Primera relación
(Carta de Veracruz)
M u y Altos y Muy Poderosos, Exelentísimos Príncipes, Muy
Católicos y Muy Grandes Reyes y Señores:
Bien creemos que Vuestras Majestades por letras de Diego
Velázquez, teniente de almirante en la isla Fernandina, habrán sido informados
de una nueva tierra que puede haber dos años poco más o menos que en estas
partes fue descubierta, que principio fue intitulada por nombre Coçumel y
después la nombraron Yucatán sin ser lo uno ni lo otro, como por esta nuestra
relación Vuestras Reales Altezas mandarán ver. Porque las relaciones que hasta
agora a Vuestras Majestades desta tierra se han hecho, ansí de la manera y
riqueza della como de la forma en que fue descubierta y otras cosas que della se
han dicho, no son ni han podido ser ciertas, porque nadie hasta agora las ha
sabido, como será ésta que nosotros a Vuestras Reales Altezas enviamos. Y
trataremos aquí desdel principio que fue descubierta esta tierra hasta el estado
en que al presente está porque Vuestras Majestades sepan la tierra que es, la
gente que la posee y la manera de su vevir y el rito y cerimonias, seta o ley
que tienen, y el fruto que en ella Vuestras Reales Altezas podrán hacer y della
podrán rescibir y de quién en ella Vuestras Majestades han sido servidos, porque
en todo Vuestras Reales Altezas puedan hacer lo que más servidos serán. Y la
cierta y muy verdadera relación es en esta manera:
Puede haber dos años poco más o menos, Muy Esclarecidos
Príncipes, que en la cibdad de Santiago, que es en la isla Fernandina, donde
nosotros hemos seído vecinos en los pueblos della, se juntaron tres vecinos de
la dicha isla, y el uno de los cuales se dice Francisco Fernández de Córdoba y
el otro Lope Ochoa de Cayzedo y el otro Cristóbal Morante. Y como es costumbre
en estas islas que en nombre de Vuestras Majestades están pobladas de españoles
de ir por indios a las islas que no están pobladas de españoles para se servir
dellos, envían los susodichos dos navíos y un bergantín para que de las dichas
islas trujesen indios a la dicha isla Fernandina para se servir dellos. Y
cre[e]mos, porque aún no lo sabemos de cierto, que el dicho Diego Velázquez,
teniente de almirante, tenía la cuarta parte de la dicha armada. Y el uno de los
dichos armadores fue por capitán del armada, llamado Francisco Fernández de
Córdoba, y llevó por piloto a un Antón de Alaminos, vecino de la villa de Palos.
Y a este Antón Ala minos trujimos nosotros agora también por piloto, [y] lo
enviamos a Vuestras Reales Altezas para que dél Vuestras Majestades puedan ser
informados.
Y seguiendo su viaje fueron a dar a la dicha tierra intitulada
de Yucatán a la punta della, que estará sesenta o setenta leguas de la dicha
isla Fernandina [y] desta tierra de la Rica Villa de la Vera Cruz donde nosotros
en nombre de Vuestras Reales Altezas estamos, en la cual saltó en un pueblo que
se dice Campoche, donde al señor dél pusieron por nombre Lázaro y allí le dieron
dos máscaras con una tela de oro por cima y otras cosillas de oro. Y porque los
naturales de la dicha tierra no los consintieron estar en el pueblo y tierra se
partieron de allá y se fue la costa abajo hasta diez leguas, donde tornó a
saltar en tierra junto a otro pueblo que se llama Mochocobon y el señor dél
Champoton. Y allí fueron bien rescebidos de los naturales de la tierra, mas no
los consintieron entrar en su pueblo y aquella noche durmieron los españoles
fuera de las naos en tierra. Y viendo esto los naturales de aquella tierra,
pelearon otro día por la mañana con ellos en tal manera que murieron veinteséis
es pañoles y fueron heridos todos los otros. Y finalmente, viendo el capitán
Francisco Fernández de Córdoba esto, escapó con los que le quedaron con acogerse
a las naos.
Viendo pues el dicho capitán cómo le habían muerto más de la
cuarta parte de su gente y que todos los que le quedaban estaban heridos y que
él mismo tenía treinta y tantas heridas y que estaba cuasi muerto que no
pe[n]saría escapar, se volvió con los dichos navíos y gente a la isla
Fe[r]nandina, don[de] hicieron saber al dicho Diego Velázquez cómo habían
hallado una tierra muy rica de oro, porque a todos los naturales della lo[s]
habían visto traer puesto[s] adellos en las narices, adellos en las orejas y en
otras partes; y que en la dicha tierra había edificios de cal y canto y mucha
cantidad de otras cosas que de la dicha tierra publicaron de mucha
administración y riquezas. Y dijiéronle que si él podía enviar navíos a rescatar
oro, que habría mucha cantidad dello.
Sabido esto por el dicho Diego Velázquez, movido más a cobdicia
que a otro celo, despachó luego un su procurador a la isla Española con cierta
relación que hizo a los reverendos padres de Sant Jerónimo que en ella residían
por gobernadores destas Indias, para que en nombre de Vuestras Majestades le
diesen licencia por los poderes que de Vuestras Altezas tenían para que él
pudiese enviar a bojar la dicha tierra, deciéndoles que en ello haría gran
servicio a Vuestra Majestad, con tal que le diesen licencia para que res[ca]tase
con los naturales della oro y perlas y piedras preciosas y otras cosas lo cual
todo fuese suyo pagando el quinto a Vuestras Majestades, los cuales por los
dichos reverendos padres gobernadores jerónimos le fue concedido, ansí porque
hizo relación que él había descubierto la dicha tierra a su costa como por saber
el secreto della y p[r]ove[e]r como al servicio de Vuestras Reales Altezas
conveniese. Y por otra parte, sin lo saber los dichos padres jerónimos, invió a
un Gonzalo de Guzmán con su poder y con la dicha relación a Vuestras Reales
Altezas deciendo que él había descubierto aquella tierra a su costa, en lo cual
a Vuestras Majestades había hecho servicio; y que la quería conquistar a su
costa, y suplicando a Vuestras Reales Altezas lo hiciesen adelantado y
gobernador della en ciertas mercedes que allende desto pedía, como Vuestras
Majestades habrán ya visto por su relación y por esto no las expresamos aquí.
En este medio tiempo como le vino la licencia que en nombre de
Vuestras Majestades le dieron los reverendos padres gobernadores de la orden de
Sant Jerónimo, diose priesa en armar tres navíos y un bergantín, porque si
Vuestras Majestades no fuesen servidos de le conceder lo que con Gonzalo de
Guzmán les había inviado a pidir, los hobiese ya inviado con la licencia de los
dichos padres jerónimos, y armados, envió por capitán dellos a un debdo suyo que
se dice Juan de Grijalba, y con él ciento y sesenta hombres de los vecinos de la
dicha isla entre los cuales venimos algunos de nosotros por capitanes por servir
a Vuestras Reales Altezas. Y non sólo venimos y venieron los de la dicha armada
aventurando nuestras personas, mas aun casi todos los bastimentos de la dicha
armada pusieron y pusimos de nuestras casas, en lo cual gastamos y gastaron asaz
parte de sus haciendas. Y fue por piloto de la dicha armada el dicho Antón de
Alaminos, que primero había descubierto la dicha tierra cuando fue con Francisco
Fernández de Córdoba. Y para hacer este veaje tomaron su dicha derrota, que
antes que a la dicha tierra veniesen descubrieron una isla pequeña que bojaba
hasta treinta leguas que está por la parte del sur de la dicha tierra, la cual
es llamada Coçumel. Y llegaron en la dicha isla a un pueblo que pusieron por
nombre San Juan de Portal atina, y a la dicha isla llamaron Santa Cruz.
Y el primero día que allí llegaron salieron a verlos hasta
ciento y cincuenta personas de los indios del pueblo. Y otro día seguiente,
segúnd paresció, dejaron el pueblo los dichos indios y acogéronse al monte. Y
como el capitán tuviese necesidad de agua, hízose a la vela para la ir a tomar a
otra parte el mesmo día. Y yendo su viaje acordóse de volver al dicho puerto e
isla de Santa Cruz y surjó en él, y saltando en tierra halló el pueblo sin gente
como si nunca fuera poblado. Y tomada su agua, se tornó a sus naos sin calar la
tierra ni saber el secreto della, lo cual no debieran hacer, pues era menester
que la calara y supiera para hacer verdadera relación a Vuestras Reales Altezas
de lo que era aquella isla. Y alzando velas, se fue,y proseguió su viaje hasta
llegar a la tierra que Francisco Fernández de Córdoba había descubierto, adonde
iba para la bojar y hacer su rescate. Y llegados allá, anduvieron por la costa
della del sur hacia el poniente hasta llegar a una bahía a la cual el dícho
capitán Grijalba y piloto mayor Antón de Alaminos pusieron por nombre la bahía
de la Ascensión, que segúnd opinión de pilotos es muy cerca de la punta de las
Veras, que es la tierra que Vicente Yañes descubrió y apuntó que la parte y mide
aquella bahía, la cual es muy grande y se cree que pasa a la Mar del Norte. Y
desde allá se olvieron por la dicha costa por donde habían ido hasta doblar la
punta de la dicha tierra, y por la parte del norte della navegaron hasta llegar
al dicho puerto Campoche que el señor dél se llama Lázaro, donde había llegado
el dicho Francisco Fernández de Córdoba, y ansí para hacer su rescate que por el
dicho Diego Velázquez les era mandado como por la mucha necesidad que tenían de
tomar agua. Y luego que los vieron venir los naturales de la tierra, se pusieron
en manera de batalla cerca de su pueblo para los defender la entrada. Y el
capitán los lIamó con una lengua e intérprete que lleva[ba] y venieron ciertos
indios, a los cuales hizo entender que él no venía sino a rescatar con ellos de
lo que tuviesen y a tomar agua. Y ansí se fue con ellos hasta un jagÜey de agua
que estaba junto a su pueblo y allí comenzó a tomar su agua y a les decir con el
dicho f[a]raute que les diesen oro y que les darían de las preseas que llevaban.
Y los indios desque aquello vieron, como no tenían oro que le dar dijiéronle que
[se] fuese. Y él les rogó que les dejasen tomar su agua y que luego se irían, y
con todo eso no se pudo dellos defender sin que otro día de mañana a hora de
misas los indios no comenzasen a pel[e]ar con ellos con sus arcos y flechas y
lanzas y rodelas, por manera que mataron a un español e hirieron al dicho
capitán Grijalba y a otros muchos. Y aquella tarde se embarcaron en las
carabelas con su gente sin entrar en pueblo de los dichos indios y sin saber
cosa de que a Vuestras Reales Majestades verdadera relación se pudiese hacer.
Y de allí se fueron por la dicha costa hasta llegar a un río al
cual pusieron por nombre el río de Grijalba, y surjó en él casi a hora de
viésperas. Y otro día de mañana se pusieron de la una y de la otra parte del río
gran número de indios y gente de guerra, con sus arcos y flechas y lanzas y
rodelas para defender la entrada en su tierra, y segúnd paresció [a] algunas
personas, serían hasta cinco mill indios. Y como el capitán esto vido no saltó a
tierra nadie de los navíos, sino desde los navíos les habló con las le[n]guas y
farautes que traía, rogándoles que se llegasen más cerca para que les pudiese
decir la cabsa de su venida. Y entraron veinte indios en una canoa y venieron
muy recatados y acercáronse a los navíos, y el capitán Grijalba les dijo y dio a
entender por aquel intérpetre que llevaba cómo él no venía sino a rescatar, y
que quería ser amigo dellos; y que le trajiesen oro de lo que tenían y que él
les daría de las preseas que llevaban. Y ansí lo hicieron el día seguiente en
trayéndole ciertas joyas de oro sotiles, y el dicho capitán les dio de su
rescate lo que le paresció y ellos se volvieron a su pueblo.
Y el dicho capitán estuvo allá aquel día, y otro dia seguiente
se hizo a la vela sin saber más secreto alguno de aquella tierra, y seguió hasta
llegar a una bahía a la cual pusieron por nombre la bahía de San Juan y allí
saltó el capitán en tierra con cierta gente en unos arenales despoblados. Y como
los naturales de la tierra habían visto que los navíos venían por la costa
acudieron allí, con los cuales él habló con sus intérpetres y sacó una mesa en
que puso ciertas preseas, haciéndoles entender cómo venían a rescatar y a ser
sus amigos. Y como esto vieron y entendieron los indios, comenzaron a traer
piezas de ropas y algunas joyas de oro, las cuales rescataron con el dicho
capitán. Y desde aquí despachó y envió el dicho capitán Grijalba a Diego
Velázquez la una de las dichas carabelas con todo lo que hasta entonces habían
rescatado.
Y partida dicha carabela para la isla Fernandina, adonde estaba
Diego Velázquez, se fue el dicho capitán Grijalba por la costa abajo con los
navíos que le quedaron y anduvo por ella hasta cuarenta y cinco leguas sin
saltar en tierra ni ver cosa alguna excepto aquello que desde la mar se
parescía. Y desde allí se comenzó a volver para la isla Fernandina y nunca más
vido cosa alguna de la tierra que de contar fuese, por lo cual Vuestras Reales
Altezas pueden creer que todas las relaciones que desta tierra se les han hecho
no han podido ser ciertas, pues no supieron los secretos dellas más de lo que
por sus voluntades han querido escribir.
Llegado a la isla Fernandina el dicho navío que el capitán Juan
de Grijalba había despachado de la bahía de San Juan, como Diego Velázquez vido
el oro que llegaba y supo por las cartas que Grijalba le escribía la ropa y
preseas que por ello habían dado en rescate, parescióle que se había rescatado
poco, segúnd las nuevas que le daban los que en la dicha carabela habían ido y
el deseo que él tenía de haber oro, y publicaba que no había ahorrado la costa
que había hecho en la dicha armada y que le pesaba y mostraba sentimiento por lo
poco que el capitán Grijalba en esta tierra había hecho. En la verdad no tenía
mucha razón de se quejar el dicho Diego Velázquez, porque los gastos que él hizo
en la dicha armada se le ahorraron con ciertas botas y toneles de vino y con
ciertas cajas de camisas de presilla y con cierto rescate de cuentas que envió
en la dicha armada, porque acá se nos vendió el vino a cuatro pesos de oro, que
son dos mill maravedís el arroba, y la camisa de presilla se nos vendió a dos
pesos de oro, y el mazo de las cuentas verdes a dos pesos, por manera que ahorró
con esto todo el gasto de su armada y aún ganó dineros. Y hacemos desto tan
particular relación a Vuestras Majestades porque sepan que las armadas que hasta
aquí ha hecho el dicho Diego Velázquez han sido tanto de trato de mercaderías
como de armador, y con nuestras personas y gastos de nuestras haciendas. Y
aunque hemos padescido infinitos trabajos, hemos servido a Vuestras Reales
Altezas y serviremos hasta tanto que la vida nos dure.
Estando el dicho Diego Velázquez con este enojo del poco oro
que le había llevado, teniendo deseo de haber más, acordó sin lo decir ni hacer
saber a los padres gobernadores jerónimos de hacer una armada so color de inviar
a buscar al dicho capitán Juan de Grijalba. Y para la hacer a menos costa suya
habló con Fernando Cortés, vecino y alcalde de la cibdad de Santiago por
Vuestras Majestades, y díjole que armasen ambos a dos hasta ocho o diez navíos,
porque a la sazón el dicho Fernando Cortés tenía mejor aparejo que otra persona
alguna de la dicha isla por tener entonces tres navíos suyos propios y dineros
para poder gastar, y porque era bien quisto en la dicha isla y que con él se
creía que querría venir mucha más gente que con otro, como vino. Y visto el
dicho Fernando Cortés lo que Diego Velázquez le decía, movido con celo de servir
a Vuestras Reales Altezas, propuso de gastar todo cuanto tenía y hacer aquella
armada cuasi las dos partes della a su costa ansí en navíos como en bastimentos,
demás y allende de repartir sus dineros por las personas que habían de ir en la
dicha armada que tenían necesidad para se prove[e]r de cosas necesarias para el
viaje.
Y hecha y ordenada la dicha armada, nombró en nombre de
Vuestras Majestades el dicho Diego Velázquez al dicho Fernando Cortés por
capitán della para que veniese a esta tierra a rescatar y hacer lo que Grijalba
no había hecho. Y todo el concierto de la dicha armada se hizo a voluntad del
dicho Diego Velázquez aunque no puso ni gastó él más de la tercia parte della,
segúnd Vuestras Reales Altezas podrán mandar ver por la instruciones y poder que
el dicho Fernando Cortés rescibió de Diego Velázquez en nombre de Vuestras
Majestades, las cuales enviamos agora con estos nuestros procuradores a Vuestras
Altezas. Y sepan Vuestras Majestades que la mayor parte de la dicha tercia parte
que el dicho Diego Velázquez gastó en hacer la dicha armada fue emplear sus
dineros en vinos y en ropas y en otras cosas de poco valor para nos lo vender
acá en mucha más cantidad de lo que a él le costó o por manera que podemos decir
que entre nosotros los españoles, vasa llos [de] Vuestras Reales Altezas, hace
Diego Velázquez su rescate y granjea sus dineros cobrándolos muy bien.
Y acabada de hacer la dicha armada, se partió de la dicha isla
Fernandina el dicho capitán de Vuestras Reales Altezas Fernando Cortés para
seguir su viaje con diez carabelas y cuatrocientos hombres de guerra, entre los
cuales venieron muchos caballeros e hidalgos y diceséis de caballo. Y
proseguiendo el viaje, a la primera tierra que llegaron fue la isla de
Coçume[I], que agora se dice de Santa Cruz, como arriba hemos dicho, en el
puerto de San Juan de Portalatina. Y saltando en tierra, se halló el pueblo que
allí hay despoblado sin gente como si nunca hobiera sido h[ab]itado de persona
alguna. Y deseando el dicho capitán Fernando Cortés saber cuál era la cabsa de
estar despoblado aquel lugar, hizo salir la gente de los navíos y aposentáronse
en aquel pueblo. Y estando allí con su gente, supo de tres indios que se tomaron
en una canoa en la mar que se pasaba a la isla de Yucatán que los caciques de
aquella isla, visto cómo los españoles habían aportado allí, habían dejado los
pueblos y con todos sus indios se habían ido a los montes por temor de los
españoles por no saber con qué intención y voluntad venían con aquellas naos. Y
el dicho Fernando Cortés hablándoles por medio de una lengua y farabte que
llevaba les dijo que no iban [a] hacerles mal ni daño alguno, sino para les
amonestar y atraer para que veniesen en conoscimiento de nuestra santa fee
católica y para que fuesen vasallos de Vuestras Majestades y les serviesen y
obedeciesen como lo hacen todos los indios y gente destas partes que están
pobladas de españoles vasallos de Vuestras Reales Altezas. Y asegurándolos el
dicho capitán por esta manera, perdieron mucha parte del temor que tenían y
dijieron que ellos querían ir a llamar a los caciques que estaban la tierra
adentro en lo[s] montes, y luego el dicho capitán les dio una su carta para que
los dichos caciques veniesen seguros. Y ansí se fueron con ella, dándoles el
capitán término de cinco días para volver.
Pues como el capitán estuviese aguardando la respuesta que los
dichos indios le habían de traer y hobiesen ya pasado otros tres o cuatro días
más de los cinco que llevaron de licencia y viese que no venían, determinó,
porque aquella isla no se despoblase, de inviar por la costa della otra parte. E
invió dos capitanes con cada cient hombres y mandóles que el uno fuese a la una
punta de la dicha isla y el otro a la otra, y que hablasen a los caciques que
topasen y les dijiesen cómo él los estaba esperando en aquel pueblo y puerto de
San Juan de Portalatina para les hablar de parte de Vuestras Majestades; y que
les rogasen y atrajiesen como mejor pudiesen para que quisiesen venir al dicho
puerto de San Juan, y que no les hiciesen mal alguno en sus personas ni casas ni
haciendas porque no se alterasen ni alcanzasen más de lo que estaban. Y fueron
los dichos dos capitanes como el capitán Fernando Cortés les mandó, y volviendo
de ahí a cuatro días dijieron que todo[s] los pueblos que habían topado estaban
vacíos, y trujieron consigo hasta diez y doce personas que pudieron haber entre
los cuales venía un indio príncipal, al c[u]al habló el dicho capitán Fernando
Cortés de parte de Vuestras Altezas con la lengua e intérprete que traía y le
dijo que fuesen a llamar a los caciques, porque él no había de partir en ninguna
manera de la dicha isla sin los ver y hablar. Y dijo que ansí lo haría, y así se
partió con su carta para los dichos caciques, y de ahí [a] dos días vino con él
el príncipal y le dijo que era señor de la isla y que venía a ver qué era lo que
quería. El capitán le habló con el intréprete y le dijo que él no quería ni
venía a les hacer mal alguno, sino a les decir que veniesen al conoscimiento de
nuestra santa fee y que supiesen que teníamos por señores a los mayores
príncipes del mundo, y que estos obedecían al mayor parte dél, y que lo que el
dicho capitán Fernando Cortés les dijo que quería dellos no era otra cosa sino
que los caciques indios de aquella isla obedeciesen también a Vuestras Altezas;
y que haciéndolo ansí serían muy favorescidos, y que haciendo esto no habría
quién los enojase. Y el dicho cacique respondió que era contento de lo hacer
ansí, e invió luego a llamar a todos los principales de la dicha isla, los
cuales venieron. Y venidos, holgaron mucho de todo lo que el dicho capitán
Hernando Cortés había hablado a aquel cacique, señor de la isla, y ansí los
mandó volver, y volvieron muy contentos, y en tanta manera se aseguraron que de
ahí a pocos días estaban los pueblos tan llenos de gente y tan poblados como
antes, y andaban entre nosotros todos aquellos indios con tan poco temor como si
mucho tiempo hobiera[n] tenido conversación con nosotros.
En este medio tiempo supo el capitán que unos españoles estaban
siete años había cativos en el Yucatán en poder de ciertos caciques, los cuales
se habían perdido en una carabela que dio al través en los bajos de Jaymayca
[sic], la cual venia de tierra firme. Y ellos escaparon en una barca [de]
aquella carabela saliendo a aquella tierra, y desde entonces los tenían allí
cativos y presos los indios. Y bien traía aviso el dicho capitán Fernando Cortés
cuando partió de la isla Fernandina para saber destos españoles, y como aquí
supo nueva dellos y la tierra donde estaba[n], le paresció que haría mucho
servicio a Dios [y] a Vuestra Majestad en trabajar que saliesen de la presión y
cabteverio en que estaban. Y luego quisiera ir con toda la flota con su persona
a los redemir si no fuera porque los pilotos le dijieron que en ninguna manera
lo hiciese porque sería cabsa que la flota y gente que en ella iba se perdiese,
a cabsa de ser la costa muy brava como lo es y no haber en ella puerto ni parte
donde pudiese surgir con los dichos navíos, y por esto lo dejó. Y proveyó luego
con ciertos indios en una canoa, los cuales le habían dicho que sabían quién era
el cacique con quien los dichos españoles estaban, y les escribió cómo si él
dejaba de ir en persona con su armada por los librar no era sino por ser mala y
brava la costa para surgir, pero que les rogaba que trabajasen de se soltar y
huir en algunas canoas, y que ellos esperarían allí en la isla de Santa Cruz.
Tres días después que el dicho capitán despachó aquellos indios
con sus cartas, no le paresciendo que estaba muy satisfecho, creyendo que
aquellos indios no lo sabrían hacer tan bien como él deseaba, acordó de inviar e
invió dos bergantines y un batel con cuarenta españoles de su armada a la dicha
costa para que tomasen y recogesen a los españoles cativos si allí acudiesen. Y
envió con ellos otros tres indios para que saltasen en tierra y fuesen a buscar
y llamar a los españoles presos con otra carta suya. Y llegados estos dos
bergantines y batel a la costa donde iban, echaron a tierra los tres indios e
inviáronlos a buscar a los españoles como el capitán les había mandado. Y
estuviéronlos esperando en la dicha costa seis días con mucho trabajo, que casi
se hobieran perdido y dado al través en la dicha costa por ser tan brava allí la
mar, segúnd los pilotos habían dicho. Y visto que no venían los españoles y
captivos ni los indios que a buscarlos habían ido, acordaron de se volver adonde
el dicho capitán Fernando Cortés los estaba agraciando a la isla de Santa Cruz.
Y llegados a la isla, como el capitán supo el mal que traían rescibió mucha
pena, y luego otro día propuso de embarcar con toda determinación de ir y llegar
a aquella tierra aunque toda la flota se perdiese, y también por se certificar
si era verdad lo que el capitán Juan de Grijalba había enviado a decir a la isla
Fernandina diciendo que era burla, que nunca a aquella costa habían llegado ni
se había[n] perdido aquellos españoles que se decía estar captivos.
Y estando con este propósito el capitán, embarcada ya toda la
gente, que no faltaba de se embarcar salvo su persona con otros veinte españoles
que con él estaban en tierra, y haciéndoles el tiempo muy bueno y conforme a su
propósito para salir del puerto, se llevantó a deshora un viento contrario con
unos aguaceros muy contrarios para salir, en tanta manera que los pilotos
dijieron al capitán que no se embarcarse porque el tiempo era muy contrario para
salir del puerto. Y visto esto, el capitán mandó desembarcar toda la otra gente
del armada. Y otro día a mediodía vieron venir una canoa a la vela hacia la
dicha isla. Llegada donde nosotros estábamos, vimos cómo venía en ella uno de
los españoles cativos que se llama Jerónimo de Aguilar, el cual nos contó la
manera cómo se había perdido y el tiempo que había que estaba en aquel
cabtiverio, que es como arriba a Vuestras Reales Altezas hemos hecho relación. Y
túvose entre nosotros aquella contrariedad de tiempo que sucedió de improviso,
como es verdad, por muy gran misterio, milagro de Dios, por donde se cree que
ninguna cosa se comenzará que en servicio de Vuestras Majestades sea que pueda
suceder sino en bien. Déste Jerónimo de Aguilar fuimos informados que los otros
españoles que con él se perdieron en aquella carabela que dio al través estaban
muy desparramados por la tierra, la cual nos dijo que era muy grande y que era
imposible poderlos recoger sin estar ni gastar mucho tiempo en ello.
Pues como el capitán Fernando Cortés viese que se iban ya
acabando los bastimentos del armada y que la gente padecería mucha necesidad de
hambre si se dilatase y esperase allí más tiempo y que no habría efecto el
propósito de su viaje, determinó, con parescer de los que en su compañía venían,
de se partir. Y luego se partió dejando aquella isla de Cozume[l], que agora se
llama de Santa Cruz, muy pacífica, y en tanta manera que si fuera para ser
poblador della pudieran con toda voluntad los indios della comenzar luego a
servir. Y los caciques quedaron muy contentos y alegres por lo que de parte de
Vuestras Reales Altezas les había dicho el capitán y por les haber dado muchos
atavíos para sus personas. Y tengo por cierto que todos los españoles que de
aquí adelante a la dicha isla veniere[n] serán tan bien rescibidos como si a
otra tierra de las que ha mucho tiempo que están pobladas llegasen.
Es la dicha isla pequeña, y no hay en ella río alguno ni arroyo
y toda el agua que los indios beben es de pozos, y en ella no hay otra cosa sino
peñas y piedras y arcabucos y montes. Y la granjería que los indios della tienen
es colmenares, y nuestros procuradores llevaban a Vuestras Altezas la muestra,
de la miel y cera de los dichos colmenares para que la manden ver.
Sepan Vuestras Majestades que como el capitán respondiese a los
caciques de la dicha isla deciéndoles que no veviesen más en la secta gentílica
que tenían, pidieron que les diese ley en que veviesen de allí adelante. Y el
dicho capitán los informó lo mejor que él supo en la fee católica y les dejó una
cruz de palo puesta en una casa alta y una imagen de Nuestra Señora la Virgen
María y les dio a entender muy cumplidamente lo que debían hacer para ser buenos
cristianos. Y ellos mostráronlo que rescibían todo de muy buena voluntad, y ansí
quedaron muy alegres y contentos.
Partidos desta isla fuimos a Yucatán, y por la banda del norte
corrimos la tierra adelante hasta llegar al río grande que se dice de Grijalba,
que es, segúnd a Vuestras Reales Altezas hicimos desuso relación, adonde llegó
el capitán Juan de Grijalba, pariente de Diego Velázquez. Y es tan baja la
entrada de aquel río que ningún navío de los grandes pudo en él entrar, mas como
el dicho capitán Fernando Cortés esté tan inclinado al servicio de Vuestras
Majestades y tenga voluntad de les hacer verdadera relación de lo que en la
tierra hay, propuso de no pasar más adelante hasta saber el secreto de aquel río
y pueblos que en la ribera dél están por la gran fama que de riqueza se decía
tenían, y ansí sacó toda la gente de su armada en los bergantines pequeños y en
las barcas. Y subimos por el dicho río arriba hasta llegar y ver la tierra y
pueblos della, y como llegásemos al primero pueblo hallamos la gente de los
indios dél puesta a la orilla del agua. Y el dicho capitán les habló con la
lengua y farabte que llevábamos y con el dicho Jerónimo de Aguilar, que había,
como dicho es desuso, estado captivo en Yucatán, que entendía muy bien y hablaba
la lengua de aquella tierra. Y les hizo entender cómo él no venía a les hacer
mal ni daño alguno sino a les hablar de parte de Vuestras Majestades, y que para
esto les rogaba que nos dejasen y hobiesen por bien que saltásemos en tierra
porque no teníamos dónde dormir aquella noche sino en la mar, en aquellos
bergantines y barcas en las cuales no cabíamos aun de pies, porque para volver a
nuestros navíos era muy tarde porque quedaban en alta mar. Y oído esto por los
indios, respondiéronle que hablase desde allí lo que quisiese, y que no habíase
de saltar él ni su gente en tierra, sino que le defenderían la entrada. Y luego
en dicíendo esto comenzáronse a poner en orden para nos tirar flechas,
amenazándonos y deciéndonos que nos fuésemos de allí. Y por ser este dia muy
tarde, que casi era ya que se quería poner el sol, acordó el capitán que nos
fuésemos a unos arenales que estaban enfrente de aquel pueblo, y allí saltamos
en tierra y dormimos aquella noche.
Otro dia de mañana luego seguiente venieron a nosotros ciertos
indios en un[a] canoa y trajeron ciertas gallinas y un poco de maíz, que habría
para comer... hombres en una comida, y dijiéronnos que tomásemos aquello y que
nos fuésemos de su tierra. Y el capitán les habló con los intérpetres que
teníamos y les dio a entender que en ninguna manera él se había de partir de
aquella tierra hasta saber el secreto della para poder escribir a Vuestra Sacra
Majestad verdadera relación della, y que les tomaba a rogar que no rescibiesen
pena dello ni le defendiesen la entrada en el dicho pueblo, pues que era[n]
vasallos de Vuestras Reales Altezas. Y todavía respondieron deciendo que no
curásemos de entrar en el dicho puerto, sino que nos fuésemos de su tierra, y
ansí se fueron. Y después de idos, determinó el dicho capitán de ir allá y mandó
a un capitán de los que en su compañía estaban que se fuese con docientos
hombres por un camino que aquella noche que en tierra estuvimos se halló que iba
a aquel pueblo. Y el dicho capitán Fernando Cortés se embarcó con hasta ochenta
hombres en las barcas y bergantines y se fue a poner frontero del pueblo para
saltar en tierra si le dejasen. Y como llegó halló los indios puestos de guerra
armados con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas deciendo que nos fuésemos de
su tierra no si queríamos guerra, que comenzásemos luego porque ellos eran
hombres para defender su pueblo. Y después de les haber requerido el dicho
capitán tres veces y pedídolo por testimonio al escribano de Vuestras Reales
Altezas que consigo llevaba deciéndoles que no quería guerra, viendo que la
deter[mi]nada voluntad de los dichos indios era resistirle que no saltase en
tierra y que comenzaban a flechar contra nosotros, mandó soltar los tiros de
artillería que llevaba y que arremetiésemos a ellos.Y soltados los tiros, al
saltar que la gente saltó en tierra nos hirieron a algunos, pero finalmente con
a priesa que les dimos y con la gente que por las espaldas les dio de la nuestra
que por el camino había ido, huyeron y dejaron el pueblo, y ansí lo tomamos y
nos aposentamos en él en la parte dél que más fuerte nos paresció.
Y otro día seguiente venieron a hora de viésperas dos indios de
parte de los caciques y trajieron ciertas joyas de oro muy delgadas de poco
valor, y dijieron al capitán que ellos le traían aquello porque se fuese y les
dejase su tierra como antes solían estar, y que no les hiciese mal ni daño. Y el
dicho capitán le[s] respondió deciendo que a lo que pedían de no les hacer mal
ni daño que él era contento, y de dejarles la tierra, porque supiesen que de
allí adelante habían de tener por señores a los mayores príncipes del mundo y
que habían de ser sus vasallos y I[e]s habían de servir; y que haciendo esto,
Vuestras Majestades les harían muchas mercedes y los favorescerían y
ampararía[n] y defendería[n] de sus enemigos. Y ellos respondieron que eran
contentos de lo hacer ansí, pero todavía le requerían que les dejase su tierra,
y ansí quedamos todos amigos. Y concertada esta amistad, les dijo el capitán que
la gente española que allí estábamos con él no teníamos qué comer ni lo habíamos
sacado de las naos, que les rogaba que el tiempo que allí en tierra estuviésemos
nos trujiesen de comer. Y ellos respondieron que otro di[a] lo traerían, y ansí
se fueron. Y tardaron aquel día y otro que no venieron con ninguna comida, y
desta cabsa estábamos todos con mucha necesidad de mantenimiento. Y al tercero
día pidieron algunos españoles licencia al capitán para ir por las estancias de
alderredor a buscar de comer. Y como el capitán viese que los indios no venían
como habían quedado, invió cuatro capitanes con más de docientos hombres a
buscar a la redonda del pueblo si hallarían algo de comer. Y andándolo buscando
toparon con muchos indios, y comenzaron luego a flecharlos en tal manera que
hirieron veinte españoles, y si no fuera hecho de presto saber el capitán para
que los socorriese como les socorrió, que creyese que mataran más de la mitad de
los cristianos. Y ansí nos venimos y retrujimos todos a nuestro real, y fueron
curados los heridos y descansaron los que habían peleado. Y viendo el capitán
cuánd mal los indios lo habían hecho, que en lugar de nos traer de comer, como
había[n] quedado, nos frechaba[n] y hacia[n] guerra, mandó sacar diez caballos y
yeguas de los que en las naos llevaban y lapercebir toda la gente, porque tenía
pensamiento que aquellos indios con el favor que el día pasado habían tomado
vernían a dar con nosotros al real con pensamiento de hacer daño. Y estando ansí
todos bien apercebidos, envió otro día ciertos capitanes con trescientos hombres
adonde el día pasado habían habido la batalla a saber si estaban allí los dichos
indios o qué había sido dellos. Y dende a poco envió otros dos capitanes con la
retroguardia con otros cient hombres, y el dicho capitán Fernando Cortés se fue
con los diez de a caballo encubiertamente por un lado. Yendo pues en esta orden,
los delanteros toparon gran multitud de indios de guerra que venían todos a dar
sobre nosotros en el real, y si por caso aquel día no los hobiéramos salido a
rescibir al camino pudiera ser que nos pusieran en harto trabajo. Y como el
capitán del artillería que iba delante hiciese ciertos requerímientos por ante
escribano a los dichos indios de guerra que topó, dándoles a entender por los
farautes y le[n]guas que allí iban con nosotros [que] no queríamos guerra sino
paz y amor con ellos, no se curaron de responder con palabras sino con frechas
muy espesas que comenzaron a tirar. Y estando ansí pelleando los delanteros con
los indios, llegaron los dos capitanes de la retroguardia. Y habiendo dos horas
que estaban pelleando todos con los indios, llegó el capitán Fernando Cortés con
los de caballo por la una parte del monte por donde los indios comenzarían a
cercar a los españoles a la redonda, y allí anduvo p[e]leando con los dichos
indios una hora. Y tanta era la multitud de indios que ni los que estaban
peleando con la gente de pie de los españoles vían a los de caballo ni sabían a
qué parte andaban ni los mismos de caballo entrando y saliendo en los indios se
vían unos a otros. Mas desque los españoles sintieron a los de caballo
arremetieron de golpe a ellos, y luego fueron los dichos indios puestos en
huida. Y seguiendo media legua el alcance,visto por el capitán cómo los indios
iban huyendo y que no había más que hacer y que su gente estaba muy cansada,
mandó que todos se recogesen a unas casas de unas estancias que allí había. Y
después de recogidos, se hallaron heridos veinte hombres, de los cuales ninguno
murió ni de los que herieron el día pasado.
Y ansí, recogidos y curados los heridos, nos volvimos al real y
trujimos con nosotros dos indios que allí se tomaron, los cuales el dicho
capitán mandó soltar, y envió con ellos sus cartas a los caciques deciéndoles
que si quisiesen venir adonde él estaba, que les perdonaría el yerro que habían
hecho y que serían sus amigos. Y este mesmo día en la tarde venieron dos indios
que parescían principales y dijieron que a ellos les pesaba mucho de lo pasado,
y que aquellos caciques le rogaban que los perdonase[n] y que no les hiciesen
más daño de lo pasado y que no les matasen más gente de la muerta, que fueron
hasta docientos y veinte hombres los muertos; y que lo pasado fuese pasado y que
dende adelante ellos querían ser vasallos de aquellos príncipes que les decía, y
que por tales se daban y tenían, y que quedaban y se obligaban de servirles cada
vez que en nombre de Vuestras Majestades algo les mandasen. Y ansí se asentaron
y quedaron hechas las paces. Y preguntó el capitán a los dichos indios por el
intérpetre que tenía que qué gente era la que en la batalla se había hallado. Y
respondiéronle que de ocho proviencias se habían ayuntado los que allí habían
venido, y que segúnd la cuenta y copia que ellos tenían sería por todos cuarenta
mill hombres, y que hasta aquel número sabían ellos muy bien contar. Crean
Vuestras Reales Altezas por cierto que esta batalla fue vencida más por voluntad
de Dios que por nuestras fuerzas, porque para con cuarenta mill hombres de
guerra poca defensa fuera cuatrocientos que nosotros éramos.
Después de quedar todos muy amigos nos dieron en cuatro o cinco
dias que allí estuvimos hasta ciento y cuarenta pesos de oro entre todas piezas,
y tan delgadas y tenidas [por] ellos en tanto que bien paresce ser tierra muy
pobre de oro, porque de muy cierto se pensó que aquello poco que tenían era
traído de otras partes por rescate.
La tierra es muy buena y muy abondosa de comida, ansí de maíz
como de frutas, pescado y otras cosas que ellos comen. Está asentado este pueblo
en la ribera del susodicho río por donde entramos en un llano en el cual hay
muchas estancias y labranzas de las que ellos usan y tienen. Reprendióseles el
mal que hacían en adorar a los ídolos y dioses que ellos tienen e hízoseles
entender cómo habían de venir en conoscimiento de nuestra muy santa fee. Y quedó
les una cruz de madera grande puesta en alto, y quedaron muy contentos y
dijieron que la ternían en mucha ven[er]ación y la adorarían, quedando los
dichos indios en esta manera por nuestros amigos y por vasallos de Vuestras
Reales Altezas.
El dicho capitán Fernando Cortés se partió de allí proseguiendo
su viaje y llegamos al puerto y bahía que se dice San Juan, que es adonde el
susodicho capitán Juan de Grijalba hizo el rescate de que arriba a Vuestras
Majestades está hecha relación. Luego que allí llegamos, los indios naturales de
la tierra vinieron a saber qué carabelas eran aquéllas que habían venido, y por
ser el día que llegamos muy tarde de casi noche estúvose quedo el capitán en las
carabelas y mandó que nadie saltase en tierra. Y otro día de mañana salió a
tierra el dicho capitán con mucha parte de la gente de su armada y halló allí
dos principales de los indios a los cuales dio ciertas preseas de vestir de su
persona. Y les habló con los intérpetres y lenguas que llevábamos dándoles a
entender cómo él venía a estas partes por mandado de Vuestras Reales Altezas a
les hablar y decir lo que habían de hacer que a su servicio convenía, y que para
esto les rogaba que luego fuesen a su pueblo y que llamasen al dicho cacique y
caciques que allí hobiese para que le veniesen [a] hablar. Y porque veniesen
seguros les dio para los caciques dos camisas, [cintas de] oro y dos jubones,
uno de raso y otro de terciopelo, y sendas gorras de grana y sendos pares de
zaraveles, y ansí se fueron con estas joyas a los dichos caciques.
Y otro día seguiente poco antes de mediodía vino un cacique con
ellos de aquel pueblo, al cual el dicho capitán habló y le hizo entender con los
farabtes que no venían a les hacer mal ni daño alguno, sino a les hacer saber
cómo habían de ser vasallos de Vuestras Majestades y le[s] habían de servir y
dar de lo que en su tierra tuviesen, como todos los que son ansí lo hacen. Y
respondió que él era muy contento de lo ser y obedescer, y que le placía de le
servir y tener por señores a tan altos príncipes como el capitán les había hecho
entender que eran Vuestras Reales Altezas. Y luego el capitán le dijo que pues
tan buena voluntad mostraba a su rey y señor, que él vería las mercedes que
Vuestras Majestades dende en adelante le harían. Deciéndole esto, le hizo vestir
una camisa de holanda y un sayón de terciopelo y una cinta de oro, con lo cual
el dicho cacique fue muy contento y alegre deciendo al capitán que él se quería
ir a su tierra, y que lo esperásemos allí y que otro día volvería y traería de
lo que tuviese porque más enteramente conosciésemos la voluntad que del servicio
de Vuestras Reales Altezas tiene, y ansí se despedió y se fue. Y otro día
adelante vino el dicho cacique como había quedado e hizo tender una manta blanca
delante del capitán y ofrescióle ciertas pre[cio]sas joyas de oro poniéndolas
sobre la manta, de las cuales y de otras que después se hobieron hacemos
particular relación a Vuestras Majestades en un memorial que nuestros
procuradores llevarán.
Después de se haber despedido de nosotros el dicho cacique y
vuelto a su casa en mucha conformidad, como en esta armada venimos personas
nobles, caballeros hijosdalgo celosos del servicio de Nuestro Señor y de
Vuestras Reales Altezas y deseosos de ensalzar su corona real, de acrecentar sus
señoríos y de aumentar sus rentas, nos juntamos y platicamos con el dicho
capitán Fernando Cortés, deciendo que esta tierra era buena y que segúnd la
muestra de oro que aquel cacique había traído se creía que debía de ser muy
rica, y que segúnd las muestras que el dicho cacique había dado era de creer que
él y todos sus indios nos tenían muy buena voluntad; por tanto, que nos parescía
que no convenía al servicio de Vuestras Majestades que en tal tierra se hiciese
lo que Diego Velázquez había mandado hacer al dicho capitán Fernando Cortés, que
era rescatar todo el oro que pudiese, y rescatado, volverse con todo ello a la
isla Fernandina para gozar solamente dello el dicho Diego Velázquez y el dicho
capitán; y que lo mejor que a todos nos parescía era que en nombre de Vuestras
Reales Altezas se poblase y fundase allí un pueblo en que hobiese justicia para
que en esta tierra tuviesen señorío como en sus reinos y señoríos lo tienen;
porque siendo esta tierra poblada de españoles, demás de acrecentar los reinos y
señoríos de Vuestras Majestades y sus rentas, nos podrían hacer mercedes a
nosotros y a los pobladores que de más allá veniesen adelante. Y acordado esto,
nos juntamos todos en concordes de un ánimo y voluntad y fecimos un
requerimiento al dicho capitán en el cual dijimos que, pues él vía cuánto al
servicio de Dios Nuestro Señor y al de Vuestras Majestades convenía que esta
tierra estuviese poblada, dándole las cabsas de que arriba a Vuestras Altezas se
ha hecho relación, que le requerimos que luego cesase de hacer rescates de la
manera que los venía a hacer, porque sería destruir la ti[e]rra en mucha manera
y Vuestras Majestades serían en ello muy deservidos; y que ansímismo le pedimos
y requerímos que luego nombrase para aquella villa que se había por nosotros de
hacer y fundar alcaldes y regidores en nombre de Vuestras Reales Altezas, con
ciertas protestaciones en forma que contra él protestamos si ansí no lo hiciese.
Y hecho este requerimiento al dicho capitán, dijo que con su respuesta el día
seguiente nos respondería. Y viendo pues el dicho capitán cómo convenía al
servicio de Vuestras Reales Altezas lo que le pedíamos, luego otro día nos
respondió deciendo que su voluntad estaba más inclinada a[l] servicio de
Vuestras Majestades que a otra cosa alguna; y que no mirando al interese que a
él se le seguiera si procediera en el rescate que traía presupuesto de hacer ni
a los grandes gastos que de su hacienda había hecho en aquella armada juntamente
con el dicho Diego Velázquez, antes posponiéndolo todo, le placía y era contento
de hacer lo que por nosotros le era pedido pues que tanto convenía al servicio
de Vuestras Reales Altezas, y luego comenzó con gran diligencia a poblar y a
fundar una villa, a la cual puso por nombre la Rica Villa de la Vera Cruz. Y
nombrónos a los que la presente carta escribimos por alcaldes y regidores de la
dicha villa, y en nombre de Vuestras Reales Altezas rescibió de nosotros el
juramento y solemnidad que en tal caso se acostumbra y suele hacer. Después de
lo cual, otro día seguiente entramos en nuestro cabildo y ayuntamiento. Y
estando ansí juntos, inviamos a llamar al dicho capitán Fernando Cortés y le
pedimos en nombre de Vuestras Reales Altezas que nos mostrase los poderes e
instituciones que el dicho Diego Velázquez le había dado para venir a estas
partes, el cual envió luego por ellos y nos los mostró.Y vistos y leídos por
nosotros, bien examinados segúnd lo que podimos mejor entender, hallamos a
nuestro parescer que por los dichos poderes e instruciones no tenía más poder el
dicho capitán Fernando Cortés, y que por haber ya espirado no podía usar de
justicia ni de capitán de allí adelante. Paresciéndonos pues, Muy Exelentisimos
Príncipes, que para la pacificación y concordia dentre nosotros y para nos
gobernar bien convenía poner una persona para su real servicio que estuviese en
nombre de Vuestras Majestades en la dicha villa y en estas partes por justicia
mayor y capitán y cabeza a quien todos acatásemos hasta hacer relación dello a
vuestras Reales Altezas, para que en ello proveyese[n] lo que más servidos
fuesen. Y visto que a ninguna persona se podría dar mejor el dicho cargo que al
dicho Fernando Cortés, porque demás de ser persona tal cual para ello conviene
tiene muy gran celo y deseo del servicio de Vuestras Majestades, y ansímismo por
la esperiencia que destas partes e islas tiene de cabsa de los oficios reales y
cargos que en ellas de Vuestras Reales Altezas ha tenido, de los cuales ha
siempre dado buena cuenta, y por haber gastado todo cuanto tenía por venir como
vino con esta armada en servicio de Vuestras Majestades, y por haber tenido en
poco, como hemos hecho relación, todo lo que podía ganar e interese que se le
podía seguir si rescatara como tenía concertado, le proveímos en nombre de
Vuestras Reales Altezas de justicia y alcalde mayor, del cual rescibimos el
juramento que en tal caso se requiere. Y hecho como convenía al servicio de
Vuestras Majestades, lo rescibimos en su real nombre en nuestro ayuntamiento y
cabildo por justicia mayor y capitán de Vuestras Reales [Altezas], y ansí está y
estará hasta tanto que Vuestras Majestades provea[n] lo que más a su servicio
convenga. Hemos querido hacer de todo esto relación a Vuestras Reales Altezas
porque sepan lo que acá se ha hecho y el estado y manera en [que] quedamos.
Después de hecho lo susodicho, estando todos ayuntados en
nuestro cabildo, acordamos de escribir a Vuestras Majestades y les inviar todo
el oro y plata y joyas que en esta tierra habemos habido, demás y allende de la
quinta parte que de sus rentas y derechos reales les pertenesce. Y que con todo
ello por ser lo primero sin quedar cosa alguna en nuestro poder serviésemos a
Vuestras Reales Altezas, mostrando en esto la mucha voluntad que a su servicio
tenemos, como hasta aquí la habemos hecho con nuestras personas y haciendas. Y
acordado por nosotros esto, elegimos por nuestros procuradores a Alonso
Fernández Puerto Carrero y a Francisco de Montejo, los cuales enviamos a
Vuestras Majestades con todo ello para que de nuestra parte besen sus reales
manos y en nuestro nombre y desta villa y concejo supliquen a Vuestras Reales
Altezas nos hagan mercedes de algunas cosas complideras al servicio de Dios y de
Vuestras Majestades y al bien pro común de la dicha villa, segúnd más largamente
llevan por las instruciones que le[s] dimos. A los cuales humillmente suplicamos
a Vuestras Majestades, con todo el acatamiento que debemos, resciban y den sus
reales manos para que de nuestra parte las besen, y todas las mercedes que en
nombre deste concejo y nuestro pi dieren y suplicaren las concedan, porque demás
de hacer Vuestras Majestades servicio a Nuestro Señor en ello, esta villa y
concejo rescibiremos muy señalada merced, como de cada día esperamos que
Vuestras Reales Altezas nos han de hacer.
En un capítulo desta carta dejimos desuso que hariamos a
Vuestras Reales Altezas relación para que mejor Vuestras Majestades fuesen
informados de las cosas desta tierra y de la manera y riquezas della y de la
gente que la posee y de la ley o seta, ritos y cirimonias en que viven. Y esta
tierra, Muy Poderosos Señores, donde agora en nombre de Vuestras Majestades
estamos, tiene cincuenta leguas de costa de la una parte y de la otra deste
pueblo. Por la costa de la mar es toda llana de muchos arenales, que en algunas
partes duran dos leguas y más. La tierra adentro y fuera de dichos arenales es
tierra muy llana y de muy hermosas vegas y riberas en ella, tales y tan hermosas
que en toda España no pueden ser mejores ansí de aplaciblesa la vista como de
frutíveras de cosas que en ellas siembran, y muy ap[ar]ejadas y convenibles y
para andar por ellas y se apacentar toda manera de ganados. Hay en esta tierra
todo género de caza y animales y aves conforme a los de nuestra naturaleza, ansí
como ciervos, corzos, gamos, lobos, zorros, perdices, palomas, tórtolas [de] dos
y de tres maneras, codornices, liebres, conejos, por manera que en aves y
animalias no hay diferencia desta tierra a España. Y hay leones y tigres.
A cinco leguas de la mar por unas partes, y por otras a menos y
por otras a más, va una gran cordillera de sierras muy hermosas. Y algunas
dellas son en grand manera muy altas, entre las cuales hay una que excede en
mucha altura a todas las otras y della se ve y descubre gran parte de la mar y
de la tierra, y es tan alta que si el día no es bien claro no se puede devisar
ni ver lo alto della porque de la mitad arriba está toda cubierta de nubes. Y
algunas veces, cuando hace muy claro día, se ve por cima de las dichas nubes lo
alto della, y está tan blanco que lo juzgamos por nieve y aun los naturales de
la tierra nos dicen que es nieve, mas porque no lo hemos bien visto (aunque
hemos llegado cerca) y por ser esta región tan cálida no nos afirma[mo]s si es
nieve.
Trabajaremos de ver aquello y otras cosas de que tenemos
noticia para dellas hacer a Vuestras Reales Altezas verdadera relación de las
riquezas de oro y plata y piedras, y juzgamos lo que Vuestras Majestades podrán
mandar juzgar, segúnd la muestra que de [to]do ello a Vuestras Reales Altezas
enviamos. A nuestro parescer, se debe creer que hay en esta tierra tanto cuanto
en aquella de donde se dice haber llevado Salamón [sic] el para el templo, mas
como ha tan poco tiempo que en ella entramos no hemos podido ver más de hasta
cinco leguas de tierra adentro de la costa de la mar y hasta diez y doce leguas
de largo de tierra por las costas de una o de otra parte que hemos andado desque
saltamos en tierra, aunque desde la mar mucho más se paresce y mucho más vimos
viniendo navegando.
La gente desta tierra,que habita desde la isla de Cozumel y
punta de Yucatán hasta donde nosotros estamos, es una gente de mediana estatura
de cuerpos y gestos bien proporcionada, exceto que en cada proviencia se
diferencia[n] ellos mesmos los gestos, unos horadándose las orejas y poniéndose
en ellas muy grandes y feas cosas, y otros horadándose las ternillas de las
narices hasta la boca y poniéndose en ellas unas ruedas de piedras muy grandes
que parescen espejos, y otros se horadan los besos de la parte de abajo hasta
los dientes, y cuel[gan] dellos unas grandes ruedas de piedra o de oro tan
pesadas que les hacen traer los bezos caídos y pare[sce]n muy disformes. Y los
vestidos que traen es como de almaizares muy pintados. Y los hombres traen
tapadas sus vergÜenzas y encima del cuerpo unas mantas muy delgadas y pintadas a
manera de alquiceles moriscos. Y las mujeres y de la gente común traen unas
mantas muy pintadas desde la cintura hasta los pies y otras que les cubren las
tetas, y todo lo demás traen descubierto. Y las mujeres principales andan
vestidas de unas muy delgadas camisas de algodón muy grandes, labradas y hechas
a manera de roquetes.
Y los mantenimientos que tienen [son] el maíz y algunos ajes
como los de las otras islas, y potuyuca ansí como la que comen en la isla de
Cuba. Y cómenla asada porque no hacen pan della. Y tienen sus pesquerías y
cazas. Crían muchas gallinas como las de Tierra Firme que son tan grandes como
pavos.
Hay algunos pueblos grandes y bien concertados. Las casas en
las partes que alcanzan piedra son de cal y canto, y los aposentos dellas
pequeños y bajos, muy amoriscados. Y en las partes donde no alcanzan pi[e]dra
hácenlas de adobes y encálanlos por encima, y las coberturas de encima son de
paja. Hay casas de algunos principales muy frescas y de muchos aposentos, porque
nosotros habemos visto casas de cinco patios dentro de unas solas casas y sus
aposentos muy concertados, cada pieza para el servicio que ha de ser por sí. Y
tienen dentro sus pozos y albercas de agua y aposentos para esclavos y gente de
servicio, que tiene[n] mucha. Y cada uno destos príncipales tienen a la entrada
de sus casas fuera della[s] un patio muy grande, y algunos dos y tres y cuatro
muy altos con sus gradas para subir a ellos, y son muy bien hechos. Y con éstos
tienen sus mesquitas y adoratorios y sus andenes todo a la redonda muy ancho, y
allí tienen sus ídolos que adoran, dellos de piedra y dellos de barro y dellos
de palo, a los cuales honran y serven en tanta manera y con tantas ciromonias
[sic] que en mucho papel no se podría hacer de todo ello a Vuestras Reales
Altezas entera y particular relación. Y estas casas y mesquitas donde los tienen
son las mayores y mejores y más bien obradas que en los pueblos hay, y tiénenlas
muy ataviadas con plumajes y paños muy labrados con toda manera de gentileza. Y
todos los días antes que obra alguna comiencen queman en las dichas mesquitas
encienso, y algunas veces sacrifican sus mesmas personas cortándose unos las
lenguas y otros las orejas y otros acuchillándose el cuerpo con unas navajas. Y
toda la sangre que del los corre la ofrecen a aquellos ídolos, echándola por
todas partes de aquellas mesquitas y otras veces echándola hacia el cielo y
haciendo otras muchas maneras de cerimonias, por manera que ninguna obra
comienzan sin que primero hagan allí sacrisficio. Y tienen otra cosa horrible y
abominable y dina de ser punida loque hasta hoy [no se ha] visto en ninguna
parte, y es que todas las veces que alguna cosa quieren pedir a sus ídolos, para
que más aceptasen su petición toman muchas niñas y niños y aun hombres y mujeres
de mayor edad, y en presencia de aquellos ídolos los abren vivos por los pechos
y les sacan el corazón y las entrañas y queman las dichas entrañas y corazones
delante de los idolos ofresciéndoles en sacrificio aquel humo. Esto habemos
visto algunos de nosotros, y los que lo han visto dicen que es la más cruda y
más espantosa cosa de ver que jamás han visto. Facen [esto] estos indios tan
frecuentemente y tan a menudo que, segúnd somos informados y en parte habemos
visto por esperencia en lo poco que ha que en esta tierra estamos, no hay año en
que no maten y sacrifiquen cincuenta ánimas en cada mesquita. Y esto se usa y
tienen por costumbre desde la isla de Cozumel hasta esta tierra donde estamos
poblados. Y tengan Vuestras Majestades por muy cierto que segúnd la cantidad de
la tierra nos paresce ser grande y las muchas mesquitas que tienen, no hay año
que en lo que hasta agora hemos descubierto y visto no maten y sacrifiquen desta
manera tres o cuatro mill ánimas. Vean Vuestras Reales Majestades si deben
evitar tan grand mal y daño. Y cierto sería Dios Nuestro Señor muy servido si
por mano de Vuestras Reales Altezas estas gentes fuesen introdocidas e instrutas
en nuestra muy santa fee católica y conmutada la devoción, fee y esperanza que
en estos sus ídolos tienen en la divina potencia de Dios, porque es cierto que
si con tanta fee y fervor y diligencia a Dios serviesen ellos harían muchos
milagros. Es de creer que no sin cabsa Dios Nuestro Señor ha sido servido que se
descubriesen estas partes en nombre de Vuestras Reales Altezas para que tan gran
fruto y merescimiento de Dios alcanzasen Vuestras Majestades mandando informar y
siendo por su mano traídas a la fee estas gentes bárbaras, que segúnd lo que
del[l]os hemos conoscido creemos que habiendo lenguas y personas que le[s]
hiciesen entender la verdad de la fee y el error en que están, muchos dellos y
aun todos se apartarían muy brevemente de aquella irronia que tienen y vernían
al verdadero conoscimiento, porque viven más política y razonablemente que
ninguna de las gentes que hasta hoy en estas partes se ha visto.
Querer decir a Vuestras Majestades todas las particularidades
desta tierra y gente della podría ser que en algo se errase la relación, porque
muchas dellas no se han visto más de por informaciones de los naturales de ella,
y por esto no nos entremetemos a decir más de aquello que por muy cierto y
verdadero Vuestras Reales Altezas podrán mandar tener dello. Podrán Vuestras
Majestades, si fueren servidos, hacer por cosa verdadera relación [a] nuestro
muy Santo Padre para que en la conversión desta gente se ponga diligencia y
buena orden pues que dello se espera sacar tan gran fruto, y también para que Su
Santidad haya por bien y premita que los malos y rebeldes, siendo primero
amonestados, puedan ser punidos y castigados como enemigos de nuestra sancta fee
católica, Y será ocasión de castigo y espanto a los que fueren rebeldes en venir
en conoscimiento de la verdad, y evitarse han tan grandes males y daños como son
los que en servicio del demonio hacen. Porque aun allende de lo que arriba hemos
hecho relación a Vuestras Majestades de los niños y hombres y mujeres que matan
y ofrescen en sus sacrificios, hemos sabido y sido informados de cierto que
todos son sodomitas y usan aquel abominable pecado. En todo suplicamos a
Vuestras Mercedes manden prove[e]r como vieren que más conviene al servicio de
Dios y de Vuestras Reales Altezas y como los que aquí en su servicio estamos
seamos favorescidos y aprovechados.
Con estos nuestros procuradores que a Vuestras Reales Altezas
enviamos, entre otras cosas que en nuestra instrución Ileva[n] es una: que de
nuestra parte supliquen a Vuestras Majestades que en ninguna manera den ni hagan
merced en estas partes a Diego Velázquez, teniente de almirante en la isla
Fernandina, de adelantamiento ni gobernación perpetua ni de otra manera ni de
cargos de justicia, y si alguna se tuviere hecha la manden revocar, porque no
conviene al servicio de su corona real que el dicho Diego Velázquez ni otra
persona alguna tengan señorío ni merced otra alguna perpetua ni de otra manera,
salvo por cuanto fue[re] la voluntad de Vuestras Majestades en esta tierra de
Vuestras Reales Altezas, por ser como es a lo que agora alcanzamos y a lo que se
espera muy rica. Y aun allende de no convenir al servicio de Vuestras Majestades
que el dicho Diego Velázquez sea proveído de oficio alguno, esperamos, si lo
fuese, que los vasallos de Vuestras Reales Altezas que en esta tierra hemos
empezado a poblar y vevimos seríamos muy mal tratados por él. Porque cre[e]mos
que lo que agora se ha hecho en servicio de Vuestras Majestades en les inviar
este servicio de oro y plata y joyas que les inviamos que en esta tierra hemos
podido haber no era su voluntad que ansí se hiciera, segúnd ha parescido
claramente por cuatro criados suyos que acá pasaron, los cuales desque vieron la
voluntad que teníamos de lo inviar todo como lo enviamos a Vuestras Reales
Altezas, publicaron y dijieron que fuera mejor enviarlo a Diego Velázquez y
otras cosas que hablaron perturbando que no se llevase a Vuestras Majestades,
por lo cual los mandamos prender y quedan presos para se hacer dellos justicia.
Y después de hecha, se hará relación a Vuestras Majestades de lo que en ello
hiciéremos. Y porque lo que hemos visto que el dicho Diego Velázquez ha hecho y
por la esperiencia que dello tenemos, tenemos temor que si con cargo a esta
tierra veniese nos tratara mal, como lo ha hecho en la isla Fernandina al tiempo
que ha tenido cargo de la gobernación, no haciendo justicia a nadie más de por
su voluntad y contra quien a él se antojaba por enojo y pasión, y no por
justicia ni razón. Y desta manera ha destruido a muchos buenos trayéndolos a
mucha probeza, no les queriéndo dar indios con que puedan vevir, tomándose los
todos para sí y tomando él todo el oro que han cogido sin les dar parte dello,
teniendo como tiene parte compañías desaforadas con todos los más muy a su
propósito y provecho. Y como sea gobernador y repartidor, con pensamiento y
miedo que los ha de destruir no osan hacer más de lo que él quiere. Y desto no
tienen Vuestras Majestades noticias ni geles ha hecho jamás relación dello
porque los procuradores que a su corte han ido de la dicha isla son fechos por
su mano y sus criados, y tiénenlos bien contentos dándoles indios a su voluntad.
Y los procuradores que van a [é]l de las villas para negociar lo que toca a las
comunidades cúmpleles hacer lo que él quiere porque les da indios a su contento,
y cua[n]do los tales procuradores vuelven a sus villas y les mandan cuenta de lo
que han hecho dicen y responden que no invíen personas pobres, porque por un
cacique que Diego Velázquez les da hacen todo lo que él quiere. Y porque los
regidores y alcaldes que tienen indios no se los quite el dicho Diego Velázquez
no osan hablar ni reprender a los procuradores que han hecho lo que no debían,
complaciendo a Diego Velázquez. Y para esto y para otras cosas tiene él muy
buenas [maneras], por donde Vuestras Reales Altezas pueden ver que todas las
relaciones que la isla Fernandina por Diego Velázquez hace y las mercedes que
para él piden son por los indios que da a los procuradores, y no porque las
comunidades son dello contentas ni tal cosa desean, antes querrían que los tales
procuradores fuesen castigados. Y siendo a todos los vecinos y moradores desta
villa de la Vera Cruz notorio lo susodicho, se juntaron con el procurador deste
concejo y nos pidieron y requirieron por su requerimiento firmado de sus nombres
que en nombre de todos suplicásemos a Vuestras Majestades que no proveyesen de
los dichos cargos ni de alguno dellos al dicho Diego Velázquez, antes le
mandasen tomar residencia y le quitasen el cargo que en la isla Fernandina
tiene, pues que lo susodicho, tomándole residencia, se sabría ser verdad y muy
notorio. Por lo cual a Vuestras Majestades suplicamos manden dar un
pe[s]quisidor para que haga la pesquisa de todo esto de que hemos hecho relación
a Vuestras Altezas, ansí para la isla de Cuba como para otras partes, porque le
entendemos probar cosas por donde Vuestras Majestades vean si es justicia ni
conciencia que él tenga cargos reales en estas partes ni en las otras donde al
presente reside.
Hánnos ansimismo pedido el procurador y vecinos y moradores
desta villa en el dicho pedimento que en su nombre supliquemos a Vuestras
Majestades que provean y manden dar su cédula y provisión real para Fernando
Cortés, capitán y justicia mayor de Vuestras Reales Altezas, para que él nos
tenga en justicia y gobernación hasta tanto que esta tierra esté conquistada y
pacífica y por el tiempo que más a Vuestras Majestades paresciere y fuere[n]
servidos, por conoscer ser tal persona que conviene para ello, el cual pedimento
y requerimiento enviamos con estos nuestros procuradores a Vuestras Majestades,
y humillmente suplicamos a Vuestras Reales Altezas que ansí en esto como en
todas las otras mercedes [que] en nombre deste concejo y villa les fueron
suplicadas por parte de los dichos procuradores nos las hagan y manden conceder,
y que nos tengan por sus muy leales vasallos como lo hemos sido y seremos
siempre.
El oro y platas y rodelas y joyas y ropa que a Vuestras Reales
Altezas enviamos con los procuradores, demás del quinto que a Vuestras
Majestades pertenesce, de que su capitán Fernando Cortés y este concejo les
hacen servicio, va en esta memoria firmada de los dichos procuradores, como por
ella Vuestras Reales Altezas podrán ver. De la Rica Villa de la Vera Cruz, a
diez de Julio de mill y quinientos y dicenueve.
El oro y joyas y piedras y plumajes que se han habido en estas
partes nuevamente descubiertas después que estamos en ella, que vos, Alonso
Hernández Puerto Carrero y Francisco de Montejo, que vais por procuradores desta
Rica Villa de la Vera Cruz a los Muy Altos Exelentísimos Príncipes y Muy
Católicos y Muy Grandes Reyes y Señores la Reina Doña Juana y el Rey Don Carlos
su hijo, nuestros señores, lleváis, son las seguientes:
- Primeramente, una rueda de oro grande con una figura de mostruos en ella y
labrada toda de follajes, la cual pesó tres mill y ochocientos pesos de oro. Y
en esta rueda, porque era la mejor pieza que acá se había habido y de mejor oro
se tomó el quinto para Sus Altezas, que fue dos mill castellanos que les
pertenescía de su quinto y derecho real, segúnd la capitulación que trujo el
capitán general Fernando Cortés de los padres jerónimos que residen en la isla
Española y en las otras. Y los mill y ochocientos pesos restantes, a todo lo
demás que tiene a cumplimiento de los dichos tres mill y ochocientos pesos, el
concejo desta villa hace servicio dello a Sus Altezas con todo lo demás que aquí
en esta memoria va, que era y pertenescía a los [de] dicha villa.
- Iten: dos collares de oro y pedreria, que el uno tiene ocho hilos y en ellos
docientas y treinta y dos piedras coloradas y ciento y sesenta y tres verdes. Y
cuelgan por el dicho collar por la orladura dél veinte y siete cascabeles de
oro, y en medio dellos hay cuatro figuras de piedras grandes engastadas en oro,
y de cada una de las dos en medio cuelgan siete pinjantes sencillos, y de las de
los cabos cada cuatro pinjantes doblados. Y el otro collar tiene cuatro hilos
que tienen ciento y dos piedras coloradas y setenta y dos piedras que parescen
en la color verdes, y a la redonda de las dichas piedras veinte y seis
cascabeles de oro, y en el dicho collar diez piedras grandes engastadas en oro
de que cuelgan ciento y cuarenta y dos pinjantes de oro.
- Iten: cuatro pares de antiparas, los dos pares de hoja de oro delgado con
una guarnición de cuero de venado amarillo, y los otros dos de hoja de plata
delgada con una guarnición de cuero de venado blanco, y las restantes de
plumajes de diversos colores y muy bien obradas, de cada una de las cuales
cuelgan diez y seis cascabeles de oro, y todas guarnescidas de cuero de venado
colorado.
- Iten más: cient pesos de oro por fundir, para que Sus Altezas vean cómo se
coge acá oro de minas.
- Iten más: en una caja, una pieza grande de plumajes enforrada en cuero, que
en las colores parescen martas, atadas y puestas en la dicha pieza, y en el
medio una paten[a] grande de oro que pesó sesenta pesos de oro. Y una pieza de
pedrería azul y colorado a manera de rueda, y otra pieza de pedrería azul un
poco colorada y al cabo de la pieza otro plumaje de colores que cuelga della.
- Iten : un moscador de plumajes de colores con treinta y siete verguitas
cubiertas de oro.
- Iten más: una pieza grande de plumajes de colores que se pone en la cabeza,
en que haya la redonda della sesenta y ocho piezas pequeñas de oro, que será
cada una como medio cuarto, y debajo dellas veinte torrecitas de oro.
- Item: una mitra de pedrería azul con una figura de mostruos en el medio
della y enforrada en un cuero que paresce en las colores martas con un plumaje
pequeño, el cual [y] el de que arriba se hace minción son desta dicha mitra.
- Iten: cuatro arpones de plumajes con sus puntas de piedra atadas con hilo de
oro, y un cetro de pedrería con dos anillos de oro y lo demás plumaje.
- Iten: un brazalete de pedrería más una pieza de plumaje negra y de otras
colores pequeña.
- Iten: un par de zapatones de cuero de colores que parescen martas, y las
suelas blancas cosidas con tiritas de oro.
- Más un espejo puesto en una pieza de pedrería azul y colorada con un plumaje
pegado a él, y dos tiras de cuero colorado pegadas y otro cuero que paresce de
aquellas martas.
- Iten: tres plumajes de colores que son de una cabeza grande [de] oro que
paresce de caimán.
- Iten: unas antiparas de pedrería de piedra azul enforradas en un cuero que
las colores parescen martas. En cada quince cascabeles de oro.
- Más un manípulo de cuero de lobo con cuatro tiras de cuero que parescen de
martas.
- Más unas barbas puestas en unas plumas de colores. Y las dichas barbas son
blancas que parecen de cabellos.
- Iten más: dos plumajes de colores que son para dos capace tes de pedrería
que abajo dirá.
- Más otros dos plumajes de colores que son para dos piezas de oro que se
ponen en la cabeza, hechas de manera de caracoles grandes.
- Más dos pájaros de pluma verde con sus pies y picos y ojos de oro, que se
ponen en la una pieza de las de oro que parescen caracoles.
- Más dos guariques grandes de pedrería azul que son para poner enla cabeza
grande del caimán.
- En otra caja cuadrada, una cabeza de caimán grande de oro, que es la que
arríba se dice para poner las dichas piezas.
- Más un capacete de pedrería azul con veinte cascabeles de oro que le cuelgan
a la redonda con dos sartas que están encima de cada cascabel y dos guariques de
palo con dos chapas de oro.
- Más una pájara de plumajes verdes, e los pies y pico y ojos de oro.
- Ite[n] más: otro capacete de pedrería azul con veinte y cinco cascabeles de
oro y dos cuentas de oro encima de cada cascabel que le cuelgan a la redonda,
con unos guariques de palo con chapas de oro y un pájaro de plumaje verde con
los pies y picos y ojos de oro.
- Iten más: en una haba de caña dos piezas grandes de oro que se ponen en la
cabeza que son hechas a manera de caracol de oro, con sus guariques de palo y
chapas de oro. Y más dos pájaros de plumaje verde con sus pies y picos y ojos de
oro.
- Más diceseis rodelas de pedrería, con sus plumajes de colores que cuelgan de
la redonda dellas. Y una tabla ancha esquinada de pedrería con sus plumajes de
colores, y en medio de la dicha tabla hecha de la dicha pedrería una cruz de
rueda la cual está aforrada en cuero que tiene las colores como martas.
- Otrosí, un cetro de pedrería colorada hecho a manera de culiebra con su
cabeza y los dientes y ojos que parescen de nácar, y el puño guarnecido con un
cuero de animal pintado, y debajo del dicho puño cuelgan seis plumajes pequeños.
- Iten más: una moscador de plumajes puesto en una caña guarnecida en un cuero
[de] animal pintado, hecho a manera de veleta, y encima tiene una copa de
plumajes y en fin de todo tiene muchas plumas verdes largas.
- Iten: dos aves hechas de hilo y de plumajes. Y tienen los cañones de las
alas y colas y las uñas de los pies y los ojos y los cabos de los picos de oro,
puestas en sendas caña[s] cubiertas de oro, y abajo unas pellas de plumajes una
blanca y otra amarílla, con cierta argentería de oro entre las plumas, y de cada
una dellas cuelgan siete ramales de plumas.
- Iten: cuatro piezas hechas a manera de lisas puestas en sendas cañas de oro.
Y tienen las colas y las agallas y los ojos y bocas de oro, [y] abajo en las
colas unos plumajes de plumas verdes. Y tienen hacia las bocas las dichas lisas
sendas copas de plumajes de colores, y en algunas de las plumas blancas está
cierta argentería de oro, y bajo del asidero cuelga[n] de cada una seis ramales
de plumajes de colores.
- Iten: una verguita de cobre aforrada en un cuero en que está puesto una
pieza de oro a manera de plumaje que encima y abajo tiene ciertos plumajes de
colores.
- Iten más: cinco moscadores de plumaje de colores, y los cuatro dellos
tiene[n] diez cañoncitos cubiertos de oro y el uno tiene trece.
- Iten: cuatro arpones de pedernal blanco puestos en cuatro varas guarnecidas
de plumajes.
- Iten: una rodela grande de plumajes guarnecida del envés y de un cuero de
animal pintado, y en el campo de la dicha rodela, en el medio, una chapa de oro
con una figura de las que los indios hacen, con cuatro otras medias chapas en la
orla, que todas ellas juntas hacen una cruz.
- Iten más: una pieza de plumajes de diversos colores hecha a manera de media
casulla aforrada en un cuero de animal pintado, que los señores destas partes
que hasta agora hemos visto se pone[n] colgada del pescuezo. Y en el pecho tiene
trece piezas de oro muy bien asentadas.
- Iten: una pieza de plumajes de colores que los señores destas tierras se
suelen poner en las cabezas hecha a manera de cimera de justador . Y della
cuelgan dos orejas de pedrería con dos cascabeles y dos cuentas de oro, y encima
un plumaje de plumas verdes ancho, y debajo cuelgan unos cabellos blancos.
- Otrosí, cuatro cabezas de animales, las dos parescen de lobo y las otras dos
de tigres, con unos cueros pintados, y dello les cuelgan cascabeles de metal.
- Iten: dos cueros de animales pintados aforrados en unas ma[n]tas de algodón,
y parescen los cueros de gato cerbal.
- Iten: un cuero bermejo y pardillo de otro animal que paresce de leó[n].
Otros dos cueros de venado.
- lten: cuatro cueros de venados de guadamecieres de la que acá hacen los
guantes pequeños adobados.
- Más dos libros de los que acá tienen los indios. Más media docena de
moscadores de plumajes de colores.
- Más una poma de plumajes de colores. Más una poma de plumas de colores con
cierta argentería en ella.
- Otrosí, una rueda de plata grande que pesó cuarenta y ocho marcos de plata.
Y más, en unos brazaletes y unas hojas batidas un marco y cinco onzas y cuatro
adarmes de plata. Y una rodela grande y otra pequeña de plata que pesaron cuatro
marcos y dos onzas de plata . Y otras dos rodelas que parescen de plata que
pesaron seis marcos y dos onzas. Y otra rodela que paresce ansímesmo de plata
que pesó un marco y siete onzas. Que son por todo sesenta [y] dos marcos de
plata.
ROPA DE ALGODON:
- Iten más: dos piezas grandes de algodón, tejidas de labores de blanco y
negro y leonado muy ricas. Iten: dos piezas tejidas de plumas y otra pieza
tejida a escaques de colores. Otra pieza tejida de labores colorada, negra y
blanca , y por el envés no parescen las labores.
- Iten: otra pieza tejida de labores, y en medio unas ruedas negras de pluma.
- Item: dos mantas blancas en unos plumajes tejidas. Otra manta con unas
prececias y colores pegadas.
- Un sayo de hombre de la tierra. Una pieza blanca con una rued[a] grande de
plumas blancas en medio. Dos piezas de guascasa pardilla con unas ruedas de
pluma y otras dos de guasca leonada.
- Seis piezas de pintura de pincel. Otra pieza colorada con unas ruedas y
otras dos piezas azules de pincel. Y dos camisas de mujer. Doce almaiza[les].
- Iten: seis rodelas que tiene cada una una chapa de oro que toma toda la
rodela.
- Iten: media mitra de oro.
- Las cuales cosas y cada una dellas, segúnd que por sus capítulos van
declaradas y asentadas, nos, Alonso Fernández Puerto Carrero y Francisco de
Montejo, procuradores susodichos, es verdad que las rescibimos y nos fueron
entregadas para llevar a Sus Altezas de vos, Fernando Cortés, justicia mayor por
Sus Altezas en estas partes, y de vos, Alonso de Avilla [sic] y Alonso de Grado,
tesorero y ve[e]dor de Sus Altezas en ellas. Y porque es verdad, lo firmamos de
nuestros nombres. Hecho a seis días de julio de mill y quinientos y diez y nueve
años.
- Las cuales cosas y cada una dellas según que por estos capítulos van
declaradas y asentadas, nos Alonso Fernández Puerto Carrero y Francisco de
Montejo, procuradores susodichos, es verdad que las recibimos y nos fueron
entregadas para llevar a Sus Altezas de vos Fernando Cortés, justicia mayor por
Sus Altezas en estas partes, y de vos Alonso de Avila y Alonso de Grado,
tesorero y veedor de Sus Altezas. Y porque es verdad lo firmamos de nuestros
nombres. Fecho a seis días de julio de 1519 años. - Puerto Carrero, Francisco de
Montejo.
- [Las cosas desuso nombradas en el dicho memorial, con la carta y relación
desuso dicha que el concejo de la Vera Cruz envió, rescibió el Rey Don Carlos
Nuestro Señor, como desuso se di[ce], en Valladolid, en la Semana Santa, en
principio del mes de abril del año del Señor de mill y quinientos y veinte
años.]
@§ Segunda relación
CARTA de relación enviada a Su Sacra Majestad del
Emperador Nuestro Señor por el Capitán General de la Nueva España
llamado Fernando Cortés, en la cual hace relación de las tierras y
provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatán desde
el año de quinientos y diez y nueve a esta parte y ha sometido a la
corona real de Su Sacra Majestad. En especial hace relación de una
grandísima provincia muy rica llamada Culúa en la cual hay muy grandes
ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas
entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas llamada
Temustitán que está por maravillosa arte edificada sobre una grande
laguna, de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor
llamado Muteeçuma, donde le acaescieron al capitán y a los españoles
espantosas cosas de oír. Cuenta largamente el grandísimo señorío del
dicho Muteeçuma y de sus ritos y cerímonias y de cómo se sirve.
Muy Alto y Poderoso y Muy Católico Príncipe, lnvitísimo Emperador y Señor Nuestro:
En una nao que desta Nueva España de Vuestra Sacra
Majestad despaché a diez y seis días de julio del año de quinientos y
diez y nueve envié a Vuestra Alteza muy larga y particular relación de
las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ellas
suscedidas, la cual relación llevaron Alonso Hernández Puerto Carrero y
Francisco de Montejo, procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz que
yo en nombre de Vuestra Alteza fundé. Y después acá por no haber
oportunidad, así por falta de navíos y estar yo ocupado en la conquista
y pacificación desta tierra como por no haber sabido de la dicha nao y
procuradores, no he tornado a relatar a Vuestra Majestad lo que después
se ha hecho, de que después Dios sabe la pena que he tenido, porque he
deseado que Vuestra Alteza supiese las cosas desta tierra, que son
tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí, se puede
intitular de nuevo Emperador della y con título y no menos mérito que
el de Alemaña que por la gracia de Dios Vuestra Sacra Majestad posee. Y
porque querer de todas las cosas destas partes y nuevos reinos de
Vuestra Alteza decir todas las particularidades y cosas que en ellas
hay y decirse debían seria casi proceder a infinito, si de todo a
Vuestra Alteza no diere tan larga cuenta como debo a Vuestra Sacra
Majestad suplico que me mande perdonar, porque ni mi habilidad ni la
oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo para ello me ayudan,
mas con todo, me esforzaré a decir a Vuestra Alteza lo menos mal que yo
pudiere la verdad y lo que al presente es necesario que Vuestra
Majestad sepa. Y asimismo suplico a Vuestra Alteza me mande perdonar si
[de] todo lo acaecido no contare el cómo ni el cuándo muy cierto y si
no acertare algunos nombres así de cibdades y villas como de señoríos
dellas que a Vuestra Majestad han ofrescido su servicio y dádose por
sus súbditos y vasallos, porque en cierto infortunio agora nuevamente
acaescido, de que adelante en el proceso a Vuestra Alteza daré entera
cuenta, se me perdieron todas las escrituras y abtos que con los
naturales destas tierras yo he hecho y otras cosas muchas.
En la otra relación, Muy Excellentísimo Príncipe,
dije a Vuestra Majestad las cibdades y villas que hasta entonces a su
real servicio se habían ofrecido y yo a él tenía subjetas y
conquistadas. Y dije ansímismo que tenía noticia de un gran señor que
se llamaba Muteeçuma que los naturales desta tierra me habían dicho que
en ella había que estaba, segúnd ellos señalaban las jornadas, hasta
noventa o cient leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué; y que
confiando en la grandeza de Dios y con esfuerzo del real nombre de
Vuestra Alteza, pensaba irle a ver a doquiera que estuviese. Y aún me
acuerdo que me ofrecí en cuanto a la demanda deste señor a mucho más de
lo a mí posible, porque certifiqué a Vuestra Alteza que lo habría preso
o muerto o súbdito a la corona real de Vuestra Majestad.
Y con este propósito y demanda me partí de la cibdad
de Cempoal, que yo intitulé Sevilla, a diez y seis de agosto, con
quince de caballo y trecientos peones lo mejor adreszados de guerra que
yo pude y el tiempo dio a ello lugar. Y dejé en la villa de la Vera
Cruz ciento y cincuenta hombres con dos de caballo haciendo una
fortaleza que ya tengo casi acabada. Y dejé toda aquella provincia de
Cempoal y toda la sierra comarcana a la dicha villa, que serán hasta
cincuenta mill hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas, muy
seguros y pacíficos y por ciertos y leales vasallos de Vuestra
Majestad, como hasta agora lo han estado y están. Porque ellos eran
súbditos de aquel señor Muteeçuma y, segúnd fui informado, lo eran por
fuerza y de poco tiempo acá. Y como por mí tuvieron noticia de Vuestra
Alteza y de su muy grand y real poder, dijeron que querían ser vasallos
de Vuestra Majestad y mis amigos, y que me rogaban que los defendiese
de aquel grand señor que los tenía por fuerza y tiranía y que les
tomaba sus hijos para los matar y sacríficar a sus ídolos, y me dijeron
otras muchas quejas dél. Y con esto han estado y están muy ciertos y
leales en el servicio de Vuestra Alteza, y creo lo estarán siempre por
ser libres de la tiranía de aquél. Y porque de mí han sido siempre bien
tratados y favorescidos y para más seguridad de los que en la villa
quedaban, traje conmigo algunas personas prencipales dellos con alguna
gente que no poco provechosos me fueron en mi camino.
Y porque como ya creo, en la primera relación
escribí a Vuestra Majestad que algunos de los que en mi compañía
pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velázquez, les había pesado
de lo que yo en servicio de Vuestra Alteza hacía. Y aun algunos dellos
se me quisieron alzar e írseme de la tierra, en especial cuatro
españoles que se decían Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y
Gonzalo de Ungría, ansimismo piloto, y Alonso Peñate, los cuales,
segúnd lo que confesaron espontáneamente, tenían determinado de tomar
un bergantín que estaba en el puerto con cierto pan y tocinos y matar
al maestre dél e irse a la isla Fernandina a hacer saber a Diego
Velázquez cómo yo inviaba la nao que a Vuestra Alteza invié y lo que en
ella iba y el camino que la dicha nao había de llevar para que el dicho
Diego Velázquez pusiese navíos en guarda para que la tomasen. Como
después que lo supo lo puso por obra, que, segúnd he sido informado,
invió tras la dicha nao una carabela y si no fuera pasada, la tomara. Y
ansimesmo confesaron que otras personas tenían la misma voluntad de
avisar al dicho Diego Velázquez, y vistas las confesiones destos
delincuentes, los castigué conforme a justicia y a lo que segúnd el
tiempo me paresció que habia nescesidad y al servicio de Vuestra Alteza
cumplía. Y porque demás de los que por ser criados y amigos de Diego
Velázquez tenían voluntad de se salir de la tierra había otros que por
verla tan grande y de tanta gente y tal y ver los pocos españoles que
éramos estaban del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos
dejase se me alzarían con ellos y yéndose todos los que desta voluntad
estaban yo quedaría casi sólo, por donde se estorbara el gran servicio
que a Dios y a Vuestra Alteza en esta tierra se ha hecho, tuve manera
cómo so color que los dichos navíos no estaban para navegar los eché a
la costa, por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra
y yo hice mi camino más seguro y sin sospecha que, vueltas las
espaldas, no había de faltarme la gente que yo en la villa había de
dejar.
Ocho o diez días después de haber dado con los
navíos a la costa y siendo ya salido de la Vera Cruz hasta la cibdad de
Cempoal, que está a cuatro leguas della, para de allí seguir mi camino,
me hicieron saber de la dicha villa cómo por la costa della andaban
cuatro navíos, y que el capitán que yo allí dejaba había salido a ellos
con una barca y le habían dicho que eran de Francisco de Garay,
teniente de gobernador en la isla de Jamaica, y que venían a descubrir;
y que el dicho capitán les había dicho cómo yo en nombre de Vuestra
Alteza tenía poblada esta tierra y hecha una villa allí a una legua de
donde los dichos navíos andaban y que allí podían ir con ellos y me
farían saber de su venida, y si alguna nescesidad trujesen se podrían
reparar della, y que el dicho capitán los guiaría con la barca al
puerto, el cual les señaló dónde era; y que ellos le habían respondido
que ya habían visto el puerto porque pasaron por frente dél, y que ansí
lo farían como él gelo decía; y que se había vuelto con la dicha barca
y los navíos no le habían seguido ni venido al puerto, y que todavía
andaban por la costa y que no sabían qué era su propósito, pues no
habían venido al dicho puerto. Y visto lo que el dicho capitán me fizo
saber, a la hora me partí para la dicha villa, donde supe que los
dichos navíos estaban surtos tres leguas la costa abajo y que ninguno
no había saltado en tierra. Y de allí me fui por la costa con alguna
gente para saber lengua, y ya que casi llegaba a una legua dellos
encontré tres hombres de los dichos navíos, entre los cuales venía uno
que decía ser escribano. Y los dos traía, segúnd me dijo, para que
fuesen testigos de cierta notificación, que diz que el capitán le había
mandado que me hiciese de su parte un requirimiento que allí traía en
el cual se contenía que me hacía saber cómo él habia descubierto
aquella tierra y quería poblar en ella, por tanto que me requería que
partiese con él los términos porque su asiento quería hacer cinco
leguas la costa abajo después de pasada Nautecal, que es un[a] cibdad
que es doce leguas de la dicha villa que agora se llama Almería. A los
cuales yo dije que viniese su capitán y que se fuese con los navíos al
puerto de la Vera Cruz, y que allí nos hablaríamos y sabría de qué
manera venían; y si sus navíos y gente trujesen alguna nescesidad, les
socorrería con lo que yo pudiese; y que pues él decía venir en servicio
de Vuestra Sacra Majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me
ofreciese en qué sirviese a Vuestra Alteza, y que en le ayudar creía
que lo hacía. Y ellos me respondieron que en ninguna manera el capitán
ni otra gente vernía a tierra ni adonde yo estuviese. Y creyendo que
debían de haber hecho algúnd daño en la tierra, pues se recelaban de
venir ante mí, ya que era noche me puse secretamente junto a la costa
de la mar, frontero de donde los dichos navíos estaban surtos. Y allí
estuve encubierto fasta otro día casi a mediodía, creyendo que el
capitán o piloto saltarían en tierra para saber dellos lo que habían
fecho o por qué parte habían andado, y si algúnd daño hobiesen fecho en
la. tierra, inviarlos a Vuestra Sacra Majestad. Y jamás salieron ellos
ni otra persona, y visto que no salían, fice quitar los vestidos de
aquellos que venían a facerme el requirimiento y [que] se los vestiesen
otros españoles de los de mi compañía, los cuales fice ir a la playa y
que llamasen a los de los navíos. Y visto por ellos, salió a tierra una
barca con fasta diez o doce hombres con ballestas y escopetas, y los
españoles que llamaban de la tierra se apartaron de la playa a unas
matas que estaban cerca como que se iban a la sombra dellas, y ansí
saltaron cuatro, los dos ballesteros y los dos escopeteros, los cuales,
como estaban cercados de la gente que yo tenía en la playa puesta,
fueron tomados. Y el uno dellos era maestre de la una nao, el cual puso
fuego a una escopeta y matara aquel capitán que yo tenía en la Vera
Cruz, sino que quiso Nuestro Señor que la mecha no tenía fuego. Y los
que quedaron en la barca se hicieron a la mar, y antes que llegasen a
los navíos ya iban a la vela sin aguardar ni querer que dellos se
supiese cosa alguna.
Y de los que conmigo quedaron me informé cómo habian
llegado a un río que está treinta leguas de la costa abajo después de
pasada Almería; y que allí habían habido buen acogimiento de los
naturales y que por rescate les habían dado de comer; y que habían
visto algúnd oro que traían los indios, aunque poco, y que habían
rescatado fasta tres mill castellanos de oro; y que no habían saltado
en tierra más de que habían visto ciertos pueblos en la ribera del río
tan cerca que de los navíos los podían bien ver, y que no había
edeficios de piedra sino que todas las casas eran de paja exceto que
los suelos dellas tenían algo altos y hechos a mano. Lo cual todo
después supe más por entero de aquel grand señor Muteeçuma y de ciertas
lenguas de aquella tierra que él tenía consigo, a los cuales y a un
indio que en los dichos navíos traían del dicho río que también yo les
tomé invié con otros mensajeros del dicho Muteeçuma para que hablasen
al señor de aquel río que se dice Pánuco para le atraer al servicio de
Vuestra Sacra Majestad. Y él me invió con ellos una persona prencipal y
aun, segúnd decía, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte
cierta ropa y piedras y plumajes y me dijo que él y toda su tierra eran
muy contentos de ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos. Y yo
les di otras cosas de las de España con que fue muy contento, y tanto
que cuando los víeron los de los otros navíos del dicho Francisco de
Garay, de que adelante a Vuestra Alteza faré relación, me invió a decir
el dicho Pánuco cómo los dichos navíos estaban en otro río lejos de
allí hasta cinco o seis jornadas, y que les hiciese saber si eran de mi
naturaleza los que en ellos venían porque les darían lo que hobiese
menester, y que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras
cosas de comer.
Yo fui, Muy Poderoso Señor, por la tierra y señorío
de Cempoal tres jornadas, donde de todos los naturales fui muy bien
rescebido y hospedado. Y a la cuarta jornada entré en una provincia que
se llama Sienchimalem, en que hay en ella una villa muy fuerte y puesta
en recio lugar, porque está en una ladera de una sierra muy agra y para
la entrada no hay sino un paso de escalera que es imposible pasar sino
gente de pie y aun con farta dificultad si los naturales quieren
defender el paso. Y en lo llano hay muchas aldeas y alquerías de a
quinientos y a trecientos y a ducientos vecinos labradores, que serán
por todos hasta cinco o seis mill hombres de guerra. Y esto es del
señorío de aquel Muteeçuma. Y aquí me rescibieron muy bien y me dieron
muy cumplidamente los bastimentos nescesarios para mi camino, y me
dijeron que bien sabían que yo iba a ver a Muteeçuma, su señor; y que
fuese cierto que él era mi amigo y les había inviado a mandar que en
todo caso me hiciesen muy buen acogimiento, porque en ello le
servirían. Y yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que
Vuestra Majestad tenía noticia dél y me había mandado que le viese, y
que yo no iba a más de verle. Y así pasé un puerto que está el fin
desta provincia, que pusimos nombre el Puerto del Nombre de Dios por
ser el primero que en estas tierras habíamos pasado, el cual es tan
agro y alto que no lo hay en España otro tan dificultoso de pasar, el
cual pasé seguramente y sin contradición alguna. Y a la bajada del
dicho puerto están otras alquerías de una villa y fortaleza que se dice
Teixuacan que ansimismo era del dicho Muteeçuma, que no menos que de
los de Sienchimalem fuimos bien rescibidos. Y nos dijeron de la
voluntad de Muteeçuma lo que los otros nos habían dicho, y yo ansimismo
los satisfecí.
Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y
tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy
grand frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuánto trabajo la gente
padesció de sed y de hambre, en especial de un turbión de piedra y agua
que nos tomó en el dicho despoblado de que pensé que pereciera mucha
gente de frío, y ansí muríeron ciertos indios de la isla Fernandina que
iban mal arropados. Y a cabo destas tres jornadas pasamos otro puerto
aunque no tan agro como el primero, y en lo alto dél estaba una torre
pequeña casi como humilladero donde tenían ciertos ídolos y alderredor
de la torre más de mill carretadas de leña cortada muy compuesta, a
cuyo respeto le posimos nombre el Puerto de la Leña. Y a la bajada del
dicho puerto entre unas sierras muy agras está un valle muy poblado de
gente que, segúnd paresció, debía ser gente pobre. Y después de haber
andado dos leguas por la población sin saber della llegué a un asiento
algo más llano donde paresció estar el señor de aquel valle, que tenía
las mejores y más bien labradas casas que hasta entonces en esta tierra
habíamos visto porque eran todas de cantería labradas y muy nuevas. Y
había en ellas muchas y muy grandes y hermosas salas y muchos aposentos
muy bien obrados. Y este valle y población se llama Caltanmy. Del
señory gente fui muy bien rescebido y aposentado, y después de le haber
hablado de parte de Vuestra Majestad y le haber dicho la cabsa de mi
venida en estas partes le pregunté si él era vasallo de Muteeçuma o si
era de otra parcialidad alguna, el cual, casi admirado de lo que le
preguntaba me respondió diciendo que quién no era vasallo de Muteeçuma,
queriendo decir que allí era señor del mundo. Yo le torné aquí a decir
y replicar el gran poder de Vuestra Majestad, y [que] otros muy muchos
y muy mayores señores que no Muteeçuma eran vasallos de Vuestra Alteza
y aun que no lo tenían en pequeña merced, y que ansí lo había de ser
Muteeçuma y todos los naturales destas tierras y que ansí lo requería a
él que lo fuese, porque siendolo sería muy honrado y favorescido, y por
el contrario no queriendo obedecer sería punido; y para que tuviese por
bien de le mandar rescebir a su real servicio, que le rogaba que me
diese algúnd oro que yo inviase a Vuestra Majestad. Y él me respondió
que oro que él lo tenía, pero que no me lo quería dar si Muteeçuma no
gelo mandase, y que mandándolo él, que el oro y su persona y cuanto
tuviese daría. Por no escandalizarle ni dar algúnd desmán a mi
propósito y camino desimulé con él lo mejor que pude y le dije que muy
presto le inviaría a mandar Muteeçuma que diese el oro y lo demás que
tuviese.
Aquí me vinieron a ver otros dos señores que en
aquel valle tenían su tierra, el uno cuatro leguas el valle abajo y el
otro dos leguas arriba, y me dieron ciertos collarejos de oro de poco
peso y valor y siete u ocho esclavas. Y dejándolos ansí muy contentos,
me partí después de haber estado allí cuatro o cinco días y me pasé al
asiento del otro señor que está las dos leguas que dije el valle
arriba, que se dice Yztacmastitan. El señorío déste serán tres o cuatro
leguas de población sin salir casa de casa por lo llano de un valle,
ribera de un río pequeño que va por él. Y en un cerro muy alto está la
casa del señor con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España y
mejor cercada de muro y barbacanes y cavas, y en lo alto deste cerro
terná una población de hasta cinco o seis mill vecinos de muy buenas
casas y gente algo más rica que no la del valle abajo, y aquí ansimismo
fui muy bien rescebido y también me dijo este señor que era vasallo de
Muteeçuma. Y estuve en este asiento tres días, ansí por me reparar de
los trabajos que en el despoblado la gente pasó como por esperar cuatro
mensajeros de los naturales de Cempoal que venían conmigo que yo desde
Catalmy había inviado a una provincia muy grande que se llama
Cascalteca que me dijeron que estaba muy cerca de allí, como de verdad
paresció. Y me habían dicho que los naturales desta provincia eran sus
amigos dellos y muy capitales enemigos de Muteeçuma y que me querían
confederar con ellos porque eran muchos y muy fuerte gente, y que
confinaba su tierra por todas partes con la del dicho Muteeçuma y que
tenían con él muy continuas guerras, y que creía[n] se holgarían
conmigo y me favorescerían si el dicho Muteeçuma se quisiese poner en
algo conmigo. Los cuales dichos mensajeros en todo el tiempo que yo
estuve en el dicho valle, que fueron por todos ocho días, no vinieron,
y yo pregunté a aquellos prencipales de Cempoal que iban conmigo que
cómo no venían los dichos mensajeros, y me dijeron que debía de ser
lejos y que no podían venir tan aína.
Y yo viendo que se dilataba su venida y que aquellos
prencipales de Cempoal me certificaban tanto la amistad y seguridad de
los desta provincia, me partí para allá. Y a la salida del dicho valle
fallé una grand cerca de piedra seca tan alta como un estado y medio
que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra y tan ancha
como veinte pies, y por toda ella un petril de pie y medio de ancho
para pelear desde encima y no más de una entrada tan ancha como diez
pasos, y en esta entrada doblaba la una cerca sobre la otra a manera de
rebelín tan estrecho como cuarenta pasos, de manera que la entrada
fuese a vueltas y no a derechas. Y preguntada la cabsa de aquella
cerca, me dijeron que la tenían porque eran fronteros de aquella
província de Cascalteca, que eran enemigos de Muteeçuma y tenían
siempre guerra con ellos. Los naturales deste valle me rogaron que pues
que iba a ver a Muteeçuma su señor, que no pasase por la tierra destos
sus enemigos porque por ventura serían malos y me farían algúnd daño,
que ellos me llevarían siempre por tierra del dicho Muteeçuma sin salir
della y que en ella sería siempre bien rescebido. Y los de Cempoal me
decían que no lo hiciese sino que fuese por allí, que lo que aquellos
me decían era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que
eran malos y traidores todos los de Muteeçuma y que me llevarían a
meter donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía más
concebto que de los otros tomé su consejo, que fue seguir el camino de
Tascalteca llevando mi gente al mejor recaudo que yo podía, y yo con
hasta seis de caballo iba adelante bien media legua y más no con
pensamiento de lo que después se me ofreció pero por descubrír la
tierra, para que si algo hobiese yo lo supiese y tuviese lugar de
concertar y aprecebir la gente.
Y después de haber andado cuatro leguas encumbrando
un cerro, dos de caballo que iban delante de mí vieron ciertos indios
con sus plumajes que acostumbran traer en las guerras y con sus espadas
y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo comenzaron a
huir. Y a la sazón llegaba yo e fice que los llamasen y que viniesen y
no hobiesen miedo, y fue más hacia donde estaban, que serían fasta
quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cochilladas y a
dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con
nosotros de tal manera que nos mataron dos caballos e firíeron otros
tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que serían
fasta cuatro o cinco mill indios, y ya se habían llegado conmigo fasta
ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo
algunas arremetidas fasta esperar los españoles que con uno de caballo
había inviado a decir que anduviesen, y en las vueltas les hecimos
algúnd daño en que mataríamos cincuenta o sesenta dellos sin que daño
alguno rescibiésemos puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo,
pero como todos éramos de caballo arremetíamos a nuestro salvo y
salíamos ansimesmo. Y desque sintiero[n] que los nuestros se acercaban
se retrujeron, porque eran pocos, y nos dejaron el campo. Y después de
se haber ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores
de la provincia, y con ellos dos de los mensajeros que yo había
inviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabían nada de lo
que aquéllos habían hecho, que eran comunidades y sin su licencia lo
habían hecho; y que a ellos les pesaba y que me pagarían los caballos
que me habían muerto, y que querían ser mis amigos y que fuese en hora
buena, que sería dellos bien rescebido. Yo les respondí que gelo
agradescía y que los tenía por amigos y que yo iría como ellos decían.
Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo una
legua adelante donde esto acaesció, ansí por ser tarde como porque la
gente venía cansada. Allí estuve al mejor recaudo que pude con mis
velas y escuchas ansí de caballo como de pie hasta que fue el día, que
me partí llevando mi delantera y recuaje bien concertadas y mis
corridores delante. Y llegando a un pueblo pequeñuelo ya que salía el
sol vinieron los otros dos mensajeros llorando, diciendo que los habían
atado para los matar y que ellos se habían escapado aquella noche. Y no
dos tiros de piedra dellos asomó mucha cantidad de indios muy armados y
con muy grand grita, y comenzaron a pelear con nosotros tirándonos
muchas varas y flechas. Y yo les comencé a facer mis requirimientos en
forma con las lenguas que conmigo llevaba por ante escribano, y cuanto
más me paraba a los amonestar y requerir con la paz tanto más priesa
nos daban ofendiéndonos cuanto ellos podían. Y viendo que no
aprovechaban requerimientos ni protestaciones, comenzamos a nos
defender como podíamos, y ansí nos llevaron peleando hasta nos meter
entre más de cient mill hombres de pelea que por todas partes nos
tenían cercados. Y peleamos con ellos y ellos con nosotros todo el día
hasta una hora antes de puesto el sol que se retrajeron, en que con
media docena de tiros de fuego y con cinco o seis escopetas y cuarenta
ballesteros y con los crece de caballo que me quedaron les hice mucho
daño sin rescebir dellos ninguno más del trabajo y cansancio del pelear
y la hambre. Y bien paresció que Dios fue el que por nosotros peleó,
pues entre tanta multitud de gente y tan animosa y diestra en el pelear
y con tantos géneros de armas para nos ofender salimos tan libres.
Aquella noche me hice fuerte en una torrecilla de
sus ídolos que estaba en un cerrito. Y luego siendo de día dejé en el
real ducientos hombres y toda la artillería. Y por ser yo el que
cometía salí a ellos con los de caballo y cient peones y cuatrocientos
indios de los que traje de Cempoal y trescientos de Yztaemestitán, y
antes que hobiesen lugar de se juntar les quemé cinco o seis lugares
pequeños de hasta cient vecinos y truje cerca de cuatrocientas personas
entre hombres y mujeres presos, y me recogí al real peleando con ellos
sin que daño ninguno me hiciesen.
Otro día, en amanesciendo, dan sobre nuestro real
más de ciento y cuarenta y nueve mill hombres que cubrían toda la
tierra, tan determinadamente que algunos dellos entraron dentro en él y
anduvieron a cuchilladas con los españoles. Y salimos a ellos y quiso
Nuestro Señor en tal manera ayudarnos que en obra de cuatro horas
habiamos fecho lugar para que en nuestro real no nos ofendiesen, puesto
que todavía facían algunas arremetidas. Y ansí estuvimos peleando hasta
que fue tarde, que se retrajeron.
Otro día torné a salir por otra parte antes que
fuese de día sin ser sentido dellos con los de caballo y cient peones y
los indios mis amigos y les quemé más de diez pueblos, en que hobo
pueblo dellos de más de tres mill casas. Y allí pelearon conmigo los
del pueblo, que otra gente no debía de estar allí. Y como traíamos la
bandera de la cruz y puñábamos por nuestra fe y por servicio de Vuestra
Sacra Majestad en su muy real ventura, nos dio Dios tanta vitoria que
les matamos mucha gente sin que los nuestros rescibiesen daño. Y poco
más de mediodía, ya que la fuerza de la gente se juntaba de todas
partes, estábamos en nuestro real con la vitoria habida.
Otro día siguiente vinieron mensajeros de los
señores diciendo que ellos querían ser vasallos de Vuestra Alteza y mis
amigos, y que me rogaban les perdonase el yerro pasado. Y trajéronme de
comer y ciertas cosas de plumajes que ellos usan y tienen en estima. Yo
les respondí que ellos lo habían hecho mal, pero que yo era contento de
ser su amigo y perdonarles lo que habían hecho. Otro día siguiente
vinieron fasta cincuenta indios que, según paresció, eran hombres de
quien se hacía caso entre ellos, diciendo que nos venían a traer de
comer, y comienzan a mirar las entradas y salidas del real y algunas
chozuelas donde estábamos aposentados. Y los de Cempoal vinieron a mí y
dijéronme que mirase que aquéllos eran malos y que venían a espiar y
mirar cómo nos podrían dañar, y que tuviese por cierto que no venían a
otra cosa. Yo hice tomar uno dellos desimuladamente, que los otros no
lo vieron, y apartéme con él y con las lenguas y amedrentéle para que
me dijese la verdad. El cual confesó que Sintengal, que es el capitán
general desta provincia, estaba detrás de unos cerros que estaban
frontero del real con mucha cantidad de gente para dar aquella noche
sobre nosotros, porque decían que ya se habían probado de día con
nosotros [y] que no les aprovechaba nada, y que querían probar de noche
porque los suyos no temiesen los caballos ni los tiros ni las espadas;
y que los habían inviado a ellos para que viesen nuestro real y las
partes por donde nos podían entrar y cómo nos podrían quemar aquellas
chozas de paja. Y luego fice tomar otro de los dichos indios y le
pregunté ansimesmo y confesó lo que el otro por las mismas palabras. Y
déstos tomé cinco o seis que todos conformaron en sus dichos. Y visto,
los mandé tomar a todos cincuenta y cortarles las manos, y los invié
que dijesen a su señor que de noche y de dia y cada y cuando él viniese
verían quién éramos. Y yo fice fortalecer mi real a lo mejor que pude y
poner la gente en las estancias que me paresció que convenían, y así
estuve sobre aviso hasta que se puso el sol. Y ya que anochecía comenzó
a abajar la gente de los contrarios por dos valles, y ellos pensaban
que venían secretos para nos cercar y se poner más cerca de nosotros
para ejecutar su propósito. Y como yo estaba tan avisado vílos, y
parescióme que dejarlos llegar al real que sería mucho daño porque de
noche como no viesen lo que de mi parte se les hiciese llegarían más
sin temor, y también porque los españoles no los viendo, algunos temían
alguna flaqueza en el pelear. Y temí que me pusieran fuego, lo cual si
acaesciera fuera tanto daño que ninguno de nosotros escapara, y
determiné de salirles al encuentro con toda la gente de caballo para
los espantar o desbaratar en manera que ellos no llegasen. Y así fue,
que como nos sintieron que íbamos con los caballos a dar sobre ellos,
sin ningúnd detener ni grita se metieron por los maizales de que toda
la tierra estaba casi llena y aliviaron algunos de los mantenimientos
que traían para estar sobre nosotros si de aquella vez del todo nos
pudiesen arrancar. Y así se fueron por aquella noche y quedamos
seguros.
Después de pasado esto estuve ciertos días que no
salí de nuestro real más del redor para defender el entrada de algunos
indios que nos venían a gritar y hacer algunas escaramuzas. Y después
de estar algo descansado salí una noche, después de rondada la guarda
de la prima, con cient peones y con los indios nuestros amigos y con
los de caballo, y a una legua del real se me cayeron cinco de los
caballos y yeguas que llevaba que en ninguna manera los pude pasar
adelante, e hícelos volver. Y aunque todos los de mi compañía decían
que me tornase porque era mala señal todavía seguí mi camino,
considerando que Dios es sobre natura. Y antes que amanesciese di sobre
dos pueblos en que maté mucha gente, y no quise quemar las casas por no
ser sentido con los fuegos de las otras poblaciones que estaban muy
juntas. Y ya que amanescía di en otro pueblo tan grande que se ha
hallado en él por visitación que yo hice hacer más de veinte mill
casas, y como los tomé de sobresalto salían desarmados y las mujeres y
niños desnudos por las calles. Y comencé a hacerles algúnd daño, y
viendo que no tenían resistencia venieron a mí ciertos prencipales del
dicho pueblo a rogarme que no les hiciese más mal porque ellos querían
ser vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos, y que bien vían que ellos
tenían la culpa en no me haber querido creer, pero que de ahí en
[a]delante yo vería cómo ellos harían lo que yo en nombre de Vuestra
Majestad les mandase y que serían muy verdaderos vasallos suyos. Y
luego vinieron conmigo más de cuatro mill dellos de paz y me sacaron
fuera a una fuente muy bien de comer, y ansi los dejé pacíficos y volví
a nuestro real, donde hallé la gente que en él habla dejado farto
atemorizada, creyendo que se me hobiera ofrecido algúnd peligro por lo
que la noche antes habían visto en volver los caballos y yeguas. Y
después de sabida la vitoria que Dios nos había querído dar y cómo
dejaba aquellos pueblos de paz hobieron mucho placer, porque certifico
a Vuestra Majestad que no había tal de nosotros que no tuviese mucho
temor por nos ver tan dentro en la tierra y entre tanta y tal gente y
tan sin esperanza de socorro de ninguna parte, de tal manera que ya a
mis oídos oía decir por los corrillos y casi público que había sido
Pedro Carbonero que los había metido donde nunca podrían salir. Y aun
más, oí decir en una choza de ciertos compañeros estando donde ellos no
me vían que si yo era loco y me metía donde nunca podría salir que no
lo fuesen ellos sino que se volviesen a la mar; y que si yo quisiese
volver con ellos, bien; y si no, que me dejasen. Y muchas veces fui
desto por muchas veces requerído, y yo los animaba diciéndoles que
mirasen que eran vasallos de Vuestra Alteza y que jamás en los
españoles en ninguna parte hobo falta, y que estábamos en dispusición
de ganar para Vuestra Majestad los mayores reinos y señoríos que había
en el mundo y que demás de facer lo que a crístianos éramos obligados
en puñar contra los enemigos de nuestra fee, y por ello en el otro
mundo ganábamos la gloría y en éste consiguíamos el mayor prez y honra
que hasta nuestros tiempos ninguna generación ganó; y que mirasen que
teníamos a Dios de nuestra parte y que a él ninguna cosa es imposible,
y que lo viesen por las vitorías que habíamos habido, donde tanta gente
de los enemigos eran muertos y de los nuestros ningunos. Y les dije
otras cosas que me paresció decirles desta calidad, que con ellas y con
el real favor de Vuestra Alteza cobraron mucho ánimo y los atraje a mi
propósito y a facer lo que yo deseaba, que era dar fin a mi demanda
comenzada.
Otro día siguiente a hora de las diez vino a mí
Sicutengal, el capitán general desta provincia, con hasta cincuenta
personas prencipales della. Y me rogó de su parte y de la de
Magiscacin, que es la más prencipal persona de toda la provincia y de
otros muchos señores della, que yo los quisiese admitir al real
servicio de Vuestra Alteza y a mi amistad y les perdonase los yerros
pasados porque ellos no nos conoscían ni sabían quién éramos; y que ya
habían probado todas sus fuerzas ansí de día como de noche para se
escusar de ser súpditos ni subjetos a nadie, porque en ningúnd tiempo
esta provincia lo había sido ni tenían ni habían tenido cierto señor,
antes habían vevido esentos y por sí de inmemorial tiempo acá; y que
siempre se habían defendido contra el gran poder de Muteeçuma y de su
padre y ahuelos que toda la tierra tenían sojuzgada y a ellos jamás
habían podido traer a subjeción, teniéndolos como los tenían cercados
por todas partes sin tener lugar para por ninguna de su tierra poder
salir; y que no comían sal porque no la había en su tierra ni se la
dejaban salir a comprar a otras partes, ni vestían ropas de algodón
porque en su tierra por la frialdad no se criaba, y otras muchas cosas
de que carescían por estar así encerrados, y que todo lo sufrían y
habían por bueno por ser esentos y no subjetos a nadie; y que conmigo
que quisieran hacer lo mismo y que para ello, como ya decían, habían
probado sus fuerzas, y que vían claro que ni ellas ni las mañas que
habían podido tener les aprovechaban, que querían antes ser vasallos de
Vuestra Alteza que no morír y ser destruidas sus casas y mujeres y
fijos. Yo les satisfice diciendo que conosciesen cómo ellos tenían la
culpa del daño que habían rescebido, y que yo me venía a su tierra
creyendo que me venía a tierra de mis amigos porque los de Cempoal así
me lo habían certificado que lo eran y querían ser; y que yo les habían
inviado mis mensajeros delante para les hacer saber cómo venía y la
voluntad que de su amistad traía, y que sin me responder, veniendo yo
seguro, me habían salido a saltear en el camino y me habían muerto dos
caballos y herido otros, y demás desto después de haber peleado conmigo
me inviaron sus mensajeros diciendo que aquello que se había hecho
había sido sin su licencia y consentimiento, y que ciertas comunidades
se habían movido a ello sin les dar parte, pero que ellos se lo habían
reprehendido, y que querían mi amistad; y yo creyendo ser ansí, les
había dicho que me placía y me vernía otro día seguramente en sus casas
como en casas de amigos, y que ansimesmo me habían salido al camino y
peleado conmigo todo el día hasta que la noche sobrevino, no obstante
que por mí habían sido requeridos con la paz. Y trájeles a la memoria
todo lo demás que contra mí habían fecho y otras muchas cosas que por
no dar a Vuestra Alteza importunidad dejo. Finalmente que ellos
quedaron y se ofrecieron por súbditos y vasallos de Vuestra Majestad y
para su real servicio y ofrecieron sus personas y haciendas, y ansí lo
hicieron y han hecho fasta hoy y creo lo harán para siempre, por lo que
adelante Vuestra Majestad verá.
Y ansí estuve sin salir de aquel aposento y real que
allí tenía seis o siete días porque no me osaba fiar dellos, puesto que
me rogaban que me viniese a una cibdad grande que tenían donde todos
los señores desta provincia residían y residen, hasta tanto que todos
los señores me vinieron a rogar que me fuese a la cibdad porque allí
sería mejor rescebido y proveído de las cosas nescesarias que no en el
campo y porque ellos tenían vergÜenza en que yo estuviese tan mal
aposentado, pues me tenían por su amigo y ellos y yo éramos vasallos de
Vuestra Alteza. Y por su ruego me vine a la cibdad que está seis leguas
del aposento y real que yo tenía, la cual cibdad es tan grande y de
tanta admiración que aunque mucho de lo que della podría decir deje, lo
poco que diré creo que es casi increíble, porque es muy mayor que
Granada y muy más fuerte y de tan buenos edeficios y de muy mucha más
gente que Granada tenía al tiempo que se ganó y muy mejor abastecida de
las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescado de
ríos y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en
esta cibdad un mercado en que cotidianamente todos los días hay en él
de treinta mill ánimas arríba vendiendo y comprando, sin otros muchos
mercadillos que hay por la cibdad en partes. En este mercado hay todas
cuantas cosas ansí de mantenimiento como de vestido y calzado que ellos
tratan y puede haber. Hay joyerías de oro y plata y piedras y de otras
joyas de plumajes, tan bien concertado como puede ser en todas las
plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de muchas maneras y muy
buena y tal como la mejor de España. Venden mucha leña y carbón y
yerbas de comer y medecinales. Hay casas donde lavan las cabezas como
barberos y las rapan. Hay baños. Finalmente, que entre ellos hay toda
la manera de buena orden y policía, y es gente de toda razón y
concierto, y tal que lo mejor de Africa no se le iguala.
Es esta provincia de muchos valles llanos y
hermosos, y todos labrados y sembrados sin haber en ella cosa vacua.
Tiene en torno la provincia noventa leguas y más. La orden que hasta
agora se ha alcanzado que la gente della tiene en gobernarse es casi
como las señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor
general de todos. Hay muchos señores y todos residen en esta cibdad, y
los pueblos de la tierra son labradores y son vasallos destos señores y
cada uno tiene su tierra por sí. Tienen unos más que otros. Y para sus
guerras que han de ordenar júntanse todos y todos juntos las ordenan y
conciertan. Créese que deben de tener alguna manera de justicia para
castigar los malos, porque uno de los naturales desta provincia hurtó
cierto oro a un español y yo lo dije a aquel Magiscacin, que es el
mayor señor de todos, e ficieron su pesquisa y siguiéronlo fasta una
cibdad que está cerca de allí que se dice Churultecal y de allí lo
trajeron preso y me lo entregaron con el oro y me dijeron que yo lo
hiciese castigar. Yo les agradescí la deligencia que en ello pusieron y
les dije que pues estaba en su tierra, que ellos le castigasen como lo
acostumbraban, y que yo no me quería entremeter en castigar a los suyos
estando en su tierra, de lo cual me dieron gracias. Y lo tomaron, y con
pregón público que magnifestaba su delito le hicieron llevar por aquel
grand mercado y allí le pusieron al pie de uno como teatro que est[á]
en medio del dicho mercado. Y encima del teatro subió el pregonero y en
altas voces tornó a decir el delito de aquél, y viéndolo todos, le
dieron con unas porras en la cabeza hasta que lo mataron. Y muchos
otros habemos visto en prisiones que dicen que los tienen por furtos y
cosas que han hecho. Hay en esta provincia, por visitación que yo en
ella mandé hacer, ciento y cincuenta mill vecinos con otra provincia
pequeña que está junto con ésta que se dice Guasyncango que viven a la
manera déstos sin señor natural, los cuales no menos están por vasallos
de Vuestra Alteza que estos tascalte[c]as .
Estando, Muy Católico Señor, en aquel real que tenía
en el campo cuando en la guerra desta provincia estaba, vinieron a mí
seis señores muy prencipales vasallos de Muteeçuma con fasta ducientos
hombres para su servicio. Y me dijeron que venían de parte del dicho
Muteeçuma a me decir cómo él quería ser vasallo de Vuestra Alteza y mi
amigo, y que viese yo qué era lo que quería que él diese por Vuestra
Alteza en cada un año de tributo así de oro como de plata y piedras y
esclavos y ropa de algodón y otras cosas de las que él tenía, y que
todo lo daría con tanto que yo no fuese a su tierra, y que lo hacía
porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos, y que le
pesaría de que yo padesciese nescesidad y los que conmigo venían. Y con
ellos me invió fasta mill pesos de oro y otras tantas piezas de ropa de
algodón de la que ellos visten. Y estuvieron conmigo en mucha parte de
la guerra hasta en fin della, que vieron bien lo que los españoles
podían y las paces que con los desta provincia se hicieron y el
ofrecimiento que al servicio de Vuestra Sacra Majestad los señores y
toda la tierra ficieron, de que, segúnd paresció y ellos mostraban, no
hobieron mucho placer, porque trabajaron por muchas vías y formas de me
revolver con ellos diciendo que no era cierto lo que me decían ni
verdadera la amistad que afirmaban, y que lo hacían por me asegurar
para hacer a su salvo alguna traición. Los de esta provincia, por
consiguiente, me decían y avisaban muchas veces que no me fiase de
aquellos vasallos de Muteeçuma porque eran traidores y sus cosas
siempre las hacían a traición y con mañas y con éstas habían sojuzgado
toda la tierra, y que me avisaban dello como verdaderos amigos y como
personas que los conoscían de mucho tiempo acá. Vista la discordia y
desconformidad de los unos y de los otros, no hobe poco placer, porque
me paresció hacer mucho a mi propósito y que podría tener manera de más
aína sojuzgarlos y que se dijese aquel comúnt decir de "de monte...",
etc. y aún acordéme de una abtorídad evangélica que dice: "Omne regnum
in se ipsum divissum desolavitur". Y con los unos y con los otros
maneaba, y a cada uno en secreto le agradescía el aviso que me daba y
le daba crédito de más amistad que al otro.
Después de haber estado en esta cibdad veinte días y
más, me dijeron aquellos señores mensajeros de Muteeçuma que siempre
estuvieron conmigo que me fuese a una cibdad que está seis leguas désta
de Tascaltecal que se dice Churultecal, porque los naturales dellos
eran amigos de Muteeçuma su señor, y que allí sabríamos la voluntad del
dicho Muteeçuma si era que yo fuese a su tierra; y que algunos dellos
irían a hablar con él y a decirle lo que yo les había dicho, y me
volverían con la respuesta aunque sabían que allí estaban algunos
mensajeros suyos para me hablar. Yo les dije que me iría y que me
partiría para un día cierto que les señalé. Y sabido por los desta
provincia de Tascaltecal lo que aquellos habían concertado conmigo y
cómo yo había aceptado de me ir con ellos a aquella cibdad, vinieron a
mí con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese
porque me tenían ordenada cierta traición para me matar en aquella
cibdad a mí y a los de mi compañía, y que para ello había inviado
Muteeçuma de su tierra - porque alguna parte della confina con esta
cibdad cincuenta mill hombres, y que los tenía en guarnición a dos
leguas de la dicha cibdad, segúnd señalaron; y que tenía cerrado el
camino real por do solían ir, y hecho otro nuevo de muchos hoyos y
palos agudos hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se
mancasen; y que tenían muchas de las calles tapiadas y por las azoteas
de las casas muchas piedras para que después que entrásemos en la
cibdad tomamos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad; y
que si yo quería ver cómo era verdad lo que ellos me decían, que mirase
cómo los señores de aquella cibdad nunca habían venido a me ver ni a
hablar estando tan cerca désta, pues habían venido los de Guasucango,
que estaban más lejos que ellos, y que los inviase a llamar y vería
cómo no querían venir. Yo les agradescí su aviso y les rogué que me
diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar, y ansí me
las dieron. Y yo les invié a rogar que viniesen a verme porque les
quería hablar ciertas cosas de parte de Vuestra Alteza y decirles la
causa de mi venida a esta tierra, los cuales mensajeros fueron y
dijeron mi mensaje a los señores de la dicha cibdad, y con ellos
vinieron dos o tres personas no de mucha abtoridad y me dijeron que
ellos venían de parte de aquellos señores porque ellos no podían venir
por estar enfermos, que a ellos les dijese lo que querían. Los desta
cibdad me dijeron que era burla, y que aquellos mensajeros eran hombres
de poca suerte y que en ninguna manera me partiese sin que los señores
de la cibdad viniesen aquí. Yo les hablé a aquellos mensajeros y les
dije que embajada de tan alto príncipe como Vuestra Sacra Majestad que
no se debía de dar a tales personas como ellos y que aun sus señores
eran poco para la oír, por tanto que dentro de tres días paresciesen
ante mí a dar la obidiencia a Vuestra Alteza y a se ofrecer por sus
vasalIos, con aprecibimiento que pasado el término que les daba si no
viniesen iría sobre ellos y los destruiría y procedería contra ellos
como contra personas rebeldes y que no se querían someter debajo del
dominio de Vuestra Alteza. Y para ello les invié un mandamiento firmado
de mi nombre y de un escribano con relación larga de la real persona de
Vuestra Sacra Majestad y de mi venida, deciéndoles cómo todas estas
partes y otras muy mayores tierras y señoríos eran de Vuestra Alteza, y
que los que quisiesen ser sus vasallos serían honrados y favorescidos,
y por el contrario los que fuesen rebeldes, porque serían castigados
conforme a justicia.
Y otro día vinieron algunos de los señores de la
dicha cibdad o casi todos y me dijeron que si ellos no habían venido
antes la cabsa era porque los desta provincia eran sus enemigos, y que
no osaban entrar por su tierra porque no pensaban venir seguros; y que
bien creían que me habían dicho algunas cosas dellos, que no les diese
crédito, porque las decían como enemígos y no porque pasaba ansí, y que
me fuese a su cibdad y que allí conoscería ser falsedad lo que éstos me
decían y verdad lo que ellos me certificaban; y que desde entonces se
daban y ofrecían por vasallos de Vuestra Sacra Majestad, y que lo
serían para siempre y servirían y contribuirían en todas las cosas que
de parte de Vuestra Alteza se les mandase. Y así lo asentó un escribano
por las lenguas que yo tenía. Y todavía determiné de me ir con ellos,
así por no mostrar flaqueza como porque desde allí pensaba hacer mís
negocios con Muteeçuma, porque confina con su tierra, como ya he dicho,
y allí osaban venir y los de allí ir allá porque en el camino no tenían
recuesta alguna. Y como los de Tascala vieron mi determinación pésoles
mucho y dijéronme muchas veces que lo erraba, pero que pues ellos se
habían dado por vasallos de Vuestra Sacra Majestad y mis amigos, que
querían ir conmígo y ayudarme en todo lo que se ofreciese. Y puesto que
yo gelo defendí y rogué que no fuesen porque no había nescesidad,
todavía me siguieron hasta cient mill hombres muy bien adreszados de
guerra y llegaron conmigo hasta dos leguas de la cibdad. Y desde allí
por mucha importunidad mía se volvieron, aunque todavía quedaron en mi
compañia hasta cinco o seis mill dellos. Y dormí en un arroyo que allí
estaba a las dos leguas por despedir la gente, porque no hiciesen
algúnd escándalo en la cibdad y también porque era ya tarde y no quise
entrar en la cibdad sobre tarde.
Otro día de mañana salieron de la cibdad a me
rescebir al camino con muchas trompetas y atabales y muchas personas de
las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas vestidas de las
vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas
mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron hasta entrar en la cibdad
y nos metieron en un aposento muy bueno adonde toda la gente de mi
compañía se aposentó a mi placer, y allí nos trajeron de comer, aunque
no cumplidamente. Y en el camino topamos muchas señales de las que los
naturales de esta provincia nos habían dicho, porque hallamos el camino
real cerrado y hecho otro, y algunos hoyos aunque no muchos, y algunas
calles de la cibdad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Y
con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayor recabdo. Allí
fallé ciertos mensajeros de Muteeçuma que venían a hablar con los que
conmigo estaban. Y a mí no me dijeron cosa alguna más que venían a
saber de aquéllos lo que conmigo habían hecho y concertado para lo ir a
decir a su señor. Y ansí se fueron después de los haber hablado ellos y
aun el uno de los que antes conmigo estaban, que era el más prencipal.
En tres días que allí estuve proveyeron muy mal y
cada día peor, y muy pocas veces me venían a ver ni hablar los señores
y personas principales de la cibdad. Y estando algo perplejo en esto, a
la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra que hobe en
Putunchan, que es el rio grande de que ya en la primera relación a
Vuestra Majestad hice memoria, le dijo otra natural desta cibdad cómo
muy cerquita de allí estaba mucha gente de Muteeçuma junta, y que los
de la cibdad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa y que
habían de dar sobre nosotros para nos matar a todos, y si ella se
quería salvar que se fuese con ella, que la guarescería. La cual lo
dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hobe en Yucatán, de que
ansimesmo a Vuestra Alteza hobe escripto, y me lo hizo saber. Y yo tomé
uno de los naturales de la dicha cibdad que por allí andaba y le aparté
secretamente, que nadie lo vio, y le interrogué y confirmó con lo que
la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho. Y ansí por
esto como por las señales que para ello vía acordé de prevenir antes
que ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la cibdad
diciendo que les quería hablar y metílos en una sala, y en tanto, fice
que la gente de los nuestros estuviese apercibida y que en soltando una
escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento
y muchos dentro en él. Y ansí se hizo, que después que tuve los señores
dentro en aquella sala dejélos atando y cabalgué e hice soltar la
escopeta, y dímosles tal mano que en dos horas murieron más de tres
mill hombres. Y porque Vuestra Merced vea cuánd aprecibidos estaban,
antes que yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles
tomadas y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto
fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos,
porque los tenía ya presos, e hice poner fuego a algunas torres y casas
fuertes donde se defendían y nos ofendian. Y ansí anduve por la cibdad
peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien
cinco horas hasta que eché toda la gente fuera de la cibdad por muchas
partes della, porque me ayudaban bien cinco mill indios de Tascaltecal
y otros cuatrocientos de Cempoal. Y vuelto al aposento, hablé con
aquellos señores que tenía presos y les pregunté qué era la causa que
me querían matar a traición. Y me respondieron que ellos no tenían la
culpa, porque los de Culúa, que son los vasallos de Muteeçuma, los
habían puesto en ello, y que el dícho Muteeçuma tenía allí en tal parte
- que, según después paresció, sería legua y medía - cincuenta mill
hombres en guarnición para lo hacer; pero que ya conoscian cómo habían
sido engañados, que soltase uno o dos dellos y que harían recoger la
gente de la cibdad y tornar a ella todas las mujeres y niños y ropa que
tenían fuera; y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos
me certificaban que de allí adelante nadie los engañaría y serían muy
ciertos y leales vasallos de Vuestra Alteza y mis amigos. Y después de
les haber hablado muchas cosas acerca de su yerro solté dos dellos. Y
otro día siguiente estaba toda la cibdad poblada y llena de mujeres y
niños muy seguros como si cosa alguna de lo pasado no hobiera
acaescido, y luego solté todos los otros señores que tenía presos, con
que me prometieron de servir a Vuestra Majestad muy lealmente. Y en
obra de quince o veinte días que allí estuve quedó la cibdad y tierra
tan pacífica y tan poblada que parescía que nadie faltaba della, y sus
mercados y tratos por la cíbdad como antes los solían tener. Y fice que
los desta cibdad de C[h]urultecal y los de Tascaltecal fuesen amigos,
porque lo solían ser antes y muy poco tiempo había que Muteeçuma con
dádivas los había aducido a su amistad y hechos enemigos destotros.
Esta ciudad de Churultecal está asentada en un llano
y tiene hasta veinte mill casas dentro en el cuerpo de la cibdad y
tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí y tiene sus términos
conoscidos. No obedescen a señor ninguno, exceto que se gobiernan como
estos otros de Tascaltecal. La gente desta cibdad es más vestida que
los de Tascaltecalen alguna manera, porque los honrados cibdadanos
della todos traen albornoces encima de la otra ropa, aunque son
diferenciados de los de Africa porque tienen maneras, pero en la
hechura y tela y los rapacejos son muy semejables. Todos éstos han sido
y son después deste trance pasado muy ciertos vasallos de Vuestra
Majestad, y muy obidientes a lo que yo en su real nombre les he
requerido y dicho, y creo lo serán de aquí adelante. Esta cibdad es muy
fértil de labranzas porque tiene mucha tierra y se ríega la más parte
della, y aun es la cibdad más hermosa de fuera que hay en España,
porque es muy torreada y llana. Y certifico a Vuestra Alteza que yo
conté desde una mezquita cuatrocientas y tantas torres en la dicha
cibdad, y todas son de mezquitas. Es la cibdad más a propósito de vevir
españoles que yo he visto de los puertos acá, porque tiene algunos
baldíos yaguas para criar ganados, lo que no tienen ningunas de cuantas
hemos visto, porque es tanta la multitud de la gente que en estas
partes mora que ni un palmo de tierra hay que no esté labrada. Y aun
con todo en muchas partes padescen nescesidad por falta de pan y aun
hay mucha gente pobre y que piden entre los ricos por las calles y por
las casas y mercados, como hacen los pobres de España y en otras partes
que hay gente de razón.
A aquellos mensajeros de Muteeçuma que conmigo
estaban hablé acerca de aquella traición que en aquella cibdad se me
quería hacer y cómo los señores della afirmaban que por consejo de
Muteeçuma se había hecho, y que no me parescía que era hecho de tan
grand señor como él era inviarme sus mensajeros y personas tan honradas
como me había inviado a me decir que era mi amigo y por otra parte
buscar maneras de me ofender con mano ajena para se escusar él de culpa
si no le suscediese como él pensaba; y que pues ansí era que él no me
guardaba su palabra ni me decía verdad, que yo quería mudar mi
propósito, que ansí como iba hasta entonces a su tierra con voluntad de
le ver y hablar y tener por amigo y tener con él mucha conversación y
paz, que agora quería entrar por su tierra de guerra haciéndole todo el
daño que pudiese como a enemigo, y que me pesaba mucho dello porque más
le quisiera siempre por amigo y tomar siempre su parescer en las cosas
que en esta tierra hobiera de hacer. Aquellos suyos me respondieron que
ellos había muchos días que estaban conmigo y que no sabían nada de
aquel concierto más de lo que allí en aquella cibdad después que
aquello se ofreció supieron, y que no podían creer que por consejo y
mandado de Muteeçuma se hiciese, y que me rogaban que antes que me
determinase de perder su amistad y hacerle la guerra que decía me
informase bien de la verdad, y que diese licencia a uno dellos para ir
a le hablar, que él volvería muy presto. Hay desta cibdad a donde
Muteeçuma residía veinte leguas. Yo les dije que me placía y dejé ir al
uno dellos. Y dende a seis días volvió él y el otro que prímero se
había ido, y trajéronme diez platos de oro y mill y quinientas piezas
de ropa y mucha provisión de gallinas y panicacap, que es cierto
brebaje que ellos beben. Y me dijeron que a Muteeçuma le había pesado
mucho de aquel desconcierto que en Churultecal se quería hacer porque
yo no creería ya sino que había sido por su consejo y mandado, y que él
me hacía cierto que no era ansí; y que la gente que allí estaba en
guarnición era verdad que era suya, pero que ellos se habían movido sin
él habérselo mandado por inducimiento de los de Churultecal, porque
eran de dos provincias suyas que se llamaban la una Acançingo y la otra
Yzcucan, que confinan con la tierra de la dicha cibdad de Churultecal;
y que entre ellos tienen ciertas alianzas de vecindad para se ayudar
los unos a los otros, y que desta manera habían venido allí y no por su
mandado, pero que adelante yo vería en sus obras si era verdad lo que
él me habla inviado a decir o no; y que todavía me rogaba que no curase
de ir a su tierra porque era estéril y padeceríamos nescesidad, y que
dondequiera que yo estuviese le inviase a pedir lo que yo quisiese y
que lo inviaría muy cumplidamente. Yo le respondí que la ida a su
tierra no se podía escusar porque había de inviar dél y della relación
a Vuestra Majestad, y que yo creía lo que él me inviaba a decir; por
tanto, que pues yo no había de dejar de llegar a verle, que él lo
hobiese por bien; y que no se pusiese en otra cosa, porque sería de
mucho daño suyo y a mí me pesaría de cualquiera que le viniese. Y
desque ya vido que mi determinada voluntad era de velle a él y a su
tierra, me invió a decir que fuese en hora buena, que él me esperaría
en aquella gran cibdad donde estaba. E invióme muchos de los suyos para
que fuesen conmigo porque ya entraba por su tierra, los cuales me
querían encaminar por cierto camino donde ellos debían de tener algúnd
concierto para nos ofender, según después paresció, porque lo vieron
muchos españoles que yo inviaba después por la tierra. Y había en aquel
cammo tantas puentes y pasos malos que yendo por él muy a su salvo
pudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios haya tenido siempre
cuidado de encaminar las reales cosas de Vuestra Sacra Majestad desde
su niñez y como yo y los de mi compañía íbamos en su real servicio, nos
mostró otro camino aunque algo agro no tan peligroso como aquél por
donde nos quería llevar, y fue de esta manera:
Que a ocho leguas desta cibdad de Churultecal están
dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto
tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto dellas sino la nieve se
paresce. Y de la una que es la más alta sale muchas veces así de día
como de noche tan grande bulto de humo como una grand casa, y sube
encima de la sierra hasta las nubes tan derecho como una vira, que,
segúnd paresce, es tanta la fuerza con que sale que aunque arríba en la
sierra anda siempre muy recio viento no lo puede torcer. Y porque yo
siempre he deseado de todas las cosas desta tierra poder hacer a
Vuestra Alteza muy particular relación quise désta que me paresció algo
maravillosa saber el secreto, e invié diez de mis compañeros tales
cuales para semejante negocio eran nescesarios y con algunos naturales
de la tierra que los guiasen, y les encomendé mucho procurasen de subir
la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo de dónde y cómo salía.
Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para la subir y jamás
pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos
torbelinos que de la ceniza que de allí sale andan por la sierra y
también porque no pudieron sufrir la grand frialdad que arriba hacía.
Pero llegaron muy cerca de lo alto, y tanto que estando arriba comenzó
a salir aquel humo, y dicen que salía con tanto ímpitu y roído que
parescía que toda la sierra se caía abajo, y ansí se bajaron y trujeron
mucha nieve y carámbalos para que los viésemos, porque nos parescía
cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida,
segúnd hasta agora ha sido opinión de los pilotos, especialmente que
dicen que esta tierra está en veinte grados que es en el paralelo de la
isla Española, donde continuamente hace muy grand calor. Y yendo a ver
esta sierra toparon un camino y preguntaron a los naturales de la
tierra que iban con ellos que para dó iba, y dijeron que a Culúa, y que
aquél era buen camino y que el otro por donde nos querian llevar los de
Culúa no era bueno, y los españoles fueron por él hasta encumbrar las
sierras por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino, y
descubrieron los llanos de Culúa y la grand cibdad de Temixtitán y las
lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a
Vuestra Alteza, y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen
camino, y Dios sabe cúanto holgué yo dello.
Después de venidos estos españoles que fueron a ver
la sierra y me haber informado bien ansí dellos como de los naturales
de aquel camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Muteeçuma
que conmigo estaban para me guiar a su tierra y les dije que quería ir
por aquel camino y no por el que ellos decían, porque era más cerca o y
ellos respondieron que yo decía verdad que era más cerca y más llano, y
que la causa porque por allí no me encaminaban era porque habíamos de
pasar una jornada por tierra de Guasuçingo que eran sus enemigos, por
que por allí no terníamos las cosas nescesarias como por las tierras
del dicho Muteeçuma; y que pues yo quería ir por allí, que ellos
proveerían cómo por la otra parte saliese bastimento al camino.
Y ansí nos partimos con harto temor de que aquellos
quisiesen perseverar en nos hacer alguna burla, pero como ya habíamos
publicado ser allá nuestro camino no me paresció fuera bien dejarlo ni
volver atrás, porque no creyesen que falta de ánimo lo empidía. Aquel
día que de la cibdad de Churultecal me partí fui cuatro leguas a unas
aldeas de la cibdad de Guasucingo donde de los naturales fue muy bien
rescebido. Y me dieron algunas esclavas y ropa y ciertas pecezuelas de
oro que de todo fue bien poco, porque éstos no lo tienen a causa de ser
de la liga y parcialidad de los de Tascaltecal y por tenerlos como el
dicho Muteeçuma los tiene cercados con su tierra en tal manera que con
ningunas provincias tienen contratación más de en su tierra, y a esta
causa viven muy pobremente. Otro día siguiente subí el puerto por entre
las dos sierras que he dicho, y a la bajada dél, ya que la tierra del
dicho Muteeçuma descubríamos por una provincia della que se dice
Chalco, dos leguas antes que llegásemos a las poblaciones hallé un muy
buen aposento nuevamente hecho, tal y tan grande que muy complidamente
todos los de mi compañia y yo nos aposentamos en él aunque llevaba
conmigo más de cuatro mill indios de los naturales destas provincias de
Tascaltecal y Guasuçingo y Churultecal y Cempoal, y para todos muy
complidamente de comer y en todas las posadas muy grandes fuegos y
mucha leña, porque hacia muy grand frío a causa de estar cercado de las
dos sierras y ellas con mucha nieve.
Aqui me vinieron a hablar ciertas personas que
parescían prencipales entre las cuales venía uno que me dijeron que era
hermano de Muteeçuma, y me trajeron hasta tres mill pesos de oro y de
parte dél me dijeron que él me inviaba aquello. Y me rogaba que me
volviese y no curase de ir a su cibdad porque era tierra muy pobre de
comida y que para ir allá había muy mal camino y que estaba toda en
agua y que no podía entrar a ella sino en canoas, y otros muchos
inconvinientes que para la ida me pusieron; y que viese todo lo que
quería, que Muteeçuma, su señor, me lo mandaría dar, y que ansimesmo
concertarían de me dar en cada un año certum quid el cual me llevarían
hasta la mar o donde yo quisiese. Yo los rescebí muy bien y les di
algunas cosas de las de nuestra España de las que ellos tenían en
mucho, en especial al que decían que era hermano de Muteeçuma. Y a su
embajada le respondí que si en mi mano fuera volverme que yo lo hiciera
por facer placer a Muteeçuma, pero que yo había venido en esta tierra
por mandado de Vuestra Majestad y que de la prencipal cosa que della me
mandó le hiciese relación fue del dicho Muteeçuma y de aquella su grand
cibdad, de la cual y dél había mucho tiempo que Vuestra Alteza tenía
noticia; y que le dijesen de mi parte que le rogaba que mi ida a le ver
tuviese por bien, porque della a su persona ni tierra ningún daño,
antes pro, se le había de seguir; y que después que yo le viese, si
fuese su voluntad todavía de no me tener en su compañía que yo me
volvería, y que mejor daríamos entre él y mi orden en la manera que en
el servicio de Vuestra Alteza él había de tener que por terceras
personas, puesto que ellos eran tales a quien todo crédito se debía
dar. Y con esta respuesta se volvieron. En este aposento que he dicho,
segúnd las apariencias [que] para ello vimos y el aparejo que en él
había, los indios tuvieron pensamiento que nos pudieran ofender aquella
noche. Y como gelo sentí, puse tal recaudo que, conociéndolo ellos,
mudaron su pensamiento y muy secretamente hicieron ir aquella noche
mucha gente que en los montes que estaban junto al aposento tenían
junta que por muchas de nuestras velas y escuchas fue vista.
Y luego siendo de día me partí a un pueblo que
estaba dos leguas de allí que se dice Amaqueruca, que es de la
provincia de Chalco, que terná en la prencipal población con las aldeas
que haya dos leguas dél más de veinte mill vecinos. Y en el dicho
pueblo nos aposentaron en unas muy buenas casas del señor del lugar, y
muchas personas que parescían prencipales me vinieron allí a hablar
diciéndome que Muteeçuma su señor los había inviado para que me
esperasen allí y me ficiesen proveer de todas las cosas nescesarias. El
señor desta provincia y pueblo me dio hasta cuarenta esclavas y tres
mill castellanos, y dos días que allí estuve nos proveyó muy
complidamente de todo lo nescesario para nuestra comida. Y otro día
yendo conmigo aquellos prencipales que de parte de Muteeçuma me dijeron
que me esperaban allí, me partí y fui a dormir cuatro leguas de allí a
un pueblo pequeño que está junto a una gran laguna y casi la mitad dél
sobre el agua della y por la parte de la tierra tiene una sierra muy
áspera de piedras y de peñas, donde nos aposentaron muy bien. Y
ansimismo quisieran allí probar sus fuerzas con nosotros, expceto que,
segúnd paresció, quisieran facerlo muy a su salvo y tomarnos de noche
descuidados. Y como yo iba tan sobre aviso fallábame delante de sus
pensamientos, y aquella noche tuve tal guardia que así de espías que
venían por el agua en canoas como de otras que por la sierra abajaban a
ver si había aparejo para ejecutar su voluntad amanescieron casi quince
o veinte que las nuestras las habían tomado y muerto, por manera que
pocas volvieron a dar su respuesta del aviso que venían a tomar. Y con
hallarnos siempre tan aprecebidos, acordaron demudar el propósito y
llevarnos por bien.
Otro día por la mañana ya que me quería partir de
aquel pueblo llegaron fasta diez o doce señores muy prencipales, segúnd
después supe, y entre ellos un grand señor mancebo de fasta veinte y
cinco años a quien todos mostraban tener mucho acatamiento, y tanto que
después de bajado de unas andas en que venía, todos los otros le venían
limpiando las piedras y pajas del suelo delante él. Y llegados adonde
yo estaba, me dijeron que venía de parte de Muteeçuma, su señor, y que
los inviaba para que se fuesen conmigo; y que me rogaba que le
perdonase porque no salía su persona a me ver y rescebir, que la causa
era estar mal dispuesto, pero que ya su cibdad estaba cerca y que pues
yo todavía determinaba ir a ella, que allá nos veríamos y conoscería
dél la voluntad que al servicio de Vuestra Alteza tenía; pero que
todavía me rogaba que si fuese posible no fuese allá porque padescería
mucho trabajo y nescesidad, y que él tenía mucha vergÜenza de no me
poder allá proveer como él deseaba. Y en esto ahincaron y purfiaron
mucho aquellos señores, y tanto que no les quedaba sino decir que me
defenderían el camino si todavía porfiase ir. Yo les respondí y
satisfice y aplaqué con las mejores palabras que pude haciéndoles
entender que de mi ida no les podía venir daño sino mucho provecho, y
ansí se despidieron después de les haber dado algunas cosas de las que
yo traía.
Y yo me partí luego tras ellos muy acompañado de
muchas personas que parescían de mucha cuenta, como después paresció
serlo. Y todavía seguía el camino por la costa de aquella grand laguna,
y a una legua del aposento donde partí vi dentro en ella, casi dos
tiros de ballesta, una cibdad pequeña que podría ser hasta de mill o
dos mill vecinos toda armada sobre el agua, sin haber para ella ninguna
entrada y muy torreada, segúnd lo que de fuera parescía. Y otra legua
adelante entramos por una calzada tan ancha como una lanza jineta por
la laguna adentro de dos tercios de legua, y por ella fuimos a dar en
una cibdad la más hermosa aunque pequeña que hasta entonces habíamos
visto, ansi de muy bien obradas casas y torres como de la buena orden
que en el fundamento della había, por ser armada toda sobre agua. Y en
esta cibdad, que será [de] hasta dos mill vecinos, nos rescibieron muy
bíen y nos dieron muy bien de comer y allí me viníeron a fablar el
señor y los prencipales della y me rogaron que me quedase allí a
dormir. Y aquellas personas que conmígo iban de Muteeçuma me dijeron
que no parase, síno que me fuese a otra cibdad que está tres leguas de
allí que se dice Yztapalapa, que es de un hermano del dicho Muteeçuma,
y así lo hice. Y la salida desta cibdad donde comimos, cuyo nombre al
presente no me ocurre a la memoria, es por otra calzada que tenrá una
legua grande fasta llegar a la tierra firme. Y llegado a esta cibdad de
Yztapalapa, me salió a rescebir algo fuera della el señor y otro de una
gran cibdad que está cerca della - que será obra de tres leguas - que
se llama Caluaalcan y otros muchos señores que allí me estaban
esperando. Y me dieron fasta tres mill o cuatro mill castellanos y
algunas esclavas y ropa y me hicieron muy buen acogimiento.
Terná esta cibdad de Yztapalapa doce o quince mill
vecinos, la cual está en la costa de una laguna salada grande, la mitad
dentro en el agua y la otra mitad en la tierra firme. Tiene el señor
della unas casas nuevas que aún no están acabadas que son tan buenas
como las mejores de España - digo, de grandes y bien labradas, ansi de
obra de cantería como de carpintería y suelos y complimientos para todo
género de servicio de casa, expceto masonerías y otras cosas rícas que
en España usan en las casas, [que] acá no las tienen. Tienen muchos
cuartos altos y bajos, jardines muy frescos de muchos árboles y flores
olorosas, ansimismo albercas de agua dulce muy bien labradas con sus
escaleras fasta lo fondo. Tiene una muy grande huerta junto a la casa y
sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas. Y dentro de
la huerta una muy grande alberca de agua dulce muy cuadrada, y las
paredes della de gentil cantería, y alderredor della un andén de muy
buen suelo ladrillado tan ancho que pueden ir por él cuatro paseándose
y tiene de cuadra cuatrocientos pasos, que son en torno mill y
seiscientos. De la otra parte del andén hacia la pared de la huerta va
todo labrado de cañas con unas vergas, y detrás dellas todo de
arboledas y de hierbas olorosas. Y de dentro del alberca hay mucho
pescado y muchas aves así como lavancos y cercetas y otros géneros de
aves de agua, y tantas que muchas veces casi cubren el agua.
Otro día después que a esta cibdad llegué me partí,
y a media legua andada entré por una calzada que va por medio desta
laguna dos leguas fasta llegar a la grand cibdad de Temextitán que está
fundada en medio de la dicha laguna, la cual calzada es tan ancha como
dos lanzas y muy bien obrada, que pueden ir por toda ella ocho de
caballo a la par. Y en estas dos leguas de la una parte y de la otra de
la dicha calzada están tres cibdades; y la una dellas, que se dice
Mesicalçingo, está fundada la mayor parte della dentro de la dicha
laguna, y las otras dos, que se llaman la una Niçiaca y la otra
Huchilohuchico, están en la costa della y muchas casas dellas dentro en
el agua. La primera cibdad destas terná hasta tres mill vecinos y la
segunda más de seis mill y la tercera otros cuatro o cinco mill
vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres, en especial
las casas de los señores y personas prencipales y las de sus mezquitas
y oratorios donde ellos tienen sus ídolos. En estas cibdades hay mucho
trato de sal que facen del agua de la dicha laguna y de la superfic[i]e
que está en la tierra que baña la laguna, la cual cuecen en cierta
manera y hacen panes de la dicha sal que venden para los naturales y
para fuera de la comarca. Y así seguí la dicha calzada, y a media legua
antes de llegar al cuerpo de la cibdad de Temextitán, a la entrada de
otra calzada que viene a dar de la tierra firme a esta otra, está un
muy fuerte baluarte con dos torres cercado de muro de dos estados con
su petril almenado por toda la cerca que toma con ambas calzadas. Y no
tiene más de dos puertas, una por donde entran y otra por donde salen.
Aquí me salieron a ver y hablar hasta mill hombres prencipales
cibdadanos de la dicha cibdad, todos vestidos de una manera y hábito y,
segúnd su costumbre, bien rico. Y llegados a me fablar, cada uno por sí
facía en llegando a mí una cerimonia que entre ellos se usa mucho, que
ponía cada uno la mano en tierra y la besaba, y así estuve esperando
casi una hora fasta que cada uno ficiese su cerimonia. Y ya junto a la
cibdad está una puente de madera de diez pasos de anchura y por allí
está abierta la calzada porque tenga lugar el agua de entrar y salir,
porque crece y mengua y también por fortaleza de la cibdad, porque
quitan y ponen unas vigas muy luengas y anchas de que la dicha puente
está hecha todas las veces que quieren. Y déstas hay muchas por toda la
ciudad, como adelante en la relación que de las cosas della faré
Vuestra Alteza verá.
Pasada esta puente, nos salió a rescebir aquel señor
Muteeçuma con fasta ducientos señores, todos descalzos y vestidos de
otra librea o manera de ropa ansimismo bien rica a su uso y más que la
de los otros. Y venían en dos procesiones muy arrimados a las paredes
de la calle, que es muy ancha y muy fermosa y derecha, que de un cabo
se paresce el otro y tiene dos tercios de legua y de la una parte y de
la otra muy buenas y grandes casas ansí de aposentamientos como de
mezquitas. Y el dicho Muteeçuma venía por medio de la calle con dos
señores, el uno a la mano derecha y el otro a la izquierda, de los
cuales el uno era aquel señor grande que dije que me había salido a
fablar en las andas y el otro era su hermano del dicho Muteeçuma, señor
de aquella cibdad de Yztapalapa de donde yo aquel día había partido,
todos tres vestidos de una manera, expceto [que] el Muteeçuma iba
calzado y los otros dos señores descalzos. Cada uno le llevaba de su
brazo. Y como nos juntamos yo me apeé y le fui a abrazar solo, y
aquellos dos señores que con él iban me detuvieron con las manos para
que no le tocase. Y ellos y él ficieron ansimismo cerimonia de besar la
tierra, y hecha, mandó a aquel su hermano que venía con él que se
quedase conmigo y me llevase por el brazo, y él con el otro se iba
adelante de mí poquito tercho. Y después de me haber él fablado,
vinieron ansimismo a me fablar todos los otros señores que iban en las
dos procesiones en orden uno en pos de otro, y luego se tornaban a su
procesión. Y al tiempo que yo llegué a hablar al dicho Muteeçuma
quitéme un collar que llevaba de margaritas y diamantes de vidrio y se
lo eché al cuello. Y después de haber andado la calle adelante, vino un
servidor suyo con dos collares de camarones envueltos en un paño que
eran hechos de huesos de caracoles colorados que ellos tienen en mucho.
Y de cada collar colgaban ocho camarones de oro de mucha perfición tan
largos casi como un jeme, y como se los trujeron se volvió a mí y me
los echó al cuello. Y tornó a seguir por la calle en la forma ya dicha
fasta llegar a una muy grande y muy hermosa casa que él tenía para nos
aposentar bien adreszada, y allí me tomó por la mano y me llevó a una
grand sala que estaba frontero del patio por do entramos y allí me fizo
sentar en un estrado muy rico que para él lo tenía mandado hacer. Y me
dijo que le esperase allí y él se fue. Y dende a poco rato, ya que toda
la gente de mi compañía estaba aposentada, volvió con muchas y diversas
joyas de oro y plata y plumajes y con fasta cinco o seis mill piezas de
ropa de algodón muy ricas y de diversas maneras tejida y labrada. Y
después de me la haber dado, se sentó en otro estrado que luego le
ficieron allí junto con el otro donde yo estaba, Y sentado, prepuso en
esta manera:
“Muchos días ha que por nuestras escripturas tenemos
de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra
habitamos no somos naturales della, sino estranjeros y venidos a ellas
de partes muy estrañas. Y tenemos ansimesmo que a estas partes trajo
nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se
volvió a su naturaleza, y después tornó a venir dende en mucho tiempo,
y tanto que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres
naturales de la tierra y tenían mucha generación y fechos pueblos donde
vivían. Y queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni menos
rescebirle por señor, y así se volvió. Y siempre hemos tenido que los
que dél descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a
nosotros como a sus vasallos, y segúnd de la parte que vos decís que
venís, que es hacia a do sale el sol, y las cosas que decís dese grand
señor o rey que acá os invió, creemos y tenemos por cierto él ser
nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha muchos días
que tenía noticia de nosotros. Y por tanto, vos sed cierto que os
obedeceremos y ternemos por señor en lugar dese gran señor que decís, y
que en ello no habrá falta ni engaño alguno. Y bien podéis en toda la
tierra, digo que en la que yo en mi señorío poseo, mandar a vuestra
voluntad, porque será obedescido y fecho. Y todo lo que nosotros
tenemos es para lo que vos dello quisiéredes disponer. Y pues estáis en
vuestra naturaleza y en vuestra casa, holgad y descansad del trabajo
del camino y guerras que habéis tenido, que muy bien sé todos los que
se os han ofrecido de Puntunchan acá. Y bien sé que los de Cempoal y de
Tascaltecal os han dicho muchos males de mí. No creáis más de lo que
por vuestros ojos viéredes, en especial de aquéllos que son mis
enemigos. Y algunos dellos eran mis vasallos y hánseme rebellado con
vuestra venida y por se favorescer con vos lo dicen, los cuales sé que
también os han dicho que yo tenía las casas con las paredes de oro y
que las esteras de mis estrados y otras cosas de mi servicio eran
ansimismo de oro y que yo que era y me facía Dios y otras muchas cosas.
Las casas ya las veis que son de piedra y cal y tierra". Entonces alzó
las vestiduras y me mostró el cuerpo diciendo: "a mí veisme aquí que so
de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable
- asiéndose él con sus manos de los brazos y del cuerpo - . Ved cómo os
han mentido. Verdad es que yo tengo algunas cosas de oro que me han
quedado de mis ahuelos. Todo lo que yo tuviere tenéis cada vez que vos
lo quisiéredes. Yo me voy a otras casas donde vivo. Aquí seréis
proveído de todas las cosas nescesarias para vos y para vuestra gente.
Y no recibáis pena alguna, pues estáis en vuestra casa y naturaleza".
Yo le respondí a todo lo que me dijo satisfaciendo a
aquello que me paresció que convenía, en especial en hacerle creer que
Vuestra Majestad era a quien ellos esperaban, y con esto se dispidió. E
ido, fuimos muy bien proveídos de muchas gallinas y pan y frutas y
otras cosas nescesarias, especialmente para el servicio del aposento. Y
desta manera estuve seis días muy bien proveído de todo lo nescesario y
vesitado de muchos de aquellos señores.
Ya, Muy Católico Señor, dije al principio désta cómo
a la sazón que yo me partí de la villa de la Vera Cruz en demanda deste
señor Muteeçuma dejé en ella ciento y cincuenta hombres para facer
aquella fortaleza que dejaba comenzada. Y dije ansimismo cómo había
dejado muchas villas y fortalezas de las comarcanas a aquella villa
puestas debajo del real dominio de Vuestra Alteza y a los naturales
della muy seguros y por ciertos vasallos de Vuestra Majestad. [Y
acaesció] que estando en la cibdad de Churultecal rescebí letras del
capitán que yo en mi lugar dejé en la dicha villa por las cuales me
fizo saber cómo Qualpopoca, señor de aquella cibdad que se dice
Almería, le había inviado a decir por sus mensajeros que él tenía deseo
de ser vasallo de Vuestra Alteza, y que si fasta entonces no habia
venido ni venía a dar la obidiencia que era obligado y a se ofrecer por
tal vasallo de Vuestra Majestad con todas sus tierras la causa era que
había de pasar por tierra de sus enemigos, y que temiendo ser dellos
ofendido lo dejaba, pero que le inviase cuatro españoles que viniesen
con él, porque aquéllos por cuya tierra había de pasar, sabiendo a lo
que venía, no lo enojarían y que él vernía luego; y que el dicho
capitán, creyendo ser cierto lo que el dicho Qualpopoca le inviaba a
decir y que ansí lo habían hecho otros muchos, le había inviado los
dichos cuatro españoles, y que después que en su casa los tuvo los
mandó matar por cierta manera como que paresciese que él no lo hacía, y
que había muerto los dos dellos y los otros dos se habian escapado por
unos montes, heridos; y que él había ido sobre la dicha cibdad de
Almería con cincuenta españoles y los dos de caballo y dos tiros de
pólvora y con hasta ocho o diez mill indios de los amigos nuestros, y
que había peleado con los naturales de la dicha cibdad y les habían
muerto siete españoles y había tomado la dicha cibdad y muerto muchos
de los naturales della y los demás echado fuera, y que la habían
quemado y destruido porque los indios que en su compañía llevaban, como
eran sus enemigos, habían puesto en ello mucha deligencia; y que el
dicho Qualpopoca, señor de la dicha cibdad, con otros señores sus
aliados que en su favor habían venido allí se habían escapado huyendo,
y que de algunos prisioneros que tomó en la dicha cibdad se había
informado cúyos eran los que allí estaban en defensa della y la cabsa
porque habían muerto a los españoles que él invió, la cual diz que fue
que el dicho Muteeçuma había mandado al dicho Qualpopoca y a los otros
que allí habían venido como a sus vasallos que eran que salido yo de
aquella villa de la Vera Cruz, fuesen sobre aquéllos que se le habían
alzado y ofrescido al servicio de Vuestra Alteza y que tuviesen todas
las formas que ser pudiese para matar los españoles que yo allí dejase
porque no les ayudasen ni favoresciesen, y que a esta causa lo habían
hecho.
Pasados, lnvitísimo Príncipe, seis días después que
en la gran cibdad de Timixtitán entré y habiendo visto algunas cosas
della - aunque pocas, segúnd las que hay que ver y notar - por aquellas
me paresció y aun por lo que de la tierra había visto que convenía al
real servicio de Vuestra Majestad y a nuestra seguridad que aquel señor
estuviese en mi poder y no en toda su libertad porque no mudase el
propósito y voluntad que mostraba en servir a Vuestra Alteza -
mayormente que los españoles somos algo incomportables e importunos y
porque enojándose nos podría hacer mucho daño, y tanto que no hobiese
memoria de nosotros, segúnd su gran poder - y también porque teniéndole
conmigo todas las otras tierras que a él eran súbditas vernían más aína
al conoscimiento y servicio de Vuestra Majestad, como después suscedió,
determiné de lo prender y poner en el aposentamiento donde yo estaba,
que era bien fuerte. Y porque en su prisión no hobiese algúnd escándalo
ni alboroto, pensando todas las formas y maneras que para lo hacer sin
éste debía tener, me acordé deloque el capitán que en la Vera Cruz
había dejado me había escripto cerca de lo que había acaescído en la
cíbdad de Almeria, segúnd que en el capítulo antes déste he dícho, y
cómo se había sabido que todo lo allí suscedido había sido por mandado
del dicho Muteeçuma. Y dejando buen recaudo en las encrucijadas de las
calles, me fui a las casas del dicho Muteeçuma como otras veces había
ido a le ver. Y después de le haber hablado en burlas y cosas de placer
y de haberme él dado muchas joyas de oro y una hija suya y otras hijas
de señores a algunos de mi compañía, le dije que ya sabía lo que en la
cibdad de Nautecal o Almeria había acaescido y los españoles que en
ella me habían muerto, y que Qualpopoca daba por desculpa que todo lo
que había hecho había sido por su mandado y que, como su vasallo, no
había podido facer otra cosa. Y porque yo creía que no era ansí como el
dicho Qualpopoca decía, que antes era por se excusar de culpa, que me
parescía que debía inviar por él y por los otros prencipales que en la
muerte de aquellos españoles se habían hallado porque la verdad se
supiese y que ellos fuesen castigados y Vuestra Majestad supiese su
buena voluntad claramente, y en lugar de las mercedes que Vuestra
Alteza le había de mandar hacer, los dichos de aquellos malos no
provocasen a Vuestra Alteza a ira contra él por donde le mandase hacer
daño, pues la verdad era al contrario de lo que aquellos decían y yo
estaba dél bien satisfecho. Y luego a la hora mandó llamar ciertas
personas de los suyos, a los cuales dio una figura de piedra pequeña a
manera de sello que él tenía atado en el brazo y les mandó que fuesen a
la dicha cibdad de Almería, que está sesenta o setenta leguas de la de
Muxtitán, y que trajesen al dicho Qualpopoca y se informasen de los
demás que habían sido en la muerte de aquellos españoles y que
ansimismo los trujesen; y que si por su voluntad no quisiesen venir,
los trajesen presos, y si se pusiesen en resistir la presión, que
requiriesen a ciertas comunidades comarcanas a aquella cibdad que allí
les señaló para que fuesen con mano armada para los prender, por manera
que no viniesen sin ellos. Los cuales luego se partieron, y así idos,
le dije al dicho Muteeçuma que yo le agradescía la deligencia que ponía
en la presión de aquellos, porque yo había de dar cuenta a Vuestra
Alteza de aquellos españoles y que restaba para yo dalla que él
estuviese en mi posada fasta tanto que la verdad más se aclarase y se
supiese él ser sin culpa, y que le rogaba mucho que no rescibiese pena
dello porque él no había de estar como preso sino en toda su libertad,
y que en su servicio ni en el mando de su señorío yo no le pornía
ningúnd impedimento; y que escogiese un cuarto de aquel aposento donde
yo estaba cual él quisiese y que allí estaría muy a su placer, y que
fuese cierto que ningúnd enojo ni pena se le había de dar, antes, demás
de su servicio, los de mi compañía le servirían en todo lo que él
mandase. Y cerca desto pasamos muchas pláticas y razones que serían
largas para las escrebir y aun para dar cuenta dellas a Vuestra Alteza
algo prolijas y también no sustanciales para el caso, y por tanto no
diré más de que finalmente él dijo que le placía de se ir conmigo y
mandó luego ir a adreszar el aposentamiento donde el quiso estar, el
cual fue muy presto y muy bien adreszado. Y hecho esto, vinieron muchos
señores, y quitadas las vestiduras y puestas por bajo de los brazos y
descalzos, traían unas andas no muy bien adreszadas. Y llorando, lo
tomaron en ellas con mucho silencio, y así nos fuemos hasta el aposento
donde estaba sin haber alboroto en la cibdad aunque se comenzó a mover,
pero sabido por el dicho Muteeçuma, invió a mandar que no lo hobiese, y
así hobo toda quietud segúnd que antes la había y la hobo todo el
tiempo que yo tuve preso al dicho Muteeçuma, porque él estaba muy a su
placer y con todo su servicio segúnd en su casa lo tenía, que era bien
grande y maravilloso, segúnd adelante diré, y yo y los de mi compañía
le hacíamos todo el placer que a nosotros era posible.
Y habiendo pasado quince o veinte días de su presión
vinieron aquellas personas que había inviado por Qualpopoca y los otros
que habían muerto los españoles, y trajeron al dicho Qualpopoca y a un
hijo suyo y con ellos quince personas que decían que eran prencipales y
habían sido en la dicha muerte. Y al dicho Qualpopoca traían en unas
andas y muy a manera de señor, como de hecho lo era. Y traídos, me los
entregaron, y yo los hice poner a buen recaudo con sus prisiones. Y
después que confesaron haber muerto los españoles, los hice interrogar
si ellos eran vasallos de Muteeçuma, y el dicho Qualpopoca respondió
que si había otro señor de quien pudiese serlo, casi diciendo que no
había otro y que sí eran. Y ansimesmo les pregunté si lo que allí se
había hecho si había sido por su mandado y dijeron que no, aunque
después, al tiempo que en ellos se ejecutó la sentencia que fuesen
quemados, todos a una voz dijeron que era verdad que el dicho Muteeçuma
gelo había inviado a mandar y que por su mandado lo habían fecho. Y
ansí fueron éstos quemados prencipalmente en una plaza sin haber
alboroto alguno. Y el día que se quemaron, porque confesaron que el
dicho Muteeçuma les había mandado que matasen a aquellos españoles, le
hice echar unos grillos de que él no rescibió poco espanto, aunque
después de le haber fablado aquel día gelos quité y él quedó muy
contento. Y de allí adelante siempre trabajé de le agradar y contentar
en todo lo a mí posible, en especial que siempre publiqué y dije a
todos los naturales de la tierrra, ansí señores como a los que a mí
venían, que Vuestra Majestad era servido que el dicho Muteeçuma se
estuviese en su señorío reconosciendo el que Vuestra Alteza sobre él
tenía, y que servirían mucho a Vuestra Alteza en le obedescer y tener
por señor como antes que yo a la tierra viniese le tenían. Y fue tanto
el buen tratamiento que yo le hice y el contentamiento que de mí tenía,
que algunas veces y muchas le acometí con su libertad rogándole que se
fuese a su casa. Y me dijo todas las veces que gelo decía que él estaba
bien allí y que no queria irse porque allí no le faltaba cosa de lo que
él quería, como si en su casa estuviese, y que podría ser que yéndose y
habiendo lugar, que los señores de la tierra, sus vasallos, le
importunasen o le induciesen a que hiciese alguna cosa contra su
voluntad que fuese fuera del servicio de Vuestra Alteza; y que él tenía
propuesto de servir a Vuestra Majestad en todo lo a él posible, y que
hasta tanto que los tuviese informados de lo que quería hacer que él
estaba bien allí, porque aunque alguna cosa le quisiesen decir, que con
respondelles que no estaba en su libertad se podría escusar y exemir
dellos. Y muchas veces me pidió licencia para se ir a holgar y pasar
tiempo a ciertas casas de placer que él tenía así fuera de la cibdad
como dentro, y ninguna vez se la negué. Y fue muchas veces a holgar con
cinco o seis españoles a una o dos leguas fuera de la cibdad y volvía
siempre muy alegre y contento al aposento donde yo le tenía. Y siempre
que salía hacía muchas mercedes de joyas y ropa así a los españoles que
con él iban como a sus naturales, de los cuales iba siempre tan
acompañado que cuando menos con él iban pasaban de tres mill hombres
que los más dellos eran señores y personas prencipales, y siempre les
hacía muchos banquetes y fiestas que los que con él iban tenían bien
que contar.
Después que yo conoscí dél muy por entero tener
mucho deseo al servicio de Vuestra Alteza, le rogué que porque más
enteramente yo pudiese hacer relación a Vuestra Majestad de las cosas
desta tierra, que me mostrase las minas de donde se sacaba el oro. El
cual con muy alegre voluntad, segúnd mostró, dijo que le placía, y
luego hizo venir ciertos servidores suyos y de dos en dos repartió para
cuatro provincias donde dijo que se sacaba. Y pidióme que le diese
españoles que fuesen con ellos para que lo viesen sacar, y asimismo yo
le di a cada dos de los suyos otros dos españoles. Y los unos fueron a
una provincia que se dice
Çuçula, que es ochenta leguas de la grand
cibdad de Temixtitán y los naturales de aquella provincia son vasallos
del dicho Muteeçuma, y allí les mostraron tres ríos y de todos me
trajeron muestra de oro y muy buena, aunque sacado con poco aparejo
porque no tenían otros instrumentos más de aquél con que los indios lo
sacan. Y en el camino pasaron tres provincias, segúnd los españoles
dijeron, de muy hermosa tierra y de muchas villas y cibdades y otras
poblaciones en mucha cantidad, y de tales y tan buenos edeficios que
dicen que en España no podrían ser mejores. En especial me dijeron que
habían visto una casa de aposentamiento y fortaleza que es mayor y más
fuerte y mejor edificada que el castillo de Burgos. Y la gente de una
destas provincias que se llama Tamayulapa era más vestida que estotra
que habemos visto y, segúnd a ellos les paresció, de mucha razón. Los
otros fueron a una provincia que se llama Malinaltebeque, que es otras
setenta leguas de la dicha grand cibdad, que es más hacia la costa de
la mar, y ansimesmo me trajeron muestra de oro de un río grande que por
allí pasa. Y los otros fueron a una tierra que está este río arríba que
es de una gente diferente de la lengua de Culúa a la cual llaman Tenis.
Y el señor de aquella tierrra se llama Coatelicamat, y por tener su
tierra en unas sierras muy altas y ásperas no es subjeto al dicho
Muteeçuma, y también porque la gente de aquella provincia es gente muy
guerrera y pelean con lanzas de veinte y cinco y treinta palmos. Y por
no ser estos vasallos del dicho Muteeçuma los mensajeros que con los
españoles iban no osaron entrar en la tierra sin lo hacer saber prímero
al señor della y pedir para ello licencia, diciéndole que iban con
aquellos españoles a ver las minas del oro que tenían en su tierra y
que le rogaban de mi parte y del dicho Muteeçuma, su señor, que lo
hobiesen por bien. El cual dicho Coatelicamat respondió que los
españoles, que él era muy contento que entrasen en su tierra y viesen
las minas y todo lo demás que ellos quisiesen, pero que los de Culúa,
que son los de Muteeçuma, no habían de entrar en su tierra porque eran
sus enemigos. Algo estuvieron los españoles perplejos en si irían solos
o no, porque los que con ellos iban les dijeron que no fuesen que les
matarían, y que por los matar no consentían que los de Culúa entrasen
con ellos. Y al fin se determinaron a entrar solos, y fueron del dicho
señor y de los de su tierra muy bien rescebidos. Y les mostraron siete
u ocho ríos de donde dijeron que ellos sacaban el oro, y en su
presencia lo sacaron
los indios. Y ellos me trajeron muestra de todos, y con los dichos
españoles me invió el dicho Coatelicamat ciertos mensajeros suyos con
los cuales me invió a ofrecer su persona y tierra al servicio de
Vuestra Sacra Majestad, y me invió ciertas joyas de oro y ropa de la
que ellos tienen. Los otros fueron a otra provincia que se dice
Tuchitebeque, que es casi en el mismo derecho hacia la mar doce leguas
de la provincia de Malinaltebeque donde ya he dicho que se halló oro, y
allí les mostraron otros dos ríos de donde ansimismo sacaron muestra de
oro. Y porque allí, segúnd los españoles que allá fueron me informaron,
hay mucho aparejo para facer estancias y para sacar oro, rogué al dicho
Muteeçuma que en aquella provincia de Malinaltebeque, porque era para
ello más aparejada, ficiese hacer una estancia para Vuestra Majestad. Y
puso en ello tanta deligencia que dende en dos meses que yo se lo dije
estaban sembradas sesenta hanegas de maíz y diez de frisoles y dos mill
pies de cacap, que es una fruta como almendras que ellos venden molida
y tiénenla en tanto que se trata por moneda en toda la tierra y con
ella se compran todas las cosas nescesarias en los mercados y otras
partes, y había hechas cuatro casas muy buenas en que en la una demás
de los aposentamientos hicieron un estanque de agua y en él pusieron
quinientos patos, que acá tienen en mucho porque se aprovechan de la
pluma dellos y los pelan cada año y facen sus ropas con ella, y
pusieron fasta mill y quinientas gallinas sin otros adreszos de
granjerías que muchas veces, juzgadas por los españoles que la vieron,
la apreciaban en veinte mill pesos de oro. Ansimismo le rogué al dicho
Muteeçuma que me dijese si en la costa de la mar había algúnd río o
ancón en que los navíos que viniesen pudiesen entrar y estar seguros,
el cual me respondió que no lo sabía, pero que él me faría pintar toda
la costa y ancones y ríos della, y que inviase yo españoles a los ver y
que él me daría quién los guiase y fuese con ellos. Y ansí lo hizo, y
otro día me trujeron figurada en un paño toda la costa, y en ella
parescía un río que salía a la mar más abierto, segúnd la figura, que
los otros, el cual parescía estar entre las sierras que dicen San
Martín, y son tanto en un ancón por donde los pilotos hasta entonces
creían que se partía la tierra en una provincia que se dice Maçamalco.
Y me dijo que viese yo a quién quería inviar y que él proveería cómo se
viese y supiese todo, y luego señalé diez hombres y entre ellos algunos
pilotos y personas que sabían de la mar, y con el recaudo que él dio se
partieron y fueron por toda la costa desde el puerto de Calchilmeca que
dicen de San Juan, donde yo desembarqué, y anduvieron por ella sesenta
y tantas leguas que en ninguna parte hallaron río ni ancón donde
pudiesen entrar navíos ningunos, puesto que en la dicha costa había
muchos y muy grandes y todos los sondaron con canoas. Y así llegaron a
la dicha provincia de Quacalcalco donde el dicho río está, y el señor
de aquella provincia que se dice Tuchintecla los rescibió muy bien y
les dio canoas para mirar el río, y hallaron en la entrada dél dos
brazas y media largas en lo más bajo de bajar y subieron por el dicho
río arriba doce leguas y lo más bajo que en él hallaron fueron cinco o
seis brazas. Y segúnd lo que dél vieron, se cree que sube más de
treinta leguas de aquella hondura y en la ribera dél hay muchas y
grandes poblaciones, y toda la provincia es muy llana y muy fuerte y
abundosa de todas las cosas de la tierra y de mucha y casi
innumerablemente gente. Y los desta provincia no son vasallos ni
súbditos a Muteeçuma, antes sus enemigos, y ansimesmo el señor della al
tiempo que los españoles llegaron les invió a decir que los de Culúa no
entrasen en su tierra porque eran sus enemigos, y cuando se volvieron
los españoles a mí con esta relación invió con ellos ciertos mensajeros
con los cuales me invió ciertas joyas de oro y cueros de tigres y
plumajes y piedras y ropa. Y ellos me dijeron de su parte que había
muchos días que Tuchintecla, su señor, tenía noticia de mí porque los
de Puchunchan, que es el río de Grijalba, que son sus amigos, le habían
hecho saber cómo yo había pasado por allí y había peleado con ellos
porque no me dejaban entrar en su pueblo, y cómo después quedamos
amigos y ellos por vasallos de Vuestra Majestad; y que él asimismo se
ofrecía a su real servicio con toda su tierra y me rogaba que le
tuviese por amigo con tal condición que los de Culúa no entrasen en su
tierra, y que yo viese las cosas que en ella había de que se quisiese
servir Vuestra Alteza y que él daría dellas las que yo señalase en cada
un año.
Como de los españoles que vinieron desta provincia
me informé ser ella aparejada para poblar y del puerto que en ella
habían hallado folgué mucho, porque después que en esta tierra salté
siempre he trabajado de buscar puerto en la costa della tal que
estuviese a propósito de poblar y jamás lo había hallado ni lo hay en
toda la costa del río San Antón, que es junto al de Grisalba, fasta el
de Pánuco, que es la costa abajo, adonde ciertos españoles por mandado
de Francisco de Garay fueron a poblar, de que adelante a Vuestra Alteza
haré relación. Y para más me certificar de las cosas de aquella
provincia y puerto y de la voluntad de los naturales della y de las
otras cosas nescesarias a la población, torné a inviar ciertas personas
de las de mi compañía que tenían alguna espiriencia para alcanzar lo
susodicho, los cuales fueron con los mensajeros que aquel señor
Tuchintecla me había inviado y con algunas cosas que yo les di para él.
Y llegados, fueron dél bien rescebidos y tornaron a ver y sondar el
puerto y río y ver los asientos que había en él para hacer el pueblo, y
de todo me trajeron verdadera y larga relación y dijeron que había todo
lo nescesario para poblar y que el señor de la provincia estaba muy
contento y con mucho deseo de servir a Vuestra Alteza. Y venidos con
esta relación, luego despaché un capitán con ciento y cincuenta hombres
para que fuesen a trazar y formar el pueblo y facer una fortaleza,
porque el señor de aquella provincia se me había ofrescido de la facer
y ansímismo todas las cosas que fuesen menester y le mandasen y aun
hizo seis en el asiento que para el pueblo le señalaron y dijo que era
muy contento que fuésemos allí a poblar y estar en su tierra.
En los capítulos pasados, Muy Poderoso Señor, dije
cómo al tiempo que yo iba a la grand cibdad de Temyxtitán me había
salido al camino un grand señor que venía de parte de Muteeçuma. Y
segúnd lo que después dél supe, él era muy cercano deudo del dicho
Muteeçuma y tenía su señorío junto al del dicho Muteeçuma cuyo nombre
era Haculuacan. Y la cabeza dél es una muy grand cibdad que está junto
a esta laguna salada, que hay desde ella yendo en canoas por la dicha
laguna hasta la dicha cibdad de Temyxtitán seis leguas y por la tierra
diez, y llámase esta cibdad Tescucu y será de hasta treinta mill
vecinos. Tienen señor en ella, muy maravillosas casas y mezquitas y
oratorios muy grandes y muy bien labrados. Hay muy grandes mercados. Y
demás desta cibdad tiene otras dos, la una a tres leguas désta de
Tescucu que se llama Acuruman, y la otra a seis leguas que se dice
Otumpa. Terná cada una déstas hasta tres mill o cuatro mill vecinos.
Tiene la dicha provincia y señorío [de] Haculuacan otras aldeas y
alquerías en mucha cantidad y muy buenas tierras y sus labranzas, y
confina todo este señorío por la una parte con la provincia de
Tascaltecal de que ya a Vuestra Majestad he dicho. Y este señor, que se
dice Cacamacin, después de la presión de Muteeçuma se rebelló ansí
contra el servicio de Vuestra Alteza, a quien se había ofrescido, como
contra el dicho Muteeçuma. Y puesto que por muchas veces fue requerido
que veniese a obedescer los reales mandamientos de Vuestra Majestad
nunca quiso, aunque demás de lo que yo le inviaba a requerir, el dicho
Muteeçuma gelo inviaba a mandar. Antes respondía que si algo le
querían, que fuesen a su tierra y que allá verían para cuánto era y el
servicio que era obligado a hacer. Y segúnd yo me informé, tenía grand
copia de gente de guerra junta y todos para ella bien a punto. Y como
por amonestaciones ni requirimientos yo no le pude atraer hablé al
dicho Muteeçuma y le pedí su parescer de lo que debíamos facer para que
aquél no quedase sin castigo de su rebelión, el cual me respondió que
quererle tomar por guerra, que se ofrescía mucho peligro porque él era
grand señor y tenía muchas fuerzas y gentes, y que no se podía tomar
tan sin peligro que no muriese mucha gente; pero que él tenía en su
tierra del dicho Cacamacin muchas personas prencipales que vivían con
él y les daba su salario, que él hablaría con ellos para que atrajesen
alguna de la gente del dicho Cacamacin a sí, y que atraída y estando
seguros, que aquellos favorescerían nuestro partido y se podrían
prender seguramente. Y así fue, que el dicho Muteeçuma fizo sus
conciertos de tal manera que aquellas personas atrajeron al dicho
Cacamacín a que se juntase con ellos en la dicha cibdad de Tescuco para
dar orden en las cosas que convenían a su estado como personas
prencipales, y que les dolía que él hiciese cosas por donde se
perdiese. Y así se juntaron en una muy gentil casa del dicho Cacamaçin
que está junto a la costa de la laguna y es de tal manera edificada que
por debajo della navegan las canoas y salen a la dicha laguna. Allí
secretamente tenían adreszadas ciertas canoas con mucha gente
apercebida para que si el dicho Cacamaçin quisiese resistir la prísión.
Y estando en la consulta, lo tomaron todos aquellos prencipales antes
que fuesen sentidos de la gente del dicho Cacamaçin y lo metieron en
aquellas canoas y salieron a la laguna y pasaron a la gran cibdad que,
como yo dije, está seis leguas de allí. Y llegados, lo pusieron en unas
andas como su estado requería o lo acostumbraban y me lo trujeron, al
cual yo hice echar unos grillos y poner a mucho recaudo. Y tomado el
parescer de Muteeçuma, puse en nombre de Vuestra Alteza en aquel
señorío a un hijo suyo que se decía Cocuzcaçin, al cual hice que todas
las comunidades y señores de la dicha provincia le obedesciesen por
señor fasta tanto que Vuestra Alteza fuese servido de otra cosa. Y así
se hizo, que de allí adelante todos lo tuvieron y lo obedescieron por
señor como al dicho Cacamaçin y él fue obidiente en todo lo que yo de
parte de Vuestra Majestad le mandaba.
Pasados algunos pocos días después de la presión
deste Cacamacin, el dicho Muteeçuma fizo llamamiento y congregación de
todos los señores de las cibdades y tierras allí comarcanas. Y juntos,
me invió a decir que subiese adonde él estaba con ellos. Y llegado yo,
les habló en esta manera:
"Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de mucho
tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois
súbditos y vasallos de mis antecesores y míos. Y siempre dellos habéis
sido muy bien tratados y honrados, y vosotros ansimismo habéis hecho lo
que buenos y leales vasallos son obligados a sus naturales señores. Y
también creo que de vuestros antecesores ternéis memoria cómo nosotros
no somos naturales desta tierra, y que vinieron a ella de muy lejos
tierra y los trajo un señor que en ella los dejó cuyos vasallos todos
eran. El cual volvió dende a mucho tiempo y halló que nuestros abuelos
estaban ya poblados y asentados en esta tierra y casados con las
mujeres desta tierra y tenían mucha multiplicación de fijos, por manera
que no quisieron volverse con él ni menos lo quisieron rescebir por
señor de la tierra, y se volvió y dejó dicho que tornaría o inviaría
con tal poder que los pudiese costriñir y atraer a su servicio. Y bien
sabéis que siempre lo hemos esperado, y segúnd las cosas que el capitán
nos ha dicho de aquel rey y señor que le invió acá y segúnd la parte de
donde él dice que viene, tengo por cierto, y ansí lo debéis vosotros
tener, que aquéste es el señor que esperábamos, en especial que nos
dice que allá tenía noticia de nosotros. Y pues nuestros predecesores
no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros y
demos gracias a nuestros dioses, porque en nuestros tiempos vino lo que
tanto aquéllos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos os es notorio
todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedescido
por señor vuestro, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este grand
rey pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a éste su
capitán. Y todos los atributos y servicios que fasta aquí a mí me
hacíades los haced y dad a él, porque yo ansimismo tengo de contribuir
y servir con todo lo que me mandare, y demás de facer lo que debéis y
sois obligados, a mí me haréis en ello mucho placer".
Lo cual todo les dijo llorando con las mayores
lágrimas y sospiros que un hombre podía magnifestar, y ansimismo todos
aquellos señores que le estaban oyendo lloraban tanto que en grand rato
no le pudieron responder. Y certifico a Vuestra Sacra Majestad que no
había tal de los españoles que oyesen el razonamiento que no hobiese
mucha compasión. Y después de algo sosegadas sus lágrimas, respondieron
que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo
que les mandase, y que por esto y por la razón que para ello les daba,
que eran muy contentos de lo hacer, y que desde entonces para siempre
ellos se daban por vasallos de Vuestra Alteza. Y desde allí todos
juntos y cada uno por sí prometían y prometieron de hacer y cumplir
todo aquello que con el real nombre de Vuestra Majestad les fuese
mandado, como buenos y leales vasallos lo deben facer, y de acudir con
todos los tributos y servicios que antes al dicho Muteeçuma hacían y
eran obligados y con todo lo demás que les fuese mandado en nombre de
Vuestra Alteza. Lo cual todo pasó ante un escribano público y lo asentó
por abto en forma y yo lo pedí ansí por testimonio en presencia de
muchos españoles.
Pasado este abto y ofrecimiento que estos señores
hicieron al real servicio de Vuestra Majestad, hablé un día al dicho
Muteeçuma y le dije que Vuestra Alteza tenía nescesidad de oro para
ciertas obras que mandaba hacer, que le rogaba que inviase algunas
personas de los suyos y que yo inviaría asimismo algunos españoles por
las tierras y casas de aquellos señores que allí se habían ofrescido a
les rogar que de lo que ellos tenían serviesen a Vuestra Majestad con
alguna parte, porque demás de la nescesidad que Vuestra Alteza tenía,
parescería que ellos comenzaban a servir y Vuestra Alteza temía más
conceto de las voluntades que a su servicio mostraban, y que él
ansimesmo me diese de lo que tenía porque lo quería inviar como el oro
y como las otras cosas que había inviado a Vuestra Majestad con los
pasajeros. Y luego mandó que le diese los españoles que quería inviar,
y de dos en dos y de cinco en cinco los repartió para muchas provincias
y cibdades cuyos nombres por se haber perdido las escripturas no me
acuerdo, porque son muchos y diversos, más de que algunas dellas están
a ochenta y a cient leguas de la dicha grand cibdad de Temixtitán. Y
con ellos invió de los suyos y les mandó que fuesen a los señores de
aquellas provincias y cibdades y les dijesen cómo yo mandaba que cada
uno dellos diese cierta medida de oro que les dio. Y así se hizo, que
todos aquellos señores a que él invió dieron muy complidamente lo que
se les pidió, ansí en joyas como en tejuelos y hojas de oro y plata y
otras cosas de las que ellos tenían, que fundido todo lo que era para
fundir cupo a Vuestra Majestad del quinto treinta y dos mill y
cuatrocientos y tantos pesos de oro sin todas las joyas de oro y plata
y plumaje y piedras y otras muchas cosas de valor que para Vuestra
Sacra Majestad yo asigné y aparté, que podrían valer cient mil ducados
y más suma, las cuales, demás de su valor eran tales y tan maravillosas
que consideradas por su novedad y extrañeza no ternían precio ni es de
creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene
noticia las pudiese tener tales y de tal calidad. Y no le parezca a
Vuestra Alteza fabuloso lo que dígo, pues es verdad que todas las cosas
críadas ansí en la tierra como en la mar de que el dicho Muteeçuma
pudiese tener conoscimiento tenía contrahechas muy al natural así de
oro y de plata como de pedrería y de plumas en tanta perfición que casi
ellas mesmas parescían, de las cuales todas me dio para Vuestra Alteza
mucha parte sin otras que yo le di figuradas y él las mandó hacer de
oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles y collares y
otras muchas cosas de las nuestras que le hice contrahacer. Cupieron
ansimismo a Vuestra Alteza del quinto de la plata que se hobo ciento y
tantos marcos, los cuales hice labrar a los naturales de platos grandes
y pequeños y escudillas y tazas y cuchares, y lo labraron tan perfeto
como gelo podíamos dar a entender. Demás desto me dio el dicho
Muteeçuma mucha ropa de la suya, que era tal, que considerada ser toda
de algodón y sin seda, en todo el mundo no se podia hacer ni tejer otra
tal ni de tantas ni tan diversas y naturales colores ni labores, en que
había ropas de hombres y de mujeres muy maravillosas. Y había
paramentos para camas que hechos de seda no se podían comparar, y había
otros paños como de tapicería que podían servir en salas y en iglesias.
Había colchas y cobertores de camas ansí de pluma como de algodón de
diversas colores ansimesmo muy maravillosas, y otras muchas cosas que
por ser tantas y tales no las sé significar a Vuestra Majestad. También
me dio una docena de cerbatanas de las con que él tiraba que tampoco no
sabré decir a Vuestra Alteza su perfición, porque eran todas pintadas
de muy excelentes pinturas y perfetos matices, en que había figuradas
muchas maneras de avecicas y animales y árboles y flores y otras
diversas cosas, y tenían los brocales y puntería tan grandes como un
geme de oro, y en el medio otro tanto muy labrado. Dióme para con ellas
un camiel de red de oro para los bodoques que también me dijo que me
había de dar de oro, y dióme unas turquesas de oro y otras muchas cosas
cuyo número es casi infinito. Porque para dar cuenta, Muy Poderoso
Señor, a Vuestra Real Excelencia de la grandeza, estrañas y
maravillosas cosas desta grand cibdad de Temixtitán y del señorío y
servicio deste Muteeçuma, señor della, y de los rítos y costumbres que
esta gente tiene y de la orden que en la gobernación así desta cibdad
como de las otras que eran deste señor hay, sería menester mucho tiempo
y ser muchos relatores y muy expertos, no podré yo decir de cient
partes una de las que dellas se podrían decir, mas como pudiere diré
algunas cosas de las que vi que, aunque mal dichas, bien sé que serán
de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con
nuestros propios ojos las vemos no las podemos con el entendimiento
comprehender. Pero puede Vuestra Majestad ser cierto que si alguna
falta en mi relación hobiere que será antes por corto que por largo,
ansí en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a Vuestra
Alteza, porque me parescia justo a mi príncipe y señor decir muy
claramente la verdad sin interpolar cosas que la diminuyan y
acrecienten.
Antes que comience a relatar las cosas desta grand
cibdad e las otras que en este otro capítulo dije, me paresce para que
mejor se puedan entender que débese decir la manera de Mésyco, que es
donde esta cibdad y algunas de las otras que he fecho relación están
fundadas y donde está el señorío prencipal deste Muteeçuma. La cual
dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas
sierras, y lo llano della terná en torno fasta setenta leguas. Y en el
dicho llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo porque tienen ambas
en torno más de cincuenta leguas, y la una destas dos lagunas es de
agua dulce y la otra, que es mayor, es de agua salada. Divídelas por
una parte una cordillera pequeña de cerros muy altos que están en medio
desta llanura, y al cabo se van a juntar las dichas lagunas en un
estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras altas se hace,
el cual estrecho terná un tiro de ballesta. Y por entre la una laguna y
la otra y las cibdades y otras poblaciones que están en las dichas
lagunas contratan las unas con las otras en sus canoas por el agua sin
haber nescesidad de ir por la tierra. Y porque esta laguna salada
grande crece y mengua por sus mareas segúnd hace la mar, todas las
crecientes corre el agua della a la otra dulce tan recio como si fuese
caudal río, y por consiguiente a las menguantes va la dulce a la
salada.
Esta grand cibdad de Temixtitán está fundada en esta
laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha
cibdad por cualquier parte que quisieren entrar a ella hay dos leguas.
Tiene cuatro entradas todas de calzada hecha a mano tan ancha como dos
lanzas jinetas. Es tan grande la cibdad como Sevilla y Córdoba. Son las
calles della, digo las prencipales, muy anchas y muy derechas, y
algunas déstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra
mitad es agua por la cual andan en sus canoas. Y todas las calles de
trecho a trecho están abiertas por do atraviesa el agua de las unas a
las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay
sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas juntas y recias y muy
bien labradas, y tales que por muchas dellas pueden pasar diez de
caballo juntos a la par. Y viendo que si los naturales desta cibdad
quisiesen hacer alguna traición tenían para ello mucho aparejo, por ser
la dicha cibdad edificada de la manera que digo y que quitadas las
puentes de las entradas y salidas nos podían dejar morir de hambre sin
que pudiésemos salir a la tierra, luego que entré en la dicha cibdad di
mucha priesa en hacer cuatro bergantines, y los fice en muy breve
tiempo tales que podían echar trecientos hombres en la tierra y llevar
los caballos cada vez que quisiésemos. Tiene esta cibdad muchas plazas
donde hay contino mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza
tan grande como dos veces la plaza de la cibdad de Salamanca toda
cercada de portales alderredor donde hay cotidianamente arriba de
sesenta mill ánimas comprando y vendiendo, donde hay todos los géneros
de mercadurías que en todas las tierras se hallan ansí de
mantenimientos como de vestidos, joyas de oro y de plata y de plomo, de
latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de
caracoles, de plumas. Véndese cal, piedra labrada y por labrar, adobes,
ladrillo, madera labrada y por labrar de diversas maneras. Hay calle de
caza donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra, así
como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, cerzatas,
tórtolas, palomas, pajaritos en cañuela, papagayos, buharros, águilas,
falcones, gavilanes y cernícalos. Y de algunas destas aves de rapiña
venden los cueros con su pluma y cabezas y pico y uñas. Venden conejos,
liebres, venados y perros pequeños que crían para comer, castrados. Hay
calle de herbolarios donde hay todas las raíces y hierbas mede cinales
que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se
venden las medecinas hechas, ansí potables como ungÜentos y emplastos.
Hay casas como de barberos donde lavan y rapan las cabezas. Hay casas
donde dan de comer y beber por precio. Hay hombres como los que llaman
en Castilla ganapanes para traer cargas. Hay mucha leña, carbón,
braseros de barro y esteras de muchas maneras para camas y otras más
delgadas para asiento y para esteras [de] salas y cámaras. Hay todas
las maneras de verduras que se fallan, especialmente cebollas, puerros,
ajos, mastuerzo, berros, borrajas, acederas y cardos y tagarninas. Hay
frutas de muchas maneras, en que hay cerezas y ciruelas que son
semejables a las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de
cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel
de unas plantas que llaman en las otras islas maguey que es muy mejor
que arrope, y destas plantas facen azúcar y vino que asimismo venden.
Haya vender muchas maneras de filados de algodón de todas colores en
sus madejicas, que paresce propiamente alcacería de Granada en las
sedas, aunque esto otro es en mucha más cantidad. Venden colores para
pintores cuantas se pueden hallar en España y de tan excelentes matices
cuanto pueden ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él, teñidos
blancos y de diversas colores. Venden mucha loza en grand manera muy
buena. Venden muchas vasijas y tinajas grandes y pequeñas, jarros,
ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de vasijas, todas de
singular barro, todas o las más vidriadas y pintadas. Venden mucho maíz
en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja ansí en el grano como en
el sabor a todo lo de las otras Islas y Tierra Firme. Venden pasteles
de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado,
crudo y guisado. Venden huevos de gallina y de ánsares y de todas las
otras aves que he dicho en grand cantidad. Venden tortillas de huevos
fechas. Finalmente, que en los dichos mercados se venden todas las
cosas cuantas se hallan en toda la tierra, que demás de las que he
dicho son tantas y de tantas calidades que por la prolijidad y por no
me ocurrír tantas a la memoría y aun por no saber poner los nombres no
las expreso. Cada género de mercaduría se vende en su calle sin que
entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo
se vende por cuenta y medida, exceto que fasta agora no se ha visto
vender cosa alguna por peso. Hay en esta grand plaza una grand casa
como de abdiencia donde están siempre sentados diez o doce personas que
son jueces y libran los casos y cosas que en el dicho mercado acaecen y
mandan castigar los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas
que andan contino entre la gente mirando lo que se vende y las medidas
con que miden lo que venden, y se ha visto quebrar alguna que estaba
falsa.
Hay en esta grand cibdad muchas mesquitas o casas de
sus ídolos de muy hermosos edeficios por las collaciones y barrios
della. Y en las prencipales della hay personas religiosas de su seta
que residen continuamente en ellas, para los cuales demás de las casas
donde tienen los ídolos hay buenos aposentos. Todos estos religiosos
visten de negro y nunca cortan el cabello ni lo peinan desque entran en
la religión hasta que salen, y todos los fijos de los señores
prencipales, ansí señores como cibdadanos honrados, están en aquellas
religiones y hábito desde edad de siete años u ocho hasta que los sacan
para los casar, y esto más acaesce en los primogénitos que han de
heredar las casas que en los otros. No tienen aceso a mujer ni entra
ninguna en las dichas casas de religión. Tienen abstinencia en no comer
ciertos manjares, y más en algunos tiempos del año que no en los otros.
Y entre estas mezquitas hay una que es la prencipal que no hay lengua
humana que sepa explicar la grandeza e particularidades della, porque
es tan grande que dentro del circuito della, que es todo cercado de
muro muy alto, se podía muy bien facer una villa de quinientos vecinos.
Tiene dentro deste circuito toda a la redonda muy gentiles aposentos en
que hay muy grandes salas e corredores donde se aposentan los
religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy altas y bien
obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para sobir al cuerpo de
la torre. La más prencipal es más alta que la torre de la iglesia mayor
de Sevilla. Son tan bien labradas así de cantería como de madera que no
pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la
cantería de dentro de las capillas donde tienen los ídolos es de
imaginería y zaquizamíes, y el maderamiento es todo de mazonería y muy
pintado de cosas de mostruos y otras figuras y labores. Todas estas
torres son enterramiento de señores, y las capillas que en ellas tienen
son dedicadas cada una a su ídolo a que tienen devoción.
Hay tres salas dentro desta grand mesquita donde
están los prencipales ídolos de maravillosa grandeza y altura y de
muchas labores y figuras esculpidas así en la cantería como en el
maderamiento. Y dentro destas salas están otras capillas que las
puertas por do entran a ellas son muy pequeñas y ellas asimismo no
tienen claridad alguna. Y allí no están sino aquellos religiosos, y no
todos, y dentro déstas están los bultos y figuras de los ídolos,
aunque, como he dicho, de fuera hay también muchos. Los más prencipales
destos ídolos y en quien ellos más fee y creencia tenían derroqué de
sus sillas y los fice echar por las escaleras abajo y fice limpiar
aquellas capillas donde los tenían porque todas estaban llenas de
sangre que sacrifican, y puse en ella imágenes de Nuestra Señora y de
otros santos que no poco el dicho Muteeçuma y los naturales sintieron,
los cuales primero me dijeron que no lo hiciese porque si se sabía por
las comunidades se levantarían contra mí, porque tenían que aquellos
ídolos les daban todos los bienes temporales y que dejándolos
maltratar, se enojarían y no les darían nada y les secarían los frutos
de la tierra y muriría la gente de hambre. Yo les hice entender con las
lenguas cúan engañados estaban en tener su esperanza en aquellos ídolos
que eran hechos por sus manos de cosas no limpias, y que habían de
saber que había un solo Dios universal señor de todos, el cual había
criado el cielo y la tierra y todas las cosas y que hizo a ellos y a
nosotros, y que éste era sin principio e inmortal y que a él habían de
adorar y creer, y no a otra criatura ni cosa alguna. Y les dije todo lo
demás que yo en este caso supe para los desviar de sus idolatrías y
atraer al conoscimiento de Dios Nuestro Señor. Y todos, en especial el
dicho Muteeçuma, me respondieron que ya me habían dicho que ellos no
eran naturales desta tierra y que había muchos tiempos que sus
predecesores habían venido a ella; y que bien creían que podían estar
errados en algo de aquello que tenían por haber tanto tiempo que
salieron de su naturaleza, y que yo, como más nuevamente venido sabría
las cosas que debían tener y creer mejor que no ellos, que se las
dijese e hiciese entender, que ellos harían lo que yo les dijese que
era lo mejor. Y el dicho Muteeçuma y muchos de los prencipales de la
dicha cibdad estuvieron conmigo hasta quitar los ídolos y limpiar las
capillas y poner las imágenes, y todo con alegre semblante. Y les
defendí que no matasen criaturas a los ídolos como acostumbraban,
porque demás de ser muy aborrecible a Dios, Vuestra Sacra Majestad por
sus leyes lo prohibe y manda que el que matare lo maten. Y de ahí
adelante se apartaron dello, y en todo el tiempo que yo estuve en la
dicha cibdad nunca se vio matar ni sacrificar alguna criatura.
Los bultos y cuerpos de los ídolos en quien estas
gentes creen son de muy mayores estaturas que el cuerpo de un grand
hombre. Son hechos de masa de todas las semillas de legumbres que ellos
comen molidas y mezcladas unas con otras, y amásanlas con sangre de
corazones de cuerpos humanos, los cuales abren por los pechos vivos y
les sacan el corazón y de aquella sangre que sale dél amasan aquella
harina, y así hacen tanta cantidad cuanta basta para facer aquellas
estatuas grandes. Y también, después de hechas, les ofrecían más
corazones que ansimesmo les sacrifican y les untan las caras con la
sangre. A cada cosa tienen su ídolo dedicado al uso de los gentiles que
antiguamente honraban sus dioses, por manera que para pedir favor para
la guerra tienen un ídolo y para sus labranzas otro, y así para cada
cosa de las que ellos quieren o desean que se hagan bien tienen sus
ídolos a quien honran y sirven.
Hay en esta grand cibdad muchas casas muy buenas y
muy grandes. Y la causa de haber tantas casas prencipales es que todos
los señores de la tierra vasallos del dicho Muteeçuma tienen sus casas
en la dicha cibdad y residen en ella cierto tiempo del año, y demás
desto hay en ella muchos cibdadanos ricos que tienen ansimismo muy
buenas casas. Todos ellos demás de tener muy grandes y buenos aposentos
tienen muy gentiles vergeles de flores de diversas maneras ansí en los
aposentamientos altos como bajos.
Por la una calzada que a esta grand cibdad entra
vienen dos caños de argamasa tan anchos como dos pasos cada uno y tan
altos casi como un estado. Y por el uno dellos viene un golpe de agua
dulce muy buena de gordor de un cuerpo de hombre que va a dar al cuerpo
de la cibdad, de que se sirven y beben todos. El otro que va vacío es
para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan por allí el agua
en tanto que se limpia. Y porque el agua ha de pasar por las puentes a
causa de las quebradas por do atraviesa el agua salada echan la dulce
por unas canales tan gruesas como un buey que son de la longura de las
dichas puentes, y ansí se sirve toda la cibdad. Traen a vender el agua
por canoas por todas las calles, y la manera de como la toman del caño
es que llegan las canoas debajo de las puentes por do están las canales
y de allí hay hombres en lo alto que hinchen las canoas, y les pagan
por ello su trabajo. En todas las entradas de la cibdad y en las partes
donde descargan las canoas, que es donde viene la más cantidad de los
mantenimientos que entran en la cibdad, hay chozas hechas donde están
personas por guardas y que resciben certun quid de cada cosa que entra.
Esto no sé si lo lleva el señor o si es propio para la cibdad porque
hasta agora no lo he alcanzado, pero creo que para el señor, porque en
otros mercados de otras provincias se ha visto coger aquel derecho para
el señor dellas.
Hay en todos los mercados y lugares públicos de la
dicha cibdad todos los días muchas personas, trabajadores y maestros de
todos oficios esperando quien los alquile por sus jornales. La gente
desta cibdad es de más manera y primor en su vestir y servicio que no
la otra destas otras provincias y cibdades, porque como allí estaba
siempre este señor Muteeçuma y todos los señores sus vasallos ocurrían
siempre a la cibdad había en ella más manera y policía en todas las
cosas. Y por no ser más prolijo en la relación de las cosas desta grand
cibdad (aunque no acabaría tan aína) no quiero decir más sino que en su
servicio y trato de la gente della hay la manera casi de vevir que en
España y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta
gente ser bárbara y tan apartada del conoscimiento de Dios y de la
comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que
tienen en todas las cosas.
En lo del servicio de Muteeçuma y de la cosas de
admiración que tenía por grandeza y estado hay tanto que escrebir que
certifico a Vuestra Alteza que yo no sé por dó comenzar que pueda
acabar de decir alguna parte dellas. Porque, como ya he dicho, ¿:qué más
grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese contrafechas
de oro y plata y piedras y plumas todas las cosas que debajo del cielo
hay en su señorío tan al natural lo de oro y plata que no hay platero
en el mundo que mejor lo hiciese; y lo de las piedras, que no baste
juicio [para] comprehender con qué instrumentos se hiciese tan perfeto;
y lo de pluma, que ni de cera ni en ningún broslado se podría hacer tan
maravillosamente? El señorío de tierras que este Muteeçuma tenía no se
ha podido alcanzar cuánto era, porque a ninguna parte ducientas leguas
de un cabo y de otro de aquella su grand cibdad inviaba sus mensajeros
que no fuese cumplido su mandado, aunque había algunas provincias en
medio de estas tierras con quien él tenía guerra. Pero [por] lo que se
alcanzó y yo pude dél comprehender era su señorío tanto casi como
España, porque hasta sesenta leguas desa parte de Putunchan, que es el
río de Grisalba, invió mensajeros a que se diesen por vasallos de
Vuestra Majestad los naturales de una cibdad que se dice Cumantan que
había desde la gran cibdad a ella ducientas y veinte leguas, porque las
ciento y cincuenta yo he fecho andar y ver a los españoles. Todos los
más de los señores destas tierras y provincias, en especial los
comarcanos, residían, como ya he dicho, mucho tiempo del año en aquella
gran cibdad, y todos o los más tenían sus hijos primogénitos en el
servicio del dicho Muteeçuma. En todos los señoríos destos señores
tenía fuerzas fechas y en ellas gente suya y sus gobernadores y
cogedores del servicio y renta que de cada provincia le daban. Y había
cuenta y razón de lo que cada uno era obligado a dar, porque tienen
carateres y figuras escriptas en el papel que facen por donde se
entienden. Cada una destas provincias servía con su género de servicio
segúnd la calidad de la tierra, por manera que a su poder venía toda
suerte de cosas que en las dichas provincias había. Y era tan temido de
todos, así presentes como absentes, que nunca príncipe del mundo lo fue
más.
Tenía así fuera de la cibdad como dentro muchas
casas de placer y cada una de su manera de pasatiempo tan bien labradas
como se podría decir y cuales requerían ser para un gran príncipe y
señor. Tenía dentro de la cibdad sus casas de aposentamiento tales y
tan maravillosas que me parescería casi imposible poder decir la bondad
y grandeza dellas, y por tanto no me porné a expresar cosa dellas más
de que en España no hay su semejable. Tenía una casa poco menos buena
que ésta donde tenía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que
salían sobre él y los mármoles y losas dellos eran de jaspe muy bien
obrados. Había en esta casa aposentamiento para se aposentar dos muy
grandes príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez
estanques de agua donde tenía todos los linajes de aves de agua que en
estas partes se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas. Y
para las aves que se crían en la mar eran los estanques de agua salada
y para las de ríos lagunas de agua dulce, la cual agua vaciaban de
cierto a cierto tiempo por la limpieza y la tornaban a henchir con sus
caños. Y a cada género de aves se daba aquel mantenimiento que era
propio a su natural y con que ellas en el campo se mantenían, de forma
que a las que comían pescado gelo daban; y a las que gusanos, gusanos;
ya las que maíz, maíz; y las que otras semillas más menudas, por
consiguiente gelas daban. Y certifico a Vuestra Alteza que a las aves
que solamente comían pescado se les daba cada día diez arrobas del que
se toma en la laguna salada. Había para tener cargo destas aves
trecientos hombres que en ninguna otra cosa entendían. Había otros
hombres que solamente entendían en curar las aves que adolecían. Sobre
cada alberca y estanques de estas aves había sus corredores y miradores
muy gentilmente labrados donde el dicho Muteeçuma se venía a recrear y
a las ver. Tenía en esta casa un cuarto en que tenía hombres y mujeres
y niños blancos de su nascimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y
pestañas y cejas. Tenía otra casa muy hermosa donde tenía un grand
patio losado de muy gentiles losas todo él hecho a manera de un juego
de ajedrez. Y las casas eran hondas cuanto estado y medio y tan grandes
como seis pasos en cuadra, y la mitad de cada una de estas casas era
cubierta el soterrado de losas y la mitad que quedaba por cobrir tenía
encima una red de palo muy bien hecha. Y en cada una de estas casas
había una ave de rapiña, comenzando de cernícalo hasta águila todas
cuantas se hallan en España y muchas más raleas que allá no se han
visto. Y de cada una destas raleas había mucha cantidad, y en lo
cubierto de cada una destas casas había un palo como alcandra y otro
fuera debajo de la red, que en el uno estaban de noche y cuando llovía
y en el otro se podían salir al sol y al aire a curarse. A todas estas
aves daban todos los días de comer gallinas y no otro mantenimiento.
Había en esta casa ciertas salas grandes bajas todas llenas de jaulas
grandes de muy gruesos maderos muy bien labrados y encajados, y en
todas o en las más había leones, tigres, lobos, zorras y gatos de
diversas maneras y todos en cantidad, a las cuales daban de comer
gallinas cuantas les bastaban, y para estos animales y aves había otros
trecientos hombres que tenían cargo dellos. Tenía otra casa donde tenía
muchos hombres y mujeres mostruos, en que había enanos, concorbados y
contrechos y otros con otras disformidades, y cada una manera de
mostruos en su cuarto por sí, y también había para éstos personas
dedicadas para tener cargo dellos. Y las otras casas de placer que
tenía en su cibdad dejo de decir por ser muchas y de muchas calidades.
La manera de su servicio era que todos los días
luego en amanesciendo eran en su casa más de seiscientos señores y
personas prencipales, los cuales se sentaban. Y otros andaban por unas
salas y corredores que había en la dicha casa y allí estaban hablando y
pasando tiempo sin entrar donde su persona estaba. Y los servidores
déstos y personas de quien se acompañaban hinchían dos o tres grandes
otros patios y la calle, que era muy grande, y éstos estaban sin salir
de allí todo el día hasta la noche. Y al tiempo que traían de comer al
dicho Muteeçuma ansimismo lo traían a todos aquellos señores tan
complidamente como a su persona, y también a los servidores y gente
déstos les daban sus raciones. Había cotidianamente la despensa y
botillería abierta para todos aquellos que quisiesen comer y beber. La
manera de cómo le daban de comer es que venían trecientos o
cuatrocientos mancebos con el manjar, que era sin cuento, porque todas
las veces que comía o cenaba le traían de todas las maneras de
manjares, ansí de carnes como de pescados y frutas y hierbas que en
toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra es fría traían
debajo de cada plato y escudilla de mansar un braserico con brasa
porque no se enfriase. Poníanle todos los manjares juntos en una grand
sala en que él comía que casi toda se henchía, la cual estaba toda muy
bien esterada y muy limpia, y él estaba sentado en una almohada de
cuero pequeña muy bien hecha. Al tiempo que comía estaban allí
desviados dél cinco o seis señores ancianos a los cuales él daba de lo
que comía. Y estaba en pie uno de aquellos servidores que le ponía y
alzaba los manjares y pedía a los otros que estaban más afuera lo que
era nescesario para el servicio, y al prencipio y fin de la comida y
cena siempre le daban agua a manos, y con la tuvalla que una vez se
limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los platos y escudillas en
que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer sino siempre
nuevos, y así hacían de los brasericos.
Vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras
todas nuevas, y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores que
entraban en su casa no entraban calzados, y cuando iban delante dél
algunos que él inviaba a llamar llevaban la cabeza y ojos inclinados y
el cuerpo muy humillado. Y hablando con él no le miraban a la cara, lo
cual hacían por mucho acatamiento y reverencia. Y sé que lo hacían por
este respeto porque ciertos señores reprehendían a los españoles
diciendo que cuando hablaban conmigo estaban esentos mirándome a la
cara, que parescía desacatamiento y poca vergÜenza. Cuando salía fuera
el dicho Muteeçuma, que era pocas veces, todos los que iban con él y
los que topaba por las calles le volvían el rostro y en ninguna manera
le miraban, y todos los demás se prostraban hasta que él pasaba.
Llevaba siempre delante de sí un señor de aquellos con tres varas
delgadas altas, que creo se hacía porque se supiese que iba allí su
persona, y cuando lo descendían de las andas tomaba la una en la mano y
llevábala hasta adonde iba. Eran tantas y tan diversas las maneras y
cerimonias que este señor tenía en su servicio, que era nescesario más
espacio del que yo al presente tengo para las relatar y aun mejor
memoria para las retener, porque ninguno de los soldanes ni otro
ningúnd señor infiel de los que hasta agora se tiene noticia no creo
que tantas ni tales cerimonias en su servicio tengan.
En esta grand cibdad estuve proveyendo las cosas que
parescía que convenían al servicio de Vuestra Sacra Majestad, y
pacificando y atrayendo a él muchas provincias y tierras pobladas de
muy grandes y muchas cibdades y villas y fortalezas, y descubriendo
minas y sabiendo e inquiriendo muchos secretos de las tierras del
señorío deste Muteeçuma como de otras que con él confinaban y él tenía
noticia, que son tantas y tan maravillosas que son casi increíbles. Y
todo con tanta voluntad y contentamiento del dicho Muteeçuma y de todos
los naturales de las dichas tierras como si de ab iniçio hobieran
conoscido a Vuestra Sacra Majestad por su rey y señor natural, y no con
menos voluntad hacían las cosas que en su real nombre les mandaba. En
las cuales dichas cosas y en otras no menos útiles al servicio de
Vuestra Alteza gasté de ocho de noviembre de mill y quinientos y diez y
nueve hasta entrante el mes de mayo deste año presente, que estando en
toda quietud y sosiego en esta dicha cibdad, teniendo repartidos muchos
de los españoles por muchas y diversas partes pacificando y poblando
esta tierra con mucho deseo que viniesen navíos con la respuesta de la
relación que a Vuestra Majestad había hecho desta tierra para con ellos
inviar la que agora envío y todas las cosas de oro y joyas que en ella
había habido para Vuestra Alteza, vinieron a mí ciertos naturales desta
tierra, vasallos del dicho Muteeçuma de los que en la costa del mar
moran, y me dijeron cómo junto a las sierras de Sant Martín, que son en
la dicha costa antes del puerto o bahía de Sant Juan, habían llegado
diez y ocho navíos, y que no sabían quién eran porque ansí como los
vieron en la mar me lo vinieron a hacer saber. Y tras estos dichos
indios vino otro natural de la isla Fernandina, el cual me trajo una
carta de un español que yo tenía puesto en la costa para que si navíos
viniesen les diese razón de mí y de aquella villa que allí estaba cerca
de aquel puerto, porque no se perdiesen. En la cual dicha carta se
contenía que en tal día había asomado un navío frontero del dicho
puerto de Sant Juan solo, y que había mirado por toda la costa de la
mar cuanto su vista podía comprehender y que no había visto otro, y que
creía que era la nao que yo había inviado a Vuestra Sacra Majestad
porque ya era tiempo que viniese, y que para más certificarse él
quedaba esperando que la dicha nao llegase al puerto para se informar
della, y que luego vernía a me traer la relación. Vista esta carta,
despaché dos españoles, uno por un camino y otro por otro porque no
errasen algúnd mensajero si de la nao viniese, a los cuales dije que
llegasen hasta el dicho puerto y supiesen cuántos navíos eran llegados
y de dónde eran y lo que traían, y se volviesen a la más priesa que
fuese posible a me lo hacer saber. Y ansimismo despaché otro a la villa
de la Vera Cruz a les decir lo que de aquellos navíos había sabido para
que de allá ansimesmo se informasen y me lo hiciesen saber, y otro al
capitán que con los ciento y cincuenta hombres inviaba a hacer el
pueblo de la provincia y pueblo de Quacucalco, al cual escrebí que
doquiera que el dicho mensajero le alcanzase se estuviese y no pasase
adelante hasta que yo segunda vez le escribiese, porque tenía nueva que
eran llegados al puerto ciertos navíos. El cual, según después
paresció, ya cuando llegó mi carta sabía de la venida de los dichos
navíos. E inviados estos dichos mensajeros, se pasaron quince días que
ninguna cosa supe ni hobe respuesta de ninguno dellos, de que no estaba
poco espantado.
Y pasados estos quince días vinieron otros indios,
asimesmo vasallos del dicho Muteeçuma, de los cuales supe que los
dichos navíos estaban ya surtos en el dicho puerto de Sant Juan y la
gente desembarcada, y traían por copia que había ochenta caballos y
ochocientos hombres y diez o doce tiros de fuego, lo cual todo traían
figurado en un papel de la tierra para lo mostrar al dicho Muteeçuma y
dijéronme cómo el español que yo tenía puesto en la costa y los otros
mensajeros que yo había inviado estaban con la dicha gente, y que les
habían dicho a estos indios que el capitán de aquella gente no los
dejaban venir y que me lo dijesen. Y sabido esto, acordé de inviar un
religioso que yo traje en mi compañía con una carta mía y otra de
alcaldes y regidores de la villa de la Vera Cruz que estaban conmigo en
la dicha cibdad, las cuales iban derigidas al capitán y gente que a
aquel puerto había llegado haciéndole saber muy por estenso lo que en
esta tierra me había suscedido y cómo tenía muchas cibdades y villas y
fortalezs ganadas y conquistadas y pacíficas y subjetas al real
servicio de Vuestra Majestad y preso al señor prencipal de todas estas
partes, y cómo estaba en aquella gran cibdad e la calidad della y el
oro y joyas que para Vuestra Alteza tenía y cómo había inviado relación
desta tierra a Vuestra Majestad; y que les pedía por merced me ficiesen
saber quién eran, y si eran vasallos naturales de los reinos y señoríos
de Vuestra Alteza me escribiesen si venían a esta tierra por su real
mandado o a poblar y estar en ella o si pasaban adelante o habían de
volver atrás o si traían alguna nescesidad, que yo les haría proveer de
todo lo que a mí posible fuese; y que si eran de fuera de los reinos de
Vuestra Alteza ansimesmo me hiciese saber si traían alguna nescesidad
porque también lo remediaría, pudiendo; donde no, les requería de parte
de Vuestra Majestad que luego se fuesen de sus tierras y no saltasen en
ellas, con aprecibimiento que si ansí no lo hiciesen iría contra ellos
con todo el poder que yo tuviese ansí de españoles como de naturales de
la tierra, y los prendería o mataría como a estranjeros que se querían
entremeter en los reinos y señoríos de mi rey y señor.
Y partido el dicho religioso con el dicho despacho,
dende en cinco días llegaron a la cibdad de Temixtitán veinte españoles
de los que en la villa de la Vera Cruz tenía, los cuales me traían un
clérigo y otros dos legos que habían tomado en la dicha villa. De los
cuales supe cómo el armada y gente que en el dicho puerto estaba era de
Diego Velázquez, que venía por su mandado y que venía por capitán della
un Pánfilo de Narváez vecino de la isla Fernandina, y que traían
ochenta de caballo y muchos tiros de pólvora y ochocientos peones,
entre los cuales dijeron que había ochenta escopeteros y ciento y
veinte ballesteros; y que venía y se nombraba por capitán general y
teniente de gobernador de todas estas partes por el dicho Diego
Velázquez y que para ello traía provisiones de Vuestra Majestad, y que
los mensajeros que yo había inviado y el hombre que en la costa tenía
estaban con el dicho Pánfilo de Narváez y no los dejaban venir. El cual
se había informado dellos de cómo yo tenía poblado allí aquella villa
doce leguas del dicho puerto y de la gente que en ella estaba y
ansimismo de la gente que yo inviaba a Quacucalco, y cómo estaban en
una provincia treinta leguas del dicho puerto que se dice Tuchitebeque
y de todas las cosas que yo en la tierra había fecho en servicio de
Vuestra Alteza y las cibdades y villas que yo tenía conquistadas y
pacíficas y de aquella gran cibdad de Temixtitán y del oro y joyas que
en la tierra se había habido, y se había informado dellos de todas las
otras cosas que me habían suscedido; y que a ellos les habia inviado el
dicho Narváez a la dicha villa de la Vera Cruz a que si pudiesen,
hablasen de su parte a los que en ella estaban y los atrajesen a su
propósito y se levantasen contra mí. Y con ellos me trajeron más de
cient cartas que el dicho Narváez y los que con él estaban inviaban a
los de la dicha villa, diciendo que diesen crédito a lo que aquel
clérigo y los otros que iban con él de su parte les dijesen y
prometiéndoles que si ansí lo ficiesen, que por parte del dicho Diego
Velázquez y dél en su nombre les serían fechas muchas mercedes, y los
que lo contrarío ficiesen habían de ser muy mal tratados, y otras
muchas cosas que en las dichas cartas se contenían y el dicho clérigo y
los que con él venian dijeron. Y casi junto con éstos vino un español
de los que iban a Quacucalco con cartas del capitán que era un Juan
Velázquez de León, el cual me hacia saber cómo la gente que había
llegado al puerto era Pánfilo de Narváez, que venía en nombre de Diego
Velázquez, con la gente que traían. Y me invió una carta que el dicho
Narváez le había inviado con un indio como a pariente del dicho Diego
Velázquez y cuñado del dicho Narváez, en que por ella le decía cómo de
aquellos mensajeros míos había sabido que estaba allí con aquella
gente, que luego se fuese con ella a él porque en ello haría lo que
complía y lo que era obligado a sus deudos, y que bien creía que yo le
tenía por fuerza y otras cosas que el dicho Narváez le escribía. El
cual dicho capitán, como más obligado al servicio de Vuestra Majestad,
no sólo dejó de aceptar lo que el dicho Narváez por su letra le decía,
mas aun luego se partió después de me haber inviado la carta para se
venir a juntar con toda la gente que tenía conmigo. Y después de me
haber informado de aquel clérigo y de los otros dos que con él venían
de muchas cosas y de la intención de los del dicho Diego Velázquez y
Narváez y de cómo se habían movido con aquella armada y gente contra mí
porque yo había inviado la relación y cosas desta tierra a Vuestra
Majestad y no al dicho Diego Velázquez, y cómo venían con dañada
voluntad para me matar a mí y a muchos de mi compañía que ya desde allá
traían señalados. Y supe ansimesmo cómo el licenciado Figueroa, juez de
residencia en la isla Española, y los jueces y oficiales de Vuestra
Alteza que en ella residen, sabido por ellos cómo el dicho Diego
Velázquez facía la dicha armada y la voluntad con que la hacía,
constándoles el daño y deservicio que de su venida a Vuestra Majestad
podía redundar, inviaron al licenciado Lucas Vázquez de Aylón, uno de
los dichos jueces, con su poder a requerir y mandar al dicho Diego
Velázquez no inviase la dicha armada. El cual vino y halló al dicho
Diego Velázquez con toda la gente armada en la punta de la dicha isla
Fernandina ya que quería pasar, y que allí le requeríó a él y a todos
los que en la dicha armada venían que no viniesen porque dello Vuestra
Alteza era muy deservido, y sobre ello les impuso muchas penas, las
cuales no ostante ni todo lo por el dicho licenciado requerido ni
mandado, todavía había inviado la dicha armada; y que el dicho
licenciado Aylón estaba en el dicho puerto, que había venido juntamente
con ella pensando de evitar el daño que de la venida de la dicha armada
se siguía, porque a él y a todos era notorío el mal propósito y
voluntad con que la dicha armada venía.
Envié al dicho clérigo con una carta mía para el
dicho Narváez por la cual le decía cómo yo había sabido del dicho
clérigo y de los que con él habían venido cómo él era el capitán de la
gente que aquella armada traía, y que holgaba que fuese él, porque
tenía otro pensamiento veyendo que los mensajeros que yo había inviado
no venían; pero que pues él sabía que yo estaba en esta tierra en
servicio de Vuestra Alteza, me maravillaba no me escribiese o enviase
mensajero faciéndome saber de su venida, pues sabía que yo había de
holgar con ella así por él ser mi amigo mucho tiempo había como porque
creía que él venía a servir a Vuestra Alteza, que era lo que yo más
deseaba; e inviar como había inviado sobornadores y carta de
inducimiento a las personas que yo tenía en mi compañía en servicio de
Vuestra Majestad para que se levantasen contra mí y se pasasen a él,
como si fuéramos los unos infieles y los otros cristianos o los unos
vasallos de Vuestra Alteza y los otros sus deservidores; y que le pedía
por merced que de allí adelante no tuviese aquellas formas, antes me
ficiese saber la causa de su venida; y que me habían dicho que se
intitulaba capitán general y teniente de gobernador por Diego Velázquez
y que por tal se había fecho pregonar en la tierra, y que había hecho
alcaldes y regidores y ejecutado justicia, lo cual era en mucho
deservicio de Vuestra Alteza y contra todas sus leyes, porque siendo
esta tierra de Vuestra Majestad y estando poblada de sus vasallos y
habiendo en ella justicia y cabildo, que no se debía intitular de los
dichos oficios ni usar dellos sin ser primero a ellos recibido puesto
que para los ejercer trujese provisiones de Vuestra Majestad; las
cuales, si traía, le pedía por merced y le requería las presentase ante
mí y ante el cabildo de la Vera Cruz, y que dél y de mí serían
obedescidos como cartas y provisiones de nuestro rey y señor natural, y
complidas en cuanto al real servicio de Vuestra Majestad conviniese,
porque yo estaba en aquella cibdad y en ella tenía preso a aquel señor
y tenía mucha suma de oro y joyas así de lo de Vuestra Alteza como de
los de mi compañía y mío, lo cual yo no osaba dejar con temor que
salido yo de la dicha cibdad, la gente se rebellase y perdiese tanta
cantidad de oro y joyas y tal cibdad, mayormente que perdida aquélla,
era perdida toda la tierra. Y ansimismo di al dicho clérígo una carta
para el dicho licenciado Aylón, el cual, según después yo supe, al
tiempo que el dicho clérigo llegó había prendido el dicho Narváez e
inviado preso con dos navíos.
El día que el dicho clérigo se partió me llegó un
mensajero de los que estaban en la villa de la Vera Cruz por el cual me
hacían saber que toda la gente de los naturales de la tierra estaban
levantados y hechos con el dicho Narváez, en especial los de la cibdad
de Cempoal y su partido; y que ninguno dellos quería venir a servir a
la dicha villa así en la fortaleza como en las otras cosas en que
solían servir porque decían que Narváez les había dicho que yo era malo
y que me venía a prender a mí y a todos los de mi compañía y llevarnos
presos y dejar la tierra, y que la gente que el dicho Narváez traía era
mucha y la que yo traía poca, y que él traía muchos caballos y muchos
tiros e que yo tenía pocos, y que querían ser a viva quien vence; y que
también me hacían saber que eran informados de los dichos indios que el
dicho Narváez se venia a aposentar a la dicha cibdad de Cempoal y que
ya sabía cuán cerca estaba de aquella villa, y que creían, segúnd eran
informados, del mal propósito que el dicho Narváez contra todos traía,
que desde allí vernía sobre ellos y teniendo de su parte los indios de
la dicha cibdad, y por tanto me hacían saber que ellos dejaban la villa
sola por no pelear con ellos, y por evitar escándalo se sobían a la
sierra a casa de un señor vasallo de Vuestra Alteza y amigo nuestro, y
que allí pensaban estar hasta que yo les inviase a mandar lo que
hiciesen.
Y como yo vi el grand daño que se comenzaba a
revolver y cómo la tierra se levantaba a causa del dicho Narváez,
parescióme que con ir yo donde él estaba se apaciguaría mucho porque
viéndome los indios presente no se osarían levantar, y también porque
pensaba dar orden con el dicho Narváez cómo tan gran mal como se
comenzaba cesase. Y así me partí aquel mesmo día dejando la fortaleza
muy bien bastecida de maíz y de agua y quinientos hombres dentro en
ella y algunos tiros de pólvora. Y con la otra gente que allí tenía,
que serían hasta setenta hombres, seguí mi camino con algunas personas
prencipales de los del dicho Muteeçuma, al cual yo antes que me
partiese hice muchos razonamientos diciéndole que mirase que él era
vasallo de Vuestra Alteza y que agora había de recebir mercedes de
Vuestra Majestad por los servicios que le había hecho; y que aquellos
españoles le dejaba encomendados con todo aquel oro y joyas que él me
había dado y mandó dar para Vuestra Alteza, porque yo iba a aquella
gente que allí había venido a saber qué gente era, porque hasta
entonces no lo había sabido y creía que que debía de ser alguna mala
gente y no vasallos de Vuestra Alteza. Y él me prometió de los hacer
proveer todo lo nescesario y guardar mucho todo lo que allí dejaba
puesto para Vuestra Majestad, y que aquellos suyos que iban conmigo me
llevarían por camino que no saliese de su tierra y me harían proveer en
él de todo lo que hubiese menester; y que me rogaba si aquella fuese
gente mala que se lo hiciese saber, porque luego proveería de mucha
gente de guerra para que fuese a pelear con ellos y echarlos fuera de
la tierra. Lo cual todo yo le agradescí y certifiqué que por ello
Vuestra Alteza le mandaría facer muchas mercedes, y le di muchas joyas
y ropas a él y a un hijo suyo y a muchos señores que estaban con él a
la sazón.
Y en una cibdad que se dice Churultecal topé a Juan
Velázquez, capitán que, como he dicho, inviaba a Quacucalco, que con
toda la gente se venía. Y sacados algunos que venían mal dispuestos,
que invié a la cibdad con él y con los demás, seguí mi camino. Y quince
leguas adelante desta cibdad de Churultecal topé a aquel padre
religioso de mi compañía que yo había inviado al puerto a saber qué
gente era la del armada que allí había venido, el cual me trajo una
carta del dicho Narváez en que me decía que él traía ciertas
provisiones para tener esta tierra por Diego Velázquez, que luego fuese
donde él estaba a las obedescer y cumplir, y que él tenía hecha una
villa y alcaldes y regidores. Y del dicho religioso supe cómo habían
prendido al dicho licenciado Aylón y a su escríbano y alguacil y los
habían inviado en dos navíos; y cómo allá le habían acometido con
partidos para que él atrajese algunos de los de mi compañía y se
pasasen al dicho Narváez, y cómo habían hecho alarde delante dél y de
ciertos indios que con él iban de toda la gente ansí de pie como de
caballo y soltar el artillería que estaba en los navíos y la que tenían
en tierra a fin de atemorizarlos, porque le dijeron al dícho religíoso:
"mírad cómo os podéis defender de nosotros si no hacéis lo que
quisiéremos". Y también me dijo cómo había hallado con el dicho Narváez
un señor natural desta tierra vasallo del dicho Muteeçuma y que le
tenía por gobernador suyo en toda su tierra, de los puertos hasta la
costa de la mar, y que supo que el dicho Narváez le había fablado de
parte del dicho Muteeçuma y dádole ciertas joyas de oro, y el dicho
Narváez le había dado también a él ciertas cosillas; y que supo que
había despachado de allí ciertos mensajerosq para el dicho Muteeçuma y
enviado a le decir que él le soltaría; y que venía a prenderme a mí y a
los de mi compañía e irse luego y dejar la tierra, y que él no quería
oro, sino, preso yo y los que conmigo estaban, volverse y dejar la
tierra y sus naturales della en su libertad; finalmente, que supe que
su intención era de se aposisionar en la tierra por su abtorídad, sin
pedir que fuese rescebido de ninguna persona; y no queriendo yo ni los
de mi compañía tenerle por capitán y justicia en nombre del dicho Diego
Velázquez, venía contra nosotros a tomarnos por guerra, y que para ello
estaba confederado con los naturales de la tierra, en especial con el
dicho Muteeçuma por sus mensajeros, y como yo viese tan magnifiesto el
daño y deservicio que a Vuestra Majestad de lo susodicho se podía
seguir, puesto que me dijeron el grand poder que traía y aunque traía
mandado de Diego Velázquez que a mí y a ciertos de los de mi compañía
que venían señalados que luego que nos pudiese haber nos ahorcase, no
dejé de me acercar más a él, creyendo por bien hacerle conoscer el gran
deservicio que a Vuestra Alteza hacía y poderle apartar del mal
propósito y dañada voluntad que traía. Y así siguí mi camino, y quince
leguas antes de llegar a la ciudad de Cempoal, donde el dicho Narváez
estaba aposentado, llegaron a mí el clérigo dellos que los de la Vera
Cruz habían inviado y con quien yo al dicho Narváez y al licenciado
Aylón había escripto y otro clérigo
y un Andrés de Duero, vecino de la isla Fernandina, que ansimismo vino
con el dicho Narváez. Los cuales en respuesta de mi carta me dijeron de
parte del dicho Narváez que yo todavía le fuese a obedescer y tener por
capitán y le entregase la tierra, porque de otra manera me sería hecho
mucho daño porque el dicho Narváez traía grand poder y yo tenía poco, y
demás de la mucha gente de españoles que traía, que los más de los
naturales eran en su favor; y que si yo le quisiese dar la tierra, que
me daría de los navíos y mantenimientos que él traía los que yo
quisiese y me dejaría ir en ellos a mí y a los que conmigo quisiesen ir
con todo lo que quisiésemos llevar sin nos poner impedimento en cosa
alguna. Y el uno de los clérígos me dijo que así venía capitulado del
dicho Diego Velázquez que hiciesen conmigo el dicho partido y para ello
había dado su poder al dicho Narváez y a los dichos dos clérígos
juntamente, y que acerca desto me harían todo el partido que yo
quisiese. Yo les respondí que no venía provisión de Vuestra Alteza por
donde le debiese entregar la tierra, y que si alguna traía, que la
presentase ante mí y ante el cabildo de la villa de la Vera Cruz segúnd
orden y costumbre de España, y que yo estaba presto de la obedescer y
cumplir; y que hasta tanto por ningúnd interese ni partido haría lo que
él decía, antes yo y los que conmigo estaban moreríamos en defensa de
la tierra, pues la habíamos ganado y tenido por Vuestra Majestad
pacífica y segura y por no ser traidores y desleales a nuestro rey.
Otros muchos partidos me movieron por me atraer a su propósito y
ninguno quise aceptar sin ver provisión de Vuestra Alteza por donde lo
debiese hacer, la cual nunca me quiso mostrar. Y en conclusión, estos
clérígos y el dicho Andrés de Duero y yo quedamos concertados que el
dicho Narváez con diez personas y yo con otras tantas nos viésemos con
seguridad de ambas las partes y que allí me notificase las provisiones
si algunas traía, y que yo respondiese. Y yo de mi parte envié el
seguro firmado y él ansimesmo me invió otro firmado de su nombre, el
cual, segúnd me paresció, no tenía pensamiento de guardar, antes
concertó que en la vista se tuviese forma cómo de presto me matasen, y
para ello se señalaron dos de los diez que con él habían de venir y que
los demás peleasen con los que conmigo habían de ir. Porque decían que
muerto yo era su fecho acabado, como de verdad lo fuera si Dios, que en
semejantes casos remedia, no remediara con cierto aviso que de los
mismos que eran en la traición me vino juntamente con el seguro que me
inviaban. Lo cual sabido, escribí una carta al dicho Narváez y otra a
los terceros diciéndoles cómo yo había sabido su mala intención y que
no quería ir de aquella manera que ellos tenían concertado, y luego les
invié ciertos requirimientos y mandamientos por el cual requiría al
dicho Narváez que si algunas provisiones de Vuestra Alteza tenía, me
las notificase, y que fasta tanto no se nombrase capitán ni justicia ni
se entremetiese en cosa alguna de los dichos oficios so cierta pena que
para ello le impuse. Y ansimesmo mandaba y mandé por el dicho
mandamiento a todas las personas que con el dicho Narváez estaban que
no tuviesen ni obedescieen al dicho Narváez por tal capitán ni
justicia, antes dentro de cierto término que en dicho mandamiento
señalé paresciesen ante mí para que yo les dijese lo que debían facer
en servicio de Vuestra Alteza, con protestación que lo contrario
haciendo, procedería contra ellos como contra traidores y aleves y
malos vasallos que se rebellaban contra su rey y quieren usurpar sus
tierras y señoríos y darlas y aposesionar dellas a quien no
pertenescían ni dellas ha abción ni derecho competente; y que para la
ejecución desto, no paresciendo ante mí ni haciendo lo contenido en el
dicho mi mandamiento, iría contra ellos a los prender y castigar
conforme a justicia. Y la respuesta que desto hobe del dicho Narváez
fue prender al escribano y a la persona que con mi poder les fueron a
notificar el dicho mandamiento y tomarles ciertos indios que llevaban,
los cuales estuvieron detenidos hasta que llegó otro mensajero que yo
invié a saber dellos, ante los cuales tornaron a hacer alarde de toda
la gente y a amenazar a ellos y a mí si la tierra no les entregásemos.
Y visto que por ninguna vía yo podía escusar tan
grand daño y mal y que la gente naturales de la tierra se alborotaban y
levantaban a más andar, encomendándome a Dios y pospuesto todo el temor
del daño que se me podía seguir, considerando que morir en servicio de
mi rey y por defender y amparar sus tierras y no las dejar usurpar a mí
y a los de mi compañía se nos seguía farta gloria, di mi mandamiento a
Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, para prender al dicho Narváez y a
los que se llamaban alcaldes y regidores, al cual di ochenta hombres y
les mandé que fuesen con él a los prender, y yo con otros ciento y
setenta, que por todos éramos ducientos y cincuenta hombres, sin tiro
de pólvora ni caballo sino a pie siguí al dicho alguacil mayor para le
ayudar si el dicho Narváez y los otros quisiesen resistir su prisión. Y
el día que el dicho alguacil mayor y la gente y yo llegamos a la cibdad
de Cempoal, donde el dicho Narváez y gente estaba aposentada, supo
denuestra ida y salió al campo con ochenta de caballo y cuatrocientos
peones sin los demás que dejó en su aposento, que era la mesquita mayor
de aquella cibdad asaz fuerte, y llegó casi una legua de donde yo
estaba. Y como lo que de mi ida sabía era por lengua de los indios y no
me halló creyó que le burlaban, y volvióse a su aposento, teniendo
aprecebida toda su gente, y puso dos espías casi una legua de la dicha
cibdad. Y como yo deseaba evitar todo escándalo parescióme que sería el
menos yo ir de noche sin ser sentido, si fuese posible, e ir derecho al
aposento del dicho Narváez, que yo y todos los de mi compañía sabíamos
muy bien, y prenderlo, porque preso él, creí que no hobiera escándalo,
porque los demás querían obedescer a la justicia, en especial que los
demás dellos venían por fuerza que el dicho Diego Velázquez les hizo y
por temor que no les quitase los indios que en la isla Fernandina
tenían. Y así fue que el día de Pascua de Espírítu Santo poco más de
media noche yo di en el dicho aposento. Y antes topé las dichas espías
que el dicho Narváez tenía puestas, y las que yo delante llevaba
prendieron a la una dellas y la otra se escapó, de quien me informé de
la manera que estaban. Y porque la espía que se había escapado no
llegase antes que yo y diese mandado de mi venida me di la mayor príesa
que pude, aunque no pude tanta que la dicha espía no llegase primero
casi media hora, y cuando llegué al dicho Narváez ya todos los de su
compañía estaban armados y ensillados sus caballos y muy a punto, y
velaban cada cuarto ducientos hombres. Y llegamos tan sin ruido que
cuando fuimos sentidos y ellos tocaron alarma entraba yo por el patio
de su aposento, en el cual estaba toda la gente aposentada y junta. Y
tenían tomadas tres o cuatro torres que en él había y todos los demás
aposentos fuertes. Y en la una de las dichas torres donde el dicho
Narváez estaba aposentado tenía a la entrada della hasta diez y nueve
tiros de fuslera, y dimos tanta priesa a subir la dicha torre que no
tuvieron lugar de poner fuego más de a un tiro, el cual quiso Dios que
no salió ni fizo daño ninguno. Y así se subió la torre fasta donde el
dicho Narváez tenía su cámara, donde él y hasta cincuenta hombres que
con él estaban pelearon con el dicho alguacil mayor y con los que con
él subieron. Puesto que muchas veces le requirió que se diese a presión
por Vuestra Alteza, nunca quisieron fasta que se les puso fuego y con
él se dieron. Y en tanto que el dicho alguacil mayor prendía al dicho
Narváez, yo con los que conmigo quedaron defendía la subida de la torre
a la demás gente que en su socorro venía y fice tomar toda la
artillería y me fortalecí con ella, por manera que sin muertes de
hombres más de dos que un tiro mató, en una hora eran presos todos los
que se habían de prender. Y tomadas las armas a todos los demás y ellos
prometido ser obidientes a la justicia de Vuestra Majestad, diciendo
que fasta allí habían sido engañados porque les habían dicho que traían
provisiones de Vuestra Alteza y que yo estaba alzado con la tierra y
que era traidor a Vuestra Majestad y les habían hecho entender otras
muchas cosas, y como todos conoscieron la verdad y la mala intención y
dañada voluntad del dicho Diego Velázquez y del dicho Narváez y cómo se
habían movido con mal propósito, todos fueron muy alegres porque así
Dios lo había fecho y proveído. Porque certifico a Vuestra Majestad que
si Dios mistiriosamente esto no proveyera y la vitoria fuera del dicho
Narváez fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos
por tantos se ha hecho, porque él ejecutara el propósito que traía y lo
que por Diego Velázquez le era mandado, que era ahorcarme a mí y a
muchos de los de mi compañía porque no hobiese quien del fecho diese
razón. Y segúnd de los indios yo me informé, tenían acordado que si a
mí el dicho Narváez prendiese, como él les había dicho, que no podría
ser tan sin daño suyo y de su gente que muchos dellos y de los de mi
compañía no muriesen, y que entre tanto ellos matarían a los que yo en
la cibdad dejaba, como lo acometieron, y después se juntarían y darían
sobre los que acá quedasen en manera que ellos y su tierra quedasen
libres y de los españoles no quedase memoria. Y puede Vuestra Alteza
ser muy cierto que si ansí lo ficieran y salieran con su propósito, de
hoy en veinte años no se tornara a ganar y a pacificar la tierra que
estaba ganada y pacífica.
Dos días después de preso el dicho Narváez, porque
en aquella cíbdad no se podía sostener tanta gente junta - mayormente
que ya estaba casi destruida, porque los que con el dicho Narváez
estaban en ella la habían robado y los vecinos della estaban absentes y
sus casas solas - despaché dos capitanes con cada ducientos hombres, el
uno para que fuese a hacer el pueblo en el puerto de Qucicacalco que,
como a Vuestra Alteza he dicho, de antes inviaba a hacer, y el otro a
aquel río que los navíos de Francisco de Garay dijeron que habían
visto, porque ya lo tenía seguro. Y ansimismo invié otros ducientos
hombres a la villa de la Vera Cruz, donde fice que los navíos que el
dicho Narváez traía viniesen. y con la gente demás me quedé en la dicha
cibdad para proveer lo que al servicio de Vuestra Majestad convenía. Y
despaché un mensajero a la cibdad de Temixtitán y con él hice saber a
los españoles que allí había dejado lo que me había subcedido, el cual
dicho mensajero volvió de ahí a doce días y me trajo cartas del alcalde
que allí había quedado en que me hacía saber cómo los indios les habían
combatido la fortaleza por todas las partes della y puéstoles fuego por
muchas partes y hecho ciertas minas, y que se habían visto en mucho
trabajo y peligro y todavía los mataran si el dicho Muteeçuma no
mandara cesar la guerra, y que aún los tenía cercados puesto que no los
combatían, sin dejar salir ninguno dellos dos pasos fuera de la
fortaleza; y que les habían tomado en el combate mucha parte del
bastimento que yo les había dejado y que les habían quemado los cuatro
bergantines que yo allí tenía, y que estaban en muy estrema nescesidad
y que por amor de Dios los socorríese a mucha príesa. Y vista la
nescesidad en que estos españoles estaban, y quesi no los socorría
demás de los matar los indios y perderse todo el oro y plata y joyas
que en la tierra se habían habido así de Vuestra Alteza como de
españoles y mío y se perdia la más noble y mejor cibdad de todo lo
nuevamente descubierto del mundo, y ella perdida, se perdía todo lo que
estaba ganado por ser la cabeza de todo y a quien todos obedescían, y
luego despaché mensajeros a los capitanes que había inviado con la
gente haciéndoles saber lo que me habían escripto de la grand cibdad,
para que luego dondequiera que los alcanzasen volviesen y por el camino
prencipal y más cercano se fuesen a la provincia de Tascaltecal, donde
yo con la gente estaba en mi compañía, y con toda la artillería que
pude y con setenta de caballo me fui a juntar con ellos. Y allí juntos
y hecho alarde, se hallaron los dichos setenta de caballo y quinientos
peones, y con ellos a la mayor príesa que pude me partí para la dicha
cibdad, y en todo el camino nunca me salió a rescebir ninguna persona
del dicho Muteeçuma como antes lo solían facer. Y toda la tierra estaba
alborotada y casi despoblada, de que concebí mala sospecha, creyendo
que los españoles que en la dicha cibdad habían quedado eran muertos y
que toda la gente de la tierra estaba junta esperándome en algún paso o
parte donde ellos se podrían aprovechar mejor de mí. Y con este temor
fui al mejor recabdo que pude hasta que llegué a la cibdad de Tesuacan,
que, como ya he hecho relación a Vuestra Majestad, está en la costa de
aquella grand laguna. Y allí pregunté a algunos de los naturales della
por los españoles que en la grand cibdad habían quedado, los cuales me
dijeron que eran vivos. Y yo les dije que me trujesen una canoa porque
quería inviar un español a lo saber, y en tanto que aquél iba había de
quedar conmigo un natural de aquella cibdad que parescía algo
prencipal, porque los señores y prencipales della de quien yo tenía
noticia no parescía ninguno. Y él mandó traer la canoa e invió ciertos
indios con el español que yo inviaba y se quedó conmigo. Y estándose
embarcando este español para ir a la dicha ciudad de Temixtitán vio
venir por la mar otra canoa y esperó a que llegase al puerto, y en ella
venía uno de los españoles que habían quedado en la dicha cibdad de
quien supe que eran vivos todos expceto cinco o seis que los indios
habían muerto, y que los demás estaban todavía cercados y que no les
dejaban salir de la fortaleza ni les proveían de cosas que habían
menester sino por mucha copia de rescate, aunque después que de mi ida
habían sabido lo hacían algo mejor con ellos, y que el dicho Muteeçuma
decía que no esperaba sino a que yo fuese para que luego tornasen a
andar por la cibdad como antes solían. Y con el dicho español me invió
el dicho Muteeçuma un mensajero suyo en que me decía que ya creía que
debía saber lo que en aquella cibdad había acaescido, y que él tenía
pensamiento que por ello yo venía enojado y traía voluntad de le hacer
algúnd daño, que me rogaba perdiese el enojo porque a él le había
pesado tanto cuanto a mí y que ninguna cosa se había hecho por su
voluntad y consentimiento. Y me invió a decir otras cosas para me
aplacar la ira que el creía que yo traía por lo acaescido y que me
fuese a la cibdad a aposentar como antes estaba, porque no menos se
haría en ella lo que yo mandase que antes se solía facer. Yo le invié a
decir que no traía enojo ninguno dél porque bien sabía su buena
voluntad, y que ansí como él lo decía lo haría yo.
Y otro día siguiente, que fue víspra de San Juan
Baptista, me partí, y dormí en el camino a tres leguas de la dicha
grand cibdad. Y el día de Sant Juan después de haber oído misa me
partí, y entré en ella casi a mediodía y vi poca gente por la cibdad y
algunas puertas de las incrucijadas y traviesas de las calles quitadas
que no me paresció bien, aunque pensé que lo hacían de temor de lo que
habían fecho y que entrando yo los aseguraría, y con esto me fue a la
fortaleza, en la cual y en aquella mesquita mayor que estaba junto a
ella se aposentó toda la gente que conmigo venía. Y los que estaban en
la fortaleza nos rescibieron con tanta alegría como si nuevamente les
diéramos las vidas, que ya ellos estimaban perdidas, y con mucho placer
estuvimos aquel día y noche creyendo que ya todo estaba pacífico. Y
otro día después de misa inviaba un mensajero a la villa de la Vera
Cruz por les dar buenas nuevas de cómo los cristianos eran vivos y yo
había entrado en la cibdad y estaba segura, el cual mensajero volvió
dende a media hora todo descalabrado y herido dando voces que todos los
indios de la cibdad venían de guerra y que tenían todas las puentes
alzadas, y junto tras él da sobre nosotros tanta multitud de gente por
todas partes que ni las calles ni azoteas se parescían con gente, la
cual venía con los mayores allaridos y grita más espantable que en el
mundo se puede pensar. Y eran tantas las piedras que nos echaban con
hondas dentro en la fortaleza que no parescía sino que el cielo las
llovía, y las flechas y tiraderas eran tantas que todas las paredes y
patios estaban llenos y casi no podíamos andar con ellas. Y yo salí
fuera a ellos por dos o tres partes y pelearon con nosotros muy
reciamente, aunque por la una parte salió un capitán con ducientos
hombres y antes que se pudiese recoger le mataron cuatro e hiriéronle a
él y a muchos de los otros, y por la parte que yo andaba me hirieron a
mí y a muchos de los españoles. Y nosotros matamos pocos dellos porque
se nos acogían de la otra parte de las puentes, y de las azoteas y
tejados nos hacían daño con las piedras, de las cuales ganamos algunas
y quemamos, pero eran tantas y tan fuertes y de tanta gente pobladas y
tan bastecidas de piedras y otros géneros de armas que no bastábamos
para gelas tomar todos ni defendemos que ellos no nos ofendiesen a su
placer. En la fortaleza daban tan recio combate que por muchas partes
nos pusieron fuego, y por la una se quemó mucha parte della sin la
poder remediar hasta que la atajamos cortando las paredes y derrocando
un pedazo que mató el fuego. Y si no fuera por la mucha guarda que allí
puse de escopeteros y ballesteros y otros tiros de pólvora nos entraran
a escala vista sin los poder resistir. Ansí estuvimos peleando todo
aquel día hasta que fue la noche bien entrada, y aun en ella no nos
dejaron sin grita y rebato hasta el día. Y aquella noche hice reparar
los portillos de aquello quemado y todo lo demás que me paresció que en
la fortaleza había flaco, y concerté las estancias y gente que en ellas
había de estar y la que otro día habíamos de salir a pelear fuera e
hice curar los heridos, que eran más de ochenta.
Y luego que fue de día ya la gente de los enemigos
nos comenzaba a combatir muy más reciamente que el día pasado, porque
estaban en tanta cantidad dellos que los artilleros no tenían
nescesidad de puntería, sino asestar en los escuadrones de los indios.
Y puesto que la artillería hacía mucho daño, porque jugaban trece
falconetes sin las escopetas y ballestas, hacían tan poca mella que ni
se parescía que no lo sentían, porque por donde llevaba el tiro diez o
doce hombres se cerraba luego de gente, que no parescía que hacían daño
ninguno. Y dejado en la fortaleza el recabdo que convenía y se podía
dejar, yo torné a salir y les gané algunas de las puentes y quemé
algunas casas. Y matamos muchos en ellas que las defendían, y eran
tantos que aunque más daño se hiciera hacíamos muy poquita mella. Y a
nosotros convenía pelear todo el día y ellos peleaban por horas, que se
remudaban y aun les sobraba gente. También hirieron aquel día otros
cincuenta o sesenta españoles, aunque no murió ninguno. Y peleamos
hasta que fue noche, que de cansados nos retrujimos a la fortaleza. Y
viendo el grande daño que los enemigos nos hacian y cómo nos herían y
mataban a su salvo, y que puesto que nosotros hacíamos daño en ellos
por ser tantos no se parescía, toda aquella noche y otro día gastamos
en hacer tres ingenios de madera. Y cada uno llevaba veinte hombres,
los cuales iban dentro porque con las piedras que nos tiraban de las
azoteas no los pudiesen ofender, porque iban los ingenios cubiertos de
tablas y los que iban dentro eran ballesteros y escopeteros y los demás
llevaban picos y azadones y barras de hierro para horadarles las casas
y derrocar las albaradas que tenían fechas en las calles. Y en tanto
que estos arteficios se hacían no cesaba el combate de los contrarios,
en tanta manera que como no salíamos fuera de la fortaleza se querían
ellos entrar dentro, a los cuales resistimos con harto trabajo. Y el
dicho Muteeçuma, que todavía estaba preso y un hijo suyo con otros
muchos señores que al prencipio se habían tomado, dijo que le sacasen a
las azoteas de la fortaleza y que él hablaría a los capitanes de
aquella gente y les haría que cesase la guerra. Y yo lo hice sacar, y
en llegando a un petril que salía fuera de la fortaleza, queriendo
hablar a la gente que por allí combatía le dieron una pedrada los suyos
en la cabeza tan grande que dende a tres días murió. Y yo lo fice sacar
así muerto a dos indios que estaban presos, y a cuestas lo llevaron a
la gente. Y no sé lo que dél se hicieron, salvo que no por eso cesó la
guerra, y muy más recia y muy cruda de cada día.
Y este día llamaron por aquella parte por donde
habían herido al dicho Muteeçuma diciendo que me allegase yo allí, que
me querían hablar ciertos capitanes, y ansí lo hice. Y pasamos entre
ellos y mí muchas razones, rogándoles que no peleasen conmigo pues
ninguna razón para ello tenían, y que mirasen las buenas obras que de
mí habían rescebido y cómo habían sido muy bien tratados de mí. La
respuesta suya era que me fuese y que les dejase la tierra y que luego
dejarían la guerra, y que de otra manera que creyese que habían de
morir todos o dar fin de nosotros. Lo cual, segúnd paresció, hacían
porque yo me saliese de la fortaleza para me tomar a su placer al salir
de la cibdad entre las puentes. Y yo les respondí que no pensasen que
les rogaba con la paz por temor que les tenía sino porque me pesaba del
daño que les facía y del que les había de facer y por no destruir tan
buena cibdad como aquélla era, y todavía respondían que no cesarían de
me dar guerra fasta que saliese de la ciudad.
Después de acabados aquellos ingenios, luego otro
día salí para les ganar ciertas azoteas y puentes, y yendo los ingenios
delante y tras ellos cuatro tiros de fuego y otra mucha gente de
ballesteros y rodeleros y más de tres mill indios de los naturales de
Tescaltecal que habían venido conmigo y servían a los españoles. Y
llegados a una puente, posimos los ingenios arrimados a las paredes de
unas azoteas y ciertas escalas que llevábamos para las subir. Y era
tanta la gente que estaba en defensa de la dicha puente y azoteas y
tantas las piedras que de arriba tiraban y tan grandes que nos
desconcertaron los ingenios y nos mataron un español e hirieron otros
muchos sin les poder ganar ni aun un paso aunque puñábamos mucho por
ello, porque peleamos desde la mañana fasta mediodía que nos volvimos
con harta tristeza a la fortaleza, de donde cobraron tanto ánimo que
casi a las puertas nos llegaban. Y tomaron aquella mesquita grande y en
la torre más alta y más prencipal della se subieron fasta quinientos
indios que, segúnd paresció, eran personas prencipales, y en ella
subieron mucho mantenimiento de pan y agua y otras cosas de comer y
muchas piedras. Y todos los más tenían lanzas muy largas con unos
hierros de perdenal más anchos que los de las nuestras y no menos
agudos, y de allí hacían mucho daño a la gente de la fortaleza porque
estaba muy cerca della, la cual dicha torre combatieron los españoles
dos o tres veces y la acometieron a sobir, y como era muy alta y tenía
la subida agra, porque tiene ciento y tantos escalones y los de arriba
estaban bien pertrechados de piedras y otras armas y favorescidos a
cabsa de no les haber podido ganar las otras azoteas, ninguna vez los
españoles comenzaban a subir que no volvían rodando, y herían mucha
gente y los que de las otras partes los vían cobraban tanto ánimo que
se nos venían hasta la fortaleza sin ningúnd temor. Y yo viendo que si
aquellos salían con tener aquella torre demás de nos hacer della mucho
daño cobraban esfuerzo para nos ofender, salí fuera de la fortaleza
aunque manco de la mano izquierda de una herida que el primero día me
habían dado, y liada la rodela en el brazo fui a la torre con algunos
españoles que me siguieron e hícela cercar toda por bajo porque se
podía muy bien hacer, aunque los cercadores no estaban de balde, que
por todas partes peleaban con los contrarios, de los cuales por
favorescer a los suyos se rescrecieron muchos. Y yo comencé a subir por
la escalera de la dicha torre y tras mí ciertos españoles, y puesto que
nos defendían la subida muy reciamente, y tanto que derrocaron tres o
cuatro españoles, con ayuda de Dios y de su gloriosa madre, por cuya
casa aquella torre se había señalado y puesto en ella su imagen, les
subimos la dicha torre. Y arriba peleamos con ellos tanto que les fue
forzado saltar della abajo a unas azoteas que tenían alderredor tan
anchas como un paso - y déstas tenía la dicha torre tres o cuatro, tan
altas la una de la otra como tres estados - y algunos cayeron abajo del
todo, que demás del daño que rescebían de la caída los españoles que
estaban abajo alderredor de la torre los mataban. Y los que en aquellas
azoteas quedaron pelearon desde allí tan reciamente que estuvimos más
de tres horas en los acabar de matar por manera que murieron todos, que
ninguno escapó. Y crea Vuestra Sacra Majestad que fue tanto ganalles
esta torre que si Dios no les quebrara las alas bastaban veinte dellos
para resistir la subida a mill hombres, comoquiera que pelearon muy
valientemente hasta que murieron. E fice poner fuego a la torre y a las
otras que en la mesquita había, los cuales habían ya quitado y llevado
las imágenes que en ellas teníamos. Algo perdieron del orgullo con
haberles tomado esta fuerza, y tanto que por todas partes aflojaron en
mucha manera. Y luego torné a aquella azotea y hablé a los capitanes
que antes habían hablado conmigo, que estaban algo desmayados por lo
que habían visto. Los cuales luego llegaron, y les dije que mirasen que
no se podian amparar y que les hacíamos cada día mucho daño y que
murian muchos dellos y quemábamos y destruíamos su cibdad, y que no
había de parar fasta no dejar della ni dellos cosa alguna. Los cuales
me respondieron que bien vían que recebían de nos mucho daño y que
murian muchos dellos, pero que ellos estaban ya determinados de morir
todos por nos acabar; y que mirase yo por todas aquellas calles y
plazas y azoteas cuán llenas de gente estaban, y que tenían hecha
cuenta que a morir veinticinco mill dellos y uno de los nuestros nos
acabaríamos nosotros primero, porque éramos pocos y ellos muchos; y que
me hacían saber que todas las calzadas de las entradas de la cibdad
eran deshechas - como de hecho pasaba, que todas las habían deshecho
excepto una - y que ninguna parte teníamos por do salir sino por el
agua, y que bien sabían que teníamos pocos mantenimientos y poca agua
dulce, que no podíamos durar mucho que de hambre no nos muriésemos
aunque ellos no nos matasen. Y de verdad que ellos tenían mucha razón,
que aunque no tuviéramos otra guerra sino la hambre y nescesidad de
mantenimientos bastaba para morir todos en breve tiempo. Y pasamos
otras muchas razones, favoresciendo cada uno sus partidos.
Ya que fue de noche salí con ciertos españoles, y
como los tomé descuidados ganámosles una calle donde les quemamos más
de trecientas casas, y luego volví por otra ya que allí acudía la gente
y ansimesmo quemé muchas casas della, en especial ciertas azoteas que
estaban junto a la fortaleza de donde nos hacían mucho daño. Y con lo
que aquella noche se les hizo rescibieron mucho temor, y en esta mesma
noche hice tornar a adreszar los ingenios que el día antes nos habían
desconcertado. Y por seguir la vitoria que Dios nos daba salí en
amanesciendo por aquella calle donde el día antes nos habían
desbaratado, donde no menos defensa hallamos que primero. Pero como nos
iban las vidas y la honra, porque por aquella calle estaba sana la
calzada que iba hasta la tierra firme aunque hasta llegar a ella había
ocho puentes muy grandes y hondas y toda la calle de muchas y altas
azoteas y torres, pusimos tanta determinación y ánimo que, ayudándonos
Nuestro Señor, les ganamos aquel día las cuatro. Y se quemaron todas
las azoteas y casas y torres que había hasta la postrera dellas, aunque
por lo de la noche pasada tenían en todas las puentes hechas muchas y
muy fuertes albarradas de adobes y barro en manera que los tiros y
ballestas no les podían hacer daño, las cuales dichas cuatro puentes
cegamos con los adobes y tierra de las albarradas y con mucha piedra y
madera de las casas quemadas, aunque todo no fuera tan sin peligro que
no hiriesen a los españoles. Aquella noche puse mucho recabdo en
guardar aquellas puentes porque no las tomasen a ganar. Y otro día de
mañana torné a salir, y Dios nos dio ansimesmo tan buena dicha y
vitoria que aunque era innumerable gente que defendía las otras puentes
y albarradas y ojos que aquella noche habían hecho, se las ganamos
todas y las cegamos. Ansimesmo fueron ciertos de caballo siguiendo el
alcance y vitoria hasta la tierra firme. Y estando yo reparando
aquellas puentes y haciéndolas cegar viniéronme a llamar a mucha
priesa, diciendo que los indios que combatían la fortaleza pedían paces
y me estaban esperando allí ciertos señores capitanes dellos. Y dejando
allí toda la gente y ciertos tiros me fui solo con dos de caballo a ver
lo que aquellos prencipales querían, los cuales me dijeron que si yo
les aseguraba que por lo hecho no serían punidos, que ellos harían
alzar el cerco y tomar a poner los puentes y hacer las calzadas y
servirían a Vuestra Majestad como antes lo facían. Y rogáronme que
ficiese traer allí uno como religioso de los suyos que yo tenía preso,
el cual era como general de aquella relisión, el cual vino y les habló
y dio concierto entre ellos y mí, y luego paresció que inviaban
mensajeros, según ellos dijeron, a los capitanes y a la gente que
tenían en las estancias a decir que cesasen el combate que daban a la
fortaleza y toda la otra guerra, y con esto nos despedimos. Y yo metíme
a la fortaleza a comer, y en comenzando, vinieron a mucha priesa a me
decir que los indios habían tomado a ganar las puentes que aquel día
les habíamos ganado y que habían muerto ciertos españoles, de que Dios
sabe cuánta alteración rescebí, porque yo no pensé que había más de
hacer con tener ganada la salida. Y cabalgué a la mayor priesa que pude
y corrí por toda la calle adelante con algunos de caballo que me
siguieron, y sin detenerme en alguna parte torné a romper por los
dichos indios y les torné a ganar las puentes y fui en alcance dellos
hasta la tierra firme. Y como los peones estaban cansados y heridos y
atemorizados y vi al presente el grandísimo peligro ninguno me siguió,
a cuya causa, después de pasadas yo las puentes, ya que me quise volver
las hallé tomadas y ahondadas mucho de lo que habíamos cegado, y por la
una parte y por la otra de la calzada llena de gente ansí en la tierra
como en el agua en canoas, la cual nos garrochaba y apedreaba en tanta
manera que si Dios mistiriosamente no nos quisiera salvar era imposible
escapar de allí, y aun ya era público entre los que quedaban en la
cibdad que yo era muerto. Y cuando llegué a la postrera puente de hacia
la cibdad hallé a todos los de caballo que conmigo iban caídos en ella
y un caballo suelto, por manera que yo no pude pasar y me fue forzado
de revolver solo contra los enemigos. Y con aquello fice algúnd tanto
de lugar para que los caballos pudiesen pasar, y yo fallé la puente
desembarazada y pasé aunque con harto trabajo, porque había de la una
parte a la otra casi un estado de saltar con el caballo. Y allí me
dieron muchas pedradas, las cuales por ir yo y él bien armados no nos
hirieron más de atormentar el cuerpo. Y así quedaron aquella noche con
vitoria y ganadas las dichas cuatro puentes, y yo dejé en las otras
cuatro buen recabdo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de
madera que levaba cuarenta hombres.
Y viendo el grand peligro que en que estábamos y el
mucho daño que los indios cada día nos hacían, y temiendo que también
desficiesen aquella calzada como las otras, y desfecha, era forzado
morir todos, y porque de todos los de mi compañía fui requerido muchas
veces que me saliese, y porque todos o los más estaban heridos y tan
mal que no podían pelear, acordé de lo facer aquella noche, Y tomé todo
el oro y joyas de Vuestra Majestad que se podían sacar y púselo en una
sala y allí lo entregué en ciertos líos a los oficiales de Vuestra
Alteza que yo en su real nombre tenía señalados, y a los alcaldes y
regidores y a toda la otra gente que allí estaba les rogué y requerí
que me ayudasen a lo sacar y salvar, y di una yegua mía para ello en la
cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar, y señalé ciertos
españoles, así criados míos como de los otros, que viniesen con el
dicho oro y yegua, y lo demás los dichos oficiales y alcaldes y
regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo
sacasen. Y desamparada la fortaleza con mucha riqueza ansí de Vuestra
Alteza como de los españoles y mía, me salí lo más secreto que yo pude
sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Muteeçuma y a Cacamacin,
señor de Aculmacán, y al otro su hermano que yo había puesto en su
lugar y a otros señores de provincias y cibdades que allí tenía presos.
Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera
dellas se echó la puente que yo traía hecha con poco trabajo, porque no
hobo quien la resistiese exceto ciertas velas que en ellas estaban, las
cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba
infinita gente de los contrarios sobre nosotros combatiéndonos por
todas partes, así desde el agua como de la tierra. Y yo pasé presto con
cinco de caballo y con cient peones, con los cuales pasé a nado todas
las puentes y las gané hasta la tierra firme. Y dejando aquella gente
en la delantera torné a la rezaga, donde hallé que peleaban reciamente
y que eran sin comparación el daño que los nuestros rescebían, ansí los
españoles como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban, y
así a todos los mataron, y a muchos naturales de los españoles, y
asimismo habían muerto muchos españoles y caballos, y perdido todo el
oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda el
artillería. Y recogidos los que estaban vivos, eché los delante, y yo
con tres o cuatro de caballo y fasta veinte peones que osaron quedar
conmigo me fui en la rezaga peleando con los indios fasta llegar a una
cibdad que se dice Tacuba que está fuera de la calzada, de que Dios
sabe cúanto trabajo y peligro rescebí, porque todas las veces que
volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas y varas y apedreado,
porque como era agua de la una parte y de la otra herían a su salvo sin
temor. Y los que salían a tierra luego volvíamos sobre ellos y saltaban
al agua, así que rescebían muy poco daño si no eran algunos que con los
muchos entropezaban unos con otros y caían, y aquellos morían.
Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente
fasta la dicha cibdad de Tacuba sin me matar ni herir ningúnd español
ni indio si no fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga,
y no menos peleaban ansí en la delantera como por los lados, aunque la
mayor fuerza era en las espaldas, por do venía la gente de la gran
cibdad. Y llegado a la dicha cibdad de Tacuba, hallé toda la gente
remolinada en una plaza que no sabían donde ir, a los cuales yo di
príesa que se saliesen al campo antes que se recreciese más gente en la
dicha cibdad y tomasen las azoteas, porque nos harían dellas mucho
daño. Y los que llevaban la delantera dijeron que no sabían por dónde
habían de salir, y yo los hice quedar en la rezaga y tomé la delantera
hasta los sacar fuera de la dicha cibdad, y esperé en unas labranzas. Y
cuando llegó la rezaga supe que habían rescebido algúnd daño y que
habían muerto algunos españoles xxx allí tenían se había ido con los de
Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido creyendo que no
paráramos hasta su pueblo, y que muchos días había que ellos quisieran
mi amistad y haberse venido a ofrescer por vasallos de Vuestra
Majestad, sino que aquel señor no los dejaba ni había querido puesto
que ellos muchas veces gelo habían requerido y dicho; y que agora ellos
querían servir a Vuestra Alteza y que allí había quedado un hermano del
dicho señor, el cual siempre había sido de su opinión y propósito y
agora ansimesmo lo era; y que me rogaban que tuviese por bien que aquél
suscediese en el señorío, que aunque el otro volviese que no
consintiese que por señor fuese rescebido, y que ellos tampoco lo
rescebirían. Y yo les dije que por haber sido fasta allí de la liga y
parcialidad de los de Culúa y se haber rebelado contra el servicio de
Vuestra Majestad eran dinos de mucha pena y que ansí tenía pensado de
la ejecutar en sus personas y haciendas, pero que pues habían venido y
decían que la causa de su rebellión y alzamiento había sido aquel señor
que tenían, que yo en nombre de Vuestra Majestad les perdonaba el yerro
pasado y los rescibía y admitía a su real servicio; y que les apercebía
que si otra vez semejante yerro cometiesen serían punidos y castigados,
y que si leales vasallos de Vuestra Alteza fuesen serían de mí en su
real nombre muy favorescidos y ayudados. Y ansí lo prometieron.
Esta cibdad de Guacachulla está asentada en un llano
arrimada por la una parte a unos muy altos y ásperos cerros, y por la
otra todo el llano la cercan dos ríos dos tiros de ballesta el uno del
otro que cada uno tiene muy altos y grandes barrancos, y tanto que para
la cibdad hay por ellos muy pocas entradas, y las que hay son ásperas
de bajar y subir, que apenas las pueden bajar y subir cabalgando. Y
toda la cibdad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto tan alto
como cuatro estados por de fuera de la cibdad y por de dentro está casi
igual con el suelo, y por toda la muralla va su petril tan alto como
medio estado para pelear. Tiene cuatro entradas tan anchas como uno
puede entrar a caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de
la cerca que encabalga el un lienzo en el otro, y hacia aquellas
vueltas hay también encima de la muralla su petril para pelear. En toda
la cerca tienen mucha cantidad de piedras grandes y pequeñas y de todas
maneras con que pelean. Será esta cibdad de hasta cinco o seis mill
vecinos, y terná de aldeas a ella subjectas otros tantos y más. Tiene
muy grand sitio, porque de dentro della hay muchas huertas y frutas y
olores a su costumbre.
Y después de haber reposado en esta dicha cibdad
tres dias, fuemos a otra cibdad que se dice Yzçucan que esta cuatro
leguas désta de Buacachula, porque fui informado que en ella ansimismo
había mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha
cibdad y otras villas y lugares sus sufraganos eran y se mostraban muy
parciales de los de Culúa porque el señor della era su natural y aun
pariente de Muteeçuma. E iba en mi compañía tanta gente de los
naturales de la tierra, vasallos de Vuestra Majestad, que casi cubrían
los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver, y de verdad había más
de ciento veinte mill hombres. Y llegamos sobre la dicha cibdad de
Yzçucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y gente
menuda y había en ella hasta cinco o seis mill hombresde guerra muy
bien adreszados. Y como los españoles llegamos delante comenzaron algo
a defender su cibdad, pero en poco rato la desampararon, porque por la
parte que fuimos guiados para entrar en ella estaba razonable entrada.
Y seguimoslos por toda la cibdad hasta que los hecimos saltar por cima
de los adarves a un río que por la otra parte la cerca toda, del cual
tenían quebradas las puentes. Y nos detuvimos algo en pasar y seguimos
el alcance hasta legua y media más, en que creo se escaparon pocos de
aquellos que allí quedaron. Y vueltos a la cibdad, invié dos de los
naturales della que estaban presos a que hablasen a las personas
prencipales de la dicha cibdad, porque el señor della se había también
ido con los de Culúa que estaban allí en guarnición, para que los
hiciesen volver a su cibdad, y que yo les prometía en nombre de Vuestra
Majestad que siendo ellos leales vasallos de Vuestra Alteza de allí
adelante serían de mí muy bien tratados y perdonados de rebelión y
yerro pasado. Y los dichos naturales fueron, y de ahí a tres días
vinieron algunas personas prencipales y pidieron perdón de su yerro
diciendo que no habían podido más porque habían hecho lo que su señor
les mandó, y que ellos prometían de ahí en delante, pues que su señor
era ido y dejádolos, de servir a Vuestra Majestad muy bien y lealmente.
Y yo les aseguré y dije que se viniesen a sus casas y trajesen a sus
mujeres e hijos, que estaban en otros lugares y villas de su
parcialidad. Y les dije que hablasen ansimesmo a los naturales dellas
para que viniesen a mí y que yo les perdonaba lo pasado, y que no
quisiesen que yo hobiese de ir sobre ellos porque rescibirían mucho
daño, de lo cual me pesaría mucho. Y así fue fecho. De ahí a tres días
se tornó a poblar la dicha cibdad de Yzçucan y todos los sufraganos
della vinieron a se ofrecer por vasallos de Vuestra Alteza, y quedó
toda aquella provincia muy segura y por nuestros amigos y confederados
con los de Buacachula.
Porque hobo cierta diferencia sobre a quien
pertenescía el señorío de aquella cibdad y provincia de Yzçucan por
absencia del que se había ido a Mésyco, y puesto que hobo algunas
contradiciones y parcialidades entre un hijo bastardo del señor natural
de la tierra, que había sido muerto por Muteeçuma, y puesto el que a la
sazón era y casádole con una sobrina suya, y entre un nieto del dicho
señor natural hijo de su hija legítima, la cual estaba casada con el
señor de Buacachula y había habido aquel hijo, nieto del dicho señor
natural de Yzçucan, se acordó entre ellos que heredase el dicho señorío
aquel hijo del señor de Buacachula, que venía de legítima línea de los
señores de allí; y puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo
no debía de ser señor. Y así quedó, y obedescieron en mi presencia
aquel mochacho que es de edad de hasta diez años y que por no ser de
edad para gobernar, que aquel su tío bastardo y otros tres prencipales,
uno de la cibdad de Buacachula y los dos de la de Yzçucan, fuesen
gobernadores de la tierra y tuviesen el mochacho en su poder hasta
tanto que fuese de edad para gobernar.
Esta cibdad de Yzçucan será de hasta tres o cuatro
mill vecinos. Es muy concertada en sus calles y trato. Tenía cient
casas de mesquitas y oratorios muy fuertes con sus torres, las cuales
todas se quemaron. Está en un llano a la halda de un cerro mediano
donde tiene una muy buena fortaleza, y por la otra parte de hacia el
llano está cercada de un hondo río que pasa junto a la cerca. Y está
cercada de la barranca del río que es muy alta, y sobre la barranca
hecho un petril toda la cibdad en torno tan alto como un estado. Tenía
por toda esta cerca muchas piedras. Tiene un valle redondo muy fértil
de frutas y algodón, que en ninguna parte de los puertos arriba se hace
por la gran frialdad. Y allí es tierra caliente, y cáusalo que está muy
bien abrigada de sierras. Todo este valle se riega por muy buenas
acequias, que tienen muy bien sacadas y concertadas.
En esta cibdad estuve hasta la dejar muy poblada y
pacífica. Y a ella vinieron ansimesmo a se ofrescer por vasallos de
Vuestra Majestad el señor de una cibdad que se dice Buagocingo y el
señor de otra cibdad que está que está a diez leguas désta de Yzçucan y
son fronteros de la tierra de Mésyco. También vinieron de ocho pueblos
de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los capítulos antes
déste hice minción que habían visto los españoles que yo invié a buscar
oro a la provincia de Zuzula, donde - y en la de Tanlazula, porque está
junto a ella - dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien
obradas de mejor cantería que en ninguna destas partes se había visto,
la cual dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de
Yzçucan. Y los naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron
ansimesmo por vasallos de Vuestra Alteza y dijeron que otros cuatro que
restaban en la dicha provincia vernían muy presto, y me dijeron que les
perdonase porque antes no habían venido, que la causa había sido no
osar por temor de los de Culúa, porque ellos nunca habían tomado armas
contra mí ni habían sido en muerte de ningúnd español, y que siempre
después que al servicio de Vuestra Alteza se habían ofrescido habían
sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades, pero que no las
habían osado magnifestar por temor a los de Culúa. De manera que puede
Vuestra Alteza ser muy cierto que siendo Nuestro Señor servido en su
real ventura, en muy breve tiempo se tornará a ganar lo perdido o mucha
parte dello, porque de cada día se vienen a ofrescer por vasallos de
Vuestra Majestad de muchas provincias y cibdades que antes eran
subjetas a Muteeçuma, viendo que los que ansí lo hacen son de mí muy
bien rescibidos y tratados, y los que al contrario, de cada día
destruidos.
De los que en la cibdad de Buacachula se prendieron,
en especial de aquel herido, supe muy por extenso las cosas de la grand
cibdad de Timixtitán, y cómo después de la muerte de Muteeçuma había
subscedido en el señorío un hermano suyo señor de la cibdad de
Yztapalapa que se llamaba Cuetravaçin, el cual suscedió en el señorío
porque murió en las puentes el hijo de Muteeçuma que heredaba el
señorío. Y otros dos hijos suyos que quedaron vivos, el uno dizque es
loco y el otro perlático, y a esta causa decían aquellos que había
heredado aquel hermano suyo, y también porque él nos había hecho la
guerra y porque lo tenían por valiente hombre muy prudente. Supe
ansimesmo como se fortalecía ansí en la cibdad como en todas las otras
de su señorío y hacía muchas cercas y cavas y fosados y muchos géneros
de armas, en especial supe que hacían lanzas largas como picas para los
caballos, y aun ya habemos visto algunas dellas porque en esta
provincia de Tepeaca se hallaron algunas con que pelearon, y en los
ranchos y aposentos en que la gente de Culúa estaba en Buacachula se
hallaron ansimesmo muchas dellas. Otras muchas cosas supe que por no
dar a Vuestra Alteza importunidad dejo.
Yo invío a la isla Española cuatro navíos para que
luego vuelvan cargados de caballos y gente para nuestro socorro. Y
ansimesmo invío a comprar otros cuatro para que desde la dicha Española
y cibdad de Santo Domingo trayan caballos y armas y ballestas y pólvora
porque esto es lo que en estas partes es más nescesario, porque peones
rodelleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y
tener tan fuertes y grandes cibdades y fortalezas. Y escribo al
licenciado Rodrigo de Figueroa y a los oficiales de Vuestra Alteza que
residen en la dicha isla que den para ello todo el favor y ayuda que
ser pudiere porque así conviene mucho al servicio de Vuestra Alteza y a
la seguridad de nuestras personas, porque veniendo esta ayuda y socorro
pienso volver sobre aquella grand cibdad y su tierra. Y creo, como ya a
Vuestra Majestad he dicho, que en muy breve tomará al estado en que
antes yo la tenía y se restaurarán las pérdidas pasadas. Y en tanto, yo
quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estánse
labrando ya la tablazón y piezas dellos porque ansí se han de llevar
por tierra, porque en llegando se liguen y acaben en poco tiempo. Y
ansimesmo se hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa y
velas y remos y las otras cosas para ello nescesarias. Y certifico a
Vuestra Majestad que hasta consiguir este fin no pienso tener descanso
ni cesar para ello todas las formas y maneras a mí posibles,
posponiendo para ello todo el peligro y trabajo y costa que se me puede
ofrescer.
Habrá dos o tres días que por carta del teniente que
en mi lugar está en la villa de la Vera Cruz supe cómo al puerto de la
dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta
hombres de mar y tierra, que diz que venían a buscar a la gente que
Francisco de Garay había inviado a esta tierra, de que ya a Vuestra
Alteza he hecho relación, y cómo había llegado con mucha nescesidad de
bastimentos, y tanta, que si no hobieran hallado allí socorro se
murieran de sed y hambre. Y supe dellos cómo habían llegado al río de
Pánuco y estado en él días surtos y no habían visto gente en todo el
río y tierra, de donde se cree que a cabsa de lo que allí suscedió se
ha despoblado aquella tierra. Y asimismo dijo la gente de la dicha
carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del
dicho Francisco de Garay con gente y caballos, y que creían que eran ya
pasados la costa abajo. Y parescióme que cumplía al servicio de Vuestra
Alteza porque aquellos navíos y gente que en ellos iban no se pierda y
yendo desproveídos del aviso de las cosas de la tierra los naturales no
hiciesen en ellos más daño de lo que a los primeros hicieron, inviar la
dicha carabela en busca de los dos navíos para que los avisen de lo
pasado y se viniesen al puerto de la dicha villa donde el capitán que
invió el dicho Francisco de Garay primero estaba esperándolos. Plega a
Dios que los halle y a tiempo que no hayan salido en tierra, porque
segúnd los naturales ya están sobre aviso y los españoles sin él temo
rescebirán mucho daño. Y dello Dios Nuestro Señor y Vuestra Alteza
serán muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo
que están encarnados y darles más ánimo y osadía para acometer a los
que adelante fueren.
En un capítulo antes déstos he dicho cómo había
sabido que por muerte de Muteeçuma habían alzado por señor a su hermano
que se dice Cuetravaçin, el cual aparejaba muchos géneros de armas y se
fortalecía en la gran cibdad y en otras cibdades cerca de la laguna. Y
agora de poco acá he asimesmo sabido que el dicho Cuetravacin ha
inviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y cibdades
subjetas a aquel señorío a decir y certificar a sus vasallos que él les
hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son
obligados a le hacer, y que no le den ni paguen cosa alguna con tanto
que por todas las maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a
todos los cristianos hasta los matar o echar de toda la tierra, y que
asimesmo la hiciesen a todos los naturales que fuesen nuestros amigos y
aliados. Y aunque tengo esperanza en Nuestro Señor que en ninguna cosa
saldrá con su intención y propósito, hállome en muy extrema nescesidad
para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos, porque cada día
vienen de muchas cibdades y villas y poblaciones a pedir socorro contra
los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen guerra
cuanta pueden a causa de tener nuestra amistad y alianza, y yo no puedo
socorrer a todas partes como querría. Pero, como digo, placerá a
Nuestro Señor, suplirá nuestras pocas fuerzas e inviará presto el
socorro, ansí el suyo como el que yo invío a pedir a la Española.
Por lo que yo he visto y comprehendido cerca de la
similitud que toda esta tierra tiene a España, ansí en la fertelidad
como en la grandeza y fríos que en ella hace y en otras muchas cosas
que la equiparan a ella, me paresció que el más conveniente nombre para
esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del Mar Océano, y ansí
en nombre de Vuestra Majestad se le puso aqueste nombre. Humillmente
suplico a Vuestra Alteza lo tenga por bien y mande que se nombre ansí
Yo he escrípto a Vuestra Majestad, aunque mal dicho,
la verdad de todo lo suscedido en estas partes y aquello de que más
nescesidad hay de hacer saber a Vuestra Alteza. Y por otra mía que va
con la presente invío a suplicar a Vuestra Real Exelencia mande inviar
una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e
informe a Vuestra Sacra Majestad dello. También en ésta lo torno
humillmente a suplicar, porque en tan señalada merced lo terné como en
dar entero crédito a lo que escribo.
Muy Alto y Muy Exelentísimo Príncipe: Dios Nuestro
Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de Vuestra Sacra
Majestad conserve y abmente por muy largos tiempos, con acrecentamiento
de muy mayores reinos y señoríos como su real corazón desea. - De la
villa Segura de la Frontera desta Nueva España, a de 30 otobre de 1520
años.
De Vuestra Sacra Majestad muy humill siervo y vasallo, que los muy reales pies y manos de Vuestra Alteza besa. [Fernando Cortés]
[Después désta, en el mes de marzo primero que pasó
vinieron nuevas de la dicha Nueva España cómo los españoles habían
tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitán, en la cual murieron
más indios que en Jerusalén judíos en la destruición que hizo
Vespasiano, y en ella asimesmo había más número de gente que en la
dicha cibdad santa. Hallaron poco tesoro a causa que los naturales lo
habían echado y sumido en las lagunas. Solos ducientos mill pesos
tomaron. Y quedaron muy fortalecidos en la dicha cibdad los españoles,
de los cuales hay al presente en ella mill y quinientos peones y
quinientos de caballo. Y tiene[n] más de cient mill de los naturales de
la tierra en el campo en su favor. Son cosas grandes y estrañas y es
otro mundo sin duda, que de sólo verlo tenemos harta cobdicia los que a
los confines dél estamos. Estas nuevas son hasta prencipio de abril de
1522 años, las que acá tenemos dignas de fee.]
@§ Tercera relación
C A R T A tercera de relación enviada por Fernando
Cortés, Capitán y Justicia Mayor del Yucatán llamado la Nueva España
del Mar Océano, al Muy Alto y Potentisimo César e Invitísimo Señor Don
Carlos, Emperador Semper Augusto y Rey de España, Nuestro Señor, de las
cosas subcedidas y muy dinas de admiración en la conquista y
recuperación de la muy grande y maravillosa cibdad de Tenustitán y de
las otras provincias a ella subjetas que se rebelaron, en la cual
cibdad y dichas provincias el dicho capitán y españoles consiguieron
grandes y señaladas vitorias dignas de perpetua memoria. Asimesmo hace
relación cómo han descubierto el Mar del Sur y otras muchas y grandes
provincias muy ricas de minas de oro y perlas y piedras preciosas, y
aun tienen noticia que hay especería.
Muy Alto y Potentisimo Príncipe, Muy Católico e Invitísimo Emperador, Rey y Señor:
Con Alonso de Mendoza, natural de Medellín, que
despaché desta Nueva España a cinco de marzo del año pasado de
quinientos y veinte y uno, hice segunda relación a Vuestra Majestad de
todo lo sucedido en ella, la cual yo tenía acabada de hacer a los 30 de
otubre del año de quinientos y veinte, y a cabsa de los tiempos muy
contrarios y de perderse tres navíos que yo tenía para enviar en el uno
a Vuestra Majestad la dicha relación y en los otros dos enviar por
socorro a la isla Española, hobo mucha dilación en la partida del dicho
Mendoza, segúnd que también más largo con él lo escribí a Vuestra
Majestad. Y en lo último de la dicha relación hice saber a Vuestra
Majestad cómo después que los indios de la cibdad de Temixtitán nos
habían echado por fuerza della yo había venido sobre la provincia de
Tepeaca, que era subjeta a ellos y estaba rebelada, y con los españoles
que habían quedado y con los indios nuestros amigos le había hecho la
guerra y reducido al servicio de Vuestra Majestad; y que como la
traición pasada y el grand daño y muertes de españoles estaban tan
recientes en nuestros corazones, mi determinada voluntad era revolver
sobre los de aquella gran cibdad que de todo había seído la causa, y
que para ello comenzaba a hacer trece bergantines para por la laguna
hacer con ellos todo el daño que pudiese si los de la cibdad
perseverasen en su mal propósito. Escribí a Vuestra Majestad que entre
tanto que los dichos bergantines se hacían y yo y los indios nuestros
amigos nos aparejábamos para volver sobre los enemigos, enviaba a la
dicha Española por socorro de gente y caballos y artellería y armas, y
que sobre ello escribía a los oficiales de Vuestra Majestad que allí
residen y les enviaba dineros para todo el gasto y espensas que para el
dicho socorro fuese nescesario. Y certefiqué a Vuestra Majestad que
hasta conseguir vitoria contra los enemigos no pensaba tener descanso
ni cesar de poner para ello toda la solicitud posible, posponiendo
cuanto peligro, trabajo y costa se me pudiese ofrecer, y que con esta
determinación estaba aderezando de me partir de la dicha provincia de
Tepeaca.
Ansimismo hice saber a Vuestra Majestad cómo al
puerto de la villa de la Vera Cruz había llegado una carabela de
Francisco de Garay, teniente de gobernador de la isla de Jamaica, con
mucha nescesidad, la cual traía hasta treinta hombres, y que había
dicho que otros dos navíos eran partidos para el río de Pánuco, donde
habían desbaratado a un capitán del dicho Francisco de Garay, y que
temían que si allá aportasen habían de recebir daño de los naturales
del dicho río. Y ansimismo escribí a Vuestra Majestad que yo había
proveído luego de enviar una carabela en busca de los dichos navíos
para les dar aviso de lo pasado, y después que aquello escribí plugo a
Dios que el uno de los navíos llegó al dicho puerto de la Vera Cruz, en
el cual venía un capitán con obra de ciento y veinte hombres, y allí se
informó cómo los de Garay que antes habían venido habían sido
desbaratados, y hablaron con el capitán que se halló en el desbarato y
se les certeficó que si iba al dicho río de Pánuco no podía ser sin
recibir mucho daño de los indios, y estando ansí en el puerto con
determinación de se ir al dicho río comenzó un tiempo y viento muy
recio e hizo la nao salir, quebradas las amarras, y fue a tomar puerto
doce leguas la costa arriba de la dicha villa a un puerto que se dice
Sant Juan, y allí, después de haber desembarcado toda la gente y siete
u ocho caballos y otras tantas yeguas que traían, dieron con el navío a
la costa porque hacía mucha agua. Y como esto se me hizo saber yo
escribí luego al capitan dél haciéndole saber como a mí me había pesado
mucho del lo que le había sucedido, y que yo había inviado a decir al
teniente de la dicha villa de la Veracruz que a él y a la gente que
consigo traía hiciese muy buen acogimiento y les diesen todo lo que
habían menester y que viesen qué era lo que determinaban, y que si
todos o algunos dellos se quisiesen volver en los navíos que alli
estaban, que les diese licencia y los despachase a su placer. Y el
dicho capitán y los que con él vinieron deteminaron de se quedar y
venir adonde yo estaba. Y del otro navío no hemos sabido hasta agora, y
como ha ya tanto tiempo tenemos harta duda de su salvamento. Plega a
Dios lo haya llevado a buen puerto.
Estando para me partir de aquella provincia de
Tepeaca supe cómo dos provincias que se dicen Cecatami y Xalazingo, que
son subjetas al señor de Temixtitán, estaban rebeladas, y que como de
la villa de la Vera Cruz para acá es por allí el camino, habían muerto
en ellas algunos españoles, y que los naturales estaban rebelados y de
muy mal propósito. Y por asegurar aquel camino y hacer en ellos algún
castigo si no quisiesen venir de paz, despaché un capitán con veinte de
caballo y docientos peones y con gente de nuestros amigos, al cual
encargué mucho y mandé de parte de Vuestra Majestad que requiriese a
los naturales de aquellas provincias que viniesen de paz a se dar por
vasallos de Vuestra Majestad como antes lo habían hecho, y que tuviese
con ellos toda la templanza que fuese posible; y que si no quisiesen
recibirle de paz, que les hiciese la guerra, y que fecha y allanadas
aquellas dos provincias, se volviese con toda la gente a la cibdad de
Tascaltecal adonde le estaría esperando. Y ansí se partió entrante el
mes de diciembre de quinientos y veinte y siguió su camino para las
dichas dos provincias, que están de allí veinte leguas.
Acabado esto, Muy Poderoso Señor, mediado el mes de
diciembre del dicho año me partí de la villa de Segura la Frontera, que
es en la provincia de Tepeaca, y dejé en ella un capitán con sesenta
hombres porque los naturales de allí me lo rogaron mucho. Y envié toda
la gente de pie a la cibdad de Tascaltecal adonde se hacían los
bergantines, que está de Tepeaca nueve o diez leguas, y yo con veinte
de caballo me fue aquel día a dormir a la cibdad de Cholula porque los
naturales de allí deseaban mi venida, porque a cabsa de la enfermedad
de las viruelas, que también comprehendió a los destas tierras como a
los de las Islas, eran muertos muchos señores de allí y querían que por
mi mano y con su parecer y el mío se pusiesen otros en su lugar. Y
llegados allí, fuemos dellos muy bien recibidos, y después de haber
dado conclusión a su voluntad en este negocio que he dicho y haberles
dado a entender cómo mi camino era para ir a entrar de guerra por las
provincias de Méxyco y Temixtitán, les rogué que, pues eran vasallos de
Vuestra Majestad y ellos como tales habían de conservar su amistad con
nosotros y nosotros con ellos hasta la muerte, que les rogaba que para
el tiempo que yo hobiese de hacer la guerra me ayudasen con gente, y
que a los españoles que yo enviase a su tierra y fuesen y viniesen por
ella les hiciesen el tratamiento que como amigos eran obligados. Y
después de habérmelo prometido ansí y haber estado dos o tres días en
su cibdad me partí para la de Tascaltecal, que está a seis leguas. Y
llegado a ella, hallé allí juntos todos los españoles y los de la
cibdad y hobieron mucho placer con mi venida. Y otro día todos los
señores desta cibdad y provincia me vinieron a hablar y me decir cómo
Magiscacin, que era el prinicipal señor de todos ellos, había fallecido
de aquella enfermedad de las viruelas y bien sabían que por ser tan mi
amigo me pesaría mucho, pero que allí quedaba un hijo suyo de hasta
doce o trece años y que a aquél pertenecía el señorío del padre, que me
rogaban que a él, como a heredero, gelo diese. Y yo en nombre de
Vuestra Majestad lo hice ansí y todos ellos quedaron muy contentos.
Cuando a esta cibdad llegué hallé que los maestros y
carpinteros de los bergantines se daban mucha priesa en hacer la
ligación y tablazón para ellos y que tenían hecha razonable obra. Y
luego proveí de enviar a la villa de la Vera Cruz por todo el fierro y
clavazón que hobiese, y velas y jarcia y otras cosas nescesarias para
ellos. Y proveí, porque no había pez, la hiciesen ciertos españoles en
una sierra cerca de allí, por manera que todo el recabdo que fuese
nescesario para los dichos bergantines estuviese aparejado, para que
después que, placiendo a Dios, yo estuviese en las provincias de Méxyco
y de Temixtitán, pudiese enviar por ellos desde allá, que serían diez o
doce leguas, hasta la dicha cibdad de Tascaltecal. Y en quince días que
en ella estuve no entendí en otra cosa salvo en dar priesa en los
maestros y en aderezar armas para dar orden en nuestro camino.
Dos días antes de Navidad llegó el capitán con la
gente de pie y de caballo que habían ido a las provincias de Zacatami y
Xalazingo, y supe cómo algunos naturales dellas habían peleado con
ellos y que al cabo, dellos por voluntad, dellos por fuerza, habían
venido de paz. Y trujéronme algunos señores de aquellas provincias, a
los cuales, no embargante que eran muy dignos de culpa por su
alzamiento y muertes de cristianos, porque me prometieron que de ahí
adelante serían buenos y leales vasallos de Su Majestad yo en su real
nombre los perdoné y los envié a su tierra. Y así se concluyó aquella
jornada en que Vuestra Majestad fue muy servido, ansí por la
pacificación de los naturales de allí como por la seguridad de los
españoles que habían de ir y venir por las dichas provincias a la villa
de la Vera Cruz.
El segundo día de la dicha Pascua de Navidad hice
alarde en la dicha cibdad de Tascaltecal, y hallé cuarenta de caballo y
quinientos y cincuenta peones, los ochenta dellos ballesteros y
escopeteros, y ocho o nueve tiros de campo con bien poca pólvora. E
hice de los de caballo cuatro cuadrillas de diez en diez cada una y de
los peones hice nueve capitanías de a sesenta españoles cada una. Y a
todos juntos en el dicho alarde les hablé y dije que ya sabían cómo
ellos y yo por servir a Vuestra Sacra Majestad habíamos poblado en esta
tierra, y que ya sabían cómo todos los naturales della se habían dado
por vasallos de Vuestra Majestad y como tales habían perserverado
algúnd tiempo recibiendo buenas obras de nosotros y nosotros dellos, y
cómo sin causa ninguna todos los naturales de Culúa, que son los de la
grand cibdad de Temixtitán y los de todas las otras provincias a ella
subjetas, no solamente se habían rebelado contra Vuestra Majestad, mas
aun nos habían muerto muchos hombres deudos y amigos nuestros y nos
habían echado fuera de toda su tierra; y que se acordasen de cuántos
peligros y trabajos habíamos pasado y viesen cuánto convenía al
servicio de Dios y de Vuestra Majestad tornar a recobrar lo perdido,
pues para ello teníamos de nuestra parte justas causas y razones: lo
uno por pelear en abmento de nuestra fee y contra gente bárbara, y lo
otro por servir a Vuestra Majestad, y lo otro por seguridad de nuestras
vidas, y lo otro porque en nuestra ayuda teníamos muchos de los
naturales nuestros amigos, que eran causas potísimas para animar
nuestros corazones; por tanto, que les rogaba que se alegrasen y
esforzasen, y que porque yo en nombre de Vuestra Majestad había fecho
ciertas ordenanzas para la buena orden y cosas tocantes a la guerra,
las cuales luego allí fice pregonar públicamente, y que también les
rogaba que las guardasen y compliesen porque dello redundaría mucho
servicio a Dios y a Vuestra Majestad. Y todos prometieron de lo facer y
cumplir así, y que de muy buena gana querían morir por nuestra fee y
por servicio de Vuestra Majestad o tornar a recobrar lo perdido y
vengar tan grand traición como nos habian fecho los de Temixtitán y sus
aliados, y yo en nombre de Vuestra Majestad se lo agradescí. Y así con
mucho placer nos volvimos a nuestras posadas aquel día del alarde.
Otro día siguiente, que fue día de Sant Juan
Evangelista, fice llamar a todos los señores de la provincia de
Tascaltecal. Y venidos, díjeles que ya sabían cómo yo me había de
partir otro día para entrar por la tierra de nuestros enemigos y que ya
vían cómo la cibdad de Temixtitán no se podía ganar sin aquellos
bergantines que allí se estaban faciendo, que les rogaba que a los
maestros dellos y a los otros españoles que allí dejaba les diesen lo
que hobiesen menester y les ficiesen el buen trata miento que siempre
nos habían hecho, y que estuviesen aparejados para cuando yo desde la
cibdad de Tasayco, si Dios nos diese vitoria, inviase por la ligazón y
tablazón y otros aparejos de los dichos bergantines. Y ellos me
prometieron que ansí lo farían y que también querían agora inviar gente
de guerra conmigo, y que para cuando fuesen con los bergantines ellos
todos irían con toda cuanta gente tenían en su tierra, y que querían
morir donde yo muriese o vengarse de los de Culúa, sus capitales
enemigos. Y otro día, que fueron veinte y ocho de deciembre, día de los
Inocentes, me partí con toda la gente puesta en orden y fuimos a dormir
a seis leguas de Tascaltecal en una población que se dice Teznoluca que
es de la provincia de Guasocingo, los naturales de la cual han siempre
tenido y tienen con nosotros la mesma amistad y alianza que los
naturales de Tascaltecal, y allí reposamos aquella noche.
En la otra relación, Muy Católico Señor, dije cómo
había sabido que los de las provincias de Méxyco y Temixtitán
aparejaban muchas armas y hacían por toda su tierra muchas cavas y
albarradas y fuerzas para nos resistir la entrada porque ya ellos
sabían que yo tenía voluntad de revolverlo sobre ellos. Y yo, sabiendo
esto y cuán mañosos y ardides son en las cosas de la guerra, había
muchas veces pensado por dónde podríamos entrar para tomarlos con
algúnd descuido. Y porque ellos sabían que nosotros teníamos noticia de
tres caminos o entradas por cada una de las cuales podíamos dar en su
tierra acordé de entrar por éste de Tezmoluca, porque como el puerto
dél es más agro y fragoso que los de las otras entradas tenía creído
que por allí no temíamos mucha resistencia ni ellos no estarían tan
sobre aviso. Y otro día después de los Inocentes, habiendo oído misa y
encomendándonos a Dios, partimos de la dicha población de Tezmoluca. Y
yo tomé la delantera con diez de caballo y sesenta peones ligeros y
hombres diestros en la guerra, y comenzamos a seguir nuestro camino el
puerto arriba con toda la orden y concierto que nos era posible. Y
fuemos a dormir a cuatro leguas de la dicha población en lo alto del
puerto, que era ya término de los de Culúa, y aunque hacía grandísimo
frío en él con la mucha leña que había nos remediamos aquella noche. Y
otro día, domingo por la mañana, comenzamos a seguir nuestro camino por
el llano del puerto e invié cuatro de caballo y tres o cuatro peones
para que descubriesen la tierra. Y yendo nuestro camino comenzamos de
bajar el puerto, y yo mandé que los de caballo fuesen delante y luego
los ballesteros y escopeteros y ansí en su orden la otra gente, porque
por muy descuidados que tomásemos los enemigos bien teníamos por cierto
que nos habían de salir a rescibir al camino por tenernos ordida alguna
celada u otro ardid para nos ofender. Y como los cuatro de caballo y
los cuatro peones siguieron su camino halláronle cerrado de árboles y
rama, y cortados y atravesados en él muy grandes y gruesos pinos y
cipreses que parescía que entonces se acababan de cortar. Y creyendo
que el camino adelante no estaría de aquella manera procuraron de
seguir su camino, y cuanto más iban más cerrados de pinos y de rama le
hallaban. Y como por todo el puerto iba muy espeso de árboles y matas
grandes y el camino hallaban con aquel estorbo, pasaban adelante con
mucha dificultad. Y viendo que el camino estaba de aquella manera
hobieron muy grande temor y creían que tras cada árbol estaban los
enemigos, y como a causa de las grandes arboledas no se podían
aprovechar de los caballos, cuanto más adelante iban más el temor se
les aumentaba. Y ya que desta manera habían andado gran rato uno de los
cuatro de caballo dijo a los otros: "Hermanos, no pasemos adelante, si
os paresce que será bien, y volvamos a decir al capitán el estorbo que
hallamos y el peligro grande en que todos venimos por no nos poder
aprovechar de los caballos. Y si no, vamos adelante, que ofrescida
tengo mi vida a la muerte también como todos hasta dar fin a esta
jornada." Y los otros respondieron que bueno era su consejo pero que no
les parescía bien volver a mí hasta ver alguna gente de los enemigos o
saber qué tanto duraba aquel camino. Y comenzaron a pasar adelante, y
como vieron que turaba mucho detuviéronse, y con uno de los peones
hiciéronme saber lo que habían visto. Y como yo traía la avanguarda con
la gente de caballo, encomendándonos a Dios, seguimos por aquel mal
camino adelante. E invié a decir a los de la retroguarda que se diesen
mucha priesa y que no tuviesen temor porque presto saldríamos a lo
raso, y como encontré a los cuatro de caballo comenzamos a pasar
adelante, aunque con harto estorbo y dificultad. Y al cabo de media
legua plugo a Dios que abajamos a lo raso y allí me reparé a esperar la
gente. Y llegados, díjeles a todos que diesen gracias a Nuestro Señor
pues nos había traído en salvo hasta allí, de donde comenzamos a ver
todas la provincias de Méxyco y Temixtitán que están en las lagunas y
en torno dellas. Y aunque hobimos mucho placer en las ver, considerando
el daño pasado que en ellas habíamos rescibido representósenos alguna
tristeza por ello y prometimos todos de nunca della salir sin vitoria o
dejar allí las vidas, y con esta determinación íbamos todos tan alegres
como si fuéramos a cosa de mucho placer. Y como ya los enemigos nos
sintieron comenzaron de improviso a hacer muchas y grandes ahumadas por
toda la tierra, y yo torné a rogar y encomendar mucho a los españoles
que hiciesen como siempre habían hecho y como se esperaba de sus
personas, y que nadie no se desmandase y que fuesen con mucho concierto
y orden por su camino. Y ya los indios comenzaban a darnos grita de
unas estancias y poblaciones pequeñas, apellidando a toda la tierra
para que se juntase gente y nos ofendiesen en unas puentes y malos
pasos que por alli había. Pero nosotros nos dimos tanta priesa que sin
que tuviesen lugar de se juntar ya estábamos abajo en todo lo llano. Y
yendo ansí, pusiéronse adelante en el camino ciertos escuadrones de
gente de indios, y yo mandé a quince de caballo que rompiesen por
ellos, y así fueron alanceando en ellos y mataron algunos sin rescebir
ningúnd peligro. Y comenzamos a seguir nuestro camino para la cibdad de
Tesuico, que es una de las mayores y más hermosas que hay en todas
estas partes. Y como la gente de pie venía algo cansada y se hacía
tarde dormimos en una población que se dice Coatepeque, que es subjeta
a esta cibdad de Tesuico y está della tres leguas, y hallámosla
despoblada. Y aquella noche tuvimos pensamiento que como esta cibdad y
su provincia, que se dice Aculuacan, es muy grande y de tanta gente -
que se puede bien creer que había en ella a la sazón más de ciento y
cincuenta mill hombres - que quisieran dar sobre nosotros. Y yo con
diez de caballo comencé la vela y ronda de la prima e hice que toda la
gente estuviese muy apercibida.
E otro día lunes al último de diciembre seguimos
nuestro camino por la orden acostumbrada, y a un cuarto de legua desta
población de Coatepeque, yendo todos en harto peligro [y] perplejidad y
razonando con nosotros si saldrían de guerra o paz los de aquella
cibdad, teniendo por más cierta la guerra, salieron al camino cuatro
indios prencipales con una bandera de oro en una vara pequeña que
pesaba cuatro marcos de oro. Y por ella daban a entender que venían de
paz, la cual Dios sabe cuánto deseábamos y cuánto la habíamos menester
por ser tan pocos y tan apartados de cualquier socorro y metidos en las
fuerzas de nuestros enemigos. Y como vi aquellos cuatro indios, al uno
de los cuales yo conoscía, hice que la gente se detuviese y llegué a
ellos. Y después de nos haber saludado dijéronme que ellos venían de
parte del señor de aquella cibdad y provincia el cual se decía
Ganacacin, y que de su parte me rogaban que en su tierra no hiciese ni
consintiese hacer daño alguno porque de los daños pasados que yo había
rescebido los culpantes eran los de Temixtitán y no ellos, y que ellos
querían ser vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos porque
siempre guardarían y conservarían nuestra amistad, y que nos fuésemos a
la cibdad y que en sus obras conosceríamos lo que teníamos en ellos. Yo
les respondí con las lenguas que fuesen bien venidos, que yo holgaba
con toda paz y amistad suya, y que ya que ellos se escusaban de la
guerra que me habían dado en la cibdad de Temixtitán, que bien sabían
que a cinco o seis leguas de allí de la cibdad de Tesuico en ciertas
poblaciones a ella subjetas me habían muerto la otra vez cinco de
caballo y cuarenta y cinco peones y más de trecientos indios de
Tascaltecal que venían cargados y nos habían tomado mucha plata y oro y
ropas y otras cosas; que por tanto, pues no se podían escusar desta
culpa, que la pena fuese volvernos lo nuestro, y que desta manera,
aunque todos eran dinos de muerte por haber muerto tantos cristianos,
yo quería paz con ellos pues me convidaban a ella, pero que de otra
manera yo había de proceder contra ellos por todo rígor. Ellos me
respondieron que todo lo que allí se había tomado lo habían llevado el
señor y los prencipales de Temixtitán, pero que ellos buscarían todo lo
que pudiesen y me lo darían. Y preguntáronme si aquel día iría a la
cibdad o me aposentaría en una de dos poblaciones que son como
arrabales de la dicha cibdad, las cuales se dicen Coatinchan y Buaxuta
, que están a una legua y a media della y siempre va todo poblado, lo
cual ellos deseaban por lo que adelante suscedió. Y yo les dije que no
me había de detener hasta llegar a la dicha cibdad de Tesuico, y ellos
dijeron que fuese en buen hora y que se querían ir adelante a adrezar
la posada para los españoles y para mí, y ansí se fueron. Y llegando a
estas dos poblaciones saliéronnos a recebir algunos prencipales dellas
y a darnos de comer, y a hora de mediodía llegamos al cuerpo de la
cibdad donde nos habíamos de aposentar, que era en una casa grande que
había sido de su padre de Quacaguacin, señor de la dicha cibdad. Y
antes que nos aposentásemos, estando toda la gente junta, mandé
apregonar so pena de muerte que ninguna persona sin mi licencia saliese
de la dicha casa y aposentos, la cual es tan grande que aunque fuéramos
doblados españoles nos pudiéramos aposentar bien a placer en ella. Y
esto hice porque los naturales de la dicha cibdad se asegurasen y
estuviesen en sus casas, porque me parecía que no víamos la décima
parte de la gente que solía haber en la dicha cíbdad ni tampoco veíamos
mujeres ni niños, que era señal de poco sosiego.
Este día que entramos en esta cíbdad, que fue
víspera de año nuevo, después de haber entendido en nos aposentar,
todavía algo espantados de ver poca gente y ésa que víamos muy
rebotados, teníamos pensamiento que de temor dejaban de parescer y
andar por su cíbdad, y con esto estábamos algo descuidados. Y ya que
era tarde ciertos españoles se subieron a algunas azoteas altas de
donde podían sojuzgar toda la cíbdad, y vieron cómo todos los naturales
della la desamparaban y unos con sus haciendas se iban a meter en la
laguna con sus canoas, que ellos llaman acales, y otros se subieron a
las sierras. Y aunque yo luego mandé proveer en estorbarles la ida,
como era ya tarde y sobrevino luego la noche y ellos se dieron mucha
priesa no aprovechó cosa ninguna, y así el señor de la dicha cibdad,
que yo deseaba como a la salvación haberle a las manos, con muchos
prencipales della se fueron a la cibdad de Temixtitán, que está de allí
por la laguna seis leguas, y llevaron consigo cuanto tenían. Y a esta
causa, por hacer a su salvo lo que querían, salieron a mí los
mensajeros que arriba dije para me detener algo y que no entrase
haciendo daño, y por aquella noche nos dejaron así a nosotros como a su
cibdad.
Después de haber estado tres días desta manera en
esta cibdad sin haber recuentro alguno con los indios, porque por
entonces ni ellos osaban venirnos a acometer ni nosotros curábamos de
salir lejos a los buscar, porque mi final intención era siempre que
quisiesen venir de paz, recebirlos y a todos tiempos requerirlos con
ella, veniéronme a fablar el señor de Coatinchan y Guaxuta y el de
Autengo, que son tres poblaciones bien grandes y están, como he dicho,
encorporadas y juntas a esta cibdad. Y dijéronme llorando que los
perdonase porque se habían absentado de su tierra y que en lo demás
ellos no habían peleado conmigo, a lo menos por su voluntad, y que
ellos prometían de hacer de ahí adelante todo lo que en nombre de
Vuestra Majestad les quisiese mandar. Yo les dije por las lenguas que
ya ellos habían conoscido el buen tratamiento que siempre les hacía, y
que en dejar su tierra y en lo demás, que ellos tenían la culpa; y que
pues me prometían ser nuestros amigos, que poblasen sus casas y
trujesen a ellas sus mujeres e hijos, y que como ellos hiciesen las
obras así los trataría. Y así se volvieron, a nuestro parescer no muy
contentos.
Como el señor de Méxyco y Temixtitán y todos los
otros señores de Culúa - que cuando este nombre de Culúa se dice se ha
de entender por todas las tierras y provincias destas partes subjetas a
Temixtitán - supieron que aquestos señores de aquellas poblaciones se
habían venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, inviáronles
ciertos mensajeros a los cuales mandaron que les dijesen que lo habían
fecho muy mal; y que si de temor era, que bien sabían que ellos eran
muchos y tenían tanto poder que a mí y a todos los españoles y a todos
los de Tascaltecal nos habían de matar y muy presto, y que si por no
dejar sus tierras lo habían hecho, que las dejasen y se fuesen a
Temixtitán y allá les darían otras mayores y mejores poblaciones donde
viviesen. Y estos señores de Coatinchan y Guaxuta tomaron los
mensajeros y atáronlos y trujéronmelos, y luego confesaron que ellos
habían venido de parte de los señores de Temixtitán, pero que había
sido para les decir que fuesen allí para como terceros, pues eran mis
amigos, entender en las paces entre ellos y mí. Y los de Guaxuta y
Coatinchan dijeron que no era así y que los de Méxyco y Temixtitán no
querían sino guerra. Y aunque yo les di crédito y aquélla era la
verdad, porque deseaba atraer a los de la cibdad a nuestra amistad,
porque della dependía la paz o la guerra de las otras provincias que
estaban alzadas, fice desatar aquellos mensajeros y díjeles que no
tuviesen temor porque yo les quería tornar a inviar a Temixtitán, y que
les rogaba que dijesen a los señores que yo no quería guerra con ellos
aunque tenía mucha razón, y que fuésemos amigos como antes lo habíamos
sido. Y por más les asegurar y atraer al servicio de Vuestra Majestad
les invié a decir que bien sabía que los prencipales que habían sido en
hacerme la guerra pasada eran ya muertos, y que lo pasado fuese pasado
y que no quisiesen dar causa a que destruyese sus tierras y cibdades
porque me pesaba mucho dello. Y con esto solté a estos mensajeros, y se
fueron prometiendo de me traer respuesta. Los señores de Coatichan y
Guaxuta y yo quedamos por esta buena obra más amigos y confederados, y
yo en nombre de Vuestra Majestad les perdoné los yerros pasados y así
quedaron contentos.
Después de haber estado en esta cibdad de Tesuico
siete u ocho días sin guerra ni rencuentro alguno, fortaleciendo
nuestro aposento y dando orden en otras cosas nescesarias para nuestra
defensión y ofensa de los enemigos, y viendo que ellos no venían contra
mí salí de la dicha cibdad con ducientosespañoles, en los cuales había
diez y ocho de caballo y treinta ballesteros y diez escopeteros y con
tres o cuatro mill indios nuestros amigos. Y fue por la costa de la
laguna hasta una cibdad que se dice Yztapalapa, que está por el agua
dos leguas de la gran cibdad de Temixtitán y seis désta de Tesuico, la
cual dicha cibdad será de hasta diez mill vecinos y la mitad della y
aun las dos tercias partes puestas en el agua. Y el señor della, que
era hermano de Muteeçuma, a quien los indios después de su muerte
habían alzado por señor, había sido el prencipal que nos había fecho la
guerra y echado fuera de la cibdad. Y así por esto como porque había
sabido que estaban de muy mal propósito los desta cibdad de Yztapalapa,
determiné de ir a ellos. Y como fui sentido de la gente della bien dos
leguas antes que llegase luego parescieron en el campo algunos indios
de guerra y otros por la laguna en sus canoas, y así fuimos todas
aquellas dos leguas revueltos peleando así con los de la tierra como
con los que salían del agua fasta que llegamos a la dicha cibdad. Y
antes, casi dos tercios de legua, abrían una calzada como presa que
está entre la laguna dulce y la salada, segúnd que por la figura de la
cibdad de Temixtitán que yo invié a Vuestra Majestad se podrá haber
visto. Y abierta la dicha calzada y presa, comenzó con mucho ímpitu a
salir agua de la laguna salada y correr hacia la dulce, aunque están
las lagunas desviadas la una de la otra más de media legua. Y no
mirando en aquel engaño, con la codicia de la vitoria que llevábamos
pasamos muy bien y seguimos nuestro alcance fasta entrar dentro
revueltos con los enemigos en la dicha cibdad. Y como estaban ya sobre
el aviso, todas las casas de la tierra firme estaban despobladas y toda
la gente y despojo dellas metido en las casas de la laguna. Y allí se
recogieron los que iban huyendo y pelearon con nosotros muy reciamente,
pero quiso Nuestro Señor dar tanto esfuerzo a los suyos que les
entramos fasta los meter por el agua a las veces a los pechos y otras
nadando, y les tomamos muchas casas de las que están en el agua y
murieron dellos más de seis mill ánimas entre hombres y mujeres y
niños, porque los indios nuestros amigos, vista la vitoria que Dios nos
daba, no entendían en otra cosa sino en matar a diestro y a siniestro.
Y porque sobrevino la noche recogí la gente y puse fuego a algunas de
aquellas casas. Y estándolas quemando paresció que Nuestro Señor me
inspiró y trujo a la memoria la calzada o presa que había visto rota en
el camino, y representóseme el gran daño que era. Y a más andar, con mi
gente junta me torné a salir de la cibdad ya noche bien oscura. Cuando
llegué a aquella agua, que serían casi las nueve de la noche, había
tanta y corría con tanto ímpitu que la pasamos a volapié,y se ahogaron
algunos indios de nuestros amigos y se perdió todo el despojo que en la
cibdad se había tomado. Y certifico a Vuestra Majestad que si aquella
noche no pasáramos el agua o aguardáramos tres horas más, que ninguno
de nosotros escapara, porque quedábamos cercados de agua sin tener paso
por parte ninguna. Y cuando amanesció vimos cómo el agua de la una
laguna estaba en el peso de la otra y no corría más, y toda la laguna
salada estaba llena de canoas con gente de guerra creyendo de nos tomar
allí. Y aquel día me volví a Tesuico peleando algunos ratos con los que
salían de la mar, aunque poco daño les podíamos hacer porque se acogían
luego a las canoas. Y llegando a la cibdad de Tesuico hallé la gente
que había dejado muy segura y sin haber habido recuentro alguno, y
hobieron mucho placer con nuestra venida y vitoria. Y otro día que
llegamos fallesció un español que vino herido, y aun fue el primero que
en campo los indios me han muerto fasta agora.
Otro día siguiente vinieron a esta cibdad ciertos
mensajeros de la cibdad de Otumba y otras cuatro cibdades que están
junto a ella, las cuales están a cuatro y a cinco y a seis leguas de
Tesuico, y dijéronme que me rogaban les perdonase la culpa si alguna
tenían por la guerra pasada que se me había fecho. Porque allí en
Otumba fue donde se juntó todo el poder de Méxyco y Temixtitán cuando
salíamos desbaratados della, creyendo que nos acabaran. Y bien vían
éstos de Otumba que no se podían relevar de culpa aunque se escusaban
con decir que habían sido mandados, y para me inclinar más a
benevolencia dijéronme que los señores de Temixtitán les habían inviado
mensajeros a les decir que fuesen de su parcialidad y que no ficiesen
ninguna amistad con nosotros, si no, que vernían sobre ellos y los
destruirían; y que ellos querían ser antes vasallos de Vuestra Majestad
y facer lo que yo les mandase. Y yo les dije que bien sabían ellos cuán
culpables eran en lo pasado, y que para que yo les perdonase y creyese
lo que me decían, que me habían de traer primero atados aquellos
mensajeros que decían y a todos los naturales de Méxyco y Temixtitán
que estuviesen en su tierra, y que de otra manera yo no los había de
perdonar; y que se volviesen a sus casas y las poblasen e hiciesen
obras por donde yo conosciese que eran buenos vasallos de Vuestra
Majestad. Y aunque pasamos otras razones no pudieron sacar de mí otra
cosa, y así se volvieron a su tierra, certificándome que ellos harían
siempre lo que yo quisiese. Y de ahí adelante siempre han sido y son
leales y obidientes al servicio de Vuestra Majestad.
En la otra relación, Muy Venturoso y Exelentísimo
Príncipe, dije a Vuestra Majestad cómo al tiempo que me desbarataron y
echaron de la cibdad de Temixtitán sacaba conmigo un hijo y dos hijas
de Muteeçuma, y al señor de Tesuico, que se decía Cacamacin, y a dos
hermanos suyos y a otros muchos señores que tenía presos; y cómo a
todos los habían muerto los enemigos aunque eran de su propria nación y
sus señores algunos dellos, excepto a los dos hermanos del dicho
Cacamacin, que por grand ventura se pudieron escapar. Y el uno destos
dos hermanos, que se decía Ypacsuchil, y en otra manera Cucascacin, al
cual de antes yo en nombre de Vuestra Majestad y con parescer de
Muteeçuma había fecho señor desta cibdad de Tesuico y provincia de
Aculuacan, al tiempo que yo llegué a la provincia de Tascaltecal,
teniéndolo en son de preso se soltó y se volvió a la dicha cibdad de
Tesuico. Y como ya en ella habían alzado por señor a otro hermano suyo
que se dice Guanacacin, de que arriba se ha fecho mención, dicen que
fizo matar al dicho Cuacascacin, su hermano, desta manera: que como
llegó a la dicha provincia de Tesuico, las guardas lo tomaron e
ficiéronlo saber a Guanacacin, su señor, el cual también lo fizo saber
al señor de Timixtitán. El cual, como supo que el dicho Cucascacin era
venido, creyó que no se pudiera haber soltado y que debía de ir de
nuestra parte para desde allá darnos algúnd aviso, y luego invió a
mandar al dicho Guanacacin que matase al dicho Cucascacin, su hermano,
el cual lo fizo ansí sin lo dilatar. El otro, que era hermano menor que
ellos, se quedó conmigo, y como era mochacho imprimió más en él nuestra
conversación y tornó se cristiano, y pusímosle nombre don Fernando. Y
al tiempo que yo partí de la provincia de Tascaltecal para éstas de
Méxyco y Temixtitán dejéle allí con ciertos españoles, y de lo que con
él después suscedió adelante haré relación a Vuestra Majestad.
El día siguiente que vine de Yztapalapa a esta
cibdad de Tesuico acordé de inviar a Gonzalo de Sandoval, alguacil
mayor de Vuestra Majestad, por capitán con veinte de caballo y
ducientos hombres de pie, entre ballesteros y escopeteros y rodeleros,
para dos efetos muy nescesarios: el uno para que echasen fuera desta
provincia a ciertos mensajeros que yo inviaba a la cibdad de
Tascaltecal para saber en qué término andaban los trece bergantines que
allí se hacían y proveer otras cosas nescesarias así para los de la
villa de la Veracruz como para los de mi compañía; y el otro para
asegurar aquella parte para que pudiesen ir y venir los españoles
seguros, porque por entonces ni nosotros podíamos salir desta provincia
de Alculuacan sin pasar por tierra de los enemigos ni los españoles que
estaban en la villa y en otras partes podían venir a nosotros sin mucho
peligro de los contrarios. Y mandé al dicho alguacil mayor que después
de puestos los mensajeros en salvo llegase a una provincia que se dice
Calco que confina con ésta de Aculuacan, porque tenía certificación que
los naturales de aquella provincia aunque eran de la liga de los de
Culúa, se querían dar por vasallos de Vuestra Majestad, y que no lo
osaban hacer a cabsa de cierta guarnición de gente que los de Culúa
tenían puesta cerca dellos. Y el dicho capitán se partió, y con él iban
todos los indios de Tascaltecal que nos habían traído nuestro fardaje y
otros que habían venido a ayudarnos y habían habido algúnd despojo en
la guerra. Y como se adelantaron un poco adelante, el dicho capitán,
creyendo que en venir en la rezaga los españoles los enemigos no
osarían salir a ellos, como los vieron los contrarías que estaban en
los pueblos de la laguna y en la costa della dieron en la rezaga de los
de Tascaltecal y quitáronles el despojo y aun mataron algunos dellos. Y
como el dicho capitán llegó con los de caballo y con los peones dieron
muy reciamente en ellos y alancearon y mataron muchos, y los que
quedaron desbaratados se acogieron a la laguna y a otras poblaciones
que están cerca della. Y los indios de Tascaltecal se fueron a su
tierra con lo que les quedó y también los mensajeros que yo inviaba. Y
puestos todos en salvo, el dicho Gonzalo de Sandoval siguió su camino
para la dicha provincia de Calco, que era bien cerca de allí. Y otro
día de mañana juntóse mucha gente de los enemigos para los salir a
rescebir, y puestos los unos y los otros en el campo, los nuestros
arremetieron contra los enemigos y desbaratáronles dos escuadrones con
los de caballo en tal manera que en poco rato les dejaron el campo y
fueron quemando y matando en ellos. Y fecho esto y desembarazado aquel
camino, los de Calco salieron a rescebir a los españoles, y los unos y
los otros se holgaron mucho. Y los prencipales dijeron que me querían
venir a ver y hablar, y así se partieron y vinieron a dormir a Tesuico.
Y llegados, vinieron ante mí aquellos prencipales con dos hijos del
señor de Calco y diéronnos obra de trecientos pesos de oro en piezas. Y
dijéronme cómo su padre era fallescido, y que al tiempo de su muerte
les había dicho que la mayor pena que llevaba era no verme primero que
muriese y que muchos días me había estado esperando, y que les había
mandado que luego como yo a esta provincia viniese, me viniesen a ver y
me tuviesen por su padre; y que como ellos habían sabido de mi venida a
aquella cibdad de Tesuico luego quisieran venir a verme pero que por
temor de los de Culúa no habían osado, y que tampoco entonces osaran
venir si aquel capitán que yo había inviado no hobiera llegado a su
tierra, y que cuando se hobiese de volver a ella les había de dar otros
tantos españoles para los volver en salvo. Y dijéronme que bien sabía
yo que nunca en guerra ni fuera della habían sido contra mí, y que
tambien sabía cómo al tiempo que los de Culúa combatían la fortaleza y
casa de Timixtitán y los españoles que yo en ella había dejado cuando
me fui a ver a Cempoal con Narváez que estaban en su tierra dos
españoles en guarda de cierto maíz que yo les había mandado recoger en
su tierra, y los había sacado fasta la provincia de Guaxocingo porque
sabían que los de allí eran nuestros amigos, porque los de Culúa no los
matasen como hacían a todos los que fallaban fuera de la dicha casa de
Temixtitán. Y todo esto y otras cosas me dijeron llorando, y yo les
agradescí mucho su voluntad y buenas obras y les prometí que haría
siempre todo lo que ellos quisiesen y que serían muy bien tratados. Y
fasta agora siempre nos han mostrado muy buena voluntad y están muy
obidientes a todo lo que de parte de Vuestra Majestad se les manda.
Estos fijos del señor de Calco y los que vinieron
con ellos estuvieron allí un día conmigo y dijéronme que porque se
querían volver a su tierra, que me rogaban que les diese gente que les
pusiese en salvo. Y Gonzalo de Sandoval con cierta gente de caballo y
de pie se fue con ellos, al cual dije que después de los haber puesto
en su tierra se llegase a la provincia de Tascaltecal y que trujese
consigo a ciertos españoles que allí estaban y aquel don Hernando,
hermano de Cacamacin, de que arriba he fecho minción. Y dende a cuatro
o cinco días el dicho alguacil mayor volvió con los españoles y trajo
al dicho don Fernando conmigo. Y dende a pocos días supe cómo por ser
hermano de los señores desta cibdad le pertenescía a él el señorío
aunque había otros hermanos, y así por esto como porque esta provincia
estaba sin señor a cabsa que Guanacocin, señor della, su hermano, la
había dejado e ídose a la cibdad de Temixtitán, y así por estas causas
como porque era muy amigo de los cristianos, yo en nombre de Vuestra
Majestad fice que lo rescibiesen por señor. Y los naturales desta
cibdad, aunque por entonces había pocos en ella, lo ficieron así y de
ahí adelante le obedescieron, y comenzaron de venirse a la dicha cibdad
y provincia de Aculucan muchos de los que estaban absentes y huidos y
obedescían y servían al dicho don Fernando, y de ahí adelante se
comenzó a reformar y poblar bien la dicha cibdad.
Dende a dos días que esto se hizo vinieron a mí los
dichos señores de Coatinchan y Guajuta y dijéronme que supiese de
cierto cómo todo el poder de Culúa venía sobre mí y sobre los españoles
y que toda la tierra estaba llena de los enemigos, y que viese si
traerían a sus mujeres e hijos donde yo estaba o si los llevarían a la
sierra, porque tenían grande temor. Y yo los animé y dije que no
hobiesen ningúnd miedo y que se estuviesen en sus casas y no hiciesen
mudanza, y que no holgaba de cosa más que de verme con los de Culúa en
campo, y que estuviesen apercibidos y pusiesen sus velas y escuchas por
toda la tierra, y en viendo o sabiendo que venían los contraríos, me lo
hiciesen saber, y ansí se fueron llevando muy a cargo lo que les había
encomendado. Y yo aquella noche apercebí toda la gente y puse muchas
velas y escuchas en todas las partes que era necesarío, y en toda la
noche nunca dormimos ni entendimos sino en esto, y ansí estuvimos
esperando toda esta noche y día siguiente creyendo lo que nos habían
dicho los de Buajuta y Cuatinchan. Y otro día supe cómo por la costa de
la laguna andaban algunos de los enemigos haciendo saltos y esperando
tomar algunos de los indios de Tascaltecal que iban y venían por cosas
para el servicio del real, y supe cómo se habían confederado con dos
pueblos subjetos a Tesuico que estaban allí junto al agua para dende
allí facer todo el daño que pudiesen, y facían para fortalecerse en
ellos albarradas y acequias y otras cosas para su defensa. Y como supe
esto otro día tomé doce de caballo y ducientos peones y dos tiros
pequeños de campo y fui allí donde andaban los contraríos, que sería
legua y media de la cibdad. Y en saliendo della topé con ciertas espías
de los enemigos y con otros que estaban en salto, y rompimos por ellos
y alcanzamos y matamos algunos dellos y los que quedaron se echaron al
agua, y quemamos parte de aquellos pueblos, y ansí nos volvimos al
aposento con mucho placer y vitoria. Y otro día tres prencipales de
aquellos pueblos vinieron a pedirme perdón por lo pasado y a rogarme
que no los destruyese más y que ellos me prometían de no rescebir más
en sus pueblos a ninguno de los de Temixtitán. Y porque éstos no eran
personas de mucho caso y eran vasallos de don Fernando, yo los perdoné
en nombre de Vuestra Majestad. Y luego otro día ciertos indios desta
población vinieron a mí medio descalabrados y maltratados y dijéronme
cómo los de Méxyco y Temixtitán habían vuelto a su pueblo, y como en
ellos no hallaron el rescibimiento que solían los habían maltratado y
llevado presos algunos dellos, y que si no se defendieran llevaran a
todos; que me rogaban que estuviese sobre aviso para los socorrer si
otra vez allí volviesen, porque tenían por cierto que habían de volver
con más gente a los destruir. Y yo los aseguré y dije que estuviesen
muy sobre el aviso, por manera que cuando los de Temixtitán volviesen
yo lo pudiese saber a tiempo que los pudiese ir a socorrer, y así se
partieron para su pueblo.
La gente que había dejado en la provincia de
Tascaltecal haciendo los bergantines tenían nuevas cómo al puerto de la
villa de la Vera Cruz había llegado una nao en que venían sin los
marineros treinta o cuarenta españoles y ocho caballos y algunas
ballestas y escopetas y pólvora. Y como no habían sabido cómo nos iba
en la guerra ni había seguridad para pasar a nosotros tenían mucha
pena, y estaban allí detenidos algunos españoles que no osaban venir
aunque deseaban traerme tan buena nueva. Como sintió un criado mío que
había dejado allí que algunos se querían atrever a venir donde yo
estaba, mandó apregonar so graves penas que nadie saliese de allí fasta
que yo lo inviase a mandar. Y un mozo mío, como vio que con cosa del
mundo no habría [yo] más placer que con saber la venida de la nao y del
socorro que traía, aunque la tierra no estaba segura de noche se salió
y vino a Tesuico, de que nos espantamos mucho haber llegado vivo. Y
hobimos mucho placer con las nuevas porque teníamos estrema nescesidad
de socorro.
Este mismo día, Muy Católico Señor, llegaron allí a
Tesuico ciertos hombres de bien mensajeros de los de Calco y dijéronme
cómo a cabsa de haberse venido a ofrescer por vasallos de Vuestra
Majestad todos los de Méxyco y Temixtitán venían sobre ellos para los
destruir y matar, y que para ello habían convocado y apercebido a todos
los cercanos a su tierra; y que me rogaban que los socorriese y ayudase
en tan gran nescesidad, porque pensaban verse en grandísimo estrecho si
ansí no lo hacía. Y certifico a Vuestra Majestad que, como en la otra
relacion escribí, allende de nuestro trabajo y nescesidad, la mayor
fatiga que tenía era no poder ayudar y socorrer a los indios nuestros
amigos que por ser vasallos de Vuestra Majestad eran molestados y
trabajados de los de Culúa, aunque en esto yo y los de mi compañía
poníamos toda nuestra posibilidad, porque nos parescía que en ninguna
cosa podíamos más servir a Vuestra Cesárea Majestad que en favorescer y
ayudar a sus vasallos. Y por la coyuntura en que éstos de Calco me
tomaron no pude hacer con ellos lo que yo deseaba, pero díjeles que
porque yo a la sazón quería inviar por los bergantines y para ello
tenía apercebidos a todos los de la provincia de Tescaltecal, de donde
se habían de traer en piezas, y tenía nescesidad de inviar para ello
gente de caballo y de pie, que ya sabían que los naturales de las
provincias de Buaxocingo y de Churultecal y Buacachula eran vasallos de
Vuestra Majestad y amigos nuestros, que fuesen a ellos y de mi parte
les rogasen, pues vivían muy cerca de su tierra, que les viniesen a
ayudar y socorrer e inviasen allí gente de guarnición con que pudiesen
estar seguros en tanto que yo les socorría, porque otro remedio al
presente yo no les podía dar. Y aunque ellos no quedaron tan
satisfechos como si les diera algunos españoles agradesciéronmelo, y
rogáronme que porque fuesen creídos les diese una carta mía y también
para que con más segurídad se lo osasen rogar, porque entre éstos de
Calco y los de dos provincias de aquéllas, como eran de diversas
parcialidades, habían siempre diferencias. Y estando ansí dando orden
en esto llegaron acaso ciertos mensajeros de las dichas provincias de
Guajocingo y Guacachula. Y estando presentes los de Chalco di jeron
cómo los señores de aquellas provincias no habian visto ni sabido de mí
después que habia partido de la provincia de Tascaltecal, como quiera
que ellos siempre tenían puestas sus velas por las sierras y cerros que
confinan con su tierra y sojuzgan las de Méxyco y Temixtitán, para que
viendo muchas ahumadas, que son las señales de la guerra, me viniesen a
ayudar y favorescer con su gente y vasallos; y que porque de poco acá
habían visto más ahumadas que nunca, venían a saber cómo estaba y si
tenía nescesidad para luego proveer de gente de guerra. Y yo se lo
agradescí mucho y les dije que, bendito Nuestro Señor, los españoles y
yo estábamos buenos y siempre habíamos habido vitoria contra los
enemigos; y que demás de holgar mucho con su voluntad y presencia que
holgaba más por los confederar y hacer amigos con los de Calco, que
estaban presentes, y que así les rogaba, pues los unos y los otros eran
vasallos de Vuestra Majestad, que fuesen buenos amigos y se ayudasen y
socorriesen contra los de Culúa que eran malos y perversos,
especialmente agora que los de Calco tenían nescesidad de socorro
porque los de Culúa querían venir sobre ellos. Y así quedaron muy
amigos y confederados, y después de haber estado dos días allí conmigo
los unos y los otros se fueron muy alegres y contentos y se ayudaron y
socorrieron los unos a los otros.
Dende a tres días, porque ya sabíamos que los trece
bergantines estarían acabados de labrar y la gente que los había de
traer apercebida, envié a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con
quince de caballo y ducientos peones para los traer, al cual mandé que
destruyese y asolase un pueblo grande sujeto a esta cibdad de Tesuico
que alinda con los términos de la provincia de Tascaltecal, porque los
naturales dél me habían muerto cinco de caballo y cuarenta y cinco
peones que venían de la villa de la Vera Cruz a la cibdad de Temixtitán
cuando yo estaba cercado en ella, no creyendo que tan grand traición se
nos había de hacer. Y como al tiempo que esta vez entramos en Tesuico
hallamos en los adoratorios y mesquitas de la cibdad los cueros de los
cinco caballos con sus pies y manos y herraduras cosidos y tan bien
adobados como en todo el mundo lo pudieran hacer, y en señal de vitoria
ellos y mucha ropa y cosas de los españoles ofrescido a sus ídolos, y
hallamos la sangre de nuestros compañeros y hermanos derramada y
sacrificada por todas aquellas torres y mesquitas, fue cosa de tanta
lástima que nos renovó todas nuestras tribulaciones pasadas. Y los
traidores de aquel pueblo y de otros a él comarcanos al tiempo que
aquellos cristianos por allí pasaron hiciéronles buen rescibimiento
para los asegurar y hacer en ellos la mayor crueldad que nunca se hizo,
porque abajando por una cuesta y mal paso todos a pie, trayendo los
caballos de diestro de manera que no se podían aprovechar dellos,
puestos los enemigos en celada de una parte y de otra del mal paso los
tomaron en medio, y dellos mataron y dellos tomaron a vida para traer a
Tesuico a sacrificar y sacarles los corazones delante de sus ídolos. Y
esto paresce que fue así porque cuando el dicho alguacil mayor por allí
pasó ciertos españoles que iban con él en una casa de un pueblo que
está entre Tesuico y aquél donde mataron y prendieron los cristianos
hallaron en una pared blanca escritas con carbón estas palabras: "aquí
estuvo preso el sin ventura de Juan Yuste", que era un hidalgo de los
cinco de caballo, que sin duda fue cosa para quebrar el corazón a los
que lo vieron. Y llegado el dicho alguacil mayor a este pueblo, como
los naturales dél conoscieron su grand yerro y culpa comenzaron a
ponerse en huida, y los de caballo y los peones españoles e indios
nuestros amigos siguieron el alcance y mataron muchos y prendieron y
cativaron muchas mujeres y niños que se dieron por esclavos, aunque
movido a compasión, no quiso matar ni destruir tanto cuanto pudiera, y
aun antes que de allí partiese hizo recoger la gente que quedaba y que
se viniese a su pueblo, y así está hoy muy poblado y arrepentido de lo
pasado. El dicho alguacil mayor pasó adelante cinco o seis leguas a una
población de Tascaltecal que es la más junta a los términos de Culúa y
allí halló a los españoles y gente que traían los bergantines. Y otro
día que llegó partieron de allí con la tablazón y ligazón dellos, la
cual traían con mucho concierto más de ocho mill hombres, que era cosa
maravillosa de ver y así me paresce que es de oír llevar trece fustas
diez y ocho leguas por tierra, que certifico a Vuestra Majestad que
dende la avanguarda a la retroguarda había bien dos leguas de
distancia. Y como comenzaron su camino llevando en la delantera ocho de
caballo y cient españoles y en ella y en los lados por capitanes de más
de diez mill hombres de guerra a Yutecad y Teutipil, que son dos
señores de los prencipales de Tascaltecal, y en la rezaga venían otros
ciento y tantos españoles con otros ocho de caballo, y en ella venía
por capitán con otros diez mill hombres de guerra muy bien adreszados
Chichimecatecle, que es de los prencipales señores desta provincia, con
otros capitanes que traía consigo, el cual al tiempo que partió della
llevaba la delantera con toda la tablazón, y la rezaga traían los otros
dos capitanes con la ligazón. Y como entraron en tierra de Culúa los
maestros de los bergantines mandaron llevar en la delantera la ligazón
dellos y que la tablazón se quedase atrás, porque era cosa de más
embarazo si algo les acaesciese, lo cual, si fuera, había de ser en la
delantera. Y Chichimecatecle, que traía la dicha tablazón, como siempre
fasta allí con su gente de guerra había traído la delantera tomólo por
afrenta, y fue cosa recia de acabar con él que se quedase en la
retroguarda, porque él queria llevar el peligro que se pudiese
rescibir. Y como ya lo concedió tampoco queria que en la rezaga se
quedasen en guarda ningunos españoles, porque es hombre de mucho
esfuerzo y queria él ganar aquella honra. Y llevaban estos capitanes
dos mill indios cargados con su vitualla, y ansí con esta orden y
concierto fueron su camino, en el cual se detuvieron tres días, y al
cuarto entraron en esta cibdad con mucho placer y estruendo de
atabales. Y yo los salí a rescebir y, como arriba digo, estendíase
tanto la gente que dende que los primeros comenzaron a entrar hasta que
los postreros hobieron acabado se pasaron más de seis horas sin quebrar
el hilo de la gente. Y después de llegados y agradescido a aquellos
señores las buenas obras que nos hacían, hícelos aposentar y proveer lo
mejor que ser pudo. Y ellos me dijeron que traían deseo de se ver con
los de Culúa y que viese lo que mandaba, que ellos y aquella gente
venían con voluntad de se vengar o morir con nosotros, y yo les di las
gracias y les dije que reposasen y que presto les daria las manos
llenas.
Y después que toda esta gente de guerra de
Tascaltecal hobo reposado en Tesuico tres o cuatro días, que cierto era
para la manera de acá muy lucida gente, hice aprescebir veinte y cinco
de caballo y trecientos peones y cincuenta ballesteros y escopeteros y
seis tiros pequeños de campo, y sin decir a persona alguna adonde
íbamos salí desta cibdad a las nueve del día, y conmigo salieron los
capitanes ya dichos con más de treinta mill hombres por sus escuadrones
muy bien ordenados segúnd la manera dellos. Y a cuatro leguas desta
cibdad ya que era tarde encontramos un escuadrón de gente de guerra de
los enemigos, y los de caballo rompimos por ellos y desbaratámoslos, y
los de Tascaltecal como son muy ligeros siguiéronnos y matamos muchos
de los contrarios. Y aquella noche dormimos en el campo muy sobre
aviso. Y otro día de mañana seguimos nuestro camino, y yo no había
dicho aún adónde era mi intención de ir, lo cual hacía porque me
recelaba de algunos de los de Tesuico que iban con nosotros que no
diesen aviso de lo que yo quería hacer a los de Méxyco y Temixtitán,
porque no tenía aún ninguna seguridad dellos. Y llegamos a una
población que se dice Xaltoca que está asentada en medio de la laguna,
y alderredor della hallamos muchas y grandes acequias llenas de agua y
alderredor hacían la dicha población muy fuerte, porque los de caballo
no podían entrar a ella. Y los contraríos daban muchas grítas
tirándonos muchas varas y flechas, y los peones aunque con trabajo
entráronles dentro y echáronlos fuera y quemaron mucha parte del
pueblo. Y aquella noche nos fuimos a dormir una legua de allí, y en
amaneciendo tomamos nuestro camino y en él hallamos los enemigos, y de
lejos comenzaron a grítar como lo suelen hacer en la guerra, que cierto
es cosa espantosa oírlos. Y nosotros comenzamos de seguillos, y
siguiéndolos allegamos a una grande y hermosa cibdad que se dice
Guanticlan , y hallámosla despoblada, y aquella noche nos aposentamos
en ella. Otro día siguiente pasamos adelante y llegamos a otra cibdad
que se dice Tenaynca en la cual no hallamos resistencia alguna, y sin
nos detener pasamos a otra que se dice Acapuzalco, que todas están
alderredor de la laguna. Y tampoco nos detuvimos en ella porque deseaba
mucho llegar a otra cibdad que estaba allí cerca que se dice Tacuba,
que está muy cerca de Temixtitán. Y ya que estábamos junto a ella
fallamos también alderredor muchas acequias de agua y los enemigos muy
a punto, y como los vimos, nosotros y nuestros amigos arremetimos a
ellos y entrámosles la cibdad, y matando en ellos los echamos fuera
della. Y como era ya tarde aquella noche no hecimos más de nos
aposentar en una casa que era tan grande que cupimos todos bien a
placer en ella. Y en amanesciendo, los indios nuestros amigos
comenzaron a saquear y a quemar toda la cibdad salvo el aposento donde
estábamos, y pusieron tanta deligencia que aun dél se quemó un cuarto.
Y esto se hizo porque cuando salimos la otra vez desbaratados de
Temixtitán, pasando por esta cibdad los naturales della juntamente con
los de Temixtitán nos hicieron muy cruel guerra y nos mataron muchos
españoles.
En seis días que estuvimos en esta cibdad de Tacuba
ninguno hobo en que no tuviésemos muchos recuentros y escaramuzas con
los enemigos. Y los capitanes de la gente de Tascaltecal y los suyos
hacían muchos desafíos con los de Temixtitán y peleaban los unos con
los otros muy hermosamente y pasaban entre ellos muchas razones
amenazándose los unos con los otros y diciéndose muchas injurias, que
sin duda era cosa para ver. Y en todo este tiempo siempre morían muchos
de los enemigos sin peligrar ninguno de los nuestros, porque muchas
veces los entrábamos por las calzadas y puentes de la cibdad, aunque
como tenían tantas defensas nos resistían reciamente, y muchas veces
fingían que nos daban lugar para que entrásemos dentro diciéndonos:
"entrad, entrad a holgaros". Y otras veces nos decían: "¿:pensáis que
hay agora otro Muteczuma para que haga todo lo que vosotros
quisiéredes?" y estando en estas pláticas, yo me llegué una vez cerca
de una puente que tenían quitada, y estando ellos de la otra parte hice
señal a los nuestros que estuviesen quedos, y ellos también como vieron
que yo les quería hablar hicieron callar a su gente. Y díjeles que por
qué eran locos y querían ser destruidos, y si había allí entre ellos
algúnd señor prencipal de los de la cibdad, que se llegase allí, porque
le quería hablar. Y ellos me respondieron que toda aquella multitud de
gente de guerra que por allí veía que todos eran señores, por tanto,
que dijese lo que quería. Y como yo no respondí cosa alguna
comenzáronme a deshonrar. Y no sé quién de los nuestros díjoles que se
morían de hambre y que no les habíamos de dejar salir de allí a buscar
de comer, y respondieron que ellos no tenían nescesidad, y que cuando
la tuviesen, que de nosotros y de los de Tascaltecal comerían. Y uno
dellos tomó unas tortas de pan de maís y arrojólas hacia nosotros
diciendo: "tomad y comed si tenéis hambre, que nosotros ninguna
tenemos", y comenzaron luego a gritar y pelear con nosotros. Y como mi
venida a esta cibdad de Tacuba había sido prencipalmente para haber
plática con los de Temixtitán y saber qué voluntad tenían y mi estada
allí no aprovechaba ninguna cosa, al cabo de los seis días acordé de me
volver a Tesuico para dar priesa en ligar y acabar los bergantines para
por la tierra y por la agua ponerles cerco. Y el día que partimos
venimos a dormir a la cibdad de Goatitan, de que arriba se ha fecho
minción, y los enemigos no hacían sino seguirnos, y los de caballo de
cuando en cuando revolvíamos sobre ellos y así nos quedaban algunos
entre las manos. Y otro día comenzamos a caminar, y como los contrarios
vían que nos veníamos creían que de temor lo hacíamos, y juntóse grand
número dellos y comenzáronnos a seguir. Y como yo vi esto mandé a la
gente de pie que se fuese adelante y que no se detuviese y que en la
rezaga dellos fuesen cinco de caballo. Y yo me quedé con veinte y mandé
a seis de caballo que se pusiesen en una cierta parte en celada y a
otros seis en otra ya otros cinco en otra y yo con otros tres en otra,
y que como los enemigos pasasen pensando que todos íbamos juntos
adelante, en oyéndome el apellído de Señor Santiago saliesen y les
diesen por las espaldas. Y como fue tiempo salimos y comenzamos a
lancear en ellos, y turó el alcance cerca de dos leguas todas llanas
como la palma, que fue muy hermosa cosa. Y ansí murieron muchos dellos
a nuestras manos y de los indios nuestros amigos. Y se quedaron y nunca
más nos siguieron, y nosotros nos volvimos y alcanzamos a la gente. Y
aquella noche dormimos en una gentil población que se dice Aculman que
está dos leguas de la cibdad de Tesuico, para donde otro día nos
partimos. Y a mediodía entramos en ella y fuimos muy bien rescebidos
del alguacil mayor que yo había dejado por capitán y de toda la gente,
y holgaron mucho con nuestra venida porque dende el día que de allí
habíamos partido nunca habían sabido de nosotros y de lo que nos había
suscedido, y estaban con muy grandísimo deseo de lo saber. Y otro día
que hobimos llegado, los señores y capitanes de la gente de Tascaltecal
me pidieron licencia y se partieron para su tierra muy contentos y con
algúnd despojo de los enemigos.
Dos días después de entrados a esta cibdad de
Tesuico llegaron a mí ciertos indios mensajeros de los señores de Calco
y dijéronme cómo les habían mandado que me hiciesen saber de su parte
que los de Méxyco y Temixtitán iban sobre ellos a los destruir, y que
me rogaban les inviase socorro como otras veces me lo habían pedido. Y
yo proveí luego de inviar con Gonzalo de Sandoval veinte de caballo y
trecientos peones, al cual encargué mucho que se diese priesa, y
llegado, trabajase de dar todo el favor y ayuda que fuese posible a
aquellos vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos. Y llegado a
Calco, halló mucha gente junta así de aquella provincia como de las de
Guaxocingo y Guacachula que le estaban esperando, y dando orden en lo
que se había de hacer partiéronse y tomaron su camino para una
población que se dice Guastepeque, donde estaba la gente de Culúa en
guarnición y de donde hacían daño a los de Calco. Y a un pueblo que
estaba en el camino salió mucha gente de los contrarios, y como
nuestros amigos eran muchos y tenían en ventaja a los españoles y a los
de caballo todos juntos rompieron por ellos y desampararon el campo y
matando en ellos siguieron a los enemigos, y en aquel pueblo que está
antes de Guastepeque reposaron aquella noche. Y otro día se partieron,
y ya que llegaban junto a la dicha población de Guastepeque, los de
Culúa comenzaron a pelear con los españoles, pero en poco rato los
desbarataron, y matando en ellos los echaron fuera del pueblo. Y los de
caballo se apearon para dar de comer a sus caballos y aposentarse, y
estando así descuidados de lo que suscedió, llegan los enemigos hasta
la plaza del aposento apellidando y gritando muy fieramente y echando
muchas piedras y varas y flechas. Y los españoles dieron alarma, y
ellos y nuestros amigos dándose mucha priesa salieron a ellos y
echáronlos fuera otra vez, y siguieron el alcance más de una legua y
mataron muchos de los contrarios, y volviéronse aquella noche bien
cansados a Guastepeque, adonde estuvieron reposando dos días.
En este tiempo el alguacil mayor supo como en un
pueblo más adelante que se dice Acapichtla había mucha gente de guerra
de los enemigos y determinó de ir allá a ver si se darían de paz y a
les requerir con ella. Y este pueblo era muy fuerte y puesto en una
altura y donde no pudiesen ser ofendidos de los de caballo, y como
llegaron los españoles los del pueblo sin esperar a cosa alguna
empezaron a pelear con ellos y dende lo alto echar muchas piedras. Y
aunque iba mucha gente de nuestros amigos con el dicho alguacil mayor,
viendo la fortaleza de la villa no osaban acometer ni llegar a los
contrarios, y como esto vio el dicho alguacil mayor y los españoles,
determinaron de morir o subilles por fuerza a lo alto del pueblo, y con
el apellido de Señor Santiago comenzaron a subir. Y plugo a Nuestro
Señor dalles tal esfuerzo que aunque era mucha la defensa y resistencia
que se les hacía les entraron, aunque hobo muchos heridos. Y como los
indios nuestros amigos los siguieron y los enemigos se vieron de
vencida, fue tanta la matanza dellos a manos de los nuestros y dellos
despeñados de lo alto que todos los que allí se hallaron afirman que un
río pequeño que cercaba casi aquel pueblo por más de una hora fue
teñido en sangre y les estorbó de beber por entonces, porque como facía
mucha calor tenían nescesidad dello. Y dado conclusión a esto y dejando
al fin estas dos poblaciones de paz, aunque bien castigados por haberla
al prencipio negado, el dicho alguacil mayor se volvió con toda la
gente a Tesuico. Y crea Vuestra Católica Majestad que esta fue una bien
señalada vitoria y donde los españoles mostraron bien señaladamente su
esfuerzo.
Como los de Méxyco y Temixtitán supieron que los
españoles y los de Calco habían fecho tanto daño en su gente acordaron
de inviar sobre ellos ciertos capitanes con mucha gente, y como los de
Calco tuvieron aviso desto, inviaron a rogarme a mucha priesa que les
inviase socorro. Y yo torné luego a despachar al dicho alguacil mayor
con cierta gente de pie y de caballo, pero cuando llegó ya los de Culúa
y los de Calco se habían visto en el campo y habían peleado los unos y
los otros muy reciamente, y plugo a Dios que los de Calco fueron
vencedores y mataron muchos de los contrarios y prendieron bien
cuarenta personas dellos, entre los cuales había un capitán de los de
Méxyco y otros dos prencipales, los cuales todos entregaron los de
Calco al dicho alguacil mayor para que me los trujese, el cual me invió
dellos y dellos dejó consigo, porque por seguridad de los de Calco
estuvo con toda la gente en un pueblo suyo que es frontera de los de
Méxyco. Y después que les paresció que no había nescesidad de su estada
se volvió a Tesuico y trajo consigo a los otros prisoneros que le
habían quedado. En este medio tiempo hobimos otros muchos rebatos y
recuentros con los naturales de Culúa, y por evitar prolijidad los dejo
de especificar.
Como ya el camino para la villa de la Vera Cruz
dende esta cibdad de Tesuico estaba seguro y podían ir y venir por él
los de la villa, tenían cada día nuevas de nosotros y nosotros dellos,
lo cual antes cesaba. Y con un mensajero inviáronme ciertas ballestas y
escopetas y pólvora con que hobimos grandísimo placer, y dende a dos
días me inviaron otro mensajero con el cual me hicieron saber que al
puerto habían llegado tres navíos y que traían mucha gente y caballos,
y que luego los despacharían para acá. Y segúnd la nescesidad que
teníamos, milagrosamente nos invió Dios este socorro.
Yo buscaba siempre, Muy Poderoso Señor, todas las
maneras y formas que podía para traer a nuestra amistad a éstos de
Temixtitán, lo uno porque no diesen causa a que fuesen destruidos, y lo
otro por descansar de los trabajos de todas las guerras pasadas, y
prencipalmente porque dello sabía que redundaba servicio a Vuestra
Majestad. Y dondequiera que podía haber alguno de la cibdad gelo
tornaba a inviar para les amonestar y requerir que se diesen de paz, y
el Miércoles Santo, que fueron veinte y siete de marzo del año de
quinientos y veinte y uno, hice traer ante mí a aquellos principales de
Temixtitán que los de Calco habían prendido y díjeles si querían
algunos dellos ir a la cibdad y hablar de mi parte a los señores della
y rogalles que no curasen de tener más guerra conmigo y que se diesen
por vasallos de Vuestra Majestad como antes lo habían fecho, porque yo
no les quería destruir sino ser su amigo. Y aunque se les hizo de mal,
porque tenían temor que yéndoles con aquel mensaje los matarían, dos de
aquellos prisoneros se determinaron de ir y pidiéronme una carta. Y
aunque ellos no habían de entender lo que en ella iba sabían que entre
nosotros se acostumbraba y que llevándola ellos los de la cibdad les
darían crédito. Pero con las lenguas yo les dí a entender lo que en la
carta decía, que era lo que yo a ellos les había dicho. Y así se
partieron y yo mandé a cinco de caballo que saliesen con ellos hasta
los poner en salvo.
El Sábado Santo los de Calco y otros sus aliados y
amigos me inviaron a decir que los de Méxyco venían sobre ellos, y
mostráronme en un paño blanco grande la figura de todos los pueblos que
contra ellos venían y los caminos que traían, que me rogaban que en
todo caso les inviase socorro. Y yo les dije que dende a cuatro o cinco
días se lo inviaría, y que si entretanto se vían en nescesidad, que me
lo hiciesen saber y que yo los socorrería. Y el tercero día de Pascua
de Resurrección volviéronme a decir que me rogaban que brevemente fuese
el socorro, porque a más andar se acercaban los enemigos. Yo les dije
que yo quería ir a les socorrer, y mandé apregonar que para el viernes
siguiente estuviesen apercebidos veinte y cinco de caballo y trecientos
hombres de pie.
El jueves antes vinieron a Tesuico ciertos
mensajeros de las provincias de Tazapan y Mascalcingo y Nautan y de
otras cibdades que están en su comarca y dijéronme que se venían a dar
por vasallos de Vuestra Majestad y a ser nuestros amigos porque ellos
nunca habían muerto ningúnd español ni se habían alzado contra el
servicio de Vuestra Majestad, y trujeron cierta ropa de algodón. Yo se
lo agradescí y les prometí que si fuesen buenos se les haría buen
tratamiento, y así se volvieron contentos.
El viernes siguiente, que fueron cinco de abril del
dicho año de quinientos y veinte y uno, salí desta cibdad de Tesuico
con los treinta de caballo y trecientos peones que estaban apercebidos,
y dejé en ella otros veinte de caballo y otros trecientos peones y por
capitán a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y salieron conmigo más
de veinte mill hombres de los de Tesuico, y en nuestra ordenanza fuimos
a dormir a una población de Calco que se dice Talmalco donde fuimos
bien rescebidos y aposentados. Y allí, porque está una buena fuerza,
después que los de Calco fueron nuestros amigos siempre tenían gente de
guarnición porque es frontera de los de Culúa, y otro día llegamos a
Calco a las nueve del día, que no nos detuvimos más de hablar a los
señores de allí y decirles mi parescer e intención, que era dar una
vuelta en torno de las lagunas, porque creía que acabada esta jornada,
que importaba mucho, fallaría fechos los trece bergantines y aparejados
para los echar al agua, y como hobe hablado a los de Calco, partímonos
aquel día a vísperas, y llegamos a una población suya donde se juntaron
con nosotros más de cuarenta mill hombres de guerra nuestros amigos, y
aquella noche dormimos allí. Y porque los naturales desta dicha
población me dijeron que los de Culúa me estaban esperando en el campo
mandé que al cuarto del alba toda la gente estuviese en pie y
apercebida, y otro día, en oyendo misa, comenzamos a caminar, y yo tomé
la delantera con veinte de caballo y en la rezaga quedaron diez, y ansí
pasamos por entre unas sierras muy agras. Y a las dos después de
mediodía llegamos a un peñol muy alto y agro, y encima dél estaba mucha
gente de mujeres y niños y todas las laderas llenas de gente de guerra.
Y comenzaron luego a dar muy grandes alaridos haciendo muchas ahumadas,
tirándonos con hondas y sin ellas muchas piedras y flechas y varas, por
manera que en llegándonos cerca rescibíamos mucho daño. Y aunque
habíamos visto que en el campo no nos habían osado esperar, parescíame,
aunque era otro camino el nuestro, que era poquedad pasar adelante sin
hacerles algúnd mal sabor, y porque no creyesen nuestros amigos que de
cobardía lo dejábamos de hacer comencé a dar una vista en torno del
peñol, que había casi una legua, y cierto era tan fuerte que parescía
locura queremos poner en ganárselo, y aunque les pudiera poner cerco y
hacerles darse de pura nescesidad yo no me podía detener. Y así estando
en esta confusión, determiné de les subir el risco por tres partes que
yo había visto, y mandé a Cristóbal Corral, alférez de sesenta hombres
de pie que yo traía siempre en mi compañía, que con su bandera
acometiese y subiese por la parte más agra y que ciertos escopeteros y
ballesteros le siguiesen; y a Juan Rodriguez de Villafuerte y a
Francisco Verdugo, capitanes, que con su gente y con otros ciertos
ballesteros y escopeteros subiesen por la otra parte; y a Pedro Dircio
y Andrés de Monjaraz, capitanes, que acometiesen por la otra parte con
otros pocos ballesteros y escopeteros; y que en oyendo soltar una
escopeta, todos determinasen de subir y haber la vitoria o morir. Y
luego en soltando el escopeta, comenzaron a subir y ganaron a los
contrarios dos vueltas del peñol, que no pudieron subir más porque con
pies y manos no se podían tener, porque era sin comparación la aspereza
y agrura de aquel cerro. Y echaban tantas piedras de lo alto con las
manos y rodando que aun los pedazos que se quebraban y sembraban hacían
infinito daño. Y fue tan recia la ofensa de los enemigos que nos
mataron dos españoles e hirieron más de veinte, y en fin en ninguna
manera pudieron pasar de allí. Y yo, viendo que era imposible poder más
hacer de lo hecho y que se juntaban muchos de los contrarios en socorro
de los del peñol, que todo el campo estaba lleno dellos, mandé a los
capitanes que se volviesen. Y abajados los de caballo, arremetimos a
los que estaban en lo llano y echámoslos de todo el campo alanceando y
matando en ellos. Y duró el alcance más de hora y media, y como era
mucha gente los de caballo derramáronse a una parte y a otra. Y después
de recogidos, de algunos dellos fui informado cómo habían llegado obra
de una legua de allí y habían visto otro peñol con mucha gente pero que
no era tan fuerte, y que por lo llano cerca dél había mucha población y
que no faltarían dos cosas que en este otro nos habían faltado: la una
era agua, que no la había acá; y la otra, que por no ser tan fuerte el
cerro no habría tanta resistencia y se podía sin peligro tomar la
gente. Y aunque con harta tristeza de no haber alcanzado vitoria,
partimos de allí y fuimos aquella noche a dormir cerca del otro peñol,
adonde pasamos harto trabajo y nescesidad porque tampoco fallamos agua
ni en todo aquel día la habíamos bebido nosotros ni los caballos, y así
nos estuvimos aquella noche oyendo hacer a los enemigos mucho estruendo
de atabales y bocinas y gritas.
Y en siendo el día claro, ciertos capitanes y yo
comenzamos a mirar el risco, el cual nos paresció casi tan fuerte como
el otro, pero tenía dos padrastros más altos que no él y no tan agros
de subir, y en éstos estaba mucha gente de guerra para los defender. Y
aquellos capitanes y yo y otros hidalgos que allí estaban tomamos
nuestras rodelas y fuemos a pie hasta allá - porque los caballos los
habían llevado a beber una legua de allí - no para más de ver la fuerza
del peñol y por dónde se podría combatir. Y la gente, como nos vieron
ir, aunque no les habíamos dicho cosa alguna siguiéronnos. Y como
llegamos al pie del peñol, los que estaban en el padrastro dél creyeron
que yo quería acometer por el medio, y desamparáronlos por socorrer a
los suyos. Y como yo vi el desconcierto que habían fecho y que tomados
aquellos dos padrastros se les podría hacer dellos mucho daño, sin
hacer mucho bollicio mandé a un capitán que de presto subiese con su
gente y tomase él un padrastro de aquéllos más agro que habían
desamparado, y así fue luego fecho. Y yo con la otra gente comencé a
subir el cerro arriba allí donde estaba la más fuerza de la gente, y
plugo a Dios que les gané una vuelta dél y posímonos en una altura que
casi igualaba con lo alto de donde ellos peleaban, lo cual parescía que
era cosa imposible podelles ganar, a lo menos sin infinito peligro. Y
ya un capitán había puesto su bandera en lo más alto del cerro y de
allí comenzó a soltar escopetas y ballestas en los enemigos, y como
vieron el daño que rescebían y considerando el porvenir, hicieron señal
que se querían dar y pusieron las armas en el suelo. Y como mi motivo
sea siempre dar a entender a esta gente que no les queremos hacer mal
ni daño por más culpados que sean, especialmente queriendo ellos ser
vasallos de Vuestra Majestad, y es gente de tanta capacidad que todo lo
entienden y conoscen muy bien, mandé que no se les ficiese más daño. Y
llegados a me hablar, los rescebí bien. Y como vieron cuán bien con
ellos se había hecho, hiciéronlo saber a los del otro peñol, los cuales
aunque habían quedado con vitoria determinaron de se dar por vasallos
de Vuestra Majestad y viniéronme a pedir perdón por pasado. En esta
población de cabe el peñol estuve dos días, y de allí invié a Tesuico
los heridos. Y yo me partí y a las diez del día llegamos a Guastepeque,
de que arriba he fecho mención, y en la casa de una huerta del señor de
allí nos aposentamos todos, la cual huerta es la mayor y más fermosa y
fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito y por
medio della va una muy gentil ribera de agua, y de trecho a trecho,
cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y jardines muy
frescos e infinitos árboles de diversas frutas y muchas yerbas y flores
olorosas, que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza
de toda esta huerta. Y aquel día reposamos en ella, donde los naturales
nos hicieron el placer y servicio que pudieron.
Y otro día nos partimos, y a las ocho horas del día
llegamos a una buena población que se dice Yautepeque, en la cual
estaban esperándonos mucha gente de guerra de los enemigos. Y como
llegamos, paresció que quisieron hacernos alguna señal de paz o por el
temor que tuvieron o por nos engañar, pero luego incontinente sin más
acuerdo comenzaron a huir desamparando su pueblo. Y yo no curé de
deternerme en él, y con los treinta de caballo dimos tras ellos bien
dos leguas fasta los encerrar en otro pueblo que se dice Gilutepeque,
donde alanceamos y matamos muchos. Y en este pueblo hallamos la gente
muy descuidada porque llegamos primero que sus espías, y murieron
algunos y tomáronse muchas mujeres y mochachos, y todos los demás
huyeron. Y yo estuve dos días en este pueblo creyendo que el señor dél
se viniera a dar por vasallo de Vuestra Majestad, y como nunca vino,
cuando partí fice poner fuego al pueblo. Y antes que dél saliese
vinieron ciertas personas del pueblo antes, que se dice Yactepeque, y
rogáronme que les perdonase y que ellos se querían dar por vasallos de
Vuestra Majestad. Yo los rescebí de buena voluntad porque en ellos se
habían hecho ya buen castigo.
Aquel día que me partí a las nueve del día llegué a
vista de un pueblo muy fuerte que se llama Coadnabaced, y dentro dél
había mucha gente de guerra y era tan fuerte el pueblo y cercado de
tantos cerros y barrancas que algunas había de diez estados de hondura.
Y no podía entrar ninguna gente de caballo salvo por dos partes y éstas
entonces no las sabíamos, y aun para entrar por aquéllas habíamos de
rodear más de legua y media. Y también se podía entrar por puentes de
madera, pero teníanlas alzadas y estaban tan fuertes y tan a su salvo
que aunque fuéramos diez veces más no nos tuvieran en nada. Y
llegándonos hacia ellos, tirábannos a su placer muchas varas y flechas
y piedras. Y estando así muy revueltos con nosotros, un indio de
Tascaltecal pasó de tal manera que no le vieron por un paso muy
peligroso, y como los enemigos le vieron ansí de súpito creyeron que
los españoles les entraban por allí. Y así, ciegos y espantados,
comienzan a ponerse en huida y el indio tras ellos. Y tres o cuatro
criados míos y otros dos de una capitanía, como vieron pasar al indio,
siguiéronle y pasaron de la otra parte, y yo con los de caballo comencé
a guiar hacia la sierra para buscar entrada al pueblo. Y los indios
nuestros enemigos no hacían sino tirarnos varas y flechas porque entre
ellos y nosotros no había más de una barranca como cava, y como esta
ban embebecidos en pelear con nosotros y éstos no habían visto los
cinco españoles, llegan de improviso por las espaldas y comienzan a
darles de cochilladas. Y como los tomaron de tan sobresalto y sin
pensamiento que por las espaldas se les había de facer alguna ofensa,
porque ellos no sabían que los suyos habían desamparado el paso por
donde los españoles y el indio habían pasado, estaban espantados y no
osaban pelear, y los españoles mataban en ellos. Y desque cayeron en la
burla comenzaron a huir, y ya nuestra gente de pie estaba dentro en el
pueblo y le comenzaban a quemar y los enemigos todos a le desamparar. Y
así huyendo se acogieron a la sierra, aunque murieron muchos dellos y
los de caballo siguieron y mataron muchos. Y después que hallamos por
dónde entrar al pueblo, que sería mediodía, aposentámosnos en las casas
de una huerta porque lo hallamos ya casi quemado todo. Y ya bien tarde,
el señor dél y algunos otros prencipales, viendo que en cosa tan fuerte
como su pueblo no se habían podido defender, temiendo que allá en la
sierra los habíamos de ir a matar, acordaron de se venir a ofrescer por
vasallos de Vuestra Majestad después de les haber quemado, y yo los
rescebí por tales y prometiéronme de ahí adelante ser siempre nuestros
amigos. Estos indios y los otros que venían a se dar por vasallos de
Vuestra Majestad después de los haber quemado y destruido sus casas y
haciendas nos dijeron que la causa por que venían tarde a nuestra
amistad era porque pensaban que satisfacían sus culpas con consentir
primero hacerles daño, creyendo que hecho, no terníamos después tanto
enojo dellos.
Aquella noche dormimos en aquel pueblo, y por la
mañana seguimos nuestro camino por una tierra de pinares despoblada y
sin ninguna agua, la cual y un puerto pasamos con grandísimo trabajo y
sin beber, tanto que muchos de los indios que iban con nosotros
perescieron de sed. Y a siete leguas de aquel pueblo en unas estancias
paramos aquella noche. Y en amanesciendo tomamos nuestro camino y
llegamos a vista de una gentil cibdad que se dice Suchimilco, que está
edificada en la la guna dulce. Y como los naturales della estaban
avisados de nuestra venida tenían hechas muchas albarradas y acequias,
y alzadas las puentes de todas las entradas de la cibdad, la cual está
de Timixtitán tres o cuatro leguas, y estaba dentro mucha y muy lucida
gente y muy determinados de se defender o morir. Y llegados y recogida
toda la gente y puesta en mucha orden y concierto, yo me apeé de mi
caballo y seguí con ciertos peones hacia una albarrada que tenían
hecha, y detrás estaba infinita gente de guerra. Y como comenzamos a
combatir el albarrada y los ballesteros y escopeteros les hacían daño,
desamparáronla, y los españoles se echaron al agua y pasaron adelante
por donde hallaban tierra firme, y en media hora que peleamos con ellos
les ganamos la prencipal parte de la cibdad. Y retraídos los
contrarios, por las calles del agua y en sus canoas pelearon hasta la
noche. Y unos movían paces y otros por eso no dejaban de pelear, y
moviéronlas tantas veces sin ponerlas por obra hasta que caímos en la
cuenta, porque ellos lo hacían para dos efetos: el uno, para alzar sus
haciendas en tanto que nos detenían con la paz; el otro, por dilatar
tiempo en tanto que les venía socorro de México y Temixtitán. Y este
día nos mataron dos españoles porque se desmandaron de los otros a
robar y viéronse con tanta nescesidad que nunca pudieron ser
socorridos. Y en la tarde pensaron los enemigos cómo nos podrían atajar
de manera que no pudiésemos salir de su cibdad con las vidas y juntos
mucha copia dellos, determinaron de venir por la parte que nosotros
habíamos entrado. Y como los vimos venir tan de súpito, espantámonos de
ver su ardid y presteza, y seis de caballo y yo que estábamos más a
punto que los otros arremetimos por medio dellos. Y ellos de temor de
los caballos pusiéronse en huida, y ansí salimos de la cibdad tras
ellos matando muchos, aunque nos vimos en harto aprieto, porque como
eran tan valientes hombres, muchos dellos osaban esperar a los de
caballo con sus espadas y rodelas. Y como andábamos revueltos con ellos
y había muy grand pieza, el caballo en que yo iba se dejó caer de
cansado. Y como algunos de los contrarios me vieron a pie revolvieron
contra mí, y yo con la lanza empecéme a defender dellos. Y un indio de
los de Tascaltecal, como me vio en necesidad llegóse a me ayudar, y él
y un mozo mío que luego llegó levantamos el caballo. Y ya en esto
llegaron los españoles y los enemigos desampararon todo el campo, y yo
con los otros de caballo que entonces habían llegado, como estábamos
muy cansados nos volvimos a la cibdad. Y aunque era ya casi noche y
sazón de reposar mandé que todas las puentes alzadas por do iba el agua
se cegasen con piedra y adobes que había allí porque los de caballo
pudiesen entrar y salir sin estorbo ninguno en la cibdad, y no me partí
de allí fasta que todos aquellos pasos malos quedaron muy bien
adreszados. Y con mucho aviso y recaudo de velas pasamos aquella noche.
Otro día, como todos los naturales de la provincia
de México y Temixtitán sabían ya que estábamos en Suchimilco, acordaron
de venir con grand poder por el agua y por la tierra a nos cercar,
porque creían que no podíamos ya escapar de sus manos. Y yo me subí a
una torre de sus ídolos para ver cómo venía la gente y por dónde nos
podían acometer, para proveer en ello lo que nos conveniese, y ya que
en todo había dado orden llega por el agua una muy grande flota de
canoas, que creo que pasaban de dos mill, y en ellas venían más de doce
mill hombres de guerra. Y por la tierra llega tanta multitud de gente
que todos los campos cubrían, y los capitanes dellos que venían delante
traían sus espadas de las nuestras en las manos, y apellidando sus
provincias decían: ¡México, México! ¡Temixtitán, Temixtitán!", y
decíannos muchas enjurias y amenazándonos que nos habían de matar con
aquellas espadas que nos habian tomado la otra vez en la cibdad de
Temixtitán. Y como ya había proveído adónde había de acudir cada
capitán, y porque hacia la tierra firme había mucha copia de enemigos,
salí a ellos con veinte de caballo y con quinientos indios de
Tascaltecal y repartímonos en tres partes. Y mandéles que desque
hobiesen rompido, que se recogiesen al pie de un cerro que estaba media
legua de allí, porque también había allí mucha gente de los enemigos. Y
como nos dividimos cada escuadrón siguió a los enemigos por su cabo, y
después de desbaratados y alanceados y muertos muchos, recogímonos al
pie del cerro. Y yo mandé a ciertos peones criados míos que me habían
servido y eran bien sueltos que por lo más agro del cerro trabajasen de
lo subir, y que yo con los de caballo rodearía por detrás, que era más
llano, y los tomaríamos en medio. Y ansí fue, que como los enemigos
vieron que los españoles les subian por el cerro, volvieron las
espaldas, creyendo que huían a su salvo, y topan con nosotros, que
seríamos quince de caballo. Y comenzamos a dar en ellos y los de
Tascaltecal ansimesmo, por manera que en poco espacio murieron más de
quinientos de los enemigos, y todos los otros se salvaron y fuyeron a
las sierras. Y los otros seis de caballo acertaron a ir por un camino
muy ancho y muy llano alanceando en los enemigos, y a media legua de
Suchimilco dan sobre un escuadrón de gente muy lucida que venía en su
socorro, y desbaratáronlos y alancearon algunos. Y ya que nos hobimos
juntado todos los de caballo, que serían las diez del día, volvimos a
Suchimilco. Y a la entrada hallé muchos españoles que deseaban mucho
nuestra venida y saber lo que nos había acontecido, y contáronme cómo
se habían visto en mucho aprieto y habían trabajado todo lo posible por
echar fuera los enemigos, de los cuales habían muerto mucha cantidad, y
diéronme dos espadas de las nuestras que les habían tomado y dijéronme
cómo los ballesteros no tenían saetas ni almacén alguno. Y estando en
esto, antes que nos apeásemos asomaron por una calzada muy ancha un
grand escuadrón de los enemigos con muy grandes alaridos y de presto
arremetimos a ellos, y como de la una parte y de la otra de la calzada
era todo agua lanzáronse en ella, y así los desbaratamos. Y recogida la
gente, volvimos a la cibdad bien cansados y mandéla quemar toda expceto
aquello donde estábamos aposentados. Y así estuvimos en esta cibdad
tres días que en ninguno dellos dejamos de pelear, y al cabo, dejándola
toda quemada y asolada, nos partimos. Y cierto era mucho para ver,
porque tenía muchas casas y torres de sus ídolos de cal y canto. Y por
no me alargar dejo de particularizar otras cosas bien notables desta
cibdad.
El día que me partí me salí fuera a una plaza que
está en la tierra firme junto a esta cibdad que es donde los naturales
hacen sus mercados. Y estaba dando orden cómo diez de caballo fuesen en
la delantera y otros diez en medio de la gente de pie y yo con otros
diez en la rezaga, y los de Suchimilco, como vieron que nos
encomenzábamos a ir, creyendo que de temor suyo era, llegan por
nuestras espaldas con mucha grita. Y los diez de caballo y yo volvimos
a ellos y seguímoslos hasta meterlos en el agua en tal manera que no
curaron más de nosotros, y así nos volvimos nuestro camino. Y a las
diez del día llegamos a la cibdad de Cuyoacan, que está de Suchimilco
dos leguas, y de las cibdades de Temixtitán y Culuacan y Uchilubuzco e
Yztapalapa y Cuytaguapa y Mizqueque, que todas están en el agua - la
más lejos déstas está una legua y media - , y hallámosla despoblada. Y
aposentámosnos en la casa del señor y aquí estuvimos el día que
llegamos y otro. Y porque en siendo acabados los bergantines había de
poner cerco a Temixtitán, quise primero ver la disposición desta cibdad
y las entradas y salidas y por dónde los españoles podían ofender o ser
ofendidos, y otro día que llegué tomé cinco de caballo y ducientos
peones y fuime hasta la laguna, que estaba muy cerca, por una calzada
que entra a la cibdad de Temixtitán. Y vimos tanto número de canoas por
el agua y en ellas gente de guerra que era infinito, y llegamos a una
albarrada que tenían fecha en la calzada y los peones comenzáronla a
combatir. Y aunque fue muy recia y hobo mucho resistencia e hirieron
diez españoles, al fin se la ganaron y mataron muchos de los enemigos,
aunque los ballesteros y escopeteros quedaron sin pólvora y sin saetas.
Y dende alli vimos cómo iba la calzada derecha por el agua hasta dar en
Temixtitán bien legua y media, y ella y la otra que va a dar a
Yztapalapa llenas de gente sin cuento. Y como yo hobe considerado bien
lo que convenía verse, porque aquí en esta cibdad había de estar una
guarnición de gente de pie y de caballo, hice recoger los nuestros, y
así nos volvimos quemando las casas y torres de sus ídolos.
Y otro día nos partimos desta cibdad a la de Tacuba,
que está dos leguas, y llegamos a las nueve del día alanceando por unas
partes y por otras porque los enemigos salían de la laguna por dar en
los indios que nos traían el fardaje, y hallábanse burlados y ansí nos
dejaban ir en paz. Y porque, como he dicho, mi intención prencipal
había sido procurar de dar vuelta a todas las lagunas por calar y saber
mejor la tierra y también por socorrer aquellos nuestros amigos, no
curé de pararme en Tacuba. Y como los de Temixtitán - que está allí muy
cerca, que casi se estiende la cibdad tanto que llega cerca de la
tierra firme de Tacuba - como vieron que pasábamos adelante cobraron
mucho esfuerzo, y con gran denuedo acometieron a dar en medio de
nuestro fardaje. Y como los de caballo veníamos bien repartidos y todo
por allí era llano aprovechábamosnos bien de los contrarios sin
rescebir los nuestros ningúnd peligro, y como corríamos a unas partes y
a otras y unos mancebos críados míos me siguían algunas veces, aquella
vez dos déllos no lo hicieron y halláronse en parte donde los enemigos
los llevaron, donde creemos que les darían muy cruel muerte como
acostumbran, de que sabe Dios el sentimiento que hobe, ansí por ser
cristianos como porque eran valientes hombres y le habían servido muy
bien en esta guerra a Vuestra Majestad. Y salidos desta cibdad,
comenzamos a seguir nuestro camino por entre otras poblaciones cerca de
allí y alcanzamos a la gente. Y allí supe entonces cómo los indios
habían llevado aquellos mancebos, y por vengar su muerte y porque los
enemigos nos seguían con el mayor orgullo de mundo, yo con veinte de
caballo me puse detrás de unas casas en celada. Y como los indios vían
a los otros diez con toda la gente y fardaje ir adelante, no hacían
sino seguillos por un camino adelante que era muy ancho y muy llano, no
se temiendo de cosa ninguna. Y como vimos pasar ya algunos, yo apellidé
en nombre del apóstol Santiago y dimos en ellos muy reciamente, y antes
que se nos metiesen en las acequias que había cerca habíamos muerto
dellos más de cient prencipales y muy lucidos, y no curaron de más nos
seguir. Este día fuimos a dormir dos leguas adelante a la cibdad de
Coatinchan bien cansados y mojados, porque había llovido mucho aquella
tarde, y hallámosla despoblada. Y otro día comenzamos de caminar
alanceando de cuando en cuando a algunos indios que nos salían a
gritar, y fuemos a dormir a una población que se dice Gilotepeque, y
hallámosla despoblada. Y otro día llegamos a las doce horas del día una
cibdad que se dice Aculman, que es del señorío de la cibdad de Tesuico,
a donde fuemos aquella noche a dormir. Y fuemos de los españoles bien
rescebidos y se holgaron con nuestra venida como a la salvación, porque
después que yo me había partido dellos no habían sabido de mí fasta
aquel día que llegamos, y habían tenido muchos rebatos en la cibdad, y
los naturales della les decían cada día que los de México y Temixtitán
habían de venir sobre ellos en tanto que yo por allá andaba. Y así se
concluyó con la ayuda de Dios esta jornada, y fue muy grand cosa y en
que Vuestra Majestad rescibió mucho servicio por muchas causas que
adelante se dirán.
Al tiempo que yo, Muy Poderoso e Invitísimo Señor,
estaba en la cibdad de Temixtitán, luego a la primera vez que a ella
vine, proveí, como en la otra relación hice saber a Vuestra Majestad,
que en dos o tres provincias aparejadas para ello se hiciesen para
Vuestra Majestad ciertas casas de granjerías en que hobiese labranzas y
otras cosas conforme a la calidad de aquellas provincias. Y a una
dellas que se dice Chinanta invié para ello dos españoles. Y esta
provincia no es subjeta a los naturales de Culúa, y en las otras que lo
eran al tiempo que me daban guerra en la cibdad de Temixtitán mataron a
los que estaban en aquellas granjerías y tomaron lo que en ellas había,
que era cosa muy gruesa segúnd la manera de la tierra. Y destos
españoles que estaban en Chinanta se pasó casi un año que no supe
dellos, porque como todas aquellas provincias estaban rebeladas ni
ellos podían saber de nosotros ni nosotros dellos. Y estos naturales de
la provincia de Chinanta, como eran vasallos de Vuestra Majestad y
enemigos de los de Culúa, dijeron a aquellos cristianos que en ninguna
manera saliesen de su tierra, porque nos habían dado los de Culúa mucha
guerra y creían que pocos o ningunos de nosotros había vivos, y así se
estuvieron estos dos españoles en aquella tierra. Y el uno dellos, que
era mancebo y hombre para guerra, hiciéronle su capitán, y en este
tiempo salía con ellos a dar guerra a sus enemigos y las más veces él y
los de Chinanta eran vencidores. Y como después plugo a Dios que
nosotros volvimos a nos rehacer y haber alguna vitoria contra los
enemigos que nos habían desbaratado y echado de Temixtitán, éstos de
Chinanta dijeron a aquellos cristianos que habían sabido que en la
provincia de Tepeaca había españoles, y que si querían saber la verdad,
que ellos querían aventurar dos indios, aunque habían de pasar por
mucha tierra de sus enemigos, pero que andarían de noche y fuera del
camino hasta llegar a Tepeaca. Y con aquellos dos indios el uno de
aquellos españoles, que era el más hombre de bien, escríbió una carta
cuyo tenor es el siguiente:
Nobles señores:
Dos o tres cartas he escrípto a vuestras mercedes,
y no sé si han aportado allá o no. Y pues de aquéllas no he habido
respuesta, también pongo en duda habella désta. Hágoos, señores, saber
cómo todos los naturales desta tierra de Culúa andan levantados y de
guerra. Y muchas veces nos han acometido, pero siempre, loores a
Nuestro Señor, hemos sido vencidores. Y con los de Tuxtepeque y su
parcialidad de Culúa cada día tenemos guerra. Los que están en servicio
de Sus Altezas y por sus vasallos son siete villas de los Tenez. Y yo y
Nicolás siempre estamos en Chinanta, que es la cabecera. Mucho quisiera
saber adónde está el capitán para le poder escrebir y hacer saber las
cosas de acá. Y si por ventura me escribiéredes de dónde él está e
inviáredes veinte o treinta españoles, irme ía con dos naturales
prencipales de aquí que tienen deseo de ver y fablar al capitán. Y
sería bien que viniesen, porque como es tiempo agora de coger el cacao,
estórbanlo los de Culúa con las guerras. Nuestro Señor guarde las
nobles personas de vuestras mercedes como desean. - De Chinantla, a no
sé cuántos del mes de abríl de mill y quinientos y veinte y uno años. A
servicio de vuestras mercedes. - Fernando de Barrientos.
Y como los dos indios llegaron con esta carta a la
dicha provincia de Tepeaca, el capitán que yo allí había dejado con
ciertos españoles inviómela luego a Tesuico. Y rescebida, todos
rescebimos muy grand placer, porque aunque siempre habíamos confiado en
la amistad de los de Chinanta, teníamos pensamiento que si se
confederaban con los de Culúa, que habrían muerto aquellos dos
españoles. A los cuales yo luego escribí dándoles cuenta de lo pasado y
que tuviesen esperanza, que aunque estaban cercados de todas partes de
los enemigos, presto, placiendo a Dios, se verían libres y podrían
salir y entrar seguros.
Después de haber dado vuelta a las lagunas, en que
tomamos muchos avisos para poner el cerco a Temixtitán por la tierra y
por el agua, yo estuve en Tesuico fornesciéndome lo mejor que pude de
gente y de armas y dando priesa en que se acabasen los bergantines y
una zanja que se hacía para los llevar por ella fasta la laguna, la
cual zanja se comenzó a facer luego que la ligazón y tablazón de los
bergantines se trujeron en una acequia de agua que iba por cabe los
aposentamientos fasta dar en la laguna. Y desde donde los bergantines
se ligaron y la zanja se comenzó a hacer hay bien media legua fasta la
laguna, y en esta obra anduvieron cincuenta días más de ocho mill
personas cada día de los naturales de la provincia de Aculuacan y
Tesuico, porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros
tantos de anchura e iba toda chapada y estacada , por manera que el
agua que por ella iba la pusieron en el peso de la laguna, de forma que
las fustas se podían llevar sin peligro y sin trabajo fasta el agua,
que cierto que fue obra grandísima y mucho para ver.
Y acabados los bergantines y puestos en esta zanja,
a veinte y ocho de abril del dicho año fice alarde de toda la gente y
hallé ochenta y seis de caballo, y ciento y diez y ocho ballesteros y
escopeteros, y setecientos y tantos peones de espadas y rodela, y tres
tiros gruesos de hierro, y quince tiros pequeños de bronce y diez
quintales de pólvora. Acabado de hacer el dicho alarde, yo encargué y
encomendé mucho a todos los españoles que guardasen y cumpliesen las
ordenanzas que yo había hecho para las cosas de la guerra en todo
cuanto les fuese posible, y que se alegrasen y esforzasen mucho, pues
que vían que Nuestro Señor nos encaminaba para haber vitoria de
nuestros enemigos, porque bien sabían que cuando habíamos entrado en
Tesuico no habíamos traído más de cuarenta de caballo, y que Dios nos
había socorrido mejor que lo habíamos pensado y habían venido navíos
con los caballos y gente y armas que habían visto; y que esto y
prencipalmente ver que peleábamos en favor y augmento de nuestra fee y
por reducir al servicio de Vuestra Majestad tantas tierras y provincias
como se le habían rebelado les había de poner mucho ánimo y esfuerzo
para vencer o morir. Y todos respondieron y mostraron tener para ello
muy entera voluntad y deseo. Y aquel día del alarde pasamos con mucho
placer y deseo de nos ver ya sobre el cerco y dar conclusión a esta
guerra, de que dependía toda la paz o desasosiego destas partes.
Otro día siguiente fice mensajeros a las provincias
de Tascaltecal, Guaxocingo y Churultecal a les facer saber cómo los
bergantines eran acabados y que yo y toda la gente estábamos
apercebidos y de camino para ir a cercar la grand cibdad de Temixtitán;
por tanto, que les rogaba, pues que ya por mí estaban avisados y tenían
su gente apercebida, que con toda la más y bien armada [gente] que
pudiesen, se partiesen y se viniesen allí a Tesuico donde yo les
esperaría diez días, y que en ninguna manera excediesen desto, porque
sería grande desvío para lo que estaba concertado. Y como llegaron los
mensajeros y los naturales de aquellas provincias estaban apercebidos y
con mucho deseo de se ver con los de Culúa, los de Guaxocingo y
Chorultecal se vinieron a Calco porque yo se lo había ansí mandado,
porque junto por allí había de entrar a poner el cerco. Y los capitanes
de Tascaltecal con toda su gente muy lucida y bien armada llegaron a
Tesuico cinco o seis días antes de Pascua de Espíritu Santo, que fue el
tiempo que yo les asigné. Y como aquel día supe que venían cerca,
salílos a rescebir con mucho placer. Y ellos venían tan alegres y bien
ordenados que no podía ser mejor, y segúnd la cuenta que los capitanes
nos dieron pasaban de cincuenta mill hombres de guerra, los cuales
fueron por nosotros muy bien rescebidos y aposentados.
El segundo día de Pascua mandé salir a toda la gente
de pie y de caballo a la plaza desta cibdad de Tesuico para la ordenar
y dar a los capitanes la que habían de llevar para tres guarniciones de
gente que se habían de poner en tres cibdades que están en torno de
Temixtitán. Y de la una guarnición hice capitán a Pedro de Alvarado, y
dile treinta de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y
ciento y cincuenta peones de espada y rodela y más de veinte y cinco
mill hombres de guerra de los de Tascaltecal. Y éstos habían de asentar
su real en la cibdad de Tacuba.
De la otra guarnición fice capitán a Cristóbal de
Olid, al cual di treinta y tres de caballo, y diez y ocho ballesteros y
escopeteros, y ciento y sesenta peones de espada y rodela y más de
veinte mill hombres de guerra de nuestros amigos. Y éstos habían de
asentar su real en la cibdad de Cuyoacan.
De la otra tercera guarnición fice capitán a
Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y díle veinte y cuatro de caballo,
y cuatro escopeteros, y trece ballesteros y ciento y cincuenta peones
de espada y rodela - los cincuenta dellos mancebos escogidos que yo
traía en mi compañía - y toda la gente de Guaxocingo y Chururtecal y
Calco, que había más de treinta mill hombres. Y éstos habían de ir por
la cibdad de Yztapalapa a destruirla y pasar adelante por una calzada
de la laguna con favor y espaldas de los bergantines, y juntarse con la
guarnición de Cuyoacan, para que después que yo entrase con los
bergantines por la laguna el dicho alguacil mayor asentase su real
donde le paresciese que más convenía.
Para los trece bergantines con que yo había de
entrar por la laguna dejé trecientos hombres, todos los más gente de la
mar y bien diestra, de manera que en cada bergantín iban veinte y cinco
españoles y cada fusta llevaba su capitán y veedor y seis ballesteros y
[seis] escopeteros.
Dada la orden susodicha, los dos capitanes que
habían de estar con la gente en las cibdades de Tacuba y Cuyoacan,
después de haber rescebido las instruciones de lo que habían de hacer,
se partieron de Tesuico a diez días de mayo, y fueron a dormir dos
leguas y media de allí a una población buena que se dice Aculman. Y
aquel día supe cómo entre los capitanes había habido cierta diferencia
sobre el aposentamiento, y proveí luego esa noche para lo remediar y
poner en paz y yo invié una persona para ello que los reprehendió y
apaciguó. Y otro día de mañana se partieron de allí y fueron a dormir a
otra población que se dice Gilotepeque, la cual hallaron despoblada
porque era ya tierra de los enemigos. Y otro día siguiente siguieron su
camino en su ordenanza y fueron a dormir a una cibdad que se dice
Guatitlan de que antes desto he fecho relación a Vuestra Majestad, la
cual ansimesmo hallaron despoblada. Y aquel día pasaron por otras dos
cibdades y poblaciones que tampoco hallaron gente en ellas. Y a hora de
vísperas entraron en Tacuba, que también estaba despoblada, y
aposentáronse en las casas del señor de allí, que son muy hermosas y
grandes. Y aunque era ya tarde, los naturales de Tascaltecal dieron una
vista por la entrada de dos calzadas de la cibdad de Temixtitán y
pelearon dos o tres horas valientemente con los de la cibdad. Y como la
noche los despartió, volviéronse sin ningúnd peligro a Tacuba.
Otro día de mañana los dos capitanes acordaron, como
yo les había mandado, de ir a quitar el agua dulce que por caños
entraba a la cibdad de Temextitán. Y el uno dellos con veinte de
caballo y ciertos ballesteros y escopeteros fue al nascimiento de la
fuente, que estaba un cuarto de legua de allí, y cortó y quebró los
caños, que eran de madera y de cal y canto. Y peleó reciamente con los
de la cibdad que se lo defendían por la mar y por la tierra, y al fin
los desbarató y dio conclusión a lo que iba, que era quitarles el agua
dulce que entraba a la cibdad, que fue muy grande ardid. Este mismo día
los capitanes ficieron adreszar algunos malos pasos y puentes y
acequias que estaban por allí alderredor de la laguna porque los de
caballo pudiesen libremente correr por una parte y por otra. Y hecho
esto, en que se tardaría tres o cuatro días en los cuales se hobieron
muchos recuentros con los de la cibdad en que fueron heridos algunos
españoles y muertos hartos de los enemigos y les ganaron muchas
albarradas y puentes y hobo hablas y desafíos entre los de la cibdad y
los naturales de Tascaltecal que eran cosas bien notables y para ver,
el capitán Cristóbal de Olid con la gente que había de estar en
guarnición en la cibdad de Cuyoacan, que está dos leguas de Tacuba, se
partió. Y el capitán Pedro de Alvarado se quedó en guarnición con su
gente en Tacuba, donde cada día tenía escaramuzas y peleas con los in
dios. Y aquel día que Cristóbal de Olid se partió para Cuyoacan él y la
gente llegaron a las diez del día y aposentáronse en las casas del
señor de allí y hallaron despoblada la cibdad. Y otro día de mañana
fueron a dar una vista a la calzada que entra en Temixtitán con hasta
veinte de caballo y algunos ballesteros y con seis o siete mill indios
de Tascaltecal, y hallaron muy apercebidos los contrarios y rota la
calzada y hechas muchas albarradas, y pelearon con ellos y los
ballesteros hirieron y mataron algunos. Y esto continuaron seis o siete
días que en cada uno dellos hobo muchos recuentros y escaramuzas. Y una
noche a media noche llegaron ciertas velas de los de la cibdad a gritar
cerca del real y las velas de los españoles apellidaron alarma, y salió
la gente y no hallaron ninguno de los enemigos porque dende muy lejos
del real habían dado la grita, la cual les había puesto algúnd temor. Y
como la gente de los nuestros estaba dividida en tantas partes, los de
las dos guarniciones deseaban mi llegada con los bergantines como la
salvación, y con esta esperanza estuvieron aquellos pocos días hasta
que yo llegué, como adelante diré. Y en estos seis días los del un real
y del otro se juntaban cada día y los de caballo corrían la tierra como
estaban cerca los unos de los otros, y siempre alanceaban muchos de los
enemigos y de la sierra cogían mucho maíz para sus reales, que es el
pan y mantenimiento destas partes y hace mucha ventaja a lo de las
Islas.
En los capítulos precedentes dije cómo yo me quedaba
en Tesuico con trecientos hombres y los trece bergantines porque, en
sabiendo que las guarniciones estaban en los lugares donde habían de
asentar sus reales, yo me embarcase y diese una vista a la cibdad e
ficiese algun daño en las canoas. Y aunque yo deseaba mucho irme por la
tierra por dar orden en los reales, como los capitanes eran personas de
quien se podía muy bien fiar lo que tenían entre manos y lo de los
bergantines importaba mucha importancia y se requería grand concierto y
cuidado, determiné de me meter en ellos porque la más aventura y ries
go era la que se esperaba por el agua, y aunque por las personas
prencipales de mi compañía me fue requerido en forma que me fuese con
las guarniciones, porque ellos pensaban que ellas llevaban lo más
peligroso. Y otro día después de la fiesta de Corpus Christi, viernes,
al cuarto del alba fice salir de Tesuico a Gonzalo de Sandoval,
alguacil mayor, con su gente y que se fuese derecho a la cibdad de
Yztapalapa, que estaba de allí seis leguas pequeñas. Y a poco más de
mediodía llegaron a ella y comenzaron a quemarla y a pelear con la
gente della, y como vieron el grand poder que el alguacil mayor
llevaba, porque iban con él más de treinta y cinco o cuarenta mill
hombres nuestros amigos, acogéronse al agua en sus canoas. Y el
alguacil mayor con toda la gente que llevaba se aposentó en aquella
cibdad y estuvo en ella aquel día esperando lo que yo le había de
mandar y me suscedía.
Como hobe despachado al alguacil mayor luego me metí
en los bergantines y nos hecimos a la vela y al remo, y al tiempo que
el alguacil mayor combatía y quemaba la cibdad de Yztapalapa llegamos a
vista de un cerro grande y fuerte que está cerca de la dicha cibdad y
todo en el agua. Conoscieron que yo entraba ya por la laguna, y el
dicho cerro estaba muy fuerte y había mucha gente en él ansí de los
pueblos de alderredor del agua como de Temixtitán, porque ya ellos
sabían que el primer recuentro había de ser con los de Yztapalapa y
estaban allí para defensa suya y para nos ofender si pudiesen. Y como
vieron llegar la flota comenzaron a apellidar y a hacer grandes
ahumadas, porque todas las cibdades de las lagunas lo supiesen y
estuviesen apercebidas. Y aunque mi motivo era ir a combatir la parte
de la cibdad de Yztapalapa que está en el agua, revolvimos sobre aquel
cerro y peñol y salté en él con ciento y cincuenta hombres, y aunque
era muy agro y alto con mucha dificultad le comenzamos a subir y por
fuerza les ganamos las albarradas que en lo alto tenían hechas para su
defensa, y entrá moslos de tal manera que ninguno dellos se escapó
expceto las mujeres y niños. Y en este combate me hirieron veinte y
cinco españoles, pero fue muy hermosa vitoria.
Como los de Yztapalapa habían hecho ahumadas desde
unas torres de ídolos que estaban en un cerro muy alto junto a su
cibdad, los de Temixtitán y de las otras cibdades que están en el agua
conoscieron que yo entraba ya por la laguna con los bergantines, y de
improviso juntóse tan grand flota de canoas para nos venir acometer y a
tentar qué cosa eran los bergantines, y a lo que pudimos juzgar pasaban
de quinientas canoas. Y como yo vi que traían su derrota derecha a
nosotros, yo y la gente que habíamos saltado en aquel cerro grande nos
embarcamos a mucha priesa y mandé a los capitanes de los bergantines
que en ninguna manera se moviesen, porque los de las canoas se
determinasen a nos acometer y creyesen que nosotros de temor no
osábamos salir a ellos. Y así comenzaron con mucho ímpetu de caminar su
flota hacia nosotros, pero a obra de dos tiros de ballesta reparáronse
y estuvieron quedos. Y como yo deseaba mucho que el primer recuentro
que con ellos hobiésemos fuese de mucha vitoria y se hiciese de manera
que ellos cobrasen mucho temor de los bergantines, porque la llave de
toda la guerra estaba en ellos y donde ellos podían rescebir más daño y
aun nosotros también era por el agua, plugo a Nuestro Señor que,
estándonos mirando los unos a los otros, vino un viento de la tierra
muy favorable para embestir con ellos, y luego mandé a los capitanes
que rompiesen por la flota de las canoas y siguiesen tras ellos fasta
los encerrar en la cibdad de Temixtitán. Y como el viento era muy
bueno, aunque ellos huían cuanto podían, embestimos por medio dellos y
quebramos infinitas canoas y matamos y ahogamos muchos de los enemigos,
que era la cosa del mundo más para ver. Y en este alcance los seguimos
bien tres leguas grandes fasta los encerrar en las casas de la cibdad,
y así plugo a Nuestro Señor de nos dar mayor y mejor victoria que
nosotros habíamos pedido y deseado.
Los de la guarnición de Cuyoacan, que podían mejor
que los de la cibdad de Tacuba ver cómo veníamos con los bergantines,
como vieron todas las trece velas por el agua y que traíamos tan buen
tiempo y que desbaratábamos todas las canoas de los enemigos, segúnd
después me certificaron, fue la cosa del mundo de que más placer
hobieron y que más ellos deseaban. Porque, como he dicho, ellos y los
de Tacuba tenían muy grand deseo de mi venida y con mucha razón, porque
estaba la una guarnición y la otra entre tanta multitud de enemigos que
milagrosamente los animaba nuestro Señor y enflaquecía los ánimos de
los enemigos para que no se determinasen a los salir acometer a su
real, lo cual si fuera, no pudiera ser menos de rescebir los españoles
mucho daño, aunque siempre estaban muy apercebidos y determinados de
morir o ser vencedores como aquéllos que se hallan apartados de toda
manera de socorro salvo de aquél que de Dios esperaban. Así como los de
las guarniciones de Cuyoacan nos vieron seguir, las canoas tomaron su
camino y los más de caballo y de pie que allí estaban para la cibdad de
Temixtitán, y pelearon muy reciamente con los indios que estaban en la
calzada y les ganaron las albarradas que tenían hechas y les tomaron y
pasaron a pie y a caballo muchas puentes que tenían quitadas. Y con el
favor de los bergantines que iban cerca de la calzada los indios de
Tascaltecal nuestros amigos y los españoles seguían a los enemigos, y
dellos mataban y dellos se echaron al agua de la otra parte de la
calzada por do no iban los bergantines. Así fueron con esta vitoria más
de una grand legua por la calzada hasta llegar donde yo había parado
con los bergantines, como abajo haré relación.
Como los bergantines fuimos bien tres leguas dando
caza a las canoas, las que se nos escaparon allegáronse entre las casas
de la cibdad, y como era ya después de vísperas mandé recoger los
bergantines y llegamos con ellos a la calzada. Y allí determiné de
saltar en tierra con treinta hombres por les ganar unas dos torres de
sus ídolos pequeñas que estaban cercadas con su cerca baja de cal y
canto. Y como saltamos allí pelearon con nosotros muy reciamente por
nos las defender, y al fin con harto peligro y trabajo ganámoselas. Y
luego hice sacar en tierra tres tiros de hierro gruesos que yo traía, y
porque lo que restaba de la calzada desde allí a la cibdad, que era
media legua, estaba todo lleno de los enemigos y de la una parte y de
la otra de la calzada que era agua todo lleno de canoas con gente de
guerra, fice asentar el un tiro de aquéllos y tiró por la calzada
adelante y fizo mucho daño en los enemigos, y por descuido del
artillero en aquel mismo punto que tiró se nos quemó la pólvora que
allí teníamos, aunque era poca. Y luego esa noche proveí un bergantin
que fuese a Yztapalapa adonde estaba el alguacil mayor, que sería dos
leguas de allí, y que trujese toda la pólvora que había. Y aunque al
principio mi intención era luego que entrase con los bergantines irme a
Cuyoacan y dejar proveído cómo anduviesen a mucho recaudo haciendo todo
el más daño que pudiesen, como aquel día salté allí en la calzada y les
gané aquellas dos torres, determiné de asentar allí real y que los
bergantines se estuviesen allí junto a las torres, y que la mitad de la
gente de la guarnición de Cuyoacan y otros cincuenta peones de los del
alguacil mayor se viniesen allí otro día. Y proveído esto, aquella
noche estuvimos a mucho recaudo porque estábamos en grand peligro y
toda la gente de la cibdad acudía allí por la calzada y por el agua. Y
a media noche llega mucha multitud de gente en canoas y por la calzada
a dar sobre nuestro real, y cierto nos pusieron en grand temor y
rebato, en especial porque era de noche y nunca ellos a tal tiempo
suelen acometer ni se ha visto que de noche hayan peleado, salvo con
mucha sobra de vitoria. Y como nosotros estábamos muy apercebidos
comenzamos a pelear con ellos, y dende los bergantines, porque cada uno
traía un tiro pequeño de campo, comenzaron a soltarlos y los
ballesteros y escopeteros a hacer lo mismo, y desta manera no osaron
llegar más adelante ni llegaron tanto que nos hiciesen ningúnd daño, y
así nos dejaron lo que quedó de la noche sin nos acometer más.
Otro día en amaneciendo llegaron al real de la
calzada donde yo estaba quince ballesteros y escopeteros y cincuenta
hombres de espada y rodela y siete u ocho de caballo de la guarnición
de Cuyoacan. Y ya cuando ellos llegaron los de la cibdad en canoas y
por la calzada peleaban con nosotros, y era tanta la multitud que por
el agua y por la tierra no víamos sino gente, y daban tantas gritas y
alaridos que parescía que se hundía el mundo. Y nosotros comenzamos a
pelear con ellos por la calzada adelante y ganámosles una puente que
tenían quitada y una albarrada que tenían hecha a la entrada, y con los
tiros y con los de caballo hecimos tanto daño en ellos que casi los
encerramos hasta las primeras casas de la cibdad. Y porque de la otra
parte de la calzada como los bergantines no podían pasar andaban muchas
canoas y nos facían daño con flechas y varas que nos tiraban a la
calzada, hice romper un pedazo della junto a nuestro real e hice pasar
de la otra parte cuatro bergantines, los cuales como pasaron,
encerraron las canoas todas entre las casas de la cibdad en tal manera
que no osaban por ninguna vía salir a lo largo. Y por la otra parte de
la calzada los otros ocho bergantines peleaban con las canoas, y las
encerraron entre las casas y entraron por entre ellas aunque hasta
entonces no lo habían osado hacer porque había muchos bajos y estacas
que les estorbaban. Y como hallaron canales por donde entrar seguros,
peleaban con los de las canoas, y tomaron algunas dellas y quemaron
muchas casas del arrabal. Y aquel día todo despendimos en pelear de la
manera ya dicha.
Otro día siguiente el alguacil mayor con la gente
que tenía en Yztapalapa, así españoles como nuestros amigos, se partió
para Cuyoacan. Y dende allí para tierra firme viene una calzada que
tura obra de legua y media, y como el alguacil mayor comenzó a caminar,
a obra de un cuarto de legua llegó a una cibdad pequeña que tambien
está en el agua y por muchas partes della se puede andar a caballo. Y
los naturales de allí comenzaron a pelear con él, y él los desbarató y
mató muchos y les destruyó y quemó toda la cibdad. Y porque yo había
sabido que los indios habían rompido mucho de la calzada y la gente no
podía pasar bien, inviéles dos bergantines para que les ayudasen a
pasar, de los cuales hicieron puente por donde los peones pasaron, y
desque hobieron pasado se fueron a aposentar a Cuyoacan. Y el alguacil
mayor con diez de caballo tomó el camino de la calzada donde teníamos
nuestro real, y cuando llegó hallónos peleando, y él y los que venían
con él se apearon y comenzaron a pelear con los de la calzada con quien
nosotros andábamos revueltos. Y como el dicho alguacil mayor comenzó a
pelear los contrarios le atravesaron un pie con una vara, y aunque a él
y a otros algunos nos hirieron aquel día, con los tiros gruesos y con
las ballestas y escopetas hecimos mucho daño en ellos, en tal manera
que ni los de las canoas ni los de la calzada no osaban llegarse tanto
a nosotros y mostraban más temor y menos orgullo que solían. Y desta
manera estuvimos seis días en que cada día teníamos combate con ellos y
los bergantines iban quemando alderredor de la cibdad todas las casas
que podían. Y descubrieron canal por donde podían entrar alderredor y
por los arrabales de la cibdad y llegar a lo grueso della, que fue cosa
muy provechosa e hizo cesar la venida de las canoas, que ya no osaba
asomar ninguna con un cuarto de legua a nuestro real.
Otro día Pedro de Alvarado, que estaba por capitán
de la gente que estaba en guarnición en Tacuba, me hizo saber cómo por
la otra parte de la cibdad, por una calzada que va a unas poblaciones
de la tierra firme y por otra pequeña que estaba junto a ella, los de
Temixtitán entraban y salían cuando querían, y que creía que viéndose
en aprieto, se habían de salir todos por allí. Aunque yo deseaba más su
salida que no ellos, porque muy mejor nos pudiéramos aprovechar dellos
en la tierra firme que no en la fortaleza grande que tenían en el agua,
pero porque estuviesen todos cercados y no se pudiesen aprovechar en
cosa ninguna de la tierra firme, aunque el alguacil mayor estaba herido
le mandé que fuese a asentar su real a un pueblo pequeño a do iba a
salir la una de aquellas dos calzadas, el cual se partió con veinte y
tres de caballo y cient peones y diez y ocho ballesteros y escopeteros
y me dejó otros cincuenta peones de los que yo traía en mi compañía. Y
en llegando, que fue otro día, asentó su real adonde yo le mandé, y
dende allí en delante la cibdad de Temixtitán quedó cercada por todas
las partes que por calzadas podían salir a la tierra firme.
Yo tenía, Muy Poderoso Señor, en el real de la
calzada ducientos peones españoles en que había veinte y cinco
ballesteros y escopeteros, éstos sin la gente de los bergantines, que
eran más de ducientos y cincuenta. Y como teníamos algo encerrados a
los enemigos y teníamos mucha gente de guerra de nuestros amigos,
determiné de entrar por la calzada a la cibdad todo lo más que pudiese
y que los bergantines al fin de la una parte y de la otra se estuviesen
para hacrnos espaldas. Y mandé que algunos de caballo y peones de los
que estaban en Cuyoacan se viniesen al real para que entrasen con
nosotros, y que diez de caballo se quedasen a la entrada de la calzada
haciendo espaldas a nosotros y a algunos que quedaban en Cuyoacan,
porque los naturales de las cibdades de Suchimilco y Culuacan e
Yztapalapa y Chilobusco y Mixicalcingo y Cuitaguacad y Mizque, que
están en el agua, estaban rebellados y eran en favor de los de la
cibdad. Y queriendo éstos tomarnos las espaldas, estábamos seguros con
los diez o doce de caballo que yo mandaba andar por la calzada y otros
tantos que siempre estaban en Cuyoacan y más de diez mill indios
nuestros amigos. Ansimesmo mandé al alguacil mayor y a Pedro de
Alvarado que por sus estancias acometiesen aquel día a los de la
cibdad, porque yo quería por mi parte ganalles todo lo que más pudiese.
Y ansí salí por la mañana del real y seguimos a pie por la calzada
adelante y luego hallamos los enemigos en defensa de una quebradura que
tenían hecha en ella tan ancha como una lanza y otro tanto de hondura,
y en ella tenían hecha una albarrada. Y peleamos con ellos y ellos con
nosotros muy valientemente y al fin se la ganamos, y seguimos por la
calzada adelante hasta llegar a la entrada de la cibdad donde estaba
una torre de sus ídolos y al pie della una puente muy grande alzada y
por ella atravesaba una calle de agua muy ancha con otra muy fuerte
albarrada. Y como llegamos comenzaron a pelear con nosotros, pero como
los bergantines estaban de la una parte y de la otra ganámosela sin
peligro, lo cual fuera imposible sin ayuda dellos. Y como comenzaron a
desamparar el albarrada, los de los bergantines saltaron en tierra y
nosotros pasamos el agua y también los de Tascaltecal y Guaxocingo y
Calco y Tesuico, que eran más de ochenta mill hombres. Y entretanto que
cegábamos con piedra y adobes aquella puente los españoles ganaron otra
albarrada que estaba en la calle que es la prencipal y más ancha de
toda la cibdad, y como aquélla no tenía agua fue muy facil de ganar. Y
siguieron el alcance tras los enemigos por la calle adelante hasta
llegar a otra puente que tenían alzada salvo una viga ancha por donde
pasaban, y puestos por ella y por el agua en salvo, quitáronla de
presto. Y de la otra parte de la puente tenían hecha otra grande
albarrada de barro y adobes, y como llegamos a ella y no podimos pasar
sin echarnos al agua y esto era muy peligroso los enemigos peleaban muy
valientemente, y de la una parte y de la otra de la calle había
infinitos dellos peleando con mucho corazón desde las azoteas. Y como
se llegaron copias de ballesteros y esco peteros y tirábamos con dos
tiros por la calle adelante hacíamosles mucho
daño, y como lo conoscimos ciertos españoles se lanzaron al agua y
pasaron de la otra parte, y turó en ganarse más de dos horas. Y como
los enemigos los vieron pasar, desampararon el albarrada y las azoteas
y pónense en huida por la calle adelante, y así pasó toda la gente. Y
yo hice luego comenzar a cegar aquella puente y desfacer el albarrada,
y entretanto los españoles y los indios nuestros amigos siguieron el
alcance por la calle adelante bien dos tiros de ballesta hasta otra
puente que está junto a la plaza de los prencipales aposentamientos de
la cibdad. Y esta puente no la tenían quitada ni tenían hecha albarrada
en ella porque ellos no pensaron que aquel día se les ganara ninguna
cosa de lo que se les ganó ni aun nosotros pensamos que fuera la mitad.
Y a la entrada de la plaza asestóse un tiro y con él rescebían mucho
daño los enemigos, que eran tantos que no cabían en ella. Y los
españoles como vieron que allí no había agua, de donde se suele
rescebir peligro, determinaron de les entrar la plaza, y como los de la
cibdad vieron su determinación puesta en obra y vieron mucha multitud
de nuestros amigos y aunque dellos sin nosotros no tenían ningúnd
temor, vuelven las espaldas, y los españoles y nuestros amigos dan en
pos dellos hasta los encerrar en el circuito de sus ídolos, el cual es
cercado de cal y canto. Y como en la otra relación se habrá visto,
tiene tan grand circuito como una villa de cuatrocientos vecinos. Y
este fue luego desamparado dellos, y los españoles y nuestros amigos se
lo ganaron y estuvieron en él y en las torres un buen rato. Y como los
de la cibdad vieron que no había gente de caballo, volvieron sobre los
españoles y por fuerza los echaron de las torres y del patio y
circuito, en que se vieron en muy grande aprieto y peligro. Y como iban
más que retrayéndose, hicieron rostro debajo de los portales del patio,
y como los aquejaban tan reciamente, los desampararon y se retrujeron a
la plaza y de allí los echaron por fuerza hasta los meter por la calle
adelante, en tal manera que el tiro que allí estaba lo desampararon. Y
los españoles como no podían sufrir la fuerza de los enemigos se
retrajeron con mucho peligro, el cual de hecho rescebieran, sino que
plugo a Dios que en aquel punto llegaron tres de caballo y entran por
la plaza adelante, y como los enemigos los vieron creyeron que eran más
y comienzan a huir, y mataron algunos dellos y ganáronles el patio y
circuito que arriba dije. Y en la torre más prencipal y alta dél, que
tiene ciento y tantas gradas hasta llegar a lo alto, ficiéronse fuertes
allí diez o doce indios prencipales de los de la cibdad, y cuatro o
cinco españoles subiérongela por fuerza, y aunque ellos se defendían
bien gela ganaron y los mataron a todos. Y después vinieron otros cinco
o seis de caballo, y ellos y los otros echaron una celada en que
mataron más de treinta de los enemigos. Y como ya era tarde yo mandé
recoger la gente y que se retrujesen, y al retraer cargaba tanta
multitud de los enemigos que si no fuera por los de caballo fuera
imposible no rescebir mucho daño los españoles, pero como todos
aquellos malos pasos de la calle y calzada donde se esperaba el peligro
al tiempo del retraer yo los tenía muy bien adreszados y adobados y los
de caballo podían por ellos muy bien entrar y salir; y como los
enemigos venían dando en nuestra retroguarda los de caballo revolvían
sobre ellos, que siempre alanceaban o mataban algunos; y como la calle
era muy larga, hobo lugar de facerse esto cuatro o cinco veces. Y
aunque los enemigos vían que rescebían daño venían los perros tan
rabiosos que en ninguna manera los podíamos detener ni que nos dejasen
de seguir, y todo el día se gastara en esto, sino que ya ellos tenían
tomadas muchas azoteas que salen a la calle y los de caballo rescebían
a esta causa mucho peligro, y ansí nos fuemos por la calzada adelante a
nuestro real sin peligrar ningúnd español, aunque hobo algunos heridos.
Y dejamos puesto fuego a las más y mejores casas de aquella calle,
porque cuando otra vez entrásemos dende las azoteas no nos hiciesen
daño. Este mismo día el alguacil mayor y Pedro de Alvarado pelearon
cada uno por su estancia muy reciamente con los de la cibdad, y al
tiempo del combate estaríamos los unos de los otros a legua y media y a
una legua, porque se estiende tanto la población de la cibdad que aun
diminuyo la distancia que hay. Y nuestros amigos que estaban con ellos,
que eran infinitos, pelearon muy bien y se retrujeron aquel día sin
rescebir ningúnd daño.
En este comedio don Hernando, señor de la cibdad de
Tesuico y provincia de Aculuacan de que arríba he hecho relación a
Vuestra Majestad, procuraba de traer a todos los naturales de su
provincia y cibdad, especialmente los prencipales, a nuestra amistad,
porque aún no estaban tan confirmados en ella como después lo
estuvieron. Y cada día venían al dicho don Fernando muchos señores y
hermanos suyos con determinación de ser en nuestro favor y pelear con
los de Mésico y Temixtitán. Y como don Hernando era mochacho y tenía
mucho amor a los españoles y conoscía la merced que en nombre de
Vuestra Majestad se le había hecho en darle tan grande señorío,
habiendo otros que le precedían en el derecho dél, trabajaba cuanto le
era posible cómo todos sus vasallos viniesen a pelear con los de la
cibdad y ponerse en los peligros y trabajos que nosotros. Y habló con
sus hermanos, que eran seis o siete, todos mancebos bien dispuestos, y
díjoles que les rogaba que con toda la gente de su señorío viniesen a
me ayudar. Y a uno dellos, que se llama Ystrisuchil, que es de edad de
veinte y tres o veinte y cuatro años, muy esforzado, amado y temido de
todos, invióle por capitán. Y llegó al real de la calzada con más de
treinta mill hombres de guerra muy bien adrezados a su manera, y a los
otros dos reales irían otros veinte mill. Y yo los rescebí alegremente
agradeciéndoles su voluntad y obra. Bien podrá Vuestra Cesárea Majestad
considerar si era buen socorro y buena amistad la de don Fernando y lo
que sinterían los de Temixtitán en ver venir contra ellos a los que
ellos tenían por vasallos y por amigos y parientes y hermanos y aun
padres e hijos.
Dende a dos días el combate de la cibdad se dio,
como arriba he dicho. Y venida ya esta gente en nuestro socorro, los
naturales de la cibdad de Suchimilco, que está en el agua, y ciertos
pueblos de utumíes, que es gente serrana y de más copia que los de
Suchimilco y eran esclavos del señor de Timistitán, se vinieron a
ofrescer y dar por vasallos de Vuestra Majestad rogándome que les
perdonase la tardanza. Y yo los rescebí muy bien y folgué mucho con su
venida, porque si algúnd daño podían rescebir los de Cuyoacan era de
aquéllos. Como por el real de la calzada donde yo estaba habíamos
quemado con los bergantines muchas casas de los arrabales de la cibdad
y no osaba asomar canoa ninguna por todo aquello, parescióme que para
nuestra seguridad bastaba tener en torno de nuestro real siete
bergantines, y por eso acordé de inviar al real del alguacil mayor y al
de Pedro de Alvarado cada tres bergantines. Y encomendé mucho a los
capitanes dellos que porque por la parte de aquellos dos reales los de
la cibdad se aprovechaban mucho de la tierra en sus canoas y metían
agua y frutas y maíz y otras vituallas, que corriesen de noche y de día
los unos y los otros del un real al otro, y que demás desto
aprovecharían mucho para hacer espaldas a la gente de los reales todas
las veces que quisiesen entrar a combatir la cibdad. Y así se fueron
estos seis bergantines a los otros reales, que fue cosa nescesaria y
provechosa, porque cada día y cada noche hacían con ellos saltos
maravillosos y tomaban muchas canoas y gente de los enemigos.
Proveído esto y venida en nuestro socorro y de paz
la gente de que arriba he fecho mención, habléles a todos y díjeles
cómo yo determinaba de entrar a combatir la cibdad dende a dos días,
por tanto, que todos viniesen para entonces muy a punto de guerra y que
en aquello conoscería si eran nuestros amigos, y ellos prometieron de
lo complir ansí. Y otro día fice adreszar y apercebir la gente y
escribí a los reales y bergantines lo que tenía acordado y lo que
habían de hacer. Otro día por la mañana, después de haber oído misa e
informados los capitanes de lo que habían de facer, yo salí de nuestro
real con quince o veinte de caballo y trecientos españoles y con todos
nuestros amigos, que era infinita gente. Y yendo por la calzada
adelante, a tres tiros de ballesta de real estaban ya los enemigos
esperándonos con muchos alaridos, y como en los tres días antes no se
les había dado combate habían desfecho cuanto habíamos cegado del agua,
y teníanlo muy más fuerte y peligroso de ganar que de antes. Y los
bergantines llegaron por la una parte y por la otra de la calzada, y
como con ellos se podían llegar muy cerca de los enemigos con los tiros
y escopetas y ballestas hacíanles mucho daño, y conosciéndolo, saltan
en tierra y ganan el albarrada y puente. Y comenzamos a pasar de la
otra parte y dar en pos de los enemigos, los cuales luego se
fortalecían en las otras puentes y albarradas que tenían hechas, las
cuales aunque con más trabajo y peligro que la otra vez les ganamos, y
les echamos de toda la calle y de la plaza de los aposentamientos
grandes de la cibdad. Y de allí mandé que no pasasen los españoles,
porque yo con la gente de nuestros amigos andaba cegando con piedra y
adobes toda el agua, que era tanto de hacer que aunque para ello
ayudaban más de diez mill indios, cuando se acabó de adreszar era ya
hora de vísperas. Y en todo este tiempo siempre los españoles y
nuestros amigos andaban peleando y escaramuzando con los de la cibdad y
echándoles celadas en que murieron muchos dellos. Y yo con los de
caballo anduve un rato por la cibdad y alanceábamos por las calles do
no había agua los que alcanzábamos, de manera que los teníamos
retraídos y no osaban llegar a lo firme. Viendo que éstos de la cibdad
estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse,
colegí dello dos cosas: la una, que habíamos de haber poca o ninguna de
la riqueza que nos habían tomado; y la otra, que daban ocasión y nos
forzaban a que totalmente los destruyésemos. Y desta postrera tenía más
sentimiento y me pesaba en el alma, y pensaba qué forma ternía para los
atemorizar de manera que viniesen en conoscimiento de su yerro y del
daño que podían rescebir de nosotros. Y no hacía sino quemalles y
derrocalles las torres de sus ídolos y sus casas, y porque lo sintiesen
más este día fice poner fuego a estas casas grandes de la plaza donde
la otra vez que nos echaron de la cibdad los españoles y yo estábamos
aposentados - que eran tan grandes que un príncipe con más de
seiscientas personas de su casa y servicio se podía aposentar en ellas
- y otras que estaban junto a ellas, que aunque algo menores eran muy
más frescas y gentiles y tenía en ellas Muteezuma todos los linajes de
aves que en estas partes había. Y aunque a mí me pesó mucho dello,
porque a ellos les pesaba mucho más determiné de las quemar, de que los
enemigos mostraron harto pesar y también los otros sus aliados de las
cibdades de la laguna, porque éstos ni otros nunca pensaron que nuestra
fuerza bastara a les entrar tanto en la cibdad, y esto les puso harto
desmayo. Puesto fuego a estas casas, porque ya era tarde recogí la
gente para nos volver a nuestro real. Y como los de la cibdad veían que
nos retraíamos cargaban infenitos dellos y venían con mucho ímpitu
dándonos en la retroguarda, y como toda la calle estaba buena para
correr los caballos volvíamos sobre ellos y alanceábamos de cada vuelta
muchos dellos, y por eso no nos dejaban de nos venir dando grita a las
espaldas. Este día sintieron y mostraron mucho desmayo, especialmente
viendo entrar por su cibdad quemándola y destruyéndola y peleando con
ellos los de Tesuico y Calco y de Suchimilco y los otumíes, y
nombrándose cada uno de dónde era; y por otra parte los de Tascaltecal,
que ellos y los otros les mostraban los de su cibdad hechos pedazos,
diciéndoles que los habían de cenar aquella noche y almorzar otro día,
como de hecho lo hacían. Y así nos venimos a nuestro real a descansar,
porque aquel día habíamos trabajado mucho. Y los siete bergantines que
yo tenía entraron aquel día por las calles del agua de la cibdad y
quemaron mucha parte della. Los capitanes de los otros reales y los
seis bergantines pelearon muy bien aquel día, y de lo que les acaesció
me pudiera muy bien alargar, y por evitar prolejidad lo dejo, más de
que con vitoria se retrujeron a sus reales sin rescebir peligro
ninguno.
Otro día siguiente luego por la mañana, después de
haber oído misa, torné a la cibdad por la misma orden con toda la
gente, porque los contrarios no tuviesen lugar de descegar las puentes
y hacer las albarradas. Y por bien que madrugamos, de las tres partes y
calles de agua que atraviesan la calle que va del real fasta las casas
grandes de la plaza las dos dellas estaban como los días antes, que
fueron muy recias de ganar, y tanto que duró el combate desde las ocho
horas fasta la una después de mediodía, en que se gastaron casi todas
las saetas, almacén y pelotas que los ballesteros y escopeteros
llevaban. Y crea Vuestra Majestad que era sin comparación el peligro en
que nos víamos todas las veces que les ganábamos estas puentes, porque
para ganarlas era forzado echarse a nado los españoles y pasar de la
otra parte, y esto no podían ni osaban facer muchos porque a
cuchilladas y a botes de lanza resistían los enemigos que no saliesen a
la otra parte. Pero como ya por los lados no tenían azoteas de donde
nos hiciesen daño y desta otra parte los asaeteábamos – porque
estábamos los unos de los otros un tiro de herradura – y los españoles
tomaban de cada día mucho más ánimo y determinaban de pasar, y también
porque vían que mi determinación era aquélla y que cayendo o levantando
no se había de hacer otra cosa, parescerá a Vuestra Majestad que pues
tanto peligro rescebíamos en el ganar destas puentes y albarradas, que
éramos negligentes, ya que las ganábamos, [en] no las sostener, por no
tornar cada día de nuevo a nos ver en tanto peligro y trabajo, que sin
duda era grande. Y cierto así parescerá a los absentes, pero sabrá
Vuestra Majestad que en ninguna manera se podía facer,porque para
ponerse así en efeto se requería dos cosas: o que el real pasáramos
allí a la plaza y circuito de las torres de los ídolos, o que gente
guardaran las puentes de noche. Y de lo uno y de lo otro se rescibiera
grand peligro y había posibilidad para ello, porque teniendo el real en
la cibdad cada noche y cada hora, como ellos eran muchos y nosotros
pocos nos dieran mill rebatos y pelearan con nosotros y fuera el
trabajo incomportable y podían darnos por muchas partes. Pues guardar
las puentes gente de noche, quedaban los españoles tan cansados de
pelear el día que no se podía sufrir poner gente en guarda dellos, y a
esta causa nos era forzado ganarlas de nuevo cada día que entrábamos en
la cibdad. Aquel día, como se tardó mucho en ganar aquellas puentes y
en las tornar a cegar no hobo lugar de hacer más, slavo que por otra
calle prencipal que va a dar a la cibdad de Tacuba se ganaron otras dos
puentes y se cegaron y se quemaron muchas y buenas casas de aquella
calle. Y con esto se llegó la tarde y hora de retraernos, donde
recebíamos siempre poco menos peligro que en el ganar de las puentes,
porque en viéndonos retraer era tan cierto cobrar los de la cibdad
tanto esfuerzo que no parescía sino que habían habido toda la vitoria
del mundo y que nosotros íbamos huyendo. Y para este retraer era
nescesario estar las puentes bien cegadas y lo cegado igual al suelo de
las calles, de maners que los de caballo pudiesen li bremente correr a
una parte y a otra. Y así en el retraer, como ellos venían tan golosos
tras nosotros algunas veces fingíamos ir huyendo y revolvíamos los de
caballo sobre ellos y siempre tomábamos doce o trece de aquellos más
esforzados, y con esto y con algunas celadas que siempre les echábamos
continuo llevaban lo peor. Y cierto verlo era cosa de admiración,
porque por más notorio que les era el mal y daño que al retraer de
nosotros rescebían, no dejaban de nos seguir hasta nos ver salidos de
la cibdad. Y con esto nos volvimos a nuestro real. Y los capitanes de
los otros reales nos hicieron saber cómo aquel día les había suscedido
muy bien y habían muerto mucha gente por la mar y por la tierra. Y el
capitán Pedro de Alvarado, que estaba en Tacuba, me escribió que había
ganado dos o tres puentes, porque como era en la calzada que sale del
mercado de Temixtitán a Tacuba y los tres bergantines que yo le había
dado podían llegar por la una parte a zabordar en la mesma calzada, no
había tenido tanto peligro como los días pasados. Y por aquella parte
de Pedro de Alvarado había más puentes y más quebradas en la calzada,
aunque había menos azoteas que por las otras partes.
En todo este tiempo los naturales de Yztapalapa y
Oichilobuzco y Mexicacingo y Culuacan y Mezquique y Cuitaguaca, que,
como he fecho relación, están en la laguna dulce, nunca habían querido
venir de paz ni tampoco en todo este tiempo habíamos rescebido ningúnd
daño dellos. Y como los de Calco eran muy leales vasallos de Vuestra
Majestad y vían que nosotros teníamos bien que hacer con los de la
grand cibdad, juntáronse con otras poblaciones que están alrededor de
las lagunas y hacían todo el daño que podían a aquéllos del agua. Y
ellos viendo cómo de cada día habíamos vitoria contra los de Temixtitán
y por el daño que rescebían y podrían rescebir de nuestros amigos
acordaron de venir, y llegaron a nuestro real y rogáronme que les
perdonase lo pasado y que mandase a los de Calco y a los otros sus
vecinos que no les hiciesen mas daño. Y yo les dije que me placía y que
no tenía enojo dellos salvo de los de la cibdad, y que para que creyese
que su amistad era verdadera, que les rogaba que porque mi
determinación era de no levantar el real hasta tomar por paz o por
guerra a los de la cibdad y ellos tenían muchas canoas para me ayudar,
que hiciesen apercebir todas las que pudiesen con toda la más gente de
guerra que en sus poblaciones había para que por el agua viniesen en
nuestra ayuda de ahí en delante. Y también les rogaba que porque los
españoles tenían pocas y ruines chozas y era tiempo de muchas aguas,
que hiciesen en el real todas las más casas que pudiesen y que trujesen
canoas para traer adobes y madera de las casas de la cibdad que estaban
más cercanas al real. Y ellos dijeron que las canoas y gente de guerra
estaban apercebidas para cada día. Y en el facer de las casas sirvieron
tan bien que de una parte y de la otra de las dos torres de la calzada
donde yo estaba aposentado hicieron tantas que dende la primera casa
hasta la postrera había más de tres o cuatro tiros de ballesta. Y vea
Vuestra Majestad qué tan ancha puede ser la calzada que va por lo más
hondo de la laguna que de la una parte y de la otra iban estas casas y
quedaba en medio hecha calle, que muy a placer a pie y a caballo íbamos
y veníamos por ella. Y había a la continua en el real con españoles e
indios que les servían más de dos mill personas, porque toda la otra
gente de guerra nuestros amigos se aposentaban en Cuyoacan, que está
legua y media del real. Y también éstos destas poblaciones nos proveían
de algunos mantenimientos de que teníamos harta nescesidad,
especialmente de pescado y de cerezas, que hay tantas que pueden
bastecer en cinco o seis meses del año que turan a doblada gente de la
que en esta tierra hay.
Como dos o tres días arreo habíamos entrado por la
parte de nuestro real en la cibdad - sin otras tres o cuatro que
habíamos entrado - y siempre habíamos vitoria contra los enemigos y con
los tiros y ballestas y escopetas matábamos infinitos, pensábamos que
de cada hora se movieran a nos acometer con la paz, la cual deseábamos
como a la salvación. Y ninguna cosa nos aprovechaba para los atraer a
este propósito, y por los poner en más nescesidad y ver si los podría
constreñir de venir a la paz propuse de entrar en la cibdad cada día y
combatíles con la gente que llevaba por tres o cuatro partes. Y fice
venir toda la gente de aquellas cibdades del agua en sus canoas y aquel
día por la mañana había en nuestro real más de cient mill hombres
nuestros amigos, y mandé que los cuatro bergantines con la mitad de
canoas, que serían fasta mill y quinientas, fuesen por la una parte y
que los tres con otras tantas que fuesen por otra y corriesen todo lo
más de la cibdad en torno y quemasen y ficiesen todo el más daño que
pudiesen. Y yo entré por la calle prencipal adelante y fallámosla toda
desembarazada fasta las casas grandes de la plaza, que ninguna de las
puentes estaba abierta, y pasé adelante a la calle que va a salir a
Tacuba en que había otras seis o siete puentes. Y de allí proveí que un
capitán entrase por otra calle con sesenta o setenta hombres y seis de
caballo fuesen a las espaldas para los asegurar, y con ellos iban más
de diez o doce mill indios nuestros amigos, y mandé a otro capitán que
por otra calle ficiese lo mismo. Y yo con la gente que me quedaba seguí
por la calle de Tacuba adelante y ganamos tres puentes, las cuales se
cegaron, y dejamos para otro día las otras porque era tarde y se
pudiesen mejor ganar , porque yo deseaba mucho que toda aquella calle
se ganase porque la gente del real de Pedro de Alvarado se comunicase
con la nuestra y pasasen del un real al otro y los bergantines ficiesen
lo mesmo. Y este día fue de mucha vitoria así por el agua como por la
tierra, y hóbose mucho despojo de los de la cibdad. En los reales del
alguacil mayor y Pedro de Alvarado se hobo también mucha vitoria.
Otro día siguiente volví a entrar en la cibdad por
la orden que el día pasado, y diónos Dios tanta vitoria que por las
partes donde yo entraba con la gente no parescía que había ninguna
resistencia, y los enemigos se retraían tan reciamente que parescía que
les teníamos ganado las tres cuartas partes de la cibdad. Y también por
el real de Pedro de [Al]varado les daban mucha priesa, y sin duda el
día pasado y aquéste yo tenía por cierto que vinieran de paz, de la
cual yo siempre con vitoria y sin ella hacía todas las muestras que
podía, y nunca por esto en ellos hallábamos ninguna señal de paz. Y
aquel día nos volvimos al real con mucho placer, aunque no nos dejaba
de pesar en el alma por ver tan determinados de morir a los de la
cíbdad.
En estos días pasados Pedro de Alvarado había ganado
muchas puentes, y por las sustentar y guardar ponía velas de pie y de
caballo de noche en ellas, y la otra gente íbase al real que estaba
tres cuartos de legua de allí. Y porque este trabajo era incomportable
acordó de pasar el real al cabo de la calzada que va a dar al mercado
de Temixtitán, que es una plaza harto mayor que la de Salamanca y toda
cercada de portales a la redonda. Y para llegar a ella no le faltaban
de ganar sino otras dos o tres puentes, pero eran muy anchas y
pelígrosas de ganar, y así estuvo algunos días que siempre peleaba y
había vitoria. Y aquel día que digo en el capítulo antes déste, como
vía que los enemigos mostraban flaqueza y que por donde yo estaba les
daba muy continuos y recios combates, cebóse tanto en el sabor de la
vitoria y de las muchas puentes y albarradas que les había ganado que
determinó de les pasar y ganar una puente en que había más de sesenta
pasos desfechos de la calzada, todo de agua de hondura de estado y
medio y dos. Y como acometieron aquel mesmo día y los bergantines
ayudaron mucho pasaron el agua y ganaron la puente y siguen tras los
enemigos que iban puestos en huida. Y Pedro de Alvarado daba mucha
priesa en que se cegase aquel paso porque pasasen los de caballo y
también porque cada día por escrito y por palabra le amonestaba que no
ganase un palmo de tierra sin que quedase muy seguro para entrar y
salir los de caballo, porque éstos facían la guerra. Y como los de la
cibdad vieron que no había más de cuarenta o cincuenta españoles de la
otra parte y algunos amigos nuestros y que los de caballo no podían
pasar, revuelven sobre ellos tan de súpito que los ficieron volver las
espaldas y echar al agua, y tomaron vivos tres o cuatro españoles que
luego fueron a sacrificar y mataron algunos amigos nuestros. Y al fin
Pedro de Alvarado se retrajo a su real. Y como aquel día yo llegué al
nuestro y supe lo que le había acaescido fue la cosa del mundo que más
me pesó, porque era ocasión de dar esfuerzo a los enemigos y creer que
en ninguna manera les osaríamos entrar. La cabsa porque Pedro de
Alvarado quiso tomar aquel mal paso fue, como digo, ver que había
ganado mucha parte de la fuerza de los indios y que ellos mostraban
alguna flaqueza, y prencipalmente porque la gente de su real
importunaban que ganasen el mercado, porque aquél ganado, era toda la
cibdad casi tomada, y toda su fuerza y esperanza de los indios tenían
allí. Y como los del dicho real de Alvarado vían que yo continuaba
mucho los combates de la cibdad, creían que yo había de ganar primero
que ellos el dicho mercado, y como estaban más cerca dél que nosotros
tenían por caso de honra no le ganar primero, y por esto el dicho Pedro
de Alvarado era muy importunado. Y lo mesmo me acaescía a mí en nuestro
real, porque todos los españoles me ahincaban muy recio que por una de
tres calles que iban a dar al dicho mercado entrásemos, porque no
teníamos resistencia y ganado aquél, temíamos menos trabajo. Y yo
desimulaba por todas las vías que podía por no lo hacer aunque les
encubría la causa, y esto era por los inconvinientes y peligros que se
me representaban, porque para entrar en el mercado había infinitas
azoteas y puentes y calzadas rompidas, y en tal manera que cada casa
por donde habíamos de ir estaba hecha como isla en medio del agua.
Como aquella tarde que llegué al real supe del
desbarato de Pedro de Alvarado, otro día de mañana acordé de ir a su
real para le reprehender lo pasado y para ver lo que había ganado y en
qué parte había pasado el real, y para le avisar de lo que fuese más
nescesario para su seguridad y ofensa de los enemigos. Y como yo llegué
a su real sin duda me espanté de lo mucho que estaba metido en la
cibdad y de los malos pasos y puentes que les había ganado. Y visto, no
le imputé tanta culpa como antes parescía tener, y platicado cerca de
lo que había de hacer, yo me volví a nuestro real aquel día. Pasado
esto, yo fice algunas entradas en la cibdad por las partes que solía. Y
combatían los bergantines y canoas por dos partes y yo por la cibdad
por otras cuatro, y siempre habíamos vitoria y se mataba mucha gente de
los contrarios, porque cada día venía gente sin número en nuestro
favor. Y yo dilataba de me meter más adentro en la cibdad, lo uno por
ver si revocarían el propósito y dureza que los contrarios tenían; y lo
otro porque nuestra entrada no podía ser sin mucho peligro, porque
ellos estaban muy juntos y fuertes y muy determinados de morir. Y como
los españoles veían tanta dilación en esto y que había más de veinte
días que nunca dejaban de pelear, importunábanme en gran manera, como
arriba he dicho, que entrásemos y tomásemos el mercado, porque ganado,
a los enemigos les quedaba poco lugar por donde se defender; y que si
no se quisiesen dar, que de hambre y sed se morerían porque no tenían
qué beber sino agua salada de la laguna. Y como yo me escusaba, el
tesorero de Vuestra Majestad me dijo que todo el real afirmaba aquello
y que lo debía de hacer. Y a él y a otras personas de bien que allí
estaban les respondí que su propósito y deseo era muy bueno y que yo lo
deseaba más que nadie, pero que yo lo dejaba de hacer por lo que con
importunación me hacían decir, que era que aunque él y otras personas
lo hiciesen como buenos, como en aquello se ofrescía mucho peligro
habría otros que no lo hiciesen. Y al fin tanto me forzaron que yo
concedí que se haría en este caso lo que yo pudiese, concertándose
primero con la gente de los otros reales.
Otro día me junté con algunas personas prencipales
de nuestro real y acordamos de hacer saber al alguacil mayor y a Pedro
de Alvarado cómo otro día siguiente habíamos de entrar en la cibdad y
trabajar de llegar al mercado. Y escribíles lo que ellos habían de
hacer por la parte de Tacuba, y demás de lo escribir, para que mejor
fuesen informados inviéles dos criados míos para que les avisasen de
todo el negocio. Y la orden que habían de tener era que el alguacil
mayor se viniese con diez de caballo y cient peones y quince
ballesteros y escopeteros al real de Pedro de Alvarado y que en el suyo
quedasen otros diez de caballo; y que dejase concertado con ellos que
otro día que había de ser el combate se pusiesen en celada tras unas
casas y que hiciesen alzar todo el fardaje como que levantaban el real,
porque los de la cibdad saliesen tras dellos y la celada les diese en
las espaldas; y que el dicho alguacil mayor con los tres bergantines
que tenía y con los otros tres de Pedro de Alvarado ganase aquel paso
malo donde desbarataron a Pedro de Alvarado y diese mucha priesa en lo
cegar, y que pasasen adelante y que en ninguna manera se alejasen ni
ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y adreszado; y que si
pudiesen sin mucho riesgo y peligro ganar hasta el mercado, que lo
trabajasen mucho, porque yo habían de hacer lo mesmo; que mirasen que
aunque esto les inviaba a decir, no era para los obligar a ganar un
paso solo de que les pudiese venir algúnd desbarato o desmán. Y esto
les avisaba porque conoscía de sus personas que habían de poner el
rostro donde yo les dijese, aunque supiesen perder las vidas.
Despachados aquellos dos criados míos con este recabdo, fueron al real
y hallaron en él a los dichos alguacil mayor y a Pedro de Alvarado, a
los cuales significaron todo el caso segúnd que acá en nuestro real lo
teníamos concertado. Y porque ellos habían de combatir por sola una
parte y yo por muchas inviéles a decir que me inviasen setenta u
ochenta hom Page 394 missing partes. Y demás destos tres combates que
dábamos a los de la cibdad, era tanta la gente de nuestros amigos que
por las azoteas y por otras partes les entraban, que no parescía que
había cosa que nos pudiesen ofender. Y como les ganamos aquellas dos
puentes y albarradas y la calzada los españoles, nuestros amigos
siguieron por la calle adelante sin se les amparar cosa ninguna. Y yo
me quedé con obra de veinte españoles en una isleta que allí se hacía
porque vía que ciertos amigos nuestros andaban envueltos con los
enemigos y algunas veces los retraían hasta los echar al agua y con
nuestro favor revolvían sobre ellos. Y demás desto guardábamos que por
ciertas traviesas de calles los de la cibdad no saliesen a tomar las
espaldas a los españoles que habían seguido la calle adelante, los
cuales en esta sazón me inviaron a decir que habían ganado mucho y que
no estaban muy lejos de la plaza del mercado, que en todo caso querían
pasar adelante porque ya oían el combate que el alguacil mayor y Pedro
de Alvarado daban por su estancia. Y yo les invié a decir que en
ninguna manera diesen paso adelante sin que primero las puentes
quedasen muy bien ciegas, de manera que si tuviesen
nescesidad de se retraer el agua no les ficiese estorbo ni embarazo
alguno, pues sabían que en todo aquello estaba el peligro. Y ellos me
tornaron a decir que todo lo que habían ganado estaba bien reparado,
que fuese allí y lo vería si era así. Y yo con recelo que no se
desmandasen y dejasen ruin recabdo en el cegar de las puentes fue allá
y hallé que habían pasado una quebrada de la calle que era de diez o
doce pasos en ancho, y el agua que por ella pasaba era de hondura de
más de dos estados. Y al tiempo que la pasaron habían echado en ella
madera y cañas de carrizo, y como pasaban pocos a pocos y con tiento no
se había hundido la madera y cañas. Y ellos con el placer de la vitoría
íban tan embebecidos que pensaban que quedaba muy fijo, y al punto que
yo llegué a aquella puente de agua quitada vi que los españoles y
muchos de nuestros amigos venían puestos en muy grand huida y los
enemigos como perros dando en ellos. Y como yo vi tan grand desmán
comencé a dar voces: itener, tener! Y ya que yo estaba junto al agua ha
lléla toda llena de españoles e indios y de manera que no parescía que
en ella hobiesen echado una paja, y los enemigos cargaron tanto que
matando en los españoles se echaban al agua tras ellos. Y ya por la
calle del agua venían canoas de los enemigos y tomaban vivos los
españoles, y como el negocio fue tan de súpito y vi que me mataban la
gente, determiné de que darme allí y morir peleando. Y en lo que más
aprovechábamos yo y los otros que allí estaban conmigo era en dar las
manos a algunos tristes españoles que se ahogaban para que saliesen
afuera, y los unos salían heridos y los otros medio ahogados y otros
sin armas, e inviábalos que se fuesen adelante. Y ya en esto cargaba
tanta gente de los enemigos que a mí y a otros doce o quince que
conmigo estaban nos tenían por todas partes cercados. Y como yo estaba
muy metido en socorrer a los que se ahogaban, no miraba ni me acordaba
del daño que podía rescebir, y ya me venían a asir ciertos indios de
los enemigos, y me llevaran si no fuera por un capitán de cincuenta
hombres que yo traía siempre conmigo y por un mancebo de su compañía,
el cual después de Dios me dio la vida, y por dármela como valiente
hombre perdió allí la suya. En este comedio los españoles que salían
desbaratados íbanse por aquella calzada adelante, y como era pequeña y
angosta e igual a la agua -que los perros la habían hecho ansí de
industria - e iban por ella también desbaratados muchos de los nuestros
amigos, iba el camino tan embarazado y tardaban tanto en andar que los
enemigos tenían lugar de llegar por el agua de la una parte y de la
otra y tomar y matar cuantos querían. Y aquel capitán que estaba
conmigo, que se dice Antonio de Quiñones, díjome: "Vamos de aquí y
salvemos vuestra persona, pues sabéis que sin ella ninguno de nosotros
puede escapar". Y no podía acabar conmigo que me fuese de allí. Y como
esto vio asióme de los brazos para que diésemos la vuelta, y aunque yo
holgara más con la muerte que con la vida, por importunación de aquel
capitán y de otros compañeros que allí estaban nos comenzamos a retraer
peleando con nuestras espadas
y rodelas con los enemigos que venían heriendo en nosotros. Y en esto
llega un criado mío a caballo e hizo algúnd poquito de lugar, pero
luego dende una azotea baja le dieron una lanzada por la garganta, que
le hicieron dar la vuelta. Y estando en este tan grand conflito
esperando que la gente pasase por aquella calzadilla a ponerse en salvo
y nosotros deteniendo los enemigos, llegó un mozo mío con un caballo
para que cabalgase, porque era tanto el lodo que había en la cazaldilla
de los que entraban y salían por el agua que no había persona que se
pudiese tener, mayormente con los empellones que los unos y otros se
daban por salvarse. Y yo cabalgué, pero no para pelear, porque allí era
imposible poderse hacer a caballo, porque si pudiera ser antes de la
calzadilla en una isleta se habían hallado los ocho de caballo que yo
había dejado y no habían podido hacer menos de se volver por ella, y
aun la vuelta era tan peligrosa que dos yeguas en que iban dos criados
míos cayeron de aquella calzadilla en el agua, y la una mataron los
indios y la otra salvaron unos peones. Y otro mancebo criado mío que se
decía Cristóbal de Guzmán cabalgó en un caballo que allí en la isleta
le dieron para me lo llevar, en que me pudiese salvar. Y a él y al
caballo antes que a mí llegase mataron los enemigos, la muerte del cual
puso a todo el real en tanta tristeza que fasta hoy está reciente el
dolor de los que lo conoscían. Y ya con todos nuestros trabajos plugo a
Dios que los que quedamos salimos a la calle de Tacuba, que era bien
ancha. Y recogida la gente, yo con nueve de caballo me quedé en la
retroguarda, y los enemigos venían con tanta vitoria y orgullo que no
parescía sino que ninguno habían de dejar a vida. Y retrayéndome lo
mejor que pude, invié a decir al tesorero y al contador que se
retrujesen a la plaza con mucho concierto. Lo mesmo invié a decir a los
otros dos capitanes que habían entrado por la calle que iba al mercado.
Y los unos y los otros habían peleado valientemente y ganado muchas
albarradas y puentes que habían muy bien cegado, lo cual fue causa de
no rescebir daño al retraer. Y antes que [los d]el tesorero y contador
se retrujesen ya los de la cibdad por encima del albarrada donde
peleaban les habían echado dos o tres cabezas de cristianos, aunque no
supieron por entonces si eran de los del real de Pedro de Alvarado o
del nuestro. Y recogidos todos a la plaza, cargaba por todas partes
tanta gente de los enemigos sobre nosotros que teníamos bien que hacer
en los desviar, y por lugares y partes donde antes deste desbarato no
osaran esperar a tres de caballo y a diez peones. E incontinente en una
torre alta de sus ídolos que estaba allí junto a la plaza pusieron
muchos perfumes y sahumerios de unas gomas que hay en esta tierra, que
paresce mucho a anime, lo cual ellos ofrescen a sus ídolos en señal de
vitoria. Y aunque quisiéramos mucho estorbárselo no se pudo hacer,
porque ya la gente a más andar se iban hacia el real. En este desbarato
mataron los contrarios treinta y cinco o cuarenta españoles y más de
mill indios nuestros amigos, e hirieron más de veinte cristianos y yo
salí herido en una pierna. Perdióse el tiro pequeño de campo que
habíamos llevado y muchas ballestas y escopetas y armas. Los de la
cibdad, luego que hobieron la vitoria, por hacer desmayar al alguacil
mayor y Pedro de Alvarado, todos los españoles vivos y muertos que
tomaron los llevaron al Tatabulco, que es el mercado, y en unas torres
altas que allí estaban desnudos los sacrificaron y abrieron por los
pechos y les sacaron los corazones para ofrescer a los ídolos, lo cual
los españoles del real de Pedro de Alvarado pudieron ver bien de donde
peleaban, y en los cuerpos desnudos y blancos que vieron sacrificar
conoscieron que eran cristianos. Y aunque por ello hobieron grand
tristeza y desmayo, se retrajeron a su real, habiendo peleando aquel
día muy bien y ganado casi hasta el dicho mercado, el cual aquel día se
acabara de ganar si Dios, por nuestros pecados, no permitiera tan gran
desmán. Nosotros fuemos a nuestro real con grand tristeza algo más
temprano que los otros días nos solíamos retraer, y también porque nos
decían que los bergantines eran perdidos porque los de la cibdad con
las canoas nos tomaban las espaldas, aunque plugo a Dios que no fue
ansí, puesto que los bergantines y las canoas de nuestros amigos se
vieron en harto estrecho, y tanto que un bergantín se erró poco de
perder e hirieron al capitán y maestre dél. Y el capitán murió dende a
ocho días. Aquel día y la noche siguiente los de la cibdad hacían
muchos regocijos de bocinas y atabales, que parescía que se hundía el
mundo, y abrieron todas las calles y puentes del agua como de antes las
tenían y llegaron a poner sus fuegos y velas de noche a dos tiros de
ballesta de nuestro real. Y como todos salimos tan desbaratados y
heridos y sin armas, había nescesidad de descansar y rehacemos.
En este comedio los de la cibdad tuvieron lugar de
inviar sus mensajeros a muchas provincias a ellos subjetas a decir como
habían habido mucha vitoria y muerto muchos cristianos y que muy presto
nos acabarían, que en ninguna manera tratasen paz con nosotros. Y la
creencia que llevaban eran las dos cabezas de caballos que mataron y
otras algunas de los cristianos, las cuales anduvieron mostrando por
donde a ellos parescía que convenía, que fue mucha ocasión de poner en
más contumacia a los rebelados que de antes. Mas con todo, porque los
de la cibdad no tomasen más orgullo ni sintiesen nuestra flaqueza, cada
día algunos españoles de pie y de caballo con muchos de nuestros amigos
iban a pelear a la cibdad, aunque nunca podían ganar más de algunas
puentes de la primera calle antes de llegar a la plaza.
Dende a dos días del desbarato, que ya se sabía por
toda la comarca, los naturales de una población que se dice Quamaguaras
que eran subjetos a la cibdad y se habían dado por nuestros amigos
vinieron al real y dijéronme como los de la población de Marinalco, que
eran sus vecinos, les hacían mucho daño y les destruían su tierra, y
que agora se juntaban con los de la provincia de Coisco , que es
grande, y querían venir sobre ellos a los matar porque se habían dado
por vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos; y que decían que
después dellos destruidos, habían de venir sobre nosotros. Y aunque lo
pasado era tan de poco tiempo acaescido y teníamos nescesidad antes de
ser socorridos que de dar socorro, porque ellos me lo pedían con mucha
instancia determíné de se lo dar. Y aunque tuve mucha contradición y
decían que me destruía en sacar gente del real, despaché con aquéllos
que pedían socorro ochenta peones y díez de caballo con Andrés de
Tapia, capítán, al cual encomendé mucho que ficiese lo que más convenía
al servicio de Vuestra Majestad y nuestra seguridad, pues vía la
nescesi dad en que estábamos, y que en ir y volver no estuviese más de
diez días. Y él se partió, y llegado a una poblacíón pequeña que está
entre Marinalco y Coadnaoacad, halló a los enemigos que le estaban
esperando, y él con la gente de Coadnaoacad y con la que llevaba
comenzó su batalla en el campo. Y pelearon tan bien los nuestros que
desbarataron los enemigos y en el alcance los siguieron fasta los meter
en Marinalco, que está asentado en un cerro muy alto y donde los de
caballo no podían subir. Y viendo esto, destruyeron lo que estaba en el
llano y volviéronse a nuestro real con esta vitoria dentro de los diez
días. En lo alto desta población de Marinalco hay muchas fuentes de muy
buena agua, y es muy fresca cosa.
En tanto que este capitán fue y vino a este socorro,
algunos españoles de pie y de caballo, como he dicho, con nuestros
amigos entraban a pelear a la cibdad fasta cerca de las casas grandes
que están en la plaza. Y de allí no podían pasar, porque los de la
cibdad tenían abierta la calle de agua que está a la boca de la plaza y
estaba muy honda y ancha, y de la otra parte tenían una muy grande y
fuerte albarrada. Y allí peleaban los unos con los otros fasta que la
noche los despartió.
Un señor de la provincia de Tascaltecal que se dice
Chichimecatecle, de que atrás he fecho relación, que trujo la tablazón
que se hizo en aquella provincia para los bergantines, desde el
prencipio de la guerra residía con toda su gente en el real de Pedro de
Alvarado. Y como vía que por el desbarato pasado les españoles no
peleaban como solían, determinó sin ellos de entrar él con su gente a
combatir los de la cibdad. Dejando cuatrocientos flecheros de los suyos
a una puente quitada de agua bien peligrosa que ganó a los de la
cibdad, lo cual nunca acaescía sin ayuda nuestra, pasó adelante con los
suyos, y con mucha grita, apellidando y nombrando su provincia y señor,
pelearon aquel día muy reciamente, y hobo de una parte y de otra muchos
heridos y muchos y algunos muertos. Y los de la cibdad bien tenian
creído que los tenían asidos, porque como es gente que al retraer
aunque sea sin vitoria siguen con mucha determinación, pensaron que al
pasar del agua, donde suele ser cierto el peligro, se habían de vengar
muy bien dellos. Y para este efeto y socorro Chichimecatecle había
dejado junto al paso del agua los cuatrocientos flecheros. Y como ya se
venían retrayendo los de la cibdad cargaron sobre ellos muy de golpe, y
los de Tascaltecal echáronse al agua y con el favor de los flecheros
pasaron. Y los enemigos con la resistencia que en ellos fallaron se
quedaron y aun bien espantados de la osadía que había tenido
Chichitelaque.
Dende a dos días que los españoles vinieron de hacer
guerra a los de Marinalco, segúnd que Vuestra Majestad habrá visto en
los capítulos antes déste, llegaron a nuestro real diez indios de los
utumíes, que eran esclavos de los de la cibdad. Y como he dicho,
habíanse dado por vasallos de Vuestra Majestad y cada día venían en
nuestra ayuda a pelear. Y dijéronme cómo los señores de la provincia de
Matalcingo, que son sus vecinos, les facían guerra y les destruían su
tierra y les habían quemado un pueblo y llevádoles alguna gente, y que
venían destruyendo cuanto podían y con intención de venir a nuestros
reales y dar sobre nosotros porque los de la cibdad saliesen y nos
acabasen. Y a lo más desto dimos crédito, porque de pocos días a
aquella parte cada vez que entrábamos a pelear nos amenazaban con los
desta provincia de Matalcingo, de la cual aunque no teníamos mucha
noticia, bien sabíamos que era grande y que estaba veinte y dos leguas
de nuestros reales. Y en la queja que estos utumíes nos daban de
aquellos sus vecinos daban a entender que les diésemos socorro, y
aunque lo pedían en muy recio tiempo, confiando en el ayuda de Dios y
por quebrar algo las alas a los de la cibdad que cada día nos
amenazaban con éstos y mostraban tener esperanza de ser dellos
socorridos y este socorro de ninguna parte les podía venir si déstos
no, determiné de inviar allá a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, con
diez y ocho de caballo y cient peones en que había solo un ballestero,
el cual se partió con ellos y con otra gente de los utumíes nuestros
amigos. Y Dios sabe el peligro en que todos ellos iban y aun el en que
nosotros quedábamos, pero como nos convenía mostrar más esfuerzo y
ánimo que nunca y morir peleando, desimulábamos nuestra flaqueza así
con los amigos como con los enemigos, pero muchas y muchas veces decían
los españoles que pluyese a Dios que con las vidas los dejasen y se
viesen vencedores contra los de la cibdad aunque en ella ni en toda la
tierra no hubiesen otro interese ni provecho, por do se conocerá la
aventura y nescesidad estrema en que teníamos nuestras personas y
vidas. El alguacil mayor fue aquel día a dormir a un pueblo de los
otumíes, que está frontero de Matalcingo. Y otro día muy de mañana se
partió y fue a unas estancias de los dichos otumíes, las cuales halló
sin gente y mucha parte dellas quemadas. Y llegando más adelante junto
a una ribera, halló mucha gente de guerra de los enemigos que habían
acabado de quemar otro pueblo, y como le vieron, comenzaron a dar la
vuelta. Y por el camino que llevaban en pos dellos hallaban muchas
cargas de maíz y de niños asados que traían para su provisión, los
cuales habían dejado como habían sentido ir los españoles. Y pasado un
río que allí estaba más adelante en lo llano, los enemigos comenzaron a
reparar, y el alguacil mayor con los de caballo rompió por ellos y
desbaratólos. Y puestos en huida, tiraron su camino derecho a su pueblo
de Matalcingo que estaba cerca de tres leguas de allí, y en todas duró
el alcance de los de caballo fasta los encerrar en el pueblo. Y allí
esperaron a los españoles y a nuestros amigos, los cuales venían
matando en los que los de caballo atajaban y dejaban atrás, y en este
alcance murieron más de dos mill de los enemigos. Llegados los de pie
donde estaban los de caballo y nuestros amigos, que pasaban de sesenta
mill hombres, comenzaron a ir hacia el pueblo, donde los enemigos
hicieron rostro en tanto que las mujeres y los niños y sus haciendas se
ponían en salvo en una fuerza que estaba en un cerro muy alto que
estaba allí junto. Pero como dieron de golpe en ellos hiciéronlos
también retraer a la fuerza que tenían en aquella altura, que era muy
agra y fuerte, y quemaron y robaron el pueblo en muy breve espacio. Y
como era tarde, el alguacil mayor no quiso combatir la fuerza, y
también porque estaban muy cansados porque todo aquel día habían
peleado. Los enemigos toda la más de la noche despendieron en dar
alaridos y hacer mucho estruendo de atabales y bocinas.
Otro día de mañana el alguacil mayor con toda la
gente comenzó a guiar para sobirles a los enemigos aquella fuerza,
aunque con temor de se ver en trabajo en la resistencia. Y llegados, no
vieron gente ninguna de los contrarios, y ciertos indios amigos
nuestros descendían de lo alto y dijeron que no había nadie y que al
cuarto del alba se habían ido todos los enemigos. Y estando ansí,
vieron por todos aquellos llanos de la redonda mucha gente, y eran los
utumíes. Y los de caballo, creyendo que eran los enemigos, corrieron
hacia ellos y alancearon tres o cuatro. Y como la lengua de los otumíes
es diferente desta otra de Culúa no los entendían más de como echaban
las armas y se venían para los españoles, y todavía alancearon tres o
cuatro, pero ellos bien entendieron que había sido por no lo conoscer.
Y como los enemigos no esperaron los españoles acordaron de se volver
por otro pueblo suyo que también estaba de guerra, pero como vieron
venir tanto poder sobre ellos saliéronle de paz. Y el alguacil mayor
habló con el señor de aquel pueblo y díjole que ya sabía que yo
rescebía con buena voluntad a todos los que se venían a ofrescer por
vasallos de Vuestra Majestad, aunque fuesen muy culpados, que le rogaba
que fuese a hablar con aquéllos de Matalcingo para que se viniesen a
mí. Y profirióse de lo facer ansí y de traer de paz a los de Marinalco,
y así se volvió el alguacil mayor con esta vitoria a su real.
Y aquel día algunos españoles estaban peleando en la
cibdad y los cibdadanos habían inviado a decir que fuese allá nuestra
lengua porque querían hablar sobre la paz, la cual, segúnd paresció,
ellos no querían sino con condición que nos fuésemos de toda la tierra,
lo cual ficieron a fin que los dejásemos algunos días descansar y
fornescerse de lo que habían menester, aunque nunca dellos alcanzamos
dejar de tener voluntad de pelear siempre con nosotros. Y estando así
platicando con la lengua muy cerca los nuestros de los enemigos - que
no había sino una puente quitada en medio - , un viejo dellos allí a
vista de todos sacó de su mochilla muy despacio ciertas cosas que comió
por nos dar a entender que no tenían nescesidad, porque nosotros les
decíamos que allí se habían de morir de hambre. Y nuestros amigos
decían a los españoles que aquellas paces eran falsas, que peleasen con
ellos. Y aquel día no se peleó más porque los prencipales dijeron a la
lengua que me hablase.
Dende a cuatro días que el alguacil mayor vino de
la provincia de Matalcingo, los señores della y de Marinalco y de la
provincia de Cuiscon, que es grande y mucha cosa y estaban también
rebelados, vinieron a nuestro real y pidieron perdón de lo pasado y
ofresciéronse de servir muy bien, y ansí lo ficieron y han fecho fasta
agora.
En tanto que el alguacil mayor fue a Matalcingo, los
de la cibdad acordaron de salir de noche y dar en el real de Alvarado.
Y al cuarto del alba dan de golpe, y como las velas de caballo y de pie
lo sintieron, apellidaron de llamar alarma y los que allí estaban
arremetieron a ellos. Y como los enemigos sintieron los de caballo,
echáronse al agua, y en tanto llegan los nuestros y pelearon más de
tres horas con ellos. Y nosotros oímos en nuestro real un tiro de campo
que tiraba, y como teníamos recelo no los desbaratasen yo mandé armar
la gente para entrar en la cibdad para que aflojasen en el combate de
Alvarado. Y como los indios fallaron tan recios a los españoles
acordaron de se volver a su cibdad, y nosotros aquel día fuemos a
pelear a la cibdad.
En esta sazón ya los que habíamos salido heridos del
desbarato estábamos buenos. Y a la Villa Rica había aportado un navío
de Juan Ponce de León que habían desbaratado en la tierra o isla
Florida, y los de la villa inviáronme cierta pólvora y ballestas, de
que teníamos mucha nescesidad. Y ya, gracias a Dios, por aquí a la
redonda no teníamos tierra que no fuese en nuestro favor. Y yo, viendo
como éstos de la cibdad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y
determinación de morir que nunca generación tuvo, no sabía qué medio
tener con ellos para quitarnos a nosotros de tantos peligros y trabajos
y a ellos ni a su cibdad no los acabar de destruir, porque era la más
hermosa cosa del mundo. Y no nos aprovechaba decilles que no habíamos
de levantar los reales ni los bergantines habían de cesar de les dar
guerra por el agua ni que habíamos destruido a los de Matalcingo y
Marinalco, y que no tenían en toda la tierra quien los podiese socorrer
ni tenían de donde haber maíz ni carne ni frutas ni agua ni otra cosa
de mantenimiento. Y cuanto más destas cosas les decíamos, menos muestra
víamos en ellos de flaqueza, mas antes en el pelear y en todos sus
ardides los hallábamos con mas ánimo que nunca. Y yo, viendo que el
negocio pasaba desta manera y que había ya más de cuarenta y cinco días
que estábamos en el cerco, acordé de tomar un medio para nuestra
seguridad y para poder más estrechar a los enemigos, y fue que como
fuésemos ganando por las calles de la cibdad, que fuesen derrocando
todas las casas dellas del un lado y del otro, por manera que no
fuésemos un paso adelante sin lo dejar todo asolado y lo que era agua
hacello tierra firme, aunque hobiese toda la dilación que se pudiese
seguir. Y para esto yo llamé a todos los señores y prencipales nuestros
amigos y díjeles lo que tenía acordado, por tanto, que hiciesen venir
mucha gente de sus labradores y trujesen sus coas, que son unos palos
que se aprovechan tanto como los cavadores en España de azada. Y ellos
me respondieron que ansí lo harían de muy buena voluntad y que era muy
buen acuerdo, y holgaron mucho con esto porque les paresció que era
manera para que la cibdad se asolase, lo cual todos ellos deseaban más
que cosa del mundo.
Entretanto que esto se concertaba, pasáronse tres o
cuatro días. Los de la cibdad bien pensaron que ordenábamos algunos
ardides contra ellos. Y ellos también, segúnd después paresció,
ordenaban lo que podían para su defensa, segúnd que también lo
barruntábamos. Y concertado con nuestros amigos que por la tierra y por
la mar los habíamos de ir a combatir otro día de mañana después de
haber oído misa tomamos el camino para la cibdad. Y en llegando al paso
del agua y albarrada que estaba cabe las casas grandes de la plaza,
queriéndola combatir, los de la cibdad dijeron que estuviésemos quedos,
que querían paz. Y yo mandé a la gente que no pelease y díjeles que
viniese allí el señor de la cibdad a me hablar y que se daria orden en
la paz. Y con decirme que ya le habían ido a llamar me detuvieron más
de una hora, porque en la verdad ellos no tenían gana de la paz y ansí
lo mostraron, porque luego en estando nosotros quedos nos comenzaron a
tirar flechas y varas y piedras. Y como yo vi esto comenzamos a
combatir el albarrada y ganámosla, y en entrando en la plaza hallámosla
toda sembrada de piedras grandes porque los caballos no pudiesen correr
por ella - porque por lo firme éstos son los que les hacen la guerra -
y hallamos una calle cercada con piedra seca y otra también llena de
piedras porque los caballos no pudiesen correr por ellas. Y dende este
día en adelante cegamos de tal manera aquella calle del agua que salía
a la plaza que nunca después los indios la abrieron, y de allí en
delante comenzamos a asolar poco a poco las casas y cerrar y cegar muy
bien lo que teníamos ganado del agua. Y como aquel día llevamos más de
ciento y cincuenta mill hombres de guerra fizose mucha cosa, y así nos
volvimos aquel día al real. Y los bergantines y canoas de nuestros
amigos hicieron mucho daño en la cibdad y volviéronse a reposar. Otro
día siguiente por la misma orden entramos en la cibdad. Y llegados a
aquel circuito y patio grande donde estaban las torres de los ídolos,
yo mandé a los capitanes que con su gente no hiciesen sino cegar las
calles de agua y allanar los pasos malos que teníamos ganados, y que
nuestros amigos, deIlos quemasen y allanasen las casas y otros fuesen a
pelear por las partes que solíamos, y que los de caballo guardasen a
todos las espaldas. Y yo me subí en una torre más alta de aquéllas
porque los indios me conoscían y sabía que les pesaba mucho de verme
subido en la torre, y de allí animaba a nuestros amigos y hacíales
socorrer cuando era nescesario, porque como peleaban a la continua a
veces los contrarios se retraían y a veces los nuestros, los cuales
luego eran socorridos con tres o cuatro de caballo que les ponían
infinito miedo y a los nuestros ánimo para revolver sobre ellos. Y
desta manera y por esta orden entramos en la cibdad cinco o seis días
arreo, y siempre al retraer echábamos a nuestros amigos delante y
hacíamos [que] algunos de los españoles se metiesen en celada en unas
casas, y los de caballo quedábamos atrás y hacíamos que nos retraíamos
de golpe por sacarlos a la plaza, y con esto y con las celadas de los
peones cada tarde alanceábamos algunos. Y un día déstos había en la
plaza siete u ocho de caballo y estuvieron esperando que los enemigos
saliesen, y como vieron que no salían hicieron que se volvían. Y los
enemigos con recelo que a la vuelta no los alanceasen como solían
estaban puestos por unas paredes y azoteas, y había infinito número
dellos. Y como los de caballo revolvían tras ellos, que eran ocho o
nueve, y ellos les tenían tomada de lo alto una boca de la calle, no
podieron seguir tras los enemigos que iban por ella y hobiéronse de
retraer. Y los enemigos con favor de cómo los habían fecho retraer
venían muy encarnizados, y ellos estaban tan sobre aviso que se acogían
donde no rescebían daño y los de caballo rescebían de los que estaban
puestos por las paredes. Y hobiéronse de retraer e hirieron dos
caballos, lo cual me dio ocasión para les ordenar una buena celada,
como adelante haré relación a Vuestra Majestad. Y aquel día en la tarde
nos volvimos a nuestro real con dejar bien seguro y allanado todo lo
ganado y a los de la cibdad muy ufanos, porque creían que de temor nos
retraíamos. Y aquella tarde fice un mensajero al alguacil mayor para
que antes del día viniese allí a nuestro real con quince de caballo de
los suyos y de los de Pedro de Alvarado.
Otro día por la mañana llegó el alguacil mayor con
los quince de caballo, y yo tenía de los de Cuyoacan allí otros veinte
y cinco, que eran cuarenta. Y a diez dellos mandé que luego por la
mañana saliesen con toda la otra gente y que ellos y los bergantines
fuesen por la orden pasada a combatir y a derrocar y ganar todo lo que
pudiesen, porque yo, cuando fuese tiempo de retraerse, iría allá con
los otros treinta de caballo; y que pues sabían que teníamos mucha
parte de la cibdad allanada, que cuanto pudiesen siguiesen de tropel a
los enemigos hasta los encerrar en sus fuerzas y calles de agua, y que
allí se detuviesen con ellos hasta que fuese hora de retraer y yo y los
otros treinta de caballo sin ser vistos pudiésemos meternos en una
celada en unas casas grandes que estaban cerca de las otras grandes de
la plaza. Y los españoles lo ficieron como yo les avisé, y a la una
hora después de mediodía tomé el camino para la cibdad con los treinta
de caballo. Y allegados, dejélos metidos en aquellas casas y yo me fue
y me sobí en la torre alta, como solía. Y estando allí, unos españoles
abrieron una sepoltura y hallaron en ella en cosas de oro más de mill y
quinientos castellanos. Y venida ya la hora de retraer, mandéles que
con mucho concierto se comenzasen de retraer, y que los de caballo,
desque estuviesen retraídos en la plaza, ficiesen que acometían y que
no osaban llegar, y esto se ficiese cuando viesen mucha copia de gente
alderredor de la plaza. Y en ella los de la celada estaban ya deseando
que se llegase la hora, porque tenían deseo de facello bien y estaban
ya cansados de esperar. Y yo metíme con ellos, y ya se venían
retrayendo por la plaza los españoles de pie y de caballo y los indios
nuestros amigos que habían entendido ya lo de la celada. Y los enemigos
venían con tantos alaridos que parescía que consiguían toda la vitoria
del mundo, y los nueve de caballo hicieron que arremetían tras ellos
por la plaza adelante y retraíanse de golpe, y como hobieron fecho esto
dos veces los enemigos traían tanto favor que a las ancas de los
caballos les venían dando fasta los meter por la boca de la calle donde
estábamos en la celada. Y como vimos a los españoles pasar delante de
nosotros y oímos soltar un tiro de escopeta que teníamos por señal,
conoscimos que era tiempo de salir, y con el apellido de "señor
Santiago" damos de súpito sobre ellos y vamos por la plaza adelante
alanceando y derrocando y atajando muchos que por nuestros amigos que
nos seguían eran tomados, de manera que desta celada se mataron más de
quinientos, todos los más prencipales y esforzados y valientes hombres.
Y aquella noche tuvieron bien que cenar nuestros amigos, porque todos
los que se mataron tomaron y llevaron hechos piezas para comer. Fue
tanto el espanto y admiración que tomaron en verse tan de súpito ansí
desabarata dos que ni hablaron ni gritaron en toda esa tarde ni osaron
asomar en calle ni en azotea donde no estuviesen muy a su salvo y
seguros. Y ya que era casi noche, que nos retraímos, paresce que los de
la cibdad mandaron a ciertos esclavos suyos que mirasen si nos
retraíamos o qué hacíamos. Y como se asomaron por una calle
arremetieron diez o doce de caballo y siguiéronlos, de manera que
ninguno se les escapó. Cobraron desta nuestra vitoria los enemigos
tanto temor que nunca más en todo el tiempo de guerra osaron entrar en
la plaza ninguna vez que nos retraíamos aunque sólo uno de caballo no
más viniese, y nunca osaron salir a indio ni a peón de los nuestros,
creyendo que de entre los pies se les había de levantar otra celada. Y
ésta deste día y vitoria que Dios Nuestro Señor nos dio fue bien
prencipal causa para que la cibdad más presto se ganase, porque los
naturales della rescebieron mucho desmayo y nuestros amigos doblado
ánimo. Y ansí nos fuemos a nuestro real con intención de dar mucha
priesa en hacer la guerra y no dejar de entrar ningúnd día fasta la
acabar. Y aquel día ningúnd peligro hobo en los de nuestro real,
expceto que al tiempo que salimos de la celada se encontraron unos de
caballo y cayó uno de una yegua y ella fuese derecha a los enemigos,
los cuales la flecharon. Y bien herida, como vio la mala obra que
rescebía se volvió hacia nosotros, y aquella noche se murió. Y aunque
nos pesó mucho porque los caballos y yeguas nos daban la vida, no fue
tanto el pesar como si muriera en poder de los enemigos, como pensamos
que de hecho pasara, porque si ansí fuera ellos hobieran más placer que
no pesar por los que les matamos. Los bergantines y las canoas de
nuestros amigos hicieron grande estrago en la cibdad aquel día sin
rescebir peligro alguno.
Como ya conoscimos que los indios de la cibdad
estaban muy amedrentados, supimos de unos dos dellos de poca manera,
que de noche se habían salido de la cibdad y se habían venido a nuestro
real, que se morían de hambre, que salían de noche a pescar por entre
las casas de la cibdad y andaban por la parte que della les teníamos
ganada buscando leña y yerbas y raíces que comer. Y porque ya teníamos
muchas calles de agua cegadas y adreszados muchos malos pasos, acordé
de entrar al cuarto del alba y hacer todo el daño que pudiésemos. Y los
bergantines salieron antes del día, y yo con doce o quince de caballo y
ciertos peones y amigos nuestros entramos de golpe. Y primero posimos
ciertas espías, las cuales, siendo de día, estando nosotros en celada,
nos ficieron señal que saliésemos. Y dimos sobre infinita gente, pero
como eran de aquellos más miserables y que salían a buscar de comer,
los más venían desarmados y eran mujeres y muchachos, y fecimos tanto
daño en ellos por todo lo que se podía andar de la cibdad, que presos y
muertos pasaron de más de ochocientas personas. Y los bergantines
tomaron también mucha gente y canoas que andaban pescando y ficieron en
ellas mucho estrago. Y como los capitanes y prencipales de la cibdad
nos vieron andar por ella a hora no acostumbrada, quedaron tan
espantados como de la celada pasada y ninguno osó salir a pelear con
nosotros, y así nos volvimos a nuestro real con harta presa y manjar
para nuestros amigos.
Otro día de mañana entramos en la cibdad, y como ya
nuestros amigos vían la buena orden que llevábamos para la destruición
della, era tanta la multitud que de cada día venían que no tenían
cuento. Y aquel día acabamos de ganar toda la calle de Tacuba y de
adobar los malos pasos della, en tal manera que los del real de Pedro
[de] Alvarado se podían comunicar con nosotros por la cibdad. Y por la
calle prencipal que iba al mercado se ganaron otras dos puentes y se
cegó muy bien el agua y quemamos las casas del señor de la cibdad, que
era mancebo de edad de diez y ocho años que se dicia Guatimuci, que era
el segundo señor después de la muerte de Muteeçuma. Y en estas casas
tenían los indios mucha fortaleza, porque eran muy grandes y fuertes y
cercadas de agua. También se ganaron otras dos puentes de otras calles
que van cerca désta del mercado y se cegaron muchos pasos, de manera
que de cuatro partes de la cibdad las tres estaban ya por nosotros, y
los indios no hacían sino retraerse hacia lo más fuerte, que era a las
casas que estaban más metidas en el agua.
Otro día siguiente, que fue día del apóstol
Santiago, entramos en la cibdad por la orden que antes, y seguimos por
la calle grande que iba a dar al mercado y ganámosles una calle muy
ancha de agua en que ellos pensaban que tenían muchas seguridad, aunque
se tardó gran rato y fue peligrosa de ganar y en todo este día no se
pudo - como era muy ancha - de acabar de cegar por manera que los de
caballo pudiesen pasar de la otra parte. Y como estábamos todos a pie y
los indios vían que los caballos no habían pasado, vinieron de refresco
sobre nosotros muchos dellos muy lucidos, y como les ficimos rostro y
teníamos muchos ballesteros dieron la vuelta a sus albarradas y fuerzas
que tenían, aunque fueron hartos asaeteados. Y demás desto todos los
españoles de pie llevaban sus picas, las cuales yo había mandado facer
después que me desbarataron, que fue cosa muy provechosa. Aquel día por
los lados de la una parte y de la otra de aquella calle prencipal no se
entendió sino en quemar y allanar casas, que era lástima cierto de ver,
pero como no nos convenía hacer otra cosa éranos forzado seguir aquella
orden. Los de la cibdad, como vían tanto estrago, por esforzarse decían
a nuestros amigos que no ficiesen sino quemar y destruir, que ellos se
las harían tornar a hacer de nuevo, porque si ellos eran vencedores ya
ellos sabían que había de ser ansí; y si no, que las habian de hacer
para nosotros. Y desto postrero plugo a Dios que salieron verdaderos,
aunque ellos son los que las tornan a hacer.
Otro día luego de mañana entramos en la cibdad por
la orden acostumbrada. Y llegados a la calle de agua que habíamos
cegado el día antes, fallámosla de la manera que la habíamos dejado y
pasamos adelante dos tiros de ballesta. Y ganamos dos acequias grandes
de agua que tenían rompidas en lo sano de la misma calle y llegamos a
una torre pequeña de sus ídolos, y en ella hallamos ciertas cabezas de
los cristianos que nos habían muerto que nos pusieron harta lástima. Y
dende aquella torre iba la calle derecha - que era la misma adonde
estábamos - a dar a la calzada del real de Sandoval, y a la mano
izquierda iba otra calle a dar al mercado, en la cual ya no había agua
ninguna excepto una que nos defendían. Y aquel día no pasamos de allí,
pero peleamos mucho con los indios. Y como Nuestro Señor cada día nos
daba vitoría ellos siempre llevaban lo peor. Y aquel día ya que era
tarde nos volvimos al real.
Otro día siguiente, estando aderezando para tomar a
entrar en la cibdad, a las nueve horas del día vimos de nuestro real
salir humo de dos torres muy altas que estaban en el Tatebulco o
mercado de la cibdad, que no podíamos pensar qué fuese. Y como parescía
que era más que de sahumeríos que acostumbran los indios hacer a sus
ídolos, barruntamos que la gente de Pedro de Alvarado había llegado
allí, y aunque así era la verdad no lo podíamos creer. Y cierto aquel
día Pedro de Alvarado y su gente lo ficieron valientemente, porque
teníamos muchas puentes y albarradas de ganar y siempre acudían a las
defender toda la más parte de la cibdad. Pero como él vio que por
nuestra istancia íbamos estrechando a los enemigos, trabajó todo lo
posible para entrarles al mercado porque allí tenían toda su fuerza,
pero no pudo más de llegar a vista dél y ganalles aquellas torres y
otras muchas que están junto al mesmo mercado, que es tanto casi como
el circuito de las muchas torres de la cibdad. Y los de caballo se
vieron en harto trabajo y les fue forzado retraerse, y al retraerse les
hirieron tres caballos, y así se volvieron Pedro de Alvarado y su gente
a su real. Y nosotros no quesimos ganar aquel día una puente y calle de
agua que quedaba no más para llegar al mercado, salvo allanar y cegar
todos los malos pasos. Y al retraer nos apretaron reciamente, aunque
fue a su costa.
Otro día entramos luego por la mañana en la cibdad,
y como no había por ganar fasta llegar al mercado sino una traviesa de
agua con su albarrada que estaba junto a la torrecilla que he dicho,
comenzámosla a combatir. Y un alférez y otros dos españoles echáronse
al agua, y los de la cibdad desampararon luego el paso y comenzóse a
cegar y adreszar para que pudiésemos pasar con los caballos. Y
estándose adreszando, llegó Pedro de Alvarado por la mesma calle con
cuatro de caballo, que fue sin comparación el placer que hobo la gente
de su real y del nuestro, porque era camino para dar muy breve
conclusión en la guerra. Y Pedro de Alvarado dejaba recaudo de gente en
las espaldas y lados, así para conservar lo ganado como para su
defensa. Y como luego se adreszó el paso yo con algunos de caballo me
fue a ver el mercado, y mandé a la gente de nuestro real que no pasase
adelante de aquel paso. Y después que anduvimos paseándonos un rato por
la plaza mirando los portales della, los cuales por las azoteas estaban
llenos de enemigos, y como la plaza era muy grande y vían por ella
andar los de caballo, no osaban llegar. Y yo subí en aquella torre
grande que estaba junto al mercado, y en ella también y en otras
hallamos ofrecidas ante sus Ídolos las cabezas de los cristianos que
nos habían muerto y de los indios de Tascaltecal nuestros amigos, entre
quien siempre ha habido muy cruel y antigua enemistad. Y yo miré dende
aquella torre lo que teníamos ganado de la cibdad, que sin duda de ocho
partes teníamos ganadas las siete. Y viendo que tanto número de gente
de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente
que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas y puesta cada una
dellas sobre sí en el agua, y sobre todo la grandísima hambre que entre
ellos había y que por las calles hallábamos roídas las raíces y
cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algúnd día
y movelles algúnd partido por do no peresciese tanta multitud de gente,
que cierto me ponía en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se
facía. Y continuamente les facía acometer con la paz, y ellos decían
que en ninguna manera se habían de dar, y que uno solo que quedase
había de morir peleando, y que de todo lo que tenían no habíamos de
haber ninguna cosa y que lo habían de quemar y echar en el agua donde
nunca paresciese. Y yo, por no dar mal por mal, desimulaba en no les
dar combate.
Como teníamos muy poca pólvora, habíamos puesto en
plática más había de quince días de hacer un trabuco. Y aunque no había
maestros que supiesen hacerle, unos carpinteros se profirieron de hacer
uno pequeño. Y aunque yo tuve pensamiento que no habíamos de salir con
esta obra, consentí que lo ficiesen, y en aquellos días en que teníamos
tan arrinconados los indios acabóse de hacer y llevóse a la plaza del
mercado para lo asentar en uno como teatro que está en medio della
fecho de cal y canto, cuadrado, de altura de dos estados y medio y de
isquina a isquina habrá treinta pasos, el cual tenían ellos para cuando
hacían algunas fiestas y juegos, que los representadores dellos se
ponían allí porque toda la gente del mercado y los que estaban en bajo
y encima de los portales pudiesen ver lo que se hacía. Y traído allí,
tardaron en lo asentar tres o cuatro días. Y los indios nuestros amigos
amenazaban con él a los de la cibdad diciéndoles que con aquel ingenio
los habíamos de matar a todos, y aunque otro fruto no hiciera - como no
hizo - sino el temor que con él se ponía, por el cual pensábamos que
los enemigos se dieran, era harto. Y lo uno y lo otro cesó, porque ni
los carpinteros salieron con su intención ni los de la cibdad, aunque
tenían temor, movieron ningúnd partido para se dar. Y la falta y defeto
del trabuco desimulámosla con que, movidos de compasión, no los
queríamos acabar de matar.
Otro día después de asentado el trabuco volvimos a
la cibdad, y como ya había tres o cuatro días que no los combatíamos,
hallamos las calles por donde íbamos llenas de mujeres y niños y otra
gente miserable que se morían de hambre. Y salían traspasados y flacos
que era la mayor lástima del mundo de los ver, y yo mandé a nuestros
amigos que no les ficiesen mal ninguno, pero de la gente de guerra no
salía ninguno adonde pudiesen rescebir daño, aunque los víamos estar
encima de sus azoteas cubiertos con sus mantas que usan y sin armas. Y
fice este día que se les requiriese con la paz, y sus respuestas eran
disimulaciones. Y como lo más del día nos tenían en esto invié a
decirles que les quería combatir, que ficiesen retraer toda su gente;
si no, que daría lícencia que nuestros amigos los matasen. Y ellos
dijeron que querían paz, y yo les repliqué que yo no vía allí el señor
con quien se había de tratar; que venido, para lo cual le daría todo el
seguro que quisiesen, que hablaríamos en la paz. Y como vimos que era
burla y que todos estaban apercebidos para pelear con nosotros, después
de se la haber muchas veces amonestado, por más los estrechar y poner
en más estrema nescesidad mandé a Pedro de Alvarado que con toda su
gente entrase por la parte de un grand barrio que los enemigos tenían,
en que habría más de mill casas, y yo por la otra parte entré a pie con
la gente de nuestro real, porque a caballo no nos podíamos por allí
aprovechar. Y fue tan recio el combate nuestro y de nuestros amigos que
les ganamos todo aquel barrio, y fue tan grande la mortandad que se
hizo en nuestros enemigos que muertos y presos pasaron de doce mill
ánimas, con los cuales usaban de tanta crueldad nuestros amigos que por
ninguna vía a ninguno daban la vida, aunque más reprehendidos y
castigados de nosotros eran.
Otro día siguiente tornamos a la cibdad y mandé que
no peleasen ni ficiesen mal a los enemigos. Y como ellos vían tanta
multitud de gente sobre ellos y conoscían que los venían a matar sus
vasallos y los que ellos solían mandar y vían su estrema nescesidad, y
como no tenían donde estar sino sobre los cuerpos muertos de los suyos,
con deseo de verse fuera de tanta desventura decían que por qué no los
acabábamos ya de matar, y a mucha priesa dijeron que me llamasen, que
me querían hablar. Y como todos los españoles deseaban que ya esta
guerra se concluyese y habían lástima de tanto mal como se hacía,
holgaron mucho pensando que los indios querían paz, y con mucho placer
viniéronme a llamar e importunar que me llegase a una albarrada donde
estaban ciertos prencipales porque querían hablar conmigo. Y aunque yo
sabía que había de aprovechar poco mi ida, determiné de ir, comoquiera
que bien sabía que el no darse estaba solamente en el señor y otros
tres o cuatro principales de la cibdad, porque la otra gente muertos o
vivos deseaban ya verse fuera de allí. Y llegado a la albarra da,
dijéronme que pues ellos me tenían por hijo del sol y el sol en tanta
brevedad como era en un día y una noche daba vuelta a todo el mundo,
que porqué yo así brevemente no los acababa de matar y los quitaba de
penar tanto, porque ya ellos tenían deseos de morir e irse al cielo
para su Ochilobus que los estaba esperando para descansar. Y este ídolo
es el que en más veneración ellos tienen. Yo les respondí muchas cosas
para los atraer a que se diesen y ninguna cosa aprovechaba, aunque en
nosotros vían más muestras y señales de paz que jamás ningunos vencidos
mostraron, siendo nosotros, con el ayuda de Nuestro Señor, los
vencedores.
Puestos los enemigos en el último estremo, como de
lo dicho se puede colegir, para los quitar de su mal propósito como era
la determinación que tenían de morir, hablé con una persona bien
prencipal entre ellos que teníamos preso, al cual dos o tres días antes
había prendido un tío de don Fernando, señor de Tesuico, peleando en la
cibdad. Y aunque estaba muy herido le dije que si se quería volver a la
cibdad, y él me respondió que sí. Y como otro día entramos en ella,
inviéle con ciertos españoles, los cuales lo entregaron a los de la
cibdad. Y a este prencipal yo le había fabIado largamente para que
fablase con el señor y con otros prencipales sobre la paz, y él me
prometió de facer sobre ello todo lo que pudiese. Los de la cibdad lo
rescibieron con mucho acatamiento, como a persona prencipal, y como lo
llevaron delante de Guatimucin, su señor, y él le comenzó a hablar
sobre la paz, diz que luego lo mandó matar y sacrificar. Y la respuesta
que estábamos esperando nos dieron con venir con grandísimos alaridos
diciendo que no querían sino morir, y comienzan a nos tirar varas,
flechas y pie dras y a pelear reciamente con nosotros, y tanto que nos
mataron un caballo con un dalle que uno traía hecho de una espada de
las nuestras. Y al fin les costó caro, porque murieron muchos dellos. Y
así nos volvimos a nuestros reales aquel día.
Otro día tornamos a entrar en la cibdad, y ya
estaban los enemigos tales que de noche osaban quedar en ella de
nuestros amigos infinitos dellos. Y llegados a vista de los enemigos,
no quesimos pelear con ellos sino andamos paseando por su cibdad,
porque teníamos pensamiento que cada hora y cada rato se habían de
salir a nosotros. Y por los inclinar a ello yo me llegué cabalgando
cabe una albarrada suya que tenían bien fuerte y llamé a ciertos
prencipales que estaban detrás, a los cuales yo conoscía, y díjeles que
pues se vían tan perdidos y conoscían que si yo quisiese en una hora no
quedaría ninguno dellos, que porqué no venía a me hablar Guatrimicin,
su señor, que yo le prometía de no hacelle ningúnd mal, y que queríendo
él y ellos venir de paz, que serían de mí muy bien rescebidos y
tratados. Y pasé con ellos otras razones con que los provoqué a muchas
lágrímas. Y llorando me respondieron que bien conoscían su yerro y
perdición, y que ellos querían ir a hablar a su señor y me volverían
presto con la respuesta, y que no me fuese de allí. Y ellos se fueron,
y volvieron dende a un rato y dijéronme que porque ya era tarde su
señor no había venido, pero que otro día a mediodía vernía a me hablar
en todo caso en la plaza del mercado, y así nos fuemos a nuestro real.
Y yo mandé para otro día que estuviese adreszado allí en aquel cuadrado
alto que está en medio de la plaza para el señor y prencipales de la
cibdad un estrado como ellos lo acostumbran, y que también les tuviesen
aderezado de comer, y ansí se puso por obra.
Otro día de mañana fuemos a la cibdad. Y yo avisé a
la gente que estuviese apercebida porque si los de la cíbdad
acometiesen alguna traición no nos tomasen descuidados, y a Pedro de
Alvarado, que estaba allí, le avisé de lo mesmo. Y como llegamos al
mercado, yo invié a decir y hacer saber a Guatimucin cómo le estaba
esperando, el cual, segúnd paresció, acordó de no venir e invióme cinco
de aquellos señores prencipales de la cibdad cuyos nombres, porque no
hacen mucho al caso, no digo aquí. Los cuales llegados, dijeron que su
señor me inviaba a rogar con ellos que le perdonase porque no venía,
que tenía mucho miedo de parescer ante mí y también estaba malo, y que
ellos estaban allí, que viese lo que mandaba, que ellos lo harían. Y
aunque el señor no vino, holgamos mucho que aquellos prencipales
viniesen, porque parescía que era camino de dar presto conclusión a
todo el negocio. Yo los rescebí con semblante alegre y mandéles dar
luego de comer y beber, en lo cual mostraron bien el deseo y
nescesidead que dello tenían. Y después de haber comido díjeles que
hablasen a su señor y que no tuviese temor ninguno, y que le prometía
que aunque ante mi viniese, que no le sería hecho enojo ninguno ni
sería detenido, porque sin su presencia en ninguna cosa se podía dar
buen asiento ni concierto. Y mandéles dar algunas cosas de refresco que
llevasen para comer. Y prometiéronme de hacer en el caso todo lo que
pudiesen, y ansí se fueron. Y dende a dos horas volvieron y trajéronme
unas mantas de algodón buenas de las que ellos usan, y dijéronme que en
ninguna manera Guatimucin, su señor, vernía ni quería venir, y que era
escusado hablar en ello. Y yo les torné a repetir que no sabía la cabsa
porque él se recelaba venir ante mí, pues vía que a ellos, que yo sabía
que habían sido los cabsadores prencipales de la guerra y que la habían
sustentado, les hacía buen tratamiento, que los dejaba ir y venir
seguramente sin rescebir enojo alguno; que les rogaba que le tornasen a
fablar y mirasen mucho en esto de su venida, pues a él le convenía y yo
lo hacía por su provecho. Y ellos respondieron que ansí lo harían y que
otro día me volverían con la respuesta, y así se fueron ellos, y
también nosotros a nuestros reales.
Otro día bien de mañana aquellos principales
vinieron a nuestro real y dijéronme que me fuese a la plaza del mercado
de la cibdad, porque su señor me quería ir a hablar allí. Y yo,
creyendo que fuera así, cabalgué y tomamos nuestro camino, y estúvele
esperando donde quedaba concertado más de tres o cuatro horas, y nunca
quiso venir ni parescer ante mí. Y como yo vi la burla y que era ya
tarde y que los otros mensajeros ni el señor venían, invié a llamar a
los indios nuestros amigos que habían quedado a la entrada de la cibdad
casi una legua de donde estábamos, a los cuales yo había mandado que no
pasasen de allí porque los de la cibdad me habían pedido que para
hablar en las paces no estuviese ninguno dellos dentro. Y ellos no se
tardaron ni tampoco los del real de Pedro de Alvarado, y como llegaron
comenzamos a combatir unas albarradas y calles de agua que tenían - que
ya no les quedaba otra mayor fuerza y entrámosles ansí nosotros como
nuestros amigos todo lo que quesimos. Y al tiempo que yo salí del real
había proveído que Gonçalo de Sandoval entrase con los bergantines por
la otra parte de las casas en que los indios estaban fuertes por manera
que los tuviésemos cercados, y que no los combatiese fasta que viese
que nosotros combatíamos, por manera que por estar así cercados y
apretados no tenían paso por donde andar sino por encima de los muertos
y por las azoteas que les quedaban, y a esta causa ni tenían ni
hallaban flechas ni varas ni piedras con que nos ofender, y andaban con
nosotros nuestros amigos a espada y rodela. Y era tanta la mortandad
que en ellos se hizo por la mar y por la tierra que aquel día se
mataron y prendieron más de cuarenta mill ánimas, y era tanta la gríta
y lloro de los niños y mujeres que no había persona a quien no quebrase
el corazón. Y ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros
amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad que no en pelear con
los indios, la cual crueldad nunca en generación tan recia se vio ni
tan fuera de toda orden de naturaleza como en los naturales destas
partes. Nuestros amigos hobieron este día grand despojo, el cual en
ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de
nuevecientos españoles y ellos más de ciento y cincuenta mill hombres,
y ningúnd recaudo ni deligencia bastaba para los estorbar que no
robasen, aunque de nuestra parte se hacía lo posible. Y una de las
cosas porque los días antes yo rehusaba de no venir en tanta rotura con
los de la cibdad era porque tomándolos por fuerza habían de echar lo
que tuviesen en el agua; y ya que no lo ficiesen, nuestros amigos
habrían de robar todo lo más que hallasen. Y a esta cabsa temía que se
habría para Vuestra Majestad poca parte de la mucha ríqueza que en esta
cibdad había y segúnd la que yo antes para Vuestra Alteza tenía. Y
porque ya era tarde y no podíamos sufrír el mal olor de los muertos que
había de muchos días por aquellas calles, que era la cosa del mundo mas
pestilencial, nos fuemos a nuestros reales. Y aquella tarde dejé
concertado que para otro día siguiente que habíamos de volver a entrar
se aparejasen tres tiros gruesos que teníamos para llevarlos a la
cibdad, porque yo temía que como estaban los enemigos tan juntos y que
no tenían por dónde se rodear, queriéndoles entrar por fuerza, sin
pelear podrían entre sí ahogar los españoles. Y quería dende acá
hacerles con los tiros algúnd poco de daño porque se saliesen de allí
para nosotros. Y al alguacil mayor mandé que asimesmo para otro día que
estuviese apercebido para entrar con los bergantines por un lago de
agua grande que se hacía entre unas casas donde estaban todas las
canoas de la cibdad recogidas. Y ya tenían tan pocas casas donde poder
estar que el señor de la cibdad andaba metido en una canoa con ciertos
prencipales, que no sabían qué hacer de sí. Y desta manera quedó
concertado que habíamos de entrar otro día por la mañana.
Siendo ya de día, hice aprescebir toda la gente y
llevar los tiros gruesos. Y el día antes había mandado a Pedro de
Alvarado que me esperase en la plaza del mercado y no diese combate
fasta que yo llegase. Y estando ya todos juntos y los bergantines
apercebidos todos por detrás de las casas del agua donde estaban los
enemigos, mandé que en oyendo soltar una escopeta que entrasen por una
poca parte que estaba por ganar y echasen a los enemigos al agua hacia
donde los bergantines habían de estar a punto. Y aviséles mucho que
mirasen por Guautimucin y trabajasen de lo tomar a vida, porque en
aquel punto cesaría la guerra. Y yo me sobí encima de una azotea y
antes del combate hablé con algunos de aquellos prencipales de la
cibdad que conoscía y les dije qué era la cabsa porque su señor no
quería venir, que pues se vían en tanto estremo, que no diesen causa a
que todos peresciesen, y que lo llamasen y no hobiese ningúnd temor. Y
dos de aquellos prencipales paresció que lo iban a llamar, y dende a
poco volvió con ellos uno de los más prencipales de todos ellos que se
llamaba Ciguacoacin y era el capitán y gobernador de todos ellos y por
su consejo se siguían todas las cosas de la guerra. Y yo le mostré toda
buena voluntad porque se asegurase y no tuviese temor, y al fin me dijo
que en ninguna manera el señor vernía ante mí, y antes quería por allá
morír; y que a él pesaba mucho desto, que hiciese yo lo que quisiese. Y
como vi en esto su determinación yo le dije que se volviese a los suyos
y que él y ellos se aparejasen porque los quería combatir y acabar de
matar, y así se fue. Y como en estos conciertos se pasaron más de cinco
horas y los de la cibdad estaban todos encima de los muertos y otros en
el agua y otros andaban nadando y otros ahogándose en aquel lago donde
estaban las canoas, que era grande, era tanta la pena que tenían que no
basta juicio a pensar cómo lo podían sufrir. Y no hacían sino salirse
infinito número de hombres y mujeres y niños hacia nosotros, y por
darse priesa al salir unos a otros se echaban al agua y se ahogaban
entre aquella multitud de muertos, que, segúnd paresció, del agua
salada que bebían y de la hambre y mal olor había dado tanta mortandad
en ellos que murieron más de cincuentas mill ánimas, los cuerpos de las
cuales porque nosotros no alcanzásemos su nescesidad ni los echaban al
agua, porque los bergantines no topasen con ellos, ni los echaban fuera
de su conversación, porque nosotros por la cibdad no los viésemos. Y
así por aquellas calles en que estaban hallábamos los montones de los
muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies.
Y como la gente de la cibdad se salía a nosotros yo había proveído que
por todas las calles estuviesen españoles para estorbar que nuestros
amigos no matasen a aquellos tristes que se salían, que eran sin
cuento, y también dije a todos los capitanes de nuestros amigos que en
ninguna manera consintiesen matar a los que se salían. Y no se pudo
estorbar, como eran tantos, que aquel día no mataron y sacrificaron más
de quin ce mill ánimas. Y en esto todavía los prencipales y gente de
guerra de la cibdad se estaban arrinconados y en algunas azoteas y
casas y en el agua, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa,
porque no viésemos su perdición y su flaqueza muy a la clara. Viendo
que se venía la tarde y que no se querían dar, fice asentar los dos
tiros gruesos hacia ellos para ver si se darían, porque más daño
rescibieran en dar licencia a nuestros amigos que les entraran que no
de los tiros, los cuales hicieron algúnd daño. Y como tampoco esto
aprovechaba mandé soltar la escopeta, y en soltándola luego fue tomado
aquel rincón que tenían y echados al agua los que en él estaban. Otros
que quedaban sin pelear se rindieron. Y los bergantines entraron de
golpe por aquel lago y rompieron por medio de aquella flota de las
canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaban pelear. Y
plugo a Dios que un capitán de un bergantín que se dice Garcí Holguín
llegó en pos de una canoa en la cual le paresció que iba gente de
manera. Y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín
e iban encarando en los de la canoa ficiéronles señal que estaba allí
el señor, que no tirasen. Y saltaron de presto y prendiéronle a él y a
aquel Guautimoucin y a aquel señor de Tacuba y a otros principales que
con él estaban. Y luego el dicho capitán Garcí Holguín me trajo allí a
la azotea donde estaba, que era junto al lago, al señor de la cibdad y
a los otros prencipales presos, el cual, como le fice sentar no
monstrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que
ya él había fecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse
a sí y a los suyos fasta venir en aquel estado, que agora ficiese déllo
que yo quisiese. Y puso la mano en un puñal que yo tenía, deciéndome
que le diese de puñaladas y lo matase. Y yo le animé y le dije que no
tuviese temor ninguno. Y así, preso este señor, luego en ese punto cesó
la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión martes,
día de Santo Hipólito, que fueron trece de agosto de mill y quinientos
y veinte y un años, de manera que desde el día que se puso cerco a la
cibdad, que fue a treinta de mayo del dicho año, fasta que se ganó,
pasaron setenta y cinco días, en los cuales Vuestra Majestad verá los
trabajos, peligros y desventuras que estos sus vasallos padescieron, en
los cuales mostraron tanto sus personas que las obras dan buen
testimonio dello. Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco
ninguno se pasó que no se tuviese combate con los de la cibdad, poco o
mucho. Aquel día de la presión de Guautimucin y toma de la cibdad,
después de haber recogido el despojo que se pudo haber nos fuemos al
real, dando gracias a Nuestro Señor por tan señalada merced y tan
deseada vitoria como nos había dado.
Allí en el real estuve tres o cuatro días dando
orden en muchas cosas que convenían, y después nos venimos a la cibdad
de Cuyoacan, donde hasta agora he estado entendiendo en la buena orden,
gobernación y pacificación destas partes.
Recogido el oro y otras cosas, con parecer de los
oficiales de Vuestra Majestad se hizo fundición dello. Y montó lo que
se fundió más de ciento y treinta mill castellanos, de que se dio el
quinto al tesorero de Vuestra Majestad, sin el quinto de otros derechos
que a Vuestra Majestad pertenescieron de esclavos y otras cosas, segúnd
más largo se verá por la relación de todo lo que a Vuestra Majestad
pertenesció, que irá firmado de nuestros nombres. Y el oro que restó se
repartió en mí y en los españoles segúnd la manera y servicio y calidad
de cada uno. Demás del dicho oro se hobieron ciertas piezas y joyas de
oro, y de las mejores dellas se dio el quinto al dicho tesorero de
Vuestra Majestad. Entre el despojo que se hobo en la dicha cibdad
hobimos muchas rodelas de oro y penachos y plumajes y cosas tan
maravillosas que por escrito no se pueden significar ni se pueden
comprehender si no son vistas. Y por ser tales parescióme que no se
debían quintar ni dividir, sino que de todas ellas se hiciese servicio
a Vuestra Majestad, para lo cual yo fice juntar todos los españoles y
les rogué que tuviesen por bien que todas aquellas cosas se inviasen a
Vuestra Majestad, y que de la parte que a ellos venía y a mí
sirviésemos a Vuestra Majestad. Y ellos folgaron de lo hacer de muy
buena voluntad, y con tal ellos y yo inviamos el dicho servicio a
Vuestra Majestad con los procuradores que los concejos desta Nueva
España invían.
Como la cibdad de Temixtitán era tan prencipal y
nombrada por todas estas partes, paresce que vino a noticia de un señor
de una muy grand provincia que está setenta leguas de Timixititán que
se dice Mechuacan cómo la había destruido y asolado. Y considerando la
grandeza y fortaleza de la dicha cibdad, al señor de aquella provincia
le paresció que pues que aquélla no se nos había defendido, que no
habría cosa que se nos amparase. Y por temor o por lo que a él le plugo
invióme ciertos mensajeros, y de su parte me dijeron por los
intérpetres de su lengua que su señor había sabido que nosotros éramos
vasallos de un grand señor, y que si yo tuviese por bien, él y los
suyos lo querían también ser y tener mucha amistad con nosotros. Y yo
le respondí que era verdad que todos éramos vasallos de aquel grand
señor que era Vuestra Majestad, y que a todos los que no lo quisiesen
ser les habíamos de facer guerra, y que su señor y ellos lo habían
fecho muy bien. Y como yo de poco acá tenía alguna noticia de la Mar
del Sur, informéme también dellos si por su tierra podían ir allá, y
ellos me respondieron que sí. Y roguéles que porque pudiese informar a
Vuestra Majestad de la dicha mar y de su provincia, lleváse consigo dos
españoles que les daría. Y ellos dijeron que les placía de muy buena
voluntad, pero que para pasar al mar había de ser por tierra de un
grand señor con quien ellos tenían guerra, y que a esta cabsa por agora
no podían llegar a la mar. Estos mensajeros de Mechuacan estuvieron
aquí conmigo tres o cuatro días, y delante dellos hice escaramuzar los
de caballo para que allá lo contasen. Y habiéndoles dado ciertas joyas,
a ellos y a los dos españoles despaché para la dicha provincia de
Mechuacan.
Como en el capítulo antes déste he dicho, yo tenía,
Muy Poderoso Señor, alguna noticia poco había de la otra Mar del Sur y
sabía que por dos o tres partes estaba a doce y a trece y a catorce
jornadas de aquí. Y estaba muy ufano porque me parescía que en la
descubrir se hacía a Vuestra Majestad muy grande y señalado servicio,
especialmente que todos los que tienen alguna ciencia y espiriencia en
la navegación de las Indias han tenido por muy cierto que descubriendo
por estas partes la Mar del Sur, se habían de hallar muchas islas ricas
de oro y piedras y perlas preciosas y especeria y se habían de
descubrir y hallar otros muchos secretos y cosas admirables. Y esto han
afirmado y afirman también personas de letras y esprimentadas en la
ciencia de la cosmografia. Y con tal deseo y con que de mí pudiese
Vuestra Majestad rescebir en esto muy singular y memorable servicio,
despaché cuatro españoles, los dos por ciertas provincias y los otros
dos por otras. E informados de las vías que habían de llevar y dándoles
personas de nuestros amigos que los guiasen y fuesen con ellos, se
partieron. Y yo les mandé que no parasen fasta llegar a la mar, y que
en descubriéndola, tomasen la posesión real y corporalmente en nombre
de Vuestra Majestad. Y los unos anduvieron cerca de ciento y treinta
leguas por muchas y buenas provincias sin rescebir ningúnd estorbo, y
llegaron a la mar y tomaron la posesión y en señal pusieron cruces en
la costa della. Y dende a ciertos días se volvieron con la relación del
dicho descubrimiento y me informaron muy particularmente de todo, y me
trujeron algunas personas de los naturales de la dicha mar y también me
truje ron muy buena muestra de oro de minas que hallaron en algunas de
aquellas provincias por donde pasaron, la cual con otras muestras de
oro agora invío a Vuestra Majestad. Los otros dos españoles se
detuvieron algo más porque anduvieron cerca de ciento y cincuenta
leguas por otra parte hasta llegar a la dicha mar, donde asimesmo
tomaron la dicha posesión, y me trajeron larga relación de la costa. Y
se vinieron con ellos algunos de los naturales della, y a ellos y a los
otros los rescebí graciosamente. Y con haberlos informado del grand
poder de Vuestra Majestad y dado algunas cosas, se volvieron muy
contentos a sus tierras.
En la otra relación, Muy Católico Señor, hice saber
a Vuestra Majestad cómo al tiempo que los indios me desbarataron y
echaron la primera vez fuera de la cibdad de Temixtitán se habían
rebelado contra el servicio de Vuestra Majestad todas las provincias
subjetas a la cibdad y nos habían hecho la guerra. Y por esta relación
podrá Vuestra Majestad mandar ver cómo habemos reducido a su real
servicio todas las más tierras y provincias que estaban rebeladas. Y
porque ciertas provincias que están de la costa de la Mar del Norte a
diez y a quince y a treinta leguas, dende que la dicha cibdad de
Temixtitán se había alzado ellas estaban rebeladas y los naturales
dellas habían muerto a traición y sobre seguro más de cient españoles,
y yo fasta haber dado conclusión en esta guerra de la cibdad no había
tenido posibilidad para inviar sobre ellos, acabados de despachar
aquellos españoles que vinieron de descubrir la Mar del Sur, determiné
de inviar a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, con treinta y cinco de
caballo y ducientos españoles y gente de nuestros amigos y con algunos
prencipales y naturales de Temixtitán a aquellas provincias, que se
dicen Tatactetelco y Textebeque y Guatuxco y Aulicaba. Y dándole
instrución de la orden que había de tener en esta jornada, se comenzó a
adreszar para la hacer.
En esta sazón el teniente que yo había dejado en la
villa de Segura la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, vino a
esta cibdad de Cuyoacan e hízome saber cómo los naturales de aquella
provincia y de otras a ella comarcanas vasallos de Vuestra Majestad
rescebían daño de los naturales de una provincia que se dice Guaxacaque
que les facían guerra porque eran nuestros amigos; y que demás de ser
nescesario poner remedio a esto era muy bien asegurar aquella provincia
de Guaxacaque porque estaba en camino de la Mar del Sur, y en
pacificándose sería cosa muy provechosa así para lo dicho como para
otros efetos de que adelante haré relación a Vuestra Majestad. Y el
dicho teniente me dijo que estaba muy particularmente informado de
aquella provincia y que con poca gente la podría sojuzgar, porque
estando yo en el real sobre Temixtitán él había ido a ella porque los
de Tepeaca le ahincaban que fuese a hacer guerra a los naturales della,
pero como no llevaba más de veinte o treinta españoles le habían fecho
volver, aunque no tanto despacio como él quisiera. Y yo, vista su
relación, dile doce de caballo y ochenta españoles, y el dicho alguacil
mayor y teniente se partieron con su gente desta cibdad de Cuyoacan a
treinta de otubre del año de quinientos y veinte y uno. Y llegados a la
provincia de Tepeaca, ficieron allí sus alardes y cada uno se partió a
su conquista. Y el alguacil mayor dende a veinte y cinco días me
escríbió cómo había llegado a la provincia de Buatusco, y que aunque
llevaba harto recelo que se había de ver en apríeto con los enemigos
porque era gente muy diestra en la guerra y tenían muchas fuerzas en su
tierra, que habia placido a Nuestro Señor que había salido de paz; y
que aunque no había llegado a las otras provincias, que tenía por muy
cierto que todos los naturales dellas se le vernían a dar por vasallos
de Vuestra Majestad. Y dende a quince días hobe cartas suyas por las
cuales me fizo saber cómo había pasado más adelante y que toda aquella
tierra estaba ya de paz, y que le parescía que para la tener segura era
bien poblar en lo más a propósito della, como mucho antes lo habíamos
puesto en plática, y que viese lo que cerca dello debía hacer. Yo le
escrebí agradeciéndole mucho lo que había trabajado en aquella su
jornada en servicio de Vuestra Majestad, y le hice saber que me
parescía muy bien lo que decía acerca del poblar. E inviéle a decir que
ficiese una villa de españoles en la provincia de Tuxtebeque y que le
pusiese nombre Medellín, e inviéle su nombramiento de alcaldes y
regidores y otros oficiales, a los cuales todos encargué mirasen todo
lo que conviniese al servicio de Vuestra Majestad y al buen tratamiento
de los naturales.
El teniente de la villa de Segura la Frontera se
partió con su gente a la provincia de Guaxaca con mucha gente de guerra
de aquella comarca nuestros amigos, y aunque los naturales de la dicha
provincia se pusieron en resistirle y peleó dos o tres veces con ellos
muy reciamente, al fin se dieron de paz sin rescebir ningúnd daño. Y de
todo me escribió particularmente y me informó cómo la tierra era muy
buena y rica de minas, y me invió una singular muestra de oro dellas
que tambien invío a Vuestra Majestad. Y él se quedó en la dicha
provincia para hacer de allí lo que le inviase a mandar.
Habiendo dado orden en el despacho destas dos
conquistas y sabiendo el buen susceso dellas, y viendo como yo tenia ya
pobladas tres villas de españoles y que conmigo estaban copia dellos en
esta cibdad de Cuyoacan, habiendo platicado en qué parte haríamos otra
población alderredor de las lagunas - porque désta había más nescesidad
para la seguridad y sosiego de todas estas partes - y ansimesmo viendo
que la cibdad de Temixtitán que era cosa tan nombrada y de que tanto
caso y memoria siempre se ha fecho, paresciónos que en ella era bien
poblar, porque estaba toda destruida. Y yo repartí los solares a los
que se asentaron por vecinos, y fízose nombramiento de alcaldes y
regidores en nombre de Vuestra Majestad segúnd en sus reinos se
acostumbra. Y entretanto que las casas se hacen acordamos de estar y
residir en esta cibdad de Cuyocan, donde al presente estamos de cuatro
o cinco meses acá que la dicha cibdad de Temixtitán se va reparando.
Está muy hermosa, y crea Vuestra Majestad que cada día se irá
ennobleciendo en tal manera que como antes fue prencipal y señora
destas provincias todas, que lo será también de aquí adelante. Y se
hace y hará de tal manera que los españoles estén muy fuertes y seguros
y muy señores de los naturales, de manera que dellos en ninguna forma
puedan ser ofendidos.
En este comedio el señor de la provincia de
Tecoantepeque, que es junto a la mar del Sur y por donde la descu
brieron los dos españoles, me invió ciertos prencipales y con ellos se
invió a ofrescer por vasallo de Vuestra Majestad, y me invió un
presente de ciertas joyas y piezas de oro y plumajes, lo cual todo se
entregó al tesorero de Vuestra Majestad. Y yo les agradescí a aquellos
mensajeros lo que de parte de su señor me dijeron y les dí ciertas
cosas que le llevasen, y se volvieron muy alegres.
Ansimismo vienieron a esta sazón los dos españoles
que habían ido a la provincia de Mechuacan, por donde los mensajeros
que el señor de allí me había inviado me habían dicho que también por
aquella parte se podía ir a la mar del Sur, salvo que había de ser por
tierra de un señor que era su enemigo. Y con los dos españoles vino un
hermano del señor de Mechuacan, y con él otros prencipales y servidores
que pasaban de mill personas, a los cuales yo rescebí mostrándoles
mucho amor. Y de parte del señor de la dicha provincia, que se dice
Calcucin, me dieron para Vuestra Majestad un presente de rodelas de
plata que pesaron tantos marcos y otras cosas muchas que se entregaron
al tesorero de Vuestra Majestad. Y porque viesen nuestra manera y lo
contasen allá a su señor, hice salir a todos los de caballo a una plaza
y delante dellos corrieron y escaramuzaron. Y la gente de pie salió en
ordenanza, y los escopeteros soltaron las escopetas y con la artillería
fice tirar a una torre, y quedaron muy espantados de ver lo que en ella
se hizo y de ver correr los caballos. E hícelos llevar a ver la
destruición y asolamiento de la cibdad de Temixtitan, que de la ver y
de ver su fuerza y fortaleza por estar en el agua quedaron muy
espantados. Y a cabo de cuatro o cinco días, dándoles muchas cosas para
su señor de las que ellos tienen en estima y para ellos, se partieron
muy alegres y contentos.
Antes de agora he fecho relación a Vuestra Majestad
del río de Pánuco, que es la costa abajo de la villa de la Vera Cruz
cincuenta o sesenta leguas, al cual los navíos de Francisco de Garay
habían ido dos o tres veces y aun rescebido harto daño de los naturales
del dicho río por la poca manera que se habían dado los capitanes que
allí había inviado en la contratación que habían querído tener con los
indios. Y después yo, viendo que en toda la costa de la Mar del Norte
hay falta de puertos y ninguno hay tal como aquél del río, y también
porque aquellos naturales dél habían venido de antes a mí por se
ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad y agora han hecho y facen
guerra a los vasallos de Vuestra Majestad nuestros amigos, tenía
acordado de inviar allá un capitán con cierta gente y pacificar toda
aquella provincia, y si fuese tierra tal para poblar, hacer allí en el
río una villa, porque todo lo de aquella comarca se aseguraría. Y
aunque éramos pocos y derramados en tres o cuatro partes y tenía por
esta cabsa alguna contradición para no sacar más gente de aquí, empero,
así por socorrer a nuestros amigos como porque después que se había
ganado la cibdad de Temixtitán habían venido navíos y habían traido
alguna gente y caballos, fice adreszar veinte y cinco de caballo y
ciento y cincuenta peones y un capitán con ellos para que fuesen al
dicho río. Y estando despachando a este capitán, me escribieron de la
villa de la Vera Cruz cómo allí al puerto della había llegado un navío
y que en él venía Crístóbal de Tapia, veedor de las fundiciones de la
isla Española, del cual otro día siguiente rescebí una carta por la
cual me hacía saber que su venida a esta tierra era para tener la
gobernación della por mandado de Vuestra Majestad, y que dello traía
sus provisiones reales, de las cuales en ninguna parte quería facer
presentación fasta que nos viésemos, lo cual quisiera que fuera luego,
pero que como traía las bestias fatigadas de la mar no se había metido
en camino; y que me rogaba que diésemos orden cómo nos viésemos, o él
veniendo acá o yo yendo allá a la costa de la mar. Y como rescebí su
carta, luego respondí a ella diciéndole que holgaba mucho con su
venida, y que no pudiera venir persona proveída por mandado de Vuestra
Majestad a tener la gobernación destas partes de quien más
contentamiento tuviera, así por el conoscimiento que entre nosotros
había como por la crianza y vecindad que en la isla Española habíamos
tenido. Y porque la pacificación destas partes no estaba aún tan
soldada como convenía y de cualquiera novedad se daría ocasión de
alterar a los naturales, y como el padre fray Pedro Melgarejo de Urrea,
comisario de la cruzada, se había hallado en todos nuestros trabajos y
sabía muy bien en qué estado estaban las cosas de acá y de su venida
Vuestra Majestad había sido muy servido y nosotros aprovechados de su
dotrina y consejos, yo le rogué con mucha instancia que tomase trabajo
de se ver con el dicho Tapia y viese las provisiones de Vuestra
Majestad; y pues él mejor que nadie sabía lo que convenía a su real
servicio y al bien de aquestas partes, que él diese orden con el dicho
Tapia en lo que más convenía, pues tenía concepto
de mí que no excedería un punto dello, lo cual yo le rogué en presencia
del tesorero de Vuestra Majestad y él ansimesmo se lo encargó mucho. Y
él se partió para la villa de la Vera Cruz donde el dicho Tapia estaba,
y para que en la villa o por donde viniese el dicho veedor se le
ficiese todo buen servicio y acogimiento, despaché al dicho padre y a
dos o tres personas de bien de los de mi compañía. Y como aquellas
personas se partieron, yo quedé esperando su respuesta y en tanto que
adreszaba mi partida dando orden en algunas cosas que convenían al
servicio de Vuestra Majestad y a la pacificación y sosiego destas
partes. Dende a diez o doce días la justicia y regimiento de la villa
de la Vera Cruz me escribieron cómo el dicho Tapia había fecho
presentación de las provisiones que traía de Vuestra Majestad y de sus
gobernadores en su real nombre y que las habían obedescido con toda la
reverencia que se requería; y que en cuanto al cumplimiento, habían
respondido que porque los más del regimiento estaban acá conmigo que se
habían hallado en el cerco de la cibdad, ellos se lo harían saber, y
todos harían y cumplirían lo que fuese más servicio de Vuestra Majestad
y bien de la tierra; y que desta su respuesta el dicho Tapia había
rescebido algúnd desabrimiento y aun había tentado algunas cosas
escandalosas. Y comoquiera que a mí me pesaba dello, les respondí que
les rogaba y encargaba mucho que mirando prencipalmente el servicio de
Vuestra Majestad, trabajasen de contentar al dicho Tapia y no dar
ninguna ocasión a que hobiese ningúnd bollicio; y que yo estaba de
camino para me ver con él y cumplir lo que Vuestra Majestad mandaba y
más su servicio fuese. Y estando ya de camino, y empidida la ida del
capitán y gente que inviaba al río de Pánuco, porque convenía que yo
salido de aquí quedase muy buen recabdo, los procu radores de los
concejos desta Nueva España me requirieron con muchas protestaciones
que no saliese de aquí, porque como toda esta provincia de México y
Temixtitán había poco que se había pacificado con mi ausencia se
alborotaría, de que se podía seguir mucho deservicio a Vuestra Majestad
y desasosiego en la tierra. Y dieron en el dicho su requirimiento otras
muchas causas y razones por donde no convenía que yo saliese desta
cibdad al presente, y dijéronme que ellos con poder de los concejos
irían a la villa de la Vera Cruz, donde el dicho Tapia estaba, y verían
las provisiones de Vuestra Majestad y harían todo lo que fuese su real
servicio. Y porque nos paresció ser ansí nescesario y los dichos
procuradores se partían, escrebí con ellos al dicho Tapia faciéndole
saber lo que pasaba, y que yo inviaba mi poder a Gonçalo de Sandoval,
alguacil mayor, y a Diego de Soto y a Diego de Valdenebro, que estaban
allá en la villa de la Veracruz, para que en mi nombre juntamente con
el cabildo della y con los procuradores de los otros cabildos viesen y
ficiesen lo que fuese servicio de Vuestra Majestad y bien de la tierra,
porque erán y son personas que ansí lo habían de cumplir. Allegados
donde el dicho Tapia estaba, que venía ya de camino y el padre fray
Pedro se venía con él, requiríéronle que se volviese, y todos juntos se
volvieron
a la cibdad de Cempoal. Y allí el dicho Crístóbal de Tapia presentó las
provisiones de Vuestra Majestad, las cuales todos obedescieron con el
acatamiento que a Vuestra Majestad se debe, y en cuanto al cumplimiento
dellas dijeron que suplicaban para ante Vuestra Majestad, porque así
convenía a su real servicio por las causas y razones contenidas en la
suplicación que hicieron, segúnd que más largamente pasó y los
procuradores que van desta Nueva España lo llevan signado de escribano
público. Y después de haber pasado otros abtos y requirimientos entre
el dicho veedor y procuradores, se embarcó en un navío suyo porque ansí
le fue requerido, porque de su estada y haber publicado que él venía
por gobernador y capitán destas partes se alborotaban, y tenían éstos
de México y Temixtitán ordenado con los naturales destas partes de se
alzar y hacer una grand traición que, a salir con ella, hobiera sido
peor que la pasada. Y fue que ciertos indios de aquí de Mexico
concertaron con algunos de los naturales de aquellas provincias que el
alguacil mayor había ido a pacificar, que viniesen a mí a mucha priesa
y me dijesen cómo por la costa andaban veinte navíos con mucha gente, y
que no salían a tierra; y que porque no debía ser buena gente, si yo
queria ir allá y ver lo que era, que ellos se adreszarían e irían de
guerra conmigo a me ayuday. Y para que los creyese trujéronme la figura
de los navíos en un papel. Y como secretamente me hicieron saber esto
luego conoscí su intención y que era maldad. Y rodeado para verme fuera
desta provincia, porque como algunos de los prencipales della habían
sabido que los días antes yo estaba de partida y vieron que me estaba
quedo, habían buscado esta otra manera. Y yo desimulé con ellos y
después prendí a algunos que lo habían ordenado, de manera que la
venida del dicho Tapia y no tener espiriencia de la tierra y gente
della causó harto bullicio, y su estada ficiera mucho daño si Dios no
lo hobiera remediado. Más servicio hobiera fecho a Vuestra Majestad,
estando en la isla Española, dejar su venida y consultarla primero a
Vuestra Majestad y facerle saber el estado en que estaban las cosas
destas partes, pues lo había sabido de los navíos que yo había inviado
a la dicha isla por socorro y sabía claramente haberse remediado el
escándalo que se esperaba haber con la venida de la armada de Pánfilo
de Narváez, aquél que prencipalmente por los gobernadores y Consejo
Real de Vuestra Majestad había sido proveído; mayormente que por el
almirante y jueces y oficiales de Vuestra Majestad que residen en la
dicha isla Española el dicho Tapia había sido requerido muchas veces
que no curase de pasar a estas partes sin que primeramente Vuestra
Majestad fuese informado de todo lo que en ella ha suscedido, y para
ello le sobreseyeron su venida so ciertas penas, el cual, con formas
que con ellos tuvo, mirando más su particular intere se que a lo que al
servicio de Vuestra Majestad convenía, trabajó que se le alzase el
sobreseimiento de su venida. He fecho relación de todo ello a Vuestra
Majestad porque cuando el dicho Tapia se partió los procuradores y yo
no la fecimos porque él no fuera buen portador de nuestras cartas, y
también porque Vuestra Majestad vea y crea que en no rescebir al dicho
Tapia Vuestra Majestad fue muy servido, segúnd que más largamente se
probará cada y cuando fuere nescesario.
En un capítulo antes déste he fecho saber a Vuestra
Majestad cómo el capitán que yo había inviado a conquistar la provincia
de Guaxaca la tenía pacífica y estaba esperando allí para ver lo que le
mandaba. Y porque de su persona había nescesidad y era alcalde y
teniente en la villa de Segura la Frontera, le escribí que los ochenta
hombres y diez de caballo que tenía los diese a Pedro de Alvarado, al
cual inviaba a conquistar la provincia de Tatutepeque, que es cuarenta
leguas adelante de la de Guaxaca junto a la Mar del Sur, y hacían mucho
daño y guerra a los que se habían dado por vasallos de Vuestra Majestad
y a los de la provincia de Tecoatepeque porque nos habían dejado por su
tierra entrar a descobrir la Mar del Sur. Y el dicho Pedro de Alvarado
se partió desta cibdad al último de enero deste presente año, y con la
gente que de aquí llevó y con la que rescibió en la provincia de
Guaxaca juntó cuarenta de caballo y ducientos peones en que había
cuarenta ballesteros y escopeteros y dos tiros pequeños de campo. Y
dende a veinte días rescebí cartas del dicho Pedro de Alvarado cómo
estaba de camino para la dicha provincia de Tatutepeque, y que me hacía
saber que había tomado ciertas espías naturales della, y habiéndose
informado dellas le habían dicho que el señor de Tatutepeque con su
gente le estaba esperando en el campo; y que él iba con propósito de
hacer en aquel camino toda su posibilidad por pacificar aquella
provincia, y porque para ello, demás de los españoles, llevaba mucha y
buena gente de guerra. Y estando con mucho deseo esperando la suscesión
de aqueste negocio, a cuatro de marzo deste mesmo año rescebí cartas
del dicho Pedro de Alvarado en que me fizo saber cómo él había entrado
en la provincia, y que tres o cuatro poblaciones della se habían puesto
en resistirle pero que no habían perseverado en ello; y que había
entrado en la población y cibdad de Tatutepeque y habían sido bien
rescebidos a lo que habían mostrado, y que el señor, que le había dicho
que se aposentase allí en unas casas grandes suyas que tenían la
cobertura de paja; y que porque eran en lugar algo no provechoso para
los de caballo no habían querido sino abajarse a otra parte de la
cibdad que era más llano, y que también lo había fecho porque luego
entonces había sabido que le ordenaban de matar a él y a todos desta
manera: que como todos los españoles estuviesen aposentados en las
casas, que eran muy grandes, a media noche les pusiesen fuego y los
quemasen a todos; y como Dios le había descubierto este negocio había
desimulado y llevado consigo a lo bajo al señor de la provincia y un
fijo suyo, y que los había detenido y tenía en su poder como presos, y
le habían dado veinte y cinco mill castellanos; y que creía que segúnd
los vasallos de aquel señor le decían, que tenían mucho tesoro, y que
toda la provincia estaba tan pacífica que no podía ser más, y que
tenían sus mercados y contratación como de antes, y que la tierra era
muy rica de oro de minas y que en su presencia le habían sacado una
muestra, la cual me invió; y que tres días antes había estado en la mar
y tomado la posesión della por Vuestra Majestad, y que en su presencia
habían sacado una muestra de perlas que tambien me invió, las cuales
con la muestra del oro de minas invío a Vuestra Majestad.
Como Dios Nuestro Señor encaminaba bien esta
negociación e iba cumpliendo el deseo que yo tengo de servir a Vuestra
Majestad en esto de la Mar del Sur, por ser cosa de tanta importancia,
he proveído con mucha deligencia que en la una de tres partes por do yo
he descubierto la mar se hagan dos carabelas medianas y dos
bergantines, las carabelas para descobrir y los bergantines para seguir
la costa. Y para ello he inviado con una persona de recabdo bien
cuarenta españoles, en que van maestros y carpinteros de ribera y
aserradores y herreros y hombres de la mar. Y he proveído a la villa
por clavazón y velas y otros aparejos nescesarios para los dichos
navíos, y se dará toda la priesa que sea posible para los acabar y
echar al agua, lo cual fecho, crea Vuestra Majestad que será la mayor
cosa y de que más servicio redundará a Vuestra Majestad después que las
Indias se han descubierto.
Estando en la cibdad de Tesuico antes que de allí
saliese a poner cerco a la de Temixtitán, adreszándonos y
forneciéndonos de lo nescesario para el dicho cerco, bien descuidados
de lo que por ciertas personas se ordenaba, vino a mí una de aquéllas
que eran en el concierto y fízome saber cómo ciertos amigos de Diego
Velázquez que estaban en mi compañia me tenían ordenada traición para
me matar, y que entre ellos había y tenían elegido capitán y alcalde
mayor y alguacil y otros oficiales; y que en todo caso lo remediase,
pues veía que demás del escándalo que se siguiría por lo de mi persona,
estaba claro que ningúnd español escaparía viéndonos revueltos a los
unos y a los otros, y que para esto no solamente hallaríamos a los
enemigos apercebidos, pero aun a los que teníamos por amigos
trabajarían de nos acabar a todos. Y como yo vi que se me había
revelado tan grand traición, di gracias a Nuestro Señor porque en
aquello consestía el remedio, y luego fice prender al uno que era el
prencipal agresor, el cual espontáneamente confesó que él había
ordenado y concertado con muchas personas que en su confesión declaró
de me prender o matar y tomar la gobernación de la tierra por Diego
Velázquez; y que era verdad que tenía ordenado de hacer capitán y
alcalde mayor y que él había de ser alguacil mayor y me había de
prender o matar, y que en esto eran muchas personas que él tenía
puestas en una copia, la cual se halló en su posada aunque hecha
pedazos, con algunas de las dichas personas que declaró él había
platicado lo susodicho; y que no solamente esto se había ordenado allí
en Tesuico, pero que también lo había comunicado y puesto en plática
estando en la guerra de la provincia de Tepeaca. Y vista la confesión
déste, el cual se decía Antonio de Villafañe, que era natural de
Zamora, y como se certificó en ella, un alcalde y yo le condenamos a
muerte, la cual se ejecutó en su persona. Y caso que en este delito
hallamos otros muy culpados, desimulé con ellos haciéndoles obras de
amigos, porque por ser el caso mío - aunque más propiamente se puede
decir de Vuestra Majestad - no he querido proceder contra ellos
rigurosamente. La cual disimulación no ha fecho mucho provecho, porque
después acá algunos desta parcialidad de Diego Velázquez han buscado
contra mí muchas acechanzas y de secreto hecho muchos bullicios y
escándalos en que me ha convenido tener más aviso de me guardar dellos
que de nuestros enemigos, pero Dios Nuestro Señor lo ha siempre guiado
en tal manera que sin facer en aquéllos castigo ha habido y hay toda
pacificación y tranquilidad. Y si de aquí adelante sintiere otra cosa,
castigar se ha conforme a justicia.
Después que se tomó la cibdad de Temixtitán, estando
en ésta de Cuyoacan fallesció Don Fernando, señor de Tesuico, de que a
todos nos pesó porque era muy buen vasallo de Vuestra Majestad y muy
amigo de los cristianos. Y con parescer de los señores y prencipales de
aquella cibdad y su provincia, en nombre de Vuestra Majestad se dio el
señorío a otro hermano suyo menor, el cual se bautizó y se le puso
nombre Don Carlos. Y segúnd dél fasta agora se conosce, lleva las
pasadas de su hermano y aplácele mucho nuestro hábito y conversación.
En la otra relación hice saber a Vuestra Majestad
cómo cerca de las provincias de Tascaltecal y Guaxocingo habia una
sierra redonda y muy alta, de la cual salía casi a la contina mucho
humo que iba como una saeta derecho hacia arriba. Y porque los indios
nos daban a entender que era cosa muy mala y que morían los que allí
subían, yo hice a ciertos españoles que subiesen y viesen de la manera
que la sierra estaba arriba. Y a la sazón que subieron salió aquel humo
con tanto roído que ni pudieron ni osaron llegar a la boca. Y después
acá yo hice ir allá otros españoles, y subieron dos veces hasta llegar
a la boca de la sierra do sale aquel humo, y había de la una parte de
la boca a la otra dos tiros de ballesta porque hay en torno casi tres
cuartas de legua, y tiene tan grand hondura que no pudieron ver el
cabo. Y allí alderredor hallaron algúnd azufre de lo que el humo
espele. Y estando una vez allá oyeron el ruido grande que traía el humo
y ellos dieron priesa a bajar, pero antes que llegasen al medio de la
sierra ya venían rodando infinitas piedras, de que se vieron en harto
peligro. Y los indios nos tuvieron a muy grand cosa osar ir adonde
fueron los españoles,
Por una carta hice saber a Vuestra Majestad cómo los
naturales destas partes eran de mucha más capacidad que no los de las
otras islas; que nos parescían de tanto entendimiento y razón cuanto a
uno medianamente basta para ser capaz, y que a esta cabsa me parescía
cosa grave por entonces compelerse a que sirviesen a los españoles de
la manera que los de las otras islas; y que también, cesando aquesto,
los conquistadores y pobladores destas partes no se podían sustentar, y
que para no costreñir por estonces a los indios y que los españoles se
remediasen, me parescía que Vuestra Majestad debía mandar que de las
rentas que acá pertenescían a Vuestra Majestad fuesen socorridos para
su gasto y sustentación, y que sobre ello Vuestra Majestad mandase
proveer lo que fuese más servido, segúnd que de todo más largamente
fice a Vuestra Majestad relación, y después acá, vistos los muchos y
continos gastos de Vuestra Majestad y que antes debíamos por todas vías
acrecentar sus rentas que dar cabsa a las gastar, y visto también el
mucho tiempo que habemos andado en las guerras y las nescesidades y
debdas en que a cabsa della todos estábamos puestos y la dilación que
había en lo que en aqueste caso Vuestra Majestad podía mandar, y
sobretodo la mucha importunación de los oficiales de Vuestra Majestad y
de todos los españoles y que en ninguna manera me podía escusar, fueme
casi forzado depositar los señores y naturales destas partes a los
españoles, y considerando en ello las personas y los servicios que en
estas partes a Vuestra Majestad han hecho, para que en tanto que otra
cosa mande proveer o confirmar esto, los dichos señores y naturales
sirvan y den a cada español a quien estovieren depositados lo que
hobiere menester para su sustentación. Y esta forma fue con parescer de
personas que tenían y tienen mucha intiligencia y esperiencia de la
tierra, y no se pudo ni puede tener otra cosa que sea mejor que
convenga más así para la sustentación de los españoles como para
conservación y buen tratamiento de los indios, según que de todo harán
más larga relación a Vuestra Majestad los procuradores que agora van
desta Nueva España. Para las faciendas y granjerías de Vuestra Majestad
se señalaron las provincias y cibdades mejores y más convinientes.
Suplico a Vuestra Majestad lo mande proveer y responder lo que más
fuere servido.
Muy Católico Señor, Dios Nuestro Señor la vida y muy
real persona y muy poderoso estado de Vuestra Cesárea Majestad conserve
y aumente con acrecestamiento de muy mayores reinos y señoríos como su
real corazón desea. De la cibdad de Cuyoacan desta su Nueva España del
Mar Océano, a 15 días de mayo de 1522 años.
Potentísimo Señor, de Vuestra Cesárea Majestad muy su humill servidor y vasallo que los muy reales pies y manos de Vuestra
Majestad besa. - Hernando Cortés
Potentísimo Señor:
A Vuestra Cesárea Majestad hace relación Fernando
Cortés, su Capitán y Justicia Mayor en esta Nueva España del Mar
Océano, según Vuestra Majestad podrá mandar ver y porque los oficiales
de Vuestra Católica Majestad somos obligados a le dar cuenta del
susceso y estado de las cosas destas partes, y en esta escritura va muy
particularmente declarado y aquello es la verdad, y lo que nosotros
podríamos escrebir no hay nescesidad de más nos alargar, sino remitimos
a la relación del dicho capitán.
Invitísimo y Muy Católico Señor, Dios Nuestro Señor
la vida y muy real persona y potentísimo estado de Vuestra Majestad
conserve y aumente con acrecentamiento de muchos más reinos y señoríos
como su real corazón desea. De la cibdad de Cuyoacan, a 15 de mayo de
1522 años.
Potentísimo Señor, de Vuestra Cesárea Majestad muy
humiles siervos y vasallos que los muy reales pies y manos de Vuestra
Majestad besan. - Julián Alderete - Alonso de Grados - Bernaldino
Vázquez de Tapia. La presente carta de relación fue impresa en la muy
noble y muy leal cibdad de Sevilla por Jacobo Cromberger Alemán, y
acabóse a treinta días de marzo, año de 1523
@§ Cuarta relación
La cuarta relación que Fernando Cortés, Gobernador y
Capitán General por Su Majestad en la Nueva España del Mar Océano,
envió al Muy Alto y Muy Potentísimo lnvictísimo Señor Don Carlos,
Emperador Siempre Augusto y Rey de España, Nuestro Señor, en la cual
están otras cartas y relaciones que los capitanes Pedro de Alvarado y
Diego Godoy enviaron al dicho capitán Fernando Cortés.
MUY Alto, Muy Poderoso y Excelentísimo Príncipe, Muy Católico e Invictísimo Emperador Rey y Señor:
En la relación que envié a Vuestra Majestad con Juan
de Ribera de las cosas que en estas partes me habían sucedido después
de la segunda que dellas a Vuestra Alteza envié, dije cómo por
apaciguar y reducir al real servicio de Vuestra Majestad las provincias
de Guatusco, Tuspequey Guatasca y las otras a ellas comarcanas que son
en la Mar del Norte que desde el alzamiento desta cibdad estaban
rebeladas había enviado al alguacil mayor con cierta gente, y lo que en
su camino les había pasado, y cómo le había mandado que poblase en las
dichas provincias y que pusiese nombre al pueblo la villa de Medellín.
Resta que Vuestra Majestad sepa cómo se pobló la dicha villa y se
apaciguó toda aquella tierra y provincias. Y pacífico, le envié más
gente y le mandé que fuese a la costa arriba hasta la provincia de
Guaçacalco, que está de adonde se pobló esta dicha villa cincuenta
leguas y desta cibdad ciento y veinte, porque cuando yo en esta cibdad
estaba, siendo vivo Moteeçuma, señor della, como siempre trabajé de
saber todos los más secretos destas partes que me fue posible para
hacer dellos entera relación a Vuestra Majestad, había enviado a Diego
de Ordás, que en esa corte de Vuestra Majestad reside. Y los señores y
naturales de la dicha provincia le habían rescibido de muy buena
voluntad y se habían ofrescido por vasallos y súbditos de Vuestra
Alteza. Y tenía noticia cómo en un muy grand río que por la dicha
provincia pasa y sale a la mar había muy buen puerto para navíos porque
el dicho Ordás y los que con él fueron lo habían rondado, y la tierra
era muy aparejada para poblar en ella. Y por la falta que en esta costa
hay de puertos deseaba hallar alguno que fuese bueno y poblar en él. Y
mandé al dicho alguacil mayor que antes que entrase en la dicha
provincia, desde la raya della enviase ciertos mensajeros que yo les di
naturales desta cibdad a les hacer saber cómo iba por mi mandado, y que
supiesen dellos si tenían aquella voluntad al servicio de Vuestra
Majestad y a nuestra amistad que antes habían mostrado y ofrescido; y
que les hiciese saber cómo por las guerras que yo había tenido con el
señor desta cibdad y sus tierras no los había enviado a visitar tanto
tiempo había, pero que yo siempre los había tenido por mis amigos y
vasallos de Vuestra Alteza y como tales creyesen hallarían en mí buena
voluntad para cualquier cosa que les cumpliese, y que para
favorescerlos y ayudarlos en cualquier necesidad que tuviesen enviaba
allí aquella gente para que poblasen aquella provincia. El dicho
alguacil mayor y gente fueron y se hizo lo que yo le mandé, y no
hallaron la voluntad que antes habían publicado, antes, la gente puesta
a punto de guerra para no los consentir entrar en su tierra. Y él tuvo
tan buena orden que con saltear una noche un pueblo donde prendió una
señora a quien todos en aquellas partes obedescían se apaciguó, porque
ella envió a llamar todos los señores y les mandó que obedesciese todo
lo que se les quisiese mandar en nombre de Vuestra Majestad porque ella
así lo había de hacer. Y así llegaron hasta el dicho río, y a cuatro
leguas de la boca dél que sale a la mar, porque más cerca no se halló
asiento, se pobló y fundó una villa a la cual se puso nombre El Spíritu
Sancto. Y allí residió el dicho alguacil mayor algunos días hasta que
se apaciguaron y trajeron al servicio de Vuestra Majestad otras muchas
provincias comarcanas, que fueron la de Tabasco, que es en el río de la
Vitoría, o de Grijalba que dicen, y la de Cimaclan y Quechula y
Quiçaltepeque y otras que por ser pequeñas no espreso. Y los naturales
dellas se depositaron y encomendaron a los vecinos de la dicha villa, y
les han servido y sirven hasta agora. Y aunque algunas dellas, digo la
de Cimaclan, Tacuasco y Cuiçaltepeque, se tornaron a rebelar, habrá un
mes que yo envié un capitán y gente desta cibdad a las reducir al
servicio de Vuestra Majestad y castigar su rebelión, y hasta agora no
he sabido nuevas dél. Creo, queriendo Nuestro Señor, que harán mucho,
porque llevaron buen aderezo de artillería y munición y ballesteros y
gente de caballo.
También, Muy Católico Señor, en la relación que el
dicho Juan de Ribera llevó hice saber a Vuestra Cesárea y Católica
Majestad cómo una grand provincia que se dice Mechuacán que el señor
della se llama Casulci se había ofrescido por sus mensajeros el dicho
señor y naturales della por súbditos y vasallos de Vuestra Cesárea
Majestad, y que había traído cierto presente, el cual envié con los
procuradores que desta Nueva España fueron a Vuestra Alteza. Y porque
la provincia y señorío de aquel señor Casulci, segúnd tuve relación de
ciertos españoles que yo allá envié, era grande y se habían visto
muestras de haber en ella mucha riqueza, y por ser tan cercana a esta
grand cibdad, después que me hice de alguna más gente y caballos envié
a ella un capitán con setenta de caballo y docientos peones bien
adreszados de sus armas y artillería para que vIesen toda la dicha
provincia y secretos della, y si tal fuese, que poblasen en la cibdad
principal, Huicicila. E idos, fueron bien rescebidos del señor y
naturales de la dicha provincia y aposentados en la dicha cibdad. Y
demás de proveerlos de lo que tenían nescesidad para su mantenimiento
les dieron hasta tres millmarcos de plata con cobre, que sería media
plata, y hasta cinco millpesos de oro asimesmo envuelto con plata que
no se le ha dado ley, y ropa de algodón y otras cosillas de las que
ellos tienen, lo cual, sacado el quinto de Vuestra Majestad, se
repartió por los españoles que a ella fueron. Y como a ellos no les
satisficiese mucho la tierra para poblar, mostraron para ello mala
voluntad y aun movieron algunas cosillas, por donde algunos fueron
castigados. Y por esto los mandé volver a los que volverse quisieron, y
a los demás mandé que fuesen con un capitán a la Mar del Sur, adonde yo
tenía y tengo una villa que se dice
Çacatula que hay desde la dicha
cibdad de Huicicila cient leguas, y allí tengo en astillero cuatro
navíos para descubrir por la mar todo lo que a mí fuere posible y Dios
Nuestro Señor fuere servido. Y yendo este capitán y gente a la dicha
cibdad de
Çacatula, tuvieron noticia de una provincia que se dice
Coliman que está apartada del camino que habían de llevar sobre la mano
derecha, que es al poniente cincuenta leguas. Y con la gente que
llevaba y con mucha de los amigos de aquella provincia de Michuacan fue
allá sin mi licencia y entró algunas jornadas donde hobo con los
naturales algunos rencuentros. Y aunque eran cuarenta de caballo y más
de cient peones ballesteros y rodeleros, los desbarataron y echaron
fuera de la tierra y les mataron tres españoles y mucha gente de los
amigos y se fueron a la dicha cibdad de
Çacatula. Y sabido por mí,
mandé traer preso al capitán y le castigué su inobediencia.
Porque en la relación que a Vuestra Cesárea Majestad
hice de cómo había inviado a Pedro de Alvarado a la provincia de
Tututepeque, que es en la Mar del Sur, no hobo más que decir de cómo
había llegado a ella y tenía presos al señor y a un hijo suyo. Y de
cierto oro que le presentaron y de ciertas muestras de oro de minas y
perlas que asimismo hobo, porque hasta aquí tampoco no había más que
escribir sabrá Vuestra Excelsitud que en respuesta destas nuevas que me
envió le mandé que luego en aquella provincia buscase un sitio
conveniente y poblase en él. Y mandé también que los vecinos de la
villa de Segura la Frontera se pasasen a aquel pueblo porque ya del que
estaba allí no había nescesidad por ser tan cerca de aquí, y así se
hizo, y se llamó el pueblo Segura la Frontera como el que antes estaba
hecho. Y los naturales de aquella provincia y de la de Guaxaca y
Coaclan y Coasclahuaca y Tachquiaco y otras allí comarcanas se
repartieron en los vecinos de aquella villa y les servían y
aprovechaban con toda voluntad y quedó en ella por justicia y capitán
en mi lugar el dicho Pedro de Alvarado. Y acaesció que estando yo
conquistando la provincia de Pánuco, como adelante a Vuesta Majestad
diré, los alcaldes y regidores de aquella villa le rogaron al dicho
Pedro de Alvarado que él viniese con su poder a mí a negociar ciertas
cosas que ellos le encomendaron, lo cual aceptó. Y venido, los dichos
alcaldes y regidores hicieron cierta liga y monipodio convocando la
comunidad e hicieron alcalde, y contra la voluntad de otro que allí el
dicho Pedro de Alvarado había dejado por capitán despoblaron la dicha
villa y se vinieron a la provincia de Guaxaca, que fue cabsa de mucho
desasosiego y alboroto en aquellas partes. Y como el que allí quedó por
capitán me lo hizo saber, invié a Diego de Campo, alcalde mayor, para
que hobiese la información de lo que pasaba y castigase a los culpados.
Sabido por ellos, se ausentaron y anduvieron ausentes algunos días
hasta que yo los prendí, por manera que el dicho alcalde mayor no pudo
haber más de al uno de los rebeldes, al cual sentencíó a muerte
natural. Y apeló para ante mí. Y después que yo prendí los otros los
mandé entregar al dicho alcalde mayor, el cual asimismo procedió contra
ellos y los sentenció como al otro, y apelaron también. Ya los pleitos
están conclusos para los sentenciar en segunda instancia ante mí y los
he visto. Pienso, aunque fue grave su yerro, habiendo respecto al mucho
tiempo que ha que están presos, conmutarles la pena de la muerte a que
fueron sentenciados en muerte civil, que es desterrarlos destas partes
y mandarles que no entren en ella sin licencia de Vuestra Majestad so
pena que incurran en la pena de la primera sentencia.
En este medio tiempo murió el señor de la dicha
provincia de Tututepeque, y ella y las otras comarcanas se rebelaron. E
invié al dicho Pedro de Alvarado con gente y con un hijo del dicho
señor que yo tenía en mi poder, y aunque hobieron algunos rencuentros y
mataron algunos españoles, las tornó a rendir al servicio de Vuestra
Majestad. Y están agora pacíficas y sirven a los españoles que están
depositadas muy pacífica y seguramente, aunque no se tornó a poblar la
villa por falta de gente y porque al presente no hay dello nescesidad,
porque con el castigo pasado quedaron domados de manera que hasta esta
cibdad vienen a lo que les mandan.
Luego como se recobró esta cibdad de Temixtitán y lo
a ella subjeto fue reducido a la imperial corona de Vuestra Cesárea
Majestad dos provincias que están a cuarenta leguas della al norte que
confinan con la provincia de Pánuco, que se llaman Tututepeque y
Mezquitan, de tierra asaz fuerte, bien husitada en el ejercicio de las
armas por los contrarios que de todas partes tienen. Viendo lo que con
esta gente se había hecho y cómo a Vuestra Alteza ninguna cosa se
amparaba, me inviaron sus mensajeros y se ofrescieron por sus súbditos
y vasallos. Yo los rescebí en el real nombre de Vuestra Alteza y por
tales quedaron y estuvieron siempre hasta después de la venida de
Cristóbal de Tapia, que con los bullicios y desasosiegos que en estas
otras gentes causó, ellos no sólo dejaron de prestar la obidiencia que
antes habían ofrescido, mas aun hicieron muchos daños en los comarcanos
a su tierra que eran vasallos de Vuestra Católica Majestad, quemando
muchos pueblos y matando mucha gente. Y aunque a aquella coyuntura yo
no tenía mucha sobra de gente por la tener en tantas partes dividida,
viendo que dejar de proveer esto era grand daño, temiendo que aquellas
gentes que confinaban con aquellas provincias no se juntasen con
aquellos por temor del daño que rescebían y aun porque yo no estaba
satisfecho de su voluntad, invié un capitán con treinta de caballo y
cient peones ballesteros y escopeteros y rodeleros y con mucha gente de
los amigos, los cuales fueron y hobieron con ellos ciertos rencuentros
en que les mataron alguna gente de nuestros amigos y dos españoles. Y
plugo a Nuestro Señor que ellos de su voluntad volvieron de paz y me
trujeron los señores, a los cuales yo perdoné por haberse ellos venido
sin habellos prendido. Después, estando yo en la provincia de Pánuco,
los naturales destas partes echaron fama que yo me iba a Castilla, que
causó harto alboroto. Y una destas dos provincias que se dice
Tututepeque se tornó a rebelar, y bajó de su tierra el señor y quemó
más de veinte pueblos de los de nuestros amigos y mató y prendió mucha
gente dellos. Y por esto, veniéndome yo de camino de aquella provincia
de Pánuco, los torné a conquistar, y aunque a la entrada mataron alguna
gente de nuestros amigos que quedaba rezagada y por las sierras
reventaron diez o doce caballos por el aspereza de llas, se conquistó
toda la provincia y fue preso el señor y un hermano suyo mochacho y
otro capitán general suyo que tenía la una frontera de la tierra. El
cual dicho señor y su capitán fueron luego ahorcados, y todos los que
se prendieron en la guerra hechos esclavos, que serían hasta ducientas
personas, los cuales se herraron y vendieron en almoneda. Y pagado el
quinto que dello pertenesció a Vuestra Majestad, lo demás se repartió
entre los que se hallaron en la guerra, aunque no hobo para pagar el
tercio de los caballos que murieron, porque por ser la tierra pobre no
se hobo otro despojo. La demás gente que en la dicha provincia quedó
vino de paz y lo está, y por señor della aquel mochacho hermano del
señor que murió, aunque al presente no sirve ni aprovecha de nada - por
ser la tierra como es pobre, como dije - más de tener seguridad della
que no nos alborote los que sirven, y aun para más seguridad he puesto
en ella algunos naturales de los desta tierra.
A esta sazón, Invictísimo César, llegó al puerto de
la villa del Espritu Sancto, de que ya en los capítulos antes déste he
fecho mención, un bergantinejo harto pequeño que venía de Cuba, y en él
un Juan Bono de Quexo que con el armada que Pánfilo de Narváez trajo
había venido a esta tierra por maestre de un navío de los que en la
dicha armada vinieron. Y segúnd paresció por despachos que traía, venía
por mandado de don Juan de Fonseca, obispo de Burgos, creyendo que
Cristóbal de Tapia, que él había rodeado que viniese por gobernador a
esta tierra, estaba en ella, para que si en su rescibimiento hobiese
contradición, como él temía por la notoria razón que a temerlo le
incitaba. E invióle por la isla de Cuba para que lo comunicase con
Diego Velázquez, como lo hizo, y él le dio el bergantín en que pasase.
Traía el dícho Juan Bono hasta cient cartas de un tenor firmadas del
dicho obispo y aun creo que en blanco, para que diese a las personas
que acá estaban que a Juan Bono le paresciese, diciéndoles que
sirvirían mucho a Vuestra Cesárea Majestad en que el dicho Tapia fuese
rescebido y que por ello les prometía muy crecidas mercedes, y que
supiesen que en mi compañía estaban contra la voluntad de Vuestra
Excelencia, y otras muchas cosas harto incitadoras a bullicio y
desasosiego. Y a mí me escribió otra carta diciéndome lo mesmo, y que
si yo obedesciese al dicho Tapia, que el haría con Vuestra Alteza que
me hiciese señaladas mercedes; donde no, que tuviese por cierto que me
había de ser mortal enemigo. Y la venida deste Juan Bono y las cartas
que trajo pusieron tanta alteración en la gente de mi compañía que
certifico a Vuestra Majestad que si yo no los asegurara diciendo la
causa porque el obispo aquello les escrebía y que no temiesen sus
amenazas y que el mayor servicio que a Vuestra Cesárea Majestad
recebiría y por donde más mercedes les mandaría hacer era por no
consentir que el obispo ni cosa suya se entremetiese en estas partes,
porque era con intención de asconder la verdad dellas a Vuestra Alteza
y pedir mercedes en ellas sin que Vuestra Majestad supiese lo que le
daba, que hobiera harto que hacer en los apaciguar. En especial que fui
informado, aunque lo desimulé por el tiempo , que algunos habían puesto
en plática que pues en pago de sus servicios se les ponian temores, que
era bien, pues había comunidad en Castilla, que la hiciesen acá hasta
que Vuestra Alteza fuese informado de la verdad, pues el obispo tenía
tanta mano en esta negociación que hacía que sus relaciones no viniesen
a noticia de Vuestra Alteza; y que tenía los oficios de la Casa de la
Contratación de Sevilla de su mano y que allí eran maltratados sus
mensajeros y tomadas sus relaciones y cartas y sus dineros, y se les
defendía que no les viniese socorro de gente ni armas ni bastimentos.
Pero con hacerles yo saber lo que arriba digo y que Vuestra Majestad de
ninguna cosa era sabidor y que tuviesen por cierto que, sabido por
Vuestra Alteza, serian gratificados sus servicios y fechas por ellos
aquellas mercedes que los buenos y leales vasallos que a su rey y señor
sirven como ellos han servido merescen, se aseguraron. Y con la merced
que Vuestra Excelsitud tuvo por bien de me mandar facer con sus reales
provisiones han estado y están tan contentos y sirven con tanta
voluntad cual el fruto de sus servicios da testimonio, y por ellos
merescen que Vuestra Alteza les mandase hacer mercedes pues tan bien lo
han servido y sirven y tienen voluntad de servir. Y yo por mi parte muy
humillmente a Vuestra Majestad lo suplico, porque no menos merced yo
rescebiré la que a cualquiera dellos mandare hacer que si a mi se
hiciese, pues yo sin ellos no podría haber servido a Vuestra Alteza
como lo he fecho. En especial suplico a Vuestra Alteza muy homillmente
les mande escrebir teniéndoles en servicio los trabajos que en su
servicio han puesto y ofresciéndoles por ello mercedes, porque demás de
pagar deuda que en esto Vuestra Majestad debe, es animarlos para que de
aquí adelante con muy mejor voluntad lo hagan.
Por una cédula que Vuestra Cesárea Majestad a
pedimiento de Juan de Ribera mandó proveer en lo que tocaba al
adelantado Francisco de Garay, paresce que Vuestra Alteza fue informado
cómo yo estaba para ir o enviar al río de Pánuco a lo pacificar, a
causa que en aquel río se decía haber buen puerto y porque en él habían
muerto muchos españoles, ansí de los de un capitán que a él invió el
dicho Francisco de Garay como de otra nao que después con tiempo dio en
aquella costa, que no dejaron alguno vivo. Y porque algunos de los
naturales de aquellas partes habían venido a mí a desculparse de
aquellas muertes, diciéndome que ellos lo habían hecho porque supieron
que no eran de mi compañía y porque habían sido dellos maltratados; y
que si yo quisiese allí inviar gente de mi compañía, que ellos lo
ternían en mucho y los servirían en todo lo que ellos pudiesen, y que
me agadescerían mucho que los inviase, [así] porque temían que aquella
gente con quien ellos habían peleado volverían sobre ellos a se vengar
como porque tenían ciertos comarcanos sus enemigos de quien rescebían
daño, y que con los españoles que yo les diese se favorecerían. Y
porque cuando éstos vinieron yo tenía falta de gente, no pude complir
lo que me pedían, pero prometíles que lo haría lo más brevemente que yo
pudiese. Y con esto se fueron contentos, quedando ofrecidos por
vasallos de Vuestra Majestad diez o doce pueblos de los más comarcanos
a la raya de los súbditos a esta cibdad. Y dende a pocos días tornaron
a venir ahincándome mucho que pues que yo inviaba españoles a poblar a
muchas partes, que inviase a poblar allí con ellos, porque rescebían
mucho daño de aquellos sus contrarios y de los del mesmo río que están
a la costa de la mar, que aunque eran todos unos, por haberse venido a
mí les hacían mal tratamiento. Y por complir con éstos y por poblar
aquella la tierra y también porque ya tenía alguna más gente, señalé un
capitán con ciertos compañeros para que fuesen al dicho río. Y estando
para se partir, supe de un navío que vino de la isla de Cuba cómo el
almirante don Diego Colón y los adelantados Diego Velázquez y Francisco
de Garay quedaban juntos en la dicha isla y muy confederados para
entrar por allí como mis enemigos [a] hacerme todo el daño que
pudiesen. Y porque su mala voluntad no hobiese efeto y por escusar que
con su venida no se ofresciese semejante alboroto y desconcierto como
el que se ofresció con la venida de Narváez, determinéme, dejando en
esta cibdad el mejor recabdo que yo pude, de ir yo por mi persona,
porque si allí ellos o algunos dellos viniesen, se encontrasen conmigo
antes que con otro, porque podría yo mejor escusar el daño. Y así me
partí con ciento y veinte de caballo y con trecientos peones y alguna
artillería y hasta cuarenta millhombres de guerra de los naturales
desta cibdad y sus comarcas. Y llegado a la raya de su tierra bien
veinte y cinco leguas de antes de llegar al puerto, en una población
que se dice Ayutuscotaclan me salieron al camino mucha gente de guerra
y peleamos con ellos. Y así por tener yo tanta gente de los amigos como
ellos venían como por ser el lugar llano y aparejado para los caballos,
no turó mucho la batalla. Y aunque me hirieron algunos caballos y
españoles y murieron algunos de nuestros amigos, fue suya la peor
parte, porque fueron muertos muchos dellos y desbaratados. Allí en
aquel pueblo me estuve dos o tres días, ansí por curar los herídos como
porque vinieron allí a mí los que acá se habían venido a ofrecer por
vasallos de Vuestra Alteza, y desde allí me siguieron fasta llegar al
puerto y desde allí adelante sirvieron en todo lo que podían. Yo fui
por mis jornadas hasta llegar al puerto y en ninguna parte tuve
recuentro con ellos, antes los del camino por donde yo iba salieron a
pedir perdón de su yerro y ofrescerse al real servicio de Vuestra
Alteza. Llegado al dicho puerto y río, me aposenté en un pueblo cinco
leguas de la mar que se dice Chila, que estaba despoblado y quemado
porque allí fue donde desbarataron al capitán y gente de Francisco de
Garay. Y de allí invié mensajeros de la otra parte del río y por
aquellas lagunas, que todas están pobladas de grandes pueblos de gente,
a les decir que no temiesen que por lo pasado yo les haría ningúnd
daño, que bien sabía que por el mal tratamiento que habían rescebido de
aquella gente se habían alzado contra ellos y que no tenían culpa. Y
nunca quisieron venir, antes maltrataron los mensajeros y aun mataron
algunos dellos. Y porque de la otra parte del río estaba el agua dulce
de donde nos bastecíamos, poníanse allí y salteaban a los que iban por
ella. Estuve ansí más de quince días creyendo podría atraerlos por
bien, y que viendo que los que habían venido eran bien tratados ellos
ansimesmo lo harían, mas tenían tanta confianza en la fortaleza de
aquellas lagunas donde estaban que nunca quisieron. Viendo que por bien
ninguna cosa me aprovechaba, comencé a buscar remedio. Y con unas
canoas que al prencipio allí habíamos habido se tomaron más, y con
ellas una noche comencé a pasar ciertos caballos de la otra parte del
río y gente, y cuando amanesció ya había había copia de gente y
caballos de la otra parte sin ser sentidos. Y yo pasé dejando en mi
real buen recabdo, y como nos sintieron de la otra parte, vino mucha
copia de gente y dieron tan reciamente sobre nosotros que después que
yo estoy en estas partes no he visto acometer en el campo tan
denodadamente como aquellos nos acometieron, y matáronnos dos caballos
e hiriéronnos más de otros diez caballos tan malamente que no pudieron
ir en aquella jornada. Y con ayuda de Nuestro Señor ellos fueron
desbaratados y se siguió el alcance cerca de una legua, donde murieron
muchos dellos. Y con hasta treinta de caballo que me quedaron y con
cient peones seguí todavía mi camino y aquel día dormí en un pueblo
tres leguas del real que hallé despoblado, y en las mezquitas deste
pueblo se hallaron muchas cosas de los españoles que mataron de los de
Francisco de Garay Otro día comencé a caminar por la costa de una
laguna adelante por buscar pasos para pasar a la otra parte della,
porque parescía gente y pueblos. Y anduve todo el día sin se hallar
cabo ni por dónde pasar, y ya que era hora de vísperas vimos a vista un
pueblo muy hermoso y tomamos el camino para allá, que todavía era por
la costa de aquella laguna. Y llegados
cerca, era ya tarde y no parescía en él gente. Y para más asegurar
mandé a diez de caballo que entrasen en el pueblo por el camino
derecho, y yo con otros diez tomé la halda dél hacia la laguna porque
los otros diez traían la retraguarda y no eran llegados. Y en entrando
por el pueblo paresció mucha cantidad de gente que estaban ascondidos
en celada dentro de las casas para tomarnos descuidados, y pelearon tan
reciamente que nos mataron un caballo e hirieron casi todos los otros y
muchos de los españoles. Y tuvieron tanto tesón en pelear y turó grand
rato, y fueron rompidos tres o cuatro veces y tantas se tornaban a
rehacer. Y fechos una muela, hincaban las rodillas en el suelo y sin
hablar ni dar grita como lo suelen los otros nos esperaban, y ninguna
vez entrábamos por ellos que no empleaban muchas flechas, y tantas que
si no fuéramos bien armados, se aprovecharan harto de nosotros y aun
creo no escapara ninguno. Y quiso Nuestro Señor que a un río que pasaba
junto y entraba en aquella laguna que yo había seguido todo el día,
algunos de los que más cercanos estaban a él se comenzaron a echar al
agua, y tras aquellos comenzaron a huir los otros al mismo río y así se
desbarataron, aunque no huyeron más de hasta pasar el río. Y ellos de
la una parte y nosotros de la otra nos estuvimos hasta que cerró la
noche, porque por ser muy hondo el río no podíamos pasar a ellos, y aun
también no nos pesó cuando ellos le pasaron. Y así nos volvimos al
pueblo, que estaría un tiro de honda del río, y allí con la mejor
guarda que podimos estuvimos aquella noche. Y comimos el caballo que
nos mataron, porque no había otro bastimento. Otro día siguiente
salimos por un camino porque ya no parescía gente de la del día pasado,
y por él fuimos a dar en tres o cuatro pueblos donde no se halló gente
ninguna ni otra cosa, si no eran algunas bodegas del vino que ellos
hacen, donde hallamos asaz tinajas dello. Aquel día pasamos sin topar
gente ninguna y dormimos en el campo, porque hallamos unos maizales
donde la gente y los caballos tuvieron algúnd refresco. Y desta manera
anduve dos días o tres sin hallar gente ninguna, aunque pasamos muchos
pueblos. Y porque la nescesidad del bastimento nos aquejaba - que en
todo este tiempo entre todos no hobo cincuenta libras de pan - nos
volvimos al real, y hallé la gente que en él había dejado muy buena y
sin haber habido rencuentro ninguno. Y luego, porque me paresció que
toda la gente quedaba de aquella parte de aquella laguna que yo no
había podido pasar, hice una noche echar gente y caballos con las
canoas de aquella parte y que fuese gente de ballesteros y escopeteros
por la laguna arríba y la otra gente por la tierra, y desta manera
dieron sobre un gran pueblo donde, como los tomaron descuidados,
mataron mucha gente. Y de aquel salto cobraron tanto temor de ver que
estando cercados de agua los había salteado sin sentirlo, que luego
comenzaron a venir de paz, y en casi veinte días vino toda la tierra de
paz y se ofrescieron por vasallos de Vuestra Majestad . Ya que la
tierra estaba pacífica, invié por todas las partes della personas que
la visitasen y me trujiesen relación de los pueblos y gente. Y traída,
busqué el mejor asiento que por allí me paresció y fundé en él una
villa que puse por nombre Santisteban del Puerto, y a los que allí
quisieron quedar por vecinos les deposité en nombre de Vuestra Majestad
en aquellos pueblos con que se sostuviesen. Y hechos alcaldes y
regidores y dejando allí un lugarteniente de capitán, quedaron en la
dicha villa de los vecinos treinta de caballo y cient peones y dejéles
un barco y un chinchorro que me habían traído de la villa de la Vera
Cruz para bastimento. Y asimesmo me envió de la dicha villa un criado
mío que allí estaba un navío cargado de bastimentos de carne y pan y
vino y aceite y vinagre y otras cosas, el cual se perdió con todo y aun
dejó en una isleta en la mar que está cinco leguas de la tierra tres
hombres, por los cuales yo invié después en un barco. Y los hallaron
vivos, y manteníanse de muchos lobos marinos que hay en la isleta y de
una fruta que decían que era como higos. Certifico a Vuestra Majestad
que esta ida me costó a mí solo más de treinta millpesos de oro, como
podrá Vuestra Majestad mandar ver si fuere servido por las cuentas
dello, y a los que conmigo fueron otros tantos de costas de caballos y
bastimentos y armas y herraje, porque a la sazón lo pesaban a oro o dos
veces a plata. Mas por verse Vuestra Majestad servido en aquel camino
tanto todos lo tuvimos por bien, aunque más gasto se nos ofresciera,
porque demás de quedar aquellos indios debajo del imperial yugo de
Vuestra Majestad hizo mucho fruto nuestra ida, porque luego aportó allí
un navío con mucha gente y bastimentos y dieron allí en la tierra, que
no pudieron hacer otra cosa, y si la tierra no estuviera de paz no
escapara ninguno, como los del otro que antes habían muerto. Y hallamos
las caras propias de los españoles desholladas en sus oratorias, digo,
los cueros dellas, curados en tal manera que muchos dellos se
conoscieron. Y aun cuando el adelantado Francisco de Garay llegó a la
dicha tierrra, como adelante a Vuestra Sacra Majestad haré relación, no
quedara él ni ninguno de los que con él venían a vida - con tiempo
fueron a dar treinta leguas abajo del dicho río de Pánuco y perdieron
algunos navíos y salieron todos a tierra muy destrozados - si la gente
no hallaran en paz, que los trujieron a cuestas y los sirvieron hasta
ponellos en el pueblo de los españoles, que sin otra guerra se murieran
todos. Así que no fue poco bien estar aquella tierra de paz.
En los capítulos antes déste, Excelentísimo
Príncipe, dije cómo veniendo de camino después de haber pacificado la
provincia de Pánuco se conquistó la proviencia de Tututepeque, que
estaba rebelada, y todo lo que en ella se hizo, porque tenía nueva que
una provincia que está cerca de la Mar del Sur que se llama Impilcingo,
que es de la calidad désta de Tututepeque en fortaleza de sierras y
aspereza de la tierra y de gente no menos belicosa, los naturales della
hacían mucho daño en los vasallos de Vuestra Cesárea Majestad que
confinan con su tierra, y dellos se me habían venido a quejar y pidir
socorro. Aunque la gente que conmigo venía no estaba muy descansada,
porque hay de una mar a otra docientas leguas por aquel camino, junté
luego veinte y cinco de caballo y setenta u ochenta peones, y con un
capitán los mandé ir a la dicha provincia. Y en la instrución que
llevaba le mandé que trabajase de los atraer al servicio de Vuestra
Alteza por bien, y si no quisiesen, les hiciese la guerra. El cual fue
y hobo con ellos ciertos recuentros, y por ser la tierra tan áspera no
pudo dejarla del todo conquistada. Y porque yo le mandé en la dicha su
instrución que hecho aquello, se fuese a la cibdad de
Çacatula y con la
gente que llevaba y con la que más de allí pudiese sacar fuese a la
provincia de Coliman - donde en los capítulos pasados dije que habían
desbaratado aquel capitán y gente que iba de la proviencia de Michuacan
para la dicha cibdad - y que trabajase de los atraer por bien y si no,
los conquistase, el se fue, y de la gente que llevaba y de la que allá
tomó juntó cincuenta de caballo y ciento y cincuenta peones y se fue a
la dicha provincia que está de la dicha cibdad de Cacatula costa del
Mar del Sur abajo sesenta leguas, y por el camino pacificó algunos
pueblos que no estaban pacíficos. Y llegó a la dicha proviencia, y en
la parte que al otro capitán habían desbaratado halló mucha gente de
guerra que le estaban esperando, creyendo ha berse con él como con el
otro. Ansí rompieron los unos y los otros, y plugo a Nuestro Señor que
la vitoria fue por los nuestros sin morir ninguno dellos, aunque a
muchos y a los caballos ferieron. Y los enemigos pagaron bien el daño
que había hecho, y fue tan bueno el castigo que sin más guerra se dio
luego toda la tierra de paz. Y no solamente esta proviencia, mas aun
otras muchas cercanas a ella vinieron a se ofrescer por vasallos de
Vuestra Cesárea Majestad, que fueron Aliman, Colimote [y] Cegoatan. Y
de allí me escribió todo lo que le había sucedido, y le invié a mandar
que buscase un asiento que fuese bueno y en él se fundase una villa y
que le pusiesen por nombre Coliman, como la dicha proviencia. Y le
invié nombramiento de alcaldes y regidores para ella y le mandé que
hiciese la visitación de los pueblos y gente de aquellas proviencias y
me la trujiese con toda la más relación y secretos de la tierra que
pudiese saber, el cual vino y la trajo, y cierta muestra de perlas que
halló. Y yo repartí en nombre de Vuestra Majestad los pueblos de
aquellas proviencias a los vecinos que allá quedaron, que fueron veinte
y cinco de caballo y ciento y veinte peones. Y entre la relación que de
aquellas proviencias hizo trujo nueva de un muy buen puerto que en
aquella costa se había hallado, de que holgué mucho, porque hay pocos.
Y asimismo me trajo relación de los señores de la proviencia de
Hyuatan, que se afirman mucho haber una isla toda poblada de mujeres
sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de la tierra firme
hombres con los cuales ellas han aceso, y las que quedan preñadas si
paren mujeres las guardan, y si hombres, los echan de su compañía; y
que esta isla está diez jornadas desta proviencia y que muchos dellos
han ido allá y la han visto. Dícenme asimesmo que es muy rica de perlas
y oro. Yo trabajaré, en teniendo aparejo, de saber la verdad y hacer
dello larga relación a Vuestra Majestad.
Viniendo de la provincia de Pánuco, en una cibdad
que se dice Tuçapan llegaron dos hombres españoles que yo había inviado
con algunas personas de los naturales de la cibdad de Temixtitán y con
otros de la proviencia de Sonsomisco - que es en la Mar del Sur la
costa arriba hacia adonde está Pedrarias de Avila, gobernador de
Vuestra Alteza, docientas leguas desta grand cibdad de Temixtitán - a
unas cibdades de que muchos días había que yo tengo noticia, que se
llaman Uclaclan y Buatemala y están desta proviencia de Soncomilco
otras sesenta leguas, con los cuales dichos españoles venieron hasta
cien personas de los naturales de aquellas cibdades por mandado de los
señores dellas, ofresciéndose por vasallos y súbditos de Vuestra
Cesárea Majestad. Y yo los rescebí en su real nombre y les certifiqué
que queriendo ellos y haciendo lo que allí ofrescían, serían de mí y de
los de mi compañía en el real nombre de Vuestra Alteza muy bien
tratados y favorescidos, y les di ansí a ellos como para que llevasen a
sus señores algunas cosas de las que yo tenía y ellos en algo estiman,
y tomé a inviar con ellos otros dos españoles para que les proveyesen
de las cosas nescesarias por los caminos. Después acá he sido informado
de ciertos españoles que yo tengo en la provincia de Sonsomico cómo
aquestas cibdades con su proviencia y otra que se dice de Chiapan que
está cerca dellas no tienen aquella voluntad que primero mostraron y
ofrescieron, antes diz que hacen daño en aquellos pueblos de Soncomisco
porque son nuestros amigos y por otra parte me escriben los dichos
cristianos que invían allí siempre mensajeros y que se desculpan que
ellos no lo hacen, sino otros. Y para saber la verdad desto yo tenía a
Pedro de Alvarado despachado con ochenta y tantos de caballo y
docientos peones, en que iban muchos ballesteros y escopeteros y cuatro
tiros de artillería con mucha munición y pólvora. Y asimismo tenía
hecha cierta armada de navíos de que inviaba por capitán un Cristóbal
Dolit, que pasó en mi compañía, para la inviar por la costa del norte a
poblar la punta o cabo de Ybueras, que está sesenta leguas de la bahía
de la Asunción, que es a barlovento de lo que llaman Yucatán la costa
arriba de la Tierra Firme hacia el Darién, así porque tengo mucha
información que aquella tierra es muy rica como porque hay opinión de
muchos pilotos que por aquella bahía sale estrecho a la otra mar, que
es la cosa que yo en este mundo más deseo topar por el gran servicio
que se me representa que dello Vuestra Cesárea Majestad rescebería. Y
estando estos dos capitanes a punto con todo lo nescesario al camino de
cada uno, vino un mensajero de la villa de Santisteban del Puerto, que
yo poblé en el río de Pánuco, por el cual los alcaldes della me hacían
saber cómo el adelantado Francisco de Garay había llegado al dicho río
con ciento y veinte de caballo y cuatrocientos peones y mucha
artillería, y que se intitulaba gobernador de aquella tierra y que así
lo hacía decir a los naturales de aquella tierra con una lengua que
consigo traía, y que les decía que les vengaría de los daños que en la
guerra pasada de mí habían rescibido, y que fuesen con él para echar de
allí aquellos españoles que
yo allí tenía y a los que más yo inviase, y que les ayudaría a ello y
otras muchas cosas de escándalo, y que los naturales estaban algo
alborotados. Y para más certificarme a mí de la sospecha de la
confederación suya con el almirante y con Diego Velázquez, dende a
pocos días llegó al dicho río una carabela de la isla de Cuba, y en
ella venían ciertos amigos y críados de Diego Velázquez y un criado del
obispo de Burgos que diz que venía proveído de fator de Yucatán, y toda
la más compañía eran criados y parientes de Diego Velázquez y criados
del almirante. Sabida por mí esta nueva, aunque estaba manco de un
brazo de una caída de un caballo y en la cama, me determiné de ir allá
a me ver con él para escusar aquel alboroto. Y luego envié delante al
dicho Pedro de Alvarado con toda la gente que tenía hecha para su
camino, y yo me había de partIr dende a dos días. Y ya que mi cama y
todo era ido camino y estaba diez leguas desta cibdad donde yo había de
ir otro día a dormir, llegó un mensajero de la villa de la Vera Cruz
casi a medianoche y me trajo cartas de un navío que era llegado de
España, y con ellas una cédula firmada del real nombre de Vuestra
Majestad, y por ella mandaba al dicho adelantado Francisco de Garay que
no se entremetiese en el dicho río ni en ninguna cosa que yo tuviese
poblado, porque Vuestra Majestad era servido que yo lo tuviese en su
real nombre, por lo cual cien millveces los reales pies de Vuestra
Cesárea Majestad beso. Con la venida desta cédula cesó mi camino, que
no me fue poco provechoso a mi salud, porque había sesenta días que no
dormía y estaba con mucho trabajo y a partirme a aquella sazón no había
de mí mucha seguridad, mas posponíalo todo y tenía por mejor morir en
esta jornada que por guardar mi vida ser cabsa de muchos escándalos y
alborotos y otras muertes que estaban muy notorias. Y despaché luego a
Diego de acampo, alcalde mayor, con la dicha cédula para que seguiese a
Pedro de Alvarado, y yo le di una carta para él mandándole que en
ninguna manera se acercase adonde la gente del adelantado estaba porque
no se revolviesen, y mandé al dicho alcalde mayor que notificase
aquella cédula al adelantado y que luego me respondiese lo que decía.
El cual se partió a la más priesa que pudo y llegó a la proviencia de
los Guatescas, adonde había estado Pedro de Alvarado, el cual se había
ya entrado la proviencia adentro. Y como supo que iba el alcalde mayor
y yo me quedaba, le hizo saber luego cómo el dicho Pedro de Alvarado
había sabido que un capitán de Francisco de Garay que se llama Gonzalo
Dovale que andaba con veinte y dos de caballo haciendo daño por algunos
pueblos de aquella proviencia y alterando la gente della; y que había
sido avisado el dicho Pedro de Alvarado cómo el dicho capitán Gonzalo
Dovalle tenía puestas ciertas atalayas en el camino por donde había de
pasar, de lo cual se alteró el dicho Alvarado creyendo que le quería
ofender el dicho Gonzalo Dovalle, y por esto llevó concertada toda su
gente hasta que llegó a un pueblo que se dice el de las Lajas, adonde
halló al dicho Gonzalo Dovalle con su gente. Y allí llegado, procuró de
hablar con el dicho capitán Gonzalo Dovalle y le dijo lo que había
sabido y le habían dicho qué andaba haciendo, y que se maravillaba dél
porque la intención del gobernador y sus capitanes no era ni había
seído de les ofender ni hacer daño alguno, antes había mandado que les
favoresciesen y proveyesen de todo lo que tuviesen nescesidad; y que
pues aquello así pasaba, que para que ellos estuviesen seguros que no
hobiese escándalo ni daño entre la gente de una parte ni otra, que le
pedía por merced no tuviese a mal que las armas y caballos de aquella
gente que consigo traía estuviese depositado hasta tanto que se diese
asiento en aquellas cosas. Y el dicho Gonzalo Dovalle se desculpaba
diciendo que no pasaba así como le habían informado, pero que él tenía
por bien de hacer lo que le rogaba. Y así estuvieron juntos los unos y
los otros comiendo y holgando los dichos capitanes y toda la más gente
sin que entre ellos hobiese enojo ni cuestión ninguna. Y luego que esto
supo el alcalde mayor, proveyó con un secretario que consigo llevaba
que se llama Francisco de Orduña fuese donde estaban los capitanes
Pedro de Alvarado y Gonzalo Dovalle. Y llevó mandamiento para que se
alzase el dicho déposito y les volviese sus armas y caballos a cada uno
y les hiciesen saber que la intención mía era de les favorescer y
ayudar en todo lo que tuviesen necesidad no se desconcertando ellos en
escandalizarnos la tierra. E invió ansimesmo otro mandamiento al dicho
Alvarado para que los favoresciese y no se entremetiese en tocar en
cosa alguna dellos en los enojar, el cual lo cumplió ansí.
En este mismo tiempo, Muy Poderoso Señor, acaesció
que, estando las naos del dicho adelantado dentro en la mar a boca del
rio de Pánuco como en ofensa de todos los vecinos de la villa de
Santisteban que yo había allí fundado, que puede haber tres leguas el
rio arriba donde suelen surgir todos los navíos que al dicho puerto
arriban, a cuya cabsa Pedro de Vallejo, teniente mío en la dicha villa,
por asegurarla del peligro que esperaba con la alteración de los dichos
navíos hizo ciertos requerimientos a los capitanes y mastres dellos
para que subiesen al puerto y surgiesen en él de paz sin que la tierra
rescibiese ningúnd agravio ni alteración, requeriéndoles asimismo que
si algunas provisiones tenía de Vuestra Majestad para poblar o entrar
en la dicha tierra o en cualquier manera que fuese las mostrasen, con
protestación que mostradas, se cumplirían en todo y por todo segúnd que
por las dichas provisiones Vuestra Alteza lo inviase a mandar. Al cual
requirimiento los capitanes y mas tres respondieron en cierta forma en
que en efeto concluían que no querían hacer cosa alguna de lo por el
teniente mandado y requerido, a cuya cabsa el teniente dio otro segundo
mandamiento dirigido a los dichos capitanes y maestres con cierta pena
para que todavía se hiciese lo mandado y requerído por el prímero
requerimiento, al cual mandamiento tornaron a responder lo que
respondido tenían. Y fue así que, viendo los mastres y capitanes de
cómo de su estada con los navíos en la boca del río por espacio de dos
meses y más tiempo y que de su estada resultaba escándalo así entre los
españoles que allí residían como entre los naturales de aquella
proviencia, un Castromocho, maestre de uno de los dichos navíos, y
Martín de San Juan Lipuzcoano, maestre asimismo de otro navío,
secretamente enviaron al dicho teniente sus mensajeros haciéndole saber
que ellos querían paz y estar obedientes a los mandamientos de la
justicia, que le requerían que fuese el dicho teniente a los dichos dos
navíos y que le rescibirían y cumplirían todo lo que les mandase,
añadiendo que ternían forma para que los otros navíos que restaban
asimismo se le entregarían de paz y cumplirían sus mandamientos, a cuya
cabsa el teniente determinó de ir con los cinco hombres a los dichos
navíos. Y llegados a ellos, fue rescibido por los dichos maestres, y de
allí invió al capitán Juan de Grijalba, que era general de aquella ar
mada, que estaba y residía en la nao capitana a la sazón, para que él
cumpliese en todo los requerimientos y mandamientos pasados del dicho
teniente que le había antes mandado notificar, que el dicho capitán no
solamente no quiso obedescer pero mandó a las naos que estaban
presentes se juntasen con la suya en que estaba y todas juntas exceto
las dos de que arriba se hace mención. Y así juntas contorno de su nao
capitana, mandó a los capitanes dellas tirasen con la artillería que
tenían a los dos navíos hasta los echar a fondo. Y siendo este
mandamiento público y tal que todos lo oyeron, el dicho teniente en su
defensa mandó aprestar el artillería de los dos navíos que le habían
obedescido. En este tiempo las naos que estaban alderredor de la
capitana y maestres y capitanes dellas no quisieron obedescer a lo
mandado por el dicho Juan de Grijalba, y entretanto el dicho capitán
Grijalba envió un escribano que se llama Vicente López para que hablase
al dicho teniente. Y habiendo explicado su mensaje, el teniente le
respondió justificando esta dicha cabsa, y que su venida era allí
solamente por bien de paz y por evitar escándalos y otros bulicios que
se siguían de estar los dichos navíos fuera del dicho puerto adonde
acostumbraban a surgir y como corsarios que estaban en lugar sospechoso
para hacer algúnd salto en tierra de Su Majestad, que sonaba muy mal,
con otras razones que acudían a este propósito, las cuales obraron
tanto que el dicho Vicente López, escribano, se volvió con la respuesta
al capitán Grijalba y le informó de todo lo que había oído al teniente,
atrayendo al dicho capitán para que le obedesciese, pues estaba claro
que el dicho teniente era justicia en aquella proviencia por Vuestra
Majestad y el dicho capitán Grijalba sabía que hasta entonces por parte
del adelantado Francisco de Garay ni por la suya se habían presentado
provisiones reales algunas a que el dicho teniente con los otros
vecinos de la villa de Santisteban hobiesen de ofrescer, y que era cosa
muy fea estar de la manera que estaban con los navíos como corsarios en
tierra de Vuestra Majestad. Y así, movido por estas razones, el capitán
Grijalba con los maestres y capitanes de los otros navíos obedescieron
al teniente y se subieron el río arriba donde suelen surgir los otros
navíos. Y así, llegados al puerto, por la desobediencia que el dicho
Juan de Grijalba había mostrado a los mandamientos del dicho teniente,
le mandó prender. Y sabida esta presión por el mi alcalde mayor, luego
otro día dio su mandamiento para que el dicho Juan de Grijalba fuese
suelto y favorescido con todos los demás que venían en los dichos
navíos sin que tocase en cosa alguna dellos, y así se hizo y se
cumplió.
Asimismo escribió el dicho alcalde mayor a Francisco
de Garay, que estaba en otro puerto diez o doce leguas de allí,
haciéndole saber cómo yo no podía irme a ver con él, y que le inviaba a
él con el poder mío para que entre ellos se diese asiento en lo que se
había de hacer y en ver las provisiones de la una parte y de la otra y
dar conclusión en lo que más servicio fuese de Vuestra Majestad. Y
después que el dicho Francisco de Garay vido la carta del dicho alcalde
mayor se vino adonde el dicho alcalde mayor estaba, adonde fue muy bien
rescibido y proveído él y toda su gente de todo lo nescesario. Y allí
juntos entrambos, después de haber platicado y vistas las provisiones,
se acordó, después de haber visto la cédula de que Vuestra Majestad me
había hecho merced el dicho adelantado, después de ser requerido con
ella por el alcalde mayor, la obedesció y dijo que estaba presto de la
cumplir, y que en cumplimiento della que se quería recoger a sus navíos
con su gente para ir a poblar a otra tierra fuera de la contenida en la
cédula de Vuestra Majestad; y que pues mi voluntad era de favorescerle,
que le rogaba al dicho alcalde mayor que le hiciese recoger toda su
gente, porque muchos de los que consigo traía se le querían quedar y
otros se le habían absentado, y le hiciese proveer de bastimentos de
que tenía nescesidad para los dichos navíos y gente. Y luego el dicho
alcalde mayor lo proveyó todo como él lo pidió, y se apregonó luego en
el dicho puerto adon de estaba la más gente de la una parte y de la
otra que todas las personas que habían venido en el armada del
adelantado Francisco de Garay lo seguiesen y se juntasen con él, so
pena que el que ansí no lo hiciese, si fuese hombre de caballo, que
perdiese las armas y caballo y su persona se le entregase al dicho
adelantado presa; y el peón, [que] se le diesen cien azotes y asimismo
se lo entregasen. Asimismo pidió el dicho adelantado al dicho alcalde
mayor que porque algunos de los suyos habían vendido armas y caballos
en el puerto de Santisteban y en el puerto donde estaban y en otras
partes de aquella comarca, que se los hiciese volver, porque sin las
dichas armas y caballos no se podría servir de su gente. Y el alcalde
mayor proveyó de saber por todas las partes donde estuviesen caballos o
armas de la dicha gente, y a todos los hizo tomar las armas y caballos
que habían comprado y volverlas todas al dicho adelantado. Asimismo
hizo poner el dicho alcalde mayor alguaciles por los caminos y prender
todos cuantos se iban huyendo y se los entregó presos, y le entregaron
muchos que ansí tomaron. Asimismo invió al alguacil mayor a la villa de
Santisteban, que es el puerto, y a un secretario mío con el dicho
alguacil mayor para que en la dicha villa y puerto hiciesen las mismas
diligencias y diesen los mismos pregones y recogiesen la gente que se
le ausentaba y se le entregase y recogiese todo el bastimento que
pudiesen y proveyesen las naos del dicho adelantado. Y dio mandamiento
para que también tomasen las armas y caballos que hobiesen vendido y se
las diesen al dicho adelantado, todo lo cual se hizo con mucha
diligencia. Y el dicho adelantado se partió al puerto para se ir a
embarcar, y el alcalde
mayor se quedó con su gente para no poner más nescesidad el puerto de
la en que estaba y porque mejor se pudiesen proveer. Y estuvo allí seis
o siete días para saber cómo se cumplía todo lo que yo había mandado y
lo que él había proveído, y porque había falta de bastimentos, el dicho
alcalde mayor escribió al adelantado si mandaba alguna cosa porque él
se volvía a la cibdad de México, donde yo resido. Y el adelantado le
hizo luego mensajero con el cual le hacía saber cómo él no hallaba
aparejo para se ir, por haber hallado sus navíos perdidos, que se le
habían perdido seis navíos y los que quedaron no estaban para navegar
en ellos, y que él quedaba haciendo una información para que a mí me
contase lo susodicho - cómo él no tenía aparejo para salir de la tierra
- , y que asimismo me hacía saber que su gente se ponía con él en
debate y pleitos diciendo que no eran obligados a le seguir, y que
habían apelado de los mandamientos que el mi alcalde mayor había dado
diciendo que no eran obligados a los cumplir por diez y seis o diez y
siete cabsas que asignaban. Una dellas era que se habían muerto ciertas
personas de hambre de los que en su compañía venían, con otras no muy
honestas que se enderezaban a su persona. Y asimismo le hizo saber que
no bastaban todas las diligencias que se hacían para detenelle la
gente, que anochecían y no amanescían, porque los que un día le
entregaban presos otro día se iban, en poniéndolos en su libertad; y
que le aconteció desde la noche a la mañana faltarle docientos hombres,
que por tanto le rogaba muy afetuosamente no se partiese hasta que él
llegase porque él quería venir a verse conmigo a esta cibdad, porque si
allí lo dejaban pensaría de ahogarse de enojo. Y el alcalde mayor,
vista su carta, acordó de aguardallo, y vino dende a dos días que le
escribió. Y de allí despacharon mensajero para mí por el cual el
alcalde mayor me hacía saber cómo el adelantado venía a se ver conmigo
a esta cibdad; y porque ellos se vernían poco a poco hasta un pueblo
que se llama
Çicoaque, que es a la raya destas proviencias, y que allí
aguardaría mi respuesta. Y el dicho adelantado me escribió dándome
relación del mal aparejo que de navíos tenía y de la mala voluntad que
su gente le había mostrado, y que porque creía que yo ternía aparejo
para le poder remediar, así proveyéndole de la gente que yo tenía como
de lo demás que él hobiese menester, y por que conoscía [que] por mano
de otro no podía ser remediado ni ayudado, había acordado de se venir a
ver conmigo, y que me ofrescía a su hijo mayor con todo lo que él tenía
y esperaba dejalle para me le dar por yerno y que se casase con una
hija mía pequeña. Y en este medio tiempo, costándole al dicho alcalde
mayor al tiempo que se partían para se venir a esta cibdad que habían
venido en aquella armada de Francisco de Garay algunas personas muy
sospechosas amigos y criados de Diego Velázquez y que se habían
mostrado muy contrarios a mis cosas, y viendo que no quedaban bien en
la dicha provincia y que de su conversación se esperaban algunos
bullicios y desasosiegos en la tierra, conforme a cierta provisión real
que Vuestra Majestad me mandó inviar para que las tales personas
escandalosas salgan de la tierra, los mandó salir della, que fueron:
Gonçalo de Figueroa, y Alonso de Mendoça, y Antonio de la Cerda, y Juan
de Avila, y Lorenzo de Ulloa y Taborda, y Juan de Grijalba, y Juan de
Medina, y otros. Y esto hecho, se venieron hasta el dicho pueblo de
Cicoaque, donde les tomó mi respuesta que hacía a las cartas que me
habían inviado, por la cual les hacía saber holgaba mucho de la venida
del dicho adelantado, y que llegando a esta cibdad, se entendería con
mucha voluntad en todo lo que me había escrito, y en cómo, conforme a
su deseo, él fuese muy bien despachado. Y proveí asimismo para que su
persona fuese muy bien proveída por el cami no, mandando a los señores
de los pueblos le diesen muy cumplidamente todo lo necesario. Y llegado
el dicho adelantado a esta cibdad, yo lo rescibí con toda la voluntad y
buenas obras que se requerían y que yo pude hacerle y como lo haría un
hermano verdadero, porque de verdad me pesó mucho de la pérdida de sus
navíos y desvío de su gente. Y le ofrescí mi voluntad, como en la
verdad yo la tuve, de hacer por él todo lo que a mí posible fuese. Y
como el dicho adelantado tuviese mucho deseo que hobiese efeto lo que
me había escripto cerca de los dichos casamientos, tornó con mucha
istancia a me importunar a que lo concluyésemos. Y yo, por le hacer
placer, acordé de hacer en todo lo que me rogaba y el dicho adelantado
tanto deseaba, sobre lo cual se hicieron de consentimiento de ambas
partes con mucha certinidad y juramentos ciertos capítulos que
concluían el dicho casamiento, y lo que de ambas partes para se hacer
se habían de cumplir - con tanto que, ante todas cosas, después que
Vuestra Majestad fuese certificado de lo capitulado, de todo ello fuese
muy servido - , en manera que demás de nuesta amistad antigua, quedamos
con lo contratado y capitulado entre nosotros, junto con el debdo que
habíamos tomado con los dichos nuestros hijos, tan conformes y de una
voluntad y querer que no se entendía en nosotros en más de lo que a
cada uno estaba bien en el despacho, príncipalmente del dicho
adelantado.
En lo pasado, Muy Poderoso Señor, hice relación a
Vuestra Católica Majestad de lo mucho que mi alcalde mayor trabajó para
que la gente del dicho adelantado que andaba derrramada por la tierra
se juntase con el dicho adelantado y las diligencias que para esto
intervinieron, las cuales, aunque fueron muchas, no bastaron para poder
quitar el descontento que toda la gente traia con el dicho adelantado
Francisco de Garay; antes, creyendo que habían de ser compelidos que
todo el día habían de ir con él conforme a lo mandado y apregonado, se
metieron la tierra adentro por lugares diversos de tres en tres [y] de
seis en seis, y en esta manera ascondidos sin que pudiesen ser habidos
ni poderse recoger, que fue cabsa principal que los indios naturales de
aquella proviencia se alterasen, así por ver a los españoles derramados
por muchas partes como por las muchas desórdenes que ellos cometían
entre los naturales, tomándoles las mujeres y la comida por fuerza, con
otros desasosiegos y bullicios que dieron cabsa a que toda la tierra se
levantase creyendo que entre los dichos españoles segúnd que el dicho
adelantado había publicado - [que] había división en diversos señores,
segúnd arriba se hizo relación a Vuestra Majestad - y de lo que el
dicho adelantado publicó al tiempo que en la tierra a los indios della
con lengua que pudieron entender bien. Y fue así que tuvieron tal
astucia los dichos indios, siendo primeramente informados dónde y cómo
en qué partes estaban los dichos españoles, que de día y de noche
dieron en ellos por todos los pueblos en que estaban derramados. Y a
esta cabsa, como los hallaron desapercebidos [y] desarmados por los
dichos pueblos, mataron mucho número dellos. Y cresció tanto su osadía
que llegaron a la dicha villa de Santisteban del Puerto, que yo tenía
poblada en nombre de Vuestra Majestad, donde dieron tan recio combate
que pusieron a los vecinos della en grande nescesidad, que pensaron ser
perdidos y se perdieran si no fuera porque se hallaban apercebidos y
juntos, donde pudieron hacerse fuertes y resistir a sus contrarios
hasta en tanto que salieron al campo muchas veces con ellos y los
desbarataron. Estando así las cosas en este estado, tuve nueva de lo
sucedido, y fue por un mensajero hombre de pie, que escapó huyendo de
los dichos desbaratas y me dijo cómo toda la proviencia de Pánuco y
naturales della se habían rebelado y habían muerto mucha gente de los
españoles que en ella habían quedado de la compañía del dicho
adelantado, con algunos otros vecinos de la dicha villa que yo allí en
nombre de Vuestra Majestad fundé. Y creí, segúnd el grande desbarato
habido, que ninguno de los dichos castellanos era vivo, de lo cual Dios
Nuestro Señor sabe lo que yo sentí, y en ver que ninguna novedad
semejante se ofresce en estas partes que no cuesta mucho y las traiga a
punto de se perder. Y el dicho adelantado sintió tanto esta nueva que,
así por le parescer que había sido cabsa dello como porque tenía en la
dicha proviencia un hijo suyo con todo lo que había traído, que del
grande pesar que haba adolesció, y desta enfermedad fallesció desta
presente vida en espacio y término de tres días.
Y para que más en particular Vuestra Excelsitud se
informe de lo que sucedió después de sabida esta primera nueva fue que,
después que aquel español trajo la nueva del alzamiento de aquella
gente de Pánuco, porque no daba otra razón sino que en un pueblo que se
dice Tagetuco, veniendo él y otros de caballo y un peón, les habían
salido al camino los naturales dél y habían peleado con ellos y muerto
los dos de caballo y el peón y el caballo al otro; y que ellos se
habían escapado huyendo porque vino la noche, y que habían visto un
aposento del dicho pueblo donde los había de esperar el teniente con
quince de caballo y cuarenta peones, quemado el dicho aposento, y que
creía por las muestras que allí habían visto que los habían muerto a
todos. Esperé seis o siete días por ver si veniera otra nueva, y en
este tiempo llegó otro mensajero del dicho teniente que quedaba en un
pueblo que se dice Tenextequipa que es de los subjetos a esta cibdad y
parte términos con aquella pro viencia. Y por su carta me hacía saber
cómo estando en aquel pueblo de Taçetuco con quince de caballo y
cuarenta peones, esperando más gente que se había de juntar con él
porque iba de la otra parte del río a apaciguar ciertos pueblos que aún
no estaban pacíficos, una noche al cuarto del alba los habían cercado
el aposento mucha copia de gente y puéstoles fuego a él; y por presto
que cabalgaron, como estaban descuidados por tener la gente tan segura
como hasta allí había estado, les habían dado tanta priesa que los
habían muerto todos salvo a él y a otros dos de caballo que huyendo se
escaparon, aunque a él le habían muerto su caballo y otro le sacó a las
ancas; y que se habían escapado porque dos leguas de allí hallaron un
alcalde de la dicha villa con cierta gente el cual los amparó, aunque
no se detuvieron mucho, que ellos y él salieron huyendo de la pro
viencia; y que de la gente que en la villa había quedado ni de la otra
del adelantado Francisco de Garay, que estaba en ciertas partes
repartida, no tenían nueva ni sabían dellos, y que creían que no había
ninguno vivo, porque, como a Vuestra Majestad tengo dicho, después que
el dicho adelantado allí había venido con aquella gente y había hablado
a los naturales de aquella proviencia - diciéndoles que yo no había de
tener que hacer con ellos porque él era gobernador y a quien habían de
obedescer, y que juntándose ellos con él echarían todos aquellos
españoles que yo tenía, y aquel pueblo y a los que más yo inviase - se
habían alborotado y nunca más quisieron servir a ningúnd español, antes
habían muerto algunos que topaban solos por los caminos; y que creía
que todos se habrían concertado para hacer lo que hicieron, y como
habían dado en él y en la gente que con él estaba, así creía que
habrían dado en la gente que estaba en el pueblo y en todos los demás
que estaban derramados por los pueblos, porque estaban muy sin sospecha
de tal alzamiento viendo cuán sin ningúnd resabio hasta allí los habían
servido. Habiéndome certificado más por esta nueva de la rebellión de
los naturales de aquella proviencia y sabiendo las muertes de aquellos
españoles, a la mayor priesa que yo pude despaché luego cincuenta de caballo y cien peones ballesteros y
escopeteros y cuatro tiros de artillería con mucha pólvora y munición
con un capitán español y otros dos de los naturales desta cibdad con
cada quince millhombres dellos. Al cual dicho capitán mandé que con la
más priesa que pudiese llegase a la dicha proviencia y trabajase de
entrar en ella sin detener en ninguna parte, no siendo muy forzosa
nescesidad, hasta llegar a la villa de Santisteban del Puerto a saber
nuevas de los vecinos y gentes que en ella habían quedado, porque
podría ser que estuviesen cercados en alguna parte y darles ía socorro.
Y así fue, y el dicho capitán se dio toda la más príesa que pudo y
entró por la dicha proviencia. Y en dos partes pelearon con él, y
dándole Dios Nuestro Señor la vitoría, seguió todavía su camino hasta
llegar a la dicha villa, adonde halló veinte y dos de caballo y cient
peones que allí los habían tenido cercados. Y los habían combatido seis
o siete veces, y con ciertos tiros de artillería que allí tenían se
habían defendido, aunque no bastaba su poder para más defenderse de
allí, y aun con no poco trabajo. Y si el capitán que yo invié se
tardara tres días no quedara ninguno dellos, porque ya se murían todos
de hambre y habían inviado un bergantín de los navíos que el adelantado
allí trajo a la villa de la Vera Cruz para por allí hacerme saber la
nueva, porque por otra parte no podían, y para traer bastimento en él
como después se lo llevaron, aunque ya habían sido socorridos de la
gente que yo invié. Y allí supieron cómo la gente que el adelantado
Francisco de Garay había dejado en un pueblo que se dice Tamiquil, que
serían hasta cient españoles de pie y de caballo, los habían todos
muerto sin escapar más de un indío de la isla de Jamaica que escapó
huyendo por los montes, del cual se informaron cómo los tomaron de
noche. Y hallóse por copia que de la gente del adelantado eran muertos
docientos y diez hombres, y de los vecinos que yo había dejado en
aquella villa cuarenta y tres que andaban por sus pueblos que tenían
encomendados, y aun créese que fueron más de los de la gente del
adelantado, porque no se acuerdan de todos. Con la gente que el capitán
llevó y con la que el teniente y el alcalde tenían y con la que se
halló en la villa llegaron ochenta de caballo, y repartiéronse en tres
partes y dieron la guerra por ellas en aquella proviencia en tal manera
que señores y personas principales se prendieron hasta cuatrocientos
sin otra gente baja, a los cuales todos, digo, a los prencipales,
quemaron por justicia, habiendo confesado ser ellos los movedores de
toda aquella guerra y cada uno dellos haber sido en muerte o haber
muerto los españoles. Y hecho esto, soltaron de los otros que tenían
presos, y con ellos recogieron toda la gente en los pueblos. Y el
capitán en nombre de Vuestra Majestad proveyó de nuevos señores en los
dichos pueblos a aquellas personas que les pertenescía por suscesión,
segúnd ellos suelen heredar. A esta sazón tuve cartas del dicho capitán
y de otras personas que con él estaban cómo ya, loado Nuestro Nuestro
Señor, estaba toda la proviencia muy pacífica y segura. Y los naturales
sirven muy bien y creo que será paz para todo el año la rencilla
pasada.
Crea Vuestra Cesárea Majestad que son estas gentes
tan bulliciosas que cualquier novedad o aparejo que vean de bullicio
los mueven, porque ellos así lo tenían por costumbre de rebelarse y
alzarse contra sus señores, y ninguna vez verán para esto aparejo que
no lo hagan.
En los capítulos pasados, Muy Católico Señor, dije
cómo al tiempo que supe la nueva de la venida del adelantado Francisco
de Garay a aquel río de Pánuco tenía a punto cierta armada de navíos y
de gente para inviar al cabo o punta de Hibueras y las cabsas que para
ello me movían. Y por la venida del dicho adelantado cesó, creyendo que
se quisiera poner en aposesionarse por su abtorídad en la tierra. Y
para se lo resistir si lo hiciera hobo necesidad de toda la gente. Y
después de haber dado fin en las cosas del dicho adelantado, aunque se
me siguió asaz costa de sueldos de marineros y bastimentos de los
navíos y gente que había de ir en ellos paresciéndome que dello Vuestra
Majestad era muy servido, seguí todavía mi propósito comenzado y compré
más navíos de los que antes tenía, que fueron por todos cinco navíos
gruesos y un bergantín, e hice cuatrocientos hombres. Y bastecidos de
artillería y munición y armas y de otros bastimentos y vituallas y
demás de lo que aquí se les proveyó, envié con dos críados míos ocho
mill pesos de oro a la isla de Cuba para que comprasen caballos y
bastimentos, ansí para llevar en este prímero viaje como para que
tuviesen a punto para, en volviendo los navíos, cargarlos, porque por
necesidad de cosa alguna no dejasen de hacer aquello para que yo los
invío, y también para que al principio por falta de bastimentos no
fatigasen los naturales de la tierra, y que antes les diesen ellos de
lo que llevasen que tomarles de lo suyo. Y con este concierto se
partieron del puerto de Sant Juan de Balchiqueca a once días del mes de
enero de mill y quinientos y veintecuatro años. Y han de ir a La
Habana, que es la punta de la isla de Cuba, adonde se han de bastecer
de lo que les faltare, especial los caballos, y recoger allí los navíos
y de allí, con la bendición de Dios, seguir su camino para la dicha
tierra; y en llegando en el primero puerto della, saltar en tierra y
echar toda la gente y caballos y bastimentos y todo lo demás que en los
navíos llevan fuera dellos, y en el mejor asiento que al presente les
paresciere, fortalescerse con su artillería, que llevan mucha y buena,
y fundar un pueblo; y luego los tres de los navíos mayores que llevan,
despacharlos para la isla de Cuba al puerto de la villa de la Trinidad,
porque está en mejor paraje y derrota, porque allí ha de quedar el uno
de aquellos criados míos para les tener aparejada la carga de las cosas
que fuesen menester y el capitán inviare a pidir; los otros navíos más
pequeños y el bergantín con el piloto mayor y un primo mío que se dice
Diego Hurtado por capitán dellos vayan a correr toda la costa de la
bahía de la Ascensión en demanda de aquel estrecho que se cree que en
ella hay; y que estén allá fasta que ninguna cosa dejen por ver, y
visto, se vuelvan donde el dicho capitán Cristóbal Dolid estuviere, y
de allí con el uno de los navíos me hagan relación de lo que hallaren y
lo que el dicho Cristóbal Dolid hobiese sabido de la tierra y en ella
hobiere sucedido para que yo pueda inviar dello larga cuenta y relación
a Vuestra Católica Majestad.
También dije cómo tenía cierta gente para inviar con
Pedro de Alvarado a aquellas cibdades de Uclaclan y Guatemala, de que
en los capítulos pasados he hecho mención, y a otras proviencias de que
tengo noticia que están adelante dellas, y cómo también había cesado
por la venida del dicho adelantado Francisco de Garay. Y porque ya yo
tenía mucha costa hecha así de caballos y armas y artillería y munición
como de dineros de socorro que se había dado a la gente, y porque dello
tengo creído que Dios Nuestro Señor y Vuestra Sacra Majestad han de ser
muy servidos, y porque por aquella parte, segúnd tengo noticía, pienso
descubrir muchas y muy ricas y estrañas tierra y de muchas y muy
diferentes gentes, tomé todavía a insistir en mi prímero propósito. Y
demás de lo que antes al dicho camino estaba proveído, le tomé a
rehacer al dicho Pedro de Alvarado y le despaché desta cibdad a seis
días del mes de deciembre del mill y quinientos y veintetrés años. Y
llevó ciento y veinte de caballo, en que con las dobladuras que lleva
ciento y sesenta caballos y trecientos peones, en que son los ciento y
treinta ballesteros y escopeteros. Lleva cuatro tiros de artillería con
mucha pólvora y munición, y lleva algunas personas principales ansí de
los naturales desta cibdad como de otras cibdades desta comarca y con
ellos alguna gente, aunque no mucha por ser el camino tan largo.
He tenido nuevas dellos cómo habían llegado a doce
días del mes de enero deste año a la proviencia de Tecuantepeque, que
iban muy buenos. Plega a Nuestro Señor de los guiar a los unos y a los
otros como El se sirva, porque bien creo que yendo enderezadas a su
servicio y en el real nombre de Vuestra Cesárea Majestad, no pueden
carescer de bueno y próspero suceso. También encomendé al dicho Pedro
de Alvarado tuviese siempre especial cuidado de me hacer larga y
particular relación de las cosas que por allí le aveniesen para que yo
la invíe a Vuestra Alteza.
Y tengo por muy cierto, segúnd las nuevas y figuras
de aquella tierra que yo tengo, que se han de juntar el dicho Pedro de
Alvarado y Cristóbal Dolid, si estrecho no los parte. Muchos caminos
déstos se hobieran hecho en esta tierra y muchos secretos della tuviera
yo sabidos si estorbos de las armadas que han venido no los hobieran
impedido. Y certifico a Vuestra Sacra Majestad que ha rescebido harto
deservicio en ellos, ansí en no tener descubiertas muchas tierras como
en haberse dejado de adquirir para su real cámara mucha suma de oro y
perlas. Pero de aquí adelante, si otros más no vienen, yo trabajaré de
restaurar lo que se ha perdido, porque por trabajo de mi persona ni por
dejar de gastar mi hacienda no quedará, porque certifico a Vuestra
Cesárea y Católica Majestad que demás de haber gastado todo cuanto he
tenido, debo, que he tomado del oro que tengo de las rentas de Vuestra
Majestad para gastos, como parescerá por ellos al tiempo que Vuestra
Majestad fuere servido de mandar tomar la cuenta, sesenta y tantos mill
pesos de oro, sin más de otros doce mill que yo he tomado prestados de
algunas personas para gastos de mi casa.
De las provincias comarcanas a la villa del Espíritu
Santo y de las que servían a los vecinos dellas dije en los capítulos
pasados que algunas dellas se habían rebelado y aun muerto ciertos
españoles. Y así para reducir éstas al real servicio de Vuestra
Majestad como para traer a él otras sus vecinas, porque la gente que en
la dicha villa está no bastaba para sostener lo ganado y conquistar
éstas, envié un capitán con treinta de caballo y cien peones, algunos
dellos ballesteros y escopeteros, y dos tiros de artillería con recado
de munición y pólvora, los cuales se partieron a ocho de deciembre de
quinientos y veintetrés años. Hasta agora no he sabido nueva dellos.
Pienso harán mucho fruto, y que deste camino Dios Nuestro Señor y
Vuestra Majestad serán muy bien servidos y se descubrirán hartos
secretos, porque es un pedazo de tierra que queda entre la conquista de
Pedro de Alvarado y Cristóbal Dolid lo que hasta agora estaba pacífico
hacia la Mar del Norte. Y conquistado esto y pacífico, que es muy poco,
tiene Vuestra Sacra Majestad por la parte del norte más de
cuatrocientas leguas de tierra pacifica y subjecta a su real servicio
sin haber cosa en medio; y por la Mar del Sur más de quinientas leguas,
y todo de la una mar a la otra que sirve sin ninguna contradición
exceto dos proviencias que están entre la proviencia de Teguantepeque y
la de Chinanta y Buaxaca y la de Buacaqualco en medio de todas cuatro,
que se llama la gente de la una los zaputecas y la otra los mijes. Las
cuales, por ser tan ásperas que aun a pie no se pueden andar, puesto
que he enviado dos veces gente a los conquistar y no lo han podido
hacer porque tienen muy recias fuerzas y áspera tierra y buenas armas,
que pelean con lanzas de a veintecinco y treinta palmos y muy gruesas y
bien hechas y las puntas dellas de pedernales, y con esto se han
defendido y muerto algunos de los españoles que allá han ido, y han
fecho y facen mucho daño en los vecinos que son vasallos de Vuestra
Majestad salteándolos de noche y quemándoles los pueblos y matando
muchos dellos, tanto que han hecho que muchos de los pueblos cercanos a
ellos se han alzado y confederado con ellos. Y porque no llegue a más,
y aunque agora no tenía sobra de gente por haber salido a tantas
partes, junté ciento cincuenta hombres de pie - porque de caballo no
pueden aprovechar - todos los más ballesteros y escopeteros, y cuatro
tiros de artillería con la munición necesaría - los ballesteros y
escopeteros proveídos con mucho almacén - y con ellos por capitán
Rodrigo Rangel, alcalde desta cibdad, que agora ha un año había ido
otra vez con gente sobre ellos y por ser en tiempo de muchas aguas no
pudo hacer cosa ninguna y se volvió con haber estado allá dos meses. El
cual dicho capitán y gentes se partieron desta cibdad a cinco de
hebrero deste año presente. Creo, siendo Dios servido, que por llevar
buen aderezo y por ir en buen tiempo y porque lleva mucha gente de
guerra diestra de los naturales desta cibdad y sus comarcas, que darán
fin a aquella demanda, de que no poco servicio redundará a la imperial
corona de Vuestra Alteza, porque no sólo ellos no sirven, mas aun hacen
mucho daño a los que tienen buena voluntad, y la tierra es muy rica de
minas de oro. Estando éstos pacíficos, dicen aquellos sus vecinos que
lo irian a sacar allá éstos. Por haber sido tan rebeldes, habiendo sido
tantas veces requeridos y una vez ofrescídose por vasallos de Vuestra
Alteza y haber muerto españoles y haber hecho tantos daños, los
pronuncié por esclavos y mandé que a los que a vida se pudiesen tomar
los herrasen del hierro de Vuestra Alteza, y sacada la parte que a
Vuestra Majestad pertenesce, se repartie se por aquéllos que lo fueron
a conquistar. Bien puede, Muy Ecelentísimo Señor, tener Vuestra Real
Exelencia por muy cierto que la menor destas entradas que se van a
facer me cuesta de mi casa más de cinco mill pesos de oro, y que las
dos de Pedro de Alvarado y Cristóbal Dolid me cuestan más de cin cuenta
en dineros, sin otros gastos de mis haciendas que no se cuentan ni
asientan por memoria. Pero como sea todo para el servicio de Vuestra
Cesárea Majestad, si mi persona juntamente con ello se gastase lo
ternía por mayor merced, y ninguna vez se ofrescerá en que en tal caso
yo la pueda poner que no la ponga.
Así por la relación pasada como por ésta he hecho a
Vuestra Alteza minción de cuatro navíos que tengo comenzados a facer en
la Mar del Sur. Y porque por haber mucho tiempo que se comenzaron le
parescerá a Vuestra Real Alteza que yo he tenido algúnd descuido en no
se haber acabado hasta agora, doy a Vuestra Sacra Majestad cuenta de la
cabsa: y es que como la Mar del Sur, a lo menos aquella parte donde yo
aquellos navíos hago, está de los puertos de la Mar del Norte donde
todas las cosas que a esta Nueva España vienen se descargar docientas
leguas y aun más y en parte de muy fragosos puertos de sierras y en
otros muy grandes y caudales ríos, y como todas las cosas que para los
dichos navíos son nescesarias se hayan de llevar de allí por no haber
de otra parte donde se provean, háse llevado y llévase con mucha
dificultad. Y aun sobrevino para esto que ya que yo tenía en una casa
en el puerto donde los dichos navíos se hacen todo el adereszo que para
ellos era menester de velas, cables, jarcia, clavazón, áncoras, pez,
sebo, estopa, botamen, aceite y otras cosas, una noche se puso fuego y
se quemó todo sin se aprovechar más de las áncoras, que no pudieron
quemarse. Y agora de nuevo lo he tomado a proveer, porque habrá cuatro
meses que me llegó una nao de Castilla en que me trajeron todas las
cosas necesarias para los dichos navíos, porque temiendo yo lo que me
vino, lo tenía proveído e inviado a pedir. Y certifico a Vuestra
Cesárea Majestad que me cuestan hoy los navíos sin haberlos echado al
agua más de ocho mill pesos de oro, sin otras cosas estraordinarias.
Pero ya, loado Nuestro Señor, están en tal estado que para la Pascua
del Espíritu Santo primera o para el día de San Juan de junio podrán
navegar si botamen no me falta, porque como se quemó lo que tenía no he
tenido de dónde proveerme. Mas yo espero que para este tiempo me lo
traerán desos reinos, porque yo tengo proveído para que se me envíen.
Tengo en tanto estos navíos que no lo podría sinificar, porque tengo
por muy cierto que con ellos, siendo Dios Nuestro Señor servido, tengo
de ser cabsa que Vuestra Sacra Majestad sea en estas partes señor de
más reinos y señoríos que los que hasta hoy en nuestra nación se tiene
noticia. A El plega encaminarlo como El se sirva y Vuestra Cesárea
Majestad consiga tanto bien, pues creo que con hacer yo esto no le
quedará a Vuestra Excelsitud más que hacer para ser monarca del mundo.
Después que Dios Nuestro Señor fue servido que esta
grand cibdad de Temixtitán se ganase, parescióme por el presente no ser
bien residir en ella por muchos inconvenientes que había, y paséme con
toda la gente a un pueblo que se dice Cuyuacan que está en la costa
desta laguna de que ya tengo hecha mención, porque siempre deseé que
esta cibdad se redificase por la grandeza y maravilloso asiento della.
Trabajé de recoger todos los naturales que por muchas partes estaban
absentados desde la guerra, y aunque siempre he tenido y tengo al señor
della preso, hice a un capitán general que en la guerra tenía el dicho
señor y yo conoscía del tiempo de Mutezuma que tomase cargo de la
tornar a poblar. Y para que más abtoridad su persona tuviese tornéle a
dar el mesmo cargo que en tiempo del señor tenía, que es liguacoat, que
quiere tanto decir como lugarteniente del señor, y a otras personas
principales que yo también ansimismo de ante conoscía les encargué
otros cargos de gobernación desta cibdad que entre ellos se solían
hacer. Y a este liguacoat y a los demás les di señorío de tierras y
gente en que se mantuviesen, aunque no tanto como ellos tenían ni que
pudiesen ofender con ellos en algún tiempo. Y he trabajado siempre de
honrarlos y favorescerlos, y ellos lo han trabajado y hecho tan bien
que hay hoy en la cibdad poblados hasta treinta mill vecinos y se tiene
en ella la orden que solía en sus mercados y contrataciones. Y heles
dado tantas libertades y exenciones que de cada día se puebla en mucha
cantidad porque viven muy a su placer, que los oficiales de artes
mecánicas, que hay muchos, viven por sus jornales entre los españoles,
así como carpinteros, albañiles, canteros, plateros y otros oficios; y
los mercaderes tienen muy seguramente sus mercaderías y las venden; y
las otras gentes viven dellos de pescadores, que es gran trato en esta
cibdad, y otros de agricultura, porque hay ya muchos dellos que tienen
sus huertas y siembran en ellas toda la hortaliza de España de que acá
se ha podido haber simiente. Y certifico a Vuestra Cesárea Majestad que
si plantas y semillas de las de España tuviesen y Vuestra Alteza fuese
servido de nos mandar proveer dellas, como en la otra relación lo invié
a suplicar, segúnd los naturales destas partes son amigos de cultivar
las tierras y de traer arboledas, que en poco espacio de tiempo hobiese
acá mucha abundancia, de que no poco servicio pienso yo que redundaría
a la imperial corona de Vuestra Alteza, porque sería cabsa de
perpetuarse éstas partes y de tener en ellas Vuestra Secra Majestad más
rentas y mayores señorio que en lo que agora en el nombre de Dios
Nuestro Señor Vuestra Alteza posee, y para esto puede Vuestra Alteza
ser cierto que en mí no habrá falta y que lo trabajaré por mi parte
cuanto las fuerzas y poder me bastare. Puse luego por obra como esta
cibdad se ganó de hacer en ella una fuerza en el agua a una parte desta
cibdad en que pudiese tener los bergantines seguros y desde ella
ofender a toda la cibdad, si en algo se pusiese, y estuviese en mi mano
la salida y entrada cada vez que yo quisiese. E hízose. Está hecha tal
que aunque yo he visto algunas casas de atarazanas y fuerzas no la he
visto que le iguale, y muchos que han visto otras más afirman lo que
yo. Y la manera que tiene esta casa es que a la parte de la laguna
tiene dos torres muy fuertes con sus torneras en las partes necesarias,
y la una destas torres sale fuera del lienzo hacia la una parte con
troneras que barren todo el lienzo, y la otra a la otra parte de la
mesma manera. Y destas dos torres va un cuerpo de casa de tres naves
donde están los bergantines, y tienen la puerta para salir y entrar
entre estas dos torres hacia el agua. Y todo este cuerpo tiene asimismo
sus torneras, y al cabo deste dicho cuerpo hacia la cibdad está otra
muy gran torre y de muchos aposentos bajos y altos con sus defensas y
ofensas para la cibdad. Y porque la inviaré figurada a Vuestra Sacra
Majestad como mejor se entienda, no diré más particularidades della
sino que es tal que con tenerla es en nuestra mano la paz y la guerra
cuando la quisiéremos, teniendo en ella los navíos y artillería que
agora hay. Hecha esta casa, porque me paresció que ya tenía seguridad
para cumplir lo que deseaba, que era poblar dentro en esta cibdad, me
pasé a ella con toda la gente de mi compañía. Y se repartieron los
solares por los vecinos, y a cada uno de los que fueron conquistadores
en nombre de Vuestra Real Alteza yo di un solar por lo que en ella
había trabajado, demás del que se les ha de dar como a vecinos que han
de servir segúnd orden destas partes. Y hánse dado tanta priesa en
hacer las casas de los vecinos que hay mucha cantidad della hechas y
otras que llevan ya buenos prencipios, porque hay mucho aparejo de
piedra, cal y madera y de mucho ladrillo que los naturales hacen, que
hacen todos tan buenas y grandes casas que puede creer Vuestra Sacra
Majestad que de hoy en cinco años será la más noble y populosa cibdad
que haya en lo poblado del mundo y de mejores edificios. Es la
población donde los españoles poblamos distinta de [la de] los
naturales porque nos parte un brazo de agua, aunque en todas las calles
que por ella traviesan hay puentes de madera por donde se contrata de
la una parte a la otra. Hay dos grandes mercados de los naturales de la
tierra, el uno en la parte do ellos habitan y el otro entre los
españoles. En estos hay todas las cosas de bastimentos que en la tierra
se pueden hallar por que de toda ella lo vienen a vender, y en esto no
hay falta de lo que antes solía en el tiempo de su prosperidad. Verdad
es que joyas de oro ni plata ni plumajes ni cosa rica no hay nada como
solía, aunque algunas pezecillas de oro y plata salen, pero no como
antes.
Por las diferencias que Diego Velázquez ha querido
tener conmigo y por la mala voluntad que a su cabsa y por su
intercesión don Juan de Fonseca, obispo de Burgos, me ha tenido, y por
él y por su mandado los oficiales de la Casa de la Contratación de la
cibdad de Sevilla, en especial Juan López de Recalde, contador della,
de quien todo en el tiempo del obispo solía pender, no he sido proveído
de artillería ni armas como tenía necesidad aunque yo muchas veces he
inviado dineros para ellas. [Y] porque no hay cosa que más los ingenios
de los hombres avive que la necesidad, y como yo ésta tuviese tan
extrema y sin esperanza de remedio pues aquéllos no daban lugar que
Vuestra Sacra Majestad la supiese, trabajé de buscar orden para que por
ella no se perdiese lo que con tanto trabajo y peligro se había ganado
y de donde tanto deservicio a Dios Nuestro Señor y a Vuestra Cesárea
Majestad pudiera venir, y peligro a todos los que acá estábamos. Y por
algunas proviencias de las destas partes me di mucha priesa en buscar
cobre, y di para ello mucho rescate para que más aína se hallase. Y
como me trajeron cantidad, puse por obra con un mastro que por dicha
aquí se halló de hacer alguna artillería, e hice dos tiros de medias
culebrinas, y salieron tan buenas que de su medida no pueden ser
mejores. Y porque aunque tenía cobre faltaba estaño, porque no se puede
hacer sin ello y para aquellos tiros lo había habido con mucha
dificultad y me había costado mucho de algunos que tenían platos y
otras vasijas dello y aun caro ni barato no lo hallaba, comencé a
inquirir por todas partes si en alguna lo había. Y quiso Nuestro Señor,
que tiene cuidado y siempre lo ha tenido de proveer en la mayor priesa,
que topé entre los naturales de una proviencia que se dice Tachco
ciertas pezezuelas dello a manera de moneda muy delgada. Y procediendo
por mi pesquisa, hallé que en la dicha proviencia y aun en otras se
trataba por moneda, y llegándolo de más al cabo, supe que se sacaba en
la dicha proviencia de Tachco, que está veinteséis leguas desta cibdad.
Y luego supe las minas e invié herrramientas y españoles, y trujiéronme
muestra dello. Y de allí adelante di orden como sacaron todo lo que fue
menester y se sacara lo que más hobiera necesidad, aunque con harto
trabajo. Y aun andando en busca destos metales se topó vena de hierro
en mucha cantidad, segúnd me informaron los que dicen que lo conoscen.
Y topado este estaño, he hecho y hago cada día algunas piezas, y las
que fasta agora están hechas son cinco piezas: las dos medias
culebrinas y las dos poco menos en medida, y un cañón serpentino,y dos
sacres que yo traje cuando vine a estas partes, y otra media culebrina
que compré de los bienes del adelantado Juan Ponce de León. De los
navíos que han venido terné por todas de metal piezas chicas y grandes
de falconete arriba [de] treinta y cinco piezas, y de hierro entre
lombardas y pasabolantes y versos y otras maneras de tiros de hierro
colado hasta sesenta piezas, así que ya, loado Nuestro Señor, nos
podremos defender. Y para la munición no menos proveyó Dios, que
hallamos tanto salitre y tan bueno que podríamos proveer para otras
necesidades, teniendo aparejo de calderas en que cocerlo, aunque se
gasta acá harto en las muchas entradas que se hacen. Y para el azufre
ya a Vuestra Sacra Majestad he fecho mención de una sierra que está en
esta proviencia que sale mucho humo, y de alli, entrando un español
setenta u ochenta brazas atado a la boca abajo se ha sacado, con que
hasta agora nos habemos sostenido. Ya de aquí adelante no habrá
necesidad de ponernos en este trabajo, porque es peligroso. Y yo
escribo siempre que nos provean de España, y Vuestra Majestad ha sido
servido que no haya ya obispo que nos lo impida.
Después de haber dejado asentada la villa de
Santisteban que en el río de Pánuco se pobló, y haber dado fin en la
conquista de Tututepeque y de haber despachado el capitán que fue a los
Ympilcingos y a Coliman, que de todo en un capítulo de los pasados hice
mención, antes de venir a esta cibdad fui a la villa de la Vera Cruz y
a la de Medellín para visitarlas y proveer algunas cosas que en
aquellos puertos había que proveer. Y porque hallé que, a cabsa de no
haber población de españoles más cerca del puerto de San Juan de
Chalchiqueca que la villa de la Vera Cruz, iban los navíos a descargar
a ella, y por no ser aquel puerto tan seguro como conviene, segúnd los
nortes en aquella costa reinan, se perdían muchos, y fui al dicho
puerto de Sant Juan a buscar cerca de algúnd asiento para poblar, aun
que al tiempo que yo allí salté se buscó con harta deligencia, y por
ser todo sierras de arena que se mudan cada rato no se halló. Y desta
vez estuve allí algunos días buscándolo, y quiso Nuestro Señor que dos
leguas del dicho puerto se halló muy buen asiento con todas las
cualidades que para asentar pueblo se requiere, porque tiene mucha leña
y agua y pastos, salvo que madera ni piedra para edificar no la hay
sino muy lejos. Y hallóse un estero junto al dicho asiento por el cual
yo hice salir con una canoa para ver si salía a la mar o por él podrían
entrar barcas hasta el pueblo, y hallóse que iba a dar a un río que
sale a la mar y en la boca del río se halló una braza de agua y más,
por manera que limpiándose aquel estero, que está ocupado de mucha
madera de árboles, podrán subir las barcas hasta descargar dentro en
las casas del pueblo. Y viendo este aparejo de asiento y la necesidad
que había de remedio para los navíos, hice que la villa de Medellín,
que estaba veinte leguas la tierra adentro en la proviencia de
Tatalpterelco se pasase allí. Y ansí se ha fecho, que se han pasado ya
casi todos los vecinos y tienen hechas sus casas y se da orden cómo se
limpie aquel estero y se haga en aquella villa una casa de
contratación, porque aunque los navíos se tarden en descargar, porque
han de subir dos leguas con las barcas aquel estero arriba, estarán
seguros de perderse. Y tengo por cierto que aquel pueblo ha de ser
después desta cibdad el mejor que hobiere en esta Nueva España, porque
después acá han descargado en él algunos navíos y suben las barcas con
las mercaderías hasta las casas del dicho pueblo, y aun asimismo
bergantines. Y en esto yo tra bajaré de lo tener tan a punto que muy
sin trabajo descarguen, y los navíos desde aquí adelante estarán
seguros porque el puerto es muy bueno. Y asimismo se da mucha priesa en
hacer los caminos que de aquella villa vienen a esta cibdad, y con esto
habrá mejor despacho en las mercaderías que hasta aquí, porque es mejor
camino y se ataja una jornada.
En los capítulos pasados he dicho, Muy Poderoso
Señor, a Vuestra Excelencia las partes adonde he inviado gente así por
la mar como por la tierra, de que creo, guiándolo Nuestro Señor,
Vuestra Majestad ha de ser muy servido. Y como tengo contino cuidado y
siempre me ocupo en pensar todas las maneras que se puedan tener para
poner en ejecución y efetuar el deseo que yo al real servicio de
Vuestra Majestad tengo, viendo que otra cosa no me quedaba para esto
sino el secreto de la costa que está por descubrír entre el río de
Pánuco y la Florida, que es lo que descubrió el adelantado Juan Ponce
de León, y de allí la costa de la dicha Florida por la parte del norte
hasta llegar a Los Bacallaos, porque se tiene cierto que en aquella
costa hay estrecho que pasa a la Mar del Sur, y si se hallase, segúnd
cierta figura que yo tengo del paraje adonde está aquel archipiélago
que descubríó Magallanes por mandado de Vuestra Alteza, paresce que
saldría muy cerca de allí, y siendo Dios Nuestro Señor muy servido que
por allí se topase el dicho estrecho sería la navegación desde la
Especería para estos reinos de Vuestra Majestad muy buena y muy breve,
y tanto que sería las dos tercias partes menos que por donde agora se
navega y sin ningúnd riesgo ni peligro de los navíos que fuesen y
veniesen, porque irían siempre y vernían por reinos y señorios de
Vuestra Majestad, que cada vez que alguna nescesidad tuviesen se
podrían reparar sin ningúnd peligro en cualquiera parte que quisiesen
tomar puerto como en tierra de Vuestra Alteza, y por representárseme el
gran servicio que de aquí a Vuestra Majestad resulta, aunque yo estoy
harto gastado y empeñado por lo mucho que debo y he gastado en todas
las otras armadas que he fecho así por la tierra como por la mar, y en
sostener los pertrechosy artillería que tengo en esta cibdad y envío a
todas partes, y otros muchos gastos y costas que de cada día se me
ofrescen. Porque todo se ha fecho y hace a mi costa, y todas las cosas
de que nos hemos de proveer son tan caras y de tan excesivos prescios
que aunque la tierra es rica no basta el interese que yo della puedo
haber a las grandes costas y espensas que tengo, pero con todo,
habiendo respeto a lo que en este capítulo digo y posponiendo toda la
necesidad que se me pueda ofrescer, aunque certifico a Vuestra Majestad
que para ello tomo los dineros prestados, he determinado de inviar tres
carabelas y dos bergantines en esta demanda, aunque pienso que me
costará más de diez mill pesos de oro, y juntar este servicio con los
demás que he fecho porque le tengo por el mayor si, como digo, se halla
el estrecho. Y ya que no se halle, no es posible que no se descubran
muy grandes y ricas tierras donde Vuestra Cesárea Majestad mucho se
sirva y los reinos y señoríos de su real corona se ensanchen en mucha
cantidad. Y síguese desto más utilidad, ya que el dicho estrecho no se
hallase, porque terná Vuestra Alteza sabido que no lo hay y darse ha
orden cómo por otra parte Vuestra Cesárea Majestad mucho se sirva de
aquella tierras de la Especería y de todas las otras que con ellas
confinan. Y esta orden yo me ofrezco a Vuestra Alteza que siendo
servido de me la mandar, ya que falte el estrecho la daré, con que
Vuestra Majestad mucho se sirva y a menos costa. Plega a Nuestro Señor
que el armada consiga el fin para que se hace, que es descubrir aquel
estrecho, porque sería lo mejor, lo cual tengo muy creído, porque en la
real ventura de Vuestra Majestad ninguna cosa se puede encubrir, y a mí
no me faltará diligencia y buen recabdo y voluntad para lo trabajar.
Asimismo pienso inviar los navíos que tengo hechos
en la Mar del Sur, que, queriendo Nuestro Señor, navegarán en fin del
mes de julio deste año de quinientos y veinte y cuatro por la misma
costa abajo en demanda del dicho estrecho, porque si le hay no se puede
esconder a éstos por la Mar del Sur y a los otros por la Mar del Norte,
porque éstos del sur llevarán la costa hasta hallar el dicho estrecho o
juntar la tierra con la que descubrió Magallanes, y los otros del
norte, como he dicho, hasta la juntar con Los Bacallaos, así que por
una parte y por otra no se deje de saber el secreto. Certifico a
Vuestra Majestad que, segúnd tengo información de tierras la costa de
la Mar del Sur arriba, que inviando por ella estos navíos yo hobiera
muy grandes intereses y aun Vuestra Majestad se sirviera, mas como yo
sea informado del deseo que Vuestra Majestad tiene de saber el secreto
deste estrecho y el gran servicio que en le descubrir su real corona
rescibiría, dejo atrás todos los otros provechos e intereses que por
acá me estaban muy notoríos por seguir este otro camino. Nuestro Señor
lo guíe como sea más servido, y Vuestra Majestad cumpla su deseo y yo
asimismo cumpla mi deseo de servir.
Los oficiales que Vuestra Majestad mandó venir para
entender en sus reales cuentas y hacienda son llegados, y se han
comenzado a tomar las cuentas a los que antes tenían este cargo que yo
en nombre de Vuestra Alteza para ello había señalado. Y porque los
dichos oficiales harán relación a Vuestra Majestad del recado que en
todo hasta aquí ha habido, no me deterné en dar dello particular cuenta
a Vuestra Majestad más de remitirme a la que ellos inviarán, que creo
será tal que por ella Vuestra Alteza conozca la solicitud y vigilancia
que yo he siempre tenido en lo que toca a su real servicio; y que
aunque la ocupación de las guerras y pacificación desta tierra haya
sido tanta cuanta el suceso manifiesta, que no por eso me he olvidado
de tener especial cuidado de guardar y alegar todo lo que ha sido
posible de lo que a Vuestra Majestad ha pertenido y yo he podido
aplicar. Y porque por la carta cuenta que los dichos oficiales a
Vuestra Cesárea Majestad invían paresce y verá Vuestra Alteza que yo he
gastado de sus reales rentas en las cosas que para la pacificación
destas partes y ensanchamiento de los señoríos que ellas Vuestra
Cesárea Majestad tiene sesenta y dos mill y tantos pesos de oro, es
bien que Vuestra Alteza sepa que no se pudo hacer otra cosa, porque
cuando yo comencé a gastar dello fue después de no me haber a mí
quedado qué gastar y aun de estar empeñado en más de treinta mill pesos
de oro que tomé prestados de algunas personas. Y como no se pudiese
hacer otra cosa ni en el real servicio de Vuestra Alteza se pudiese
cumplir lo necesario y mi deseo, fue forzado gastarlo. Y no creo que ha
sido tan poco el fruto que dello redunda y redundará que no sean más de
mill por ciento de ganancia. Y porque los oficiales de Vuestra
Majestad, puesto que les costa que de haberlo yo gastado ha sido muy
servido, no lo resciben en cuenta porque dicen que para ello no traen
comisión ni poder, suplico a Vuestra Majestad mande que, paresciendo
ello haber sido bien gastado, se me resciba y se me paguen otros
cincuenta y tantos mill pesos de oro que yo he gastado de mi hacienda y
que he tomado prestados de mis amigos, porque si esto no se me pagase
yo no podría cumplir con los que me lo han prestado y quedaría en mucha
necesidad. Y no tengo yo pensamiento que Vuestra Cesárea Majestad lo
permita, sino que antes, demás de pagárseme, me ha de hacer muchas y
grandes mercedes, porque demás de ser Vuestra Alteza tan católico y
cristianísimo príncipe, mis servicios por su parte no lo desmerecen y
el fruto que han hecho da dello testimonio.
De los dichos oficiales y de otras personas que en
su compañía vinieron y por algunas cartas que desos reinos me han
escrito he sabido que las cosas que yo a Vuestra Cesárea Majestad invié
con Antonio de Quiñones y Alonso de Avilla, que fueron por procuradores
desta Nueva España, no llegaron ante su real presencia porque fueron
tomados de los franceses a cabsa del mal recabdo que los de la Casa de
la Contratación de la cibdad de Sevilla enviaron para que los
acompañase desde la isla de los Azores. Y aunque por ser todas las
cosas que iban tan ricas y estrañas que deseaba yo mucho que Vuestra
Sacra Majestad las viera, porque demás del servicio que con ellas
Vuestra Alteza rescibía mis servicios fueran más manifiestos, me ha
pesado mucho, mas también he holgado que las llevasen porque a Vuestra
Majestad harán poca falta y yo trabajaré de inviar otras muy más ricas
y estrañas, segúnd tengo nuevas de algunas proviencias que agora he
inviado a conquistar y de otras que inviaré muy presto, teniendo gente
para ello. Y los franceses y los otros príncipes a quien aquellas cosas
fueron notorias conoscerán por ellas la razón que tienen de se subjetar
a la imperial corona de Vuestra Cesárea Majestad, pues demás de los
muchos y grandes reinos y señoríos que en estas partes Vuestra Alteza
tiene déstas tan diversas y apartadas, yo, el menor de sus vasallos,
tantos y tales servicios le puedo hacer. Y para principio de mi
ofrescimiento invío agora con Diego de Soto, criado mío, ciertas
cosillas que entonces quedaron por desecho y por no dignas de acompañar
a las otras y algunas que después acá yo he hecho, que aunque, como
digo, queda ron por desechadas, tienen algúnd parescer. Con ellas envío
ansimesmo una culebrina de plata que entró en la fundición della
veintecuatro quintales y dos arrobas, aunque creo entró en la fundición
algo porque se hizo dos veces. Y aunque me fue asaz costosa, porque
demás de lo que me costó el metal, que fueron veinte y cuatro mill
pesos de oro a razón de a cinco pesos de oro el marco con las otras
costas de fundidores y grabadores y de lo llevar hasta el puerto, me
costó más de otros tres mill pesos de oro, pero por ser una cosa tan
rica y tan de ver y digna de ir ante tan alto y excelentísimo príncipe,
me puse a lo trabajar y gastar. Suplico a Vuestra Cesárea Majestad
resciba mi pequeño servicio teniéndole en tanto cuanto la grandeza de
mi voluntad para le facer mayor si pudiera meresce, porque aunque
estaba adebdado, como a Vuestra Alteza arriba digo, me quise adebdar en
más deseando que Vuestra Majestad conosca el deseo que de servir tengo,
porque he sido tan mal dichoso que hasta agora he tenido tantas
contradiciones ante Vuestra Alteza que no han dado lugar a que este mi
deseo se manifestase.
Ansimesmo invío a Vuestra Sacra Majestad sesenta
mill pesos de oro que han pertenescido a sus reales rentas, como
Vuestra Alteza verá por la cuenta que dello los oficiales y yo
enviamos. Y hemos tenido atrevimiento a inviar tanta suma junta así por
la nescesidad que acá se nos representa que Vuestra Majestad debe tener
con las guerras y otras cosas como porque Vuestra Majestad no tenga en
mucho la pérdida de lo pasado. Y después desto se inviarán cada vez que
hobiere aparejo todo lo más que yo pudiere, y crea Vuestra Sacra
Majestad que, segúnd las cosas van enhiladas y se ensanchan los reinos
y señoríos de Vuestra Alteza, que terná en ellas más seguras rentas y
sin costa que en ninguno de todos sus reinos y señoríos si no se nos
ofrecen algunos embarazosde los que hasta aquí se nos han ofrescido.
Digo esto porque habrá dos días que Gonalo de Salazar, fator de Vuestra
Alteza, llegó al puerto de San Juan desta Nueva España, del cual he
sabido que en la isla de Cuba, por donde pasó, le dijeron que Diego
Velásquez, teniente de almirante en ella, había tenido formas con el
capitán Cristóbal Dolid, que yo envié a poblar a las Hibueras en nombre
de Vuestra Majestad, y que se había concertado que se alzaría con la
tierra por el dicho Diego Velázquez, aunque por ser el caso tan feo y
tan en deservicio de Vuestra Majestad yo no lo puedo creer. Aunque por
otra parte lo creo, conosciendo las mañas que el dicho Diego Velázquez
siempre ha querido tener para me dañar y estorbar que no sirva, porque
cuando otra cosa no puede hacer trabaja que no pase gente en estas
partes, y como manda aquella isla, prende a los que van de acá que por
allí pasan y les hace muchas opresiones y agravios y tómales mucho de
lo que llevan y después hace probanzas con ellos porque los delibre, y
por verse libres dél hacen y dicen todo lo que él quiere. Yo me
informaré de la verdad, y si hallo ser ansí, pienso inviar por el dicho
Diego Velázquez y prenderle; y preso, inviarle a Vuestra Majestad,
porque cortando la raíz de todos estos males que es este hombre, todas
las otras ramas se secarán y yo podré más libremente efetuar mis
servicios comenzados y los que pienso comenzar.
Todas las veces que a Vuestra Sacra Majestad he
escrito he dicho a Vuestra Alteza el aparejo que hay en algunos de los
naturales destas partes para se convertir a nuestra sancta fee católica
y ser cristianos, y he inviado a suplicar a Vuestra Cesárea Majestad
para ello mandase proveer de personas religiosas de buena vida y
enxemplo. Y porque hasta agora han venido muy pocos o casi ningunos y
es cierto que harian grandísimo fruto, lo torno a traer a la memoria a
Vuestra Alteza y le suplico lo mande proveer con toda brevedad, porque
dello Dios Nuestro Señor será muy servido y se cumplirá el deseo que
Vuestra Alteza en este caso como católico tiene; y porque con los
dichos procuradores Antonio de Quiñones y Alonso Dávila los concejos de
las villas desta Nueva España y yo enviamos a suplicar a Vuestra
Majestad mandase proveer de obispos u otros perlados para la
administración de los oficios y culto divino. Y entonces paresciónos
que ansí convenía; y agora, mirándolo bien, háme parescido que Vuestra
Sacra Majestad los debe mandar proveer de otra manera, para que los
naturales destas partes más aína se conviertan y puedan ser instruidos
en las cosas de nuestra sancta fee católica. Y la manera que a mí en
este caso me paresce que se debe tener es que Vuestra Sacra Majestad
mande que vengan a estas partes muchas personas religiosas, como ya he
dicho, y muy celosas deste fin de la conversión destas gentes, y que
déstos se hagan casas y monesterios por las proviencias que acá nos
paresciere que convienen; y que a éstos se les dé de los diezmos para
hacer sus casas y sostener sus vidas, y lo demás que restare dello sea
para las iglesias y ornamentos de los pueblos donde estuvieren los
españoles y para clérigos que las sirvan; y que estos diezmos los
cobren los oficiales de Vuestra Majestad y tengan cuenta y razón dellos
y provean dellos a los dichos monesterios e iglesias, que bastará para
todo y aun sobra harto de que Vuestra Majestad se puede servir, y que
Vuestra Alteza suplique a Su Santidad conceda a Vuestra Majestad los
diezmos destas partes para este efeto, haciéndole entender el servicio
que a Dios Nuestro Señor se hace en que esta gente se convierta; y que
esto no se podría hacer sino por esta vía, porque habiendo obispos y
perlados, no dejarían de seguir la costumbre que por nuestros pecados
hoy tienen de disponer de los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en
pompas y en otros vicios y en dejar mayorazgos a sus hijos o parientes;
y aún sería otro mayor mal: que como los naturales destas partes tenían
en sus tiempos personas religiosas que entiendían en sus ritos y
cerimonias y éstos eran tan recogidos así en honestidad como en
castidad que si alguna cosa fuera desto a alguno se le sentía era
punido con pena de muerte, y si agora viesen las cosas de la Iglesia y
servicio de Dios en poder de canónigos y otras dinidades y supiesen que
aquellos eran ministros de Dios y los viesen usar de los vicios y
profanidades que agora en nuestros tiempos en esos reinos usan, sería
menospreciar nuestra fee y tenerla por cosa de burla, y sería a tan
grand daño que no creo que aprovecharía ninguna otra predicación que se
les hiciese. Y pues que tanto en esto va y la principal intención de
Vuestra Majestad es y debe ser que estas gentes se conviertan y los que
acá en su real nombre residimos la debemos seguir y como cristianos
tener dello especial cuidado, he querido en esto avisar a Vuestra
Cesárea Majestad y decir en ello mi parescer, el cual suplico a Vuestra
Alteza resciba como de persona, súbdito y vasallo suyo que así como con
las fuerzas corporales trabajo y trabajaré que los reinos y señoríos de
Vuestra Majestad por estas partes se ensanchen y su real fama y grand
poder entre estas gentes se publique, que ansí deseo y trabajaré con el
ánima para que Vuestra Alteza en ellas mande sembrar nuestra santa fee
porque por ello meresca la bienaventuranza de la vida perpetua. Y
porque para hacer órdenes y bendecir iglesias y ornamentos y olios y
crisma, no habiendo obispos, sería dificultoso ir a buscar el remedio
dellas a otras partes, asimismo Vuestra Majestad debe suplicar a Su
Santidad que conceda su poder y sean sus subdelegados en estas partes
las dos personas principales de religiosos que estas partes venieren,
uno de la orden de San Francisco y otro de la orden de Santo Domingo,
los cuales tengan los más largos poderes que Vuestra Majestad pudiere,
porque por ser estas tierras tan apartadas de la Iglesia Romana y los
cristianos que en ellas residimos y residieren tan lejos de los
remedios de nuestras conciencias y como humanos tan subjetos a pecado,
hay necesidad que en esto Su Santidad con nosotros se estienda en dar a
estas personas muy largos poderes; y los tales poderes sucedan en las
personas que siempre residan en estas partes, que sea en el general que
fuere en estas tierras o en el proviencial de cada una destas órdenes.
Los diezmos destas partes se han arrendado de
algunas villas, y de las otras anda en pregón y arriéndanse desde al
año de veintetrés a esta parte. Y de los demás no me paresció que se
debía hacer, porque ellos en sí fueron pocos y porque en aquel tiempo
los que algunas crianzas tenían, como era en tiempo de guerras gastaban
más en sostenerlo que el provecho que dello había. Si otra cosa Vuestra
Majestad enviare a mandar, hacerse ha lo que más fuere su servicio.
Los diezmos desta cibdad del dicho año de veinte y
tres y déste de veinte y cuatro se remataron en cinco mill y quinientos
y cincuenta pesos de oro, y los de las villas de Medellín y la Vera
Cruz andan en prescio de mill pesos de oro por los dichos años. No
están rematadas, y creo subirán más. Los de las otras villas no he
sabido si están puestos en prescio, porque como están lejos, no he
habido respuesta. Destos dineros se gastarán para hacer las iglesias y
pagar los curas y sacristanes y ornamentos y otros gastos que fueren
menester para las dichas iglesias. Y de todo terná cuenta el contador y
tesorero de Vuestra Majestad porque todo se entregará al dicho
tesorero, y lo que se gastare será por libramiento del contador y mío.
Asimismo, Muy Católico Señor, he sido informado de
los navíos que agora han venido de las Islas que los jueces y oficiales
de Vuestra Majestad que en la isla Española residen han proveído y
mandado apregonar que en la dicha isla y en todas las otras que no
saquen yeguas ni otras cosas que puedan multiplicar para esta Nueva
España so pena de muerte. Y lo han hecho a fin que siempre tengamos
necesidad de comprarles sus ganados y bestias y ellos nos los vendan
por excesivos prescios. Y no lo debieran hacer, así por estar notorio
del mucho de servicio que a Vuestra Majestad se hace en escusar que
esta tierra se pueble y se pacifique - pues saben cuánta necesidad hay
desto que ellos defienden para sostener lo ganado y ganar lo que más
hay - como por las buenas obras y mucho noblescimiento que aquellas
islas desta Nueva España han rescibido, y porque en la verdad ellos
allá tienen poca necesidad de lo que defienden. Suplico a Vuestra
Majestad lo mande proveer inviando a aquellas islas su provisión real
para que todas las personas que lo quisieren sacar lo puedan hacer sin
pena alguna y a ellos que no lo defiendan, porque demás de no les hacer
a ellos falta, Vuestra Majestad sería dello muy deservido porque no
podríamos acá hacer nada en conquistar cosa de nuevo ni aun sostener lo
conquistado. Y yo me hobiera pagado bien desto de manera que ellos
holgaran de reponer sus mandamientos y pregones, porque con dar yo otro
que ninguna cosa que de aquellas islas se trajese se descargase en esta
tierra si no fuese las que ellos defienden, ellos holgarían de dejar
traer lo uno porque se les recibiese lo otro, pues no tienen otro
remedio para tener algo sino la contratación desta tierra, que antes
que la tuviesen no había entre todos los vecinos de las Islas mill
pesos de oro y agora tienen más que en ningún tiempo tuvieron. Mas por
no dar lugar que a los que han querido maldecir puedan estender sus
lenguas lo he disimulado hasta lo manifestar a Vuestra Majestad, para
que Vuestra Alteza lo mande proveer como convenga a su real servicio.
También he hecho saber a Vuestra Cesárea Majestad la
necesidad que hay que a esta tierra se traigan plantas de todas
suertes. Y por el aparejo que en esta tierra hay de todo género de
agricultura y porque fasta agora ninguna cosa se ha proveído, torno a
suplicar a Vuestra Majestad, porque dello será muy servido, mande
inviar su provisión a la Casa de la Contratación de Sivilla para que
cada navío traiga cierta cantidad de plantas y que no pueda salir sin
ellas, porque será mucha cabsa para la población y perpetuación della.
Como a mí me convenga buscar toda la buena orden que
sea posible para que estas tierras se pueblen y los españoles y los
naturales dellas se conserven y se perpetúen y nuestra santa fee en
todo se arraigue, pues Vuestra Majestad me hizo merced de me dar
cuidado y Dios Nuestro Señor fue servido de me hacer medio por donde
veniese en su conoscimiento y debajo del imperial yugo de Vuestra
Alteza, hice ciertas ordenanzas y las mandé pregonar. Y porque dellas
invío copia a Vuestra Majestad no terné que decir sino que a todo lo
que acá yo he podido sentir es cosa muy conveniente que las dichas
ordenanzas se cumplan. De algunas dellas los españoles que en estas
partes residen no están muy satisfechos, en especial de aquellas que
los obligan a raigarse en la tierra, porque todos o los más tienen
pensamiento de se haber con estas tierras como se han habido con las
Islas que antes se poblaron, que es esquilmarlas y destruirlas y
después dejarlas. Y porque me paresce que sería muy grand culpa a los
que de lo pasado tenemos esperiencia no remediar lo presente y por
venir proveyendo en aquellas cosas por donde nos es notorio haberse
perdido las dichas Islas, mayormente siendo esta tierra, como yo muchas
veces a Vuestra Majestad he escrito, de tanta grandeza y nobleza donde
tanto Dios Nuestro Señor puede ser servido y las reales rentas de
Vuestra Majestad acrecentadas, suplico a Vuestra Majestad las mande
mirar, y de aquello que más Vuestra Alteza fuere servido me invíe a
mandar la orden que debo tener así en el cumplimiento destas dichas
ordenanzas como en las que más Vuestra Majestad fuere servido que se
guarden y cumplan. Y siempre terné cuidado de añadír lo que más me
paresciere que convíene, porque como por la grandeza y diversidad de
las tierras que cada día se descubren y por muchos secretos que de cada
día de lo descubierto conoscemos hay necesidad que a nuevos
acontecimientos haya nuevos paresceres y consejos. Y si en algunos de
los que he dicho o de aquí adelante dijiere a Vuestra Majestad le
paresce que contradigo algunos de los pasados, crea Vuestra Excelencia
que nuevo caso me hace dar nuevo parescer.
Invictísimo César, Dios Nuestro Señor la imperial
persona de Vuestra Majestad, guarde y con acrecentamiento de muy
mayores reinos y senoríos por muy largos tiempos en su santo servicio
prospere y conserve con todo lo demás que por Vuestra Alteza se desea.
De la grand cibdad de Temixtitán desta Nueva España, quince días del
mes de otubre de mill quinientos y veinte y cuatro años.
De Vuestra Sacra Majestad muy humill siervo y vasallo que los reales pies y manos de Vuestra Majestad besa, - Hernando Cortés.
@§ Quinta relación
Sacra Católica Cesárea Majestad:
EN veinte y tres días del mes de otubre del año pasado de mill y quinientos y veinte y cinco
despaché un navío para la isla Española desde la villa de Truxillo, del
puerto y cabo de Honduras. Y con un criado mío que en él envié que
había de pasar en esos reinos escrebí a Vuestra Majestad algunas cosas
de las que en aquél que llaman golfo de Hibueras habian pasado, ansí
entre los capitanes que yo envié y el capitán Gil Gonçalez como después
que yo vine. Y porque al tiempo que despaché el dicho navio y mensajero
no pude dar a Vuestra Majestad cuenta de mi camino y cosas que en él me
acaescieron después que partí desta gran cibdad de Tenuxtitán hasta
topar con las gentes de aquellas partes, y son cosas que es bien que
Vuestra Celsitud las sepa a lo menos por no perder yo el estilo que
tengo, que es no dejar cosa que a Vuestra Majestad no manifieste, las
relataré en suma lo mejor que yo pudiere, porque decirlas como pasaron,
ni yo las sabría sinificar ni por lo que yo dijese allá se podrían
comprender. Pero diré las cosas más notables y más principales que en
el dicho camino me acaescieron, aunque hartas quedarán por acesorias,
que cada una dellas podría dar materia de larga escritura.
Dada orden para en lo de Cristóbal de Olid, como a
Vuestra Majestad escrebí, porque me paresció que ya había mucho tiempo
que mi persona estaba ociosa y no hacía cosa nuevamente de que Vuestra
Majestad se sirviese a cabsa de la lesión de mi brazo, aunque no muy
libre della, me paresció que debía de entender en algo. Determinado
esto, salí desta gran ciudad de Tenuxtitán a doce días del mes de
otubre del año de mill y quinientos y veinte y cuatro años con alguna
gente de caballo y de pie que no fueron más de los de mi casa y algunos
deudos y amigos míos, y con ellos Gonçalo de Salazar y Peralmíndez
Chirino, fator y veedor de Vuestra Majestad, y llevé ansimismo conmigo
todas las personas principales de los naturales de la tierra. Y dejé
cargo de la justicia y gobernación al tesorero y contador de Vuestra
Alteza y al licienciado Alonso de
Çuaço, y dejé en esta ciudad todo
recabdo de arti llería y munición y gente que era nescesaria, y las
atarazanas ansimismo bastecidas de artillería y los bergantines en ella
muy a punto, y un alcaide y toda buena manera para la defensa desta
ciudad y aun para ofender a quien quisiesen. Y con este propósito y
determinación salí desta ciudad de Tenuxtitán. Y llegado a la villa del
Spíritu Sancto, que es en la provincia de Coaçacoalco ciento y diez
leguas desta ciudad, en tanto que yo daba orden en las cosas de aquella
villa envié a las provincias de Tabasco y Xicalango a hacer saber a los
señores dellas mi ida a aquellas partes y mandándoles que viniesen a
hablarme o enviasen personas a quien yo dijese lo que habían de hacer,
y que las personas fuesen tales que a ellos se lo supiesen bien decir.
Y ansí lo hicieron, que los mensajeros que yo envié fueron dellos bien
recebidos, y con ellos me enviaron siete u ocho personas honradas con
el crédito que ellos tienen por costumbre de enviar. Y hablando con
éstos en muchas cosas de que yo quería informarme de la tierra, me
dijeron que en la costa de la mar de la otra parte de la tierra que
llaman Yucatán hacIa la bahía que llaman de la Asunvión estaban ciertos
españoles y que les hacían mucho daño, porque demás de quemarles muchos
pueblos y matarles alguna gente, por donde muchos se habián despoblado
y huido la gente dellos a los montes, recebían otro mayor daño los
mercaderes y tratantes, porque a su cabsa se había perdido toda la
contratación de aquella costa, que era mucha. Y como testigos de vista
me dieron razón de casi todos los pueblos de la costa hasta llegar
donde está Pedrarias Dávila, gobernador de Vuestra Majestad, y me
hicieron una figura en un paño de toda ella por la cual me paresció que
yo podía andar mucha parte della, en especial hasta allí donde me
señalaban que estaban los españoles. Y por hallar tan buena nueva del
camino para siguir mi propósito y por atraer los naturales de la tierra
al conocimiento de nuestra fee y servicio de Vuestra Majestad - que
forzado en tan largo camino había de pasar muchas y diversas provincias
y de gentes de muchas maneras - y por saber si aquellos españoles eran
de algunos de los capitanes que yo había enviado, Cristóbal Dolid o
Pedro de Alvarado o Francisco de las Casas, para dar orden en lo que
debiesen facer, me paresció que convenía al servicio de Vuestra
Majestad que yo llegase allá, y aun porque por el camino me paresció
que se serviría Vuestra Majestad; porque forzado se habían de ver y
descubrir muchas tierras y provincias no sabidas y se podrían apaciguar
muchas dellas, como después se hizo. Y concebido en mi pecho el fruto
que de mi ida se siguiría, pospuestos todos trabajos, peligros y costas
que se me ofrecieron y representaron y los que más se me podían
ofrecer, me determiné de seguir aquel camino como antes que saliese
desta ciudad lo tenía determinado.
Antes que llegase a la dicha villa del Espíritu
Santo en dos o tres partes del camino había recebido cartas de la gran
cibdad, así de los que yo dejé por mis lugarteniente como de otras
personas - y también las rescibieron los oficiales de Vuestra Majestad
que en mi compañía estaban - en que me hacían saber cómo entre el
tesorero y contador no había aquella conformidad que era necesario para
lo que tocaba a sus oficios y al cargo que yo en nombre de Vuestra
Majestad les dejé. Sobresto proveí lo que me pareció que convenía, y
fue escrebirlos reprehendiéndoles muy reciamente de su yerro y aun
apercibiéndoles que si no se conformaban y tenían de allí adelante otra
manera que hasta entonces, que lo proveería como no les pluguiese y aun
que haría dello relación a Vuestra Majestad. Y estando en esta villa
del Espírítu Santo con la determinación ya dicha, me llegaron otras
cartas dellos y de otras personas en que me hacían saber cómo sus
pasiones todavía turaban y aun crecían, y que en cierta consulta habían
puesto mano a las espadas el uno contra el otro, en que fue tan grande
el escándalo y alboroto desto que no sólo se cabsó entre los españoles,
que se armaron de la una parte y de la otra, mas aun los naturales de
la cibdad habían estado para tomar armas diciendo que aquel alboroto
era para ir contra ellos. Y viendo que ya mis reprehensiones y amenazas
no bastaban, porque por no dejar yo mi camino no podía ir en persona a
lo remediar, parecióme que era buen remedio enviar al fator y veedor
que estaban conmigo con igual poder que el que ellos tenían para que
supiesen quién era el culpado y lo apaciguasen. Y aun les di otro poder
secreto para que si no bastase con ellos buena razón, les suspendiesen
el cargo que yo les había dejado de la gobernación y lo tomasen ellos
en sí juntamente con el llicenciado Alonso de
Çuaço y que castigasen a
los culpados. Y con haber proveído esto, se partieron el dicho fator y
veedor, y tuve por muy cierto que su ida de los dichos fator y veedor
haría mucho fruto y sería total remedio para apaciguar aquellas
pasiones. Y con este crédito yo fui harto descansado.
Partido este despacho para esta cibdad, hice alarde
de la gente que me quedaba para seguir mi camino y hallé noventa y tres
de caballo, que entre todos había ciento y cincuenta caballos, y
treinta y tantos peones. Y tomé un carabelón que a la sazón estaba
surto en el puerto de la dicha villa que me habían enviado desde la
villa de Medellín con bastimentos, y torné a meter en él los que había
traído y unos cuatro tiros de artillería que yo traía y ballestas y
escopetas y otra munición, y mandé les que se fuesen al río de Tabasco
y que allí esperasen lo que yo les enviase a mandar. Y escribí a la
villa de Medellín a un criado mío que en ella reside que luego me
enviase otros dos carabelones que allí estaban y una barca grande y los
cargase de bastimentos. Y escribí a Rodrígo de Paz, a quien yo dejé mi
casa y hacienda en esta ciudad, que luego trabajase de enviar cinco o
seis mill pesos de oro para comprar aquellos bastimentos que habían de
enviar, y aun escribí al tesorero rogándole que él me los prestase,
porque yo no había dejado dinero. Y ansí se hizo, que luego vinieron
los carabelones cargados como yo lo mandé hasta el dicho río de
Tabasco, aunque me aprovecharon poco, porque mi camino fue metido la
tierra adentro y para llegar a la mar por los bastimentos y cosas que
traía era muy dificultoso, porque había en medio muy grandes ciénagas.
Proveído esto que por la mar se había de llevar, yo
comencé mi camino por la costa della hasta una provincia que se dice
Çupilcon que está de aquella villa del Espírítu Santo treinta y cinco
leguas. Y hasta llegar a esta província demás de muchas ciénagas y ríos
pequeños, que en todos tobo puentes, se pasaron tres muy grandes ríos,
que fue el uno en un pueblo que se dice Tumalan, que está nueve leguas
de la villa del Espíritu Santo, y el otro es Agualulco, que está otras
nueve leguas adelante. Y éstos se pasaron en canoas y los caballos a
nado llevándolos de diestro en las canoas. Y el postrero por ser muy
ancho, que no bastaba fuerza de los caballos para los pasar a nado,
hobo necesidad de buscar remedio, y media legua arriba de la mar se
hizo una puente de madera por donde pasaron los dichos caballos y gente
que tenía novecientos y treinta y cuatro pasos, que fue una cosa bien
maravillosa de ver. Esta provincia de Cupilco es abundosa desta fruta
que llaman cacao y de otros mantenimientos de la tierra y mucha
pesquería. Hay en ella diez o doce pueblos buenos, digo cabeceras, sin
las aldeas. Es tierra muy baja y de muchas ciénagas, tanto que en
tiempo de invierno no se puede andar ni se sirven sino en canoas, y con
pasarla yo en tiempo de seca desde la entrada hasta la salida della,
que puede haber veinte leguas, se hicieron más de cincuenta puentes que
sin se hacer fuera imposible pasar. La gente, que estaba algo pacífica
aunque temerosa por la poca conversación que habían tenido con los
españoles, quedaron con mi venida más seguros y sirvieron de buena
voluntad así a mí y a los que conmigo iban como a los españoles a quien
quedaron depositados.
Desta provincia de
Çupilcon, según la figura que los
de Tabasco y Xicalango me dieron, había de ir a otra que se llama
Çaguatan. Y como ellos no se sirven sino por agua no sabían el camino
que yo debía llevar por tierra, aunque me señalaban el derecho que
estaba la dicha provincia. Y ansí fuéme forzado dende allí enviar por
aquel derecho algunos españoles e indios a descubrir el camino, y
descubierto, abrirle por donde pudiésemos pasar, porque era todo
montañas muy cerradas. Y plugo a Nuestro Señor que se halló, aunque
trabajoso, porque demás de las montañas había muchas ciénagas muy
trabajosas, porque en todas o en las más se hicieron puentes. Y
habíamos de pasar un muy poderoso río que se llama Gueçalapa, que es
uno de los brazos que entran en el de Tabasco. Y proveí de enviar desde
allí dos españoles a los señores de Tabasco y Cunoapa a les rogar que
por aquel río arriba me enviasen quince o veinte canoas para que me
trujesen bastimentos de los carabelones que allí estaban y me ayudasen
a pasar el río y después me llevasen los bastimentos hasta la principal
población de
Çaguatan, que, según paresció, está este dicho río arriba
del paso donde yo pasé doce leguas. Y ansí lo hicieron y cumplieron muy
bien como yo se lo envié a rogar.
Yo me partí del postrer pueblo desta provincia de
Çupilco, que se llama Anaxuxuca, después de haberse hallado camino
hasta el río de
Çalapa que habíamos de pasar, y dormí aquella noche en
unos despoblados entre unas lagunas. Y otro día llegué temprano al
dicho río y no hallé canoa en que pasar, porque no habían llegado las
que yo envié a pedir a los señores de Tabasco. Y los descubridores que
delante iban hallé que iban abriendo el camino el río arriba por la
otra parte, porque como estaban informados que el río pasaba por medio
de la más principal población de la dicha provincia de
Çaguata, siguían
el dicho río arriba por no errar. Y uno dellos se había ido en una
canoa por el agua por llegar más aína a la dicha población, el cual
llegó y halló toda la gente alborotada, y hablóles con una lengua que
llevaba y aseguró los algo. Y tornó a enviar luego la canoa el río
abajo con unos indios, con quien me hizo saber lo que había pasado con
los naturales de aquel pueblo y que él venía con ellos abriendo el
camino por donde yo había de ir y que se juntaría con los que de acá le
iban abriendo, de que holgué mucho, así por haber apaciguado algo
aquella gente como por la certenidad del camino, que la tenía algo por
dudosa o a lo menos por trabajosa. Y con aquella canoa y con balsas que
hicieron de madera comencé a pasar el fardaje por aquel río, que es
asaz cabdaloso. Y estando ansí pasando, llegaron los españoles que yo
envié a Tabasco con veinte canoas cargadas de los bastimentos que había
llevado el carabelón que yo envié desde Coazacoalco, y supe dellos que
los dos otros dos carabelones y la barca no habían llegado al dicho
río, pero que quedaban en Coaçacualco y vernían muy presto. Venían en
las dichas canoas hasta docientos indios de los naturales de aquella
provincia de Tabasco y Cunoapa, y con aquellas canoas pasé el río sin
haber peligro más de se ahogar un esclavo negro y perderse dos cargas
de herraje que después nos hizo alguna falta.
Aquella noche dormí de la otra parte del río con
toda la gente, y otro día seguí tras los que iban abríendo el camino
río arríba, que no había otra guía sino la ríbera dél, y anduve hasta
seis leguas y dormí aquella noche en un monte con mucha agua que
llovió. Y siendo ya noche llegó el español que había ido el río arríba
hasta el pueblo de
Çaguatan con hasta setenta indios de los naturales
dél, y me dijo cómo el dejaba abierto el camino por otra parte, y que
convenía para tomalle que volviese dos leguas atrás. Y ansí lo hice,
aunque mandé que los que iban abríendo por la ribera del río, que
estaban ya bien tres leguas adelante donde de donde yo dormí, que
siguiesen todavía. Y a legua y media adelante de donde estaban dieron
en las estancias del pueblo, así que quedaron dos caminos abiertos
donde no había ninguno.
Yo seguí por el camino que los naturales habían
abierto, y aunque con trabajo de algunas ciénagas y de mucha agua que
llovió aquel día, llegué a la dicha población, a un barrío della que
aunque era el menor era asaz bueno y habría en él más de docientas
casas. No pudimos pasar a los otros barríos porque los partían ríos que
pasaban entre ellos que no se podían pasar sino a nado. Estaban todos
despoblados, y en llegando, desaparecieron los indios que habían venido
con el español a verme aunque les había hablado y dado algunas cosillas
de las que yo tenía - agradeciéndoles el trabajo que habían puesto en
abrirme el camino - y dicho a lo que yo venía por aquellas partes, que
era por mandado de Vuestra Majestad a hacerles saber que habían de
adorar y creer en un solo Dios críador y hacedor de todas las cosas y
tener en la tierra a Vuestra Alteza por superior y señor y todas las
otras cosas que cerca desto se les debían decir. Y esperé tres o cuatro
días creyendo que de miedo se habían alzado y que vernían a hablarme, y
nunca pareció nadie. Y por haber lengua dellos, para dejallos pacíficos
y en el servicio de Vuestra Majestad y para informarme dellos del
camino que había de llevar - porque en toda aquella tierra no se
hallaba camino para ninguna parte ni aun rastro de haber andado por
tierra una persona sola, porque todos se sirven por el agua a causa de
los grandes ríos y ciénagas que por la tierra hay - , envié dos
compañías de gente de españoles y algunos de los naturales desta cibdad
y su tierra que yo conmigo llevaba para que buscasen la gente por la
provincia y me trujesen algunos para los efectos que arriba he dicho. Y
con las canoas que habían venido de Tabasco que subieron el río arriba
y con otras que se hallaron del pueblo anduvieron muchos de aquellos
ríos y esteros porque por tierra no se podían andar, y nunca hallaron
más de dos indios y ciertas mujeres, de los cuales trabajé de me
informar dónde estaba el señor y la gente de aquella tierra, y nunca me
dijeron otra cosa sino que por los montes andaban cada uno por sí y por
aquellas ciénagas y ríos. Preguntéles también por el camino para ir a
la provincia de Chilapan, que según la figura que yo traía debía llevar
aquella derrota, y jamás lo pude saber dellos porque decían que ellos
no andaban por la tierra sino por los ríos y esteros en sus canoas, y
que por allí que ellos sabian el camino y no por otra parte. Y lo que
más dellos se pudo alcanzar fue señalarme una sierra que pareció estar
hasta diez leguas de allí y decirme que allí cerca estaba la principal
población de Chilapan, y que pasaba junto con ella un muy gran río que
abajo se juntaba con aquel de
Çaguatan y que entraban juntos en el de
Tabasco, y que el río arriba estaba otro pueblo que se llamaba Acumba,
pero que tampoco sabían camino para allí por tierra. Estuve en este
pueblo veinte días que en todos ellos no cesé de buscar camino que
fuese para alguna parte, y jamás se halló chico ni grande, antes por
cualquier parte que salíamos alderredor del pueblo había tan grandes y
espantosas ciénagas que parecía cosa imposible pasarlas. Y puestos ya
en mucha necesidad por falta de bastimentos, encomendándonos a Nuestro
Señor, hicimos una puente en una ciénaga que turó trecientos pasos, en
que entraron muchas vigas de a treinta y cinco y cuarenta pies, y sobre
ellas otras atravesadas, y ansí pasamos y seguimos en demanda de
aquella sierra hacia donde nos decían que estaba el pueblo de Chilapan.
Y envié por otra parte una compañía de caballo con ciertos ballesteros
en demanda del otro pueblo de Acumba, y éstos toparon aquel día con él
y pasaron a nado y en dos canoas que allí hallaron y huyóles luego la
gente del pueblo, que no pudieron tomar sino dos hombres y ciertas
mujeres, y hallaron mucho bastimento y salieron a mí al camino. Y dormí
aquella noche en el campo, y quiso Dios que aquella tierra era algo
abierta y enjuta con hartas menos ciénagas que la pasada. Y aquellos
indios que se tomaron de aquel pueblo de Acumba nos guiaron hasta
Chilapan, donde llegamos otro día bien tarde y hallamos todo el pueblo
quemado y los naturales dél absentados.
Es este pueblo de Chilapan de muy gentil asiento y
harto grande. Había en él muchas arboledas de las frutas de la tierra.
Había muchas labranzas de maizales aunque no estaban bien granados,
pero todavía fue mucho remedio de nuestra necesidad. En este pueblo
estuve diez días proveyéndonos de algún bastimento y haciendo algunas
entradas para buscar la gente dél para la apaciguar y también para
informarme dellos del camino para adelante, y nunca se pudieron hallar
más de dos indios que al principio se tomaron dentro en el dicho
pueblo. Déstos me informé del camino que había de llevar hasta
Tepetitan o Tamacazteperque, que ansí se llama por otro nombre. Y ansí,
medio a tiento y sin camino nos guiaron hasta el dicho pueblo, al cual
llegué en dos días. Pasóse en el camino un río muy grande que se llama
Chilapan, de donde tomó denominación el pueblo. Y pasóse con mucho
trabajo porque era muy ancho y recio y no había aparejo de canoas, y
pasóse todo con balsas. Ahogóse en este río otro esclavo y perdióse
mucho fardaje de los españoles.
Después de pasado este río, que se pasó legua y
media del dicho pueblo de Chilapan, hasta llegar al de Tepetitan se
pasaron muchas y grandes ciénagas, que de seis o siete leguas que había
de camino hasta él no hobo una donde no fuesen los caballos hasta
encima de las rodillas, y muchas veces hasta las orejas. En especial se
pasó una muy mala donde se hizo una puente donde estovieron muy cerca
de se ahogar dos o tres españoles. Y con este trabajo, pasados dos
días, llegamos al dicho pueblo, el cual ansimismo hallamos quemado y
despoblado, que nos fue doblar nuestros trabajos. Hallamos en él alguna
fruta de la tierra y algunos maizales verdes algo más grandes que en el
pueblo de atrás. También se hallaron en algunas de las casas quemadas
silos de maíz seco, aunque fue poco, pero fue harto remedio segúnd
traíamos estrema nescesidad. En este pueblo de Tepetitan, que está
junto a la halda de una gran cordillera de sierras, estuve seis días. Y
se hicieron algunas entradas por la tierra pensando hallar alguna gente
para les hablar y dejar seguros en su pueblo y aun para me informar del
camino de adelante, y nunca se pudo hallar sino un hombre y ciertas
mujeres. Déstos supe que el señor y naturales de aquel pueblo habían
quemado sus casas por inducimiento de los naturales de
Çaguatan y se
habían ido a los montes. Dijo que no sabía camino para ir a Ystapan,
que es otro pueblo adonde segúnd mi figura yo había de llegar, porque
no lo había por tierra, pero que poco más o menos él guiaría hacia la
parte que él sabía que estaba.
Con esta guía despaché hasta treinta de caballo y
otros treinta peones, y mandéles que fuesen hasta llegar al dicho
pueblo y que luego me escribiesen la relación del camino, porque yo no
saldría de aquel pueblo hasta ver sus cartas. Y así fueron, y pasados
dos días sin haber recebido carta suya ni saber dellos nueva, me fue
forzado partirme por la necesidad que allí teníamos y seguir por su
rastro sin otra guía, que era asaz notorio camino seguir el rastro qúe
llevaban por las ciénagas, que certifico a Vuestra Majestad que en lo
más alto de los cerros se sumían los caballos hasta las cinchas sin ir
nadie encima, sino Ilevándolos del diestro. Y desta manera anduve dos
días por el dicho rastro sin haber nuevas de la gente que había ido
delante y con harta perplejidad de lo que había de hacer, porque volver
atrás tenía por imposible y de lo de adelante ninguna certenidad tenía.
Y quiso Nuestro Señor, que en las mayores necesidades suele socorrer,
que estando aposentados en un campo con harta tristeza de la gente,
pensando allí todos perecer sin remedio, llegaron dos indios de los
naturales desta cibdad con una carta de los españoles que habían ido
delante en que me hacían saber cómo habían llegado al pueblo de
Ystapan; y que cuando a él llegaron, los naturales dél tenían todas las
mujeres y haciendas de la otra parte de un gran río que junto con el
dicho pueblo pasaba, y que en el pueblo estaban muchos hombres creyendo
que no podrían pasar un gran estero que estaba junto al pueblo; y que
como vieron que se habían echado a nado con los caballos por el estero,
habían comenzado a poner fuego al pueblo, pero que los españoles se
habían dado tanta priesa que no les habían dado lugar a que del todo le
quemasen; y que toda la gente se había echado al río y lo habían pasado
en muchas canoas que tenían y a nado, y que con la príesa se habían
ahogado muchos dellos; y que habían tomado siete u ocho personas entre
las cuales había uno que parecía principal, y que los tenían hasta que
yo llegase. Fue tanta el alegría que toda la gente tuvo con esta carta
que no lo sabría decir a Vuestra Majestad, porque, como arriba he
dicho, estaban todos casi desesperados de remedio. Y otro día por la
mañana seguí mi camino por el rastro, y guiándome los indios que habían
traído la carta llegué ya tarde al pueblo, donde hallé toda la gente
que había ido delante muy alegres porque habían hallado muchos
maizales, aunque no muy granados, y yucas y agíes, que es un
mantenimiento con que los naturales de las Islas se man tienen asaz
bueno. Llegado, hice traer ante mí aquellas personas naturales del
pueblo que allí se habían tomado y preguntéles con la lengua que qué
era la cabsa porque ansí todos quemaban sus propias casas y pueblos y
se iban y absentaban dellos pues yo no les hacía mal ni daño alguno,
antes a los que me esperaban les daba de lo que yo tenía.
Respondiéronme que el señor de
Çagoutan había venido allí en una canoa
y les había puesto mucho temor y les había fecho quemar su pueblo y
desamparalle. Yo hice traer ante mí a aquel principal y a todos los
indios e indias que se habían tomado en
Çaguatan y en Chilapan y en
Tepetitan, y les dije que porque viesen cómo aquel malo les había
mentido, que se informasen de aquéllos si les había fecho algúnd daño o
mal y si en mi compañía habían sido bien tratados. Los cuales se
informaron, y después lloraban deciendo que habían sido engañados y
mostrando pesarles de lo fecho. Y para más los asegurar les di licencia
a todos aquellos indios e indias que traía de aquellos pueblos de atrás
que se fuesen a sus casas, y les di algunas cosillas y sendas cartas,
las cuales les mandé que tuviesen en sus pueblos y las mostrasen a los
españoles que por allí pasasen, porque con ellas estarían seguros. Y
les dije que dijesen a sus señores el yerro que habían fecho en quemar
sus pueblos y casas y absentarse, y que de allí en adelante no lo
hiciesen así sino que se estuviesen seguros en ellos porque no les
sería fecho mal ni daño. Y con esto, viéndolo estotros de Ystapan, se
fueron muy seguros y contentos, que fue harta parte de asegurar
estotros.
Después de haber fecho esto hablé a aquél que
parecía más principal y le dije que ya veía que no hacía yo mal a nadie
ni mi ida por aquellas partes era a los enojar, antes a les hacer saber
muchas cosas que les convenían a ellos, ansí para la seguridad de sus
personas y haciendas como para la salvación de sus ánimas; por tanto,
que le rogaba mucho que él me enviase dos o tres de aquellos que allí
estaban con él, y que yo le daría otros tantos de los naturales de
Tenuxtitán para que fuesen a llamar al señor y le dijesen que ningún
miedo hobiese, y que tuviese por cierto que en su venida ganaría mucho.
El cual me dijo que le placía de buena voluntad. Y luego los despaché,
y fueron con ellos los indios de México. Y otro día por la mañana
vinieron los mensajeros y con ellos el señor con hasta cuarenta
hombres, y me dijo que él se había ausentado y mandado quemar su pueblo
porque el señor de
Çaguatan le había dicho que lo quemase y no me
esperase porque los mataría a todos, y que él había sabido de aquellos
suyos que le habían ido a llamar que había sido engañado y que no le
habían dicho la verdad, y que le pesaba de lo fecho y me rogaba le
perdonase, y que de allí adelante él haría lo que yo le dijese. Y
rogóme que ciertas mujeres que le habían tomado los españoles al tiempo
que allí habían venido que se las hiciese volver. Y luego lo mandé ansí
y se recogieron hasta veinte que allí había y se las di, de que quedó
muy contento. Y ofrecióse que un español halló que un indio de los que
yo de Temixtitán llevaba conmigo estaba comiendo un pedazo de carne de
un indio que mataron en aquel pueblo cuando entraron en él y vínomelo a
decir. Y en presencia de aquel señor le hice quemar, dándole a entender
al dicho señor la cabsa de aquella justicia, que era porque había
muerto aquel indio y comido dél, lo cual era defendido por Vuestra
Majestad y por mí en su real nombre les había seído requerido y mandado
que no lo hiciesen; y que ansí por le haber muerto y comido dél le
mandaba quemar, porque yo no quería que matasen a nadie, antes iba por
mandado de Vuestra Majestad a amparallos y defendellos, así sus
personas como sus haciendas, y hacerles saber cómo habían de tener y
adorar un solo Dios que está en los cielos, criador y hacedor de todas
las cosas por quien todas las criaturas viven y se gobiernan, y dejar
todos sus ídolos y ritos que hasta allí habían tenido porque eran
mentiras y engaños que el diablo, enemigo de la naturaleza humana, les
hacía para los engañar y llevarlos a condenación perpetua donde temían
muy grandes y espantosos tormentos, y por los apartar del conocimiento
de Dios porque no se salvasen y fuesen a gozar de la gloria y
bienaventuranza que Dios prometió y tiene aparejada a los que en El
creyeren, la cual el diablo perdió por su malicia y maldad; y que
ansimesmo les venía a hacer saber cómo en la tierra está Vuestra
Majestad, a quien el universo por providencia divina obedesce y sirve,
y que ellos ansimesmo se habían de someter y estar debajo de su
imperial yugo y hacer lo que en su real nombre los que acá por
ministros de Vuestra Majestad estamos les mandásemos; y haciéndolo
ansí, ellos serían muy bien tratados y mantenidos en justicia y
amparadas sus personas y haciendas; y no lo haciendo así, se procedería
contra ellos y serían castigados conforme a justicia. Y cerca desto le
dije muchas cosas de que a Vuestra Majestad no hago mención por ser
prolijas y largas, y a todo mostró mucho contentamiento y proveyó luego
de enviar algunos de los que con él trajo para que trajesen
bastimentos, y ansí se hizo. Yo le di algunas cosillas de las de
nuestra España que tuvo en mucho, y estuvo en mi compañía muy contento
todo el tiempo que allí estuve y mandó abrir el camino hasta otro
pueblo que está cinco leguas déste el río arriba que se llama
Tatahuitalpan. Y porque en el camino había un río hondo, hizo hacer en
él una muy buena puente por donde pasamos y adobar otras ciénagas harto
malas. Y me dio tres canoas en que envié tres españoles el río abajo al
río de Tabasco, porque éste es el principal río que en él entra, donde
los carabelones habían de esperar la instrución de lo que habían de
facer. Y con estos españoles envié a mandar que siguiesen toda la costa
hasta doblar la punta que llaman de Yucatán y que llegasen hasta la
bahía de la Asunción, porque allí me hallarían o les enviaría a mandar
lo que habían de hacer. Y mandé a los españoles que fueron en las
canoas que con ellas y con las que más pudiesen haber en Tabasco y
Xicalango me llevasen los bastimentos que pudiesen por un gran estero
arriba que sale a la provincia de Acalan, que está deste pueblo de
Yztapan cuarenta leguas, y que allí los esperaría. Partidos estos
españoles y hecho el camino, rogué al señor de Yztapan que me diese
otras tres o cuatro canoas para que fuesen el río arriba con media
docena de españoles y una persona principal de las suyas con alguna
gente para que fuesen adelante apaciguando los pueblos porque no se
absentasen ni los quemasen, el cual lo hizo con muestra de buena
voluntad. E idos éstos delante hicieron asaz fruto, porque apaciguaron
cuatro o cinco pueblos el río arriba, según adelante haré dellos a
Vuestra Majestad relación. Este pueblo de Yztapan es muy grande cosa y
está sentado en la ribera de un muy hermoso río. Tiene muy buen asiento
para poblar en él españoles. Tiene muy hermosa ribera donde hay buenos
pastos. Tiene muy buenas tierras de labranzas y tiene buena comarca de
tierra poblada.
Después de haber estado en este pueblo de Ystapan
ocho días y proveído lo contenido en el capítulo antes déste, me partí
y llegué aquel día al pueblo de Tatahuitalpan, que es un pueblo
pequeño, y hallélo quemado y sin ninguna gente. Y llegué yo primero que
las canoas que venían el rio arriba, porque con las corrientes y
grandes vueltas que el río hace no llegaron tan aína. Y después de
venidas, hice pasar con ellas cierta gente de la otra parte del río
para que buscasen los naturales del dicho pueblo para los asegurar como
los de atrás. Y obra de media legua de la otra parte del río hallaron
hasta veinte hombres en una casa de sus ídolos, que los tenían muy
adornados, los cuales me trajeron. E informado dellos, me dijeron que
toda la gente se había absentado de miedo, y que ellos habían quedado
allí para morír con sus dioses y no habían querido huir. Y estando yo
con ellos en esta plática, pasaron ciertos indios de los nuestros que
traían ciertas cosas que habían quitado a sus ídolos, y como las vieron
los del pueblo dijeron que ya eran muertos sus dioses. Y a esto les
hablé diciéndoles que mirasen cuán vana y loca creencia era la suya,
pues creían que les podían dar bienes quien así no se podía defender y
tan ligeramente veían desbaratar. Y respondiéronme que en aquella seta
los dejaron sus agÜelos y que aquella tenían y temían hasta que otra
cosa supiesen. No pude por la brevedad del tiempo darles a entender más
de lo que dije a los de Yztapan, y dos religiosos de la orden de San
Francisco que en mi compañía iban les dijeron ansimesmo hartas cosas
acerca desto. Roguéles que fuesen algunos dellos a llamar la gente del
pueblo y al señor y aseguralla, y aquel príncipal que truje de Yztapan
ansimesmo les habló y dijo las buenas obras que de mí habían recebido
en el pueblo. Y señalaron uno dellos y dijeron que aquél era el señor,
el cual envió dos a que llamasen la gente, los cuales nunca vinieron.
Viendo que no venían, rogué a aquél que habían dicho
que era el señor que me mostrase el camino para ir a
Çaguatespan,
porque por allí había de pasar segúnd mi figura y está en este río
arríba. Y dijo que ellos no sabían camino por tierra sino por el río
porque por allí se servían todos, pero que a tino me llevarían por
aquellos montes, que no sabían si acertarían. Dijeles que me mostrasen
desde allí el paraje en que estaba y marquélo lo mejor que pude. Y
mandé a los españoles que estaban con las canoas que se fuesen el río
arríba y que llevasen consigo al principal de Yztapan que conmigo venía
hasta llegar al dicho pueblo de
Çaguatespan, y que trabajasen de
asegurar la gente dél y de otro que habían de topar antes, que se
llamaba Ocumacintlan; y que si yo llegase prímero, los esperaría, y que
si no, que ellos me esperasen. Y despachados éstos, me partí yo con
aquellas guías de la tierra. Y en saliendo del pueblo, di en una muy
gran ciénaga que turó más de media legua, y con mucha rama y hierba que
los indios nuestros amigos en ella echaron pudimos pasar. Y luego dimos
en un estero hondo donde fue nescesario hacer una puente por donde
pasase el fardaje y las sillas, y los caballos pasaron a nado. Y pasado
este estero, dimos en otra medio ciénaga que turó bien una legua, que
nunca abajó a los caballos de la rodilla abajo y muchas veces de las
cinchas, pero con ser algo tiesta debajo pasamos sin peligro hasta
llegar al monte, por el cual anduve dos días abriendo camino por donde
me señalaban aquellas guías hasta tanto que dijeron que iban
desatinados, que no sabían adónde iban. Y era la montaña de tal calidad
que sino donde se ponían los pies en el suelo y hacia arriba la
clarídad del cielo no se veía otra cosa. Tanta era la espesura y alteza
de los árboles que aunque se subían en algunos, no podían descubrir un
tiro de piedra. Como los que iban delante con las guías abriendo el
camino me enviaron a decir que andaban desatinados, que no sabían donde
estaban, hice parar la gente y pasé yo a pie adelante hasta llegar a
ellos. Y como vi el desatino que tenían, hice volver la gente atrás a
una cienaguilla que habíamos pasado adonde por cabsa del agua había una
poca de hierba que comiesen los caballos, que había dos días que no la
comían ni otra cosa. Y allí estuvimos aquella noche con harto trabajo
de hambre, y poníanosla mayor la poca esperanza que teníamos de acertar
a poblado, tanto que la gente estaba estaba fuera de toda esperanza y
más muertos que vivos. Hice sacar una aguja de marear que traía conmigo
por donde muchas veces me guiaba - aunque nunca nos habíamos visto en
tan estrema necesidad como ésta - y por ella, acordándome del paraje en
que habían señalado los indios que estaba el pueblo, hallé que
corriendo al nordeste dende allí salíamos a dar al pueblo o muy cerca
dél, y mandé a los que iban abriendo el camino que llevasen aquella
aguja consigo y siguiesen aquel rumbo sin se apartar dél. Y ansí lo
hicieron, y quiso Nuestro Señor que salieron tan ciertos que a hora de
vísperas fueron a dar medio a medio de unas casas de sus ídolos que
estaban en medio del pueblo, de que toda la gente hobo tanta alegría
que casi desatinados corrieron todos al pueblo, y no mirando una
ciénaga que estaba antes que en él entrasen se sumieron en ella muchos
caballos, que algunos dellos no salieron hasta otro día, aunque quiso
Dios que ninguno peligró. Y los que veníamos atrás desechamos la
ciénaga por otra parte, aunque no se pasó sin harto trabajo.
Aquel pueblo de
Çaguatepan hallamos quemado cebto
las mesquitas y casas de sus ídolos, y no hallamos en él gente ninguna
ni nueva de las canoas que habían venido el río arriba. Hallóse en él
mucho maíz algo más granado que lo de atrás y yuca y agíes y buenos
pastos para los caballos, porque en la ribera del río, que es muy
hermosa, había muy buena hierba. Y con este refrigerio se olvidó algo
del trabajo pasado, aunque yo tuve siempre mucha pena en no saber de
las canoas que había enviado el río arriba. Y andando mirando el pueblo
hallé yo una saeta hincada en el suelo, donde conoscí que las canoas
habían llegado allí porque todos los que venían en ellas eran
ballesteros. Y dióme más pena creyendo que allí habían peleado con
ellos y habían muerto, pues no parecían. Y en unas canoas pequeñas que
por allí se hallaron hice pasar de la otra parte del río, donde
hallaron mucha copia de gente y labranzas, y andando por ellas fueron a
dar a una gran laguna donde hallaron toda la gente del pueblo metida en
sus canoas y en isletas. Y en viendo los cristianos, se vinieron a
ellos muy seguros, y sin les entender lo que decían me trujeron hasta
treinta o cuarenta dellos, los cuales después de haberlos hablado me
dijeron que ellos habían quemado su pueblo por inducimiento de aquel
señor de
Çaguatan y se habían ido dél a aquellas lagunas por el temor
que él les puso, y que después habían venido por allí ciertos
cristianos de los de mi compañía en unas canoas y con ellos algunos de
los naturales de Ystapan, de los cuales habían sabido el buen
tratamiento que yo a todos hacía, y que por eso se habían asegurado; y
que los cristianos habían estado allí dos días esperándome, y como no
venía, se habían ido el río arriba a otro pueblo que se llama
Petenecte, y que con ellos se había ido un hermano del señor de aquel
pueblo con cuatro canoas cargadas de gente para que si en el otro
pueblo les quisiesen facer algún daño ayudarlos, y que les habían dado
mucho bastimento y todo lo que hobieron menester. Holgué mucho desta
nueva y díles crédito por ver que se habían asegurado tanto y habían
venido a mí de tan buena voluntad, y roguéles que luego hiciesen venir
una canoa con su gente, que fuese en busca de aquellos españoles y que
les llevasen una carta mía para que se volviesen luego allí, los cuales
lo hicieron con harta diligencia. Y yo les di una carta mía para los
españoles. Y otro día a vísperas vinieron, y con ellos aquella gente
del pueblo que habían llevado y más otras cuatro canoas cargadas de
gente y bastimentos del pueblo de donde venían. Y dijéronme lo que
había pasado el río arriba después que de mí se habían apartado, que
fue que llegaron a aquel pueblo que estaba antes déste que se llamaba
Uçumaçintlan, que le habían hallado quemado y la gente dél absentada; y
que en llegando a él los de Ystapan que con ellos traían, los habían
buscado y llamado, y que habían venido muchos dellos muy seguros y les
habían dado bastimentos y todo lo que les pidieron, y ansí los habían
dejado en su pueblo; y después habían llegado a aquél de
Çaguatecpan, y
que ansimesmo le habían hallado despoblado y la gente de la otra parte
del río, y que como les habían hablado los de Yztapan se habían todos
asegurado y les habían fecho muy buen acogimiento y dado muy
complidamente lo que hobieron menester; y me habían esperado allí dos
días y como no vine, creyendo que había salido más alto, pues tanto
tardaba, habían seguido adelante y se habían ido con ellos aquella
gente del pueblo y aquel hermano del señor hasta el otro pueblo de
Pectenete, que está de allí seis leguas, y que ansimesmo le habían
hallado despoblado, aunque no quemado, y la gente de la otra parte del
río; y que los de Ystapan y los de aquel pueblo los habían asegurado y
se venían con ellos aquella gente en cuatro canoas a verme y me traían
maíz y miel y cacao y un poco de oro; y que ellos habían enviado
mensajeros a otros tres pueblos que les dijeron que están el río
arriba, que se llaman Coaçacoalco Y Taltenango y Tebtitan, y que creían
que otro día vernían allí a hablarme. Y ansí fue, que otro día vinieron
por el río abajo hasta siete u ocho canoas en que venía gente de todos
aquellos pueblos, y me trajeron algunas cosas de bastimentos y un
poquito de oro. A los unos y a los otros hablé muy largamente para
hacerles entender que habían de creer en Dios y servir a Vuestra
Majestad, y todos ellos se ofrescieron por súbditos y vasallo s de
Vuesta Alteza y prometieron en todo tiempo hacer lo que les fuese
mandado. Y los de aquel pueblo de
Çaguatezpan trujeron luego algunos de
sus ídolos y en mi presencia los quebrantaron y quemaron. Y vino allí
el señor principal del pueblo, que hasta entonces no había venido, y me
trujo un poquillo de oro. Y les di de lo que tenía a todos, de que
quedaron muy contentos y seguros.
Entre éstos hobo alguna diferencia preguntándoles yo
por el camino que había de llevar para Acalan, porque los de aquel
pueblo de
Çaguatepan decían que mi camino era por los pueblos que
estaban el río arriba, y aun antes que estotros viniesen habían fecho
abrír seis leguas de camino por tierra y hecho una puente en un río por
do pasásemos. Y venidos estotros, dijeron que era muy gran rodeo y de
muy mala tierra y despoblada, y que el derecho camino que yo había de
llevar para Acalan era pasar el río por aquel pueblo, y que por allí
había una senda que solían traer los mercaderes por donde ellos me
guiarían hasta Acalan. Finalmente se averiguó entre ellos ser éste el
mejor camino. Y yo había enviado antes un español con gente de los
naturales de aquel pueblo de
Çaguatezpan en una canoa por el agua a la
provincia de Acalan a les hacer saber cómo yo iba y que se asegurasen y
no tuviesen temor, y para que supiesen si los españoles que habían de
ir con los bastimentos desde los bergantines eran llegados. Y después
envié otros cuatro españoles con guías de aquéllos que decían saber el
camino, para que le viesen y me informasen si había algún impedimento o
dificultad en él, y que allí esperaría su respuesta. Idos, fuéme
forzado partirme antes que me escribiesen porque no se me acabasen los
bastimentos que estaban recogidos para el camino, porque me decían que
había cinco o seis días de despoblado. Y comencé a pasar el río con
mucho aparejo de canoas que había, y por ser tan ancho y de recia
corriente se pasó con harto trabajo, y se ahogó un caballo y se
perdieron algunas cosas del fardaje de los españoles. Pasado este río,
envié delante una compañía de peones con las guías para que abriesen el
camino, y yo con la otra gente me fui detrás dellos. Y después de haber
andado tres días por unas montañas harto espesas por una vereda bien
angosta, fui a dar a un gran estero que tenía de ancho más de
quinientos pasos. Y trabajé de buscar paso por él abajo y arriba y
nunca le hallé, y las guías me dijeron que era por demás buscarle si no
subía veinte días de camino hasta las sierras. Púsome en tanto estrecho
este estero o ancón que sería imposible podello sinificar, porque pasar
por él parecía imposible a cabsa de ser tan grande y no tener canoas en
que pasarlo. Y aunque las tuviéramos para el fardaje y gente los
caballos no podían pasar, porque a la entrada y a la salida había unas
grandes ciénagas y raíces de árboles que si volando no, de otra manera
era escusado pensar de pasar los caballos. Pues pensar de volver atrás
era muy notorio perecer todos por los malos caminos que habíamos pasado
y las muchas aguas que facía, que ya teníamos por cierto que las
crecientes de los ríos habían robado las puentes que dejábamos fechas.
Pues tornarlas a hacer era muy dificultoso, porque ya toda la gente
venía muy fatigada. También pensábamos que habíamos comido todos los
bastimentos que había por el camino y que no hallaríamos de comer
porque llevaba mucha gente y caballos, porque demás de los españoles
venían conmigo más de tres mill ánimas de los naturales. Pues pasar
adelante, ya he dicho a Vuestra Majestad la dificultad que había, ansí
que ningún seso de hombre bastaba para el remedio si Dios, que es
verdadero remedio y acorro de los afligidos y necesitados, no le
pusiera. Y estando en esto, fallé una canoíta pequeña en que habían
pasado los españoles que yo envié adelante a ver el camino y con ella
hice sondar el ancón, y hallóse en todo él cuatro brazas de hondura. E
hice atar unas lanzas para ver el suelo qué tal era, y hallóse que
demás de la hondura del agua había otras dos brazas de lama y cieno,
así que eran seis brazas. Y tomé por postrer remedio determinarme de
hacer una puente en él y mandé luego repartir la madera por sus
medidas, que eran de nueve y de diez brazas por lo que había de salir
fuera del agua, la cual encargué que cortasen y trajesen a aquellos
señores de los indios que conmigo iban, a cada uno según la gente que
traía. Y los españoles, y yo con ellos, comenzamos a hincar la madera
con balsas y con aquella canoílla y otras dos que después se hallaron.
Y era tal la obra que comenzamos que a todos pareció cosa imposible de
acabar y aun lo decían detrás de mí, diciendo que sería mejor dar la
vuelta antes que la gente se fatigase y después de hambre no pudiesen
volver, porque al fin aquella obra no se había de acabar y forzados nos
habíamos de volver. Y andaba desto tanto murmullo entre la gente que
casi ya me lo osaban decir a mí, y como los viese tan desmayados - y en
la verdad tenían razón, por ser la obra que emprendíamos de tal calidad
- porque ya no comíamos sino raíces de hierbas, y viese esta
murmuración que entre los españoles andaba, mandéles que ellos no
entendiesen en la puente, y que yo la haría con los indios. Y luego
llamé a todos los señores dellos y les dije que mirasen en cuánta
necesidad estábamos y que forzado habíamos de pasar o perecer, que les
rogaba mucho que ellos se esforzasen y esforzasen a sus gentes para que
aquella puente se acabase, y que pasada, teníamos luego una provincia
muy grande que se decía Acalan donde había mucha abundancia de
bastimentos, y que allí reposaríamos; y que demás de los bastimentos de
la tierra ya sabían ellos que había enviado a mandar que me trajesen de
los navíos de los bastimentos que llevaban, y que los habían de traer
allí en canoas y que allí ternían mucha abundancia de todo. Y que demás
desto yo les prometí que, vueltos a esta cibdad, serían de mí en nombre
de Vuestra Majestad muy galardonados. Y ellos me prometieron que lo
trabajarían viribus et posse, y ansí comenzaron luego a repartirlo
entre sí. Y diéronse tan buena priesa y maña en ello que en cuatro días
la acabaron de tal manera que pasaron por ella todos los caballos y
gente, y turará más de diez años que no se deshaga si a mano no la
deshacen, y esto ha de ser con quemarla y de otra manera sería
dificultoso de se hacer, porque lleva más de mill vigas que la menor es
casi tan gorda como un cuerpo de un hombre y de nueve y de diez brazas
de largo, sin otra madera menuda que no tiene cuenta. Y certifico a
Vuestra Majestad que no creo que habrá nadie que sepa decir en manera
que se pueda entender la orden que éstos dieron a hacer esta puente
sino que es la cosa más estraña que nunca se ha visto.
Pasada toda la gente y caballos de la otra parte del
ancón, dimos luego en una gran ciénaga que turó bien tres tiros de
ballesta, la cosa más espantosa que jamás las gentes vieron, donde
todos los caballos desensillados se sumían hasta las orejas sin
parecerse otra cosa, y en forcejar a salir sumíanse más, de manera que
allí perdimos del todo la esperanza de poder escapar caballos ningunos.
Pero todavía comenzamos a trabajar, y con ponerles haces de hierba y
ramas grandes debajo sobre que se sostuviesen y no se sumiesen,
remediábanse algo. Y andando trabajando, yendo y viniendo de la una
parte a la otra, abrióse por medio de la ciénaga un callejón de agua y
cieno en que los caballos comenzaron algo a nadar, y con esto plugo a
Nuestro Señor que salieron todos sin peligrar ninguno, aunque salieron
tan fatigados que casi no se podían tener en los pies. Dimos todos
muchas gracias a Nuestro Señor por tan gran merced como nos había
hecho, y estando en esto llegaron los españoles que yo había enviado a
Acalan con hasta ochenta indios de los naturales de aquella provincia
cargados de mantenimientos de maíz y aves con que Dios sabe el alegría
que hubimos, en especial que nos dijeron que toda la gente quedaba muy
segura y pacífica y con voluntad de no se ausentar. Y venían con
aquellos indios de Acalan dos personas honradas que dijeron venir de
parte del señor de la provincia que se llama Apaspapolon a me decir que
él había holgado mucho con mi venida, que había muchos días que había
noticia de mí por parte de mercaderes de Tabasco y Xicalango y que
holgaba de conocerme, y envióme con ellos un poco de oro. Yo lo recebí
con toda el alegría que pude agradeciendo a su señor la buena voluntad
que mostraba al servicio de Vuestra Majestad, y les di algunas cosillas
y los torné a enviar con los españoles que con ellos habían venido muy
contentos. Fueron muy admirados de ver el edificio de la puente, lo
cual fue harta parte para la seguridad que después en ellos hobo,
porque según su tierra está entre lagunas y esteros, pudiera ser que se
ausentaran por ellos, mas con ver aquella obra fecha pensaron que
ninguna cosa nos era imposible.
También llegó en este tiempo un mensajero de la
villa de Santisteban del Puerto, que es en el río de Pánuco, que me
traía cartas de las justicias della, y con él otros cuatro o cinco
mensajeros indios que me traían cartas desta cibdad y de la villa de
Medellín y de la villa del Espíritu Santo. Y hube mucho placer con
saber que estaban buenos, aunque no supe del fator y veedor a quien yo
había enviado, como arriba dije, desde la villa del Spíritu Sancto para
apaciguar las diferencias de entre el tesorero y contador, porque aún
no eran llegados a esta cibdad. Este día después de partidos los indios
y españoles que iban delante a Acalan, me partí yo con toda la gente
tras ellos y dormí una noche en el monte, y otro día poco más de
mediodía llegué a las estancias y labranzas de la provincia de Acalan.
Y antes de llegar al primer pueblo della estaba una gran ciénaga, y
para pasalla se rodeó más de una gran legua. En fin se pasó llevando
los caballos del diestro con harto trabajo, y a hora de vísperas
llegamos a aquel primer pueblo dicho Tiçatepal, donde hallamos todos
los naturales en sus casas muy reposados y seguros y mucho bastimento
ansí para la gente como para los caballos, tanto que satisfizo bien a
la necesidad pasada. Aquí reposamos seis días. Y me vino a ver un
mancebo de buena disposición y bien acompañado que dijo ser hijo del
señor y me trajo cierto oro y aves y ofresció su persona al servicio de
Vuestra Majestad y dijo que su padre era ya muerto. Yo mostré que me
pesaba mucho de la muerte de su padre aunque vi que no decía verdad, y
le di un collar que yo tenía al cuello de cuentas de Flandes que él
tuvo en mucho y le dije que fuese con Dios. Y él estuvo dos días allí
conmigo de su voluntad.
Uno de los naturales de aquel pueblo que se decía
ser señor dél me dijo que muy cerca de allí estaba otro pueblo que
también era suyo donde había mejores aposentos y más copia de
bastimentos porque era mayor y de más gente, que me fuese allá a
aposentar porque estaría más a mi placer. Y yo le dije que me placía. Y
envió luego a mandar que abriesen el camino y que se aderezasen las
posadas, lo cual se hizo todo muy bien. Y nos fuimos a aquel pueblo que
está deste primero cinco leguas, donde asimismo hallamos toda la gente
segura y en sus casas y desembarazada cierta parte del pueblo, donde
nos aposentaron. Este es muy hermoso pueblo. Llámase Teuticarcar. Tiene
muy hermosas mesquitas, en especial donde nos aposentamos y echamos
fuera los ídolos, de que ellos no mostraron mucha pena porque ya yo les
había hablado y dado a en tender el yerro en que estaban y cómo no
había más de un solo Dios criador de todas las cosas y todo lo demás
que cerca desto se les pudo decir, aunque después al señor principal y
a todos juntos les hablé más largo. Supe dellos que una destas dos
casas o mezquitas que era la más principal dellas era dedicada a una
diosa en que ellos tenían mucha fee y esperanza, y que a ésta no le
sacrificaban sino doncellas vírgenes y muy hermosas y que si no eran
tales se enojaba mucho con ellos, y que por esto tenían siempre
especial cuidado de las buscar tales que ella se satisficiese, y las
criaban desde niñas las que hallaban de buen gesto para este efecto.
Sobre esto también les dije lo que me paresció que convenía, de que
paresció que quedaron algo satisfechos.
El señor deste pueblo se mostró muy mi amigo y tuvo
conmigo mucha conversación y me dio muy larga cuenta y relación de los
españoles que yo iba a buscar y del camino que había de llevar. Y me
dijo en muy gran secreto, rogándome que nadie supiese que él me había
avisado, que Apaspolon, señor de toda aquella provincia, era vivo y
había mandado decir que era muerto; y que era verdad que aquél que me
había venido a ver era su hijo, y que él mandaba que me desviasen del
camino derecho que había de llevar porque no viese la tierra ni los
pueblo della; y que me avisaba dello porque me tenía buena voluntad y
había recebido de mí buenas obras, pero que me rogaba que desto se
tuviese mucho secreto, porque si se sabía que él me había avisado, le
mandaría matar Apaspolon y le tomaría toda su tierra. Yo se lo
agradescí mucho y pagué su buena voluntad dándole algunas cosillas, y
le prometí el secreto como él me lo rogaba y aun le prometí que, el
tiempo andando, sería de mí en nombre de Vuestra Majestad muy
gratificado. Luego hice llamar al hijo del señor que me había venido a
ver y le dije que me maravillaba mucho dél y de su padre haberse
querido negar sabiendo la buena voluntad que traía yo de le ver y hacer
mucha honra y darle de lo que yo tenía, porque yo había recebido en su
tierra buenas obras y deseaba mucho pagárselas que yo sabía cierto que
era vivo y que le rogaba mucho que él le fuese a llamar y trabajase con
él que me viniese a ver porque creyese cierto que él ganaría mucho. El
hijo me dijo que era verdad que él era vivo y que si él me lo había
negado era por que su padre se lo mandó así, que él iría y trabajaría
mucho de lo traer; y que creía que vernía porque él tenía ya gana de
verme pues conocía que no venía a hacerles daño, antes les daba de lo
que tenía, y que por haberse negado tenía alguna vergÜenza de parecer
ante mí. Yo le rogué que fuese y trabajase mucho de lo hacer. Y ansí lo
hizo, que otro día vinieron ambos y yo los recebí con mucho placer. Y
él me dio el descargo de haberse negado que era de temor hasta saber mi
voluntad, y que ya que la sabía, él deseaba mucho verme; y que era
verdad que él mandó que me guiasen por fuera de los pueblos, pero que
agora que me rogaba que me fuese al pueblo principal donde él residía
porque allí había más aparejo de darme las cosas necesarías. Y luego
mandó abrír un camino muy ancho para allá y él se quedó conmigo. Y otro
día nos partimos y le mandé dar un caballo de los míos y fue muy
contento cabalgando en él hasta que llegamos al pueblo que se llama
Cancanac, el cual es muy grande y de muchas mezquitas y está en la
ribera de un gran estero que atraviesa hasta el puerto de Términos y
Xicalango y Tabasco. Alguna de la gente deste pueblo estaba ausentada y
algunos estaban en sus casas. Tuvimos allí mucha copia de bastimentos y
el señor se estuvo conmigo dentro del aposento aunque tenía su casa ahí
cerca y poblada. Todo el tiempo que yo allí estuve dióme muy larga
cuenta de los españoles que iba a buscar e hízome una figura en un paño
del camino que había de llevar. Y dióme cierto oro y mujeres sin le
pedir ninguna cosa, porque hasta hoy lo he pedido a los señores destas
partes si ellos no me lo quisiesen dar.
Habíamos de pasar aquel estero, y antes dél estaba
una gran ciénaga. Hizo hacer en ella una gran puente, y para este
estero nos dio mucho aparejo de canoas - todo el que fue menester - y
dióme una canoa y guías para que llevasen al español que me había
traído las cartas de la villa de Santisteban del Puerto y a los otros
indios de México a las provincias de Xicalango y Tabasco. Y con este
español tomé a escrebir a las villas y a los tenientes que dejé en esta
cibdad y a los navíos que estaban en Tabasco y a los españoles que
habían de venir con los bastimentos, diciendo a todos lo que habían de
facer. Y despachado todo esto, le di al señor ciertas cosillas a que él
se aficionó, y quedando muy contento y toda la gente de su tierra muy
segura, me partí de aquella provincia el primer domingo de cuaresma del
año de veinte y cinco, y aqueste día no se hizo más jornada de pasar
aquel estero, que no se hizo poco. Díle a este señor una carta, porque
él me lo rogó, para que si por allí viniesen españoles, supiesen que yo
había pasado por allí y que él quedaba por mi amigo.
Aquí en esta provincia acaesció un caso que es bien
que Vuestra Majestad lo sepa, y es que un cibdadano honrado desta
cibdad de Tenuxtitán, que se llamaba Messicalcingo y agora se llama
Cristóbal, vino a mí una noche muy secretamente y me trujo cierta
figura en un papel de lo desta tierra. Y queriéndome dar a entender lo
que sinificaba, me dijo que Guatemucin, señor que fue desta cibdad de
Tenuxtitán - a quien yo después que la gané he siempre tenido preso,
teniéndole por hombre bullicioso, y le llevé conmigo aquel camino con
todos los demás señores que me pareció que eran parte para la seguridad
y revuelta destas partes -, y Guanaçuçin, señor que fue de Tezcuco, y
Tetepanquecal, señor que fue de Tacuba, y un Tacatelz, que a la sazón
era en esta cibdad de México en la parte de Tatelulco, habían hablado
muchas veces y dado parte dello a este Mexicalcingo que se llama agora
Cristóbal, diciendo cómo estaban desposeídos de sus tierras y señorío y
las mandaban los españoles, y que sería bien que buscasen algúnd
remedio para que ellos las tornasen a señorear y poseer; y que hablando
en ello muchas veces en este camino, les había parecido que era buen
remedio tener manera como me matasen a mí y a los que conmigo iban y
después ir apellidando la gente de aquellas partes hasta matar a
Crístóbal de Olid y la gente que con él estaba y enviar sus mensajeros
a esta ciudad de Tenuxtitán para que matasen todos los españoles que en
ella habían quedado, porque les parecía que lo podían hacer muy
ligeramente, diciendo que todos los que quedaban aquí eran de los que
habían venido nuevamente y que no sabían las cosas de la guerra; y que
acabados ellos de hacer lo que pensaban, irían apellidando y juntando
consigo toda la tierra por todas las villas y lugares donde hubiesen
españoles hasta los matar y acabar todos; y que hecho esto, pornían en
todos los puertos de la mar recias guarniciones de gente para que
ningúnd navío que viniese se les escapase, de manera que no pudiese
volver nueva a Castilla; y que ansí serían señores como antes lo eran,
y que tenían ya fecho repartimiento de las tierras entre sí y que a
este Mexicalcingo le hacían merced de cierta provincia. Pues como yo
fui tan largamente informado por aquel Crístóbal desta traición que
contra mí y contra los españoles estaba urdida, di muchas gracias a
Nuestro Señor por habérmela ansí revelado. Y luego en amaneciendo,
prendí a todos aquellos señores y los puse apartados el uno del otro y
les fui a preguntar cómo pasaba el negocio, y a los unos decía que los
otros me lo habían dicho - porque no sabían unos de otros - y a los
otros que los otros, ansí que hubieron todos de confesar que era verdad
que Guatemucin y Tetepanquecal habían movido aquella cosa, y que los
otros era verdad que lo habían oído, pero que nunca habían consentido
en ello. Y desta manera fueron ahorcados estos dos, y a los otros dos
solté porque no parecía que tenían más culpa de habello oído, aunque
aquella bastaba para merecer la muerte, pero quedaron sus procesos
abiertos para que cada vez que se revuelvan puedan ser castigados.
Aunque creo que ellos quedan de tal manera espantados, porque nunca han
sabido de quien lo supe, que no creo se tornarán a revolver. Porque
creen que lo supe por algúnd art, y ansí piensan que ninguna cosa se me
puede esconder, porque como han visto que para acertar aquel camino
muchas veces sacaba una carta de marear y una aguja, en especial cuando
se acertó el camino de
Çaguatepan, han dicho a muchos españoles que por
allí lo saqué. Y aun a mí me han dicho algunos dellos, queriéndome
hacer cierto que tienen buena voluntad, que para que conozca sus buenas
intenciones que me rogaban mucho que mirase el espejo y la carta, y que
allí vería que cómo ellos me tenían buena voluntad, pues por allí sabía
todas las otras cosas. Yo también les hice entender que ansina era la
verdad, y que en aquella aguja y carta de marear vía yo y sabía y se me
descobrían todas las cosas.
Esta provincia de Acalan es muy gran cosa porque hay
en ella muchos pueblos y de mucha gente - y muchos dellos vieron los
españoles de mi compañía - y es muy abundosa de mantenimientos y de
mucha miel. Hay en ella muchos mercaderes y gentes que tratan en muchas
partes, y son ricos de esclavos y de las cosas que se tratan en la
tierra. Está toda cercada de esteros, y todos ellos salen a la bahía y
puerto que llaman de Términos por donde en canoas tienen gran
contratación en Xicalango y Tabasco, y aun créese, aunque no está del
todo sabida la verdad, que atraviesan por allí a estotra mar, de manera
que aquella tierra que llaman Yucatán queda hecha isla. Yo trabajaré de
saber el secreto desto y haré dello a Vuestra Majestad verdadera
relación. Segúnd supe, no hay en ella otro señor principal sino el que
es el más cabdaloso mercader y que tiene más trato de sus navíos por la
mar que es este Apaspolon de quien arriba he nombrado a Vuestra
Majestad por señor principal. Y es la cabsa ser muy rico y de mucho
trato de mercadería que hasta en el pueblo de Nito, de que adelante
diré, donde hallé ciertos españoles de la compañía de Gil Gonçales de
Avila, tenía un barrío poblado de sus fatores y con ellos un hermano
suyo que trataban sus mercaderías. Las que más por aquellas partes se
tratan entre ellos es cacao, ropa de algodón, colores para teñir,
cierta manera de tinta con que se tiñen ellos los cuerpos para se
defender del calor y del frío, tea para alumbrarse, resina de pino para
los sahumerios de sus ídolos, esclavos y ciertas cuentas coloradas de
caracoles que tienen en mucho para el ornato de sus personas en sus
fiestas y placeres. Tratan algúnd oro, aunque todo mezclado con cobre y
otras mezclas.
A este Apaspolon y a muchas personas honradas de la
provincia que me vinieron a ver les dije lo que a todos los otros del
camino les había dicho cerca de sus ídolos y lo que debían creer y
hacer para salvarse y también lo que eran obligados al servicio de
Vuestra Majestad. De lo uno y de lo otro paresció que recibieron
contentamiento, y quemaron muchos de sus ídolos en mi presencia y
dijeron que de allí adelante no los honrarían más y prometieron que
siempre serían obidientes a cualquier cosa que en nombre de Vuestra
Majestad les fuese mandado, y ansí me despedí dellos y me partí, como
arriba he dicho.
Tres días antes que saliese desta provincia de
Acalan envié cuatro españoles con dos guías que me dio el señor della
para que fuesen a ver el camino que había de llevar a la provincia de
Maçatlan, que en su lengua dellos se llama Quiacho, porque me dijo que
había mucho despoblado y que había de dormir cuatro días en los montes
antes que llegase a la dicha provincia, para que viesen el camino y
mirasen si había en él ríos o ciénagas que pasar. Y mandé que toda la
gente se apercibiese de bastimentos para seis días porque no nos
acaeciese otra necesidad como la pasada, los cuales se bastecieron muy
cumplidamente, porque de todo tenían harta copia. Y a cinco leguas
andadas después de la pasada del estero topé los españoles que venían
de ver el camino con las guías que habían llevado, y me dijeron que
habían hallado muy buen camino aunque cerrado de montes, pero que era
llano, sin río ni ciénaga que nos estorbase; y que habían llegado sin
ser sentidos hasta unas labranzas de la dicha provincia donde habían
visto alguna gente y de allí se habían vuelto sin ser vistos ni
sentidos. Holgué mucho de aquella nueva y de allí adelante mandé que
fuesen seis peones sueltos con algunos indios de nuestros amigos
delante una legua de los que iban abriendo el camino para que si algún
caminante topasen, le asiesen, de manera que pudiésemos llegar a la
provincia sin ser sentidos, porque tomásemos la gente antes que se
ausentasen o quemasen los pueblos como lo habían hecho los de atrás. Y
aquel día cerca de una laguna de agua hallaron dos indios naturales de
la provincia de Acalan que venían de la de Maçatlan, según dijeron, de
rescatar sal por ropa, y en algo paresció ser ansí verdad porque venían
cargados de ropa. Y trajéronlos ante mí, y yo les pregunté si de mi ida
tenían noticia los de aquella provincia y dijeron que no, antes estaban
muy seguros. Yo les dije que se habían de volver conmigo y que no
recibiesen pena dello porque ninguna cosa de lo que traían se les
perdería, antes yo les daría más, y que en llegando a la provincia de
Maçatlan les daría licencia para que se volviesen, porque yo era muy
amigo de todos los de Acalan porque del señor y de todos ellos había
recebido buenas obras. Y ellos mostraron buena voluntad de lo hacer y
ansí volvieron guiándonos, y aun nos llevaron por otro camino y no por
el que los españoles que yo envié primero habían ido, diciendo que
aquél iba a dar a los pueblos y el otro iba a ciertas labranzas. Y
aquel día ansimesmo dormimos en el monte. Y otro día los españoles que
iban por corredores delante toparon cuatro indios de los naturales de
Maçatlan con sus arcos y flechas, que estaban, segúnd pareció, en el
camino por escuchas. Y como dieron sobre ellos, desembarazaron sus
arcos e hirieron un indio de los míos, y como era el monte espeso, no
pudieron prender más de a uno, el cual entregaron a tres indios de los
míos. Y los españoles siguieron el camino adelante creyendo que había
más de aquéllos, y como los españoles se apartaron, volvieron los otros
que habían huido que, segúnd pareció, se quedaron allí cerca metidos en
el monte. Y dando sobre los indios nuestros amigos que tenían a su
compañero preso, pelearon con ellos y quitáronsele. Y los nuestros, de
corridos, siguiéronlos por el monte y alcanzáronlos, y tornaron a
pelear e hirieron a uno dellos en un brazo de una gran cuchillada y
prendiéronle, y los otros huyeron porque ya sentieron venir gente de la
nuestra cerca. Deste indio me informé, y le pregunté si sabían de mi
ida y dijo que no. Preguntéle que para qué estaban ellos allí por
velas, y dijo que ellos siempre lo acostumbraban así hacer porque
tenían guerra con muchos de los comarcanos, y que para asegurar los
labradores que andaban en sus labranzas el señor mandaba siempre poner
sus espías por los caminos por no ser salteados. Seguí mi camino a la
más priesa que pude porque este indio me dijo que estábamos cerca y
porque sus compañeros no llegasen antes a dar mandado, y mandé que a la
gente que iba delante que en llegando a las primeras labranzas se
detuviesen en el monte y no se mostrasen hasta que yo llegase. Y cuando
llegué era ya tarde, y díme mucha priesa pensando llegar aquella noche
al pueblo, y porque el fardaje venía algo derramado mandé a un capitán
que se quedase allí en aquellas labranzas con veinte de caballo y los
recogiese y durmiese allí con ellos, y recogidos todos, que siguiesen
mi rastro. Yo trabajé de andar por un caminillo algo seguido aunque de
monte muy cerrado a pie con el caballo de diestro, y todos los que me
seguían de la misma manera. Y fui por él hasta que cerró la noche y di
en una ciénaga que sin aderezarse no se podía pasar, y mandé que de
mano en mano dijesen que se volviesen atrás. Y ansí nos volvimos a una
cabañilla que atrás quedaba y durmimos aquella noche en ella sin tener
agua que beber nosotros ni los caballos. Y otro día por la mañana hice
aderezar la ciénaga con mucha rama y pasamos los caballos de diestro,
aunque con trabajo. Y a tres leguas de donde durmimos vimos un pueblo
en un peñol, y pensando que no habíamos sido sentidos, llegamos en
mucho concierto hasta él, y estaba tan bien cercado que no hallamos por
donde entrar. En fin se halló entrada, y hallámosle despoblado y muy
lleno de bastimentos de maíz y aves y miel y frisoles y de todos los
bastimentos de la tierra en mucha cantidad. Y como fueron tomados de
improviso, no lo pudieron alzar, y también como era frontero estaba muy
bastecido.
La manera deste pueblo es que está en un peñol alto,
y por la una parte le cerca una gran laguna y por la otra parte un
arroyo muy hondo que entra en la laguna. Y no tiene sino sola una
entrada llana, y todo él está cercado de un fosado hondo, y después del
fosado un petril de madera hasta los pechos de altura, y después deste
petril de madera una cerca de tablones muy gordos de hasta dos estados
en alto con sus troneras en toda ella para tirar sus flechas, y a
trechos de la cerca unas garitas altas que sobrepujaban sobre la cerca
otro estado y medio, ansimismo con sus troneras y muchas piedras encima
para pelear dende arriba y sus troneras también en lo alto, y de dentro
de todas las casas del pueblo ansimismo sus troneras y traveses a las
calles por tan buena orden y concierto que no podía ser mejor, digo
para próposito de las armas con que ellos pelean. Aquí hice ir alguna
gente por la tierra a buscar la del pueblo, y tomaron dos o tres
indios. Y con ellos envié al uno de aquellos mercaderes de Acalan que
había tomado en el camino para que buscasen el señor y le dijesen que
no hobiese miedo ninguno, sino que se volviese a su pueblo porque yo no
le venía a hacer enojo, antes le ayudaría en aquellas guerras que tenía
y le dejaría su tierra muy pacífica y segura. Y dende a dos días
volvieron y trujeron a un tío del señor consigo, el cual gobernaba la
tierra porque el señor era muchacho. Y no vino el señor porque diz que
tuvo temor. Y a éste hablé y aseguré, y se fue conmigo hasta otro
pueblo de la misma provincia que está siete leguas déste que se llama
Tiac. Y tienen guerra con los deste pueblo y está también cercado como
estotro y es muy mayor, aunque no es tan fuerte porque está en llano,
pero tiene sus cercas y cavas y garitas más recias y más, y cercado
cada barrio por sí, que son tres barrios cada uno dellos cercado por sí
y una cerca que cerca a todos. A este pueblo había enviado dos
capitanías de caballo y una de peones delante y hallaron el pueblo
despoblado y en él mucho bastimento, y cerca del pueblo tomaron siete u
ocho hombres de los cuales soltaron algunos para que fuesen a hablar al
señor y asegurar la gente. E hiciéronlo tan bien que antes que yo
llegase habían ya venido mensajeros del señor y traído bastimento y
ropa, y depués que yo vine vinieron otras dos veces a nos traer de
comer y hablar ansí de parte deste señor deste pueblo como de otros
cinco o seis señores que están en esta provincia que son cada uno
cabecera por sí, y todos ellos se ofrecieron por vasallos de Vuestra
Majestad y nuestros amigos, aunque jamás pude acabar con ellos que los
señores me viniesen a ver. Y como yo no tenía espacio para detenerme
mucho, enviéles a decir que les agradecía su buena voluntad y que yo
los recebía en nombre de Vuestra Alteza y les rogaba que me diesen
guías para mi camino adelante, lo cual hicieron de buena voluntad, y me
dieron una guía que sabía muy bien hasta el pueblo donde estaban los
españoles y los había visto. Y con esto me partí deste pueblo de Tiac y
fui a dormir a otro que se llama Yasuncabil que es el postrero de la
provincia, el cual ansimesmo estaba despoblado y cercado de la manera
que los otros. Aquí había una hermosa casa del señor, aunque de paja.
En este pueblo nos proveímos de todo lo que hubimos menester para el
camino, porque nos dijo la guía que teníamos cinco días de despoblado
hasta la provincia de Taica por donde habíamos de pasar, y ansí era
verdad. Desde esta provincia de Maçatlan o Quiache despedí los
mercaderes que había tomado en el camino y las guías que traía de la
provincia de Acalan y les di lo que yo tenía ansí para ellos como para
que llevasen a su señor, y fueron muy contentos. También envié a su
casa al señor del primer pueblo que había venido conmigo, y le di
ciertas mujeres que habían tomado por los montes de las suyas y otras
cosillas de que quedó muy contento.
Salido desta provincia de Maçatlan, seguí mi camino
para la de Taiça y dormí cuatro días en despoblado, que todo el camino
lo era y de grandes montañas y sierras, y aun hubo en él un mal puerto
que por ser todas las peñas y piedras dél de alabastro muy fino le puse
nombre puerto de Alabastro. Y al quinto día los corredores que llevaba
delante con la guía asomaron a una muy gran laguna que parecía brazo de
mar y aun ansí creo que lo es, aunque es dulce, segúnd su grandeza y
hondura. Y en una isleta que hay en ella vieron un pueblo, el cual les
dijo aquella guía ser el principal de aquella provincia de Taiça y que
no teníamos remedio para pasar a él si no fuese en canoas. Y quedaron
allí los españoles corredores puestos en salto y volvió uno dellos a
hacerme saber lo que pasaba. Yo hice detener toda la gente y pasé
adelante para ver aquella laguna y la disposición della, y cuando
llegué a los corredores, hallé que habían prendido un indio de los del
pueblo que había venido con una canoa chiquita con sus armas a
descubrir el camino y ver si había alguna gente. Y aunque venía
descuidado de lo que les acaesció se les fuera sino por un perro que
tenían, que le alcanzó antes que se echase al agua. Deste indio me
informé, y me dijo que ninguna cosa se sabía de mi venida. Preguntéle
si había paso para el pueblo y dijo que no, pero dijo que cerca de
allí, pasando un brazo pequeño de aquella laguna, había algunas
labranzas y casas pobladas, donde creí, si llegásemos sin ser sentidos,
hallaríamos algunas canoas. Y luego envié a mandar a la gente que se
viniese tras mí, y yo con diez o doce peones ballesteros segui a pie
por donde el indio nos trujo y pasamos un gran rato de ciénaga yagua
hasta la cinta y otras veces más arríba y llegué a unas labranzas. Y
con el mal camino y aun porque muchas veces no podíamos ir sino
descubiertos, no podíamos dejar de ser sentidos, y llegamos a tiempo
que ya la gente se embarcaba en sus canoas y se hacían al largo de la
laguna. Y anduve con mucha priesa por la ribera de aquella laguna dos
tercios de legua de labranzas, y en todas habíamos sido sentidos e iban
ya huyendo. Ya era tarde y seguir más era en vano. Reposé en aquellas
labranzas y recogí toda la gente y aposentéla al mejor recabdo que yo
pude, porque me decía la guía de Maçatlan que aquella era mucha gente y
muy ejercitada en la guerra a quien todas aquellas provincias
comarcanas temían. Y díjome que él quería ir en aquella canoíta en que
había venido el indio que tomaron al pueblo que se parecía en la isleta
y está bien dos leguas de agua hasta llegar a él; y que hablaría al
señor, que él conocía muy bien y se llama Canec, y le diría mi
intención y cabsa de mi venida por aquellas tierras, pues había venido
conmigo y la sabía y la había visto y creía que se aseguraría mucho y
le daría crédito a lo que dijese porque era dél muy conocido y había
estado muchas veces en su casa. Y luego le di la canoa y el indio que
la había traído con él y le agradeci el ofrecimiento que me hacia y
prometí que si lo hiciese bien, que se lo gratificaría muy a su
contento, y ansí se fue. Y a medianoche volvió, y con él dos personas
honradas del pueblo que dijeron ser enviados de
su señor, a me ver y se informar de lo que aquel mensajero mío les
había dicho y saber de mí qué era lo que quería. Yo los recibí muy bien
y di algunas cosillas y les dije que yo venía por aquellas tierras por
mandado de Vuestra Majestad a verlas y hablar a los señores y naturales
dellas algunas cosas cumplideras a su real servicio y bien dellos, que
dijesen a su señor que le rogaba que, pospuesto todo temor, viniese a
donde yo estaba, y que para más seguridad yo les quería dar un español
que fuese allá con ellos y se quedase allá en rehenes en tanto que él
venía. Y con esto se fueron, y con ellos la guía y un español. Y otro
día de mañana vino el señor y hasta treinta hombres con él en cinco o
seis canoas y consigo el español que había enviado para las rehenes, y
mostró venir muy alegre. Fue de mí muy bien recebido, y porque cuando
llegó era hora de misa hice que se dijese cantada y con mucha
solemnidad con los menistriles de cheremías y sacabuches que conmigo
iban, la cual oyó con mucha atención y las cerimonias della. Y acabada
la misa, vinieron allí aquellos religiosos que llevaba, y por ellos les
fue fecho un sermón con la lengua en manera que muy bien lo pudo
entender acerca de las cosas de nuestra fee, y dándole a entender por
muchas razones cómo no había más de un solo Dios y el yerro de su
secta. Y segúnd mostró y dijo, satisfízose mucho y dijo que él quería
luego destruir sus ídolos y creer en aquel Dios que nosotros le
decíamos y que quisiera mucho saber la manera que había de tener para
servirle y honrarle, y que si yo quisiese ir a su pueblo vería cómo en
mi presencia los quemaba. Y quería que le dejase en su pueblo aquella
cruz que le habían dicho que yo dejaba en todos los pueblos por donde
yo había pasado. Después deste sermón yo le torné a hablar, haciéndole
saber la grandeza de Vuestra Majestad y que cómo él y todos los del
mundo éramos sus súbditos y vasallos y le somos obligados a servir, y
que a los que ansí lo hacían Vuestra Majestad les mandaría hacer muchas
mercedes, y yo en su real nombre lo había fecho en estas partes así con
todos los que a su real servicio se habían ofrescido y puesto debajo de
su imperial yugo, y que ansí lo prometía a él. El me respondió que
hasta entonces no había reconocido a nadie por señor ni había sabido
que nadie lo debiese ser; que verdad era que había cinco o seis años
que los de Tabasco, veniendo por allí por su tierra, le habían dicho
cómo había pasado por allí un capitán con cierta gente de vuestra
nación; y que los habían vencido tres veces en batalla, y que después
les habían dicho que habían de ser vasallos de un gran señor y todo lo
que agora le decía, que le dijese si era todo uno. Yo le respondí que
el capitán que los de Tabasco le dijeron que había pasado por su tierra
con quien habían peleado era yo, y para que creyese ser verdad, que se
informase de aquella lengua que con él hablaba - que es Marina, la que
yo conmigo siempre he traído - porque allí me la habían dado con otras
veinte mujeres. Y ella le habló y le certificó dello y cómo yo había
ganado a México, y le dijo todas las tierrras que yo tengo sujetas y
puestas debajo del imperio de Vuestra Majestad. Y mostró holgarse mucho
en habello sabido y dijo que él quería ser súbdito y vasallo de Vuestra
Majestad y que se tenía por dichoso de serio de un tan gran señor como
yo le decía que era Vuestra Alteza, e hizo traer aves y miel y un poco
de oro y ciertas cuentas de caracoles colorados, que ellos tienen en
mucho, y diómelo. Y yo ansimismo le di algunas cosas de las nuestras,
de que mucho se contentó. Y comió conmigo con mucho placer, y después
de haber comido yo le dije cómo iba en busca de aquellos españoles que
estaban en la costa de la mar porque eran de mi compañía y yo los había
enviado y había muchos días que yo no sabía dellos y por eso los venía
a buscar, que le rogaba que él me dijese alguna nueva si sabía dellos.
Y él me dijo que tenía mucha noticia dellos, porque bien cerca de donde
ellos estaban tenía él ciertos vasallos suyos que le servían de ararle
ciertos cacaguatales porque era aquella muy buena tierra dellos, y que
déstos y de muchos mercaderes que cada día iban y venían de su tierra
allá sabía siempre nueva dellos, que él me daría guía para que me
llevasen adonde estaban, pero que me hacía saber que el camino era muy
áspero, de sierras muy altas y de muchas peñas, que si había de ir por
la mar, que no me fuera tan trabajoso. Yo le dije que ya el vía que
para tanta gente como yo conmigo traía y el fardaje y caballos que no
bastaran navíos, y que me era forzado ir por tierra. Roguéle que me
diese orden para pasar aquella laguna, y díjome que yendo por ella
arriba hasta tres leguas, se desechaba, y por la costa podía tornar al
camino frontero de su pueblo; y que me rogaba mucho que ya que la gente
se había de ir por acullá, que yo me fuese con él en las canoas a ver
su pueblo y casa y que vería quemar los ídolos y le haría hacer una
cruz. Y yo por darle placer, aunque contra la voluntad de los de mi
compañía, entré con él en las canoas con hasta veinte hombres, los más
dellos ballesteros, y me fui a su pueblo con él, donde nos recibieron
bien y nos dieron algunas aves y miel. Y se quemaron y quebraron muchos
ídolos y se le puso una cruz después con que quedaron muy contentos, y
me estuve con él todo aquel día holgando. Y ya que era casi noche me
despedí dél, y me dio una guía y me entré en las canoas y me salí a
dormir a tierra, donde hallé ya mucha de la gente de mi compañía que
había bajado la laguna, y dormimos allí aquella noche. En este pueblo,
digo en aquellas labranzas, quedó un caballo que se hincóun palo por el
pie y no pudo andar. Prometióme el señor de lo curar. No sé lo qué
hará.
Otro día, después de recogida mi gente me partí por
donde las guías me llevaron, y a obra de media legua del aposento di en
un poco de llano y cabaña y después torné a dar en otro montecillo que
turó obra de legua y media y torné a salir a unos muy hermosos llanos.
Y en saliendo a ellos envié muy delante ciertos de caballo y algunos
peones porque si alguna gente hobiese por el campo, la tomasen, porque
nos dijeron las guías que aquella noche llegaríamos a un pueblo. Y en
estos llanos se hallaron muchos gamos y alanceamos a caballo diez y
ocho dellos, y con el sol y con haber muchos días que los caballos no
corrían, porque nunca habíamos traído tierra para ello sino montes,
murieron dos caballos y estuvieron hartos en mucho peligro. Hecha
nuestra montería, seguimos nuestro camino adelante, y a poco rato hallé
algunos de los corredores que iban delante parados, y tenían cuatro
indios cazadores que habían tomado y traían muerto un león y ciertas
iguanas, que son unos grandes lagartos que hay en las Islas. Y destos
indios me informé si sabían de mí en su pueblo, y dijeron que no y
mostráronmele a su vista, que al parecer creí que no podía estar de una
legua arriba. Y díme mucha priesa por llegar allá creyendo que no había
embarazo ninguno en el camino. Y cuando pensé que llegaba a entrar en
el pueblo y vi a la gente entrar por él, fui a dar sobre un gran estero
de agua muy hondo, y ansí me detuve y comencélos a llamar. Y vinieron
dos indios en una canoa y traían hasta una docena de gallinas, y
llegaron así cerca de mí, que estaba dentro del agua hasta la cincha
del caballo, y detuviéronse, que nunca quisieron llegar afuera. Y allí
estuve con ellos hablando gran rato asegurándolos, y jamás quisieron
llegarse a mí, antes comenzaron a volverse al pueblo en su canoa. Y un
español que estaba a caballo junto conmigo puso las piernas por el agua
y fue a nado tras ellos y de temor desampararon la canoa, y llegaron de
presto otros peones nadadores y tomáronlos. Ya toda la gente que
habíamos visto en el pueblo se había ido dél. Y pregunté a aquellos
indios por dónde podíamos pasar y mostráronme un camino que rodeando
una legua arriba se desechaba, y por allí fuimos aquella noche a dormir
al pueblo, que hay desde donde partimos aquel día ocho leguas grandes.
Llámase este pueblo Checan y el señor dél Amohan. Aquí estuve cuatro
días por bastecerme para seis días que me dijeron las guías que tenía
de despoblado y por esperar si viniera el señor del pueblo, que le
envié a llamar y asegurar con aquellos indios que había tomado. Y nunca
él ni ellos vinieron.
Pasados estos días y recogido el más bastimento que
por allí se pudo haber, me partí y llevé la primera jornada de muy
buena tierra llana y alegre sin monte, sino algunos pedazos. Y andadas
seis leguas, al pie de unas sierras y junto a un río se halló una gran
casa y junto a ella otras dos o tres pequeñas y alrededor algunas
labranzas. Y dijéronme las guías que aquella casa era de Amohan, señor
de Checan, y que la tenía allí para venta porque pasaban por allí
muchos mercaderes. Allí estuve otro día sin el que llegué, porque era
fiesta y por dar lugar a los que iban delante abríendo el camino. Y se
hizo en aquel río una muy hermosa pesquería, que atajamos en él mucha
cantidad de sabogas y las tomamos todas, sin írsenos una de las que
metimos en el atajo. Y otro día me partí y llevé la jornada de harto
áspero camino de sierras y montes y anduve siete leguas y fui a dormir
a un río grande. Y de ahí salí otro día y habiendo andado tres leguas o
casi de harto mal camino, salí a unos llanos muy hermosos sin monte,
sino algunos pinares. Duráronnos estos llanos otras dos leguas, y en
ellos matamos siete venados y comimos en un arroyo muy fresco que se
hacía al cabo destos llanos. Y después de haber comido comenzamos a
subir un portezuelo aunque pequeño harto áspero, que de diestro subían
los caballos con trabajo, y en la bajada dél hubo hasta media legua de
llano. Y luego comenzamos a subir otro que en subida y bajada tuvo bien
dos leguas y media, tan áspero y malo que ningúnd caballo quedó que no
se desherrase. Y dormí a la bajada dél en un arroyo, y allí estuve otro
día casi hasta hora de vísperas esperando que se herrasen los caballos,
y aunque había dos herradores y más de diez que ayudaban a echar
clavos, no se pudieron en aquel día herrar todos. Y yo me fui aquel día
a dormir tres leguas adelante, y quedaron allí muchos españoles ansí
por herrar sus caballos como por esperar el fardaje, que por haber sido
el camino malo y haberle pasado con mucha agua que llovía no había
podido llegar.
Otro día me partí de allí porque las guías me
dijeron que cerca estaba una casería que se llama Asuncapin, que es del
señor de Tayca, y que llegaríamos allí temprano a dormir. Y después de
haber andado cuatro o cinco leguas, llegamos a la dicha casería y la
hallamos sin gente, y allí me aposenté y estuve dos días por esperar
todo el fardaje y por recoger algúnd bastimento. Y después me partí y
fui a dormir a otra casería que se llama Taxuytel, que está cinco
leguas destotra y es de Amuhan, señor de Checan, donde había muchos
cacagÜetales y algún maíz, aunque poco y verde. Aquí me dijeron las
guías y el principal desta casería - que se hubo él y su mujer y un su
hijo - que habíamos de pasar unas muy altas y agrías sierras todas
despobladas hasta llegar a otras caserías que son de Canec, señor de
Tayca, que se llaman Tenciz. Y no reposa mos aquí mucho, que luego otro
día nos partimos. Y habiendo andado dos leguas de tierra llana
comenzamos a subir el puerto, que fue la cosa del mundo más
maravillosa. Y querer yo decir la aspereza y fragosidad deste puerto y
sierras ni quien mejor que yo lo supiese lo podría explicar ni quien lo
oyese lo podría entender, sino que sepa Vuestra Majestad que en ocho
leguas que turó este puerto estuvimos en las andar doce días digo los
postreros, en llegar al cabo dél, en que muríeron sesenta y ocho
caballos despeñados y desjarretados, y todos los demás vinieron heridos
y tan lastimados que no pensamos aprovechamos de ninguno. Y ansí
muríeron de las herídas y del trabajo de aquel puerto sesenta y ocho
caballos, y los que escaparon estuvieron más de tres meses en tomar en
sí. En todo este tiempo que pasamos este puerto jamás cesó de llover de
noche y de día, y eran las sierras de tal calidad que no se detenía en
ellas agua para poder beber. Padecimos mucha necesidad de sed y los más
de los caballos murieron por esta falta, y si no fuera porque de los
ranchos y chozas que cada noche hacíamos para nos meter - que dellos
cogíamos agua en calderas y otras vasijas, que como llovía tanto había
para nosotros y para los caballos - fuera imposible escapar ningúnd
hombre ni caballo de aquellas sierras. En este camino cayó un sobrino
mío y se quebró una píerna por tres o cuatro partes, que demás del
trabajo que él recibió nos acrecentó el de todos por sacarle de
aquellas sierras, que fue harto dificultoso. Para mayor desconsuelo de
nuestros trabajos hallamos una legua antes de llegar a Tenciz un muy
gran río que con las muchas agua iba tan crecido y recio que era
imposible pasarlo. Y los españoles que fueron delante habían subido el
río arríba y hallaron un vado el más maravilloso que hasta hoy se ha
oído decir ni se puede pensar, y es que por aquella parte se tiende el
río más de dos tercios de legua porque unas peñas muy grandes que se
ponen delante le hacen tender, y hay entre estas peñas y angosturas por
donde pasa el río la cosa más espantosa de recia que puede ser, y
déstas hay muchas, que por otra parte no puede pasar el río sino por
entre aquellas peñas. Y allí cortábamos árboles grandes que se
atravesaban de una peña a otra, y por allí pasábamos tanto peligro
asidos por unos bejucos que también se ataban de una parte a otra que a
resbalar un poquito era imposible escaparse quien cayese. Había déstos
pasos hasta acabar de pasar el río hasta veinte y tantos, de manera que
se estuvo en pasar el río dos días por este vado. Y los caballos
pasaron a nado por abajo, que iba algo más mansa el agua, y estuvieron
tres días muchos dellos en llegar a Tenciz - que no había, como digo,
más de una legua - porque venían tan maltratados de las sierras que
casi los llevaban a cuestas y no podían ir.
Yo llegué a estas caserías de Tenciz víspera de
Pascua de Resurrección a quince días del mes de abril del año de mill y
quinientos y veinte y cinco, y mucha de la gente no llegó hasta tres
días adelante, digo los que tenían caballos, que se detuvieron por
ellos. Y dos días antes que yo llegase habían llegado los españoles que
llevaban la delantera, y hallaron gente en tres o cuatro casas de
aquéllas y tomaron veinte y tantas personas porque estaban muy
descuidados de nuestra venida. Y a aquéllos pregunté si había algunos
bastimentos y dijeron que no, ni se pudieron hallar por toda la tierra,
que nos puso en harta más necesidad que traíamos, porque había diez
días que no comíamos sino cuescos de palmas y palmitos, y aun déstos se
comían pocos porque no teníamos ya fuerzas para cortalIos. Pero díjome
un principal de aquellas caserías que a una jornada de allí el río
arriba, que lo habíamos de tornar a pasar por donde le habíamos pasado,
había mucha población de una provincia que se llama Tahuycal, y que
allí había mucha abundancia de bastimentos de maíz y cacao y gallinas,
y que él me daría quien me guiase allá. Luego proveí que fuese allá un
capitán con treinta peones y más de mill indios de los que iban
conmigo, y quiso Nuestro Señor que hallaron mucha abundancia de maíz y
hallaron la tierra despoblada de gente y de allí nos remediamos, aunque
por ser tan lejos nos proveíamos con trabajo.
Desde estas estancias envié con una guía de los
naturales dellas ciertos españoles ballesteros que fuesen a mirar el
camino que habían de llevar hasta una provincia que se llama Acuculin,
y que llegasen a una aldea de la dicha provincia que está diez leguas
de donde yo llegué y seis de la cabecera de la provincia que se llama,
como digo, Acuculin y el señor della Acahuilguin. Y llegaron sin ser
sentidos y de una casa tomaron siete hombres y una mujer y volviéronse.
Y dijeron que el camino era hasta donde ellos habían llegado harto
trabajoso, pero que les había parecido muy bueno en comparación de los
que habían pasado. Déstos indios que trujeron estos españoles me
informé de los cristianos que iba a buscar, y entre ellos venía uno
natural de la provincia de Aculan que dijo que era mercader y tenía su
casa de asiento de mercadería en el pueblo donde residían los españoles
que yo iba a buscar, que se llama el pueblo Nito, donde había mucha
contratación de mercadería y de todas partes, y que los mercaderes
naturales de Aculan tenían en él un barrio por sí, y con ellos estaba
un hermano de Apaspolon, señor de Aculan; y que los cristianos les
habían salteado de noche y les habían tomado el pueblo y todas las
mercaderías que en él tenían, que eran en mucha cantidad porque había
mercaderes de muchas partes, y que desde entonces, que podía haber
cerca de un año, todos se habían ido por otras provincias; y que él y
ciertos mercaderes de Aculan habían pedido licencia a Acahuilguin,
señor de Acuculin, para poblar en su tierra, y habían hecho en cierta
parte que él les señaló un pueblezuelo donde vivían y dende allí
contrataban, aunque ya el trato estaba muy perdido después que aquellos
españoles allí habían venido, porque era por allí el paso y no osaban
pasar por ellos; y que él me guiaría hasta donde estaban, pero que
habíamos de pasar allí junto a ellos un gran brazo de mar y antes de
llegar allí muchas sierras y malas, y que había desde allí diez
jornadas. Holgué mucho con tener tan buena guía e hícele mucha honra, y
habláronle las guías que yo llevaba de Maçatlan y Tayca, diciéndole
cuán bien tratados habían sido de mí y cuán amigo era yo de Apaspolon,
su señor, y con esto paresció que él se aseguró más. Y fiándome de su
seguridad, le mandé soltar a él y a los que con él habían traído, y con
su confianza hice que se volviesen de allí las guías que traía y les di
algunas cosillas para ellos y para sus señores y les agradecí sus
trabajos, y se fueron muy contentos. Luego envié cuatro de aquéllos de
Acuculin con otros dos de los de aquellas caserías de Tenciz para que
fuesen a hablar al señor de Acuculin y le asegurasen porque no se
ausentase, y tras ellos envié los que iban abriendo el camino. Y yo me
partí desde ahí a dos días por la necesidad de los bastimentos aunque
teníamos harta de reposar, en especial por amor de los caballos, pero
llevando los más dellos de diestro, nos fuimos. Y aquella noche
amaneció ido el que había de ser guía y los que con él quedaron, de que
Dios sabe lo que sentí, por haber enviado las otras. Seguí mi camino y
fui a dormir a un monte cinco leguas de allí donde se pasaron hartos
malos pasos y aun se desjarretó otro
caballo que había quedado sano que hasta hoy lo está. Y otro día anduve
seis leguas y pasé dos rios. El uno se pasó por un árbol que estaba
caído que atravesaba de la una parte a la otra, con que hecimos sobre
él con que pasase la gente para que no cayesen, y los caballos le
pasaron a nado y se ahogaron en él dos yeguas. Y el otro se pasó en
unas canoas, y los caballos también a nado. Y fui a dormir a una
población pequeña de hasta quince casas todas nuevas, y supe que
aquellas eran donde los mercaderes de Acalan que habían salido deste
pueblo donde los cristianos están habían poblado. Allí estuve yo un día
esperando recoger el fardaje y gente. Y envié delante dos compañías de
caballos y una de peones al pueblo de Acuculin, y escribiéronme cómo le
habían hallado despoblado y en una casa grande que es del señor habían
hallado dos hombres que les dijeron que estaban allí por mandado del
señor esperando a que yo llegase para se lo ir a hacer saber porque él
había sabido de mi venida de aquellos mensajeros que yo le había
enviado desde Tenciz, y que él holgaba de verme y vernía en sabiendo
que yo era llegado, y que se había ido el uno dellos a llamar al señor
y a traer algún bastimento, y el otro había quedado. Escribiéronme
también que habían hallado cacao en los árboles pero que no habían
hallado maíz, pero que había razonable pasto para los caballos. Como yo
llegué a Acuculin, pregunté si había venido el señor o vuelto el
mensajero, y me dijeron que no. Y hablé al que había quedado,
preguntándole cómo no habían venido. Respondióme que no sabía, que él
también estaba espantado dello, pero que podria ser que hobiese
aguardado a saber que yo fuese venido y que agora que ya lo sabía,
vernía. Esperé dos días y como no vino tornéle a hablar, y díjome que
él no sabía qué era la cabsa de no haber venido, pero que le diese
algunos españoles que fuesen con él, que él sabía dónde estaba y que lo
llamarían. Y luego fueron con él diez españoles, y llevó los bien cinco
leguas por unos montes hasta unas chozas que hallaron vacías donde,
segúnd dijeron los españoles, parescía bien que había estado gente poco
había. Y aquella noche se les fue la guía y se volvieron. Ansí quedé
del todo sin guía, que fue harta cabsa de doblamos los trabajos. Y
envié cuadrillas de gente, ansí españoles como indios, por toda la
provincia, y anduvieron por todas las partes della más de ocho días y
jamás pudieron hallar gente ni rastro della si no fueron unas mujeres
que hicieron poco fruto a nuestro propósito, porque ni ellas sabían
camino ni dar razón del señor ni gente de la provincia. Y una dellas
dijo que sabía un pueblo dos jornadas de allí que se llamaba Chianteca,
y que allí se hallaría gente que nos diese razón de aquellos españoles
que buscábamos, porque había en el dicho pueblo muchos mercaderes y
personas que trataban en muchas partes. Y ansí envié luego gente y a
esta mujer por guía, y aunque era el pueblo dos jornadas buenas de
donde yo estaba y todo despoblado y mal camino, los naturales dél
estaban ya avisados de mi venida y no se pudo tomar tampoco guía. Quiso
Nuestro Señor que estando ya casi sin esperanza, por estar sin guía y
porque de la aguja no nos podíamos aprovechar por estar metidos entre
las más ásperas y bravas sierras que jamás se vieron sin hallar camino
que para ninguna parte saliese más del que hasta allí habíamos llevado,
que se halló por unos montes un muchacho de hasta quince años que,
preguntándole, dijo que él nos guiaría hasta unas estancias de Taniha,
que es otra provincia que llevaba yo en mi memoría que había de pasar,
las cuales estancias dijo estar dos jornadas de allí. Y con esta guía
me partí y en dos días llegué a aquellas estancias donde los corredores
que iban delante tomaron un indio viejo, y éste nos guió hasta los
pueblos de Taniha, que están otras dos jornadas adelante. Y en estos
pueblos se tomaron cuatro indios, y luego como les pregunté, me dieron
muy cierta nueva de los españoles que buscaba, diciendo que los había
visto y que estaban dos jornadas de allí en el mismo pueblo que yo
llevaba en mi memoria que se llama Nito, que por ser pueblo de mucho
trato de mercaderes se tenía dél mucha noticia en muchas partes - y
ansí me la dieron dél en la provincia de Aculan, de que ya a Vuestra
Majestad he hecho relación - , y aun trujéronme dos mujeres de las
naturales del dicho pueblo Nito donde estaban los españoles, las cuales
me dieron más entera noticia porque dijeron que al tiempo que los
cristianos tomaron aquel pueblo ellas estaban en él, y como los
saltearon de noche las habían tomado entre otras muchas que allí
tomaron, y que habían servido a ciertos cristianos dellos los cuales
nombraban por sus nombres.
No podré sinificar a Vuestra Majestad la mucha
alegría que yo y todos los de mi compañía tuvimos con las nuevas que
los naturales de Tahiba nos dieron, por hallarnos ya tan cerca del fin
de tan dudosa jornada como la que traíamos era, que aunque en aquellas
cuatro jornadas que desde Acuculin allí trujimos se pasaron
innumerables trabajos porque fueron todas sin camino y de muy ásperas
sierras y despeñaderos donde se despeñaron algunos de los caballos que
nos quedaban - y un primo mío que se dice Juan de Avalos rodó él y su
caballo una sierra abajo donde se quebró un brazo, y si no fuera por
las platas de un arnés que llevaba vestido que le defendieron de las
piedras se hiciera pedazos, y fue harto trabajoso de le tornar a sacar
arriba - y otros muchos trabajos que serían largos de contar que aquí
se nos ofrecieron, en especial de hambre - porque aunque traíamos
algunos puercos de los que saqué de México que aún no eran acabados
había más de ocho días cuando a Taniha llegamos que no comíamos pan
sino palmitos cocidos con la carne y sin sal, porque había muchos días
que nos había faltado, y con algunos cuescos de palmas nos pasábamos, y
tampoco hallamos en estos pueblos de Taniha cosa ninguna de comer,
porque como estaban tan cerca los españoles estaban despoblados mucho
había creyendo que habían de venir a ellos, aunque desto podían estar
bien seguros segúnd yo hallé a los españoles - , con las nuevas de
hallarnos tan cerca olvidamos estos trabajos pasados y púsonos esfuerzo
para sufrir los presentes que no eran de menor condición, en especial
el de la hambre, que era el mayor porque aun de aquellos palmitos sin
sal no teníamos abasto, porque se cortaban con mucha dificultad de unas
palmas muy gordas y altas, que en todo un día dos hombres tenían que
hacer en cortar uno, y cortado, le comían en media hora.
Estos indios que me dieron las nuevas de los
españoles me dijeron que hasta llegar allá había dos jornadas de mal
camino, y que junto con el dicho pueblo de Nito donde los españoles
estaban estaba un muy gran río que no se podía pasar sin canoas, porque
era tan ancho que no era posible pasarle a nado. Luego despaché quince
españoles de los de mi compañía a pie con una de aquellas guías para
que viesen el camino y el río, y mandéles que trabajasen de haber
alguna lengua de aquellos españoles sin ser sentidos para me informar
qué gente era, si era de la que yo había enviado con Cristóbal de Olid
o Francisco de las Casas, o de la de Gil González de Avila, y ansí
fueron. Y el indio los guió hasta el dicho río donde tomaron una canoa
de unos mercaderes, y tomada, estuvieron allí dos días escondidos. Y a
cabo deste tiempo salió del pueblo de los españoles, que estaba de la
otra parte del río, una canoa con cuatro españoles que andaban
pescando, a los cuales tomaron sin se les ir ninguno y sin ser sentidos
en el pueblo, los cuales me trujeron. Y me informé dellos y supe que
aquella gente que allí estaba eran de los de Gil Gonzáles de Avila y
que estaban todos enfermos y casi muertos de hambre. Y luego despaché
dos criados mios en la canoa que aquellos españoles traían para que
fuesen al pueblo de los españoles con una carta mía en que les hacía
saber de mi venida, y que yo me iba a poner al paso del río y que les
rogaba mucho me enviasen allí todo el aderezo de barcas o canoas que
tuviesen en que pasase. Y yo me fui luego con toda mi compañía al dicho
paso del río, que estuve tres días en llegar a él. Y allí vino un Diego
Nieto, que dijo estar allí por justicia, y me trujo una barca y una
canoa en que yo con diez o doce pasé aquella noche al pueblo y aun me
vi en harto trabajo, porque nos tomó un viento al pasar y como el río
es muy ancho allí a la boca de la mar por donde le pasamos, estuvimos
en mucho peligro de perdernos, y plugo a Nuestro Señor de sacarnos a
puerto. Otro día hice aderezar otra barca que allí estaba y buscar más
canoas y atarlas de dos en dos, y con este aderezo pasó toda la gente y
caballos en cinco o seis días.
La gente de españoles que yo allí hallé fueron hasta
sesenta hombres y veinte mujeres que el capitán Gil Gonzáles de Avila
allí había dejado, los cuales los hallé tales que era la mayor
compasión del mundo de los ver, y de ver las alegrías que con mi venida
hicieron, porque en verdad si yo no llegara fuera imposible escapar
ninguno dellos, porque demás de ser pocos y desarmados y sin caballos
estaban muy enfermos y Ilagados y muertos de hambre, porque ya se les
acababan los bas timentos que habían traído de las Islas y alguno que
habían habido en aquel pueblo cuando lo tomaron a los naturales dél, y
acabados, no tenían remedio de donde haber otros porque no estaban para
irlos a buscar por la tierra, y ya que los tuvieran, estaban en tal
parte asentados que por ninguna tenían salida, digo, que ellos supiesen
ni pudiesen hallar - segúnd se halló después con dificultad - y la poca
posibilidad que ellos habían para salir a ninguna parte, porque a media
legua de donde estaban poblados jamás habían salido por tierra. Vista
la gran necesidad de aquella gente, determiné de buscar un remedio para
sostenerlos en tanto que le hallaba para poderlos enviar a las Islas
donde se aviasen, porque de todos ellos no había ocho para que pudiesen
quedar en la tierra, ya que se hobiese de poblar. Y luego de la gente
que yo truje envié por muchas partes por la mar en dos barcas que allí
tenían y en cinco o seis canoas. Y la primera salida que se hizo fue a
una boca de un río que se llama Yasa que está diez leguas deste pueblo
donde yo hallé estos cristianos hacia el camino por donde había venido,
porque yo tenía noticia que allí había pueblos y muchos bastimentos. Y
fue esta gente y llegaron al río y subieron por él seis leguas arriba y
dieron en unas labranzas asaz grandes, y los naturales de la tierra
sintiéronlos venir y alzaron todos los bastimentos que tenían en unas
caserías que por aquellas estancias había, y sus mujeres e hijos y
haciendas y ellos se escondieron en los montes. Y como los españoles
llegaron por aquelllas caserías dicen que les hizo una grande agua y re
cogiéronse a una gran casa que allí había, y como descuidados y
mojados, todos se desarmaron y aun muchos se desnudaron para enjugar
sus ropas y calentarse a fuegos que habían fecho. Y estando así
descuidados, los naturales de la tierra dieron sobre ellos, y como los
tomaron desapercibidos hirieron muchos dellos de tal manera que les fue
forzado tornar a embarcar y venir donde yo estaba sin más recabdo del
que habían llevado. Y como vinieron Dios sabe lo que yo sentí, ansí por
verlos heridos, y aun algunos dellos peligrosos, y por el favor que a
los indios les quedaría, como por el poco remedio que trujeron para la
gran necesidad en que estábamos.
Luego a la hora en las mismas barcas y canoas torné
a embarcar otro capitán con más gente, ansí de españoles como de los
naturales de México que conmigo fueron. Y porque no pudo ir toda la
gente en las dichas barcas, hícelos pasar de la otra parte de aquel
gran río que está cabe este pueblo, y mandé que se fuesen por toda la
costa y que las barcas y canoas se fuesen tierra a tierra junto con
ellos para pasar los ancones y ríos, que hay muchos. Y ansí fueron, y
llegaron a la boca del dicho río donde primero habían herio los otros
españoles y volviéronse sin hacer cosa ninguna ni traer recabdo de
bastimento más de tomar cuatro indios que iban en una canoa por la mar.
Y preguntados cómo se venían ansí, dijeron que con las muchas aguas que
hacía venía el río tan furioso que jamás habían podido subir por el
agua arríba una legua, y que creyendo que amansara habían estado
esperando a la boca ocho días sin ningún bastimento ni fuego más de
frutas de árboles silvestres, de que algunos vinieron tales que fue
menester harto remedio para escaparlos.
Vídeme aquí en harto aprieto y necesidad, que si no
fuera por unos pocos puercos que me habían quedado del camino, que
comíamos con harta regla y sin pan ni sal, todos nos quedáramos
aislados. Pregunté con la lengua a aquellos indios que habían tomado en
la canoa sí sabían ellos por allí a alguna parte donde pudiésemos ir a
buscar bastimentos, prometiéndoles que si me encaminasen donde los
hobiese, que los pondría en su libertad y demás les daría muchas cosas.
Y uno dellos me dijo que él era mercader y todos los otros sus esclavos
y que él había ido por allí de mercaduría muchas veces con sus navíos y
que él sabía un estero que atravesaba desde allí hasta un gran río por
donde en tiempo que hacía tormentas y no podían navegar por la mar
todos los mercaderes atravesaban, y que en aquel río había muy grandes
poblaciones y de gente muy rica y abastada de bastimentos; y que él los
guiaría a ciertos pueblos donde muy cumplidamente pudiesen cargar de
todos los bastimentos que quisiesen, y porque yo fuese cierto que él no
mentía, que le llevase atado con una cadena, para que si no fuese ansí
yo le mandase dar la pena que mereciese. Y luego hice aderezar las
barcas y canoas y metí en ellas toda cuanta gente sana en mi compañía
había y envié los con aquella guía. Y fueron, y a cabo de diez días
volvieron de la manera que habían ido, diciendo que la guía los había
metido por unas ciénagas donde las barcas ni canoas no podían navegar,
y que habían hecho todo lo posible por pasar y que jamás habían hallado
remedio. Pregunté a la guía cómo me había burlado. Respondióme que no
había, sino que aquellos españoles con quien yo le envié no habian
querido pasar adelante, que ya estaban muy cerca de atravesar a la mar
adonde el río salía, y aun muchos de los españoles confesaron que
habían oído muy claro el ruido de la mar y que no podía estar muy lejos
de donde ellos habían llegado. No se puede decir lo que sentí en verme
tan sin remedio, que casi estaba sin esperanza dél y con pensamiento
que ninguno podía escapar de cuantos allí estábamos sino morir de
hambre.
Estando en esta perplejidad, Dios Nuestro Señor, que
de remedio a semejantes necesidades siempre tiene cargo, en especial a
mi inmérito, que tantas veces me ha remediado y socorrido en ellas por
andar yo en el real servicio de Vuestra Majestad, aportó allí un navío
que venía de las Islas harto sin sospecha de hallarme, el cual traia
hasta treinta hombres, sin la gente que navegaba el dicho navío, y
trece caballos y setenta y tantos puercos y doce botas de carne salada
y pan hasta treinta cargas de lo de las Islas. Dimos todos muchas
gracias a Nuestro Señor que en tanta necesidad nos había socorrido, y
compré todos aquellos bastimentos y el navío, que me costó todo cuatro
mill pesos. Y ya yo me había dado priesa a adobar una carabela que
aquellos españoles tenían casi perdida y a hacer un bergantín de otros
que allí había quebrados, y cuando este navío vino ya la carabela
estaba adobada, aunque el bergantín no creo que pudiéramos dar fin si
no viniera aquel navío, porque vino en él hombre que aunque no era
carpintero tuvo para ello tal buena manera. Y andando después por la
tierra por unas y otras partes, se halló una vereda por unas muy
ásperas sierras que a diez y ocho leguas de allí fue a salir a cierta
población que se dice Leguela donde se hallaron muchos bastimentos,
pero como estaban tan lejos y de tan mal camino era imposible
proveernos dellos.
De ciertos indios que se tomaron allí en Leguela se
supo que Naco es un pueblo donde estuvieron Francisco de las Casas y
Cristóbal de Olid y Gil Gonzáles de Avila y donde el dicho Cristóbal de
Olid murió, como ya a Vuestra Majestad tengo fecha relación y adelante
diré, de que yo tuve noticia por aquellos españoles que hallé en aquel
pueblo. Y luego hice abrir el camino y envié un capitán con toda la
gente y caballos, que en mi compañía no quedaron sino los enfermos y
los criados de mi casa y algunas personas que se quisieron quedar
conmigo para ir por la mar. Y mandé a aquel capitán que se fuese hasta
el dicho pueblo de Naco y que trabajase de apaciguar la gente de
aquella provincia, porque quedó algo alborotada del tiempo que allí
estuvieron aquellos capitanes; y que llegado, luego enviase diez o doce
de caballo y otros tantos ballesteros a la bahía de Sant Andrés, que
está veinte leguas del dicho pueblo, porque yo me partiría por la mar
con aquellos navíos y con ellos todos aquellos enfermos y gente que
conmigo quedaba y me iría a la dicha bahía y puerto de Sant Andrés; y
que si yo llegase primero, esperaría allí la gente que él había de
enviar, y que les mandase que si ellos llegasen primero, también me
esperasen para que les dijese lo que habían de hacer.
Después de partida esta gente y acabado el
bergantín, quise meterme con la gente en los navíos para navegar, y
hallé que aunque teníamos algúnd bastimento de carne que no lo teníamos
de pan, y que era gran inconveniente meterme en la mar con tanta gente
enferma, porque si algúnd día los tiempos nos detuviesen sería perecer
todos de hambre en lugar de buscar remedio. Y buscando manera para le
hallar, me dijo el que estaba por capitán de aquella gente que cuando
luego allí habían venido que vinieron docientos hombres, y que traían
muy buen bergantín y cuatro navíos, que eran todos los que Gil Gónzales
había traído; y que con el dicho bergantín y con las barcas de los
navíos habían subido aquel río arriba, y que habían hallado en él dos
golfos grandes todos de agua dulce y alrededor dellos muchos pueblos y
de muchos bastimentos; y que habían llegado hasta el cabo de aquellos
golfos, que era catorce leguas el río arríba, y que había tornado a se
angostar el río y que venía tan furíoso que en seis días que quisieron
subir por él arríba no habían podido subir sino cuatro leguas, y que
todavía iba muy hondable y que no había sabido el secreto dél; y que
allí creía él que había bastimentos de maíz hartos, pero que yo tenía
poca gente para ir allá porque cuando ellos habían ido habían saltado
ochenta hombres en un pueblo, y aunque lo habían tomado sin ser
sentidos, pero después, que se habían juntado y peleado con ellos y
fécholes embarcar por fuerza y les habían herido cierta gente.
Yo viendo la extrema necesidad en que estaba y que
era más peligro meterme en la mar sin bastimentos que no irlos a buscar
por tierra, pospuesto todo, me determiné de subir aquel río arriba,
porque demás de no poder hacer otra cosa sino buscar de comer para
aquella gente, pudiera ser que Dios Nuestro Señor fuera servido que de
allí se supiera algúnd secreto en que yo pudiera servir a Vuestra
Majestad. E hice luego contar la gente que tenía para poder ir conmigo
y hallé hasta cuarenta españoles, aunque no todos muy sueltos, pero
todos podían servir para quedar en guarda de los navíos cuando yo
saltase en tierra. Y con esta gente y con hasta cincuenta indios que
conmigo habían quedado de los de Méxíco me metí en el bergantín que ya
tenía acabado y en dos barcas y en cuatro canoas, y dejé en aquel
pueblo un despensero mío que tuviese cargo de dar de comer a aquellos
enfermos que allí quedaban. Y así seguí mi camino el río arriba con
harto trabajo por la gran corriente dél, y en dos noches y un día salí
al primero de los dos golfos que arriba se hacen que está tres leguas
de donde partí, el cual bojará doce leguas. Y en todo este golfo no hay
población alguna porque en torno dél es todo anegado. Y navegué un día
por este golfo hasta llegar a otra angostura que el río hizo y entré
por ella, y otro día por la mañana llegué al otro golfo que era la cosa
más hermosa del mundo de ver, que entre las más ásperas y agrias
sierras que pueden ser estaba una mar tan grande que boja más de
treinta leguas. Y fui por la costa dél hasta que ya casi noche se halló
una entrada de camino hacia la tierra, y luego salté en ella con
treinta hombres y con todos los indios y seguí aquel camíno, y a dos
tercios de legua fui a dar en un pueblo donde, segúnd paresció, había
sido sentido, y estaba todo despoblado y sin cosa nínguna. Hallamos en
el campo mucho maíz verde, y así que comimos aquella noche. Y otro día
de mañana, viendo que de allí no nos podíamos proveer de lo que
veníamos a buscar, cargamos de aquel maíz verde para comer y volvimos a
las barcas sin haber rencuentro ninguno ni ver gente de los naturales
de la tierra. Y embarcados, atravesé de la otra parte del golfo, y en
el camino nos tomó un poco de tiempo contrario, que atravesamos con
trabajo y se perdió una canoa, aunque la gente fue socorrida con una
barca, que no se ahogó sino un indio. Y tomamos la tierra ya muy tarde
cerca de noche y no podimos saltar en ella hasta otro día por la mañana
que con las barcas y canoas subimos por un riatillo pequeño que allí
estaba. Y quedó el bergantín fuera y fui a dar en un camino, y allí
salté con treinta hombres y con todos los indios. Y mandé volver las
barcas y canoas al bergantín y yo seguí aquel camino, y luego a un
cuarto de legua de donde desembarqué di en un pueblo que, segúnd
paresció, había muchos días que estaba despoblado, porque las casas
estaban todas llenas de hierba, aunque tenían muy buenas huertas de
cacaguatales y otros árboles de fruta. Y anduve por el pueblo buscando
si había camino que saliese a alguna parte, y hallé uno muy cerrado que
parescía que había mucho tiempo que no se seguía, y como no hallé otro
seguí por él y anduve aquel día cinco
leguas por unos montes que casi todas las anduvimos con manos y pies
segúnd era cerrado, y fui a dar a una labranza de maizales adonde en
una casita que en ella había se tomaron tres mujeres y un hombre cuya
debía ser aquella labranza. Y éstas nos guiaron a otras donde se
tomaron otras dos mujeres, y guiáronnos por un camino hasta nos llevar
adonde estaba otra gran labranza y en medio della hasta cuarenta
casillas muy pequeñas que nuevamente parecían ser hechas. Y segúnd
pareció, fuimos sentidos antes que llegásemos, y toda la gente eran
huidos por los montes. Y como se tomaron ansí de improviso no pudieron
recoger tanto de lo que tenían que no nos dejaron algo, en especial
gallinas, palomas, perdices y faisanes que tenían en jaulas, aunque
maíz seco ni sal no hallamos. Allí estuve aquella noche, que remediamos
aquella necesidad de la hambre que traíamos porque hallamos maíz verde
con que comimos estas aves. Y habiendo más de dos horas que estábamos
dentro en aquel pueblezuelo, vinieron dos indios de los que vivían en
él muy descuidados de hallar tales huéspedes en sus casas, y fueron
tomados por las velas que yo tenía. Y preguntados si sabían de algúnd
pueblo por allí cerca dijeron que sí y que ellos me llevarían allá otro
día, pero que habíamos de llegar casi noche. Y otro día de mañana nos
partimos con aquellas guías, y nos llevaron por otro camino más malo
que el del día pasado, porque demás de ser tan cerrado como él, a tiro
de ballesta pasábamos un río que todos iban a dar en aquel golfo, y
deste grande ayuntamiento de aguas que baja de todas aquellas sierras
se hacen aquellos golfos y ciénagas y sale aquel río tan poderoso a la
mar, como a Vuestra Majestad he dicho. Y ansí, continuando nuestro
camino, anduvimos siete leguas sin llegar a poblado, en que se pasaron
cuarenta y cinco ríos cabdales, sin muchos arroyos que no se contaron.
Y en el camino se tomaron tres mujeres que venían de aquel pueblo
adonde nos llevaba la guía cargadas de maíz, las cuales nos
certificaron que la guía nos decía verdad. Y ya que el sol era puesto o
se quería poner, sentimos cierto ruido de gente y unos atabales, e hice
parar toda la gente y pregunté a aquellas mujeres que qué era aquello,
y dijéronme que era cierta fiesta que hacían aquel día. E hice poner
toda la gente en el monte lo mejor y más secretamente que yo pude y
pusimos escuchas casi junto al pueblo y otras por el camino porque si
viniese al gúnd indio lo tomasen, y ansí estuve toda aquella noche con
la mayor agua que nunca se vido y con la mayor pestilencia de mosquitos
que se podía pensar. Y era tal el monte y el camino y la noche tan
oscura y tempestosa que dos o tres veces quise salir para ir a dar en
el pueblo y jamás acerté a dar en el camino aunque estábamos tan cerca
del pueblo que casi oíamos hablar la gente dél, y ansí fue forzado
esperar a que amaneciese. Y fuimos a tan buen tiempo que los tomamos
todos durmiendo. Yo había mandado que nadie entrase en casa ni diese
voz, sino que cercásemos estas casas más principales, en especial la
del señor y una grande atarazana en que nos habían dicho aquellas guías
que dormía toda la gente de guerra. Y quiso nuestra dicha que la
primera casa con que fuimos a topar fue aquélla donde estaba la gente
de guerra. Y como hacía ya claro, que todo se vía, uno de los de mi
compañía que vido tanta gente y armas en aquella casa parescióle que
era bien, segúnd que nosotros éramos pocos y a él le parecían los
contrarios muchos aunque estaban durmiendo, que debía invocar algún
auxilio, y así comenzó a grandes voces a decir "iSantiago, Santiago!",
a las cuales los indios recordaron, y dellos acertaron a tomar las
armas y dellos no. Y como la casa donde estaban no tenía pared ninguna
por ninguna parte, sino sobre postes armado el tejado, salían por donde
querían porque no la pudimos cercar toda. Y certifico a Vuestra
Majestad que si aquél no diera aquellas voces todos se prendieran sin
se nos ir ninguno, que fuera la más hermosa cabalgada que nunca se vido
en estas partes y aun pudiera ser cabsa de dejar todo aquello pacífico
tornándolos a soltar y diciéndoles la causa de mi venida a aquellas
partes y asegurándolos, y viendo que no les hacíamos mal, antes los
soltábamos teniéndolos presos, pudiera ser que se hiciera mucho fruto.
Y ansí fue al revés. Prendimos hasta quince hombres y hasta veinte
mujeres y murieron otros diez o doce que no se dejaron prender, entre
los cuales murió el señor sin ser conocido hasta que, después de
muerto, me le mostra ron los presos. Tampoco en este pueblo hallamos
cosa que nos aprovechase, porque aunque hallábamos maíz verde, no era
para el bastimento que veníamos a buscar.
En este pueblo estuve dos días porque la gente
descansase. Y pregunté a los índíos que allí se prendieron si sabían
adonde hobiese bastimento de maíz seco y dijeron que sí, que ellos
sabían un pueblo que se llama Chacujal que era muy grande pueblo y muy
antiguo y que era muy abastado de todo género de bastimentos. Y después
de haber estado aquí estos dos días partíme guiándome aquellos indios
para el pueblo que dijeron, y anduve aquel día seis leguas grandes
tambíén de mal camino y de muchos ríos y llegué a unas muy grandes
labranzas. Y dijéronme las guías que aquéllas eran del pueblo donde
íbamos, y fuimos por ellas bien dos leguas por el monte por no ser
sentidos. Y tomáronse de leñadores y otros labradores que andaban por
aquellos montes a caza ocho hombres que venían muy seguros a dar sobre
nosotros, y como yo llevaba siempre mis corredores delante tomáronlos
sin se ir ninguno. Y ya que se quería poner el sol dijéronme las guías
que me detuviese porque ya estábamos muy cerca del pueblo, y ansí lo
hice, que me estuve en un monte hasta que fue tres horas de la noche. Y
luego comencé a caminar y fui a dar a un río que le pasamos a los
pechos, e iba tan recio que fue harto peligroso de pasar, sino que con
ir asidos todos unos a otros pasamos sin que nadie peligrase. Y en
pasando el río, me dijeron las guías que el pueblo estaba ya junto, e
hice parar toda la gente y fui con dos compañeros hasta que llegué a
ver las casas del pueblo y aun oírlos hablar, y parescióme que la gente
estaba sosegada y que no éramos sentidos. Y volvíme a la gente e
hícelos que reposasen, y puse seis hombres a vista del pueblo de la una
parte y de la otra del camino y volvíme a reposar donde la gente
estaba. Y ya que me reposaba sobre unas pajas, vino una de las escuchas
que tenía puestas y díjome que por el camino venía mucha gente con
armas y que venían hablando y como gente descuidada de nuestra venida.
Y apercebí la gente lo más paso que yo pude, y como el trecho de allí
al pueblo era poco vinieron a dar sobre las escuchas, y como las
sintieron soltaron una rociada de flechas e hicieron mandado al pueblo,
y ansí se fueron retrayendo y retirando y peleando hasta que entramos
en el pueblo, y como hacía oscuro luego desaparecieron por entre las
calles. Y yo no consentí desmandar la gente porque era de noche y
también porque creí que habíamos sido sentidos y tenían alguna celada.
Y con mi gente junta salí a una gran plaza donde ellos tenían sus
mesquitas y oratorios, y como vimos las mezquitas y aposentos alrededor
dellas a la forma y manera de Culúa púsonos más espanto del que
traíamos, porque hasta allí después que pasamos de Acalan no las
habíamos visto de aquella manera. Y hubo muchos votos de los de mi
compañía en que decían que luego nos tornásemos a salir del pueblo y
pasásemos aquella noche en el río antes que los del pueblo no sintiesen
que éramos pocos y nos tomasen aquel paso. Y en la verdad no era muy
mal consejo, porque todo era razón de temer según lo que habíamos visto
del pueblo. Y ansí estuvimos recogidos en aquella plaza gran rato que
nunca sentimos rumor de gente. Y a mí me paresció que no debía salir
del pueblo de aquella manera porque
quizá los indios, viendo que nos deteníamos, temían más temor, y que si
nos viesen volver, conocerían nuestra flaqueza y nos sería más
peligroso. Y ansíplugo a Nuestro Señor que fue, y después de haber
estado en aquella plaza muy gran rato, recogíme con la gente a una gran
sala de aquéllas y envié algunos que anduviesen por el pueblo por ver
si sentían algo. Y nunca sintieron rumor, antes entraron en muchas
casas de las casas dél porque en todas había lumbre, donde hallaron
mucha copia de bastimentos y volvieron muy contentos y alegres, y ansí
estuvimos aquella noche al mejor recabdo que fue posible. Luego que fue
de día se buscó todo el pueblo, que era muy bien trazado y las casas
muy juntas y muy buenas, y hallóse en todas ellas mucho algodón hilado
y por hilar, y ropa fecha de las que ellos usan buena, y mucha copia de
maíz seco y cacao, frisoles y ají y sal, y muchas gallinas y faisanes
en jaulas, y perdices y perros de los que crían para comer, que son
asaz buenos, y todo género de bastimentos, tanto que si tuviéramos los
navíos donde los pudiéramos meter en ellos, me tuviera yo por harto
bien bastecido para muchos días, pero para nos aprovechar dellos
habíamoslos de llevar veinte leguas a cuestas, y estábamos tales que
nosotros sin otra carga tuviéramos bien que hacer en volver al navío si
allí no descansáramos algunos días. Aquel día envié un indio natural de
aquel pueblo de los que habíamos prendido por aquellas labranzas que
paresció algo príncipal segúnd el hábito en que fue tomado, porque se
tomó andando a caza con su arco y flechas y su persona a su manera bien
adereszada. Y habléle con una lengua que llevaba y díjele que fuese a
buscar al señor y gente de aquel pueblo y que les dijese de mi parte
que yo no venía a les hacer enojo ninguno, antes a les hablar cosas que
a ellos mucho convenían, y que viniesen el señor o alguna persona
honrada del pueblo y que sabrían la cabsa de mi venida; y que fuesen
ciertos que si viniese se les seguiría mucho provecho, y por el
contrarío, mucho daño. Y ansí le despaché con una carta mía, porque se
aseguran mucho con ellas en estas partes, aunque fue contra la voluntad
de algunos de los de mi compañía, diciendo que no era buen consejo
enviarle porque manifestaría la poca gente que éramos y que aquel
pueblo era recio y de mucha gente segúnd parecía por las casas dél, y
que podría ser que sabidos cuán pocos éramos, viniesen sobre nosotros y
juntasen consigo gentes de otros pueblos. Y yo bien vi que tenían
razón, mas con deseo de hallar alguna manera para nos poder proveer de
bastimentos, creyendo que si aquella gente venía de paz me darían
manera para llevar algunos, pospuse todo lo que se me pudiese ofrescer,
porque en la verdad no era menos peligro el que esperábamos de hambre
si no llevábamos bastimentos que el que se nos podía recrecer de venir
los indios sobre nosotros, y por esto todavía despaché el indio. Y
quedó que volvería otro día, porque sabía dónde podría estar el señor y
toda la gente. Y otro día después que se partió, que era el plazo a que
había de venir, andando los españoles rodeando el pueblo y descubrien
do el campo, hallaron la carta que yo le había dado puesta en el camino
en un palo, donde teníamos por cierto que no terníamos respuesta. Y
ansí fue, que nunca vino el indio, él ni otra persona, puesto que
estuvimos en aquel pueblo diez y ocho días descansando y buscando
algúnd remedio para llevar de aquellos bastimentos. Y pensando en esto,
me paresció que sería bien seguir el río de aquel pueblo abajo para ver
si entraba en el otro grande que entra en aquellos golfos dulces adonde
dejé el bergantín y barcas y canoas. Y preguntélo a aquellos indios que
tenía presos y dijeron que sí, aunque no los entendíamos bien ni ellos
a nosotros, porque son de lengua diferente de la que habemos visto. Y
por señas y por algunas palabras que aquella lengua entendía les rogué
que dos dellos fuesen con diez españoles a mostrarles la salida de
aquel río, y ellos dijeron que era muy cerca y que aquel día volverían.
Y ansí fue, que plugo a Nuestro Señor que habiendo andado dos leguas
por unas gÜertas muy hermosas de cacagÜetales y otras frutas, dieron en
el río grande, y dijeron que aquél era el que salía a los golfos donde
yo había dejado el bergantín y barcas y canoas, y nombráronle por su
nombre, que se llama Apolochic. Y preguntéles en cuántos días iría de
allí en canoas hasta llegar a los golfos. Dijéronme que en cinco días,
y luego despaché dos españoles con una guía de aquéllos para que fuesen
fuera de camino, porque la guía se me ofreció de los llevar así hasta
el bergantín. Y mandéles que el bergantín y barcas y canoas llevasen a
la boca de aquel gran río y que trabajasen con la una canoa y barca de
subir el río arríba hasta donde salía el otro río. Y despachados éstos,
hice hacer cuatro balsas de madera y cañas muy grandes. Cada una
llevaba cuarenta hanegas de maíz y diez hombres, sin otras muchas cosas
de frisoles y ají y cacao que cada uno de los españoles echaban en
ellas. Y hechas ya las balsas, que pasaron bien ocho días en hacellas,
y puesto el bastimento a punto para lo llevar, llegaron los españoles
que había enviado al bergantín, los cuales me dijeron que había seis
días que comenzaron a subir el río arriba y que no habían podido llegar
en la barca arriba, y que la dejaban cinco leguas de allí con diez
españoles que la guardaban; y que con la canoa tampoco habian podido
llegar porque venían
muy cansados de remar, pero que quedaba una legua de allí escondida; y
que viniendo el río arriba, les habían salido algunos indios y peleado
con ellos aunque habían sido pocos, pero que creían que para la vuelta,
que se habían de juntar a esperarlos. E hice ir luego gente que subiese
la canoa a donde estaban las balsas, y puesto en ella todo el
bastimento que habíamos recogido, metí la gente que era menester para
guiarnos con unas palancas grandes y para amparar de árboles que había
en el río asaz peligrosos. Y a la gente que quedó señalé un capitán y
mandé que se fuesen por el camino que habíamos traído, y si llegasen
primero que yo, que allí me esperasen adonde habíamos desembarcado y
que yo iría allí a tomarlos; y que si yo llegase primero, yo los
esperaría. Y yo metíme en aquella canoa con las balsas con solos dos
ballesteros, que no tenía más. Aunque era el camino peligroso, [así]
por la gran corriente y ferocidad del río como porque se tenía por
cierto que los indios habían de esperar el paso, quise yo ir allí
porque hobiese mejor recabdo. Y encomendándome a Dios, me dejé ir el
río abajo, y llevábamos tal andar que en tres horas llegamos adonde
había quedado la barca, y aun[que] quisimos echar alguna carga en ella
por aliviar las cargas era tanta la corriente que jamás pudieron parar.
Y yo metíme en la barca y mandé que la canoa bien equipada de remeros
fuese siempre delante de las balsas para descubrir si hobiese indios en
canoas y para avisar de algunos malos pasos, y yo quedé en la barca
atrás de todos aguardando a que pasasen todas las balsas delante, para
que si alguna necesidad se les ofreciese los pudiese socorrer de arriba
a abajo mejor que de abajo para arriba. Y ya que quería ponerse el sol,
la una de las balsas dio en un palo que estaba debajo del agua y
trastornóla un poco y la furia del agua la sacó, aunque perdió la mitad
de la carga. Y yendo nuestro camino ya tres horas de la noche, oí
adelante gran grita de indios, y por no dejar las balsas atrás no me
adelanté a ver qué era. Y dende a un poco cesó y no se oyó más. A otro
rato tornéla a oír y parescióme más cerca y cesó, y tampoco pude saber
qué cosa era porque la canoa y las tres balsas iban delante y yo
quedaba con la balsa que no andaba tanto. Y yendo ya algo descuidado,
porque había rato que la grita no sonaba, yo me quité la celada que
llevaba y me recosté sobre la mano porque iba con gran calentura. Y
yendo ansí, tomónos una furia de una vuelta del río que por fuerza sin
podello resistir dio con la barca y balsa en tierra. Y segúnd paresció,
allí habían sido dadas las gritas que habíamos oído, porque como los
indios sabían el río como criados en él, y nos traían espiados y sabían
que forzado la corriente nos había de echar allí, estaban muchos dellos
esperándonos a aquel paso. Y como la canoa y balsas que iban delante
habían dado donde nosotros después dimos, habíanlos flechado y herido
casi a todos, aunque con saber que veníamos atrás no se hobieron con
ellos tan reciamente como después con nosotros. Y nunca la canoa nos
pudo avisar, porque no pudo volver con la corriente. Y como nosotros
dimos en tierra, alzaron muy gran alarido y echaron tanta cantidad de
flechas y piedras que nos hirieron a todos, y a mí me hirieron en la
cabeza, que no llevaba otra cosa desarmada. Y quiso Nuestro Señor que
allí era una barranca alta y hacía el río gran hondura, y a esta cabsa
no fuimos tomados, porque algunos que se quisieron arrojar a saltar en
la balsa y barca con nosotros no les fue bien, que como era noche
oscura cayeron al agua y creo que escaparon pocos. Fuimos tan presto
apartados dellos con la corriente que en poco rato casi no los oíamos,
y ansí anduvimos toda aquella noche sin hallar más rencuentro sino
algunas gritillas que canoas nos daban desde lejos y otros desde las
barrancas del río, porque está todo de la una parte y de la otra
poblado y de muy hermosas heredades de gÜertas de cacao y otras frutas.
Y cuando amanesció estábamos hasta cinco leguas de la boca del río que
sale al golfo, donde nos esperaba el bergantín. Y llegamos aquel día
casi a mediodía, de manera que en un día entero y una noche anduvimos
veinte leguas grandes por aquel río abajo. Y queriendo descargar las
balsas para echar los bastimentos en el bergantín, hallamos que todo lo
más dello venía mojado, y viendo que si no se enjugaba se perdería todo
y nuestro trabajo sería perdido y no teníamos donde buscar otro
remedio, hice escoger todo lo enjuto y metílo en el bergantín, y lo
mojado echarlo en las dos barcas y dos canoas y enviélo a más andar al
pueblo para que lo enjugasen, porque en todo aquel golfo no había dónde
por ser todo anegado, y ansí se fueron. Y mandéles que luego volviesen
las barcas y canoas a ayudarme a llevar la gente, porque el bergantín y
una canoa que llevaba que me quedó no podía llevar toda la gente. Y
partidas las barcas y canoas, yo me hice a la vela y me fui adonde
había de esperar la gente que venía por tierra y esperéla tres días, y
a cabo déstos llegaron muy buenos excepto un español, que dijeron haber
comido en el camino ciertas hierbas y murió casi súpitamente. Trujeron
un indio que tomaron en aquel pueblo donde yo los dejé, que venía
descuidado y porque era diferente de los de aquella tierra ansí en
lengua como en hábito. Le pregunté casi por señas y porque entre los
indios presos se halló uno que le entendía, y dijo ser natural de
Teculutlan. Y como yo oí el nombre del pueblo, parescióme que lo había
oído decir otras veces, y desque llegué al pueblo miré ciertas memorias
que yo tenía y hallé ser verdad que le había oído nombrar, y parece por
allí no haber de traviesa de donde yo llegué a la otra Mar del Sur,
adonde yo tengo a Pedro de Alvarado, sino setenta u ochenta leguas.
Porque por aquellas memorias me parescía haber estado españoles de la
compañía de Pedro de Alvarado en aquel pueblo de Teculutlan y aun el
indio ansí lo firmaba, holgué mucho de saber aquella traviesa.
Venida toda la gente, porque las barcas no venían
allí y gastamos aquel poco de bastimento que había quedado enjuto,
metímonos todos en el bergantín con harto trabajo, que no cabíamos, con
pensamiento de atravesar al pueblo donde primero habíamos saltado,
porque los maizales habíamos dejado muy granadas y había ya más de
veintecinco días, y de razón habíamos de hallar mucho dello seco para
podernos aprovechar. Y así fue, que yendo una mañana en mitad del
golfo, vimos las barcas que venían y fuimos todos juntos. Y en saltando
en tierra, fue toda la gente ansí españoles como indios nuestros amIgos
y más de cuarenta indios presos al pueblo y hallaron muy buenos
maizales y muchos dellos secos, y no hallaron quien se lo defendiese. Y
cristianos e indios hicieron aquel día tres caminos, porque era muy
cerca, con que cargué el bergantín y barcas, y fuime con ello al
pueblo. Y dejé alli toda la gente acarreando maíz y enviéles luego las
dos barcas y otra que había aportado allí de un navío que se había
perdido en la costa veniendo a esta Nueva España y cuatro canoas, y en
ellas se vino toda la gente y trujieron mucho maíz. Y fue este tan
grand remedio que dio bien el fruto del trabajo que costó, porque a
faltarnos, todos peresciéramos de hambre sin tener ningúnd remedio.
Hice luego meter todos aquellos bastimentos en los
navíos y metíme en ellos con toda la gente que en aquel pueblo había de
la de Gil Gonzales y los que había quedado conmigo de mi compañía. Y me
hice a la vela a [...] días del mes de [...] y fuime al puerto de la
bahía de Sant Andrés, echando primero en una punta toda la gente que
pudo andar con dos caballos que yo había dejado para llevar conmigo en
los navíos para que se fuesen por tierra al dicho puerto y bahía,
adonde había de hallar o esperar a la gente que había de venir de Naco,
porque ya se había andado aquel camino y en los navíos no podíamos ir
sino a mucho peligro porque íbamos muy abalumados. Y envié por la costa
una barca para que les pasase ciertos ríos que había en el camino, y yo
llegué al dicho puerto y hallé que la gente que había de venir de Naco
había dos días que era llegada, de los cuales supe que todos los demás
quedaban buenos, y que tenían mucho maíz y ají y muchas frutas de la
tierra excepto que no tenían carne ni sal, que había dos meses que no
sabían qué cosa era. Yo estuve en este puerto veinte días proveyendo de
dar orden en lo que aquella gente que estaba en Naco había de hacer y
buscando algúnd asiento para poblar en aquel puerto porque es el mejor
que hay en toda la costa descubierta desta tierra firme, digo, desde
las Perlas hasta la Florida, y quiso Dios que le hallé bueno y muy a
propósito. E hice buscar ciertos arroyos, y aunque con poco aderezo, se
halló a una y a dos leguas del asiento del pueblo buena muestra de oro.
Y por esto y por ser el puerto tan hermoso y por tener tan buenas
comarcas y tan pobladas de gente, parescióme que Vuestra Majestad sería
muy servido en que se poblase, y luego envié a Naco, donde la gente
estaba, a saber si había algunos que allí quisiesen quedar por vecinos.
Y como la tierra es buena, halláronse hasta cincuenta, y aun algunos y
los más, de los vecinos que habían venido en mi compañía, y así en
nombre de Vuestra Majestad fundé allí una villa que por ser el día en
que se comenzó a talar el asiento de la Natividad de Nuesta Señora le
puse a la villa aquel nombre. Y señalé alcaldes y regidores y dejéles
clérígo y ornamentos y todo lo necesarío para celebrar, y dejé
oficiales mecánicos así como herrero con muy buena fragua y carpintero
y calafate y barbero y sastre. Quedaron entre estos vecinos veinte de
caballo y algunos ballesteros. Dejéles también cierta artillería y
pólvora.
Cuando a aquel pueblo llegué y supe de aquellos
españoles que habían venido de Naco que los naturales de aquel pueblo y
de los otros a él comarcanos estaban todos alborotados y fuera de sus
casas por las sierras y montes que no se querían asegurar - aunque
algunos dellos habían hablado por el temor que tenían de los daños que
habían rescebido de la gente que Gil Gonzáles y Cristóbal Dolid
trajeron - , escrebí al capitán que allí estaba que trabajase mucho de
haber algunos dellos de cualquier manera que fuese y me los enviase
para que yo los hablase y asegurase. Y ansí lo hizo, que me envió
ciertas personas que tomó en una entrada que hizo. Y yo les hablé y
aseguré mucho e hice que les hablasen algunas personas principales de
los que aquí de México que yo conmigo traje, y les hicieron saber quién
yo era y lo que había fecho en su tierra y el buen tratamiento que de
mí todos rescebían después que fueron mis amigos, y cómo eran amparados
y mantenidos en justicia ellos y sus haciendas e hijos y mujeres y los
daños que rescebían los que eran rebeldes al servicio de Vuestra
Majestad y otras muchas cosas que les dijeron de que se aseguraron
mucho, aunque todavía me dijeron que tenían temor que no seria verdad
lo que les decían, porque aquellos capitanes que antes de mí habían
venido les habían dicho aquellas palabras y otras y que después les
habían mentido y les habían llevado las mujeres que ellos les daban
para que les hiciesen pan y los hombres que les traían para que les
llevasen sus cargas, y que ansí creían que haría yo, pero todavía con
la seguridad que aquellos de Mésico les dieron y la lengua que yo
conmigo traía y como los vieron a ellos bien tratados y alegres de
nuestra compañía, se aseguraron algún tanto. Y los envié para que
hablasen a los señores y gente de los pueblos, y de ahí a pocos días me
escribió el capitán que ya habían venido de paz algunos de los pueblos
comarcanos, en especial los más principales, que son aquél de Naco,
donde es taban aposentados, y Quimystlan y Zula y Cholome, que el que
menos déstos tiene son más de dos mill casas, sin otras aldeas que cada
uno tiene sujetas a sí; y que habían dicho que luego vernía toda la
tierra de paz, porque ya ellos les habían enviado mensajeros
asegurándolos y haciéndoles saber cómo yo estaba en la tierra y todo lo
que les había dicho y habían oído a los naturales de Mésico, y que
deseaban mucho que yo fuese allá, porque yendo yo se aseguraría más la
gente. Lo cual yo hiciera de buena voluntad, sino que me era muy
nescesario pasar adelante a dar orden en lo que en este capítulo
siguiente a Vuestra Majestad haré relación.
Cuando yo, Invitísimo César, llegué a aquel pueblo
de Nito donde hallé aquella gente de Gil Gonzáles perdida, supe dellos
que Francisco de la Casas, a quien yo envié a saber de Cristóbal Dolid,
como ya a Vuestra Majestad por otras he hecho saber, había dejado
sesenta leguas de allí la costa abajo en un puerto que los pilotos
llaman de las Honduras ciertos españoles, y que cierto estaban allí
poblados. Y luego que llegué a este pueblo y bahía de San Andrés, donde
en nombre de Vuestra Majestad está fundada la villa de la Natividad de
Nuestra Señora, en tanto que yo me detenía en dar orden en la población
y fundamento della y en dar asimesmo orden al capitán y gente que
estaba en Naco de lo que habían de hacer para la pacificación y
seguridad de aquellos pueblos, envié el navío que yo compré para que
fuese al dicho puerto de las Honduras a saber de aquella gente y
volviese con la nueva que hallase. Y ya que en las cosas de allí yo
había dado orden llegó el dicho navío de vuelta, y vinieron en él el
procurador del pueblo y un regidor y me rogaron mucho que yo fuese a
remediarlos porque tenían muy estrema nescesidad a cabsa que el capitán
que Francisco de las Casas les había dejado y un alcalde que él
ansimismo dejó nombrado se habían alzado con un navío y llevádoles de
ciento y diez hombres que eran los cincuenta, y a los que habían
quedado les habían llevado las armas y herraje y todo cuanto tenían, y
que temían cada día que los indios los matasen o morirse de hambre por
no lo poder buscar; y que un navío que un vecino de la isla Española
que se dice el bachiller Pero Moreno traía aportó allí, y le rogaron
que les proveyese y que no había querido, como sabría más largamente
después que fuese al dicho su pueblo. Y por remediar esto me torné a
embarcar en los dichos navíos con todos aquellos dolientes, aunque ya
algunos eran muertos, para los enviar desde allí como después los envié
a las Islas y a esta Nueva España. Y metí conmigo algunos críados míos
y mandé que por tierra se viniesen veinte de caballo y diez ballesteros
porque supe que había buen camino aunque había algunos ríos de pasar, y
estuve en llegar nueve días porque tuve algunos contrastes de tiempo. Y
echando el ancla en el dicho puerto de las Honduras, salté en una barca
con dos frailes de la orden de San Francisco que conmigo siempre he
traído y con hasta diez críados míos y fui a tierra. Y ya toda la gente
del pueblo estaba en la plaza esperándome, y como llegué cerca entraron
todos en el agua y me sacaron de la barca en peso, mostrando mucha
alegría con mi venida. Y juntos nos fuimos al pueblo y a la iglesia que
allí tenían, y después de haber dado gracias a Nuestro Señor me rogaron
que me sentase, porque me querían dar cuenta de todas las cosas pasadas
porque creían que yo tenía enojo dellos por alguna mala relación que me
hobiesen hecho, y que querían hacerme saber la verdad antes que por
aquélla los juzgase. Y yo lo hice como me lo rogaron, y comenzada la
relación por un clérígo que allí tenían a quien dieron la mano que
hablase, propuso en la manera que se sigue:
"Señor, ya sabéis cómo desde la Nueva España
enviastes a todos o los más de los que aquí estamos con Crístóbal
Dolid, vuestro capitán, a poblar en nombre de Su Majestad estas partes,
y a todos nos mandastes que obedesciésemos al dicho Cristóbal Dolid en
todo lo que nos mandase como a vuestra persona. Y ansí salimos con él
para ir a la isla de Cuba a acabar de tomar algunos bastimentos y
caballos que nos faltaban. Y llegados a La Habana, que es un puerto de
la dicha isla, se carteó con Diego Velázquez y con los oficiales de Su
Majestad que en aquella isla residen, y le enviaron alguna gente. Y
después de bastecidos de todo lo que hobimos menester, que nos lo dio
muy cumplidamente Alonso de Contreras, vuestro criado, nos partimos y
seguimos nuestro viaje. Dejadas algunas cosas que nos acaescieron en el
camino que serían largas de contar, llegamos a esta costa catorce
leguas abajo del puerto de Caballos. Y luego como saltamos en tierra,
el dicho capitán Cristóbal Dolid tomó la posesión della por vuestra
merced en nombre de Su Majestad y fundó en ella una villa con los
alcaldes y regidores que de allá venían señalados, e hizo ciertos autos
así en la posesión como en la población de la villa, todo en nombre de
vuestra merced y como su capitán y teniente. Y de allí a algunos días
juntóse con aquellos criados de Diego Velázquez que con él vinieron y
tuvo allá ciertas formas en que luego se mostró fuera de la obidiencia
de vuestra merced, y aunque algunos nos paresció malo a los más no le
osamos contradecir porque amenazaba con la horca, antes dimos
consentimiento a todo lo que él quiso y aun ciertos criados y parientes
de vuestra merced que con él vinieron hicieron lo mesmo, porque no
osaron hacer otra cosa ni les cumplía. Y fecho esto, porque supo que
cierta gente del capitán Gil Gonzales de Avila había de ir adonde él
estaba, que lo supo de seis hombres mensajeros que le prendió, se fue a
poner en un paso de un río por donde habían de pasar para los prender y
estuvo allí algunos días esperándolos. Y como no venían, dejó allí
recabdo con un maestre de campo y él volvió al pueblo y comenzó a
aderezar dos carabelas que allí tenía y metió en ellas artillería y
munición para ir sobre un pueblo de españoles que el dicho capitán Gil
Gonzáles tenía poblado la costa arriba. Y estando aderezando su
partida, llegó Francisco de las Casas con dos navíos, y como supieron
quién eran mandó que le tirasen con el artillería que tenía en las
naos. Y puesto que el dicho Francisco de las Casas alzó banderas de paz
y daba voces diciendo que era de vuestra merced, todavía mandó que no
cesasen de tiralle, y súbito le tiraron diez o doce tiros en que el uno
dio por un costado de un navío que pasó de la otra parte. Y como el
dicho Francisco de las Casas conosció su mala intención y paresció ser
verdad la sospecha que dél se tenía echó las barcas fuera de los navíos
y gente en ellas y comenzó a jugar con su artillería, y tomó los dos
navíos que estaban en el puerto con toda el artillería que tenían, y la
gente salió se huyendo a tierra. Y tomados los navíos, luego el dicho
Cristóbal Dolid comenzó a mover partidos con él no con voluntad de
complir nada sino por detenerle
fasta que veniese la gente que había dejado aguardando para prender a
los de Gil González, creyendo de engañar al dicho Francisco de las
Casas. Y el dicho Francisco de las Casas de su voluntad hizo todo lo
que él quería y así estuvo con él en los trabtos sin concluir cosa
hasta que vino un tiempo muy recio, y como allí no era puerto sino
costa brava, dio con los navíos del dicho Francisco de las Casas a la
costa y ahogáronse treinta y tantos hombres y perdióse cuanto traían. Y
él y todos los demás escaparon en carnes y tan maltrabtados de la mar
que no se podían tener, y Cristóbal Dolid los prendió a todos, y antes
que entrasen en el pueblo les hizo jurar sobre unos Evangelios que le
obedecerían y temían por su capitán y nunca serían contra él. Estando
en esto, vino la nueva cómo su maestre de campo había prendido
cincuenta y siete hombres que iban con un alcalde mayor del dicho Gil
González de Avila, y que después los había tomado a soltar y ellos se
habían ido por una parte y él por otra. Desto rescibió mucho enojo, y
luego se fue la tierra adentro a aquel pueblo Naco, que ya otra vez él
había estado en él, y llevó consigo al dicho Francisco de las Casas y a
algunos de los que con él prendió, y otros dejó allí en aquella villa
con un su lugarteniente y un alcalde. Y muchas veces el dicho Francisco
de las Casas le rogó en presencia de todos que le dejase ir adonde
vuestra merced estaba a darle cuenta de lo que le había acaescido, o
que, pues no le dejaba, que le hobiese a buen recabdo y que no se fiase
dél. Y nunca jamás le quiso dar licencia. Después de algunos días supo
que el capitán Gil González de Avila estaba con poca gente en un puerto
que se dice Choloma y envió allá cierta gente. Y dieron sobre él de
noche y prendiéronle a él y a los que con él estaban y trujéronselos
presos, y allí los tuvo a ambos capitanes muchos días sin los querer
soltar aunque muchas veces se lo rogaron. E hizo jurar a toda la gente
del dicho Gil González que le temían por capitán de la manera que había
hecho a los de Francisco de las Casas. Y muchas veces después de preso
el dicho Gil González le tornó a decir el dicho Francisco de las Casas
en presencia de todos que los soltase; si no, que se guardase dellos,
que le habían de matar. Y nunca jamás quiso. Hasta que viendo ya su
tiranía tan conoscida, es tando una noche hablando en una sala todos
tres y mucha gente con ellos sobre ciertas cosas, le asió por la barba
Francisco de las Casas y con un cochillo de escribanías - que otra arma
no tenía - con que se andaba cortando las uñas paseándose le dio una
cuchillada, diciendo: ya no es tiempo de sufrir más este tirano. Y
luego saltó con el dicho Gil González y otros criados de vuestra merced
y tomaron las armas a la gente que tenían de su guarda, y a él le
dieron ciertas heridas y al capitán de la guarda y al alférez y al
maestro de campo y otras gentes que acudieron de su parte los
prendieron luego y tomaron las armas sin haber ninguna muerte. Y el
dicho Cristóbal Dolid con el ruido se escapó huyendo y se escondió, y
en dos horas los dos capitanes tenían apaciguada la gente y presos a
los principales de sus secuaces. Y hecieron dar un pregón que quien sopiese de
Cristóbal Dolid lo veniese a decir so pena de muerte, y luego supieron
dónde estaba y le prendieron y pusieron a buen recabdo. Y otro día por
la mañana, hecho su proceso contra él, ambos los capitanes juntamente
le sentenciaron a muerte, la cual ejecutaron en su persona cortándole
la cabeza. Y luego quedó toda la gente muy contenta viéndose en
libertad, y mandaron pregonar que los que se quesiesen quedar a poblar
la tierra lo dijesen, y los que se quesiesen ir fuera della, asimismo.
Y hallaron ciento y diez hombres que dijeron que querían poblar, y los
demás todos dijeron que se querían ir con Francisco de las Casas y Gil
González, que iban donde vuestra merced estaba. Y había entre éstos
veinte de caballo, y desta gente fuimos los que en esta villa estamos.
Y luego el dicho Francisco de las Casas nos dio todo lo que hobimos
menester y nos señaló un capitán y nos mandó venir a esta costa y que
en ella poblásemos por vuestra merced en nombre de Su Majestad, y
señaló alcaldes y regidores y escribano y procurador del concejo de la
villa y alguacil y mandónos que se nombrase la villa de Trujillo. Y
prometiónos y dio su fee como caballero que él haría que vuestra merced
nos proveyese muy brevemente de más gente y armas y caballos y
bastimentos y todo lo necesarío para apaciguar la tierra, y diónos dos
lenguas, una india y un cristiano, que muy bien la sabían. Y así nos
partimos dél para venir a hacer lo que él nos mandó, y para que más
brevemente vuestra merced lo supiese despachó un bergantín, porque por
la mar llegaría más aína la nueva y vuestra merced nos proveería más
presto. Y llegados al puerto de Sant Andrés o de Caballos, hallamos
allí una carabela que había venido de las Islas, y porque allí en aquel
puerto no nos paresció que había aparejo para poblar y teníamos noticia
deste puerto, fletamos la dicha carabela para traer en ella el fardaje
y metímoslo todo. Y metióse con ello el capitán y con él cuarenta
hombres, y quedamos por tierra todos los de caballo y la otra gente sin
traer más de sendas camisas por venir más livianos y desembarazados por
si algo nos acaesciese por el camino. Y el capitán dio su poder a uno
de los alcaldes, que es el que aquí está, a quien mandó que
obedesciésemos en su absencia porque el otro alcalde se iba con la
carabela. Y así nos partimos los unos de los otros para nos venir a
juntar a este puerto, y por el camino se nos ofrecieron algunos
rencuentros con los naturales de la tierra y nos mataron dos españoles
y algunas de las indias que traíamos de nuestro servicio. Llegados a
este puerto harto destrozados y desherrados los caballos pero alegres,
creyendo hallar al capitán y nuestro fardaje y armas que habíamos
enviado en la carabela, no hallamos cosa ninguna, que nos fue harta
fatiga por vernos así desnudos y sin armas y sin herraje, que todo nos
lo había llevado el capitán en la carabela. Y estuvimos con harta
perplejidad no sabiendo qué nos hacer. En fin acordamos esperar el
remedio de vuestra merced porque le teníamos por muy cierto, y luego
asentamos nuestra villa y se tomó la posesión de la tierra por vuestra
merced en nombre de Su Majestad y así se asentó
por abto, como vuestra merced lo verá, ante el escribano del cabildo. Y
de ahí a cinco o seis días amanesció en este puerto otra carabela surta
bien dos leguas de aquí, y luego fue el alguacil en una canoa allá a
saber qué carabela era y trájonos nueva cómo era un bachilller Pero
Moreno, vecino de la isla Española, que venía por mandado de los jueces
que en la dicha isla residen a estas partes a entender en ciertas cosas
entre Cristóbal Dolid y Gil González, y que traía muchos bastimentos y
armas en aquella carabela y que todo era de Su Majestad. Fuimos todos
muy alegres con esta nueva y dimos muchas gracias a Nuestro Señor
creyendo que éramos remediados de nuestra necesidad. Y luego fue allá
el alcalde y los regidores y algunos de los vecinos para le rogar que
nos proveyese y contarle nuestra necesidad, y como allá llegaron,
púsose su gente armada en la carabela y no consintió que ninguno
entrase dentro, y cuando mucho se acabó con él fue que entrasen cuatro
o cinco y sin armas, y así entraron. Y ante todas cosas le dijeron cómo
estaban aquí poblados por vuestra merced en nombre de Su Majestad y que
a cabsa de habérsenos ido en una carabela el capitán con todo lo que
teníamos estábamos con muy gran necesidad así de bastimentos, armas y
herraje como de vestidos y otras cosas; y que pues Dios le había traído
allí para nuestro remedio y lo que traían era de Su Majestad, que le ro
gábamos y pedíamos nos proveyese, porque en ello se sirviría Su
Majestad y demás nosotros nos obligaríamos a pagar todo lo que nos
diese. Y él nos respondió que él no venia a proveernos ni nos daría
cosa de lo que traía si no se lo pagábamos luego en oro o le diésemos
esclavos de la tierra en precio. Y dos mercaderes que en el navio
venían y un Gaspar Troche, vecino de la isla de San Juan, le dijeron
que nos diese todo lo que le pidiésemos y que ellos se obligarían de lo
pagar al plazo que quesiese hasta en cinco o seis mill castellanos pues
sabía que eran abonados para lo pagar, y que ellos querían hacer esto
porque en ello servían a Su Majestad y tenían por cierto que vuestra
merced se lo pagaría demás de agradecérselo. Y ni por esto nunca jamás
quiso darnos la menor cosa del mundo, antes nos dijo que nos fuésemos
con Dios, que él se quería ir. Y así nos echó fuera de la carabela y
echó fuera tras nosotros a un Juan Ruano que traía consigo, el cual
había sido el principal movedor de la traición y llevantamiento de
Cristóbal Dolid. Y éste habló secretamente al alcalde y a los regidores
y a alguno de nosotros y nos dijo que si hiciésemos lo que él nos
dijese, que él haría que el bachiller nos diese todo lo que hobiésemos
menester y aun que haría con los jueces que residen en la Española que
no pagásemos nada de lo que él nos diese; y que él volvería luego a la
Española y haría a los dichos jueces que nos proveyesen de gente,
caballos, armas, bastimentos y de todo lo necesario, y que volvería el
dicho bachiller muy presto con todo esto y con poder de los dichos
jueces para ser nuestro capitán. Y preguntado qué era lo que habíamos
de hacer, dijo que ante todas cosas reponer los oficios reales que
tenían el alcalde y los regidores y tesorero y contador y veedor que
habían quedado en nombre de vuestra merced y pedir al dicho bachiller
que nos diese por capitán al dicho Juan Ruano, y que querí amos estar
por los jueces y no por vuestra merced; y que todos formásemos este
pedimento y jurásemos de obedecer y tener al dicho Juan Ruano por
nuestro capitán, y que si alguna gente o mandado de vuestra merced
veniese, que no le obdeciésemos; y que si en algo se pusiesen, que lo
resistiésemos con mano armada. Nosotros le respondimos que aquello no
se podía hacer porque habíamos jurado otra cosa, y que nosotros por Su
Majestad estábamos y por vuestra merced en su nombre como su capitán y
gobernador, y que no haríamos otra cosa. El dicho Juan Ruano nos tornó
a decir que determinásemos de lo hacer o dejarnos morír, que de otra
manera que el bachiller no nos daría ni un jarro de agua, y que
supiésemos cierto que en sabiendo que no lo queríamos hacer, se iría y
nos dejaría así perdidos, por eso, que mirásemos bien en ello. Y así
nos juntamos, y costreñidos de nuestra gran necesidad, acordamos de
hacer todo lo que él quesiese por no morirnos o que los indios no nos
matasen, estando como estábamos desarmados. Y respondimos al dicho Juan
Ruano que nosotros éramos contentos de hacer lo que él decía, y con
esto se fue a la carabela. Y saltó el dicho bachiller en tierra con
mucha gente armada y el dicho Juan Ruano ordenó el pedimento para que
le pediésemos por nuestro capitán, y todos o los más lo firmamos y le
juramos y el alcalde y regidores, tesoreros, contador y veedor dejaron
sus oficios. Y quitó el nombre a la villa y le puso la villa de la
Asención, e hizo ciertos abtos cómo quedábamos por los jueces y no por
vuestra merced y luego nos dio todo cuanto le pedimos. E hizo hacer una
entrada y trujimos cierta gente, los cuales se herraron por esclavos y
él se los llevó, y aun no quiso que se pagase dellos quinto a Su
Majestad y mandó que para los derechos reales no hobiese tesoreros ni
contador ni veedor, sino que el dicho Juan Ruano que nos dejó por
capitán lo tomase todo en sí sin otro libro ni cuenta ni razón. Y así
se fue, dejándonos por capitán al dicho Juan Ruano y dejándole cierta
forma de requerimiento que heciese si alguna gente de vuestra merced
aquí veniese. Y prometiónos que muy presto volvería con mucho poder,
que nadie bastase a resistille. Y después dél ido, viendo nosotros que
lo hecho no convenía al servicio de Su Majestad y que era dar cabsa a
más escándalos de los pasados, prendimos al dicho Juan Ruano y lo
enviamos a las Islas, y el alcalde y regidores tornaron a usar sus
oficios como de primero. Y así hemos estado y estamos por vuestra
merced en nombre de Su Majestad, y os pedimos, señor, que las cosas
pasadas con Crístóbal Dolid nos perdonéis, porque también fuimos
forzados como estotra vez".
Yo les respondí que las cosas pasadas con Cristóbal
Dolid yo se las perdonaba en nombre de Vuestra Majestad, y que en lo
que agora habían hecho no tenían culpa pues por necesidad habían sido
costreñidos, y que de ahí adelante no fuesen abtores de semejantes
novedades ni escándalos, porque dello Vuestra Majestad se deserviría y
ellos serían castigados por todo. Y porque más cierto creyesen que las
cosas pasadas yo olvidaba y que jamás ternía memoria dellas, antes en
nombre de Vuestra Majestad los ayudaría y favorecería en lo que
pudiese, haciendo ellos lo que deben como leales vasallos de Vuestra
Majestad; que yo en su real nombre les confirmaba los oficios de
alcaldías y regimientos que Francisco de las Casas en mi nombre como mi
teniente les había dado, de que ellos quedaron muy contentos y aun
harto sin temor que les serían demandadas sus culpas. Y porque me
certificaron que aquel bachiller Moreno vernía muy presto con mucha
gente y despachos de aquellos licenciados que residen en la isla
Española, por entonces no me quise apartar del puerto para entrar la
tierra adentro, pero informado de los vecinos, supe de ciertos pueblos
de los naturales de la tierra que están a seis y a siete leguas desta
villa y dijéronme que habían habido con ellos ciertos rencuentros yendo
a buscar de comer, y que algunos dellos parescía que si tuvieran lengua
con que se entender con ellos se apaciguarían, porque por señas habían
conoscido dellos buena voluntad aunque ellos no les habían hecho buenas
obras, antes salteándoles les habían tomado ciertas mujeres y
muchachos, las cuales aquel bachiller Moreno había herrado por
esclavosy llevádolos en su navío, de que Dios sabe cuánto me peso,
porque conoscí el grand daño que de allí se seguía. Y en los navíos que
envié a las Islas lo escrebí a aquellos licenciados y les envié muy
larga probanza de todo lo que aquel bachiller en aquella villa había
hecho, y con ella una carta de justicia requiriéndoles de parte de
Vuestra Majestad me enviasen aquí aquel bachiller preso y a buen
recabdo, y con él a todos los naturales desta tierra que había llevado
por esclavos, pues había sido hecho contra todo derecho, como verían
por la probanza que dello les enviaba. No sé lo que harán sobre ello.
Lo que me respondieren haré saber a Vuestra Majestad.
Pasados dos días después que llegué a este puerto y
villa de Trujillo, envié un español que entiende la lengua y con él
tres indios de los naturales de Culúa a aquellos pueblos que los
vecinos me habían dicho, e informé bien al español e indios de lo que
habían de decir a los señores y naturales de los dichos pueblos, en
especial hacerles saber cómo era yo el que era venido a estas partes,
porque a cabsa del mucho trabto en muchas dellas tienen de mí noticia y
de las cosas de Mésico por vía de mercaderes. Y a los primeros pueblos
que fueron fue uno que se dice Champagua y a otro que se dice Papayeca,
que están siete leguas desta villa y dos leguas el uno del otro. Son
pueblos muy principales, segúnd después ha parescido, porque el de
Papayeca tiene dieciocho pueblos subjetos y el de Champagua diez. Y
quiso Nuestro Señor, que tiene especial cuidado, segúnd cada día vemos
por esperiencia, de hacer las cosas de Vuestra Majestad, que oyeron la
embajada con mucha atención y enviaron con estos mensajeros otros suyos
para que viesen más por entero si era verdad lo que aquéllos les habían
dicho. Y venidos, yo los rescebí muy bien y di algunas cosillas y los
torné a hablar con la lengua que yo conmigo llevé, porque la de Culúa y
ésta es casi una ecepto que difieren en alguna pronunciación y en
algunos vocablos, y les torné a certificar lo que de mi parte se les
había dicho, y les dije otras cosas que me paresció que convenían para
su segurídad y les rogué mucho que di jesen a sus señores que me
veniesen a ver, y con esto se despidieron de mí muy contentos. Y de ahí
a cinco días vino de parte de los de Champagua una persona principal
que se dice Montamal, señor, segúnd paresció, de un pueblo de los
subjetos a la dicha Champagua que se llama Telica. Y de parte de los de
Papayeca vino otro señor de otro pueblo su subjeto que se llama Cecoatl
y su pueblo Coabata. Y trujeron algúnd bastimento de maíz y aves y
algunas frutas, y dijeron que ellos venían de parte de sus señores a
que yo les dijese lo que quería y la cabsa de mi venida a esta su
tierra, que ellos no venían a verme porque tenían mucho temor de que
los llevasen en los navíos como habían hecho a cierta gente que los
crístianos que primero aquí venieron les habían tomado. Yo les dije
cúanto a mí me había pesado de aquel hecho, pero que fuesen ciertos que
de ahí adelante no les sería hecho agravio, antes yo enviaría a buscar
aquéllos que les habían llevado y se los haría volver. Plega a Dios que
aquellos licenciados no me hagan caer en falta, que gran temor tengo
que no me los han de enviar, antes han de tener forma para desculpar al
dicho bachiller Moreno que los llevó, porque no creo yo que él hizo por
acá cosa que no fuese por instrución dellos y por su mandado.
En respuesta de lo que aquellos mensajeros me
preguntaron cerca de la cabsa de mi ida en aquella tierra tierra les
dije que ya yo creía que ellos tenían noticia cómo había ocho años que
yo había venido a la provincia de Culúa y cómo Muteeçuma, señor que a
la sazón era de la gran cibdad de Tenuxtitán y de toda aquella tierra,
informado por mí cómo yo era enviado por Vuestra Majestad, a quien todo
el universo es subjecto, para veer y visitar estas partes en el real
nombre de Vuestra Exce lencia luego me había rescebido muy bien y
reconoscido lo que a vuestra grandeza debía y que así lo habían hecho
todos los otros señores de la tierra, y todas las otras cosas que
hacían al caso que allá me habían acaescido; y que porque yo traje
mandado de Vuestra Majestad que viese y visitase toda la tierra sin
dejar cosa alguna e hiciese en ella pueblos de cristianos para que les
hiciesen entender la orden que habían de tener, así para la
conservación de sus personas y haciendas como para la salvación de sus
ánimas; y que ésta era la cabsa de mi venida, y que fuesen ciertos que
della se les había de seguir mucho provecho y ningúnd daño, y que los
que fuesen obedientes a los mandamientos reales de Vuestra Majestad
habían de ser muy bien tratados y mantenidos en justicia, y los que
fuesen rebeldes serían castigados, y otras muchas cosas que les dije a
este propósito que por no dar a Vuestra Majestad importunidad con larga
escriptura y porque no son de mucha calidad no las relato aquí.
A estos mensajeros di algunas cosillas que ellos
estiman aunque entre nosotros son de poco precio, y fueron muy alegres.
Y luego volvieron con bastimentos y gente para talar el sitio del
pueblo que era una gran montaña, porque yo se lo rogué cuando se
fueron. Aunque los señores por entonces no venieron a verme, yo
disimulé con ellos haciendo que no se me daba nada. Y roguéles que
enviasen mensajeros a todos los pueblos comarcanos haciéndoles saber lo
que yo les había dicho y que les rogasen de mi parte que me veniesen a
ayudar a hacer este pueblo, y así lo hecieron, que en pocos días
venieron de quince o dieciséis pueblos, digo, señoríos por sí, y todos
con muestra de buena voluntad se ofrescieron por súbditos y vasallos de
Vuestra Majestad y trujeron gente para ayudar a talar el pueblo y
bastimentos con que nos mantuvimos hasta que nos vino socorro de los
navíos que yo invié a las Islas.
En este tiempo despaché los tres navíos y otro que
después vino que asimismo compré, y con ellos todos aquellos dolientes
que habían quedado vivos. El uno fue a los puertos de la Nueva España,
y escrebí en él largo a los oficiales de Vuestra Majestad que yo dejé
en mi lugar y a todos los concejos dándoles cuenta de lo que yo por acá
había hecho y de la necesidad que había de detenerme yo algúnd tiempo
por aquellas partes, y rogándoles y encargándoles mucho lo que les
había quedado a cargo y dándoles mi parecer de algunas cosas que
convenía que se heciesen. Y mandé a este navío que se viniese por la
isla de Coçumel, que está en el camino, y llevase de allí ciertos
españoles que un Valençuela que se había alzado con un navío y robado
el pueblo que primero fundó Cristóbal Dolid allí había dejado aislados,
que tenía información que eran más de sesenta personas. El otro navío
que a la postre compré envié a la isla de Cuba a la villa de la
Trinidad a que cargase de carne y caballos y gente y se veniese con la
más brevedad que fuese posible. El otro envié a la isla de Jamaica a
que heciese lo mismo. El carabelón o bergantín que yo hice envié a la
isla Española, y en él un criado mío con quien escrebí a Vuestra
Majestad y aquellos licenciados que en aquella dicha isla residen. Y
segúnd después paresció, ninguno destos navíos hizo el viaje que llevó
mandado, porque el que iba a Cuba a la Trinidad aportó a Guaniguanico y
hubo de ir cincuenta leguas por tierra a la villa de La Habana a buscar
carga. Y cuando éste vino, que fue el primero, me trujo nueva cómo el
navío que venía a la Nueva España había tomado la gente de Coçumel y
que después había dado al través en la isla de Cuba en la punta que se
llama de San Antonio o de Corrientes, y que se había perdido cuanto
llevaban y se había ahogado un primo mío que se decía Juan de Avalos
que venía por capitán dél y los dos frailes franciscos que habían ido
conmigo que también vení an dentro, y treinta y tantas personas otras
que me llevó por copia; y los que habían salido en tierra habían andado
perdidos por los montes sin saber adónde iban y de hambre se habían
muerto casi todos, que de ochenta y tantas personas no habían quedado
vivos sino quince que a dicha aportaron a aquel puerto de Guaniguanico
donde estaba surto aquel navío mío, y allí había una estancia de un
vecino de La Habana donde cargó mi navío porque había muchos
bastimentos, y de allí se remediaron aquéllos que quedaron vivos. Dios
sabe lo que sentí en esta pérdida, porque demás de perder debdos y
criados y muchos coseletes, escopetas y ballestas y otras armas que
iban en el dicho navío, sentí más no haber llegado mis despachos, por
lo que adelante Vuestra Majestad veerá.
El otro navío que iba a Jamaica y el que iba a la
Española aportaron a la Trenidad, y en la isla de Cuba y allí hallaron
al licenciado Alonso de
Çuaço que yo dejé por justicia mayor y por uno
de los que dejé en la gobernación en la Nueva España, y hallaron un
navío en el dicho puerto que aquellos licenciados que residen en la
isla Española enviaban a esta Nueva España a se certificar de la nueva
que allá se decía de mi muerte. Y como el navío supo de mí, mudó su
viaje porque traía treinta y dos caballos y algunas cosas de la jineta
y otros bastimentos, creyendo venderlos mejor donde yo estaba. Y en
este navío me escribió el dicho licenciado Alonso de
Çuaço cómo en la
Nueva España había muy grandes escándalos y alborotos entre los
oficiales de Vuestra Majestad, que habían echado fama que yo era muerto
y se habían pregonado por gobernadores los dos dellos y hecho que los
jurasen por tales, y que habían prendido al dicho licenciado
Çuaço y a
los otros dos oficiales y a Rodriga de Paz, a quien yo dejé mi casa y
hacienda, la cual habían saqueado, y quitado las justicias que yo dejé
y puesto otras de su mano, y otras muchas cosas que por ser largas y
porque invío la misma carta original a Vuestra Majestad donde las
mandará ver no las expreso aquí.
Ya puede Vuestra Majestad considerar lo que yo sentí
destas nuevas, en especial el pago que aquéllos daban a mis servicios
dándome por galardón saquearme la casa, aunque fuera verdad que era
muerto. Porque aunque quieran decir o dar por color que yo debía a
Vuestra Majestad sesenta y tantos mill pesos de oro no inoran ellos que
no los debo, antes se me deben más de ciento y cincuenta mill otros que
he gastado, y no malgastado, en servicio de Vuestra Majestad. Luego
pensé en el remedio, y parescióme por una parte que yo debía meterme en
aquel navío y remediarlo y castigar tan grande atrevimiento, porque ya
por acá todos piensan, en viéndose absentes con un cargo, que si no
hacen befa no portan penacho, que también otro capitán que el
gobernador Pedrarias invió allí a Nicaragua está también alzado de su
obediencia, como adelante daré a Vuestra Excelencia más larga cuenta
desto. Por otra parte dolíame en el ánima dejar aquella tierra en el
estado y coyuntura que la dejaba, porque era perderse totalmente y
tengo por muy cierto que en ella Vuestra Majestad ha de ser muy servido
y que ha de ser otra Culúa, porque tengo noticia de muy grandes y ricas
provincias y de grandes señores en ellas de mucha manera y servicio, en
especial de una que llaman Hueytapalan y en otra lengua Xucutaco que ha
seis años que tengo noticia della y por todo este camino he venido en
su rastro y agora tengo por nueva muy cierta que está ocho o diez
jornadas de aquella villa de Trujillo, que pueden ser cincuenta o
sesenta leguas. Y désta hay tan grandes nuevas que es cosa de
admiración lo que della se dice, que aunque falten los dos tercios,
hace mucha ventaja a la de Méssico en riqueza e iguálala en grandeza de
pueblos y multitud de gente y policía della. Estando en esta
perplejidad, consideré que ninguna cosa puede ser bien hecha ni guiada
si no es por mano del Hacedor y Movedor de todas, e hice decir misas y
hacer procesiones y otros sacrificios, suplicando a Dios me encaminase
en aquello de que El más se sirviese. Y después de hecho esto por
algunos días, parescióme que todavía debía posponer todas las cosas e
ir a remediar aquellos daños. Y dejé en aquella villa hasta treinta y
cinco de caballo y cincuenta peones y con ellos por mi lugarteniente a
un primo mío que se dice Hernando de Saavedra, hermano de Juan de
Avalos que murió en la nao que venía a esta ciudad, y después de
dejarle instrución y la mejor orden que yo pude de lo que había de
hacer y después de haber hablado a algunos de los señores naturales
desta tierra que ya habían venido a verme, me embarqué en el dicho
navío con los criados de mi casa. Y envié a mandar a la gente que
estaba en Naco que se fuesen por tierra por el camino que fue Francisco
de las Casas, que es por la costa del sur, a salir adonde está Pedro de
Alvarado, porque ya estaba el camino muy sabido y seguro y era gente
harta para pasar por donde quisiera, y envié también a la otra villa de
la Natividad de Nuestra Señora instrución de lo que habían de hacer. Y
embarcado con buen tiempo, teniendo ya la postrera ancla a pique, calmó
el tiem po, de manera que no pude salir. Y otro día por la mañana fuéme
nueva al navío que entre la gente que dejaba en aquella villa había
ciertas murmuraciones de que se esperaban escándalos siendo yo absente,
y por esto y porque no hacía tiempo para navegar torné a saltar tierra
y hobe mi información, y con castigar a algunos movedores quedó todo
muy pacífico. Estuve dos días en tierra, que no hubo tiempo para salir
del puerto, y al tercero día vino muy buen tiempo y toméme a embarcar e
híceme a la vela, y yendo dos leguas de donde partí, que doblaba ya una
punta que el puerto hace muy larga, quebróseme la entena mayor y fue
forzado volver al puerto a aderezarla. Estuve otros tres días
aderezándola, y partíme con muy buen tiempo otra vez y anduve con él
dos noches y un día. Y habiendo andado cincuenta leguas y más diónos
tan recio tiempo de norte muy contrario que nos quebró el mástel del
trinquete por los tamboretes y fue forzado con harto trabajo volver al
puerto, donde llegados, dimos todos muchas gracias a Dios porque
pensábamos perdernos. Y yo y toda la gente venimos tan maltrabtados de
la mar que nos fue necesario tomar algúnd reposo, y en tanto que el
navío se aderezaba salí en tierra con toda la gente. Y viendo que
habiendo salido tres veces a la mar con buen tiempo me había vuelto,
pensé que no era Dios servido que esta tierra se dejase así, y aun
pensélo porque algunos de los indios que habían quedado de paz estaban
algo alborotados. Y torné de nuevo a encomendarlo a Dios y hacer
procesiones y decir misas, y asentóseme que con enviar yo aquel navío
en que yo habia de venir a la Nueva España y en él mi poder para
Francisco de las Casas, mi primo, y escrebir a los concejos y a los
oficiales de Vuestra Majestad reprehendiéndoles su yerro y enviando
algunas personas principales de los indios que conmigo venieron para
que los que acá quedaron creyesen que no era yo muerto, como acá se
había publicado, se apaciguaría todo y yo daría fin a lo que allá tenía
comenzado. Y así lo proveí, aun que no proveí muchas cosas que
proveyera si supiera a esta sazón la pérdida del navío que había
inviado primero, y dejélo porque en él lo había proveído todo muy
cumplidamente y tenía por cierto que ya estaba allá muchos días había,
en especial el despacho de los navíos de la Mar del Sur que había
despachado en aquel navío como convenía.
Después de haber despachado este navío para esta
Nueva España, porque yo quedé muy malo de la mar - y hasta agora lo
estoy - no pude entrar la tierra adentro y también por esperar a los
navíos que habían de venir de las Islas y proveer otras cosas que
convenían, envié el teniente que allí dejaba con treinta de caballo y
otros tantos peones que entrasen la tierra adentro. Y fueron hasta
treinta y cinco leguas de aquella villa por un muy hermoso valle
poblado de muchos y muy grandes pueblos abundoso de todas las cosas que
en la tierra hay, muy aparejado para criar en toda la tierra todo
género de ganado y plantas todas y cualesquier plantas de nuestra
nación. Y sin haber rencuentro con los naturales de la tierra sino
hablándoles con la lengua y con los naturales de la tierra que ya
teníamos por amigos, los atrajeron todos de paz. Y venieron ante mí más
de veinte señores de pueblos principales y con muestra de buena
voluntad se ofrescieron por súbditos de Vuestra Alteza prometiendo de
ser obedientes a sus reales mandamientos, y ansí lo han hecho y hacen
hasta agora, que después acá hasta que yo me partí nunca había faltado
gente dellos en mi compañía, y casi cada día iban unos y venían otros y
traían bastimentos y servían en todo lo que se les mandaba. Plegue a
Nuestro Señor de lo conservar así y llegar al fin que Vuestra Majestad
desea y yo así tengo por fee que será, porque de tan buen principio no
se puede esperar mal fin si no es por culpa de los que tenemos el
cargo.
[Los de] la provincia de Papayeca y la de Chapagua,
que dije que fueron las primeras que se ofrecieron al servicio de
Vuestra Majestad y por nuestros amigos, fueron los que cuando yo me
embarqué hallé alborotados. Y como yo me volví, tovieron algúnd temor,
y enviéles mensajeros asegurándolos. Y algunos de los de Champagua
venieron, aunque no los señores, y siempre tuvieron despoblados sus
pueblos de mujeres e hijos y haciendas, y aunque en ellos había algunos
hombres que venían aquí a servir. Híceles muchos requerimientos sobre
que se veniesen a sus pueblos y jamás quesieron, deciendo hoy mas
mañana. Y tuve manera como hobe a las manos los señores, que son tres,
que el uno se llama Chicohuytl, y el otro Foto y el otro Mendoreto. Y
habidos, prendílos y diles cierto término dentro del cual les mandé que
poblasen sus pueblos y no estuviesen en las sierras, con apercebimiento
que no lo haciendo, serian castigados como rebeldes. Y así los poblaron
y yo los solté, y están muy pacíficos y seguros y sirven muy bien.
Los de Papayeca jamás quesieron parescer, en
especial los señores, y toda la gente tenían en los montes consigo,
despoblados sus pueblos. Y puesto que muchas veces fueron requeridos
jamás quesieron ser obedientes, envié allá una capitanía de gente de
caballo y de pie y muchos de los indios amigos naturales de aquella
tierra, y saltearon una noche al uno de los señores - que son dos - que
se llama Piçacura y prendiéronle. Y preguntado porqué había sido malo y
no queria ser obediente, dijo que él ya se hobiera venido, sino que el
otro su compañe Ro, e se llamaba Maçatel, era más parte con la
comunidad y que éste no consentía; pero que le soltasen a él, que él
trabajaría de espialle para que le prendiesen, y que si le ahorcasen,
que luego la gente estaría pacífica y se vernían todos a sus pueblos,
porque él los recogería no teniendo contradición. Y así le soltaron, y
fue cabsa de mayor daño, segúnd ha parescido después. Ciertos indios
nuestros amigos de los naturales de aquella tierra espiaron al dicho
Maçatel y guiaron a ciertos españoles donde estaba y fue preso.
Notificáronle lo que su compañero Piçacura había dicho dél y mandósele
que dentro de cierto término trajese la gente a poblar en sus pueblos y
no estuviesen por las sierras. Jamás se pudo acabar con él. Hízose
contra él proceso y sentencióse a muerte, la cual se ejecutó en su
persona. Ha sido gran enxemplo para los demás, porque luego algunos
pueblos que estaban algo así llevantados se venieron a sus casas, y no
hay pueblo que no esté muy seguro con sus hijos y mujeres y haciendas
ecepto éste de Papayeca que jamás se ha querido asegurar. Después que
se soltó aquel Piçacura se hizo proceso contra ellos e hízoseles guerra
y prendiéronse hasta cien personas que se dieron por esclavos, y entre
ellos se prendió el Piçacura, el cual no quise sentenciar a muerte
puesto que por el proceso que contra él estaba hecho se pudiera hacer,
antes le traje conmigo a esta cibdad con otros dos señores de otros
pueblos que también habían andado algo llevantados, con intención que
viesen las cosas desta Nueva España y tomarlos a enviar para que allá
notificasen la manera que se tenía con los naturales de acá y cómo
servían, para que ellos lo heciesen ansí. Y este Piçacura murió de
enfermedad, y los dos están buenos y los inviaré, habiendo oportunidad.
Con la prísión déste y de otro mancebo que paresció ser el señor
natural y con el castigo de haber hecho esclavos aquellas ciento y
tantas personas que se prendieron se aseguró toda esta provincia, y
cuan do yo de allá partí quedaban todos los pueblos della poblados y
muy seguros y repartidos en los españoles, y sirvían de muy buena
voluntad al parescer.
A esta sazón llegó a aquella villa de Trujillo un
capitán con hasta veinte hombres de los que yo había dejado en Naco con
Gonçalo de Sandoval y de los de la compañía de Francisco Hernández,
capitán que Pedrarias Dávila, gobernador de Vuestra Majestad, invió a
la provincia de Nicaragua, de los cuales supe cómo al dicho pueblo de
Naco había llegado un capitán del dicho Francisco Hernández con hasta
cuarenta hombres de pie y de caballo que venía a aquel puerto de la
bahía de Sant Andrés a buscar al bachiller Pedro Moreno que los jueces
que residen en la isla Española habían enviado a aquellas partes, como
ya tengo hecha relación a Vuestra Majestad. El cual, segúnd paresce,
había escripto al dicho Francisco Hernández para que se rebelase de la
obediencia de su gobernador como había hecho a la gente que dejaron Gil
Gonçález y Francisco de las Casas, y venía aquel capitán a le hablar de
parte del dicho Francisco Hernández para se concertar con él para se
quitar de la obediencia de su gobernador y darla a los dichos jueces
que en la dicha isla Española residen, segúnd paresció por ciertas
cartas que traían. Y luego los tomé a despachar, y con ellos escrebí al
dicho Francisco Hernández y a toda la gente que con él estaba en
general y particularmente a algunos de los capitanes de su compañía que
yo conoscía, reprehendiéndoles la fealdad que en aquello hacían y cómo
aquel bachiller los había engañado, y certificándoles cúanto dello
sería Vuestra Majestad deservido y otras cosas que me paresció convenía
escrebirles para los apartar de aquel camino errado que llevaban. Y
porque algunas de las cabsas que daban para abonar su propósito eran
decir que estaban tan lejos de donde el dicho Pedrarias Dávila estaba
que para ser proveídos de las cosas necesarias recebían mucho trabajo y
costa y aun no podían ser proveídos y siempre estaban con mucha
necesidad de las cosas y provisiones de España y que por aquellos
puertos que yo tenía poblados en nombre de Vuestra Majestad lo podían
ser más fácilmente, y que el dicho bachiller les había escripto que él
dejaba toda aquella tierra poblada por los dichos jueces y había de
volver luego con mucha gente y bastimentos, les escrebí que yo deja ría
mandado en aquellos pueblos que se les diesen todas las cosas que
hobiesen menester por que allí inviasen y que tuviese con ellos toda la
contratación y buena amistad, pues los unos y los otros éramos y somos
vasallos de Vuestra Majestad y estábamos en su real servicio, y que
esto se habían de entender estando ellos en obediencia de su gobernador
como eran obligados y no de otra manera. Y porque me dijeron que de la
cosa que al presente más necesidad tenían era de herraje para los
caballos y de herramientas para buscar minas, les di dos acémilas mías
cargadas de herraje y herramientas y los invié. Y después que llegaron
adonde estaba Gonçalo de Sandoval, les dio otras dos acémilas mías
cargadas también de herraje que yo allí tenía.
Y después de partidos éstos, venieron a mí ciertos naturales de la
provincia de Huilancho, que es sesenta y cinco leguas de aquella villa
de Trujillo, de quien días había que yo tenía mensajeros y se habían
ofrescido por vasallos de Vuestra Majestad. Y me hecieron saber cómo a
su tierra habían llegado veinte de caballo y cuarenta peones con muchos
indios de otras provincias que traían por amigos de los cuales habían
rescebido y rescebían mucho agravio y daños tomándoles sus mujeres e
hijos y haciendas, y que me rogaban los remediase pues ellos se habían
ofrescido por mis amigos y yo les había prometido que los ampararía y
defendería de quien mal les hiciese. Y luego me invió Hernando de
Sayavedra, mi primo, a quien yo dejé por teniente en aquellas partes,
que estaba a la sazón pacificando aquella provincia de Papayeca, dos
hombres de aquella gente de que los indios se venieron a quejar, que
venían por mandado de su capitán en busca de aquel pueblo de Trujillo
porque los indios le dijeron que estaba cerca y que podían venir sin
temor porque la tierra estaba de paz. Y déstos supe que aquella gente
era de la del dicho Francisco Hernández y que venían en busca de aquel
puerto y que venía por su capitán un Gabriel de Rojas. Luego despaché
con estos dos hombres y con los indios que se habían venido a quejar un
alguacil con un mandamiento mío para el dicho Gabriel de Rojas para que
luego saliese de la dicha provincia y volviese a los naturales todos
los indios e indias y otras cosas que les hobiese tomado. Y demás desto
le escrebí una carta para que si alguna cosa hobiere menester me lo
hiciese saber porque se le proveería de muy buena voluntad si yo la
toviese, el cual, visto mi mandamiento y carta, lo hizo luego. Y los
naturales de la dicha provincia quedaron muy contentos, aunque después
me tornaron a decir los dichos indios que venido el alguacil que yo
invié, les habían llevado algunos. Con este capitán torné otra vez a
escrebir al dicho Francisco Hernández ofresciéndole todo lo que yo allí
toviese de que él y su gente toviesen necesidad, porque dello creí
Vuestra Majestad era muy servido, y encargándole todavía la obediencia
de su gobernador. No sé lo que después acá ha subcedido, aunque supe
del alguacil que yo invié y de los que con él fueron que estando todos
juntos le había llegado una carta al dicho Gabriel de Rojas de
Francisco Hernández, su capitán, en que le rogaba que a mucha priesa se
fuese a juntar con él porque entre la gente que con él había quedado
había mucha discordia y se le habían alzado dos capitanes, el uno que
se decía Soto y el otro Andrés Garabito, los cuales diz que se le
habían alzado porque supieron la mudanza que él quería hacer contra su
gobernador. Ello quedaba ya de manera que no puede ser sino que resulte
mucho daño así en los españoles como en los naturales de la tierra, de
donde Vuestra Majestad puede considerar el daño que se sigue destos
bullicios y cúanta necesidad hay de castigo en los que los mueven y
cabsan. Yo quise luego ir a Nicaragua, creyendo poner en ello algúnd
remedio porque Vuestra Majestad fuera muy servido si se podiera hacer,
y estándolo aderezando y aun abriendo ya el camino de un puerto que hay
algo áspero, llegó al puerto de aquella villa de Trujillo el navío que
yo había enviado a esta Nueva España y en él un primo mío fraile de la
orden de San Francisco que se dice fray Diego Altamirano, de quien supe
y de las cartas que me llevó los muchos desasosiegos, escándalos y
alborotos que entre los oficiales de Vuestra Majestad que yo había
dejado en mi lugar se habían ofrescido y aún había, y la mucha
necesidad que había de venir yo a los remediar. Y a esta causa cesó mi
ida a Nicaragua y mi vuelta por la costa del sur, donde creo Dios
Nuestro Señor y Vuestra Majestad fueran muy servidos a causa de las
muchas y grandes provincias que en el camino hay, que puesto que
algunas dellas están de paz, quedaran más refirmadas en el servicio de
Vuestra Majestad con mi ida por ellas, mayormente aquéllas de Utlatan y
Guatemala donde siempre ha residido Pedro de Alvarado, que después que
se rebelaron por cierto mal trabtamiento jamás se han apaciguado, antes
han hecho y hacen mucho daño en los españoles que allí están y en los
amigos sus comarcanos, porque es la tierra áspera y de mucha gente y
muy bellicosa y ardid en la guerra y han inventado muchos géneros de
defensas y ofensas haciendo hoyos y otros muchos ingenios para matar
los caballos donde han muerto muchos, de tal manera que aunque siempre
el dicho Pedro de Alvarado les ha hecho y hace guerra con más de
docientos de caballo y quinientos peones y más de cinco mill indios
amigos y aun de diez algunas veces, nunca ha podido ni puede atraerlos
al servicio de Vuestra Majestad, antes de cada dia se fortalecen más y
se reforman de gentes que a ellos se llegan. Y creo yo, siendo Nuestro
Señor servido, que si yo por allí veniera, que por amor o por otra
manera los atrajera a lo bueno, porque algunas provincias que se
rebelaron por los malos tratamientos que en mi absencia rescebieron, y
fueron contra ellos más de ciento y tantos de caballo y trecientos
peones y por capitán el veedor que en aquel tiempo gobernaba y mucha
artillería y mucho número de indios amigos, no podieron con ellos,
antes les mataron diez o doce hombres españoles y muchos indios y se
quedó como antes. Y venido yo, con un mensajero que les invié donde
supieron mi venida, sin ninguna dilación venieron a mi las personas
principales de aquella provincia que se dice Coatlan y me dijeron la
cabsa de su alzamiento que fue harto justa, porque el que los tenía
encomendados había quemado ocho señores príncipales que los cinco
murieron luego y los otros dende a pocos días, y puesto que pedieron
justicia no les fue hecha. Y yo los consolé de manera que fueron
contentos, y están hoy pacíficos y sirven como antes que yo me fuese
sin guerra ni riesgo alguno, y ansí creo que hecieran los otros si yo
por allí veniera, porque también otros pueblos que estaban desta
condición en la provincia de Coaçacoalco, en sabiendo mi venida a la
tierra sin yo les enviar mensajeros se apaciguaron.
Ya, Muy Católico Señor, hice a Vuestra Majestad
relación de ciertas isletas que están frontero de aquel puerto de
Honduras que llaman los Guanaxos, que algunas dellas están despobladas
a causa de las armadas que han hecho de las Islas y llevado muchos
naturales dellas por esclavos. Y en alguna dellas había quedado alguna
gente, y supe que de la isla de Cuba y de la de Jamaica nuevamente
habían armado para ellas para las acabar de asolar y destruir, y para
remedio invié una carabela que buscase por las dichas islas el armada y
les requiriese de parte de Vuestra Majestad que no entrasen en ellas ni
heciesen daño a los naturales porque yo pensaba apaciguarlos y traerlos
al servicio de Vuestra Majestad, porque por medio de algunos que se
habían pasado a vivir a la tierra firme yo tenía inteligencia con
ellos. La cual dicha carabela topó en una de las dichas islas que se
dice Huitila otra de las de la dicha armada de que era capitán un
Rodrigo de Merlo, y el capitán de mi carabela le atrajo con la suya y
con toda la gente que había tomado en aquellas islas allí donde yo
estaba. La cual dicha gente yo luego hice llevar a las islas donde los
habían tomado, y no procedí contra el capitán porque mostró licencia
para ello del gobernador de la isla de Cuba, por virtud de la que ellos
tienen de los jueces que residen en la isla Española, y así los invié
sin que rescebiesen otro daño más de tomarles la gente que habían
tomado de las dichas islas. Y el capitán y los más de los que venían en
su compañía se quedaron por vecinos en aquellas villas, paresciéndoles
bien la tierra.
Conosciendo los señores de aquellas islas la buena
obra que de mí habían rescebido e informados de los que en la tierra
firme estaban del buen tratamiento que se les hacía, venieron a mí a me
dar las gracias de aquel beneficio y se ofrescieron por súbditos y
vasallos de Vuestra Majestad y pedieron que les mandase en que
sirviesen. Y yo les mandé en nombre de Vuestra Majestad que al presente
en sus tierras heciesen muchas labranzas, porque en la verdad ellos no
pueden servir de otra cosa. Y así se fueron, y llevaron para cada isla
un mandamiento mío para que notificasen a las personas que por allí
veniesen por donde les aseguré en nombre de Vuestra Cesárea Majestad
que no rescebirían daño. Y pediéronme que les diese un español que
estoviese en cada isla con ellos, y por la brevedad de mi partida no se
pudo proveer, pero dejé mandado al teniente Hemando de Saavedra que lo
proveyese.
Luego me metí en aquel navío que me trajo las nuevas
de las cosas desta tierra, y en él y en otros dos que yo allí tenía se
metió alguna gente de los que había llevado en mi compañía, que fueron
hasta veinte personas con nuestros caballos, porque los más dellos
quedaron por vecinos en aquellas villas y los otros estaban esperándome
en el camino creyendo que había de ir por tierra, a los cuales envié a
mandar que se veniesen ellos, deciéndoles mi partida y la cabsa della.
Hasta agora no son llegados, pero tengo nueva cómo vienen.
Dada orden en aquellas villas que en nombre de
Vuestra Majestad dejé pobladas, con harto dolor y pena de no poder
acabar de dejarlas tal cual yo pensaba y convenía, a veinte y cinco
días del mes de abril de mill y quinientos y veinte y seis años hice mi
camino por la mar con aquellos tres navíos, y traje tan buen tiempo que
en cuatro días llegué hasta ciento y cincuenta leguas del puerto de
Chalchicueca. Y de allí me dio un vendaval muy recio que no me dejó
pasar adelante, y creyendo que amansaria, me tuve a la mar un día y una
noche. Y fue tanto el tiempo que me deshacía los navíos y fue forzado
arribar a la isla de Cuba, y en seis días tomé el puerto de La Habana
donde salté en tierra y me holgué con los vecinos de aquel pueblo,
porque había entre ellos muchos mis amigos del tiempo que yo viví en
aquella isla. Y porque los navíos que llevaba rescebieron algúnd
detrimento del tiempo que nos tomóen la mar fue nescesario recorrerlos,
y a esta cabsa me detuve allí diez días. Y aun por abreviar mi camino
compré una nao que hallé en el dicho puerto dando carena y dejé allí el
en que yo iba porque hacía mucha agua. Luego otro día como llegué a
aquel puerto, entró en él un navío que iba desta Nueva España, y al
segundo día entró otro y al tercero día otro, de los cuales supe cómo
la tierra estaba muy pacífica y segura y en toda tranquilidad y sosiego
después de la prisión del factor y veedor, aunque me dijeron que había
habido algunos bollicios y que se habían castigado los movedores
dellos, de que folgué mucho, porque había rescebido mucha pena de la
vuelta del camino temiendo algúnd desasosiego. Y de allí escrebí a
Vuestra Majestad, aunque breve, y me partí a diez y seis días del mes
de mayo y traje conmigo fasta treinta personas de los naturales desta
tierra que llevaban aquellos navíos que de acá fueron ascondidamente, y
en ocho días llegué al puerto de Chalchicueca y no pude entrar en el
puerto a causa de mudarse el tiempo. Y surgí dos leguas dél ya casi
noche, y con un bergantín que topé perdido por la mar y en la barca de
mi navío salí aquella noche a tierra y fui a pie a la villa de
Medellín, que está cuatro leguas de donde yo desembarqué, sin ser
sentido de nadie de los del pueblo, y fui a la iglesia a dar gracias a
Nuestro Señor. Y luego fue sabido y los vecinos se regocijaron conmigo
y yo con ellos. Aquella noche despaché mensajeros ansí a esta ciudad
como a todas las villas de la tierra haciéndoles saber mi venida y
proveyendo algunas cosas que me paresció convenían al servicio de
Vuestra Sacra Majestad y al bien de la tierra. Y por descansar del
trabajo del camino estuve en aquella villa once días, donde me vinieron
a ver muchos señores de pueblos y otras personas de los naturales de
los destas partes que mostraron holgarse con mi venida. Y de ahí me
partí para esta ciudad, y estuve en el camino quince días y por todo él
fui visitado de muchas gentes de los naturales, que hartos dellos
venían de más de ochenta leguas porque todos tenían sus mensajeros por
postas para saber de mi venida, como ya la esperaban. Y ansí vinieron
en poco tiempo muchos y de muchas partes y de muy lejos a verme, los
cuales todos lloraban conmigo y me decían palabras tan vivas y
lastimeras, contándome sus trabajos que en mi ausencia habían padescido
por los malos tratamientos que les habían fecho, que quebraban el
corazón a todos los que los oían. Y aunque de todas las cosas que me
dijeron sería dificultoso dar a Vuestra Majestad copia, pero algunas
harto dignas de notar pudiera escrebir, que dejo por ser de ore
proprio. Llegado a esta ciudad, los vecinos españoles y naturales della
y de toda la tierra que aquí se juntaron me rescibieron con tanta
alegría y regocijo como si yo fuera su propio padre, y el tesorero y
contador de Vuestra Majestad salieron a me rescebir con mucha gente de
pie y de caballo en ordenanza mostrando la misma voluntad que todos. Y
ansí me fui derecho a la casa y monesterio de San Francisco a dar
gracias a Nuestro Señor por me haber sacado de tantos y tan grandes
peligros y trabajos y haberme traído a tanto sosiego y descanso, y por
ver la tierra que tan en tiranía estaba puesta en tanto sosiego y
conformidad. Y allí estuve seis días con los frailes hasta dar cuenta a
Dios de mis culpas.
Y dos días antes que de allí saliese me llegó un
mensajero de la villa de Medellín que me hizo saber que al puerto
habían llegados ciertos navíos, y que se decía que en ellos venía un
pesquesidor o juez por mandado de Vuestra Majestad y que no sabían otra
cosa. Y yo creí que debía ser que sabiendo Vuestra Cesárea Majestad los
desasosiegos y comunidad en que los oficiales de Vuestra Alteza a quien
yo dejé la tierra la habían puesto y no siendo cierta de mi venida a
ella, había mandado proveer sobre este caso, de que Dios sabe cúanto
holgué porque tenía yo mucha pena de ser juez desta causa, porque como
injuriado y destruido por estos tiranos me parescía que cualquiera cosa
que en ello proveyese podría ser juzgada por los malos a pasión, que es
la cosa que más aborresco, puesto que según sus obras no pudiera yo ser
con ellos tan apasionado que no sobrara a todo mucho merescimiento en
sus culpas. Y con esta nueva despaché a mucha priesa un mensajero al
puerto a saber lo cierto y envié a mandar al teniente y justicias de
aquella villa de Medellín que de cualquier manera que el juez viniese,
viniendo por mandado de Vuestra Majestad, fuese muy bien rescebido y
servido y aposentado en una casa que yo en aquella villa tengo, donde
mandé que a él y a los suyos se les hiciese todo servicio, aunque,
segúnd después paresció, él no lo quiso rescibir.
Otro día, que fue de San Juan, como despaché este
mensajero llegó otro estando corriendo ciertos toros y en regocijo de
cañas y otras fiestas, y me trajo una carta del dicho juez y otra de
Vuestra Sacra Majestad por las cuales supe a lo que venía y cómo
Vuestra Césarea Majestad era servido de me mandar tomar residencia del
tiempo que Vuestra Alteza ha sido servido que yo tenga el cargo de la
gobernación desta tierra. Y de verdad yo holgué mucho, ansí por la
inmensa merced que Vuestra Majestad Sacra me hizo en querer ser
informado de mis servicios y culpas, como por la beninidad con que
Vuestra Alteza en su carta me hacía saber su real intención y voluntad
de me hacer mercedes. Y por lo uno y lo otro cien mill veces los reales
pies de Vuestra Cesárea Majestad beso, y plega a Nuestro Señor sea
servido de me hacer tanto bien que yo alguna parte desta tan insigne
merced pueda servir y que Vuestra Cesárea Majestad para esto conosca mi
deseo, porque conosciéndolo, no pienso que era chica parte de paga.
En la carta que Luis Ponce, juez de residencia, me
escribió me hacía saber que a la hora se partía para esta ciudad. Y
porque para venir a ella hay dos caminos principales y en su carta no
me hacía saber por cuál dellos había de venir, luego despaché por ambos
criados míos porque le viniesen sirviendo y acompañando y mostrando la
tierra. Y fue tanta la priesa que en este camino se dio el dicho Luis
Ponce que aunque yo proveí esto con harta brevedad le toparon ya veinte
leguas desta ciudad, y puesto que con mis mensajeros diz que mostró
holgarse mucho, no quiso rescibir dellos ningún servicio. Y aunque me
pesó de le no rescibir porque diz que dello traía nescesidad por la
priesa de su camino, por otra parte holgué dello, porque paresció de
hombre justo y que quería usar de su oficio con toda rectitud, y pues
venía a tomarme a mí residencia no quería dar causa a que dél se
tuviese sospecha. Y llegó a dos leguas desta ciudad a dormir una noche
y yo hice aderezar para le recebir otro día por la mañana. Y envióme a
decir que no saliese de mañana porque él se quería estar allí hasta
comer, que le enviase un capellán que allí le dijese misa, y yo ansí lo
hice, pero temiendo lo que fue, que era escusarse del rescibimiento,
estuve sobre aviso. Y él madrugó tanto que aunque yo me di harta
priesa, le tomé ya dentro en la cibdad, y ansí nos fuimos juntos fasta
el monesterio de San Francisco donde oímos misa. Y acabada, le dije si
quería allí presentar sus provisiones que lo hiciese, porque allí
estaba todo el cabildo de la ciudad conmigo y el tesorero y contador de
Vuestra Majestad. Y no las quiso presentar, diciendo que otro día las
presentaría. Y así fue, que otro día por la mañana nos juntamos en la
iglesia mayor desta cibdad el cabildo della y los dichos oficiales y
yo, y allí las presentó y por mí y por todos fueron tomadas, besadas y
puestas sobre nuestras cabezas como provisiones de nuestro rey y señor
natural y obedecidas y complidas en todo y por todo según que Vuestra
Sacra Majestad por ellas nos enviaba a mandar. Y a la hora le fueron
entregadas todas las varas de la justicia y fechos todos los otros
cumplimientos nescesarios, según que más larga y cumplidamente lo envío
a Vuestra Majestad Católica por fee del escribano del cabildo ante
quien pasó. Y luego fue pregonada públicamente en la plaza desta cibdad
mi residencia y estuve en ella diecisiete días sin que se me pusiese
demanda alguna. Y en este tiempo el dicho Luis Ponce, juez de
residencia, adolesció y todos cuantos en el armada que él vino
vinieron, de la cual énfermedad quiso Nuestro Señor que muriese él y
más de treinta otros dellos que en la dicha armada vinieron, entre los
cuales murieron dos frailes de la orden de Santo Domingo que con él
vinieron. Y fasta hoy hay muchas personas enfermas y de mucho peligro
de muerte porque ha parescido casi pestilencia la que trajeron consigo,
porque aun algunos de los que acá estaban se pegó y murieron dos
personas de la misma enfermedad y aun hay otros muchos que aún no han
convalescido della.
Luego que el dicho Luis Ponce pasó desta vida, fecho
su en terramiento con aquella honra y autoridad que a persona enviada
por Vuestra Majestad requería hacerse, el cabildo desta ciudad y los
procuradores de todas las villas de la tierra que aquí se hallaron me
pidieron y requirieron de parte de Vuestra Majestad Cesaria que tomase
en mí el cargo de la gobernación y justicia según que antes lo tenía
por mandado de Vuestra Majestad y por sus reales provisiones, dándome
para ello cabsas y poniendo inconvinientes que se siguirían no lo
aceptando, según que Vuestra Sacra Majestad lo mandará ver por la copia
que de todo envío. Y yo les respondí escusándome dello, como ansimismo
parescerá por la dicha copia. Y después acá me han fecho otros
requerimientos sobre ello y puestos otros inconvinientes más recios que
se podían seguir si yo no lo aceptase, y de todo me he defendido hasta
agora y no lo he hecho, aunque se me ha figurado que hay en ello algún
inconviniente. Pero deseando que Vuestra Majestad sea muy cierto de mi
limpieza y fidelidad en su real servicio, teniéndolo por principal,
porque sin tener de mí este concepto no querría bienes en este mundo
mas antes no vivir en él, hélo pospuesto todo por este fin, y antes he
sostenido con todas mis fuerzas en el cargo a un Marcos de Aguilar, a
quien el dicho licenciado Luis Ponce tenía por su alcalde mayor, y le
he pedido y requerido prosceda en mi residencia fasta en fin della. Y
no lo ha querido hacer diciendo que no tiene poder para ello, de que he
rescebido asaz pena, porque deseo sin comparación y no sin causa que
Vuestra Majestad Sacra sea verdaderamenre informado de mis servicíos y
culpas, porque tengo por fee y no sín méríto que por ellos me ha de
mandar Vuestra Majestad Cesaría hacer muy grandes y crescidas mercedes,
no habiendo respecto a lo poco que mi pequeña vasija puede contener,
sino a lo mucho que Vuestra Celsitud es obligado a dar a quien tan bien
y con tanta fedilidad le sirve como yo le he servido y sirvo. A la cual
humillmente suplíco con toda la instancia a mí posible no permita que
esto quede debajo de disimulación, sino que muy clara y
magnifiestamente se publique lo malo y bueno de mis servicios, porque
como sea caso de honra y que por alcanzalla yo tantos trabajos he
padescido y mi persona a tantos peligros he puesto, no quiera Dios ni
Vuestra Majestad por su reverencia permita ni consienta que basten
lenguas de invidiosos, malos y apasionados a me la hacer perder. Y no
quiero ni suplico a Vuestra Majestad Sacra en pago de mis servicios me
haga otra merced sino ésta, porque nunca plega a Dios que sin ella yo
viva.
Según lo que yo he sentido, Muy Católico Príncipe,
puesto que desde el principio que comencé a entender en esta
negociación yo he tenido muchos, diversos y poderosos émulos y
contrarios, no ha podido tanto su maldad y malicia que la notoriedad de
mi fedelidad y servicios no los haya supeditado, y como ya,
desesperados de todo remedio, han buscado dos por los cuales, segúnd
paresce, han puesto alguna niebla o escuridad ante los ojos de Vuestra
Grandeza por donde le han movido del católico y santo propósito que
siempre de Vuestra Excelencia se ha conoscido a me remunerar y pagar
mis servicios: el uno es acusarme ante Vuestra Potencia de climene
legis magestatis, diciendo que yo no había de obedescer sus reales
mandamientos y que yo no tengo esta tierra en su poderoso nombre sino
en tiranía e inefable forma, dando para ello algunas depravadas y
diabólicas razones juzgadas por falsas y no verdaderas conjeturas. Los
cuales, si las verdaderas obras miraran y justos jueces fueran, muy al
contrario lo debieran significar, porque hasta agora no se ha visto ni
se verá en cuanto yo viviere que ante mí o a mis noticias haya venido
carta ni otro mandamiento de Vuestra Majestad Sancta que no haya sido,
es y será obedescido y cumplido sin faltar en él cosa alguna, y agora
se ha magnifestado más clara y abiertamente su maldad de los que esto
han querido decir, porque si ansí fuera, no me fuera yo seiscientas
leguas desta cibdad por tierra inhabitada y caminos peligrosos y dejara
la tierra a los oficiales de Vuestra Majestad, como de razón se había
de creer ser las personas que habían de tener más celo al real servicio
de Vuestra Alteza aunque sus obras no correspondieron al crédito que yo
dellos tuve. Y el otro es que han querido decir que yo tengo en esta
tierra mucha parte o la mayor de los naturales della, de que me sirvo y
aprovecho, de donde he habido mucha suma y cantidad de oro y plata que
tengo atesorado; y que he gastado de las rentas de Vuestra Cesaria
Majestad sesenta y tantos mill pesos de oro sin haber nescesidad de los
gastar, y que no he enviado tanta suma de oro a Vuestra Excelencia
cuanta de sus reales rentas se ha habido y que lo detengo con formas y
maneras esquisitas cuyo efecto yo no puedo alcanzar, pero bien creo que
pues lo han osado decir, que le habrán dado algún color, mas no puede
ser tal, según lo que yo de mí confio, que muy pequeño toque no
descubra lo falso. Y cuanto a lo que dicen de tener yo mucha parte de
la tierra, así lo confieso, y que he habido harta suma y cantidad de
oro, pero digo que no ha sido tanta para que haya bastado para que yo
deje de ser pobre y estar adeudado en más de cincuenta mill pesos de
oro sin tener un castellano de qué pagarlo. Porque si mucho he habido
muy mucho más he gastado, y no en comprar mayorazgos ni otras rentas
para mí, sino en dilatar por estas partes el señorío y patrimonio de
Vuestra Alteza conquistando y ganando con ellos y con poner mi persona
a muchos trabajos, riesgos y peligros muchos reinos y señoríos para
Vuestra Excelencia, los cuales no podrán encubrir ni agazapar los malos
con sus serpentinas lenguas, que mirándose mis libros se hallarán en
ellos más de trecientos mill pesos
de oro que se han gastado de mi casa y hacienda en estas conquistas. Y
acabado lo que yo tenía, gasté los sesenta mill pesos de oro de Vuestra
Majestad, y no en comerlos yo ni entraron en mi poder, sino en darlos
por mis libramientos para los gastos y espensas desta conquista. Y si
aprovecharon o no vean los casos, que están muy magnifiestos. Pues en
lo que dicen de no enviar las rentas a Vuestra Majestad, muy
magnifiesto está ser la verdad en contrario, por que en este poco de
tiempo que yo estoy en esta tierra pienso, y ansí es verdad, que della
se ha enviado a Vuestra Majestad más servicio e interese que de todas
las Islas y Tierra Firme que ha treinta y tantos años que están
descubiertas y pobladas, las cuales costaron a los Católicos Reys,
vuestros abuelos, muchas expensas y gastos, lo que ha cesado en ésta. Y
no solamente se ha enviado lo que a Vuestra Majestad de sus reales
servicios ha pertenescido, mas aun de lo mío y de los que me han
ayudado - sin lo que acá hemos gastado en su real servicio - hemos
enviado alguna copia, porque luego que envié la primera relación con
Alonso Fernández Puertocarrero y Francisco de Montejo no solamente
envié el quinto que a Vuestra Majestad pertenesció de lo hasta entonces
habido, mas aun todo cuanto se hubo, porque me paresció ser ansí justo
por ser las primicias. Pues de todo lo que en esta cibdad se hubo
siendo vivo Muteeçuma señor della, del oro se dio el quinto a Vuestra
Majestad, digo de lo que se fundió, que le pertenescieron treinta y
tantos mill castellanos. Y aunque las joyas también se habían de partir
y dar a la gente sus partes, ellos y yo holgamos que no se dividiesen,
sino que todas se enviasen a Vuestra Majestad, que fueron en número de
más de quinientos mill pesos de oro, aunque lo uno y lo otro se perdió
porque nos lo tomaron cuando nos echaron desta cibdad por el
levantamiento que en ella hubo con la venida de Narváez a esta tierra,
la cual aunque fue por mis pecados no fue por mi negligencia. Cuando
después se conquistó y redujo al servicio de Vuestra Alteza no menos se
hizo, que sacado el quinto para Vuestra Majestad del oro que se fundió,
yo hice que todas las joyas mis compañeros tuviesen por bien que sin
partir se quedasen para Vuestra Alteza, que no fueron de menos valor y
prescio que las que primero teníamos. Y así, con mucha brevedad y
recaudo las despaché todas con treinta mill pesos de oro en barras, y
con ellos a Julián Alderete, que a la sazón era tesorero de Vuestra
Majestad en esta tierra. Si no llegaron a Vuestra Sacra Majestad y las
tomaron los franceses, tampoco fue mía la culpa, sí no de aquéllos que
no proveyeron el armada que fue por ello a las islas de los Azores como
debieran para cosa de tanta importancia. Al tiempo que yo me partí
desta ciudad para el golfo de las Hibueras asímismo se enviaron a
Vuestra Excelencia sesenta mill pesos de oro con Diego de Ocampo y
Francisco de Montejo. Y no se envió más, aunque lo había, por
parescerme a mí y aun a los oficicales de Vuestra Majestad Cesaria que
con enviar tanto junto aún excedíamos y pervirtíamos la orden que
Vuestra Majestad tiene mandada dar en estas partes en el llevar del
oro, pero atrevímonos por la nescesidad que supimos que Vuestra Sacra
Majestad tenía. Y con esto envié yo asimismo a Vuestra Grandeza con
Diego de Soto, criado mío, todo cuanto yo tenía sin me quedar un peso
de oro, que fue un tiro de plata que me costó la plata y fechura y
otros gastos dél más de treinta y cinco mill pesos de oro. También
ciertas joyas que yo tenía de oro y piedras, las cuales envié no por su
valor ni prescio, aunque no era muy pequeño para mí, sino porque habían
llevado los franceses las que primero envié y pesóme en el ánima que
Vuestra Sacra Majestad no las hobiese visto, y para que viese la
muestra y por ello como desecho considerase lo que sería lo principal,
envié aquello que yo tenía. Así que pues yo con tan limpio celo y
voluntad quise servir a Vuestra Majestad Cesaria con lo que yo tenía,
no sé qué razón hay de creer que yo detuviese lo de Vuestra Alteza.
También me han dicho los oficiales que en mi absencia han enviado
cierta cantidad de oro, por manera que nunca se ha cesado de enviar
todas las veces que para ello ha habido oportunidad.
También me han dicho, Muy Poderoso Señor, que a
Vuestra Majestad Sacra han informado que yo tengo en esta tierra
docientos cuentos de renta de las provincias que yo tengo señaladas
para mí. Y porque mi deseo no es ni ha sido otro sino que Vuestra
Cesaría Majestad sepa muy de cierto mi voluntad a su real servicio y se
satifaga muy de hecho de mí, que siempre le he dicho y diré verdad, no
siento cosa que yo pudiese hacer con que mejor esto se manifestase que
con hacer desta tan crescida renta servicio a Vuestra Majestad y
hacerse ían a mi propósito muchas cosas, en especial que Vuestra Alteza
perdiese ya esta sospecha que tan pública por acá está que Vuestra
Majestad de mí tiene. Por tanto a Vuestra Majestad suplico resciba en
servicio todo cuanto yo acá tengo y en esos reinos me faga merced de
los veinte cuentos de renta y quedarle an los ciento y ochenta, y yo
serviré en la real presencia de Vuestra Majestad, donde nadie pienso me
hará ventaja ni tampoco podrá encubrir mis servicios. Y aun para lo de
acá pienso será Vuestra Majestad de mí muy servido, porque sabré como
testigo de vista decir a Vuestra Celsitud lo que a su real servicio
conviene que acá mande proveer y no podrá ser engañado por falsas
relaciones. Y certifico a Vuestra Majestad Sacra que no será menos ni
de menos calidad el servicio que allá haré en avisar de lo que se debe
proveer para que estas partes se conserven y los naturales dellas
vengan en conoscimiento de nuestra fee y Vuestra Majestad tenga acá
perpetuamente muchas y muy crescidas rentas y que siempre vayan en
crescimiento y no en diminución como han hecho los de las Islas y
Tierra Firme por falta de buena gobernación, y de ser los Católicos
Reyes, padres y abuelos de Vuestra Excelencia avisados con celo de su
servicio y no de particulares intereses, como siempre lo han fecho los
que en las cosas destas partes a Sus Altezas y a Vuestra Majestad han
informado. Y estos avisos que podré allá dar digo que no serán menores
que fue ganarlas y haberlas sostenido fasta agora habiendo tenido
tantos obstáculos y embarazos, por donde no poco se ha dejado de
acrescentar en ellas. Dos cosas me facen desear que Vuestra Majestad
Sacra me haga tanta merced se sirva de mí en su real presencia: la una
y más principal es satisfacer a Vuestra Majestad y a todo el mundo de
mi lealtad y fidelidad en su real servicio, porque esto tengo en más
que todos los otros intereses que en el mundo se pudiesen seguir,
porque por cobrar nombre de servidor de Vuestra Majestad y de su
imperial y real corona me he puesto a tantos y tan grandes peligros y
he sufrido trabajos tan sin comparación. Y no por cobdicia de tesoros,
que si esto me hobiera movido, pues he tenido hartos, digo para un
escudero como yo, no los hobiera gastado ni pospuesto por conseguir
este otro fin teniéndolo por más principal, aunque mis pecados no han
querido darme lugar a ello ni pienso que ya en este caso yo me podría
satisfacer si Vuestra Majestad no me hiciese esta tan inmensa merced
que le suplico. Y porque no paresca que pido a Vuestra Excelencia mucho
porque no se me conceda, aunque todo cabría y aun es poco para yo vivir
sin afrenta, habiendo yo tenido en estas partes en nombre de Vuestra
Majestad el cargo de la gobernación de ellas y haber en tanta cantidad
por estas partes dilatado el patrimonio y señorio real de Vuestra
Majestad, poniendo debajo de su principal yugo tantas provincias
pobladas de tantas y tan nobles villas y ciudades y quitando tantas
idolatrías y ofensas como en ellas a Nuestro Criador se han fecho y
traído a muchos de los naturales a su conoscimiento y plantado en ellas
nuestra santa fee católica, en tal manera que si estorbo no hay de los
que mal sienten destas cosas y su celo no es enderezado a este fin, en
muy breve tiempo se puede tener por muy cierto en estas partes se
levantará una nueva Iglesia donde más que en todas las del mundo Dios
Nuestro Señor será servido y honrado, digo, que seyendo Vuestra
Majestad servido de me hacer merced de me mandar dar en esos reinos
diez cuentos de renta y que yo en ellos le vaya a servir, no será
pequeña merced con dejar todo cuanto acá tengo, porque desta manera
satisfaría mi deseo que es servir a Vuestra Majestad en su real
presencia, y Vuestra Celsitud asimismo se satisfaría de mi lealtad y
sería de mí muy servido; la otra, tener por muy cierto que informada
Vuestra Católica Majestad de mí de las cosas desta tierra y aun de las
Islas, se proveería en ellas muy más cierto lo que conviniese al
servicio de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Majestad, porque se me
daría crédito diciéndolo dende allá, lo que no se me dará aunque dende
acá lo escriba, porque todo se atribuirá como hasta agora se ha
atribuído a ser dicho con pasión de mi interese y no de celo que como
vasallo de Vuestra Sacra Majestad debo a su real servicio. Y porque es
tanto el deseo de besar los reales pies de Vuestra Majestad y servirle
en su real presencia que no lo sabría significar, si Vuestra Grandeza
no fuese servido o no tuviese oportunidad de me facer merced de lo que
a Vuestra Majestad suplico para me mantener en esos reinos y servirle
como yo deseo, sea que Vuestra Celsitud me haga merced de me dejar en
esta tierra lo que yo agora tengo en ella o lo que en mi nombre a
Vuestra Majestad se suplicare, haciéndome merced dello de juro y de
heredad para mí y para mis herederos, con que yo no vaya a esos reinos
a pedir por Dios que me den de comer, y con esto rescebiré muy señalada
merced. Vuestra Majestad me mande enviar licencia para que yo me vaya a
cumplir este mi tan crescido deseo, que bien sé y confio en mis
servicios y en la católica conciencia de Vuestra Majestad que siéndoles
magnifiestos y la limpieza de la intinción con que los he hecho, no
permitirá que viva pobre. Y harta causa se me había ofrescido con la
venida deste juez de residencia para cumplir este mi deseo, y aun
comencélo a poner en obra, sino que dos cosas me lo estorbaron: la una,
hallarme sin dineros para poder gastar en mi camino a cabsa de haberme
robado y saqueado mi casa, como Vuestra Sacra Majestad ya creo dello
está informado; y lo otro, temiendo con mi ausencia entre los naturales
desta tierra no hubiese algún levantamiento o bullicio, y aun entre los
españoles, porque por el ejemplo de lo pasado se podrá muy bien juzgar
lo porvenir.
Estando, Muy Católico Señor, haciendo este despacho
para Vuestra Sacra Majestad, me llegó un mensajero de la Mar del Sur
con una carta en que me hacían saber que en aquella costa, cerca de un
pueblo que se dice Tecoantepeque, había llegado un navío que, segúnd
parescíó por otra que se me trajo del capitán del dicho navío, la cual
envío a Vuestra Majestad, es del armada que Vuestra Majestad Sacra
mandó ir a las islas de Maluco con el capitán Loaysa. Y porque en la
carta que escribió el capitán deste navío verá Vuestra Majestad el
suceso de su viaje, no daré dello a Vuestra Celsitud cuenta más de
hacer saber a Vuestra Excelencía lo que sobre ello proveí, y es que a
la hora despaché con mucha priesa una persona de recaudo para que fuese
adonde el dicho navío llegó, y si el capitán dél luego se quisiese
tornar, le diese todas las cosas nescesarias a su camino sin le faltar
nada y se informase dél de su camino y viaje muy complidamente, por
manera que de todo trujese muy larga y particular relación para que yo
la enviase a Vuestra Majestad porque por esta vía Vuestra Alteza fuese
más brevemente informado. Y por si el navío trujese alguna nescesidad
de reparo, envié también un piloto para que lo trajese al puerto de
Çacatula, donde yo tengo tres navíos muy a punto para se partir a
descubrir por aquellas partes y costa, para que allí se remedie y se
haga lo que más conviniere al servicio de Vuestra Majestad y bien del
dicho viaje. En habiendo la información deste navío, la enviaré luego a
Vuestra Majestad para que de todo sea informado y envíe a mandar lo que
fuere su real servicio.
Mis navíos de la Mar del Sur están, como a Vuestra
Ma jestad he dicho, muy a punto para hacer su camino, porque luego como
llegué a esta ciudad comencé a dar priesa en su despacho. Y ya fueran
partidos sino por esperar a ciertas armas y artillería y munición que
me trujeron desos reinos para lo poner en los dichos navíos, porque
vayan a mejor recaudo. Y yo espero en Nuestro Señor que en ventura de
Vuestra Majestad tengo de hacer en este viaje un muy gran servicio,
porque, ya que no se descubra estrecho, yo pienso dar por aquí camino
para la Especería, que en cada un año Vuestra Majestad sepa lo que en
toda aquella tierra se hiciere. Y si Vuestra Majestad fuere servido de
me mandar conceder las mercedes que en cierta capitulación envié a
suplicar se me hiciesen cerca deste descubrimiento, yo me ofresco a
descubrir por aquí toda la Especería y otras islas si hobiere cerca de
Maluco y Melaca y la China, y aun de dar tal orden que Vuestra Majestad
no haya la Especiería por vía de rescate, como la ha el rey de
Portugal, sino que la tenga por cosa propia y los naturales de aquellas
islas le reconoscan y sirvan como a su rey y señor natural. Porque yo
me ofresco con el dicho aditamento de enviar a ellas tal armada o ir yo
por mi persona por manera que las sojuzgue y pueble y faga en ellas
fortalezas y las bastezca de pertrechos y artillería de tal manera que
a todos los príncipes de aquellas partes y aun a otros se puedan
defender. Y si Vuestra Majestad fuere servido que yo entienda en esta
negociación concediéndome lo que digo, crea será dello muy servido. Y
ofrézcome que si como lo he dicho no fuere, Vuestra Majestad me mande
castigar como a quien su rey no dice verdad.
También después que vine he proveído enviar por
tierra y por la mar a poblar el río de Tabasco, que es el que dicen de
Grijalba, y conquistar muchas provincias que están en sus comarcas, de
que Dios Nuestro Señor y Vuestra Majestad serán muy servidos. Y los
navíos que van y vienen a estas partes reciben mucho provecho en
poblarse aquel puerto y apaciguarse aquella costa, porque allí han dado
muchos navíos al través y por estar la gente indómita han muerto todos
los españoles que iban en los navíos.
También envío a la provincia de los vaputecas, de
que ya Vuestra Majestad está informado, tres capitanías de gente que
entren en ella por tres partes, para que con más brevedad den fin a
aquella demanda, que cierto será muy provechosa por el daño que los
naturales de aquella provincia hacen en los otros naturales que están
pacífícos y por tener como tienen ocupada la más rica tierra que hay en
esta Nueva España, de donde, conquistándose, recebírá mucho servicio.
Tambíén tengo enfilado y ya harta parte de gente
llegada para ir a poblar el rio de Palmas, que es en la costa del norte
abajo del Pánuco hacia la Florida, porque tengo información que es muy
buena tierra y es puerto. No creo que menos allí Dios Nuestro Señor y
Vuestra Majestad serán servidos que en todas las otras partes, porque
yo tengo muy gran nueva de aquella tierra.
Entre la costa del norte y la provincia de Michuacan
hay cierta gente y poblaciones que llaman chechimecas. Son gentes muy
bárbaras y no de tanta razón como estas otras provincias. También envío
agora sesenta de caballo y docientos peones con muchos de los naturales
nuestros amigos a saber el secreto de aquella provincia y gentes.
Llevan mandado por instrución que si hallaren en ellos alguna aptitud o
habilidad para vivir como estotros viven y venir en conoscimiento de
nuestra fee y reconoscer el servicio que a Vuestra Majestad deben, que
trabajen - por todas las vías posibles de los apaciguar y traer al yugo
de Vuestra Majestad y pueblen entre ellos en la parte que mejor les
paresciere; y si no los hallaren aparejados, como arriba digo, ni
quisieren ser obidientes, les hagan guerra y los tomen por esclavos,
porque no haya cosa superflua en toda la tierra ni que deje de servir
ni reconoscer a Vuestra Majestad. Y trayendo éstos bárbaros por
esclavos, que casi diz que son gente salvaje, será Vuestra Majestad
servido y los españoles aprovechados, porque sacarán el oro en las
minas y aun en nuestra conversación podría ser que alguno se salvase.
Entre estas gentes he sabido que hay cierta parte
muy poblada de muchos y muy grandes pueblos y que la gente dellos viven
a la manera de los de acá y aun algunos destos pueblos se han visto por
españoles. Tengo por muy cierto que poblarán aquella tierra, porque hay
grandes nuevas de la riqueza de plata.
Cuando yo, Muy Poderoso Señor, partí desta ciudad
para el golfo de las Hibueras, dos meses antes que partiese despaché un
capitán a la villa de Coliman, que está en la Mar del Sur ciento y
cuatro leguas desta cibdad, al cual mandé que siguiese desde aquella
villa la costa del sur abajo hasta ciento y cincuenta o docientas
leguas no más a efecto de saber el secreto de aquella costa y si en
ella había puertos. El cual dicho capitán fue como le mandé fasta
ciento y treinta leguas de la dicha villa de Coliman por la costa abajo
y algunas veces veinte o treinta leguas la tierra adentro, y me trujo
relación de muchos puertos que halló en la costa, que no fue poco bien
para la falta de que dellos hay en todo lo descubierto hasta allí, y de
muchos pueblos y muy grandes y de mucha gente muy diestra en la guerra
con los cuales hobo ciertos reencuentros, y apaciguó muchos dellos y no
pasó adelante porque llevaba poca gente y porque no halló hierba. Y
entre la relación que trajo me dio noticia de un muy gran río que los
naturales le dijeron que había diez jornadas de donde él llegó, del
cual y de los pobladores dél le dijeron muchas cosas extrañas. Yo le
torné a enviar con más copia de gente y aparejo de guerra para que vaya
a saber el secreto de aquel río, y según el anchura y grandeza que dél
señalan no temía en mucho ser estrecho. En viniendo, haré relación a
Vuestra Majestad de lo que dél supiere.
Todos estos capitanes destas entradas están agora
para partir casi a una. Plega a Nuestro Señor de los guiar como él se
sirva, que yo aunque Vuestra Majestad más me mande desfavorecer no
tengo de dejar de servir, que no es posible que por tiempo Vuestra
Majestad no conosca mis servicios. Y ya que esto no sea, yo me
satisfago con hacer lo que debo y con saber que a todo el mundo tengo
satisfecho y les son notorios mis servicios y lealtad con que los fago.
Y no quiero otro mayorazgo para mis hijos sino éste. Potentísimo Señor,
de Vuestra Cesárea Majestad muy humilde siervo y vasallo que los muy
reales pies y manos de Vuestra Majestad besa. De la ciudad de
Tenuxtitán, a tres de setiembre de 1526 años.
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