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El viento-hombrón.

Ascendencia y trascendencia del erótico fantasma

por Miguel Garci-Gomez


Escucha los altos cipreses, cómo se dan paz unos ramos con otros por intercessión de vn templadico viento que los menea (MELIBEA). En esos temas de la fertilidad hay un elemento esencial y dominante que aparece una y otra vez en nuestra lírica tradicional con notables connotaciones de fantasma sensual y erótico: el aire o viento. ¿Qué es eso que suena
muy lejos?
Amor. El viento en las vidrieras.
¡Amor mío!
García Lorca, Estribillo de "Aire de Nocturno," p. 215
La función y necesidad del aire o viento como elemento esencial en el nacimiento, mantenimiento y desarrollo de la vida vegetal y animal es de una evidencia por todos experimentable y experimentada. Es el aire el portador de la luz, del calor, del frío y de la humedad, de los olores y de los sonidos. Si el viento, en la experiencia de todos, era el elemento esencial en la conservación de la vida, ese mismo viento, en un proceso de inducción comprensible, de fácil lógica, pasó a ser cosiderado en multitud de civilizaciones antiguas como el creador de esa misma vida.1 Las civilizaciones homenajeaban así al viento como pagándole un merecido débito. De los álamos vengo, madre,
de ver cómo los menea el ayre.

De los álamos de Sevilla,
de ver a mi linda amiga,
de ver cómo los menea el ayre.

De los álamos vengo, madre,
de ver cómo los menea el ayre.
Alín, núm. 366.
El poder creador y fecundador que la mente primitiva, por ignorancia, atribuía al viento, se lo siguió atribuyendo el escritor más civilizado por razones de estética, por metáfora, por sublimación y desplazamiento. Hemos de reconocer que la fantasía del escritor civilizado y sexualmente reprimido logró al concebir y consagrar como símbolo sensual y erótico al viento, por naturaleza entidad pura e inmaterial, un grado de sublimación sumamente sofisticado. Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.

Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.

San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.
García Lorca, "Preciosa y el aire," pág. 355
En el viento encontró la conciencia un elemento de purificación, un eficaz antídoto a su coprofobia, un triunfo en su rebelión contra la bajeza y la grosería de los órganos de la generación, conductos, desde la cuna hasta la sepultura, de heces y orina.2 ¡Ay, madre, la zarzuela,
cómo el aire la revolea!

¡Ay, la zarzuela, madre,
cómo la revolea el aire!
Frenk Alatorre, Estudios..., pág. 118.
El viento quedaba constituido en agente sublimado de la creación, de la sexualidad, de la libido. Con el viento cambiaba la libido --con su gran capacidad de sustitución-- el objeto directo de la satisfacción de sus pulsiones sexuales, por otro que podía de alguna manera compensarlo. Niña, deja que levante
tu vestido para verte.

Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
García Lorca, "Preciosa y el aire," pág. 355.
El escritor civilizado, al querer explicar la generación del universo, la creación divina, se veía precisado a emplear un lenguaje antropomórfico, el único lenguaje que conocía. No atreviéndose, por respeto o represión, a atribuir a la divinidad los medios y modos de la reproducción animal, buscó una sustitución, un desplazamiento purificador, y lo encontró en el aire, en el viento. Con ello, lo que comúnmente y por antonomasia denominamos en nuestra lengua vernácula "las partes", quedaban desplazadas a un elemento completamente amorfo, espiritualizado, en el más auténtico sentido de este término. Yo me enamoré del aire,
del aire de una mujer,
como la mujer es aire,
con el aire me quedé.
"Copla de cante jondo," citada por García Lorca, pág. 1525
Las partes y el aire tenían un algo en común de que se nutría la imaginación: eran a un mismo tiempo potentes e invisibles. Y al poder del aire le atribuyó la fantasía del poeta lo que la experiencia común sabía del poder de los órganos de la reproducción: Lucrecio llamaba al aire aura genitalis (1, 11) y aura genitabilis (3, 300), Góngora, "céfiro lascivo"; Quevedo, "rufián adúltero"; para García Lorca el aire que perseguía a Preciosa era un "viento-hombrón". Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
García Lorca, "Preciosa y el aire," pág. 355.
¿Hombrón? ¡Lo que saben los poetas! Es hombrón la descarga, el estallido en el palabra del poeta del subconsciente colectivo. Si a los lectores nos ha sacudido la expresión y embelesado, es porque, como al autor, lo de hombrón nos aviva el rescoldo de un fuego atávico, de una sexualidad antiguamente a los cuatro vientos proclamada y que en todos sigue inconscientemente sentida. El brioso poema del granadino se rezuma todo él de herencia ancestral, de un generoso erotismo. Expresando el sentir de muchos, comentaba R. Predmore que "el viento lorquiano suele presentarse cargado de sensualidad, de posibilidades eróticas."3 ¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
García Lorca, "Preciosa y el aire," pág. 355.
Como voy a demostrar, en el alma de nuestro gran poeta se dieron cita los ecos de civilizaciones antiquísimas, de culturas entre sí geográficamente muy distanciadas, pero muy cercanas unas de otras en la concepción del viento como el gran fecundador: fecundador de las plantas --experiencia de todos--, fecundador de hembras --enseñanza de sabios--, fecundador de la nada, del vacío --sublimadora indución. En la cumbre, madre,
tal aire me dió,
que el amor que tenía
aire se volvió.
Cummins, núm. 62.
En un principio fue el aliento. Para nuestro propósito, y con sólida base en los textos consultados, son sinónimos los términos espíritu, aire y viento, con los que cabe traducir, indistintamente, Vâyu de los indúes, Ruah de los hebreos, Er-Ruh de los árabes, pneuma del griego, y spiritus del latín. Airecillo en mis cabellos,
y aire en ellos.
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 347
En muchas filosofías se identifican alma, espíritu y aliento. Y en la poesía, cuando el escritor quiere presentar a la contemplación de nuestros sentidos ese aliento, ese espíriru inmaterial, lo identifica con la luz o la sombra para que podamos verlo, con el sonido o palabra para que lo podamos oír; se hace el aire olor y perfume para nuestro olfato, calor o frescura para nuestro tacto. Con el viento murmuran,
madre, las hojas,
y al sonido me duermo
baxo su sombra.
Alín, núm. 923.
En multitud de cosmogonías antiguas aparece el viento dotado de naturaleza demiúrgica, dotado de potencia creadora o fecundante. El hombre antiguo, al encontrarse con todo un universo que se desplegaba a su mirada, hubo de fabricar diversas hipótesis sobre cómo fue creado. Una de ellas atribuía la creación a la acción del viento. En la India, en el Çatapatha Brâhmana o Brâhmana de los Cien Caminos, se nos habla de que Prajâpati, el primer ser viviente y señor de la creación, engendró con el soplo de su boca a los seres celestiales los cuales, elevándose, se adueñaron del cielo y se constituyeron en seres luminosos. Acto seguido, con el soplo inferior (el que se emite por la parte trasera del cuerpo) creó Prajâpati los seres malos quienes, al instante, se adueñaron de la tierra y dieron origen a las tinieblas.4 Gavilán que andáis de noche,
¿qué viento corre?
Alín, núm. 848.
¿Narración infantil? Según los argumentos de Otto Rank las teorías cósmicas de las religiones antiguas son concepciones en las que parecen expresarse, en lenguaje más o menos arcano, intereses y fantasías de la infancia.5 ?Son infantiles los poetas? La verdad es que son ellos los que más se acuerdan y mejor nos recuerdan lo que nos fue contado en la cuna de la civilización, hace muchos, muchos siglos. Subí a la muraya,
me respondió er biento:
"De qué te sirben tantos suspiritos
si ya no hay remedio?"
Rodríguez Marín, núm. 523.
En China, según las fuentes taoístas, el soplo creador, en sus elementos puros y claros, produjo el cielo. Sus elementos pesados y groseros se congelaron, y de ellos se produjo la tierra. El aliento caluroso del Yang dio origen al fuego, mientras que el aliento frío del Yin produjo el agua. En el antiguo Egipto el lugar supremo entre los dioses lo ocupaba Atoum, el sol, seguido por Shou, el viento de la vida, la fuerza dinámica del universo.6 Daba el sol en los álamos, madre,
y a su sombra me recosté;
dormí, y cuando desperté,
no daba el sol, sino el aire.
Alín, núm. 807.
Cuando Moisés, de quien hemos aprendido nosotros mucho y más directamente, expuso a su pueblo lo que éste había de creer sobre la creación del universo, su lenguaje perdió los tonos de primitivismo de las narraciones en que se inspiró, y su relato de la creación del mundo se revistió de misterio vago e indescifrable, se revistió de mayor sublimidad. Pero en su relato no se mermó en lo más mínimo el carácter, la fuerza creadora del Ruah: Dios era el aire, el espíritu que en el comienzo del Génesis (1:2), "estaba incubando la superficie de las aguas." Levantóse un viento
de la mar salada
y dióme en la cara.
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 349.
Ese aire, ese viento fecundador, incubador, no es otra cosa en el texto religioso de las cosmogonías antiguas, siguiendo con las indicaciones de E. Jones, que la proyección o desplazamiento al exterior de "ideas y sentimientos relacionados con el aire íntimamente conectado con el cuerpo humano" (ob. cit., pág. 285), es decir, el desplazamiento al exterior del aliento y del flato (incluido el vaginal). Fue el aliento de Dios el que fecundó el polvo de la tierra: "Formó Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro el aliento de vida, y fue así el hombre ser animado" (Génesis 2:7). Ventezillo murmurador,
que lo andas y gozas todo,
hazme el son
mientras duerme mi lindo amor.
Alín, núm. 740.
Ese mismo aliento vital, se nos diría en otro lugar, fue el que dio origen a todos los seres del universo: "Por la palabra de Yavé fueron hechos los cielos, y todo su ejército por el aliento de su boca" (Salmos 33:16). Espíritu, aliento y Dios son evidentemente sinónimos en su capacidad de denotar una fuerza creadora potentísima y etérea que carecía de corporeidad o forma física. Cicerón hablaba de Dios como de aire sin forma alguna y, en lenguaje afín al de la Vulgata, decía de Dios ser aire que se cernía sobre las aguas del mar.7 Por el río del amor, madre,
que yo blanca me era, blanca,
y quemóme el aire.
Alín, núm. 742.
Aun más, el soplo de Dios no sólo creó la vida, la mantiene y la conserva (en el significado teológico de conservación como creación continua); de tal manera que si cesara el aliento de Dios, se aniquilaría el universo: "si les quitas el espíritu, mueren y vuelven al polvo. Si mandas tu espíritu, se recría, y así renuevas la faz de la tierra" (Salmos, 104:29-30).8 Aires de mi tierra
venid y llevadme,
que estoy en tierra ajena,
no tengo a nadie.
Torner, núm. 3.
Ezequiel profetizaba sobre los huesos secos con invocación de los cuatro vientos: "Díjome entonces: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así habla el Señor Yavé: Ven, ¡oh espíritu!, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos huesos muertos y vivirán" (Ezequiel 37:9). Entró el espíritu y los huesos se pusieron de pie. Y esta creencia en el poder regenerador del viento pervive hasta nuestros días en los ritos de la iglesia, particularmente en el triple soplo del sacerdote sobre la faz del neófito; soplo con el que expulsa el espíritu del mal, para que renazca el Espíritu Santo. Si me lleva el vento, lleva,
¡ay, madre, voy que me lleva!
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 394.
Entre los griegos, en los mitos órficos se creía que Eros había sido incubado por el viento; sobre su nacimiento nos relata Aristófanes que cuando no existía la Tierra, ni el Cielo, ni el Aire, por fin, en el profundo abismo de las Tinieblas, la Noche de negras alas puso un huevo del que, tras ser fecundado por el torbellino, con el paso de las Estaciones, nació Amor, enajenador y esplendoroso, bello y brioso con sus doradas alas, como un remolino.9 El viento era una feliz metáfora del amor, suave y acariciador a veces como dulce aura, impetuoso y atropellador, otras, como el huracán. Su potencia, por incubación o fecundación, aparece como un indeleble damasquinado en las fantasías y las creencias de la humanidad. Estos mi cabellos, madre,
dos a dos me los lleva el aire.
No sé qué pendencia es esta
del aire con mis cabellos,
o si enamorado dellos
les hace regalo y fiesta;
de tal suerte los molesta
que cogidos al desgaire
dos a dos me los lleva el aire.
Y si acaso los descojo,
luego el aire los maltrata,
también me los desbarata
cuando los entrezo y cojo;
ora sienta desto enojo,
ora lo lleve en donaire,
dos a dos me los lleva el aire.
Alín, núm. 216.
Al poder del viento como elemento de la creación del mundo se sumaba en otras leyendas antiguas su poder como fecundador de la mujer. Etnólogos y misioneros nos hablan de tribus que, incapaces de asociar el parto con el coito, ignoran la relación biológica padre-hijo. Las mis penas, madre,
d'amores son.
Salid, mi señora,
de so'l naranjale,
que sois tan hermosa,
quemarvos ha ell aire,
d'amores son.
Alín, núm, 75.
La concepción, en la mente precivilizada, se atribuye a fenómenos, sucesos o acciones distintas del coito; al hombre primitivo le fue dificilísimo asociar el parto a una operación por él realizada nueve meses antes. El embarazo, pues, suele asociarse a fenómenos, acciones o sucesos que habían tenido lugar en unas fechas más próximas a las señales externas de la preñez o al hecho mismo del parto; los dos fenómenos de su constante experiencia eran el aliento y el alimento que salían expedidos, ya transformados, como flato y excremento: ¿habría entrado el recién nacido por la naríz o la boca?10

Se fabricaron más tarde las leyendas, respetando las creencias. En los casos de las vírgenes fecundadas por el viento, la criatura que nacía era un personaje excepcional, benefactor incomparable de la humanidad. En Finlandia, en la epopeya nacional Kalevala, se nos dice sobre el origen del mundo que una virgen fue fecundada por el viento y anduvo errante setecientos años sin poder dar a luz. De ella nació el sabio y demiurgo Vanamonen quien descubrió el fuego, inventó el arpa, e instruyó a la humanidad en el arte de la poesía y la música.11 La niña de bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
García Lorca, "Arbolé arbolé," pág. 309.
¿Y la Virgen María? El mismo espíritu que infundió vida al primer hombre penetrando por su nariz, fue el que, según el ángel, cubrió a la virgen con su sombra y, en calidad de palabra, aire sonoro, penetró en ella por su oreja.12 Angel: "concebirás en tu seno y darás a luz un hijo ..." María: "¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? Le contestó el ángel y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra y por esto el hijo engendrado será santo, y será llamado hijo de Dios" (Lucas 1:30 y 34). En mi pecho florido
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.
San Juan de la Cruz, Noche oscura del alma.
Espíritu Santo es el viento personificado y santificado; es la especialización y consagración teológica de un término donde convergen los varios sinónimos y conceptos --aire, aliento, soplo, viento --de que hemos venido hablando. Tras su esporádica aparición en el Antiguo Testamento, se logró en el Nuevo su personificación y su divinización, hasta el punto de constituirse en la tercera persona de la Trinidad. Es él el espíritu que, a semejanza de aquel soplo creador de las diversas cosmogonías, fecundó a María, la más sublime de las vírgenes, de quien nació el Hombre-Dios de los cristianos. Florida estaba la rosa,
que o vento le volvía la folla.
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 345.
Algunos comentaristas árabes del Corán, parafraseando en un tono muy idiosincrático el pasage del embarazo espiritual de María, explicaban que la concepción se realizó cuando el Arcángel Gabriel, tras abrir la túnica de la virgen por el regazo, sopló sobre el vientre de la doncella.13 Levantóse un viento
que de la mar salía,
y alzóme la falda
de mi camisa.
Alín, núm. 394.
Viento verdaderamente creador, verdaderamente hombrón, que por donde quiera que soplaba empreñaba. San Isidoro explicaba que las creencias en la potencia creadora del viento se basaban en el hecho de que el aire "en parte pertenece a la materia terrena y, en parte, a la celeste" (Etimologías 13, 7, 1). ¡O, qué vienteciño
anda en aquel valle!
Déxame, carillejo,
yr a buscalle.
Alín, núm. 547.
En civilizaciones más modernas, en la fantasía de sus poetas y en la de su público, el aire, aunque no se considerase ya como el principio creador, seguía manteniéndose como símbolo de sensualidad, como símbolo erótico. Lo justifica E. Jones diciendo que "todos los agentes que conducen a la excitación sexual son fáciles de identificar, especialmente en el subconsciente, con el principio fertilizador" (ob. cit., pág. 285). Viento del Sur,
moreno, ardiente,
llegas sobre mi carne,
trayéndome semilla
de brillantes
miradas, empapado
de azahares.
García Lorca , "Veleta," pág. 101.
Para los clásicos un celebrado agente de excitación sexual era el Céfiro, personificación mítica del viento del oeste, el mensajero de la primavera, que templaba la sangre, enardecía a los animales, esparcía la lluvia y las flores. Con este viento se reblandecía, para Virgilio, la podredumbre de la gleba (Geórgicas 1, 44); para Lucrecio era el Céfiro aura genitalis. ¡Agora viniese un viento
que me echase acullá dentro!
Agora viniese un viento
tan bueno como querría
que me echase acullá dentro
en faldas de mi amiga.
Y me hiciese tan contento
que me echase acullá dentro.
Alín, núm. 271.
Del Céfiro (Favonio entre los latinos), que contaba con un templo en Atenas, se dice que casó con la ninfa Cloris (Flora entre los latinos), y que de su unión nació Carpos. La ninfa sería incapaz de ponerle puertas al viento, de satisfacer el apetito venéreo de este mítico semental, que tan acertadamente apodaría Quevedo "rufián adúltero." De este Céfiro se cuenta que un día, estando paciendo junto al océano Podarge, una de las Harpías --aquellos monstruos con cabeza de mujer, cuerpo de buitre y pies con potentes y afiladas garras--, se apoderó de ella y la cubrió, y del ayuntamiento nacieron Xanto y Balio, los legendarios caballos de Aquiles. Hijas del viento, yeguas tan veloces
que a Xanto y Pirois engendrar pudieran.
Tirso de Molina.14
Mientras que entre los humanos la fecundación de vírgenes por el viento fue tema de leyendas esotérico-religiosas, en el reino animal la fecundación de hembras fue mantenida y divulgada por los más ilustres zoologistas de la antigüedad. Entre los cuadrúpedos, por una geografía muy dilatada, eran las yeguas las barraganas del viento, según nos aseguraban grandes sabios de la antigüedad, como Aristóteles de las de Creta, Varrón y Plinio de las de Lusitania, a las orillas de Tajo; Virgilio de las de Beocia; San Agustín de las de Capadocia.15 Pues lo vento nos ha de levar,
¡garrido vendaval!
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 393.
El oral y fervoroso ayuntamiento viento-yegua fue cantado por Virgilio con unos robustísimos versos: "absorben [las yeguas] en las médulas de sus ávidos huesos las reprimidas llamas en la primavera, pues es en la primavera cuando el calor renace en los huesos; todas ellas paradas de cara y con la boca abierta hacia el Céfiro, se encaraman en los ásperos riscos y aspiran las suaves auras; y con frecuencia, ¡oh maravilla!, sin ayuntamiento previo, grávidas sólo del viento, aprietan a correr por los escarpados peñascales y las hondas cañadas" (Geórgicas 3, 271-76). Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
García Lorca, "Romance sonámbulo", pág. 358.
¿Y las yeguas de España? Notorias llegarían a ser las andaluzas como irresistibles seductoras del viento. Testigos, los escritores y poetas hispanos. Columela, romano-gaditano del siglo primero, que transcribe el pasage completo de Virgilio, dice ser una cosa sabidísima (notissimum) que las yeguas de un monte sagrado de España, que da hacia el poniente y el océano, se empreñan y paren sin ayuntamiento previo (De la agricultura 4, 15). ¿Lo creían en serio los escritores? ¡Qué importaba que el escritor creyera o no creyera lo que todo el mundo sabía! MARGARITA
Hay opinión
que en España engendra el viento.

LUIS
Es verdad, Andalucía,
de Marte y Minerva madre,
caballos veloces cría
que al viento tienen por padre.
Tirso de Molina (nota 24, más arriba).
Las leyendas del viento acaballador tuvieron resonancia tal entre nuestros clásicos que el tema adquirió carta de tópico en el Siglo de Oro. A él recurren Góngora, Lope de Vega, Quevedo, Tirso de Molina y Valdivieso,16 entre muchos otros cuyos textos cita, escogidos al azar, Daniel Devoto en la citada obra. Al Sol levantó apenas la ancha frente
el veloz hijo ardiente
del céfiro lascivo
--cuya fecunda madre al genitivo
soplo vistiendo miembros, Guadalete
florida ambrosia al viento dió jinete.
Luis de Góngora.
Los caballos, ya se sabe:
de los que el Céfiro engendra,
donde fue soplo rufián
adúltero de las yeguas.
Quevedo.
Y aunque en Córdoba son hijos del viento,
éste lo fue del mismo pensamiento.
Lope de Vega.
Entre las aves, según Aristóteles, Plinio y Eliano, había perdices que concebían, "cuando, vuelto el ano hacia los machos, el aire soplaba de éstos a las hembras."17 ...la perdiz a engendrar de sí se aplica,
con el soplo de la aura bulliciosa,
sin lazo conyugal, como conciben
las yeguas que Solino y Plinio escriben.
Valdivieso.
En fin, la creencia en la potencia del viento como fertilizador de animales era tan aceptada entrado ya el medievo, que Lactancio, escritor cristiano de principios del siglo IV, se basaba en ella para argüir que nadie debía extrañarse de la concepción virginal de María: "Si, como todos sabemos, existen animales que conciben por la acción del viento, ¿se maravillará alguno cuando decimos que una virgen fue empreñada por el Espíritu de Dios, para quien es fácil la realización de cualquier deseo?"18 Si me lleva el vento, lleva,
¡ay, madre, voy que me lleva!
Frenk Alatorre, Lírica..., núm. 394.
He presentado a la consideración del lector una selección de textos viejos de la India, de China, de Egipto; textos de la tradición árabe y hebrea, y de los clásicos romanos y griegos; textos de Finlandia: textos todos del viejo mundo civilizado. Pero como el viento no siente el freno de los océanos, tampoco lo sintió la fama de su poder como fecundador de mujeres, en algunos casos, vírgenes. En Australia se creía que la tormenta del oeste era protadora de malignos "rapata" o espíritus-niños, que buscaban cómo penetrar en el vientre de las mujeres. Al acercarse la borrasca, las mujeres se apresuraban a cobijarse en sus chozas, pues de quedar embarazadas de esta manera, darían a luz mellizos, condenados a morir a los pocos días de nacer.19

En el Nuevo Mundo goza de un alto relieve, tanto en las viejas creencias precolombinas como en el lenguaje popular de la actualidad, la creencia en la potencia empreñadora del viento. Hijo del viento es expresión común en alguna región de Argentina "para señalar al hijo natural; hasta las mismas madres suelen responder así cuando se les pregunta acerca de la paternidad del hijo."20 Y entre las diferentes leyendas aztecas sobre el nacimiento del dios Quetzalcóatl, se cuenta en una de las versiones que fue concebido de una manera muy semejante a la de Jesucristo: el Señor de la Existencia, Tonacatecuhtli, se apareció a la sacerdotisa Chimalma y sopló sobre ella, infundiédole vida en su interior, y de ella nació Quetzalcóatl.21 Preuss asegura ser creencia de los mejicanos que el aliento masculino era necesario para la concepción.22 Creencias que parecen estar plasmadas en una pintura precolombina en la que un hombre y una mujer se están soplando mutuamente como efectuando la cópula.23

Soplo, pues, el del Nuevo Mundo tan genital, tan lascivo y tan hombrón como el viento del Viejo. Estas creencias y esta pintura nos ofrecen un magnífico fondo cultural para explicarnos por fin, y de una manera entrañable y transcendental, el significado erótico con que se emplea "soplar" entre los mejicanos, con más frecuencia y claridad, al parecer, que en otras naciones hispanohablantes. C. Cela, en su Enciclopedia del erotismo me ha recordado, después de muchos años, que una cancioncilla, cuya música y letra recuerdo perfectamente de mi niñez, procede de la película mejicana Ora, Ponciano. Quiero que sepas
cuando oigas estas coplas,
que tú ya no soplas
como mujer.
Lo único que con claridad podía recordar, antes de leer esta cita, eran los dos últimos versos que, sin tener a mi parecer --consciente-- sentido, seguían martilleándome la memoria. De los dos primeros, aunque seguía recordando la música, no podía rehacer la letra. Y ¿por qué quedaron tan vivas en mi memoria --me imagino que en la de muchos otros-- estos al parecer tan insulsos versos: "que tú ya no soplas / como mujer," cuando tantas otras coplas se han desvanecido por completo? Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.
García Lorca, "Preciosa y el aire," pág. 356.
Quizá porque en mi memoria, como en la de tantos que lo recuerden, se materializó el soplo al modo como, según la observación de García Lorca, en la memoria eterna del cante jondo se materializó el viento: "lo que en los poemas del 'cante jondo' se acusa como admirable realidad poética es la extraña materialización del viento, que han conseguido muchas coplas." El subconsciente colectivo nos impide olvidar el motivo que sigue materializándose en textos, canciones, pinturas, e imágenes. En la imaginación de muchísimos quedaría para siempre grabado el "loquillo viento" que jugueteaba con las faldas de Marilyn Monroe, en aquella breve escena de la película "Seven Year Itch.' Un mal ventecillo
loquillo con mis faldas:
¡tira allá, mal viento!
¿qué me las alzas?
Alín, núm. 714.
Para mí, el soplo, o su privación, era un duende zarandero que merodeaba de incógnito por la trastienda del recuerdo. Y en ella, como el viento del "cante jondo", se erguía con personalidad, que caracterizaba el mismo Lorca, de "gigante preocupado de derribar estrellas y disparar nebulosas." Tengo celos del aire
que da en tu cara,
si el aire fuera hombre
yo lo matara.
García Lorca, "El cante jondo (Primitivo canto andaluz)", págs. 1524-25.24
Santamaría en su Diccionario de mejicanismos --con conciencia plena de filólogo-- define el "soplar" de las coplas mejicanas como "dar muestras de energía erótica sexual."25 Es la energía que se plasma en nuestra frase coloquiales, la que se detecta en aquel niño que se da un aire al progenitor; o la energía que a veces se apodera de aquella dama que, tras muchos años anhelando el embarazo, lo logra tras mudar o cambiar de aire. Es la misma poderosa energía que irradia la fantasmagoría erótica del aura genitalis de Lucrecio, del céfiro lascivo de Góngora, del soplo rufián adúltero de Quevedo, del galán de torres, San Cristobalón desnudo y viento-hombrón de García Lorca. El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
García Lorca, "Romance sonámbulo," pág. 360.
Es la energía, a veces acariciadora, otras veces impetuosa y hasta chocante, de todos los ascendientes ancestrales de ese erótico fantasma, llámese aliento, soplo, viento, o airiños, airiños, aires: Vâyu de los indúes, Ruah de los hebreos, Er-Ruh de los árabes, pneuma del griego, spiritus del latín. Airiños, airiños, aires,
airiños da miña terra,
airiños, airiños, aires,
airiños, levaime a ela.
Torner, núm. 3
Es, en fin, en un grado más sublime dentro de todo este plano sublimado, la energía trascendental, preternatural y extática, del aire de la almena de San Juan de la Cruz. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
San Juan de la Cruz, Noche oscura del alma.



FIN



















































1 Cf. J. Chevalier y A. Gheerbrant, ob. cit., ver "air," "soufle" y "vent." Hay valiosas referencias bibliográficas.





















































2 La aspiración a la belleza, indica E. Jones, no debe entenderse como un impulso primario del ser humano sino más bien como "una reacción, una rebelión contra los aspectos más groseros y repelentes de la existencia material, una reacción que psicogenéticamente surge de la reacción del niño pequeñito contra su interés original en sus excrementos. Cuando recordamos lo extensivamente que estas reprimidas tendencias coprofílicas contribuyen, en su forma sublimada, a toda la gran variedad de la actividad artística--pintura, escultura y arquitectura, por una parte, y a la música y la poesía, por otra--nos resultará evidente que en el esfuerzo del artista por conseguir la belleza no debe desdeñarse el papel fundamental que jugó ese interés primitivo del infante (incluidos los derivados consecuentes): es la reacción en contra la que yace bajo esos esfuerzos, y su sublimación la que yace bajo las formas que esos esfuerzos logran" (ob. cit., pág. 267). Nos recuerda Jones, más adelante, que Freud, en su Totem y Taboo, llegó a la conclusión de que "la coprofilia infantil pertenece esencialmente a la sexualidad todavía no coordinada del niño" (ver los varios compuestos de "copro-" que ofrece Cela, ob. cit., t. I, págs. 439 y sts.).





















































3 Richard L. Predmore, Los poemas neoyorquinos de Federico García Lorca (Madrid: Taurus, 1985), pág. 47.





















































4 Cf. Sources Orientales. I. La naissance du monde (Paris: Ed. du Seuil, 1959), pág. 340, y E. Jones, ob. cit., pág. 274; dos estudios fundamentales para la investigación del viento (aire, aliento, soplo) como agente de la creación en diferentes culturas de la antigüedad. Con perdón por la digresión, no puedo menos de expresar aquí la asociación que brotó entre mis ideas cuando, al leer lo del "soplo-inferior" creador de los textos védicos, se me vino a la mente las modernísimas teorías científicas del origen del mundo provocado por una gran explosión del átomo (Big Bang) y la consecuente producción de gases. Me llevó también a la asociación del temor del hombre contemporáneo a la extinción global de la vida por esos vientos radioactivos que seguirán a la gran explosión nuclear, que dará origen a un reino de tinieblas. Me hace todo esto pensar que quizá las creencias en la creación y las teorías de la evolución no serían tan difíciles de armonizar como algunos pretenden, sobre todo si, prescindiendo de lo que cada individuo pueda hoy creer, tras tantos siglos de aculturación, qué es el Espíritu, trata de aceptar con humildad que para Moisés, no era Dios otra cosa que aire con capacidad de incubar las aguas. E. Jones explica de una manera muy curiosa la conexión que fácilmente se efectúa en la fantasía entre olor-ruido, aliento-flato. El psicoanalista se extiende en la exposición de la trascendencia en las fantasías eróticas del "soplo inferior," y refiere, entre otras cosas, cómo hay muchos niños que, fantaseando sobre el vientre abultado de la madre que precede al nacimiento de bebé, llegan a pensar que fue su causa el traspaso del padre a la madre de gases intestinales (ob. cit., pág. 278). Que sirva esta teorización del psicoanalista para ayudarnos a comprender las claras acepciones sexuales de nuestros vocablos "hinchar", "inflar", "soplar" y sus múltiples compuestos (cf. Cela, ob. cit., t. II, págs. 716 y 745, y t. IV, pág. 1084). Se hablará sobre el significado de "soplar" al final de este trabajo.



















































5 Otto Rank, "Völkerpsychologische Parallelen zu den infantilen Sexualtheorien," Zentralblatt für Psychoanalyse, Jahrg. I, S. 372, 425, citado en E. Jones, ob. cit., pág. 279. Según Rank y Jones todas estas leyendas referentes al embarazo mágico podrían responder a tendencias, por el complejo de Edipo, a repudiar al sexo masculino, a rechazar la idea de que el padre tenga que ver con su nacimiento (cf. O. Rank, Der Mythus von der Geburt des Helden; Versuch einer psychologischen Mythendeutung [Leipzig und Wien, F. Deuticke, 1909; Schriften zur angewandten Seelenkunde, V], pág. 489, n. 2, y E. Jones, ob. cit., pág. 281).




















































6 Cf. Sources Orientales, pág. 465, sobre China; págs. 30, y 80, n. 15, sobre Egipto.



















































7 Cicerón, De la naturaleza de los dioses 1, 26 y 40: "quasi aer sine ulla forma deus esse possit"; y "qui ... aer per maria maneret eum esse deum."





















































8 Esta idea de la conservación por la acción ininterrumpida del aliento de Dios es una concepción afín a lo que los monistas griegos llamaban la respiración cósmica. Más sobre este tema en Heidel, "Antecedents of Greek Corpuscular Theories," Harvard Studies in Classical Philology, 22 (1911), págs. 137-140. Es de gran valor el repaso de estas teorías que hace E. Jones, ob. cit., pág. 296.





















































9 Las aves 694 sts. Plutarco (Moralia 8, 1, 718), comentando sobre sobre las ideas de Platón de que el increado e inmortal Dios es el padre y hacedor del universo, explica que las cosas no fueron creadas por medio del semen, sino por virtud de otro tipo de poder. Y es aquí donde hace una alusión al huevo original que fue fecundado por el viento.





















































10 Cf. Hartland, ob. cit., t. I, pág. v, y Montagu, ob. cit., pág. 137. Cosúltense las notas 1 y 2, más arriba.





















































11 John Abercromby, The Pre- and Proto-historic Finns Both Eastern and Western (London, 1898), t. I, págs. 316, 318, 322. Renée P. Guillot, Le Sens magique et alchimique du Kalevala (Paris: Dervy-Livres, 1970), págs. 19-22.



















































12 "Dios hablaba por el ángel y la Virgen se empreñaba por la oreja," enseñaba San Agustín (Sermo de Tempore 22) y así lo creían firmemente los cristianos. Todo el trabajo, frecuentemente citado aquí, de Ernest Jones ("The Madonna's Conception through the Ear") versa sobre estas creencias. Parte Jones del estudio de Hartland (ob. cit., págs. 19-20) y lo amplía extensamente. De su estudio es fácil concluir que la historia de la concepción por la oreja no es un problema de la teología de la Iglesia cristiana, sino un tema de significación humana en general (pág. 273). La documentación de textos eclesiásticos y de textos de otras similares leyendas es exhaustiva (sobre la equivalencia entre los indúes de Vâyu-soplo-palabra, cf. también J. Chevalier y A. Gheerbrant, ob. cit., "vent", pág. 791). Entre los autores españoles Tirso de Molina tiene una vaga alusión, entre seria y festiva al poder empreñador de la palabra. Margarita, conocedora del poder del viento de empreñar a las yeguas (se hablará de ello más adelante), teme que sea mayor el poder de las palabras, máxime si son españolas, y pregunta a Luis: "¿qué harán palabras con alma, / y más si españolas son?" A lo que éste le responde: "No corre ese riesgo en vos, / que os hizo de bronce Dios" (Quien da luego da dos veces, en Obras dramáticas completas, Ed. de Blanca de los Ríos. Madrid: Aguilar, 1952, t. 2, pág. 296. Pero es la María de Yerma, de García Lorca, la que más nos conmueve y nos deslumbra con su confidencia de subconsciente atávico: "la noche que nos casamos me lo decía [él] constantemente con su boca puesta en mi mejilla, tanto que a mí me parece que mi niño es un palomo de lumbre que él me deslizó por la oreja" (ob. cit., pág. 1191). También E. Jones se ocupa con cierta detención de los textos de la tradición sobre los símbolos de la paloma y del fuego, íntimamente conectados con el Espíritu Santo. La aportación del psicoanalista a este respecto será también de gran provecho al lector que quiera apreciar y admirar más a García Lorca.





















































13 Sale, Koran, 1734, cap. XIX, citado en Hartland, ob. cit., pág. 21. En la tradición mahometana se habla de una raza preadámica que consistía enteramente de mujeres, las cuales eran fecundadas por el viento (cf. L'Abrégé des Merveilles (Paris: Klincksieck), traducido del árabe por Carra de Vaux, 1898, págs. 17 y 71, citado en E. Jones, ob. cit., pág. 281). Los Binhyas de la India dicen de sí mismos ser descendientes de viento, según Saintyves, ob. cit., pág. 143.



















































14 Cigarrales de Toledo, ed. de V. Said Armesto (Madrid: Renacimiento, 1913), "Cigarral segundo", págs. 163-164 . Parece que Tirso ha confundido los nombres de los caballos de Aquiles (en Iliada 16, 149 sts.; compárese con Iliada 20, 220-29). Pirois es uno de los caballos del sol (Ovidio, Metamórfosis 2, 153).




















































15 Aristóteles, Historia de los animales 6, 18; Varrón, De la agricultura 2, 1, 19; Plinio, Historia natural 8, 67; Virgilio, Geórgicas 3, 271-276; San Agustín, La Ciudad de Dios 21, 5.



















































16 Las referencias bibliográficas de los textos que se van a citar seguidamente son las siguientes: Luis de Góngora, "Soledad segunda," vv. 723-28, en Las Soledades, ed. de Dámaso Alonso (Madrid: Cruz y Raya, 1936), pág. 136 (véase la nota 44, pág. 303); Francisco de Quevedo, Las cañas que jugó su majestad , en Obras completas, ed. de J. M. Blecua (Barcelona: Planeta), c. 1963. pág.773; Lope de Vega, Porfiar hasta morir, en BAE, XLI, pág. 106; José de Valdivieso, Sagrario de Toledo (Barcelona, 1618), fol. 138, citado en D. Devoto, ob. cit., pág. 30; véanse aquí también textos de Suárez de Figueroa, Vélez de Guevara y varios de Tirso de Molina.



















































17 La cita es de San Alberto Magno (De los animales 4, 1, 3); dice que él creía que tal tipo de concepción sólo afectaría al huevo y no al pollo. Aristóteles, Historia de los animales 5, 5; Plinio, Historia natural 10, 102; Eliano, Historia de los animales 17, 15).





















































18 Instituciones divinas 4, 12. Orígenes se basaba en la creencia general de que la hembra del buitre no copulaba con el macho para, con semejante argumento, abogar por la virginidad de María (Contra Celsio 1, 37). Entre los escritores peninsulares recogía San Isidoro--sin ulteriores argumentos--la opinión de los muchos que creían que los buitres "se reproducen sin apareamiento y que conciben y engendran sin copular; los que así nacen llegan a vivir, según se afirma, hasta cien años" (Etimologías 12, 7, 12). También gozaban de semejante longevidad las yeguas de Capadocia de que hablaba San Agustín (nota 26, más arriba). Recuérdese cómo la harpía Podarge, madre de dos caballos, tenía cuerpo de buitre y fue fecundada por Céfiro. En la mitología se creía que el aire estaba poblado de "héroes", término que significaba para San Isidoro "varones aéreos" (Etimologías 1, 39, 9; 8, 11, 98).



















































P19 Carl Strehlow, Die Aranda- und Loritja-Stämme in Zentral-Australien, 1907, S. 14 (citado en E. Jones, ob. cit., pág. 280). Entre los aborígenes de la región australiana de Groote Eylandt se cree que los vientos del sudeste son portadores de niños-espíritus que se ocultan entre la grama para entrar en la madre cuando el padre sueña con uno de ellos (Ashley-Montagu, ob. cit., pág. 136).





















































20 Carlos Villafuerte, Voces y costumbres de Catamarca, Tomo I, pág. 373, citado por D. Devoto, ob. cit., pág. 30. Añádase la frase proverbial del castellano "darse uno un aire a otro." La expresión "se da un aire a fulano, que no lo puede negar," suele emplearse en el cotilleo de un pueblo seguro de haber descubierto al padre de un hijo natural.





















































21 Hubert H. Bancroft, The native Races of the Pacific States of North America (London, 1875-76), t. II, pág. 271; Daniel Britton, American Hero-Myths. A Study in the Native Religions (Philadelphia, 1882) pág. 90; citados por Hartland, ob. cit., t. I, pág. 22. Refiere asimismo Britton (pág. 47) que en la mitología algonquina el Viento Oeste, el padre de todos los demás vientos, fue el que fertilizó a la doncella Wenonah, la cual dio a luz al héroe Michabo, mejor conocido por el nombre de Hiawatha (información de E. Jones, ob. cit., pág. 280).



















































22 Preuss, Globus: Illustrirte Zeischrift für Länder- und Völkerkunde," t. 84, pág. 362; información de Hartland, ob. cit., pág. 22.





















































23 Reproduce esa pintura Seler, en "Tierbilder der mexicanischen und Maya-Handschriften," Zeitschrift für Ethnologie, Bd. XLI, S. 67; información de E. Jones, ob. cit., pág. 285.



















































24 El poeta romántico inglés Percy Shelley tiene una hermosa oda, "Ode to the West Wind," en la que invoca e increpa la fuerza cósmica, destructora y revitalizadora del viento, fantasma encantado en el que viento y poeta parecen "materializarse" o, si se prefiere, "espiritualizarse":

Be thou, Spirit fierce,
My spirit! Be thou me, impetuous one!
Drive my dead thoughts over the universe
Like withered leaves to quicken a new birth!
And, by the incantation of this verse,
Scatter, as from an unextinguished hearth
Ashes and sparks, my words among mankind.

(The Works of Percy Bysshe Shelly in Verse and Prose, London: Reeves and Turner, 1880, T. I, pág. 393).



















































25 Francisco Santamaría, Diccionario de mejicanismos (Méjico: Porrúa, 1959). Explica también Santamaría que el "Tú ya no soplas es vulgarismo casi procaz, usual para zaherir a la persona ya exenta de las incitaciones de la carne." Miguel Velasco Valdés, en Refranero popular mexicano (México: Costa-Amic, 1957), dice: "Quien ya no sopla ha perdido sus facultades físicas y fisiológicas, especialmente las sexuales ..." El mismo, en Voces populares en México, especifica que "Soplarse a una chica es disfrutar de su doncellez" (cf. Cela, ob. cit., t. IV, pág. 1084). ANADIR LO DE CHILE




FIN