Del filosemitismo al antisemitismo en Mio Cid


¿Do sodes Rachel y Vidas, los mios amigos caros? (103)

El episodio de las arcas de arena es, sin duda, uno de los más interesantes e inolvidables del Cantar de Mio Cid . Habrá lectores que con el tiempo se hayan olvidado de los nombres de los personajes que con el Cid intervienen en la acción, pero estoy seguro que en el recuerdo de todos habrá quedado bien grabado que se trataba de unos usureros judíos. Para muchísimos el hebraísmo de la pareja Rachel y Vidas será mucho más obvio que su amistad con Martín Antolínez y, sin embargo, en el Cantar no se menciona por ninguna parte, ni una sola vez, que fueran judíos y, sí muy expresamente, que eran "amigos caros" del emisario del Cid. 

Influenciados por los perjuicios antisemitistas, los comentaristas, naturalmente, han sentido cierta repugnancia entre el hebraísmo de los personajes y la cara amistad, decidiéndose a tomar el supuesto judaísmo por verdad, y la expresa amistad por ironía. Es uso singular del autor del Cantar el caracterizar étnica y religiosamente a los personajes, que son castellanos, leoneses, galicianos, francos; moros o cristianos; de Vivar, de Aragón, de Navarra, de Marruecos, de Oriente; etc. Ninguno de ellos es judío. Sobre la condición social de Rachel y Vidas se nos da a entender que eran empeñeros: 
Por Rachel y Vidas vayádesme privado: 
quando en Burgos me vedaron compra y el Rey me ha airado 
no puedo traer el haber, ca mucho es pesado, 
empeñar selo he por lo que fuere guisado (89-92). 27 
Como tales, hacían préstamos sobre bienes muebles: 
                               si no, serían ventadas, 
el Campeador dexar las ha en vuestra mano, 
y prestadle de haber lo que sea guisado (116- 18). 
Se nos hace saber, también, que eran muy expertos en asuntos del mercado: 
sino primero prendiendo. Y después dando (139-40) 
Los dos mercaderes son localizados en el "castiello", tratando de negocios: 
por Rachel y Vidas apriessa demandaba, 
Rachel y Vidas en uno estaban amos, 
en cuenta de sus haberes, de los que habían ganados (98-101). 
Hay una frase en el texto, repetida dos veces, que implica necesariamente que el autor, al crear a Rachel y Vidas, no los creó hebreos. Dos veces les amonesta Martín Antolínez que no le descubran las arcas a moros ni a cristianos:
que no me descubrades a moros ni a cristianos (107), 
que no lo sepan moros ni cristianos (145).

¿Es que a los judíos, sus correligionarios, les era permitido descubrírselo? La expresión moros y cristianos, de inclusión universal en los otros muchos ejemplos, dejaría de serlo en estos dos, lo que es inadmisible. (1) Rachel y Vidas quedaban perfectamente caracterizados como los empeñeros, los mercaderes del "castiello" y, sobre todo, los amigos caros .

En cuanto al hebraísmo, la posición del autor es evidentemente asemítica. Asemítica fue asimismo la interpretación de los primeros comentaristas del episodio de las arcas, los prosificadores de la Primera Crónica General , un siglo después del Cantar. Muy en consonancia con el original, a Rachel y Vidas se les caracterizaba repetidamente como mercaderos: 

Et pues que el Çid ouo comido, apartosse con Martín Antolínez et dixol como non tenie de que guisasse su companna, et que querie mandar fazer con su conseio dos arcas cubiertas de guadamecí et pregarlas et guarnirlas muy bien et enchirlas de arena; et aun dixol: "leuarmelas edes uos a dos mercaderos que a aquí en Burgos, que son muy ricos; all uno dizen Rachel et all otro Bipdas et dezirles edes que yaze en elias muy grand auer en oro et en piedras preciosas, et que gelas quiero empennar por alguna poca cosa, que non quiero leuar comigo agora tan grand auer como esto, et que las quitare al mas tarde fasta un anno, et demas darles e de ganancia quanto ellos quisieren; et si al cabo del anno non ge las quitar, que las abran et que se entreguen de su auer, et lo al que 10 guarden fasta que yo enuie por ello. Et bien sabe Dios que esto que lo fago yo amidos; mas si Dios me diere conseio, yo gelo emendare et gelo pechare todo (2)  
  Luego, el prosificador pone en boca de Rachel y Vidas una expresión que nos indica claramente que estaba lejos de su imaginación el judaísmo de los personajes, cuando dice que le desean éstos al Cid 
quel diesse Dios vida et salut con que ensanchasse en cristianismo, ca ellos por pagados se tenien del. (3)  
  Así se expresan los textos. Si lo que nos interesa saber de verdad es cómo pensaban el poeta de Burgos, su público y los primeros comentaristas, ahí están sus palabras. En ellas se implica claramente el cristianismo de los mercaderes. Habían transcurrido ya muchos años desde la composición del Cantar , cuando en la primera mitad del siglo XIV, en la Crónica de Castilla , surge la denominación de judíos para Rachel y Vidas: 
Et estos eran judíos muy rricos con quel [el Cid] solia faser sus manlievas. (4)  
  No sólo eran judíos, sino socios del Cid, a quien servían en la recaudación de tributos --manlievas--,  dos elementos de caracterización completamente nuevos. En la Crónica Particular , muy endeudada con la de Castilla , se añadía que los dos judíos  se
fiavan mucho en el Campeador, porque nunca fallaron mentira en él por cosa que ellos huuiessen de dar y tomar con el.(5)  
Está claro que los prosificadores se esforzaban por acentuar la riqueza de los judíos, su asociación a las empresas del Cid y la mutua confianza que entre ellos reinaba. En ningún momento dan a entender los comentaristas que el Cid tratara de engañar a los judíos --nunca fallaron mentira en él-- deteniéndose a narrar, aunque el Cantar lo omita, cómo el Campeador les pagó. En ningún momento se da a entender que los judíos fueran merecedores de la estafa. La intención de los prosificadores no nos es difícil de conjeturar, una vez que los textos son tan claros. Estos no llevan otros fines que los de presentar a la consideración de los lectores de su época a los judíos en el papel de amigos del Cid, sus socios en la recaudación de impuestos, y aportando con su préstamo un granito de arena a la labor de la Reconquista. 

En el siglo XIV, cuando la Reconquista se sentía más próxima a su triunfo total, algún prosificador judío aprovechó la ocasión para congraciar a los de su religión con la pujante comunidad cristiana; parece más lógica la atribución del comentario a un prosificador judío, que a uno cristiano, pues con él se favorecían los hebreos. De cualquier manera, aquí también la religión del prosificador es una conjetura, la finalidad del comentario de favorecer a los judíos es una verdad. Rachel y Vidas, para los prosificadores, no eran unas víctimas propiciatorias, sino todo lo contrario: unidos al Cid en su desamparo y sacándole del apuro con sus riquezas, redimían en la mente popular a aquellos otros judíos que se creyeron haber cooperado con los primeros invasores ismaelitas. 

El hebraísmo de Rachel y Vidas fue una invención del prosificador, que respondía a los deseos y a la conciencia socio-político-religiosa de su propia época; conciencia que, aunque la sigamos llamando medieval, distaba mucho del complejo socio-político-religioso del siglo XII. Todos sabemos que los prosificadores de las Crónicas no trataban de interpretar críticamente la mente del poeta de Burgos; ellos se dirigían a su propio público, en su propio ambiente, con su problemática particular; público al que querían, a su vez, instruir, persuadir y mover. 

Para el lector de las Crónicas del siglo XIV, Rachel y Vidas eran judíos ricos, pero judíos amables, tanto como los "amigos caros" del original. Quiero decir que el elemento del hebraísmo se alumbró identificado con el sentimiento de filosemitismo. Tan fuerte fue el poder persuasivo de la Crónica de Castilla y la Particular , que el Romancero, caudal de la conciencia popular, se hizo pregonero entusiasmado del sentimiento filosemita. La finalidad del comentario del prosificador se logró con plenitud, al menos literariamente. 

El Romancero propagó la designación de judíos para Rachel y Vidas, con tono y sentimiento de auténtico filosemitismo. En uno de los romances se celebra la amistad:

                  A dos judíos convida 
                  y sentados a la mesa 
                  con amigables caricias
                  mil florines les pidiera. 

En otro romance se acentúa la honradez de los judíos y el cumplimiento de la promesa que el Campeador les hiciera: 

 
A los honrados judíos Rachel y Vidas 
llevá doscientos marcos de oro, 
tantos de plata, y non más, 
que me endonaron prestados, 
cuando me partí a lidiar, 
sobre los cofres de arena, 
debajo de mi verdad (6)  
 
Han hablado los documentos. En su interpretación multisecular no se barrunta el menor asomo de antisemitismo. En las leyendas del Siglo de Oro se daba el nombre de Raquel a una amante judía del Rey Alfonso VIII; así la llama Lope de Vega, en 1609, en su Jerusalén conquistada , y en 1650, Luis de Ulloa y Pereira escribió el poema La Raquel , celebrando aquellos amores. (7)   En 1719, don Francisco de Bardanza, en sus Antigüedades de España , mantenía el judaísmo de Rachel y Vidas, pero excluyó de su narración el elemento del engaño por parte del Cid, al decir que las arcas que éste empeñó, contenían oro, plata y piedras preciosas: 
Trató el Cid disponer su viaje, y encargó a Martín Antolínez su sobrino pasasse a estar con Rachel, y Vidas, judíos tratantes en Burgos, para que a ganancia le acomodassen una suma de dinero; y que para su resguardo les dexaría dos cofres, en que tenían diferentes alhajas de oro, plata y piedras preciosas, que había cogido a los moros. Los judíos considerando que la ganancia era segura, le dieron trescientos marcos de oro, y otros tantos de plata, y por el seguro se quedaron con los cofres, que hoy día se conservan, el uno en la iglesia de Santa Agueda de Burgos, y el otro en nuestra Iglesia de Cardeña. (8)  
Con anterioridad al siglo XIX podemos decir que no hay sospecha de antisemitismo entre los comentaristas del episodio de las arcas. A mediados del XIX, Amador de los Ríos, historiador de los judíos en España, participa del sentimiento de los romances, a la vez que incorpora el concepto de usureros. (9)  Sismondi, por la misma época, sostenía que el Cid había pagado debidamente a sus acreedores. Fue en los años de la segunda mitad del XIX cuando se incubó la idea del antisemitismo. Al Norte de los Pirineos, Dozy se encargó de descubrir la faz perjura del Cid histórico. (10)  en el hemisferio occidental, Andrés Bello, que en Inglaterra había leído las Crónicas medievales y sin duda había aprendido mucho sobre la historia de los judíos, relacionó el episodio de las arcas con el odio hacia los hebreos: 
Esta historieta de las arcas de arena fue inventada sin duda para ridiculizar a los judíos, clase entonces mui rica, poderosa y odiada. Se creía que era meritorio hacerles todo el mal posible. ...Se miraba como cosa lícita defraudar a los judíos. (11) 
Con el perjuro Cid de un lado, y los odiados judíos del otro, no se hizo esperar el cambio de rumbo de la crítica miocidiana. Esta, aceptando sin reservas el judaísmo de Rachel y Vidas, se avezaría en la polémica sobre la honradez o inmoralidad del Cid, sobre si acusarle o no de antisemitismo, incluso sobre si los judíos se merecieron bien merecida la estafa, o si la estafa a los judíos era una marca de heroísmo. El antisemitismo era una seria acusación, pero resultaba muy atractiva. Ahora ya podían los críticos, muchos de ellos con vocación de novelistas, prescindir del texto del Cantar y ensayarse en la historia de la inveterada enemistad entre cristianos y judíos. La polémica sobre el antisemitismo se revestía de sustancia, dejaba de ser meramente literaria, semántica, bizantina, para lanzar a la palestra las modernas pesadillas del subconsciente étnico colectivo, la del complejo de culpabilidad que afecta por igual al ofensor y a la víctima, ambos a la zaga de algún tipo de catarsis. 

Que el tema resulte interesante, atractivo, deseable, si se quiere, en el Cantar , ni que dudar tiene; basta ojear el derroche de ingeniosidad de los comentarios. Ello no quiere decir que sea justo o auténtico. En realidad, no puede considerarse más auténtico el moderno sambenito del antisemitismo, que el viejo requiebro del filosemitismo. Aunque este último era, sí, más caritativo y edificante. Tanto el uno como el otro iban encaminados a persuadir al lector, a darle a rumiar el alimento que el comentarista con más placer saboreaba. De su desear no se seguía el ser. 

Quien considere mi opinión excéntrica y heterodoxa por querer remontarme al sentir del siglo XII, menospreciando los tres cuartos de siglo de crítica miocidiana, que piense en la excentricidad y heterodoxia de la innovación de Andrés Bello y Bardana, que contradecían el sentir de setecientos cincuenta años. Era innovador el concepto del ridículo, como lo era el concepto de judíos como clase poderosa, que daba pie al de odiada; y es completamente erróneo el que fuera meritorio, en la época del Cantar , hacerles a los judíos todo el mal posible, y lícito, defraudarles. R. Menéndez Padal juzgó inaceptable el antisemitismo recién nacido: 

No creo que deba mirarse este episodio como una manifestación del antisemitismo medieval, según hacen Bello y Bardana. (12)  
La declaración del gran filólogo fue sorprendentemente tímida. En el fondo, aceptaba las bases de Bello y Bardana. En sus comentarios defendió, sin ningún género de duda, el hebraísmo de la pareja. Lo dije más arriba: el término judío va acompañado en nuestra cultura europea de tantas implicaciones y oscuros impulsos, que uno no puede pronunciarlo y permanecer indiferente. Los prosificadores que lo inventaron para Rachel y Vidas, lo hicieron con un palpable fin filosemitista; Bello y Bardana, al reafirmarlo, inventaron un propósito antisemitista. Menéndez Pidal mantuvo el judaísmo y quiso permanecer indiferente, lo cual le llevó a la contradicción: al tiempo que consideró el préstamo de 600 marcos "pequeño", creyó que los judíos quedaron arruinados "desfechos". ¿Cómo pudo el Cid arruinar a unos judíos y ser absuelto de antisemitismo? Estoy seguro que de no haber mantenido don Ramón el hebraísmo de Rachel y Vidas, el antisemitismo, recién concebido, hubiera nacido muerto. 

Irónicamente Menéndez Pidal abastecería a los antisemitistas que le sucedieron de los más preciados pertrechos. Volveremos a ello, en detalles, más adelante. Ni Menéndez Padal ni ningún otro comentarista posterior ha puesto en tela de juicio las bases en que se apoyaba el antisemitismo de Bello. ¿Eran judíos Rachel y Vidas? De serlo, ¿eran los judíos tan ricos, tan poderosos y tan odiados en Burgos, en Castilla, en Europa, como Bello pretendía? A estas preguntas trataremos de encontrarles respuestas adecuadas, con base en la documentación que sobre estos lugares poseemos. 

Volvamos a la evolución de la crítica. En lo que va de siglo, la generalización de Bello se aceptó sin reparos, y el antisemitismo se constituyó en ortodoxia. Tanto la naturaleza hebrea de Rachel y Vidas, como el carácter burlesco del ardid, son defendidos por todos los comentaristas miocidianos, tanto por los que abogan por el antisemitismo, como por los que se retraen de aceptarlo; tanto por los que recriminan al Cid por su acción, como por los que piensan que los judíos se lo tenían bien merecido; tanto por los comentaristas judíos, como por los que éstos llaman gentiles; tanto por los críticos españoles, como por los extranjeros. Si hacemos una exposición con los comentarios de los críticos del siglo XX, nos encontraremos con una abigarrada galería de caprichos a la goyesca, que cubren desde el chiste o la picardía inofensivos, hasta el contorsionado caricaturismo, pasando por el rito catártico. 

Por todas partes se lee sobre el humorismo del pasaje; los comentaristas extraen el episodio de su contexto, se olvidan del Cid; un Cid que no estaba para bromas, que ya no podía más, y que lo que hacía, lo hacía contra su voluntad ¿Es eso chistoso? Los críticos no se ponen de acuerdo sobre qué rasgos constituyen el humorismo del pasaje; cada cual, pues, hace su propia caricatura. Si hay cierta comicidad, es ésta de alta calidad estética, que mueve más a lástima que a risa, al mostrar "al héroe sometido a la dura ley de la necesidad prosaica", como decía Menéndez y Pelayo. (13)  

Entre los críticos amables se sitúa Dámaso Alonso que, con su pluma singular, nos pinta el episodio como un 

admirable trozo, tan lleno de rincones, de malicia, de agudeza psicológica, de movimiento, de idas y venidas, de personajes, de apartes, con ritmo y gracia de 'ballet'. 
Especialmente le cautivaba al crítico poeta el tejemaneje de Martín Antolínez: 
En sus ojos brilla la malicia y en su boca rebullen las chanzas. (14)  
Bella y cariñosa exposición, que nos enseña a leer y a apreciar; le falta haber ahondado en los problemas de conciencia de Martín Antolínez, cuyas chanzas sólo querían disimular y paliar sus zozobras. Y es que ni la crítica amable, ni la cáustica, ha sido formulada sobre la base de una creencia y un convencimiento de que el Cid se encontrara sumido en un verdadero valle de lágrimas, en la máxima indigencia. No estaba de ello convencido Bowra, quien sin el menor disimulo propuso que la función del episodio de las arcas era de alivio cómico, pues el Cid pudo fácilmente salir para el destierro sin dinero. (15)   

¡Qué sería de la literatura toda, si nos propusiéramos buscarles alternativas cínicas a los héroes, santos y amantes! Con el Catar de Mio Cid se está intentando todo. El bondadoso tratamiento de Dámaso Alonso debió causar a Spitzer no dulce desasosiego; el ballet que el comentarista español corografió con tanta jovialidad y estilo, se convirtió bajo la dirección del alemán en pantomima grotesca y metálica: 

los judíos no son caracteres, sino fantoches caricaturescos que bailan mecánicamente el ballet de don Dinero. (16)  
¡Qué lejos nos ha situado el comentarista del siglo XX de la cara amistad del Cantar y el Romancero ! Producto de otra sensibilidad, otros gustos o disgustos, otro público a quien complacer. No muy cerca de la amistad nos situaba E. García Gómez, quien no veía extraño que el Cid, "en un apuro y a la fuerza, explotara, como sus colegas beduinos, a unos miserables sedentarios "de bárbaro linaje" (17) . Américo Castro no eximía de responsabilidad al Cid cuando de él decía: "engaña como un estafador profesional a los judíos que confían en su palabra honrada." (18)  

Sigamos en nuestra galería de caprichos. Los de J. Casalduero presentan un nuevo cariz. Los judíos no son ya en el siglo XX los hombres honrados del Romancero, son los engañadores engañados, y muchas más cosas: 

La astuta avidez de los usureros, su deseo de engañar, ciega a Raquel y Vidas. Están prontos a creer todo lo malo del hombre; por eso la astucia de guerrero del Cid sabe cómo ha de acercarse a ellos. No basta con construir dos arcas pesadas y grandes; es necesario recordar la acusación calumniosa. Es esa acusación la que hace caer en la trampa a los dos usureros; ellos, tan acostumbrados a engañar, son engañados; su astucia torcida y de mala fe resalta sobre la astucia de buena calidad del Cid. Por eso nunca serán pagados... No, no hay olvido por parte del juglar; lo que sucede es que ni moral ni estéticamente debían ser pagados... Si el Cid no paga a Rachel y Vidas no es por avaricia o mezquindad, es porque no quiere; no devuelve el dinero para dar una lección moral a estos dos hombres viles que han creído que el Cid podía haberse quedado con las parias. (19)  
Es indudable que el episodio, en los caprichos de los comentaristas modernos, es para partirse de risa. Indudable, asimismo, es que entre los personajes del Cantar y los antiguos lectores, no se ve a ninguno riéndose. ¿Qué chiste era ese que había de esperar 750 años para hacer reír? Muy interesante e, igualmente, "ben trovato", es el ensayito de R. Barbera, para quien el ridículo de los judíos era como un rito de purificación, de catarsis. Como otros comentaristas del episodio, traspasa sus emociones propias al público del siglo XII, sin haber podido documentar hechos que llevaran a creer que aquel público estuviera ansioso de sacrificar al pharmacos en aras de la representación dramática. (20)  

Todas estas interpretaciones son sumamente ingeniosas y meritorias, pero más que como ensayos críticos de búsqueda de la verdad del poeta de Burgos, de su héroe y de su público, como recreaciones o adaptaciones del episodio para un escenario y público de nuestros días. Es pura fantasía, y no poco descaro, imaginarse, sin documentación alguna, a un auditorio del siglo XII con las emociones y la sensibilidad del crítico posinquisitorial y posnazi. El crítico manipulador de términos y contexto se asemeja al general demagogo que trata de convencer a sus soldados de que Dios ha creado la mano para que se ajuste a las armas de fuego. El más destacado entre los antisemitistas de nuestros días es Colín Smith, que tanto tiempo y tanto estudio viene dedicando desde hace tiempo a esclarecer el valor artístico del Cantar . Algunos de sus estudios me dieron fuerza para orientar mi propia investigación hacia la esencialidad literaria de la obra. Es con respeto y aprecio que expreso mi desacuerdo con su posición antisemitista, planteada en su artículo "Did the Cid repay the Jews?". Trata mi estimado amigo de persuadir al lector de que bajo la apariencia jovial del episodio yace un fondo de cáustico antisemitismo. Para demostrarlo, nos presenta a Rachel y Vidas retirados y sumidos en la sórdida contemplación de su riqueza. (21)   Cuando hablan éstos con Martín Antolínez, gesticulan con los dedos y le amonestan duramente; para Smith, las relaciones distarían de ser las de los "amigos caros". (22)  

Con respecto al Cid, cuando éste dialoga con Rachel y Vidas, nota Smith afectado y jocoso cariño, si no un obvio cinismo que divertiría grandemente al público a costa de los judíos; el cinismo del Cid llegaba al colmo, cuando, al solicitar Rachel que le trajera de tierras de moros una piel bermeja, morisca y honrada (v. 176), le contesta aquél: "contadla sobre las arcas" (v. 181) (23)   En esa misma línea, cuando Minaya promete a la pareja de mercaderes "cosimente" (v. 1436), les promete, con mucha ironía, su merecido. (24)  

En ese escenario de antagonismo entre los cristianos y los judíos de Burgos, que el profesor Smith fabrica, su conclusión encaja adecuadamente: 

la habilidad del Cid en su engaño a los judíos era (en la mente del autor y de su público del siglo XII) justamente otra faceta de su talla de héroe (25)  
Tal antagonismo entre los grupos étnicos no es documentable en el Burgos del siglo XII; es más, como vamos a demostrar en este estudio bajo múltiples puntos de vista, los documentos tienden a probar que el Burgos de Mio Cid era una comunidad dinámica, entusiasmada y expansionista, donde los diversos grupos cooperaban entre sí. Hace bastantes años que hice yo la primera llamada a la atención de los críticos sobre la caracterización de Rachel y Vidas como de "amigos caros", sobre el carácter altamente jurídico del empeño, en contraposición a usura, y sobre la repugnancia del antisemitismo en la dinámica de la narración, en las exigencias del contexto, a la luz de la endocrítica. Un episodio cómico, a costa de los judíos, carecía de justificación en un escenario dominado por un Cid "fuertemientre llorando", y si respetamos el texto del original, la palabra del autor; el episodio era una pieza del engranaje de la acción total. Abogaba yo allí por un retorno al asemitismo del poeta de Burgos y del prosificador de la Primera Crónica General . En la temática y la dinámica estructural del Cantar era inadmisible el hebraísmo de Rachel y Vidas, como nota discordante que rompía la fijación de la mente y el corazón en un Cid sumido en la miseria. El análisis endocrítico reclamaba el retorno a la amistad, reclamaba el respeto a la palabra de los personajes, la palabra del autor.(26)  

Uno de los fenómenos más chocantes de cierta crítica miocidiana, la crítica que podríamos llamar de los "antis": los que creen en un Cid antirey, antinobles, antifrancos, antijudíos. Formulan éstos sus teorías a sabiendas de que no favorecen mucho al héroe que quiere ensalzar el protopoeta castellano. C. Smith hacía al poeta de Burgos, a su héroe y a su publico antisemitas, a sabiendas de que hoy nos es muy difícil aceptarlo con nuestras ideas modernas de moralidad y moderno sentido de culpabilidad con relación al antisemitismo. Recientemente G. West ha insistido en el carácter burlón y ofensivo del tratamiento del Cid a su prisionero el Conde de Barcelona, a sabiendas de que como caballero cristiano, la acción del Cid era insultante. 

Se preguntaba Solá Solé en su artículo sobre las arcas de arena: "¿qué necesidad tenía el poeta del Cantar de incluir un episodio que, por lo humorístico, rompe un tanto la seriedad del poema y, por lo indigno y reprobable de la acción, podía afectar negativamente la estatura del héroe cidiano, a pesar de los recursos y excusas que ofrece?". (27) La pregunta debiera ser: ¿qué necesidad tienen los críticos de caricaturizar? 

En la atmósfera recargada del antisemitismo de la crítica literaria se siente como brisa refrescante el juicio del historiador de los judíos españoles, Y. Baer: 

Algunos comentaristas modernos, tanto judíos como cristianos, han tratado en vano de explicar el prejuicio antijudaico de este representativo cantar, prejuicio revelado no sólo en el relato de los incidentes individuales, sino también en la adhesión del autor a la creencia popular en el judío más como comerciante engañoso que como leal aliado político, función esta última que sin duda ejerció en los círculos en que el Cid histórico se movía. Por otro lado no hay en todo el Cantar ni una sola palabra de fanatismo contra los judíos. (28)  
Que escuchen los críticos literarios, los filólogos,  y noten la lealtad del historiador a la palabra del texto. Implica claramente Baer que, aun concediendo que Rachel y Vidas fueran judíos, de acuerdo con la palabra del Cantar y los datos históricos encajaría mejor que una relación de antagonismo, una de amistad y colaboración (como interpretaban las Crónicas). Desde la perspectiva histórica, pues, el seguir defendiendo el antisemitismo es una marcha a contrapelo; el antisemitismo en el Burgos del Cantar que nos están descubriendo los historiadores, es un contrasentido. Otro historiador de los judíos, Solo Baron, ha declarado que el antisemitismo del episodio no responde a la verdadera estructura de clases de la judería española, ni la del siglo XII ni después. Concedía, no atreviéndose a contrariar a los críticos, que posiblemente el episodio respondiera a los gustos literarios y al folklore de la época. El historiador, bajo el lavado de cerebro de los críticos modernos, no debía saber que el antisemitismo no es más que una hipótesis urdida en el siglo XX, en respuesta a unos gustos literarios y un folklore de nuestros días. (29)  

El antisemitismo, desde el punto de vista histórico y documentable, es un contrasentido en un Burgos y una Castilla que se adherían a la política de mano tendida de Alfonso VIII. L. Suárez Fernández se extiende en el estudio de este tema y, entre otras cosas, dice: 

Este monarca castellano fue considerado como favorable a los judíos... Es evidente... que actuó en su Corte un elevado número de israelitas, los cuales pudieron canalizar una parte del poder del Rey en beneficio de su pueblo, (30)  
En Castilla era precisamente donde se estaba abonando el terreno, hasta hacerla refugio de los judíos perseguidos a su Sur y a su Norte: Al- Andalus, Inglaterra, Francia y Alemania. Castilla no llegó a inflamarse del fanatismo de algunos de los cruzados, los que fueron responsables de las primeras explosiones de persecución a los judíos en otros lugares de Europa, pocos años después del Cantar. Otro historiador, F. Leer, ha ensalzado a Castilla por la tolerancia que desplegaba en el siglo XII, cuyo paradigma encuentra él precisamente en el trato que el Cid del Cantar dispensa a los moros vencidos. (31)  

Y mientras tanto y a contrapelo, los críticos literarios del Cantar de Mio Cid , los hispanistas por antonomasia, siguen explicando en sus aulas lecciones que, además de no ser moralmente edificantes, son históricamente insostenibles. Con la ayuda de la endocrítica y de la historia, nos hemos puesto en la vereda del retorno a la verdad del original, la verdad de los "amigos caros." Esperemos que la Babel de los "antis" esté al borde de su derrumbamiento total. La crítica de los "antis" tiene a los críticos engolfados en una algarabía de prejuicios poco edificantes y contradictorios, que ellos mismos encuentran difíciles de justificar bajo unos valores universales de lógica y moralidad. (32)  

Retornemos al Cantar de Mio Cid con una lectura en "estado de gracia", sin meliorativos innecesarios, pero, sobre todo, sin peyorativos lingüísticos ni ironías. Que donde falte la claridad en el balbuceante idioma, abunde la caridad en la interpretación. El hebraísmo de Rachel y Vidas es, hoy por hoy, indocumentable e improbable. El filosemitismo de los críticos fue una corazonada edificante; el antisemitismo es un sambenito y una sinrazón. En otros ensayos voy a documentar y a detallar, en busca de la verdad histórica sobre la que pueda apreciarse como es debido la verdad literaria. 



N O T A S




























1.        Los partidarios del judaísmo de Rachel y Vidas, o han hecho caso omiso de la frase moros ni cristianos —repetida dos veces en el pasaje de las arcas y muchas a lo largo del Cantar —, o le han dado un significado especial para que no contradiga dicho judaísmo. Dice C. Smith: «Cuando se les pide a los judíos que prometan que non me descubrades a moros nin a cristianos (107; 145), se dice llanamente ‘a nadie’, pues los moros estaban a muchas leguas de Burgos y no existía posibilidad de que los judíos fuesen a revelarles el secreto» (Estudios cidianos , p. 182). En otro lugar de este trabajo voy a hablar de la población mudéjar de Burgos, que posiblemente era superior a la de los judíos y, sin duda, ocupaba un puesto social más prominente que el de éstos. Es cierto que la frase es de extensión universalista, con significado de ‘a nadie’. De ir dirigida a una pareja de judíos, no dejaría de resultar chocante, en cuanto que, como he dicho, excluiría de la prohibición a sus correligionarios (cf. Menéndez Pidal, Poema de mio Cid , p. 113).

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2.        Primera crónica general , II, p. 523 b. Era característico de los prosificadores ampliar con sus explicaciones los pasajes concisos de Cantar . Así, por ejemplo, el prosificador de la Crónica de veinte reyes se alargaba en la exposición de los hechos que precedieron y originaron la dilapidación de la hacienda del Cid y motivaron sus fuertes lágrimas. Con relación al préstamo, el prosificador de la Primera crónica general explicaría con multitud de detalles cómo el Cid resarció su deuda:
Et otrossi les mando [a Minaya y Antolínez] dar syscientos marcos, los trezientos de oro et los CCC de plata, que diessen a Rachel e Uidas los mercaderes de Burgos, los quales el auie tomados quando se sallio de la tierra; et dixo a Martin Antolinez: «esso bien lo sabedes uos, ca uos los ouiestes sacados sobre el mio omenaie; et dezitles que me perdonem, ca el enganno de las arcas con cuyta lo fiz» (p. 593 b ).

Es muy importante el detalle de que el Cid les mandó devolver los seiscientos marcos del préstamo; con ello se olvidaba de cumplir su promesa de recompensa, pero evitaba la temible sospecha de trato usurario. Así fue que los emisarios del Campeador entregaron justamente la cantidad prestada:
Aluar Fannez Minaya et Martin Antollinez expidiéronse del rey, et salieronse de Paleçia et fueronse pora Burgos; et desque y llegaron, enbiaron luego por Rachel et por Vidas, los mercadores que prestaron el auer al Çid, assy como el mando; et dixieronles el mensaie que les el Çid mando, et diéronles los seyscientos marcos que prestaran al Çid. Et ellos respondieron quel perdonauan muy de coraçon, et quel diesse Dios vida et salut con que ensanchasse en cristianismo, ca ellos por pagados se tenien del. Et desque fue pregonado por la çibdat de Burgos el bien et la mesura que el Çid enbiara fazer a los mercadores, et que tan bien se acordara en guardar su omenaie et en quitar las arcas llenas de piedras et de arena, touieronlo por muy Grant marauilla; et non ouo lugar en toda la çibdat de Burgos que no fablassen daquella Grant mesura que el Çid fiziera a aquellos mercadores, et dauanle muchas bendiciones (p. 594 ab ).

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3.        Cf. texto en la nota anterior. El profesor Smith, a propósito del deseo de Rachel y Vidas de que el Cid ensanchasse en cristianismo , comentaba que de haber llegado a oídos del autor del Cantar semejante contrasentido en boca de dos judíos, hubiera soltado tal carcajada que se hubiera estremecido el Parnaso: «The poeta de Medinaceli at least must have rocked Parnassus with his laghter if such nonsense as the Jews’ remark about ensanchasse en christianismo ever came to his ear» («Did the Cid repay the Jews? », p. 535).

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4.        Citado por Cejador y Frauca en «El Cantar de mio Cid y la epopeya castellana», p. 77.
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5.        Citado por C. Smith en «Did the Cid repay the Jews», p. 533.
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6.        Los dos romances se hallan en el Romancero general , ed. A. Durán, p. 530, núm. 826, y p. 537, núm. 824, respectivamente. Compárense con este otro que a Menéndez Pidal le cercioraba de lo ajena que era la idea del antisemitismo (cf. Poema de mio Cid , p. 31):
rogarles heis de mi parte
que me quieran perdonar,
que con acuita lo fice
de mi gran necesidad;
que aunque cuidan que es arena
lo que en los cofres esta,
quedó soterrado en ella
el oro de mi verdad.
Romancero del Cid , publicado por Carolina Michaelis, Leipzig, 1871, p. 225).
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7.        Información en J. González, El reinado de Castilla en la época de Alfonso VIII , I, pp. 31-32. Como señala Suárez Fernández, Raquel es una judía legendaria «cuya huella no aparece en ninguna fuente fidedigna», pero que parece responder a la política de Alfonso VIII de benevolencia hacia los judíos ( Judíos españoles en la Edad Media , p. 94; insistiremos más adelante sobre esta política de Alfonso VIII).
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8.        Antigüedades de España , I, p. 444.
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9.        Historia crítica de la literatura española , III, p. 185.
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10.       Recherche sur l’histoire politique et litteraire de l’Espagne pendant le Moyen-Age, pp. 200 ss.).
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11.       Obras completas , II, pp. 210-211. Añade el autor, como comentario a Sismondi, que éste «atribuye al héroe o más bien al autor (pues el hecho es una de las muchas invenciones de los juglares) sentimientos demasiado caballerescos i elevados para los siglos en que uno i otro vivieron». Nos sorprende que Bello creyera que el siglo XII fuera una época de barbarie; ¿desconocería los sentimientos aún más caballerescos que al Cid le atribuyen las Crónicas? Se olvidó que en ese siglo floreció San Bernardo; nació, en la provincia de Burgos, Santo Domingo de Guzmán; y en Italia, vería la luz San Francisco de Asís; en Portugal, San Antonio de Padua. Bello debió gran parte de su formación al estudio realizado durante sus años en Inglaterra. Es posible —y esto es opinión personal— que extendiera a Castilla los movimientos antisemíticos que hacia fines del siglo XII sacudieron algunas comunidades inglesas. Téngase en cuenta que, mientras que en Castilla los reyes se distinguieron por una política de mano tendida hacia los hebreos, en Inglaterra tuvo lugar  la horrorosa matanza de 1190, instigada por las autoridades (cf. bibliografía abundante en E. Baron, A Social and Religious History of the Jews , IV, pp. 125 ss. y 302 ss.; sobre la formación de Bello y su deuda a Inglaterra, cf. Rodolfo Oroz, «Andrés bello y el Poema del Cid », passim .
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12.       Poema de mio Cid, p. 30.
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13.       Antología de poetas líricos castellanos, t. 17, p. 125. Desafortunadamente se ha perdido hoy la apreciación de esa comicidad estética, en el sentido que la explicaba F. Schlegel, quien, según el testimonio de Menéndez Pidal, «considera el episodio de las arcas de arena como uno de los frecuentes rasgos cómicos que se producen en las figuras heroicas, por el choque de su ideal superioridad con los obstáculos de la realidad ordinaria» (Poema de mio Cid, p. 30, n. 2, con referencia a Geschichte der alten und neuen Literatur , cap. VI).
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14.       Ensayos sobre poesía española , pp. 79 y 100. Menéndez Pidal no estaba de acuerdo con los que querían ver en el episodio un anuncio de la novela picaresca: «No se trata aquí de un episodio truhanesco que pudiera anunciar la novela picaresca. No. La picardía y la comicidad están pulcramente limitadas al preciso momento del engaño; antes y después de este instante, el poeta reviste de gravedad heroica el episodio» ( En torno al poema del Cid , p. 220). Asociar el episodio con la novela picaresca es una excrecencia de la actitud crítica que estudia el Cantar de mio Cid como si éste, como aquélla, fuera de estructura episódica, con partes divisibles, con pasajes por lo general independientes; de ahí la tendencia de muchos de separar cada episodio, el de las arcas, el del Conde de Barcelona, el del león, el de la afrenta, etc., y comentar sobre cada uno como si fueran cuentecillos folklóricos. Menéndez Pidal, a continuación, hacía resaltar que el Cid «idea el engaño, forzado por la extrema necesidad», elemento esencial de la temática, sobre el que me extenderé en el capítulo IX. Permítaseme añadir aquí que si el engaño de las arcas hubiera sido idea y realización de un chiquillo como Lázaro, sin duda reiríamos todos su gracia. Ahora bien, ideado por el Cid Campeador y ejecutado por un hombre maduro, burgalés de la talla de Martín Antolínez, el tejemaneje raya en el ridículo. Juvenal (III, 153), hace mucho tiempo, había comprendido que lo más arduo de la infausta pobreza es que obliga a los hombres a hacer el ridículo. Un ridículo que, en el pasaje de las arcas, está más cerca de lo trágico que de lo cómico. Los recursos de la narración tienden a suscitar, más que complacencia o regocijo, el temor de que la operación pueda fracasar: temor de que el Cid no pueda más , temor de que Rachel y Vidas no acepten el trato, temor de ser descubiertos; temor que, como enseñaba sobre la tragedia Aristóteles, engendraba en el público lástima ( Retórica , 1386 c y Etica , 1155 a ; cf. referencias con comentarios en Shell, The Economy of Literature , p. 91).
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15.       Heroic Poetry , p. 347. Llevando el comentario de lo épico a lo romántico, es como si Bowra rehusara emocionarse ante la pasión de Romeo, pues había otras muchas mujeres que pudo cortejar.
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16.       «Sobre el carácter histórico del Cantar de mio Cid », pp. 108-109. El contexto más extenso mostrará hasta qué punto el concierto de Alonso se volvió desconcierto en Spitzer: «si el cenit de la acción es el momento en que el Cid llega a ser padre de las reinas, el nadir es sin duda la escena de los judíos, muy ricamente desarrollada, y ficticia también según Menéndez Pidal. Menéndez Pidal se esfuerza en negar toda huella de antisemitismo medieval en su héroe y subraya el hecho de que, en contra de las bulas papales que declaraban nulas las deudas contraídas con los judíos, el poeta ‘anuncia que el Cid pagará largamente el engaño. Después de este anuncio, poco importa que el poeta no se acuerde más de decirnos cómo el Cid recompensa a los judíos. Una de tantas omisiones del autor…’. No hagamos confusiones: la moralidad medieval no es la nuestra. Para un aristócrata del siglo XI contaba la obligación de pagar mil misas prometidas al abad de San Pedro; no tanto la de pagar 600 marcos a los judíos. Un engaño perpetrado contra judíos, gentes sin tierra, era pecado venial, perdonable en vista de la necesidad de ‘ganarse el pan’, tantas veces subrayada en nuestro poema». Quiero avisar al lector que no se deje llevar a error por la alusión a las bulas papeles que «declaraban nulas las deudas contraídas con los judíos deberían ser obligados a restituir las usuras (cf. comentarios en Nelson, The Idea of Usury , p. 17). Lo que Spitzer no nos dijo es que a los cristianos se les negaba absolución si no restituían tales usuras e, incluso, de morir sin haberlo hecho, se les negaba sepultura eclesiástica; y eso era disposición solemne del Concilio Lateranense II (a. 1139), sobre lo que volveré a insistir en el capítulo VI (cf. n. 22 de dicho capítulo).
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17.       «Esos dos judíos de Burgos», p. 227.
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18.        La realidad histórica de España, p. 279. Nótese que el comentarista llama estafa lo que el poeta de Burgos caracterizó como empeñar . Y no es que el poeta no supiera de engaños y artimañas; cuando el Cid se valió de algunos de ellos, no reparó el poeta en llamarlos por su nombre — arte, çelada, corrida —, como al apoderarse de los castillos de Alcocer y de Castejón o en sus incursiones:
Quando vio mio Çid que Alcocer no se le daba,
él fizo un arte y no lo retardaba (574-75). 
Sacólo a çelada, el castiello ganado ha (611).
llegaron las nuevas al conde de Barçilona;
que mio Çid Ruy Díaz le corríe la tierra toda (957-58).

                                                         Tanto arte, como çelada y correr (éste con el sentido que le dan las Partidas : «correr la tierra et robar lo que hi fallaren», 1. 29, tít. 23, p. 2), son términos muy propios dentro de un contexto de estrategia; empeñar es aún más técnico, en un contexto de transacción según disponían las muchas leyes que lo regulaban. Sobre la función estructural de la gradación en el uso de los términos, cf. Cantar de mio Cid , ed. M. Garci-Gómez, pp. XX-XXI y 195.
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19.       «El Cid echado de tierra», pp. 43-44. Los prejuicios de Casalduero son de diverso cariz que los de Spitzer; pero, prejuicios. Ofrezco al lector una cita de Coulton, a propósito de los prejuicios que suelen embargar al historiador de la Iglesia medieval: «Therefore medievalists are forced, in a sense, to write church history, and are thus exponed to all the temptations of the ecclesiastical historian. But the first step towards overcoming these besetting temptations is frankly to recognize them. When we realize that here is a subject on which every man must be more or less prejudiced (unless he be trying to get through life without any even approximately clear working theory of life in his head), then we can attach far less importante to a man’s prejudices, which are more or less inevitable, than at his attempts to disguise, which are unnecessary» (Medieval Village, Manor, and Monastery , p. 4).
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20.       Barbera llegaba a esta conclusión, textualmente: «The audience, in search of catarsis, craves the presence of the pharmacos so that in the spirit of play it may crucify its victim» («The pharmacos in the Poema de mio Cid », p. 241).  No se olvide que el concepto de judios víctimas es de hace sólo un siglo; posiblemente para este público moderno tengan los judíos tal papel a su cargo.
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21.       La riqueza es siempre objeto de admiración, de elogio y apetencia en todos los casos del Cantar . El artículo de C. Smith peca de graves exageraciones, condenando en Rachel y Vidas ese deseo universal en el Cantar de ganar algo ; dice textualmente: «in private they enuntiate their usurious business principle which must have prejudiced the audience against them, Nos huebos avemos en todo de ganar algo (123)» («Did the Cid Repay the Jews? », p. 523). La intención de ganar algo no es usura, es la intención que definía, según las Partidas , a todo mercader: «Propiamente son llamados mercaderes todos aquellos que compran las cosas con intención de vender a otri por ganar en ellas» (1. 1, tít. 7, p. 5), y como se nos informa en una nota (n. 2, 1. 13, tít. 10, p. 5), se presuponía que un buen mercader ganara en todo, mientras no se probara lo contrario. La intención de ganar es la que mueve al mismo Campeador; la contemplación de sus enormes riquezas, la que le llena de gozo. No debemos engañarnos, según nos advierte Coulton, con pensar que, «porque hubiera comparativamente menos dinero en la Edad Media, el dinero y lo que lo valía, ejerciera menor influencia en aquella sociedad que en la de nuestros días» ( Village , Manor, and Monastery , p. 30).
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22.        Textualmente: «They reject Martin Antolinez’s appeal for a quick decision, shaking their fingers at him in admonishment: non se face assí el mercado, / sinon primero prendiendo e después dando (139-40)». Para mí que esta expresión de Rachel y Vidas no es más que la simple enunciación de la vieja fórmula contractual do ut des , desde la perspectiva del empeñero: ‘reciba antes de dar’. Como enseña Zalba, en el empeño la primera obligación recae sobre el dueño de las prendas, y consiste en hacer entrega de ellas (Theologlae moralis summa, II, p. 691).
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23.       Menéndez Pidal ( Poema de mio Cid , p. 115) puntúa de la siguiente manera:
«Plazme», dixo el Cid, «d’aquí sea mandada».
Si vos la aduxier dallá; si non, contalda sobre las arcas (180-81).

                                                         Y explica: «Si esa piel morisca os la trajera del destierro, bien; si no, descontadla del valor de las arcas». C. Smith, al omitir la explicación de los versos en su edición, implica que está de acuerdo con el maestro. I. Michael ( Poema de mio Cid , p. 90) mantiene el mismo significado: «deduzca la cantidad correspondiente», conservando el término contar , pero cambiando sobre a ‘contra’: «cuéntala contra las arcas». He de confesar que el verso 181 es difícil de interpretar; por otra parte, me parece inaceptable volver contar del revés, para que signifique ‘descontar’, que a su vez carece de sentido en el contexto. Lo que Rachel quería era una piel morisca. Ahora bien, ¿cuánto podía valer una piel morisca en aquella época? Si el precio medio de un caballo en el siglo XI era de 100 sueldos (el marco valía 30 sueldos) en León, Portugal y Francia, una piel valdría bastante menos. Ridículo parece que el Cid le respondiera a Rachel —que acababa de dar 30 marcos de propina a Martín Antolínez— que descontara del valor de las arcas un par de marcos. Inadmisible. Lo que Rachel quería era un recuerdo, era un capricho. Consecuentemente el Cid, para complacerla, le dice: ‘Será un placer; eso está hecho. ¡Ojalá os la pueda traer de allá’! Seguidamente se corrige con el Si no = ‘mejor dicho, contad con una que hay en las arcas’. El Cid acababa de ofrecer a Rachel un motivo más para que cuidara bien de las arcas. Sobre otro ejemplo de Si no como corrección de la expresión hablaré en el capítulo VII (cf. notas 24 y 25). Otra opción interpretativa del verso 181 en Garci-Gómez, Cantar de mio Cid , pp. 23 y 184-85).
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24.       Más adelante, capîtulo VII, n. 25, se ofrecen las debidas explicaciones, con referencias bibliográficas, a cosimente .
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25.       Textualmente: «My conclusion is that, however difficult it may be for us to accept in with our modern ideas of morality and our modern guilts about antisemitism, the Cid’s ability to cheat the Jews was just another faceto f his heroic character» («Did the Cid Repay the Jews? », p. 528).
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26.        «Don Rachel e Vidas, amigos caros. Replanteamiento», refundido en Mio Cid . Estudios de endocrítica , pp. 85-112. Entre otros vocablos clave del pasaje se estudia con particular atención el don que, según Berganza (Antigüedades de España , V, p. 370, n. 59), «se daba a las personas de alguna excelencia». Efectivamente, en el Cantar de mio Cid, parece seguirse ese criterio; según Menéndez Pidal «el don se da… a los eclesiásticos que en él figuran ( obispo don leronimo, abbat don Sancho ), a todos los hidalgos, sean señores o vasallos, que se nombran alguna vez sin apellidos (el rey, los siete que llevan título de conde, el Cid, Martín Antolínez, Pero Vermuez), salvo los infantes de Carrión y el navarro Oiarra 3394, etc. Los moros nunca lo llevan (rey Yúçef, Galve, Búcar, a secas); pero sí los judíos, cuando les hablan los cristianos, acaso queriéndoles halagar, 115, 189, aunque no siempre, 103, 106; en la narración sólo una vez se les aplica el don , 159, y habrá que borrarlo» ( Cantar de mio Cid , I, 311-12). Ese es el método de los criticos miocidianos; cuando un vocablo contradice sus hipótesis, proceden a eliminarlo; en este caso concreto, el empleo del don por el narrador contradecía su propósito halagador; ¿se dudó del hebraísmo de los personajes? No; en este caso, como en otros varios, se prefirió enmendarle la página al autor. Menéndez Pidal se extiende en el análisis del uso del don . Con él, Horrent aboga por la supresión del don del verso 159, pues «el ‘don’ se explica en el estilo directo, y no en la frase enunciativa, en la que el autor no la emplea» ( Historia y poesía en torno al Cantar de mio Cid , p. 220) La razón de Horrent es sorprendentemente inexacta, y baste comparar el v. 159 con los vv. 185, 187, 199, dentro de nuestro pasaje; los  versos enunciativos en que se emplea el don son muchísimos a lo largo del Cantar . El lector no debe inferir de mis palabras que los judíos no llevaran nunca el título don ; lo llevaban en muchos de los documentos contractuales que han llegado a mi conocimiento. En el caso del episodio es mi intención demostrar que su aplicación a Rachel y Vidas no se hace con propósito halagador, sino con el de resaltar la excelencia de los personajes. Si otras razones no me hubieran llevado a rechazar el hebraísmo de la pareja, el don seguiría impidiéndonos aceptar el antisemitismo.
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27.        «De nuevo sobre las arcas del Cid», p. 5. La comicidad burlona, como ya he apuntado, es una invención de los críticos que, sin resolverles ningún problema, les acarrea muchos y muy serios. Les arrastra tan lejos que, no sabiendo cómo poder seguir defendiendo al héroe (pues todos son hispanófilos y cidófilos), se ven forzados a fabricarle al siglo XII unas normas de moralidad y lógica a su medida, y que hoy, en nuestro siglo XX, nos serían difícil de aceptar. Con ello, no sólo dejan de aclarar el texto literario, sino que consiguen oscurecer todo el escenario histórico, moral e intelectual, de un siglo singularmente iluminado por su renacimiento literario y sus ilustres moralistas. «No hagamos confusiones: la moralidad medieval no es la nuestra», decía Spitzer, como para ponernos sobre aviso con una expresión de lo más demagógica (cf. n. 16, más arriba). Casalduero, Smith, Michael, Salvador Miguel y otros no dejan de sentirse incómodos en su reconciliación de antisemitismo y ejemplaridad. Sala-Solé, en el artículo comentado, defiende el judaísmo de la pareja, pero rechaza el antisemitismo, basado en un criterio muy sólido históricamente: «en el momento de composición del Cantar (es decir, según la tesis pidaliana 1140), estamos en una época en que el sentimiento antijudío en España apenas si se dejaba sentir. La armonía entre las tres castas, como diría Américo Castro, era bastante perfecta» (p. 11).
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28.        History of the Jews in Christian Spain , I, p. 58 (la traducción es mía).
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29.        Los críticos literarios del Cantar y sus teorías antisemíticas han causado no poca desorientación en los historiadores que de ellos se han fiado. Dice Baron: «We shall see that, unlike their correligionists of other European countries, Spanish Jews permanently remained a highly differentiated economic group. The story told in the famous Poem of the Cid , in which that great nacional heroe of the Spanish legend… outwitted two Jewish moneylenders of Burgos, is more descriptive of twelfth-century literary tastes and folklore than of true class structure of Spanish Jewry, then or later. More characteristic were the various localities called mons Judeorum or villa judaica , and the like, which probably reflected close Jewish agriculture settlements» ( A Social and Religious History of the Jews , IV, p. 29; también p. 246). Más adelante el historiador nos llamaría la atención sobre el hecho de que los documentos españoles del siglo XII no nos hablan de judíos prestamistas, ni siquiera los de Toledo, con su importante judería (p. 206). Pero sobre estos temas tendré ocasión de comentar y documentar extensamente en diversos capítulos de este libro.
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30.       Judíos españoles en la Edad Media , p. 94. Esta obra llegó a mi poder cuando este trabajo se aproximaba a su conclusión. Su lectura me ha brindado, desde el campo de la historiografía española documentada, la debida seguridad en mi replanteamiento, que data de 1973, y de las actuales conclusiones. Suárez Fernández no se ha dejado alucinar del espejismo de la crítica literaria y, sin tratar de invadir su parcela, implica que el antisemitismo del episodio de las arcas es una mera fantasía: «Ninguna mención de usura se encuentra [en la documentación de la época]: los fantásticos judíos burgaleses del Cantar de mio Cid no emplean nunca la expresión ‘logro’ que designa los intereses usurarios» (p. 74). Es buen historiador el que procede como el científico, el que en palabras del monje Jean Mabillon, allá por el siglo XVII, se obliga a «proclamar lo cierto como cierto, lo falso como falso y lo incierto como dudoso» (citado en Coulton, Five Centuries of Religion , II, p. VII). Quisiera hacer mías unas palabras de Coulton: «He tratado de establecer la verdad en mi texto; ello me sitúa en llana contradicción con otros que, en mi opinión, no han tratado como es debido de llegar a los hechos reales. El público, al enfrentarse con estos asertos llanamente contradictorios, encontrará difícil  tarea la de decidir entre los que se contradicen. El presente trabajo va designado a ayudarles a tomar una decisión» (Medieval Village, Manor, and Monastery, p. 415).
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31.       F. Heer sabe evocar como es debido el ambiente de convivencia que reinaba en la España del siglo XII, ambiente que inspiró tolerancia en el alma de algunos francos que la visitaron, comentando de esta manera: «Next to these Frank intellectuals were those aristocratic, knightly laymen who never lost sight of the humanity of their opponents, even in the heat of battle. Two outstanding examples must suffice. The Spanish epic, Cantar de mio Cid (composed between 1140 and 1160), relates the heroic deeds of the Cid, the Spanish nacional hero of the Reconquista , a knight of the eleventh century. Based on the day-to-day narrative of one of the Cid’s companions, the poem tells its tale with innocent candour and an air of veracity. It describes the Cid’s exquisite courtesy in his dealings with the Moorish nobility, his gentle treatment of them and readiness to come to terms (he himself had spent many years in his service). Thus, for example, alter taking a castle he would entrust it on his departure to the defeated Moors; and the Moors gave him their blessing as he left» (The Medieval World . Europe 1100-1350 , p. 117). En otros lugares de su obra el historiador destaca cómo Castilla fue un lugar de refugio para los judíos perseguidos en Al-Andalus (p. 250), en Inglaterra, Francia y Alemania (p. 257).
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32.       Me refiero a las imágenes esbozadas por los que hablan de un Cid anti-rey , olvidándose de los enormes y frecuentes regalos que el héroe envió a Alfonso tras sus victorias; de un Cid anti-nobles , no queriendo asistir a las nupcias —dos veces— de doña Elvira y doña Sol con nobles de alto linaje; de un Cid anti-franco , de los que no creen en la grandeza del obispado de Valencia que el héroe confiere al don Jerónimo, d’Oriente . Si en algo sorprende la moralidad del Cantar es en lo que supera a la de su época y a la nuestra. En la batalla contra el Conde de Barcelona no hay mención de sangre enemiga; hecho prisionero el Conde no es encarcelado en la tienda común, sino conducido a la propia celda del Campeador; no le sirven la comida común de los prisioneros, sino que le dan a probar del banquete de los vencedores; tras unos días, es puesto en libertad (cosa que no se hizo con ningún otro personaje). Hay quien ha visto estas acciones burlonas, humillantes, crueles. C. Smith decía que el Cid odiaba al Conde por su rango («Did the Cid Repay the Jews», p. 522). G. West cree que le odiaba por ser franco y que el Cid representaba la malquerencia general de los castellanos hacia los francos («A Proposed Literary Context for the Count of Barcelona Episode of the Cantar de mio Cid», passim ). Es irónica que mientras historiadores como Heer nos retratan la faz compasiva, amable, ejemplar del protagonista del Cantar de mio Cid , los profesionales de la literatura español, los especialistas en el Cantar , derrochen tanto tiempo, tanta energía, tantos talentudos esfuerzos en presentarnos la faz fea de Castilla ya en su primer escritor, en su primer héroe, en su primera gran ciudad (sobre la alianza entre castellanos y francos, cf. Bishko, «Fernando I y los orígenes de la alianza castellano leonesa con Cluny»).

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