V. EL CAMBIO DE DINERO Y EL MARCOQue sobre las arcas dar le íen VI çientos marcos (161)Peregrinos y cruzados, en el siglo XII, revolucionaban toda Europa con su sacra auri fames , aquel hambre de oro que en ninguna otra época se habría considerado más sagrada . El desplazamiento de las grandes masas de unas regiones a otras llevó consigo el tráfico de monedas y promovió la institucionalización del cambio. La Iglesia, siempre tan suspicaz en lo tocante al mammona iniquitatis , se mostraría compresiva e incluso, alentadora a la práctica del cambio, tan necesario a los peregrinos y a los mercaderes, que se desplazaban de un lugar para otro. El cambio de moneda era necesario ad commutationem rerum, sine qua non est vita humana {1}. En
Santiago de Compostela existía una famosa plaza, el Paraíso, al lado de la
Catedral, donde los peregrinos acudían a efectuar los cambios de moneda. El Paraíso, comentaba González
Sologaistua, «fue durante los siglos
XI y XII el mercado más importante de Europa, muy superior a los parvis de las grandes iglesias
francesas» {2}. Y en cuanto a
Burgos, N. González nos dice: «vemos nacer al compás de las peregrinaciones
dos ocupaciones en las que se polariza el gran comercio: el cambio que
desembocaría en el negocio de la Banca, y el comercio de productos de la
tierra» {3}.
El cambio, aunque fomentado por la Iglesia, no hemos de conceptuarlo como un acto de beneficencia en favor del peregrino
necesitado; era, sí, una operación comercial muy provechosa a favor del
cambiador. Y donde quiera que se trataba
de pingües ganancias, allí se hallaba la figura del magnate; en palabras de N.
González, el cambio de moneda y el préstamo en Burgos, llegaría a ser «el
monopolio adquirido de ciertas familias» de la ciudad {4}.
De la seriedad de la institución del cambio
nos da idea el hecho de que ya de muy antiguo, en el año 837, tenemos noticias
de la Cofradía de Cambiadores en Santiago de Compostela. Los cofrades habían de
ser fijosdalgos, y no admitían en sus filas a moros ni judíos. Su función era la de proteger al peregrino
extranjero del flagelo de los cambiadores sin conciencia, los practicantes del
mercado negro de la época, que debían pulular por aquellas zonas, a deducir de
las duras recriminaciones de que son objeto en el Codex Calixtinus {5}.
Según sigue informándonos González Sologaistua, a la Cofradía de
Cambiadores «correspondió
una función económica de capital importancia, que
era, el formar, juntamente con el gremio de orífices, más los representantes
del Cabildo y los del Concejo compostelanos, una suerte de Sindicato que
regulaba cada año el precio de la plata; con la tecnología moderna le llamaríamos
hoy Comisión Reguladora de la Plata» {6}.
Hemos de pensar que en Burgos, importantísima
arteria del flujo peregrinal, funcionaran los cambiadores de modo semejante al
de Santiago de Compostela. También
tenemos noticias de otros lugares de Europa, donde el cambio era monopolio
controlado por ciudadanos ricos y muy prominentes{7}.
Pasaban por Burgos grandes caravanas de
peregrinos extranjeros procedentes de diversos y remotos países, desde Grecia a
Inglaterra. Consigo traían las más
diversas monedas, que habían de cambiar por las locales. El dinero les abría las pertas del mundo
extraño y lo volvía asequible, muy parecido a la tierra natal; el dinero era el
gran igualador. El dinero, más que otro
bien alguno, era la mayor garantía de subsistencia en un mundo que cada día se
volvía más viajero. Ahí, en ese fenómeno
cultural del siglo XII y de la ruta jacobea, se nutre lo que he llamada la mente
crematística del juglar de Burgos, crematística en el sentido que el vocablo
adquirió de Aristóteles: el de una riqueza que se definía por la cantidad de
dinero {8}. Muchos de los
peregrinos jacobeos, repetiremos con frecuencia, se establecieron
permanentemente en Burgos con el fin de dirigir desde allí sus operaciones de
exportación e importación, facilitadas por la abundancia de dinero
internacional.
La oferta y demanda de moneda aumentó tanto
en Castilla con las peregrinaciones y el gran comercio, que R. Pastor de
Togneri ha caracterizado la segunda mitad del siglo XII castellano como de fase
económica monetaria {9}.
Para los europeístas como yo nos es muy
significativo que Sancho III, el Mayor, soberano navarro y primer Rey que labró
moneda, lo hiciera como dice Sánchez Albornoz, «emulando a los soberanos
ultrapirenaicos» {10}. Es decir, que la España cristiana no se limitó a
imitar la prestigiosa moneda de los árabes, prefiriendo presentarnos su
parecido a Europa en materias económicas, como en materias religiosas. Mirando al Cantar ,
nos daremos cuenta que brilla por su ausencia la moneda local y la moneda árabe,
absorvidas por la potente moneda del comercio internacional, el marco.
El hecho, tan significativo, ha pasado
desapercibido por completo a los comentaristas miocidianos. F. Matheu Llopis, en su estudio monográfico
de la moneda en el Cantar , no
menciona el marco, limitándose a especular sobre el haber monedado y el dinero
malo.
Mientras que el poeta de Burgos expresa con términos
propios los conceptos mercado, prestar y
empeñar en el episodio de las arcas, el de cambio no tiene mención explícita.
Dos razones fuertes me mueven, no obstante, a considerar a Rachel y
Vidas cambiadores: la existencia del oficio en Burgos y, particularmente, al
hecho de que la transacción en sí consistió propiamente en un cambio de
valores, los haberes monedados por los
marcos: Grádanse Rachel y Vidas con haberes monedados (172).
¿Es que el Cid y los mercaderes cambiaban
dineros por dineros? Según Mateu Llopis el poeta hacía «claras alusiones al
«haber monedado» de los Reyes de Taifas y aún califal, procedente de las
parias cobradas por el Cid» {11}.
Es cierto que el haber monedado
de las arcas incluye en su concepto las parias con que el Cid se había quedado:
quando a tierra de moros entró, que gran
haber sacó (125). Por otro lado, no
sería correcto ceñir el concepto estrictamente al de moneda pues, en el mismo Cantar , reaparecería con diversas
connotaciones. En otro pasaje, haber monedado era una cantidad de marcos:
en el haber monedado XXX mil marcos le
caen (126). En otro, el concepto es
mucho más genérico; se nos dice que, cuando los Condes de Carrión no pudieron
pagar al Cid los 3.000 marcos que le debían (v. 3230), por carecer de haberes monedados (v. 3236), debido a
haber gastado el oro y la plata (v. 3238), se acordó que efectuaran sus pagos
en apreçiadura (v.3240), es decir, en
caballos, mulas y espadas con guarniciones.
Esto nos sirve para determinar qué no eran los haberes monedados: no eran ni los bienes
inmuebles, ni los semovientes, ni los enseres.
Hemos de aceptar que por haber monedado entendían los ciudadanos del Burgos de Mio Cid, no exclusivamente la moneda acuñada (el marco, como veremos en seguida, no lo era), sino también objetos de
orfebrería y joyas. Pensemos en que
tradicionalmente la palabra dinero
carecía de significado preciso; en tiempos de San Agustín ya vimos—comprendía
todo lo que los poseían, bien fueran monedas, bien casas, ganados o
fincas. En las leyes canónicas, nummus abarcaba toda clase de
posesiones, tanto muebles como inmuebles {12}. En el Cantar
el haber monedado de las arcas
eran las parias, que no se pagaban exclusivamente con monedas.
Quiere, pues, decir que el Cid, los
mercaderes cambiaron, en concepto de empeño, el haber monedado genérico de las parias por otro más específico: los
marcos contantes y sonantes, 600, 300 de plata y 300 de oro. El Cid cambió, entre otras cosas, unas
monedas morunas, locales y pequeñas (dirhemes
y dinares, si se quiere), por otra cristiana, internacional, muy fuerte: el
marco.
Con haberes
monedados y marcos verbalizaba el poeta de Burgos su mística crematística,
su loa a los valores pecuniarios, que fluyen a lo largo de toda la obra. Si procediéramos a un análisis de temas, comprobaríamos
que no hay otro más dominante, reiterativo, funcional y dinámico, que el de las
gananancias, el de las riquezas; ganancias y riquezas expresadas preferentemente
en marcos. Esa mística crematística
embarga por igual a chicos y a grandes, y el poeta se vale de las hijas del
Cid, muy pequeñas en opinión de su padre, para dárnoslo a creer. Una sola vez hablan doña Elvira y doña Sol en
la Primera Parte del Cantar , y todo
lo dicen en este corto verso: Quando vos
nos casáredes bien seremos ricas (2195).
Desde el punto de vista literario y emocional
es interesante que el poeta se valga de niñas de tierna edad para expresar la
alegría y las tristeza que van unidas a la adquisición o la pérdida de los
bienes materiales en conexión con una acción de por sí muy noble. Las hijas del Cid, que no han gran edad y de días pequeñas son (2083), valoran su
matrimonio por las riquezas que les aseguraba; otra niña de nueve años se negó a dar posada al
viajero necesitado por miedo a perder los
haberes y las casas (45)
{13}. Y es que en Burgos, y en el
siglo XII, más que en otra ciudad castellana y en fechas anteriores, se sentía
la población acuciada por un intenso afán de riqueza, por un ferviente deseo de
ganar y de enriquecerse. Vicariamente en
el Cid se enriquecían todos aquellos que con el héroe se identificaban en el
camino hacia su gloriosa y gran fortuna.
El poeta creó las arcas, creó la arena, pero
no creó el ambiente de ambición y empresa de la comunidad burgalesa; como
miembro de esa comunidad, participaba él crecidamente de su espíritu, un espíritu
bastante alejado del Beati pauperes
del Sermón de la Montaña y muy cerca, muy cerca del pecuniae obediunt omnia del Eclesiatés
(10;19) {14}. Poderoso caballero era don Dinero. Era la riqueza la que restituía la honra y la
acrecentaba; la riqueza acrecentaba el amor y la fidelidad; la riqueza hacía el
hombre mejor: mejor vasallo, mejor señor, mejor obispo, mejor padre, mejor
esposo, etc.
Como clarificación ulterior de la mente del
poeta de Burgos diríamos que, mientras en los siglos anteriores el poder se había
materializado en posesiones de inmuebles, palacios y tierras, en el Cantar van éstas cediendo en importancia
ante el dinero, y precisamente dinero en marcos. Para el poeta el marco era al mismo tiempo
materia y símbolo. Por marcos cambia el
héroe la arena de las arcas, y marcos prefiere al Castillo de Alcocer: vendido les ha Alcocer por tres mill marcos
de plata (845). El Cid es el nuevo Midas que todo lo que
tocaba lo convertía en marcos. El marco
suplanta en el Cantar a todas las
numerosas monedas locales, para convertirse en el único y común denominador del
valor de todas las cosas. La confianza
absoluta del héroe en sí mismo se cifraba en su confianza en cuadruplicar sus
marcos, con los que podría conquistar el suelo y el cielo; véase la promesa al
abad de San Pedro: por un marco que
despendades al monasterio daré yo quatro (260) {15}. Véase el valor talismánnico de su espada: Hy ganó a Colada que más vale de mill marcos
de plata (1010).
El marco daba homogeneidad al heterogéneo
mundo de las cosas: unas misas, una espada, un castillo, un botín. Para el escritor, poeta y economista, era el
marco materia y símbolo, realidad y metáfora. El MARCO
Ninguna denominación pecuniaria existía más
apropiada para un poeta que del dinero pretendía hacer metáfora, sin que
perdiera materialidad, que el marco; su nombre de origen germano, dio en latín marcha, marque en francés, marca en castellano, y significaba signo . Su empleo data del año 857, y
existe cierto consenso entre los tratadistas en que el peso del marco era de
media libra, o sea, 8 onzas: Marcha
dicitur quoddam pondus, scilicet media libra, define Du Cange en su Glosarium mediae et infimae latinitatis.
No hay consenso, sin embargo, en cuanto al
peso del marco en gramos, pues había dos tipos de libra, la romana de 16 onzas
y la comercial de 12. La libra comercial
tenía 400,2 gramos, en cuyo caso el marco pesaría 266,682 gramos, peso que le
atribuye A. P. Usher {16}. De aceptar
este peso para los marcos del Cantar,
los 600 pesarían un total de 160 quilos, lo cual justifica que Martín Antolínez
necesitara cinco hombres para transportarlos desde el Castillo hasta la glera,
atravesando el río:
Çinco escuderos tiene
don Martino, a todos los cargaba (187) {17}.
Según el citado glosario de Du Cange, existían
en la Edad Media marcos de diversas nacionalidades. R. Menéndez Pidal, sin aportar dato alguno,
opinaba que «el marco que se usaba en la ciudad de Burgos era el mismo marco
de Colonia, de ocho onzas romanas antiguas» {18}. Algunas puntualizaciones son necesarias. No
se puede decir, sin más ni más, que el marco de Colonia se usaba en Burgos; en primer lugar, porque el marco no era una moneda
de circulación ordinaria en la comunidad—como veremos a continuación—y en
segundo, porque existiendo también marcos franceses e ingleses, se esperaría
que entre los mercaderes circularan todos ellos {19}.
La procedencia del marco tendría poca
importancia; su valor no era como el de nuestro papel moneda, que viene dictado
en función del potencial económico de la nación emisora; el marco no era una
moneda acuñada, era una unidad de peso, quoddam
pondus . Hemos de retener, sí, el
origen franco que Menéndez Pidal atribuía al marco de la ciudad de Burgos, y
hemos de añadirle algunas características que señala Usher: «marco: unidad de
peso, usado casi exclusivamente por los traficantes de lingotes, los orfebres y
las mecas» {20}. De donde
concluiremos que el hecho de que Rachel y Vidas pudieran disponer, sin mayores
apuros, de 600 marcos, 300 de plata y 300 de oro, los caracterizaba
inmediatamente como grandes potentados del comercio, como agentes comerciales
de barra y lingotes.
El marco estaba lejos de ser una moneda de
uso corriente en Burgos. Efectivamente,
en los textos latinos y castellanos del siglo XII aparece mencionado en las
zonas de la ruta jacobea, en conexión con operaciones de magnates y mercaderes.
En la Historia Compostelana el marco
aparece con frecuencia, para valorar mercancías de importación, para los gastos
de guerra y para las grandes extorsiones, siendo sus manejadores los
mercaderes, los tesoreros, los obispos o los reyes. En una ocasión los canónigos de Compostela
acordaron dar a doña Urraca, en 1111, para gastos de guerra, «de thesauro S.
Jacobi centum uncias auri et CC. Marcas argenti» {21}. En otro, se llega a la suma de 1.000 marcos
de plata que, en 1127, exige el Rey Alfonso al obispo Gelmírez bajo la amenaza
de privarle del señorío de Compostela{22}. El mismo Rey, en otra ocasión, quiso vender
un precioso cáliz de oro y buscó comprador en Santiago, pues, según dice la Historia Compostelana , «nullum locum
in tota Hispania, ubi melius venderetur, esse noverat» {23}. Se lo compró el tesorero de la ciudad,
Bernardo, de nombre franco, quien lo dio por él 100 marcos de plata. En la misma fuente se nos informa de una
«expedición marítima procedente de Inglaterra y de Lorena, que llegó al
puerto de Padrón en el año 1130 con destino a Santiago; el valor de las mercancías
ascendía a la importante cantidad de 22.000 marcos de plata» {24}.
Al enmarcar el Burgos de Mio Cid en su ámbito económico europeo nos llevamos agradables
sorpresas, como es la de un poeta que supo intuir y dar forma literaria en su
ficción al fenómeno pecuniario más relevante de su siglo: la facilitación del
mercado internacional mediante la adopción de una unidad monetaria fuerte, el
marco. G. Duby, el autorizado
historiador de la economía medieval europea, nos habla de cómo a mediados del
siglo XII, los grandes mercaderes europeos se vieron obligados a abandonar,
para sus transacciones, los denarii,
de muy diversas mecas, y recurrieron a otras medidas, hasta decidirse por la
adopción del marco como unidad
monetaria estándar. De esa manera, sigue
diciéndonos, el dinero, en suplantación e los bienes inmuebles, se fue
convirtiendo en el signo y el instrumento más fuerte del poder {25}.
En ese escenario económico europeo adquiere
amplia perspectiva y comprensión la transacción
de las arcas y el préstamo de los 600 marcos, 300 de plata y 300 de
oro. El autor los destinaba a una gran
empresa. En ese escenario adquiere
resonancia continental la mentalidad crematística del poeta de Burgos. Su héroe, sin fincas y sin casa, convertiría
los marcos en instrumento de poder, con el que se aseguraba, para sí y para los
suyos, el pan nuestro de cada día y el cielo de las postrimerías.
No se le hará difícil al crítico literario apreciar la poetización,
la simbolización, en el Cantar , de
aquella revolución económica, de carácter monetario, que tuvo lugar en el siglo
XII europeo. Hasta entonces las riquezas
habían consistido en la abundancia de bienes inmuebles, que, como los
latifundios y los robustos palacios, monasterios y castillos, daban solidez,
permanencia, y estabilidad, no exentas de provincialismo y estancamiento, a los
centros del poder local: el de la nobleza y los monjes. Se abre el Cantar, precisamente, con el aniquilamiento de un rico inmueble, la hacienda y la casa del Campeador, todas aquellas posesiones que le habrían
mantenido atado a su lugar de nacimiento, sujeto a la tierra, girando alrededor
de su pequeño Vivar {26}. El poeta
redujo aquella hacienda del héroe a escombros, para que éste canjeara las
arenas por 600 marcos, 300 de plata y 300 de oro. El viejo orden económico quedaba suplantado
por el nuevo; el inmueble, la tierra, cedía el paso a marco, circulante que no
conocía ataduras ni fronteras. El que
llevaba marcos, todo lo llevaba consigo: pecuniae
obediunt omnia.
Los grandes latifundios habían hecho fuerte
al higo-de-algo, al tiempo que su usufructo había quedado muy restringido a los
afortunados herederos. El dinero, por el
contrario, abría el camino del éxito a cualquier viajero emprendedor, incluso
al airado del Rey, al desterrado. El espíritu
de esta alegoría se extiende por todo el Cantar,
donde podemos contrastar el crecimiento económico de los Condes de Carrión, en
la Primera Parte, cuando dejan atrás sus heredades para viajar a Valencia, con
su ruina en la Segunda, cuando se deciden regresar a su tierra.
En la más temprana Edad Media contemplaban
todos cómo la tierra multiplicaba el trigo a su dueño y las ovejas le parían
corderos; al mismo tiempo, a la muerte de su dueño se enterraban o escondían
sus monedas, manteniéndose la esterilidad del dinero: pecunia pecuniam non parit {27}. En el siglo XII surgiría el concepto moderno
del dinero, no como tesoro, sino como medio, como instrumento. El poeta de Burgos, que no entró en
disquisiciones filosóficas, nos legó, sí, un buen ejemplo de la fuerza seminal
de 600 marcos que el Cid usó
inmediatamente, invirtiéndose sabiamente en misas y en mesnadas. Con la ayuda
de Dios y el valor de sus hombres, con aquel dinero lograría el Campeador, en
corto tiempo, amasar una fortuna verdaderamente incalculable.
En el nuevo orden de cambio y mercado apareció
un nuevo tipo de individuo que el poeta de Burgos supo tipificar con creces: el
hombre que a lo de letrado sumaba, en expresión del Cantar , lo de contado, y
en caracterización de G.Duby, lo de numerado {28}:
el que gusta de expresarse con cifras y números precisos: los que aquí son y conmigo ganaron algo, Algunos comentaristas del episodio de las
arcas se han preguntado por el valor adquisitivo, en la vida real, de los 600
marcos del préstamo, con el fin de establecer si la cantidad era grande o pequeña. Como en otras ocasiones, no han escuchado al
poeta que, por boca de Martín Antolínez, dijo a los mercaderes que el Cid les
pediría poco : pedir vos ha poco por dexar su haber en salvo (133). Y poco se les haría a Rachel y Vidas,
quienes, sin la menor alarma ante la cantidad solicitada, la aumentaron con 30
marcos de propina por el corretajo, 5 por ciento {30}. Menéndez Pidal, partidario del judaísmo de
los mercaderes, aunque opuesto al antisemitismo en el Cantar , consideró el préstamo «pequeño» {31}. Los antisemitistas, como era de esperar, se
inclinarían por creer la cifra muy elevada; una cantidad pequeña neutralizaría
los efectos por ellos pretendidos de unos judíos estafados y de un Cid estafador
profesional. Como en otros puntos,
tampoco en éste se han molestado los comentaristas por investigar sobre el
valor adquisitivo del marco en la época.
I. Michael se limitó a afirmar que la cantidad era
«extraordinariamente grande» . Más
recientemente, N. Salvador Miguel se inclinó, como defensor del antisemitismo,
a juzgar la cantidad considerable, al tiempo que confesaba con candidez: «Me
ha sido totalmente imposible, pese a la bibliografía consultada, determinar el
exacto valor del marco en una escala comparativa con la moneda actual»
{32}. Ya dejé advertido que el marco no era una
moneda de uso en la compraventa cotidiana, de ahí que no abunde la información
sobre dicha denominación monetaria.
Abundan las referencias a los sueldos y denarios. Un marco valía 30 sueldos, y cada uno de éstos
valía 10 denarios {33}. Por la Historia Compostelana tenemos información
del precio de diversos artículos de consumo en Santiago, del precio que pagaba
el comerciante; la información debe tenerse por fidedigna, pues se nos da en un
documento de regulación de precios {34}: 8 cuartas (296 litros) de vino bueno
castellano
1
marco
Es de suponer que los precios en Burgos no
discreparían mucho de los de Santiago, cuando los de León, en el siglo XI, no
diferían de los de Francia: en ambos se valoraba un caballo en 1000 sueldos
{35}. La sangre en la novela no es sangre, es
sentimiento; su valor es más emocional que documental; la sangre del Cantar , es color, brillo o unto. De semejante manera los marcos del Cantar no son los de la Historia Compostelana; su valor tiene
sentido dentro del mundo emocional del contexto. En el Cantar
30 marcos compraban çalcas, rica piel y
buen manto (195). En el mercado de
la Historia Compostelana para estos
tres artículos habría de sobra con un marco. En la perspectiva del destino de los 30
marcos dados a Martín Antolínez, hemos de juzgar el empleo que el Cid dio a los
600; la cuarta parte fue destinada inmediatamente para socorrer a su esposa,
hijas y damas de compañía: 50 para el alojamiento en el monasterio, dados al
abad (v. 250), y 100 para otros gastos, dados a su esposa (v. 253). Le quedaban, pues 450 marcos que había de
compartir con sus hombres, que sumaban, por lo menos (v. 16), sesenta, y que
correspondían a unos 7,50 por persona.
Cantidad pequeña, si no ridícula, si se compara con los 30 de Martín
Antolínez, con los 200 que el Rey regaló a los Infantes de Carrión en ayuda (v. 2103), como regalo de boda,
y los 200 que el mismo Campeador regalaría, también en sus bodas, a cada una de
las damas de servicio (v. 1766). Y pequeñísima
nos resultará la cantidad si la comparamos con las enormes ganancias del Cid en
sus batallas con los moros; en una de ellas, por ejemplo, le correspondieron al
Campeador, como quinta parte, 30,000 marcos más otros incontables haberes (v.
1215-18). La teoría de los antisemitistas queda muy
debilitada en la perspectiva interna del valor de los 600 marcos; de haber
querido el Cid estafar a los 'despreciables' judíos, debió haberlo hecho de una
manera más convincente. Quiere decir
todo esto que la cantidad era tan pequeña, el contenido de las arcas tan
despreciable, que el poeta no creería oportuno interrumpir la marcha ascendente
de la narración para informarnos del pago de la deuda y de la recogida de las
arcas de arena. Los marcos, quizá con mayor tonalidad que
cualquier otro elemento del episodio de las arcas, sitúa al Burgos de Mio Cid en el ámbito económico europeo, en la ruta de los mercaderes francos. En
ninguno de los documentos consultados he visto a judío alguno comerciando con
marcos. Rachel y Vidas eran traficantes de marcos, traficantes de divisas. El cambio que entre sí hicieron ellos y el
Cid no fue de permutación o venta, en la que cada uno se hacía dueño de la cosa
cambiada; fue un empeño , un préstamo
sobre bienes inmuebles. Valga la observación
de González Sologaistua a propósito de los cambiadores de la ruta jacobea:
«Una cuestión difícil de resolver documentalmente es el límite de las
operaciones de los cambiadores. ¿Sería estrictamente la permutatio ? Desde luego ésta parece haber sido la finalidad primitiva de la institución; pero la misma fuerza de las cosas extendería las
funciones evidentemente a operaciones de depósito, que les serían indispensable
a los peregrinos para su comodidad y la seguridad de sus caudales, y no es nada
aventurado suponer que los cambiadores realizaron operaciones rudimentarias de
crédito» {36}. En el caso del Cantar dos cambiadores con grandes
reservas monetarias efectúan una de esas operaciones de depósito, a que alude
el articulista, haciendo al Campeador un préstamo . |
N O T A S
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entre oro
y plata fallaron tres mil marcos (1737); valía de
çinco mill marcos ganaron amos a dos (2509). A la vista del
significado tan amplio de dinero (en sus varias especificaciones) en los textos
medievales, se debilita enormemente la teoría de ateu Llopis de querer hacer de
haber monedado dinares y dirhemes, exclusivamente, cuando también
incluiría objetos varios de orfebrería, de oro y plata, y joyas, de acuerdo con
la interpretación que daba la Primera crónica general: «dezirles edes
que yaze en ellas muy grand auer en oro et en piedras preciosas» (citado en el
cap. I, n. 2); para el sentido de monetare como troquelar, forjar, cf.
Garci-Gómez, Mio Cid. Estudios de endocrítica , p. 88 n.). Mateu Llopis
quiere ver en la «estratagema de Martín Antolínez
una argucia sobre la codicia
de Raquel y Vidas que, viviendo en Burgos, no tenían dinares y dirhemes
musulmanes » ( «La moneda en el Poema del Cid », p. 47). No tiene
sentido alguno que unos mercaderes que disponían de grandes sumas de marcos en
Burgos, codiciaran dinares y dirhemes musulmanes. Traído a nuestro
escenario contemporáneo, compararíamos a Rachel y Vidas con un par de mejicanos
que, dueños de vastas cantidades de dólares USA codiciaran cambiarlos por pesos
argentinos (sobre el poder adquisitivo de los dinares y dirhemes en la
época del Cantar , cf. Ashtor, «Prix et salaires Dans lEspagne
musulmane aux Xe et XIe siécles», passim).
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Tient Durendal, qui plus val que fin or (1583);> Para aquél, Colada, valía más de mil marcos de plata: Hy ganó a Colada que más vale de mill marcos de plata (1010);
y ganó a Tizón que mill marcos de oro vale (2426). El poeta del Cantar quiere ser un minucioso inventarista, un atento contable.
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VUELTA AL TEXTO 36.
«La influencia económica de las
peregrinaciones a Compostela», pp. 88-89. VUELTA AL TEXTO |