ERAS Y CRATO, MEDICOS:

Identificación e interpretación

por Miguel Garci-Gomez

NOTA: Ofrezco aquí mi artículo sobre los médicos ERAS y CRATO, publicado con anterioridad (ver referencia en el Curriculum vitae).

Desde la Eva de Adán hasta la Yerma de García Lorca la historia de la onomástica, la de la calle y la de la ficción, es la historia ininterrumpida de la creencia de los hombres en la fuerza y la magia de la palabra, particularmente del nombre propio. En los comienzos del Génesis (3:20) se nos da la razón del nombre elegido para la primera mujer:

Adán llamó Eva a su mujer, por ser madre de los vivientes

San Juan comenzó su Evangelio con la identificación del Verbo y Dios:

El Verbo era Dios y Dios era el Verbo (et Deus erat Verbum)

Y Jesucristo dijo a Cefas (=piedra):

eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia ( Mat. 16:18)

Una Iglesia en la que todo se ha venido haciendo

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.


Ese fondo religioso bastaría de por sí para explicarnos la fascinación de los medievales por las etimologías, por los significados de los nombres. Si a lo religioso le sumamos la tradición pagana de griegos y romanos, el fondo cultural adquiere una grandiosidad conceptual y sugestiva como para dejarnos atónitos. Los filósofos y los retóricos clásicos --Platón, Aristóteles, Cicerón, Quintiliano-- afirmaban que se podía conocer la esencia por el nombre.

De esa savia bíblica y de esa savia pagana se nutría la sabiduría medieval, en cuyo prólogo y epílogo, respectivamente, nos encontramos con dos obras muy representativas de su genio, el Liber de nominibus hebraicis, de San Jerónimo, y Los nombres de Cristo, de Fray Luis de León; y entre el uno y el otro, también en el suelo ibérico, Las etimologías de San Isidoro, "el libro básico de toda la Edad Media," según la autoridad de E. R. Curtius.[1]

"La fuerza de la palabra o el nombre radica en su interpretación," nos enseñaba San Isidoro. Para descubrir esa fuerza recurrían los comentaristas a las etimologizaciones, a veces sumamente pintorescas, en ocasiones completamente falsas; pero qué importaba.
A partir del siglo XII, cuando la Iglesia instituye el empleo de nombres de santos en el bautismo, el nombre adquiría una dimensión histórica: la fuerza y la virtud del personaje célebre, del santo que lo había ostentado. En la aurora de nuestra literatura castellana, en el Cantar de Mio Cid, no podía faltar la consabida etimologización; a Pero Vermudoz le llama el autor:

Pero Mudo, varon que tanto callas (v. 3302)

Es decir: Vermudoz, vir mutus, varón mudo.
Hacia la sugunda mitad del siglo XV se contagiaron los escritores castellanos de un agudo prurito de etimologización. Don Enrique de Villena se entretiene en una curiosa etimología del nombre Virgilio, [2] y los cultistas se apodan entre sí con nombres de personalidades mitológicas o históricas, porque en el nombre radica, como quería Juan de Mena, a quien --como se sabe-- han atribuido algunos la paternidad del Acto I,

el misterio e sustancia de los nombres
(Coronación, ff. 30v y 31).

Es decir, el comentarista descomponía los nombres antiguos para descubrir su significado recóndito; y el escritor, el creador, seleccionaba entre los nombres antiguos aquellos que mejor ilustraban una cualidad especial, la que con mayor fuerza perfilaba a su propio personaje.
En La Celestina nos encontramos con nombres propios de evidente fuerza etimológica: Calisto ("hermosísimo") y Melibea ("melosa, dulce"). Entre todos sobresalen los de Eras e Crato, médicos.

Reconstruyamos el contexto. Apenas ha comenzado el Acto I. En el escenario se encuentra Calisto, que se siente rechazado de Melibea; las palabras van dirigidas a Sempronio, el criado

cierra la ventana e dexa la teniebla acompañar al triste e al desdichado la ceguedad: mis pensamietos tristes no son dignos de luz. Obienaueturada muerte aquella q deseada alos afligidos viene. O si vinissedes agora Eras e Crato medicos setiriades mi mal. O piedad de silencio inspira enel Pleberico coraco: porq sin esperanca de salud no embie el espiritu perdido coel desastrado piramo e dela desdichada tisbe.
(texto de la edición de Burgos, 1499?)

En ediciones posteriores aparecieron las siguientes variantes: [3]

Toledo 1500: si viniesedes...Crato y Galieno medicos...piedad de silencio

Sevilla 1501: si viniesedes...Crato y Galieno medicos...piedad de silencio

Toledo 1502: si viniesedes...Crato y Galieno medicos...piedad de silencio

Zaragoza 1507: si viniesedes...Crato y Galieno medicos...piedad celestial

Valencia 1514: si viniesedes...Crato y Galieno medicos...piedad de celeuco

Italiana 1506: . . . . . . . . . . . . . . Craeto & Galieno . . . . . . . . . . celestiale
Salamanca 1570:si viniesedes...Erasistrato y Galieno ... piedad seleucal . . .
Jacques de Lavardin 1578: .....Hippocrate, et Galien ... pitié celeste


En el prólogo a la Celestina de don León Amarita (Madrid, 1822), se nos informa de las razones por las que Matías Gast se atrevió a introducir Erasistrato en su edición de Salamanca l570:

Atrevime con consejo de algunos doctos a mudar algunas palabras que algunos indoctos correctores pervirtieron. En el acto primero enmendé Erasistrato y Seleucal; porque allí toca la historia del rey Seleuco, que por industria del médico Erasístrato concedió con paternal piedad su propia mujer al único hijo que por amores della casi al punto de la muerte había llegado. Cuéntalo largamente Luciano en su Dea Syria, y tócalo Valerio Maximo, lib. V, cap. 7 (p. XVII).

Menéndez Pidal, en 1917, adoptó la "atrevida" versión de Erasistrato, médico . . . piedad de Sileuco . . . Apoyado sobre la base errónea de "no existen tales médicos Eras y Crato," razonaba:

eras e crato es confusión facilísima por erasisrato, dado que la c y la t en la escritura medieval tiene forma muy semejante, y silencio y sileuco o seleuco también se confunden, dada la igualdad de n y u en la mayor parte de las grafías.

Esta lectura del maestro recibió incondicional apoyo en su discípulo Martín de Riguer, a pesar de que éste se muestra ya conocedor de la existencia de dos personajes, médicos, con los nombres de Eras y Crato:

Marcial habla del primero ( Heras medicus, VI, 78, 3) y Celso del segundo ( est Cratonis: cinnamoni, casiae, singulorum ., en el tratado Medicina, VI, 7).

Es decir, que el discípulo no se atrevió a desmetir a su maestro, ni aun después de haber comprobado que éste había edificado su teoría sobre bases falsas. [4]
Más sensible y más respetuosa con texto se nos mostraba María Rosa Lida, al negarse a aceptar la moderna lección que la obligaba a descartar el plural de los verbos ( vinissedes y sentiriades), siendo así que

ni en el acto I ni en ninguno de los restantes se emplea el plural de cortesía para la segunda persona singular. [5]

En cuanto al régimen gramatical, es evidente que el plural de las dos formas verbales reclamaba una pluralidad de médicos; y el plural médicos reclamaba, asimismo, un modificado plural. Y los que nos interesamos en el estilo, sentimos la exigencia de dos médicos al comienzo de la invocación que se equilibren con los dos enfermos del amor del final: el desastrado Píramo y la desdichada Tisbe.

Establecida la pluralidad de los médicos, pasamos a la identificación de los mismos, clave para su interpretación en el contexto.

Hay que admitir que Eras y Crato no debieron ser personajes fácilmente reconocibles. El mismo autor sintió la necesidad de aclarar su profesión de médicos, menos necesario de haberse tratado de personajes más célebres. Ahora bien, la oscuridad de los nombres nos lleva a pensar que el autor participaba de los gustos estilísticos de la época en que un gran número de escritores se deleitaban en acertijos, o en la "agudeza nominal," que diría Gracián.
El Marqués de Santillana, por ejemplo, había formulado el reproche y el reto a todos los que se lamentaban de las oscuras referencias de sus textos:

Si mi baxo estilo aun non es tan plano,
Bien como querrían los que lo leyeron,
Culpen sus ingenios que jamas se dieron
A ver las estorias, que non les explano.
( Defunssión, 10)

Es decir que nuestros autores de la época prerrenacentista ponían un cuidado especial en la selección de sus nombres. Tengámosles pues el merecido respeto. Se desprende claramente de los comentarios de los diversos editores, que suelen éstos dejarse afectar por cierta proclividad a corregirle la página al autor y sustituir los nombres oscuros por otros más conocidos y, otras veces, como en el caso de "piedad de silencio", que comentaré más abajo, una palabra muy conocida por otra bastante esotérica. En nuestro ejemplo, como quiere K. Whinnom, había que creer que fue Rojas quien sustituyó el nombre de Eras, del original, por el de un médico tan conocido como Galieno. [6]

Y así, hasta llegar a la enmienda aceptada y propagada por Menéndez Pidal, quien prefería Erasísrato por ser su anécdota "muy conocida desde la Edad Media." Había que preguntarse por qué siendo tan conocida, se tardó casi un cuarto de siglo en introducir. Por lo general, la lectio difficilior suele ser la original, y no viceversa, pues los editores tienden a sustituir lo ininteligible para hacerlo más comprensible a los lectores, sus clientes.

El manuscrito encontrado por Rojas debió decir eras e crato. Al identificarlos, Martín de Riquer se limitó a la noticia de que Marcial mencionó a Heras medicus en uno de sus Epigramas (VI, 78, 3).
Ademas, si buscamos en el Onomasticon de J. Perin (vol. V del Lexicon Totius Latinitatis de Forcellini, [Patavii, l940]) leeremos de Heras que era "medicus celeberrimus," de Capadocia, cuyo trochiscus (composición médica en forma de trompo), viene descrito por Felix Cassius (h. 447) en De medicina. [7] Heras aparece también mencionado, con una de sus recetas, por Celso, en su tratado Medicina (V, 22), donde más adelante (VI, 7) se cita la receta de Crato. Heras medicus aparece también en una curiosa inscripción de Milán, que se recoge en varios códices. [8]
Es decir, que Eras e Crato, médicos, no sólo existían sino que eran bastante conocidos. Su mera existencia valdría para aceptar como legítima la lección de la edición de Burgos, la más antigua que hoy conocemos. Pero investiguemos, para complacer a Juan de Mena, el "misterio y sustancia" de los nombres; siguiendo el consejo del Marqués de Santillana, démonos a ver las estorias que el autor no nos explana, y comprenderemos mejor el acierto del autor del Acto I en la selección de dos médicos, especialistas en el mal que aquijaba a Calisto. A éste le embargaba una aguda ceguedad:

Cierra la ventana e dexa la teniebla acompañar al triste e al desdichado la ceguedad: mis pensamientos tristes no son dignos de luz.

Pues bien, en el citado Epigrama de Marcial, Heras es el médico que trata a Phrige, quien a causa del mucho beber, estaba ciego de un ojo y legañoso del otro. ¿Quién, pues, mejor que Eras podía comprender la ceguedad de Calisto? Otro mal aquejaba al desdichado: el de oídos. Calisto deseaba silencio a su alrededor:

O piedad de silencio . . .

Seguidamente ordenaría a su criado:

¡Vete de ahi! No me fables.

Los antes citados tratadistas de recetarios medicos, Casio y Celso, recomendaban para el mal de oídos unas recetas de Eras y Crato, respectivaments.
Averiguada la estoria de Eras e Crato, comprendemos la fuerza de los nombres y, con ella, como creía San Isidoro, su interpretación. Piedad de silencio estaba lejos de ser un sinsentido, como anotan algunos editores.[9] Debe interpretarse como un arrebato lírico del enloquecido Calisto, con un genitivo de materia ( de silencio) en lugar de adjetivo silenciosa, es decir: piedad que en sliencio inspiras.
No existe mayor ciego que el que no quiere ver, ni mayor sordo que el que rehusa oír. Calisto dejaba chiquito a Cupido, al rodear sus sienes con una venda densa y ancha que le privaba de la luz y del sonido.
Retorzámosle a Matías Gast su citado argumento y, sin miedo, destroquemos las palabras que algunos "indoctos correctores" pervirtieron, para restablecer, con certeza y admiración, la lectura de la vieja edición de Burgos l499:

Eras e Crato medicos . . . piedad de silencio.

Miguel Garci-Gomez  VUELTA AL TEXTO



























































































1 E. R. Curtius, European Literature and the Latin Middle Ages, especialmente pp. 43ss y 495ss. El autor concede tanta importancia a la etimología entre los clásicos y los medievales que la clasificaba como "category of thought." A estas páginas pertenecen las citas que se refieren en este artículo. Más en E Faral, Les arts poetiques du XIIe et du XIIIe siécles (Paris, 1924), p. 136, sobre la etimología como argumentum sive locus a nomine, empleada para probar de alguien alguna cosa buena o mala.  VUELTA AL TEXTO



























































































2 "Fue llamado uirgilio, commo qujen dixesse fijo de virgulo, ho por quanto en su nascimjento fue planctada vna verga de arbol fructifero por el padre de aquel, en el crescimiento de la qual et accidentes en ella contescidos, pudiesse auguriar el padre lo que al hijo absente contesceria segund los gentiles acostumbrauan fazera" (Santiago Lacuesta, La primera versión castellana de la Eneida de Virgilio [Madrid, 1981], p. 35).  VUELTA AL TEXTO



























































































[3]. Se ha consultado la edición de Burgos el facsímil de la Hispanic Society of America, l970. Para las variantes Eras e Crato, cf. J. Homer Herriott, Towards a Critical Edition of the Celestina (Madison l964), pp. 118-119. Otras obras consultadas: León Amarita, ed. La Celestina, Madrid, l822; J. Cejador y Frauca, ed. La Celestina, Madrid, 1963 (a la que nos referimos en las citas del texto); R. Menéndez Pidal, Antología de prosistas castellanos (Madrid, 1917), p. 69. Más recientemente, E. Berndt Kelley opinaba, al igual que Herriott, sin aducir nuevas razones, que la versión de la edición príncipe debió ser Erasistrato y seleucal (cf. "Algunas observaciones sobre la edición de Zaragoza de l507 de la Tragicomedia de Calisto y Melibea," en ′La Celestina′ y su contorno social, ed. M. Criado de Val [Barcelona, 1977], p. 4). También comparte esta opinión Emma Scoles en la segunda parte de su "Due note de filologia quattrocentesca. I. Don Cara de aguzadera.′ II. ′Seleucal′," Studi de letteratura spagnola (Rome l965), l77-l86. Más adelante comentaremos sobre la opinión de Martín de Riquer.
La ardua tarea de todos estos críticos parece haber sido la de probar que la versión más difícil, la "lectio difficilior" remplazó la más fácil, cuando lo probado en crítica textual es lo contrario.  VUELTA AL TEXTO



























































































4. Menéndez Pidal, p. 69. Martín de Riquer, "Fernando de Rojas y el primer acto de La Celestina, RFE, 41 (1957), p. 381.  VUELTA AL TEXTO



























































































5. La originalidad artística de ′La Celestina′ (Buenos Aires, l962), p. l8.  VUELTA AL TEXTO



























































































6. K. Whinnom, "′El plebérico corazón′ and the authorship of Act I of Celestina," Hispanic Review, 45 (l977), p. 197.  VUELTA AL TEXTO



























































































7. Felix Cassius, De medicina ex Graecis logicae sectae auctoribus liber translatus, ed. V. Rose, (Lipsiae, l879), cap. 28, p. 46.  VUELTA AL TEXTO



























































































8. Corpus Inscriptionum Latinarum, ed. Mommsen, vol. V, Pars II (Berolini, l877), nu′m. 6064. Los antes citados tratadistas de recetarios medicos, Casio y Celso, recomendaban para el mal de oídos unas recetas de Eras y Crato, respectivaments.  VUELTA AL TEXTO


































9. La expresión "piedad de silencio" y su equivalente en inglés "piety of silence" puede verse documentada en textos modernos; basta con consultar la frase en cualquier buscador de Internet. En latín encontramos que el genitivo "silentii" se emplea con "fides" "īmpatientiam" innocentiam"", por escoger los sutantivos más afines a "piedad." Lo que no tiene sentido ni justificación en el entorno del AUTO es la referencia a Seleuco. En todos los casos del texto la lectio difficilior es la de la edición de Burgos; algunos comentaristas quieren sustituir aquí el fácil de silencio con el esotérico "de Seleuco." Es más, la anécdota de Seleuco resulta tan ajena al contexto y el contenido del AUTO que, de haberse encontrado Seleuco en el original, no hubiera faltado quien lo hubiera creido error por "silencio" o algo parecido.  VUELTA AL TEXTO




















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