Parte I Libro primero
Capítulo primero
En que cuenta quién fue su padre
El deseo que tenía, curioso lector, de contarte mi vida
me daba tanta priesa para engolfarte en ella sin prevenir algunas cosas
que, como primer principio, es bien dejarlas entendidas -porque siendo
esenciales a este discurso también te serán de no pequeño
gusto-, que me olvidaba de cerrar un portillo por donde me pudiera entrar
acusando cualquier terminista de mal latín, redarguyéndome
de pecado, porque no procedí de la difinición a lo difinido,
y antes de contarla no dejé dicho quiénes y cuáles
fueron mis padres y confuso nacimiento; que en su tanto, si dellos hubiera
de escribirse, fuera sin duda más agradable y bien recibida que
esta mía. Tomaré por mayor lo más importante, dejando
lo que no me es lícito, para que otro haga la baza.
Y aunque a ninguno conviene tener la propiedad de la hiena, que
se sustenta desenterrando cuerpos muertos, yo aseguro, según hoy
hay en el mundo censores, que no les falten coronistas. Y no es de maravillar
que aun esta pequeña sombra querrás della inferir que les
corto de tijera y temerariamente me darás mil atributos, que será
el menor dellos tonto o necio, porque, no guardando mis faltas, mejor descubriré
las ajenas. Alabo tu razón por buena; pero quiérote advertir
que, aunque me tendrás por malo, no lo quisiera parecer -que es
peor serlo y honrarse dello-, y que, contraviniendo a un tan santo precepto
como el cuarto, del honor y reverencia que les debo, quisiera cubrir
mis flaquezas con las de mis mayores; pues nace de viles y bajos pensamientos
tratar de honrarse con afrentas ajenas, según de ordinario se acostumbra:
lo cual condeno por necedad solemne de siete capas como fiesta doble. Y
no lo puede ser mayor, pues descubro mi punto, no salvando mi yerro el
de mi vecino o deudo, y siempre vemos vituperado el maldiciente. Mas
a mí no me sucede así, porque, adornando la historia, siéndome
necesario, todos dirán: « bien haya el que a los suyos parece »,
llevándome estas bendiciones de camino. Demás que fue su
vida tan sabida y todo a todos tan manifiesto, que pretenderlo negar sería
locura y a resto abierto dar nueva materia de murmuración. Antes
entiendo que les hago -si así decirse puede notoria cortesía
en expresar el puro y verdadero texto con que desmentiré las glosas
que sobre él se han hecho. Pues cada vez que alguno algo dello cuenta,
lo multiplica con los ceros de su antojo, una vez más y nunca menos,
como acude la vena y se le pone en capricho; que hay hombre [que], si se
le ofrece propósito para cuadrar su cuento, deshará las pirámidas
de Egipto, haciendo de la pulga gigante, de la presunción evidencia,
de lo oído visto y ciencia de la opinión, sólo por
florear su elocuencia y acreditar su discreción.
Así acontece ordinario y se vio en un caballero extranjero
que en Madrid conocí, el cual, como fuese aficionado a caballos
españoles, deseando llevar a su tierra el fiel retrato, tanto para
su gusto como para enseñarlo a sus amigos, por ser de nación
muy remota, y no siéndole permitido ni posible llevarlos vivos,
teniendo en su casa los dos más hermosos de talle que se hallaban
en la corte, pidió a dos famosos pintores que cada uno le retratase
el suyo, prometiendo, demás de la paga, cierto premio al que más
en su arte se extremase. El uno pintó un overo con tanta perfección,
que sólo faltó darle lo imposible, que fue el alma; porque
en lo más, engañado a la vista, por no hacer del natural
diferencia, cegara de improviso cualquiera descuidado entendimiento. Con
esto solo acabó su cuadro, dando en todo lo dél restante
claros y oscuros, en as partes y, según que convenía.
El otro pintó un rucio rodado, color de cielo, y, aunque
su obra muy buena, no llegó con gran parte a la que os he referido;
pero estremóse en una cosa de que él era muy diestro: y fue
que, pintado el caballo, a otras partes en las que halló blancos,
por lo alto dibujó admirables lejos, nubes, arreboles, edificios
arruinados y varios encasamentos, por lo bajo del suelo cercano muchas
arboledas, yerbas floridas, prados y riscos; y en una parte del cuadro,
colgando de un tronco los jaeces, y, al pie dél estaba una silla
jineta. Tan costosamente obrado y bien acabado, cuanto se puede encarecer.
Cuando vio el caballero sus cuadros, aficionado -y con razón-
al primero, fue el primero a que puso precio y, sin reparar en el que
por él pidieron, dando en premio una rica sortija al ingenioso pintor,
lo dejó pagado y con la ventaja de su pintura. Tanto se desvaneció
el otro con la suya y con la liberalidad franca de la paga, que pidió
por ella un excesivo precio. El caballero, absorto de haberle pedido tanto
y que apenas pudiera pagarle, dijo: « Vos hermano, ¿:por qué
no consideráis lo que me costó aqueste otro lienzo, a quien
el vuestro no se aventaja » « En lo que es el caballo -respondió
el pintor- Vuesa Merced tiene razón; pero árbol y ruinas
hay en el mío, que valen tanto como el principal de esotro. »
El caballero replicó: « No me convenía ni era
necesario llevar a mi tierra tanta baluma de árboles y carga de
edificios, que allá tenemos muchos y muy buenos. Demás que
no les tengo la afición que a los caballos, y lo que de otro modo
que por pintura no puedo gozar, eso huelgo de llevar. »
Volvió el pintor a decir: « En lienzo tan grande pareciera
muy mal un solo caballo; y es importante y aun forzoso para la vista
y ornato componer la pintura de otras cosas diferentes que la califiquen
y den lustre, de tal manera que, pareciendo así mejor, es muy justo
llevar con el caballo sus guarniciones y silla, especialmente estando con
tal perfección obrado, que, si de oro me diesen otras tales, no
las tomaré por las pintadas. »
El caballero, que ya tenía lo importante a su deseo, pareciéndole
lo demás impertinente, aunque en su tanto muy bueno, y no hallándose
tan sobrado que lo pudiera pagar, con discreción le dijo: « Yo
os pedí un caballo solo, y tal como por bueno os lo pagaré,
si me lo queréis vender; los jaeces, quedaos con ellos o dadlos
a otros, que no los he menester. » El pintor quedó corrido
sin paga por su obra añadida y haberse alargado a la elección
de su albedrío, creyendo que por más composición le
fuera más bien premiado.
Común y general costumbre ha sido y es de los hombres, cuando
les pedís reciten o refieran lo que oyeron o vieron, o que os
digan la verdad y, sustancia de una cosa, enmascararla y afeitarla, que
se desconoce, como el rostro de la fea. Cada uno le da sus matices y sentidos,
ya para exagerar, incitar, aniquilar o divertir, según su pasión
le dita. Así la estira con los dientes para que alcance; la lima
y pule para que entalle, levantando de punto lo que se les antoja, graduando,
como conde palatino, al necio de sabio, al feo de hermoso y al cobarde
de valiente. Quilatan con u estimación las cosas, no pensando cumplen
con pintar el caballo si lo dejan en cerro y desenjaezado, ni dicen la
cosa si no la comentan como más viene a cuento a cada uno.
Tal sucedió a mi padre que, respeto de la verdad, ya no
se dice cosa que lo sea. De tres han hecho trece y los trece, trecientos;
porque a todos les parece añadir algo más y, destos algos
han hecho un mucho que no tiene fondo ni se le halla suelo, reforzándose
unas a otras añadiduras, y lo que en singular cada una no prestaba,
juntas muchas hacen daño. Son lenguas engañosas y falsas
que, como saetas agudas y brasas encendidas, les han querido herir las
honras y abrasar las famas, de que a ellos y a mí resultan cada
día notables afrentas.
Podrásme bien creer que, si valiera elegir de adonde nos
pareciera, que de la masa de Adam procurara escoger la mejor parte, aunque
anduviéramos al puñete por ello. Mas no vale a eso, sino
a tomar cada uno lo que le cupiere, pues el que lo repartió pudo
y supo bien lo que hizo. El sea loado, que, aunque tuve jarretes
y manchas, cayeron en sangre noble de todas partes. La sangre e hereda
y el vicio se apega; quien fuere cual debe, será como tal premiado
y no purgará las culpas de sus padres.
Cuanto a lo primero, el mío y sus deudos fueron levantiscos.
Vinieron a residir a Génova, donde fueron agregados a la nobleza;
y aunque de allí no naturales, aquí los habré de nombrar
como tales. Era su trato el ordinario de aquella tierra, y lo es
ya por nuestros pecados en la nuestra: cambios y recambios por todo el
mundo. Hasta en esto lo persiguieron, infamándolo de logrero. Muchas
veces lo oyó a sus oídos y, con su buena condición,
pasaba por ello. No tenían razón, que los cambios han sido
y son permitidos. No quiero yo loar, ni Dios lo quiera, que defienda ser
lícito lo que algunos dicen, prestar dinero por dinero, sobre
prendas de oro o plata, por tiempo limitado o que se queden rematadas,
ni otros tratillos paliados, ni los que llaman cambio seco, ni que corra
el dinero de feria en feria, donde jamás tuvieron hombre ni trato,
que llevan la voz de Jacob y las manos de Esaú, y a tiro de escopeta
descubren el engaño. Que las ales, aunque se las achacaron, yo no
las vi ni dellas daré señas.
Mas, lo que absolutamente se entiende cambio es obra indiferente,
de que se puede usar bien y mal; y, como tal, aunque injustamente, no
me maravillo que, no debiéndola tener por mala, se repruebe; mas
la evidentemente buena, sin sombra de cosa que no lo sea, que se murmure
y vitupere, eso es lo que me asombra. Decir, si viese a un religioso entrar
a la media noche por una ventana en parte sospechosa, la espada en la mano
y el broquel en el cinto, que va a dar los sacramentos, es locura, que
ni quiere Dios ni su Iglesia permite que yo sea tonto y de lo tal, evidentemente
malo, sienta bien. Que un hombre rece, frecuente virtuosos ejercicios,
oiga misa, onfiese y comulgue a menudo y por ello le llamen hipócrita,
no lo puedo sufrir ni hay maldad semejante a ésta.
Tenía mi padre un largo rosario entero de quince dieces,
en que se enseñó a rezar- en lengua castellana hablo-,
las cuentas gruesas más que avellanas. Este se lo dio mi
madre, que lo heredó de la suya. Nunca se le caía de las
manos. Cada mañana oía su misa, sentadas ambas rodillas en
el suelo, juntas las manos, levantadas del pecho arriba, el sombrero encima
dellas. Arguyéronle maldicientes que estaba de aquella manera rezando
para no oír, y el sombrero alto para no ver. juzguen deste juicio
los que se hallan desapasionados y digan si haya sido perverso y temerario,
e gente desalmada, sin conciencia.
También es verdad que esta murmuración tuvo causa:
y fue su principio que, habiéndose alzado en Sevilla un su compañero
y llevándole gran suma de dineros, venía en su seguimiento,
tanto a remediar lo que pudiera del daño, como a componer otras
cosas. La nave fue saqueada y él, con los más que en ella
venían, cautivo y llevado en Argel, donde, medroso y desesperado-
el temor de no saber cómo o con qué volver en libertad, desesperado
de cobrar la deuda por bien de paz-, como quien no dice nada, renegó.
Allá se casó con una mora hermosa y principal, con buena
hacienda. Que en materia de interés -por lo general, de quien siempre
voy tratando, sin perjuicio de mucho número de nobles caballeros
y gente grave y principales, que en todas partes hay de todo-, diré
de paso lo que en algunos deudos de mi padre conocí el tiempo que
los traté. Eran amigos de solicitar casas ajenas, olvidándose
de las proprias; que se les tratase verdad y de no decirla; que se les
pagase lo que se les debía y no pagar lo que debían; ganar
y gastar largo, diese donde diese, que ya estaba rematada la prenda y -como
dicen- a Roma por todo. Sucedió pues, que, asegurado el compañero
de no haber quien le pidiese, acordó tomar medios con los acreedores
presentes, poniendo condiciones y plazos, con que pudo quedar de allí
en adelante rico y satisfechas las deudas.
Cuando esto supo mi padre, nacióle nuevo deseo de venirse
con secreto y diligencia; y para engañar a la mora, le dijo se
quería ocupar en ciertos tratos de mercancías. Vendió
la hacienda y, puesta en cequíes -moneda de oro fino berberisca-,
con las más joyas que pudo, dejándola sola y pobre, se vino
huyendo. Y sin que algún amigo ni enemigo lo supiera, reduciéndose
a la fe de Jesucristo, arrepentido y lloroso, delató de sí
mismo, pidiendo misericordiosa penitencia; la cual siéndole dada,
después de cumplida pasó adelante a cobrar su deuda. Esta
fue la causa por que jamás le creyeron obra que hiciese buena. Si
otra les piden, dirán lo que muchas veces con impertinencia y sin
propósito me dijeron: que quien una vez ha sido malo, siempre se
presume serlo en aquel género de maldad. La proposición es
verdadera; pero no hay alguna sin excepción. ¿:Qué
sabe nadie de la manera que toca Dios a cada uno y si, conforme dice una
Auténtica, tenía ya reintegradas las costumbres
Veis aquí, sin más acá ni más allá,
los linderos de mi padre. Porque decir que se alzó dos o tres
veces con haciendas ajenas, también se le alzaron a él, no
es maravilla. Los hombres no son de acero ni están obligados a tener
como los clavos, que aun a ellos les falta la fuerza y suelen soltar y
aflojar. Estratagemas son de mercaderes, que donde quiera se pratican,
en España especialmente, donde lo han hecho granjería ordinaria.
No hay de qué nos asombremos; allá se entienden, allá
se lo hayan; a sus confesores dan larga cuenta dello. Solo es Dios el juez
de aquestas cosas, mire quien los absuelve lo que hace. Muchos veo que
lo traen por uso y a ninguno ahorcado por ello. Si fuera delito, mala cosa
o hurto, claro está que se castigara, pues por menos de seis reales
vemos azotar y echar cien pobretos a las galeras.
Por no ser contra mi padre, quisiera callar lo que siento; aunque
si he de seguir al Filósofo, mi amigo es Platón y mucho
más la verdad, conformándome con ella. Perdone todo viviente,
que canonizo este caso por muy gran bellaquería, digna de muy ejemplar castigo.
Alguno del arte mercante me dirá: « Mirad por qué
consistorio de pontífice y cardenales va determinado. ¿:Quién
mete al idiota, galeote, pícaro, en establecer leyes ni calificar
los tratos que no entiende » Ya veo que yerro en decir lo que no
ha de aprovechar, que de buena gana sufriera tus oprobios, en tal que se
castigara y tuviera remedio esta honrosa manera de robar, aunque mi padre
estrenara la horca. Corra como corre, que la reformación de semejantes
cosas importantes otras que lo son más, va de capa caída
y a mí no me toca: es dar voces al lobo, tener el sol y predicar
en desierto.
Vuelvo a lo que más le achacaron: que estuvo preso por lo
que tú dices o a ti te dijeron; que por ser hombre rico y -como
dicen- el padre alcalde y compadre el escribano, se libró; que hartos
indicios hubo para ser castigado. Hermano mío, los indicios no son
capaces de castigo por sí solos. Así te pienso concluir que
todas han sido consejas de horneras, mentiras y falsos testimonios levantados;
porque confesándote una parte, no negarás de la mía
ser justo defenderte la otra. Digo que tener compadres escribanos es conforme
al dinero con que cada uno pleitea; que en robar a ojos vistas tienen algunos
el alma del gitano y harán de la justicia el juego de pasa pasa,
poniéndola en el lugar que se les antojare, sin que las partes
lo puedan impedir ni los letrados lo sepan defender ni el juez juzgar.
Y antes que me huya de la memoria, oye lo que en la iglesia de
San Gil de Madrid predicó a los señores del Consejo Supremo
un docto predicador, un viernes de la cuaresma. Fue discurriendo por todos
los ministros de justicia hasta llegar al escribano, al cual dejó
de industria para la postre, y dijo: « Aquí ha parado el carro,
metido y sonrodado está en el lodo; no sé cómo salga,
si el ángel de Dios no revuelve la piscina. Confieso, señores,
que de treinta y más años a esta parte tengo vistas y oídas
confesiones de muchos pecadores que caídos en un pecado reincidieron
muchas veces en él, y a todos, por la misericordia de Dios, que
han reformado sus vidas y conciencias. Al amancebado le consumieron el
tiempo y la mala mujer; al jugador desengañó el tablajero
que, como sanguisuela de unos y otros, poco a poco les va chupando la sangre:
hoy ganas, mañana pierdes, rueda el dinero, vásele quedando,
y los que juegan, sin él; al famoso ladrón reformaron el
miedo y la vergüenza; al temerario murmurador, la perlesía,
de que pocos escapan; al soberbio su misma miseria lo desengaña,
conociéndose que es lodo; al mentiroso puso freno la mala voz y
afrentas que de ordinario recibe en sus mismas barbas; al desatinado blasfemo
corrigieron continuas reprehensiones de sus amigos y deudos. Todos tarde
o temprano sacan fruto y dejan, como la culebra, el hábito viejo,
aunque para ello se estrechen. A todos he hallado señales de su
salvación; en sólo el escribano pierdo la cuenta: ni le hallo
enmienda más hoy que ayer, este año que los treinta pasados,
que siempre es el mismo. Ni sé cómo se confiesa ni quién
lo absuelve -digo al que no usa fielmente de su oficio-, porque informan
y escriben lo que se les antoja, y por dos ducados o por complacer a
el amigo y aun a la amiga -que negocian mucho los mantos- quitan las vidas,
las honras y las haciendas, dando puerta a infinito número de pecados.
Pecan de codicia insaciable, tienen hambre canina, con un calor de fuego
infernal en el alma, que les hace tragar sin mascar, a diestro y a siniestro,
la hacienda ajena. Y como reciben por momentos lo que no se les debe,
y aquel dinero, puesto en las palmas de las manos, en el punto se convierte
en sangre y carne, no lo pueden volver a echar de sí, y al mundo
y al diablo sí. Y así me parece que cuando alguno se salva
-que no todos deben de ser como los que yo he llegado a tratar-, al entrar
en la gloria, dirán los ángeles unos a otros llenos de alegría:
′Laetamini in Domino. ¿:Escribano en el cielo Fruta nueva,
fruta nueva′. » Con esto acabó su sermón.
Que hayan vuelto al escribano, pase. También sabrá
responder por sí, dando a su culpa disculpa, que el hierro también
se puede dorar. Y dirán que son los aranceles del tiempo viejo,
que los mantenimientos cada día valen más, que los pechos
y derechos crecen, que no les dieron de balde los oficios, que de su dinero
han de sacar la renta y pagarse de la ocupación de su persona.
Y así debió de ser en todo tiempo, pues Aristóteles
dice que el mayor daño que puede venir a la república es
de la venta de los oficios. Y Alcámeno, espartano, siendo preguntado
cómo será un reino bienaventurado, respondió que menospreciando
el rey su propia ganancia. Mas el juez que se lo dieron gracioso, en confianza
para hacer oficio de Dios, y, así se llaman dioses de la tierra,
decir deste tal que vende la justicia dejando de castigar lo malo y premiar
lo bueno y que, si le hallara rastro de pecado, lo salvara, niégolo
y con evidencia lo pruebo.
¿:Quién ha de creer haya en el mundo juez tan malo,
descompuesto ni desvergonzado -que tal sería el que tal hiciese-,
que rompa la ley y le doble la vara un monte de oro Bien que por ahí
dicen algunos que esto de pretender oficios y judicaturas va por ciertas
indirectas y destiladeras, o, por mejor decir, falsas relaciones con que
se alcanzan; y después de constituidos en ellos, para volver algunos
a poner su caudal en pie, se vuelven como pulpos. No hay poro ni coyuntura
en todo su cuerpo que no sean bocas y garras. Por allí les entra
y agarran el trigo, la cebada, el vino, el aceite, el tocino, el paño,
el lienzo, sedas, joyas y dineros. Desde las tapicerías hasta las
especerías, desde su cama hasta la de su mula, desde lo más
granado hasta lo más menudo; de que sólo el arpón
de la muerte los puede desasir, porque en comenzándose a corromper,
quedan para siempre dañados con el mal uso y, así reciben
como si fuesen gajes, de manera que no guardan justicia; disimulan con
los ladrones, porque les contribuyen con las primicias de lo que roban;
tienen ganado el favor y perdido el temor, tanto el mercader como el regatón,
y con aquello cada no tiene su ángel de guarda comprado por su dinero,
o con lo más difícil de enajenar, para las impertinentes
necesidades del cuerpo, demás del que Dios les dio para las importantes
del alma.
Bien puede ser que algo desto suceda y no por eso se ha de presumir;
mas el que diere con la codicia en semejante bajeza, será de mil
uno, mal nacido y de viles pensamientos, y no le quieras mayor mal ni desventura:
consigo lleva el castigo, pues anda señalado con el dedo. Es murmurado
de los hombres, aborrecido de los ángeles, en público y secreto
vituperado de todos. Y así no por éste han de perder los
demás; y si alguno se queja de agraviado, debes creer que, como
sean los pleitos contiendas de diversos fines, no es posible que ambas
partes queden contentas de un juicio. Quejosos ha de haber con razón
o sin ella, pero advierte que estas cosas quieren solicitud y maña.
Y si te falta, será la culpa tuya, y no será mucho que
pierdas tu derecho, no sabiendo hacer tu hecho, y que el juez te niegue
la justicia, porque muchas veces la deja de dar al que le consta tenerla,
porque no la prueba y lo hizo el contrario bien, mal o como pudo; y otras
por negligencia de la parte o porque les falta fuerza y dineros con que
seguirla y tener opositor poderoso. Y así no es bien culpar jueces,
y menos en superiores tribunales, donde son muchos y escogidos entre los
mejores; y cuando uno por alguna pasión quisiese precipitarse, los
otros no la tienen y le irían a la mano.
Acuérdome que un labrador en Granada solicitaba por su interese
un pleito, en voz de concejo, contra el señor de su pueblo, pareciéndole
que lo había con Pero Crespo, el alcalde dél, y que pudiera
traer los oidores de la oreja. Y estando un día en la plaza Nueva
mirando la portada de la Chancillería, que es uno de los más
famosos edificios, en su tanto, de todos los de España, y a quien
de los de su manera no se le conoce igual en estos tiempos, vio que las
armas reales tenían en el remate a los dos lados la Justicia y
Fortaleza. Preguntándole otro labrador de su tierra qué hacía,
por qué no entraba a solicitar su negocio, le respondió:
« Estoy considerando que estas cosas no son para mí, y de buena
gana me fuera para mi casa; porque en ésta tienen tan alta la usticia,
que no se deja sobajar, ni sé si la podré alcanzar. »
No es maravilla, como dije, y lo sería, aunque uno la tenga,
no sabiendo ni pudiéndola defender, si se la diesen. A mi padre
se la dieron porque la tuvo, la supo y pudo pleitear; demás que
en el tormento purgó los indicios y tachó los testigos de
pública enemistad, que deponían de vanas presunciones y de
vano fundamento.
Ya oigo al murmurador diciendo la mala voz que tuvo: rizarse, afeitarse
y otras cosas que callo, dineros que bullían, presentes que cruzaban,
mujeres que solicitaban, me dejan la espina en el dedo. Hombre de la maldición,
mucho me aprietas y, cansado me tienes: pienso desta vez dejarte satisfecho
y no responder más a tus replicatos, que sería proceder en
infinito aguardar a tus sofisterías. Y así, no digo que
dices disparates ni cosas de que no puedas obtener la parte que quisieres,
en cuanto la verdad se determina. Y cuando los pleitos andan de ese modo,
escandalizan, mas todo es menester. Líbrete Dios de juez con leyes
del encaje y escribano enemigo de cualquier dellos cohechado.
Mas cuando te quieras dejar llevar de la opinión y voz del
vulgo - que siempre es la más flaca y menos verdadera, por serlo
el sujeto de donde sale-, dime como cuerdo: ¿:todo cuanto has dicho
es parte para que indubitablemente mi padre fuese culpado Y más
que, si es cierta la opinión de algunos médicos, que lo tienen
por enfermedad, ¿:quién puede juzgar si estaba mi padre sano
Y a lo que es tratar de rizados y más porquerías, no lo alabo,
ni a los que en España lo consienten, cuanto más a los que
lo hacen.
Lo que le vi el tiempo que lo conocí, te puedo decir. Era
blanco, rubio, colorado, rizo, y creo de naturaleza, tenía los
ojos grandes, turquesados. Traía copete y sienes ensortijadas. Si
esto era propio, no fuera justo, dándoselo Dios, que se tiznara
la cara ni arrojara en la calle semejantes prendas. Pero si es verdad,
como dices, que se valía de untos y artificios de sebillos que los
dientes y manos, que tanto le loaban, era a poder de polvillos, hieles,
jabonetes y otras porquerías, confesaréte cuanto dél
dijeres y seré su capital enemigo y de todos los que de cosa semejante
tratan; pues demás que son actos de afeminados maricas, dan ocasión
para que dellos murmuren y se sospeche toda vileza, viéndolos embarrados
y compuestos con las cosas tan solamente a mujeres permitidas, que, por
no tener bastante hermosura, se ayudan de pinturas y barnices, a costa
de su salud y dinero. Y es lástima de ver que no sólo las
feas son las que aquesto hacen, sino aun las muy hermosas, que pensando
parecerlo más, comienzan en la cama por la mañana y acaban
a mediodía, la mesa puesta. De donde no sin razón digo que
la mujer, cuanto más mirare la cara, tanto más destruye la
casa. Si esto es aun en mujeres vituperio, ¿:cuánto lo será
más en los hombres
¡Oh fealdad sobre toda fealdad, afrenta de todas las afrentas!
No me podrás decir que amor paterno me ciega ni el natural de
la patria me cohecha, ni me hallarás fuera de razón y verdad.
Pero si en lo malo hay descargo, cuando en alguna parte hubiera sido mi
padre culpado, quiero decirte una curiosidad, por ser este su lugar, y
todo sucedió casi en un tiempo. A ti servirá de viso y a
mí de consuelo, como mal de muchos.
El año de mil y quinientos y doce, en Ravena, poco antes
que fuese saqueada, hubo en Italia crueles guerras, y en esta ciudad
nació un monstruo muy estraño, que puso grandísima
admiración. Tenía de la cintura para arriba todo su cuerpo,
cabeza y rostro de criatura humana, pero un cuerno en la frente. Faltábanle
los brazos, y diole naturaleza por ellos en su lugar dos alas de murciélago.
Tenía en el pecho figurado la Y pitagórica, y en el
estómago, hacia el vientre, una cruz bien formada. Era hermafrodito
y muy formados los dos naturales sexos. No tenía más de un
muslo y en él una pierna con su pie de milano y las garras de
la misma forma. En el ñudo de a rodilla tenía un ojo solo.
De aquestas monstruosidades tenían todos muy gran admiración;
y considerando personas muy doctas que siempre semejantes monstruos suelen
ser prodigiosos, pusiéronse a especular su significación.
Y entre las más que se dieron, fue sola bien recebida la siguiente:
que el cuerno significaba orgullo y ambición; las alas, inconstancia
y ligereza; falta de brazos, falta de buenas obras; el pie de ave de rapiña,
robos, usuras y avaricias; el ojo en la rodilla, afición a vanidades
y cosas mundanas; los dos sexos, sodomía y bestial bruteza; en todos
los cuales vicios abundaba por entonces toda Italia, por lo cual Dios
la castigaba con aquel azote de guerras y disensiones. Pero la cruz
y la Y eran señales buenas y dichosas, porque la Y en el pecho significaba
virtud; la cruz en el vientre, que si, reprimiendo las torpes carnalidades,
abrazasen en su pecho la virtud, les daría Dios paz y ablandaría
su ira.
Ves aquí, en caso negado, que, cuando todo corra turbios,
iba mi padre con el hilo de la gente y no fue solo el que pecó.
Harto más digno de culpa serías tú, si pecases, por
la mejor escuela que has tenido. Ténganos Dios de su mano para no
caer en otras semejantes miserias, que todos somos hombres.
Capítulo II.
Guzmán de Alfarache prosigue contando quiénes fueron
sus padres. Principio del conocimiento y amores de su madre
Volviendo a mi cuento, ya dije, si mal no me acuerdo, que, cumplida
la penitencia, vino a Sevilla mi padre por cobrar la deuda, sobre que
hubo muchos dares y tomares, demandas y respuestas; y si no se hubiera
purgado en salud, bien creo que le saltara en arestín, mas como
se labró sobre sano, ni le pudieron coger por seca ni descubrieron
blanco donde hacerle tiro. Hubieron de tomarse medios, el uno por no pagarlo
todo y el otro por no perderlo todo: del agua vertida cogióse lo
que se pudo.
Con lo que le dieron volvió el naipe en rueda. Tuvo tales
y tan buenas entradas y suertes, que ganó en breve tiempo de comer
y aun de cenar. Puso una honrada casa, procuro arraigarse, compró
una heredad, jardín en San Juan de Alfarache, lugar de mucha recreación,
distante de Sevilla poco más de media legua, donde muchos días,
en especial por las tardes, el verano, iba por u pasatiempo y se hacían
banquetes.
Aconteció que, como los mercaderes hacían lonja para
sus contrataciones en las Gradas de la Iglesia Mayor (que era un andén
o paseo hecho a la redonda della, por la parte de afuera tan alto como
a los pechos, considerado desde lo llano de la calle, a poco más
o menos, todo cercado de gruesos mármoles y fuertes cadenas), estando
allí mi padre paseándose con otros tratantes, acertó
a pasar un cristianismo. A lo que se supo, era hijo secreto de cierto personaje.
Entróse tras la gente hasta la pila del baptismo por ver a mi madre
que, con cierto caballero viejo de hábito militar, que por serlo
comía mucha renta de la iglesia, eran padrinos. Ella era gallarda,
grave, graciosa, moza, hermosa, discreta y de mucha compostura. Estúvola
mirando todo el tiempo que dio lugar el ejercicio de aquel sacramento,
como abobado de ver tan peregrina hermosura; porque con la natural suya,
sin traer aderezo en el rostro, era tan curioso y bien puesto el de su
cuerpo, que, ayudándose unas prendas a otras, toda en todo, ni el
pincel pudo llegar ni la imaginación ventajarse. Las partes y faiciones
de mi padre ya las dije.
Las mujeres, que les parece los tales hombres pertenecer a la divinidad
y que como los otros no tienen pasiones naturales, echó de ver
con el cuidado que la miraba y no menos entre sí holgaba dello,
aunque lo disimulaba. Que no hay mujer tan alta que no huelgue ser mirada,
aunque el hombre sea muy bajo. Los ojos parleros, las bocas callando, se
hablaron, manifestando por ellos los corazones, que no consienten las almas
velos en estas ocasiones. Por entonces no hubo más de que se supo
ser prenda de aquel caballero, dama suya, que con gran recato la tenía
consigo. Fuese a su casa la señora y mi padre quedó rematado,
sin poderla un punto apartar de sí.
Hizo para volver a verla muy extraordinarias diligencias; pero,
si no fue algunas fiestas en misa, jamás pudo de otra manera en
muchos días. La gotera cava la piedra y la porfía siempre
vence, porque la continuación en las cosas las dispone. Tanto cavó
con la imaginación, que halló traza por los medios de una
buena dueña de tocas largas reverendas, que suelen ser las tales
ministros de Satanás, con que mina y prostra las fuertes torres
de las más castas mujeres; que por ellas mejorarse de monjiles
y mantos y tener en sus cajas otras de mermelada, no habrá traición
que no intenten, fealdad que no soliciten, sangre que no saquen, castidad
que no manchen, limpieza que no ensucien, maldad con que no salgan. Esta,
pues, acariciándola con palabras y regalándola con obras,
iba y venía con papeles. Y porque la dificultad está toda
en los principios y al enhornar suelen hacerse los panes tuertos, él
se daba buena maña; y por haber oído decir que el dinero
allana las mayores dificultades, manifestó siempre su fe con obras,
porque no se la condenasen por muerta.
Nunca fue perezoso ni escaso. Comenzó -como dije- con la
dueña a sembrar, con mi madre a pródigamente gastar; ellas
alegremente a recebir. Y como al bien la gratitud es tan debida y el que
recibe queda obligado a reconocimiento, la dueña lo solicitó
de modo que a las buenas ganas que mi madre tuvo fue llegando leño
a leño y de flacas estopas levantó brevemente un terrible
fuego. Que muchas livianas burlas acontecen a hacer pesadas veras. Era
-como lo has oído- mujer discreta, quería y recelaba, iba
y venía a su corazón, como al oráculo de sus deseos.
Poniendo el pro y el contra, ya lo tenía de la haz, ya del envés;
ya tomaba resolución, va lo volvía a conjugar de nuevo. Ultimamente
¿:qué no la plata, qué no corrompe el oro
Este caballero era hombre mayor, escupía, tosía,
quejábase de piedra, riñón y urina. Muy de ordinario
lo había visto en la cama desnudo a su lado: no le parecía
como mi padre, de aquel talle ni brío; y siempre el mucho trato,
donde no hay Dios, pone enfado. Las novedades aplacen, especialmente a
mujeres, que son de suyo noveleras, como la primera materia, que nunca
cesa de apetecer nuevas formas. Determinábase a dejarlo y mudar
de ropa, dispuesta a saltar por cualquier inconveniente; mas la mucha
sagacidad suya y largas experiencias, heredadas y mamadas al pecho de su
madre, le hicieron camino y ofrecieron ingeniosa resolución. Y sin
duda el miedo de perder lo servido la tuvo perpleja en aquel breve tiempo,
que de otro modo ya estaba bien picada. Que o que mi padre le significó
una vez, el diablo se lo repitió diez, y así no estaba tan
dificultosa de ganarse Troya.
La señora mi madre hizo su cuenta: « En esto no pierde
mi persona ni vendo alhaja de mi casa, por mucho que a otros dé.
Soy como la luz: entera me quedo y nada se me gasta. De quien tanto he
recebido, es bien mostrarme agradecida: no le he de ser avarienta. Con
esto coseré a dos cabos, comeré con dos carrillos. Mejor
se asegura la nave sobre dos ferros, que con uno: cuando el uno suelte,
queda el otro asido. Y si la casa se cayere, quedando el palomar en pie,
no le han de faltar palomas ». En esta consideración trató
con su dueña el cómo y cuándo sería. Viendo,
pues, que n su casa era imposible tener sus gustos efecto, entre otras
muchas y muy buenas trazas que se dieron, se hizo, por mejor, elección
de la siguiente.
Era entrado el verano, fin de mayo, y el pago de Gelves y San Juan
de Alfarache el más deleitoso de aquella comarca, por la fertilidad
y disposición de la tierra, que es toda una, y vecindad cercana
que le hace el río Guadalquivir famoso, regando y calificando con
sus aguas todas aquellas huertas y florestas. Que con razón, si
en la tierra se puede dar conocido paraíso, se debe a este sitio
el nombre dél: tan adornado está de frondosas arboledas,
lleno y esmaltado de varias flores, abundante de sabrosos frutos, acompañado
de plateadas corrientes, fuentes spejadas, frescos aires y sombras deleitosas,
donde los rayos del sol no tienen en tal tiempo licencia ni permisión
de entrada.
A una destas estancias de recreación concertó mi
madre, con su medio matrimonio y alguna de la gente de su casa, venirse
a holgar un día. Y aunque no era a la de mi padre la heredad adonde
iban, estaba un poco más adelante, en término de Gelves,
que de necesidad se había de pasar por nuestra puerta. Con este
cuidado y sobre concierto, cerca de llegar a ella mi madre se comenzó
a quejar de un repentino dolor de estómago. Ponía el achaque
al fresco de la mañana, de do se había causado; fatigóla
de manera, que le fue forzoso dejarse caer de la jamuga en que en un pequeño
sardesco iba sentada, haciendo tales estremos, gestos y ademanes -apretándose
el vientre, torciendo las manos, desmayando la cabeza, desabrochándose
los pechos-, que todos la creyeron y a todos amancillaba, teniéndole
compasiva lástima.
Comenzábanse a llegar pasajeros; cada uno daba su remedio.
Mas como no había de dónde traerlo ni lugar para hacerlo,
eran impertinentes. Volver a la ciudad, imposible; pasar de allí,
dificultoso; estarse quedos en medio del camino, ya puedes ver el mal comodo.
Los acidentes crecían. Todos estaban confusos, no sabiendo qué
hacerse. Uno de los que se llegaron, que fue de propósito echado
para ello, dijo:
-Quítenla del pasaje, que es crueldad no remediarla, y métanla
en la casa desta heredad primera.
Todos lo tuvieron por bueno y determinaron, en tanto que pasase
aquel accidente, pedir a los caseros la dejasen entrar. Dieron algunos
golpes apriesa y recio. La casera fingió haber entendido que era
su señor. Salió diciendo:
-¡Jesús!, ¡ay Dios!, perdone Vuesa Merced, que
estaba ocupada y no pude más.
Bien sabía la vejezuela todo el cuento y era de las que
dicen: no chero, no sabo. Doctrinada estaba en lo que había
de hacer y de mi padre prevenida. Demás que no era lerda y para
semejantes achaques tenía en su servicio lo que había menester.
Y en esto, entre las más ventajas, la hacen los ricos a los pobres,
que los pobres, aunque buenos, siempre son ellos los que sirven a sus malos
criados; y los ricos, aunque malos, sirviéndose de buenos son solos
los bien servidos. Mi buena mujer abrió su puerta y, desconocida
la gente, dijo con disimulo:
-¡Mal hora!, que pensé que era nuestro amo y no me
han dejado gota de sangre en el cuerpo, de cómo me tardaba. Y
bien, ¿:qué es lo que mandan los señores ¿:Quieren
algo sus mercedes
El caballero respondió:
-Mujer honrada, que nos deis lugar donde esta señora descanse
un poco, que le ha dado en el camino un grave dolor de estómago.
La casera, mostrándose con sentimiento, pesarosa, dijo:
-¡Noramaza sea, qué dolor mal empleado en su cara
de rosa! Entren en buen hora, que todo está a su servicio.
Mi madre, a todas estas, no hablaba y de sólo su dolor se
quejaba. La casera, haciéndole las mayores caricias que pudo,
les dio la casa franca, metiéndolos en una sala baja, donde en una
cama, que estaba armada, tenía puestos en rima unos colchones. Presto
los desdobló y, tendidos, luego sacó de un cofre sábanas
limpias y delgadas, colcha y almohadas, con que le aderezó en que
reposase.
Bien pudiera estar la cama hecha, el aposento lavado, todo perfumado,
ardiendo los pebetes y los pomos vaheando, el almuerzo aderezado y puestas
a punto muchas otras cosas de regalo; mas alguna dellas ni la casera llegar
a la puerta ni tenella menos que cerrada convino. Antes aguardó
a que llamasen para que no pareciera cautela que pudiera engendrar sospecha
de donde viniera fácilmente a descubrirse la encamisada, que tal
fue la deste día. Mi madre con sus dolores desnudóse, metióse
en la cama, pidiendo a menudo paños calientes que, siéndole
traídos, haciendo como que los ponía en el vientre, los
bajaba más abajo de las rodillas y aun algo apartados de sí,
porque con el calor le daban pesadumbre y temía no le causasen alguna
remoción, de donde resultara aflojarse el estómago.
Con este beneficio se fue aliviando mucho y fingió querer
dormir, por descansar un poco. El pobre caballero, que sólo su
regalo deseaba, holgó dello y la dejó en la cama sola. Luego,
cerrando con un cerrojo la sala por defuera, se fue a desenfadar por los
jardines, encargando el silencio, que nadie abriese ni hiciese ruido, y
a la buena de nuestra dueña en guarda, en tanto que lla, recordada,
llamase.
Mi padre no dormía, que con atención lo estaba oyendo
todo y acechando lo que podía por la entrada de la llave de la
cerradura del postigo de un retrete, donde estaba metido. Y estando todo
muy quieto y avisadas la dueña y casera que con cuidado estuviesen
en alerta para darles aviso, con cierta seña secreta, cuando el
patrón volviese, abrió su puerta para ver y hablar a la señora.
En aquel punto cesaron los dolores fingidos y se manifestaron los verdaderos.
En esto se entretuvieron largas dos horas, que en dos años no se
podría contar lo que en ellas pasaron.
Ya iba entrando el día con el calor, obligando al caballero
a recogerse. Con esto y deseo de saber la mejoría de su enferma
y si allí habían de quedar o pasar adelante, le hizo volver
a visitarla. En el punto fueron avisados, y mi padre, con gran dolor de
su corazón, se volvió a encerrar donde primero estaba.
Entrando su viejo galán, se mostró adormecida y que,
al ruido, recordaba. Hizo luego luego un melindre de enojada, diciendo:
-¡Ay, válgame Dios!, ¿:por qué abrieron
tan presto sin quererme dejar que reposase un poco
El bueno de nuestro paciente le respondió:
-Por tus ojos, niña, que me pesa de haberlo hecho, pero
más de dos horas has dormido.
-No, ni media -replicó mi madre-, que agora me pareció
cerraba el ojo, y en mi vida no he tenido tan descansado rato.
No mentía la señora, que con la verdad engañaba,
y mostrando el rostro un poco alegre, alabó mucho el remedio que
le habían hecho, diciendo que le había dado la vida. El señor
se alegró dello, y de acuerdo de ambos concertaron celebrar allí
su fiesta y acabar de pasar el día, porque no menos era el jardín
ameno que el donde iban. Y por estar no lejos, mandaron volver la comida
y las más cosas que allá estaban.
En tanto que desto se trataba, tuvo mi padre lugar cómo
salir secretamente por otra puerta y volverse a Sevilla, donde las horas
eran de a mil años, los momentos, largo siglo, y el tiempo que de
sus nuevos amores careció, penoso infierno.
Ya cuando el sol declinaba, serían como las cinco de la
tarde, subiendo en su caballo, como cosa ordinaria suya, se vino a la
heredad. En ella halló aquellos señores, mostró alegrarse
de verlos, pesóle de la desgracia sucedida, de donde resultó
el quedarse, porque luego le refirieron lo pasado. Era muy cortés,
la habla sonora y no muy clara, hizo muy discretos y disimulados ofrecimientos:
de la otra parte no le quedaron deudores. Trabóse la amistad con
muchas veras en lo público y con mayores los dos en lo secreto,
por las buenas prendas que estaban de por medio.
Hay diferencia entre buena voluntad, amistad y amor. Buena voluntad
es la que puedo tener al que nunca vi ni tuve dél otro conocimiento
que oír sus virtudes o nobleza, o lo que pudo y bastó moverme
a ello. Amistad llamamos a la que comúnmente nos hacemos tratando
y comunicando o por prendas que corren de por medio. De manera, que la
buena voluntad se dice entre ausentes y amistad entre presentes. Pero amor
corre por otro camino. Ha de ser forzosamente recíproco, traslación
de dos almas, que cada una dellas asista más donde ama que adonde
anima. Este es más perfecto, cuanto lo es el objeto; y el
verdadero, el divino. Así debemos amar a Dios sobre todas las cosas,
con todo nuestro corazón y de todas nuestras fuerzas, pues El
nos ama tanto. Después déste, el conyugal y del prójimo.
Porque el torpe y deshonesto no merece ni es digno deste nombre, como
bastardo. Y de cualquier manera, donde hubiere amor, ahí estarán
los hechizos, no hay otros en el mundo. Por él se truecan condiciones,
allanan dificultades y doman fuertes leones. Porque decir que hay bebedizos
o bocados para amar, es falso. Y lo tal sólo sirve de trocar el
juicio, quitar la vida, solicitar la memoria, causar enfermedades y graves
accidentes. El amor ha de ser libre. Con libertad ha de entregar las
potencias a lo amado; que el alcaide no da el castillo cuando por fuerza
se lo quitan, y el que amase por malos medios no se le puede decir que
ama, pues va forzado adonde no le lleva su libre voluntad.
La conversación anduvo y della se pidió juego. Comenzaron
una primera en tercio. Ganó mi madre, porque mi padre se hizo
perdedizo. Y queriendo anochecer, dejando de jugar salieron por el jardín
a gozar del fresco. En tanto pusieron las mesas. Traída la cena,
cenaron y, haciendo para después aderezar de ramos y remos un ligero
barco, llegados a la lengua del agua, se entraron en eacute;l, oyendo de
otros que andaban por el río gran armonía de concertadas
músicas, cosa muy ordinaria en semejante lugar y tiempo.
Así llegaron a la ciudad, yéndose cada uno a su casa
y cama; salvo el juicio del buen contemplativo, si mi madre, cual otra
Melisendra, durmió con su consorte, El cuerpo preso en Sansueña
y en París cativa el alma.
Fue tan estrecha la amistad que se hacían de aquel día
en adelante los unos a los otros, continuada con tanta discreción
y buena maña, por lo mucho que se aventuraba en perderla, cuanto
se puede presumir de la sutileza de un levantisco tinto en ginovés,
que liquida y apura cuánto más merma, por ciento, el pan
partido a manos o el cortado a cuchillo; y de una mujer de las prendas
que he dicho, andaluz, criada en buena escuela, cursada entre los dos coros
y naves de la Antigua, que antes había tenido achaques, de donde
sin conservar cosa propia ni de respeto, el día que asentó
la compañía con el caballero, me juró que metió
de puesto más de tres mil ucados de solas joyas de oro y plata,
sin el mueble de casa y ropas de vestir.
El tiempo corre, y todo tras él. Cada día que amanece,
amanecen cosas nuevas y, por más que hagamos, no podemos escusar
que cada momento que pasa no lo tengamos menos de la vida, amaneciendo
siempre más viejos y cercanos a la muerte. Era el buen caballero-
como tengo significado- hombre anciano y cansado; mi madre moza, hermosa
y con salsas. La ocasión irritaba el apetito, de manera que su desorden
le abrió la sepultura. Comenzó con flaquezas de estómago,
demedió en dolores de cabeza, con una calenturilla; después
a pocos lances acabó relajadas las ganas del comer. De treta en
treta lo consumió el mal vivir y al fin murióse, sin podelle
dar vida a que él juraba siempre que lo era suya; y todo mentira,
pues lo enterraron quedando ella viva.
Estábamos en casa cantidad de sobrinos, pero ninguno para
con ellos más de a mí de mi madre. Los más eran
como pan de diezmo, cada uno de la suya. Que el buen señor, a quien
Dios perdone, había holgado poco en esta vida. Y al tiempo de su
fallecimiento, ellos por una parte, mi madre por otra, aún el alma
tenía en el cuerpo y no sábanas en la cama. Que el saco de
Anvers no fue tan riguroso con el temor del secresto. Como mi madre cuajaba
la nata, era la ropera, tenía las llaves y privanza, metió
con tiempo las manos donde estaba su corazón; aunque lo más
importante todo lo tenía ella y dello era señora. Mas viéndose
a peligro, parecióle mejor dar con ello salto de mata que después
rogar a buenos.
Diéronse todos tal maña, que apenas hubo con qué
enterrarlo. Pasados algunos días, aunque pocos, hicieron muchas
diligencias para que la hacienda pareciese. Clavaron censuras por las iglesias
y a puertas de casas; mas allí se quedaron, que pocas veces quien
hurta lo vuelve. Pero mi madre tuvo escusa: que el que buen siglo haya
le decía, cuando visitaba las monedas y recorría los cofres
y, escritorios o trayendo algo a su casa: « Esto es tuyo y para ti,
señora mía. » Así, le dijeron letrados que con
esto tenía satisfecha la conciencia, demás que le era deuda
debida: porque, aunque lo ganaba torpemente, no torpemente lo recebía.
En esta muerte vine a verificar lo que antes había oído
decir: que los ricos mueren de hambre, los pobres de ahítos, y
los que no tienen herederos y gozan bienes eclesiásticos, de frío;
cual éste podrá servir de ejemplo, pues viviendo no le dejaron
camisa y la del cuerpo le hicieron de cortesía. Los ricos, por temor
no les haga mal, vienen a hacelles mal, pues comiendo por onzas y bebiendo
con dedales, viven por adarmes, muriendo de hambre antes que de rigor de
enfermedad. Los pobres, como pobres, todos tienen misericordia dellos:
unos les envían, otros les traen, todos de todas partes les acuden,
especialmente cuando están en aquel estremo. Y como los hallan desflaquecidos
y hambrientos, no hacen elección, faltando quien se lo administre;
comen tanto ue, no pudiéndolo digerir por falta de calor natural,
ahogándolo con viandas, mueren ahítos.
También acontece lo mismo aun en los hospitales, donde algunas
piadosas mentecaptas, que por devoción los visitan, les llevan
las faltriqueras y mangas llenas de colaciones y criadas cargadas con espuertas
de regalos y, creyendo hacerles con ello limosna, los entierran de por
amor de Dios. Mi parecer sería que no se consintiese, y lo tal antes
lo den al enfermero que al enfermo. Porque de allí saldrá
con parecer del médico cada cosa para su lugar mejor distribuido,
pues lo que así no se hace es dañoso y peligroso. Y en cuanto
a caridad mal dispensada, no considerando el útil ni el daño,
el tiempo ni la enfermedad, si conviene o no conviene, los engargantan
como a apones en cebadero, con que los matan. De aquí quede asentado
que lo tal se dé a los que administran, que lo sabrán repartir,
o en dineros para socorrer otras mayores necesidades.
¡Oh, qué gentil disparate! ¡Qué fundado
en Teología! ¿:No veis el salto que he dado del banco a
la popa ¡Qué vida de Juan de Dios la mía para dar
esta dotrina! Calentóse el horno y salieron estas llamaradas. Podráseme
perdonar por haber sido corto. Como encontré con el cinco, llevémelo
de camino. Así lo habré de hacer adelante las veces que se
ofrezca. No mires a quien lo dice, sino a lo que se te dice; que el bizarro
vestido que te pones, no se considera si lo hizo un corcovado. Ya te prevengo,
para que me dejes o te armes de paciencia. Bien sé que es imposible
ser de todos bien recebido, pues no hay vasija que mida los gustos ni balanza
que los iguale: cada uno tiene el suyo y, pensando que es el mejor, es
el más engañado, porque los más los tienen más
estragados.
Vuelvo a mi puesto, que me espera mi madre, ya viuda del primero
poseedor, querida y tiernamente regalada del segundo. Entre estas y esotras,
ya yo tenía cumplidos tres años, cerca de cuatro; y por la
cuenta y reglas de la ciencia femenina, tuve dos padres, que supo mi madre
ahijarme a ellos y alcanzó a entender y obrar lo imposible de las
cosas. Vedlo a los ojos, pues agradó igualmente a dos señores,
trayéndolos contentos y bien servidos. Ambos me conocieron por hijo:
el uno me lo llamaba y el otro también. Cuando el caballero estaba
solo, le decía que era un estornudo suyo y que tanta similitud no
se hallaba en dos huevos. Cuando hablaba con mi padre, afirmaba que él
era yo, cortada la cabeza, que se maravillaba, pareciéndole tanto
-que cualquier ciego lo conociera sólo con pasar las manos por el
rostro-, no haberse descubierto, echándose de ver el engaño;
mas que con la ceguedad que la amaban y confianza que hacían de
os dos, no se había echado de ver ni puesto sospecha en ello.
Y así cada uno lo creyó y ambos me regalaban. La
diferencia sola fue serlo, en el tiempo que vivió, el buen viejo
en lo público y el estranjero en lo secreto, el verdadero. Porque
mi madre lo certificaba después, haciéndome largas relaciones
destas cosas. Y así protesto no me pare perjuicio lo que quisieren
caluniarme. De su boca lo oí, su verdad refiero; que sería
gran temeridad afirmar cuál de los dos me engendrase o si soy de
otro tercero. En esto perdone la que me parió, que a ninguno está
bien decir mentira, y menos a quien escribe, ni quiero que digan que sustento
disparates. Mas la mujer que a dos dice que quiere, a entrambos engaña
y della no se puede hacer confianza. Esto se entiende por la soltera, que
la regla de las casadas es otra. Quieren decir que dos es uno y uno ninguno
y tres bellaquería. Porque no haciendo cuenta del marido, como es
así la verdad, él solo es ninguno y él con otro hacen
uno; y con él otros dos, que son por todos tres, equivalen a los
dos de la soltera. Así que, conforme a su razón, cabal está
la cuenta. Sea como fuere, y el levantisco, mi padre; que pues ellos lo
dijeron y cada uno por sí lo averaba, no es bien que yo apele
las partes conformes. Por suyo me llamo, por tal me tengo, pues de aquella
melonada quedé ligitimado con el santo matrimonio, y estáme
muy mejor, antes que diga un cualquiera que soy malnacido y hijo de ninguno.
Mi padre nos amó con tantas veras como lo dirán sus
obras, pues tropelló con este amor la idolatría del qué
dirán, la común opinión, la voz popular, que no le
sabían otro nombre sino la comendadora, y así respondía
por él como si tuviera colada la encomienda. Sin reparar en esto
ni dársele un cabello por esotro, se desposó y casó
con ella. También quiero que entiendas que o lo hizo a humo de pajas.
Cada uno sabe su cuento y más el cuerdo en su casa que el necio
en la ajena.
En este tiempo intermedio, aunque la heredad era de recreación,
esa era su perdición: el provecho poco, el daño mucho,
la costa mayor, así de labores como de banquetes. Que las tales
haciendas pertenecen solamente a los que tienen otras muy asentadas y acreditadas
sobre quien cargue todo el peso; que a la más gente no muy descansada
son polilla que les come hasta el corazón, carcoma que se le hace
ceniza y cicuta en vaso de ámbar. Esto, por una parte; los pleitos,
los amores de mi madre y otros gastos que ayudaron, por otra, lo tenían
harto delgado, a pique e dar estrallido, como lo había de costumbre.
Mi madre era guardosa, nada desperdiciada. Con lo que en sus mocedades
ganó y en vida del caballero y con su muerte recogió, vino
a llegar casi diez mil ducados, con que se dotó. Con este dinero,
hallado de refresco, volvió un poco mi padre sobre sí; como
torcida que atizan en candil con poco aceite, comenzó a dar luz;
gastó, hizo carroza y silla de manos, no tanto por la gana que dello
tenía mi madre, como por la ostentación que no le reconocieran
su flaqueza. Conservóse lo menos mal que pudo. Las ganancias no
igualaban a las expensas. Uno a ganar y muchos a gastar, el tiempo por
su parte a apretar, los años caros, las correspondencias pocas y
malas. Lo bien anado se pierde, y lo malo, ello y su dueño. El pecado
lo dio y él -creo- lo consumió, pues nada lució y
mi padre de una enfermedad aguda en cinco días falleció.
Como quedé niño de poco entendimiento, no sentí
su falta; aunque ya tenía de doce años adelante. Y no embargante
que venimos en pobreza, la casa estaba con alhajas, de que tuvimos que
vender para comer algunos días. Esto tienen las de los que han sido
ricos, que siempre vale más el remaniente que el puesto principal
de las de los pobres, y en todo tiempo dejan rastros que descubren lo que
fue, como las ruinas de Roma.
Mi madre lo sintió mucho, porque perdió bueno y honrado
marido. Hallóse sin él, sin hacienda y con edad en que
no le era lícito andar a rogar para valerse de sus prendas ni volver
a su crédito. Y aunque su hermosura no estaba distraída,
teníanla los años algo gastada. Hacíasele de mal,
habiendo sido rogada de tantos tantas veces, no serlo también entonces
y de persona tal que nos pelechara; que no lo siendo, ni ella lo hiciera
ni yo lo permitiera.
Aun hasta en esto fui desgraciado, pues aquel juro que tenía
se acabó cuando tuve dél mayor necesidad. Mal dije se acabó,
que aún estaba de provecho y pudiera tener el día que se
puso tocas poco más de cuarenta años. Yo he conocido después
acá doncellejas de más edad y no tan buena gracia llamarse
niñas y afirmar que ayer salieron de mantillas. Mas, aunque a mi
madre no se le onocía tanto, ella, como dije, no diera su brazo
a torcer y antes muriera de hambre que bajar escalones ni faltar un quilate
de su punto.
Veisme aquí sin uno y otro padre, la hacienda gastada y,
lo peor de todo, cargado de honra y la casa sin persona de provecho para
poderla sustentar. Por la parte de mi padre no me hizo el Cid ventaja,
porque atravesé la mejor partida de la señoría. Por
la de mi madre no me faltaban otros tantos y más cachivaches de
los abuelos. Tenía más enjertos que los cigarrales de Toledo,
según después entendí. Como cosa pública lo
digo, que tuvo mi madre dechado en la suya y labor de que sacar cualquier
obra virtuosa. Y así por los proprios pasos parece la iba siguiendo,
salvo n los partos, que a mi abuela le quedó hija para su regalo
y a mi madre hijo para su perdición.
Si mi madre enredó a dos, mi abuela dos docenas. Y como
a pollos -como dicen- los hacía comer juntos en un tiesto y dormir
en un nidal, sin picarse los unos a los otros ni ser necesario echalles
capirotes. Con esta hija enredó cien linajes, diciendo y jurando
a cada padre que era suya; y a todos les parecía: a cuál
en los ojos, a cuál en la boca y en más partes y composturas
del cuerpo, hasta fingir lunares para ello, sin faltar a quien pareciera
en el escupir. Esto tenía por excelencia bueno, que la parte presente
siempre la llamaba de aquel apellido; y si dos o más había,
el nombre a secas. El propio era Marcela, su don por encima despolvoreado,
porque se compadecía menos dama sin don, que casa sin aposento,
molino sin rueda ni cuerpo sin sombras. Los cognombres, pues eran como
quiera, yo certifico que procuró apoyarla con lo mejor que pudo,
dándole más casas nobles que pudiera un rey de armas, y fuera
repetirlas una letanía. A los Guzmanes era donde se inclinaba más,
y certificó en secreto a mi madre que a su parecer, según
e ditaba su conciencia y para descargo della, creía, por algunas
indirectas, haber sido hija de un caballero, deudo cercano a los duques
de Medina Sidonia.
Mi abuela supo mucho y hasta que murió tuvo qué gastar.
Y no fue maravilla, pues le tomó la noche cuando a mi madre le
amanecía, y la halló consigo a su lado; que el primer tropezón
le valió más de cuatro mil ducados, con un rico perulero
que contaba el dinero por espuertas. Nunca falleció de su punto
ni lo perdió de su deber; ni se le fue cristiano con sus derechos
ni dio al diablo primicia. Aun si otro tanto nos aconteciera el mal fuera
menos, o, si como nací solo, naciera una hermana, arrimo de mi madre,
báculo de su vejez, columna de nuestras miserias, puerto de nuestros
naufragios, diéramos dos higas a la fortuna. Sevilla era bien acomodada
para cualquier granjería y tanto se lleve a vender como se compra,
porque hay marchantes para todo. Es patria común, dehesa franca,
ñudo ciego, campo abierto, globo sin fin, madre de huérfanos
y capa de pecadores, donde todo es necesidad y ninguno la tiene. O si no,
la corte, que es la mar que todo lo sorbe y adonde todo va a parar. Que
no fuera yo menos hábil que los otros. No me faltaran entretenimientos,
oficios, comisiones y otras cosas honrosas, con tal favor a mi lado, que
era tenerlo en la bolsa. Y a mal suceder, no nos pudiera faltar comer y
beber como reyes; que al hombre que lleva semejante prenda que empeñar
o vender, siempre tendrá quien la compre o le é sobre ella
lo necesario.
Yo fui desgraciado, como habéis oído: quedé
solo, sin árbol que me hiciese sombra, los trabajos a cuestas,
la carga pesada, las fuerzas flacas, la obligación mucha, la facultad
poca. Ved si un mozo como yo, que ya galleaba, fuera justo con tan honradas
partes estimarse en algo.
El mejor medio que hallé fue probar la mano, para salir
de miseria, dejando mi madre y tierra. Hícelo así, y, para
no ser conocido, no me quise valer del apellido de mi padre; púseme
el Guzmán de mi madre y Alfarache de la heredad adonde tuve mi principio.
Con esto salí a ver mundo, peregrinando por él, encomendándome
a Dios y buenas gentes, en quien hice confianza.
Capítulo III. .
Cómo Guzmán salió de su casa un viernes por
la tarde y lo que le sucedió en una venta
Era yo muchacho vicioso y regalado, criado en Sevilla sin castigo
de padre, la madre viuda -como lo has oído-, cebado a torreznos,
molletes y mantequillas y sopas de miel rosada, mirado y adorado, más
que hijo de mercader de Toledo o tanto. Hacíaseme de mal dejar mi
casa, deudos y amigos; demás que es dulce amor el de la patria.
Siéndome forzoso, no pude escusarlo. Alentábame mucho el
deseo de ver mundo, ir a reconocer en Italia mi noble parentela.
Salí, que no debiera, pude bien decir, tarde y con mal.
Creyendo hallar copioso remedio, perdí el poco que tenía.
Sucedióme lo que al perro con la sombra de la carne. Apenas había
salido de la puerta, cuando sin poderlo resistir, dos Nilos reventaron
de mis ojos, que regándome el rostro en abundancia, quedó
todo de lágrimas bañado. Esto y querer anochecer no me dejaban
ver cielo ni palmo de tierra por donde iba. Cuando llegué a San
Lázaro, que está de la ciudad poca istancia, sentéme
en la escalera o gradas por donde suben a aquella devota ermita.
Hice allí de nuevo alarde de mi vida y discursos della.
Quisiera volverme, por haber salido mal apercebido, con poco acuerdo
y poco dinero para viaje tan largo, que aun para corto no llevaba. Y sobre
tantas desdichas -que, cuando comienzan, vienen siempre muchas y enzarzadas
unas de otras como cerezas- era viernes en la noche y algo oscura; no había
cenado ni merendado: si fuera día de carne, que a la salida de la
ciudad, aunque fuera naturalmente ciego, el olor me llevara en alguna pastelería,
comprara un pastel con que me entretuviera y enjugara el llanto, el mal
fuera menos.
Entonces eché de ver cuánto se siente más
el bien perdido y la diferencia que hace del hambriento el harto. Los
trabajos todos comiendo se pasan; donde la comida falta, no hay bien que
llegue ni mal que no sobre, gusto que dure ni contento que asista: todos
riñen sin saber por qué, ninguno tiene culpa, unos a otros
la ponen, todos trazan y son quimeristas, todo es entonces gobierno y filosofía.
Vime con ganas de cenar y sin qué poder llegar a la boca,
salvo agua fresca de una fuente que allí estaba. No supe qué
hacer ni a qué puerto echar. Lo que por una parte me daba osadía,
por otra me acobardaba. Hallábame entre miedos y esperanzas, el
despeñadero a los ojos y lobos a las espaldas. Anduve vacilando;
quise ponerlo en las manos de Dios: entré en la iglesia, hice mi
oración, breve, pero no sé sí devota: no me dieron
lugar para más por ser hora de cerrarla y recogerse. Cerróse
la noche y con ella mis imaginaciones, mas no los manantiales y llanto.
Quedéme con él dormido sobre un poyo del portal acá
fuera.
No sé qué lo hizo, si es que por ventura las melancolías
quiebran en sueño, como lo dio a entender el montañés
que, llevando a enterrar a su mujer, iba en piernas, descalzo y el sayo
del revés, lo de dentro afuera. En aquella tierra están las
casas apartadas, y algunas muy lejos de la iglesia; pasando, pues, por
la taberna, vio que vendían vino blanco. Fingió quererse
quedar a otra cosa y dijo: « Anden, señores, con la malograda,
que en un trote los alcanzo... » Así, se entró en la
taberna y de un sorbito en otro emborrachóse, quedándose
dormido. Cuando los del acompañamiento volvieron del entierro
y lo hallaron en el suelo tendido, lo llamaron. El, recordando,
les dijo: « ¡Mal hora!, señores, perdonen sus mercedes,
que ¡ma Dios! non hay así cosa que tanta sed y sueño
poña como sinsaborias ».
Así yo, que ya era del sábado el sol salido casi
con dos horas, cuando vine a saber de mí. No sé si despertara
tan presto si los panderos y bailes de unas mujeres que venían a
velar aquel día, con el tañer y cantar no me recordaran.
Levantéme, aunque tarde, hambriento y soñoliento, sin saber
dónde estaba, que aún me parecía cosa de sueño.
Cuando vi que eran veras, dije entre mí: Echada está la suerte,
¡vaya Dios comigo! » Y con resolución comencé
mi camino; pero no sabía para dónde iba ni en ello había
reparado.
Tomé por el uno que me pareció más hermoso,
fuera donde fuera. Por lo de entonces me acuerdo de las casas y repúblicas
mal gobernadas, que hacen los pies el oficio de la cabeza. Donde la razón
y entendimiento no despachan, es fundir el oro, salga lo que saliere, y
adorar después un becerro. Los pies me llevaban; yo los iba siguiendo,
saliera bien o mal, a monte o a poblado.
Quísome parecer a lo que aconteció en la Mancha con
un médico falso. No sabía letra ni había nunca estudiado.
Traía consigo gran cantidad de receptas, a una parte de jarabes
y a otra de purgas. Y cuando visitaba algún enfermo, conforme al
beneficio que le había de hacer, metía la mano y sacaba una,
diciendo primero entre sí: « ¡Dios te la depare buena! »,
y así le daba la con que primero encontraba. En sangrías
no había cuenta con vena ni cantidad, mas de a poco más o
menos, como le salía de la boca. Tal se arrojaba por medio de los
trigos.
Pudiera entonces decir a mí mismo: « ¡Dios te
la depare buena! », pues no sabía la derrota que llevaba
ni a la parte que caminaba. Mas, como su divina Majestad envía los
trabajos según se sirve y para los fines que sabe, todos enderezados
a nuestro mayor bien, si queremos aprovecharnos dellos, por todos le debemos
dar gracias, pues son señales que no se olvida de nosotros. A mí
me comenzaron a venir y me siguieron, sin dar un momento de espacio desde
que comencé a caminar, y así en todas partes nunca me faltaron.
Mas no eran éstos de los que Dios envía, sino los que yo
me buscaba.
La diferencia que hay de unos a otros es que los venidos de la
mano de Dios El sabe sacarme dellos, y son los tales minas de
oro finísimo, joyas preciosísimas cubiertas con una ligera
capa de tierra, que con poco trabajo se pueden descubrir y hallar. Mas
los que los hombres toman por sus vicios y deleites son píldoras
doradas que, engañando la vista con aparencia falsa de sabroso gusto,
dejan el cuerpo descompuesto y desbaratado. Son verdes prados llenos de
ponzoñosas íboras; piedras al parecer de mucha estima, y
debajo están llenas de alacranes, eterna muerte que con breve vida
engaña.
Este día, cansado de andar solas dos leguas pequeñas
-que para mí eran las primeras que había caminado-, ya
me pareció haber llegado a los antípodas y, como el famoso
Colón, descubierto un mundo nuevo. Llegué a una venta sudado,
polvoroso, despeado, triste y, sobre todo, el molino picado, el diente
agudo y el estómago débil. Sería mediodía.
Pedí de comer; dijeron que no había sino sólo huevos.
No tan malo si lo fueran: que a la bellaca de la ventera, con el mucho
calor o que la zorra le matase la gallina, se quedaron empollados, y por
no perderlo todo los iba encajando con otros buenos. No lo hizo así
comigo, que cuales ella me los dio, le pague Dios la buena obra. Viome
muchacho, boquirrubio, cariampollado, chapetón. Parecíle
un Juan de buen alma y que para mí bastara quequiera. Preguntóme:
-¿:De dónde sois, hijo
Díjele que de Sevilla. Llegóseme más y, dándome
con su mano unos golpecitos debajo de la barba, me dijo:
-¿:Y adónde va el bobito
¡Oh, poderoso Señor, y cómo con aquel su mal
resuello me pareció que contraje vejez y con ella todos los males!
Y si tuviera entonces ocupado el estómago con algo, lo trocara en
aquel punto, pues me hallé con las tripas junto a los labios.
Díjele que iba a la corte, que me diese de comer. Hízome
sentar en un banquillo cojo y encima de un poyo me puso un barredero
de horno, con un salero hecho de un suelo de cántaro, un tiesto
de gallinas lleno de agua y una media hogaza más negra que los manteles.
Luego me sacó en un plato una tortilla de huevos, que pudiera llamarse
mejor emplasto de huevos.
Ellos, el pan, jarro, agua, salero, sal, manteles y la huéspeda,
todo era de lo mismo. Halléme bozal, el estómago apurado,
las tripas de posta, que se daban unas con otras de vacías. Comí,
como el puerco la bellota, todo a hecho; aunque verdaderamente sentía
crujir entre los dientes los tiernecitos huesos de los sin ventura pollos,
que era como hacerme cosquillas en las encías. Bien es verdad que
se me hizo novedad, y aun en el gusto, que no era como el de los otros
huevos que solía comer en casa de mi madre; mas dejé pasar
aquel pensamiento con la hambre y cansancio, areciéndome que la
distancia de la tierra lo causaba y que no eran todos de un sabor ni calidad.
Yo estaba de manera que aquello tuve por buena suerte.
Tan propio es al hambriento no reparar en salsas, como al necesitado
salir a cualquier partido. Era poco, pasélo presto con las buenas
ganas. En el pan me detuve algo más. Comílo a pausas, porque
siendo muy malo, fue forzoso llevarlo de espacio, dando lugar unos bocados
a otros que bajasen al estómago por su orden. Comencélo por
las cortezas y acabélo en el migajón, que estaba hecho engrudo;
mas tal cual, no le perdoné letra ni les hice a las hormigas migaja
de cortesía más que si fuera poco y bueno. Así acontece
si se juntan buenos comedores en un plato de fruta, que picando primero
en la más madura, se comen después la verde, sin dejar memoria
de lo que allí estuvo. Entonces comí, como dicen, a rempujones
media hogaza y, si fuera razonable y hubiera de hartar a mis ojos, no hiciera
mi agosto con una entera de tres libras.
Era el año estéril de seco y en aquellos tiempos
solía Sevilla padecer; que aun en los prósperos pasaba
trabajosamente: mirad lo que sería en los adversos. No me está
bien ahondar en esto ni decir el porqué. Soy hijo de aquella ciudad:
quiero callar, que todo el mundo es uno, todo corre unas parejas, ninguno
compra regimiento con otra intención que para granjería,
ya sea pública o secreta. Pocos arrojan tantos millares de ducados
para hacer bien a los pobres, antes a sí mismos, ues para dar medio
cuarto de limosna la examinan.
Desta manera pasó con un regidor, que viéndole un
viejo de su pueblo exceder de su obligación, le dijo:
-¿:Cómo, Fulano N. ¿:Eso es lo que jurastes,
cuando en ayuntamiento os recibieron, que habíades de volver por
los menudos
El respondió diciendo:
-¿:Ya no veis cómo lo cumplo, pues vengo por ellos
cada sábado a la carnicería Mi dinero me cuestan -y eran
los de los carneros...
Desta manera pasa todo en todo lugar. Ellos traen entre sí
la maza rodando, hoy por mí, mañana por ti, déjame
comprar, dejaréte vender; ellos hacen los estancos en los mantenimientos;
ellos hacen las posturas como en cosa suya y, así, lo venden al
precio que quieren, por ser todo suyo cuanto se compra y vende. Soy testigo
que un regidor de una de las más principales ciudades de Andalucía
y reino de Granada tenía ganado y, porque hacía frío,
no se le gastaba la leche dél; todos acudían a los buñuelos.
Pareciéndole que perdía mucho si la cuaresma entraba y no
lo remediaba, propuso en su ayuntamiento que los moriscos buñoleros
robaban la república. Dio cuenta por menor de lo que les podían
costar y que salían a poco más de a seis maravedís,
y así los hizo poner a ocho, dándoles moderada ganancia.
Ninguno los quiso hacer, porque se perdían en ellos; y en aquella
temporada él gastaba su esquilmo en mantequillas, natas, queso fresco
y otras cosas, hasta que fue tiempo de cabaña. Y cuando comenzó
a quesear, se los hizo subir a doce maravedís, como estaban antes,
pero ya era verano y fuera de sazón para hacerlos. Contaba eacute;l
este ardid, ponderando cómo los hombres habían de ser vividores.
Alejado nos hemos del camino. Volvamos a él, que no es bien
cargar sólo la culpa de todo al regimiento, habiendo a quien repartir.
Demos algo desto a proveedores y comisarios, y no a todos, sino a algunos,
y, sea de cinco a los cuatro: que destruyen la tierra, robando a los miserables
y viudas, engañando a sus mayores y mintiendo a su rey, los unos
por acrecentar sus mayorazgos y los otros por hacerlos y dejar de comer
a sus herederos.
Esto también es diferente de lo que aquí tengo de
tratar y pide un entero libro. De mi vida trato en éste: quiero
dejar las ajenas, mas no sé si podré, poniéndome los
cabes de paleta dejar de tiralles, que no hay hombre cuerdo a caballo.
Cuanto más que no hay que reparar de cosas tan sabidas. Lo uno y
lo otro, todo está recebido y todos caminan a « viva quien
vence ». Mas ¡ay! cómo nos engañamos, que somos
los vencidos y el que engaña, el engañado.
Digo, pues, que Sevilla, por fas o por nefas -considerada su abundancia
de frutos y la carestía dellos-, padece mucha esterilidad. Y aquel
año hubo más, por algunas desórdenes ocultas y codicias
de los que habían de procurar el remedio, que sólo atendían
a su mejor fortuna. El secreto andaba entre tres o cuatro que, sin considerar
los fines, tomaron malos principios y endemoniados medios, en daño
de su república.
He visto siempre por todo lo que he peregrinado que estos ricachos
poderosos, muchos dellos son ballenas, que, abriendo la boca de la codicia,
lo quieren tragar todo para que sus casas estén proveídas
y su renta multiplicada sin poner los ojos en el pupilo huérfano
ni el oído a la voz de la triste doncella ni los hombros al reparo
del flaco ni las manos de caridad en el enfermo y necesitado; antes con
voz de buen gobierno, gobierna cada uno como mejor vaya el agua a su
molino. Publican buenos deseos y ejercítanse en malas obras; hácense
ovejitas de Dios y esquílmalas el diablo.
Amasábase pan de centeno, y no tan malo. El que tenía
trigo sacaba para su mesa la flor de la harina y todo lo restante traía
en trato para el común. Hacíanse panaderos. Abrasaban la
tierra los que debieran dejarse abrasar por ella. No te puedo negar que
tuvo esto su castigo y que había muchos buenos a quien lo malo parecía
mal; pero en las necesidades no se repara en poco. Demás que el
tropel de los que lo hacían arrinconaban a los que lo estorbaban,
porque eran pobres, y, si obres, basta: no te digo más, haz tu discurso.
¿:No ves mi poco sufrimiento, cómo no pude abstenerme
y cómo sin pensar corrió hasta aquí la pluma Arrimáronme
el acicate y torcíme a la parte que me picaba. No sé qué
disculpa darte, si no es la que dan los que llevan por delante sus bestias
de carga, que dan con el hombre que encuentran contra una pared o lo derriban
por el suelo y después dicen: « Perdone. » En conclusión,
todo el pan era malo, aunque entonces no me supo muy mal. Regaléme
comiendo, alegréme bebiendo, que los vinos de aquella tierra son
generosos.
Recobréme con esto, y los pies, cansados de llevar el vientre,
aunque vacío y de poco peso, ya siendo lleno y cargado, llevaban
a los pies. Así proseguí mi camino, y no con poco cuidado
de saber qué pudiera ser aquel tañerme castañetas
los huevos en la boca. Fui dando y tomando en esta imaginación,
que, cuanto más la seguía, más géneros de desventuras
me representaba y el estómago se me alteraba; porque nunca sospeché
cosa menos que asquerosa, viéndolos tan mal uisados, el aceite negro,
que parecía de suelos de candiles, la sartén puerca y la
ventera lagañosa.
Entre unas y otras imaginaciones encontré con la verdad
y, teniendo andada otra legua, con sólo aquel pensamiento, fue
imposible resistirme. Porque, como a mujer preñada, me iban y venían
eruptaciones del estómago a la boca, hasta que de todo punto no
me quedó cosa en el cuerpo. Y aun el día de hoy me parece
que siento los pobrecitos pollos piándome acá dentro. Así
estaba sentado en la falda del vallado de unas viñas, considerando
mis infortunios, harto arrepentido de mi mal considerada partida, que siempre
se despeñan los mozos tras el gusto presente, sin respetar ni mirar
el daño venidero.
Capítulo IV .
Guzmán de Alfarache refiere lo que un arriero le contó
que le había pasado a la ventera de donde había salido
aquel día, y una plática que le hicieron
Confuso y pensativo estaba, recostado en el suelo sobre el brazo,
cuando acertó a pasar un arriero que llevaba la recua de vacío
a cargarla de vino en la villa de Cazalla de la Sierra. Viéndome
de aquella manera, muchacho, solo, afligido, mi persona bien tratada, comenzó
-a lo que entonces dél creí- a condolerse de mi trabajo,
y preguntándome qué tenía, le dije lo que me había
pasado en la venta.
Apenas lo acabé de contar, cuando le dio tan estraña
gana de reír, que me dejó casi corrido, y el rostro, que
antes tenía de color difunto, se me encendió con ira en contra
dél. Mas como no estaba en mi muladar y me hallé desarmado
en un desierto, reportéme, por no poder cantar como quisiera; que
es discreción saber disimular lo que no se puede remediar, haciendo
el regaño risa, y los fines dudosos de conseguir en los principios
se han de reparar, que son las opiniones varias y las honras vidriosas.
Y si allí me descomidiera, quizá se me atrevieran, y, sin
aventurar a ganar, iba en riesgo y aun cierto de perder. Que las competencias
hanse de huir; y si forzoso las ha de haber, sea con iguales; y si con
mayores, no a lo menos menores que tú ni tan aventajados a ti que
e tropellen. En todo hay vicio y tiene su cuenta. Mas aunque me abstuve,
no pude menos que con viva cólera decirle:
-¿:Vos, hermano, veisme alguna coroza, o de qué os
reís
El, sin dejar la risa -que pareció tenerla por destajo,
según se daba la priesa, que, abierta la boca, dejaba caer a un
lado la cabeza, poniéndose las manos en el vientre-, sin poderse
ya tener en el asno, parecía querer dar consigo en el suelo. Por
tres o cuatro veces probó a responder y no pudo; siempre volvía
de nuevo a principiarlo, porque le estaba hirviendo en el cuerpo.
Dios y enhorabuena, buen rato después de sosegadas algo
aquellas avenidas -que no suelen ser mayores las de Tajo-, a remiendos,
como pudo, medio tropezando, dijo:
-Mancebo, no me río de vuestro mal suceso ni vuestras desdichas
me alegran; ríome de lo que a esa mujer le aconteció de menos
de dos horas a esta parte. ¿:Encontrastes por ventura dos mozos juntos,
al parecer soldados, el uno vestido de una mezclilla verdosa y el otro
de vellorín, un jubón lanco muy acuchillado
-Los dos de esas señas -le respondí-, si mal no me
acuerdo, cuando salí de la venta quedaban en ella, que entonces
llegaron y pidieron de comer.
-Esos, pues -dijo el arriero-, son los que os han vengado,
y de la burla que han hecho a la ventera es de lo que me río. Si
va este viaje, subí en un jumento desos, diréos por el camino
lo que pasa.
Yo se lo agradecí, según le había menester
a tal tiempo, rindiéndole las palabras que me parecieron bastar
por suficiente paga, que a buenas obras pagan buenas palabras, cuando no
hay otra moneda y el deudor está necesitado. Con esto, aunque mal
jinete de albarda, me pareció aquello silla de manos, litera o carroza
de cuatro caballos; porque el socorro en la necesidad, aunque sea poco,
ayuda mucho, y una niñería suple infinito. Es como pequeña
piedra que, arrojada en agua clara, hace cercos muchos y grandes, y entonces
es más de estimar, cuando viene a buena ocasión; aunque siempre
llega bien y no tarda si viene. Vi el cielo abierto. El me pareció
un ángel: tal se me representó su cara como la del deseado
médico al enfermo. Digo deseado, porque, como habrás oído
decir, tiene tres caras el médico: de hombre, cuando lo vemos y
no lo habemos menester; de ángel, cuando dél tienen necesidad;
y de diablo, cuando se acaban a un tiempo la enfermedad y la bolsa y él
por su interés persevera en visitar. Como sucedió a un caballero
en Madrid que, habiendo llamado a uno para cierta enfermedad, le daba un
escudo a cada visita. El humor se acabó y él no de despedirse.
Viéndose sano el caballero y que porfiaba en visitarle, se levantó
una mañana y fuese a la iglesia. Como el médico lo viniese
a visitar y no lo hallase en casa, preguntó adónde había
ido. No faltó un criado tonto -que para el daño siempre sobran
y para el provecho todos faltan- que le dijo dónde estaba en misa.
El señor doctor, espoleando apriesa su mula, llegó allá
y andando en su busca, hallólo y díjole: « ¿:Pues
cómo ha hecho Vuesa Merced tan gran exceso, salir de casa sin mi
licencia » El caballero, que entendió lo que buscaba y viendo
que ya no le había menester, echando mano a la bolsa, sacó
un escudo dijo: « Tome, señor doctor, que a fe de quien soy,
que para con Vuesa Merced no me ha de valer sagrado ». Ved adónde
llega la codicia de un médico necio y la fuerza de un pecho hidalgo
y noble.
Yo recogí mi jumento y, dándome del pie, me puse
encima. Comenzamos a caminar, y a poco andado, allí luego no cien
pasos, tras el mismo vallado, estaban dos clérigos sentados, esperando
quien lo llevara caballeros la vuelta de Cazalla. Eran de allá y,
habían venido a Sevilla con cierto pleito. Su compostura y rostro
daban a conocer su buena vida y pobreza. Eran bien hablados, de edad el
uno hasta treinta y seis años, y el otro de más de cincuenta.
Detuvieron al arriero, concertáronse con él y, haciendo como
yo, subieron en sendos borricos, y seguimos nuestro viaje.
Era todavía tanta la risa del bueno del hombre, que apenas
podía proseguir su cuento, porque soltaba el chorro tras de cada
palabra, como casas de por vida, con cada quinientos un par de gallinas,
tres veces más lo reído que lo hablado.
Aquella tardanza era para mí lanzadas. Que quien desea saber
una cosa, querría que las palabras unas tropellasen a otras para
salir de la boca juntas y presto. Grande fue la preñez que se me
hizo y el antojo que tuve por saber el suceso. Reventaba por oírlo.
Esperaba de tal máquina que había de resultar una gran cosa.
Sospeché si fuego del cielo consumió la casa y lo que en
ella estaba, o si los mozos la hubieran quemado y a la ventera viva o,
por lo menos y más barato, que colgada de los pies en una oliva
le hubiesen dado mil azotes, dejándola por muerta -que la risa no
prometió menos. Aunque, si yo fuera considerado, no debiera esperar
ni presumir cosa buena de quien con tanta pujanza se reía. Porque
aun la moderada en cierto modo acusa facilidad; la mucha, imprudencia,
poco entendimiento y vanidad; y la descompuesta es de locos de todo punto
ematados, aunque el caso la pida.
Quiso Dios y enhorabuena que los montes parieron un ratón.
Díjonos en resolución, con mil paradillas y, corcovos,
que, habiéndose detenido a beber un poco de vino y a esperar un
su compañero que atrás dejaba, vio que la ventera tenía
en un plato una tortilla de seis huevos, los tres malos y los otros no
tanto, que se los puso delante, y, yéndola a partir, les pareció
que un tanto se resistía, yéndose unos tras otros pedazos.
Miraron qué lo podría causar, porque luego les dio mala señal.
No tardaron mucho en descubrir la verdad, porque estaba con unos altos
y bajos, que si no fuera sólo a mí, a otro cualquiera desengañara
en verla. Mas como niño debí de pasar por ello. Ellos eran
más curiosos o curiales, espulgáronla de manera que hallaron
a su parecer tres bultillos como tres mal cuajadas cabezuelas, que por
estar los piquillos algo qué más tiesezuelos, deshicieron
la duda, y tomando una entre los dedos, queriéndola deshacer, por
su proprio pico habló, aunque muerta, y dijo cúya era llanamente.
Así cubrieron el plato con otro y e secreto se hablaron.
Lo que pasó no lo entendió, aunque después
fue manifiesto. Porque luego el uno dijo: « Huéspeda, ¿:qué
otra cosa tenéis que darnos » Habíanle poco antes en
presencia dellos vendido un sábalo. Teníalo en el suelo para
escamarlo. Respondióles: « Deste, si queréis un par
de ruedas, que no hay otra cosa. » Dijéronle: « Madre
mía, dos nos asaréis luego, porque nos queremos ir, y, si
os pareciere, ved cuánto queréis en todo de ganancia, y lo
llevaremos a nuestra casa. » Ella dijo que, hechos piezas, cada rueda
le había de valer un real, no menos una blanca. Ellos que no, que
bastaba un real de ganancia en todo. Concertáronse en dos reales.
Que el mal pagador ni cuenta o que recibe ni recatea en lo que le fían.
A ella se le hacía de mal el darlo; aunque la ganancia,
en cuatro reales dos, por sólo un momento que le faltaron de la
bolsa la puso llana. Hízolo ruedas, asóles dos, con que comieron;
metieron en una servilleta de la mesa lo restante y, después de
hartos y malcontentos, en lugar de hacer cuenta con pago, hicieron el pago
sin la cuenta; que el un mozuelo, tomando la tortilla de los huevos en
la mano derecha, se fue donde la vejezuela estaba deshaciendo un vientre
de oveja mortecina y con terrible fuerza le dio en la cara con ella, fregándosela
por ambos ojos. Dejóselos tan ciegos y dolorosos, que, sin osarlos
abrir, daba gritos como loca. Y el otro compañero, haciendo como
que le reprehendía la bellaquería, le esparció por
el rostro un puño de ceniza caliente. Y así se salieron
por la puerta, diciendo: « Vieja bellaca, quien tal hace, que tal
pague. » Ella era desdentada, boquisumida, hundidos los ojos, desgreñada
y puerca. Quedó toda enharinada, como barbo para frito, con un gestillo
tan gracioso de fiero, que no podía sufrir la risa uando dello y
dél se acordaba. Con esto acabó su cuento, diciendo que tenía
de qué reírse para todos los días de su vida.
-Yo de qué llorar -le respondí- para toda la mía,
pues no fui para otro tanto y esperé venganza de mano ajena; pero
yo juro a tal que, si vivo, ella me lo pague de manera que se le acuerde
de los huevos y del muchacho.
Los clérigos abominaron el hecho, reprobando mi dicho y
haberme pesado del mal que no hice. Volviéronse contra mí,
y el más anciano dellos, viéndome con tanta cólera,
dijo:
-La sangre nueva os mueve a decir lo que vuestra nobleza muy presto
me confesará por malo, y espero en Dios habrá de frutificar
en vos de manera que os pese por lo presente de lo dicho y emendéis
en lo porvenir el hecho. Refiérenos el sagrado Evangelio por San
Mateo, en el capítulo quinto, y San Lucas en el sexto: « Perdonad
a vuestros enemigos y haced bien a los que os aborrecen ». Habéis
de considerar lo primero que no dice haced bien a los que os hacen mal,
sino a los que os aborrecen; porque, aunque el enemigo os aborrezca, es
imposible haceros mal, si vos no quisiéredes. Porque, como sea
verdad infalible que tendremos por bienes verdaderos a los que han de durar
para siempre, y los que mañana pueden faltar, como faltan, más
propriamente pueden llamarse males, por lo mal que usamos dellos, pues
en su confianza nos perdemos y los perdemos, llamaremos a los enemigos
buenos amigos, y a los amigos proprios enemigos, en razón de los
efectos que de los unos y otros vienen a resultar. Pues nace de los enemigos
todo el verdadero bien y de los amigos el cierto mal. Bien veremos cómo
el mayor provecho que podremos haber del más fiel amigo deste mundo,
será que nos favorezca o con su hacienda, dándonos lo que
tuviere; o con su vida, ocupándola en las cosas de nuestro gusto;
o con su honra, en los casos que se atravesare la nuestra. Y esto ni
esotro hay quien lo haga, o son tan pocos, que dudo si en alguno pudiésemos
dar el ejemplo en este tiempo. Mas, cuando así sea y todo junto
lo hayan hecho, es mucho menos que un punto geométrico, si en lo
que no es puede haber más y menos. Porque, cuando me dé cuanto
tiene, ya es poca sustancia para librarme del infierno. Demás que
no se expenden ya las haciendas con los virtuosos, antes con otros tales
que les ayudan a pecar, y a esos tienen por amigos y dan su dinero. Si
por mí perdiere su vida, no con ello se aumenta un minuto de tiempo
en la mía; si gastare su honra y la estragare, digo que no hay honra
que lo sea, más de servir a Dios, y lo que saliere fuera desto es
falso y malo. De manera que todo cuanto mi amigo me diere, siendo temporal,
es inútil, vano y sin sustancia. Mas mi enemigo todo es grano, todo
es provechoso cuanto dél me resulta, queriendo valerme dello. Porque
del quererme mal saco yo el quererle bien, y por ello Dios me quiere bien.
Si le perdono una liviana injuria, a mi se me perdonan y remiten infinito
número de pecados; y si me maldice, lo bendigo. Sus maldiciones
no me pueden dañar y por mis bendiciones alcanzo la bendición:
« Venid, benditos de mi Padre ». De manera que con los pensamientos,
con las palabras, con las obras mi enemigo me las hace buenas y verdaderas.
¿:Cuál, si pensáis, es la causa de tan grande maravilla
y la fuerza de tan alta virtud Yo lo diré: de que así lo
manda el Señor, es voluntad y mandato expreso suyo. Y si se debe
cumplir el de los príncipes del mundo, sin comparación mucho
mejor del príncipe celestial, a quien se humillan todas las coronas
del cielo y tierra. Y aquel decir: « Yo lo mando », es un almíbar
que se pone a lo desabrido de lo que se manda. Como si ordenasen los médicos
a un enfermo que comiese flor de azahar, nueces verdes, cáscaras
de naranjas, cohollos de cidros, raíces de escorzonera. ¿:Qué
diría « Tate, señor, no me deis tal cosa; que aun en
salud un cuerpo robusto no podrá con ello. » Pues para que
se pueda tragar y le sepa bien, hácenselo confitar, de manera que
lo que de suyo era dificultoso de comer el azúcar lo ha hecho sabroso
y dulce. Esto mismo hace el almíbar de la palabra de Dios: « Yo
mando que améis a vuestros enemigos. » Esta es una golosina
hecha en la misma cosa que antes nos era de mal sabor; y así aquello
en que hace más fuerza nuestra carne, aquello a que más contradice
por ser amargo y ahelear a nuestras concupiscencias, diga el espíritu:
ya eso está almibarado, sabroso, regalado y dulce, pues Cristo,
nuestro redemptor, lo manda. Y que, si me hirieren la una mejilla, ofrezca
la otra, que esa es honra, guardar con puntualidad las órdenes
de los mayores y no quebrantarlas. Manda un general a su capitán
que se ponga en un paso fuerte por donde ha de pasar el enemigo, de donde
si quisiese podría vencerlo y matarlo; mas dícele: « Mirad
que importa y es mi voluntad que cuando pasare no le ofendáis, no
embargante que os ponga en la ocasión y os irrite a ello. »
Si, al tiempo que pasase aquél, fuese diciendo bravatas y palabras
injuriosas, llamando al capitán cobarde, ¿:haríale
por ventura en ello alguna ofensa No por cierto; antes debe reírse
dél, pues como a vano y a quien pudiera destruir fácilmente,
no lo hace por guardar la orden que se le dio. Y si la quebrantara hiciera
mal y contra el deber, siendo merecedor de castigo. ¿:Pues qué
razón hay para no andar cuidadosos en la observancia de las órdenes
de Dios ¿:Por qué se han de quebrantar Si el capitán
por su sueldo, y, cuando más aventure a ganar, por una encomienda,
estará puntual, ¿:por qué no lo seremos, pues por ello
se nos da la encomienda celestial En especial, que el mismo que hizo la
ley la estrenó y pasó por ella, sufriendo de aquella sacrílega
mano del ministro una gran bofetada en su sacratísimo rostro,
sin por ello responderle mal ni con ira. Si esto padece el mismo Dios,
la nada del hombre ¿:qué se levanta y gallardea Y para satisfación
de una simple palabra, cargándose de duelos, espulga el duelo, buscando
entre infieles, como si fuese uno dellos, lugar donde combatirse, que mejor
diríamos abatirse a las manos del demonio, su enemigo, huyendo
de las de su Criador; del cual sabemos que, estando de partida, cerrando
el testamento, clavado en la cruz, el cuerpo despedazado, rotas las carnes,
doloroso y sangriento desde la planta del pie hasta el pelo de la cabeza,
que tenía enfurtido en su preciosa sangre, cuajada y dura como un
fieltro, con las crueles heridas de la corona de espinas, queriendo despedirse
de su Madre y dicípulo, entre las últimas palabras, como
por última demanda la más encargada, y en el agonía
más fuerte de arrancarse el alma de su divino cuerpo, pide a su
eterno Padre perdón para los que allí lo pusieron. Imitólo
San Cristóbal que, dándole un gran bofetón, acordándose
del que recibió su maestro, dijo: « Si yo no fuera cristiano,
me vengara. » Luego la venganza miembro es apartado de los hijos
de la Iglesia, nuestra madre. Otro dieron a San Bernardo en presencia de
sus frailes y, queriéndolo ellos vengar, los corrigió, diciendo:
« Mal parece querer vengar injurias ajenas el que cada día
pide perdón de las propias. » San Esteban, estándolo
apedreando, no hace sentimiento de los golpes fieros que le quitan la vida,
sino de ver que los crueles ministros perdían las almas, y, dolido
dellas, pide a Dios, entre las bascas de la muerte, perdón para
sus enemigos, especialmente para Saulo, que, engañado y celoso de
su ley, creía merecer en guardar las capas y vestidos a los verdugos,
para que desembarazados le hiriesen con más fuerza. Y tanta tuvo
su oración, que trajo a la fee al glorioso apóstol San Pablo;
el cual, como sabio doctor esperimentado en esta dotrina, viendo ser
importantísimo y forzoso a nuestra salvación, dice: « Olvidad
las iras y nunca os anochezca con ellas. Bendecid a vuestros perseguidores
y no los maldigáis; dadles de comer si tuvieren hambre, y de beber
cuando estén con sed; que, si no lo hiciéredes, con la misma
medida seréis medidos y, como perdonáredes, perdonados ».
El apóstol Santiago dice: « Sin misericordia y con rigor
de justicia serán juzgados los que no tuvieren misericordia ».
Bien temeroso estaba y resuelto en guardar este divino precepto Constantino
Magno, que, viniéndole a decir cómo sus enemigos, por afrentarlo,
en vituperio y escarnio suyo, le habían apedreado su retrato, hiriéndole
con piedras en la cabeza y rostro, fue tanta su modestia que, despreciando
la injuria, se tentó con las manos por todas las partes de su
cuerpo, diciendo: « ¿:Qué es de los golpes ¿:Qué
es de las heridas Yo no siento ni me duele cuanto habéis dicho
que me han hecho. » Dando a entender que no hay deshonra que lo sea,
sino al que la tiene por tal. Demás que no por esto habéis
de entender que quien os injuria se sale con ello, aunque vos no lo venguéis
y aunque se lo perdonéis de vuestra parte: que el agravio que
os hizo a vos, también lo hizo a Dios, cuyo sois y él es.
Dueño tiene esta hacienda; que si en el palacio de un príncipe
o en su corte a uno se hiciere afrenta, se hará juntamente al señor
della. Y no bastará el perdón del afrentado para ser perdonado
absolutamente, porque con aquella sinrazón o agravio también
estarán injuriadas las leyes de ese príncipe, y su casa
o su tierra vituperada. Y así dice Dios: « A mi cargo está
y a su tiempo lo castigaré; mía es la venganza, yo la haré
por mi mano ». Pues, desdichado del amenazado, si las manos de Dios
lo han de castigar, más le valiera no ser nacido. Así que
nunca deis mal por mal, si no quisiéredes que os venga mal. Demás
que mereceréis en ello y os pagaréis de vuestra mano, que
imitando al que os lo manda, os vendréis a simbolizar con él.
Dad, pues, lugar a las iras de vuestros perseguidores, para poder merecer.
Volvedles gracias por los agravios y sacaréis dello glorias y descansos.
Mucho quisiera tener en la memoria la buena dotrina que a este
propósito me dijo, para poder aquí repetirla, porque toda
era del cielo, finísima Escritura Sagrada. Desde entonces propuse
aprovecharme della con muchas veras. Y si bien se considera, dijo muy bien.
¿:Cuál hay mayor venganza que poder haberse vengado ¿:Qué
cosa más torpe hay que la venganza, pues es pasión de injusticia,
ni más fea delante de los ojos de Dios y de los hombres, porque
sólo es dado a las bestias fieras Venganza es cobardía
y acto femenil, perdón es gloriosa vitoria. El vengativo se hace
reo, pudiendo ser actor perdonando. ¿:Qué mayor atrevimiento
puede haber, que quiera una criatura usurpar el oficio a su Criador, haciendo
caudal de hacienda que no es suya, levantándose con ella como propria
Si tú no eres tuyo ni tienes cosa tuya en ti, ¿:qué
te quita el que dices que te ofende Las acciones competen a tu dueño,
que es Dios: déjale la venganza, el Señor la tomará
de los malos tarde o temprano. Y no puede ser tarde lo que tiene fin. Quitársela
de las manos es delito, desacato y desvergüenza. Y cuando te tocara
la satisfación, dime: ¿:qué cosa es más noble
que hacer bien Pues ¿:cuál mayor bien hay que no hacer mal
Uno solo, el cual es hacer bien al que no te le hace y te persigue, como
nos está mandado y tenemos obligación. Que dar mal por mal
es oficio de Satanás; hacer bien a quien te hace bien es deuda natural
de los hombres. Aun las bestias lo reconocen y no se enfurecen contra el
que no las persigue. Procurar y obrar bien a quien e hace mal es obra sobrenatural,
divina escalera que alcanza gloriosa eternidad, llave de cruz que abre
el cielo, sabroso descanso del alma y paz del cuerpo.
Son las venganzas vida sin sosiego, unas llaman a otras y todas
a la muerte. ¿:No es loco el que, si el sayo le aprieta, se mete
un puñal por el cuerpo ¿:Qué otra cosa es la venganza,
sino hacernos mal por hacer mal, quebrarnos dos ojos por cegar uno, escupir
al cielo y caernos en la cara Admirablemente lo sintió Séneca
que, como en la plaza le diese una coz un enemigo suyo, todos le incitaban
a que del se querellase a la justicia, y, riéndose, les dijo: « ¿:No
veis que sería locura llamar un jumento a juicio ». Como si
dijera: con aquella coz vengó como bestia su saña, y yo la
menosprecio como hombre.
¿:Hay bestialidad mayor que hacer mal, ni grandeza que iguale
a despreciarlo Siendo el duque de Orliens injuriado de otro, después
que fue rey de Francia le dijeron que se vengase -pues podía- de
la injuria recebida, y, volviéndose contra el que se lo aconsejaba,
dijo: « No conviene al rey de Francia vengar las injurias del duque
de Orliens ». Si vencerse uno a sí mismo lo cuentan por tan
gran vitoria, ¿:por qué, venciendo nuestros apetitos, iras
y, rencores, no ganamos esta palma, pues demás de lo por ello prometido,
aun en lo de acá escusaremos muchos males que quitan la vida, menguan
la vana honra y consumen la hacienda
¡Oh, buen Dios! ¡Cómo, si yo fuera bueno, lo
que de aquel buen hombre oí debía bastarme! Pasóse
con la mocedad, perdióse aquel tesoro, fue trigo que cayó
en el camino.
Su buena conversación y dotrina nos entretuvo hasta Cantillana,
donde llegamos casi al sol puesto, yo con buenas ganas de cenar y mi compañero
de esperar el suyo; mas nunca vino. Los clérigos hicieron rancho
aparte, yéndose a casa de un su amigo y nosotros a nuestra posada.
Capítulo V.
Lo que a Gumán de Alfarache le aconteció en Cantillana
con un mesonero
Luego que dejamos a las camaradas, pregunté a la mía:
-¿:Dónde iremos
El me dijo:
-Huésped conocido tengo, buena posada y gran regalador.
Llevóme al mesón del mayor ladrón que se hallaba
en la comarca, donde no menos hubo de qué hacerte plato con que
puedas entretener el tiempo, y por saltar de la sartén caí
en la brasa, di en Scila huyendo de Caribdis.
Tenía nuestro mesonero para su servicio un buen jumento
y una yegüezuela galiciana. Y como aun los hombres en la necesidad
no buscan hermosura, edad ni trajes, sino sólo tocas, aunque las
cabezas estén tiñosas, no es maravilla que entre brutos acontezca
lo mismo. Estaban siempre juntos en un establo, en un pesebre y a un
pasto, y el dueño no con mucho cuidado de tenerlos atados; antes
de industria los dejaba sueltos para que ayudasen a repasar las leciones
a las otras cabalgaduras de los huéspedes. De lo cual resultó
que la yegua quedase preñada desta compañía.
Es inviolable ley en el Andalucía no permitir junta ni mezcla
semejante, y para ello tienen establecidas gravísimas penas. Pues
como a su tiempo la yegüezuela pariese un muleto, quisiera el mesonero
aprovecharlo y que se criara. Detúvolo escondido algunos días
con grande recato, mas como viese no ser posible dejarse de sentir, por
no dar venganza de sí a sus enemigos, con temor del daño
y codicia del provecho, acordó este viernes en la noche de matarlo.
Hizo la carne postas, echólas en adobo, aderezó para este
sábado el menudo, asadura, lengua y sesos. Nosotros -como dije-
llegamos a buena hora, que el huésped con sol ha honor, halla qué
cene y cama en que se eche. Mi compañero, habiendo desaparejado,
dio luego recaudo a su ganado. Yo llegué tal de olido, que, dando
con mi cuerpo en el suelo, no me pude rodear por muy gran rato.
Llegué los muslos resfriados, las plantas de los pies hinchadas
de llevarlos colgando y sin estribos, las asentaderas batanadas, las
ingles dolorosas, que parecía meterme un puñal por ellas,
todo el cuerpo descoyuntado, y, sobre todo, hambriento. Cuando mi compañero
acabó de dar cobro a su recua, viniéndose para mí,
le dije:
-¿:Será bien que cenemos, camarada
Respondió que le parecía muy justo, que ya era hora,
porque otro día quería tomar la mañana y llegar con
tiempo a Cazalla y hacer cargas. Preguntamos al huésped si había
qué cenar. Respondió que sí, y aun muy regaladamente.
Era el hombre bullicioso, agudo, alegre, decidor y, sobre todo,
grandísimo bellaco. Engañóme, que, como lo vi de tan
buena gracia y de antes no le conocía, mostró buena pinta,
y en decir que tenía todo buen recaudo alegréme en el alma.
Comencé entre mí mismo a dar mil alabanzas a Dios, reverenciando
su bendito nombre, que después de los trabajos da descansos, con
las enfermedades medicinas, tras la tormenta bonanza, pasada la aflición
holgura, y buena cena tras la mala comida.
No sé si os diga un error de lengua gracioso que sucedió
a un labrador que yo conocí en Olías, aldea de Toledo.
Dirélo por no ser escandaloso y haber salido de pecho sencillo y
cristiano viejo. Estaba con otros jugando a la primera y, habiéndose
el tercero descartado, dijo el segundo: « Tengo primera, bendito sea
Dios, que ya he hecho una mano. » Pues, como iba el labrador viendo
sus naipes, hallólos todos de un linaje y, con el alegría
de ganar la mano, dijo en el mismo punto: No muy bendito, que tengo flux ».
Y si tal disparate se puede traer a cuento, es este su lugar, por lo que
me aconteció.
Mi compañero preguntó:
-Pues bien, ¿:qué hay aderezado
Respondió el socarrón:
-De ayer tengo muerta una hermosa ternera, que por estar la madre
flaca y no haber pasto con la sequía del año, luego la maté
de ocho días nacida. El despojo está guisado, pedid lo que
mandáredes.
Tras esto, diciendo aires bola, levantó la pierna
y en el aire dio por delante una zapateta, con que me alivié un
poco y me holgué mucho de oírle que había menudo de
ternera, que sólo en mentarlo me enterneció. Y despidiendo
el cansancio, con alegre rostro le dije:
-Huésped, sacad lo que quisiéredes.
Al punto puso la mesa con ropa limpia en ella, el pan ya no tan
malo como el pasado, el vino muy bueno, un plato de fresca ensalada, que
para tripas tan lavadas como las mías no era de mucho momento y
se lo perdonara por el vientre de ternera o una mano della; mas no me pesó,
porque las premisas engañaban cualquiera discreto juicio, emborrachando
el gusto de cualquier hombre hambriento.
Dice bien el toscano, aconsejando que de mujeres, marineros ni
hostaleros hagamos confianza en sus promesas más que de los que
se alaban a sí mismos; porque de ordinario, por la mayor parte,
regulado el todo, todos mienten. Tras la ensalada sacó sendos platillos,
en cada uno una poca de asadura guisada. Digo poca: recelaba de dar mucha,
porque con la abundancia, satisfecha a necesidad, a vientre harto, fuera
fácil conocer el engaño. Así, yendo con tiento, acechaba
con el gusto que entrábamos en ello y ponía más hambre
deseando comer más.
De mi compañero no hay tratar dél, porque nació
entre salvajes, de padres brutos y lo paladearon con un diente de ajo;
y la gente rústica, grosera, no tocando a su bondad y limpieza,
en materia de gusto pocas veces distingue lo malo de lo bueno. Fáltales
a los más la perfección en los sentidos y, aunque veen, no
veen lo que han de ver, oyen y no lo que han de oír, y así
en los demás, especialmente en la lengua, aunque no para murmurar,
y más de hijosdalgo. Son como los perros, que por tragar no mascan,
o como el avestruz, que se engulle un hierro ardiendo y, si alla delante,
se comerá un zapato de dos suelas que haya en Madrid servido tres
inviernos, porque yo le he visto quitar con el pico una gorra de un paje
y tragársela entera.
Mas que yo, criado en regalo, de padres políticos y curiosos,
no sintiese tal engaño, grande fue mi hambre y esta escusa me
desculpa. El deseo de comer algo bueno era grande: todo se les hizo a mis
ojos pequeño. El traidor del mesonero lo daba destilado: no es maravilla;
cuando tuviera defectos mayores, me pareciera banquete formado. ¿:No
has oído decir que a la hambre no hay mal pan Digo que se me hizo
almíbar y me dejó goloso.
Pregunté si había otra cosa. Respondió si
queríamos los sesos fritos en manteca con unos huevos. Dijimos
que sí. Más tardamos en decirlo que él en ponerlo
por obra y casi en aderezarlos. En el ínterin, porque no nos aguásemos,
como postas corridas, nos dio un paseo de revoltillos hechos de las tripas,
con algo de los callos del vientre. No me supo bien, olióme a paja
podrida. Dile de mano, dejándolo a mi compañero, el cual
entró por ello como en viña vendimiada.
No me pesaba mucho, antes me alegré, creyendo que, si de
aquello hiciera su pasto, me cupiera más de los sesos. Al revés
me salió, que no por eso dejó de picar con tan buena gracia
como si en todo aquel día ni noche hubiera comido bocado. Pusiéronse
los huevos y sesos en la mesa, y cuando vio la tortilla mi arriero, diose
a reír cual solía, con toda la boca. Yo me amohiné,
creyendo que gustaba de refrescarme la memoria, estragándome el
estómago. Pues como el huésped nos mirase a los dos y estuviese
sobre ascuas para oír lo que decíamos, viendo su descompuesta
risa tan mal sazonada, se alborotó creyendo que lo había
sentido: que a tal tiempo, sin haberse ofrecido de qué, no pudiera
reírse de otra cosa. Y como el delincuente siempre trae la barba
sobre el hombro y de su sombra se asombra, porque su misma culpa le representa
la pena, cualquier acto, cualquier movimiento piensa que es contra él
y que el aire publica su delito y a todos es notorio. Este pobretón,
aunque bellaco, habituado en semejantes maldades y curtido en hurtos, esta
vez cortóse con el miedo. Demás que los tales de ordinario
son cobardes y fanfarrones.
¿:Por qué piensas que uno raja, mata, hiende y hace
fieros Yo te lo diré: por atemorizar con ellos y suplir el defecto
de su ánimo, como los perros, que pocos de los que ladran muerden.
Son guzquejos, todos ladridos y alborotos, y de volver a mirarlos huyen.
Nuestro mesonero se turbó, como digo, que es proprio en
quien mal vive temor, sospecha y malicia. Perdió los estribos,
no supo adónde ni cómo reparar, diciendo:
-¡Voto a tal, que es de ternera, no tiene de qué reírse,
cien testigos le daré si es necesario!
Púsosele con estas palabras el rostro encendido en fuego,
que sangre parecía verter por los carrillos y salirle centellas
de los ojos, de coraje. El arriero, alzando el rostro, le dijo:
-¿:Quién lo ha con vos, hermano, ni os pregunta los
años que habéis ¿:Hay arancel en la posada, que
ponga tasa de qué y cuánto se ha de reír el huésped
que tuviere gana, o ha de pagar algún derecho que esté impuesto
sobre ello Dejad a cada uno que llore o ría y cobrad lo que os
debiere. Yo soy hombre que, si hubiera de reírme de cosa vuestra,
os lo dijera libremente. Acordéme agora, por estos huevos, de otros
que mi compañero comió este día, tres leguas de
aquí en la venta.
Tras esto le fue refiriendo todo el cuento, según de mí
lo había oído, y lo que después pasó en su
presencia con los mancebos, que parecía estarse bañando en
agua rosada, según los afectos, risas, visajes y meneos con que
lo decía.
El mesonero no cesaba de santiguarse, haciendo exclamaciones, llamando
y reiterando el nombre de Jesús mil veces. Y levantando los ojos
al cielo, dijo:
-¡Válgame Nuestra Señora, que sea comigo! ¡Mal
haga Dios a quien mal hace su oficio!
Y como en hurtar él era tan buen oficial, tenía por
cierto no tocarle la maldición, hurtando bien. Comenzóse
a pasear, fingiendo asombros y estremos voceaba:
-¿:Cómo no se hunde aquella venta ¿:Cómo
consiente Dios y disimula el castigo de tan mala mujer ¿:Cómo
esta vieja, bruja, hechicera, vive hoy en el mundo y no la traga la tierra
Todos los huéspedes van quejosos della, todos veo que blasfeman
su trato; ninguno sale sabroso, todos con pesadumbre. O son todos malos
o ella lo es, que no puede la culpa ser de tantos. Por estas cosas y otras
tales no quiere nadie parar en su casa: todos la santiguan y pasan de largo.
Pues a fe que debiera estar escarmentada del jubón que trae vestido
debajo de la camisa, con cien botones abrochado, y se lo vistieron por
otro tanto. Mandado le tienen que no sea ventera; no sé cómo
vuelve al oficio y no vuelven a castigarla. No sé en qué
topa: en algo debe de ir, como dijo la hormiga. Misterio debe tener, que
con la misma libertad roba hoy que ayer y como el año pasado. Lo
peor es que hurta como si se lo mandasen. Y debe de ser así, pues
el guarda, el malsín, el cuadrillero, el alguacil, todos lo ven
y hacen la vista gorda, sin que alguno la ofenda: a estos tales trae
contentos y les pecha con lo que a los otros pela. Y así es menester,
que de otro modo se perdería y le volverían a dar otro paseo.
Aunque más pierde la malaventurada en desacreditar su casa, que
si diera buen recaudo, con buen trato y término, acudieran a ella,
y de muchos pocos iciera mucho. Que llevando de cada camino un grano, bastece
la hormiga su granero para todo el año. Nadie le tuviera el pie
sobre el pescuezo. ¡Maldita ella sea, que tan mala es!
Cuando aquí llegó, pensé que lo dejaba; mas
volvió diciendo:
-¡Loada sea la limpieza de la Virgen María, que con
toda mi pobreza no hay en mi casa mal trato! Cada cosa se vende por lo
que es, no gato por conejo, ni oveja por carnero. Limpieza de vida es lo
que importa y la cara sin vergüenza descubierta por todo el mundo.
Lleve cada uno lo que fuere suyo y no engañar a nadie.
Aquí paró con el resuello, y no hizo poco. Según
llevaba el trote, creí teníamos labor cortada para sobre
cena; pero acabó con esto, dándonos para postre de la nuestra
unas aceitunas gordales como nueces. Rogámosle que por la mañana
nos aderezase una poca de ternera. Encargóse dello, y nosotros fuimos
a buscar en qué dormir; y en el suelo más llano tendimos
unas enjalmas, donde pasamos la noche.
Capítulo VI
Gumán de Alfarache acaba de contar lo que le sucedió
con el mesonero
No sé, si me pusieran en medio de las plazas de Sevilla
o a la puerta de mi madre, cuando amaneció el domingo, si hubiera
quien me conociera. Porque fue tanto el número de pulgas que cargó
sobre mí, que pareció ser también para ellas año
de hambre y les habían dado comigo socorro. Y así como si
hubiera tenido sarampión, me levanté por la mañana
sin haber parte de todo mi cuerpo, rostro ni manos, donde pudiera darse
otra picada en limpio. Mas fueme la fortuna favorable en que, con el cansancio
del camino y la noche antes haber cargado la mano sobre el jarro más
de mi ordinario, dormí soñando paraísos y sin sentir
alguna cosa, hasta que, recordado mi compañero con el cuidado
de oír misa temprano y tener tiempo de caminar siete leguas que
le faltaban, me despertó. Levantámonos con la luz, antes
que el sol saliese. Luego, pidiendo el almuerzo, se nos trajo.
No me supo tan bien como a él, que cada bocado parecía
darlo en pechugas de pavo. Nunca le pareció haber comido mejor
cosa, según lo alababa. Fueme forzoso tenerlo por tal, en fe del
gusto ajeno, atribuyendo la falta heredada del asno de su padre a mi mal
paladar; pero hablando verdad, ello era malo y decía bien quién
era. Hízoseme duro y desabrido, y de lo poco que cené uedé
empachado, sin poderlo digerir en toda la noche. Y aunque con temor de
ser del compañero reprehendido, dije al huésped:
-Esta carne, ¿:cómo está tan tiesa y de mal
sabor, que no hay quien hinque los dientes en ella Respondióme:
-¿:No vee, señor, que es fresca y no ha tomado el
adobo
Mi camarada dijo:
-No lo hace el adobo, sino que este gentilhombre se ha criado con
rosquillas de alfajor y huevos frescos: todo se le hace duro y malo.
Encogí los hombros y callé, pareciéndome que
ya era otro mundo y que a otra jornada no había de entender la
lengua; pero no me satisfice con esto, quedé como resabiado, sin
saber de qué. Y entonces me vino a la memoria el juramento tan fuera
de tiempo que hizo la noche antes, afirmando que era ternera, Parecióme
mal y que por solo haberlo jurado mentía, porque la verdad no hay
necesidad que se jure, fuera del juicio y habiendo necesidad. Demás
que toda satisfación prevenida sin queja es en todo tiempo sospechosa.
No sé qué me tuve o qué me dio que, aunque realmente
de cierto no concebí mal, tampoco presumí algún bien.
Fue un toque de la imaginación, en que no reparé ni hice
caso.
Pedí por la cuenta. Mi compañero dijo que la dejase,
que él daría recaudo. Híceme a una parte, dejélo,
creyendo ser amistad y que de tan poco escote no me lo quería repartir.
Quedéle agradecidísimo entre mí, sin cesar de cantarle
alabanzas, que tan franco se mostró desde que me halló en
aquel camino, dándome graciosamente caballería y de comer.
Parecióme que todo había de ser así, hallando
en toda parte quien me hiciera la costa y llevara caballero. Alentéme,
comencé de olvidar la teta, como si acíbar me pusieran en
ella y en todas las cosas que dejaba. Y porque no se dijese por mí
que de los ingratos estaba lleno el infierno, en tanto que él pagaba
quise comedirme llevándole a beber los asnos. Volvílos a
sus pesebres, para que, en cuanto los aparejaban, comiesen algunos bocados
y acabasen la cebada. Ayudéle a todo, estregándoles las frentes
y, orejas. En tanto que me ocupaba en esto, tenía mi capa puesta
sobre un poyo y, como azogue al fuego o humo al viento, se desapareció
entre las manos, que nunca más la vi ni supe della. Sospeché
si el huésped o mi compañero por burlarme la hubiesen escondido.
Ya pasaba de burlas, porque me juraron que no la tenían
en su poder ni sabían quién la tuviese ni dónde
podría estar. Miré hacia la puerta. Estaba cerrada, que no
la habían abierto. Allí no había más de nosotros
y el solo huésped. Parecióme y fue imposible faltar y que
la habría puesto en otra parte donde no me acordaba. Dime a buscar
todo el mesón y, andando del palacio a la cocina, voy a parar a
un trascorral donde estaba una gran mancha de sangre fresca y luego allí
junto estendido un pellejo de muleto, cada pie por su parte, que aún
estaban por cortar. Tenía tendidas las orejas, con toda la cabezada
de la frente. Luego a par della estaban los huesos de la cabeza, que sólo
faltaban la lengua y sesos.
Al punto confirmé mi duda. Salgo en un punto a llamar a
mi compañero, a quien, cuando le enseñé los despojos
de nuestro almuerzo y cena, dije:
-¿:Paréceos agora que no es todo alfajor ni huevos
frescos lo que los hombres comen en sus casas ¿:Esto era la ternera
que con tanta solemnidad me alabastes y el huésped regalador que
prometistes ¿:Qué os parece de la cena y almuerzo que nos
ha dado ¡Y qué bien nos ha tratado l que no vende gato por
conejo ni oveja por carnero, el de la cara sin vergüenza descubierta
por todo el mundo, el que blasfemaba de la ventera y de su mal trato!
El se quedó tan corrido y admirado de lo que vio,
que enmudeció y, bajando la cabeza, se fue para comenzar a caminar.
Tal se puso, que en todo aquel día, hasta que nos apartamos, nunca
palabra le oí más de para despedirnos, y esa que habló
entonces hubiérala de echar por los ijares, como sabréis
adelante.
Aunque para mí fue la pena que cada uno podrá imaginar
si acaso semejante le aconteciera, con todo eso, para estancar aquellos
flujos de risa con que por momentos me atravesaba el alma, holgué
de mi desventura, que por lo que le tocaba ya no me atormentara tanto.
Con esto y creer que fuese sueño pensar que no tuviese mi capa el
huésped, tomé alguna osadía. Tanto puede la razón,
que aumenta las fuerzas y anima los pusilánimes. Comencé
con veras a pedirla y él con risitas a negarmela. Hízome
descomponer, hasta que lo hube de amenazar con la justicia; pero no le
toqué pieza ni hablé palabra de lo que había visto.
Como él me vio muchacho, desamparado y un pobreto, ensoberbecióse
contra mí, diciendo que me azotaría y otros oprobios dignos
de hombres cobardes y semejantes. Mas, como con los agravios los corderos
se enfurecen, de unas palabras en otras venimos a las mayores, y con mis
flacas fuerzas y pocos años arranqué de un poyo y tiréle
un medio ladrillo que, si con el golpe le alcanzara y tras un pilar no
se escondiera, creo que me dejara vengado. Mas él se me escapó
y entró corriendo en su aposento, de donde salió con una
espada desnuda.
Mirad quién son estos feroces, que ya no trata de valerse
de sus tan fuertes brazos y robustos contra los débiles y tiernos
míos. Olvidósele de azotarme y quiere ofenderme con fuerza
de armas, viéndome un simple y desarmado pollo. Vínose contra
mí, que ya, temiéndome de lo que fue, me previne de dos guijarros
que arranqué del empedrado del suelo. El, cuando me vio con
ellos en las manos, fuese deteniendo. A la grita y vocería, el mesón
alborotado, se convocó todo el barrio. cudieron los vecinos y con
ellos gran tropel de gente, justicias y escribanos.
Eran dos alcaldes, llegaron juntos. Quería cada uno advocar
a sí la causa y prevenirla. Los escribanos por su interese decían
a cada uno que era suya, metiéndolos en mal. Sobre a cuál
pertenecía se comenzó de nuevo entre ellos otra guerrilla,
no menos bien reñida ni de menor alboroto. Porque los unos a los
otros desenterraron los abuelos, diciendo quiénes fueron sus madres,
no perdonando a sus mujeres proprias y las devociones que habían
tenido. Quizá que no mentían. Ni ellos querían entenderse
ni nosotros nos entendíamos.
Llegáronse algunos regidores y gente honrada de la villa,
pusiéronlos medio en paz y asieron de mí, que siempre quiebra
la soga por lo más delgado. El forastero, el pobre, el miserable,
el sin abrigo, favor ni reparo... de aquese asen primero. Quisieron saber
qué había sido el alboroto y por qué; pusiéronme
a una parte, tomáronme la confesión de palabra: dije llanamente
lo que pasaba. Pero, porque podían oírme algunos que estaban
cerca, me aparté con los alcaldes y en secreto les dije lo del machuelo.
Ellos quisieran verificar primero la causa, mas, pareciéndoles
haber tiempo para todo, comenzaron las diligencias por la prisión
del mesonero, que bien descuidado estaba de poder ser por aquel delito
y, creyendo sólo era por la capa, lo hacía todo risa, como
cosa de burla, por la falta de información que había y de
quien contestara con el arriero de haberme visto entrar allí con
ella.
Mas, como viese que poco a poco salían a plaza los pedazos
de adobo, pellejo y zarandajas del machuelo, quedó helado; tanto
que, tomándole la confesión, viendo presentes los despojos,
confesando de plano, quedó convencido y confeso en cuanto había
pasado, sin que cosa negase ni tuvo ánimo para ello. Que es muy
cierto los hombres viles, de vida infame y mal trato, ser pusilánimes,
de poco pecho, como antes dije. Pues que no dándole tormento ni
amenazándole con él, declaró, sin serle pedido, hurtos
y bellaquerías que hizo, así en aquel mesón como siendo
ganadero, salteando caminos, de donde vino a tener caudal con que ponerse
en trato.
Yo a todo esto estaba el oído atento, si de entre la colada
salía mi capa; pero, con el odio que me cobró, la dejó
entre renglones. Hice mis diligencias para que pareciese, ninguna fue de
provecho. Acabadas de tomar nuestras declaraciones, del arriero y mía,
por ser forasteros, nos retificaron en ellas. Y si por la pendencia me
habían de llevar preso -como dicen, tras paciente, aporreado- hubo
diversos pareceres. Holgaran dello los escribanos y lo pretendieron. Mas
uno de los alcaldes dijo haber yo tenido razón y ninguna culpa.
Que ¿:qué me pedían, pues iba en cuerpo y me habían
quitado la capa Con esto me mandaron soltar, llevando a la cárcel
al mesonero.
Nosotros acabamos de aliñar y seguimos nuestro camino. Pasamos
por donde los clérigos estaban esperando. Cada uno tomó
su caballería. Contéles el suceso, quedaron admirados dello,
condoliéndose de mi necesidad; mas como no la podían remediar,
encomendáronlo a Dios.
Yo y mi compañero, con los alborotos y breve partida, que
casi salimos huyendo, nos quedamos sin oír misa. Yo la solía
oír todos los días por mi devoción. Desde aquél
se me puso en la cabeza que tan malos principios era imposible tener buenos
fines ni podía ya sucederme cosa buena ni hacérseme bien.
Y así fue, como adelante lo verás; que cuando las cosas se
principian dejando a Dios, no se puede menos esperar.
Capítulo VII.
Creyendo ser ladrón Gumán de Alfarache, fue preso y, habiéndolo
conocido, lo soltaron. promete uno de los clérigos contar una
historia para entretenimiento del camino
Antiguamente los egipcios, como tan agoreros, entre otros muchos
errores que tuvieron, adoraban a la Fortuna, creyendo que la hubiera.
Celebrábanle una fiesta el primero día del año, poniendo
sumptuosas mesas, haciéndole grandes banquetes y opulentos convites
en agradecimiento de lo pasado y suplicándole por lo venidero. Tenían
por muy cierto ser esta diosa la que disponía en todas las cosas,
dando y quitando a su elección porque, como suprema, lo gobernaba
todo. Hacían esto por faltarles el conocimiento de un solo Dios
verdadero, en quien adoramos, por cuya poderosa mano y divina voluntad
se rigen cielo y tierra, con todo lo en ello criado, invisible y visible.
Parecíales cosa viva ver, cuando las desgracias comienzan a venir,
cómo llegaban las unas cuando las otras dejaban, sin dar hora de
sosiego, hasta desmallar y descomponer un hombre; y otras veces que, como
cobardes, acometían de tropel, muchas a un tiempo, para dar con
la casa en el suelo. Y, por el contrario, el aire no sube a la cumbre de
los altos montes tan ligero como ella los levanta por medios y modos
no vistos ni pensados, no dejándolos firmes en uno ni otro estado,
de modo que ni el abatido desespere ni el encumbrado confíe. Si
la lumbre de Fe me faltara como a ellos, por ventura creyendo su error,
pudiera decir, uando semejantes desgracias me vinieron: « Bien vengas,
mal, si solo vienes ».
Quejéme ayer de mañana de un poco de cansancio y
dos semipollos que comí disfrazados en hábito de romeros
para ser desconocidos. Vine después a cenar el hediondo vientre
de un machuelo y, lo peor, comer de la carne y sesos, que casi era comer
de mis proprias carnes, por la parte que a todos toca la de su padre; y,
para final de desdichas, hurtarme la capa. Poco daño espanta y mucho
amansa. ¿:Qué conjuración se hizo contra mí
¿:Cuál estrella infelice me sacó de mi casa Sí,
después que puse fuera della el pie, todo se me hizo mal, siendo
las unas desgracias presagio de las venideras y agüero triste de lo
que después me vino, que, como tercianas dobles, iban alcanzándose,
sin dejarme un breve intervalo de tiempo con algún reposo. La vida
del hombre milicia es en la tierra: no hay cosa segura ni estado que
permanezca, perfecto gusto ni contento verdadero, todo es fingido y vano.
¿:Quiéreslo ver Pues oye.
Habiendo el dios Júpiter criado todas las cosas de la tierra
y a los hombres para gozarlas, mandó que el dios Contento residiese
en el mundo, no creyendo ni previniendo a la ingratitud que después
tuvieron, alzándose con el real y el trueco; porque teniendo a este
dios consigo, no se acordaban de otro. A él hacían sacrificios,
a él ofrecían las víctimas, a él celebraban
con regocijos y cantos de alabanza.
Indignado desto Júpiter, convocó todos los dioses,
haciéndoles un largo parlamento. Dioles cuenta de la mala correspondencia
de los hombres, pues a solo el Contento adoraban, sin considerar los bienes
recebidos de su pródiga mano, siendo hechura suya y habiéndolo[s]
criado de nonada: que diesen su parecer para remedio de semejante locura.
Algunos, los más benignos, movidos de clemencia, dijeron:
« Son flacos, de flaca materia y es bien sobrellevarlos; que, si
fuera posible trocar nuestra suerte a la suya y fuéramos sus iguales,
sospecho que hiciéramos lo mismo. No se debe hacer caso dello, y,
cuando mucho, dándoles una honesta corrección tendremos por
muy cierto que será bastante remedio por lo presente. »
Momo quiso hablar, comenzando por algunas libertades, y mandáronle
callar, que después hablaría. Bien quisiera en aquella
ocasión indignar a Júpiter, por haberse ofrecido como la
deseaba; mas obedeciendo por entonces, fue recapacitando una larga oración
que hacer a su propósito, cuando llegasen a su voto. Pero entretanto
no faltaron otros de condición casi su igual, que dijeron: « Ya
no es justo dejar sin castigo tan grave delito; que la ofensa es infinita,
hecha contra dioses infinitos, y así debe ser infinita la pena.
Parécenos conviene destruirlos, acabando con ellos, no criando más
de nuevo, pues no es necesidad forzosa que los haya. » Otros dijeron
no convenir así, mas que, arrojándoles grande número
de poderosos rayos, los abrasase todos y riase otros buenos.
Así fueron dando sus pareceres diferentes, de más
o menos rigor conforme su calidad y complexión, hasta que, llegando
a dar Apolo el suyo, pedida licencia y captada la benevolencia, con voz
grave y rostro sereno, dijo: « Supremo Júpiter piadosísimo,
la grave acusación que haces a los hombres es tan justa, que no
se te puede negar ni contradecir cualquier venganza que contra ellos intentes.
Ni tampoco puedo, por lo que te debo, dejar de advertir desapasionadamente
lo que siento. Si destruyes el mundo, en vano son las cosas que en él
criaste, y es imperfección en ti deshacer lo que heciste para quererlo
emendar ni pesarte de lo hecho: que te desacreditas a ti mismo, pues tu
poder de criador se estrecha a tan extraordinarios medios para contra tu
criatura. Perderlos y criar otros de nuevo, tampoco te conviene, porque
les has de dar o no libre albedrío: si se lo das, han de ser necesariamente
tales cuales fueron los pasados; y si se lo quitas, no serán hombres
y habrás criado en balde tanta máquina de cielo, tierra,
estrellas, luna, sol, composición de elementos y más cosas
que con tanta perfección heciste. De modo que te importa no se inove
más de en una sola cosa, con que se previene de remedio. Tú,
señor, les diste al dios Contento, que lo tuviesen consigo por el
tiempo de tu voluntad, pues della pende todo. Si se supieran conservar
en gratitud y justicia, cosa fuera repugnante a la tuya no ampararlos,
ampliándoles siempre los favores; mas, pues lo han desmerecido por
inobediencia, restringiendo las penas, debes castigarlos: que no es bien
que tiránicamente posean tantos dones para ofenderte con ellos.
Antes les debes quitar este su dios y en lugar suyo enviarles al del Descontento,
su hermano, pues tanto se parecen: con que de aquí en adelante reconocerán
su miseria y tu misericordia, tus bienes y sus males, tu descanso y su
trabajo, su pena y tu gloria, tu poder y su flaqueza. Y por tu voluntad
repartirás el premio al que lo mereciere, con la benignidad que
fuere tu gusto, no haciéndolo general a buenos y malos, gozando
igualmente todos una bienaventuranza. Con esto me parece quedarán
castigados y reconocidos. Haz agora, ¡oh Júpiter clementísimo!,
lo que más tu voluntad sea conveniente, de modo que te sirvas. »
Con este breve razonamiento acabó su oración. Quisiera
Momo, con la emponzoñada suya, criminar el delito, por la enemistad
vieja que con los hombres tenía; y, conocida su pasión, reprobaron
su parecer. Loando todos el de Apolo, se cometió la ejecución
dello a Mercurio, que luego, desplegadas las alas, rompiendo por el aire,
bajó a la tierra, donde halló a los hombres con su dios del
Contento, haciéndole fiestas y juegos, descuidados que pudieran
en algún tiempo ser enajenados de su posesión. Mercurio se
llegó donde estaba y, habiéndole dado de secreto la embajada
de los otros dioses, aunque de mala gana, fuele forzoso cumplirla.
Los hombres alteráronse del caso y, viendo que les llevaban
a su dios, quisieron impedirlo, y procurando todos esforzarse a la defensa,
asidos dél, trabajaban fuertemente con todo su poder. Viendo Júpiter
el caso, el motín y alboroto, bajó al suelo y, como los hombres
estaban asidos a la ropa, usando de ardid sacáles el Contento della,
dejándoles al Descontento metido en su lugar y proprias vestiduras,
del modo que el Contento antes estaba, llevándoselo de allí
consigo al cielo, con que los hombres quedaron gustosos y engañados,
creyendo haber salido con su intento, teniendo su dios consigo. Y no fue
lo que pensaron.
Aun este yerro viven desde aquellos pasados tiempos, llegando con
el mismo engaño hasta el siglo presente. Creyeron los hombres
haberles el Contento quedado y que lo tienen consigo en el suelo, y no
es así, que sólo es el ropaje y figura que le parece y el
Descontento está metido dentro. Ajeno vives de la verdad si creyeres
otra cosa o la imaginas. ¿:Quiéreslo ver Advierte. Considera
del modo que quisieres las fiestas, los regocijos, banquetes, danzas, músicas,
deleites, alegrías y todo aquello a que más te mueve la inclinación
en el más levantado punto que te podrá pintar el deseo.
Si te preguntare: « ¿:Adónde vas », podrásme
responder muy orgulloso: « A tal fiesta de contento » Yo quiero
que allá lo recibas y te lo den: porque los jardines estaban muy
floridos y el son de las plateadas aguas y manantiales de aljófares
y perlas te alegraron. ¿:Merendaste sin que el sol te ofendiese ni
el aire te enojase ¿:Gozaste tus deseos, tuviste gran pasatiempo,
fuiste alegremente recebido y acariciado Pues ningún contento pudo
ser tal que no se aguase con alguna pesadumbre. Y cuando haya faltado disgusto,
no es posible que, cuando a tu casa vuelvas o en tu cama te acuestes, no
te halles cansado, polvoroso, sudado, ahíto, resfriado, enfadado,
melancólico, doloroso y por ventura descalabrado o muerto. Que en
los mayores placeres acontecen mayores desgracias y suelen ser vísperas
de lágrimas, no vísperas que pase noche de por medio; al
pie de la obra, en medio de aquesa idolatría las has de verter,
que no se te fiarán más largo. ¿:Vendrásme a
confesar agora que la ropa te engañó y la máscara
te cegó Donde creíste que el contento estaba, no fue más
del vestido y el descontento en él. ¿:Ves ya cómo
en la tierra no hay contento y que está el verdadero en el cielo
Pues, hasta que allá lo tengas, no lo busques acá.
Cuando determiné mi partida, ¡qué de contento
se me representó, que aun me lo daba el pensarla! Vía con
la imaginación el abril y la hermosura de los campos, no considerando
sus agostos o como si en ellos hubiera de habitar impasible; los anchos
y llanos caminos, como si no los hubiera de andar y cansarme en ellos;
el comer y beber en ventas y posadas, como el que no sabía lo que
son venteros y dieran la comida graciosa o si lo que venden fuera mejor
de lo que has oído; la variedad y grandeza de las cosas, aves, animales,
montes, bosques, poblados, como si hubieran de traérmelo a la
mano. Todo se me figuraba de contento y en cosa no lo hallé, sino
en la buena vida. Todo lo fabriqué próspero en mi ayuda:
que en cada parte donde llegara estuviera mi madre que me regalara, la
moza que me desnudara y trajera la cena a la cama y me atropara la ropa
y a la mañana me diera el almuerzo. ¿:Quién creyera
que el mundo era tan largo Había visto unas mapas; parecióme
que así estaba todo junto y tropellado. ¿:Quién imaginara
que había de faltarme lo necesario No pensé que había
tantos trabajos y miserias. Mas, ¡oh, cómo es el « no
pensé » de casta de tontos y proprio de necios, escusa de bárbaros
y acogida de imprudentes! Que el cuerdo y sabio siempre debe pensar, prevenir
y cautelar. Hice como muchacho simple, sin entendimiento ni gobierno.
Justo castigo fue el mío, pues, teniendo descanso, quise saber de
bien y mal.
¡Cuántas cosas iba considerando cuando salí
del mesón sin capa y burlado! Quise comer de las ollas de Egipto,
que el bien hasta que se pierde no se conoce. Todos íbamos pensativos.
A mi buen arriero acabásele la cosecha y risa con la burla del mesonero.
Antes tiraba piedras a mi tejado; agora encoge las manos y las tiene quedas,
viendo que es el suyo de vidro.
Menos mal: discreción es considerar, antes que les digan,
lo que pueden oír y, antes que hagan, el daño que les pueden
hacer. No es bien arrojarse al peligro: que a una libertad hay otra, lenguas
para lenguas y manos para manos. Todas las cosas tienen su razón
y a todos conviene honrar el que de todos quiere ser honrado. ¿:No
consideras en ti que aun tu secreto será o puede ser para el otro
público, y te podrá responder con obras o palabras lo que
no querrás oír ni padecer No estribes en fuerzas ni en poderío,
que si en tu rostro no dijeren tu afrenta, iránla publicando a todo
el mundo. No ganes enemigos de los que con buen trato puedes hacer amigos,
que ningún enemigo es bueno por flaco que sea: de una centelluela
se levanta gran fuego. ¡Qué cosa tan honrosa, qué digna
de hombres cuerdos, hidalgos y valerosos, andar medidos, arriendados y
justados con la razón, para que no se les atrevan y los pongan en
ocasión! ¿:No ves cómo lo anduvo un arriero
Ya iba callando, no se reía, llevaba bajada la cara, que
de vergüenza no la levantaba. Los buenos de los clérigos
iban rezando sus horas. Yo, considerando mis infortunios. Y cuando todos,
cada uno más emboscado en su negocio, llegaron dos cuadrilleros
en seguimiento de un paje que a su señor había hurtado gran
cantidad de joyas y dineros; y por las señas que les dieron debía
de ser otro yo.
Así como me vieron, levantaron la voz:
-¡Ah ladrón, ah ladrón, aquí os tenemos,
no podéis iros ni escaparos!
Luego a puñadas me apearon del hermano asno y, teniéndome
asido, buscaron la recua creyendo hallar el hurto. Quitaron las enjalmas,
tentaron las albardas, no perdonaron espacio de un garbanzo sin mirarlo.
Decían:
-¡Ea, ladrón, decí la verdad, que ahorcaros
tenemos aquí si luego no lo dais!
No querían oírme ni admitir disculpa, que a pesar
del mundo, sin más de su antojo, yo era el dañador. Dábanme
golpes, empujones, torniscones que me atormentaban, y más por no
dejarme hablar ni pronunciar defensa. Y aunque mucho me dolía, mucho
me alegraba entre mí, porque daban al compañero más
al doble y recio, como a encubridor que decían era mío.
¿:No consideras la perversa inclinación de los hombres,
que no sienten sus trabajos cuando son mayores los de sus enemigos Yo
iba mal con él, que por su ocasión perdí mi capa y
cené burro; sufría con menos pesadumbre el daño proprio,
por lo que cambiaba en el ajeno. Dábanle sin piedad, pedíanle
que descubriese dónde lo llevaba o quedaba guardado. El pobre hombre,
que, como yo, estaba inocente de tal cosa, no sabía qué hacer.
Al principio creyó ser burlas; mas, cuando de la raya pasaron, al
diablo daba el muerto y a quien lo lloraba. No se le hacía conversación
de gusto ni quisiera conocerme.
Ya tenían espulgada la ropa, mirada y revuelta, y el hurto
no parecía ni el rigor de su castigo cesaba: como si fueran jurídicos
jueces, nos maltrataban crudamente con obras y palabras; quizá que
lo traían por instrucción.
Ya cansados de aporrearnos y nosotros de sufrirlo, nos maniataron
para volvernos a Sevilla. Líbrete Dios de delito contra las tres
Santas, Inquisición, Hermandad y Cruzada, y, si culpa no tienes,
líbrete de la Santa Hermandad. Porque las otras Santas, teniendo,
como todas tienen, jueces rectos, de verdad, ciencia y conciencia, son
los ministros muy diferentes; y los santos cuadrilleros, en general, es
toda gente nefanda y desalmada, y muchos por muy poco jurarán contra
ti lo que no heciste ni ellos vieron, más del dinero que por testificar
falso llevaron, si ya no fue jarro de vino el que les dieron. Son, en
resolución, de casta de porquerones, corchetes o velleguines, y
por el consiguiente ladrones pasantes o puntos menos, y, como diremos adelante,
los que roban a bola vista en la república. Y tú, cuadrillero
de bien, que me dices que hablo mal, que tú eres muy honrado y usas
bien tu oficio, yo te lo confieso y digo que lo eres, como si te conociera.
Pero dime, amigo, para entre nosotros, que no nos oiga nadie, ¿:no
sabes que digo verdades de tu compañero Si tú lo sabes y
ello es así, con él hablo y no contigo.
Ya estábamos despedidos de los clérigos, que se iban
a pie su camino y nosotros el nuestro. ¿:Quieres oírme lo
que sentí Pues fue sin duda más verme volver a mi tierra
de aquella manera, que los golpes recebidos -ni la muerte, si allí
me la dieran. Si a otra parte acaso nos llevaran, siendo estraña,
lo tuviera en poco, supuesto que iba salvo y la verdad había de
parecer y no ser yo el que buscaban. Estábamos atraillados como
galgos, afligidos de la manera que puedes onsiderar si tal te aconteciera.
No sé cómo uno de aquellos benditos me miró,
que dijo al otro:
-¡Hola, hao! ¿:Qué te digo Creo que nos habemos
engañado con la priesa.
El otro respondió:
-¿:Cómo así
Volvióle a decir:
-¿:No sabes que el que buscamos tiene menos el dedo pulgar
de la mano izquierda, y éste está sano
Leyendo la requisitoria, refirieron las señas y vieron que
casi se engañaron en todas. Y sin duda que debían de traer
gana de aporrear y dieron en lo primero que hallaron. Luego nos desataron
y, pidiendo perdón y licencia, se fueron y nos dejaron bien pagados
de nuestro trabajo, quitándole al arriero unos pocos de cuartos
para la vista del pleito y remojar la palabra en la primera venta.
No hay mal tan malo de que no resulte algo bueno. Si no me hubieran
hurtado la capa, yendo cubierto con ella no echaran de ver si estaba
sano de mis dedos pulgares, y, cuando lo vinieran a mirar, no fuera en
tiempo, y quisiera primero haber padecido mil tormentos. En todo eché
buena suerte: gastado, robado, hambriento y deshechas las quijadas a puñetes,
desencasado el pescuezo pescozadas, bañados en sangre los dientes
a mojicones. Mi compañero, si no peor, no menos. Y « ¡Perdonen,
amigos, que no son ellos! » Ved qué gentil perdón y
a qué tiempo.
Los clérigos iban cerca, luego los alcanzamos. Admiráronse
en vernos. Supieron de mí la causa de nuestra libertad, que mi
compañero estaba tal, que no se atrevió a hablar por no escupir
las muelas. Cada uno subió en su caballería, comenzamos a
picar y no con los talones, que los de albarda no alcanzaban. A fe os prometo
que tuvimos bien que contar de la vendeja y granjería de la feria.
El más mozo de los clérigos dijo:
-Ahora bien, para olvidar algo de lo pasado y entretener el camino
con algún alivio, en acabando las horas con mi compañero,
les contaré una historia, mucha parte della que aconteció
en Sevilla.
Todos le agradecimos la merced y, porque ya concluían su
rezado, estuvimos esperando en silencio y deseo.
Capítulo VIII.
Gumán de Alfarache refiere la historia de los dos enamorados
Ozmín y Daraja, según se la contaron
Luego como acabaron de rezar, que fue muy breve espacio, cerraron
sus breviarios y, metidos en las alforjas, siendo de los demás con
gran atención oído, comenzó el buen sacerdote la historia
prometida, en esta manera:
« Estando los Reyes Católicos don Fernando y doña
Isabel sobre el cerco de Baza, fue tan peleado, que en mucho tiempo dél
no se conoció ventaja en alguna de las partes. Porque, aunque la
de los reyes era favorecida con el grande número de gente, la de
los moros, habiendo muchos, estaba fortalecida con la buena disposición
del sitio.
»La reina doña Isabel asistía en Jaén
preveniendo a las cosas necesarias; y el rey don Fernando acudía
personalmente a las del ejército. Teníalo dividido en dos
partes: en la una plantada la artillería y encomendada a los marqueses
de Cádiz y Aguilar, a Luis Fernández Portocarrero, señor
de Palma, y a los comendadores de Alcántara y Calatrava, con otros
capitanes y soldados; en la otra estaba su alojamiento con los más
caballeros y gente de su ejército, teniendo la ciudad en medio cercada.
»Y si por dentro della pudieran atravesar, había como
distancia de media legua de un real a el otro; mas por serle impedido el
paso, rodeaban otra media por la sierra y así distaban una legua.
Y porque con dificultad podían socorrerse, acordaron hacer ciertas
cavas y castillos, que el Rey por su persona muy a menudo visitaba. Y
aunque los moros procuraban impedir no se hiciesen, los cristianos lo apoyaban
defendiéndolo valerosamente, sobre que cada día no pasó
alguno sin que dos o más veces escaramuzasen, habiendo de todas
partes muchos heridos y muertos. Pero, porque la obra no cesase, siendo
tan importante, siempre con los que en ella trabajaban asistían
de guarda noche y día las compañías necesarias.
»Aconteció que, estando de guarda don Rodrigo y don
Hurtado de Mendoza, Adelantado de Cazorla, y don Sancho de Castilla, les
mandó el Rey no la dejasen hasta que los condes de Cabra y Ureña
y el marqués de Astorga entrasen con la suya, para cierto efecto.
Los moros, que, como dije, siempre se desvelaban procurando estorbar
la obra, subieron como hasta tres mil peones y cuatrocientos caballos por
lo alto de la sierra contra don Rodrigo de Mendoza. El Adelantado y don
Sancho comenzaron con ellos la pelea y, estando trabada, socorrieron a
los moros otros muchos de la ciudad. El rey don Fernando que lo vio, hallándose
presente, mandó al conde de Tendilla que por otra parte les acometiese,
en que se trabó una muy sangrienta batalla para todos. Viendo el
Rey al conde apretado y herido, mandó al maestre de Santiago acometer
por una parte, y al marqués de Cádiz y duque de Nájera
y a los comendadores de Calatrava y a Francisco de Bovadilla, que con sus
gentes acometiesen por donde estaba la artillería.
»Los moros sacaron contra ellos otra tercera escuadra y pelearon
valentísimamente así ellos como los cristianos. Y hallándose
el Rey en esta refriega, visto por los del real, se armaron a mucha priesa,
yendo todos en su ayuda. Tanto fue el número de los que acudieron,
que no pudiendo resistirse los moros, dieron a huir y los cristianos
en su alcance, haciendo gran estrago hasta meterlos por los arrabales de
la ciudad, adonde muchos de los soldados entraron y saquearon grandes riquezas,
cautivando algunas cabezas, entre las cuales fue Daraja, doncella mora,
única hija del alcaide de aquella fortaleza.
»Era la suya una de las más perfectas y peregrina
hermosura que en otra se había visto. Sería de edad hasta
diez y siete años no cumplidos. Y siendo en el grado que tengo referido,
la ponía en mucho mayor su discreción, gravedad y gracia.
Tan diestramente hablaba castellano, que con dificultad se le conociera
no ser cristiana vieja, pues entre las más ladinas pudiera pasar
por una dellas. El Rey la estimó en mucho, pareciéndole de
gran precio. Luego la envió a la Reina su mujer, que no la tuvo
en menos y, recibiéndola alegremente, así por su merecimiento
como por ser principal decendiente de reyes, hija de un caballero tan
honrado, como por ver si pudiera ser parte que le entregara la ciudad sin
más daños ni peleas, procuró hacerle todo buen tratamiento,
regalándola de la manera, y con ventajas, que a otras de las más
llegadas a su persona. Y así no como a cautiva, antes como a deuda,
la iba acariciando, con deseo que mujer semejante y donde tanta hermosura
de cuerpo estaba no tuviera el alma fea.
»Estas razones eran para no dejarla punto de su lado, demás
del gusto que recibía en hablar con ella; porque le daba cuenta
de toda la tierra por menor, como si fuera de más edad y varón
muy prudente por quien todo hubiera pasado. Y aunque los reyes vinieron
después ajuntarse en Baza, rendida la ciudad con ciertas condiciones,
nunca la reina quiso deshacerse de Daraja, por la gran afición
que la tenía, prometiendo a el alcaide su padre hacerle por ella
particulares mercedes. Mucho sintió su ausencia, mas diole alivio
entender el amor que los reyes la tenían, de donde les había
de resultar honra y bienes, y así no replicó palabra en ello.
»Siempre la reina la tuvo consigo y llevó a la ciudad
de Sevilla, donde con el deseo que fuese cristiana, para disponerla poco
a poco sin violencia, con apacibles medios, le dijo un día:
»-Ya entenderás, Daraja, lo que deseo tus cosas y
gusto. En parte de pago dello te quiero pedir una cosa en mi servicio:
que trueques esos vestidos a los que te daré de mi persona, para
gozar de lo que en el hábito nuestro se aventaja tu hermosura.
»Daraja le respondió:
»-Haré con entera voluntad lo que tu Alteza me manda.
Porque habiéndote obedecido, si hay algo en mí de alguna
consideración, de hoy más estimaré por bueno, y lo
será sin duda, que me lo darán tus atavíos y suplirán
mis faltas.
»-Todo lo tienes de cosecha -le replicó la reina-
y estimo ese servicio y voluntad con que le ofreces.
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