ENTREMES: El retablo de las maravillas
Salen Chanfalla y la Cherinos.
Chanfalla No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertimientos,
principalmente los que te he dado para este nuevo embuste, que
ha de
salir tan a luz como el pasado del Llovista .
Chirinos Chanfalla ilustre, lo que en mí fuere tenlo como de molde; que
tanta memoria tengo como entendimiento, a quien se junta una
voluntad
de acertar a satisfacerte, que excede a las demás
potencias. Pero dime:
¿de qué sirve este Rabelín que hemos
tomado? Nosotros dos solos, ¿no
pudiéramos salir con esta empresa?
Chanfalla Habíamosle menester como el pan de la boca, para tocar en los
espacios que tardaren en salir las figuras del Retablo de las
Maravillas .
Chirinos Maravilla será si no nos apedrean por solo el Rabelín; porque tan
desventurada criaturilla no la he visto en todos los días de mi vida.
Entra el Rabelín.
Rabelín ¿Hase de hacer algo en este pueblo, señor autor? Que ya me
muero
porque vuesa merced vea que no me tomó a carga
cerrada.
Chirinos Cuatro cuerpos de los vuestros no harán un tercio, cuanto más
una
carga; si no sois más gran músico que grande, medrados
estamos.
Rabelín Ello dirá; que en verdad que me han escrito para entrar en una
compañía de partes, por chico que soy.
Chanfalla Si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible.
»Chirinos, poco a poco, estamos ya en el pueblo, y éstos que
aquí vienen deben de ser, como lo son sin duda, el Gobernador y
los
Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date un filo a la lengua
en la
piedra de la adulación; pero no despuntes de aguda.
Salen el Gobernador y Benito Repollo, alcalde, Juan
Castrado, regidor, y Pedro
Capacho, escribano.
»Beso a vuesas mercedes las manos: ¿quién de vuesas
mercedes es el
Gobernador deste pueblo?
Gobernador Yo soy el Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen hombre?
Chanfalla A tener yo dos onzas de entendimiento, hubiera echado de ver
que
esa peripatética y anchurosa presencia no podía ser de otro
que del
dignísimo Gobernador deste honrado pueblo; que, con
venirlo a ser de
las Algarrobillas, lo deseche vuesa merced.
Chirinos En vida de la señora y de los señoritos, si es que el señor
Gobernador los tiene.
Capacho No es casado el señor Gobernador.
Chirinos Para cuando lo sea; que no se perderá nada.
Gobernador Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?
Chirinos Honrados días viva vuesa merced, que así nos honra; en fin, la
encina da bellotas; el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado,
honra, sin poder hacer otra cosa.
Benito Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.
Capacho Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.
Benito Siempre quiero decir lo que es mejor, sino que las más veces no
acierto; en fin, buen hombre, ¿qué queréis?
Chanfalla Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las
maravillas . Hanme enviado a llamar de la Corte los señores
cofrades
de los hospitales, porque no hay autor de comedias en
ella, y perecen
los hospitales, y con mi ida se remediará todo.
Gobernador Y ¿qué quiere decir Retablo de las maravillas ?
Chanfalla Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran,
viene a
ser llamado Retablo de las maravillas ; el cual fabricó y
compuso
el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos,
astros y
estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que
ninguno
puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga
alguna raza de
confeso, o no sea habido y procreado de sus padres
de legítimo
matrimonio; y el que fuere contagiado destas dos tan
usadas
enfermedades, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni
oídas, de mi
retablo.
Benito Ahora echo de ver que cada día se ven en el mundo cosas nuevas.
Y
¿que se llamaba Tontonelo el sabio que el retablo compuso?
Chirinos Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre
de
quien hay fama que le llegaba la barba a la cintura.
Benito Por la mayor parte, los hombres de grandes barbas son sabiondos.
Gobernador Señor regidor Juan Castrado, yo determino, debajo de su buen
parecer, que esta noche se despose la señora Teresa Castrada, su
hija,
de quien yo soy padrino, y, en regocijo de la fiesta, quiero que
el
señor Montiel muestre en vuestra casa su Retablo .
Juan Eso tengo yo por servir al señor Gobernador, con cuyo parecer
me
convengo, entablo y arrimo, aunque haya otra cosa en
contrario.
Chirinos La cosa que hay en contrario es que, si no se nos paga primero
nuestro trabajo, así verán las figuras como por el cerro de
Ubeda. ¿Y
vuesas mercedes, señores justicias, tienen
conciencia y alma en esos
cuerpos? ¡Bueno sería que entrase esta
noche todo el pueblo en casa del
señor Juan Castrado, o como es
su gracia, y viese lo contenido en el
tal Retablo , y mañana, cuando
quisiésemos mostralle al pueblo,
no hubiese ánima que le viese!
No, señores; no, señores: ante
omnia nos han de pagar lo que
fuere justo.
Benito Señora autora, aquí no os ha de pagar ninguna Antona, ni
ningún
Antoño; el señor regidor Juan Castrado os pagará
más que honradamente,
y si no, el Concejo. ¡Bien conocéis el
lugar, por cierto! Aquí,
hermana, no aguardamos a que ninguna
Antona pague por nosotros.
Capacho ¡Pecador de mí, señor Benito Repollo, y qué lejos da del
blanco! No
dice la señora autora que pague ninguna Antona, sino
que le paguen
adelantado y ante todas cosas, que eso quiere decir ante omnia .
Benito Mirad, escribano Pedro Capacho, haced vos que me hablen a
derechas,
que yo entenderé a pie llano; vos, que sois leído y
escribido, podéis
entender esas algarabías de allende, que yo no.
Juan Ahora bien, ¿contentarse ha el señor autor con que yo le dé
adelantados media docena de ducados? Y más, que se tendrá
cuidado que
no entre gente del pueblo esta noche en mi casa.
Chanfalla Soy contento; porque yo me fío de la diligencia de vuesa merced
y
de su buen término.
Juan Pues véngase conmigo. Recibirá el dinero, y verá mi casa, y la
comodidad que hay en ella para mostrar ese retablo.
Chanfalla Vamos; y no se les pase de las mientes las calidades que han de
tener los que se atrevieren a mirar el maravilloso retablo.
Benito A mi cargo queda eso, y séle decir que, por mi parte, puedo ir
seguro a juicio, pues tengo el padre alcalde; cuatro dedos de
enjundia
de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro
costados de mi
linaje: ¡miren si veré el tal retablo!
Capacho Todos le pensamos ver, señor Benito Repollo.
Juan No nacimos acá en las malvas, señor Pedro Capacho.
Gobernador Todo será menester, según voy viendo, señores Alcalde,
Regidor y
Escribano.
Juan Vamos, autor, y manos a la obra; que Juan Castrado me llamo,
hijo
de Antón Castrado y de Juana Macha; y no digo más en
abono y seguro que
podré ponerme cara a cara y a pie quedo
delante del referido retablo.
Chirinos ¡Dios lo haga!
Entranse Juan Castrado y Chanfalla.
Gobernador Señora autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte de fama y
rumbo, especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo
mis
puntas y collar de poeta, y pícome de la farándula y
carátula. Veinte y
dos comedias tengo, todas nuevas, que se veen
las unas a las otras, y
estoy aguardando coyuntura para ir a la
Corte y enriquecer con ellas
media docena de autores.
Chirinos A lo que vuesa merced, señor Gobernador, me pregunta de los
poetas,
no le sabré responder; porque hay tantos, que quitan el
sol, y todos
piensan que son famosos. Los poetas cómicos son
los ordinarios y que
siempre se usan, y así no hay para qué
nombrallos. Pero dígame vuesa
merced, por su vida: ¿cómo es
su buena gracia? ¿cómo se llama?
Gobernador A mí, señora autora, me llaman el licenciado Gomecillos.
Chirinos ¡Válame Dios! ¿Y que vuesa merced es el señor licenciado
Gomecillos, el que compuso aquellas coplas tan famosas de Lucifer
estaba malo y tómale mal de fuera ?
Gobernador Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas, y así
fueron mías como del Gran Turco. Las que yo compuse, y no lo
quiero
negar, fueron aquellas que trataron del Diluvio de Sevilla ;
que,
puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca me
precié de
hurtar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, y
hurte el que
quisiere.
Vuelve Chanfalla.
Chanfalla Señores, vuesas mercedes vengan, que todo está a punto, y no
falta
más que comenzar.
Chirinos ¿Está ya el dinero in corbona ?
Chanfalla Y aun entre las telas del corazón.
Chirinos Pues doite por aviso, Chanfalla, que el Gobernador es poeta.
Chanfalla ¿Poeta? ¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado, porque
todos los
de humor semejante son hechos a la mazacona; gente
descuidada, crédula
y no nada maliciosa.
Benito Vamos, autor; que me saltan los pies por ver esas ma- ravillas.
Entranse todos.
Salen Juana Castrada y Teresa Repolla, labradoras: la una como
desposada, que es la
Castrada.
Castrada Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el
retablo enfrente; y, pues sabes las condiciones que han de tener
los
miradores del retablo, no te descuides, que sería una gran
desgracia.
Teresa Ya sabes, Juan Castrada, que soy tu prima, y no digo más. ¡Tan
cierto tuviera yo el cielo como tengo cierto ver todo aquello que el
retablo mostrare! ¡Por el siglo de mi madre, que me sacase los
mismos
ojos de mi cara, si alguna desgracia me aconteciese!
¡Bonita soy yo
para eso!
Castrada Sosiégate, prima; que toda la gente viene.
Entran el Gobernador, Benito Repollo, Juan Castrado,
Pedro Capacho, el autor y la
autora, y el músico, y otra gente del
pueblo, y un sobrino de Benito, que ha de ser
aquel gentilhombre
que baila.
Chanfalla Siéntense todos. El retablo ha de estar detrás deste repostero, y
la autora también, y aquí el músico.
Benito ¿Músico es éste? Métanle también detrás del repostero; que,
a
trueco de no velle, daré por bien empleado el no oílle.
Chanfalla No tiene vuesa merced razón, señor alcalde Repollo, de
descontentarse del músico, que en verdad que es muy buen
cristiano y
hidalgo de solar conocido.
Gobernador ¡Calidades son bien necesarias para ser buen músico!
Benito De solar, bien podrá ser; mas de sonar, abrenuncio .
Rabelín ¡Eso se merece el bellaco que se viene a sonar delante de...!
Benito ¡Pues, por Dios, que hemos visto aquí sonar a otros músicos
tan...!
Gobernador Quédese esta razón en el de del señor Rabel y en el tan
del
Alcalde, que será proceder en infinito; y el señor Montiel
comience su obra.
Benito Poca balumba trae este autor para tan gran retablo.
Juan Todo debe de ser de maravillas.
Chanfalla ¡Atención, señores, que comienzo!
¡Oh tú, quienquiera que fuiste, que fabricaste este retablo con
tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas
por la virtud que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando
que
luego incontinente muestres a estos señores algunas de las tus
maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer sin
escándalo alguno! Ea, que ya veo que has otorgado mi petición,
pues por
aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón,
abrazado con las
colunas del templo, para derriballe por el suelo y
tomar venganza de
sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero;
tente, por la gracia de Dios
Padre! ¡No hagas tal desaguisado,
porque no cojas debajo y hagas
tortilla tanta y tan noble gente
como aquí se ha juntado!
Benito ¡Téngase, cuerpo de tal, conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de
habernos venido a holgar, quedásemos aquí hechos plasta!
¡Téngase,
señor Sansón, pesia a mis males, que se lo ruegan
buenos!
Capacho ¿Veisle vos, Castrado?
Juan Pues, ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?
Gobernador [Aparte] Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón ahora,
como
el Gran Turco; pues en verdad que me tengo por legítimo y
cristiano viejo.
Chirinos ¡Guárdate, hombre, que sale el mesmo toro que mató al
ganapán en
Salamanca! ¡Echate, hombre; échate, hombre;
Dios te libre, Dios te
libre!
Chanfalla ¡Echense todos, échense todos! ¡Húcho ho!, ¡húcho ho!,
¡húcho ho!
Echanse todos y alborótanse.
Benito El diablo lleva en el cuerpo el torillo; sus partes tiene de hosco y
de bragado; si no me tiendo, me lleva de vuelo.
Juan Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos
alboroten; y no lo digo por mí, sino por estas mochachas, que no
les ha
quedado gota de sangre en el cuerpo, de la ferocidad del
toro.
Castrada Y ¡cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi
en
sus cuernos, que los tiene agudos como una lesna.
Juan No fueras tú mi hija, y no lo vieras.
Gobernador [Aparte] Basta: que todos ven lo que yo no veo; pero al fin
habré
de decir que lo veo, por la negra honrilla.
Chirinos Esa manada de ratones que allá va deciende por línea recta de
aquellos que se criaron en el Srca de Noé; dellos son blancos,
dellos
albarazados, dellos jaspeados y dellos azules; y, finalmente,
todos son
ratones.
Castrada ¡Jesús!, ¡Ay de mí! ¡Ténganme, que me arrojaré por aquella
ventana!
¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y
mira no te
muerdan; ¡y monta que son pocos! ¡Por el siglo de mi
abuela, que pasan
de milenta!
Repolla Yo sí soy la desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno;
un
ratón morenico me tiene asida de una rodilla. ¡Socorro venga
del cielo,
pues en la tierra me falta!
Benito Aun bien que tengo gregüescos: que no hay ratón que se me
entre,
por pequeño que sea.
Chanfalla Esta agua, que con tanta priesa se deja descolgar de las nubes, es
de la fuente que da origen y principio al río Jordán. Toda mujer a
quien tocare en el rostro, se le volverá como de plata bruñida, y
a los
hombres se les volverán las barbas como de oro.
Castrada ¿Oyes, amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te importa.
¡Oh,
qué licor tan sabroso! Cúbrase, padre, no se moje.
Juan Todos nos cubrimos, hija.
Benito Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra.
Capacho Yo estoy más seco que un esparto.
Gobernador [Aparte] ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado
una gota, donde todos se ahogan? Mas ¿si viniera yo a ser
bastardo
entre tantos legítimos?
Benito Quítenme de allí aquel músico; si no, voto a Dios que me vaya
sin
ver más figura. ¡Válgate el diablo por músico aduendado, y
qué hace de
menudear sin cítola y sin son!
Rabelín Señor alcalde, no tome conmigo la hincha; que yo toco como
Dios ha
sido servido de enseñarme.
Benito ¿Dios te había de enseñar, sabandija? ¡Métete tras la manta; si
no,
por Dios que te arroje este banco!
Rabelín El diablo creo que me ha traído a este pueblo.
Capacho Fresca es el agua del santo río Jordán; y, aunque me cubrí lo que
pude, todavía me alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré
que los
tengo rubios como un oro.
Benito Y aun peor cincuenta veces.
Chirinos Allá van hasta dos docenas de leones rampantes y de osos
colmeneros; todo viviente se guarde; que, aunque fantásticos, no
dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las fuerzas de
Hércules con espadas desenvainadas.
Juan Ea, señor autor, ¡cuerpo de nosla! ¿Y agora nos quiere llenar la
casa de osos y de leones?
Benito ¡Mirad qué ruiseñores y calandrias nos envía Tontonelo, sino
leones
y dragones! Señor autor, y salgan figuras más apacibles, o
aquí nos
contentamos con las vistas; y Dios le guíe, y no pare
más en el pueblo
un momento.
Castrada Señor Benito Repollo, deje salir ese oso y leones, siquiera por
nosotras, y recebiremos mucho contento.
Juan Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y agora pides
osos y leones?
Castrada Todo lo nuevo aplace, señor padre.
Chirinos Esa doncella, que agora se muestra tan galana y tan compuesta, es
la llamada Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del
Precursor de la vida. Si hay quien la ayude a bailar, verán
maravillas.
Benito ¡Esta sí, cuerpo del mundo, que es figura hermosa, apacible y
reluciente! ¡Hideputa, y cómo que se vuelve la mochac[h]a!
Sobrino Repollo, tú que sabes de achaque de castañetas,
ayúdala,
y será la fiesta de cuatro capas.
Sobrino Que me place, tío Benito Repollo.
Tocan la zarabanda.
Capacho ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la
Chacona!
Benito Ea, sobrino, ténselas tiesas a esa bellaca jodía; pero, si ésta es
jodía, ¿cómo vee estas maravillas?
Chanfalla Todas las reglas tienen excepción, señor Alcalde.
Suena una trompeta, o corneta dentro del teatro, y
entra un furrier de compañías.
Furrier ¿Quién es aquí el señor Gobernador?
Gobernador Yo soy. ¿Qué manda vuesa merced?
Furrier Que luego al punto mande hacer alojamiento para treinta hombres
de
armas que llegarán aquí dentro de media hora, y aun antes,
que ya suena
la trompeta; y adiós.
[Vase.]
Benito Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.
Chanfalla No hay tal; que ésta es una compañía de caballos que estaba
alojada
dos leguas de aquí.
Benito Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos
grandísimos bellacos, no perdonando al músico; y mirad que os
mando que
mandéis a Tontonelo no tenga atrevimiento de enviar
estos hombres de
armas, que le haré dar docientos azotes en las
espaldas, que se vean
unos a otros.
Chanfalla ¡Digo, señor Alcalde, que no los envía Tontonelo!
Benito Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las otras
sabandi[j]as que yo he visto.
Capacho Todos las habemos visto, señor Benito Repollo.
Benito No digo yo que no, señor Pedro Capacho.
No toques más, músico de entre sueños, que te romperé la
cabeza.
Vuelve el furrier.
Furrier Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en
el
pueblo.
Benito ¿Que todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues yo os voto
a
tal, autor de humos y de embelecos, que me lo habéis de pagar!
Chanfalla Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.
Chirinos Séanme testigos que dice el Alcalde que lo que manda Su
Majestad lo
manda el sabio Tontonelo.
Benito Atontoneleada te vean mis ojos, plega a Dios todopoderoso.
Gobernador Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres de armas
no deben
de ser de burlas.
Furrier ¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su
seso?
Juan Bien pudieran ser atontonelados: como esas cosas habemos visto
aquí. Por vida del autor, que haga salir otra vez a la doncella
Herodías, porque vea este señor lo que nunca ha visto; quizá
con esto
le cohecharemos para que se vaya presto del lugar.
Chanfalla Eso en buen hora, y véisla aquí a do vuelve, y hace de señas a
su
bailador a que de nuevo la ayude.
Sobrino Por mí no quedará, por cierto.
Benito Eso sí, sobrino; cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive
Dios, que es un azogue la muchacha! ¡Al hoyo, al hoyo! ¡A ello, a
ello!
Furrier ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta, y
qué
baile, y qué Tontonelo?
Capacho Luego, ¿no vee la doncella herodiana el señor furrier?
Furrier ¿Qué diablos de doncella tengo de ver?
Capacho Basta: ¡de ex il[l]is es!
Gobernador ¡De ex il[l]is es; de ex il[l]is es!
Juan ¡Dellos es, dellos el señor furrier; dellos es!
Furrier ¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que si echo
mano a la espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la
puerta!
Capacho Basta: ¡de ex il[l]is es!
Benito Basta: ¡dellos es, pues no vee nada!
Furrier Canalla barretina: si otra vez me dicen que soy dellos, no les
dejaré hueso sano.
Benito Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no
podemos dejar de decir: ¡dellos es, dellos es!
Furrier ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad!
Mete mano a la espada y acuchíllase con todos; y el
Alcalde aporrea al Rabellejo; y la
Cherrinos descuelga la manta y
dice:
[Chirinos] El diablo ha sido la trompeta y la ven[i]da de los hombres de
armas; parece que los llamaron con campanilla.
Chanfalla El suceso ha sido extraordinario; la virtud del retablo se queda en
su punto, y mañana lo podemos mostrar al pueblo; y nosotros
mismos
podemos cantar el triunfo desta batalla,
diciendo: ¡vivan
Chirinos y
Chanfalla! FIN
{El rufian viudo llamado Trampagos }
El rufian viudo llamado Trampagos
Sale Trampagos con un capuz de luto, y con él Vademécum, su criado, con dos
espadas de esgrima.
Trampagos
¡Vademécum!
Vademécum
¿Señor?
Trampagos
¿Traes las morenas?
Vademécum
Tráigolas.
Trampagos
Está bien: muestra y camina,
y saca aquí la silla de respaldo,
con los otros asientos de por casa.
Vademécum
¿Qué asientos? ¿Hay alguno, por ventura?
5
Trampagos
Saca el mortero, puerco, el broquel saca,
y el banco de la cama.
Vademécum
Está impedido;
Fáltale un pie.
Trampagos
¿Y es tacha?
Vademécum
¡Y no pequeña!
Entrase Vademécum.
Trampagos
¡Ah, Pericona, Pericona mía,
y aun de todo el concejo! En fin, llegóse
10
el tuyo: yo quedé, tú te has partido,
y es lo peor que no imagino adónde,
aunque, según fue el curso de tu vida,
bien se puede creer piadosamente
que estás en parte... Aun no me determino
15
de señalarte asiento en la otra vida.
Tendréla yo, sin ti, como de muerte.
¡Que no me hallara yo a tu cabecera
cuando diste el espíritu a los aires,
para que le acogiera entre mis labios,
20
y en mi estómago limpio le envasara!
¡Miseria humana! ¿Quién de ti confía?
Ayer fui Pericona, hoy tierra fría,
como dijo un poeta celebérrimo.
Entra Chiquiznaque, rufián.
Rufián
Mi so Trampagos, ¿es posible sea
25
voacé tan enemigo suyo
que se entumbe, se encubra y se trasponga
debajo desa sombra bayetuna
el sol hampesco? So Trampagos, basta
tanto gemir, tantos suspiros bastan;
30
trueque voacé las lágrimas corrientes
en limosnas y en misas y oraciones
por la gran Pericona, que Dios haya;
que importan más que llantos y sollozos.
Trampagos
Voacé ha garlado como un tólogo,
35
mi señor Chiquiznaque; pero, en tanto
que encarrilo mis cosas de otro modo,
tome vuesa merced, y platiquemos
una levada nueva.
Rufián
So Trampagos,
no es éste tiempo de levadas: llueven
40
o han de llover hoy pésames adunia,
y ¿hémonos de ocupar en levadicas?
Entra Vademécum con la silla, muy vieja y rota.
Vademécum
¡Bueno, por vida mía! Quien le quita
a mi señor de líneas y posturas,
le quita de los días de la vida.
45
Trampagos
Vuelve por el mortero y por el banco,
y el broquel no se olvide, Vademécum.
Vademécum
Y aun trairé el asador, sartén y platos.
Vuélvese a entrar.
Trampagos
Después platicaremos una treta,
úúnica, a lo que creo, y peregrina;
50
que el dolor de la muerte de mi ángel
las manos ata y el sentido todo.
Rufián
¿De qué edad acabó la mal lograda?
Trampagos
Para con sus amigas y vecinas,
treinta y dos años tuvo.
Rufián
¡Edad lozana!
55
Trampagos
Si va a decir verdad, ella tenía
cincuenta y seis; pero, de tal manera
supo encubrir los años, que me admiro.
¡Oh, qué teñir de canas! ¡Oh, qué rizos,
vueltos de plata en oro los cabellos!
60
A seis del mes que viene hará quince años
que fue mi tributaria, sin que en ellos
me pusiese en pendencia, ni en peligro
de verme palmeadas las espaldas.
Quince cuaresmas, si en la cuenta acierto,
65
pasaron por la pobre desde el día
que fue mi cara, agradecida prenda,
en las cuales, sin duda, susurraron
a sus oídos treinta y más sermones,
y en todos ellos, por respeto mío,
70
estuvo firme, cual está a las olas
del mar movible la inmovible roca.
¡Cuántas veces me dijo la pobreta,
saliendo de los trances rigurosos
de gritos y plegarias y de ruegos,
75
sudando y trasudando: ``¡Plega al cielo,
Trampagos mío, que en descuento vaya
de mis pecados lo que aquí yo paso
por ti, dulce bien mío!′′
Rufián
¡Bravo triunfo!
¡Ejemplo raro de inmortal firmeza!
80
¡Allá lo habrá hallado!
Trampagos
¿Quién lo duda?
Ni aun una sola lágrima vertieron
jamás sus ojos en las sacras pláticas,
cual si de esparto o pedernal su alma
formada fuera.
Rufián
¡Oh, hembra benemérita
85
de griegas y romanas alabanzas!
¿De qué murió?
Trampagos
¿De qué? Casi de nada:
los médicos dijeron que tenía
malos los hipocondrios y los hígados,
y que con agua de taray pudiera
90
vivir, si la bebiera, setenta años.
Rufián
¿No la bebió?
Trampagos
Murióse.
Rufián
Fue una necia.
¡Bebiérala hasta el día del jüicio,
que hasta entonces viviera! El yerro estuvo
en no hacerla sudar.
Trampagos
Sudó once veces.
95
Entra Vademécum con los asientos referidos.
Rufián
¿Y aprovechóle alguna?
Trampagos
Casi todas:
siempre quedaba como un ginjo verde,
sana como un peruétano o manzana.
Rufián
Dícenme que tenía ciertas fuentes
en las piernas y brazos.
Trampagos
La sin dicha
100
era un Aranjuëëz; pero, con todo,
hoy come en ella, la que llaman tierra,
de las más blancas y hermosas carnes
que jamás encerraron sus entrañas;
y, si no fuera porque habrá dos años
105
que comenzó a dañársele el aliento,
era abrazarla como quien abraza
un tiesto de albahaca o clavellinas.
Rufián
Neguijón debió ser, o corrimiento,
el que dañó las perlas de su boca,
110
quiero decir, sus dientes y sus muelas.
Trampagos
Una mañana amaneció sin ellos.
Vademécum
Así es verdad, mas fue deso la causa
que anocheció sin ellos; de los finos,
cinco acerté a contarle; de los falsos,
115
doce disimulaba en la covacha.
Trampagos
¿Quién te mete a ti en esto, mentecato?
Vademécum
Acredito verdades.
Trampagos
Chiquiznaque,
ya se me ha reducido a la memoria
la treta de denantes; toma, y vuelve
120
al ademán primero.
Vademécum
Pongan pausa,
y quédese la treta en ese punto;
que acuden moscovitas al reclamo.
La Repulida viene y la Pizpita,
y la Mostrenca, y el jayán Juan Claros.
125
Trampagos
Vengan en hora buena; vengan ellos
en cien mil norabuenas.
Entran la Repulida, la Pizpita, la Mostrenca y el rufián Juan Claros.
Juan Claros
En las mismas
esté mi sor Trampagos.
Repulida
Quiera el cielo
mudar su escuridad en luz clarísima.
Pizpita
Desollado le viesen ya mis lumbres
130
de aquel pellejo lóbrego y escuro.
Mostrenca
¡Jesús, y qué fantasma noturnina!
Quítenmele delante.
Vademécum
¿Melindricos?
Trampagos
Fuera yo un Polifemo, un antropófago,
un troglodita, un bárbaro Zoílo,
un caimán, un caribe, un comevivos,
si de otra suerte me adornara, en tiempo
de tamaña desgracia.
Juan [Claros]
Razón tiene.
Trampagos
¡He perdido una mina potosisca,
un muro de la yedra de mis faltas,
140
un árbol de la sombra de mis ansias!
Juan [Claros]
Era la Pericona un pozo de oro.
Trampagos
Sentarse a prima noche, y, a las horas
que se echa el golpe, hallarse con sesenta
numos en cuartos, ¿por ventura es barro?
145
Pues todo esto perdí en la que ya pudre.
Repulida
Confieso mi pecado: siempre tuve
envidia a su no vista diligencia.
No puedo más; yo hago lo que puedo,
pero no lo que quiero.
Pizpita
No te penes,
150
pues vale más aquel que Dios ayuda,
que el que mucho madruga; ya me entiendes.
Vademécum
El refrán vino aquí como de molde;
¡Tal os dé Dios el sueño, mentecatas!
Mostrenca
Nacidas somos; no hizo Dios a nadie
155
a quien desamparase. Poco valgo;
pero, en fin, como y ceno, y a mi cuyo
le traigo más vestido que un palmito.
Ninguna es fea, como tenga bríos;
¡feo es el diablo!
Vademécum
Alega la Mostrenca
160
muy bien de su derecho, y alegara
mejor si se añadiera el ser muchacha
y limpia, pues lo es por todo estremo.
Rufián
En el que está Trampagos me da lá[s]tima.
Trampagos
Vestíme este capuz; mis dos lanternas
165
convertí en alquitaras.
Vademécum
¿De aguardiente?
Trampagos
Pues, ¿tanto cuelo yo, hi de malicias?
Vademécum
A cuatro lavanderas de la puente
puede dar quince y falta en la colambre;
miren qué ha de llorar, sino agua-ardiente.
170
Juan [Claros]
Yo soy de parecer que el gran Trampagos
ponga silencio a su contino llanto
y vuelva al sicut erat in principio ,
digo a sus olvidadas alegrías,
y tome prenda que las suyas quite;
175
que es bien que el vivo vaya a la hogaza,
como el muerto se va a la sepultura.
Repulida
Zonzorino Catón es Chiquiznaque.
Pizpita
Pequeña soy, Trampagos, pero grande
tengo la voluntad para servirte;
180
no tengo cuyo, y tengo ochenta cobas.
Repulida
Yo ciento, y soy dispuesta y nada lerda.
Mostrenca
Veinte y dos tengo yo, y aun venticuatro,
y no soy mema.
Repulida
¡Oh mi Jezúz! ¿Qué es esto?
¿Contra mí la Pizpita y la Mostrenca?
185
¿En tela quieres competir conmigo,
culebrilla de alambre, y tú, pazguata?
Pizpita
Por vida de los huesos de mi abuela,
doña Mari-Bobales, monda-níspolas,
que no la estimo en un feluz morisco.
190
¿Han visto el ángel tonto almidonado,
cómo quiere empinarse sobre todas?
Mostrenca
Sobre mí no, a lo menos; que no sufro
carga que no me ajuste y me convenga.
Juan [Claros]
Adviertan que defiendo a la Pizpita.
195
Rufián
Consideren que está la Repulida
debajo de las alas de mi amparo.
Vademécum
Aquí fue Troya, aquí se hacen rajas;
los de las cachas amarillas salen;
aquí, otra vez, fue Troya.
Repulida
Chiquiznaque,
200
no he menester que nadie me defienda;
aparta, tomaré yo la venganza,
rasgando con mis manos pecadoras
la cara de membrillo cuartanario.
Juan [Claros]
¡Repulida, respeto al gran Juan Claros!
205
Pizpita
Déjala, venga; déjala que llegue
esa cara de masa mal sobada.
Entra uno muy alborotado.
Uno
Juan Claros, ¡la justicia, la justicia!
El alguacil de la justicia viene
la calle abajo.
Entrase luego.
Juan [Claros]
¡Cuerpo de mi padre!
210
¡No paro más aquí!
Trampagos
Ténganse todos;
ninguno se alborote; que es mi amigo
el alguacil; no hay que tenerle miedo.
Torna a entrar.
Uno
No viene acá, la calle abajo cuela.
Vase.
Rufián
El alma me temblaba ya en las carnes,
215
porque estoy desterrado.
Trampagos
Aunque viniera,
no nos hiciera mal, yo lo sé cierto;
que no puede chillar, porque es[t]á untado.
Vademécum
Cese, pues, la pendencia, y mi sor sea
el que escoja la prenda que le cuadre
220
o le esquine mejor.
Repulida
Yo soy contenta.
Pizpita
Y yo también.
Mostrenca
Y yo.
Vademécum
Gracias al cielo,
que he hallado a tan gran mal, tan gran remedio.
Trampagos
Abúrrome, y escojo.
Mostrenca
Dios te guíe.
Repulida
Si te aburres, Trampagos, la escogida
225
también será aburrida.
Trampagos
Errado anduve;
sin aburrirme escojo.
Mostrenca
Dios te guíe.
[Trampagos]
Digo que escojo aquí a la Repulida.
Juan Claros
Con su pan se la coma, Chiquiznaque.
Rufián
Y aun sin pan, que es sabrosa en cualquier modo .
230
Repulida
Tuya soy; ponme un clavo y una S
en estas dos mejillas.
Pizpita
¡Oh hechicera!
Mostrenca
No es sino venturosa; no la envidies,
porque no es muy católico Trampagos,
pues ayer enterró a la Pericona,
235
y hoy la tiene olvidada.
Repulida
Muy bien dices.
Trampagos
Este capuz arruga, Vademécum;
y dile al padre que sobre él te preste
una docena de reääles.
Vademécum
Creo
Que tengo yo catorce.
Trampagos
Luego luego,
240
parte, y trae seis azumbres de lo caro;
alas pon en los pies.
Vademécum
Y en las espaldas.
Entrase Vademécum con el capuz, y queda en cuerpo Trampagos.
Trampagos
¡Por Dios, que si durara la bayeta,
que me pudieran enterrar mañana!
Repulida
¡Ay, lumbre destas lumbres, que son tuyas,
245
y cuán mejor estás en este traje,
que en el otro, sombrío y malencónico!
Entran dos músicos, sin guitarras.
[Músico 1 ]
Tras el olor del jarro nos venimos
yo y mi compadre.
Trampagos
En hora buena sea.
¿Y las guitarras?
[Músico] 1
En la tienda quedan;
250
vaya por ellas Vademécum.
[Músico] 2
Vaya;
mas yo quiero ir por ellas.
[Músico] 1
De camino,
Entrase el un músico.
diga a mi oíslo que, si viene alguno
al rapio rapis , que me aguarde un poco:
que no haré sino colar seis tragos,
255
y cantar dos tonadas y partirme;
que ya el señor Trampagos, según muestra,
está para tomar armas de gusto.
Vuelve Vademécum.
Vademécum
Ya está en el antesala el jarro.
Trampagos
Traile.
Vademécum
No tengo taza.
Trampagos
Ni Dios te la depare.
260
El cuerno de orinar no está estrenado;
tráele, que te maldiga el cielo santo;
que eres bastante a deshonrar un duque.
Vademécum
Sosiéguese; que no ha de faltar copa,
y aun copas, aunque sean de sombreros.
265
[Aparte] A buen seguro que éste es churrullero.
Entra uno, como cautivo, con una cadena al hombro, y pónese a mirar a todos muy
atento, y todos a él.
Repulida
¡Jesús! ¿Es visión ésta? ¿Qué es aquesto?
¿No es éste Escarramán? El es, sin duda.
¡Escarramán del alma, dame, amores,
esos brazos, coluna de la hampa!
270
Trampagos
¡Oh Escarramán, Escarramán amigo!
¿Cómo es esto? ¿A dicha eres estatua?
Rompe el silencio y habla a tus amigos.
Pizpita
¿Qué traje es éste y qué cadena es ésta?
¿Eres fantasma, a dicha? Yo te toco,
275
y eres de carne y hueso.
Mostrenca
El es, amiga;
no lo puede negar, aunque más calle.
Escarramán
Yo soy Escarramán, y estén atentos
al cuento breve de mi larga historia.
Vuelve el barbero con dos guitarras, y da la una al compañero.
«Dio la galera al traste en Berbería,
280
donde la furia de un jüez me puso
por espalder de la siniestra banda;
mudé de cautiverio y de ventura;
quedé en poder de turcos por esclavo;
de allí a dos meses, como el cielo plugo,
285
me levanté con una galeota;
cobré mi libertad y ya soy mío.
Hice voto y promesa invïïolable
de no mudar de ropa ni de carga
hasta colgarla de los muros santos
290
de una devota ermita, que en mi tierra
llaman de San Millán de la Cogolla.»
Y éste es el cuento de mi estraña historia,
digna de atesorarla en mi memoria.
La Méndez no estará ya de provecho;
295
¿vive?
Juan [Claros]
Y está en Granada a sus anchuras.
Rufián
¡Allí le duele al pobre todavía!
Escarramán
¿Qué se ha dicho de mí en aqueste mundo,
en tanto que en el otro me han tenido
mis desgracias y gracia?
Mostrenca
Cien mil cosas;
300
ya te han puesto en la horca los farsantes.
Pizpita
Los muchachos han hecho pepitoria
de todas tus médulas y tus huesos.
Repulida
Hante vuelto divino: ¿qué más quieres?
Rufián
Cántante por las plazas, por las calles;
305
báilante en los teatros y en las casas;
has dado que hacer a los poetas,
más que dio Troya al mantuano Títiro.
Juan [Claros]
Oyente resonar en los establos.
Repulida
Las fregonas te alaban en el río;
310
los mozos de caballos te almohazan.
Rufián
Túndete el tundidor con sus tijeras;
muy más que el potro rucio eres famoso.
Mostrenca
Han pasado a las Indias tus palmeos,
en Roma se han sentido tus desgracias,
315
y hante dado botines sine numero .
Vademécum
Por Dios que te han molido como alheña,
y te han desmenuzado como flores,
y que eres más sonado y más mocoso
que un reloj y que un niño de dotrina.
320
De ti han dado querella todos cuantos
bailes pasaron en la edad del gusto,
con apretada y dura residencia;
pero llevóse el tuyo la excelencia.
Escarramán
Tenga yo fama, y háganme pedazos;
325
de Efeso el templo abrasaré por ella.
Tocan de improviso los músicos, y comienzan a cantar este romance:
Ya salió de las gurapas
el valiente Escarramán,
para asombro de la gura
y para bien de su mal.
330
Escarramán
¿Es aquesto brindarme, por ventura?
¿Piensan se me ha olvidado el regodeo?
Pues más ligero vengo que solía;
si no, toquen, y vaya, y fuera ropa.
Pizpita
¡Oh flor y fruto de los bailarines,
335
y qué bueno has quedado!
Vademécum
Suelto y limpio.
Juan [Claros]
El honrará las bodas de Trampagos.
Escarramán
Toquen; verán que soy hecho de azogue.
Músico
Váyanse todos por lo que cantare,
y no será posible que se yerren.
340
Escarramán
Toquen; que me deshago y que me bullo.
Repulida
Ya me muero por verle en la estacada.
Músico
Estén alerta todos.
Rufián
Ya lo estamos.
Cantan.
Ya salió de las gurapas
el valiente Escarramán,
345
para asombro de la gura ,
y para bien de su mal.
Ya vuelve a mostrar al mundo
su felice habilidad,
su ligereza y su brío,
350
y su presencia real.
Pues falta la Coscolina,
supla agora en su lugar
la Repulida, olorosa
más que la flor de azahar.
355
Y, en tanto que se remonda
la Pizpita sin igual,
de la Gallarda el paseo
nos muestre aquí Escarramán.
Tocan la Gallarda; dánzala Escarramán, que le ha de hacer el bailarín; y, en
habiendo hecho una mudanza, prosíguese el romance.
La Repulida comience,
360
con su brío, a rastrear,
pues ella fue la primera
que nos le vino a mostrar.
Escarramán la acompañe;
la Pizpita, otro que tal,
365
Chiquiznaque y la Mostrenca,
con Juan Claros el galán.
¡Vive Dios que va de perlas!
No se puede desear
más ligereza o más garbo,
370
más certeza o más compás.
¡A ello, hijos, a ello!
No se pueden alabar
otras ninfas ni otros rufos
que nos pueden igualar.
375
¡Oh, qué desmayar de manos!
¡Oh, qué huir y qué juntar!
¡Oh, qué nuevos laberintos,
donde hay salir y hay entrar!
Muden el baile a su gusto,
380
que yo le sabré tocar:
el Canario, o las Gambetas,
o Al villano se lo dan,
Zarabanda, o Zambapalo,
el Pésame dello y más;
385
el Rey don Alonso el Bueno,
gloria de la antigüedad.
Escarramán
El Canario, si le tocan,
a solas quiero bailar.
Músico
Tocaréle yo de plata;
390
tú de oro le bailarás.
Toca el Canario, y baila solo Escarramán; y, en habiéndole bailado, diga:
Escarramán
Vaya El villano a lo burdo,
con la cebolla y el pan,
y acompáñenme los tres.
Músico
Que te bendiga San Juan.
395
Bailan el Villano, como bien saben, y, acabado el Villano, pida Escarramán el baile
que quisiere, y acabado, diga Trampagos:
Trampagos
Mis bodas se han celebrado
mejor que las de Roldán.
Todos digan, como digo:
¡Viva, viva Escarramán!
Todos
¡Viva, viva!
FIN
400
Entremeses
{ El vizcaíno fingido }
Entran Solórzano y Quiñones.
Solórzano Estas son las bolsas, y, a lo que parecen, son bien parecidas; y las
cadenas que van dentro, ni más ni menos. No hay sino que vos
acudáis
con mi intento; que, a pesar de la taimería desta
sevillana, ha de
quedar esta vez burlada.
Quiñones ¿Tanta honra se adquiere, o tanta habilidad se muestra en
engañar a
una mujer, que lo tomáis con tanto ahínco y ponéis
tanta solicitud en
ello?
Solórzano Cuando las mujeres son como éstas, es gusto el burlallas; cuanto
más, que esta burla no ha de pasar de los tejados arriba; quiero
decir,
que ni ha de ser con ofensa de Dios ni con daño de la
burlada; que no
son burlas las que redundan en desprecio ajeno.
Quiñones Alto; pues vos lo queréis, sea así; digo que yo os ayudaré en
todo
cuanto me habéis dicho, y sabré fingir tan bien como vos,
que no lo
puedo más encarecer. ¿Adónde vais agora?
Solórzano Derecho en casa de la ninfa; y vos no salgáis de casa, que yo os
llamaré a su tiempo.
Quiñones Allí estaré clavado, esperando.
Entranse los dos.
Salen Doña Cristina y Doña Brígida; Cristina sin manto, y Brígida
con él, toda asustada y turbada.
Cristina ¡Jesús! ¿Qué es lo que traes, amiga doña Brígida, que parece
que
quieres dar el alma a su Hacedor?
Brígida Doña Cristina, amiga, hazme aire, rocíame con un poco de agua
este
rostro, que me muero, que me fino, que se me arranca el
alma. ¡Dios sea
conmigo! ¡Confesión a toda priesa!
Cristina ¿Qué es esto? ¡Desdichada de mí! ¿No me dirás, amiga, lo
que te ha
sucedido? ¿Has visto alguna mala visión? ¿Hante
dado alguna mala nueva
de que es muerta tu madre, o de que
viene tu marido, o hante robado tus
joyas?
Brígida Ni he visto visión alguna, ni se ha muerto mi madre, ni viene mi
marido, que aún le faltan tres meses para acabar el negocio
donde fue,
ni me han robado mis joyas; pero hame sucedido otra
cosa peor.
Cristina Acaba; dímela, doña Brígida mía; que me tienes turbada y
suspensa
hasta saberla.
Brígida ¡Ay, querida! Que también te toca a ti parte deste mal suceso.
Límpiame este rostro, que él y todo el cuerpo tengo bañado en
sudor más
frío que la nieve. ¡Desdichadas de aquéllas que
andan en la vida libre,
que, si quieren tener algún poquito de
autoridad, granjeada de aquí o
de allí, se la dejarretan y se la
quitan al mejor tiempo!
Cristina Acaba, por tu vida, amiga, y dime lo que te ha sucedido, y qué es
la desgracia de quien yo también tengo de tener parte.
Brígida ¡Y cómo si tendrás parte! Y mucha, si eres discreta, como lo
eres.
Has de saber, hermana, que, viniendo agora a verte, al pasar
por la
puerta de Guadalajara, oí que, en medio de infinita justicia
y gente,
estaba un pregonero pregonando que quitaban los coches,
y que las
mujeres descubriesen los rostros por las calles.
Cristina Y ¿ésa es la mala nueva?
Brígida Pues para nosotras, ¿puede ser peor en el mundo?
Cristina Yo creo, hermana, que debe de ser alguna reformación de los
coches:
que no es posible que los quiten de todo punto; y será
cosa muy
acertada, porque, según he oído decir, andaba muy de
caída la
caballería en España, porque se empanaban diez o doce
caballeros mozos
en un coche, y azotaban las calles de noche y de
día, sin acordárseles
que había caballos y jineta en el mundo; y,
como les falte la comodidad
de las galeras de la tierra, que son los
coches, volverán al ejercicio
de la caballería, con quien sus
antepasados se honraron.
Brígida ¡Ay, Cristina de mi alma! Que también oí decir que, aunque
dejan
algunos, es con condición que no se presten, ni que en
ellos ande
ninguna...; ya me entiendes.
Cristina Ese mal nos hagan; porque has de saber, hermana, que está en
opinión, entre los que siguen la guerra, cuál es mejor, la
caballería o
la infantería; y hase averiguado que la infantería
española lleva la
gala a todas las naciones; y agora podremos las
alegres mostrar a pie
nuestra gallardía, nuestro garbo y nuestra
bizarría, y más, yendo
descubiertos los rostros, quitando la
ocasión de que ninguno se llame a
engaño si nos sirviese, pues
nos ha visto.
Brígida ¡Ay Cristina! No me digas eso, que linda cosa era ir sentada en la
popa de un coche, llenándola de parte a parte, dando rostro a
quien y
como y cuando quería. Y, en Dios y en mi ánima, te digo
que, cuando
alguna vez me le prestaban, y me vía sentada en él
con aquella
autoridad, que me desvanecía tanto, que creía bien y
verdaderamente que
era mujer principal, y que más de cuatro
señoras de título pudieran ser
mis criadas.
Cristina ¿Veis, doña Brígida, cómo tengo yo razón en decir que ha
sido bien
quitar los coches, siquiera por quitarnos a nosotras el
pecado de la
vanagloria? Y más, que no era bien que un coche
igualase a las no tales
con las tales; pues, viendo los ojos
estranjeros a una persona en un
coche, pomposa por galas,
reluciente por joyas, echaría a perder la
cortesía, haciéndosela a
ella como si fuera a una principal señora. Así
que, amiga, no
debes congojarte, sino acomoda tu brío y tu limpieza, y
tu manto
de soplillo sevillano, y tus nuevos chapines, en todo caso,
con las
virillas de plata, y déjate ir por esas calles; que yo te
aseguro que
no falten moscas a tan buena miel, si quisieres dejar que a
ti se
lleguen; que engaño en más va que en besarla durmiendo.
Brígida Dios te lo pague, amiga, que me has consolado con tus
advertimientos y consejos; y en verdad que los pienso poner en
prática,
y pulirme y repulirme, y dar rostro a pie, y pisar el polvico
atán
menudico , pues no tengo quien me corte la cabeza; que este
que
piensan que es mi marido, no lo es, aunque me ha dado la
palabra de
serlo.
Cristina ¡Jesús! ¿Tan a la sorda y sin llamar se entra en mi casa, señor?
¿Qué es lo que vuesa merced manda?
Entra Solórzano.
Solórzano Vuesa merced perdone el atrevimiento, que la ocasión hace al
ladrón: hallé la puerta abierta y entréme, dándome ánimo al
entrarme
venir a servir a vuesa merced, y no con palabras, sino
con obras; y, si
es que puedo hablar delante desta señora, diré a
lo que vengo, y la
intención que traigo.
Cristina De la buena presencia de vuesa merced no se puede esperar sino
que
han de ser buenas sus palabras y sus obras. Diga vuesa
merced lo que
quisiere, que la señora doña Brígida es tan mi
amiga, que es otra yo
misma.
Solórzano Con ese seguro y con esa licencia, hablaré con verdad; y con
verdad, señora, soy un cortesano a quien vuesa merced no
conoce.
Cristina Así es la verdad.
Solórzano Y ha muchos días que deseo servir a vuesa merced, obligado a
ello
de su hermosura, buenas partes y mejor término; pero
estrechezas, que
no faltan, han sido freno a las obras hasta agora,
que la suerte ha
querido que de Vizcaya me enviase un grande
amigo mío a un hijo suyo,
vizcaíno, muy galán, para que yo le
lleve a Salamanca y le ponga de mi
mano en compañía que le
honre y le enseñe. Porque, para decir la verdad
a vuesa merced,
él es un poco burro, y tiene algo de mentecapto; y
añádesele a
esto una tacha, que es lástima decirla, cuanto más tenerla,
y es
que se toma algún tanto, un si es no es, del vino, pero no de
manera que de todo en todo pierda el juicio, puesto que se le
turba; y,
cuando está asomado, y aun casi todo el cuerpo fuera de
la ventana, es
cosa maravillosa su alegría y su liberalidad: da todo
cuanto tiene a
quien se lo pide y a quien no se lo pide; y yo
querría que, ya que el
diablo se ha de llevar cuanto tiene,
aprovecharme de alguna cosa, y no
he hallado mejor medio que
traerle a casa de vuesa merced, porque es
muy amigo de damas, y
aquí le desollaremos cerrado como a gato. Y, para
principio,
traigo aquí a vuesa merced esta cadena en este bolsillo, que
pesa
ciento y veinte escudos de oro, la cual tomará vuesa merced, y
me dará diez escudos agora, que yo he menester para ciertas
cosillas, y
gastará otros veinte en una cena esta noche, que
vendrá acá nuestro
burro o nuestro búfalo, que le llevo yo por
el naso, como dicen; y, a
dos idas y venidas, se quedará vuesa
merced con toda la cadena, que yo
no quiero más de los diez
escudos de ahora. La cadena es bonísima, y de
muy buen oro, y
vale algo de hechura. Hela aquí; vuesa merced la tome.
Cristina Beso a vuesa merced las manos por la que me ha hecho en
acordarse
de mí en tan provechosa ocasión; pero, si he de decir
lo que siento,
tanta liberalidad me tiene algo confusa y algún
tanto sospechosa.
Solórzano Pues, ¿de qué es la sospecha, señora mía?
Cristina De que podrá ser esta cadena de alquimia; que se suele decir que
no
es oro todo lo que reluce.
Solórzano Vuesa merced habla discretísimamente; y no en balde tiene vuesa
merced fama de la más discreta dama de la corte; y hame dado
mucho
gusto el ver cuán sin melindres ni rodeos me ha
descubierto su corazón;
pero para todo hay remedio, si no es
para la muerte. Vuesa merced se
cubra su manto, o envíe si tiene
de quién fiarse, y vaya a la platería,
y en el contraste se pese y
toque esa cadena; y cuando fuera fina y de
la bondad que yo he
dicho, entonces vuesa merced me dará los diez
escudos, harále
una regalaria al borrico, y se quedará con ella.
Cristina Aquí, pared y medio, tengo yo un platero, mi conocido, que con
facilidad me sacará de duda.
Solórzano Eso es lo que yo quiero, y lo que amo y lo que estimo; que las
cosas claras Dios las bendijo.
Cristina Si es que vuesa merced se atreve a fiarme esta cadena, en tanto
que
me satisfago, de aquí a un poco podrá venir, que yo tendré
los diez
escudos en oro.
Solórzano ¡Bueno es eso! Fío mi honra de vuesa merced, ¿y no le había de
fiar
la cadena? Vuesa merced la haga tocar y retocar, que yo me
voy, y
volveré de aquí a media hora.
Cristina Y aun antes, si es que mi vecino está en casa.
Entrase Solórzano.
Brígida Esta, Cristina amiga, no sólo es ventura, sino venturón
llovido.
¡Desdichada de mí, y qué desgraciada que soy, que
nunca topo quien me
dé un jarro de agua sin que me cueste mi
trabajo primero! Sólo me
encontré el otro día en la calle a un
poeta, que de bonísima voluntad y
con mucha cortesía me dio un
soneto de la historia de Píramo y Tisbe, y
me ofreció trecientos
en mi alabanza.
Cristina Mejor fuera que te hubieras encontrado con un ginovés que te
diera
trecientos reales.
Brígida ¡Sí, por cierto! ¡Ahí están los ginoveses de manifiesto y para
venirse a la mano, como halcones al señuelo! Andan todos
malencónicos y
tristes con el decreto.
Cristina Mira, Brígida, desto quiero que estés cierta: que más vale un
ginovés quebrado que cuatro poetas enteros. Mas, ¡ay!, el viento
corre
en popa; mi platero es éste. Y ¿qué quiere mi buen
vecino? Que a fe que
me ha quitado el manto de los hombros, que
ya me le quería cubrir para
buscarle.
Entra el platero.
Platero Señora doña Cristina, vuesa merced me ha de hacer una
merced: de
hacer todas sus fuerzas por llevar mañana a mi mujer
a la comedia, que
me conviene y me importa quedar mañana en
la tarde libre de tener quien
me siga y me persiga.
Cristina Eso haré yo de muy buena gana; y aun, si el señor vecino quiere
mi
casa y cuanto hay en ella, aquí la hallará sola y
desembarazada; que
bien sé en qué caen estos negocios.
Platero No, señora; entretener a mi mujer me basta. Pero, ¿qué quería
vuesa
merced de mí, que quería ir a buscarme?
Cristina No más, sino que me diga el señor vecino qué pesará esta
cadena, y
si es fina, y de qué quilates.
Platero Esta cadena he tenido yo en mis manos muchas veces, y sé que
pesa
ciento y cincuenta escudos de oro de a veinte y dos quilates; y
que si
vuesa merced la compra y se la dan sin hechura, no
perderá nada en
ella.
Cristina Alguna hechura me ha de costar, pero no mucha.
Platero Mire cómo la concierta la señora vecina, que yo le haré dar,
cuando
se quisiere deshacer della, diez ducados de hechura.
Cristina Menos me ha de costar, si yo puedo; pero mire el vecino no se engañe
en lo que dice de la fineza del oro y cantidad del peso.
Platero ¡Bueno sería que yo me engañase en mi oficio! Digo, señora, que dos
veces la he tocado eslabón por eslabón, y la he pesado, y la conozco como
a mis manos.
Brígida Con eso nos contentamos.
Platero Y por más señas, sé que la ha llegado a pesar y a tocar un
gentilhombre cortesano que se llama Tal de Solórzano.
Cristina Basta, señor vecino; vaya con Dios, que yo haré lo que me deja
mandado: yo la llevaré y entretendré dos horas más, si fuere menester; que
bien sé que no podrá dañar una hora más de entretenimiento.
Platero Con vuesa merced me entierren, que sabe de todo; y a Dios, señora mía.
Entrase el platero.
Brígida ¿No haríamos con este cortesano Solórzano, que así se debe
llamar
sin duda, que trujese con el vizcaíno para mí alguna ayuda
de costa,
aunque fuese de algún borgoñón más borracho que
un zaque?
Cristina Por decírselo no quedará; pero vesle, aquí vuelve; priesa trae,
diligente anda; sus diez escudos le aguijan y espolean.
Entra Solórzano.
Solórzano Pues, señora doña Cristina, ¿ha hecho vuesa merced sus
diligencias?
¿Está acreditada la cadena?
Cristina ¿Cómo es el nombre de vuesa merced, por su vida?
Solórzano Don Esteban de Solórzano me suelen llamar en mi casa; pero,
¿por
qué me lo pregunta vuesa merced?
Cristina Por acabar de echar el sello a su mucha verdad y cortesía.
Entretenga vuesa merced un poco a la señora doña Brígida, en
tanto que
entro por los diez escudos.
Entrase Cristina.
Brígida Señor don Solórzano, ¿no tendrá vuesa merced por ahí
algún
mondadientes para mí? Que en verdad no soy para
desechar, y que tengo
yo tan buenas entradas y salidas en mi casa
como la señora doña
Cristina; que, a no temer que nos oyera
alguna, le dijera yo al señor
Solórzano más de cuatro tachas
suyas: que sepa que tiene las tetas como
dos alforjas vacías, y que
no le huele muy bien el aliento, porque se
afeita mucho; y, con
todo eso, la buscan, solicitan y quieren; que
estoy por arañarme
esta cara, más de rabia que de envidia, porque no
hay quien me
dé la mano, entre tantos que me dan del pie; en fin, la
ventura de
las feas...
Solórzano No se desespere vuesa merced, que, si yo vivo, otro gallo cantará en
su gallinero.
Vuelve a entrar Cristina.
Cristina He aquí, señor don Esteban, los diez escudos, y la cena se
aderezará esta noche como para un príncipe.
Solórzano Pues nuestro burro está a la puerta de la calle, quiero ir por él;
vuesa merced me le acaricie, aunque sea como quien toma una píldora.
Vase Solórzano.
Brígida Ya le dije, amiga, que trujese quien me regalase a mí, y dijo que sí
haría, andando el tiempo.
Cristina Andando el tiempo en nosotras, no hay quien nos regale; amiga,
los
pocos años traen la mucha ganancia, y los muchos la mucha
pérdida.
Brígida También le dije cómo vas muy limpia, muy linda y muy
agraciada; y
que toda eras ámbar, almizcle y algalia entre
algodones.
Cristina Ya yo sé, amiga, que tienes muy buenas ausencias.
Brígida [Aparte] Mirad quién tiene amartelados; que vale más la suela
de
mi botín que las arandelas de su cuello; otra vez vuelvo a decir: la
ventura de las feas...
Entran Quiñones y Solórzano.
Quiñones Vizcaíno, manos bésame vuesa merced, que mándeme.
Solórzano Dice el señor vizcaíno que besa las manos de vuesa merced y
que le
mande.
Brígida ¡Ay, qué linda lengua! Yo no la entiendo a lo menos, pero
paréceme
muy linda.
Cristina Yo beso las del mi señor vizcaíno, y más adelante.
Vizcaíno Pareces buena, hermosa; también noche esta cenamos; cadena
que das,
duermas nunca, basta que doyla.
Solórzano Dice mi compañero que vuesa merced le parece buena y
hermosa; que
se apareje la cena; que él da la cadena, aunque no
duerma acá, que
basta que una vez la haya dado.
Brígida ¿Hay tal Alejandro en el mundo? ¡Venturón, venturón, y cien
mil
veces venturón!
Solórzano Si hay algún poco de conserva, y algún traguito del devoto para
el
señor vizcaíno, yo sé que nos valdrá por uno ciento.
Cristina ¡Y cómo si lo hay! Y yo entraré por ello, y se lo daré mejor
que al
Preste Juan de las Indias.
Entrase Cristina.
Vizcaíno Dama que quedaste, tan buena como entraste.
Brígida ¿Qué ha dicho, señor Solórzano?
Solórzano Que la dama que se queda, que es vuesa merced, es tan buena
como la
que se ha entrado.
Brígida ¡Y cómo que está en lo cierto el señor vizcaíno! A fe que en
este
parecer que no es nada burro.
Vizcaíno Burro el diablo; vizcaíno ingenio queréis cuando tenerlo.
Brígida Ya le entiendo: que dice que el diablo es el burro, y que los
vizcaínos, cuando quieren tener ingenio, le tienen.
Solórzano Así es, sin faltar un punto.
Vuelve a salir Cristina con un criado o criada, que
traen una caja de conserva, una
garrafa con vino, su cuchillo y
servilleta.
Cristina Bien puede comer el señor vizcaíno, y sin asco; que todo cuanto
hay
en esta casa es la quintaesencia de la limpieza.
Quiñones Dulce conmigo, vino y agua llamas bueno; santo le muestras, ésta
le
bebo y otra también.
Brígida ¡Ay, Dios, y con qué donaire lo dice el buen señor, aunque no
le
entiendo!
Solórzano Dice que, con lo dulce, también bebe vino como agua; y que este
vino es de San Martín, y que beberá otra vez.
Cristina Y aun otras ciento: su boca puede ser medida.
Solórzano No le den más, que le hace mal, y ya se le va echando de ver; que
le he yo dicho al señor Azcaray que no beba vino en ningún
modo, y no
aprovecha.
Quiñones Vamos, que vino que subes y bajas, lengua es grillos y corma es
pies; tarde vuelvo, señora, Dios que te guárdate.
Solórzano ¡Miren lo que dice, y verán si tengo yo razón!
Cristina ¿Qué es lo que ha dicho, señor Solórzano?
Solórzano Que el vino es grillo de su lengua y corma de sus pies; que
vendrá
esta tarde, y que vuesas mercedes se queden con Dios.
Brígida ¡Ay, pecadora de mí, y cómo que se le turban los ojos y se
trastraba la lengua! ¡Jesús, que ya va dando traspiés! ¡Pues
monta que
ha bebido mucho! La mayor lástima es ésta que he
visto en mi vida;
¡miren qué mocedad y qué borrachera!
Solórzano Ya venía él refrendado de casa. Vuesa merced, señora Cristina,
haga
aderezar la cena, que yo le quiero llevar a dormir el vino, y
seremos
temprano esta tarde.
Entranse el vizcaíno y Solórzano.
Cristina Todo estará como de molde; vayan vuesas mercedes en hora
buena.
Brígida Amiga Cristina, muéstrame esa cadena, y déjame dar con ella
dos
filos al deseo. ¡Ay, qué linda, qué nueva, qué reluciente y
qué barata!
Digo, Cristina, que, sin saber cómo ni cómo no,
llueven los bienes
sobre ti, y se te entra la ventura por las puertas,
sin solicitalla. En
efeto, eres venturosa sobre las venturosas; pero
todo lo merece tu
desenfado, tu limpieza y tu magnífico término:
hechizos bastantes a
rendir las más descuidadas y esentas
voluntades; y no como yo, que no
soy para dar migas a un gato.
Toma tu cadena, hermana, que estoy para
reventar en lágrimas, y
no de envidia que a ti te tengo, sino de
lástima que me tengo a
mí.
Vuelve a entrar Solórzano.
Solórzano ¡La mayor desgracia nos ha sucedido del mundo!
Brígida ¡Jesús! ¿Desgracia? ¿Y qué es, señor Solórzano?
Solórzano A la vuelta desta calle, yendo a la casa, encontramos con un criado
del padre de nuestro vizcaíno, el cual trae cartas y nuevas de que
su
padre queda a punto de espirar, y le manda que al momento se
parta, si
quiere hallarle vivo. Trae dinero para la partida, que sin
duda ha de
ser luego; yo le he tomado diez escudos para vuesa
merced, y velos
aquí, con los diez que vuesa merced me dio
denantes, y vuélvaseme la
cadena; que, si el padre vive, el hijo
volverá a darla, o yo no seré
don Esteban de Solórzano.
Cristina En verdad, que a mí me pesa; y no por mi interés, sino por la
desgracia del mancebo, que ya le había tomado afición.
Brígida Buenos son diez escudos ganados tan holgando; tómalos, amiga,
y
vuelve la cadena al señor Solórzano.
Cristina Vela aquí, y venga el dinero; que en verdad que pensaba gastar
más
de treinta en la cena.
Solórzano Señora Cristina, al perro viejo nunca tus tus; estas tretas, con los
de las galleruzas, y con este perro a otro hueso.
Cristina ¿Para qué son tantos refranes, señor Solórzano?
Solórzano Para que entienda vuesa merced que la codicia rompe el saco.
¿Tan
presto se desconfió de mi palabra, que quiso vuesa merced
curarse en
salud, y salir al lobo al camino, como la gansa de
Cantipalos? Señora
Cristina, señora Cristina, lo bien ganado se
pierde, y lo malo, ello y
su dueño. Venga mi cadena verdadera, y
tómese vuesa merced su falsa,
que no ha de haber conmigo
transformaciones de Ovidio en tan pequeño
espacio. ¡Oh
hideputa, y qué bien que la amoldaron, y qué presto!
Cristina ¿Qué dice vuesa merced, señor mío, que no le entiendo?
Solórzano Digo que no es ésta la cadena que yo dejé a vuesa merced,
aunque le
parece: que ésta es de alquimia, y la otra es de oro de a
veinte y dos
quilates.
Brígida En mi ánima, que así lo dijo el vecino, que es platero.
Cristina ¿Aun el diablo sería eso?
Solórzano El diablo o la diabla, mi cadena venga, y dejémonos de voces, y
escúsense juramentos y maldiciones.
Cristina El diablo me lleve, lo cual querría que no me llevase, si no es ésa
la cadena que vuesa merced me dejó, y que no he tenido otra en
mis
manos: ¡justicia de Dios, si tal testimonio se me levantase!
Solórzano Que no hay para qué dar gritos; y más, estando ahí el señor
Corregidor, que guarda su derecho a cada uno.
Cristina Si a las manos del Corregidor llega este negocio, yo me doy por
condenada; que tiene de mí tan mal concepto, que ha de tener mi
verdad
por mentira y mi virtud por vicio. Señor mío, si yo he
tenido otra
cadena en mis manos, sino aquesta, de cáncer las vea
yo comidas.
Entra un Alguacil.
Alguacil ¿Qué voces son éstas, qué gritos, qué lágrimas y qué
maldiciones?
Solórzano Vuesa merced, señor alguacil, ha venido aquí como de molde. A
esta
señora del rumbo sevillano le empeñé una cadena, habrá
una hora, en
diez ducados, para cierto efecto; vuelvo agora a
desempeñarla, y, en
lugar de una que le di, que pesaba ciento y
cincuenta ducados de oro de
veinte y dos quilates, me vuelve ésta
de alquimia, que no vale dos
ducados; y quiere poner mi justicia a
la venta de la Zarza, a voces y a
gritos, sabiendo que será testigo
desta verdad esta misma señora, ante
quien ha pasado todo.
Brígida Y ¡cómo si ha pasado!, y aun repasado; y, en Dios y en mi
ánima,
que estoy por decir que este señor tiene razón; aunque
no puedo
imaginar dónde se pueda haber hecho el trueco,
porque la cadena no ha
salido de aquesta sala.
Solórzano La merced que el señor alguacil me ha de hacer es llevar a la
señora al Corregidor; que allá nos averiguaremos.
Cristina Otra vez torno a decir que, si ante el Corregidor me lleva, me doy
por condenada.
Brígida Sí, porque no estoy bien con sus huesos.
Cristina Desta vez me ahorco. Desta vez me desespero. Desta vez me
chupan
brujas.
Solórzano Ahora bien; yo quiero hacer una cosa por vuesa merced, señora
Cristina, siquiera porque no la chupen brujas, o, por lo menos, se
ahorque: esta cadena se parece mucho a la fina del vizcaíno; él es
mentecapto y algo borrachuelo; yo se la quiero llevar, y darle a
entender que es la suya, y vuesa merced contente aquí al señor
alguacil; y gaste la cena desta noche, y sosiegue su espíritu, pues la
pérdida no es mucha.
Cristina Págueselo a vuesa merced todo el cielo; al señor alguacil daré
media docena de escudos, y en la cena gastaré uno, y quedaré
por
esclava perpetua del señor Solórzano.
Brígida Y yo me haré rajas bailando en la fiesta.
Alguacil Vuesa merced ha hecho como liberal y buen caballero, cuyo oficio
ha
de ser servir a las mujeres.
Solórzano Vengan los diez escudos que di demasiados.
Cristina Helos aquí, y más los seis para el señor alguacil.
Entran dos músicos, y Quiñones, el vizcaíno.
Músicos Todo lo hemos oído, y acá estamos.
Vizcaíno Ahora sí que puede decir a mi señora Cristina: mamóla una y
cien
mil veces.
Brígida ¿Han visto qué claro que habla el vizcaíno?
Vizcaíno Nunca hablo yo turbio, si no es cuando quiero.
Cristina ¡Que me maten si no me la han dado a tragar estos bellacos!
Quiñones Señores músicos, el romance que les di y que saben, ¿para qué se hizo?
Músicos La mujer más avisada,
o sabe poco, o no nada.
La mujer que más presume
de cortar como navaja
los vocablos repulgados,
entre las godeñas pláticas;
la que sabe de memoria,
a [L]ofraso y a Diana ,
y al Caballero del Febo
con Olivante de Laura ;
la que seis veces al mes
al gran Don Quijote pasa,
aunque más sepa de aquesto,
o sabe poco, o no nada .
La que se fía en su ingenio,
lleno de fingidas trazas,
fundadas en interés,
y en voluntades tiranas;
la que no sabe guardarse,
cual dicen, del agua mansa,
y se arroja a las corrientes
que ligeramente pasan;
la que piensa que ella sola
es el colmo de la nata
en esto del trato alegre,
o sabe poco, o no nada.
Cristina Ahora bien, yo quedo burlada, y, con todo esto, convido a vuesas
mercedes para esta noche.
Quiñones Aceptamos el convite, y todo saldrá en la colada.
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