PROLEGOMENO
(EL BURGOS DE MIO CID)
¿Antisemitismo en el Cantar de mio Cid? ¿Antisemitismo en el Burgos, en la España del siglo XII? Afirmativamente piensa hoy la gran mayoría de los críticos literarios y de los historiadores que de ellos se fían. Antisemita creen al autor, a su héroe y a su público. De 1973 data mi primer replanteamiento del antisemitismo, que rechazaba yo como incongruente e inadmisible desde el punto de vista literario, en cuanto que infligía una grave injuria a la estructura del exordio. Aquí, voy a examinar el escenario socioeconómico del Burgos y la España del siglo XII, para ver si dicho antisemitismo es de alguna manera sostenible.
He de confesarlo desde el comienzo: la presente obra es de reacción contra la crítica dominante, y de apología en favor del autor del Cantar, de su héroe y de su público. Mi estilo no quiere ser el del irrespetuoso hacia las autoridades consagradas, sino el del apologeta que considera la acusación de antisemitismo totalmente indocumentada, y una horrorosa afrenta que va en camino de constituirse en el primer capítulo de la Leyenda Negra. De ser verdad el antisemitismo del Cantar de mio Cid, nos revelaría la fealdad de España ya en su primer alborear, en su primer poeta, en su primer héroe, en sus primeros lectores de roman paladino.
Se basa la acusación de antisemitismo en el supuesto judaísmo de Rachel y Vidas, dos mercaderes que prestan al Cid 600 marcos, sobre unas arcas de arena. En el Cantar no se nos dice que Rachel y Vidas fueran judíos. Sí, que eran mercaderes, que vivían en un palacio, que llevaban a cabo su transacciones comerciales en el Castillo de Burgos, figurando entre éstas, explícitamente, las del empeño, implícitamente, las de cambio de dinero.
Nos encontramos todos muy alejados del siglo XII. Por ello, no tenemos más remedio que acudir a los textos, los literarios y los históricos, para con ellos tratar de reconstruir el ambiente social, urbanístico, económico e intelectual de la época, para ver si dentro de él obtiene justificación alguna dicho antisemitismo. Si éste fuera un hecho documentado, aunque no respondiera al ambiente cultural caracterizado de la época, habríamos de juzgarlo raro y excepcional, pero tendríamos que admitirlo. Al tratarse de una mera hipótesis, si contradice la información documentada y no encaja en su contexto literario, simplemente hemos de rechazarlo, no importa por quien venga formulado. En materias de historia no hay mayor autoridad que la avalada por documentos.
Dado que el poeta de Burgos —y le llamo de Burgos porque en Burgos se desarrolla todo el episodio de las arcas y por lo que diré en el epílogo—, no declara la identidad étnica o religiosa de Rachel y Vidas, he acudido a los documentos externos que me informaran de quiénes eran los Racheles y Vidas, los mercaderes, los prestamistas, los traficantes de marcos, y los residentes del castillo de Burgos, en el siglo XII. Mi atención se ha centrado en Burgos, como Cabeza de Castilla, emporio de un mercado pujante en férvido contacto e intercambio con un mundo exterior muy amplio: Castilla, Galicia, Cataluña, Al-Andalus y, principalmente, la Europa transpirenaica.
Lo que empezó como pregunta a un episodio del Cantar, dio origen a un engarce de respuestas, hasta convertirse en este tratadito de temas de urbanización, onomástica y economía europea, temas de filología y moral, temas de judaísmo, con unos corolarios sobre el gran poeta de Burgos.
El siglo XII es el blanco de todos los tiros, que domina, como una obsesión, toda la investigación de los diversos capítulos. El siglo XII es digno de nuestra atención, como época de arranque de una nueva España —en una nueva Europa— que quería ser, además de religiosa y guerrera, rica y culta, con unas riquezas y una cultura puestas al alcance de todos los ciudadanos. Fue un siglo de curiosidad, de discordia y eclecticismo. El canonista Graciano, hombre observador, intelectual y realista, se dejó cautivar del espíritu de su siglo cuando quiso hacer en su Decretum una Concordia discordantium canonum (Concordancia de cánones discordantes) En nuestro Cantar nos encontramos a un Cid que es un dechado de equilibrio entre impulsos extremos: su bravura salva a su mansedumbre de caer en la pusilanimidad; su mansedumbre salva a su bravura de caer en la crueldad. Un Cid de mente abierta y de corazón tolerante y compasivo. Un Cid de su siglo.
Se ha hablado demasiado del carácter nacionalista, si no local, del Cantar de mio Cid, con unas ideas sobre los nacionalismos muy modernas, muy anacrónicas. Han hablado así los mismos que nos han expuesto los errores e inexactitudes históricas del poeta, sus olvidos, su falta de personalidad, de individualidad, su disfuminación en una especie de autor-legión. En contraste, como telón de fondo para la proyección del episodio de las arcas de arena, vamos a examinar aquí la sociedad, la economía y la cultura española con criterio internacionlista, católico. Nuestro primer poeta va a resaltar, sobre ese telón, tan personal, tan informado, tan en control de su mundo como el propio Cid. Y al referirme al Cid y a España, me refiero primordialmente a los que conocía el autor del Cantar.
En el siglo XII no se puede hablar de fronteras nacionales. Caracterizar el Cantar como nacional o local es tratar de erigirlas ocho centurias más tarde. A lo largo de estas investigaciones sorprende la semejanza de ideas y de vida —incluso en detalles físicos de urbanización— entre los individuos y los pueblos cristianos, unidos por semejantes ideales, y unidos por tres grandes caminos: el de Jerusalén, el de Roma y el de Santiago de Compostela. La semejanza de la Castilla del siglo XII que nos han descubierto los documentos, con Francia, Flandes, Inglaterra, Alemania e Italia es tan grande, que con toda seguridad podríamos completar con las imágenes que han sido perfiladas ya de estas naciones, los perfiles castellanos no descubiertos todavía.
Al recomponer el mundo económico de la Europa del siglo XII, con su doble faz de realidades comerciales y teorías escolásticas —entendiéndose las enseñanzas de las escuelas, desde Moral hasta Retórica— resaltará el perfil del poeta de Burgos como el de hombre impresionado. Las realidades y las teorías se orquestan en su obra en una época de síntesis y armonización de espíritu y materia, de convivencia y apertura entre naciones.
Realista se ha llamado el arte del poeta de Burgos; lo es en cuanto que es un arte que imita la naturaleza. Frase amplia, frase evocadora, con la que no quisiera dar a entender, en común sentir con la escuela historicista, que el Cantar sea «eminentemente histórico» en lo que cuenta y en los personajes que intervienen en la acción; significa, más bien, que el Cantar, más concretamente el episodio de las arcas, es un espejo de la sociedad, de las costumbres, creencias y esperanzas de los individuos, de sus temores y de su entusiasmo. Es el reflejo de una transacción comercial al estilo de las que solían hacer entre sí los ciudadanos de Burgos.
El poeta creó un suceso y unos personajes, pero el poeta no creó el mundo económico en que se mueve la comunidad miocidiana; fue su sociedad la que le abasteció al poeta con unos valores lingüísticos y jurídicos que determinaron y moldearon su inspiración y la realización artística.
El poeta no podía menos que actuar condicionado por los valores crematísticos con que su público estaba familiarizado, con los que su público comulgaba y se entusiasmaba. La ficción del poeta se nutría de una experiencia, de una observación, de una «imitación», de las transacciones que hacían sus conciudadanos: quiénes, qué, dónde, cómo, por qué, para qué y con qué resultado compraban, vendían, prestaban, empeñaban. cambiaban dinero, etc., en el Burgos del siglo XII.
Era Burgos la capital del reino de Castilla y sede episcopal; era la ciudad comercial más importante al Norte del Guadarrama. El Cantar de mio Cid está lleno de sus actividades y lenguaje comercial: en él se compra, se vende, se exporta, se importa, se presta dinero, se empeña, se fía, se guarda contabilidad, se valora el marco por encima de todas las cosas. El marco era la medida universal de todas las cosas, el que daba homogeneidad al heterogéneo mundo de los bienes; con ellos se conseguían misas, con ellos se valoraban las espadas; por ellos se cambiaban las arcas de arena y el castillo de Alcocer. La riqueza en el Cantar era obsesión; por acrecentarlas, según declaración separada de cada uno de ellos, pretendieron los Infantes de Cardón a las hijas del Cid y los aceptaron éstas. Don Jerónimo, con el obispado, bien estaba rico.
Es posible que los críticos posrománticos hayan hecho creer a muchos en el candor, la inocencia y el primitivismo del Cantar. No es verdad que los medievales tuvieran menos amor al dinero que los modernos; el deseo, el ansia por poseerlo influía en sus vidas y sus acciones con tanta vehemencia como en nuestros días. Ahí está el Cantar, ahí está el Burgos del siglo XII para probarlo. Burgos era etapa importantísima de la ruta jacobea, del camino que también se llamaba francígeno, francisco, francés; era un mundo de grandes masas de extranjeros, de francos, de peregrinos, entre los que viajaban unos que eran religiosos, otros que eran mercaderes, como los clasificaba el gran documento de la época, el Codex Calixtinus. Quiere decir, que Burgos acogía una vasta sociedad de consumo. Por este documento, que quería ser una guía del peregrino, sabemos de los engaños y estafas de que éstos eran objeto, reservando las más duras condenas para los falsi ypocrite demoniaci, algunos de ellos clérigos, otros laicos, que con el hábito eclesiástico se situaban a lo largo del camino a oír confesiones y recibir ofrendas; entre las masas de creyentes, se sumaban a los simoníacos las prostitutas y los adulteradores de productos, los falsificadores de monedas, etc. ¿Inocencia medieval?
El siglo XII no era un siglo inocente; mucho menos era un siglo oscuro, a no ser que se entre en él con los ojos vendados. Los que así entran, iluminados sólo de sus prejuicios, lo consideran tierra de nadie, tierra de cualquiera, especialmente de aquel que esté dotado de mayor inventiva, de mayor poder inductivo, de mayor demagogia. Los que han creído el Cantar obra de colaboración, la han considerado campo abierto para todo aquel que se le antoje entrar a corregirla, mermarla o aumentarla; y testigo son las ediciones críticas que eso hacen. Yo, por mi parte, milito por un fanático respeto al texto, a su palabra y al significado propio de ésta, siempre que no repugne en su contexto lingüístico circundante y global. Y en cuanto a la ambientación histórica del Cantar, milito igualmente por la documentación. Nada es aceptable, si no es documentable, y se ha de rechazar todo aquello, cuyo opuesto sea documentado.
Nuestra sensibilidad de lectores y críticos debe ser tal, que nos haga inmisericordes para con los adulteradores del vocabulario original. En mis primeros contactos con el episodio de las arcas y las explicaciones de los críticos, también participé yo de las creencias ortodoxas. Fue más tarde cuando, al darme cuenta de la olla podrida que dicha crítica me hacía ingerir, me rebelé. Noté cómo filólogos y comentaristas habían logrado confeccionar el más bizantino de los potingues. Echemos una ojeada al conjunto de sus falsificaciones lexicológicas:
RACHEL = nombre suspecto; entiéndase Ragüel, Rogel, etc.
VIDAS = entiéndase Judas.
DON = título irónico; debe borrarse.
AMIGOS CAROS = expresión adulatoria, irónica.
CASTIELLO = error por so-castiello; la aljama.
PALACIO = sencillamente la sala mayor de la casa de los judíos.
CUENTA DE LOS HABERES = sórdida contemplación de las riquezas.
GANAR ALGO = hacerse rico; lema del usurero.
GANANCIA = los altos intereses de la usura.
EMPEÑAR = no empeño, sino préstamo usurario.
CONTADLA = expresión cínica; entiéndase descontadla.
DESFECHOS = arruinados (técnicamente es deshacer un contrato).
COSIMENTE = irónico, el merecido (técnicamente tutela, protección, y cumplimiento de una promesa).
Por si nuestros estudiantes no tuvieran ya arduo trabajo con la simple lectura y comprensión del viejo texto, se les complicaba la existencia con el aprendizaje de un caprichoso léxico, un léxico de acertijos, sin otra garantía o lógica que la del crítico que ha hecho lema del pienso, luego es.
Es verdad que a veces el lexicógrafo se ve precisado a atribuir acepciones particulares a algunos vocablos oscuros de un texto para esclarecer el contexto. Pero es injustificable la tergiversación sistemática de tantos vocablos, muchos de ellos comunes y sencillos, con el mero fin de sostener el peso de una idea preconcebida: el hebraísmo de Rachel y Vidas con la secuela del antisemitismo del poeta de Burgos, de su héroe y de su público. Como voy a demostrar aquí, esa tergiversación es tanto más injustificable cuanto que, olvidado el prejuicio, todos los vocablos encajan perfectamente en su acepción primaria, dentro del contexto literario y dentro de plano urbano y socio-económico del Burgos del siglo XII de que nos hablan los documentos.
La documentación interpretada sin tergiversaciones por historiadores de diversas nacionalidades y credos, fue la que me impulsó y sigue dando fuerzas para salir de nuevo en defensa del poeta del Cantar de mio Cid, de su héroe y de su público, y en defensa, a un mismo tiempo, de los judíos del siglo XII, contra la maledicencia de los críticos modernos.
Con la ayuda de los documentos y de los historiadores voy a esbozar aquí una estampa de los hebreos del siglo XII más auténtica y más atractiva, más humilde y más amable, que la de aquellos que no han visto en su faz otra cosa que las turbias arrugas del parásito y el usurero. Mi método estará lejos del de aquellos que se entregan a suponer y crear hipótesis, y de éstas inducir, y con la inducción hacer soñar a sus lectores en un mundo deseable o detestable, pero que en el siglo XII no existió. Mientras que en temas de literatura e historia de España no nos falten los comentaristas suponedores e inductivos, ¿qué necesidad vamos a sentir de buscar y descubrir nuevos documentos?
Pues bien; en materias de antisemitismo, los comentaristas del episodio apenas si han investigado otras fuentes que las que conocía R. Menéndez Pidal a finales del siglo pasado. Y es mucho lo que desde entonces se ha descubierto y escrito. Es mi intención poner al lector al corriente en materias de urbanización y realidades socioeconómicas del Burgos del siglo XII. Que me perdone si recargo mi libro de citas, mas son ellas las que mantendrán mis conclusiones fuera del plano meramente interpretativo y dentro del científico; en este plano, como se verá, no es justificable la hipótesis antisemítica.
En el siglo XX, y en la cultura occidental, pocos términos habrá tan cargados de implicaciones, tan propensos a suscitar emociones e hipérboles de amor u odio —nunca indiferencia—, como el término judío; más que una imagen, nos produce un espejismo; más que nuestros juicios, amamanta nuestros prejuicios. Con dificultad podemos sustraernos del todo a los prejuicios; en ellos se basa gran parte de las formulaciones que hacemos cada día sobre la historia y la sociedad; sin ellos resulta difícil edificar una valoración determinada o, como en muchos casos, conducir una campaña política. Contra los arrogantes que quieran imponer sus prejuicios a los demás, han de alzarse los que con imparcialidad prefieran concentrarse en la tarea de revisión constante, no conformista. Particularmente nos sentimos afectados por los prejuicios de casta y de clase; y de manera especial han sido éstos explotados por los críticos de la literatura española.
Los prejuicios son productos de las fáciles generalizaciones; éstas las vemos con frecuencia desvanecerse cuando tratamos de discernir, distinguir y detallar. Distingue tempora et concordabis jura, reza el proverbio latino, equivalente al castellano A cada tiempo, su consejo. La crítica antisemitista no se para a diferenciar fechas y, en lugar del siglo XII, suele referirse a la Edad Media, concepto de enorme extensión temporal; medievales eran los siglos IX y XV. Para la precisa explicación del episodio de las arcas de arena, no ha de bastar que el comentarista nos afirme que Vidas era nombre de uso entre los judíos medievales; ha de documentar si en el siglo XII abundaba más entre los hebreos que entre los cristianos; no ha de bastar el aserto de que Rachel evocaba la lengua hebrea; hay que documentar si era o no frecuente entre los judíos del siglo XII. Todo el mundo admite que los judíos practicaban la usura en la Edad Media, pero ningún crítico nos ha documentado que en la época del Cantar de mio Cid los judíos fueran los prestamistas obligados en Burgos. Se nos ha dicho que en la Edad Media había judíos que vivían en el castillo de Burgos, de donde se pasó a inferir que en el siglo XII el castillo era el barrio judío.
En mis investigaciones he seguido un método muy distinto del de los antisemitistas. En lugar de preguntarme si había Racheles y Vidas entre los judíos medievales, he indagado a qué grupo religioso pertenecían los así llamados en los siglos XI y XII. Con semejante limitación cronológica he investigado quiénes eran los habitantes del castillo, quiénes los mercaderes, los prestamistas y empeñeros, quiénes los traficantes de marcos. Grandes fueron mis sorpresas al descubrir la identidad de los más notorios usureros de la época.
Mi método de investigación me llevó a conclusiones muy contrarias a las de los antisemitistas; éstos se habían acercado tanto al árbol, que les fue impedida la visión del bosque. Me aparté de ellos, y acudí a historiadores imparciales, historiadores que, al historiar sobre el urbanismo de Burgos, sobre su onomástica, sobre su economía y la economía europea, no trataban de acomodar en su mundo el episodio del Cantar de mio Cid. Con su ayuda logré construir un marco histórico donde vi encajar armónicamente todas las piezas del rompecabezas, las que los antisemitistas no sabían colocar sin sustituir, recortar y agrandar: Rachel, Vidas, don, amigos caros, castiello, palacio, ganancia, empeñar, desfechos, cosimente, etc. Estos vocablos tienen un gran sentido en su acepción directa, y común en otros pasajes del Cantar. En el nuevo marco encajaba incluso el hecho ante el que los comentaristas se han rasgado las vestiduras: la falta de restitución del préstamo por parte del Cid.
Comprobará el lector que las fuentes de mis referencias no tienen nada de arcanas, no están extraídas de arcas cerradas; por lo general son de fácil acceso a cualquier investigador. Hecho que nos lleva a admirarnos de la poca amplitud o detenimiento que han prestado los partidarios del judaísmo de los personajes al hallazgo de la verdad.
La historia corre peligro, especialmente en el dominio del crítico literario, de convertirse en un ejercicio de especulación. Cuando por miedo a ser tildados de heterodoxos o excéntricos, nos refugiamos en el centro de la ortodoxia, concediendo valor supremo al argumento de autoridad, contribuimos a poblar y repoblar nuestra historia de Reyes Magos, Papás Noeles, Cocos y Judíos Errantes, quimeras infantiles, espantapájaros sin valor permanente, sin valor científico, sin valor documentable y, lo que es peor, como en nuestro caso, sin valor edificante. Y el valor de la historia, y más el de la literatura, es el de ser maestra de la vida.
Críticos e historiadores hemos de tratar de restablecer la confianza de los jóvenes en el valor humanístico y humano de nuestras disciplinas, enseñándoles cómo se basan en hechos, en datos, en la ciencia y en el arte de la palabra, en el alma y en la razón.
Mucho nos queda por investigar sobre la riquísima historia peninsular del siglo XII y, en particular, sobre la historia humana, entre religiosa y mercantil, intelectual y crematística, de las zonas de las peregrinaciones jacobeas. En el camino francés ocupaba una etapa de suma importancia el Burgos del Mio Cid. Ojalá que al proyectar yo la escena de las arcas de arena sobre tal telón de fondo, logre estimular la curiosidad, fomentar la investigación, ensanchar los horizontes, purificar un poco las conciencias y robustecer en el lector de Cantar de mio Cid su admiración y su cariño hacia las primicias de las letras castellanas, hacia su autor, su protagonista, su público y su Burgos.
Su historia es nuestra maestra. Nuestro lema, respeto y respeto al texto; respeto a la verdad. La verdad ha de bastarnos; solos con ella se está bien; acompañados de muchos, nos sentiremos mejor.
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