NOTA: Ofrezco aquí mi artículo sobre los afrodisíacos, un poco de perspectiva histórica,
y el significado plurivalente de huevos asados, publicado con anterioridad (ver referencia en el Curriculum vitae).
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Es la ironía un recurso literario tan sutil que se presta a ocasionar
graves problemas interpretativos. Y es que el ironista depende en gran
manera, para su comprensión, del reconocimiento del lector. El que "por
vituperio dice alabança"--por usar la expresión de don Enrique de Villena--,
[n1]
corre el riesgo de que al final el favor prevalezca en la estima del oyente.
Pocos pasajes de la literatura universal podrían aclarar esta proposición mejor
que el del auto I de Celestina′, donde Pármeno entona un himno grotesco al
renombre de la "puta vieja alcoholada."
Con el fin de disuadir a Calisto de entrar en tratos con Celestina,
Pármeno se deja arrebatar de una vigorosa inspiración y prorrumpe en un
exaltado y estridente himno cósmico, en el que hombres y animales, bestias
domésticas y salvajes, anfibios y aves, seres animados e inanimados proclaman
el nombre de la "puta vieja."
PAR. --¿Por qué, señor, te congoxas? ¿E tú piensas que es
vituperio en las orejas desta el nombre que la llamé? No lo
creas; que assí se glorifica en le oyr, como tú, quando dizen:
¡diestro cauallero es Calisto! E demás desto, es nombrada e por
tal título conocida. Si entre cient mugeres va e alguno dize:
¡puta vieja!, sin ningún empacho luego buelue la cabeça e
responde con alegre cara. En los conbites, en las fiestas, en las
bodas, en las cofadrías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los
perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aues, otra
cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si
cerca las bestias, rebuznando dizen: ¡puta vieja! Las ranas de los
charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros,
aquello dizen sus martillos. Carpinteros e armeros, herradores,
caldereros, arcadores, todo oficio de instrumento forma en el
ayre su nombre. Cántanla los carpinteros, péynanla los peynadores, texedores. Ladradores en las huertas, en las aradas, en
las viñas, en las segadas con ella passan el afán cotidiano. Al
perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas,
que son hazen, a do quiera que ella está, el tal nombre representan. ¡O qué comedor de hueuos asados era su marido! ¿Qué
quieres más, sino, si una piedra toca con otra, luego suena
¡puta vieja? (I:68)
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La fantasmagoría erótica es de una resonancia verdaderamente estruendosa. Los instrumentos
de la amalgamada orquesta los componen yunques, calderos, martillos, sierras,
telares, tableros, peines, azadones y arados, cantos rodados. La schola cantorum la integran
perros que ladran, aves que graznan, ovejas que balan, asnos que rebuznan,
ranas que croan. El discordante concierto resuena en las huertas, en los
campos de labranza, en los viñedos, en los talleres, en los casinos, entre el
regocijo de los convites y los llantos del velatorio; pues Celestina,
si entre cient mugeres va e alguno dice: ¡puta vieja!,
sin ningún empacho luego buelve la cabeca e responde con alegre cara.
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Celestina es la puta por antonomasia, y de ello se enorgullece. No hay
en toda la Tragicomedia de Calisto y Melibea un pasaje más rítmico y vigoroso
en su lenguaje, más atractivo y musical en sus imágenes, más rico y polivalente
en sus sugerencias. La sátira contra la "puta vieja alcoholada" no
podía ser más efectiva, más punzante; pero al final --para mayor ironía-- el
favor prevalecería en la estima de Calisto, que postrado suspiraría:
Desde aquí adoro la tierra que huellas [Celestina] e en reverencia tuya beso.
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El cántico suena a parodia de los salmos 148-50 en los que todo el universo,
en enumeración detallada, mares, cetáceos, collados, granizo, nieve,
niebla, viento, fieras y aves, con címbalos resonantes, se unen en alabanza de
Yavé:
Todo cuanto respira alabe a Yavé. ¡Aleluya! (Salmo 50:6).
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En boca de Pármeno el estridente concierto es todo un ininterrumpido
crescendo hasta el fortísimo final:
Todas las cosas que son hacen a do
quiera que ella está, el tal nombre representan.
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Y de pronto, en ese momento de la narración, hay un enmudecimiento de
orquesta y coro. El auditorio como si dejara de oír, sólo para poder
contemplar con mayor atención la imagen desconcertante del marido de Celestina:
¡O qué comedor de hueuos asados era su marido!
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Aquí se quebró el hilo de la narración, para que resaltara más la figura
que sin duda constituía el climax de la gradación. Aquí se calló la orquesta, y
nuestra imaginación, sobrecogida, se centró en el marido de la "puta vieja," el
director de aquella barahúnda. Tras la breve visión de la silueta del marido,
se dejaban oír las notas del último compás:
Qué quieres más, sino, que si una piedra toca con otra,
luego suena ¡puta vieja![n2].
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Puta verdaderamente excepcional debió ser Celestina cuando aun de
vieja subyugaba lujuriosamente a su propio marido; en verdad no habría
podido éste escapar a los hechizos de quien, como coroboraría Sempronio,
A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria
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Al parecer, la frase "comedor de hueuos asados" ha resultado bastante
enigmática a los críticos que de ella se han ocupado con cierta detención. P.
Goldman extraía la expresión de su contexto para analizarla en la corriente de
ciertas prácticas judaicas o ritos de lamentación, en los que era costumbre
comer huevos cocidos o asados.[n3] ¿Querría Goldman hacernos creer que sólo
los judíos se atiborraban de comida con motivo de los velatorios? En ese caso
es que sabía muy poco de costumbres muy generalizadas y vigentes aun en
nuestros días de los banquetes póstumos.[n4] Según su interpretación, la alusíón
del Pármeno estaría llamada a producir una abrupta ruptura en el hilo del
discurso, en el ritmo trepidante del concierto, para anunciar al lector que el
marido, como era judío, se desentendía del grostesco cortejo que aclamaba a la
"puta vieja," y lloraba, y comía. Es decir, el marido aparecía en el pasaje
como víctima afligida y pesarosa del oficio de su mujer, como la única criatura
que no se dejaba arrastrar por el omnímodo poder e irresistible hechizo de
Celestina; para el comentarista, pues, Pármeno introducía con la alusión al
marido un elemento que venía a producir un súbito desmoronamiento de ese
colosal monumento al erotismo sin coto de Celestina. Goldman,
más interesado en exponer las prácticas judaicas que el contexto del AUTO,
quebrantaba con su interpretación foránea la línea de ese ininterrumpido
crescendo que consigue que en el marido, comedor de hueuos asados, se
encrespe nuestra fantasía para enseguida quebrarse contra las piedras
conmovidas, lápida perenne, solemne epitafio con que se sellaba ese gran monumento a la puta.
[n5]
Otro gran fallo de la interpretación de Goldman es, sin duda, que en la
literatura --y en la vida-- carece de precedentes y de credibilidad el marido
de la prostituta que se pasa la vida comiendo huevos y lamentando el oficio
de su consorte. Por el contrario, se da con frecuencia el marido de la
cortesana que cohabita y gana su subsistencia como su parásito, según nos lo
retratan Juvenal[n6] y Ausonio,[n7] o como su chulo, o el alcahuete en lenguaje de
Las Siete Partidas, del que se nos dice:
home . . . tan vil que él mismo alcahuetea a su propia muger
( Part. 7, tít. 22, l. l).
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Y es que no se concibe que ningún marido aguante al lado de la coima, si no es como cómplice y
beneficiario de su carnal comercio.
J. E. Gillet había dado con anterioridad otra explicación de comedor de
hueuos asados un tanto más a tono con la tesitura del contexto. Para él, el
marido de Celestina comería huevos para poder satisfacer las exigencias
eróticas de su mujer:
uno puede deducir que el marido de Celestina estaba locamente
enamorado de ella y ansioso de demostrárselo, quizá como prueba
ulterior de su sobrecogedora popularidad.[n8]
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La obvia timidez de este aserto se debe a que Gillet parecía guiarse por
una intuición sin tener a su disposición documentos donde apoyarse; por otro
lado, llevado también por ciertas tendencias centrífugas, exocríticas, no se
muestra tan interesado en aclarar lo de "comedor," o de ensalzar el arte y la
excelencia del discurso, como en justificar y popularizar una tardía variante,
introducida en una traducción italiana de la obra: comendador o encomendador
de huevos asados.[n9]
Los huevos asados no eran interpretados por J. Gillet como afrodisíaco o
estimulante del apetito venéreo, sino más bien como reconstituyentes tras los
excesos eróticos:
The restorative effects of eggs might easily be called for after erotic excesses (145).
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Y, sin embargo, a continuación cita un texto de
Alarcón, donde los huevos se asocian a las cantáridas, uno de los
más potentes y populares afrodisíacos:
no he visto tal ardor,
ni aun en la noche primera,
habeis bebido cantáridas
huevos con sal y pimienta.[n10]
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Que quisiera decirnos Pármeno que los huevos eran nutritivos y
reconstituyentes, sería una perogrullada, con la cual se debilitaría la cuidada
gradación de las imágenes. Que aludiera a los huevos como afrodisíaco,
cuenta con una larga y fehaciente tradición literaria, a caballo entre la
medicina y la magia; como afrodisíaco venían los huevos asados a rematar con
brillantez y vigor la gradación climática. Veamos.
Entre otros, recomendaban expresamente los huevos, por su virtud
afrodisíaca, Ovidio ( Ars amandi, 2, 4l5 ss.), y el enciclopedista Plinio el Viejo
( Historia naturalis 30, 49), quien enseñaba que comer carne o huevos de ave
excitaban el apetito venéreo:
Venerem concitant . . . Passeres in cibo vel ova eorum.
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Era, empero, entre los árabes donde los huevos gozaban del mayor
prestigio como afrodisíaco. Recoge tales creencias el tunecino Al-Nefzaoui
(entre l394-l433) en su obra The Perfumed Garden; en el último capítulo expone
la conclusión de su trabajo y trata de cómo la deglución de huevos causaban
los buenos efectos de favorecer el coito
Forming the Conclusion of the work, and Treating of the
Good Effects of the Deglutition of Eggs as Favourable to the Coitus 248.
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A los más exigentes, a los interesados en copular durante toda la noche
les recomendaba el autor las siguientes recetas:
Debe hacerse de un gran número de huevos, de manera que pueda
comer hasta saciarse, y freírlos con manteca fresca. Una vez listo,
debe sumergirlos en miel, trabajando luego bien toda la masa.
Entonces debe comer todo lo que pueda con algo de pan, y puede
estar seguro que durante toda la noche el miembro no le permitirá descansar.[n11]
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El Antiguo Autor de La Celestina, a continuación del texto que aquí se
comenta, resaltaría cómo Pármeno era un experto en cuestiones de curas y
remedios, perfumes, brebajes y otros hechizos, con un conocimiento preciso de
la nomenclatura de los herbolarios y la farmacopea que en su casa guardaba
Celestina.[n12]
Pues bien, en los recetarios de medicina medieval erótica se recomendaba
con fe, y con frecuencia, un tipo de afrodisíaco que ilustra y enriquece
con abigarrados destellos el pasaje de Pármeno; afrodisíaco que, según
documentos de la época, sabemos se confeccionaba y administraba en la España de
aquel entonces.
El historiador de Fernando el Católico, L. Galíndez de Carvajal, nos
cuenta la siguiente anécdota:
En este año [1513] por el mes de marzo adolesció el Rey Católico
en Medina del Campo, . . . que se había ido a holgar con la Reina
Germana su muger, de un potage frio que le hizo dar la Reina,
porque le hicieron entender que se haría preñada luego . . . de
la cual enfermedad al cabo ovo de morir el dicho Rey Católico.[n13]
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Sexagenario era por entonces el rey Fernando. Que el potaje fuera un
estimulante sexual, nos lo confirma el historiador Pedro Mártir de Anglería,
quien a su vez nos hace una valiosa aclaración sobre los ingredientes básicos
de que estaba confeccionado, nada más y nada menos que de testículos de
toro:
El Rey Católico estando muy deseoso de tener prole, sobre todo
masculina ... se dice que ingirió ciertos alimentos que activaban
su sexualidad. Creía que por ese medio podría conseguirse que su
mujer quedara en cinta. Para conseguirlo le dieron a comer un
condimento de testículos de toro.[n14]
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Aparte de que el rey deseara descendencia --preferiblemente masculina--,
compréndase que al mencionar la intención procreadora se le exculpaba al
monarca --como se exculpaba a todos los casados-- de pecado mortal en el uso
de afrodisíacos, cuyo uso era, por otro lado, ilícito si sólo se pretendía con
ellos --como el marido de Celestina-- excitar la libídine. Se enseñaba en Las
Siete Partidas:
Excusanza han el marido et la muger a las veces de no pecar
quando yacen en uno . . . quando se trabaja el varon por su
maldat, porque lo pueda mas facer comiendo letuarios calientes e
faciendo otras cosas, et en esta manera peca mortalmiente; ca
muy desaguisada cosa face el que quiere usar de su muger tan
locamiente como farie de otra mala muger, trabajandose de facer
lo que la natura nol da" (Part. 4, tít. 2, 1. 9).
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Para Angel Alvarez de Miranda la anécdota del rey Católico era una
manifestación de la magia y medicina asociadas al toro en la Península Ibérica;
el celebrado investigador de antropología cultural hispánica, dice que lo
importante de la anécdota era "la creencia popular de las virtudes genésicas
de que es portador el toro," añadiendo con encomiable exactitud que "recetas
más o menos semejantes se leían en libros de la antigua medicina clásica, y
hombres cultos, como el propio Cristóbal Colón, les prestaban asenso."[n15]
Y es que, efectivamente, el poder afrodisíaco de los testículos de toro
no era creencia exclusiva de los iberos; más allá de los Pirineos contaba con
el respaldo de tan distinguidos tratadistas como Antonio Mizaldo, quien en una
obra publicada en Frankfort en l599, recetaba como estimulante sexual, para el
hombre y la mujer, el testículo árido de un toro que fuera completamente
rufo.[n16] Sin duda el color rojo sería para el autor indicativo de la mayor
potencia sexual del bicho.
Plinio el Viejo, como vimos, recomendaba los huevos como excitantes
venéreos, y en otra ocasión hace referencia a las virtudes estimuladoras de
los testículos de caballo y el testículo derecho de un asno, con un vaso de
vino (animales de grandes atributos sexuales):
Coitus stimula[a]nt . . . testiculi equini aridi, ut potioni interi
possint, dexterve asini testis in vino potus" ( Historia 28, 80).
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Multiforme fue la influencia de Plinio sobre los
medievales, y en cuestiones medicinales gozó de gran autoridad entre los
médicos, como puede verse por los recetarios.
Marcelo Empírico, por ejemplo, en su obra De medicamentis libri, de
gran popularidad, cuya edición príncipe apareció en 1536, recogió y propagó
las creencias sobre los huevos y testículos según Plinio, con algún ligero
retoque personal. A los más flojos en cuestiones de sexo les amonestaba
Marcelo que más eficaces que los huevos eran los testículos, sobre todo si se
preparaban con miel y se comían en ayunas durante tres días consecutivos;
su efecto curativo era indudable e inmediato [n17]
Contra gustos no cabían disputas. Los escritores medievales reproducen
recetas para todos los paladares --¡y qué paladares!--, algunas de ellas
confeccionadas a base de orina y excrementos, de testículos e, incluso, penes
de variados animales. Como observa Alan H. Walton, en los escritos de Paulino,
muy conocido en el medievo, entre los ingredientes más citados se
incluían:
los orines de toro, las gallinazas, los testículos de una liebre o de
un ciervo, el pene de un asno."[n18]
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San Alberto Magno, preclaro entre los intelectuales, teólogos y alquimistas
del medievo, compartía y propagaba la medicina de tipo homeopático,
basado en la creencia muy generalizada de similia similibus curantur, que
viene a a asemejarse a nuestro refrán "La mancha de una mora con otra
verde se quita," o el otro, entre los de La Celestina, "vn clavo con otro
se espele."
Se creía universalmente que el hombre podía fortalecer sus
órganos mediante una alimentación a base de órganos semejantes de ciertos
animales.
En la biblioteca de El Escorial, existe un manuscrito en árabe, número
893, posiblemente de mediados del siglo XIV, donde se recoge una multitud de
recetas medicinales de carácter homeopático. Afortunadamente contamos con una
edición moderna en castellano gracias a la versión de Carmen Ruiz, con el
título de Libro de las utilidades de los animales. Me voy a permitir prodigar
las citas con el fin de ilustrar con mayor claridad la mentalidad de la época
de Rojas y comprender mejor frase de Pármeno en su acepción de
testículos:[n19]
Los testículos de ternero, cuando se secan y machacan, y se dan
a beber, estimulan y vigorizan el coito (12).
Cuando se seca su [de zorro] testículo y se administra de ello un
dirham con agua de dátil día y noche, es afrodisíaco y calienta
los riñones (50).
Si se seca el testículo derecho [del erizo grande] y se administra
de ello un dirham con miel, quitada la espuma, es afrodisíco y
aumenta la intensidad del coito (54).
Su [del cocodrilo] testículo izquierdo, seco y bebido con agua de
garbanzo, es afrodisíaco (57).
El pene y los testículos de ganso, si se comen, son afrodisíacos
(71).
Entre las utilidades del halcón está la de su carne, si se come, va
bien para la enfermedad llamada dolor de huevo [= posiblemente, testículo] (87 y XXVI).
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Así explica Harry E. Wedeck el concepto de medicina homeopática:
La bravura del león reside en el corazón del león. De aquí que el
comer su corazón, por una especie de transferencia afectiva,
tornará al consumidor humano igualmente valeroso. De manera que
el procedimiento se extiende a lo largo de todo el campo
erótico. ... Los testículos de oca y el estómago de una liebre,
guisados con abundantes especias, ayudan a hacer el amor.[n20]
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¡O qué comedor de huevos asados era su marido!
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¿Huevos, testículos?[n21]
A la mayor parte de los lectores de La Celestina, en contraste con los editores
del texto que han solido pasar por alto esta popular acepción del término, no
se les habrá escapado la asociación. En Castilla hay costumbre de encargarle
los huevos al carnicero. A pesar de esta costumbre tan extendida por la
geografía española, en los diccionarios castellanos no suele darse entrada,
bajo `huevos′, a su corrientísima acepción de testículos. ¿Demasiado vulgar?
Que lo indiquen. ¿Que no existe en otras lenguas romances tal acepción traslaticia?
No importa; eso lo hace más peculiarmente castellano, aunque, dicho
sea en honor a la verdad, no podremos gloriarnos de haberla inventado en
Castilla. Existía tal acepción en el latín tardío, apuntada en
glosario del latín medieval de Du Cange, acepción que brillo por su ausencia en
muchas ediciones del Diccionario de
la Real Academia. Se lee en Du Cange:
Ova, pro testiculis apud Pseudo
Ovidium lib. 2. de vetula, initio de semiviris.[n22]
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Es bien sabido que los conquistadores, contemporáneos de Pármeno,
llevaron consigo al Nuevo Mundo huevos como sinónimo de testículos,[n23] y en
esas tierras arraigó e imperó la acepción hasta tal punto, que en naciones
como México a los de ave se les llama blanquillos.[n24]
Es forzoso, por otra parte, reconocer que en los textos literarios peninsulares
[n25] no abundan los ejemplos en los que huevos se emplee con acepción
clara de testículos (tan clara como la del referido texto latino De Vetula). Un
ejemplo claro y vulgar se encuentra en este romance erótico que recoge
Alzieu (283):
natillas de leche / tengo para darte,
batidas y hechas / con azúcar cande.
huevos encubiertos, / que todos los frailes
(que los tienen buenos) / no los tienen tales.
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Su casi total ausencia en los textos es más conspicua por ser su
presencia tan frecuente en la calle. Algunos textos de los que aduce el profesor
Gillet merecen interpretarse con tal acepción, legítima, si no obligatoria,
dado el ambiente germanesco y de bajo erotismo del contexto en que se hallan.
[n26] En el pasaje de Pármeno, el sentido doble, ambivalente, sugestivo,
enriquece la ironía, colorea y aviva la sátira, intriga, incita, cosquillea y
enardece la fantasía. Como consecuencia, todos los elementos que se mencionan
en e l contexto resultan más chocantes, más grotescos, desde los perros
hasta las piedras, desde la puta que volvía la "alegre cara," hasta el marido
que se atiborraba de "hueuos asados." El cuadro total no podía ser más
surrealista, más digno del trastornado pincel de El Bosco, o del penumbroso
de Goya.
Abundando en la acepción traslaticia de huevos, valga la observación de
que en los recetarios antiguos y medievales, desde el de Plinio hasta el de
Mizaldo, se especificaba que los testículos debían secarse -- aridi-- y
pulverizarse,
para ingerirlos como poción. Sin duda que no era sino poción el
"potage frío" de que hablaba Galíndez de Carvajal. Nótese que la palabra
latina por asado -- assus-- significa también "seco". En los muchos textos
citados se ve cómo se aconsejaba que se secaran los testículos. De todas
formas, para secar y pulverizar los testículos --los povos de la madre Celestina--, habría que asarlos primero.
Sin duda que Pármeno estaba muy al tanto de la culinaria medico-mágica.
Pero, ¿con qué fin comía huevos asados el marido de Celestina? No
convence que el viejo alcahuete estuviera locamente enamorado de la "puta
vieja." Al-Nefzaoui, el tunecino citado más arriba, hace unos comentarios muy
convincentes y que podrán ayudarnos a conceptuar al marido de Celestina
como un marido atraído por el irresistible hechizo de su mujer y su comprensible
impotencia. Impotente por la edad (piénsese en el sexagenario Fernando
el Católico), pero, sobre todo, impotente por el disgusto que, junto con la
atracción, naturalmente sentiría por la "puta vieja," en la que solían descargar
herreros, carpinteros, labradores, tejedores y todo bicho viviente. Dice el tunecino:
La imposibilidad de realizar el coito, por la ausencia de dureza en
el miembro, se debe ... a un sentimiento de celos, inspirado por la
reflexión de que la mujer ya no es virgen y con ella han gozado
ya otros hombres[n27]
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Podemos ver en la sátira de Pármeno, pues, un doble filo: la promiscuidad
indiscriminada de la "puta vieja," y la irremediable flaccidez del viejo
alcahuete. Guiados por el texto mencionado de Las Siete Partidas comprende-
mos que se trataba de un hombre que comía hueuos asados, porque
querie
usar de su muger tan locamiente como farie con otra mala muger
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un hombre que "en esta manera peca mortalmiente," por esforzarse en hacer lo que
"natura nol da."
¡Qué atractivo el de la puta vieja Celestina!. No sólo atraía al coito a
herreros, carpinteros, armeros, herradores, caldereros, arcadores, peinadores,
tejedores, labradores, sino que en su propio marido podía más la atracción
hacia ella que su natural disgusto e impotencia; para vencerla, comía hueuos
asados. En fin, no era de extrañar:
¿Qué quieres más, sino, si una piedra toca con otra, luego suena
¡puta vieja?.
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En el epigrama de Pármeno se entreven ciertos tonos funerarios --si no
macabros-- que nos hacen pensar en la fatalidad del filtro, por un lado, y
en la creencia de los antiguos de que la copulación con viejas era letal, por
otro. "¡Qué comedor de hueuos asados era su marido!"
Un somero repaso a los recetarios de afrodisíacos, a los repugnantes y
nefarios compuestos --bazofias de alcahuetes y brujas--[n28] casi hace enfermar
al lector, por lo que no es de extrañar que volviera loco al consumidor, si no lo
mataba; baste mencionar los casos del poeta Lucrecio (y Dido), el rey Fernando
y el de Wallenstein.[n29]
Las amonestaciones contra los filtros son abundantes, desde Ovidio ( Ars
amandi 2, l05-6) entre los romanos, hasta Avicena, el príncipe de los médicos
árabes; desde éste (principios del siglo XI), hasta el jesuita, profesor de
Salamanca, Martín Del Río (principios del XVII).[n30] Que fuera considerada letal
la copulación con mujeres que habían pasado la menopausia, era creencia
antigua recogida en Las mil y una noches, en boca de la sabia Tauadud (noche 453):
la mujer vieja es un veneno mortal.[n31]
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Mediante un profundo sondeo en la tradición literaria y medico-mágica, he
tratado de reconstruir el marco de la mentalidad y la cultura eróticas de la
época de La Celestina, con el fin de realzar las reverberaciones artísticas y la
potencia satírica del cántico de Pármeno a la "puta vieja alcoholada," y en él,
la función catalítica e integradora de la frase "¡Qué comedor de hueuos
asados era su marido!"
La época de Pármeno ha sido caracterizada por un historiador de la
medicina en España, Félix Martí-Ibáñez, como "una época en la que los
afrodisíacos y filtros de amor constituían los medios de apoyo de los tratos
libidinosos, y particularmente sobre Celestina comentaba:
La misma Celestina en cierta ocasión aludía a la impotencia que
ella podía ocasionar mediante sus encantamientos y el restablecimiento
que de modo semejante podía efectuar. Ella era maestra
consumada en todos los secretos del complicado control medieval
de los poderes del sexo. [n32]
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La enumeración de Pármeno es una gradación ascendente en la que el
marido ocupa el supremo escalón patético, por ser él el ser menos indicado
para dejarse arrastrar de la lujuria de la "puta vieja." Pero Celestina obraba
en su marido el nefando portento a base de afrodisíacos, con los que la
pasión del marido se hacía-- según Las Partidas--tan mortalmente pecaminosa
como la de los herreros y labradores; se hacía tan bestial como la de los
perros y las ranas. El himno de Pármeno es un telúrico regÜeldo que le sonaba
a Celestina a música empírea, y que escuchaba con "alegre cara."
¿Cómo le sonó a Calisto, en cuya edificación se entonaba? Lo que
inspirado y ardoroso recriminaba Pármeno, eso era lo que anhelaba Calisto: si
los polvos de la madre Celestina lograban reanimar --¿hasta dar muerte?-- la
fláccida libídine del viejo marido,
¡qué no harían en la pujante juventud de Calisto y Melibea!
PD: Años después de haber escrito este ensayo, encontré en la WEB una noticia muy
interesante sobre la consumición en nuestros días de huevos asados de toro, preferiblemente colorado, la que informo en la nota
1. La Eneida traducida, Bib. Nacional (Madrid), ms. l874, fol. l30 vto.
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