El sueño del autor

CUYO SESO ES SEXO


Sueño, pájaro eterno, de todos los colores.
JUAN RAMON JIMENEZ

 

El comienzo del AUTO con una visión, con un sueño, no fue, como he explicado, una ocurrencia caprichosa de Rojas. Este vio en ese comienzo una correspondencia con el sueño inicial de larga tradición literaria, religiosa y profana, antigua y contemporánea, y especialmente se correspondía de cerca con el sueño inicial a la manera de la comedia humanística, en latín, de gran popularidad en la época. Ese sueño inicial se correspondería con la tradición literaria posterior de manera que, como ha demostrado ampliamente Ricardo Castells, terminó por convertirse en verdadera convención literaria entre los escritores que escribieron a imitación de La Celestina
 

EL SUENO DEL ANTIGUO AUCTOR

El sueño del Antiguo Auctor. Primero fue el Antiguo Auctor. Hasta qué punto habría llevado éste el sueño literario en su obra, de haberla concluido, se escapa a cualquier tipo especulación. No me cabe duda, sin embargo, que al igual que a Calisto se le reveló en sueño Melibea, al Antiguo Auctor se le reveló en sueño la trama de su drama inconcluso. (1)

Es más, el sueño de Calisto pudo ser muy bien el sueño, sueño diurno, que un día tuvo el escritor; fue un sueño diurno o entre sueños (daydream), en contraposición al sueño que nos embarga y paraliza por la noche. 

El sueño diurno, el entre-sueños o el soñar despierto se diferencia del sueño nocturno en que en éste los instintos se desbordan, se iluminan u oscurecen, se mezclan y confunden desordenadamente. En aquél el proceso de la fantasía está más controlado por el yo, quien puede abandonarlo o reasumirlo, y su contenido no es simplemente una experiencia íntima, personal y secreta, sino una experiencia narrada, trabajada, secundaria o, mejor dicho en nuestro caso, estéticamente elaborada ya para comunicarla, para hacer soñar a los demás. Para Freud los daydreams eran el meollo y el patrón de los sueños nocturnos; éstos venían a ser fundamentalmente una distorsión de aquéllos, al operar en ellos con más libertad las excitaciones instintivas. 

En su soñar despierto el autor dota de vida, de carne y hueso a sus personajes, transforma en realidad experimentada por sus personajes sus propios deseos, sus ilusiones eróticas, sus ambiciones de riqueza, de heroísmo, de dominio o poder, de siervo o víctima, según el caso. Y en sus personajes logran las fantasías del autor plena satisfacción o frustración. El contenido de los sueños diurnos no difiere, sin embargo, del de los sueños nocturnos, en cuanto que ambos son creaciones de la fantasía: ni en los unos ni en los otros ese contenido responde a la realidad, o es identificable con el contenido de la historia. 

Si no sabemos hasta dónde le habría llevado al Antiguo Auctor aquel sueño inicial, sabemos bien hasta dónde le llevó a Fernando de Rojas en su continuación; de éste sí podemos hablar. Quedó el continuador desde el primer momento hechizado ante el artificio del sueño inicial, ante el poder y la eficacia de aquella aparición ligeramente esbozada, ligeramente sumergida en la penumbra y el misterio, al comienzo de aquellos papeles que un buen día encontró. En su propia continuación elevaría Rojas el sueño literario a efectos hasta entonces no conseguidos en ninguna de las literaturas romances. Rojas trató de volver a soñar al modo de su predecesor. El sueño y el soñar despierto sería para Rojas no sólo la sustancia de que se hacían las fábulas, sino el proceso mismo de la creación literaria, de su propia continuación. Rojas, como artista, es también un soñador, como lo seguirían siendo sus personajes centrales.
 

EL SUEÑO DE ROJAS

El sueño de Rojas. Dice Huizinga que al final de la Edad Media la vida aristocrática se cifraba en el intento omnímodo de poner en acción la visión de un sueño (141). Rojas, en su CARTA, en el proceso de su creación, se nos presenta como en estado de ensoñación, se nos confiesa estar preso en su cámara, echado en su cama o apoyando la cara sobre su propia mano, dando rienda suelta a sus propias fantasías:

  • assaz vezes retraydo en mi cámara, acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores e mi juyzio a bolar (I, 4)
En los acrósticos, cubierto de la toca de la humildad -- hormiga que se dexa ir--, vuelve a la socorrida metáfora del vuelo -- jactóse con alas--, (2)

aludiendo al estado de enajenación e inconsciencia del escritor en el proceso de su creación -- lleváronla en alto, no sabe dónde yr--; alude al goce de los vastos horizontes a los inusitados senderos que a su imaginanción se le abrían -- El ayre gozando ageno y estraño. Y al mismo tiempo se lamenta de las recriminaciones de los poderosos críticos, moralistas, censuradores, detractores -- rapina es ya hecha de aues que buela / Fuertes más que ella--, que con su lógica -- arguyen-- destruían, como poderosos aguiluchos -- por ceuo la llieuan--, las etéreas y tenues fantasías del soñador -- a mí mismo mis alas destruyen / Nublosas e flacas:

Como hormiga que dexa de yr,
Holgando por tierra, con la prouisión: 
Jactóse con alas de su perdición:
Lleváronla en alto, no sabe dónde yr.
El ayre gozando ageno y estraño,
Rapina es ya hecha de aues que buelan
Fuertes más que ella, por ceuo la llieuan:
En las nueuas alas estaua su daño
Razón es que aplique a mi pluma este engaño,
No despreciando a los que me arguyen
Assí, que a mí mismo mis alas destruyen,
Nublosas e flacas, nascidas de ogaño (I, 9-10).
Volando, volando en su imaginación es como llegó a crear su mundo de pasiones reprimidas, de deseos insatisfechos, de pensamientos turbadores. Su obra, como creación literaria, tiene, como tienen los sueños, según explica W. Wolff, un protagonista egocéntrico, "un héroe que es el centro de interés, para quien el autor trata de granjearse nuestras simpatías mediante multitud de recursos, y a quien él constituye bajo la protección de una especial providencia" (69). (3)
 

EL CONFLICTO ONIRICO

El conflicto onírico. Mientras que los sueños están compuestos de residuos del vivir cotidiano, las fantasías del escritor están integradas de residuos de sueños. En el caso de Rojas, sus sueños parecen abundar en residuos de perturbación múltiples. 

La historia de la crítica de La Celestina está llena de testimonios de críticos embargados de perplejidad ante unos personajes de alguna manera perturbados --Calisto, Melibea, Celestina, Sempronio, Pármeno, Pleberio--, que fueron concebidos en sueños. Cada uno de ellos trata de encarnar un deseo desordenado e insatisfecho que lucha por hacerse realidad. Cada uno de ellos está entretejido de imágenes en las que se materializan los pensamientos conflictivos, los pensamientos perturbados del propio escritor. El conflicto onírico del hombre llamado Fernando de Rojas recibió en su obra artística una admirable exposición, en un conflicto de juego dramático en el que, como en el juego del sueño, se contraponían los personajes antagónicos, se contraponían las tendencias antagónicas del ser humano, sin tregua o victoria, sin intervención de la justicia, sin la intervención, siquiera, del dios de la máquina griega. En el arte de Rojas no parece existir la solución lógica, de justicia o de sentimiento. Existe sí el fin común al ser viviente: la destrucción, la muerte ... y la repetición a perpetuidad, el eterno retornar que tan bellamente supo captar Azorín; volverán a nacer personajes semejantes y a ser agobiados por parecidas cuitas, para ser sobrecogidos por parecidas muertes, para volver a nacer y ... morir. 

En la muerte de los personajes no parece sino que trata de despertarse a sí mismo el autor, y que quiere como despertarnos a los lectores para inquietarnos y ponernos en duda sobre si nuestra propia vigilia no es otra cosa que un sueño (W. Wolff, 291). 

Entre las perturbaciones de Rojas se destaca el rechazo de la "muerte natural." Han invocado los críticos el pesimismo de Rojas que, por falta de otra explicación filosófica, han llamado, con obvia simpleza, pesimismo de converso. ¡Como si el pesimismo fuera exclusivo de los conversos! Con visión más universalista, que se fije más que en un reconstruido cuadro de provincialismo castellano en el amplio horizonte de los estudios antropológicos, entenderemos el rechazo en la obra de la "muerte natural", corriente, verosímil, confortable, como rechazo de ese tipo de muerte que, según Freud, les resultaba "extraña a los pueblos primitivos, los cuales atribuyen cada fallecimiento de uno de los suyos a la influencia de un enemigo o de un mal espíritu" (Freud, Más allá del principio del placer, 119). En el subconsciente de Rojas se dio cita la conciencia, la creencia primitiva de la que en la subconsciencia de todos quedan aún murmullos indecisos --seamos o no conversos, eso ¿qué tiene que ver?--, creencia venerada en las más antiguas religiones, de que el origen de la muerte y el mal en el universo se debe a la intervención de un espíritu siniestro, un payaso engañador y diabólico. 

Bello fue aquel sueño de Adán --el soñado por Moisés--, que vio cómo Dios le hacía una mujer de su costilla. En Eva vio Adán la grandeza y la hermosura del universo. Los principios misteriosos del bien, Dios creador de la mujer, al lado de los principios no menos misteriosos del mal, la siniestra serpiente engañadora, la primera caída, no natural, del género humano. Y a continuación soñó Moisés con la lucha fratricida y la muerte no natural del débil y piadoso Abel a manos de Caín. Apenas si es concebible mayor pesimismo que el de estas primeras, primarias, líneas reveladas por Dios a su pueblo predilecto.

¡Qué Dios nos soñó Moisés y su pueblo de Israel! Un Dios lo suficientemente poderoso para liberar al pueblo de Israel del yugo de Egipto, y permitió que Caín asesinara a Abel. Un padre a quien le hubiera resultado facilísimo librar a sus hijos de la caída --que él muy bien preveía--, a la manera como todos nosotros hacemos cuando prevemos la de los nuestros. Un Creador que dotó a sus queridas criaturas de tempestuosas pasiones, y las contemplaba luego deslizarse por los despeñaderos del mal, sin fuerza ni mañas para agarrarse a los camuflados asideros de algún que otro pico que asomaba en el roquedo, eso que los teólogos llaman gracia actual, según triste experiencia no en todos los casos suficiente. ¡Moisés, Moisés, qué gran soñador trágico! Rojas soñó a su imitación un mundo de providencia semejante, en el que él, creador, proveía a sus queridísimas criaturas de unas pasiones infinitamente más poderosas que la concomitante gracia. ¡Qué debiluchas resultaban las amonestaciones de Pármeno --el catequista de la sana razón y la moralidad-- comparadas con el fuego de la pasión de Calisto, con la hermosa redondez de las teticas de Melibea, y con la astucia, la retórica y las artes de Celestina! 

Rojas echó de veras su juicio a volar y en su mundo de " ayre ageno y estraño" logró mostrarse tan ambivalente, que a los críticos literarios, todos nosotros tan lógicos, tan racionalistas, nos ha traído de cabeza. (4)

¿Cuál era la actitud moral de Rojas o su creencia religiosa? Los argüidores, con semejantes cuestiones, insisten y persisten en querer desplumar las " nublosas e flacas" alas del pájaro del sueño del escritor. 

Está muy bien que hayamos descubierto que hay mucho de Petrarca en el PROLOGO y en toda La Celestina. (5)

Pero no nos ha de bastar la labor de biblioteca, la labor de los pocos cultos que en este mundo han sido. Estará mejor que descifremos qué tipo de sueños eran los que atormentaban el alma conflictiva del autor, muy parecida al alma conflictiva de todos los humanos. De no haber soñado Rojas y su continuador con una alegoría venatoria con la que representar el fenómeno de destrucción y regeneración, el fenómeno de la "muerte no natural," de poco le hubieran servido las fuentes literarias, tan bien parafraseadas por el autor del PROLOGO. Estas fuentes le valían al escritor para de mejor manera descifrar o desentrañar las imágenes de sus sueños, para en imágenes vívidas poder expresar sus pensamientos, con mayor fuerza, con mayor estilo y arte, para conseguir que nosotros soñemos con él.
 

EL FLUJO DE ASOCIACIONES

El flujo de asociaciones. Menos valor humano y eterno tiene La Celestina cuando se la descuaja en fuentes, que cuando se descifra en ella un testimonio de la ansiedad y la histeria de su autor, la ansiedad y la histeria del ser humano que ha de conducir su existencia deslizándose sobre los dos carriles antagónicos del miedo experimentado y la esperanza prometida, del hambre y la hartura, del gozo y del pesar, de la razón y la sinrazón, del nacimiento y la muerte; un ser confuso y perdido en las sendas laberínticas del amor imposible y necesario, amor en tensión de un sexo que le atrae fuertemente y considera opuesto, amor que alterna entre el endurecimiento y la flaccidez, una y otra y otra vez. 

El hombre llamado Fernando de Rojas se comportaría en su vida diaria como tratamos de comportarnos todos nosotros, con cierto cuidado por controlar sus impulsos instintivos, por dominarlos y encauzarlos, sean los impulsos institivos del motor sexual, sean los de la voluntad de dominio, o los más complejos y sublimados de tipo religioso o espiritual. Fernando de Rojas, como escritor, dejaba que en sus fantasías fueran los instintos los que gobernaban y conducían a sus personajes, los que le gobernaban y conducían a él, dejándose llevar --como nos dejamos llevar en nuestros sueños-- por la corriente de asociaciones. En ese fluir de sus asociaciones el autor adoptaba una actitud como de espectador de su propio sueño, en cuanto que no parecía tomar partido, en cuanto que en el mundo de sus personajes, en el mundillo de su drama, si se sugerían normas de moralidad, no se imponían reglas de conducta. El dictado moral es una imposición del superego, una imposición, diría el autor, de los que le argüían y en él se cebaban como aves de rapiña. 
 

EL SUEÑO LITERARIO

El sueño literario. Aquel comienzo de los papeles del anónimo autor, En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios, le sirvió a Rojas de trampolín para su propia visión, para la contemplación. Naturalmente que el sueño de Calisto, bajo la apariencia de ser oído en directo, es un sueño de elaboración secundaria, "en forma de un guión relativamente coherente y comprensible" (Laplanche 107). Como sueño, nos resulta creíble en un personaje que nace para vivir soñando, cuya vida no es sino un casi ininterrumpido sueño, del que un día le despertaría la muerte, al terminar su misión amorosa, al caer de la escalera, cuando sus más escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras e paredes (XX, 197). Tanto gustaba de soñar Calisto que tenía por costumbre recrear en su cámara los encuentros amorosos con Melibea con una delectación aparentemente mayor que la experimentada en el espacio real del huerto.

Ese sueño inicial es, debemos comprender, mucho más que una simple elaboración secundaria como la que hace el paciente al psicoanalista; Calisto no era un caso psicopatológico en busca de terapia; es el protagonista de una obra de arte, que busca sobre todo deleitar al lector. La primera escena no es un relato en un sofá de una clínica; está elaborada como pórtico literario de un drama de pasión y muerte. El crítico literario ha de ir más allá del psicoanalista, pues no es la terapia su oficio, misión o competencia, sino el análisis y explicación de lo narrado como elemento del proemio, con función de sorprender, captar la atención y anticipar el tema y sus motivos literarios. Ya he dicho que en el sueño inicial se le debió revelar al Antiguo Auctor la trama de su obra; en ese sueño se inspiró Rojas para la escribir la suya.

En el sueño inicial del AUTO, no cabe duda, vio Rojas condensado, en embrión, todo un grandioso drama, que trató de desarrollar en su continuación, de acuerdo con su propia inspiración. Los lectores de La Celestina nos admiramos ante ese sueño como ante un pórtico literario magnífico y glorioso. El sueño puede llegar a causarle una verdadera alucinación al lector, y no digamos al artista. Los artistas, pintores, novelistas, dramaturgos y poetas, para sus creaciones, parten de la contemplación, que es tanto más fecunda cuanto más intensa sea la alucinación. Se distingue el creador de todos los demás en su capacidad de alucinarse, de visualizar, de pensar en imágenes; de ver ellos primero en su fantasía, y después darnos a ver a los demás su producto transformado ya en imágenes reales --las imágenes oníricas son más fuertes que las de la vigilia--, imágenes de un mundo deseable o aborrecible, siempre tentadoramente distanciado e intrigante. 

En la realización de su sueño nos pasan a nosotros los escritores --los artistas todos-- una rica información de sumo interés, no sólo porque nos seduce la idea de poder introducirnos en el mundillo de los sueños del prójimo, sino también porque se nos hace que vivimos en un mundo en el que cada uno de nosotros muchas veces hemos soñado, ora con ilusión o con temor, vivir. 

La literatura, como los sueños, comentaba Ratcliff, es una maravillosa pieza del mecanismo natural que hace la vida tolerable bajo las condiciones artificiales de la civilización (191), y que nos hace posible el escapar a los innumerables controles y represiones que nos impone la vida urbana y civilizada. Ningún género literario nos introduce más vivamente al mundo de los demás, con el fin de hacer nuestra vida más tolerable, que el drama que, siendo primariamente una experiencia visual, permite, en expresión de Devereux, una gratificación sublimadora del deseo infantil de "ver algo". En ello, el buen drama provocará la ansiedad, para fecundar la catarsis con la subsiguiente sublimación (Devereux, Dreams, 300).

Acostumbramos soñar con aquello que, restituidos al estado de vigilia, solemos llamar invenciones de poetas, y nos desahogamos, aceptándolo --diríamos parafraseando a Cicerón (De divinatione 2, 71, 146)--, con lo que los raros inventores nos cuentan, pues por muy absurdo, recóndito, monstruoso que ello parezca, siempre podría encontrar acomodo en el reino de nuestros sueños. Y es que nuestros sueños, por desorbitados que nos resulten, se nutren de las experiencias de nuestra vigilia. Devereux, con la percepción del antropólogo y del psicoanalista, había observado que hasta los pedacitos más extravagantes de "historia innatural" venían a ser una especie de duplicado de la realidad (Dreams, 333). 

El absurdo, con unos granitos de locura, es el ingrediente de nuestros más seductivos sueños o perversas maquinaciones. ¡Que cuántas veces llamamos sueño a aquello de lo que queremos exculparnos! Muchas veces gozan los obligados por un voto de castidad de que les acontezca en sueños lo que no les es permitido disfrutar en la vigilia. San Agustín se consolaba de no ser responsable de sus sueños ante Dios. Muchas veces nuestras fantasías oníricas nos sirven de válvula de escape, de efecto catártico y pacificador, en nuestras aberraciones afectivas.

El estado de ensoñación linda cercanamente con el de la locura. Con frecuencia son declarados inocentes por serios jurados los que dieron la impresión de obrar en estado de insania. A los sanos nos fascina tremendamente la locura; parece como que al reconocerla en otros --que son distintos de nos-otros-- nos sintiéramos más cuerdos. Distintos son, neuróticos dicen los psicoanalistas, los artistas, poetas y músicos y locos; ante sus obras no nos sentiríamos tan fascinados, si no fuera porque de ellos, como todo el mundo sabe, todos llevamos un poco (Varendonk, 360).

Son los poetas los que sueñan, pues los teólogos, como decía Ficino, velan constantemente. (6)

¿Teólogo Rojas? ¿Filósofo? ¿Converso? ¿Pesimista? Todo eso y más.  Ahora bien, ni la teología ni la filosofía, ni la conversión dejan al hombre soñar, pues tratan de encadenarlo a la lógica, a la argumentación, al dogma. Le llaman a Rojas pesimista los que se sorprenden y asustan de su creación, y a todos habría que avisar con las palabras de Segismundo: "¿Qué os admira? ¿Qué os espanta / si fue mi maestro un sueño ...?"

Fernando de Rojas quiso liberarse, y para ello echó su juicio a volar, como hormiguita que abandona la hollada tierra -- via tritta-- para gozar de aires ajenos y extraños. En las alas de su imaginación nos conduce a todos por el mundo de la ilógica y la contradicción del ensueño, al complejísimo mundo de nuestro ser total, parte claridad, parte penumbra, a un mundo de vigilias y quimeras, polarizado entre anhelos insaciables y realizaciones muy parvas. Un mundo de paradojas irreconciliables, de aspiraciones infinitas y fuerzas inadecuadas, que en su búsqueda de eternidad se encuentra con la mortalidad. ¿Pesimista Rojas? Tan pesimista como el arquitecto de catedrales que al lado de la aguja de la torre gótica, delgada y ascendiente --en busca de la grandeza de Dios--, esculpió la gorgola de vómito bufonesco --la adversa fortuna. Tan pesimista como el Antiguo Auctor, cuyo sueño inicial es en La Celestina el embrión de un drama literario; en el drama de la vida de todos bien podríamos decir que refleja ese sueño el sueño de una edad, el sueño de una colectividad, de una cultura que se acostó con Dios y se despertó con el hombre, para esforzarse en la vigilia por ver en éste la grandeza de aquél.
 

EL SUEÑO, ESPEJO DEL HOMBRE.

El sueño, espejo del hombre. El sueño --que los poetas saben hacer realidad estética-- es nuestro proceso mental o fantástico más natural y más espontáneo. No hay cosa más innatural, más artificial y rebuscada que el tratado de teología, la crítica literaria intelectualista y moralizante, y la narración histórica. Se explica, pues, que James Joyce considerara la historia "una pesadilla" de la que se esforzaba por despertar. La historia es pesadilla, la literatura --y su buena crítica, la que propicia la ilusión del lector-- es un deleitoso y maravilloso sueño.

No es la historia el espejo del hombre espiritual; sí lo es su sueño. En éste se proyecta toda la complejidad del ser humano. Naturalmente que es compleja La Celestina. Por haber sido concebida en sueño, es tan compleja como lo son sus personajes, soñados todos ellos. La Celestina es tan compleja como lo eran los sueños de su autor, los sueños de todos los humanos. De todos ellos, el mayor soñador, Calisto, quien podía haber dicho de sí mismo, con mayor razón aún que el protagonista de La última visita del caballero enfermo de Giovanni Papini: 

Yo existo porque hay un hombre que me sueña; un hombre que duerme y sueña y me ve obrar y vivir y moverme, y que sueña en este momento que os hablo como lo hago. Cuando comenzó a soñarme comenzó mi existencia; cuando despierte dejaré de ser. Soy un juego de su imaginación, una creación de su mente, un huésped de sus largas fantasías nocturnas. El sueño de ese alguien tiene tanta consistencia y duración que se me ha hecho visible incluso para los que están despiertos" (citado en R. Caillois, 63).
Como obra de fantasía, de ensoñación, La Celestina admite infinidad de posibles interpretaciones, exploración y explicación del sentido latente (Laplanche 201). Y ninguna de ellas --incluida, naturalmente, la que aquí ofrezco-- será la única verdadera; ninguna de ellas debe pretender ser la única aceptable. Cada intérprete aportará un nuevo enfoque, y con él una nueva recreación en la que descubrirá conexiones propias, insospechadas a los demás. Rojas fue el primer recreador. Y cada día el sueño se enriquecerá y enriquecerá más a los que lo oigan recontar o consigan volver a soñarlo. 

Dichosos aquellos que creen en los sueños. Ellos podrán deleitarse en el goce, sin reflexión ni consciencia de culpa, de los más sofisticados placeres. Cuando Rojas creyó en el sueño del Antiguo Auctor, se le ensancharon sus horizontes. "El mundo de los que creen en el sueño," decía Charlotte Bronte, "comparado con el de los que no creen, es tanto más grande cuanto mayor es el tamaño de su sueño" (citado en A. J. J., Ratcliff, 21).
 
 





















N O T A S 

1. Se cuenta que a Robert Louis Stevenson se le reveló en sueños la trama de El Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Si hubiera yo de entrar en especulaciones, conjeturaría que el Antiguo Auctor difícilmente hubiera desarrollado la trama del drama a la manera que lo hizo Rojas. No hay nada en el sueño inicial, ni a lo largo de todo el Auto, que nos indique el carácter cósmico del conflicto entre los personajes, particularmente el de la evolución, el devenir del amor cortés al amor altanero, de que hablaré más adelante. 
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2. En la tradición literaria es muy larga y amplia la referencia al sueño alado. En la tradición bíblica son los alados ángeles los mensajeros favoritos de los sueños. Entre los griegos a Hermes, el mensajero, se le representa con alas en los pies; nos dice Homero (Iliada 14, 190) que el sueño es como un pájaro. Gerifalte o neblí, de la misma familia de las aves de presa, son los pájaros íntimamente asociados al sueño de Calisto, según el Antiguo Auctor y Rojas. Juan Ramón nos ilustra bellamente el motivo en que se asocian el sueño y el gerifalte:

Sueño, pájaro eterno, de todos los colores;
que, atado al corazón, igual que un jerifalte
al puño, ensayas vuelos por las celestes flores,
cuando, en la noche, Dios ahonda su azul esmalte (257).
Acierto grande el de nuestros escritores. Según G. Devereux, "pruebas electro-encefalográficas han demostrado que los animales carnívoros --de caza-- sueñan más y más a menudo que los herbívoros" (Dreams, XXIII y 134). En la Edad Media debió existir una tradición sobre el soñador que se siente arrebatado por un águila o ave voladora; es curioso, por ejemplo, que en la Visio Wittini de Strabo se asocie el vuelo a Dédalo, mencionado también en los ACROSTICOS de Rojas (sobre esa tradición ver S. Kruger 126-27 y 213 n30).
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3. He encontrado interesantes y útiles los capítulos 1 y 2 de R. Mollinger en los que se ofrece un repaso de la crítica literaria psicoanalítica (1-59).
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4. Sobre el recurso de la ambivalencia y los diversos niveles del significado, referimos al lector a Robert N. Mollinger, 119 sts.
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5. Ver en la bibliografía, por ejemplo, los trabajos de Castro Guisasola, Cándido Ayllón y Alan D. Deyermond.
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6. Se referiría Ficino a los teólogos de su tiempo, de una iglesia defensora a ultranza de la via tritta, y no a los primeros teólogos, aquellos visionarios y amorosos soñadores como el autor del Apocalipsis, San Juan Evangelista (ver J. I. Cope, 22). Creo que C. Morón-Arroyo toma demasiado en serio el comienzo del AUTO: "la tesis de Rojas no es sino la idea común de la teología católica medieval, renacentista y moderna, sobre la relación entre el criador y su criatura" (41). El diálogo inicial, del Antiguo Auctor, es un diálogo que carece de sentido lógico y racional o teológico. ¡Es un sueño!.


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