Fantasmagoría erótica en la lírica castellana (otros)por Miguel Garci-Gomez I. DESPLAZAMIENTO Y SUBLIMACION. Desde los escritores de las jarchas hasta
Federico García Lorca la lírica tradicional ha ejercido sobre el alma hispánica una fascinación
inagotablemente vivificadora. Tan vivificadora e inagotable como el amor que inspira toda esa
lírica y la traspasa. Amor sensual, amor sexual. Amor que engendra y, con la alegría, trae a veces
el dolor; un amor que de continuo se hace y se deshace, y que al hacerse y deshacerse se siente tan
intensamente que obliga a gritar muy alto. Ahora bien, la represión cultural de ese amor ha sido tal,
que nos vemos obligados a amortiguar el grito. De sus órganos y operaciones, en la conversación
del buen gusto, no se puede o no se debe hablar, si no es con circunlocuciones y eufemismos, con
metáforas y símbolos.1 Modelo de ese buen gusto, por ejemplo, es esta letrilla en que madre e hijita
hablan de la ruptura del himen, la pérdida de la virginidad:
Hablamos con naturalidad, con candidez y obviedad de las operaciones de nuestros sentidos:
de nuestra vista y tacto, de nuestros gustos, de la música y los perfumes, y del placer que nos
producen. Abrimos nuestras manos y las extendemos a los demás para estrechárnoslas con
efusividad. No descansa ni un momento nuestro olfato, y nuestro oído se mantiene siempre abierto.
Cruzamos con nuestro prójimo la mirada sin tener que ruborizarnos. Se afeitan los hombres y hasta
se depilan; se hacen trasplantes de cabello o se colocan cuidadosamente su peluquín. Las mujeres
embellecen sus ojos y labios, o siliconan sus pechos para atraer, seducir y cautivar. De todas estas
operaciones hablamos con propiedad de lenguaje, con directez de expresión. Pero hay ciertas partes
en nuestro cuerpo, hay operaciones de ciertos órganos y ciertos sentimientos de nuestro espíritu que
se estiman en gran valor, sí, pero que ni se deben mostrar ni nombrar directamente. Se usan en su
lugar metonimias y metáforas:
¿Y por qué será así? Quizás porque se nos dijo hace mucho tiempo que nuestros antepasados
hicieron algo tan reprobable y nefando que se les "abrieron sus ojos y, viendo que estaban
desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones" (Gen. 3, 7). Movidos del
pudor, (nota sobre el pudor en José Cela, Enciclopedia del erotismo. Barcelona: Destino, 1982-, vl.
IV, 983) cubrieron nuestros antepasados sus genitales, ocultando a la vista su apariencia y a los
oídos su apelativo.
No se mermó la potencia de tales órganos, pero se dejó de ver su realidad y se dejó de oír su
nombre propio. Se velaron celosamente los orificios inferiores de nuestro tronco, pene o vulva
y ano, y se imposibilitó su cándida exposición a la mirada y la mención sin ambages en la
conversación.
Nuestros antepasados se horrorizaron y nos horrorizaron hasta la aberración; llegaron de tal
manera a avergonzarse que llamaron vergüenzas a los órganos de la reproducción. Nuestros
padres, por un lado, se cuidaban en ocultarnos los canales de la vida; algunos moralistas, por otro,
nos enseñaban que nacíamos todos inter urinas et feces. Los poetas eran en cuestión de estilo
mucho más finos y delicados, pero no más sinceros. Les encantaba a éstos ilusionarnos con la
imagen de la cópula amorosa, rúbea y perfumada de una rosa y un clavel, o de una rosa y un lirio.
Los manantiales de la vida y del gran placer, es natural, no podían permanecer ignorados y
silenciados por completo, por mucho arte que se empleara en su embellecimiento o mucho ingenio
que se derrochara en su denigración. ¿Quién podría frenar el amor? Ni siquiera el dolor.
Con la censura y la prohibición del nombre propio de los genitales y sus operaciones, se le
abrieron las puertas a la fantasía del bardo y a las fantasías de su público. Se evitó, sí, su apelativo,
para provocar la referencia a esas partes y sus operaciones con una inmensa multitud de nombres
traslaticios, de eufemismos, de imágenes y símbolos. El eufemista se volvió sutil en su expresión
y el falo fue representado en sus fantasías y las de su público por una flor, un caracol, un pájaro,3
Hasta tal punto, con motivo de las prohibiciones de los moralistas, se desbordaron las fantasías
del poeta y de su público que, cabrá afirmar, no ha habido represión que haya originado mayor
libertad --y libertinaje-- ni mayor fuerza creativa que la represión sexual4, al menos el ámbito de
la producción lingüística y literaria. Sin la represión carecería de razón de ser, carecería de
sublimación o sublimidad la poesía lírica llamada de tipo tradicional, la que tanto admiramos y
apreciamos en nuestra cultura.
La represión obligó al poeta que hablaba del amor y la pasión a inventar una "fermosa
cobertura." Aquellos escritores que desecharon esa cobertura, si por un lado omitían en su
lenguaje la expresión prohibida, por otro privaron a sus composiciones de la sublimación,
cayendo irremediablemente en la obscenidad o el mal gusto, con unos cantares que servían poco
más que para alegrar a las gentes de baja y servil condición. Rayano con el mal gusto es el lenguaje
de la copla que sigue --y dejemos al lado las tono un tanto procaz, carentes de la "fermosa cobertura":
La "fermosa cobertura", por el contrario, alumbraba la creación de aquellos que nuestro
primer teórico de la poesía, el Marqués de Santillana, caracterizaba como "ánimos gentiles, claros
ingenios y elevados espíritus;" poesía que en nuestra lírica de tipo tradicional consistía en un fingimiento entretejido de
pájaros, zarzas, caracoles, flores, cuernos, paja, parva, con la función de cubrir y velar lo feo, al
modo de aquellas hojas de higuera del Génesis.
Por razón de la represión lo innombrable e invisible logró su imagen expresiva mediante el
desplazamiento6 a lo nombrable o visible que se le asemejaba en el cuerpo o en el universo. En
retórica esta sustitución de un nombre por otro se conoce como metonimia. El ingenio y la sutilidad
en el decir del escritor exigiría ingenio y sutilidad en la interpretación del lector.
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