CUYO SESO ES SEXO:Interpretación del sueño de Calisto (3)por Miguel Garci-Gomez
El arte de Rojas, claro, como parafraseador y amplificador, era más reflexivo, más elocuente, mucho más explícito y, al mismo tiempo, mucho más inquisitivo. Es que, claro, su Calisto estaba despierto, y empleaba el lenguaje de la vigilia. Rojas dejó a Calisto, su criatura, abandonado en un mundo conflictivo entre la "reflexión" y la "sexualidad"; como diría W Wolff, "entre los dos mundos de la razón y la emoción" (214), esos dos mundos que representan las reflexiones de Pármeno y a veces Sempronio, y la emoción de Calisto, enardecida por las artes de Celestina. De muchos héroes, santos y enamorados se nos dice que vieron y hablaron con sus compañeros en el sueño. A nadie deberá parecerle exagerado que el Calisto del Antiguo Auctor viera a Melibea y hablara con ella en el suyo. El Calisto de Rojas iría más allá. Rojas nos entretiene y deleita con un protagonista que se refugia en el sueño en busca de alivio al conflicto y el sufrimiento amorosos (W. Wolff, 114). El Calisto de Rojas no sólo vería a su amada Melibea y hablaría con ella: todos sus sentidos conspirarían hasta ver cuál de ellos lograba lastimar más dulcemente su corazón:
Años más tarde a Don Quijote, dotado de una capacidad de sueños tan realistas y sensoriales como los de Calisto, le oiríamos referir su visión en la cueva de Montesinos:
Calisto, a quien María Rosa Lida caracterizaba como débil, quejumbroso, sentimental, egoísta, le concibió Rojas como soñador: todo él entretejido de sueños. Como criatura de Fernando de Rojas, sus sueños, a los lectores, intrigados, nos estimulan a interesarnos por el futuro del personaje. Al personaje en sí, se le acumulaban tan tupidamente, que apenas le permitían entrever la realidad y mucho menos valorarla. El niño era el padre del hombre. Tras aquella primera escena, Calisto sucumbiría a los efectos de una profunda psicosis, "una pesadilla que persiste mientras estamos por lo demás completamente despiertos" (La Barre, 454). Desde su nacimiento al drama, el soñador no confiaba, no podía confiar en la realidad de lo que veía o lo que oía, por mucho que lo intentara. De poco le valdría la ayuda que él buscara o la que trataran de prestarle los que estaban a su alrededor:
¡Qué inútil que hiciera preguntas quien estaba condenado a no saber, no querer, no poder apreciar las respuestas! Y cuando estaba solo, solo consigo mismo, su transportación llegaba al paroxismo, como supo captar muy bien el Interpolador:
El Calisto del Antiguo Auctor no se supo hacer tal reflexión: Cata que estás en tu cámara. No pudo hacer esa reflexión el que acababa de nacer al drama, el que nació de un sueño. La reflexión es una operación de la razón, la razón del Calisto de los últimos actos de la Tragicomedia, un Calisto que había ya experimentado el contraste entre el sueño y la vigilia, la fantasía y la realidad, el que aquí, en el Acto XVI, propiamente había consumado su amor, con lo que había declinado la fogosidad de su fantasía, de su curiosidad y anhelo, la intensidad de su soñar como única válvula de escape a su hirviente pasión. Sus deseos se habían cumplido. Está ya despierto el que se pregunta si sueña, duerme o vela. En aquella primera escena del drama, evidentemente, Calisto, como más sencillo, más ilusionado, más autónomo y vidente, como ente de sus deseos, se había encontrado enteramente embargado por la fuerza y la magia del sueño, la fuerza y la magia del éxtasis. Para él no había, no debía haber, diferencia entre las experiencias del sueño y la vigilia; su misma existencia, todo sus ser era un soñar. Extasis había llamado el austero Tertuliano a esa fuerza del sueño, en que parece perderse la razón, para asemejarse a la locura, y comentaba sobre el sentimiento y la ansiedad con que en sueños nos deleitamos, entristecemos o aterramos. San Pablo se sentía fuera de sí, transportado al tercer cielo o paraíso, donde oyó palabras inefables:
Y San Agustín reflexionaba de esta manera en Las Confesiones:
El Calisto, personaje soñado, es él mismo, como era de esperar, un soñador, adornado de un atuendo de larga ascendencia literaria. Sueña Calisto al amanecer, por eso eran sus sueños más realistas; sueña en el interior de su cámara, en su cama, por eso eran mucho más sensuales. Lope Barrientos, de la época e Rojas, nos da testimonio del saber y las creencias de aquel entonces sobre los sueños: los que se tenían al amanecer y causaban gran pesar al durmiente --el caso de Calisto-- eran tenidos por fidedig nos.50
Los sueños requieren soledad, oscuridad, silencio. Que es lo que apetecía Calisto. El "bullicio del día," es tan fuerte que no nos deja oír el murmullo persistente de los complejos, hacía notar Jung. El murmullo de los complejos apenas se dejan oír en la vigilia y entre el quehacer diario, ensordecidos como estamos por los gritos de los sentidos.51 ¿Habría rechazado Melibea a Calisto en aquel primer encuentro en la huerta? En el sueño se sintió Calisto duramente rechazado de su amada. Ahora bien, la Melibea de Rojas le hizo saber a Celestina que en que en el encuentro con Calisto -- el primer trance-- no le había rechazado con la debida resolución y dureza:
Quiere decir que Calisto, al haber consentido la amada sus necedades, no habría salido de aquel primer trance del todo desesperanzado; lucharía en lo sucesivo entre la esperanza por alcanzarla y el recelo de ser castigado. El recuerdo de aquel blando rechazo de la joven le haría hervir la sangre, con un gran tormento. Decía Bergson:
El recelo y el temor se desataron en el sueño y condujeron al amante al borde de la desesperación y suicidio. Pero no más allá del borde, porque el soñador no desistiría en la búsqueda y conquista de su amada; como si el sueño le hubiera servido de inspiración e aliciente para perseverar en la búsqueda. En aquel primer trance en la huerta no habría sucedido otra cosa que lo que a Melibea le había parecido un gesto de tolerancia, según declaración propia. En la primera escena del drama, por el contrario, salió de su boca un rechazo muy duro:
Es decir, que en el rechazo del sueño escuchó Calisto más que la voz de Melibea, la de su propio miedo: ese temor que tan claramente se deja oír mientras soñamos.52 Podría catalogarse el sueño de Calisto entre aquellos que consideran los psicólogos como
Petrarca, que tan marcada influencia ejerció en la estética de la época, tuvo necesidad de un sueño milagroso que viniera a reforzar en su ánimo lo que ya por propia experiencia conocía.53 Había enseñado Macrobio que
El papel de los complejos. El sueño no actúa independiente del control del consciente o subconsciente del sujeto. El rechazo de la amada en el sueño, pues, fue un producto de los complejos de Calisto que en el sueño se desataban y entraban en juego. Según Jung, "Toda génesis del sueño es esencialmente subjetiva; el sueño es el teatro donde el soñador es a la vez escena, actor, apuntador, director, autor, público y crítico ( Energética 120); en otro lugar dice que "a un sueño se le puede comparar con una obra teatral y a los complejos con los actores."54 En aquel sueño hubo varios actores: Dios, natura, inmérito, los gloriosos santos, torpe, humano coraçón y la aduersa fortuna, etc., todos ellos representando los complejos del soñador. Como actores desempeñaban un papel que les había sido asignado por el inconsciente. Calisto contemplaba su sueño, y nosotros contemplamos su drama. Calisto soñó con Melibea porque, consciente o inconscientemente, quería soñar con ella. Si el desarrollo del sueño pues responde a un interés o deseo del soñador, habríamos de concluir que el rechazo de Melibea respondía de alguna manera a un deseo de Calisto. Podrá parecer una contrasentido, pero así de contradictorio, irresoluto y atormentado es el Calisto de la Tragicomedia. En su sueño se detectan los elementos de contradicción que G. Devereux descifraba en el conflictivo e indeciso Menelaos de Esquilo, quien soñó con su deseada Helena en respuesta a sus deseos, y en sueños fue de ella rechazado:
Una y otra vez oiríamos a Calisto confesarse indigno o inmérito del amor de Melibea. Trata de creerte indigno, y terminarás sin dignidad. Calisto se creyó inmérito; el que había subido hasta su amada, terminaría por irse, perderse, cayéndose -- caer de tal bienauenturança-- de la escalera. El que había buscado a su amada revolviendo cielo y tierra, huiría de ella aquella noche triste con la excusa de ayudar a su criado (XIX, 183). La función prospectiva del sueño. No hay mejor recurso en el drama que el sueño para combinar el temor con la esperanza. Temía Calisto, pero al mismo tiempo, como había leído mucho sobre famosos soñadores de la antigua Grecia, entre todos sus temores se abrigaban también las esperanzas de llegar a tocar a su amada, esperanzas de que aquel fuera un sueño profético, de los que había dicho Sinesio:
Jung ha tratado con detención y profundidad la función prospectiva del sueño que es para él
El sueño de la primera escena es, como sueño literario, un claro esbozo del plan de toda la obra. Su contenido simbólico es de complicación y solución de un conflicto psíquico del soñante. Al loco enamorado no se le cerraron todas las puertas. En las palabras de Melibea pudo vislumbrar un rayito de esperanza: ygual galardón te daré yo, si perseueras, a lo que él respondió ilusionado:
En los sueños, como en los oráculos, como en las profecías, los mesajes no son nunca de clara significación. Calisto, en busca del galardón, iba a perseverar con prisa y sin pausa. El atormentado Calisto había soñado aquella primera noche un sueño que pareció acrecentar su desdicha, pero hacía mucho tiempo Artemidoro había enseñado que tales sueños auguraban buena suerte (C. A. Meier, "El sueño" 172). Hacía también mucho tiempo, antes de escribirse La Celestina, que Acio había dicho:
El galardón a su perseverancia le sería entregado una futura noche, en el huerto de su amada, entre las flores, a la luz de una luna llena, en una auténtica luna de miel, una luna melibeana; al caer de la escala, a la salida del paraíso, volvería a ser víctima del odio cruel de la adversa fortuna. Hay quienes han elaborado una explicación más racionalista del valor profético de los sueños; en ella explican que todo sueño, en el que un fuerte y arraigado deseo ha logrado visualización, genera una fuerza impulsiva que moverá al soñador a luchar con gran ánimo y afán porque ese sueño se haga realidad. Santo Tomás, apoyándose en el sentir de Aristóteles, aceptaba la idea de que los sueños pudieran ser causa de futuros acontecimientos, por la razón que se acaba de indicar (ver Wolff, 25). Esa fuerza impulsora de la acción se expresa muy apropiadamente en lengua castellana con el verbo soñar y la acción acompañante en infinitivo: soñar con ser misionero, con ser torero, o futbolista, o millonario. Es decir, nadie llega a ser misionero o torero, si no ha soñado antes con serlo. Del sueño de Calisto, podríamos decir --a mi entender-- algo semejante a lo que Devereux decía de los sueños de los personajes trágicos griegos; en esos sueños, sacados fuera del contexto, puede uno apreciar sus aspectos estilísticos; ahora bien, examinados contextualmente, uno de sus aspectos más sobresalientes es el de impelir al sujeto a ponerlo en práctica.56 Freud, por otra parte, no rechazaba la posibilidad del mensaje telepático que puede percibir el durmiente en su sueño. ¿Verdad o mentira, todo esto con relación a La Celestina? Para Jung era verdadera una interpretación si encajaba y era significativa con respecto al individuo. Todo esto es verdad literaria dentro de las varias posibilidades interpretativas que con todas estas teorías y apreciaciones se abren al que cree. En cuanto al valor telepático del sueño es posible --es sin duda muy interesante y tentador-- pensar que las palabras de Melibea actuaran como mensaje transmitido telepáticamente a una doncella enamorada y confusa; al igual que algunos han creído en el poder de la magia de Celestina, podrán creer otros --y los mismos-- en el poder de telepatía (Wolff, 223). Como mencioné más arriba, Melibea quedó herida del amor de Calisto -- cuya vista me cautiuó, confesaría ella (X, 50)-- en el primer trance de amores en la huerta; la irradiación telepática del sueño de Calisto serviría para acrecentar aquella incipiente pasión. Por irradiación telepática se le aparecía de noche aquel a quien ella llama
En fin, telepatía o no, en La Celestina esa retransmisión de afectos era propiciada por conducto del escritor, el creador de los afectos en cada una de sus criaturas. En muchas culturas, viejas y contemporáneas, se ha solido practicar el rito de la incubación. El sueño divino -- somnium a deo missum-- les era regalado a aquellos que lo deseaban con ansiedad, usando como medios
En nuestro siglo de incredulidad, explicaríamos que
Para Calisto su cámara se convirtió en algo más sagrado que la iglesia que imaginaba Martín de Riquer: fue el lugar de su visión beatífica. Parece claro que el anónimo autor quiso imitar (o parodiar) una escena de incubación, donde su seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías le habían hecho posible a Calisto el poder ver y alcanzar a (dormir con) su diosa, en el recinto sagrado de su cámara. La admirable ironía del escritor castellano, a mucha distancia de los ritos de incubación de los griegos, es que su diosa en lugar de curar a Calisto, le acrecentó su secreto dolor, le hizo sentirse más enfermo de amor: esa enfermedad que sentían los tocados del "amor heroico," según la designación en el diagnóstico de los médicos de la época. La cura que aquellos pacientes anhelaban era la del mayor recrudecimiento de su dolorosa pasión. La negativa de Melibea, la repulsa que Calisto temió, en su subconsciente, que fuera irrevocable, destrozó su alma, la deshizo en mil retazos inconexos de experiencias y leyendas, de lejanías y contactos, de visiones y ruidos, de miedos y esperanzas, de fantasías y quimeras, de encumbramientos y humillaciones desmesuradas, devaneos, ilusiones, pesadillas y recelos: en retazos de sueños. Calisto se sintió rechazado de Melibea. Comprendió aquél que su seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías no habían producido el propósito deseado. En lo sucesivo sus ruegos y ofertas irían destinados a lograr la intercesión de cualquier otro poder, por ínfimo que éste fuera. El regreso al paraíso. Si no logro que se compadezca el cielo, haré que se estremezcan los abismos infernales
Desde el tiempo de los griegos, se han exculpado los humanos con la idea de que los seres sobrenaturales les forzaban a obrar mal.58 Se fue Calisto --" yré", dijo él--, pero no terminaría todo allí. Calisto fue arrojado de su paraíso; la misión y propósito del personaje sería el regreso. El Calisto del Antiguo Auctor había ofrecido seruicio, deuoción e obras pías que no le habían logrado el propósito deseado --
le había dicho Melibea. En lo sucesivo Calisto se decidiría a pactar con Celestina, quien, como vicaria, acudiría a granjearse los auxilios de Plutón:
Desterrado de la presencia de su amada, de bienaventuranza, como Adán, conceptuaría su vida como un camino de regreso a su Edén. El Calisto de la primera escena se sentiría, como más tarde se sintió el Fausto de Goethe, con dos almas en su cuerpo: una que se sentía beatificada en la corte celestial, y la otra, derrumbada en los abismos de la "adversa fortuna." Como el decepcionado Calisto, Fausto terminaría haciendo un pacto con el demonio. Más arriba, recordando a Petrarca, apunté cómo Calisto tuvo necesidad de aquella aparición primera, en la que el sueño reafirmaba su experiencia y avivaba su tormento. En los soliloquios de Calisto, como el del Acto XIV, por ejemplo, se nota cómo éste parece poner mayor confianza y fruición en el poder de su imaginación, y en sus fantasías, que en las experiencias reales. El que nació para soñar se vería obligado hasta el final de sus días a encontrar mayor deleite en la recreación de las imágenes, en su cámara, que en las propias vivencias. Como si éstas sólo le hubieran sucedido para ser después imaginadas y fantaseadas con mayor deleite.
En el drama, a la hora de presentar un soliloquio, no hay recurso más útil que el sueño. En el sueño adquiere el soliloquio aceptación, credibilidad y naturalidad por muy íntimas, atormentadoras, exageradas o, incluso, sacrílegas que sean las reflexiones o fantasías del personaje. El lector o espectador del drama se hace la ilusión que el personaje que habla en sueño le va a descubrir intimidades secretas, ocultas; intimidades clave para comprender su valentía, su culpabilidad, sus tormentos, sus maquinaciones, etc. Como decía el médico en Macbeth (Wolff 42)
La revelación en el sueño. Por una parte confiamos que la almohada no proclamará a los cuatro vientos nuestras miserias, por la otra estamos convencidos de que en los sueños se nos revela la verdad que yace en un misterio inescrutable a nosotros mismos. Y en el cine, en situaciones detectivescas, se explota al máximo esa revelación que ha hecho el que habla mientras duerme. Creemos, lo admitamos o no, en nuestros sueños, pues no podemos liberarnos de esa cultura que viene aconsejándonos desde tiempos inmemorables que los asuntos de importancia deben consultarse con la almohada. Ese sentir primario y popular es el que con la mayor candidez y lucidez de expresión reconocía el gran dramaturgo alemán Friedrich Hebbel, cuando comentaba que
En el sueño pueden las emociones intensificarse sin medida, puede el personaje interpretar con seguridad y sin vacilaciones las acciones e incluso las intenciones de los otros personajes de la acción (Ratcliff, 223-24). Creeríamos que después de la consumación de su amor aquella noche de luna llena, y amor consumado, en la huerta de Melibea, nuestro fogoso protagonista habría cesado de dudar; su actitud en ese soliloquio de más arriba parecía afirmativa y segura. ¡De qué distinta manera parecía interpretar ahora aquellos escrúpulos de Melibea, los que tan anonadado parecieron dejarle tras la primera escena! Los sueños son fenómenos llenos de irracionalidad e incoherencias, y el tiempo del reloj del cielo, en que tanto confiaba Calisto, era un tiempo muy efímero; efímero tanto en los tormentos como en las alegrías. Nuestro fogoso protagonista, un poco más adelante, volvería a sobresaltarse y volvería a sus temores, y preveía y temía que algún día, al despertarse, se pudiera encontrar, como tantos otros famosos soñadores que soñaban con comer, y se despertaban hambrientos, se soñaban con beber, y se despertaban sedientos (Isa 29:8); o aquellos otros que se soñaban con riquezas, y se despertaban con las manos vacías (Salmo 75, 6):
El mismo, en la primera escena, tras aquel sueño tan impresionante, aquella incomparable felicidad y aquel apasionado diálogo con su deseada Melibea, ninguna cosa había hallado que una cama vacía y deshecha. Tras el rechazo de Melibea Calisto se despertó. ¿Se despertó por los ruidos que procedieran de la sala, donde andaba Sempronio enderezando el gerifalte? Un análisis más íntimo y sofisticado nos lleva a pensar que Calisto se despertó por razones semejantes a las de algunos insignes personajes trágicos griegos: porque su compañera de sueño le eludió (Ratcliff, 223-214; Devereux, Dreams 128). Penélope, en la antigÜedad homérica, se había sentido frustrada al despertar y darse cuenta que su unión erótica con Ulises había sido sólo un sueño. El esposo seguía ausente. Ahora bien, en el caso de Menelaos notamos que el personaje quedó frustrado en el sueño mismo, en el que no pudo llegar a la consumación de su unión (Devereux, Dreams, 127). Algo así le pasó a Calisto, pues lo que empezó siendo unión beatificadora, terminó en un despido brusco, un despido desafortunado, en el sentido pleno, en el sentido etimológico de la palabra. El despido, ya se ha dicho, es inteligible en el sueño como deseado por el subconsciente del soñador, el mismo subconsciente que fabricó la simbolización de la visión beatífica; la misma fantasía que fabricó el encontrarse con la diosa en el paraíso --el lugar conueniente-- fabricó el ser de ella arrojado -- vete, vete, torpe. Pretendido o no por Calisto, consciente o inconscientemente, en la simbolización hubo un fallo (Devereux, Dreams 274), fallo que provocó el rechazo; no podía menos de esperarse que la divinización de la amada produjera el efecto de culpabilidad en el que carnalmente la deseaba. La divinización de María estaba llamada a ilusionar a los monjes y clérigos con un amor concomitante con la virginidad, con la castidad;59 la divinización de la amada en la temática del amor cortés pretendía infundir a un mismo tiempo amor y admiración respetuosa. Melibea, divinizada, no pudo lógicamente tolerar que el coraçón humano de Calisto abrigara hacia ella ilícito amor. El inevitable rechazo de Melibea provocó el despertar, seguido del subsiguiente duelo, con el tradicional ritual de autodesprecio, de autodesvaloración (Devereux, Dreams 93-94; La Barre, 457). El placer estético que nos produce a los lectores el sueño coincide con el placer de Calisto, quien sintió una doble gratificación: la de la fantasía de un ilícito amor y la del control de esa fantasía (Mollinger 27), que le impuso la voz de Melibea. El sueño de los críticos. ¿Fue negativo el sueño? Quizá no existan sueños de clara negatividad. Una manifestación verbal negativa suele equilibrase con un pensamiento positivo, de manera que lo negativo y positivo resulten dos entidades idénticas e intercambiables, como lo masculino y lo femenino. Se intercambian y confunden en los sueños los conceptos de débil y fuerte, viejo y joven, grande y pequeño. En el caso del sueño de Calisto parece darse un constante juego de intercambios y yuxtaposiciones de opuestos: Dios / natura; inmérito / tanta merced; secreto / manifestar; cuerpo / glorificado; se deleytan / no gozan; puramente / misto; se glorfican sin temor / me alegro con recelo; ingenio de tal hombre / virtud de tal mujer; se intercambiaban lo divino ( visión diuina) y lo humano ( acatamiento de Melibea) y, particularmente, las bienaventuradas con las desauenturadas orejas, como si fuera un idéntico, un ygual galardón. Refiere Ernest Jonhs, al hablar de esta intercambiabilidad de conceptos opuestos, cómo algunos filólogos han expuesto que en los niveles tempranos de las viejas lenguas (la egipcia, árabe, otras) se daba una identidad en la expresión de ideas opuestas.60 Observaban atónitos o despreciativos --desprecios de incrédulos e ignorantes-- el mal de su amo todos sus servidores. Sempronio, incapaz él de soñar, sólo observaba sinsentidos en la conducta de Calisto, cuyo solitario y dolorido cantar enamorado no le parecía otra cosa que devaneos:
¿Y Celestina? ¡Ah, aquella sí que sabía de sueños! Pero los suyos eran de otro tipo y de muy distinta calidad:
Los de Celestina más que sueños, eran maquinaciones. Y los sueños de los demás precisaban todos de la interpretación que ella mejor que nadie sabía darles:
Hace mucho tiempo que vengo analizando nuestros viejos textos literarios por las vías de la congruencia interna de sus elementos lingÜísticos y conceptuales. Denominé a ese tipo de estudios, estudios de endocrítica. Claro, los críticos, un tanto como los autores, tratamos al leer de soñar y en nuestros sueños descubrirle al creador la soltura de los suyos. Por medio de este ensayo, he tratado de decirles aquí a los lectores la soltura del sueño de Calisto, del sueño del desconocido autor, del sueño de Fernando de Rojas, que he querido hacer mi propio sueño. ¿Es que no se trata del mismo? Es la misma fábula la que nos hace a todos soñar; toda teoría crítica debe hacerse sueño, ese pájaro eterno, de todos los colores. ¿Es posible otra soltura, otra interpretación o comprensión? Si es que entendemos comprensión en la acepción kantiana de un conocimiento adecuado a nuestras intenciones (así hacía mucho tiempo había entendido Celestina la soltura), serán posibles tantas interpretaciones cuantas sean las intenciones. Al le sueño, habrá quien piense al oír mi relato; bienvenido pues al mundo del buen espectador orteguiano, ese mundo en el que la realidad es una perspectiva individual, y la verdad es el punto de vista del individuo, punto de vista que está llamado a cambiar en cada relectura. En cada lectura hemos de hacer un análisis y una valoración; enseña A. Garrido que
"Basta, simplemente, una relectura ulterior para caer en la cuenta de cuánto hubimos de dejar de "ver", viendo, no obstante, anteriormente, y cuánto "vemos" ahora, que no asegura de lo que aún hemos de dejar de ver," nos dice C. Castilla de Pino (289). Ser otro. Leer con la retina individual y propia. Soñar de otra manera. El que así sueña, ése es el que ha entrado en su propio mundo, dejando el numerosísimo mundo de los que velan. ¡Ah, y qué vigilancia ejercen algunos!
Miguel Garci-Gomez
(51) G. Devereux, Dreams 93, 102, 107. W. Wolff, 223. 162. Sobre la opinión de Jung, cfr. M. Eliade, " Los sueños" 434. (52) Bastante se ha hablado de la furia de Melibea, como si sus palabras fueran tuvieran un claro significado, como si la sintaxis no fuera sumamente enrevesada. O. Green atribuye su furia a que Calisto no se expresó de acuerdo con la preceptiva del amor cortés; compárese con la opinión de A. Deyermond, como ya expliqué, quien sostiene que no fue Calisto sino Melibea quien se apartó de tales reglas (cfr. también G. D. Trotter). Corremos el peligro, nosotros los muy letrados maestros y profesores, de tratar a nuestros grandes escritores como si fueran unos alumnos a los que les hemos impuesto la tarea de redactar una composición de acuerdo con un modelo; les damos luego la nota de acuerdo con el arte de la imitación asignada. Por mi parte prefiero contribuir a la interpretación del estado anímico de Calisto, y apartarme del aquellos que examinan el arte de la imitación de un modelo que le han asignado a sabiendas de que no supo imitarlo. ¿Hasta dónde vamos a llegar? (53) Castelvetro condenaría este recurrir de Petrarca al sueño en sus Trionfi (en Poetica d′Aristotele Vulgarizzata, et Sposta. Poetiken des Cinquecento 1, Viena, 1570; reimpresa en Munich, 1968, p. 261; citado con comentarios en J. Cope, 213, 312. (54) S. Marjasch, 432. También, G. Devereux, Dreams XXIX y 133, n. 287. (55) C. A. Meier, "El sueño" 168. Ver también J. I. Cope, 45, 281, 309-315. (55b) Con ánimo de eclecticismo y reconciliación de las teorías de S. Freud y Jung admito al mismo tiempo la explicación de Freud de que el sueño es "el cumplimento de un deseo" y la de Jung quien, de acuerdo con A. Maeder, sostiene que "el sueño es una autorrepresentación espontánea de la situación actual de lo inconsciente expresada en forma simbólica" (Jung, Energética 117 et passim. (56) G. Devereux, Dreams 296; W. Wolff, 223. (57) R. Caillois, 42 sts. Compárese: "Cuando el místico as-Sah al-Kirmani (hacia 900), tras cuarenta años de vigilias nocturnas, sucumbió finalmente al sueño y vio a Dios, le preguntó por qué se le aparecía en sueños cuando durante tanto tiempo lo había buscado en la vigilia. Dios le contestó: "Gracias únicamente a tus vigilias se te ha concedido esto en sueño" (E. Meier, "Algunos aspectos" 308). (58) Más información y referencias en G. Devereux, Dreams 91. (59) E. Fromm hace con relación al amor idolátrico unas observaciones interesantes para comprender el carácter de las personas que se dejan arrebatar de ese amor, bien a la Virgen o a cualquier mujer idolatrada; para él es señal de falta de identidad, de "yoidad" en el adorador, de falta de confianza en sus propios poderes --confianza en el monje de conseguir la salvación, en Calisto de perseverar--: "Una forma de pseudoamor, que no es rara y suele experimentarse (y más frecuentemente describirse en las películas y las novelas) como el "gran amor", es el amor idolátrico. Si una persona no ha alcanzado el nivel correspondiente a una sensación de identidad, de yoidad, arraigada en el desenvolvimiento productivo de sus propios poderes, tiende a idolatrar a la persona amada. Está enajenada de sus propios poderes y los proyecta en la persona amada, a quien adora como al summum bonum, portadora de todo amor, toda luz y toda dicha" (98). (60) Jones, Essays, II, 116-17. Se me ocurre pensar en hospes que, como "huésped" en castellano, se emplea para denominar al hospedador y al hospedado; altum mare del latín indica, como en su traducción literal a las lenguas modernas, la profundidad del océano; así como learn en el inglés más antiguo, y el correspondiente danés lære, con el significado de aprender y enseñar. |