Capítulo 1
Atención pido al silencio Y
silencio a la atención, Que voy en esta ocasión, Si me ayuda la memoria,
A mostrarles que a mi historia Le faltaba lo mejor.
Viene uno
como dormido Cuando vuelve del desierto; Veré si a esplicarme acierto
Entre gente tan bizzarra Y si al sentir la guitarra De mi sueño me
despierto.
Siento que mi pecho tiembla, Que se turba mi razón, Y
de la viguela al son Imploro a la alma de un sabio Que venga a mover mi
labio Y alentar mi corazón
Si no llego a treinta y una De fijo
en treinta me planto, Y esta confianza adelanto Porque recibí en mi
mismo, Con el agua del bautismo, La facultá para el canto.
Tanto
el pobre como el rico La razón me la han de dar; Y si llegan a escuchar
Lo que esplicaré a mi modo, Digo que no han de rair todos: Algunos
han de llorar.
Mucho tiene que contar El que tuvo que sufrir, Y
empezaré por pedir No duden de cuanto digo; Pues debe creerse al testigo
Si no pagan por mentir.
Gracias le doy a la virgen, Gracias le
doy al señor, Porque entre tanto rigor Y habiendo perdido tanto, No
perdí mi amor al canto Ni mi voz como cantor.
Que cante todo
viviente Otorgó el Eterno Padre; Cante todo el que le cuadre Como lo
hacemos los dos Pues sólo no tiene voz El ser que no tiene sangre.
Canta el pueblero... y es pueta; Canta el gaucho... y, !ay Jesús!,
Lo miran como avestruz, Su inorancia los asombra; Mas siempre sirven
las sombras Para distinguir la luz.
El campo es del inorante, El
pueblo del hombre estruido; Yo que en el campo he nacido Digo que mis
cantos son Para los unos... sonidos, Y para otros... intención.
Yo he conocido cantores Que era un gusto el escuchar; Mas no
quieren opinar Y se divierten cantando; Pero yo canto opinando, Que
es mi modo de cantar.
El que va por esta senda Cuanto sabe
desembucha, Y aunque mi cencia no es mucha, Esto en mi favor previene;
Yo se el corazón que tiene El que con gusto me escucha.
Lo que
pinta este pincel Ni el tiempo lo ha de borrar; Ninguno se ha de animar
A corregirme la plana; No pinta quien tiene gana Sino quien sabe
pintar.
Y no piensen los oyentes Que del saber hago alarde; He
conocido aunque tarde, Sin haberme arrepentido, Que es pecado cometido
El decir ciertas verdades.
Pero voy en mi camino Y nada me
ladiará; He de decir la verdá; De naides soy adulón; Aqui no hay
imitación; Esta es pura realidá.
Y el que me quiera enmendar
Mucho tiene que saber; Tiene mucho que aprender El que me sepa
escuchar; Tiene mucho que rumiar El que me quiera entender.
Más
que yo y cuantos me oigan, Más que las cosas que tratan, Más que los que
ellos relatan, Mis cantos han de durar; Mucho ha habido que mascar
Para echar esta bravata.
Brotan quejas de mi pecho, Brota un
lamento sentido; Y es tanto lo que he sufrido Y males de tal tamaño
Que reto a todos los años A que traigan el olvido.
Ya verán si
me despierto Cómo se compone el baile; Y no se sorprenda naides Si
mayor fuego me anima; Porque quiero alzar la prima Como pa tocar al
aire.
Y con la cuerda tirante Dende que ese tono elija, Yo no he
de aflojar manija Mientras que la voz no pierda, Si no se corta la
cuerda O no cede la clavija.
Aunque rompí el estrumento Por no
volverme a tentar, Tengo tanto que contar Y cosas de tal calibre,
Que Dios quiera que se libre El que me enseñó a templar
De
naides sigo el ejemplo, Naides a dirigirme viene; Yo digo cuanto
conviene, Y el que en tal güeya se planta, debe cantar, cuando canta,
Con toda la voz que tiene
He visto rodar la bola Y no se quiere
parar; Al fin de tanto rodar Me he decidido a venir A ver si puedo
vivir Y me dejan trabajar.
Sé dirigir la mansera Y tambien echar
un pial; Sé correr en un rodeo, Trabajar en un corral; Me se sentar
en un pértigo Lo mesmo que en un bagual
Y enpriéstenmé su atención
Si ansí me quieren honrar De no, tendré que callar, Pues el pájaro
cantor Jamás se para de cantar En árbol que no da flor
Hay
trapitos que golpiar Y de aquí no me levanto; Si quieren que desembuche:
Tengo que decirles tanto Que les mando que me escuchen.
Déjenmé
tomar un trago: Estas son otras cuarenta Mi garganta esta sedienta,
Y de esto no me abochorno, Pues el viejo, como el horno, Por la boca
se calienta.
Capítulo 2
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Triste suena mi guitarra Y
el sunto lo requiere; Ninguno alegrías espere Sino sentidos lamentos
De aquel que en duros tormentos Nace, crece, vive y muere.
Es
triste dejar sus pagos Y largarse a tierra ajena Llevándose la alma
llena De tormentos y dolores; Mas nos llevan los rigores Como el
pampero a la arena;
Irse a cruzar el desierto Lo mesmo que un
forajido, Dejando aquí en el olvido, Como dejamos nosotros, Su mujer
en brazos de otro Y sus hijitos perdidos
!Cuantas veces al cruzar
En esa inmensa llanura, Al verse en tal desventura Y tan lejos de
los suyos, Se tira uno entre los yuyos A llorar con amargura!
En
la orilla de un arroyo Solitario lo pasaba, En mil cosas cavilaba Y,
a una güelta repentina, Se me hacía ver a mi china O escuchar que me
llamaba.
Y las aguas serenitas Bebe el pingo trago a trago,
Mientras sin ningún halago Pasa uno hasta sin comer, Por pensar en
su mujer, En sus hijos y en su pago.
Recordarán que con Cruz
Para el desierto tiramos En la pampa nos entramos, Cayendo, por fin
del viaje, A unos toldos de salvajes, Los primeros que encontramos.
La desgracia nos seguía: Llegamos en mal momento; Estaban de
parlamento Tratando de una invasión Y el indio en tal ocasión recela
hasta de su aliento.
Se armó un tremendo alboroto Cuando nos vieron
llegar; No podiamos aplacar Tan peligroso hervidero; Nos tomaron por
bomberos Y nos quisieron lanciar.
Nos quitaron los caballos A
los muy pocos minutos; Estaban irresolutos; !Quién sabe qué pretendían!
Por los ojos nos metían Las lanzas aquellos brutos.
Y déle en su
lengüeteo Hacer gestos y cabriolas; Uno desató las bolas Y se nos
vino enseguida; Ya no créiamos con vida Salvar ni por carambola.
Alla no hay misericordia Ni esperanza que tener; El indio es de
parecer Que siempre matar se debe, Pues la sangre que no bebe Le
gusta verla correr
Cruz se dispuso a morir Peliando y me convidó.
"Aguantemos", dije yo,' "El fuego hasta que nos queme". Menos los
peligros teme Quien más veces lo venció. Se debe ser mas prudente
Cuando el peligro es mayor; Siempre se salva mejor Andando con
alvertencia Porque no está la prudencia Reñida con el valor.
Vino al fin el lenguaraz Como a trairnos el perdón; Nos dijo:"La
salvación Se la deben a un cacique; Me manda que les esplique Que se
trata de un malón.
"Les ha dicho a los demás Que ustedes quedan
cautivos Por si cain algunos vivos En poder de los cristianos,
Rescatar a sus hermanos Con estos dos fugitivos."
Volvieron al
parlamento A tratar de sus alianzas, O tal vez de las matanzas, Y,
conforme les detallo, Hicieron cerco a caballo recostándose en las
lanzas.
Dentra al centro un indio viejo Y alli a lengüetiar se
larga; !Quién sabe qué les encarga! Pero toda la riunión Lo escuchó
con atención Lo menos tres horas largas.
Pegó al fin tres alaridos
Y ya principiaba otra danza; Para mostrar su pujanza Y dar pruebas
de jinete, Dió riendas rayando el flete Y revoliando la lanza.
Recorre luego la fila, Frente a cada indio se para, Lo amenaza
cara a cara Y, en su juria, aquel maldito Acompaña con su grito El
cimbrar de la tacuara.
Se vuelve aquello un incendio Mas feo que la
mesma guerra: Entre una nube de tierra Se hizo allí una mezcolanza
De potros, indios y lanzas, Con alaridos que aterran. Parece un
baile de fieras
Sigún yo me lo imagino; Era inmenso el remolino,
Las voces aterradoras; Hasta que al fin de dos horas Se aplacó aquel
torbellino.
De noche formaban cerco Y en el centro nos ponían;
Para mostrar que querían Quitarnos toda esperanza, Ocho o diez filas
de lanzas Alrrededor nos hacían.
Allí estaban vigilante
Cuidandonos a porfía; Cuando roncar parecían "Huincá", gritaba
cualquiera, Y toda la fila entera "Huincá", "huincá", repetía.
Pero el indio es dormilón Y tiene un sueño projundo; Es roncador
sin segundo Y en tal confianza es su vida, Que ronca a pata tendida
Aunque se de güelta el mundo.
Nos aviriguaban todo Como aquel
que se previene, Porque siempre les conviene Saber las juerzas que
andan, Donde estan, quienes las mandan, Que caballos y armas tienen.
A cada respuesta nuestra Uno hace una esclamación, Y luego en
continuación Aquellos indios feroces, Cientos y cientos de voces
Repiten al mesmo son.
Y aquella voz de un solo, Que empieza por
un gruñido, Lega hasta ser alarido De toda la muchedumbre, Y ansí
adquieren la costumbre De pegar esos bramidos.
Capítulo 3
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De ese modo nos hallamos
Empeñaos en la partida; No hay que darla por perdida Por dura que
sea la suerte, Ni que pensar en la muerte, Sino en soportar la vida.
Se endurece el corazón, No teme peligro alguno; Por encontrarlo
oportuno Allí juramos los dos: Respetar tan sólo a Dios; De Dios
abajo, a ninguno.
El mal es árbol que crece Y que cortado retoña;
La gente esperta o bisoña Sufre de infinitos modos; La tierra es
madre de todos, Pero también da ponzoña.
Mas todo varón prudente
Sufre tranquilo sus males; Yo siempre los hallo iguales En cualquier
senda que elijo; La desgracia tiene hijos, Aunque ella no tiene madre.
Y al que le toca la herencia, Donde quiera halla su ruina: Lo
que la suerte destina No puede el hombre evitar, Porque el cardo ha de
pinchar Es que nace con espinas.
Es el destino del pobre Un
continuo zafarrancho Y pasa como el carancho, Porque el mal nunca se
sacia, Si el viento de la desgracia Vuela las pajas del rancho.
Mas quien manda los pesares Manda también el consuelo: La luz
que baja del cielo Alumbra al más encumbrao, Y hasta el pelo mas delgao
Hace su sombra en el suelo.
Pero por más que uno sufra Un rigor
que lo atormente, No debe bajar la frente Nunca, por ningún motivo:
El álamo es mas altivo Y gime constantemente.
El indio pasa la
vida Robando o echao de panza; La única ley es la lanza A que se ha
de someter: Lo que le falta en saber Lo suple con descondianza.
Fuera cosa de engarzarlo A un indio caritativo: Es duro con el
cautivo, Le dan un trato horroroso; Es astuto y receloso, es audaz y
vengativo.
No hay que pedirle favor Ni que aguardar tolerancia;
Movidos por su inorancia y de puro desconfiaos, Nos pusieron
separaos Bajo sutil vigilancia.
No pude tener con Cruz Ninguna
conversación: No nos daban ocasión, Nos trataban como ajenos Como
dos años, lo menos, Duro esta separación.
Relatar nuestras penurias
Fuera alargar el asunto. Les diré sobre este punto Que a los dos
años recién Nos hizo el cacique el bien De dejarnos vivir juntos.
Nos retiramos con Cruz A la orilla de un pajal; Por no pasarlo
tan mal Hicimos como un bendito En el desierto infinito, Con dos
cueros de bagual.
Fuimos a esconder allí Nuestra pobre situación,
Aliviando con la unión Aquel duro cautiverio, Tristes como un
cementerio Al toque de la oración.
Debe el hombre ser valiente
Si ha rodar se determina, Primero, cuando camina; Segundo, cuando
descansa; Pues en aquellas andanzas Perece el que se acoquina
Cuando es manso el ternerito En cualquier vaca se priende; El
que es gaucho esto lo entiende Y ha de entender si le digo Que andábamos
con mi amigo Como pan que no se vende.
Guarecidos en el toldo
Charlábamos mano a mano: Eramos dos veteranos Mansos pa las
sabandijas, Arrumbaos como cubijas Cuando calienta el verano.
El
alimento no abunda Por mas empeño que se haga; Lo pasa uno como plaga,
Ejercitando la industria, Y siempre como la nutria Viviendo a la
orilla del agua.
En semejante ejercicio Se hace diestro el cazador:
Cai el piche engordador, cai el pájaro que trina; Todo bicho que
camina Va parar al asador.
Pues allí a los cuatro vientos La
persecución se lleva; Nadie escapa de la leva Y dende que el alba asoma
Ya recorre uno la loma, El bajo, el nido y la cueva.
El que vive
de la caza A cualquier bicho se atreve, Que pluma o cáscara lleve,
Pues, cuando la hambre se siente, El hombre le clava el diente A
todo lo que se mueve.
En las sagradas alturas Esta el maistro
principal Que enseña a cada animal A procurarse el sustento, Y le
brinda el alimento A todo ser racional.
Y aves y bichos y pejes
Se mantienen de mil modos: Pero el hombre en su acomodo Es curioso
de oservar: Es el que sabe llorar Y es el que los come a todos.
Vuelta de Martin Fierro
Capítulo 4
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Antes de aclarar el día
Empieza el indio a aturdir La pampa con su rugir, Y en alguna
madrugada, Sin que sintiéramos nada, se largaban a invadir.
Primero entierran las prendas En cuevas como peludos; Y aquellos
indios cerdudos, Siempre llenos de recelos, En los caballos en pelos
Se vienen medio desnudos.
Para pegar el malón El mejor flete
procuran; Y como es su arma segura Vienen con la lanza sola, Y
varios pares de bolas Atados a la cintura.
De ese modo anda liviano
No fatiga al mancarrón; es su espuela en el malón, Después de bien
afilao, Un cuernito de venao Que se amarra en el garrón.
El
indio que tiene un pingo Que se llega a distinguir, Lo cuida hasta pa
dormir; De ese cudao es esclavo. Se lo alquila a otro indio bravo
Cuando vienen a invadir
Por vigilarlo no come Y ni aun el sueño
concilia: Sólo en eso no hay desidia; De noche les asiguro, Para
tenerlo siguro Le hace cerco la familia.
Por eso habrán visto
ustedes, Si en el caso se han hallao, Y si no lo han observao,
Tenganló dende hoy presente, Que todo pampa valiente Anda siempre
bien montao.
Marcha el indio a trote largo, Paso que rinde y que
dura; Viene en dirección sigura Y jamas a su capricho; No se les
escapa bicho En la noche mas escura.
Caminan entre nieblas Con
un cerco bien formao; Lo estrechan con gran cuidao Y agarran, al
aclarar, Ñanduces, gamas, venaos, Cuanto a podido dentrar.
Su
señal es un humito Que se eleva muy arriba, Y no hay quien no lo
aperciba Con esa vista que tienen; De todas partes se vienen A
engrosar la comitiva.
Ansina se van juntando, Hasta hacer esas
riuniones Que cain en las invasiones En número tan crecido; Para
formarla han salido De los últimos rincones.
Es guerra cruel la del
indio Porque viene como fiera; Atropella donde quiera Y de asolar no
se cansa; De su pingo y de su lanza Toda salvacion espera.
Debe
atarse bien la faja Quien a aguardarlo se atreva; Siempre mala intención
lleva, Y, como tiene alma grande, No hay plegaria que lo ablande Ni
dolor que lo conmueva.
Odia de muerte al cristiano, Hace guerra sin
cuartel; Para matar es sin yel, Es fiero de condición; No golpia la
compasión En el pecho del infiel.
Tiene la vista del águila, Del
leon la temeridá; En el desierto no habrá Animal que él no lo entienda,
Ni fiera de que no aprienda Un instinto de crueldá.
Es tenaz en
su barbarie: No esperen verlo cambiar; El deseo de mejorar En su
rudeza no cabe; El bárbaro solo sabe Emborracharse y peliar.
El
indio nunca ríe, Y el pretenderlo es en vano, Ni cuando festeja ufano
El triunfo en sus correrías; La risa en sus alegrías Le pertenece al
cristiano.
Se cruzan en el desierto Como un animal feroz; Dan
cada alarido atroz Que hace erizar los cabellos; Parece que a todos
ellos Los ha maldecido Dios.
Todo el peso del trabajo Lo dejan a
las mujeres: El indio es indio y no quiere Apiar de su condición Ha
nacido indio ladrón Y como indio ladrón muere.
El que envenenan sus
armas Les mandan sus hechiceras; Y como ni a Dios veneran, Nada a
los pampa contiene: Hasta los nombres que tienen Son de animales y
fieras.
Y son, !por Cristo bendito!, Los más desasiaos del mundo:
Esos indios vagabundos, Con repunancia me acuerdo, Viven lo mesmo
que el cerdo En esos toldos inmundos.
Naides puede imaginar Una
miseria mayor; Su pobreza causa horror; No sabe aquel indio bruto
Que la tiera no da fruto Si no la riega el sudor.
Capítulo 5
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Aquel desierto se agita
Cuando la invasion regresa; Llevan miles de cabezas De vacuno y
yeguarizo; Pa no afligirse es preciso Tener bastante firmeza.
Aquello es un hervidero De pampas -un celemín-. Cuando riunen el
botín Juntando toda la hacienda, Es cantidá tan tremenda Que no
alcanza a verse el fin.
Vuelven las chinas cargadas Con las prendas
en montón; Aflige esa destrucción: Acomodaos en cargueros Llevan
negocios enteros Que han saquiao en la invasión.
Su pretensión es
robar, No quedar en el pantano; Viene a tierra de cristianos Como
juria del infierno; No se llevan al Gobierno Poerque no lo hallan a
mano.
Vuelven locos de contento Cuando han venido a la fija;
Antes que ninguno elija Empiezan con todo empeño, Como dijo un
santiagueño, A hacerse la repartija.
Se reparten el botín Con
igualdad, sin malicia; No muestra el indio codicia, Ninguna falta
comete: Solo en eso se somete A una regla de justicia.
Y cada
cual con lo suyo A sus toldos enderieza; Luego la matanza empieza
Tan sin razon ni motivo, Que no queda animal vivo De esos miles de
cabezas.
Y satisfecho el salvaje De que su oficio ha cumplido,
Lo pasa por ahi tendido Volviendo a su haraganiar, Y entra la china
a cueriar Con un afán desmedido.
A veces a tierra adentro
Algunas puntas se llevan; Pero hay pocos que se atrevan A hacer esas
incursiones, Porque otros indios ladrones Les suelen pelar la breva.
Pero pienso que los pampas Deben de ser los mas rudos; Aunque
andan medio desnudos Ni su conveniencia entienden: Por una vaca que
venden Quinientas matan al ñudo.
Estas cosas y otras piores Las
he visto muchos años; Pero si yo no me engaño Concluyó ese vandalaje,
Y esos bárbaros salvajes No podran hacer mas daño.
Las tribus
están deshechas; Los caciques más altivos Estan muertos o cautivos,
Privaos de toda esperanza, Y de la chusma y de la lanza, Ya muy
pocos quedan vivos.
Son salvajes por completo Hasta pa su diversión,
Pues hacen una junción Que naides se la imagina; Recien le toca a la
china El hacer su papelón.
Cuando el hombre es mas salvaje Trata
pior a la mujer: Yo no sé que pueda haber Sin ella dicha ni goce.
!Feliz el que la conoce Y logra hacerse querer!
Todo el que
entiende la vida Busca a su lao los placeres; Justo es que las considere
El hombre de corazón; Sólo los cobardes son Valientes con sus
mujeres.
Pa servir a un desgraciao Pronta la mujer está; Cuando
en su camino va No hay peligro que le asuste; Ni hay una a quien no le
guste Una obra de caridá.
No se allará una mujer A la que esto
no le cuadre; Yo alabo al Eterno Padre, No porque las hizo bellas,
Sino porque a todas ellas Les dió corazón de madre.
Es piadosa y
diligente Y sufrida en los trabajos; Tal vez su valor rebajo Aunque
la estimo bastante; Mas los indios inorantes La trata al estropajo.
Echan la alma trabajando Bajo el mas duro rigor; El marido es su
señor, Como tirano la manda, Porque el indio no se ablanda Ni
siquiera en el amor.
No tiene cariño a naides Ni sabe lo que es
amar. ?Ni que se puede esperar De aquellos pechos de bronce? Yo los
conocí al llegar Y los calé dende entonces.
Mientras tiene qué comer
Permanece sosegao; Yo que en sus toldos he estao Y sus costumbres
oservo, Digo que es como aquel cuervo Que no volvio del mandao.
Es para él como un juguete Escupir un crucifijo; Pienso que Dios
los maldijo Y ansina al ñudo desato: El indio, el cerdo y el gato
Redaman sangre del hijo.
Mas ya con cuentos de pampas No ocuparé
su atención; Debo pedirles perdón, Pues sin querer me distraje; Por
hablar de esos salvajees Me olvidé de la junción.
..........................
Hacen un cerco de lanzas, Los indios
quedan ajuera; Dentra la china ligera Como yeguada en la trilla, Y
empieza allí la cuadrilla A dar güeltas en la era.
A un lao están
los caciques, Capitanejos y el trompa Tocando con toda pompa Como un
toque de fajina; Adentro muere la china, Sin que aquel circulo rompa.
Muchas veces se les oyen A las pobres los quejidos; Mas son
lamentos perdidos: Al rededor del cercao, En el suelo están mamaos
Los indios dando alaridos.
Su canto es una palabra Y de ahi no
salen jamás; llevan todas el compás "Ioká-ioká" repitiendo; Me
parece estarlas viendo Mas fieras que Satanás.
Al trote dentro del
cerco, Sudando, hambrientas, juriosas, Desgreñadas y rotosas, De sol
a sol se lo llevan: Bailan aunque truene o llueva, Cantando la mesma
cosa.
Capítulo 6
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El tiempo sigue su giro Y
nosotros, solitarios; De los indios sanguinarios No teníamos qué
esperar; El que nos salvó al llegar Era el más hospitalario.
Mostró noble corazón, Cristiano anhelaba ser; La justicia es un
deber, Y sus méritos no callo: Nos regaló unos caballos Y a veces
nos vino a ver.
A la voluntad de Dios Ni con la intención resisto:
El nos salvó...!ah, Cristo!, Muchas veces he deseado No nos hubiera
salvado Ni jamás haberlo visto.
Quien recibe beneficios Jamás
los debe olvidar; Y al que tiene que rodar En su vida trabajosa, Le
pasan a veces cosas Que son duras de pelar.
Voy dentrando poco a
poco En lo triste del pasaje; Cuando es amargo el brebaje El corazón
no se alegra; Dentró una virgüela negra Que los diezmó
Al sentir
tal mortandá Los indios, desesperaos, Gritaban alborotados:
"!Cristiano echando gualicho!" No quedó en los toldos bicho Que no
salió redotao.
Sus remedios son secretos, Los tienen las adivinan;
No los conocen las chinas Sino alguna ya muy vieja, Y es la que lo
aconseja Con mil embustes, la indina.
Alli soporta el paciente
Las terribles curaciones, Pues a golpes y estrujones Son los
remedios aquellos: Los agarran de los cabellos Y le arrancan los
mechones.
Les hacen mil herejías Que el presenciarlas da horror;
Brama el indio de dolor Por los tormentos que pasa, Y untandolo todo
de grasa Lo ponen a hervir al sol.
Y puesto allí boca arriba,
Alrededor le hacen fuego; Una china biene luego Y al oido le da de
gritos; Hay algunos tan malditos Que sanan con este juego.
A
otros les cuecen la boca Aunque de dolores cruja; Lo agarran allí y lo
estrujan, Labios le queman y diente Con un güevo bien caliente De
alguna gallina bruja.
Conoce el indio el peligro Y pierde toda
esperanza; Si a escapárseles alcanza Dispara como la liebre; Le da
delirios la fiebre, Y ya le cain con la lanza.
Esas fiebres son
terribles, Y aunque de esto no disputo Ni de saber me reputo,
"Será", decíamos nosotros, "De tanta carne de potro Como comen esos
brutos".
Había un gringuito cautivo Que siempre hablaba del barco,
Y lo augaron en un charco Por causante de la peste; Tenía los ojos
celestes Como potrillo zarco.
Que le dieran esa muerte Dispuso
una china vieja, Y aunque se aflije y se queja, Es inútil que resista:
Ponia el infeliz la vista Como la pone la oveja.
Nosotros nos
alejamos Para no ver tanto estrago; Cruz sentia los amagos De la
peste que reinaba, Y la idea nos acosaba De volver a nuestros pagos.
Pero contra el plan mejor El destino se rebela. !La sangre se me
congela! El que nos había salvado Cayó tambien atacado De la fiebre
y la virgüela.
No podiamos dudar, Al verlo en tal padecer, El
fin que habia de tener, Y Cruz que era tan humano: "Vamos", me
dijo,"paisano A cumplir con un deber".
Fuimos a estar a su lado
Para ayudarlo a curar; Lo vinieron a buscar Y hacerle como a los
otros; Lo defendimos nosotros, No lo dejamos lanciar.
Iba
creciendo la plaga Y la mortandá seguía. A su lado nos tenía
Cuiandolo con pacencia, Pero acabó su esistencia Al fin de unos
pocos días.
El recuerdo me atormenta; Se renueva mi pesar; Me
dan ganas de llorar; Nada a mis penas igualo; Cruz también cayó muy malo
Ya para no levantar.
Todos pueden figurarse Cuánto tuve que
sufrir; Yo no haciá sino gemir, Y aumentaba mi aflición No saber una
oración Pa ayudarlo a bien morir.
Se le pasmó la virgüela, Y el
pobre estaba en un grito; Me recomendó un hijito Que en su pago había
dejado: "Ha quedado abandonado". Me dijo, "aquel pobrecito".
"Si
vuelve, búsquemeló", Me repetía a media voz; "En el mundo eramos dos,
Pues él ya no tiene madre; Que sepa el fin de su padre Y encomiende
mi alma a Dios".
Lo apretaba contra el pecho, Dominao por el dolor;
Era su pena mayor El morir allá entre infieles Sufriendo dolores
crueles Entrego su alma al Criador.
De rodillas a su lado Yo lo
encomendé a Jesús. Faltó a mis ojos la luz, Tuve un terrible desmayo;
Cai como herido del rayo Cuando lo vi muerto a Cruz.
Capítulo 7
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Aquel bravo compañero En
mis brazos espiró; Hombre que tanto sirvio, Varon que fue tan prudente,
Por humano y por valiente En el desierto murió.
Y yo, con mis
propias manos, Yo mesmo lo sepulté; A Dios por su alma rogué De
dolor el pecho lleno, Y humedeció aquel terreno El llanto que redamé.
Cumplí con mi obligación; No hay falta de que me acuse, Ni deber
de que se escuse, Aunque de dolor sucumba: Allá señala su tumba Una
cruz que yo le puse.
Andaba de toldo en toldo Y todo me fastidiaba;
El pesar me dominaba, Y entregao al sentimiento Se me hacía cada
momento Oir a Cruz que me llamaba.
Cual más, cual menos, los
criollos Saben lo que es amargura; En mi triste desventura No
encontraba otro consuelo Que ir a tirarme en el suelo, Al lao de su
sepultura.
Allí pasaba las horas Sin haber naides conmigo
Teniendo a Dios por testigo, Y mis pensamientos fijos En mi mujer y
mis hijos, En mi pago y en mi amigo.
Privado de tantos bienes Y
perdido en tierra ajena, Parece que se encadena El tiempo y que no
pasara, Como si el sol se parara A contemplar tanta pena.
Sin
saber qué hacer de mí Y entregao a mi aflición, Estando allí una
ocasión, Del lao que venía el viento Oi unos tristes lamentos Que
llamaron mi atención.
No son raros los quejidos En los toldos del
salvaje, Pues aquél es vandalaje Donde no se arregla nada Sino a
lanza y puñalada, A bolazos y coraje.
No preciso juramento,
Deben creerle a Martín Fierro; He visto en este destierro A un
salvaje que se irrita, Degollar a una chinita Y tirarsela a los perros.
He presenciado martirios, He visto muchas crueldades, Crímenes y
atrocidades Que el cristiano no imagina, Pues ni el indio ni la china
Sabe lo que son piedades.
Quise curiosiar los llantos Que
llegaban hasta mí; Al punto me dirigí Al lugar de ande venían: !Me
horroriza todavía El cuadro que descubrí!.
Era una infeliz mujer
Que estaba de sangre llena, Y como una madalena Lloraba con toda
gana; Conocí que era cristiana Y esto me dió mayor pena.
Cauteloso me acerqué A un indio que estaba al lao, Porque el
pampa es desconfiao Siempre de todo cristiano, Y vi que tenía en la mano
El rebenque ensangrentao.
Capítulo 8
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Mas tarde supe por ella,
De manera positiva, Que dentró una comitiva De pampas a su partido,
Mataron a su marido Y la llevaron cautiva.
En tan dura
servidumbre Hacían dos años que estaba; Un hijito que llevaba A su
lado lo tenía. La china la aborrecía Tratandola como esclava.
Deseaba para escaparse hacer una tentativa, Pues a la infeliz
cautiva Naides la va a redimir, Y allí tiene que sufrir El tormento
mientras viva.
Aquella china perversa, Dende el punto que llegó,
Crueldá y orgullo mostró Porque el indio era valiente: Usaba un
collar de dientes De cristianos que él mató.
La mandaba a trabajar,
Poniendo cerca a su hijito Tiritando y dando gritos, Por la mañana
temprano, Atado de pies y manos Lo mesmo que un corderito.
Ansí
le imponía tarea De juntar leña y sembrar Viendo a su hijito llorar,
Y hasta que no terminaba, La china no la dejaba Que le diera de
mamar.
Cuando no tenían trabajo La emprestaban a otra china,
"Naides", decía, "se imagina, Ni es capaz de presumir Cuanto tiene
que sufrir La infeliz que esta cautiva.
Si ven crecido a su hijito,
Como de piedá no entienden Y a suplicas nunca atienden, Cuando no es
éste es el otro, Se lo quitan y lo venden O lo cambian por un potro.
En la crianza de los suyos Son bárbaros por demás. No lo habia
visto jamás: En una tabla los atan, Los crian así, y les achatan La
cabeza por detrás.
Aunque esto parezca extraño, Ninguno lo ponga en
duda: Entre aquella gente ruda, En su bárbara tropeza, Es gala que
la cabeza Se les forme puntiaguda.
Aquella china malvada, Que
tanto la aborrecía, Empezó a decir un día, Porque falleció una hermana,
Que sin duda la cristiana Le había echado brujería
El indio la
sacó al campo Y la empezó a amenazar Que le había de confesar Si la
brujería era cierta; O que la iba a castigar Hasta que quedara muerta.
Llora la pobre afligida, Pero el indio, en su rigor, Le arrebató
con juror Al hijo de entre sus brazos, Y del primer rebencazo La
hizo crujir de dolor.
Que aquel salvaje tan cruel Azotándola seguía;
Más y más se enfurecía Cuanto mas la castigaba Y la infeliz se
atajaba Los golpes como podía.
Que le gritó muy furioso
"Confechando no querés;" La dió vuelta de un revés Y, por colmar su
amargura, A su tierna criatura Se la desgolló a los pies.
"Es
increible" me decía, "Que tanta fiereza esista; No habrá madre que
resista; Aquel salvaje inclemente Cometió tranquilamente Aquel
crimen a mi vista."
Esos horrores tremendos No los inventa el
cristiano: "Es bárbaro inhumano" -Sollozando me lo dijo- "Me amarró
luego las manos Con las tripitas de mi hijo."
Capítulo 9
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De ella fueron los lamentos
Que en mi soledá escuché: En cuanto al punto llegué, Quedé enterado
de todo: Al mirarla de aquel modo Ni un instante tutubié.
Toda
cubierta de sangre Aquella infeliz cautiva, Tenia dende abajo arriba
Las marcas de los lazazos: Sus trapos echos pedazos Mostraban la
carne viva.
Alzó los ojos al cielo En sus lágrimas bañada; Tenía
las manos atadas; Su tormento estaba claro; Y me clavó una mirada
Como pidiéndome amparo.
Yo no sé lo que pasó En mi pecho en ese
instante; Estaba el indio arrognte Con una cara feroz: Para
entendernos los dos La mirada fué bastante.
Pegó un brinco como gato
Y me ganó la distancia, Aprovechó esa distancia Como fiera cazadora:
Desató las boliadoras Y aguardó con vigilancia.
Aunque yo iba de
curioso Y no por buscar contienda, Al pingo le até la rienda, Eché
mano dende luego A éste que no yerra juego, Y ya se armó la tremenda.
El peligro en que me hallaba Al momento conocí; Nos mantuvimos
ansí, Me miraba y lo miraba: Yo al indio le desconfiaba, Y él me
descofiaba a mí.
Se debe ser precavido Cuando el indio se agazape:
En esa postura el tape Vale por cuatro o por cinco; Como el tigre es
para el brinco Y fácil que a uno lo atrape.
Peligro era atropellar
Y era peligro el juir, Y más peligro seguir Esperando de ese modo,
Pues otros podían venir Y carniarme allí entre todos.
A juerza
de precaución Muchas veces he salvado, Pues es un trance apurado Es
mortal cualquier descuido; Si Cruz hubiera vivido No habría tenido
cuidado.
Un hombre junto con otro En valor y en juerza crece; El
temor desaparece; Escapa de cualquier trampa; Entre dos, no digo a un
pampa, A la tribu, si se ofrece.
En tamaña incertidumbre, En
trance tan apurado, No podía por de contado Escarparme de otra suerte,
Sino dando al indio muerte O quedando alli estirado.
Y como el
tiempo pasaba Y aquel asunto me urgía, Viendo que él no se movía Me
juí medio de soslayo Como a agarrarle el caballo, A ver si se me venía.
Ansí jué, no aguardó más Y me atropelló el salvaje; Es preciso
que se ataje Quien con el indio pelee; El miedo de verse a pie
Aumentaba su coraje.
En la dentrada no más Me largó un par de
bolazos; Uno me tocó en un brazo; Si me da bien, me lo quiebra, Pues
las bolas son de piedra Y vienen como balazo.
A la primer puñalada
El pampa se hizo un ovillo; Era el salvaje mas pillo Que he visto en
mis correrías, Y, a más de las picardías, Arisco para el cuchillo.
Las bolas las manejaba Aquel bruto con destreza; Las recogía con
presteza Y me las volvía a largar, Haciéndomelas silbar Arriba de la
cabeza.
Aquel indio, como todos, Era cauteloso... !ahijuna! Ahí
me valió la fortuna De que peliando se apotra Me amenazaba con una Y
me largaba con otra.
Me sucedió una desgracia En aquel percance
amargo; En momento que lo cargo Y que él reculando va, Me enredé en
el chiripá Y caí tirao largo a largo.
Ni pa enconmendarme a Dios
Tiempo el salvaje me dió; Cuanto en el suelo me vió Me saltó con
ligereza: Juntito de la cabeza El bolazo retumbó.
Ni por respeto
al cuchillo Dejó el indio de apretarme; Allí pretende ultimarme Sin
dejarme levantar, Y no me daba lugar Ni siquiera a enderezarme.
De balde quiero moverme: Aquel indio no me suelta. Como persona
resuelta Toda mi juerza ejecuto, Pero abajo de aquel bruto No podía
ni darme güelta. .........................
!Bendito, Dios poderoso,
Quien te puede comprender! Cuando a una débil mujer Le diste en esa
ocación La juerza que en un varón Tal vez no pudiera haber.
Esa
infeliz tan llorosa, Viendo el peligro se anima; Como una flecha se
arrima Y olvidando su aflición, Le pegó al indio un tirón Que me lo
sacó de encima.
Ausilio tan generoso Me libertó del apuro; Si no
es ella, de siguro Que el indio me sacrifica; Y mi valor se duplica
Con un ejemplo tan puro.
En cuanto me enderecé Nos volvimos a
topar, No se podía descansar Y me chorriaba el sudor: En un apuro
mayor Jamás me he vuelto a encontrar.
Tampoco yo le daba alce
Como deben suponer; Se había aumentao mi quehacer Para impedir que
el brutazo Le pegar algún bolazo De rabia a aquella mujer.
La
bola en manos del indio Es terrible y muy ligera; Hace de ella lo que
quiera Saltando como una cabra. Mudos, sin decir palabra, Peliábamos
comos fieras.
Aquel duelo en el desierto Nunca jamás se me olvida;
Iba jugando la vida Con tan terrible enemigo, Teniendo allí de
testigo A una mujer afligida.
Cuanto él más se enfurecía Yo más
me empiezo a calmar; Mientras no logra matar El indio no se desfoga;
Al fin le corté una soga Y lo empecé a aventajar.
Me hizo sonar
las costillas De un bolazo aquel maldito; Y al tiempo que le di un grito
Y le dentro como bala, Pisa el indio, y se refala En el cuerpo del
chiquito.
Para explicar el misterio Es muy escasa mi cencia: Lo
castigó, en mi conciencia, Su Divina Majestá; Donde no hay casualidá
Suele estar la Providencia.
En cuanto trastabilló Más de firme
lo cargué, Y aunque de nuevo hizo pie Lo perdió aquella pisada; Pues
en esa atropellada En dos partes lo corté.
Al sentirse lastimao
Se puso medio afligido, Pero era indio decidido, Su valor no se
aquebranta; Le salían de la garganta Como una especie de aullidos.
Lastimao en la cabeza, La sangre lo enceguecía; De otra herida
le salía Haciendo un charco ande estaba, Con los pies chapaliaba Sin
aflojar todavía.
Tres figuras imponentes Formábamos aquel terno:
Ella en su dolor materno, Yo con la lengua dejuera, Y el salvaje
como fiera Disparada del infierno.
Iba conociendo el indio Que
tocaban a degüello: Se le erizaba el cabello Y los ojos revolvía;
Los labios se le perdían Cuando iba a tomar resuello.
En una
nueva dentrada Le pegué un golpe sentido, Y al verse ya malherido,
Aquel indio furibundo Lanzó un terrible alrido Que retumbó como un
ruido Si se sacudiera el mundo.
Al fin de tanto lidiar, En el
cuchillo lo alcé, En peso lo levanté Aquel hijo del desierto;
Ensartado lo llevé, Y allá recién lo largué Cuando ya lo sentí
muerto.
Me persiné dando gracias De haber salvado la vida;
Aquella pobre afligida, De rodillas en el suelo, Alzó sus ojos al
cielo Sollozando dolorida.
Me hinqué también a su lado A dar
gracias a mi santo; En su dolor y quebranto Ella, a la Madre de Dios,
Le pide en su triste llanto Que nos ampare a los dos.
Se alzó
con pausa de leona Cuando acabó de implorar, Y, sin dejar de llorar,
Envolvió en uno trapitos Los pedazos de su hijito, Que yo le ayudé a
juntar.
La Vuelta de Martin Fierro
Capítulo 10
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Dende ese punto era juerza
abandonar el desierto, Pues me hubieran descubierto, Y aunque lo
maté en pelea, De fijo que me lancean Por vengar al indio muerto.
A la afligida cautiva Mi caballo le ofrecí: Era un pingo que
adquirí, Y, donde quiera que estaba, En cuanto yo lo silbaba Venia a
refregarse en mí.
Yo me lo senté al del pampa; Era un escuro tapao
(Cuando me hallo bien montao De mis casillas me salgo), Y era un
pingo como galgo Que sabía correr boliao.
Para correr en el campo
No hallaba ningun tropiezo; Los ejercitan en eso, Y los ponen como
luz, De dentrarle a un aveztruz Y boliar bajo el pescuezo.
El
pampa educa al caballo Como pa un etrevero: Como rayo es de ligero
En cuando el indio lo toca, Y como trompo en la boca Da gueltas
sobre un cuero.
Lo varea en la madrugada (Jamas falta a este deber),
Luego lo enseña a correr Entre fangos y guadales: Asina esos
animales Es cuanto se puede ver.
En el caballo de un pampa No
hay peligro de rodar, !Jue pucha!, y pa disparar Es pingo que no se
cansa; Con prolijidad lo amansa Sin dejarlo corcoviar.
Pa
quitarle las cosquillas Con cuidao lo manosea; Horas enteras emplea,
Y, por fin, sólo lo deja Cuando agacha las orejas Y ya el potro ni
cocea.
Jamás le sacude un golpe, Porque lo trata al bagual Con
paciencia sin igual -Al domarlo no le pega-, Hasta que al fin se le
entrega Ya dócil el animal.
Y aunque yo sobre los bastos Me sé
sacudir el polvo, A esa costumbre me amoldo: Con pacencia lo manejan
Y al día siguiente lo dejan Rienda arriba junto al toldo.
Ansí
todo el que procure Tener un pingo modelo, Lo ha de cuidar con desvelo
Y debe impedir también El que de golpes le den O tironeen en el
suelo.
Muchos quieren dominarlo Con el rigor y el azote, Y, si
ven al chafalote Que tiene trazas de malo, Lo embraman en algún palo
Hasta que se descogote.
Todos se vuelven pretestos Y güeltas
para ensillarlo; Dicen que es por quebrantarlo, Mas compriende cualquier
bobo Que es de miedo del corcovo, Y no quieren confesarlo.
El
animal yeguarizo -Perdónenme esta alvertencia- Es de mucha conocencia
Y tiene mucho sentido; Es animal consentido: Lo cautiva la pacencia.
Aventaja a los demás El que estas cosas entienda; Es bueno que
el hombre aprienda, Pues hay pocos domadores Y muchos frangoyadores
Que andan de bozal y, rienda. ..........................
Me
vine, como les digo, Trayendo esa compañera; Marchamos la noche entera,
Haciendo nuestro camino, Sin más rumbo que el destino Que nos
llevara ande quiera.
Al muerto, en un pajonal Había tratao de
enterrarlo, Y después de maniobrarlo Lo tapé bien con las pajas,
Para llevar de ventaja Lo que emplearan en hallarlo.
En notando
nuestra ausiencia Nos habían de perseguir, Y, al decidirme a venir,
Con todo mi corazón Hice la resolución De peliar hasta morir.
Es un peligro muy serio Cruzar juyendo el desierto: Muchísimos
de hambre han muerto, Pues en tal desasosiego No se puede ni hacer
juego, Para no ser descubierto.
Sólo el albitrio del hombre
Puede ayudarlo a salvar: No hay ausilio que esperar, Sólo de Dios
hay amparo; En el desierto es muy raro Que uno se pueda escapar.
!Todo es cielo y horizonte En inmenso campo verde! !Pobre de
aquel que se pierde O que su rumbo estravea! Si alguien cruzarlo desea,
Este consejo recuerde:
Marque su rumbo de día Con toda fidelidá;
Marche con puntualidá, Sigiéndoló con fijeza, Y, si duerme, la
cabeza Ponga para el lao que va.
Oserve con todo esmero Adonde
el sol aparece; Si hay ñeblina y le entorpece Y no lo puede oservar,
Guárdese de caminar, Pues quien se pierde perece.
Dios le dió
istintos sutiles A toditos los mortales; El hombre es uno de tales,
Y en las llanuras aquelas, Lo guían el sol, las estrellas, El viento
y los animales.
Para ocultarnos de día A la vista del salvaje,
Ganábamos un paraje En que algún abrigo hubiera, A esperar que
anocheciera Para seguir nuestro viaje.
Penurias de toda clase Y
miserias padecimos: Varias veces no comimos O comimos carne cruda, Y
en otras, no tengan duda, Con raices nos mantuvimos.
Después de
mucho sufrir Tan peligrosa inquietú, Alcanzamos con salú A divisar
una sierra, Y al fin pisamos la tierra En donde crece el ombú.
Nueva pena sintió el pecho Por Cruz, en aquel paraje, Y en
humilde vasallaje A la Majestá infinita, Besé esta tierra bendita,
Que ya no pisa el salvaje.
Al fin la misericordia De Dios nos
quiso amparar; Es preciso soportar Los trabajos con constancia:
Alcanzamos a una estancia Después de tanto penar.
Ah¡ mesmo me
despedí De mi infeliz compañera: "Me voy", le dije,"ande quiera,
Aunque me agarre el Gobierno, Pues, infierno por infierno Prefiero
el de la frontera."
Concluyo esta relación, Ya no puedo continuar;
Permítanmé descansar: Estan mis hijos presentes, Y yo ansioso porque
cuenten Lo que tengan que contar.
Capítulo 11
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Y mientras que tomo un
trago Pa refrescar el garguero, Y mientras tiempla el muchacho Y
prepara su estrumento, Les contaré de qué modo Tuvo lugar el encuentro.
Me acerqué a algunas estancias Por saber algo de cierto, Creyendo
que en tantos años Esto se hubiera compuesto; Pero cuanto saqué en
limpio Jué que estábamos lo mesmo. Ansí, me dejaba andar Haciéndome
el chancho rengo, Porque no me convenía Revolver el avispero; Pues
no inorarán ustedes Que en cuentas con el Gobierno Tarde o temprano lo
llaman Al pobre a hacer el arreglo. Pero al fin tuve la suerte De
hallar un amigo viejo que de todo me informó, Y por él supe al momento
Que el Juez que me perseguía Hacía tiempo que era muerto: Por culpa
suya he pasado Diez años de sufrimiento Y no son pocos diez años
Para quien ya llega a viejo. Y los he pasado ansí, Si en mi cuenta
no me yerro: Tres años en la frontera, Dos como gaucho matrero, Y
cinco allá entre los indios Hacen los diez como yo cuento. Me dijo, a
más, ese amigo Que anduviera sin recelo, Que todo estaba tranquilo,
Que no perseguía el Gobierno, Que ya naides se acordaba De la muerte
del moreno, Aunque si yo lo maté Mucha culpa tuvo el negro. Estuve
un poco imprudente, Puede ser, yo lo confieso, Pero el me precipitó,
Porque me cortó primero, Y a más me cortó la cara, Que es un asunto
muy serio. Me asiguró el mesmo amigo Que ya no había ni el recuerdo
De aquel que en la pulpería Lo dejé mostrando el sebo. El de
engreido, me buscó: Yo ninguna culpa tengo; El mismo vino a peliarme,
Y tal vez me hubiera muerto Si le tengo más confianza O soy un poco
más lerdo. Fue suya toda la culpa Porque ocasionó el suceso. Que ya
no hablaban tampoco, Me lo dijo muy de cierto, De cuando con la partida
Llegué a tener el encuentro. Esa vez me defendí Como estaba en mi
derecho, Porque fueron a prenderme De noche y en campo abierto: Se
me acercaron con armas, Y, sin darme voz de preso, Me amenazaron a
gritos De un modo que daba miedo, Que iban a arreglar mis cuentas,
Tratándome de matrero: Y no era el jefe el que hablaba Sino un
cualquiera de entre ellos, Y ése, me parece a mí No es modo de hacer
arreglos, Ni con el que es inocente, Ni con el culpable menos. Con
semejantes noticias Yo me puse muy contento Y me presenté ande quiera
Como otros pueden hacerlo. De mis hijos he encontrado Sólo a dos
hasta el momento, Y de ese encuentro feliz Le doy las gracias al Cielo.
A todos cuantos hablaba Les preguntaba por ellos, Mas no me da
ninguno Razón de su paradero. Casualmente, el otro día Llegó a mi
conocimiento De una carrera muy grande Entre varios estancieros, Y
juí como uno de tantos, Aunque no llevaba un medio. No faltaban, ya se
entiende, En aquel gauchaje inmenso, Muchos que ya conocían La
historia de Martín Fierro; Y allí estaban los muchachos Cuidando unos
parejeros. Cuando me oyeron nombrar Se vinieron al momento,
Diciéndome quiénes eran Aunque no me conocieron, Porque venía muy
aindiao Y me encontraban muy viejo. La junción de los abrazos De los
llantos y los besos Se deja pa las mujeres, Como que entienden el juego.
Pero el hombre, que compriende Que todos hacen lo mesmo, En público
canta y baila, Abraza y llora en secreto. Lo único que me han contado
Es que mi mujer a muerto; Que en procuras de un muchacho Se jue la
infeliz al pueblo, Donde infinitas miserias Habrá sufrido, por cierto;
Que, por fin, a un hospital Jué a parar medio muriendo, Y en ese
abismo de males Falleció al muy poco tiempo. Les juro que de esa pérdida
Jamás he de hallar consuelo, Muchas lágrimas me cuesta Dende que
supe el suceso. Mas dejemos cosas tristes Aunque alegrías no tengo;
Me parece que el muchacho Ha templao y está dispuesto Vamos a ver
qué tal lo hace Y a juzgar su desempeño. Ustedes no lo conocen Yo
tengo confianza en ellos, No porque lleven mi sangre -Eso juera de lo
menos-, Sino porque dende chicos Han vivido padeciendo. Los dos son
aficionados; Les gusta jugar con juego, Vamos a verlos correr: Son
cojos... hijos de rengo.
Capítulo 12
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EL HIJO MAYOR DE MARTIN
FIERRO LA PENITENCIARIA
Aunque el gajo se parece Al árbol de
donde sale, Solía decirlo mi madre, Y en su razón estoy fijo: "Jamás
puede hablar el hijo Con la autoridad del padre".
Recordarán que
quedamos Sin tener donde abrigarnos, Ni ramada ande ganarnos, Ni
rincón ande meternos, Ni camisa que ponernos. Ni poncho con que
taparnos.
Dichoso aquel que no sabe Lo que es vivir sin amparo;
Yo con verdá les declaro, Aunque es por demás sabido, Dende chiquito
he vivido En el mayor desmparo.
No le mermam el rigor Los mesmos
que le socorren; tal vez porque no se borren Los decretos del destino,
De todas parten lo corren Como ternero dañino.
Y vive como los
bichos Buscando alguna rendija; El güerfano es sabandija Que no
encuentra compasión, Y el que anda sin dirección Es guitarra sin
clavija.
Sentiré que cuanto digo A algún oyente le cuadre. Ni
casa tenía, ni madre, Ni parentela, ni hermanos; Y todos limpian sus
manos En el que vive sin padre.
Lo cruza éste de un lazazo Lo
abomba aquél de un moquete, Otro le busca el cachete, Y, entre tanto
soportar, Suele a veces no encontrar Ni quien le arroje un zoquete
Si lo recogen, lo tratan Con la mayor rigidez; Piensan que es
mucho tal vez, Cuando ya muestra el pellejo, Si le dan un trapo viejo
Pa cubrir su desnudez.
Me crié, pues, como les digo, Desnudo a
veces y hambriento; Me ganaba mi sustento, Y ansí los años pasaban;
Al ser hombre me esperaban Otra clase de tormentos.
Pido a todos
que no olviden Lo que les voy a decir; En la escuela del sufrir He
tomado mis leciones, Y hecho muchas reflesiones Dende que empece a
vivir.
Si alguna falta cometo La motiva mi inorancia; No vengo
con arrogancia Y les diré, en conclusión, Que trabajando de pión Me
encontraba en una estancia.
El que manda siempre puede Hacerle al
pobre un calvario; A un vecino propietario Un boyero le mataron, Y
aunque a mí me lo achacaron Salió cierto en el sumario.
Piensen los
hombres honrados En la vergüenza y la pena De que tendría el alma llena
Al verme, ya tan temprano, Igual a los que sus manos Con el crimen
envenenan.
Declararon otros dos Sobre el caso del dijunto, Mas
no se aclaró el asunto, Y el Juez, por darlas de listo, "Amarrados como
un Cristo", Nos dijo, "irán todos juntos".
"A la justicia ordinaria
Voy a mandar a los tres." Tenia razón aquel Juez, Y cuantos ansí
amenacen; Ordinaria... es como la hacen: Lo he conocido después.
Nos remitió, como digo, A esa Justicia Ordinaria, Y juimos con
la sumaria A esa cárcel de malevos Que, por un bautismo nuevo, Le
llaman Penicentiaria.
El porqué tiene ese nombre Naides me lo dijo a
mí, Mas yo me lo esplico ansí: Le diran Penitenciaria Por la
penitencia diaria, Que se sufre estando allí.
Criollo que cai en
desgracia Tiene que sufrir un poco; Naides lo ampara tampoco Si no
cuenta con recursos. El gringo es de más discurso: Cuando mata, se hace
el loco.
No sé el tiempo que corrió En aquella sepoltura; Si de
ajuera no lo apuran, El asunto va con pausa; Tienen la presa sigura
Y dejan dormir la causa.
Inora el preso a que lado Se inclinará
la balanza, Pero es tanta la tardanza Que yo les digo por mí: El
hombre que dentre allí Deje ajuera la esperanza.
Sin perfecionar las
leyes Perfecionan el rigor; Sospecho que el inventor Habrá sido
algún maldito: Por grande que sea un delito, Aquella pena es mayor.
Eso es para quebrantar El corazón mas altivo; Los llaveros son
pasivos, Pero más secos y duros Tal vez que los mesmos muros En que
uno gime cautivo.
No es en grillo ni en cadenas En lo que usté
penará, Sino en una soledá Y un silencio tan projundo, Que parece
que en el mundo Es el único que está.
El más altivo varón Y de
cormillo gastao Allí se verá agobiao Y su corazón marchito, Al
encontrarse encerrao A solas con su delito.
En esa cárcel no hay
toros, Allí todos son corderos; No puede el más altanero, Al verse
entre aquellas rejas, Sino amujar las orejas Y sufrir callao su
encierro.
Y digo a cuantos inoran El rigor de aquellas penas,
Yo, que sufrí las cadenas Del destino y su inclemencia: Que
aprovechen la esperencia Del mal en cabeza ajena.
!Ay! madres, las
que dirigen Al hijo de sus entrañas, No piensen que las engaña, Ni
que les habla un falsario Lo que es el ser presidiario No lo sabe la
campaña.
Hijas, esposas, hermanas, Cuantas quieren a un varón,
Díganles que esa prisión Es un infierno temido, Donde no se oye más
ruido Que el latir del corazón.
Alla el día no tiene sol, La
noche no tiene estrellas; Sin que le valgan querellas Encerrao lo
purifican, Y sus lágrimas salpican En las paredes aquellas.
En
soledá tan terrible De su pecho oye el latido; Lo sé, porque lo he
sufrido, Y, creameló el aulitorio, Tal vez en el purgatorio Las
almas hagan más ruido.
Cuentan esas horas eternas Para más
atormentarse; Su lágrima al redamarse Calcula, en sus afliciones,
Contando sus pulsaciones, Lo que dilata en secarse.
Allí se
amansa el más bravo, Allí se duebla el más juerte; El silencio es de tal
suerte Que, cuando llegue a venir, Hasta se le han de sentir Las
pisadas a la muerte.
Adentro mesmo del hombre Se hace una
revolución: Metido en esa prisión, De tanto no mirar nada, Le nace y
queda grabada La idea de la perfección.
En mi madre, en mis
hermanos, En todos pensaba yo; Al hombre que alli dentró De memoria
más ingrata, Fielmente se le retrata Todo cuanto ajuera vió.
Aquel que ha vivido libre De cruzar por donde quiera, Se aflige
y se desespera De encontrarse allí cautivo: Es un tormento muy vivo
Que abate la alma más fiera.
En esa estrecha prisión, Sin
poderme conformar, No cesaba de esclamar: !Qué diera yo por tener Un
caballo en que montar Y una pampa en que correr!
En un lamento
constante Se encuentra siempre embretao; El castigo han inventao De
encerrarlo en las tinieblas, Y alli esta como amarrao A un fierro que no
se duebla.
No hay un pensamiento triste Que al preso no lo
atormente; Baja un dolor permanente Agacha al fin la cabeza, Porque
siempre es la tristeza Hermana de un mal presente.
Vierten lágrimas
sus ojos, Pero su pena no alivia; En esa constante lidia Sin un
momento de calma, Contempla con los del alma Felicidades que envidia.
Ningún consuelo penetra Detrás de aquellas murallas; El varón de
mas agallas, Aunque más duro que un perno, Metido en aquel infierno
Sufre, gime, llora y calla.
De juror el corazón Se le quiere
reventar, Pero no hay sino aguantar Aunque sosiego no alcance.
!Dichoso, en tan duro trance, Aquel que sabe rezar!
!Dirige a
Dios su plegaria El que sabe una oración! En esa tribulación Gime
olvidado del mundo, Y el dolor es más projundo Cuando no halla
compasión. En tan crueles pesadumbres, En tan duro padecer, Empezaba
a encanecer Después de muy pocos meses; Alli lamenté mil veces No
haber aprendido a leer.
Viene primero el juror, Después la
melancolia; En mi angustia no tenía Otro alivio ni consuelo, Sino
regar aquel suelo Con lágrimas noche y día.
!A visitar otros presos
Sus familias solían ir! Naides me visitó a mí Mientras estuve
encerrado. !Quien iba a costiarse allí A ver a un desamparado!
!Bendito sea el carcelero Que tiene buen corazón! Yo sé que esta
bendición Pocos pueden alcanzarla, Pues si tienen compasión Su deber
es ocultarla.
Jamás mi lengua podrá Espresar cuanto he sufrido;
En ese encierro metido, Llaves, paredes, cerrojos Se graban tanto en
los ojos Que uno los ve hasta dormido. . . . . . . . . . . . . . . . . .
. .
El mate no se permite; No le permiten hablar; No le permiten
cantar Para aliviar su dolor, Y hasta el terrible rigor De no
dejarlo fumar.
La justicia es muy severa; Suele rayar en crueldá:
Sufre el pobre que allí está Calenturas y delirios, Pues no esiste
pior martirio Que esa eterna soledá.
Conversamos con las rejas
Por solo el gusto de hablar, Pero nos mandan callar Y es preciso
conformarnos; Pues no se debe irritar A quien puede castigarnos.
Sin poder decir palabra Sufre en silencio sus males, Y uno en
condiciones tales, Se convierte en animal, Privao del don principal
Que Dios hizo a los mortales.
Yo no alcanzo a comprender Por que
motivo será Que el preso privado está De los dones más preciosos Que
el justo Dios bondadoso Otorgó a la humanidá.
Pues que de todos los
bienes, En mi inorancia lo infiero, Que le dió al hombre altanero Su
Divina Majestá, La palabra es el primero, El segundo es la amistá.
Y es muy severa la ley Que, por un crimen o un vicio, Somete al
hombre a un suplicio El más tremendo y atroz, Privado de un beneficio
Que ha recebido de Dios
La soledá causa espanto; El silencio
causa horror; Ese continuo terror Es el tormento más duro, Y en un
presidio siguro Está demás tal rigor.
Inora uno si de allí
Saldrá pa la sepoltura; El que se halla en desventura Busca a su lao
otro ser, Pues siempre es güeno tener Companeros de amargura.
Otro más sabio podrá Encontrar razón mejor; Yo no soy
rebuscador, Y ésta me sirve de luz: Se los dieron al Señor Al
clavarlo en una cruz.
Y en las projundas tinieblas En que mi razón
esiste, Mi corazón se resiste A ese tormento sin nombre, Pues el
honbre alegra al hombre Y el hablar consuela al triste. . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . .
Grábenlo como en la piedra Cuanto he dicho
en este canto, Y, aunque yo he sufrido tanto, Debo confesarlo aquí:
El hombre que manda allí Es poco menos que un santo.
Y son
güenos los demás (A su ejemplo se manejan), Pero por eso no dejan
Las cosas de ser tremendas; Piensen todos y compriendan El sentido
de mis quejas.
Y guarden en su memoria Con toda puntualidá Lo
que con tal claridá Les acabo de decir: Mucho tendran que sufrir Si
no creen en mi verdá
Y si atienden mis palabras No habrá calabozos
llenos; Manejense como güenos; No olviden esto jamás; Aqui no hay
razón de más; Mas bien las puse de menos.
Y con esto me despido
(Todos han de perdonar): Ninguna debe olvidar La historia de un
desgraciado. Quien ha vivido encerrado Poco tiene que contar.
Capítulo 13
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EL HIJO SEGUNDO DE MARTIN
FIERRO
Lo que les voy adecir Ninguno lo ponga en duda: Y aunque
la cosa es peluda, Hare la resolución; Es ladino el corazón, Pero la
lengua no ayuda.
El rigor de las desdichas Hemos soportado diez
años, Pelegrinando entre estraños, Sin tener donde vivir, Y
obligados a sufrir Una máquina de daños.
El que vive de ese modo
De todos es tributario; Falta la cabeza primario Y los hijos que él
sustenta Se dispersan como cuentas Cuando se corta el rasario.
Yo anduve ansí como todos, Hasta que al fin de sus días Supo mi
suerte una tía Y me recogió a su lado; Allí viví sosegado Y de nada
carecía.
No tenía cuidado alguno Ni que trabajar tampoco, Y como
muchacho loco Lo pasaba de holgazán; Con razón dice el refrán Que lo
güeno dura poco.
En mí todo su cuidado Y su cariño ponía; Como a
un hijo me quería Con cariño verdadero, Y me nombró de heredero De
los bienes que tenía.
El juez vino sin tardanza Cuanto falleció la
vieja. "De los bienes que te deja", Me dijo, "yo he de cuidar: Es un
rodeo regular Y dos majadas de ovejas".
Era hombre de mucha labia,
Con mas leyes que un dotor, Me dijo: "Vos sos menor, Y por los años
que tienes No podés manejar bienes; Voy a nombrarte un tutor." Tomó
un recuento de todo, Porque entendía su papel, Y después que aquel
pastel Lo tuvo bien amasao, Puso al frente un encargao, Y a mí me
llevó con el.
Muy pronto estuvo mi poncho Lo mismo que cernidor;
El chiripá estaba pior, Y aunque para el frio soy guapo Ya no me
quedaba un trapo Ni pa el frío, ni pa el calor.
En tan triste
desabrigo Tras de un mes, iba otro mes; Guardaba silencio el Juez,
La miseria me invadía, Me acordaba de mi tía Al verme en tal
desnudez.
No se decir con fijeza El tiempo que pasé allí; Y
despues de andar ansí Como moro sin señor, Pasé a poder del tutor
Que debia cuidar de mí.
Capítulo 14
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Me llevó consigo un viejo
Que pronto mostró la hilacha, Dejaba ver por la facha Que era medio
cimarrón, Muy renegao, muy ladrón, Y le llamaban Vizcacha.
Lo
que el Juez iba buscando Sospecho, y no me equivoco; Pero este punto no
toco Ni su secreto aviriguo; Mi tutor era un antiguo De los que ya
quedan pocos;
Viejo lleno de camándulas, Con un empaque a lo toro,
Andaba siempre en un moro Metido no sé en qué enriedos, Con las
patas como loro De estribar entre los dedos.
Andaba rodiao de perros
Que eran todo su placer, Jamas dejó de tener Menos de media docena,
Mataba vacas ajenas Para darles de comer.
Carniábamos noche a
noche Alguna res en el pago, Y dejando alli el rezago Alzaba en
ancas el cuero, Que se lo vendía a un pulpero Por yerba, tabaco y trago.
!Ah!, viejo más comerciante En mi vida lo he encontrado. Con ese
cuero robao El arreglaba el pastel, Y allí entre el pulpero y él, Se
estendía el certificao.
La echaba de comedido; En las transquilas,
lo viera, Se ponía como una fiera Si cortaban una oveja; Pero de
alzarse no deja Un vellón o unas tijeras.
Una vez me dió una soba
Que me hizo pedir socorro, Porque lastimé a un cachorro En el rancho
de unas vascas; Y al irse se alzó unas guascas: Para eso era como zorro,
"!Ahijuna!", dije entre mí, "Me has dao esta pesadumbre; Ya
verás; cuanto vislumbre Una ocasión medio güena, Te he quitar la
costumbre De cerdiar yeguas ajenas."
Porque maté una vizcacha
Otra vez me reprendió; Se lo vine a contar yo, Y no bien se lo hube
dicho: "Ni me nuembres ese bicho", Me dijo, y se me enojó.
Al
verlo tan irritao Hallé prudente callar. "Este me va a castigar",
Dije entre mí, "si se agravia." Ya vi que les tenía rabia, Y no las
volví a nombrar.
Una tarde halló una punta De yeguas medio bichocas;
Despues que voltió unas pocas, Las cerdiaba con empeño: Yo vide
venir al dueño, Pero me callé la boca.
El hombre venía jurioso Y
nos cayó como un rayo; Se descolgó del caballo Revoliando el arriador,
Y lo cruzó de un lazazo Ahi no más a mi tutor.
No atinaba don
Vizcacha A qué lado disparar, Hasta que logró montar, Y, de miedo
del chicote, Se lo apretó hasta el cogote, Sin pararse a contestar.
Ustedes creerán tal vez Que el viejo se curaría... No, señores,
lo que hacía, Con mas cuidao dende entonces, Era maniarlas de día
Para cerdiar a la noche.
Ese jué el hombre que estuvo Encargao
de mi destino; Siempre anduvo en mal camino, Y todo aquel vecindario
Decía que era un perdulario, Insufrible de dañino.
Cuando el
juez me lo nombró, Al dármelo de tutor, Me dijo que era un señor El
que me debía cuidar, Enseñarme a trabajar Y darme la educación.
!Pero que había de aprender Al lao de ese viejo paco; Que vivía
como un chuncaco En los bañaos, como el tero; Un haragán, un ratero,
Y más chillón que un varraco.
Tampoco tenía más bienes Ni
propiedad conocida Que una carreta podrida, Y las paredes sin techo
De un rancho medio deshecho Que le servía de guarida.
Después de
las trasnochadas Allí venía a descansar; Yo desiaba aviriguar Lo que
tuviera escondido, Pero nunca había podido, Pues no me dejaba entrar.
Yo tenía unas jergas viejas, Que habian sido mas peludas; Y con
mis carnes desnudas, El viejo, que era una fiera, Me hechaba a dormir
ajuera Con unas heladas crudas.
Cuando mozo jué casao, Aunque yo
lo desconfío, Y decía un amigo mío Que, de arrebatao y malo, Mató a
su mujer de un palo Porque le dió un mate frío.
Y viudo por tal
motivo Nunca se volvió a casar; No era fácil encontrar Ninguna que
lo quisiera: Todas temerían llevar La suerte de la primera.
Soñaba siempre con ella, Sin duda por su delito, Y decía el
viejo maldito, El tiempo que estuvo enfermo, Que ella dende el mesmo
infierno Lo estaba llamando a gritos.Vuelta de Martin Fierro
Capítulo 15
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Siempre andaba retobao:
Con ninguno solía hablar; Se divertía en escarbar Y hacer marcas con
el dedo, Y en cuanto se ponía en pedo Me empezaba a aconsejar.
Me parece que lo veo Con su poncho calamaco, Despues de echar un
güen taco, Ansí principiaba a hablar: "Jamás llegues a parar Ande
veas perros flacos."
"El primer cuidao del hombre Es defender el
pellejo. Lleváte de mi consejo, Fijáte bien en lo que hablo: El
diablo sabe por diablo, Pero más sabe por viejo."
"Hacéte amigo del
juez; No le des de que quejarse; Y cuando quiera enojarse Vos te
debés encoger, Pues siempre es güeno tener Palenque ande ir a rascarse."
Nunca le llevés la contra, Porque él manda la gavilla: Allí
sentao en su silla, Ningún güey le sale bravo; A uno le da con el clavo
Y a otro con la cantramilla."
"El hombre, hasta el más soberbio,
Con más espinas que un tala, Aflueja andando en la mala Y es blando
como manteca: Hasta la hacienda baguala Cai al jagüel con la seca."
"No andés cambiando de cueva; Hacé las que hace el ratón.
Conserváte en el rincón En que empezó tu esistencia: Vaca que cambia
querencia Se atrasa en la parición."
Y menudiando los tragos
Aquel viejo, como cerro, No "olvidés", me decía,"Fierro, Que el
hombre no debe crer En lágrimas de mujer Ni en la renguera del perro."
"No te debes afligir Aunque el mundo se desplome. Lo que más
precisa el hombre Tener, según yo discurro, Es la memoria del burro,
Que nunca olvida ande come.
"Deja que caliente el horno El dueño
del amasijo; Lo que es yo, nunca me aflijo Y a todito me hago el sordo:
El cerdo vive tan gordo, Y se come hasta los hijos."
"El zorro
que ya es corrido Dende lejos la olfatea; No se apure quien desea
Hacer lo que le aproveche La vaca que más rumea Es la que da mejor
leche."
"El que gana su comida Güeno es que en silencio coma;
Ansina, vos, ni por broma Querás llamar la atención: Nunca escapa el
cimarrón Si dispara por la loma."
"Yo voy donde me conviene Y
jamás me descarrío; Lleváte el ejemplo mío, Y llenarás la barriga:
Aprendé de las hormigas: No van a un noque vacío."
"A naides
tengás envidia: Es muy triste el envidiar; Cuando veás a otro ganar,
A estorbarlo no te metas: Cada lechón en su teta Es el modo de
mamar."
"Ansí se alimentan muchos Mientras los pobres lo pagan;
Como el cordero hay quien lo haga En la puntita, no niego; Pero
otros, como el borrego, Todo entera se la tragan."
"Si buscás vivir
tranquilo Dedicate a solteriar Más si te querés casar, Con esta
alvertencia sea: Que es muy difícil guardar Prenda que otros codicean."
"Es un bicho la mujer Que yo aquí no lo destapo, Siempre quiere
al hombre guapo; Mas fijate en la eleción, Porque tiene el corazón
Como barriga de sapo."
Y gangoso con la tranca, Me solia decir:
"Potrillo, Recién te apunta el cormillo, Mas te lo dice un toruno:
No dejés que hombre ninguno Te gane el lao del cuchillo."
"Las
armas son necesarias, Pero naides sabe cuándo; Ansina, si andás
pasiando, Y de noche sobre todo, Debés llevarlo de modo Que al
salir, salga cortando."
"Los que no saben guardar Son pobres aunque
trabajen; Nunca, por más que se atajen, Se librarán del cimbrón: Al
que nace barrigón Es al ñudo que lo fajen."
"Donde los vientos me
llevan Allí estoy como en mi centro; Cuando una tristeza encuentro
Tomo un trago pa alegrarme: A mí me gusta mojarme Por ajuera y por
adentro."
"Vos sos pollo, y te convienen Toditas estas razones;
Mis consejos y leciones No echés nunca en el olvido: En las riñas he
aprendido A no peliar sin puyones."
Con estos consejos y otros
Que yo en mi memoria encierro, Y que aquí no desentierro, Educándome
seguía, Hasta que al fin se dormía Mesturao entre los perros.Vuelta de
Martin Fierro
Capítulo 16
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Cuando el viejo cayó enfermo,
Viendo yo que se empioraba Y que esperanza no daba De mejorarse
siquiera, Le truje una culandrera A ver si lo mejoraba.
Aun
cuanto lo vió, me dijo: "Este no aguanta el sogazo: Muy poco le doy de
plazo; Nos van ha dar un epetáculo, Porque debajo del brazo Le ha
salido un tabernáculo."
Dice el refrán que en la tropa Nunca falta
un güey corneta: Uno que estaba en la puerta Le pegó el grito ahi no
más: "Tabernáculo,... !que bruto! Un tubérculo dirás."
Al verse
ansí interrumpido, Al punto dijo el cantor: "No me parece ocasión De
meterse los de ajuera; Tabernáculo, senor, Le decía la culandrera."
El de ajuera repitió, Dándole otro chaguarazo: "Allá va un nuevo
bolazo Copo y se la gano en puerta A las mujeres que curan Se las
llama curanderas."
No es güeno -dijo el cantor- Muchas manos en un
plato Y diré al que ese barato Ha tomao de entrometido, Que no creia
haber venido A hablar entre literatos.
Y para seguir contando La
historia de mi tutor, Le pediré a ese dotor Que en mi inorancia me deje,
Pues siempre encuentra el que teje Otro mejor tejedor.
Seguía
enfermo, como digo, Cada vez más emperrao; Yo estaba ya acobardao Y
lo espiaba dende lejos; Era la boca del viejo La boca de un condenao.
Allá pasamos los dos Noches terribles de invierno: El maldecía
al Padre Eterno Como a los Santos benditos, Pidiendolé al diablo a
gritos Que lo llevara al infierno.
Debe ser grande la culpa Que
a tal punto mortifica; Cuando vía una reliquia Se ponía como azogado,
Como si a un endemoniado Le echaran agua bendita.
Nunca me le
puse a tiro, Pues era de mala entraña; Y viendo herejía tamaña, Si
alguna cosa le daba, De lejos se la alcanzaba En la punta de una caña.
"Será mejor", decía yo, "Que abandonado lo deje, Que blasfeme y
que se queje, Y que siga de esta suerte, Hasta que venga la muerte Y
cargue con este hereje."
Cuando ya no pudo hablar Le até en la mano
un cencerro, Y al ver cercano su entierro, Arañando las paredes,
espiró allí entre los perros Y este servidor de ustedes.
Capítulo 17
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Le cobré un miedo terrible
Después que lo vi dijunto; Llamé al alcalde, y al punto Acompañado
se vino De tres o cuatro vecinos A arreglar aquel asunto.
"Anima
bendita", dijo Un viejo medio ladiao "Que Dios lo haiga perdonao, Es
todo cuanto deseo, Le conocí un pastoreo De terneritos robaos."
"Ansina es", dijo el Alcalde; "Con eso empezó a poblar; Yo nunca
podré olvidar Las travesuras que hizo; Hasta que al fin fué preciso
Que le privasen carniar.
"De mozo fue muy jinete: No lo bajaba
un bagual; Pa ensillar un animal Sin necesitar de otro, Se encerraba
en el corral, Y alli golpiaba el potro."
"Se llevaba mal con todos:
Era su costumbre vieja El mesturar las ovejas, Pues al hacer el
aparte Sacaba la mejor parte, Y despues venía con quejas."
"Dios
lo ampare al pobrecito", Dijo en seguida un tercero. "Siempre robaba
carneros; En eso tenía destreza: Enterraba las cabezas Y despues
vendía los cueros
"!Y qué costumbre tenía Cuando en el jogón estaba!
Con el mate se agarraba estando los piones juntos. -Yo tallo
-decía-y apunto- Y a ninguno convidaba."
"Si ensartaba algún asao
-!Pobre! !como si lo viese!-, Poco antes de que estuviese primero lo
maldecía, Luego después lo escupía Para que naides comiese."
"Quien le quitó esa costumbre De escupir el asador Fue un mulato
resertor Que andaba de amigo suyo: Un diablo muy peliador Que le
llamaban barullo."
"Una noche que les hizo Como estaba acostumbrao,
Se alzó el mulato enojao Y le gritó: -!viejo indino, Yo te he de
enseñar, cochino, A echar saliva al asao!-"
"Lo saltó por sobre el
juego Con el cuchillo en la mano; !La pucha el pardo liviano! En la
mesma atropellada Le largó una puñalada que la quitó otro paisano.:
"Y ya caliente barullo, Quiso seguir la chacota; Se le había
erizao la mota Lo que empezó la reyerta: el viejo ganó la puerta Y
apeló a las de gaviota."
"De esa costumbre maldita dende entonces se
curó; A las casas no volvió: Se metió en un cicutal Y alli escondido
pasó Esa noche sin cenar."
Esto hablaban los presentes, Y yo,
que estaba a su lao Al oir lo que he relatao, Aunque él era un
perdulario, Dije entre mí: "!Que rosario Le estan lanzando al finao!."
Luego comenzó el Alcalde A registrar cuanto había, Sacando mil
chucherias Y guascas y trapos viejos, Temeridá de trebejos Que para
nada servían.
Salieron lazos, cabrestos, Coyundas y maniadores,
Una punta de arriadores, Cinchones, maneas, torzales Una porción de
bozales Y un montón de tiradores.
Habia riendas de domar frenos,
estribos quebraos; Bolas, espuelas, recaos, Unas pavas, unas ollas,
Y un gran manojo de argollas De cinchas que había cortao.
Salieron varios cencerros, Alesnas, lonjas, cuchillos, Unos
cuantos cojinillos Un alto de jergas viejas, Muchas botas desparejas
Y una infinidá de anillos.
Había tarros de sardinas, Unos cueros
de venao, Unos ponchos aujeriaos, Y en tan tremendo entrevero
Apareció hasta un tintero que se perdió en el Juzgao.
Decía el
alcalde muy serio: "es poco cunato se diga; Había sido como hormiga.
He de darle parte al Juez. !Y que me venga después Con que no se los
persiga!"
Yo estaba medio azorao De ver lo que sucedía; Entre
ellos mesmos decían Que unas prendas eran suyas, Pero a mi me parecía
que estas eran aleluyas.
Y cuando ya no tuvieron Rincón donde
registrar, Cansaos de tanto huroniar Y de trabajar en balde,
"Vámosnos", dijo el Alcalde, "Luego lo haré sepultar."
Y aunque
mi padre no era El dueño de ese hormiguero, El, allí muy cariñero,
Me dijo con muy buen modo: "Vos serás heredero Y te harás cargo de
todo."
"Se ha de arreglar este asunto Como es preciso que sea;
Voy a nombrar albacea Uno de los circustantes; Las cosas no son como
antes Tan enredadas y feas."
"!Bendito Dios!', pensé yo, "Ando
como un pordiosero, Y me nuembran heredero De toditas estas guascas.
!Quisiera saber primero Lo que se han hecho mis vacas!"
Capítulo 18
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Se largaron, como he dicho,
A disponer el entierro; Cuando me acuerdo me aterro: Me puse a
llorar a gritos Al verme allí tan solito Con el finao y los perros.
Me saqué el escapulario, Se lo colgué al pecador, Y como hay en
el señor Misericordia infinita, Rogué por la alma bendita Del que
antes jué mi tutor.
No se calmaba mi duelo De verme tan solitario;
Ahí le champurrié un rosario Como si juera mi padre, besando el
escapulario Que me había puesto mi madre.
"Madre mía", gritaba yo,
"Donde estarás padeciendo? El llanto que estoy virtiendo Lo
redamarías por mí, Si vieras a tu hijo aquí Todo lo que esta sufriendo."
Y mientras ansí clamaba Sin poderme consolar, Los perros, para
aumentar Mas mi miedo y mi tormento, En aquel mesmo momento Se
pusieron a llorar.
Libre Dios a los presentes De que sufran otro
tanto; Con el muerto y esos llantos Les juro que faltó poco Para que
me vuelva loco En medio de tanto espanto.
Decían entonces las
viejas, Como que eran sabedoras, Que los perros cuando lloran Es
porque ven al demonio; Yo creia en el testimonio Como cré siempre el que
inora.
Ahi dejé que los ratones Comieran el guasquerío Y como
anda a su albedrío Todo el que güerfano queda, Alzando lo que era mío
Abandoné aquella cueva. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Supe después que esa tarde Vino un pión y lo enterró; Ninguno lo
acompañó Ni lo velaron siquiera; Y al otro día amaneció Con una mano
dejuera.
Y me ha contao además El gaucho que hizo el entierro
-Al recordarlo me aterro, Me da pavor este asunto- Que la mano del
dijunto Se la había comido un perro.
Tal vez yo tuve la culpa
Porque de asustao me fuí; Supe, despues que volví, Y asigurárselos
puedo, Que los vecinos, de miedo, No pasaban por allí.
Hizo del
rancho guarida La sabandija mas sucia -El cuerpo se despeluza Y
hasta la razón se altera-; Pasaba la noche entera Chillando allí una
lechuza.
Por mucho tiempo no pude Saber lo que me pasaba; Los
trapitos con que andaba Eran puras hojarascas; Todas las noches soñaba
Con viejos, perros y guascas.
Capítulo 19
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Anduve a mi voluntá, Como
moro sin señor; Ese jué el tiempo mejor Que yo he pasado tal vez; De
miedo de otro tutor, Ni aporté por lo del Juez.
"Yo cuidaré", me
había dicho, "De lo de tu propiedá: Todo se conservará, El vacuno y
los rebaños, Hasta que cumplas 30 años, En que seás mayor de edá."
Y aguardando que llegase El tiempo que la ley fija, Pobre como
lagartija Y sin respetar a naides, Anduve cruzando el aire Como bola
sin manija.
Me hice hombre de esa manera Bajo el más duro rigor;
Sufriendo tanto dolor Muchas cosas aprendí; Y, por fin, vítima fuí
Del mas desdichado amor.
De tantas alternativas Esta es la parte
peluda Infeliz y sin ayuda, Fué estremado mi delirio, Y causaban mi
martirio Los desdenes de una viuda.
Llora el hombre ingratitudes
Sin tener un jundamento; Acusa sin miramiento A la que el mal le
ocasiona, Y tal vez en su persona No hay ningún merecimiento.
Cuando yo mas padecía La crueldá de mi destino, Rogando al poder
divino Que del dolor me separe, Me hablaron de un adivino Que curaba
esos pesares.
Tuve recelos y miedos, Pero al fin me disolví:
Hice coraje y me fuí Donde el adivino estaba, Y por ver si me
curaba, Cuanto llevaba le di.
Me puse, al contar mis penas, Mas
colorao que un tomate, Y se me añudó el gaznate Cuando dijo el
hermitaño: "Hermano, le han hecho daño Y se lo han hecho en un mate.
"Por verse libre de usté Lo habrán querido embrujar." Despues me
empezó a pasar Una pluma de avestruz, Y me dijo:"De la Cruz Recebí
el don de curar.
"Debés maldecir", me dijo, "A todos tus conocidos;
Ansina el que te ha ofendido Pronto estará decubierto, Y deben ser
maldecidos Tanto vivos como muertos."
Y me recetó un hincao En
un trapo de la viuda, Frente a una planta de ruda, Hiciera mis
horaciones, Diciendo: "No tengás duda; Eso cura las pasiones."
A
la viuda, en cuanto pude, Un trapo le manotié; Busqué la ruda y al pie,
Puesto en cruz, hice mi rezo; Pero, amigos, ni por eso De mis males
me curé.
Me recetó otra ocasión Que comiera abrojo chico; El
remedio no me esplico, Mas, por desechar el mal, Al ñudo en un abrojal
Fí a ensangrentarme el hocico.
Y con tanta medecina Me parecía
que sanaba; Por momentos se aliviaba Un poco mi padecer, Mas si a la
viuda encontraba, Volvia la pasión a arder.
Otra vez que consulté
Su saber estrordinario, Recibió bien su salario, Y me recetó aquel
pillo Que me colgase tres grillos Ensartaos como rosario.
Por
fin la última ocasión Que por mi mal lo fí a ver, Me dijo: "No, mi saber
No ha perdido su virtú; Yo te daré la salú: No triunfará esa mujer.
"Y tené fe en el remedio, Pues la cencia no es chacota; De esto
no entendés ni jota. Sin que ninguno sospeche, Cortále a un negro tes
motas Y hacélas hervir en leche."
Yo andaba ya desconfiando De
la curación maldita, Y dije: "Este no me quita La pasión que me domina;
Pues que viva la gallina, Aunque sea con la pepita."
Ansí me
dejaba andar, Hasta que, en una ocasión, El cura me echó un sermón,
Para curarme sin duda, Diciendo que aquella viuda Era hija de
confisión.
Y me dijo estas palabras Que nunca las he olvidao:
"Has de saber que el finao Ordenó en su testamento Que naides de
casamiento Le hablara en lo sucesivo; Y ella prestó el juramento
Mientras él estaba vivo."
"Y es preciso que lo cumpla, Porque
ansí lo manda Dios; Es necesario que vos No la vuelvas a buscar,
Porque si llega a faltar Se condenarán los dos."
Con semejante
alvertencia Se completó mi redota; Le vi los pies a la sota, Y me le
alejé a la viuda, Mas curao que con la ruda, Con los grillos y las
motas.
Despues me contó un amigo Que al Juez le había dicho el cura
Que yo era un cabeza dura Y que era un mozo perdido; Que me echaran
del partido, Que no tenía compostura.
Tal vez por ese consejo Y
sin que mas causa hubiera, Ni que otro motivo diera, Me agarraron
redepente Y en el primer contingente Me echaron a la frontera.
De andar persiguiendo viudas Me he curao el deseo; En mil
penurias me veo, Mas pienso volver tal vez A ver si sabe aquel Juez
Lo que se ha hecho de mi rodeo.
Capítulo 20
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Martín Fierro y sus dos
hijos, Entre tanta concurrencia, Siguieron con alegría Celebrando
aquella fiesta. Diez años, los más terribles, Había durado la ausencia,
Y al hallarse nuevamente Era su alegría completa. En ese mesmo
momento Uno que vino de ajuera, A tomar parte con ellos Suplicó aue
lo almitieran. Era un mozo forastero De muy regular presencia, Y
hacía poco que en le pago Andaba dando sus güeltas. Asiguran algunos
Que venía de la frontera; Que había pelao a un pulpero En las
últimas carreras; Pero andaba despilcho, No traia una prenda güena:
Un recadito cantor Daba fe de sus pobrezas. Le pidió la bendición
Al que causaba la fiesta Y, sin decirles su nombre, Les declaró con
franqueza Que el nombre de Picardía Es el único que lleva. Y para
contar su historia A todos pide licencia, Diciéndoles que en seguida
Iban a saber quien era. Tomo al punto la guitarra, La gente se puso
atenta, Y ansí cantó Picardía En cuanto templó las cuerdas.
Capítulo 21
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PICARDIA
-Voy a
contarles mi historia (Perdónenme tanta charla), y les diré al
principiarla, Aunque es triste hacerlo ansí: A mi madre la perdí
Antes de saber llorarla.
Me quedé en el desamparo, Y al hombre
que me dió el ser No lo pude conocer; Ansí, pues, dende chiquito,
Volé como el pajarito En busca de qué comer.
Que tanta gente
destierra, O por causa de la guerra, Que es causa bastante seria,
Los hijos de la miseria Son muchos en esta tierra.
Ansí, por
ella empujado, No sé las cosas que haría, Y aunque con verguenza mía,
Debo hacer esta alvertencia: Siendo mi madre Inocencia, Me llamaban
Picardía.
Me llevó a su lado un hombre Para cuidar las ovejas,
Pero todo el día eran quejas Y guascazos a lo loco, Y no me daba
tampoco Siquiera unas jergas viejas.
Dende la alba hasta la noche,
En el campo me tenía; Cordero que se moría -Mil veces me sucedió-
Los caranchos lo comían, Pero lo pagaba yo.
De trato tan
rigoroso Muy pronto me acobardé; El bonete me apreté Buscando los
mejores fines, Y con unos volantines Me fuí para Santa Fe.
El
pruebista principal A enseñarme me tomó, Y ya iba aprendiendo yo A
bailar en la maroma, Mas me hicieron una broma Y aquello me indijustó.
Una vez que iba bailando, Porque estaba el calzón roto, Armaron
tanto alboroto Que me hicieron perder pie; De la cuerda me largué Y
casi me descogotó.
Ansí me encontre de nuevo Sin saber dónde
meterme, Y ya pensaba volverme Cuando, por fortuna mía, Me salieron
unas tías Que quisieron recogerme
Con aquella parentela, Para mí
desconocida, Me acomodé ya en seguida, Y eran muy buenas señoras;
Pero las más rezadoras Que he visto en toda mi vida.
Con el
toque de oración Ya principiaba el rosario; Noche a noche un calendario
Tenían ellas que decir, Y a rezar solían venir Muchas de aquel
vecindario.
Lo que allí me aconteció Siempre lo he de recordar,
Pues me empiezo a equivocar Y a cada paso refalo, Como si me entrara
el Malo Cuanto me hincaba a rezar
Era como tentación Lo que yo
esperimenté, Y jamas olvidaré Cuanto tuve que sufrir, Porque no
podia decir "Artículos de la Fe".
Tenía al lao una mulata Que
era nativa de allí; Se hincaba cerca de mí Como el ángel de la guarda;
!Pícara!, y era la parda La que me tentaba ansí.
"Rezá", me dijo
mi tía, "Artículos de la Fe". Quise hablar y me atoré; La dificultá
me aflige; Miré a la parda, y ya dije: "Artículos de Santa Fe".
Me acomodó el coscorrón Que estaba viendo venir, Yo me quise
corregir, A la mulata miré Y otra vez volví a decir: "Artículos de
Santa Fe".
Sin dificultá ninguna Rezaba todito el día, Y a la
noche no podía Ni con un trabajo inmenso; Es por eso que yo pienso
Que alguno me tentaría.
Una noche de tormenta Vi a la parda y me
entró chucho; Los ojos -me asusté mucho- Eran como refocilo: Al
nombrar a San Camilo, Le dije San Camilucho.
Esta me da con el pie,
Aquella otra con el codo: !Ah, viejas, por ese modo, Aunque de
corazón tierno, Yo las mandaba al infierno Con oraciones y todo!
Otra vez, que como siempre La parda me perseguía, Cuando yo
acordé, mis tías Me habían sacao un mechón Al pedir la estirpación
De todas las herejías.
Aquella parda maldita Me tenía medio
afligido, Y ansí; me había sucedido Que, al decir "estirpación", Le
acomodé "entripación" Y me cayeron sin ruido
El recuerdo y el dolor
Me duraron muchos días; Soñe con las herejías Que andaban por
estirpar Y pedía siempre al rezar La estirpación de mis tías.
Y
dale siempre rosarios, Noche a noche sin cesar; Dale siempre barajar
Salves, trisagios y credos; Me aburrí de esos enriedos Y al fin me
mandé mudar.
Capítulo 22
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Anduve como pelota, Y más
pobre que una rata: Cuando empecé a ganar plata Se armó no sé que
barullo: Yo dije: A tu tierra, grullo, Aunque sea con una pata
Eran duros y bastantes Los años que allá pasaron; Con lo que
ellos me enseñaron Formaba mi capital; Cuanto vine, me enrolaron En
la Guardia Nacional.
Me habia ejercitao al naipe, El juego era mi
carrera; Hice alianza verdadera Y arreglé una trapisonda Con el
dueño de una fonda Que entraba en la peladera.
Me ocupaba con esmero
En floriar una baraja; El la guardaba en la caja En paquetes, como
nueva; Y la media arroba lleva Quien conoce la ventaja.
Comete
un error inmenso Quien de la suerte presuma; Otro mas hábil lo fuma,
En un dos por tres lo pela, Y lo larga que no vuela, Porque le falta
una pluma.
Con un socio que lo entiende Se arman partidas muy
güenas; Queda allí la plata ajena, Quedan prendas y botones: Siempre
cain a esas riuniones Zonzos con las manos llenas.
Hay muchas
trampas legales, Recursos del jugador; No cualquiera es sabedor A lo
que un naipe se presta: Con una cincha bien puesta Se la pega uno al
mejor.
Deja a veces ver la boca, Haciendo el que se descuida;
Juega el otro hasta la vida Y es siguro que se ensarta, Porque uno
muestra una carta Y tiene otra prevenida.
Al monte, las precauciones
No han de olvidarse jamás; Debe afirmarse además Los dedos para el
trabajo, Y buscar asiento bajo Que le dé la luz de atrás.
Pa
tallar, tome la luz; Dé la sombra al alversario; Acomódese al contrario
En todo juego cartiao: Tener ojo ejercitao Es siempre muy necesario.
El contrario abre los suyos, Pero nada ve el que es ciego:
Dandole soga, muy luego Se deja pescar el tonto; Todo chapetón cre
pronto Que sabe mucho en el juego.
Hay hombres muy inocentes Y
que a las carpetas van; Cuando azariados están -Les pasa infinitas
veces- Pierden en puertas y en treses, Y dándoles mamarán.
El
que no sabe no gana Aunque ruegue a Santa Rita; En la carpeta a un
mulita Se le conoce al sentarse, Y conmigo era matarse: No podían ni
a la manchita.
En el nueve y otros juegos Llevo ventaja y no poca,
Y siempre que dar me toca El mal no tiene remedio, Porque sé sacar
del medio Y sentar la de la boca.
En el truco, al más pintao
Solía ponerlo en apuro; Cuando aventajar procuro, Sé tener, como
fajadas, Tiro a tiro el as de espadas, O flor, o envite siguro.
Yo sé defender mi plata Y lo hago como el primero: El que ha de
jugar dinero Preciso es que no se atonte; Si se armaba una de monte,
Tomaba parte el fondero.
Un pastel, como un paquete, Se llevarlo
con limpieza; Dende quc a salir empiezan No hay carta que no recuerde;
Sé cuál se gana o se pierde En cuanto cain en la mesa.
También
por estas jugadas Suele uno verse en aprietos; Mas yo no me comprometo
Porque sé hacerlo con arte, Y aunque les corra el descarte No se
descubre el secreto.
Si me llamaban al dao, Nunca me solía faltar
Un cargado que largar, Un cruzao para el mas vivo, Y hasta
atracarles un chivo Sin dejarlos maliciar.
Cargaba bien una taba,
Porque la sé manejar; No era manco en el billar, Y por fin de lo que
esplico, Digo que hasta con pichicos Era capaz de jugar.
Es un
vicio de mal fin El de jugar, no lo niego; Todo el que vive del juego
Anda a la pesca de un bobo, Y es sabido que es un robo Ponerse a
jugarle a un ciego.
Y esto digo claramente Porque he dejao de jugar;
Y le puedo asigurar, Como que fuí del oficio: Más cuesta aprender un
vicio Que aprender a trabajar.
Capítulo 23
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Un nápoles mercachifle
Que andaba con un arpista, Cayó también en la lista Sin dificultá
ninguna: Lo agarré a la treinta y una Y le daba bola vista.
Se
vino haciendo el chiquito, Por sacarme esa ventaja; En el pantano se
encaja, Aunque robo se le hacía; Lo cegó Santa Lucía Y desocupó las
cajas.
!Lo hubieran visto afligido Llorar por las chucherías!
"Me gañao con picardía", Decía el gringo y lagrimiaba, Mientras yo
en un poncho alzaba Todita su mercheria.
Quedó allí aliviao del peso
Sollozando sin consuelo; Había caido en el anzuelo, Tal vez porque
era domingo, Y esa calidá de gringo No tiene santo en el cielo.
Pero poco aproveché De fatura tan lucida; El diablo no se
descuida, Y a mí me seguía la pista Un ñato muy enredista Que era
Oficial de partida.
Se me presentó a esigir La multa en que había
incurrido, Que el juego estaba prohibido, Qus iba a llevarme al cuartel
Tuve que partir con él Todo lo que había alquirido.
Empecé a
tomarlo entre ojos Por esa albitrariedá; Yo había ganao, es verdá,
Con recursos, eso sí; Pero el me ganaba a mí Fundao en su autoridá.
Decían que por un delito Mucho tiempo anduvo mal; Un amigo
servicial Lo compuso con el Juez, Y poco tiempo después Lo pusieron
de Oficial.
En recorrer el partido Continuamente se empleaba;
Ningún malevo agarraba, Pero traia en un carguero Gallinas, pavos,
corderos Que por ahi recoletaba.
No se debía permitir El abuso a
tal estremo. Mes a mes hacía lo mesmo, Y ansí decía el vecindario:
"Este ñato perdulario Ha resucitao el diezmo."
La echaba de
guitarrero Y hasta de concertador: Sentao en el mostrador Lo hallé
una noche cantando Y le dije: "Co...mo...quiando Con ganas de oir un
cantor."
Me echó el ñato una mirada Que me quiso devorar, Mas no
dejó de cantar Y se hizo el desentendido; Pero ya había conocido Que
no lo podía pasar.
Una tarde que me hallaba De visita... vino el
ñato, Y para darle un mal rato Dije juerte: "Ña...to...ribia, No
cebe con la agua tibia", Y me la entendió el mulato.
Era todo en el
Juzgao, Y como que se achocó, Ahi no más me contestó: "Cuanto el
caso se presiente Te he de hacer tomar caliente, Y has de saber quién
soy yo."
Por causa de una mujer Se enredó más la cuestión; Le
tenía el ñato afición; Ella era mujer de ley, Moza con cuerpo de güey,
Muy blanda de corazón.
La hallé una vez de amasijo; Estaba hecha
un embeleso, Y le dije: "Me intereso En aliviar sus quehaceres, Y
ansí, señora, si quiere Yo le arrimaré los gũesos."
Estaba el ñato presente Sentado como de adorno; Por evitar un
trastorno Ella, al ver que se dijusta, Me contestó: "Si usté gusta,
Arrímelos junto al horno."
Ahi se enredó la madeja Y su enemistá
conmigo; Se declaró mi enemigo, Y, por aquel cumplimiento, Ya sólo
buscó el momento De hacerme dar un castigo.
Yo vía que aquel maldito
Me miraba con rencor, Buscando el caso mejor De poderme echar el
pial; Y no vive más el lial Que lo que quiere el traidor.
No hay
matrero que no caiga, Ni arisco que no se amanse; Ansí, yo, dende aquel
lance, No salía de algún rincón, Tirao como el San Ramón Después que
se pasa el trance.
Capítulo 24
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Me le escapé con trabajo
En diversas ocasiones; Era de los adulones; Me puso mal con el Juez;
Hasta que al fin una vez Me agarró en las eleciones.
Ricuerdo
que esa ocasión Andaban listas diversas; Las opiniones dispersas No
se podían arreglar: Decían que el Juez, por triunfar, Hacía cosas muy
perversas.
Cuando si riunió la gente Vino a proclamarla el ñato,
Diciendo con aparato "Que todo andaría mal, Si pretendía cada cual
Votar por un candilato."
Y quiso al punto quitarme La lista que
yo llevé, Mas yo se la mesquiné, Y ya me gritó: "!Anarquista! Has de
votar por la lista Que ha mandao el Comiqué."
Me dió verguenza de
verme Tratado de esa manera; Y como si uno se altera Ya no es fácil
que se ablande, Le dije: "Mande el que mande, Yo he de votar por quien
quiera.
"En las carpetas de juego Y en la mesa eletoral, A todo
hombre soy igual, Respeto al que me respeta, Pero el naipe y la boleta
Naides me lo ha de tocar."
Ahi no más ya me cayó A sable la
polecía; Aunque era una picardía Me decidí a soportar, Y no los
quise peliar Por no perderme ese día.
Atravesao me agarró Y se
aprovechó aquel ñato; Dende que sufrí ese trato No dentro donde no
quepo; Fi a jinetiar en el cepo Por cuestión de candilatos
Injusticia tan notoria No la soporté de flojo; Una venda de mis
ojos Vino el suceso a voltiar: Vi que teníamos que andar Como perro
con tramojo.
Dende equellas eleciones Se siguió el batiburrillo;
Aquél se volvió un ovillo Del que no había ni noticia, !Es señora la
justicia.. Y anda en ancas del mas pillo!
Capítulo 25
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Después de muy pocos dias,
Tal vez por no dar espera Y que alguno no se juera, Hicieron citar
la gente, Pa riunir un contingente Y mandar a la frontera.
Se
puso arisco el gauchaje: La gente está acobardada; Salió la partida
armada Y trujo como perdices Unos cuantos infelices Que entraron en
la voltiada.
Decía el ñato con soberbia: !Esta es una gente indina;
Yo los rodié a la sordina: No pudieron escapar; Y llevaba orden de
arriar Todito lo que camina."
Cuando vino el Comendante Dijeron:
"!Dios nos asista!" Llegó les clavó la vista (Yo estaba haciendome el
zonzo); Le echó a cada uno un responso Y ya lo plantó en la lista.
"!Cuadráte!", le dijo a un negro. "Te estás haciendo el chiquito,
Cuando sos el más maldito Que se encuentra en todo el pago. Un
servicio es el que te hago, Y por eso te remito."
A OTRO
"Vos no cuidás tu familia Ni le das los menesteres; Visitás
otras mujeres, Y es preciso, calavera, Que aprendás en la frontera A
cumplir con tus deberes."
A OTRO
"Vos también sos trabajoso;
Cuando es preciso votar Hay que mandarte llamar Y siempre andás
medio alzao; Sos un desubordinao, Y yo te voy a filiar."
A OTRO
"Cuanto tiempo hace que vos Andás en este partido? Cuantas veces
has venido A la citación del Juez? No te he visto ni una vez: Has de
ser algún perdido."
A OTRO
"Este es otro barullero Que pasa
en la pulpería Predicando noche y día Y anarquizando a la gente:
Irás en el contingente Por tamaña picardía."
A OTRO
"Dende la anterior remesa Vos andás medio perdido; La autoridá
no ha podido Jamás hacerte votar: Cuando te mandan llamar Te pasás a
otro partido."
A OTRO
"Vos siempre andas de florcita: No
tenés renta ni oficio; No has hecho ningún servicio; No has votado ni
una vez. !Marchá!... para que dejés De andar haciendo perjuicio."
A OTRO
"Dame vos tu papeleta: Yo te la voy a tener. Esta
queda en mi poder; Despúes la recogerás, Y ansí, si te resertás,
Todos te puedan prender."
A OTRO
"Vos, porque sos ecetuao,
Ya te querés sulevar; No vinistes a votar Cuando hubieron eleciones;
No te valdrán ececiones: !Yo te voy a enderezar! "
Y a éste por
este motivo Y a otro por otra razón, Toditos, en conclusión, Sin que
escapara ninguno, Jueron pasando uno a uno A juntarse en un rincón.
Y allí las pobres hermanas, Las madres y las esposas Redamaban
cariñosas Sus lágrimas de dolor; Pero gemidos de amor No remedian
estas cosas.
Nada importa que una madre Se desespere o se queje,
Que un hombre a su mujer deje En el mayor desamparo; Hay que
callarse, o es claro Que lo quiebran por el eje.
Dentran despúes a
empeñarse Con este o aquel vecino; Y, como en el masculino, El que
menos corre, vuela, Deben andar con cautela Las pobres, me lo imagino.
Muchas al Juez acudieron, Por salvar de la jugada; El les hizo
una cuerpiada, Y, por mostrar su inocencia, Les dijo: "Tengan pacencia
Pues yo no puedo hacer nada."
Ante aquella autoridá Permanecían
suplicantes, Y, después de hablar bastante, "Yo me lavo"; dijo el Juez,
"Como Pilatos los pies: Esto lo hace el Comendante."
De ver
tanto desamparo El corazón se partía; Había madre que salía Con dos;
tres hijos o más, Por delante y por detrás, Y las maletas vacías.
"Donde irán ?", pensaba yo, "A perecer de miseria? Las pobres,
si de esta feria Hablan mal, tienen razón; Pues hay bastante materia
Para tan justa aflición."
Capítulo 26
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Cuando me llegó mi turno
Dije entre mí: "Ya me toca", Y aunque mi falta era poca No sé por
que me asustaba; Les asiguro que estaba Con el Jesús en Ia boca.
Me dijo que yo era un vago, Un jugador, un perdido; Que dende
que fí al partido Andaba de picaflor; Que había de ser un bandido
Como mi antesucesor.
Puede que uno tenga un vicio Y que de él no
se reforme, Mas naides esta conforme Con recebir ese trato: Yo
conocí que era el ñato Quien le había dao los informes.
Me dentro
curiosidá, Al ver que de esa manera Tan siguro me dijera Que jué mi
padre un bandido; Luego, lo habrá conocido, Y yo inoraba quien era.
Me empeñé en aviriguarlo; Promesas hice a Jesús; Tuve por fin
una luz Y supe con alegría Que era el autor de mis días El guapo
Sargento Cruz.
Yo conocía bien su historia Y la tenía muy presente:
Sabía que Cruz, bravamente, Yendo con una partida, Había jugado la
vida Por defender a un valiente.
Y hoy ruego a mi Dios piadoso
Que lo mantenga en su gloria; Se ha de conservar su historia En el
corazón del hijo; El al morir me bendijo Yo bendigo su memoria.
Yo juré tener enmienda Y lo conseguí de veras; Puedo decir ande
quiera Que, si faltas he tenido, De todas me he corregido Dende que
supe quién era.
El que sabe ser güen hijo A los suyos se parece;
Y aquel que a su lado crece Y a su padre no hace honor, Como castigo
merece De la desdicha el rigor.
Con un empeño costante Mis
faltas supe enmendar; Todo conseguí olvidar, Pero, por desgracia mía,
El nombre de Picardía No me lo pude quitar.
Aquel que tiene güen
nombre Muchos dijustos se ahorra, Y entre tanta mazamorra No olviden
esta alvertencia: Aprendí por esperencia Que el mal nombre no se borra.
Capítulo 27
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He servido en la frontera
En un cuerpo de milicias; No por razón de justicia Como sirve
cualesquiera.
La bolilla me tocó De ir a pasar malos ratos Por
la facultá del ñato, Que tanto me persiguió.
Y sufrí en aquel
infierno Esa dura penitencia, Por una malaquerencia De un oficial
subalterno.
No repetiré las quejas De lo que se sufre allá: Son
cosas muy dichas ya Y hasta olvidadas, de viejas.
Siempre el mesmo
trabajar, Siempre el mesmo sacrificio, Es siempre el mesmo servicio,
Y el mesmo nunca pagar.
Siempre cubiertos de harapos, Siempre
desnudos y pobres, Nunca le pagan un cobre Ni le dan jamás un trapo.
Sin sueldo y sin uniforme Lo pasa uno aunque sucumba: Confórmese
con la tumba; Y si no... no se conforme.
Pues si usté se ensoberbece
O no anda muy voluntario, Le aplican un novenario De estacas... que
lo enloquecen.
Andan como pordioseros Sin que un peso los alumbre,
Porque han tomao la costumbre De deberle años enteros.
Siempre
hablan de lo que cuesta; Que allá se gasta un platal: !Pues yo no he
visto ni un rial En lo que duró la fiesta!
Es servicio estrordinario
Bajo el jusil y la vara, Sin que sepamos qué cara Le ha dao Dios al
Comisario.
Pues si va a hacer la revista Se vuelve como una bala:
Es lo mesmo que luz mala Para perderse de vista;
Y de yapa
cuando va, Todo parece estudiao: Van con meses atrasaos De gente que
ya no está;
Pues si adrede que lo hagan, Podrán hacerlo mejor:
Cuando cai, cai con la paga Del contingente anterior;
Porque son
como sentencia Para buscar al ausente, Y el pobre que está presente
Que perezca en la endigencia;
Hasta que, tanto aguantar El rigor
con que lo tratan O se resierta, o lo matan, O lo largan sin pagar.
De ese modo es el pastel, Porque el gaucho -ya es un hecho- No
tiene ningún derecho, Ni naides vuelve por él.
!La gente vive
marchita! Si viera cuando echan tropa: Les vuela a todos la ropa Que
parecen banderitas.
De todos modos lo cargan, Y al cabo de tanto
andar, Cuando lo largan, lo largan Como pa echarse a la mar.
Si
alguna prenda le han dao Se la vuelven a quitar: Poncho, caballo, recao,
Todo tiene que dejar.
Y esos pobres infelices, Al volver a su
destino, Salen como unos Longinos Sin tener con que cubrirse.
A
mí me daba congojas El mirarlos de ese modo, Pues el más aviao de todos
Es un perejil sin hojas.
Aura poco ha sucedido, Con un invierno
tan crudo, Largarlos a pie y desnudos Pa volver a su partido.
Y
tan duro es lo que pasa Que, en aquella situación, Les niegan un
mancarrón Para volver a su casa.
!Lo tratan como a un infiel!
Completan su sacrificio No dándole ni un papel Que acredite su
servicio.
Y tiene que regresar Más pobre de lo que jué; Por
supuesto, a la mercé Del que lo quiere agarrar.
Y no averigüe
después De los bienes que dejó: De hambre, su mujer vendió por dos
lo que vale diez.
Y como están convenidos A jugarle manganeta, A
reclamar no se meta, Porque ése es tiempo perdido.
Y luego, si a
alguna estancia A pedir carne se arrima, Al punto le cain encima Con
la ley de la vagancia.
Y ya es tiempo, pienso yo, De no dar más
contingente: Si el Gobierno quiere gente, Que la pague y se acabó.
Y saco así en conclusión, En medio de mi inorancia, Que aquí el
nacer en estancia Es como una maldición.
Y digo, aunque no me cuadre
Decir lo que naides dijo: La Provincia es una madre Que no defiende
a sus hijos.
Mueren en alguna loma En defensa de la ley, O andan
lo mesmo que el güey, Arando pa que otros coman.
Y he de decir ansí
mismo Porque de adentro me brota Que no tiene patriotismo Quien no
cuida al compatriota.
Capítulo 28
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Se me va por donde quiera
Esta lengua del demonio. Voy a darles testimonio De lo que vi en la
frontera.
Yo sé que el único modo, A fin de pasarlo bien, Ee
decir a todo: Amén, Y jugarle risa a todo.
El que no tiene colchón
En cualquier parte se tiende: El gato busca el jogón Y ese es mozo
que lo entiende.
De aquí comprenderse debe, Aunque yo hable de este
modo, Que uno busca su acomodo Siempre lo mejor que puede.
Lo
pasaba como todos Este pobre penitente; Pero salí de asistente, Y
mejoré en cierto modo;
Pues aunque esas privaciones Causen
desesperación, Siempre es mejor el jogón De aquel que carga galones.
De entonces en adelante Algo logré mejorar, Pues supe hacerme
lugar Al lado del ayudante.
El se daba muchos aires: Pasaba
siempre leyendo; Decían que estaba aprendiendo Pa recebirse de flaire.
Aunque lo pifiaban tanto, Jamás lo vi dijustao; Tenía los ojos
paraos Como los ojos de un santo.
Muy delicao, dormía en cuja; Y
no sé por qué sería, La gente lo aborrecía Y le llamaban La Bruja.
Jamás hizo otro servicio Ni tuvo mas comisiones Que recebir las
raciones De víveres y de vicios.
Yo me pasé a su jogón Al punto
que me sacó, Y ya con el me llevó A cumplir su comisión.
Estos
diablos de milicos De todo sacan partido: Cuando nos vían riunidos
Se limpiaban los hocicos.
Y decían en los jogones Como por
chocarrería: "Con la Bruja y Picardía Van a andar bien las raciones."
A mí no me jué tan mal, Pues mi oficial se arreglaba; Les diré
lo que pasaba Sobre este particuIar.
Decían que estaba de acuerdo
La Bruja y el provedor, Y que recebía lo pior; Puede ser, pues no
era lerdo.
Que a más en la cantidá Pegaba otro dentellón, Y que
por cada ración Le entregaban la mitá;
Y que esto lo hacía del modo
Como lo hace un hombre vivo: Firmando luego el recibo, Ya se sabe,
por el todo.
Pero esas murmuraciones No faltan en campamento.
Déjenme seguir mi cuento, O historia de las raciones.
La Bruja
las recebía, Como se ha dicho, a su modo; Las cargabamos, y todo Se
entriega en la Mayoría.
Sacan allí en abundancia Lo que les toca
sacar, Y es justo que han de dejar Otro tanto de ganancia.
Van
luego a la compañía; Las recibe el Comendante, El que, de un modo
abundante, Sacaba cuanto quería.
Ansí la cosa liviana Va
mermada, por supuesto; Luego se le entrega el resto Al oficial de
semana. Araña, quien te arañó? Otra araña como yo.
Este le pasa
al sargento Aquello tan reducido, Y, como hombre prevenido, Saca
siempre con aumento.
Esta relación no acabo Si otra menudencia
ensarto, El sargento llama al cabo Para encargarle el reparto.
El también saca primero Y no se sabe turbar: Naides le va a
aviriguar Si ha sacado más o menos.
Y sufren tanto bocao Y hacen
tantas estaciones, Que ya casi no hay raciones Cuando llegan al soldao.
!Todo es como pan bendito! Y sucede de ordinario Tener que
juatarse varios Para hacer un pucherito.
Dicen que las cosas van
Con arreglo a la ordenanza. !Puede ser! pero no alcanzan; !Tan
poquito es lo que dan!
Algunas veces, yo pienso, Y es muy justo que
lo diga, Solo llegaban las migas Que habían quedao en los lienzos.
Y esplican aquel infierno En que uno está medio loco Diciendo
gue dan tan poco Porque no paga el Gobierno.
Pero eso yo no lo
entiendo, Ni a aviriguarlo me meto; Soy inorante completo Nada
olvido y nada apriendo.
Tiene uno que soportar El tratamiento mas
vil: A palos en lo civil A sable en lo militar.
El vistuario es
otro infierno; Si lo dan, llega a sus manos En invierno el de verano,
Y en el verano el de invierno.
Y yo el motivo no encuentro Ni la
razón que esto tiene, Mas dicen que eso ya viene Arreglao dende adentro.
Y es necesario aguantar El rigor de su destino; El gaucho no es
argentino Sino pa hacerlo matar.
Ansi ha de ser, no lo dudo; Y
por eso decía un tonto: "Si los han de matar pronto, Mejor es que estén
desnudos,"
Pues esa miseria vieja No se remedia jamás; Todo el
que viene detrás Como la encuentra la deja.
Y se hallan hombres tan
malos Que dicen de güena gana: "El gaucho es como la lana: Se limpia
y compone a palos."
Y es forzoso el soportar Aunque la copa se
enllene; Parece que el gaucho tiene Algún pecao que pagar.
Capítulo 29
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Esto cantó Picardía Y
después guardó silencio, Mientras todos celebraban Con placer aquel
encuentro. Mas una casualidá -Como que nunca anda lejos- Entre tanta
gente blanca Llevó tambien un moreno, Presumido de cantor Y que se
tenía por güeno. Y como quien no hace nada, O se descuida de intento,
Pues siempre es muy conocido Todo aquel que busca pleito, Se sentó
con toda calma, Echo mano al estrumento Y ya le pegó un ragido: Era
fantástico el negro; Y para no dejar dudas, Medio se compuso el pecho.
Todo el mundo conoció La intención de aquel moreno: Era claro el
desafío Dirigido a Martín Fierro, Hecho con toda arrogancia, De un
modo muy altanero. Tomó Fierro la guitarra, Pues siempre se halla
dispuesto, Y ansí cantaron los dos, En medio de un gran silencio.
Capítulo 30
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MARTIN FIERRO
Mientras suene el encordao, Mientras encuentre el compás Yo no
he de quedarme atrás Sin defender la parada, Y he jurado que jamás
Me la han de llevar robada.
Atiendan, pues, los oyentes Y
cáyense los mirones; A todos pido perdones, Pues a la vista resalta
Que no está libre de falta Quien no está de tentaciones.
A un
cantor le llaman güeno Cuando es mejor que los piores; Y sin ser de los
mejores, Encontrándose dos juntos, Es deber de los cantores El
cantar de contrapunto.
El hombre debe mostrarse Cuando la ocasión le
llegue; Hace mal el que se niegue, Dende que lo sabe hacer; Y muchos
suelen tener Vanagloria en que los rueguen.
Cuando mozo fuí cantor
(Es una cosa muy dicha); Mas la suerte se encapricha Y me persigue
costante: De ese tiempo en adelante Canté mis propias desdichas.
Y aquellos años dichosos Trataré de recordar; Veré si puedo
olvidar Tan desgraciada mudanza, Y quien se tenga confianza Tiemple,
y vamos a cantar.
Tiemple y cantaremos juntos; Trasnochadas no
acobardan. Los concurrentes aguardan, Y porque el tiempo no pierdan,
Haremos gemir las cuerdas Hasta que las velas no ardan.
Y el
cantor que se presiente, Que tenga o no quien lo ampare, No espere que
yo dispare Aunque su saber sea mucho: Vamos en el mesmo pucho A
prenderle hasta que aclare.
Y seguiremos si gusta Hasta que se vaya
el día; Era la costumbre mía Cantar las noches enteras: Había
entonces, donde quiera, Cantores de fantasía.
Y si alguno no se
atreve A seguir la caravana, O si cantando no gana, Se lo digo sin
lisonja: Haga sonar una esponja O ponga cuerdas de lana.
EL
MORENO
Yo no soy, señores míos, Sino un pobre guitarrero, Pero
doy gracias al Cielo Porque puedo, en la ocasión, Toparme con un cantor
Que esperimente a este negro.
Yo también tengo algo blanco, Pues
tengo blancos los dientes; Sé vivir entre las gentes Sin que me tengan
en menos: Quien anda en pagos ajenos Debe ser manso y prudente.
Mi madre tuvo diez hijos, Los nueve muy regulares; Tal vez por
eso me ampare La Providencia divina: En los güevos de gallina El
décimo es el mas grande.
El negro es muy amoroso, Aunque de esto no
hace gala; Nada a su cariño iguala Ni a su tierna voluntá; Fs lo
mesmo que el macá: Cría los hijos bajo el ala.
Pero yo he vivido
libre Y sin depender de naides; Siempre he cruzado los aires Como el
pájaro sin nido; Cuanto se lo he aprendido Porque me lo enseñó un
flaire.
Y sé como cualquier otro El porqué retumba el trueno;
Por qué son las estaciones Del verano y del invierno; Sé también de
donde salen Las aguas que cain del cielo.
Yo sé lo gue hay en la
tierra En llegando al mesmo centro; En dónde se encuentra el oro, En
dónde se encuentra el fierro Y en dónde viven bramando Loe volcanes que
echan juego.
Yo sé del fondo del mar Donde los pejes nacieron;
Yo sé por que crece el árbol, Y por que silban los vientos: Cosas
que inoran los blancos Las sabe este pobre negro.
Yo tiro cuando me
tiran; Cuando me aflojan, aflojo; No se ha de morir de antojo Quien
me convide a cantar; Para conocer a un cojo Lo mejor es verlo andar.
Y si una falta cometo En venir a esta riunión, Echándola de
cantor, Pido perdón en voz alta Pues nunca se halla una falta Que no
esista otra mayor.
De lo que un cantor esplica No falta qué
aprovechar Y se le debe escuchar Aunque sea negro el que cante:
Apriende el que es inorante, Y el que es sabio, apriende más.
Bajo la frente mas negra Hay pensamiento y hay vida. La gente
escuche tranquila, No me haga ningún reproche: Tambien es negra la noche
Y tiene estrellas que brillan.
Estoy, pues, a su mandao; Empiece
a echarme la sonda, Si gusta que le responda, Aunque con lenguaje tosco:
En leturas no conozco La jota, por ser redonda.
MARTIN FIERRO
!Ah, negro!, si sos tan sabio No tengás ningun recelo Pero has
tragao el anzuelo Y al compás del estrumento Has de decirme al momento
Cuál es el canto del cielo.
EL MORENO
Cuentan que de mi
color Dios hizo al hombre primero, Más los blancos altaneros, Los
mesmos que lo convidan, Hasta de nombrarlo olvidan Y sólo le llaman
negro.
Pinta el blanco negro al diablo, Y el negro, blanco lo pinta;
Blanca la cara o retinta No habla en contra ni en favor: De los
hombres el Criador No hizo dos clases distintas.
Y después de esta
alvertencia Que al presente viene al pelo, Veré, señores, si puedo,
Sigún mi escaso saber, Con claridá responder Cuál es el canto del
cielo.
Los cielos lloran y cantan Hasta en el mayor silencio:
Lloran al cair el rocío Cantan al silbar los vientos Lloran cuando
cain las aguas. Cantan cuando brama el trueno.
MARTIN FIERRO
Dios hizo al blanco y al negro Sin declarar los mejores; Les
mandó iguales dolores Bajo de una mesma cruz; Mas también hizo la luz
Pa distinguir los coIores.
Ansi, ninguno se agravie; No se trata
de ofender, A todo se ha de poner El nombre con que se llama, Y a
naides le quita fama Lo que recibio al nacer.
Y ansí me gusta un
cantor Que no se turba ni yerra; Y si en tu saber se encierra El de
los sabios projundos; Decíme cual en el mundo Es el canto de la tierra.
EL MORENO
Es pobre mi pensamiento, Es escasa mi razón,
Mas pa dar contestación Mi inorancia no se arredra: También da
chispas la piedra Si la golpia el eslabón.
Y le daré una respuesta
Sigún mis pocos alcances: Forman un canto en la tierra El dolor de
tanta madre, El gemir de los que mueren Y el llorar de los que nacen.
MARTIN FIERRO
Moreno, alvierto que trais Bien dispuesta la
garganta; Sos varón, y no me espanta Verte hacer esos primores; En
los pájaros cantores Solo el macho es el que canta.
Y ya que al
mundo vinistes Con el sino de cantar, No te vayás a turbar, No te
agrandés ni te achiques; Es preciso que me expliques Cuál es el canto
del mar.
EL MORENO
A los pájaros cantores Ninguno imitar
pretiende; De un don que de otro depende Naides se debe alabar, Pues
la urraca apriende a hablar, Pero sólo la hembra apriende.
Y
ayúdame, ingenio mío, Para ganar esta apuesta; Mucho el contestar me
cuesta. Pero debo contestar; Yoy a decir en respuesta Cuál es el
canto del mar.
Cuando la tormenta brama, El mar, que todo lo
encierra, Canta de un modo que aterra, Corno si el mundo temblara:
Parece que se quejara De que lo estreche la tierra.
MARTIN
FIERRO
Toda tu sabiduría Has de mostrar esta vez; Ganarás sólo
que estés En baca con algún santo. La noche tiene su canto, Y me has
de decir cuál es.
EL MORENO
No galope, que hay aujeros, Le
dijo a un guapo un prudente Le contestó humildemente: La noche por
cantos tiene Esos ruidos que uno siente Sin saber por dónde vienen.
Son los secretos misterios Que las tinieblas esconden; Son los
ecos que responden A la voz del que da un grito; Como un lamento
infinito Que viene no sé de dónde.
A las sombras sólo el sol Las
penetra y las impone; En distintas direcciones Se oyen rumores
inciertos: Son almas de los que han muerto, Que nos piden oraciones.
MARTIN FIERRO
Moreno, por tus respuestas Yo te aplico el
cartabón, Pues tenés desposición Y sos estruido, de yapa: Ni las
sombras se te escapan Para dar esplicación.
Pero cumple su deber
El lial diciendo lo cierto, Y, por lo tanto, te alvierto Que hemos
de cantar los dos, Dejando en la paz de Dios Las almas de los que han
muerto.
Y el consejo del prudente No hace falta en la partida;
Siempre ha de ser comedida La palabra de un cantor. Y aura quiero
que me digas De dónde nace el amor.
EL MORENO
A pregunta tan
escura Trataré de responder, Aunque es mucho pretender De un pobre
negro de estancia, Mas conocer su inorancia Es principio del saber.
Ama el pájaro en los aires Que cruza por donde quiera, Y si al
fin de su carrera Se asienta en alguna rama, Con su alegre canto llama
A su amante compañera.
La fiera ama en su guarida, De la que es
rey y señor; Allí lanza con juror Esos bramidos que espantan, Porque
las fieras no cantan: Las fieras braman de amor.
Ama en el fondo del
mar El pez de lindo color; Ama el hombre con ardor; Ama todo cuanto
vive: De Dios vida se recibe, Y donde hay vida, hay amor.
MARTIN
FIERRO
Me gusta, negro ladino, Lo que acabás de esplicar; Ya te
empiezo a respetar; Aundue al principio me rei, Y te quiero preguntar
Lo que entendés por la ley.
EL MORENO
Hay muchas dotorerías
Que yo no puedo alcanzar; Dende que aprendí a inorar De ningún saber
me asombro, Mas no ha de llevarme al hombro Quien me convide a cantar.
Yo no soy cantor ladino Y mi habilidá es muy poca; Más cuando
cantar me toca Me defiendo en el combate, Porque soy como los mates:
Sirvo si me abren la boca.
Dende que elige a su gusto, Lo más
espinoso elige; Pero esto poco me aflige Y le contesto a mi modo: La
ley se hace para todos, Mas sólo al pobre le rige.
La ley es tela de
araña --En mi inorancia lo esplico--. No la tema el hombre rico;
Nunca la tema el que mande; Pues la ruempe el bicho grande Y sólo
enrieda a los chicos.
Es la ley como la lluvia: Nunca puede ser
pareja; El que la aguanta se queja, Pero el asunto es sencillo: La
ley es como el cuchillo: No ofiende a quien lo maneja.
Le suelen
llamar espada Y el nombre le viene bien; Los que la gobiernan ven A
dónde han de dar el tajo: Le cai al que se halla abajo Y corta sin ver a
quién.
Hay muchos que son dotores, Y de su cencia no dudo; Mas
yo soy un negro rudo Y aunque de esto poco entiendo, Estoy diariamente
viendo Que aplican la del embudo.
MARTIN FIERRO
Moreno,
vuelvo a decirte: Ya conozco tu medida; Has aprovechao la vida, Y me
alegro de este encuentro; Ya veo que tenés adentro Capital pa esta
partida.
Y aura te voy a decir; Porque en mi deber está (Y hace
honor a la verdá Quien a la verdá se duebla) Que sos por juera tinieblas
Y por dentro claridá.
No ha de decirse jamás Que abusé de tu
pacencia, Y en justa correspondencia, Si algo querés preguntar,
Podés al punto empezar, Pues ya tenés mi licencia.
EL MORENO
No te trabes lengua mía; No te vayas a turbar; Nadie acierta
antes de errar, Y, aunque la fama se juega, El que por gusto navega
No debe temerle al mar.
Voy a hacerle mis preguntas, Ya que a
tanto nne convida, Y vencerá en la partida Si una esplicación me da
Sobre el tiempo y la medida, El peso y la cantidá.
Suya sera la
vitoria Si es que sabe contestar; Se lo debo declarar Con claridá,
no se asombre, Pues hasta aura ningún hombre Me lo ha sabido esplicar.
Quiero saber y lo inoro, Pues en mis libros no está -Y su
respuesta vendrá A servirme de gobierno-, Para que fin el Eterno Ha
criado la cantidá.
MARTIN FIERRO
Moreno, te dejas cair Como
carancho en su nido; Ya veo que sos prevenido, Mas también estoy
dispuesto; Veremos si te contesto Y si te das por vencido.
Uno
es el sol, uno el mundo, Sola y única es la luna Ansí han de saber que
Dios No crió cantidá ninguna.
El ser de todos los seres Solo
formo la unidá; Lo demás lo ha criado el hombre Después que aprendió a
contar.
EL MORENO
Verernos si a otra pregunta Da una
respuesta cumplida: EI ser que Ha criado la vida Lo ha de tener en su
archivo, Mas yo inoro que motivo Tuvo al formar la medida.
MARTIN FIERRO
Escuchá con atención Lo que en mi inorancia
arguyo: La medida la inventó E1 hombre para bien suyo;
Y la
razón no te asombre, Pues es fácil presumir: Dios no tenía que medir
Sino la vida del hombre.
EL MORENO
Si no falla su saber
Por vencedor lo confieso; Debe aprender todo eso Quien a cantar se
dedique; Y aura quiero que me esplique La que significa el peso.
MARTIN FIERRO
Dios guarda entre sus secretos El secreto que
eso encierra, Y mandó que todo peso Cayera siempre en la tierra;
Y sigún compriendo yo, Dende que hay bienes y males, Jué el peso
para pesar Las culpas de los mortales.
EL MORENO
Si responde
a esta pregunta Tengase por vencedor (Doy la derecha al mejor); Y
respóndame al momento: Cuando formó Dios el tiempo Y por que lo dividió?
MARTIN FIERRO
Moreno, voy a decir, Sigún mi saber alcanza:
El tiempo sólo es tardanza De lo que está por venir;
No tuvo
nunca principio Ni jamás acabará, Porque el tiempo es una rueda. Y
rueda es eternidá.
Y si el hombre lo divide, Sólo lo hace, en mi
sentir, Por saber lo que ha vivido O le resta que vivir.
Ya te
he dado mis respuestas, Mas no gana quien despunta; Si tenés otra
pregunta O de algo te has olvidao, Siempre estoy a tu mandao Para
sacarte de dudas.
No procedo por soberbia Ni tampoco por jactancia,
Mas no ha de faltar costancia Cuando es preciso luchar; Y te convido
a cantar Sobre cosas de la estancia.
Ansi prepará, moreno,
Cuanto tu saber encierre, Y sin que tu lengua yerre, Me has de decir
lo que empriende; El que del tiempo depende, En los meses que train
erre.
EL MORENO
De la inorancia de naides Ninguno debe
abusar; Y aunque me puede doblar Todo el que tenga más arte, No voy
a ninguna parte A dejarme machetiar.
He reclarao que en leturas
Soy redondo como jota; No avergüence mi redota, Pues con claridá le
digo: No me gusta que conmigo Naides juegue a la pelota.
Es
güena ley que el más lerdo Debe perder la carrera; Ansí le pasa a
cualquiera, Cuando en competencia se halla Un cantor de media talla
con otro de talla entera.
No han visto en medio del campo Al
hombre que anda perdido, Dando güeltas afligido, Sin saber donde
rumbiar? Ansí le suele pasar A un pobre cantor vencido.
También
los árboles crujen Si el ventarrón los azota, Y si aquí mi queja brota
Con amargura, consiste En que es muy larga y muy triste La noche de
la redota.
Y dende hoy en adelante, Pongo de testigo al Cielo
Para decir sin recelo Que, si mi pecho se inflama. No cantaré por la
fama Sino por buscar consuelo.
Vive ya desesperao Quien no tiene
qué esperar; A lo que no ha de durar Ningún cariño se cobre;
Alegrías en un pobre Son anuncios de pesar.
Y este triste
desengaño Me durará mientras viva; Aunque un consuelo reciba Jamás
he de alzar el vuelo: Quien no nace para el cielo De balde es que mire
arriba.
Y suplico a cuantos me oigan Que me permitan decir Que,
al decidirme a venir, No sólo jué por cantar, Sino porque tengo a más
Otro deber que cumplir.
Ya saben que de mi madre Jueron diez los
que nacieron, Mas ya no esiste el primero Y mas querido de todos:
Murió por injustos modos A manos de un pendenciero.
Los nueve
hermanos restantes Como güerfanos quedamos; Dende entonces lo lloramos
Sin consuelo, creanmeló, Y al hombre que lo mató, Nunca jamás lo
encontramos.
Y queden en paz los güesos De aquel hermano querido;
A moverlos no he venido, Mas, si el caso se presienta, Espero en
Dios que esta cuenta Se arregle como es debido.
Y si otra ocasión
payamos Para que esto se complete, Por mucho que lo respete,
Cantaremos, si le gusta, Sobre las muertes injustas. Que algunos
hombres cometen.
Y aquí, pues, señores míos, Diré, como en
despedida, Que todavía andan con vida Los hermanos del dijunto, Que
recuerdan este asunto Y aquella muerte no olvidan.
Y es misterio tan
projundo Lo que está por suceder, Que no me debo meter A echarla
aquí de adivino; Lo que decida el destino Después lo habran de saber.
MARTIN FIERRO
Al fin cerrastes el pico Después de tanto
charlar; Ya empezaba a maliciar, Al verte tan entonao, Que traías un
embuchao Y no lo querías largar.
Y ya que nos conocemos, Basta
de conversación; Para encontrar la ocasión No tienen que darse priesa;
Ya conozco yo que empieza Otra clase de junción.
Yo no sé lo que
vendrá; Tampoco soy adivino; pero firme en mi camino Hasta el fin he
de seguir: Todos tienen que cumplir Con la ley de su destino.
Primero jué la frontera Por persecución de un juez; Los indios
jueron después, Y, para nuevos estrenos, Aura son estos morenos Pa
alivio de mi vejez.
La madre echó diez al mundo, Lo que cualquiera
no hace, Y tal vez de los diez pase Con iguales condiciones: La
mulita pare nones, Todos de la mesma clase.
A hombre de humilde
color Nunca sé facilitar; Cuando se llega a enojar Suele ser de mala
entraña: Se vuelve como la araña, Siempre dispuesta a picar.
Yo
he conocido a toditos Los negros mas peliadores; Había algunos
superiores De cuerpo y de vista... !ahijuna! Si vivo, les daré una...
Historia de las mejores.
Mas cada uno ha de tirar En el yugo en
que se vea; Yo ya no busco peleas, Las contiendas no me gustan, Pero
ni sombras me asustan Ni bultos que se menean.
La creia ya
desollada, Mas todavía falta el rabo, Y por lo visto no acabo De
salir de esta jarana; Pues esto es lo que se llama Remacharsele a uno el
clavo.
Capítulo 31
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Y después de estas palabras
Que ya la intención revelan, Procurando los presentes Que no se
armara pendencia, Se pusieron de por medio Y la cosa quedó quieta.
Martín Fierro y los muchachos, Evitando la contienda, Montaron y
paso a paso, Como el que miedo no lleva, A la costa de un arroyo
Llegaron a echar pie a tierra. Desensillaron los pingos Y se
sentaron en rueda, Refiriéndose entre sí Infinitas menudencias
Porque tiene muchos cuentos Y muchos hijos la ausiencia. Allí
pasaron la noche A la luz de las estrellas, Porque ese es un cortinao
Que lo halla uno donde quiera, Y el gaucho sabe arreglarse Como
ninguno se arregla: El colchón son las caronas, El lomillo es cabecera,
E1 cojinillo es blandura Y con el poncho o la jerga; Para salvar del
rocío, Se cubre hasta la cabeza. Tiene su cuchillo al lado -Pues la
precaución es güena-, Freno y rebenque a la mano, Y, teniendo el pingo
cerca, Que pa asigurarlo bien La argolla del lazo entierra --Aunque
el atar con el lazo Da del hombre mala idea--, Se duerme ansí muy
tranquilo Todita la noche entera; Y si es lejos del camino, Como
manda la prudencia, Mas siguro que en su rancho Uno ronca a pierna
suelta Pues en el suelo no hay chinche Y es una cuja camera Que no
ocasiona disputas Y que naides se la niega. Ademas de eso, una noche
La pasa uno como quiera, Y las va pasando todas Haciendo la mesma
cuenta; Y luego los pajaritos Al aclarar lo dispiertan, Porque el
sueño no lo agarra A quien sin cenar se acuesta. Ansí, pues, aquella
noche Jué para ellos una fiesta, Pues todo parece alegre Cuando el
corazón se alegra. No pudiendo vivir juntos Por su estado de pobreza,
Resolvieron separarse Y que cada cual se juera A procurarse un
refugio Que aliviara su miseria. Y antes de desparramarse Para
empezar vida nueva, En aquella soledá Martín Fierro, con prudencia,
A sus hijos y al de Cruz Les habló de esta manera:
Capítulo 32
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-Un padre que da consejos
Más que padre es un amigo; Ansi como tal les digo Que vivan con
precaución: Naides sabe en que rincón Se oculta el que es su enemigo.
Yo nunca tuve otra escuela Que una vida desgraciada: No estrañen
si en la jugada Alguna vez me equivoco, Pues debe saber muy poco
Aquel que no aprendió nada.
Hay hombres que de su cencia Tienen
la cabeza llena; Hay sabios de todas menas, Mas digo, sin ser muy ducho:
Es mejor que aprender mucho El aprender cosas gúenas.
No
aprovechan los trabajos Si no han de enseñarnos nada; El hombre, de una
mirada, Todo ha de verlo al momento: El primer conocimiento Es
conocer cuándo enfada.
Su esperanza no la cifren Nunca en corazón
alguno; En el mayor infortunio Pongan su confianza en Dios; De los
hombres, sólo en uno; Con gran precaución en dos.
Las faltas no
tiene límites Como tienen los terrenos; Se encuentran en los mas güenos,
Y es justo que les prevenga: Aquel que defetos tenga, Disimule los
ajenos.
Al que es amigo, jamás Lo dejen en la estacada, Pero no
le pidan nada Ni lo aguarden todo de el: Siempre el amigo más fiel
Es una conducta honrada.
Ni el miedo ni la codicia Es güeno que
a uno le asalten, Ansi, no se sobresalten Por los bienes que perezcan;
Al rico nunca le ofrezcan Y al pobre jamás le falten.
Bien lo
pasa, hasta entre pampas, El que respeta a la gente; El hombre ha de ser
prudente Para librarse de enojos: Cauteloso entre los flojos,
Moderado entre valientes.
El trabajar es la ley, Porque es
preciso alquirir; No se espongan a sufrir Una triste situación:
Sangra mucho el corazón Del que tiene que pedir.
Debe trabajar
el hombre Para ganarse su pan; Pues la miseria, en su afán De
perseguir de mil modos, Llama en la puerta de todos Y entra en la del
haragán.
A ningún hombre amenacen, Porque naides se acobarda;
Poco en conocerlo tarda Quien amenaza imprudente: Que hay un peligro
presente Y otro peligro se aguarda.
Para vencer un peligro,
Salvar de cualquier abismo -Por esperencia lo afirmo-, Más que el
sable y que la lanza Suele servir la confianza Que el hombre tiene en si
mismo.
Nace el hombre con la astucia Que ha de servirle de guía;
Sin ella sucumbiría: Pero, sigún mi esperencia, Se vuelve en unos
prudencia Y en los otros picardía.
Aprovecha la ocasión El
hombre que es diligente; Y, tenganló bien presente: Si al compararla no
yerro, La ocasión es como el fierro: Se ha de machacar caliente.
Muchas cosas pierde el hombre Que a veces las vuelve a hallar;
Pero les debo enseñar, Y es gúeno que lo recuerden: Si la verguenza
se pierde, Jamás se vuelve a encontrar.
Los hermanos sean unidos
Porque ésa es la ley primera Tengan unión verdadera En cualquier
tiempo que sea, Porque, si entre ellos pelean, Los devoran los de
ajuera.
Respeten a los ancianos: El burlarlos no es hazaña; Si
andan entre gente estraña Deben ser muy precavidos, Pues por igual es
tenido Quien con malos se acompaña.
La cigüeña, cuando es vieja,
Pierde la vista, y procuran Cuidarla en su edá madura Todas sus
hijas pequeñas: Apriendan de las cigüeñas Este ejemplo de ternura.
Si les hacen una ofensa, Aunque la echen en olvido, Vivan
siempre prevenidos; Pues ciertamente sucede Que hablará muy mal de
ustedes Aquel que los ha ofendido.
El que obedeciendo vive Nunca
tiene suerte blanda, Mas con su soberbia agranda El rigor en que padece:
Obedezca al que obedece Y será gúeno el que manda.
Procuren de
no perder Ni el tiempo ni la vergüenza; Como todo hombre que piensa,
Procedan siempre con juicio; Y sepan que ningún vicio Acaba donde
comienza.
Ave de pico encorvado Le tiene al robo afición; Pero
el hombre de razón No roba jamás un cobre, Pues no es vergúenza ser
pobre Y es vergúenza ser ladrón.
El hombre no mate al hombre Ni
pelé por fantasía; Tiene en la desgracia mía Un espejo en que mirarse;
Saber el hombre guardarse Es la gran sabiduría.
La sangre que se
redama No se olvida hasta la muerte; La impresión es de tal suerte,
Que, a mi pesar, no lo niego, Cai como gotas de juego En la alma dei
que la vierte.
Es siempre, en toda ocasión, El trago el pior
enemigo; Con cariño se los digo, Recuérdenlo con cuidado: Aquel que
ofiende embriagado Merece doble castigo.
Si se arma algun revolutis,
Siempre han de ser los primeros, No se muestren altaneros, Aungue la
razón les sobre: En la barba de los pobres Aprienden pa ser barberos.
Si entriegan su corazón A alguna mujer querida, No le hagan una
partida Que la ofienda a la mujer: Siempre los ha de perder Una
mujer ofendida.
Procuren, si son cantores, El cantar con
sentimiento, Ni tiemplen el estrumento Por sólo el gusto de hablar,
Y acostúmbrense a cantar En cosas de jundamento.
Y les doy estos
consejos Que me ha costado alquirirlos, Porque deseo dirigirlos;
Pero no alcanza mi cencia Hasta darles la prudencia Que precisan pa
seguirlos.
Estas cosas y otras muchas Medité en mis soledades;
Sepan que no hay falsedades Ni error en estos consejos: Es de la
boca del viejo De ande salen las verdades.
Capítulo 33
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Después a los cuatro vientos
Los cuatro se dirigieron; Una promesa se hicieron Que todos debían
cumplir; Mas no la puedo decir Pues secreto prometieron.
Les
alvierto solamente -Y esto a ninguno le asombre, Pues muchas veces el
hombre Tiene que hacer de ese modo-; Convinieron entre todos En
mudar allí de nombre.
Sin ninguna intención mala Lo hicieron, no
tengo duda; Pero es la verdá desnuda --Siempre suele suceder--:
Aquel que su nombre muda Tiene culpas que esconder.
Y ya dejo el
estrumento Con que he divertido a ustedes; Todos conocerlo pueden
Que tuve costancia suma: Este es un botón de pluma Que no hay quien
lo desenriede.
Con mi deber he cumplido, Y ya he salido del paso;
Pero diré, por si acaso, Pa que me entiendan los criollos: Todavía
me quedan rollos Por si se ofrece dar lazo.
Y con esto me despido
Sin espresar hasta cuándo; Siempre corta por lo blando El que busca
lo siguro, Mas yo corto por lo duro, Y ansí he de seguir cortando.
Vive el águila en su nido, El tigre vive en su selva, El zorro
en la cueva ajena, Y, en su destino incostante, Solo el gaucho vive
errante Donde la suerte lo lleva.
Es el pobre en su orfandá De
la fortuna el desecho, Porque naides toma a pechos El defender a su
raza: Debe el gaucho tener casa, Escuela, iglesia y derechos.
Y
han de concluir algún día Estos enriedos maaditos; La obra no la
facilito Porque aumentan el fandango Los que están, como el chimango
Sobre el cuero y dando gritos.
Mas Dios ha de permitir Que esto
llegue a mejorar; Pero se ha de recordar, Para hacer bien el trabajo,
Que el juego, pa calentar, Debe ir siempre por abajo.
En su ley
está el de arriba Si hace lo que le aproveche; De sus favores sospeche
Hasta el mesmo que lo nombra Siempre es dañosa la sombra Del árbol
que tiene leche.
Al pobre, al menor descuido, Lo levantan de un
sogazo, Pero yo compriendo el caso Y esta consecuencia saco: El
gaucho es el cuero flaco: Da los tientos para el lazo.
Y en lo que
esplica mi lengua Todos deben tener fé; Ansí; pues, entiendanmé, Can
codicias no me mancho: No se ha de llover el rancho En donde este libro
esté.
Permítanme descansar, !Pues he trabajado tanto! En este
punto me planto Y a continuar me resisto: Estos son treinta y tres
cantos, Que es la mesma edá de Cristo.
Y guarden estas palabras
Que les digo al terminar: En mi obra he de continuar Hasta dárselas
concluida, Si el ingenio o si la vida No me llegan a faltar.
Y
si la vida me falta, Tenganló todos por cierto Que el gaucho, hasta en
el desierto, Sentirá en tal ocasión Tristeza en el corazón, Al saber
que yo estoy muerto.
Pues son mis dichas desdichas Las de todos mis
hermanos; Ellos guardaran ufanos En su corazón mi historia: Me
tendrán en su memoria Para siempre mis paisanos.
Es la memoria un
gran don, Calidá muy meritoria; Y aquellos que en esta historia
Sospechen que les doy palo, Sepan que olvidar lo malo También es
tener memoria.
Mas naides se crea ofendido Pues a ninguno incomodo,
Y si canto de este modo, Por encontrarlo oportuno, No es para mal de
ninguno Sino para bien de todos.
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