"Wakefield"









Nathaniel Hawthorne

Wakefield
[Wakefield]


In some old magazine or newspaper, I recollect a story, told as truth, of a man—let us call him Wakefield—who absented himself for a long time, from his wife. The fact, thus abstractedly is not very uncommon, nor—without a proper distinction of circumstances—to be condemned either as naughty or nonsensical. Howbeit, this, though far from the most aggravated, is perhaps the strangest instance, on record, of marital delinquency; and, moreover, as remarkable a freak as may be found in the whole list of human oddities. The wedded couple lived in London. The man, under pretence of going a journey, took lodgings in the next street to his own house, and there, unheard of by his wife or friends, and without the shadow of a reason for such self-banishment, dwelt upwards of twenty years. During that period, he beheld his home every day, and frequently the forlorn Mrs. Wakefield. And after so great a gap in his matrimonial felicity—when his death was reckoned certain, his estate settled, his name dismissed from memory, and his wife, long, long ago, resigned to her autumnal widowhood—he entered the door one evening, quietly, as from a day′s absence, and became a loving spouse till death. En un periódico antiguo o en una vieja revista leí hace algún tiempo cierta historia, que se relataba como verdadera, según la cual un hombre —llamémosle Wakefield— se había ausentado de la casa que compartía con su esposa. El caso así expuesto no es, puede decirse, poco común, ni puede considerarse como absurdo o reprobable sin conocer los detalles y circunstancias de la situación de los protagonistas. Sin embargo, la historia que leí constituye, sin duda, si no el más grave, sí el más extraño caso de conducta marital de todos los que han llegado a mi conocimiento, y a la vez la extravagancia más increíble y notable de todas las que jamás haya cometido un hombre. El matrimonio al que me refiero vivía en Londres. El marido notificó que debía emprender un viaje, tomó en alquiler un cuarto de la calle inmediata a la suya y aquí, inadvertido por su esposa y por sus amigos, y sin que hubiera razón para tal comportamiento, permaneció durante veinte años. En el curso de su ausencia caminó día tras día enfrente de su casa y observó a menudo a Mrs. Wakefield a través de sus ventanas. Después de esta laguna en su dicha matrimonial, cuando su muerte era tenida por cierta, después de que se había designado su herencia, de que había desaparecido su nombre de la memoria de los vivos y de que su esposa se había resignado a una prematura viudez, un buen día el desaparecido atravesó el umbral de su casa, como si volviera de una ausencia de uno o dos días y fue hasta su muerte un esposo amante y ejemplar.
This outline is all that I remember. But the incident, though of the purest originality, unexampled, and probably never to be repeated, is one, I think, which appeals to the general sympathies of mankind. We know, each for himself, that none of us would perpetrate such a folly, yet feel as if some other might. To my own contemplations, at least, it has often recurred, always exciting wonder, but with a sense that the story must be true, and a conception of its hero′s character. Whenever any subject so forcibly affects the mind, time is well spent in thinking of it. If the reader choose, let him do his own meditation; or if he prefer to ramble with me through the twenty years of Wakefield′s vagary, I bid him welcome; trusting that there will be a pervading spirit and a moral, even should we fail to find them, done up neatly, and condensed into the final sentence. Thought has always its efficacy, and every striking incident its moral. Estos hechos son todo lo que recuerdo de la historia. El caso, por extraño que sea, creo que merece la simpatía generosa de todo el mundo. Todos nosotros sabemos que ninguno en particular cometeríamos semejante locura, pero todos nos percatamos a la vez de que es posible que otro la cometiera. A mí, al menos, los hechos se me presentan una y otra vez en la mente, provocando en mis sentimientos una suerte de asombro, pero siempre acompañados por la certeza de que la historia tiene que haber sido verdadera, delineándose a su lado una cierta concepción del carácter y naturaleza del protagonista. Siempre que un asunto se aferra de esta manera al pensamiento, puede decirse que está bien empleado el tiempo en que se reflexiona sobre él. Si el lector quiere pensar por su cuenta en este punto, dejémosle entregado a sus propias meditaciones; si, por el contrario, prefiere acompañarme a través de los veinte años que duró la ausencia de Wakefield, sea bienvenido. Pensemos que el extraño sucedido debe tener una moraleja —aunque nosotros no logremos encontrarla— y que será posible trazar límpidamente sus contornos y condensarla al final de nuestro relato. ¿No tiene todo pensamiento su eficacia y todo hecho asombroso su moraleja?
What sort of a man was Wakefield? We are free to shape out our own idea, and call it by his name. He was now in the meridian of life; his matrimonial affections, never violent, were sobered into a calm, habitual sentiment; of all husbands, he was likely to be the most constant, because a certain sluggishness would keep his heart at rest, wherever it might be placed. He was intellectual, but not actively so; his mind occupied itself in long and lazy musings, that tended to no purpose, or had not vigor to attain it; his thoughts were seldom so energetic as to seize hold of words. Imagination, in the proper meaning of the term, made no part of Wakefield′s gifts. With a cold, but not depraved nor wandering heart, and a mind never feverish with riotous thoughts, nor perplexed with originality, who could have anticipated, that our friend would entitle himself to a foremost place among the doers of eccentric deeds? Had his acquaintances been asked, who was the man in London, the surest to perform nothing to-day which should be remembered on the morrow, they would have thought of Wakefield. Only the wife of his bosom might have hesitated. She, without having analyzed his character, was partly aware of a quiet selfishness, that had rusted into his inactive mind—of a peculiar sort of vanity, the most uneasy attribute about him—of a disposition to craft, which had seldom produced more positive effects than the keeping of petty secrets, hardly worth revealing—and, lastly, of what she called a little strangeness, sometimes, in the good man. This latter quality is indefinable, and perhaps non-existent. ¿Qué clase de hombre era Wakefield? Estamos en libertad para llevar adelante, nuestra propia idea al darle ese nombre. Cuando comienza nuestra historia, Wakefield se encuentra en el meridiano de su vida; sus afectos matrimoniales, nunca violentos, se habían serenado convirtiéndose en un sentimiento habitual y tranquilo; de todos los maridos, puede decirse que era el más constante, porque una cierta lentitud hacía que su corazón permaneciera allí, donde se había detenido una vez. Era intelectual, pero no en el sentido profesional, de la palabra; sus pensamientos raras veces eran tan intensos como para plasmarse en palabras. La imaginación —entendida en su verdadero sentido— no figuraba entre los atributos de Wakefield. Con un corazón frío, pero no depravado ni inconstante, con una mente nunca enfebrecida por pensamientos turbulentos ni paralizada por afanes de originalidad, ¿quién hubiera podido profetizar que nuestro héroe iba a conquistar por sí mismo un lugar de primer orden entre todos los excéntricos del mundo entero? Si se hubiera preguntado a sus amistades quién era el hombre en Londres del que podía decirse con certeza que cada día hacía cosas que se olvidaban al día siguiente, todos hubieran pensado inmediatamente en Wakefield. Sólo su esposa tal vez hubiera dudado. Aun sin haber analizado su carácter, Mrs. Wakefield se había percatado de un cierto amor propio que se había introducido en la mente inactiva de su esposo, de una especie singular de vanidad, la peor de las cualidades, de una tendencia leve a la superchería, que raras veces se había manifestado de otra forma que en el malentendimiento de algunos secretos nimios y sin ninguna importancia; y, finalmente, de lo que ella misma llamaba “un algo extraño” en su marido. Esta última cualidad es indefinible y es probable incluso que no existiera.
Let us now imagine Wakefield bidding adieu to his wife. It is the dusk of an October evening. His equipment is a drab greatcoat, a hat covered with an oilcloth, top boots, an umbrella in one hand and a small portmanteau in the other. He has informed Mrs. Wakefield that he is to take the night-coach into the country. She would fain inquire the length of his journey, its object, and the probable time of his return; but, indulgent to his harmless love of mystery, interrogates him only by a look. He tells her not to expect him positively by the return coach, nor to be alarmed should he tarry three or four days; but, at all events, to look for him at supper on Friday evening. Wakefield himself, be it considered, has no suspicion of what is before him. He holds out his hand; she gives her own, and meets his parting kiss, in the matter-of-course way of a ten years′ matrimony; and forth goes the middle-aged Mr. Wakefield, almost resolved to perplex his good lady by a whole week′s absence. After the door has closed behind him, she perceives it thrust partly open, and a vision of her husband′s face, through the aperture, smiling on her, and gone in a moment. For the time, this little incident is dismissed without a thought. But, long afterwards, when she has been more years a widow than a wife, that smile recurs, and flickers across all her reminiscences of Wakefield′s visage. In her many musings, she surrounds the original smile with a multitude of fantasies, which make it strange and awful; as, for instance, if she imagines him in a coffin, that parting look is frozen on his pale features; or, if she dreams of him in Heaven, still his blessed spirit wears a quiet and crafty smile. Yet, for its sake, when all others have given him up for dead, she sometimes doubts whether she is a widow. Imaginemos a Wakefield despidiéndose de su esposa. Estamos en el atardecer de un día de octubre. Su equipaje consiste en una bufanda de un gris amarillento, un sombrero cubierto por una tela impermeable, botas altas, un paraguas en la mano y una ligera maleta en la otra. Dijo a su esposa que piensa tomar la diligencia de la noche y dirigirse al campo. Mrs. Wakefield hubiera querido preguntarle cuánto duraría su ausencia, su objeto y cuándo regresaría, pero indulgente con la inocente afición al misterio que caracteriza asu marido, se contenta con interrogarlo con la mirada Wakefield a su vez le advierte que no lo espere desde luego en la diligencia de regreso y que piensa estar ausente tres o cuatro días; en todo caso, podría contar con él para la cena del viernes próximo. Wakefield mismo —esto debemos tenerlo presente— no sabe lo que hará. Tiende sus manos a Mrs. Wakefield y ésta le entrega las suyas, cambian un beso de despedida a la manera rutinaria que corresponde a un matrimonio de diez años, y así tenemos a Wakefield dispuesto a intrigar a su esposa con la ausencia de una semana. Después de que la puerta se ha cerrado tras de él, su esposa vuelve a abrirla un poco y ve a través de la apertura el rostro de su esposo sonriendo y desapareciendo inmediatamente. En aquel momento, este hecho insignificante se desvanece sin dejar rastro. Mucho más tarde, sin embargo, cuando había sido más años viuda que esposa, aquella sonrisa vuelve y se mezcla con todos los recuerdos de su marido. En sus largos ratos de ocio, la esposa abandonada decora aquella sonrisa con toda una especie de fantasías que la hacen extraña y repulsiva. Si imagina, por ejemplo, a su esposo en un ataúd, aquella mirada de despedida se encuentra helada en sus rasgos lívidos; si en cambio lo imagina en el cielo, su espíritu sagrado muestra todavía una sonrisa tranquila y enigmática. Es el recuerdo de esta sonrisa, también, lo que hace que, mientras todos los demás lo han dado ya por muerto hace mucho tiempo, Mrs. Wakefield dude a veces de esto y se resista a creerse verdaderamente una viuda.
But, our business is with the husband. We must hurry after him, along the street, ere he lose his individuality, and melt into the great mass of London life. It would be vain searching for him there. Let us follow close at his heels, therefore, until, after several superfluous turns and doublings, we find him comfortably established by the fireside of a small apartment, previously bespoken. He is in the next street to his own, and at his journey′s end. He can scarcely trust his good fortune, in having got thither unperceived—recollecting that, at one time, he was delayed by the throng, in the very focus of a lighted lantern; and, again, there were footsteps, that seemed to tread behind his own, distinct from the multitudinous tramp around him; and, anon, he heard a voice shouting afar, and fancied that it called his name. Doubtless, a dozen busybodies had been watching him, and told his wife the whole affair. Poor Wakefield! Little knowest thou thine own insignificance in this great world! No mortal eye but mine has traced thee. Go quietly to thy bed, foolish man; and, on the morrow, if thou wilt be wise, get thee home to good Mrs. Wakefield, and tell her the truth. Remove not thyself, even for a little week, from thy place in her chaste bosom. Were she, for a single moment, to deem thee dead, or lost, or lastingly divided from her, thou wouldst be woefully conscious of a change in thy true wife, forever after. It is perilous to make a chasm in human affections; not that they gape so long and wide—but so quickly close again! Pero quien nos importa es Mr. Wakefield. Debemos correr detrás de él, a lo largo de la calle, antes de que pierda su individualidad y se mezcle y desaparezca en la gran masa de la vida de Londres. Una vez aquí, será en vano que lo busquemos. Sigámosle pues sin perderlo de vista hasta que después de varios rodeos y caminatas inútiles lo encontramos confortablemente sentado al calor de la chimenea en un cuarto que reservó previamente. Este lugar se encuentra en la calle inmediata a la casa de Wakefield, y lo encontramos en su primer día de ausencia; no puede concebir la buena suerte que lo ha acompañado hasta ahora y gracias a la cual ha podido pasar inadvertido; piensa en un momento en que la multitud lo empujó justamente debajo del resplandor de un farol iluminado; piensa en que en un momento le pareció escuchar algunos pasos que seguían a los suyos y que se distinguían perfectamente del paso monótono del resto de la gente y piensa, finalmente, en el momento en que oyó una voz llamando a alguien a gritos y que le pareció que pronunciaba su propio nombre. No hay duda de que detrás de él había una docena de agentes que lo delatarán ante su esposa. ¡Pobre Wakefield! ¡Cuánto desconoces tu propia insignificancia en el seno de este mundo! Ninguna mirada ni ningún rostro humano han seguido tu ruta. Duerme tranquilamente y mañana por la mañana, si quieres proceder sensatamente, reintégrate al lado de Mrs. Wakefield y confiesa toda la verdad. No te apartes, ni siquiera por una semana, del lugar que tienes por derecho propio en su corazón casto y sereno. Si ella llegara a suponer por un solo momento que moriste separado de ella, pronto te darías cuenta para tu desdicha de que un cambio se había operado en tu esposa, un cambio quizás para siempre, y es muy peligroso producir una fisura en los afectos humanos, no porque la herida se mantenga durante mucho tiempo abierta, sino porque se cierra tan rápidamente...
Almost repenting of his frolic, or whatever it may be termed, Wakefield lies down betimes, and starting from his first nap, spreads forth his arms into the wide and solitary waste of the unaccustomed bed. "No"—thinks he, gathering the bed-clothes about him—"I will not sleep alone another night." Casi arrepentido de su travesura —o como quiera llamarse a su actitud—, Wakefield se acostó temprano. Al despertar de su primer sueño, extendió los brazos en el amplio y solitario lecho: —No —pensó cobijándose de nuevo—. Esta es la última noche que duermo solo.
In the morning, he rises earlier than usual, and sets himself to consider what he really means to do. Such are his loose and rambling modes of thought, that he has taken this very singular step, with the consciousness of a purpose, indeed, but without being able to define it sufficiently for his own contemplation. The vagueness of the project, and the convulsive effort with which he plunges into the execution of it, are equally characteristic of a feeble-minded man. Wakefield sifts his ideas, however, as minutely as he may, and finds himself curious to know the progress of matters at home—how his exemplary wife will endure her widowhood, of a week; and, briefly, how the little sphere of creatures and circumstances, in which he was a central object, will be affected by his removal. A morbid vanity, therefore, lies nearest the bottom of the affair. But, how is he to attain his ends? Not, certainly, by keeping close in this comfortable lodging, where, though he slept and awoke in the next street to his home, he is as effectually abroad, as if the stage-coach had been whirling him away all night. Yet, should he reappear, the whole project is knocked in the head. His poor brains being hopelessly puzzled with this dilemma, he at length ventures out, partly resolving to cross the head of the street, and send one hasty glance towards his forsaken domicile. Habit—for he is a man of habits—takes him by the hand, and guides him, wholly unaware, to his own door, where, just at the critical moment, he is aroused by the scraping of his foot upon the step. Wakefield! whither are you going? A la mañana siguiente se levantó más temprano que de costumbre y se detuvo un momento para considerar qué era lo que realmente se proponía hacer. Tan desintegrados y vagos son los caminos de su pensamiento, que ha tomado este singular propósito en que se halla envuelto, con la conciencia de hacer algo, pero incapaz de definirlo incluso para su propia consideración. El proyecto impreciso y el esfuerzo convulso con que trata de ejecutarlo, son característicos de un hombre débil. Wakefield analiza y examina, no obstante, sus ideas, con toda la minuciosidad posible, se interesa por conocer los efectos que su decisión ha causado: cómo soportará su esposa los efectos de la viudez de una semana, cómo afectará su ausencia al pequeño círculo de amigos del que él es el centro. Una vanidad morbosa se halla, pues, en el fondo de todo el asunto. Ahora bien ¿cómo saber qué desea? Desde luego, no quedarse para siempre en su cómodo alojamiento, en el que aun cuando duerma y despierte en la calle inmediata a la suya, se encuentra en realidad tan ausente como si la diligencia en la que supuestamente iría hubiera rodado durante toda la noche. Si reaparece en su casa, todo su proyecto se viene abajo. Atormentado su pobre cerebro con este dilema, se aventura a cruzar el extremo de la calle y mirar su abandonado domicilio. La costumbre —pues Wakefield es un hombre de costumbres— lo conduce sin que lo perciba hasta la misma puerta de su casa, donde en aquel mismo momento el ruido que producen sus pasos sobre el primer escalón le hace volver en sí: ¡Wakefield! ¿A dónde ibas?
At that instant, his fate was turning on the pivot. Little dreaming of the doom to which his first backward step devotes him, he hurries away, breathless with agitation hitherto unfelt, and hardly dares turn his head, at the distant corner. Can it be, that nobody caught sight of him? Will not the whole household—the decent Mrs. Wakefield, the smart maid-servant, and the dirty little footboy—raise a hue-and-cry, through London streets, in pursuit of their fugitive lord and master? Wonderful escape! He gathers courage to pause and look homeward, but is perplexed with a sense of change about the familiar edifice, such as affects us all, when, after a separation of months or years, we again see some hill or lake, or work of art, with which we were friends, of old. In ordinary cases, this indescribable impression is caused by the comparison and contrast between our imperfect reminiscences and the reality. In Wakefield, the magic of a single night has wrought a similar transformation, because, in that brief period, a great moral change has been effected. But this is a secret from himself. Before leaving the spot, he catches a far and momentary glimpse of his wife, passing athwart the front window, with her face turned towards the head of the street. The crafty nincompoop takes to his heels, scared with the idea, that, among a thousand such atoms of mortality, her eye must have detected him. Right glad is his heart, though his brain be somewhat dizzy, when he finds himself by the coal-fire of his lodgings. En aquel momento su destino acababa de realizar un cambio decisivo. Sin soñar siquiera en el abismo al que lo arroja este paso que dio atrás, Wakefield se aleja velozmente de su domicilio, sin aliento, con una agitación hasta entonces no sentida, y apenas se atreve a volver la cabeza desde la primera esquina. ¿Es posible que nadie lo haya visto? ¿No tocarán a rebato por las calles de Londres los habitantes de su casa, la dulce Mrs. Wakefield, todos, la elegante doncella y el descuidado lacayo, pidiendo la búsqueda y captura de su dueño y señor? Su fuga ha sido un milagro. Reúne todo su valor para detenerse un momento y mirar hacia atrás, pero su corazón se siente oprimido al ver que su casa ha experimentado un cambio, tal como suele parecernos cuando, después de meses o años de ausencia, vemos nuevamente una colina o un lago o una obra de arte que nos son conocidos desde antes. Ordinariamente este sentimiento indescriptible está causado por la comparación y el contraste entre las reminiscencias imperfectas y la realidad. En Wakefield, el prodigio de una sola noche había producido esa transformación, porque en aquel breve período un gran cambio moral había tenido lugar en él. Este es un secreto que sólo a él le pertenece. Antes de abandonar el lugar en que se encuentra, Wakefield puede todavía captar la imagen lejana y momentánea de su esposa que pasa a través de las ventanas con el rostro vuelto hacia el extremo de la calle. El pobre necio huye sin esperar más, despavorido ante la idea de que entre miles de seres mortales, la mirada de su esposa haya podido descubrirlo. Aun cuando su cerebro se sienta confuso, se encuentra alegre, sin embargo, pocos minutos después, cuando se sienta al fin ante la chimenea de su nuevo domicilio.
So much for the commencement of this long whim-wham. After the initial conception, and the stirring up of the man′s sluggish temperament to put it in practice, the whole matter evolves itself in a natural train. We may suppose him, as the result of deep deliberation, buying a new wig, of reddish hair, and selecting sundry garments, in a fashion unlike his customary suit of brown, from a Jew′s old-clothes bag. It is accomplished. Wakefield is another man. The new system being now established, a retrograde movement to the old would be almost as difficult as the step that placed him in his unparalleled position. Furthermore, he is rendered obstinate by a sulkiness, occasionally incident to his temper, and brought on, at present, by the inadequate sensation which he conceives to have been produced in the bosom of Mrs. Wakefield. He will not go back until she be frightened half to death. Well, twice or thrice has she passed before his sight, each time with a heavier step, a paler cheek, and more anxious brow; and, in the third week of his non-appearance, he detects a portent of evil entering the house, in the guise of an apothecary. Next day, the knocker is muffled. Towards night-fall, comes the chariot of a physician, and deposits its big-wigged and solemn burthen at Wakefield′s door, whence, after a quarter of an hour′s visit, he emerges, perchance the herald of a funeral. Dear woman! Will she die? By this time, Wakefield is excited to something like energy of feeling, but still lingers away from his wife′s bedside, pleading with his conscience, that she must not be disturbed at such a juncture. If aught else restrains him, he does not know it. In the course of a few weeks, she gradually recovers; the crisis is over; her heart is sad, perhaps, but quiet; and, let him return soon or late, it will never be feverish for him again. Such ideas glimmer through the mist of Wakefield′s mind, and render him indistinctly conscious, that an almost impassable gulf divides his hired apartment from his former home. "It is but in the next street!" he sometimes says. Fool! it is in another world. Hitherto, he has put off his return from one particular day to another; henceforward, he leaves the precise time undetermined. Not to-morrow—probably next week—pretty soon. Poor man! The dead have nearly as much chance of re-visiting their earthly homes, as the self-banished Wakefield. Con lo anteriormente escrito, hemos trazado el comienzo de este largo desvarío. Una vez sentada la primera idea y la extravagante terquedad del hombre de ponerla en práctica, el asunto sigue su camino casi automáticamente. Podemos imaginar a Wakefield comprando, después de largas reflexiones, una nueva peluca de pelo rojizo, escogiendo de un ropavejero judío unas prendas de color café, de corte distinto al de las que había acostumbrado usar hasta entonces. Todo está consumado, Wakefield es otra persona. Una vez establecido el nuevo sistema, todo movimiento que intente volver al anterior tendrá que ser tan difícil al menos como el que lo condujo a la extraña situación en que se encuentra. Además, su obstinación se hace mayor por el enojo que le produce pensar que su ausencia ha producido con seguridad una reacción inadecuada en el ánimo de su esposa. Ahora está decidido a no volver a su casa hasta que su esposa sienta un sobresalto de muerte. Dos o tres veces ha caminado Mrs. Wakefield ante los ojos de su esposo oculto, cada vez con pasos más lentos y difíciles, cada vez con las mejillas más pálidas y la frente más surcada de arrugas. En la tercera semana de su ausencia, Wakefield vio un heraldo de desgracias entrando en su casa bajo la forma de un farmacéutico. Al día siguiente, la campana de la puerta es envuelta con un lienzo para mitigar los sonidos. Al anochecer, aparece la carroza de un médico que deposita a su dueño solemne y empelucado en la casa de Wakefield, de donde sale, al cabo de media hora, como el anuncio posible de un funeral. ¿Morirá quizás? —piensa Wakefield, y su corazón se hiela sólo de suponerlo. En aquellos días siente una excitación semejante a la energía, pero se mantiene lejos de la cabecera de su esposa, pues sería contraproducente perturbarla en aquellos momentos. Si algo distinto de esto lo detiene, él lo ignora. En el curso de unas pocas semanas, Mrs. Wakefield se recobra; la crisis ha pasado; su corazón está triste, quizás, pero sereno; ahora podría regresar Wakefield, o más tarde: su esposa no volverá a sentir angustia por él. Estas ideas lucen a veces a través del extravío que se ha apoderado del cerebro de Wakefield y le dan una conciencia oscura de que algo así como un abismo infranqueable separa su nuevo alojamiento de su antiguo hogar. —¡Pero si está en la calle próxima! —se dice, a veces, a sí mismo. En realidad, su casa está en otro mundo; hasta ahora Wakefield había retardado su regreso de un día a otro; desde este momento es indeterminado el momento del regreso; no mañana, sino, probablemente, la semana próxima; de cualquier manera, muy pronto. ¡Pobre Wakefield! Desterrado por propia voluntad, tiene tantas probabilidades de regresar a su casa como los muertos de volver a su antigua condición en la tierra.
Would that I had a folio to write, instead of an article of a dozen pages! Then might I exemplify how an influence, beyond our control, lays its strong hand on every deed which we do, and weaves its consequences into an iron tissue of necessity. Wakefield is spell-bound. We must leave him, for ten years or so, to haunt around his house, without once crossing the threshold, and to be faithful to his wife, with all the affection of which his heart is capable, while he is slowly fading out of hers. Long since, it must be remarked, he has lost the perception of singularity in his conduct. Ojalá tuviera que escribir un libro en lugar de un cuento de doce páginas, entonces, podría manifestar cómo una fuerza fuera de nuestro control puede influir sobre nuestras acciones y tejer con sus consecuencias un manto de hierro que nos aprisiona. Wakefield ha sido descrito. Ahora debemos abandonarlo por unos diez años, imaginarlo rondar alrededor de su casa sin cruzar una sola vez el umbral, siempre fiel a su esposa, con todo el amor de que es capaz su corazón, mientras que por otra parte su recuerdo desaparece poco a poco de Mrs. Wakefield. Desde hace mucho tiempo —hay que enfatizarlo—, el desterrado voluntario perdió la conciencia de lo extraño de su situación.
Now for a scene! Amid the throng of a London street, we distinguish a man, now waxing elderly, with few characteristics to attract careless observers, yet bearing, in his whole aspect, the hand-writing of no common fate, for such as have the skill to read it. He is meagre; his low and narrow forehead is deeply wrinkled; his eyes, small and lustreless, sometimes wander apprehensively about him, but oftener seem to look inward. He bends his head, but moves with an indescribable obliquity of gait, as if unwilling to display his full front to the world. Watch him, long enough to see what we have described, and you will allow, that circumstances—which often produce remarkable men from nature′s ordinary handiwork—have produced one such here. Next, leaving him to sidle along the foot-walk, cast your eyes in the opposite direction, where a portly female, considerably in the wane of life, with a prayer-book in her hand, is proceeding to yonder church. She has the placid mien of settled widowhood. Her regrets have either died away, or have become so essential to her heart, that they would be poorly exchanged for joy. Just as the lean man and well conditioned woman are passing, a slight obstruction occurs, and brings these two figures directly in contact. Their hands touch; the pressure of the crowd forces her bosom against his shoulder; they stand, face to face, staring into each other′s eyes. After a ten years′ separation, thus Wakefield meets his wife! Relatemos ahora una escena. Entre la multitud que ocupa una calle de Londres, podemos ver a un hombre, ahora de mayor edad, con pocos rasgos característicos para atraer la atención de los distraídos transeúntes, pero lleva en su rostro el testimonio de un destino poco común. Es un hombre delgado, su frente estrecha y pronunciada se encuentra cubierta de arrugas profundas; sus ojos pequeños y sin brillo giran algunas veces temerosamente a su alrededor, pero más a menudo parecen mirar hacia su interior. Lleva la cabeza encorvada y se mueve con un paso curiosamente oblicuo, como si quisiera robarle al mundo su presencia real y directa. Al mirarlo con atención puede percibirse cuanto se ha descrito de él aquí, puesto que las circunstancias —que a veces hacen grandes personalidades de una materia tosca— han producido a este individuo. Si lo abandonamos para atravesar la calle y dirigimos nuestra mirada en dirección opuesta, veremos a una mujer de porte distinguido, ya en el ocaso de su vida, que se dirige a la iglesia con un devocionario en la mano. El dolor ha desaparecido de su ánimo o se ha hecho tan consustancial a él, que no lo cambiaría ya por la alegría. En el momento exacto en que el hombre delgado y la viuda se cruzan, hay un pequeño embotellamiento en la circulación y las dos figuras entran en contacto. Sus manos se tocan, la presión de la multitud hace que el pecho de ella alcance los hombros de él; se detienen y se miran a los ojos. Después de diez años de separación, así es cómo Wakefield se encuentra por primera vez con su propia esposa.
The throng eddies away, and carries them asunder. The sober widow, resuming her former pace, proceeds to church, but pauses in the portal, and throws a perplexed glance along the street. She passes in, however, opening her prayer-book as she goes. And the man? With so wild a face, that busy and selfish London stands to gaze after him, he hurries to his lodgings, bolts the door, and throws himself upon the bed. The latent feelings of years break out; his feeble mind acquires a brief energy from their strength; all the miserable strangeness of his life is revealed to him at a glance; and he cries out, passionately—"Wakefield! Wakefield! You are mad!" Después la multitud los separa. La viuda recupera su paso anterior y se dirige a la iglesia; en el atrio se detiene un instante y su mirada recorre con expresión de perplejidad la masa de gente que discurre por la calle. Sin embargo es sólo un instante; después entra en el templo mientras abre su libro. ¿Y Wakefield? Con una expresión irritada vuelve su rostro a la ciudad ocupada y egoísta y se precipita a su alojamiento, corre el cerrojo de la puerta y se arroja sobre la cama. Los sentimientos latentes durante tantos años surgen a la superficie; todo el terrible desatino de su vida se le revela de un golpe en su mente débil y entonces grita con un acento increíble: —¡Wakefield! ¡Wakefield! ¡Estás loco!
Perhaps he was so. The singularity of his situation must have so moulded him to itself, that, considered in regard to his fellow-creatures and the business of life, he could not be said to possess his right mind. He had contrived, or rather he had happened, to dissever himself from the world—to vanish—to give up his place and privileges with living men, without being admitted among the dead. The life of a hermit is nowise parallel to his. He was in the bustle of the city, as of old; but the crowd swept by, and saw him not; he was, we may figuratively say, always beside his wife, and at his hearth, yet must never feel the warmth of the one, nor the affection of the other. It was Wakefield′s unprecedented fate, to retain his original share of human sympathies, and to be still involved in human interests, while he had lost his reciprocal influence on them. It would be a most curious speculation, to trace out the effect of such circumstances on his heart and intellect, separately, and in unison. Yet, changed as he was, he would seldom be conscious of it, but deem himself the same man as ever; glimpses of the truth, indeed, would come, but only for the moment; and still he would keep saying—"I shall soon go back!"—nor reflect, that he had been saying so for twenty years. Quizás era verdad. La singularidad de su situación tiene que haber moldeado a este hombre de tal suerte que comparado con los demás hombres y con los problemas de la vida, no puede aceptarse que estaba en su sano juicio. Se las había ingeniado para separarse por sí mismo del mundo, para desvanecerse, para abandonar el lugar y los privilegios que le correspondían entre los vivos, sin conquistar tampoco un lugar entre los muertos. La vida de un ermitaño no podía compararse con la suya en absoluto. Se hallaba sumido en el bullicio de la ciudad, como antes también lo había estado, pero la multitud caminaba a su lado y no lo veía; podemos decir que figuradamente está al lado de su esposa y en su hogar, pero condenado a no sentir jamás ni el calor de uno ni el amor de otra; el destino singular de Wakefield consistía en que su ánimo conservaba los afectos pasados y participaba en la red de los intereses humanos, pero desprovisto de toda posibilidad de influir en ninguno. Sería algo sugerente escribir en detalle los efectos de esta situación en su cerebro y en su corazón, separadamente y en una combinación recíproca. Sin embargo, después de sufrir el cambio que había sufrido, es seguro que él mismo no se percatara de esto y le pareciera, al contrario, como si continuara siendo el hombre de siempre: algunos relámpagos de verdad le iluminarían, es cierto, algunas veces, pero sólo durante un instante. En esos momentos su respuesta era: “Dentro de poco volveré”, sin percibir que lo mismo se decía desde hacía veinte años.
I conceive, also, that these twenty years would appear, in the retrospect, scarcely longer than the week to which Wakefield had at first limited his absence. He would look on the affair as no more than an interlude in the main business of his life. When, after a little while more, he should deem it time to re-enter his parlor, his wife would clap her hands for joy, on beholding the middle-aged Mr. Wakefield. Alas, what a mistake! Would Time but await the close of our favorite follies, we should be young men, all of us, and till Doom′s Day. Asimismo pienso que estos veinte años se aparecían ante Wakefield, cuando dirigía su mirada hacia el pasado no más largos que la semana que se había fijado como límite de su ausencia, cuando abandonó a su esposa. Para él seguramente este espacio de tiempo no era más que un intermedio o entreacto en el curso general de su existencia. Cuando después de algún tiempo creyera que había llegado el momento de volver a casa, Mrs. Wakefield juntaría sus manos loca de alegría y examinaría a su marido, un hombre todavía maduro. ¡Qué terrible error! Si el tiempo se detuviera y esperara el final de nuestras locuras, todos nosotros seríamos jóvenes y continuaríamos siéndolo hasta el día del juicio final.
One evening, in the twentieth year since he vanished, Wakefield is taking his customary walk towards the dwelling which he still calls his own. It is a gusty night of autumn, with frequent showers, that patter down upon the pavement, and are gone, before a man can put up his umbrella. Pausing near the house, Wakefield discerns, through the parlor windows of the second floor, the red glow, and the glimmer and fitful flash, of a comfortable fire. On the ceiling, appears a grotesque shadow of good Mrs. Wakefield. The cap, the nose and chin, and the broad waist, form an admirable caricature, which dances, moreover, with the up-flickering and down-sinking blaze, almost too merrily for the shade of an elderly widow. At this instant, a shower chances to fall, and is driven, by the unmannerly gust, full into Wakefield′s face and bosom. He is quite penetrated with its autumnal chill. Shall he stand, wet and shivering here, when his own hearth has a good fire to warm him, and his own wife will run to fetch the gray coat and small-clothes, which, doubtless, she has kept carefully in the closet of their bed-chamber? No! Wakefield is no such fool. He ascends the steps—heavily!—for twenty years have stiffened his legs, since he came down—but he knows it not. Stay, Wakefield! Would you go to the sole home that is left you? Then step into your grave! The door opens. As he passes in, we have a parting glimpse of his visage, and recognize the crafty smile, which was the precursor of the little joke, that he has ever since been playing off at his wife′s expense. How unmercifully has he quizzed the poor woman! Well; a good night′s rest to Wakefield! Una tarde, ahora que ya hacía veinte años que había desaparecido, Wakefield realiza su acostumbrado paseo hacia la casa que sigue considerando suya. Es una noche tormentosa de otoño, con frecuentes lluvias que se descargan contra el suelo y desaparecen antes de que una persona alcance a abrir su paraguas. Detenido frente a su casa, Wakefield puede ver a través de las ventanas del segundo piso el resplandor rojo y los reflejos de un fuego confortable encendido en la habitación. En el techo puede verse la figura monstruosa u oscilante de Mrs. Wakefield. La capa, la nariz, el mentón y el robusto talle forman una admirable caricatura, que baila según ascienden o descienden las llamas del fuego, trazando curvas y figuras demasiado alegres para una viuda entrada en años. En aquel mismo momento la lluvia cae de nuevo repentinamente, y arrojada por un viento otoñal, azota el rostro y el pecho de Wakefield, que se siente penetrado por un escalofrío. ¿Debe permanecer mojado y temblando mientras en su casa arde un amable fuego dispuesto a calentarlo, mientras que su esposa podría correr a buscar su bata y su ropa de abrigo, que sin duda ha mantenido cuidadosamente guardadas en el armario de la alcoba matrimonial? ¡Wakefield no es tan loco como para hacerlo! Asciende los peldaños lentamente y sin casi percatarse ejecuta una acción a la que sus piernas se han resistido durante veinte años. ¡Wakefield! ¿Vas a entrar a la casa que tú mismo te has vedado? La puerta se abre. Cuando penetra en el vestíbulo, aún podemos ver su rostro y vemos en él la misma sonrisa taimada que fue precursora de la pequeña broma que ha estado representado desde entonces a costa de su esposa. ¡Qué despiadadamente estuvo probando a su mujer! Finalmente, todo ha terminado y una velada amable espera a Wakefield.
This happy event—supposing it to be such—could only have occurred at an unpremeditated moment. We will not follow our friend across the threshold. He has left us much food for thought, a portion of which shall lend its wisdom to a moral, and be shaped into a figure. Amid the seeming confusion of our mysterious world, individuals are so nicely adjusted to a system, and systems to one another, and to a whole, that, by stepping aside for a moment, a man exposes himself to a fearful risk of losing his place forever. Like Wakefield, he may become, as it were, the Outcast of the Universe. Esta feliz ocurrencia —si es que efectivamente lo fue— sólo pudo ocurrir en un momento impremeditado. No seguiremos a nuestro personaje a través del umbral de su casa; ya nos ha dejado material suficiente para la reflexión, una parte del cual debe suministrarnos una moraleja que trataremos de condensar en unas cuantas palabras. Entre la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, los individuos se hallan tan definitivamente insertos en un sistema y cada sistema se encuentra tan estrechamente vinculado a otro o a otros y finalmente a un total de sistemas, que el hecho de salir por un instante del propio sistema, expone al hombre al riesgo espantoso de perder para siempre su propio lugar en el mundo. De manera semejante a Wakefield, uno puede convertirse fácilmente, como éste se convirtió, en el Apátrida del Universo.

(Traducción de Felipe González Vicens)