III. EL CASTILLO DE BURGOS Y SUS HABITANTESEn medio del palaçio tendieron una almofalla (182)Pasó por Burgos, al castiello entraba, Por Rachel y Vidas apriessa demandaba (88-89) El argumento del castiello en favor del judaísmo de Rachel y Vidas fue propuesto ya por R. Menéndez Pidal a primeros de siglo. De manera semejante a los comentaristas que, sin reparos a corregirle al autor la plana de los nombres Rachel y Vidas , sugirieron otros nombres más hebreos, Menéndez Pidal, que nunca sintió demasiados escrúpulos por las enmiendas textuales, propuso que castiello debiera entenderse propiamente como socastiello. Y no fue porque castiello careciera de sentido en el contexto, sino porque el comentarista no podía explicarse qué papel representaban los judíos en el castillo propiamente dicho. ¿Se dudó del judaísmo de la pareja? No; también en este caso se tomó la palabra del autor por descuido, inexactitud o error. Dice Menéndez Pidal: «castiello el de Castejón 486,525,533,540, ó el de Alcocer 603, Guiera vn castiello palaçiano 1727; véase también Burgos». Es decir, en todos los casos que se dice castiello en el Cantar , se trataba de un castillo, menos en el de Burgos. El Cantar nos dice que los judíos Rachel y Vidas vivían en el castiello de Burgos 98. Era costumbre que las juderías estuviesen bajo los castillos de las ciudades (1). Pero, ¿qué significa bajo los castillos ? Edificados éstos en la cima, todo quedaba bajo ellos. Por otra parte, el non sequitur del argumento de don Ramón es palpario: si las juderías estaban bajo los castillos, el hecho de estar Rachel y Vidas en el castiello excluye su judaísmo. Aquí veremos cómo el castiello y el so-castiello eran barrios tan opuestos entre sí como el centro es opuesto a los suburbios. El inocente sofisma de Menéndez Pidal hizo larga y duradera escuela. El profesor Y. Baer se basó en el episodio del Cantar —según la interpretación pidaliana--, para argumentar que los judíos no se trasladaron al castillo de Burgos hasta la primera mitad del siglo XII. Ante este comentario de Baer, reaccionó F. Cantera para argüir que, por lo que se deduce del Cantar , los judíos debían llevar ya tiempo viviendo en el castillo de Burgos, cuando aquél se escribió (2). Que el hebraísmo de Rachel y Vidas y su secuela, el antisemitismo del autor, quepan o no quepan en la dinámica de la composición literaria o en su lógica, no les preocupa demasiado a los historiadores de los judíos en España. Ellos se acercan a los textos literarios y sus comentaristas en busca de piezas de repuesto con las que remendar o reparar sus ficheros; les basta que crezcan sus archivos, y en este caso tienen la gran disculpa de que lo dijo Menéndez Pidal. Vamos aquí a interesarnos más a fondo en la verdad, la verdad literaria, la verdad del texto, que es la verdad del castillo y sus habitantes en la época del poeta de Burgos. Sería un grave error acercarse a los hebraístas en busca de esa verdad; a ellos no les interesa el bosque; vamos a acercarnos a los historiadores del urbanismo de Burgos, que nos hablen del castiello imparcialmente, sin tratar de acomodar en sus moradas a los supuestos judíos del Cantar . En el texto del Cantar , si tratamos de leerlo con ese tipo de lectura que Dámaso Alonso recomendaba, «en estado de gracia», no predeterminada por el contacto con los antisemitistas, se nos dice que Martín Antolínez1) se dirige a Burgos, sin tardanza, en busca de Rachel y Vidas (v.96); Grave cosa es manipular los significados con el fin de justificar una idea preconcebida. Pero no hay delito mayor que la mutilación del texto. Y eso es lo que hizo simplemente Menéndez Pidal en este pasaje. No comprendiendo que hubiera varias zonas urbanas en Burgos, suprimió el v. 97 en su edición Poema de mio Cid , en la que se han formado generaciones y generaciones de estudiantes durante tres cuartos de siglo (3). Diciéndosenos en el texto que todos tres se apartaron (105), comprendemos que se encontraban en algún lugar público, donde los mercaderes solían tratar de sus negocios. En esta ocasión no debían estar en su domicilio, pues no se comprendería que Martín Antolínez, que iba con prisas por encontrarlos, y con gran secretismo, los hubiera buscado de un lado para otro. La estampa de Rachel y Vidas, mercaderes que trataban de impresionar a sus oyentes con el éxito de sus negocios y aumentar con ello su clientela, está muy bien lograda. La estampa del castiello , como barrio especial de Burgos, en que se había de entrar , también. El castiello como escenario, las ganancias como tema de conversación, el trato en secreto como acción humana y sicológica, en su conjunto, evocan un atractivo telón de fondo sobre el que proyectar el episodio de las arcas, en un ambiente de altura, de boato y de misterio. EL CASTILLO DE BURGOS El paisaje y la historia del viejo Burgos están dominados por el paisaje y la historia de una fortaleza, el praesidium que Gómez, noble al servicio del conde Rodrigo, fundó en el año 861 sobre la eminencia de un cerro, muy cerca del río Arlanzón. Años más tarde, tras diversas vicisitudes sufridas por las impugnaciones de los moros, el conde Diego Rodríguez llevó a cabo, por orden del Rey Alfonso III, la misión de poblar la ciudad que lleva un nombre, Burgos, que significa fortaleza: «Era DCCCXXII populavit Burgos sub mandato Adephonsi Regis» (4). En palabras del P. Palacios, estudioso de los viejos documentos sobre la ciudad, dicho Rey mandó al conde que «fundase y fortificase la ciudad con un castillo, por haber conocido que los moros, así los que venían de San Esteban de Gormaz, como los que tomaban el camino de la Rioja, tenían el paso libre para entrar en el reino de León» (5). El castillo coronaba el cerro, y éste resaltaba sobre la extensa vega, confiriendo a la naciente villa un insuperable valor estratégico. En Burgos venían a coagularse los varios significados etimológicos del vocablo, y eso confería a la ciudad una fuerza y una magia especial, que los medievales sabían sentir y apreciar en alto grado. Para San Isidoro, el nombre significaba un grupo de familias vinculadas entre sí; para Sidonio Apolinar, población que se encarama sobre un río. Garibay decía: «burgos, que en lengua tudesca quiere decir población , y en la flamenca significa fortaleza rodeada en su circunferencia por un foso de agua» (6). Oliver-Copons lo explica así: «Burgos parece derivar su nombre de las radicales célticas Berg-os, equivalente a villa fuerte o castillo en país de montañas ». El padre Flórez nos sugiere bellas imágenes al hacer derivar el nombre de Burgo , «lugarcillo, arrabal etc., cerca de una fortaleza por la voz griega Burgos, que significa torre; o de Burgus , que quiere decir fortaleza, toda vez que en su principio la ciudad fue sólo un castillo construido a modo de águila real en lo más alto del cerro» (7). Se deduce de todas estas explicaciones que el poeta de Burgos localizó el episodio de las arcas en el lugar más excelente de la ciudad: el castiello , lugar el más sacrosanto, pues de su plural derivó su nombre y su calidad, su señorío y su bravura Castilla. El conde Diego Rodríguez pobló el castillo. Fueron sus primeros habitantes los cántabros y los vascones, con algunos nobles y plebeyos procedentes de la antigua monarquía goda. Según Nazario González, a cuyos testimonios acudiremos con frecuencia, «el castillo y la primera ladera del cerro recogían a la nobleza de armas y a otros gremios de más categoría» (8). En el año 1073, en un documento de Alfonso VI, el Rey del Cid histórico, se nombra por primera vez el castillo con la villa: «et sit villa et CASTELLUM DE BURGOS melius populetur quod quotidie deserebatur» (9). ¿Es que en aquellos años ese llamamiento del Rey a repoblar la villa castillo iba dirigido a los judíos? De ninguna manera. Sabemos bien por las disposiciones del Concilio de Goyanga, en las que seguía vigente el espíritu de la legislación visigótica, que los cristianos y judíos habían de vivir separados, ni podrían residir en la misma casa ni comer juntos: «Nullus etiam christianus cum iudeis in una domo maneat, nec cum eis cibum sumat» (10). Pues bien, si los judíos y cristianos vivían separados, y aquéllos vivían, como quieren los partidarios del antisemitismo, en el castiello de Burgos, ¿dónde vivían los cristianos? ¿Dónde la nobleza? En la época del Cantar de mio Cid había judíos en Burgos, pero éstos vivían agrupados en su propia comunidad; vivían en su judería, separada de la zona del castillo por un río. Conocemos hoy dos documentos árabes y uno cristiano, coincidentes entre sí, que no dejan lugar a duda es cuanto al carácter y la localización de la aljama. El documento más antiguo data de 1049 y dice así, en traducción de Levi-Porvençal: «Burgos est une grand ville quun cours deau traverse et sépare en deux parties entourées chacune dune rempart. Lune de ces parties a une population composée en majeure partie de Juifs. La villa est fortifée et bien défendue, poséde des bazars et des établissements de commerce; elle est bien approvisionnée et riche. Elle est à la fois un but de voyage et une étape pour ceux qui vont plus loin» (11). El segundo testimonio árabe, de un siglo más tarde, depende mucho del anterior, y se lo debemos al geógrafo El Idrisí: « Burgos, ciudad grande, dividida por un río en dos partes, cada cual con su muralla, y en una de ellas dominan los judíos; es fuerte y opulenta; tiene casas de comercio, mercado, depósito de provisiones, y la frecuentan muchos viajeros, así de paso para otras partes como en término de su expedición» (12). El documento cristiano es contemporáneo del Cantar , independiente de los anteriores, con los que coincide en lo esencial: «Es de saber que la ciudad de Burgos, situada en la ladera de un monte, estaba en favor de la Reina. En dicho monte atendida su disposición natural, se distinguen dos partes: la inferior habitada por la plebe de los judíos que también favorecía a nuestro partido, y la superior en donde estaba el castillo, el cual de una parte por su situación, y de otra por el muro y las torres, hallábase bien fortificado» (13). Así dice la Historia compostelana . En los tres documentos se nos habla de dos barrios separados y bien diferenciados. Los judíos de Burgos, como los de otras ciudades de la Península, vivían en el so-castiello , en el suburbio del castiello propiamente dicho (14). Como los judíos de otras ciudades europeas, Speyer, Worms, y Estrasburgo, los de Burgos vivían en distritos amurallados, llamados en latín castra Judeorum . Como los de Roma y París, vivían los judíos de Burgos en un barrio separado. Existe un problema al traducir castrum Judeorum ; en español podemos decir «castro o castillo de los judíos» (15). De ahí se origina la dificultad de interpretación de los textos. Un verdadero castrum Judeorum es la ciudadela amurallada que El Idrisí nos describía. ¿Quiere decir que en el caso de ciudades donde existía, como en Burgos, un castiello , una fortaleza, un praesidium dominador sobre las moradas y las vidas de los ciudadanos, cuando se hable de castrum , o castellum, o castiello, sin ulteriores especificaciones, hemos de entender el de los judíos? No; en Burgos, el castellum, el castiello , era el vecindario de la nobleza. Algunos comentaristas del siglo XX han hecho una distinción entre la Judería Superior y la Judería Inferior de Burgos. Tal diferenciación arranca, si no me equivoco, de un artículo de T. López Mata, quien la hace valedera para los siglos medievales, pero con base en unos documentos que no van más allá del XV. Al parecer, el articulista desconocía los documentos árabes citados más arriba, y el de la Historia Compostelana . La documentación y conclusiones de López Mata, que se complacen en citar los comentaristas del episodio de las arcas, son de escaso valor para la estampa urbana del Burgos del siglo XII (16). En Burgos, la villa-castillo, como se la llama en el documento de Alfonso VI, contaba con su propia muralla, que a la vez le servía de defensa y separación. La fortificación hubo de ser reconstruida en el siglo XIII pues, según nos informa López de Ayala, «había el muro muy bajo» (17). El castillo, con su villa, había nacido con un carácter al mismo tiempo aglutinador y expansionista. En él, en la cima del cerro, se habían establecido los fundadores de Burgos, para quienes, en toda España, «sobre todas las tierras mejor es la montaña» (18). Fue creciendo el castillo, como foco de irradiación de la Reconquista y punto de enorme atracción en la ruta jacobea. N. González señala el año 1053 como «punto de arranque para Burgos de una nueva era» (19), fecha en que se creó el reino de Castilla. Burgos se constituye en la capital del nuevo reino, la capital de un gran reino, y sede episcopal. Por tanta vida y tanta gloria, «el primitivo casco urbano de Burgos resultará pequeño en el siglo XI», nos indica J. M. Lacarra (20). Y en las laderas del cerro, que limitaba con las murallas del primitivo recinto, sobre las orillas del río, a lo largo del camino francés, se va desarrollando el suburbio, que se define como «vecindad inmediata a la ciudad y debajo de ella en la cuesta de San Esteban » (cf. N. 14, más arriba). En la estampa del Burgos del siglo XII se entrevé un suburbio en el que ha aumentado la actividad de las tiendas, los bazares, el mercado y el depósito de provisiones, de que hablaba El Idrisí. La estampa del suburbio comercial es la que evoca el Cantar , pues allí acude primero Martín Antolínez, allí busca de un lado para otro a los mercaderes, hasta entrar al castillo, bien la villa ceñida de murallas con sus puertas, bien el castillo propiamente dicho, la fortaleza. Cuando C. Sánchez Albornoz nos dibujaba la estampa de León de hace mil años, nos decía: «León vivía a ras de tierra, sin otro acicate que la sensualidad y sin otra inquietud espiritual que una honda y ardiente devoción. Mística y sensual, guerrera y campesina, la ciudad toda dividía sus horas entre el rezo y el agro, el amor y la guerra» (21). El Burgos del siglo XII iba a incorporar una nueva inquietud, que de tal manera le absorbió, le obsesionó, que todas las demás ocupaciones palidecerían a su lado: el comercio, fomentado por la presencia de viajeros y extranjeros, los que la visitaban de paso, y los que hacían en ella meta de su expedición, siguiendo con la paráfrasis de El Idrisí. La mayor parte de los viajeros eran extranjeros, comerciantes, y mercaderes. Sobre su procedencia, dice Lacarra: «Espigando en la documentación medieval de Burgos, aparecen gran número de pobladores no sólo franceses, sino alemanes, lombardos, ingleses, catalanes, aragoneses, navarros, etc., que son banqueros, comerciantes, artesanos, posaderos, artistas, etc.» (22). De acuerdo con los historiadores, el fenómeno humano, religioso y social, de más alto relieve en el Burgos del siglo XII, es el del extranjero. El extranjero es la fuerza motriz de la vida cultural y comercial de la ciudad: y a él no le han prestado atención alguna los comentaristas del episodio de las arcas de arena. Los extranjeros eran comprendidos todos bajo la designación de francos , cristianos dOriente , en expresión del Cantar. Influyeron en las edificaciones urbanas; Alfonso VI en 1085 fundó el hospital de San Juan «in usum pauperum et sustentationem peregrinorum» (23). A la iniciativa y talento de los francos se debió lo que es hoy la huella más hermosa del pasado de Burgos, la Catedral, que se debe a don Mauricio, obispo, de origen sajón y educado en París, y al maestro Enrique, a veces escrito Anrric. Los francos ejercieron un importantísimo papel en la re-educación y la re-cristianización de la España reconquistada. N. González y otros historiadores no escatiman sus elogios a la rica contribución del «europeísmo» de Burgos, promovido por el Rey del Cid, Alfonso VI: «El camino de Santiago dio a Burgos un plano , encauzó sus funciones urbanas , vertebró primordialmente una estructura social característica e imprimió sobre todo el organismo urbano el alma de un europeísmo que distinguen al Burgos medieval» (24). Burgos, que nació en un castillo, se desarrolló a la vera de un camino internacional. El castillo imprimió en el alma del burgalés su carácter heroico, y el camino, su vocación viajera. El Cantar de mio Cid es, más que otra cosa, la canonización de la leyenda de un héroe y una expedición. Cuando N. González trató de reconstruir el plano de Burgos, no encontró en él rincón alguno para la comunidad hebrea. Sitúa en el castillo las iglesias y los palacios de los nobles, y entre aquéllas, Santa María la Blanca, la iglesia del Cantar ; en su explicación se nota la añoranza de aquel castillo y aquellas rancias iglesias hoy desaparecidos. Ese borrón geológico en la primera página de la historia de Castilla nos llena a todos de una desolación y nostalgia comparables a la del otro gran borrón, en la primera página del descubrimiento de América, el del puerto de Palos. En todo caso hemos de llenar con sensatez crítica el vació que nos causó la naturaleza. Desde el castillo se descolgaban por la ladera del cerro, cara al sur y al sol, desafiando la amenaza musulmana, las calles de mayor prestigio. En una de ellas se hallaba, según Oliver-Copons, el palacio de Fernán González: «al pie de la colina del castillo en la calle que se llamó de San Martín, lindando con la iglesia del mismo nombre», iglesia en la que, estando «próxima a la casa donde habitaron los padres del Cid, se bautizó a éste» (25). El castillo, barrio de iglesias y palacios. En los viejos documentos y en los escritos de los historiadores abundan las referencias a los palacios. Palatium , en una de las acepciones que explica Gautier Dalché, es «residencia del propietario o del que ostenta los poderes del mando, de donde partían las órdenes y adonde los vicini , habitantes de la villa , iban a ser juzgados a presentar cánones y multas»; y en otro lugar: «se aplica a la vez, en sentido concreto, al edificio y, en sentido abstracto, a la autoridad señorial. Pueden existir varios palacios si la villa depende de varias jurisdicciones» (26). De la larga descripción de los palacios que nos hace C. Sánchez Albornoz, entresacamos unas notas curiosas. «Edificios de una planta, construidos con cantos rodados y argamasa de barro, y teliados , es decir, con techumbre de armazón de madera cubierta de tejas. Se entra en ellos por un arco de herradura y se hallan iluminados por pequeñas ventanas, de formas parejas del arco de la puerta. Son los palacios, como los llaman, orgullosos, sus dueños. Se componen de cámaras que sirven de salón o refectorio, donde, según las horas, se platica o se yanta, y de otras estancias o aposentos, divididos en çeldas y utilizados para dormitorios» (27). Debía existir otro concepto de palacio por la época del Cantar, y es el de la sala mayor del castillo o edificio palaciego, según la explicación de las Siete Partidas: «palacio es dicho aquel logar do el Rey se ayunta paladinamente para fablar con los homes, et esto es en tres maneras: o para librar los pleytos, o para comer, o para fablar en gasagado» (28). Dentro del Cantar, palaçio aparece reiteradamente con las acepciones aquí puntualizadas: la residencia real (2929), las casas o viviendas señoriales, de las que tan orgullosos estaban sus dueños (115, 1761, 1770, 2211, 2236) y, probablemente, la sala grande y solemne para reuniones extraordinarias bodas, cortes--, en esas mansiones señoriales (2208, 3373). EN todos los ejemplos, palaçio va unido a las actividades de los grandes señores, reyes, nobles; en nuestro ejemplo hacía excepción R. Menéndez Pidal. Si le había repugnado ver a dos judíos en el castillo de Burgos le dio a castiello una acepción especial--, no le repugnó menos verlos como dueños de un palaçio, cuando dice el Cantar: En medio del palaçio tendieron un almofalla (182). Le dio a este palaçio un significado especial: «también se llama palaçio a la sala de la casa de los judíos Rachel y Vidas» (29). Quiere decir que la primera vez que en el texto aparece palaçio en singular, lo hacía con una acepción que, sin duda, le quitaba todo el esplendor que tendría las otras diez veces. Rachel y Vidas, ricos y afortunados mercaderes, vivían en un palacio de la villa del castillo. El tono del pasaje del Cantar , por lo que toca a Rachel y Vidas, va orquestado todo él en tono mayor. En medio del palacio tendieron una hermosa alfombra, en la que desparramarían 600 marcos, 300 de plata y 300 de oro. La imagen de grandeza y esplendor no difiere de la descrita en la Primera Crónica General : «el palacio mayor de aquellas casas fue enderesçado en esta guisa: cubriéndole todo de alfames » (30). Ya veremos más adelante cómo los marcos, moneda fuerte internacional, va asociada en los textos de la época a los reyes, los magnates y los grandes mercaderes. En vista de tanto esplendor, el castillo, el palacio y los marcos contantes y sonantes, resulta decepcionante la imagen de N. González, a quien tanto debo por otra parte; se refiere en una ocasión al «matrimonio judío a los que el juglar sorprendente contando con avidez sus ganancias en alguna lóbrega morada de la judería alta» (31). Es decir, el palaçio se ha convertido en «lóbrega morada», y el castiello en «judería alta». Si leemos y releemos su estupenda obra, Burgos , la ciudad marginal de Castilla , y los planos urbanísticos que el autor hace de la vieja ciudad, no encontraremos en éstos espacio alguna para tal «judería alta». En este caso, el historiador se ha dejado contaminar del ambiente de antisemitismo que respira la crítica literaria. Es más sana la información del historiador, cuando éste no piensa en acomodar a Rachel y Vidas como judíos. Gautier Dalché nos informa de que «en el palatium los mercaderes tenían una clientela» (32). En el palatium, es decir, entre los miembros que ostentaban el poder y (o) en la fortaleza, en el castillo. Es así que comprendemos mejor que Rachel y Vidas, mercaderes, se hallaran en el castillo rodeados de clientes, exagerando, sin duda, para impresionarlos y atraerlos, sus negocios y ganancias: en cuenta de sus haberes, de los que habían ganado (101). Ni en el castillo ni en los palacios de Burgos había lugar para los judíos, para los que no había lugar ni entre los nobles, los hidalgos o los grandes mercaderes, los traficantes de marcos. Gautier Dalché tenía presente el testimonio de El Idrisí, cuando nos informaba que «al formar la judería en cada ciudad un universo relativamente cerrado, es probable que ejercieran sus actividades en el seno de la comunidad israelí solamente» (33). Los documentos tienden a apoyar la
opinión del historiador francés. En la
estampa humana, económica y social del Burgos del siglo XII brillan por una ausencia
casi total los judíos, mientras no faltan los musulmanes. Estos integraban y compartían al lado de los
cristianos la vida del trabajo, de la defensa y de los festejos. Un historiador árabe nos dice que los suyos
«se vestían y hacían danzas a la morisca, entre presentes enviados por los
cordobeses y aceptados por los de Burgos», en el palacio del Conde Sancho
García, en el Castillo de la ciudad.
Según indica N. González, al mudéjar le reservó Burgos «un puesto muy
importante en el conjunto social», en el cultivo de las huertas, la
construcción de importantes edificios y obras de arte, en la extinción de
incendios e, incluso, en la supervisión de las fortificaciones y defensas de
artillería del Castillo. Sobre el
mudéjar nos dice el mismo historiador: «Supo captarse la benevolencia del
cristiano que olvidó en muchos casos sus prejuicios políticos y religiosos y le
miró como un aliado en la obra común del quehacer urbano. Mudéjares fueron los que construyeron
importantes edificios y obras de arte en la ciudad: gran parte de los lienzos
de la muralla, las yeserías de la Huelgas y el Castillo, y el artesanado de la
Capilla del Condestable. En la
imaginación popular quedó grabado el nombre de un artífice, el maestro Mahomat,
con la misma fuerza que el de aquel maestro Enrique que levantó la Catedral»
(34). En el escenario urbanístico y social que el historiador de la ciudad de Burgos nos presenta, encaja perfectamente aquel Cid Campeador de la tirada 31 del Cantar , que no quiere decapitar a los vencidos moros, prefiriendo valerse de sus servicios: posaremos en sus casas y dellos nos serviremos (622). En el escenario económico del Burgos europeísta, que trataremos de diseñar, este Cid del Cantar se porta más que como guerrero y cruzado, como buen comerciante. Lejos se ha situado nuestro guerrero castellano de aquel capellán del conde de Toulouse, que se enorgullecía de haber cabalgado entre cadáveres de musulmanes amontonados, con la sangre que alcanzaba las bridas de los caballos (35). La inmortalización en la historia del artífice musulmán Mahomat y del arquitecto franco Enrique, se corresponde en la ficción del Cantar con otro musulmán, el alcalde Avengalbón, y otro franco, el obispo don Jerónimo. El poeta del Cantar , muy libre y cuasi-omnipotente en la creación de sus personajes y de los hechos concretos, no podía menos de permanecer amarrado a la cultura de su tiempo, a su vocabulario, a sus valores, a sus creencias, temores e ilusiones. En el Cantar de mio Cid se inmortalizaron para la posteridad las tres realidades más relevantes en el Burgos de la época: el castellano, el franco, y el musulmán. El mismo N. González no lo aclara: «el musulmán, al contrario del judío, representaba una cultura Y en los regocijos populares se mezclaban en las calles cristianos y moros fundiendo sus instrumentos, sus trajes y sus expresiones folklóricas y religiosas». Nos refiere también a un documento del año 1235 en el que se mencionan los jefes de los poderosos gremios, y en el que figuran como tales «dos cristianos, un moro y un extranjero» (36). ¿Los judíos? Su faz yace retraída y oculta en la Castilla del siglo XII; tenían razón el historiador y el geógrafo árabes, de que los hebreos vivían encerrados, aislados y como olvidados en su propio recinto amurallado, en la aljama, en su propia comunidad, a las afueras de Burgos. También en este rasgo urbano se parecía Burgos a otras importantes ciudades europeas, según dejamos señalado. Ahora bien, si en algo se diferenciaba España del resto de Europa, por aquellos años, con respecto a sus relaciones con los judíos, era en la tolerancia. Algunos historiadores judíos no pueden ser más explícitos en sus asertos. Epstein no dice: «En ningún otro sitio de la cristiandad fueron los judíos mejor tratados que en España en el siglo XIII», comentando que, aunque eran considerados como extranjeros, se les extendió la misma consideración que a sus vecinos cristianos, no encontrando paralelo en Europa la amistad y tolerancia que se les dispensaba. Según el mismo historiador, las condiciones favorables perduraron hasta el año 1391 (37). El rabino Epstein vio en la tolerancia hacia los judíos una nota característica de Castilla; el historiador alemán F. Heer vería en la tolerancia hacia los moros vencidos una nota característica del Cantar de mio Cid , en el que sobresale la humanidad hacia el enemigo, reflejada en la exquisita cortesía del Cid hacia la nobleza musulmana, junto con el trato humanitario y la buena disposición a hacer las paces (38). Lo he dicho más arriba: el Cid del Cantar actúa como un hombre de negocios, que busca la ganancia en la reconciliación. Lo que en realidad estoy diciendo es que su creador, el autor del Cantar , poseía un alto espíritu comercial, espíritu de negociación, y trato, espíritu de reconciliación y amistad. Y esa es la dinámica manifiesta de la narración de la Primera Parte: conflictos que desembocan en amistad, con los moros vencidos, con el Conde de Barcelona, con los nobles de la corte del Rey y con el mismo Monarca. Tan única e interesante, tan representativa del Cantar es la actitud de tolerancia cuando no positiva amistad—hacia los moros, que bien podemos adivinar que la obra fue escrita para una comunidad integrada por moros y cristianos, una comunidad armónica, como la que nos descubría el historiador N. González, en la que los dos grupos religiosos cooperabas o, al menos, debían cooperar— entre sí, como los moros vencidos con el Campeador y sobre todo, como éste con Avengalbón, el bueno tanto en la Primera como en la Segunda parte del Cantar , con el que los moros podían sublimemente identificarse. A partir del siglo XIX fue grande el crédito y demasiada la culpabilidad que muchos historiadores y críticos han atribuido a los judíos del siglo XII (39). Escuchemos lo que nos dice N. González: «El judío ,contra lo que en otro tiempo se creyó, no llevó nunca la iniciativa económica de la ciudad medieval. En Burgos, el negocio de amplios vuelos, con gesto de aristocracia, fue siempre monopolio de cristianos» (40). Ahora bien, apenas si cabe imaginarse mayor espíritu de iniciativa, más amplio vuelo, mayor gesto de aristocracia, que los de Rachel y Vidas en su arriesgarse al préstamo de 600 marcos sobre unas arcas cerradas, llevado a cabo, sobre alfombras, en un palacio del castillo, con lo que hicieron posible la realización de la gesta . En la labor de la reconquista cristiana se unía al guerrero el empresario. Pasemos a identificar a esos mercaderes que monopolizaban el negocio de «amplios vuelos» En el Burgos de Mio Cid.N O T A S1. Cantar de mio Cid , III, pp. 565 y 518, respectivamente. VUELTA AL TEXTO 2. Baer, The History of the Jews in Christian Spain, I, p. 80; Cantera, «!La judería de Burgos», p. 59. VUELTA AL TEXTO 3. Menéndez Pidal siguió, en la omisión del v. 97, el criterio de Bello y Lidforss. Smith retuvo en su edición el verso «!por legítimas razones artísticas» ( Cantar de mio Cid, p. 142). También lo retuvo I. Michael por la siguiente razón: «!La repetición intensifica el efecto de urgencia de la misión de Martín Antolínez» ( Poema de mio Cid , p. 85). En realidad había que retenerlo sencillamente porque estaba en el original; tanto dominaba la opinión de Menéndez Pidal, que los editores que hubieron de escoger entre la lectura de éste y la del manuscrito, se creyeron obligados a aducir excusas de estilo. Ahora bien, la repetición no obedecía a razones estilísticas; la primera búsqueda tuvo lugar en las zonas periféricas de la villa-castillo, en el so-castiello , si se quiere; la segunda, tras pasar por Burgos, en el catiello propiamente dicho (cf. n. 8, más abajo). En mi propia edición del Cantar , hice notar cómo Menéndez Pidal, que había hablado de dos poetas como autores del Cantar , se constituyó en su tercer autor; pruebas, los 40 versos sobrados que añadió en su edición crítica, con más de 20 hemistiquios, la sustitución de un sin número de vocablos individuales por otros que creyó más apropiados, y el cambio de orden de muchos de los versos ( Cantar de mio Cid , pp. XLIII-XLIV). VUELTA AL TEXTO 4. Sobre estos particulares de la primitiva historia de Castilla, referimos al lector a Pérez de Urbel, Historia del Condado de Castilla , I, pp. 225 ss. Historia de España , bajo la dirección de Menéndez Pidal, IV, pp. 210 ss. N. González, Burgos, la ciudad marginal de Castilla, pp. 82 y 83. También Oliver Copons, El Castillo de Burgos , pp. 190-91. Sánchez Albornoz, Viejos y nuevos documentos sobre las instituciones medievales epañolas , II, p. 611. Gautier Dalché, Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media, p. 28. La cita latina procede de la Crónica Najarense , II, n. 47. Aunque no existe conformidad en las Crónicas con relación a la fecha de la fundación de Burgos, el año 884 parece la más aceptable. VUELTA AL TEXTO 5. Historia de la ciudad de Burgos, p. 12, citado en N. González, Burgos, la ciudad marginal de Castilla, p. 84, quien nos dice más adelante: «!se levanta el Castillo que defiende a la ciudad en las guerras y es palacio real y corte de la nobleza en tiempos de paz» (p. 109). VUELTA AL TEXTO 6. San Isidoro, Etimologías , IX, cap. III. Sidonio Apolinar, Carmina, XXV, 27. E. De Garibay y Zamalloz, Compendio historial de las crónicas y universal historia, II, L. 1, p. 428 (citados en N. González, Burgos, la ciudad marginal de Castilla, p. 58). VUELTA AL TEXTO 7. Información y citas procedentes de Oliver Copons, El Castillo de Burgos , p. 190. VUELTA AL TEXTO 8. Burgos, la ciudad marginal de Castilla, p. 122; continúa diciendo el historiador que «!los barrios periféricos de Santa Clara, Vega, el Morco, San Pedro de la Fuente con una buena parte de Santa Agueda y Huelgas, eran la residencia de labradores y hortelanos que surtían a la ciudad». Más adelante añadía: «!Desde la Fortalez , descendemos por una cuesta hoy despoblada pero que en la alta Edad Media estaba cubierta con las calles más codiciadas. En el castillo se hospedaban con frecuencia los reyes, y junto a ellos, la mejor nobleza de Castilla y los gremios poderosos edificaron sus palacios e Iglesias» (p. 127 izda.). Contrástese la majestuosa fisonomía urbana del castillo y la nobleza de su ciudadanía, según N. González, con las pretensiones de Salvador Miguel: «!Martín Antolínez corre a buscarlos [a Rachel y Vidas] sin tardanza a la zona del castillo: passó por Burgos, al castiello entrava (v. 98). Ahora bien, allí como cualquier burgalés de la época sabía, habitaba un grupo específico de personas: los judíos, «!para concluir: mencionar el castiello equivalía a nombrar la aljama; es decir, el lugar habitado por los judíos» («!El episodio de Rachel y Vidas», pp. 193-94 y 195). VUELTA AL TEXTO 9. Citado en García Sáinz de Baranda, La ciudad de Burgos , I, pp. 195-96. Véase n. 16, más abajo. VUELTA AL TEXTO 10. Sánchez Albornoz, «!Los judíos en el reino astur-leonés», p. 435. Puede también consultarse el excelente estudio de García Gallo, «!El Concilio de Goyanza». VUELTA AL TEXTO 11. La Peninsule ibérique au moyen âge daprés la Kitab AR-Rawd AL-MITAR, pp. 55-56. Gautier Dalché se basaba en este documento al localizar los bazares y establecimientos comerciales en Burgos: «!Estaban a los dos ladors de la vía pública , es decir, del camino de Compostela, que era paralelo al Arlanzón y rodeaba el cerro donde se apiñaba la ciudad primitiva en torno al castillo» ( Historia urbana de León y Castilla en la Edad media , p. 79). Véase la conclusión a que había llegado Cantera, a base de una errónea interpretación del texto árabe: «!La judería inmediata al castillo de Burgos gozaba de venerable tradición de antigüedad. Ya en el siglo XI el escritor musulmán Ibn Abd al-Munim al-Himyari nos describe Burgos como una gran urbe VUELTA AL TEXTO 12. Geogragia de España , ed. Ubieto Arteta, p. 145. La traducción es la de E. Saavedra, publicada por vez primera en el Boletin de la Real Sociedad Geográfica , 27 (1889), 166-181. El Idrisí terminó la primera redacción de su obra en 1154. VUELTA AL TEXTO 13. Historia Compostelana , trad. Manuel Suárez, p. 155. Véase el comentario de Cantera y compárese con el del mismo en la nota 4, más arriba: «!Este pasaje, a nuestro juicio, alude sólo a la porción de Burgos colocada en la falda del monte, o sea al castillo y su región inmediata, cuya parte inferior habitaban desde mucho antes los judíos (como lo prueba el episodio del Poema del Cid )» («!La judería de Burgos», p. 59). Se ve claro que el hipotético judaísmo de Rachel y Vidas, con el paso del tiempo, se empleó como premisa para la reconstrucción de la historia del urbanismo de Burgos. VUELTA AL TEXTO 14. En el Becerro del Monasterio de San Juan, p. 60, leemos: «!Suburbio es vecindad inmediata a la ciudad y debajo de ella y es cierto que estando la mayor parte en la Cuesta de San Esteban » (citado en N. González, Burgos, la ciudad marginal de Castilla , p. 87). VUELTA AL TEXTO 15. Puede verse cómo J. Rodríguez Fernández, en Las juderías de la provincia de León , p. 64, emplea la denominación «!Castro o Castillo de los judíos». En castellano la mejor traducción de castrum judeorum sería aljama que, procedente del árabe, significa asamblea, congregación, grupo. No podría asegurarlo con plena certeza, pero siempre que he visto castellum , se empleaba para designar el castiello propiamente dicho. Sobre las características de las mencionadas juderías en otras ciudades europeas nos habla Grayzel: «!In Speyer and in Worms there is evidence of the existente of a Jewish quarter surrounded by a wall and having gates, as early as the eleventh century - in Strassburg there was a similar quarter in 1240 In Rome, too, as in many other cities the Jews occupied a separate district So the Jews of Paris befote 1182 as well as alter 1198» ( The Church and the Jews in the Thirteenth Century , pp. 59-60; el autor ofrece las debidas referencias bibliográficas). VUELTA AL TEXTO 16. «!Morería y judería», passim . Cantera, en quien después se basaron muchos de los críticos literarios, se basó a su vez en este artículo de López Mata, a deducir de lo que añadía: «!Moraban, pues, en la judería burgalesa superior o de Arriba, subiendo al Castillo, en la parte que comprendía la iglesia de Santa María la Blanca y la calle de Armas» («!La judería de Burgos», pp. 101-102). También N. González se hace eco de las conclusiones de López Mata, pero sin especificar la época en que su división era vigente ( Burgos, la ciudad marginal de Castilla , p. 117). El comentario más tendencioso a las conclusiones de López Mata es el de Salvador Miguel, quien, sin escrúpulos de época, las hace valederas para la del Cantar : «!En cuanto a Burgos, concretando más las referencias antiguas, conocemos hoy, por el minucioso estudio de T. López Mata, la existencia de dos juderías en torno al Castillo: la Superior o de Arriba y la judería inferior» («!El episodio de Rachel y Vidas», p. 195). Como he señalado. López Mata debía desconocer los documentos árabes y el de la Historia Compostelana; Salvador Miguel no se ha preocupado de comprobar las fechas aportadas por López Mata, que no van más allá del siglo XV, época en que las características urbanas de Burgos habían cambiado, obviamente, muchísimo. El cambio urbano del desplazamiento de la nobleza, con el abandono de los viejos palacios, es también un fenómeno de dimensiones europeas. Dice Duby: «!After c. 1150 many changes can be seen in the nature of the old castra , the fortifications sheltering princely palaces and cathedrals. They were gradually emptied of their military inhabitants. The warriors retinues disbanded and the knights went off to settle down in country estates » ( The Early Growth of the European Economy , p. 265). Evidentemente, el mismo fenómeno debió ocurrir en Burgos, cuando en el siglo XV vemos una judería, la «!de Arriba», muy próxima a la fortaleza, lindando con Santa María, antigua residencia de la nobleza e infanzones. VUELTA AL TEXTO 17. Crónica de Pedro I, I. P. 540 (citado en N. González, Burgos, la ciudad marginal de Castilla , p. 87). 18. Cantar de Fernán González, 146 a , en el elogio a España. Siempre me intrigó un verso del Cantar , cuando el autor, tras decir que el Cid, habiendo salido de Burgos, posó en la glera y se vio en ella rodeado de todos sus hombres, comenta: allí posó mio Çid como si fuese en montaña (61). VUELTA AL TEXTO 19. Burgos, la ciudad marginal de Castilla, p. 86. El autor se extiende en sus comentarios sobre el crecimiento de la ciudad, allí mismo y passim. VUELTA AL TEXTO 20. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, II, p. 183. VUELTA AL TEXTO 21. Una ciudad hispano-cristiana hace un milenio, p. 29. VUELTA AL TEXTO 22. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela , I, p. 475. Mayor autoridad, mayor abundancia y colorido ofrece la enumeración y descripción del Codez Calixtinus (I, XVII; pp. 148-49), sobre la procedencia de los innumerables peregrinos. La enumeración especifica unos setenta y cinco grupos gentilicios. VUELTA AL TEXTO 23. Muñoz y Romero, Colección de fueros municipales y cartas-pueblas , I, p. 266 (citado en N. González, Burgos, la ciudad marginal de Castilla , p. 115; cf. también p. 124). Las Partidas hacen saber que los romeros son merecedores de la mayor hospitalidad: «!los omes que salen de su tierra con buena voluntad para servir a Dios, que los otros los reciban en la suya e se guarden de fazerles mal» (1.2, tít. 26, p. 1). VUELTA AL TEXTO 24. Burgos, la ciudad marginal de Castilla, p. 108. En este trabajo es mi intención demostrar con la aportación de documentos de historiadores de muchas nacionalidades hasta qué punto fue realidad ese europeísmo de Burgos —que parecía entusiasmar a N. González— en lo urbanístico, en lo social, en lo económico y en lo intelectual, en lo jurídico y en lo literario. VUELTA AL TEXTO 25. Oliver Copons, El Castillo de Burgos , pp. 45 y 193. VUELTA AL TEXTO 26. Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media, pp. 34 y 41, respectivamente. VUELTA AL TEXTO 27. Una ciudad hispano-cristiana hace un milenio, pp. 121-22. VUELTA AL TEXTO 28. Partidas , I. 29, tít. 9, p. 2. VUELTA AL TEXTO 29. Cantar de mio Cid, II, p. 783. Dándole a palaçio, en nuestro pasaje, la acepción de sala de una casa particular, cometía don Ramón un manifiesto anacronismo, pues en su apoyo no aduce otro documento que el del diccionario de Covarrubias: «!en las casas particulares llaman palacio una sala que es común y pública, y en ella no ay cama ni otra cosa que embarace; este es término que se usa en el reyno de Toledo». Es decir, que además de anacrónico, se trataba de un regionalismo de Toledo. Con respetuosa cautela, Sánchez Albornoz hacía notar a Menéndez Pidal que el significado por éste pretendido procedía de «!fuentes tardías» (en Una ciudad hispano-cristiana hace un milenio , p. 122). VUELTA AL TEXTO 30. Primera crónica general, p. 615 b (citado en Menéndez Pidal, Cantar de mio Cid, II, p. 738). VUELTA AL TEXTO 31. Burgos, la ciudad marginal de Castilla , p. 118. Para mí que N. González ha hecho aquí una contaminación de documentos; quizá, dejándose llevar de los críticos literarios, tan unánimes, le había pasado desapercibido que lo que el Cantar dice es que estaban en el castiello , precisamente allí donde el mismo historiador nos había situado a la nobleza; también aparece confundido en este asunto de juderías alta y baja Gautier Dalché ( Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media , p. 304). VUELTA AL TEXTO 32. Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media, p. 79. VUELTA AL TEXTO 33. Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media, p. 403. VUELTA AL TEXTO 34. Burgos, la ciudad marginal de Castilla, pp. 119-20; nos refiere una interesante anécdota del conde Sancho García, y trae a colación la polémica suscitada con motivo de la interpretación del Cid como hombre fronterizo entre la cultura castellana y musulmana, con motivo del artículo de J. Camón Aznar, «! El Cid, personaje mozárabe ». Déjeseme comentar que si hemos de ver en el Cid un hombre fronterizo, lo es entre la cultura castellana y la de los francos, si esto tiene alguna validez. VUELTA AL TEXTO 35. Sucedía esto en el año 1099, recogida la anécdota por B. Hamilton, en «!Rebuilding Zion: the Holy Places of Jerusalem in the Twelfth Century», Renaissance and Renewal in Christian History , ed. D. Baker (Oxford, 1977), p. 105 (referencia bibliográfica a Raymond of Aguilers, Historia Francorum qui ceperunt Iherusalem, RHC Occ 3 p 300). VUELTA AL TEXTO 36. Burgos, la ciudad marginal de Castilla , pp. 121 y 122; cf. p. 120 sobre los maestros Mahomat y Enrique. De ninguna manera pretendo sugerir que no hubiera judíos en Burgos en el siglo XII. Recuerdo lo que nos dicen los documentos árabes y la Historia compostelana. Según quiere Baer, en Burgos había como unas 150 familias (recoge el informe Suárez Fernández, Judíos españoles en la Edad Media , p. 98). También hemos de conceder que los judíos desempeñaban un papel de importancia en la defensa de las ciudades, de los castillos. Precisamente la situación de la judería —me refiero concretamente a la de Burgos— en la zona baja respondía a una finalidad estratégica de defensa del cerro. Los barrios inferiores eran como un cinturón de seguridad contra la invasión sarracena, que había de atravesarlos antes de subir a la fortaleza. Mientras que nos faltan noticias sobre la participación judía en la guerra ofensiva, las tenemos que nos los sitúan en la de defensa, que incluía la propia. Así, en la Crónica de Alfonso VII los vemos al lado de los cristianos en la defensa del castillo de Burgos: «!castellum a judaeis et christianis expugnatum est» (Flórez, España Sagrada , XXI, p. 323). Menéndez Pidal, que cita y comenta el texto, quiere concluir de él que los judios vivían los cristianos? Lo que indica es que existía cierto ambiente de cooperación entre todos, como veremos a continuación. VUELTA AL TEXTO 37. I. Epstein, Studies in the Communal Life of the Jews of Spain , 1.a Parte, p. 1 y 2.a Parte, p. 1. El lector interesado en el asunto, puede consultar las siguientes referencias: I. Abrahams, Jewish Life in the Middle Ages, pp. 305 ss. E. D. Swift, James the First of Aragon , p. 247. G. B. Depping, Les Juifs en France, en Italie, et Espagne, p. 362. E. H. Lindo, History of the Jews in Spain an Portugal , pp. 117 ss. Creo que era muy significativo en Castilla que García Fernández estableciera que la multa por el asesinato de un judío fuera igual que por el de un cristiano, normativa que siguen otros reyes castellanos (cf. Baron, A Social and Religious History of the Jews, IV, pp. 35 y 250-51, con referencias bibliográficas). Sobre la protección a los judíos con Alfonso VI, cf. Sánchez Albornoz en Viejos y nuevos estudios sobre las instituciones españolas, I, pp. 389, 393. VUELTA AL TEXTO 38. Heer, The Medieval World. Europe 1100-1350, p. 117. VUELTA AL TEXTO 39. El historiador y el crítico literario, particularmente al tratar temas judaicos, debe estar sobre aviso y ponderar las sabias palabras de Simone Luzzatto, en la primera mitad del siglo XVII: «!Los errores y las falacias son los satélites habituales de las generalizaciones; la verdad es la compañera inseparable y el fruto de los detalles y las distinciones» ( Discorso circa il stato degli hebrei, Venice, 1638, p. 28 a; citado por Poliakov, Jewish Bankers and the Holy See , p. 199; la traducción castellana es mía). VUELTA AL TEXTO 40. Burgos, la ciudad marginal de Castilla , p. 117. VUELTA AL TEXTO |