y adornos, y manifestaban con más o menos claridad las inclinaciones, afectos y deseos de los caballeros. De todas estas particularidades hay innumerables ejemplos, no sólo en los libros de Caballerías, sino asimismo en nuestras crónicas y aun en los Cancioneros generales portugués y castellano. úsase en el discurso del período del verbo lambicar por alambicar, y también lo usó Góngora en la estancia 50 del Polifemo:

Sudando néctar, lambicando olores.

A semejanza de esto dijo Ercilla en la Araucano (canto 24):

Las cicaladas armas relucían.

Y en el capítulo siguiente a éste dice Don Quijote se quietó mi corazón. úsase comúnmente congojar por acongojar, taracear por ataracear, y así otros.




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N-2,22,15. Juego de palabras que se halla también en la comedia del Rufián dichoso del mismo Cervantes, donde enseñando un fraile a un corista unos cuantos naipes que le había dado una devota, preguntaba el corista:

¿Están justos?

Y responde el otro:

Pecadores,
creo que están los señores,
pues para cumplir cuarenta
entiendo faltan los treinta.




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N-2,22,16. Metamorfosis es palabra que viene del griego, donde significa transformación. El poeta latino Ovidio Nasón escribió en quince libros el poema de las Metamorfosis, que fue la principal de sus obras, y de la que cantó al fin de ella:

Iamque opus exige, quod nec Iovis ira, nec ignis,
sec poterit ferrum, nec edax abolere vetustas.

El asunto del poema es describir las transformaciones mitológicas de personas, animales y plantas, y se halla traducido en varias lenguas de las vulgares de Europa. Francisco Alegre lo tradujo en lemosín, y se imprimió en Barcelona el año de 1494. En castellano lo vertieron Luis Hurtado, natural de Toledo; Antonio Pérez Siglez, de Salamanca; Felipe Mei, familiar del célebre don Antonio Agustín, y Pedro Sáinz de Viana, natural de Valladolid, todos en el siglo XVI, pero en diferentes metros, a lo que aludió quizá don Diego de Saavedra en su República literaria, diciendo que en las célebres hosterías de Plautino, del Gifo y otras había metamorfoseos asados en tortilla, fritos, y pasados por agua.
Según la analogía de la lengua castellana debiera decirse metamorfosis en singular, y metamorfoses en plural. Pero el uso no se había fijado aún sobre este punto viviendo Cervantes. Este dijo en singular metamorfoseos, y le hizo masculino, como se ve en el capítulo XXXVI de la primera parte, donde informado Don Quijote de que la Princesa Micomicona se había convertido en Dorotea, le dirigía estas palabras: digo, en fin, alta y desheredada señora, que si vuestro padre... ha hecho este metamorfoseos en vuestra persona, que no les deis crédito alguno. Lope de Vega dijo también el Metamorfoseos de Ovidio en la dedicatoria de su comedia El Desconfiado; y mucho antes, Antonio de Torquemada, en sus Coloquios satíricos (Coloquio de la Honra, folio 143) había citado a Ovidio en el libro XII de su Metamorfoseos. El mismo Cervantes en los Trabajos de Pérsiles (libro I, cap. I), dijo: hecho el metamorfosis de Periandro (que se había vestido de mujer) se hicieron un poco a la mar, donde conservándose el género se mudó la terminación del nombre; y lo mismo sucede en el libro de la Pícara Justina, en cuyo libro I, capítulo I, se lee: ello no es posible esta metamorfosis. El cultísimo Saavedra, en su República literaria, citó al italiano Anguilara en la traducción o perífrasis de los Metamorfoseos de Ovidio, y habló, como vimos arriba, de metamorfoseos asados y fritos.
Mas no habían faltado escritores que estableciesen ya la terminación y el género que actualmente damos a la palabra metamorfosis. Alonso López Pinciano, autor de la Filosofía antigua poética impresa en 1596, citó (respuesta a la epístola V) a Ovidio en sus Metamorfoses. En el año de 1512 se imprimió la Topografía de Argel, del padre Haedo, y en el diálogo I de la captividad (división 3) se dice metamorfosis extraña. Finalmente, el licenciado Francisco de Cascales, en las Tablas poéticas, publicadas el año de 1616, dice Anguilara tradujo a Ovidio en las Metamorfoses.
Ovidio escribió sus Metamorfoses a lo serio; el primo del licenciado escribía las suyas, según dice, imitándole a lo burlesco; y Cervantes se había dado a si mismo el nombre de Ovidio español en los versos de Gandalín a Sancho que puso en los principios del QUIJOTE.




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N-2,22,17. No sabemos lo que en su obra diría el primo del licenciado acerca de quién fue la Giralda en su origen. El Bachiller Carrasco, alias el Caballero de los Espejos, la llamó giganta en el capítulo XIV de esta segunda parte.
AAngel de la Magdalena. Hay en Salamanca una parroquia intitulada de la Magdalena, que pertenece a una encomienda de la Orden de Alcántara, y en la Vida de Lazarillo de Tormes se hace mención del Comendador de la Magdalena. La torre de la parroquia tenía por veleta un ángel con un pomo en una mano, y en la otra una cabellera, con alusión conocida al pomo o vasija de bálsamo que le sirvió para ungir los pies del Señor, y a los cabellos con que los enjugó. Era disforme el cuerpo del ángel, de suerte que los forasteros preguntaban, burlándose, por el ángel de la Magdalena. Cervantes había sido testigo de ello mientras residió estudiando en Salamanca; y aquí le ocurrió saltar desde la torre de la catedral de Sevilla a la de la parroquia de Salamanca.
Caño de Vecinguerra. Es un albañal por donde caen al Guadalquivir las aguas llovedizas de la calle del Potro, la más meridional de Córdoba y la más inmediata al río pasando casi por debajo de la parroquia de San Nicolás de la Ajerquia. Las muchas inmundicias que se arrojan de las casas que dan sobre el caño, para que cuando sobrevengan las lluvias las arrastren al río, hacen muy desagradable su vecindad, especialmente en tiempo de verano, y dieron probablemente ocasión a la bufonada de Estebanillo González, que en la relación de su Vida le llamó caño de Bacinguerra (tomo I, cap. I).
Toros de Guisando. Se habló de ellos en las notas al capítulo XIV de esta segunda parte, igualmente que de la Giralda. La Sierra Morena por sus breñas, por su despoblación, por sus latrocinios, por haber sido por mucho tiempo la línea de división de las Españas cristianas y árabe, pudo prestar motivos de ficciones agradables a la imaginación e inventiva de los escritores.
Fuentes de Leganitos y Lavapiés. Al noroeste de Madrid estaba el campo de Leganitos, donde ahora está la calle y barrio del mismo nombre. Servía de paseo y desahogo a los habitantes de la corte, y según las noticias recogidas por Pellicer, en aquel sitio se construyeron fuentes con muchos caños que llamaban vulgarmente Caños de Leganitos, que eran de agua exquisita. Cuando se escribió la comedia la Enemiga favorable se estaba haciendo la calle de Leganitos, según se denota en la loa que es en alabanza de las mujeres feas, y donde canta la música:

El campo de Leganitos en virtud del azadón
afirman que ha de ser calle:
todo lo puede hacer Dios.

La fuente o caños de Leganitos estaban junto al camino que iba a San Bernardino, según Gil González Dávila (Teatro de las grandezas de Madrid, cap. II), quien también menciona la fuente o caños de Lavapiés y demás.
Del caño dorado. Era una fuente que estaba en medio del Prado de San Jerónimo (Gil González, Ibid.), y se menciona en la segunda parte del Quijote de Avellaneda, refiriéndose que junto a ella estuvo reposando Don Quijote con la Reina Zenobia el día que llegó a Madrid, desde media tarde hasta más de las seis, a cuya hora empezó la gente a concurrir al paseo. La del Piojo, según Pellicer, estaba también en el Prado, junto a la puerta de Recoletos; y la de la Priora, según Jerónimo de Quintana (Grandezas de Madrid, lib. I, cap. I), era una de las fuentes de Prado; pero según González Dávila está en los jardines de Palacio o huerta de la Priora, llamada así, dice Pellicer, porque en lo antiguo fue del Convento de Santo Domingo el Real. Esta huerta sería la que años pasados mediaba entre la del Convento de la Encarnación y la calle del Tesoro; y no lejos estaban los Caños del Peral. Ahora todo está cubierto con los derribos y terraplenes de que se ha formado la plaza de Oriente, adonde sale también una calle que llaman de la Priora.




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N-2,22,18. Plinio habla de este asunto en los últimos capítulos del libro VI de su Historia natural. Polidoro Virgilio, literato italiano del siglo XV, escribió un tratado De rerum inventoribus, dividido en ocho libros, y en la dedicatoria, que tiene la fecha del año 1499, se precia de ser el primero que después de Plinio había tratado de este asunto. Según esto, no tuvo noticia del libro que por los años de 1470 escribió en castellano Con el título de Invencionario el bachiller Alonso de Toledo, natural de Cuenca, dedicándolo a don Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, y existe manuscrito en la Biblioteca Real de Madrid. Cervantes dice aquí y repite en el capítulo XXIV Virgilio Polidoro, y no es sino Polidoro Virgilio.
Posteriormente, Juan de la Cueva, escritor sevillano contemporáneo de Cervantes y autor de varias piezas dramáticas, compuso un poema en cuatro libros y verso suelto acerca de los inventores de las cosas, donde, entre otras especies singulares, trae la de que Moisés fue inventor del verso hexámetro. El juicio y crítica de esta composición puede verse en el tomo I de las obras literarias de don Francisco Martínez de la Roas.
En orden al lenguaje en este lugar del texto, puede notarse la expresión otro libro tengo que lo llamo Suplemento, etc., donde sobra el pronombre lo. Vienen después las palabras: olvidósele a Virgilio de declararnos: en las cuales se mezcla y confundieron los dos modos de que puede usarse el verbo olvidar. Olvidósele a Virgilio declararnos, u olvidó Virgilio de declararnos; de una u otra suerte debió decirse. En el segundo caso es Virgilio el supuesto o sujeto de la oración; en el primero lo es el sustantivado declararnos. ---En la expresión las cosas que se dejó de decir Polidoro de gran sustancia, sobra el se, y además se cometió una transposición dura, porque estuviera mejor las cosas de gran sustancia que dejó de decir Polidoro. Las frases dejar de decir y dejarse decir significan cosas no sólo distintas, sino contrarias; aquí meció nuestro autor el régimen de ambas frases, y resultó otra tercera de obscuro y embrollado sentido.




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N-2,22,19. Con efecto, de ninguna de las dos cosas habló Polidoro Virgilio.
Morbo, palabra latina de poco uso en nuestro idioma común. Lo que aquí se llama morbo gálico se llamó antiguamente budas y mal francés. Pellicer, en una nota sobre este lugar, pretende que el primero de quien se sabe trajese esta enfermedad a Europa fue Vicente Yáñez Pinzón, capitán de la Niña, una de las tres embarcaciones de Cristóbal Colón cuando descubrió las Indias. Y cita el testimonio del maestre Rodrigo Díaz de Isla, que lo curó en Barcelona. Pero no se trata en el texto del primero que trajo el mal, sino del primero que tomó las unciones para curarse de él: no se habla del principio del mal, sino del remedio.
Las palabras por que vea vuesa merced si he trabajado bien, y si ha de ser útil el tal libro son irónicas e indican que lo son también las de gran sustancia que se dijeron arriba.




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N-2,22,20. Esto es, buena suerte, fortuna, prosperidad.
Siniestro suele significar desgraciado, infausto. Decimos hado siniestro, y esto lo tomamos de los latinos:

S祰e sinistra cava pr祤ixit ab ilice cornix.

Por razón contraria se aplicó lo afortunado a derecho en la locución del texto.




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N-2,22,21. Respuesta de quien no sabe qué responder y quiere salir de cualquier modo del paso en que se halla, porque no se adivina fácilmente en qué otra ocasión podía prometerse el primo volver a ver a Sancho.




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N-2,22,22. Poca diligencia fue caminar dos leguas hasta las dos de la tarde, aunque sea en 17 de octubre, que fue el día en que pasó esta aventura, según el plan cronológico de don Vicente de los Ríos. Verdad es que Don Quijote no tenía prisa, y trataba de entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, como se dijo en el capítulo XVII.




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N-2,22,23. En los países meridionales, donde el calor del verano pone el agua tibia y desagradable al paladar, fue natural que se buscasen los medios de refrescarla. Uno de ellos fue colgar vasijas con agua en los pozos, que es de lo que aquí se habla, porque se llama frasco la vasija de cuello angosto que sirve principalmente para enfriar la bebida. También se refresca el agua poniendo los frascos en las bodegas y sótanos, donde adquiere, como en los pozos, el temple del ambiente. Lo mismo se hace en vasijas metidas en nieve o hielo, que se recoge durante el invierno y se guarda en pozos para el verano. Algunos atribuyeron la invención de los pozos de nieve, reinando Felipe II, a Paulo Charquias, de quien hicieron mención Quevedo y Góngora en sus poesías; pero en el año de 1576 se había ya impreso en Barcelona un libro de Francisco Micón, médico de Vique, con el título de Alivio de sedientos, en el cual se trata de la necesidad que tenemos de beber frío y refrescado con nieve; en cuyo capítulo VII se describe el modo de construir los pozos para guardar la nieve. Por consiguiente, la invención es anterior al reinado de Felipe II. Otros escritores, entre ellos Gaspar Escolano, en la historia de Valencia (lib. VII, cap. XXVII), atribuyeron la invención de los pozos de nieve a don Luis de Castelvi, caballero valenciano, gentilhombre de boca del Emperador Carlos V, por lo cual dice Escolano, que le llamaban don Luis de la Nieve, añadiendo que antes no se conocía otro modo de enfriar que con salitre, diluyéndolo en agua y sumergiendo en ella la vasija con lo que había de beberse. Don Luis de Zapata, en su Miscelánea manuscrita, citada otras veces en estas notas, cuenta que la práctica y medio de enfriar el agua con salitre la trujo a la corte el Marqués del Gasto, que halló que lo usaba un clérigo, posando por un lugarcillo del reino de Nápoles. Dice también que se usaba del salitre para enfriar el agua en los viajes de mar, donde todo género de beber frío falta (Biblioteca Real, J. 3, folio 320). Pero aun parece que tenía mayor antigÜedad el uso de enfriar el agua con nieve, si se entiende a lo que, hablando del agua fría, dice el cronista Pedro Mejía en sus Diálogos, escritos antes del 1545, en que se dio el privilegio para su impresión: hoy ha treinta años... nuestros padres se contentaban en invierno con el frío común del tiempo y en verano con ponerlo al sereno, y no había los extremos de agora ni las invenciones de los salitres, ni las nieves, ni los pozos. Como quiera, todo esto es moderno. Plinio cuenta positivamente (Historia Natural, lib. XXXI, cap. II) que Nerón inventó refriar el agua con nieve en garrafas de vidrio. Después hubo de olvidarse esta invención como otras, hasta que se reprodujo en calidad de nueva en los tiempos modernos:

Multo renascentur qu礠iam cecidere.





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N-2,22,24. Alusión clara a los versos de un romance antiguo que se citan al fin del QUIJOTE.




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N-2,22,25. Este refrán está ya en la colección del Marqués de Santillana, así: en manos está el pandero de quien lo sabrá tañer. En el acto XI de la Celestina decía Sempronio a Calixto:

Está en manos el pandero que lo sabrán bien tañer

Y de esta Suerte lo dijo también Sancho.
Tañer es verbo irregular que carece de la primera persona del presente de indicativo que en otro tiempo tuvo, según se ve por el Cancionero general de Lisboa del año 1517, donde dice una letrilla de Alonso Fernández de Almeida:

Tango vos, el mi pandero,
tango vos, y pienso en al.




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N-2,22,26. La ligadura no fue sobre el peto y el espaldar, piezas del arnés que cubrían el pecho y la espalda, sino sobre aquel jubón de camuza todo bisunto con la mugre de las armas, de que se habló en el capítulo XVII al describir el traje de nuestro hidalgo, recién llegado a la casa de Don Diego de Miranda.




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N-2,22,27. Ya se sabe que la invocación, primero de Dios y después de su señora, era el formulario propio de los caballeros andantes, que en ocasiones de peligro observaba religiosamente Don Quijote, conforme a la doctrina que sobre esta materia estableció en su conversación con Vivaldo (parte I, cap. XII); bien que alguna vez se olvidara de Dios y sólo se acordara de Dulcinea, incurriendo en la misma distracción que incurrió Amadís de Gaula, cuando al acometer la aventura de la Cámara defendida, invocó, sin acordarse de otra cosa, el favor y protección de su señora Oriana (Amadís de Gaula, cap. XLIV). Don Quijote imitó este descuido en la primera batalla con el arriero de la venta donde se armó caballero; vuelve a imitarle en las plegarias y rogaciones que dirigió a Dulcinea al descender a la temerosa cueva de Montesinos.
La palabra rogaciones es latina, y, en castellano no tiene otro uso que denotar las preces eclesiásticas que se hacen con solemnidad en cierta estación del año por la conservación de los frutos de la tierra.




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N-2,22,28. En el término de la Alberca, pueblo de la provincia de Salamanca, al norte de las Batuecas, siete leguas de Ciudad Rodrigo, hay un monte muy elevado llamado, no se sabe bien por qué, Peña de Francia, en cuya cima cuentan que un francés llamado Simón Vela descubrió el año de 1434 una imagen de Nuestra Señora, en cuyo honor se edificó el mismo año una ermita, y tres después un convento de frailes dominicos. Extendida la devoción a la sagrada imagen, se hizo muy considerable el concurso, no sólo de los del país, sino también de peregrinos que iban desde lejos a visitarla, como ya lo hizo la Princesa doña Leonor, mujer de don Enrique IV siendo Príncipe de Asturias. En el canto I de La Hermosura de Angélica, poema de Lope de Vega, se lee:

Víase luego el monte y la distancia
de los franceses nobles defendida
que después se llamó Peña de Francia
por los muchos que allí costó la vida;
la que es agora soberana estancia
de vuestra imagen, Reina esclarecida,
llena de peregrinos y devotos,
tablas, mortajas, cera, hierro y votos.

Era tan intenso el frío en lo alto de la montaña, que fue preciso edificar al pie otro convento, donde habitaban durante el invierno los frailes, quedándose solamente arriba los precisos para cuidar del culto de la imagen y aseo de la iglesia. Ambos conventos quedaron abandonados y desiertos en tiempo de la guerra de la Independencia, durante la cual la piedad de los fieles de la Alberca tuvo oculta la imagen, y pasada la cual ésta ha vuelto adonde estaba y a repoblarse los conventos como anteriormente.




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N-2,22,29. Templo o monasterio de este título fundado por el Rey Don Fernando de Aragón en Gaeta, ciudad marítima del reino de Nápoles, que, viéndose desde alta mar suele motivar las invocaciones de los navegantes. No estaba Sancho en el caso de tener esta noticia; pero sí lo estaba Cervantes, que había navegado por aquel mar, y no advirtió la impropiedad con que se pone la expresión en boca del labriego de la Argamasilla.




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N-2,22,30. No fue sino todo lo contrario, pues según refiere después Don Quijote, luego que bajó obra de doce o catorce estados, se entró en una concavidad, desde donde dio voces para que no descolgasen más soga hasta que avisase. Cervantes no hubo de reparar en esta contradicción, porque no volvía a leer lo que llevaba escrito. Y lo mismo sucede con la circunstancia que se añade de que volviendo los de arriba a recoger la soga sin obstáculo, se imaginaron que se quedaba dentro Don Quijote, y que se alegraron mucho cuando sintieron peso. Esta relación no concuerda con lo que se cuenta después, a saber; que llegado a la expresada concavidad Don Quijote, fue recogiendo la soga que le enviaban, y haciendo de ella una rosca, sobre la cual se sentó y quedó profundamente dormido. En esta situación, no fue posible tirar desde arriba sin sentir peso.




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N-2,22,31. No eran más que dos, Sancho y el primo. Poco número para la expresión de estadme todos.
Sigue en el capítulo inmediato la grande aventura de la cueva de Montesinos. Las ideas que excita el aspecto silvestre y sombrío de las concavidades de las montañas, han dado margen frecuente a las hablillas populares, y por aquí a las invenciones del ingenio. Desde la gruta de Trofonio en Neocia, y la cueva de San Patricio en Irlanda, la credulidad humana se ha alimentado de relaciones y prodigios obrados en las cavernas Los autores de poemas y de libros caballerescos beneficiaron también esta mina; la cueva de Melisa en el Orlando de Ariosto, la de Ardano en la Angélica de Lope de Vega, la de Fitón en la Araucana de Ercilla, la Aqueroncia en el Telémaco de Fenelón, fueron remedos de la gruta de la Sibila de Cumas en la Eneida. En la historia del Caballero del Febo se describe la cueva encantada de Artidón el Mago, guardada por el feroz Torileón; allí fue la Emperatriz Claridiana a consultar sobre si su querido Alfebo se había casado con la Infanta Lindabrides, así como Eneas fue a la gruta de Cumas a saber el éxito de su larga peregrinación, y los medios de ver a su padre Anquises. Aquellos escritores hicieron célebres las cuevas de que trataron; Cervantes inmortalizó la de Montesinos.

{{23}}Capítulo XXII. De las admirables cosas que el estremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa


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N-2,23,1"> 3906.
En el título de este capítulo se llama extremado a Don Quijote, y no se dice en qué, dejándose en duda si es palabra de elogio o de vituperio. Háblase también de la imposibilidad y grandeza de las cosas vistas en la cueva de Montesinos; dos palabras que se excluyen, porque en lo imposible no cabe ser grande ni chico, y en todo caso estuviera mejor decir, cuya grandeza, o por mejor decir imposibilidad, procediéndose gradualmente de lo menos a lo más. Ni se ve el motivo de tantas salvas para excusar la inverosimilitud que se supone de esta aventura, porque nada soñado es inverosímil, ni lo es tampoco que un loco se crea lo que sueña.




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N-2,23,2. Alusión burlesca a las oraciones latinas académicas; aplicación festiva de este epíteto, que en ellas suele darse a los oyentes, a dos personas que tan lejos estaban de merecer tanto cumplimiento Con la misma ceremonia trata poco después Montesinos a Don Quijote, diciéndole: Ven conmigo, señor clarísimo, que te quiero mostrar las maravillas que este trasparente alcázar solapo. Así quedaron igual los tres.




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N-2,23,3. La cueva llamada de Montesinos está en el término de la Osa de Montiel, muy cerca del camino que va desde esta villa a la ermita de San Pedro de Saelices, contigua a la laguna del mismo nombre, una de las de Ruidera. La cueva dista unos mil pasos de la laguna. Llamábase de Montesinos ya desde antiguo, según se ve por las relaciones topográficas formadas en el reinado de Felipe I, de que ya hemos hecho mención otras veces. En la actualidad la boca de la cueva mira a Levante; es muy espaciosa y tiene algunas peñas, pero carece de los arbustos y maleza de que habla Cervantes. Su piso es en declivio desde la misma entrada, y a pocos pasos sobre la izquierda se encuentra el rellano donde se supone que estuvo y durmió Don Quijote. Desde aquí se hace más agria la bajada, y a la misma mano izquierda hay otro rellano, no tan grande como el anterior, y se sigue bajando hasta dar con el fondo de la cueva, que dista como unas sesenta varas de su boca. Allí se encuentra agua que corre de Sur a Norte por espacio lo menos de unas treinta varas, siendo su profundidad de más de vara y media, y su anchura de cinco o seis cuartas, y más o menos conforme permite la desigualdad del terreno, y la irregularidad y lo peñascoso de lo interior de la cueva. Estas aguas y todas las de aquellos contornos, recogidas en las lagunas de Ruidera, dan nacimiento al Guadiana.
Dicen los naturales que la boca de la cueva estuvo antiguamente inclinada a Poniente, y que era estrecha y cubierta de malezas. Estas y la oscuridad daría asilo a los murciélagos y aves nocturnas que desalojé a cuchilladas nuestro héroe. Con el tiempo, talados los arbustos, hubo de desmoronarse el terreno que sostenían, y de este modo ensancharse y aun mudarse a Levante la entrada. Resulté también de aquí que, siendo antes la entrada vertical y semejante a la de un pozo, era preciso bajar colgado hasta el rellano de Don Quijote, adonde ahora se llega por un terreno pendiente, pero caminando de pie derecho.
Según la relación de nuestro hidalgo, estaba a la derecha el rellano que acabamos de decir que está a la izquierda del que entra; pero no hay contradicción, porque, según del modo con que se desciende a un pozo, pueden las mismas cosas caer a la derecha o a la izquierda del que baja, lo que no sucede siendo la entrada horizontal, cual es la del día.
El rellano donde durmió y soñó Don Quijote, y adonde en tiempo de Cervantes se bajaba con sogas, es accesible ahora a pie llano y sirve de asilo a los pastores. Cuatro peñas puestas alrededor de un montón de cenizas indicaban el paraje donde solían hacer lumbre, cuando hallándose cinco reunidos estos años pasados, arrimaron otra peña, y al sacarla del lugar donde se hallaba descubrieron una moneda romana de plata, muy bien conservada, de César. Otra de Tiberio, de igual tamaño, metal y conservación se había encontrado poco antes, y ambas las posee la Academia de la Historia, a quien las regaló don José Cándido Peñafiel, Cura de Alhambra, pueblo de las inmediaciones, que formé también un plano de las lagunas de Ruidera y vertientes del Guadiana. Sus noticias acerca de la situación actual del terreno han servido de texto principal en estas notas, y corrigen algunas inexactitudes en que incurrió Pellicer, entre ellas la de haber colocado la cueva a la izquierda de las lagunas, estando como está, a la derecha.




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N-2,23,4. Es inverosímil que desde que dejaron los clarísimos oyentes de sentir peso, continuasen enviando soga. Ni esta relación concuerda con la del capítulo anterior, donde se cantó que iba Don Quijote dando laces que le diese,, soga y más soga, y ellos se la daban poco a poco; y cuando las voces dejaron de oírse, ya ellos tenían descolgadas las cien brazas de soga.
Aquí se refiere que las voces eran para que no descolgasen más soga, y que recogiendo la que le enviaban, no supo ya qué hacer para bajar o calar al fondo restante de la cueva. ---Calar por bajar se encuentra en la égloga tercera de Garcilaso, que hablando allí de una ninfa que sacó la cabeza del agua, dice que volvió a meterla

y al fondo se dejó calar del río.




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N-2,23,5. De la misma materia eran los muros y paredes del palacio que halló don Belianís de Grecia en la cueva encantada al capítulo ir, libro I de su, historia. En ella halló una doncella vestida una ropa tan larga que las faldas gran parte por el suelo arrastraban…… Detrás de ella venían número de doce doncellas, todas vestidas de la misma librea…… Las paredes todas parecían de un transparente cristal, por el cual se veían tantas diversidades de pinturas, que parecía en el mundo no quedar más que aquéllas.





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N-2,23,6. Dice Covarrubias en su Tesoro: Capuz, una capa cerrada que hoy día traen algunos por luto, y antiguamente era el hábito de los españoles honrados en la paz, como lo era la toga de los romanos. El capuz de Montesinos era de bayeta morada, y la beca que, como colegial, le ceñía los hombros y el pecho, era de raso verde. La beca en lo antiguo era un traje que servía para cubrir la cabeza, y con el tiempo vino a parar en ser una faja o tira larga que sirve de divisa a los alumnos de los colegios, que la llevan, como Montesinos, ceñida por el pecho y pendiente por atrás de los hombros.
La gorra era ornamento de cabeza, según Covarrubias, cuando se andaba en la ciudad o villa, o se había de hacer visita y estar en alguna congregación pública con traje y hábito decente. Añade: cuando se va por la calle, si llueve o hace sol o viento o mucha frialdad, tomamos sombreros, aunque ya este buen término se va estragando, y no tan solamente seglares, pero aun clérigos, traen de ordinario sombreros. La forma de la gorra es redonda, y en tiempos atrás se traía llana sobre la cabeza, y era u de aguja u de paño, y las finas traían de Milán. El maestro Burguillos, en la Gatomaquía, describiendo el traje y las galas del valiente Marramaquiz al presentarse a la bella Zapaquilda, dijo que llevaba

por gorra de Milán media toronja.

Y fray Tomás Ramón religioso dominico, en la Nueva premática de reformación contra los abusos de los trajes, contaba entre los trajes extranjeros que habían adoptado los españoles el sombrero inglés, las calzas valonas, el jubón francés, el capote bohemio y la gorra milanesa. Por los años de 1556, a principios del reinado de Felipe I, cuenta Luis Cabrera en su historia (libro I, cap. IX), que el vestido de los varones era... capa larga con capilla y gorra de lana de Milán.
Cervantes que lo habría Visto así comúnmente en su niñez, quiso a la cuenta pintar en la persona de Montesinos un viejo de los ramplones de su tiempo.
Para completar la pintura lo describió también con rosario, auxilio para rezar que atribuyeron a los caballeros los romances antiguos y, que aun en la edad de Cervantes llevaban en las provincias meridionales de España, no sólo las mujeres (costumbre que ha alcanzado a nuestros días), sino también los hombres. Testigos aquellos dos viejos de bayeta con antojos, que los hacían graves y dignos de ser respetados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos, que entraron en casa de Monipodio, según se refiere en la novela de Rinconete y Cortadillo. El rosario de Montesinos era de marca mayor, las cuentas como nueces, y los dieces como huevos de avestruz.
La palabra avestruz nació de Avis Struthio, que es el nombre latino de la mayor de las aves, aunque no vuela, y sólo se sirve de las alas para correr con mayor velocidad por los desiertos de áfrica donde se cría. Felipe I hizo traer avestruces a Aranjuez, donde criaban como gallinas o patos, según cuenta don Luis Zapata en su Miscelánea (fol. 321). A principios de este siglo los hubo también en tos jardines del Retiro.




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N-2,23,7. Anchísima, adjetivo felizmente aplicado, que excita la idea del gran contorno ocupado con su ropaje por una persona, y con ella la de su gravedad y prosopopeya.
En el entremés del Retablo de las maravillas, uno de los de Cervantes, se dice de un gobernador que tenía peripatética y anchurosa presencia. Nuestro autor, según se ha observado alguna vez, hizo aplicaciones originales de vocablos ya conocidos, enriqueciendo con nuevas acepciones el caudal del idioma castellano. Así sucede en el pasaje del texto, y así sucedió en el fementido lecho del camaranchón de la venta. Lo mismo puede decirse del espumar las gallinas en las bodas de Camacho, del remanso con que el león volvió a echarse en la jaula después de haber enseñado sus traseras partes a Don Quijote, y del relente o cachaza de que reconvenían a Sancho los burladores de la ínsula; palabras todas nuevas en el sentido que se las usa, pero hermosa y grandemente significativas de lo que se intenta.




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N-2,23,8. Yo he leído, no me acuerdo dónde, que el Rey San Fernando se apellidó alguna vez Montesinos por haberle dado a luz su madre la Reina de León doña Berenguela en un monte entre Zamora y Salamanca. Lo mismo se cuenta de Montesinos el de los romances:

Pues nació en ásperos montes,
Montesinos le dirán.

El Conde Grimaltos, según dicen los romances viejos, se había criado en el palacio del Rey de Francia, quien le dio una hija suya por mujer y el gobierno de León; pero calumniado por el traidor don Tomillas, cayó en desgracia del Rey, y fue privado de sus bienes y desterrado, teniendo que caminar a pie por montes y breñas. Al tercer día de viaje tomó el parto a la Condesa, y decía ésta a su marido:

Tomes este niño, Conde,
y lléveslo a cristianar;
llamédesle Montesinos,
Montesinos le llamad.

Un ermitaño a quien encontraron los recogió en su ermita, y allí se crió Montesinos hasta la edad de quince años, que fue a París, entró en palacio, mató a don Tomillas delante del Rey, descubrió a éste que era su nieto, y el Rey, conocida ya la inocencia de don Grimaltos, hizo que volviese con su esposa a la corte. Andando el tiempo, Montesinos, según los mismos romances, casó con una doncella llamada Rosaflorida, señora del castillo de Rochafrida, en Castilla, la cual, enamorada de Montesinos, solicitó y obtuvo su mano. Oigamos al romance, que lo cuenta así:

En Castilla está un castillo
que se llama Rochafrida;
al castillo llaman Rocha
y a la fuente llaman Frida...
Dentro estaba una doncella
que llaman Rosaflorida:
siete Condes la demandan,
tres Duques de Lombardía:
a todos los desdeñaba,
tanta es su lozanía.
Enamoróse de Montesinos
de oídas, que no de vista.
Una noche estando así,
gritos da Rosaflorida:
oyóla un su camarero que en su cámara dormía.
¿Qué es aquesto, mi señora,
qués es esto, Rosaflorida?
O tenedes mal de amores,
o estáis loca sandía.
Ni yo tengo mal de amores,
ni estoy loca sandía;
mas llevásesme estas
cartas a Francia la bien guarnida:
diéselas a Montesinos, la cosa que más quería: dile que me venga a ver para la Pascua florida.

El desaliño y la rudeza del romance indican su mucha antigÜedad; la tradición del país añadía que en aquel castillo vivieron los dos esposos hasta su muerte. Tales eran las noticias que corrían de muchos tiempos atrás entre los manchegos, viviendo Cervantes, como se ve por las relaciones topográficas escritas de orden del Rey don Felipe I. Y aun el autor de la crónica fingida de Julián Pérez nombró en ella al Castillo de Rochafrida al número 148. Las circunstancias de existir en las inmediaciones de la cueva llamada de Montesinos, y no lejos de ella, unas ruinas que los naturales de tiempo inmemorial llaman castillo de Rocafrida, y el nombre de Fontefrida que en las relaciones se da a una fuenta cercana a dichas ruinas, arguyen que hay alguna conexión entre los romances y las tradiciones vulgares de aquel país, fuese que las tradiciones naciesen de los romances o los romances de las tradiciones. Estas y aquéllos tienen mucha antigÜedad. Uno de los indicios que prueban la de los romances donde se trata de estas historias, es la terminación de los nombres de Grimaltos o Grimaldos y Montesinos, que en los principios del idioma castellano se daba comúnmente a los nombres latinos de la segunda declinación. Así se ve en los romances de los Doce Pares, y en los nombres Oliveros, Reinados, Baldovinos, Arnaldos, Angeleros, Guarinos, Gaiferos, Calamos y demás personajes de los cuentos relativos al tiempo de Carlomagno, que dieron asunto a los cantares antiguos de Castilla, siendo cierto que en el siglo XII existían ya éstos como consta de la Crónica general. Acaso los sucesos de Montesinos tienen alguna conexión con las aventuras de Carlomagno durante su juventud en España, de que se trata en el libro de los Reales de Francia; libro desconocido actualmente en España, pero que no lo era en tiempo de don Alonso el Sabio, según puede deducirse del libro de la Gran Conquista de Ultramar.




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N-2,23,9. Primo de Montesinos y hermano del Conde Dirlos, todos paladines de Carlomagno. Tuvo competencia con Gaiferos sobre amores, como cuenta uno de los romances, aunque no nombra la dama Servía a Belerma cuando murió en la rota de Roncesvalles; Montesinos asistió a su muerte.




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N-2,23,10. Falta algo, y debió decir en lo de la daga. ---Por lo demás no tuvo razón Montesinos en afirmar que no fue daga ni pequeña la que sirvió para sacar el corazón de Durandarte, porque dice expresamente el romance:

Con una pequeña daga
sacábale el corazón
como él se lo jurara.

Y verdaderamente un puñal buido, así como es apto para penetrar y herir profundamente, fuera inútil para abrir el pecho y hacer la extracción que se proponía hacer a Durandarte.
A Sancho le ocurrió si el puñal sería de Ramón de Hoces el Sevillano. Debió ser algún fabricante conocido en Sevilla durante el tiempo que residió Cervantes en aquella ciudad; esto es, desde el año 1588 hasta fines de 1598 o quizá habría florecido poco antes y estaría fresca su memoria. Pero así como por esta razón hubiera estado bien la mención de este artífice en boca de Cervantes o de Don Quijote, no parece muy natural en la de Sancho, cuyas noticias en esta y otras semejantes materias no podían verosímilmente extenderse a mucha distancia de la Argamasilla. En el día se citarían más bien los puñales de Guadix o de Albacete. Cuando se escribió el libro Tirante el Blanco debían ser famosos los de Génova, canso se deduce de las condiciones de su combate con el Señor Villermes, que había de ser, según se ajustó, en camisa de tela de Francia, rodela de cartón, guirnalda de flores a la cabeza y puñales de Génova (Tirante, parte I, capítulo XX).




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N-2,23,11. Los bultos o estatuas que se ponían en algún tiempo sobre los sepulcros suponían dentro los restos de las personas que representaban, y por eso se dice bien de ellas que están encima. Pero ¿qué es lo que había en el de Durandarte, si estaba sobre él su cadáver? Bien veo que se me responderá que esto era en sueños, donde no hay que pedir razones.




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N-2,23,12. Hay alguna obscuridad nacida de que son distintos los sujetos o supuestos de los verbos preguntarse y dijo. No la habría diciéndose: y Montesinos, antes que yo preguntase nada... me dijo.





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N-2,23,13. Como el Mago Atlante en Ariosto tenía encantado en su castillo a Sacripante. Gradaso y Rugero; como la Maga Cirfea tenía encantados a Esplandián, Lisuarte, Gradafilea y Perión de Gaula en la ínsula Argines; como Morgaina a su hermano Artús en la de Avalón; como sucedió con los encantados del castillo de Medea, de la isla de los Sepulcros y de otros muchos parajes de encantamientos notables que se mencionan en las historias de la Caballería.
Si Merlín encantaba a otros, no faltó quien le encantara también a él. Su discípula en el arte mágico, la Dueña del Lago, lo sorprendió dormido, y lo encantó, sin dejarle más que la voz, en una tumba inaccesible a los que pudieran socorrerle. El Príncipe don Belianís de Grecia, caminando en una ocasión por una selva, encontró unos lagos de agua sucia y denegrida, donde nadaban serpientes y otros monstruos; y al mismo tiempo se oía una medrosa voz que parecía venir de las entrañas de la tierra. En esto se presentó a su vista un sepulcro de piedra tajada, de donde salía la voz envuelta con ruido de cadenas: Sábete, dijo, Príncipe griego, que yo soy hijo del diablo, y en saber sobrepujo a todos los nacidos... Solíanme llamar en tiempo del Rey Artús el sabio Merlín. A esto añadió que estaba allí encantado y penando. Belianís entró animosamente en el sepulcro, peleó con vestigios, y encontró a Merlín que, sentado en una silla de fuego, se quejaba dolorosamente. Trabó de la silla, y al derribarla sonaron tan temerosas voces y aullidos, que al Príncipe sacaban de acuerdo. Con esto quedó desencantado Merlín, dio gracias a su libertador, y le curó de las heridas que había recibido (Belianís, lib. II, capítulo XXI).
Nótese, si parece, en la presente aventura de la cueva de Montesinos, el anacronismo de suponer caballeros de Carlomagno, que floreció en el siglo IX, encantados por Merlín, que vivió en el VI. Si Cervantes lo hizo de propósito puede creerse que sería para ridiculizar, imitándolos, los disparates de esta clase que se encuentran en la biblioteca andante.




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N-2,23,14. Montesinos como viejo estaba desmemoriado, porque Merlín no fue francés, sino inglés. Alguna vez en los libros caballerescos se lee que nació en Galia, pero es errata por Gaula, que es Gales, como ya se dijo en otra ocasión.




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N-2,23,15. Expresión proverbial para ponderar un ingenio agudo y travieso. Cuando el ciego, que fue el primer amo de Lazarillo de Tormes, le dio la calabazada en el toro de la puente de Salamanca, díjole: Necio, aprende, que el mozo de un ciego un punto ha de saber más que el diablo.





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N-2,23,16. Montesinos iba a decir: Lo que a mi me admira es que sé tan cierto como ahora es de día, que Durandarte acabó los de su vida en mis brazos, y que después de muerto le saqué el corazón con mis propias manos, y, sin embargo, ahora se queja y suspiro de cuando en cuando como si estuviese vivo. Este pensamiento ocupaba naturalmente todo el período; pero a la mitad de él le ocurrió a Cervantes intercalar lo del peso del corazón y la opinión de los naturales, con lo cual se le hizo tarde, y cerró el período de cualquier modo, dejando pendiente el concepto y poniendo lo que quedaba de él en período aparte, aun al parecer en boca, no ya de Montesinos, sino de Don Quijote. De donde resulta que siendo el verdadero motivo de la admiración de Montesinos la oposición entre haberse muerto Durandarte y quejarse, estando a la letra del texto, lo que le admira es sólo saber que se ha muerto.




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N-2,23,17. Parece italianismo, y que en castellano se diría: de mayor valentía que el que le tiene pequeño. Los naturales son los naturalistas, los que tratan de la historia natural, según ya se dijo en otra ocasión. Sobre si el corazón mayor y de más peso indica valentía, hubo variedad de opiniones entre los antiguos. Plutarco, en la vida de Artajerjes, cuenta que su hermano Ciro, despreciándole, decía que su corazón pesaba más que el de su hermano. Lo contrario opinó Aristóteles; y según Plinio (lib. I, capítulo XXXVI) se creía comúnmente que son atrevidos los animales que tienen el corazón pequeño, y tímidos los que lo tienen muy grande, como se verifica en los ratones, liebres y ciervos. Se añadía que el del hombre crece con la edad; por cuya regla debieran ser los más valientes los viejos.




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N-2,23,18. Lo mismo que por disposición de Merlín hace aquí Durandarte, hacía el mismo Merlín en la cueva de Melisa, donde la perfidia de Pinabel hizo caer a Bradamante, según la relación de Ariosto. Allí estaba el sepulcro que para sí había edificado Merlín, o los demonios por su orden, y desde el cual hablaba su cadáver y anunciaba lo futuro a los que le preguntaban.




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N-2,23,19. Cervantes, copiando de memoria este pasaje, mezcló en él versos de dos romances antiguos que tratan de la muerte de Durandarte. El uno empieza:

Por el rastro de la sangre,

y en él se cuenta que Montesinos, saliéndose de la batalla de Roncesvalles, en seguimiento de Durandarte, lo encontró al pie de un haya, donde estaba ya moribundo, y le decía:

¡Oh mi primo Montesinos!
Mal nos fue en esta batalla,
pues murió en ella Roldán,
el marido de Donalda,
cautivaron a Guarinos;
capitán de nuestra escuadra.
Heridas tengo de muerte
que el corazón me traspasan.
Lo que os encomiendo, primo,
lo postrero que os rogaba,
que cuando yo sea muerto
y mi cuerpo esté sin alma,
me saquéis el corazón
con esta pequeña daga,
y lo llevéis a Belerma
la mi linda enamorada,
y le diréis de mi parte
que muero en esta batalla,
que quien muerto se lo envía,
vivo no se lo negara...
Estas palabras diciendo,
el alma se le arrancaba.

El otro romance empieza diciendo;

¡Oh Belerma! ¡Oh Belerma!
Por mi mal fuiste engendrada, que siete años te serví
sin de ti alcanzar nada;
agora que me querías
muero yo en esta batalla.
No me pesa de mi muerte,
aunque temprano me llama,
mas pésame que de verte
y de servirte dejaba.
¡Oh mi primo Montesinos!
Lo que agora yo os rogaba,
que cuando yo fuera muerto
y mi ánima arrancada
vos llevéis mi corazón
adnode Belermaestaba...
Muerto yace Durandarte
al pie d′′un alta montaña:
llorábalo Montesinos, que a su muerte se hallara. Quitándole está el almete, desciñiéndole el espada;
hácele la sepultura:
con una pequeña daga
sacábale el corazón,
como él se lo jurara,
para llevar a Belerma,
como él se lo mandara.

Cervantes, no contento con mezclar versos de ambos romances, añadió de suyo los dos últimos.
En el Romancero general de Pedro de Flores (parte XI, fol. 423) se encuentra uno a estilo de los de Quevedo o de Góngora, en que se contrahace burlescamente el pasaje y exclamación de Durandarte:

Lo que os ruego, mi buen primo,
es que en habiendo expirado
me saquéis el asadura,
y se la deis en un plato.
Y decidle que a mi cuenta
la cuelgue en sus garabatos,
porque a vueltas de la suya
se la coma el primer gato.




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N-2,23,20. Cuando Amadís de Gaula, desembarcando en la isla del Diablo, iba a acometer la temerosa aventura del Endriago, dijo a su escudero Gandalín, que lloraba: Ruégote mucho que si aquí muriere, procures de llevar a mi señora Oriana aquello que es suyo enteramente, que será mi corazón: e dile que se lo envío por no dar cuenta a Dios de cómo lo ajeno llevaba conmigo (Amadís de Gaula, cap. LX2II).
En la historia de don Florisel de Niquea se refiere que el Príncipe Agesilao, disfrazado en traje de doncella guerrera, estando para entrar en batalla con el jayán del castillo del Roquedo, dijo a las doncellas que le acompañaban: Mis amigas, si mi ventura fuese tal que acabe mi vida en esta demanda, ruégoos mucho que mi corazón llevéis a mi señora Diana, cuyo él es (parte II, capítulo LXXI).
Los autores de las historias de Amadís y Florisel pudieron tener presente para sus ficciones el verdadero caso del castellano de Couci, caballero francés que en una de las Cruzadas pasó a Palestina, y murió de las heridas recibidas en el sitio de Acre, el año de 1190. Sintiéndose a punto de muerte, encargó a su escudero que después de ella le sacase el corazón y lo llevase a Francia a la mujer del Señor de Fayel, que era la señora a quien servía. Noticioso el marido, sorprende al escudero a su vuelta, le quita el corazón que traía, hace que su cocinero lo aderece como si fuera otra cosa, se lo da a comer a su mujer, y después le revela el horrible secreto. La señora jura no comer más, y muere desesperada. La relación de un poeta contemporáneo que cantó este lastimoso suceso se publicó entre otros de aquella edad, y ha vuelto a imprimirse en París el año de 1829. Millot, hablando de esto en su Historia de los Trovadores (tomo I, núm 15), cree que lo cierto del caso se reduce a que la señora, recibido el triste legado, expiró de dolor, y que el poeta añadió las demás circunstancias, tomándolas de la lastimera aventura de Guillermo Cerbatini y Margarita, mujer de Ramón de Castel-Rosellón. Celoso Ramón de Guillermo, que era paje de su mujer, lo llevó engañosamente al campo a pretexto de una cacería; allí lo mató, le cortó la cabeza y le sacó con sus propias manos el corazón, que hizo comer a su mujer como si fuera parte de la caza. Hecho esto, el marido saca la cabeza y le dice: "He aquí la persona cuyo corazón acabas de comerte." Ella, horrorizada, prorrumpe en injurias; Ramón pone mano a la espada, y su mujer, huyendo, se precipita de una ventana y muere. Los parientes de los dos amantes se ligan contra el marido, y el Rey de Aragón don Alonso I lo pone preso y demolió su castillo. Guillermo y Margarita fueron enterrados juntos en Perpiñán. Hubo tiempo en que todos los caballeros de los contornos asistían a un funeral que en memoria suya se celebraba todos los años, y los amantes de ambos sexos concurrían a rogar por el alivio y descanso de sus almas.
El trágico suceso de Guillermo y Margarita es el asunto de la novela IX, jornada IV del Decamerón, de Bocacio.




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N-2,23,21. Amojamado. Palabra que viene de mojama, voz al parecer de origen árabe, que significa la cecina del atún. ---Entre fresco y amojamado hay oposición, y debiera haber afinidad para que estuviera bien la frase. Es como si dijéramos del agua que estaba, si no caliente, a lo menos fría.




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N-2,23,22. El río Guadiana se forma de las aguas que arrojan de sí las faldas de la parte oriental de Sierra Morena o Sierra de Alcaraz, las cuales forman por espacio de legua y media lagos profundos que, cayendo sucesivamente unos en otros, empiezan a correr por una madre seguida en el término de la Osa de Montiel, dos leguas antes de Argamasilla de Alba.
De un documento del siglo XII, citado por Pellicer, aparece que hubo en aquellas inmediaciones un lugar de la Orden de Santiago llamado de Ruidera, que probablemente dio a las lagunas su nombre. Cervantes no hizo mención más que de nueve lagunas, pero son más. Pellicer publicó una descripción de ellas por otra que había hecho el célebre arquitecto don Juan de Villanueva, que reconoció hasta trece, y todavía no son todas, porque no contó con las dos más altas, que se llaman la primera Charco Escudero, y la segunda Laguna Blanca, acaso porque suelen quedar secas en la estación del calor, y lo estarían cuando Villanueva reconoció el terreno. Siguen luego por este orden: la Ruipérez o del Concejo, la Tinaja, la de San Pedro, la Redondilla, la Lengua o Luenga, la Salvadora, la de Santo Morcillo, la Botana o Burrucosa, la Colgada, la del Rey, la Cueva de la Morenilla y la Cenaguera. Abundan todas de pesca. La mayor es la Colgada, que tiene 3400 varas de largo y 300 a 400 de ancho; la del Rey tiene la misma anchura y 1200 varas de largo. La profundidad varia mucho, pero generalmente es grande; según la descripción de Villanueva, llega algunas veces hasta 50 varas, y según medidas posteriores, tomadas quizá en estación más fría, suele ser doble. La cueva de Montesinos está a un lado del camino que va desde la Osa de Montiel a la laguna de San Pedro, a levante y a la derecha de ésta. De la laguna del Rey salen las aguas por una altura de más de 50 pies, y van a los molinos de pólvora que hay por debajo. Según las noticias de Villanueva, las ruinas del castillo de Rochafrida, de que se habló en las notas anteriores, se ven en una isleta de la laguna Colgada; según otras noticias, están algo más arriba de la laguna de San Pedro y no lejos de la cueva de Montesinos.
Cervantes, siguiendo la fama según el precepto de Horacio, amplió los rumores populares: supuso que por la cueva de Montesinos pasaba un gran río, como creían los naturales, y fingió que Belerma tuvo una dueña llamada Ruidera, y Durandarte un escudero llamado Guadiana; que la cueva de Montesinos se llamó así porque después de la batalla de Roncesvalles, Merlín lo encantó en ella, y con él a Belerma, a Durandarte y a otros muchos conocidos y amigos suyos; que compadecidos de los llantos de Ruidera, de sus hijas y sobrinas, las convirtió en lagunas, al modo que en otro tiempo había convertido Diana en fuente a Aretusa; y que compadecido igualmente del continuo plañir del escudero Guadiana, lo convirtió en un río de su mismo nombre, que en sus aguas y pesca lleva siempre las señales y marcas de su tristeza.




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N-2,23,23. Cervantes, continuando su ficción acerca del origen y nacimiento del Guadiana, atribuyó ingeniosamente a la tristeza y melancolía del lastimado escudero, a su odio a la luz del día, y al pesar de dejar en la cueva de Montesinos al encantado Durandarte, la singularidad que ofrece en su curso el río, el cual, a poco de correr por su cauce, se hunde como huyendo de la luz del día y se oculta por espacio de siete u ocho leguas desde Peñarroya, hasta que, entre Villarrubia y Daimiel, vuelve a fluir de dos lagunas que se llaman los Ojos del Guadiana. Por el terreno intermedio pasa el camino real de la corte a Andalucía.
Según una tradición conservada por Gonzalo Fernández de Oviedo, y citada por Argote de Molina en su Discurso sobre el itinerario de Rui González de Calvijo, cuando este caballero fue enviado por el Rey don Enrique II de embajador al famoso Tamerlán, contaba allá, entre otras grandezas de su Rey, que tenía una puente de cuarenta millas en largo (mejor dijera de ancho), sobre la cual pacían doscientas mil cabezas de ganado; y lo decía por el espacio de tierra que hay donde se esconde el río de Guadiana hasta el lugar donde torna a parescer.
Por la misma causa del duelo que hace Guadiana en memoria de Durandarte, no se precia de criar en sus aguas peces regalados y de estima, sino burdos y desabridos. Con efecto, la pesca del Guadiana pasa por poco gustosa, y aun Covarrubias, en su Tesoro, la calificó de malsana. El autor de un romance que se halla en la colección de Pedro de Flores (parte VII, fol. 266), se contentó con llamar a Guadiana

Silvestre y amargo río, cuyas aguas son saladas y el pescado desabrido.

Montesinos, o más bien Cervantes, contrapone a la pesca del Guadiana la del Tajo dorado; epíteto que los poetas, tanto antiguos como modernos, dieron a este río. Un pastor del Manzanares, que escribió un romance de la colección que acaba de citarse, decía hablando con el Tajo (parte VI, fol. 172):

A vos, el Rey de las aguas,
porque pagáis como rico
en arenas de oro el censo,
Virrey en España os hizo...
De donde opiniones hay
que nacéis del Paraíso,
y que por bajo de tierra
venís a Cuenca escondido...
Mucho dijera de ti,
dichoso y famoso río,
pero quede agora el cargo
a cualquiera de tus hijos.

Cervantes fue también de los apasionados del Tajo, como lo mostró aquí y en otros pasajes de sus obras; pero no todos los Poetas lo fueron de que es ejemplo un romance que se encuentra en la misma colección (parte IV, fol. 104), y dice:

A vos digo, señor Tajo,
el de las ninfas y ninfos,
boquirrubio toledano,
gran regador de membrillos...
famoso entre los poetas, tan leído como escrito... por las musas pregonado más que jumento perdido por río de arenas de oro
sin habéroslas cernido;
llamado sois con razón
de todos sagrado río,
pues que pasáis por en medio
del ojo de un Arzobispo:
vos, que en las sierras de Cuenca
(mira qué humildes principios)
nacéis de una fuentecilla adonde se orina un risco;
vos, que por pena cada año
de vuestros graves delitos
os menean las espaldas
más de dos mil pinos;
acordaos de todo aquesto,
y bajad el toldo, amigo.




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N-2,23,24. Desmayada, hermoso y oportuno adjetivo. ---Paciencia y barajar, expresión proverbial con que se exhorta a la paciencia a los perdidos en el juego de naipes, y, en general, a los desgraciados.




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N-2,23,25. Esto tiene alguna semejanza con el caso del Príncipe Garinter y la Infanta Danistea, los cuales estuvieron encantados algunos años en un engaste de cristal con muchas luces encendidas alrededor en una muy hermosa estancia. Quejábanse, y mientras el uno lamentaba, callaba el otro, pareciéndole que muerto estuviese, y como el que lamentaba acababa su lamentación parecíale traspasarse y quedar sin sentido todo el tiempo que el otro lamentaba. Don Florisel probó y no pudo concluir la aventura: Daraida le dio felice cima, desencantando a los dos amantes (Florisel, parte II, cap. CXXIV).




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N-2,23,26. Poco antes había dicho Don Quijote que la sala en que estaba era toda de alabastro, y aquí fue donde realmente se distrajo Cervantes, porque en los demás pasajes de las aventuras se habla siempre de transparente y cristalino alcázar, cuyos muros parecían de claro cristal fabricados.





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N-2,23,27. Alguna por ninguna, y también se puede decir que por todas; contradicciones aparentes del lenguaje, cuya explicación es más fácil percibir que hacer.
Poco después se dice: los dientes que tal vez los descubría, donde hubiera convenido suprimir el pronombre los.





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N-2,23,28. Es la carne enjuta, sin humedad ninguna del cuerpo del hombre, por estar embalsamado, o por haberse secado entre el arena ardiente, cuando el torbellino della los sepulto vivos en sí, como si fueran olas de alta mar. Así dice Covarrubias en su Tesoro. Llámanse simplemente momias los cadáveres antiguos embalsamados que se traen de Egipto a Europa, y los que suelen encontrarse enjutos y secos en las cuevas de los Guanches, en las islas Canarias.




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N-2,23,29. Hacían, cantaban, lloraban: todos tres verbos debieran estar en singular, a no ser que se dijese la cual y sus doncellas.
Ridiculizóse el duelo de Belerma en un romance de la Colección de Pedro Flores (parte VII, fol. 279):

Diez años vivió Belerma
con el corazón difunto
que le dejó en testamento
aquel francés boquirrubio……
A verla vino Doñalda,
viuda del Conde Rodulfo……
y hallándola muy triste
sobre un estrado de luto,
con los ojos que ya eran
orinales de Neptuno,
riéndose muy despacio
de su llorar importuno
sobre el muerto corazón
envuelto en un paño sucio,
le dijo: Amiga Belerma,
cese tan necio diluvio……
Estése allá Durandarte
donde la suerte le cupo...
Si él os quiso mucho en vida,
también le quisistes mucho
Volved luego a Montesinos
ese corazón que os trujo,
y enviadle a preguntar
si por gabilán os tuvo……
Más quiso decir Doñalda
mas dio a lo demás un nudo.
porque de Don Montesinos
entró un pajecillo zurdo.




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N-2,23,30. Tenía, esto es, afirmaba la fama: es el fama tenet de los latinos. Dícese que de parecer Belerma algo fea, era la causa las malas noches y peores días; y no toma ocasión, se añade, su amarillez y sus ojeras; ambos verbos, era y toma, debieran estar en plural.
Hasta la mitad del período ha hablado en relación Montesinos: para lo restante toma la palabra y continúa hablando en primera persona.




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N-2,23,31. Expresión proverbial cuyo origen, como generalmente el de todas o las más de su clase, es incierto, y con la cual se exhorta a la quietud si se mueven, o al silencio si hablan. Es frase familiar y aun algo burlesca, por lo cual pudiera parecer que no está del todo bien en boca de Don Quijote, a quien había de incomodar la comparación de Belerma con Dulcinea. A no ser que digamos que nuestro caba1lero no queriendo ofender a Montesinos, pero no pudiendo menos de manifestar alguna oposición, tomó el tono familiar y de chiste para suavizarla.




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N-2,23,32. Hay vicio en el texto. El original diría: como ha estado allá bajo.





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N-2,23,33. Y aun en rigor cuatro días; porque después de decir que anocheció y amaneció, añade que tornó a anochecer y a amanecer tres veces. Pero Cervantes no se detenía mucho en recapacitar y ajustar bien los pormenores de lo que escribía.




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N-2,23,34. La idea que nos formamos del estado de encantamento lleva consigo la suspensión de ciertas funciones vitales, mediante la cual puede durar un tiempo indeterminado el encantamento. En las notas al capítulo XXI de la primera parte se hizo mención de algunos de considerable duración, y en otras partes se habló del encanto de la ínsula Sumida, que duró doscientos años, del de Policena y otras personas, que duraba desde la guerra de Troya, y otros en que no podía menos de suponerse que los encantados no comían. Consecuente a esto un gobernador de Sicilia, que presentaba los Príncipes Alpatracio y Miraminia, que estaban encantados había ya más de dos mil años, al Rey Amadís le decía: comer ni hablar ni más de lo que les veis hacer, no han hecho. En esto mismo fundaba Sancho sus reconvenciones en la primera parte, cuando quería probar a su amo, ya encerrado en la jaula, que no estaba encantado. El tiempo no corría para los encantados como para los demás mortales; y así se cuenta del Emperador Trebacio, padre del caballero del Febo y de Rosicler, que después de estar encantado veinte años en la isla de Lindaraja, en el Ponto Euxino, fue libertado por el caballero del Febo, y salió de la misma edad de treinta y cinco años en que fue encantado, como si por él no hubiera pasado día (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, libro I, cap. LI). Urganda la Desconocida, reunió en la ínsula Fume a Amadís, el Emperador Esplandián, a don Galaor, don Florestán, Agrages, Grasandor con todas sus mujeres, al maestro Elisabad, al enano Ardián, a Gadalín y su mujer, la condesa de Denamarca; les hizo lavarse los rostros con cierta agua que había confeccionado, y que los dejó a todos remozados y en el estado más brillante de juventud; y puestos en tal estado, los dejó encantados a todos hasta que Amadís volviese a salir al mundo y reinar en la Gran Bretaña (Esplandián, Sergas, cap. CLXXXII).
Si las personas encantadas no comían, consecuencia natural era que no tuviesen excrementos mayores, ni Belerma los achaques ordinarios de su sexo, aunque sí había opinión de que les crecían las uñas, las barbas y los cabellos. Esta es la única excepción que ponía Don Quijote, cuyo testimonio, como de inteligente y leído, y versado en la materia, es sin duda muy respetable, y por otra parte conforme a la descripción del Purgatorio de Tirses, de que se habla en la historia de don Olivante de Laura (lib. I, cap. XXI), y donde yacía encantado el Rey Tirsiano, que los cabellos y la barba tenía muy crecida.





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N-2,23,35. Aquí empiezan las dudas e incredulidad de Sancho, que hasta entonces había creído con más o menos seguridad ser ciertas y reales las cosas que le contaba su amo acerca de la andante Caballería, pero que ahora, como autor y fraguador único de la transformación de Dulcinea, no podía dudar que el encanto y cuanto de él se derivase era falso. Don Quijote lo cree y lo asegura; y Sancho, que no lo cree, no puede explicarse. El lector, que lo sabe todo, se divierte, viendo por una parte la ridícula credulidad y sandez del amo, y por otra la malicia y el embarazo del escudero. De la diferencia de las respectivas situaciones en que se hallan el lector, Don Quijote y Sancho se valió diestramente Cervantes para reunir lo disparatado de la relación con la verosimilitud necesaria en la fábula. En lo restante de ella apuntó Sancho alguna vez sus dudas y escrúpulos, mas no podía manifestar a su amo la razón principal en que se fundaban.




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N-2,23,36. Magín, voz del estilo familiar por imaginación.





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N-2,23,37. Debiera ser con que o con quien hablamos a la salida del Toboso.





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N-2,23,38. Es como si dijera, faltó poco para perder el luido; y quizá algún lector pudiera tomarlo por galicismo ---Como éél sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio: lenguaje incorrecto, que no lo fuera si a las palabras de quien se sustituyesen puesto que o cosa semejante. ---Caro patrón mío, decía poco después Sancho a Don Quijote: italianismo que está mal en boca de Sancho, que ni había estado en Italia, como Cervantes, ni leído el Ariosto, como Don Quijote.




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N-2,23,39. Cuanto más se esforzaba Don Quijote en persuadir a Sancho, recordándole las circunstancias de lo que había pasado en las inmediaciones del Toboso, tanto más debía confirmarse Sancho en que eran falsas las que su amo contaba de la cueva de Montesinos.




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N-2,23,40. Jara, flecha, saeta, pasador, vira, son nombres de armas arrojadizas que se disparaban con arco o ballesta.




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N-2,23,41. En las Sergas de Esplandián se cuenta un sueño que tiene algunos puntos de semejanza con el de Don Quijote. Dícese allí (capítulo XCIX) que yendo a caza el autor de las Sergas, cayó en un pozo de gran hondura y de inmemorial tiempo hecho, donde se le apareció la sabia Urganda, que le condujo por la cueva adelante hasta un hermoso alcázar, donde a través de una pared de cristal se registraban muchas riquezas. Allí estaban encantados Amadís y Oriana. Esplandián y Leonorina, Carmela, la doncella de Esplandián, y otros muchos y muchas, que andando el tiempo habían de ser desencantados. Don Quijote también bajó a una cueva profunda, se encontró con Montesinos, quien le condujo a un palacio de cristal donde estaban encantadas la Reina Ginebra, la dueña Quintañona y otras muchas personas de los pasados y presentes siglos, de las cuales vio Don Quijote por las transparentes paredes del edificio a Belerma, sus sirvientes y los de Durandarte, y a Dulcinea y sus doncellas. El cronista de Esplandián se durmió en el pozo, como Don Quijote en la cueva, y dispertando se halló al lado del cazador que le acompañaba antes de su caída, como le sucedió también a Don Quijote con su escudero. Preguntó el historiador al dispertar qué tanto había durado la aventura, y su compañero el cazador le respondió que tres horas. Don Quijote preguntó también al abrir los ojos cuánto tiempo había pasado desde que bajó, y Sancho le dijo que poco más de una hora. En uno y otro caso hubo sima profunda, palacio de cristal, visión de personajes conocidos, encantados que habían de ser desencantados, sueño y pregunta al dispertar de cuánto había durado la estancia.




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N-2,23,42. Las doncellas de las Princesas caballerescas eran las mensajeras ordinarias de sus Señoras. Así envió Iseo a su doncella Erangiana a buscar a Tristán, y la sin par Oriana a la doncella de Denamarca a buscar y aplacar a Amadís de Gaula ---Puede notarse, como prueba de lo que tantas veces se ha dicho acerca de la distracción habitual de Cervantes, la expresión de Don Quijote: lo que más pena me dio de las que allí vi y noté. Cervantes supuso que había dicho la cosa que más pena me dio, y no volvió a leerlo. ---El faldellín sobre que se pedía prestado era traje de la cintura abajo y abierto por delante, a diferencia de las basquiñas y sayas, que eran cerradas y tenían que entrar por la cabeza.




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N-2,23,43. Como si ahora dijéramos un Rostchild. Los Fúcares eran una familia ilustre desde mediados del siglo XV, originaria de Suiza y establecida en Ausburgo, donde poseían grandes estados, la dignidad de Condes y entronques con otras familias opulentas y generosas. Varios de ellos fueron del consejo único de los Emperadores de Alemania, cultivaron y favorecieron las letras, formaron grandes bibliotecas, como Raimundo Fuggers, amigo del célebre Erasmo, y a quien Pedro Apiano dedicó su colección de Inscripciones antiguas que publicó en Ingoldstadt el año de 1534, uno antes de la muerte de su patrono Raimundo, el cual le había dado muchos materiales para su obra. Los Fúcares fueron en Alemania, como los Médicis en Italia, ricos, ilustres, amantes y protectores de las letras. Como prueba de la opulencia de aquella familia, se cuenta que el Emperador Carlos V, al volver de la expedición de Túnez, pasó por Ausburgo; y que alojó en casa de los Fúcares, donde se encendió la chimenea con madera de canela, y se le puso fuego con el original de un instrumento que había otorgado el Emperador, obligándose a pagar a los Fúcares cantidades de gran consideración (Diccionario crítico de Bayle, artículo Carlos V). El empleo de sus grandes capitales y los asientos que celebraron con la corte de España desde fines de Carlos V hasta principios de Felipe IV, contribuyeron no poco a sostener y aumentar su opulencia. La primera mención que encuentro de los Fúcares en España es en la petición 141 de las Cortes de Valladolid del año 1552, donde se reclama contra el arrendamiento que habían hecho los Fúcares de las dehesas de los Maestrazgos de Santiago y Alcántara. Por entonces tenían parte en las labores de las minas de plata de Hornachos, y después la tuvieron también en las de Guadalcanal. La de azogue de Almadén la tuvieron a su cargo los Fúcares desde el año de 1563 hasta el de 1623, con grandes fueros y privilegios, incluso el de nombrar las justicias del pueblo. Antonio Fuggers, uno de los de la familia, que murió el año de 1560, dejó fundadas en la iglesia de San Salvador de Almagro varias memorias para aumento del culto divino; y quizá tuvo esto alguna relación con el caso que refirió don Luis Zapata en su Miscelánea, y repitió Pellicer en su nota sobre el presente lugar, del ladrón que, fingiéndose alguacil de la Inquisición, robó la casa del administrador de los Fúcares en aquel pueblo. Maximiliano Fuggers, caballero del orden teutónico, asistió en 1571 a la batalla de Lepanto, donde quedó sordo. Otros Fúcares militaron en Flandes mandando cuerpos de alemanes al servicio de España, reinando los dos Felipes I y II. Juan Jorge, viajando por España, murió en Alcalá de Henares en la florida edad de diez y nueve años, el de 1585. Pero los Fúcares que tuvieron más nombradía en España fueron Marcos y Cristóbal Fúcar, hermanos, que nacieron, aquél el año de 1564, y éste el de 1566, y murieron ambos de cincuenta y un años de edad, en 1614 y 1615, dejando consignada su memoria en Madrid en la calle de los Fúcares, que va del Convento de Jesús a la de Atocha. En su fallecimiento tenían ajustadas las minas de Almadén hasta fines del año 1624, y las ajustaron por otros diez años sus herederos, que eran Juan Ernesto y Juan, ambos del Consejo secreto del Emperador Rodulfo, y Otón Enrique, Caballero del Toisón de Oro: a los cuales el Rey don Felipe IV, hallándose en Barcelona a 17 de mayo de 1632, concedió en propiedad las minas de Guadalcanal con grandes fueros y privilegios, aunque pocos años después caducaron estas disposiciones.
Las noticias precedentes están tomadas en gran parte del Registro general de Minas de la Corona de Castilla, y de la noticia de las de Guadalcanal, obras de don Tomás González publicadas por los documentos del Archivo de Simancas, y de la obra intitulada: Fuggerorum et Fuggerarum, qu礠in familia nat礠in familiam transierunt, quot extant, 祲e expres礠imagines. August礠Vindelicorum anno post Christum nato MDCXVII. Contiene ciento veintisiete retratos de otras tantas personas de aquella ilustre familia, y entre ellas hay condes, eclesiásticos, obispos, frailes y monjas.
El crédito de riqueza que tenía esta familia en España llegó a ser proverbial, y se decía es un Fúcar para significar que uno era persona rica y adinerada. Así se ve por la expresión del texto presente y testimonios que cita Bowle de los dos autores del Guzmán de Alfarache y de Agustín de Rojas, a quien pudiera añadirse el de Quevedo en las Cartas del Caballero de la Tenaza, y otros.




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N-2,23,44. Asendereado, según Covarrubias, es el que anda corrido y acosado por sendas. En el capítulo IX, cuando andaba Don Quijote por el Toboso buscando el palacio de Dulcinea, comido vea yo de perros ese alcázar, decía Sancho, que así nos trae corridos y asendereados. También llamó Sancho a su amo asendereado caballero, al presentarle a la supuesta Dulcinea, que salía del Toboso en su hacanea, alias borrica.




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N-2,23,45. Casi todas las ediciones ponen montaña, separándose de la primitiva de 1615, que dice montiña. Hablóse de esto en las notas al capítulo V de la primera parte; y del juramento del Marqués de Mantua en el capítulo X de la misma.




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N-2,23,46. Tal es aquí un verdadero nombre neutro; y puede agregarse este ejemplo a los que ya se pusieron en el capítulo XXXII de la primera parte para probar la existencia de este género en el idioma castellano.




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N-2,23,47. Cervantes trató de hacer creíble que Don Quijote llevase con paciencia los dichos de Sancho, que verdaderamente anduvo demasiado de atrevido en este diálogo, suponiendo que los atribuía parte a su inexperiencia y parte a buen celo y afecto. Otra causa añadió después para la tolerancia, diciendo en el capítulo siguiente que el primo la atribuyó al contento que tenía Don Quijote de haber visto a su señora Dulcinea, aunque encantada.




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N-2,23,48. La aventura de la cueva de Montesinos es, entre todas las del QUIJOTE, donde más lució la inventiva de Cervantes. El encuentro de Dulcinea, encantada en la cueva de Montesinos, estaba enlazado con los sucesos anteriores de la visita del Toboso y la maliciosa ficción de Sancho, y es el fundamento y la clave, digámoslo así, de los restantes trámites de la fábula. Es un incidente fecundo en consecuencias y aplicaciones, que viene a ser el núcleo principal de lo que forma el enredo y el desenlace de la segunda parte. La felicísima ocurrencia de haber colocado la relación de la aventura en un sueño de Don Quijote quita toda clase de inverosimilitud a las particularidades. Los épicos antiguos hicieron intervenir a los dioses en los casos a que no alcanzaba lo humano: en los libros caballerescos se, asignaron estas funciones a los encantadores y nigromantes: Cervantes suplió estos medios por el del sueño, que salva absolutamente lo inverosímil, porque nada lo es pasando entre sueños. Es verdad que Don Quijote refiere que después de dormirse en la cueva despertó, y que despierto ya, vio a Dulcinea y cuanto refiere de la cueva; pero el lector ve claramente que el despertar fue soñado, y así también lo demuestra el estado en que sacaron a Don Quijote de la sima, y el trabajo que después de sacarle costó el despertarlo. Don Quijote lo creyó todo de buena fe, como loco, y en adelante hizo del desencanto de su señora el objeto constante de sus deseos y esperanzas.
Muchos escritores antiguos y modernos tuvieron el pensamiento de reducir sus producciones a la relación de un sueño. Así lo hizo Tulio en el Escipión, donde bajo la forma fugaz de un diálogo soñado agitó las cuestiones más importantes de la Filosofía; la Divina Comedia, del Dante; los Triunfos, del Petrarca; el Corbacho, de Bocacio, son también relaciones de sueños. Entre nosotros, don Francisco de Quevedo usó de este mismo artificio en sus opúsculos intitulados La visita de los chistes, La casa de los locas de Amor y el Sueño de las calaveras; y lo mismo don Diego de Saavedra, en su República literaria, una de las producciones que, por su lenguaje, erudición y crítica, honran más nuestra literatura; pero ninguno aventajó a Cervantes en la oportunidad de emplear este medio para conciliar lo falso con lo verosímil en el progreso de su fábula.
En toda ella no hay aventura mejor imaginada, ni que más claramente manifieste los quilates del ingenio de su inmortal autor. Se aprovechó Cervantes de las antiguas hablillas creídas vulgarmente en el país de su héroe: las amalgamó con las noticias de los romances, también antiguos, que andaban en bocas de todos sobre Montesinos, sobre Durandarte y los amores de éste con Belerma: combinó estas circunstancias del error y del capricho con las reales y físicas del nacimiento del Guadiana, de las lagunas donde nace, de su desaparición y segundo nacimiento, de la calidad y florida vena de su ingenio la existencia no mencionada en los romances y consejas populares, del escudero Guadiana, de la Dueña Ruidera, sus sobrinas e hijas; la transformación de aquél en río y de ésta en lagunas; hizo intervenir en estos sucesos a Merlín, reputado padre de la magia en la opinión del vulgo europeo; acumuló con suma gracia y oportunidad a estas transmutaciones la de Dulcinea; y de todos estos elementos, aglomerando lo natural, lo histórico, lo ridículo y lo caballeresco, formó la aventura más feliz y más poética del QUIJOTE.

{{24}}Capítulo XXIV. Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento desta grande historia


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N-2,24,1"> 3954.
Zarandajas, vocablo que sólo se usa en plural y en el estilo familiar: significa menudencias, cosas menores principales; y acaso se quisieron indicar los desperdicios que arroja de si la zarando o criba con que se aechan los granos. ---Tan impertinentes como necesarias: reunión festiva de dos calidades que se contradicen. ---Para el entendimiento, esto es, la inteligencia de esta grande historia. Aquí entendimiento no es la facultad, sino el acto de entender.




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N-2,24,2. Por estas palabras parecería que hubo dos autores de la historia original de Don Quijote, como lo parece también por otras que se notaron en el capítulo VII de la primera parte. El lenguaje del principio de este capítulo es incorrecto. Además de lo que acaba de obserbarse, queda pendiente el gerundio llegando, que, como parte o calidad del sujeto, debiera regir un verbo que no se encuentra. Debiera haberse dicho, y hubieran ganado la claridad y la gramática: Dice el que tradujo esta grande historia del original que escribió Cide Hamete Benengeli, que llegando al capítulo de la aventura de la cueva de Montesinos, en el margen del halló escritas estas mismas razones.





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N-2,24,3. El lenguaje de esta nota ofrece algunos reparos. La palabra contingibles puede dudarse que sea castellana, a pesar de que la usó el autor del acto II de la tragicomedia de la Celestina. ---En estas palabras esta desta hay una repetición desaliñada que hubiera convenido evitar. ---Sobran, evidentemente, hacia el fin de la nota las palabras dicen que: Cervantes hubo de ponerlas por distracción, y luego se olvidó de borrarlas, como sin duda lo hubiera hecho si volviera a leerlas: puesto que; debió decir, se me tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte se retractó della. Esta misma retractación hecha a la hora de la muerte arguye una falta de veracidad que contradice el carácter honrado y sincero que se asignó a nuestro hidalgo La nota de Cervantes no fue feliz: su mismo objeto de subsanar lo inverosímil de los incidentes de la cueva de Montesinos es vano, porque siendo soñados, sobran, como ya insinuamos arriba, todas las salvas y excusas acerca de su inverosimilitud. Norabuena que Don Quijote los tuviese por ciertos, tanto porque después de dormirse allá bajo soñó que había despertado, como por el mal estado de su cerebro; porque el lector no puede dudar de que todo fue sueño, cuando ve el trabajo que después de sacarlo de la cueva costó el despertarle, siendo preciso para ello volverle y revolverle, sacudirle y menearle, como se refirió en el capítulo XXI.




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N-2,24,4. Se dijera con más propiedad, que merecían se le moliese a palos, porque no eran las palabras ni las razones las que habían de apalearle.




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N-2,24,5. Cuando se quiere esforzar la significación de algún adjetivo, y elevarle a superlativo por medio de alguna partícula, se hace superlativa a ésta, y no se toca al adjetivo. Así se dice tiempo malísimamente empleado, y no mal empleadísimo; plaza valíentísimamente defendida, y no valientemente defendidísima. Conforme a esta analogía, las personas cultas nunca juntan el superlativo con la partícula muy, a pesar de que ésta y otras no pueden superlativarse: permítaseme el uso de esta voz en obsequio de la claridad.




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N-2,24,6. Entiendo que las personas de oído y gusto delicado preferirían que se dijese, lo que tengo a gran felicidad. Esta mudanza de lugar, al parecer tan frívola, trastorna enteramente la gramática. En el texto, que es conjunción y lo pronombre personal; en la enmienda que se propone, lo es artículo y que pronombre relativo. En este último caso, quedan mal enlazadas las dos oraciones que componen la sentencia.




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N-2,24,7. Hay opinión de que se inventaron los naipes a fines del siglo XIV, durante la enfermedad de Carlos VI, Rey de Francia, entre otros medios que se emplearon para curar la melancolía y perturbación del juicio que padeció por largo tiempo aquel Príncipe. Otros créen que era anterior la invención y que entonces se produjo; otros dicen que pertenece al reinado de su hijo y sucesor Carlos VI. En Castilla se conocían los naipes en el siglo XV, puesto que Garci-Sánchez escribió una canción (que se incluyó después en el Cancionero general), porque había jugado a los naipes con su amiga. Covarrubias en su Tesoro (artículo Naipes) dice que se llamaron naipes por la cifra primera que tuvieron, que era una N y una P (neipa), en la cual se encerraba el nombre del inventor. Nicolao Pepín, aunque no faltaba quien creía que la palabra naipe era arábiga. Pero la opinión más común de España en tiempos de Cervantes era que el inventor de los naipes había sido un tal Vilhán, que unos hicieron español y otros extranjero. Francisco Luque Fajardo, clérigo de Sevilla, publicó en el año de 1603 un libro intitulado Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, de cuya erudición y crítica se puede hacer juicio por la noticia que da de que Platón atribuyó la invención de los naipes a un demonio llamado Theuth, de cuyo nombre se derivó el de tahur. Dice también que algunos creen que Vilhán y demonio son una misma cosa; que otros atribuyen la invención de los naipes a los árabes, lo cual refuta; que otros creyeron al inventor caldeo o hebreo, otros francés, fundándose al parecer estos últimos en que se dice que los primeros naipes vinieron a España de Francia; que otros hicieron al inventor flamenco; que la opinión más común entre los jugadores era que Vilhán había nacido en Madrid, que habiendo jugado su hazienda se encaminó a Sevilla, que fue albañil en Orgaz, mozo de posadas en una de Sierra Morena, sacristán en Peñaflor y espadero en Sevilla, donde murió quemado por monedero falso, acabando su mala vida con infamia. Añade que los jugadores le nombraban frecuentemente tanto en sus maldiciones, juramentos y blasfemias cuando perdían, como en sus aclamaciones y contentos cuando ganaban, mirándole como una especie de numen tutelar suyo. Juan de la Cueva, paisano de Francisco de Luque Fajardo, y autor de un mal poema que trata de los inventares de las cosas, por la autoridad de un escritor que no nombra, quiso acreditar otra opinión:
Vilhán, nacido dentro en Barcelona,
de humildes padres y plebeya gente,
según dice el autor que de él escribe
fue sólo el que en el mundo dio principio
a la invención de los dañosos naipes,
y por ella acabó debidamente
en poder de unos fieros bandoleros
en un pozo por ellos arrojado.
Y pluguiera al divino y justo cielo
que el nombre y la invención y horrible vida
juntamente acabaran aquel punto,
sin que el tiempo guardara su memoria.

Verdad es que si hemos de juzgar del poema de Juan de la Cueva por la noticia que da (entre otras) de que Moisés fue el inventor del verso hexámetro (en el canto I), quizá no haremos gran caso de su autoridad. Como quiera, en su tiempo, esto es, en los siglos XVI y XVI, el nombre de Vilhán era sumamente conocido. El mismo Cervantes hizo mención de él en la novela de Rinconete y Cortadillo, donde el primero decía al otro en la conferencia que tuvieron al encontrarse en el cobertizo de la venta del Molinillo: así como vuesa merced se puede examinar en el corte de sus antiparras, así puedo yo ser maestro en la ciencia vilhanesca: con esto voy seguro de no morir de hambre. Y luego decía el mismo Rincón a Monipodio: yo sé un poquito de floreo de Villano. A tres leguas de la ciudad de Ronda, en el camino de Córdoba a Antequera, hay una venta llamada de Vilhán. Como esta palabra no significa nada ni tiene relación con ninguna otra castellana, puede y debe creerse que algún incidente relativo al juego de naipes dio a la venta este nombre, que en otro tiempo andaba en boca de todos, y que ahora yace en la obscuridad y en el olvido, ignorado del común y aun de los mismos tahures y jugadores de profesión.
Si fuera preciso aventurar alguna conjetura sobre el origen e invención de los naipes, pudiera creerse que éstos habían nacido de los dados, como los dados de la taba. Esta fue, al parecer, el prototipo de los dados. Los ociosos empezarían a jugar con la taba, pondrían signos en sus seis lados: buscando después mayor variedad en las combinaciones, hubieron de usar más de tres piezas. El juego de los dados fue muy practicado por los antiguos, y continuó durante la Edad Media, como consta de numerosos documentos. Los jugadores, no contentos con la variedad que prestaba la casual combinación de los tres dados, o queriendo jugar de un modo más fácil, más expedito y más variado, representaron cada cara del dado con un naipe; añadieron un dado, doblaron el número de las caras, y he aquí los cuatro palos y las doce cartas de cada palo, que, barajándose y gozando de la movilidad que no tienen las caras de los dados, producen un sinnúmero de combinaciones, de uso, repartición y manejo más cómodo para los jugadores. En la asignación de los nombres de palos y figuras intervendrían razones propias de las costumbres del tiempo, que por algunos indicios parece haber sido el de la Caballería. Es muy verosímil que no se llegaría de un golpe a este resultado, y que en esto, como en todas las invenciones humanas, se procedería lenta y sucesivamente por grados hasta la actual formación de la baraja, y a los sistemas y reglas de las combinaciones que constituyen los diferentes juegos de naipes que se conocen.




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N-2,24,8. Así es la verdad. Polidoro Virgilio no habló de la invención de los naipes en su libro De rerum inventoribus.





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N-2,24,9. El nacimiento del Guadiana, que, según aquí se dice, ignoraban las gentes, no es el nacimiento material y físico que estando a la vista, ¿cómo pudiera ignorarse? sino el mitológico que le asignó Cervantes, a saber: la transformación del escudero Guadiana y de la Dueña Ruidera, que refirió Montesinos a Durandarte, hallándose nuestro hidalgo presente. Este y no el otro es el nacimiento que se ignoraba antes de escribirse el QUIJOTE, y el que se indica en el pasaje del texto, mucho más habiéndose dicho antes que estas noticias servirían de materiales para el Ovidio español que el primo traía entre manos. Y la misma inteligencia debe darse al pasaje del capítulo XVII, cuando al salir Don Quijote de casa de don Diego de Miranda, dijo que pensaba entrar en la cueva de Montesinos... sabiendo e inquiriendo asimismo el nacimiento y verdaderos manantiales de las lagunas de Ruidera. Al parecer, ni Bowle ni Pellicer entendieron bien esto.




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N-2,24,10. No parece dudable que en esta expresión se indica al Conde de Lemos, protector generoso y bienhechor del desvalido autor del QUIJOTE, así como la anterior parece referirse al Duque de Béjar, a quien Cervantes había dedicado la primera parte del QUIJOTE, y a quien hubiera dedicado también la segunda, según era de agradecido, a no haber algo que lo impidiese. De ambos asuntos se ha tratado en las notas a las dedicatorias de las dos partes; pero ni el elogio del uno ni el vituperio del otro estaba bien en boca de Don Quijote, que ni era escritor ni los conocía; pero Cervantes estaba lleno de estas ideas, y se le cayeron, sin mucha ocasión, de la pluma, sin acordarse que estaba haciendo el papel de Don Quijote. Exabundandia cordis os loquitur.





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N-2,24,11. En tiempo de Cervantes era bastante común la profesión de ermitaños, que, viviendo en las ermitas fuera de poblado, vivían a sus anchuras disfrutando de la caridad de los fieles, sin que nadie celase sobre su conducta, que no siempre era ejemplar. De éstos se acababa de decir que no eran todos como aquellos de los desiertos de Egipto, aludiendo probablemente a algunos escándalos y casos coetáneos, y lo confirma con lo que añade sobre la hipocresía, y con lo que dice después de la sota ermitaño, que los viajeros hallaron en la ermita; pero Cervantes, que no tuvo miedo en Lepanto, lo tuvo de lo que acababa de decir acerca de la diferencia que había entre los ermitaños de su tiempo y los de la Tebaida, y quiso ponerse en salvo. En el día no tendrían tanto crédito estos santos varones que pudieran infundir a nadie.




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N-2,24,12. Esta era la opinión de Cervantes, y así lo manifestó en la novela de Los dos perros, donde decía la bruja Cañizares: la santidad fingida no hace daño a ningún tercero, sino al que la usa; y en el Pérsiles (libro I, cap. VII), donde dijo que no hay hipócrita, si no es conocido por tal, que dañe a nadie sino a sí mismo. Pero acaso no faltará quien lo mire como dudoso y problemático, mirando a que los hipócritas son enemigos ocultos, y como tales más temibles de la virtud, y a que el escándalo producido por el descubrimiento (que suele ser frecuente) de la hipocresía, puede ser mayor y más perjudicial que el de la conducta del pecador público. San Agustín decía (sermón 355. De vita et moribus clericorum): Nolo habeer hypocritas. Malum enim est (¿¿quis nescia)? malum est cadere a proposito; sed peius est simulares propositum. Y en el Evangelio, Jesucristo se irritó contra los hipócritas, y trató con benignidad a la pública pecadora.




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N-2,24,13. El conductor hacía mal la cuenta, o le ofuscaba la prisa, porque Don Quijote encontró dos días después al escuadrón del rebuzno, que aun no había peleado.




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N-2,24,14. La Academia Española corrigió este pasaje, donde todas las ediciones anteriores decían: siguieron todos tres el derecho camino de la venta, a la cual llegaron un poco antes de anochecer. Dijo el primo a Don Quijote que llegasen a ella a beber un trago. Apenas oyó esto Sancho Panza, cuando encaminó el rucio a la ermita. Es claro el trastorno y confusión del texto en este lugar; porque después de llegar a la venta, ni había que decir que llegasen a ella, ni era del caso volver a la ermita a beber un trago, que no podía faltar en la venta. La Academia creyó corregir el pasaje poniendo ermita en lugar de ella, y ella en lugar de ermita. Pero todavía no alcanza la enmienda si no se suprimen las palabras a la cual llegaron un poco antes de anochecer. Entonces sería cuando todo quedase claro.




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N-2,24,15. Esto es, si la sed que tengo fuera de agua. Aquí se suple sed, así como en la expresión anterior, pidiéronle de lo caro, se entiende vino. Pedir vino de lo caro supone que lo hay de dos clases, caro y barato, lo cual sería más propio de la venta que de la ermita. En el entremés del Rufián viudo, uno de los de nuestro autor, dice Trampagos a Vademecum, enviándole por vino para celebrar un desposorio:

Luego, luego
parte y trae seis azumbres de lo caro:
Alas pon en los pies.




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N-2,24,16. Don Quijote iba desde la cueva de Montesinos a Zaragoza, el mancebito desde la Corte a Cartagena; ¿cómo podían llevar el mismo camino? A no ser que se explique par la irregularidad del itinerario de Don Quijote, que como caballero errante, aun dirigiéndose a punto conocido, no seguía siempre el camino más corto.




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N-2,24,17. Dícese que el Duque de Lerma para disimular los juanetes, que tenía grandes, introdujo los zapatos cuadrados; los cortesanos, según costumbre, hubieron de imitar el modelo del favorito. Se acaba de decir que el paje llevaba la espada al hombro, los calzones y herreruelo en un envoltorio pendiente de la espada, ropilla de terciopelo, medias de seda y la camisa de fuera. Según esto iba el mancebo en faldones, y lo confirma lo que se dice después, a saber: que llevaba los calzones en el envoltorio por no gastarlos en el camino. ¡Medias de seda y sin calzones! Rara hechura de caminante, en que se mezclaban los síntomas de lujo con los de la miseria, cosa frecuente en las cortes y poblaciones grandes. ---Dícese que iba el paje sin calzones por orearse, y según la cuenta de Ríos, pasaba esto después de la mitad de octubre, tiempo ya demasiado adelantado para caminar con las nalgas al aire.




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N-2,24,18. Pelón, terminación y forma de aumentativo con significación y fuerza de privativo. Pelón se llama al que no tiene pelo, como rabón al que no tiene rabo. Metafóricamente se llama pelón al que carece de dinero o lo tiene muy escaso.




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N-2,24,19. Ventaja es el sobresueldo o ayuda de costa sobre el sueldo ordinario; expresión propia de la milicia, donde se llamaban aventajados los soldados que gozaban de sobresueldo; y solían disfrutarlo en premio de señalados servicios, como se verificó en el mismo Cervantes, a quien su general, el señor don Juan de Austria concedió tres escudos de ventaja al mes por su esforzada conducta en la batalla de Lepanto.




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N-2,24,20. No parece sino que los buenos son los que salen a alféreces o capitanes, y no es eso lo que se intenta decir. ---Tinelo, pieza de comer, especie de refectorio, donde comen juntos los criados cuando son muchos como sucedía en las casas de los grandes y personas opulentas, que es de lo que aquí se trata. ---Entretenimiento es lo mismo que asistencia, Pensión o asignación para mantenerse; acepción diversa de la común, según la cual es diversión o Pasatiempo.





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N-2,24,21. Don Diego Hurtado de Mendoza escribió un papel intitulado de los Catariberas, publicó años pasados en el Semanario erudito de Valladares, donde dice: "Tres maneras de gentes andamos en este Corte en pretensiones, conviene a saber: letrados, aunque en esto no lo somos; soldados, que huyendo de los trabajos de la guerra, que a su parecer es más peligrosa, de voluntad se meten en esta abatida y miserable, y no de menos peligro y desasosiego para el ánima; y caballeros de capa y espada, que con gana de comer y ambición de mandar, buscan si pueden por esta vía lo que les falta en sus casas. Y aunque son tres géneros de gentes, todas, en fin, vienen a comprenderse debajo deste famoso nombre de Catariberas". Francisco de Luque Fajardo, en el libro arriba citado contra la ociosidad y los juegos, usa como sinónimos las palabras de pretendientes y catariberas, y de estos catariberas cortesanos habla aquí el paje; pero catarriberas significaba propiamente el mozo que en la caza de cetrería andaba catando o reconociendo las riberas u orillas de nos y lagunas para ojear la caza y recoger los halcones cuando la traían. Esto se aplicó a los pretendientes que andan a caza de empleos, buscando por todas partes los medios de hallarlos y conseguirlos. Los que querían darse importancia para medrar más en sus pretensiones echaban criados con librea; y a uno de éstos debió servir el paje que va hablando.




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N-2,24,22. Gente advenediza, porque viene a la corte, donde no está de asiento, sino que, acabado el negocio a que vino, se volvía a su casa. ---Ración era la comida, porción señalada del alimento diario; quitación, el salario en dinero que se daba al criado, amén de la comida, para vestirse. La que se daba al paje del texto era tan mísera y atenuada, que se consumía la mitad de ella en almidonar un cuello para ir decente. La operación de almidonar la ropa era en tiempo de Cervantes parte esencial del aseo personal de ambos sexos; y Alonso de Carranza, en el discurso contra los trajes, impreso por los años de 1630, deplora como sumo e intolerable el gasto de almidón que se hacía en los guarda infantes y enaguas de las mujeres, pudiendo el trigo que en esto se pierde servir para el sustento de muchos necesitados. ---La significación equívoca de la palabra quitación, que también puede significar el acto de quitar, dio motivo al chiste del Pícaro Guzmán de Alfarache, cuando en su largo soliloquio sobre la honra (parte I, lib. I, cap. IV) hablaba de la moza o ama que quiere servir de todo, sucia, ladrona... amiga de servir a un hombre solo, de traer la mantilla en el hombro, y que le den ración, y ella se tiene cuidado de la quitación, cuando halla la ocasión.





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N-2,24,23. Librea en tiempos antiguos se llamaba el vestido uniforme que los Reyes daban a los militares, y así llamó Gonzalo Fernández de Oviedo a los primeros uniformes que el Rey don Fernando el Católico dio a su guardia (Libro de la cámara del Príncipe don Juan), y según otras memorias era encarnado y blanco. Generalmente se daba este nombre a los vestidos iguales de las cuadrillas de caballeros y de sus comitivas en las fiestas y torneos. Después ha quedado el nombre de librea reducido al traje uniforme que se da a los criados de esfera inferior, de quienes suele recogerse al despedirlos, que es lo que aquí llama Don Quijote espilorchería, de espilorcho, palabra italiana, que, según Covarrubias en su Tesoro, significaba desarrapado, andrajoso, sórdido, y que habían introducido en España los cortesanos que volvían de Roma.




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N-2,24,24. Estuviera mejor diciéndose: por las cuales si no se alcanzan más riquezas, a lo menos se alcanza más honra. Como está disuena que el plural alcanzan vaya con el singular honra.





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N-2,24,25. No qué, si sé qué, oraciones sustantivadas o convertidas en sustantivo, como indica el artículo un que las precede, y es señal infalible de sustantivo o de cosa que hace de sustantivo.




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N-2,24,26. Así lo cuenta Suetonio en la vida del Dictador (cap. LXXXVI): pridie quam occideretur, in sermone nato super c祮an apud M. Lepidum, quisnam esset finis vit礠commodissimus, repentinum inopinatumque pr祴ulerat.





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N-2,24,27. Máxima propia del pundonor y aliento militar de Cervantes. Léese ya anteriormente en el prólogo de esta segunda parte: si mis heridas, dice allí nuestro autor, no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas a lo menos de los que saben dónde se cobraron, que el soldado más bien parece muerto en lo batalla que vivo en la fuga. Repitióla otra vez en el Pérsiles, donde escribiendo cada uno de los circunstantes una sentencia en el AAlbum de un curioso, que de ellas y de las demás que recogiese quería formar un libro intitulado Flor de aforismos peregrinos, puso Croriano lo siguiente: Más hermoso parece el soldado muerto en la batalla que sano en la huida. Pero aquí en el texto del QUIJOTE Cervantes citó como autor de la sentencia a Terencio, y Terencio no la dijo; se fió, como otras veces, de su memoria. Lo que añade en elogio de la subordinación y otras prendas militares, son máximas ciertas y recomendables, pero tienen poca trabazón entre sí y con lo que antecede.




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N-2,24,28. El Emperador Vespasiano, según cuenta Suetonio (En su Vida, cap. VII): adolescentulum, fragrantem unguento, cum sibi pro imperata pr祦ectura gratias ageret, nutu adspernatus, voce etiam gravissime increpuit; maluissem allium oboluisses; literasque revocavit.
La algalia es un ungÜento sumamente odorífero que se cría en una bolsa que tiene entre las dos vías la civeta o gato de Algalia, animal carnicero de Asia y áfrica. Del cual dice Fray Luis de Granada en el Símbolo de la Fe (parte I, cap. XXI): "Entre tantas diferencias de animales, no puedo dejar de hacer mención del regalo de la Divina Providencia en haber criado gatos de algalia; la cual sirve para la composición de todos los ungÜentos olorosos, que sin ella serían imperfectos. Y además desto, por ser ella calidísima es medicinal para muchísimas enfermedades. Es, pues, de saber, que este animal tiene una bolsa entre los dos lugares por donde se purga el vientre, repartida en dos senos, y en ellos descarga poco a poco esta masa tan estimada, de modo que cada cuatro días es menester descargar esta bolsa con una cucharita de marfil; porque cuando esto no se hace, él mismo se arrastra por el suelo para despedir de sí esta carga, que le da pena por ser muy caliente. Y desta manera cada mes se saca de él una onza de algalia, que en esta era de agora vale diez y doce ducados en Lisboa. Y más, añadiré aquí una cosa, que si no fuera tan pública no me atreviera a escribirla, la cual es que en esta ciudad (Lisboa) hay un mayorazgo que dejó un padre a su hijo, de veintiún gatos de algalia, los cuales, hecha la costa del mantenimiento de ellos, le rentan cada año seiscientos mil maravedís. Y la institución de este mayorazgo es con cláusula que esté siempre entero este número de gatos, so pena de tres mil ducados e aplicados al hospital de la Misericordia".
Andrés Laguna habló de la algalia en sus observaciones sobre Dioscórides (lib. I, Capitulo XX), donde dice que en vehemencia y gracia de olor no debe nada al almizcle. El almizcle es producción de un animal rumiante, especie de cabrito, que habita en la Gran Tartana, y lo cría en una bolsa junto al ombligo; su olor es tan duradero, como lo muestran los muebles, aunque ya pocos, que aun quedan de los pasados siglos. Cervantes, que nombró la algalia muchas veces, sólo una nombró el almizcle, que fue en el capítulo VII del Viaje al Parnaso. Una y otra sustancia tuvo mucha estimación entre nuestros abuelos; y la crónica del Rey Don Juan el I de Castilla cuenta que el Rey de Túnez le envió presente de ropa delgada de lino, e seda, e de almisque, e de algalia, e alambar, e de otras muchas maneras de perfumes (año 1428, cap. CIX).




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N-2,24,29. Decía Cervantes por boca de Don Quijote, que si la vejez coge al militar estropeado o cojo, a lo menos no le pude coger sin honra. Cervantes, al escribir esto, pensaba sin duda en sí y hablaba de sí; sólo le faltó poner estropeado o manco en vez de estropeado o cojo.





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N-2,24,30. Entretener por mantener: muchos lo tacharían de galicismo, mas eran palabras de uso común ella y sus derivados en tiempo de Cervantes. Poco antes, en este mismo capítulo, se había usado la palabra entretenimiento en la significación de ayuda de costa; y el doctor Cristóbal de Herrera, Protomédico de las galeras de España, en un discurso que presentó el año de 1598 a Felipe II siendo Príncipe de Asturias, sobre el amparo de la milicia, decía que los romanos poblaron a Emérita Augusta de soldados viejos, dándoles muy bastantes entretenimientos para pasar y acabar sus días en paz y sosiego. Lastimándose Herrera en dicho discurso de haber visto pedir limosna a soldados que habían perdido las piernas y brazos en servicio de la patria, proponía la fundación de una casa de inválidos, donde los soldados y marineros estropeados o inutilizados en la guerra o por la vejez disfrutasen habitación, alimento y una pensión de 12.000 maravedís cada uno; que se jubilase a los soldados a los cuarenta años de servicio: que se fundasen cíen premios o pensiones de 40, 80 y 120.000 maravedís para oficiales beneméritos estropeados en campaña o inútiles por vejez o enfermedad; que los inválidos llevasen una banda roja, los soldados con flecos de seda y los oficiales con cabos y flecos de oro. Enseguida señalaba los medios y arbitrios de que se podía echar mano para dotar el establecimiento.
Herrera había escrito otro discurso sobre el recogimiento y socorro de pobres y mendigos, que las Cortes del reino recomendaron a Felipe I para que se tomasen las providencias convenientes, y de hecho se tomaron algunas. Con motivo del discurso relativo a los inválidos, y con recomendación de las Cortes o sin ella, hubo al parecer de tratarse de este asunto en los años siguientes, y esto daría ocasión a las expresiones de Don Quijote en su conversación con el paje del texto. Pero aunque he procurado saber si hubo resultas efectivas en esta materia, no he encontrado rastro de ello, y acaso las expresiones de Cervantes tienen algo de irónico y amargo, reprendiendo el olvido. Al cabo de muchos años, en el de 1627, se expidió un Real orden en términos muy enérgicos al Consejo de Estado, quejándose de la grande omisión que había en orden a las solicitudes y reclamaciones de los militares, de los cuales se dicen que solían hallar por paga y premio de sus servicios, hambre, desnudez y mal despacho (Archivo de Simancas, Consultas de la Secretaria de Estado, número 2646). Más efectivos fueron los socorros que proporcionó a los militares inválidos la obra pía que fundó el año de 1660 la Baronesa doña Beatriz de Silveira, fundadora también del convento de monjas de su nombre en Madrid, para el socorro de soldados y oficiales estropeados. Eran doce mil ducados anuales, de cuyo pago todavía se encuentran documentos el año de 1708 (documentos del Archivo de Simancas); pero como situados en juros, hubieron de sufrir la suerte que ellos.




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N-2,24,31. Antes se dijo que llegaron a la venta un poco antes de anochecer, aquí se dice que anochecía. En la nota sobre aquella expresión se observó que hubiera convenido suprimirla, y a la razón que se alegó entonces debe añadirse la de que suprimiéndola, se hubiera evitado también esta contradicción.




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N-2,24,32. La edición primitiva hecha por Cervantes puso el sobrino y Sancho. Era error conocido que copiaron todas las ediciones, hasta que Pellicer lo corrigió en la suya.

{{25}}Capítulo XXV. Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titerero, con las memorables adivinanzas del mono adivino


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N-2,25,1"> 3986.
Apuntar es indicar ligeramente, y en la relación de la aventura del rebuzno está tan lejos de verificarse esto, que el relator para excusar la prolijidad y menudencia con que expresaba las particularidades del suceso, dice: con estas circunstancias todas, y de la mesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan todos aquellos que están enterados en la verdad deste caso.
Sospecho que la palabra apunta es errata por cuenta.





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N-2,25,2. Expresión proverbial nacida, como otras infinitas propias del idioma castellano, de las profesiones y ejercicios ordinarios y domésticos. Esta se tomó de la impaciencia de las horneras, cuando ven que se tarda en cocer el pan que ya tienen metido en el horno.




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N-2,25,3. Aplicación graciosa de una fórmula solemne del foro a la frívola circunstancia del número de días que iban pasados desde la pérdida del asno.




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N-2,25,4. Mano a mano, en compañía cuando es sólo de dos personas. ---Nótese el juguete de pie y mano, que suelen mirarse como términos opuestos, según sucede en aquel refrán: al villano dale el pie y se tomará la mano.





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N-2,25,5. Bufonada de Cervantes, que no es propia en boca del regidor; pero habiéndosele ocurrido, siguió sin pensarlo su genio, y la puso.
Usó de esta misma expresión Don Quijote en la imprenta de Barcelona, como veremos en el capítulo LXI.




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N-2,25,6. Mal logrado o malogrado, se dice del que muere en la flor de su vida; y sólo conviene a la juventud tierna, bella, ilustre, interesante. De aquí toma su gracia el uso de la palabra malogrado aplicada a un borrico.




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N-2,25,7. Abad es en general el Sacerdote, como ya se dijo en las notas a la historia del pastor Grisóstomo. Covarrubias en su Tesoro alega varios refranes que lo confirman, a los cuales pudiera agregarse el del texto.




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N-2,25,8. Esta expresión viene a ser lo mismo que la de levantar castillos en el aire, sólo que caramillos se toma en mala parte por chismes, enredos, embustes calumniosos, y castillos son lecciones sin malignidad. Por esta consideración en el texto viene mejor caramillos, porque en él se trata de rencillas y discordias, mas la circunstancia de levantarse en el viento viene mejor para castillo. Probablemente Cervantes, con su ordinaria negligencia, confundió las dos frases y de las dos hizo una. Tampoco está enteramente bien dicho viento por aire; ééste necesita moverse para ser viento. ---Al formar proyectos quiméricos de vanidad o codicia, llaman los franceses levantar o fabricas castillos en España.





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N-2,25,9. Para que estuviese bien el darse debiera decir: han salido los burladores y los burlados a darse la batalla (y mejor, a darse batalla); pero poniéndose han salido contra los burladores los burlados, según dice el texto, fue menester decir a darles batalla. ---En otra ocasión se ha dicho que ni Rey ni Roque significa lo mismo que ninguna persona, inclusas las principales.





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N-2,25,10. En el capítulo anterior dijo el Conductor de las armas, que éstas habían de servir a otro día. Mas hubo de ser ponderación para excusar la prisa que llevaba, según se ve por este pasaje y aun por el mismo suceso, que se refiere en el capítulo XXVI, y pasó de allí a tres días. ---Salir en campaña; ahora decimos salir acampaña.





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N-2,25,11. Si como no es imposible, mejor diré, si como es verosímil, la aventura del rebuzno tuvo fundamento en algún caso real, y el lugar del rebuzno, como puede sospecharse fue el Toboso o la Argamasilla, los pueblos que distan de éstos dos leguas pueden aspirar al honor de haber hecho el papel en la presente aventura. Quede la averiguación a cargo de los interesados.




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N-2,25,12. Esto es, vestido todo, como se dijo antes, de camuza; medias, gregÜescos y jubón. Las medias en este caso serían más bien polainas o botines.




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N-2,25,13. ¿Por qué se nombra al Duque de Alba más bien que a otro? En tiempo de Cervantes estaba todavía fresca la memoria del Gran Duque de Alba, el conquistador de Portugal, el héroe celebrado por Garcilaso de la Vega, que murió en Lisboa el año de 1583. Su nombre andaba en boca de todos los españoles; y ninguna persona de su tiempo que no fuese Príncipe podía infundirles tanto respeto. A esta consideración general puede agregarse la que la casa de los Duques de Alba había gozado en la Mancha. Un Gran Prior de San Juan, nacido de aquella ilustre casa, había fundado y dado su nombre al lugar de Argamasilla de Alba.




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N-2,25,14. Así se decía en tiempos de Cervantes, y no titiritero, como se dice ahora. En la vida de La Picara Justina (lib. I, cap. I, núm. I) Se hace mención de algunas circunstancias de tal oficio y sus profesores. Mi bisabuelo, dice Justina, tuvo títeres en Sevilla, los más bien vestidos y acomodados de retablo que jamas entraron en aquel pueblo. Era pequeño: no mayor que del codo a la mano; que de él a sus títeres sólo había diferencia de hablar por cerbatana o sin ella. Lo que era decir la arenga o plática, era cosa del otro jueves... Daba tanto gusto el serle hacer la arenga titerera, que por oírle se iban desvalidas tras él fruteros, castañeras y turroneras.





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N-2,25,15. Según las noticias recogidas por Jerónimo de Zurita en sus enmiendas al capítulo XVII, año 1351, de la Crónica del Rey don Pedro de Castilla, ya desde el siglo XII se llamaba Mancha de Monte Aragón la parte oriental de la Mancha; y en las relaciones topográficas hechas en tiempo de Felipe I se ve que todavía conservaba el nombre de Mancha de Aragón, contándose en ella Chinchilla, Albacete, Alhambra, Belmonte y el Quintanar de la Orden.
En esta parte de la Mancha estaba situada la venta donde pasó la aventura del retablo de Melisendra, a distancia de una jornada corta de la cueva de Montesinos; y digo corta, porque el primor del Licenciado diestro, que acompañaba a Don Quijote, la había hecho en una pollina preñada.




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N-2,25,16. Entiéndese ordinariamente por retablo el conjunto de adornos que forman un altar, y suelen ser de madera. Antiguamente los retablos tenían frecuentemente ya las divisiones o compartimientos en que había diversas pinturas, estatuas o relieves. Dióse también el nombre de retablos a las colecciones de figurillas que llevaban en otro tiempo los titiriteros, y con que representaban algunas historias más o menos conocidas del vulgo. De esta clase era el retablo de Maese Pedro; y de un retablo tomó asunto Cervantes para uno de sus entremeses. Algunos extranjeros, decía Covarrubias en su Tesoro, suelen traer una caja de títeres, que representa alguna historia sagrada, y de allí les dieron el nombre de retablos. Estas representaciones se emplearon alguna vez como arbitrios para socorro de hospitales y obras pías; mas, a pesar de esto, el licenciado Vidriera calificaba a los titiriteros de gente vagabunda, y no desmiente este concepto el ejemplo de Ginés de Pasamonte, oculto bajo el nombre de Maese Pedro. A estos titiriteros han sucedido los que ahora enseñan por las calles la linterna mágica y las ópticas en que se representan las vistas de ciudades y parajes célebres del mundo.
La edición primitiva de 1615 decía: retablo de Melisendra dada por el famoso don Gaiferos; había manifiesto error, que la edición de Londres de 1738 quiso corregir poniendo: retablo de Melisendra robada, etc. La Academia Española enmendó en sus primeras ediciones retablo de Melisendra libertada. Y Pellicer, no contento con ninguna de las dos lecciones, les sustituyó: retablo de la libertad de Melisendra, dada por el famoso don Gaiferos.





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N-2,25,17. Expresión impropia en un ventero, gente que entiende y habla mejor la germanía que el toscano. Cervantes se distrajo, según su costumbre, y habló en propia persona, olvidando que tenía que hablar en la del ventero. Poco después dice Don Quijote, dirigiéndose al mono: ¿qué peje pillamo? Para el mono lo mismo era una lengua que otra, y Don Quijote sabía ambas. ---Se llaman posaderas de fieltro las del mono, por lo duras y callosas que son.




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N-2,25,18. Bowle manifiesta que no entiende lo que quiso decir Sancho aquí; pero no es de extrañar que un extranjero, aunque conocedor y benemérito de nuestro idioma, no entendiese una palabra caprichosa de las que suelen formarse en el estilo familiar, o nombre propio de lugar o persona, y en ambos casos de las que en vano se buscaban en los diccionarios de los idiomas. Pellicer indica que pudo ser nombre de lugar, y alega otro ejemplo del voto a Rus en una comedia de mitad del siglo XVI.




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N-2,25,19. "Otra de las virtudes del estilo de Cervantes es la multitud de expresiones diversas con que amplia los pensamientos e individualiza un mismo afecto en distintas personas. La pintura que hace de la admiración que causó el mono adivino en todos los circunstantes cuando Maese Pedro saludó a Don Quijote, basta para conocer la afluencia de este autor, y la riqueza y fecundidad de nuestra lengua." Don Vicente de los Ríos, Análisis, núm. 146.





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N-2,25,20. De este jarro grande desbocado, en que La mujer de Sancho llevaba desde la taberna agua de cepas, se hace mención en el capítulo XI del Quijote de Avellaneda. ---El verbo castellano caber tiene dos acepciones opuestas: una poder contener, que es más conforme a su origen latino de copio, otra, poder ser contenido. En la primera acepción, que es la del texto, es verbo activo; en la segunda es de estado. Con sólo variar el régimen cambia la acepción; igualmente puede decirse y lo mismo significa, un jarro que cabe un buen porqué de vino, y un jarro en que cabe un buen por qué de vino; aquí es de estado y allí activo. ---Buen porqué ya se dijo en otra ocasión (en las notas al capítulo XLI de la primera parte) que equivale a cantidad razonable.





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N-2,25,21. No es la primera vez que habla Sancho de esta mala maña de su Teresa, pues ya en el capítulo XXI anterior, reprendido de su amo porque hablaba mal de su mujer, respondió: no nos debemos nada, que también ella dice mal de mí cuando se le antoja, especialmente cuando está celosa, que entonces súfrala el mismo Satanás. Esta pasión de celos, colocada en personas de la clase, edad y hechura de Teresa y de Sancho, tiene gracia; poca inclinación tiene a reír el que no lo haga al leer estas razones de Sancho. Las que se siguen de Don Quijote son un modelo de lenguaje correcto, puro, urbano y suavísimo.




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N-2,25,22. Cervantes quiso prevenir la extrañeza que había de causar a sus lectores el que Sancho alegase hechos y noticias de los libros caballerescos, y para esto supuso que sabía las de la giganta Andandona por su amo Don Quijote.
Andandona, según la historia de Amadís de Gaula (cap. LXV), era una giganta hermana del gigante Madarque, señor de la ínsula Triste, la más brava y esquivo que en el mundo había. Esta nació quince años antes que Madarque, y ella le ayudó a criar Tenía todos los cabellos blancos y tan crespos, que no los podía peinar; era muy feo de rostro, que no semejaba sino diablo. Su grandeza era demasiada y su ligereza; no había caballo, por bravo que fuese, ni otro bestia cualquiera, en que no cabalgase, y los amansaba. Tiraba con arco y con dardos tan recio y cierto, que mataba muchos osos, y leones y puercas; y de las pieles dellos andaba vestida todo lo más del tiempo. Albergaba en aquellas montañas por cazar las bestias fieros. Era muy enemiga de los cristianos, y hacíales mucho mal, y mucho más lo fue dallí adelante, y lo fizo ser a su hermano Madarque.
Con esta damisela comparaba Sancho Panza a su oíslo Teresa. Después de otros sucesos, cuenta la historia (cap. LXVII) que Andandona quiso matar a traición a Amadís con un venablo, y que, malogrado el golpe, dio a huir. Amadís, que en pos della quisiera ir, vio que era mujer, dejóse dello, y dijo a Gandalín: Cabalga en ese caballo, y si a aquel diablo pudiesen cortar la cabeza, mucho bien sería. Gandalín, cabalgando, se fue al más ir que pudo tras ella; cumplió con su comisión, y volvió con la cabeza de Andandona atado al pretal por los cabellos luengos e coros. Amadís, a fuer de caballero, no quiso poner las manos en mujer, y encargó a su escudero el castigo de Andandona, y no es el único ejemplo de ello que ocurre en los libros caballerescos. Los antiguos eran menos delicados: Aquiles en el sitio de Troya mató por su mano a Pentesilea, Reina de las Amazonas.
En otro lugar se hizo mención de algunos gigantes que se nombran en las historias caballerescas; justo será que demos también noticia de algunas gigantas que mencionan.
Batayasa, madre de los gigantes Brosdolfo y Bazarán, señores de la ínsula de Garia, jayana muy vieja, tanto que de raíces parecía hecha (Florisel, parte II, cap. XXVI).
Gadalesa, jayana de cabellos rubios, fijé mujer del gigante Mandroco, a quien venció en singular batalla Amadís de Grecia (lib., parte II, cap. XLII).
Amiote, giganta, mujer del gigante Anfeón, tenía dos hijos gemelos de cuatro meses, cada uno de cinco pies de largo, y bien formados según su grandor. Peleaba con una bisarma o alabarda, con la que hacía mucho destrozo en los cristianos de Carlomagno. Fierabrás le derribé una mano de una pedrada, y los peones la mataron (Historia de Carlomagno, capítulos XLVI y XLVII).
La giganta Creofanta fue muerta en combate por Amadís de Astra, por otro nombre el Caballero de la Tristeza (Esferamundi, parte I, capítulo XCV).
La giganta Colambrar, hermana del gigante Pavoroso (Palmerín de Inglaterra, parte VII,
capítulos CXVI y CXVII).
La jayana Gadalfea, hija de Frandalón y de una jayana, a quien Amadís de Grecia se vio precisado de matar, hendiéndola de un golpe de espada desde la cabeza hasta el estómago (Amadís de Grecia, parte I, caps. XXIV y XXV).
La jayana Baralasta, señora del castillo de Argantaz, murió despedazada por dos tigres que lanzó ella misma contra Amadís de Grecia (Florisel, parte II, cap. LXI).
Gregasta, jayana hechicera, madre del gigante Gandalón (Ib., parte II, caps. LXXI y LXXI). La hermosa jayana Briangia, Reina de Corite (Ib., parte II, cap. XC), que pretendida a despecho suyo por el jayán Buzarte, Rey de Cores, fijé defendida por Daraida. También la giganta Garganta era bellísima, a pesar de su desmesurada grandeza. Montaba un ferocísimo caballo, soberbiamente enjaezado, y la acompañaban a pie por uno y otro lado cuatro hermosas doncellas (Historia del Caballero Polismán, caps. XVI y XVII).
Gromadaza, giganta, mujer de Famongomadán el del Lago ferviente, fijé muy brava y corajosa en demasía (Amadís de Gaula, capítulo CXXVII).
Madásima, hermana de Gromadaza, muy diferente de ella, tan mansa y humilde como soberbia la otra (Ib., cap, íd.).




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N-2,25,23. Esto es, no responde a las preguntas sobre lo por venir.





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N-2,25,24. Expresión que era ininteligible los circunstantes pero será clara para el lector luego que sepa, como sabrá después, que Maese Pedro era aquel Ginés de Pasamonte a quien Don Quijote dio libertad en la primera parte de la fábula.




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N-2,25,25. Dijo Sancho espeso, estropeando la palabra expreso, de que había usado su amo, así como de pacto hizo patio.
En ésta y algunas otras ocasiones atribuyó Cervantes a Sancho un lenguaje sobradamente tosco y poco conforme al que de ordinario usaba, así como alguna otra vez pone en su boca expresiones demasiado cultas y cortesanas, como se advierte en sus respectivos lugares.




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N-2,25,26. En tiempo de nuestro autor, y aun mucho después, se creía comúnmente que cualquier hombre o mujercilla podía cada y cuando quisiese entrar en conversación y trato con el demonio, y ajustarse con él por un tanto, como si fueran mozos de labor. Después han dado las gentes en ser menos crédulas, y generalmente no se conoce más pacto expreso ni tácito con el demonio que el que hacen los que, cediendo a sus sugestiones, abandonan la ley de Dios y el cumplimiento de sus deberes.
Cervantes, al parecer, no estuvo enteramente exento de las ideas vulgares de su siglo, como lo indica la relación de las cosas de la Camacha de Montilla en el Coloquio de los perros, y de la hechicera amante de Rutilio en el Pérsiles. Cervantes en varios pasajes de sus obras se había declarado abiertamente contra la virtud que las preocupaciones del vulgo atribuían a los filtros y hechizos, pero no hubo de atreverse con la vulgaridad de los pactos hechos con Satanás. La encontraba autorizada con la creencia práctica judiciaria; si por un lado oía tal vez hablar a las personas juiciosas de los untos de las brujas y de las juntas de Barahona como de cosas de burlas, por otro veía lo que pensaban y obraban los tribunales. Acababa de imprimirse en 1611 el famoso auto de Logroño, donde estaban solemnizadas las ocurrencias del aquelarre de Zugarramurdi. Y no se diga que eran preocupaciones y cosas españolas. En Alemania se quemaban por aquel tiempo las hechiceras a centenares. En el Siglo de Luis XIV, libro bien conocido y de autor que no puede ser sospechoso, leo que en el año 1608 fueron condenadas como hechiceras seiscientas personas en el distrito del Parlamento de Burdeos, y los más quemados. Añádese allí mismo que en el discurso de pocos años habían ascendido a novecientos los decretos lanzados contra hechiceros en sola la Lorena (tomo II, pág. 208). El incidente de las monjas de Londun fue uno de los borrones que afearon el ministerio del Cardenal de Richelieu, y ejercitó entre nosotros la pluma del Maestro Feijóo, a cuya ilustrada religiosidad se debió el desengaño de muchos errores comunes, y gran parte de los adelantos de la civilización española en el siglo último.




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N-2,25,27. Non est vestrum nosse tempora vel momento qu礠Pater posuit in sua potestate (Art. Apostolor., cap. I, vers. VI).




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N-2,25,28. Alzar las figuras judiciarias es examinar el aspecto de las estrellas para vaticinar por él lo futuro, suponiendo que las estrellas y su situación influyan en los sucesos humanos; y este examen se llama horóscopo. Particularmente se solía hacer esta observación y tener cuenta con astro, estrella o planeta que se asomaba en el horizonte en el momento de nacer una persona, para inferir tanto sus virtudes y vicios, como su favorable o adversa suerte en el discurso de la vida del infante. Esta averiguación y las reglas para hacerla era el fondo de lo que llamaban Astrología judiciaria, porque enseñaba a formar juicio de lo futuro. El cristianismo, amigo siempre de la verdad y enemigo de toda clase de errores, reprobó siempre esta vana curiosidad, y San Agustín se burló de ella en sus Confesiones. Sin embargo, corriendo los siglos de la ignorancia se acreditó la Astrología en el seno mismo del cristianismo, de suerte que llegó a influir en las resoluciones de los Reyes y en los sucesos más importantes. El célebre Francisco Petrarca se burló en algunos parajes de sus obras de la Astrología judiciaria (De remediis utrius que fortun礬 lib. I, diálogo 3E°); pero, sin embargo, prevaleció la preocupación, y el estudio de la Astrología judiciaria estaba en mucho honor en el siglo XV. En él hallo mención de un Simón de Fares, autor de un Catálogo de los principales astrólogos (Disertación sobre la historia de París, publicada por el Abate Leboeuf, tomo II, pág. 448); y en Italia misma, a pesar de lo que por aquel tiempo crecía la ilustración, no faltaron apologistas de la Astrología, y en el año 1522 aún había cátedra de esta ridícula ciencia en la universidad de Padua (Guiguené, Hist. liter. de Italia, cap. XXII, págs. 586 y siguientes). Entre nosotros don Lope Barrientos, Obispo de Cuenca y confesor del Rey de Castilla don Juan el I, escribió un Tratado de la adivinanza y sus especies, donde no dejaría de hablar de los vaticinios por el aspecto de las estrellas, mucho más si para escribirlo se valió de los libros del Marqués de Villena, el Astrólogo, que recogió por fallecimiento de este caballero. El Arcipreste de Talavera, Alonso Martínez de Toledo, capellán del mismo Príncipe, declamaba vehementemente en la cuarta parte de su Corbacho contra la práctica supersticiosa de adivinar por el aspecto de las estrellas; pero ésta se enseñaba en la Universidad de Salamanca, donde reinando los Reyes Católicos, el catedrático Diego de Torres (singular y rara coincidencia con otro del mismo nombre, profesión y residencia en el siglo pasado), escribió el año de 1487 un tratado cuyo objeto era deducir en plática las cosas que son necesarias para juzgar un nacimiento. Durante el siglo siguiente continuaban en España el crédito vulgar de la Astrología y las opiniones vulgares acerca de ella; con arreglo a las cuales, Pedro de Luján, autor de la historia del Caballero de la Cruz, hermano gemelo de la Infanta Milesia, cuenta que al darlos a luz su madre, la Emperatriz Demea, el Emperador mandó sacar juicio sobre su nacimiento... y hallaron los astrólogos... que eran nacidos en muy venturoso planeta, y que habían de tener larga vida; pero que con aquel planeta había junto otro que señalaba que los dos habían de pasar largas fortunas, y que los fines habían de ser prósperas y alegres (lib. I, cap. IV). El autor de la crónica de don Florindo de la Extraña Ventura, escritor del mismo tiempo, describió una de estas operaciones astrológicas, cuando refiere que el Duque Floriseo, queriendo tener noticias de su hijo Florindo, que de secreto se había ausentado, consultó a dos filósofos y un astrólogo. Los cuales, dice (parte I, cap. XX), deseando hacerle servicio, dijeron que en viniendo la noche mirarían los prósperos signos de Febo, donde al presente habitaban los planetas... Cuando la noche dio comienzo a hacer su curso, se salieron los filósofos y astrólogos a mirar el cielo; y puestos en triángulo, el uno miraba a la parte del oriente, y el otro a la del poniente, y el otro hacia el mediodía. E acatando a la propia estrella de Florindo, la vieron que estaba lumentánea estrépita, que quiere decir airada con estrépito armado, quasi dicat, bulliciosa en la peligrosa guerra. E miranda más el zodiaco natural del planeta, le vieron questaba en la pompa victorina, que denota triunfo de vencimiento. Pero no es extraño que los escritores caballerescos diesen importancia a los embelecos de los pretendidos conocimientos astrológicos, cuando los Procuradores de las Cortes del reino, celebradas en Córdoba el año de 1570, alegando la necesidad de los conocimientos astrológicos para el ejercicio de la Medicina, suplicamos a V. M., decían, mande que de aquí adelante en ninguna Universidad puedan dar grado a ningún médico sin que sea graduado de bachiller en astrología (petición 71, cuaderno impreso de dichas Cortes en la colección de la Academia Española).
En toda Europa era común el crédito que se daba a los delirios de la Astrología, de qué no estuvo exento el dinamarqués Tico Brahe, astrónomo el más célebre y benemérito de su era.
Hasta que punto llegó por entonces en España la credulidad vulgar en estas materias se ve por el Lunario perpetuo que escribió e imprimió Jerónimo Cortés a fines del siglo XVI. Hablando de las facultades y ocupaciones a que inclinan los siete planetas a los que nacen debajo de sus dominios, dice así: "Los saturninos son muy estudiativos y amigos de saber... A muchos destos les inclina este planeta a ser labradores, zurradores y albañiles. A otros les inclina a ser zapateros..., a otros a tomar el oficio de enterrar muertos, de ser canteros, ermitaños y cazadores. Los tales suelen ser venturosos en descubrir minas y tesoros, y en hallar cosas viejas y antiguas. Finalmente, los tales son muy aptos para religiosos, etc.
"Los tales (habla de las personas que nacen bajo el influjo del Sol) son aptos para gobernadores y prelados, para capitanes, nautas y maestres de campo, para pastores de hombres y de ganados. Finalmente, son aptos y convienen para toda parte y oficio que trata en sedas, oro y plata.
"Los naturales de Venus..., los más dan en ser poetas, organistas y maestros de Capilla; a otros inclina a ser brosladores, tejedores, corredores, maestros de aguja y velluteros, y aun a ser farseros y comediantes.
"Los mercuriales son inclinados a ser notarios, escribanos, matemáticos, mercaderes; a otros a ser escultores, impresores y casamenteros.
"Los naturales de Luna dan en ser pescadores y navegantes; otros taberneros mesoneros, bodegueros, peruleros y otros semejantes oficios.
"Los marciales o sujetos al planeta Marte son inclinados a toda cosa de fuego y de armas, y así los más dan en ser artilleros, herreros, armeros, caldereros, campaneros y vidrieros; a otros inclina a ser cirujanos, carniceros, herradores y agujeteros. A otros desta naturaleza inclina a ser (tahures, espadachines y aun perros de ayuda)."Posteriormente se encuentra una Regla importantísima para saber el sigilo de cada uno por la hora en que nació. Y dice: "Para saber el signo de cada uno, ya no habrá necesidad de hoy en adelante de alzar figuras astronómicas; solamente será menester notar tres casas. La primera saber en qué signo andaba el Sol el día que nació. La segunda a qué hora sale el Sol por entonces... La tercera cosa que se ha de saber muy bien es la hora en que nació. Sabidas bien estas tres cosas, miro desde la hora en que salió el Sol hasta la hora en que uno nació, cuantas horas van exclusive y por cada dos horas tomo un signo y cuento desde el signo en que andaba el Sol aquel día hasta el signo que reinaba en la hora que nació, inclusive y tengo el signo propio y natural de cada uno". Siguen ejemplos para la mejor inteligencia.
Señaladas las inclinaciones de los que nacen bajo el influjo de los planetas, se dan también reglas para pronosticar lo que indican los cometas según su forma, disposición y colores, Finalmente, se puso una Tabla y regla astronómica muy curiosa de fugitivos y hurtos para saber si parecerán o no; y del suceso de cualquier enfermedad natural. La hoja que contenía esta tabla se halla arrancada, pero consta su existencia anterior por el índice del libro: y ella y algunos otros pasajes se expurgaron por disposición del Santo Oficio. ¡Qué tales debieron de ser, cuando son tales los que se dejaron corrientes!
Cervantes dice que la práctica de la Astrología era común en España, y aunque se ríe de los que comúnmente la profesaban y todos o los más levantadores de figuras judiciarias, todavía dice que echan a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia. Infiérese de esta expresión que no estuvo enteramente exento de las preocupaciones comunes de su siglo en esta materia, y que los disparates y falsos vaticinios de los astrólogos los atribuía a su ignorancia y ruindad personal, y no a la vanidad de la ciencia que profesaban. Lo mismo confirma un pasaje de su comedia La Entretenida, donde hablando de la Astrología decía uno de los interlocutores:

que tengo por fruslería
la ciencia, no en cuanto a ciencia,
sino en cuanto al usar della
el simple que se entre en ella
sin estudio ni experiencia.

Lo mismo resulta de los sucesos de los astrólogos Mauricio y Soldino, que se refieren en el Pérsiles (libro I, cap. XVII, y lib. II, capítulo XVII); y en vano intentó don Vicente de los Ríos apartar de Cervantes esta nota en su Análisis (núm. 240). En este propio Sentido explicó su modo de pensar Cristóbal Suárez de Figueroa en su Plaza universal de ciencias y artes (discurso 8E°), donde hablando de los formadores de Lunarios y de Almanaques dice que debe el lector dar escaso crédito a materias tan dudosas como la presente, no respecto de la ciencia, sino de la incertidumbre de sus instrumentos y profesores, por la mayor parte imperitos. Pero antes de Cervantes y Figueroa había apuntado ya esta opinión el cronista Ambrosio de Morales en el discurso que escribió sobre la vanidad de la Astrología judiciaria.
Continuó después de la época de Cervantes el crédito de la Astrología, no sólo en España, sino en lo demás de Europa. El autor del Siglo de Luis XIV refiere que al tiempo de nacer este Príncipe, hubo en el cuarto de la Reina un astrólogo para observar el punto del nacimiento y levantar la figura.




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N-2,25,29. En el citado Lunario de Jerónimo Cortés hay reglas para señalar el carácter, figura, virtudes y vicios de las personas por el día de la semana en que nacen. Establece entre otras cosas que los que nacen en viernes suelen ser terribles de condición, y vivir largo tiempo, los que nacen en sábado suelen ser fuertes y principales. Es indudable que los levantadores y profetas de esta clase quedarán tan acreditados de acertadísimos judiciarios como el figurero de la perrilla malograda.




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N-2,25,30. El escrúpulo era de hacerse cómplice y participante en el pacto que Don Quijote suponía entre el diablo y Maese Pedro, excitando a este último a obrar en virtud de él.




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N-2,25,31. Regularmente decimos hablar al oído, y así lo dijo también Cervantes cuando contó en la primera parte que andanba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablándolos al oído para que en secreto declarasen si era albarda o jaez aquella joya.





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N-2,25,32. Entre farsas y verisímiles no hay toda la oposición que exige el intento de Maese Pedro el cual, ignorando los sucesos relativos a la cueva de Montesinos, debía responder de un modo ambiguo que no le comprometiese. Me inclino a creer que el original de Cervantes diría verdaderas, y que el impresor, o por la obscuridad del manuscrito, o por la torpeza suya, leyó y puso verisímiles.





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N-2,25,33. El operibus credite es del Evangelio de San Juan (cap. X, ver. 38). En la Armería Real de Madrid muestran una espada que dicen fue de Diego García de Paredes con el lema de operibus credite. Pero no lo encuentro en el libro antiguo del cargo que se hacía al armero mayor, cuyas noticias llegan al año de 1708.




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N-2,25,34. Frontero, aunque tiene forma de adjetivo, no lo es aquí, sino adverbio, y equivale a enfrente. Con el mismo oficio de adverbio está usado en otros lugares del QUIJOTE y en otras obras de Cervantes. En la novela de La Española inglesa se lee: los padres de Isabela alquilaron una casa principal frontero de Santa Paula. Y en la otra La Fuerza de la sangre: Leocadia se humilló a todos, y tomándola de la mano Estefanía, la sentó a sí frontero de Rodolfo.
En el Romancero general (parte IV, folio 116), hablándose de una mujer, se dice que

al pasar por una calle
frontero de un monasterio,
un asno la derribó
con debido acatamiento.




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N-2,25,35. Trujamán, trujimán o truchimán; palabra tomada, según parece, del árabe, y usada ya en la Crónica general de España escrita en el siglo XII, en significación de intérprete, que era el oficio del muchacho, criado de Maese Pedro, de quien se acaba de decir que con una varilla en la mano se puso fuera del retablo para servir de intérprete y declarador de sus misterios. Es el mismo nombre que dragomán, como ahora se llaman los intérpretes en la Puerta y Corte Otomana.
Cuéntase que, colocados en sus puestos los espectadores, comenzó su relación el trujamán, y no fue así, pues precedió a la relación la apertura de atabales, trompetas y artillería, según se expresa al principio del capítulo siguiente.

{{26}}Capítulo XXVI. Donde se prosigue la graciosa aventura del titerero, con otras cosas en verdad harto buenas


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N-2,26,1"> 4021.
Primer verso de la traducción del segundo libro de la Eneida, hecha por Gregorio Hernández de Velasco, de que iban hechas varias ediciones desde el año de 1557, en que fue la primera, y era, por lo tanto, muy conocida. En las palabras siguientes del texto acabó Cervantes de traducir el verso original de Virgilio:

Conticuere omnes, intentique ora tenebant.

Fue graciosa ocurrencia aplicar el principio de la pomposa y solemne relación de los ruidosos sucesos de Troya, hecha ante la Reina y Próceres en el alcázar de Cartago, al romance de la libertad de Melisendra, representado en el portal y ante el consistorio de la venta, Maese Pedro o su criado es Eneas; Don Quijote Dido; Sancho el fiel Acates; el primo y el paje los capitanes troyanos; el ventero, el conductor de las alabardas, y demás de la venta los magnates de la soberbia Tiro y la naciente Cartago.




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N-2,26,2. Atabales, especie de tambores usados en la antigua milicia, que se mencionan en el Doctrinal de Caballeros. Covarrubias los hace sinónimos de atambores; pero expresando que los llevan en bestias, manifiesta su diferencia con el atambor, que es propio de la infantería. Otra diferencia consiste en que los atabales constan de dos cajas, y el atambor o tambor es una sola. Atabales, que antes se usaban junto con los clarines en los cuerpos de caballería, y aun se usan en el de Guardias de la Real Persona. Hace poco que aún usaban atablaes algunos ayuntamientos, llevándolos delante cuando iban en cuerpo y de ceremonia.




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N-2,26,3. La mención de artillería en un suceso del tiempo de Carlomagno es un anacronismo en que no tenía obligación de reparar mucho un titiritero; es verosímil que Cervantes, al escribirlo, tuviese presente y quisiese notar la mención bastante frecuente que se hace de lombardas y pólvora en libros caballerescos, donde se describen sucesos que se suponen muy anteriores a su invención, como verbigracia el de Amadís de Gaula.




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N-2,26,4. Gaiferos, Rey o señor de Burdeos, uno de los que el Arzobispo Turpín cuenta entre los principales caudillos de Carlomagno, a quien dice en su historia (cap. I) que acompañó con tres mil hombres de pelea en su expedición a España. La aventura de Melisendra hubo de suponerse anterior a esta expedición. Según los romances viejos castellanos, Gaiferos fue sobrino del Emperador Carlomagno, e hijastro del Conde don Galbán, a quien mató, vengando así a su padre, asesinado por disposición de don Galbán para ocupar su tálamo. Añaden que don Galbán mandó matar también al niño Gaiferos, y que los encargados se contentaron con cortarle un dedo, que llevaron en señal, según se les había mandado. Eginardo, secretario de Carlomagno, le llamó Waifario, de donde se dijo Gaiferos, y dice que mandaba en Aquitania (cap. V), que es la que después se llamó Vasconia o Gascueña. ---El nombre de Gaiferos es el mismo que el Ganfredo latino y el Godofre o Jofre castellano. Melisendra, según los romances, era hija del Emperador, Carlomagno. Estando tratada de casar con Gaiferos la cautivaron los moros sin que se supiese en muchos años dónde estaba cautiva. Melisendra o Melisendis era nombre de señora, y Guillermo de Tiro, en la historia de la Guerra sagrada (libros XI y XII), nombra varias que lo llevaban: la traducción de este libro que se insertó en la Gran Conquista de Ultramar, mutiló este nombre, dejándolo en Melisén.
Sansueña.
No se ha podido averiguar el origen que tiene el darse este nombre a la ciudad de Zaragoza, como se hace en el presente capítulo. He leído que se hace mención de un Duque de Sonsogna en el antiquísimo libro de los Reales de Francia, libro, aunque italiano, el primero de la historia caballeresca francesa, que nació en la corte de Carlomagno; pero este libro es desconocido en España. También se nombra Sansognia en el libro Cento novelle antiche (novel. XLV) que se citó en las notas sobre el cuento de la Pastora Torralva; y en la historia francesa de don Tristán (libro I, capítulo XCVI) se habla de los mercaderes de Flandes, Constantín, Soissongue y Normandía. En el libro de Amadís de Gaula y en las Sergas de Esplandián se habla varias veces de Sansueña (Amadís, caps. XXXI, CVII, CXXVI y CXXXII; Sergas, caps. XI y CXLII); pero sin dar señas por donde se pueda inferir su situación ni otra cosa, sino que estaba fuera de los dominios del Rey Lisuarte, y a distancia de algunos días de navegación. En la segunda parte del largo romance del Marqués de Mantua encuentro que la Infanta Sevilla, esposa de Baldovinos, era hija del Rey de Sansueña,

que a cristiana fue a tornare
por amor de Baldovinos
para con él se casare.

Todos los romances convienen en que Sansueña estaba en tierra de moros, mas ninguno dice que fuese Zaragoza.




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N-2,26,5. Son los dos primeros versos de una composición de siete octavas, en que se cuenta la historia de Melisendra y don Gaiferos, tomada del antiguo Romance castellano.
Pellicer copia la octava entera, y señala el paraje de la Biblioteca Real donde existe esta composición, que hasta ahora es inédita.
Las tablas y el ajedrez eran juegos muy usados en la Edad Media. Ya se nombran en la segunda partida (tít. Y, ley XXI) del Rey don Alonso el Sabio, y en varios parajes de la Gran Conquista de Ultramar: y aun según lo que dice este libro, eran juegos conocidos ya en Europa en el siglo undécimo, porque contándose las cosas que se enseñaban a los hijos de Eustaquio, Conde de Boloña, padre de Godofre de Bullón, se dice: ficiéronlos aprender a leer y a (f. escrebir), esgremir e a juegos de ajedrez e de tablas (lib. I, cap. CL). El ajedrez Se jugaba en el Occidente y en el Oriente, donde se había inventado, y donde lo vieron jugar al famoso Tamerlán los embajadores del Rey don Enrique II de Castilla (Itinerario de Rui González de Clavijo, pág. 159). Don José Rodríguez de Castro da noticia de dos tratados sobre el ajedrez, escritos el uno por un judío toledano del siglo XI, y otro por un judío barcelonés del siglo siguiente (Biblioteca española, tomo I, pág. 176), y además describe el libro que mandó componer el Rey Sabio, y existe en El Escorial, en que se trata con distinción del ajedrez, de los dados y de las tablas, y se refiere de una manera ingeniosa el origen de los tres juegos del ajedrez. En los libros caballerescos se copió esta costumbre como otras de aquellos tiempos. Tristán jugaba al ajedrez con Iseo (su historia). Que lo jugaba bien el Caballero del Cisne se cuenta en su historia (libro I, capítulo CVI). En la de Amadís de Gaula se hace mención de unos caballeros que jugaban a las tablas (cap. XVI); y en la de don Florisel de Niquea se refiere que, navegando juntas la Reina Cleofila y Garaya (que era un caballero disfrazado de mujer), pasaban lo más del tiempo jugando a las tablas o ajedrez (parte II, capítulo LIV). El juego de damas no fue sino una variación y un como compedio del ajedrez: se juega con el mismo tablero de sesenta y cuatro casas de dos colores, y representa, como el ajedrez, una batalla entre dos ejércitos, que acaba por la victoria de uno y la destrucción del otro. Con el tiempo, el juego de naipes prevaleció y se hizo más general que el ajedrez y las tablas; pero todavía en el siglo XVI, Rui López de Segura, clérigo de Zafra, escribió un libro de la invención liberal y arte del juego del ajedrez, que se imprimió en Alcalá el año de 1561.

El juego de las tablas, a que estaba jugando don Gaiferos, era, según todas las señas, lo que ahora llamamos chaquete, porque según la descripción que se hace de él en el prólogo del Libro de los juegos, escrito de orden del Rey don Alonso, que citamos arriba, las tablas se jugaban en el tablero con piezas y dados; y según el origen que se le asigna, participaba de habilidad y fortuna. Fue, según se deduce de dicho prólogo, una modificación entre el ajedrez, donde todo es habilidad, y los dados, donde todo es fortuna. El mismo nombre de chaquete, xaquete tiene una evidente conexión con la palabra jaque o xaque, una de las solemnes del ajedrez, y con la de escaques o schaques, como se llamaba también al ajedrez frecuentemente; y que don Gaiferos jugaba en tablero y con dados lo expresa el romance viejo que contiene su historia:

Asentado está al tablero
para las tablas jugare:
los dados tiene en la mano
que ya los quiere arrojare.




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N-2,26,6. Sobre el romance viejo de Gaiferos y Melisendra se hicieron después varios que se insertaron en el Romancero general. Uno de ellos lo compuso Miguel Sánchez, a quien llamaron el Divino autor dramático contemporáneo de Cervantes, muy celebrado por sus comedias, que se han perdido casi del todo. El romance se insertó en el Romancero general de Pedro de Flores (parte II, fol. 44), y dice así:

Oíd, señor, Don Gaiferos,
lo que como amigo os hablo,
que los dones más de estima
suelen ser consejos sanos.
Dejad un poco las tablas,
escuchadme lo que entrambos, yo aconsejar, vos hacer
debemos como hijosdalgo.
Melisendra está en Sansueña,
vos en París descuidado,
vos ausente, ella mujer,
harto os he dicho, miradlo.

De aquí se tomó el verso del texto; pero éste lo pone en boca de otra persona distinta de Carlomagno, a quien lo atribuye la relación del mozo de Maese Pedro. Otro romance hay en la propia colección que contiene el mismo pensamiento, exhortando a Gaiferos a dejar los juegos y sacar a su esposa de la cautividad que padecía en Sansueña, y acaba de esta suerte:

Esto dijo Carlomagno
a su sobrino Gaiferos,
que estaba jugando tablas
con el valiente Oliveros.

Cervantes, citando de memoria, según su costumbre, confundió ambos romances, y de los dos hizo uno.




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N-2,26,7. Gaiferos, cuando esto vido,
movido de gran pesare,
levantóse del tablero
no queriendo más jugare,
y tomáralo en las manos
para haberlo de arrojare.

(Romance viejo de Gaiferos y Melisendra.)




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N-2,26,8. Los incidentes relativos a esta famosa espada forman una historia, como pudiera ser la de una persona célebre. El Arzobispo Turpín, en la historia que se le atribuye de Carlomagno, la llamó Durenda, o, según otros códices, Durandarda. Durandal la llamaron otros documentos antiguos, y la historia vulgar castellana de Carlomagno publicada por Nicolás de Piamonte; pero Durindana es el nombre más conocido por habérsele dado en los Orlandos de Boyardo y Ariosto, y en sus traducciones castellanas.
Según la relación de los poetas italianos, Durindana fue la espada de Héctor el troyano, hijo de Priamo, por cuya muerte pasó no se sabe cómo a poder de Pentesilea, Reina de las Amazonas, así como las otras armas a Eneas, quien las dio a una Fada en agradecimiento de haberle sacado de una sepultura donde se hallaba preso (Orlando enamorado, Canto primero). Después aparece Durindana en poder del pagano Almonte, a quien mató Roldán en Aspramonte, siendo jovencillo, adquiriendo así a Durindana, con la que hizo grandes proezas, hasta que habiendo enloquecido por los amores de Angélica, arrojó sus armas por el campo. Mandricardo, Príncipe heredero de Tartana, a quien la Fada entregó la armadura de Héctor, exigiéndole juramento de que la completaría quitando a Roldán la espada (Ib., canto segundo), había venido .a incorporarse en el ejército del Rey Agramante, y peleando ya con Roldán sobre adquirir a Durindana, cuando halló casualmente en el campo las armas abandonadas por el Paladín furioso, y de esta suerte se hizo dueño de su espada (Orlando furioso, canto 24). Muerto Mandricardo en desafío por Rugero, se quedó éste con su caballo y sus armas, a excepción de Durindana, que Agramante adjudicó al Rey Gradaso (Ib., canto 30, est. 74), el cual había venido a auxiliarle con ciento cincuenta mil caballeros escogidos para adquirir el caballo Bayarte y la espada Durindana, prendas ambas de Roldán (Orlando enamorado, canto séptimo, libro II). Gradaso llevaba esta espada en el combate que tuvo con Reinaldos de Montalván (Orlando furioso, canto 33), y la llevó también en el desafío aplazado en la isla de Lipadusa con Roldán, quien, habiendo salido vencedor, recobró por este medio a Durindana (cantos 41 y 42).
Bayardo y Ariosto se apartaron en sus relaciones de otras noticias que se conservaban en la historia del Caballero del Cisne, inserta en la Gran Conquista de Ultramar, que se escribió en tiempo del Rey don Alonso el Sabio, adonde pasaron probablemente de otras historias más antiguos. Durandarte es el nombre que la historia del Caballero del Cisne da a la espada de don Roldán, y cuenta que la usaba Abrahín, Rey moro de Zaragoza, cuando Carlomagno, todavía mancebo, se había refugiado en España y vivía en la ciudad de Toledo bajo la protección del Rey moro que dominaba en ella. Atacó la ciudad Abrahín, y defendiéndola Carlomagno, mató en un combate a Abrahin, y ganó así a Durandarte. Esta espada era toledana, y sirvió después para armar caballero a Godofre de Bullón, jefe de la primera Cruzada, según refiere la misma historia con otras circunstancias. La espada que le ciñeron (a Godofre) fue aquella con que mataron a Agolán, cuando el Rey Carlos venció en Pamplona, que fue una de las que traían los Doce Pares, e compañera de la buena espada Joyosa de Carlos e de Durandarte la que traía Roldán. E fízolas todas tres un maestro de Toledo que ovo nombre Galán, que fue uno de los mejores maestros de espadas que ovo en el mundo. E aquella trajo después siempre Gudufre, e fizo con ello muy grandes golpes e muy señalados de otros, e señaladamente en Antioquía (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. CLI). Ya había nombrado anteriormente la espada Durandarte la misma historia hablando de la del Conde Espaldar de Germanía, donde dice que era una de las más preciadas del mundo a aquella sazón. E feciérala el buen maestro que avía nombre Dionís, que era el mejor que jamás fue, sino era Galán su hermano, el que fizo a Durandarte e Joyosa la espada del Rey Carlos. Ca esta espada que los decimos, fuera vendida al Emperador de Rama por cien marcas de oro (I., cap. XCIV).
En prueba de la bondad de la espada Durindana, cuenta Turpín (cap. XXII) que en la batalla de Roncesvalles Roldán dio con ella una cuchillada a un caballero moro, dividiéndole en dos, a summo usque deorsum, ita ut alia pars saracenit et equi cecidit ad dexteram et alia ad l祥vam. Y cuenta después que no queriendo que su espada viniese a poder de los moros, quiso romperla contra un peñón; pero a los tres golpes quedó el peñón partido y Durindana ilesa. Allí mismo dice que tenía inscrito el Alfa y Omega en el puño.
En el combate de Toledo, en que Carlomagno ganó a Durandarte, peleé con la otra espada Joyosa. Así lo refiere la Crónica general de España ordenada por el Rey don Alonso el Sabio, donde tuvieron cabida parte de los cuentos de la del Caballero del Cisne. Las espadas Durindana y Joyosa compitieron en nombradía. Esta última se llama Gaudiosa en la historia de Turpín (cap. IX); y, según otras noticias, se mostraba antiguamente entre otras alhajas de Carlomagno en la abadía de San Dionisio. En el Archivo de Simancas hay una nota en un libro de cargo de los Camareros, Según el cual se guardaba en la Armería que los Reyes Católicos tenían en Segovia, una espada que se dice la Jiosa del bel cortar, que fue de Roldán: y se ponen muy menudamente las señas de su tamaño, figura y adornos, tanto del pomo como de la vaina, por cuyo cotejo pudiera averiguarse si es la que se enseña como de Roldán en la Armería Real de Madrid, y se enseñaba ya en tiempo de Cervantes, como éste dijo por boca de Sancho en el capítulo VII de esta segunda parte.
A estas espadas pueden agregarse otras célebres y conocidas por sus nombres que se mencionan en la biblioteca caballeresca, como Balisarda, espada de Rugero, de la que se hace poco menos mención que de Durindana en el Orlando furioso; Fusberta, espada de Reinaldos de Montalbán, nombrada también en Ariosto y en Pulci; Ploranza de Fierabrás y Altaclara de Oliveros en la historia vulgar de Carlomagno. La espada del Rey Artús se llamó Caliburna, y con tal nombre la regaló el año de 1091 Ricardo, Rey de Inglaterra, a Tancredo, Rey de Sicilia (Ferrario, Hist. de los libros de Caballerías, tomo I, pag. 302). Otra espada tuvo el Rey Artús, que su hermana, la Fada Morgaina dio a Florambel de Lucea, diciéndole: Buen caballero y señor, tomad esta extraña espada que ha nombre Escatiber y es la de mí hermano el Rey Artús, que por ser la mejor del mundo la doy al mejor caballero que hay en él (Florambel de Lucea, lib. II, cap. I). Y de ella usó Florambel en sus aventuras, como se ve por su historia.




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N-2,26,9. Así lo fingió al pronto don Roldán por probar a su sobrino, según cuenta el romance; pero luego trató de aplacarle, y le dijo:

Si fuerais mal caballero,
no os dijera yo esto tale;
mas porque sé que sois bueno,
por eso os quise así hablare,
que mis armas y caballo
a vos no se han de negare;
y si queréis compañia,
yo os querría acompañare.
Mercedes, dijo Gaiferos,
de la buena voluntade.
Solo me quiero ir, solo,
para haberla de buscare:
nunca me dirá ninguno
que me vido ser cobarde.




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N-2,26,10. Ya observó Pellicer que enojado no es aquí adjetivo, sino sustantivo, como lo es en aquella copla de la novela de Rinconete y Cortadillo, donde la Cariharta decía a su cuyo el Repolido:

Detente, enojado,
no me azotes más, que si bien lo miras
a tus carnes das.

Enojado en boca de la Cariharta valía tanto como valentón iracundo, y por de contado se toma en buena parte y a manera de elogio, porque sería título de él en aquella zahurda de Monipodio, así como en la buena sociedad lo es la suavidad y dulzura. Cervantes, aplicando el lenguaje de los rufianes al palacio y corte de Carlomagno, hace resaltar más la sal y gracia de la relación.




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N-2,26,11. La Aljafería estaba y está fuera de Zaragoza, y según el romance, el palacio donde habló a Melisendra Don Gaiferos estaba en la plaza más grande de la ciudad. Pero el relator de la historia no se había obligado a seguir en todo el contenido del romance, y lo alteró en esto, como también en el nombre del Rey moro de Sansueña, a quien llamó Marsilio, siendo así que le llamó varias veces Almanzor el romance.




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N-2,26,12. Este episodio no se halla en el romance; pero lo añadió Maese Pedro para hacer la relación más variada y agradable, dando ocasión a las bachillerías del agudo y ladino relator, que reprendieron su amo y Don Quijote. ---Callandico, adverbio de rara hechura, formado de un diminutivo de gerundio, y propio del estilo familiar, en que el idioma castellano es incomparablemente variado y rico.




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N-2,26,13. En la sentencia de azotes pronunciada por la Inquisición, cuya fórmula y modelo pone Pablo García, secretario del Consejo de la Suprema en el Orden de proceser de dicho Tribunal (fol. 40), se expresa que el reo sea sacado caballero en un asno, desnudo de la cintura arriba con las dichas soga y coroza y traído por las calles públicas acostumbradas.
En la relación de la aventura de los galeotes, hablándose de un azotado, se suprimió la palabra calles, y se dijo que había paseado las acostumbradas vestido en pompa y a caballo. Los chilladores delante eran los pregoneros, que iban delante de los reos publicando el delito y la pena que se les había impuesto. El envaramiento detrás es la escolta de alguaciles, por la insignia que llevan de la vara, como en aquella graciosa jácara de don Antonio Solís, en que un bravo puesto en capilla escribió a sus amigos y amigas, diciéndoles en el mismo tono que se escribían las cartas Reales:

Salud y gracia: sepades
que un envarado severo
me dio la cárcel por cárcel
sobre una herida de un muerto.

Con los mismos términos del QUIJOTE se lee en el romance de Escarramán a la Méndez, uno de los de don Francisco de Quevedo:

Otra mañana a las oncevíspera de San Millán,
con chilladores delante
y envaramiento detrás,
a espaldas vueltas me dieron
el usado centenar.




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N-2,26,14. Lo mismo decía Fray Juan Martínez de Burgos religioso dominico y poeta castellano del reinado de don Juan el I:

En tierra de moros un solo alcalde
libra lo cevil e lo criminal.
e todo el día se está de balde
por la justicia andar muy igual.
Allí non es Azo, nin es Decretal,
nin es Roberto nin la Clementina,
lo cual muestra a todos vivir comunal.

(Apéndice a las Memorias históricas del Rey don Alonso VII de Castilla, pág. 135.)

Lo mismo había dicho Cervantes en la novela del Amante liberal, donde hablándose de unas despachadas por el Cadí sin autos, demandas ni respuestas, se dice que entre los mahometanos todas las causas (si no son las matrimoniales) se despachan en pie y en punto, más a juicio de buen varón que por ley alguna: y entre aquellos bárbaros, si lo son en esto, el Cadí es el juez, competente de todas las causas, que las abrevia en la uña y las sentencia en un soplo, sin que haya apelación de su sentencia para otro tribunal.





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N-2,26,15. Está aplicada oportunamente la calidad de gascona a la capa de don Gaiferos, que, como arriba se dijo, era Rey de Burdeos, capital de Gascuña. Llamábanse en tiempo de Cervantes gasconas unas capas ordinarias que llevaban los aguadores de Toledo, los cuales eran comúnmente franceses. Así lo hizo Covarrubias en su Tesoro, artículo "Gabán".




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N-2,26,16. Las ediciones que habían precedido a la de Pellicer, inclusa la primitiva, decían a quien su esposo, ya vengada del atrevimiento del enamorado moro, con mejor y más sosegado semblante se ha puesto a los miradores de la torre y habla con su esposo. Es claro que la expresión no hace sentido, y para suplirlo puso Pellicer en su edición: a quien su esposa esperaba, y ya vengada del atrevimiento, etc., diciendo en una nota que así se leería sin duda en el original del autor. Yo atribuyo más bien lo diminuto del texto a la negligencia y descuido común de Cervantes; y, por otra parte, en la corrección de Pellicer, aunque se cubre el defecto de la gramática, no el de la sentencia, porque Melisendra no esperaba ni tenía motivo para esperar a Gaiferos después de los Siete años de cautividad que llevaba, según el romance, y lejos de esperarlo, tenía motivos para creer que la había olvidado. Ella si que no olvidaba a Gaiferos, como se ve por lo que sigue de la relación; y para remendar el texto, fuera más natural y oportuno decir: a quien no olvidaba su esposa, y ya vengada, etc. Así se ha hecho en la edición presente con la misma licencia y autoridad que lo hizo Pellicer en la suya.




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N-2,26,17. Pasó es lo mismo que tuvo, y en esta acepción se usó el. verbo pasar en el QUIJOTE, como al fin del capítulo I, donde se dice que Don Quijote, Sancho y el Bachiller Carrasco pasaron un graciosísimo coloquio: y en el capítulo anterior, XXV, decía Maese Pedro a Don Quijote que parte de las cosas que había pasado en la cueva de Montesinos eran falsas.
Las razones que aquí se indican, y el muchacho de Maese Pedro omitió, por evitar el fastidio de la prolijidad, las cuenta el romance viejo, donde Melisendra, puesta a la ventana, al ver al desconocido caballero,

Con voz triste y muy llorosa
le empezara de llamare;
Por ruego, caballero,
queráis os a mi llegare:
si sois cristiano o moro
no me lo queráis negare.
Caballero, si a Francia ides,
por Gaiferos preguntade:
decidle que la su esposa
se le envía a encomendare:
que ya me parece tiempo
que la debiera sacare.
Si no me deja por miedo
de con moros peleare,
debe ayer otros amores,
nol dejan de mí acordare:
ausentes por los presentes
ligeros son de olvidare……
Gaiferos, que esto oyera,
tal respuesta le fue a dare,
no lloréis vos, mi señora,
no queráis así llorare,
porque esas encomiendas
vos mesma las podéis dare...
Soy el Infante Gaiferos,
Señor de París la grande...
amores de Melisendra
son los que acá me traen.

Ese romance es uno de los antiguos castellanos, y sobre él se forjaron las octavas anónimas y las octavas de Miguel Sánchez de que se habló en las notas pasadas. Pedro de Padilla lo glosó en redondillas, que publicó en su Tesoro de varias poesías, donde también incluyó otras composiciones que abrazan toda la historia hasta llegar Melisendra con Gaiferos a Francia.
Don Luis de Góngora, siguiendo su humor, quiso ridiculizar estos sucesos en el cuarto de burlescos, que empieza:

Desde Sansueña a París,
dijo un medidor de tierra,
que no había un paso más
que de París a Sansueña.
Mas hablando ya en juicio,
con haber quinientas leguas, las anduvo en treinta días la señora Melisendra... Contemple cualquier cristiano
cuál llevara la francesa
lo que el griego llama malgas
y el francés asentaderas.
Caminaban en verano,
y pasábanlo en las ventas
los dos nietos de Pepino
con su abuelo y agua fresca.

(Obras de Góngora, fol. 101, edición de 1654.)




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N-2,26,18. El lenguaje y la gramática indican que el brinco fue de Gaiferos; pero el sentido persuade que fue Melisendra. Estuviera más claro diciéndose: la hace bajar al suelo, y luego puesta de un brinco sobre las ancas del caballo a horcajadas, como un hombre, la manda, etcétera.
Según el romance, Melisendra no se descolgó, sino que se quitó de la ventana y bajó por la escalera.

Melisendra que esto vido
conosciólo en el hablare;
tiróse de la ventana,
la escalera fue a tomare;
salióse para la plaza
adonde lo vido estare.

Tirarse no es siempre arrojarse; muchas veces es solamente quitarse o apartarse de un sitio, como aquí sucede. Maese Pedro, que no tenía obligación de sujetarse estrictamente a la relación del romance, creyó que con el incidente del balcón y del faldellín hacía más agradable la suya.
En el retablo de Maese Pedro los títeres se movían y no hablaban, supliendo por todos el relato; en otro retablo hablaban y representaban los mismos títeres, cuya voz se remedaba por medio de pitos y cerbatanas, sin perjuicio de que por de fuera un intérprete declarase lo que los títeres hacían y decían. Covarrubias, en el artículo Títeres, añade la mención de otras figurillas que se movían por si mismas sobre una mesa, de suerte que parecían figuras animadas, y dice que fue invención de Juanelo Turriano, gran matemático y segundo Arquímedes. Ya no se usan los retablos; sólo queda un remedo de ellos en los monos de los ciegos y en Don Cristóbal Polichinela, fingiendo y variando la voz el ciego o su lazarillo.




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N-2,26,19. Demasiada erudición parece para puesta en boca del criado de Maese Pedro. Néstor fue Rey de Pilos, y uno de los Príncipes griegos que asistieron a la guerra de Troya. Según los poetas vivió tres siglos, y entre ellos eran proverbio los años de Néstor para denotar una larga vida. Así dijo Marcial de uno que a todo respondía cras, cras:

Iam cras istud habet Priami vel Nestoris annos.

Bien hizo Maese Pedro en aconsejar a su criado que no se encumbrase; y fue sin duda que a Cervantes le ocurrió después de escrito el pasaje la impropiedad de la mención de Néstor, y quiso salvarla.




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N-2,26,20. Don Quijote, que no había tropezado en el anacronismo del uso de artillería en tiempo de Carlomagno, reparó en la impropiedad del de las campanas en país de moros. Estos, con efecto, no las usan en las torres o alminares de sus mezquitas, desde los cuales sus almuedanos convocan al pueblo a voces. El error fue de Maese Pedro, porque el romance de Gaiferos no habla de campanas.
Por lo demás, el uso de las campanas en Francia e Italia fue anterior al imperio de Carlomagno. En España, la más antigua de que hay noticia es una que el Abad Sansón presbítero de Córdoba, ofreció a la iglesia de San Sebastián el año de 875, como se expresa en una inscripción de la misma campana. Habló de ésta Ambrosio de Morales en las AntigÜedades de España (lib. XV, cap. Vil). Existía en el monasterio de Valparaíso, del orden de San Jerónimo, a dos leguas de Córdoba, y estuvo para desaparecer el año de 1813, en tiempo de la invasión de la Península por los franceses; la salvó el celo de Fray José de Jesús Muñoz, religioso agustino, y últimamente el año de 1823 fue restituida al mismo monasterio de Valparaíso, donde permanece.




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N-2,26,21. Vuelve Cervantes al tema que ya tocó en la primera parte, en la conversación del Canónigo y el Cura. Este punto le interesaba y hería aun más ahora que entonces, por el poco caso y estimación que se hacía de sus comedias, según lo que él mismo cuenta en el prólogo de aquel librero que no quería comprárselas, porque de su prosa se podía esperar mucho, pero del verso nada. Como quiera, esta reflexión sobre las impropiedades de las comedias no es propia, ni está bien en boca de un titiritero. Añádese después, y en boca del mismo, pero en tono de sátira e ironía, la excusa que daban los autores de las comedias que se reprenden como yo llene mi talego, siquiera represente más impropiedades que tiene átomos el sol. Difícil es no reconocer en este pasaje indicios de despecho en Cervantes.




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N-2,26,22. Veréis tocar las trompetas
apriesa y no de vagare;
veréis armar caballeros,
y en caballos cabalgare:
tantos se arman de los moros,
que gran cosa es de mirare.

(Romance viejo de Gaiferos, antes citado.)




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N-2,26,23. Nombre colectivo, como lo indica su terminación, que en castellano está afecta a esta clase de nombres, bien que por lo común pertenecen a los masculinos, como gentilismo, paganismo, judaísmo, Cristianismo se encuentra ya en el Poema del Cid. A imitación de esto dijo también gitanismo el Doctor Sancho de Moncada en su discurso sobre los gitanos (discurso VI, parte I). Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (parte I, libro I, cap. VI). llamó a una turba de muchachos muchachismo; y don Francisco de Quevedo adanismo a una multitud de personas desnudas.
En el idioma castellano las terminaciones suelen tener relación con las ideas que las palabras representan, y aun con los afectos de los que las usan. Me parece que se ha observado alguna vez el desprecio que indica la terminación de los diminutivos en huelo, huela, como muchachuelo, judihuelo, maricuela, mujerzuela; o en ejo, como papelejo, patinejo.
Otra terminación hay de derivados en ezno que pudiéramos llamar patronímica, porque significa el hijo pequeño del primitivo, como viborezno, el hijo de la víbora; lobezno, el cachorro del lobo; gamezno, el gamo pequeño. Pavesno llamó el Arcipreste de Hita al hijo de pavo o pavipollo (Fábula del Pavón e de la Corneja, pág. 52) y judezno Gonzalo de Berceo a un niño judío (Milagros de Nuestra Señora, copla 355), y moreznos la Crónica del Rey don Pedro de Castilla (año XI, capítulo XI) a los niños moros. Chozno, que tiene una terminación semejante, es el hijo del biznieto. Rufezno, en el vocabulario de la germanía, es el hijo de rufián o rufiancillo. Se va anticuando más cada día y haciendo rara esta terminación, con perjuicio de la riqueza de nuestro idioma.




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N-2,26,24. Fórmula con que suelen concluir las amenazas de los caballeros andantes, y expresión de desafío muy frecuente en sus historias. Usóla ya Don Quijote en el capítulo XIX de la primera parte con los que conducían el cuerpo muerto de Baeza a Segovia. ---Don Quijote desenvainó aquí la espada en defensa de Melisendra, al modo que en otra venta (que por las señas pudiera ser la de Meco), al ver representar la comedia del Testimonio vengado, de Lope de Vega, la desenvainó en defensa de la Reina calumniada, y retó al calumniador de alevoso, según se cuenta en el Quijote de Avellaneda (parte I, capítulo XXVI).




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N-2,26,25. Jarcias se dice de los aparejos y cabo de una embarcación; pero a veces significa, como sucede aquí, el conjunto o aparato necesario para hacer algo que sea operoso y complicado.




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N-2,26,26. Se dice por burla, aplicando el nombre de senado, que lleva consigo la idea de un consistorio autorizado y respetable de ancianos, a la reunión de Sancho, el primo, el paje y el arriero. ---La ocurrencia que sigue de Don Quijote es sumamente graciosa y verisímil.




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N-2,26,27. Cervantes cita aquí, con su inexactitud acostumbrada, el romance que vio impreso en el Romancero de Amberes de 1555, donde Se cuenta que el Rey don Rodrigo, perdida la batalla, miraba desde un alto la destrucción de su gente.

El triste de ver aquesto
gran mancilla en sí sentía.
Llorando de los sus ojos
desta manera decía:
ayer era Rey de España,
hoy no lo soy de una villa;
ayer villas y castillos,
hoy ninguno poseía:
ayer tenía criados
y gente que me servía,
hoy no tengo una almena
que pueda decir que es mía.

Lo que se añade del mediano momento no está bien, porque no hay momentos pequeños ni grandes, ni por consiguiente medianos, y un momento no puede ser más ni menos que un momento.




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N-2,26,28. La acción de sudar no conviene a los dientes y pudiera sospecharse que hay vicio en el texto: a no ser que con la dificultad de sudar los dientes se quisiese poderar la de recobrar el mono.




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N-2,26,29. Ya se ha observado alguna vez que la voz inaudita, aplicada a las cosas de Don Quijote, puede tener dos sentidos: uno el de no oída por singular y extraordinaria, y otro el de no oída por no haber existido. Ginés era bellaco y discreto, y juraba a dos manos. Y que en esta ocasión hablaba irónicamente, se ve por el elogio que hace de Don Quijote, calificándole de socorredor y amparo de todos los necesitados y menesterosos vagamundos. Ginés bien sabía que él lo era.




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N-2,26,30. Se burla Maese Pedro, y abusando del poco juicio y mucha credulidad del honrado y sobradamente compasivo caballero, pondera el daño hecho en la figura de Carlomagno, que no estaba partida de alto abajo, sino sólo en la parte superior, como se dijo arriba. El ventero, que sería poco menos bellaco que Maese Pedro, se daba del ojo con él, y diciendo que se mediase la partida de cinco reales y cuartillo que era a cargo de Don Quijote, la dejaba en cinco reales como si cinco fuese la mitad de cinco y cuartillo.




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N-2,26,31. Proverbio contra los que engañan desfigurando las cosas, y dando una por otra. Covarrubias atribuye a los venteros de su tiempo la maña de vender a los pasajeros gato por liebre, y asno adovado por ternera (artículo Gato).





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N-2,26,32. Expresión proverbial compuesta de dos versos asonantados:

Ayude Dios con lo suyo
a cada uno.

Es contra los que se apropian lo ajeno. Con lo mío me ayude Dios, decía Sancho a su amo en el capítulo VI de esta segunda parte, cuando pedía que se le señalase soldada. Nunca me precié de hartar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, decía el licenciado Gomecillos en el entremés del Retablo de las Maravillas, uno de los de Cervantes, negando que fuese autor de unas coplas que se le atribuían.




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N-2,26,33. Izquierdear, apartarse del camino derecho de la razón, palabra metafórica, felicísimamente inventada para significar lo que se intenta, y usada antes por Fray Luis de Granada en el Símbolo de la Fe.





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N-2,26,34. Está incorrecto el lenguaje. Mejor: Desta manera fue poniendo precio a otras muchas destrozadas figuras, y después lo moderaron los dos jueces árbitros (Sancho y el ventero) con satisfacción de las partes (Don Quijote y Maese Pedro), quedando en cuarenta reales y tres cuartillos. Esta cantidad, computando el valor de los reales de tiempo de Cervantes, viene a equivaler a ciento cinco reales vellón de los nuestros.




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N-2,26,35. Jugó Don Quijote con la doble significación de la palabra mona, que, además de la hembra del mono, suele significar también la que toman los borrachos. De la razón por qué se llama mona a la borrachera, y se dice que el borracho está hecho una mono, trata Gaspar Lucas de Hidalgo en sus Diálogos de apacible entretenimiento (noche II, cap. IV).




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N-2,26,36. Esto es, altercados o disputas. Esta locución toma su origen de las ocasiones en que, altercando dos personas, reconviene la primera empezando así: Dime esto o lo otro, y responde la segunda: Diréte, etc. La misma significación tiene la locución de dores y tomares, de que se usa en el capítulo V de esta segunda parte en boca de Sancho, y en el LXXIV en el testamento de Don Quijote.




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N-2,26,37. No se cuenta cómo había cogido Maese Pedro el mono; pero ya se había dicho antes a prevención que el cariño y el hambre le obligarían a volver aquella noche.

{{27}}Capítulo XXVI. Donde se da cuenta quiénes eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado


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N-2,27,1"> 4058.
No se echa de ver ni la oportunidad ni el objeto de jurar aquí Cide Hamete, pues lo que se refiere en el capítulo anterior sobre Maese Pedro nada tiene de inverosímil, y si lo fuera, no lo excusara esta salva.




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N-2,27,2. No fue Don Quijote quien en la primera parte dio este nombre a Ginés de Pasamonte, sino el comisario que le llevaba preso. Queriendo dárselo Don Quijote cuando se irritó con él porque rehusaba ir a presentarse a Dulcinea, no acertó, y le llamó don Ginesillo de Paropillo, como allí puede verse.




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N-2,27,3. Fue bastante común en aquellos tiempos esta clase de historias o vidas autógrafas. En él refiere el autor los sucesos de la suya propia. Así lo hizo Diego García de Paredes, Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, la Pícara Justina, el Gran Tacaño y Gil Blas de Santillana.




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N-2,27,4. La diversidad de legislaciones que había entre los reinos de Castilla y Aragón daba entonces lugar a muchos abusos, y a que los criminales y facinerosos huyesen frecuentemente del territorio de Castilla al de Aragón, donde era más fácil sustraerse de las manos de la justicia; y a esto aludía Lope de Vega, cuando en su composición sobre la Pulga decía hablando de ella.

Que como delincuente
te pasas a Aragón tan fácilmente.

Bien conocidos son los incidentes relativos a la causa del famoso Antonio Pérez, y su fuga a Aragón en el reinado de Felipe I. Por lo demás, la venta adonde habían concurrido Don Quijote y Maese Pedro no podía estar todavía en territorio aragonés, no distando de las Lagunas de Ruidera y de la Cueva de Montesinos sino lo que puede andarse en un rato por la tarde. Por lo que se dice en el capítulo XXV, la venta estaba en la Mancha de Aragón; pero ésta, a pesar de su nombre, era parte de Castilla, como lo era y es Molina, a pesar de apellidarse también de Aragón.





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N-2,27,5. Las palabras hecho esto y el contexto de las que siguen, parecen indicar materialmente que después de subirse el mono al hombro de Maese Pedro, al ir a entrar en el lugar, se informaba en el más cercano de las cosas particulares que hubiesen sucedido en el tal lugar. Es claro el desaliño y desorden de estas expresiones, porque ni el mono se subía al hombro de Maese Pedro antes de entrar en el lugar adonde iba, ni los informes eran al entrar en el pueblo, sino estando todavía en otro lugar diferente. ---Con igual desaliño se dice más abajo: Tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos de los que en ella moraban, esto es, tal vez llegaba a casas habitadas por personas cuyos sucesos sabía. ---Se expresa que Maese Pedro por la respuesta de cada pregunta pedía dos reales, y de algunas hacía barato. Hacer barato es lo mismo que abaratar, llevar menos precio, y así lo hacía Maese Pedro, según tomaba el pulso a los preguntantes. ---Finalmente, se dice que de este modo cobraba Maese Pedro crédito inefable: este adjetivo significa lo mismo que indecible, pero únicamente suele aplicarse a las cosas divinas o celestiales.




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N-2,27,6. Esquero, según Covarrubias, es una bolsa asida al cinto, donde la gente del campo llevaba la yesca y el pedernal para encender lumbre. En orden a su origen duda Covarrubias si viene de cuero por ser esta su materia, o de esca, por la comida que podía llevarse en el esquero. A esto último favorece el refrán: Echéme a dormir y espulgóme el perro, no la cabeza, sino el esquero; y también la conjetura que ocurrió a otros de que el verdadero origen de esquero podía ser yesca por la que en él se llevaba.
Pellicer corrigió escueros, o inclinándose al primero de los orígenes indicados, o por el antiguo refrán que se halla ya en la colección del Marqués de Santillana: Bolsa sin dinero, dígole cuero, o digo que es-cuero. En la presente edición se conserva la palabra esquero, porque así se halla en la edición primitiva, y no hay razón que obligue a mudarla, pues es palabra castiza, reconocida tal por Covarrubias, y usada en el Patrañuelo, de Juan de Timoneda (patraña IV, fol. 17), donde se dice que era cosa propia de gente rústica.




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N-2,27,7. Es una de las aventuras más graciosas y saladas del QUIJOTE por todas sus circunstancias. Tiene la de ser original y exactamente adaptada al carácter travieso y ladino de Ginés de Pasamonte. Su disfraz y género de vida son consecuencias de su fuga en Sierra Morena la relación está enlazada con los romances caballerescos y tradiciones populares; la exaltación y arrebato de Don Quijote nacen casi necesariamente de la presencia del espectáculo que tiene a la vista, y el éxito es el que debe ser para la verosimilitud de la aventura. La conducta y lenguaje de Maese Pedro, el alboroto y temor del auditorio, la compasión de Sancho, la generosidad y desinterés de Don Quijote, todo está en su lugar.




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N-2,27,8. En el capítulo IV, tratándose ve verificar la tercera salida de Don Quijote, se dijo que faltaban pocos días para las justas del Arnés; Pero Cervantes olvidaba de una vez para otra lo que había escrito.




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N-2,27,9. Adviértase la propiedad con que Cervantes multiplicó las armas defensivas, redujo el número de arcabuces y varió las demás clases de armas que convenían a gente tímida y armada tumultuariamente, cual debía ser la de un pueblo hasta entonces pacifico y no acostumbrado a semejantes niñerías. Era el escuadrón del pueblo del Rebuzno, el cual tardó en salir a campaña más de lo que había dicho el conductor de las lanzas y alabardas.




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N-2,27,10. La cabeza levantada y la boca abierta está bien, pero la lengua de fuera no lo está, porque no la sacan los asnos para rebuznar, como el lector y yo hemos visto. ---Sardesco, asno pequeño, quizá porque lo son en Cerdeña. Guzmán de Alfarache cuenta que su madre iba en cierta ocasión sentada en un pequeño sardesco con jamugas.





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N-2,27,11. Ahora diríamos se había equivocado: el verbo errar sólo se usa como neutro o de estado.





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N-2,27,12. Instrumento que, puesto en la boca, impide el hablar. Llamóse mordaza, porque parece que el que lo lleva está mordiendo.




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N-2,27,13. Duelo es una abreviatura de duorum bellum, o combate singular de uno a uno. En los siglos de la Caballería, en que tanta importancia se dio a esta materia, se hizo ella una como ciencia, con sus reglas y cánones, que se guardaban inviolablemente, Micer Paris del Pozo, autor que floreció a mediados del siglo XV, escribió copiosamente en latín del duelo o de las leyes del desafío; y después compendió su libro y lo publicó en italiano. En aquel mismo siglo lo tradujo al castellano Diego Enríquez del Castillo, capellán y cronista del Rey don Enrique IV de Castilla, por encargo de don Beltrán de la Cueva, primer Duque de Alburquerque.
Tiene gracia este discurso metafísico-escolástico de Don Quijote sobre la teoría del duelo ilustrado con ejemplos, y dirigido a gente rústica y zafia cual aquí se representa. En él se enlaza lo divino y lo humano de un modo digno del desconcertado cerebro del orador, y se interpolan razones deducidas de las reglas del duelo con otras tomadas del Evangelio. Al paso ridiculizó nuestro autor las animosidades, rencillas y quimeras entre pueblos comarcanos por las pullas y motes con que solían zaherirse mutuamente en su tiempo, y de que aun quedan en el nuestro algunos vestigios.




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N-2,27,14. Cuando el Rey don Sancho de Castilla fue muerto a traición mientras cercaba a Zamora, cuenta la Crónica general de España, escrita de orden de don Alonso el Sabio, que don Diego Ordóñez de Lara, uno de sus vasallos, retó de traidor a todo el pueblo zamorano; mas no fue porque ignorase que sólo Bellido había cometido la traición, sino porque después de ella lo habían acogido en la ciudad.
Los castellanos, son las palabras que la Crónica pone en boca de don Diego, han perdido a su señor, e matol el traidor de Bellido Dolía su vasallo, e acogístelo en Zamora, e por ende digo que es traidor quien traidor tien consigo, si sabe de la traición o si gela consintió. E repto a los zamoranos, también a los grandes como a los pequeños, e al vivo e al que es por nascer, así como al que es nascido, e a las aguas que bebieren, e a los paños que vestieren, e aun a las piedras del muro: e si tal ha en Zamora que diga de non, lidiárgelo he (parte IV). La crónica del Cid, que en gran parte se tomó de la general, refiere este suceso en el capítulo LXVI, donde dice don Diego Ordóñez: E por ende riepto a los de Zamora, tan bien al grande como al chico, e al muerto como al vivo, e ansí al nascido como al que es por nascer. E riepto las aguas que bebieren, que corrieren por los ríos, e riéptoles el pan, e riéptoles el vino. Entre los romances del Cid, que se forjaron por su crónica, dice el XXXI:

Después que Bellido Dolfos,
ese traidor afamado,
derribó con cruda muerte
al valiente Rey don Sancho,
juntáronse en una tienda
los mayores de su campo...
Don Diego Ordóñez de Lara
grandes voces está dando...
Para retar a Zamora
junto al muro se ha llegado
y lanzando fuego vivo,
desta suerte ha razonado:
Fementidos y traidores
sois todos los zamoranos,
porque dentro desa villa
acogisteis al malvado
de Bellido, ese traidor
que matar al Rey don Sancho...
que los que acogen traidores,
traidores se han llamado.
Y por tales yo vos reto
y a vuestros antepasados..
y a los panes y a las aguas
de que sois alimentados,
y esto os haré conocer
así como estoy armado,
y lidiaré con aquellos
que no quieren confesallo.

El Maestro Tomé de Burguillos, remedando jocosamente a don Diego Ordóñez de Lara, hace el papel de amostazado por una burla que le hicieron en la Justa poética de San Isidro, y después de haber retado a los poetas y a otros, añade y concluye: Reto los por nacer y los que nacen, pan, vino, carnes, frutas y legumbres:
y habiéndolos retado, juro a Apolo
de no hacer nada y de volverme solo.




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N-2,27,15. Sobran las palabras del reto, que no son del caso; a Cervantes hubo de olvidársele el borrarlas en el manuscrito original, y de aquí pasaron a la prensa.
Reto es acusación pública y solemne de alevosía que el retador se ofrece a mantener por su persona en el campo; era acción propia de hidalgos, y distinta del desafío, como llamamos ahora la provocación al duelo, que es acción privada y no es esencialmente injuriosa. Desafío o desafiamiento significaba en lo antiguo otra cosa. Habla de estos asuntos la Partida VI (tits. II y Xl) y el Doctrinal de Caballeros (libro II, caps. I y II).




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N-2,27,16. No sé a qué pueblo pudo darse este mote de la Reloja en tiempo de Cervantes. Habiendo hecho algunas diligencias para saberlo, sólo resultaron algunas sospechas de que podía ser alguno de los de tierra de León; pero en ella no queda memoria de tal nombre. Acaso sería la misma ciudad de León, pues se habla de pueblos insignes, como poco después se expresa.
Cazoleros. Hasta ahora se había leído cazoleros; pero es cazalleros, mote con que designaría a los compatriotas de Cazalla, personaje célebre que, preso como reo de fe en Valladolid el año de 1558, fue quemado en la plaza de aquella ciudad a 21 de mayo de 1559.
Berengeneros. Después de Valladolid sigue Toledo, a cuyos habitantes, dice Covarrubias (art. Berengena), por ser aficionados a berengenas u usar su pasto en diferentes guisados, llaman berengeneros. Cultivábanse con profusión en aquella ciudad las berengenas, como se indica en la loa de la comedia La hermosa Raquel, segunda parte, compuesta por Luis Vélez de Guevara, autor del Diablo Cojuelo, donde se dice: Sería trabajo tan excusado como llevar agua al mar, plata al Perú, hierro a Vizcaya, aceitunas a Sevilla, berengenas a Toledo. Y de la gran copia de berengenas que se criaban en Toledo habla Andrés Laguna en su traducción de Dioscórides (lib. IV, capítulo LXXVI). Y que de las berengenas se hacía conserva en Toledo, se ve por la historia del Pícaro Guzmán de Alfarache, donde se cuenta que gustaba de ella su amo el Cardenal (parte I, libro II, cap. VI). Es de saber, por otra parte, que los moros, como dijo Sancho en el capítulo II de esta segunda parte, son amigos de berengenas. Y en el romance de la Méndez a Escarramán, compuesto por don Francisco de Quevedo, se dice de una vieja que sacaron a la vergÜenza:

Pues cogió más berengenas
en una hora sin sembrar,
que un hortelano morisco
en todo un año cabal.

El mismo gusto y afición a las berengenas se achacaba a los judíos; y así, en unas coplas que se incluyeron en el Cancionero general, decía el Conde de Paredes a uno a quien motejaba de hebreo:

No dejemos la patena
a que la boca llegastes,
que luego que la tocastes
se dice que la tornastes
cazuela con berengena.
He aquí el origen del apodo de berengeneros, con que se tildaba y daba vaya a los toledanos, que era lo mismo que se indicó en el Capitulo IX de la primera parte, donde se dice que no fue difícil hallar en Toledo un intérprete arábigo, pues aunque se buscara de otra mejor y más antigua lengua, se hallara.
Ballenatos. ¿¿Quién ignora que a los madrileños solía llamárseles hijos de la ballena? Una albarda, arrastrada por una avenida del Manzanares, y tenida por ballena, había sido ocasión del valor y denuedo con que los habitantes de la corte, provistos de toda clase de armas, salieron a la puente a detenerla. A esto aludía el Maestro Tomé de Burguillos en una canción burlesca, donde dijo:

Riberas del estrecho Manzanares
por donde antiguamente
alborotó los límites postreros la que tuvo a Jonás en sus ijares, escureciendo su cristal corriente,
hasta que abandonó los lavaderos
a fuerza de los fieros
dardos y chuzos de la gente armada
que por la puente le estorbó la entrada.

Y Vicente Espinel, en su Escudero (relación II, desc. XXIV), describiendo los estragos de una avenida: Vi, dice, tantos árboles arrancados de raíz como había traído Manzanares, y algunas ballenas destripadas de las que solían alancear, etc.
Jaboneros. Pellicer dice que se cree son los de Getafe; pero se habla de pueblos insignes como Valladolid, Toledo y Madrid, y no parece que conviene igual calificación a Getafe. Más bien pudiera ser Yepes y Ocaña, de donde se llevaban grandes partidas de jabón a las ferias de Medina del Campo, según se expresa en las memorias de aquel tiempo. En otros muchos pueblos se verifica la circunstancia de los motes, apodos y burlas que aquí se indica, como las brujas de Barahona, el peine de Jadraque, el pájaro de Baena y otras infinitas entre pueblos contiguos, y más frecuentemente en los más pequeños. Los vecinos del Toboso suelen tener también la debilidad de ofenderse por la mención de Dulcinea. Si Cervantes fuera profeta, hubiera podido agregar el Toboso al pueblo del Rebuzno.




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N-2,27,17. Chiste anfibológico, tomado del oficio de la espada con que se despanzurra y saca las tripas al contrario, y del instrumento músico llamado sacabuche de que hizo mención don Francisco de Quevedo en la descripción de las fiestas de Majalahonda (Tacaño, cap. IX):

Y entre estas bienaventuranzas
entra en el humano buche.
Suene el lindo sacabuche...




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N-2,27,18. O por extenderla como se ve por los caballeros andantes que exigían de los infieles vencidos que se bautizasen. Hablóse de esto en las notas al capítulo XVII de la primera parte. En una exhortación de Pedro López de Baeza, Comendador de Mohernando, dirigida al Maestre y Caballeros de la Orden de Santiago en un libro escrito por el año de 1330, explicando las significaciones de las armas, decía: "La vara de la lanza, que es luenga, significa que todos debedes lo más que pudiéredes alongar e crecer la fe de Jesucristo" (Regla de Santiago, impresa en 1791, apéndice V). Así eran las ideas en los siglos de la Edad Media, en que, al parecer, se creía que Dios tenía mucha necesidad del brazo y puños de los soldados y caballeros. El anhelo de defender y extender por este medio la fe tuvo la principal parte en la fundación de las órdenes militares de aquel tiempo, no sólo en España, sino fuera, como la del Templo, la de San Juan, la Teutónica y la del Toisón de oro.




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N-2,27,19. En la descripción del ritual para armar Caballero, que se hace en la Partida I, título XXI, ley XIV), se lee: Desque el espada le hobiere ceñida, débela sacar de la vaina e ponérgela en la mano diestra, et facerle jurar estas tres cosas: la primera que non recele morir por su ley si menester fuere; la segunda por su señor natural; la tercera por su tierra. El Doctrinal de Caballeros repite lo mismo (libro I, tít. II). En un romance viejo (Colección manuscrita en el estudio del Maestro Flórez) decía a sus hijos Arias Gonzalo estándose armando con ellos para salir a pelear con don Diego Ordoñez de Lara:

Acordaos de aquel vulgar
en España tan usado,
por su ley y por su Rey,
por su patria
está obligado
a morir cualquiera bueno,
ende más si es hijodalgo.




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N-2,27,20. Pellicer, sobre este lugar, dice que la proposición que el texto pone en boca de Don Quijote es contraria a una de las cinco famosas del Obispo de Iprés. Habilidad y travesura fue menester para hallar en el QUIJOTE ocasión de hablar de Jansenio.
Lo mismo puede decirse de otro escritor, que la encontró también en el QUIJOTE para hablar de Molinos.
En el capítulo XXXI de la primera parte decía Sancho a su amo: Con esa manera de amor he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena, aunque yo le querría amar y servir por lo que pudiese.
El autor del Siglo de Luis XIV, en el artículo Del Quietismo (tomo II, pág. 379), lo halló en estas expresiones de Sancho. Y ciertamente es cosa notable que a Voltaire pueda aplicársele aquello de h祲resim e longinquo odorant, que se dijo de otro.




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N-2,27,21. Sancho estropeaba la palabra teólogo, al modo que en la novela de Rinconete y Cortadillo se estropeó teología, diciendo tología. Así lo observó Bowle.




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N-2,27,22. No está bien el lenguaje. La partícula que no tiene aquí oficio, y además sobra la comparación como un huevo a otro huevo. Sancho debió decir solamente: el diablo me lleve si este mi amo no es tólogo, y si no lo es, lo parece. Si se quiere conservar la comparación de los huevos, es menester variar la acepción y clase del verbo parecer, y decir: el diablo me lleve si este mi amo no es tólogo, y si no lo es, se le parece como un huevo a otro. Lo primero suena mejor.




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N-2,27,23. En verdad que no fue agudeza, sino necedad e impertinencia, como lo mostró el resultado. ---Ordinariamente decimos de lo que impide alguna cosa que se pone de por medio. ---Aconsejaba Sancho a sus oyentes que se conformasen con lo que dijese Don Quijote, como inteligente y práctico en la materia, añadiendo: y sobre mi si lo erraren; quiere decir: yo salgo fiador o responsable de que no lo yerran.





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N-2,27,24. De quien dio el golpe no pudo decirse que no fue poderoso a otra cosa; quien cayó sin ser poderoso a otra cosa fue el que lo recibió. Sospecho que está viciado el texto y mutilada la palabra consigo, de que sólo dejó el impresor las primeras letras; el original diría: dióle tal golpe con él (varapalo), que sin ser poderoso a otra cosa dio consigo Sancho Panza en el suelo.





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N-2,27,25. Está dicho con sobrada exageración. Si amenazaban mil encaradas ballestas y no menos cantidad de arcabuces, ééstos no bajaban de mil; y en este mismo capítulo sólo se ha dicho que eran más de doscientos hombres armados de diferentes suertes de armas, como si dijésemos lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y algunos arcabuces.





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N-2,27,26. Sobre lo que significa el galope de Rocinante, consúltese lo que se dijo en las notas al capítulo XIV de esta segunda parte. ---Se cuenta que Don Quijote se encomendaba a Dios que de aquel peligro le librase. Nosotros diríamos: para que de aquel peligro le librase.





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N-2,27,27. El trofeo solía ser un árbol al que cortaban las ramas, colgando del tronco y de sus codillos las armas y despojos del enemigo vencido y puesto en fuga en aquel paraje. Otras veces se erigían trofeos de un modo más sólido y costoso. Aquí no hubo batalla ni despojos, y por consiguiente no pudo haber trofeo, y ni hablarse de ello sino festivamente y de burlas. Díjose que era costumbre antigua de los griegos, y se dijo bien, porque fue costumbre peculiar de ellos, y hasta después de mucho tiempo no la imitaron los romanos.

{{28}}Capítulo XXVII. De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención


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N-2,28,1"> 4085.
El principio de este capítulo está obscuro y desaliñado: obscuro, porque no se alcanza fácilmente lo que quiere decir que está descubierta la superchería cuando el valiente huye; desaliñado, porque lo es decir que la verdad se verifica. Pudiera haberse dicho: cuando el valiente huye, razón hay para huir, y es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión. Así se verificó en Don Quijote, el cual, dando lugar a la furia del pueblo, etc.
Superchería es el artificio y dolo que da ventaja indebida a alguno de los combatientes. La ventaja en la presente ocasión era la desproporción del número.




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N-2,28,2. Apalear es verbo frecuentativo, dar muchos palos, y Sancho sólo había llevado uno; verdad es que valió por muchos.




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N-2,28,3. Expresión proverbial con que se nota la indiscreción de nombrar cosa que refresque la memoria de su afrenta a los lastimados.




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N-2,28,4. En el Quijote contrahecho de Alonso Fernández de Avellaneda hay una cierta Bárbara, mondonguera de Alcalá, que bajo el nombre de Reina Cenobia hace el mismo papel que en el QUIJOTE de Cervantes hace la discreta Dorotea con el nombre de Princesa Micomicona. Llámase Bárbara la de la cuchillada por un costurón que tenía en el rostro; y cuenta Sancho que preguntándole muchas veces por qué no había procurado que aquel per signum crucis que tenía en la cara se le dieran en otra porte, donde no se echara tanto de ver, respondía que a quien dan no escoge.
Asimismo don Francisco de Quevedo, en la Vida del Gran Tacaño (cap. CII), describiendo la figura de un mulato, maestro de esgrima, dice que tenía lo cara con un per signum crucis de inimicis suis; esto es, la cara señalada con la cicatriz de una herida de mano airada. ---La alusión procede de ser el rostro la parte principal donde se verifica el acto de persignarse.




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N-2,28,5. Hay vicio en el texto. Dice Sancho: yo pondré silencio en mis rebuznos; y a esto correspondía que siguiese diciendo: pero no dejaré de decir que los caballeros andantes huyen y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheño o como cibera en poder de sus enemigos. El texto, según está, dice en rigor lo contrario. De lo que es y de lo que significa alheña se
habló en las notas al capítulo XIV de este segunda parte.
Cibera viene de cibus, y se dice del grano que pasa desde la tolva a cebar la piedra del molino y de los residuos de lo que se masca y se arroja después de mascado.




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N-2,28,6. Pocos lectores dejarán de reírse en este paso. El diálogo que sigue entre Don Quijote y Sancho es, como lo son generalmente todos los del QUIJOTE, pero especialmente los de la segunda parte, saladísimo. Si al género ridículo le puede convenir la calidad de sublime, éste es un ejemplo.




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N-2,28,7. Refrán gracioso de los muchos que hay de esta clase en castellano. Díjose por la facilidad con que se suele prescindir de los males ajenos.




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N-2,28,8. Escudillar propiamente es echar caldo de la olla en la escudilla; aquí se toma metafóricamente por tomar terreno para tenderse.





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N-2,28,9. En el capítulo I de esta segunda parte se llamó Bartolomé al padre del bachiller Sansón Carrasco. Pellicer, que advirtió también esta contradicción, indicó que pudo ser falta de memoria en Sancho; yo me inclino más a que lo fue de Cervantes.




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N-2,28,10. Jira es fiesta campestre acompañada de comida, bulla y regocijo, que es lo que llamamos ahora partida de campo. En el Coloquio de los perros, una de las novelas de Cervantes, le contaba la bruja Cañizares a Berganza que tres días antes de la muerte de la Montiela, madre que suponía ser del perro, habían estado las dos en un valle de los montes Pirineos en una gran jira. Aludió aquí Cervantes sin duda alguna al aquelarre de Zugarramurdi, cuya memoria estaba todavía fresca, puesto que la relación del auto de Logroño, en que fueron castigadas las brujas, se había impreso el año de 1610.




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N-2,28,11. El verbo confesar no se usa con propiedad en este caso, ni determina subjuntivo, sino indicativo. Confieso que es verdad se diría en este caso, pero entonces no se expresara la intención y concepto de Don Quijote, como se haría diciendo: quiero suponer o doy de barato que todo lo que dices sea verdad. Paréceme que el confieso fue equivocación de la imprenta por concedo, palabra oportuna, con la cual quedaba bien todo.




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N-2,28,12. Don Vicente de los Ríos, en su Plan cronológico del QUIJOTE, notó que no eran sino diez y siete los días que, según lo referido en la historia, habían pasado desde que nuestro hidalgo salió por la tercera vez de su casa. Esto prueba que Cervantes no había pensado tanto como Ríos en el plan cronológico de su fábula. Don Antonio Eximeno (Apología, núm. 42) defiende a Cervantes, diciendo que en todo caso el error no era suyo, sino de Don Quijote, que es quien habla en este pasaje; mas para el intento y propósito de Don Quijote no convenía alargar el plazo, sino más bien acortarlo.




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N-2,28,13. Sale a relucir el carácter interesado y codicioso de Sancho. El lector al leerlo se ríe con no menos gana que Don Quijote al oírlo.




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N-2,28,14. Con más propiedad se diría anduvimos en vez de anduve yo, tanto porque así lo pedía la ocasión, hablándose de lo que habían andado juntos amo y escudero, como por lo de nuestras salidas, que sigue en el mismo período. ---Expresa Don Quijote que apenas eran dos los meses andados, y dice Ríos que así era la verdad, pues sólo se contaban treinta y seis días; mas para expresar esto, mejor fuera decir poco más de un mes que no dos meses apenas, cuyas palabras indican que el tiempo se acerca a dos meses. Y faltó también Ríos a su afectada puntualidad, porque no hablando aquí ni debiendo hablar Don Quijote sino de las dos salidas hechas en compañía de Sancho (en todo el discurso de nuestras salidas), no debió incluirse la primera que Don Quijote hizo solo; y las dos siguientes, según la cuenta del mismo Ríos, no componían la suma de treinta y seis, sino de treinta y cuatro días. Y si ocurre, como acabamos de decir, que ocurrió en ocasión semejante a Eximeno, que el error fue de Don Quijote y no del escritor, parece excusa demasiadamente sutil, y es más obvio y más conforme a lo que tantas veces se ha observado acerca de la incorrección de Cervantes, que no dio atención ni importancia a estas exactitudes.




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N-2,28,15. Tiene mucha gracia esta reconvención hecha a Sancho, que ni sabía leer, ni había visto en su vida más que lo que permitía ver el oficio de pastor de cerdos y gansos, y después el de mozo de labor de Tomé Carrasco. Y no tiene menos gracia el desafío hecho poco después a Sancho a que halle en el mare magnum de las historias caballerescas escudero que hubiese dicho ni pensado lo que él había dicho. Tan difícil era que Sancho hallase lo dicho como lo pensado.





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N-2,28,16. No es la primera vez que Don Quijote habla a su escudero en latín. En el capítulo VI de esta segunda parte, hablándose de la misma materia de la soldada, de que se habla en éste, le decía: si gustáredes de estar a merced conmigo, bene quidem; y si no, tan amigos como de antes. ---Realmente, mare magnum es una locución admitida en el lenguaje castellano familiar para expresar el gran tamaño y confusión de alguna cosa. En la novela de La Gitanilla cuenta el mismo Cervantes que la gitana vieja era el aguja por quien se guiaban (las demás gitanas) en el mare magno de sus bailes, donaires y aun de sus embustes. Y no fue Cervantes el único escritor que usó esta palabra. Otras voces latinas se hallan admitidas en el uso común de nuestro idioma, como incontinenti, ultra, abeterno, máxime, vale, abintestato, abinicio, extramuros, exabrupto, exprofeso, vademecum, verbigracia.





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N-2,28,17. Mal conocido, lo mismo que desconocido o mal agradecido, ingrato.





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N-2,28,18. Festivo recuerdo de la conversación que tuvo Sancho con su mujer, y se refirió en el capítulo V de esta segunda parte. Verdad es que allí no se habló del tratamiento de señoría aplicado a Sancho, que es de lo que aquí se trata, sino a su hija Sanchica, y sobre ello fue la contienda entre los dos consortes. Ni se halla cuando contase Sancho a su amo la repugnancia de Teresa a que su hija fuese Condesa y tuviese señoría; pero Cervantes no topaba en barras, ni se detenía en ajustar estas menudencias; aprovechaba la ocasión de hacer reír que se presentaba, sin pensar en lo pasado ni en lo futuro.




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N-2,28,19. Como Fierabrás se dolía de la de Oliveros en el capítulo XVI de la historia de Carlomagno. ---Se supone que esta mocedad de Sancho sería la de su entendimiento, porque la otra ya era pasada, puesto que por algún pasaje de la fábula pudiera dudarse si su edad era igual a la de Don Quijote.




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N-2,28,20. Esto es, con tal que te enmiendes, que es como ordinariamente decimos ahora.




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N-2,28,21. Chiste de Cervantes. En el capítulo XI de esta segunda parte se dice también que Sancho se quedó dormido al pie de un alcornoque, y Don Quijote dormitando al de una robusta encina.

{{29}}Capítulo XXIX. De la famosa aventura del barco encantado




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N-2,29,1. Según esto, sólo tardaron cinco días nuestros viajeros en llegar a las márgenes del Ebro desde la venta de los títeres que estaba en la Mancha de Aragón; tiempo excesivamente corto para tanta distancia, como ya observó don Vicente de los Ríos en su plan cronológico.




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N-2,29,2. Cervantes en la presente aventura del Barco encantado, tuvo presentes otras infinitas que quiso remedar de la historia caballeresca.
La infanta lsamberta, huyendo de que la casara contra su voluntad el Rey Popleo su padre, llegó a la ribera de un brazo de mar, e falló allí por aventura un batel que estaba a la orilla atado a un árbol… e desatólo e metióse en él, e cogió la cuerda a sí, e dejóse ir por el usar a su aventura sin remos e sin vela. Y al cabo de días fue a parar a una costa desierta en los estados del Conde Eustacio, el cual, yendo por allí a caza, la vio, se prendó de su hermosura, la tomó por mujer y tuvo en ella Siete hijos, el mayor fue el Caballero del Cisne, abuelo de Godofre de Bullón, primer Rey de Jerusalén (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, capítulos XLVI y XLIX).
Acercándose Orlando, Brandimarte y Oliveros a la costa de Africa para acudir al desafío de los tres Reyes Agramante, Sobrino y Gradaso, aplazado para la isla de Lipadusa, como cuenta Ariosto (canto 40, estancias 52 y siguientes), vieron venir un bajel.

Senza nocchieri e senza naviganti,
sol come ji vento e sua fortuna il mena.
Venia con le vele alte il legno avanti
tanto, che si rittenne in su l′arena.

En este bajel pasaron a Lipadusa, donde se verificó el combate con el éxito que se lee en el poema.
La crónica de Amadís de Grecia cuenta que yendo con su escudero por una playa, hallaron una barquilla de pescadores, donde apeados de sus caballos, dejándolos a la costa arrendados, entraron en la barca con el designio de pasar a una ínsula. En ella no encontraron a nadie, y acordaron de se tornar do sus caballos habían dejado. Pero menos felices en esto que nuestro hidalgo y su escudero, no pudieron conseguirlo, porque las olas los echaron a otra parte (Amadís de Grecia, parte I, cap. VII).
Del Príncipe de Creta Rosicleo se canta en el Florando de Castilla (canto octavo), que

Andando por la playa en la ribera
atado vio un batel, aunque pequeño,
y luego salta dentro, que no espera
licencia de remero ni de dueño:
Y abriéndole Neptuno la carrera,
y Eolo quitando al cielo el ceño
camina con el remo el mar batiendo,
el agua en blanca espuma convirtiendo.

La historia del Caballero del Febo testifica que el Emperador Trebacio se metió en un barquichuelo del Danubio en seguimiento de un navío, donde creía que unos gigantes se llevaban a su señora la Princesa Briana. A poco se desapareció un viejo que iba en el barquichuelo, quedando sólo el Emperador, quien al cabo de tres días llegó al mar, siempre a la vista de los supuestos robadores, hasta una fresca y deleitosa ínsula, en que al cuarto día desembarcó media hora después que los gigantes, y allí sucedieron cosas estupendas (libro I de la primera parte, caps. VII y IX).
De otro barco encantado se habla en La Jerusalén del Taso. Reinaldos llega a la orilla del Oronte: encuentra un batel solo, y un letrero que le convida a ver las maravillas de una isleta que está en medio del río. Pasa a ella con el batel, y allí le adormece con sus encantos la maga Armida, queriendo apartarlo del teatro de la guerra y de la compañía de los demás cruzados, le aprisiona mientras dormía con cadenas de flores, y le conduce a un palacio encantado de las islas Afortunadas, más allá de las columnas de Hércules (canto 14, ests. 51 y siguientes).
Bowle, en sus Anotaciones, cita otros casos de caballeros que entraron en barcos para diferentes empresas, como de Mandricardo, de Olivante de Laura, de Amadís de Gaula, que sin otra compañía que la de sus armas se embarcó para vengar a la giganta Malfadea del que había descabezado a sus padres, y de Amadís de Grecia, el cual, habiendo aportado a la ínsula Despoblada, halló una barquichuela al borde de un gran lago, y metiéndose sin temor en ella, la guió a una torre que en medio se parecía.




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N-2,29,3. De viajes en nubes se habló en otro lugar; y ciñéndonos ahora al socorro prestado por medio de caballeros conducidos en barcos, pondremos algunos ejemplos de los que suministran los libros caballerescos, y a que aludió Cervantes en estas expresiones.
Una gran tormenta condujo la barca en que navegaba, el Caballero de Cupido a la isla llamada de la Fuente de la Muerte, donde socorrió al Caballero de las Doncellas, a quien unos villanos estaban atormentando. Al mismo tiempo libertó a cincuenta caballeros que estaban encantados en el castillo de Arcaleo (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LXIV).
Otra tormenta hizo que el Príncipe don Duardos de Inglaterra aportase a la isla de Cintara, donde se hallaba el Caballero Primaleón encantado en una cueva, por artes del gigante Gatarú, señor de la isla. Don Duardos se combatió con el gigante, le venció, y desencantó a Primaleón.
De Esplandián refiere sus Sergas que lo llevó la fusta de la gran Serpiente a un extraño puerto cerca de la villa de Alfarín, donde encontró a seis caballeros de los suyos, que aquejados de gran número de paganos estaban a punto de perecer; y con su ayuda y la de Gandalín y Enil, que le acompañaban, se libraron del peligro y vencieron a sus enemigos.
El Caballero del Febo, conducido en un batel encantado, aportó a la ínsula de Lindaraja y libertó a su padre, que estaba allí encantado (Espejo de Príncipes y caballeros, parte I, libro I, cap. XLIV).
El de Cupido fue llevado en la barca mágica de los Leones, y llegó a tiempo de socorrer a su amigo el jayán Floribelo y a otros compañeros, que se hallaban muy apurados por los caballeros del Corsario Cosdralán, a quien dio muerte el de Cupido, decidiéndose así la victoria a favor de sus amigos (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LXXVI).
Por disposición de la sabia Iperma fue llevado Don Olivante de Laura en un barco que guiaban dos disformes salvajes a la isla de los Cinco Peñones, donde libertó al Emperador Arquelao y al Rey Aureliano, que iban a ser sacrificados a los falsos dioses (Olivante de Laura, lib. I, cap. XIV y XV).
Hallándose el valiente caballero Rosicler en la ínsula de Candramarte, muy en peligro por lo que le aquejaba un feroz gigante, hijo del Señor de la isla, llegó a este punto su hermano el Caballero del Febo en un batel en que navegaba por arte y disposición del sabio Lirgandeo, y socorrió y libró a Rosicler, matando al gigante y a varios de sus caballeros (Espejo de Príncipes y caballeros, parte I, lib. I, capítulos XXVI y XLII).
Florambel de Lucea y su escudero Lelicio estaban a la orilla del mar, cuando vieron venir un grande y hermoso batel guiado por dos remeros enanos, uno de los cuales dio a Florambel una carta de la Dueña del Fondovalle, gran mágica, protectora suya. Según que en ella se le encargaba, el caballero se metió en el batel; acóstose en un rico lecho, donde fue curado de sus heridas por los enanos; y llevado a la isla de las Cinco Torres, donde se hallaban presos don Lidiarte y otros caballeros, les dio libertad, venciendo y matando al gigante Luciferno, señor de la roca, y a sus dos hijos (Florambel, lib. IV, caps. X y siguientes).
No siempre fueron caballeros andantes los socorridos por este medio; lo fueron también otras necesitadas y principales personas, como aquí dice Don Quijote. Un pequeño batel se le ofreció a Bernardo del Carpio en la playa de Colibre, y entrando en él, según refiere su poema, compuesto por Valbuena, llegó a un galeón donde se hallaba presa Angélica la Bella en poder del Rey de Persia Orimandro, con quien peleó Bernardo por la libertad de aquella Princesa (libro IV). La Duquesa Catalina estaba próxima a perder sus estados por la violencia del Duque Reiner, y por no encontrarse campeón que la defendiese; cuando he aquí que llega por el Rhin a Maguncia, donde se hallaba la corte del Emperador de Alemania, el Caballero del Cisne en su batel, tirado por el cisne encantado que le acompañaba; toma a su cargo la defensa, y la Duquesa triunfa (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, Capítulo LXX). La doncella Alquifa, hija del sabio Alquife, lleva a Perión de Gaula en una barca tripulada por dos jimios remeros a una isla para que libertase a su padre, como lo hizo, de la estrecha cárcel en que la había puesto el gigante Brutillón (Lisuarte de Grecia, Capítolos los I, V y XI). Lisuarte de Grecia, conducido en una barca que se movía por sí sola, socorrió una y otra vez a la referida doncella Alquifa, libertándola primero del poder de unos piratas que la habían cautivado, y después de un mal caballero que la había colgado de un árbol por los cabellos. La misma barca condujo a Lisuarte a la ínsula de las Sierpes, donde puso en libertad a varios presos que lo habían sido a traición muchos años antes. Y, finalmente, con la propia barca aportó Lisuarte a otra ínsula, donde hallé y socorrió a la sin par Oriana, y juntamente a su marido, Angriote, Sarquiles, al Maestro Elisabad, Gandalín y su mujer la Condesa de Denamarca, los cuales navegando de Constantinopla a la Gran Bretaña, habían naufragado y sido puestos en prisión en el castillo de la Roca por dos jayanes, a quienes venció y dio muerte Lisuarte (Ib., caps. LII, LIV y LXI).




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N-2,29,4. El Marqués de Santillana pone este mismo refrán en lenguaje algo más antiguo, como correspondía a la era en que floreció: Faz lo que te manda tu señor y pósate con él a la mesa.--Concluye Sancho su discurso diciendo que en el Ebro se pescan las mejores sabogas del mundo; pero no era verosímil que lo supiese Sancho, nacido y criado en lo interior de la Mancha, casi al pie de Sierra Morena, sin otros conocimientos ni noticias que las que pudo darle una educación rústica. Cervantes puso en boca de Sancho, con más distracción que propiedad, lo que era opinión personal suya.




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N-2,29,5. Longincuos o remotos, que es lo mismo, se dice de las regiones, pero no de los caminos. Los caminos pueden ser buenos o malos, cortos o largos, rectos o torcidos, pero no longincuos ni cercanos; estas calidades no les convienen.
La palabra longincuo parece absolutamente latina; pero se encuentra usada por el Marqués de Santillana en el proemio o carta que dirigió por los años de 1450 al Condestable de Portugal, y publicó don Tomás Antonio Sánchez en la Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV. Se ha dicho y repetido que el célebre poeta cordobés Juan de Mena, contemporáneo del Marqués de Santillana, había introducido, o por lo menos usado, en sus composiciones muchas palabras latinas; pero quizá eran de las que todavía conservaba un idioma formado primitivamente del latino, y no se encuentran en los escasos monumentos de aquellos siglos. Esto pudo sucederle fácilmente a longincuo, porque su correlativo propincuo se halla usado en el Fuero Juzgo (lib. VI, tít. V, ley XVI) y en las Partidas, como ya se observó en una nota al capítulo XV de la primera parte. Y realmente, cuanto más se ascienda a los primitivos orígenes de la lengua, deben ser más frecuentes los ejemplos de palabras puramente latinas, como sucede, verbigracia, en cras por mañana, gesta por hechos y fenestra por ventana, que se encuentran en el poema del Cid. Algunas palabras y locuciones latinas se usan festivamente, como propias del estilo familiar, en castellano; a éste pertenecen el gaudeamus que dijo el ventero al principio del capítulo XXXVI de la primera parte, el Petrus en cunctis para denotar un erudito a la violeta, y el tautem para significar el primer papel o persona principal de un negocio, como lo usó don Francisco de Quevedo en el Cuento de Cuentos, y aun el mismo Cervantes en la novela de Rinconete y Cortadillo, cuando leyéndose cierta lista de encargos hechos a la honrada cofradía de Monipodio, decía éste; yo soy el tuautem y esecutor de esa niñería.
Sigue una nota de varios latinismos del QUIJOTE, esto es, de palabras latinas que en él se usan, y no pertenecen al uso general y corriente de la lengua:
Acutos por agudos, cap. XXXVII, parte segunda; cómodos por comodidad, ca. XI, parte primera; contextas por tejidas, cap. VI, parte segunda; fenestras por ventanas, cap. XXI, parte primera; incómodos por incomodidades, capítulo XVI, parte primera; insidias por asecanzas, cap. XXXIV, parte segunda; interrotas por interrumpidas, cap. XLIX, parte segunda; longísima por larguísima, cap. XXXVI, parte segunda; méritamente por merecidamente, capítulo II, parte segunda; milite por soldado, capítulo XXXVI, parte primera; primo por primero, cap. XI, parte primera; prístino por primitivo, cap. XXXI, parte segunda; propincuo por cercano, cap. XXXIX, parte segunda; sólito por acostumbrado, cap. XVII, parte segunda; supina por boca arriba, capítulo LXIX, parte segunda; veneranda por digna de veneración, cap. XXXI, parte segunda.




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N-2,29,6. Como era propio al acometer una empresa y en cualquier ocasión de peligro, Don Olivante de Laura, al entrar en la aventura del Purgatorio de Tirses, haciendo la señal de la cruz y encomendándose de muy gran corazón a nuestra Señora que le ayudase, batiendo con mucha fuerza las piernas a su caballo, pasando por el padrón, se metió por medio de la escura niebla (Olivante, lib. I, cap. XXI). De otro caballero (creo es don Florindo de la Extraña Ventura) he leído que no se contentaba con santiguarse una vez sola, y se santiguaba tres.




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N-2,29,7. Roznar es abreviatura de rebuznar, y una y otra son palabras formadas por onomatopeya; esto es, por la semejanza o analogía con el sonido que representan.




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N-2,29,8. No está bien enlazado el período. Debiera decir: ¿por dicha vas caminando a pie y descalzo por las montañas Rifeas, o más bien sentado en una tabla como un Archiduque por el sesgo curso de este agradable río? Y si se quiere conservar la conjunción sino, pudiera suprimirse y ponerse de este otro modo: no vas caminando a pie y descalzo por las montañas Rifeas, sino sentado, etc.--Tampoco se dice bien caminar por el curso de un río.--A pie y descalza seguía la pastora Torralva a su desdeñoso Lope Ruiz en el cuento que se refirió en el capítulo XX de la primera parte. Esta circunstancia de caminar a pie y descalzo se alegó frecuentemente en los romances antiguos castellanos para ponderar la fatiga y trabajo del caminante. Manifestando Gaiferos los que habiendo padecido por Melisendra, decía en su romance viejo:

Tres años anduve triste
por los montes y los valles...,
trayendo los pies descalzos,
las uñas corriendo sangre.

Iguales expresiones se leen en los otros romances de Grimaldos y Montesinos, de la Julianesa y del Palmero (Cancionero de Amberes de 1555).
Montañas Rifeas. Con este nombre señalaron los geógrafos las ásperas y nevadas de Escitia, que dan nacimiento al río Don o Tanais (Plinio, lib. IV, cap. XI). Juan de Mena las nombró con el lago Meotis en la primera orden de su Laberinto (copla 42). También las nombraron las historias caballerescas; y en ellas tenía la cueva de su morada la sabia Belonia, protectora del Príncipe don Belianís de Grecia. Hallándose este caballero mal herido de resultas de una batalla, se apareció un carro de transparente cristal, tirado de seis grifos y guiado por dos enanos, en que fue conducido a la cueva de Belonia, que le puso sano (Belianís, lib. I, capítulos VII y X). En la misma selva Rifea había un pavoroso dragón que tenía más de veinte y cinco pies de largo, y era más grueso que un toro por la cinta: Belianís lo mató, libertando de él a dos doncellas que la Princesa Florisbella, su señora, enviaba a la sabia Belonia (Ib., cap. XVII).
Sentado en una tabla como un Archiduque. Como un Príncipe suele decirse más comúnmente, aunque la verdad es que ni para Archiduques ni para Príncipes es muy cómodo asiento el de una tabla, que es el que gastan los galeotes.




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N-2,29,9. Instrumento astronómico para el objeto que dice el texto; era ya conocido en tiempo del Rey de Castilla don Alonso el Sabio. Los progresos de la ciencia lo tienen arrinconado en el día.




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N-2,29,10. Modo impropio de hablar, que aunque en boca de Don Quijote corre de cuenta de Cervantes, puesto que no se trata de Caballerías único asunto en que deliraba el ingenioso hidalgo.--Se añade que Tolomeo era el mayor cosmógrafo que se conocía. En el mismo tiempo que se estaba escribiendo el QUIJOTE se inventaba el telescopio, y florecían célebres astrónomos que oscurecían los antiguos con sus nuevas observaciones y descubrimientos astronómicos y geográficos; pero las circunstancias y ocupaciones de Cervantes no eran muy a propósito para adquirir esta clase de conocimientos de que probablemente hubo pocas noticias por aquel tiempo en España.--Sancho, prevaricador del buen lenguaje, como le llamó su amo en el capítulo XIX de esta segunda parte, dijo leña por línea, y de las palabras Ptolomeo y cosmógrafo formó las de puto y gafo, que son de las que la ley califica de altamente injuriosas: gafo es lo mismo que leproso: y la lepra, enfermedad que ha desaparecido en nuestros tiempos, era tan asquerosa, que hacía mirar con horror a los que la padecían, y los hospitales en que se curaba estaban fuera de poblado. Este hubo de ser el origen de calificarse de injuriosa la palabra gafo. La interpretación de Sancho, como la llama Don Quijote, recuerda lo de la grama y la tica, que fue otra interpretación que dio a gramática nuestro escudero en el capítulo II de esta segunda parte.




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N-2,29,11. Más natural y más claro estaría si se dijese: Sabrás, Sancho, que una de las señales que tienen los españoles y los que se embarcan en Cádiz para las Indias orientales, para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho, es que a todos, etc. Tampoco está del todo bien los españoles y los que se embarcan en Cádiz, como si se opusiera el ser español a embarcarse en Cádiz, o como si sólo conviniese a los que se embarcan en Cádiz la circunstancia de que pasada la línea se les mueran los insectos que llevan.
Probablemente ocurrirá aquí al lector que esta muerte de los animalejos de los navegantes fue ocurrencia de nuestro autor; mas no es así: Cervantes quiso ridiculizar, poniéndola, aunque algo desfigurada, en boca de un loco, la creencia vulgar en su tiempo de que así sucedía en la navegación a Indias luego que pasaban el meridiano de las Azores. Y no era tan vulgar la creencia que no tuviese entrada, o por lo menos no se mencionase, en el Teatro del Orbe, obra magnífica publicada en Amberes el año 1612, tres años antes que la segunda parte del QUIJOTE, por Abraham Ortelio. Imprimióse en latín y aparte en castellano, en el cual dice así, hablando de las islas Azores: he oído una cosa de maravillar del suelo (o cielo no se si diga) del natural destas islas: y es que navegando de nuestro hemisferio hacia America o al Nuevo Mundo que llaman, en dejando las islas Azores a las espaldas, luego son libres de pulgas, chinches y de toda suerte de piojos que suelen molestar a los hombres, que luego en pasando estas islas se mueren.




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N-2,29,12. Componerse una cosa de medidas es expresión que envuelve una idea falsa, porque las medidas no son parte ni pueden serlo.




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N-2,29,13. Esto hace reír, y aun se ha convertido en expresión proverbial, lo que indica cuán generalmente ha gustado; pero no pertenece en realidad a la sal ática, al gracejo culto y urbano que tantas veces admiramos en el QUIJOTE. Ni está de acuerdo con la idea que en otros lugares se da acerca de la limpieza de su persona, especialmente en el capítulo LXI, donde se defiende él mismo, y le abona su amo, de la nota de poco aseado que le había puesto licenciado Avellaneda en su Quijote contrahecho.




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N-2,29,14. A no ser por el ligero defecto de la repetición del por, este pasaje, hasta el fin del período, puede ser modelo del lenguaje descriptivo y armonioso, que fluye con tanta suavidad y blandura como el agua que en él se pinta.




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N-2,29,15. Miren qué prueba y qué ejemplo para convencer a Sancho, autor y fraguador único de la transformación susodicha. No es esta la única vez que Don Quijote invoca el testimonio de Sancho para probar la verdad del encantamiento de Dulcinea. Así lo hizo cuando la transformación del Caballero de los Espejos en el Bachiller Sansón Carrasco (cap. XVI), y siempre produce un efecto cómico y divertido para el lector la reunión de la sandez del amo con la bellaquería del escudero.




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N-2,29,16. Raudal era la corriente rápida y acelerada del agua, que recogida en un canal estrecho caminaba con más prisa y fuerza para mover las ruedas del molino. Raudo viene de rápido, y raudal de raudo.




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N-2,29,17. Parece más natural que el original de Cervantes dijese presentaban. De lo que está delante se dice que se presenta: lo que se representa es lo ausente, y lo que aquí se veía no lo estaba.




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N-2,29,18. Fórmula de amenaza, muy común en el lenguaje de la historia caballeresca, como ya se ha dicho en alguna parte, confirmándolo con ejemplos.




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N-2,29,19. En la enumeración de las calidades de que debe estar adornado un caballero andante, contó ya Don Quijote la de saber nadar como el peje Nicolao, hallándose en la casa de don Diego de Miranda.
Vínole bien, se dice, a Don Quijote que sabía nadar, etc. Acaso debió leerse avínole, como se dijo en el capítulo VII de la primera parte del Vizcaíno: avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada, que es como se había usado esta expresión en la historia del Caballero del Febo. Allí se refiere que en la batalla de los numerosísimos ejércitos de los Emperadores Trebacio y Alicandro, quedando el Príncipe Rosicler aturdido de dos tremendo golpes de hacha, que a un tiempo descargaron sobre su yelmo dos furibundos gigantes, lo llevó el caballo por el campo y avínole bien que los jayanes no curaron más de irse tras el Príncipe (parte I, lib. II capítulo XXXVI).




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N-2,29,20. Es de aquellas frialdades que hacen reír por su misma insulsez, como la del que oyendo a un viajero alabar la magnificencia y solidez de un edificio de su lugar, dijo: pues aquí se hizo.
El régimen de la expresión los ojos clavados al cielo es defectuoso; acaso leyó el impresor clavados donde decía elevados el original, o al cielo donde decía en el cielo.




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N-2,29,21. No para enjugarle la ropa, que era lo que Sancho necesitaba, sino para quedarse con ella a cuenta del barco hecho pedazos. No parece que el traje de Sancho podía ofrecer a los pescadores grandes esperanzas de indemnización; pero hubieron de tenerlo por mejor prenda que las mohosas y mugrientas armas de Don Quijote, o bien éste se anticipó a ofrecerles, como aquí se cuenta, que les pagaría el barco si le daban libre y sin cautela la persona oprimida en el castillo.--Esta fórmula de libre y sin cautela es forense: la usó Cervantes al capítulo XX de la primera parte en la ventura de los batanes, y después en la de la cueva de Montesinos, aunque allí la puso en boca de Sancho, donde no era tan propia como en la de su amo.




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N-2,29,22. En la expresión de que se encontraron dos valientes encantadores, la acepción del verbo no es igual a la de hallar, como sucede otras veces, sino a la de contrariar, que es la más natural de encontrar, como nacido de la partícula contra.
Al escribir este pasaje Cervantes, que estaba tan cursado en la lectura de los libros de Caballerías, hubo de tener presentes los infinitos ejemplos que ofrecen de estas contiendas entre los nigromantes. La historia del Caballero de la Cruz refiere en varios lugares las travesuras del mago Arcaleo, que perseguía al Caballero de Cupido, y las del otro mago Artidoro, que lo protegía. La sabia Ardémula cuidaba de don Policisne de Boecia y su familia contra los esfuerzos de la sabia Almandroga, que les profesaba ojeriza y encono (Policisne, passim). La fada Morgaina era enemiga y la fada Orianda amiga de Gerardo de Eufrates (Gerardo de Eufrates, cap. VII). En la crónica de don Olivante hacen los mismos papeles su protectora la sabia Ipermea, señora de la isla de Laura, y la sabia Cerisa, tía del gigante Rodamón, y por consiguiente enemiga de Olivante y de su querida la Princesa Lucenda. En una ocasión Ipermea, persiguiendo a Cerisa, que huía por mar llevándose presos a Lucenda y a su padre el Emperador Arquelao, deshizo los encantos de su contraria, vertiendo una redoma de agua confeccionada por medio de sus artes sobre el fuego que encubría la nao de Cerisa y ésta había producido con sus conjuros. Avistándose así las dos naos, salió de la de Ipermea una fiera serpiente que a presencia de todos peleó con un feo y abominable vestigio que había salido de la otra nao. El vestigio era Cerisa y la serpiente lpermea, quien, como más sabía, obligó a su enemiga a tornar a su primera figura (Olivante, lib. I, cap. XXVII).
Pero donde con más especialidad se describen las guerras de los nigromantes es en la historia de don Belianís de Grecia. En ella se leen las encontradas empresas de Fristón y Belianís, y aquél como amigo y patrón de Perianeo, Príncipe de Persia y rival de Belianís en los amores de Florisbella, hija del Soldán de Babilonia. Fristón y Belonia fueron por mucho tiempo respecto de Belianís de Grecia, lo que fueron Acalaus y Urganda respecto de Amadís de Gaula. No eran Belianís y Perianeo los únicos pretendientes de la mano de Floresbella; lo era también el Príncipe Ariobárzano cliente favorecido del mágico Silfeno, el cual, por consiguiente, era también antagonista de Fristón y Belonia (lib. I, passim). Fristón consiguió a fuerza de encantos apoderarse de la persona de Belianís, a quien dejó encerrado sin esperanza de libertad ni de vida en la cueva de Belonia; pero Belianís se libertó por la virtud que tenía su espada contra los encantamientos (lib. I, caps. I y I). Siguió la guerra entre Fristón y Belonia, hasta que un día, a presencia del mismo Belianís, pelearon a la orilla del mar. Fristón en forma de grifo y Belonia de águila. Después de combatir obstinadamente en el aire, bajan al suelo, recobran su verdadera figura, hácense amigos por la mediación de Belianís, y Fristón, agradecido y aficionado a este caballero, determinó de escribir su historia (Ib., lib. II, cap. X).
Don Quijote, suponiéndose caballero andante y de los más famosos, creía que tenía un sabio dedicado a escribir su historia (parte I, cap. I) y otro enemigo que le había convertido los ejércitos en manadas de ovejas (Ib., cap. XVII), y que le perseguía de ordinario (Ib., cap. XIV). En la primera parte había dicho que éste era el sabio Fristón, atribuyéndole que le había robado sus libros.




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N-2,29,23. Como la de la Espada Encantada, que probó en vano Amadís de Gaula, y que abandonó por haber entendido que estaba guardada para su hijo Esplandián (Amadís de Gaula, capítulo CXXX).
La Rica selva encantada era una aventura fabricada por el sabio Aristómenes, que con gran saber encantó el espantoso laberinto de Teseo. El Duque Floriseo halló en ella una magnífica casa, cuyas puertas estaban guarnecidas de muchas cabezas de muertos: guardábala el gigante Goliano, descendiente del gigante Goliat, el que murió a manos de David. Floriseo lo venció haciendo la señal de la Cruz, pero no pudo deshacer enteramente el encanto, porque era empresa guardada para el Caballero Extraño, nombre que llevó su hijo Florindo (Florindo de la Extraña Ventura, parte II, capítulo I).
Grandes llamas salían por la boca de la cueva encantada de Toledo, donde moraba un fiero dragón, en que antiguamente había sido convertido un Príncipe heredero de Babilonia y de Menfis. Muchos caballeros probaron la aventura y pretendieron penetrar en la cueva, pero en vano, porque la empresa estaba guardada para Ludiván y Corsicante, los cuales, andando el tiempo, le dieron felice cima, desencantado mediante muchos combates a sus padres los Soldanes de Babilonia y del Cairo, y al dragón, que era el Príncipe Esperto de Menfis. Así se refiere en el poema de Celidón de Iberia (cantos 20 y 38).




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N-2,29,24. Poco debía de valer el barco: por lo menos con poco se contentaron los pescadores, o creyeron por el pelaje de los náufragos que no podían sacar más de ellos. Verdad es que los reales de entonces valían tres quintas partes más que los de ahora; pero aún así era poco para una cosa que pudiese llamarse barco. Los quebrantos del retablo de Maese Pedro habían pasado de cuarenta reales.




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N-2,29,25. Decimos dar con la cabeza en el techo, y el texto sonaría mejor si se leyese: daremos con todo el caudal en el fondo, o al través.--Caudal se dijo de capital. El de Don Quijote se componía de aquella razonable cantidad de dineros que con el ánimo de salir a ejercer la profesión de caballero andante, y conforme a los encargos de su padrino el Ventero, había allegado Don Quijote vendiendo una cosa y empeñando otra y malbaratándolas todas, según se contó en el capítulo VI de la primera parte. Se añade que los molineros y pescadores estaban admirados mirando; negligencias de Cervantes; y lo mismo digo de las razones y preguntas que Don Quijote les decía, porque las preguntas se hacen y no se dicen.




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N-2,29,26. Por consiguiente, volvieron a la orilla derecha del Ebro, que era donde habían quedado Rocinante y el rucio, para continuar su viaje a Zaragoza.
El abate Eximeno en su Apología del Quijote lleva al héroe de la Argamasilla desde la cueva de Montesinos por Valencia y su marina hasta Tortosa, y de allí río arriba hasta cerca de Caspe, donde pone la aventura del Barco encantados itinerario inverosímil por el mucho rodeo, y que no se ajusta bien con lo que se cuenta después en la llegada de nuestros viajeros a Barcelona, cuando descubrieron el mar, hasta entonces dellos no visto. Pellicer condujo a Don Quijote por el campo de Cariñena, su patria, sobre cuya fundación y antigÜedades cuenta cosas que no tienen gran conexión con el QUIJOTE. La fábula no presenta datos para fijar la parte geográfica de este período; aunque de todos modos no parece suficiente el corto plazo de cinco días que, según se señala, tardó Don Quijote desde la venta de los títeres, que estaba en la Mancha de Aragón, en llegar a las márgenes del Ebro, mucho más habiendo de atravesar las sierras de Cuenca y las que forman el lado meridional de la vega o valle del Ebro.




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N-2,29,27. Tanto la aventura como su desenlace no pudieron ser más naturales y verosímiles Encuentra nuestro hidalgo por primera vez en el discurso de sus peregrinaciones un río caudaloso; ve atada en su orilla una barca; la vista de ésta despierta en su desvariada imaginación la idea de que está allí para conducirle al teatro de alguna famosa aventura, conforme a lo que había hallado en los libros que tal le tenían; todo lo demás es consiguiente y fluye con naturalidad de este principio. Las aceñas le parecen castillo, los molineros malandrines y follones que tienen oprimido y preso en él algún caballero o alguna Princesa. La explicación que da Don Quijote del mal éxito de la aventura y la despedida que dirige a las personas que supone encerradas en el castillo, son tan graciosas como acomodadas al estilo de los libros caballerescos y al carácter de nuestro hidalgo. Auméntase el placer con la escena que ofrece Sancho, a quien su amo quiere persuadir del poder de los encantadores por el ejemplo de la transformación de Dulcinea, y que, conociendo por esto el estado del cerebro de su principal, se pone de rodillas, todo compungido pide al cielo con una larga y devota plegaria que lo libre en adelante de los atrevidos deseos y acometimientos de su señor. Que los pescadores exigiesen el valor del barco perdido; que ellos y los molineros se admirasen de la conducta y figura de los dos viajeros; que los dejasen por locos, recogiéndose los unos a sus aceñas y los otros a sus ranchos; y, finalmente, que Don Quijote y Sancho se volviesen a sus bestias y a ser bestias, estos son los trámites por donde debió llegar naturalmente a su fin la aventura del barco encantado.

{{30}}Capítulo XXX. De lo que le avino a don Quijote con una bella cazadora




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N-2,30,1. Hasta aquí habían sido ocurrencias e incidentes comunes los que habían dado ocasión a las hazañas del Caballero de los Leones, olim de la Triste Figura; mas para la variedad convenía alternarlas con otras aventuras más complicadas y aparatosas, preparándolas con la verdad propia de la fábula, que es la verosimilitud. Esto fue lo que hizo Cervantes con la llegada de Don Quijote al palacio o quinta de los Duques, los cuales, dispuestos ya de antemano con la lectura de la primera parte de su historia, jóvenes, gastadores y alegres, era fácil que les ocurriese el pensamiento de seguirle el humor, y tenían en su opulencia los medios de remedar las magníficas y costosas aventuras que se describen en los libros caballerescos, y que, mezcladas con otras ordinarias como las precedentes, ocupan gran parte del resto del QUIJOTE.




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N-2,30,2. Flaquea el régimen; convino decir: buscaba ocasión de desgarrarse un día e irse a su casa sin entrar en cuentas ni en despedimientos con su señor.--Síguese: pero la fortuna ordenó las cosas muy al revés de lo que él temía. El verbo temía no es propio del caso, puesto que Sancho no trataba sino de hacer lo que consideraba útil y ventajoso para sí. De esto no se dice que se teme; pensaba estuviera mejor que temía.




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N-2,30,3. Altanería es el arte de cazar las aves de alto vuelo con otras adiestradas a este ejercicio, las cuales hacían en el aire lo que los galgos, podencos, perdigueros, sabuesos y lebreles hacen en tierra. En el capítulo XXXIV se llama esta caza de volatería; y una y otra voz significan lo mismo que cetrería, que viene de la latina accipitraria, porque se hacía con aves de rapiña. Este arte, de que habló Plinio como de cosa de bárbaros y sólo de oídas (Hist. Nat., lib. X, cap. VII), se ejercitó y cultivó con esmero en la Edad Media entre Príncipes y poderosos, y señaladamente por el Emperador Federico Barbarroja. Algunos próceres no se desdeñaron de escribir sobre ella, como lo hicieron don Juan Manuel, nieto del Rey San Fernando, autor del Conde Lucanor, don Pedro López de Ayala, Canciller mayor de Castilla, que floreció a fines del siglo XIV, y el famoso don Beltrán de la Cueva, primer Duque de Alburquerque. De la estima en que se tenían las aves destinadas a la cetrería nació la fábula, repetida por varios historiadores, de la compra que hizo de la independencia de Castilla su Conde Fernán González por un azor y un caballo que dio al Rey de León don Sancho; y la misma dio ocasión a aquella linda redondilla del poeta judío don Santos de Carrión, que dirigiendo sus versos al Rey don Pedro de Castilla, le decía:

No vale el azor menos
por nacer en vil nío;
ni los decires buenos
por los decir judío.

El uso de la pólvora en la escopeta ha hecho poner en olvido la cetrería.




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N-2,30,4. Esto recuerda la aventura de Amadís de Gaula, Cuando yendo con su padre el Rey Perión y su hermano don Florestán, los tres con las armas de las Sierpes, encontraron a la hermosa doncella muda que iba en su palafrén acompañada de otras doncellas y escuderos, que le traían falcones y canes para cazar.
Convidólos la doncella por señas a que fuesen sus huéspedes aquella noche en un su castillo que estaba cercano, y habiendo aceptado la oferta, fueron recibidos con ostentación, provistos de ricos mantos que cubriesen, servidos de cena y obsequiados con música. Pero lo que con Don Quijote fue burla, fue traición con Amadís; la doncella que se llamaba Dinarda y se fingía muda sin serlo era sobrina del encantador Arcalaus, enemigo mortal de Amadís y su familia, que con este artificio consiguió atraerlos a su castillo, donde al despertar el día siguiente padre e hijos se hallaron presos y amenazados de cruel muerte (Amadís de Gaula, cap. XIX).




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N-2,30,5. Empiezan las gracias y chistes que prodigó Sancho en casa de los Duques, donde es tan principal su papel, que frecuentemente oscurece el del protagonista.
La expresión que da motivo a esta nota es irónica y su uso muy antiguo en castellano, puesto que ya lo era en el siglo XV, cuando el Marqués de Santillana contaba entre los refranes de su Colección él de: hallado habéis la gritadera. En la comedia de la Celestina, composición magistral en materia de lenguaje, y cuyas reminiscencias son frecuentes en el QUIJOTE, dice Sempronio a Calixto en una ocasión que tiene analogía con la actual de nuestro hidalgo y su escudero: hallado habías los temerosos (acto XI). Y en el Diálogo de las lenguas (pág. 70) se lee: hallado os le habéis la gente que se anda a hurtar vocablos. El mismo Sancho, en el capítulo XVI de esta segunda parte, indicando que no se hubiera atrevido a poner los requesones en el yelmo de su amo, decía: halládole habéis el atrevido.--La palabra encajador, de que se usa en el texto, es de las fácilmente formables; un género de riqueza propio del idioma castellano, y fuente de una abundancia que no cabe en los límites y esfera de un Diccionario.




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N-2,30,6. Propósito no viene aquí al caso, porque en lo que hablaba Sancho no había ni cabía Propósito de la Duquesa; y aun son incompatibles propósito y consentimiento. El propósito es de quien emprende y obra por si; el consentimiento es de quien deja obrar a otro; no Puede haber a un tiempo en un sujeto propósito y consentimiento sobre una misma cosa.




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N-2,30,7. No parece verosímil en Sancho este modo de dar su embajada, tan conforme al estilo de los libros caballerescos, y tan ignorado de quien no los había leído. Pero, en fin, era menester remedarlos; y puede perdonarse la parte que tiene de inverosimilitud por la oportunidad y por la gracia con que desempeña Sancho su comisión.




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N-2,30,8. Expresión que hoy día fuera exagerada y mal sonante; hasta en las fórmulas de urbanidad hay modas y vicisitudes.




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N-2,30,9. Está defectuoso el sentido, y falta un verbo para que conste: y discurría (Sancho) que si no le había llamado el de los Leones, debía de ser por no habérsele puesto tan nuevamente.




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N-2,30,10. Don Juan Antonio Pellicer, combinando con su acostumbrada erudición las circunstancias de lugar y de tiempo que se expresan en el QUIJOTE Con otras noticias históricas, conjetura que Cervantes designó en estos sucesos a don Carlos de Borja y doña María de Aragón, Duques de Villahermosa, y que el castillo o quinta, teatro de tantas aventuras como allí acaecieron, fue el palacio de Buenavía que edificó el Duque don Juan de Aragón, primo del Rey Católico en las inmediaciones de la villa de Pedrola, residencia ordinaria de los señores de aquel Estado. Esta conjetura, si bien es plausible, no pasa de conjetura. Doña María de Aragón, señora propietaria de el de Villahermosa, fue hija primogénita y heredera del Duque don Fernando de Gurrea y Aragón, que a consecuencia de las turbulencias y sucesos del reino de Aragón con motivo de las cosas de Antonio Pérez el año de 1591, fue preso de orden de Felipe I, acusado de fautor de los alborotos de Zaragoza, y conducido al castillo de Burgos y de allí al de Miranda de Ebro, donde murió a poco más de un año en el de 1592. Siguióse su causa después de difunto en el Consejo de Aragón, donde se sentenció en 23 de diciembre de 1595, absolviéndole de los cargos que se le habían hecho. De resultas de esta sentencia, se devolvieron sus Estados a sus herederos, La Duquesa de Villahermosa, que era una señora alemana, había venido a Madrid a solicitar los intereses de su marido, y colocó a su hija mayor doña María, de menina de la Reina doña Ana de Austria. El canónigo Bartolomé Leonardo de Argensola celebró su hermosura en un soneto.




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N-2,30,11. Esta circunstancia es realmente incompatible con la cronología del QUIJOTE establecida por don Vicente de los Ríos, según la cual no habían pasado más que ochenta y dos u ochenta y tres días desde la primera salida de nuestro hidalgo. ¿Cómo en tan corto tiempo se había escrito, impreso y propagado su historia hasta llegar a ser conocida y leída por los Duques? Este reparo es común a la noticia que tenía de la misma el Bachiller Sansón Carrasco al principio de la segunda parte, las fingidas pastoras de Arcadia al capítulo LVII de la misma, el don Jerónimo del LIX, Roque Guinart en el LX, y Altisidora en el LXX; y aun más todavía a lo que se cuenta en el LXXI de don Alvaro Tarfe, puesto que la existencia de la segunda parte escrita por Avellaneda fue necesariamente posterior a la de la primera escrita por Cervantes.




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N-2,30,12. Alusión a los muchos cuentos, novelas y comedias en que el enredo nace de haber trocado casual o maliciosamente unos por otros los niños recién nacidos. De hijos de Príncipes criados en casas humildes y sin ser conocidos sus verdaderos padres hay varios ejemplos en la biblioteca caballeresca. Palmerín de Oliva, heredero del imperio de Constantinopla, pasó durante su niñez por hijo del labriego Geraldo y su mujer Marcela; y Silvia, hija de la Princesa Onoloria, se crió desconocida apacentando en las orillas del Nilo el ganado de sus supuestos padres, a quienes había sido entregada poco después de nacida, como se refiere en las historias de Amadís de Grecia y Florisel de Niquea. El mismo Amadís de Gaula fue recogido por don Galvanés, padre de Gandalín, de quien fue hermano de leche, hasta que andando el tiempo se descubrieron sus verdaderos padres, el Rey Perión de Gaula y la Infanta Elisena.




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N-2,30,13. Gallardeó, palabra felicísimamente inventada, de que usó también el autor de la Pícara Justina en el capítulo II del libro II.




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N-2,30,14. La acepción del verbo arremeter en este lugar es poco común; tiene fuerza de verbo activo, y significa que Don Quijote metió las espuelas a Rocinante y le incitó a correr aquel espacio que había hasta los Duques con vigor y lozanía. Esta carrera breve y vigorosa es lo que se llama arremetida en los caballos, y fue la que dio Don Quijote al suyo para ir a besar las manos a la Duquesa. Hoy, aunque no se profesa tanto respeto y deferencia a las damas como en los tiempos de la Caballería, decimos que les besamos los pies, y se miraría como llaneza grosera decir que les besamos las manos, dejando esta expresión para los hombres.




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N-2,30,15. Repetición excesiva del régimen con dentro de un mismo período: con grandísimo gusto y con deseo de conocerle le atendían con prosupuesto de... conceder con él... tratándole... con todas las ceremonias, etc. Defecto o por mejor decir sobra, que evitan los que escriben correctamente.




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N-2,30,16. Estuviera mejor concertado el discurso diciéndose: los libros de Caballerías que ellos habían leído, y a que eran muy aficionados. En esta expresión pudo muy bien tener Cervantes la idea de tildar la afición común en su tiempo de los grandes y magnates a los libros caballerescos, como se echa de ver en los muchos que se dedicaron a personas de su clase. La misma afición se notó en el Emperador Carlos V.




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N-2,30,17. Aun todavía, pleonasmo que ya hemos visto usado otras veces en el QUIJOTE.--Corma llamamos a cierto instrumento de madera que se ata a la pierna de un animal para que no pueda andar fácilmente, y aquí se aplica traslaticiamente este nombre a la soga que no dejaba andar a Sancho. El espectáculo que presentaban amo y mozo, aquél caído con la silla en el suelo, y éste levantado y pendiente el pie de la soga con la boca y pecho por tierra, era una situación cómica de que Cervantes fue grande artífice.




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N-2,30,18. Para ridiculizar los pasos de los libros e historias caballerescas era propio del plan de Cervantes el remedarlos, como lo hace continuamente en el QUIJOTE. Son infinitas las ocasiones en que, según en ellas se cuenta, los Emperadores y Príncipes no consintieron en manera alguna que quedasen de rodillas las personas que querían honrarlas con esta demostración de su inferioridad y respeto. En la crónica de Amadís de Gaula, llegado don Florestán (al Rey Perión como Don Quijote al Duque), apeóse del caballo, e hincados los hinojos quiso besar el pie al Rey: más el Rey lo levantó e dióle la mano y besólo en la boca (cap. LXVII); y en otro lugar Nolfón, mayordomo de la señora de Mongaza, habiendo aportado a la ínsula de la Torrebermeja, donde se hallaban Amadís y Grasandor, luego que conoció a Amadís, hincó los hinojos ante él por le besar las manos; más Amadís lo abrazó y no se las quiso dar (capítulo CXXX). La historia del Caballero del Cisne refiere que Baldovín, agradecido a una merced del Rey Corbalán, le quiso besar el pie por ello; mas no quiso Corbalán, e tomóle por la mano, e alzóle donde estaba los hinojos fincados (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, capítulo CCXLV). Trasileón, dice la historia del Caballero de la Cruz, se arrodilló por besar las manos al Soldán, y él no se las quiso dar, y levantólo. La misma demostración de besar las manos al Soldán quiso hacer el Caballero de la Cruz, y halló en el Soldán la misma repugnancia (lib. I, caps. LXV y CXII) Lisuarte de Grecia, habiendo desembarcado en Trapisonda, se fue a palacio, y como fue ante el Emperador, se hincó de rodillas ante él y le pidió las manos; él no se las quiso dar, porque le paresció que debía ser de alta guisa en su hermosura y parescer. El Emperador le envió a presentarse a su hija la Infanta Gricileria, a quien Lisuarte quiso besar las manos; mas ella no se las quiso dar. Siguió la conversación a presencia de otras damas, y en el discurso de ella, así sea, dijo Griliana (sobrina del Emperador) a Lisuarte, y de hoy más llamad os mío. Lisuarte le quiso besar las manos, y ella las tiró fuera (Lisuarte de Grecia, cap. VI). Tampoco consintió el Emperador de Constantinopla en dar las manos que le pedía el Príncipe Adariel, hijo del Rey de Nápoles (Ib., capítulo XXI). Don Olivante de Laura, puesto de rodillas ante el Emperador Arquelao, suplicaba le diese las manos para besárselas; mas el Emperador, tirándolas a sí, lo hizo levantar (Olivante, lib. I, cap. XXXI). Florambel de Lucea fincó los hinojos ante la Reina (Liserta de Inglaterra) y le pidió las manos para se las besar; mas ella tomándole a él por las suyas le fizo levantar, y le recibió con mucho amor (Florambel, lib. II, cap. XVI). En Primaleón se cuenta que el gigante Gatarú, señor de la isla de Cintara, en cumplimiento de la palabra que había dado al Príncipe don Duardos, fue a presentarse al Emperador de Constantinopla: y como fue delante del Emperador, fincó las rodillas ante él y díjole: pidoos por merced que me deis vuestras manos... Yo vengo a vos de parte de un caballero que me venció... y mandóme que me pusiese en poder de Primaleón vuestro hijo, si aquí lo hallase, para que hiciese de mí su voluntad... El Emperador no le quiso dar las manos (Primaleón, cap. CXLV).




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N-2,30,19. ¿De dónde sabía Don Quijote que era ni Duquesa ni consorte de la persona con quien hablaba? Sólo Sancho pudiera decírselo, y Sancho tampoco lo sabía.




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N-2,30,20. Palabra poco usada que significa lo mismo que alfaharero, fabricante de vasijas y piezas de barro. También significa la oficina o alfar donde se fabrican.




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N-2,30,21. En este primer encuentro del Caballero de los Leones con la Duquesa, multiplicó y varió Cervantes los tratamientos que le prodigaba la oficiosa cortesía de amo y escudero. Su hermosura, grandeza, alteza, celsitud, Don Quijote; su grandeza, altanería, fermosura y señoría, Sancho. Los de Don Quijote son más entonados y caballerescos; de Sancho más desiguales, escuderiles y ridículos. En adelante veremos otros de no menos novedad y chiste.




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N-2,30,22. Así se lee en la edición primitiva de Cervantes, poniendo estas palabras en boca de Sancho, La de Londres de 1738 corrigió seguro por figuro, atribuyendo las mismas palabras al Duque; y la Academia adoptó esta lección en sus primeras ediciones. Pero en la última de 1819 se atuvo al texto antiguo como también lo había hecho Pellicer en la suya. En efecto, la enmienda no era feliz y acaso hubiera sido preferible poner título en vez de seguro, dejando la expresión en boca de Sancho. Pellicer, aunque se hizo cargo de lo sospechosa que es la palabra figuro, tuvo por mejor dejarla así y considerarla como una patochada de Sancho, que juega a su manera con las voces de figura y figuro.




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N-2,30,23. Sonaría mejor: se encaminaron al castillo.--La situación de éste debió ser en la orilla derecha del Ebro, que era donde se hallaban nuestros viajeros, como se ve por lo referido al fin del capítulo precedente; y esta seña conviene con la del palacio de Buenavía y de la villa de Pedrola, que actualmente se encuentra entre el Ebro y el canal imperial de Aragón, confirmando de esta suerte las conjeturas de Pellicer de que se habló en las notas anteriores. La carta de los viajes de Don Quijote, formada por don José Hermosilla y publicada por la Academia Española, colocó el palacio de los Duques a la izquierda del Ebro; pero lo contradice el contexto de la fábula. Don Quijote, caminando de la Mancha para Zaragoza, no debió pasar el Ebro antes de llegar a aquella ciudad; ya cerca de ella mudó de propósito y resolvió dirigirse a Barcelona; supuesto lo cual, hubo de atravesar el río por debajo de Zaragoza, según lo indicó el mapa publicado por Pellicer, más ajustado en esta parte a la historia que el de la Academia Española.
Es de notar la oportunidad y discreción con que Cervantes, ya que ideó un Príncipe que quisiese remedar las aventuras caballerescas, porque sólo un Príncipe podía hacerlo con las de gasto y ruido, colocó el teatro de ellas en el campo y quinta de los Duques, donde fue posible el remedo sin que lo estorbasen la autoridad y el orden público, como se hubiera verificado infaliblemente en una ciudad populosa. No alcanzando tanto el bueno del licenciado Avellaneda, llevó a Don Quijote a Madrid, quiero decir, adonde era menos posible y más inverosímil que se verificase ninguno de los sucesos que cuenta como pasados en la corte.

{{31}}Capítulo XXXI. Que trata de muchas y grandes cosas




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N-2,31,1. Alude a la pintura que se hace comúnmente de la Ocasión

Calvus camosa fronte, nudo corpore,
quem si occuparis, teneas; elapsum semel
non ipse possit Júpiter reprehendere,
occasionen rerum significat-brevem.

(Fedro, lib. V, fáb. VII.)




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N-2,31,2. El pronombre queda pendiente y no hace sentido: quizá el impresor omitió algunas palabras que lo completarían.--Dícese después en el mismo período: dos lacayos o palafreneros vestidos hasta en pies; el original pondría vestidos hasta los pies.




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N-2,31,3. Quiere decir, con mucha presteza, con tal velocidad que no hay lugar para verlo ni oírlo.




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N-2,31,4. Obsequio que se prestaba a las damas cuando descabalgaban, y favor eminente dispensado por las damas a sus descabalgadores. La Reina Calafia iba a ver a Esplandián, y llegando a la tienda del Rey Amadís se apeó en los brazos de don Cuadragante (Sergas, capítulo CLXV). Llegando la Princesa Polinarda y su comitiva a Gante, como llegaron a la puerta de la iglesia, Palmerín se apeó muy prestamente y tomó a Polinarda del palafrén en sus brazos. Trineo, hermano de Palmerín, la llevaba de la rienda (Palmerín de Oliva, cap. XXXI). Cuando llegaron a palacio de Constantinopla Daraida y Garaya, aquélla bajó del unicornio en que venía en brazos de don Florisel, y ésta en los de don Rogel de Grecia (Florisel de Niquea, parte II, capítulo CXI). Verdad es que Daraida y Garaya eran dos caballeros jóvenes disfrazados de doncella; pero, en fin, el hecho prueba la costumbre, y para conocerse el engaño fuera menester que Florisel y Rogel tuviesen las narices de ciertos isleños de la mar del Sur, que, según relaciones de viajes ingleses, conocen el sexo por el olfato, y así descubrieron el de una mujer vestida de marinero.




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N-2,31,5. El manto largo que cubría toda la persona era traje propio de caballeros, y solía estar forrado de armiños, que lo hacían de mayor valor. En el Doctrinal del Obispo de Burgos don Alonso de Cartagena, citado ya otras veces en estas notas, tratándose de las cosas que deben guardar los caballeros, se les prescribe que cuando cabalgasen por la villa traigan todavía mantos, fueras ende si ficiese se mal tiempo que gelo estorvase. Y después, hablando de la diferencia de hechuras de los trajes según los usos de las tierras de los caballeros, prosigue así: pero el manto acostumbraron todos a traer desta guisa, que lo tratan grande e luengo, que les cubriese fasta los pies, y de la otra sobre el hombro izquierdo, porque podrían hi facer un ñudo de manera que podrían meter e sacar la cabeza sin ningund embargo, e llamábanlo manto caballeroso, e este nombre le dicen porque non lo había otro home desta guisa traer sinon ellos (lib. I, tít. II). Conforme a esto se cuenta en la Gran Conquista de Ultranar que cuando el Caballero del Cisne llegó con su batel a Maenza, mucho lo rescebió bien el Emperador… e porque le semejó que había vergÜenza de que no traía manto, tomó el suyo e cubriógelo (lib. I, cap. LXX). Solían ser los mantos de escarlata, y así se expresa algunas veces en las historias caballerescas. Habiendo aportado de resultas de una tormenta a la ínsula de Gacén los tres Príncipes Florisel, Anastarax y Filisel, fueron convidados por la Duquesa Garzarasa, señora de la ínsula, a descansar en unas tiendas de campaña que allí cerca tenían armadas. Llegados los Príncipes, cuatro doncellas de la dueña, mostrando mucha alegría, les quitan las armas y les dan mantos de fina escarlata con que se cubran (Florisel de Niquea, parte II, cap. XLVI). Este pasaje ofrece puntos de semejanza con la recepción de Don Quijote en el castillo de la duquesa.




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N-2,31,6. Creyó, pase; pero conoció no puede decirse sino de lo que es cierto.




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N-2,31,7. Donosísimo coloquio entre el escudero y la dueña. Ya se dijo en otra ocasión que gracia significa lo mismo que nombre de persona, y González era apellido tan común en las dueñas como se deduce del presente pasaje y se confirma por el de don Francisco de Quevedo en la Visita de los chistes, donde dice que estaba la envidia con hábito de viuda, tan parecida a dueña, que la quise llamar Alvarez o González. Al mismo tenor los apellidos de Rodríguez y Hernández eran frecuentes entre los escuderos, según lo indica Cristóbal Suárez de Figueroa en el alivio o capítulo I de su Pasajero: hechos, dice, toda la vida unos Rodríguez, unos Hernández, unos escuderos viejos de las Musas. Los escuderos y las dueñas solían ordinariamente ser antagonistas. De los escuderos dice después doña Rodríguez en el capítulo XXXVI: siempre son enemigos nuestros; que como son duendes de las antesalas y nos ven a cada paso, los ratos que no rezan (que son muchos) los gastan en murmurar de nosotros, desenterrándonos los huesos y enterrándonos la fama. Dueñas y escuderos eran personas poco ocupadas, y servían más para la autoridad de las casas que para la comodidad de sus dueños; los unos y las otras eran gente de edad madura, y el coco de la juventud, que solía vengarse con ridiculizarlos.




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N-2,31,8. En los hombres si encuentro algunos patronímicos y de terminación patronímica, usados también en calidad de nombre propios, como Gómez y López (no hablo de otros de distinta terminación, porque éstos son muchos, como García, Arias, Alfonso, Lorenzo, Guzmán, que unas veces son apellidos y otras nombres propios;) pero en las mujeres es para mí caso nuevo el nombre de Rodríguez aplicado a la dueña de la Duquesa. ¿Lo haría Cervantes para más ridiculizarla?




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N-2,31,9. No lo dice así el romance, sino

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino,
que dueñas curaban del,
doncellas de su rocino.

Cervantes citó, como acostumbraba, mal.--Dueña se decía por oposición a doncella; dama era nombre general que comprendía ambas clases.
Bowle añadió los ejemplos de don Roldán y de Tirante, de cuyos caballos cuidaron alguna vez doncellas, según cuentan sus historias; pero esto era demasiada erudición para Sancho y doña Rodríguez.




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N-2,31,10. Y ¿qué es juglar?, preguntará quizá algún lector. Juglar es palabra que viene de la latina jocularis, y se aplicaba a las personas cuya profesión era divertir a los demás con sus dichos, como los bufones, o con sus habilidades, como los cantores y músicos. Los que lo hacían en público por dinero fueron declarados infames en la ley IV, título VI de la partida VI; pero no las que tanjiesen estrumentos o cantasen por solazar a sí mismos, o por facer placer a sus amigos o dar alegría a los Reyes o a los otros señores. Había también juglaresas, que la ley II, título XIV de la partida IV declara personas viles.
Los Césares romanos tuvieron ya juglares o bufones; esto eran los copreas que tuvieron en su corte Tiberio y Calígula (Suetonio en Tiberio, cap. LXI, y en Claudio, cap. VII). En la de Carlomagno hubo cantores y músicos con nombre de juglares (Ferrario, tomo I, página 4, en la nota); los vio también en la corte de Tamerlán Rui González de Clavijo (Itinerario, pág. 165). En Castilla se daba el mismo nombre de juglares a los músicos de ambos sexos que intervenían en las ocasiones solemnes de regocijo, como en la boda de la Infanta Doña Urraca, hija del Emperador don Alfonso VI, con don García, Rey de Navarra, en que según la crónica del Emperador, rodeaba el tálamo maxima turba histrianum el mulierum el puellarum, canentium in organis et tibiis et citharis et psalterii el omni genere musicorum; siendo de notar que en documento del mismo reinado y del año 1136, después de las suscripciones de varios señores, Pollea juglar confirmat (Paleografía española de Burriel, pág. 101). Verdad es que en otro anterior del año 1126 había firmado también entre los Condes y Obispos el Cocinero del Rey (Ib., pág. 112).
A principios del siglo siguiente que fue el XII, floreció nuestro poeta Gonzalo de Berceo, que al fin de la vida de Santo Domingo de Silos se califica a sí mismo de voglar o cantor del Santo. Era entonces la época más floreciente de los trovadores o poetas provenzales, y éstos solían llevar en su compañía uno que cantase los versos que componían al cual llamaban juglar, aunque el vulgo solía confundir bajo el nombre común de juglares al músico y al poeta. En el discurso del mismo siglo se escribió la crónica general de España, donde se cuenta que concurrieron juglares a las bodas de las hijas del Cid con los infantes de Carrión. También los hubo en la corte del Rey San Fernando, en la de su hijo don Alonso el Sabio, y en la de su nieto don Sancho el Bravo (Ib., págs. 81 y 82); pero según se deduce de los documentos, por juglares se entendían generalmente los cantores y músicos. En la Gran Conquista de Ultramar, libro escrito en el mismo reinado que la crónica general de España, se refiere que en los desposorios del Conde Eustaquio de Boloña con Ida, hija del Caballero del Cisne y madre de Godofre de Bullón, después de la cena los juglares vinieron luego ahí cada uno con sus instrumentos, e otrosí los que sabían cantar... Y el día del bautizo de Godofre de Bullón, cuando ovieron cenado muy bien de gran vagar, venieron los juglares e cantaron e tañieron sus instrumentos que había ahí muchos de muchas maneras. Y en el mismo sentido se explica el Poema de Alejandro hablando de juglares y juglaresas (coplas 313 y 1383). Por un Concilio de Toledo del año 1324 se confirma que había también mujeres que ejercían este oficio, y que solían tener entrada en las casas de los prelados y de los grandes.
Ya por ese tiempo y de él en adelante parece que la palabra juglar se fue fijando para significar los hombres de placer que con sus dichos agudos, con sus chocarrerías, y a veces con sus libertades, llanezas y aun petulancias, divertían a los Reyes y poderosos. Llamábanse a los juglares, truhanes, albardanes o bufones. A esta clase habían pertenecido al parecer García Yáñez, enano del Rey don Sancho el Bravo, y Dominguillo, truhán del Rey don Alonso VII de Castilla, según indica la Palentina de don Rodrigo Sánchez de Arévalo. El Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, describiendo la corte de León, introdujo al burro queriendo hacer e oficio de juglar y a la zorra haciendo el de juglara (fábulas, copas 868 y siguientes). Pajarón fue un truhán del Rey don Juan el I d Castilla, que asistía a las comidas del Rey, aun a las audiencias que daba; de él se hizo mención en el Centón epistolar del bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real (epístolas 9, 29 y 44). El Rey Católico don Fernando, a pesar de su carácter adusto y austero, tuvo un bufón llamado Alegre. Don Francesillo, truhán del Emperador Carlos V, escribió la historia burlesca de su amo, que anda manuscrita; fue natural de Béjar; sus gracias le costaron la vida, porque alguno a quien ofendió con ellas le mató a cuchilladas (don Luis Zapata, Misceláneo, fol. 342 y.). Después fueron Célebres Velasquillo, bufón del Rey don Felipe IV, y Estebanillo Gonzáles, truhán del Conde Octavio Picolomini de Aragón, que escribió las Memorias de su vida.
En tiempo de Cervantes eran los bufones muebles ordinarios en las casas de los grandes y poderosos; lo que censuraba asperamente Cristóbal Suárez de Figueroa en su Pasajero, diciendo: que en los tiempos de ahora quiera un vergante triunfar y vivir espléndidamente a título de cubrirse, sentarse y llamar de vos o borracho a un Rey, Duque o Marqués, es cosa que apura el sufrimiento, y hace reventar de cólera al más paciente. Figueroa añade que estos excesos eran todavía mayores en España que en Italia (alivio 7°)
El papel de gracioso, que desde Lope de Vega se frecuentó y llegó a hacerse general en las comedias, venía a ser una representación de esta costumbre; el gracioso era el bufón del protagonista. Este papel, que ahora nos ofende porque desdice de nuestras costumbres, no debería producir en tiempo de nuestros mayores el mismo efecto que en el nuestro, en que las vicisitudes del uso, los progresos de la civilización y otras diversiones más cultas han hecho desaparecer esta clase de sabandijas. De los juglares de la Edad Media no han quedado más restos que los jugadores de manos, y los ciegos que tocan en los bailes o que cantan romances y coplas por las esquinas.




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N-2,31,11. Juega aquí y travesea Sancho con higa, maduro y quínola. Le había dicho doña. Rodríguez que no podía llevar de ella sino una higa. Higa es la acción de enseñar la extremidad del dedo pulgar por entre el índice y el del corazón, teniendo cerrado el puño; y es acción con que se escarnece al que mira quien la hace. El origen de esto es la antigua vulgaridad de creer que un amuleto que representaba lo más obsceno, era remedio preservativo contra la fascinación o mal de ojo. Por eso los romanos colgaban a los niños estas figurillas entre otros dijes, y aun las empleaban en todas las ocasiones que podían excitar la envidia de los mirones, creyendo que tenían la virtud de repeler el influjo de los malos deseos de los espectadores de la hermosura o felicidad ajena. Después, queriéndose templar la indecencia del dije le sustituyó con alguna semejanza la higa, que figurada en azabache, ébano o metal, han solido y aun suelen llevar los niños más tiernos, que son en la opinión vulgar los más expuestos a la malignidad del aojo. Insensiblemente la higa, que se calificaba como un repercusivo de los efectos de la envidia y del maleficio, se fue convirtiendo en una demostración de escarnio, burla y desprecio de la persona a quien se dirigía. Y así como el uso ha hecho indecentes algunos nombres que no lo fueron en sus principios, aquí por el contrario, ha ennoblecido a higa, permitiéndole entrar en el lenguaje culto, a pesar de lo poco que lo es su origen. En esta forma es palabra de uso común. Así se encuentra en nuestros mejores escritores, inclusa Santa Teresa, y así la había empleado doña Rodríguez. Sancho, aprovechándose de la ocasión y aludiendo al higo, fruto de la higuera, consideró a la higa como fruta, la llamó madura, y saltando al juego de la quínola, en que gana el que hace más puntos, contestó a doña Rodríguez que no perdería la suya por escasa. Con ambas alusiones la tachaba de vieja, y produjo, como era natural, el furor y despecho de la respuesta.
El juego de la quínola ya no se usa. Los jugadores tiraban a juntar cuatro cartas de los cuatro palos, y en caso de empate ganaba el que llegaba a más puntos, reuniendo los de las cuatro cartas.




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N-2,31,12. El Duque, después de decir que al rucio se le darla recado a pedir de boca, añadía: descuide, Sancho, que se le tratará (al rucio) como a su misma persona; expresión burlesca que se supone no entendida por Sancho.




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N-2,31,13. Vuelve Cervantes al tema de imitar los usos caballerescos.
Cuando Amadís de Grecia, caminando con la doncella Finistea, llegó al castillo de una dueña principal y cenó con ella, sirvieron a la mesa seis doncellas, y las mismas desarmaron y acostaron a Amadís, según se refiere en la tercera parte de don Florisel (cap. XLI). En las sergas de Esplandián se lee que, concluido uno de los combates que los paganos dieron a la ciudad de Constantinopla, el Emperador se fue a palacio con varios caballeros que fueron desarmados por las damas de la Emperatriz y su hija (cap. XLVI). Francelina, heredera del reino de Tesalia, era la señora del caballero Polendos, el cual la ljbcrtó de la prisión que padecía en el castillo de la isla de Carderia, penetrando en él después de varias dificultades y combates. Las doncellas (de Francelina) lo desarmaron...; le trajeron un rico manto que cubriese, y sentáronse ambos a dos en unos estrados de paño de oro que allí estaban. Las doncellas trajeron candelabros de oro con velas encendidas; que ya era de noche, y las rosas y flores que en la huerta había daban de sí grande olor... Y mientras que ellos así estaban, las doncellas aparejaban la cena, y trajeron gran vajilla de oro... Las doncellas trajeron diversos manjares que les pusieron delante... Desque la mesa fue alzada, las doncellas se fueron a cenar y Polendos y Francelina quedaron asentados en su estrado (Primaleón, cap. XXXII).
Bowle Citó los ejemplos de Tirante y de Palmerín de Oliva, servidos por doncellas. A este modo en el palacio del Duque las doncellas desarmaron a Don Quijote, después le dieron aguamanos antes de comer, y finalmente, alzada la mesa, te lavaron las barbas, como sucesivamente iremos viendo.




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N-2,31,14. Del Duque pudo ser, porque se adelantó a hacerlo, como se ha contado; de la Duquesa no, porque no se había separado de Don Quijote desde que éste se le presentó en la pradera.




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N-2,31,15. Como las doncellas de Antigonia se la pusieron a Reinaldos en el palacio de su ama. Allí las damas empezaron a le servir: ca la una le vistió una rica camisa blanquísima y delgada holanda... Esomismo otra le vistió un riquísimo jubón de brocado raso todo acuchillado... Otra dama le calzó unas calzas de estamete de Milán negras... Esomismo le calzaron unos zapatos a la flamenca de terciopelo negro... Otra dama le dio unos guantes adobados con ámbar muy preciosísimos... y antes que los guantes se calzase, le fue por otra dama traído agua de ángeles para se lavar las manos... y después de lavado, otra dama le vistió una ropa a la lombarda de damasco negro (Auner, Morgante, lib. I, capt. LXXI). Don Quijote, no consintió que le pusiesen la camisa; Reinaldos se dejó poner la camisa y los calzones.




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N-2,31,16. Sería el aposento señalado para Don Quijote, adonde después de comer se fue a reposar la siesta, y en el que pasaron la aventura cencerril y gatuna y el coloquio nocturno con doña Rodríguez.--Cuadra es una de las palabras que ha envilecido el uso; antes se aplicaba a las salas de los palacios y castillos, y ahora sólo se dice de las caballerizas. Ejemplo tenemos de ello en la historia de don Florisel de Niquea, donde se cuenta un suceso que presenta algunas Circunstancias semejantes a las de Don Quijote. Don Rogel de Grecia encontró en el campo a Sardenia, señora de los cuatro castillos, la cual lo llevó a uno de ellos que estaba inmediato. Don Rogel en el castillo se entró en una cuadra, e quitadas sus armas, cubierto de un rico manto, con mucha apostura se fue para Sardenia que lo atendía en una hermosa cuadra donde las mesas estaban puestas (parte II, cap. LXVI).




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N-2,31,17. Antonio de Torquemada, secretario del Conde de Benavente, autor del libro de don Olivante de Laura, escribió también unos Coloquios satíricos que se imprimieron en Mondoñedo el año de 1553; y en el primero, que es del juego, dice: la mayor ventaja que nos hacen los Príncipes y señores es servirse de buenos y hijos de buenos, y que procuran hacer y sufrir como buenos; y nosotros somos servidos de gente ruin y de ruines costumbres y inclinaciones.




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N-2,31,18. Covarrubias dice que se llaman echacuervos los que con embelecos y mentiras engañan los simples por vender sus ungÜentos, aceites, yerbas, piedras y otras cosas que traen que dicen tener grandes virtudes naturales (artículo Cuervo).--Caballero de mohatra significa caballero de farsa, tramposo, embrollón, porque mohatra es una especie de contrato simulado o fraudulento.




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N-2,31,19. Téngolo por errata en lugar de traspié. Se habla de quien tropieza, y éste da traspié y no puntapié. El traspié y no el puntapié es el que hace caer.




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N-2,31,20. Por diferentes pasajes de la fábula se ven las piezas de que se componía el vestido de Don Quijote; pero especialmente por la relación de su estancia en casa de don Diego de Miranda. Allí se quedó nuestro hidalgo en valones que ahora llamamos pantalones, jubón de camuza todo bisunto con la mugre de las armas, cuello sencillo o valona sin almidón y sin randas, borceguíes datilados, zapatos encerados, y un herreruelo de paño pardo que vuelve a salir en el capítulo LXXI para abrigar a Sancho sudoriento, según él decía, de resultas de los azotes. Al fin del capítulo XLV de la primera parte se dice que traía sayo con collar, que sería el jubón mencionado arriba; y antes, en el capítulo XXI, se había hablado de una ropilla que llevaba sobre las armas, y le quitaron los galeotes. En el presente capítulo se le presenta con gregÜescos o calzones estrechos el jubón de camuza y la montera de raso verde que le dieron las doncellas de la Duquesa; esta montera será la que se nombra después en el capítulo XLVI, sólo que ésta era de terciopelo guarnecida de pasamanos de plata; pero Cervantes no se acordó que antes había dicho que era de raso. Finalmente, en el capítulo XLIV veremos que traía medias verdes, y que tenía de repuesto unas botas de camino. No hablemos de la camisa, de la cual se hizo mención en la batalla de los cueros, y que no era muy cumplida, según allí se dice; y no sería sola, puesto que conforme a los consejos del Ventero su padrino, se proveyó de ellas ya para su segunda salida, y no las olvidaría para la tercera.
Vestido ya Don Quijote se echó a cuestas el mantón de escarlata para pasar a la sala en que lo aguardaban los Duques, como lo hizo Amadís de Gaula en el castillo o palacio de Grovenesa, donde dejando las armas en una cámara a que lo llevaron, tomó cubierto con su manto a la sala en que lo atendían (Amadís de Gaula, cap. XL). Ridícula figura sería la de Don Quijote: seco, alto, tendido, con sus quijadas hundidas, su jubón mugriento, mantón de escarlata y montera verde...




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N-2,31,21. Maestresala, dice Covarrubias en su Tesoro, es el ministro principal que asiste a la mesa del señor... Trae la vianda a la mesa con los pajes, y la distribuye a los que comen en ella. Hacía también la salva, esto es, probaba la comida y bebida que había de tomar el señor; práctica que ya en tiempo de Cervantes no era más, como dice Covarrubias, que un cierto acometimiento que aludía a ello. Anteriormente esta función era propia del Trinchante, otro oficio palaciego que se había refundido en el de Maestresala.
En el libro intitulado Estilo de servir a príncipes, que publicó don Miguel Yelgo el año de 1614 se explican las obligaciones del Maestresala (caps. IV y V). El Maestresala, se dice, es un oficio muy honrado, de que cuelgan todas las ceremonias de crianza y cortesía de la mesa y de la sala... Y es maestro de los pajes porque se ha de remirar en enseñalles las cosas de virtud, y el modo que han de tener para servir a su amo, hasta el modo de hablar a la usanza de palacio, y los lenguajes corteses y limados. Finalmente, ha de entender que es maestro de novicios.
Para llevarla a comer.
Olvidó Cervantes que el encuentro de Don Quijote con la bella cazadora había sido por la tarde al ponerse el sol, como se refirió en el capítulo precedente; volvió al castillo con la Duquesa, fue desarmado por las doncellas, se encerró con Sancho para vestirse, hubo el coloquio que se ha contado, y ahora le vemos salir a comer. Tal era la distracción y negligencia de Cervantes. Pero aun no quedó aquí: antes de comer, sobre tomar los asientos de la mesa, pasó el cuento de Sancho, siguió la disputa de su amo con el Eclesiástico, la comida, el lavatorio de las barbas de Don Quijote y del Duque, la larga conversación de sobremesa, y después de todo esto se dice que Don Quijote se fue a reposar la siesta y que la Duquesa pidió a Sancho que viniese a pasar la tarde con ella y sus doncellas.
La distracción parecerá menor si se considera que en los tiempos de la Caballería se comía temprano, y que solían hacerlo, según se deduce de las crónicas andantes, al salir de la misa. Conformábanse con esto las costumbres de la Edad Media. En la crónica del Conde de Buelna vemos la distribución de horas que se observaba en un palacio del Almirante de Francia y su mujer, situado a las orillas del Loira, como el de los Duques a las del Ebro. Paseaban por la mañana después del desayuno, comían con música, danzaban una hora después de comer, e iban a dormir la siesta. Hecha ésta, cabalgaban e iban a cazar de cetrería; en seguida merendaban en el campo, e cantando muy fermosas canciones volvían al palacio. La noche venida, salían al campo a solazarse, volvían al palacio, se renovaba el baile, daban fruta e vino, e tomaban licencio e iban a dormir.
En las fiestas de Bins del año 1549, en que se representaron sucesos de las historias de los caballeros andantes a presencia de Carlos V, el torneo a pie el 24 de agosto empezó a las diez de la mañana, después de haber comido Emperador y Reinas, según expresa la relación de aquellas fiestas escrita por Juan Calvete de Estella (lib. II, fol. 186).




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N-2,31,22. Según una tradición que mencionó don Vicente de los Ríos en la Vida de Cervantes, se quiso en este pasaje sindicar a un eclesiástico comensal del Duque de Béjar, que es a quien está dedicada la primera parte del QUIJOTE. Pellicer trata de debilitar la verosimilitud de esta tradición; pero el calor y animosidad que en este pasaje muestra el autor, pueden ser indicio de que la persona del eclesiástico de quien se trata no era imaginaria, sino real y verdadera.--Se dice que algunos eclesiásticos de los que gobiernan las casas de los príncipes, queriendo enseñarles a ser limitados, les hacen ser miserables. Limitados es lo mismo que parcos o económicos.




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N-2,31,23. Esta circunstancia tan natural y tan naturalmente expresada, la contestación del escudero, la réplica del amo, y todos los incidentes que acompañan al cuento, pintan al vivo el carácter mezclado de sandez y de malicia de Sancho, y forman uno de los pasajes más salados de la fábula.




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N-2,31,24. Habla evidentemente Sancho, aunque no se expresa; supresión elegante de que ya hemos visto otros ejemplos en el QUIJOTE.




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N-2,31,25. Acababa de decir la Duquesa que Sancho era muy discreto, y sigue Sancho: discretos días viva vuestra santidad. A este modo en el Retablo de las maravillas, uno de los entremeses de Cervantes, dice el Gobernador a Chanfalla: ¿Qué es lo que queréis, hombre honrado?, y responde la mujer de Chanfalla: Honrados días viva vuestra merced. Es respuesta de gente rústica que se precia de culta y atenta, que a veces suele ser pulla, como en el ejemplo que cita Bowle, tomado de la Celestina.--Añade Sancho el tratamiento de santidad, que es tratamiento pontificio. La edición de Valencia del año 1616, que es la primera que se hizo después de la muerte de nuestro autor, sustituyó señoría, creyendo a la cuenta que santidad era errata; pero es evidente que Cervantes quiso poner en boca de sus personajes tratamientos extravagantes que hiciesen reír, como los que notamos en el capítulo anterior. En el capítulo XXXI trata Don Quijote a los Duques de magnitudes; en el XLIV usa de los títulos de excelencia, grandeza y altitud; y en el LI se dan a la Duquesa los de grandeza, señoría, merced, excelencia, alteza y pomposidad: todo sin salir de una carta.
Por el buen crédito que de mí tiene, aunque en mí no lo haya. Expresión confusa que equivale a esta otra: por el buen concepto que de mí tiene, aunque en mí no haya mérito para ello.




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N-2,31,26. Hubo, con efecto, familia de este apellido en Medina del Campo. El Libro segundo del Emperador Palmerín, en que se recuentan los hechos de Primaleón y Poleados sus hijos, se imprimió, en aquella villa, dedicado al muy magnifico señor Juan Alamos de Barrientos, capitán de S. M. y Regidor de la misma. En ella nació también don Baltasar Alamos de Barrientos, escritor muy conocido entre nosotros por sus Aforismos políticos a la traducción de Tácito, por su amistad con el célebre Antonio Pérez, por la larga prisión que sufrió por esta causa, y por el favor que gozó en su vejez del Conde-Duque de Olivares.
Se nombra después a doña Mencía de Quiñones con distinto apellido que a su padre don Alfonso de Marañón: diferencia de que hubo muchos ejemplos en otros tiempos, en que los hijos solían tomar el apellido de la madre o el segundo del padre, u otro de la familia, como se verificó en casa del mismo Miguel de Cervantes, cuya mujer, doña Catalina Palacios, llevaba el apellido de su madre, y cuya hija, doña Isabel, se llamó de Saavedra.
El suceso que aquí se apunta de la Herradura fue uno de los marítimos más desgraciados del tiempo de Felipe I. Con noticia que hubo de que los moros trataban de embestir a Orán y Marzalquivir, don Juan de Mendoza, general de las galeras salió con veinte y cuatro de Málaga a socorrer aquellas plazas: sobreviniendo mal tiempo se acogió al puerto de la Herradura, ocho leguas a levante de Vélez-Málaga; pero continuó de tal suerte el furor de la borrasca, que naufragaron veinte y dos galeras dentro del mismo puerto, ahogándose más de cuatro mil personas, inclusa mucha gente principal y el General mismo. Esto fue en el año de 1562.




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N-2,31,27. No se expresa quién es el que dice esto a Sancho. Debe de ser Don Quijote, puesto que le tutea, y el Eclesiástico acaba de tratarle de vos.




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N-2,31,28. Como si muriesen ni pudiesen morir los ángeles. Expresión absurda en el fondo, pero consagrada por el uso, que en esta y otras ocasiones muestra que en materia de lenguaje es más poderoso que la razón.




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N-2,31,29. Tuvo particular gracia este dicho del Eclesiástico, a quien lo prohija Cervantes a pesar de la ojeriza que le profesaba; y con razón lo recomienda don Vicente de los Ríos como una expresión proverbial que se usaría discreta y oportunamente con los de conversación pesada y enojosa.--No se expresa que era el Eclesiástico quien hablaba, pero es evidente por el contexto.




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N-2,31,30. Todas las ediciones, siguiendo a la primitiva, habían leído: y que sin enterrar al hidalgo, si no queréis hacer más exequias, acabéis vuestro cuento. Pero no se había hablado de otras exequias, y, por consiguiente, la expresión como está no hace sentido. Mas era errata evidente por mis: el Eclesiástico le dice a Sancho que acabe el cuento sin enterrar al hidalgo, si no quiere enterrarle a él.




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N-2,31,31. Si la molesta repetición de cumplimientos y ofertas a título de obsequio incomodaran al hidalgo rico y principal de la Argamasilla tanto como al autor de esta nota, acaso no se hubiera contentado con tan ligera demostración de su enojo. Esta cortesía porfiada suele ser una falsedad porfiada, que a veces y casi siempre envuelve también la injuria de suponer que no es sincera ni veraz la negativa del infeliz obsequiado, mártir de la importunidad del obsequioso.




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N-2,31,32. "Ofréceseme decir a este propósito lo que sucedió a cierto mercader con un Duque de Medina Sidonia. Púsose inadvertidamente el hombre a la mano derecha de aquel Príncipe, y habiendo andado algunos pasos, reconocido su yerro, dijo con grande sumisión: Perdone V. E. el no haber estado en lo hecho; y tras esto quiso mudar de lugar. Respondió el Duque: Bien vais, que yo en cualquier parte soy el mismo, y mandó pasase adelante como iba" (Cristóbal Suárez de Figueroa, Pasajero, alivio 10).




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N-2,31,33. Lector, si aquí no te ríes, bien puedes mirarte como hipocondríaco pertinaz e incurable.




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N-2,31,34. Sospecho que está errado el texto; pero no me ocurre cómo pudo decir el original.




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N-2,31,35. Sancho, engreído con el favor de la Duquesa, y haciendo ya con esto menos caso de su amo, de a entender, aunque no con toda claridad, que fue fingido por él el encantamiento de Dulcinea.--Encantorio, voz caprichosa de terminación de desprecio, inventada por Sancho para indicar lo que pensaba en la materia.




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N-2,31,36. Venerable está dicho irónicamente.--Si esta persona del Eclesiástico tuvo original verdadero, Cervantes no acertó el modo ni la ocasión de zaherirle, porque sustancialmente el Eclesiástico tenía razón, siendo tanto más clara la injusticia con que se le censura, cuanto su intento era el mismo que se propuso nuestro autor al escribir el QUIJOTE, que fue desacreditar la lectura de los libros de Caballerías. La reprensión dada a los Duques por lo que fomentaban la locura de Don Quijote era justa en el fondo: si algo había que reprender en ella no era lo infundado del motivo, sino la grosería y aspereza del modo, que no era el que convenía para el remedio, porque no había de conseguir la corrección de los Duques, y sólo podía producir la irritación infructuosa del loco. Compárese la conducta de este Eclesiástico con la que observó el Canónigo de Toledo en la primera parte para desengañar a Don Quijote de su manía. Este lo hizo con urbanidad, moderación y dulzura, y si no consiguió su intento, por lo menos no aumentó la locura de Don Quijote empeñándolo más en ella, como sucedió en el caso presente, y como sucede de ordinario en las reprensiones inoportunas del celo indiscreto.

{{32}}Capítulo XXXI. De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos


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N-2,32,1"> 4192.
Falta algo en esta expresión. Es como si dijera: la presencia de las personas ante quien me hallo. ---Dícese después: tienen y atan las manos de mi justo enojo. Tienen está por detienen. Quizá ambas faltas fueron de la imprenta.




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N-2,32,2. Son las primeras reprensiones, palabra que precede, aunque ya a bastante distancia.




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N-2,32,3. Esto es, desordenada o desconcertadamente, tomándolo, según Covarrubias, de los leñadores cuando tronchan y desmochan los árboles, sin dejar guía ni hacer caso de las reglas que para la corta señalan las ordenanzas.




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N-2,32,4. No es aquí magníficos nombre de virtud, sino título de tratamiento. El de magnífico fue general antiguamente en España, y aún tiene algún uso en las provincias de la Corona de Aragón.




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N-2,32,5. Yo he satisfecho agravios (el del muchacho Andrés (parte I, cap. IV), enderezado tuertos (el del Bachiller Alonso López) capítulo XIX), castigado insolencias (la de los yangÜeses (cap. XV) y de los galeotes) cap. XXI), vencido gigantes (los molinos de viento (capítulo VII) y los cueros de vino) (cap. XXXV), y atropellado vestiglos (los molineros del Ebro) (parte I, cap. XXIX).




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N-2,32,6. Ya lo había dicho Don Quijote en el capítulo XXV de la primera parte, cuando decía a Sancho que nunca había escrito a Dulcinea, y lo había repetido el Bachiller Sansón Carrasco alabando la continencia y honestidad de los amores de nuestro hidalgo en el capítulo II de la segunda. Ya se ha dicho en alguna nota que amores platónicos son los intelectuales, puros, despojados de la parte grosera, conforme a las máximas y doctrina de Platón, de donde les vino el nombre. El capitán Francisco de Aldana escribió un tratado del Amor platónico: pero según el testimonio de su hermano Cosme, se perdió ésta con otras obras suyas en la batalla de Alcazarquivir, donde murió al lado del Rey don Sebastián.




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N-2,32,7. Sospecho que hay error de imprenta en la palabra perseverar, cuya significación no viene muy al caso, porque según las reglas de la buena composición, debiera ser verbo activo como decir y pensar que le preceden. Quizá pudiera ser aseverar: pero no me parece propio en boca de Sancho.




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N-2,32,8. Refrán muy antiguo, puesto que el ayo que crió a don Pedro Niño, Conde de Buelna, reinando Don Juan el I de Castilla, decía ya a su alumno, según refiere la crónica (parte I, capítulo IV): Llegadvos a la compañía de los buenos, e seredes uno dellos. Concluye Sancho su discurso proponiéndose ser otro Don Quijote: sin duda aludiría a los ejemplos de los escuderos que llegaron a recibir y profesar la Orden de Caballería, de lo que se habló en las notas al capítulo XLIV de la primera parte.




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N-2,32,9. Quiere decir que es singular, que no hace pareja con otra, o más bien, que está descabalada o de sobra. Lo que Cervantes significó por esta locución debe inferirse por el uso que hizo de ella en otras ocasiones. Entre los sucesos del gobierno de Sancho se cuenta después en el capítulo XLIX que, reconviviendo a un baratero, le decía: Vos que no tenéis oficio ni beneficio, y andáis de nones en esta ínsula, tomad luego esos cien reales, etcétera. Y en el entremés de Los divorcios se dice de ciertas mulas de alquiler, que nunca se alquilan sino a faltas y cuando están de nones.





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N-2,32,10. Don Quijote, como loco, confunde en su razonamiento lo que es agravio y lo que es afrenta; y aunque en los ejemplos y en alguna otra expresión parece que quiere explicarlo, en otras lo trastorna y oscurece. El Duque había dicho que las mujeres no agravian, y había asimilado a ellas los eclesiásticos. Don Quijote, para probar lo que había dicho el Duque, alega que no agravia el que no puede ser agraviado, suponiendo en esto que no pueden serlo ni las mujeres ni los eclesiásticos; lo cual es evidentemente falso, pues que el desagravio de las mujeres y en general de los débiles era el objeto primario de la Caballería. Si dijera que no agravia el que no puede ser afrentado, sería cosa diferente. La afrenta supone el agravio, si bien puede haber agravio sin afrenta, y esto es lo que prueban los ejemplos puestos por Don Quijote. Pero nuestro hidalgo enreda las ideas de un modo propio de su desconcertado cerebro, y al cabo concluye con una sentencia que no resulta de los antecedentes, a saber: que quien no puede recibir afrenta no puede darla. Por lo demás, esta máxima era cierta, y conforme a ella presupone la ley I del título II de la Partida VI, que la acción de retar a otro no compete a las mujeres, ni a los eclesiásticos, ni en general a los que no puedan hacer armas. En el riepto, dice, non debe ser recebido personero, fueras ende cuando alguno quisiere o por home de orden o por tal que non pueda o non deba tomar armas.





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N-2,32,11. A traición: haciendo el daño y hurtando o retirando el cuerpo: expresión tomada del juego de peón o trompo, en que le hace bailar el jugador retirando hacia sí y como escondiendo el cordel con que le da el impulso.




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N-2,32,12. O como si fuera de alfeñique, que es la expresión de que usó el Canónigo en el capítulo XLVI de la primera parte. Allí se pusieron ejemplos de los libros de Caballerías, y pudieran fácilmente aumentarse.




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N-2,32,13. Es lo que en latín se flama ablativo, absoluto; pero estaría más claro y caracterizado si se dijera en levantándose los manteles.





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N-2,32,14. El Arcipreste de Talavera, autor del siglo XV, en su Corbacho, otras veces mencionado, lo cita entre las confecciones cosméticas de las mujeres, y aun pone la receta para hacerlo, expresando que el principal ingrediente era riñonada de ciervo. Cita también el jabón de Chipre, y describe las recetas para hacer varios menjurges y afeites mujeriles, añadiendo que ya había hablado de esto, aunque no tan largamente Juan Bocacio (Corbacho, parte I, caps. II y IV).




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N-2,32,15. Todas las ediciones anteriores habían leído creyendo en vez de creyó. Pellicer fue el primero que lo advirtió en sus notas; y aunque no se atrevió a corregirlo, a él debe atribuirse la enmienda de este error que hizo después la Academia Española.




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N-2,32,16. Se los hizo cerrar debió decirse, pues era una sola la doncella barbera, como se la llama algo más abajo.




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N-2,32,17. Antes se contó que Don Quijote tendió su barba todo cuanto pudo; y ambos pasajes confirman lo que ya se ha dicho otra u otras veces acerca de que Don Quijote llevaba barba larga, como la llevaban los contemporáneos de Cervantes.




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N-2,32,18. Según el uso común, se hubiera dicho: no sabían (los Duques) a qué acudir, si a castigar el atrevimiento de las muchachas o darles premio, etc.




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N-2,32,19. Pellicer copia de la Miscelánea manuscrita de don Luis Zapata un caso parecido al del QUIJOTE, que pudo servir de original a Cervantes. Sucedió con un hidalgo portugués que se hospedó en casa de don Rodrigo Pimentel, Conde de Benavente. Estando de sobremesa, como lo estaban Don Quijote y los Duques, los pajes del Conde, por burlarse del portugués, salieron con bacía, aguamanil y toallas, y le lavaron muy despacio la barba, trayendo la mano por las narices y boca, y haciéndole hacer mil visajes. Y el Conde, por disimular la burla, y porque no se corriese su huésped, mandó que a él también le lavasen la barba.
La única diferencia que medió entre ambos casos fue que al portugués lo lavaron pajes, y a Don Quijote doncellas: esto último era más al estilo caballeresco. Cervantes añadió lo del jabón y lo de haberse acabado el agua, con lo que esforzó e hizo más sazonada la burla.




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N-2,32,20. Chiste irónico de la Duquesa; afectación de ignorancia propia, siendo sólo en realidad muestra de la que se supone en los que escuchan. En el capítulo XXX de la primera parte usó Dorotea de otra expresión semejante, diciendo que Don Quijote tenía fama no sólo en España, pero en toda la Mancha.





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N-2,32,21. Célebres artistas griegos, los tres primeros, pintores y escultor el último. Plinio cuenta que Alejandro Magno prohibió que nadie le retratase en tabla sino Apeles, ni en bronce sino Lisipo (Historia Natural, libro VI, capítulo XXXVI). En el presente pasaje se aplica el nombre de buriles a los instrumentos de la escultura que ahora llamamos cinceles, dejando los buriles para el grabado; pero en tiempo de Cervantes, y aun en el siguiente, se llamaban buriles los instrumentos de ambas artes, según se ve por diferentes lugares de la República literaria de don Diego Saavedra Fajardo.




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N-2,32,22. Esta pregunta de la Duquesa envuelve una discreta crítica de la palabra demostina, que con efecto es exótica y mal formada, a pesar de que después trata de excusarla el Duque, sin duda por urbanidad y por consideración a Don Quijote, que la había usado.




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N-2,32,23. Con un olor de ajos crudos que me encalabrinó y atosigó el alma (parte I, capítulo X.)




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N-2,32,24. Dice Covarrubias en el artículo Saco que en tierra de Zamora hay cierta gente que llaman sayagÜeses, y al territorio tierra de Sayago, por vestirse de esta tela basta. Y antes había dicho: Saco es una vestidura vil de que usan los serranos y gente muy bárbara…… De aquí entiendo que se dijo sayo. Indica que el mismo origen tienen las palabras sayal, sayón, sayago y sayagÜes.





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N-2,32,25. El sentido queda pendiente si no se lee nació en lugar de nacida. Para subsanar el defecto quizá bastara convertir en coma el punto que separa las palabras persiguen y esta.----También necesita de alguna corrección la expresión que sigue, para dar luz y levantar los fechos de los malos, porque dar luz pedirla otro régimen para los hechos de los malos. Quedaría bien leyéndose dar a luz.




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N-2,32,26. Con estas mismas palabras se dijo en el capítulo I de la primera parte. Volvió a esbozarse este asunto en el capítulo XII, y en el presente en la contestación al Eclesiástico ha dicho antes Don Quijote: yo soy enamorado no más de porque es forzoso que los caballeros andantes lo sean. Pusiéronse ejemplos en las notas al citado capítulo XII.




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N-2,32,27. No eran pocos los días que habían pasado desde la edición de la primera parte del QUIJOTE hecha en el año 1605, puesto que a poco de haber llegado al palacio de los Duques escribía Sancho a su mujer una carta que luego veremos, fecha a 20 de julio de 1614. Por consiguiente, habían pasado nueve años. ---Dícese que la publicación había sido con universal aplauso de las gentes, y esto confirma las reflexiones que se hicieron en las notas al capítulo II, de esta segunda parte contra la existencia del Buscapié.





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N-2,32,28. La Duquesa se acordaba mal, porque ya en el capítulo I de la fábula se dijo que Don Quijote anduvo un tiempo enamorado de Dulcinea, y en el capítulo XXV se expresó que no llegaban a cuatro veces que la había visto. También lo había olvidado Cervantes, y sólo tuvo presente lo que había escrito en el capítulo IX de esta segunda parte, donde decía Don Quijote a Sancho: ven acá, hereje, ¿no te he dicho mil veces (no lo había dicho ninguna) que en todas los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea? Esto, como que era lo último, fue lo que recordaba Cervantes, atribuyendo a la Duquesa, lo que no era sino error suyo.
Nótese la discreta advertencia que hace nuestro autor por boca de Don Quijote, a saber: que estas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Esta advertencia, que envuelve la confesión de que hay imperfecciones y defectos en el QUIJOTE, es aplicable a muchos casos, y reclama, o en premio de la sinceridad del autor, o en consideración de la poca importancia de los asuntos la benignidad e indulgencia de los lectores.




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N-2,32,29. De Oriana y de las Madásimas se dijo ya en las notas a la primera parte. Alastrajarea fue mujer del Príncipe don Falanges de Astra, Y madre de Agesilao, que se disfrazó y vivió mucho tiempo disfrazado de doncella por amores de la Princesa Diana. Era Alastrajarea Princesa guerrera, y avisada en sueños del peligro en que se hallaba su marido en la isla de Gacen, se entró en una nave que dejó caminar por donde quiso el viento, y arribó a tiempo que Falanges, acosado por un gigante y varios caballeros y villanos, había tenido que retraerse a una angostura o portillo entre peñas, donde se defendía con mucho trabajo. Su mujer peleó con el gigante, le venció y mató; pero habiendo quedado herida en el combate, ella y su marido fueron libertados por otro caballero que sobrevino. Así se cuenta en la Crónica de don Florisel de Niquea (parte II, caps. LII y LXVI). Al principio de la misma (Crónica, lib. I, capítulo I) se habla de otra Infanta Alastrajarea, hija de Amadís de Grecia y de Zahara, Reina de Cáucaso. Finalmente, la historia de Esferamundi refiere que la Reina Alastrajarea mandaba una reserva de seis mil caballos en la gran batalla que se dieron de poder a poder los cristianos mandados por el Rey, ya muy viejo, Amadís de Gaula, y los paganos a las órdenes del gran Rey de los tártaros (parte VI, capítulos. CXXII y CXXVI).




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N-2,32,30. También sabía de lenguaje escolástico Don Quijote. No parece sino que habla un lector, defendiendo una sabatina. ---El girón o circunstancia de Dulcinea, que según nuestro caballero tenía virtualmente en si mayores venturas y merecimientos, era ser hermosa y virtuosa.





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N-2,32,31. Expresión metafórica, lo mismo que con la sonda en la mano, de que usa también aquí la Duquesa. Una y otra se dice de los que proceden lentamente, con mucha precaución y prudencia.




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N-2,32,32. El sentido de este período queda pendiente de las ediciones anteriores; no sucede así en la presente, donde no se ha hecho otra novedad que la de sustituir punto y coma al punto final que las otras ponen entre las palabras Tierra y Quiero, como si allí acabase el período. Verdad es que de esta suerte su primera parte queda demasiadamente larga y pesada; pero, en fin, es defecto menor que el otro, y del mal el menos.





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N-2,32,33. Lo diría por Amadís de Grecia, el Caballero de la Ardiente Espada, contra quien no tenía fuerza encantamento alguno, como se dijo en el capítulo XLII de la primera parte, o por algún otro de los que se citan en la nota sobre aquel pasaje.




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N-2,32,34. Ferido, vocablo anticuado por herido, mudada en h la f del origen latino, como sucede en hacer, hervir, hendir y otros. Ya se ha dicho que Don Quijote, cuando habla de Caballerías, usa con frecuencia de términos anticuados, a imitación de los libros que tratan de ellas.
Que Roldán era invulnerable lo cantó Ariosto:

Tra sangue da quel corpo àà nessun lece,
che lo fere e percote il ferro invano;
la Conte il Re del Ciel tal grazia diede
per porlo a guardia dj sua santa Fede.

(Orlando furioso, canto 24, est. 10.)

Lo mismo refiere al describir el combate del Rey Sobrino con Roldán en la isla de Lipadusa:

Mena Sobrin; ma indarno èè che si provi
ferire Orlando, a cui per grazia certa dede it Motor del cielo èè delle stelle
che forar non segli puó la pelle.

Los romances castellanos atribuyeron este privilegio de Roldán a sus armas. Viendo Melisendra las armas de Gaiferos teñidas de sangre, le pregunta si está herido, y el gascón le responde:

Calledes, dijo Gaiferos,
Infanta, no digáis tal:
por más que fueran los moros
no me pueden hacer mal,
que estas armas y caballo
son de mi tío Roldán:
caballero que las trae
no podía peligrar.

De otra opinión fue el autor de la historia vulgar del Emperador Carlomagno, según el cual Roldán murió de cuatro mortales heridas que recibió en la batalla de Roncesvalles. ---De lo invulnerable de Roldán se habló en las notas al capítulo XXVI de la primera parte.




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N-2,32,35. No debió llamarse así, sino Anteo. Este, según la fábula, fue un gigante de cuarenta codos de alto, hijo de la Tierra, que luchando con Hércules, cuantas veces era derribado y caía en tierra, volvía a levantarse con nuevas fuerzas que su madre le comunicaba. Advirtiólo Hércules, y levantándolo del suelo lo ahogó entre sus brazos.
Lo que cuentan haber hecho Hércules con Anteo y Bernardo con don Roldán, quiso hacer Roldán con Mandricardo.

Lo stringe al petto, èè crede for le prove
che sopra Anteo fé
giàà il figliuol de Giove.

(Ariosto, canto 33, est. 85.)

De Arfileo, hijo del Rey de Hungría, dice la historia de Belianís que se llamaba de la gran fuerza, porque la tenía tan grande que muchas veces a muchos entre sus fuertes brazos ahogaba (libro I, cap. I).




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N-2,32,36. Así lo había dicho, con efecto, Don Quijote hablando con Sancho en el capítulo XXXI de la primera parte.




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N-2,32,37. No tenía nuestro hidalgo más razón para creer que no podía estar encantado que la que alegó antes, cuando dijo: pero pues de aquel (encantamento de la jaula) me libré, quiero creer que no ha de haber otro alguno que me empezca. Este es el buen discurso, como lo llama Don Quijote.




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N-2,32,38. ¿Qué motivo pudo tener Cervantes para hacer a Dulcinea natural del Toboso más bien que de otro pueblo de la Mancha? He aquí una cuestión a que probablemente fue muy fácil responder en su tiempo, y a que es muy difícil responder en el nuestro, cuando olvidadas las particularidades que entonces serían conocidas, no queda ya lugar sino para conjeturas.
Si la tradición de haber sido encarcelado Cervantes en la Argamasilla, añadida a algunos otros indicios, prestó fundamento para creer que el héroe de la fábula fue natural de la Argamasilla, a pesar de que no lo afirma expresamente la historia, el haber ésta nombrado al Toboso como patria de la heroína, señala con alguna verosimilitud a este pueblo como teatro de alguna escena desagradable para nuestro autor, y de rechazo como objeto de su burla e ingeniosa venganza. Una opinión, conservada constantemente en aquel pueblo, asegura que cuando estuvo en él Cervantes fue atropellado y maltratado en su persona por haber dirigido a una mujer un chiste picante de que se ofendieron sus parientes e interesados. Por otra parte es claro que cuando en el texto se dice que Dulcinea es principal, bien nacida, y de los hidalgos linajes que hay en el Toboso, que son muchos, antiguos y muy buenos, se habló irónica y malignamente; mucho más si se atiende a lo que contestaron los vecinos del Toboso a las preguntas hechas de orden del Rey don Felipe I en el año de 1576, diciendo que la mayor parte de la población era de moriscos, y que no había nobles, caballeros ni hidalgos. Son todos labradores los vecinos, decían, sino es el Doctor Zarco de Morales, que goza de las libertades que gozan los hijosdalgos, por ser graduado en el Colegio de los españoles en Bolonia en Italia (Relaciones topográficas, manuscrito de la Biblioteca de El Escorial.
Cervantes, que en otro lugar había tachado de linajudos a los de la Argamasilla (parte I, capítulo I), tira aquí al parecer a herir por los mismos filos a los del Toboso. Para ello le proporcionaba ocasión oportuna la afectación de hidalguía del Doctor Zarco de Morales, único vecino que la disfrutaba; y esto induce naturalmente a sospechar que el objeto de la burla de nuestro autor debe buscarse en su casa. Con efecto; la que habitó el Doctor existe todavía en el Toboso con el nombre de Casa de la Torrecilla, por una que tiene; y la tradición del país mantiene la memoria de que en ella vivió Dulcinea.
El Doctor, cuyo nombre entero fue Esteban Martínez Zarco de Morales, hijo de Pedro Martínez Zarco y doña Catalina Morales, debió de ser el prohombre del Toboso en su tiempo, puesto que él fue quien, acompañado de Pedro de Morales, al parecer deudo suyo por parte de madre, formó y firmó a nombre y por comisión de los vecinos la relación arriba citada del año de 1576. No tuvo más que un hijo, a quien por un capricho, raro en un manchego, pero que indicaba su estancia y educación en Italia, puso el nombre de Flaminio. Este tuvo un hijo del mismo nombre, en cuya cabeza fundó su abuelo Esteban un mayorazgo el año anterior a su muerte, acaecida en febrero del año 1600. Estas y otras noticias de la presente nota están tomadas del expediente judicial seguido entre los descendientes del Doctor Zarco sobre la capellanía en que posteriormente se convirtió dicho mayorazgo.
Tuvo el Doctor dos hermanos, Bartolomé y Ana, la cual, según se deduce del silencio de las diligencias judiciales, no llegó a tomar estado; y no encontrándose su partido de bautismo en los libros parroquiales que empiezan en el año de 1557, debió ser anterior su nacimiento. Esta es la única persona de la familia a quien cupo aplicarse el nombre y el papel de Dulcinea en la época que fue posible estuviese Cervantes en el Toboso, que fue desde el año de 1584 hasta el de 1588, según resulta de las noticias recogidas por don Martín Navarrete (Vida de Cervantes, Investigaciones, núm. 166) La hermana del Doctor Zarco hubo de ser la que tuvo buena mano para salar puercos; la que tiraba tan bien una barra como el más forzudo zagal del pueblo; la que desde la torre o campanario daba voces que se oían de más de media legua; la que se burlaba con todos, y de todo hacía mueca y donaire; la que rastrillaba lino, trillaba en las eras, aechaba trigo rubión, y cargaba un costal en un jumento; la que montaba de un salto en la pollina y quedaba a horcajadas como si fuera hombre; la que pedía prestado, y, finalmente, la de rostro amondongado, alta de pechos, rolliza de carnes, según el epitafio (parte I, caps. IX, XXV, XXXI, y LI; parte I, caps. X y XXII).
Con arreglo a estas conjeturas, Pedro Martínez Zarco y doña Catalina Morales fueron Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales, padres de la supuesta Dulcinea; y es de reparar que Morales y Nogales son uno y otro nombre de árboles, palabras consonantes, y de igual número de sílabas y vocales. Con la seña de pretensión de hidalguía concuerda también la expresión de que el linaje de Dulcinea, aunque moderno, podía dar principio a los que con el tiempo serían antiguos e ilustres, según decía Don Quijote a Vivaldo (parte I, capítulo XII), y la extrañeza de Sancho al oír llamar de doña a Dulcinea, diciendo que sólo había oído tratarla de señora (parte I, cap. II), que efectivamente es lo que sucede en las aldeas con las mujeres que empiezan a descollar entre las plebeyas.
Reunidas todas las precedentes consideraciones, no parecerá temeridad creer que el original de Dulcinea fue la señora Ana Zarco de Morales, hermana del Doctor del mismo apellido, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo (parte I, cap. XXV).




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N-2,32,39. No se dice de qué es la parte que cabe a Dulcinea. ---Añádese que por ella será su lugar famoso y nombrado como lo ha sido Troya por Elena y España por la Cava. La comparación es maligna, porque no fue buena la fama adquirida por Elena ni por la Cava; y en el ejemplo de Troya se equivocó Cervantes, porque se trataba de la fama que dieron mujeres a sus patrias, y Troya no lo fue de Elena.




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N-2,32,40. Expresión usada en nuestros romances más antiguos para ponderar el precio de alguna cosa, como ya se advirtió en su lugar.
Tiene verdad y gracia la descripción que hace aquí Don Quijote del carácter de su escudero Sancho. Sólo le falta la calidad de codicioso, que no era del caso expresar cuando se trataba de elogiarle. La de gracioso era patente por la conducta y ocurrencias de Sancho, que siempre lo había sido; pero en casa de los Duques llegó a tal punto, que casi hace el primer papel de la fábula, y aun oscurece el de su amo.




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N-2,32,41. Alcabala es el tanto por ciento del precio de lo vendido que el vendedor paga al erario. Este tributo, que se conoció ya en tiempo de los romanos, estaba adoptado, aunque no generalmente, en Castilla en tiempo del Rey don Alonso el Sabio; se extendió en el de don Alonso el XI, y posteriormente se perpetuó, llegando a considerarse como la renta más segura y pingÜe de la corona. La continuada enajenación de las alcabalas en el reinado de don Enrique IV había empobrecido el erario; y para repararlo, desde los Reyes Católicos se siguió el plan de que las alcabalas volviesen a la corona, con un empeño que imitaron sus sucesores, y dio nacimiento a la expresión proverbial del texto.




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N-2,32,42. A pesar de lo que aquí dice y ofrece Don Quijote, se le olvidó este consejo cuando dio a Sancho los que creía oportunos para conducirse bien en su gobierno, y se leerán en los capítulos XLI y XLII de esta segunda parte.




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N-2,32,43. A deshora quiere decir a hora desusada o no esperada; ordinariamente significa a hora muy avanzada de la noche. ---La aventura que sigue del lavatorio de Sancho pudiera al pronto reputarse inverosímil; porque ¿cómo habían de atreverse los mozos, los pinches y galopines de la cocina a penetrar hasta la cámara, hasta el paraje donde los Duques estaban conversando familiarmente con Don Quijote? Sin embargo, como todos los de la casa y familia estaban en el secreto (y no podía ser otra cosa) de la burla que se hacía a los huéspedes, era fácil creer que, lejos de disgustar, había de complacer a los amos la nueva que ahora se intentaba; tanto más que ya habría corrido entre ellos la noticia de lo acaecido con el lavatorio de las barbas de Don Quijote y de la conveniencia del Duque, manifestada con mandar que también se las lavasen a él las doncellas. Si algún otro reparo queda sobre no haber encontrado los mozos estorbo para la entrada, téngase presente que en la fábula suelen y aun deben despreciarse estas pequeñas inverosimilitudes domésticas, sacrificándolas al efecto general.




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N-2,32,44. Covarrubias, en el Tesoro de la lengua castellana (artículo UngÜento), después de hablar de los ungÜentos de los antiguos, añade: en lugar destos ungÜentos se han sustituido las aguas de olor, y particularmente una que llaman agua de ángeles, por estar conficionada de diversos olores, así de las flores como del ámbar distilado y o tras cosas preciosas y olorosas. Nombróla en la novela del Casamiento engañoso, una de las de nuestro autor, el alférez Campuzano, cuando contaba que llovía agua de ángeles sobre sus camisas y pañuelos; la nombró también Guzmán de Alfarache en su Vida (parte I, lib. II, cap. II), y Reinaldos se lavó las manos con agua de ángeles en la tienda de Antigonia, como se refiere en la historia de Morgante. Según unas recetas citadas por Pellicer en su nota sobre este lugar, en la composición del agua de ángeles entraban rosas coloradas, rosas blancas, trébol, espliego, madreselva, azahar, azucena, tomillo, clavellinas y naranjas. No debía ser invención muy antigua, puesto que no hicieron mención de ella ni el Arcipreste de Talavera en su Corbacho, ni el autor de la Celestina, ni aun Agustín de Rojas en su Viaje entretenido, habiendo los tres tratado de esta materia. Verdad es que en la de olores y perfumes había modas, como las hay y habrá siempre en ésta y en otras cosas. Del estoraque decía el cronista Pero Mejía en el diálogo segundo del Convite: Ha menos de treinta años que vi burlar de quien quemaba estoraque por perfume, y agora es alabado y preciado entre los buenos olores, porque por ventura la Emperatriz nuestra señora, que haya gloria, lo alabó alguna vez. La Emperatriz era doña Isabel, mujer de Carlos V, que murió de sobreparto en Toledo el 1E° de mayo de 1539.




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N-2,32,45. Expresión que no se entiende; porque ¿qué es costumbre de disciplinantes? El impresor hubo de omitir alguna o algunas palabras que la aclararían. ---El puño engastado. Puño viene del latino pugnas, como cuñado de cognatus. La ññ, letra peculiar del alfabeto castellano, nace de seis combinaciones latinas de gn y gm, como leño de lignum y tamaño de tammagnus; de ng, como tiño de ringo, tañer de tangere; de ,mn, como sueño, otoño, escaño, que vienen de somnus, autumnus y scamnum; de nn, como año de annus, tañido de tinnitus; y de ne o ni seguido de vocal, como caña de cuneas, araña de aranea, cigÜeña de cocinia, saña de insania.





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N-2,32,46. En alguna parte hemos notado que en las palabras derivadas del latín solía trocarse en e la i de la raíz; otras veces sucede lo contrario, como en la palabra del texto. El canónigo Bernardo Aldrete pone abundantes ejemplos de uno y otro en el libro I, capítulo X del Origen de la lengua castellana.
Gasajos.
Voz mutilada por agasajos.





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N-2,32,47. Perecida de risa, lo mismo que muerta de risa; modos ambos de expresar, o por mejor decir, de exagerar una risa vehemente. Algunas páginas antes, en este mismo capítulo, se ha dicho que perecía de risa la Duquesa en oyendo hablar a Sancho; y en el capítulo XXII, en la aventura de la cueva de Montesinos, contando Don Quijote que había visto encantada a Dulcinea, se lee: cuando Sancho Panza oyó decir esto a su amo, pensó perder el juicio o morirse de risa. Lo mismo se dice morirse de miedo, morirse de pena, en cuyos casos morirse es afectarse vehementemente de lo que se dice; pero cuando el verbo morir va escueto y sin nada que lo modifique, suele significar desear con mucha intensión, como cuando Don Quijote decía a Sancho en la primera parte (cap. XXV): tú mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua; y en el capítulo XIX de la segunda se dice de los estudiantes y labradores con quienes se encontró Don Quijote: morían por saber qué hombre fuese aquél, tan fuera del uso de los otros hombres.
Don Francisco de Quevedo, en su Visita de los chistes, vio la muerte en su trono y a los dos lados muchas muertes; estaba la muerte de Amores, la muerte de Frío, la muerte de Hambre, la muerte de Miedo y la muerte de Risa, todas con diferentes insignias.





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N-2,32,48. La afectada consideración con que Don Quijote habla en este lugar a los galopines de la cocina, el nombre de mancebo que da a Sancho, y las expresiones que siguen, son cosas propias del lenguaje de un matón sevillano, que con tanta gracia remedó Cervantes en algunas ocasiones.
El llamar Don Quijote mancebo a Sancho indica que el amo tenía más edad que el escudero. En el capítulo XII de la primera parte se dijo que Sancho había conocido a su amo desde su nacimiento, y esta expresión, aunque ambigua en sí, parecía más bien aplicable al nacimiento de Don Quijote, porque no conoce el que nace, pero si se conoce al que nace; sin embargo, por éste y otros pasajes se ve que el nacimiento era el de Sancho; y consiguiente a esto, en el capítulo II de la segunda parte, hablándose del gobierno futuro de la ínsula, decía Don Quijote al bachiller Carrasco que, mientras más fuere entrando en edad Sancho, con la experiencia que dan los años estaría más idóneo y más hábil para ser gobernador. Y en el capítulo XXVII, arrepentido Sancho de haber reclamado su salario de escudero, decía a su amo: Vuestra merced me perdone y se duela de mi mocedad. Estas expresioncs fueran impropias si la edad de Don Quijote no excediese a la de Sancho.




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N-2,32,49. Búcaros, vasijas de barro colorado que, mojadas, dan un olor agradable, y por esto servía comúnmente en otro tiempo de vasos para beber el agua. Solían traerlos de Portugal y de las Indias, y también mascarlos y Comerlos las mujeres, creyendo amortiguar con esto el color del rostro, y tenerlo más adamado. Los búcaros de más estima eran los de Estremoz, según Cristóbal Suárez de Figueroa (Plaza universal, disc. 45) Penante o penada se llama la copa, taza y en general, la vasija de boca estrecha que da el licor con pena, con dificultad, y poco a poco: los búcaros se harían así para prolongar de esta suerte el placer de los bebedores y la fragancia de la bebida. El Tacaño, de Quevedo, describiendo una francachela de rufianes y gente perdida en Sevilla, dice: estaba una artesa en el suelo toda llena de vino, y allí se echaba de bruces el que quería hacer la razón. Contentóme la penadilla.





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N-2,32,50. Bella expresión metafórica que representa al vivo la acción de quien continúa el discurso que ha empezado otro, sin que medie interrupción alguna.




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N-2,32,51. Sin embargo, vimos en el cap. XXIX que Sancho, buscando lo que no cumple tener, encontró algo y aun algos.





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N-2,32,52. Expresión, o por mejor decir maldición que se lee en el acto XVI de la Celestina. Trasquilar a cruces era cortar el pelo sin orden, cruzándose las tijeras como antiguamente se hacía con los reos. En el Fuero Juzgo se impone esta pena a los blasfemos y a los judíos en ciertos casos, traduciendo el código castellano esquilar laidamientre o feamente, donde dice el latino turpiter decalvare (lib. XI, título II, leyes, I, II, IV, XI, XII y XVI). Sólo el cortar el pelo era pena muy grande entre los godos, que, como descendientes de los germanos, estimaban en mucho la cabellera. En la historia visigoda o de los godos españoles, se hallan varios casos de haberse impuesto esta pena a los delitos de traición; causaba infamia, o por lo menos inhabilitaba para obtener las dignidades civiles, inclusa la real, como se ve por el ejemplo de Chindasvinto, que, despojando a Tulga de la corona, le hizo cortar el cabello para imposibilitar su restablecimiento; y lo mismo sucedió con Wamba de resultas de las trazas de su sucesor Ervigio. Entre los españoles de la Edad Media continuó la melena de sus ascendientes los visigodos, y después de la época de las Cruzadas se atusaban la barba, en lo que pudo influir el deseo de distinguirse de los mahometanos, que iban sin cabellera y con barbas. El Emperador Carlos V fue quien alteró esta costumbre. Su cronista Pedro Mejía dice en el diálogo I del Convite: Solíamos alabar todos el buen cabello en el hombre, y porque el Emperador se trasquiló, determinamos todos hacerlo, y decímoslo agora, y sentímoslo así, que parescen mejor los hombres trasquilados.
Advierte Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, que trasquilar a cruces era pena impuesta antiguamente por el Derecho canónico a los casados dos veces.




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N-2,32,53. "Refrán con que se da a entender que prescindimos de las acciones de otro, dejando por cuenta suya las buenas o malas resultas." (Diccionario de la Academia Española). Tráelo el Comendador Griego.




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N-2,32,54. Ahora decimos con la misma significación alemaniscas, adjetivo que se aplica exclusivamente a cierta clase o labor de mantelería, o porque venía o porque fue inventada en Alemania.




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N-2,32,55. Salida graciosa de Sancho, y por otra parte muy conforme a la práctica de los caballeros andantes, que solían conferir a sus escuderos la orden de Caballería en premio de sus buenos servicios. Así la obtuvieron Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, Darisio de don Olivante, y otros de quienes se hizo mención en una nota del capítulo XLIV de la primera parte.
Así como los jóvenes de distinción que servían a los grandes señores se llamaban donceles, así también se llamaban doncellas las jóvenes de la misma clase que servían a las grandes señoras. Ambas palabras eran de origen latino, y venían de domicellus y domicella, señorito y señorita, así como de domina se derivó dueña. Con el tiempo se dio el nombre de dueñas a las casadas y a las que de cualquier modo habían dejado de ser doncellas.
Alcaide de los donceles
se llamaba al que los capitaneaba en la guerra; empezaban por servir de pajes a los Reyes, y después se llamaban donceles; oficio honroso que empieza a sonar en nuestras crónicas desde el reinado de don Alonso el Xl, y se perpetuó en la casa de los Marqueses de Comares. Don Pero Niño, Conde de Buelna, fue doncel del Rey don Enrique el Doliente; el famoso don álvaro de Luna y mosén Diego de Valera lo fueron del Rey don Juan el I, y don Juan Pacheco, después Marqués de Villena, Maestre de Santiago y privado de don Enrique IV, lo había sido de este Rey cuando Príncipe.




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N-2,32,56. Esto pasaba a 23 de octubre, si se ha de estar al plan cronológico de don Vicente de los Ríos; pero Cervantes no se curaba de planes cronológicos, ni tenía presente más que el momento en que escribía.




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N-2,32,57. Mejor estuviera como se trataba a los antiguos caballeros, porque pudiera sonar que los caballeros se trataban a sí mismos, y no es esto. Repítese incorrectamente tres veces la partícula como en el período, lo cual, y la ambigÜedad que acaba de notarse, se hubieran evitado diciendo: El Duque dio nuevas órdenes para que se tratase a Don Quijote como a caballero andante, sin salir un punto del estilo, según cuentan que se trataba a los antiguos caballeros.

{{33}}Capítulo XXXII. De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note


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N-2,33,1"> 4249.
Parece por esta expresión que Sancho se había ido a comer después de la aventura de su lavatorio, referida a fines del capítulo anterior; mas no fue así, pues acabada la comida de los Duques y levantados los manteles, el Maestresala se fue a comer y llevó consigo a Sancho, según se contó en su lugar. Entonces, y durante la sobremesa de los Duques, fue cuando comió Sancho; y la burla de los mozos de cocina que le quisieron fregar las barbas, debió ser después que hubo comido, a imitación de lo que se había hecho con Don Quijote y con el Duque.




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N-2,33,2. Escaño precioso de marfil, que ganó el Cid Rui Díaz, según cuenta su crónica, entre otros despojos, cuando tomó a Valencia, y que había sido del Rey moro, nieto de Alimaimón, Rey de Toledo. Refiere la misma que vuelto el Cid a Castilla, el Rey don Alfonso le convidó a sentarse consigo, y habiéndose excusado el Cid por modestia, el Rey le mandó sentarse en su escaño (caps. CCXLIX y CCL). El antiguo poema del Cid refiere que el Rey convidó a éste a sentarse con él:

En aqueste escaño quem diestres vos en don,
MagÜer que algunos pesa, meior sodes que nos;
Esora dijo, muchas mercedes, el que Valencia ganó;
Sed en vuestro escaño como Rey e Señor.
Acá posaré con todos aquestos míos.
Lo que dijo el Cid al Rey plogo de corazón:
En un escaño tornino esora mío Cid posó.

(Versos 3126 y siguientes.)

El romance 79 entre los del Cid habla de ello con alguna variedad. ---He aquí cuanto hay que saber del famoso escaño del Cid, que según se ve por la expresión de la Duquesa, quedó en proverbio para denotar un asiento de sumo honor. En él se colocó el cadáver del Cid, según cuenta el romance CI:

En San Pedro de Cardeña está el Cid embalsamado.
el vencedor no vencido
de moros ni de cristianos.
Por mando del Rey Alonso
en su escaño está sentado...
no parece que está muerto,
sino vivo y muy honrado.




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N-2,33,3. Tiene gracia cuando acaba de decirse que estaban allí atentas y silenciosas todas las doncellas y dueñas de la Duquesa, circunstancia tan favorable para el secreto, como si dijéramos las cien trompas de la Fama.




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N-2,33,4. El original de Cervantes diría y todas cosas; esta última palabra la omitiría el impresor.




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N-2,33,5. Descripción de una sencillez y verdad admirables.




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N-2,33,6. Magín es la palabra imaginación, estropeada en boca de los rústicos.




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N-2,33,7. Según la cuenta de don Vicente de los Ríos, eran diecisiete los días que habían pasado desde lo del encantamiento de Dulcinea; y no podían ser menos, como se deduce de la misma relación de la historia.




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N-2,33,8. Ir por los cerros de Ubeda, según Covarrubias en su Tesoro, se dice del que no lleva camino en lo que dice, y procede por términos remotos y desproporcionados (artículo Cerro). El origen de esta expresión proverbial es desconocido, como lo es generalmente el de los refranes y locuciones de su clase. La presente se aplica, según dijo Covarrubias, a las cosas que van descaminadas y fuera de los términos razonables, como lo iría el que dejase el camino llano, prefiriendo el de los cerros y terrenos desiguales. La mención de los de úbeda puede indicar que allí o cerca de allí tuvo la expresión su nacimiento.




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N-2,33,9. Supónese aquí a la Duquesa hablando consigo misma, pero por boca de un tercero, y reconviniéndose con esta expresión, que se encuentra muy repetida en semejantes casos. El bachiller Fernán Gómez de Cibdad Real, escribiendo al poeta Juan de Mena, Su contemporáneo y amigo, decía: a un home letrado e de vuestra compostura era mal contado el far de acucioso adulador (Centón, epístola número 20). En la historia de Amadís de Gaula se lee que habiéndose presentado en el palacio del Rey Lisuarte, decía a éste su mujer la Reina Brisena: Señor, mal contado sería a un tan grande hombre como vos, que viniendo tal caballero a su casa, della se partiese sin le otorgar cuanto él demandase (cap. XV). El Emperador don Belanio, yendo con don Brianel por un bosque, oyó voces lastimeras que sonaban dentro de un castillo. Quiso entrar, y disuadiéndoselo don Brianel, le contestó el Emperador: no se puede hacer otra cosa, que mal contado me sería, si con gran fuerza pasase sin que yo haga en ello lo que mi estado me obliga (Belianís, lib. I, cap. IV). Aludía al deber de enderezar tuertos y deshacer agravios, impuesto por su profesión a los caballeros andantes. Finalmente el Cid, cuando estando en Roma en la iglesia de San Pedro, según cuenta su Romancero, derribó de un puntapié e hizo pedazos la silla del Rey de Francia,

Absolvedme, dijo, Papa,
si no seraos mal contado.

(Romance 21.)

Y su mujer doña Jimena, escribiendo al Rey don Fernando, concluía así:

Dad ese escrito a las llamas,
no se faga del palacio,
que a malos barruntadores
non me será bien contado.

(Romance 16.)




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N-2,33,10. Todas las ediciones han puesto es agradecido, pero la errata es tan clara, que sería agraviar al lector detenerse a justificar la enmienda. ---Los pollinos son los que le dio Don Quijote a Sancho en vez del rucio hurtado por Ginés de Pasamonte en Sierra Morena, y de que no había vuelto a hablarse desde entonces.




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N-2,33,11. Son los instrumentos con que se abren las sepulturas, y así el suceso de la pala y azadón es la muerte. Si te pica el escorpión, coge la pala y azadón, es refrán corriente en Castilla.
En una fuente encantada que se describe en la historia del Caballero de la Cruz (libro I, cap. LXXII), había una estatua de la muerte, según la suelen pintar, todos los nervios y huesos del cuerpo abiertos y sin carne alguna: en la una mano tenía un azadón y una pala, en la otra una trompeta... la cual tenía puesta a la boca.





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N-2,33,12. Uno de los tratamientos ridículos que daba Sancho a la Duquesa, según se observó anteriormente, y tanto más ridículo, cuanto altanería es también nombre que unas veces significa caza de cetrería, y otras altivez y soberbia. Ya en la aventura del encuentro de Dulcinea, al salir del Toboso Sancho, teniendo el cabestro del jumento de la Princesa, le había dicho: vuestra altivez y grandeza sea servida de recibir en su gracia y buen talante al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol.
En el Entremetido, la Dueña y el Soplón, unos de los opúsculos festivos de don Francisco de Quevedo, se da a Plutón el tratamiento de vuestra diabledad y vuestra diablería.





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N-2,33,13. Porque volando se las comen los pájaros. Refrán que contiene una bella imagen de los que elevándose por la casualidad y ciega fortuna a una suerte superior a su mérito, hallan en ella la ruina que evitaran en la oscuridad. ---Este refrán, como otros, se funda en un error de historia natural.




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N-2,33,14. Alude al refrán de paja o heno el vientre lleno, con que se significa la necesidad de alimentarse, aunque sea con manjares viles y groseros. ---Cítase después el paño de Cuenca por ejemplo del basto y ordinario, y el limiste de Segovia por ejemplo del fino y delicado. Según Covarrubias, los adelantos de las fábricas de Segovia y la introducción de los limistes y veinticuatrenos había sustituido su uso al del velarte, que anteriormente se estimaba como paño fino (artículo Velarte).





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N-2,33,15. Cervantes en esta frase sacrificó lo correcto de la expresión a la rapidez de la sentencia. Según las reglas comunes debió decirse: si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto, yo sabré hacer que no se me dé nada por discreto.





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N-2,33,16. Mariana cuenta en su Historia de España (lib. VI, cap. XI) que habiéndose rebelado contra el Rey Wamba su general Paulo, éste le envió a desafiar llenándole de injurias. Destos baldones, continúa, y destas parcialidades, según yo entiendo, procedió la fama del vulgo que hace a Wamba villano, y que subió al cetro y corona del arado y de la azada; mas sin falta es manifiesto yerro, que a la verdad fue y nació de la más principal nobleza de los godos, y en la corte y casa de los Reyes pasados tuvo el primer lugar en privanza y autoridad.





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N-2,33,17. El romance de la penitencia del Rey don Rodrigo de que aquí citó dos versos su tocaya doña Rodríguez, se imprimió por primera vez en el Romancero de Amberes de 1555; pero no se hallan en él a la letra los dos versos citados, aunque sí en la sustancia. La Academia Española, y antes de ella don Juan Antonio Pellicer, sospecharon que esta variante nacería de que el romance se imprimió de un modo y se cantaba de otro: pero yo, con arreglo a lo que ya se ha observado otras veces, miro como más probable que la diferencia procede del descuido de Cervantes, que citaba de memoria y a veces confundía y refundía lo que citaba. El romance impreso cuenta que Rodrigo, después de la batalla en que perdió la corona, se retiró a hacer penitencia a una ermita habitada por un santo solitario, y que consultando éste en la oración sobre lo que convenía hacer con el Rey,

Fuéle luego revelado
de parte de Dios un día,
que le meta en una tumba
con una culebra viva,
y esto tome en penitencia
por el mal que hecho había...
El Rey desto muy gozoso
luego en obra lo ponía:
métese como Dios manda,
para allí acabar su vida.
El ermitaño muy santo
mírale al tercero día;
dice: ¿cómo os va, buen Rey?,
¿vais bien con la compañía?
Hasta hora no me ha tocado
porque Dios no lo quería;
ruega por mí el ermitaño,
porque acabe bien mi vida...
Después vuelve el ermitaño
a ver si ya muerto había:
halla que estaba rezando,
y que gemía y plañía.
Preguntóle cómo estaba:
Dios es en ayuda mía,
respondió el buen Rey Rodrigo;
la culebra me comía,
cómeme ya por la parte
que todo lo merecía,
por donde fue el principio
de la mi muy gran desdicha.
El ermitaño lo esfuerza:
el buen Rey allí moría.

Así lo contaban las consejas vulgares; pero, según la verdad de la historia, don Rodrigo murió en la batalla de Guadalete, perdiendo en ella, como después dice Cervantes en el capítulo XL de esta segunda parte, la vida y el reino.





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N-2,33,18. Ahora diríamos al oír. Don Gregorio Garcés, en su obra intitulada Fundamento del vigor de la lengua castellana, alega el pasaje presente del texto para probar la equivalencia de la preposición en y del artículo al en este caso, y me parece que no es el único que pudo alegar del QUIJOTE. Si en algún tiempo pudo sustituirse lo uno por lo otro, en el día lo prohibe el uso:

Quem p祮es arbitrium est et ius et norma loquendi.





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N-2,33,19. ¿Qué es gobierno de brocado de tres altos? No lo adivino, a no ser que se quisiera indicar un gobierno lucrativo y rico, de superior calidad y provecho, como el brocado lo es entre otras telas. Puede ser también que falten algunas palabras del texto original. Todo fue posible, visto el descuido con que se hizo la edición primitiva.




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N-2,33,20. Esto es, que no me han de engañar; expresión metafórica tomada de las trampas de que suelen usar los tahures en el juego de dados. Dos de ellas describe Antonio de Torquemada en el primero de sus Coloquios satíricos, que trata del Juego: la una es la de los dados cargados, que los jugadores llamaban brochas. Consiste en que en la cara del dado que más les conviene hacen un agujero donde ponen azogue para que pese más por aquel lado y salga más frecuentemente el opuesto; tapan el agujero, que es muy sutil, y para que no se vea lo encubren pintando encima un punto de los que debe haber en aquella cara. Cuando quieren usarlo echan los dados de suerte que caiga alguno en el suelo, y haciendo que se bajan por él le sustituyen el cargado. Otros dados hay, sigue diciendo Torquemada, que llaman falsos, que son mal pintados, porque tienen dos ases y fáltales el seis, o tienen dos seises faltándoles el as; y conforme a la suerte que echan y a la necesidad que tienen, se aprovechan dellos, metiéndolos en el juego también como las brochas.
El Arcipreste de Hita, en sus poesías (copla 1227), había ya hecho mención de los dados plomados, esto es, cargados con plomo en vez de azogue, que se usó en adelante. Antes de esto, en la Partida VI (tít. XVI, ley X) se había hecho mención de los que Juegan con dados falsos. Y en el Ordenamiento de la Tafurerías, hecho según se cree por Maestre Roldán en el reinado y de orden del Rey don Alfonso el Sabio, se prohibieron los dados plomados, desvenados y afeitados. El juego de los dados venía ya de la antigÜedad, y en Castilla se jugaba con furor durante la Edad Media. Del Rey don Pedro el Cruel cuenta su crónica (año 1355, cap. XV) que cuando jugaba a los dados teníale un su repostero cerca del arquetones con doblas. Continuaba, viviendo Cervantes, la mala costumbre; es entretenimiento, decía Covarrubias en su Tesoro (artículo Dado) de soldados y gente moza, perdimiento de tiempo, hacienda, conciencia, honra y vida, por los casos que han sucedido de jugar a este juego, defendido y vedado en todos tiempos y en todas las repúblicas... Y con ser juego de tanta ventura, hay quien alcanza arte engañosa para robar con los dados, cargándolos y haciéndolos otras bachillerías, como hincar, que dicen, el dado.
En el día hay, como ha habido siempre, jugadores de profesión que corren más o menos maliciosamente tras el ídolo de la Fortuna; pero han dejado los dados y se han acogido a los naipes, donde es todavía más ancho y abundoso el campo de la trampa y del fraude.




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N-2,33,21. Dase en general el nombre de musarañas a los bichos, insectos y sabandijas, y suele aplicarse a ciertas nubecillas que a las personas de vista débil se les figura andar por el aire. Añade Sancho que los buenos tendrán con él mano y concavidad; querría decir mano y cabida. Los precedentes y los siguientes discursos de Sancho están empedrados de refranes y proverbios, de los cuales unos vienen más y otros menos a propósito, aunque ninguno es enteramente ajeno del asunto. Es uno de los caracteres más señalados de la persona de nuestro escudero, bien que no fue así en los principios de la fábula, como ya se notó alguna vez.




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N-2,33,22. Graciosísima ocurrencia de Cervantes. Antes se reía Sancho (y con razón) de la credulidad de su amo, y ahora se tiene él mismo por engañado contra lo que le decían sus ojos y su conciencia. Sancho se burlaba de su amo y la Duquesa se burlaba de Sancho; el lector se divierte a costa de uno y otro.
La Duquesa, siguiendo su humor festivo y chancero, decía que en la verdad de lo que afirmaba no había más duda que en las cosas que nunca vimos, y que Dulcinea estaba encantada como la madre que la parió. Esta especie de chistes toma su gracia de la sandez de quien los escucha sin entenderlos, o entendiéndolos mal, a pesar de que su letra dice claramente lo contrario.
Dijo Cervantes al fin del capítulo X de esta segunda parte, hablando del encantamiento de Dulcinea: harto tenía que hacer el socarrón de Sancho en disimular la risa, oyendo las sandeces de su amo, tan delicadamente engañado. Doblemente delicado era aquí el engaño y doble la sandez de Sancho.
Como quiera, esta invención de la Duquesa, ayudada de la credulidad y tragaderas de Sancho, fue menester para que éste tuviese por cierto el encanto de Dulcinea, sin lo cual no podía realizarse la aventura del desencanto y la aceptación de la azotaina prescrita por Merlín, de que se hablará en los capítulos siguientes.




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N-2,33,23. No alcanzo la oportunidad del epíteto curioso en esta ocasión; acaso es errata por acucioso o codicioso en la significación de solicito y diligente. Fray Luis de Granada, en el libro de la Oración y Meditación, ponderando la amorosa providencia del Señor, dice: cuántas veces habrá hecho con cada uno de nosotros aquello que dijo a San Pedro: mira que Satanás anda muy codicioso y negociado para aventaros a todos como a trigo en la era; mas yo he rogado por ti que no desfallezca tu fe.





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N-2,33,24. A cada paso, a cada momento. Triquete es abreviatura de triquitraque. Véase la nota sobre esta palabra en el capítulo XVII de esta segunda parte.




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N-2,33,25. "Ejemplo admirable de la figura repetición. La presente me parece tan natural que estoy creyendo que cuando Cervantes la escribía no pensaba en ella. Es verdad que lo mismo sucede respecto de una infinidad de pasajes del QUIJOTE, en los que a mi imaginación se representa la naturaleza dictando y Cervantes sirviéndole de amanuense. La naturalidad en mi concepto es en lo que más sobresale Cervantes, y en lo que no tiene igual; su naturalidad es tanta, que si no se lee con muchísima atención se le pasa a uno por alto los primores de muchos lugares en punto de elocución." (Nota de don Ramón Cabrera.)




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N-2,33,26. Sancho, ufano con el favor de la Duquesa, se burla y lozanea en este pasaje, usando de los chistes que, según ya sabía, eran tan del gusto de su patrona y favorecedora.




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N-2,33,27. Miguel Verini, florentino, fue hijo de Ugolino Verini, grande amigo del filósofo platónico Marsilio Ficino, que floreció en la época tan brillante para las letras, de los príncipes de la casa de Médicis. Miguel heredó de su padre la gracia de versificar en lengua latina, en que compuso una colección de dísticos que contienen máximas y reglas muy juiciosas acerca de las costumbres de los niños. Murió de edad de diecisiete años, en el de 1483. Angel Policiano, otro de los literatos de aquella era, indicó la causa de su muerte en el siguiente epigrama que compuso en su honor, y de que Citó aquí Cervantes un hemistiquio:

Verinus Michael florentibus occidit anis,
Moribus ambiguum malor an ingenio.
Disticha composuit docto miranda parenti,
Qu礠claudunt gyro grandia sensa brevi.
Sola Venus poterat lento succurrere morbo;
Ne se pollueret, mauit ille mori.

La Duquesa mezcló en su discurso la mención de los dísticos de Miguel Verino con la de las sentencias catonianas, en que indicó el libro titulado Dísticos de Catón, destinados también a la instrucción de la juventud, dando pie para ello la analogía del argumento de ambas obras. De la última se habló en las notas al prólogo de la primera parte.
Algunos creyeron que Miguel Verino fue natural de la isla de Menorca. Don Nicolás Antonio lo calificó de equivocación en su Biblioteca Antigua (lib. C, cap. XIV); pero no ha faltado quien diga que nació en Menorca y se crió en Italia.




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N-2,33,28. Refrán antiguo que se lee así con mayor concisión y elegancia en la colección del Marqués de Santillana: so mala capa yace buen bebedor.





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N-2,33,29. Sancho, sin duda, pertenecía a aquella clase de enófilos que son poco escrupulosos en orden a aprovechar las ocasiones de librar a Baco. A la misma debió pertenecer un ingenio moderno, que dijo:

Si bene commemini, cause sunt jinque bibendi;
Hospitis adventus, pr祳ens sitis atque futura,
Et vini bonitas, et qu祬ibet alteru causa.
Otro tradujo:

Cinco, si bien me aseguro,
son las causas de beber:
si llega un huésped, tener
sed presente o de futuro,
si es el vino bueno y puro,
y otro motivo cualquier.




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N-2,33,30. Brindis significa la acción de brindar o convidar a beber: es el único nombre castellano que tiene la misma terminación en singular que en plural, y por consecuencia el único realmente indeclinable; no me ocurre otro que tenga la propiedad en nuestro idioma. Según Covarrubias, brindis es voz de origen tudesco.




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N-2,33,31. Como si dijera una limosna de vino, y no sin propiedad, porque la palabra eleemosyna, de donde se derivó limosna, significa en griego conmiseración o misericordia.




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N-2,33,32. Ocurrencia tan ridícula como inesperada, y por ambas consideraciones graciosa. No lo es menos la razón que para ello da Sancho, llamando al rucio lumbre de sus ojos; frase oriental como otras de nuestro idioma, expresión de entrañable cariño, que, aplicada a un borrico, no puede menos de hacer reír al lector más adusto; y lo mismo debe suceder cuando contestando a Sancho poco después la Duquesa, para ponderar lo que cuidará del regalo del rucio, dice que lo pondrá sobre las niñas de sus ojos.





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N-2,33,33. Que son las dos cosas que más suelen sentir las mujeres, como si estuviese en la mano de nadie elegir su figura o detener el curso irremediable del tiempo. Realmente Sancho se olvidó aquí de que había llamado vieja a doña Rodríguez cuando le dijo que no perdería la quínola de sus años por punto menos.





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N-2,33,34. Aquí atribuye Sancho a un hidalgo de su lugar lo mismo que después, en el capítulo XXXVI, atribuye a un boticario toledano. Probablemente el verdadero original de ambos era Cervantes, y suya la ojeriza a las dueñas que de ellos refiere Sancho. En la novela del Licenciado Vidriera habló también muy mal nuestro autor de las dueñas. En el QUIJOTE se repiten las mismas invectivas en cuantas ocasiones se presentan, hasta decir, como poco ha se dijo, que sería más propio destinar las dueñas a la caballeriza para pensar jumentos que a las salas para autorizarlas. Tanta animosidad e irritación en Cervantes indica algún incidente verdadero que quizá le dio origen.Don Francisco de Quevedo profesó a las dueñas igual afición que Cervantes, según lo mostró señaladamente en su opúsculo El Entremetido, la Dueña y el Soplón. En él empieza contando que sueltos estos tres personajes en la caldera de Pero Botero, revolvieron y llenaron de confusión el infierno; y concluye con un bando de Plutón en que amenaza a los diablos desobedientes con condenarlos a dueñas como a galeras.





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N-2,33,35. La Duquesa no proponía ninguna cosa extraordinaria y nunca vista; hartos asnos jubilados y jubilados asnos conocemos todos. Y no es lo peor que se les jubile, sino que se les envíe a los gobiernos, de lo que Sancho dice poco más abajo que había visto más de dos ejemplos: agudeza maliciosa de Sancho, que en la intención de Cervantes envolverla alusión a casos efectivos y prácticos que habría en aquel tiempo, como los habrá habido en los posteriores y acaso en los nuestros.

{{34}}Capítulo XXXIV. Que cuenta de la noticia que se tuvo de cómo se había de desencantar la sin par Dulcinea del Toboso, que es una de las aventuras más famosas deste libro


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N-2,34,1"> 4284.
No fue Don Quijote, sino Sancho, el que contó la aventura de la cueva de Montesinos, y la contó a la Duquesa, sin que se hallasen presentes el Duque ni Don Quijote, como puede verse en el capítulo anterior.
El encantamiento de Dulcinea, forjado por Sancho en su segunda embajada al Toboso para salvar las mentiras que había referido a su amo sobre la primera, preparó la aventura de la cueva de Montesinos, así como ésta preparó la del desencanto en el bosque de Pedrola. Para hacer esta última verisímil fue preciso engaitar antes a Sancho y hacerle creer como verdadero el encanto que él mismo había inventado. Así lo acaba de conseguir la ingeniosa travesura de la Duquesa; y de esta suerte quedó llano y desembarazado el campo para la presente aventura, la más pomposa y magnífica de todo el QUIJOTE, y en cuya descripción Cervantes lució las galas de su rica y fácil fantasía a par de las del lenguaje castellano para este género de composiciones. La transformación mágica de la heroína, que nació de los incidentes de la penitencia del héroe de Sierra Morena, viene enlazada con los que siguieron desde entonces, y continúa enlazándose con los restantes hasta el fin de la fábula, en cuyo último capítulo resuena todavía y se menciona el desencanto de Dulcinea.




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N-2,34,2. Estas palabras y las que siguen, relativas a Sancho, hubieron de intercalarse después de escrito el texto, que interrumpen y obscurecen, como se echa de ver suprimiéndolas. Tomaron (los Duques) motivo de la (aventura) que Don Quijote ya les había contado de la cueva de Montesinos para hacerle una que fuese famosa... Y así, habiendo dado orden a sus criados de todo lo que habían de hacer, de allí a seis días le llevaron a caza de montería. Pero introducidas las palabras notadas sin ajustarlas con las demás, el llevado a caza fue Sancho; y no era esto lo que quiso decirse.




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N-2,34,3. Rasgo propio del carácter codicioso de Sancho, tan bien descrito por Cervantes en esta y otras ocasiones.




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N-2,34,4. No liga bien esta expresión con la que había precedido, de allí a seis días le llevaron a caza de montería. Otra cosa fuera si en lugar de estas últimas palabras sólo se hubiera denotado el tiempo que medió entre el proyecto y la ejecución, pudiéndose decir entonces con naturalidad: Llegado, pues, el esperado día, etc.




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N-2,34,5. Obsequio que se hacía ordinariamente a las damas que iban a caballo. Así, en la Historia de Don Belianís de Grecia, se cuenta en una parte que el Príncipe Ariobarzano, al entrar en Colonia, llevaba de la rienda a la Princesa Claristea, hija del Emperador de Alemania Constancio; y en otra que el Príncipe don Galanio, caminando a Persépolis, llevaba del mismo modo a la Infanta Aurora, y don Brianel conocido entonces con el nombre de Caballero Venturoso, a la Infanta Persiana (Belianís, libro II, cap. I y lib. I, cap. XII). Según el libro del Caballero de la Cruz, el de Cupido llevaba de la rienda a su señora Cupidea desde una casa de placer a Constantinopla (libro I, caps. XXXII y XXXIV); y según el de Palmerín de Oliva, el día de Santa María de Agosto, en que el Emperador armó caballeros a su hijo Caniano y a otros donceles, Florendos llevó de la rienda a Griana, y en esta ocasión le declaró su amor (cap. I). En la Crónica de Don Florisel de Niquea, el Duque de Alfarza llevó de la rienda a Daraida, cuando ésta, sana ya de sus heridas, fue a ver al caballero a quien había vencido, y se estaba curando de las que le había hecho Daraida. Don Rogel de Grecia, yendo con la Infanta Leonida a probar la aventura del alto Roquedo, llevaba de la rienda a su palafrén, llevándole a él la lanza, y el yelmo los sabios Alquife y Urganda; y, finalmente, en la entrada triunfal en Constantinopla de los Príncipes del linaje de Amadís, que venían de la ínsula de Guindaya, se refiere que el Emperador Amadís de Grecia llevaba de la rienda a la Princesa Diana; y el Rey Amadís a la Reina Princesa Daraida; e don Florisel llevaba a la Reina Garaya; y don Arlanges de España llevaba a la Reina Oriana; Agesilao a la Princesa (Alastrajarea) su madre; don Floristán, Príncipe de Roma, llevaba a la muy hermosa Princesa Lucenia; el muy noble y esforzado caballero don Florarlán de Tracia llevaba a la hermosa Reina Lardenia (parte II, capítulos LII, LXXXVI y CLXVII). ---Don Juan Bowle cita muchos ejemplos, y pudieran añadirse muchos.
Los libros caballerescos copiaban, como era natural, las costumbres del tiempo en que se escribieron y del que acababa de precederles. El mismo Bowle pone algunos ejemplos. Los caballeros que llevaban de la rienda a los palafrenes de las damas las abrazarían para subirlas y bajarlas, como parece deducirse de la vehemencia con que Fray Hernando de Talavera, confesor de la Reina Católica Doña Isabel, reprendía en una carta a aquella Princesa el que en las fiestas de Barcelona del año 1492 se hubiese permitido a los caballeros franceses que concurrieron a ellas que cada uno llevase de la rienda el palafrén de la dama castellana que quisiese.




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N-2,34,6. Casi con las mismas palabras se habla de una cacería dispuesta por el Emperador don Belanio en la historia de su hijo don Belianís de Grecia, y en que este Príncipe llevó de la rienda el palafrén de su madre la Emperatriz Clarinda. De esta manera, se dice (lib. I, capítulo I), llegaron al bosque, en el cual dende a poco se comenzó la caza con tanto ruido de cocería, que unos a otros no se oían.





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N-2,34,7. Acaso alguno echará de menos en la descripción de esta cacería las armas de fuego; pero estaba prohibido cazar con ellas cuando se publicó la parte segunda del QUIJOTE, por una pragmática del año 1611. Levantóse la prohibición por otra del año 1617 y volvió a establecerse en parte por otra de 1622, que vedó el uso de perdigones, y sólo permitió tirar Con bala a la caza. Tal era la versatilidad de las disposiciones legales de aquella era. Hablóse de esto en las notas al capítulo XXXVII de la primera parte.




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N-2,34,8. Es evidente que debió el verbo estar en plural, como lo está el pusieron que sigue, diciéndose: Apeáronse asimismo el Duque y Don Quijote, y pusiéronse a sus lados (de la Duquesa). ---Poco después se lee y puesto en ala, donde sin duda debió estar y estaría en el manuscrito de Cervantes y puéstose en ala.





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N-2,34,9. No es inverosímil esta animosa resolución en una dama, puesto que en el mismo siglo de Cervantes se Cuenta de la Reina de Hungría, doña María de Austria, hermana del Emperador don Carlos, que ejercitaba la caza con tanto vigor como cualquiera del otro sexo. Gonzalo Argote de Molina, en su Discurso de la Montería, dice que alguna vez le sucedió reventar caballos en seguimiento de los venados, y en otra, alzando las puntas de las faldas y las mangas del jubón, sacó un cuchillo de monte de la cinta, y por sus manos abrió el ciervo y lo degolló, y le sacó las entrañas, y lo aderezó con tanta destreza, desenvoltura y arte como el más ejercitado montero.





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N-2,34,10. Antes se había dicho de Sancho, procurando subirse por una alta encina, no fue posible: fuera mejor decir no pudo, con lo cual se completara el sentido, que de otro modo queda al parecer pendiente. ---Al acabar el período se nota la repetición de la palabra suelo: fue muy fácil de evitar suprimiendo las últimas palabras, que no hacen falta para la claridad: Y al venir al suelo, se quedó en el aire asido de un gancho de la encina.




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N-2,34,11. Estas expresiones arguyen que Cide Hamete no sólo fue manchego, como se expresó en la primera parte, sino que también fue paisano y contemporáneo de Sancho. Esto envuelve nuevas contradicciones con la antigÜedad que se supone de la historia, y la mención de sucesos modernos; pero no es imposible que Cervantes quisiese designar en la persona de Cide Hamete algún morisco o tachado de ello que hubiese concurrido a los disgustos que experimentó en la Mancha, y acaso a alguno de los que formaron las relaciones topográficas del Toboso y la Argamasilla, ya citadas otras veces en estas notas. En ellas se mencionan los que tenían o gozaban el privilegio de hidalguía en ambos pueblos.




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N-2,34,12. Dudo mucho que el mirto, planta de nuestros climas meridionales, se dé en la parte de Aragón, donde se suponen los sucesos de la cacería. Dudo también de que la calidad de victorioso pueda aplicarse a despojos: ééstos pertenecen siempre a los vencidos. Se llaman con razón armas victoriosas la de los vencedores; pero nunca se dará este nombre a las que el vencedor recoge en el campo de batalla.




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N-2,34,13. Los libros caballerescos describen varias cazas de montería con asistencia de las damas, y entre ellas las que celebró el Rey de Inglaterra Altiseo, y refiere la crónica de Florambel de Lucea (lib. II, cap. XXXI). La relación contiene algunos puntos de semejanza con la cacería de Don Quijote y los Duques. Florambel llevaba de la rienda a la Infanta Graselinda, que iba bizarramente aderezada. Con mucho estruendo, se dice, de trompas y atabales y bocinas y otros instrumentos de montería salieron de palacio para la floresta, donde la caza estaba aparejada. Llegados que fueron, el Rey mandó repartir a todos aquellos caballeros por sus armadas. Y la Reina y las Infantas, con todas sus doncellas, se pusieron (junto con Florambel y su escudero Lelicio) a una falda de un cerro alto, de donde se parescía todo lo más de la floresta, y de allí se podía ver y gozar de toda la montería... Y luego se comenzó la vocería de los monteros, y el ladrido de los canes, y junto con esto la música de trompas y atabales y bocinas. Concluida la cacería, luego vino el Rey acompañado de todos aquellos preciados caballeros, los cuales traían mucha caza muerta, así de osos y venados como de jabalines y otros diversos animales de monte. Y porque no habían comido en todo el día, venían a comer con la Reina, porque muy altamente lo tenían aparejado allí en la floresta.





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N-2,34,14. Estuviera mejor la sintaxis diciendo: a quien yendo a caza de montería se le comió un oso. Fabila fue hijo y sucesor del Rey don Pelayo; los monumentos históricos de aquel tiempo cuentan que andando a caza fue muerto por un oso en el año 777 de la era de César, que equivale al 739 de Cristo. No fue la única persona real de España a quien costó la vida la afición a la caza; lo mismo le sucedió al Infante de León don Sancho Fernández, tío del Rey San Fernando, a quien un oso quitó la vida el año 1220 en Sierra Morena; y otro oso estuvo para quitársela al Rey don Dionís de Portugal. Don Juan I, Rey de Aragón, murió de una caída del caballo yendo a caza de lobos. Gonzalo Argote de Molina, en el Discurso de la Montería, cuenta algunos lances peligrosos en que se vio nuestro don Felipe I con dos jabalíes en los montes de Eras y Fuencarral, y con un oso en el del Pardo (capítulos XXI y XXV). Fuera de España, Godofre de Bullón, en su expedición a la Tierra Santa, antes de llegar a Antioquía, luchó con un oso que le mató el caballo y le hirió en una pierna (Guillermo de Tiro, libro II, cap. XVI, y la Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. XI). El Rey de Francia Felipe el Hermoso, murió cayendo del caballo en una caza de jabalíes.




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N-2,34,15. O se debió decir, es más conveniente para los Reyes y Príncipes que otro alguno, o suprimir las últimas palabras y decir sólo: es el más conveniente para los Reyes y Príncipes. Lo primero es lo que estaría probablemente en el original de Cervantes, a quien se hace agravio en conservar lo que debiera imputarle únicamente al impresor.




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N-2,34,16. La ley XX del título y de la Partida I, trata de cómo el Rey debe ser mañoso en cazar;, Y dadas algunas razones de ello, por ende, se dice, los antiguos tovieron que conviene esto mucho a los Reyes más que a los hombres; y esto por tres razones: la primera, por alongar su vida e su salud…… e redrar de sí los cuidados e los pesares; la segunda, porque la caza es arte y sabidoría de guerrear y de vencer, de lo que deben los Reyes ser mucho sabidores; la tercera, porque más abondadamente la pueden mantener los Reyes que los otros hombres.
Entre los antiguos, Jenofonte escribió un opúsculo sobre la caza, donde recomienda su ejercicio por el provecho que trae a sus aficionados, pues les acarrea sanidad para el cuerpo, y los enseña y ensaya para la guerra. (Traducción del Secretario Diego Gracián.)
El Rey de Castilla don Alfonso Xl, el que ganó la batalla del Salado, mandó escribir un libro extenso sobre la montería, en cuya introducción se repiten varias de las reflexiones de la citada ley de Partida, y se da la preferencia a la caza de montería sobre la de cetrería.
Juan Mateos, ballestero del Rey don Felipe IV, publicó el año de 1643 un libro del origen y dignidad de la caza, donde no parece sino que se propuso explicar las ideas de este pasaje del QUIJOTE, cuando dijo en el prólogo: Con razón es llamada la caza viva imagen de la guerra.. En ella se aprende el sufrir los incendios del verano y las nieves y hielos del invierno; acostúmbrase al manejo del caballo, haciendo que su coraje obedezca la ley del hierro en el freno: ensénase el brazo a vibrar lanzas, a ensangrentar puñales, áá buscar con la mira del arcabuz la seña distante, a tratar sin horror los despeñaderos y los vados... informa la noticia de ardides, emboscadas y lazos, a estrenar los ojos en las heridas para que no las extrañen…… Y de todos los Reyes y Emperadores se puede afirmar con verdad fueron aficionados a la caza…… En nuestra España los esclarecidos Reyes que han reinado en ella, no sólo han seguido la montería, mas hubo Rey que juzgó ocupación decente a la Majestad escribir libro y arte de montería. En Italia, Flandes, Francia y Alemania, muy sabido es el crédito que la caza tiene entre los Príncipes y señores.
A las demás razones que recomiendan la caza de montería, añadió el Duque que lo mejor que tiene es que su ejercicio no es para todos, como lo es el de otros géneros de caza; razón mezquina, hija de la vanidad y de la envidia, fundar el deleite en que otros no alcancen a tenerlo. El placer común debe aumentar al particular; una persona de buen corazón preferirá siempre estar alegre entre alegres, a estar alegre entre tristes o indiferentes.




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N-2,34,17. Alude Sancho al refrán: la mujer honrada la pierna quebrada y en casa, aplicándolo, y no sin oportunidad, a los gobernadores; porque como dice más abajo, la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores.
El Duque, después de elogiar la caza, aconsejaba su ejercicio a Sancho para cuando fuese gobernador; y Sancho en su estilo casero, pero sesudo, le contestaba manifestando los inconvenientes de la afición a la caza en los que gobiernan; inconvenientes que no omitió la ley de Partida arriba citada, cuando después de recomendar la caza al Rey, como ya vimos, añade: pero con todo esto, no debe hi meter tanta costa, porque mengÜe en lo que ha complir, ni otrosí non debe tanto usar della que le embargue los otros fechos que ha de facer. El los Reyes que de otra guisa usasen de la caza... mostrarse hien por desentendudos... et el alegría que della recibieren por fuerza se les habría de tomar en pesar, ande les vernien grandes enfermedades en lugar de salud; el demás hubrie Dios de tornar dellos venganza con grant derecho, porque usaron coma non debien de las cosas que él fizo en este mundo.





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N-2,34,18. Juego de naipes conocido ya en Castilla a principios del siglo XVI, puesto que el Obispo de Mondoñedo, don Antonio de Guevara, en su libro Menosprecio de la (′′arte (cap. V) cuenta como uno de los privilegios de la aldea, que en ella hay tiempo para todo, y entre otras cosas para jugar un rato al triunfo. Al cabo de un siglo Cristóbal Suárez de Figueroa en su Plaza universal, impresa el mismo año que la segunda parte del QUIJOTE (1615), cuenta el triunfo entre los demás juegos de naipes que se Conocían en su tiempo (discurso 66). Por el mismo tiempo don Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro (artículo Triunfo), hizo mención del mismo juego; ahora le llaman burro: juego insipidísimo, a que la calidad del envite puede dar algo de interés.




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N-2,34,19. No se expresa quién habla: por lo que antecede debía ser el Duque.




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N-2,34,20. Hablándose de moler, es claro que los refranes se consideraron metafóricamente como piedras de molino, entre las cuales se habían de moler las almas, como en las materiales se muele el trigo. Entre los refranes citados por Sancho hay dos: Más vale al que Dios ayuda que el que mucho madruga, y tripas llevan pies, que no pies tripas. El primero indica que importan mas los auxilios de Dios que las diligencias humanas; el otro significa que la fatiga, especialmente la del caminante, no se puede soportar sin el competente alimento. Don Quijote había dicho en el capítulo I de la primera parte, que el trabajo y peso de las armas no se podía llevar sin el gobierno de las tripas. Ambos refranes que están estropeados en todas las ediciones, se han restablecido en la presente. En el capítulo XLVI de esta segunda parte decía Sancho: Si es que hemos de estar prontos para estas batallas que nos amenazan, menester será estor bien mantenidos, porque tripas llevan corazón, que no corazón tripas.




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N-2,34,21. Fernán Núñez de Guzmán fijé llamado el Pinziano por Valladolid, su patria, el Comendador porque lo era de la Orden de Santiago, y Griego por su doctrina en la lengua griega, que enseñó primero en Alcalá y después en Salamanca. Juntó una numerosa colección de refranes, que se imprimió después de su muerte, acaecida en el año de 1553. De otras colecciones de refranes castellanos se dio noticia en las notas al capítulo XI de la primera parte.
El Padre Sarmiento, en sus Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles, dice que los refranes del Comendador Griego pasan de seis mil: podrá verificarlo el curioso que tenga la paciencia que yo no tengo.




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N-2,34,22. ¿Para qué esta requisa de paranzas y puestos, si no habían de cazar al otro día y se habían de restituir al amanecer al castillo?. ---Añádese en el mismo período que la estación era la mitad del verano, lo cual no se ajusta Con el plan cronológico de don Vicente de los Ríos, según el cual la cacería fue el 29 de octubre; pero el otoño no era estación tan a propósito para la aventura que se describe, y esto fue lo único en que pensó Cervantes.




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N-2,34,23. No son instrumentos bélicos de los moros, como pudiera ocurrir, sino aclamaciones o preces para animarse al combate invocando el favor de Dios o de Alá, como ellos dicen, y de aquí el nombre de lelilíes. Es el Santiago y cierra España de los castellanos.




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N-2,34,24. Supónese que el espanto de los sabedores de la burla era como el pasmo del Duque y la suspensión de la Duquesa, todo fingido para completar la ilusión del pobre hidalgo. El lenguaje de este período es propio y rápido.




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N-2,34,25. Coger el silencio a los que temen ya se entiende; pero no el coger un postillón a los que no huyen ni se mueven.
En lo del hueco y desmesurado cuerno sobra ciertamente el hueco... Pero esto es ya quizá demasiado rigor.




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N-2,34,26. En el progreso de la aventura no se presentan sino cuatro encantadores: Lirgandeo, Alquife, Arcalaus y Merlín. El postillón era un pobre diablo que se pasaba de largo sin reparar en Don Quijote, y equivocaba el número de los encantadores. O digamos más bien que era un embustero y mentía de propósito, como lo hizo asimismo en anunciar la venida del gallardo francés Montesinos, que no venía en la comparsa, por lo cual en el capítulo siguiente Merlín le llamó ignorante y grandísimo bellaco.




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N-2,34,27. No se expresa quién es el que habla con el postillón diablo: debió ser el Duque, que era quien le había hablado antes, y viéndole distraído quería llamarle la atención, y advertirle que allí estaba Don Quijote.




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N-2,34,28. Semejante expresión en boca del diablo es saladísima y digna del autor del QUIJOTE, lo mismo que las palabras que siguen de Sancho: Sin duda que este demonio debe de ser hombre de bien y buen cristiano, porque a no serlo no jurara en Dios y en mí conciencia. Quizá sugirió a Cervantes esta fórmula de juramento aquel pasaje de la tragicomedia de Calixto y Melibea, cuando la hechicera y alcahueta Celestina atestiguaba en Dios y en su conciencia lo que estaba diciendo a Parmeno en el acto VI.
Puede creerse que en el presente pasaje quiso también Cervantes tildar a los hipócritas que, con el lenguaje de la propiedad y hablando siempre de religión, abrigan un corazón corrompido y diabólico. Género de peste que abundaba en aquel siglo, y que no falta en el nuestro.




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N-2,34,29. Ya no es propio hablar así de Sancho después de lo referido en el capítulo XXXII y confirmado al principio del XXXIV, acerca de que había llegado a creer como verdad infalible que Dulcinea estaba encantada.
En ver debiera ser por ver, como requiere el uso y aun la analogía con lo que sigue en este mismo período, donde se dice que se renovó la admiración en Don Quijote por no poder asegurarle, etc. Acaso fue error de la imprenta.




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N-2,34,30. Meteoro frecuente, en que inflamadas algunas materias de las que nadan en la atmósfera por alguna corriente de electricidad, o por otras causas, propagan rápidamente la inflamación mientras hallan materia susceptible de ella.
El verbo castellano parecer tiene cuatro acepciones: 1ªª.Hacerse juicio, y entonces suele tener forma impersonal, porque el sujeto es, no un hombre, sino una frase, como en el capítulo XLI de esta segunda parte: Parecióle a Don Quijote que cualquiera cosa que replicase... sería poner en detrimento su valentía. 2ªª. Presentarse a la vista, como en el capítulo XX de la primera parte: Hace la noche tan escura, que no parece en todo el cielo estrella alguna. 3ªª. Encontrarse lo perdido, como en el capítulo II de la parte segunda: Se le hurtaron (háblase del rucio), y de allí a poco le vemos a caballo sobre el mismo jumento sin haber parecido. Y 4ªª. Ser semejante, como en la segunda parte, capítulo XIV: Aunque parecéis el bachiller Sansón Carrasco, no lo sois, sino otro que le parece. A esta última pertenece el parecer del texto.




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N-2,34,31. Pudieran excusarse las últimas palabras, porque lo que no hay no huye.




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N-2,34,32. Con razón se admira la habilidad y maestría con que Cervantes, mezclando en la relación de esta aventura los donaires de Sancho con la descripción de circunstancias en que brilla la pompa y armonía del lenguaje, forma un cuadro encantador en que alternan sin romper la unidad conveniente las pinceladas festivas con las graves. Sin perjuicio de esto, el lector delicado encuentra una u otra incorrección, como cuando se dijo arriba: Añadióse a toda esta tempestad otra que las aumentó todas, donde el desaliño de la expresión acompaña a la poca limpieza de las ideas. Después se lee que el corazón de Sancho vino a tierra, y dio con él, desmayado, en las faldas de la Duquesa; y no fue el corazón el que dio con Sancho desmayado en las faldas de la Duquesa, sino el miedo, al cual no conviene el nombre de corazón, que más bien significa valentía.





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N-2,34,33. Don Vicente de los Ríos, hablando del estilo del QUIJOTE, notó ya la propiedad y armonía con que se pinta el carro de las rechinantes ruedas, tirado de cuatro perezosos bueyes, que no parece sino que se oyen las ruedas y se ve el lento moverse de los bueyes. Puede añadirse que Cervantes, con su acostumbrada originalidad, opuso a la ligereza con que en la historia caballeresca suelen caminar los encantadores o en nubes o en carros tirados de dragones, la pesadez de la marcha de los encantadores aragoneses.




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N-2,34,34. Lirgandeo, primer encantador de la presente aventura, hijo tercero de Orixerxes, Rey de Persia y Soldán de Babilonia. Fue señor de la ínsula Rubia, que es en el mar Bermejo.. Desde niño fue muy estudioso y dado al arte mágica, en la cual salió tan sabio, que en su tiempo no hubo quien se le igualase, y la mayor parte del tiempo vivió en aquella su ínsula; por ser muy aparejada para su arte y estudio (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, libro I, cap. XV).
Lirgandeo profesaba por su nacimiento el paganismo; después se convirtió a la fe cristiana. Fue maestro y cronista del caballero del Febo, en cuya historia se hace de él frecuente mención. Tenía gran concepto de su sabiduría y poder Don Quijote, puesto que lo llamaba en su auxilio cuando atado por la muñeca pendía del agujero del pajar, por la travesura de Maritornes, según se contó en el capítulo XLII de la primera parte.
Pasó el carro adelante, etc. Suena materialmente que el carro fue el que pasó sin hablar más palabra. ¿¿Sería chiste de Cervantes? Así pudiera sospecharse a no ser por el monosílabo más, cuya presencia indica que el silencio debe atribuirse a quien se atribuyeron las palabras anteriores. Fuera preferible que se hubiesen escrito en el texto: Yo soy el sabio Lirgardeo; y sin hablar más palabra pasó el carro adelante.





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N-2,34,35. Alquife, sabio de gran fama, gran mágico sobre todos los de su tiempo (Amadís de Grecia, parte I, cap. XXIX), padre de la doncella Alquifa, era cristiano de profesión, como él mismo lo decía a Amadís de Grecia, según se cuenta en la historia de este caballero (parte I, cap. VII). Concurrió disfrazado a las justas de Fenusa, celebradas por el Rey Amadís, descubriéndose al fin de ellas, y celebrando todos su venida. Concluidas las justas, casó en segundas nupcias con Urganda la Desconocida, a quien con este motivo besó la mano la doncella Alqufa (Lisuarte, caps. LXX VI y LXXXVII).
Este encantador se cuenta entre los escritores de la biblioteca caballeresca. A él se atribuyó la historia de Amadís de Grecia, el caballero de la Ardiente Espada, descendiente de Amadís de Gaula, y a esto alude el pasaje del licenciado Fernández de Avellaneda, cuando refiere en su Quijote que don álvaro Tarfe, fingiéndose el sabio Fristón, decía a nuestro hidalgo con voz hueca y arrogante: Caballero desamorado de la infanta Dulcinea…… por cuyos desdenes hiciste tan áspera penitencia en Sierramorena, como se cuenta en no sé qué anales que andan por ahí en humilde idioma escritos de mano por no sé qué Alquife, ¿eres ni por Ventura Don Quijote de la Mancha? (Avellaneda, cap. XXXI).
De Urganda la Desconocida y del motivo de este sobrenombre se dio alguna noticia en otros lugares (parta I, p. VI, caps. V, XXXI y XLII). Esta maga hace un papel muy principal en la historia de Amadís de Gaula, del cual y de su familia fue gran protectora. Llamábase Urganda la Desconocida porque muchas veces se transformaba y desconocía (Amadís de Gaula, lib. I, cap. XI, fol. 22). Siendo Amadís caballero novel, y llamándose el Doncel del Mar, le dio Urganda una lanza (cap. V), con que hizo maravillas. Anunció varias veces los sucesos de Amadís (cap. LVI). Hizo varios prodigios que se refieren en diferentes parajes de aquella historia (véase la nota, parte I, capítulo VI, pag. 160). Dio a Amadís y a Oriana dos anillos que precavían de encantos (capítulo CXXVI). Y dijo allí en la junta de Reyes y caballeros que todo lo que hacía y haría por Amadís lo hacía de agradecida por haber éste rescatado a un caballero que estaba preso en el castillo de la Calzada, cuando Amadís armó caballero a don Galaor, su hermano, sin conocerlo (Amadís de Gaula, cap. Xl). En su gran nao o fusta, que tenía figura de serpiente, se armó caballero al doncel Esplandián, hijo de Amadís, al cual se llevó Urganda por encantamento (cap. CXXXII), y por aquí concluye el libro IV y último de la historia de Amadís de Gaula.
El Rey Lisuarte con Esplandián, Sargil su escudero y el maestro Elisabad, fueron llevados por arte de Urganda en la fusta de la Gran Serpiente sin haber quién la gobernase, y en veinte días navegaron desde tierra de Persia hasta la ínsula Firme (Sergas, cap. XXII).
Una espantable fusta que en forma de sierpe parece... la gran fusta de la Serpiente, dice la doncella Carmela en sus discursos a la Infanta Leonorina y al Emperador de Constantinopla, su padre, en las Sergas de Esplandián (capítulo XXXVI). Háblase también de esta maravillosa serpiente en los capítulos XLV, XLVI, L, LIV, LVI, CXVII, et alibi passim.
Habiéndose presentado la gran fusta en el puerto de Constantinopla llevando a Esplandián, Elisabad y sus compañeros, con su vista toda la ciudad fue movida, saliendo las gentes, así hombres como mujeres, a la mirar encima de las altas torres y muros, teniéndola por la más extraña y espantable cola que nunca oyeron ni vieron…… (Esplandián, cap. XLIX). Veían la gran serpiente andar a todas partes con tan gran braveza crugendo las alas, hiriendo de la cola en el agua, lanzando las gorgozadas por la garganta, y el humo negro muy espeso por las narices, que no parecía sino que toda la tormenta allí venía junta. Gastiles, el sobrino del Emperador que allí estaba, dijo: esta es la gran fusta en que anda Esplandián (Ibídem).
Navegando éste por oculta disposición de Urganda en un batel con un mudo, fue llevado al castillo donde estaba preso el Rey Lisuarte su abuelo, a quien libró después de muchos combates en que mató tres gigantes que lo guardaban (Sergas, cap. VI).
En varias notas de este Comentario se ha hablado de la protección de Urganda y Alquife, su marido, a la familia de Amadís de que se hallan muchas pruebas en Amadís de Grecia y en don Florisel de Niquea. En la tercera parte de éste se lee que en Constantinopla dieron a comer a Amadís y su parentela una conserva que tenía del fruto del árbol de la vida, que Dios puso en el paraíso terrenal, la cual estos sabios pudieron haber por sus artes, con lo cual, al llegar a la vejez se les alargaba otros cien años de vida, conservando la frescura que tenían a los treinta, y extendiéndose este privilegio a los maridos y mujeres de los que casasen con personas del linaje de Amadís de Grecia. Así se lee en la tercera parte de don Florisel (cap. XXXV), y tales eran los partos de La desvariada imaginación de Feliciano de Silva, su autor.
Urganda la Desconocida profetizó a don Gandales, ayo de Amadís, que este niño, entonces de tres años, sería la flor de los caballeros de su tiempo (Amadís, lib. I, cap. I, fol. 7).
En la tercera parte de Tirante (pág. 371 de la traducción de Cailús) se califica a Urganda la Desconocida de hermana del Rey Artús, y aun de Reina, y se dice que anduvo buscándole cuatro años, al cabo de los cuales le halló encantado en una jaula de plata en el palacio del Emperador de Constantinopla. El Emperador no sabía quien era; sólo dijo que el caballero tenía una espada, a la que llamó Sealibor, que parecía muy buena. En ella leía Artús todo lo que pasaba entre los hombres.
Sobre el encantamento de Artús hay nota en la primera parte (cap. XII).
Vese por esto que también las hembras profesaban el arte mágica. Son innumerables las magas y sabias de los libros caballerescos. El tipo de todas era Medea. Hallándose Urganda y Melisa en una cacería cerca de Constantinopla, de resultas de una notable contienda que ambas tuvieron, hizo ésta un encantamiento, mediante el cual se llevó presa por los aires a Urganda en un carro tirado de dragones hasta la capital de Persia, donde la puso encerrada en una fuerte torre (Esplandián, caps. CXX y CXXI).
La reina Halabra, mujer del gran Tamerlán de Persia, mágica en la historia del Caballero del Cisne (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, capítulos CLXV y siguientes), enemiga de cristianos, supo por astrología de Godofre de Bullón y sus hermanos, y que sería Rey de Jerusalén. Era vieja, y la tenían los moros como por profeta (cap. CLXVI, lib. I).
En el libro I (cap. LXXI) se cuenta que por una revelación conoció la verdad de la ley de Cristo y renunció la de Mahoma.
Guillermo de Tiro nombra al Rey moro Corbagath, pero no a su madre, ni hace mención de ésta ni de hechizos. Todo se intercaló en la Gran Conquista de Ultramar.
Vuélvese a hablar en ella de Halabra (libro I, cap. CCXVI y siguientes).
La fada o maga Filtrorana, figura en la Angélica de Luis Barahona de Soto (canto 1E°, folio 4), donde también se menciona a la sabia Urganda (Ib., fol. 7).
Canidia, grande mágica y hechicera en el canto VI, recuerda la de Horacio con este mismo nombre.
La fada Gleoricia vivía en una isla en un magnífico palacio (Ib., canto 7E°, fol. 141).

Por orden de Gleoricia lo labraron
Demonios una noche ciento a ciento.

Allí desembarcó Zenagrio.
La mágica Mitilene, en la Angélica de Lope (cantos 6E° y 9E°, et alibi) favorece a Nereida para que Medoro ame a ésta con perjuicio de Angélica.
La maga Eutropa era hermana del gigante Franarque (Palmerín, parte I, cap. I).
En "Olivante" se nombra a Cirrea, Ipermea, etc.
Se nombra con frecuencia a la maga Dragosina, amiga de Esferamundi, en la segunda parte de Esferamundi.Urganda y Alquife figuran también en esta obra (parte I, cap. XXI).
La hermosa maga Belladina se enamoró de Polismán dormido (Polismán, cap. XLI) y se le presentó en forma de sin viejo peregrino (Ibídem). Después recobró su verdadera forma (capítulo XLI). Luego se transformó en un caballo viejo, y se llevó por el aire a Polismán a Cartago.
Un diablo cuenta a Malgesi en Ariosto (canto 42, est. 38) de Angélica:

Che a un giovan African si donó in tutto;
e come poi lasciato avea il terreno
tutto d′′Europa, èè per l′′instabil flutto
Verso India scioeto avea de liti hispani
Sull′′ audaci galee de catalani.

En Olivante se hace frecuente mención de la maga Cerisa.
Los antiguos atribuyeron la magia con preferencia a las hembras, tales como Medea y Circe, la Pitonisa, la Sacerdotisa de Delfos y las Sibilas. Tácito, hablando de los germanos, dice que atribuyeron a las hembras algo de divino.
Ea virgo (Veleda) nationis Brunetera礬 latèè imperitabat, vetere apud Germanos more, quo plerasque f祭inarum fatidicas, et augescente superstitione arbitrabantur Deas (Tácito. Historia, lib. IV, cap. LXI).
Los enviados de la Colonia Agripina con regalos para Veleda, no llegaron a verla. Arcebantur aspectu, quo venerationis plus inesset. Ipsa edita in turre: delectus èè propinquis, consulta responsaque, ut internuntius numinis portabat (Tácito, Hist., lib. IV, cap. LXV).
Justo Lipsio, en una nota copia un pasaje de Dion, que dice: Gáuna virgo post Veledam in Germania divina et vates. Veleda floreció en tiempo de Vespasiano, y Gauna en el de Domiciano. Ambas estuvieron en Roma, según Brotier en la nota al capítulo VII de moribus Germanorum.
Hablando de las doncellas nobles, dice Tácito: Inesse quin etiam sanctum aliquid et providum putant; nec aut consilia earum aspenantur aut responsa negligunt (De mor Germ).
Plutarco (De molierum virtutibus) dice que los celtas (así llama a los germanos) consultaban con las mujeres los asuntos públicos, tanto acerca de la paz como de la guerra; especialmente para la conciliación de las discordias entre los aliados.
En España había también puellas fatídicas, como se ve por Suetonio en Galba (capítulo IX). Cita dos, una de las cuales precedió doscientos años a la otra, que existió en tiempo de Galba.
Desde Medea y Circe hasta la madre Celestina los embustes han sido los mismos, y unas mismas las ridículas ceremonias de sus encantos y hechizos, como se ve por las descripciones de los libros antiguos comparadas con las de los modernos. El jesuita Martín del Río gastó una erudición inmensa en apurar cuanto se ha dicho y escrito sobre magia, y no siempre se mostró exento y limpio de preocupaciones.
Virgilio describió estas ceremonias en la égloga VII, y los hechizos del pastor Alfesibeo para traer de la ciudad a Dafnis.




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N-2,34,36. Continente equivale aquí a tener; la raíz es la misma.




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N-2,34,37. Bastaría haber dicho y levantándose, puesto que acababa de decirse que venía sentado.




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N-2,34,38. Arcalaus, señor del castillo de Valderín, tenía presos a muchos caballeros, dueñas y doncellas. Allí encantó a Amadís (capítulo XVII; pero recobrado éste por el contraencanto de una doncella mientras Arcalaus se había ausentado, libró a los presos y presas (capítulo XIX). Después con tus trazas se apoderó de Oriana, y por traición de la persona Rey Lisuarte, padre de ésta (cap. XXXIV). Amadís libertó a Oriana (cap. XXXV), y don Galaor a Lisuarte (cap. XXXVI). Después con el nombre de Beltenebrós, combatió con Arcalaus, a quien derribó parte de la mano, de que no le quedó sino el dedo pulgar, y Arcalaus huyó (cap. LVI). Cuando el Rey Perión y sus hijos Amadís y Florestán, después de haber auxiliado sin ser conocidos al Rey Lisuarte en la batalla contra los siete Reyes, se embarcaron para Gaula, habiendo aportado a una costa, fueron obsequiados y engañados por una doncella que les condujo a un castillo cercano, donde les agasajó con cena y músicas. Acostáronse en una suntuosa cámara suspendida por medio de un husillo de hierro, y al despertar se hallaron debajo de tierra veinte codos. Todo fue engaño de Arcalaus. La doncella, sobrina de éste, se fingía muda y se llamaba Dinarda. Arcalaus se asomó por lo alto, y les amenazó de muerte. Mas ella, compadecida de Amadís, les socorrió. Debajo estaban, acaso presos, Gandalín el enano y Orfeo, repostero del Rey Perión, con otros, y levantaron la cámara con la palanca, valiéndose de la cual Perión y sus hijos rompieron la puerta y se apoderaron del castillo, retrayéndose Arcalaus desnudo a una torre, donde estuvo próximo a perecer a causa del fuego que el Rey Perión mandó poner a las casas que había dentro del castillo, y cuyas llamas llegaban a la torre (capítulo LXIX). En seguida cayó Arcalaus en manos de don Galaor y Norandel, que no le conocieron porque les engañó, y pudo así escaparse (Ibídem). Luego fue preso en el asalto de Lubiana por el Rey Lisuarte (cap. CX VI). Urganda aconsejó que no le matasen, sino que le pusiesen en una jaula de hierro donde todos le viesen, y muriese muchas veces (cap. CXXVI). Después de estar algún tiempo en la jaula, su mujer le libró, comprometiendo a Amadís, que no la conocía, a que le diese palabra de hacer que se le restituyese su marido (capítulo CXXX, fols. 288 y sigs.).
Arcalaus fue muerto por Esplandián. Se dice como cosa pasada anteriormente, en las Sergas (capítulos XXIV y XXXVI).
El Rey Amadís casó a Gandalín con la doncella de Denamarca y haciéndole Conde, le dio los castillos y tierras que de Arcalaus el encantador habían quedado. Y él fue llamado Conde y ella Condesa, que así sus grandes servicios y lealtad lo merecían (Esplandián, capítulo CXL. ---Así Bowle en la nota ál cap. XX de la primera parte).
Arcalaus y Angriote eran nombre que se deban comúnmente en Francia a los perros, según Argote (Discurso de la Montería, capítulo XIX).
Don Lorenzo Suárez de Figueroa, Maestre de Santiago, tuvo un perro llamado Amadís, en cuya memoria mandó poner uno de alabastro a los pies de su sepulcro en Santiago de Sevilla, con una letra en el argolla que dice: "Amad Amadís" (Ibídem).




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N-2,34,39. A la manera que al partir de la isla Encubierta el castillo encantado del sabio Artubro, después de grandísimo estruendo, y acabada la furia de los truenos, sonó dentro en el castillo la más suave música que podía ser en el mundo (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo XXI).




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N-2,34,40. Debía irse de más a menos, y no al contrario; porque después de decir que no se apartaba un punto, es una insulsa frialdad decir que no se apartaba un paso.


{{35}}Capítulo XXXV. Donde se prosigue la noticia que tuvo don Quijote del desencanto de Dulcinea, con otros admirables sucesos


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N-2,35,1"> 4324.
Así se llama según el Diccionario de Juan Hidalgo el que sacan a la vergÜenza. Es voz de la germanía.




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N-2,35,2. Parece que Cervantes, en la invención y aparato de esta aventura, tuvo presente la que se describe en la historia del Caballero del Febo (parte I, lib. I, cap. XXI), del carro triunfal de cien pies de largo y quince de ancho, tirado de doce unicornios blancos así como la nieve, en cada uno de los cuales venía un enano con su azote para guiarlos. Al carro precedía una tropa de doncellas riquísimamente ataviadas, a caballo sobre sendos unicornios, y después otra de doce gigantes a pie. Venían en el carro dos asientos labrados a maravilla, en el uno la hermosa Infanta Lindabrides, vestida de una ropa de tela de oro. Al lado de ella venía a sentado en otra silla un caballero armado de extrañas armas, que era el Príncipe Meridián; y a sus pies y a los de Claridiana iban seis doncellas, todas vestidas de plata y labores de oro, con laúdes en las manos, haciendo dulce y acordada música. De esta manera pasó el triunfante carro por delante del Caballero del Febo, entre el cual y Meridián y Lindabrides pasaron los razonamientos y sucesos que allí se cuentan.




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N-2,35,3. Encima es adverbio y debiera ser nombre, como lo pide el régimen del verbo ocupar, que es activo. Por lo demás, ocupar el encima del carro no está bien dicho. ---Albos es voz puramente latina.




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N-2,35,4. Anomalía de lengua castellana, en que también se dice platero de oro.
Ya Covarrubias dice que platero es el oficial que labra la plata y el oro. Esta argentería será lo que se llama ahora bricho o lantejuelas.
Al platero se llamó antiguamente Orífice, Aurifice Aurifabrista, según el Diccionario de la Academia. Orífice corresponde al Orfèèvre francés, y uno y otro proceden de las palabras Aurifaber o ex auro faber. Orespe ni platero se dice en la ley I, tít. X, lib. IX de la Novísima Recopilación, dada por don Juan I en el año de 1435, y reiterada por don Fernando y doña Isabel en el de 1476. Convendría que se hubiesen conservado estas distintas denominaciones.
Don José Pellicer, en sus lecciones al Polifemo de Góngora, dice que argentar de plata es frase provincial, y sólo usada en la Andalucía, donde argentar sirve al oro y plata y se dice argentar de oro y argentar de plata, y esto es más frecuente en los borceguíes de Córdoba (col. 35).




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N-2,35,5. Es tafetán, cono lo prueba Ducange en las notas a la primera parte de las Memorias del señor de Joinville.
Covarrubias en el artículo Cendal dice que es tela de seda o lino.
Esta descripción que hace Cervantes del traje de Dulcinea recuerda el de la ninfa Calíope de su Galatea (lib. VI), que mostraba estar vestida de una rica y sutil tela de plata……. sobre la cual traía otra vestidura de verde y delicado cendal, etc.




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N-2,35,6. Los del cendal, no los del rostro, como exigía rigurosamente el régimen de la frase.




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N-2,35,7. En el Diccionario de Autoridades se dice que es vestido largo, anchuroso, espléndido. Debe ser el que arrastra, o talar; mas no encuentro su origen. Covarrubias lo debió entender así cuando dijo: Hay un proverbio que dice: lo que arrastra honra; hase de entender que las ropas rozagantes y que llegaban al suelo, antiguamente las traían los leyes y personajes muy graves; y por vestido honroso se da a los clérigos que no puedan traer vestido que no llegue por lo menos al tobillo, etc. (Tesoro de la lengua castellana, art. Arrastrar).
A este propósito dice Colmenares (Idem, artículo Gramalla): Gramalla es una ropa rozagante, de grana o tercipoelo carmesí, con ciertas insignias de oro, la cual en la corona de Aragón traen los Jurados, que son las justicias y cabezas de las repúblicas.
Ropas largas con mangas en punta, que nombra
Gramallas, de terciopelo morado (Colmenares, Historia de Segovia, cap. XLIV, párrafo 5E°).
El Rey don Juan el I, queriendo manifestar su aprecio a Micar Jaques de Lalain, que había traído una empresa a su corte y había combatido sobre ella con Diego de Guzmán, otro día después de las armas le envió una ropa rozagante suya de muy rico brocado carmesí forrada de cebellinas, e un caballo de la brida, muy grande e muy hermosa.
En Olivante de Laura se dice (lib. I, capítulo XIV): Venía el jayán Buciferno con una ropa rozagante de tela oro aforrada en brocado pelo, toda acuchillada, tomados los golpes con unos torzales de oro y seda azul, de manera que lo más del brocado se descubría……. la ropa le tomaba hasta los pies. Y en el mismo capítulo se mencionan las ropas rozagantes de terciopelo carmesí forrado en armiños, y trabados con cordones de oro y seda verde, que llevaban los caballeros del jayán. Y en el romance del Conde Dirlos (Cancionero de Amberes) se lee:




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N-2,35,8. Hácese mención en esta aventura de cornetas, trompetas, clarines, tambores, pífanos, cuerno, bocinas, lililíes moriscos, todos instrumentos músicos militares. En las crónicas antiguas castellanas se nombran éstos y otros, como atabales, trompetas, bastardas, sacabuches, etc. Los instrumentos de viento se llamaban en general menistriles o ministriles, y el mismo nombre se daba a los músicos que los tocaban poco ha entre los demás aparatos de algunos Ayuntamientos o Cuerpos municipales de ciudades antiguas y principales de Castilla.
A la música de instrumentos militares que había precedido a la aparición de Dulcinea, y de que se habló en el capítulo anterior, opone Cervantes la de las chirimías, como suave y propia de funciones urbanas y pacificas. En los libros caballerescos se nombran frecuentemente entre los instrumentos de esta última clase los de cuerdas, como el laúd y el arpa. En la aventura de la resurrección de Altisidora se mencionan también flautas, arpo y chirimías, como se verá en el capítulo LXIX de esta segunda parte: nuestros libros de la Edad Media mencionan otros. El autor del Poema de Alejandro, describiendo la entrada de este Príncipe en Babilonia, nombra los instrumentos músicos de sus habitantes (página 197): la sinfonía, arba, giga, rota, albogues, salterio, cítola, cedra y viola, Arba, será arpa, cítola fístula o flauta, cedra, citara. Todavía es más numerosa la lista de los instrumentos que nombra el Arcipreste de Hita al describir el recibimiento que hicieron a don Amor: Clérigos, e legos, e flaires, e monjas, e dueñas, atambores, guitarra morisca y latina, laúd, rabel, orabín, salterio, vihuela de pluma y de arco, caño y medio caño, arpa, galipe, roto, tamborete, panderete, sonajas de azofar, órgano, adedura, dulcema, exabega, algogón, cinfonía, baldosa, odrecillo, mandurria, trompas, añafiles, atambales; tantos son los instrumentos que solemnizaron el recibo de don Amor (pág. 199, coplas 1206 y siguientes). Cinfonía será zampoña; dulcema, dulzaina; odrecillo, gaita gallega; arabín, acaso octavin, especie de pífano.




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N-2,35,9. En el capítulo anterior se notó igual expresión respecto de Arcalaus. Otro levantándose en pie hay poco después en este mismo capítulo, hablándose de la argentada ninfa.





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N-2,35,10. ……El diablo postillón había anunciado la venida de Montesinos en compañía de Dulcinea, y quien se presenta es Merlín. En efecto; tratándose de profecía, era más a propósito el personaje de Merlín que el de Montesinos, según el precepto de Horacio: Fam礠con venientia finge. Pero ¿quién le estorbó a Cervantes decir por boca del correo que era Merlín el que venía? Esto indica que, aunque mudó de idea desde el primero al segundo pasaje, no quiso después corregir aquél, a pesar de lo fácil que era el hacerlo mudando sólo el nombre de Montesinos en el de Merlín; antes bien su fecundo ingenio formó de este error el gracioso incidente de la conversación que después refiere entre Merlín y Sancho, de que resultó que el diablo correo fue un ignorante y grandísimo bellaco en suponer recado de Montesinos el que era de Merlín.




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N-2,35,11. Disuena un poco. Más natural era: Dicen que tuvo por su padre al diablo.
Léese en Belianís (lib. II, cap. XXI): Sábete, Príncipe Griego, que yo soy el más maldito hombre que en el mundo hubo: yo soy el hijo del diablo, y en saber sobrepujé a todos los nacidos. Solíanme llamar en tiempo del Rey Artús el sabio Merlín.
Pellicer en una de sus notas al QUIJOTE dice que Ambrosio Merlín fue un inglés tenido por mago, encantador y profeta que floreció por los años de 480, y se decía fue hijo de una doncella y de un demonio incubo. El Baladro del sabio Merlín, libro raro que existe en la Biblioteca Real, y se imprimió en Burgos en 1498, se supone escrito por el mismo Merlín, y refiere sus profecías y aventuras con los reyes de la Gran Bretaña, Pedragón, Uter y Artús. Los primeros capítulos se creen escritos por otra mano, y en ellos se lee su diabólico nacimiento, y otras sandeces y cosas no muy honestas.
Este libro fue traducido por un castellano que servía a los Reyes de Francia, y dedicado, según parece, a Luis XI.
Feijó en su Teatro crítico (tomo I, discurso 5E°) refiere también algunos de los prodigios de Merlín, y hace mención de sus profecías, añadiendo que, según la creencia vulgar, fue hijo de un demonio incubo y de una Princesa de Inglaterra, religiosa en un monasterio de la villa de Caenmerlín.
Galfredo Monumetense, que publicó la profecía anglicana de Merlín (Francofuri, 1603), dice a este propósito: Cum in Regis vortegirni pr祳entiam, adducti, fuissent Merlinus et moter ejus, inquiere c祲pit ab illa, ex quo viro conceprat. Cui illa dixit, apparebat mihi quidam in specie pulcherrimi juvenis, et cum alicuantulum mecum moram fecisset, subito evanescebat, ita ut nihil ex eo viderem; cumque diu ne in hunc modum frequentasset, coivit mecum in specie hominis s祰ius, atque gravidam dereliquit; aliter virum non cognovi. Dixit ad Vorteginum Mangantius: ínter lunam el terram habitant spiritus quos incubus d祭ones appellamus, cum volunt assuununt sibi humanas figuras, et cum mulieribus c祵nt. Forsitam unus ex eis huic mulieri opparuit, et juvenem istum in ipsa generavit (Hist. .Bnit., lib. VI, cap. XVII).
Acerca de los prodigios y progenie de Merlín, dice Ariosto en su Orlando:

La sala ch′′io dicea nell′′altro canto
Merlín col libro, ó fosse al laga Averne
O fosse sacro alle nursine grotte.
Fece far dai Demoni in una notte.

(Canto 33, est. 4.ªª)

Artur che impressa ancor senza consiglio
del Profeta Merlín non fece mai:
di Meriin dico, del Demonio figlio,
che del futuro antivedeva assai;
per luí seppe, etc.

(Est. 9E°)

Ferrario, en su Historia y análisis de los antiguos romances de la Caballería (tomo I, páginas 313 y siguientes), habla detenidamente de la historia y profecía de Merlín, de sus reimpresiones y traducciones, y de los romances que tienen relación con este encantador, entre los que enumera el romance de Lanzarote, el de Lanzarote y su compañero Boor, y el libro de Merlín y demanda del Santo Grial, Sang royal o Sang agréable, a causa del misterio de la redención (Ib., pág. 308).De este romance se hizo larga mención en una nota de la primera parte (cap. XLIX).
En la historia de don Belianís se cuenta el modo con que éste desencantó a Merlín después de una reñidísima batalla que para ello tuvo con dos caballeros encantados, en que quedó muy mal herido. Merlín, ya desencantado, le miró las heridas, y sin que el Príncipe viese a quien, mandó que le trajese en unas yerbas de la India Mayor, las cuales luego le vieron poner en las manos, tan frescas como aquellas que a la sazón se acabaron de coger, con las cuales curó al Príncipe sus heridas (libro II, cap. XXI).




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N-2,35,12. Cervantes mostró aquí que tenía por falso todo lo que los tontos dicen de los diablos incubos y sucubos, escorias del entendimiento humano.




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N-2,35,13. Quiere decir al parecer: enemigo de las edades enemigas de los caballeros andantes. ---émulo de se dice más bien que éémulo a.





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N-2,35,14. Dite, nombre poético de Plutón.
Sobre su etimología y origen dice Forcellini (Totius latinitatis Lexicon, art. Discurso): Pr祴erea Dis et Ditis…… dictus fuit Pluto Deus inferorum, idemque divitiarum pr祳es: quia opes èè terra effodiuntur, et in terras recidunt.





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N-2,35,15. Este verso recuerda lo que la encantadora Melisa dijo a la doncella Bradarnante acerca del espíritu de Merlín, encerrado en el sepulcro de la gruta que él mismo había construido

Col carpo morto vivo spirto alberga.

(Orlando furioso, cap. II, est. I.)




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N-2,35,16. Notomía, palabra mutilada por anatomía, como dice la gente culta. Tómase aquí anatomía, no por disección del cuerpo del animal, que es el sentido recto de la palabra, sino por compaginación y estructura total de sus huesos y miembros; en cuya acepción la usan los pintores.
En este sentido se usó esta palabra en el Capítulo XI hablándose de Rocinante.




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N-2,35,17. Merlín prescribía a Don Quijote el remedio para desencantar a Dulcinea; y en esto imitaba al sabio Muzabelín, a quien Palmerín y Zerfira fueron a consultar sobre el remedio de los que estaban encantados y convertidos en bestias en la isla de Malfado (Palmerín de Oliva, cap. CXXIX).




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N-2,35,18. Aunque la palabra jamás, por sí sola ordinariamente significa nunca, aquí significa siempre, y en esta última acepción la han usado algunos escritores castellanos, como se dijo en la nota al capítulo XX de esta segunda parte, en que se discurrió acerca de las diferentes acepciones de esta palabra.




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N-2,35,19. Primo por primero. Alguna otra vez se llamó también en el QUIJOTE prístino al estado de Dulcinea anterior a su encantamento. Una y otra son palabras latinas que se usan para ridiculizar por medio de la afectación el asunto:

Al canto del gallo primo

se dijo en el romance de Olalla (parte I, capítulo I).
Es común decir a prima noche. Véase la nota al capítulo XIX sobre latinismos usados en el QUIJOTE.




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N-2,35,20. ¿Qué es resolverse en esto las autores de la desgracia de Dulcinea? Comprendo que es lo mismo que resumirse, convenir, venir a decir, o cosa semejante; pero la expresión es obscura y poco feliz. A la verdad, estos versos de la profecía de Merlín son de los peores que hizo Cervantes.




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N-2,35,21. Reunión del don con una palabra injuriosa, de que se citan muchos ejemplos en una nota al capítulo XXI de la primera parte.
Ya en el capítulo XXXI de la segunda llamó doña Rodríguez a Sancho harto de ajos; y a esto se refiere uno de los consejos de Don Quijote a su escudero antes de marchar a su gobierno, sobre que no comiese ajos ni cebollas, porque las gentes no sacasen por el olor su villanería (cap. XLII).
Así llamó también a Sancho en el capítulo XXVI del Quijote de Avellaneda, Barbara la de la cuchillada, alias la Reina Zenobia.




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N-2,35,22. El lenguaje de este período está notablemente descuadernado, acaso por la mala inteligencia de la letra del original, el cual parece que debió decir: El señor mi amo si que es parte suya, pues la llama o cada paso mi vida, mi alma, sustento y arrimo mío; él se puede y debe azotar, etc.




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N-2,35,23. El adjetivo adamada no se deriva del verbo adamar, amar con pasión, que se halla usado en el QUIJOTE, sino de dama, lo que es propio de dama.
No fue extraño que la voz no fuese muy adamada, porque al cabo era de hombre.
En las palabras compuestos con la preposición a, éésta arguye semejanza o participación de las primitivas. Sirvan de ejemplo las siguientes:
Aberenjenado.Abrutado.
Afinado.
Afrancesado.
Alagartado.
Alugarado.
Amanerado.
Amojamado.
Amortajado.
Amueblado.
Aplomado.
Apolillado.
Aportillado.
Asaetado.
Atontado.
Avergonzado.




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N-2,35,24. El que es vacío y tonto, según Covarrubias (artículo Alma). El eclesiástico de casa del Duque había llamado así a Don Quijote (cap. XXXI).




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N-2,35,25. El epíteto agudo no conviene al alfanje. Debió decir afilado y cortante.
Agudo
convendría al puñal o al estoque.
Alfange
es lo mismo que cimitarra, según Covarrubias. Véase la nota al capítulo XXXV de la primera parte.
La palabra alfange se encuentra usada en varios pasajes de esta obra:

Alfanje morisco, parte I, capítulo XXXVI.
Alfanje, ib., capítulo XLI.
Alfanje morisco, parte I, capítulo XVI.
Alfanje, ib., capítulo XXVII.
Ancho y desmesurado alfanje, cap. XXXIX.




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N-2,35,26. Covarrubias, citado por Bowle, dice: Niños de la doctrina, pobrecitos huérfanos que se recogen para doctrinallos y criallos.

En Madrid existe un colegio de niños de esta clase, llamados doctrinos o de la doctrina, según Quintana en su historia de Madrid, bajo la advocación de San Ildefonso, de fundación inmemorial, y a cuyo favor hay un privilegio de los Reyes Católicos. Es su patrono el Ayuntamiento.
Cervantes escogió acertadamente para su comparación la clase de niños que más a menudo sufrían la pena de azotes. Hoy está abolido este género de castigo en todos los establecimientos de educación.




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N-2,35,27. Verbo activo anticuado que significa pasmar, aturdir (Diccionario de la Lengua castellana). UUsase también como recíproco.
Covarrubias dice adarvarse o estar adarvado uno es cuando de algún espanto o admiración queda sin sentido.





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N-2,35,28. Expresión que recuerda la fórmula y calificación de ofensiva de los oídos piadosos, que suelen aplicarse a ciertas proposiciones.




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N-2,35,29. Hubiera convenido decir: Y aun espantará la de todos aquellos, etc.




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N-2,35,30. Comparados se toma aquí por comparables.





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N-2,35,31. Estaría más claro si dijese: Muévate la consideración de que la edad tan florida mía, etc.




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N-2,35,32. Harán significa lerdo, perezoso, flojo. Sacar de harón o de harona es sacar del estado de pereza, avivar, dar prisa: expresión usada por nuestros antiguos escritores, entre ellos Fr. Luis de Granada. Pellicer cita en prueba de ello un pasaje de la comedia Selvagia, composición escrita a imitación de la Celestina por Alonso de Villegas, autor también del Flos Sanctorum o vidas de los Santos, libro muy conocido.
Harán parece derivado de haragán. En el Arcipreste de Hita (página 98, copla 615) se lee entre los consejos que le dio Venus:

Si nol′′dan de las espuelas al caballo faron,
nunca pierde faronía...




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N-2,35,33. Digno remate de la arenga burlesca de Dulcinea.




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N-2,35,34. El codicioso escudero indica el modo de conseguir que se azote, mediante algún precio del vapulamiento. Quedan con esto preparadas las graciosas escenas que ha de haber en lo sucesivo sobre el tanto más cuanto de los azotes.
Ríos observó muy bien que en el carácter de Sancho tenía mucha parte lo codicioso e interesado, y este es uno de los pasajes que lo prueban. Como quiera, la codicia de Sancho estaba subordinada a la honradez, como se vio señaladamente en su gobierno y en otras ocasiones. Era una codicia cándida, que no se disimulaba, y suministra escenas muy graciosas, como la del ajuste de su salario en los capítulos VI y XVII de esta segunda parte.




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N-2,35,35. Este no es refrán, sino un dicho o sentencia.
Filipo, Rey de Macedonia, padre de Alejandro, solía decir que no había fortaleza inconquistable donde pudiese subir un asno cargado de oro.





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N-2,35,36. Como a las caballerías para halagarías y amansarías, de donde se tomó la metáfora.




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N-2,35,37. No sé a qué viene aquí el lastimados, pues no debían estarlo los que instaban con tanto ahínco a Sancho para que se azotase. Hubo de ser errata.




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N-2,35,38. Es como si dijera miel sobre hojuelas, para expresar que la circunstancia de ser gobernador aumenta la injusticia de querer que se azote.
Agustín de Rojas, en su Viaje entretenido (folio 79 vuelto), hablando de una mujer sumamente hermosa, pero tuerta, dice:
Ríos. Por éso se dijo no le hace más falta a la tuerta que el ojo. ---Ramírez. Como quien dice, bebe con guindas.
En uno de los romances de Góngora (romance X, fol. 113, edición de 1654), pintando un personaje ridículo, se dice:

Cuando a lo primero
es un Señoría
un bendito zote
de mi buena vida,
que come a las diez
y cena de día,
que duerme en mollido
y bebe con guindas.




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N-2,35,39. El sentido pedía que se dijese de un mismo humor, y acaso diría así el original. O diría sólo de buen humor, y el un se introduciría malamente en el texto.




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N-2,35,40. Mejor estaría por ver roto mi sayo verde. No puede pintarse más delicadamente el carácter de Sancho, que, estando tan apurado con la perspectiva inminente de los azotes, todavía se acuerda y lastima del desgarrón de su sayo.




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N-2,35,41. Estando ella ajena de volverme Cacique, no está bien. Otra cosa sería si dijese: Estando yo tan ajeno dello como de volverme Cacique. Ella no puede ser sujeto del verbo volverme: lo ha de ser yo necesariamente.




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N-2,35,42. Insulanos, palabra anticuada por isleños. Usa de ella burlescamente el Duque, lo mismo que de la voz caprichosa y ridícula pedernalinas poco más adelante.




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N-2,35,43. Pecho pedernalino dijo Lope de Vega en La ingratitud vengada (acto I):

Agradécelo al padrino:
ahora bien, vuélvete a casa,
que esta bolsa me traspasa
el pecho pedernalino.




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N-2,35,44. El sentido exigía que se dijese: O vos habéis de azotaros u os han de azotar, pues de lo contrario aparece, en vez de la alternativa que Cervantes se propuso indudablemente expresar, una fría repetición del mismo pensamiento.




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N-2,35,45. Ya blandea Sancho: ¡¡Lo que puede un empleo! Titulo feliz de una comedia de don Francisco Martínez de la Rosa.
La dura alternativa en que pone el Duque a Sancho aumenta la perplejidad de éste y debilita su manifiesta oposición a azotarse. Para examinar las condiciones que se le proponen, y escoger lo que más cuenta le tuviere, pregunta si no se le darían dos días de término.





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N-2,35,46. Prístino, latinismo usado en el QUIJOTE, como ya se ha observado en su lugar.
Debió decir a su anterior estado, porque no era el primitivo o prístino el de labradora, sino el de Princesa, al cual ya se llamó prístino en otros pasajes.




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N-2,35,47. El número no cabía en el vápulo, pues no era más que uno, sino en los azotes. Esto es otra de las muchas pruebas de la negligencia con que el ingenio fecundo de Cervantes dejó correr la pluma al escribir el QUIJOTE; negligencia que, por otra parte, contribuye a realizar más el mérito del libro.




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N-2,35,48. Vaya al diablo para ruin, se dice en la Celestina (acto I, pág. 191).




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N-2,35,49. Las palabras que Sancho dirige a Merlín son una reconvención, no una pregunta, porque ni aun forma tienen de tal, como sucede en algunas reconvenciones. Por lo demás, la salido de Sancho tiene notable gracia. Apurado por la idea de la azotaina que le amenazaba, echó por cualquier otro camino para distraer la atención y la pena, y trasladar, si era posible, la guerra a otro país.




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N-2,35,50. Véase lo que al mismo propósito se dijo en una nota de este capítulo.




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N-2,35,51. Aquí está explicada la significación anticuada del verbo atender.
En las ediciones del QUIJOTE anteriores a la de Pellicer se lee entendiendo, palabra en cuyo lugar puso éste con mucha felicidad atendiendo, en lo que le imitó la Academia en la edición de 1819, restituyéndose así verosímilmente el original de Cervantes. Y con efecto, el verbo atender significa también esperar, como lo prueba, además de este pasaje, el del capítulo XXVI de esta segunda parte, en que se dice que Don Quijote atendió, esto es, aguardó a Sancho.




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N-2,35,52. Uso del verbo con el pronombre personal, sin ser éste absolutamente necesario, como ya se ha observado otras veces.




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N-2,35,53. Aquí descubre Sancho su secreto, e indirectamente se confiesa forjador del encanto d. Dulcinea, de quien dijo a su amo cuando la encontraron en las cercanas del Toboso que tenía los cabellos como otros tantos rayos del sol, los ojos como perlas, y el lunar a manera de bigote sobre el lado derecho, con siete u ocho cabellos rubios como hebras de oro, calificándola de Reina y Princesa y Duquesa de la hermosura (capítulo X).




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N-2,35,54. Es decir, si algunos azotes no hiriesen de lleno y sólo fuesen como para espantar las moscas.
En el capítulo LXII de esta segunda parte se lee que el cómitre comenzó a mosquear las espaldas de la chusma. Y más adelante, en el LXXI, se dice que los azotes de Sancho (por haberlos dado en los árboles y no en sus espaldas) no pudieron quitar una mosca, aunque la tuviera encima. Estos azotes no llegaban a ser ni aun de mosqueo.





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N-2,35,55. Errarse por equivocarse. Todavía usan esta expresión las personas incultas y rudas.
No faltan ejemplos del uso que se hacía en esta acepción de la palabra errarse.En la aventura del rebuzno (cap. XXVI) se lee: Díjose también que el que les había dado noticia de aquel caso se había errado en decir, etc.
No hay que temer deso, respondió el sacristán, que lo tengo en la memoria más que el tocar de las campanas: no me erraré en un átomo (Novela de Rinconete y Cortadillo).
Me perdone su cadáver, que él también se erró en esto
(Estebanillo González, cap. IV).
En el entremés del Robo de Elena (Lope de Vega, tomo XVII, pág. 170) se lee:
DOTOR. Que se han de errar estos muchachos temo.





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N-2,35,56. Gracioso contraste forma el contento de los circunstantes con la mala ventura del pobre Sancho.




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N-2,35,57. La descripción que sigue del amanecer tiene particular mérito y gracia por la dulzura y armonía de la expresión, y por lo grato y vivo de las imágenes. Todo corresponde a la mitad del verano, en que Cervantes supuso el suceso, aunque según la cuenta de Ríos debió de ser a fines de octubre.




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N-2,35,58. Acepción poco usada del verbo descollar, usado aquí como recíproco.




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N-2,35,59. Al fin del capítulo XVII, libro I del Pérsiles, se describe en una navegación el fin de una tarde, y sigue: El cielo, la mar, el viento, todos juntos y cada uno de por sí prometían felicísimo viaje.





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N-2,35,60. Señales de que, es como se debió decir, aunque en el estilo familiar se permite la supresión de la partícula. Véase la nota al capítulo IV, parte primera.




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N-2,35,61. En el desencanto de Dulcinea se ve expresado: El veloz y precipitado curso de las exhalaciones, el tardo y sosegado paso de los perezosos bueyes, el rechinamiento de las chilladoras ruedas de los carros, y el confuso rumor y ronco murmullo de las lejanas trompas y bocinas. Cervantes empleó la armonía del estilo heroico, extraña en su lengua y conveniente sólo en este lugar de su fábula, con un acierto igual por lo menos al que tuvo Homero cuando se valió del estilo jocoso para expresar algunos objetas de su poema (Ríos, Análisis, párrafo 145).
Es menester confesar que la aventura estuvo bien trazada, y dispuesta de un modo verosímil.

{{36}}Capítulo XXXVI. Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer Teresa Panza


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N-2,36,1"> 4385.
Sobra el de, que interrumpe y descompone el sentido: observación que manifiesta lo delicado que suele ser el uso de las partículas, y el grande influjo de éstas en el lenguaje.




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N-2,36,2. Hiciese a Dulcinea, esto es, hiciese el papel de Dulcinea. No suena bien la repetición de hizo, hiciese. Es una de las acepciones secundarias del verbo hacer. Otra se verá después en el discurso de este mismo capítulo.




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N-2,36,3. A diferencia de la de canelones.
Llámanse abrojos, en la acepción que usa aquí Cervantes esta palabra, los de plata u otro metal a imitación de los naturales, que solían usar los disciplinantes poniéndolos en el azote para herirse las espaldas (Diccionario de la Lengua castellana, artículo Abrojos).





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N-2,36,4. Refrán que da a entender el trabajo y fatiga que se necesita emplear para saber o adelantar en alguna cosa. Por lo demás, la fea imagen que representa indica la opinión dominante al tiempo de su introducción en la lengua castellana sobre la necesidad de emplear en la instrucción de los niños el castigo de azotes y que sacasen sangre; opinión que aun encuentra acogida en algunos dómines y pedantes.




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N-2,36,5. Descriarse, palabra grandemente significativa, y empleada con mucha oportunidad.




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N-2,36,6. No se ve el efecto de esta oferta de la Duquesa, ni vuelve a hablarse de ella en adelante.




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N-2,36,7. El lector echa aquí de menos que se cuente quién y cuándo escribió la carta, bien así como después se dice (cap. L) que la contestación de la gobernadora la escribió un monacillo, mediante un bollo y dos huevos que ésta le dio.




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N-2,36,8. Carta graciosa en que Sancho desenvuelve su carácter, compuesto de sandez y codicia. Nada más salado que aquel menos cinco, hablándose de los tres mil y trescientos azotes, precio señalado al desencanto de Dulcinea.




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N-2,36,9. Parece expresión de algún azotado que después refería con desvergÜenza la sucedido. Como cosa de los romances germanescos de Quevedo o Góngora. ---Caballero se entiende en el borrico que se acostumbra en semejantes casos.




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N-2,36,10. Pellicer sobre este pasaje habla del principio del uso de los coches en España, que supone en tiempo de Carlos V. Refiere que fue recibida con tanta ansia esta novedad, que para reformar y contener sus abusos se publicaron seis pragmáticas desde el año de 1578 hasta el de 1626; que de resultas de la multitud excesiva de coches que rodaban por la Corte, se prohibieron hasta los llamados birrotones o coches de dos ruedas, inventados en fraude de las pragmáticas, no permitiéndose sino los de cuatro caballos, y a los labradores y gente del estado llano los de mulas, con el objeto de que la dificultad del gasto disminuyese el número; pero que habiéndose experimentado la insuficiencia de esta medida, se permitió que todos pudiesen traer coches de dos o cuatro caballos, como mejor les pareciese, con tal que los coches no llevasen bordados ni guarniciones de oro, plata ni seda; y que los dueños no los prestasen a nadie, ni llevasen en ellos más que a sus criados e hijos menores de diez años. Copia con este motivo, y aun parece que aprueba, las declamaciones de Fray Tomás Ramón, religioso aragonés, que en un libro impreso en Zaragoza el año 1635 llegó a decir que era muy grande mengua que anduviesen en coche hombres con barba y que ciñen espada, y que merecían que les pusiesen al lado sendas ruecas.
Los tiempos y las opiniones han cambiado mucho. En el día está prohibido que los coches urbanos o de rúa lleven más de dos mulas o caballos; y por lo que toca a la tacha de molicie y afeminación respecto de los que lo usan, ha desaparecido totalmente de la opinión pública, viéndose sin escándalo usar de la comodidad racional que ofrece el uso de los coches a los militares más acreditados, y aun a los compañeros del declamador en su estado religioso, a cuyas invectivas no se diera actualmente más valor que a las de un indio, que yendo su nación descalza, perorase contra los introductores del uso de los zapatos.
Gonzalo Fernández de Oviedo, en su Adición o segunda parte a los oficios de la Casa Real, título del Caballerizo de las Andas, dice: Que la Princesa Margarita, cuando vino a casar con el Príncipe don Juan, trajo el uso de los carros de cuatro ruedas; y que habiéndose vuelto viuda a Flandes, cesaron tales carros, y quedaron las literas que antes se usaban. En Francia se empezaron a usar a fines del reinado de Francisco I (Mayans, Vida de Cervantes, n. 163).
Según Méndez Silva, en su Catálogo Real de España (fol. 145), se vio en España el primer coche en el año de 1546.
El primer coche que se vio en este reino según Vanderhamen, historiador de don Juan de Austria, fue el que trajo el año de 1554 Carlos Pubest, criado del Emperador. Después de referir que el Príncipe don Juan solía ir a visitar a Nuestra Señora de Regla, en Andalucía, en una carreta de bueyes, con la Duquesa de Medina, añade: Pero dentro de pocos años (el de 1567) fue necesario prohibir los coches por pragmática. Tan introducido se hallaba ya este vicio infernal que tanto daño ha causado a Castilla (lib. I, fols. 10 y 11).
Este nuevo género de comodidad y lujo se adoptó rápidamente en España, y se generalizó de tal modo en pocos años, que ya en el de 1620 Pedro Fernández de Navarrete en su Conversación de Monarquías ponderaba la multitud que había de coches (discurso 37). Otros escritores de aquella época reprobaron su número y el uso que de ellos se hacía, considerándolos como una invención afeminada que hacía abandonar el ejercicio de la equitación, más propio de caballeros, calificando los coches de contrarios a las buenas costumbres, especialmente en las mujeres, y juzgando se debía reservar únicamente su uso a los Príncipes, clérigos y enfermos.
Cervantes indicó la opinión que se tenía generalmente en su tiempo acerca de los coches, en la novela del Licenciado Vidriera: Un muchacho le dijo. Hermano Vidriera: mañana sacan a azotar a una alcahueta. Respondióle: Si dijeras que sacaban a azotar a un alcahuete, entendiera que sacaban a azotar un coche. Y doña Rodríguez contaba a Don Quijote en el capítulo XLVII, que antes las señoras no iban en coches, ni sillas como ahora dicen que se usan, sino a las ancas de los escuderos.
Manifiéstase muy señaladamente el espíritu de aquella época respecto de los coches y literas, en las peticiones de las Cortes celebradas por entonces, y en las pragmáticas a que dieron lugar, las que, aunque contradictorias entre sí, se reducían todas a repugnar o a lo menos limitar su uso, ya reprobado por la opinión común.
Las Cortes de Valladolid de 1555 (petición 108) pidieron la absoluta prohibición de coches y literas (Sempere, Historia del lujo, tomo I, pág. 54). También se hizo una petición sobre este punto en las de Madrid de 1563, pero no se le dio respuesta.
Las que se celebraron en la misma villa en 1573 pidieron (petición 113) que se prohibiese el uso de coches, nuevamente introducido en estos reinos, por lo costoso, porque los usaba gente de poca hacienda, porque se encarecían las mulas, y porque los hombres y aun los muy mozos andan en coches de rúa por los lugares, cosa indecente y tan contraria al ejercicio de caballería destos reinos (Cuaderno impreso en colección de la Academia española).
En las celebradas en 1576 (petición 6) se dice que en las anteriores se había pedido se quitasen los coches, y se reitera la petición. Alégase por razón que los hombres se afeminan con su uso (Colección de la Academia española).
A consecuencia de la petición sexta de las de 1578, reproduciendo al anterior, se mandó que sólo se pudieran usar coches de cuatro caballos propios. Después las Cortes de 1592 (petición 25) pidieron que se permitiesen coches de una o dos caballerías; y así se determinó por la pragmática de 2 de junio de 1600, prohibiéndose los de seis, no siendo para más de cinco leguas.
En la pragmática de 27 de octubre de 1604 se ordenaba que ningún hombre anduviese en silla de mano sin licencia Real por escrito. Dice así: Visto el exceso y desorden que hay en andar en sillas de manos los hombres de todas edades, sin necesidad ni otra causa alguna, por sólo su regalo, que de pocos años a esta parte se ha introducido, siendo cosa tan indecente, y que por ello se va olvidando el loable y necesario ejercicio de los caballos, y se podían seguir otros inconvenientes, se manda: que ningún hombre de cualquier edad, calidad y condición que sea pueda andar ni ande en silla de mano, si no fuere teniendo licencia nuestra por escrito (Colección de la Academia española).
En la petición 14 de las Cortes de Madrid
de 1607 se lee: Suplicamos a V. M. que en los lugares que no son Corte, se puedan traer coches con cualquier género de bestias caballares o mulares, y que la pragmática de los coches tan solamente se entienda en esta corte, Calladolid, Granada y Sevilla. ---A esto vos respondemos: Está prevenido lo que conviene (Colección de la Academia española).
En la pragmática de 3 de enero de 1611 se dice: En atención al gran número de coches en perjuicio de la caballería, se prohibe que ninguno se haga de nuevo sin licencia del Presidente del Consejo, y que se registren los existentes. Que ningún hombre pueda andar en cache sin licencia Real: que los dueños de coches no puedan prestarlos ni venderlos (esto sin licencia del Presidente): que nadie pueda andar en coche alquilado (Sempere, Historia del lujo, tomo I, pág. 106).
En una Real cédula expedida en Belén en 28 de junio de 1619 se dice que una de las condiciones del servicio de los diez y ocho millones, es que se permita que las personas que sembraren en cada un año veinticinco fanegas de tierra puedan usar coche de dos mulas, como no sea en la corte. A su consecuencia lo permite la cédula, sin incurrir por ello en pena alguna de las contenidas en la pragmática que lo prohibe (Colección de la Academia española).




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N-2,36,11. Este y que supone otro que anterior; mas no le hay. Para que constase el régimen debía ponerse: Mi amo he oído, decir... que es un loco…… y que yo no le voy en zaga.





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N-2,36,12. Comparación de que se usó en el capítulo XXXII, y que se repite en varios pasajes del QUIJOTE.




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N-2,36,13. Consejo es la reunión de los vecinos de un pueblo. El Marqués de Santillana, en su colección de refranes, puso el presente con alguna variación: Pon tu hacienda en concejo; uno face blanco, otro bermejo.
También suele decirse: otros que es prieto.





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N-2,36,14. A que sigue: Depararme otra maleta con otros cien escudos. ---Todo saldrá en la colada del gobierno. Pasajes que prueban el carácter interesado de Sancho. Cervantes, para expresarlo, escogió con mucha discreción la oportunidad de una carta familiar de éste a su mujer, donde era natural que hablase sin rebozo, manifestando su intención y deseos. Y para hacerla más festiva, dispuso que el sandio de Sancho la mostrase a la Duquesa, aumentando de esta suerte el contraste.
Hacer dineros. Lo mismo que juntar dinero, adquirirlo. Por el mismo estilo se dice: hacer provisiones, hacer aguada.





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N-2,36,15. Cervantes debía hablar refiriéndose a casos que hubiese presenciado, y aun quizá tuvo presente la solicitud que él mismo había hecho al Rey en 21 de mayo de 1590, en cuya época se hallaba reducido por su pobreza a depender del proveedor general de las armadas y flotas de Indias, aunque su honradez y desinterés le eximen la nota de codicioso. En su memorial, después de exponer los servicios que había prestado en veintidós años sin habérsele hecho por ellos merced alguna, suplicaba a S. M. se dignase concederle un oficio en las Indias, de los que entonces se hallaban vacantes, y eran, la contaduría del Nuevo Reino de Granada, la de las galeras de Cartagena, el gobierno de la provincia de Soconusco, y el corregimiento de la ciudad de la Paz (Vida de Cervantes, por Navarrete, págs. 75, 76 y 313). De los gobernadores de Indias o Ultramar quizá podía decirse esto más bien que de los de acá, no por peores, sino por menos disimulados, porque la distancia aflojaba la cuerda de respeto y temor a la autoridad.




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N-2,36,16. Cervantes, por aprovechar la ocasión de hacer reír a sus lectores, desatendió aquí la verosimilitud; porque esta bufonada no la tiene en la carta de Sancho, ni se ajusta con el tono de toda ella, que es candoroso y sincero.
A esta expresión y a algunas otras del QUIJOTE cuadran las palabras siguientes de Cicerón hablando de Várgula (lib. I de Oratore): Risum qua祳ivit, qui est, mea sententia, vel tenuissimus ingenii fructus.
Sancho personifica en otras ocasiones al rucio, como cuando lo recobró del poder de Ginés de Pasamonte, y en la sima, de vuelta de su gobierno.




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N-2,36,17. Pleonasmo excusable en Sancho.




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N-2,36,18. El buenos redunda, porque lo son esencialmente los comedimientos.




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N-2,36,19. Refrán conocido ya en tiempo del Marqués de Santillana, quien lo incluyó en su colección. Se representa en él a los que en lo alto de las torres tocan las campanas a rebato para excitar, o mientras duran las sonadas y conmociones populares.




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N-2,36,20. En prueba de esto refiere entre otros casos el doctor Cristóbal Pérez de Herrera, Protomédico de Felipe II (Discursos del amparo de los legítimos pobres, etc., impreso en 1598. Discurso I, pág. 6), que habiendo acudido una mujer al Padre Fray Pablo de Mendoza, de la Orden de San Bernardo, persona muy docta y acreditada en la Corte, le pidió con muchas lágrimas rogase a su marido que no le cegase un niño recién nacido, que con un hierro ardiendo, pasándoselo por junto a los ojos, había cegado a otros dos y, lo mismo quería hacer a éste. Hízolo así el buen religioso, hablando, reprendiendo y atemorizando de tal suerte a tan cruel y desnaturalizado padre, que atajó aquel daño y maldad; y contaba haber visto con este motivo que el hombre tenía su casa muy bien adornada y aderezada con la granjería de la limosna que juntaba con los dos niños cieguecitos, que los traía de casa en casa, que eran hermosos y movían a mucha compasión, y todos les daban limosna. Más adelante (página 9) cuenta lo acaecido en Alcalá de Henares con otro vagabundo que se fingía manco, y convidó a comer a unos estudiantes de su tierra, a quienes, dándose a conocer con recato, y descubriéndoles su secreto, les dijo: Yo me fui de aquí habrá dos años cansado de estudiar gramática, y he buscado esta invención y manera de vida, con la cual me hallo muy bien, porque nunca en ella me faltan cincuenta escudos que gastar y jugar, y estoy quitado de cuidados de honra y estudios. Queriendo reducirle sus paisanos, por ser hijo de padres honrados, a que abandonase aquel modo de vivir, jamás pudieron lograrlo y les contestaba: Señores, no hay que cansarme; yo ando de tierra en tierra sin cuidado, a mi gusto; nunca me faltan dineros poro holgarme. Y al fin les contó su manera de proceder, diciéndoles: Que él sabía diez y siete maneras de pedir limosna y sacarla a las gentes, etc. También refiere el mismo (página 12) haber sido castigada en Córdoba una mujer de mediana edad, que, teniendo dos casas, la una humilde y miserable, saliendo de ella a pedir con andrajos y muy viles vestidos, y otra muy bien aderezada, vestida de seda y en mucho orden, con aviso que de ello se tuvo la sorprendieron, y hallaron esta casa, con muy buena tapicería colgada, cama lujosa, y tantas cosas de valor y abundantes provisiones, plata labrada y cantidad de dineros, que todo se tasó en más de tres mil ducados, y confesó haberlo ganado y granjeado debajo de este hábito e industria, pidiendo limosna por las casas más principales de la ciudad. Sentenciáronla, repartiendo la mayor parte de su hacienda en obras pías por castigo de su delito.
Por tales vicios y abusos en tiempo de Cervantes, y por el lucro que producían, dice en este lugar que era una canongía para los viciosos que así abusaban de la caridad de los prójimos.
Por lo demás, esta parte de la carta de Sancho no tiene verosimilitud ni gracia.




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N-2,36,21. Don Quijote llegó enjaulado a su lugar antes de 1605, puesto que este año se publicó la primera parte. Y aunque entre los sucesos de ésta y los de la segunda no medió sino un mes, según el contexto de la fábula, en la parte segunda se mencionan cosas muy posteriores, como la expulsión de los moriscos, la aventura de Roque Guinart, la fecha de la carta de Sancho a su mujer a 20 de julio de 1614, y la publicación del Quijote de Avellaneda. Añádase que habiendo dicho al principio de la fábula que el Ama pasaba de los cuarenta años (cap. I, parte I), al fin (parte I, cap. LXXII) se dice que tenía sobre cincuenta: según todo lo cual la acción debió durar más de diez años.
Don Quijote vivía ya en el año de 1562, cuando la desgracia del puerto de la Herradura, y debía ser entonces mozalbete por lo menos, como se ve por el contexto del capítulo XXXI. Así que en 1614 había de tener mucho más de sesenta años, habiendo empleado, por consiguiente, más de diez en sus aventuras caballerescas, puesto que al principio de la fábula se dijo que frisaba su edad en los cincuenta años (parte I, capítulo I).
Ríos, en su Plan cronológico del QUIJOTE, califica de anacronismo esta fecha, porque, según su cuenta, la carta se escribió en 30 de octubre de 1604. Lo verosímil es que Cervantes, que ninguna cuenta llevaba, expresó la fecha del día en que escribía este pasaje. El año siguiente de 1615 salió a luz la segunda parte del QUIJOTE.
Pellicer en su discurso preliminar procura excusar estos anacronismos con el ejemplo de Dido y Eneas en Virgilio; y aun propone la conjetura de si Cervantes querría con esto remedar, ridiculizándolos, a los libros caballerescos, donde son frecuentes y exorbitantes los anacronismos. Lo más probable es que así esta fecha como la de la cédula de los pollinos, que en las ediciones de 1605 es a 22 de agosto, y en la de 1608 a 27 del mismo mes, corresponden a los días en que escribió Cervantes estos pasajes. La del 27 de agosto sería la de la corrección.




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N-2,36,22. Alusión al refrán quiera Dios que orégano sea y no se nos vuelva alcarabea, con que suele manifestarse el recelo de que suceda lo contrario de lo que se espera o desea.




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N-2,36,23. Juicio, capacidad, entendimiento, discurso o imaginación vehemente. Puede venir de cabeza y letras, como si dijera cabeza de letras, esto es, discreta. Quevedo, Cuentos de cuentos. Si se quejaba decía que hablaba adefesios, y que no se gobernase por su caletre, que se quedaría in puribus (Diccionario grande de la Academia). Yo creo que caletre puede también proceder del verbo calar en la acepción de penetrar, comprender el motivo, razón o secreto de alguna cosa, callere.





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N-2,36,24. Mejor: la carta de Sancho al Duque que recibió grandísimo contento.





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N-2,36,25. En los libros caballerescos es común empezar las aventuras después de comer, alzados los manteles.
A su mesa, estando el Rey Lisuarte, e habiendo alzado los manteles, queriéndose del despedir don Galaor e don Floristán... entró por la puerta del palacio un caballero extraño, etcétera (Amadís de Gaula, cap. LIV).
Llegada la aventura del castillo de Cupido a Constantinopla, el sabio Artidoro, que la conducía, arengó al Emperador, y le refirió el objeto de la aventura, la comida siendo acabada…… y siendo levantadas las tablas (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXI).




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N-2,36,26. Armonía y confusa se contradicen, puesto que la armonía resulta de la consonancia de varias voces puestas en debida proporción. Así que la palabra armonía excluye la idea de desorden y perturbación que envuelve el epíteto confusa.





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N-2,36,27. Sería preferible melancólico y tristísimo, para observar la gradación de las ideas.




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N-2,36,28. Poco antes se dijo que era uno solo.




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N-2,36,29. Loba, según Covarrubias, es vestidura clerical, talar, que llega al suelo, cortada a todo ruedo, y cerrada con golpes para sacar los brazos. En tiempos atrás era vestidura honorífica... Pero su etimología trae origen del nombre griego lope, género de vestidura qu礠hominem ambit ut cortex et tunica arborem, o del verbo hebrero labas, induere, etc. (Véase a Covarrubias, artículo Loba).




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N-2,36,30. Palabras hermosas y significativas que no me acuerdo de haber visto en ningún escrito anterior a Cervantes, y que probablemente son de invención suya.
Pizmiento, negro como la pez. Usó también Cervantes de este vocablo en la parte primera (capítulo XXXVII). Negra y pizmienta caballería.





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N-2,36,31. Longísima, voz puramente latina. Véase la nota sobre latinismos en el capítulo XXIX).




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N-2,36,32. Bella y armoniosa expresión, que corresponde grandemente a la idea que representa. Mover con reposo: véase cómo con palabras usuales se pueden formar frases originales y nuevas que engalanan admirablemente el lenguaje.
Reposo no es aquí quietud, sino movimiento despacioso y sosegado.




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N-2,36,33. Palabra que en el estilo grave y sublime tiene muy distinta significación que en el familiar y burlesco. Allí significa una figura retórica, aquí afectación de gravedad ceremoniosa y pausada.




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N-2,36,34. Sobre las alusiones de éste y otros pasajes semejantes a otros de la misma especie de los libros caballerescos se habló largamente en una nota al capítulo XXX.




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N-2,36,35. El examen e investigación sobre la etimología de este nombre hará ver la feliz elección que de él hizo Cervantes para el contrahecho escudero de la condesa Trifaldi.
Esta palabra se deriva de trufa y trufani, voces de la baja latinidad. Trufo, trupha, truffa, fraus, nequitia, jocus (Ducange, Glossarium), de que tomaron origen las palabras trufador, trufán, traidor, falso, truhán, burlador, trufería, burla, de que usó Gonzalo de Berceo en su poema de los milagros de Nuestra Señora (coplas 167, 191, 722 y 735), y en cuyas palabras se encuentra el origen y raíz del verbo truhar.
Hernán Pérez de Guzmán en el prólogo de las Generaciones y semblanzas dice de una historia fingida por Pedro del Corral con el título de Coránica Serracina, que más propiamente se puede llamar trufa o mentira paladina.
Pellicer en su Historia del Histrionismo (tomo 1, pág. 264) habla de una compañía de trufaldines, de quien era autor Francisco Bartoli en Madrid, en 1708. Cuya voz, según el Diccionario grande de la Academia, es lo mismo que bailarín representante, y corresponde al gracioso o bufón de los teatros.
Trufa, truffería,
son palabras italianas que corresponden a inganno, furbería.
Truffer,
palabra francesa, usada en los avisos que dio San Luis a su hijo al morir, que refiere Joinville, significa tromper en jouant, railler.

S′′ ebbero un tempo in urta èè in gran dispetto
Per Truffaldin; che fom lungo a dire.

(Orlando furioso, canto 31, oct. 41.)

De aquí pudo tomar Cervantes el nombre de Trifaldín. El trifaldino italiano parece diminutivo. Se hace mención de Trufaldino en El Espejo (parte I, cap. XXXVI), según Bowle.




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N-2,36,36. Este sobrenombre recuerda a Trufaldino el de Baldaca, de quien dice Garrido:

Rey de Baldaca falso y malhadado
tiene un Conde a su reino muy vecino.
Ardid, franco, en virtudes señalado,
y en todas cosas era tan divino,
que estaba el falso Rey dello enojado.
Al Conde lo llamaban Horisillo,
Montefalcón se llama su castillo.

(Libro I, canto 13.)

Y el mismo en el canto 14:

Tornemos, pues, al falso Trufaldino,
que quedaba en la roca que es tan fuerte,
Siempre desde muchacho fue malino
y empeoró contino hasta la muerte.
Sus compañeros no pensando al hecho
halos tomado a todos en el lecho.




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N-2,36,37. Es muy común en los libros de Caballerías caminar las dueñas con escuderos. Por el contrario, hay también ejemplos de haber servido doncel las de escuderos a los caballeros andantes, como la doncella Carmila a Esplandián. Con ella envió un anillo a su señora Leonorina (parte I, pág. 488).
También Fradamela sirvió de escudero a Alpartacio, Rey de Sicilia. Algún otro ejemplo se halla de esto en los libros de Caballerías.




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N-2,36,38. Véase un ejemplo de la ventaja que puede traer para la claridad el uso de la en el dativo del pronombre el. El darla es a la Condesa, decirle es al Duque.
Alguna otra ventaja puede sacarse en la composición, cuando juntándose dos verbos de distinto régimen, el uno de dativo y el otro de acusativo, pueden regir ambos el la, no pudiendo de otra suerte reunirse.




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N-2,36,39. No es ésta una repetición reprensible, sino afectación oportuna para relevar lo ridículo de la aventura y del razonamiento de Trifaldín con la mezcla de lo hinchado y de lo bajo del lenguaje, como se ve por la expresión familiar a pie y sin desayunarse, que sigue a estas otras tan huecas y pomposas.




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N-2,36,40. Estando Amadís de Grecia aparejado para hacer jornada con los Reyes Amadís y su hermano don Galaor, entró en el palacio una doncella acabando los Reyes de comer, y dijo: ¿Está aquí por ventura un caballero que ha nombre el de la Ardiente Espada? Señora doncella, dijo él, yo soy ése por quien preguntáis. ¿Qué es lo que queréis? (Amadís de Grecia, parte, I, cap. XXXI).




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N-2,36,41. País de la India oriental. Los libros caballerescos se complacían en colocar frecuentemente el teatro de sus acontecimientos en los remotos países del Oriente, fuese que la historia de las Cruzadas y sus maravillosos sucesos llevasen allá la imaginación de sus autores, o que éstos creyesen que lo remoto daba mayor interés e importancia a sus relaciones: Maior èè longinquo reverentia. En confirmación de lo cual, bastará citar los nombres siguientes de lugares y personas célebres en los libros caballerescos.
Albraca. ---El Catai. ---El Rey de Circasia. ---Soldanes de Babilonia. ---Emperadores de Grecia y de Trapisonda.




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N-2,36,42. Bella descripción, como otras del QUIJOTE, en las cuales no parece sino que se está viendo lo que se cuenta.




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N-2,36,43. Sobra el la.





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N-2,36,44. Al principio del capítulo XXXIV se dice que sólo en los preparativos de la aventura del desencanto de Dulcinea se gastaron seis días. Centésima prueba de que Cervantes no se curó de la duración de su fábula, ni tuvo plan cronológico.
Bondad. Tratamiento burlesco que el Duque da a Don Quijote.




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N-2,36,45. Lueñes, voz anticuada que usó ya el Rey don Alonso el Sabio en aquella tan sentida carta que escribió al caballero que estaba refugiado en Marruecos. Dice así: Primo don Alonso Pérez de Guzmán: la mi cuita es tan grande, que como cayó de alto lugar, se verá de lueñe, etc. Otras veces usó Cervantes la palabra longincuas. Lueñes, es lo mismo que luengas.





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N-2,36,46. Mejor estaría: Merced a vuestras grandes hazañas, cuya fama corre y rodeo todo lo descubierto en la tierra; porque la fama, y no las hazañas, es la que corre y rodea.




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N-2,36,47. Ocurrencia oportunísima en el engañado Don Quijote, y por lo mismo más graciosa a los ojos del lector, que se halla enterado de la burla que se le prepara.




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N-2,36,48. Voz anticuada que se halla con mucha frecuencia en los libros de Caballería. Quiere decir modo o manera de ejecutar alguna cosa, semblante, disposición personal, estado o calidad de las cosas, voluntad y gusto. Se deriva de talentum, que, según Ducange en su Glosario, es: Animi decretum, voluntad, desiderium, cupiditas, fiorentinis et hispanis talento, etc. A mediados del siglo XIV no estaba aún fijada la significación de esta voz, y se decía talento o taliento, como se ve en el poema de Alejandro y en los de Berceo: o tulant, talante y talento, cuyas tres palabras se encuentran en las poesías del Arcipreste de Hita (coplas 179, 258 y 638).

Era un garzón loco, mancebo bien valiente;
non quería casarse con una solamente,
si non con tres mujeres; tal era su talente, etc...
El sopo que era fecho por su encantamento,
nunca más fue a ella, nin la hobo talento...
Señora, yo non me atrevo a desir vos más rasones
fas que me respondades a estos pocos sermones;
desitme vuestro talant, veremos los corasones.
Ella dijo: vuestros dichos non los precio en dos piñones.

En El Conde Lucanor (cap. II), una dueña acusada dijo a don Pero Núñez, que ella nunca ficiera aquel yerro de aquello que le acusaban, mas que fuera su talante de lo facer.
Y
en el capítulo XII se dice: Rogóle (el Deán de Santiago a don Illán) mucho afincadamente que le mostrase aquella ciencia et, que él había muy gran talante de la aprender.
Bien sé,
decía Amadís de Gaula a Aldán Canileo, que el vuestro gran servicio no se faría de tan buen corazón como el mío pequeño, según vuestra desmesura e mal talante (Amadís de Gaula, cap. LXI). Agora he mas talante de me ir, dijo Agrager (Ib., fol 15).
Talent,
en el antiguo francés, se usó lo mismo que en castellano, por voluntad; y en el Tristán francés se halla mal talant por mala voluntad. Prueba de la comunicación de ambas lenguas, mayor cuanto más cerca de su origen, como sucede a las líneas convergentes en los ángulos.
En el capítulo I, parte primera de esta obra se dice gentil talante. Ni mostredes mal talante, donde equivale esta palabra a semblante o disposición personal. Buen talante se halla en el capítulo XLIV.




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N-2,36,49. Pleonasmo o redundancia puesto que la ojeriza siempre se toma en mala parte: puede ser grande o pequeña, pero siempre es mala.
Tan redundante es llamar aquí mala a la ojeriza como fue llamar buenos a los comedimientos en la carta de Sancho a su mujer, según se notó arriba.




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N-2,36,50. Por enormes, como ahora decimos. ¿Se derivará de informis? En este caso era más conforme a su origen.
En inorme se muestra el in, negativo ordinario en el idioma latino y sus derivados; solo que está suavizado inorme por innorme. Lo mismo sucede en la palabra invidia por envidia, como se dijo en el capítúlo XIX de esta segunda parte.
Inorme se lee también en la comedia de Cervantes El trato de Argel (pág. 344 dé la edición de Sancha).
Lope de Vega, en su Hermosura de Angélica, al fin del canto VI, hablando de Liriodoro presentado por Grifelino al senado de los Salvajes, dice:

Sin aguardar que más del caso informe,
confirman el delito por inorme.

Y en Celidón de Iberia:

Pues esto siendo así, no será inorme
que vuestro pecho al mío se conforme

(Canto 20, fol. 98.)

La voz inorme se halla usada por Lope en la comedia Arcadia, donde dice Olimpo:

Crueldades inormes
no se han de sufrir, Ergasto.

Y en la comedia Virtud, pobreza y mujer acto I, dice Don Carlos:

Como me aborreces, haces
tan inorme mi delito, etc.

Dícese también inormes en la comedia del Rufián dichoso, de Cervantes.
En el romance del moro Adulce (Romancero general de Flores, parte I, fol. 29), se dice:

Desarman al moro luego
y enciérranlo en una torre:
armándose de paciencia
contra agravio tan inorme,y paseándose por ella,
él mismo se habla y responde.

De la voz informe usó también Virués en el Monserrate (canto I, fol. 20).
Y también se halla en Belianís (parte IV, folio 85, y lib. I, cap. LXIV)
Inormes pecados dijo el Arcipreste de Talavera en su Corbacho (parte I, cap. XII).




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N-2,36,51. Esta frase me suena a fórmula mercantil en las libranzas y letras de cambio. De aquí trae quizá su origen.

{{37}}Capítulo XXXVI. Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida




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N-2,37,1. Boticario viene de la palabra latina apothecarius, que se deriva de la voz griega theca. También puede derivarse esta palabra de bota, cuasi imbuta, según Covarrubias, de donde vienen botella, botija, botecillo, botica, o según el Diccionario grande de la Academia, del participio potus, vuelta la P en B como si dijese bebida, por contenerla.




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N-2,37,2. La voz silguero indica que solía escribirse con X, xilguero. Por lo demás, como los jilgueros no hablan, la comparación no está bien. Otra cosa sería si se tratase de canto: entonces se diría bien: canta como un jilguero.




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N-2,37,3. En la novela del Celoso Extremeño se hace una terrible invectiva contra las dueñas: ¡Oh, dueñas, dice, nacidas y criadas en el mundo para perdición de mil recatadas y buenas intenciones! ¡Oh, luengas y repulgadas tocas, escogidas para autorizar las salas y los estrados de señoras principales, y cada al revés de lo que debíades usáis de vuestro casi ya forzoso oficio!
Muy mal debía estar Cervantes con las dueñas: a la cuenta él era el boticario toledano.
De su misma opinión era don Francisco de Quevedo, que en la Visita de los chistes introduce a la dueña Quintañona diciendo allá en el infierno: Yo soy Quintañona... que ha más de ochocientos años que vine a fundar dueñas al infierno, y hasta ahora no se han atrevido los diablos a recibirlas... Todas las almas (del Purgatorio) dicen en viéndome: ¿dueña?, no por mi casa... Hubo caminante que preguntando dónde había de parar una noche de invierno, yendo a Valladolid, y diciéndole que en un lugar que se llama Dueñas, dijo que si había donde parar antes o después. Dijéronle que no; y él a esto dijo: Quiero parar en la horca que en Dueñas, y se quedó en la picota.
El mismo Quevedo, al fin del Entremetido y la Dueña, cuenta que Plutón, mirando á ésta, dijo: Dueñas, déselas Dios a quien las desea; mirando estoy dónde las echaré. Los demonios y condenados que le vieron determinado a rociarlos de dueñas, empezaron todos a decir: Por allá, por acullá, dueña, y no por mi casa. Escondíanse todos y bajaban las cabezas viéndose amagar de dueñas. Viendo (Plutón) este alboroto y temor, dijo. Ahora esténse así, y juro por mi y por mi corona que al diablo que se descuidare en lo que he mandado, y al condenado que más despreciare mis órdenes, que le he de condenar a dueña sin sueldo. Esténse baradas en ese zahurdón, y condenaré a los diablos a dueñas como a galeras.
En el Diablo Cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, se lee: No hay en el mundo quien no las quiera mal (a las dueñas), y nosotros (los diablos) las tenemos grandes obligaciones, porque nos ayudan a nuestros embustes, que son demonias hembras (tianco 6°).
El mismo Diablo Cojuelo, describiendo el acompañamiento de la Fortuna, decía a don Cleofas: Aquéllas que vienen con tocas largas y antojos sobre monitauros, son la usura, la simonia, la mohatra, la chisme, la baraja, la soberbia, la invención, la hazañería, dueñas de la Fortuna (tranco 7°).




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N-2,37,4. La gramática pide que se diga es, y no será sirviendo a Reinas.




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N-2,37,5. El buen régimen pide que se diga: a quien a nosotras trasquiló, etc.
¿Qué quiere decir esto, y a qué viene? Quizá lo siguiente: Los que hablan mal de las dueñas, teman no les llegue su vez de que se hable mal de ellos, o cosa semejante. Así parecen exigirlo las cláusulas que preceden, aunque las tijeras en la mano del que trasquiló a las dueñas más bien indican la facultad de continuar zahiriéndolas en el que lo hizo anteriormente.




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N-2,37,6. Parece por los antecedentes que Sancho debió decir: Según mi boticario, aludiendo al toledano que hablaba como un silguero. Y lo confirma el que poco después la Duquesa, mediando en la disputa suscitada entre Sancho y Doña Rodríguez, menciona la opinión del boticario citada, y no la del barbero. Cervantes hubo de emplear con preferencia esta palabra en gracia de la voz trasquilar, operación más análoga al oficio de barbero que al de boticario.




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N-2,37,7. Esto alude al refrán o expresión proverbial peor es meneallo, que se usó en el capítulo XX de la primera parte.




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N-2,37,8. En el Diablo Cojuelo, refiriéndose al encuentro de don Cleofas con el Familiar encerrado en la redoma en el desván del astrólogo, se leen estas palabras: ¿Eres Lucifer?, le repitió don Cleofas. Ese es demonio de dueñas y escuderos, le respondió la voz (tranco 1°).
En tiempo de Cervantes se llamaba escuderos a los que después se ha llamado gentiles hombres, criados de distinción que acompañaban a las señoras en la calle, y asistían en las antecámaras interiores. Las dueñas eran señoras de edad, comúnmente viudas, que servían en las casas principales y usaban de tocas y monjiles. Eran a los escuderos como las doncellas a los pajes.
Duendes de las antesalas. Figueroa, en su Plaza universal de ciencias y artes (discurso 85) dice, hablando de los escuderos...: Estos escuderazos pasan la vida, aunque penosa, holgazana, baldía y sin género de provecho; porque ni se aplican a la lectura ni a cosa que tenga olor de virtud. Sus conversaciones paran en censurar las acciones de sus dueñas, en tantear sus haberes, en acriminar sus deudos, y en formar quejas de continuo, sin advertir son el excremento del mundo, y que a no tener el amparo y sustento de las casas a quien sirven, perecieran como inútiles, sin poder esperar más remedio que el de Dios.




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N-2,37,9. Expresión semejante a la del capítulo de la primera parte, donde se lee: Los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año.




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N-2,37,10. En el capítulo LXX de esta segunda parte dice Sancho: Mándote yo..., pobre doncella, mándote, digo, mala ventura.
Melibea en la Celestina (acto XVI, pág. 326), indicando que en balde trabajaban sus padres por casarla, dice: Pues mándoles yo trabajar en vano.
Leños movibles
llama a los escuderos, porque solían ser viejos y pesados.




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N-2,37,11. Comparación que indica la misma aversión a las dueñas que se nota en todas las demás ocasiones y pasajes de las obras de Cervantes, no solo en el QUIJOTE, sino en el Licenciado Vidriera; quien tenía (con las dueñas) la misma ojeriza que con los escabechados; decía maravillas de su permafoi, de las mortajas de sus tocas, de sus muchos melindres, de sus escrúpulos y de su extraordinaria miseria: amohinábanle sus flaquezas de estómago, sus vaguidos de cabeza, su modo de hablar con mas repulgos que sus tocas, y, finalmente, su inutilidad y sus vainillas.




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N-2,37,12. Duplicación inútil de la partícula que.




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N-2,37,13. Expresión equivalente a no se me da un bledo, un pepino, etc.




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N-2,37,14. Esto parece que alude a algún pasaje precedente del QUIJOTE; pero yo no le hallo. Sin duda fue alguno que borró Cervantes, olvidando luego que lo había suprimido.




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N-2,37,15. ¿A qué dio fin el autor con este breve capítulo? Realmente lo que debió decirse fue: Y aquí dio fin el autor a este breve capítulo y comenzó el otro, etc.

{{38}}Capítulo XXXVII. Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la dueña Dolorida


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N-2,38,1"> 4451.
El verbo cuenta se convierte en nombre mediante el artículo la. Acaso los críticos más delicados tacharán esta especie de juguete, que otros elogiarán como flexibilidad y soltura del idioma.




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N-2,38,2. Monjil, túnica propia de monjas, a que acompañaba la toca, componiendo ambas el todo del traje. Fue común en lo antiguo usarlo las viudas, y era el que gastaban las dueñas de las casas principales.




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N-2,38,3. Este pasaje parece una imitación del siguiente, que se lee en Lisuarte de Grecia (capítulo VI): Hallándose Lisuarte en Trapisonda, un día que comió con el Emperador, alzadas las mesas, entró por la puerta del palacio una doncella... Traíanla por los brazos dos caballeros muy ancianos con las barbas y cabellos muy largos... y vestidos de ropas largas negras. Venía a buscar y llevarse a Lisuarte, como lo hizo.
En el mismo caso que el anterior se halla el siguiente pasaje, y ambos contribuyen a probar más y más la felicidad con que Cervantes hizo adoptar a su héroe las aventuras de los libros caballerescos, cuya lectura se proponía y consiguió desacreditar. Dice así: Las mesas alzadas, estando el Emperador (de Trapisonda) hablando con el de la Espera (Perión de Gaula), del Caballero Solitario (Lisuarte de Grecia), entró por la puerta de la sala una doncella hermosa (la Duquesa de Austria), vestida de paños de duelo, y un caballero anciano la traía por la mano. Venía en busca de Perión y Lisuarte para que la librasen de un agravio que se le hacía, y preguntando por ellos, le dijo Perión: Señora, decid lo que mandáis, que si yo puedo, en todo lo que en mi fuere os serviré: que mi pensamiento no es otro sino socorrer dueños y doncellas que de mi ayuda tienen necesidad (cap. LIX).




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N-2,38,4. Cervantes se propuso aquí burlarse del tosco traje de la Trifaldi, llamando irónicamente finísima a una bayeta que, a no estar frisada, es decir, a no tener levantado y retorcido el pelo que cubría su tejido, debía únicamente el no descubrir cada grano o desigualdad de sus hilos como un grueso garbanzo.




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N-2,38,5. Esta comparación de Cervantes se la suministraría su permanencia en Andalucía como comisario del proveedor de las armadas y flotas de Indias, con cuyo carácter desempeñó varios encargos para las provisiones de las galeras en diferentes poblaciones de aquel reino, y entre otras en Martas, cuyos garbanzos debían ser celebrados en aquel tiempo por su tamaño, como en el día lo son los de Navalcarnero y Fuente Saúco.




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N-2,38,6. Acutos, palabra latina. Hoy hubiera escrito Cervantes tres ángulos agudos; a no ser que se diga que en esta ocasión quiso, como en otras, remedar el uso impertinente de palabras antiguas o anticuadas, que es frecuente en algunos libros caballerescos.




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N-2,38,7. Este sería nombre, no apellido. Llama será errata por llamaba o llamó.





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N-2,38,8. Pleonasmo a manera de terremoto de tierra.





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N-2,38,9. Locución fácil y significativa en la que se sobrentienden las palabras nombre de antes de Lobuna y Trifaldi.
También hubiera podido usarse del artículo neutro: Dejó lo de Lobuno y tomó lo de Trifaldi.





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N-2,38,10. Modo adverbial propio del estilo familiar, equivalente a nada.





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N-2,38,11. Espaciosa aquí no está en su significación común de anchurosa, sino en la de mesurada, lenta, tarda. No se deriva del nombre espacioso, sino del adverbio despacio; conforme a lo cual debiera leerse despaciosa y no espaciosa.





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N-2,38,12. Notable acepción de la palabra obra por cosa. Este pasaje del QUIJOTE llamó la atención de don Gregorio Garcés en su libro
del Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana (tomo I, cap. XIV, art. 4E°, página 192), donde dice que sirve para determinar lugar y tiempo. Pero me parece que la significación de esta palabra es todavía más general; porque ciertamente no se trata de lugar y tiempo cuando Sancho dice después en el capítulo XLVI de esta segunda parte: Por ahora denme un pedazo de pan y obra de cuatro libras de uvas, que en ellas no podrá venir veneno.





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N-2,38,13. Este descuido, ingeniosamente afectado, prepara la noticia, que se da después, de que el mayordomo del Duque fue quien hizo el papel de la Dueña Dolorida.




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N-2,38,14. Por según estoy. En efecto: el verbo ser atribuye una cualidad a la persona, mas el verbo estar indica la situación actual de la misma, y esto es lo que más bien hubo de querer expresar Cervantes.




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N-2,38,15. Responder aquí no es contestar a preguntas, sino corresponder, arreglarse.





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N-2,38,16. Muerto significa deseoso en extremo; significación análoga a la del perecido de risa que se notó en el capítulo XXXI. Uno y otro indican un afecto tan vehemente que fuera capaz de quitar la vida. Todo esto es del estilo familiar, cuyos limites, señaladamente en castellano, son infinitamente más extensos que los del lenguaje entonado y grave.




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N-2,38,17. Parece al pronto que el lenguaje de Trifaldi peca la verosimilitud por lo que tiene de burlón y chocarrero. Cervantes quiso hacer reír con él y con la contestación de Sancho, que remedó y ridiculizó aquí, no sin gracia, el estilo de Trifaldi.




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N-2,38,18. Estando todos así en la forma que oís, entró en la sala una dueña... vestida toda de negro..., traíanla por los brazos das caballeros armados..., salvo las cabezas, las cuales tan canas tenían como la nieve, y las barbas hasta la cinta les llegaban. Y como la dueña entró... dijo: ¿cuál de vos es aquí Lisuarte de Grecia? Lisuarte... dijo: Señora Reina, yo soy; ¿que es lo que mandáis?……, que yo me tendría por muy dichoso de poderos hacer algún servicio, que mi costumbre no es otra sino servir a tales como vos. Pues que así es, yo te pido, dijo ella, que me otorgues un don... Dijo Lisuarte: Pedid lo que quisiérades, que si cosa fuere que yo pueda hacer, yo lo otorgo. Pues el don que yo quiero, dijo ella, es que me des luego aquella espada tuya tan preciada que en Constantinopla ganaste, sacándola del león, etc. Tomada esta espada (que era la que precavía todo encanto), Zirfea, Reina de Argenes, gran maga, que era la dueña coronada, encantó a Urganda, de quien quería vengarse (Amadís de Grecia, página 2, cap. X).




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N-2,38,19. Era propio de la feliz inventiva de Cervantes exagerar a lo sumo el ridículo con esta explicación de la forma superlativa, no sólo a nombres, como cuita, Mancha, escudero, Quijote y dueña, sino también a un verbo como quisiérades.





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N-2,38,20. Asunto por oficio o profesión.





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N-2,38,21. Debió decir: Que quien os escucha sabrá, etc., pues de los oídos no se puede decir con propiedad que remedian ni se duelen.





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N-2,38,22. En la presentación de las dueñas y doncellas a caballeros andantes, y petición y otorgamiento de dones, hay infinitos casos parecidos al de la Trifaldi.La Dueña Llorosa, muerto el gigante Moronte, se echó a los pies del Príncipe (Lepolemo) por besárselos, mas él no lo consintió en ninguna manera (Caballero de la Cruz, lib. I, Capítulo II).
La doncella que Urbín libró del poder del gigante Llaro le quería besar los pies, y él, con mucha piedad, la levantó (Policisne de Boecia, Capitulo XXII).
Habiendo libertado Olivante a una doncella del poder de unos caballeros que se la llevaban por fuerza, viniéndose la doncella contra él, dejándose caer del palafrén a sus pies, se los quiso besar, diciéndole: Bienaventurado caballero, de Dios hayáis galardón (Olivante, lib. I, cap. XVII).
La doncella Doridna y su hermano se echaron a los pies del Caballero de Cupido por besárselos, y él, como fuese tan mesurado, los levantó del suelo (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXXVII).
La doncella Alqufa echóse a los pies del Caballero de la Espera (Perión de Gaula) por se los besar, mas él no lo consintió (Lisuarte de Grecia, cap. XI).
Cuando la Duquesa Catalina imploró el amparo del Caballero del Cisne contra su opresor el Duque Reiner, levantóse ella muy apriesa delante el Emperador, do estaba con su fija por la mano, e fincaron los finojos antél, e dejáronse caer a sus pies por gelos besar. Mas el caballero no gelo sufrió, antes se tiró afuera, y tomólas por la mano e leyólas dende (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. LXXI).
En tiempo de Carlomagno y de su hijo Luis el Benigno, los señores, al presentarse al Monarca, le besaban los pies. Algunos más distinguidos le besaban las rodillas, como hoy hacen los Cardenales con el Papa. Las Reinas besaban también las rodillas de sus maridos.
Besar las manos era antiguamente (como ahora) menor reverencia que besar los pies. Y así, cuando se presentó el Cid al Rey, después de la toma de Valencia, habiéndose echado a sus pies, llegando con el rostro al suelo, le dijo el Rey:

Levantad os en pie ya, Cid Campeador,
Besad las manos, en los pies no.

(Versos 2037 y 2038)

Sobre esto se pusieron dos ejemplos en la nota al capítulo XXIX de la primera parte.




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N-2,38,23. No era a propósito en boca de la Trifaldi, ni en la presente ocasión, llamar fabulosas a las proezas de los caballeros andantes cuando se trataba de empeñar a Don Quijote en imitarlas.




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N-2,38,24. Mejor: Que sea mi bondad o el que sea mi bondad. Como está peca contra la gramática.




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N-2,38,25. Gaspar Lucas Hidalgo, en sus Diálogos de apacible entretenimiento (noche tercera, capítulo II) refiere el cuento de un barbilampiño a quien daban vaya sobre ello, diciéndole que un hombre como él había ya de tener un bigotazo que le diera vuelta por las orejas. A que respondió muy a lo devoto: Bigotes tengamos en el alma, que estotros no nos importan.




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N-2,38,26. Alude Sancho a los azotes que le había prescrito Merlín como único medio para el desencanto del Dulcinea.




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N-2,38,27. Desembaular, sacar del baúl, como desembanastar, sacar de la banasta. Uno y otro son verbos propios del estilo familiar.




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N-2,38,28. Metáfora tomada de la medicina y aplicada con mucha oportunidad a este pasaje, en que se pinta con viveza el estudio que habían hecho los Duques de todos los pormenores de esta fingida aventura para dirigirla con acierto.




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N-2,38,29. En la invención de esta palabra pudo tener presente Cervantes las ciudades de Asia, Cambay o Candanhar, o bien la isla de Camboja.




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N-2,38,30. Disparates acumulados aquí para hacer la relación más ridícula.
Si se da el nombre de mar del Sur al que se llama así ahora, es como si dijera que Italia está entre la isla de Chipre y el Oceáno Atlántico. Si se llama mar del Sur al que baña las costas de Trapobana, aun es más clara la burla de la Trifaldi, porque es como si dijera que Italia está entre Chipre y el Mediterráneo.




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N-2,38,31. Maguncia, Archipiela, Antonomasia, nombres todos tan risibles como el de don Clavijo, que se verá adelante, inventados por la supuesta Doña Dolorida para aumentar los motivos de risa, y divertirse con la credulidad de Don Quijote.




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N-2,38,32. Las personas de mayor cultura evitan añadir a la palabra Principal la partícula más, cuya fuerza lleva embebida en sí.




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N-2,38,33. El estilo de la Dueña Dolorida, desde el principio hasta el fin de la aventura, es una mezcla de serio y chancero, de grave y familiar, de sublime y de bajo, salpicado al mismo tiempo de arcaísmos e italianismos, que forma un carácter aparte en el todo de la fábula, donde no hay otro que se le parezca.




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N-2,38,34. Invidiosos por envidiosos. Este es otro ejemplo análogo al de inorme, sobre el que hay nota al capítulo XXXVI de esta segunda parte.




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N-2,38,35. Está dicho con propiedad hablándose de las Parcas. Por lo demás, la palabra estambre se usa comúnmente como masculina.




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N-2,38,36. ¿Quién se lleva? No hay persona, a no ser los cielos, y entonces tampoco estaría bien dicho, porque uno había de ser quien permitiese, y otro quien se llevase. El acto de permitir corresponde aquí a los cielos, el de llevar, a las Parcas.




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N-2,38,37. Expresión metafórica y muy oportuna, tomada de la ordinaria de levantar los ojos al cielo, que envuelve la idea de la superior hermosura de Antonomasia y de la inferior condición de don Clavijo; y véase cómo se enriquece y adorna el lenguaje en plumas como la de Cervantes.




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N-2,38,38. La expresión hacer hablar a la guitarra todavía se usa entre nosotros para encarecer la destreza en tocar este instrumento. Cervantes la había usado ya en la historia del pastor Eugenio (parte I, cap. LI) al contar las habilidades de Vicente de la Rosa, el soldado que robó a Leandra, y del zagal Basilio, en el capítulo XIX de esta segunda parte.
Celestina, hablando de Calixto a Melibea (acto IV), dice ponderando la habilidad de aquél en la vihuela: Parece que hace aquella vihuela hablar.
Vicente Espinel añadió una cuerda a la guitarra, que antes tenía sólo cuatro. Se lo dice Lope de Vega en su dedicatoria de la comedia del Caballera de Illescas.





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N-2,38,39. Tenemos ya que don Clavijo era músico y trovador, y que en esta parte se hallaba habilitado para ser caballero andante, conforme a lo que dijo Don Quijote en el capítulo XXII de la primera parte.




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N-2,38,40. Continúa el mayordomo, escondido bajo la forma de la Trifaldi, con sus bufonadas y truhanerías burlándose del pobre Don Quijote, a quien pinta con igual encarecimiento los talentos poéticos y músicos de don Clavijo, que su habilidad para construir una jaula de pájaros.





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N-2,38,41. Acerca de la significación de esta voz se habla en una nota al capítulo XXII de la primera parte.




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N-2,38,42. El Doncel Teobaldo, hijo del Conde de Altarroca, uno de los próceres de Macedonia, amaba a Lupercia, doncella de la Reina Rosiana, y una noche que tenía concertado de hablarse por una ventana baja del aposento de Lupercia, que caía a un callejón angosto y sin salida a espaldas del palacio cerca del muro. Teobaldo cantaba así al son de su arpa:

Después que mi vista os vio,
con el dolor que sentí,
la vida no quiero yo,
la muerte no quiere a mí

(Olivante, libro I, cap. XI.)




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N-2,38,43. Palabras de queja amorosa, muy frecuentes en los libros caballerescos y aun en los antiguos cantares de Castilla.
Según Pellicer, esta redondilla se tradujo del original de Serafín Aquilano, que dice:

Dala dolce mia nemica
nasse un duol chesser non suole;
e per piu tormento vuole
che si senta èè non si dica.

Mas Luis Gálvez Montalvo cita estos mismos versos de Aquilano como una de las imitaciones hechas por los poetas italianos de las redondillas castellanas.
Serafín Aquilano, llamado así porque era de Aquila, en el Abruzo, fue en su tiempo proclamado rival y vencedor del Petrarca. Los príncipes se lo disputaron. Fue llamado sucesivamente a la corte de Nápoles, a las de Milán, Urbino y Mantua. Murió en 1500, de edad de treinta y cuatro años. Sus poesías se imprimieron infinitas veces hasta mitad del siglo XVI, y desde entonces se olvidaron. Cantaba con muy agradable voz sus versos, acompañándose con el laúd e improvisando al mismo tiempo (Guinguené, Historia literaria de Italia, capítulo XXI, tomo II, pág. 511).
En el Extracto de Tristán por el Conde de Tressán (pág. 91) hay una canción con algunas alteraciones para hacerla inteligible, en que Tristán llama a Iseo mi dulce enemiga. He aquí el pasaje:

En ma dernièère heure te prie,
isseut ho!
ma douce ennemie,
toi qui jadis fus amie,
aprèès ma mort, las! ne m′′oublie.

En el capítulo XII de la primera parte se halla el pasaje de la canción primitiva de Tristán, corregido aquí por el Conde de Tressán.
Rabí don Santos escribió ya en redondillas en tiempo de Don Pedro el Cruel.




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N-2,38,44. Don Luis de Góngora jugó con este pensamiento en una de sus letrillas (fol. 70, edición de 1654), en que dijo:

Manda amor en su fatiga
que se sienta y no se diga,
pero a mí más me contenta
que se diga y no se sienta.

En los villancicos del Cancionero de Fernando del Castillo, impresos en Sevilla en el año 1540, hay uno de Juan de Estúñiga, que dice así:

Mi peligrosa pasión
me castiga
que se sienta y no se diga.

Castiga, esto es, amonesta.





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N-2,38,45. Esto quiere decir que a la copla precedente siguieron otras que la trovaban. De estas trovas se encuentran en el Cancionero general, y en el QUIJOTE la de don Lorenzo (cap. XVII).




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N-2,38,46. He aquí el pasaje de su República a que se refiere Cervantes: Si se introdujese en nuestra ciudad uno de estos poetas expertos en el arte de variar las formas del lenguaje, y de representar sin elección toda clase de papeles, perfumaríamos su cabeza y le despediríamos.





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N-2,38,47. En vez de llorar a los niños y a las mujeres. ¿¿Por qué no se ha de mirar como falta tipográfica la de la preposición a antes de los niños?





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N-2,38,48. El autor primitivo de esta redondilla fue el comendador Escribá en el Cancionero general de Valencia de 1511. Tráela Bohl en el tomo I de la Floresta de rimas antiguas (número 184):

Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta conmigo;
porque el gozo de contigo
no me torne a dar la vida.
Ven como rayo que hiere,
que hasta que ha herido no se siente su ruido
por mejor harir do quiere:
así sea tu venida;
si no desde aquí te digo
que el gozo que habré contigo
me dará de nuevo vida.

Así está en el Cancionero, general de Sevilla de 1540 (folio 93).
Bohl (núm. 198) trae también esta canción, tomada del Romancero general de 1644, que dice:

Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir;
porque el placer de morir
no me torne a dar la vida.
Si a tu gusto me apercibo,
entre mi pena y mi fe
nueva vida cobraré
pensando que no estoy vivo:
No sepa yo tu venida.
Acábame sin sentir,
porque el placer de morir
no me torne a dar la vida.
Para el que no te desea,
muerte, eres mal inhumano;
para mí que en morir gano,
la vida mal se me emplea;
ven con mi gusto a medida,
y no te Sienta venir;
porque el placer de morir
no me torne a dar la vida.

Así está en el Romancero general de Pedro Flores, 1614 (parte XI, fol. 425).
Lope de Vega, en sus Rimas sacras, glosó esta redondilla a lo divino. Dice así:

Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir;
porque el placer de morir
no me vuelva a dar la vida.

GLOSA

Muerte, si mi esposo muerto no eres muerte, sino muerta, abrevia tu paso incierto,
pues de su gloria eres puerta:Descubriendo tu venida
como quien viene a dar vida
aunque disfrazada en muerte,
y encubriendo el rigor fuerte,
ven, muerte, tan escondida, etc.

Mejoró el pasaje Lope de Vega, de quien lo tomó Cervantes sin otra variación que la de sustituir así felizmente la repetición de un mismo sonido.
El mismo Lope, en su introducción a la justa poética de San Isidro, alega éste y otros varios ejemplos, al parecer de los dos Cancioneros, antiguos, en redondillas muy lindas, diciendo no se atreve a decidir sobre la preferencia entre los poetas antiguos españoles y modernos.
Otra es la cuestión sobre la preferencia entre la poesía castellana antigua y la moderna (imitada de la italiana). Es indudable que cuando introdujeron esta última Garcilaso y Boscán, ganó la poesía, porque tuvo más modos de explicarse. El poema épico sería detestable en redondillas, así como éstas son admirables para asuntos ligeros y epigramáticos en boca de don Diego de Mendoza. Los versos de arte mayor son propios de asuntos graves. La Araucana no pudiera sufrirse en seguidillas. Cada metro según el asunto. En el Pastor de Filida se agita la cuestión sobre la preferencia de lo que se llamó arte castellano y toscano. Don Juan Antonio Mayans trata de esto largamente, como suele, en su prólogo desde el párrafo 36 en adelante. Siralvo (Luis Gálvez de Montalvo) votó por lo justo: ¿¿Quién duda, dice en la parte segunda, que lo uno o lo otro pueda ser malo o bueno? Sin embargo, parece tiene más inclinación al castellano que al toscano, según allí se expresa.
Los más célebres compositores del arte castellano fueron Castillejo y Gregorio Silvestre, y aun don Diego de Mendoza, sin contar los antiguos. Castillejo fue el antagonista del arte toscano, y puede añadírsele a Lope de Vega. Los tildados de innovadores eran Garcilaso y Boscán, reputados por introductores del arte toscano en los endecasílabos y heptasílabos.
Lope de Vega escribió en redondillas el poema del Isidro. El asunto no puede ser más opuesto a este género de metro.
El mismo en la silva cuarta del Laurel de Apolo, dice que nuestras redondillas antiguas imitaron al himno Pange lingua.

Pues no tenemos antes
otro ejemplar primero ni segundo.

En el capítulo IV de la segunda parte se da, por boca del bachiller Carrasco, el nombre de castellana a esta especie de composición de cuatro versos, y de décima o redondilla a la de cinco, y no sin equivocación, pues que décima o espinela es la copla de diez versos a ocho sílabas, llamada espinela por haberla inventado Vicente Espinel: y la redondilla es la estancia de cuatro versos de a ocho sílabas, en que conciertan los consonantes primero y cuarto, tercero y segundo, y a veces alternativamente.
En Olivante de Laura se hallan las siguientes redondillas en que juega este mismo pensamiento de Cervantes:

Entre la muerte y vivir
siento una batalla esquiva:la muerte quiere que viva,
la vida quiere morir.
Con falta de la esperanza
de tan glorioso querer,
la vida quiere vencer.
La muerte y desconfianza
procuran mi padecer,
que si procuran vivir
porque muera entre que viva,
que con pasión tan esquiva
la vida es más que morir.

(Olivante, lib. I, cap. XXIV.)

Este es el género metafísico del amor, que campea y domina en las composiciones eróticas del Cancionero general.




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N-2,38,49. Describiendo Cervantes en su Viaje al Parnaso la galera de Mercurio, fabricada toda de versos, dice (cap. I):

Las jarcias parecían seguidillas,
de disparates mil y más compuestas,
que suelen en el alma hacer cosquillas.




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N-2,38,50. El licenciado Jerónimo Huerta, en el prólogo de su Florando de Castilla, que se imprimió en 1588, cuenta como poesías chabacanas de que gustaba el vulgo, la Vida de la Zarabanda, ramera pública del Guayacan, el casamiento de su autora pintado, el antojo de la de Campeche, el testamento de Celestina, y cosas desta manera.
Según Mateo Alemán en su Guzmán (parte I, lib. II, cap. VIl): Las seguidillas arrinconaron la zarabanda, y otras vendrán que las destruyan e caigan.





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N-2,38,51. Que a los tales trovadores debería decirse.




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N-2,38,52. Se dice de las islas deshabitadas, como parece probarse por un pasaje de Torquemada en su Jardín de Flores (pág. 108) que citan Bowle y Pellicer. El pasaje dice así: Una mujer cometió un delito muy grave, por el cual fue condenada en destierro para una isla deshabitada de las que comúnmente llaman las islas de los Lagartos, etc. El caso ocurrió en Portugal, y poco antes que se escribiese en el Jardín de Flores.




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N-2,38,53. Hablando Estebanillo González de los sonetos que se habían presentado a una justa poética, dice: Era su compostura tan realzada y culta que más me pareció prosa griega que verso castellano. Leídos todos sin entender ninguno, porque lo que de presente andaba valido era el gongorizar con elegancia campanuda, de modo que pareciese mucho lo que no era nada, y que no lo entendiese el autor que lo hiciese, ni los curiosos que lo leyesen. Porque no remontándose un poeta, sino abatiéndose a raterías de escribir con lisura, pan por pan y vino por vino, no solamente no era estimado, pero tenían sus versos por versos de ciego (cap. V, tomo I).
Alude este pasaje a la metafísica de los tiempos de las redondillas y del Cancionero general.




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N-2,38,54. Mejor estaría tirito en lugar de tiemblo, que no expresa bien lo que se intenta. Pero tirito es familiar, y las voces, familiares estaban desterradas de esta especie de poesía en la época a que se refiere Cervantes, como lo manifiesta la nota precedente.




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N-2,38,55. Nombre de la constelación en que fue convertida Ariadna abandonada de Teseo.




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N-2,38,56. Hace disonancia este cambiar el orden en la enumeración de las cosas raras, imposibles y preciosas que aquí se refieren. Sonaría mejor: Los caballos del Sol, las perlas del Sur, el oro de Tíbar, etc.
En Pérsiles (lib. I, cap. XVIp decía Penando refiriendo sus aventuras: Satisfacía a todos nuestros cinco sentidos, lo que mirábamos…… al tacto con tenerlos (los frutos) en las manos, con que nos parecía tener en ellas las perlas del Sur, los diamantes de las Indias y el oro de Tíbar.
Y en el Viaje al Parnaso se lee (cap. IV):

Perlas el Sur, Sabea sus olores,
gales Milán, y Lusitania amores.
El oro Tíbar, Hibla su dulzura,

Decía el Gran Turco en la comedia la Gran Sultana, de Cervantes (jornada I):

Denme para tus coronas
perlas el Sur, oro Arabia,
púrpura Tiro y olores
la Sabea...

Tibar es río según Covarrubias y el Diccionario grande de la Academia, en el artículo Oro de Tibar.
Según Aldrete, Origen de la lengua castellana (lib. I, cap. XVI): Es lo que hoy llaman oro en polvo, otros de Tíbar, si bien éste es el que se halla y coge en áfrica, y es bajo de ley, aunque vulgarmente lo tienen por muy subido, siendo al contrario.De un pasaje del mismo Aldrete, que copia Bowle, se infiere, al parecer, que este oro era el que venía de áfrica, de la famosa mina que frecuentaban los portugueses y aun los castellanos en el siglo XV. De esto se habla en las Crónicas de Pulgar.
Según otro pasaje de Covarrubias, copiado por Bowle, Tíbar era un río llamado Etar por los árabes.
Bernardo Pérez de Vargas, en su tratado de re metálica, impreso en Madrid el año 1569, tratando de la naturaleza y generación del oro (lib. II, cap. I, fol 30), dice:
También se cría (el oro) en cierta tierra como betún, pegajosa, que parece arcillo, la cual es tierra pesada con algún olor de piedra azufre. Y el oro que se halla en esta piedra tal es muy fino, aunque trabajoso de coger, porque es menudísimo, tanto, que apenas se puede divisar; llámase oro de Tíbar. Por esta autoridad de un facultativo o perito tan acreditado se ve que el oro de Tíbar era finísimo y apreciadísimo.




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N-2,38,57. Pancaya, región de la Arabia Feliz, célebre por los aromas que produce, de quien cantó Virgilio en el libro I de las Geórgicas:

Totaque thuriferir Panchaia pinguis arenis.

Bowle cita el mismo verso, al que hubo de aludir Cervantes en este pasaje, si bien cambiando el incienso por el bálsamo.
Feijóo (tomo IV, disc. 10, número 0) coloca esta región entre las fabulosas, mas Plinio la pone en Egipto, Mela en los Trogloditas, Servio en la Arabia Feliz. Diodoro Sictilo la hace isla del Océano arábigo. Plinio dijo: ex fide aliorum, que Pancaya era la patria del Fénix. Y Solino, hablando de esta ave, dice (Traducción de Casas, pág. 99): Ella apareja una hoguera hecha de cinamomo, y la compone junto a la tierra de Panchaya, en la ciudad del Sol, poniendo la leña sobre los altares.





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N-2,38,58. Falta la partícula que: como que les cuesta poco. Puede creerse que fue omisión del impresor.




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N-2,38,59. Aquí divertirse no es solozarse, sino extraviarse del propósito de lo conversación: significación conforme al origen latino de la palabra. Es claro que la Trifaldi afectó en su arenga usar de latinismos y arcaismos por remedar el lenguaje de los libros caballerescos.




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N-2,38,60. ¡Qué lenguaje tan propio de dueña semialcahueta y zurcidora de voluntades! Cervantes no perdía ocasión de tildar y ridiculizar a las dueñas.




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N-2,38,61. Hay aquí dos cosas que notar: primera, la repetición de salió, saliese; segunda, que sobra el se, y que debería decirse: antes que saliese a luz el mal recado.




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N-2,38,62. No sé si alcanza toda la preocupación y vaciedad de Don Quijote a excusar éste y otros pasajes de los razonamientos de la Trifaldi, en los cuales reina una mezcla de serio y de chocarrero que hubiera podido perjudicar al buen éxito de lo que se intentaba, haciendo sospechar a Don Quijote que todo aquello era fingido. Quiso sin duda Cervantes pintar en esto el ingenio burlesco y desenfadado del mayordomo de los Duques autor y actor de esta aventura, y al mismo tiempo el extremo de la locura y sandez del protagonista, suponiéndola tal que no alcanzaban ni aun tan claras señales a hacerle conocer la burla.

{{39}}Capítulo XXXIX. Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia


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N-2,39,1"> 4513.
Errata de imprenta en la estampación del texto. Clemencín no señaló ninguna nota en esta frase.




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N-2,39,2. Gentil, palabra derivada de la anticuada gento, genta, que era lo mismo que lindo, hermoso. El Arcipreste de Hita, en los Gozos a Santa María, la llamó Virgen genta. En lo sucesivo el uso destinó a los hombres la voz gentileza, que denota comúnmente la hermosura de éstos, y no la de las mujeres, como se observa sin salir del QUIJOTE.




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N-2,39,3. Consonancia que se evita cuando se escribe con corrección, y que no se hubiera escapado a Cervantes si hubiese releído su manuscrito. Es verdad que este mismo descuido ha impreso un sello peculiar de originalidad a esta obra, producto virgen del ingenio de su autor, como se ha notado en otros pasajes de la misma.




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N-2,39,4. Propincua, voz usada en el Romancero general de Miguel de Madrigal, romance del Rey don Rodrigo en la batalla de Guadalete:

Al fin subió como pudo
sobre un cerrillo propincuo,
si de alguna Suerte sube.
quien tan de alto ha caído.
Véase sobre esta palabra la nota al capítulo XV de la primera parte.
Propincuos por parientes cercanos se usa en las poesías del Arcipreste de Hita (pág. 249, copla 1411), donde, hablándose del enfermo que está para morir, se dice:

Los que son más propincuos, hermanos et hermanas,
non coidan ver la hora que tengan las campanas.

También se usa esta palabra en la misma acepción en el Ordenamiento de Alcalá (título XXXI, ley XXXVI) y en las Partidas (Partida VI, tomo VII, ley XV).




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N-2,39,5. Tuera es el fruto de la coloquíntida, calabacilla sumamente amarga.
Adelfa, rhododendrón o áárbol rosa, que en algunas partes llaman baladre: arbusto hermoso, con hojas semejantes a las del laurel y flores de color de rosa. Es mortífero para algunos animales.




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N-2,39,6. Virgilio, Ene ida, libro I.
Ríos, en su Análisis del Quijote, dice, hablando de la presente aventura (párrafo 45): El extraño suceso de la Trifaldi y su continuación son un espectáculo tan divertido como la relación del saco de Troya: la aparición del Clavileño Augero no es menos oportuna ni agradable que la descripción del Paladión troyano, y los amores de Altisidora son comparables en su línea con la pasión de Dido.
Lo creo elogio exagerado y aun ridículo. ¿Qué conexión hay ni qué punto de comparación entre los trozos citados de Virgilio y los de Cervantes? ¿Por qué título puede llamarse divertida la relación del saco de Troya? Sublime, patética, admirable, sí; divertida, no; esto es bueno para lo de la Trifaldi y el quisieredísimis de Sancho.
La Trifaldi, según el texto, sabía latín. ¿Sería el hemistiquio de Virgilio el que excitase en Ríos la idea de la semejanza entre la destrucción de Troya y la relación de la Trifaldi? Pudo ser: mas sin esto, es notable el empeño con que en su Análisis se esfuerza por hallar el tipo de varios de los pasajes de esta fábula en la Eneida y aun en la Ilíada.





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N-2,39,7. Malambruno, hermoso y valiente caballero que, enamorado de una doncella de Morgaina, se casó secretamente con ella. Es personaje que figura en la vida de Mervino, hijo de Oger u Ogero Danés y de la encantadora Morgaina. El extracto de este libro se halla en Ferrario (tomo II, pág. 320). Morgaina le convirtió en Un monstruo, Rey de duendes marinos, y se sirvió de él para un viaje de Oger (Ib., páginas 312 y 315).
Bruno es moreno o negro: voz que entra frecuentemente en nombre de gigantes en los libros de Caballería. De las familias de los Brunes, que era de gigantes, señores de la ínsula de Torrebermeja, se habla en Amadís de Gaula (cap. CXXIX, lib. IV).




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N-2,39,8. Es primo hermano, en cuya significación se halla en el Conde Lucanor.Cormano parece germano, y éste, hermano.
El uso de estas palabras anticuadas era para remedar el lenguaje de los libros de Caballerías, de los cuales, los primitivos y más autorizados se escribieron en castellano antiguo.




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N-2,39,9. Imitación de pasajes análogos en los libros caballerescos.
Alpartacio, hijo de Filomeno, Rey de Sicilia, se enamoró de oídas de Miraminia, hija de un Rey de Francia. Habiéndosele presentado, ella le otorgó su amor con condición de que la llevase a Sicilia. Así lo hizo Alpartacio; mas al entrar en la sala donde su padre estaba, súbitamente en medio de ello ambos fueron hechos piedra mármol, y en la mano de uno de ellos apareció un padrón con una profecía relativa a su desencanto (Lisuarte de Grecia, capítulo LXXIX).
En la historia de don Policisne de Boecia se habla de un padrón de mármol en la selva de la cierva encantada: contenía una profecía en que se indicaba con obscuridad el fin del encantamento (cap. II).
Don Belianís acabó la aventura de la Espada encantada en la cueva del Gigante, donde había un padrón en letras arábigas, el cual contenía una profecía relativa al mismo don Belianís. La espada estaba metida en una columna, sin que se viese más que la guarnición y el puño. Don Belianís la sacó muy ligeramente, con lo cual se deshizo el encantamento, y con la misma espada mató al gigante que guardaba la cueva (Belianís, lib. I, cap. I).
En el libro I (cap. LIV) se habla de otro padrón escrito en letras griegas, con una profecía.
Habiendo entrado el Príncipe Claramante en el laberinto de Creta mató al Minotauro después de un obstinado combate, y al caer el monstruo se cubrió todo el edificio de una espesa nube, se oyeron aullidos, aparecieron visiones, y el castillo dio un espantable estallido pareciendo hundirse, y Claramante cayó de su estado, entendiendo que se desplomaba la máquina del cielo, Pasada una hora, que duró el temeroso ruido, el cielo comenzó a aclararse, el Príncipe se halló junto a la fuente de los Tres Caños, y leyó en una columna estas palabras: El entrincado laberinto y vencimiento de Teseo, el más ingrato de los amantes, fue acabado por el fortísimo Caballero de los Leones, y en presencia del mayor amigo..., acabando entrambos la más famosa aventura del Universo (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte IV, libro I, cap. XIX).
En Olivante de Laura (lib. I, cap. XX) se menciona un padrón del sabio nigromante Arsimenes en el encanto llamado el Purgatorio de Tirses. Hablábase también de un padrón latino en piedra redonda de fino rubí, hecha a manera de un escudo, al pie de la escalera por donde se subía a la casa de la Fortuna (lib. I, cap. IV), y de otro en la misma escalera (Ibídem, capítulo V).
Amadís de Grecia halló en la íínsula Despoblada una imagen con una inscripción en letras caldeas, que contenía una profecía. Era encanto de Zirfea. Reina de Argenes (Amadís de Grecia, parte I, cap. XLVI).
En la peña de la Doncella encantada descubrió Esplandián un ídolo que era una estatua de Júpiter, de oro, con corona de lo mismo y todo él sembrado por perlas gruesas y piedras preciosas y una tabla de oro colgada a su cabeza con una profecía en griego, escrita con letras de diamantes (Esplandián, cap. XC).
También había un padrón en la cueva encantada donde entró el Príncipe Lepolemo (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. V).
En La Jerusalén libertada de Tasso se habla igualmente de un padrón que a la orilla del río Oronte leyó Reinaldos, en que se le convidaba a pasar a una isleta del río, en la que se durmió, y de donde Armida se le llevó a su isla (canto 14).




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N-2,39,10. Profecía del mismo jaez con otras muchas que se leen en los libros caballerescos.
Hablóse largamente sobre este punto en las notas a la profecía que hizo el Barbero a Don Quijote encantado en la jaula (parte I, capítulo XLVI).




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N-2,39,11. Hacer finta, italianismo, hacer ademán. Así lo califica también Pellicer en la Vida de Cervantes, quien usó de esta frase, así como de otras del mismo origen, remedando el lenguaje de los libros caballerescos.
Yendo Florambel vestido de doncella a ver a su señora Graselinda, encontró un caballero que quiso forzarla; mas Florambel le sujetó y derribó aturdido en tierra, y quitándole el yelmo le sacó su misma espada, y estuvo atendiendo fasta que vido que el caballero había tornado en su acuerdo. Entonces Florambel alzó la espada faciendo finta que le quería ferir pero el caballero le pidió la vida y él se la otorgó enviándole a presentarse a su señora Grasellnda (Florambel, libro V, cap. XX).
Infinta, en el antiguo lenguaje castellano significa fingimiento.
Fernán Pérez de Guzmán, en sus Generaciones y semblanzas, dice En esto me alegraré quel nombre de Jesucristo sea loado con verdad, e no con infinta.
El Conde Don Julián, cuando supo la afrenta que el Rey Don Rodrigo había hecho a su hija, fizo infinita que non paraba mientes, e que non daba por ello nada (Crónica general).
Y esto sin lisonja ni infinta, sino como lo digo, así lo conozco por verdad
(Arcipreste de Talavera, Corbacho, parte I, cap. XIV y último).
Aquella paz de los Duques fue enfintosa, segund que adelanta paresció (Crónica de Don Pero Niño, parte I, cap. XXXVI).
Y en los libros de Caballerías:
La doncella des que acabó su canción, levantóse en pie e hizo infinta que ella se quería ir (Primaleón, cap. CLII).
Esto hacía la dueña con grande infinta (Sergas de Esplandián, cap. VI).
En Belianís (lib. I, cap. LXV) se cuenta que, mandando el Rey de Troya prender a un mensajero, y queriendo hacerlo algunos caballeros, el mensajero, poniendo mano a una pequeña espada que en la cinta trola, hizo infinta de esperarlos. Repítese la misma expresión en el libro I, cap. LI) y en el II (cap. XXX).




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N-2,39,12. Segar, del latín secare.
Gola,
palabra italiana, cuello. De gola se dijo golilla. Gola en castellano es una prenda militar
que llevan los oficiales, y representa el arma defensiva que cubría el cuello. También se llamó por transposición de letras galillo a la parte interior de la garganta, y es anagrama de golilla.
Esta voz, así como estas otras, morbidez, testo, hicieron fortuna bajo los auspicios de Cervantes, y adoptadas después por varios escritores de nota, pertenecen actualmente a la lengua castellana.
En tiempo de Cervantes estaba en boga el estudio de la literatura italiana, así como lo está ahora el de la francesa. Por eso se advierten tantos italianismos en los escritos de aquella época.
Ya se halla usada la palabra tiesta por cabeza y en el Poema del Cid (verso 13), en el Duelo de la Virgen, de Berceo (copla 55), y en el Poema de Alejandro (copla 966). En el mismo (copla 871) se usó la palabra italiana aguisado por justo, razonable. Suárez de Figueroa, en su Pasílipo (pág. 121) usó también la palabra sólita por acostumbrada (Navarrete, Apuntes).
Se encuentran usados en el QUIJOTE los siguientes italianismos:
Apunto, por exactamente, parte I, capítulo XLVI; aquista, por adquiere, parte I, capítulo XLI; aspetatores, por espectadores, parte I, cap. XIX; cómodo, por comodidad, parte I, cap. XLI; compatrioto, por compatriota, parte I, cap. XIV; faquín, por ganapán, parte I, cap. XXX; fracasar, por destrozar, parte I, cap. XX; farseto, por justillo, parte I, cap. XXI; gola, por cuello, parte I, capítulo XXXIX; humilísima, por humilladísima, parte I, cap. XXXVII; interrotos, por interrumpidos, parte I, capítulo XLIX; jubilar, por regocijarse, parte I, capítulo XXXVI; madrina, por madrastra, parte I, cap. XIV; malandrín, por ladrón, parte I, cap. XVII; méritamente, por merecidamente, parte I, capítulo II; morbidez, por blandura, parte I, capítulo XXXIX; péñola por pluma, parte I, cap. LXXIV; sólito, por acostumbrado, parte I, cap. XVII; testa, por cabeza, parte I, capítulo XXXIX; trástulo, por entretenimiento, recreo, parte I, capítulo VI; a medio real no que a cuartillo, por a medio real y no a cuartillo, parte I, capítulo LXXI; del sofístico ni del fantástico, por de sofístico ni de fantástico, parte I, capítulo XXV; golosazo que tú eres, por golosazo solamente, parte I, capítulo I; hizo finta, por hizo ademán, parte I, cap. XXXIX.




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N-2,39,13. Sobre la significación de la palabra cercén, véase el final de la nota al capítulo XXXV de la primera parte.




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N-2,39,14. Turbatus sum, et non sum locutus (Psalm. 76), et lingua mea adh祳it faucibus meis (Psalm. 21).

Vox faucibus h祳it.

(Eneida, lib. IV, verso 280.)




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N-2,39,15. Vuelve la Trifaldi de cuando en cuando al lenguaje familiar y bajo con que salpica sus razonamientos, y es uno de los rasgos que forman su carácter, como ya se ha dicho.




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N-2,39,16. Debe ser errata por cargado, como lo exigen las palabras que anteceden: Después de haber exagerado... y vituperado y cargado, etc.




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N-2,39,17. Está redundante la frase, que hubiera ganado en elegancia y precisión quedando así Y al punto que acabó de decir esto, etc.




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N-2,39,18. Fue práctica común en los sucesos caballerescos llevar las dueñas y doncellas antifaces para no ser conocidas sino cuando les acomodaba.
Cuando Beltenebrós quiso llevar a su señora Oriana a la Corte del Rey su padre a probar la aventura del tocado de las flores, para que no fuese conocida hizo que se disfrazase, vistiéndola de la forma que había de ir con sus idas en las manos y sus antifaces, de suerte que nadie pudiera conocerla (Amadís de Gaula, cap. LVI).




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N-2,39,19. Albarrazadas, esto es, blanquecinas, o que declinaban de su color natural al blanco; manchadas. Usa de este epíteto Cervantes en su entremés titulado Retablo de las Maravillas. Dellos (los ratones) son blancos, dellos albarrazados, dellos jaspeados, dellos azules.





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N-2,39,20. Palabra italiana en esta acepción de cabeza. En castellano se dice: testa de ferro, testa coronada, testarudo, testera del coche.

La colmilluda testa ora llevando
del puerco jabalí cerdoso y fiero,

dice Garcilaso (égloga 2ªª).

Guión de Falisa, uno de los capitanes del Caballero del Cisne, que mandaba a los alemanes contra los sajones, dio a uno dellos tan gran cuchillada por cima de la cabeza, que le tajó el yelmo e el tiesto, e la espada llegó al meollo, e dio con él muerto en tierra (Gran Conquista de Ultramar, cap. XCIX).
Y en el capítulo XCIV había contado que el Conde Espaldar dio a Galieno una lanzada en el ojo: e el golpe fue hacia arriba, así que le pasó el tiesto, e el meollo, e la punta de la lanza llegó fasta el yelmo.
Guión
será Gui o Guido, como ya se ha notado otra vez.




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N-2,39,21. Esta especie de hablativo absoluto, que se halla bien caracterizado en este y algún otro pasaje del QUIJOTE, es uno de los más concisos y significativos modos de decir que ha conservado la lengua castellana de su madre la latina.




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N-2,39,22. Pellicer discurre, con mucha apariencia de verdad, que el original de Cervantes diría: Pues si aun cuando tiene la tez lisa.





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N-2,39,23. De hoy más pues (dice el Arcipreste de Talavera, Corbacho, parte IV, cap. VI) ninguno ni alguna... no eche la culpa a la fortuna, fado ni ventura, que una cosa son... e no diga... en día aciago mi madre me parió; en hora menguada nascí; en mal sino fui engendrado; en fuerte planeta fui concebido. Todos estos e otros dichos son falsos, malos, reprobados... no dé culpa (la persona) a la venturo, ni a la planeta, sino a sí mismo que se le procuró (el mal)... Conclúyese que el que dejase a Dios y su santo nombre e poderlo, e se somete a fados e planetas, si fadas malas le vinieren por su culpa, que las tenga.
Acerca del origen y significación de las palabras hora menguada se puso nota en la primera parte (cap. XVI).

{{40}}Capítulo XL. De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia


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N-2,40,1"> 4536.
¡Cuántas palabras superfluas! ¡Cuánta paja para decir: Continúa la aventura de la Trifaldi.





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N-2,40,2. Hallo redundante esta expresión. Debiera decir: De historias como ésta, o de historias semejantes a ésta. La misma redundancia se encuentra poco más adelante, donde Sancho dice: Jamás he oído ni visto... semejante aventura como ésta.





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N-2,40,3. Semínimas, voz tomada de la música. Notas que ocupan en el compás unos espacios muy pequeños, como lo indica la palabra. Quiere decir aquí: las particularidades más menudas.





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N-2,40,4. Se sobreentiende preguntas, porque esto es a lo que se responde, y se refieren a las dudas que en el ánimo del lector excita la relación de los sucesos. Este período es un modelo de lenguaje rápido y nervioso.




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N-2,40,5. El deseo de que se habla aquí no es el del autor, como parece indicarlo el contexto del lenguaje, sino el del lector. Es como si dijera; Manifiesta los átomos que el curioso desea La expresión de Cervantes no es feliz.




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N-2,40,6. Sobre esta fórmula arábiga de narración, que se repite en varios pasajes del QUIJOTE, se habló ya al principio del capítulo I de esta segunda parte.




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N-2,40,7. Especie de juramento a lo chinesco, entre los cuales se veneran especialmente los manes de los antepasados. Así como se jura por los vivos, por vida del Rey, por vida mía, invocando siempre personas a quienes se respeta o ama, así también se solía jurar frecuentemente por los difuntos cuya memoria era respetable; pero entonces se decía no por vida, porque sería ridículo hablándose de muertos, sino por el siglo, esto es, por el descanso eterno. Pasados es aquí lo mismo que antepasados. En francés se llama trépassés a los difuntos, y trépas a la muerte.




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N-2,40,8. Válgate por válgante, como debió decirse. Solecismo parecido a otros del QUIJOTE, como se le vino a la imaginación las encrucijadas (parte I, cap. IV): a los que Dios y naturaleza hizo libres (cap. XXI); les sirvió (a los cabellos) de peine unas manos (capítulo XXVII); así como salió Don Quijote y su camarada (cap. XXIX): le sucedió cosas que a cosas llegan (parte I, cap. VII).
Garcés, ciego adorador de Cervantes, suele convertir sus descuidos en reglas, y alega este ejemplo como primor de la lengua en su tratado del Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana (tomo I capítulo I, pág. 16).




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N-2,40,9. Difícil sería quitar la mitad superior de las narices y dejar la de abajo. Puede creerse de la distracción de Cervantes que se le olvidó borrar las palabras de medio arriba, que, efectivamente, no hacen falta.




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N-2,40,10. Se echa menos el artículo. Debiera decir: Hemos tomado por remedio ahorrativo el usar, etc. Y lo mismo sin preposición y sólo el artículo: Hemos tomado por remedio el usar, etcétera. Y lo mismo sin preposición ni artículo: Hemos tomado por remedio usar, etc. De cualquiera de estos modos quedaría corregido el vicio del texto. Puede creerse que el impresor puso de en lugar de éél.





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N-2,40,11. Tengo entendido que este método de arrancarse las mujeres el vello cuando es excesivo, suele practicarse en algunas provincias meridionales de España.




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N-2,40,12. Vello, el pelo delgado que nace al hombre por el cuerpo, distinto del cabello (Covarrubias). Viene de la voz latina vellus, vellón.




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N-2,40,13. Por jamás se dice, así como por siempre, para significar lo contrario. En uno y otro caso pudiera suprimirse la partícula por sin alterar esencialmente el sentido. Véase la nota al capítulo XXXV.




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N-2,40,14. Tercera es alcahueta. Juega la Trifaldi con las palabras terceras y primas en sus diferentes significaciones. Oliscar es verbo a un mismo tiempo diminutivo y frecuentativo: producción del inagotable y feracísimo campo del estilo familiar castellano.




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N-2,40,15. Muchos moros se dejan crecer las barbas, y dan por razón que rapar la barba es de ganapanes y bellacos, y lo mismo dicen del que no trae turbante (Haedo, Topografía, capítulo XXXV).
La expresión, por consiguiente, era la más adecuada al caso, y la más enfática posible en boca de nuestro caballero.




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N-2,40,16. Retintín, rebullirse, resentirse, palabras usadas en la primera parte (cap. XV); ejemplos de diminutivos formados con la partícula re.





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N-2,40,17. Epíteto y títulos ridículos, propios del carácter bufonesco y socarrón del mayordomo convertido en Condesa: lo mismo que lo de cinco mil leguas, dos más o menos, que dice poco más abajo. La Trifaldi vuelve siempre al tema del estilo burlesco propio de su carácter, como el lector lo notará fácilmente.




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N-2,40,18. Sobra el segundo que; redundancia muy frecuente en el QUIJOTE.
Una cabalgadura. Reinaldos de Montalbán y su hermano Ricardeto fueron transportados en tres días por los demonios Astarot y Farfarelo, familiares de Malgesi, desde Egipto a la batalla de Roncesvalles en sus dos caballos Bayarte y Ribicán, dentro de los cuales se introdujeron dichos dos demonios (Morgante, libro I, caps. LXXXI y LXXX).




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N-2,40,19. Sobre la historia de Pierres se habló en una nota de la primera parte (cap. XLIX).
Luis Vives (De christiana f祭ina, lib. I, capítulo V) cuenta entre los libros caballerescos de lectura común en Francia a Pedro Provenzal y Magalona Melusina, y lo pone entre los que debieran prohibirse.




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N-2,40,20. No parece propia la voz compuesto. Sonaría mejor hecha, fabricado.





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N-2,40,21. No parece sino que se quiere decir que Merlín hizo grandes viajes con Pierres; mas no fue así, sino Pierres con el caballo. Los verbos cambian de sujeto en este período, dejándolo desconcertado y confuso.




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N-2,40,22. Es paso menudo y apresurado.




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N-2,40,23. Como el Hipógrifo de Astolfo o el caballo Pegaso.




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N-2,40,24. La repetición tan inmediata de llevar es una incorrección que fácilmente desaparecería poniendo ya en vez de lleva; y aun así quedaría más lisa y corriente la frase ¿Pondría Cervantes ya en el original? Pudo ser, y en este caso sería la culpa del impresor.




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N-2,40,25. Cutir significa poner en competencia. El Diccionario pone la nota de anticuada a esta acepción; mas yo la tengo por metafórica, fundado en que la principal, según el mismo Diccionario, es golpear una cosa con otra. De aquí hubo de tomarse la metáfora, y en lo metafórico no cabe la calificación de anticuado.
Cutir puede venir del verbo latino quatere, mover violentamente, y hace muy probable esta etimología la circunstancia de que quatio se convierte en cutio en sus compuestos percutio, concutio.

En los días de cutio y los de fiesta,

dijo Cervantes en su Viaje al Parnaso (capítulo IV).




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N-2,40,26. Se entiende que en este caso se dispensaba en favor del sexo la ley que, según el Doctrinal de Caballeros (lib. I, tít. II), les prescribía que cuando cabalgasen non levasen otros empós de sí... porque non les foliese la vista el que fuese en la silla, e porque non semejase que levase troxa o carga.





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N-2,40,27. Del caballo Pegaso se habló ya en la nota al capítulo XXIX de la primera parte; de Bucéfalo en el capítulo I de la misma.
De este último se dice en el Poema de Alejandro (copla 99):
Fizolo un elefant, cuemo dis la escritura,
en una dromedaria por muy grant aventura;
venial de la madre ligerez por natura,
de la parte del padre frontales e fechura.

¡Rara genealogía!
En la fábula de Apolo y Dafne, de Salvador Polo de Medina (Parnaso, tomo II), se dice:

Iba la ninfa que se las pelaba;
y mil que entienden de esto y que la vieron,
unánimes dijeron:
como un caballo vuela;
digo que era una ninfa Valenzuela.

Acerca de los caballos Valenzuelas o Guzmanes hay nota en la primera parte (capítulo XLV).
Ariosto describió en su Poema de Orlando furioso el vuelo rápido del Hipógrifo o caballo con alas, que de manos del encantador Atlante pasó a las de Rugero, y de éste a poder de Astolfo, y los maravillosos viajes que con él hicieron los tres.




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N-2,40,28. Brilladoro, caballo de Roldán. Estuvo con él en el jardín y palacio encantado de Dragontina, donde lo estuvo Roldán. Angélica desencantó a éste con el anillo, y lo libró con otros caballeros que allí estaban (Garrido, lib. I, cantos 6 y 14). Cuando Roldán perdió el juicio de resultas de la infidelidad de Angélica, lo abandonó al mismo tiempo que sus armas. Madricardo lo encontró paciendo en el campo, y montado sobre él combatió con Rugero, quien le venció y mató, y dio el caballo Brilladoro al Rey Agramante. Este lo llevó al desafío de la isla de Lampedosa, donde fue herido por Brandimarte, y murió a manos de Roldán, quien recobró de esta suerte su caballo (Orlando Furioso, cantos 24 y 41).
Según Ariosto, Brilladoro sólo podia compararse con Bayardo, y estos dos eran los caballos más famosos que entonces se conocían (Ib., cantos 23 y 37).
Nombra Cervantes a estos dos caballos en uno de los sonetos al fin de la primera parte, en que se pinta a Rocinante excediéndoles en gallardía.
Bayarde o Bayardo, caballo de Reinaldos de Montalbán. Sobre la posesión de este caballo y de la espada Durindana había venido del Oriente el Rey Gradaso de Sericana a combatir con Reinaldos. Por diferentes aventuras este famoso caballo sirvió a Astolfo, a Carlomagno, al Rey Agricán de Tartana, y al mismo Rey Gradaso, que le cabalgaba en el combate que en la isla de Lampedosa tuvieron él y los Reyes Agramante y Sobrino contra Orlando, Oliveros y Brandimarte, donde quedó vencedor Orlando y rescató a Bayarte. Se hace mención de sus habilidades en la historia de Morgante (cap. I); y Garrido, contando la batalla de Astolfo, que iba en Bayardo, con Orlando encantado en el jardín de Dragontina, que peleaba sobre su caballo Brilladoro, dice:

Y si no fuese que era aquel Bayardo,
de tal juicio y tan amaestrado,
fuera muerto aquel Duque tan gallardo que Orlando del ya no se había curado.
El muro del jardín era muy alto;
Bayardo lo pasó todo de un salto.
Orlando fuera el puente se salía,
que el enemigo en fin quiere tomarse,
y aunque su Brilladoro bien corría,
con Bayardo jamás podrá igualarse.

(Libro I, canto 9.)

Acerca de este celebrado caballo, dice Calvete de Estrella en su Viaje del Príncipe don Felipe (lib. IV, fol. 334): El Masa pasa por medio de Mastricht, y hay una hermosa puente de piedra de mármol de diez arcos, de la cual cuentan las historias de Francia una coso que no pecará quien no la creyere, y es que el Emperador Carlomagno mandó despeñar della con una muela al cuello al buen caballo Bayarte, que fue del valentísimo caballero Reinaldos de Montalbán, y que llegando el caballo al hondo del río, puso tal fuerza que quebrantó la cadena con que iba atado a la muela, y salió salvo del río, y se fue a la selva Dardeña, que hasta allí llega y la llaman selva de Lieja.
Frontino.
Acerca de este caballo se habló largamente en la nota al capítulo XXV de la primera parte.
No será ocioso aquí hacer mención de caballos celebrados en los poemas y libros caballerescos y en la historia.
Rabicán, que era el nombre del caballo de Astolfo, en que por el arte de la encantadora Melisa se libró Rugero del poder de Alcina (Orlando Furioso, cap. VI, octavas 77 y 78). Cornerino, caballo del Caballero del Febo (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, libro II, cap. XI).
Rodarte, caballo de Rosicler, hermano del Caballero del Febo (Ib., lib. I, cap. LII).
Passebreul, caballo de Tristán, por el cual fue conocido de la doncella que le llevaba una carta de Iseo (Tressán, pág. 103).
Jayán, nombre del caballo de Florindo de la Extraña Ventura, hijo de caballo español y de yegua siciliana. Lo regaló a Florindo el Rey Federico de Nápoles (Florindo, parte I, capítulo XVI).
Martafellone, caballo del traidor Galalón, según Pulci (Ferraría, tomo I, pág. 18).
Vellantino, caballo de Roldán. Murió con s su amo en la batalla de Roncesvalles (Morgarte, lib. I, cap. XCII).
Bayarte, caballo de Ganímedes, Príncipe de Safreya, llamado también Pironiso (Satreyano, cantos 7 y 32).
Florín, caballo del Emperador Otón, en que peleó el Caballero del Cisne contra el Duque Reiner de Sajonia (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. LXXVII).
Seyano, caballo que tuvo cuatro o cinco dueños, y todos perecieron violentamente (Forcellini, artículo Seianus).
Molinero,
caballo de Hernán Cortés (Noticia de los conquistadores de Nueva España, de Bartolomé de Góngora).
Suetonio cuenta de un caballo de Julio César que tenía las uñas o casco hendidos y separados a manera de dedos humanos. He aquí el pasaje: Utebatur equo insigni, pedibus prope humanis, et in modus digitorum ungulis fixis: quem natum apud se cum haruspices imperium orbis terr礠significare domino pronuntiassent, magna cura aluit: nec patientem sessoris alterius primus ascendit; cujus etiam instar pro 祤e Veneris genitricis postea dedica vit (Suetonio in Divo Julio Ctesare, capítulo LXI).
El mismo Suetonio hace mención de Sucitato, caballo de Calígula.




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N-2,40,29. Los cuatro caballos del Sol se llaman en los Metamorfoseos de Ovidio, Pireis, Eoo, Etonte y Flegonte.

Interea volucres Pyr祩s el Eous et Aeton
Qalis equi quartusque Phlegon hennitibus auras Flammiferis implent.

(Ovidio, Metamorfoseos, lib. I.)

Los nombra también el Doctor Villaviciosa en su Mosquea, cuando describe la furibunda batalla de las moscas contra las hormigas. Pinta la venida de la noche:
Ya al galope Flegón, Eoo y Etonte
y el rígido Piroo bajan las frentes,
y del límico mar el horizonte
dejan, y en triste luto a los vivientes.

(Canto I, est. 98.)

Los dos primeros son los que nombra Cervantes; pero como citaba de memoria, sin cuidarse mucho de citar con exactitud, desfiguró los nombres de Eoo y Pireis, equivocándolos con Bootes, nombre de una constalación, y Peritoo o Piritoo, amigo de Teseo y compañero de sus aventuras. Pellicer había advertido el error en Peritoa, la Academia en Peritoa y en Bootes.





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N-2,40,30. Bowle cita la crónica de España y un romance de la Colección de Flores, donde se da este nombre al caballo de don Rodrigo.




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N-2,40,31. Así sucedió en la batalla de Guadalete, como consta ya en el día por el testimonio de los historiadores árabes, y aun, si no me engaño, por el de Isidoro Pacense. Mas en tiempo de Cervantes se ignoraba esta verdad, oscurecida entonces por creencias vulgares y relaciones falsas, Como puede verse en las historias de Mariana y Ferreras, que participaron respecto a este suceso de los errores de su época. Por lo cual es notable esta expresión de Cervantes, pues dijo una cosa que ningún otro historiador cristiano había dicho antes que él.




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N-2,40,32. Sobra el segundo que, como en otras muchas expresiones semejantes, ya notadas del QUIJOTE. Estas repeticiones son comunes en nuestros escritores antiguos.




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N-2,40,33. Parece que Rocinante sea el amo de Sancho, que es quien habla. La oscuridad nace de faltar varias palabras intermedias que harían clara la locución, como si dijese: El del caballo de mi amo, que es Rocinante.





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N-2,40,34. Por lo que Rocinante tenía de rocín. Malicia o sandez de Sancho; y la barbada socarrona Condesa añadía: Así es.





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N-2,40,35. Recuerda este caballo al que presentó Croppart, Rey de Hungría, jorobado y maligno pretendiente de la mano de Máxima, infanta de Sevilla, igualmente de madera y con una clavija de acero en la frente, diciendo que con él se podía volar, atravesar los mares y andar cincuenta leguas por hora (Tressán, Extracto de Cleomades, págs. 264 y 275).
Cleomades se opuso a la boda, y para probar si era cierto lo que decía Croppart, montó en el caballo, rodeó la clavija de la frente, y se elevó con rapidez por los aires (Ib., pág. 277). El caballo tenía en el lomo otras dos clavijas. Torciendo una de ellas a derecha o izquierda, el caballo seguía esta dirección: torciendo la otra, bajaba. Usando de este medio bajó Cleomades a tierra (Ibídem, pág. 279). Vuelto a elevarse, a las treinta y seis horas de su partida desmontó cerca de Sevilla en una quinta, castillo o palacio de placer, y se presentó a sus padres (Ib., página 289).
En una dilatada nota intenta Bowle mostrar que Cervantes en esta ficción de Clavileño recuerda la relación que Chaucer, poeta inglés del siglo XIV, hace del caballo de Cambuscán, Rey de Tartana; y añade que uno y otro por ventura hallaron la patraña en alguna historia arábiga. Lo cierto es que hay bastante conformidad entre algunas expresiones de uno y otro, y que ambos hacen mención del caballo de Troya y de los hombres armados que éste contenía, de suerte que si Cervantes hubiera dado muestras de tener conocimiento de la literatura inglesa, pudiera sospecharse que la lectura de Chaucer le había excitado la idea de su Clavileño.
Mas a pesar de la opinión de Bowle, es evidente por su mismo contexto que la idea principal de esta aventura de Don Quijote se tomó de la Historia de la linda Magalona, hija del Rey de Nápoles, y de Pierres, hijo del Conde de Provenza.





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N-2,40,36. Voz de origen arábigo. Cabestro o cabezada de cuerda con que se sujetan las cabalgaduras.




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N-2,40,37. Expresión metafórica proverbial: pedir imposibles. Los latinos expresaron la misma idea con el 以m>峩opem lavare, nodum in se ipso qu祲ere.





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N-2,40,38. Debió decir para que hubiese la debida correspondencia: Como lo hago para el desencanto de Dulcinea. Si lo hacéis, respondió la Trifaldi. A no ser que se corrigiesen las primeras palabras, y se dijese: No debo ser del caso para el rapamiento, etc. Así quedaba todo bien.




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N-2,40,39. Nombre enfático que hace reír, pero que no es verosímil en boca de Sancho. Cervantes fue felicísimo en la invención de nombres retumbantes y bufonescos, como éste, el de Pandafilando de lo Fosca Vista, Caraculiambro y otros. Sin duda aspiró en ello a hacer remedo y burla de los nombres ridículos de don Cirongilio de Tracia, Esferamundi de Grecia, don Contumeliano de Fenicia, don Quirieleison de Montalbán y otros semejantes que se encuentran en los libros de Caballerías.




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N-2,40,40. Palabras forenses usadas en los testamentos. Expresan lo más que puede dejar el testador a su heredero de sus bienes, de cuyo quinto o quinta parte puede disponer a su arbitrio si tuviese hijos u otros descendientes legítimos. En cuanto al tercio o tercera parte, puede adjudicaría a quien prefiera de ellos; y, finalmente, puede disponer de éste a su voluntad si le heredasen sus padres o cualquiera de sus ascendientes legítimos, llamados por la ley a falta de descendientes.
De aquí ha nacido esta locución metafórica con que se expresa la mayor ventaja posible en cualquier cosa.




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N-2,40,41. Frase metafórica que se dice del que no es afortunado y nunca logra tener lo que necesita, saliéndole mal cuanto intenta (Diccionario de autoridades, art. Pelo).





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N-2,40,42. No se expresa la persona de quien son estas razones, ni la indican con bastante claridad otras circunstancias, que son las que tal vez eximen de nombrarla en los diálogos.
Puede creerse, sin embargo, que fue la Duquesa a quien Sancho acababa de nombrar, manifestando voluntad de permanecer en su compañía durante el viaje de su amo. Se añade a esto que la frase tiene aquel tono de benevolencia que constantemente usaba la Duquesa con Sancho, como se advierte en los respectivos pasajes de esta fábula.
Buenos significa, familiarmente hablando, personas de importancia y valía, según el refrán: Más vale salto de mata que ruego de buenos.





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N-2,40,43. Caso de mengua, caso afrentoso, infamia. Caer en mal caso se decía del que cometía acción que le afrentaba.




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N-2,40,44. En los capitulas XXXV y LI se hace también mención de los niños de la doctrina. Parece que debió ser establecimiento común cuando lo había en la ínsula Barataria.Felipe I había fundado en Madrid en 1581 el colegio de niñas huérfanas de Nuestra Señora de Loreto (Quintana. Historia de Madrid, 1628).




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N-2,40,45. Véanse acerca de esta especie de imprecación las notas a los capítulos IV y XXI de la primera parte. En el XXV se dijo: Mal año y mal mes para don Belianís y para todos aquellos, etc. Mal año y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo, dice Sanchica en el capítulo L.




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N-2,40,46. Parece errata, y que debería decir: desde la más melindrosa hasta la más repulgada. Por lo demás, entre melindrosa y repulgada no hay bastante oposición, como lo hay entre mayor y menor, que preceden.




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N-2,40,47. En la edición príncipe y todas las que la siguen se lee "dijo Rodríguez"; y dicho así se indica nombre de varón. Debió ponerse la Rodríguez, y puede pasar por omisión o falta de imprenta.




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N-2,40,48. Palabras enfáticas en que aludía doña Rodríguez a que todo el suceso de la Condesa Trifaldi era fingimiento y farsa; pero esto no lo entendían Sancho ni Don Quijote.




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N-2,40,49. No se dice ordinariamente, sino echó al mundo.





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N-2,40,50. No están bien las partículas más y como, las cuales no son reciprocas, como debían serlo. Era menester decir: Que con más facilidad rapase a vuestras mercedes, que mi espada raparía, o con tanta facilidad rapase como mi espada raparía, etc.




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N-2,40,51. Esta expresión recuerda el refrán: Dios consiente y no para siempre.





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N-2,40,52. Infundir valentía ya se entiende y está bien; pero infundir prosperidad en el ánimo, no se dice con propiedad.




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N-2,40,53. La formación de este adjetivo, hijo de la arbitrariedad del uso es contraria a la analogía, según la cual los verbales en oso se diferencian de los verbales en ado e ido; como odioso de odiado, temeroso de temido, amoroso de amado.Los verbales en ado e ido indican que los sustantivos a quienes acompañan sufren o son el objeto de la acción del verbo; los en oso, que tiene disposición a ejercerla o a sufrirla.




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N-2,40,54. Alusión clara a lo que había referido Sancho sobre la ojeriza que profesaba a las dueñas el boticario toledano: mas esto no lo había podido oír la Trifaldi. Por consiguiente, está mal en su boca esta expresión:
tiene gracia, pero no oportunidad.




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N-2,40,55. Socaliñar, sacar a uno con artificio y maña alguna cosa que no esta obligada a dar (Diccionario de la lengua castellana).





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N-2,40,56. El vos sustancialmente es el tratamiento de tú, porque al cabo vos es el mismo pronombre tú en plural.
Este tratamiento venía a ser un medio entre el y el vuestra merced. Entonces, como ahora, el tú denotaba, o una gran superioridad en quien lo daba, como cuando se dirigía a criados o a personas de baja esfera, como Don Quijote a Sancho, o indica también superioridad y cariño, como de padres a hijos, o sólo cariño y gran familiaridad, como entre hermanos, esposos y amigos. Así, en la novela del Curioso impertinente, se llaman de tú los dos amigos Anselmo y Lotario. El tratamiento de vuestra merced era común de cortesía y consideración entre iguales, y aun dé respeto hacia los superiores; así como ahora su abreviatura usted, que le ha sustituido, indica poca o ninguna familiaridad entre los que usan de él.
El escudero, tercer amo del Lazarillo de Tormes, contando a éste su pendencia con un menestral porque le saludaba con la fórmula de mantenga Dios a vuestra merced, le decía: A los hombres de poco arte dicen eso; mas a los altos, como yo, no les han de hablar menos de beso las manos de vuestra merced, o por lo menos bésoos, señor, las manos, si el que me habla es caballero.
Pero el tratamiento de vos, suprimido ya del todo por nuestros usos actuales, denotaba generalmente en tiempo de Cervantes la inferioridad de aquel a quien se dirigía; y aun por eso dijo Covarrubias en su Tesoro que no todas veces era bien recibido con su término honesto y común a todos. En el capítulo V del libro I del Pérsiles se lee el pesado lance que Antonio tuvo con un caballero paisano suyo que le trató de vos, y por aquella relación parece que sólo tenían derecho para usarlo respecto de personas decentes e hidalgas los que disfrutaban para si el tratamiento de señoría. Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache (parte I, lib. I, cap. II), hablando de algunos que pasan a un estado de más honra, dice: Llamástelos ayer con tu criado, no dándoles más de un vos muy seco... ya te envían a llamar hoy con un portero, y para tu negocio se lo suplicas, no cansándote de arrojarle mercedes, pidiéndole que te las haga. La dueña de quien habla Suárez de Figueroa (Pasajera, alivio segundo). refería que entró a servir bajo ciertas condiciones de las cuales fue la primera se desterrase de donde yo estuviese el riguroso vos, eligiendo para mi consolación cierto término impersonal, en que con industria cuidadosa tampoco entrase el ella. Y quejándose la misma dueña de que no se le cumplía lo ofrecido, dice de su señora: Voséame sin ocasión a cada paso (Ib.). De todo lo cual se deduce que el vos, cuando no era recíproco, era humillante, si no injurioso. Otras veces manifestaba igualdad entre las personas que lo usaban, como cuando se dice en la Vida del Gran Tacaño, de Quevedo: Recibiéronme ellas (las damas) con mucho amor, y ellos (los caballeros) llamándome de vos, en señal de familiaridad (cap. XX). Y Figueroa en su Pasajero, hablando contra los bufones, dice: Mas que en los tiempos de ahora quiera un vergante triunfar y vivir espléndidamente a título de cubrirse, sentarse y llamar vos o borracho a un Rey, Duque o Marqués, es cosa que apura el sufrimiento y hace reventar de cólera al más paciente (alivio séptimo). No podréis excusar el vosearas con algunos, pareciéndoles no estar bien tratada la amistad cuando se frecuenta demasiado el vuesa merced... ocasiona admiración ver con la facilidad que algunos arrojan el vos a las primeras vistas, cuando el conocimiento aún se halla en las fajos primeras (alivio noveno). Ultimamente el vos, sin indicar superioridad, a veces excluía la familiaridad, como se infiere de lo que se dice en el capítulo LI de la primera parte del soldado Vicente de la Roca... que con una no vista arrogancia hablaba de vos a sus iguales y a los mismos que le conocían (pág. 455). Los Reyes y los Infantes de Castilla trataban a los Grandes de vos reinando Felipe IV como se ve por Carrillo (Origen de la Dignidad de Grande, discurso octavo). Los deudos de la casa real, aunque gozasen de las prerrogativas de Infante, les daban precisamente señoría (Ib.).




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N-2,40,57. Como si dijéramos: la sin par Oriana, la sin par Dulcinea. El mayordomo siempre es el mismo. Añade luego en tono doloroso: ¡¡Guay de nuestra ventura! Exclamación trágica con su arcaísmo al canto, todo para hacer resaltar más la burla.




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N-2,40,58. El mismo día por la mañana había firmado Sancho una carta a 20 de julio, como se vio en el capítulo XXXVI.
Según el plan cronológico de Ríos, era el 30 de octubre; pero el lenguaje de la Trifaldi era más propio de la primavera.




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N-2,40,59. Quien arrasó fue la Trifaldi, quien propuso fue Sancho; y según la disposición del período, una misma persona debía ser la que rigiese ambos verbos. Podría corregirse así: Y aun arrasó los (ojos) de Sancho, quien propuso en su corazón, etc.
Nótese este uso del verbo arrasar como activo, el cual no suele usarse en estos casos sino como recíproco.




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N-2,40,60. Lana, voz enfática para ponderar lo poblado y borroso de las barbas dueñescas.

{{41}}Capítulo XLI. De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura


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N-2,41,1"> 4596.
Sobre esta especie de destino (de que se ha hablado en el capítulo XXIX) trae Bowle varios pasajes de libros caballerescos.
Se habló también de ello en una nota al capítulo XXI.




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N-2,41,2. A deshora no quiere decir aquí, como podía parecer a primera vista, pasada gran parte de la noche, sino imprevistamente, cuando no se espera.





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N-2,41,3. En las bodas de Basilio hubo otros cuatro salvajes que tiraban de un castillo, e iban también vestidos de hiedra.
Alas fiestas de Bins, celebradas en agosto de 1549, concurrieron como aventureros dos caballeros que venían dentro de una espantosa sierpe echando grandes llamas de fuego por la boca, en hábitos de salvajes cubiertos sobre las armas de hiedra (Calvete, lib. II, folio 187).
También se hace mención en las mismas fiestas de ocho salvajes que robaron las damas y se las llevaron a pesar de los caballeros (Ib., folio 199).
De algunos salvajes se habla en los libros caballerescos.
Dorobella y Celidón pelearon con dos salvajes (Celidón de Iberia, canto 23).
Siguiendo Dorobella a uno de ellos, después de haberle hecho huir, llegó a una cueva donde se metió detrás de él, y encontró otros a seis que estaban divirtiéndose con el enano Esbueso (hombrecillo, dice, de tres palmos").
Estos salvajes peleaban con mazas. Muertos que fueron, Esbueso quedó en libertad y se fue con Dorobella
(canto 24).
Alguno se encuentra igualmente en Belianís y en Florambel.
También hacen papel los Sátiros en los libros Li caballerescos.
Ala doncella Robafior, portadora de una carta de la sabia Ardémula al Rey Minandro, acompañaban veinte Sátiros con ropas largas de seda de la India, cubiertas de sonajas y cascabeles de plata, los cuernos de las cabezas cubiertos con trenzas de seda y oro, y dellos colgaban muchos campanillas (Policisne de Boecia, cap. XV).
El Doncel del Ave, llamado así porque llevaba en la cabeza una ave tan verde como una esmeralda del tamaño de un gavilán, era acompañado en su palafrén por un Sátiro con una barba muy blanca que de grandes días parecía, y en las puntas de los cuernos traía colgadas unas campanillas de oro que gran ruido hacían (Policisne de Boecia, canto 71).




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N-2,41,4. Las ediciones anteriores, inclusa la primitiva, decían el que tuviere ánimo para ello. Pellicer, cotejando esta expresión con las que siguen, sospechó con mucho fundamento que se había omitido por descuido del impresor la palabra caballero, y la Academia, en su última edición de 1819, adoptó la corrección propuesta por Pellicer.




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N-2,41,5. El caballo de madera en la historia de Cleomedes, de que se habló en una nota al capítulo anterior, tenía la clavija en la frente. Cervantes, en el mismo capítulo, expresó una y otra vez que Clavileño la traía en la frente; pero en éste puso la clavija en paraje más acomodado para el jinete.




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N-2,41,6. Aquí de repente deja la Trifaldi el tratamiento de vos que hasta ahora ha dado suplicándole a nombre de cada una de todas las dueñas y con cada pelo de sus barbas, que las rape y tundo, todo conforme a su carácter socarrón y burlesco.




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N-2,41,7. Viniendo a significar lo mismo grado y talante, no se ve cómo lo uno puede ser mejor que lo otro. Talante ya se ha dicho otra vez que significa voluntad.





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N-2,41,8. Esto no conviene con el propósito que, según se refiere al fin del capitulo precedente, formó Sancho de subir en Clavileño con su señor y acompañar a éste hasta las últimas partes del mundo, si en ello consistía remediar a la Trifaldi y compañía. Sin duda el miedo le hizo mudar de propósito.




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N-2,41,9. El pensamiento es falso. Si el rapamiento era imposible sin Sancho, y éste no quería hacer el viaje, debió desahuciar a las dueñas y no proponer que se buscase otro escudero u otro modo de raparlas.




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N-2,41,10. Alusión a las creencias vulgares y ridículas de los viajes nocturnos de brujos y brujas a los aquelarres. Cuáles fueron éstas, lo explicó en parte Cervantes por boca de la hospitalera Cañizares en el Coloquio de los perros Cipión y Berganza.
Cuando Cervantes escribía su segunda parte del QUIJOTE hacía pocos años que habían pasado las escenas notables de Logroño, con motivo de los conventículos de Zugarramurdi y el proceso del Licenciado Torralva, de que se hablará después.




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N-2,41,11. Transposición, frecuente en Cervantes, en vez de: Raíces tiene echadas en los abismos de la tierra, tan hondas que, etc.




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N-2,41,12. Expresión poco honorífica para el siglo de Cervantes, pero conforme a muchas de las noticias que nos quedan de aquel tiempo. Remítome sobre ello a sus escritores, y señaladamente el Menipo de aquella época, don Francisco de Quevedo.
Pellicer prueba lo cierto de este abuso en tiempo de Cervantes, y que entonces se pretendían con dádivas y por otros medios ilícitos, así las prelacías y dignidades eclesiásticas como los gobiernos y oficios de administración de justicia, por la Pragmática de (época en que Cervantes escribía esta segunda parte del QUIJOTE), mandando bajo graves penas que todas las dignidades, oficios y mercedes se proveyesen en personas dignas, sin intervención de ninguna suerte de cohecho.





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N-2,41,13. Las palabras romero, romería, se aplicaron en su origen a los que iban a visitar los santuarios de Roma; y de aquí hubieron de extenderse también a significar los que iban a visitar los santos lugares u otros templos y ermitas fuera de su domicilio ordinario, que es lo que se llama ir en romería.
Llamarse romeros, no sólo a los que iban a Roma, sino a la Tierra Santa, es muy antiguo. Gonzalo de Berceo al fin del Poema sobre los misterios de la Misa, dice (Sarmiento, Memorias, núm. 584):

Gracias al Criador, que nos quiso guiar,
que guía los romeros que van al Ultramar.

El mismo Berceo usó indistintamente de las palabras romeo y romero en los Milagros de Nuestra Señora (coplas 198 y 204) y en la vida de Santo Domingo (coplas 469 y 620).
La Gran Conquista de Ultramar hace mención de don Pedro González el Romero, capitán de la guardia de Raimundo, Príncipe de Antioquía.
En el Apuntamiento de don Fernando Duque de Braganza, que fue degollado en Evora a 20 de junio de 1433, se dice: Prometide mandar hum Romeiro a Jerusalén (Sousa, Pruebas, tomo II, págs. 626 y 636).
Romero y palmero son correlativos. Romero es el que va a Tierra Santa, palmero el ′′que viene de ella. Si el palmero es mahometano, será el que ha hecho el viaje a la Meca. Véase la nota 35 del capítulo XL de la primera parte sobre la palabra agi, romero o peregrino. Este nombre quizá tenga alguna conexión con Tadmir o Palmira.
Por el capítulo C de Palmerín de Oliva se ve que se daba el nombre de palmeros a los peregrinos que venían de Jerusalén.
Estas palmas, dice Covarrubias (artículo Palma) nacen muchas en Palestina, y como los que vienen de Santiago en Romería traen conchas o veneras por insignias, así antiguamente los que venían de Jerusalén traían palolas, y los llamaban palmeros a los romeros que venían de la Tierra Santa; especie que confirma Ducange, añadiendo que traían los peregrinos ramos de palmas como una señal de haber cumplido su peregrinación (disertación XIV sobre la Historia de San Luis, pág. 179).
En la descripción del traje de peregrina que llevaba Doña Cuaresma, cantó el Arcipreste de Hita (copla 1179) que llevaba en el bordón la palma fina. Copióse esta copla en la nota 17 del capítulo XXVI de la primera parte.Los romeros llevaban un traje particular por el cual eran conocidos, según Covarrubias; y aun en el día lo son por el bordón y la esclavina.
Los palmeros usaban también esclavina y bordón, como se ve por el romance antiguo entre los de los Doce Pares:

De Mérida sale el palmero,
de Mérida esa ciudade,
los pies llevaba descalzos,
las uñas corriendo sangre;
una esclavina trae rota
que no valía un reale,
y debajo traía otra;
bien valía una ciudade...
Camino lleva derecho
de París esa ciudade;
ni pregunta por mesón, ni menos por hospitale; pregunta por los palacios del Rey Carlos a do estae.
Un portero está a la puerta,
empezóle de hablare:
"Dijésesme, tú, el portero,
el Rey Carlos ¿dónde estae?"
El portero que lo vido,
mucho maravillado se hae,
cómo un romero tan pobre
por el Rey va a preguntare.

El peregrino era hijo del Emperador Carlomagno. Este, antes de conocerle, le preguntaba:

Dígasme tú, el palmero,
no me niegues la verdade:
¿en qué año y en qué mes
pasaste aguas de la mare?

Garrido de Villena, en su Orlando (lib. I, Canto 5E°), hablando de Orlando, que caminaba a Oriente en busca de Angélica, dice:

El río de la Tana había pasado,
y sólo siempre el franco caballero,
en todo el día a nadie no ha hallado:
hacia la tarde se encontró un palmero
viejo y muy triste, y parecía cansado...
"Si Dios te ayude, dime, peregrino:
¿Cuál pasión te mueve a llorar tanto?" Le preguntó Roldán...

Vuelve a hablar Garrido del palmero en los Cantos 20 y 22.




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N-2,41,14. Bufonada del Duque, que, como las demás de los capítulos anteriores sobre el gobierno de Sancho, demuestran el cuidado con que Cervantes trató de pintar el carácter del Duque, aunque personaje subalterno en la fábula, haciéndole bufonearse por un mismo estilo en diferentes ocasiones.




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N-2,41,15. Altanerías por alturas, en estilo familiar. También se llama caza de altanería la que solía hacerse con halcones, porque era a grandes alturas.




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N-2,41,16. Fórmula de devoción propia de Sancho, quien ya la había usado cuando al tiempo de bajar su amo a la cueva de Montesinos, echándole su bendición y haciéndole mil cruces, dijo. Dios te guíe y la Peña de Francia, junto con la Trinidad de Gaeta.
Rui González de Clavijo, describiendo en su Itinerario el puerto y ciudad de Gaeta, menciona una iglesia que es llamada la Trinidad, e cerca della están unas torres e casas como alcázar. Siendo Gaeta puerto de tan gran tráfico, no fue extraño que la devoción a este santuario se extendiese a otras naciones y penetrase hasta la Mancha y hasta Sancho.




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N-2,41,17. Ocurrencia graciosísima de Don Quijote, muy propia de la festiva imaginación de Cervantes.




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N-2,41,18. Expresión en que no es llana la gramática, y equivale a esta otra: Y si nos darán comodidad y espacio los negocios.





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N-2,41,19. Aquí se desfigura el refrán: obra empezada medio acabada, que es como regularmente se dice.




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N-2,41,20. Se entiende menguado de juicio. Menguado es falto, como menguo, falta. ---Menguar viene de minuo, como faltar de fallere...





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N-2,41,21. Quiso Sancho dar a entender que por verídico había entendido verdecico. Esto y lo que sigue es un chiste de Sancho, frío, inoportuno e inverosímil.




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N-2,41,22. No quiere decir que subiesen segunda vez, puesto que no habían subido antes, sino que se volvieron del lugar adonde se habían apartado, que era entre unos árboles del jardín, al otro donde estaba Clavileño, para subir en él.




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N-2,41,23. Recuerda aquí Cervantes el pasaje del libro I de la Eneida sobre este suceso, que traduce así el doctor Gregorio Hernández de Velasco:

Después que en guerra de tan largos años
los capitanes griegos se cansaron,
y los Hados, cuidosos de sus daños,
del todo la esperanza les quitaron,
dando Palas industria a sus engaños
un valiente caballo edificaron
de bulto de un gran monte, cuyos lados
de fuerte abeto fueron fabricados.

(Página 54).




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N-2,41,24. La partícula para tiene aquí la misma fuerza que por. Para qué es lo mismo que por qué, como si dijera: no hay motivo para ello. Esta equivalencia, en muchas ocasiones, se ha advertido ya anteriormente.




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N-2,41,25. Ahora se diría a la francesa: Y yo salgo responsable. Es menester confesar que lo de Sancho tiene más gracia.




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N-2,41,26. Mejor: Sería poner en duda su valentía, o sería en detrimento de su valentía.





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N-2,41,27. No se dice si Don Quijote iba armado. Es natural que lo fuese para una empresa en que bien lo había menester: mas las armas, especialmente la lanza, harían más incómoda la postura del pobre Caballero, y parecía debían entrar en la descripción de su figura, que por lo mismo se presenta como diminuta.




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N-2,41,28. Con efecto, los antiguos no conocieron el uso de los estribos para montar a caballo, como se ve por las estatuas, relieves y aun monedas que nos quedan. Esta invención, de tanta seguridad y conveniencia para los jinetes, se debe a la Edad Media.
Se ven ya estribos en los jinetes de la antiquísima tapicería de la iglesia de Bayeux, bordada, según se cree, por Matilde, mujer de Guillermo el Bastardo, Duque de Normandía, y colocada en el Museo de Paris. La época es la declinación del siglo xi (Ferraría, tomo I, página 6).
En el Ordenamiento de los menestrales, publicado por el Rey don Pedro en las Cortes de Valladolid de 1351, en el artículo de freneros se mencionan las estriberas de varias especies.
También se mencionan los estribos con el nombre de estriberas en la Historia de la Gran Conquista de Ultramar (caps. LXXX IX, Cl y CLXI del libro I).
Polidoro Virgilio, en su obra De los inventores de las cosas, cuenta entre las que usamos sin conocer sus autores el relox, las campanas, que según Josefo (así dice) se usaban en tiempo de Moisés, la brújula, la lombarda, los estribos, el bonete, los molinos de agua, los órganos y otros instrumentos músicos, las candelas de sebo, la cetrería, los anillos, la imprenta, las calzas (libro II, cap. XVII).




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N-2,41,29. Pierres, casándose con Magalona, fue Rey de Nápoles y no de Francia, según Tresán en su Extracto de Pierres de Provenza (tomo VI), Tal vez desfiguró Cervantes de intento este pasaje. Por lo demás, Tressán no hace mención del caballo de madera.




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N-2,41,30. Región parece error de imprenta por legión, voz de que se usa al mismo propósito que aquí en otros pasajes del QUIJOTE (parte I, caps. XXXI y XLV, y cap. XLVI de la segunda parte).




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N-2,41,31. Lugar junto a Ciudad Real, camino de Toledo, donde la Santa Hermandad hacía ajusticiar a los malhechores del contorno.
Acerca de la Santa Hermandad se habla en varias notas del presente Comentario (parte I, caps. X, XXI, XXII, XLV y XLVI).
Comenzóse a tratar de su institución en las Cortes de Madrigal, siendo promovedores de ella Alonso de Quintanilla y Juan de Ortega. y se acabó en Dueñas (nota de la edición de 1819 de la Academia).
Quevedo llamó Peralvillo de las bolsas al estudio de un abogado ignorante y embrollón (en la Fortuna con seso), porque en el estudio del letrado daban fin las bolsas de los litigantes, como en Peralvillo daban fin los ladrones y malhechores.




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N-2,41,32. A Cervantes se le olvidó aquí que La aventura pasaba en las horas más obscuras de la noche, cuando no podía haber ni espectadores, fuera de los de la burla, ni luz para ver el espectáculo.




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N-2,41,33. Alude a la caída de Faetón, hijo del Sol, cuando durante un día quiso regir al carro de su padre.




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N-2,41,34. La salida que en esta y otras ocasiones da Don Quijote a los reparos más fundados es sumamente oportuna y aun verosímil, supuesta su locura y credulidad en los libros de Caballerías.




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N-2,41,35. Frase que, bien examinada, expresa lo contrario de lo que se intenta. Quiere decir que no le faltó (a la aventura) requisito para ser perfecta, y en rigor dice que tuvo todos los requisitos para dejar de ser perfecta.





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N-2,41,36. Este era el sistema de Tolomeo, creído comúnmente cuando se escribía el QUIJOTE.




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N-2,41,37. El orden estaría mejor así: En esto con unas estopas ligeras de encenderse y apagarse, pendientes de una caña, les calentaban desde lejos los rostros. Nótese la acepción de la palabra ligeras, que aquí es lo mismo que fáciles:
acepción más común en lo antiguo que ahora, que ordinariamente se ciñe a significar el peso o el tiempo.




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N-2,41,38. Alude Don Quijote a la historia del Doctor Eugenio Torralva, preso el año 1528 por la Inquisición de Cuenca y juzgado el de 1531. En la Biblioteca Real hay una copia de su proceso, según cuyo extracto, publicado por Pellicer, este Doctor, natural de un pueblo del obispado de Cuenca, pasó muy joven a Italia y estudió la Medicina en Roma. Vuelto a España, vivió algún tiempo en la corte del Rey Católico y del Emperador su nieto. Fue dado al vano estudio de la quiromancia, y se preciaba de adivinar lo futuro. Siendo ya de edad avanzada, fue preso de orden de la Inquisición el año de 1528, como se ha dicho. Acusábasele de que tenía familiar, cuya figura traía en la piedra de un anillo, y de que había dicho que iba y venía de Roma en una noche, caballero en una caña.
Confesó, entre otras cosas, que por los años de 1508, estando en Roma, un amigo suyo le cedió un familiar que tenía, llamado Zaquiel, por cuyo medio sabía cosas que pasaban en países remotos, como sucedió con la derrota de los españoles en la isla de los Gelves, acaecida en el año de 1510, la cual refirió en Madrid al Cardenal Cisneros y al Gran Capitán antes de que llegase la noticia. Confesó también que estando en Valladolid por el mes de mayo de 1527, le dijo Zaquiel que en aquella hora era entrada Rama y saqueada; y no queriendo creerlo, le ofreció el familiar que le llevaría a que lo viese por sus mismos ojos. Que, con efecto a la media noche siguiente los dos salieron de la ciudad paseándose, y que habiéndole prevenido Zaquiel que no tuviese miedo y se fiase de él, le dio, para que la cogiese con la mano, una cosa que le pareció un leño ñudoso, y le encargó que cerrase los ojos; que cuando los abrió le pareció estar tan cerca de la mar que la podría tocar con la mano; y que a la media hora se halló en Roma en Torre de Nona, donde oyó el reloj del castillo de Sant Angel, que dio la una; que vio el saqueo y todo lo que en Roma pasaba, y se volvió de la misma manera en hora y media a Valladolid a su posada, que estaba cerca de San Benito.
En el Carlo Famoso, de Zapata (canto 28), hablando de que la Emperatriz llegó a Llerena, dice:
ATorralva, un grande hombre y nigromante
Médico y familiar del Almirante.

En el canto 30 se dice que Torralva vivía en Medina de Rioseco, un lugar del Almirante, de donde hizo el viaje a Roma. Montaron el diablo y él en dos cuartagos negros, y por la relación se ve que iban por el aire. Zaquiel aconsejó a Torralva que se tapara los ojos, como lo hizo. Después le permitió destaparse, y él, espantado de ver cerca a Zaragoza, al Ebro y un chapitel de Lodosa, volvió a taparse. Caminaba sobre las olas del Mediterráneo, y luego se halló junto al cielo de la luna, perdiendo de vista la tierra, y al romper el alba llegaron a Roma, donde Zaquiel colocó a Torralva en paraje que pudiese verlo todo. Luego volvió éste a España por donde había venido.

Y en un día natural a ella viniendo
lo visto al almirante le contaba;
y en un día solo así se supo cuanto
en Roma había pasado por encanto.

Háblase también de Torralva en los cantos 30, 31 y 32. Al fin del canto 40 hay una especie de tarjeta, que dice: Aquí entra el fin del viaje de Torralva; y sin añadir nada pasa al canto 41.
Cervantes llamó verdadero al cuento de Torralva, ya porque él lo creyese así, o ya para expresar la creencia común por boca de Don Quijote. El vuelo del Licenciado Torralva recuerda el de don Cleofás con el Diablo Cojuelo desde el desván del astrólogo al capitel de la torre de San Salvador de Madrid, en la Novela del otro mundo, por Luis Vélez de Guevara; suceso no menos verdadero que el del Licenciado Torralva (tranco primero).
Sabida es la historia del Obispo de Jaén, que fue a Roma en una noche, caballero sobre la espalda de un diablo. Llegó con el sombrero cubierto de la nieve que le había caído al pasar los Alpes. Yendo por encima del mar, el diablo intentó hacerle pronunciar el nombre de Jesús para dejarle caer; pero conociéndolo el Obispo, le dijo: Arre, diablo. El objeto del viaje era evitar un grave perjuicio que amenazaba a la Iglesia a consecuencia de una resolución del Papa. Feijóo se burla de todo esto en su Teatro crítico (tomo I, carta 24). Prueba también que este cuento se tomó de la Crónica, general, y en su origen de la de Sigiberto Gemblacense, y del Espejo historial de Vicente Belovacense, que lo refieren de Antidio, Obispo de Besancon. Añade que otra relación lo atribuye a Máximo, Obispo de Tuno (tomo I, carta 21).
Don Lucas de Tui refiere que una noche de Navidad San Isidoro dijo maitines en Sevilla, y desde allí fue transportado a Roma, donde oyó la misa del gallo volviendo a Sevilla a decir laudes.
Antonio Torquemada en el Jardín de Flores (coloquio II, fols. 148 y siguientes) cuenta de un médico que llegó a serlo de Carlos V, que le declaró bajo juramento que, hallándose estudiando gramática en el monasterio de Guadalupe, fue llevado por un desconocido, en hábito de religioso, a las ancas de un rocín muy flaco, y en sola una noche, desde Guadalupe a Granada, a ver a su madre, que vivía en aquella ciudad. Se lo contó a Torquemada siendo ambos estudiantes.
Otro caso menciona de tres caminantes que, habiéndose sentado a merendar con dos criados y sobre un manto extendido en un prado a dos o tres leguas de Olmedo, al acabar la merienda se hallaron a un cuarto de legua de Granada (folio 150).
En las Disquisiciones mágicas del Padre Delrío (Ib. I, cuest. XXVI, sec. I) se lee la historia de un caballero alemán, al que en las orillas del Rhin se apareció un muerto que había sido cocinero suyo, y le ofreció un caballo que llevaba del diestro, en el cual fue caballero y volvió en veinte y cuatro horas de Jerusalén.
En la España historiada, antiguo poema francés, se refiere un cuento del diablo convertido en caballo negro, que en una noche transporta a Carlomagno desde España a París. Llegando sobre el patio de su palacio, y lleno de alegría, se santigua para dar gracias a Dios. El diablo huye a la señal de la cruz. Carlos cae sobre la gradería, y por poco se mata (Ferrario, tomo II, páginas 19 y 20).
En la historia de Oger Danés, extractada por el mismo Ferrario, se lee su viaje a caballo en el duende Parpallón, que le condujo rápidamente sobre peñascos y precipicios hasta dejarle a la orilla de una fuente, donde conoció a la encantadora Morgana (tomo II, pág. 312 y siguientes).
Es gran gusto leer en Sajón gramático, que Olero sueco, puesto a la jineta sobre un hueso encantado, usando de él como de navío, daba vueltas por toda la anchura del Océano (Feudo, tomo I, d. 5, núm. 3).
De quien (Abaris, sacerdote de Apolo, natural de los montes Hiperbóreos) se refiere que montado en una flecha de oro giraba por los aires toda la redondez de la tierra, respondiendo a cuantas consultas le hacían los mortales (Ib., núm. 4).
El Padre Calmet escribió un libro en que trató de apariciones, vampiros, viajes con el auxilio de los demonios, espacios corridos en brevísimo tiempo, etc. (Ib., tomo IV, carta 20, número 19).




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N-2,41,39. La sabia Linigobra hizo con sus artes y conjuros que un demonio levantando un fiero torbellino arrebatase por los aires al sabio Tamogén, a Celidón y a Sardo su escudero.

Era mirar a Sardo que, ocupado
en llevar el caballo bien a punto,
del palafrén por poco abajo diera
si con la izquierda al cuello no se asiera.

(Celidón de Iberia, cap. XXVII.)

Hízolos llevar a la India, y luego mandó bajo grandes amenazas al mismo demonio que de allí los trajera al monte Quimera, en la Licia, que era donde ella residía.

Temió el demonio la amenaza fuerte,
y partióse volando en ese punto.
Pasó tierras y mares, de tal suerte,
que en cuarto de hora fue a Melinde junto.
Sin quererse parar, de allí a la casa
do está el encanto en la floresta pasa.
Hizo lo que ya atrás de su contado,
que a los tres por el aire los levanta;
la gente, pues, del caso no pensado, creyendo apenas lo que ve, se espanta.
En tanto tiempo como fue gastado
en el pasaje de distancia tanta,
agora da la vuelta sin pereza
con tamaña soltura y ligereza.

(Celidón de Iberia, cap. XXX.)




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N-2,41,40. Nombre de una cárcel de Roma. Menciónase en el Pérsiles y Sigismunda (Ib. IV, capítulo y). Allí estaban presos y condenados a horca Bartolomé, bagajero que había sido de Periandro y compañía, y Luisa la Talaverana, su amiga.




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N-2,41,41. En la toma de Roma por los imperiales. Estando la pendencia comenzada y andando el Duque de Borbón entre los españoles, delante de todos, fue herido de un mosquetazo que luego cayó en tierra y murió dentro de una hora. Fue toda la ciudad robada y saqueada sin salvarse casa ni templo. Duró esta obra no santa seis o siete días sin el primero, que fue a 6 de mayo de 1527 (Sandoval, lib. XVI, pág. 5).




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N-2,41,42. Nombres de aves de rapiña que se adiestraban para el ejercicio de la cetrería.




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N-2,41,43. Imitación de los libros caballerescos. Cuando en el castillo de Rocaferro se deshicieron los encantos del sabio Adriacón por industria de la Dueña del Fordovalle, enemigo aquél y protectora ésta de Florineo y su familia, quedando en libertad Florambel de Lucea, que allí se miraba desconocido bajo el nombre de
Doncel de la Linda Flor, dio un tan gran tronido, y saliendo un espantoso relámpago se fizo tan gran estruendo en el castillo que todos los que en él estaban fueron amortecidos por una pieza (Florambel de Lucea, lib. I, cap. XI).
Habiendo subido Esplandián a la Peña de la Doncella encantada, llegó a la cámara del tesoro, a la puerta de la cual vio estar echada una gran serpiente, y miró las puertas de piedra, y la empuñadura de la espada que por ellas metida estaba.. La sierpe, como así lo vida venir, levantóse dando grandes silbos y sacando la lengua más de una braza. Peleando con la serpiente, tiró por la espada tan recio, que la sacó, y luego las puertas se abrieron con tan gran sonido, que así Esplandián como la sierpe cayeron en el suelo como muertos, y así lo oyó Sargil en la ermita adonde había quedado; que el sonido y ruido fue tan espantable, que por más de veinte leguas al derredor fue oído (Sergas, capítulo I).
Semejante a éstas es la aventura del sepulcro en que, saliendo de él, pelearon un león, un dragón y un salvaje, tamaño como un jayán. Después luchó el jayán con Leandro el Bel, y sacando éste la espada con que el salvaje había atravesado al león, se dio un gran sonido, con el cual cayeron todos como amortecidos (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXI).
Con esta espada fue armado caballero Leandro. Habla opiniones sobre si la espada había sido de Hércules, Aquiles o Héctor. Lo primero era lo que más se afirmaba (Ib., cap. XXII).




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N-2,41,44. Tan poco daño, según observa con razón Ríos en su Análisis del Quijote (número 316), no pudo ser natural. Fuera de esta circunstancia el episodio es de los más caballerescos y verosímiles de la fábula del QUIJOTE.




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N-2,41,45. De carteles y padrones, tan comunes en los libros caballerescos se pusieron muchos ejemplos en una nota al capítulo XXXIX.




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N-2,41,46. En la historia del Caballero del Febo se refiere la aventura de la cueva de Artidón, que se oyó en todo el reino de Rusia, y en la boca de la cueva apareció un cartel que decía: Esta aventura acabó el caballero de Cupido, el cual puso en libertad a la Reina Artidea, y en memoria dello quedó aquí el sabio Artidón, de quien podrán saber lo que buscaren todos aquellos que de amorosa pasión fueran tocados.





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N-2,41,47. Prístino, vápulo, palabras latinas a imitación y remedo de las que suelen usarse en los antiguos libros de Caballerías.




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N-2,41,48. Pleonasmo equivalente a protomédico de los médicos o protomártir de los mártires. Merlín es el encantador más antiguo de cuantos menciona la historia moderna.




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N-2,41,49. La llegada de Clavileño había sido ya muy entrada la noche, y, por consiguiente, el viaje de Don Quijote y Sancho fue a oscuras. Por consiguiente, si al concluirse el viaje pudo leer el cartel nuestro caballero, señal era de que ya había amanecido.
Según el plan cronológico de Ríos, la aventura de la Trifaldi fue el 30 de octubre, tiempo en que las noches por su duración son demasiadamente largas para lo que exige el suceso, y por su temple (señaladamente en el país de que se trata) no son las más a propósito para que la pasasen al raso los Duques.




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N-2,41,50. Quiere decir, sin perjuicio de tercero, puesto que no había sido necesario para dar cima a esta aventura el vencimiento de Malambruno, dándose éste por contento y satisfecho a toda su voluntad.





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N-2,41,51. La encantadora Almandroga partió para Boecia, llevando consigo a los gigantes Mordacho su tío, Serpento su hermano, y Rinacio el Turco. Llevaba también a su hija Fidea, enferma, en unas andas, y comitiva de doncellas que, tañendo instrumentos, la divirtiesen. El objeto de este viaje era prender al Rey Minandro, y al ir a degollarle, acudieron a su socorro su hijo Policisne, y Fimeo con sus escuderos y sus enanos. Policisne venció y mató a Mordacho y a Serpento, acometiendo en seguida a Rinacio. Fimeo hizo lo mismo con Almandroga, la cual se convirtió en una sierpe espantosa, se tragó a Rinacio, como si un pequeño bocado fuera, hizo lo mismo con Fidea y sus doncellas y con los cadáveres de los dos jayanes muertos, y como esto hizo, con grandes tronidos y nublados muy negros se levantó por el aire haciendo tan grande viento con sus alas, que del suelo parecía levantarlos, y ellos cayeron en tierra de espanto: y ansi estuvieron por espacio de media hora, que el nublado y escuridad se quitó, y ellos se hallaron a deshora sin nada sentir debajo de una tienda muy rica, toldada de paños de oro y de seda (Policisne de Boecia, cap. XLII).
Algo de esto parece que remedó Cervantes en el remate de la aventura de la Trifaldi.




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N-2,41,52. Bella contraposición: acontecido, fingir, de veras, de burlas. Mas lo que precede no está del todo bien porque a sí mismos era imposible darse a entender que era real y verdadero lo que fingían. Estaría mejor que casi se podía, y así acaso estuvo en el original. En este caso no eran ellos, sino otros los que podían dar a entender que lo fingido era cierto.




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N-2,41,53. Cuando el sabio Artidoro y su mujer la sabidora Arismena se desprendieron del Emperador de Constantinopla, se presentaron por disposición suya unos gigantes que hincaron en el suelo dos pilares tan largos como una lanza, y sobre ellos una tabla de arambre (bronce), y escritas con hermosas letras dos profecías de Artidoro y Arismena El Emperador se acercó a leerlas, mas no pudo por entonces entender cosa alguna (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo XXII).




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N-2,41,54. Pocas veces se ve usado más bueno por mejor, que es como ordinariamente se dice.




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N-2,41,55. En las Sergas de Esplandián (capítulo XCVII), cuenta éste un sueño que tuvo, en que estando sobre una roca aislada en el mar, fue llevado en una barquilla a la presencia de Urganda, por una doncella, la cual le dio un velo y le mandó cubrirse los ojos con él de modo que nada viese. Y luego no sé en qué manera, sino pareciéndome ir por el aire, sentí a poco rato ser dentro de la barca, pero nunca el velo osé quitar, pues que por ella no me era mandado, y partiendo de allí la barca, no sabiendo yo en qué tanto espacio de tiempo fuese, ne hallé, quitado el velo y cobrada la vista de mis ojos, dentro de una grande y hermosa nao, que fue donde le recibió y habló Urganda la Desconocida.




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N-2,41,56. Aquí volvió a olvidarse Cervantes de que el viaje había sido de noche.




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N-2,41,57. Sancho, cogido en mentira y estrechado por la Duquesa, responde y sale del paso por el camino que solía tomar su amo en otras ocasiones. Arbitrio que no carece de gracia.




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N-2,41,58. 0 sobra el y o el segundo que.





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N-2,41,59. Constelación formada de siete estrellas que se hallan juntas en el signo de Tauro, y en que, según la fábula, fueron transformadas las siete hijas de Atlante y de la ninfa Pleyone por haber querido su padre descubrir los secretos de los dioses.
En la descripción de las siete cabrillas por Sancho, zahiere Cervantes, según Ríos (análisis 104), la aventura que cuenta Ariosto de Astolfo, cuando fue éste a la luna sobre su hipógrifo.
Una de las églogas de Juan del Encina concluye con un villancico de pastores, en el cual se lee:

Repastemos el ganado,
¡hirriallá!
queda, queda, que se va.
Ya no es tiempo de majada
ni de estar en zancadillas:
salen las siete cabrillas, l
a media noche es pasada,
viénese la madrugada:
¡hurriaillá!
queda, queda, que se va.




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N-2,41,60. Sancho es el que habla; y el mismo, en el capítulo siguiente, dice a su amo, en ocasión de darle éste los consejos para su conducta en el gobierno, que cuando muchacho guardó puercos, y que después, algo hombrecillo, guardó gansos. Que había sido pastor de cabras también lo dice su mujer Teresa en su carta (cap. LI). Pudo serlo todo. Por lo demás, los pastores, aunque no sean cabrerizos, tienen conocimientos de las siete cabrillas.
En el presente pasaje sobra el segundo que.





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N-2,41,61. Sobra el una. Para que subsistiese era menester haber añadido algo, o decir: Me dio una gana de entretener con ellas, que si no la cumpliera, etc.




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N-2,41,62. Expresión familiarísima del vulgo, que se encuentra, como otras muchas de su clase, en el Cuento de cuentos de Quevedo (folio 178).




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N-2,41,63. ¿Pues qué, los alhelíes no son flores?




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N-2,41,64. El Duque habla socarronamente, a lo cortesano; Sancho maliciosamente, a lo rústico; Don Quijote sinceramente, a lo caballero. Todos guardan su carácter.




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N-2,41,65. Según el modo común de hablar, debiera haber dicho en la del fuego, tercera región del aire en el sistema de Tolomeo.




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N-2,41,66. Sancho miente como viajero, y como rústico cuenta con la ignorancia y credulidad de los demás, queriendo divertirse a costa de ellos. Don Quijote, como caballero franco y veraz, después de haber querido excusar con los presentes la bellaquería de Sancho por el medio usado otras veces de que todas sus cosas iban fuera del orden natural, concluye finalmente por argÜir a Sancho de embustero.




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N-2,41,67. Esta respuesta de Sancho tiene el aire de ser pulla: mas no alcanzo su verdadero sentido, y si sólo que se juega el vocablo en la contestación a la pregunta del Duque, quien había hecho lo mismo tomando pie de la mención hecha por Sancho de las siete cabrillas. No halló, pues, en estos pasajes, ni oportunidad ni chiste.




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N-2,41,68. Este episodio es sumamente caballeresco, y tomado de las entrañas mismas de una profesión destinada principalmente a la defensa de viudas y doncellas. Son innumerables en los libros de Caballerías los casos semejantes a éste. Fuera de alguna que otra pequeña inverosimilitud, el suceso es de los más agradables y apropiados al objeto de la fábula del QUIJOTE.




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N-2,41,69. Mejor y más breve: No sólo entonces, sino toda su vida.





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N-2,41,70. Esta reconvención de nuestro hidalgo a su escudero no lleva camino, y únicamente sería fundada en el caso de que Don Quijote hubiera procedido en la relación de lo que vio en la cueva de Montesinos con la mala fe y la bellaquería que advertía en Sancho; caso incompatible con su carácter honrado y sincero. Verdad es que la relación de la cueva manifiesta que cuanto en ella vio Don Quijote fue soñado, pero no lo creía éste así.

{{42}}Capítulo XLI. De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas


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N-2,42,1"> 4666.
Los dos episodios o aventuras anteriores han sido estrepitosos y de gran máquina y aparato. El ánimo del lector descansa ahora en el manso y apacible asunto de los consejos que Don Quijote da a su escudero para desempeñar el oficio de gobernador. Ya se ha notado en algún otro lugar el arte con que nuestro autor sabe varias las escenas y amenizar con esta diversidad el contexto de la fábula.




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N-2,42,2. Sería mejor, que Cervantes hubiese suprimido estas palabras que sobran realmente, porque en todo el capítulo no se trata más que de los consejos que dio Don Quijote a Sancho.




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N-2,42,3. Sospecho que debe leerse la traza y orden, pues el orden o colocación conveniente de las personas o cosas es el que se guarda, las óórdenes se obedecen.




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N-2,42,4. Adeliñarse, verbo anticuado por aliñarse.





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N-2,42,5. Expresión que manifiesta el deseo vehemente de alguna cosa, a semejanza del que tienen los labradores de que llueva en el mes de mayo, por lo que se asegura entonces con esto la cosecha de los granos. De donde vino el refrán: Agua por mayo, pan para todo el año. Se halla comprendido en la colección de Núñez.




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N-2,42,6. No parece sino que primero fue bajar del cielo y después mirar desde su cumbre la tierra. Mejor diría: Después que bajé del cielo, desde donde había mirado la tierra, etc.
He aquí a Sancho mirando la tierra desde el cielo como Escipión el Menor, que, estando haciendo lo mismo durante el sueño descrito por Cicerón, decía: Ipsa terra ita mihi parva visa est, ut me imperii nostri, quo quasi puncium ejus altissimus p祳niteret. Lo mismo hacía el Dante, cuando mirando hacia abajo desde la octava esfera, dijo:
Col viso ritornai per tutte quante
Le sette sfere; et vidi questo globo
Tal ch′′io sorrisi del suo vil sembiante:
E quel consiglio per mialior approbo
Che l′′ ha permesso: et chi ad altro pense,
Ghiamar si puote veramente probo.

(Paraíso, canto 22.)

El principio del discurso de Sancho indica que no habla de buena fe, puesto que lo de mirar la tierra fue mentira. Por otra parte, es claro que Sancho, en el progreso de su discurso, habla con sinceridad. Pudiera Cervantes haber suprimido este rasgo místico, o a lo menos no mencionar en él la circunstancia de la mentira, que lo califica de hipocresía, y lo demás quedaba natural y corriente.




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N-2,42,7. Esta palabra tantica lleva consigo la idea de que el que habla señala con su mano alguna cosa o parte muy pequeña de ésta: idea cuyo contraste con la de que esta parte del cielo tuviese la extensión de media legua, es uno de los rasgos característicos de la socarronería de Sancho, mezclada con su simplicidad.




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N-2,42,8. Así dijo San Pedro al cojo que le pedía limosna a la puerta del templo, y a quien sanó de su cojera: expresión a que parece aludir aquí el Duque.
A semejanza de esto, el ciego que amaestró a Lazarillo de Tormes, le decía: Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir, muchos te mostraré. Y fue así; refería Lazarillo, que después de Dios, éste me dio la vida, y siendo ciego me alumbró y adiestró en la carrera de vivir.





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N-2,42,9. Levantarse o subirse a mayores, adagio que significa ensoberbecerse alguno, elevándose más de lo que le corresponde.




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N-2,42,10. Este Duque vivía en tiempos muy diversos de los nuestros. Bien que para los hombres de rectitud y buena intención siempre creo yo que el mandar ha tenido muchos sinsabores y amarguras.




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N-2,42,11. Especie de proverbio con que se manifiesta el gusto de encontrar otra persona de ideas y sentimientos iguales a los de uno mismo.




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N-2,42,12. Locución propia de los romances y libros de Caballerías.En el capítulo II de la primera parte, nota 6, decía Don Quijote al ventero: El don que os he pedido y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana en aquel día me habéis de armar caballero.
Allí hay una larga nota sobre esta locución, que concluye refiriéndose a este pasaje.




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N-2,42,13. Era menester decir como un soldado o como sacerdote para uniformar el lenguaje.




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N-2,42,14. Como si dijéramos. Corregidor y Capitán a guerra: título que ha sido ordinariamente anejo hasta nuestros días al cargo de Corregidor.




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N-2,42,15. Así llaman los niños a la cruz que suele ponerse antes del abecedario en las cartillas de aprender a leer. Sancho aplica ingeniosamente esta idea a la máxima de que para gobernar bien importa más tener a Dios presente que el tener muchas letras.




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N-2,42,16. Véase un ejemplo bien caracterizado de lo que en el idioma latino se llama ablativo absoluto. Otro igual hay poco más adelante: Dispuesto, pues, el corazón a creer lo que te he dicho, está ¡oh hijo! atento, etc. El presente razonamiento de Don Quijote, a excepción de tal cual descuido, es un modelo de discreción y lenguaje, en que al mismo tiempo se echan bien de ver los nobles y virtuosos sentimientos de Cervantes.




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N-2,42,17. Repetición descuidada. Desde esta última frase copia Capmani (Teatro de la elocuencia española), con algunas supresiones, los consejos de Don Quijote contenidos en este capítulo, hasta la misericordia que el de la justicia como ejemplo de máximas y advertencias políticas y morales.




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N-2,42,18. Aventajarse, voz de la milicia, lograr aumento mensual de sueldo en recompensa de hazaña o servicio señalado. Don Juan de Austria concedió a nuestro Cervantes tres escudos de ventaja al mes por su distinguida conducta en la batalla de Lepanto.




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N-2,42,19. El presente pasaje del QUIJOTE alude a los dísticos de Catón, a que también se alude en el prólogo de la primera parte y en el capítulo XLI de la misma en boca del Cura hablando con el Oidor, y recordando los consejos que a éste y sus hermanos había dado el padre de ambos.




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N-2,42,20. Fábula bien conocida de Esopo y de Fedro.




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N-2,42,21. Alude a la que hace el pavo real con su cola, sobre lo que Bowle cita la autoridad de Fr. Luis de Granada, a que se refiere el Diccionario de la Academia, edición de 1737, en el artículo Pavón.





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N-2,42,22. Accio Novio, agorero clarísimo, había sido porquerizo (Cicerón, lib. I, De Divinatione, citado por Figueroa).
Del Emperador Justino, tío y antecesor de Justiniano, se dice que fue pastor de puercos (Figueroa, Plaza Universal, discurso 18, folio 79).
El gran Taborlán, Rey de los Citas, que casi fue en nuestros tiempos, el primer oficio que tuvo fue guardar los puercos (Torquemada, Coloquios satíricos, fol. 77).
También fue porquerizo en sus primeros años el Papa Sixto V.




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N-2,42,23. Elipsis algo violenta, por los que no son de principios nobles.





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N-2,42,24. Pleonasmo poco feliz. El uso puede autorizar algunos de esta clase, como vivir vida, que se dice comúnmente, pero esto no forma regla.




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N-2,42,25. Este es un pasaje defectuoso. Las palabras que los tienen no se entienden e interrumpen el sentido. Es probable que Cervantes empezó a poner en su manuscrito otra cosa de la que hay, y luego se le olvidó el borrar lo superfluo. Quiso decir a los que tienen padres Príncipes y señores, o Príncipes y señores por padres. Este párrafo no debió separarse del anterior; es continuación del mismo asunto.




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N-2,42,26. Italianismo incluido en una nota al capítulo XXXIX, en que se enumeran los que empleó Cervantes en el QUIJOTE.
Se encuentra usada esta palabra en la carta de doña Isabel la Católica a su hermano don Enrique IV, en 1469. úsala también Laguna (cap. LXXXI, pág. 109 de la edición de Salamanca de 1570) donde dice: Como sea así que el grande y excesivo desorden de nuestros tiempos haya aquistado un nuevo género de enfermedad contagiosa llamada comúnmente mal de bubas, etc.




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N-2,42,27. Despreciarse por desdeñarse. Acepción muy poco común de esta voz.




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N-2,42,28. No quiero, no quiero, mas echádmelo en la capilla; refrán que, según Covarrubias, se dice de los que tienen empacho de recibir alguna cosa aunque la deseen.
El Diccionario (voz Capilla) trae así este refrán: No quiero, no quiero pero echádmelo en la capilla o en el sombrero Se aplica a los que rehusan recibir alguna cosa, pero con tibieza, de suerte que excitan a que se les inste.
En el tiempo que se hubo de inventar el refrán se usaba llevar capuz o gabán, traje con capilla. Después se usaron capas sin capilla, que se llamaban ferreruelos; otras tenían capillas, y éstas las traían los jueces, los médicos y personas serias (Pellicer en sus notas).
Cabrera, citado por Sempere en su Historia del lujo (tomo I, pág. 56), describiendo los trajes que se usaban en España a principios del reinado de Felipe I, nombra la capa larga con capilla.
Los médicos y gobernadores del tiempo de Cervantes llevarían capa con capilla, y negándose a recibir, volverían la espalda, mostrando así la capilla, donde les echarían el dinero los que lo ofrecían. También pudo formarse este refrán aludiendo a los religiosos, que, no debiendo manosear el dinero por voto o por decencia, lo recibían en la capilla.




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N-2,42,29. Esto es, pagará cuatro por uno: la pena será cuadruplicada.




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N-2,42,30. De la misma opinión de Cervantes era el autor de Guzmán de Alfarache, donde se lee: Líbrete Dios de juez con leyes de encaje y escribano enemigo, y de cualquier dellos cohechado (parte I, lib. I, cap. I).
Sobre la significación de ley del encaje hay una nota al capítulo Xl de la primera parte.




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N-2,42,31. Bellísimas máximas y bellísimo lenguaje.




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N-2,42,32. Alusión a la vara, insignia de la justicia, cuyo atributo es la rectitud.




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N-2,42,33. Comúnmente se dice: de algún enemigo tuyo.





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N-2,42,34. Ejemplo del pronombre doble acumulado al verbo.




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N-2,42,35. Vivir en beneplácito de otro, no se dice. Fuera de este ligero defecto, el presente período con que Don Quijote da fin a sus primeros consejos está lleno de armonía, dulzura y sensibilidad.




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N-2,42,36. ¡Y qué bellos documentos! ¡Qué máximas tan nobles, tan generosas, tan indulgentes, tan discretas! Bien merecen el elogio que se hace de ellas al principiar el capítulo siguiente.

{{43}}Capítulo XLII. De los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza


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N-2,43,1"> 4702.
Disparaba parece error de imprenta o de pluma por disparataba; a menos que Cervantes hubiese querido usar del verbo disparar como reciproco, omitiendo por descuido el pronombre impersonal se, caso en que pudiera ser corriente esta locución figurada, que presentaría con viveza la idea del movimiento espontáneo y violento de la extraviada fantasía de nuestro hidalgo cuando se le tocaba el punto de la Caballería.




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N-2,43,2. No se sabe con quién concierta éésta ni suena bien esta destos.





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N-2,43,3. Mejor: fuesen uñas, siendo, etc.
Mal estarían con este documento de Don Quijote los que en nuestros tiempos se dejan crecer las uñas por moda: puerco y extraordinario abuso, dice Cervantes.




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N-2,43,4. Macrobio (lib. I, Saturnal, cap. II) cuenta de Cicerón que: Post victoniam C祳anis interogatus, cur in alectione partes errasset, respondit; p祣inctura me decepit: iocatus in C祳arem, qui ita toga pr祣ingebatur, ut trahendo liciniam velut mollis inu deret; adeo ut Sylla tanquam providus dixerit Pompeio: cave tibi illum puerum male pr祣intum.
Acerca del porte personal de Julio César se s habló ya en la nota al capítulo I, citándose a Suetonio.




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N-2,43,5. Manjares tenidos como propios de villanos, cuyo uso estaba prohibido expresamente a los Caballeros de la Banda (Márquez, folio 50 vuelto, y Sansovino, fol. 39, citados por Bowle), orden militar instituida en el año de 1330 por don Alfonso el Xl, que otros llamaron XI. Extinguióse esta orden reinando Enrique IV (Méndez de Silva, Catálogo Real de España, fol. 107).




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N-2,43,6. Este es uno de los varios pasajes de la fábula del QUIJOTE en que aprovecha Cervantes la ocasión de vilipendiar el uso de los ajos, a que debía tener tanta repugnancia como el autor del presente Comentario.
Villanería. Me parece palabra nueva y no y usada después. A la cuenta Cervantes la prefirió a villanía, que, con efecto, se refiere más a la moral que a la extracción, linaje o alcurnia, de que se quería hablar en este personaje.




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N-2,43,7. Así está este refrán en la colección de Núñez (fol. 25), citado por Bowle.
Lorenzo Palmireno, en su tratado del modo de escribir cartas, dice así: Así me lo aconsejó el Dr. Solís en aquella su canción:

Come poco y cena más,
duerme en alto y vivirás.

El libro de Palmireno, de donde lo copio, es un manuscrito latino hispano; su título: Libellus de ratione conscribendi epistolas.
En la versión latina que sigue, dice: Excitatus antigua illa voce Joannis Solerii, medict clarissimi, qua 祧rotos suos ad tuendam valetudinem in huc modum impellebat. Prandium exiguum c祮a liberalior excipiat.
El mismo Palmireno, en su colección de refranes que imprimió en Valencia en 1589, pone éste del modo referido, y de este otro: Come poco, cena más y dormirás. Esto último es a favor de la mucha cena, e indica el motivo que es evitar la vigilia.




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N-2,43,8. Covarrubias llamó a lo primero revesar. Mas esta voz no hizo fortuna.
No fue idea general de Cervantes el introducir estos vocablos en la lengua castellana, puesto que él mismo dice lo había hecho ya la gente curiosa; mas procuró acreditarías por su parte, y, con efecto, se usa el de erutar. No fijé tan feliz el de erutaciones, en vez del cual algunos suelen decir erutos.
Son también nuevas, y al parecer inventadas por Cervantes las palabras exentar y absortar, de que usa en el prólogo de la primera parte de esta obra, donde hay nota sobre la palabra absortar. Salvá (Gramática, página 97) cuenta a absortarse entre los verbos anticuados.
No será inoportuno enumerar aquí las palabras inventadas o introducidas y acreditadas por Cervantes, además de las referidas:
Adarvar, parte I, cap. XXXV.
Atentados (pasos), parte I, cap. XVI.
Gallardearse, parte I, cap. XXX.
Gracear, Prólogo de la primera parte.
innumerabilidad, id.
Leventes, ííd.
Mofante, ííd.
Segundar, parte I, cap. VI.Ufanarse, ííd., cap. XIV.
Ultramundos, Pérsiles, lib. I, cap. XII.
Así llama a los premios conseguidos en la guerra, por la fama que adquieren los que los obtienen.
En orden a palabras nuevas, yo sería tan delicado y escrupuloso en usarlas, como Indulgente con los que las usan, siempre que aumenten convenientemente el caudal de la lengua.




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N-2,43,9. Usaron el verbo regoldar Gabriel de Herrera y Fray Luis de Granada. Que este último lo usó siempre lo dice Garcés en el prólogo del tomo I del Fundamento del vigor de la lengua castellana (pág. 16).
RegÜeldos. Viene al parecer de regÜelgos o rehuelgos; y así se llama en el Cancionero general impreso en Sevilla en 1540 (fol. 197 vuelto).
RegÜeldo se deriva de huelgo, aliento, respiración.




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N-2,43,10. Esto tiene sus limites; pues tan dignos son de censura los que embadurnan el idioma castellano de voces y frases extranjeras que no necesita, como los nimios puristas que no aciertan a consentir un galicismo. Jovellanos y otros escritores beneméritos de la lengua fueron injustamente acusados de lo primero. ¿A quién tacharemos de lo segundo? ¿A Capmani?
En la fábula del Retrato de golilla de don Tomás de Iriarte se ridiculizan ambos extremos, igualmente viciosos.
Cervantes enriqueció la lengua castellana con un gran número de voces nuevas o poco comunes antes de él, la mayor partes felices significativas y armoniosas, como se ha dicho, y que el uso ha adoptado con predilección desde entonces.




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N-2,43,11. Disparates. Pudo aludir aquí Cervantes a los de Juan del Encina. Otros poetas han hecho después composiciones de esta clase.




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N-2,43,12. Tiene particular oportunidad y gracia en esta sazón y coyuntura la sarta de refranes que encaja aquí Sancho en prueba de lo que va diciendo, y en confirmación de la palabra que acaba de dar de usarlos con sobriedad y parsimonia.




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N-2,43,13. Refrán que reprende a los que, advertidos de una falta, incurren sin enmienda en ella frecuentemente, o por descuido, o buscando ocasiones libres de censura (Diccionario de autoridades, artículo Trompar).





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N-2,43,14. Expresión cuyo sentido se explicó en una nota al capítulo XXXII de esta segunda parte.




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N-2,43,15. Graciosa advertencia hecha a un aestripaterrones, como alguna vez se califica al mismo Sancho, pero muy propia de la ocasión y del entonamiento con que nuestro pobre hidalgo trataba esta materia.




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N-2,43,16. Parece baja esta expresión, y desdice del lenguaje que reina en los consejos de Don Quijote. Por lo demás la palabra caballerizas se halla aquí usada con notable impropiedad. Caballerías hubo de querer decir Cervantes, en cuyo caso, que parece más que probable, será éste un error tipográfico.




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N-2,43,17. Le llama úúltimo, y después Sigue aún otro sobre el modo de vestirse, que es por donde acaba. Negligencias frecuentes que indican la poca lima con que se escribió la admirable fábula del QUIJOTE.




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N-2,43,18. Qué fuesen calzo y media calza se dijo ya en una nota al capítulo I de la primera parte.
Ropilla. Vestidura Corta con mangas y brahones, de quienes penden regularmente otras mangas sueltas o perdidas, y se viste ajustadamente al medio cuerpo sobre el jubón (Diccionario de autoridades).
Herreruelo
o ferreruelo era una capa algo larga con cuello, pero sin capilla o esclavina.




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N-2,43,19. GregÜescos eran calzones Cortos, que ahora corresponden al traje de ceremonia, como entonces los pantalones, según aquí se indica.
Ni por pienso. Modismo propio del estilo familiar, en que pienso es lo mismo que pensamiento.





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N-2,43,20. Sin embargo, Don Quijote llevaba gregÜescos, como se expresa no una vez sola. A los gregÜescos o calzones cortos acompañaban las medias, que también llevaba Don Quijote, como se refiere en el capítulo XLIV, expresándose que eran verdes.




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N-2,43,21. Sea. Parece errata, por es.
Entre las cosas que aquí dice Sancho no se le pasarán del magín, olvidó ya lo del erutar, que ofreció poco antes no olvidar.




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N-2,43,22. Badulaque no siempre significa el hombre frívolo e inconsciente: acepción en que de ordinario se usa hoy esta palabra. Antiguamente se daba este nombre al guisado de bofes o chanfaina, y también a una especie de afeite, compuesto de varios ingredientes. Aquí significa metafóricamente cosa complicada y enredosa, como lo eran para Sancho los consejos de su amo.




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N-2,43,23. Parece por la expresión que un mismo sujeto había de encajar los consejos y recapacitar sobre ellos, lo que no es así, porque lo primero correspondía al confesor, y lo segundo a Sancho, como debió expresarse.




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N-2,43,24. El hombre que no sabe leer no es más que hombre a medias.
Sabido es el pasaje del famoso Francisco Pizarro, conquistador del Perú, con su prisionero, el Inca Atahualpa, quien admirando justamente el arte de escribir, y habiéndose hecho estampar en la uña del dedo pulgar por uno de los soldados que le guardaban el nombre de Dios, lo hizo leer a los que iban entrando sucesivamente, y no habiendo acertado a hacerlo Pizarro, infirió de aquí que el conocimiento de las letras no era, como lo había sospechado, una cualidad natural de los españoles, sino adquirida por el estudio, lo que le hizo desde entonces despreciar abiertamente a Pizarro, en cuyo ánimo no influyó poco esta conducta para acelerar la muerte de su prisionero.




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N-2,43,25. Compara aquí Cervantes esta falta con la de no saber leer, y la atribuye a mala educación. Con efecto; se mira comúnmente como grosería el saber usar la mano izquierda, a pesar de todas las razones que condenan el uso exclusivo de la derecha y favorecen a los ambidextros.




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N-2,43,26. No sé leer ni escribir, puesto que sé firmar, dijo Sancho en el capítulo XXXVI de esta segunda parte.




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N-2,43,27. Haber sido Muñidor de cofradía lo contó Sancho en el capítulo XXI de la primera parte, y que le sentaba tan bien el traje de Muñidor, que decían todos que tenía presencia de Prioste. Hubo de ascender después a esta dignidad.
La cofradía o hermandad a que se refería Sancho debió ser la de la Veracruz, que existía en Argamasilla de Aba, patria de nuestro gobernador, según las relaciones topográficas en tiempo de Felipe I (tomo II, folio 117).




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N-2,43,28. Este pasaje recuerda la invención de la estampilla. El primero que la usó para la firma fue don Juan I, Rey de Portugal, según Rodrigo Méndez de Silva (Catálogo Real de España, fol. 70).




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N-2,43,29. Palabras anticuadas. Popar, que ahora significa halagar o acariciar, en lo antiguo significaba manotear a otro o darle palmadas con aire y señal de desprecio. Caloñar era injuriar, ultrajar; y es palabra muy usada en nuestros antiguos códigos legales.




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N-2,43,30. Maldición doble, como lo prueba Bowle apoyado en la autoridad de Menagio, quien dice que los gentiles reconocían hasta treinta mil dioses, y que, como éstos eran diablos de aquí la imprecación: Con treinta mil diablos.
Con efecto, el presente pasaje de la fábula es en el que más se esforzó esta parte del carácter de Sancho, y donde más subió de punto su manía de encajar, ensartar y enhilar refranes.




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N-2,43,31. Con relación al tormento de toca decía Don Quijote a Sancho que con sus refranes le daba tragos de tormento.
Sobre el tormento de toca o de agua hay nota en la primera parte (cap. XXI).




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N-2,43,32. Comunidades, tumultos, levantamientos, como los de las Comunidades de Castilla en los principios del reinado de Carlos V.
Son graciosas las exageraciones con que aquí pondera Don Quijote los inconvenientes del uso excesivo que hace Sancho de los refranes.




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N-2,43,33. Expresión que no entiendo bien. Parece quiso decir Sancho que a nadie debía incomodar que él se sirviese de su hacienda que no era otra que los refranes. Acaso sería la expresión menos obscura poniendo: a quién diablos se pudre; como si dijera: ¿a quién se le echa a perder nada, a quién resulta mal alguno de que yo me sirva de mi hacienda?





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N-2,43,34. Tabaque, cesto o canastillo de mimbres. Se dice así de las cosas que están colocadas y guardadas con esmero y aseo.




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N-2,43,35. El chiste de este refrán puede consistir en que Sancho sea lo mismo que Santa. En efecto: Santo era nombre propio; y el de don Santo, el poeta judío de Carrión que floreció en tiempo de don Pedro el Cruel. Siendo esto así, querrá decir el refrán que el buen callar es cosa santa. Al buen callar llaman santo, dice don Juan Vitrirán en los escolios a las Memorias de Camines (capítulo XXXVI).
Oviedo, en su Quincuagenas (Quinc. 2.:, est. 2ªª.), dice que Sancho fue un criado fiel y callado de don Lope Díaz, cuarto Conde de Vizcaya y contemporáneo del Conde primero de Castilla Fernán González.
Cuando Sancho estaba a la puerta de la cárcel de Zaragoza, donde acababan de encerrar a su amo, ola lo que decían los que bajaban de la cárcel sobre el castigo que amenazaba a Don Quijote. Todo esto senda Sancho a par de muerte, pero callaba como un santo (Quijote de Avellaneda, cap. VII, página 55).





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N-2,43,36. Sancho había ofrecido cuatro refranes, y no dice más que tres. Pero en desquite, al concluir la explicación o aplicación de los tres primeros, encaja otros tres.




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N-2,43,37. Muelas cordales son las que nacen a los adultos en la extremidad de las mandíbulas.
Núñez pone así este refrán: Entre dos muelas molares nunca metas tus pulgares.





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N-2,43,38. Alusión al dicho evangélico contra los hipócritas.




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N-2,43,39. Expresión proverbial que tiene la misma aplicación y fuerza que el refrán: Dijo la sartén a la caldera, tírate allá, culinegra.





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N-2,43,40. El refrán dice el loco, y debe ser así por contraposición a cuerdo. Si estuviera bien necio, debería decir después sabio. En el comendador Griego está bien el refrán (676): pero Alemán lo erró, como Cervantes, en el pasaje que copia Bowle sobre este paso.




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N-2,43,41. Para que constase el sentido debió decirse: Ni en su casa ni en la ajena sabe nada. Pudo corregirse como error de imprenta.




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N-2,43,42. Todo está muy bien dicho y es muy natural en Don Quijote, enfadado con la lluvia de refranes de Sancho. La respuesta de éste y lo que dice a continuación Don Quijote, todo es muy oportuno y está muy bien razonado.




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N-2,43,43. Una expresión semejante hay en la Vida del gran Tacaño, de Quevedo.
En el capítulo XX, al fin, decía Don Quijote a Sancho: Si como tienes buen natural tuvieras discreción, pudieras tomar un pálpito en la mano, y irte por ese mundo predicando lindezas.


{{44}}Capítulo XLIV. Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la estraña aventura que en el castillo sucedió a don Quijote


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N-2,44,1"> 4745.
Todo esto del principio del capítulo es una algarabía que no se entiende. Porque ¿cómo podía leerse en el propio original la historia que no lo había traducido fielmente su intérprete? Ni ¿qué tiene que ver esto con la queja que tuvo el moro de sí mismo por haber tomado entre manos asunto tan seco y estéril? La apología que con esta ocasión se hace de las novelas del Curioso impertinente y del Capitán cautivo, insertas en la primera parte para amenizaría, es mezquina y está desmentida por el admirable efecto que la segunda hace en los lectores, sin tales aditamentos, que lejos de aumentar el interés de la fábula, lo amortiguan y destruyen. Resulta de todo, que pudiera muy bien haberse excusado este largo y difuso preámbulo hasta donde vuelve a tomarse el hilo de la narración.




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N-2,44,2. ¿Qué es redundar el fruto en el fruto? Pocos pasajes hay en el QUIJOTE escritos con más negligencia y distracción que el principio de este capítulo.




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N-2,44,3. Esta es una de las razones por las cuales debieron omitirse en la primera parte del QUIJOTE las novelas de que se trata; y es bien inoportuno alegarla para excusar lo contrario.




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N-2,44,4. El primer episodio que encuentro en esta segunda parte es la conversación de los escuderos; segundo, el de Basilio; tercero, el del rebuzno; cuarto, el del gobierno de Sancho; quinto, el de la embajada del paje; sexto, el de Claudia Jerónima; séptimo, el de Ana Félix. Estos son, propiamente episodios que, nacidos de los mismos sucesos, como dice aquí Cervantes, hacen más variada y agradable la narración, sin distraerla del objeto principal de la fábula, por falta de cuyos requisitos no merecen este dictado las novelas del Curioso impertinente y del Capitán cautivo, malamente zurcidas en la primera parte del QUIJOTE, como lo confiesa su mismo autor.




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N-2,44,5. ¿Cuál es este universo todo? No se entiende. Harta más habilidad era menester para ceñirse el argumento de la fábula, y llevar siempre atenido el encantamiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas, sin dejar de entretener y recrear a los lectores. Cervantes acaba de manifestar la dificultad que esto ofrece, y luego se contradice, disminuyendo, contra su propio interés y gloria, el mérito de la empresa que desempeñó tan admirablemente en esta segunda parte.




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N-2,44,6. Está dicho con incorrección. Quien los dio fue Don Quijote, y a quien se le cayeron fue a Sancho. Los verbos cambian de sujeto sin la aclaración correspondiente.




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N-2,44,7. Aquí se contradijo Cervantes, olvidándose de que en la mañana del mismo día (capítulo XLI) había dicho el Duque a Sancho que al siguiente había de ir al gobierno de la ínsula (Ríos, Análisis?.
Pudiera decirse a esto que Sancho, aunque salió aquella tarde para el gobierno, no llegó hasta otro día, como se infiere de todo el progreso de la relación; pues habiendo salido por la tarde, cuando llegó lo llevaron a la iglesia y después al Juzgado, donde sentenció los casos del sastre, del viejo de la caña y del ganadero. Consecutivamente llegó la hora de comer; de sobremesa pasó el caso del labrador socarrón, suegro que había de ser de la Perlerina, y luego llegó la noche, en que Sancho cenó salpicón y manos de ternera. Todo lo cual arguye necesariamente que Sancho no llegó al gobierno en la misma tarde de su salida del castillo, sino al día siguiente. Y lo mismo se deduce del tiempo que gastó en ir desde el castillo a la ínsula el correo que el Duque despachó a las cuatro de la mañana, y no llegó sino durante la comida del gobernador; no pareciendo que Sancho y su numeroso acompañamiento anduviesen en una parte de la tarde lo que costó una larga mañana al correo.




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N-2,44,8. Y también la de Merlín en la aventura del desencanto de Dulcinea, como se dijo al principio del capítulo XXXVI.




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N-2,44,9. Expresión proverbial antigua, de origen desconocido, como otras muchas de su clase. El Diccionario dice que la expresión en justos y creyentes se usa para asegurar que una cosa es cierta. Por consiguiente, querrá decir: como soy hombre de bien y cristiano. Mas, según Covarrubias, citando a Quevedo, vale subitamente, aceleradamente.
En la Eufemía, comedia de Lope de Rueda, dice Vallejo: Acodiciéme a un manto de un clérigo, e a unos manteles de casa de un bodegonero donde yo solía comer, y cogéme la justicia, y en justo y creyente, etc (Aquí parece que significa incontinenti, en caliente, sin intermisión de tiempo.





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N-2,44,10. Mejor: lo que quiere decir.





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N-2,44,11. Acude Don Quijote para salir de dificultades a su acostumbrado recurso, del que usó Cervantes con tanta oportunidad y gracia en diferentes ocasiones.




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N-2,44,12. Voz anticuada, y que sólo usa ya la gente rústica: antes.





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N-2,44,13. No va de acuerdo con lo que el Duque dijo a Sancho en el capítulo XLI hablándole del traje que había de llevar al gobierno: Vos, Sancho, iréis vestido parte de Letrado y parte de Capitán, porque en la ínsula que os doy, tanto son menester las armas como las letras.





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N-2,44,14. ¿Qué conexión hay entre la admiración y la risa de jimia? Por lo demás, dijo bien Cervantes que los sucesos de Don Quijote se han de celebrar o con admiración o con risa; y por mejor decir, frecuentemente con una y otra, porque lo sublime del ridículo excita ambas a un mismo tiempo.
Jimia viene del latín simia; y así antes solía escribirse ximia, como de sapo, xabon; de passer, páxaro.





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N-2,44,15. Esta muestra de sensibilidad y ternura del corazón de Don Quijote se apreciará en lo justo por las almas sensibles, únicos jueces de una materia en que las de otro temple nada encuentran que notar.
Cervantes hizo a Don Quijote humano, afectuoso, sensible; y véase el origen del interés que la persona del hidalgo manchego inspira a los lectores de esta fábula.




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N-2,44,16. Cervantes supo con un arte admirable hacer interesante la persona de un ente al mismo tiempo tan ridículo como su héroe. No hay lector que en este y otros pasajes en que Don Quijote se muestra no sólo virtuoso, sino delicado, no le ame y experimente un como sentimiento de que el flaco de la manía caballeresca eche a perder tan claro entendimiento y tan buen corazón. Cervantes no perdió ocasión para producir este efecto, como puede observarse a cada paso. Si el hidalgo manchego hubiera sido únicamente ridículo no interesara tanto, y a la larga cansaría la lectura de la fábula; pero la mezcla sabia de ambos intereses sostiene el de la narración.




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N-2,44,17. Llenos están los libros de Caballerías de ocasiones en que los caballeros fueron servidos de doncellas, de lo que se pusieron ejemplos en una nota al capítulo L de la primera parte. Los Duques habían remedado ya esta costumbre en el recibimiento y trato de Don Quijote, como se refirió en su lugar.




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N-2,44,18. Aquí contraviene Don Quijote a la antigua usanza de los caballeros andantes, tal como él mismo la describe en el capítulo L de la primera parte.




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N-2,44,19. En rigor falta aquí algo para que la frase exprese bien la idea. Quiere decir: No soy persona tal o tan inconsiderada que por mí se ha de descabalar, etc.




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N-2,44,20. Foronda, censurando de poco delicado este pasaje, dice irónicamente que no era extraño que las Duquesas del tiempo de Don Quijote no tuvieran por indecoroso hablar de cosas semejantes, cuando la Princesa Nausicae, en tiempo de Homero, iba con sus criadas a lavar, no sólo su ropa, sino también las del Rey y la Reina. Pero en ello Foronda se censuró a sí mismo, mostrando que a un espirito apocado y ceñido a las estrechas ideas de su siglo y país suelen ofender cosas que no ofendieron a la sencillez de las costumbres y modales antiguos en naciones más cultas que las actuales.
Necesarios al menester es como si dijera: necesarios a la necesidad. Más sencillo y corriente sería decir: necesarios al que duerme a puerta cerrada.





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N-2,44,21. Sobra el artículo un, que altera el sentido; debiera decir: infundan deseo o el deseo.





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N-2,44,22. Otro de los tratamiento ridículos que puede añadirse a la lista de los que usó Cervantes en boca de Don Quijote y Sancho, y de que se habló anteriormente (caps. XXX y XXXI).




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N-2,44,23. Transposición en vez de: y que más desasosegado le traía.





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N-2,44,24. Mejor: con cuyas abrasadas cenizas.
El epíteto abrasadas no conviene mucho a cenizas, que es cabalmente el residuo indestructible que no ha podido abrasar ni consumir el fuego.
Eterno está por eternizado.




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N-2,44,25. A su aposento se dice ordinariamente. También se dice pasar en Berbería en la aventura de don Gaspar Gregorio (cap. LXIV), y es régimen propio del estilo de los libros caballerescos. Este mismo régimen se ha notado en otros pasajes.




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N-2,44,26. Esto prueba lo que ya dijo Pellicer que, según el plan de Cervantes, Don Quijote se había propuesto por modelo principal a Amadís, y esto lo dijo el mismo Don Quijote en la primera parte (cap. XXV), en que, hablando con Sancho acerca de su resolución de hacer penitencia en Sierra Morena, a la manera que Amadís de Gaula en la Peña Pobre, se expresa de esta manera: Desta misma suerte Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la Caballería militamos; en lo cual procedió discretamente nuestro escritor, pues siendo el libro de Amadís el primero, el origen, el tipo de los libros caballerescos más conocidos y vulgares entonces en Castilla, contra él debió dirigir principalmente la fábula destinada a desterrarlos todos.




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N-2,44,27. El genio festivo de Cervantes no podia contenerse cuando se le ofrecían ocasiones de excitar la risa, aun con riesgo de que los censores delicados tachasen la materia de sus chistes. Verdad es que, como ya se ha observado en algún otro caso (parte I, capítulo XX), tuvo particular gracia para envolver en frases decentes ideas que no lo eran de suyo.
Policía aquí no tiene que ver con nada público, según su primitiva acepción, y sólo significa pulidez, cultura, buena educación; en cuyo sentido está redundante la expresión, y bastaría haber dicho su limpieza.





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N-2,44,28. Según Cabrera, citado por Sempere (Historia del lujo, tomo I, pág. 56), a principios del reinado de Felipe I, las medias eran de carisea, estameña, paño, ligados con atapiernas o senogiles, que por los italianos dijeron ligagambas y hoy ligas; aunque ya usaba el Rey de las de punto de aguja de seda, que le enviaba en presente y regalo desde Toledo la mujer de Gutierre López de Padilla, de quien ha poco hice mención.
Las medias anteriores a las de punto serían como polainas, a no ser que fuesen cerradas.
En la pragmática de trajes de 25 de octubre de 1563, se permitió traer medias de punto de seda (Ib., págs. 68 y 69). De aquí se infiere que ya se empezaba a extender por aquel tiempo el uso de medias de punto.





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N-2,44,29. Ya se advierte aquí que se echaba de menos la seda verde, porque las medias eran verdes; caso diferente del de los hidalgos escuderiles, de quien dijo Sancho en el capítulo I de esta segunda parte que toman los puntos de las medias negras con seda verde.





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N-2,44,30. Exclamación de Benengeli, que copia Capmani en su Teatro de la elocuencia española, hasta la hambre de su estómago, como ejemplo de oración y razonamiento.




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N-2,44,31. Juan de Mena, natural de Córdoba, poeta célebre castellano. Floreció en tiempo del Rey Don Juan I de Castilla, de quien fue muy favorecido, y murió en 1456.
En la copla 227 de las Trescientas dijo así:

¡Oh vida segura la mansa pobreza,
dádiva santa desagradecida!Rica se llama, no pobre, la vida
del que se contenta vivir sin riqueza.
La trémula casa humil en bajeza
de Amiclas el pobre muy poco tenía,
la mano del César quel mundo regía
maguer lo llamase grai fortaleza.

Es claro que en la copla de Juan de Mena la palabra desagradecida no está en la significación común de ingrata, sino en la de no agradecida, no apreciada por los hombres.
El Pinciano, en su Comentario de las Trescientas, observó ya que Juan de Mena copió a Lucano, el cual, refiriendo en el libro V de la Farsalia aquel pasaje cuando César fue a despertar al barquero Amidas, que dormía tranquilamente en su humilde choza, exclama:

O vit礠tuta facultas
pauperis, angustique lares! O munero nondum
intellecta Deum! Quibus hoc contingere templis
aut potuit muris nullo trepidare tumultu
C祳area pulsante manu?

(Versos 527 y siguientes.)

Oviedo, en la segunda parte de sus Quincuagenas (est. 13, fol. 32), después de hacer un gran elogio de Juan de Mena, dice: De su muerte hay diversas opiniones, e los más concluyen que una mula le arrastró, o cayó della de tal manera, que murió en la villa de Tordelaguna. Yo espero en Dios de ir presto a España, e le tengo ofrecida una piedra a su sepultura con este epitafio. De la cual obligación yo saldré, si la muerte no estorbare mi camino. Al curioso lector pido que enmiende estos versos como melar estén, e sean en favor de Johan de Mena, e se tome de mí que lo que mi deseo desea honrar a tan excelente varón para su patria e nuestra. El epitafio es el siguiente:

Dichosa Tordelaguna
que tienes a Johan de Mena,
cuya fama tanto suena
sin semejante ninguna.
El dejó tanta memoria
en el verso castellano,
que todos le dan la mano.
Dios le dé a él su gloria.

Así escribía Oviedo en 1555.

En la iglesia parroquial de Torrelaguna se lee el epitafio de Juan de Mena, que se ha publicado con alguna equivocación por Sánchez y por Bayer: Feliz patria, dicha buena, escondrijo de la muerte, aquí le cupo por suerte
al poeta Juan de Mena.

De éste dijo el Capitán Salazar en la respuesta al Bachiller de Arcadia, que hizo trescientas coplas, cada una más dura que cuesco de dátil: las cuales, si no fuera por la bondad del Comendador Griego, que trabajó noches y días en declarárnoslas, no hubiera hombre que las pudiera meter el diente ni llegar a ellas con un tiro de ballesta.
Pudo tomar la idea de su Laberinto o Trescientas, por el orden de Luna, Mercurio, Venus, Febo, Marte, Júpiter y Saturno; del Dante, que distribuyó el Paraíso en los siete planetas, en cada uno de los cuales puso los hombres célebres que le pertenecían.
Cervantes no desaprovecha ocasión de quejarse de la pobreza en que vivía, como se ha hecho ya notar en este Comentario, oponiéndole las ventajas de las riquezas. En el capítulo VI de la primera parte, hablando por la primera vez de Sancho, le llama hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre), aunque pudiera entenderse por hombre de bien, no hombre bueno, sino hombre de bienes o que tienes bienes.
En el capítulo LI dice el pastor Eugenio: Es anejo al ser rico el ser honrado.
En las bodas de Camacho se declara también Sancho por los ricos (parte I, cap. XX).
Hablando de Basilio dice Don Quijote (capítulo XXI): El pobre honrado (si es que puede ser honrado el pobre). En la nota a este pasaje se califican ésta y otras frases análogas como arrancadas a Cervantes por un justo sentimiento contra su adversa fortuna, a pesar de su verdadera opinión en esta parte.




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N-2,44,32. Los mahometanos no desconocen esta máxima, según los principios de su creencia; y así, para guardar verosimilitud, no parece fue necesario decir la sabía Benengeli por la comunicación de los cristianos.




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N-2,44,33. San Pablo, en su carta a los corintios: Et qui utuntur hoc mindo tanquan non utantur (epist. VI, verso 31).




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N-2,44,34. La de bolsillo, por oposición a la de espíritu, de la que se ha hablado anteriormente. Cervantes, en esta exclamación, tampoco se olvidó de si al ponderar lo mucho que la pobreza mortifica a los que tienen humos de hidalgos, y nacieron más aventajados de linaje que de bienes de fortuna. Sus expresiones, aunque mezcladas con rasgos de humor festivo, pintan los apuros de un honrado hidalgo, benemérito tanto de la patria como de las letras, que yacía en la escasez y la miseria. El estropeado de Lepanto, el autor del QUIJOTE estaba reducido a vivir de la liberalidad del Conde de Lemos y de la caridad del Arzobispo de Toledo (Prólogo de la segunda parte).





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N-2,44,35. En un romance que canta el cautivo Madrigal en la comedia La Gran Sultana (jornada II), dice:
Se embarcó para ir a Orán
un tal fulano de Oviedo,
hidalgo, pero no rico:
maldición del siglo nuestro,
que parece que el ser pobre
al ser hidalgo es anejo.

Navarrete mostró en la Vida de Cervantes que éste era pariente de Felipe I; mas nadie pudo acusar al Monarca de nepotismo. Cervantes ciertamente no lo supo ni le pasó por la imaginación.




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N-2,44,36. Parece ser el cerote, del que dice Quevedo que reparaba los desmayos del calzado (Visita de los chistes, fol. 93).
Pantalia parece voz italiana, o quizá pertenece a la lengua franca del Mediterráneo, que es el chapurrado o mezcla de todas las lenguas de que se habló en la historia del Cautivo.
Esto sería lo mismo que dar humo a los zapatos, como se dijo en el capítulo I de esta segunda parte, lo que se hacía para remediar o disimular el mal estado del calzado, que usaban en lo antiguo los hidalgos pobres En el día lo hacen pobres y ricos, y aun más los ricos que los pobres, usando de betunes que dan lustre y hermosean el calzado, y en cuya composición suele entrar también el humo o polvos de zapatero.
Sobre zapatos encerados, véase la nota 9 al capítulo XVII de esta segunda parte.




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N-2,44,37. Cervantes anduvo muy distraído poniendo todo esto en boca de un moro como Benengeli, cuando entré los suyos no hay hidalgos, ni ropillas, ni sombreros, ni herreruelos, ni cuellos escarolados ni abiertos. No es muy propia la cita de Juan de Mena en un escritor árabe ni el modo enfático de hacerla. Tampoco viene muy al caso lo que se dice acerca de la pobreza de espíritu, ni parece verisímil en la pluma de un mahometano.




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N-2,44,38. Paréceme que Cervantes, al escribir esto, tenía presente el hambriento escudero a quien sirvió Lazarillo de Tormes en Toledo, el cual, sin haber comido maldito el bocado, por lo que tocaba a su negra que decían honra, tomaba una paja de las que aun azaz no había en casa, y salíase a la puerta escarbando los que nada entre sí tenían.





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N-2,44,39. Así está la voz más conforme a su origen. El uso facilitó su pronunciación suprimiendo la n y doblando la r.





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N-2,44,40. Recostarse no es lo mismo que acostarse que es lo que se debió decir. Y fue impropio contar que mató las velas después de acostarse, operación que naturalmente hubo de seguir a aquélla. En todo esto se advierte la negligencia y falta de lima con que escribía Cervantes.




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N-2,44,41. Sería regularmente el del palacio de los Duques, distinto del otro en que pasó la aventura de la Condesa Trifaldi, y no estaba contiguo a la quinta, como allí se indica diciéndose que era un jardín adonde habían ido a comer los Duques.




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N-2,44,42. Uso poco común del verbo neutro porfiar. Se suele decir porfiar, y no por fiarme.





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N-2,44,43. Si el recelo de Altisidora nacía de lo ligero del sueño de su señora, no debía temer que la hallase, sino que la oyese y con este pensamiento, que es el más natural, coinciden las expresiones de Emerencia, que, animando a Altisidora para que cante, la dice más abajo: y cuando la Duquesa nos sienta, le echaremos la culpa al calor, etc.




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N-2,44,44. No es así como suele decirse, sino por todos los tesoros del mundo, o bien, por todo el oro del mundo. Acaso fue error de imprenta poner tesoro por oro.





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N-2,44,45. Alusión a aquellas palabras de Dido:

Pro JÜpiter ibit
hi, ial, et nostris illuscrit advena regnis.

(Eneida, lib. IV, verso 590.)

Escarnida, palabra anticuada, lo mismo que escarnecida, burlada.





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N-2,44,46. Ya se había dicho antes que hacía calor y que Don Quijote no podía dormir. Según la cuenta de Ríos, en su Plan cronológico del Quijote, esto sucedía en la noche del 31 de octubre al 1E° de noviembre, sazón muy impropia para lo que dice el texto. Pero Cervantes no tenía plan alguno, como se ha observado muchas veces en este Comentario.




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N-2,44,47. El origen de los romances debe sin duda alguna acercarte mucho al de la lengua castellana. Su nombre indica su edad, pues hasta nuestros días guarda el idioma patrio el nombre de romance, como derivado del romano, esto es, latino. Así, Lope de Vega (Justa poética de San Isidro, tomo Xl de sus obras, pág. 533) dice que son poesía antigua y propia sólo de nuestra nación; y Argote de Molina, en su Discurso de la poesía castellana, al fin del Conde Lucanor, dice que en ellos se perpetua la memoria de los pasados, y son una buena parte de las antiguas historias castellanas. Es muy natural que así sucediese, pues en todas las naciones se escribió antes en verso que en prosa, y la tradición, antes que la escritura, conservó en las canciones populares la memoria de las hazañas de los antepasados. De ello nos informan los historiadores hablando de los primeros pueblos. Los hebreos y los árabes, los griegos y los celtas celebraron en verso los hechos señalados que habían presenciado, y encomendándolos de esta manera a la memoria de sus hijos, los transmitieron a la posteridad. Confundidas después todas las naciones en el imperio romano, y destruido éste por la invasión de los bárbaros, erigiéndose sobre sus ruinas nuevas monarquías y formándose de los despojos del latín otras lenguas, vinieron a hallarse otras sociedades modernas en el mismo caso que habían estado las primitivas; y por igual razón, al tomar un carácter particular sus dialectos, en ellos componían aquellos poemas que, precursores también de la prosa, contenían los primeros materiales de la historia de los siglos medios. Esta fue la lírica del vulgo y obra de los cantores o trovadores, que al son del laúd comunicaban a sus oyentes la noticia de los acaecimientos más notables y de los personajes más importantes que producían aquellos tiempos. Esta idea debemos formar del origen de nuestros romances, los cuales, por haber constituido la literatura popular, merecen particular estudio y atención.
Son ciertamente los textos más autorizados del lenguaje; los monumentos más marcados de nuestros antiguos usos, costumbres, ideas y aun preocupaciones; los que mejor nos indican los hábitos y afectos del vulgo. Corriendo de boca en boca llegaron más o menos desfigurados hasta el tiempo en que comenzaron los curiosos a recogerlos y publicarlos, sin que ellos ni ninguno haya podido decirnos quién fue el primer autor de este género de composiciones. Derívalos Argote de Molina de los godos, al paso que Conde (Historia de la dominación de los árabes en España, prólogo, pág. 18) atribuye su invención a los árabes, y al mismo sigue Moratín (Discurso histórico sobre los orígenes del teatro español, nota 23). Por Cierto es fácil imaginar que, descendiendo los castellanos de los godos, y no pudiendo ser, pasado un cierto tiempo de la invasión de los moros, tanto el odio que les profesaban, lejos de lo cual empezaron a hacer con ellos treguas, de todos tomarían y todos concurrían a suministrar los primeros elementos de nuestra poesía.
Fueron éstos precisamente en extremo sencillos, reduciéndose todo su artificio métrico a versos octosílabos con rima en los pares. Considerándolo el P. Sarmiento, deduce de los refranes la invención de los romances, como quiera que los primeros asonantes y consonantes de que se encuentran ejemplares en castellano son los refranes. Y que éstos precedieron a los romances es indudable. Aun pudiera asegurarse sin temeridad que, conteniendo la doctrina o reglas ya de moral, ya de agricultura, sobre la que hay infinitos de ellos, nacieron los refranes al mismo tiempo que la lengua. Principiaron a lo menos cuando todavía no se escribía en castellano, lo que de algunos se sabe positivamente. De esta especie, según el Arzobispo don Rodrigo, en su Historia de España, es el de allá van leyes do quieren Reyes, introducido en tiempo de don Alonso el VI, como también probablemente el refrán antiquísimo citado por Sarmiento (Mem. para la historia de la poesía, notas 414 y 415), Obispo por Obispo, séalo Domingo. De los refranes era fácil que pasase la rima a los, romances, si bien tampoco es inverosímil que los versos fuesen al principio de diez y seis sílabas, concertados todos, y que después se dividiesen cada uno en dos, haciendo verso entero del hemistiquio. Esto dará mayor valor a la conjetura de Conde, quien, como hemos dicho, atribuye desde luego a los árabes la invención de los romances (En su historia ya citada, tomo I, pág. 77); en lo que, además de Moratín, le siguen los señores Cortina y Hugalde en sus notas a la Traducción de la Historia de la literatura española por Bouterweck (pág. 164).
Lo cierto es que de todas las composiciones poéticas que han llegado a nuestros días, la más antigua es la Historia del Cid, que no es en verdad sino un romance largo, y que en algún modo parece haber sido el tipo de los que después se hicieron. Echando sobre él la vista, se nota que los versos pueden dividirse en hemistiquios, de donde resulta la rima en los pares, seguida por el autor hasta que se cansa y toma otra. No debemos negar, sin embargo, que en el metro de aquel poema se advierten anomalías y faltas de asonancia; mas esto mismo autoriza lo que vamos diciendo, porque, no debiendo estar al principio fijada la pronunciación ni la ortografía, era forzoso que apareciesen tales faltas, aun sin contar los yerros de los copiantes. Por otra parte, silos versos de siete sílabas no son sino mitades de los de catorce o alejandrinos, ¿por qué los de ocho no han de traer su origen de los de diez y seis? Siguiendo, pues, esta idea, divididos en dos los versos de Berceo y Juan Lorenzo, resultarán poemas con la rima en los pares, cual suponemos en el del Cid.
Las hazañas de este célebre guerrero no pudieron menos de inflamar la imaginación de los poetas, e inspirarles composiciones en su elogio. Así opina también el padre Risco, quien sin género de duda afirma (Historia del Cid, página 73) que las famosas victorias.. (del Cid) dieron muy particular motivo a nuestros poetas para celebrar y solemnizar sus proezas en sus coplas y cantares. Esta costumbre es tan antigua, que muchos de los romances que se compusieron en alabanza del famoso castellano son anteriores a la Crónica general y a la particular de este héroe.
Premio era éste debido a tan célebre adalid, ya que la rusticidad de aquellos siglos privó de un Homero a quien sin duda excedió en valor a Aquiles. Resonando por todas partes sus elogios, hubieron de llegar a oídos de San Fernando, que no se desdeñaba de admitir en su compañía a los trovadores, como lo prueba el repartimiento que hizo en Sevilla a favor de Nicolás de los romances, y Domingo Abad de los romances (Moratín, Orig., pág. 84; y Sarmiento, número 667).
Los trovadores y los juglares (Partida I, título XXI, lib. XX) entretenían a los caballeros mientras éstos comían, refiriendo hechos de armas o entonando cantares de gesto, esto es, canciones cuyo argumento eran acciones o hechos de armas. En estos cantares se intercalaron fábulas usando de la libertad que permite la poesía, como lo confiesa en su Historia don Alonso el Sabio, diciendo que no son de creer todas las cosas que los ames dicen en sus cantares; no obstante lo cual, en su Gran Conquista de Ultramar, mezcló mil cuentos y novelas, como la del Caballero del Cisne y otras. De aquí las frecuentes quejas de nuestros críticos sobre el daño que causaron estos romances a la historia, como puede verse en Sarmiento (nota 543), Risco (prólogo de la Historia del Cid) y otros.
Con las hazañas, en parte verdaderas y en parte fingidas, del Cid, alternaban en los cantares de gesto las enteramente fabulosas de Bernardo del Carpio y los Doce Pares. La Crónica general, hablando de este supuesto héroe, se expresa así: Algunos dicen en sus cantares de gesto que fue éste don Bernaldo fijo de doña Tiber, hermana de Carlos el Grande de Francia.. Mas esto no podía ser, etc. Los cantares de gesta fueron, sin duda, o romances, o cimiento sobre que se formaron éstos; y entonces habremos de decir que los más antiguos pertenecen a los siglos XI y XII. Quizá fueron posteriores a la misma Crónica general, y, de todos modos, la Gran Conquista de Ultramar, obra también del Rey don Alonso el Sabio, hubo de suministrar materiales para ellos en más abundancia que los que puede facilitar a la historia.
Además de la honorífica mención que en ella se hace del nombrado Bernardo, se refiere la historia de Flores y Blancaflor (lib. I, capítulo LII, fol. 123); se habla del duelo fecho en Blaya por la esposa de Oliveros, que era sobrino del Emperador Carlos, uno de los Doce Pares, cuando ella se dejó morir con pesar del cuando oyó decir que era muerto (lib. I, cap. CXXVI): se relata la historia del Caballero del Cisne, y en ella, contando los golpes que daba en la batalla contra los siete Conde de Sajonia, se dice que quien los viese no tobiera en nada la bondad de Roldán ni de Oliveros, ni de los otros caballeros de grandes fechos de que oyera hablar con la suya (ib. I, cap. CI); se da noticia (lib. IV, cap. XLVII) del Conde de Trípoli, don Ramón, que estuvo cautivo siete años y se rescató por cuatro mil pesantes, y volvió a ser Conde de Trípoli, cuyo estado le había tenido en guardia el Rey de Jerusalén.
De todo lo dicho puede conjeturarse que los romances viejos empezaron a fines del siglo XII o principios del XIV, y que de la obra que acabamos de citar se tomó asunto para muchos de ellos. Véanse más claras pruebas.
Refiriendo (Ib. I, cap. LVI, fol. 147, columna 2) los sucesos del sitio de Antioquía por los Cruzados, dice: Entre tanto el Duque Gudufre subió en un caballo, e tantos mataron de los moros aquel día, que toda la tierra yacía cubierta, etc. Y antes: E tantos mataron de los moros, que por fuerza los o vieron de vencer, etcétera. Este lenguaje es el mismo del romance de don Gaiferos: Tantos matan de los moros, etcétera, y del de Reinaldos: Mataron tantos de moros, etc.
Del yelmo de Godofre de Bullón se dice en la historia del Caballero del Cisne (lib. I, capítulo CLI) que fuera del Conde Beltrán, que fizo con él muy grandes maravillas de armas. Esta circunstancia puede servir de guía para fijar la época del romance del Conde Beltrán.
El del Marqués de Mantua, sin embargo, de que el nombre de Carloto daría margen para Sospechar que fuese italiano en su origen, parece más bien nuestro, y de los tiempos de que tratamos. A lo menos en el extracto de la historia de Carlos Mainete, que interpola la Gran Conquista de Ultramar (lib. I, cap. XLII), hay algún indicio de que se tomó de ella. A más de esto, con la Infanta Galiana, nombrada en la misma obra, tiene conexión lo que expresa el romance de la Infanta Sevilla, esto es, Sibila, que se hizo cristiana por amor de Baldovinos. Tal vez traiga su verdadero origen del libro de Oger Danés (Daneé Orgel) de que habla Ferrario (tomo I, pág. 179); puede asimismo verse que consta en los Reales de Francia (lib. VI desde el cap. XXX en adelante) de la amistad de Carlos Mainete con Oger, y la genealogía que precede al Morgante castellano de Auner.
El romance del Conde Alarcos finaliza emplazando la Condesa en el tribunal divino al Rey y a la Infanta; y así debió escribirse en el siglo XIV, en que se hicieron de moda los emplazamientos. Emplazados fueron nuestro don Fernando IV, Felipe IV de Francia, Gil de Bretaña y Clemente V.
En el romance del Conde Dirlos se habla de artillería por mar, de barcas, de tiros. Y como en ninguna nación de Europa Cuenta esta invención mayor antigÜedad que desde mediados del siglo XIV, el romance tampoco puede pasar de aquella época.
A mediados del XV debía ya ser viejo el romance del Conde Claros, pues le tomaban por objeto de sus glosas los poetas de aquel tiempo, entre otros Lope de Sosa.
Mas el del Duque de Ariona don Fadrique no puede ser anterior al siglo XV, pues habiendo sido preso en el Real Belamazán de orden del Rey don Juan el I en el año 1429, murió el año siguiente en el castillo de Peñafiel, según refiere la Crónica del mismo Rey.Al mismo siglo referiremos el de Calamos, como quiera que hasta entonces no se habló en nuestra España del Preste Juan de las Indias, personaje mencionado en el romance, que también habla del Soldán de Babilonia y de las tierras del Gran Turco.
Realmente examinados con atención los más de los que conocemos, no es posible asignarles una fecha anterior a aquel siglo. Así Moratín (tomo I, pág. 84) Sostiene que pertenecen al reinado de don Juan el I. Las anteriores (añade), todos se han perdido. De los romances en general hace mención Jerónimo Gudiel en su Compendio de algunas historias de España, donde habiendo contado que, como Aliatar quisiese vengar a su primo Albayaldos, vencido por el Maestre don Pero Girón, desafió al Maestre don Rodrigo, hijo de éste, y fue por él vencido y muerto. Y sigue diciendo: Esto cantan los romances castellanos haber acontecido en las haldas de Moelin, donde antiguamente mataron los enemigos de nuestra solita Fe al Maestre de Santiago don Gonzalo Ruiz Girón (cap. XXX, folio 1016. Véanse las Guerras civiles de Granada, cap. XI); suceso que corresponde al año de 1482.
La principal dificultad para fijar el tiempo en que se compusieron los romances más antiguos proviene de que no conservándose sino en la memoria del vulgo, no sólo irían participando de las mudanzas progresivas del lenguaje, como ya lo indican las asonancias que en el día han dejado de serlo, y la medida de algunos versos que no constan, sino que por tomarlos de su cuenta noveles ingenios, los corregirían, o alterarían y mudarían a su placer. Así opina Sarmiento, quien dice que a fines del siglo XV se habían alterado, reformado, añadido los que acaso se conservaban ya alterados entonces, procurando remedar el estilo antiguo (Mem. núm. 550). Hay ciertamente señales de que algunos se refundieron mucho después de haberse inventado. Tales son, entre otros, los ya citados del Marqués de Mantua y del Conde Dirlos. En el primero, además de nombrarse el Maestre de Rodas, Urgel de la fuerza grande (lo cual no puede haberse dicho hasta pasado el año de 1310, en que caballeros de San Juan de Jerusalén conquistaron a Rodas y se establecieron en ella), se hace mención de don Arnao el Gran Bastardo, expresión que recuerda al Gran Bastardo Cornelio, hijo de Felipe el Bueno, Duque de Borgoña, que murió peleando en 1452. En el segundo, en el que al Emperador se da tratamiento de Alteza, como a una Infanta en el del Conde Claros, y en el del Conde Alarcos, se refiere que, apaciguados los disturbios entre los Doce Pares,

Todos quedan muy contentos,
todos quedan muy iguales:
otro día el Emperador
muy Real sala les hace.

Hacer sala; expresión que, usada por dar convite y baile, se encuentra en los escritores del siglo XV.
De todos modos, parece indudable que los romances moriscos fueran coetáneos, si ya no posteriores, a la conquista de Granada, como expresa Sarmiento, diciendo que entonces, con la ocasión de varios reencuentros entre moros y cristianos, se introdujeron los romances, ya amorosos, ya caballerescos, ya mezclados de uno y de otro género, que aun hoy se cantan (Mem, núm. 542, págs. 239 y siguientes). Hiciéronse hasta muy entrado el siglo XVII, pues, en Góngora se leen algunos de este género. A éstos sucedieron los pastoriles, y después vinieron las jácaras o romances de contrabandistas y financieros, como los del guapo Francisco Esteban, que cantaban los ciegos al son de sus vihuelas, y que, afortunadamente, han desaparecido.Además de cantarse y aprenderse de memoria por el vulgo, se glosaban también los romances por los que presumían de más ingenio: costumbre que se introdujo en el siglo XV. A mediados del mismo vivió López de Sosa, de quien Garci Sánchez de Badajoz, en el Infierno de amor, que está en el Cancionero general de Sevilla de 1540, dice que en aquel infierno le vio:

Y comienza de cantar:
Más envidia he de vos, Conde,
que mancilla ni pesar.

Estos dos últimos versos son del romance del Conde Claros, que comienza:

Media noche era por filo,
los gallos querían cantar;
Conde Claros con amores
non podía reposar.

(Romancero de Geimm, Viena, 1815, pág. 200.)

Ciertamente López de Sosa contrahizo y parafraseó un trozo del mismo (Cancionero general de Sevilla, fol. 107), que también glosaron Francisco de León (Ib., fol. 106, y Soria (folio 107). Sobre el romance del Cautivo, que empieza: Por mayo era, por mayo, hay dos glosas, una de Nicolás Núñez (folio II), y otra del ya citado Garci Sánchez de Badajoz (fol. 114). Consérvanse asimismo glosas de los romances de Rosa fresa, de Fonte frida, de la Mora Moraima, y otros.
Constan, como se ve, los nombres de varios de estos glosadores, mas no los de los primitivos romances. Sólo si por la identidad o repetición de las mismas expresiones parece que muchos de ellos, y especialmente los de los Doce Pares de Francia, son de una misma mano, como sucede en los de Gaiferos, don Roldán, Conde Claros, Marqués de Mantua, Reinaldos, don Beltrán, Conde Guarinos, el Palmero, el Cautivo, Grimaldos, Montesinos y otros. De esto pudieran acumularse ejemplos. Citemos algunos:

I. Romance de Gaiferos (Silva de romances viejos. Viena de Austria, 1815, pág. 6):

Gaiferos en tierra de moros
empieza de caminar;
jornada de quince días,
en ocho la fue a andar.

Del Conde Claros (pág. 215):

Jornada de quince días
en ocho la fuera a andar.

I. De Gaiferos (pág. 7):
Ya se parten los romeros,
ya se parten, ya se van,
de noche por los caminos,
de día por los jarales.

Otro del mismo (pág. 26):

Con el placer de ambos juntos
no cesan de caminar,
de noche por los caminos,
de día por los jarales.

De Reinaldos (pág. 140):

Ya se parte don Reinaldos,
ya se parte, ya se va.

De Conde Claros (pág. 208):

Ya se parte el pajecico;
ya se parte, ya se va.

De don Beltrán (pág. 222):

Vuelve riendas al caballo,
y vuélveselo a buscar,
de noche por el camino,
de día por el jaral.

De don Roldán (pág. 96):

Ya se parte don Roldán,

ya se parte, ya se va

II. De don Gaiteros (pág. 28):

Con él muchos de los Doce
que a su mesa comen pan.

Del Marqués de Mantua (pág. 56):

Hijo soy del Rey de Dacia,
hijo soy suyo carnale,
uno de los Doce Pares que a la mesa comen pane.

De la embajada del mismo Marqués (página 72):

Caballeros son de estima,
de grande estado y linaje,
de los Doce que a la mesa
redonda comían pane.

Del Conde Dirlos (pág. 146):

Con él van todos los Doce
que a una mesa comen pan.

Del Conde Claros (pág. 211):

Porque él era de los Doce
que a tu mesa comen pane.

Del Palmero (pág. 219):

Humillóse a los Doce
que a una mesa comen pane.

IV. Del Conde Guarinos (pág. 112):
Cuenta que el moro Marloto le tenía en la cárcel:

El agua hasta la cintura
porque pierda el cabalgar,
siete quintales de fierro
desde el hombro al calcañar.

Del Conde Claros (pág. 214):

Mandóla prender su padre
y meter en escuridade,
el agua hasta la cinta
porque pudriese la carne.

De don Beltrán (pág. 224):

Siete lanzadas tenía
desde el hombro al calcañar.

V. Del Marqués de Mantua (pág. 53):
No me pesa del morir,
pues es cosa naturale.

Del Conde Claros (pág. 214):

No me pesa de mi muerte,
porque es cosa natural.

VI. De Gaiferos (pág. 7):

No preguntan por mesón,
ni menos por hospital:
preguntan por los palacios
donde la Condesa está.

Del Palmero (pág. 218):

No pregunta por mesón,
ni menos por hospitales:
preguntan por los palacios
del Rey Carlos a do estae.

VI. Cotéjese un trozo largo del romance de Gaiferos (pág. 16) que empieza: Maldiciendo iba el vino, con otro del de don Beltrán (página 222), que empieza por el mismo verso, y se verá copiado el uno del otro casi a la letra.
VII. En fin, por no multiplicar sin término las citas, diremos que la expresión mañana en aquel dio es un modismo antiguo que se lee también en algunos romances.

En el de la Infantina (pág. 259):

Hoy se cumplen los siete años,
o mañana en aquel día...
Esperéisme vos, señora,
hasta mañana aquel día.

En el Conde de Alarcos (pág. 265):

Convidaros quiero, Conde,
por mañana en aquel día.

Sin duda alguna copiaron unos de otros, y a veces sin copiar se hicieron de estilo ciertas frases, y ambos motivos contribuyeron a que se repitiesen tanto. Otras veces un mismo romance, alterándose, y desfigurándose, se decía o repetía de diferentes maneras, y de aquí la diversidad que en algunos de ellos se nota en los Cancioneros; o se conservaba sólo un retazo, de que tampoco faltan ejemplos.
En el siglo XVI comenzaron a publicarse Cancioneros o colecciones de todos estos cantares antiguos, trasladándolos de la memoria o de copias manuscritas imperfectísimas, a la imprenta.
Entre ellos es particularmente digno de atención el publicado en Amberes el año de 1555, infinitamente más copioso que el general de Sevilla de 1540. El Colector copió de la memoria de los que cantaban algunos que no halló escritos. Así que puede mirársele como el almacén de nuestros más antiguos romances. Véase el siguiente índice de los de esta clase que se hallan en dicha colección:

Del Conde Dirlos Fol 6.
De la presa de Jerusalén Fol 28 v.
Del Marqués de Mantua Fol 29 v.
De Don Gaiferos Fol 55
Del desafío de Montesinos y Oliveros. Fol 65 v.
De Don Reinaldos de Montalbán Fol 71 v.
De Don Roldán Fol 77 v.
Del Conde Claros de Montalbán Fol 82 v.
Del moro Calamos (faltan tres hojas). Fol 91 v.
Del Conde Guarinos, Almirante de la mar Fol 99 v.
De Doña Alda Fol 99 v.
Dos romances de Don Gaiferos con la muerte de Don Galván Fol 103 v.
Del Conde Alarcos Fol 107
De Don Reinaldos Fol 114
De la Duquesa de Loreina Fol 121
Del Rey Don Rodrigo; cómo entró en Toledo en la casa de Hércules Fol 124 v.
Otro de Don Rodrigo Del Rey Don Rodrigo; cómo perdió a España Fol 126 v.
Del mismo; cómo huyó de la batalla Fol 127 v.
De la pewtencia del Rey Don Rodrigo Fol 128 v.
Del Rey Don Bermudo Fol 130 v.
Del Rey Don Alfonso el Casto Fol 131 v.
Otro del mismo Fol 133 v.
De Bernaldo del Carpio Fol 135 v.
Romances de Bernaldo del Carpio (son seis) Fol íd. v.
De la muerte de Don Alfonso el Casto. Fol 143
Del Rey Don Fernando el IV Fol 144 v.
Del Rey Don Fernando I Fol 146
De Doña Urraca Fol íd. v.
Del Cid Ruiz Díaz Fol 147 v.
Del Rey Don Sancho Fol 148
De la muerte del Rey Don Sancho.... Fol íd. v.
Otros tres del reto de Don Diego Ordóñez Fol 150
Del juramento que tomó el Cid al Rey Don Alfonso Fol 156 v.
Del Rey Don Alfonso Fol 158
Del Cid Rui Díaz Fol 160 v.
De Jimena Gómez Fol 162De los Condes de Carrión Fol 163
Otro Fol 164 v.
Del Rey Don Sancho Ordóñez Fol 165 v.
Del Conde Fernán González Fol 167
De la prisión del mismo Fol 168
De Doña Lambra Fol 170
De Don Fadrique, Maestre de Santiago Fol 173 v.
De la muerte de la Reina Doña Blanca. Fol 175 v.
De Doña Isabel Fol 176 v.
Otro Fol 177 v.
Del Palmero Fol 179 v.
De Sayavedra Fol 182
Del Obispo Don Gonzalo Fol 183
De la Duquesa de Guimaraes Fol 184 v.
Del Rey Don Alfonso VII Fol 185 v.
De Valencia Fol 186 v.
Del Rey moro que perdió a Valencia. Fol 188
De Antequera Fol 189 v.
Otros dos romances Fol 191
Del Rey moro que perdió Alhama... Fol 193 v.
Otros dos romances Fol 194 v.
De Fajardo Fol 195
De Bobalias el Pagano Fol 196 v.
De Nuño Vero Fol íd. v.
Del Infante Vengador Fol 197
De Don Beltrán Fol 198
Otro Fol 199 v.
De Vergilios Fol 200
De Rosaflorjda Fol 201
De Ricofranco Fol 202
De Don Tristán Fol íd. v.
De la Infantina Fol 203
Del Conde Arnaldos Fol íd. v.
De la linda Infanta Fol 204 v.
De Montesinos Fol 205
De Baldovinos Fol íd. v.
De Paris y las tres Deesas Fol 206 v.
Del Rey Menelao Fol 209 v.
Otro Fol 209 v.
De Héctor y Aquiles, por Luis Hurtado Fol íd. v.
De las obsequias de Héctor Fol 219 v.
De Policena Fol 221 v.
De Hécuba Fol 222
De Dido y Eneas Fol 223
De Tarquino y Lucrecia Fol 224 v.De Nero Fol 226 v.
Del Padre Santo (es de la toma de Roma por Borbón) Fol 228
Del incitamento contra el Turco Fol 229
Romances )cuatro) de Bartolomé de Torres Naharro Fol 233 v.
Bien se pensaba la Reina Fol 240 v.
De la Julianesa Fol 241
Yo me levantaba madre Fol íd. v.
De Lanzarote Fol 242
Nunca fuera caballero Fol 242 v.
Mi padre era de Ronda
Fol 243 v.
Domingo era de Ramos Fol 244
De Rosafresca Fol íd. v.
De Fontefrida Fol 245
Romances (dos) de Diego de San Pedro parodiando otros dos antiguos que no están en este Cancionero Fol íd. v.
Del Rey Ramiro (romances) Fol 246
De Don Alonso de Cardona Fol 247
De Don Juan Manuel Fol íd. v.
Del Comendador ávila Fol 249
De Juan de Leiva Fol 250
De Don Alonso de Cardona Fol íd. v.
Yo me era mora Moraima Fol 251
De Durandarte Fol íd. v.
Romance mudado por Diego de Zamora por otro que dice: Ya desmayan los franceses Fol 252
Romances diversos, entre ellos de Garci Sánchez de Badajoz, de Durango, Núñez, Don Luis de Casteliz, Don Pedro de Acuña, Quirós, Alonso de Proaza, Juan del Encina Fol íd. v.
Otro de Cuemillas, contrahaciendo el de .Dígasme tú el ermitaño Fol 262
Otro romances sin nombre de autor Fol íd. v.
Mis arreos son las armas Fol 267
Yo me adamé una amiga Fol ííd.
Otro Fol íd.
Romance de Frérida Fol 268
De Belerma Fol 269
Otros romances Fol 270 v.
De Francia partió la niña Fol 274
Romance portugués de Bernaldín Riveiro Fol 275
Dos Romances de Amadís de Gaula Fol 278 v.
Otros Fol 279 v.
Del Duque de Arjona Fol 287 v.
De la Blanca niña Fol 288 v.
Del Conde Benalmerique Fol 289
Otros Fol íd. v.
A caza va el Emperador (es del Conde Claros) Fol 291
Otros Fol 293
Del Rey Don Alfonso VI Fol 295 v.Dos romances del Rey David Fol 298 v.

De las colecciones principales dieron noticia los señores Cortina y Hugalde en su traducción del Bouterweck (pág. 217); pero a la lista que traen deben añadirse las colecciones que posteriormente dieron a luz los señores Bohl en Hamburgo y Durán en Madrid. Baste lo dicho para que se venga en conocimiento del origen e índole de este género de canciones populares.




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N-2,44,48. Ya en la primera parte (cap. XVI) comparó Don Quijote los cabellos a manera de crines de Maritornes con hebras de lucidísimo oro de Arabia, como el verbigracia del oro fino por excelencia.
Dobitur el de aura Arabi礬, se lee en el Salmo 71.




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N-2,44,49. Crecida. ¿¿Será errata por nacida? Ni de uno ni de otro modo me contenta.




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N-2,44,50. Debió decirse el remedio para sanarlas; mas no constaba el verso, y así se sacrificó la gramática a la medida.




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N-2,44,51. Este pasaje recuerda el de Virgilio, cuando despechada Dido decía al ingrato Eneas:

Duris genuit te cautibus horrens
Caucasus, Hyrcan祱ue admorunt ubera tigres.

(Eneid., lib. IV, versos 366 y siguientes.)

Así Armida, desdeñada de Reinaldos, le decía:

Ne te Sofia produsse, èè non sei nato
de l′′Attio sangue tu: te l′′ onda insana
del mar produsse, èè l′′Caucaso gelato,
e le mamme allatar di tigre Ircana.

(Jerusalén, canto 16.)

En la Ingratitud vengada, de Lope de Vega, decía enamorada Luciana a su ingrato Octavio (acto II):

¿Eres tigre hircano acaso?
¿Dióte leche alguna osa?
¿Diéronte el alma furiosa
las entrañas del Caucaso?




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N-2,44,52. Señalando ríos que se unen como términos de extendidos países, se dio bien a entender a quien no tuviese los cascos vacíos como Don Quijote que los amores de Altisidora eran una farsa burlesca.




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N-2,44,53. ¿Qué es traer los pies? Aquí hay forzosamente error de imprenta. Acaso se debe leer: los pies quisiera raerle, lo que no desdice del rascar la cabeza y matar la caspa que preceden.




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N-2,44,54. Escarpines de metal es un desatino. Plata debió ser nombre de alguna tela en aquella época, acaso la que dio origen al diminutivo platillo, que es una especie de lienzo que ahora se usa para forros.




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N-2,44,55. Pellicer discurre que, hablándose aquí de perlas, acaso aludió Cervantes a la perla conocida con los nombres de peregrino, huérfana o sola, que tuvieron los Reyes de España entre otras preciosidades vinculadas en la Corona. Se pescó el año de 1515 en el Darién: la compró Pedrarias, y después de su muerte vino a ser de la Emperatriz doña Isabel, mujer de Carlos V, desde cuyo tiempo permaneció en poder de nuestro Reyes hasta que pereció en el incendio del Palacio Real de Madrid en el año de 1734. Pesaba cincuenta y cinco quilates escasos. Dejó de ser sola desde el año de 1691, en que se pescó en el mismo paraje otra casi tan grande como ella, la cual vino a poder del Conde de Palmar, y éste la regaló al Rey Carlos I. Pesaba cuarenta y nueve quiletes cumplidos. Ambas se guarnecieron para que sirvieran de arracadas a las Reinas. Todas estas noticias se hallan en un papel de Manuel Mayus, platero de Carlos I, que se guarda manuscrito en la Biblioteca Real.
Juan Gómez de Mora, en la relación que escribió de la jura del Príncipe Don Baltasar Carlos el año de 1632, dice que la Reina (doña Isabel de Borbón) llevaba en la jura de joya rica del diamante y perla.
Don Antonio Hurtado de Mendoza, en la relación que de Real orden escribió de la misma jura, dice que la Reina llevaba la singular joya del diamante rico y perla peregrina.





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N-2,44,56. Suetonio, refiriendo el incendio de Roma por Nerón (suceso a que aluden estos versos), dice que aquel Príncipe lo estuvo mirando desde la torre llamada de Mecenas, la cual, según la relación que hizo Tácito de este suceso, debió estar en el palacio del mismo Nerón. El nombre de Tarpeya se daba a la roca o risco de que eran arrojados los traidores desde los tiempos antiguos de Roma. La ocasión de haber dado aquí Altisidora el nombre de Tarpeya a la torre de donde miró Nerón el incendio, pudo ser aquel pasaje de la historia de don Belianís (libro IV, cap. XXIX) que cita Bowle en sus anotaciones: ¡¡Oh, cruel espectáculo! No fue tan malo el que miraba Nero de la torre Carpeya, etc.; o bien alude al romance en la primera escena del acto I de la Celestina:

Mira Nero de Tarpeyaa Roma cómo se ardía:
gritos dan niños y viejos,
y él de nada se dolía.

Estos cuatro versos se repiten en el capítulo VII de la tercera parte de don Florisel de Niquea, por Feliciano de Silva, en boca de una doncella que los cantaba al son de un arpa.
En la comedia Roma abrasada, de Lope de Vega (acto II), está al parecer entero el mismo romance, que acaba por estos versos

Siete días con sus noches
arde la ciudad divina,
consumiendo las riquezas
que costaron tantas vidas.




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N-2,44,57. Pulcela puede ser italianismo o galicismo. Covarrubias trae Poucella como nombre de la de Orleáns, diciendo que en francés dignifica doncella.




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N-2,44,58. Renca, de donde viene renquear, es lo mismo que descaderada o estropeada de las caderas.




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N-2,44,59. Comparación inaudita, e indicio de la intención maligna y burladora de quien cantaba, como lo demás que sigue.




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N-2,44,60. Atendida la gramática, no parece sino que los cabellos son los que están en pie. Faltó decir siquiera me arrastran, en cuyo caso recala sobre el me la modificación en pie. Estaría mejor: que en pie hasta el suelo me arrastran.





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N-2,44,61. Es clara la burla, porque no puede haber cosa más asquerosa que los dientes amarillos como los topacios.




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N-2,44,62. Como si Don Quijote fuese algún Cupidillo a quien pintase armado de arco y aljaba, hiriendo y llagando con flechas de amor los corazones. El lector no puede menos de reírse al comparar con este pasaje la rara y macilenta figura de nuestro Hidalgo, y lo mismo le habrá sucedido antes cuando Altisidora le llamaba valeroso joven, y decía sentirse abrasar el alma en la luz de sus dos soles.





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N-2,44,63. No comenzó aquí, puesto que antes de empezar a cantar Altisidora, al recorrer ésta el arpa, se cuenta que Don Quijote, oyéndolo, quedó pasmado. Inadvertencia de las ordinarias de Cervantes, pero bien compensada con el graciosísimo soliloquio que sigue, capaz de hacer reír a la misma melancolía.




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N-2,44,64. Esto recuerda la conducta de don Florarlán llamándose Caballero del Fénix, recuestado por una doncella en la tercera parte de Don Florisel de Niquea (cap. V, fol. 6).




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N-2,44,65. Madama por la hija del ventero, de quien se habló en el capítulo XVI de la primera parte. La aplicación del nombre de Madama hace resaltar más la ordinariez del Sujeto de quien se trata.




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N-2,44,66. La Princesa Lindabrides estaba enamorada furiosamente del Caballero del Febo, quien la desdeñaba por Claridiana.
Alchidiana, hija del Soldán de Babilonia, declaró su amor a Palmerín, de lo que éste fue muy triste, porque por cosa del mundo él no había no errar a Dios ni a su Señora (Polinarda) (Palmerín de Oliva, cap. LXXXII).
Las Princesas Imperia, Claristea y Dolisena amaron a Belianís de Grecia, el cual siempre permaneció fiel a su señora Florisbella, como se ve en varios pasajes de su historia.
Tuvo en esta ocasión Don Quijote por modelo a Belianís, en quien, sin embargo, hubo alguna quiebra, porque engañado por Dolisena, y creyendo que era su esposa Florisbella, la hizo madre en el jardín del templo de Amón (Belianis, lib. IV, cap. XV).




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N-2,44,67. Estas palabras, ni aluden a ningún antecedente, ni añaden fuerza ni gracia a la expresión, ni vienen al caso para nada. Probablemente se le olvidó a Cervantes el borrarlas en el manuscrito original, donde las habría puesto pensando decir otra cosa.

{{45}}Capítulo XLV. De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula, y del modo que comenzó a gobernar


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N-2,45,1"> 4812.
Esta invocación al sol al empezar a referirse los sucesos del gobierno de Sancho, tiene particular gracia; y la calificación de perpetuo descubridor de los antípodas, originalidad e ingenio. La importancia y extensión del episodio hace oportuna la invocación en el fabulista, que busca auxilio y ayuda para desempeñar su empresa.




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N-2,45,2. Quiere decir que el calor del sol excita en el estío a menear las cantimploras en que se pone a enfriar el agua.
Cantimplora, garrafa de cobre, llamada así, según Covarrubias, porque al echar en ella el agua, el aire contenido en el cuello de la vasija suena en muchas diferencias, unas tristes y otras alegres, que parece cantar y llorar juntamente, y se deriva de una palabra griega compuesta de los verbos llorar y reír.
Cervantes, en su Viaje al Parnaso (cap. II), dice:

Asieron de los remos los honrados,
los tiernos, los melifluos, los godescos,
los de a cantimplora acostumbrados.

En el capítulo XXI de esta segunda parte se habla de frasco que le ponen a enfriar en algún pozo.





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N-2,45,3. Pater est Tymbr祵s Apollo.
(Virgilio: Geórgicas, lib. IV.)

Timbrio o Timbreo: todos son dictados de Apolo. Tirador, por las flechas con que mató a los hijos de Niobe, y a Anfión, que quería expugnar su templo; Médico, por inventor de la Medicina y padre de Esculapio; Inventor de la música por la citara, etc.




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N-2,45,4. El sol, hablando vulgarmente, siempre está saliendo y poniéndose; saliendo para unos y poniéndose para otros. Por consiguiente, puede decirse que nunca se pone, porque siempre nace para unos o para otros.




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N-2,45,5. Porque sin sol no habría producción periódica, ni, por consiguiente, hombres.




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N-2,45,6. Mister Sorel, citado por Pellicer (Discurso preliminar, pág. 183), dice que no es verosímil que los vecinos de un lugar de tanta población recibiesen seriamente por su gobernador al rústico y labriego Sancho Panza. Mas añade Pellicer que los vecinos estaban advertidos de que el gobierno y el gobernador eran cosa de burla.
No hay duda que el episodio de este gobierno burlesco de Sancho es sumamente inverosímil en un país civilizado; pero Cervantes supo compensar esta inverosimilitud con tantas sales y gracias que no está en manos del lector dejar de perdonarle con gusto.




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N-2,45,7. Las ínsulas hacen un gran papel en los libros de Caballerías. En Palmerín de Inglaterra se mencionan la íínsula Peligrosa y la íínsula del Sepulcro (parte I, capítulos CXVI, CXX y CLXXI).
En Celidón de Iberta, la íínsula del Llanto (canto l0).
En Lisuarte de Grecia, las íínsulas Gigantea y Salvajina.
En Policisne de Boecia se habla del jayán Rimacio el Turco, señor de la íínsula Nublada y de la íínsula No Hallada, adonde la sabia Ardémula se llevó por mar, encantados, al Rey Minandro y a la Reina Grumedela su mujer, con sus dueñas y doncellas, y a Overil, el enano de Policisne, y su unicornio (caps. LI y XCV).
El gigante Roboán, descendiente de Nembrot, era señor de la íínsula Fuerte (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. II, capítulo XXXVII).
En la íínsula Solitaria, a la que por una ′′tormenta fue lanzado el Caballero del Febo (Ib., parte I, lib. II, cap. XIV), era donde estaba el endemoniado Fauno.
En Don Belianís de Grecia se encuentra la íínsula Solisticia (lib. I, cap. XXII).
En Amadís de Grecia, la íínsula Despoblada (parte I, cap. XLVI).
En la tercera parte de Don Florisel de Niquea se mencionan las ínsulas de Calcos, de Guindaya, en la que reinaba la Reina Sidonia; de Artafa, de Dardania, de Garia, Formazada y Solisticia.
En el libro II de Amadís de Gaula se menciona la Isla de Santa María, donde mató éste al Endriago. En el libro I se hace mención de la íínsula Sagitaria.
Las demás ínsulas nombradas en Amadís son la íínsula Triste, la íínsula Profunda, la íínsula Firme, la íínsula de Mongaza o del Lago Ferviente, la íínsula Fuerte, la íínsula de la Torre bermeja, la íínsula del Infante, la íínsula No Fallada y la íínsula Gravisanda.
Tres ínsulas se nombran en el QUIJOTE: íínsula Firme, mencionada ya en la historia de Amadís, y las ínsulas Malindrania y Barataria; nombres ridiculos inventados por Cervantes, y del mismo jaez que las mencionadas ordinariamente en los libros caballerescos.
Entre las conjeturas con que Pellicer procuró establecer que los Duques que alojaron a Don Quijote fueron los de Villahermosa, se halla la de que por el nombre de ínsula Barataria se pudo designar a Alcalá de Ebro, uno de los mejores lugares de aquel Estado, en que creyó concurrían las circunstancias de fertilidad, abundancia y cercanía del castillo del Duque, que señaló Cervantes a la ínsula gobernada por Sancho, y hasta su situación parecida a la de una ínsula rodeada por el río Ebro.
Pero de ninguna de las circunstancias del episodio resulta cercanía al Ebro ni a río alguno, ni hay de ello más indicio que el nombre de íínsula.
Tal vez quiso Cervantes designar la villa de Pedrola, que a la circunstancia de estar en Aragón, reúne, según noticias fidedignas, la de conservarse en ella por la parte de Zaragoza, los restos de una puerta, circunstancia que menciona Cervantes hablando de la villa, que era cercada.
El Padre Villanueva, en su Viaje literario (tomo VI, carta 53), citando una escritura del convento de Agustinos de Santa María de Mur en la Conca de Tremp del año de 1168, en que Arnaldo Mir, Conde de Pallá, hace donación de unas tierras in insula qu礠est in Parataria, discurre si se diría de aquí la íínsula Barataria.
Barataria, fraus, dolus in contractibus vel venditionibus,
según Ducange. Dice éste también que se hallan las palabras baratadores o engañadores en las leyes alfonsinas. Se encuentra, con efecto, usada esta voz en la Partida VI (tít. XVI, lib. IX), y barato en una de sus acepciones anticuadas quiere decir fraude o engaño, significación en que la hubo de usar el mismo Cervantes al atribuir el motivo de dar a entender a Sancho que el lugar en que se iba a representar la farsa de su gobierno se llamaba la ínsula Barataria, al barato con que se le había dado el gobierno.
Acerca del significado de la palabra barato, como de barato y baratero, se habló en una nota al capítulo XXVII de la primera parte.




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N-2,45,8. Regimiento, el Ayuntamiento, el cuerpo municipal compuesto de Regidores, y encargado de regir las cosas de gobierno.




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N-2,45,9. Repetición empalagosa de la conjunción y.





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N-2,45,10. Tenía por tenían: pudiera corregirse como error tipográfico. Por lo demás, no está bien dicho lo de la admiración en los que sabían la verdad; en éstos podía haber diversión, pero no admiración.
Busilis, palabra de que se usa en el estilo jocoso para significar el punto en que estriba la dificultad de lo que se trata. Aquí es misterio secreto. Adelante, en el capítulo LXI, se dice el busilis del encanto.
En el Cuento de Cuentos, de Quevedo, se dice: como entendéis el busilis (fol. 179).




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N-2,45,11. El estar obligado no es la costumbre, y así debiera haberse dicho: Según costumbre antigua... está obligado, o cosa semejante.




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N-2,45,12. Intrincada se dice en el uso actual. Sin embargo, intricada, palabra que se usa varias veces en esta obra, es más conforme a su origen latino tric祥.





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N-2,45,13. Se dice bien unas grandes letras, pero no unas muchas letras.





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N-2,45,14. Epitafio por inscripción. En esta acepción se halla en algún libro de Caballerías. Epitafio se dice con propiedad de la inscripción sepulcral.




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N-2,45,15. Sobra la partícula a, que debió considerarse como error de imprenta, y suprimirse.




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N-2,45,16. Cervantes ridiculizó aquí, como ya lo había hecho en el capítulo II de la primera parte, el abuso que se hacía del tratamiento de Don, aplicándolo a judíos, moros y personas bajas.
Fray Liciniano Sáez, en una nota a las Monedas de Enrique II, prueba con numerosos ejemplos que antiguamente no hubo regla fija en el uso del Don, y que muchas veces se nombra sin él a los ricos hombres e hidalgos, y se da a los labradores. Asegura que hay escrituras donde se da Don a los pastores, herreros, zapateros y toda clase de oficiales más humildes, sin excluir a los carniceros. Pero que sólo a los Duques, Condes y Marqueses se concedía expresamente en los títulos que usasen el Don (págs. 324 y sigs.).
En el título expedido en Granada por los Reyes Católicos a 30 de abril de 1492, a favor de Cristóbal Colón de Almirante, Visorey y Gobernador de las Islas y Tierra Firme que descubriese, se lee: E vos podades dende en adelante llamar e intitular don Cristóbal Colón, etcétera (Navarrete, tomo I, pág. 9).
En el tomo I de las Pruebas de la Historia genealógica de la casa Real Portuguesa, de Sousa, hay una ley de Felipe II del año 1611, declarando las personas que pueden y las que no pueden usar el Don, tanto hombres como mujeres. Y en las reglas para la media anata de mercedes, establecidas en 3 de julio de 1664, se lee: Los títulos de Dones en doscientos reales, y siendo por dos vidas en cuatrocientos, y siendo perpetuos en seiscientos, todo en plata, por ser para las Coronas de Aragón y Italia.
Decía Quevedo en la Visita de los chistes: Es de advertir que en todos los oficios, artes y estados se ha introducido el don en hidalgos y en villanos. Yo he visto sastres y albañiles con don. El autor de esta nota puede decir que ha visto provincia donde usan de Don las lavanderas.
El mismo Quevedo dice en su Premática del tiempo: Item, habiendo advertido la multitud de Dones que hay en el mundo (pues hasta el aire le tiene), y considerando que imitan al pecado original en no escaparse del entre todos sino sólo Cristo y su madre; mandamos recoger los dones, y ya que los haya, sea en las manos y no en los nombres. Y damos término de tres días después de la notificación a todos los oficios para que se arrepientan de los haber tenido.
Quevedo no hubo de conocer los poemas de Gonzalo de Berceo y del Arcipreste de Hita, en los que, como ya se dijo en una nota al capítulo I de la parte primera, no sólo se da el Don a Jesucristo y a los Santos, sino que se extiende a los dioses de la gentilidad y a los héroes y personajes antiguos, como Don Aquiles, Don Héctor, Don Menelao, Don Demóstenes, Don Decio; a los animales, como Don Jimio, Don Cabrón, Doña Loba, Don Burro, Don Salmón; a las monedas, como Don Pepión, y aun hasta a los meses y seres personificados, como Don Enero, Don Febrero, Don Agosto, Don Octubre, Doña Cuaresma, Don Ayuno, Doña Cecina, Don Almuerzo, Don Tocino, Don Carnal y Doña Merienda.
En una fábula que cuenta Patronio al Conde Lucanor, dice el Raposo: Don Cuervo, muy gran tiempo ha que oí fablar de vos, etc. (capítulo XXVI).
Ya en el Poema del Cid, escrito según todas las probabilidades en la declinación del siglo XI, Rui Díaz, halagando a los dos judíos de Burgos, les decía:

Ya don Raquel e Vidas habédesme olvidado...
(Verso 155.)

También fue muy nombrado el Rabí don Santos, el de Carrión.
Don Ozmín se llama a un moro en la Crónica de Alfonso VII, y don Mahomed el Cabeszani a un capitán granadino en la Crónica de don Pedro el Cruel (Año 19, cap. IV).En la ley VI, libro X, título I del Fuero Juzgo, se dice en un mandamiento de ejecución a un alguacil: E vos, don Sayón, non tomedes ende nada. Tal fue la ridícula profusión y abuso de esta palabra, que se había hecho y se hacía aún en aquella época, y que reprendió aquí Cervantes por boca de Sancho.
Véase sobre el tratamiento de don lo que se dijo antes en las notas a los capítulos II y XXI de la primera parte, y I y XVI de la segunda.




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N-2,45,17. No llegó a hacerse la pregunta, y probablemente la que pensó Cervantes poner en boca del mayordomo fue la que después, olvidado de lo que había ofrecido y de lo que él mismo había contado de la costumbre de la ínsula, puso en boca del forastero en el capítulo LI. Tal era el descuido con que se escribía esta admirable fábula.




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N-2,45,18. Ahora se miraría como de mala educación decir: yo y éste, y se dice ééste y yo. Entre los romanos, la costumbre era contraria a la nuestra: decían ego et hic; y, a la verdad, parece este uso más conforme a la razón.




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N-2,45,19. Dícese en razón de que, aunque bueno es estrechar el uso, harto frecuente en castellano, de la partícula de, como ya se ha observado otras veces.




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N-2,45,20. Produce aquí una disonancia el uso de los tiempos presente y pretérito que ofende a la razón y el oído. Debió decirse: A lo que yo imagino, e imagino bien; o si no, a lo que yo imaginé, e imaginé bien.





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N-2,45,21. Las anteriores ediciones decían: Y el caballero en su dañada y primera intención; expresión ambigua que corrigió felizmente Pellicer con un acento y una coma, diciendo:
Y él, caballero en su dañada y primera intención; quiere decir fijo, firme, persistiendo en su primera intención. La Academia adoptó esta enmienda en su última edición.




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N-2,45,22. Para conservar el régimen del verbo sacar era menester escribir de otro modo la palabra debajo, y poner de bajo.





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N-2,45,23. Redundancia que se hubiera evitado diciendo a examen de veedores del oficio.





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N-2,45,24. Siendo tan pequeñas las caperuzas, inútil era enviarlas a los presos, y hubiera sido menos impropio destinarlas a los niños de la doctrina, a quien aplicó Sancho las avellanas de que habla a su amo Don Quijote en la carta del capítulo LI.




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N-2,45,25. La Academia, en sus notas, observó la equivocación en que incurrió Cervantes en este pasaje; porque la sentencia de la bolsa del ganadero fue la tercera que dio Sancho en la primera mañana de su gobierno.




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N-2,45,26. Es evidente que Cervantes usó de la voz cañaheja en la significación de caña, como se ve por el progreso de la relación; pero es distinta la que tiene en castellano.
Cañaheja, por otro nombre cañaherla, cañaférula, planta semejante a la cicuta; forma su tallo una caña blanda y ligera. Con cañahejas, según Covarrubias, castigaban a los muchachos los dómines y pedantes. De aquí dijo Marcial (epig. 52, lib. X):

Ferul祱ue tristes sceptra pedadodorum cessent.

A este propósito dice el Comendador Griego en sus proverbios: Coscorrón de cañaheja duele poco y mucho suena (Covarrubias, artículo Cañaheja).





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N-2,45,27. No se trata aquí de la mayor necesidad de volver los escudos, sino de la mayor necesidad de resultas de volverlos, o en el caso de volverlos. Modo de hablar familiar.




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N-2,45,28. No decía tal, como se ve por lo que sigue. No decía que no los había recibido, sino que los había vuelto.




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N-2,45,29. Dio el báculo al otro viejo para que se le tuviese. Hace falta la palabra para en el texto.




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N-2,45,30. Pellicer añadió el por, que faltaba evidentemente en las anteriores ediciones. Siguióle la Academia en la de 1819.




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N-2,45,31. Bella descripción de la postura y movimientos de Sancho, no parece sino que se le está viendo. Igual observación se ha hecho respecto de otras descripciones del QUIJOTE.




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N-2,45,32. Alude al caso bien conocido de Salomón, y al artificio con que descubrió la verdadera madre del niño que se prohijaban dos mujeres.




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N-2,45,33. Este pasaje es oscuro. Se diría mejor con una levísima alteración: Que de haber visto dar el viejo que juraba a su contrario aquel báculo, o de haber visto al viejo que juraba dar a su contrario aquel báculo.





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N-2,45,34. Parece errata por pedía, se pedía o le pedían.





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N-2,45,35. Falta la preposición a: que a los que gobiernan tal vez los encaminanzina Dios, etc.




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N-2,45,36. Con esta expresión de Sancho se da a entender que el caso no era nuevo ni original, y, con efecto, se lee uno igual en el fondo, aunque diferente en el éxito, en la Vida de San Nicolás de Eari, inserta en la Legenda aurea, de Jacobo de Voragine, de la Orden de Predicadores y Arzobispo de Génova, escritor que floreció en el siglo XII. Allí el engañado fue un judío; el engañador, que había jurado sobre el altar de San Nicolás que pagana, fue atropellado en la calle al salir del juzgado por un carro que le mató, y rompiendo su báculo puso de manifiesto el dinero y el engaño. Acudió el judío a la fama del suceso, y antes de recoger su dinero ofreció que se bautizaría a San Nicolás si resucitaba al difunto. El Santo hizo el milagro, y el judío recibió el bautismo. Así la Legenda.
Bowle copió el cuento del original latino, y Pellicer lo puso en castellano, añadiendo el final, que omitió Bowle.




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N-2,45,37. Especie de bufonada intempestiva cuando Sancho está hablando seriamente.
Esto recuerda lo del palomar, que a no estar derribado, etc., en Lazarillo de Tormes.




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N-2,45,38. Se halla esta expresión con el mismo régimen en el capítulo XXVII de la primera parte. Allí hay nota mostrando la diferencia entre determinar y determinarse.





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N-2,45,39. Alude a la preocupación vulgar de que la salamanquesa o salamandra resiste sin quemarse el fuego; preocupación nacida, sin duda, de que cuando se encuentra en él este reptil, despide un humor lácteo bastante abundante. Laguna creyó que salamanquesa y salamandra eran dos animales distintos, y fundándose en su autoridad, supuso Bowle que aquí se había puesto equivocadamente el uno por el otro. A Laguna siguió la Academia en su Diccionario hasta las últimas ediciones, en que corrigió el error.
Cuvier da a este animal el nombre latino de Lacerta Salamandra en la clasificación que hace de los reptiles.
Como la lana entre las zarzas. Mala comparación. La lana no se conserva, sino que se despedaza y disminuye entre las zarzas. Si se hubiera dicho como la rosa entre las espigas, la comparación hubiera sido más exacta.




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N-2,45,40. La que se querellaba: palabra formada por Cervantes, aunque dudo que del verbo querellarse y demás recíprocos se pueda formar esta clase de nombres verbales, o participios, como se les llama vulgarmente.
Querellante, como peleante (cap. XIV), preguntante y respondiente (cap. LXI).




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N-2,45,41. Sobra la conjunción y. El lector se engaña con ella, creyendo que empieza nueva oración, y que el haciendo no pertenece a la anterior.
Zalema, ademán de respeto a lo morisco. Sobre esta palabra y su etimología hay nota en la primera parte (cap. XL).




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N-2,45,42. No se ve la razón de aplicar aquí la calidad de menesterosas a las huérfanas y no a las doncellas. Estaría mejor: a las huérfanas y doncellas menesterosas. A la cuenta Cervantes había escrito ya huérfanas menesterosas, y luego le ocurrió añadir doncellas, lo que no carecía de chiste en boca de la del cuento.




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N-2,45,43. La edición de 1615 decía: y con esto se saltó del juzgado; lenguaje defectuoso que corrigieron Pellicer y la Academia suprimiendo la y. Pero aún hubiera quedado mejor suprimiéndose las palabras y con esto.





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N-2,45,44. Falta para la buena construcción el artículo: al que ya se le saltaban las lágrimas.





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N-2,45,45. Expresión proverbial que denota la predisposición de la persona a quien se habla para comprender y ejecutar prontamente lo que se le dice.




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N-2,45,46. En latín, premium. Es el espacio comprendido entre las rodillas y el vientre.

Conjugis infusus gremio per membra soporem.

(Virgilio: Eneida, lib. VII.)

Pasaje no muy limpio, con perdón sea dicho del señor Marón.




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N-2,45,47. ¿Quién no ve la ironía?




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N-2,45,48. Aquí Cervantes juega del vocablo ingeniosa y oportunamente. Lo mismo hace Sancho poco más adelante, diciendo: Las fuerzas de Hércules no os hicieron fuerza. Tampoco es nuevo ni original el caso que aquí refiere Cervantes, pues como observa Pellicer, se hallaba ya impreso desde el año de 1550 en el Norte de los Estados, de Fray Francisco de Osuna. Don Nicolás Antonio cita otra edición aún más antigua de este libro, a saber, el año 1541.




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N-2,45,49. Pellicer dice que significa ladrona: la Academia, en su Diccionario, dice que es habladora.





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N-2,45,50. Festiva ironía, aunque no muy del caso; pero, en fin, guarda consecuencia con lo que se dijo de la turbación y encogimiento del ganadero, supuesto el cual, era probable que diese las gracias con torpeza y poca maña.




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N-2,45,51. En vez de una pregunta algo intrincada, que al principio del capítulo se dijo era costumbre hacer a los nuevos gobernadores para tantear su ingenio, vemos aquí que lo que se propuso a Sancho no fue pregunta, sino caso práctico, y no uno, sino tres: el del sastre, el de los ancianos y después el del ganadero. Las decisiones que en estos casos tomó Sancho debieron bastar a los circunstantes para tantear y calificar su ingenio, puesto que quedaron admirados, y tuvieron por ellas a su gobernador por un nuevo Salomón.

{{46}}Capítulo XLVI. Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora











N-2,46,1. Esto recuerda el pasaje del Caballero de la Cruz, que estando en Francia fue alojado una noche en un castillo; y levantándose a otro día, después de haber rezado las devociones que había por costumbre, salióse a una sala. Y de allí salió a desafiar a un Caballero inglés, a quien venció y cortó la cabeza (Caballero de la Cruz, caps. CXVI y CXVII).
El Caballero inglés era señor de una fortaleza y ciudad en el Ducado de Guiana por el Rey de Inglaterra. Esto pudiera servir de indicio del tiempo en que se supone haber vivido el Caballero de la Cruz.
También puso Cervantes rosario a Montesinos (cap. XXII).




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N-2,46,2. En un romance antiguo decía Reinaldos de Montalbán al Rey moro Aliarde, que reinaba allende el mar:

Señor, soy un caballero;
de Francia es mi natural;
desterróme el Emperador,
en Francia no puedo entrar;
por eso vengo a servir
a tu Alteza Real,
Pues que venís muy cansado
de tan largo caminar,
reposad en mi palacio,
que podréis bien descansar.
Don Reinaldos pidió un laúd,
que lo sabía bien tocar;
ya comienza de tañer,
muy dulcemente a cantar...

De romances y coplas cantados por caballeros se habló largamente en la nota 32 del capítulo XXII de la primera parte.




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N-2,46,3. La noticia de haber enviado la Duquesa a su paje con la carta de Sancho al lugar de éste, no liga con lo que precede ni con lo que sigue. Está aquí como zurcida e intercalada de cualquier modo; y así se repite en el capítulo L, que es donde tiene su verdadero jugar, por referirse allí el suceso de la embajada.




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N-2,46,4. Vihuela, en lo antiguo, era distinto de guitarra, y había vihuelas de mano y de arco. Viene de viola, como guitarra de cítara.
Covarrubias, en su Tesoro, voz vigÜela, se lamentaba de que la guitarra había hecho casi olvidar el uso de la vihuela, cuyas, diferencias explica en sus respectivos artículos.
Ahora, en el uso común significan lo mismo vihuela y guitarra.
Suárez de Figueroa, en su Plaza universal de ciencias y artes, hace mención de los más célebres maestros modernos de música, de ellos varios españoles. Y lo mismo de los más famosos tañedores de instrumentos, y entre ellos algunos celebrados por su habilidad en el órgano, vihuela y guitarra (disc. 40). También cuenta como distintos vihuela, laúd, discante y guitarra.
No le faltó a Don Quijote entre los caballeros andantes a quien imitar en lo mismo, sobre lo que puede verse la nota al capítulo XXII, poco antes citada.
De vihuelas, laúdes y guitarras, de su uso y de varias aventuras en que figuran esos instrumentos, se habló en los capítulos XI, XIX, XXXV y XXXVII de esta segunda parte.




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N-2,46,5. No son los trastes, sino las cuerdas o las clavijas lo que se recorre, a no ser que por estar recorrida entendiese Cervantes los preludios con que el músico suele examinar si la vihuela está o no templada.




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N-2,46,6. Labrar se dice también con aplicación a las labores mujeriles. Camisas labradas llaman en Castilla las que tienen bordados el cuello y los puños. En el capítulo XLVII de esta segunda parte se habla de una señora que tenía dos dueñas de bulto con sus antojos y almohadillas al cabo de su estrado, como que estaban labrando. De labrar se dijo labrandera, que era la mujer diestra en hacer las labores propias de su sexo. En el mismo capítulo XLVII dice doña Rodríguez de sí propia que tenía fama de gran labrandera. Esta palabra, que ya no se usa en el día, y que es tan significativa, no tiene equivalente en castellano. La que más se le aproxima es la voz costurera.
Lope de Vega, en la comedia La dama boba (acto II), dice:

¿Quién la mete a una mujer
con Petrarca y Garcilaso,
siendo su Virgilio y Taso
hilar, labrar y coser?




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N-2,46,7. Este nombre queda sin régimen en la oración. Lo tendría si dijese: de doncellas recogidas, etc.




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N-2,46,8. ¿Qué quiere decir la honestidad es la voz de sus alabanzas? Mejor hubiera sido decir:

Y su mayor alabanza.

Ya hemos visto otras veces que Don Quijote no era gran poeta.




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N-2,46,9. Aquí, como en otros pasajes del QUIJOTE, se oponen los caballeros cortesanos a los andantes o aventureros.




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N-2,46,10. Quien levanta es el amor; pero ¿a quién levanta, a los milagros o a los amantes? Parece que a estos últimos, como si dijera que los eleva y engrandece.




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N-2,46,11. Sería desde el mismo corredor, y sobra el encima.





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N-2,46,12. Estos gatos recuerdan los cinco gatillos que Placerdemivida hizo colgar por defuera junto a la ventana de Diofebo la noche de sus bodas con Estefanía (Tirante el Blanco, tercera parte, pág. 23 de la traducción de Cailús).




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N-2,46,13. No se comprende fácilmente cómo pudo hacerse observar a los gatos el silencio necesario antes de derramar el saco de ellos, para lograr la sorpresa y el buen éxito de la burla.
Los que entraron en la estancia de Don Quijote serían los que se asieron de la reja, que debía de ser volada, al echarlos desde el corredor.




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N-2,46,14. Luego no había salido, como acaba de decirse, sin excepción de los gatos que se habían introducido en la estancia de Don Quijote.




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N-2,46,15. Pues ¿cómo sin luces la habían visto antes? Acaso diría el original y abriendo con llave maestra, hallaron al pobre Caballero, etc.




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N-2,46,16. Aceite de olivas impregnado por medio de la decocción de varias drogas medicinales. Hubo de llamarse así del nombre de su autor, aunque Bowle dice puede ser esta palabra corrompida por hipérico, para lo que cita a Laguna, según el cual se prepara con las flores del legitimo hipérico un aceite admirable para soldar las heridas frescas y rectificar aquellas de la cabeza, y guardarlas de corrupción (Laguna, cap. CLXVII).
Lo complicado y costoso de sus ingredientes debió producir la locución familiar caro como aceite de Aparicio, con que se exagera el precio de alguna cosa.




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N-2,46,17. En la Edad Media, las damas y doncellas más principales hacían profesión, no sólo de asistir, sino también de curar a los caballeros de sus heridas y dolencias, cuya práctica podía tener su origen en el agradecimiento que les debían por sus valerosas hazañas, de las que frecuentemente era ellas el objeto y el premio.
A principios todavía del siglo XIV solían ejercer las mujeres la cirugía, como se ve por una Ordenanza de Felipe el Hermoso, del año 1311, que cita Ducange en el artículo Chirurgicus.
En el Paso honroso, de Suero de Quiñones, entre otros preparativos y disposiciones, se cuenta que la madre de Suero envió a una noble dueña de estado llamada Elvira álvarez, mujer del buen caballero Gómez Téllez de Gavilanes……, la cual con otras seis dueñas sirviese como de enfermera, con paños, e medicinas, e dietas a los caballeros e gentilesomes que feridos fuesen en las pruebas de las honrosas armas (pág. 76).
Los libros de Caballerías que pintaron el espíritu y las costumbres de aquella época están llenos de pasajes relativos a doncellas que curaban a los caballeros heridos, diciéndose de la mayor parte de ellas que sabían mucho de aquel menester.
Cuando don Belianís, herido por un león, entró en la cueva encantada, halló unas doncellas de la Infanta Aurora, por las que fue desnudado, y una de ellas, que de aquel menester sabía, le curó, y acostado en un rico lecho le dejaron solo por que descansase (Don Belianís, lib. I, cap. I).
Volvieron a curarle estas dos doncellas después de su batalla con el dragón de la selva Rifen, en una floresta cerca de Persépolis, corte del Soldán de Persia (Ib., cap. XVII).
Las mismas doncellas de la Infanta Aurora, llamadas Floriana y Perianea, que al presente, como ya vos dijimos, eran las que en el mundo más de aquel menester (de curar heridas) sabían, restañaron la sangre de don Brianel y don Contumeliano, que habían peleado sin conocerse, y se habían herido mortalmente uno a otro (Ib., cap. LXX).
Floralinda, Infanta de Macedonia, curaba por su propia mano al Caballero de Cupido, el Príncipe Rosibler, que estaba herido (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte II, lib. I, cap. I).
El Caballero del Salvaje (Florineo) fue curado de sus heridas en un castillo por mano de la dueña del Fondo valle, que era señora del Castillo y sabia encantadora (Floramble de Lucea, lib. I, cap. XIX).
Barahona, en el canto segundo de su poema de Las lágrimas de Angélica, cuenta que estando heridos el Rey Clarión y Libocleo, después de un reñido combate a vista de la dama Lindarace,

Curólos Lindarace sabiamente
con hierbas cuya fuerza conocía,
que a todas las señoras del Oriente
se enseña por primor la cirugía.
Y ¿qué mal nos viniera si en Poniente
también se usara? Pues mejor podía
valer al cuerpo en sciencia tan galana
quien sin tendía nuestras almas sana.

Tristán, herido de la lanza envenenada de Moshoult, fue curado por su amante Iseo la Rubia, hija del Rey de Irlanda (Tristón francés, cap. XXIX).
La misma Iseo encontró mal heridos a Tristán y a Palamedes, que se combatían por Ella. Iseo los separó, los curó y los hizo amigos (Extracto de Tressán, pág. 161).De esta Iseo se lee en Tristán: Iseult estoit la plus′′belle fille du monde, et la plus sage de cirurgie qu′′on sceuct en celluis tems et cognoissoit toutes herbes, et seu povoir, et n′′estoi si perilleuse playe dont elle ne garist e si navrit pas plus de quatorce ans (parte I, cap. XXVII).
También fue hábil cirujano otra Iseo hija del Rey de la pequeña Bretaña, llamada la de las blancas manos, amante del mismo Tristán, con quien se casó. Tuvieron principio sus amores en la curación que le hizo de una herida de saeta envenenada (Ib., cap. LV).
Otros muchos pasajes semejantes se encuentran en Palmerín de Inglaterra y de Oliva, en el Caballero de la Cruz, en Florisel de Niquea, don Policisne de Boecia y otros.

{{47}}Capítulo XLVI. Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno


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N-2,47,1"> 4880.
Debiera decir: donde se prosigue refiriendo, etc. Falta en el texto esta última palabra, que es necesaria para su recta inteligencia.




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N-2,47,2. El palacio sería alguno de los que los grandes señores suelen tener en los pueblos de su señorío. En vez del adverbio adonde estaría mejor en donde o donde, conforme al uso actual.




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N-2,47,3. Esta era la música de ceremonia que en ocasiones de solemnidad usaban entonces los cuerpos municipales, y los grandes señores: costumbre de que todavía quedan vestigios.




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N-2,47,4. Según Yelgo, en su estilo de servir a Príncipes (cap. IV, fol. 40), la comida de los grandes señores empezaba por la fruta, dando por principio las frutas acedas y las demás que arrojase el tiempo, dando por postres las conservas dulces y las frutas de sartén.





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N-2,47,5. Servilleta con guarnición de randas o encaje de hilo y cintas para atarla al cuello, como ahora se hace con los niños al darles de comer.




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N-2,47,6. El de la varilla empieza un sentido que queda pendiente y sin verbo que le corresponda. No sería así invirtiendo el orden y diciendo:
cuando tocando el de la varilla con ella en el plato; entonces quedaba la expresión con el carácter de lo que en latín se llama ablativo absoluto.




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N-2,47,7. Juego de Maestrecoral (dice Covarrubias, artículo Coral), juego de manos, que dicen de pasa pasa. Diéronle este nombre porque los charlatanes y embusteros que traen estos juegos se desnudan de capa y sayo, y quedan en unas jaquetas o almillas coloradas que parecen troncos de coral.
En la Pícara Justina se lee (lib. I, cap. I, núm. I): Mi tercer abuelo... fue de los primeros que trajeron el maesicorial y tropelías a España.





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N-2,47,8. Según Pellicer, existe en la Biblioteca Real un libro manuscrito en que se describe la etiqueta de la Corte de Carlos, Duque de Borgoña, que después se adoptó en el palacio de los Reyes austríacos de España; y su autor, Oliveros de la Mancha, cuenta que el Duque tenía seis médicos, y que asistían detrás de él cuando estaba a la mesa, mirando las viandas que se servían, y dando su parecer sobre cuáles les serian más provechosas. El mismo autor refiere el caso que sucedió al Duque Felipe, padre de Carlos, con uno de estos médicos, que le prohibía comer de los mejores platos para comérselos él después. No es imposible que Cervantes quisiese aquí ridiculizar esta costumbre.




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N-2,47,9. ¡Qué bien descrita y qué bien ridiculizada está aquí la impertinente gravedad e importancia con que suelen ejercer su autoridad los médicos de las personas tímidas, especialmente en la clase de los poderosos! Esto ya no es como antes, porque el tiempo y la experiencia han generalizado el conocimiento de aquella máxima: qui medici vivit, miserrime vivit.





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N-2,47,10. El régimen no está bien. Estaría mejor así: dejándole comer de lo que me parece, y quitándole, etc.
Feijoo, en sus Cartas eruditas, queriendo probar que los Príncipes cometen menos desórdenes en sus comidas que los particulares, dice así: La razón se toma de la vigilancia, no sólo oportuna, mas aún inoportuna, con que al cuidado de reprimir sus golosinas se aplican como interesados en su conservación los muchos que los circunden: la esposa y hijos si los tiene; el médico, presente a la mesa y contando los bocados... Oí decir que a nuestro buen Rey Felipe V, cómo violentamente le arrebataron algunas veces el plato de la mesa (tomo V, carta 21, número 36).




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N-2,47,11. Los médicos de antaño daban este nombre a un cierto humor sutil y balsámico que pretendían era el que daba vigor y elasticidad a las fibras que forman la textura del cuerpo.




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N-2,47,12. Es claro que habla el gobernador, pero no se expresa.




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N-2,47,13. Sin embargo, Feijóo, en su Teatro crítico (tomo VII, disc. 10, núm. 199) pone una paradoja médica, en que combate la verdad de muchos aforismos de Hipócrates.




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N-2,47,14. El aforismo vulgar es: omnis saturatio mala, panis autem pessima. El socarrón de Pedro Recio lo torció a su propósito, poniendo perdicis en lugar de panis. La edición primitiva dice: perdicis autem pessima, y las posteriores corrigieron: unas, perdix, que venía mejor para el sonsonete y la medida, y otras, perdicis, que es más conforme a la gramática. Pero cualquier disparate de la primera edición puede conservarse sin inconveniente porque a Recio no le importaba la corrección y Sancho no había de repararlo.




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N-2,47,15. Alude a lo de tocar los platos con la varilla para que los quitasen de la mesa.




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N-2,47,16. Las primeras ediciones ponían: y así Dios me la deje gozar. La Academia corrigió con mucha razón la por le, que miró como error conocido, y así el sentido es claro y corriente. Pellicer propuso corregir este pasaje de otro modo, diciendo: por vida del Gobierno, y así Dios me le deje gozar; pero no se dice con propiedad por vida de las cosas, sino de las personas.




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N-2,47,17. Peliagudo por tener el pelo largo y delgado. Peliagudos se llaman también los negocios en que es fácil errar; y con esta doble significación se juega en el texto.




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N-2,47,18. Platonazo, dos veces aumentativo: de plato, platón, y de platón, platonazo.





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N-2,47,19. Parece hay aquí falta de imprenta, ya que el original debió decir: en que por la diversidad, etc. Olla podrida se llamaba en España el puchero ordinario, pero provisto de varios agregados de regalo, como aves, pies de puerco, chorizos y otros artículos semejantes de añadidura sobre lo acostumbrado.




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N-2,47,20. Cañutos muy delgados, hechos de hostias tostadas o barquillos.
Los que ahora se llaman barquillos se llamaban suplicaciones, porque debajo de oblea iban otras muchas que hacían una manera de doblez; mas las de ahora, como no tienen doblez debajo, sino una oblea desplegada en forma de barco, llámanse barquillos (Pícara Justina, tomo I, lib. I, cap. I).
No se entiende que esto de los barquillos era asunto de bagatela; lo fue de las peticiones de los reinos juntos en Cortes. En la de Madrid de 1573 (petición 83) se lee: Otrosí porque de andar por las calles suplicacioneros a vender suplicaciones, ningún otro fruto se saca sino hacer un millón de hombres que en esto entienden vagamundos y holgazanes, y que lo mismo sean los que se andan tras ellos; a V. M. suplicamos mande que ninguno pueda vender las dichas suplicaciones por las calles, sino en tienda y casa, como las demás cosas.
Y en el pregón de buen gobierno dado en la Plaza Mayor de Madrid a 4 de diciembre de 1585, se prohibe vender por las calles públicamente suplicaciones, ni buñuelos, ni melcochas, ni artalejos, ni tostones. El pregón está firmado por los Alcaldes de Corte.




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N-2,47,21. En tiempo de Cervantes se celebraban los membrillos de Toledo; y así se dice en su comedia la Entretenida (jornada 1E°):

Sé cierto que decir puedo
y mil veces referillo,
espada, mujer, membrillo:
a toda ley, de Toledo.




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N-2,47,22. Este nombre ha quedado consagrado por el uso para denotar un médico mandón e impertinente, como quedaron para otras cosas los del mismo Don Quijote y Rocinante. Prueba de la gran popularidad e influjo de un libro, según la diestra observación de don Vicente de los Ríos.




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N-2,47,23. Tiratafuera, aldea de Almodóvar del Campo, orden y campo de Calatrava en el reino de Toledo. Está a una legua larga de Almodóvar, la cual cae al sur. Dista tres leguas del río Guadiana. Tiene ciento sesenta vecinos, y minas de plata y plomo (Relaciones topográficas de Felipe I, tomo I, fol. 2411, año 1575).
Tirte es sincope de tírate, como guarte de guárdate. Tirarse a fuera es retirarse, apartarse, huir, cuya significación nada indica favorable al pueblo, sea por la calidad de su terreno, o por la índole de sus habitantes. Más adelante se dice: Alborotóse el doctor (Pedro Recio) viendo tan colérico al gobernador, y quiso hacer tirteafuera de la sala.
El Caballero encantado de la aventura del castillo, en Amadís de Grecia, después de haber peleado con Lisuarte, que había querido probar la aventura, le dijo: Lisuarte, tírate a fuera, que a mi no es dado vencerte por tu bondad, ni a ti de acabar la aventura por ser ya casado (parte I, cap. LXXI).
En el romance 70 del Cid se lee:

Elvira, soltá el puñal
doña Sol tiró doos fuera,
non me tengades el brazo, dejadme, doña Jimena.

En una de las églogas de Juan del Encina, dice la pastora Pascuala:

Tirte, tirte allá, Minguillo,
no te quellotres de vero:
hete viene un escudero,
vea que eres pastorcillo.

En el libro de la Montería, de Argote y Molina, se hace mención de la Sierra de Tirateafuera. También hay un monte de este nombre entre Humanes de Mohernando y el río Henares, en la provincia de Guadalajara. Es conocido más generalmente con el nombre de Maluque. Y la casa del guarda que da vista al río se llama también de Tírate afuera.





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N-2,47,24. Caracuel, gobernación de Almodóvar del Campo. Orden de Calatrava, reino de Toledo, comarca de Almagro, Arciprestazgo de Calatrava, dos leguas de la villa se juntan los ríos Guadiana y Jabalón. Tenía cincuenta vecinos en 1575 (Relaciones topográficas de Felipe I, tomo II, fol. 238).




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N-2,47,25. Villa en el reino de Toledo, del campo y Orden de Calatrava, al pie y entrada de Sierra Morena, y a cinco leguas del convento de Calatrava. Tiene una legua a Levante a Puertollano. El pueblo más cercano a Poniente es Almadén, que dista diez leguas. Una al norte está Villamayor, y diez y seis al sur la ciudad de Andújar. El Guadiana pasa tres leguas al norte. En su término está la dehesa de la Alcudia, la mejor que hay en el reino fuera de la Serena, que es mayor. Pagó de diezmo en el año de 1574 1662 fanegas de trigo, 1906 de cebada y 45 de centeno. Tiene minas de plata, alguna de las cuales se beneficiaba en 1575 por particulares que la habían tomado del Rey en arrendamiento. De Almodóvar fue natural el Venerable Juan de ávila, que murió en 1570, y el Beato Juan Bautista de la Concepción. Tiene ochocientos vecinos, y con los de sus aldeas mil trescientos. Hay en su término veinte ventas, y en una de ellas Correo de Postas (Relaciones topográficas de Felipe I, tomo I, folio 146).




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N-2,47,26. échase de ver en el QUIJOTE una cierta tendencia a ridiculizar los grados de las universidades literarias, especialmente las menores, como sucede aquí, en el pasaje en que supuso graduado en SigÜenza al Cura del lugar de Don Quijote (parte I, cap. I), y en el del loco de Sevilla, en que contrapuso Osuna a Salamanca (parte I, cap. I). En el día hay muchos que acompañan a Cervantes en este juicio. En cambio, Tamayo de Vargas llamó a Cervantes ingenio lego, y Avellaneda mostró despreciarle por indocto y falto de estudios académicos. La posteridad ha fallado este pleito, y sin apelación.
Góngora, describiendo en un romance la vida de la aldea dice:
Y con el beneficiado,
que era doctor por Osuna,
sobre Antonio de Lebrija,
tenía cien mil disputas.

(Folio 3, edición de 1654.)




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N-2,47,27. Parodia graciosa, y muy propia del estado de irritación y de cólera en que se hallaba Sancho.




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N-2,47,28. En la comedia El valiente Céspedes, decía éste a Beltrán, su criado:

No has de decir voto al sol,
mira que estas en Sevilla...
Lo que te quiero decir
es que voto al sol es llano
y se puede presumir
que te saque del arado.




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N-2,47,29. Suárez de Figueroa, en la Plaza universal de ciencias y artes, nombra los más famosos médicos que en su tiempo había en España (en 1615). Cuenta hasta diez y seis (discurso 16, fol. 69).
Lope de Vega dice, hablando de los médicos:

No porque yo de vos, ciencia divina,
no sienta bien y alabe la importancia,
que no desprecio yo la medicina
sino en quien la ejercita la ignorancia.

(Hermosura de Angélica, canto 2E°.)




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N-2,47,30. Residencia, la cuenta que, según nuestras antiguas leyes, solía tomarse a los que salían de cargos graves e importantes.




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N-2,47,31. Bowle cita y copia el pasaje de la novela del Licenciado Vidriera, donde se dice: no hay gente más dañosa a la república que los malos médicos. Sólo los médicos nos pueden matar y nos matan sin temor y a pie quedo, sin desenvainar otra espada que la de un récipe.





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N-2,47,32. Rasgo, al parecer satírico, como indicó también Pellicer refiriendo los muchos secretarios, tanto del Rey como de Consejos y Corporaciones superiores, vizcaínos de nacimiento u origen, que hubo en tiempo de Carlos I y su hijo Felipe I.
En efecto: desde el reinado del Emperador Carlos V fueron tantos los secretarios de Estado naturales de las provincias exentas del Norte de España, que, según Llorente en sus Noticias literarias de las Provincias Vascongadas, las secretarías de Estado y del Despacho llegaron desde Carlos I a ser casi patrimonio de los vascongados.
En un manuscrito existente en la Biblioteca Real, que contiene la nómina de los sueldos mandados satisfacer al pagador de las quitaciones por el respectivo al año de 1605, se ve que en dicho año tenía el Rey veintinueve secretarios, de los cuales trece eran vascongados, y había catorce oficiales de las secretarias, y de ellos cinco guipuzcoanos (Extracto de Vargas en los manuscritos de la Academia de la Historia).
El mismo Llorente en la obra referida trae un catálogo de todas las personas ilustres y empleados vascongados que han podido Influir en ampliar los fueros y prerrogativas de aquellas provincias, desde Enrique IV hasta Carlos IV. Entre ellos están los Secretarios del Rey desde Carlos V, y son los siguientes:
Secretarios del Emperador. ---Alonso de Idiaquez, Martín Gaztelu, Pedro de Zuazola.
Idem de Felipe I. ---Juan de Idiaquez, Francisco de Zuazola Idiaquez, Juan de Ibarra.
Idem de Felipe II. ---Martín de Aróstegui, Miguel de Ipañarreta, Juan de Inausti, Gabriel de Hoa, Domingo Echevarri, Esteban de Ibarra, Juan de Mancicidor, Gragorio de Leguia, Antonio González de Legarda, Martín de Anchieta.
Idem de Felipe IV. ---Don Antonio Aróstegui, don Juan de Vilella, don Juan de Insausti, don Luis Oyanguren, don Francisco Galareta, don Juan de Otalora, don Juan Hurtado de Mendoza, don Domingo Gaztelu Gamboa, don Bartolomé González de Legarda, don Miguel de Iturriza, don Juan Bautista Arespacochaga, don Bartolomé Ochoa de Cinchetru.
Idem de Carlos I. ---Marqués de Mejorada, don Jerónimo de Eguía, don José de Beitia, don Juan de Larrea, don Antonio de Ubilla, Marqués de Ribas, don Antonio Ubilla, padre del anterior; don Martlui de Galarreta. Siguen los del siglo XVI (tomo V, págs. 495 y siguientes, edición de 1808).
El vizcaíno Pedro Madariaga publicó el año de 1565 en Valencia un libro titulado Honra de escribanos; Arte para escribir bien presto; Ortografía de la pluma (don Nicolás Antonio, Biblioteca Novo).
También cita Lorente un pasaje de la comedia Examen de maridos de don Juan Ruiz de Alarcón, escritor del tiempo de Carlos I, en que dice el gracioso Ochavo hablando de un secretario de doña Inés:

Y
a fe que es del tiempo vario
efecto bien peregrino.
Que no siendo vizcaino
llegase a ser secretario.




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N-2,47,33. Verdaderas quiere decir aquí verídicas, seguras, por contraposición a dobles; sobre lo cual puede verse la explicación que hizo Don Quijote a Sancho al acercarse a la venta del Ahorcado, en el capítulo IV de Avellaneda.
Espía está usado en este pasaje como nombre femenino y lo mismo sucede más adelante en este mismo capítulo. Ahora se usa como masculino, atendiendo a la significación y no a la terminación. Lo mismo se observó en la primera parte (cap. XXI) acerca de los nombres guarda y camarada, que entonces se usaban como femeninos y ahora como masculinos. Bien que poco más adelante se dice: no sea alguno de los espías.





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N-2,47,34. El Duque estaba de acuerdo con el Doctor Pedro Recio.




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N-2,47,35. Dos anacronismos halla Ríos en este pasaje, pues, según la crónica de la fábula debía la carta del Duque tener la fecha de 31 de octubre, así como no pudo tener la de 20 de julio la carta de Sancho a su mujer (cap. XXXVI.) escrita el día antes que la del Duque. Mas no advirtió Ríos que según su mismo cómputo, el 31 de octubre a las cuatro de la mañana estaba Sancho en el castillo del Duque. Además de que, en la suposición de Ríos hubiera tardado el correo día y medio en llegar a la ínsula, puesto que entregó la carta el 1E° de noviembre por la tarde. La carta debió escribirse en el mismo día, y por consiguiente debió tener, con arreglo al plan de Ríos, fecha de 1 de noviembre.
Este día y esta hora (dice Pellicer) serían acaso los mismos en que Cervantes escribió esta carta. Y yo encuentro que esta fecha, comparada con la del 20 de julio del capítulo XXXVI, indica, según todas las apariencias, el tiempo que gastó Cervantes en componer los once capítulos.




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N-2,47,36. Ocurrencia tan oportuna como graciosa del hambriento gobernador.




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N-2,47,37. Adminícula, voz desconocida en castellano. Parece que con ella quiso Sancho designar lo lento y penoso de la muerte causada por el hambre.
Morir de hambre, muerte la más cruel de las muertes, se dice en el capítulo LIX.




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N-2,47,38. Obra por cosa. En la primera parte (capítulo VII) se dice que Don Quijote y Sancho tornaron a su comenzado camino del puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron.





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N-2,47,39. Se sobreentiende diréis que le suplico: reticencia propia del estilo familiar.




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N-2,47,40. No se escribe con lo que alcanzan las fuerzas: puede creerse que el original de Cervantes diría servirla en vez de escribirla.Pellicer lo enmendó así: mas la Academia no adoptó, como otras, esta enmienda, no sé por qué.




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N-2,47,41. Nunca se ha dicho que los vizcaínos tengan por lo ordinario grande habilidad y expedición para escribir el castellano. Pudiera sospecharse que la expresión es irónica, y que Cervantes se propuso continuar la burla que en el capítulo VII de la primera parte había hecho de los vizcaínos en la persona de don Sancho de Azpeitia.




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N-2,47,42. Negociante, que viene a tratar de negocios. Actualmente se da de ordinario a esta palabra la misma significación que a la de comerciante.




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N-2,47,43. Falta algo para que haga sentido como lo estaba diciendo: Y no consideran que es menester, etc.




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N-2,47,44. Poner o meter en pretina es obligar o estrechar alguno al cumplimiento de alguna cosa; a la manera que la pretina, tomada esta voz en sentido natural, ajusta la cintura.




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N-2,47,45. Aquí parece que se toma en buena parte; pero ordinariamente no sucede así. Véase la nota 16 del capítulo XII de la segunda parte.




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N-2,47,46. Comparación proverbial de frecuente uso en castellano.




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N-2,47,47. A esto se llama aquí festivamente cosa de peso y sustancia.





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N-2,47,48. Villa de la gobernación de Almagro y del Orden de Calatrava. Está dos leguas y media al Poniente de Almagro, dos al norte de Ballesteros, media a Levante de Ciudad Real, cuatro al sur de Malagón, y una y media también al sur del río Guadiana, a cuyos molinos van a moler los del pueblo. Tiene cuatrocientos vecinos y nueve casas de hijosdalgos (Relaciones topográficas de Felipe I).





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N-2,47,49. Actualmente las hijas conservan y llevan el apellido de su padre sin alteración alguna; antiguamente no era así, porque cuando el apellido del padre tenía terminación masculina, las hijas lo solían usar con la femenina, como aquí Perlerina de Perlerino, de lo que hay infinitos ejemplares. A poco de esto el labrador negociante llama linaje de los Perlerines al de su consuegro, según lo cual no debiera decirse Perlerino ni Perlerina, sino Perlerín.





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N-2,47,50. Debió decir de abolengo ni alcurnia. Como está parece que abolengo y alcurnia son cosas diversas, significando ambas lo mismo, a saber: familia o ascendencia.





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N-2,47,51. Copió Capmani este pasaje hasta su bondad y buena hechura, como un ejemplo de retrato personal, burlesco (Teatro de la elocuencia española).





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N-2,47,52. Transposición frecuente en Cervantes, en lugar de tan por menudo voy pintando.





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N-2,47,53. Quiere decir: eso tengo yo que agradecer.





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N-2,47,54. Sigue la pintura que tanto recreaba al gobernador, y que tanta risa ha causado hasta ahora y causará en adelante mientras haya lectores del QUIJOTE.




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N-2,47,55. Mejor estaría, para evitar la repetición que vuesa merced me la hiciese o me hiciese favor.





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N-2,47,56. Gaspar de los Reyes al referir, fundado en la autoridad de Beuter, que los Reyes de Aragón tenían la prerrogativa de curar los lamparones, la que también se atribuye a los Reyes de Francia, cita doce autores que dicen que los Reyes de España tienen la virtud de lanzar los demonios del cuerpo de los energúmenos sólo con presentárseles (Feijóo, tomo I, carta 25).
En tiempo de Cervantes se creía comúnmente en la existencia de los endemoniados. Verdad es que si se creía fácilmente el mal también se creía fácilmente el remedio, como se ve y por lo que dice Gaspar de los Reyes.




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N-2,47,57. Nótese el uso del substantivo manantiales como si fuese adjetivo.




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N-2,47,58. Sobra el segundo que para la buena gramática.
Ascondéis, palabra anticuada, pero más conforme a su origen que escondéis, como ahora decimos.
Don Patán. Ejemplo del don como apodo injurioso, en cuyo sentido está usado en otros pasajes del QUIJOTE.




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N-2,47,59. Son dos calidades que se oponen entre sí, Socarrón es bellaco y astuto, burlón, maligno; mentecato es necio y fatuo. La cólera no dejaba hablar con propiedad a Sancho.




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N-2,47,60. Va por vete, y va de mí por apártate de mí.





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N-2,47,61. Cualquiera echará de ver que el te estropea la oración, y que debe suprimirse como error conocido de imprenta.




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N-2,47,62. Tampoco dejaba la cólera hablar con exactitud a Sancho. Porque si se cuenta su gobierno desde su entrada en la ínsula, aun no había pasado un día; y si se cuenta desde su nombramiento, habían pasado ya más de dos.




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N-2,47,63. Estaría mejor: Hizo señas el maestresala al labrador de que o para que se saliese de la sala. ---Acaso se puso hizo de por hízole.





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N-2,47,64. La expresión proverbial del texto debe decir no corro, sino coro, y es nacida del uso y ceremonia de dar la paz a los Capitulares en el coro durante la misa. Alguna vez se dice irónicamente andar la paz en el coro, aplicándolo a alguna comunicación, cofradía o junta en que hay disturbios y riñas.




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N-2,47,65. Vendado el rostro: modismo semejante al hablativo absoluto latino.
Entre vendado y curado parece que hay alguna contradicción, porque el que está vendado no está sano todavía, y el que ya está sano no necesita continuar vendado; a no ser que por curar no se entienda sanar, sino hacer la cura, como suele entenderse.




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N-2,47,66. Al fin del capítulo anterior se dijo que la aventura de los gatos costó a Don Quijote cinco días de encerramiento y de cama, lo que se confirma diciendo al principio del siguiente que estuvo Don Quijote seis días sin salir en publico. No van, pues, muy acordes estos pasajes.

{{48}}Capítulo XLVII. De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna


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N-2,48,1"> 4946.
Esto es, dignos de escribirse. Aunque la palabra escritura en la acepción común más bien significa lo escrito que la acción de escribirse.





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N-2,48,2. No parece verosímil que doña Rodríguez tuviese llave maestra, a no ser que usase de la que tenían los Duques, y con la que abrieron para socorrer a Don Quijote la noche del asalto cencerril y gatuno.





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N-2,48,3. Esta expresión no es sinónima de la otra, en el medio de mi corazón, que es como hubiera estado mejor dicho. La mitad es parte, el medio es lugar; la mitad puede estar a la derecha o a la izquierda, el medio es punto fijo, que es lo que quiso decir el texto.




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N-2,48,4. Cebolluda, palabra fácilmente formable según la índole de la lengua castellana. Labradora cebolluda es labradora harta de cebollas, o rechoncha como una cebolla.




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N-2,48,5. Alusión al pasaje de Garcilaso, que ya se hizo otra vez en el capítulo VII de esta segunda parte, donde hay nota sobre ello. Por lo demás, Garcilaso no usa la palabra sirgo.





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N-2,48,6. Debe derivarse esta palabra de la latina galea, celada, yelmo; armadura que cubría la cabeza. En este capítulo se dice más adelante galocha o becoquín, que viene a ser una misma cosa.
Se encuentra usada la palabra galocha en la Cántico de la Serrana del Arcipreste de Hita.




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N-2,48,7. Amontado no que vestido, se dijo del escudero Trifaldín en el capítulo XXXVI.
Dícese de la ropa que cubre con pliegues y sobras, a manera de manta o manteo.





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N-2,48,8. Antojos, palabra que tiene ahora otra significación muy distinta de la que aquí se le da. El uso actual ha precavido la equivocación, llamando conforme a su origen anteojos a las lunetas que se ponen ante los ojos.
Dice Figueroa (Plaza universal, discurso 61) que en Francia y en Venecia se hacían perfectos antojos, y que también en Barcelona estaba muy floreciente el arte de la vidriería; que el vidrio más fácil de labrarse era el tudesco, después el de Murán, lugar cerca de Venecia, y luego el de Barcelona.




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N-2,48,9. ¡Qué pintura! No parece sino que se está viendo una y otra figura, la de Don Quijote y la de la dueña.




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N-2,48,10. Esto es, desde lo alto de su cama, sobre la que estaba en pie.
Atalayas se llamaban las torrecillas fabricadas en eminencias para descubrir la campaña y avisar de lo que se divisaba, por medio de ahumadas. Estos eran los telégrafos de otros tiempos.
Encuéntranse infinitos vestigios de atalayas en toda España.




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N-2,48,11. Cervantes no creía en brujas, y ciertamente era de la misma opinión que Lope de Vega cuando en una de sus comedias decía tratando de necedad esta creencia:

¿Por qué las brujas lo son?
Porque son tontos los hombres.

Pero esta misma creencia era natural en Don Quijote, infatuado con la lectura de los libros caballerescos, donde por todas partes se encuentran brujas, magas y encantadoras.




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N-2,48,12. Peleaba el Duque Floriseo con el gigante Galiano, que guardaba la Rica Selva encantada, y viéndose en grande aprieto, hizo de presto con el estoque y con su brazo una cruz, la cual, en siendo vista por el gigante, se le cayó la porra de las manos y las armas de su persona y dando crueles gritos se fue huyendo por la selva (Florindo, parte II, capítulo I).
El mismo Floriseo entró en el Castillo de las siete Ventanas haciendo el signo de la cruz, y encomendándose a su santo devoto (San Bernardo). Esto no estorbó que quedase encantado (Ib., parte II, cap. XV).




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N-2,48,13. Ciertamente tiene mucha gracia la aplicación de la Caballería andante al alivio y sufragio de las ánimas del purgatorio, y mucha oportunidad esta ocurrencia en el carácter de Don Quijote.
Lo mismo dijo después éste a su escudero Sancho, cuando le encontró en la sima al volver de su gobierno (cap. LV).




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N-2,48,14. Las dueñas tenían fama de que solían ejercitar este oficio, como aquellas de quien habla Guzmán de Alfarache (parte I, libro I, cap. I), el que, refiriendo la solicitud de un galán para tratar con una mujer hermosa, dice que halló traza por los medios de una buena dueña de tocas largas reverendas, que suelen ser las tales ministros de Satanás, con que mina y postra las fuertes torres de las más castas mujeres; que por mejorarse de monjiles u mantos, y tener en sus cajas otras de mermelada, no habrá traición que no intenten, fealdad que no soliciten... castidad que no manchen... maldad con que no salgan.





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N-2,48,15. Sobra el primer más, o debió decirse: Todo lo demás que mandare, etc.




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N-2,48,16. Melindre, comida delicada y tenida por golosina, hecha con miel. De allí vino a significar este nombre el regalo con que suelen hablar algunas damas, a las cuales por esta razón llaman melindrosas (Covarrubias, artículo Melindre).





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N-2,48,17. A Don Quijote, llena su imaginación de los amores de Altisidora, y preocupado de esta idea, se le figura que doña Rodríguez no puede vernir sino a terciar en la materia Doña Rodríguez, no haciendo caso de lo principal y directo, responde por lo que más le duele, que es por la nota de vieja que acompaña de ordinario al oficio de tercera, y con que ya le había incomodado Sancho al llegar con su amo al castillo o palacio de los Duques.




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N-2,48,18. Según Quevedo, este era uno de los pretextos con que las viejas que querían pasar plazas de mozas excusaban la falta de sus dientes y muelas.
Bartolomé Leonardo de Argensola tradujo así el conocido epigrama de Marcial a este propósito (Colección de Fernández, pág. 153):

Cuatro dientes te quedaron
(si bien me acuerdo); mas dos,
Elia, de una tos volaron;
los otros dos de otra tos.
Seguramente toserpuedes ya todos los días
pues no tiene en tus encías
la tercera tos que hacer.




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N-2,48,19. Falta evidentemente el pronombre, que sin duda estaría en el original: Volveré a contarte mis cuitas, etc.




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N-2,48,20. Está dicho al revés, porque en lo malo es peor hacer que pensar. Para guardar la gradación debió decirse mal pensado y peor hecho. Esta observación es también aplicable al pasaje en que se lee poco más adelante en este mismo capítulo: Pues tales disparates digo y pienso.





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N-2,48,21. La desvariada imaginación de nuestro caballero le sugirió en este momento que había sucedido con Emperatrices, Reinas y Duquesas, lo que sólo había pasado con Maritornes y la hija del ventero.




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N-2,48,22. Decía el Diablo Cojuelo a su cliente don Cleofás: Es muy antigua costumbre en nosotros ser muy regatones en los gustos, y, como dice vuestro refrán, si la podemos dar roma, no la damos aquileña (tranco I).




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N-2,48,23. Despertará por despertarán.





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N-2,48,24. Toquiblanca y antojuna, voces formadas festiva y oportunamente por Cervantes, siguiendo en esto la índole de nuestra lengua, que permite estos ensanches con tanto aumento de su riqueza.
Esto de dueña larga será larga de ropa: Una reverendísima dueña con unas tocas blancas, repulgadas y luengas que la cubrían y anmantaban desde los pies a la cabeza como poco más arriba se dijo.




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N-2,48,25. De la reflexión anterior de Don Quijote se podía deducir que no había para qué cerrarla, habiendo creído Don Quijote que era disparate que una dueña toquiblanca, larga y antojuna pudiese servir de escollo a sus honestos y limpios pensamientos.




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N-2,48,26. De la costumbre que dice Covarrubias que había en lo antiguo de encajarse en la cabeza la rosca de la beca, rodeándose al cuello y cubriéndose el rostro con la chia o faja que de ella pendía, se dijo becoquín, porque cubre el rostro cuando se va de camino.
En El Rufián cobarde, paso de Lope de Rueda, dice Sebastiana a Siguenza: La sucia, como se ve con ese becoquín de orejas y los lados rasos atrévese a hablar, diciendo que te las cortaron por ladrón.





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N-2,48,27. Bowle copia algunos versos de Virgilio y Ariosto, que mencionan este pasaje en Eneas y Dido.




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N-2,48,28. Ya Ercilla la había defendido en su Araucana (cantos 22 y 23) de las imputaciones de Virgilio, atribuyéndolas a adulación respecto de Augusto, que se preciaba de ser descendiente de Eneas, cuya historia había querido Virgilio hermosear con el episodio de Dido, sin reparar en que ésta había vivido cien años después de Eneas. Y concluye así Ercilla su defensa:

Este es el cierto y verdadero cuento
de la famosa Dido disfamada,
que Virgilio Marón sin miramiento
falseó su historia y castidad preciada
por dar a sus ficciones ornamento;
pues vemos que esta Reina infortunada,
pudiéndose casar y no quemarse,
antes quemarse quiso que casarse.




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N-2,48,29. Aunque con alguna dificultad, bien se entiende que Don Quijote besó su propia mano, y que lo mismo hizo la dueña antes de dársela a Don Quijote. Especie de seguro y protesta de buena fe, que podría examinarse si era de uso en tales o Semejantes casos, o si se parece a las ceremonias de juramento y homenaje.




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N-2,48,30. Palabras que el autor del Diálogo de las lenguas quería introducir en la luenga castellana, suponiéndola nueva y extranjera.
Covarrubias la dio ya lugar en su Diccionario o Tesoro de la lengua castellana.





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N-2,48,31. La Princesa Florisbella y su prima la Infanta Matarrosa visitaron secretamente a don Belianís estando muy herido, y recatándose de sus doncellas llegaron a la cabecera de su cama, donde pasó el coloquio que se cuenta en el libro I (cap. X).




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N-2,48,32. El quitarse se dice bien de los anteojos, pero no de la vela.




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N-2,48,33. Según la analogía, desbuchar es privar del buche, arrancarlo, y no echar o arrojar del buche, que es lo que aquí significa, y ordinariamente se dice desembuchar.





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N-2,48,34. Elogio de la figura de Don Quijote que tendría alguna excusa si pudiera ser irónico, mas aquí no puede serlo.




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N-2,48,35. Transposición dura. Debiera decir: y de linaje por el que atraviesan. Quiere decir que su linaje tenía entronques con los mejores de Asturias.
La historia de la dueña que describe Suárez de Figueroa en su Pasajero (alivio I), tiene varios rasgos de semejanza con la de doña Rodríguez. Decía aquélla que en su linaje se habían hallado gran cantidad de hábitos, cuatro títulos, dos Virreyes, Maeses de campo y Capitanes sin cuento. Decía también que su labor blanca excedía a todas en perfección. En cuanto a hablar de su señora, no le iba en zaga a doña Rodríguez. Omito otras muchas menudencias. Figueroa debía ser tan amigo de las dueñas como el boticario toledano del capítulo XXXVI.




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N-2,48,36. Prueba de que la acción es moderna, porque la corte no se estableció en Madrid hasta 1560, según Navarrete en la Vida de Cervantes (pág. 257).




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N-2,48,37. En rigor debería decirse sabidor de que, pero ya se ha notado otras veces que se elude familiarmente el de y nada pierde en ello el lenguaje.




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N-2,48,38. Debió decir hombre ya de días o ya entrado en días, que es como se designa a un hombre de edad provecta. Pudo ser descuido del impresor, que sustituyó la partícula en a la de, u omitió la palabra entrado, Garcés pone este ejemplo, diciendo que Cervantes usó de la partícula en, suprimiendo por un laconismo elegante el adjetivo que la rige (Fundamento de la lengua castellana, cap. V). Pero aun cuando no fuese falta tipográfica, como en mi concepto lo es, un solo ejemplo no forma uso ni hace regla.




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N-2,48,39. Decía don Cleofás al Diablo Cojuelo (Diablo Cojuelo de Vélez de Guevara, trancoV): Algún cuarto debes de tener de demonio, villano. Es imposible, respondió el Cojuelo, porque descendemos todos de la más alta y noble montaña de la tierra y del cielo: y aunque seamos zapateros de viejo, en siendo montañeses, todos somos hidalgos: que muchos dellos nacen, como los escarabajos y los ratones, de la putrefacción.




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N-2,48,40. Buena prevención era en quien hablaba, advertir que no se había muerto diez y seis años antes. En doña Rodríguez, personaje subalterno de la fábula, quiso Cervantes presentarnos un carácter ridículo de bobería y sandez, demostrado en el altercado con Sancho al entrar éste en el castillo de los Duques y en otras ocasiones; pero con más especialidad en el incidente a que da principio esta visita nocturna de doña Rodríguez, y en que la buena dueña manifiesta tener tantas tragaderas como Sancho, y tanta vaciedad de cerebro como Don Quijote, sin la malicia y donaire del uno, ni la bondad y discrección del otro.




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N-2,48,41. Son las de manos, que en tiempo de Covarrubias, citado por Bowle, se llamaban toldillos.





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N-2,48,42. Antes dijo doña Rodríguez que no lo contaba, porque no tenía lugar para ello; pero al fin no pudo contener el flujo de hablar ni dejar de contarlo. Bien pintó Cervantes en esto y en todo las calidades de las dueñas.




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N-2,48,43. No puede ya decirse lo mismo después que, ensanchada a costa de las casas de uno de sus lados, es una de las calles holgadas de Madrid.




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N-2,48,44. Esta clase de obsequio, que consistía en acompañar por la calle a las personas de respeto y jerarquía, a quienes se quería manifestar deferencia, fue común entre los romanos, y lo era también en tiempo de Cervantes, como se ve por este pasaje y por varios escritos de su tiempo, señaladamente por el papel de los Catarriberas, escrito por don Diego de Mendoza, donde se describe el afán con que los pretendientes madrugaban para acompañar al Presidente del Consejo, volverle a su casa y tener cuidado si quería salir a alguna otra parte, de aguardarle y acompañarle.




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N-2,48,45. Está visto que el marido no era menos tonto que la mujer.




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N-2,48,46. En tiempos antiguos la puerta de Guadalajara era, como ahora la del Sol, el Sitio adonde concurría la gente ociosa, y el mentidero de Madrid. Después se trasladó a las gradas de San Felipe.




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N-2,48,47. El acudir tiene otro régimen. Se diría mejor: acudió a casa, etc.




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N-2,48,48. Las ediciones anteriores decían: mi señora la Duquesa le despidió; error evidente, puesto que la señora de doña Rodríguez no era todavía la Duquesa, sino doña Casilda, como acaba de nombrarla el Alcalde de Corte. Por esto Pellicer suprimió en su edición las palabras la Duquesa, y la Academia adoptó la enmienda.




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N-2,48,49. Todo esto está muy bien dicho, y mejor de lo que prometían los Cortos alcances de la dueña que habla.
Dice Pellicer que en tiempo de Cervantes se distinguían las danzas de los bailes: que danzas se llamaban los bailes graves y autorizados, como eran el turdión, la pavana, Madama Orliens, el piedeljibao, el Rey Don Alonso el Bueno, el Caballero, etc.; que bailes se llamaban los populares y truhanescos, como la zarabanda, la chacona, las gambetas, el rastrojo, el pesamedello y más, la gorrona, la pipironda, el villano, el pollo, el hermano Bartolo, el guineo, el colorín colorado, etc.; y que los nombres, tanto de las danzas como de los bailes, se tomaban de las canciones que se cantaban en ellos, de los que trae algunos ejemplos.
Covarrubias no hizo esta distinción entre bailes y danzas, y llama bailes al del Rey Don Alonso, la gallarda, los Gelves, el caballero, el villano y la pavana.
Sarao se llamaba el baile de aparato entre gente rica y autorizada.
En el día todo se llama baile, sea popular o cortesano: el nombre de danzas se aplica ordinariamente a las públicas, que se componen de muchas personas, y suelen prepararse de antemano para solemnizar ciertas funciones, unas sagradas y otras profanas.




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N-2,48,50. En vez de a cada momento. Véanse las notas al capítulo XLIX de la primera parte, y al XLV de la segunda.




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N-2,48,51. Véase el que repetido diez veces en cuatro o cinco renglones. Verdad es que algunos de ellos son enteramente inútiles, porque no tienen oficio en la oración, y debieran haberse suprimido.




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N-2,48,52. Bien pintado está el carácter parlero y maldiciente, que es tan común en el sexo, Doña Rodríguez no podía resistir a la tentación de hablar lo que sabia. De ello había ya dado muestras al referir la historia de su marido.




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N-2,48,53. Lo mismo se vino a decir de la madre de Marcela en la primera parte (capítulo XI).




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N-2,48,54. Las fuentes y los sedales en brazos, muslos, piernas y hasta en el colodrillo, eran muy usados en tiempo de Cervantes, y lo fueron aún más en los años siguientes. Empleábanse unas veces para curar las enfermedades, otras para precaverlas, y otras viciosamente para entrar en el uso o moda, como dice Matías de Lera, cirujano de Felipe IV, en su Práctica de fuentes y sus utilidades, libro impreso en Madrid en 1657 (nota de Pellicer).
A don Rodrigo Calderón, Marqués de Siete Iglesias, le quitó el verdugo, el ejecutarle, una chapa de plata que le cubría la fuente.




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N-2,48,55. Véase sobre frailes descalzos la nota 31 del capítulo XXXI de la primera parte.




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N-2,48,56. Repetición desaliñada, hija de la negligencia con que escribía Cervantes.




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N-2,48,57. Mencionóse como el más exquisito de los licores odoríferos en la primera parte (capítulo XXXI) el ámbar desleído. En el capítulo L se dijo también agua destilada de ámbar.




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N-2,48,58. La repetición de la conjunción y, usada con oportunidad, suele tener gracia en castellano; pero no sucede aquí, donde la repetición produce la languidez y el arrastramiento, digámoslo así, del discurso. No parece sino que Cervantes, pensaba concluir en cada coma el período; y que, ocurriéndole entonces otra cosa, la iba añadiendo sin más enlace que la conjunción, a semejanza de los y porqués de nuestros antiguos leguleyos.
Tanda y tunda azotesca. Juega aquí Cervantes con palabras de diversa significación, que sólo se distinguen en una letra. Especie de travesura que, usada con sobriedad, engalana el lenguaje familiar.
Azotesca, palabra risible de la clase de las fácilmente formables.




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N-2,48,59. Sobre la existencia del género neutro véase la nota 31 del capítulo XXXII de la primera parte.




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N-2,48,60. El gobierno de Sancho es el episodio principal de la segunda parte del QUIJOTE La naturaleza del asunto lo hace necesariamente de considerable extensión, de suerte que pudiera hacer perder de vista al héroe, y perjudicar a la unidad de la fábula. Cervantes procuró evitar este inconveniente dividiendo el episodio en cinco trozos o escenas que entretejió con los sucesos de Don Quijote, llevando al lector sucesivamente del palacio de los Duques a la ínsula Barataria, y de la ínsula Barataria al palacio de los Duques.

{{49}}Capítulo XLIX. De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su ínsula




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N-2,49,1. El cual industriado del Mayordomo y el Mayordomo (industriado) del Duque, se burlaban de Sancho. Así es como se ha de entender este pasaje para ser bien inteligible.




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N-2,49,2. Anagrama de maugré, palabra antigua francesa, malgrado. Ahora se dice malgré. Covarrubias dijo que no encontraba etimología a magÜer.




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N-2,49,3. Parece al pronto que sobra el primer que: pero así suele decirse familiarmente.




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N-2,49,4. Hablándose como aquí de una sola persona, debió decirse el linaje, porque una persona no puede tener muchos.




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N-2,49,5. Hubiera sido mejor omitir el adverbio naturalmente para evitar la monotonía que produce en este pasaje, sin modificar por otra parte la acción que pide el verbo, atendida la significación del sujeto.




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N-2,49,6. Merecer por merece.
Ralea
se toma en mal sentido, y no conviene a los buenos médicos; por lo que hubiera estado mejor este pasaje omitiendo las palabras la y de, en cuyo caso se hallaba en su lugar el verbo merecen.




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N-2,49,7. Cervantes quiso prevenir y satisfacer el reparo de los lectores. En efecto; algunas veces hace hablar a Sancho con más pulidez de la que corresponde a su carácter; así como también en alguna ocasión le hizo más zafio y tosco de lo que correspondía a la idea de que de él hizo formar su historiador.




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N-2,49,8. La sentencia se reduce a que los oficios y cargos de importancia suelen producir uno de dos efectos contrarios en los que los desempeñan; en unos aguzan y avivan, en otros entorpecen el entendimiento. Ejemplos frecuentes hay de todo.




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N-2,49,9. Prometer de, régimen frecuente en Cervantes y antiguos escritores nuestros, de que todavía se conservan vestigios en el uso actual. Mas no es conforme a éste el régimen que se da aquí al verbo exceder. Se dice exceder los o excederse de.




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N-2,49,10. El lenguaje está desfigurado y obscuro. Si se conserva el se, falta el término adonde se llegó; si se suprime, falta el sujeto o persona del verbo llegar, que debió ser el tiempo o el punto, pues aunque antes sé ha hablado del tiempo, hace aquí falta pronombre que le represente. El adverbio tanto, cuando precede al adjetivo a quien modifica, se síncopa, y sólo se dice tan, a semejanza de lo que sucede con el adjetivo grande cuando precede al nombre con quien concierta. El adverbio donde es de lugar, y no se usa con propiedad para denotar el tiempo, aunque esto no es raro en Cervantes. Todo hubiera quedado corriente y sin tropiezo diciéndose: Todavía llegó el punto por él tan deseado, en que le dieron, etc.




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N-2,49,11. Más podridas, a mi entender, quiere decir más provistas de diversidad de manjares, artículos o ingredientes. Según Covarrubias citado por Bowle, olla podrida puede equivaler a olla cocida en cuanto se cuece muy despacio, que casi lo que tiene dentro viene a deshacerse, y por esta razón se pudo decir podrida, como la fruta que se madura demasiado.




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N-2,49,12. Alusión al refrán: Ni hagas cohecho ni pierdas derecho; el cual advierte que no se debe perjudicar al interés ajeno ni olvidar el propio.




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N-2,49,13. Expresión que el uso posterior a Cervantes ha hecho indecente, pero que entonces sólo significaba que cada uno mirase por sí.
Quevedo se vale también de esta expresión en su Cuento de cuentos. Sancho la había usado ya en el diálogo con Tomé Cecial (cap. XIV).
Mirar por el virote, según Covarrubias, es atender cada uno con vigilancia a lo que ha de hacer; metáfora tomada del que tira desde algún puesto a los conejos en ojeo o espera, que ha de estar quedo hasta que hayan pasado, y después sale a buscar los virotes.
Virote
era una especie de saeta guarnecida con un castillo o punta. Es aumentativo de vira, saeta delgada y muy aguda. Se deriva del latín verutum, así como verulum de veru.
También significaba el mozo soltero, ocioso, paseante y preciado de guapo; y en tal sentido usó el mismo Cervantes esta voz en la novela del Celoso Extremeño, en que hablando del galán de Leonora, dice: Uno destos... pues, que entre ellos es llamado virote, mozo soltero (que a los recién casados llaman matones) etcétera.
Júpiter le dijo (a Mercurio): Dios virote, dispárate al mundo, tráeme aquí en un abrir y cerrar de ojos a la Fortuna (Quevedo. La Fortuna can seso). Aludía en estas palabras a la rapidez con que el mensajero de los dioses hiende a manera de flecha los aires para bajar al mundo y comunicar sus preceptos.
Góngora, en la fábula de Leandro y Hero dice:

Era, pues, el mancebito
un Narciso iluminado,
virote de amor, no pobre
de plumas y de penachos.

Y Villegas, en la epístola al Rector de Villahermosa:

¿Quieres tú que Tersícore someta
sus orejas a un ganso, y quel virote
maneje Apolo en vez de la saeta?

(Parn. Esp., tomo IX.)




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N-2,49,14. Expresión proverbial nacida de la calificación de diablo que se hubo de dar a alguna persona que residió o estuvo en Cantillana, y se dice de los pueblos donde hay disturbios y enredos.
Gonzalo de Oviedo, en sus Quincenas (parte I, est. 9°, fol. 22), cree que esta expresión se dijo por un Capitán de la parcialidad del Almirante de Castilla Jofre Tenorio, que durante las turbulencias de la minoría de Alonso Xl recorría las cercanías de Sevilla haciendo muchas males y desafueros; y porque ejercía especialmente sus depredaciones en Cantillana, donde había una barca sobre el Guadalquivir, los arrieros y caminantes se alejaban de aquel camino, y acostumbraban a decir: Vámonos por otra parte, que está el diablo en Cantillana.
También pudo aplicarse este dicho al Maestre don Juan Pacheco, quien acompañaba al Rey don Enrique IV en su viaje a Sevilla en 1469, y siendo sumamente aborrecido en la ciudad, no se atrevió a entrar en ella y se quedó en Cantillana adonde el Rey iba cuando quería hablar o departir con él alguna cosa.
En la Lista de los Conquistadores de Nueva España, escrita en 1632 por Bartolomé de Góngora, tratando de Narváez se lee: Hernando Cantillana, por quien se dijo el refrán del diablo está en Cantillana (MS., entre los de don Juan Bautista Muñoz).
Una comedia hay de Luis Vélez de Guevara, cuyo título es: El diablo está en Cantillana.




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N-2,49,15. Dado debiera ser tenido, tanto más que luego se repite el verbo dar.




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N-2,49,16. Imprevista y festiva mención del rucio.




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N-2,49,17. Según Covarrubias, citado en el Diccionario de autoridades, se dijo zángano cuasi zángano por ser muy largo de piernas.
La holgazanería e inutilidad de los zánganos han pasado en proverbio; sin embargo, se sabe ya que sirven para lo más importante, que es la reproducción de la especie. ¡Sin duda que la sabiduría humana habría creído hallar error o descuido en la Providencia al disponer la república de las abejas!




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N-2,49,18. Suena mal esperaban los que aquí venimos. Venimos por vinimos, que es más conforme a la raíz vine y al uso actual.
Por lo demás, estas expresiones del mayordomo son claras para el lector, mas no para Sancho.




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N-2,49,19. Poco antes se había dicho que llegó la noche y la hora de cenar, y que le dieron un salpicón de vaca y unas manos de ternera. Distracción de Cervantes, quien se conoce que no volvió a leer el capítulo después que le escribió la primera vez, pues de lo contrario no pudiera dejar de advertir y enmendar este defecto.




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N-2,49,20. Podía por podían. Es errata tipográfica, y debería haberse enmendado sin escrúpulo en las ediciones modernas.




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N-2,49,21. Poblado y pueblo, repetición que suena mal; fuera de que, robándose en el pueblo, no hay que añadir que se roba en poblado.




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N-2,49,22. Parece al pronto que la palabra frontero está usada como adverbio; pero me inclino a que es errata por frontera. La incorrección con que se hicieron las primeras ediciones del QUIJOTE reproduce frecuentemente esta sospecha. A esto se agrega que ya en el capítulo XLV se dijo que Sancho estaba mirando letras que en la pared frontera de mi silla estaban escritas.
Sin embargo, en la aventura de Maese Pedro se usa frontero como adverbio (capítulo XXV).




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N-2,49,23. Barato es lo que en las casas de juegos se da a los sirvientes y a los mirones, sea del plato o del montón común, sea de las ganancias.




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N-2,49,24. Andradilla debió ser nombre de algún fullero célebre en el tiempo anterior a Cervantes. De Caco ya se habló en las notas a la primera parte.




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N-2,49,25. En la Monja Alférez, comedia de Luis Pérez de Montalván, dice Machín:

Machín.--
Señor soldado, diga por su vida;
¿por acá los que ganan son ingratos?
¿Suelen vender muy caros los baratos?

(Jornada I.)




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N-2,49,26. Horca hecha de piedra, dice Covarrubias, citado por Bowle.




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N-2,49,27. Severas disposiciones contiene nuestra legislación contra los juegos. En las Ordenanzas de Castilla, recopiladas de orden de los Reyes Católicos por el Doctor Alonso Díaz de Montalvo, se halla consagrado a este objeto un título bajo el epígrafe de los tahures (tít. X, libro VII), en que se imponen graves penas a los jugadores de dados.
En 1575 se publicó también una pragmática sobre los juegos (Colección de la Academia Española).
En la pragmática de 20 de febrero de 1582 se dice que, proscrito el juego de los dados, la malicia de los jugadores había hallado en los naipes formas y maneras para jugar como con los dados, y aun en mayor exceso que si con los mismos dados se jugase. Por tanto, se aplica la prohibición y pena de los dados al juego de los naipes que llaman los vueltos (ídem).

En la petición 72 de las Cortes de Madrid de 1592 a 1598 se lee: La principal causa de la necesidad en que vive mucha gente destos reinos, entendemos que son los excesos que en ellos hay de mohatras, usuras y tablajerías, y el poco cuidado que los corregidores tienen en castigarlo Piden las Cortes que se tenga presente este capítulo en las residencias (ídem). Las tablajerías de que habla la petición son de juego, como se expresa en la tabla de los capítulos.




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N-2,49,28. En el libro de Florineo de la Extraña Ventura se ponderan y refieren menudamente los daños del juego.
En las poesías del Arcipreste de Hita (copla 530) se dice:

Los males de los dados dilos, Maestre Roldán,
todas sus maestrías et las tachas que han.

Maestre Roldán fue el que formó el Ordenamiento de las tafurerías en 1276 por mandado de don Alonso el Sabio y en él se habla mucho de las maldiciones y blasfemias comunes entre los jugadores.
En la exhortación del Maestre de Santiago, don Alfonso de Cárdenas, hecha a toda la Orden en el capítulo general de Uclés el año de 1480, se quejaba de que los caballeros juraban y votaban el nombre de Dios e otros Santos jugando a los dados e naipes e otros juegos en que intervienen muchos ilícitos juramentos, e perjurios e blasfemias e otras palabras deshonestas (Apéndices de la regla de Santiago. Madrid, 1791).




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N-2,49,29. Acerca del juego de los naipes, y de las palabras que califican las diversas especies de tahures, dice el Padre Guzmán en su Tratado de los bienes del honesto trabajo (discurso 7, página 397): Cierto ella parece invención propia del demonio y salida del infierno, y los nombres de que los tahures usan también parecen sacados de olió, como son sages, daincares, vivandores, coimeros, fulleros, mirones, templones, villán, que es como el patrón y autor desde juego (los naipes), etc.
Antes del año de 1808 se publicaron unas observaciones sobre el juego de naipes, en particular el de suerte. Se atribuyen al Canónigo Duró. Juan Sorogán de Rieros, en su refrán 21 (desde la pág. 185 hasta la 196) discurre sobre los males del juego y tretas de los tahures de su tiempo en cartas y dados. Con estas noticias y las de Francisco Sobrino en sus diálogos en español y francés, impresos en Bruselas, se puede formar idea de los juegos que estaban en uso entre los españoles en los siglos XVI y XVII.




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N-2,49,30. En la novela de Rinconete y Cortadillo hace el primero relación a Monipodio de una porción de tretas de fulleros, que pueden verse allí.
En el libro I de los Cigarrales de Toledo, de Tirso de Molina (fol. 5), se lee: 4 lo menos (dijo el otro) más ejercitados estarán los que siguen como cuervos el ejército, las ferias y concurso de gente en las tretas que pintó Juan Bolay, que en las que escribió Carranza.




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N-2,49,31. Esto puede envolver alguna censura de las leyes vigentes en tiempo de Cervantes, en las que no se hace la distinción que indica en este pasaje el escribano que acompaña a Sancho.
En la Colección de la Academia Española se halla la premática para que lo dispuesto por las leyes contra los que jugaren dados, vueltos o carteta, se entienda y ejecute contra los que jugaren los juegos que dicen del bolillo y trompico, palo o instrumento que tengan encuentros o azares o reparos, y los tuvieren, vendieren o hicieren, y dieren casa y tableros para los jugar. (En Aranjuez, a 19 de mayo de 1593.
El escribano que habla podía ser alguno de los concurrentes a jugar, y trataría de preservar el garito de las amenazas del gobernador, pintándolo como morada de un grande y principal personaje incapaz de permitir en su casa fullerías u otros excesos; pero antes se había dicho que era casa de juego, donde asistía el baratero de quien se ha hablado, y éste mismo había referido las habilidades que allí practicaba. Pellicer, en una nota sobre este pasaje, habla del libro de Francisco Luque, Fajardo, clérigo sevillano, titulado Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, y refiere y explica una porción de palabras y frases propias de tahures y jugadores, con otras noticias que dan una idea espantosa de la inmoralidad que reinaba en punto a juegos a principios del siglo XVI.




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N-2,49,32. Oficial, usado aquí en contraposición a personas principales, es lo mismo que el que ejerce algún oficio o arte mecánica o artesano.




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N-2,49,33. No se expresan los interlocutores de este diálogo; pero bien se entiende que eran el gobernador y el mozo que había traído el corchete. Estas reticencias, cuando son oportunas como aquí, y no producen obscuridad, animan y dan rapidez a la narración, descargándola de aquel continuo y pesado dijo, replicó repuso. Los clásicos antiguos nos dejaron ejemplos frecuentes de esto.




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N-2,49,34. Interesal, palabra anticuada, equivalente a interesada, que forma una antítesis con liberalidad, prenda que se atribuye aquí irónicamente a la interesada profesión de alcaide de un cárcel. Por lo demás, la del alcaide seria indulgencia o condescendencia, pero no sé cómo podría llamársele liberalidad, la cual en todo caso sería del preso, y no del alcaide.




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N-2,49,35. Está dicho en orden inverso. Antes era quitar los grillos y después sacar de la cárcel. Sancho alude aquí; al parecer, al pasaje de San Pedro ad vincula, que podría haber oído referir al Cura de su lugar.




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N-2,49,36. Luis Peraza, describiendo los trajes de Sevilla en 1552, cuenta entre ellos ropetas cerradas que se visten por el ruedo, llamadas saltaembarcas, tomadas de las que se traen en la mar (Sampere, Historia del lujo, tomo I, página 27). De este traje hace mención el escudero de Espinel, hablando de un cautivo de Argel, pero vestido a la española. Llevaba, dice, una guitarra debajo de la saltaembarca (relación 2°, descanso X, fol. 143).




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N-2,49,37. No será fuera de propósito presentar aquí el cuadro comparativo del lujo en los vestidos introducido en el siglo de Cervantes, con la sencillez y austeridad anteriores en esta parte.
Antonio de Torquemada, autor de Olivante de Laura, en los Coloquios satíricos que imprimió en Mondoñedo el año de 1553, en el coloquio 5° de los vestidos (fol. 102) dice así: HERRERA.--No ha muchos tiempos que en España andaban vestidas las gentes tan llanamente, que no traía un señor de diez cuentos de renta lo que agora trae un escudero de quinientos ducados de hacienda, porque entonces no había un sayo entero de terciopelo, y el que tenía un jubón no hacía poco, que éste era el hábito que entonces se usaba, trayendo los sayos sin mangas para que se pareciese; y algunos traían solas las mangas con un collar postizo de terciopelo que subía encima del sayo para que se pareciese. Y otros no ponían en las mangas más de las puntas, que eran cuatro o cinco dedos de ancho, que por mucha gala sacaban fuera de las mangas del sayo para que se pareciesen. El hábito de encima eran capas castellanas como agora se usan, o capuces cerrados de la manera que los traen portugueses, y por guarnición un rivete de terciopelo, tan angosto, que apenas podía cubrir la orilla; los sayos eran largos y con jirones. El que se vestía de Londres no pensaba que andaba poco costoso; traíanlos escotados como camisas de mujeres, y una punta más pequeña delante de los pechos puesta con cuatro cintas o agujetas, y los musiquis de las mangas muy anchos.
ESCOBAR.--Bien extremado era eso de lo de agora, por que lo que entonces echaban en las faldas y en las mangas echan agora en los collares, que hacen que suban encima de los cogotes, y anda el pescuezo metido en ellos, de manera que parecen los que los traen mastines con carrancas.
HERRERA.--El hábito de encima era un capuz cerrado, y el que lo traía de contrai de Valencia no pensaba que era poco costoso, y había de ser muy rico para traerlo. Y las calzas todas eran llanas, que no sabían qué cosas era otra hechura nueva. Usábanse estos bonetes que agora se traen castellanos, y unas medias gorras con la vuelta alzada o caída atrás, y gorras de grana grandes con unos tafetanes de colores por embajo de la barba... Los señores por fiesta se vestían de grana colorada o morada... Y con esto también traían los señores unas ropas de martas, que era la cosa de más estima que entonces había; y ahora, así Dios me salve, que la he yo visto traer a mercaderes y personas que no valía otro tanto su hacienda como el valor qué tiene la ropa. Pero esto no lo tengo en tanto como ver que hoy ha cuarenta años, si vían a un hombre con un sayo de terciopelo, por rico que fuese, le miraban como a cosa nueva y desordenada, y en este tiempo hasta los mozos y criados de los caballos, y aun los oficiales no lo tienen en más que a un sayo pardo.
Herrera y Escobar
son los dos interlocutores. Londres y contrai debieron ser paños ordinarios que se fabricaban en España, aunque su origen seria extranjero, como ahora se fabrica pan francés en Madrid.




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N-2,49,38. Téngolo por error tipográfico en vez de pareció, y así debió corregirse.




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N-2,49,39. Se omitió (probablemente por descuido del impresor) el artículo el antes de Maestresala.




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N-2,49,40. Pérez, patronímico, hijo de Pedro, como Martínez, hijo de Martín; Jiménez, hijo de Simón, etc. Este fue el apellido de Judas Iscanote... Judas Simonis Iscariot䪠según, dice el Evangelio (San Juan, cap. XII. versículo 2).




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N-2,49,41. Quizá se olvidó en la impresión un más que habría en el original: No he visto más que el sol. A no ser esto un italianismo.




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N-2,49,42. Debe suponerse que estas fiestas y diversiones serian en otras y no en la ínsula Barataria, lugar de mil vecinos, como se dijo en el capítulo XLV (donde no parece verosímil hubiese tales espectáculos). Y aun en este caso tampoco era muy probable que pudiese dar noticias de ellos un muchacho de quince o pocos más años, sin pelo de barba, e hijo de una casa tan recogida y austera como aquí se pinta la de Diego de la Llana.




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N-2,49,43. Preguntaba por pedía, como hubo de estar en el original, si ya no fue distracción de Cervantes no borrar las palabras que me dijese.




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N-2,49,44. Paréceme que dilatar es errata evidente por relatar. De lo contrario, tardanza en dilatar sería un pleonasmo insufrible.




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N-2,49,45. Sobra el más, que en todo caso no es partícula que, unida a la palabra suspensos, le dé calidad de comparativo, sino de adverbio: como si dijera: de tenerlos más tiempo suspensos.




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N-2,49,46. Italianismo. Palabra conforme a su origen, rotos, pero no al uso actual, que dice interrumpidos.




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N-2,49,47. Habiendo de ir uno de los dos hermanos vestido de mujer y otro de hombre, no se ve la razón de que trocasen, como trocaron, los vestidos. Lo más adecuado para su intento era que los dos se vistiesen de hombres. Pero todo ello, como dijo después el gobernador, fue una rapacería.
Por lo demás, se dice vestirse de hombre o de mujer, mas no de vestido.




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N-2,49,48. Nótese el uso de mozo como adjetivo; y así decimos la gente moza. Mas ordinariamente mozo y moza se usan como substantivos.--Aquí mozo equivale a pueril, juvenil.




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N-2,49,49. Es un verso octosílabo que recuerda un pasaje del Romancero del Cid, citado en el capítulo XXXIX de esta segunda parte.




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N-2,49,50. Antes se había dicho que fueron dos los ministros; pero la doncella estaba perturbada y no podía reparar mucho ni en lo que le sucedía ni en lo que contaba.




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N-2,49,51. ¿Por qué no se cita también al secretario? Sin duda hubo de quedarse guardando a la doncella.




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N-2,49,52. Rapacería por niñería, de rapaz, palabra de desprecio con que se suele designar a los niños.--No veo el motivo de designar a los niños como ladroncillos o rateros. Como de esas cosas hace sin razón el uso.




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N-2,49,53. Palabra fácilmente formable, y semejante a gemídicos que le precede.




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N-2,49,54. Expresión o fórmula del estilo familiar con que se reprende la tenacidad o repetición de algún defecto. Otras veces se dice y dale que darás.




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N-2,49,55. Y había dicho tres refranes. Tiempo había que no los prodigaba el buen gobernador, y Cervantes dio aquí esta pincelada para refrescar esta parte de su carácter.




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N-2,49,56. Bien expresada está la idea de la curiosidad pueril de los dos hermanos, y bien expresado el juicio que de ellas debí a formarse, y que movió al gobernador a llamarla rapacería.




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N-2,49,57. Rigurosamente hablando, falta aquí algo para completar el régimen. Traspasado el corazón pudiera ser una cosa semejante a lo que en la lengua latina se llama ablativo absoluto; pero estaría entonces el verbo en el aire, porque es menester decir como quedaba el Maestresala.
Mas, por otra parte, la expresión no disuena; y este es privilegio de los hombres grandes como Cervantes, que lo que fuera defecto reprensible en un escritor baladí u ordinario, en ellos a veces se ennoblece y es gala de la lengua. Según el régimen común, debía decirse: Quedó el Maestresala con el corazón traspasado.




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N-2,49,58. La ocurrencia era oportuna, aunque si se recuerda la conversación de Sancho con, la colocación de Sanchica con el hijo de Diego de la Llana no llegaba al Condado y a la Señoría con que contaba su padre en aquella ocasión.

{{50}}Cap&iiacute;tulo L. Donde se declara quién fueron los encantadores y verdugos que azotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quijote, con el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Sancha, mujer de Sancho Panza


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N-2,50,1"> 5064.
Ejemplo bien marcado del uso del relativo quién en plural.




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N-2,50,2. Las primeras ediciones, incluso la primitiva de 1615, hecha a la vista del mismo Cervantes, y todas las siguientes, pusieron Teresa Sancha. Y no fue este error, como otros, efecto de una distracción pasajera del autor, porque la misma Teresa se da el apellido de Sancha al fin del capítulo, indicando que lo toma del nombre de su marido. Por manera que no sé si hizo bien en corregirlo Pellicer, y después, a ejemplo suyo, la Academia, en su edición de 1819.




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N-2,50,3. Como lo fue la dueña que se menciona en los Arrestos de amor (caso 19). El autor de este libro, que no debía ser más afecto a las dueñas que el boticario de Toledo y nuestro Sancho Panza, pedía por boca del Fiscal del Consejo de amor que la dueña fuese quemada o a lo menos que le trazasen la lengua con un hierro ardiente, a fin que las o tras todas tomasen ejemplo... Y decía juntamente con esto que no se debía conseguir jamás que trajesen la llave del vino semejantes dueñas viejas, porque cuando han bebido demasiado, hablan lo suyo y lo ajeno..., Y así el Consejo, visto el proceso... con grande y madura deliberación la condenó a la dicha mala vieja..., a que fuese azotada tres veces en el día de mercado.
Tan arraigada estaba la opinión de chismosas en que se tenis a las dueñas, que escribiendo Quevedo en la Visita de los chistes sus trabajos, introduce a una de ellas que, lamentándose, decía: en faltando un cabo de vela... la dueña lo tiene. Si faltaba un retacillo de algo, la dueña estaba allí... Si algún chisme hay, alto a la dueña.





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N-2,50,4. Si queda al lo sobra lo que sigue al de. Mejor estaría suprimiendo el lo y el de.





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N-2,50,5. Por fuesen a ver. Esta licencia pedida al Duque es conforme a la gravedad de costumbres y recato de aquel siglo, aun supuesto el carácter abierto y poco mesurado que se atribuye a la Duquesa.




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N-2,50,6. Así como se dice paso ante paso, se pudo también decir y con igual razón paso tras paso. Aquí se considera el tiempo, allí el lugar. Paso ante paso indica que se va adelante; paso tras paso que se continúa andando.




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N-2,50,7. Era entonces Aranjuez el paraje más celebrado de España por la amenidad de sus jardines y la magnificencia y abundancia de sus fuentes.
Entre las cosas notables y grandiosas hechas por Felipe I, cuenta Zapata en su Miscelánea (folio 321) a Aranjuez, la más alta, la más amena, la más admirable y singular cosa del mundo, traza del paraíso terrenal, donde están juntos cuantas plantas, árboles, hierbas, fuentes, lagos, animales, aves y pescados que en diversas partes en todo el mundo hay.
Describió el bosque de Aranjuez don Gómez de Tapia al fin del libro de la Montería.
Otra descripción de Aranjuez hecha por Lupercio Leonardo de Argensola se halla en el Parnaso español de Sedano (tomo II); y allí se da noticia de un libro místico intitulado Aranjuez del alma, su autor Fray Juan de Tolosa.
He aquí el pasaje relativo a las fuentes, que tomamos de la colección de don Ramón Fernández (página 122):

Las fuentes cristalinas que subiendo
contra su curso y natural costumbre
están los claros aires dividiendo,
rocían de los árboles la cumbre,
y bajan, a las nubes imitando,
forzadas de su misma pesadumbre,
sobre las bellas flores que, adornando
el suelo, como alfombras africanas,
las están con mil lazos esperando.
Guzmán de Alfarache dice (parte I, libro II, capítulo II): otras (mujeres) hay que porque vieron un mocito engomado, y aun quizá lleno de gomas como raso de Valencia, con más fuentes que Aranjuez, etc.
En el entremés del Rufián viudo de Cervantes), hablando de la Periana ya difunta, se expresa así Chiquiznaque:

Dícesme
que tenía ciertas fuentes
en las piernas y brazos.

Y le contesta Trampagos;

La sin dicha
era un Aranjuez.

En la novela del Casamiento engañoso, del mismo Cervantes, hablándose de las camisas y pañuelos del Alférez Campuzano, se dice: eran un nuevo Aranjuez de flores, según olían bañados en la agua de ángeles y de azahar que sobre ellos se derramaba.
Mucha analogía tiene con esta expresiva metáfora esta otra: sácame de este Argel de vidrio, como decía a don Cleofás el diablo Cojuelo encerrado en la redoma del Astrólogo (tranco primero).
Por lo demás, no deja de ser inverosímil que desde que entró doña Rodríguez en el aposento de Don Quijote hubiese lugar para que la dueña chismosa fuese a ponerla en pico a la Duquesa, y pasase todo lo referido, llegando ésta a la puerta antes de la mención de sus fuentes; mucho más cuando, según la hora que era y lo que importaba el secreto a doña Rodríguez, debe suponerse que los Duques estaban ya recogidos. Verdad es que la casualidad de habérsele apagado la vela a la dueña visitadora, y la dilación necesaria para volver con ella encendida, daba muchas treguas al suceso; y aun acaso no fue otro el motivo que hizo a Cervantes insertar esta circunstancia.




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N-2,50,8. Ya se notó en el capítulo XLVI que allí se había anticipado inoportunamente la noticia de haber enviado la Duquesa a su paje con la carta de Sancho a la Mancha. A Cervantes se le hubo de olvidar, y lo repitió aquí con alguna variedad y mayor extensión, pues, en el pasaje anterior no se habló de la carta de la Duquesa ni de la sarta de corales, así como en éste se omite la especie del lío de ropa que se menciona en aquél.
Por la serie de la relación se ve que el paje marchó al siguiente día de haber salido Sancho para su gobierno.




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N-2,50,9. Presentados, enviados en presente, de regalo.




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N-2,50,10. Abuso del verbo preguntar, que también se ha notado en alguno de los capítulos anteriores. Estaría mejor: a quien preguntó si en aquel lugar vivía una mujer, etc.




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N-2,50,11. Tocarse es componerse o adornarse la cabeza. Viene de toca.





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N-2,50,12. La falta de puntuación hace defectuoso el lenguaje. Debió decirse así: con una saya parda (parecería según era de corta que se la habían cortado por vergonzoso lugar), con un corpezuelo asimismo pardo, etc. De otro suerte las palabras que siguen al paréntesis no tienen verbo a que pertenezcan.
Según el Diccionario cortar faldas es cierto castigo que se imponía a las mujeres perdidas.
En el romance de doña Jimena decía ésta al Rey quejándose del Cid (Cancionero de Amberes de 1555, fol. 162):

Envióme a amenazar
que me cortará mis haldas
por vergonzoso lugar.

El cortar las faldas, dice Covarrubias, articulo Falda, se ha tenido siempre por grande afrenda; y así dice el romance viejo.

Que vos cortaron las faldas
por vergonzoso lugar.
Recuerda también Covarrubias el pasaje de Hanón, Rey de los amonitas, cuando para afrentar a los enviados de David, rasit dimidiam partem barba礠eorum, et pr秦岤icit vestes eorum usque ad notes (Regum, libro I, capítulo X, v. 4).
Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache, dice (parte I, lib. I, cap. IV): y así se iban corridas viendo cortadas las faldas por vergonzoso lugar.
En el romance antiguo de las bodas de doña Lambra (Colección de Depping, Leipzig, 1817, página 43), dice ésta a su novio don Rodrigo de Lara:

Los hijos de doña Sancha
mal anunciado me han,
que me cortarían las haldas
por vergonzoso lugar.

Decía un escudero a una criada de su casa en la comedia de Lope de Vega las Ferias de Madrid (jornada II):

Si en ti se pudiera hallar
un vergonzoso lugar,
yo te cortara las faldas.

Amenazando el Rey moro Corbalán a su madre la Reina Halabra, que le quería disuadir de una expedición contra los cristianos, le decía: Tanto vos digo, que si de aquí adelante más fabláis en estas razones, que os haré cortar los cabellos por encima de las orejas e los paños sobre la cinta, e mandar vos traer por la villa toda a vista de toda la genete que hagan de vos escarnio (Gran Conquista de Ultramar, libro I, cap. LXXI, fol. 159, colección tercera)
Caminando Rugero con Bradamante y Marfisa para volverse al campo sarraceno, oyó lamentos en un bosque, y en entrando en él los tres.

Más claro cada vez el llanto oían
cuanto penetran más por la espesura;
y al fin tres damas en el valle vían.
Llorando su desgracia y desventura, porque cortadas todas tres tenían por la Cinta camisa y vestidura,
y no osaban de tierra levantarse por no saber con qué poder taparse.

(Gonzalo de Oliva (firma en Lucena a 2 de agosto de 1604), traducción de Ariosto, capítulo XXXVI, estr. 26.)

Así las había puesto Marganor, señor de un castillo inmediato, que en odio de las mujeres injuriaba a todas las que aportaban a él, en venganza de haber muerto sus dos hijos, por causas de mujeres.
Espinel, en el Escudero (relación 1, resc. 20), dice de unas gitanas que iban medio vestidas y desnudas, y cortadas las faldas por vergonzoso lugar.




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N-2,50,13. Es la camisa propia de la mujer, según e Covarrubias, citado y copiado por Bowle.




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N-2,50,14. Avellaneda, sin duda, por diferir de Cervantes, hace decir a Sancho, hablando de su mujer (parte I, Cap. XI): hará por estas hierbas que vienen cincuenta y tres años.





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N-2,50,15. No sé que fuerza tenga aquí la palabra particular. La mujer legítima no puede ser general. Sería bufonada del paje.




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N-2,50,16. Como habla una aldeana, no es extraño que pronuncie rústicamente la palabra destripaterrones, que es como se dice y debe decirse.




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N-2,50,17. Modo discreto e ingenioso de esforzar la significación del superlativo en el género socarrón y burlesco.




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N-2,50,18. No se motiva la estancia del bachiller Carrasco en su lugar, manifiestamente contradictoria al propósito que había formado de no volver a su casa después de vencido como Caballero de los Espejos por Don Quijote, hasta haber molido a palos a éste; propósito con que quedó en el pueblo donde se había curado, volviéndose a su lugar Tomé Cecial su escudero. Esta especie se confirma después en el capítulo LXV, en que, descubriéndose el mismo Carrasco a don Antonio Moreno, y refiriéndose el suceso de su primer encuentro con Don Quijote, le dice: éél prosiguió su camino, y yo me volví vencido. Esta vuelta no se entiende si no fue a su lugar. Cervantes escribía con poca atención, y así era natural que cayese en tales inconsecuencias como se ha notado ya en muchos otros pasajes.




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N-2,50,19. Rara comparación para elogiar a un gobernador, siendo girifalte una ave de rapiña y nombre que se da al ladrón de la germanía. La Duquesa se burla en éste y otros pasajes de su carta; bien que lo que suena es que Sancho se manejaba con destreza y agilidad, prendas que distinguen al girifalte, y así se ve por el capítulo LXI, donde hablando Sancho del baile, dice: zapatea como un girifalte





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N-2,50,20. La Duquesa remeda el lenguaje de la gente rústica en este modismo aldeano, que equivale a también, y cuyo uso se conserva entre los labradores.




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N-2,50,21. El refrán que se lee entre los del Comendador griego dice muerto, cual convenía a para asonar con hueso; pero como aquí se habla con una mujer, pudo y aun debió decirse muerta.





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N-2,50,22. Con efecto, las hay muy crecidas en la Argamasilla, según Navarrete.




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N-2,50,23. La misma expresión dijo el Duque a Sancho en el capítulo XLI, sobre lo que hay allí nota.




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N-2,50,24. Debía decirse la mesma Reina, pues sólo había una.




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N-2,50,25. Ocurrencia graciosa y muy propia de una aldeana de la Mancha, cuyos campanarios exceden ordinariamente en altura a los de otras provincias de España.




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N-2,50,26. Adunia es en abundancia, corrupción de ad omnia, según Pellicer, por lo que parece que el torrezno de que se habla más abajo seria de un gran tamaño, tanto más, que se añade era para empedrarle con huevos, si bien la palabra torrezno representa, generalmente hablando, un pedazo pequeño de tocino.
En el entremés del Rufián viudo (de Cervantes) le dice Chiquiznaque:

So Trampagos,
no es este tiempo de levadas; lluevan
o han de llover hoy pésames adunia.
¿Y hémonos de ocuparen lavadicas?

Describiéndose el almuerzo de casa de Monipodio, se dice en la novela de Rinconete y Cortadillo: los viejos bebieron sine fine, los mozos adunia, las señoras los quiries.





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N-2,50,27. Merece, errata por merecen.





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N-2,50,28. Especie de maleta de que se habló ya en el capítulo XIX.




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N-2,50,29. La intención de Sancho cuando le dieron el vestido verde para ir a casa fue venderle en la primera ocasión que pudiese, como se dijo en el capítulo XXXIV. Pero en la carta que escribió a su mujer, y se puso en el capítulo XXXVI, mudó de propósito y le dijo que enviaba el vestido para que le acomodase de suerte que sirviese a su hija.




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N-2,50,30. Es claro que habla el Cura o el Bachiller, aunque no se expresa. Poco más abajo hay otras dos reticencias iguales, y más arriba, donde dice: no hay para qué se llame a nadie.
Foronda, que a pesar de que escribió observaciones sobre el QUIJOTE, a las veces parece que no lo había leído, reprende a Cervantes por no haber usado de estas reticencias (carta novena).




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N-2,50,31. Según esto era rosario el collar, y Sanchica no sabía lo que se pescaba cuando pedía a su madre la mitad de la sarta, diciendo que no había de ser tan boba la Duquesa que se la enviase a ella toda.




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N-2,50,32. De Dios en ayuso, lo mismo que de Dios abajo, especie de aseveración juratoria. Bowle cita esta fórmula en Mallara (capítulo 1, R. 81).
Ayuso y suso, voces anticuadas, abajo y arriba, que se conservan en algunos nombres propios, y suso en el adjetivo susodicho.





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N-2,50,33. Fino de oro, especie de adorno que llevaban antiguamente las mujeres en el tocado, y luego se trasladó a significar una persona de disposición gentil y gallarda, como la del paje de quien se trata.




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N-2,50,34. Ahora diríamos: más de otro tanto.





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N-2,50,35. Parecía natural que se mencionase también, y aun con preferencia, la fineza de los extremos del collar, que eran de oro.




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N-2,50,36. Cribando por acribando, como lambicado por alambicado en el capítulo XXI. También usó Góngora de este verbo en su Polifermo (est. 50).Se quietó mi corazón, dijo asimismo Don Quijote en el capítulo XXII.
A los verbos derivados de nombres que empiezan por consonante suele anteponerse a cuando no son frecuentativos; por ejemplo:
Acostumbrar. Costumbre.
Agolpar. Golpe.
Ahumar. Humo.
Arrequesonar. Requesón.
Atinar. Tino.

Así como cuando son frecuentativos sin tener la a antepuesta, terminan siempre en ear, como golpear, humear, etc.




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N-2,50,37. La gracia de Dios, dijo Sancho, es en mi tierra una gentil tortilla de huevos y torreznos (Avellaneda, cap. XXXV, pág. 263).
Pellicer dice que en la Mancha se llamaba merced de Dios a los huevos y torreznos fritos con miel, y Bowle copia un pasaje de Covarrubias en que se explica de dónde vino llamarse así a la mezcla de torrezno con huevos, como solía decirse comúnmente, según el autor de la Pícara Justina, por ser un recurso barato y fácil, propio para obsequiar a los huéspedes que vienen inesperadamente, como sucedió a Teresa con el paje.




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N-2,50,38. Contentó por contentaron.





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N-2,50,39. Harto mejor estuviera esta frase borrando en ello.





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N-2,50,40. Peca este pasaje contra la gramática. Pudiera haberse dicho: Digo que es tan llana, que no sólo unas bellotas, sino un peine le acontece enviar a pedir prestado.





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N-2,50,41. Las ediciones anteriores pusieron saltó, hasta que lo enmendaron como está, Pellicer, y después la Academia.




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N-2,50,42. Atacadas porque se enlazaban o atacaban a la cintura con agujetas.
Solían rellenarse las calzas (a la cuenta para disimular la delgadez de quien las llevaba) con muchos forros y trapos, por lo cual las llamaban pedorreras. Ambrosio de Salazar, citado por Pellicer, habla de uno a quien estando en visita con las calzas henchidas de salvado, se le vaciaron por un agujero que hizo un clavo de la silla, no sin risa de los circunstantes.
Las calzas atacadas o enteras se llamaban también simplemente calzas. En el romance anónimo de don Bueso y doña Nufla, número 319 de la Floresta de Bohl, tomado del Romancero general de 1604 (fol. 8), se cuenta que rondando don Bueso a doña Nufla,

Caló don Bueso la gorra,
y al bayo los pies poniendo,
con la gran fuerza que fizo,
los dos midieron el suelo.
No me pesa, dice a voces,
de haberme rompido el cuerpo;
Mas pésame por las calzas,
que por detrás se han abierto.
Riéndose están las damas
de ver corrido a don Bueso,
y que donde nunca pudo
daba el sol de medio a medio.

Esto de las calzas debió de ser en su tiempo asunto de grande importancia. Los Reyes se empeñaban en prohibirlas, y los sastres en inventar cosas nuevas, y, por consiguiente, no prohibidas. Hasta diez y seis artículos relativos a las calzas hay en la Pragmática de trajes de 3 de enero de 1611 (Colección de la Academia Española).
Alonso Carranza, en su Discurso contra malos trajes, dirigido a Felipe IV, impreso en 1636, dice que en su tiempo se había dejado más expedito el manejo de la vestidura: porque vemos juntamente desterrado el uso de las calzas atacadas con que los hombres andaban embarazados y tiesos, como almidonados o éticos confirmados (pár. 2E°).




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N-2,50,43. Según el Diccionario de la Lengua castellana, es cierto pedazo de paño o tela de que está hecha la montera, que tirándole hacia abajo cubre toda la cara y pescuezo menos los ojos, del cual usan los que van de camino para ir defendidos del aire y el frío.
Covarrubias, copiado por Bowle,
dice que papahígo es una como mascarilla que cubre el rostro, de que usan los que van de camino para defensa del aire y del frío.
En el Quijote de Avellaneda, dice Sancho de su montera, que si hace aire se cubre con su vuelta el rostro cual si llevara papahigo.
En el Cancionero general de Sevilla de 1540 (fol. 203) se hace mención del papahigo que traía el Almirante yendo a despedirse de unas damas para partirse de la Corte.
El uso de los papahigos como disfraz o como abrigo común a hombres y mujeres estaba reservado a personas acomodadas y de distinción.




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N-2,50,44. Verdugo, en una de sus acepciones, significa, según Covarrubias, el renuevo o vástago tierno de una planta, que por ser nuevo está más verde que los tallos o ramos viejos. Por la misma razón se llaman verdugales en términos de agricultura y de montería los montes bajos que retoñan de nuevo después de haber sido talados o quemados.Fray Hernando de Talavera, en su opúsculo contra la demasía de vestir y de calzar, declama contra la inmodestia de este vestido, que llama traje descomulgado de caderas e verdugos. De las muchas razones en que funda tal calificación se infiere que verdugo y caderas era lo mismo que después se llamó guardainfante y tontillo; y dice que era causa de muchos abortos por su peso, que era feo por lo anchas y gruesas que hacía a las mujeres, desabrigado por ser hueco e indecente porque se veían con facilidad las piernas; que comúnmente se ve que fue inventado y es usado para encobrir los fornicarlos e adulterinos preñados, pues la manera del dicho hábito lo face mucho sospechar. Y añade: de este traje maldicto y muy deshonesto dicen que en esta villa (Valladolid) ovo comienzo.
El mismo Fray Hernando, en la obra citada, dice que en Valladolid fue ordenado por el prelado eclesiástico que, so pena de excomunión, non trajesen los varones ni las mujeres cierto traje deshonesto, los varones camisones con cabezones labrados, ni las mujeres grandes ni pequeñas, casadas ni doncellas hiciesen verdugos de nuevo, ni trajesen aquella demasía que agora usan de caderas; y a los sastres que no lo hiciesen dende en adelante so esa misma pena (cap. I).
Entre los autos acordados se halla uno de 23 de abril de 1639 en que se permite traer verdugos con cuatro varas de ruedo y no más. Se prohibe que la mujer que ande en zapatos use los dichos verdugados ni otra invención ni cosa que haga ruido en las basquiñas; y se manda que sólo puedan traer dichos verdugados con chapines que no bajen de cinco dedos (Sempere: Historia del lujo, tomo I, pág. 125).




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N-2,50,45. Sobra el que, palabra que se prodiga en el QUIJOTE, como otras veces se ha dicho.




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N-2,50,46. Refrán sobre el cual hizo Góngora una letrilla, que se halla en sus obras, aunque su aplicación es diversa y aun opuesta a la que le da Sanchica. Dice así:

Traten otros del gobierno,
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente;
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente;
y ríase la gente, etc.




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N-2,50,47. Estas razones de Teresa, como todo cuanto de ella se cuenta en el presente capítulo, se hallan al parecer en contradicción con lo que se refiere en el capítulo Y de esta segunda parte de la conversación entre Teresa y su marido. Allí se oponía tenazmente a los proyectos de Sancho sobre su ensalzamiento y lloraba al considerar a su hija en peligro de ser Condesa; aquí baila y se regocija con la idea de ir en coche, y de dar en ojos a la más pintada hidalga. Pero no fue extraño que a vista de los corales, del vestido, de la carta, de su portador y de las noticias que éste le traía, perdiese el caletre la pobre Teresa, y mudase de ideas y de lenguaje. Por lo demás, no cabe cosa más salada ni más natural que este diálogo entre la madre y la hija.




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N-2,50,48. Palabra fácilmente formable, pero del género bajo. Es lo mismo que envanecida. Hablaba Sanchica como aldeana, formando esta palabra de fantasía que en este mismo capítulo usa su madre en el sentido de vanidad y entretenimiento.





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N-2,50,49. El refrán entero es: vióse el perro en bragas de cerro y no conoció a su compañero; y se dijo por los que, subiendo a mejor fortuna, desconocen a sus antiguos amigos y se desdeñan de tratarlos. Cita este refrán el Arcipreste de Talavera, escritor del reinado de don Juan I el de Castilla, en su Corbacho (parte 1, cap. XIX). También se halla entre los del Marqués de Santillana.




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N-2,50,50. Mal régimen. Debería decir: en que es verdad esto del gobierno, y en que hay Duquesa, etc. O si no: ¿¿todavía afirma vuesa merced que es verdad esto del gobierno, y que hay Duquesa? En el capítulo LIV se halla otro ejemplo de este vicioso régimen: si se afirmaba (la hija de doña Rodríguez) que él (Tosilos el lacayo), etc.




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N-2,50,51. El concepto está mal expresado. Es como si dijera: y pensamos que esta es cosa hecha por encantamento; como de todas lo piensa Don Quijote.





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N-2,50,52. Está mal guardada la gradación, porque es menos querer que amar; y así debió decir: y los quiero y los amo mucho.





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N-2,50,53. Pedantería propia de estudiante novel. El paje le entendió, y contestó al Bachiller con otro latín.




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N-2,50,54. Lo mismo dijo Maese Pedro ponderando las novedades y excelencias de su retablo al ir a mostrarle, como se refirió al fin del capítulo XXV de esta segunda parte.




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N-2,50,55. Verán por verá, y creen por cree.





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N-2,50,56. El contexto manifiesta que es el paje quien habla, sin necesidad de añadir dijo el paje, como se hizo en la edición de Valencia, según la nota de la Academia a este pasaje. Hállase otro ejemplo de esto mismo en el capítulo LXVII, en que dice Don Quijote a Sancho que se negaba a continuar la tarea de sus azotes para el desencanto de Dulcinea: ¡¡Oh, alma endurecida!, etc.




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N-2,50,57. Las carrozas y literas no acompañan; los sirvientes, sí. Se dice: va en la carroza, no con la carroza.





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N-2,50,58. Debe escribirse con separación: tan bien me vaya yo sobre una pollina como sobre un coche. Así lo muestra lo que precede y lo que sigue, y lo indica la palabra como, que es correlativa de tan.
Como sobre un coche. Como en un coche
debió decirse, aunque no debe extrañarse que Sanchica hable con poca corrección.




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N-2,50,59. Téngolo por errata en vez de hallado la habéis. Ya se ha notado otra vez este modo de hablar de Cervantes (cap. XXX).

{{51}}Capítulo LI. Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos


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N-2,51,1"> 5123.
Sin embargo, en los capítulos anteriores se ha hecho mención del coronista encargado de escribir los hechos y dichos de Sancho como de persona distinta del mayordomo.




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N-2,51,2. No tiene razón el texto. Hasta ahora no se han visto en los dichos y hechos de Sancho otros asomos que los discretos.




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N-2,51,3. Cosa imposible: no puede haber dos términos sin ser distintos los señoríos.
En el capítulo XVI de la primera parte de la Silva de varia lección por Pedro Mejía se ponen dos casos semejantes a este que no pudo resolver Sancho.




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N-2,51,4. Italianismo. De ordinario decimos había una puente.





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N-2,51,5. No está bien dicho juzgar la ley, sino juzgar por la ley, o con arreglo a la ley. La ley no es la juzgada.




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N-2,51,6. No está bien este pasaje, pues en él se supone como cierto y seguro que todos los pasajeros juraban verdad, lo cual no se compadece con la institución del tribunal, que era la de juzgar si juraban verdad o mentira. Mejor estaría diciéndose: pasaban muchos, y luego, si en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad, los jueces los dejaban pasar. Tampoco está del todo bien el pasaban muchos, porque si pasaban era ya excusado juzgar si debían lo pasar o no. Debió decirse: llegaban o sé presentaban muchos.





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N-2,51,7. Debía decirse: que tomándose juramento a un hombre. De otra suerte se echa menos la persona de tomando. El lenguaje de lo que va de este capítulo está notablemente desaliñado o incorrecto.




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N-2,51,8. Sobra el último que. Véase otra vez usado el para en vez de por.





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N-2,51,9. En el elogio que el mercader Sericano hace de la prudencia y sabiduría de Medoro en su gobierno del Catai, según se refiere en la Angélica de Luis Barahona de Soto, se lee que

Estando con el cetro y la corona
en el supremo tribunal sentado,
mil dudas decidió él mismo en persona
de las que a los muy sabios han turbado.

(Canto XI, folio 218.)

Y en prueba de ello cuenta tres casos semejantes a éste, que pudieran llamarse, como el otro, silogismo, bicornutos. Tal vez los de Barahona excitarían la idea del de Cervantes.




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N-2,51,10. Hito es lo mismo que fito, que vale tanto como fijo, del verbo figo, figis. El juego del hito se dijo así porque fijan en la tierra un clavo y tiran a él con herrones o con piedras, y de allí nació el proverbio dar en el hito, por acertar en el punto de la verdad. Tirar a dos hitos, tener ojo a dos cosas, si no saliere bien la una valerse de la otra, etc.
Hito es nombre de un lugar, y sin duda se dijo así porque dividiría y fijaría los términos, como fue el monasterio de Fitero, cerca de Burgos, dicho antes Fitón porque tenía allí su término el reino de Castilla, Lo mismo puede decirse de Hita, Piedrahita, nombres también de pueblos de España.




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N-2,51,11. Otro ejemplo de participio de presente o activo. Poco después dice el preguntador.





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N-2,51,12. Hay aquí alguna contradicción en las ideas, porque si el negocio era tan claro no había motivo para la duda que indica la fórmula a mi parecer, la cual pudiera haberse suprimido sin inconveniente.




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N-2,51,13. Entendimiento aquí no es la facultad, sino la acción de entender, como se dijo en la primera nota al capítulo XXIV, y en esta misma acepción lo usaron Gil González Dávila en su Teatro de las grandezas de Madrid, Fray Luis de León, Nombres de Cristo, y Rivadeneyra, Flos Sanctorum (Diccionario, de Terreros).




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N-2,51,14. Decía un capitán moro después de muertos Nuño Salido y los Siete Infantes de Lara, en la tragedia de este título:

Lo que perdemos en fil
viene con lo que ganamos;
ocho cabezas llevamos,
dejamos más de ocho mil.

Véase la nota Media noche era por filo, al principio del capítulo IX.




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N-2,51,15. Sin embargo, Sancho había dicho antes en dos distintas ocasiones que sabía firmar: una cuando en el capítulo XXXVI le preguntaba la Duquesa si era él quien había escrito la carta para Teresa; otra cuando diciéndole su amo que quería que aprendiese a firmar siquiera, responde Sancho: bien sé firmar mi nombre, que cuando fui prioste en mi lugar aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que decía mi nombre (capítulo XLII).




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N-2,51,16. Entre los consejos de Don Quijote a Sancho, el que más conexión tiene con el caso presente es que cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no se cargue todo el rigor de la ley al delincuente. Los consejos no se dieron por la noche, sino por la mañana, puesto que acabando de darlos dijo Don Quijote a Sancho, según se refiere al fin del capítulo XLII: vámonos a comer, que creo que ya estos señores nos aguardan.





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N-2,51,17. Decantar es también torcer, inclinar o desviar alguna cosa, según el Diccionario grande de la Academia, el que cita como ejemplo un pasaje del QUIJOTE en que se usa de esta palabra en la misma acepción (capítulo XXIX).




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N-2,51,18. La cita de Licurgo como juez no me parece feliz. En materia de sentencias y decisiones acertadas de casos difíciles y dudosos cuadra mejor la comparación con el Rey Salomón, que ya se hizo en el capítulo XLV.




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N-2,51,19. Locución que puede aludir al juego de la barra, en que suele medirse y compararse el alcance respectivo de los tiros por medio de la misma barra con que se juega. De hacerse esto llevando la barra más o menos torcida, resulta ser más o menos largo el tiro que se mide, y, por consiguiente, perjuicio o ventaja a alguno de los jugadores. Así, barras derechas quiere decir sin malicia, sin engaño; y en esta última acepción se halla en el Diccionario de la Academia.




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N-2,51,20. Sobra el en o el de.





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N-2,51,21. Según resulta del contexto de la fábula, esta carta fue recibida al segundo o cuando más al tercer día del gobierno de Sancho, y supone ya instruido a Don Quijote de los sucesos del día precedente y de la discreción que en él había manifestado nuestro gobernador. En verdad, que parece demasiado pronto; pero al mismo tiempo advertirá el lector que al fin de la carta se habla de la aventura de los gatos, suceso muy posterior. Todo este episodio del gobierno de Sancho está lleno de anacronismos.




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N-2,51,22. Sobra el por ello.





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N-2,51,23. Alude al pasaje de los Salmos: Suscitans àà terra inopem, et de stercore erigens pauperem (Psal. 112, v. 7).




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N-2,51,24. El régimen es defectuoso. Debió decirse: a medida de aquello a que su humilde condición le inclina.





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N-2,51,25. Por todo esto parecen a que el exceso de humildad que Don Quijote reprende en Sancho consistía en usar éste de traje sobradamente llano y humilde; pero nada se ha hablado del traje de Sancho más de lo que se dijo al referir su salida del palacio de los Duques, a saber: que iba vestido a lo letrado, y encima un gabán de camelote de aguas con una montera de lo mismo.





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N-2,51,26. No fue entre los consejos que le dio la víspera de irse al gobierno. Por lo demás, si aquéllos fueron oportunos y discretos, no lo son menos los que se le dan en es a carta.




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N-2,51,27. Alude a la fábula bien conocida de cuando las ranas pidieron Rey a Júpiter, y éste arrojó al estanque una viga que al pronto las espantó, y a poco, pasado su terror, les sirvió de estercolero.




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N-2,51,28. Demasiadas oficinas son éstas para un pueblo de mil vecinos.




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N-2,51,29. Mejor: una ayuda de costas para sobrellevar los trabajos, porque no es la ayuda de costa lo que sobrelleva.
Hay dos defectos en este pasaje: uno el que se acaba de notar; otro la falta de propiedad y consecuencia en la metáfora, porque la ayuda de costa es para pagar, gastar, mantenerse o cosa semejante, mas no para sobrellevar. Para ello hubiera bastado decir: ayuda o auxilio.





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N-2,51,30. Máxima cierta y bien expresada. El lenguaje de este período es natural y fluido, y las ideas muestran salir de un alma noble, tierna y religiosa.




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N-2,51,31. En la aventura de los cencerros, a que se refieren estas palabras, bien pudo creer Don Quijote que eran encantadores los gatos que le arañaron, pero no pudo tener por encantadores a los que le defendieron, a no juzgar tales a los Duques, que abrieron la puerta, y a Altisidora, que le vendó las narices.




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N-2,51,32. No es verosímil que constándole a Don Quijote que Sancho no sabia leer, y que se había de valer de ministerio ajeno para enterarse de su carta, le escribiese sobre este punto: mucho más estando con Sancho el mayordomo de la sospecha.




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N-2,51,33. El suceso a que alude aquí Don Quijote no es la visita nocturna que le hizo doña Rodríguez, pues allí nada ofreció que pudiese descontentar a los Duques, ni llegó el caso de hacerlo por haberse interrumpido la visita ex abrupto. El suceso de que se trata pasó muchos días después, y se cuenta en el capítulo siguiente; es la promesa que hizo Don Quijote de tomar a su cargo el desagravio de la hija de doña Rodríguez contra su burlador, que era ahijado del Duque. Y en éste como en otros pasajes, se ve el desaliño y distracción continua con que Cervantes escribió el episodio del gobierno de Sancho, que, por otra parte, tiene tanto mérito.




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N-2,51,34. Amigo Pedro, amigo Juan, pero más amiga la verdad, según Núñez, citado por Bowle.




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N-2,51,35. Chiste saladísimo, y tanto, que obliga al lector a perdonar la inverosimilitud y el disparate que contiene este período.




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N-2,51,36. Sobra el luego o el sin dilatarlo más, que vienen a significar lo mismo.




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N-2,51,37. La ocupación es de la persona, no de e los negocios. Estos la dan, no la tienen. Pudiera haberse dicho: mi ocupación en los negocios o la ocupación que me dan los negocios.





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N-2,51,38. A pesar del consejo que entre los demás le dio su amo, y se refiere en el capítulo XLII.




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N-2,51,39. Aquí da Sancho como cosa cierta y averiguada la sospecha que confesó al oír la carta del Duque, según se ha referido en su lugar, y que allí y aquí hará reír al lector.




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N-2,51,40. Sobra el segundo éél.





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N-2,51,41. Falta en el principio, acaso por omisión de la imprenta, la partícula a para el buen régimen y concierto de la expresión: porque a los gobernadores, etc.




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N-2,51,42. Se echan menos algunas palabras cuya ausencia desconcierta el lenguaje y las ideas. Debería decirse: no solamente en los que vienen a ééste. La misma corrección se conseguiría, y acaso mejor, suprimiendo algunas palabras,
y diciendo: éésta es ordinaria usanza en los demás gobiernos, no solamente en éste.





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N-2,51,43. El lector que examine lo que va referido en los capítulos anteriores verá que Sancho estaba en el segundo día de su gobierno, y que en el primero no hubo lugar para la visita de las plazas ni para el incidente de la tendera. Todas las circunstancias, desde la toma de posesión por la mañana hasta la cena y ronda de la noche, están referidas con la mayor menudencia, y no fue posible interviniesen otros sucesos. Cervantes escribía con negligencia y continuas distracciones esta admirable fábula, y estaba bien ajeno de que, andando el tiempo, se la había de examinar con tanta escrupulosidad y juzgar con tanto rigor.




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N-2,51,44. Bajo el pontificado de Pío IV tuvo principio en Italia la congregación de los Padres de la Doctrina cristiana, cuyo instituto era enseñar el catecismo a los niños y a los ignorantes, no solamente los días de trabajo en las casas particulares, sino también los domingos y demás días festivos, a fin de que pudiesen los artesanos aprovecharse de sus instrucciones. El fundador de esta piadosa asociación fue un caballero de Milán llamado Marcos de Sadís Cusani, quien habiendo dejado su patria y sus bienes vino a Roma en 1560, y se asoció con un cierto número de personas caritativas para trabajar en esta clase de instrucción.
Habiéndose extendido y acreditado sumamente este instituto, en el que figuraban hombres de mucha nota, el Papa Pío V visto el gran fruto que producía, y en observancia de lo establecido en el Concilio de Trento sobre este punto, ordenó por una bula de 6 de Octubre de 1571 que en todas las diócesis los Curas de cada parroquia estableciesen semejantes cofradías o hermandades de la Doctrina cristiana (Histoire des Ordres monast., relig. et milit., tomo IV, pág. 246).
Algunos años después de nacer este instituto en Italia fundó el Padre César de Bus en Francia la congregación de sacerdotes de la Doctrina Cristiana, con el objeto de instruir en ella a grandes y pequeños, así en la ciudad como en el campo, en las iglesias como en las casas particulares (Ib., pág. 236).
A la primera de estas congregaciones perteneció el español San José Calasanz, que floreció desde 1556 hasta 1648, en que murió, habiendo abierto, auxiliado por algunos varones piadosos e individuos de la hermandad de la Doctrina Cristiana, las Escuelas Pías en Santa Dorotea el año de 1597, con aprobación y elogios del Papa Clemente VII.




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N-2,51,45. Por sentenciéla a que por quince días, etc. Pudo ser omisión de la imprenta.




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N-2,51,46. Diciendo trabacuentas, excusado es añadir de disgusto, porque trabacuenta se toma siempre en mala parte.




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N-2,51,47. Es superfluo el último que, pues se puso ya anteriormente en su lugar. La sintaxis del final tampoco está bien. Debería decir: y de quien con tanto regalo, etc.




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N-2,51,48. Se habló de uno y otro en las notas al capítulo XXXVII de la primera parte.




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N-2,51,49. Son los revendedores. Nuestras antiguas leyes los prohibían con mucho rigor, como si fuese posible o útil que no los hubiese. La experiencia no desengañaba a nuestros mayores, porque son innumerables los bandos, las pragmáticas, las leyes que prohibían las reventas. Tanta repetición, sin otra prueba, era la más completa de su inutilidad e insuficiencia. Mas Sancho, o por mejor decir Cervantes, cayó aquí en el error común de su siglo.




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N-2,51,50. A estos tales llamaba el Diablo Cojuelo curas de sus vinos, porque los bautizan (tranco I).




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N-2,51,51. Si la ordenanza precedente sobre el vino con pena de muerte al que los aguase parece cosa burlesca y alusiva quizá a algún suceso del tiempo de Cervantes, no es imposible que sea lo mismo estotra sobre el precio de los zapatos; asunto que ocupó alguna vez la atención del Gobierno, como se ve por la pragmática de Monzón de 1552, en que se estableció la tasa del precio de los zapatos y de todo género de calzado.




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N-2,51,52. Nuestro gobernador parece que se propuso aquí dar cumplimiento a las leyes y pragmáticas de aquel tiempo, que reglamentaban minuciosamente el ramo de criados, su número y circunstancias, según la calidad de sus señores, etc.




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N-2,51,53. Todavía quedan vestigios de esta ocupación de los ciegos, que en tiempo de Cervantes era general. Después se dedicaron a cantar las valentías de los malhechores en los romances, que escuchaba el vulgo con grave perjuicio de la moral pública. Por fin ha desaparecido esta abominable costumbre, que había durado hasta nuestros días, y ahora los ciegos cantan cualquiera cosa, según les pagan, y también alguna vez milagros.
Esto de ganar los ciegos la vida cantando se usaba ya en el siglo XIV en tiempo del Arcipreste de Hita, el cual decía de si (pág. 245, cop. 1488):

Cantares fis algunos de los que disen los ciegos.

Estos cantares unas veces solían ser de milagros de Santos, como sucedía en la ínsula Barataria, otras eran oraciones devotas o supersticiosas, como las ciento y tantas que sabía de coro el ciego maestro de Lazarillo de Tormes para diversos efectos, para las mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran mal queridas de sus maridos, para dolores de muelas, desmayos, males de madre, con cuyas artes ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.
De la oración de ciegos al justo Juez, en verso grave y sentencioso, se habla en el capítulo IX del Gran Tacaño.





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N-2,51,54. Ya las Cortes de Valladolid en 1555 habían pedido (petición 122) que en todos los pueblos hubiese padres de pobres para darles en que trabajen los que fueren para ello, y los otros remedien y curen conforme a las provisiones e instrucciones que para ello están dadas. A lo que por la Reina Gobernadora del reino se proveyó lo siguiente a 17 de septiembre de 1558 en la misma ciudad: A esto vos respondemos que mandamos a los de nuestro Consejo que vean todo lo proveído y mandado por los capítulos de Cortes y leyes que sobre esto hablan, y lo en esta petición contenido, y provean y manden ejecutar lo que en ella se debe facer.
Así vemos que lo hizo respecto de la ínsula Barataria su insigne gobernador.




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N-2,51,55. Debe ser para que examinase si lo eran. Como está en el texto significa otra cosa, a saber: que los examinase, no se sabe para qué, en el caso de ser pobres.




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N-2,51,56. El doctor Cristóbal Pérez de Herrera, protomédico de las galeras de España, en sus Discursos del amparo de pobres y reducción de los fingidos, refiere entre otros casos notables de esta especie el de un vagabundo que se presentó en Alcalá de Henares trayendo ligado y doblado un brazo, mostrando el codo desnudo de fuera, de tal suerte y forma puesto, que no parecía a todos tener más brazo que hasta allí y ser manco dél. Era hijo de honrados padres, y había dejado la Universidad cansado de estudiar gramática, pata dedicarse al oficio de pordiosero, que describe allí por menor (discurso primero).
Quevedo, en su Gran Tacaño, pinta con la gracia que acostumbra éstas y otras mañas de los fingidos pobres y verdaderos tunantes (cap. XXI).
Otros varios escritores de aquella época refieren minuciosamente los embustes y ficciones de diversas enfermedades con que muchos holgazanes y viciosos excitaban la compasión y disfrutaban la limosna debida únicamente a los verdaderos pobres.




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N-2,51,57. Quien quiera saber las malas artes y vicios de los fingidos pobres, y los desórdenes que había sobre esta materia en tiempo de Cervantes, puede consultar los discursos ya citados del Doctor Herrera, y a Figueroa en su Plaza universal (discurso 69) y en su Pasajero (alivio noveno).


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N-2,51,58. Estas expresiones indican cosas pasadas mucho tiempo atrás. Sin embargo, Sancho, por estos mismos días, se encontró con un morisco paisano suyo que, después de expelidos los de su nación, volvía disfrazado a España; y la publicación de la segunda parte del QUIJOTE y la salida de los moriscos, fueron sucesos coetáneos.
De las disposiciones que acaban de referirse de nuestro gobernador, algunas hay justas y discretas; otras son hijas de las ideas generales del tiempo de Cervantes, y en el día serian quizá calificadas de muchos como ocupaciones inoportunas e impertinentes de la autoridad, con menoscabo del bien público. Sobre todos estos puntos habla Pellicer con difusa erudición en las notas respectivas.
Gran gobernador. En una nota al capítulo XXII de la primera parte se dijo que el carácter de Sancho constaba de codicia, miedo, bellaquería (pudiera añadirse malicia y al mismo tiempo sandez). Esta segunda parte parece que varia algo, especialmente en el período de su gobierno; más pudiera decirse que honores mutant mores.



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N-2,51,59. Estas expresiones indican cosas pasadas mucho tiempo atrás. Sin embargo, Sancho, por estos mismos días, se encontró con un morisco paisano suyo que, después de expelidos los de su nación, volvía disfrazado a España; y la publicación de la segunda parte del QUIJOTE y la salida de los moriscos, fueron sucesos coetáneos.
De las disposiciones que acaban de referirse de nuestro gobernador, algunas hay justas y discretas; otras son hijas de las ideas generales del tiempo de Cervantes, y en el día serian quizá calificadas de muchos como ocupaciones inoportunas e impertinentes de la autoridad, con menoscabo del bien público. Sobre todos estos puntos habla Pellicer con difusa erudición en las notas respectivas.
Gran gobernador. En una nota al capítulo XXII de la primera parte se dijo que el carácter de Sancho constaba de codicia, miedo, bellaquería (pudiera añadirse malicia y al mismo tiempo sandez). Esta segunda parte parece que varia algo, especialmente en el período de su gobierno; más pudiera decirse que honores mutant mores.


{{52}}Capítulo LI. Donde se cuenta la aventura de la segunda dueña Dolorida, o Angustiada, llamada por otro nombre doña Rodríguez


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N-2,52,1"> 5181.
Las demás aventuras del castillo de los Duques habían sido pensadas y dispuestas por estos señores, y la semejanza de origen de unas y otras pudiera engendrar el fastidio que resulta de la uniformidad y monotonía. Cervantes remedió este inconveniente intercalando la aventura de doña Rodríguez, en que, lejos de intervenir la disposición ni aun la noticia de los Duques, a nadie más que a ellos cogió de sorpresa. Por lo demás, comunican particular gracia a esta aventura los visos que tiene de caballeresca, siendo así que no era efecto más que de la sandez de doña Rodríguez, cuyo carácter aquí y en todas las demás ocasiones que se la nombra está muy bien entendido y desenvuelto. La oposición entre el de Altisidora, viva, burlona y maligna, y el de doña Rodríguez, sandia y crédula con puntas de vana y chismosa, produce además aquel claro-oscuro que da vida y movimiento a las producciones del ingenio. Así que la presente aventura se enlaza grandemente con la fábula.




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N-2,52,2. Cervantes cita frecuentemente a Cide Hamete Benengeli, como Boyardo y Ariosto citan a Turpín.




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N-2,52,3. Según la cuenta de Ríos en su Análisis, era esto a principios de noviembre, y las fiestas correspondían al día de San Jorge, en el mes de abril.




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N-2,52,4. Los ejemplos de dueñas vestidas de paños negros que en este traje se presentaban a pedir a los caballeros andantes su favor y su ayuda, son frecuentes en los libros de Caballerías. Imitólos, o, por mejor decir, ridiculizólos Cervantes en este caso y en el de la Condesa Trifaldi. Por lo demás, en toda esta escena se guardan los usos caballerescos, como hace ver Bowle con citas y ejemplos (tomo y, págs. 124 y 125).




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N-2,52,5. ¿Quién tuvo? No se sabe. Estaría bien el pasaje si en lugar de viendo dijera el ver; y con el ahínco que, en vez del ahínco con que, modismo usado frecuentemente por Cervantes.




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N-2,52,6. Esto no era verdad. No había llegado el caso de que Don Quijote prometiese a doña Rodríguez remediar su cuita, porque habían interrumpido la conferencia los fantasmas que azotaron a la una y pellizcaron al otro.




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N-2,52,7. ¿Por dónde pudo llegar esta noticia a doña Rodríguez, si en aquel mismo acto estaba Don Quijote comenzando a poner en obra su intención de pedir licencia a los Duques para partirse a Zaragoza, como se ha dicho al principio de este capítulo?




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N-2,52,8. Por ahorrad vuestros suspiros. Con este régimen usó Cervantes el verbo ahorrar en varios pasajes del QUIJOTE.
Por ahorrar del tiempo, se dijo en el capítulo XXI de la primera parte.
Ahorraréis del trabajo, en el capítulo XXVI. Ahorrará de mucho gusto, en el capítulo I de la segunda parte.

{{46}}


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N-2,52,9. Cervantes tradujo aquí un verso de la Eneida, poniendo en boca de un pobre hidalgo manchego aquella magnífica bravata con que Anquises designó el destino del pueblo señor del mundo.
También se hizo traducir a Sancho el mismo verso (aunque al revés) en la primera parte (cap. LI), sobre lo que hay allí nota. Se halla traducido este verso aún con más exactitud en el capítulo XVII de esta segunda parte.




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N-2,52,10. No será fuera de propósito dar aquí una ligera noticia de los desafíos más notables mencionados en la historia de España.
El palmero que yo recuerdo es el reto de don Diego Ordóñez de Lara a los de Zamora por la muerte alevosa del Rey don Sancho.
El segundo, el del Cid a los Infantes de Carrión por haber afrentado a sus hijas.
El de Rui Pérez de Viedma a Payo Rodríguez de ávila, reinando don Alfonso el XI. El combate fue en Jerez a presencia del Rey.
El de Lope Carballido y Martín de Losada contra los hermanos gallegos Bahamondes, en Sevilla, a presencia del Rey don Pedro, en 1361.
Entre dos caballeros de Soria, ambos del apellido Velasco, en Segovia, ante el Rey don Juan I, año de 1428.
El de don Diego de Córdoba y don Alonso de Aguilar, en 1470, al que no compareció el último, y que estuvo aplazado en Granada.
El de don Francisco Crespi de Valdaura con don Jerónimo de Hijar, en Burgos, a presencia del Rey don Fernando el Católico, año de 1516.
El de don Pedro Torrellas y don Jerónimo de Ansa, caballeros aragoneses, en Valladolid, año de 1522, a presencia de Carlos V y su Corte. Este fue el último desafío autorizado por la ley, y de su asunto se compuso la comedia titulada El postrer duelo de España.
Don Luis de Zapata, en su Miscelánea (folio 335), cuenta el desafío de don Ximón o Jimén Pérez de Calatayud, caballero valenciano que desafió a don Ramón Ladrón para que ambos, en compañía de sus dos hijos don Luis Calatayud y don Baltasar Ladrón, riñesen sobre la propiedad de un término. Don Ramón contestó a su adversario que la pretensión del término era cosa de justicia y no caso de honra, y que ya que hubiese desafío no había por qué meter en él a los hijos, y más siendo únicos. Insistió Pérez, y se verificó el duelo con espadas y dagas en calzas y camisa sobre una ancha peña junto al mar, y en él murieron los dos Calatayudes.
También puede contarse entre los desafíos célebres el del Emperador Maximiliano I con un simple caballero francés, llamado Claudio Labarre (Ferrario, tomo I, pág. 116), y el de Carlos V y Francisco I.
En Francia e Italia había en los siglos caballerescos muchos señores de feudo que podían por las leyes conceder y asegurar estos campos para los desafíos. En España sólo podían hacerlo los Reyes. Y de esta especie son los ejemplos anteriores, a excepción del reto de don Diego Ordóñez, que, no siendo entre súbditos de un mismo señor, forma un caso particular.




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N-2,52,11. Estas ideas eran las comunes en la Edad Media. En aquellos tiempos groseros en que el derecho admitía entre otras pruebas las del fuego y el duelo, y en que el éxito de la lid entre las partes o sus campeones se miraba como un fallo de la Providencia, la opinión común autorizaba el empleo de la fuerza privada en la protección de la debilidad y la inocencia, e imprimía un sello o daba un baño religioso y sagrado a la profesión caballeresca. En todas las historias de aquella época se encuentran multitud de ejemplos de esta clase.




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N-2,52,12. En el Doctrinal de Caballeros, escrito por don Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos (ley II, tít. II), se incluyeron las leyes de Partida, y aun otras que se suponen más antiguas, sobre los retos, y en ellas se establece que el retado puede dar par en linaje al retador, pero no al contrario, el retador al retado (partida VI, tít. IV, ley II). Por consiguiente, Don Quijote no estaba en el caso de renunciar a su derecho, pues no lo tenía como retador. Verdad es que las leyes que hablan de los retos suponen siempre que son éstos de hijodalgo a hijodalgo entre los cuales puede haber mucha diferencia, tanto en linaje como en señorío.




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N-2,52,13. Debería decir: y de que le ha de cumplir.





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N-2,52,14. Demanda unas veces es pregunta, otras petición, otras empresa, de donde, como en el presente caso, se dijo morir en la demanda. También es voz jurídica. Poner demanda es poner pleito, intentar acción judicial significa también busca. De éstas diferentes acepciones son comunísimos los ejemplos que se hallan en la presente fábula y en los libros caballerescos.
En el capítulo XLV de esta segunda parte dice el Caballero de los Espejos que su señora le había mandado discurrir por todas las provincias de España, haciendo confesar a todos los andantes que ella era la más hermosa y él el más valiente y bien enamorado caballero del orbe: en cuya demanda, dice, he andado ya la mayor parte de España. Aquí demanda es empresa. Y en el capítulo XVII se lee: esta verdad acreditó don Lorenzo, pues condescendió con la demanda y deseo de Don Quijote. Aquí es petición.




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N-2,52,15. Parece que del guante no se puede decir con propiedad que se descalzo, verbo que significa materialmente quitarse las calzas. Sin embargo, se encuentran muchos ejemplos de esta misma frase en las obras contemporáneas a Cervantes y anteriores al mismo.
Aquí se ve a Don Quijote con guantes, de lo que ninguna otra mención se hace en la fábula.
Arrojar y alzar el guante. Esto era lo que se llamaba gaje de batalla o prenda de ella, porque el desafiado que le recogía mostraba con esta ceremonia aceptar el desafío.
En un romance antiguo, don Roldán, desafiando al Conde Dirlos, le dice:

Soy contento, el Conde d′′Irlos,
y tomad este mi guante...
Toma el guante el Conde d′′lrlos
y de la sala se sale.

El gigante Mordacho, aceptando el desafío que le hizo Policisne en defensa de su padre el Rey Minandro, que iba a ser degollado, descalzándose una lúa (un guante) de un cuero muy bermejo con unas borlas de oro, se la dio diciendo: toma en prendas que se hará así como dices (Policisne de Boecia, cap. XLII).
Habiendo altercado sobre el juego el Caballero Extraño (Florindo) con otro caballero, éste se descalzó un guante y lo arrojó a los pies del Extraño, diciéndole: Tomad, Caballero, que sobre que no tenéis razón, me mataré con vos a ley de caballeros; y habiéndole tomado el Extraño, le dijo: Pues yo le tomo con intención de defenderos el contrario de lo que vos decís (Florindo, parte II, cap. VI).
Habiéndose desafiado Florambel y don Belister de España sin conocerse, no se verificó el combate porque don Belister estaba muy herido de resultas de otra pelea que había tenido la noche antes, y aplazaron la batalla para de allí en quince días, y se dieron sendas lúas en señal de gajes (Florambel de Lucea, libro V, cap. XVI).
El gigante Fornafeo, desafiando al Emperador de Constantinopla en su palacio, adonde había venido sobre seguro, echó una manopla en el suelo, la cual alzó Leandro el Bel, recién armado caballero, que llevaba el nombre de Caballero de Cupido. Era la primera batalla que hacia, y en ella, como es de suponer, venció y mató al gigante (Caballero de la Cruz, lib. I, caps. XXIV y XXV).
Por lo demás, no siempre era un guante el gaje del combate. La Doncella Desemejada, que desafió a don Bruneo de Bonamar, el cual mostraba deseo de combatirse contra algún compañero de Ardán Canileo, le decía: Si tanto sabor habéis de vos combatir, yo vos daré otro día que la batalla (de Amadís de Ardán) pase, un mi hermano que vos responderá... Buena doncella dijo don Bruneo..., vedes aquí mi gaje que ya quiero la batalla, y tendió la punta del manto contra el Rey; e la doncella quitó de su cabeza una red de plata, e dijo al Rey: Señor, vedes aquí el mío, que yo faré verdad lo que he dicho. El Rey tomó los gajes (Amadís de Gaula, cap. LXI).
Desafiando Florambel al fuerte Tramoraldo a presencia del Emperador de Alemania, en defensa de la Duquesa de Jasa, le dijo: Te desafío hasta la muerte sobre razón de decir que has fecho muy gran maldad en matar tan falsamente al Duque de Jasa y quitar la tierra a la Duquesa su mujer... y para ello vedes aquí mi gaje; y diciendo esto tendió la falda de la loriga. El fuerte Tramoraldo..., mirando con una catadura infernal a Florambel, se llegó a tomar el gaje (Florambel de Lucea, lib. IV, cap. XXXI). El Caballero del Cisne, desafiando al Duque Reiner en defensa de la Duquesa Catalina de Bullón, dio al Emperador la punta del manto en señal que llaman en Francia gaje, que quiere tanto decir como prenda para no poderse tirar afuera de lo que se prometiese de cumplir. Y el Duque dio un sombrero que tenía en la mano en señal de su gaje al Emperador (Gran Conquista de Ultramar, caps. LXXI y LXXIV).
Cuando se desafiaron en la Corte del Emperador Trebacio el Caballero Extraño y el del Febo, los dos se trabaron de las manos en señal de gajes (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. II).
Refiérese en el poema caballeresco de Celidón de Iberia el desafío de Ludiván al Duque de Dardania a presencia del Emperador; y los dos rivales,

Esto diciendo y dándose la mano,
de la batalla por señal y gaje.

Dejaron aplazado el combate para después de haber comido (canto séptimo).




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N-2,52,16. Conforme a las leyes del duelo, el desafiado tenía el derecho de señalar el tiempo, el lugar y las armas para el desafío; y el Duque, que había aceptado éste a nombre de su vasallo, usaba de su derecho.




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N-2,52,17. Arnés o guarnés, guarnecido o guarnido, y así llamamos guarnido de todas armas al que el griego llama cataphractos, undique munitus, vulgarmente armado de punta en blanco, dice Covarrubias.
Arnés tranzado. Pudo llamarse así del tranzado o trenzado de la vestidura interior de malla u otro tejido sobre el que se ponía la armadura, y que la completaba.




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N-2,52,18. Voz introducida en el castellano después que se escribió el Diálogo de las lenguas, cuyo autor así lo deseaba, como lo dice en la página 125. ---Covarrubias la puso ya en su Tesoro de la lengua castellana.





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N-2,52,19. El Duque, de quien hasta aquí se hablaba en tercera persona, sigue hablando en primera.




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N-2,52,20. Para seguir la farsa hubo de hacer el Duque que algunos de los presentes hiciese de heraldo o rey de armas, que eran los notarios y autorizadores de tales actos en los negocios de esta clase.




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N-2,52,21. Uso promiscuo de les y las en dativo, autorizado por Cervantes, que se ha notado ya alguna otra vez.




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N-2,52,22. Ya observó don Vicente de los Ríos lo inverosímil de que el paje fuese y volviese tan pronto desde las orillas del Ebro hasta el lugar de Sancho. Según lo que se refirió en el capítulo XLVI, la Duquesa despachó al paje al otro día de haber salido Sancho para su gobierno. El paje estuvo de vuelta antes de que se acabase el gobierno; y éste, según se deduce de la relación de los sucesos, no llegó a tres días. Con arreglo a lo cual la ida y vuelta del mensajero fue imposible. Otra cuenta muy distinta sale si se atiende a los sucesos de Don Quijote, quien estuvo cinco o seis días encerrado en su aposento de resultas de la aventura de los gatos, y al cabo de poco, al estar pidiendo licencia a los Duques para proseguir sus Caballerías, llegó el paje de vuelta de la Mancha, según dice el texto; pero de todos modos, era muy corto plazo el de seis u ocho días para viaje de ida y vuelta, que es en lo que se funda el discurso de Ríos.




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N-2,52,23. Sobre esta expresión proverbial, véase la nota 2 del capítulo XXV.




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N-2,52,24. Abriéndola y leído, no está bien. Parece errata por habiéndola leído. Hay además el descuido de usarse cuatro veces el verbo leer en muy pocas palabras.




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N-2,52,25. ¿Cómo podía desearla si no sabía que tal Duquesa hubiese en el mundo, ni que estuviese Sancho en su casa, ni nada de lo que hasta entonces había sucedido?




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N-2,52,26. Convenía en esto Don Quijote con sus paisanos: tú, que para mí sin duda alguna eres un porro, decía a Sancho en el preámbulo de los consejos que le dio antes de partir éste a su gobierno.




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N-2,52,27. Sacado no es aquí lo que anuncia su formación, según la cual es supino del verbo sacar, sino una especie de preposición que significa fuera, de pr祴er.





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N-2,52,28. Parece que debió decir el original a mil envidiosas. Esto era lo más natural si se atiende a que, respecto de su lugar en general, dijo antes que había recibido mucho gusto de que fuese Sancho gobernador, causa del soñado entonamiento de su mujer. Mas con esto no era incompatible la envidia de sus vecinas.




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N-2,52,29. Algo qué, expresión familiar que significa lo mismo que en cantidad de consideración.





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N-2,52,30. Sobre el lujo y aumento consiguiente en el precio de las cosas que sobrevinieron en España con la dominación de la Casa de Austria habla extensamente Sempere en su Historia del lujo.





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N-2,52,31. Este refrán se encuentra ya en la colección del Marqués de Santillana, y Suministran pruebas del mismo la historia coetánea y especialmente las crónicas de Alonso de Palencia. Teresa lo usa metafóricamente. A Roma por todo en su carta es a la Corte por todo.





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N-2,52,32. Incorrección que puede tener excusa en la rusticidad de quien habla, como otros defectos de lenguaje de esta graciosísima carta, dechado del ridículo más consumado.




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N-2,52,33. Tratamiento de invención de Teresa, tan gracioso como otros de su marido a la misma persona. Ya se ha hablado alguna otra vez de esta especie de tratamientos ridículos usados por Cervantes en las cosas de los Duques, y que en esta carta de Teresa se varían de un modo singular y siempre festivo.




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N-2,52,34. Parece que prometer se refiere a lo futuro, y no a lo pasado; mas en la presente acepción es protestar, asegurar. En la misma se ve usada esta palabra en el Cancionero (libro I, fol. 120, epístola del Doctor Campuzano):

Prométoos, señor López Maldonado,
que vine una gran parte del camino
pensando en vuestras cosas ocupado.

Y Maldonado, contestando al mismo Campuzano (folio 133), dice:

Deseoos servir, señor, yo os lo prometo,
con escrebiros, pues así os agrada;
mas nunca al desear el efeto.

Como católica cristiana. Así juraba también Cide Hamete Benengeli al principio del capítulo XXVI de esta segunda parte.




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N-2,52,35. No parece sino que los oficios son los que tienen y manejan.
Hubiera sido mejor que Cervantes suprimiera esto del arrendador, que para el intento de la carta es impertinente, y aun contradice a la vanidad de Teresa, quien, hueca e hinchada a la sazón de ser mujer de un gobernador, no podía en aquel mismo momento desear serlo de un alcabaleo. Sólo puede disculpar hasta Cierto punto lo inoportuno de esta comparación la codiciosa rusticidad de una pobre aldeana, que desde la niñez debía estar acostumbrada a mirar con envidia y como a personajes importantes a los arrendadores o alcabaleros.





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N-2,52,36. Este sacristán que no se nombra en ninguna otra parte de la fábula seria probablemente el monacillo del bollo y de los dos huevos que escribió a nombre de Teresa la presente carta, y se dio así mismo esta superior categoría.




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N-2,52,37. Así pide aquí perlas la buena de Teresa como quien pide pasas a Málaga, arroz a Valencia o naranjas a Murcia. Sandez ingenua de aldeana, algo exagerada por Cervantes.




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N-2,52,38. La demanda no era de lo pasado, sino de lo futuro; no de que le tuviese dada palabra, sino de que la cumpliese o para que la cumpliese.




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N-2,52,39. Las tachas nunca son buenas; hubo de querer decir con tachas o sin ellas.





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N-2,52,40. Abuso del relativo usado cuatro veces en el discurso de pocas palabras. Sobra también el artículo que precede al que traía.





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N-2,52,41. Mucho tuvo que andar el queso manchego para aventajarse al de Tronchón.

{{53}}Capítulo LII. Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza


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N-2,53,1"> 5222.
Así corrigió la Academia el texto, que en todas las ediciones anteriores dice constantemente: la primavera sigue al verano, el verano al otoño, el otoño al invierno. En mi concepto esta versión del orden de las estaciones no debió corregirse, porque hubo de ser estudiada, y uno de los medios de que usó Cervantes para aumentar lo risible del sermón con que empieza el capítulo, y ya en otras ocasiones usó de esta clase de artificio, invirtiendo el orden y las ideas para hacer resaltar más lo ridículo, sobre lo que puede verse en la nota 8 del capítulo X de esta segunda parte.




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N-2,53,2. El aparato de moralidad con que se da principio a este capítulo toma su chiste principalmente de la aplicación que de él se hace al gobierno burlesco de Sancho Panza. Añádese la circunstancia de ponerse en boca de un filósofo mahomético, como se expresa con delicada malignidad, reuniendo dos cosas tan opuestas como el mahometismo y la filosofía, y usando oportunamente de un adjetivo ridículo como mahomético, en vez de mahometano, que no tendría la misma fuerza ni gracia. Es lástima que Cervantes no retocase y corrigiese en este pasaje expresiones que lo necesitan. Pensar que en esta vida las cosas della han de durar no está bien; debió decirse: pensar que las cosas desta vida han de durar, etc. ---Siempre en un estado es pensar lo excusado; esta expresión contiene una consonancia que evitan los que escriben correctamente. ---La vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo; no se concibe cómo la vida pueda correr más ni menos ligera que el tiempo. ---Esto de entender la ligereza…… de la vida presente... muchos sin lumbre de fe sino con la luz natural lo han entendido... se fue como en sombra y humo son locuciones descuidadas y viciosas.




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N-2,53,3. Las puertas se abrieron con tan gran ruido, que parecía que toda la ínsula se hundía (Amadís de Grecia, parte I, cap. XXIX, citado por Bowle).




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N-2,53,4. Repetición viciosa del pero, y tanto más, cuanto el segundo debía ser sino que.





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N-2,53,5. Es sumamente inverosímil el incidente del asalto de la ínsula. Que el Duque enviase un gobernador de burlas, pase; los encargos hechos a sus criados y del cuidado de éstos pudieron eludir el mal efecto de la burla a los ojos del pueblo. Pero el asalto fingido que aquí se refiere en una población de mil vecinos a deshora de la noche, y con las circunstancias que se pintan, ¿qué escándalo y conmoción no debió producir en los ánimos de los habitantes? ¿Ni en qué país oculto pudiera tolerarse una farsa de esta especie sólo por satisfacer el capricho y diversión fútil de unos Duques jóvenes y atolondrados? ¡Desdichado el país donde este suceso no fuera inverosímil y aun imposible!




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N-2,53,6. En lugar de yo debió decir a mí; o en lugar de se me entiende, entiendo.
Pecador fui a Dios,
especie de juramento con que se asevera alguna cosa, y equivale a tan cierto como soy pecador. Pocas páginas adelante, en este mismo capítulo, dice Sancho: mejor se me entiende a mí de arar y cavar... que de dar leyes ni de defender provincias.





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N-2,53,7. Relente corresponde aquí a lentitud, cachaza, pachorra, remanso, palabra que ya usó Cervantes en el capítulo XVII, y sobre la que hay en la nota 20. En el sentido recto y natural significa la humedad que se experimenta por la noche, y más aún por la madrugada, estando en tiempo sereno.
úsase esta misma palabra más adelante en el capítulo LIX en boca del ventero, a quien Sancho pedía huevos para cenar.




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N-2,53,8. Mejor: de que venían proveídos o provistos. ---Payases eran una especie de escudos largos que cubrían casi todo el cuerpo del que los llevaba.




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N-2,53,9. En la tragicomedia de Calixto y Melibea se encuentra frecuentemente usada esta locución: ¡¡triste yo!... ¡o mezquino yo!... ¡o triste yo!... (actos IV, IX y XIV). Hoy diríamos: ¡¡desventurado de mí!




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N-2,53,10. Tocino por cerdo. Medio tocino es media canal o una hoja de cerdo, que suelen poner con sal entre tablas o artesas apretándolas para que se acecine.




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N-2,53,11. Paveses y paveses; repetición que se hubiera evitado poniendo ellos en lugar de los últimos paveses. El pobre gobernador sobra.
¿Y cómo pudo meter la cabeza entre los paveses si estaban éstos tan juntos y apretados cual acaba de referirse?




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N-2,53,12. Por pedía a Dios que le sacase, o se encomendaba a Dios para que le sacase.





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N-2,53,13. ¿Y qué es venir alcancías, pez y resma en calderas de aceite? Que se arrojen sobre los que asaltan una ciudad alcancías de pez y resina encendida o aceite hirviendo, bien se entiende: lo otro no. Debió repetirse el verbo vengan en vez de la preposición en antes de las palabras calderas de aceite, etc.
Las alcancías de que aquí se trata hacían el oficio que ahora las granadas de mano. En cuanto a la antigÜedad del uso de combustibles en la guerra pudiera citarse el fuego griego que empleó por la primera vez Constantino Pogonato contra los árabes en 673.
Aceite ardiendo debe ser errata por aceite hirviendo.





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N-2,53,14. Ahora diríamos atrinchérense. Antiguamente se llamaban trincheas las que al presente trincheras.





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N-2,53,15. No está bien dicho, porque lo que se defiende no es el asalto, si no la ciudad asaltada.




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N-2,53,16. Según el uso común, y hablándose, no de un señor particular de Sancho, sino del general de todos se diría: ¡¡Oh si el Señor fuese servido! No parece sino que Sancho hablaba de Don Quijote. Puede sospecharse que fue equivocación de la imprenta poner mi por el. Y que se hablaba de Dios es claro, pues, se sigue: Oyó el cielo su petición, etc.




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N-2,53,17. Verse uno así mismo muerto, cosa harto difícil.




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N-2,53,18. Con efecto, fue brutal, y por lo mismo si, como parece, fue ordenada por los Duques, los misioneros hubieron de excederse en la ejecución. La aventura cencerril y gatuna fue tortas y pan pintado comparada con el asalto de la ínsula.




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N-2,53,19. ¿De qué era el pesar de Sancho, pues, lo que hacía era de toda su voluntad? No era pesar de lo que hacía, sino en general pesadumbre causada por lo que le acababa de pasar.




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N-2,53,20. Es sarmentar o sacar Sarmientos de las viñas después de la poda. Ensarmentar, palabra mal formada, pues por su analogía más bien pudiera indicar la acción de meter sarmientos de las viñas que la de sacarlos.




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N-2,53,21. El cetro es propio de Reyes o de mayordomos de cofradías: hablándose de Generales se diría bastón, y de Jueces, vara. De hecho Sancho usaba de la vara como insignia de su oficio, según se ve por el caso del viejo y de la caña con los diez escudos, que se refirió en el capítulo XLV.




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N-2,53,22. Quiere decir vestido de pieles que han sido ya esquiladas, los que por haber perdido de este modo su primitivo pelo fino y suave, lo tienen ordinario y áspero.




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N-2,53,23. Son cebellinas. También se llamaron cebollinas en el diálogo de Sancho con Tomé Cecial, donde hay nota.




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N-2,53,24. Expresión impropia en Sancho cuando iba a verse con el Duque, como él mismo lo dice más abajo.




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N-2,53,25. No es la primera vez que se lee en el QUIJOTE la palabra latina pristina, que aquí en boca de un médico no carece de oportunidad y gracia.




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N-2,53,26. Proverbio: Tarde piache, el que no habló con tiempo. Covarrubias, voz Piar (Bowle).




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N-2,53,27. Alusión al refrán por su mal nacieron alas a la hormiga: refrán discreto, aunque fundado en un error de historia natural. Como quiera, el lenguaje es sobradamente culto y peinado para Sancho.




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N-2,53,28. Picados quiere decir labrados con agujerillos y cortaduras sutiles, como se usaron en algún tiempo entre damas y galanes, y por eso se contraponen a las alpargatas, calzado de labradores y gente rústica.




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N-2,53,29. Está sumamente embrollado todo lo que tiene relación con el tiempo que duró el gobierno de Sancho. En primer lugar, en el capítulo XLIV se refirió que Sancho salió para el gobierno por la tarde, y en el XLV, sin mencionar noche por medio, que no era necesaria, se supone que llegó por la mañana. Y sin salir del mismo día se dice que de allí a dos se acabó el gobierno; así al empezar a referir el asalto de la ínsula, se expresa que era la séptima noche del gobierno, y al amanecer dice el mayordomo que Sancho debía dar residencia de los diez días que había gobernado, como se vuelve luego a decir en el capítulo LXI. Ningún pasaje conviene con otro. Si nos atenemos a la narración de los sucesos, Sancho sólo durmió dos noches en la ínsula, y, por consiguiente, su gobierno no pudo llegar a dos días, habiendo empezado a media mañana y concluido al amanecer. La brevedad de este tiempo convenía para hacer menos inverosímil el episodio. Pero esto tropieza con la duración de los sucesos simultáneos de Don Quijote, el cual fue arañado por los gatos la noche primera del gobierno de Sancho, de cuyas resultas estuvo encerrado, según el capítulo XLVI, cinco días, y seis, según el capítulo XLVII. Dos días a lo menos después de salir ya sano de su aposento siguen las expresiones con que empieza el capítulo LI, en que se refiere la aventura de la segunda Dueña Dolorida y el reto del burlador de su hija, quedando señalado el plazo del desafío para de allí a seis días. De éstos pasaron dos, según se cuenta en el capítulo LIV, y en el tercero de los cuatro restantes, conforme al capítulo LV, dio Don Quijote con Sancho, que había caído en una sima la noche siguiente al día en que salió de la ínsula para el castillo de los Duques. Todo es una madeja de anacronismos y contradicciones, lo que vamos a demostrar en resumen, haciendo la cuenta de la duración del gobierno de Sancho por estos sucesos simultáneos de Don Quijote:

Primer día del gobierno ........... ..........................1
Días de encierro de Don Quijote......................... 6
Días que a lo menos pasaron hasta el desafío.... 2
Días hasta la víspera del desafió...........................5
Total ..................................................................14




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N-2,53,30. Molde, cuasi modulus. De allí amoldar (Covarrubias). ---De molde, ajustada; así como la figura sale ajustada al molde en que se funde. Otras veces se usa esta expresión en el QUIJOTE.




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N-2,53,31. Por la escasez de las prevenciones se ve que el viaje no llegaba a una jornada, y lo mismo se confirma en los dos capítulos siguientes, diciendo Sancho a Ricote al fin del LIV que quería llegar aquella noche al castillo de los Duques, y refiriendo en el LV a su amo que salía a pasear a caballo, que había caído la misma noche en la sima contigua al castillo:
todo lo que hace resaltar más la inverosimilitud con que se había referido la duración del primer viaje del Gobernador.




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N-2,53,32. Resoluta, palabra anticuada por resuelta.


{{54}}Capítulo LIV. Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna


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N-2,54,1"> 5254.
Sobra el se y el de, o bien debió sustituirse éste por en: régimen más corriente del verbo, y usado ya por Cervantes en los versos que puso en boca de Merlín (capítulo XXXV).




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N-2,54,2. Lacayo, según Herbelot, artículo Lakitsk, e palabra nacida de esta árabe, y significa el hijo de padres desconocidos. Dice que de aquí la tornaron los españoles, y de éstos los franceses.
Según el Diccionario grande de la Academia se llamaban así en lo antiguo los soldados ligeros de a pie, o ciertos camaradas o escuderos que acompañaban a los caballeros y hombres ricos en las funciones de empeño o en la guerra. Y añade, que en este sentido puede venir del nombre griego lakis, que significa corredor. Refiere varios ejemplos en apoyo de esta significación de la palabra lacayo.
Covarrubias, citado en dicho Diccionario, opina ser ésta una voz alemana introducida en España en tiempo del Rey Felipe I.




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N-2,54,3. De la conexión de las barbas con el juramento se ha hablado ya varias veces desde la nota al capítulo XVLI de la primera parte, cuando Sancho juraba para mis barbas, etc.
Se dice festivamente que la doncella miente por sus barbas, como si las tuviera o pudiera tenerlas, siguiendo la fórmula de desmentir a los que las tienen.
Haber mentido por la gorja (garganta) se lee en el cartel dé desafió citado a la letra por Sandoval en su Historia del Emperador Carlos V, que presentó a éste en Monzón a 8 de junio de 1528, de parte del Rey de Francia Francisco I. Guinea, su Rey de armas. Allí se dice entre otras cosas:
Os hacemos saber que si vos nos habéis querido o queréis cargar no solamente de nuestra fe y libertad, mas que hayamos jamás hecho cosa que un caballero amador de su honra no deba hacer, os decimos que habéis mentido por la gorja, y que tantas cuantas veces lo dijéredes mentiréis, estando deliberado de defender nuestra honra hasta la fin de nuestra vida (libro XVI, párrafo 22).




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N-2,54,4. Mejor, con contento y alborozo, yendo de lo menos a lo más, como lo exige la tradición. Contento nada añade a alborozo, antes bien, lo debilita.




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N-2,54,5. No esperaba los cuatro días, sino el fin de los cuatro días, como se hubiera dicho con más propiedad y exactitud.




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N-2,54,6. Dejémolos se dice con más elegancia y suavidad de la pronunciación.




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N-2,54,7. Más abajo dijo el mismo Sancho que estaba dos leguas de la alameda desviada del camino real adonde fue a comer en seguida con los moriscos. ---Del su gobierno parece errata por de su gobierno, o bien un arcaísmo.




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N-2,54,8. A las fiestas de Bins concurrieron como aventureros en el torneo de a pie cuatro peregrinos romeros con sus esclavinas de terciopelo pardo, con muchos veneras de oro y plata y sombreros llenos de ellos: iba delante un romero desarmado con cuatro romericas en cabello cantando a la alemana (Calvete, lib. II fol. 186).
Cristóbal Pérez de Herrera, en sus Discursos del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos refiere que por el Hospital Real de Burgos pasan y se hospedan cada año, dándoles allí de comer de limosna dos o tres días conforme al instituto dél, ocho á diez mil franceses y gascones y de otras naciones que entran con ocasión de romería por estos reinos…… y que algunos años ha sido mayor el numero dellos; porque en los dos de la guerra de Portugal entraron más de treinta mil (disc. I, fol. I). Y en el mismo Discurso (fol. 17) se dice que al ponerse el conveniente remedio para amparar los verdaderos pobres, excusarse han los Franceses y alemanes que pasan por estos reinos cantando en cuadrillas, sacándonos el dinero pues, nos le llevan todas las gentes deste jaez y hábito; y se dice que prometen en Francia a las hijas en dote lo que juntaren en un viaje a Santiago de ida y vuelta, como si fuesen a las Indias, viniendo a España con invenciones.
Que los alemanes solían pedir limosna cantando lo refiere también Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache, en las ordenanzas mendicitivas (parte I, lib. II, capítulo I).
Y en la Picara Justina se dice: antes que hiciesen sus paradas cantaban a bulto como borgoñones pordioseros. (lib. I, cap. I).




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N-2,54,9. ¿Quién pronunciaba? ¿La palabra? Se quiso decir: Sino fue la palabra limosna, que claramente pronunciaban.




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N-2,54,10. Así se vio en la aventura de los galeotes, donde dio limosna al alcahuete que merecía ser General de las galeras; y en la del titerero Maese Pedro, cuando éste se lamentaba de la destrucción y ruina de su retablo.




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N-2,54,11. Palabra tudesca o alemana que significa dinero. En alemán se escribe ghelt, de donde se derivó gÜelte, y no gÜeltre, como se dice en el Diccionario de la lengua, que lo adopta del soldado Píndaro (Pellicer). Efectivamente, en el Diccionario de Autoridades hay artículo GÜeltre, que significa (dice el Diccionario) entre rufianes dinero, y cita la autoridad del soldado Píndaro.





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N-2,54,12. El Diccionario que se acaba de citar dice que ostugo es vestigio, y cita en apoyo de ello otro pasaje del QUIJOTE. En el presente viene bien esta significación. En el otro, que fue cuando Sancho decía a su amo que volvería al Toboso y no dejaría ostugo en todo el lugar donde no buscase la casa de Dulcinea (cap. IX), parece que más que vestigio significa rincón; pero esta voz no tiene conexión con ostugo.

Con este hielo no habrá
ostugo que nos alcance,

se lee en la comedia La Entretenida (jornada I).




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N-2,54,13. Falta la conjunción: Y echándole los brazos, o echándole los brazos por la cintura, y en voz alta, etc.




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N-2,54,14. El valle de Ricote, a las orillas del río Segura, que tuvo quizá presente Cervantes al poner nombre al tendero morisco del lugar de Sancho, fue habitado por los moros mudéjares del reino de Murcia, últimos que hubieron de salir de España según Cascales, que se vuelve a citar más abajo, en sus Discursos históricos (discurso XV, fol. 262).




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N-2,54,15. Cervantes tuvo aquí presente la clase de oficios que de ordinario profesaban los moriscos, sobre lo cual puede verse la nota 16 al capítulo XVI de la primera parte.




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N-2,54,16. Es reconocer, recordar, repasar la figura.




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N-2,54,17. O franchute, como la gente ordinaria llama a los franceses y aun a otros extranjeros que andan por España. Es voz de desprecio.




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N-2,54,18. Es aquí quedar sólo con la ropa interior, pero no en cueros, significación que ordinariamente se da a quedar en pelota. En el mismo sentido que en este pasaje dice en adelante (capítulo LXXI) quedándose en pelota.





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N-2,54,19. Defendían, prohibían, según una acepción del verbo defender, de donde vino el nombre dehesa.





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N-2,54,20. No parece sino que se trata de una palabra extranjera. Cabial es una especie de embuchado de los huevos del esturión, y aun de otros pescados crasos, que se cura y endurece al humo.




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N-2,54,21. Despertar la calambre es lo mismo que llamar a la sed, que se dijo antes; excitar el deseo de beber. Colambre está por corambre, cambiando la r en l, como es frecuente.




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N-2,54,22. Campear en el campo, pleonasmo, figura que abunda en el Quijote, como se ha observado repetidas veces.




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N-2,54,23. Debió ser en alemán o tudesco. Como el texto lo dice, indica cosas distintas; mas no lo son en castellano alemán y tudesco, como tampoco suizo y esguizaro.





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N-2,54,24. Falta algo para enlazar esta expresión con lo restante del período: que no parecía sino que ponían en él la puntería.





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N-2,54,25. Se dice trasegar a, y no trasegar en; y así lo indica la naturaleza y oficio de las dos partículas.




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N-2,54,26. Alusión al romance antiguo que empieza:
Mira Nero de Tarpeya
a Roma como se ardía;
gritos dan niños y viejos,
y él de nada se dolía. (Cita de Pellicer.)

Citóse este romance a otro propósito en el de Altisidora (cap. XLIV).
Sempronio, en el acto primero de La Celestina, cantaba a su amo Calixto este romance, del que allí se ponen los mismos cuatro versos.




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N-2,54,27. Traducción en forma de refrán del verso vulgar:

Cum Romee fueris, rimano vivito more.





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N-2,54,28. No suena bien. Mejor: sobre el rato y tiempo en que se come y bebe.





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N-2,54,29. La razón era clara: se habían repartido la bota, y los demás se habían bebido las suyas por entero.




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N-2,54,30. Estaban, como se ha dicho poco antes, en una alameda; y las hayas se encuentran más bien en las sierras encumbradas que en las vegas y cercanías de los ríos, cual era, según todas las apariencias, el paraje donde se hallaban Sancho y los peregrinos.




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N-2,54,31. La orden para la expulsión de los moriscos de los Reinos de Granada, Murcia, Andalucía y Villa de Hornachos, fue dada en Madrid a 9 de diciembre de 1609 (Colección de la Academia Española). Públicóse en 10 de julio de 1610 en las Castillas, Extremadura y Mancha. El último edicto para la expulsión, según Mayans, se dio en 1611.
Según Fray Marcos de Guadalajara, citado por Pellicer, en los primeros bandos se exceptuó a los moriscos del valle de Ricote, por estar muy emparentados y unidos con los cristianos viejos; pero al cabo se les comprendió en el de 19 de octubre de 1613. Salieron de las villas de dicho valle y otras trece más 2500 moriscos, exceptuados los viejos, enfermos, niños y niñas de ocho años y algunos que se metieron legos, y siendo casados, sus mujeres entraron religiosas también legas.
Cascales, en el Discurso XV, ya citado en una nota anterior, inserta literal la carta del Rey (Felipe II) al Reino con este motivo, firmada en San Lorenzo, a 11 de septiembre de 1609, y el bando que en su consecuencia publicó el Virrey de Valencia para la expulsión de los moriscos de aquel Reino.
Según Palomino, Vidas de pintores, en la de Velázquez de Silva se aseguraba que los moriscos expulsados pasaban de 800.000 y según otros, de 900.000, en lo que conviene Rodrigo Méndez de Silva, diciendo que los que salieron de España en 1610 y 1611 fueron 900.000, aunque Sancho de Moncada (discurso I, párrafo I), sólo dice que pasaron de 400.000 los moriscos expulsados en 1609, y Salazar de Mendoza (Dignidades de Castilla, lib. IV, pár. VI), que salieron de España 310.000.
Cascales remitiéndose a la relación formada por la Secretaría de Estado, expresa que fueron doscientos setenta mil, antes más que menos, así de los reinos de Aragón, Cataluña y Valencia, como de Castilla la Vieja, Toledo, Mancha, Extremadura, Andalucía, reino de Murcia, y mudéjares del valle de Ricote (disc. XV, fol. 262).
Mas estos cálculos parecen exagerados si se consulta el Censo de la Corona de Castilla, que publicó en Madrid en 1829 el literato don Tomás González, arreglado a los registros del Real Archivo de Simancas, que había tenido a su cuidado. En esta obra, estimable por la exactitud de sus datos, se calcula que el número de los moriscos españoles antes de su expulsión no excedía de 150 a 160.000 (página 111).
Las consecuencias de esta expulsión pueden apreciarse en su justo valor considerando el estado decadente de la población de España en aquella época, que escritores coetáneos no hacen pasar de tres a seis millones de habitantes.
A pesar del rigor con que se hizo la expulsión, con favor de dádivas y buena arte y maña que tuvieron, se quedaron y volvieron desde la embarcación muchedumbre de moriscos, según escribía don Rodrigo Calderón en octubre de l622; añadiendo que los comisarios de la expulsión aplicaron para si muchos millares de ducados. Así lo refiere Pellicer en una nota al capítulo LXV.
Por lo demás, las inquietudes y vejaciones que sufrían los moriscos de parte de los patrones de los barcos que los sacaban de España, son como las que cuenta de los judíos expelidos un siglo antes Jerónimo Osorio en la Vida del Rey don Manuel de Portugal.
Tiempo había que eran los moriscos el objeto de la suspicacia del Gobierno, excitado por varias peticiones de los reinos juntos en Cortes, que retratan fielmente el espíritu de aquella época.
Las de Madrid de 1592 a 1598, en la petición 85, manifestaban el daño que podía resultar en el reino de tanto número de moriscos granadinos. Este daño va cada día en crecimiento, porque cuanto más se dilata el remedio, más crece el número dellos. Piden que se repartan y truequen de unos provincias y obispados en otros, repartiéndolos por lugares pequeños... pues cuando más repartidos menos fuerzas tendrán…… y en lugares pequeños no tendrán tanto aparejo de hacerse ricos... Que en las ocasiones de guerra que se ofrece,, a V. M. se sirva dellos de gastadores, con que no puedan ser promovidos a otro oficio, pues, el número va creciendo de manera que conviene se gasten y entresaquen por algún camino... Que ningún morisco, so pena de muerte, pueda salir de adonde hiere alistado y repartido más de cinco leguas alrededor con pasaporte... porque sólo sirve de saltear por los caminos, y hacer los delitos que es notorio que hace,,... Que los ministros de los consejos, chancillerías y audiencias, ni los corregidores, alcaldes, alguaciles ni otros cualesquier ministros de justicia, ni los inquisidores ni otras justicias eclesiásticos se pueda,, servir dellos en ningún género de servicio ni ministerio de campo ni de villa... Que los moriscos no pueda,, ser jueces, ni regidores, alguaciles mii parteros, ni tener otro oficio de república.
¡
¡Qué de absurdos en esta petición! ¡Qué subversión de todos los principios de religión, de humanidad y de conveniencia! ¡Esto pedían en aquel tiempo los procuradores del bienestar de a felicidad de los pueblos!
La mayor hazaña de Felipe II fue la expulsión de los moriscos, dice en su Teatro de las grandezas de Madrid, Gil González Dávila.
En algunas partes no se da el Santísimo Sacramento a los moriscos (García, Orden de procesar en el Santo Oficio).
En la Noticia histórica de lar Minas de Guadalcanal, por don Tomás González, ya citado, se halla la especie notable de haber pedido en 1574 los oficiales empleados en ellas se mandase al Gobernador señalase para sus labores hasta cincuenta de los moriscos de Granada repartidos en Extremadura, dándoles las mismas minas por viviendas, sin poder salir dellos, en atención a que en tiempo de siega y vendimia solía escasear la gente para las labores de minas (tomo I, pág. 456).
Esto se imprimía, esto leían los moriscos. ¡Y se quería fuesen súbditos afectos y leales! Y si los cristianos viejos trataban a los nuevos como a enemigos, ¿qué extraño es que éstos lo fueran?
Por lo demás se advierte la falta de uniformidad en el sistema de gobierno respecto de los moriscos conversos calificados con los apodos de gitanos, agotes (de Navarra), cheutas (de Mallorca), de los cuales unos fueron expulsos, otros reformados y otros tolerados.
A pesar del común encono contra ellos no faltaron defensores a los moriscos partidarios de la no expulsión.
Uno de los que más se opusieron a ella fue el Duque de Osuna, don Pedro Girón, el cual, siendo Virrey de Nápoles, se opuso también a establecer aIlí la Inquisición, a pesar de las reiteradas órdenes de la Corte de España (Moren, art. Girón).
Fray Gabriel de Losada, en su Escuela de trabajos (lib. I, cap. XXIV), después de referir, apoyándolo con ejemplos, la igualdad con que admitían los turcos a los renegados a la participación de los cargos públicos, incluso el de Rey o Bey, refiere que entre los papeles escritos con motivo de la expulsión de los moriscos había uno de un político aplicando a éstos las mismas razones en qué se fundaban los turcos para admitir a los renegados a sus oficios y honores, y decía que si antes que hubieran llegado a la desesperación que les puso en tan mal pensamiento como tomar las armas contra su Rey, se hubiera buscado modo para admitirlos a alguna parte de honores sin tenerlos en nota y señal de infamia, fuera posible que por la puerta del honor hubieran entrado al templo de la virtud y al gremio y obediencia de la Iglesia, sin que los excitara a ser malos el tenerlos el mala opinión: y así dijo Casiodoro: Reo iam vicinus est, qui malus patatur: quia tunc ali quid persuadetur animo cum intraverit peatus acta suspicio.
Por lo demás, Losada combate esta opinión con las razones en que por entonces se fundaban los partidarios de la expulsión.
La expulsión de los moriscos es un acontecimiento decisivo para fijar la época del QUIJOTE.
Don Vicente de los Ríos supuso al fin de su plan cronológico que la acción del QUIJOTE pasó en 1604, y que sólo duró desde 28 de julio de dicho año hasta 8 de enero de 1605. Mas ¿cómo puede compadecerse este supuesto con la mención de la expulsión de los moriscos? Por este lado hubiera habido menos inconveniente en señalar cualquier año posterior al de 1610, y anterior al de 1615, en que se Imprimió la segunda parte de esta fábula; pero entonces pudiera exclamar Ríos: ¿y cómo Cervantes, que imprimió la primera parte en 1605, pudo contar sucesos correspondientes al de 1610? A todas estas dificultades no hay sino una respuesta, a saber: que Cervantes no pensó en semejante cosa, ni se curó de la época y de la duración de la fábula más que de las nubes de antaño.
Suceso por suceso, el último que se menciona en el QUIJOTE es la publicación del libro de Avellaneda, que se imprimió en 1614, año anterior al de la publicación de la segunda parte del de Cervantes, que se verificó en 1615, según lo cual la fábula no pudo menos de durar desde 1604 hasta 1614. Pero esto no sólo contradice a la duración de las fábulas, sino también al sello de antigÜedad que quiso Imprimirle Cervantes en varios de sus pasajes, y especialmente en el hallazgo de los papeles que contenían el original arábigo en la alcaná de Toledo, y cuando al fin de la primera parte habló de las noticias que acerca de su héroe había guardado la fama en las memorias de la Mancha. Y al paso obsérvese que en la primera parte se afectó esta antigÜedad que no se afectó en la segunda. En resolución, no debe hacerse caso de cuanto dijeron Cervantes y Ríos; de aquél, porque no pensó en ello; de éste, porque se empeñó en ajustar imposibles. Para el lector basta la relación de la misma fábula, según la cual la duración de ella viene a ser de unos cinco meses y medio conforme al cómputo de Ríos; espacio regular y adecuado a los fines de esta clase de composiciones y a los preceptos del arte.
Algún defensor apasionado del QUIJOTE pudiera alegar que los fabulistas tienen licencia para incurrir en los anacronismos que les venga a cuento, y citarán acaso ejemplares de los maestros y modelos del arte. Pero éstos fingieron su acción en tiempos remotos, donde tiene lugar esta excusa; no así en acontecimientos modernos, en que las faltas cronológicas no pueden menos de ofender a los lectores. Por lo demás, la relación de Ricote en este capítulo, y después la de su hija Antonia Félix en el LXII, interesan a favor de los moriscos; y a pesar de ciertas expresiones y salvas, puede sospecharse que Cervantes no era partidario de la expulsión.




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N-2,54,32. Este tiempo o plazo fue el de treinta días, señalado en la cédula dada en Madrid a 9 de diciembre de 1609. El celo del Marqués de San Germán, encargado de la ejecución en las villas y lugares de la jurisdicción de Sevilla redujo este plazo a veinte días, durante lo cuales no pudiesen salir de sus pueblos los moriscos sin licencia de las justicias, pena de la vida.
El bando de dicho Marqués se halla en la colección de la Academia Española.




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N-2,54,33. Estaría marcada la oposición con más exactitud si se dijera: no eran sólo amenazas, sino realidades, o cosa semejante.
Verdaderas leyes. Esto es, disposiciones dictadas con ánimo firme de que se cumpliesen.




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N-2,54,34. Esto no era una calumnia; los moriscos de España mantenían correspondencia con los moros de áfrica y con los turcos. Había pruebas positivas de ello, y era preciso que así sucediese. El fervor y exaltación de ciertas ideas religiosas que ya dominaban en España en los tiempos inmediatos a la conquista de Granada hacían sufrir con impaciencia el que los moros sometidos continuasen gozando la libertad de conciencia que se les ofreció en las capitulaciones. Se aprovecharon las ocasiones y pretextos para privarlos de ella, y se les compelió a ser cristianos. Como forzados, fueron malos cristianos; como malos cristianos, perseguidos; como perseguidos se hicieron enemigos y como enemigos fue preciso exterminarlos o expelerlos. La legislación, que pudo retardar o neutralizar los efectos del primer error tirando a confundir la generación morisca con la masa general de la nación, tomó el camino contrario, y, apoyando los estatutos de limpieza de sangre y otras preocupaciones del orgullo, poco conformes al Cristianismo, concentró más y más a los moriscos, de suerte que, como se ve por esta misma relación de Ricote, sólo se casaban ellos entre si, lo cual facilitó que se perpetuase secretamente de padres a hijos el odio al Gobierno y a los cristianos, y que pudiesen tramar sus designios y mantener sus comunicaciones con los enemigos del Estado. Parece que si desde el principio no se hubiera dado tanta prisa a la conversión de los moriscos, dejando al tiempo lo que precipitó un celo extraviado, el grosero y absurdo aislamiento, bajo un Gobierno Cristiano, y a vista de las demás clases del pueblo, se hubiera ido desmoronando por sí solo. El Evangelio y la civilización europea, con los cuales es incompatible el Corán, hubieran triunfado quizá en poco tiempo de todos los mahometanos españoles, como triunfaron desde luego, de muchas familias distinguidas granadinas de que aún existen algunas entre nuestra nobleza, como los Granadas, Venegas y el mismo don álvaro Tarfe, de quien se hace mención en el progreso de la fábula, lo mismo que sucedió en el reinado de don Juan el I con los abencerrajes que se pasaron a Castilla. La equidad de la Reina Católica había admitido a los moriscos en los cargos municipales de Granada; las personas notables entre ellos se sentaron en los escaños de las Casas Consistoriales al lado del Gran Capitán y del Conde de Tendilla. Mas no se siguió este ejemplo; se erró el camino desde el principio, se quiso mantener con nuevas violencias lo que se había errado, y de error en error se vino a parar en la necesidad de la expulsión, convertidos en enemigos los que debieran ser hermanos. La misma medida de la expulsión no pudo verificarse por su naturaleza sin infinitas violencias y ruina de muchos inocentes, como ya lo indica Cervantes por boca de Ricote. Se declararon confiscados todos los bienes raíces de los moriscos; para vender los demás bienes y salir del reino sólo se les dio el plazo de treinta días; no podían sacar su importe en oro, plata, dinero ni aun en letras, sino precisamente en mercancías de libre extracción, que no eran muchas. Quiere decir que hubieron de perder casi todo. En su transmigración a las costas de áfrica sufrieron males horribles de todas clases. Algunos patrones de los barcos de transporte luego que llegaban a alta mar, arrojaban al agua a los miserables viajeros, se quedaban con los despojos y volvían por otra barcada. ¡Cuántas desgracias nacidas de un error!
El mahometismo no puede subsistir bajo un gobierno que no sea mahometano. Mas esta falta de apoyo fue suplida respecto de los moriscos por la persecución, cuya acción produjo, como era natural, la reacción del encono y de la contumacia.




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N-2,54,35. El Maestro Burguillos, en la Justa poética de San Isidro, alabando al Rey don Felipe II, decía burlescamente:

Y es tan aseado y limpio,
que de una vez limpió a España...
Echó finalmente a cuantos
por voto bebieron agua,
que en vino, tocino y bulas
no gastaron una blanca.

Ricote, y por su boca Cervantes, calificaban esta resolución como inspiración divina. Los que escribieron la historia de la expulsión de los moriscos hicieron intervenir en ella la famosa campana de Velilla, cuyos toques en el año de 1601, se atribuyeron, según algunos, a la traslación de la Corte desde Madrid a Valladolid, que miraban como funesta, y se verificó en dicho año; y según otros a avisos que daba el cielo de los proyectos y juntas de los moriscos dentro y fuera de España.




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N-2,54,36. En orden dirigida por el Rey al Obispo de Córdoba desde Madrid a 9 de febrero de 1610, se dice que Su Majestad ha resuelto que no se expelan los moriscos de ciertas calidades que síu se expresan, y algunas personas y beatas que dicen tener hecho voto de castidad; y para juzgar de ello se autoriza a los Obispos en sus diócesis. Esto era en la expulsión de los moriscos de los reinos de Granada, Murcia y Sevilla.
Se halla esta orden impresa en la Colección de la Academia Española.




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N-2,54,37. En esta ocasión no prevaleció la máxima de que vale más queden impunes cien culpados que no el que sea castigado un inocente.




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N-2,54,38. De las costumbres de los moriscos se trata en el Coloquio de los perros, una de las novelas de Cervantes. Verdad es que no se dicen allí sino vulgaridades; se pondera lo que atesoraban y lo que se multiplicaban, y se da a entender que eran muchos más sin comparación que los seiscientos mil israelitas que salieron de Egipto.
En el Baile de los moriscos, que precede a la segunda parte de la Hermosura de Raquel, comedia de Luis Vélez de Guevara, se marca la opinión general que había sobre la creencia de los moriscos, de cuya expulsión se trataba entonces. Cantaban así unos moriscos:

No tener de crextano entento
ni paxamos por penxamento
que haceldo por complimiento
e Mahoma al pecho está...
Crextano novo liamamo,
y aquesto xabeldo Alá.




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N-2,54,39. Lo mismo sucede en el día (antes de los decretos de amnistía de 1832-33), y no quiero entrar en más explicaciones. No hay amor a la patria mayor que el del español, y más si son extranjeros los que le echan de ella.




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N-2,54,40. Es Augsburgo, ciudad bien conocida de Baviera, que antiguamente se llamó Augusta Vindelicorum.





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N-2,54,41. Dellos, della, repetición y desaliño que suenan mal.
Por pragmática de 13 de junio de 1590 se prohibió a los naturales de España que usasen el traje de romeros y peregrinos para ir en romería, mandándoseles que lo hiciesen en el hábito ordinario de camino. A los extranjeros se les permitió hacer sus romerías en traje de romeros con ciertas precauciones, y se les concedió una protección especial y varios privilegios y franquicias (Colección de la Academia Española).
Los abusos nacidos de esta desmedida protección a los peregrinos extranjeros produjeron en lo sucesivo disposiciones respecto de ellos, aún más represivas que respecto de los naturales.




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N-2,54,42. Dinero por pecunia no tiene plural en el uso de las personas cultas. Lo tiene sólo cuando corresponde a denarium, y significa cierta y determinada moneda. De ésta habla aquí Ricote.




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N-2,54,43. "Como en los de las capas gasconas hacen los aguadores de Toledo, que comúnmente son gabachos", dice Covarrubias en el artículo Azacán.
La villa de Medina suplicó al Rey en 1606 que fuese caso de Inquisición sacar moneda de España, como dice Sancho de Moncada (discurso I, cap. XIX).




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N-2,54,44. Nombra aquí Ricote a su hija de un modo familiar por el apellido. Se llamaría así por la costumbre que había en la Mancha de dar a las mujeres los apellidos de sus maridos, según la cual la de Sancho se llamó Teresa Panza, como se dice en alguna parte del QUIJOTE ---El verdadero nombre de la hija de Ricote era Ana Félix, como se verá en adelante entre los sucesos de Barcelona.




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N-2,54,45. Lo más saneado, lo más florido. Es voz curial muy frecuente en los testamentos y el foro. Para un moro fino como Tiopieyo, lo mejor debió de ser Berbería.




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N-2,54,46. A los moriscos expulsos no se les permitió llevar moneda, oro, plata, joyas ni letras de cambio, sino el valor de todo en mercaderías no prohibidas, como ya se ha dicho. Los bienes raíces, incluso juros y censos, fueron confiscados.




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N-2,54,47. Se hubiera evitado la concurrencia de los síes diciendo con leve alteración en el orden de las palabras; y así, Sancho, si quieres venir.





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N-2,54,48. Sancho se equivocaba, y no era extraño, porque el amor propio engaña fácilmente. Pruebas tenemos en el QUIJOTE, como lo hemos notado en sus lugares, de que la codicia era parte bien marcada de su carácter; mas no una codicia violenta y decidida, sino encogida y tímida, cual puede existir unida con la honradez común; y aun en este pasaje se ve una prueba de ello en el temor que manifiesta de ser cómplice de Ricote, o de pasar por traidor al Rey.




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N-2,54,49. ¿Cómo que no hay ínsula? Ya se conoce que Ricote no había leído la tercera parte de la Crónica de don Florisel de Niquea, en cuyo proemio, hablando de Creso, Rey de Lidia en el Asia Menor, y queriendo significar que Ciro le despojó de sus Estados, dice que le tomó su ínsula.
Palmerín ensilló uno de aquellos caballos... y cabalgó en él, e .Diardo en el otro, y fuéronse fasta un río que era muy grande, que departía la isla, la cual era tierra firme (Palmerín de Oliva, cap. CXXV).
Sin duda fueron grandes geógrafos los autores de los libros caballerescos. Testigos los pasajes que se han alegado en algunas notas anteriores sobre la batalla naval de Babilonia, sobre la llegada de la torre encantada a un puerto de Bohemia, y sobre la inmediación del Imperio de Grecia a Irlanda.
El gentil gigante Floribelo, con su mujer, la hermosa jayana Trasilinda, queriendo ir a Constantinopla, dejando gobernadores en su reino e isla de Irlanda, y metidos en una buena nao... tomaron a vuelta de Grecia, que no muy lejos de allí era (Florambel de Lucea).





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N-2,54,50. ¡Rara comparación! Poco más o menos como la del girifalte en la carta de la Duquesa y en otros pasajes.
Sagitario, en germanía, significa, según Juan Hidalgo en su Diccionario, el que llevan azotando por las calles.
Atendiendo al genio festivo de Cervantes, no seria de extrañar que en ambas comparaciones de girifalte y sagitario hubiese tenido presentes las significaciones que tienen estas dos palabras en la jerigonza germanesca.




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N-2,54,51. Falta algo: Conténtate con que por mí no serás descubierto, debería decir.




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N-2,54,52. Repetición descuidada del verbo salir. ---Al tiempo de la expulsión salieron del Toboso cincuenta y cuatro familias de moriscos, compuestas de doscientas sesenta y nueve personas, según dice Fray Marcos de Guadalajara en su Prodición y destierro de los moriscos de Castilla, citado por Pellicer.




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N-2,54,53. Esconderla y salir a quitarla en el camino son cosas contradictorias. No lo serian si se dijese al revés: robarla y esconderla. También puede ser errata la y por la o.





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N-2,54,54. "Ninguna persona de estos reinos sea osada de recebir, ni receptar, ni acoger morisco ni morisca, pasado el plazo de treinta días, so pena de perdimiento de todos sus bienes." Así, en la Real cédula de 9 de diciembre de 1609 (Colección de la Academia Española).En el bando publicado en Zaragoza por el Marqués de Aitona a 29 de mayo de 1610, se prohibía ocultar personas ni bienes de moriscos so pena de seis años de galeras (Guadalajara, fol. 137-8).
Contra el mandado del Rey. Ahora diríamos contra el mandato del Rey, o contra lo mandado por el Rey.





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N-2,54,55. Ya observó Bowle que se llama aquí don Pedro al que en otra ocasión don Gaspar. También se le llama don Gregorio en el capítulo LXII.
Aquí empieza ya a prepararse la aventura de Ana Félix, que después ha de ocurrir en Barcelona. Episodio casi impertinente en la fábula, donde no produce otro efecto que la graciosa ocurrencia de Don Quijote de pasar a Berbería a libertar a don Pedro Gregorio, a pesar de todo el poder de la morisma.




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N-2,54,56. Adamar, verbo anticuado que usó Cervantes en otros dos pasajes de esta segunda parte. Hablando de Angélica se dijo en el capítulo primero que hizo bien en adamar la blandura de Medoro; y en el capítulo LXX, contando Altisodora lo que había visto mientras estuvo muerta, dice... por haber oído nombrar a Don Quijote, a quien tanto adamo y quiero.
Adamar
por amar es término de que usan los romances viejos, según Covarrubias (artículo Amores).
Dice el pastor Mingo en una de las églogas de Juan del Encina:

Miefé, señor escudero,
ella diga quién le agrada,
e de aquel sea adamada
aunque yo la ame primero.

Un romance del primer tomo de la Floresta de Bohl, tomado del Cancionero de romances (Amberes, 1555), dice así:

Yo me adamé una amiga
de dentro en mi corazón.
(Número 137.)

Y otro tornado del Cancionero general de Valencia en 1511 (núm. 151):

Maldita seas, ventura,
que así me haces andar
desterrado de mis tierras
de donde soy natural,
por amar a una señora
la cual no debiera amar:
Adaméla por mi bien y salióme por mi mal.

Adamarse, recíproco, es hacerse dama, enflaquecerse, afiligranarse. Y en este último sentido dice Figueroa que los caballos van adamándose y disminuyéndose al paso que crece el interés del mozo infiel que no trata sino de menoscabarle su porción (Plaza universal, discurso 85). Véase a este propósito la nota 23 al capítulo XXXV de esta segunda parte.
Por lo demás, adamar no siempre es verbo. En el Castigo de las dueñas del Arcipreste de Hita (copla 889) se lee:

Luego en el comienzo fis aquestos cantares,
levogdos la vieja con otres adamares.
Señor, dis, compradme aquestos almajares;
la dueña dijo: plasme desque me los mostrares.

Según dice después, los adamares eran una sortija y una cinta. Adamares, pues, serán presentes o regalillos amorosos. Almajar será lo mismo que alhajo o prenda.
En la copla 915, adamar significa prenda hechizada, a la manera de las bebidas amatorias o filtros.

O si le dio ponzoña o algún adamar,
mucho aina la sopo de su seso sacar.




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N-2,54,57. De aquí se deduce nuevamente que desde la ínsula Barataria hasta el castillo del Duque había una sola jornada, y no larga.

{{55}}Capítulo LV. De cosas sucedidas a Sancho en el camino, y otras que no hay más que ver


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N-2,55,1"> 5311.
Sancho caminó dos leguas desde la ínsula hasta encontrarse con Ricote. Comió con él, continuó su camino, y se le hizo noche a media legua del castillo del Duque. Luego el castillo debía distar de la ínsula de cuatro a seis leguas. Es imposible conciliar entre sí los paisajes relativos a este punto, como hemos tenido repetidas ocasiones de notarlo.




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N-2,55,2. Según Ríos, esto sucedía en el mes de noviembre. El mismo Ríos observó la contradicción del texto con su plan cronológico (párrafo 72).




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N-2,55,3. Siendo de noche, excusado fue expresar la calidad de escurísima, que puede considerarse como un verdadero pleonasmo. ---A propósito de simas, dice Lope de Vega en el canto segundo de su Angélica:

Bien puede ser que tradiciones mientan,
pero de antiguas cuevas en España
cosas notables y inauditas cuentan
que la opinión vulgar siempre acompaña.
Toledo y Salamanca la acrecientan,
pero si la primera historia engaña,
la cueva de Toledo en sus ruinas
señales muestra de memoria dinas.

Lo de Salamanca debe referirse a la cueva de San Patricio.




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N-2,55,4. Estado es la altura regular de un hombre, y, según Covarrubias, las profundidades se median por estados.




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N-2,55,5. Así decían nuestros antiguos, y de aquí lisiados, que subsiste en el uso actual, a pesar de que decimos lesión, conforme al origen latino de la palabra.




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N-2,55,6. No estoy muy católico, suelen decir los que están desazonados. Alusión a la perfección y pureza de la creencia católica.




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N-2,55,7. El Sancho está de más: no podía allí ser otro el que se congojase.





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N-2,55,8. Suceder sucesos, expresión desaliñada.




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N-2,55,9. Consonancia viciosa, efecto de la incorrección y falta de lima con que escribía Cervantes.




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N-2,55,10. Sobra uno de estos dos verbos.




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N-2,55,11. Sancho, con la pesadumbre y la vigilia, deliraba. Ni regalo, ni mesa, ni cama, ni rastro de nada de esto se halla en la relación de lo de la cueva de Montesinos.




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N-2,55,12. Al proponer Sancho a su amo en el capítulo XXI de Avellaneda que entraría en el pinar encantado, le suplicó que si acaso muriesen él y su rucio en la demanda, los hiciese enterrar juntos en una sepultura, pues en vida se habían querido como si fueran hermanos de leche.





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N-2,55,13. Dice Cide Hamete que pocas veces vio a Sancho Panza sin ver al rucio, ni al rucio sin ver a Sancho (cap. XXXIV); y hablando de Rocinante y el rucio, cuya amistad... fue tan única y tan trabada, que hay fama por tradición de padres a hijos que el autor de esta verdadera historia, hizo particulares capítulos della, etc. (Véase la nota al cap. XI.)




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N-2,55,14. Recuerda este pasaje la exclamación de Eneas:

O terque quaterque beati
queis ante ora petrum Troy礠sub m祮ibus altis
con tigit oppetere.

(Eneida, lib. I, y. 98.)




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N-2,55,15. Estas lamentaciones de Sancho recuerdan las de Baldovinos en la Floresta.




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N-2,55,16. Son muy graciosas estas lamentaciones de Sancho. La idea de que no habría quien cerrase los ojos al rucio moribundo, el perdón que le pide y otras circunstancias, pertenecen a aquel ridículo que Cervantes supo manejar con tanta maestría. Pero disuena mucho lo de la corona de laurel y lo del poeta laureado, con que se finaliza, porque no son expresiones propias en boca de Sancho, y debilitan el efecto de lo que precede. Quizá Cervantes no estaba bien con la ceremonia de laurearse los poetas, usada de antiguo en Italia, e imitada después en Castilla. Puede ser que aluda a algún suceso particular de que no hay noticia, relativo tal vez al mismo Cervantes, cuya ambición de pasar por poeta es bien conocida.




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N-2,55,17. Sobre las mismas palabras hay la nota 53 en el capítulo XXX de la primera parte.
Bowle copia el pasaje de Orlando innamorato de Mateo Boyardo, que pudo servir en esto de original a Cervantes, y Pellicer el mismo pasaje en la traducción de Francisco Garrido de Villena. El Conde Orlando había encontrado sin jinete al caballo Bayardo, y hablándole como si fuese persona racional, le preguntaba con instancia por su amo:

Así el Conde al caballo preguntaba,
y no le respondió porque no hablaba.




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N-2,55,18. Alude a lo de vox clamantis in deserto del Evangelio de San Lucas (cap. II, v. 3.E°).




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N-2,55,19. Al fin del capítulo LII se dijo que Sancho no sacó de la ínsula más provisión ni repostería que medio queso y medio pan. Y en el LIV se refiere que dio a los peregrinos medio pan y medio queso de que venía provisto. ¿¿De dónde, pues, tenía este pedazo de pan que ahora da al rucio? Pero non ego paucis offendar maculis.





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N-2,55,20. Así trae este refrán el Marqués de Santillana. Pero Sancho, gran voto en estas materias, hablando con Tomé Cecial en la aventura del Caballero de los Espejos (cap. XII), había usado el refrán de esta otra suerte: Los duelos con pan son menos. De ambos modos indica que las penas y los trabajos son llevaderos cuando hay medios de subsistir cómodamente. También se dice y tiene aún más aire y sabor de refrán: Duelos y serenos con pan son menos.





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N-2,55,21. Espacio, unas veces es de lugar, y otras de tiempo. Aquí es de esto último.




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N-2,55,22. Si no fue chiste de Cervantes, seria errata en lugar de a veces con luz.





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N-2,55,23. Este nombre se da a las ruinas de un edificio romano de Toledo, que existen en la huerta llamada del Rey, a la orilla del Tajo, bajando del puente de Alcántara. El Conde de Mora, en su historia de aquella ciudad, a quien cita Lorenzo (Reyes nuevos de Toledo, lib. I, cap. IV), recogió las patrañas y hablillas vulgares sobre la materia, reducidas a que Carlomagno, antes de heredar a su padre Pipino, estuvo en Toledo, donde se enamoré de la Infanta Galiana, hija del Rey moro Galafre, y se casó con ella después de vencer en desafío y matar a su rival Bradamante. Régulo de Guadalajara, asunto sobre el cual se hicieron romances que se hallan en la primera y sexta parte del Romancero general de Miguel Martínez, impreso en 1604.
A este Bradamante se da el nombre de Barvante en la introducción a la historia de Morgante, donde se dice que Galiana era hermana del Rey Marsilio.
Las mismas noticias trae Covarrubias citando a Esteban de Garibay; y añade que se decía palacios de Galiana como el verbigracia de las habitaciones magníficas y ostentosas. De aquí quedó un proverbio a los que no se contentan con el aposento que les dan, querer los palacios de Galiana (Covarrubias). Parece que esta Galiana es la Infanta Halia, hija de Haxen, Rey moro de Toledo, que casó con Carlos Mainete, según refiere la Gran Conquista de Ultramar (lib. I, cap. XLII). Haxen había edificado... alcázar menor que llaman agora los palacios de Galiana, que él entonces había hecho muy ricos a maravilla en que se toviese viciosa aquella su hija Halia; a este alcázar e el otro mayor eran de manera hechos que la Infanta iba encubiertamente del uno al otro cuando quería (Ibid.).
La misma historia cuenta cómo fue conocerse Carlomagno y la Infanta en Toledo, y enamorarse; el viaje de ésta a Francia, conducida por los caballeros de Carlomagno, y su casamiento con él, quien le puso el nombre de Sevilla (Ibid.). Sevilla era Sibila, nombre de una Princesa de Ultramar en la historia de las Cruzadas. Y como en el segundo romance del Marqués de Mantua se dice que la Infanta Sevilla, hija del Rey de Sansueña, se hizo cristiana por casarse con Baldovinos, recelo que todo es uno, Carlomagno y Galiana, Mainete y Sibila, Baldovino y Sevilla, Gaíferos y Melisendra. En este caso, Toledo sería Sansueña, no Zaragoza, como se dice en el capítulo XXVI de esta segunda parte. Véase la nota 4.
Mas Ferraría (tomo I, pág. 61), refiriéndose a Turpín, habla de Galafre, llamándole Almirante de Toledo, y dice que adornó del hábito militar en su palacio al desterrado jovencillo Carlos, y que éste, por amor de Galafre, mató en batalla a Braimaro, grande y soberbio Rey de los sarracenos.
Y con relación al libro titulado Reales de Francia (tomo II, pág. 2), dice que Carlos Mainete, perseguido por la casa de Maganza, que había hecho coronar Rey a uno de los dos bastardos asesinos de su padre, se refugió a Zaragoza, donde reinaba el Rey moro Galafrón, uno de cuyos tres hijos era Marsilio; que allí se enamoró dv Galiana, hija del Rey, con la cual casó secretamente después de haberla hecho cristiana, y que huyó de Zaragoza seguido de Galiana, para evitar las consecuencias de los rabiosos celos que había suscitado en los tres jóvenes Príncipes el valor prodigioso con que los había librado de manos de un Rey de áfrica, que habiendo declarado la guerra a Galafrón le había vencido y hecho prisionero con sus tres hijos.
También en la traducción del Morgante de Pulci por Auner (lib. I, cap. LXIV) se hace mención de la manera que la Emperatriz Galerano (Galiana) amaba a Gameto (Mainete), siendo servidor della en Zaragoza.
Yen la Genealogía que precede al Morgante castellano se dice que Galiana era hermana del Rey Marsilio. Valbuena insertó la historia de la Infanta Galiana en su poema el Bernardo (lib, y), y esta misma historia dio asunto a Lope de Vega para su comedia Los palacios de Galiano, que se incluyó en la parte XXII de las suyas, y se imprimió en Madrid en 1638, según don Nicolás Antonio.
En el Romancero del Cid (romances 79 y 80) se cuenta que el Rey don Alonso recibió al Cid en los palacios de Galiano, donde celebró Cortes. Y en el mismo Alcázar se celebraron, de orden del Rey don Alonso el Sabio, las justas de una especie de Academia de Astronomía, y allí se hicieron las tablas alfonsinas, según Rodríguez de Castro (Bibl. hist., siglo XII).
El Arzobispo don Rodrigo dice que en Toledo había un palacio encantado que estaba siempre cerrado por no sé qué predicción de que cuando se abriese se perdería España y que le mandó abrir el Rey don Rodrigo, y se halló el lienzo con los moros pintados, y el letrero de que aquella gente destruiría a España (Feijoo, tomo VI, discurso 7, núm. 30). Ponz, en su Viaje de España, había también de estos palacios, refiriendo su origen y haciendo mención de las fábulas que acerca de ellos en aquel tiempo se contaban (carta 3ªª, núm. 39, pág. 150).




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N-2,55,24. Repetición de otra que hubiera podido evitarse.




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N-2,55,25. Esta era la distancia que, según se dijo arriba, había hasta el castillo de los Duques desde el sitio donde cogió la noche a Sancho. Antiguamente existían en España muchas de estas comunicaciones subterráneas, especialmente cerca de las fortalezas y castillos. Después, con el tiempo y con la paz, se han ido hundiendo y olvidando.
Pellicer, en una nota al presente capítulo (núm. 71), habla de varias cuevas o subterráneos de esta especie en el campo de Criptana y en la Osa de la Vega.
En las dehesas de la Fantasía, que están a tres leguas y media de Ronda, cerca del Peñón de Benalú, comienza a elevarse una sierra no tan alta como el Peñón, en la que está la puerta de una cueva que la atraviesa por espacio de media legua con salida a la parte opuesta en el sitio de las Motillas (Cean, artículo Fantasía, tomo I, pág. 168).
La cueva de Hércules, de Toledo, empieza en la iglesia de San Ginés, Sitio el más elevado de la ciudad, y dicen que salía a tres leguas de distancia a la parte de Añover. Unos decían que era la cloaca madre de Toledo, otros otras cosas. El Conde de Mora trata largamente de esta cueva en su Historia de Toledo.
Portilla, en la Historia de Alcalá, impresa en esta ciudad en 1725, menciona una cueva que empezaba en Alcalá la Vieja, que el vulgo piensa comunicarse con Guadalajara, y a lo menos es fácil llegar hasta la Villa de los Santos, que es una legua corta, y alguna otra rama a los Hueros (parte I, párrafo 18, núm. 98).
En la misma historia se habla de otra mina capaz de una galera, en la cuesta Zulema, que sin duda seguía desde esta parte del Norte contra el Austro, y calaría el monte, como es notorio haber en España semejantes edificios (Ib., párrafo 2.E°), etc.




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N-2,55,26. Quedaría bien este pasaje en cuanto a la gramática, diciendo con muy pequeñas alteraciones: Descubrió una confusa claridad que pareció ser ya del día, que por alguna parte entraba, lo que daba indicio, etc.




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N-2,55,27. La noche que Tirante, al descolgarse de la cámara de Carmesina al jardín por la cuerda que le dio Placerdemivida (que fue sobrado corta), se rompió la pierna, acercándose a él su escudero Hipólito y el Vizconde de Branches, le dijo éste (no conociéndole ni su voz): de parte de Dios te pido me digas si eres ánima en pena o algún menesteroso. Tirante, no conociéndonos, dijo que era un espíritu que estaba penando. Ellos hicieron la señal de la cruz y dijeron el Evangelio de San Juan; pero al fin le conocieron y se le llevaron.




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N-2,55,28. Repetición inútil y viciosa de mundo, y mal régimen del futuro seré.
Por lo demás, esta ocurrencia y extensión de los oficios de la Caballería andante a favor de las ánimas del Purgatorio, tan propias de la ocasión y de la locura de Don Quijote, manifiestan la feliz y oportuna inventiva del fabulista, como se observó ya en la aventura de doña Rodríguez (cap. XLVII).




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N-2,55,29. El que deja pendiente el sentido, y suprimido, lo dejaría corriente.




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N-2,55,30. Frialdad graciosa del mismo género que otras que se leen en el QUIJOTE, y se han notado ya.




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N-2,55,31. Las primeras ediciones dicen donde yago, el rucio conmigo. En la edición de Londres de 1738 se creyó mejorar este pasaje (al que realmente hacia obscuro su mala puntuación) poniendo donde yago, y el rucio conmigo. Mas Pellicer observó que el rucio conmigo era alusión a la fórmula forense en que el Abogado, alegando su conformidad con el Fiscal, testigo o Escribano, dice: el Escribano conmigo, etc., y que todo quedaba claro con sólo corregir la puntuación, diciendo donde yago: el rucio conmigo. Esta lección me parece la preferible.




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N-2,55,32. No adoptándose la enmienda de Pellicer, de que se habla en la nota anterior, pudiera tacharse la presente frase de repetición inútil; y aun adoptada, todavía disuena la duplicación fastidiosa y desagradable del conmigo.





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N-2,55,33. Respecto de un solo caso como el de aquella gruta, no puede decirse con exactitud tiempos inmemoriales en plural, sino tiempo inmemorial solamente.
Mayans, en la Vida de Cervantes, arguye de inverosímil la caída de Sancho en la caverna de media legua de extensión, según se dice en el texto, porque no se encuentra tal caverna en Aragón. Ríos, en su Análisis, defiende a Cervantes de esta inculpación a título de que en composiciones fabulosas basta que las cosas sean verosímiles, alegando algunos ejemplos de ello. Y esta explicación es tanto más plausible cuanto que en España son comunes tales cuevas, como se ha dicho poco ha.




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N-2,55,34. Realmente es muy inverosímil que, habiendo pasado ya un día y parte de otro desde que Sancho había partido de la ínsula, nada supiesen los Duques, cuando por saber con puntualidad los dichos y hechos del mismo habían enviado con él un cronista. Cervantes hubo de suponer esta ignorancia para proporcionar la sorpresa de Don Quijote al encontrarse con Sancho.




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N-2,55,35. Tampoco es muy verosímil la concurrencia de un escolar viviendo los Duques en una casa de campo; pero las expresiones que se ponen en su boca no estaban bien en la de ningún criado ni dependiente de los Duques, y se trataría de evitar este inconveniente introduciendo otra persona cualquiera.




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N-2,55,36. No es extraño, aunque lo parece, que Sancho ignorase los días que había durado su gobierno, cuando Cervantes, que inventó el cuento, no los sabia tampoco.




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N-2,55,37. No se expresa quién dice esto, pero debió ser Don Quijote, que volvería del castillo con la gente que sacó de la sima a Sancho y al rucio.




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N-2,55,38. Parece, según esto, que debía haber población junto al castillo, contra la idea que hasta ahora se había dado de su situación. Mas, sin embargo, esta misma idea se confirma en el capítulo LVI, donde se dice que había acudido a todos los lugares y aldeas circunvecinas infinita gente a ver la batalla de Don Quijote con Tosilos. ¿Cómo se hubiera omitido aquí expresar la del pueblo?




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N-2,55,39. Doble negación que no afirma, muy usada por Cervantes, y que ahora parecería viciosa.




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N-2,55,40. No era muy caritativo el deseo de Sancho, aunque ésta era la única expresión de resentimiento que se le escapaba contra los que tan pesada burla le habían hecho.




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N-2,55,41. Transposición dura, en lugar de las cargas y las obligaciones que trae consigo el gobernar.





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N-2,55,42. Anduvo aquí muy desmemoriado Cervantes, porque en el capítulo LI había referido que Sancho hizo varias ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él se imaginaba ser ínsula, y concluye diciendo que ordenó cosas tan buenas que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se nombran las constituciones del gran gobernador Sancho Panza. Y a mayor abundamiento, en el capítulo LII, al contar los sucesos de la última noche del gobierno de Sancho, dijo estaba éste en su cama no harto de pan ni de vino, sino de hacer estatutos y pragmáticas.





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N-2,55,43. Falta, en rigor, la partícula de, temeroso de que, etc. Pero ésta se elude familiarmente, como ya se ha dicho otras veces.




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N-2,55,44. Esta expresión no está bien ligada con lo que precede: lo estaría si se hubiera dicho:
porque no guardándose, es lo mesmo hacerlas que no hacerlas.




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N-2,55,45. No que es lo mismo que no digo, no sólo.





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N-2,55,46. Las zanahorias eran un pasto que se daba comúnmente a los caballos, según Davagiero, Laguna y el autor de la Justina (Bowle).




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N-2,55,47. Mejor: de venir molido y mal parado. Molido se toma siempre en mala parte, y sobra el mal. Suprimido el mal es preciso corregir el peor.



{{56}}Capítulo LVI. De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos, en la defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez


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N-2,56,1"> 5358.
Como la batalla no se verificó, está dicho con verdad y con gracia lo de nunca vista, que ordinariamente significa otra cosa.




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N-2,56,2. Si hubiera dicho de la batalla de Don Quijote con Tosilos, venía bien decir en defensa de la hija, porque éste era el objeto de Don Quijote; pero de la batalla entre los dos no se pudo decir lo mismo, porque tanto tenía de ofensa como de defensa.





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N-2,56,3. Estaría mejor si se hubieran suprimido las palabras del gobierno que le dieron, las cuales, por otra parte, no son necesarias para la claridad e inteligencia del período.




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N-2,56,4. Mucho tardó el mayordomo, estando tan poco distante la ínsula y tan deseosos los Duques de saber las cosas de Sancho; tanto más que habiendo salido éste de ella al empezar el día anterior, debió anticiparse el aviso para que estuviesen los Duques prevenidos.




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N-2,56,5. Modo arábigo muy usado en el QUIJOTE, con el objeto sin duda de remedar los libros caballerescos, en que también se usa comúnmente, como en nuestras crónicas, de donde hubieron aquéllos de tomarlo.




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N-2,56,6. Todas las circunstancias que aquí se expresan son conformes a los usos observados en los combates particulares y retos, como puede verse en las anotaciones de Bowle a este capítulo y al LI.




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N-2,56,7. No sólo los desafíos, sino aun los torneos estaban prohibidos por las leyes eclesiásticas a causa del peligro que corrían de herirse o de perder la vida los concurrentes. Ducange, en las disertaciones sobre la hitoria de San Luis, escrita por Joinville, reunió los varios casos de Príncipes y caballeros que perecieron en los torneos en el discurso del siglo XII. En los siguientes, y sin salir de España, fueron notables por las desgracias que sucedieron las justas de Valladolid del año 1440, reinando don Juan el I, y las que dio en la misma ciudad el Emperador Carlos V en año de 1518, en que de cinuenta justadores murieron siete, según la relación del cronista Pero Mejía. Bien sabida es la desgraciada muerte de Enrique I, Rey de Francia, en el torneo de París en 1559, justando con el Conde de Montgomery. Los Concilios y los Papas, movidos por estas consideraciones, habían prohíbido las justas y torneos; pero el espíritu guerrero y las costumbres de aquellos tiempos hacían ilusorias las prohibiciones, e inútiles las penasque las acompañaban. Una de éstas era la privación de sepultura eclesiástica, que se ejecutaba rigurosamente, como se ve por la relación del paso honroso se Suero de Quiñones, año de 1434, en que se aplicó la ley a un caballero aragonés que murió desgraciadamente, sin que los ruegos y solicitudes del mantenedor pudiesen obtener la dispensa.
En el Doctinal de Caballeros de don Alonso de Cartagena se lee: El Derecho canónigo en uno de los Concilios que se ficieron en Sant Juan de Letrán expresamente vieda los torneos, privando de sepultura a quien torneando muere. E luengos tiempos después, el Papa Clemente IV, en una extravagante, vedó las justas e torneos en Francia e Inglaterra, e en Alemaña e en otras ciertas partes del mundo so grades penas. Mas el Papa Juan XXI, su sucesor, considerando que muchos incurrían en ellas, revocó la extravagante de su sucesor (ley II, tít. V).
Prohibieron los torneos el Concilio de Reims de 1131 con privación de supultura eclesiástica, el general de Letrán de 1170, y el de Trento, al que sin duda se refiere aquí Cervantes (ses. XXV, cap. XIX de reformat), prohibió los desafíos bajo gravísimas penas, excomulgando entre otros a los Emperadores, Reyes, Duques; Príncipes y demás Señores temporales que diesen campo para los duelos en tierras de su jurisdicción.
El Duque había faltado, dando campo a Don Quijote, a esta disposición del Concilio contenida en el canon 19, que es el mismo en que se dice al principio: Detestabilis duellorum usus ex christiano orbe penitus exterminetur. Después se establecen las penas.




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N-2,56,8. En el capítulo LI se refirió que el campo dado por el Duque para el desafío era la plaza del castillo, y bajo este supuesto era natural que el cadalso se hiciese delante del castillo o en la plaza del castillo, y no delante de la plaza del castillo, como dice el texto.
Cadalso, tablado que se hace para alguna solemnidad pública; palabra derivada, según Covarrubias, de una voz griega que quiere decir videor, appareo, porque se hacen los tablados para que las personas que se ponen sobre ellos sean vistas de todos.
Otros dos cadalsos estaban en medio de la liza, uno enfrente de otro, e el uno era para los jueces, e para el rey de armas, e farautes, e trompetas, e Escribanos
(Paso honroso, párrafo 8.E°), etc.
Ahora se usa ordinariamente esta palabra para designar el tablado que se destina al suplicio de los criminales.




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N-2,56,9. Esto prueba que el castillo o palacio de los Duques estaba fuera del poblado, y era una verdadera quinta o casa de placer, como se la llamó en el capítulo XXX. Hácese esta observación Para confirmar lo que se dijo en las notas del capítulo anterior sobre el estudiante que se halló presente cuando sacaron a Sancho de la sima.




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N-2,56,10. Esto es, los que habían muerto durante la generación presente. Lo demás era mucho decir, puesto que el último duelo público en España se verificó el año de 1522, como se dijo en la nota al capítulo LI.




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N-2,56,11. El espacio cercado donde se había de pelear se llamaba liza. En Francia, según un estatuto del Rey Felipe el Hermoso, debía tener ochenta pasos de largo y cuarenta de ancho; espacio que parece sobradamente pequeño para pelear a caballo. La liza del paso honroso del Orbigo tenía ciento cuarenta y seis pasos de largo, y la valla era de una lanza de altura, con verjas.




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N-2,56,12. De esta clase de engaños se ve un ejemplo notable en el desafío de dos caballeros leoneses que retaron de traición a otros dos caballeros gallegos. Uno de los primeros hizo soterrar en el campo cuatro dardos, con los que se hirió malamente el caballo de su contrario, haciéndole salir del campo y consiguiendo así la victoria. Esto pasó en Sevilla ante el Rey don Pedro el Cruel, año de 1361 según refiere su Crónica.
Otro de los engaños prohibidos por las leyes del desafío como ya se indicó en el capítulo LI era traer las armas o alguna parte de ellas encantadas, o forjadas con hierbas, talismanes o hechizos para vencer, sobre lo cual se exigía juramento a los combatientes. De una clase particular de engaño habla la Crónica de don Juan el I en la relación de las armas que hizo en Valladolid el año de 1448 un caballero borgoñón con don Diego de Guzmán, el cual, habiendo mandado añadir una pieza a su bacinete, se hizo a sabiendas de fierro tan blando, que cada golpe que Micer Jacques le daba con el cuento de la hacha gelo pasaba, de tal manera que Diego de Guzmán fue mucho ferido en la frente.




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N-2,56,13. Otro de los ejemplos bien marcados de lo que en latín se llama ablativo absoluto, y no tiene nombre particular en castellano.




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N-2,56,14. Encambronarse, según Covarrubias, es ponerse muy tiesierguido, de modo que no pueda bajarse la cabeza ni volverla a una parte ni a otra. Está tomada la semejanza de cierta pieza del arnés que coge un pedazo del hombro, el cuello y el almenete, para recibir en ella el golpe de lanza del contrario.





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N-2,56,15. Este último alude a las cernejas, que los caballos frisones tienen muy pobladas, y es señal de ser fuertes. Así Covarrubias, citado por Bowle.
Frisia o Frisa, en el día Friesland, provincia de los Países Bajos, que comprendía en otro tiempo el territorio entre el Weser y el Escalda.
Los caballos de aquel país son conocidos efectivamente por su fuerza más que por lo ligero y gallardo de su estampa que es pesada y sin gracia.




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N-2,56,16. Gramaticalmente, el peligro de muerte de que se habla era relativo a Tosilos, aunque por los antecedentes se viene en conocimiento de que se trata de Don Quijote. Y de todos modos, si se habían quitado los hierros de las lanzas, como arriba se dijo, no era tanto ni tan cierto el peligro del encuentro ni para uno ni para otro combatiente. ---El estaba en vez de era, parece italianismo.




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N-2,56,17. Maese de campo era en aquel tiempo otra cosa distinta de la que aquí se indica. Significaba el oficial superior que mandaba cierto número de tropas, cargo que correspondía al de Coronel (Mendoza: Guerra Civil de Granada, lib. I, núm. 23). Cervantes quiso hablar del Maestro de ceremonias, que dijo antes y dice después. Más adelante vuelve a llamarle Maese de campo: éste seria el juez del duelo. Los había en las justas y torneos, y los hubo en el Paso de Suero de Quiñones.
Parece corresponder este cargo o dignidad al que se conocía con la denominación de Campidoctor o Campiductor, según el índice de las dignidades añadido a Amiano Marcelino (Rerum gestarum libri qui supersunt), que dice así: Campidoctores, qui scientiam armorum et omnes armatur礠numeros militibus tradunt. .Dicuntur et Campiductores, sed austore Valerio ad h. l. minus bene.





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N-2,56,18. Venga la dueña, dijo Dardán, y otórguete por su caballero... E .Dardán dijo a la dueña: Este caballero quiere la batalla por vos; ¿otorgóisle vuestro derecho? Otorgo, dijo ella, e Dios le dé ende buen galardón (Amadís de Gaula, cap. XII). El caballero defensor de la dueña era Amadís, pero sin ser conocido. Se le llama y entiende por el Caballero Extraño.





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N-2,56,19. Parece increíble tanta necedad y bobería en la dueña y su hija, que tuviesen por verdadero lo que pasaba, cuando no era verosímil ignorasen que el follón autor del desaguisado estaba en Flandes, adonde se había ido huyendo (cap. LIV). Tampoco puede decirse que estaban de acuerdo con el Duque para el fingimiento, por todo lo que se ha contado de este caso anteriormente, y por las voces y quejas que dieron luego que se descubrió el rostro del lacayo Tosilos.




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N-2,56,20. El que pelea, lidia o disputa con otro.




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N-2,56,21. Partir el sol es poner y colocar a los combatientes de modo que a ninguno de ellos le dé de frente; y era costumbre hacerlo en los duelos y desafíos para igualar la condición de ambos, lo mismo que examinar el campo porque no hubiese en él engaño ni tropiezo encubierto, con las demás ceremonias que aquí se describen, y de que hay ejemplos frecuentes, no sólo en los libros de Caballerías, sino también en las Crónicas o historias de la Edad Media.
Muchos de los pormenores que se verifican en las lides caballerescas se pueden ver en la relación del Paso honroso de Suero de Quiñones, que se incluyó entre los apéndices a la edición última de la Crónica del Condestable don álvaro de Luna, y de que se hizo mención en la primera parte (cap. XLIX).
Nos partieron el sol, decía en tono burlesco Estebanillo González (tomo I, pág. 146), refiriéndose a los jueces de su desafío con un estudiante polaco, sobre quién bebería más aguardiente, poniéndonos a los dos de frente enfrente y la tabla en medio.
Don Martín de Ulloa escribió una disertación sobre los duelos, desafíos y leyes de su observancia, que se publicó en el primer tomo de las Memorias de la Academia de la historia.
El Doctrinal de Caballeros, en las leyes sobre los retos, prescribe que los fieles enteren bien a los combatientes de los mojones del campo en que han de lidiar: E después que esto hubieren lecho, hanlos de meter en inedia del campo
e partirles el sol
(lib. II, tít. II).
En la tercera parte de Don Florisel de Niquea (cap. LII, fol. 83) se describe la batalla de tres a tres caballeros, y allí se dice: E así fueron (los caballeros) por los jueces metidos en el campo, y el sol partido... Y puestos así los jueces en un cadahalso se suben pregonando con pena de muerte la seguridad del campo; y tan callados todos como si allí hombre no hubiera, el son de las trompetas aguardaban. Y más adelante se lee (cap. CXVI, fol. 172):
Partido el sol, hechas las solemnidades que se requerían, puestos los caballeros, dispuestos para la arremetida, las trompas sonaron y ellos bien cubiertos de sus escudos, etc. Es la relación de la batalla que don Rogel y don Filisel tuvieron con dos caballeros hermanos que habían usurpado a la doncella Agresta el castillo de Valcázar.
Léese en Amadís de Grecia (parte I, capítulo IX): El sol partido por ambas partes, las trompetas sonaron, los caballeros bien cubiertos de sus escudos se fueron a encontrar.




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N-2,56,22. Ejemplo notable de estas ceremonias ofrece el Poema del Cid en la relación del reto entre los caballeros de Rui Díaz y los Infantes de Carrión (verso 3556 y sigs.):

De noche velaron las armas e rogaron al Criador.
Hias′′ metían en armas los del buen Campeador...
En otro logar se arman los Infantes de Carrion...
Hya salieron del campo do eran los moiones..
Los fieles e el Rey enseñaron los moiones...
Librábanse del campo todos alrededor:
Bien gclo demostraron a todos seis como son,
que por y serie vencido qui saliese del moión
todas las gentes escombraron aderredor,
de seis astas de lanzas que non legasen al moión
sorteábanles el campo: ya les partien el sol:
Salien los fieles de medio ellos, cara por cara son.




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N-2,56,23. Bellamente va preparando Cervantes el desenlace de esta aventura, que será tanto más ridículo cuanto mayor es la solemnidad de los preparativos.
Mirante, participio de presente, como peleante, preguntante, querellante, etc. Véanse las notas 17 del capítulo XIV y 40 del XLV.




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N-2,56,24. Fuera de desear que Cervantes hubiese suprimido estas palabras que entorpecen el discurso e interrumpen la sesga y fluida corriente del lenguaje.




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N-2,56,25. ¡Con qué habilidad contrapone Cervantes lo despreciable del objeto y las fuerzas y travesuras del Amor; el rendimiento de un lacayo tosco y majadero, con el poderlo de aquel Dios a quien decía en la Eneida la Madre de las gracias y de los placeres:

Nate, me礠vires, mea magna potentia solus;
nate, Patris summi qui tela typh祡 temnis,
ad te confugio, et suplex tua numina posco!

(Libro I, v. 668 y siguientes.)




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N-2,56,26. En las lides aplazadas y solemnes era costumbre dar la señal de combatir con trompas o trompetas, como se ve a cada paso en los libros caballerescos y en el Paso honroso de Suero de Quiñones, varias veces citado.




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N-2,56,27. Por la construcción parece que el que dijo fue el Maese de campo, mas no fue sino Tosilos.




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N-2,56,28. Temeroso de conciencia es como se dice ordinariamente, pero no me atrevo a condenar del todo lo que dice el texto. Más abajo se dice: Temerosa conciencia, como si se dijera escrupulosa, delicada conciencia.





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N-2,56,29. Mar, el ratón, palabra anticuada que se conserva en el refrán alegado por Sancho.
El autor del Diálogo de las lenguas, para probar que mur es palabra castellana, alega este refrán y otro que dice: Al mur que no sabe sino un agugero, presto lo tanza el gato (página 137).
Usó esta voz el P. Fr. Hernando de Talavera en el tratado de cómo se he de ordenar el tiempo, dirigido a doña Maria Pacheco, Condesa de Benavente. También se encuentra usada esta palabra por el Arcipreste de Hita en la fábula del Mur de Guadalajara, et del Mur de Monferrado (coplas 1344 y siguientes), en la de la Tierra de parto, y en la del León et del Mar (coplas 1399 y siguientes). En esta última formó el diminutivo muresillo. Morcillo (del brazo) no es más que moresillo, y lo mismo el latín musculus.
En el poema de Alejandro (copla 2003), se lee:

Dieron salto en ellos unos mures granados.

Lo que has de dar al rato dáselo al gato
Así está en el Diccionario.

La petición y querella del gato a su amo en el Romancero general de Pedro Flores (parte XII, fol. 477), que empieza:

Yo don Gato Coronel,
mozo astuto y diligente...

concluye así:

Estimad en mucho al gato
que merece estimación,
y dalde lo que al ratón,
que os saldrá al fin más barato.




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N-2,56,30. No su rostro, sino el rostro, debió decirse. ---De lacayo. Del lacayo se lee en las ediciones de 1780 y 1787.




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N-2,56,31. Expresión que está bien en boca de la hija de doña Rodríguez, pero no en la de su madre, como aquí, en que se atribuye a ambas.




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N-2,56,32. Ocurrencia feliz de Cervantes, tan apropiada al carácter de Don Quijote como oportuna para Cortar aquel lance y anular las Consecuencias del enojo del Duque y de las pretensiones de las agraviadas, cuya sandez sólo puede compararse con la del lacayo. Es uno de los pasajes de efecto más admirable en el QUIJOTE. La locura de nuestro hidalgo proporcionó un desenlace tan natural como imprevisto a este episodio forjado y calcado sobre infinitos ejemplares de casos semejantes que ofrecen los libros caballerescos.




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N-2,56,33. No el Duque, sino la cólera, fue lo que hubo de romper en risa. Si en vez de romper se hubiera puesto desahogar, estaba bien el pasaje.




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N-2,56,34. En rigor debiera decirse: a un caballero, etc.




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N-2,56,35. Sobra el que, con el cual no se hace sentido.
Esta salida de la hija de doña Rodríguez acaba de dar la última pincelada en el cuadro de su sandez, y confirma enteramente el carácter que antes se le ha atribuido.




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N-2,56,36. Cervantes en esto censuro justísimamente la barbaridad de las gentes, que aun en nuestros días no se divierten en las fiestas de toros si no hay muchos porrazos y caballos muertos, y tienen por una gran fiesta aquella en que suceden muchas desgracias (Ríos, Análisis, párrafo 254).





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N-2,56,37. El reo que van a ahorcar. Dícese así vulgarmente, y se le llama ahorcado aun antes de que le ahorquen, y lo mismo se dice del azotazo. Esto consiste en que no hay en castellano verbales o participios de futuro como no sea el ordenando.





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N-2,56,38. Juega Cervantes con la palabra caso tomada equívocamente, ya como nombre, ya como verbo.

{{57}}Capítulo LVI. Que trata de cómo don Quijote se despidió del duque, y de lo que le sucedió con la discreta y desenvuelta Altisidora, doncella de la duquesa


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N-2,57,1"> 5396.
Bowle cita a este propósito en sus anotaciones al QUIJOTE Varios pasajes de Amadís, Polindo y Girón, en que se habla contra la ociosidad de los caballeros andantes.




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N-2,57,2. Hacer regalos ya se dice, aunque no significa lo que aquí; pero hacer deleites es expresión absolutamente inadmisible.




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N-2,57,3. Ya había empezado a pedirla algunos días antes, cuando la demanda de doña Rodríguez y su hija interrumpió el discurso de Don Quijote y suspendió su partida, como se refirió al principio del capítulo LI.
Pudo tenerse aquí presente este pasaje de Amadís: Quedó en la ínsula Firme Amadís con su señora Oriana al mayor vicio y placer que nunca caballero estuvo... A cabo de algún espacio…… comenzó a acordarse de la vida pasada cuando a su honra y prez... E algunas veces lo habló con su señora, rogándole muy afincadamente le diese licencia para salir de allí, e ir a algunas partes donde creía que sería menester su socorro. Mas ella nunca otorgárselo quiso (Amadís de Gaula, cap. CXXVI).




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N-2,57,4. El mismo refrán había alegado Sancho en su arenga a los Duques al volver de su gobierno, como se refirió en el capítulo LV.




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N-2,57,5. Todo esto se halla escrito con mucha incorrección y desaliño. Se califican de soliloquio las expresiones anteriores de Sancho, después de haber expresado al empezar que las dijo con motivo de entregarle la Duquesa las cartas de su mujer (que tampoco eran más de una). Y si las dijo el día de la partida no pudo ser a la Duquesa, a quien no había visto aquel día, puesto que Don Quijote se había despedido de los Duques la noche anterior. ---La mezcla del saliendo y habiéndose despedido, que son tiempos diferentes, está mal, y todo quedaría mucho mejor suprimiéndose la palabra saliendo.





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N-2,57,6. La maleta es cosa nueva y no nombrada hasta ahora en el ajuar de Sancho. Realmente no era fácil ni verosímil que la llevase, aunque según las prevenciones hechas por el ventero a su amo al conferirle la orden de Caballería, debía éste llevar camisas y medicinas, y para esto se necesita maleta o cosa equivalente.
Avellaneda, al describir en el capítulo IV la tercera salida de Don Quijote y Sancho, dice que éste llevaba una maleta pequeña con la ropa blanca.




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N-2,57,7. De bolsa, femenino, se formó el bolsico y bolsillo, masculinos. Algún otro ejemplo hay de estas extravagancias y caprichos del uso, tirano más bien que dueño y señor del lenguaje.




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N-2,57,8. La Academia corrigió así este verso, en que las ediciones anteriores decían huyas. La enmienda era necesaria, y no sé por qué la desaprueba Pellicer en sus notas.




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N-2,57,9. Quiere Altisidora decir que es cordera tierna a la que todavía falta mucho para llegar a ser oveja. Ya en el romance que cantó en el jardín escuchándola Don Quijote había dicho:

Niña soy, pulcela tierna,
mi edad de quince no pasa:
catorce y tres meses,
te juro en Dios y en mi ánima.




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N-2,57,10. Expresión que caracteriza bien la desenvoltura y tono burlón de Altisidora. Cervantes contrapuso aquí el carácter de una doncella atrevida y liviana al proceder honrado, modesto y verdaderamente caballeresco de Don Quijote, fiel imitador además de la fidelidad de Amadís: contraposición que, por otra parte, era necesaria para proporcionar los incidentes de la fábula que tienen relación con los fingidos amores de Altisidora.




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N-2,57,11. Vireno, Duque de Zelandia, abandonó en una isla desierta a Olimpia, hija del Conde de Holanda, su amante y su bienhechora. De esto habla largamente Ariosto en los cantos 9 y 10 de su Orlando, donde se recuerda la fábula de Ariadna abandonada por Teseo.
Las aventuras de Vireno y Olimpia dieron asunto a varias composiciones de nuestros romanceros. Bowle, en sus anotaciones al QUIJOTE, después de citar a Ariosto, inserta íntegra la canción de Vireno y Olimpia, contenida en el Cancionero de Flores (parte I, fol. 41, 2).
Es menester confesar que esta mezcla de Vireno, Eneas y Barrabás tiene singular ridiculez.




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N-2,57,12. Cerras, voz de la germanía que, según el vocabulario de Juan Hidalgo, significa manos.





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N-2,57,13. Bufonada, que deja patente en Altisidora la intención de burlarse, así como de Londres a Inglaterra, que viene después.




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N-2,57,14. Los cientos y la primera están explicados en el Diccionario, el reinado no. ---Según una nota de Pellicer a los versos de Urganda, Moreto citó los juegos de los Cientos y la primera en la comedia del Licenciado Vidriera. Mateo Alemán habla también del juego de la primera en su Guzmán de Alfarache (parte I, lib. II, cap. IX).
Antonio de Torquemada, autor de Don Olivante de Laura, en los Coloquios satíricos, libro que se publicó en Bilbao el año 1584, según don Nicolás Antonio (Biblioteca hispano nova), dice en el Coloquio del juego que el de la dobladilla casi ha desterrado a la primera. Las letras, flores o trampas usadas por los fulleros que jugaban a la primera se hallan descritas por Quevedo en su Tacaño (cap. XXII).
Figueroa refiere los juegos de naipes que se usaban en su tiempo (1615), así; Los naipes con que se juega a primera, cientos y quinolas; al quince, al treinta, a la flor, capadillo, tenderete, bazas, triunfo, vuelto, polla, reinado, bárciga, parar, pintillas, cartela, al rentoy, al hombre, al cuco, matacán y otros (Plaza universal, discurso 66, fol. 255 v.).




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N-2,57,15. Este es otro de los ejemplos que presenta el QUIJOTE del uso de la en dativo, que se ha notado ya alguna otra vez en este Comentario.




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N-2,57,16. No parece verosímil que Sancho se llevase los tocadores como no fuese por equivocación, cuando su carácter, aunque codicioso, era no sólo honrado, sino también pundonoroso (véase la nota al cap. LIV). Lo que confirman las palabras del mismo Sancho al fin del capítulo: Bonico soy yo para encubrir hurtos, pues a quererlos hacer, de paleta me había venido la ocasión en mi gobierno.





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N-2,57,17. Se dice de cosas disparatadas que no vienen a cuento.




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N-2,57,18. Sospecho que hay aquí una errata, y debe leerse a llevaros tres tocadores por lo menos, y por lo más las ligas de mi doncella.





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N-2,57,19. Parece por esto que hubieron de restituirse los tocadores: mas no fue así, puesto que luego se los quitaron a Sancho los bandoleros de Roque Guinart (cap. LX).




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N-2,57,20. Repetición desaliñada de como: La edición de Valencia, que fue la segunda de esta segunda parte, corrigió, y corrigió bien, según ella lo dice, como enamorada. Así también la Academia en su variante.




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N-2,57,21. Aquí es equivalente de hazañas; pero no sucede así en el uso común, que siempre toma esta palabra en mala parte por acciones viciosas.





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N-2,57,22. Esto es de la imputación del latrocinio de las ligas. No eran mala distracción de Altisidora reclamar las ligas que traía puestas. Según todo lo que arroja de sí este capítulo, el romance de Altisidora fue improvisado.




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N-2,57,23. Modo adverbial, lo mismo que oportunamente, de molde, etc.




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N-2,57,24. De aquí se infiere que Cervantes, al concluir el presente capítulo, aún tenía ánimo de conducir a su héroe a Zaragoza, según él mismo lo había anunciado al fin de la primera parte. La mudanza de su plan la hizo, sin duda, en el capítulo LIX, el cual estaría escribiendo cuando llegó a su noticia la de haberse impreso el Quijote de Avellaneda.

{{58}}Capítulo LVII. Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras


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N-2,58,1"> 5420.
Con efecto, en un solo día sucedieron las tres aventuras del encuentro de los santos caballeros andantes, de la nueva Arcadia y del atropellamiento de los toros, que son el asunto del presente capítulo.




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N-2,58,2. Libertad: hermoso nombre que los excesos y extravagancias de los unos y la timidez e ignorancia de los otros han concurrido a desacreditar en estos últimos tiempos, confundiendo la honrada libertad que protegen y conservan las leyes con la licencia que reprimen y castigan. ---Estas razones de Don Quijote son admirables, tanto por la sensatez de las ideas que encierran, como por el lenguaje noble, propio y majestuoso con que se expresan.




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N-2,58,3. Cervantes lo había hecho así durante su cautiverio, exponiendo repetidas veces su vida por recobrar la libertad. Establecía el precepto después de haber dado el ejemplo.
Estas mismas palabras cita Navarrete en su Vida de Cervantes (pág. 38), al referir muy por menor los riesgos y trabajos inauditos que a éste produjo el anhelo de recobrar su libertad y de procurársela a sus compañeros de cautiverio.




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N-2,58,4. Mejor: Las obligaciones que imponen los beneficios y mercedes recibidas.





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N-2,58,5. ¡Bello concepto y bello período, y qué propio de Ja estrecha y desgraciada situación de Cervantes!




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N-2,58,6. Pítima: el emplasto que se pone sobre el corazón para desahogarlo y alegrarlo, según Covarrubias, citado por Bowle, quien pone un ejemplo de ello tomado de la novela de Cervantes El Amante liberal.





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N-2,58,7. Empinado y tendido son contradictorias. A no ser que indique que unas estaban de un modo y otras de otro. Mas en este caso debió decir: unas empinadas y otras tendidas.





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N-2,58,8. Imágenes decimos ahora. Por lo demás, diciéndose relieve sobra entalladura, porque sólo lo entallado puede tener relieve. Eran según la expresión vulgar, imágenes de bulto.




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N-2,58,9. Aquí no se suprime la s del llevamos, según el uso más corriente, aunque no exclusivo en esta parte. Pero siempre es preferible la supresión de la s en la segunda persona del plural de los verbos seguidos del pronombre personal, pues, con ella se evita la dureza que resulta en la pronunciación de dos consonantes reunidas.




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N-2,58,10. Pleonasmo autorizado por el uso para esforzar la expresión. Y es verdadero pleonasmo, porque ni puede verse sino por la vista, ni la vista puede ser sino por los ojos. ---Del mismo género es la expresión de toda imposibilidad es imposible, de que usa Cervantes en el capítulo XLVII de la primera parte.
Y levantándose, dejó de comer. Al revés debió decirse: y dejando de comer, se levantó. El levantarse supone que dejó de comer: no al contrario.




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N-2,58,11. Cervantes saca partido aquí para su propósito, no sólo de la circunstancia de haber seguido San Jorge la carrera de las armas, en la que obtuvo un grado superior bajo el imperio de Diocleciano, en que sufrió el martirio por la fe de Jesucristo, sino aun también de la manera común de representarle armado de todas armas, con una mano, en ademán de acometer a un dragón para defender a una doncella que parece temerosa de ser despedazada o violentada por este monstruo. Alegoría con la cual se quiere significar el valor con que este ilustre mártir combatió la idolatría.




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N-2,58,12. No quiso aquí Don Quijote negar a San Martín la prenda de la valentía, sino dio a entender que, siendo valiente, todavía era más liberal. Y con efecto, la liberalidad, lejos de excluir a la valentía, no se aviene bien con pechos tímidos y cobardes.




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N-2,58,13. Siendo las imágenes entalladas y de relieve, como arriba se dijo, y estando además
doradas, según se expresó respecto de la de San Jorge, no era fácil que se representase lo ensangrentado de la espada como si hubieran estado pintadas al natural.




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N-2,58,14. Figueroa, en su Pasajero (alivio sexto), hablando de un voto de ir en romería a Santiago dice: ir en persona peregrinando a visitar la Suntuosa iglesia en que se halla depositado el cuerpo del grande Patrón de España, el santísimo Diego.
Matamoros,
apellido conocido, y aplicado ingeniosa y oportunamente a Santiago.




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N-2,58,15. Se llamaría caballero andante a San Pablo, porque iba a caballo cuando su conversión, o por sus muchos viajes.
En cuanto a la antítesis de andante y a pie quedo, y de por la vida y por la muerte, son pueriles y de mal gusto, porque no es exacto ni natural el contraste.




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N-2,58,16. Cuando fue arrebatado al tercer cielo, y vio cosas que el hombre no puede explicar (Epist. ad Corinth., cap. IV, vers. 2, 3 et 4).




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N-2,58,17. La aprensión de Don Quijote de aplicar la calidad de caballeros andantes a San Jorge, San Martín y San Pablo; el Don que les antepone; el apellido Matamoros atribuido a Santiago; el discursito que hace a los labradores que llevaban sus imágenes, y el traer a cuento con tal motivo el desencanto de Dulcinea, son cosas que reúne Cervantes con tanta gracia como oportunidad para sostener el carácter de la locura de su héroe.




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N-2,58,18. Literal del Evangelio: regnum c祬orum vim patitur (Math, cap. I, vers. 12). En la trastornada cabeza de Don Quijote bullían confusamente las ideas que en ella habían dejado las buenas y malas lecturas; las máximas más sensatas con los más ridículos extravíos de su razón.




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N-2,58,19. Esta expresión no es verosímil en Don Quijote, que ciertamente no se tenía por loco.




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N-2,58,20. Modo de hablar vulgar con que se expresa el deseo de que suceda bien alguna cosa que se intenta. Deus exaudiat e: d祭onium avenal (Diccionario grande de la Academia).




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N-2,58,21. Palabra rústica con que los mozos de labor y trabajadores del campo suelen hablar a sus principales, y muy propia en boca de Sancho.




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N-2,58,22. Ha en singular, debiendo estar en plural.




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N-2,58,23. Aquí parece que Sancho supone que llevaba espada. Pero ni esto es verosímil atendido su carácter, ni se hace mención de ella en mil ocasiones en que era preciso mencionarla si la llevara. Cuando el asalto de la ínsula decía a los que instaban para que se armase: ¿¿Qué sé yo de armas? Esto si que está en el carácter de Sancho. ---En la primera parte se notó ya la inconsecuencia con que en distintos parajes habló de esto Cervantes.




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N-2,58,24. Esto... han de ser tenidos no puede menos de ser errata por ééstos.
Realmente este discurso de Don Quijote no viene bien con lo que precede inmediatamente, y para hallarse la ocasión era menester volver a lo que él mismo había dicho antes a los aldeanos, que tenía por buen agÜero haberse encontrado con ellos y con las imágenes que llevaban. Por lo demás, las razones de Don Quijote sobre la creencia común respecto de los agÜeros, son sumamente discretas y juiciosas.
Gutierre Díez de Games, Alférez de Pero Niño, en la Crónica de su Capitán (parte I, capítulo XXXVI), después de decir el terror que un eclipse de sol produjo en su gente, y de explicar muy bien la causa de él, añade lo que sigue:
Dice aquí el autor que asaz abastaría al ome fe e razón para se salvar e vivir en este mundo; mas que de amas usa mal, porque deja de tener e ayer fe en Dios, e pone su fiada en signos de las aves, e en los estornudos, e en las adevinanzas, e en los sueños. ¡Cuidado de ome! ¿Tú non sabes que en las aves no hay razón? Pues lo que Dios ascondió al ome razonable, al cual Dios dotó e cumplió de vertud poco menos que a los ángeles, ¿cómo lo dio a la animalia bruta? Dióles Dios oigan estinto e seso natural para buscar la vida e guardarse de los empescimientos, mas non les dio saber las cosas que son por venir. Así que estas cosas la ley las defiende e la razón non las sufre.
En el siglo XVI eran todavía muy comunes los agÜeros y supersticiones; unos eran generales, como el no salir de casa en martes a negocios, ni empezar camino sin principiar a andar con el pie derecho: otros eran peculiares de ciertas profesiones. El Licenciado Luque los tahures y fulleros. Pellicer los menciona con bastante extensión. Entre jugadores era de mal agÜero alzar las cartas con la mano izquierda y ganar a la mano primera. Quizá de aquí viene la frase Dios te dé buena mano derecha.





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N-2,58,25. Entre los romanos era de mal agÜero el encuentro de un negro, como se ve por Floro y Juvenal.
Apantomancia se llama la adivinación por las cosas que casualmente se encuentran... Un historiador francés, en la vida de Luis Xl, cuenta del Conde de Armagnac que tenía por infausto el encuentro de un inglés. Así Feijoo, en su Teatro crítico (tomo I, disc. 3.E°).
Grifo. Animal fabuloso que se supone de medio cuerpo arriba semejante al águila, y al león en la parte inferior. Un grifo fue la divisa del célebre impresor Sebastián Grifo. Como adjetivo se aplica al carácter o letra inventada por Aldo Manucio, que desterró la manera gótica.




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N-2,58,26. Los moros son grandes agoreros, en especial caminando de guerra. Si topan algún león o puerco, tiénenlo por buena señal. Si atravesaban dos cuervos, también. Si uno solo, por mal pronóstico. Si conejo o liebre, por peor. Y en tanto grado miran estas desventuras, que cuando les sale mal agÜero, aunque vayan caminando aquel día, a la hora se paran y asientan su real, entendiendo que aciertan en lo que yerran (Diego de Torres, Historia de los Xarifes, capítulo LXXXVII).
Aun entre las personas más cultas suele haber estas creencias ridículas. ---Del famoso astrónomo Tico Brahe se cuenta que si al salir de su casa encontraba alguna vieja o veía alguna liebre, se volvía a ella por temor de algún mal suceso. Así lo refiere Gasendo en la vida de Tico Brahe, citado por Feijoo (tomo I, discurso tercero, párrafo cuarto).




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N-2,58,27. Algunas familias están notadas de tener ciertos agÜeros; pero a Dios gracias ya esto se va olvidando (Covarrubias, art. AgÜero).
A este propósito dice Quevedo (cap. de los AgÜeros), en su Libro de todas las cosas y otras muchas más: Si se te derrama el salero y no eres Mendoza, véngate del agÜero y cómetele en los manjares. Y si lo eres, levántate sin comer y ayuna el agÜero como si fuese santo, que por eso se cumple en ellos el agÜero de la sal, pues, siempre sucede desgracia, pues, lo es no comer.





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N-2,58,28. Habla aquí Don Quijote con mucho juicio en desprecio de estas preocupaciones vulgares; pero en el capítulo IV había tenido a felicísimo agÜero los relinchos de su caballo. Volvió a hacer lo mismo en el capítulo VII, y en el LXXII todavía juzga mal signo el encuentro de la liebre que vio al entrar en su aldea seguida de perros y cazadores.
Tan inclinado es el hombre a lo maravilloso, que esta y otras muchas preocupaciones de la misma especie, comunes en lo antiguo, no han desaparecido del todo aun en las naciones más cultas, a pesar de la civilización y espíritu de incredulidad de nuestros días.




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N-2,58,29. Esto lo prueba Cervantes con el dicho de Escipión al desembarcar y caer en áfrica. Hubiera sido mejor, por consiguiente, contentarse en decir el discreto omitiendo el cristiano.





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N-2,58,30. Muy semejante a ésta fue la expresión del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, cuando en la batalla de Garellano, resbalando su caballo y cayendo con él en el suelo, dijo con rostro alegre a sus soldados: Ea, amigos, que pues la tierra nos abraza, bien nos quiere (Su Crónica, lib. I, cap. CX).




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N-2,58,31. Que por cual, es como se dice ordinariamente.




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N-2,58,32. Invocación cuyo uso es antiquísimo entre los españoles, especialmente en sus combates con los moros.
En la batalla de Alcocer, según refiere el poema del Cid (verso 739).




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N-2,58,33. Los moros laman Mafomat, los cristianos Sanctiague.

Desde la batalla de Clavijo, ganada por don Ramiro I, dice Rodrigo Méndez de Silva, en que se vio pelear a Santiago en un caballo blanco, quedó la devota costumbre de apellidarle en los acontecimientos (Catálogo Real de España, folio 34).
Acerca de este prodigioso suceso se hacen observaciones llenas de erudición y buena crítica en la Nueva demostración sobre la falsedad del privilegio del Rey Don Ramiro I, contenida entre las Memorias de la Real Academia de la Historia (tomo IV), en el que se califica de apócrifo dicho privilegio, en el que se refiere tan maravilloso suceso y se establece el voto de Santiago, o sea el pago de una especie de primacía consistente en una medida del mejor fruto, y lo mismo respecto del vino, por cada yunta de bueyes, que parece establecido por don Ramiro para toda España, inclusas las provincias de la misma que se dignase Dios libertar de la dominación de los Sarracenos bajo el nombre del Apóstol Santiago; extendiéndose también estos votos a las primacías de los despojos que se ganasen de los moros. Igual prueba había hecho el Duque de Arcos en su Representación contra el voto de Santiago, y demostrado el anacronismo en que se había incurrido al extender el diploma del privilegio que se dice dado en la era 872, época, en que reinaba Don Alonso el Casto, antecesor de don Ramiro, muerto en 880, según la crónica a que se refiere.




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N-2,58,34. ¿Pues cómo le habían de ver?




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N-2,58,35. Rapaz. El muchacho pequeño de edad. Véase lo que a propósito de rapacería se dijo en una nota del capítulo XLIX.
Ceguezuelo. Esta rica variedad de los diminutivos castellanos es uno de los orígenes de la fecundidad de nuestro idioma.
Por lo demás, todo este discurso de Sancho tiene harto más aliño y cultura del que corresponde a su carácter.




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N-2,58,36. No es verosímil que Sancho tratase así a su amo, quien ya le había hecho arrepentirse alguna vez de su falta de respeto. Parece que esta exclamación debiera ser como los apartes de las comedias, diciéndolo Sancho de modo que no lo oyese su amo, y continuando después en tono regular lo que sigue.




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N-2,58,37. Ejemplo del pronombre le usado en acusativo femenino.
El uso no ha fijado enteramente los casos del pronombre el cual fuera de desear. En la Gramática de la Academia se establece absolutamente el le y les para el dativo singular o plural en ambos géneros masculino y femenino y le y los para el acusativo singular o plural en el género masculino, tachando de inexacto el uso contrario de los escritores, y refiriéndose a Granada y a Cervantes sobre el uso del lo en acusativo. Esto me mueve a presentar a los lectores algunos ejemplos del vario uso que se hace de este pronombre, especialmente por el mismo Cervantes y por algunos otros autores de la nota, en prueba del aserto en que empieza la presente nota.
El por lo en nominativo: Todo el blanco no es harina. Así está este refrán en una glosa del Cancionero general de Sevilla, año 1540 (folio 154). Aquí el neutro lleva el artículo masculino.
Torres Naharro, citado por Martínez de la Rosa, dice: ¿¿Quién vos dice aquí el contrario?
Por lo contrario. El uso actual favorece más a la claridad y es preferible al anterior.
Lo en nominativo con nombres femeninos: Lo sabía que fue esta providencia se conoció por sus efectos. ---Lo canalla y lo bribona que es tu mujer es mucho. ---A la vista está lo borrico o lo borrica que eres. En estos ejemplos se ven substantivos adjetivados, o más bien que se usan como adjetivos substantivados; y que no son tan pocos los casos del artículo lo, y por consiguiente los neutros.
Le en nominativo por lo: Que parece que no le había de ser (parete I, cap. XXXIV). El debiera ser lo y en ello hay gran diferencia.
Lo en nominativo: Decían que la Reina estaba contenta con su marido, y con efecto, lo estaba. ---Pedro pasaba por feliz y lo era. ---Dícenme que te diviertes mucho, y lo creo. Nótese el uso del pronombre lo, al cual en algún caso pudiera llamarse: pro-verbo, y pro-frase; género de riqueza peculiar de la lengua castellana, del cual carece su madre la latina.
La por le en dativo: Dilátase el darla estado (parte I, cap. XXIV.) ---La quiso dar de puñaladas (Ib., cap. XXVII). ---Y que la dejasen el cargo (Ib., capítulo XXIX). ---Del mal tratamiento que le hicieron los galeotes (Ib., capítulo XXX). ---Muchos caballeros andantes que la sirven (Ib., cap. XXXI). ---La apretó con ambas manos la garganta (Ib., cap. XXXII). ---La ha de quitar la vida (Ib., cap. XXXII). ---Joyas que darla y que siempre la había guardado (a Dulcinea, parte I, cap. II). ---A que la tengamos respeto (Ib., cap. V). ---La habrá mudado la figura (Ib., cap. V). ---Hacerla saber cómo está (Ib., cap. XXII). ---Y sin responderla palabra (Ib., cap. LVI). ---A quien en España
toda
la dan la palma de la hermosura (Ib., capítulo LVII).
También Quevedo usó el la en dativo por le. Igualmente se halla esta palabra usada de este modo en Florindo de la Extraña Ventura .
Sobre el uso del pronombre la y lo por le puede verse a Salvá (Gramática castellana, páginas 146 y 147).
Los en dativo por les: Pegarlos fuego (parte I, cap. VI). ---Que los hizo volver los rostros... pero el que más se alborotó de oirle (el son de la trompeta, Ib., cap. LI),
Es familiar a Cervantes el uso del pronombre lo por le, y al contrario, como se ve por el presente pasaje. El uso actual de las personas cultas pone comúnmente le y les en los casos que corresponden a los dativos latinos illi, illis. En los que corresponden a los acusativos prefiere el lo cuando se habla de cosas inanimadas, y alterna entre le y lo cuando se designan cosas animadas. El Cura... los echó la bendición (parte I, capítulo XXI). ---Los tengo respeto (Ib., capítulo XXVII).
Lope de Vega, en su Laurel de Apolo (silva X) dice que la mona que estrecha a sus hijos entre sus brazos tanto,

Que la vida los quita.

Las por les en dativo: Encargándolas tuviesen cuenta (parte I, cap. I).
Lo en acusativo por le: Parecía que lo arrancaba (el suspiro) de lo profundo de sus entra.ñas (parte I, cap. XVI).
Cervantes usa promiscuamente le o lo en los casos en que este pronombre corresponde al acusativo latino, y aun más comúnmente el le; y así lo hicieron otros escritores de nota.
Le en acusativo por la: Le había tomado (a Lucinda) un recio desmayo (Ib., cap. XXVII). ---De la (belleza) de su madre, que la tuvo muy grande; con todo esto se juzgaba que le había de pasar la de la hija (Ib., cap. XI). ---Le tomó un temblor tan extraño (a Clara) (Ib., cap. XLII). Y el epígrafe de la presente nota.
Le en acusativo por lo: Se ponga vuesa merced... en camino, y si alguna cosa faltare para ponerle en ejecución (parte I, cap. VI).
No está bien ponerle, porque el le no puede significar sino el camino, que es el masculino que antecede, y del cual no se diría bien que se ejecuta; pero usando del neutro lo y diciendo ponerlo, significa con toda propiedad la oración entera o pensamiento que precede, que es ponerse en camino, a lo cual conviene el ejecutarse o ponerse en ejecución, que es lo mismo.
Asió de un caldero y encajándole en una de les medias tinajas (Ib., cap. XX). ---Le recibió con muestras de mucho amor y de mucha cortesía (Ib., cap. XVII).
Muñárriz tachó en este pasaje el uso del dativo le por el acusativo lo; pero Cervantes, como se ha dicho poco antes, usa con frecuencia del le en acusativo.
La ventaja de este uso consistiría en que no pudiendo aplicarse el le sino a las personas ni el lo sino a las cosas, sería mucho más claro el discurso.Lle en acusativo por le: Habrá sabido ya... el gigante de que yo soy a destruille (parte I, capítulo XLVI).
Les en acusativo por los: El renegado les consoló (Ib., cap. XLI). ---Les asió al salir de la puerta (Ib., cap. XLIV).
También es notable el uso particular que hace Cervantes del pronombre el en este pasaje: Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato, etc. (parte I, prólogo).
Y ya que se trata del vario uso del pronombre el, es digno de observarse el genitivo dello, della que empleaban nuestros antiguos escritores, y que fuera de desear no se hubiese anticuado.
Si en lugar de usar el pronombre ello precedido de la partícula de y decir de ello, hubiéramos extendido a los demás casos en que preceden al mismo pronombre las partículas para, a, por; si en lugar de usar las preposiciones como enclíticas con los nombres hubiéramos formado palabras compuestas de ellas y de los nombres mismos, como sucedía en della, dellas, dello, dellos, usados por de ella, de ellas, de ello, de ellos; y si de aquí hubiéramos pasado a hacer lo mismo con los nombres, hubiéramos tenido de algún modo un equivalente de los casos latinos que tanta ventaja dan a este idioma sobre sus derivados, evitándose al mismo tiempo la ingrata frecuencia con que a cada paso se repiten aquellas partículas, atestando el lenguaje de monosílabos, haciéndolo lánguido y desvaído y dificultando las transposiciones que dan a la expresión tanta fuerza y gracia. La diferencia hubiera consistido en que el principio del nombre hubiera designado entonces la variedad que en latín significa el remate, desinencia o caso. Pero lejos de hacerlo así, ni aun se conservó el dello, y se prefirió usarlo despedazado de ello.
Lo mismo puede decirse respecto a del por de él, y a todo el pronombre éél. Y lo mismo en el pronombre ese, esa, eso, y este, ta, to. Así se hubiera evitado los hiatos y el perpetuo de.
Habrá quizá lectores descontentadizos que se fastidien de estas que llamarán menudencias y quisquillas gramaticales; pero deberán tener presente que las cuestiones gramaticales son, generalmente, sobre palabras o sobre sílabas, que son en efecto menudencias, aunque no menos interesantes por esta razón que otras sobre cosas mayores.




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N-2,58,38. Beltrán Duguesclín era feísimo. Hecho prisionero por los ingleses, él mismo puso un precio excesivo a su rescate. Admirando de esto al Príncipe de Gales, le preguntó con qué contaba para rescate tan grande. Cuento, dijo, con los Reyes de Francia y de Castilla, que son mis amigos; cuento con cien caballeros de Bretaña que si es menester venderán sus estados; cuento con que no hay en Francia mujer que hile que no trabaje a fin de ganar lo que se necesite para comprar mi libertad. Tal era el entusiasmo de las damas por los valientes. La misma Reina de Inglaterra dio una gruesa suma para comprar la libertad del enemigo de su nación (S. Pelaye, Memoires sur I′′ancienne chevalerie, tomo I, nota 93).
Beltrán Duguesclín fue la flor de la Caballería y restaurador de ella, porque en su tiempo se había relajado, y él la reformó y volvió a poner en honor y pujanza (tomo I, pág. 322).




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N-2,58,39. No se sabe quienes suelen, ni se entiende lo que es hacer el amor con ímpetu. Sospecho que está viciado el texto. Quizá se escribió primitivamente: suele nacer el amor, etc., en lo que no hay más error que la traslación de una palabra al principio de otra, y la añadidura de una h. Sin embargo, así está el pasaje en todas las ediciones.
Por lo demás, hacer el amor sería hoy un galicismo.




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N-2,58,40. Enredado, en redes, pleonasmo. Y aun tampoco se dice con propiedad enredarse entre, sino enredarse en o enredarse con, según poco después dice el mismo Don Quijote.




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N-2,58,41. Repetición del verbo poder, que se hace más notable porque dentro del mismo período vuelve a decirse pueda imaginar.





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N-2,58,42. Falta el pronombre: que pueda imaginarse se debió poner, y bien pudo corregirse como yerro de imprenta.




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N-2,58,43. Está embrollada la trabazón de este período. Se conoce que al escribirlo no siguió Cervantes la intención con que lo empezó que fue poner: Aunque estas redes fueran de durísimos diamantes así las rompiera, etc. Para lo que escribió después hubo de borrarse el aunque y decirse: Que si como son hechas de hilo verde estas redes fueran de durísimos diamantes, así la rompiera como si fuera de juncos, etc., El la y el fuera son error conocido por las y fueran.





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N-2,58,44. La red que según la fábula fabricó Vulcano era de diamante. Así Higinio, citado por Bowle y parece que Cervantes hubo de ignorar esta, circunstancia, pues sabiéndola debió decir: Si fueran de durísimos diamantes como aquella con que el celoso Dios de los herreros, etc.
Fue mucho que no le ocurrió a Don Quijote citar la aventura de Astolfo cuando a orillas del Nilo llegó a donde Caligorante tenía tendida la red con que cogía a cuantos pasaban. Cuenta Ariosto que esta era la misma red con que Vulcano había cogido a Venus y a Marte; que después la había robado Mercurio, valiéndose de ella para sus travesuras; y que, finalmente, había venido a parar al templo de Anubis, en Canopo; que allí se guardó por espacio de tres mil años, al cabo de los cuales Caligarante puso fuego a la ciudad, robó el templo y se llevó la red. Con ésta, tendida disimuladamente sobre el camino y envuelta entre el polvo, cogía los pasajeros, los devoraba después de despellejarlos, y con las pieles tenía adornado su palacio. Pero aturdido con el sonido del cuerno encantado de Astolfo, vino a caer él mismo en la red, y Astolfo lo amarró con una cadena, sirviéndose de él para que le llevase el bagaje, yelmo y escudo (Orlando furioso, canto 15).




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N-2,58,45. Comúnmente se dice de improviso. Al improviso se repite en este mismo capítulo. Es lo mismo que a deshora, según se dice otras veces en el QUIJOTE.




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N-2,58,46. Según el Plan cronológico de Ríos, esto pasaba en 19 de noviembre, en que no podía haber amarantos. Estas flores, según Boutelou, duran desde julio a septiembre.




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N-2,58,47. Exageración poética muy inoportuna en este pasaje, el cual hubiera ganado mucho si esta expresión se suprimiera.




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N-2,58,48. Por este pasaje, y por llamarse en otros aldea el pueblo de Don Quijote, se ve que da este nombre a pueblos de numeroso vecindario donde hay hidalgos, caballeros y gente principal, contra el significado propio de la palabra, que denota un pueblo corto sujeto a la jurisdicción de la villa o ciudad en cuyo distrito se halla; circunstancias que no conviene con ser la morada de mucha gente principal y muchos hidalgos ricos.





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N-2,58,49. Lenguaje desaliñado. Estaría mejor: Entre muchos... se concertó el venirse con sus hijos... y parientes a holgar a este sitio.





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N-2,58,50. Siendo Cervantes muchacho, las comedias eran unos coloquios entre dos o tres pastores y alguna pastora (Prólogo a sus comedias, citado por Bowle).
Esta aserción de Cervantes padece graves dificultades, porque si bien Lope de Rueda se dedicó a mediados del siglo XVI, época del nacimiento de Cervantes, a la composición de piezas dramáticas en que se contaban tres o cuatro interlocutores, ni se conservan entre ellas sino dos del género bucólico, ni dejó por esto de escribir comedias de mayor extensión. Véase a Pellicer y a Moratín (Historia del Histrionismo y Orígenes del teatro español).
Garcilaso.
Garcilaso de la Vega, citado alguna otra vez en este Comentario, natural de Toledo, tan excelente poeta como valeroso soldado, que después de haber seguido al Emperador Carlos V a la jornada de Túnez, murió en Provenza el año de 1536, a los treinta y seis de su edad, de resultas de una pedrada recibida a la vista del mismo Emperador en el asalto de una torre defendida por cincuenta naturales del país. Príncipe de los poetas castellanos le llama Tomás Tamayo de Vargas en sus notas al mismo, obra impresa en Madrid año de 1622, según don Nicolás Antonio (Biblioteca hispano nova).
Camööes.
Luis de Comoens, natural de Lisboa, célebre por sus poesías, señaladamente por la Lusiadas, cuyo manuscrito salvó a imitación de Julio César, en la mano izquierda, nadando con la derecha en su naufragio al restituirse a Goa.
Lope de Vega, que como se sabe no era avaro de elogios, dijo de este ilustre portugués:

Como lo muestran hoy vuestras Lusiadas,
ostrando Eneidas y venciendo Ilíadas.

(Laurel de Apolo, silva 3.E°)
Publicáronse varias traducciones al castellano de este célebre poema en los últimos años del siglo XVI.




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N-2,58,51. Ahora decimos constantemente el primer día, como sucede también con otros adjetivos que, yendo delante de los nombres, pierden su terminación, como santo grande, etc.




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N-2,58,52. Cumplimiento pedantesco, pero que por lo mismo excita la risa del lector, no menos que la terrible ponderación con que lo concluye Don Quijote, ofreciendo buscar nuevos mundos por donde pasar si las redes ocuparan toda la redondez de la tierra. ---Anteón debe ser Acteón.





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N-2,58,53. Conforme al uso actual, se diría: Atónito el ver o de ver.





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N-2,58,54. Fanfarronada que corre parejas con la del capítulo XLI de la primera parte, donde dijo Don Quijote que para dar acogida a tan fermosa doncella como doña Clara, debían no sólo abrirse y manifestarse los castillos, sino apartarse los riscos, y dividirse y abajarse las montañas.

Quid tanto feret dignum hic promissor hiatu?

Aquí sucedió lo que suele ocurrir en semejantes casos. Empezó nuestro hidalgo por hablar de nuevos mundos, y concluyó por ser hollado, pisoteado y confundido por una manada de animales.
Cervantes dispuso con habilidad este contraste, el cual hubiera sido mayor todavía si los animales, en vez de ser bravos y generosos, como los otros, hubieran sido inmundos y viles, como los cerdos que le atropellaron a su vuelta de Barcelona, según se refiere después en el capítulo LXVII. Si así lo hubiera hecho Cervantes, y suprimido el expresado capítulo, hubiera aumentado el mérito de la presente aventura, y además evitara la repetición de dos acontecimientos que tienen sobrada semejanza entre si, lo que en otro que Cervantes pudiera argÜir pobreza y escasez de inventiva.




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N-2,58,55. El viene consigo no está bien. Debió decir: Trae consigo o viene con él.





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N-2,58,56. Ojeo, término de cazadores, o porque han de ir mirando con cuidado, o por la palabra repetida de ellos de ox (Covarrubias, citado por Bowle).
Oxte puto, allá darás rayo, se dijo en el capítulo X, donde hay una nota sobre el significado de la interjección oxte.





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N-2,58,57. Este razonamiento de Don Quijote recuerda el que dirigió en ocasión semejante sobre la edad dorada a los pastores. En uno y en otro vino a concluir saliendo por el registro de la Caballería andante. Lo mismo sucedió en el discurso sobre la preferencia entre las armas y letras, que pronunció durante la cena en la venta a presencia de la Princesa Micomicona, don Fernando, Luscinda, Cardenio, el Cura y demás que componían aquella numerosa concurrencia.




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N-2,58,58. Quiso y debió decir: El mayor entre los pecados que los hombres cometen, etc. Como está, ni se expresa bien la idea ni consta el sentido.




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N-2,58,59. Abuso de la conjunción porque, que hace arrastrado y lánguido el período.




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N-2,58,60. A la misma medida quiere decir dignamente; y si se añadiese la conjunción quedaría mejor y más corriente el sentido: No pudiendo corresponder dignamente y conteniéndome en los estrechos limites de mi poderío, etc.




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N-2,58,61. Género de obsequio usado entre caballeros andantes. A lo mismo vino a reducirse la aventura de los mercaderes toledanos, que se refirió en el capítulo IV de la primera parte, y que vino a tener un éxito muy parecido al de la presente.
En la Historia de Amadís de Gaula se lee el paso de Angriote de Estravaus y su hermano en el valle de los Pinos, por el cual no dejaban pasar a ningún caballero que no otorgase ser más hermosa la amiga de Angriote que la suya, hasta que pasando Amadís le venció, y quedaron amigos para en adelante. El mismo Amadís sostuvo en Londres, a petición de Grasinda, que ésta era la más hermosa doncella, sabedor que Oriana no lo era.
Zair, Saldán de Babilonia, estando en la corte de Trapisonda, sostuvo por quince días en campo abierto que a la gran hermosura de la Princesa Onoloria, hija del Emperador de Trapisonda, otra ninguna se igualaba (Amadís de Grecia, parte I, cap. VII).
Igual demanda llevaron los cuatro caballeros de las Flechas doradas a Constantinopla, donde querían probarse con los caballeros del Emperador, en razón de que sus amigas eran más hermosas que todos las del mundo (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXXII).
En el Espejo de Principes y Caballeros se cuenta el paso de Florinaldos en el puente del Danubio, a dos millas de Ratisbona, por donde nadie podía pasar sin confesar que Albamira, dama de Florinaldos, era la más hermosa doncella del mundo, y Florinaldos el más digno de amarla, sobre lo cual justó con el Caballero del Febo (parte I, lib. I, cap. LI).
Lanzarote del Lago mantuvo la superioridad de la belleza de Ginebra sobre todas las demás de la tierra. ---Tristán desafió a todos los que rehusasen reconocer la misma superioridad en la de Iseo (Ferrario, Disert, I, página 218).Es singular en la materia la justa que las cuatro damas Rosamundi, Arquisilora, Ciaridiana y Sarmacia, fingiéndose caballeros y encargados de sus damas de hacer confesar a cuantos topasen ser éstas las más hermosas del mundo, tuvieron con cuatro gigantes, a quienes vencieron.
Mas ¿para qué hemos de buscar ejemplos? de esta fatuidad en los libros caballerescos? ¿Qué otra cosa fue el decantado Paso honroso de Suero de Quiñones en 1434 sobre dejar la argolla que llevaba todos los jueves en obsequio de su dama? Paso que se llama honroso no siendo en realidad más que el ridículo original copiado aquí por Don Quijote.
Otro paso en el mismo siglo (año 1440) sostuvo en Valladolid Rui Díaz de Mendoza con motivo de la boda del Príncipe don Enrique con doña Blanca de Navarra. Había de durar cuarenta días, rompiendo cuatro lanzas cada caballero; pero no se concluyó la fiesta porque hubo varias desgracias, por lo cual el Rey don Juan mandó que cesase (Crónica de don Juan el I, cap. CCCXI).
Otro paso mantuvo en 1459 don Beltrán de la Cueva a orillas del Manzanares, en el camino de El Pardo, en obsequio del Rey y del Embajador de la Gran Bretaña. Paso en cuya memoria, como si fuese de algún acontecimiento glorioso para la religión o para el estado, se fundó el monasterio de San Jerónimo del Paso, que después se trasladó al Retiro en 1503, y cuya iglesia ha servido de capilla a los Reyes de España cuando habitaban el palacio del Buen Retiro. En ella se celebra la solemnidad de la jura de nuestros Reyes y príncipes.




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N-2,58,62. No debía de estarlo, porque según había prevenido Don Quijote a Sancho, era antigua usanza establecida y guardada de los andantes caballeros quitar el freno y colgarle del arzón de la silla; pero quitar la silla al caballo ¡guarda!(parte I, cap. XI).




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N-2,58,63. Poco menos locos fueron éstos que Don Quijote a caber tal duda en sus cabezas; y así hubiera hecho bien Cervantes en suprimir o mudar esta expresión.




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N-2,58,64. Parece que lo uno contradice a lo otro, pues no se puede decir que le persuadieron si no desistió de su propósito. Lo desaliñado de este período quedaría corregido así: Trataron de persuadirle que no se pusiese en tal demanda diciéndole que ellos daban por bien conocida su agradecida voluntad... con todo esto, siguió Don Quijote con su intento, etc.




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N-2,58,65. Rebaño se dice de ovejas, pero no de pastores, a no ser para ridiculizarlos, cosa que no podía proponerse aquí Cervantes, puesto que había pintado aquella numerosa concurrencia como compuesta de personas principales, ricas y cultas.




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N-2,58,66. No expresa aquí Cervantes con quién o con quiénes habla. Pudiera creerte que se dirigía al lector por la regla general de que hablan siempre con él los autores. No tengo ahora presente otra ocasión en que se dirija al lector que en la aventura de los batanes donde lo hace con gracia particular. Pero aquí sospecho que debe leerte como dejo dicho, o como ya ha dicho.




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N-2,58,67. Imitación burlesca de varios pasajes conocidos de poetas antiguos y modernos, como aquello de Dédalo en Virgilio.

Bis conatus erat casus effignere in auro,
bis patr礠cecidere manus.

(Eneida, lib. VI, y. 32.)

La aplicación de esta figura a lo ridículo produce tanto mayor efecto cuanto es mayor la dignidad e importancia de los originales que se imitan.




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N-2,58,68. Ironía precursora del polvoroso desastre del pobre hidalgo, que por momentos se acercaba.




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N-2,58,69. Fuera mejor haber suprimido el más. La palabra delante lleva consigo la idea de la precedencia, y bastaba.




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N-2,58,70. Lope de Vega, en su Bernardo, había ensalzado la bravura de los de Jarama, cuyos pastos, según la opinión común, tienen la propiedad de embravecerlos; opinión que en el día se sostiene con igual crédito.




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N-2,58,71. De la verosimilitud y propiedad de esta pintura podrán juzgar los aficionados a ver los encierros y demás trámites de esta clase de fiestas, peculiares de la nación española.




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N-2,58,72. De la significación de la palabra católico, en la acepción de sano, se ha hablado en una nota al capítulo LV. Aquí tiene especial gracia a la salud de un caballo.




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N-2,58,73. Expresión semejante a la que Cervantes puso en boca de nuestro caballero cuando acometía las huestes del Emperador Alifanfarón, convertidas después en rebaños de ovejas por los malignos y envidiosos encantadores.




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N-2,58,74. Máxima militar que se atribuye al gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, y que ha quedado en proverbio.




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N-2,58,75. La fingida Arcadia se titula una comedia en que don Pedro de Calderón escribió una jornada, según álvarez Baena (Hijos de Madrid, tomo IV, pág. 234).

{{59}}Capítulo LIX. Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a don Quijote


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N-2,59,1"> 5495.
Repetición desaliñada que pudiera haberse evitado fácilmente.




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N-2,59,2. Lo mismo sucedió a Oliveros de Castilla en el monte cerca de Londres, cuando estaba con el ermitaño y despechado de su mala Ventura no quería probar bocado; y el ermitaño le consoló con buenas razones, como aquí Sancho a Don Quijote, y le rogó tanto que se asentó a la mesa y comieron (Oliveros de Castilla, capítulo XXI).
Amadís al salir de la ínsula Firme, ya desdeñado de Oriana, no comía de puro pesaroso. Gandalín rogóle que comiese de una empanada que traía, mas no lo quiso hacer (Amadís de Gaula, lib., I, cap. XLVII).
Leandro el Bel, partiendo de Constantinopla desdeñado de su señora Cupidea, que le había reprendido ásperamente porque llevando éste de la rienda su palafrén en una cacería se atrevió a declararle su amor, anduvo dos días sin jamás cesar de su duelo, ni querer comer y beber, ni hacer sino llorar, que el buen Lucinel (su escudero) no era parte para hacerle tomar siquiera algún poco de mantenimiento (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXVII).
Por lo demás, esto de la comida no está bien ordenado. Aquella mañana había salido Don Quijote del castillo de los Duques, y debió ser ya muy entrado el día, como se deja entender por la relación de lo que antecedió a la salida. Después vio comer a los labradores que llevaban las imágenes para el retablo de su lugar; en seguida comió con los pastores de la fingida Arcadia, y luego veremos que cena en la venta adonde va a llegar. Pues ¿qué comida es ésta que aquí se describe? Ni puede llamarse merienda, pues, luego se siguió la siesta, que según se expresa fue larga.




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N-2,59,3. La partícula no y otras negaciones del idioma castellano cuando se reduplican tienen en el uso común una significación enteramente contraria a la que en la lengua latina. En ésta dos negaciones afirman; en castellano confirman la negación, como advirtió muy bien el autor del Diálogo de las lenguas (pág. 154). Muchos hay, dice, que porque saben o han oído decir que en la lengua latina dos negaciones afirman, pensando que hacen lo mesmo en la lengua castellana, huyendo dellos gustan algunas veces el estilo, porque si han de decir no diga ninguno desta agua no beberé, dicen: no diga alguno. Esta es grande inadvertencia, pues, no todas las lenguas tienen unas propiedades; antes porque cada una tiene las suyas propias, por eso se llaman propiedades: y así como el latino con dos negaciones afirma, así el griego con dos negaciones niega más y esto mesmo tiene el castellano y aun el hebreo.
Contra esta regla general no valen algunas pocas excepciones. Quevedo, en su dedicatoria del Cuento de cuentos, quiso aplicar al castellano la regla latina. He aquí sus palabras: No quiero nada, peca en lo de las dos negaciones y debe decirse quiero nada. Pero el uso, que comenzó en la cuna misma del idioma, fue más poderoso que él.
En efecto: en el Poema del Cid, uno de los más antiguos de la lengua castellana, informe todavía, encontramos dos veces el juramento del Cid (versos 2842 y 3197):

Por aquesta barba que nadi non mesó.

Si dijera non mesó nadi, fuera también conforme al uso actual. Lo mismo puede decirse de los ejemplos que siguen. En el romance del Conde Alarcos:

Mate el conde a la condesa,
que nadie no lo sabría.

En la colección de refranes del Marqués de Santillana, muy anterior sin duda a su época, hay uno que dice:

Donde nada no nos deben,
buenos son cinco dineros.

En Amadís de Gaula se lee: Pero ni las unas ni las otras no supieron leer (cap. LXVI, folio 47).
Viniendo a nuestro autor, es un modismo particular suyo el uso de las dos negaciones para negar, aun cuando una de ellas no añada particular fuerza a la expresión, como en el ejemplo del texto, ni Sancho no osaba tocar a los manjares, donde sobra el no según el uso actual. Semejantes a éste hay otros muchos pasajes en el QUIJOTE: Que el tacto ni el aliento ni otras cosas... no le desengañaban (parte I, cap. XVI). ---Habeisme de prometer de que ninguna pregunta ni otra cosa no interrumpiréis el hilo de mi triste historia (Ib., capítulo XXIV). ---Negándome que no ha habido en el mundo Amadises (Ib., cap. XLIX). ---Al mismo Rey no debía nada (parte I, cap. LI). ---Que nunca otra tal no habían visto (parte I, capítulo LVI).
Es muy digno de observación que muchas de estas frases de Cervantes en que sobra la partícula negativa según el uso actual de la lengua, pueden, con arreglo al mismo uso, admitirla mediante una leve inversión. Ejemplos: Que ella ni aun burlando no sabia mentir (parte I, cap. XXXIV). Sobra el no, que sólo estaría bien invirtiéndose el orden y diciendo: No sabia mentir ni aun burlando. ---Como ninguno de nosotros no entendía el arábigo (Ib., capítulo XL); en vez de y como no entendía el arábigo ninguno de nosotros como ahora diríamos.
Aun fuera de las frases negativas, es Cervantes pródigo de las partículas de esta clase en las oraciones de afirmación. Distinguiré tres casos de éstas, e indicaré en cuáles se conforma el uso actual de la lengua y en cuales no, con los modismos de nuestro insigne escritor.
1.E° Cervantes usa de la partícula no en las frases comparativas. Ejemplos:
Más vale algo que no nada (Ib., capítulo XXI). Esta es una de las ocasiones en que no niega la partícula no, pudiendo omitirse sin que cambie el sentido de la frase. Ya se ha notado esto mismo alguna otra vez. ---Tuve por mejor no haber hallado a don Fernando que no hallarle casado (Ib., cap. XXVII). ---Más locos fueran que no él los cuadrilleros (Ib., cap. XLVI). ---Más les convenía habitar una zahurda que no reales palacios (parte I, cap. LXX).
Almela, en su Volerio de las Historias (libro I, tít. V, cap. I), dice: Y esto, como es dicho, más fue revelación o profecía que no sueño.
El uso del no en estos casos ha quedado en el vulgar de la lengua; mas no en el sabio, donde se suprime generalmente.
2.E° Usa también Cervantes el no después de los verbos, adjetivos o adverbios de temor, conforme a la construcción latina que ha conservado la lengua castellana. Ejemplos:
Corre peligro Rocinante no le trueque por otro (parte I, cap. XVII). ---Con el miedo de no ser hallados (Ib., cap. XXVII). ---Temerosa de que Luscinda no la oyese (parte I, cap. XLII). ---Guárdate que al verla... no le des paz en el rostro (Ib.). También es aquí de notar la elipsis que se comete suprimiendo la partícula de: De que al verla. ---Por temor que... no se alborotara ese caballo (parte I, cap. XVI). ---Temeroso de que el gobernador no ejecutase su cólera (Ib., capítulo XLVI). ---Todo esto le dije temerosa de que no le cegase mi hermosura, sino su codicia (Ib., cap. LXII).
El uso del no en estos casos está recibido en nuestra lengua.
3E° Cervantes, fuera de los dos anteriores, usa en muchas frases afirmativas de la partícula no, que en ellas no puede menos de ser expletiva; modismo desechado enteramente por el uso actual de la lengua. Ejemplos:
Con temor que su amo no cumpliese el voto (parte I, cap. XXI). ---Que faltó poco para no salirme por las calles (Ib., cap. XXVII). ---La ocasión que allí se perdió de no coger en el puerto toda la armada turquesa (Ib., capítulo XXXIX). ---No puedo yo negar... que no sea verdad algo (Ib., cap. XLIX). ---Apenas el caballero no ha acabado (Ib., cap. L). ---Le estorbaba que a su amo no ayudase (Ib., cap. LI). ---Pues hay quien dude que no son falsas las tales historias (parte I, cap. XVI). ---Ni Virgilio no escribió en griego (Ib.). ---No faltaron algunos ociosos ojos... que no viesen la bajada y subida (Ibidem, cap. XXVI). ---Ni las mujeres ni pueden huir ni tienen para qué esperar (Ib., capítulo XXXI).
En el Fuero Juzgo se lee: Defendemos a los siervos que los fallaren en adulterio (a los hijos de la casa) que non los maten (libro II, título IV, ley VI).
En el Doctrinal de Caballeros: El Caballero de la Banda debe guardarse de no comer ninguna vianda sin manteles (ib. II, tít. V).
Y el Bachiller Alfonso de la Torre dice en su Visión deleitable: A todos sei benigno, a pocos familiar, no a ninguno doblado.
Pondré aquí también algunos ejemplos de las partículas no, nada, que, usadas correlativamente, significan lo mismo que nada, así como de la voz nonada, compuesta de dichas partículas; que tiene por lo mismo igual significación que ellas, y es la raíz del verbo anonadarse, que conserva la fuerza de su origen.
Y no nada apasionadas (parte I, cap. IX). ---No es nada melindrosa (Ib., cap. XXV). ---No soy nada blanco (Ib., cap. XXXI). ---Y no nada limpias (Ib., cap. XXXV). ---No nada escasos (parte I, cap. XVI). ---Grandes quimeras de nonada (Ib., cap. XXV). ---Otros muchos ejemplos semejantes a los referidos pudieran citarse.
El nonada en la acepción de nada es común en nuestros antiguos escritores.
El romance del Rey Rodrigo (Silva, Viena, 1815, pág. 293), refiriendo que Aliastras llevó la noticia de su rota a la Reina, que estaba en Toledo, dice que ésta

Mandó a Aliastras que cuente
todo cómo había pasado;
Aliastra se lo cuenta,
que nada no había dejado.

En un cantar antiguo que cita el Diálogo de las lenguas (pág. 138) se lee:

La necia desamorada
que nada no da ni vende,
tirala dende.

Gonzalo, el menor de los Siete Infantes de Lara, decía a su ayo Nuño Salido, que intentaba disuadirlos de ir a la expedición en que perecieron lastimosamente:

No habláis a la mi guisa,
que el agÜero que decís,
a nos nada no empecía.

Y en el romance de Flérida (Ib., página 300):

Sepan cuantos son nacidos
aquesta sentencia mía:
Que contra muerte y amor,
nadie no tiene valía.

También se dice en un refrán de la colección del Marqués de Santillana: ¿¿Qué llevas ahí? Nonada si el asno cae.
De esta
nonada que en este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren (prólogo del Lazarillo de Tormes).
El Conde de Ureña don Juan Girón gustaba de albardanes
(bufones). Estando con uno de ellos, que se llamaba Perico Ayala, vinieron otros dos a solicitar los admitiese el Conde en su casa. Dijo el Conde a Perico: sal a ver qué cosa son, y dime la verdad. Juro decirla, dijo Perico. Sale éste, y pregunta al uno: ¿sabéis nadar? Sí, señor, dijo él. Pregunta al otro: ¿Y vos? Y le responde éste que no. Y sin más ni más se entra al Conde, el cual le pregunta: ¿Pues qué te parece, Pedro? El dijo: el uno nada y el otro no nada. Pues si no valen nada váyanse para echar cuervos; y así quedó solo aquel sin competencia (Zapata, Miscelánea, fol. 309).
Es muy digno de advertencia que el mismo Cervantes, tan pródigo de partículas negativas, aun cuando no son necesarias, las suprime enteramente en ciertas frases de negación por un modismo elegante, y que el uso de la lengua ha adoptado. Decimos ahora: En mi vida vi hombre más valeroso. La expresión en mi vida tiene, según la índole del idioma, significación exclusiva, y por consiguiente lleva embebida la negación que de otro modo seria preciso expresar, diciendo en el orden natural: No vi hombre más valeroso en mi vida. Entre los ejemplos que pueden citarse de esta especie de locución en Cervantes, sirvan de muestra los siguientes:
En toda su vida ha visto letra mía ni carta mía (parte I, cap. XXV). ---Que en todos los días de su vida había visto tan hermosa criatura (Ibídem, cap. XXIX). ---Me imposibilita el reñir el no tener espada, pues, en mi vida me la puse (parte I, cap. XIV).




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N-2,59,4. Hacer la salva es empezar la comida o bebida. Se tomó esta expresión de la antigua etiqueta usada en los palacios de los Príncipes y Magnates de que el Maestresala o Per祧ustator probase los manjares y bebidas antes que sus señores; y se llamaba hacer la salva porque daba a entender que aquella ceremonia los ponía a salvo de alguna traición.
En la Vida de Estebanillo González, refiriéndose su desafío con un estudiante polaco sobre beber aguardiente, del que había sendos jarros sobre la mesa de la posada en que ambos estaban, se dice: Hicieron los jueces la salva para ver si había algún fraude en ellos (tomo I, página 145).




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N-2,59,5. Pellicer suprimió el no creyendo que esta partícula destruía el sentido: lo destruiría, en efecto, si se dijese con relación a comer, porque esto no puede hacerse sin abrir la boca; pero no lo destruye si se dice con relación a hablar, como quiso hacerlo Cervantes, significando que Sancho, sin abrir la boca, esto es, sin hablar palabra, y atropellando por todo género de crianza, comenzó a embaular en el estómago el pan y el queso que se le ofrecía. Y por cierto que si el repuesto de que los habían provisto en el castillo de los Duques no contenía otros regalos que los que aquí se expresan, no habían andado sobradamente espléndidos aquellos señores.




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N-2,59,6. Falta una conjunción, debiendo decir: y al cabo, al cabo. La misma falta se observa antes en este mismo capítulo, donde se lee: enjuagóse la boca, lavóse Don Quijote el rostro. Omitió sin duda la conjunción el impresor, que debió poner enjuagóse la boca y lavóse el rostro. ¿¿Por qué no corrigieron las impresiones posteriores esta evidente omisión de la primitiva?




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N-2,59,7. Estaría mejor guardada la gradación diciéndose: merecidas y granjeadas.





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N-2,59,8. Estos dictados no son aplicables a los toros, que son los animales que de aquí se trata. Dícense ordinariamente de los cerdos, y esto viene ya desde la ley de Moisés. Cervantes hubo de tener aquí presente la cerdosa aventura que se refiere más adelante (capítulo LXVII), mezclando las especies con su distracción acostumbrada.




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N-2,59,9. Entomecer por entumecer, como decimos ahora de un modo más conforme al origen latino de esta voz.
Aldrete, en el Origen de la lengua castellana (cap. X, pág. 207), dice que es tan grande la semejanza entre la o y la u, que fácilmente se equívoca la una con la otra en la pronunciación. Y después de citar a Quintiliano, que trae varios ejemplos latinos para probar el frecuente uso que hacían los antiguos de una letra por otra, añade que es principalmente común esta transmutación en los nombres tomados del latín, como de buxus, box; de coluber, culebra, de crusta, costra; de currere, correr, etc.




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N-2,59,10. Comido, verbal como bebido, leído, sabido, y otros que cuando se dicen de las personas, suelen tener significación diversa de la que tienen aplicados a las cosas.




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N-2,59,11. De los consejos no se dice con propiedad que se obedecen; esto se dice de los preceptos. Los preceptos se obedecen, los consejos se siguen.




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N-2,59,12. Expresión proverbial: equivale a Dios sabe lo que será.





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N-2,59,13. Como si dijera una criba a puros azotes. Según el texto, no parece sino que azotes era la materia de que estaba hecha la criba.




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N-2,59,14. Son muchos los pasajes de los libros caballerescos (incluso el Orlando) donde se expresa esta circunstancia de que los caballeros dejaron pacer en el campo a sus bridones.




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N-2,59,15. No siempre fue así; y el mismo Cervantes, en esta segunda parte (cap. XXIV), deja referido que cuando llegó Don Quijote a la venta donde le encontró Maese Pedro, la juzgó por verdadera venta y no por castillo, como solía.





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N-2,59,16. Aquí falta la conjunción: Fuéles respondido que sí, y con toda la comodidad y regalo, etc. Suprimida la conjunción, suena que se les respondió con comodidad y regalo.





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N-2,59,17. Según el uso actual, el pronombre quien se aplica a personas; y se diría cuya llave le dio el huésped.





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N-2,59,18. Mejor hubiera sido suprimir totalmente lo de la hora de cenar y lo de recogerse a su estancia; cosas que se repiten casi con las mismas palabras y aun con alguna contradicción en adelante.




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N-2,59,19. Repetición y cacofonía de mal sonido, en que incurrió Cervantes varias veces en el discurso de esta obra, como se ha observado ya en nota al capítulo IV de la primera parte.




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N-2,59,20. Diciendo las pajaricas del aire y los pescados del mar, faltan sólo los animales de la tierra; y con efecto, puede creerse que las aves está equivocado por los animales, y así luego habla de ternera, cabrito, tocino y, finalmente, de uñas de vaca.
En la novela del Diablo Cojuelo se lee: Dejemos a estos caballeros en su figón almorzando y descansando, que sin dineros pedían las pajaritas que andaban volando por el aire (tranco 3.E°).




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N-2,59,21. En una letrilla del Romancero general de Pedro Flores (parte X, fol. 373) se lee:

Dadivoso le quiero yo,
que valiente no.

Que está en estos casos en vez de porque. El uso del que como conjunción es notable en la lengua castellana. Me parece que se asemeja al car francés, o al nam latino. Se usa mucho en el QUIJOTE y en todos nuestros antiguos escritores. En el día se usa también, aunque poco.
Este que, usado así, tiene menos fuerza que el porqué.





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N-2,59,22. Mejor se hubiera dicho mi señor está delicado, esto es, algo quebrantado de salud, y come poco. La expresión es delicado quiere decir es impertinente y difícil de contentar, lo cual no está en contradicción con comer mucho.




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N-2,59,23. Asolar, conforme a la etimología de esta palabra, se dice de los pueblos o de los edificios, mas no puede decirse de los pollos.





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N-2,59,24. En el capítulo XLVI de la primera parte usó esta interjección Don Quijote, y sobre ello se puso nota, que puede verse.




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N-2,59,25. Esta ciudad debió ser Zaragoza, lo que indica la proximidad de la venta, y juega con la contestación que antes había dado el ventero a la pregunta de si había posada, respondiendo que sí, con toda la comodidad y regalo que pudieran hallar en Zaragoza.





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N-2,59,26. El pobre Sancho se había reducido ya a contentarse con huevos y tocino, y a esto llamaba todavía el ventero delicadezas.





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N-2,59,27. Siendo dos las uñas, no parece que podían decir cómeme, cómeme, como si fuesen una sola. ---En el Quijote de Avellaneda se lee que en el lugarcillo entre Zaragoza y SigÜenza, estando en el mesón, decía Sancho: Han de saber vuesas mercedes que dice el mesonero que tiene para que cenemos una riquísima olla con cuatro manecillas de vaca y una libra de tocino, con bofes y livianos de carnero, y con sus nabos; y es tal, en fin, que en dándole cinco reales de contado y a letra vista, se verná ella misma a cenar por sus pies con nosotros (cap. XXII, pág. 167 y sigs.).
De la misma opinión que el ventero era aquel escudero de Toledo, amo de Lazarillo de Tormes quien estando comiendo un pedazo de uña de vaca decía: ¿¿Uña de vaca es?... Dígote que es el mejor bocado del mundo, y que no hay faisán que así me sepe... con almodrote es este singular manjar.
No seria extraño que tuviese esto presente Cervantes habiendo sido tan apasionado de don Diego de Mendoza, como se ve por los elogios que de él hizo en la Galatea, donde figura bajo el nombre de Meliso.




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N-2,59,28. La etimología de esta palabra debe ser la misma que la de botica. Véase la nota del capítulo XXXVI.




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N-2,59,29. Plática por cierto graciosísima.
De esta escena del ventero y Sancho hubo de tomar Lope de Vega parte de la idea de su entremés del Remediador, que representó el famoso actor Juan Rana, y está en el tomo XVII de sus obras (pág. 473).




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N-2,59,30. Parece por el contexto de la oración que el que so sentó a cenar fue el ventero; pero no fue sino Don Quijote. Del ventero ya se dice después que lo hizo en compañía de Sancho, después de pasarse Don Quijote a otra estancia inmediata.




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N-2,59,31. Parece que iba por aquí escribiendo Cervantes cuando llegó a sus manos el libro de Avellaneda, y ya no cesó de satirizarle hasta el fin del QUIJOTE. Y para mí ésta es una prueba más de que Cervantes no revisaba lo que había escrito; porque de hacerlo, no hubiera dejado de mencionar y satirizar el libro de Avellaneda, que tanto le mortificaba, en algún pasaje anterior, especialmente donde Sansón Carrasco habla a Don Quijote de las ediciones de su historia.




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N-2,59,32. Sentencia que se atribuye a Plinio, y que se cita en el Guzmán de Alfarache y en el Viaje entretenido de Agustín de Rojas como de tal autor.




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N-2,59,33. Así pinta, con efecto, Avellaneda a Don Quijote en el capítulo I, cuando hablando con Sancho sobre verificar su tercera salida, le dice: Pues Dulcinea se me ha mostrado tan inhumana y cruel... quiero probar (a imitación del Caballero del Febo, que dejó a Claridiana, y otros muchos que buscaron nuevo amor) y ver si en otra hallo mejor fe y mayor correspondencia a mis fervorosos incendios. Y en el capítulo siguiente dice que pensaba olvidar a la ingrata Infanta Dulcinea del Toboso y buscar otra dama que mejor correspondiese a sus servicios. Y en demostración de estar desenamorado de Dulcinea, tomó para su tercera salida el título de Caballero desamorado.





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N-2,59,34. Repetición desaliñada que se hubiera evitado sólo con poner dijeron en vez de respondieron.





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N-2,59,35. Expresiones embrolladas, que al parecer significan que la presencia de Don Quijote correspondía a la idea que de él daba su historia.




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N-2,59,36. Que el nombre de Alonso Fernández de Avellaneda era fingido lo indicó el mismo Cervantes al hacer mención de la obra de aquél en el prólogo de esta segunda parte no menos que en el capítulo LXI, cuando visita Don Quijote la imprenta de Barcelona, y en el LXX, en que refiere Altisidora que jugaban los diablos a la pelota con la obra de Avellaneda. Confirma además esta idea el no hallarse rastro ni noticia de tal escritor por otra parte.
Que fue fraile lo indican infinitos pasajes de su Quijote, donde manifestó inclinaciones, máximas, noticias y acontecimientos propios de aquel estado. Que fue fraile dominico lo sospechó Pellicer con mucho fundamento. Ya en el prólogo cita a Santo Tomás, y en el capítulo I menciona la Guía de Pecadores de Fray Luis de Granada. Habla en catorce o quince Lugares del Rosario, de la protección de la Virgen a los que lo rezan, lo compara con la escala de Jacob, cuenta milagros hechos en favor de sus devotos, tal como el de la Superiora, etc. En el cuento del Rico desesperado, un novicio dominico deja el hábito, se casa, y al cabo muere desesperado (caps. XV y XVI) En el cuento del Pecador arrepentido (capítulos XVI y sigs.) refiere que se convirtió por la predicación de un fraile dominico, se confesó en el convento de Atocha y se hizo fraile de la misma orden.
Que Avellaneda fingió su patria, pues siendo aragonés se dio por natural de Tordesillas, además de afirmarlo Cervantes y comprobarlo su lenguaje, lo indica la expresión equívoca con apariencia de satírica del cuento de Sancho en el capítulo XXI, donde se dice que en Castilla la Vieja y tierra de Campos hay muchos gansos.
Que Avellaneda residió en Toledo lo manifiesta al parecer el conocimiento minucioso que muestra y la frecuente mención que hace de las cosas de aquella ciudad, del castillo de San Cervantes, de las Puertas del Cambrón y Visagra, de Zocodover y del Alcaná, de la tarasca de la catedral y la descripción de la casa del Nuncio.
Resulta, pues, de las consideraciones precedentes, que el autor de la segunda parte del contrahecho Quijote fue aragonés, fraile dominico y morador de Toledo.
Pellicer añade la conjetura de que era poeta cómico, pero no hallo el fundamento de esta conjetura, no siéndolo suficiente el interés que Avellaneda mostró por Lope de Vega, porque no todos los apasionados de Lope eran autores de comedias.
De la misma orden de Santo Domingo fue también Fray Andrés Pérez, natural de León, que con motivo de haber publicado Mateo Alemán el Pícaro Guzmán de Alfarache, escribió la Pícara Justina, y la publicó bajo el nombre, también fingido, del Licenciado Francisco López de Ubeda, natural de Toledo. Como imitador y admirador de Mateo Alemán, émulo de Cervantes, no debió de ser apasionado en este último, como ni Cervantes lo fue suyo, llamándole en su Viaje al Parnaso

Capellán lego del contrario bando.

De la circunstancia de ser fraile dominico el autor del Quijote de Avellaneda, y de ser contrario a Cervantes, infiere Ceán que Avellaneda pudo ser Fray Juan Blanco de Paz, enemigo que fue en Argel del mismo Cervantes, y que, rescatado después y vuelto a España, escribiría la segunda parte del Don Quijote en despique contra el autor de la primera.
De la vida de Cervantes por Navarrete (páginas 43, 325, 329 y 330) resulta comprobada la enemistad que en Argel profesó a aquél Fray Juan Blanco, a quien se califica de extremeño. Mas pudo también a su vuelta a España influir con algún otro fraile dominico para que escribiese la segunda parte del Quijote, puesto que Cervantes la atribuye aún aragonés.




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N-2,59,37. No dice cuáles. Probablemente serán las que tachan a Cervantes de viejo, manco y envidioso, de que él mismo se hace cargo en el prólogo de esta segunda parte.




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N-2,59,38. Habla de esto, aunque muy a la ligera, Navarrete en la vida de Cervantes (pág. 150).
Pellicer, en su nota, añade otras pruebas de que el lenguaje de Avellaneda es aragonés, como las expresiones de en salir de la cárcel, por en saliendo de la cárcel; a la que volvió la cabeza, por habiendo vuelto la cabeza; el señal, por la señal; malagana, por desmayo; y tratarse las personas en impersonal, como mire, oiga, perdone. Y pudieran citarse otros muchos ejemplos de esta especie.
Lope de Vega en su Dorotea (acto V, escena I) dice en boca de Gerarda: Dice Dorotea que no quiere ventanas para los toros, porque está de mala gana, como dicen en Valencia.Si Cervantes tildó de aragonés el lenguaje de Avellaneda, éste se atrevió a tildar de humilde el de Cervantes en el pasaje en que don álvaro Tarfe, fingiéndose el sabio Fristón, decía a Don Quijote: Caballero desamorado de la !infanta Dulcinea... por cuyos desdenes hiciste tan áspera penitencia en Sierramorena, como se cuenta en no sé qué anales que andan por ahí en humilde idioma escritos de mano por no sé qué Alquife: ¿eres tú por ventura Don Quijote de la Mancha? (cap. XXXI, pág. 231).
Tal vez escribe sin artículos. Don Quijote no reparaba en pelillos. Avellaneda escribía hasta con solecismos y disparates gramaticales, de que pudiera hacerse un largo catálogo.
Son innumerables sus disparates en gramática y las faltas de orden en sus ideas, empezando por el primer período de su libro.
En el capítulo XXV atribuyó a Horacio lo de est Deus in nobis. Es verdad que hablaba Don Quijote. A menos que no se diga que fue yerro de imprenta, por Ovidio.




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N-2,59,39. Expresión burlesca con que al parecer quiso Cervantes manifestar el desprecio que hacia de su competidor y adversario, llamando lo más principal de la historia al nombre de la mujer de Sancho, punto tan frívolo, y punto cabalmente en que se había deslizado el mismo Cervantes, el cual era el verdadero responsable de este yerro. En otro tono le contestó en el prologo de la segunda parte, donde se vio cuán de veras le habían punzado los dicterios del escritor aragonés.
Ya observó Ríos (Análisis, pág. 326) la injusticia de este reparo en boca de Cervantes, quien fue el que llamó así a la mujer de Sancho en la primera parte (cap. VI).
También lo observó Pellicer en sus notas, añadiendo que en lugar de esto pudiera Cervantes haber reprendido justamente a Avellaneda por haber llamado a Don Quijote Martín Quijada.





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N-2,59,40. Así lo hace Avellaneda en los capítulos IV y XI (págs. 38 y 77).
En esta parte tampoco puede culparse a Avellaneda. La sobrina de Don Quijote llamó ya a Sancho golosazo y comilón (cap. I). Confírmase lo mismo por la relación de la cena de Sancho con el escudero del Caballero del Bosque, y por la espuma de las bodas de Camacho, en cuyos pasajes no desmiente Sancho este carácter; y en este mismo capítulo le había dicho Don Quijote: Sancho, nací para vivir muriendo, y tú para morir comiendo.
Tú eres, Sancho, el mayor glotón del mundo,
le dice Don Quijote en el capítulo LXVI.




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N-2,59,41. Y en verdad que tenía razón don Jerónimo. Sancho de Avellaneda es un bufón truhán, o juglar, conforme a las costumbres de aquel tiempo. El Sancho de Cervantes pertenece a otra cuerda de ridículo más culto y delicado.




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N-2,59,42. Pertenecientes quiere decir aquí correspondientes, dignas.





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N-2,59,43. Esto es, con jurisdicción y dominio absoluto (Véase el Diccionario).





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N-2,59,44. Olvídase aquí Cervantes del decoro que observa en otras ocasiones, como cuando en el capítulo XXXI la Duquesa preguntó a Don Quijote qué nuevas tenía de la señora Dulcinea. La pregunta de don Juan es tan grosera, que no podía menos de ofender a nuestro caballero.




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N-2,59,45. Grado se dice aquí por alusión a los académicos. Quiere decir si le graduarían de discreto o de loco.




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N-2,59,46. Quiere decir borracho. En la colección de José Alfar hay una composición de Antonio de Silva, citada por Bohl (tomo I, núm. 359), que dice:

A una bota de Peralta
un cofrade de la cepa,
con lengua roma le dijo
de esta manera:
Tú me has enseñado a hablar
todo género de lenguas,
pero la que hablo mejor
es la tudesca.
Tú me enseñaste a escribir,
pues no sabiendo hacer letra
formo ya las equis bien
con las dos piernas.

En la Pícara Justina (lib. I, cap. I), hablándose de unos borrachos, se dice que hacían algunas digresiones de cabeza, paréntesis de cuerpo y equis de pies.
Y en una jácara de la Masa Tersícore del Parnaso español, de Quevedo, describiéndose el desafío entre los dos jaques Mascaraque y Zamborondón, se cuenta entre los asistentes a

Manzorro, cuyo apellido
es del solar de las equis.

Gaspar Lucas Hidalgo en sus Diálogos de apacible entretenimiento (noche 3.ªª, cap. IV), dice: Otros le llaman (al borracho) X, porque cuando va andando, con las zancadillas que da, va formando con los piernas una X.





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N-2,59,47. Esto es, a la estancia donde se hallaba su amo, pues la de éste era la que dejaba Sancho.




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N-2,59,48. Sobre el no. ---Hacer buenas migas es como familiarmente se dice de los que viven acordes entre sí. Mucho recelo que está viciado el texto.




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N-2,59,49. Pero Sancho sacó de vergÜenza o su auto, pues a dos carrillos se comió todo lo que quedaba de la olla y conejo, con la ovada de un gentil azumbre de lo de Yepes, de suerte que se puso hecho una trompo (Avellaneda, capítulo IV, pág. 28).
Yo no beso a nadie, decía Sancho, sino es a la hogaza cuando la cojo por la mañana, o a la bota cualquiera hora del día (Avellaneda, capítulo XXVI, pág. 191).
Por lo demás, Cervantes, que tildó a Avellaneda por pintar borracho a Sancho, no le pintó muy abstenido en varios lugares de su fábula, y señaladamente en el coloquio y cena con el escudero del Caballero de los Espejos cap. XII, al fin).




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N-2,59,50. Vense aquí marcados los caracteres de los principales personajes de la fábula, como los podía marcar Sancho, porque ni había de llamar loco a su amo, ni a si mismo avaro ni malicioso.




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N-2,59,51. Frase que acusó de galicismo el autor de las Observaciones sobre el Quijote. El lector juzgará si lo hizo con razón o sin ella.




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N-2,59,52. Cuéntalo Plinio, citado por Bowle.




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N-2,59,53. Juega Cervantes con los dos verbos retratar, y maltratar, compuestos ambos de tratar.





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N-2,59,54. En buena gramática, diciendo debería referirse a los mismos que no pudieron y no a Don Quijote, como aquí sucede.




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N-2,59,55. Don Agustín Montiano y Luyando, en la aprobación que dio al Quijote de Avellaneda, hablando de la crítica que Cervantes había hecho de su competidor, dijo: No creo que ningún hombre juicioso sentenciaría a favor de lo que Cervantes alego, si formo el cotejo de los dos segundas partes. No faltarán hoy parciales de su dictamen (el de Cervantes), bien que por diferente causa, como es porque anda muy desvalido el buen gusto, y la ignorancia de bando mayor. Deben dar, no obstante, poco cuidado toles contrarios, siquiera por ser gentes que celebran sólo lo que les hace reír, y no conocen dónde peca la demasiada graciosidad. Y añade hablando de Avellaneda: No es frío y sin gracejo como Cervantes. ¡¡Esto dijo Montiano! No puede negarse, sin embargo, que Avellaneda tiene gracejo en muchas ocasiones, pero mezclado frecuentemente con bajezas insoportables.




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N-2,59,56. Habló Cervantes en esta parte con tanta Inconsecuencia, que sin salir de este mismo capítulo dio pruebas de lo contrario a lo que dice en el presente pasaje. Refiere Avellaneda (cap. IV), que en la venta del Ahorcado ponderaba Sancho a su amo la buena prevención de comida que allí había, y uno muy gentil olla de vaca, tocino, carnero, nabos y berzas, que está diciendo: cómeme, cómeme. Y lo mismo dice Cervantes de las das uñas de vaco cocidas con garbanzos, cebollas y tocino, que tenía el ventero.
Mas no fue éste el solo pasaje en que imitó Cervantes al fingido Avellaneda. Lo del zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea en boca del vencido Caballero de los Espejos (capítulo XIV) recuerda lo del muy justo y pequeño zapato de la Princesa gallega en Avellaneda (cap. V). El pedido de seis reales que sobre el faldellín de Dulcinea hace su soñada doncella a Don Quijote en la cueva de Montesinos (cap. XXII), es una imitación del de dos reales, que, según el mismo Avellaneda, hizo a nuestro caballero la moza gallega. Y es preciso confesar que estos dos pasajes del continuador aragonés llevan ventaja a las imitaciones de Cervantes.
Pero son muchos más, y esto es natural, los pasajes en que Avellaneda imitó a Cervantes; para prueba de lo cual se insertan a continuación los más notables:
La moza gallega de la venta del Ahorcado (Avellaneda, cap. IV) debió su origen a Maritornes en muchos incidentes (parte I, cap. XVI).
El juramento del Marqués de Mantua hasta vengar a la referida moza gallega (Avellaneda, cap. IV) está tomado del que hizo Don Quijote cuando vio rota su celada (parte I, cap. X). La despedida del ventero del Ahorcado (Avellaneda, cap. V) tiene un fondo de semejanza con la del ventero de Cervantes (parte I, capítulo XVI).
Lo del alfiler de a blanca que era menester para matar a Roldán por la planta del pie (Avellaneda, cap. VI), recuerda el dicho de Don Quijote (parte I, cap. XXVI).
Don Quijote, derribado del caballo de una pedrada por un melonero (Avellaneda, capítulo VI), es el Don Quijote derribado de un garrotazo por el que llevaba las andas (parte I, cap. LI). Y en ambos pasajes sigue la lamentación de Sancho.
Los lamentos de éste cuando se hallé sin su amo después de la aventura del melonar (Avellaneda, cap. VI) son los del mismo cuando en Sierra Morena se halló sin el rucio que le había hurtado Pasamonte (parte I, capítulo XXII). El pasaje de Avellaneda está recargado, pero hace reír más que el de Cervantes.
Don Quijote llama Elicebad al barbero que le cura los chichones (Avellaneda, cap. VI), nombre que recuerda el de Elisabat en la aventura de Don Quijote con Cardenio (parte I, cap. XXIV).
A quien Dios cohonda (Avellaneda, cap. VI); expresión tomada de Cervantes (parte I, cap. XXV). Cuando Sancho recobró el asno, le abrazó y le habló (Avellaneda, cap. VI), y así poco más o menos lo refiere Cervantes (parte I, cap. XXX).
Mosén Valentín, persuadiendo a Don Quijote de la falsedad de los libros de Caballerías (Avellaneda, cap. VI) corresponde al Canónigo de Toledo de Cervantes (parte I, capítulo XLIX).




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N-2,59,57. Cervantes quería no se entendiese que había leído el libro de Avellaneda, y por otra parte manifestaba que lo había leído, y muy bien leído. La tacha de obscenidad que le pone no resulta de lo que precede, ni tiene conexión con ello; pero es justísima, y ciertamente no se comprende cómo pudieron salir de la pluma de un religioso los cuentos, diálogos, cuadros y expresiones lúbricas e indecentes que contiene el libro de Avellaneda, y que por esta razón se suprimieron en la última impresión.
No quiero alegar pruebas por respeto a la moral y a mis lectores, que podrán verlas si gustan en las páginas 27, 109, 125, 163, 167, 178, 196 y 209 de la edición de 1732, aún no expurgada. Y no se citan todas las que se pudiera.
Bowle dice a este propósito (Anotaciones al Quijote): Los más torpes adulterios y homicidios hacen los sujetos de dos cuentos sin ningún propósito ni mora en este libro (el de Avellaneda), tan justamente menoscabado de todos hombres de buen gusto (caps. XV, XVI, XVI, XVII y XIX). Especie que confirma Pellicer.




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N-2,59,58. Dice Pellicer en sus notas al capítulo LI de la primera parte, apoyándose en el Diálogo de la verdadera honra militar, de don Jerónimo Jiménez de Urrea (folio 76), impreso en Venecia, año de 1566, según don Nicolás Antonio en su Biblioteca Hispana nova, que estas justas eran las que celebraban tres veces al año los caballeros aragoneses, quienes tenían una cofradía en memoria de San Jorge, su patrón, sobre la cual se insertan las siguientes noticias sacadas del Archivo de la Real Maestranza de Zaragoza, creada en subrogación de la misma Cofradía.
El origen de esta Cofradía es tan antiguo, que se pierde en la obscuridad de los tiempos más remotos. Su objeto primitivo, puramente espiritual, fue tomando luego un carácter caballeresco y político sin dejar de ser piadoso, según las varias épocas de la Monarquía aragonesa, y los ejercicios ecuestres bajo los auspicios de San Jorge, a quien se dedicaban como tutelar de la Caballería cristiana, pasaron a formar su verdadero instituto.
San Jorge, tan pronto venerado como conocido, era el alma de todas las empresas militares; su nombre avivaba la fe y el amor patrio, y de tal suerte inflamaba el entusiasmo de los soldados, que hacían prodigios de valor en los combates más desiguales. Los Reyes imploraban su auxilio y le dedicaban altares después de la victoria; creaban Ordenes militares en su obsequio, declarándole patrón del reino, y sustituyeron la Cruz Roja a sus propios timbres. El nombre de San Jorge se pronunciaba para armar caballeros, y con él se expresaba el buen éxito de las armas. "Aragón y San Jorge"; estas eran las voces del ejército al anunciar el triunfo. Los zaragozanos le tomaron por caudillo, y se congregaron para darle culto y ejercitarse en el arte de la Caballería, mientras distintos pueblos erigían hermandades bajo su advocación.
Si bien no puede apurarse la época de la fundación de esta Cofradía, parece verosímil que fuese a pocos años de la conquista de Zaragoza, porque en las primeras Ordenanzas escritas de que hay noticia, ya se descubre que antes existía reunión de caballeros justadores.
Estas Ordenanzas fueron presentadas al Rey don Juan de Navarra, como Lugarteniente General del Rey don Alfonso V, a nombre de la Cofradía por sus individuos Fernando de Bolea y Juan de Balconchán, suplicándole que para mayor lustre de ella y reverenda de San Jorge, se sirviese aprobarlas. Establecíase en ellas los caballeros que debían imbursarse o insacularse para justar en sus debidos tiempos; los que habían de suplir a éstos en sus ausencias y enfermedades; las penas para los que no acudiesen; que de todos los justadores se formase Cofradía, tomando por patrón a San Jorge de la Alfarería: que en la Misa y fiesta anual hubiese de tener cada cofrade un cirio blanco con la cruz de San Jorge; que después de dos o tres días comiesen todos los cofrades en casa de uno de los caballeros mayordomos, pagando medio florín o dos reales en caso de no acudir, y que por entrada satisficiesen cinco florines para los gastos necesarios. Estas Ordenanzas recibieron la aprobación real en 12 de diciembre de 1457 (Archivo de Barcelona. Itiner. Locunth, 3 y 5. Reg. Joan del año 1457, folios 162 y 194).
Desde esta época hubieron de continuar con mayor incremento las justas y torneos, fueron alistándose todos los sujetos de importancia aficionados a este ejercicio, y a la par que la Monarquía comenzó a tomar extensión, se introdujeron los diversos órdenes de nobleza en las Cortes del reino, y a imitación se adoptaron en la Cofradía. De aquí la distinción de procuradores (así se llamaban los jefes de ella), de caballeros y de hidalgos; de aquí ser individuos de la misma todos los que intervenían en las Cortes por estas clases; de aquí la grande influencia de la Cofradía en los negocios políticos, la protección que las Cortes la dispensaban y los singulares favores que mereció a los Reyes. Por este mismo tiempo puede creerse que tuvo principio el hacer probar su calidad a los que ingresaban en ella, y en cuyo favor se expedían letras testimoniales para que les fuesen guardados los privilegios de su condición y los que les competían por pertenecer a la misma.
La variación de circunstancias hizo sin duda incompatibles con los usos del tiempo algunas de estas Ordenanzas, por lo que el Rey don Fernando el Católico concedió la reducción de las diez justas que, según las Ordenanzas, debían hacerse cada mes, al número que se tuviese por más conveniente. Concedió también el uso de la banda blanca con una cruz roja al pecho, y otra a la espalda a los Procuradores Clavarios, al facultad de tener bandera con la efigie del Santo, cordones y armas reales, y celebrar las vísperas y fiesta del mismo en las casas de la Diputación con procesión general por la ciudad. Confirmó algunas Ordenanzas antiguas, dando permiso de aumentar y suprimir respecto de ellas en lo sucesivo, como resulta de un privilegio original dado en Segovia a 24 de mayo de 1505, donde se establecen los sufragios por los difuntos y otras prácticas piadosas.
Siguió la Cofradía en el desempeño de las funciones de su instituto, contando entre sus individuos las personas más distinguidas, teniendo cada vez más intervención en los asuntos públicos, y recibiendo nuevos favores del Trono, al paso que no perdía ocasión de acreditar su fidelidad y amor a la patria. Así lo justifican las cartas originales de los Reyes, ya dándole gracias por servicios pecuniarios, ya por el cuidado que había tenido de los Príncipes en sus enfermedades, ya ofreciendo guardar los privilegios y reparar los agravios hechos a las personas exentas en el repartimiento de impuestos, insaculación de oficios municipales y otras cosas, ya atendiendo a las reclamaciones de la Cofradía y ofreciendo hacer justicia sobre ellas, y ya tomando parte en las diferencias suscitadas entre la Cofradía y el Concejo de Zaragoza, hasta el punto de empeñar la palabra real. Pero ningún documento acredita más evidentemente la preponderancia que llegó a tener esta Cofradía que la carta dirigida a la misma por el Monarca en 1568, así como la contestación de ésta prueba la firmeza de sus individuos y el espíritu de cuerpo que les animaba sin menoscabo de la lealtad. Allí mandaba el Rey que en lo sucesivo no se admitiesen nobles (es decir, titulados y los que gozaban de sus exenciones), y prohibía a los Procuradores hiciesen el juramento de acusar a los empleados delincuentes por contrafuero. Esta carta se presentó a la Cofradía estando reunida en la Sala Real de las Casas de la Diputación, donde celebraba sus fiestas y sesiones, por el Fiscal, quien se retiró para que ella deliberase; de lo que resultó hacerle presente que, habiendo tratado algunas horas sobre el particular, no se había podido convenir en la contestación.
Desde entonces dejaron de entrar nobles en ella hasta el año de 1604, en que fueron a solicitarlo de S. M. con otras cosas don Juan Duarte Abad de Rueda, y don Luis de Bardají, señor de la Baronía de Letux.
También gozaba esta Cofradía el privilegio de intervenir en la imposición de sisas y demás cargas con los sujetos de los otros estados del reino. Tenía igualmente facultad de poner la tela para la justa ordinaria en donde quisiese, sin que se lo pudieran impedir las autoridades. Por costumbre antiquísima nombraba tres Regidores de la Junta de Gobierno del Real Hospicio de Misericordia. Los caballeros no podían ser compelidos a hospedar soldados, ni aun de la familia y comitiva real, aunque les pagasen la posada, y gozaban otros privilegios ganados por la Cofradía, tanto acerca de sus inmunidades como del ejercicio de las justas y torneos, y otros relativos al lustre de esta Corporación.
Sin embargo, las justas debieron sufrir alguna interrupción, tal vez por efecto de las circunstancias, según se deduce de la provisión real de 1564, despachada a favor de la Cofradía para que continuasen sus ejercicios militares. Así sucedió, volviendo a sortearse anualmente mantenedor y aventureros, como se infiere de la carta del señor don Juan de Austria, fechada en Madrid a 21 de abril de 1567, en que manifiesta su satisfacción por haber salido aventurero, y no pudiendo asistir, nombra en su lugar a don Martín de Torrellas.
El reino de Aragón, por su parte, no sólo dio muestras de aprecio a este Cuerpo apoyando sus pretensiones en Cortes, sino que fomentó su instituto. Con este objeto daba al vencedor en la justa de San Jorge un arnés completo. Y he aquí por qué se llamó la Justa del Arnés.
En el arrendamiento de las generalidades del reino del año 1609 se previene que en lugar del papel y condiciones del arnés que los Diputados habían de dar al Caballero que en la justa le ganase, le hayan de dar una cédula para el arrendador, mandándole entregue el arnés entero con las piezas necesarias para tornear a caballo y a pie, nuevo, con las armas del reino, de la armería de Eusi o de otra parte, debiendo presentarle dentro de un año, con pena de ochocientos ducados si no lo hiciere; que el arnés haya de estar en la plaza en el tablado de los jueces de la justa que se hace por la Cofradía de Caballeros Hijosdalgo el día de San Jorge para que se vea que se da de precio; que se entregue en el acto de ganarse, y después se ponga en la Armería del reino con un rótulo que diga quién lo ganó, siendo de cargo del armero entregarlo limpio siempre que lo hubiere menester su dueño para servirse de él dentro o fuera del reino, dejándole la facultad de disponer de él libremente a su muerte en persona del mismo reino que lo tuviese con las mismas condiciones.

En el arrendamiento de 1617 se mandó que al mejor justador en la fiesta de San Jorge se le diese una calderilla de plata de valor de 50 libras jaquesas.
Consta que la Diputación, el año 1620, teniendo entendido que antes se tuvo por útil y provechoso dar al mejor justador de la Cofradía un arnés para conservar el ejercicio militar que en este Reino se hacia con más ventajas que en otros, o en lugar del arnés 150 escudos, y que después, por la decadencia de los tiempos se había dejado de hacer la justa ordinaria, acordó alentar el ejercicio de la Caballería, dando lo destinado al mejor justador, a un Caballerizo que enseñase a todos los caballeros y a los de los otros estados que quisiesen ponerse a caballo, y nombró Caballerizo a Nicolás Motet de San Lamberto, de buena naturaleza, y ejercitando en la guerra a caballo en muchas campañas, con la asignación de 100 libras jaquesas anuales.
Con todo, no tuvieron más consistencia estos ejercicios que los anteriores, antes bien sufrieron, como ellos, sus vicisitudes. La moda y los acontecimientos políticos volvieron a interrumpirlos, la decadencia de los tiempos estaba en contradicción con las funciones caballerescas, en cuya invención tuvo gran parte el deseo de brillar. Las ideas habían cambiado en esta parte; los escritores, aprovechándose de las circunstancias, las ridiculizaban diestramente; las rentas de la Cofradía, antes cuantiosas, disminuían con rapidez; la aristocracia, muchas veces combatida, perdía su antigua importancia, y todo parecía que presagiaba el término de los progresos de esta ilustre Corporación, y la extinción de sus ejercicios ecuestres.
A las Ordenanzas del Rey Católico, que hemos mencionado, debieron seguir otras dictadas por la misma Cofradía en uso de la facultad que conservaba de rectificarlas; si bien, los trastornos de los tiempos sucesivos y la poca seguridad con que se custodiaban no han dejado memoria de ellas, ni tampoco de las otorgadas en 24 de abril de 1632; pero existen las de 28 de marzo de 1675, que han regido hasta que se erigió en Maestranza. Previenen que los cofrades han de ser nobles, caballeros de las Ordenes militares e hidalgos de sangre y naturaleza; fijan la edad, la forma de admisión, la cuota del ingreso, modo de votar las admisiones de personas Reales, Virreyes y Grandes de España. Se componía la Cofradía de tres brazos llamados de Nobles. Cruzados e Hidalgos. Para su dirección había tres Clavarios que ocupaban el lugar preeminente, uno por cada brazo, en todos los actos; alternaban anualmente en la presidencia, y debían usar la banda blanca con cruz roja en todos los actos públicos o privados. Había Consejeros, Receptor, Contadores, Secretario y otros cargos, y los dependientes necesarios, entre los que se enumeran un armero y dos porteros. Los cofrades, para servir los cargos, estaban insaculados en dos bolsas, a saber: bolsa militar y bolsa de lumineros, en la que no podía haber más de treinta. La pretensión de los que querían entrar en bolsa se determinaba por votación secreta. Para entrar en la bolsa militar era preciso ceñir espada, tener veinte años de edad y uno de cofrade. El sorteo de cargos se hacía anualmente, y los principales se sacaban de la bolsa militar, y un mantenedor, y cinco campeones para las justas; y cuando había imposiciones de sisas por Cortes generales o por contrato extraían cuatro nobles, dos caballeros y un hidalgo, que con el luminero cesante eran Clavarios de la sisa para intervenir en su imposición y pase de cuentas de sus productos con los estados de la Iglesia y Universidades. En cuanto a lo espiritual, se establece el modo de celebrar la festividad del Patrón, el aniversario del día siguiente por los difuntos, algunas limosnas para pobres vergonzantes y para el hospital general, y la obligación de visitar a los cofrades enfermos los nombrados para este caso, y de hacer relación de sus fallecimientos, a fin de acordar la celebración de los sufragios en las capillas que señale la Cofradía. También se marcan las obligaciones respectivas a cada cargo con las penas de los transgresores, y cuanto conduce al buen gobierno interior.
A estas mismas Ordenanzas acompañan las de la justa que establecen se haga cada año en el día de San Jorge y sitio que eligiere el mantenedor, a cuya elección, de acuerdo con los campeones y Clavarios, queda el permutarla en cañas, alcancías, estafermo y otra fiesta a caballo. Todos los que sacaban la suerte de mantenedor o campeones estaban obligados a salir a justar hasta los cuarenta y cinco años de edad, bajo la pena el primero de cincuenta libras jaquesas, y los segundos de veinticinco. En estos Sorteos debía observarse el mismo orden que en los de los diputados del reino. A los que designaba la suerte se les intimaba por el llamador de la Cofradía, quien juraba hacer las diligencias necesarias para la intimación a los mismos, y éstos debían aceptar su encargo dentro de dos meses bajo la referida pena. Estaba a cargo de los Clavarios el nombramiento de dos jueces que, con el Presidente o con el que llevaba el estandarte el día de las justas desempeñasen en la misma sus funciones. El Clavario Presidente del año anterior era Fiel del campo con otro caballero que nombraba de los que habían sido Clavarios con él, y el Secretario escribía la relación del Fiel. Están determinados los vestidos y jaeces que se podían usar, el número de padrinos y el de lacayos, el orden que se debía observar en la justa, las leyes de correr, y cuantos lances y azares podían ocurrir, y marcadas sus ventajas. Ultimamente, se disponía que por ningún impedimento se pueda dejar de hacer extracción de mantenedor y justador sino en caso de peste, o habiendo Cortes en Zaragoza, o guerra dentro del reino de Aragón, bajo la pena a los Clavarios que no hicieron la extracción, de cincuenta libras jaquesas.
A pesar de esta resolución, los torneos vinieron a cesar por las causas indicadas, sin que se conserve descripción alguna de ellos. La Cofradía siguió la suerte del Gobierno de Aragón, con el que tan íntimamente estaba enlazada, y participó, por consiguiente, de todas las oscilaciones políticas. Al subir al trono Felipe V cayeron los fueros del reino con las inmunidades de la Cofradía, quedando ésta limitada a la parte espiritual. Sin embargo de este orden de cosas, conservó los privilegios de celebrar sus festividades y juntas en la Sala Real, en cuya posesión fue mantenida (a pesar de una corta suspensión por orden de las nuevas autoridades), el distintivo de las bandas blancas de los Clavarios, y la propuesta de ternas de sus individuos para las tres plazas de Regidores de la Casa de Misericordia, que antes habían sido de su libre elección por antigua costumbre.
El mismo Monarca quiso manifestar su aprecio a la Cofradía, señalándose en las Cortes de 1702 cincuenta doblones anuales para la festividad de San Jorge; pero bien pronto dejaron de pagarse.
Compuesta siempre esta Corporación de la clase de personas que exigen sus Ordenanzas (en el Archivo de la Maestranza se conservan listas de los individuos que ingresaron en ella desde el año 1509 hasta nuestros días, y de otros muchos respecto de los cuales no se ha podido apurar la fecha de su entrada. En ellas están comprendidas las personas más notables de cada época por su dignidad o familia. También se hallan inscritos los Reyes don Carlos I y II de Austria, don Fernando de Aragón, Duque de Calabria, y los dos señores Juanes de Austria; y aun puede considerarse también incluido el Rey Católico en vista de las siguientes palabras de su privilegio: Nos vero, inh祲entes vestigii, Serenissimorum, et Illustrium pr祤ecessorum nostrorum, qui rebux hujusmodi libenti animo annuere consueverunt intuite pr礠maxime piorum operum, quorum participes esse volumus et optamus, etc.), continuó tributando culto a su Patrón y cumpliendo sus obligaciones religiosas en la Sala Real, hasta que en la guerra de la Independencia (1808) fijé reducida a cenizas dicha sala con todas las preciosidades que la adornaban, por lo que continuó la Cofradía sus ejercicios espirituales en la Real Capilla de Santa Isabel de la casa de Padres Cayetanos desde 25 de octubre de 1819.
Entonces fue erigida en Maestranza por el Rey don Fernando VI, en ocasión de sus bodas con doña María Josefa Amalia de Sajonia, movido de la acreditada lealtad de los aragoneses, particularmente en la última guerra, y con la esperanza de que el establecimiento de la Maestranza proporcionaría a sus individuos destreza en la equitación y en el uso de las armas para emplearse ventajosamente en defensa de la Religión, del Rey y de la Patria, como lo habían hecho siempre en casos de guerra, mereciendo la confianza de los Reyes; y a fin de que en tiempo de paz tuviesen un estímulo para emplearse en ejercicios propios de su clase, y que les recordasen sus obligaciones.
Uniformada la nueva Maestranza con las demás del reino, no queda en ella más vestigio del ilustre cuerpo de donde toma su origen que el conservar por su patrón a San Jorge, la Ordenanza sobre las cualidades de los pretendientes, y los brazos de Nobles, Caballeros e Hijosdalgo. Esta diferencia, muy útil en otro tiempo, debe extinguirse por sí misma, pues, variadas las circunstancias, no hay proporción en el número de individuos de cada brazo, y ya sucede que, a falta de Cruzados, hay que habilitar individuos de los otros brazos para guardar la alternativa en el servicio de los cargos marcada en la Real Ordenanza que nuevamente gobierna a la Corporación.
Tal es la cronología de los principios, progresos, vicisitudes y estado actual de la Cofradía de San Jorge, de Zaragoza.




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N-2,59,59. Letras son aquí los motes y letrillas que solían sacar los caballeros en las fiestas, de lo que pudieran citarse numerosos ejemplos, particularmente en las Guerras civiles de Granada, y el Paso honroso de Suero de Quiñones.
La relación de la sortija indicada en este pasaje se halla en el capítulo XI de Avellaneda, con la enumeración de letras y libreas que aquí se califican de pobres y necias. Vaya una muestra de lo justo de esta censura de Cervantes. Uno de los caballeros que corrieron la sortija, y estaba censurado públicamente de gastador y tramposo, se presentó vestido de bayeta negra como por luto de su padre difunto. Traía pintada en la adarga una beata cubierta igualmente de negro, con esta letra:

Pues beata es la pobreza,
cúbrame la mía bien;
bayeta y baya me den.




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N-2,59,60. No se vuelve a hablar de estas justas ya sea por olvido de Cervantes, ya porque la aventura del Caballero de la Blanca Luna y el vencimiento de Don Quijote se anticiparon a la época de las mismas. Verdad es que aun en este último caso parece que se debió hablar de ello, lo que no sucede así, pues, aunque en el capítulo LXI se cuenta que los caballeros de Barcelona, por complacer a don Antonio y agasajar a Don Quijote, y dar lugar a que éste descubriese sus sandeces, ordenaron correr sortijas, lo cual no tuvo efecto, esto no puede confundirse con las justas de que aquí se habla, y que pudieron determinar a Don Quijote a hacer el viaje a Barcelona.




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N-2,59,61. Hasta aquí no había tenido Don Quijote que pasar el Ebro, lo que ya fue preciso para ir a Barcelona. Por donde lo pasó, ni lo dice la historia, ni se infiere de su contexto. Según el mapa de Pellicer, fue por debajo de Zaragoza, y así es probable que sucediese, porque el encuentro con don álvaro de Tarfe hubo de ser antes de llegar a esta ciudad; y no habiendo de entrar ya Don Quijote en ella, le convino dejarla a la izquierda, y pasar el río por más abajo. Pero el mapa de la Academia hace pasar el Ebro a Don Quijote en la aventura del barco encantado contra el texto de la fábula, según la cual, desde las aceñas en que el barco se hizo pedazos volvieron caballero y escudero a buscar sus cabalgaduras (capítulo XXIX), que habían quedado atadas a la margen derecha del río, puesto que a él habían llegado viniendo desde la Mancha: a que se añade que en seguida se pusieron a caballo y se apartaron del famoso río (cap. XXX). Luego no lo pasaron entonces.


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N-2,59,62. El sujeto es Don Quijote, y así debió expresarse.

{{60}}Capítulo LX. De lo que sucedió a don Quijote yendo a Barcelona




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N-2,60,1. Debía serlo, en efecto, conforme al plan cronológico de Ríos, que señala el 20 de noviembre a este suceso.




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N-2,60,2. Tratando Bowle, en su Introducción a la Geografía física de España, de la montaña de Montserrat en Cataluña (pág. 408 de la edición de 1775), dice que donde no está cultivado el terreno crecen más de doscientas especies de árboles, arbustos y plantas y las principales son el pino, madroño, dos especies de encinas de hojas lisas, encina cocciglandifera, tres diferentes enebros y otros arbustos: mas no habla de alcornoques.
Tratándose en el artículo Cataluña del Diccionario Geográfico Universal, escrito y publicado en Barcelona el año 1831 (tomo I, pagina 698), de los bosques de Urgel, se dice: "En ellos se cría mucha madera para construcción, corpulentos robles, hayas, pinos, castaños, abetos y alcornoques, nogales, cipreses", etcétera.
En una obrita impresa en Barcelona el año 1817 sobre la conservación y aumento de montes y arbolados, se dice, tratando de la encina alcornoque, que en el Ampurdán, en Cataluña, hay muchos bosques que producen millares de quintales de corcho, etc.




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N-2,60,3. Imitación de los libros caballerescos.--Celidón, que iba cazando a orilla del Nilo en compañía de su escudero Sardo,

Por reposar habiéndose parado,
porque cansados de cazar venían,
presto dormido Sardo se ha quedado,
y los caballos a placer pacían;
mas Celidón, que reposar no puede,
será forzoso que despierto quede.

(Canto X.)




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N-2,60,4. Después de la aventura del gran Culebra, que con tanto peligro y trabajo acabó Florambel de Lecea, caminó con su fiel escudero Lelicio por una espesa floresta hasta que se cansó el caballo. Por lo cual les convino apear, y metiéndose en gran espesura, Lelicio quitó el freno al caballo porque paciese, y ellos se tendieron sobre la yerba verde. Y el escudero, como estaba tan fatigado y desfallecido del gran pasado... luego se adormió: mas Florambel, con la gran pena que su afligido corazón sostenía, nunca pudo dormir en toda la noche, sino pensar en diversas cosas, y así estuvo fasta que ya quería amanecer, oro llorando y sospirando, y o tras veces razonando entre sí (Florambel de Lucea, libro IV, cap. I).




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N-2,60,5. Bastara con que fueran mil los lugares, sin que llegasen a tantos sus géneros. Está, por tanto, sobrecargada la ponderación.




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N-2,60,6. Hacer diligencias, está bien: tener diligencias, mal. Por lo que toca a las condiciones, pudiera de algún modo pasar el tenerlas, pero de ninguno el hacerlas; y hubiera sido mejor poner las diligencias que se habían de hacer en el desencanto, o para el desencanto de Dulcinea.




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N-2,60,7. Falta el artículo Si el nudo gordiano cortó el Magno Alejandro. Bien puede mirarse esta falta como omisión de imprenta.
Sobre el nudo gordiano hay la nota 16 en el capítulo XIX de esta segunda parte.
A este propósito dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (artículo Montar).
Proverbio: tanto monta cortar como desatar. Tomóse este modo de decir de aquel ñudo cordio, que no pudiéndole desatar Alejandro, le cortó diciendo las sobredichas palabras.
Y el artículo Nudo dice: Nudo ciego el que es difícil de desatar, que se llama en latín nudus gordius.
El nudo gordiano tomó por empresa el Rey Católico con el lema Tanto monta, y sobre el origen y ocasión de ello son dignos de mencionarse los pasajes anteriores de Paulo Jovio en su Diálogo de las empresas militares, traducido del italiano por Alonso de Ulloa, impreso en León de Francia (1561), y del Padre SigÜenza en su Historia de la Orden de San Jerónimo. El primero, después de referir que el Rey Católico trajo por empresa el nudo gordiano con la mano de Alejandro Magno que lo cortó, y el mote referido, cuenta el suceso de Alejandro, y añade luego: Lo mismo aconteció al Rey Católico, que sucediéndole un cierto pleito muy enredado sobre la herencia del reino de Castilla, no hallando otro camino para alcanzar justicia, lo conquistó con la espada en la mano, y así lo venció; de manera que esta tan hermosa empresa alcanzando gran fama, mereció que se igualase con la Francia; algunos quieren decir que la inventó el doctisimo e ingenioso varón Antonio de Nebrija, que en aquel tiempo restauró la lengua latina en España, de quien agora leemos un muy copioso Diccionario latino y castellano (página 24).
El Padre SigÜenza en su Historia de la Orden de San Jerónimo (parte II, lib. IV, disc. 9, página 758), hablando de Antonio de Nebrija y de sus obras, dice: También sacó a luz la historia de los Reyes Católicos Fernando e Isabel y principalmente lo que toca a la guerra de Granada y la guerra del reino de Navarra, y les hizo a los dos Reyes aquella tan acertada, aguda y grave empresa de las saetas, coyundas y yugo con el alma: Tanto monta, que fue ingeniosa alusión en el alma y cuerpo de ella.




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N-2,60,8. Bello anuncio para uno a quien se le corta un sueño profundo y grato, presentándole en su lugar la imagen de la inminente azotaina. ¿Qué lector será el que no se ría?




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N-2,60,9. El presente pasaje es tan gracioso como verosímil en vista del descuido de Sancho, y de los desvelos y deseos vehementes de Don Quijote.




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N-2,60,10. Este es uno de los muchos pleonasmos que se advierten en la presente fábula.
Por lo demás, el ejemplo de Sancho comprueba la exactitud del siguiente pasaje de Figueroa en su Plaza universal (disc. 79, fol. 291 vuelto): Hoy no se atiende mucho a ella (la lucha y su ejercicio), excepto en la Mancha, distrito del reino de Toledo, donde sus moradores robustos y fuertes se precian de grandes luchadores.




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N-2,60,11. El uso de las armas de fuego, tan generalizado ya en el día, ha dado ocasión para que se abandonen los ejercicios que prestaban al cuerpo fuerzas y soltura en el antiguo gimnasio. En los combates a pie y de persona a persona era donde se conocían mejor sus ventajas, y por tanto, lo debían aprender y practicar los peones no menos que los caballeros. El desuso y el tiempo han puesto en olvido las reglas que la experiencia no pudo menos de establecer entre los profesores e inteligentes, y las tretas que éstos usarían en la lucha y no nos dejaron escritas; pero que habría ciertamente, como las había en el combate de la espada. Estas se escribieron y son conocidas y practicadas todavía. En el presente pasaje del QUIJOTE se habla de una de estas tretas, la más conocida de todas, que ha dado lugar a la expresión proverbial armar zancadilla, la cual se aplica al que forja algún enredo en que otro tropiece y se pierda. El Arcipreste de Talavera, Capellán del Rey don Juan el I, en el desafío y lucha que describe citando a Bocacio entre la Pobreza y la Fortuna personificadas, expresa los nombres de varias tretas que en su tiempo debían ser conocidas y practicadas, a saber: la mediana, el traspié, la sacaliña, los tornos, el desvío, la lancha (Corbacho, parte IV, cap. VI). Traspié es lo mismo que zancadilla, según Covarrubias (artículos Zanca y Traspié). En esta misma significación cita Torquemada en sus Coloquios satíricos (Coloquio pastoril, fol. 155) las palabras traspiés, zancadilla y vaivenes.




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N-2,60,12. Refrán de origen conocido, según las historias de Castilla, las cuales refieren que, habiéndose encontrado el Rey don Pedro el Cruel con su hermano don Enrique en la tienda de Beltrán Claquín, capitán francés que había venido en auxilio de este último, luchando los dos hermanos cayeron al suelo; y habiendo quedado debajo don Enrique, Beltrán les dio vuelta diciendo: ni quito Rey, ni pongo Rey, pero ayudo a mi señor.
En un romance antiguo (Romancero de Leipsick, 1817, pág. 209), regularmente estará en el Cancionero de Amberes, que empieza:

Los fieros cuerpos revueltos,

se cuenta el suceso de este modo:

Y en aquesta fiera lucha
sólo un testigo se ha hallado,
paje de espada de Enrique
que de afuera mira el caso...
ambos vinieron al suelo,
y Enrique cayó debajo.
Viendo el paje a su señor
en tan peligroso paso,
por detrás del Rey allega
reciamente del tirando
diciendo: no quito Rey,
ni pongo Rey de mano,
pero hago lo que debo
al oficio de criado.

En las relaciones topográficas de Felipe I se dice, hablando de Montiel, en cuyo cerco acaeció la muerte del Rey don Pedro, que en el pueblo se mostraba una casa destruida donde se decía haber sucedido aquella tragedia.




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N-2,60,13. Cuenta el romance que habiendo salido a caza don Rodrigo de Lara, el que vendió a sus sobrinos los siete Infantes de Lara, se encontró con Mudarra González, hermano de los Infantes, aunque de otra madre, el cual le dijo:

Por hermanos me los hube
los siete Infantes de Lara.
Tú los vendiste, traidor,
en el val de Arabiana;
mas Dios a mí me ayuda
aquí dejarás el alma.--
Espéresme, don Gonzalo,
iré a tomar las mis armas.--
El espera que tú diste
a los Infantes de Lara.
Aquí morirás, traidor,
enemigo de doña Sancha.

El verso Enemigo de doña Sancha acaso debe leerse Enmigo de doña Sancho; si bien la irregularidad que se advierte en este verso nace acaso del diverso modo de pronunciar respecto del tiempo en que se compuso el romance.
He aquí las personas del nombre Sancho, de quienes hace mención Gonzalo de Oviedo en sus Quincuagenas.--La Infanta doña Sancha, hermana del Rey don García de Navarra (parte II, estancia 8, fol. 21 vuelto).
Sancha, Infanta de Navarra, mujer del Conde Fernán González.




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N-2,60,14. ¡Buen consuelo para un medroso! Un marido estaba en la cama con su mujer, y ésta, sobresaltada de ver oscilar una araña que pendía delante de la alcoba, despertó despavorida a su marido. No te asustes, mujer, le contestó el sandio del consorte, es un terremoto. Conocí el original.




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N-2,60,15. Tal era en tiempo de Cervantes el estado de la hermosa provincia de Cataluña, que la multitud de forajidos era indicio de hallarse cerca de su capital. Este mal era antiguo, señaladamente en el Ampurdán, puesto que a principios del reinado de Carlos V decía el Canónigo de Toledo Blas Ortiz en su itinerario desde Roma a España, que en todo el Principado de Cataluña, pero en el Ampurdán, plusquam alibe in toto principatu Catolon䪠grassantur pestiferi homeines, que banniti seu proscripti alcuntur, de populatores agrorum, quasique quddam viperarum genus omnibus infestissimum. Ii e s寥 itinera frequentant, et publicas stratas... obsident... à quibus c壥s, strages atque insidias parantur, et alia innumerabilia damna ab iis oriuntur, quibus segniter obviatur.




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N-2,60,16. Se había leído aquí parecer, como está en la edición primitiva, hasta que la Academia corrigió amanecer en las suyas, como lo advierte Pellicer (nota 8), dando la razón de ello, reducida a que de otro modo no podía decirse que vieron Don Quijote y Sancho lo que acababan de percibir sólo por el tacto, a causa de la oscuridad de la noche. Las palabras que resultan absolutamente de más en el presente caso son estas que siguen: Ya en esto amanecía.




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N-2,60,17. Como la de Juan Haldudo, el vecino de Quintanar, en la primera parte (capítulo IV).




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N-2,60,18. Ventiera decían las anteriores ediciones de la Academia, que en sus variantes notó ya que la edición de Valencia, segunda que se hizo de esta parte del QUIJOTE, dice ventera en los dos lugares de esta página en que se nombra. El Diccionario no trae ventiera y si ventera, faja que ciñe y aprieta el vientre. El texto estaba errado por ventrera. Así lo puso Pellicer, lo mismo que la Academia en su edición de 1819.




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N-2,60,19. Esto es, los que habían sacado de la Argamasilla, según el precepto del ventero, padrino de Don Quijote, de que no caminase de allí en adelante sin dineros (parte I, capítulo II).




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N-2,60,20. Parece que se quiere oponer aquí la cualidad de robusto a la de tener mediana proporción, pero no es así; y quedara más claro el sentido variando ligeramente el orden de las palabras, y diciéndose: robusto, de más de mediana proporción.




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N-2,60,21. Pedreñal, arcabuz pequeño, o pistolete que se dispara con pedernal. Desta arma usan los forajidos (Covarrubias, artículo Pedreñal, citado por Bowle).
Otros arcabuces de que usan los forajidos se llaman pedreñales, porque no encienden con mecha, sino con pedernal, de donde tomaron el nombre (Id., artículo Arcabuz).
Por pragmática de 24 de junio de 1598 se prohibió traer pistoletes que no tuviesen cuatro palmos de vara de cañón (Colección de la Academia Española).




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N-2,60,22. Este caso de Sancho es igual al de Timbrio en el libro I de la Galatea (Bowle).




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N-2,60,23. Cuando en el capítulo XVI de la primera parte dio el cuadrillero este mismo tratamiento a Don Quijote, se irritó extraordinariamente nuestro hidalgo. Mas al presentarse era tiempo de sufrir y disimular, y, lejos de manifestar enojo, contestó a Roque con expresiones de afecto.




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N-2,60,24. Esta debió de ser la opinión que generalmente se tenía de Guinart, como se infiere del pasaje siguiente del entremés de Cervantes titulado La Cueva de Salamanca, en el que se introduce a un estudiante que yendo a Roma se volvió desde Francia, y dice: Vine solo; determiné volverme a mi tierra; robáronme los lacayos o compañeros de Roque Guinarde en Cataluña, porque él estaba ausente, que a estar allí no consintiera que se me hiciera agravio, porque es muy cortés y comedido, y además limosnero.
Cervantes, con su distracción e inexactitud acostumbrada, trueca a Osiris con Busiris. Osiris, Rey de Argos y después de Egipto, se adquirió los honores divinos por las artes que enseñó, dicen a los egipcios. Busiris, otro Rey del mismo país, sacrificaba cruelmente a los extranjeros que llegaban a Egipto. Esto le atrajo el odio de los escritores. Ovidio en su Arte de amar, atribuye aquellos impíos sacrificios al deseo de expiar una sequía de nueve años que se había padecido en Egipto, excitado por el consejo de un extranjero, que fue la primera víctima de su mismo consejo, así como Prilo fue el primero que pereció en el tormento que había inventado, a saber, el toro de Fálaris. No falta quien todo lo tiene por fábula, negando hasta la existencia de Busiris. Mas como quiera, la crueldad de éste pasó en proverbio, y esto es a lo que alude aquí Cervantes.
Por lo demás, el uso de la historia antigua parece impropio de la ocasión y del sujeto que le hace, esto es, un capitán de bandoleros: si bien Roque Guinart no era un hombre grosero cual suelen serlo los de su profesión, como se verá más adelante.
Roque Guinart. Son interesantes las noticias que sobre este célebre bandolero debo a la amistad del señor don Próspero de Bofarull, encargado del Archivo general de Aragón, en Barcelona; noticias apoyadas en los documentos de dicho Archivo, que ha registrado y disfrutado con juiciosa Crítica, y que se presentan aquí en resumen.
El verdadero nombre y apellido de este bandido fue el de Pedro Rochaquinarda, y no el de Roque Guinart, o Guiñart, ni el de Rocha Guinart, que algunos le dan formando nombre y apellido de este solo, o dándole los dos Rocha Guinart; pues, son muy comunes en Cataluña los apellidos compuestos del nombre del lugar en que están situadas las casas solares, y del apellido de la familia que las posee, como v. gr.: Rochallaura, Rochabruna, Rochafort, Rochafiguera, etc., con el final masculino o femenino.
La casa (o Masía, como se dice en Cataluña) Rochaguinarda existe aún en la parroquia de Oristá, en la diócesis de Vich: en el campo. De ella fue hijo dicho Pedro, es antiquísima y de labradores que viven según la partida de bautismo sacada de los libros parroquiales de Oristá, que dice así: A 19 de dit mes (diciembre de 1582) fonch batejat Pere, fill de Johan Rochaquinarda y de Caterina, muller sua: foren padrins lo Reverent Senyor Mossent Arxer, Rector de San Feliú Sacerra, y padrina Beneta Bach, de dita parroquia. En los mismos libros se hallan las partidas de otros hermanos de Pedro.
De los documentos consultados resultan algunos de los crímenes cometidos por éste desde el año 1607, en que empezó la vida airada, según el primer pregón que se publicó en dicho año, separándole de paz y tregua al estilo de Cataluña, hasta 1610, en que ya no suena más su nombre, ni se halla comprendido en las listas publicadas para persecución de bandoleros, siendo así que se leen en ellas los de Tallaferro, Tucafortt, Sarrallonga y otros que no fueron tan nombrados como Rochaquinarda; de lo que se deduce ser cierta la noticia de haberse acogido al indulto que refiere un dietario coetáneo de las cosas ocurridas en Barcelona desde 1571 a 1655, que existe en poder de don Eudaldo Mirapeix, Escribano de la villa de Ripoll. Dice así: = Any 1610: A 5 de desembre de dit any foren presa de uns quants bandolers compañons del famós bandoler Rocha-Guinart. = Any 1611: A 21 de juliol del dit any de 1611 se embarcá lo famós Rocha-Guinart, cap de quadrilla de bandolers, á Mataró, ab molta gent de la sua quadrilla. Lo Rey li perdoná en tal que avie de prendrer un desterro per Napols per 10 anys ell y sa quadrilla. Lo Rey li provechi la barca de manteniments ils pagá los nolits (fletes). Arribats á Napols lo Virrey lo feu Capitá de campaña. Aquest Rocha-Guinart es estat lo bandoler mes cortés (como lo dice Cervantes y otros) de quants ni ha aguts de molts anys en aquesta part; no composave (es decir, no obligó con amenazas, capturas, tormentos, etc., a dar o hacer algo), ni desonrave, ni tocave las Iglesias (algún hecho que resulta en contrajo sería de los de su cuadrilla, sin su intervención o con sentimiento) y Deu li ajudá.
Esta noticia del pasaje de Rochaguinarda a Nápoles el año 1611, parece desmentida por la carta que, según Villanueva en su Viaje literario (tomo VI, pág. 132), escribió el Marqués de Almazán, Virrey de Cataluña, al Concicilio de Tarragona el año 1613, en quella cláusula en que el Marqués dice: En mi tiempo he hecho mucha y más justicia de lo que se ha hecho en otros; que sólo de Rochaguinarda he hecho ahorcar veintidós, y aun confía ahorcar al mismo Rocha. Con todo, si se atiende a la coetaneidad del dietario, a cierta armonía de su relación con las de Cervantes y otros sobre el carácter de Rochaguinarda, y sobre todo, a que desde fines del año 1610 no se halla ya más el nombre de este bandolero en ninguno de los pregones y listas que mandaban publicar de tiempo en tiempo los Virreyes ofreciendo premios o tallas por la captura de los bandidos, debe tenerse por muy cierta la relación del dietario; y probablemente la misión y cristianas amonestaciones del celoso sacerdote aragonés Pedro Aznar por el mes de abril de 1611, de que habla Pellicer en nota al presente capítulo, produjeron el deseado fruto de reducir a Rochaguinarda a pedir el indulto; después de lo cual pasó a Nápoles desde Mataró, en 21 de julio siguiente, unos dos meses escasos antes que el Marqués de Almazán viniese a Cataluña; pues según los dietarios y libros de deliberaciones de la antigua Diputación de los tres Estamentos que existen en el Real Archivo de la Corona de Aragón, dicho Virrey obtuvo dos trienios consecutivos en este cargo: el primero desde el día 1 de septiembre del año 1611, en que tomó de él posesión después de haber jurado en Lérida, y el segundo en el que hizo su entrada y prestó el juramento en la Santa Iglesia de Barcelona, el día 23 de agosto del año 1614. Es decir, que el Marqués no gobernó en Cataluña durante las fechorías de Pedro Rochaguinarda; y, por consiguiente, que las referidas expresiones de su carta al Concilio de Tarragona el año 1613 pueden ser tales como suenan en ella con referencia a los veintidós bandoleros de la cuadrilla de Rochaguinarda, porque no dice el dietario que se embarcase este bandido con todos los suyos, sino ab molta gent de la sua quadrilla, y ésta había llegado a tener más de doscientos hombres, algunos de los cuales quedarían en Cataluña y pudieron ser ahorcados; pero lo restante de la cláusula en orden a Rochaguinarda debe tomarse como una bravata del Marqués, con la cual hubo éste de dar a entender que si reincidiendo aquél volvía a Cataluña, si podía cogerle, le ahorcaría por más que estuviese indultado.
Así que, siendo cierto, como no puede razonablemente dudarse, que Rochaguinarda pasó a Nápoles en julio de 1611, es evidente que Cervantes, en la fingida aventura de Don Quijote con este real y verdadero bandido, que según la carta de Sancho a su mujer (cap. XXXVI) sucedió después del 20 de julio de 1614, no Cuidó de conciliar la fábula con la cronología, pues la época de las fechorías de Rochaguinarda en Cataluña fue positivamente desde el año 1607 al 1611, como se ha demostrado. Tampoco parece bastante a destruir la fuerza de documentos tan fidedignos la autoridad de Diego Duque de Estrada, citado por Pellicer, que refiriendo en los Comentarios de su vida lo que la había sucedido en Cataluña el mes de noviembre de 1613, nombró a Roque Guinart entre los malhechores que infestaban a la sazón esta provincia.
El P. Villanueva, en su Viaje literario a las iglesias de España (tomo VI, carta 53, página 130), inserta parte de la carta del Marqués de Almazán, Virrey de Cataluña, al Concilio de Tarragona, de que antes se ha hecho mención. En ella dice entre otras cosas el Marqués que un tal Trucaforte, que por disposición suya perseguía a Rocha Guinarda, se había hecho ladrón. Y añade que había expedido una pragmática prohibiendo los pedreñales, la cual había surtido muy buen efecto.
Por lo demás, que las diligencias del Marqués de Almazán hubieron de ser inútiles, aparece comprobado por el testimonio de Clemente Ribertino en su Historia de los movimientos de Cataluña, hablando de los bandos de Narros y Cadetes, y de las cuadrillas de bandoleros que ocasionaban (libro I, fol. 18). Dice así: Ya deste pernicioso mando (de las cuadrillas) han salido para mejores empleos Roque Guinarte, Pedraza y algunos famosos bandoleros.
Espinel, en su Escudero (relación 3ª, descanso 24, fols. 237 y siguientes), pone el cuento de Roque Amador, capitán de bandoleros en la sauceda de Ronda, que tiene algunas circunstancias semejantes a las del episodio de Roque Guinart en el QUIJOTE, y acaso tenía también fundamento histórico, igualmente que el de Guinart.
Como el Escudero se publicó después del QUIJOTE, en 1618, puede sospecharse que tanto en la relación de este suceso como en la del de Arnaute Mami, de que se habló en la nota a la novela del Cautivo (parte I, cap. XLI), tuvo presente Espinel esta fábula, y aun acaso trató de competir con ella en estos dos episodios. Sabido es que quiso oponer su Escudero al QUIJOTE, y que sin nombrar a éste, no faltó quien pretendiese que el Escudero era el mejor libro de su clase en nuestra lengua.




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N-2,60,25. Falta evidentemente la partícula por. No es mi tristeza por caído, etc.




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N-2,60,26. Estas expresiones dan a entender que la fama de Guinart había llegado a la Argamasilla, y que Don Quijote tenía ya por lo mismo noticia de él. Mucho fue que no le ocurriese a nuestro hidalgo mirarle como caballero andante. Acaso lo estorbaron las noticias anteriores; pero no dejó de aconsejarle más abajo en este mismo capítulo que, para expiar sus pecados, profesase la Orden de la Caballería, que venia a ser lo mismo que en otros tiempos hacían los Cruzados.




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N-2,60,27. En el Doctrinal de Caballeros (ley I, título II), se dice que las leyes antiguas mandaban a éstos que cuando hubiesen de cabalgar fuera de la villa en tienpo de guerra que fuesen en sus caballos armados, en manera que si algo acaesciese podiesen facer daño a sus enemigos, é guardarse de lo rescebir dellos.
Don Quijote había explicado ya esta regla, mandando a Sancho (cap. XI) que sólo quitase el freno al caballo, no la silla, y aquí no habló con mucha consecuencia. Realmente, silos caballos habían de pacer (y de hecho se lee que pacieron en muchos pasajes de los libros caballerescos, como se ha notado ya) (capítulo LIX) no era posible dejar de quitarles el freno, y lo más que podía hacerse era dejarlo a la mano, colgado del arzón de la silla, conforme a la regla explicada por Don Quijote.




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N-2,60,28. Expresión que recuerda lo de erigens paugerem y esurientes implevit bonis del Magnificat.




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N-2,60,29. Escopeta, según Covarrubias, viene de la palabra latina, de origen griego, scopus, meta ad quam sagit䟤iriguntur, de la cual se deriva la italiana scoppiare. Y añade que otros opinan se había de decir por onomatopeya sclopetum, del nombre latino sclopus, por la especie de sonido que produce el disparo de esta arma.




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N-2,60,30. Hay en Cataluña dos familias ilustres que llevan una el apellido Simó y otra el de Forte, de los cuales pudo formar aquí Cervantes el nombre de Simón Forte.
La casa de Torrellas es una de las distinguidas en la misma provincia, y consta la existencia de un Ramón Torrellas a fines del siglo XVI o principios del XVI. No sucede así respecto a la de Clauquel.




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N-2,60,31. De las costumbres y bandos de Cataluña trató Cervantes con mucha propiedad en la novela de las Dos Doncellas y en la Galatea (libros I y V), según Navarrete en su Vida de Cervantes (Ilustración, núm. 74).




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N-2,60,32. Esta reflexión es sumamente inverosímil en una mujer que se hallaba toda azorada, como Claudia Jerónima. Ya se ha tachado otras veces este estilo sentencioso, tanto poco natural en personas agitadas de pasiones violentas. Más propios son de tal situación los discursos cortados o interrumpidos, las razones breves y desordenadas, las suspensiones y demás muestras de un ánimo agitado y poseído de exaltados e impetuosos afectos. Tampoco parece verosímil que hiciese Claudia Jerónima esta relación a Roque Guinart sin llamarle aparte.




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N-2,60,33. La honra no entra ni sale. Tanta metafísica era impropia de las circunstancias de Claudia, vicio de que adolece toda su relación, como se ha dicho antes.




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N-2,60,34. Salidas graciosísimas, tanto de Don Quijote como de Sancho. En Don Quijote como caballero andante obra la manía de proteger a las damas, y en Sancho se advierte la credulidad y sandez con que confirma la oferta de su amo, aludiendo a la reciente aventura del lacayo Tosilos.--Mas no se dice prometer palabra, sino dar palabra. Y fuera de ver que Don Quijote la hiciese cumplir a un muerto.




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N-2,60,35. Su palabra, esto es, el cumplimiento de su palabra.




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N-2,60,36. Estaría más llano y corriente el discurso si se dijera: que atendía más al susceso de la hermosa Claudia que a las razones de amo y mozo.




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N-2,60,37. No está bien la sintaxis, como lo estaría suprimiendo las palabras mi suerte, y diciendo: La cual, pues la dejo en tus manos y en tus brazos, tengo por venturosa. Pero en verdad que es demasiado rigor pedir perfecciones gramaticales a un moribundo.




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N-2,60,38. Parece demasiado pronta esta resolución de Claudia, y no se ve el motivo que le hacía mudar la de pasarse a Francia, que era más natural y acertada en aquella situación, ni la causa de rehusar la compañía de Roque, a quien acababa de buscar.
A un monasterio. En Miraflores había uno, en el cual entró monja, e hizo luego profesión, la Princesa Lucela, de resultas de la falsa noticia que había corrido de la muerte de Amadís de Grecia a manos de la doncella Nereida (Amadís de Grecia, parte I, cap. II). El muerto había sido el Príncipe de Tracia, que traidoramente había tomado el nombre de Amadís de Grecia, como se cuenta en el capítulo XCII de la segunda parte. La fundadora de este monasterio había sido la sin par Oriana (Amadís de Gaula, lib. I, cap. LII), y de él se hace mención en las Sergas de Esplandián (caps. XXVI, XXVII y otros).




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N-2,60,39. Eterno es uno de aquellos adjetivos que no admiten el grado superlativo, porque en lo eterno no cabe más ni menos. Lo mismo sucede en triangular y otros.




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N-2,60,40. Toda la presente relación de los amores de Claudia y de don Vicente está de más en la fábula del QUIJOTE, a cuyo objeto en nada contribuye. En esto tiene el episodio de Claudia mucha semejanza con el de la morisca Ana Félix, cuyo desenlace fue venturoso como el de éste trágico. En ambos se excedió la fecunda inventiva de Cervantes, recargando inútilmente con ellos su fábula.




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N-2,60,41. La trama no se teje, como ni tampoco la urdimbre. Esto sólo se dice de la tela.




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N-2,60,42. Repetición triple del verbo mandar. Hubiera estado mejor, mandando ponerse a los suyos en ala.




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N-2,60,43. En pocos renglones repartición, repartible, repartió. Género de incorrección muchas veces notado ya en el QUIJOTE. El repartible pertenece a las voces fácilmente formables en nuestra lengua.
Al fin del capítulo V de esta segunda parte se usa de ambos modos dinero y dineros, y lo mismo en el capítulo LXII. Y así lo hace Cervantes indistintamente en otros varios pasajes. Del paje que iba a sentar plaza se dijo cantaba la siguiente seguidilla:

A la guerra me lleva
mi necesidad;
si tuviera dineros
no fuera en verdad.

Volviendo lo no repartible y reduciéndolo a dineros. Expresión que no se entiende, porque ¿a quién se volvía lo que no podía repartirse? Ni ¿cómo se reducía a dinero lo que se volvía?




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N-2,60,44. Al principio se dejó en duda si era uno o más. Después, en el mismo período, se supuso que era uno solo. Esto muestra la falta de atención y de lima con que se escribió el QUIJOTE aun en la segunda parte.
En el original debió borrarse o algunos; y esto lo indica también el verbo llegó, que deberla ser llegaron en caso de subsistir la palabra algunos.




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N-2,60,45. Son palabras de un salmo que han pasado a ser proverbio. Abyssus abyssum invocat (salmo 41).




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N-2,60,46. Esta es una de las chistosas y saladas ocurrencias de Don Quijote, y al mismo tiempo sumamente verosímil en su carácter.




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N-2,60,47. Aquí empieza ya a prepararse lo que se ha de referir después de la llegada de Don Quijote a Barcelona, la visita que hizo a las galeras, y el desenlace de los sucesos de Ana Félix y don Gaspar Gregorio.




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N-2,60,48. Cacofonía y pleonasmo que hubiera sido fácil remediar escribiendo entre ambos.




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N-2,60,49. Debía ser el Presidente del tribunal establecido en el edificio llamado Vicaría en dicha ciudad, que es cárcel u casa de tribunales, como dice Figueroa en su Pasajero (alivio 1.° fol. 30, año 1617).




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N-2,60,50. Otros salteadores de caminos hubo por aquel tiempo en Andalucía tan equitativos como Roque Guinart y aun con sus puntas y collares de escrupulosos. En su traje parecían gente honrada, y robaban sólo la mitad del dinero a los caminantes, sin hacerles otro daño. Sucedió que un pobre labrador llevaba quince reales, de suerte que echada la cuenta les tocaba a Siete y medio; y no habiendo trueque de un real, el labrador les rogaba encarecidamente que tomasen ocho, diciendo que se contentaba con los siete. De ninguna manera, respondieron ellos; con lo que es nuestro nos haga Dios merced. Por razón de su traje y de la sierra de Cabrilla donde se recogían eran llamados estos ladrones los Beatos de Cabrilla. Refiérelo el Licenciado Francisco Luján y Fajardo en su Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos. Y añade que este caso fue muy sabido (nota de Pellicer). No eran tan justificados ni escrupulosos los Niños de Ecija, nuestros contemporáneos y paisanos de los Beatos de Cabrilla.




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N-2,60,51. Hablándose de mujer en singular, no cabe hacer de ella clase aparte de las principales. Estaría mejor: ni a mujer alguna, especialmente si es principal.




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N-2,60,52. Las ediciones antiguas, inclusa la primitiva, decían: le pidió perdón del agravio que le había forzado de cumplir con las obligaciones precisas de su mal oficio. La Academia, para completar el sentido defectuoso del texto, suplió la palabra hecho, leyendo del agravio que le había hecho, forzado de cumplir, etc. Pellicer consiguió lo mismo mudando una sola letra y poniendo hacía por había, y leyendo del agravio que le hacía, forzado, etc. La enmienda de Pellicer me parece la preferible.




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N-2,60,53. Se habla de Sancho Panza, a quien se los entregó después efectivamente Roque Guinart, como se lee en el capítulo siguiente.




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N-2,60,54. Mostró Cervantes su afición a Roque en la relación que hizo de sus acciones y discursos, pintándole vengativo, sí, y violento, pero al mismo tiempo desinteresado, generoso, de buen entendimiento y aun cortés y culto.




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N-2,60,55. Paso, adverbio que significa lo mismo que en voz baja. Usase también en diminutivo, como se hizo en la primera parte (cap. XXIX). Se llegó Sancho Panza al oído de su señor, y muy pasito le dijo.
Otras veces paso y pasito significan lentamente, poco a poco, como cuando el Duque decía a Don Quijote que alababa la cortesía y hermosura de la Duquesa: Pasito, mi señor Don Quijote... que adonde está... Dulcinea... no es razón que se alaben otras fermosuras (parte I, cap. XXX).




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N-2,60,56. Pleonasmo que no consentiría el uso actual, prefiriendo las palabras a un lado. Y apartándose a una parte se lee en la relación de los sucesos de Sierra Morena (parte I, cap. XXV). Le apartó a una parte, en la aventura del Oidor y don Luis (Ib., cap. XLIV).
Usó esta expresión don Luis Zapata en su Miscelánea (fol. 344) en boca de un consejero del Rey don Juan II de Portugal.
No me atreveré sin embargo, a decidir si esta expresión, apartarse a una parte, era de uso común en tiempo de Cervantes, o si tuvo por objeto remedar el lenguaje de los libros caballerescos. En la historia de Belianis se lee: Don Belianís se apartó del caballero a una parte, etc. Citóse este pasaje en una nota de la primera parte (cap. VI). Apoya, sin embargo, lo primero el uso que hallo hecho de esta frase en el Viaje entretenido de Agustín Rojas, impreso la primera vez el año de 1583, en cuya dedicatoria al vulgo se lee: un fraile me apartó aparte.




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N-2,60,57. Guinart era del partido de los Niarros, según Cervantes, y sus razones tuvo éste quizá para afirmarlo, ′mayormente siendo cierto que existieron en Cataluña por aquellos años los dos bandos de Niarros y Cadells, que tanta sangre costaron al Principado. Sin embargo, no se ha podido hallar ni un solo documento que dé noticia del origen y objeto de estos dos bandos, ni que mencione siquiera a sus individuos sino con el nombre de ladrones y bandoleros o malhechores, sin suponer entre ellos otra división que la de cuadrillas con sus jefes. Parece, no obstante, que en su principio tuvieron objeto político estas cuadrillas, principalmente la de los Cadells, que tomarla este nombre de Juan Cadell, señor del castillo de Arseguel, quien se puso al frente de una porción de facciosos, los cuales, divididos después en opiniones, degeneraron, y acrecentándose ocasionaron las venganzas particulares, robos, incendios, muertes y demás excesos que se refieren en varios documentos coetáneos, y que les adquirirían el apodo vulgar de Cadells, no tanto por su primer capitán, Juan Cadell (cuya familia o casa, que aún existe en Cerdeña, tiene por blasón tres cachorros de oro de sable pasantes), cuanto por insulto, y aludiendo a la significación catalana de la palabra, que equivale a cachorros; y que los Cadells llamarían en correspondencia a sus contrarios Narros, Niarros, o mejor Guierros, que es lo mismo que porcell en catalán, o lechón en castellano. Ambos apodos pueden aludir al anhelo y encarnizamiento con que se persiguieron estos dos bandos, como lo demuestra la voz de ataque con que solían acometer los de la cuadrilla de Rochaguirnalda, apellidando ¡a carn!... ¡a carn!... Y manifestando así la ferocidad de sus corazones, que sólo respiraban sangre, muerte y atrocidades. Y no en balde dijo Bastero en su Crusca Provenzale (pág. 134): Guerro, nome de fazione che propiamente vale Porcell Porcello, el qual nome per dir cio de passagio molto strepitoso fu in cathalogna negli andanti secoli per regione delle due fazione, appellate dels Guerros e Cadells ci䪠de Porcelli e Cagmoli. Y en apoyo de su objeto copia una de las décimas del famoso Rector de Vallfogona don Vicente García, poeta catalán y contemporáneo de estos bandos, en su Desengaño del mundo, en que, afeando a los caballeros catalanes sus bandos, dice:

Cuant lo Evangeli cantaban
en la lsglesia antiguament,
los nobles encontinent
la espasa desembaynaban;
y ab asó significaban:
que tenían a parell
de morir peleant par ell.
Mes aquesta gallardía
tota se n′ va vuy en día
en ser Guerro o ser Cadell.

Debe asimismo advertirse que si bien Juan Cadell, señor del castillo de Arseguel, pudo haber dado nombre con su apellido a uno de los dos bandos o facciones, como se ha dicho, no se halla en caso semejante el de los Narras (o Guerras, como dicen García y Bastero), porque no hay memoria de que existiese por aquellos tiempos en Cataluña jefe alguno o cap de quadrilla de bandoleros con este nombre; y aunque es verdad que aparece en varias listas y pregones un T. dit lo Nyerro, sin embargo, se le da este nombre por apodo y no como apellido, sin que suene nunca como cabecilla, sino como uno de tantos bandoleros; por lo que parece preferible la opinión de que los dictados de Narros y Cadells fueron más bien hijos del odio mutuo de ambos partidos significando cachorros y lechones, que derivados de los apellidos de sus primeros cabecillas (Bofarrull).
No era sólo en Cataluña donde había estos bandos. Léese en los Diálogos, de Francisco Núñez de Velasco, de contención entre la milicia y la ciencia (fol. 417): En algunas ciudades destos reinos de España aun no se acaba de extinguir el fuego destos negros bandos, especialmente en Trujillo, Cáceres y Plasencia, adonde no solamente la gente principal es banderiza; pero aun la camún y plebeya está dividida entre Carvajales y Ovandos.




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N-2,60,58. Sobra indudablemente el artículo un, que se había introducido malamente en el texto, y se omitió con mucha razón en la segunda edición de esta segunda parte, hecha en Valencia el año de 1616, siguiente al en que se había publicado la precedente.




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N-2,60,59. Acaba de decirse: despachó estas cartas, y ahora se dice: la dio. Antes se había referido que Guinart escribió una carta a un su amigo a Barcelona, dándole aviso de que tenía consigo a Don Quijote, y según el contexto parece que no escribió otra. Infiero de todo que en despachó esas cartas hay yerro de imprenta, y que debe leerse despachó esta carta.


{{61}}Capítulo LXI. De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto


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N-2,61,1"> 5616.
Bien descrita se halla la inquieta y azarosa vida de los bandoleros y de su jefe. Y no le faltaban a éste motivos particulares de agitación y recelo con motivo de las diligencias que el Virrey de Cataluña hacía para perseguirle, como arriba se dijo.




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N-2,61,2. Según el plan cronológico de Ríos, era el día 29 de noviembre.Don Antonio Eximeno, con la idea de refutarle y queriendo manifestar que el tiempo de la fábula del QUIJOTE es imaginario, y no sujeto al cómputo del almanaque, observa (Apol., núm. 54) que con arreglo a dicho plan mediaron sesenta y un días entre la octava del Corpus y la fiesta de San Juan, lo cual es imposible porque en este caso hubiera sido la Pascua antes del plenilunio de marzo. Verdad es que Eximeno en los números siguientes trata de dar solución a este reparo, mas con sobrada sutileza y poca felicidad.




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N-2,61,3. Acaba de decirse que Don Quijote estaba en la playa, donde no parece oportuno hacer mención del efecto de la aurora en hierbas y flores, sino más bien en las aguas del mar, que debían presentar una masa inmensa de luz y de fuego. Tampoco viene al caso aquello de en lugar de alegrar el oído hablándose de la aurora. Porque ¿qué conexión tiene la aurora con el oído? Más natural era pintar la sorpresa que necesariamente hubo de producir en los ánimos de amo y mozo el grandioso espectáculo del mar, que veían entonces por primera vez, y que apenas se menciona más abajo.
Alegraron también el oído el son de las muchas chirimías y atabales, ruido de cascabeles, etc. Léese en don Belianís (parte I, cap. XVI): Ya la claridad de Apolo comenzaba a mostrar con sus rayos augmentadores de las nocturnas dehesas la clara mañana de aquel más que todos celebrado día de Sant Juan... cuando en la ciudad de Persépolis se comenzó tanto ruido de meniestriles, que parecía que toda se hundiese.





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N-2,61,4. De trapa trapa, que significa el ruido confuso de voces y pisadas de mucha gente, pudo venir trápala.
Covarrubias (artículo Trápala) trae este cantarcico sayagués:

Asomaos a ese buraco,
cara de prata,
correré yo el mi caballo
la trápala, trápala.




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N-2,61,5. La rodela no tiene rostro, y así, debió decirse: un rostro mayor que una rodela.





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N-2,61,6. El horizonte no es más que uno; no lo hay más o menos bajo. Quizá diría el original por lo más bajo del horizonte.
Don Diego Hurtado de Mendoza, en la Guerra de Granada (lib. I, cap. XX), proponía que se admitiese esta voz, de origen griego, en la lengua castellana, pero ya la había usado Alejo de Venegas en la Diferencia de libros; y aquí y en la Galatea (lib. VI, al principio) la hallamos como palabra corriente, lo mismo que en las comedias de Lope de Vega.




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N-2,61,7. En varios lugares de esta segunda parte se ha hablado de las lagunas de Ruidera. En el capítulo XVII se proponía Don Quijote inquirir su nacimiento y verdaderos manantiales; en el XXI se ofrecía el primo enseñárselas; en el XXIV, el mismo primo le decía que, con motivo del viaje, había sabido lo que se encerraba en la cueva de Montesinos, con las mutaciones de las lagunas de Ruidera. Pero en ninguna parte se dice que las hubiesen visto Don Quijote y Sancho, como aquí se expresa.




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N-2,61,8. En el capítulo siguiente se usa la frase abatieran tienda, y luego esta otra: hacer tienda.
La palabra tienda significa en este pasaje el toldo o la cubierta de lona que en forma de barraca se ponía en las galeras para resguardarse su tripulación del sol o de la lluvia. A la maniobra o acción de formar la tienda se llamaba hacer tienda, y a la de quitarla, abatir tienda.
En forma semejante se hacen las tiendas de campaña para servir de alojamiento a los soldados en el campo, especialmente en tiempo de guerra, y entonces la frase abatir tiendas significa levantar el campo.
Covarrubias dice que por ser forasteros los que traen vituallas y mercancías a las ferias y a los mercados, suelen usar de estas tiendas o enramadas, y que de ahí se llamaron tiendas las casas de mercería o tabernas, habiéndose extendido ya este nombre a todas las oficinas donde se vende alguna cosa.




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N-2,61,9. Tremolar, verbo activo que se usa aquí como si fuera de estado.




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N-2,61,10. Si los acentos eran suaves, no serían belicosos, y si eran belicosos no serían suaves. Suave y belicoso son incompatibles.




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N-2,61,11. Cuando esto se escribía aún no se había aplicado la voz librea al vestido uniforme de cierta clase de criados inferiores, como sucede en el día. Así lo prueban este pasaje y el del capítulo XXI, en que habla el primo a Don Quijote de su libro de las libreas.




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N-2,61,12. Está visto que no era la artillería, en el significado actual de esta palabra, la que disparaban los soldados, tanto de las galeras como de las murallas. Serían los mosquetes o arcabuces.




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N-2,61,13. El verbo ir, usado con los gerundios de otros, forma una especie de verbos compuestos para expresar la progresión o continuación, así como el verbo tener, usado del mismo modo, forma otra clase de verbos compuestos de estado. Así que hay contradicción entre la progresión sucesiva que expresa el iba engendrando con lo súbito del gusto engendrado, porque lo repentino no se aviene bien con lo progresivo, y en vez de iba, en singular, debiera decirse iban, en plural.




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N-2,61,14. Cervantes necesitaba estos incidentes para sostener la locura y desvarío de su héroe, y Ja circunstancia de ser aquélla la mañana de San Juan se los proporcionaba. Véase el motivo de haber supuesto que Don Quijote llegó a Barcelona en la mañana de aquel día tan universalmente festejado; a pesar de que, según el cómputo de Ríos, esto sucedía en noviembre.




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N-2,61,15. Era don Antonio Moreno, como se ve en el capítulo siguiente.




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N-2,61,16. Fórmula de que se usó en el capítulo VI y semejante a esta otra: donde más largamente están escritos, del capítulo X de la primera parte, sobre la que hay nota.
Este donde debe de referirse a la historia de la Caballería andante.




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N-2,61,17. Cervantes, sin embargo, de que manifestaba despreciar a Avellaneda, estaba vivamente picado de sus dicterios, y no perdía ocasión de satirizarle, aunque no fuese muy oportuna, como sucede con la presente.




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N-2,61,18. Al referir Avellaneda la sortija que Don Quijote corrió en Zaragoza, sacándole a la justa don álvaro Tarfe con otros amigos suyos, dice (cap. Xl, pág. 69): no es una cosa nueva en semejantes regocijos sacar los caballeros a la plaza locas vestidos y aderezados, y con humos en la cabeza de que han de hacer suerte, tornear, justar y llevarse premios, como se ha visto algunas veces en ciudades principales, y en la misma Zaragoza.





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N-2,61,19. Queda pendiente el sentido, sin que se encuentre el verbo que corresponde al malo y a los muchachos. ---El malo ya se sabe que significa por antonomasia el diablo.




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N-2,61,20. Es como si se hubiera dicho que uno de los muchachos alzó la cola del rucio y le puso un manojo de aliagas; y que el otro alzó la cola de Rocinante y le puso otro manojo de aliagas.
El adjetivo plural castellano sendos, das, trae su origen de singulus, las, terminaciones masculina y femenina de acusativo del adjetivo plural latino singuli, l礬 la, que tiene la misma significación que tuvo en sus días nuestro sendos, según el testimonio del famoso humanista español Antonio Lebrija, el cual, en los Comentarios de sus introducciones latinas (lib. I, cap. II, hacia el fin), escribe lo siguiente: Si rursus dixeris, civibus distribuuntur singuli aurei, dicis quod cuilibet civi datur unus aureas.
Esta nota se ha tomado de un artículo publicado por mi amigo el literato don Ramón Cabrera en el Diario Mercantil, de Cádiz, de 15 de febrero de 1829, sobre la significación y origen del adjetivo plural castellano sendos, das, en el que censura el abuso que por algunos literatos de nuestros días se ha hecho de este adjetivo, el cual, según su etimología y el uso de varios de nuestros escritores de nota, no tiene otro significado que el de tantos por tantos, uno por cada uno, el suyo o con el suyo, a cada uno o en cada uno el suyo.


{{62}}Capítulo LXI. Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse

 


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N-2,62,1. Alusión a la costumbre de tener monas atadas en los balcones, lo que frecuentemente da ocasión para que se paren a mirarlas los que pasan, y señaladamente los muchachos.




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N-2,62,2. El objeto que se propuso Cervantes al suponer la entrada de Don Quijote en Barcelona el día de San Juan está indicado en este pasaje, a saber: que concurriendo este suceso con los regocijos acostumbrados en tal día, tuviese ocasión de creer nuestro caballero que se hacía todo en su obsequio, recibiéndosele con la solemnidad y ceremonia que había encontrado descritas en los libros caballerescos, en que se hace además algunas veces expresa mención de las solemnidades con que se celebraba el día de San Juan, cabalgando los Reyes, las dueñas y las doncellas para ir a los campos, como, verbigracia, en Primaleón (cap. CCXII).
Don Galaor, Florestán y Agrages, después de haber buscado inútilmente por mucho tiempo a Amadís, se reunieron en una ermita a media legua de Londres, y resolvieron entrar en la corte a ver si adquirían de él alguna noticia. Pues con este acuerdo, oída la misa que el ermitaño les dijo, cabalgaron y fuéronse el camino de Londres. Esto era el día de Sant Juan, y llegando cerca de la ciudad, vieron a la parte donde ellos iban al Rey que aquella fiesta con muchos caballeros cabalgando por el campo honraba (Amadís de Gaula, cap. LII).
El Caballero de la Cruz, llamado ya el Príncipe Lepolemo, habiendo convidado en celebridad del día y fiesta de San Juan a los Príncipes y Princesas que se hallaban en la corte del Rey de Francia, para que fuesen sus convidados en la casa de un bosque a dos leguas de París, hizo por arte de encantamiento, junto a la misma casa, en un gran prado, un magnífico aposento riquísimamente alhajado, y fuera una magnífica y ostentosa fuente de mármoles, donde los que se lavaban experimentaban cierta burla que hacía reír a los demás, con otras burlas a las Infantas y a sus doncellas y criados que allí se describen (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. CXLVI).
Tirante, contento del progreso de sus amores con Carmesina, decía a Placerdemivida: Je suis comme St, Jean, dont on célébre la féte chez toutes les nations, et dont on dit que l′′me dort, de crainte que l′′honneur qu′′il reççoit parmi les hommes ne lui inspire des sentiment qui le fassent décheoir du rang qu′′il tient dans le ciel (parte II, pág. 138 de la traducción de Cailús).
El Caballero del Cisne y su mujer una vegada fueron a tener la fiesta de Sant Juan al castillo de Bullón. E el Caballero del Cisne por honra de la fiesta fizo cincuenta caballeros noveles... E cuando o vieron yantado... los caballeros mancebos que ahí eran ficieron armar un tablado en los campos que ahí había muy grandes fuera del castillo. E comenzaron los unos a danzar, e los otros a justar según costumbre de la tierra (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. CVII). Esto se escribía en el siglo XII.
Y volviendo a nuestro hidalgo, el conjunto de los festejos de mar y tierra que se presentaba a su vista en una capital como Barcelona, hacían más verosímil su ilusión. Cervantes sacó este partido de las circunstancias de una ciudad populosa, cuya naturaleza era esencialmente menos favorable para la invención de aventuras caballerescas, que tenia más campo y mayor facilidad en las ventas y despoblados, donde la existencia de las locuras de Don Quijote no tenía el estorbo de la policía de las grandes poblaciones, en las cuales hubieran sido inverosímiles y aun imposibles. Así se ve que, a pesar de los recursos de la fecunda fantasía de Cervantes, y del estado poco menos que incivilizado del país, cuya pintura no se descuida en reforzar; a pesar, digo, de todo, la narración de la fábula añoja y pierde de su viveza y acción durante la estancia de Don Quijote en Barcelona. Así que pudiera tacharse a nuestro autor por no haber observado en su obra el conocido precepto de Horacio:
Primo ne medium, ne discrepet imum. (De arte poética, v. 152.) Con efecto; el final del QUIJOTE adolece de flojedad y languidez. La fiesta más solemne de San Juan de que nos queda memoria, fue la que el célebre Conde-Duque de Olivares dio a Felipe IV la noche de San Juan del año 1631 en los jardines contiguos al paseo del Prado de Madrid, que median entre las extremidades de la Carrera de San Jerónimo y calle de Alcalá. En el del centro, que correspondía al terreno actualmente ocupado por la iglesia de San Fermín y el jardín del Conservatorio de Artes, estaba el teatro. Abiertas comunicaciones con los jardines de ambos lados, los Reyes hicieron colación en el del Duque de Maqueda, ahora del Duque de Villahermosa, y cenaron en el de don Luís Méndez de Carrión, hoy del Marqués de Alcañices. Las decoraciones y adornos fueron obra del Marqués Juan Bautista Crescenci, célebre arquitecto que dirigió la fábrica del Panteón de El Escorial y la de la cárcel de Corte en Madrid. Entre la colación y la cena se representaron dos comedias: la primera intitulada Quien más miente medra más, compuesta en el espacio de un día por don Francisco de Quevedo y don Antonio de Mendoza; la segunda compuesta en tres días por Lope de Vega, con el título de La noche de San Juan, que se imprimió en el tomo XXI de sus comedias (Madrid, 1635), cuyo asunto es la alegría, los lances y travesuras comunes en semejante fiesta. En el primer acto, y en boca del primer galán, introdujo el autor una descripción circunstanciada de la fiesta y de las disposiciones tomadas para celebrarla, haciendo mención, como era natural, de los Reyes, Infantes y Conde-Duque. En esta comedia, como en todas las de Lope hay bellísimos versos, y la circunstancia (rara en el poeta y en su época) de que la acción dura menos de un día, y así se expresa al fin de ella:
Aquí la comedia acaba
de la noche de San Juan
que si el arte se dilataa darle por sus preceptos
al poeta de distancia
por favor veinte y cuatro horas,
esta en menos de diez pasa.
En el intermedio de las dos comedias, los Reyes y las damas de palacio se disfrazaron, y continuaron así lo restante de la fiesta, que fue sumamente magnífica y ostentosa; y concluída, los Reyes y su comitiva tomaron los coches, y acompañados de otros coches con músicas, dieron algunas vueltas por el Prado, hasta el amanecer, que se retiraron a Palacio.
Describe esta solemne fiesta Pellicer en su Historia del Histrionismo en España (tomo I, pág. 177).
El año 1640, la noche de San Juan hubo en el Retiro muchos festines, y entre ellos una comedia representada sobre el estanque grande, con máquinas, tramoyas, luces y toldos; todo fundado sobre las barcas. Estando representando se levantó un torbellino de viento tan furioso que lo desbarató todo, y algunas personas peligraron de golpes y caídas, según don Antonio León Pinelo en sus Anales de Madrid, citado en el Histrionismo de Pellicer (tomo I, página 193).
En la comedia de Lope de Vega intitulada Lo cierto por lo dudoso se supone la acción en Sevilla la noche de San Juan (parte XX de sus comedias).
El mismo Lope en la composición intitulada La mañana de San Juan, impresa en 1624, que dirigió al Conde de Monterrey, había descrito ya la bulliciosa alegría con que en Madrid se celebraba el amanecer de aquel festivo día a orillas del Manzanares, algunas veces con asistencia de los Reyes. El tiempo, según su costumbre, ha alterado estos usos, trasladando los regocijos a la noche anterior, y privándolos de gran parte de su solemnidad y aparato. Y esto último es lo que se llama coger la verbena, nacido del error vulgar que atribuía a las hierbas cogidas en tal noche virtudes que no se les concedían cogidas en otras.
Covarrubias dice (artículo Bohordo): Los caballeros suelen la mañana de San Juan tirar unas varitas delgadas por el aire, y éstas llaman bohordos. Son los juncos de la espadaña.
Respecto de la costumbre de encender hogueras, y bailar alrededor de ellas y saltar por encima la noche de San Juan, según Roucher, autor del poema intitulado Los meses, en sus notas al canto IV consagrado al mes de junio (tomo I, pág. 53), tuvo su origen en los pueblos del Oriente, quienes por medio de los fuegos sagrados, encendidos a media noche en el momento del solsticio en honor del Sol, figuraban el nuevo año que principiaba entonces, según su calendario. Y añade que este uso se encuentra hasta en lo más retirado de la Rusia, según los historiadores de este país, quienes dicen que los rusos celebraron en tiempo del paganismo la fiesta de la diosa de los frutos, que llamaban Rupal, el día 24 de junio antes de hacer la recolección de los granos y del heno.
Del día de San Juan y de sus regocijos se hace frecuente mención en nuestros romances antiguos.
En el del Conde Guarinos, que empieza Mala la hubistes, franceses (Cancionero de Amberes, 1555), se lee:
Vanse días, vienen días,
venido era el de Sant Juan
donde cristianos y moros
hacen gran solemnidad;
los cristianos echan juncia
y los moros arrayán;
los judíos echan eneas
por las fiestas más honrar.Y en el romance de Julianesa (Silva de romances viejos. Viena, 1815, pág. 234):
Hoy hace los siete años
que ando por esta valle...
buscando triste a Julianesa
la hija del Emperante
pues me la han tomado moros
mañanica de San Juane,
cogiendo rosas y flores
en un verje de su padre.
En el romance de la doncella se dice (ibídem, pág. 262):
Yo me levantara, madre,
mañanica de San Juane
vide estar una doncella
ribericas de la mar.
En los romances moriscos incluidos en la primera parte del Romancero general de Pedro Flores, hay uno donde se hace mención de que los moros solemnizaban el día de San Juan. Dice así el pasaje:
Estando toda la corte
de Almanzor, Rey de Granada,
celebrando del Bautista
la fiesta entre moros santa...
entra el valiente Ganzul
señoreando la plaza, etc.
En el mismo Romancero (parte IX, folio 317) se halla la siguiente letrilla:
Que no cogeré yo verbena
la mañana de San Juan.
Pues mis amores se van.
Y esta otra (parte XII, fol. 453):
Acoger el trébol, damas,
la mañana de San Juan.
A coger el trébol, damas,
que después no habrá lugar.
En otro romance (Ib., fol. 469) se lee:
Celebrando del Bautista
aquella solemne fiesta
el ibero, el galo, el indio,
el scita, el libio y el persa.
El romance 34 de los moriscos, en el Romancero de Leipsick (año de 1817), empieza con estos versos:
La mañana de Sant Juan
salen a coger guirnaldas
Zara imagen del Rey Chico,
y sus más queridas damas.
Y en la misma colección (pág. 394):
La mañana de San Juan,
al punto que alboreaba
gran fiesta hacen los moros por la vega de Granada
revolviendo los caballos
y jugando con las lanzas
ricos pendones en ellas
labradas por las amadas.
Espinel, en su Escudero, describe las fiestas de los moros en Argel el día de San Juan (relación segunda, descanso 11, fol. 148), donde se hace con este motivo extensa mención de varios caballeros españoles, grandes jinetes y toreadores:
En esta gran fiesta que facen los cristianos cuando Sant Juan Bautista nasció, e cae siempre en el mes de junio. E los moros llaman esta fiesta en aróbigo Alántara, e hónranla mucho, porque según creen ellos que Zacarías e Sant Juan su hijo fueron moros... E acaescio así que en tal día que el Califa de Baldac, que es como apostólico de los moros..., hizo cortes muy grandes: así que fueron a ellas muchos Reyes, e bien treinta honrados alfaquíes de su ley que son como Obispos, e otra gente... E después que todos ovieron fecho su oración en la Mezquita mayor... fueron todos a comer al palacio del Califa, que era muy grande e muy rico a maravilla: e de cómo allí fueron servidos... e de las maravillas de juego e de alegrías que allí fueron fechas, esto no podría ser contado (Gran Conquista de Ultramar, lib. I, cap. CLXIV).




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N-2,62,3. En el capítulo XI del Quijote de Avellaneda es donde se describe la cena que el juez de la sortija, don Carlos, dio a Don Quijote en Zaragoza, y en la que Sancho se comió un capón, un plato de albondiguillas, cuatro pellas de manjar blanco, y se guardó en el seno otras dos que quedaban en el plato.
En manjar blanco se miraba en lo antiguo como regalado. Componíase de pechugas de ave, leche, harina de arroz y azúcar, y solía servirse en forma de pellas. Ahora sólo se hace en algunas provincias, de leche, azúcar y harina de arroz.
Albondiguillas, diminutivo de albóndiga, otro manjar muy conocido que se compone de carne o pescado picado, huevos, tocino y especias, y se sirve en trozos de forma redonda, del tamaño de nueces, poco más o menos.




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N-2,62,4. Aventajado se toma aquí en mala parte, y es lo mismo que descompasado, con exceso.


I, 62, 5
Esto es, diría que miente, expresión que el respeto a las personas presentes no permitía usar a Sancho. Y he aquí la falta de respeto que notó Don Quijote en Juan Haldudo cuando éste desmintió a su criado Andrés en su presencia. ¿¿Miente delante de mí, ruin villano? (Parte I, cap. IV.)




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N-2,62,5. Barbas honradas llama aquí Cervantes a las personas de distinción y categoría, tomando la parte por el todo, como sucede en muchas ocasiones.
De la importancia de las barbas en orden al respeto y consideración de las personas que las llevaban se ha hablado extensamente en otro lugar (parte I, cap. XVII, nota 14).




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N-2,62,6. Expresión festiva, que hace resaltar la pequeñez de lo que se alaba por la solemnidad con que se consagra a la memoria de la posteridad, como si se tratase de la hazaña de las Termópilas o de la fundación de Roma, de Codro o de Escévola. Con esta exageración ridiculiza Cervantes el lenguaje de Don Quijote, y lo mismo hace cuando pone en su boca la expresión de que en el tiempo que fue (Sancho) gobernador... comía con tenedor las uvas, y aun los granos de la granada.
De la reunión de extremos tan diversos resulta el ridículo.




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N-2,62,7. Abuso del pronombre relativo que, empleado tres veces en un mismo período.
Al modo de las cabezas de los Emperadores romanos. En tiempo de Cervantes era muy común adornar los edificios y los jardines con los bustos de los primeros Césares o Emperadores romanos, hechos de mármol, como se ve en la Descripción de la Abadía, jardín del Duque de Alba, por Lope de Vega, y de lo cual aún se conservan vestigios en los jardines antiguos de los sitios reales y en los de otras personas poderosas. Tales bustos, o vinieron de Italia, donde se sabe que abundaban esta clase de obras, que hubieron de traer a España los gobernadores de los estados de Milán y los virreyes de Nápoles durante los reinados de Carlos V y Felipe I, o bien los hicieron en España los artistas italianos traídos por estos monarcas; sobre todo lo cual se hallan curiosas noticias en los Diálogos de la pintura por Carducho, y en el Diccionario de nuestro literato Cea Bermúdez.




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N-2,62,8. En tiempo de Cervantes, retrete significaba el aposento pequeño y recogido en la parte más secreta de la casa, a que ahora suele darse el nombre francés de boudoir, habiendo quedado el de retrete para las piezas destinadas a la clase más necesaria de limpieza. De este modo se ha envilecido a la palabra retrete con perjuicio de la lengua, que no tiene otra que sustituirle; y lo mismo ha sucedido con bacín y otra.




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N-2,62,9. Al mío es como debió decirse, y así se evitara la repetición del régimen en, que suena mal.




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N-2,62,10. Arrojar en los abismos del silencio, expresión valiente y oriental, que, sin embargo, no desdice en esta ocasión del estilo familiar.




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N-2,62,11. No obstante esta pena tan ponderada y falta de sujeto en quien desahogaría, bien pudo advertir poco después Don Quijote que estaban admitidas al secreto de la cabeza encantada otras cuatro personas, inclusas dos mujeres. Pero un loco no debía reparar en tanto.




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N-2,62,12. Escoto o Escotillo era italiano, natural de Parma, y vivía en Flandes durante el gobierno de Alejandro Farnesio. Era aplicado al estudio de las astrología judiciaria, y pasaba por encantador y nigromante. Contábanse de él cosas estupendas, entre otras, que solía convidar a sus amigos sin que en su casa hubiese prevención alguna, ni aun lumbre, y que, sentándose a la mesa, se aparecían en ella varios y exquisitos manjares. Al verlos, decía Escotillo: Este plato viene de la cocina del Rey de Francia; éste de la del de Inglaterra; aquél de la del de España. Don Luis Zapata, en su Miscelánea (Biblioteca Real, est. H, cód. 124, fol. 441) trata de Escotillo, y dice que cree estos casos, porque los supo de caballeros muy verdaderos y principales. Cuenta otro caso de la compra de un rocín, en que los escudos se volvían tarjas y éstas escudos, según convenía a Escotillo, quien al cabo transformó al rocín en vaca. Martín del Río (Disquisit. mag., lib. I, qu祳t. XI, ann. 1604) habla de los manjares que daba Escotillo años pasados a sus comensales, y que éstos a su parecer salían hartos, pero inmediatamente tenían hambre. El erudito Feijoo habla de un espejo construido por el mismo Escoto, o Escotino, como le llaman otros. Y añade que los autores que lo refieren covienen en que usaba la magia negra, y lo hacía por pacto diabólico (tomo II, disc. 2.E°, núm. 2). Otro Miguel Escoto nigromante hubo en el siglo XII, de quien se cuentan cosas semejantes a las del Parmesano. De él hacen mención Martín Cocayo en su Macarrónea, y Gabriel Naudeo, en su Apología de los grandes hombres acusados de magia.
Figueroa, en su Pasajero (alivio noveno) habla de los caballeros jactanciosos y embusteros que cuentan haber dado a damas grandes almuerzos, meriendas o cenas, siendo todas fantásticas, como las del burlador Escoto.
El P. Del Río, ya citado, hace mención (lib. I, qu祳t. XXVI, sec. 2), de un famoso nigromántico llamado Scoto, que vivió mucho tiempo en Francia, y que a presencia de varios Príncipes había hecho maravillosos experimentos de su arte, del que había tenido no pocos discípulos, y que visitó a la Sibila de la gruta Narsina en Italia. No señala Del Río la época, mas debe de ser posterior al Pontificado de Pío I.
Miguel Scoto, matemático del Emperador Federico I, fue tenido por mágico en el vulgo, según Feijoo en su Teatro crítico (tomo I, disc. 5E°, núm. 9). Y del mismo hubo de decir el Dante en su Divina Comedia que vio en el cuarto foso o valle a Miguel Scoto, uno de los astrólogos de Federico I. Ello es que no parece sino que el nombre de Miguel Scoto llegó a ser peculiar de los famosos astrólogos, como el de Faraón respecto de los Reyes de Egipto.
El Dante, citado por Bowle, hizo también mención de Miguel Escoto. Y el mismo Bowle copia el pasaje de un expositor (al parecer del Dante), donde se dice que Bocacio (novela 9, párrafo 8) habla de Miguel Escoto, llamado así porque era de Escocia; añadiendo que dejó dos discípulos (en Italia, según parece), y que vivió en tiempo del Emperador Federico I.
Según otro autor, copiado también por Bowle, floreció Miguel copnomento Scotus, natione anglicus, patri礠Dunelmensis, apud vulgus pro Necromantico habitus, anno MCCXC, y según la paleografía que igualmente cita Bowle, se halló Escoto en Toledo el año 1217. Mas ¿cómo pudo un discípulo de Escotillo, que floreció en el siglo XII, hacer en el XVI o XVI la cabeza de que se habla en este lugar?
Pellicer, en su Comentario de Góngora, Incluye igualmente a Miguel Escoto entre los astrólogos, y Lope, en la Hermosura de Angélico (canto 19), le nombra entre los hechiceros famosos:
Cardano, Escoto, Piscatriz, Cornelio.
Este Escoto hubo de ser el prototipo de don Juan de Espina en Madrid, de que se hace mención en el Diablo Cojuelo, de Luis Vélez de Guevara (tranco 6.E°), Pedro Vayalarde, Marta la Romarantina, etc., primeros personajes de las comedias de estos títulos.




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N-2,62,13. El vulgo fingió que Rogerio Bacón y Alberto Magno habían fabricado cada uno una cabeza de metal que respondía a cuanto le preguntaban. Así lo dice Feijoo (tomo I, disc. 15), y añade ex fide aliorum, que gastó treinta años Alberto Magno en hacer aquella cabeza (tomo II, disc. 2.E°, núm. 6).




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N-2,62,14. El verbo había explica mal la idea, pues lo que con él se dice es que no alcanzaba para hacer la experiencia el tiempo con que para ello podía contarse. El pensamiento estaría exactamente expresado diciéndose faltaba, en lugar de había.


I, 62, 16
Ejemplo bien caracterizado de ablativo absoluto, y expresión que me recuerda aquello de cubrióse un herreruelo por cubrióse con un herreruelo, que se notó en el capítulo XVII. En la hermosa hipérbole que viene a continuación se sigue la idea de que esto pasaba en el mes de junio, conforme a otros pasajes que preceden.
Balandrán, traje de casa que actualmente sólo usan los eclesiásticos, y aun éstos lo van ya dejando. Es talar, abierto por delante, con mangas cortas.




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N-2,62,15. ¿Por qué pondría Cervantes estas razones en boca de un castellano más bien que de un catalán? A mi parecer, porque en Castilla debían ser más conocidas que en otras partes las cosas de Don Quijote, tanto por ser ésta su patria como por andar sus hechos escritos en castellano. A que se agrega que el carácter generalmente franco y austero de los castellanos era el más adecuado para la dura alocución que dirige en seguida a Don Quijote el que aquí se menciona.




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N-2,62,16. Este castellano era de la escuela del eclesiástico de casa de los Duques, quien, con igual amabilidad, y aun casi iguales palabras, daba estos mismos consejos a nuestro hidalgo. Cervantes hubo de introducir el incidente del castellano para prevenir la reconvención que podía hacérsele sobre la inverosimilitud de que en una ciudad populosa todos procediesen de acuerdo con los burladores de Don Quijote.




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N-2,62,17. Tenía por tenían.


I, 62, 20
Otras son nuestras costumbres actuales que la que aquí se indica en orden a la hora de cenar.
En el Lazarillo de Manzanares, escrito por Juan Cortés de Barcelona, y mención de sus diversiones y de la afición de sus naturales a los saraos, la que conservan hoy, acaso con ventajas.Sarao. Juan de Esquivel Navarro, vecino y natural de Sevilla, publicó en esta ciudad, en 1642, los Discursos sobre el arte del danzado, opúsculo en 8.E° de 50 folios. Le acompañan, sin embargo, de su pequeñez, veintiuna composiciones métricas de varios autores entre ellos frailes y monjas. En esta obra se cita indistintamente el Apocalipsis, el Breviario, Homero y el Panormitano. Se elogia la gracia con que bailaba el Rey don Felipe II, y sobre todo la del mayor Rey de todo el orbe, Felipe IV el Grande, nuestro señor, a cuya obediencia se postran los dilatados términos del mundo, que aprendió a bailar bajo la dirección del maestro Antonio de Almeida, que lo fue también del autor. Nombra luego éste a los grandes señores de su tiempo diestros en danzar, y en primer lugar al Duque de Lerma, primer ministro de Felipe II, Cardenal que fue después de la S. R. Iglesia. Menciona también los maestros célebres de danzar que había habido en los cien años anteriores, y los que había en su tiempo, tanto en Madrid como en Sevilla en la calle de Jimios, en Alcalá de Henares, Toledo, Antequera, Cazalla y Málaga; y se nombra igualmente a sus más aprovechados discípulos, entre ellos escribanos y alguaciles de corte y familiares del Santo Oficio. Explícanse los movimientos del danzado, que se dice ser los mismos que los de la esgrima, y las mudanzas que de ellos se derivan, floretas, encajes, campanelas, cabriolas, giradas, etc. Hácese mención de la alta y la baja, y finalmente, se nombran los bailes que entonces se usaban a saber: las folias, torneo, hacha, pie de jibado, alamana, el villano, el Rey don Alonso, la pavana, la gallarda, que se bailaba con el sombrero en la mano izquierda, canario, chacona, rastro, que viene a ser lo mismo que jácara, zarabanda y tárraga.
Se queja el autor de que había maestros negros y hombres de baja suerte; habla de la policía que se observaba en las escuelas de danza, y da reglas para maestros y discípulos. Por ejemplo, al hacer el discípulo la reverencia, todos deben quitarle el sombrero. El instrumento que se tafia era la guitarra.
Habla también de los tañidos y danzas antiguas que ya no se practicaban sino en los saraos y máscaras que se hacen a Su Majestad y otros Príncipes, como son: españoleta, el bran de Inglaterra, el turdión, la hacha, el caballero, la dama.
La danza de las mujeres, aunque con el mismo compás y compostura, tenía las mudanzas muy diferentes.
Habla igualmente de las reglas que debían usarse y fórmulas con que debían hacerse los retos o desafíos de danza. El que retaba lo hacia después de danzar el alta, y puesto su sombrero, capa y espada. Antes había dicho: Y porque los retos suelen parar en disgustos, y por otros que se pueden originar, deben los maestros tener junto a si sus armas, sin que jamás les falten del lado (cap. VI). El desafiador depositaba cierta cantidad de dinero, la mitad para quien tocase y la otra mitad para el que venciese y nombraba padrinos.
El haya solía bailarse las Pascuas y días muy festivos, después de haber danzado antes que se vaya la gente.
Las danzas de cascabel eran para gente que pueda salir a danzar por las calles. Y hubiera sido incidente que asistiesen a ella los maestros (Ibídem). Era danza muy diversa de la de cuenta, que era para Príncipes y gentes de reputación. En este libro se nombra al gran maestro de maestros Quintana el viejo, que fue setenta años maestro.
Sobre las diferencias de estos bailes hay además la nota 49 en el capítulo XLVII, donde se cita en esta parte a Pellicer.




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N-2,62,18. No me gusta la consonancia de honestas y descompuestas, ni aun la sentencia, porque es difícil reunir la honestidad con la descompostura.




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N-2,62,19. Se dice dar lugar a o dar lugar de.


I, 62, 23
Mejor: se dieron tanta priesa a sacar, etcétera.




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N-2,62,20. Juan de Esquivel, en los Discursos sobre el arte del danzado que antes se citó, decía de los danzantes de larga talla: Ver danzar a un hombre alto, cogiéndolo una sala de un paso, y dar una vuelta muy alta, cayendo a el suelo con un promontorio de huesos, haciendo temblar una sala, provoca a risa (cap. II, fol. 27).




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N-2,62,21. Bailador no es aquí del caso, por lo mismo que se habla de baile. Más bien debió decirse: de tanto ejercicio.


I, 62, 26
Dícese así por no decir enhoramala, lo que hubiera sido una falta de respeto en Sancho hablando con su amo. Pero me parece que debiera decirse: En hora tal, o nora tal, porque el toque está en sustituir tal a mala, y nunca se dice ni puede decirse nora en mala.
En el uso común se dice voto a tal por no decir voto a Dios, y de ello hay ejemplos en la presente fábula. Eso no, voto a tal, respondió con mucha cólera Don Quijote (y arrojóle como tenía de costumbre (parte I, cap. XXIV). Voto a tal (y arrojóle redondo), que no me den a mí a entender, etc., decía uno de los criados de don Luis (Ib., cap. XLV). Tal es un comodín para ésta y otras semejantes ocasiones en que se quiere evitar una palabra chocante, ofensiva o puerca. Lo envió a la tal, se suele decir por lo envió al cuerno, o cosa peor.




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N-2,62,22. Según Covarrubias, citado por Bowle, es bailar dando con las palmas de las manos en los pies sobre los zapatos al son de algún instrumento; y el tal se llama zapateador.


I, 62, 28
Esto sólo pudo decirse por ironía, cuya oportunidad no encuentro tratándose de un hombre molido y, por consiguiente, acalorado de bailar a fines de junio.
La expresión es conceptuosa; vicio que empezaba a introducirse en tiempo de Cervantes, quien no se libró de él alguna vez.




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N-2,62,23. Hoy no se toleraría decir primero día, y dinamos primer día, como se ha observado ya anteriormente (parte I, cap. CII, nota 25). Por lo demás, no podía ser aquél el primer día en que se había de probar la virtud de la tal cabeza, puesto que algunas páginas antes, dentro de este mismo capítulo, había dicho de ella don Antonio por experiencia sé que dice verdad en cuanto responde. Cervantes, según su costumbre, no volvería a leer el capítulo después de escrito, pues, al leerlo hubiera corregido esta contradicción.




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N-2,62,24. Fórmula semejante a la otra: varilla de virtudes, por la virtud que Dios te dio, que suele usarse en los cuentos de encantos.
En el coloquio de los perros Cipión y Berganza, dice Cipión: No son sino palabras de consejas o cuentos de viejas, como aquéllos del caballo sin cabeza y de la varilla de virtudes con que se entretienen al fuego las dilatadas noches de invierno.
En el entremés del Retablo de las maravillas pone Cervantes en boca de Chanfalla las palabras siguientes: Oh, tú, quienquiera que fuiste que fabricaste este retablo con tan maravilloso artificio que alcanzó el renombre de las maravillas, por la virtud que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando que luego incontinenti muestres a estos señores algunas de las tus maravillosas maravillas (pág. 299).
En aquel siglo dorado
cuando floreció Amadís...
de la sabijonta Urganda
tuvo un hijo Gandalín...
Este andaba a caza y pesca
por la orilla del Genil...
Aquejado de la hambre
(que era comedor gentil),
sacó poquito a poquito
de las bolsas de un cojín
dos varitas de virtudes
de traza y valor sutil:
y vuelta la cara al cielo,
porque había de estar así,
tomando la mayor de ellas
le comenzó a decir:
Varica, la mi varica,
por la virtud que hay en ti,
pues que jerigonza entiendes,
que me traigas que muquir.
Apenas cerró los labios
cuando al son de un añafil
vio ponerse unos manteles
de delgado caniquí,
un barril de vino blanco
y de tinto otro barril...
unas lonjas de tocino
como corchos de chapín...
Y volviendo a ver el cielo, porque había de estar así,
a la segunda varica
le dice el mozo senil...
Fue a revolver la cabeza
y vido cerca de sí
la doncella Dinamarca
atándose un cenogil...
Mirábanse el uno al otro
y hartábanse de reír.
Así Bohl, en el tomo primero de la Floresta de Rimas antiguas (número 233) tomado del Romancero general (1604, fol. 403) entre las Rimas festivas.
Hablando Vivanco con don Lope en la jornada primera Los Baños de Argel, de la caña con que Zara les daba dineros, exclamaba: ¡Oh caña, de hoy mas no caña
sino vaya de virtudes!
En la Hermosura de Angélica, le Lope de Vega (canto 2.E°) se dice que el Mago Ardano, tocando a Cardiloso con una vaya, lo adormeció en la cueva encantada.
El mismo Ardano profetizó a Rostubaldo en la misma cueva la sucesión de su imperio (Ib., canto 15).
Celestina, al fin del acto tercero (página 82), en el conjuro a Plutón, dice: Yo, Celestina, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras.
En el acto sexto (pág. 143) dice Calixto a Celestina: Conjúrote que me respondas, por la virtud del gran poder que aquella señora tien sobre mí.
La varilla de virtudes se halla mencionada en el Entremés del Poeta de Lope de Vega, entre sus obras (tomo XVII, pág. 117).
En Taso, un mago con su varilla (de virtudes diríamos nosotros), con la que mandaba a las aguas como Moisés, condujo a Carlos V a Ubaldo (canto 14) a la madre de un río, donde hallaron una navecilla con una doncella que les llevó a las islas Afortunadas. Con la varilla que les había dado el mago ahuyentaron las muchas fieras que les impedían el paso (Ib., canto 15).
Virgilio habla de la varilla de virtudes de Circe (Eneida, lib. VI, verso 190) y Ovidio (Metomorfos, lib. XIV, versos 278, 295 y 300). Cítalos Forcellini en el artículo Virgo. Por lo demás, varilla de virtudes es cosa distinta de la vara divinatoria de que habla Feijoo.




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N-2,62,25. Frialdad, como otras que se han notado en sus lugares respectivos (parte I, capítulo XXX, y parte I, cap. LV).
Esta aseveración expresiva de una cosa que está a la vista tiene su gracia, como cuando dice Plauto, citado por Heineccio (Fundamento stili cultioris, parte I, cap. I, pág. 58, núm. 19):
Quoi homini di sunt propitii, ei non esset iratus puto


I, 62, 32
Nótese la terminación en a de este verbal, que pertenece a la clase de las voces fácilmente formables de que se habló en otra nota (capítulo XIV, nota 17). Más bajo, hablándose de Sancho, se dice el preguntante: de suerte que en este capítulo se usan las dos terminaciones, masculina y femenina. Mas esta última era entonces nueva en castellano, porque antiguamente se decía la infante, a diferencia del uso actual, que admite las voces infanta, comedianta y otras, aunque no la que motiva la presente nota.




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N-2,62,26. Concepto embrollado. Quiso decirse que la respuesta no satisfacía a la pregunta, la cual tenía necesidad de otra respuesta para contar la curiosidad de quien la hacía, puesto que nada nuevo se le enseñaba con decirle una cosa tan clara como que las obras declaran la voluntad de quien las hace.




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N-2,62,27. Refrán o expresión proverbial.




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N-2,62,28. La pregunta de Don Quijote no carecía de fundamento. Lo de la cueva, realmente fue sueño, como se ve por su relación (cap. XI y XXII), pues, habiéndose quedado profundamente dormido luego que bajó a la cueva, salió, o por mejor decir, le sacaron de ella también dormido, y costó mucho trabajo despertarle. Mas al pronto creyó Don Quijote que era efectivo cuanto había visto. Despabilé dice, los ojos, limpiémelos y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto (cap. XXII). Pero las reconvenciones de Sancho, sabedor y fabricador del fingido encanto de Dulcinea, asunto del sueño que más interesaba a nuestro caballero, hubieron de producir en éste alguna duda, y para aclararla consultaba a la cabeza encantada.




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N-2,62,29. Par Dios, lo mismo que pardiez o por Dios, fórmula de juramento de que se ha hecho ya uso en esta fábula.




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N-2,62,30. Profecías de Perogrullo se llamaban ciertas verdades que de puro claras era necedad el afirmarlas. Quevedo refiere varias de ellas en la Visita de los chistes:
Muchas cosas nos dijeron
las antiguas profecías:
Dijeron que en nuestros días
será lo que Dios quisiere.
Volárase con las plumas,
andárase con los pies,
serán seis dos veces tres.
A éstas, que entonces se llamaban profecías, llamamos ahora comúnmente verdades de Ferogrullo,
Que a la mano cerrada
llamaba puño.
Según el autor de la Pícara Justina, citado por Bowle, Perogrullo hubo de ser asturiano.
También se llaman perogrulladas las verdades de Perogrullo.

I, 62, 38
El adjetivo hechicero se usa aquí en mala acepción en que no tengo presente haberlo visto usado otra vez. Se dice rostro hechicero, pero se toma en buena parte. También se usa hechicero como substantivo por mago o mágico.


I, 62, 39
Del peso, esto es, de lo que había encima. Suprimidas estas dos palabras quedaría mejor el lenguaje, y aun se evitaría la falsa idea de que las cuatro garras de águila añadían firmeza al pie sobre que estaba la cabeza encantada.




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N-2,62,31. Vuelve a llamarse medalla esta cabeza poco más abajo, pero siempre con impropiedad, puesto que medalla lleva consigo la idea de un plano en que hay alguna figura de relieve, cual no podía ser la cabeza que aquí se describe.
Por lo demás, no había necesidad de que la cabeza estuviese toda hueca, y mucho menos la tabla de la mesa: bastaba que una y otra estuviesen taladradas para dar paso al cañón de hoja de lata que subía desde el aposento de abajo, como después se dice.




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N-2,62,32. El orden pedía que se dijese pechos y garganta, y no garganta y pechos.


I, 62, 42
Repetición incorrecta nacida de la negligencia de Cervantes que se ha notado ya otras veces.
Cerbatana, cañón hueco, soplando por el cual se depiden bodoques u otros cuerpos redondos, como algunas frutillas o sus cuescos.




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N-2,62,33. Las palabras no podían menos de ser articuladas.




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N-2,62,34. Al cual pide que se diga la buena gramática.




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N-2,62,35. Mucho disuena esta noticia, y no menos el modo de contarla, en boca de un mahometano como Cide Hamete. En cuanto a la oración, no está del todo bien construida, porque el sentido queda pendiente, y el don Antonio sin verbo. Lo tendría, quedando al mismo tiempo más redondo el período si se dijese: Declaró él caso a los señores Inquisidores, quienes le mandaron, etc.




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N-2,62,36. Más bien hubiera conducido a este fin el publicar la verdad del caso, con lo cual no sólo se hubiera remediado el escándalo presente, si lo había, sino que también se hubiera precavido para lo sucesivo en otros casos semejantes. Hay personas bien intencionadas que tienen miedo a la verdad: ejemplo que no merece, por cierto, imitarse, si bien puede servirles de excusa su buena, pero errada intención.




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N-2,62,37. Estas cabezas fatídicas se usaron en varios tiempos, dice Pellicer, y se tenían vulgarmente por obra de la magia. De Alberto Magno se refiere que fabricó una, y otro tanto se dice del Marqués de Villena. El Tostado da como cierto lo de la cabeza fabricada por Alberto Magno, y habla también de una cabeza de metal que vaticinaba en la villa de Tabara, y avisaba si había en ella algún judío (Super Numer., cap. XXI, qu祳t. XIX). También la menciona fray Rodrigo de Yepes en la Historia del Niño de la Guardia (cap. LX), donde dice que Tabara se halla entre Zamora y Benavente, y que en la torre de la iglesia parece haber estado una cabeza de metal como la que tenía don Enrique de Villena. De la Tabara dice el Tostado que la ignorancia de los vecinos la hizo pedazos, y su anotador añade al margen que fue la malicia de los judíos.
Jerónimo Cardano, que murió por los años de 1575, citado por don Juan Caramuel en su Jocoseria natur亯em>以m> et artis (pág. 30), habla de un artificio con que Andrés Albio, médico de Bolonia, quiso y consiguió atemorizar a un mancebo prendado de cierta doncella, haciendo hablar a una calavera cortada con el mismo artificio que aquí se refiere, sobre una mesa que tenía un pie hueco por el cual pasaba un tubo o cañón, mediante el cual respondían desde el cuarto bajo a las preguntas que se hacían a la calavera, con diversión de los circunstantes que sabían el caso, y espanto de los que lo ignoraban. Pellicer cree que de este Cuento adoptó Cervantes, sin duda, el suyo. De otra figura semejante del Padre Kirker habla también Caramuel (Extracto de la nota de Pellicer).
Este incidente de la cabeza encantada es el más feliz de cuantos discurrió Cervantes para sostener el interés de la fábula durante la estancia de Don Quijote en Barcelona, porque es el más verosímil y natural. De él se valió hábilmente el autor para alimentar las manías e inclinaciones caballerescas de su héroe con una aventura tan del gusto de los libros que tal le habían puesto, enlazándole oportunamente con los sucesos de la cueva de Montesinos y el desencanto de Dulcinea.
Adviértase que el adjetivo respondona que aplica Cervantes a la cabeza de bronce, según el Diccionario se aplica al que replica o responde mucho cuando se le manda alguna cosa, no al que contesta a las preguntas que se le hacen.




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N-2,62,38. Porque Don Quijote quedó gozoso con la promesa del desencanto de Dulcinea, y Sancho, poco pagado de la perogrullada con que le respondió la cabeza.




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N-2,62,39. Sortija, juego ecuestre en el cual el jinete intenta, durante la carrera, enfilar con su vara una sortija pendiente de una cinta.




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N-2,62,40. En esta ocasión fue el encuentro con el Caballero de la Blanca Luna en la playa de Barcelona, y el vencimiento de Don Quijote.




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N-2,62,41. Barcelona fue una de las primeras ciudades de España en que hubo imprenta, según Méndez (Tipografía Española, tomo I, página 93).




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N-2,62,42. En otras debe ser yerro de imprenta por entre otros, como lo observó ya Pellicer.




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N-2,62,43. Sobra el a: Enseñole un hombre, etc.; pues tal como se halla el pasaje, lejos de significar en buena gramática que el oficial mostró a Don Quijote el hombre cíe muy buen talle que aquí se menciona, significa, por el contrario, que fue Don Quijote el mostrado al hombre: lo que ciertamente no quiso decir Cervantes según el contexto de todo el período.




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N-2,62,44. Es errata por ¿¿y a qué responde o corresponde Le bagatelle en nuestro castellano?
Sin duda,
dice Ríos (Análisis, 275), eran muy semejantes los traductores de aquel tiempo a algunos de los del nuestro, que suelen escoger para sus traducciones las obras que menos importan.
No son los traductores de nuestra edad a quienes pudiera alcanzar esta censura.




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N-2,62,45. Bajo la dominación de los españoles en Italia, especialmente en Milán, Nápoles y Sicilia durante los siglos XVI y XVI, era muy común entre ellos el estudio de la literatura italiana y aun el uso de este idioma: por lo cual se hallan en muchos de nuestros escritores de aquel tiempo, entre ellos Cervantes, varios italianismos, como ya se ha notado (capítulo XIX).
Apasionado Cervantes del Ariosto y demás autores clásicos de aquel país, no pudo dejar de saber con perfección (más que algún tanto) la lengua en que habían éstos escrito sus obras; a que se agrega la circunstancia de su viaje a Italia en el año 1569 en compañía de Moseñor Aquaviva, con el cual hubo de incorporarse en Valencia o Aragón cuando el Cardenal regresaba a Roma; habiendo tenido que dejar la corte a Consecuencia de un desafío de cuyas resultas anduvo prófugo y estuvo en Sevilla por haber expedido los Alcaldes de corte la correspondiente Cédula requisitoria para su prisión. Sirvió de camarero al Cardenal, y militando después en los tercios españoles de Nápoles y Sicilia, acabó de visitar las magníficas y deliciosas ciudades de Italia, Génova, Luca, Florencia, Roma, Nápoles, Palermo, Mesina, Ancona, Venecia, Ferrara, Parma, Plasencia y Milán, de las cuales nos dejó tan bellas y exactas descripciones en muchas de sus obras, como dice Navarrete en su Vida de Cervantes (párrafo 21).




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N-2,62,46. Aquí hay una impropiedad. Las estancias del Ariosto, como que no son del género lírico, tampoco pertenecen a las poesías cantables.




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N-2,62,47. Lenguaje oscuro. Quiso preguntar Don Quijote al traductor con quien hablaba si había encontrado al escribir su traducción que se nombrase alguna vez pignata, como se ve por el progreso del diálogo.
En su escritura. Más bien debió decir en su lectura.


I, 62, 58
Estas y las demás expresiones irónicas que siguen debieron dirigirse contra algún traductor coetáneo de Cervantes, al que éste asimilaría con el Salazar ridiculizado por Mendoza. En tiempo de Cervantes se traducía del italiano, como ahora del francés, y habría tan buenos oficiales como los hay ahora. Las reflexiones que siguen en el texto sobre el mérito de las lenguas fáciles parece que tienen el mismo objeto que la ironía notada.




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N-2,62,48. Más correcto fuera decir: yo haré una buena apuesta.


I, 62, 60
Todo cuanto aquí se dice sobre el arte de traducir está equivocado. Compara Cervantes las traducciones con los tapices vistos por el revés, como las traducciones no sean del latín o del griego; y cabalmente en estas lenguas es donde cabe con más propiedad la comparación. Después de haber dicho con esto lo difícil que es traducir otras lenguas que las antiguas, añade que el traducir de lenguas fáciles (que son las modernas según el contexto y lo que sigue), no tiene más remedio qué el copiar un papel de otro, y no halla otra razón para alabar el ejercicio del traducir, sino que el traductor pudiera ocuparse en o tras cosas peores.


I, 62, 61
Poco conforme se halla este pasaje con los elogios que más abajo se hacen de las traducciones de Figueroa y de Jáuregui: porque ¿sobre qué recaen tales elogios si en ellas no cabe ingenio ni elocución? En esto no anduvo consiguiente Cervantes, pues, por algo elogió las versiones del Aminta y del Pastor Fido hechas por aquellos sabios, y vituperó en el escrutinio de la librería de Don Quijote. (parte I, capítulo VI) la del Orlando por Urrea.
De distinta opinión fue el autor del Diálogo de las lenguas, el cual reconoce la dificultad de las buenas traducciones, y alega la causa, a saber: por qué cada lengua tiene sus vocablos propios y sus propias maneras de decir, pudiéndose expresar bien en una lengua, lo que en otra es imposible. Por lo cual gradúa de gran temeridad la empresa de traducir de una lengua u otra el que no es muy diestro en ambas. Y lo mismo el Doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, el cual en su Pasajero (alivio 2.E°), hablando de las traducciones, no sólo del latín, sino también del italiano, dice: Al fin, en semejantes trabajos se lisonjea a la lengua natural con hacerle propias las buenas razones ajenas. Y aunque muchos ignorantes menosprecian esta ocupación, es, con todo digna de cualquier honra.
El mismo Figueroa (Plaza universal, discurso 46), dice: Para el acierto de las traducciones sería menester heredase el traductor (siendo posible) hasta las ideas y espíritu del autor que traduce. Sobre todo se ha de poner cuidado en la ejecución de palabras, buscando las frases propias que tengan mayor energía y parentesco con las extrañas, porque la alteza y énfasis de los conceptos no se deslustre y pierda mucho de su decoro. Pocos supieron acudir a esto obligación, supuesto les pareció cumplían sólo con darse a entender de cualquier modo que fuese. Así por este descuido (no sé si diga incapacidad) sacaron a luz traducciones tan flojas por una parte y por otra tan duras, que es imposible dejarlas de poner debajo los pies con particular menosprecio de sus dueños. Testigos de esta verdad pueden ser los desfigurados Ariosto, Taso y Virgilio, que con ser dechados de erudición y elegancia, y por ser tan queridos de todos, los desconocemos y abominamos por la mala interpretación que se hizo de ellos. Severo parece este juicio que comprede todas las traducciones de dichos autores anteriores a Figueroa, pero muy análogo a mis opiniones en la materia.
Esta crítica de Figueroa ¿comprende a su traducción del Pastor Pido? Su cotejo con el original lo diría.




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N-2,62,49. Según Ríos (análisis 276) parece que desaprueba Cervantes la ocupación de traducir; pero si se repara con atención, se verá que habla sólo de las obras de ingenio, las cuales, o se han de traducir muy bien, como el Pastor Fido o la Aminta, o se han de dejar en su lengua original.


I, 62, 63
Don Juan de Jáuragui, caballero sevillano, pintor y poeta, publicó El Aminta comedia pastoril de Torcuato Taso. Esta traducción se volvió a publicar en el Parnaso español de Sedano y en otras colecciones, y, finalmente, la Academia Española hizo de ella una edición en 1804.
La traducción del Aminta de Torcuarto Taso por Jáuregui es uno de los monumentos más preciosos y célebres de nuestra literatura. Se ha insertado en las colecciones más notables, como las de Quintana y Fernández. El poeta sevillano ha traducido con suma felicidad, no sólo la letra del Aminta, sino también su tono candoroso y pastoril. Puede decirse de esta traducción que huele a tomillo.
Jáuregui hubo de retratar en sus versos a Cervantes, según éste manifiesta en el prólogo de sus Novelas, y la recíproca amistad que se profesaban explica fácilmente cómo pudo Cervantes tener noticia de la traducción del Aminta, que no se imprimió hasta después de su muerte, en 1618, según don Nicolás Antonio (Biblioteca de la poesía castellana, pág. 127).
Es de notar que Cervantes, que tanto elogió a Torcuarto Taso así en su Viaje al Parnaso (CC, 2 y 5) como en el Pérsiles (lib. IV, capítulo VI), donde encomia a La Jerusalén líbertada, no dio noticia alguna de la traducción de este poema, hecha por Lope de Vega e impresa en el año de 1609, de que habla Pellicer (Vida de Cervantes). Esto confirma la idea de su oposición a Lope, que ya se advirtió en las notas al prólogo de la primera parte y al cap. XLVII de la misma.
La posteridad, que adoptó el juicio de Cervantes con respecto a Jáuragui, no ha sido tan dócil respecto de Figueroa, si se ha de juzgar por la poca celebridad del libro de éste, impreso en 1609 con el título El pastor Fido, tragicomedia pastoral de Juan Bautista Guarini, y reimpreso en Nápoles año 1622 (Biblioteca Hispano No va). Sin embargo, debe advertirse que en el siglo XVII tuvo mucha nombradía. Tres ingenios como Calderón, Solís y Coello se reunieron para escribir la comedia del Pastor Fido, en que se imitó la fábula del Guarini, y aun el mismo Calderón la alegorizó a lo divino en su Auto sacramental de este título.
Hay otra traducción, o más bien paráfrasis bastante mala del Pastor Fido del Guarini; su autor, doña Isabel Correa, impresa en Ambeaes en 1694.
Guinguené, en su Historia literaria de Italia (tomo VI, cap. XXV, pág. 379), después de haber examinado estos dos poemas; entra en la comparación de los mismos, a que se sigue el juicio de Tiraboschi, que censura lo demasiado ingenioso del Pastor Fido, y concluye observando que el poema del Aminta es más sobrio de adornos, más natural y más pastoril. El Aminta tiene poco más de dos mil versos, y el Pastor Fido pasa de Siete mil.
La justa reputación que goza en nuestra literatura la bella traducción del Aminta, por Jáuregui, dice Quintana, en nota a sus fragmentos de una traducción del Aminta, me hizo en otro tiempo buscar con ansia la del Pastor Fido, de Cristóbal Suárez de Figueroa, que en la opinión general gozaba de igual crédito. Hallado que hube el libro, me desengañé de que los elogios que se le daban eran sin conocimiento, y sólo por seguir el testimonio del autor del QUIJOTE. La traducción de Figueroa, a pesar del voto de Cervantes, que según todo el mundo sabe no era escaso de alabanzas, es generalmente muy inferior al original.
También elogió Cervantes a Figueroa en el Viaje al Parnaso, donde dice:
Figueroa es estotro, el dotorado
que cantó de Amarili la constancia
en dulce prosa y verso regalado.
(Capitulo I, pág. 24.)
Mas, sin embargo, no bastó esta conducta de nuestro autor para desarmar la emulación de Figueroa, quien, ofendido de no haber logrado del Conde de Lemos el favor de Cervantes, satirizó a éste con poco disimulo en varios lugares del Pasajero, obra que imprimió en Madrid el año de 1617, después de la muerte del mismo Cervantes queriendo ridiculizar hasta la noble demostración con que éste, ya en los umbrales de la muerte, después de recibir la Extremaunción, y, por consiguiente, sin ninguna mezcla de miras mezquinas, desahogaba su gratitud ofreciendo los Trabajos de Persiles, úúltima producción de su pluma, a su generoso bienhechor y Mecenas. Navarrete, en la Vida de Cervantes, habla de este asunto y da otras pruebas de la ingratitud y mala correspondencia de Figueroa.
Dice don Juan Antonio Mayans en su prólogo al Pastor de Fílida: Miguel de Cervantes buscaba ocasiones de celebrar al Doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, y éste no perdía lance de zaherirle. En efecto, Figueroa habló con desdén de la Galatea, llamando a esta obra, en su Pasajero, libro serrano o pastoril. Y tachando a varios escritores de su tiempo, dice a don Luis, uno de los interlocutores:
Paréceme, pues, habrá dificultad en alcanzar licencia para la impresión (de lo que pensaba escribir don Luis), y que según esto, sería menester valerse de industria con que se venciese este obstáculo. Convendría erigirle algún frontispicio pomposo, algún nombre abultado, ejemplar y atractivo. Según Mayans, en lo abultado aludió al QUIJOTE; en lo ejemplar, a las Novelas, y en lo atractivo, al Persiles. Sin embargo, el mismo Suárez de Figueroa (Plaza Universal, discurso XCI) Cuenta a Cervantes entre los que ilustraron la poesía dramática.
También tuvo Cervantes por émulo, según Pellicer, a Vicente Espinel, de quien decía en el Viaje al Parnaso (cap. I):

Este, aunque tiene parte de Zoilo,
es del grande Espinel que en la guitarra
tiene la prima y en el grato estilo.
Y en la Adjunta al Parnaso dice Apolo que era uno de los más antiguos y verdaderos amigos que tenía.
Allí nombra igualmente Cervantes en tono de elogio a don Francisco de Quevedo.
También fueron émulos de Cervantes, según Pellicer en su Vida, Lope de Vega, Góngora, Villegas y Tamayo de Vargas. Este último le calificó de ingenio lego.




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N-2,62,50. Siendo el precio de los dos mil ejemplares de que aquí se habla doce mil reales, no podía ser de once mil por lo menos, como se dice más arriba, la ganancia que había de producir su publicación, pues para eso era menester que fuesen casi nulos los gastos de ésta. Y por esto y por lo que sigue aparece que aquel bien está de Don Quijote es irónico, y aun tal vez se dijo para ridiculizar las cuentas galanas de los escritores de pane lucrando que había entonces, lo mismo que ahora, en la república de las letras.




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N-2,62,51. Esto no es natural ni propio en boca de un hidalgo de la Argamasilla, que no podía tener experiencia en la materia y se ve claro que quien habla no es Don Quijote, sino Cervantes, el cual, según este pasaje y la respuesta que sigue del traductor, parece que no tenía olvidado lo que le sucedió con el librero Juan Villarroel cuando le vendió el privilegio de imprimir sus comedias, según cuentan los historiadores de su vida.




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N-2,62,52. Cuatrín, moneda antigua baja. No dice más Covarrubias. Paréceme italianismo, porque dudo mucho que fuese moneda corriente en España, si bien debía ser muy conocida en ella por el mucho trato y comunicación con Italia.




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N-2,62,53. Expresión familiar anticuada. Felicidad, fortuna, buena ventura en lo que se emprende.
Esta locución pudiera traer su origen de lo que dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana (artículo Mano): Que los antiguos contaban por la mano diestra y siniestra los años. Verás a Pierio Valeriano, libro XXXVI, de digitorum divisione, mihi, folio 352. Hasta los noventa contaban por la mano izquierda, y dende ciento adelante con la mano derecha. De donde se entenderá el lugar de Juvenal.
Rex Pilius, magno si quidquam credis Homero, exemplum vit礠fuit àà cornice secund礬
f祬ix minirum qui tot per s祣ula vitam
Distuli, atque suos jam dextera computat annos.
Puede verse sobre lo mismo a Garcés (Fundamento del vigor de la lengua castellana) y algún otro.




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N-2,62,54. Luz del alma cristiana contra la ceguedad e ignorancia, o explicación de la doctrina cristiana, obra de Fray Felipe de Meneses, religioso dominico, Catedrático de Alcalá y Rector del Colegio de San Gregorio de Valladolid. Se imprimió la primera vez en Salamanca el año 1556. Don Nicolás Antonio menciona otras cuatro ediciones hechas en el siglo XVI, la última en Valencia, año 1594.




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N-2,62,55. Supuso aquí Cervantes que se estaba haciendo en Barcelona segunda edición del Quijote de Avellaneda, puesto que nuestro caballero había ya tenido en sus manos la primera, como se dijo en el capítulo LIX. Cervantes, que estaba sumamente picado con Avellaneda, a trueque de inventar ocasiones de satirizarle, no reparaba en mesas ni en castañas, y multiplicaba, quizá con exceso las ocasiones de censurarle, como sucedió esta vez, que no advirtió que el suponer en tan breve tiempo segunda edición del libro de Avellaneda era hacer indirectamente el elogio del mismo. Y realmente no hubo segunda edición hasta muy entrado ya el siglo último, en que reimprimió esta obra don Blas Nasarre, bajo el nombre de don Isidro Perales.




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N-2,62,56. El autor del supuesto Quijote se calificó a sí mismo, no de vecino, sino sólo de natural de Tordesillas. Cervantes lo equivocó con su distracción ordinaria, sustituyendo a natural, vecino; pero corrigió su equivocación en los capítulos LXX y LXXI, donde llamó natural de Tordesillas al fingido Avellaneda.




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N-2,62,57. Según Ríos (Vida de Cervantes, párrafo 93), la obra de Avellaneda quedó oscurecida, ya por su poco valor, ya porque los apasionados de Cervantes quemasen los ejemplares, como lo da a entender él mismo en este lugar.




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N-2,62,58. Con efecto, le llegó, y pronto, quedando sepultado con el desprecio y el olvido, mientras el QUIJOTE de Cervantes continúa siendo el embeleso y las delicias de sus lectores.
Es bien conocido el origen de esta expresión proverbial, debida a la época del año en que empieza la matanza, tan común entre los españoles, del animal doméstico cuya cecina es el ingrediente más esencial de nuestra olla ordinaria.




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N-2,62,59. Si era por dentro, parece sandez el decirlo; y si era por fuera, ya las había visto Sancho la mañana que le amaneció a él y a su amo en la playa de Barcelona.




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N-2,62,60. Llamábase así el comandante de una división de cuatro galeras, y equivale a Jefe de Escuadra.




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N-2,62,61. En el año de 1824 remitió el Secretario de la Sociedad literaria de Berlín a don Francisco de Paula Cuadrado, individuo de la Real Academia de la Historia, un manuscrito con este título: Capítulos de mi Don Quijote de la Mancha no podidos publicar en España. Son dos: el primero trata de lo que sucedió a Don Quijote en un baile de máscaras, y el segundo del desenlace de la aventura ocurrida en las máscaras. Al paso los examinaron en París algunos literatos españoles, que los calificaron de fingidos por algún alemán, y creyeron que no merecían ser enviados a España, en virtud de lo cual no se enviaron, con efecto.
El autor de los capítulos supone a Don Quijote convidado a un baile de máscaras, dado en el palacio del gobernador de Barcelona. Para preparar el suceso figura que Don Quijote vio en la imprenta las esquelas de convite al baile, añadiendo esto al fin del presente capítulo. Don Quijote se presenta en el baile armado y sin máscara, y Sancho vestido de disciplinante, en compañía de los amigos de don Antonio. Por sugestión de éste, una dama requiebra a Don Quijote y le pide le saque del cautiverio en que la tiene un viejo tutor, quien, para apoderarse de su hacienda, trata de casarse con ella. Después, Sancho, despeluznado y desenmascarado por los tirones que le habían dado los muchachos y los que no lo eran, dice a su amo que ha visto los preparativos para la cena, y para disfrutarla desea que se acabe el baile. Al sentarse a la mesa los convidados, la dama quiere ponerse al lado de Don Quijote; el tutor se lo impide, ella llora y se queja al caballero manchego, quien enristrando su lanza acomete al tutor, derriba la mesa y se concluye la fiesta con la paliza dada a Don Quijote y algunos palos de añadidura a Sancho. Hasta aquí el primero de los dos capítulos.
En el otro, Don Quijote se cura casi repentinamente con su famoso bálsamo. La dama enamorada va a verle, y Sancho, que había oído una cierta conversación entre ella y don Antonio, se lo avisa a su amo, quien, echando la culpa de todo a los encantadores, accede a las instancias de don Antonio para ir a las galeras que estaban en el puerto, lo que regocija mucho a Sancho, por no haberlas visto en su vida.
Los literatos que han censurado este manuscrito observan que la obra, aunque escrita en español, tiene muchas frases alemanas, y no pocas enmiendas en francés. Y añaden que en el primer diálogo de Don Quijote con la dama se encuentran repetidas muchas de las frases que doña Rodríguez hizo decir al verdadero Don Quijote.
Esta noticia se ha tomado de un papel que tiene la Real Academia de la Historia, a la que fue presentado en 5 de noviembre de 1824.

{{63}}Capítulo LXII. De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca


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N-2,63,1"> 5697.
Hubiera estado mejor dicho: de lo mal que le fue a Sancho con la visita de las galeras, o de lo mal que le avino a Sancho la visita de las galeras.





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N-2,63,2. Verdad tan exacta como bien expresada y que manifiesta que Cervantes había estudiado y conocía el corazón humano.




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N-2,63,3. El sentido queda pendiente: el Cuatralvo no tiene verbo. Tampoco se entiende lo que significa que estaba avisado... por ver... a... Don Quijote y Sancho.





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N-2,63,4. Así llama Cervantes a la escalera de preferencia que siempre se ha colocado en la banda o costado de estribor, que es la de mano derecha mirando al buque desde proa a proa. Tanto la escala real como la ordinaria que se colocan en este lado sirven para entrar y salir por ellas los oficiales y las personas de distinción que van a visitar el buque, a diferencia de las demás clases, que se embarcan y desembarcan por el costado de babor o de la izquierda, y por una escala de simples toginos o barrotes de madera, clavados en el costado desde cerca de la superficie del agua hasta la borda del portalón. Parece que antiguamente se colocaba la escala de preminencia más a popa que las ordinarias, como puede inferirse de una real cédula de 11 de noviembre de 1634, que cita Beitia en el Norte de la contratación (libro I, cap. II, núm. 3).




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N-2,63,5. Según Mayans (Vida de Cervantes, número 124) se indicó aquí a don Pedro Vich, que fue General de las galeras en el reinado de Felipe II, caballero valenciano a quien alabó Cervantes en la novela de Las dos doncellas.
Mas, según Pellicer en una de sus notas al presente capítulo, por estas palabras se indica a don Luis Coloma, Conde de Elda, Comandante de las galeras que se llamaban escuadra de Portugal. Fue uno de los encargados de la expulsión de los moriscos, y finalizada ésta, se hallaba su escuadra en Barcelona el año 1614.




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N-2,63,6. Razón oscura e ininteligible, pues ni el día ni la piedra blanco a que se refiere podían servir para mostrar que se cifraba en Don Quijote todo el valor de la andante Caballería, sino sus hechos, a cuya celebridad debía atribuirse la del día en que visitaba las galeras surtas en el puerto de Barcelona.




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N-2,63,7. Fuero por fue. Explicóse esta frase proverbial en el capítulo XVI de la primera parte, nota 8, y se usa también más adelante (capítulo LXVII).




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N-2,63,8. Las ediciones anteriores decían espaldar, hasta que la Academia, con mucha razón, corrigió espalder que era el remero o galeote que servia en la popa de la galera. Había uno a la derecha y otro a la izquierda, y puestos de cara a los demás, los gobernaban para que remasen con uniformidad. Espalder tiene conexión con bogavante y tercerol, términos que, según el Diccionario de la lengua castellana, significan aquél el primer remero de banco de los de la goleta, y éste el tercero.




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N-2,63,9. Queda pendiente el sentido.




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N-2,63,10. Sobran las palabras de la chusma, que se repitieron por negligencia, y hubieron de quedar en el original por olvido.




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N-2,63,11. Expresión que se lee en los pasajes de Belianís y Olivante, que copia Bowle.




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N-2,63,12. Debió decirse qué fuese o qué era.





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N-2,63,13. Este vuelo de Sancho no era cosa nueva ni existente sólo en la imaginación de Cervantes. La misma burla hizo a Estebanillo González el Duque que Medina de las Torres en la galera en que ambos navegaban desde Nápoles a España, como lo cuenta aquel juglar en el tomo I (cap. IV, pág. 172).




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N-2,63,14. Corbacho, cordel embreado, según Figueroa en su Pasajero (alivio 40), donde describe la crueldad con que eran castigados los remeros y galeotes.
Aquí parece se da una misma significación a estas dos voces; mas corbacho significa propiamente el nervio del miembro genital del toro con que el cómitre de las galeras castigaba a los forzados; y sólo se diferencia de la palabra vergajo en que ésta es más genérica, extendiéndose a otros cuadrúpedos.
Como Cervantes había navegado tanto, usaba con la mayor propiedad el lenguaje náutico como se ve especialmente en este capítulo y en otros muchos pasajes de sus obras..




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N-2,63,15. Es una de las salidas más graciosas que hay en el QUIJOTE, como ya observó con mucha razón Ríos (anál. 135). Y tampoco carece de gracia llamar señores a los galeotes.
Según lo prescrito por Merlín (cap. XXXV), los azotes de Sancho habían de ser por su voluntad y no por fuerza, y en el tiempo que él quisiere. Mas a nada de esto se oponía la propuesta de Don Quijote, como lo pretendió el autor de la Carta crítica.





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N-2,63,16. Navajero, copiado por Bowle, indica que su etimología es Mons Jovis, mencionado por Mela.




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N-2,63,17. Saltar en crujía. Sólo lo hacían los que mandaban en los buques, como se infiere de la expresión de Haedo en su diálogo primero de la Cautividad (fol. 117 v.)




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N-2,63,18. Ponerse en cazo, maniobrar un bajel para huir.
Con la palabra caza, que sólo significa ahora en la frase náutica dar cazo, perseguir una embarcación a otra, haciendo fuerza de vela y remo con toda diligencia para alcanzarla, en cuyo sentido la trae Covarrubias en SU Tesoro de la lengua castellana, parece por este pasaje y por la frase ponerse en caza, que se halla más abajo, que quiso significar Cervantes también la diligencia que hace para huir la embarcación perseguida en cuya acepción es hoy desconocida y desusada: pero es probable fuese de uso común en la marina del tiempo de Cervantes, quien fue siempre oportuno y exacto en la aplicación (le las voces náuticas, como se ha notado ya, y acaso esta autoridad bastó a la Academia Española para poner en su Diccionario la frase ponerse en caza en esta acepción, pues no recuerdo haberla oído ni visto en escritores antiguos.




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N-2,63,19. Esta relación está descuadernada. Según ella, no fue la galera Capitana la que descubrió al corsario, sino las galeras que se hicieron al mar, y sin embargo, lo persiguió y apresó la Capitana
Y así le fue entrando…… y así el Arraez quisiera. Repetición del así, que suena mal por lo que hay de uno a otro. Por lo demás, así no quiere decir lo mismo en una que en otra parte, pues en la primera equivale a la expresión de tal modo o manera, y en la segunda es un adverbio afirmativo en su significación más corriente.




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N-2,63,20. Ahora diríamos por no irritar al capitán, o por no mover a enojo al capitán.





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N-2,63,21. Toraqui parece lo mismo que torqui o turquí. Según la analogía con otras voces castellanas tomadas del arábigo y acabadas en i, debió decirse toraquíes; como alhelíes, jabalíes, granadíes zaquizamíes.





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N-2,63,22. Bandas o lados del castillo de proa en las galeras. Deberían ser movibles, puesto que Haedo (Topografía, cap. XXI) dice que los corsarios moros, a fin de llevar bien estibados sus bajeles para poder bien correr y proheja, que por eso no llevan en ellos arrunbadas; y todos los muebles, armas y municiones llevan en la estiva.





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N-2,63,23. Sería más conforme al uso actual decir: a ninguno de cuantos en el bajel tomase.





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N-2,63,24. Es el conjunto de remos de una embarcación, que cayendo sobre el borde de otra, sirve de puente para pasar a ella. Iría con tal velocidad la galera que cuando bajaron los remos ya habría pasado el corsario.
Cortereal, en su Victoria de Lepanto (canto 13), en la descripción de la batalla, dice de una galera napolitana:

……afierra en la contraria
que por Suerte le cupo, y con la furia
del fuego le llevó la palamenta,
qtredando destrozada por un lado.
Mostróse coja, inútil, sin poderse
remando aprovechar.




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N-2,63,25. Así debió ser no habiendo precedido combate, y parece una frialdad el expresarlo.




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N-2,63,26. Infinita gente deseosos. Ejemplo notable de la figura silepsis, que frecuentemente se comete con los nombres colectivos.




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N-2,63,27. Hablándose de una época posterior a la expulsión de los moriscos, que concluyó en 1613, y anterior a la edición de la segunda parte del QUIJOTE en 1615, es claro que se indica el año de 1614, en cuyo tiempo era virrey de Cataluña don Francisco Hurtado de Mendoza, Marqués de Almazán, el mismo de cuyos bandos y diligencias para prender a Roque Guinart se trató en las notas anteriores.
Pellicer habla de las prendas y letras de este caballero en la que puso a este pasaje.




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N-2,63,28. Poco antes había dicho que los turcos que venían en el bergantín eran los dos que dispararon, y otros doce, entre todos catorce. De cualquier modo, sobra la palabra turcos, pues no sólo a los turcos, sino a todos los del bajel había jurado ahorcar el General.




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N-2,63,29. La costumbre de llamar perros a los mahometanos es muy antigua. Millot (Histoire des Trouy., núm. 16) dice que ya se menciona en las poesías de los trovadores. Y que lo era en Castilla lo atestigua, entre otros documentos, el romance antiguo de la libertad de Melisendra por su esposo don Gaiferos, en el que se dice, al contar que Melisendra bajó a la plaza:
Allí había un perro moro
por los cristianos guardar:
las voces daba tan altas,
que al cielo querían llegar:
al alarido del moro,
la ciudad manda cerrar.

Es cierto que el moro no merece este trato, pues no hacia sino cumplir con su obligación.
En el romance o coplas de Calamos dice a éste don Roldán:

Esa razón, perro moro,
tú no me la has de tomar.

En el romance antiguo de la Cautiva cristiana (Silva de romances, Viena, 1815, pág. 282) se lee:

No hubo moro ni mora
que por mi diese moneda,
si no fuera un perro moro
que por mi cíen doblas diera.

Y lo mismo en otros pasajes.
También se les llama perros en un fragmento del Cancionero MS de Gómez Manrique, que publicó don Eugenio Llaguno al fin de los Claros varones de Pulgar; y Gonzalo de Berceo, hablando de un judío (Milagro de Nuestra Señora, copla 362), dice:

Avíe dentro en casa esti can traidor
un forno grand e fiero que facie grand pavor.

La Crónica general de España (parte IV) cuenta que en el reinado de San Fernando los moros cercaron la peña de Martos mientras estaban fuera los que la guarnecían, y que volviendo éstos, dijo uno de ellos, que era Diego Pérez de Vargas: Caballeros... fagamos de nos un tropel e metámonos por esos moros perros a probar si podremos pasar por ellos.
En la Galatea, a cuya publicación debía estar en Cervantes más fresca la memoria de lo que había padecido durante su cautiverio, se encuentra aplicada a los moros la calificación de perros. Descreídos perros se lee en el libro segundo, y el perro General (Ib. V), hablando de Arnaute Mamí.
En cambio los moros designaban con la misma calificación a los cristianos. En el capítulo XLI de la primera parte (nota 56) se citan varias autoridades en prueba de que los moros llamaban perros a los cristianos, y anteriormente (cap. IX, nota 26) se dice que con este dicterio vulgar se motejaban recíprocamente unos a otros. Verdad es que entre los mahometanos es una inconsecuencia el usar esta voz como dicterio, pues miran con tal predileción a los perros, que tienen hospitales para ellos.
A esta costumbre de llamar perros a los moros aludía Quevedo cuando decía en el Libro de todas las cosas, que para hablar la lengua arábiga no es menester más que ladrar, que es lengua de perros.




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N-2,63,30. Modismo frecuente en el QUIJOTE y en otros escritores antiguos castellanos, como se ha notado repetidas veces. El uso actual excluye el de en estas y otras semejantes ocasiones, y en ello ha ganado el lenguaje, disminuyendo la perpetua repetición de este monosílabo.




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N-2,63,31. Habla el Virrey, aunque no se expresa, a semejanza de lo que sucede y se ha notado en otros pasajes del QUIJOTE.




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N-2,63,32. La Academia, en sus primeras ediciones, notó que aquí faltaban algunas palabras. La cláusula haría perfecto sentido si se dice: o a lo menos suspendiera la ejecución hasta oír, etcétera.
Pellicer censuró esta nota, aunque sin nombrar a la Academia, y pretendió que la cláusula como estaba hacia completo sentido. Pero lo cierto es que mientras se conserve íntegramente el texto, no puede tacharse de infundada la observación de la Academia, que no destruye Pellicer. Sólo pudiera darse por completo el sentido suprimiendo la conjunción o, y diciendo: ¿¿quién fuera el de corazón tan duro que con estas razones no se ablandara, a lo menos hasta oír las que él triste y lastimado mancebo decir quería? Así quedaba mejor, y la alteración era levísima.




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N-2,63,33. El tono de esta relación es sumamente inverosímil, y echa un jarro de agua fría sobre el interés que inspira una persona que ya tenía atadas las manos y echado el cordel a la garganta, esperando la muerte. Debería ser su discurso menos aparatoso, y el lenguaje menos sesgo y más agitado como pedía la situación de quien hablaba. Hubiéranle convenido razones desaliñadas interrumpidas, cortas, patéticas; no el estilo peinado y casi pedante que usa, si se atiende además a que era una doncella criada con sumo recogimiento en una aldea de la Mancha, que se hallaba en presencia del Virrey, del General de las galeras y de un concurso considerable.




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N-2,63,34. En la relación de Ricote, cuya segunda parte es la presente, se habla de un tío Juan Tiopeyo.




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N-2,63,35. Quiere decir, en mi juicio, que ni de palabra ni de obra dio señales de ser morisca. Lo de la lengua significa al parecer que nunca hablaba en morisco o algarabía, que era una de las cosas que estaban prohibidas a los moriscos por las pragmáticas, y uno de los agravios que ponderaba don Fernando el Zaguer en el discurso que puso en su boca don Diego de Mendoza (lib. I de la Guerra de Granada).





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N-2,63,36. No muy ganada. Expresión que alude al perdido que precede, pero fría e insulsa, sobre todo en la situación de quien hablaba, que no era para conceptos ni travesuras de frases, como ya se ha observado.




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N-2,63,37. Don Gaspar Gregorio hizo lo que Andrés Caballero, el héroe de la novela La Gitanilla, que tiene todas las apariencias de haber sido un suceso verdadero. Esto recuerda también el caso de Antonia Granados, comedianta de fines del siglo XVI, y conocida comúnmente por el nombre de la divina Antandra, por cuyos amores renunció don Pedro Antonio de Castro, caballero ilustre, su patria y un distinguido empleo y abrazó la profesión histriónica para casarse con ella, como lo consiguió (Pellicer, Histr., parte I, pág. 115).




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N-2,63,38. Ricote, padre de la que hablaba, había dicho en la conversación que tuvo con Sancho (cap. LIV) que no había descubierto a su mujer ni a su cuñado el sitio de su encierro, temeroso de algún desmán; y parece que los motivos de precaución de Ricote debieron comprender también a su hija.
He aquí otro de los casos en que usa Cervantes del pronombre relativo quien aplicado a cosas, que no suena bien según el uso actual.




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N-2,63,39. Moneda de oro portuguesa. El oro de Portugal pasaba entonces por el mas puro, fama que aún conserva en nuestros días.




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N-2,63,40. Aquí se llama don Gregorio, antes se llamó don Gaspar, y Ricote, en el capítulo LIV, le había llamado don Pedro. Vuélvesele a llamar don Gregorio en el capítulo LXV.




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N-2,63,41. Todo esto, aunque cierto, era impropio y aun poco decente en boca de una doncella de menos de veinte años. Turco, que es el nombre con que comúnmente se designa entre nosotros a los Otomanos, entiendo que en su idioma significa bárbaro; según lo cual, hubiera estado mejor decir solamente entre aquellos bárbaros.





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N-2,63,42. Quien podía tener era la supuesta doncella; quien podía temer de sí mismo era el Rey. Y de esta confusión de personas a que se refiere el verbo podía, resulta la del lenguaje de este período, que es del todo incoherente.




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N-2,63,43. Al principio eran catorce los turcos; después, de las treinta y seis personas que venían en el bergantín, los más eran escopeteros turcos. Ahora son dos, y si hay otros en el bajel, no son más que remeros.




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N-2,63,44. Diciendo participante de la culpa se evitaba esta incorrección.




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N-2,63,45. Antes se dijo que con el Virrey entraron en la galera algunos de sus criados y algunas personas del pueblo. Es sumamente inverosímil que en semejante ocasión se diese entrada a un peregrino desconocido en el esquife enviado por el general para conducir a su galera al Virrey.
Las personas del pueblo debieron ser de las distinguidas y principales.




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N-2,63,46. No era mucho el tiempo que había pasado desde que le encontró Sancho yendo a la Mancha, a lo menos según la cuenta de Ríos, por la cual no llegaba a un mes; pero tampoco puede decirse que fue imposible se hallase ya de vuelta en Barcelona, y esto basta para responder al cargo que se ha hecho a esta circunstancia del QUIJOTE.




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N-2,63,47. Confirmóse en que aquella era su hija diríamos ahora, según el régimen del verbo.




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N-2,63,48. Pasaje desaliñado. La cual y el cual no suenan bien. Sus lagrimas con las suyas es una anfibología que procuran evitar los que escriben correctamente. No faltan incorrecciones de la misma clase en lo que sigue de este capítulo.




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N-2,63,49. Los delicados y curiosos querrían acaso que se hubiese dicho entrometo, haciendo distinción de entremeter y entrometer, como verbos de diversa etimología y de distinta significación. Entrometerse es introducirse; entremeterse es interponerse. Entrometerse puede ser en una sola cosa; entremeterse ha de ser entre varias. El ambicioso se entromete y no se entremete en palacio; del chismoso se dice con propiedad que se entremete a turbar la paz de las familias. De la misma manera se diría de un astrónomo atrevido: F. se entrometió a averiguar la naturaleza de los cielos, sin entremeterse en si son o no fundados los sistemas conocidos, o en cuál de los sistemas conocidos se acerca más o la verdad.





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N-2,63,50. Modo adverbial digno de notarse, que significa en todo caso, ciertamente, con efecto, de hecho, en contraposición a uno por otro, que envuelve la idea de falsedad; significación que cuadra perfectamente a esta expresión en todos los casos que la encuentro usada en el QUIJOTE (parte I, caps. XXV y XXX, y parte I, capítulos IX, LXV y LXX).
En la comedia de Cervantes La entretenida (jornada I), dice Muñoz a Cardenio:

Aposentaránte en casa,
haránte agasajos grandes; y tú dentro, una por una,
podrás ver como te vales.

Y en la misma jornada, al fin:

Ahora bien veremos lo que pasa,
que una por una los dos ya están en casa.

Otro una por una se encuentra en la misma comedia (jornada I, pág. 214).
úsase dos veces esta expresión proverbial al fin del Cuento de cuentos, de Quevedo.
El, que vio que andaba ya de capa caída, dijo: una por una yo me casaré mas luego roeré el lazo, y otras mil patochadas.
Déjense de filaterías, que una por una ya están casados, dijo el Licenciado.





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N-2,63,51. No está bien el lenguaje; sería mejor decir: los años de vida que tiene determinado el Cielo, o los años de vida que os ha señalado el Cielo.





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N-2,63,52. Acepción rara del verbo firmar, que apenas tiene otra en el uso común que la de suscribir. Aquí firmados es lo mismo que firmes, afianzados, resueltos.


{{64}}Capítulo LXIV. Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido


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N-2,64,1"> 5749.
Ocurrencia graciosísima, tan propia del carácter de Don Quijote como digna de la fecunda y risueña inventiva de Cervantes.




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N-2,64,2. Don Quijote era más valiente y animoso que Tirante. Este caballero, según refiere su historia (parte I, pág. 173 de la traducción de Cailús), rescató en Alejandría cuatrocientos setenta y tres esclavos cristianos; pero fue a costa de su dinero, gastando en el rescate todo el oro y plata que tenía, y una parte de sus pedrerías.




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N-2,64,3. Régimen anticuado del verbo pasar, que se repite en el capítulo LXV. Ya se ha observado otra u otras veces que Cervantes solía usar de estos arcaísmos para remedar y ridiculizar los libros caballerescos, en los cuales son tan frecuentes. En Belianís (libro IV, cap. XVII) se lee que toda la caballería se había juntado para pasar en Grecia, y que asimismo el Rey Astrideo de Francia también en persona quería pasar en Grecia.
Estando Amadís con su padre Perión en la ínsula Firme, le pidió que enviase a Gaula por la Reina y por don Galaor. Perión envió tres caballeros que hicieron aderezar una nao y se metieron en la mar, y siendo el tiempo bueno, en poco espacio pasaron en Gaula (Amadís de Gaula, cap. CXXI).
Rosicler y Liriamandro se partieron de Hungría para ir en Constantinopla (Espejo de Príncipes y Caballeros, parte I, lib. II, cap. XLVI).
Léese en el Conde Lucanor (cap. IV): El Angel le dijo que sopiese que el Rey de Francia y el Rey de Navarro y el Rey de Inglaterra pasaran en Ultramar.
En la Crónica de don Pedro Niño, el título del capítulo XI de la parte segunda es: Cómo pasó el capitán (Pedro Niño) la segunda vez en Berbería.
También es común en Mariana esta construcción con los verbos de movimiento, tomada del latín.
Deseaban (los cartagineses) pasar en Europa (libro I, cap. XVI).
Esta venida de Nabucodonosor en España, etcétera (Ib., cap. XVI).
Se ve por estos y otros muchos ejemplos que pudieran citarse de nuestros antiguos escritores, que la expresión de Cervantes es castiza y no galicismo, de lo que la tildó el autor de las Observaciones (Foronda, carta XI, página LXXIX); y hace reír que halle galicismos en Cervantes el que dice: Vuestra merced sabe que los célebres Rectores han vituperado los homónimos (carta IV, pág. 33). El bueno de Foronda había leído en sus libros franceses Retheurs, y tradujo Rectores; pero si no fuera muy zurdo en materia de latín, no podía equivocar a Rhetor con Rector, ni por consiguiente a Rheteur con Recteur, palabras tomadas de la lengua latina.




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N-2,64,4. Quedó en hacerlo es como ahora diríamos.




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N-2,64,5. Quiere decir con todas las piezas de una armadura completa, que le cubrían de los pies a la cabeza.
En la aventura de la carreta de las Cortes de la muerte (cap. I) se dice que entre los farsantes había un caballero armado de punta en blanco, sólo que traía sombrero en lugar de morrión y celada.




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N-2,64,6. Olivante se llamó el Caballero de la Luna (libro II, cap. VI).




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N-2,64,7. Repárese el doble sentido de la palabra inauditas. Bien cierto era que no se habían oído las hazañas del Caballero de la Blanca Luna; y el socarrón del Bachiller sostenía constantemente el carácter que se le había dado desde que empezó a hacer papel en la fábula.




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N-2,64,8. El régimen gramatical de este pasaje no está corriente. La cual verdad no parece ser el objeto de confiesas, pues lo es la, y en este caso queda suspenso el sentido, porque la cual verdad no pertenece a ningún verbo. Todo se remediaba con haber dicho: Si ni confiesas esta verdad de llano en llano, excusarás tu muerte; o la cual verdad si confiesas de llano en llano, excusarás, etc.




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N-2,64,9. El Caballero de la Blanca Luna anda algo embrollado y confuso en los términos de su reto. Se reducía a que Don Quijote confesase degrado que sobrepujaba la hermosura de su dama a la de Dulcinea. No confesándolo voluntariamente, vendrían ambos a las manos, y para este caso las condiciones del duelo eran que si Don Quijote fuese vencido se había de retirar a su pueblo, y si venciese seria dueño de la cabeza, despojos y fama de su rival. No había gran consecuencia entre el objeto primordial del desafío y las condiciones que se proponían para la pelea; pero así convenía para el intento del de la Blanca Luna, que en lo primero buscaba un motivo seguro de que Don Quijote aceptase el duelo, y con lo segundo, dando por cierta la victoria, se prometía conseguir el retiro y la curación de su amigo y paisano. Como las ideas son en realidad incoherentes, no era fácil expresarlas con naturalidad y sencillez, y además Cervantes escribía de prisa y con la falta de lima que tantas ocasiones hemos tenido de notar en el discurso de esta obra.




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N-2,64,10. Conforme a esta idea el mismo Caballero, bajo el nombre de Caballero de los Espejos, decía a Don Quijote antes de pelear con él la primera vez (cap. XIV: De lo que yo más me precio y ufano es de haber vencido en singular batalla a... Don Quijote de la Mancha... Y habiéndole yo vencido a él, su gloria, su fama y su honra se ha transferido y pasado a mi persona... así que y corren por mi cuenta y son mías las innumerables hazañas del ya referido Don Quijote. Allí hay la nota 10 sobre esta máxima caballeresca.




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N-2,64,11. Perianeo, con una furibunda rabia que el corazón se le arrancaba, dio vuelta a su caballo, tomando del campo la parte que le cumplía. Lo mesmo hizo don Belianís, y entrambos dieron la vuelta a un tiempo, arremetiendo el uno contra el otro con tanta furia y ligereza, que parecía que volasen (Belianís, lib. I, capítulo XXXVI).




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N-2,64,12. No ha faltado quien tache a Cervantes la inverosimilitud de las aventuras de su protagonista en un país civilizado, donde las autoridades y la policía no sufrirían los excesos y demasías de los caballeros andantes que refieren sus historias, y que hasta cierto punto imitó Don Quijote, como el mal tratamiento del arriero la noche que velaba sus armas, el del monje benito derribado de su mula, el desbarate de la comitiva que llevaba el cadáver a Segovia, la libertad de los galeotes y otros sucesos menos notables. Tampoco hallan muy compatibles las funciones, formalidad y conducta ordinaria de la autoridad con el gobierno burlesco de Sancho en la ínsula Barataria, ni la consideración e importancia que dio a Don Quijote el Cuatralvo de las galeras de Barcelona. Ciertamente en los sucesos ocurridos en esta ciudad es donde tienen más fuerza tales




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N-2,64,13. reparos, porque al fin las otras aventuras, como acaecidas en ventas y despoblados, pudieron más fácilmente escapar a la vigilancia de los magistrados; tanto más, que no nos hemos de figurar que la policía de aquellos tiempos estaba tan perfeccionada como la de los nuestros acordándonos de la Cofradía de Monipodio existente en una capital como Sevilla, y del estado en que se pinta, y no está exagerado, en esta misma fábula el Principado de Cataluña. Pero con todo, a vista y con noticia del mismo Virrey, autoridad suprema en la provincia, parece poco probable que se verificase sin obstáculos el duelo del Caballero de la Blanca Luna con Don Quijote. Lo del Cuatralvo tiene alguna explicación en lo que las personas principales de aquella era solían divertirse con los juglares y los locos; y algo de esto puede también decirse por lo respectivo al gobierno de Sancho a más de lo que ya se dijo en su propio lugar (cap. XLV, nota 6).




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N-2,64,14. No decimos ahora a tiempo cuando, sino a tiempo que.
Garcés, en su Fundamento del vigor de la lengua castellana (tomo I, cap. XVI, artículo II), pone este ejemplo para mostrar el uso que puede hacerse de la partícula cuando; pero en esta ocasión, como en otras, quiso convertir los defectos en reglas.




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N-2,64,15. La perplejidad es entre no en, una u otra cosa. Es, pues, vicioso el régimen del texto, aunque pudo ser error de la imprenta poner en por entre.





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N-2,64,16. Estarse en sus trece: mantenerse o persistir con pertinacia en una cosa que se ha aprendido o empezado a ejecutar (Diccionario de la Lengua castellana).
El origen de esta expresión proverbial, igualmente que el de muchas de su clase que hay en nuestro idioma, se esconde en las tinieblas de la antigÜedad, como el de echarlo todo a doce, y de otras infinitas a que ciertamente darían ocasión sucesos o incidentes notables y muy conocidos allá en sus tiempos. Otro tanto puede decirse de los refranes.
Los catorce en que estaba el de la Blanca Luna correspondían a los trece en que estaba Don Quijote.




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N-2,64,17. ¿Cuál es el sujeto o persona de tocar? No le hay. Se debió decir sin tocarse trompeta, y quizá fue omisión o falta de la imprenta el no ponerlo así.




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N-2,64,18. Lance de que hay repetidos ejemplos en los libros caballerescos.
Justando el gigante Floribelo con uno de los caballeros de las Flechas doradas, al encontrarse ambos, levantó éste la lanza, y lo mismo hizo el gigante, en justa correspondencia. Entonces el Caballero de las Flechas doradas se quitó el yelmo y mostró ser Rosaldos, que se había criado con Floribelo (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXXII).
Diofebo, que tenia cubierto el rostro, obligado a justar con Tirante en las fiestas de Constantinopla, levantó en la carrera la lanza, y Tirante, al verle (sin conocerle), levantó igualmente la suya. Diofebo hizo lo mismo en la segunda carrera, lo que viendo Tirante arrojó la lanza. Después se conocieron (Tirante, parte II, pág. 362 de la traducción de Cailús).
Cuando Lanzarote quiso disfrazarse y romper una lanza con su amigo Tristán, sin que éste le conociese, llevaba una lanza débil y quebradiza que no pudiese hacer daño. Tristán, que sospechó quién era su contendor, levantó la lanza al encontrarle (Tristán, Extracto de Tressán, pág. 137).
En otra justa a presencia del Rey Artús, Tristán y Lanzarote, al encontrarse, levantaron sus lanzas (Ib., pág. 159).
La Reina Galercia quiso probarse con Policisne, pero éste levantó su lanza y pasó sin hacer movimiento del encuentro de la Reina, quien se enojó mucho tomándolo a desprecio. Por lo cual volvieron a justar, y a la séptima lanza la Reina Galercia vino sobre las ancas del caballo al suelo (Policisne de Boecia, capítulo LXXII).
Al embestir la doncella Bradamante a Rugero, éste alzó su lanza, y Bradamante hizo lo mismo. Bradamante amaba a Rugero, de quien estaba celosa (Orlando, canto 36, estancia 37).




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N-2,64,19. Quien dio la caída no fue el de la Blanca Luna, como indica el texto, sino Don Quijote. Debieron borrarse las palabras una peligrosa caída.
Garcés (tomo I, pág. 306) halló gala y brío en esta expresión, en la que no hay por cierto sino flojedad y desaliño.




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N-2,64,20. Acabado de vencer al jayán Buzarte, Rey de Cores, le dice Daraida (Florisel, parte II, cap. XCI, fol. 154): Otorga la condición de nuestra batalla, si no quieres que tu cabeza otorgue lo que no puede otorgar vencimiento en tal caballero como tú. La respuesta de Buzarte fue semejante a la de Don Quijote, y la contestación de Daraida tan generosa como la del Caballero de la Blanca Luna.
Habiendo vencido Amadís de Gaula, bajo el nombre de Caballero de los Leones, al señor del castillo de Bradoid, muerto sois, dijo el de los Leones, si por preso no vos otorgáis... y púsole la punta de la espada en el rostro.
Si no confesáis las condiciones de nuestro desafío. Las condiciones se aceptan, se cumplen o se ofrecen cumplir, pero no se confiesan; y así es impropio el lenguaje del Caballero de la Blanca Luna.





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N-2,64,21. Tristán, vencedor de Blacener, le perdonó la vida que el mismo vencido pedía le quitase, diciendo: àà Dieu ne plaise que je coupe le chef àà si bon chevalier comme vous etes. Je ne le feroye pour la meilleure cité que le Roi Artus ait (Extracto de Tressán, pág. 52).




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N-2,64,22. En el concierto de que se trata, solamente se habló de un año; pero al Bachiller le pareció conveniente alargar el plazo para asegurar el cumplimiento de su intención, o digamos más bien que Cervantes no tuvo presente lo que poco antes había dicho, según su costumbre de no volver a leer lo que una vez escribía.
Pudiera ocurrir que este es el desenlace de la acción del QUIJOTE. Y con efecto, ni el héroe ejecuta ya más empresas caballerescas, ni el lector las espera. Pero como el principio de la acción fue la locura de Don Quijote, y éste no sanó de ella hasta después del sueño que le sobrevino durante su enfermedad, de ahí es que el fin no se verifica hasta que recobra su entero juicio. Así discurre Pellicer en el Discurso preliminar al Quijote (pág. 42), y tal es la opinión de Ríos en su Análisis (número 111), realzando las miras profundas de Cervantes en el modo de concluir el QUIJOTE por la muerte en sano juicio del héroe. En efecto, la idea que dominó a Cervantes en el desenlace de esta fábula fue la de rematar a su protagonista para que no le resucitase otro como Avellaneda, y así lo manifiesta expresamente en el final del prólogo de esta segunda parte, donde dice al lector que le da a Don Quijote... muerto y sepultado, porque ninguno se atreviese a levantarle nuevos testimonios, etc.; y en el capítulo XLXIV, después de expirar Don Quijote, haciendo que el Cura pida al Escribano le dé testimonio para quitar la ocasión de que alguno otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucite (a Don Quijote) falsamente, y hiciese inacabables historias de sus aventuras. En lo cual hubo de aludir a la conclusión de Avellaneda, que deja a Don Quijote en la prisión, y añade que hay tradición de que sanó y vio después a Sancho en la corte, y que hizo otra salida a Castilla la Vieja.




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N-2,64,23. Verdadero es aquí lo mismo que veraz, verídico.





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N-2,64,24. No fue confesión, no oferta. Confesar es reconocer una cosa por verdadera, y aquí no se trataba de confesar ni negar, sino de cumplir lo concertado.




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N-2,64,25. Mesura es un género de reverencia que se hace a la persona venerable (Covarrubias, citado por Bowle).




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N-2,64,26. Nada se había dicho en el discurso de esta aventura que indicase la presencia de Sancho. Don Quijote había salido a pasearse, y para ello no era esencial la compañía de su escudero.




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N-2,64,27. Falta la conjunción; y las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas. Pero ¿qué son esperanzas de promesas? Lo que hubo de querer decir aquí Sancho fue las esperanzas nacidas de sus nuevas promesas. Y no se sabe qué nuevas promesas fuesen éstas, porque no se lee que Don Quijote ofreciese nada de nuevo a Sancho después que dejó éste su gobierno.




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N-2,64,28. Lo mismo que contrahecho; lisiado. Encuéntrase así esta voz en el Flos Sanctorum de Rivadeneyra y en la Historia de España del padre Mariana.




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N-2,64,29. Equívoco y chiste en que no estuvo Cervantes tan feliz como en otras ocasiones.
El primer deslocado es lo mismo que dislocado, con los huesos fuera de su lugar. El segundo deslocado es privado, curado de su locura.

{{65}}Capítulo LXV. Donde se da noticia quién era el de la Blanca Luna, con la libertad de Don Gregorio, y de otros sucesos


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N-2,65,1"> 5778.
El régimen exigía que se dijese: Donde se da noticia de quién era, etc.




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N-2,65,2. Yo he sido, no entre, sino de los que le han tenido más lástima, es como debiera decirse a fin de evitar los defectos que se advierten en este pasaje. Para conservar la palabra entre era menester decir: y yo me cuento entre los que le han tenido más lástima.





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N-2,65,3. Según el cómputo de Ríos, conforme en esto con la relación de la fábula, sólo habían pasado dos meses de la primera a la segunda batalla entre Don Quijote y el Bachiller; y así en el presente pasaje habló Cervantes con poca puntualidad y mucha distracción, según su costumbre.




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N-2,65,4. Según el Doctrinal de Caballeros (libro I, tít. II), éstos acostumbraban mucho de guardar pleito e homenaje que ficiesen, e palabra firmada que pusiesen con otro, de guisa que non la mintiesen fin fuesen contra ella.





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N-2,65,5. He aquí bien retratada la insensatez con que se celebra y aun fomenta muchas veces por diversión el desvarío de los locos y de los borrachos, crueldad refinada en la cual no se fija bastantemente la atención y que la razón y mucho más los principios religiosos exigen se cambie en respeto hacia los infelices que se hallan en tan miserable estado, y en caritativa solicitud para sacarlos de él, si nos fuese posible.
Es preciso confesar que el eclesiástico de casa de los Duques, a pesar de su inoportunidad, obraba y hablaba más conforme a razón y justicia.




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N-2,65,6. Lenguaje incorrecto y desconcertado. No se dice ofrecerse de, sino ofrecerse a. El más sobra. El hecho liar debiera ser habiendo hecho liar; y aun con estas enmiendas quedaría defectuoso el período, porque la variación de sujeto, que unas veces es don Antonio y otras el Bachiller, se opone esencialmente a la regularidad, y desacuerda el discurso.
Habiéndose dicho que salió Carrasco de la ciudad al mismo punto, excusado fue decir que salió aquel mismo día. Más es salir al punto que en el día; dicho lo más, fue una frialdad decir lo menos.




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N-2,65,7. Palabra digna de notarse. Significa lo mismo que amarrido, melancólico, triste, afligido.
Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana, dice: Marrido vale flaco y enfermo. Fray Hernando de Talavera, Arzobispo de Granada, en su Vocabulario, dice ser arábigo, de marrid, que significa lo mesmo. Otros quieren que sea latino, de marcidus, a um. Es vocablo pastoril. No trae amarrido, voz que califica el Diccionario de anticuada, a mi ver sin razón.
La palabra marido (acaso se pronunciaba la r doble, o hay error en el códice antiguo) por perdido, afligido, se usa en el antiguo poema del Cid (verso 2760); y don Tomás Antonio Sánchez cree que es tomada del italiano smarrito, que según el Vocabulario de Franciosini equivale a desmayado, o de sbigottito, desmayado, azorado, amilanado, que es como estaría Don Quijote después de su vencimiento.




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N-2,65,8. Sancho alteró aquí, como ya lo había hecho otras veces (parte I, cap. XXV, y parte I, cap. X y LV), el refrán antiguo y castellano: A do pensáis que hay tocinos no hay estacas, según don Iñigo López de Mendoza, citado por Mayans (Orígenes de la lengua castellana, tomo I, pág. 179). Lo mismo se halla en los refranes de Núñez, con sólo la supresión de la preposición a.





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N-2,65,9. Razonamiento de Sancho que tiene gracia, de la cual no carece la contestación de Don Quijote, ni tampoco la bravata que dice poco más abajo sobre que pasado el año de su retiro, y volviendo al ejercicio de su profesión, no le había de faltar reino que adquirir ni algún condado que dar a Sancho. El diálogo es corto pero animado y oportuno.




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N-2,65,10. Los verbos está y será debieran hallarse en plural. Será, o más bien serán, parece italianismo, por estarán.





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N-2,65,11. Mejor: y don Gregorio aunque le sacaron de Argel con hábitos de mujer, etc.
Salió debe ser errata por sacó. Para conservar el salió era menester poner con él en vez de consigo, que sólo se usa como recíproco.




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N-2,65,12. Bello lenguaje y bellísima Sentencia. Ejemplo es también de puro, fluido y armonioso lenguaje el período que sigue a poco: El silencio fue allí el que habló por los dos amantes, y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestos pensamientos.





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N-2,65,13. No se comprende lo que aquí significan las palabras en particular y juntos, y h expresión ganarla mucho en que se suprimieran, señaladamente el juntos, que parece un retruécano respecto del juntas al principio del período.




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N-2,65,14. Reincorporóse con, puede pasar; mas no redújose con. El régimen de los dos verbos es distinto. Lo que quiere significar el texto es que el renegado se reconcilió con la Iglesia.




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N-2,65,15. Se acaban, esto es, se llevan a cabo, se consiguen.





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N-2,65,16. El no en esta ocasión es inseparable del hay, y así debió decirse de otro modo, o repetir el no, diciendo: no, dijo Ricote, no hay que esperar, etc.




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N-2,65,17. El elogio que se hace aquí del Conde de Salazar me parece harto impropio en boca de uno de los moriscos expulsados por su diligencia.
Danse noticias de este Conde de Salazar en, Bleda (lib. VII, caps. XXVI u XLI Bowle) y en el Teatro de las grandezas de Madrid, por Gil González Dávila (pág. 98).
En la Biblioteca Real (párr. 24) hay cartas originales del Conde de Salazar sobre expulsión de moriscos, y en el Ff. 9 y 13 hay algo acerca del mismo según el artículo Moriscos del catálogo de M. S.S. de la propia Biblioteca.
Pellicer dice que hubo otros encargados de la expulsión de los moriscos: pero la de la Mancha se ejecutó por este don Bernardino, Conde de Salazar, Comendador de Villamayor y Veas, del Consejo de guerra, Comisario general de la Infantería de Castilla. Añade Pellicer que el Conde era mal agestado, y más todavía su mujer; sobre lo que dijo el Conde de Villamediana en un manuscrito de la Biblioteca Real que cita:

Al de Salazar ayer
mirarse a un espejo ví.
Perdiéndose el miedo a sí
para ver a su mujer.

Resulta de todo lo dicho que don Bernardino de Velasco era el hombre de corazón más duro y de rostro más feo que en su tiempo hubo en estos reinos. Pocas y muy pocas veces habita alma hermosa en cuerpo extremadamente feo, de lo que tengo larga experiencia.
Por lo demás, hay variedad entre las noticias de Pellicer y las de Bowle. Este cita a Bleda, quien dice que Salazar estuvo encargado de la expulsión de los moriscos de Castilla la Vieja, reino de Toledo, Mancha, Extremadura y Valdericote.




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N-2,65,18. Posible es que haya ocasiones en que sean menester entrañas guijeñas y apedernaladas, en que el deber prescriba la imperiosa necesidad de resistir a los tiernos afectos que produce en un corazón sensible el aspecto de los males ajenos, y en que un corazón de carne tenga que luchar con los sentimientos que la humanidad y la religión inspiran. Tal es la situación del alto ejecutor de la justicia, y tal fue la del Conde de Salazar. El autor de esta nota confiesa que, puesto en ella, no respondiera de su tesón y constancia. La consideración de tantos inocentes como al cabo había entre los desterrados; de las madres ancianas obligadas a arrastrarse en pos de sus hijos a climas extraños; de las que irían cargadas con el fruto de sus entrañas; de la infancia, alimentándose de la leche maternal mezclada con lágrimas; de los padres de familia abandonando los hogares que les habían visto nacer y las haciendas creadas, adquiridas, fertilizadas con el sudor de su rostro, malbaratando el fruto de largos afanes y fatigas; sus tiernos hijos pequeñuelos siguiéndoles inciertos de su suerte; la angustia de los que teniendo íntegra y pura su fe se velan tachados de infidelidad a Dios y al Príncipe; tan melancólico cuadro hubiera abatido y desalentado el espíritu del que esto escribe, a pesar de todas las razones que pudiera haber de necesidad y justicia para obligarle a la dureza. Y si además hubiera podido prever las desgracias que habían de sufrir estos infelices en su navegación, la brutal inhumanidad de los navieros que, perdida de vista la tierra arrojaron tal vez al mar aquella miserable carga para apoderarse de sus despojos, y repitiendo viajes multiplicaron el horrendo fruto del transporte, entonces hubiera acabado de desfallecer su constancia, y cedido gustosamente a cualquiera la gloria de llevar a cabo tal empresa.
Preciso es el oficio de verdugo: pero ni el lector de esta nota ni el autor de ella quisieran ejercerlo.




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N-2,65,19. Con miedos, pase; pero con prudencia y sagacidad no viene muy bien con lo que se acaba de decir sobre que el buen Conde había preferido el uso del cauterio al del ungÜento.
Ha llevado sobre sus fuertes hombros a debida ejecución el peso desta gran máquina. El peso no se lleva a ejecución, sino de una parte a otra. Deberían haberse suprimido las palabras a debida ejecución, con lo cual quedaba bien la frase.
En el Persiles (lib. II, cap. I) se hace un desmedido elogio del Conde, aunque sin nombrarle, con estas palabras: Ea, consejero tan prudente como ilustre, nuevo Atlante del peso de esta monarquía, ayuda y facilita con tus consejos a esta necesaria transmigración. Así se explicaba el Jadraque (parece nombre de oficio), el cual, aunque morisco, era buen cristiano, al referir una profecía de un su abuelo famoso en el astrología, sobre la expulsión de los moriscos, que suponía no haber aún sucedido. Por consiguiente, hablaba del Conde el Jadraque como en profecía. Terrible está allí Cervantes respecto de los moriscos, cuya expulsión defiende contra las razones que a ella se oponían. Mas a pesar de todo, en la relación de esta aventura da indicios de que acaso eran otras sus verdaderas ideas, como ya se indicó en otro lugar (cap. LIV). Pregúntese el lector a sí mismo el efecto que causa en su pecho esta relación, y juzgue por él de la intención del fabulista.




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N-2,65,20. Alúdese a los cien ojos de Argos, a quien encargó Juno la guarda de la convertida en vaca, y de los cuales estaban siempre abiertos cincuenta mientras dormían otros tantos.
Es cierto que habiéndose llamado ojos de Argos a los del Conde, ocioso era añadir los de la continua alerta.
Todo este elogio del Conde de Salazar es tan malo en el modo como en la sustancia. Es el elogio de un verdugo que desempeña bien su oficio; y hay cosas que pueden ser buenas, pero no objeto de elogio.




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N-2,65,21. He aquí marcada de un modo terminante la edad del QUIJOTE. A este dato deben ajustarse todos los demás, y cuanto pueda no venir bien con él será efecto únicamente de la negligencia de Cervantes, diga Mayans lo que quiera en contrario.




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N-2,65,22. No es esta la primera vez que en el diccionario de Cervantes la palabra inaudita significa lo que no se ha oído porque no ha existido, como ya se notó sin ir más allá en el capítulo anterior sobre las inauditas hazañas del Caballero de la Blanca Luna.
Lo de al tal don Bernardino, más bien es fórmula de desprecio que de otra cosa.




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N-2,65,23. Repetición del pero que desconcierta el pensamiento. Mejor estaría: don Gregorio, aunque sabiendo lo que pasaba, dijo que en ninguna manera podía ni quería dejar a doña Ana Félix; pero teniendo intención, etc.

{{66}}Capítulo LXVI. Que trata de lo que verá el que lo leyere, o lo oirá el que lo escuchare leer


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N-2,66,1"> 5801.
La puerta por donde salió para Castilla ¿pudo guiar a la playa? Porque la playa fue el teatro de su batalla con el de la Blanca Luna (capítulo LXVI).




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N-2,66,2. Litora tuns patri礠lacrymans portusque relinquo
Et campos ubi Troia fuit.

(Eneida, lib. II, v. 10 y 11.)

De aquí hubo de nacer la expresión del texto.
En el capítulo XXIX se dijo: Si no fuera por los molineros que se arrojaron al agua y los sacaron en peso a entrambos (Don Quijote y Sancho), allí había sido Troya para los dos.
El Diccionario pone artículo de aquí fue Troya, y dice que es frase de la cual se usa para dar a entender que sólo han quedado las ruinas y señales de alguna gran población o edificio, o para indicar algún acontecimiento desgraciado o ruidoso.
A este modo, cuando Roldán supo de los villanos el gatuperio que le había hecho Angélica la Bella, exclamaba en la comedia de Lope de Vega Angélica en el Catai (acto 11):

¡Oh fieras alamedas!
¡Oh rótulos infames y malditos!
¡Oh fuentes a mirar sus gustos quedas,
testigos de sus besos y delitos!
¡Oh yedra vil que este olmo verde enredas!
¡Oh troncos de libelos míos escritos!
Todos os rasgaré con estas manos;
aquí fue Troya. ¿Qué miráis, villanos?




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N-2,66,3. Esto no es así, porque no se necesita valor para tener alegría en la prosperidad. Y si se quiere excusar como cosa de Sancho, que es quien aquí habla, está excusa podía servir acaso para las faltas de lenguaje, mas no para las de raciocinio, porque Sancho, magÜer rústico, era sensato, a veces discreto, y nunca tonto. Además de que la fortaleza, no el valor, es la virtud que nos hace sobrellevar las desgracias. Por lo cual, según mi opinión, debió decirse: Tan de fuertes corazones es tener sufrimiento en las desgracias, como moderación en las prosperidades.





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N-2,66,4. La máxima será cierta, pero no se infiere de lo precedente; antes al contrario, parece que el mayor influjo de la Providencia disminuye la parte que el hombre puede tener en su ventura. ---Cada uno es artífice de su Ventura. Esta sentencia es de Salustio citado por Bowle (Oratio I).




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N-2,66,5. El Diccionario dice que gallarín es palabra anticuada que significa pérdida o ganancia exorbitante; y salir al gallaría, frase familiar, suceder a uno alguna cosa mal o vergonzosamente.




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N-2,66,6. Respecto de los casos en que caía el caballero en las justas, y con él su caballo, dice la ley en el Doctrinal de Caballeros (libro II, tít. V): si un caballero derribase a otro e a su caballo, si éste que cayó derribare a otro sin el caballo, decimos que haya mejoría el caballero que cayó el caballo con él; porque parece que fue la culpa del caballo e non del caballero.





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N-2,66,7. La palabra de mi promesa es una redundancia inexcusable.




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N-2,66,8. Noviciado no puede ser sino lo que precede a la profesión religiosa; por lo cual debió decir Don Quijote Vacaciones más bien que noviciado, puesto que ya había profesado la Caballería andante, cuyo ejercicio iba a interrumpirse durante aquel año.




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N-2,66,9. Amo y mozo hablan según sus respectivos caracteres. Sancho, que no había olvidado el miedo que le causaron los árboles de que pendían pies y piernas humanas la noche que precedió al encuentro con Roque Guinart, no halló comparación más adecuada para las armas colgadas de un árbol que la de un ahorcado. Don Quijote, que todo lo ennoblecía y a todo daba un aspecto caballeresco, las consideraba como un trofeo, y recordaba el que Cervino formó de las armas de Orlando, poniendo debajo la inscripción que aquí se refiere, sobre la cual hay nota en la primera parte (capítulo XII, nota 18).
Las ediciones académicas y la de Bowle hacen tres versos de lo que no es ni debe ser más que verso y medio con arreglo al original italiano:

Nadie las mueva
que estar no pueda con Roldán a prueba.




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N-2,66,10. Conforme al cómputo de Ríos, era este día el 23 de diciembre de 1604, el cual cayó en jueves y no fue fiesta, según la Clave de Ferias de Murillo.
Estas anomalías y discordancias respecto de la verdadera cronología que pretende ajustar Ríos a la arbitraria que siguió Cervantes en su fábula, dieron pie a don Antonio Eximeno para escribir y publicar en 1806 la Apología de Miguel de Cervantes sobre los yerros que se le han notado en el QUIJOTE, demostrando (párrafo 3) que Cervantes no quería hacer a Don Quijote ni antiguo ni moderno, sino hacerle andar por ese mundo en un siglo o tiempo de la misma naturaleza de su fábula; esto es, en un tiempo imaginario. Y lo mismo repite más adelante (párrafo 27), diciendo que el tiempo de la acción de una fábula es de la misma naturaleza de ella, esto es, fabuloso e imaginario; y la cronología del tiempo imaginario no debe calcularse por los calendarios y diarios del tiempo verdadero Lo mismo dice Eximeno respecto de la geografía e itinerario de Don Quijote que traza Ríos (párrafos 44 y siguientes), concluyendo con que este escritor es digno de alabanza por el esfuerzo que ha hecho para realizar dos fantasmas, la cronología y la geografía de una fábula que no tiene ni una ni otra.





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N-2,66,11. Este cuento y apuesta son de Alciato (capítulos XXIX y XLVI). Cópialo Bowle, quien cita igualmente para este propósito a la Floresta española.





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N-2,66,12. Modo común de hablar a una persona desconocida, que todavía se usa en España, especialmente en los caminos, como es el caso del texto. Tío bueno, tía buena se dice ordinariamente a las personas cuyo nombre se ignora, y que por su traza se conoce pertenecen a la clase común o pobre. A éstos se llama tíos, como a los mendigos hermanos.





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N-2,66,13. Buffón, en su Historia del hombre, cita varios ejemplares de personas inglesas de gordura extraordinaria. En 1775 murió Mr. Sponer, que pesaba cuatro o cinco semanas antes de su muerte seiscientas cuarenta y nueve libras. Cita otras personas de seiscientas nueve, cuatrocientas noventa y cuatrocientas setenta y seis libras de peso. Añade que en Francia no sabe haya pasado nadie de trescientas sesenta o cuando más de trescientas ochenta libras, y que aun estos ejemplares son raros.




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N-2,66,14. Expresión proverbial que no recuerdo haber leído en otro autor anterior a Cervantes, y que es de particular gracia y oportunidad para el intento. Es cierto que el incidente de la apuesta de los labradores está sumamente bien razonado y hablado.




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N-2,66,15. No me suena esto bien: mejor estaría: dijo Sancho a los labradores, muchos de los cuales estaban alrededor del con la boca abierta, etcétera.




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N-2,66,16. No era este el caso de que se trataba. Sancho trocó los frenos hablando contra el desafiado que escogía mal las armas, cuando aquí las había escogido el desafiador. Lo que debiera haber dicho Sancho en esta ocasión, puesto que mencionó la regla de que al desafiado es a quien toca escoger las armas, era que el desafiador se había excedido en señalarlas, y por consecuencia y en pena del exceso le condenaba a igualar los pesos por el medio que explica.




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N-2,66,17. Quiere decir a la taberna del vino mejor, y por lo tanto más caro. Véase la nota 15 del capítulo XXIV. Con este motivo refiere Pellicer, fundado en la autoridad de una relación existente en la Biblioteca Real, que el año de 1631 estaba hacia el lienzo de casas de la Plaza Mayor de Madrid, junto a las carnicerías, la taberna donde se vendía el vino caro; la cual se quemó en el incendio de la misma plaza, ocurrido el día 7 de julio de dicho año.
Poco después, en este mismo capítulo, el lacayo Tosilos, recomendando el vino que llevaba en la calabaza, dice que era de lo caro.





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N-2,66,18. Chiste del labrador, que como si se tratase de asunto grave, iba, según parece, a decir que corrían de su cuenta o que tomaba sobre si las resultas de su consejo, o la responsabilidad como ahora se diría.




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N-2,66,19. La admiración fue de la figura y discrección, no de haberlas visto y notado. Quedaría bien este pasaje suprimiéndose las palabras de haber visto y notado.





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N-2,66,20. Donosa aprensión, atendidas la edad y traza de los estudiantes.
Es preciso confesar que todas las fuentes del ridículo fueron familiares al ingenioso cuento incorrecto de Cervantes, quien lo manejó de un modo inimitable.




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N-2,66,21. Al hombro se llevan regularmente, y así debiera haberse dicho, lo mismo que en el pasaje de la pastora Torralva, que seguía a su amante con unas alforjas al cuello (parte I, capítulo XX).




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N-2,66,22. Ordenanzas está aquí por órdenes, como probablemente diría el original de. Cervantes.




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N-2,66,23. O sobra el te o el a que vengas.





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N-2,66,24. No está bien dicho dar fondo por dar fin. Tampoco debieran juntarse, como aquí se hace, verbos, de distinto régimen, ni repetirse en tan corto espacio la partícula con: con…… el repuesto, con…… alientos.





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N-2,66,25. Esta expresión, por demasiado ingeniosa y sutil, tacha que puso alguna vez Avellaneda a Cervantes, está mal en boca de Sancho, para el cual, además, no era loco su amo; antes bien por el contrario, se ha hecho mérito, y no una vez sola, en el discurso de la fábula de que no estaba menos infatuado el escudero que el caballero, aunque alguna vez bien se le traslucía la locura de su señor, como cuando decía a la Duquesa (cap. XXXII): Lo primero que digo es que yo tengo a mi señor Don Quijote por loco rematado... verdaderamente y sin escrúpulo a mi se me ha asentado que es un mentecato.





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N-2,66,26. Yendo Tosilos a Barcelona y viniendo Sancho de esta ciudad, las palabras si se encontrasen puede mirarse como un chiste del segundo; y no carecen por cierto de él.

{{67}}Capítulo LXVI. De la resolución que tomó don Quijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo, en tanto que se pasaba el año de su promesa, con otros sucesos en verdad gustosos y buenos


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N-2,67,1"> 5827.
Es de notar que en la primera parte del QUIJOTE son más frecuentes que en la segunda las alusiones a los pasajes y al lenguaje de los libros caballerescos. Es decir, que en lo satírico de la primera parte tocó más ración a la manía de los libros caballerescos, y menos a otros vicios de la vida civil; pues atendida la fecunda inventiva de Cervantes, no es de creer hubiese apurado la materia.




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N-2,67,2. Verosímilmente el original diría fatigaban, que es lo que pedía la correspondencia con lo que precede.




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N-2,67,3. El ejemplo del Caballero de los Espejos convertido en Sansón Carrasco podía hacer alguna fuerza a Sancho para creer la transformación del labrador en Tosilos; pero la de Dulcinea en labradora debía producir en nuestro escudero un efecto contrario. Don Quijote lo ve todo al revés, y está loco; Sancho ve la verdad a medias, y queda confuso; el lector lo ve todo claro, y está divertido.




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N-2,67,4. Esto no es así. Cuando Altisidora echó en cara a Don Quijote que se llevaba los tres tocadores (cap. LVI), no tenia éste noticia de tales tocadores, ni de que se hallasen en poder de Sancho, a quien mandó luego que lo supo que los devolviese, sin que se hable más de ellos hasta que los bandoleros de Roque Guinart se los quitaron a Sancho (capítulo LX), restituyéndoselos luego de orden de su capitán.




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N-2,67,5. Tesoro de duende es la hacienda que toda se consume y se deshace sin saber en qué se ha gastado, según Covarrubias copiado por Bowle, quien cita igualmente el pasaje de Pedro:

Carbones ut ajunt pro thesauro invenimus.

(Libro IV, fáb. VI.)




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N-2,67,6. Vese aquí la tarabilla disparada de un loco que, empezando por un discurso concertado sobre la diferencia entre el amor y el agradecimiento, se pasa de repente a otro asunto inconexo, cual es el del encanto de Dulcinea y los azotes de Sancho.




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N-2,67,7. Sancho vuelve al tema de su respuesta a Merlín, a quien decía en el capítulo XXXV: yo no sé qué tienen que ver mis posas con los encantos.





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N-2,67,8. Pudiera parecer por esto a primera vista que Sancho era señor de Don Quijote: mas para que así fuese, debió decir pues tú lo eres mío. El artificio del lenguaje es tan delicado, que un solo monosílabo lo altera y oscurece, o lo aclara según los casos. ¿Qué digo un monosílabo? Una coma, un acento suele cambiar el sentido, y es capaz de trastocar enteramente el discurso.
Evitaríase con todo enteramente el equívoco si se dijese pues tú no eres cosa mía.





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N-2,67,9. Este paraje era azaroso y como de mal agÜero para Don Quijote. A la ida le sucedió en él la aventura de los toros que le echaron por el suelo y le molieron a él y a su escudero; y a la vuelta le ocurrió en su inmediación la aventura cerdosa que tan mal parados dejó a entrambos, como se verá dentro de poco.




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N-2,67,10. No está bien guardada la gradación, porque renovar es más que imitar. Y así hubiera convenido poner querían imitar y renovar a la pastoral Arcadia.
No se apartaba Sanázaro de la memoria de Cervantes según las veces que éste mencionaba la Arcadia en su QUIJOTE. Así lo hizo en el capítulo LI de la primera parte, y una y otra vez en el capítulo LVII de la segunda. Habíalo imitado de propósito en la Galatea, como ya se ha observado en otro pasaje.




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N-2,67,11. No se le pudo llamar nuevo, pues que se trataba de imitar a la pastoral Arcadia y atendiendo a la Arcadia de Sanázaro, al Pastor de Filiada, a la Diana de Montemayor, del Salmantino y de Gil Polo, y aun a la misma Galatea de Cervantes, donde se introducen personajes cultos remedando a los pastores. Estas obras se habían publicado antes que el QUIJOTE, y aun el gusto por su lectura era tan general y estaba tan extendido, que puede creerse que Cervantes se propuso también satirizar en el QUIJOTE la afición desmedida al género pastoral, que había sucedido al caballeresco.
En Don Quijote fue natural esta transición de una locura a otra: transición que ya había indicado la sobrina de nuestro caballero durante el escrutinio de la librería de su tío, quien tenía además algún ejemplo que imitar en sus libros, como el de Don Florisel de Niquea, que se hizo pastor según se lee en Amadís de Grecia (parte I, cap. CXXXI, Bowle).




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N-2,67,12. Jorge de Montemayor en su Diana se ocultó bajo el nombre de Silvano, y Miguel de Cervantes en su Galatea bajo el de Lucio o bien bajo el de Tirsi, según Mayans en su Prólogo al Pastor de Filida; fundándose para ello en que con este nombre le hizo un soneto a su muerte Francisco de Figueroa, llamándose a si mismo Damón. En esto les había precedido y dado ejemplo Sanazarro en su Arcadia, llamándose Accio Sincero, según se dijo en la primera parte (cap. LI), y a su dama Amarante, como Montemayor y Cervantes llamaron a las suyas Diana y Galatea.
Dice Navarrete en la Vida de Cervantes (página 66), hablando de la Galatea, que no puede haber duda de que bajo los nombres de Tirsi, Damón, Meliso, Siralvo, Lanso, Larsileo y Artidoro introdujo (Cervantes) en aquella fábula a Francisco de Figueroa, Pedro Lainez, don Diego Hurtado de Mendoza, Luis Gálvez de Montalvo, Luis Barahona de Soto, don Alonso de Ercilla y Micer Andiés, Rey de Artieda, todos amigos suyos y muy celebrados poetas de aquel siglo.
Gálvez de Montalvo, en la cuarta parte del Pastor de Fílida, elogia a Ercilla bajo el nombre de Arciolo: El celebrado Arciolo que con tan heroica vena canta del Arauco los famosos hechos y victorias: y el mismo Montalvo se da el nombre de Siralvo.
Según Mayans en el Prólogo citado (página 40), designa a Ercilla con el nombre de Ersilio López Maldonado en la égloga segunda; y Gregorio Silvestre, campeón con Cristóbal de Castillejo de las redondillas y arte que entonces llamaron castellana, se llamó a sí mismo Silvano, nombre que también le dieron sus amigos y contemporáneos (Ib., pág. 43).




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N-2,67,13. Tengo a endechar por una de las palabras que introdujo, o al menos acreditó, Cervantes. Significa cantar endechas o canciones lastimeras y melancólicas. Véase la nota 8 al capítulo XLII.




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N-2,67,14. Este período, salvo algún abuso que al principio se hace de los superlativos, tiene mucho mérito por lo armonioso del lenguaje, la concisión de las palabras y lo ameno de las ideas. Y concluye por convidar Don Quijote a Sancho a hacerse eterno y famoso por sus versos en los presentes y venideros siglos; idea original del desconcertado cerebro de nuestro hidalgo, que hace reír a los lectores; y que el mismo Sancho ridiculiza.
De su dulcísimo fruto las encinas. No merecen tal epíteto las bellotas, que lejos de ser dulcísimas, frecuentemente no son ni aun dulces en la acepción de esta palabra.




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N-2,67,15. Mejor famosos y eternos, si ha de observarse la graduación, porque es más eterno que famoso.





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N-2,67,16. Esta es la opinión común, aunque Hernando de Herrera quiso decir que el Nemoroso de Garcilaso fue don Antonio de Fonseca, s marido de la Elisa o Isabel. A Herrera contradice don Luis Zapata en su Miscelánea. Esto es lo que dice Pellicer; y según parece, Zapata aseguró lo mismo en una advertencia a las obras de Garcilaso, que hubo de ponerse en la edición de Sancha, año 1788. (Extracto de la nota de Pellicer sobre este pasaje).




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N-2,67,17. Queda pendiente el sentido: a las pastoras no corresponde verbo alguno. Estaría bien diciendo: podremos escoger como entre peras los nombres de las pastoras de quien hemos de ser amantes. He aquí un ejemplo bien marcado del quien en plural.




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N-2,67,18. Consultando al régimen gramatical, hubiera debido suprimirse el pronombre le, o decirse le vendrá bien por su gordura, etc.




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N-2,67,19. Debe ser cosa fuera de sazón inoportuna, irregular. En la Adjunta al Parnaso, hablando Cervantes de que los autores de las compañías cómicas no le pedían sus comedias, dice: como tienen sus poetas paniaguados, y les va bien con ellos, no buscan pan de trastrigo. El fundamento de esta frase proverbial puede significar, atendida su etimología, trigo de ínfima clase, aechaduras.
Usó ya Cervantes esta expresión en el capítulo VI de la primera parte, y acerca de ella cita Bowle un refrán de Núñez.
Trastrigo: palabra que no encuentro en los Diccionarios ni en Covarrubias.




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N-2,67,20. Cuéntanse aquí las churumbelas entre los instrumentos pastoriles; pero en el Paso honroso de Suero de Quiñones se enumeran entre los militares. Tocaron al arma, se dice, las trompetas, chirumbelas e atabales e xábegas moriscas (párrafo 72). Se mencionan también en Olivante en Espinosa y en las novelas, según Bowle.




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N-2,67,21. La gaita zamorana es un instrumento con diferentes cuerdas incluidas dentro de un cajón cuadrilongo, a las que hiere una rueda movida por una manivela o cigÜeña. Tiene a un lado varias teclas que, pulsadas con la mano izquierda, forman las diferencias de los sonidos.
Rabel es un instrumento pastoril pequeño y de hechura como la del laúd. Compónese de tres cuerdas que se tocan con arco y forman Un sonido muy agudo.




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N-2,67,22. Todas las ediciones dicen: ¿Pues qué si destas diferencias de música resuenan los albogues? Pero por no hacer sentido se ha corregido, poniendo entre éstas en lugar déstas (Nota de la Academia). Pellicer propuso esta enmienda sin recordar que ya la había hecho la Academia.




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N-2,67,23. Mejor pastoriles. Pastoral es más genérico que pastoril. Esta terminación en il se aplica generalmente a cosas de poca monta, y así se Llama señoril a un traje, a un mueble del señor; pero a la jurisdicción de éste se llama señorial. Se dice drama pastoral, poesía pastoral, y no pastoril, pero se dice canciones, fiestas pastoriles, y no pastorales.





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N-2,67,24. Según esta descripción, los albogues vendrían a ser como Los platillos, en la música militar moderna. Mas el Diccionario los califica como instrumento músico pastoril de viento y boca, y Góngora, en su Polifemo, describe los albogues de éste, que eran un silbato de capador. Su anotador Pellicer, en sus Lecciones, los deriva del árabe albuque, y La Academia, en el Diccionario grande, de albuag; y añade Pellicer que es también una especie de gaita llamada dulzaina.





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N-2,67,25. No es cierto que sean moriscos todos los nombres castellanos que empiezan en al, pues no se hallan en este caso alabastro, alameda, alarma, alba, alborada, albedrío, albino, alegoría, alegría, alfabeto, aliento, alimaña, alimento, alma, etc. Tampoco lo es que sólo haya en castellano los nombres moriscos que aquí se Citan empezando en al y pocos más (que dice Cervantes), y menos que tenga únicamente la lengua castellana tres nombres moriscos acabados en i. Cervantes mismo cita cinco, a que pueden añadirse algoli, cadí, zaharí, turquí, barní, baladí, jabalí, aljonjolí, borceguí, etc.
Con igual inexactitud se expresó Francisco Núñez de Velasco (diál. I, fol. 346) cuando dijo: sabed que todos los vocablos que comienzan en al son cirabes, como almaizal, alhambra, alcatifa, alcuza, ala, almoradux, almirez, alcorque, alhucema, almohada, almojdbana, albornia, alguacil y otros infinitos.
Con más exactitud dice Jiménez Patón (Elocuencia Española, fol. 104): casi todos los nombres españoles que comienzan en al son peregrinos, como alcalde, alguacil y almohada, alcuza alfiler y otros muchos, los cuales son moriscos.
En el Diálogo de las lenguas (pág. 26) se lee: un al que los moros tienen por artículo... nosotros lo tenemos mezclado en algunos vocablos latinos, el cual es causa que no los conozcamos por nuestros. Antes había puesto por ejemplo de palabras castellanas derivadas del arábigo a alhambra, alcrebite; y más adelante (pág. 38) se dice que casi siempre son arábigos los vocablos que empiezan en al, az, ha, cha, chi, cho, chu, en y gua.Navarrete, en La Vida de Cervantes (página 377), explica las cuatro maneras diferentes de que se halla introducido el artículo al como principio de palabras castellanas, y de todo pone ejemplos.




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N-2,67,26. Habíaselo dicho Don Quijote a Sancho en el capítulo XXII de la primera parte, cuando le anunciaba que había de llevar una carta escrita en verso de arriba abajo a su señora Dulcinea. Después no se halla en el discurso de la fábula ocasión en que Sancho pudiese saber que su amo gozase de vena poética, como no fuese a su vuelta de la embajada del Toboso a Sierra Morena, donde cuenta la historia (capítulo XXVI) que se hallaron en los árboles y en la arena algunos de los versos que había escrito el penitente Don Quijote. Probablemente Sancho no repararía en ello.




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N-2,67,27. De esto hay ya antecedentes en el capítulo IV de esta segunda parte, donde Don Quijote pedía al Bachiller le hiciese merced de componerle unos versos que tratasen de la despedida que pensaba hacer a su señora Dulcinea. Y así ofreció hacerlo el Bachiller.




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N-2,67,28. Hablándose, como se habla, de Maese Nicolás, se entiende fácilmente que todos son todos los barberos, palabra que, sin embargo, reclama la gramática. Esta circunstancia de guitarristas es todavía común entre los profesores de tal oficio en nuestros tiempos. En los de Cervantes lo era mucho, como se ve por aquel pasaje del Pícaro Guzmán de Alfarache, en que, ponderando lo esencial que era para las damas tener perros falderillos, dice (parte I, lib. II, cap. VI): que así podrían pasar sin ellos como un médico sin guantes y sortija, un boticario sin ajedrez y un barbero sin guitarra.
En la Pícara Justicia (lib. I, cap. I, número 2) se menciona igualmente la guitarra como mueble o trasto propio de barbero.
En la Premá lico del tiempo dice Quevedo: Item, habiendo conocido la natural inclinación de los barberos a guitarras, mandamos que para que mejor sean conocidas sus tiendas, en lugar de cortinas y bacías cuelguen una, dos, tres o más guitarras.
Y en la Visita de los chistes: Esta gente tiene pasacalles infusos y guitarra gratis data.
En las Zahurdas de Plutón hizo también mérito de los mismo: Por la mayor parte son los barberos múticos, acomodando algo de voz, si bien en general cantan mal todos (Figueroa, Plaza Universal, disc. 9).




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N-2,67,29. Todo esto es graciosísimo. El proyecto de una Arcadia pastoral compuesta de un caballero andante, su escudero, el Barbero del lugar, el Cura y un aprendiz de Cura, es digno del destornillado cerebro de Don Quijote y de la festiva imaginación de Cervantes.




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N-2,67,30. Es evidente que debió ponerse: y también suelen, etc.




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N-2,67,31. Solemos decir: ojos que no ven, corazón que no siente. así está mejor que en el texto, conforme, sin embargo, con Núñez, según Bowle.




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N-2,67,32. En el Diálogo de las lenguas se encuentra así este refrán: dijo la sartén a la caldera, tira allá, culnegra.
Covarrubias lo pone así: dijo la sartén a la caldera, quita te allá, negra.
El Marqués de Santillana, en su Colección de refranes: dijo la sartén a la caldera, tirte allá, culnegra.
Estoy por esta última versión, que me parece la más propia.




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N-2,67,33. Aquí Cervantes, contra su costumbre, dio muestras de acordarse de lo que anteriormente había escrito (cap. XLII).
Sobre refranes hay la larga nota 3 en el capítulo XXI de la primera parte.




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N-2,67,34. Parece que habían de pasar la noche amo y mozo en el trecho. Falta algo para el buen sentido, que se hubiera completado con sólo añadir la preposición a al adverbio donde.





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N-2,67,35. Repetición desaliñada de la palabra ser.

{{68}}Capítulo LXVII. De la cerdosa aventura que le aconteció a don Quijote




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N-2,68,1. Copia Capmani este pasaje en su Teatro de la elocuencia española hasta los míos a deshora, entre otros ejemplos de razonamientos ya serios, ya jocosos.
Cervantes, a quien el estado de su protagonista estorbaba otra clase de aventuras, trató de llenar el espacio que medió entre el vencimiento de Don Quijote en Barcelona y su vuelta al lugar con varios incidentes, como el de la aventura cerdosa, la resurrección de Altisidora, y otros aun de menos importancia, como la apuesta de los labradores, el encuentro de don Alvaro Tarfe y otros. No parece sino que temía se le arguyese de no haber llenado aquel vacío. Pero acaso se le hubiera debido más bien aconsejar que hubiese aligerado y aun precipitado la narración desde el vencimiento de Don Quijote; suceso que bajo algún aspecto pudiera tal vez considerarse como el fin de la fábula (véase la nota al cap. LXIV) hasta el total desenlace de la misma con la muerte del protagonista, conforme al parecer y a los preceptos de los maestros del arte, según el cual, la epopeya u otra cualquiera composición que se le parezca debe acabar, y como morir, digámoslo así, de repente y sin agonía. Semper ad aventum festinat, como dijo Horacio de Homero, excitando a imitar su ejemplo.




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N-2,68,2. Mostraba por mostraban. También falta el artículo: en lo que, etc.




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N-2,68,3. Es redundancia que se hubiera evitado con decir rogándote te lo pido.




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N-2,68,4. Cuando proponiéndose Don Quijote imitar a Alejandro Magno en la solución del nudo gordiano, y yendo a azotar a Sancho por la regla de que tanto montaba que los azotes fuesen de propia como de ajena mano, arremetió Sancho contra su amo, y armándole una zancadilla dio con él en el suelo, según se refirió en el capítulo LX.




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N-2,68,5. Falta algo. Al del placer de la música. De otro modo suena que se pasa al dolor de la música.




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N-2,68,6. En el capítulo LXV decía Sancho a su amo después de vencido: Yo, que dejé con el gobierno los deseos de ser más gobernador, no dejé la gana de ser Conde, que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de ser Rey. Y su amo le contestaba: Calla, Sancho, que luego volveré a mis honrados ejercicios, y no me ha de faltar reino que gane y algún condado que darte.. He aquí las esperanzas propincuas de que habla el pobre caballero.
Sobre la palabra propincua hay la nota 25 en el capítulo XV de la primera parte.




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N-2,68,7. Este emblema se ha tomado del libro de Job (cap. XVI, v. 12), y lo usó en las portadas de sus obras el impresor Juan de la Cuesta, que es quien publicó las primeras ediciones del QUIJOTE, de las Novelas, del Pérsiles y tal vez de otras obras de Cervantes, poniéndolo alrededor de un escudo, dentro del cual se ve puesto sobre una mano un halcón que tiene la cabeza cubierta con el capirote, según se llevaba a esta especie de aves para la caza de cetrería, y debajo un león durmiendo.




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N-2,68,8. Con efecto, es demasiado ingenioso y culto el lenguaje de Sancho en esta ocasión, como en algunas otras de la fábula; y tanto, que desdice notablemente del carácter señalado a nuestro escudero. Cotéjese este lugar con los otros de voquibles y fácil (caps. II y VI), y se verá que no pueden atribuirse a una misma persona. Verdad es que en el segundo de los dos pasajes hubo exageración que no le era propia. Cervantes, sin duda, echó de ver esta desigualdad de lenguaje, y quiso prevenir y anticiparse al lector para desarmarle y disminuir el cargo poniéndolo en boca de Don Quijote.




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N-2,68,9. En verdad que no era sino uno el refrán que había dicho Don Quijote. Quizá había pensado Cervantes poner dos refranes, y dándolos por puestos, sin volver a mirar lo escrito, según su costumbre, hizo hablar de este modo a Sancho. A no ser que éste aluda al pasaje del capítulo anterior, donde dijo a su amo: Estáme reprendiendo que no diga refranes y ensártalos vuesa merced de dos en dos. En verdad que allí tampoco fueron dos los refranes, sino un refrán y la frase proverbial predicar en desierto. De todos modos, la expresión de Sancho es repetición de la otra.




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N-2,68,10. Cervantes era poco escrupuloso en materia de pleonasmo. Ahora diríamos púsose en pie, o solamente levantóse.




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N-2,68,11. Al otro no se rige del verbo sabe, que es el de la oración en que se halla, sino de llegándose, que está en otra precedente. La construcción no es natural, y la expresión es oscura. Si en vez de al otro se hubiese dicho del otro o respecto del otro, ganaría la frase en claridad.




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N-2,68,12. Según esto, no era natural que tropezasen los cerdos con Don Quijote y Sancho, porque uno y otro se habían apartado del camino real para pasar la noche, como se refirió al fin del capítulo anterior.




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N-2,68,13. Mejor: ensordecieron los oídos de Don Quijote y de Sancho, de suerte que no advirtieron lo que ser podía. Esta añadidura se cae por su peso, y con ella se evitaba también el abuso del relativo, que se repite tres veces en brevísimo espacio.




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N-2,68,14. Lo mismo había dicho ya en el período anterior, de suerte que se pudiera suprimir éste sin que se echase de menos. Pero como se ha observado otras muchas veces, Cervantes no volvía a leer lo que una vez había escrito.




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N-2,68,15. Este es uno de los pasajes donde se supone que Sancho no traía espada. Mas en otros se supone lo contrario. Véase la nota 18 al capítulo XV de la primera parte.




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N-2,68,16. Adiva, enfermedad de las bestias en la garganta, que las ahoga. En los hombres se llama vulgarmente esquinancia. Así Covarrubias.
El Diccionario grande de la Academia confirma con otras autoridades la de Covarrubias. En las últimas ediciones se dice: que Adive es un cuadrúpedo de Asia y Africa, como un perro, que caza de noche animales pequeños de que se alimenta. Con el nombre de Adivas designa el Arcipreste de Hita, en la fábula del León y el Camero (pág. 54, copla 292), a ciertos animales silvestres y carniceros; y viene en apoyo de esta significación un pasaje del Cancionero general (Sevilla, 1540, fol. 53), en que hablando contra las mujeres, dice Hernán Megía que son:

En el cielo dos estellas,
en las selvas un adife.

Según Cuvier y Buffon es una especie de zorra que habita los desiertos de lo interior del Asia, desde el Volga a la India. Llámase también Corsae según Cuvier, y nunca bebe.
Primero me vea yo comidas de adivas estas carnes, decía Juliana la Cariharta en la novela de Rinconete y Cortadillo, quejándose de los azotes que su amigo el Repolido le había dado con la pretina sin quitar a ésta los hierros y protestando no volver a tratarle.
De la crueldad de este animalejo hizo mención Barahona de Soto en su Angélica. Procuraba la Reina Arsace indisponer a Medoro con Angélica, diciéndole que ésta quería quitarle la vida.

No más, dijo Medoro lleno de ira;
basta, que eres sagaz, y tu Señora
pretende con lisonja y con mentira
vencer al africano adive ahora.

(Canto 12, fol. 227.)




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N-2,68,17. Regularmente decimos componer de memoria, significando con esto que no se escribe lo que se compone.




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N-2,68,18. Estaría mejor dicho: tomando del suelo cuanto quiso.




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N-2,68,19. Este madrigal Contiene el mismo pensamiento que aquella copla antigua que se mencionó en la aventura de la Trifaldi (capítulo XXXVII):

Ven, muerte, tan escondida
que no te sienta venir,
porque el placer de morir
no me torne a dar la vida.

Cervantes se quedó muy atrás en su copia, donde no hay la brevedad, ni la soltura, ni la gracia que en el original.




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N-2,68,20. ¿Qué cosa es tratar condición? No lo entiendo, ni creo que Fabio tampoco.




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N-2,68,21. No está bien el pasaje. Debió decir como aquel que tenía el corazón traspasado o como aquel cuyo corazón tenía traspasado con el dolor del vencimiento.




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N-2,68,22. Sobra el se, por lo menos en estirándose. Y suenan mal las palabras esperezóse y perezosos reunidas.




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N-2,68,23. Sancho hace reír convirtiendo trogloditas en tortolitas y antropófagos en estropajos, al modo que en la aventura del barco encantado convirtió en leña, puto y gafo a línea, cómputo y cosmógrafo.




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N-2,68,24. A buen viento va la parva es como dice el Diccionario de autoridades. Expresión proverbial, nacida del lenguaje y ejercicio de la gente del campo, como una gran parte de nuestros refranes.




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N-2,68,25. Ahora diríamos: una hora casi de noche. Un hora por una hora, es una elipsis usada por Garcilaso y otros poetas, desde Juan de Mena.

{{69}}Capítulo LXIX. Del más raro y más nuevo suceso que en todo el discurso desta grande historia avino a don Quijote


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N-2,69,1"> 5887.
Cervantes, a quien el estado de su protagonista estorbaba inventar otras aventuras de más apariencia, y conociendo que aflojaba necesariamente el interés de la fábula, se esforzó a reanimarlo con la descripción de este aparatoso espectáculo o frase de los Duques para burlarse del amo y del mozo.




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N-2,69,2. Esto no viene bien con lo que acaba de contarse al fin del capítulo anterior, donde quedaban ya dentro del patio.




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N-2,69,3. La repetición de hermosa y hermosura deja desaliñado el período. Por lo menos debieran haberse separado las palabras hermosura y hermosa, diciéndose: que con su hermosura hacia parecer hermosa a la misma muerte.





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N-2,69,4. Parece, según esta expresión, que los presos eran distintos de Don Quijote y Sancho. Evitárase la anfibología diciendo: sobre las cuales sentaron a Don Quijote y a Sancho los que los trujeron presos.





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N-2,69,5. No fue lo mismo, puesto que Don Quijote y Sancho hicieron una profunda humillación, y los Duques sólo inclinaron algún tanto las cabezas.
En las fiestas de las bodas del Rey de Inglaterra descritas en Tirante fueron señalados para las justas veintiséis mantenedores, que estaban en un cercado de madera muy alto, et tutti eranno assettati in catedre, tredeci de una parte et tredeci dall′′ altra, et armati in bianco, et al capo portavano una richissima corona di oro, et cuando il Ré entró colla Regina, non si promossero in cosa alcuna, se non che abassando un poco il capo, salutarono il Ré, et non fu alcuno che palasse o dicesse cosa alcuna (parte I, cap. XVII)




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N-2,69,6. He aquí lo que llevaba Sancho en la cabeza, conforme al uso de su tiempo, y lo que en ninguna otra parte de la fábula se menciona. Era una especie de gorro puntiagudo que pendía hacia atrás. Sobre la etimología y uso de esta voz puede consultarse el Diccionario de autoridades.





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N-2,69,7. Coroza era el hábito de los penitentes reconciliados que en los autos de fe salían al cadalso. Era de paño amarillo, con dos aspas coloradas del Señor San Andrés, y una vela de cera en las manos. Así, Pablo García, secretario del Consejo de la Inquisición (Orden de procesar del Santo Oficio, folio 33).
Esta mención del Santo Oficio, con la del sambenito pintado de llamas y la coraza, suscitó quizá la idea de que Cervantes quiso representar y aun sindicar las cosas de aquel tribunal en el pasaje de la resurrección de Altisidora, como alguno ha pretendido, aunque sin fundamento, pues siempre que Cervantes tuvo ocasión en sus obras de hablar acerca del Santo Oficio, manifestó bien claramente que participaba del respeto general que se le profesaba, y de las ideas comunes en su tiempo.




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N-2,69,8. Expresión que alaba Ríos (Análisis 144), pero que yo, por mi parte, hallo exagerada y conceptuosa.




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N-2,69,9. La Doncella de Escalot, desechada por Lanzarote, se murió de sus amores, y su cadáver, llevado en una rica barca, aportó a Kamalot, que estaba sobre un gran río, y llegó al pie de la torre donde el Rey había comido. El Rey, a quien Galbano contó la historia, la hizo enterrar muy honradamente (Lanz, libro II, cap. CXXVI).
Habiendo Palmerín desechado el amor de la Infanta Ardemia, mientras habitaba en el palacio del Soldán de Babilonia, a la media noche le vino (a Ardemia) tal desmayo que se le cubrió el corazón y murió (Palmerín de Oliva, cap. LXXXI). El Soldán le hizo hacer la más rica sepultura que nunca se vio jamás (Ib.). Figueroa, en su Pasajero (alivio 8.E°), refiere la historia de una doncella granadina llamada Jacinta, poetisa, que murió de amores no correspondidos. Sobre la piedra de su sepultura se grabaron estos cuatro versos, que ella misma había compuesto durante su enfermedad:

Muerte me dio sin razón
el que me pudo dar vida:
mucho amor abrió la herida,
no hierro en el corazón.

El ingrato, que amaba a otra, tampoco fue correspondido de ella, y murió en pocos días del propio mal que Jacinta. Trae Figueroa este ejemplo para probar que se puede morir de amores.
Tampoco aparece exento de este achaque el sexo masculino. Feredín, amante desechado de la Reina Iseo, murió de despecho y amor en una ermita, según Tristán (Extracto de Tressan, página 93).
Fachetin o Fanchet, que escribió un libro en el cual examina 127 obras fabulosas escritas antes del 1300, nombra (pág. 106) los más antiguos caballeros andantes, y entre ellos uno que se murió de los amores de una dama a quien nunca había visto.
Jofre Rudel, poeta provenzal, habiéndose enamorado de oídas de la Condesa de Trípoli, escribió muchas canciones en loor de la misma, y por fin emprendió la peregrinación a Ultramar para verla. En la navegación cayó gravemente enfermo, y habiendo llegado en tal estado al puerto de Trípoli, avisada la Condesa, vino a la nave, le tomó la mano, y él, diciendo que ya no le dolía morir, expiró en brazos de la misma. Esto pasó en 1162, según Ferrario (tomo I, pág. 255). La Condesa, después de hacerle enterrar ostentosamente en los Templarios de Trípoli, entró en religión.
Millot, en su Historia de los Trovadores (tomo I), confiesa que esta relación tiene aires de fabulosa, pero asegura que se funda en hechos ciertos, y cita al Petrarca y a Nostradamus, añadiendo que esta Condesa pudo ser Melisendra, hija de Ramón I, Conde de Trípoli, que murió en 1148.
Guillermo de la Tour, juglar del siglo XI, perdió el juicio de resultas de haberse muerto una mujer milanesa a quien amaba. Figurándose que ésta, por librarse de sus importunidades, se fingía muerta, permaneció durante diez días sobre su tumba, que abría todas las noches, miraba a su amada, la abrazaba y la besaba, y le suplicaba que le dijese si estaba viva o muerta. Que si estaba viva se volviese con él; y si muerta, le declarase lo que padecía en el purgatorio, ofreciendo sacarla de él a fuerza de misas y limosnas.
Persuadido por un burlón de que la difunta resucitaría infaliblemente si por espacio de un año rezase diariamente todo el Salterio con ciento cincuenta Padrenuestros y otras tantas Ave Marías, y daba limosna a siete pobres, sin haber antes comido, bebido ni hablado con nadie, así lo hizo puntualmente, mas no viendo cumplida su esperanza, se murió de la pesadumbre (Millot, Hists. des Trouvad, tomo I, mero 55, pág. 148).
Según la célebre carta del Marqués de Santillana (que murió en 1458) al Condestable de Portugal, el poeta Juan Suárez de Paiva murió de amores de una Infanta portuguesa.
Angelo Policiano murió de amor. Aquejado de la fiebre producida por esta pasión, se levantó del lecho, y al son de un laúd se puso a cantar una tristísima canción que había compuesto, y expiró cantándola, según dijo Feijóo (Teatr., tomo VI, disc. 16, párrafo 1E°).
Andrés de Francia murió de amores de una señora a quien nunca había visto (Ferrario, tomo I, pág. 256).
En la Visita de los Chistes introduce Quevedo a la muerte de amores, que con otras al lado del trono de la muerte, y dice: La muerte de amores estaba con muy poquito seso; tenía por estar acompañada, porque no se le corrompiesen por la antigÜedad a Píramo y Tisbe embalsamados, y a Leandro y Hero, y a Macías, y algunos portugueses derretidos. Mucha gente vi que estaba ya para acabar debajo de su guadaña, y a puros milagros del interés resucitaban.
Los amantes de Teruel son otro ejemplo insigne de muertes ocasionadas por un exceso de amor.




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N-2,69,10. Es Orfeo, natural de Tracia, hijo de Apolo y de Clío, y según otros de Eagro y de Calíope. De él se dice que tocaba tan bien la lira, que los árboles y las rocas dejaban su puesto, los ríos suspendían su curso, y las fieras se agolpaban a su alrededor para escucharle. Sabido es que a su lira debió que los dioses del Averno le devolviesen su mujer Eurídice, muerta el día de sus bodas, con la condición de que no volviese atrás la vista hasta encontrarse fuera de los infiernos; y que habiendo faltado a dicha condición para ver si Eurídice le seguía, desapareció ésta; por lo que no pudo sufrir de allí en adelante a las mujeres, lo que irritó de tal modo a las Bacantes, que arrojándose sobre él le despedazaron.




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N-2,69,11. Estancia sacada al pie de la letra de la égloga 3.ªª de Garcilaso, como lo advirtió Bowle, y lo manifiesta luego el mismo Cervantes en el capítulo siguiente, donde dice por boca de Don Quijote: ¿¿qué tienen que ver las estancias de Garcilaso con la muerte desta señora?
Centones
se llaman las composiciones poéticas que constan de retazos de otras; y de ellas pueden citarse varios ejemplos. Eudoxia, mujer del Emperador Teodosio, compuso la pasión de Cristo de versos de Homero. Proba Falconia hizo lo mismo con versos de Virgilio; y en la (lengua) castellana nuevamente de los versos del príncipe de los poetas castellanos, Garcilaso, nuestro amigo don Juan de Andosilla pintó a Cristo Señor nuestro en la Cruz. Ausonio da muchos preceptos para ellos. Así Pellicer, en sus Lecciones al Polifemo de Góngora (col. 66 y 67).
Lope de Vega hizo un soneto entre los impresos en la primera parte de sus Rimas humanas, compuesto de versos de siete poetas, a saber: Ariosto, Camoens, Petrarca, Taso, Horacio, Serafín Aquilano y Boscan.




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N-2,69,12. Roca no está aquí en sus significado recto de piedra o peñasco, sino en el de prisión. Llamábase rocas a los castillos roqueros o situados en las rocas y lugares muy eminentes, y motas a los de algún pueblo, como la mata de Medina, etc.




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N-2,69,13. Parece, según estas palabras, que Minos era juez de Radamanto, lo que no es así. Hubiera sido mejor poner solamente: Minos, compañero de Radamanto.
Minos,
hijo de Júpiter y de Europa, y juez de los infiernos, derrotó a los atenienses y megarienses, a quienes había declarado la guerra para vengar la muerte de su hijo Androgeo, y se apoderé de Megara con el auxilio de Scila, hija de Niso, Rey de este país, a quien su hija cortó en seguida el cabello fatal de que dependía el destino de los habitantes de Megara, para dársele a Minos. Redujo a tan grande apuro a los atenienses que por un artículo del tratado que les obligó a aceptar, debían entregarle todos los años siete jóvenes de cada sexo para ser entregados al Minotauro.
Radamanto, Rey de Licia, hijo de Júpiter
y de Europa. Administró la justicia tan severa
e imparcialmente, que después de su muerte
se le creyó nombrado por la suerte juez de los
infiernos por Eaco y Minos.




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N-2,69,14. Voz anticuada, lo mismo que mamolas. Hacer la mamola es poner en cierta forma los dedos en la cara de otro, remedando las caricias que se hacen a los niños que maman. Metafóricamente vale embaucar, engañar con halagos a quien se desprecia, de suerte que envuelve las dos ideas de caricias y de burla.
Mamona
o mamola es distinto de buzcorona, según Agustín de Rojas en una loa que inserté en el libro segundo de su Viaje entretenido (folio 78):

Pues por vencido se da,
quiero hacelle una mamona;
y tras esto un buzcorona,
y luego entrarse podrá.

En el capítulo XXVII de esta segunda parte se nombraron ya las mamonas.





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N-2,69,15. Sancho, irritado y temeroso, hablaba de prisa y no dijo más que la mitad del refrán, que entero es así: Regustóse la vieja a los bledos, ni dejó verdes ni secos (Núñez, citado por Bowle). Quena decir Sancho, como a continuación lo explica, que los encantadores se habían aficionado y arregostado a mortificarle para remediar sus maleficios; que así lo habían hecho antes para el desencanto de Dulcinea, y lo hacían entonces con motivo de la fingida muerte de Altisidora.
Regostarse, palabra grandemente significativa, del estilo familiar, en el cual es mucho más rica la lengua castellana que en el sublime: es repetir la ejecución de alguna cosa por el gusto o provecho que de ello resulta; y palabra formada, según el Diccionario grande de la Academia, de la partícula re y del verbo gustar, con la corta inflexión de mudar la u en o. Bledos son una especie de berros.





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N-2,69,16. Parece expresión proverbial. Cuñado se suele tomar en mala parte para expresar un falso hermano o un amigo traidor.




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N-2,69,17. El refrán dice: A perro viejo no hay tus tus. Así se halla en Cejudo y en el Diccionario grande de la Academia.




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N-2,69,18. Poco más o menos trata aquí Radamanto a Sancho como le trató Dulcinea en la aventura del bosque (cap. XXXV), donde le llamaba alma de cántaro, corazón de alcornoque y ladrón desuellacaras, endurecido animal, socarrón y mal intencionado monstruo, bestión indómito, etc., y todo esto para que consintiese en azotarse. Lo que allí fue azotes, es aquí mamonas, alfilerazos y pellizcos.
Nembro. Fundador del imperio de los asirios, que fue un robusto cazador delante del Señor, como se dice en el Génesis (cap. X, versículo 9.E°); es decir, un gran conquistador que subyugó muchos pueblos a su dominación y los trató poco más o menos como los cazadores a los animales que han cogido, matándolos o conservándolos la vida para emplearlos en su servicio.




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N-2,69,19. Palabra nueva, formada de mamona.





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N-2,69,20. Transposición demasiado violenta: en vez de parecieron en esto hasta seis dueñas que por el patio venían en procesión unas tras otras.
Venían... una tras otra.
Más bien venían en hilera que en procesión, pues en este caso hubieran venido de dos en dos.
Creo no desagradará a mis lectores el ver reunidos aquí los ejemplos de transposiciones más o menos violentas que se hallan en el discurso de esta fábula.
No será tan poderosa (la suerte) que en parte me quite que no le satisfaga (parte I, capítulo XXXIV). Transposición violenta, sobre todo en prosa. Debió decirse que me quite que no le satisfaga en parte.
Este último no es de los que no niegan, como ya se ha observado en el capítulo LVII.
Sin esperanza de libertad alguna (Ib., capítulo XXXIX). La libertad que deseaba el Cautivo, que es quien habla, no era ni podía ser más que una. Debió, pues, decirse sin esperanza alguna de libertad.
Era facilísima cosa aun embarcarse en la mitad del día
(Ib., cap. XL). Debió decirse: era facilísima cosa embarcarse aun en la mitad del día, aplicando la partícula aun a las palabras en que hace la fuerza.
Y sin ninguno de todos ellos echar mano a las armas (Ib., cap. XLI). Por sin echar mano ninguno de ellos a las armas.
Y si del amor que me tenéis halláis en mi otra cosa con que satisfaceros que el mismo amor no sea, pedídmela
(Ib., cap. XLII). Transposición que hace oscuro el discurso. No lo seria si se dijese: y si halláis en mí otra cosa con que satisfaceros del amor que me tenéis, que el mismo amor no sea, pedídmelo.
A contar lo que pasaba a su padre
(Ib., capítulo XLV). Mejor: a contar a su padre lo que pasaba.
Nos cuentan... las hazañas punto por punto y día por día que el tal caballero hizo
(Ib., capítulo L). Transposición dura. Debió decirse: Nos cuentan punto por punto y día por día las hazañas que el tal caballero hizo.
Pero en efecto..., como buen criado, pudo más con él el amor de su señor
(parte I, capítulo XI). Transposición que peca contra el buen régimen. No sucedería así diciéndose: Pero en efecto, pudo más con él, como buen criado, el amor de su señor.
Porque en dejando molida a la dueña los callados verdugos, la cual no osaba quejarse, acudieron a Don Quijote
(Ib., cap. XLVII). Transposición violenta, en vez de porque los callados verdugos, en dejando molida a la dueña, la cual no osaba quejarse, acudieron, etc.
Sacar a mi estómago de sus quicios, el cual está desacostumbrado, etc. (Ib., cap. XLIX). Transposición facilísima de evitar diciendo de sus quicios a mi estómago.
El Bachiller se ofreció de escribir las cartas a Teresa de la respuesta
(Ib., cap. L). Transposición viciosa. Mejor estaría: El Bachiller se ofreció a Teresa para escribir las cartas de la respuesta.
Un precepto entre otros muchos que me dio mi amo
(Ib., cap. LI). En vez de un precepto que entre otros muchos me dio mi amo.
Que era todo sueño lo que veía
(Ib., capítulo LI). Por era sueño todo lo que veía.
Y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España,
etc. (Ib., cap. LIV). Debió decirse: es tan grande el deseo que casi todos, etc.
Costumbre de mudar las cosas de unas en otras que tocan a mi amo (Ib., cap. LVI). En vez de mudar de unas en o tras las cosas que tocan a mi amo.
Poniéndole un libro en las manos que traía su compañero le tomó Don Quijote
(Ib., capítulo LX). Transposición algo dura, en vez parece sino que las manos eran las traídas. Debió decirse, poniéndole en las manos un libro que traía, etc. Y no es este el único vicio del texto. Con efecto, poniendo es un gerundio que pide otro verbo y no le tiene, porque el que puso no fue el que tomó. Y lo confirmaba por todo necio (el libro de Avellaneda, ibídem). En lugar de lo confirmaba todo por necio.
En esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele
(parte I, capítulo LX). Transposición algo dura, en vez de en esto no guarda Cide Hamete la puntualidad que en otras cosas suele.
Bien sea venido
(Ib., cap. LXI). Bien venido sea es como diríamos. Es cierto que Bowle cita un pasaje de Olivante, el cual pudo tal vez servir aquí de modelo, y dice igualmente: Bien sea venido el bienaventurado caballero que a nuestro soberano pudo librar (lib., I, capítulo XXXI).
Fuéle respondido por uno de los cautivos en lengua castellana (que después pareció ser renegado español) (parte I, cap. LXII). No parece sino que la lengua castellana era el renegado. Todo quedaba llano diciéndose: fuéle respondido en lengua castellana por uno de los Cautivos, que después, etc.
Don Antonio se ofreció venir a la corte a negociarlo, donde había de venir forzosamente a otros negocios (Ib., cap. LXV). Por a negociarlo en la corte, donde había de venir, etc. Se ofreció venir por se ofreció a venir. Cervantes se distrajo en esta ocasión, y como escribía en la corte, dijo hablando del viaje de don Antonio a ella venir, debiendo ser ir en boca de don Antonio, que se hallaba en Barcelona.
Al llevar un pliego de cartas al Virrey, que le envía mi amo (Ib., cap. XLVI). Por llevar al Virrey un pliego de cartas que le envía, etc.
Porque los diablos, jueguen o no jueguen, nunca pueden estar contentos, ganen o no ganen (Ib., cap. LXX). Debió decirse: porque los diablos, jueguen o no jueguen, ganen o no ganen, nunca pueden estar contentos.
Que todo puso en nueva admiración a don álvaro
(Ib., cap. LXXI). Quiere decir: todo lo que puso en nueva admiración, etc.




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N-2,69,21. Así era en tiempo de Cervantes. En el nuestro hemos visto llevarse las mangas largas hasta las uñas, quedando, por consiguiente, las manos cubiertas y sin uso. Luego ha sucedido lo contrario, renovándose el uso anterior. Nihil novum sub sole. En el siguiente capítulo se pinta igualmente a los diablos con cuatro dedos de brazo fuera.





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N-2,69,22. Parece que debiera decirse y serviré a estos señores, pues el servirles no excluye el llevar con paciencia lo que antes se dice: y así no tiene cabimiento la disyuntiva.
Serviré a estos señores; esto es, daré gusto en ello a estos señores.





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N-2,69,23. Sancho, mostrando contra las dueñas la misma aversión que en su anterior estancia en el castillo de los Duques, protesta contra el manoseo de éstas, al que prefiere que los gatos le arañen el rostro, que le traspasen el cuerpo con dagas y le pellizquen los brazos con tenazas encendidas.




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N-2,69,24. Según parece por la relación, la primera dueña hizo a Sancho una sola mamona, y por esta cuenta las mamonas no llegaban a las veinticuatro prescritas si las dieran únicamente las dueñas, que no pasaban de seis Y que sólo ellas intervinieron en esta operación lo confirma el mismo Sancho en el capítulo siguiente, donde dice: ningún dolor llegó a la afrenta de las mamonas no por otra cosa que por habérmelas hecho dueñas.





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N-2,69,25. Mudas, ciertos afeites o unturas que usaban las mujeres para la cara, y de que se habló extensamente en una nota de la primera parte (cap. XX, nota 36). De los rostros de las dueñas martirizados con mil suertes de menjurjes y mudas se habló ya en el capítulo XXXIX. Una de dichas composiciones se llamaba vinagrillo; acepción en que debe tomarse aquí esta palabra, atendidas las que preceden, y no en la de tabaco, así llamado por aderezarse con cierta especie de vinagre rosado que lleva el mismo nombre.
Cervantes no omitió la mención de este achaque de las dueñas cuando la de Angélica, cansada de seguir a su ama por caminos y carreras, le decía en la comedia La casa de los celos:

¿
¿Cuándo de mis redomillas
veré los blandos afeites,
las unturas, los aceites,
las adobadas pastillas?
¿Cuándo me daré un buen rato
con reposo y sin sospecha?
Que tengo esta cara hecha
una suela de zapato.

En La fortuna con seso, de Quevedo, se lee: Asistíala (a una mujer casada que se estaba arrebolando) como asesor de cachivaches una dueña calavera confitada en un tos. Estaba de rodillas sobre sus chapines con un moñazo Imperial en las dos manos. Y allí mismo: Las dueñas son mayas de los difuntos y mariposas del aquí yace.





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N-2,69,26. Ocurrencia graciosísima de Cervantes y muy natural en boca de Don Quijote.




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N-2,69,27. Argado, travesura, disparate, dice el Diccionario, y que es palabra de uso común en Asturias. De ella se deriva argadillo, que es la devanadera y también la armazón del cuerpo humano.
Argado sobre argado
es, pues, como si se dijera: enredo sobre enredo, dificultad sobre dificultad, trabajo sobre trabajo, por contraposición a la frase proverbial miel sobre hojuelas, que sirve para denotar todo lo que hace mejor a lo que por sí era ya bueno.




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N-2,69,28. Ahora diríamos: no me pesaría mucho.





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N-2,69,29. Dícese de la persona que sirve de diversión a los que concurren a ella, y por extensión del sujeto a quien todos acuden en sus urgencias. Así el Diccionario.




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N-2,69,30. Debe significar lo mismo que echarlo todo a doce, que se dijo en el capítulo XXV de la primera parte.




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N-2,69,31. Debía de tener presente Altisidora lo dicho por Sancho cuando se le instaba para que aceptase la comisión de azotarse a fin de desencantar a Dulcinea: querría yo saber de la señora mi señora Dulcinea... adónde aprendió el modo de rogar que tiene... ¿Qué canasta de ropa blanca, de camisas, de tocador y de escarpines... trae delante de sí para ablandarme?.... (cap. XXXV).
Tirante, al despedirse de Carmesina para ir a la guerra contra los paganos, le pidió con grande instancia y obtuvo la camisa que ésta llevaba (Tirante, parte I de la traducción de Cailús).
Tirante la usaba después encima de las armas.




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N-2,69,32. Repetición desaliñada de la palabra mano, que se hubiera evitado fácilmente diciendo, en vez de en la mano, en las suyas.





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N-2,69,33. Así llama Sancho aquí al sambenito y a la coroza.




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N-2,69,34. Según estas palabras, parece que habían de recogerse amo y mozo cada uno a su estancia. Mas éste, sin embargo, durmió aquella noche en el mismo aposento de Don Quijote, como se dice al principio del capítulo siguiente.

{{70}}Capítulo LXX. Que sigue al de sesenta y nueve, y trata de cosas no escusadas para la claridad desta historia


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N-2,70,1"> 5921.
Sobra el la que se halla embebido en el relativo.




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N-2,70,2. Sobra el como; a no ser que se vario un poco la frase diciendo: como por tus mismos ojos lo has visto en Altisidora, muerta, etc.




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N-2,70,3. Tiene oportunidad y gracia explicar en esta coyuntura al lector cómo se había dispuesto la aventura de la resurrección de Altisidora aprovechando la ocasión de haberse dormido amo y mozo, como si se quisiera evitar que éstos lo entendieran; o como quien se aprovecha de un rato que tiene que estar aguardando para despachar alguna hacienda atrasada o anticipar lo que tiene que hacer después.
Quiso escribir y dar cuenta... qué les movió a los Duques, etc. El régimen está defectuoso. Debería haberse suprimido el escribir, diciendo dar cuenta de lo que movió a los Duques, etc.




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N-2,70,4. Parece que se trata del vencimiento y caída de Don Quijote; mas aquí el vencido y derribado fue el Caballero de los Espejos, según acababa de decirse. En suma, el cuyo no se refiere a la persona inmediata, como lo exigía su régimen, sino a la que le precede.




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N-2,70,5. Vuelve aquí a suponerse que Sansón se retiró a su lugar después de haber sido vencido por Don Quijote, con manifiesta contradicción de lo que se refirió al fin del capítulo XV de esta segunda parte, como ya se advirtió en una nota al capítulo L.
Adónde Don Quijote quedaba. Estaría mejor de dónde, o del lugar donde Don Quijote quedaba.




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N-2,70,6. Como si hubiera contradicción entre labrador y Tomé Cecial, que también lo sería. Estuviera mejor: A quien guiaba un labrador distinto de Tomé Cecial.





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N-2,70,7. Se echa menos la razón u ocasión de haber preferido Carrasco ir a Barcelona a ir a cualquiera otra de las diferentes partes a que había podido dirigirse Don Quijote; tanto más que, yendo fuera de camino nuestro caballero, como se dijo ya en el capítulo LX y por caminos desusados, por atajos y sendas encubiertas, conforme se dijo en el capítulo LXI, era más difícil seguirle por el rastro tomando noticia de los pasajeros.




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N-2,70,8. No parece que Sansón pudiese afirmar al Duque que ya volvía Don Quijote, puesto que salió de Barcelona el mismo día de la batalla (cap. LXV), y Don Quijote tardó aún en salir lo menos diez días (Ibídem). Parecía más verosímil que Sansón Carrasco hubiera dicho al Duque que Don Quijote no podía tardar en volver.
Retirarse... en su aldea.
Retirarse a su aldea, o vivir retirado en su aldea, es como ahora diríamos. úsase después el mismo régimen en este capítulo cuando dice Don Quijote a la enamorada doncella Altisidora: Os retiréis en los limites de vuestra honestidad.





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N-2,70,9. Entendido se toma en buena parte, y por lo mismo el bien está de más.




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N-2,70,10. Mejor: Por todas las partes por donde imaginó, etc.




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N-2,70,11. Este pasaje peca contra la gramática. Debiera decirse: De los cuales al uno durmiendo... y al otro velando... les tomó el día. Por lo demás, agrada la rapidez de esta transición desde las reflexiones serias y graves sobre la locura de los Duques, al cuarto y al estado de los dos orates de nuestra historia que viene de repente, y como que sorprende al lector.




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N-2,70,12. Parecería por esto que se levantó Don Quijote; mas no fue así, como se ve por todo lo que sigue y por las expresiones con que acaba el capítulo.




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N-2,70,13. De la costumbre de visitar las damas a los caballeros heridos en su servicio y obsequio, o enfermos en sus lechos, hay infinitos ejemplos en los libros de Caballerías; como cuando la Princesa Florisbella, con Policena y Hermiliana, juntas con la Emperatriz y la Reina Aurora, después de las justas celebradas en Babilonia, fueron a visitar al Caballero de los Basiliscos (Belianís) y a su competidor Clarineo, que yacían heridos en sus lechos (Belianís, libro I, cap. VII).
Florisbella, en compañía de la Infanta Matarrosa, visitó secretamente al mismo don Belianís (Ib., cap. X).
Florendos, estando herido, era visitado de su señora Griana, que iba a verle con la Emperatriz su madre (Palmerín de Ojiva, capítulo II).
Leandro el Bel, hallándose herido en su lecho, era también visitado de la Emperatriz de Constantinopla en compañía de su hija la Princesa Cupidea, señora de Leandro (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. XXVI).
Florambel habiendo quedado mal herido en la batalla con el gigante Gomarán el Triste, era visitado de su señora la Infanta Graselinda (Florambel de Lucea, lib. II, cap. XXX).
A Olivante, estando herido en su lecho, visitó su señora la Princesa Lucenda, hija del Emperador Arquelao, a quien Olivante había salvado la vida en el castillo de los Cinco Peñones (Olivante, lib. I, cap. XXXI).
La Princesa Lucela, amante de Amadís de Grecia, le visitó cuando se hallaba éste herido en su lecho en Trapisonda (Amadís de Grecia, parte I, cap. LXII).
Tunicela, diminutivo de formación y desinencia italiana, usado por algún otro escritor nuestro, tanto en prosa como en verso.




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N-2,70,14. Parece por el contexto que la presencia de que se trata es la de Don Quijote, mas no es sino la de Altisidora. El pasaje quedaría más claro si se dijese: El cual (Don Quijote) confuso y turbado con su presencia, etc.




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N-2,70,15. Se entiende de palabra, porque la situación de nuestro caballero, metido en la cama, no le permitía hacerla de otro modo.




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N-2,70,16. El régimen pide en rigor que se diga para que rompa.





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N-2,70,17. La gradación estaría mejor observada si se dijese enamorada, apretada y vencida.





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N-2,70,18. Altisidora se burla, y esto sirve de excusa a la repetición viciosa de la palabra tanto.





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N-2,70,19. Expresión defectuosa, en que no se ve la propiedad de la metáfora.
Lo del silencio de Altisidora no puede ser más burlesco, recordando el romance que cantó al son de su arpa en el jardín inmediato a la estancia de Don Quijote, y el diálogo con Emerencia, que le había precedido; as como también la escena promovida por k misma a la vista de tantos espectadores con motivo de la marcha de nuestro caballero de castillo de los Duques (capítulo LVI).




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N-2,70,20. En las ediciones académicas anteriores a la de 1819 se decía: Que la consideración de rigor... he estado muerta.
Pellicer echó de ver esta falta, mas no la corrigió.
¡¡Oh más duro que mármol a mis quejas Sancho por ignorante, y Don Quijote por loco no debían echar de ver la burla, que para el lector es clara, de introducir Altisidora en su discurso este verso, tomado de la égloga primera de Garcilaso.




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N-2,70,21. Altisidora atribuye a Cupido lo que Minos y Radamento atribuyeron en el capítulo anterior a los inescrutables hados. Allá se va todo; pero el fabulista debiera ser más consiguiente.




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N-2,70,22. Esto debía ser de moda en tiempo de Cervantes como en el de Artajerjes Longimano. Y es de notar la malicia con que se atribuye aquí a los diablos la misma Inclinación que en el capítulo LXIX se atribuyó a las dueñas formadas en procesión por martirizar a Sancho, unas con anteojos y otras sin ellos, pero todas levantadas las manos en alto, con cuatro dedos de muñecas de fuera para hacer las manos largas.





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N-2,70,23. Hay contradicción entre estas dos expresiones que salen de una misma boca en un mismo período. Y en efecto, si lo que más admiró a Altisidora de cuanto vio en el infierno fue que los diablos se sirviesen de libros llenos al parecer de viento y borra para jugar a la pelota, mal pudo decirse a continuación, y sin variar la escena, que no le admiró esto tanto como los gruñidos y maldiciones de los diablos, así de los que perdían como de los que ganaban.




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N-2,70,24. El está de más, pues hace parecer que Cide Hamete es quien dice que el otro es natural de Tordesillas. Por lo demás, este cuento es sumamente impropio en boca de Altisidora, a quien debía importar poco el libro de Avellaneda, el cual tanto picaba a Cervantes, y que tal vez le animó para concluir su obra; pero que ninguna conexión tenía con sus fingidos amores. Fuera de que, no habiendo tenido Don Quijote noticia del libro de Avellaneda hasta después de salir del castillo del Duque (cap. LIX), no era verosímil ni aun posible que la tuviese aún Altisidora.




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N-2,70,25. No pudo encarecerlo más. Realmente el libro de Avellaneda es muy malo. Fuera de los defectos advertidos en las notas anteriores, y de las impertinencias, impropiedades y bajezas de que abunda, su autor ni conocía los libros de Caballería, puesto que llamaba a Esplandián hijo de don Belianís de Grecia (cap. I), ni aun la misma primera parte del QUIJOTE de Cervantes, según se ve en el capítulo referido y en otros pasajes. Allí también cita don álvaro Tarfe a Aristóteles y a Cicerón hablando con Don Quijote sobre la hermosura de su ama.




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N-2,70,26. Pelotear, verbo frecuentativo y neutro, como lo son de ordinario los de esta clase; jugar a la pelota por entretenimiento. Mas aquí se usa como activo.




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N-2,70,27. Dar del pie o con el pie, pisar, patear, despreciar. Cervantes jugó del vocablo con la oposición entre pie y mano que antes dijo.




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N-2,70,28. Cervantes cecinit ut vates el destino y paradero del espurio y contrahecho Don Quijote, el cual, despreciado de sus contemporáneos, sólo alcanzó alguna celebridad por su relación con el de Cervantes, y alguna estimación por su rareza. Mas aun esta última circunstancia desapareció con haberlo hecho reimprimir en el siglo pasado don Blas Nasarre bajo el fingido nombre de Alonso Fernández Torres, y la edición posterior acabó de condenarlo al olvido y al polvo de los almacenes de los libreros.




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N-2,70,29. Una de las muchas repeticiones, hijas del descuido y negligencia de Cervantes.




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N-2,70,30. Antes equivale a más bien. La cortesía de Don Quijote suavizó delicadamente la expresión, que equivale en plata a esta otra: pueden ser agradecidos, pero no remediados.




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N-2,70,31. Hablándose de los hados, era más propio decir destinaron, y así diría quizá el original.
Hay también contradicción en las ideas, porque no se concede la existencia de los hados, y con todo se les atribuye acción: me dedicaron.





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N-2,70,32. Refrán escolástico: ad impossibile nemo tenetur.





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N-2,70,33. Bacallao por lo seco y enjuto, como lo está el pescado de este nombre. Alma de almirez es lo mismo que alma de cántaro, según se dice más comúnmente. Aquí perdió la paciencia Altisidora, y dio al traste con el disimulo y con el papel que hasta entonces había representado tan bien.




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N-2,70,34. Traducción macarrónica del credut indacus Apella de Horacio, que recuerda la del dicho proverbial necesitas caret lege, que el vulgo ha convertido en esta otra: la necesidad tiene cara de hereje; sin que Judas tenga más que ver con la credulidad excesiva que la necesidad con los herejes.




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N-2,70,35. Repetición triplicada del verbo responder, sin darse vagar una a otra.




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N-2,70,36. Panegírico está usado aquí en la significación de panegirista.





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N-2,70,37. Intonsos, palabra tomada del latín, que significa el que no tiene cortado el pelo.
Es epíteto con que se designa a Apolo. Intonsos Deus le llamó ya Ovidio, y nuestro
Garcilaso:

El mancebo
intonso y rubio Febo.

Virgilio lo aplicó a los montes en el siguiente pasaje:

Ipsi laetitia voces ad sidera iactant intonSi montes.

(Egloga 5.)
Alguna vez se lee en Lope de Vega el intonso rústico; donde intonso equivale a greñudo. Verdad es que Lope dio insignes muestras de fecundidad poética en uno de los doscientos sonetos, impreso en la primera parte de sus Rimas humanas, el cual (el 195) se halla escrito en español, latín, italiano y portugués, y no hay dos verbos seguidos en una misma lengua.
En el presente pasaje, intonsos poetas quiere decir, según el contexto, poetas noveles, principiantes, inexpertos.
Poetas de primera tonsura llamó Quevedo a los poetas principiantes en la Casa de los locos de amor, al principio. Y el mismo, en La culta latiniparla, dice: Al paje llamará intonso.
Entre los romanos era objeto de una fiesta el afeitarse por primera vez, Suetonio (capítulo X) nota que cuando lo hizo Calígula fue sin solemnidad ni aparato, al contrario de Nerón, quien celebró este acto con juegos y sacrificios, y poniendo el bozo en una caja de oro guarnecida de piedras preciosísimas, lo consagró a Júpiter Capitolino.




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N-2,70,38. Pasaron está mal por pasó.





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N-2,70,39. Debiera decirse dejó en vez de dejaron, quedando Sancho de sujeto o persona de la oración, puesto que suyas eran la simplicidad y la agudeza.
Simplicidad, agudeza: cualidades al parecer opuestas, pero que realmente comprende el carácter de Sancho, como aquí lo reconocen los Duques y antes lo hizo en este mismo capítulo el bachiller Carrasco.




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N-2,70,40. Repetición y rima propias de la negligencia de nuestro escritor.




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N-2,70,41. Pensamientos en pensar, pleonasmo.




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N-2,70,42. Sancho desfiguró aquí, al parecer por chiste, el dicho común, diciendo pestañas en vez de niñas.





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N-2,70,43. Alusión al título de Don Quijote antes de que se llamase el Caballero de los Leones.





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N-2,70,44. Con efecto, el odio reconcentrado ama el silencio; mas el que sale a los labios se desahoga y evapora.
Las palabras a lo que suele decirse parece que indican algún refrán o dicho común muy conocido; mas no se me ocurre cuál sea. Pellicer leyó:
A lo cual suele decirse;
porque aquel que dice injurias
cerca está de perdonar.

Con lo que dio a entender que eran versos de algún romance conocido; pero no le citó ni dijo sobre ello cosa alguna. Yo he reconocido todo el Romancero del Cid, y no he encontrado tales versos.




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N-2,70,45. Hablando la doncella Floreta con su señora la Infanta Cupidea, que se resistía a corresponder a las claras al amor del Caballero de Cupido, por buena fe, dijo, que si tanto bien Dios me hiciera que él me amaro a mí tanto como a vos ama, ya hubiera hecho su voluntad (Caballero de la Cruz, lib. I, capítulo XLVI).
El caso es igual al presente, trocados los sexos. Allí hablaba la doncella con la dama aquí el escudero con el caballero.




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N-2,70,46. Expresión proverbial equivalente a otra o mejor fuera tu suerte, por tomarse siempre en buena parte.

{{71}}Capítulo LXXI. De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea


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N-2,71,1"> 5967.
Llevado por sendas y trochas, esto es, fatigado de andar por caminos difíciles, disgustado y molido.




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N-2,71,2. Debiera decirse para la buena correspondencia de los miembros del período: Causaba su tristeza el vencimiento, y su alegría el considerar, etc.; o causaba la tristeza el vencimiento, y la alegría, etc.
Considerar se halla usado aquí como verbo de estado o neutro; y, con efecto, no hay verbo activo que no pueda usarse como neutro; v. gr.: el que ama, también desea. En tales casos el verbo no sale de sí, y sólo significa ejercer en general la acción que le es propia; por consiguiente, no necesita expresar objeto, y permanece como neutro. Así que el verbo activo no es en rigor el que pide término u objeto, sino el que puede pedirlo; verbo neutro será, no el que no lleva objeto, sino el que no puede llevarlo; al que no lleva sujeto ni objeto llamamos impersonal, como llueve, nieva, hiela.





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N-2,71,3. Lenguaje defectuoso. Debió decirse: En la virtud que Sancho había mostrado en la resurrección de Altisidora.





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N-2,71,4. Transposición semejante a esta otra: un poco venia diferentemente atado, que se halla en la primera parte (cap. XXI), como lo observa Bowle.




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N-2,71,5. Nunca se mostró más admirable Cervantes que en los asuntos de suyo estériles y descarnados. El ingenio del escritor lo suplía y lo creaba todo. Este capítulo, que viene a reducirse a un coloquio entre amo y mozo, tiene tanta variedad e invención, manifiesta con tal propiedad los caracteres de éstos y abunda de tantas sales, que en esta parte es uno de los de más mérito de toda la inimitable fábula del QUIJOTE. Su inmortal autor, al acercarse al fin, hacia lo que el cisne, reanimando así de una manera sorprendente la acción desmayada y floja por si misma, como ya se ha notado.




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N-2,71,6. Cantusar, verbo anticuado, según el Diccionario, es lo mismo que engatusar, halagar con arte para conseguir alguna cosa.
Aquí parece que cantusado significa despachado, concluido; envolviendo alguna idea poco favorable al ejercicio de la Medicina.




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N-2,71,7. No está bien. Debería decir: y a mí, a quien la salud ajena, etc.
Ardite. Cierta moneda de poco valor que hubo antiguamente en Castilla. En Cataluña hay monedas de este nombre (Diccionario de la Lengua castellana).
Esta palabra es la base de las expresiones proverbiales no vale un ardite, no se me da un ardite, no se estima en un ardite. Hállase usada en otros lugares de la fábula (parte I, capítulos XXII, XIX y XLVI).




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N-2,71,8. El Abad donde canta dende yanta. Así Núñez. ---El Abad donde canta de ahí yanta. (Colección de Cejudo).




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N-2,71,9. Idea conforme a las preocupaciones de aquella época.
Según el Padre Castrillo, jesuita (Historia del Universo visible, cap. XVI, pág. 124), los Reyes de España tienen virtud de ahuyentar los demonios (esto no habla con nuestro Carlos I el Hechizado), como los de Francia de curar los lamparones, aunque también atribuye esta virtud a los Reyes de Aragón.
De los Reyes de Francia dice Antonio Torquemada en su Jardín de Flores (coloquio 3, folio 160): a todos es notorio que tienen gracia particular en curar lamparones.
El Rey de Castilla tiene virtud de sacar demonios, que es más generosa cirugía que curar lamparones.
Así decía el Cojuelo a don Cleofás en la venta de Darazután en Sierra Morena, a tiempo que don Cleofás iba a responder a un francés que al parecer trataba de hablar mal del Rey de España (tranco 5.E°).




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N-2,71,10. Un palmo se dicen y no de un palmo respecto de los ojos, pues las orejas no se abren ni se cierran.




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N-2,71,11. Esta especie de codicia desconfiada y rústica es el rasgo principal del carácter de Sancho, según ya observó Ríos. Cervantes siempre le tiene suspenso con alguna esperanza, o cebado con oigan interés, como por ejemplo, con los escudos de Sierra Morena, los del Duque, la paga del desencanto de Dulcinea y el gobierno de la ínsula. Con el propio fin hace que Sancho desprecie la honra de comer al lado de su amo, pidiéndole la conmute en otra cosa de más provecho y comodidad, y con el mismo finge también que salió de la venta contento y alegre por haberse excusado de pagar la posada a costa del manteamiento (Análisis, número 64).




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N-2,71,12. Era el verbigracia de la riqueza. Y, con efecto, Venecia era tan rica que mantenía escuadras y se las tenía tiesas al gran Turco.
Más me engordará un buen sueño sin temor, que cuanto tesoro hay en Venecia. Así Elicia en Celestina, al fin del acto séptimo.
En la colección general de romances de Pedro Flores (parte IX, fol. 349) se lee:

Y tan grande la insolencia
de cortesanas perdidas,
que el tesoro de Venecia
no aplacara su codicia.

Y en el Lazarillo de Tormes: un día, no sé por cuál dicha o ventura, en el pobre poder de mi amo entró un real, con el cual vino a casa tan ufano como si tuviera el tesoro de Venecia.
López Maldonado en la Definición de amor (Cancionero, fol. 3 y.), dice:

Porque para lo que precia
el aposento que digo,
juzga por pobre y mendigo
el tesoro de Venecia.

No quisiera, dice Preciosa en la novela La Gitanilla, de Cervantes, verle (a Andrés) en afrenta, por todo el tesoro de Venecia.
En la Carátula, paso o farsa de Lope de Vega, dice Salcedo a su criado Alameda, que hace papel de simple: ¿¿Y cómo sí es desdicha? No quisiera estar en tu pie por todo el tesoro de Venecia.
Alameda se había encontrado una carátula, y su amo le hizo creer, como a simple, que era la cara del santero de la ermita de San Antón, a quien días antes habían desollado el rostro y asesinado unos ladrones.
Don Francisco de Quevedo tenía mal concepto del Tesoro de Venecia cuando en la Visita de los Chistes decía: Es república esa que mientras que no tuviere conciencia durará, porque si restituye lo ajeno, no le queda nada. Linda gente, la ciudad fundada en el agua, el tesoro y la libertad en el aire, y la deshonestidad en el juego... El Turco los permite para hacer mal a los cristianos, y los cristianos por hacer mal a los turcos; y ellos por poder hacer mal a unos y otros, no son moros ni cristianos.
Quevedo tenía tan mala opinión de la estabilidad del tesoro, como de la religión de los venecianos.
En lo primero se advierte que no eran conocidas entonces las teorías del crédito; lo segundo aludirá al papel ambiguo que hicieron los venecianos en las ligas contra los turcos, y en las negociaciones con las demás potencias cristianas; y acaso también a sus contiendas con la Curia romana.
Las negociaciones y asientos de los genoveses en tiempo de Felipe II y de Felipe IV hubieron de hacer pasar de Venecia a Génova el crédito de riqueza. Y así Moreto en su comedia: No puede ser guardar a una mujer (jornada I), lamentándose de lo poco que se apreciaba la poesía a pesar de apreciarse la filosofía y de que la poesía era filosofía, dice:

Así fuera ginovesa.

Y Lupercio Leonardo de Argensola en su Sátira contra una cortesana (Parnaso español, tomo IV, pág. 325): Y yo por todo el oro que Ligura a España con usuras arrebata,
no quiero hacerme digno de tu furia.

Ya dijo Quintana en su Vida de don álvaro de Luna (pág. 154) que los enemigos del Condestable propalaban haber éste trasladado parte de sus tesoros a Génova y a Venecia para tenerlos allí más seguros.




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N-2,71,13. El bellaco de Sancho aumentaba el número de los azotes prescritos por Merlín, que no eran sino tres mil trescientos, con el fin de incluir en el pico los cinco que ya se había dado según dijo a la Duquesa en el capítulo XXXVI, y por los cuales, como recibidos antes del precio ajustado con su amo, consideraba que no podía llevar interés alguno.




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N-2,71,14. Quiere decir: vayan por los tantos estos cinco. Así estaría más claro y se evitaba la cacofonía entren entre.





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N-2,71,15. El refrán entero es no se cogen truchas a bragas enjutas; pero a mitad de él se hubo de acordar Sancho de las reprensiones de su amo acerca del abuso de los refranes, y por eso no lo concluiría, añadiendo: y no digo más.





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N-2,71,16. Juega lo abierto del cielo con lo abierto de las carnes de Sancho.




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N-2,71,17. Graciosa alusión a las ideas mitológicas sobre la generación del día y el carro del Sol, Febo o Apolo, de donde cayó precipitado Faetone. ---Bowle copia la descripción del carro del Sol hecha por Ovidio en las Metamorfosis.
La calidad de amenos se aplica mal a los árboles. Estos pueden ser frondosos; amenos son los campos y los prados.
Frondosidad denota la abundancia y lozanía de las hojas en las plantas. Amenidad es palabra más genérica. Significa no solamente la lozanía de los árboles y plantas, sino también la variedad y agradable disposición en que se hallan colocados.




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N-2,71,18. La calidad de amenos se aplica mal a los árboles. Estos pueden ser frondosos; amenos son los campos y los prados.
Frondosidad denota la abundancia y lozanía de las hojas en las plantas. Amenidad es palabra más genérica. Significa no solamente la lozanía de los árboles y plantas, sino también la variedad y agradable disposición en que se hallan colocados.




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N-2,71,19. Desde aparte, modo adverbial poco usado. Fuera más conforme al uso común decir, o solamente aparte, o desde aquí aparte.





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N-2,71,20. Período muy embrollado. Según las reglas gramaticales, parece que el alma es quien dijo. Dícese que estaba Don Quijote temeroso de que no se le acabase la vida a Sancho, y era lo contrario. No se dice bien, temeroso de que no consiguiese su deseo, sino temeroso de no conseguir o de que no se consiguiese su deseo. En suma, debió ponerse: enternecido Don Quijote y temeroso de que se le acabase la vida (a Sancho), y no se le consiguiese su deseo, etc.




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N-2,71,21. Repetición del relativo que desaliña el lenguaje, pero frecuentísima en el QUIJOTE. Poco después se dice: que a dos levadas destas habremos cumplido con esta partida.





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N-2,71,22. Refrán con que se significa, según el Diccionario, que las cosas grandes y arduas necesitan de tiempo para ejecutarse o lograrse, y al que hubo de dar origen la obstinada resistencia que experimentó el Rey don Sancho I de Castilla en el cerco de la ciudad de Zamora, que pretendía quitar a su hermana doña Urraca; cerco que duró aun después de haber sido el Rey muerto a traición por Bellido Dolfos, hasta que la misma doña Urraca se puso en manos de su hermano don Alonso VI, que sucedió al difunto.




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N-2,71,23. Refrán que indica lo mismo que este otro: paga adelantada, paga viciosa; a saber, que cuando se paga adelantada la obra el oficial tiene más pereza de concluirla.




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N-2,71,24. Levada, la ida y venida o lance que de una vez y sin intermisión juegan los dos que esgrimen.
Partida, en el juego el número de tantos o suertes con que se gana; y también lo que se atraviesa (Diccionario de la lengua castellana?.
Sancho fue consecuente en su propósito, pues con efecto, en dos levadas o veces cumplió su penitencia, como se ve por este capítulo y el que le sigue: ganando la partida y por consecuencia la puesta, o sea el precio que le había ofrecido su amo.




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N-2,71,25. No se había dicho que Don Quijote se hubiese acercado a Sancho para hablarle, ni era necesario, puesto que la distancia entre los dos no excedía de veinte pasos, como antes se dijo.




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N-2,71,26. Permitir no se dice con propiedad de la suerte, sino de la Providencia. El permitir supone intención, designio; y esto no cabe en la suerte. Permitir y suerte presentan dos ideas desacordadas que no pueden amalgamarse.




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N-2,71,27. Sería el herreruelo de buen paño pardo con que se cubrió Don Quijote para salir a comer con don Diego de Miranda y su familia (cap. XVII), y que hasta entonces no se había mencionado en el discurso de la fábula.




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N-2,71,28. Si el mesón hubiera sido venta, fuera la inadvertencia más oportuna, por ser menos difícil que pasase por castillo en la desvariada imaginación de Don Quijote una venta que no un mesón de un pueblo, donde todas las circunstancias lo contradecían; siendo, por consiguiente, mala prueba la que se alega de la mejoría respecto del juicio de nuestro caballero.
Por las palabras como ahora se dirá, se ve que Cervantes, al escribir este pasaje, tuvo propósito de poner después algún suceso que comprobase lo que en él se dice; pero hubo de olvidársele, y no lo hizo. Y por de pronto, la ocurrencia que sigue acerca de Dido y Elena, y la salida de Don Quijote mostrando la falta que hizo en tiempo de dichas señoras su intervención para estorbar el incendio de Troya y la ruina de Cartago no prueban ciertamente que se hubiesen mejorado su cerebro.




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N-2,71,29. Otro ejemplo del relativo quién, aplicado a cosas (véanse en la parte I las notas 13 del cap. X, y 14 del XVI).




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N-2,71,30. Guadameciles o guadamaciles, según el Diccionario grande de la Academia, eran los cueros delgados en que se estampaban por medio de la prensa figuras o adornos de diversos colores, y con los cuales se solían cubrir las paredes de las habitaciones como con tapices o telas de otra clase.
Es voz tomada del árabe (véase la nota 25 al capítulo LXVI).




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N-2,71,31. Herodoto niega que Elena hubiera estado en Troya, aunque confiesa el rapto de Paris. Servio dice que tampoco fue ella la ocasión de la guerra de Troya. Así Feijóo en su Teatro Critico (Disc. VII, pár. 16).




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N-2,71,32. La desesperada Dido,
de pechos sobre una almena,
dice viendo por el mar
huir la flota de Eneas:
¡Oh dura Troya! ¡Oh fementida Elena!
Primeras ocasiones de mi pena.

(Romance de la colección general de Pedro Flores, parte IV, fol. 92.)

Por lo demás, es sabido que la pérdida de Troya y el viaje de Eneas ocurrieron doscientos o trescientos años antes de la fundación de Cartago, como también lo observó Feijóo (Oisc. 8.E°, pár. 17).
Hacía de señas por hacía señas. Hoy se tacharía tal vez de galicismo el uso de la partícula de, como enclítica, que hizo Cervantes, no sólo con verbos, como cuando en la primera parte se dice: os juro de volver a buscaros (capítulo IV), jurando de ir (Ib.); sino también en nombres, como en el presente ejemplo, y otros. Llamándolos de alevosos y traidores (cap. II). Les hizo de señas (cap. XXIV). Dio del azote a su palafrén (cap. XXIX). Arrebató de un pan (capítulo LI). Reparto de mis bienes con los pobres (parte I, cap. XVI). Muchas de cortesías... pasaron entre don álvaro y Don Quijote (capítulo LXXI), y respecto de otras autoridades, en la célebre carta de don Iñigo López de Mendoza al Condestable de Portugal acerca de nuestros poetas, escrita por los años de 1440, se dice: Los catalanes, valencianos y aun algunos del reino de Aragón, fueron e son grandes oficiales desta arte... Ovo entre ellos de señalados hombres, así en las invenciones como en el metrificar. Esto se copió del P. Sarmiento en sus Memorias para la historia de la Poesía.

A tantos mata de moros
que non fueron contados,
se lee en el Poema del Cid (verso 1730):

El bueno de mío Cid
non lo tardó por nada.

(Verso 1812).

Tantos son de muchos, que non serien contados.

(Verso 2498 y siguientes.)

Tantos mata de los moros
que non hay cuento ni par.

(Romance de don Gaiferos.)

En el Romance de don Roldán se dice (Silva de Romances, pág. 104):

Tantos matan de los moros,
maravilla es de mirar.

Al muy propotente don Juan el segundo
aquel con quien Júpiter tuvo tal celo, que tanta de parte le hace del mundo cuanto a sí mismo se hace en el cielo.

(Juan de Mena, en la primera de sus Trescientas coplas.).

En un villancico de Garci Sánchez de Badajoz (Cancionero general de Sevilla, 1540, folio 123), se lee:

Tanta tengo de razón,
que no puedo llorar, non.

En la comedia Los Baños de Argel dice Francisquito a su padre (jornada I):

Padre, lléveme consigo,
que me dice este enemigo
tantas de bellaquerías.

Y en el Romance general de Pedro (parte VI, fol. 150):

Resueto ya Reduán
De hacer su palabra buena.
Otros muchos ejemplos pudieran citarse de estas locuciones.
Hay también ciertos casos en que se usa la partícula de en el lenguaje actual. Dícese dar de palos, de mojicones, etc.
En cuanto a la media sábana, denota y ridiculiza la desproporción del pañuelo de Dido y la impericia de quien lo había pintado.




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N-2,71,33. Para el propósito de Don Quijote no bastaba matar a París: era necesario matar también a Eneas. Pero al loco de Don Quijote se le pasó esta circunstancia, si ya no fue al distraído de Cervantes, lo que no miro como imposible, así como se le pasó la repetición tan inmediata del pués, que hace lánguido y arrastrado el lenguaje.




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N-2,71,34. Presintió aquí Cervantes el mucho ejercicio que su INGENIOSO HIDALGO había de dar con el tiempo al buril, ya para adornar las ediciones de la obra, ya para formar por separado colecciones de estampas, de todo lo cual habla Navarrete en su Vida de Cervantes (págs. 501, 525 y 527). También se han tejido tapices representando sucesos de esta fábula.




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N-2,71,35. De la suma impericia de este pintor, dice Pellicer en sus notas (núm. 43), que quiso tomar acaso Cervantes ocasión de indicar la decadencia que padecía en su tiempo la pintura. Esta opinión de Pellicer es singular, y las razones que alega en su apoyo prueban más bien lo contrario. La época de Murillo y de Velázquez no puede llamarse de decadencia.





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N-2,71,36. La frecuencia con que Don Quijote saca a plaza, y tilda a su nuevo coronista, es la medida de lo que incomodaba y escocía a Cervantes la empresa del fingido Avellaneda.




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N-2,71,37. De este poeta y de su dicho habló también Cervantes en la novela o Coloquio de los Perros, por estas palabras: Responderé (dijo Berganza) lo que respondió Mauleón, poeta tonto y académico de burla de la Academia de los imitadores, a uno que le preguntó qué quería decir Deum de Deo, y respondió que dé donde diere. Así dice Pellicer (nota 43), y sigue: De esta Academia de los imitadores o imitatoria (llamada así por imitación a las de Italia), dice Juan Rufo en sus Apogtemas, folio I, que se fundó en Madrid por los años de 1586, según se puede conjeturar, en casa de un caballero gran poeta, y que acudían a ella los primeros ingenios de la corte. Acaso asistió a ella Cervantes.
Navarrete, en su Vida de Cervantes, dio noticia de la Academia que se tenía en casa de Hernán Cortés, de la imitatoria, de que fue individuo Lupercio Leonardo de Argensola, y duró menos de un año, y de la de los Nocturnos, fundada en Valencia el año 1591, y renovada hacia el de 1615 con el nombre de Academia de los montañeses del Parnaso (págs. 407 y siguientes).
En 1612 se abrió en Madrid la Academia Salvaje, llamada así porque se celebraba en casa de don Francisco de Silva, de que fue individuo Lope de Vega (pág. 482).




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N-2,71,38. La respuesta del socarrón de Sancho tiene particular gracia por su ambigua significación.




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N-2,71,39. Esto es, cuando había buena disposición para ello. Metáfora tomada de los molinos de harina, que nunca muelen mejor que cuando está acabada de picar la piedra.




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N-2,71,40. Alusión al Gloria Patri, de que se había usado a otro propósito en la primera parte (cap. XLVI).
Con estas palabras se indica que Sancho volvía a la maña de ensartar refranes, que tuvo desde el principio. La verdad es que, a pesar de las reprensiones de su amo y de los consejos que éste le había dado antes que fuese al gobierno, no se había corregido del vicio de amontonar refranes a trochemoche, como se ve en todas las ocasiones posteriores en que habla.

{{72}}Capítulo LXXI. De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea




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N-2,72,1. Esto no fue así. Antes de llegar al lugar tenían andadas tres leguas, habiéndose puesto en camino después de salir el sol, como se refirió en el capítulo precedente; y llegada la tarde de aquel mismo día, continuaron su viaje sin aguardar a la noche, según se dice en el presente capítulo.
Nótese la desaliñada repetición del aquel, y la transposición de las palabras; vicios que se han notado repetidas veces en este comentario.




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N-2,72,2. No viene bien esto con lo que acaba de contarse en el capítulo anterior, donde resolvió Don Quijote que la continuación de los azotes no fuese en el campo, sino que se guardase para su aldea; a lo que al parecer se avino Sancho.
Cervantes dedicó todo este capítulo a sindicar a su émulo Avellaneda, dándole más importancia de la que merecía. En ello atendió más bien a desahogar su resentimiento que al interés de la fábula, el cual pedía se acelerase su conclusión, lejos de entorpecerla con incidentes no necesarios.




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N-2,72,3. La frescura de la posada no era buena recomendación para el mes de diciembre, en que esto pasaba según el cómputo de Ríos; pero venia bien con el de Cervantes, que supuso el vencimiento de Don Quijote en fines de junio. Lo mismo puede decirse respecto de las noches que según la historia pasaron al raso Don Quijote y Sancho durante el viaje que aquí se refiere.




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N-2,72,4. Parece que en esta entrevista de Don Quijote, paseándose en el portal con don Alvaro mientras se disponía la comida, quiso Cervantes aludir a la que tuvieron los mismos en la Argamasilla, según Avellaneda (cap. I), quien dice que entretanto que la cena se aparejaba, comenzaron a pasearse el Caballero y Don Quijote por el patio, que estaba fresco.




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N-2,72,5. Con efecto, lo que ocasionó la tercera salida de Don Quijote, según la relación de don Alvaro Tarfe, caballero granadino, que iba a las justas de Zaragoza en obsequio y por mandado de una dama a quien galanteaba. Alojado en casa de Don Quijote, le dio noticias de las justas: con lo cual renació en éste el deseo de partir nuevamente en busca de aventuras y de asistir a las justas como lo hizo, vistiéndose unas lucientes armas de Milán que le había dado a guardar don Alvaro.




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N-2,72,6. Frase en la cual hallaría alguno que se comete un galicismo, pero no es así. Amistades son en este lugar lo mismo que obsequios o favores; y en esta acepción usó también Quevedo la palabra amistad en el Gran Tacaño (cap. XXI). Al fin me hizo amistad (por mi dinero) de alcanzar de los demás lugar para que yo fuese con ellos.
Usó igualmente esta frase Espinel en su Escudero (rel. II, descanso VI, fol. 180; y descanso X, fol. 194).
Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache (parte I, lib. II, cap. II), dice por boca de Guzmán, hablando de un mendigo, antiguo maestro en su profesión, que le adiestraba en ella: Hízome muchas amistades, por me dio muchas muestras de amistad. Y en la parte segunda (lib. I, cap. I), dejémoslos pasar, siquiera por las amistades que un tiempo me hicieron en comprarme prendas que nunca compré, etc. El se los echó (los rosarios) en la faltriquera, prometiéndome hacer amistad por ella (lib. II, cap. I). Erame de mucho gusto tener a la mano algunas cosas con que poder hacer amistades a forzados amigos (Ib., capítulo IX).
Aunque es verdad que por mis grandes travesuras no me habían hecho ninguna amistad, al fin eran mi sangre, se lee en Estebanillo González (tomo I, cap. IV, pág. 174). Y más abajo (pág. 180): Agradeciéndole la amistad que me había hecho en haber sido mi enfermero.




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N-2,72,7. Realmente se dice lo contrario de lo que quiere decirse; y lo mismo sucede en otros varios pasajes del QUIJOTE, en que pudiera suprimirse el no que padeciese el sentido. Es modismo corriente en el uso común, como ya se ha observado (cap. LIX).




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N-2,72,8. Cuenta Avellaneda (caps. VII y IX) que habiendo encontrado Don Quijote en las calles de Zaragoza a un azotado, quiso ampararle como a menesteroso; y repitiendo lo que en otra ocasión había hecho respecto de los galeotes junto a Sierra Morena, embistió con los ministros de justicia, derribó al Escribano, y por poco mata a un Alguacil; de cuyas resultas fue preso y puesto en un cepo con esposas en las manos; y estando ya próximo a que le sacasen a azotar por las calles, se libró de ello por la intercesión y buenos oficios de don Alvaro Tarfe, que pasadas las justas se hallaba todavía en Zaragoza.




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N-2,72,9. No se puede negar que alguna vez hace reír Avellaneda; pero sus chocarrerías pertenecen al género más bajo y grosero. No doy muestras de ello por no ensuciar estas notas; pero si el lector quiere ver chistes de este jaez puede buscarlos en las páginas 24, 42, 49, 74, 160, 165, 178, 206 y otras, que allí los hallará, y podrá medir lo que va del gracejo tabernario y arrieril de Avellaneda, a la sal ática y urbanísima de Cervantes, con muy pocas excepciones.




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N-2,72,10. Parece que debió decirse al revés: ándese tras de mí un año no más, como indicando un plazo corto que es lo que hacia al intento.




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N-2,72,11. En otra ocasión que tiene alguna semejanza con ésta, decía el barbero Maese Nicolás (parte I, capítulo LII). ¿Quién ha de ser... sino el famoso Don Quijote de la Mancha, desfacedor de agravios y enderezador de tuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el vencedor de las batallas?
El enamorado,
por oposición al nombre de Caballero desamparado que se le da en el libro de Avellaneda, sobre lo cual hay nota en el capítulo LIX.
El desfacedor de agravios se diría por la aventura de los monjes benitos y por la del muerto que llevaban a Segovia.
El tutor de pupilos y huérfanos sería por el lance del muchacho Andrés.
El amparo de las viudas por las dos dueñas doloridas: la Trifaldi y doña Rodríguez.
El matador de doncellas alude a Altisidora, muerta por la crueldad de Don Quijote.




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N-2,72,12. O sobra el todo o el cualquiera; uno de los dos basta. Parlas palabras que siguen puede creerse que a Cervantes se le olvidó borrar en el original la palabra todo, porque así convenía para que estuviese acorde y bien concertado el período: Cualquier otro Don Quijote y cualquier otro Sancho es burlería y cosa de sueño.




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N-2,72,13. Hospital de dementes en Toledo, llamado comúnmente el Nuncio.
Fue su fundador el reverendo señor don Francisco Ortiz, Canónigo de Toledo, Arcediano de Briviesca y Nuncio Apostólico. El vulgo fijó el nombre del hospital por el cargo del fundador, que empezó su fundación en 1483.
Por disposición del mismo fundador es patrono y administrador perpetuo de este establecimiento el Cabildo de Toledo. El edificio actual fue mandado hacer por el Cardenal Lorenzana, a sus expensas.
La epístola de Alonso Ezquerra a Bartolomé Leonardo de Argensola, que se halla en el Parnaso español (tomo I, pag. 330 de la edición de Ibarra), empieza con este verso:

De esta casa del Nuncio propiamente.




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N-2,72,14. Esto alude al episodio o aventura de Roque Guinart y al estado en que se hallaba Cataluña por aquel tiempo de que se habló extensamente en el capítulo LX.




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N-2,72,15. Especie de incorrección muchas veces notada ya en el QUIJOTE, e igual a la de este pasaje poco más adelante: Ante el cual Alcalde pidió Don Quijote por una petición, etc.




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N-2,72,16. En esto del encanto de Dulcinea y de los azotes que sedaba por ella, hablaba Sancho socarronamente, como que sabia la verdad que había en las dos cosas.




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N-2,72,17. Iban en vez de llevaban o iban por.




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N-2,72,18. Debían por debía.




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N-2,72,19. Mostrara por mostraran, en plural como lo requería la sintaxis en este caso y en el anterior, y como regularmente diría el original. Bien pudiera, por lo mismo, atribuirse a la imprenta estos yerros.




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N-2,72,20. Repetición desagradable del pronombre cual, y abuso de los pronombres relativos.




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N-2,72,21. Lenguaje arrastrado y flojo. Debió ser más corto y decirse...: y Don Quijote el suyo. Aquella noche la pasó entre otros árboles par dar lugar de cumplir su penitencia a Sancho, el cual la cumplió a costa de las cortezas de las hayas harto más que de sus espaldas, pues las guardó tanto que no pudiera quitar los azotes una mosca.
A costa de las Cortezas de las hayas.
Dudo que existan hayas en el paraje en que pasaban estos sucesos dos noches antes de la entrada de Don Quijote en su lugar, a mucha distancia del cual no hay ni debe haber habido tales árboles, siendo precisamente la Mancha la provincia de España que más carece de árboles de toda especie. Por lo cual es aplicable la misma observación a lo sucedido la noche precedente.




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N-2,72,22. No se entiende bien qué sacrificio era éste, pues aun el supuesto vapuleamiento de Sancho fue durante las tinieblas y antes de dormir, del mismo modo que la pasada noche, como se dijo anteriormente.




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N-2,72,23. Por aquí se ve que después del encuentro con don Alvaro Tarfe pasaron todavía dos noches en el camino, siendo así que la noche anterior a este encuentro había dicho Don Quijote hacia el final de capítulo precedente: a lo más tarde llegaremos allá (a su lugar) después de mañana. Las personas delicadas en puntos de lenguaje preferirían que se dijese caminaron sin que les sucediese cosa digna, etcétera, porque en rigor el sujeto del infinitivo debiera serlo también del verbo que le precede.




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N-2,72,24. Sobre modo. Modo adverbial tomado del latín, que no es de uso común, pero muy significativo, y del que se valió Cervantes otras dos veces en esta segunda parte (cap. XXII y XLVI). También se halla en sus Novelas.




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N-2,72,25. Que no fuese a reconocer es como ahora diríamos.




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N-2,72,26. Mejor teniendo por infalible que no podían mentir, etc.




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N-2,72,27. Falta, quizá por omisión del impresor, la preposición que en este caso llevan los nombres de personas, a diferencia de los de cosas. Y recibe también a tu hijo Don Quijote.




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N-2,72,28. Con estas mismas palabras empieza la carta de Sancho a su mujer en el capítulo XXXVI, y sobre ellas hay nota.




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N-2,72,29. Con pie derecho, con ventura, según Covarrubias, citado por Bowle. Expresión que debió tener su origen en la superstición que exigía no se empezase camino ni se emprendiese jornada sin echar primero delante el pie derecho, como dice Pellicer en nota al capítulo LVII (núm. 79), y es de la misma especie que esta otra: Dios le dé buena manderecha, sobre la cual se puso la nota 20 en el capítulo XXI.




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N-2,72,30. Se dice dar traza, o lo que es lo mismo, dar disposición; pero no se dice ejercitar la traza. Se invirtieron aquí las palabras con las cuales, levísimamente alteradas, quedaba todo bien, diciéndose: daremos la traza de la pastoral vida que pensamos ejercitar.

{{73}}Capítulo LXXII. De los agÜeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea, con otros sucesos que adornan y acreditan esta grande historia


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N-2,73,1"> 6037.
Refiérese a pueblo, que es la última palabra del capítulo anterior, como si no mediara el epígrafe. Lo mismo hizo Cervantes en el capítulo VI de la primera parte, que principia: el cual aún todavía dormía, refiriéndose a Don Quijote, que es la palabra con que acaba el capítulo V.
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N-2,73,2. Parece expresión de médico para calificar los síntomas que advierte en sus enfermos.
Sabida es la afectación con que en otros tiempos los profesores del arte de curar solían valerse del latín, o para distinguirse del vulgo y de los empíricos o romancistas, o como suele decirse, para que no lo entienda el enfermo.

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N-2,73,3. Sancho reconviene a su amo recordándole lo mismo que éste le había dicho para mostrar la vanidad de los agÜeros, cuando toparon con los labradores que llevaban las imágenes de los cuatro santos, calificados por Don Quijote de caballeros andantes a lo divino (cap. LVII).
No es de admirar que Don Quijote, como loco, se contradijese alguna vez en sus opiniones. Según la cuenta de Ríos, entre ambos sucesos habían mediado cuarenta días.
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N-2,73,4. Antes se ha dicho que a la entrada del pueblo encontraron a los dos muchachos que altercaban sobre la jaula de grillos; y después de pasar adelante, los vemos otra vez a la entrada del pueblo. Esta expresión hubo, pues, de significar la primera vez al acercarse al pueblo, no al entrar en el pueblo; y lo confirma la ocurrencia con los cazadores, que fue más verosímil sucediese a alguna distancia de la población aunque ya en las eras de ella o cosa semejante.
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N-2,73,5. No excusados es lo mismo que necesarios, inevitables. De las travesuras de los muchachos ya se dijo en el capítulo LXI, al referir la entrada de Don Quijote en Barcelona; el malo que todo lo ordena, y los muchachos, que son más malos que el malo, etc.
Más galán que Mingo. Esta comparación recuerda esta otra, más galán que Gerineldos, usada ya por Quevedo en su Talía (romance XVI), y en nuestros días por don Ramón de la Cruz en su Teatro.
Don Quijote.
No es verosímil que los muchachos del lugar diesen a nuestro hidalgo este nombre que él se había puesto poco tiempo antes, sino el que anteriormente tenía y por el que seria conocido comúnmente en el pueblo, que era el de Alonso Quijano, como se cuenta en el capítulo siguiente y último.
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N-2,73,6. Según el propósito de Sancho, más bien debió decirse: muchas veces donde no hay estacas hay tocinos.
Sobre este adagio hay nota en la primera parte (cap. XXV, nota 13).
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N-2,73,7. Rasgo satírico contra los que no distinguen de medios para hacer dinero; y a la verdad que ahora se puede decir lo mismo que entonces.
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N-2,73,8. El verbo contó es mal antecedente para el suplicaba y el hacía saber. Se cuenta lo que ha pasado o lo que se tiene determinado, mas no lo que se suplica o hace saber. Debió decirse: y dijo que les suplicaba, etc.
Obligado por la puntualidad y orden de la andante Caballería. Quiso decir: obligado a la puntualidad por la orden de la andante Caballería.
Ejercitándose en el... ejercicio.
Redundancia de que hay otros muchos ejemplos en el QUIJOTE. Es figura de que abusó Cervantes, como pudiera probarse con numerosos ejemplos tomados de esta fábula. Véanse como muestras de lo dicho las notas sobre esto en los capítulos, de la primera parte XXVII, XLI, XLI y XLVII, y en los VI, LVII, LX, LXX y LXXI de esta segunda.
Es cierto que el uso autoriza alguna vez el pleonasmo, cómo vivir vida alegre, morir mala muerte; pero estos casos son raros.
Lo más principal…… estaba hecho, porque les tenía puestos los nombres. Donaire de Cervantes, que pertenece a aquél género de festividad delicada que le caracteriza.
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N-2,73,9. Chiste del socarrón del Bachiller, y expresión semejante a la que pocos capítulos antes (cap. LXVI) usó Sancho cuando, dirigiéndose al concurso que había a la puestra del mesón, sobre haber desafiado a correr el labrador gordo al labrador flaco, pronunció magistralmente: a mí que ha pocos días que salí de ser gobernador y juez, como todo el mundo sabe, toca averiguar estas dudas y dar parecer en todo pleito.

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N-2,73,10. Están cambiadas las personas de los verbos, lo que produce disonancia y mala construcción: y todo se remediaría poniendo deje en vez de dejemos. Quedando esta palabra como se halla, era menester decir: retulemos y grabemos.
Retule
por rotule. Solía decir rétulo por rótulo, como sucede en varios pasajes del QUIJOTE, y aun lo dice la gente rústica, naturalmente tenaz y apegada a los usos antiguos.
Según Covarrubias, citado en el Diccionario grande de la Academia, rótulo viene del verbo latino rotare, que significa dar vueltas, porque en lo antiguo se arrollaban los libros y papeles.
Por lo demás, este discurso es muy propio del genio estudiantil y burlón del bachiller Carrasco, el cual sostiene aquí grandemente el carácter que se le dio desde su introducción en la fábula al principio de esta segunda parte.
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N-2,73,11. Vese aquí la tendencia a ridiculizar la repetición ya fastidiosa de este incidente en los libros pastoriles.
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N-2,73,12. Repetición de palabras semejantes y desaliño tan fácil de evitar como cualquiera ve.
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N-2,73,13. Esto es, por hiperbólica que sea.
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N-2,73,14. Mañeruelas, lo mismo que acomodadizas.
Lo del cuadrar y esquinar lo había usado no mucho antes nuestro fabulista en boca de Sancho (cap. LXVI), y en la comedia del Rufián dichoso donde el estudiante Lugo dice al Alguacil:

Crea el so Alguacil que no le cuadra
ni esquina el predicar; deje ese oficio.

El Cura se burla con estas expresiones, como se ve claramente, del proyecto de Don Quijote.
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N-2,73,15. Bajo el nombre de Amarilis fue celebrada por Quevedo (Erato, musa IV, romance VII), y por el Conde de Villamediana en un romance de sus poesías (manuscrito de la Biblioteca Real, estante M. cad. 8.E° pág. 66), la insigne actriz de los tiempos de Felipe II y IV. María de Córdoba, mujer de Andrés de la Vega, según Pellicer en su Historia del Histrionismo (tomo I, pág. 24). Hablando también de esta actriz Caramuel en su Primus calamus (pág. 706), y el autor de Estebanillo González.
Tal vez esta Maria de Córdoba fue el original de La constante Amarilis de Cristóbal Suárez de Figueroa.
Lope de Vega celebró a su primera mujer, doña Isabel de Urbina, con el anagrama de Belisa, como se observó en nota al capítulo XXV de la primera parte, y a otra señora bajo el nombre de Filis; y en nuestros días el señor Meléndez celebró bajo este mismo nombre a una señorita de Salamanca.
Garcilaso, en su égloga 3.ªª, dice:

Flérida, para mi dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno.

De esta especie de anagramas dio ejemplo Luis Gálvez de Montalvo en Armia por María y Viana por Juana, según observó Mayans.
Bowle enumera los poemas pastorales y composiciones sueltas de nuestros poetas en que se hallan estos nombres fingidos, de pastoras, y cita a Virgilio en sus Bucólicas por lo relativo a Amarilis, Galatea y Filis.
Don Juan Antonio Mayans, en su Prólogo al Pastor de Filida, hace una larga enumeración de las damas que con nombres supuestos cantaron en sus versos los poetas españoles. Los más notables entre ellos, y los nombres fingidos de las damas que celebraron, son los siguientes:
Luis Gálvez de Montalvo, que celebró a Filida.
Manuel de Faria y Sousa, a Aibanisa.
Cristóbal de Castillejo, a Ana.
Lope de Vega, a Belisa.
Garcilaso de la Vega, a Camila.
Vicente Espinel, a Célida.
Jorge de Montemayor y Gaspar Gil Polo, a Diana.
Lope Maldonado, a Fili.
El Príncipe de Esquilache, Francisco de Figueroa y Francisco de la Torre, a Filis.
Miguel de Cervantes, a Galatea.
Hernando de Herrera, a Luz.
Boscán y don Diego Hurtado de Mendoza, a Marfira.
Francisco Aldana, a Merisa.
Luis de Camoens, a Violante y Nateria.
Pedro de Cartagena, a Oriana.
Diego Bernaldes, a Silvia.
Aquí ocurre también la Beatriz de Dante, la Laura del Petrarca, la Fiammeta del Bocacio. Esta última era María, hija natural de Roberto, Rey de Nápoles, según Guinguené (Historia literaria de Italia, cap. XV, pág. 6).
Este deseo de ocultar los nombres de las damas y de disfrazar los sucesos amatorios produjo también en algún tiempo el gusto de los romances moriscos, en que con nombres arábigos se pintaban aventuras y personas que no lo eran. Así lo indica el autor del romance inserto en la colección general de Pedro Flores (parte V, fol. 138), cuando hablando con los poetas de esta clase, dice:
Celebran chusmas moriscas vuestos cantos de cigarras, hechos pobres mendigantes del Albaicín a la Alhambra.
Si importa celar los nombres
porque lo impiden las causas,
¿por qué no vais a buscarlos
a las selvas y cabañas,
a las banderas francesas,
o a las legiones romanas,
a Cartago o a Sagunto
o a la felice Numancia?
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N-2,73,16. Teresona era el nombre que le había ocurrido a Sancho, según se refirió en el capítulo LXVI, donde se trata por primera vez del interesante asunto de los nombres que había de ponerse a las pastoras de la proyectada Arcadia.
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N-2,73,17. Sin duda que es idea graciosa la de un párroco que en los ratos intermedios de la predicación, administración de sacramentos y asistencia a los moribundos se va por esas praderas y sotos con su pellico y zurrón a tocar la zampoña a la sombra de un sauce, o a la orilla de los arroyuelos. La risueña imaginación de Cervantes la introduce como accesoria de la manía pastoril que dio a su héroe en el espacio que hubo de mediar entre su vencimiento y el desenlace de la fábula, para reanimar en esta última parte de la misma el interés, que decae por momentos, según lo hemos observado anteriormente.
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N-2,73,18. Bueno por conveniente.

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N-2,73,19. Pastorcito, tú que vienes
donde mi señora está,
di, ¿qué nuevas hay allá?

(Cancionero, de Francisco de Ocaña.)

En la Mogigata de Moratín se menciona el estribillo de un villancico que recuerda el presente:

Pastorcillo,
pastorcillo, come y calla,
come y calla.
Pone este pasaje Pellicer en forma de versos refiriéndose a la primera edición, y enmendando, por consiguiente, las posteriores, en las que lo califica de inteligible. Sin embargo, así está en la última edición académica de 1819, muy posterior a la de Pellicer, con quien no estoy enteramente de acuerdo. Juzgue este punto el lector.
La sobrina de Don Quijote vuelve al tema que ya indicó en la primera parte durante el escrutinio de los libros de su tío, manifestando recelos de que éste sustituye a la manía caballeresca la pastoril. Hay nota sobre este pasaje (cap. VI, nota 45 de la primera parte).
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N-2,73,20. Ya está duro el alcacer para zampoñas: refrán que se aplica a las personas que han dejado pasar la edad a propósito para aprender alguna cosa. Alcacer es la cebada verde de cuyas cañas, cuando están tiernas, suelen hacer los muchachos unas flautillas, que ellos llaman pipas o pipitañas, y el refrán zampoñas.
Pero la significación de zampoña debe ser otra, según Garcilaso en la égloga II:

Aplica, pues, un rato los sentidos
al bajo son de mi zampoña ruda.

Por otros testimonios parece que la zampoña es instrumento de aire y compuesto de flautas. Acaso es nombre genérico de instrumentos rústicos de aire.
Menciónase frecuentemente en la Galatea este instrumento, a cuyo son cantan los pastores y pastoras que figuran en aquella fábula pastoral.
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N-2,73,21. Las siestas y los serenos se pasan, pero no el aullido. Tolerar es un verbo que convenía a las tres cosas.




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N-2,73,22. No tuvo aquí presente Cervantes lo que había dicho al principio de la fábula, donde se expresó que el ama pasaba de los cuarenta, lo que en el uso común indica que no pasaba mucho de dicha edad. Y si lo tuvo presente, es prueba de que dio a su obra una duración mucho mayor de la que se cree, y por de contado de la que se le señaló en el plan cronológico de don Vicente de los Ríos.
Bowle ya saca de aquí la consecuencia natural de que la duración de la fábula del QUIJOTE fue de cerca de diez años, y lo mismo sostiene Pellicer en su discurso preliminar, contra lo que se infiere por otra parte de la relación de la misma fábula, como ya se dijo en nota al capítulo LIV.



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N-2,73,23. Pastor por andar; contraposición que recuerda esta otra del capítulo XXX: Tal caballero andante y tal escudero andado.


{{74}}Capítulo LXXIV. De cómo don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo, y su muerte


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N-2,74,1"> 6060.
Parece error de imprenta por desde sus principios.

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N-2,74,2. No tener la vida privilegios para detener el curso de la vida, está mal dicho. Quedaba bien borrando las palabras la y de: Y como Don Quijote no tuviese privilegio para detener el curso de la suya.
¿
¿Qué lector, al llegar a este pasaje, no siente una cierta melancolía viendo acercarte el fin de su héroe? ¡Con qué tierna sensibilidad trazó Cervantes en este capítulo los rasgos característicos de Alonso Quijano el Bueno! De aquí el interés que inspira al lector. Este efecto de la fábula es una prueba triunfante de su mérito y de la habilidad del fabulista, que, al través de los rasgos de locura de Don Quijote, ha sabido pintar diestramente y hacer amar a los lectores el carácter del hidalgo de Argamasilla de Alba.
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N-2,74,3. Mal año, expresión de desprecio notada ya en la primera parte (cap. XXI), como dos higas, que dijo el ventero, para el gran Capitán y para ese Diego García (cap. XXXI).
Sanázaro. Jacobo Sanázaro, poeta napolitano, imitador apasionado de Virgilio, uno de los que contribuyeron a ilustrar el renacimiento de las letras humanas en Italia y de quien se ha hecho anteriormente mención en este Comentario a propósito de su pastoral Arcadia (parte I, cap. LI). Escribió en latín y en lengua vulgar, y fue el primero que introdujo asuntos piscatorios en las églogas, donde hasta entonces se había usado exclusivamente los bucólicos. Su obra principal fue el poema latino De partus Virginis, fruto de su especial devoción a la madre de Dios. Lo tradujo al castellano Gregorio Hernández de Velasco, el mismo que traduje también a Virgilio, y por esto dijo de él Lope de Vega en el Laurel de Apolo:

El Titiro español, nuevo Sincero
cuya divina nusa toledana
dio poder a la lengua castellana;
Gregorio Hernández, a quien hoy le deben
Virgilio y Sanázaro...
Hablar con elegancia...
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N-2,74,4. Barcino se llama al perro o al buey que tiene el pelo mezclado de blanco y pardo, o rojo. Según el refrán, galgo barcino o malo o muy fino. Este era el nombre de uno de los perros de caza de Felipe I, como dice Argote de Molina en su discurso sobre el Libro de la Montería (cap. XIX).
Butrón, apellido noble de España. Según Salazar en la Historia de la casa de Lara, este ilustre apellido, enlazado con la primera nobleza de España desde el siglo XVI, hizo algún asiento en Ciudad Real.
Seria curioso saber si lo llevaba alguna persona de las que tuvieron parte en los sucesos de Cervantes en la Mancha, si lo hubo durante aquella época en la patria de Juan Haldudo el rico, o si correspondía a alguno de los académicos de la Argamasilla, mencionados al fin de la primera parte del QUIJOTE. Como de estas alusiones envolverá la presente fábula, que en su tiempo prestarían a la investigación algunos indicios y rastros que ya ha borrado la envidiosa lima del tiempo.
Jenofonte, en su libro de la caza, encargaba que se diese a los perros nombres cortos, y no se desdeñó de poner hasta cuarenta y nueve ejemplos, ninguno de los cuales pasaba de tres sílabas. Carrasco observaba la regla de Jenofonte. Y Columela, hablando de los nombres que convienen a los perros, encarga que sean breves, para que los oigan éstos más pronto cuando se les llame, pero a lo menos de dos sílabas; y pone ejemplos en griego y en latín para machos y hembras (libro VI, cap. XI).
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N-2,74,5. Por esta circunstancia bien pudiera ser Juan Haldudo, vecino del Quintanar, de quien se hizo mención en el capítulo IV de la primera parte, pues aunque allí se le llama labrador, se dice también que tenía ganado lanar.
No ha faltado quien mire esta mención de los perros del Quintanar como un rasgo satírico contra los vecinos de aquel pueblo, donde, según tradición, estuvo también Cervantes durante las odiosas comisiones que, como ejecutor, desempeñó en la Mancha, y le produjeron los disgustos de que quiso desquitarse en el QUIJOTE, como ya se indicó desde el mismo principio de la fábula.
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N-2,74,6. Esto no hace sentido. Lo haría si dijese: más concertadas que las que él solía decir, o de lo que él solía decirlas. Lo que se añade a lo menos en aquella enfermedad, parece indicar que durante ella había dicho Don Quijote mayores disparates que de ordinario. Mas no es así, porque ningún dicho se ha referido que lo pruebe. Estas palabras se hallan absolutamente de más, y debió olvidársele a Cervantes el borrarlas.
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N-2,74,7. Había dicho poco antes Don Quijote que los pecados de los hombres no impedían las misericordias de Dios. Consiguiente a esto debió decir ahora: a las que, como dije, no impiden mis pecados.

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N-2,74,8. Aquí concluye esencialmente la pintura del carácter de nuestro hidalgo como loco, cuya verosimilitud y buena formación halló nuestro ingenioso autor.
En la edad de su héroe.
En su contextura;
En sus ocupaciones;
En el método que se propuso el Cura para sanarle antes y después de su segunda salida;
En el poco fruto y trámites de la curación que se propuso hacer el mismo Cura de acuerdo con el Bachiller;
En la melancolía de Don Quijote después de su vencimiento;
Y, finalmente, en el recobro del juicio para morir, que es una de las circunstancias mejor ideadas por Cervantes para hacer natural el desenlace, según se ha observado ya.
Debe mencionarse en este lugar el pensamiento original de nuestro sabio médico don Antonio Hernández Morejón, que se ha propuesto dar un nuevo título a la inmortalidad a Cervantes como profundo conocedor de la medicina, en un opúsculo publicado entre sus obras póstumas con el título de Bellezas de la Medicina práctica descubiertas en el Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha. En dicho opúsculo se aplican los principios de la ciencia de curar a la pintura hecha por Cervantes, así de la predisposición de Don Quijote para la locura y demás causas y circunstancias que la produjeron, como de los síntomas de esta enfermedad, descritos en el discurso de la fábula, y de su plan curativo en que tuvieron parte el Cura, el Bachiller Carrasco y Maese Nicolás, y el Canónigo de Toledo, el Ama y la Sobrina; los tres primeros, halagando la imaginación del enfermo y siguiéndole la manía conforme a los principios de la medicina homeopática, sistema inventado por el profesor Hanneman más de dos siglos después de Cervantes, y los tres segundos combatiendo directamente la locura de Don Quijote en los términos propios del sexo, carácter y capacidad de cada uno de ellos.
Después de analizar detenidamente todas las circunstancias en que apoya su opinión este Profesor, concluye con el siguiente apóstrofe, dirigido al autor del QUIJOTE:
¡¡Sombra inmortal de Cervantes! Entre tanto profundo que osa meterse a médico, entre tantos detractores de la profesión más benéfica, tú naciste para ella; tú, a los médicos sabios, prudentes y discretos, los ponías sobre tu cabeza y mirabas como una persona divina. Recibe, pues, el tributo de gratitud; y mientras las bellas artes a porfía levantan monumentos a tu gloria, yo te dedico otra más indeleble, colocándote en la historia de la medicina española.

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N-2,74,9. Tres cosas hay que reparar en estas palabras: 1.ªª, Pusieron están en plural, habiendo de estar en singular, pues se rige de leyenda; 2.ªª debería ser la, pues era ocioso advertir que la lectura que le había perjudicado era propia suya y no de otro; 3.ªª, el las cambia malamente el sentido y debe suprimirse. Libros de Caballerías son los que tratan de Caballerías o asuntos caballerescos, y así estaba bien. Libros de las Caballerías es otra cosa que no tiene significación o que la tiene ridícula.
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N-2,74,10. La voz recompensa está aquí usada con impropiedad. La recompensa siempre recae sobre cosa buena; de lo malo se hace enmienda, indemnización, compensación, pero no recompensa. Fuera de esto, tampoco se dice hacer recompensa, sino darla.




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N-2,74,11. Que repetido cinco veces en menos de tres renglones.
La lengua castellana ha ganado en corrección, y sus reglas se han fijado más que lo estaban en tiempo de Cervantes, sin perder por ello su armonía. Si nuestra edad no produce modelos, ni aun iguala a los que la cultivaron en los tiempos de la dinastía austríaca, no es culpa de la lengua, sino de los escritores.
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N-2,74,12. Nuestro hidalgo había hecho testamento antes de su segunda salida, como se refiere en la primera parte (caps. XX y XLVI). Pero lo había hecho estando loco, y era preciso hacer otro ahora que estaba cuerdo. Como quiera, es de extrañar que aquí no se haga mención alguna del primer testamento, siquiera para revocarlo; a menos que se diga que no existió sino en la desvariada fantasía de Don Quijote en su anterior estado de demencia.
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N-2,74,13. Aquí y en otras partes del presente capítulo se afirma decididamente que el verdadero nombre de Don Quijote era Alonso Quijano, siendo así que en la primera parte de la fábula se habló sobre esto con variedad e incertidumbre.
En el capítulo primero se lee: Quieren decir que (Don Quijote) tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben) aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana; y en el capítulo V se lee que el apellido de Don Quijote debía ser Quijada.
Si Cervantes quiso designar en su héroe algún original verdadero, lo que no es inverosímil, pudo tener éste el apellido de Quijano, y Cervantes se contentaría con indicarlo del modo que lo hizo. Si después lo expresó sin disimulo al fin de su obra, acaso sería por haber muerto en el intervalo de los diez años que mediaron entre la publicación de la primera y la de la segunda parte. Esta sutil e ingeniosa conjetura es del erudito don Ramón Cabrera.
Por un padrón del pueblo de Esquivias, hecho en tiempo de Felipe I, se ve que había en él dos vecinos llamados Alonso Quijano mayor y Alonso Quijano menor; y es sabido que Cervantes casó con una señora natural de Esquivias, y fue del mismo pueblo, donde pudo tomar este apellido.
Salazar, en la Historia de lo cosa de Lara (tomo II, pág. 556), trata de don Manuel Manrique, que vivía en Esquivias, casado con doña Josefa Teresa Quijada de Salazar, hija y heredera de don Alonso Quijada de Salazar, Caballero de la Orden de Santiago; y aunque la existencia de este don Alonso fue algo posterior a la muerte de Cervantes, no seria extraño que entre sus padres o abuelos hubiese habido algunos de su mismo nombre, como sucede frecuentemente en las familias. Esta se halla establecida en Esquivias.
Avellaneda, en el capítulo primero de su Quijote, dijo que el nombre propio de éste era el de Martín Quijada, y aun quizá por esta razón se fijó aquí Cervantes en el apellido de Quijano, desechando los de Quijano, Quesada y Quijada, entre los que había titubeado en los primeros capítulos de su obra.
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N-2,74,14. El mis y el me son incompatibles con el o quien. Era menester decir: A quien sus costumbres dieron renombre de Bueno; o suprimir el a quien, para decir mis costumbres me dieron, etc.
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N-2,74,15. Se repite el mismo solecismo de pusieron por puso, que se notó poco hace.
Poner en peligro es poco; la lectura de las historias caballerescas no sólo puso en peligro a Don Quijote, sino que le causó el grave daño de hacerle perder el juicio.
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N-2,74,16. Si el Cura estaba presente, como se ha dicho antes y aquí se repite, y Don Quijote trataba de confesarse con él, no era consiguiente decir tráiganme un confesor. Tampoco está del todo bien un confesor que me confiese, ni se dice con propiedad que hace testamento el escribano que lo extiende y autoriza, sino el testador que le otorga.
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N-2,74,17. La conjetura se fundaba en la opinión común de que los locos suelen recobrar el juicio para morirse; idea que explica con alguna confusión este período, que está desaliñado e incorrecto. Con efecto, ni las razones añadidas por Don Quijote a las anteriores probarían la facilidad con que había éste recobrado, ni fue aquí Don Quijote quien vino a creer que estaba cuerdo, sino los que le escuchaban. Para que el lenguaje de este período quedase más llano y corriente convendría haber dicho: Siendo una de las señales por donde conjeturaron se moría, el haber pasado tan de repente de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas... con tanto concierto que del todo vinieron a dejar la duda y creer que estaba cuerdo.

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N-2,74,18. Esto indica que hasta entonces no habían llorado: y, sin embargo, pocos renglones antes se dice que hallando Sancho a la Ama y a la Sobrina llorosas, comenzó a derramar lágrimas. Tampoco está bien la expresión última, pues la acción del infinitivo debe referirse a los, esto es, al Ama, Sobrina y Sancho, y así pudiera decir los hizo prorrumpir en lágrimas, o hizo que prorrumpiesen en lágrimas. Fuera de esto, hizo debía ser plural, hicieron, porque se rige de nuevas, que es plural. Finalmente, las palabras de los ojos debían suprimirse, tanto por inútiles, pues siendo lágrimas de los ojos habían de ser, como para evitar la repetición de la palabra ojos, que se lee poco antes.
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N-2,74,19. Cervantes halló el modo de hacer a su héroe ridículo sin hacerle despreciable. Lo primero lo pedían la naturaleza y el objeto de la fábula: para lo segundo le supuso adornado de todas las calidades apreciables que no eran incompatibles con su locura:
honrado, generoso, sensato, cortés, y finalmente, de apacible condición y de agradable trato, y por lo tanto, bien querido de cuantos le conocían. Así es que el lector, después de haberse divertido durante todo el discurso de la fábula con las sandeces y vaciedades del caballero andante, no puede menos de afectarse con la relación de su enfermedad y últimos momentos. De esta suerte se dio al desenlace de la fábula un interés que apenas pudiera dársele de otro modo, y que en el género burlesco equivale a lo grandioso del desenlace en la epopeya.


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N-2,74,20. Es mi voluntad que... quiero. En esto y en lo demás se advierte el desorden y poco concierto de la cláusula, que debiera ser: es mi voluntad que en orden a ciertos dineros que Sancho tiene, y sobre que ha habido entre él y mí algunos dores y tomares, no se le haga cargo dellos.

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N-2,74,21. último razonamiento de Sancho en el QUIJOTE, y tan gracioso como el que más.
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N-2,74,22. ¿Pues qué, los había leído Sancho? No era la primera vez que se le hacía decir mucho más de lo que podía razonablemente saber.
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N-2,74,23. Esto de a puerta cerrada quiere decir, a la Sobrina sola, sin dar participación en la herencia a otra persona alguna, pues el dueño único de una casa puede cerrar su puerta a todos los demás.
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N-2,74,24. Madalena la llama el fingido Avellaneda, y dice que murió en el tiempo que Don Quijote vivió retirado en su casa en su tercera salida, quedando el buen hidalgo solo y desconsolado. Añade que el Cura le dio (a Don Quijote) una harto devoto vieja, para que la tuviese en casa, le guisase la comida, le hiciese la cama y acudiese a lo demás del servicio de su persona. Tal fue el descuido con que Avellaneda leyó la segunda parte del QUIJOTE, que no se acordó del Ama, a quien se había citado en varios pasajes, y aun en el capítulo último de la primera.
Era costumbre muy común en tiempo de Cervantes dar terminación en a a los apellidos en las mujeres cuando acababan en o los de sus padres, de la que hay otro ejemplo en esta segunda parte, en que el morisco Ricote llamó Ricota a su hija (capítulo LIV). Por lo demás, el apellido paterno de la Sobrina no debía ser Quijano, puesto que era hija de una hermana de Don Quijote (cap. VI); aunque en esto solía haber en aquel mismo tiempo, y más aún en los anteriores, alguna variedad, tomando a veces las personas apellido distinto del de su padre, o por motivos de gratitud, o por gravamen de los bienes que le poseían, o bien por otras causas, como sucedió al mismo Cervantes, que usó comúnmente el apellido materno Saavedra, de que hay ejemplo en la historia del Cautivo (parte I, cap. XL), según lo observa Navarrete en la Vida de Cervantes, así como que la bisabuela de éste, doña Juana Avellaneda, conservó este apellido y no el de Arias de Saavedra, que era el de su padre. Y la mujer de Cervantes, doña Catalina Salazar y Vozmediano por su padre, y Palacios por su madre, usó indistintamente, ya el apellido paterno, ya el materno.
Aquí pudiera ocurrir que tal vez el encontrarse el apellido Avellaneda en la ascendencia de Cervantes hubo de influir en la elección del que adoptó el continuador de Tordesillas en la segunda parte del QUIJOTE.
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N-2,74,25. Prevención graciosa y oportuna en la situación del desengañado Don Quijote.
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N-2,74,26. Cervantes no pierde ocasión de zaherir a Avellaneda. Aquí lo hace con mucha gracia y sin el acaloramiento de otras veces, como por boca de un moribundo restituido a la razón y, naturalmente, discreto y de buenos sentimientos.
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N-2,74,27. Donde es adverbio de lugar, no de tiempo. Debió decir en qué.
No estará de más hacer aquí algunas observaciones sobre la naturaleza y vario uso de este adverbio y sus derivados hecho por Cervantes y por los escritores de su tiempo.
Donde es un adverbio de lugar, del que se derivan otros tres, en donde, adonde y de donde. Donde significa el lugar en qué; lo mismo significa con mayor especificación en donde; adonde es el lugar a qué; y de donde es el lugar de qué. A veces se sincopa el donde y se dice do, especialmente en poesía, y se usa dó, a dó, por dó y de dó en el mismo sentido que dónde, adónde, por dónde y de dónde. Así lo tiene ya fijado el uso de nuestro tiempo, pero vacilaba en el de Cervantes, como puede verse por muchos ejemplos de los escritores de entonces, según lo observó ya Capmani (Teatro, tomo I, pár. 196); y aun sin salir del QUIJOTE, en el que también se halla el adverbio donde, usado en su significación actual, hay, sin embargo, frecuentes pasajes en que se emplea como adverbio de tiempo. En el capítulo XXIV de la primera parte se había contado que no se pasaba momento donde no quisiese don Fernando tratar de Luscinda. Y el XXVII empieza así... Venturosos fueron los tiempos donde se echó al mundo el audacísimo caballero Don Quijote de la Mancha. En el XXXVI proponía don Fernando que se dilatase el viaje hasta el venidero día, donde todos, dice, acompañaremos al Señor Don Quijote. Y en la novela del Cautivo encargaba a éste el renegado que a los bogadores los tuviese hablados para el primer viernes, donde tenía determinado que fuese la partida (cap. XLI). El felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante Caballería se lee en el capítulo primero de la segunda parte. Tiempo habrá donde lo ponderemos, decía Don Quijote a Sancho en el capítulo I; y también en el XXI se lee: tres días estuvieron con los novios, donde fueron regalados, etc.; y en otra ocasión, refiriendo Don Quijote el suceso de la cueva de Montesinos, dice que se llegaba la hora donde le convenía volver a salir de la sima (cap. XXII). ¿¿Cuándo será el día..., decía a Sancho Don Quijote, donde yo te vea hablar sin refranes una razón corriente y concertada? (cap. XXXIV). En todos estos casos el adverbio donde está por el relativo en que, el cual era más propio. Otras veces extiende Cervantes la significación del adverbio donde aun a cosas que no son ni lugar ni tiempo, como sucede en el capítulo XXI de la primera parte. Viniendo la noche, cenará con el Rey, Reina e Infanta, donde nunca quitará los ojos della. En el capítulo L dice Don Quijote: querría que la fortuna me ofreciese presto alguna ocasión donde me hiciese Emperador. En el LI de la segunda parte se dice: veis aquí donde entró por la sala el paje, etcétera.
Y en el capítulo LX, aconsejando Don Quijote a Roque Guinart, que dejase la vida que traía, véngase conmigo, le dijo, que yo le enseñaré a ser caballero andante, donde se pasan tantos trabajos y desventuras, que tomándolas por penitencia, en dos paletas le pondrán en el Cielo.
Otras veces el donde se usa por adonde, como se ve en el título del capítulo XXI de la primera parte. Que... los llevaban (a los galeotes) donde no quisieran ir. Sin que nadie supiese decir dónde se había ido (Luscinda) (cap. XXXVI). Para acompañarle (a don Luis) donde don Fernando le quería llevar (cap. XLVI); o como cuando don Fernando decía al Cura dónde había de escribirle (cap. XLVI). Soy (decía Don Diego de Miranda) un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy (parte I, cap. XVI). La Condesa Trifaldi, refiriendo su desgracia, exclamaba, ¿¿pero dónde me divierto? (cap. XXXVII).
Otras veces el donde significa por donde. En el capítulo XXV de la primera parte, diciendo Don Quijote que habían sido inútiles los esfuerzos del galeote para romper el supuesto yelmo de Mambrino, añadía: donde se puede echar de ver la fineza de su temple. ¿ Ve Vuesa Merced, señor Don Quijote (decía doña Rodríguez), la hermosura de mi señora la Duquesa... que no parece sino que va derramando salud donde pasa? (parte I, cap. XLVII).
A veces donde significa de donde; conforme a lo cual en la aventura de las bodas de Camacho se cuenta que Sancho se acogió a las tinajas, donde había sacado su agradable espuma (Ib., cap. XXI). Finalmente, el adverbio do por de donde, lo usó el Canónigo de Toledo, cuando al nombrar a la Mancha (hablando con Don Quijote) añadió: do... trae Vuestra Merced su principio y origen (parte I, cap. XLIX).
Si Cervantes usó del adverbio donde poniéndolo en vez de adonde, también usó de adonde con fuerza de donde o en donde; y aun esto no se opone tanto al uso actual que alguna vez también lo consiente. Al salir Don Quijote de la Argamasilla para emprender la profesión de caballero andante, iba diciendo: siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías (Ibídem, capítulo I). Adonde se guarda tanto silencio, se lee en el capítulo XLII. Y el Ama, refiriendo las desventuras que había pasado Don Quijote en sus dos salidas, dice que de la segunda vino encerrado en una jaula, adonde él se daba a entender que estaba encantado (parte I, capítulo VI).
En el Romancero general de Pedro Flores (parte VI, fol. 152) se halla un ejemplo de esta acepción del adverbio adonde:

Vínose Inés del aldea
adonde violenta estaba,
para la villa en que viven
sus tías y su madrastra.

Fray Diego Yepes, Obispo de Tarazona, en un elogio de Santa Teresa, dirigido al Papa Paulo V, dice: negocio raro, Santísimo Padre... adonde si comparamos la grandeza de esta planta y hermosura... con el pequeño grano donde nació, etc.

En otras ocasiones usó promiscuamente Cervantes de ambos adverbios. En la aventura del barco encantado (parte I, cap. XXIX) contaba Don Quijote que los encantadores solían llevar en menos de un abrir y cerrar de ojos a los caballeros o por los aires o por la mar, donde quieren y adonde es menester su ayuda. Aquí están trocados los adverbios, porque el primero significa el lugar en que, y el segundo el lugar a que, y Cervantes lo dijo al revés.
Los latinos expresaron estas diferencias con más precisión: ubi, donde o en donde; unde, de donde; quo, adonde.
Garcés, en su Fundamento del vigor de la lengua castellana (cap. IV, artículo X), habla de las diferentes acepciones de la partícula donde por ubi, quo, unde, y del pronombre relativo. Para las dos primeras no alega otras autoridades en prosa que las del QUIJOTE. Las demás son pocas y en verso. Por lo que me persuado que las acepciones de donde por quo, y unde, a lo menos en prosa, no son admisibles, y por de contado nuestro uso actual las reprueba.
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N-2,74,28. No es la memoria de la pena, sino la pena la que borra o templa el heredar algo o esto de heredar (no del heredar) algo.

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N-2,74,29. Parece que es el fin último, aunque no suena muy bien este adjetivo con tal sustantivo. Mejor hubiera estado: en fin, llegó el de Don Quijote.

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N-2,74,30. No está dicho con exactitud. Abominar pertenece a la voluntad, las razones al entendimiento. Se demuestra con las razones, se abomino con los afectos. Puede haber razones para abominar, pero no se abomina con ellas. Puede decirse abominar con razón, pero no con razones; la acepción de razón y razones es diversa en este caso; acto del entendimiento; razones son los argumentos o discursos con que se trata de demostrar alguna cosa.
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N-2,74,31. El motivo que da aquí Cervantes de no expresar el nombre del lugar que produjo a Don Quijote no está de acuerdo con el que se indicó al principio mismo de la fábula; a saber, que su memoria era odiosa para el fabulista, y que por esto no quiso nombrarle. Por lo demás, esta ingeniosa sátira extiende a toda la Mancha la burla que desde el principio de la obra pareció dirigirse únicamente al pueblo nativo del héroe.
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N-2,74,32. A pesar de la originalidad y gracia de esta comparación, no carece de inexactitud, pues no se compara a Don Quijote con alguno de los héroes de las dos famosas Epopeyas de Homero, sino con su autor. Diremos con este motivo que, respecto al de la fábula del QUIJOTE, hasta ocho poblaciones de España se han disputado la gloria de haberle dado nacimiento: Madrid, Toledo, Sevilla, Lucena, Alcázar de San Juan, Esquivias, Consuegra y Alcalá de Henares. Esta última ha triunfado de sus competidoras, y se halla ya en pacífica posesión de la palma. Véase a Navarrete, Vida de Cervantes (pág. 201 y siguientes).
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N-2,74,33. Ya se habían puesto los llantos y aun los consuelos de Sancho, Sobrina y Ama.
Nuevos epitafios. Con relación a los que se pusieron al fin de la primera parte, donde hay nota (cap. LI).
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N-2,74,34. Este epitafio carece de chiste si es de burlas, y no es bastantemente claro si es de veras. De todos modos está muy lejos de corresponder al lugar que ocupa y al objeto a que se dirige; y la inscripción puesta sobre el sepulcro de Don Quijote debiera ser otra cosa. La dicción es rastrera, los versos desmayados, como casi todos los de Cervantes, y en cuanto a los conceptos, el de la primera quintilla peca por alambicado y falso, y el de la segunda por oscuro. Es desagradable por cierto ver deslucido el final de esta admirable fábula con un insulso epigrama, tan malo en su línea como el epitafio del pastor Grisóstomo que se halla en la primera parte (capítulo XIV).
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N-2,74,35. Sanázaro acaba su Arcadia con un apóstrofe a su zampoña, que deja colgada de un árbol: appicata in questo albero, ove io ora con sospiri èè lacrime abbondantissime ti consacro, ib memoria di quella, etc.
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N-2,74,36. El poema de Alejandro, refiriendo su muerte, dice (copla 2450):

Priso el Rey la copa, no la debiera prender,
demandó una pénnola por vómito facer,
que si facer podiese cuidara guarecer.

Sobre péndola hay nota en la primera parte (cap. XXI, nota 17).
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N-2,74,37. Versos tomados de un romance antiguo, que se han citado ya en la nota 41 al capítulo XLIX de la primera parte.
Cervantes, al fin de la primera parte, como que convidó a otros que continuasen la obra; y con la experiencia de lo mal que lo había hecho Avellaneda, e irritado con las descortesías de éste, y animado con el aplauso general de su QUIJOTE, dice ahora:

Tate, tate, folloncicos, etc.

Vense ejemplos del uso de la interjección tate en los romances más antiguos, como en el del Conde Claros. Este, disfrazado de fraile, entró a confesar a la Infanta Claraniña, su amante, estando para ser ajusticiada:

El cuando se vio con ella
de amores le fue a hablar;
tate, tate, dijo, fraile,
que a mí tú no has de llegar,
que nunca llegó a mi hombre
que fuese vivo en carne,
sino sólo aquel don Claros,
don Claros de Montalbane.

En el romance del Palmero dice el Rey Carlos:
Tate, tate, Oliveros,
tate, tate, don Roldane,

El Caballero de Cupido, dirigiéndose a unos villanos que de orden del encantador Arcaleo estaban atormentando a su hermano Floramor, les decía: Tate, villanos traidores, no hagáis tal crueldad (Caballero de la Cruz, libro I, capítulo LXII).
El Emperador de Constantinopla, viendo a un caballero que perseguía a una doncella para darle muerte, y lo mismo sus caballeros, le gritaba: Tate por Dios, caballero: no hagades mal a la doncella, que morirás por ello (Caballero de la Cruz, lib. I, cap. LXXVI).
Queriendo don Cleofás bajarse del capitel de la torre de San Salvador a matar a coces a su doña Tomasa, que oía de amor a otro... para estas ocasiones se hizo el tate, tate, dijo el Diablo Cojuelo que no es salto para de burlas (tranco 2.E°).
De ninguno sea tocada. En los tiempos caballerescos tocar la empresa que traía algún aventurero era obligarse a mantener contra él la justa o lid propuesta, de lo que hay ejemplos en las crónicas de don Juan el I y otras, donde puede verse, como también en las notas al capítulo XLIX de la primera parte, antes citadas.
Estando Zair en el campo para mantener la preferencia de hermosura de la Princesa Onoloria, vino un caballero encima de un caballo pasando cabe los miradores de la plaza, y tocó el escudo de Zair; y así como lo tocó, inclinándose hacia él, se apartó a una parte del campo (Amadís de Grecia, cap. IX).
Estaba guardada. Amadís de Gaula, al reconocer la aventura de la Cámara defendida en la Peña de la Doncella encantadora, creyó que era para él (Esplandián) como mejor que todos, y que a él mismo de bondad pasaría, estaba aquella aventura guardada (cap. CXXX) En el capítulo XVI de la Historia de las guerras civiles de Granada, tratándose de la reducción de los moros levantados en las Alpujarras, dice don Alonso de Aguilar: Aquesa empresa, señor,
para mí estaba guardada,
que mi señora la Reina
ya me la tiene mandada.
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N-2,74,38. Prevención contra Avellaneda, que había ofrecido la continuación de las hazañas de Don Quijote y su viaje a Castilla la Vieja, como se indica claramente algo más abajo, y que tacha anticipadamente Cervantes.
Tordesillesco. De Tordesillas, de donde se decía natural Avellaneda. Es adjetivo de desprecio, como caballeresco, grotesco, etc.
Mal adeliñada. Las ediciones antiguas decían deliñadas. Pellicer, fundado en el uso del mismo Cervantes en otros lugares del QUIJOTE, propuso que se leyese adeliñada, y la Academia adoptó esta enmienda en su última edición de 1891.
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N-2,74,39. Avellaneda, después de encerrar a Don Quijote en la casa de locos de Toledo, concluye de esta suerte su segunda parte, que tantos rasgos de semejanza ofrece con la conclusión de la primera de Cervantes: Estas relaciones se han podido sólo recoger, con no poco trabajo de los archivos manchegos acerca de la tercera salida de Don Quijote, tan verdades ellas como las que recogió el autor de las primeras partes que andan impresas. Lo que toca al fin de esta prisión y de su vida…… no se sabe de cierto; pero barruntos hay y tradiciones de viejísimos manchegos de que sanó y salió de dicha casa del Nuncio... Pero como tarde la locura se cura, dicen que... volvió a su tema, y que comprando otro mejor caballo, se fue la vuelta de Castilla la Vieja, en la cual le sucedieron estupendas y jamás oídas aventuras, llevando por escudero a una moza de soldada que halló junto Torrelodones vestida de hombre... cuenta que la dejó encomendada a un mesonero de Valdestillas y que él sin escudero pasó por Salamanca, ávila y Valladolid, llamándose caballero de los Trabajos, los cuales no faltará mejor pluma que los celebre.
Esto indicaba en Avellaneda la intención de continuar la historia de Don Quijote. Y no contento con la continuación de la del caballero, la ofrecía también de la del escudero, cuando después de referir que Sancho y su mujer Mari-Gutiérrez se acomodaron en la Corte con el Archipámpano, decía: los sucesos de estos buenos y cándidos casados remito a la historia que de ellos se hará andando el tiempo, pues son tales, que piden de por sí un copioso libro (cap. XXXV).
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N-2,74,40. Tercera jornada querrá decir aquí tercera parte del QUIJOTE, no salida, porque realmente éste hizo tres, y la que anunciaba Avellaneda era cuarta.
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N-2,74,41. Esta protesta de Cervantes al fin de su obra manifiesta claramente su loable intención y propósito en escribirla. Llama y puede llamar verdadero a su QUIJOTE, porque en materias de invención lo verdadero es lo verosímil por oposición a lo disparatado, como lo eran las historias caballerescas, a las que por esto conviene el dictado de fingidas, que aquí les da junto con el de disparatadas. Sin que de aquí se infiera necesariamente que Don Quijote no es un personaje del todo fabuloso, como sospecharon algunos, indicando que bajo su nombre se quiso ridiculizar al Emperador Carlos V. Por lo demás, se ha verificado completamente la predicción de Cervantes sobre que su QUIJOTE había de poner en olvido los libros caballerescos; efecto que ya había empezado a producir en vida del mismo Cervantes desde la publicación de la primera parte de la fábula; siendo él el primero, como antes dice, que gozó el fruto de sus escritos. Y, en efecto, el QUIJOTE de Cervantes echó la llave a la época de los libros caballerescos; como que desde su publicación no se ha escrito en España ningún libro nuevo de Caballerías, y apenas se ha reimpreso uno u otro de los antiguos.
Manuel de Faria y Sousa, en su comentario de las Lusiadas, que concluyó en 1637, dice: Ya en virtud de la feliz invención de Cervantes, no son tan leídos (los libros de Caballerías).
No ha faltado quien se incline a creer que la intención del autor del QUIJOTE se reducía a sustituir la lectura de las novelas a las de los hechos caballerescos; pero no cabe respuesta más concluyente ni demostración más clara de la verdadera intención de Cervantes que este pasaje con que se da fin a la fábula. Y se acabará de darle toda la fuerza y valor imaginables uniéndolo al otro del prólogo de la primera parte, donde se dice que su escritura no mira más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de Caballerías... y a derribar la máquina mal fundada de estos caballerescos libros. Estas son dos ocasiones solemnes en que las expresiones tienen y adquieren mayor autoridad y fuerza. La del prólogo puede considerarse como la proposición que pone a la vista el objeto de la obra; y la del final, como la consecuencia que de todo su contexto se deduce; siendo evidente que desde el principio hasta el fin de la fábula y en estas dos ocasiones, se manifiesta el propósito del fabulista de un modo que excluye todo género de duda.
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N-2,74,42. Cervantes, con prudente economía, no hizo mención en el escrutinio de la librería de nuestro caballero más que de pocos libros caballerescos, los que le parecieron más a propósito para su intento, escogiéndose de los que había en el aposento de Don Quijote. Con efecto, el número de los libros de Caballerías comunes en tiempo de Cervantes era muy considerable; pero desterrada su lectura por el QUIJOTE, y no habiéndose reimpreso más, han llegado a ser tan raros sus ejemplares, que de algunos no se encuentran ya absolutamente, y puede sospecharse que de otros se ha perdido hasta la memoria. Por esta razón, y para satisfacer la curiosidad de los lectores aficionados a la bibliografía, me ha parecido conveniente reunir aquí el catálogo de todos los libros caballerescos españoles que han llegado a mi noticia, expresando en cada uno de ellos sus autores cuando se conocen con certidumbre, la primera edición que he alcanzado, si es traducción, y si se ha traducido a otras lenguas.
Esta biblioteca puesta a continuación del QUIJOTE, será un monumento semejante a los trofeos de la victoria en el campo de batalla con las armas y los nombres de los vencidos.
Los libros de Caballerías de otras naciones son también muchos, unos impresos y otros manuscritos, y sólo en la Biblioteca de las Bibliotecas del padre Montfaucon se incluyeron muchísimos artículos de esta clase de libros, especialmente franceses.
Al concluir este Comentario ocurre naturalmente la observación que ya he indicado alguna otra vez, de que siendo tantos los defectos notados en el QUIJOTE (además de los innumerables cuya mención se ha omitido como de menor cuantía), sin embargo el libro embelesa, arrebata, encante a los lectores, que no los perciben, o apenas los perciben. ¡Qué abundancia de mérito no debe de haber en la invención, en la suma, en el contorno de esta admirable fábula! Algo semejante a esto sucede en cuadros y pinturas eminentes, que se celebran como tales a pesar de las incorrecciones que puedan tener.
Por lo demás, a los que nos tachen de nimiamente severos, diremos con Voltaire (comentario sobre Rodoguna, en la edición de 1776 de las obras de Corneille):
On trouvera peut êêtre que j′′ai examiné cette pièèce avec yeux trop sévers. Mais ma réponse sera toujours que je n′′ai entrepris ce comentaire que pour êêtre utile, que mon dessein n′′a pas été de donner des vaines louanges àà un mort qui n′′en a pas besoin, et àà qui je donne d′′ailleurs tous les éloges qui lui sont dûûs; qu′′il faut éclaire, les artistes et non les tromper, que je n′′ai pas cherché malignement àà trouver des défauts; que j′′ai examiné chaque pièèce avec la plus grande attention; que j′′ai souvent consulté des hommes d′′esprit et de gout, et que je n′′ai dit que ce qui m′′a paru la verité. Admirons le genie mââle et fécond de Corneille; mais pour la perfection de l′′art, connaisons ses fautes ainsi que ses beautés. (Se dirá, tal vez, que he examinado esa obra con ojos demasiado severos. Pero a esto responderé: que al decidirme a este comentario, sólo aspiré a ser útil; que mi propósito no ha sido prodigar vanas alabanzas a un muerto que ya no las necesita, y a quien, por otra parte, dedico todos los elogios que merece; que en mi entender, no hay que engañar a los artistas, sino informarles lealmente; que no he tratado malignamente de descubrir defectos; que he examinado cada obra con gran atención; que he consultado a menudo personas competentes y de gusto; que no he dicho más que aquello que me ha parecido ser la verdad. ---Admiremos el genio macho y fecundo de Corneille; pero, para la mayor perfección del arte, conozcamos sus defectos tanto como sus bellezas.)
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