IV. EL MERCADO Y LOS MERCADERES DE BURGOSDixo Rachel y Vidas: No se faze así el Mercado (139) La investigación del nombre Rachel me llevó hasta los monasterios de
Cataluña y de Francia; la de los mercaderes de la época del Cantar de mio Cid me condujo en la misma dirección: a los dominios de los
francos. La misma palabra mercader ,
catalanismo terminaría por imponerse a la castellana mercadero , como indicadora de la preponderancia de los catalanes sobre el comercio peninsular allá por los años de la formación del idioma. Francos eran, de acuerdo con los
documentos, los que corrían con el gran comercio de las ciudades sitas en la
ruta jacobea, con el comercio de Burgos n1. El capricho de una Rachel, franca, casada con
un Vidas, castellano, nos abre el alma a enormes posibilidades evocadoras y
caritativas, como síntesis y armonización de las dos realidades que imperaban
en el comercio del Norte de la Península Ibérica. Echense, pues, a volar los hombres de buena
voluntad, cuyo espíritu no guste de regodearse en conflictos y prejuicios
étnicos y raciales. A los que vuelen más
alto les aguarda un cielo despejado, de raso optimismo, sobre un Burgos
medieval crematístico y entusiasmado, eufórico y aperturista, donde al más
desventurado de los guerreros castellanos se le cerraron, sí, las puertas de
las casas, pero sólo para ponerle en ruta hacia su gloriosa aventura. Era el Burgos del siglo XII la gran
posada del peregrino en su viaje a Santiago de Compostela, del peregrino
religioso y del peregrino mercader, pues ambos viajaban inseparablemente. El Codex
Calixtinus los clasificaba como pergrini
cursorii y peregrini mercatores. Tanto
los unos como los otros eran bien recibidos en Castilla, de manera que los
soberanos les concedieron multitud de privilegios, para que pudieran circular
libremente por sus reinos, «ellos e sus compañas con sus cosas» n2. Las razones de esos privilegios venían así
epresadas en las Partidas: «las
tierras et los logares en que usan los mercaderes a llevar sus mercancias son
por ende más ricos, et más abondados, et mejor poblados, et por esta razón debe
mucho placer a todos con ellos» n3.
Alfonso VI les eximinó del pago de portazgos sobre los productos que
llevaban al pasar de una ciudad a otra.
El Canon IV del Concilio de León, ratificado en Santiago el mismo año de
su promulgación, en 1114, establecía,junto a la libre circulación, la orden de que nadie pudiera poner mano en sus personas y bienes n4. En cierta medida los extranjeros
gozaban de mayores privilegios que los naturales, lo que dio lugar a que
algunos comerciantes se disfrazan de peregrinos, para infiltrarse entre ellos y
aprovecharse de los beneficios que éstos gozaban, en especial la exención de
portazgos. Fue la política de estos
soberanos una política capitalista, de mercado libre, que abonó el terreno para
la afloración del mercader rico, especialmente el mercader extranjero. Se lee en las Crónicas de Sahagún, de a fines del siglo XI: «los burgueses de
San Fagun vsauan pacíficamente de sus mercadurias e negociauan en gran
tranquilidad, por eso benian e traian de todas partes mercadurias, así de oro
como de plata, y aún de muchas vestiduras de diversas façiones, de manera que
los dichos burgueses e mercadores eran mucho rricos e de muchos deleites
abastados» n5. Echemos ahora una mirada al texto
del Cantar de mio Cid y encuadremos
en ese escenario de privilegios de salvoconducto aquel interés y aquella
confianza de los personajes en que las arcas habían de ser puestas a salvo, expresión y concepto que se repiten con
insistencia. ¿Gozaban los judíos de
semejante salvoconducto? L. Suárez Fernández nos hace la siguiente observación:
«Cuando, en 1137, el mismo Rey [Alfonso VII] eximió a mozárabes, castellanos
y francos del diezmo de sus mercadurías, se olvidó significativamente de los
judíos» n6. Señalan los historiadores cómo a lo
largo del camino francés se fueron estableciendo nutridas colonias de
extranjeros. Su influencia fue vital en
las tareas de repoblación, recristianización y reestructuración económica de la
España reconquistada. Tales colonias se
aglomeraron en las afueras de las ciudades, en los lugares donde se desarrolló
el mercado. De Santiago de Compostela
nos dice el Codex Calixtinus que los
cambiadores, los hospitales y los mercaderes se establecieron en la vía
francigena n7. En Burgos los
documentos se refieren a la rúa de San Lorente como lugar donde moraban los
mercaderes. Hacia fines del siglo XI se
daría en Burgos un lento desplazamiento de las zonas altas del cerro, del
Castillo, hacia la vera del camino francés, más cerca del río, más cerca del
mercado, lo que motivaría el llamamiento de Alfonso VI a repoblar la villa del
Castillo, quo quotidie deserebatur .
En León, de igual modo, la colonia de los francos se había establecido en las
afueras de la ciudad, en la zona del mercado n8. En tal escenario urbanístico se
hacía imperante asociar la profesión de mercader a la nacionalidad extranjera,
mientras no se demostrara lo contrario.
En la historia del mercado de la vieja Castilla sin excluir otras comarcas
europeas—anterior al siglo XIII, apenas si hubo participación activa de los
judíos. Los documentos de la época, de
mencionarlos, lo hacen en conexión con inmuebles, la artesanía y la
agricultura, particularmente los viñedos. Ch. E. Dufourcq, en su Histoire économique et sociale de lEspagne
Chretienne du Moyen Age, ni los menciona en su capítulo «La Castille du
Xle au XIIe siécle». Se extiende, en
cambio, sobre los francos: «La plupart de ces francigeni son des artisans et des commerçanta. Leur arrivée a donné un coup de Vouet au
developpement Urbain et accéleré la formation dun Nouveau groupe social—la
bourgeoise—mais Dans une aire géographiquement limitée. Certains dentre eux trafiquaient avec
lOccident et lEspagne musulmane, et dans leur villes passaien des merchands
venus dau delá des Pyrénées
A Sahagún, les francos apportaient des objects en or et en argent ainsi que des
étoffes que provenaient sans doute dal-Andalus »
n9. El comercio de las ciudades de la
ruta jacobea con el exterior era muy considerable. En la Historia
compostelana se valora en 22.000 marcos de plata una mercancía que llegó a
Santiago, procedente de Inglaterra y de Lorena, en 1130 n10. A la diócesis de Burgos pertenecían entonces
los puertos de Portugalete, Castro Urdiales, Santander, Santoña y San Vicente
de la Parquera. Por esos puertos salían
para Europa las exportaciones castellanas, consistentes particularmente de
materias primas: vinos, cueros, lanas, con algunas manufacturas de hierro, cobre
y estaño n11. Entraban de Europa, principalmente, tejidos y paños de
Flandes, de Francia y de Inglaterra.
Dice J. Gautier Dalché: «Los agentes de este gran mercado [importación
de paños, exportación de materias primas] son frecuentemente extranjeros. No deja de ser interesante señalar que los
nombres que figuran en los contratos comerciales que nos dan las Partidas no son castellanos»
n12. L. Serrano nos ofrece largas listas de comerciantes de nombre
extranjero, que entresacó de los documentos conservados en la Catedral de
Burgos y otros monasterios de la época n13. En ese escenario de importación y
exportación adquiere mayor relieve una Rachel, con su exótico nombre,
importadora de paños finos de Flandes—a los que hacía referencia Gautier
Dalché--, y la pareja Rachel y Vidas ,
como traficantes de oro y plata—a lo que aludía Ch. E. Dufourcq. Los lectores del Cantar comprendemos mejor, ahora, el interés y entusiasmo de la
pareja por los ocultos tesoros del Cid, procedentes de Al-Andalus, y su
préstamo en marcos de oro y plata. Y
comprendemos mucho mejor que Rachel ,
individualmente, suplicara al Cid que le trajera de tierras de moros: una
piel vermeja, morisca y onrada (178).
Si de lo que abunda el corazón habla la boca y cada uno habla de su
oficio, el oficio de Rachel y Vidas, como comerciantes en paños, les rebosa de
los labios: a Martín Antolínez le dan una propina y le recomiendan que en
tierra de moros se compre calças y rica
piel y buen manto (195). Claro, como
Rachel y Vidas son creaciones del autor, es la imaginación de éste y la de su
público la que debía estar enteramente cautivada por el comercio de paños en
Burgos, pieles y mantos árabes procedentes del Sur, sedas finas procedentes del
Norte; en otra ocasión se dejaría
cautivar de nuevo por los mantos y pieles
y buenos çendales de Adria (1971), cendales de importación n14. El historiador Ch. E. Dufourcq habló
del grupo social que aflora en el siglo XII, refiriéndose a él como de
burguesía. Finamente burgueses son los
gustos del juglar de Burgos: marcos, mantos, pieles y finas sedas. Unos siglos antes del duodécimo, al guerrero
que salía en busca de fortuna le hubiera bastado un caballo, una espada, una
cruz. El crecimiento económico del siglo
XII en paráfrasis de Duby—hizo que los círculos sociales se volvieran cada vez
más conscientes de las formas; formas que consistían en artículos de lujo,
procedentes de regiones exóticas. La
figura importante que podía suministrar tales lujos era el mercader, lo que
contribuyó a darle gran categoría entre los círculos del refinamiento social
n15. No cabe duda que el poeta
de Burgos participaba de esa nueva
sensibilidad burguesa. El episodio de las arcas, en su
múltiple perspectiva, está concebido y realizado en un ambiente de época; época
en la que el mercado, el comercio acaparaba los ánimos de la comunidad
burgalesa. Puede mantenerse que a partir
del siglo XI se fue convirtiendo Burgos en el centro comercial más importante
de la España reconquistada. González
Sologaistua, en su artículo sobre la influencia económica de los peregrinos,
nos asegura: «El centro comercial de las relaciones con Flandes fue Burgos,
una de las etapas del camino francígeno; desde el siglo XI fue Burgos Cabeza de Castilla , Cabeza en lo
político, en lo militar y en lo comercial n16. En importa tanto, pues, que el
juglar de Burgos no dejara consignado expresamente quiénes fueran Rachel y
Vidas; el público de su época sabía muy bien quiénes eran los mercaderes en el
siglo XII, quiénes los traficantes de marcos, de oro y de plata, quiénes los
que, al amparo de las leyes, podían poner las arcas en salvo . Y ésos, según los
documentos de la época y las conclusiones de los historiadores, no eran los
judíos. Las actividades de los hebreos,
particularmente las sociales y económicas, debían de estar de veras reducidas
al ámbito de sus pequeñas comunidades, marginadas, encerradas tras la
fortificaciones; el barrio judío suele ser llamado castrum judaeorum . En el
Burgos cristiano en el Burgos del Cantar —que
van descubriéndonos los historiadores de nuestros días, reinaba un poderoso
ambiente de cosmopolitanismo, de expansionismo y viajes, latiendo fuertemente
en su cuerpo urbano el alma de un europeísmo que imprimió en sus ciudadanos un
carácter duradero, singular. En ese
escenario expansionista, abierto a los caminos del mundo, a Flandes y a
Al-Andalus, a Santiago y a Valencia, hace hermoso juego aquel verso sustancioso
y abarcador de la Gesta: qui en un lugar
mora siempre lo suyo puede menguar (948).
N. González escogió para la decoración del mismo escenario otro texto
literario, un texto del Romance de Santa Gadea, que comentaba de esta manera:
«El Romance de Santa Gadea, nacido en el ambiente humano de la ciudad del siglo
XII, demuestra menosprecio por el hombre
clavado como un árbol al surco de la tierra» n17. Hemos de figurarnos al burgalés de
la época como individuo optimista, arriesgado y ansioso de viajar; un tipo así
debía ser el autor anónimo de la Gesta de
mio Cid . Consideremos, por ejemplo,
aquella reacción primera del Campeador al ver volar la corneja de derecha a
izquierda, que, viajando él de Norte a Sur, le indicaba la dirección de Oeste a
Este. La corneja es una de esas aves
agoreras, de gran tradición literaria, que se aparecían a los elegidos para
señalarles el camino: eran guías de caminantes.
El Cid entendió inmediatamente que no le detendrían en Burgos, que su
misión sería la de caminar y caminar hacia el Este, y, entonces, súbitamente,
aquel hombre que acababa de contemplar lloroso los escombros de su casa y
hacienda, gritó jubiloso a su
acompañante: Albriças, Alvar Fáñez, ca
echados somos de tierra (14); se alegró del destierro. La reputación del burgalés como
espíritu inquieto y emprendedor perduraría durante siglos; en 1305 todavía se
oía decir de ellos: «Porque los más de los omes que viven en dicha ciudad de
Burgos viven por las mercaderías y andan por tierra de un lugar a otro». Y en 1337 había muchos en Burgos que viajaban
a Flandes y Montpellier a vender sus mercancías n18. En el siglo XVII, Pedro Hurtado de la Vera se
hacía eco de «los banqueros, mercaderes gruesos o burgaleses, que francamente
pagan las obras y jornaleros» n19.
En el subconsciente del escritor perduraba la asociación del burgalés
con la manera franca de pagar. Es hora de que los críticos
literarios nos adelantemos a formar tándem con nuestros colindantes los
historiadores, y salgamos de una vez del anquilosamiento de las ideas
posrománticas, sujetivistas y oscurantistas, de hace cien años. Es hora de que reconstruyamos sobre la ciudad
y el hombre históricos de hace cien mil años su auténtico cielo poético. Su gran auge comercial había llenado
la ciudad de Burgos, la ladera meridional del cerro, de tiendas y bazares y
bullicio multilingüe. El proverbial ir y
venir de los mercaderes hace perfectamente inteligible el hecho de que Martín
Antolínez, en sus prisas por localizar a Rachel y Vidas, los buscara
primeramente en los barrios periféricos al del Castillo, preguntara aquí y
allá, hasta encontrarlos por fin en el Castillo mismo, ocupados en
negociaciones con sus clientes. La proverbial
movilidad de los mercaderes justifica perfectamente su decisión y su positivo
interés de hacer un viaje hasta Valencia, para devolver las arcas al Campeador
y recibir la prometida tutela y protección, con la que abrir allí su negocio: Si no, dexaremos Burgos, ir lo hemos buscar
(1438). En algo hemos de darle la razón al profesor Smith , en que los judíos de aquella época eran «comfort-loving townsmen», apegados a la comunidad y seguridad que les ofrecían las murallas de su barrio. De aquellos judíos ha dicho con cierta dureza N. González: «Parásitos más que animadores de la economía burgalesa, su destino fue ir siempre contrapelo en la vida de la ciudad ». Sí es cierto que hacia fines del siglo XII, continuando en el XIII, fueron llegando e Burgos unos judíos más dinámicos atraídos por la ya lograda prosperidad de la ciudad, lo es más que, como el mismo González aclara, el judío, «contra lo que en otro tiempo se creyó, no llevó nunca la iniciativa económica de la ciudad medieval. En Burgos el negocio de amplios vuelos, con gesto de aristocracia, fue siempre monopolio de cristianos» ». (21. C. Sánchez Albornoz que, como veremos más adelante, fantaseó libremente en alguna ocasión sobre los judíos peninsulares, cuando se atenía los documentos no pude ir muy lejos con respecto a sus actividades económicas: «Tenemos auténticas noticias escriturarias de que los judíos poseían heredades, de que compraban y vendían libremente bienes raíces, de que plantaban viñas en sus campos ». (22 En mis lecturas sobre la economía del siglo XII he notado un cierto consenso entre los autores de que en el siglo XII se echaron las cimientos de la economía moderna, de un comercio liberalizado, de un mercado y una moneda abundante internacionalizada. No comprendo cómo Américo Castro lanzó el aldabonazo de que la economía española se ha alzado sobre la base de una economía judaica». (23 Tal afirmación carece de sentido pues la economía judaica, en cualquier país, careció siempre del menor síntoma de originalidad. En lo que respecta al siglo XII, en un trabajo muy sensato y muy reciente, ha dicho L. Suárez Fernández de la profesión de los judíos del entonces: «Los documentos examinados hasta ahora parecen demostrar que la agricultura continuaba siendo la ocupación principal y que, por tanto, parte de los capitales que los judíos salvaron en la persecución [en Al-Andalus] fue invertida en tierras; domina el viñedo, pero no excluye a los demás cultivos». Más adelante: «Hasta mediados del siglo XIII los judíos eran sobre todo agricultores». (24 Quiere todo ello decir que, evidentemente, las judíos peninsulares no diferían de sus compañeros ultrapirenaicos. Poliakov se sirve precisamente del testimonio de Benjamín de Tudela (ca. 1165), judío peninsular y viajero, quien, siendo él financiero excepcional, describe a sus correligionarios como artesanos, pacíficos, que llevaban una vida de duro trabajo en sus comunidades». (25 S. Grayzel no discrepa mucho de Suárez Fernández, cuando nos dice que los documentos hablan directamente de los judíos que comerciaban en carnes y vinos. (26 Sobre los judíos de Italia, Gennaro nos dice que se dedicaban a las manufacturas textiles y que después del siglo XIII irían acaparando el empeño y la venta a crédito. (27 En contraste con el marginado judío se erguía en Burgos la figura admirada y digna de emulación del franco que trillaba los caminos de Europa y surcaba sin cesar las aguas saladas del Cantábrico. Si es difícil creer que unos judíos se atreviesen a ir de Burgos a Valencia, es comprensible que tal viaje careciera de importancia para aquellos mercaderes que estaban acostumbrados a las distancias y escabrosidades de las rutas que unían a Santiago de Compostela con Francia, con Alemania, con Flandes y con Inglaterra, sin excluir a Italia y Grecia. Otra vez acudo directamente a N. González, que nos ayude a revivir el ambiente del burgalés del Cantar: « Al burgalés, el espectáculo constante de aquellos miles de hombres puestos en pie y lanzados a todos los caminos de Europa, le hizo viajero y cosmopolita. Aprendió en ellos el espíritu de riesgo y aventura y conoció las pingües ganancias de quienes englobados entre los peregrinos vendían productos que tal vez compraban en la ciudad con gran margen de ganancia ». (28 Tan dominante y atrayente era la figura del extranjero, que de no ser Rachel franca, habría que hacerla; y no sería del todo descabellado imaginarse a un Vidas disfrazado él mismo de extranjero y peregrino, para poder beneficiarse de los privilegios de que éstos gozaban. La documentación no avala la asociación de mercader con judío, ni justifica la entrada de éstos en una Gesta que gira sobre los tres ejes en que se sostenía la máquina económica y bélica de entonces, castellanos, francos y moros. Por muy inspirados y tentados que se sientan los críticos literarios, no deben forzar los textos, exagerando el papel del judío en el escenario económico, político y religioso del Cantar, del Burgos del siglo XII. Terribles reproches, infamias y persecuciones han sufrido los judíos a lo largo de su historia; no se las acrecentemos violentando la poesía. De sobra tienen con las que atestiguan sin ambages los documentos. Juzgado con estricto criterio histórico es un anacronismo el retrato de la Crónica de Castilla y de la Particular, de Rachel y Vidas como judíos ricos y socios capitalistas del Cid Campeador. Mayor anacronismo fue el de Andrés Bello, cuando habló de toda la clase judía de los tiempos del Cantar como « rica, poderosa i odiada». En los siglos XI y XII, ni en la vieja Castilla ni en otro lugar de Europa he encontrado a esa clase judía; y la he buscado como Martin Antolínez a Rachel y Vidas de un sitio para otro, y, a diferencia de él, no tan « apriesa». En el texto de N. González, citado últimamente, se encuentran unos vocablos, cuyos conceptos quiero volver a destacar, pues nos ofrecen una clave mágica para la recreación del burgalés de la historia y el de la ficción, gemelos idénticos: riesgo, aventura y ganancias. Con esta clave podemos adentramos en el almario de los personajes del episodio de las arcas, en el que todos ansían ganar algo, en el que ninguno se retrae de operaciones ocultas y comprometidas. Ganancias es lo que rebosa de la boca de Rachel y Vidas, como ganancias era el móvil místico que hacía obrar a todos los personajes de la acción total, desde los Condes de Carrión hasta las hijas del Cid, desde los guerreros del Cid hasta el obispo de Valencia. Y por encima de todos ellos, el más arriesgado y el que más ganó, el propio Rodrigo Díaz de Vivar. En el episodio, como a lo largo de la narración, las ganancias se valoran en marcos, unidad pecuniaria por antonomasia, que sirve como medida universal de todas las cosas: todo lo que el hombre posee, decía San Agustín, se llama pecunia; en el Cantar, su autor individualiza el concepto genérico de pecunia, y lo llama marcos. (29 ¿Quiénes podían disponer en Burgos de 600 marcos, 300 de plata y 300 de oro, para cambiárselos al Cid por los haberes monedados de las arcas? Veamos. N O T A S
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VUELTA AL TEXTO 12. Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media (siglos IX-XIII), p. 404. El mismo historiador nos habla de Burgos como de ciudad que a lo largo de la Edad Media no dejó de atraer y retener extranjeros (p. 78), y en cuyo gobierno urbano parece que participaron los grandes mercaderes (p. 404). VUELTA AL TEXTO
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VUELTA AL TEXTO De pennes et de drais, de riches cendaus dAndre! (451)
de la
Chanson de Florence de Rome. Comenta Smith: «Los dos contextos difieren
bastante; se trata simplemente de un verso que impresionó al poeta español por
su forma y su nota exótica de lujo oriental. El público español habrá encontrado
el verso totalmente misterioso; sería de esperar, quizás, una mención de las
famosas sedas moras de Almería, pero de Andria, no.
Esta referencia nada debe a
la realidad coetánea de la Península ni a la historia del Cid» ( Estudios
cidianos , pp. 131-32). En primer lugar he de hacer notar que el original
castellano no dice dAndria sino dAdria . No es lícito corregir la
versión del poeta sin otra razón que la de asemejarla a la de las
Chansons francesas, máxime cuando Adria (o Hadria) era una ciudad famosa y
muy mencionada en documentos antiguos, por su puerto y su prosperidad — olim
floridissima —, de la que derivó su nombre el Adriático
(Facciolatus-Forcellinus, Lexicon totius latinitatis, V, s. v.
Hadria ). Menéndez Pidal nos ha dado un documento latino de 1102 en el que
se habla de Andria , famosa por sus manufacturas de scindalia . La
deuda literaria del poeta castellano al francés me resulta tan hipotética como
lo sería el presumir que este último se inspiró en el Cantar . En cuanto
a la realidad histórica, hemos de tener presente que en Burgos, como en León y
en Portugal, los paños orientales, los conocidos como greciscos o
bizantinos, están datados con anterioridad al siglo XII, según nos ha informado
ampliamente Sánchez Albornoz ( Una ciudad hispano-cristiana hace un milenio.
pp. 32-33; Viejos y nuevos documentos sobre las instituciones medievales
españolas , II. 818 y 830). Laguzzi nos informa sobre Portugal: «Los datos de
los Portugaliae Monumenta Historica coinciden con los procedentes de otras
regiones de la monarquía leonesa al acreditar la existencia de un importante
comercio de importación de paños greciscos o
bizantinos, iraquíes o sirios, franciscos o franceses, cordobeses, etc.» (
«El precio de la vida en Portugal durante los siglos X y XI», p.
141). La importación de esos paños podía correr a cargo de
mercaderes francos, probablemente griegos, mencionados por el Codex
Calixtinus entre los peregrinos que acudían a Santiago (fol. 78 v ;
I, p. 149). Sánchez Albornoz presupuso que el mercado de paños, alhajas y
preseas eclesiásticas debió correr a cargo de judíos, con lo que Rodríguez
Fernández se ha declarado en desacuerdo en su estudio muy documentado sobre
Las juderías de León (p. 246), donde dice que no ha encontrado prueba
alguna en que apoyar tal actividad comercial entre los judíos de aquellas zonas
y época. Finalmente, quiero añadir que en el mundo europeísta de Burgos los
productos de Al-Andalus eran los más exóticos; de ahí que a Rachel, tan rica, se
le antojara una piel morisca. VUELTA AL TEXTO
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Blows to Padua here from old Verona. Pet. Such wind as scatters young men, through the World To seek their fortunes farther than at home Where small experience grows. ( The Taming of the Shrew, I, II, 48 ss.). Castilla no se reducía a recibir
extranjeros, también mandaba a sus hombres al exterior, sabiéndose que «en el
siglo XII había comerciantes castellanos establecidos en Francia, Inglaterra y
Brujas», de acuerdo con la información de Lacarra, en Las peregrinaciones a
Santiago de Compostela, I, p. 475, donde hace referencia a L. Serrano, El
Obispado de Burgos , II, pp. 12 y 211. Sobre la fundación y participación
española de la Orden Militar de Mont-joie en Tierra Santa, cf. Delaville Le
Rouex, «LOdre de Montjoye».
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