Nathaniel Hawthorne
Old Esther Dudley
[La vieja Esther Dudley]
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Old Esther Dudley [La vieja Esther Dudley]
HE HOUR HAD COME--the hour of defeat and humiliation--when Sir William Howe was to pass over the threshold of the Province House, and embark, with no such triumphal ceremonies as he once promised himself, on board the British fleet. He bade his servants and military attendants go before him, and lingered a moment in the loneliness of the mansion, to quell the fierce emotions that struggled in his bosom as with a death throb. Preferable, then, would he have deemed his fate, had a warrior′s death left him a claim to the narrow territory of a grave within the soil which the King had given him to defend. With an ominous perception that, as his departing footsteps echoed adown the staircase, the sway of Britain was passing forever from New England, he smote his clinched hand on his brow, and cursed the destiny that had flung the shame of a dismembered empire upon him.
| Había llegado la hora —la hora de la derrota y de la humillación— en que Sir William Howe debía cruzar el umbral de la Casa Provincial y embarcarse a bordo de la flota británica, sin las ceremonias triunfales que alguna vez se había prometido a sí mismo. Pidió a sus servidores y edecanes militares que se retiraran antes que él, y se demoró un momento en la soledad de la mansión para ahogar las violentas emociones que luchaban dentro de su pecho en una palpitación casi mortal. En verdad él habría preferido su destino si la muerte en combate lo hubiera hecho acreedor al estrecho recinto de una tumba dentro del territorio que su Rey le había ordenado defender. Con el lúgubre presentimiento de que, apenas sus pisadas resonaban escaleras abajo, la hegemonía de Gran Bretaña desaparecía para siempre de Nueva Inglaterra, se golpeó la frente con el puño cerrado y maldijo la suerte que había hecho recaer sobre sus espaldas el bochorno de un imperio desmembrado. |
"Would to God," cried he, hardly repressing his tears of rage, "that the rebels were even now at the doorstep! A blood-stain upon the floor should then bear testimony that the last British ruler was faithful to his trust."
| —¡Pluguiera a Dios —exclamó, conteniendo apenas lágrimas de ira— que los rebeldes estuvieran en este momento en el umbral! Entonces una mancha de sangre sobre el piso daría testimonio de que el último gobernante británico fue leal a su juramento. |
The tremulous voice of a woman replied to his exclamation.
| La voz trémula de una mujer le contestó. |
"Heaven′s cause and the King′s are one," it said. "Go forth, Sir William Howe, and trust in Heaven to bring back a Royal Governor in triumph."
| —La causa del Cielo y la del Rey son una —dijo la voz—. Continuad vuestra marcha, Sir William Howe, y confiad en que el Cielo devolverá en triunfo a un Gobernador de la Corona. |
Subduing, at once, the passion to which he had yielded only in the faith that it was unwitnessed, Sir William Howe became conscious that an aged woman, leaning on a gold-headed staff, was standing betwixt him and the door. It was old Esther Dudley, who had dwelt almost immemorial years in this mansion, until her presence seemed as inseparable from it as the recollections of its history. She was the daughter of an ancient and once eminent family, which had fallen into poverty and decay, and left its last descendant no resource save the bounty of the King, nor any shelter except within the walls of the Province House. An office in the household, with merely nominal duties, had been assigned to her as a pretext for the payment of a small pension, the greater part of which she expended in adorning herself with an antique magnificence of attire. The claims of Esther Dudley′s gentle blood were acknowledged by all the successive Governors; and they treated her with the punctilious courtesy which it was her foible to demand, not always with success, from a neglectful world. The only actual share which she assumed in the business of the mansion was to glide through its passages and public chambers, late at night, to see that the servants had dropped no fire from their flaring torches, nor left embers crackling and blazing on the hearths. Perhaps it was this invariable custom of walking her rounds in the hush of midnight that caused the superstition of the times to invest the old woman with attributes of awe and mystery; fabling that she had entered the portal of the Province House, none knew whence, in the train of the first Royal Governor, and that it was her fate to dwell there till the last should have departed. But Sir William Howe, if he ever heard this legend, had forgotten it.
| Sir William Howe reprimió inmediatamente la pasión por la que se había dejado arrebatar sólo en la certidumbre de que estaba solo, y tomó conciencia de que una anciana, apoyada sobre un báculo con pomo de oro, se interponía entre él y la puerta. Era la vieja Esther Dudley, que residía en esa mansión desde tiempos inmemoriales, y cuya presencia ya parecía tan inseparable de ella como las reminiscencias de su historia. Era hija de una tradicional y otrora eminente familia, que se había sumido en la pobreza y la decadencia, y que había dejado a su última descendiente sin más recursos que el tesoro del Rey ni más abrigo que el que ofrecían los muros de la Casa Provincial. Le habían asignado una función en la residencia, una faena puramente nominal que servía como pretexto para pagarle una pequeña pensión, la mayor parte de la cual la anciana invertía en engalanarse con su antigua magnificencia. Los sucesivos gobernadores habían reconocido los derechos del aristocrático linaje de Esther Dudley; y la trataron con la delicada cortesía que ella tenía la debilidad de reclamar, aunque no siempre con éxito, de un mundo negligente. La única intervención práctica que tenía en los asuntos de la residencia consistía en deslizarse por sus corredores y cámaras públicas, a altas horas de la noche, para comprobar que los sirvientes no hubieran dejado caer tizones de las llameantes antorchas, ni olvidado brasas que continuaran crepitando y chisporroteando en las chimeneas. Quizás había sido este invariable hábito de rondar en el silencio de la medianoche el que había dado pie a la superstición de esa época que atribuía a la mujer facultades horribles y misteriosas; e imaginaban que ella había atravesado el pórtico de la Casa Provincial, viniendo nadie sabía desde dónde, con el cortejo del primer Gobernador de la Corona, y que estaba destinada a permanecer allí hasta que el último hubiera partido. Pero Sir William Howe, si había escuchado alguna vez esta leyenda, la había olvidado: |
"Mistress Dudley, why are you loitering here?" asked he, with some severity of tone. "It is my pleasure to be the last in this mansion of the King."
| —¿Qué hacéis merodeando por aquí, señora Dudley? —preguntó, con tono un poco severo—. Es mi deseo ser el último en pisar esta mansión del Rey. |
"Not so, if it please your Excellency," answered the time-stricken woman. "This roof has sheltered me long. I will not pass from it until they bear me to the tomb of my forefathers. What other shelter is there for old Esther Dudley, save the Province House or the grave?"
| —No será así, si vuestra Excelencia lo permite—respondió la mujer cargada de años—. Este techo me ha brindado amparo durante mucho tiempo. No saldré de abajo de él hasta que me transporten a la tumba de mis antepasados. ¿Qué otro refugio hay para la vieja Esther Dudley, como no sea la Casa Provincial o la sepultura? |
"Now Heaven forgive me!" said Sir William Howe to himself. "I was about to leave this wretched old creature to starve or beg. Take this, good Mistress Dudley," he added, putting a purse into her hands. "King George′s head on these golden guineas is sterling yet, and will continue so, I warrant you, even should the rebels crown John Hancock their king. That purse will buy a better shelter than the Province House can now afford."
| —¡Que el Cielo me perdone! —murmuró Sir William Howe para sus adentros—. Estaba por dejar a esta infeliz anciana librada a la inanición o la mendicidad. Guardad esto, buena señora Dudley —agregó, depositando un bolso en sus manos—. La cabeza del Rey Jorge estampada sobre estas guineas de oro todavía vale esterlinas, y continuará valiéndolas, os lo juro, aunque los rebeldes coronen a John Hancock. Este bolso os deparará un amparo mejor que el que puede proporcionaros ahora la Casa Provincial. |
"While the burden of life remains upon me, I will have no other shelter than this roof," persisted Esther Dudley, striking her staff upon the floor with a gesture that expressed immovable resolve. "And when your Excellency returns in triumph, I will totter into the porch to welcome you."
| —Mientras continúe soportando el peso de la vida, no tendré más abrigo que este techo —insistió Esther Dudley, descargando el báculo contra el piso con una actitud que expresaba su firme resolución—. Y cuando vuestra excelencia regrese en triunfo, yo iré arrastrándome hasta la entrada para darle la bienvenida. |
"My poor old friend!" answered the British General--and all his manly and martial pride could no longer restrain a gush of bitter tears. "This is an evil hour for you and me. The Province which the King intrusted to my charge is lost. I go hence in misfortune--perchance in disgrace--to return no more. And you, whose present being is incorporated with the past--who have seen Governor after Governor, in stately pageantry, ascend these steps--whose whole life has been an observance of majestic ceremonies, and a worship of the King--how will you endure the change? Come with us! Bid farewell to a land that has shaken off its allegiance, and live still under a royal government, at Halifax."
| —¡Mi pobre vieja amiga! —respondió el general británico, y todo su orgullo masculino y guerrero no bastó para contener un torrente de lágrimas amargas—. Esta es una hora infausta para vos y para mí. La provincia que el Rey me confió se ha perdido. Parto de ella con malos hados, quizás en desgracia, para no volver jamás. Y vos, que habéis fusionado vuestro presente al pasado, que habéis visto cómo un gobernador tras otro ascendía por esta escalera con majestuosa pompa, que habéis consagrado toda vuestra vida al cumplimento de las ceremonias reales y a la veneración del Rey... ¿cómo soportaréis este cambio? ¡Venid con nosotros! Despedíos de una tierra que ha abjurado de su lealtad, continuad viviendo bajo la autoridad de la Corona, en Halifax. |
"Never, never!" said the pertinacious old dame. "Here will I abide; and King George shall still have one true subject in his disloyal Province."
| —¡Nunca, nunca! —respondió la obstinada anciana—. Aquí me quedaré y el Rey Jorge todavía tendrá un súbdito sincero en esta provincia infiel. |
"Beshrew the old fool!" muttered Sir William Howe, growing impatient of her obstinacy, and ashamed of the emotion into which he had been betrayed. "She is the very moral of old-fashioned prejudice, and could exist nowhere but in this musty edifice. Well, then, Mistress Dudley, since you will needs tarry, I give the Province House in charge to you. Take this key, and keep it safe until myself, or some other Royal Governor, shall demand it of you."
| —¡Al diablo con la vieja tonta! —masculló Sir William Howe, cada vez más irritado por la terquedad de su interlocutora y avergonzado de haberse dejado arrastrar por la emoción—. Es el espíritu en persona de los antiguos prejuicios y no podría vivir en otro lado que no fuese este vetusto edificio. Bien, entonces, señora Dudley, puesto que os empeñáis en quedaros, dejo a vuestro cargo la Casa Provincial. Tomad esta llave y guardadla en lugar seguro hasta que yo, o algún otro Gobernador de la Corona, os la reclame. |
Smiling bitterly at himself and her, he took the heavy key of the Province House, and delivering it into the old lady′s hands, drew his cloak around him for departure. As the General glanced back at Esther Dudley′s antique figure, he deemed her well fitted for such a charge, as being so perfect a representative of the decayed past--of an age gone by, with its manners, opinions, faith and feelings, all fallen into oblivion or scorn--of what had once been a reality, but was now merely a vision of faded magnificence. Then Sir William Howe strode forth, smiting his clinched hands together, in the fierce anguish of his spirit; and old Esther Dudley was left to keep watch in the lonely Province House, dwelling there with memory; and if Hope ever seemed to flit around her, still was it Memory in disguise.
| Sonriendo amargamente por sí mismo y por ella, tomó la pesada llave de la Casa Provincial, la depositó en las manos de la anciana y se embozó en su capa para partir. Al volverse para mirar por encima del hombro la añosa figura de Esther Dudley, el general pensó que estaba muy bien dotada para tal misión, pues era una representante perfecta del pasado decadente de una era que había muerto con sus modales, sus opiniones, su fe y sus sentimientos, todos los cuales habían caído en el olvido o en el escarnio de lo que antaño había sido realidad pero ahora solo era una visión de desvanecida grandeza. Luego Sir William Howe se alejó, entrechocando sus puños crispados, embargado por la feroz angustia de su ánimo; y la vieja Esther Dudley quedó montando guardia en la solitaria Casa Provincial, conviviendo con sus recuerdos. Y si alguna vez la Esperanza pareció aletear en torno de ella, no era más que la Reminiscencia disfrazada. |
The total change of affairs that ensued on the departure of the British troops did not drive the venerable lady from her stronghold. There was not, for many years afterwards, a Governor of Massachusetts; and the magistrates, who had charge of such matters, saw no objection to Esther Dudley′s residence in the Province House, especially as they must otherwise have paid a hireling for taking care of the premises, which with her was a labor of love. And so they left her the undisturbed mistress of the old historic edifice. Many and strange were the fables which the gossips whispered about her, in all the chimney corners of the town. Among the time-worn articles of furniture that had been left in the mansion there was a tall, antique mirror, which was well worthy of a tale by itself, and perhaps may hereafter be the theme of one. The gold of its heavily-wrought frame was tarnished, and its surface so blurred, that the old woman′s figure, whenever she paused before it, looked indistinct and ghostlike. But it was the general belief that Esther could cause the Governors of the overthrown dynasty, with the beautiful ladies who had once adorned their festivals, the Indian chiefs who had come up to the Province House to hold council or swear allegiance, the grim Provincial warriors, the severe clergymen--in short, all the pageantry of gone days--all the figures that ever swept across the broad plate of glass in former times--she could cause the whole to reappear, and people the inner world of the mirror with shadows of old life. Such legends as these, together with the singularity of her isolated existence, her age, and the infirmity that each added winter flung upon her, made Mistress Dudley the object both of fear and pity; and it was partly the result of either sentiment that, amid all the angry license of the times, neither wrong nor insult ever fell upon her unprotected head. Indeed, there was so much haughtiness in her demeanor towards intruders, among whom she reckoned all persons acting under the new authorities, that it was really an affair of no small nerve to look her in the face. And to do the people justice, stern republicans as they had now become, they were well content that the old gentlewoman, in her hoop petticoat and faded embroidery, should still haunt the palace of ruined pride and overthrown power, the symbol of a departed system, embodying a history in her person. So Esther Dudley dwelt year after year in the Province House, still reverencing all that others had flung aside, still faithful to her King, who, so long as the venerable dame yet held her post, might be said to retain one true subject in New England, and one spot of the empire that had been wrested from him.
| El cambio radical que se produjo en la situación después de la partida de las tropas británicas no alejó a la venerable dama de su fortaleza. Por muchos años, a partir de ese día, no hubo gobernador de Massachusetts; y los magistrados que se hicieron cargo de las funciones ejecutivas no se opusieron a que Esther Dudley residiera en la Casa Provincial, sobre todo porque de lo contrario hubieran debido contratar una servidora para que cuidada el edificio, cosa que ella hacía por vocación. Y así dejaron que se convirtiera en la dueña indiscutida del viejo edificio histórico. Muchas y muy extrañas eran las fábulas que los chismosos susurraban respecto de su persona en todos los rincones de la ciudad donde ardía una chimenea. Entre los muebles desvencijados que habían quedado en la mansión se encontraba un espejo antiguo y alto, que valía con creces un cuento por sí mismo, y tal vez en el futuro sirva de tema de alguno. La lámina dorada que recubría su marco prolijamente tallado había perdido el brillo, y su superficie estaba tan empañada que la figura de la anciana, cuando se detenía frente al espejo, parecía borrosa y espectral. Pero existía la convicción general de que Esther podía lograr que los gobernadores de la dinastía depuesta, y las bellas damas que otrora habían engalanado sus fiestas, y los jefes indígenas que habían concurrido a la Casa Provincial para celebrar conciliábulos o jurar lealtad, y los hoscos guerreros locales, y los adustos clérigos, en síntesis, toda la pompa de antaño— y todas las figuras que habían cruzado por la ancha lámina de cristal en los tiempos pretéritos— reaparecieran, y poblaran el mundo interior del espejo con sombras de la vida ya pasada. Las leyendas de este género, sumadas a la singularidad de su existencia solitaria, a su edad, a la decrepitud que cada nuevo invierno cargaba sobre sus espaldas, convirtieron a Esther Dudley en un motivo a la vez de miedo y de compasión; y fue en parte como consecuencia de uno u otro de estos sentimientos que en medio del furioso desenfreno de la época su indefensa persona estuvo a salvo de tropelías e injurias. En verdad, su actitud respecto de los intrusos, entre los que catalogaba a todas las personas que obedecían al nuevo régimen, era tan altanera que se necesitaba una buena dosis de coraje para mirarla a la cara. Y para hacer justicia a los vecinos, diremos que pese a que todos se habían trasformando en severos republicanos, se sentían muy satisfechos de que esa anciana aristócrata, ataviada con su enagua de miriñaque y sus encajes desteñidos, continuara habitando ese palacio de la soberbia vencida y del poder derrocado, como símbolo de un sistema caduco, que encarnaba la historia en su persona. Así fue como Esther Dudley siguió viviendo año tras año en el Palacio Provincial, venerando siempre lo que todos los demás habían desechado, fiel todavía a su Rey, y hasta podría decirse que mientras la respetable dama se mantuvo en su puesto, él continuó conservando un leal súbdito en Nueva Inglaterra y un rincón del imperio que le habían arrebatado. |
And did she dwell there in utter loneliness? Rumor said, not so. Whenever her chill and withered heart desired warmth, she was wont to summon a black slave of Governor Shirley′s from the blurred mirror, and send him in search of guests who had long ago been familiar in those deserted chambers. Forth went the sable messenger, with the starlight or the moonshine gleaming through him, and did his errand in the burial ground, knocking at the iron doors of tombs, or upon the marble slabs that covered them, and whispering to those within: "My mistress, old Esther Dudley, bids you to the Province House at midnight." And punctually as the clock of the Old South told twelve came the shadows of the Olivers, the Hutchinsons, the Dudleys, all the grandees of a by-gone generation, gliding beneath the portal into the well-known mansion, where Esther mingled with them as if she likewise were a shade. Without vouching for the truth of such traditions, it is certain that Mistress Dudley sometimes assembled a few of the stanch, though crestfallen, old tories, who had lingered in the rebel town during those days of wrath and tribulation. Out of a cobwebbed bottle, containing liquor that a royal Governor might have smacked his lips over, they quaffed healths to the King, and babbled treason to the Republic, feeling as if the protecting shadow of the throne were still flung around them. But, draining the last drops of their liquor, they stole timorously homeward, and answered not again if the rude mob reviled them in the street.
| ¿Y vivía allí en una soledad total? Los rumores decían que no. Cada vez que su corazón helado y seco anhelaba la tibieza de una compañía, convocaba del empañado espejo a un esclavo negro del gobernador Shirley y lo enviaba en busca de los huéspedes que mucho tiempo atrás habían frecuenH tado esas habitaciones desiertas. El mensajero de tez oscura partía raudamente, atravesando por el resplandor de las estrellas o la luz de la luna, y cumplía su misión en el cementerio, golpeando la puertas de hierro de las tumbas o las lápidas de mármol que las cubrían y susurrando a los que yacían en ellas: "Mi ama, la vieja Esther Dudley, os invita a concurrir a medianoche a la Casa Provincial". Y cuando el reloj de Old South daba doce campanadas, las sombras de los Olivers, los Hutchinsons, los Dudleys y todos los aristócratas de una generación desaparecida llegaban puntualmente, deslizándose bajo el pórtico de la célebre mansión, y Esther se codeaba con ellos como si también fuera una sombra. Y aunque no garantizamos la veracidad de estas tradiciones, es cierto que a veces la señora Dudley reunía a unos pocos de los empedernidos aunque alicaídos viejos "tories", que habían persistido en la ciudad rebelde durante aquellos días de ira y tribulaciones. En torno de una botella cubierta de telarañas, cuyo elixir habría hecho chasquear los labios de un Gobernador de la Corona, brindaban a la salud del Rey y tramaban traiciones contra la República, como si la sombra protectora del trono todavía se proyectara sobre ellos. Pero luego de escanciar las últimas gotas de licor, regresaban medrosamente a sus casas y no respondían una palabra si la chusma grosera los injuriaba en las calles. |
Yet Esther Dudley′s most frequent and favored guests were the children of the town. Towards them she was never stern. A kindly and loving nature, hindered elsewhere from its free course by a thousand rocky prejudices, lavished itself upon these little ones. By bribes of gingerbread of her own making, stamped with a royal crown, she tempted their sunny sportiveness beneath the gloomy portal of the Province House, and would often beguile them to spend a whole playday there, sitting in a circle round the verge of her hoop petticoat, greedily attentive to her stories of a dead world. And when these little boys and girls stole forth again from the dark mysterious mansion, they went bewildered, full of old feelings that graver people had long ago forgotten, rubbing their eyes at the world around them as if they had gone astray into ancient times, and become children of the past. At home, when their parents asked where they had loitered such a weary while, and with whom they had been at play, the children would talk of all the departed worthies of the Province, as far back as Governor Belcher and the haughty dame of Sir William Phipps. It would seem as though they had been sitting on the knees of these famous personages, whom the grave had hidden for half a century, and had toyed with the embroidery of their rich waistcoats, or roguishly pulled the long curls of their flowing wigs. "But Governor Belcher has been dead this many a year," would the mother say to her little boy. "And did you really see him at the Province House?" "Oh yes, dear mother! yes!" the half-dreaming child would answer. "But when old Esther had done speaking about him he faded away out of his chair." Thus, without affrighting her little guests, she led them by the hand into the chambers of her own desolate heart, and made childhood′s fancy discern the ghosts that haunted there.
| Sin embargo, los huéspedes favoritos y más habituales de Esther Dudley eran los niños de la ciudad. Con ellos nunca fue hosca. Su carácter afable y tierno, que en sus otras manifestaciones había sido desviado de su libre curso por un millar de arraigados prejuicios, se derramaba generosamente sobre estos pequeños. Sobornándolos con panes de jengibre que ella misma preparaba y que llevaban estampada la corona real, atraía sus luminosos espíritus retozones al espacio limitado por el lúgubre portal de la Casa Provincial, y a menudo los convencía para que pasaran allí todo un día de juegos, sentados en círculo alrededor de su miriñaque, escuchando con atención sus historias de un mundo muerto. Y cuando estos niños y niñas salían de la oscura y misteriosa mansión se marchaban perplejos, embargados de viejos sentimientos que la gente más adusta había olvidado hacía mucho tiempo, frotándose los ojos frente al mundo que los circundaba, como si se hubieran extraviado en los tiempos antiguos, convertidos en criaturas del pasado. En sus casas, cuando sus padres les preguntaban dónde habían holgazaneado durante tantas horas y con quienes habían jugado, los niños discurrían sobre los personajes desaparecidos de la Provincia, remontándose hasta el gobernador Belcher y la arrogante dama de Sir William Phipps. Era como si hubieran estado sentados sobre las rodillas de estas famosas eminencias, que la sepultura ocultaba desde hacía medio siglo, y hubieran manoseado los encajes de sus maravillosos chalecos o tironeado desenfadadamente los largos bucles de sus pelucas flotantes. "¡Pero si el gobernador Belcher murió hace muchos años! —le decía la madre al niño—. ¿Y lo viste realmente en la Casa Provincial?" “¡Oh, sí, mamá, sí! —contestaba la criatura semidormida—. Pero cuando la vieja Esther terminó de hablar de él se esfumó de su silla." Así, sin amedrentar a sus pequeños huéspedes, ella los conducía de la mano por las cámaras de su propio corazón desolado y lograba que la fantasía infantil percibiera los fantasmas que moraban allí. |
Living so continually in her own circle of ideas, and never regulating her mind by a proper reference to present things, Esther Dudley appears to have grown partially crazed. It was found that she had no right sense of the progress and true state of the Revolutionary War, but held a constant faith that the armies of Britain were victorious on every field, and destined to be ultimately triumphant. Whenever the town rejoiced for a battle won by Washington, or Gates, or Morgan, or Greene, the news, in passing through the door of the Province House, as through the ivory gate of dreams, became metamorphosed into a strange tale of the prowess of Howe, Clinton, or Cornwallis. Sooner or later it was her invincible belief the colonies would be prostrate at the footstool of the King. Sometimes she seemed to take for granted that such was already the case. On one occasion, she startled the townspeople by a brilliant illumination of the Province House, with candles at every pane of glass, and a transparency of the King′s initials and a crown of light in the great balcony window. The figure of the aged woman in the most gorgeous of her mildewed velvets and brocades was seen passing from casement to casement, until she paused before the balcony, and flourished a huge key above her head. Her wrinkled visage actually gleamed with triumph, as if the soul within her were a festal lamp.
| Parece que a fuerza de vivir siempre dentro de su propio círculo de ideas, sin ajustar jamás su pensamiento a un enfoque correcto de las circunstancias actuales, Esther Dudley enloqueció parcialmente. Se comprobó que no tenía idea exacta sobre la marcha y situación verdaderas de la Guerra Revolucionaria, sino que creía firmemente que los ejércitos británicos triunfaban en todos los frentes de batalla y tenían asegurada la victoria final. Cada vez que la ciudad festejaba una batalla ganada por Washington, o Gates, o Morgan, o Greene, las noticias se filtraban en la Casa Provincial como si lo hicieran a través de los portales de marfil del sueño y se metamorfoseaban en extrañas historias sobre las hazañas de Howe, Clinton o Cornwallis. La anciana tenía la inconmovible certidumbre de que tarde o temprano las colonias se postrarían a los pies del Rey. A veces parecía dar por supuesto que tal cosa ya había sucedido. En una oportunidad sorprendió a los vecinos de la ciudad iluminando espléndidamente la Casa Provincial con velas en todos los cristales de las ventanas, y colocando una lámina trasparente con las iniciales del Rey y una corona de luz sobre el gran ventanal del balcón. Vióse pasar la figura de la anciana, ataviada con los más bellos de sus añejos terciopelos y brocados, desplazándose de una ventana a otra hasta que se detuvo frente al balcón y exhibió una inmensa llave sobre su cabeza. Su rostro arrugado refulgía realmente con una expresión de triunfo, como si su alma se hubiera convertido dentro de ella en una lámpara votiva. |
"What means this blaze of light? What does old Esther′s joy portend?" whispered a spectator. "It is frightful to see her gliding about the chambers, and rejoicing there without a soul to bear her company."
| —¿Qué significa este derroche de luz? ¿Qué presagia la alegría de la vieja Esther? —susurró un espectador—. Es espantoso verla deslizarse por los aposentos y regocijarse en ellos sin que un alma le haga compañía. |
"It is as if she were making merry in a tomb," said another.
| —Es como si estuviera festejando algo en una tumba —comentó otro. |
"Pshaw! It is no such mystery," observed an old man, after some brief exercise of memory. "Mistress Dudley is keeping jubilee for the King of England′s birthday."
| —¡Bah! No hay ningún misterio —observó un anciano, después de hacer un breve esfuerzo de memoria—. La señora Dudley celebra el cumpleaños del Rey de Inglaterra. |
Then the people laughed aloud, and would have thrown mud against the blazing transparency of the King′s crown and initials, only that they pitied the poor old dame, who was so dismally triumphant amid the wreck and ruin of the system to which she appertained.
| Entonces la gente rió a carcajadas y habrían arrojado lodo contra la lámina centelleante que ostentaba la corona del Rey a no ser por la compasión que les inspiraba la pobre anciana, tan trágicamente triunfante en medio del derrumbe y la ruina del sistema al que había pertenecido. |
Oftentimes it was her custom to climb the weary staircase that wound upward to the cupola, and thence strain her dimmed eyesight seaward and countryward, watching for a British fleet, or for the march of a grand procession, with the King′s banner floating over it. The passengers in the street below would discern her anxious visage, and send up a shout, "When the golden Indian on the Province House shall shoot his arrow, and when the cock on the Old South spire shall crow, then look for a Royal Governor again!"--for this had grown a byword through the town. And at last, after long, long years, old Esther Dudley knew, or perchance she only dreamed, that a Royal Governor was on the eve of returning to the Province House to receive the heavy key which Sir William Howe had committed to her charge. Now it was the fact that intelligence bearing some faint analogy to Esther′s version of it was current among the townspeople. She set the mansion in the best order that her means allowed, and, arraying herself in silks and tarnished gold, stood long before the blurred mirror to admire her own magnificence. As she gazed, the gray and withered lady moved her ashen lips, murmuring half aloud, talking to shapes that she saw within the mirror, to shadows of her own fantasies, to the household friends of memory, and bidding them rejoice with her and come forth to meet the Governor. And while absorbed in this communion, Mistress Dudley heard the tramp of many footsteps in the street, and, looking out at the window, beheld what she construed as the Royal Governor′s arrival.
| Solía tener la costumbre de subir por la destartalada escalera de caracol que conducía a la cúpula, desde donde forzaba sus cansados ojos escudriñando el mar y la campiña, a la espera de una flota británica o del avance de una nutrida columna sobre la que ondearía el pabellón del Rey. Los viandantes que transitaban abajo por la calle descubrían su semblante ansioso y le gritaban: “Cuando el indio dorado que corona la Casa Provincial dispare su flecha y cuando el gallo que remata el campanario de Old South cante... ¡entonces habrá llegado el momento de esperar a un nuevo Gobernador del Rey!", porque tal era la consigna que se había difundido en la ciudad. Y por fin, después de muchos, muchos años, la vieja Esther Dudley supo, o quizá sólo soñó, que al día siguiente un Gobernador de la Corona se presentaría en la Casa Provincial para recibir la pesada llave que Sir William Howe le había confiado. En verdad, un rumor que tenía una vaga analogía con la versión de Esther, circulaba entre los vecinos de la ciudad. La anciana puso en la mansión el mayor orden que sus medios le permitían y, luego de acicalarse con sedas y opacas joyas de oro, permaneció un largo rato frente al empañado espejo para admirar su propia magnificencia. Mientras se hallaba entregada a esta contemplación, la dama gris y ajada movía sus pálidos labios, murmurando a media voz, conversando con las siluetas que veía dentro del espejo, con las sombras de sus propias quimeras, con los amigos entrañables de su memoria, invitándolos a compartir su alegría y a adelantarse para recibir al Gobernador. Y mientras estaba absorta en estas ensoñaciones la señora Dudley oyó el rumor de muchas pisadas en la calle y, asomándose a la ventana, vio lo que interpretó como la llegada del Gobernador de la Corona. |
"O happy day! O blessed, blessed hour!" she exclaimed. "Let me but bid him welcome within the portal, and my task in the Province House, and on earth, is done!"
| —¡Oh, día dichoso! ¡Oh, hora bienaventurada, bienaventurada! —exclamó—. Permitid sólo que le dé la bienvenida de este lado del portal, y habré cumplido con mi misión en la Casa Provincial y en el mundo. |
Then with tottering feet, which age and tremulous joy caused to tread amiss, she hurried down the grand staircase, her silks sweeping and rustling as she went, so that the sound was as if a train of spectral courtiers were thronging from the dim mirror. And Esther Dudley fancied that as soon as the wide door should be flung open, all the pomp and splendor of by-gone times would pace majestically into the Province House, and the gilded tapestry of the past would be brightened by the sunshine of the present. She turned the key--withdrew it from the lock--unclosed the door--and stepped across the threshold. Advancing up the court-yard appeared a person of most dignified mien, with tokens, as Esther interpreted them, of gentle blood, high rank, and long-accustomed authority, even in his walk and every gesture. He was richly dressed, but wore a gouty shoe, which, however, did not lessen the stateliness of his gait. Around and behind him were people in plain civic dresses, and two or three war-worn veterans, evidently officers of rank, arrayed in a uniform of blue and buff. But Esther Dudley, firm in the belief that had fastened its roots about her heart, beheld only the principal personage, and never doubted that this was the long-looked-for Governor, to whom she was to surrender up her charge. As he approached, she involuntarily sank down on her knees and tremblingly held forth the heavy key.
| Entonces, con pisadas inciertas, que la edad y la trémula alegría hacían vacilar, descendió de prisa por la colosal escalera, con un susurro y un crujido de sedas a su paso, por lo que se podría haber pensado que un séquito de cortesanos fantasmagóricos salía en tropel del desvaído espejo. Y Esther Dudley imaginó que apenas se abriera la ancha puerta toda la pompa y el esplendor de los tiempos idos ingresarían solemnemente en la Casa Provincial, y que los tapices dorados de antaño se inflamarían con el resplandor del presente. Hizo girar la llave, la retiró de la cerradura, abrió la puerta y cruzó el umbral. Por el patio avanzaba un personaje de aspecto majestuoso que ostentaba el sello de la aristocracia y la experiencia de mando, según pensó Esther, incluso en su marcha y en todos sus ademanes. Estaba ricamente ataviado, pero usaba un zapato para gotoso, el cual, sin embargo, no disminuía el señorío de su porte. Lo rodeaban y seguían otros hombres vestidos con sencillas ropas civiles, y dos o tres curtidos veteranos de guerra, que evidentemente eran oficiales de jerarquía con uniformes azules y rojizos. Pero Esther Dudley, tenazmente aferrada a la convicción que había echado raíces en su pecho, sólo contempló al personaje principal y no dudó ni por un momento de que era el largamente esperado Gobernador a quien debía entregar aquel edificio confiado a su custodia. Cuando se aproximó, Esther Dudley se prosternó involuntariamente y le tendió la pesada llave con mano temblorosa: |
"Receive my trust! take it quickly!" cried she; "for methinks Death is striving to snatch away my triumph. But he comes too late. Thank Heaven for this blessed hour! God save King George!"
| —¡Recibid mi tesoro! ¡Tomadlo de prisa! —exclamó—. Pues creo que la Muerte se afana por arrebatar mi triunfo. Pero llega demasiado tarde. ¡Gracias al Cielo por esta hora bienaventurada! ¡Dios salve al Rey Jorge! |
"That, Madam, is a strange prayer to be offered up at such a moment," replied the unknown guest of the Province House, and courteously removing his hat, he offered his arm to raise the aged woman. "Yet, in reverence for your gray hairs and long-kept faith, Heaven forbid that any here should say you nay. Over the realms which still acknowledge his sceptre, God save King George!"
| —Extraña es la súplica que fomuláis en un momento como éste, señora —respondió el desconocido huésped de la Casa Provincial, y descubriéndose cortésmente le ofreció su brazo a la anciana para que se levantase—. Sin embargo, por respeto a vuestros grises cabellos y vuestra fe conservada durante tanto tiempo, que el Cielo no permita que alguno de los presentes se atreva a disentir. ¡Dios salve al Rey Jorge en los territorios que aún reconocen su autoridad! |
Esther Dudley started to her feet, and hastily clutching back the key, gazed with fearful earnestness at the stranger; and dimly and doubtfully, as if suddenly awakened from a dream, her bewildered eyes half recognized his face. Years ago she had known him among the gentry of the province. But the ban of the King had fallen upon him! How, then, came the doomed victim here? Proscribed, excluded from mercy, the monarch′s most dreaded and hated foe, this New England merchant had stood triumphantly against a kingdom′s strength; and his foot now trod upon humbled Royalty, as he ascended the steps of the Province House, the people′s chosen Governor of Massachusetts.
| Esther Dudley empezó a ponerse de pie y, retirando apresuradamente la llave, escudriñó con medrosa ansiedad al desconocido. Vaga y confusamente, como si de pronto hubiera despertado de un sueño, sus ojos atónitos identificaron a medias sus rasgos. Lo había conocido hacía muchos años, cuando era miembro de la burguesía provincial. ¡Pero el anatema del Rey había caído sobre su persona! ¿Qué hacía entonces, allí, el reo? Este mercader de Nueva Inglaterra, proscrito, indigno de misericordia, el enemigo más temido y odiado del soberano, se había rebelado triunfalmente contra el poder de un reino y en ese momento pisoteaba a la monarquía humillada, mientras ascendía por la escalinata de la Casa Provincial convertido en el Gobernador de Massachusetts por decisión popular. |
"Wretch, wretch that I am!" muttered the old woman, with such a heart-broken expression that the tears gushed from the stranger′s eyes. "Have I bidden a traitor welcome? Come, Death! come quickly!"
| —¡Infeliz, infeliz de mí! —murmuró la anciana, con una expresión tan atormentada que las lágrimas brotaron de los ojos del desconocido—. ¿He dado la bienvenida a un traidor? ¡Llévame, Muerte! ¡Llévame pronto contigo! |
"Alas, venerable lady. said Governor Hancock, lending her his support with all the reverence that a courtier would have shown to a queen. "Your life has been prolonged until the world has changed around you. You have treasured up all that time has rendered worthless--the principles, feelings, manners, modes of being and acting, which another generation has flung aside--and you are a symbol of the past. And I, and these around me--we represent a new race of men--living no longer in the past, scarcely in the present--but projecting our lives forward into the future. Ceasing to model ourselves on ancestral superstitions, it is our faith and principle to press onward, onward! Yet," continued he, turning to his attendants, "let us reverence, for the last time, the stately and gorgeous prejudices of the tottering Past!"
| —¡Ay, venerable dama! —dijo el gobernador Hancock, sosteniéndola con todo el respeto que un cortesano podría haber desplegado para con su rema—. Vuestra vida se ha prolongado tanto que el mundo ha cambiado en torno de vos. Habéis atesorado todo aquello que ha perdido su valor con el transcurso del tiempo... los principios, los sentimientos, los modales, las formas de ser y actuar, que otra generación ha desechado... y que son un símbolo del pasado. Y yo, y quienes me rodean, representamos una nueva raza de hombres que no vive en el pasado, y apenas lo hace en el presente, aunque en cambio proyecta su vida hacia el futuro. Hemos dejado de inspirarnos en las supersticiones ancestrales, y nuestra doctrina y nuestro principio consisten en marchar adelante, ¡adelante! Sin embargo —continuó, volviéndose hacia sus ayudantes—, honremos, por última vez, los majestuosos y bellos prejuicios del Pasado tambaleante. |
While the Republican Governor spoke, he had continued to support the helpless form of Esther Dudley; her weight grew heavier against his arm; but at last, with a sudden effort to free herself, the ancient woman sank down beside one of the pillars of the portal. The key of the Province House fell from her grasp, and clanked against the stone.
| Mientras el Gobernador republicano hablaba, continuaba sosteniendo la forma desvalida de Esther Dudley. Su peso aumentó sobre el brazo de él; pero, al fin, con un súbito esfuerzo por zafarse, la anciana se desmoronó lentamente junto a uno de los pilares del portal. La llave de la Casa Provincial se desprendió de sus dedos y tintineó contra la piedra. |
"I have been faithful unto death," murmured she. "God save the King!"
| —¡He sido fiel hasta la muerte! —susurró Esther Dudley—. ¡Dios salve al Rey! |
"She hath done her office!" said Hancock solemnly. "We will follow her reverently to the tomb of her ancestors; and then, my fellow-citizens, onward--onward! We are no longer children of the Past!
| —¡Ha cumplido su deber! —dijo Hancock con acento solemne—. La seguiremos respetuosamente hasta la sepultura de sus mayores y después, mis conciudadanos, ¡adelante... adelante! ¡Ya no somos hijos del Pasado!
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