"Emma"









III. CHAPTER XIV



CAPÍTULO L

What totally different feelings did Emma take back into the house from what she had brought out!—she had then been only daring to hope for a little respite of suffering;—she was now in an exquisite flutter of happiness, and such happiness moreover as she believed must still be greater when the flutter should have passed away. ¡QUÉ enorme diferencia había entre los sentimientos de Emma al salir de su casa y al volver a entrar en ella! Había salido al jardín sin atreverse a esperar más que un pequeño respiro para sus zozobras... Y ahora se sentía invadida por una maravillosa sensación de felicidad... felicidad que, además, sabía que iba a ser aún mayor cuando hubiese pasado la turbación de aquellos primeros momentos.
They sat down to tea—the same party round the same table—how often it had been collected!—and how often had her eyes fallen on the same shrubs in the lawn, and observed the same beautiful effect of the western sun!—But never in such a state of spirits, never in any thing like it; and it was with difficulty that she could summon enough of her usual self to be the attentive lady of the house, or even the attentive daughter. Se sentaron a tomar el té... las mismas personas reunidas en torno a la misma mesa... ¡Cuántas veces se habían reunido los tres en aquel mismo lugar! ¡Y cuántas veces los ojos de Emma se habían posado en los mismos arbustos que crecían entre la hierba, y habían contemplado el hermoso efecto de la puesta de sol! Pero nunca en aquel estado de ánimo, nunca como aquella vez; y ahora le resultaba difícil dominarse lo suficiente para ser la atenta ama de casa de siempre, incluso la hija cariñosa de costumbre.
Poor Mr. Woodhouse little suspected what was plotting against him in the breast of that man whom he was so cordially welcoming, and so anxiously hoping might not have taken cold from his ride.—Could he have seen the heart, he would have cared very little for the lungs; but without the most distant imagination of the impending evil, without the slightest perception of any thing extraordinary in the looks or ways of either, he repeated to them very comfortably all the articles of news he had received from Mr. Perry, and talked on with much self-contentment, totally unsuspicious of what they could have told him in return. El pobre señor Woodhouse no podía estar más lejos de sospechar lo que se estaba tramando contra él en el corazón de aquel hombre a quien había acogido con tanta cordialidad, a quien había preguntado con tanto interés si no se había resfriado al venir de Londres bajo la lluvia... De haber podido penetrar en su corazón, se hubiera preocupado muy poco por sus pulmones; pero sin imaginar ni el más remoto atisbo de los peligros que le amenazaban, sin advertir ni la menor diferencia anormal en el aspecto o la actitud de ninguno de los dos, les repitió feliz y tranquilo todas las noticias que acababa de darle el señor Perry, y siguió conversando con ellos muy satisfecho de sí mismo, incapaz de sospechar las noticias que ellos a su vez hubieran podido contarle.
As long as Mr. Knightley remained with them, Emma′s fever continued; but when he was gone, she began to be a little tranquillised and subdued—and in the course of the sleepless night, which was the tax for such an evening, she found one or two such very serious points to consider, as made her feel, that even her happiness must have some alloy. Her father—and Harriet. She could not be alone without feeling the full weight of their separate claims; and how to guard the comfort of both to the utmost, was the question. With respect to her father, it was a question soon answered. She hardly knew yet what Mr. Knightley would ask; but a very short parley with her own heart produced the most solemn resolution of never quitting her father.—She even wept over the idea of it, as a sin of thought. While he lived, it must be only an engagement; but she flattered herself, that if divested of the danger of drawing her away, it might become an increase of comfort to him.—How to do her best by Harriet, was of more difficult decision;—how to spare her from any unnecessary pain; how to make her any possible atonement; how to appear least her enemy?—On these subjects, her perplexity and distress were very great—and her mind had to pass again and again through every bitter reproach and sorrowful regret that had ever surrounded it.—She could only resolve at last, that she would still avoid a meeting with her, and communicate all that need be told by letter; that it would be inexpressibly desirable to have her removed just now for a time from Highbury, and—indulging in one scheme more—nearly resolve, that it might be practicable to get an invitation for her to Brunswick Square.—Isabella had been pleased with Harriet; and a few weeks spent in London must give her some amusement.—She did not think it in Harriet′s nature to escape being benefited by novelty and variety, by the streets, the shops, and the children.—At any rate, it would be a proof of attention and kindness in herself, from whom every thing was due; a separation for the present; an averting of the evil day, when they must all be together again. Mientras el señor Knightley permaneció en la casa, la agitación de Emma no se calmó; pero una vez se hubo ido empezó a tranquilizarse un poco y a lograr dominarse... y durante toda la noche que pasó en vela, que fue el precio que tuvo que pagar por una tarde como aquella, vio que había una o dos cuestiones muy graves sobre las que reflexionar y que le hicieron advertir que incluso su felicidad no iba a dejar de tener ciertas sombras. Su padre... y Harriet. No podía quedarse a solas sin darse cuenta de la enorme importancia que tenían para ella los derechos de ambos; y lo difícil era conseguir para los dos la máxima felicidad posible. Con respecto a su padre el problema sólo admitía una solución. Apenas sabía aún lo que el señor Knightley iba a exigir; pero tras un breve sondeo de su propio corazón, adoptó la solemne decisión de no abandonar nunca a su padre... Incluso descartó la simple idea de hacerlo, como si sólo al pensarlo se hiciese responsable de una grave culpa. Mientras él viviera sólo debía prometerse, no casarse; pero se dijo a sí misma que, alejado el peligro de perderla, aumentaría el bienestar y la seguridad de su padre... En cuanto al mejor modo de obrar respecto a Harriet, la decisión era mucho más difícil... ¿Cómo evitarle un dolor innecesario? ¿Cómo sacrificarse por ella dentro de lo que fuera posible? ¿Cómo conseguir demostrarle que no era su enemiga? En lo tocante a estos puntos, sus dudas y su desasosiego no podían ser mayores... y su memoria tuvo que volver a evocar una y otra vez aquellos amargos reproches, aquellas penosas lamentaciones que no habían dejado de obsesionarla en los últimos días... Por último sólo pudo decidir que seguiría evitando encontrarse con ella y que le comunicaría todo lo que tuviera que decirle por carta; pensó que en aquella situación lo mejor sería que Harriet se fuera de Highbury por algún tiempo, y pasando ya a esbozar otro plan, casi concluyó que podría lograrse que la invitaran en Brunswick Square... Isabella estaría encantada de tener a Harriet a su lado... y unas cuantas semanas en Londres no dejarían de distraerla... Por otra parte no creía que Harriet fuese una muchacha como para olvidar sus pesares distrayéndose con cosas nuevas y distintas, con calles, tiendas y niños. En todo caso, sería una prueba de atención y de cariño por parte de ella, que era la responsable de todo; una separación momentánea; un aplazamiento de aquel triste día en el que era forzoso que volvieran a encontrarse todos juntos.
She rose early, and wrote her letter to Harriet; an employment which left her so very serious, so nearly sad, that Mr. Knightley, in walking up to Hartfield to breakfast, did not arrive at all too soon; and half an hour stolen afterwards to go over the same ground again with him, literally and figuratively, was quite necessary to reinstate her in a proper share of the happiness of the evening before. Se levantó temprano y escribió la carta a Harriet; una ocupación que la dejó tan pensativa, casi podría decirse tan triste, que cuando el señor Knightley llegó a Hartfield para desayunar aún le pareció que llegaba demasiado tarde; luego necesitó media hora de pasear con él y de conversar sobre los últimos acontecimientos, para poder recuperar la misma sensación de felicidad de la tarde anterior.
He had not left her long, by no means long enough for her to have the slightest inclination for thinking of any body else, when a letter was brought her from Randalls—a very thick letter;—she guessed what it must contain, and deprecated the necessity of reading it.—She was now in perfect charity with Frank Churchill; she wanted no explanations, she wanted only to have her thoughts to herself—and as for understanding any thing he wrote, she was sure she was incapable of it.—It must be waded through, however. She opened the packet; it was too surely so;—a note from Mrs. Weston to herself, ushered in the letter from Frank to Mrs. Weston. Al poco rato de haberla dejado, demasiado poco para que Emma tuviese aún la menor tentación de pensar en nadie más, trajeron una carta de Randalls... un sobre muy abultado; Emma adivinó lo que contenía y pensó que era necesario leerla... En aquellos momentos se sentía muy benévola para con Frank Churchill; no quería explicaciones... sólo quería que la dejaran a solas con sus pensamientos... y por otra parte se sentía incapaz de comprender nada de lo que él podía escribir; sin embargo tenía que desembarazarse de aquella cuestión. Abrió el sobre, segura de lo que contenía... Una breve nota de la señora Weston dirigida a ella, acompañada de la carta que Frank Churchill había escrito a la señora Weston:
"I have the greatest pleasure, my dear Emma, in forwarding to you the enclosed. I know what thorough justice you will do it, and have scarcely a doubt of its happy effect.—I think we shall never materially disagree about the writer again; but I will not delay you by a long preface.—We are quite well.—This letter has been the cure of all the little nervousness I have been feeling lately.—I did not quite like your looks on Tuesday, but it was an ungenial morning; and though you will never own being affected by weather, I think every body feels a north-east wind.—I felt for your dear father very much in the storm of Tuesday afternoon and yesterday morning, but had the comfort of hearing last night, by Mr. Perry, that it had not made him ill. Mi querida Emma, te envío con el mayor placer la carta adjunta. Sé que sabrás apreciarla en todo lo que vale y que no tendrás la menor duda de las buenas consecuencias que ha tenido... No creo que nunca más volvamos a disentir gravemente en nuestra opinión acerca de quien la ha escrito; pero no quiero entretenerte más haciendo un prólogo demasiado largo... Estamos todos bien... Esta carta ha sido la mejor medicina para todos los pequeños trastornos nerviosos que he tenido últimamente... No me dejó tranquila el aspecto que tenías el martes, pero la mañana no era de las más propicias; y aunque tú nunca quieres reconocer que el tiempo te influye en tu estado de ánimo, creo que todo el mundo se resiente cuando sopla viento del noreste. Me acordé mucho de tu querido padre durante la tormenta del martes por la tarde y de ayer por la mañana, pero ayer por la noche me tranquilicé al saber por el señor Perry que no se había encontrado mal.
"Yours ever, "A. W." Recibe un cariñoso saludo de A. W.
[To Mrs. Weston.] WINDSOR-JULY. (A la señora Weston) Windsor. Julio.
MY DEAR MADAM, Apreciada señora:
"If I made myself intelligible yesterday, this letter will be expected; but expected or not, I know it will be read with candour and indulgence.—You are all goodness, and I believe there will be need of even all your goodness to allow for some parts of my past conduct.—But I have been forgiven by one who had still more to resent. My courage rises while I write. It is very difficult for the prosperous to be humble. I have already met with such success in two applications for pardon, that I may be in danger of thinking myself too sure of yours, and of those among your friends who have had any ground of offence.—You must all endeavour to comprehend the exact nature of my situation when I first arrived at Randalls; you must consider me as having a secret which was to be kept at all hazards. This was the fact. My right to place myself in a situation requiring such concealment, is another question. I shall not discuss it here. For my temptation to think it a right, I refer every caviller to a brick house, sashed windows below, and casements above, in Highbury. I dared not address her openly; my difficulties in the then state of Enscombe must be too well known to require definition; and I was fortunate enough to prevail, before we parted at Weymouth, and to induce the most upright female mind in the creation to stoop in charity to a secret engagement.—Had she refused, I should have gone mad.—But you will be ready to say, what was your hope in doing this?—What did you look forward to?—To any thing, every thing—to time, chance, circumstance, slow effects, sudden bursts, perseverance and weariness, health and sickness. Every possibility of good was before me, and the first of blessings secured, in obtaining her promises of faith and correspondence. If you need farther explanation, I have the honour, my dear madam, of being your husband′s son, and the advantage of inheriting a disposition to hope for good, which no inheritance of houses or lands can ever equal the value of.—See me, then, under these circumstances, arriving on my first visit to Randalls;—and here I am conscious of wrong, for that visit might have been sooner paid. You will look back and see that I did not come till Miss Fairfax was in Highbury; and as you were the person slighted, you will forgive me instantly; but I must work on my father′s compassion, by reminding him, that so long as I absented myself from his house, so long I lost the blessing of knowing you. My behaviour, during the very happy fortnight which I spent with you, did not, I hope, lay me open to reprehension, excepting on one point. And now I come to the principal, the only important part of my conduct while belonging to you, which excites my own anxiety, or requires very solicitous explanation. With the greatest respect, and the warmest friendship, do I mention Miss Woodhouse; my father perhaps will think I ought to add, with the deepest humiliation.—A few words which dropped from him yesterday spoke his opinion, and some censure I acknowledge myself liable to.—My behaviour to Miss Woodhouse indicated, I believe, more than it ought.—In order to assist a concealment so essential to me, I was led on to make more than an allowable use of the sort of intimacy into which we were immediately thrown.—I cannot deny that Miss Woodhouse was my ostensible object—but I am sure you will believe the declaration, that had I not been convinced of her indifference, I would not have been induced by any selfish views to go on.—Amiable and delightful as Miss Woodhouse is, she never gave me the idea of a young woman likely to be attached; and that she was perfectly free from any tendency to being attached to me, was as much my conviction as my wish.—She received my attentions with an easy, friendly, goodhumoured playfulness, which exactly suited me. We seemed to understand each other. From our relative situation, those attentions were her due, and were felt to be so.—Whether Miss Woodhouse began really to understand me before the expiration of that fortnight, I cannot say;—when I called to take leave of her, I remember that I was within a moment of confessing the truth, and I then fancied she was not without suspicion; but I have no doubt of her having since detected me, at least in some degree.—She may not have surmised the whole, but her quickness must have penetrated a part. I cannot doubt it. You will find, whenever the subject becomes freed from its present restraints, that it did not take her wholly by surprize. She frequently gave me hints of it. I remember her telling me at the ball, that I owed Mrs. Elton gratitude for her attentions to Miss Fairfax.—I hope this history of my conduct towards her will be admitted by you and my father as great extenuation of what you saw amiss. While you considered me as having sinned against Emma Woodhouse, I could deserve nothing from either. Acquit me here, and procure for me, when it is allowable, the acquittal and good wishes of that said Emma Woodhouse, whom I regard with so much brotherly affection, as to long to have her as deeply and as happily in love as myself.—Whatever strange things I said or did during that fortnight, you have now a key to. My heart was in Highbury, and my business was to get my body thither as often as might be, and with the least suspicion. If you remember any queernesses, set them all to the right account.—Of the pianoforte so much talked of, I feel it only necessary to say, that its being ordered was absolutely unknown to Miss F—, who would never have allowed me to send it, had any choice been given her.—The delicacy of her mind throughout the whole engagement, my dear madam, is much beyond my power of doing justice to. You will soon, I earnestly hope, know her thoroughly yourself.—No description can describe her. She must tell you herself what she is—yet not by word, for never was there a human creature who would so designedly suppress her own merit.—Since I began this letter, which will be longer than I foresaw, I have heard from her.—She gives a good account of her own health; but as she never complains, I dare not depend. I want to have your opinion of her looks. I know you will soon call on her; she is living in dread of the visit. Perhaps it is paid already. Let me hear from you without delay; I am impatient for a thousand particulars. Remember how few minutes I was at Randalls, and in how bewildered, how mad a state: and I am not much better yet; still insane either from happiness or misery. When I think of the kindness and favour I have met with, of her excellence and patience, and my uncle′s generosity, I am mad with joy: but when I recollect all the uneasiness I occasioned her, and how little I deserve to be forgiven, I am mad with anger. If I could but see her again!—But I must not propose it yet. My uncle has been too good for me to encroach.—I must still add to this long letter. You have not heard all that you ought to hear. I could not give any connected detail yesterday; but the suddenness, and, in one light, the unseasonableness with which the affair burst out, needs explanation; for though the event of the 26th ult., as you will conclude, immediately opened to me the happiest prospects, I should not have presumed on such early measures, but from the very particular circumstances, which left me not an hour to lose. I should myself have shrunk from any thing so hasty, and she would have felt every scruple of mine with multiplied strength and refinement.—But I had no choice. The hasty engagement she had entered into with that woman—Here, my dear madam, I was obliged to leave off abruptly, to recollect and compose myself.—I have been walking over the country, and am now, I hope, rational enough to make the rest of my letter what it ought to be.—It is, in fact, a most mortifying retrospect for me. I behaved shamefully. And here I can admit, that my manners to Miss W., in being unpleasant to Miss F., were highly blameable. She disapproved them, which ought to have been enough.—My plea of concealing the truth she did not think sufficient.—She was displeased; I thought unreasonably so: I thought her, on a thousand occasions, unnecessarily scrupulous and cautious: I thought her even cold. But she was always right. If I had followed her judgment, and subdued my spirits to the level of what she deemed proper, I should have escaped the greatest unhappiness I have ever known.—We quarrelled.— Do you remember the morning spent at Donwell?—There every little dissatisfaction that had occurred before came to a crisis. I was late; I met her walking home by herself, and wanted to walk with her, but she would not suffer it. She absolutely refused to allow me, which I then thought most unreasonable. Now, however, I see nothing in it but a very natural and consistent degree of discretion. While I, to blind the world to our engagement, was behaving one hour with objectionable particularity to another woman, was she to be consenting the next to a proposal which might have made every previous caution useless?—Had we been met walking together between Donwell and Highbury, the truth must have been suspected.—I was mad enough, however, to resent.—I doubted her affection. I doubted it more the next day on Box Hill; when, provoked by such conduct on my side, such shameful, insolent neglect of her, and such apparent devotion to Miss W., as it would have been impossible for any woman of sense to endure, she spoke her resentment in a form of words perfectly intelligible to me.—In short, my dear madam, it was a quarrel blameless on her side, abominable on mine; and I returned the same evening to Richmond, though I might have staid with you till the next morning, merely because I would be as angry with her as possible. Even then, I was not such a fool as not to mean to be reconciled in time; but I was the injured person, injured by her coldness, and I went away determined that she should make the first advances.—I shall always congratulate myself that you were not of the Box Hill party. Had you witnessed my behaviour there, I can hardly suppose you would ever have thought well of me again. Its effect upon her appears in the immediate resolution it produced: as soon as she found I was really gone from Randalls, she closed with the offer of that officious Mrs. Elton; the whole system of whose treatment of her, by the bye, has ever filled me with indignation and hatred. I must not quarrel with a spirit of forbearance which has been so richly extended towards myself; but, otherwise, I should loudly protest against the share of it which that woman has known.—′Jane,′ indeed!—You will observe that I have not yet indulged myself in calling her by that name, even to you. Think, then, what I must have endured in hearing it bandied between the Eltons with all the vulgarity of needless repetition, and all the insolence of imaginary superiority. Have patience with me, I shall soon have done.—She closed with this offer, resolving to break with me entirely, and wrote the next day to tell me that we never were to meet again.—She feltthe engagement to be a source ofrepentance and misery to each: shedissolved it.—This letter reached me on the very morning of my poor aunt′s death. I answered it within an hour; but from the confusion of my mind, and the multiplicity of business falling on me at once, my answer, instead of being sent with all the many other letters of that day, was locked up in my writing-desk; and I, trusting that I had written enough, though but a few lines, to satisfy her, remained without any uneasiness.—I was rather disappointed that I did not hear from her again speedily; but I made excuses for her, and was too busy, and—may I add?—too cheerful in my views to be captious.—We removed to Windsor; and two days afterwards I received a parcel from her, my own letters all returned!—and a few lines at the same time by the post, stating her extreme surprize at not having had the smallest reply to her last; and adding, that as silence on such a point could not be misconstrued, and as it must be equally desirable to both to have every subordinate arrangement concluded as soon as possible, she now sent me, by a safe conveyance, all my letters, and requested, that if I could not directly command hers, so as to send them to Highbury within a week, I would forward them after that period to her at—: in short, the full direction to Mr. Smallridge′s, near Bristol, stared me in the face. I knew the name, the place, I knew all about it, and instantly saw what she had been doing. It was perfectly accordant with that resolution of character which I knew her to possess; and the secrecy she had maintained, as to any such design in her former letter, was equally descriptive of its anxious delicacy. For the world would not she have seemed to threaten me.—Imagine the shock; imagine how, till I had actually detected my own blunder, I raved at the blunders of the post.—What was to be done?—One thing only.—I must speak to my uncle. Without his sanction I could not hope to be listened to again.—I spoke; circumstances were in my favour; the late event had softened away his pride, and he was, earlier than I could have anticipated, wholly reconciled and complying; and could say at last, poor man! with a deep sigh, that he wished I might find as much happiness in the marriage state as he had done.—I felt that it would be of a different sort.—Are you disposed to pity me for what I must have suffered in opening the cause to him, for my suspense while all was at stake?—No; do not pity me till I reached Highbury, and saw how ill I had made her. Do not pity me till I saw her wan, sick looks.—I reached Highbury at the time of day when, from my knowledge of their late breakfast hour, I was certain of a good chance of finding her alone.—I was not disappointed; and at last I was not disappointed either in the object of my journey. A great deal of very reasonable, very just displeasure I had to persuade away. But it is done; we are reconciled, dearer, much dearer, than ever, and no moment′s uneasiness can ever occur between us again. Now, my dear madam, I will release you; but I could not conclude before. A thousand and a thousand thanks for all the kindness you have ever shewn me, and ten thousand for the attentions your heart will dictate towards her.—If you think me in a way to be happier than I deserve, I am quite of your opinion.—Miss W. calls me the child of good fortune. I hope she is right.—In one respect, my good fortune is undoubted, that of being able to subscribe myself, Si ayer supe expresarme como era mi deseo, habrán estado ustedes esperando esta carta; pero tanto si la esperaban como si no, sé que será leída con buena voluntad y con indulgencia... Usted, tan bondadosa, creo que necesitará recurrir a toda su bondad para disculpar ciertos aspectos de mi pasada conducta... Pero ya he sido perdonado por alguien que tenía más motivos para sentirse ofendido. A medida que voy escribiendo me siento con más valor. Es difícil para el afortunado ser humilde. Yo he tenido ya tanta fortuna en las dos ocasiones en las que he solicitado perdón, que corro el peligro de creerme demasiado seguro de obtener el de usted ahora, y luego el de aquellos de sus amigos que tengan algún motivo para considerar que me he portado mal con ellos. Todos ustedes deben intentar comprender cuál era exactamente mi situación cuando llegué por vez primera a Randalls; debe usted pensar que entonces poseía un secreto que debía seguir siéndolo costara lo que costase. Ésta era la realidad. El derecho que tenía a ponerme en una situación que requería tal disimulo ya es otro asunto. No voy a discutirlo aquí. En lo referente a mi tentación de creerlo un derecho, remito a quien no opine así a una casa de ladrillos de Highbury, una casa con simples ventanas en la planta baja y con puertas ventanas en el primer piso. Yo no me atrevía a dirigirme a ella abiertamente; mis dificultades, en el estado de cosas que había entonces en Enscombe, son ya lo bastante conocidas para que necesite explicarme más; y fui tan afortunado que conseguí mi propósito antes de que nos separáramos en Weymouth, y convencí a la mujer más recta de toda la creación para que consintiese, dadas las circunstancias, en un compromiso matrimonial secreto... Si ella se hubiese negado me hubiera vuelto loco... Supongo que usted me preguntará qué esperaba conseguir con todo eso... Cuáles eran mis propósitos... Yo esperaba cualquier cosa, todo... que pasara el tiempo, que surgiera una posibilidad, que se diese una circunstancia favorable... lo esperaba todo de los efectos lentos, de los estallidos imprevistos, de la perseverancia y del cansancio, de la salud y de la enfermedad. Tenía ante mí todas las posibilidades de felicidad, y asegurada la mayor de las dichas al conseguir que me prometiera fidelidad y correspondencia. Si necesita usted más explicaciones, mi apreciada señora, sólo le diré que tengo el honor de ser el hijo de su esposo, y la ventaja de -haber heredado su predisposición a esperar que las cosas siempre salgan bien, herencia que siempre será mucho más valiosa que la de casas y tierras... Piense usted entonces en mí, en estas circunstancias, efectuando mi primera visita a Randalls; en este punto tengo conciencia de haber obrado mal, porque aquella visita debiera haberla hecho mucho antes. Si recuerda usted aquellos meses advertirá que yo no acudí hasta que la señorita Fairfax estuvo en Highbury; y como era precisamente usted la persona a quien hice el desaire, sabrá perdonarme inmediatamente; pero diré, para atraerme el perdón de mi padre, que debo recordarle que si permanecí tanto tiempo alejado de su casa, fue tiempo en el que no pude disfrutar del bien de conocerla a usted. Confío en que mi conducta durante aquellas dos semanas tan felices que pasé con ustedes no merezca ningún reproche, exceptuando un aspecto. Y ahora entro en lo principal, el único aspecto importante de mi conducta mientras estuve en su casa que me tiene inquieto y que requiere explicaciones más detalladas. Con el máximo respeto y con los sentimientos de la más afectuosa de las amistades, tengo que mencionar aquí a la señorita Woodhouse; mi padre tal vez pensará que debería añadir «y con la más profunda humillación»... Por algunas palabras que se le escaparon ayer vi cuál era su opinión, y reconozco que yo mismo considero justos ciertos reproches... A mi entender, mi trato con la señorita Woodhouse se interpretó de un modo exagerado... A fin de contribuir a guardar aquel secreto tan esencial para mí, me vi empujado a hacer un usa indebido de la amistad que se estableció inmediatamente entre nosotros... No puedo negar que la señorita Woodhouse era ostensiblemente el objeto de todas mis atenciones... Pero estoy seguro de que me creerá usted si le digo que de no haber estado yo convencido de que le era indiferente, no hubiese consentido que mis miras personales me impulsaran a seguir adelante... La señorita Woodhouse, aun siendo tan afectuosa, tan encantadora, nunca me dio la impresión de una joven fácil de enamorar; y el que ella fuese completamente ajena a cualquier propensión a enamorarse de mí, era no sólo mi convicción, sino también mi deseo... Acogía mis deferencias del modo desenvuelto, amistoso, jovial, que a mí más me convenía. Parecíamos entendernos muy bien. Y en nuestras respectivas situaciones, yo estaba obligado a tener aquellas deferencias, y ella también lo creía así... No sabría decir si la señorita Woodhouse empezó a entenderme de veras antes de que terminaran aquellos quince días; cuando la visité para despedirme de ella, recuerdo que estuve a punto de confesarle la verdad, y que entonces imaginé que ella no dejaba de abrigar ciertas sospechas; pero no tengo la menor duda de que a partir de aquel momento me ha descubierto, aunque no sé hasta qué punto... Quizá no lo haya descubierto todo, pero con su agudeza ha tenido que darse cuenta de algo... No me cabe ninguna duda. Ya comprobará usted, cuando pueda hablarse con más libertad que ahora de todo este asunto, que no va a tener una gran sorpresa. En muchas ocasiones me lo insinuó. Recuerdo que en el baile me dijo que yo tenía que estar muy agradecido a la señora Elton por las atenciones que tenía con la señorita Fairfax. Confío en que toda esta historia de mi proceder con ella será admitida por usted y por mi padre como un considerable atenuante de lo que ustedes hayan considerado reprochable en mi conducta. Mientras consideren que me he portado muy mal con Emma Woodhouse, no merece la estimación de ninguno de los dos. Discúlpenme en este punto y aboguen por mí cuando sea posible, para que la señorita Woodhouse me otorgue su perdón y me devuelva su amistad; díganle que siento por ella un afecto de verdadero hermano, y que sólo deseo que llegue a estar tan enamorada y que sea tan feliz como yo lo soy ahora... Ahora ya saben ustedes cómo interpretar todas las cosas extrañas que dije o hice durante aquellas dos semanas. Mi corazón estaba en Highbury, y yo sólo procuraba trasladarme allí tan a menudo como me era posible sin despertar sospechas. Si recuerda usted alguna rareza mía, sepa ahora a lo que debe atribuirla. Por lo que se refiere a aquel piano del que tanto se habló, sólo creo necesario decir que lo compré sin que la señorita Fairfax tuviera la menor noticia de ello, ya que en caso de habérselo comunicado nunca hubiese querido aceptarlo... La delicadeza de sentimientos de la que ha dado prueba durante todo este tiempo, mi apreciada señora, va mucho más allá de todo lo que yo podría explicarle. No tardará usted, como deseo vivamente, en conocerla bien por sí misma. Nada de lo que yo le diga serviría para describirla. Ella misma le demostrará a usted cómo es... pero no de palabra, pues hay muy pocas personas tan empeñadas como ella en ocultar sus propios méritos. Mientras estaba escribiendo esta carta, que será más larga de lo que yo preveía, he tenido noticias suyas... Buenas noticias en lo que respecta a su salud... pero como nunca se queja, no me atrevo a estar seguro sobre este punto. Prefiero tener su opinión acerca de su aspecto. Sé que usted no tardará en visitarla; ella teme esta visita. Tal vez la haya hecho ya. Dígame algo acerca de esto lo antes posible; estoy impaciente por que me dé mil detalles. Recuerde qué pocos minutos estuve en Randalls, y en qué estado de ánimo tan turbado y exaltado; aún no estoy mucho mejor. Aún turbado tanto por la felicidad como por el dolor. Cuando pienso en la amabilidad y el afecto que han tenido para conmigo, en lo que ella vale y en la paciencia que ha tenido, y en la generosidad de mi tío, me vuelvo loco de alegría; pero cuando recuerdo todos los trastornos que he ocasionado y lo poco que merezco que me perdonen, me pongo loco de ira. ¡Si pudiese volver a verla! Pero aún no debo hacer tal cosa. Mi tío ha sido demasiado bueno conmigo para que yo abuse de este modo... Todavía no he terminado con esta larga misiva. Aún no le he dicho todo lo que debería usted saber. Ayer no pude darles muchos detalles más; pero lo inesperado, y en cierto modo lo inoportuno, del modo en que se ha desvelado el secreto, necesita explicación; pues aunque el acontecimiento del pasado día 26, como usted ya habrá pensado, significó para mí la posibilidad de las más felices perspectivas, yo no hubiera tomado medidas tan rápidas de no forzarme a ello circunstancias muy peculiares que me obligaron a no perder ni una hora. Yo hubiese querido evitar todo este apresuramiento, y ella hubiese compartido todos mis escrúpulos con mucha más intensidad y una delicadeza mucho mayor que la mía... Pero no pude elegir... El inesperado compromiso que había contraído con aquella señora... Aquí, mi apreciada señora, me veo obligado a interrumpir bruscamente esta carta, y a serenarme un poco... He estado paseando por el campo y ahora creo que estoy lo suficientemente sosegado para escribir el resto de la carta como debo hacerlo... En realidad éstos son recuerdos muy penosos para mí. Me porté de un modo vergonzoso. ′Y aquí puedo admitir que mi actitud con la señorita Woodhouse, de querer ser desagradable para la señorita Fairfax, fue verdaderamente indigna. Ella quedó muy contrariada y esto hubiera debido bastarme para reparar en lo que hacía; no consideró justificada mi excusa de hacer todo lo posible por ocultar la verdad... Quedó muy contrariada; yo pensaba que sin fundamento; yo consideraba que en muchas ocasiones era innecesariamente escrupulosa y precavida; incluso me parecía demasiado fría. Pero siempre tenía razón. Si yo hubiese seguido su criterio y hubiese dominado mi carácter hasta el punto en que ella lo creía conveniente, hubiese evitado los mayores sinsabores que he conocido en toda mi vida... Disputamos... ¿Recuerda usted la mañana que pasamos en Donwell? Allí todas las pequeñas diferencias que hasta entonces habíamos tenido desembocaron en una verdadera crisis. Yo llegué tarde; la encontré regresando a su casa sola y quise acompañarla, pero ella no lo consintió. Se negó rotundamente a permitírmelo, lo cual entonces me pareció lo más irracional del mundo. Ahora sin embargo sólo veo en ello una actitud de discreción muy natural y muy fundada. Mientras yo, para engañar a todos ocultando nuestro compromiso, dedicaba todas mis preferencias a otra mujer, de un modo muy poco grato para ella, ¿cómo iba al día siguiente a aceptar una proposición que podía hacer completamente inútiles todas las precauciones anteriores? Si alguien nos hubiera visto juntos en el camino entre Donwell y Highbury, hubiera debido sospecharse la verdad... Sin embargo, yo fui lo suficientemente loco como para ofenderme... Dudé de su cariño. Dudé aún más al día siguiente en Box Hill; cuando, provocada por mi conducta, por aquella indiferencia insolente y humillante que yo le mostraba y por la aparente predilección que manifestaba por la señorita Woodhouse, hasta un extremo que ninguna mujer de sensibilidad hubiera podido soportar, expresó su resentimiento con unas palabras que yo comprendí perfectamente. En resumen, mi apreciada señora, que fue una disputa de la que ella no tenía la menor culpa, y yo la tenía toda; aunque hubiese podido quedarme en casa de usted hasta la mañana siguiente, yo volví a Richmond aquella misma tarde, simplemente porque no podía estar más encolerizado con ella. Aún entonces no fui tan necio como para no pensar que ya volvería a reconciliarme con ella; pero yo era el ofendido, ofendido por su frialdad, y me fui decidido a que fuese ella quien diese el primer paso. Siempre me alegraré de que usted no fuera a la excursión de Box Hill. De haber presenciado usted la conducta mía allí, dudo que nunca más hubiera vuelto a tener una buena opinión de mí. El efecto que tuvo en ella se vio por la decisión inmediata que tomó; tan pronto como supo que yo me había ido de veras de Randalls, aceptó el ofrecimiento de la entrometida de la señora Elton; cuyo modo de tratarla, dicho sea de paso, siempre me había llenado de indignación y me la había hecho antipática. No puedo hablar_ ahora contra un espíritu de tolerancia del que han dado muestras tantas personas para conmigo; pero de no ser así protestaría airadamente por el modo en que se le tolera todo a esta mujer... ¡Jane!»... ¡Santo Dios! Habrá usted observado que aún no me permito llamarla por este nombre, ni siquiera dirigiéndome a usted. Hágase usted cargo de lo insufrible que me era el verlo citado continuamente por los Elton con toda la vulgaridad de las repeticiones innecesarias y toda la insolencia de una supuesta superioridad. Tenga paciencia conmigo, no tardaré en terminar... Aceptó este ofrecimiento decidida a romper definitivamente conmigo, y al día siguiente me escribió diciendo que nunca más volveríamos a vernos. Decía que se había dado cuenta de que nuestro compromiso sólo nos había traído sinsabores y desdichas a los dos, y que por lo tanto lo consideraba deshecho... Esta carta llegó a mis manos la misma mañana en que murió mi pobre tía. Al cabo de una hora ya la había contestado. Pero debido a la confusión de mi espíritu y a las innumerables cuestiones que tenía que resolver en seguida, mi respuesta, en vez de enviarse con las otras muchas cartas de aquel día, se quedó encerrada dentro de mi escritorio; y yo, confiado que ya le había dicho lo suficiente para tranquilizarla, a pesar de que no eran más que unas breves líneas, me quedé sin ninguna inquietud... Me decepcionó un poco no tener respuesta suya inmediatamente; pero la disculpé, y estaba demasiado atareado, y ¿se me permite decirlo?, demasiado contento con las perspectivas que se me ofrecían, para reparar en aquello; nos fuimos a Windsor... y dos días más tarde recibí un paquete de ella que contenía todas mis cartas... y al mismo tiempo unas breves líneas por correo en las que expresaba la gran sorpresa que había tenido al no recibir ninguna respuesta a la última de sus cartas; y añadía que como mi silencio sobre aquella cuestión no podía interpretarse más que de una manera, lo mejor para ambos era que todos los detalles secundarios se resolvieran lo antes posible, que me enviaba por conducto seguro todas mis cartas, y me rogaba que si no podía mandarle las suyas a Highbury antes de una semana, que se las mandase a su nombre a... En fin, que tenía ante mis ojos la dirección de la casa de la señora Smallridge, cerca de Bristol. Yo sabía el nombre, el lugar, estaba enterado de todo aquel asunto, e inmediatamente comprendí lo que había decidido. Algo que estaba totalmente de acuerdo con un carácter tan resuelto como yo sabía que era el suyo; y el secreto que había mantenido en su última carta respecto a este propósito, revelaba también su extremada delicadeza... Por nada del mundo hubiese consentido en decirme algo que hubiese sonado como una amenaza... Imagine usted mi sorpresa y mi contrariedad; imagine cómo maldije al servicio de correos, hasta que advertí que sólo se trataba de un descuido mío. ¿Qué podía hacer? Sólo era posible una cosa... Debía hablar con mi tío. Sin su consentimiento no podía esperar que volviera a escucharme... Le hablé pues... Las circunstancias me eran favorables; la muerte tan reciente de su esposa había suavizado su orgullo, y mucho antes de lo que yo había previsto, se avenía a mis deseos. Y aún terminó diciendo con un profundo suspiro, pobre hombre, que me deseaba que fuera tan feliz en el matrimonio como él lo había sido... Yo pensé que sería muy diferente al suyo... ¿Se siente usted inclinada a compadecerme por todo lo que sufrí al explicarle mi caso, y por mi incertidumbre mientras todo parecía aún indeciso? No; no me compadezca por eso, sino por cuando llegué a Highbury y me di cuenta de todo el daño que le había hecho; no me compadezca sino por el momento en que volví a verla, pálida y enferma. Llegué a Highbury a una hora en la que, por lo que sabía acerca de sus costumbres sobre el desayuno, estaba seguro de tener probabilidades de encontrarla sola... Y no me equivoqué; como no me equivoqué tampoco al decidir efectuar aquel viaje. Tenía que disipar una contrariedad muy justa y razonable por su parte. Pero lo logré; estamos reconciliados, y nos queremos más, mucho más que antes, y en ningún momento habrá una nueva inquietud que vuelva a interponerse entre nosotros. Ahora, mi apreciada señora, tengo que concluir; pero no podía hacerlo antes. Mil y mil gracias por todas las bondades que usted siempre me ha dispensado, y diez mil gracias por todas las atenciones que su corazón quiera tener en lo sucesivo para con ella. Si cree usted que en el fondo soy más feliz de lo que merezco, yo le doy toda la razón... La señorita Woodhouse me llama el niño mimado de la fortuna. Confío en que tenga razón. En un aspecto al menos mi buena suerte es indiscutible: en el de poder considerarme como
Your obliged and affectionate Son, su agradecido y afectuoso hijo F. C. WESTON CHURCHILL
F. C. WESTON CHURCHILL. F. C. WESTON CHURCHILL