EPILOGO

(El Mio Cid de Burgos)

Cuando en 1961 Menéndez Pidal se replanteó la cuestión de «dos poetas en el Cantar de mio Cid», comenzaba diciendo: «Que el Poema del Cid tenga más de un autor, no es ahora en mí una ocurrencia repentina. Es una idea que se me fue imponiendo lentamente, muy contra mis primeras opiniones». La primera «ocurrencia» de Menéndez Pidal fue la que él expresó en 1908, de que el autor del Cantar era anónimo, natural o vecino de Medinaceli. Y en 1961 proponía que había de reconocerse otro poeta más antiguo, de San Esteban de Gormaz.
El criterio del filólogo en la determinación de uno, primero, y luego de dos poetas, obedecía a razones de geografía, a lo que él titulaba «la doble caracterización local de Mio Cid», apoyándose en que «hay dos únicas regiones descritas en el Cantar de Mio Cid con detalles de toponimia mayor o menor, reveladoras de afección muy singular a la tierra; una es la de San Esteban de Gormaz, y la otra la de Medinaceli, dos villas, municipios, de la actual provincia de Soria».{1}

      Al humilde juglar, lleno de recuerdos y lleno de olvidos, le asignó Menéndez Pidal un humilde lugar de nacimiento. El retrato, al gusto del posromántico, quedaba así completo.

      De ser el Cantar de mio Cid una guía de viajeros, el criterio de topografía invocado por Menéndez Pidal sería el más digno de tenerse en cuenta. Para los que creemos que el Cantar es una obra de altísimo poeta, como una vez confesó el mismo Menéndez Pidal tras hablar miles de veces del juglar; obra de técnica sabia, maestra, perfecta; obra más bien de arte y de ficción que eminentemente histórica; obra de un investigador estudioso o jurista, {2} entendido en el mercado, en asuntos de moral y religión, nos será preciso transcender el criterio historicista y geografista pidalianos, como criterio máximo y único. El criterio de la paternidad y de la cuna del Cantar habrá de establecerse sobre bases más ambiciosas y medulares, como serían las relacionadas con la formación intelectual y retórica del poeta —su educación escolar—, con los valores cívicos y religiosos de los personajes y, consecuentemente, con la idiosincrasia del destinatario inmediato de la obra; asuntos que yacen en el absoluto silencio de Menéndez Pidal, asuntos que éste no se llegó a plantear.

      La primera reacción contra el criterio de toponimia para el establecimiento de la autoría del Cantar de mio Cid procedía del profesor inglés Peter Russell, para quien la sugerencia de Menéndez Pidal de que el autor del Cantar parecía no tener conocimiento o interés en el área de Burgos era claramente errónea; el gran número de versos que se dedican a hablar de Burgos, con la inclusión de Vivar y Cardeña, más el hecho de localizar en Burgos la primera escena importante, equivalían a establecer con firmeza en la mente del público la ciudad de Burgos. En opinión del crítico inglés, el texto del Cantar sugiere que ese público burgalés era el que operaba en la mente del autor. {3}

      Tenemos, pues, que bajo el criterio topográfico deberíamos establecer Burgos, no Medinaceli ni San Esteban de Gormaz, como la patria chica del poeta del Cantar. Añádase a las razones del profesor Russell mi demostración de la adecuación entre los documentos históricos y las referencias del Cantar con respecto al castillo y otros barrios de Burgos.

      A los elementos de topografía y urbanización hemos de añadir otros de carácter social y humano, como son los que he venido explorando a lo largo de este trabajo. El Cantar de mio Cid no va dirigido a una comunidad de humildes labriegos, como habría sido la de Medinaceli y la de San Esteban de Gormaz, sino a una sociedad verdaderamente compleja, compuesta de los tres viejos órdenes sociales de guerreros, eclesiásticos y labriegos, y enriquecida en el entonces con la creciente clase de los mercaderes, comerciantes, peregrinos, maestros, etc., todos aquellos que integraban la llamada burguesía. Es más, la obra quiere abrazar entre su público a castellanos, leoneses, gallegos y francos, a los cristianos todos y a los musulmanes, sin alejar a los judíos. Sólo Burgos, en toda Castilla, reunía una comunidad de tal policromía y cosmopolitanismo. {4}

      Burgos, cabeza de Castilla, foco de irradiación de una lengua, una conquista y una religión; emporio comercial. Son esos los valores que el Cid extiende y exporta a Valencia: la nobleza, la lengua y la milicia castellanas, con la estructura episcopal y la moneda del mercado internacional europeo. Sólo en Burgos, la gran urbe de Castilla, donde el hombre del siglo XII aprendía a subir en la escala social, podría haber concebido el poeta a un Cid que ascendió desde el más bajo abismo de la pobreza y de la ira del rey hasta una riqueza incalculable, el amor de Alfonso y el parentesco con los reyes de España.

      En Burgos, y no en Medinaceli o en San Esteban de Gormaz, podría el poeta haber adquirido, con el gran dominio de la lengua, {5} el grado de conocimientos que exhibe en materias de cultura literaria, de retórica, de religión, de moral, de jurisprudencia, de historia, de estrategia militar, sin olvidar su don de gentes, su política, si se quiere. Si polícromo y cosmopolita debía ser el público para quien escribía ese poeta, sofisticado hemos de creer al que tal mundo creó. Por su fruto conocemos al árbol; y el árbol debió nacer, crecer y ser abonado en un terreno propicio. De toda Castilla, en el siglo XII, el mejor terreno lo brindaba Burgos.

      El destino y la cuna del Cantar y su autor no dejan de ser asuntos de mera conjetura. Que Burgos fuera esa cuna y de Burgos el destinatario inmediato es una conjetura que nos soluciona los problemas de la génesis y la realización de la obra en toda su complejidad social, económica, cultural y artística. Que fuera Medinaceli o San Esteban de Gormaz, es conjetura que no resuelve ningún problema literalmente importante, creándonos en cambio un sinnúmero de ellos.

      Dejamos el campo conjetural y entramos en el científico, cuando afirmamos que el Cantar de mio Cid es un cantar de Burgos o, mejor, de burgaleses. Burgos vive a lo largo de todo el Cantar de mio Cid en sus hombres: en el de Vivar, el Cid —desde el v. 11 hasta el v. 3378— y en el burgalés por antonomasia, Martín Antolínez —desde el v. 65 hasta el v. 3191—. De acuerdo estoy con la profesora Hamilton, en ver la omnipresencia de Burgos en los epítetos de los personajes, otro sano criterio para establecer que el poeta escribía con su mente en el público de la capital de Castilla {6} . También C. Smith se inclina a creer que Burgos es la cuna del Cantar. {7} En la compañía de estos críticos me siento bien acompañado y seguro; en este caso estamos todos del lado de la verdad.

      Muy poco queda por añadir al estudio exhaustivo de R. Hamilton sobre Martín Antolínez y la funcionalidad de los varios epítetos que se le atribuyen. Si yo hubiera de señalar entre los personajes del Cantar a aquel con quien más parece identificarse el autor, escogería a Martín Antolínez, con quien sin duda se identificaba desde el primer momento el compasivo público de Burgos, que en él veía personificado al burgalés natural. Lo curioso, lo especial y exclusivo del caso de Martín Antolínez es que sus predicaciones epitéticas van, en casi todos los ejemplos, unidas a burgalés , como si típico de todo burgalés natural, como si su sinónimo hubiera sido el ser cumplido (v. 65) y leal (v. 1459), ser contado (v. 193) y de pro (vv. 736, 1992, 3066, 3191).

      No quisiera yo, sin embargo, sacrificar en aras de Antolínez a los otros burgaleses. En Burgos todos sus ciudadanos obraron como era debido, dicho sea en honor al arte mesurado del poeta. En la penumbra narrativa yacían unos enemigos malos, no nombrados, que cargaban con toda la culpa del edicto real y la consecuente ruina del Campeador. Se condujo como era debido incluso la corneja de Burgos, al cumplir con la misión encomendada a tantas aves, antes de ella, de guiar al caminante carismático en situaciones de apuro y desconcierto. En su vuelo direccional de derecha a izquierda, del Oeste del Cid —que viajaba hacia el Sur desde Vivar— a su Este, vio el héroe más que un simple agüero, vio una señal de Dios, y exclamó de repente alborozado: ¡Albriçia, Alvar Fáñez, ca echados somos de tierra! (14). El Cid habría comprendido que su destino era caminar y caminar hacia el Este, hacia el destierro; para el valeroso guerrero era ello preferible a ser detenido en Burgos, y permanecer allí sometido al yugo de sus enemigos malos. {8}

      Dentro de la ciudad, Santa María fue la única que mantuvo abiertas sus puertas; como era debido. ¿Y los ciudadanos? Aparecen éstos clasificados en tres tipos. Hay algunos que, como Martín Antolínez, estaban dispuestos a perderlo todo por seguir al Campeador: creían en él, como era debido. Los humildes burgueses y burguesas prefirieron cumplir a raja tabla las órdenes del Rey; como era debido. Había otros, como Rachel y Vidas, a los que no les asustó tanto lo que pudieran perder, como les atrajo el deseo de participar en las ganancias del Campeador; confiaban firmemente en esas ganancias, porque consideraban al Cid uno de los suyos, de aquellos que en todo habían de ganar algo. En su calidad de mercaderes obraron como era debido; al fin y al cabo la ley del Monarca era de las meramente penales.

      Humana condición, bien esbozada por el poeta en el rico episodio de las arcas de arena. Los que poco tenían, temían perderlo todo; los que mucho tenían, lo arriesgaban por ganar más. La comunidad de Burgos quedaba clasificada y justificada en su conducta por razón de tres móviles humanos, muy generales y muy comprensibles: el miedo, protagonizado magistralmente por la niña de nueve años; el lucro, personificado en los mercaderes Rachel y Vidas; y el valor, encarnado en el burgalés natural, Martín Antolínez. Si el miedo le llevó al Cid a postrarse de hinojos ante Santa María y el afán de lucro le ayudó a salir del aprieto, el valor le acompañaría, sin separarse, hacia el destierro, hasta Valencia.

      Días vendrán en que, superada la teoría de la escuela pidaliana y reconocido el deservicio que hizo a Burgos con su preferencia de Medinaceli y San Esteban como cunas del autor y su obra, se establezca, como es debido, que toda la gloria de Mio Cid pertenece al burgalés. La cuna del autor y de su obra no es otra que la cuna de su héroe, y éste era de Vivar, y Vivar era de Burgos. Que Burgos se convenza primero, para luego proclamarlo y convencer al mundo entero. La labor ya ha comenzado.

      Burgos debe erigir un monumento al Cantar de mio Cid, de por sí ya el mayor monumento de su historia, aere perennius, más duradero que el bronce, que decía Horacio de sus poemas. El Cantar es la más castellana y la más universal, la más única y la más prolífera de todas las creaciones burgalesas.

      Un monumento al Cantar de mio Cid es un monumento a su autor, el número uno de nuestros poetas, el que para hacer su poesía, hubo de crear la lengua. Antes de él, la nada. La lengua salió de su cerebro como Minerva del de Júpiter: fuerte, sabia y bella, diosa de la guerra, de la sabiduría y de las artes; nació crecida y bien armada, lista para ocupar un digno lugar entre las obras escogidas de la literatura universal; fuente de consejo e inspiración. Como Minerva entre los dioses.

      Burgos debe erigir un monumento al LIBRO, un monumento a su LIBRO. Y como inscripción debe grabar, en piedra duradera y pública, los versos borrosos del éxplicit con que inmortalizar a Per Abbat; a éste se lo debemos hoy todo. Si el poeta-autor fue otro, y prefirió ocultar o disimular su nombre, que oculto quede o disimulado para la posteridad. Que sigan los críticos miocidianos discutiendo la cuestión del nombre y la fecha, pero que no cesen los lectores todos de recitar la oración:
Quien escriuio este libro del dios parayso amén
Per abbat le escriuio enel mes de mayo
En era de mill C.C. xL.v años.

N O T A S



















1. En torno al Poema de del Cid, pp. 117, 118 y 119. El localismo del filólogo corre en oposición al catolicismo y el expansionismo del poeta: el Cid abandona Burgos para vivir y morir en Valencia; comercia con moneda internacional; nombra obispo a un franco; sus hijas casan en segundas nupcias con príncipes de Navarra y de Aragón.

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2. Menéndez Pidal: «El juglar del Cid (entiéndase juglar docto y altísimo poeta)», en «La épica española y la 'Literarästhetik des Mittelalters' de E. R. Curtius», pp. 79.8 y 91 (cf. algunas contrastadas opiniones del filólogo en Garci-Gómez, Mio Cid. Estudios de endocrítica, p. 32). Dámaso Alonso: «Quien escribía así venía, sin duda, detrás de una larga tradición, de una escuela literaria, y poseía una técnica, distinta, sí, de la de cualquier otra época, pero sabia, pero maestra, pero perfecta” («Estilo y creación en el Poema del Cid », pp. 82-83). Leo Spitzer: «para mí, el poema de mio Cid es obra más bien de arte y de ficción que de autenticidad histórica», («Sobre el carácter histórico del Cantar de mio Cid., p. 106). Peter Russell: «The one explanation of the partial 'historicity' of the Cantar which seems to have escaped consideration is that it could be the product of a certain amount of historical investigation by its authors («Some Problems of Diplomatic in the CMC and their Implications », p. 348). Colin Smith está escribiendo mucho sobre Per Abad como autor, y sobre su profesión de abogado (cf. especialmente «El derecho, tema del Poema de mio Cid y profesión de su autor», en Estudios cidianos. pp. 63-85).

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3. Dice Russell: «The mere fact that the poem shows considerable familiarity with the topography of the region of Medinaceli and San Esteban de Gormaz does not, of course, justify the presumption that its author must have been a native of the area writing for a local audience, especially as his knowledge of the topography and history of that area is not always reliable... In my opinion, the text of the CMC also suggests that the poet wrote with a Burgos audience in mind » («San Pedro de Cardeña and the Heroic History of the Cid », pp. 70 y 71; el autor se demora en enumerar detalles en favor de su tesis, muy dignos de tenerse en cuenta).

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4. El mismo Menéndez Pidal, presionado por las investigaciones de críticos extranjeros, hacía la siguiente clarificación: «Al hablar de 'pueblo', hago continuamente la salvedad de que no me refiero al vulgo inculto, sino al público nacional, que incluye las clases altas y cultivadas» («La épica española y la 'Literarásthetik des Mittelalters' de E. R. Curtius », p. 80).

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5. En su gran obra sobre Burgos nos dice N. González: «Burgos, por su parte, ofrecía a la Monataña su caudal de cultura y de lenguaje» (Burgos, la ciudad marginal de Castilla, p. 96), refiriéndonos seguidamente a la autoridad de Menéndez Pidal quien «ha hecho notar cómo la lengua castellana subió desde Burgos hacia el Norte. » En varias ocasiones a lo largo de este trabajo he tratado de llamar la atención de los lectores al prodigio que suponía en el entonces la creación del Cantar de mio Cid: su autor tuvo que crear no sólo poesía, sino también la propia lengua. Ahora quiero salir al paso de una impresión que puede causar mi frecuente referencia al elemento de los francos. Está lejísimo de mi intención sugerir que el poeta de Burgos estaba influenciado de los cantares franceses, que los copiara. Sí quiero establecer que con los francos compartiera su formación religiosa y cultural, incluidos su entusiasmo por el comercio y sus conocimientos prácticos de retórica. En multitud de casos en que hablo de los francos, hablo de ellos como de grupo procedente del Nordeste de Castilla, que estaba plenamente asentado en Burgos y, tras muchos años y varias generaciones en la Península, estaban ya plenamente castellanizados. Quizá el ejemplo de Martin Antolínez pueda ilustrarnos en este punto; su nombre y apellidos son de procedencia franca, y en el Cantar se le llama el burgalés natural, con terminología que, como muchas otras, pertenece a la legislación (las Partidas declaraban natural de una tierra a todo aquel que en ella había vivido por espacio de diez años, aunque no hubiera nacido en ella; I. 2 en el fin, tit. 24. p. 4). En fin, soy de la opinión que las discusiones sobre que si castellano o francés, tan apasionantes para los preocupados con el carácter castellano —si no provinciano— o el carácter francés del Cantar o su autor, son del todo bizantinas, inconsecuentes dentro del marco cultural del siglo XII, época en que los ciudadanos ilustrados constituían una comunidad supranacional, católica, formados en las mismas fuentes, con parecidas ambiciones de expansionismo, de cruzada, en lo religioso y en lo económico. Los francos se habían establecido en Castilla como evangelizadores, mercaderes y maestros. A Francia acudían a formarse algunos castellanos. No quiere decir que Castilla careciera de escuelas donde pudiera aprenderse gramática, retórica, derecho y teología; baste considerar que en Castilla, por los años que se escribió el Cantar de mio Cid, se educó Santo Domingo de Guzmán, ilustre burgalés (nació en Caleruega, en 1170), admirado entre castellanos y francos, fundador de la Orden de Predicadores (sobre las escuelas y la formación intelectual en la época, cf. J. San Martín, La antigua universidad de Palencia; Beltrán Heredia, «La formación intelectual del clero en España durante los siglos XII, XIII y XIV.).

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6. «Epic Epithets », p. 166.

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7. Estudios cidianos, pp. 47-48.

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8. En un artículo que no tardará en ser publicado, estudio la corneja de Burgos en su papel de ave guía, papel que antes que ella habían desempeñado multitud de animales y aves, enviados por los dioses —o Dios— al hombre elegido para mostrarle, en circunstancias de abatimiento y desorientación, el camino por donde había de ir. Entre los animales los hubo que guiaron a los fundadores de legendarias ciudades de la antigüedad y otros que, como la cabalgadura de San Ignacio, decidió el camino por donde éste se dirigió en vías hacia la fundación de la Compañía de Jesús (Obras escogidas del padre Pedro de Rivadeneira (Madrid, 1927), p. 17). Entre las aves, unos cuervos guiaron a Alejandro Magno; unas águilas a Fabio Valente: un cuervo a San Guillermo Firmato, contemporáneo del Cid. En los cantares de gesta franceses, el animal guía favorito es el ciervo (para mayor información sobre esta larga y solemne tradición, cf. H. Krappe, «Guiding Animals », Journal of American Folklore, 55 [1942], pp. 228-246). Proyectada sobre esta augusta tradición la corneja de Burgos, pasa de ser un simple agüero —bueno o malo—, a ser una señal positiva, dinámica, con la que aumenta la talla de la inspiración del poeta; una tradición que sitúa al poeta, a su público y a su Burgos en un plano eminente dentro del ámbito escolástico europeo.

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