VII. «COMED, CONDE, DESTE PAN E BEVED DESTE VINO (v.1025)El escritor medieval heredó del bíblico y del pagano la añoranza de aquella Edad Aurea, en la que reinaba la más perfecta armonía entre los seres antagonistas de la naturaleza. En sus sueños poéticos se despegaba del espacio y los sucesos cotidianos para remontarse a un mundo imaginado, que él poblaba de realidades en sus horas de contemplación. El cristiano medieval se gozaba en contemplar al Orfeo de la Mitología junto al Daniel de la Biblia, rodeados ambos de fieras postradas en actitud de reverencia. Orfeo y Daniel, uno al lado del otro, decoraban los muros de las catacumbas, donde se fecundaba la poderosa síntesis cristiana. Cuando el pagano Virgilio cantaba en la Eneidaa su héroe Eneas, se sentía inducido a encomiar al intrépido «varón de armas» por su piedad -pius Aeneas-. Cuando los cristianos adoraban al Mesías, admiraban en él al León de Judá (Apocalipsis, 5, 5) y al Cordero de Dios (Juan, 1, 29 et passim). Y fue el mismo Cristo quien amonestaba a los suyos a ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mateo, 10, 16). El prototipo del hombre ideal, de herencia religiosa y literaria, era el hombre perfectamente equilibrado, león y cordero a un mismo tiempo; con mucho de serpiente, pero con no menos de paloma; guerrero y pacificador. Hombre en quien contemplaba el poeta la concordia ideal de impulsos discordes. Sobre este telón cultural, espiritual y estético ha de proyectarse al hombre ejemplar, ideal, de la primera ceración literaria castellana, el Cid Campeador. Desde los primeros versos el Campeador, esto es «el guerreador, el vencedor»,1 se nos presentaba llorando como niño desamparado: De los sos ojos tan fuerte mientre lorando (1); el queen buen ora cinxo espada no encontró otro refugio que el suspiro: Sospiro mio Cid , ca mucho avie grandes cuidados (6). A la hora del combate el Campeador no se arredraría de pasar a espada a cuantos moros alcanzaba: Mio Cid Ruy Diaz por las puertas entrava,en mano trae desnuda el espada, quinze moros matava de los que alcancava (470-72). Tras la victoria, se mostraba perdonador e incluso preocupado por su buena reputación entre los enemigos: ciento moros e ciento moras quiero las quitar,por que lo pris dellos que de mi non digan mal (534-35). El autor, con su característica «visión optimista»,2 comentaba que los moros y las moras de Castejón, al partir el Cid con sus mesnadas, salieron a despedirlos, colmándolos de bendiciones: Del castiello que prisieron todos ricos se parten;los moros e las moras bendiziendol estan (540-41). Más adelante, en otro combate, los del Cid ganarían Alcocer, dando golpes sin piedat (604), dejando muertos en una hora y en un solo lugar a .ccc. moros (605). Oigamos el recuento del Cid: ¡Oid a mi, Albar Fañez e todos los cavalleros!En este castiello grand aver avemos preso; Los moros yazen muertos, de bivos pocos veo (616-18). A esos pocos que quedaban con vida y a los que quedaban en sus casas, con un rasgo de compasión, los perdonarían; en vez de venderlos, se aprovecharían de sus bienes y sus servicios: Los moros e las moras vender non los podremos,que los descabecemos nada non ganaremos; cojamos los de dentro, ce el señorio tenemos, posaremos en sus casas e dellos nos serviremos» (619-22). Otra vez, al partir el Cid de Alcocer, referiría el autor que los moros y las moras quedaban llorosos y agradecidos, a la vez que rezaban por ellos: Quando mio Cid el castiello quiso quitarmoros e moras tomaron se quexar: «¿Vaste, mio Cid? ¡Nuestras oraciones vayante delante! Nos pagados finca[m]os señor, de la tu part.» Quando quito a Alcocer mio Cid el de Bivar moros e moras compecaron de lorar (851-56). El autor de la Gesta trataba de moldear a un Cid Campeador equilibrado entre intensas tendencias opuestas, un héroe valiente y manso; su valor salvaría a su mansedumbre de caer en pusilanimidad; su mansedumbre salvaría a su bravura de convertirse en crueldad. ¿Consiguió el escritor su propósito? Así lo creo yo. Pero algunos críticos han encontrado escollos perturbadores: uno, por no poder salvar la honradez del Campeador en lo que ellos llaman timo de las arcas; otro, en ese Campeador que, victorioso sobre el Conde de Barcelona, le encarceló y luego sometió a mofa sadística. En otro estudio expliqué el episodio de las arcas de manera que dejaba a salvo la honradez del Cid; ahora me interesa replantearme el episodio del Conde de Barcelona y analizarlo bajo dos luces literarias nuevas: la fuerza coercitiva del ayuno y la magnanimidad del héroe hacia el vencido. Con el episodio del Conde de Barcelona concluía el llamado Cantar del Destierro; su posición final le confiere una prominencia que es comparable a la posición inicial del episodio de las arcas. El del Conde de Barcelona quería reafirmar una cosa por encima de todas las demás: la lealtad del Campeador. Así lo declara el propio autor en sentencia sumaria y concluyente: -una deslea[l]tanca- ca non la fizo alguandre (1081).Por la Primera crónica general podremos apreciar el tono del pasaje del Conde de Barcelona, pues se hace resaltar en ella la compasión del Campeador, quien, en lugar de atormentar o abandonar a su prisionero de guerra, «mando fazer muy gran cozina et adobar maniares de muchas guisas por fazer plazer al conde don Remond».3 El Conde de Barcelona aparece también bajo una luz favorable en el Cantar de la Afrenta, donde se hablaba de él como de buen señor : prended a Colada -ganela de buen señor (3194).No obstante, hoy día es muy común entre los críticos conceptuar el episodio como artificio de que se vale el autor para burlarse de don Ramón y fustigar en él a toda la nobleza.4 Algunos se niegan a aceptar la interpretación bonachona de la Primera crónica general , por creer incongruente que en el Cid cupiera, tras la reciente batalla, un gesto tan generoso, tan compasivo.5 En ese caso era también incongruente la actitud agradecida de los moros vencidos. ¿Es que no es ilógica e incongruente la sustancia misma de que se nutre la poesía? El pasaje del Conde ha de ser juzgado como ejemplo poético . El episodio del Conde de Barcelona deberá ser interpretado como el pasaje de la niña de nuef años (40), como el de las dos archas (85), como los de las tomas de Casteio (435) y de Alcocer (553): en función del engrandecimiento moral del héroe, como piezas que son de un mismo engranaje estructural. Como preámbulo al episodio nos contaba el autor cómo el desterrado Campeador, por aquellas fechas, merodeaba por las cercanías de Zaragoza. Por todas partes, se nos dice con insistencia, circulaban rumores de las correrías de aquellos hombres del Cid: Fueron los mandados a todas partesque el salido de Castiella asi los trae tan mal. Los mandados son idos a todas partes (954-56). Al Conde de Barcelona le llegan noticias de que el Cid está haciendo incursiones en tierras que le son tributarias, y de que asi los trae tan mal (955); al enterarse se sintió muy ofendido: Legaron las nuevas al conde de Barcilonaque mio Cid Ruy Diaz quel corrie la tierra toda; ovo grand pesar e tovos lo a grand fonta (957-59). De esta manera el autor ha presentado en escena a un conde que se mueve a actuar motivado por unas noticias, unas acusaciones contra el Cid. Recuérdese que el rey Alfonso desterró al Campeador debido también a ciertas acusaciones de enemigos malos (9). El Conde de Barcelona era un hombre obstinado y no poco jactancioso; a las presentes acusaciones sumó sus propios rencores de agravios pasados, de los que nunca obtuvo la debida reparación. Pensó, pues, que había llegado la hora de salir al encuentro al exiliado castellano y hacerle pagar por los anteriores ultrajes, al tiempo que sofocaba definitivamente a aquel puñado de vagabundos que merodeaban por su territorio: El conde es muy folon e dixo una vanidat:«¡Grandes tuertos me tiene mio Cid el de Bivar! Dentro en mi cort tuerto me tovo grand: firiom el sobrino e non lo enmendo mas. Agora correm las tierras que en mi enpara estan; non lo desafie nil torne enemistad, mas quando el melo busca ir gelo he yo demandar!» (960-66). El Conde, como otros antagonistas de la Gesta , está lejos de parecer un fantoche irresponsable y temerario. El temerario, en literatura, es autodestructor, y su derrota no repercute en la gloria del vencedor; al autor de Mio Cid le importaba mucho glorificar a su héroe. Los enemigos de guerra del Cid eran hombres calculados; se mueven a pelear por razones convincentes, como las que expone el Conde de los asaltos del Cid a su honra y sus tierras. Eran adversarios fuertes, ricos en pertrechos y hombres; a don Ramón le obedecían y por él luchaban largas filas de moros y cristianos: Grandes son los poderes e a priessa se van legando;gentes se le alegan grandes entre moros e christianos. Adeliñan tras mio Cid el bueno de Bivar, tres dias e dos noches penssaron de andar, alcancaron a mio Cid en Tevar y el pinar; asi viene esforcado que el conde a manos sele cuido tomar (967-72). El autor, a lo César, sabía que cuanto mayor fuese el poder del enemigo, tanto mayor mérito reportaría destruirlo. Los del Conde creyeron segura la victoria. El Campeador, entre tanto, andaba afanado en sacar ganancias de acá y de allá, por valles y sierras; se enteró de que el Conde de Barcelona andaba por allí cerca, dispuesto a presentarle batalla. Le mandó recado de que no entraba en sus planes saquear las tierras que tributaban al catalán: Mio Cid don Rodrigo trae ganancia grand;dice de una sierra e legava a un val. Del conde don Remont venido l'es mensaje; mio Cid quando io oyo enbio pora alla: «Digades al conde non lo tenga a mal; de lo so non lievo nada, dexem ir en paz.» (973-78). El lector no podría esperar que el Conde de Barcelona creyera en la palabra de aquel de quien el monarca había desconfiado hasta el extremo de proscribirle. Don Ramón, como don Alfonso, se dejó llevar, en cambio, de las acusaciones de algunos malos mestureros (267): Respuso el conde: «¡Esto non sera verdad!Lo de antes e de agora todom lo pechara; ¡sabra el salido a quien vino desondrar!» (979-81). El autor de la Gesta , atento siempre a justificar la rectitud interior de su héroe, lo sitúa ahora en circunstancias de una guerra, a la que se veía forzado desde el exterior: Tornos el mandadero quanto pudo mas;Essora lo connosce mio Cid el de Bivar Que a menos de batalla nos pueden den quitar (982-84). El Cid, pues, se decidió a reunir a sus hombres para arengarlos y presentarles sus planes estratégicos. Ellos no contaban más de un centenar, y habrían de enfrentarse con tropas muy numerosas. Para ganar, cada uno de los del Cid habría de poner fuera de combate a tres de los del Conde. Para conseguirlo harían que éstos se lanzaran al ataque cuesta abajo, precipitándose montados sobre sus sillas coceras. De esta manera, cuando los del Cid hirieran y derribaran a un caballo, los que seguían se tropezarían y atropellarían unos con otros, quedando impedidos entre cinchas y correajes: «¡Ya cavalleros apart fazed la ganancia! A priessa vos guarnid e metedos en las armas; el conde don Remont dar nos ha grant batalla, de moros e de christianos gentes trae sobejanas, a menos de batalla non nos dexarie por nada. Pues adellant iran tras nos, aqui sea la batalla; apretad los cavallos e bistades las armas. Ellos vienen cuesta yuso e todos trahen calcas, e las siellas coceras e las cinchas amojadas; nos covalgaremos siellas gallegas e huesas sobre calcas. ¡Ciento cavalleros devemos vencer aquelas mesnadas! Antes que ellos legen a[l] laño presentemos les las lancas; por uno que firgades tres siellas iran vazias (985-97). Se entabla la batalla. Los hombres del Cid proceden según los planes fijados por su caudillo. Hieren, derriban, vencen. Curioso: en toda esta escaramuza no se habla de muertes o de sangre, como en las batallas contra los moros. El peso de la acción gravita en el hecho de desmontar a los caballeros de don Ramón y de despojar a éste de su espada Colada, más el rico botín. Da la impresión de que en esa batalla, más que la vida o la muerte, se ponían en juego el honor y la honra, cristalizados, como siempre, en las muchas riquezas ganadas. El propósito de la pelea lo había enunciado el Conde: ¡sabra el salido a quien vino desondrar!» (981);y lo confirmó el Cid: ¡Vera Remont Verengel tras quien vino en alcanca (998).El autor condensó el propósito de la batalla como lance de honor: i bencio esta batalla por o ondro su barba (1011).Ni siquiera se nos dice qué se hizo con los hombres del Conde. La atención se enfoca sobre éste, quien en calidad de prisionero fue conducido por el propio Campeador a su tienda: priso lo al conde, pora su tie[nd]a lo levava (1012).El Cid comisionó a hombres de su confianza a que guardaran a don Ramón. El salió luego de la tienda6 a ver venir a los suyos, por todos lados, cargados con ricas ganancias. Allí, al aire libre, se juntaron todos a festejar la victoria, y ofrecieron al Cid una gran comida al fuego. En la tienda el prisionero no podía aguantar su rencor. Los hombres del Cid se acuerdan, en medio del banquete, del distinguido prisionero y le llevan y sirven de aquella buena comida: aduzen le los comeres, delant gelos paravan (1019).El Conde, muy folon , insultando a todos, se negó a probar bocado: «¡Non combre un bocado por quanto ha en toda España,antes perdere el cuerpo a dexare el alma pues que tales malcalcados me vencieron de batalla!» (1021-23). Don Ramón prefería morir a verse prisionero, en recuerdo de su humillante derrota. Los criados contaron al Cid lo que pasaba. Este entra entonces personalmente en la tienda con ánimo de persuadir al Conde a que coma. Le ofrece su pan y su vino. Le explica que si no quiere morirse de hambre dentro de la cárcel, habría de comer: Mio Cid Ruy Diaz odredes lo que dixo: «Comed, conde, deste pan e beved deste vino; si lo que digo fizieredes saldredes de cativo, si non, en todos vuestros dias non veredes christianismo» (1024-27). En estas palabras del Cid puede verse un tono de jovialidad y camaradería y una intención de reconciliarse con el prisionero. Recuérdese que compartir el pan y el vino es el signo de comunión cristiana. Pero el Conde no cedería fácilmente; era de veras muy folon .7 Rehusó, endurecido, esa señal de amistad, como había rehusado anteriormente creer en las intenciones del Cid (v. 979). Don Ramón seguía prefiriendo la muerte a la prisión; el Campeador no le había ofrecido nada que pudiera hacerla cambiar de sentimiento: Dixo el conde don Remont: «Comede, don Rodrigo, e penssedes de folgar,que yo dexar m'e morir, que non quiero comer» (1028-29). Don Ramón hablaba en serio. Tres días pasaron, y él sin probar la comida. Los demás seguían celebrando la victoria; él, en prisión. Mientras esas circunstancias no cambiaran, él no mudaría de propósito: Fasta tercer dia nol pueden acordar; ellos partiendo estas ganancias grandes nol pueden fazer comer un muesso de pan (1030-32). El Cid llegó a preocuparse, al temer que el Conde se le muriera en la cárcel si continuaba sin comer.8 Con el fin de que terminara don Ramón su ayuno, le prometió su libertad inmediata y la de dos de sus hidalgos: Dixo mio Cid: «Comed, conde, algo,ca si non comedes non veredes christianos; e si vos comieredes don yo sea pagado a vos e dos fijos dalgo quitar vos he los cuerpos e darvos e de mano» (1033-35 b ). El Conde de Barcelona no puede dar crédito a sus oídos; no esperaba tal rasgo de liberalidad en el Cid, dada la opinión que de él tenía. La agresividad del folon se amansa; maravillado, comenzó a alegrarse: Quando esto oyo el conde yas iva alegrando:«Si lo fizieredes, Cid, lo que avedes fablado, tanto quanto yo biva sere dent maravillado» (1036-38). El Cid Campeador también se alegra y reafirma su promesa: «Pues comed, conde, e quando fueredes yantadoa vos e a otros dos dar vos he de mano (1039-40).9 Muchos son los críticos que han querido ver en las reiteraciones del comed del Cid una burla sarcástica del Conde, agravada por la testarudez de este último en rehusar.10 ¿Bajo qué canon literario era burla ofrecer pan y vino al prisionero hambriento? Bajo todos los cánones convencionales es una obra de misericordia. Uno de los críticos, J. Horrent, se mostraba poco satisfecho con la interpretación general y se preguntaba si el Conde no estaría tratando de conseguir algo del Cid: «La alusión inhabitual que la Gesta hace a la comida parece indicar que ésta ha sido marcada por un incidente insólito. ¿Quizá que el conde amenazara con no comer si sus instancias no eran escuchadas?»11 Exactamente. Es cierto que la alusión a la comida era «inhabitual», al menos en las literaturas romances, por lo que hoy conocemos. Es cierto, también, que había sido marcada por un incidente insólito: la derrota a cargo de los malcalzados del Cid y el consecuente encarcelamiento. Asimismo lo es que el Conde de Barcelona trataba de coercer, de amenazar al Cid con su ayuno, si no escuchaba sus instancias. ¿Qué instancias eran ésas? Una vez que el Conde se decidió a comer sin titubeos cuando le fue prometida la libertad, hemos de deducir que era libertad o muerte lo que él deseaba. Vayamos ahora por partes en el replanteamiento del ayuno del Conde, o, si se prefiere, de su huelga de hambre. No encontramos, evidentemente, con un caso del uso del ayuno como medio de coerción para obtener la libertad; fue, además, un medio muy eficaz. El uso del ayuno como medio coercitivo contaba con unos antecedentes viejos y largos en la India y, entre los países europeos y cristianos, en Irlanda, con la peculiaridad de que en ambas sociedades ese ayuno adquiría reconocimiento legal, de manera que el ayuno contra un individuo obligaba a éste, bajo ley, a atender la petición del ayunante. No se sabe que en España o el resto de Europa, excepto Irlanda, tal tipo de ayuno fuera reconocido en las leyes del estado.12 No obstante, la práctica del ayuno coercitivo era conocida por sus muchos casos en las vidas de los santos irlandeses, de donde se extendió a romances arturianos, no faltando ejemplos de ese ayuno en el viejo francés. Realmente, el ayuno como medio de conseguir el inferior algo del superior es perfectamente congruente con el sentir biblicocristiano. A lo largo de la Biblia y la tradición cristiana se da a entender que el ayuno es el último recurso de la criatura inerme para conseguir lo que quiere de su omnipotente Creador. Por ejemplo, se dice en el libro de Judit (4, 11-12) que Eliaquín, sacerdote magno del Señor oirá vuestras preces si permanecierais por algún tiempo en ayunos y oraciones en su presencia.» En uno de los evangelios apócrifos, el Protoevangelio de Santiago , se nos cuenta que Joaquín, el esposo de Ana, temeroso de no tener descendientes, se fue al desierto y se escondió de su mujer; levantó una tienda y ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, diciéndose: «No descenderé ni a comer ni a beber hasta que el Señor mi Dios me visite; la oración será mi alimento y mi comida.»13 De san Enda de Arran se cuenta haber dicho estas palabras: «No dejaré de ayunar hasta que Dios me conceda mi petición triple.» Tiene uno la impresión de que el ayuno viene a ser un arma eficacísima para conquistar al Dios de los Cielos.14 Por analogía, pudo desarrollarse entre los irlandeses la práctica del ayuno como coerción contra los poderosos de la tierra. Estos poderosos, por su parte, no podrían negarse ante lo que el mismo Dios se doblegaba. San Cadoc de Llancarvan emprendió en una ocasión un ayuno contra el jefe de una pandilla de enemigos, quien pronto cedió a los ruegos del santo.15 En los romances arturianos la práctica del ayuno se secularizó más y más. La comida llegaba a rehusarse a veces por razones bastante triviales, pero no por eso dejaba de surtir efecto. Por ejemplo, en un romance latino sobre los reyes Arturo y Gorgol se refiere que, estando este último contando una historia, quiso interrumpir la narración y parar a comer, pero Arturo se negaba a comer hasta haber oído el resto; «aunque todos los dioses del cielo -decía- clamasen: "¡Baja, Arturo, y come!", no bajaría ni comería hasta enterarme de lo que resta».16 Como referí antes, también en la literatura francesca medieval se encuentran casos de ayunos coercitivos.17 A la luz, pues, de esta tradición literaria obtiene respuesta afirmativa la citada pregunta de J. Horrent. El episodio del Conde de Barcelona se nos hace inteligible y significativo como adaptación lograda de ciertas tradiciones, formando como una galería con las otras adaptaciones del timo de las arcas y del león reverente, estudiadas también en estas páginas. En el texto de la Gesta era evidente la hostilidad del Conde, que a todos sosañava (v. 1020); su decisión fue de no probar bocado mientras siguiera encarcelado por aquellos malcalzados, que le habían derrotado: pues que tales malcalcados me vencieron de batalla (1023).Donde dice me vencieron de batalla debe entenderse: «me retienen como prisionero de guerra». Si la razón del ayuno hubiera sido la derrota en sí, el Conde no hubiera comido nunca; de hecho comió al prometerle el Cid la libertad. El Conde de Barcelona, qué duda cabe, se portó como auténtico folon hasta el final, y lograría por el ayuno doblegar la voluntad de aquel ante quien había sucumbido por las armas. El Cid le pondría, sí, en libertad, mas no le habría de devolver nada de los bienes perdidos. Y le dio una razón: la necesidad que de ellos tenía para mantener a sus hombres: mas quanto avedes perdido e yo gane en canposabet, non vos dare a vos un dinero malo, mas quanto avedes perdido non vos lo dare ca huebos melo he e pora estos mios vassallos que conmigo andan lazrados, ¡e non vos lo dare ! (1041-45). El Cid entra en un tono de lamentación confidencial, tratando de explicar al Conde lo duro de su situación: Prendiendo de vos e de otros ir nos hemos pagando;abremos esta vida mientra plogiere al Padre santo, commo que ira a de rey e de tierra es echado» (1046-48).18 El Conde de Barcelona pareció comprender; no le importaba que el Cid se quedara con todo el botín de guerra. Contento con su libertad, pidió agua para las manos; los criados, contentos a su vez de ver comer al Conde, se la traen prestos: Alegre es el conde e pidio agua a las manos,e tienen gelo delant e dieron gelo privado (1049-50). Para mí que el autor de la Gesta trató de pintar a un conde de recia voluntad, y lo consiguió; a la vez quiso dotar al noble de exquisitos modales, pues, a pesar del hambre, no se olvidó de lavarse las manos, y lo consiguió. El autor logró, sobre todo, dar a contemplar a un Cid lleno de valor y de bondad, compasión y justicia, hasta el punto de que convenció de su honradez incluso al más obstinado de sus enemigos. Reconciliados ya el Campeador y el Conde, el diálogo seguía entre ellos con tonos de humor jovial y amables indirectas; bromas entre camaradas que se divierten con tomaduras de pelo, por el estilo de las entrecruzadas por Martín Antolínez y Raquel y Vidas, por Raquel y Vidas y el mismo Cid; divierten al público sin zaherir al personaje. Al Campeador le daba gusto ver comer a don Ramón y a sus dos hidalgos: ¡Dios, que de
buen grado (1052) comían! El Cid no ruega: obliga a su huésped a comer todo lo que él creyera
necesario; tras el prolongado ayuno, no le dejaría marchar si no era bien comido: Aquel conde folon se tornó voluntarioso y agradecido: Aqui dixo el conde: «¡De voluntad e de grado !» (1056).Aquel conde, que no podía olvidar las viejas injurias del Cid, se acordaría para siempre del buen sabor de todo aquello: Del dia que fue conde non yante tan de buen grado,El sabor que dend e non sera olbidado» (1062-63). El magnánimo Cid, que le dijo que no le devolvería nada en absoluto de las ganancias del botín, no escatimaría en arrear ricamente a sus huéspedes a la hora de partir: Dan le tres palafres muy bien enselladose buenas vestiduras de pelicones e de mantos (1064-65).19 Es más: en insuperable rasgo de cortesía, acompañaría al Conde y a sus dos hidalgos, personalmente, hasta el término del campamento, donde se despidió de ellos: El conde don Remont entre los dos es entrado;fata cabo del albergada escurriolos el Castelano (1066-67). El Cid, generoso en sus obras, se muestra bromista en sus palabras; da las gracias al Conde por las ganancias que le proporcionó la pelea, recordándole que si algún día se volvía a encontrar con fuerzas (ya que de vez en cuando le daban impulsos de venganza), podrían tornar al combate, a ver quién ganaba: «¡ Hya vos ides, conde, a guisa de muy franco !20 ¡ En grado vos lo tengo lo que me avedes dexado ! Si vos viniere emiente que quisieredes vengalo si me vinieredes buscar fallar me podredes; e si non, mandedes buscar; o me dexaredes de lo vuestro o de lo mio levaredes algo» (1068-73). En respuesta, el Conde adopta un aire agridulce, como el del Cid; éste podía estar tranquilo por lo que a él tocaba: «¡ Folgedes, ya mio Cid, sodes en vuestro salvo ! Pagado vos he por todo aqueste año, de venir vos buscar sol non sera penssado» (1074-76). Y sigue el comentario del juglar, que hace resaltar las prisas del Conde por salir de aquellas tierras, y su fondillo de miedo y de sospechas: ¿y si se arrepentía el Cid de dejarlos ir en paz? Fina penetración del autor en el alma de sus criaturas: Aguijava el conde e penssava de andar;tornando va la cabeca e catandos atras, miedo iva aviendo que mio Cid se repintra (1077-79). Y el autor, que también conoce muy bien, íntimamente, al Cid, hace saber a todos que éste era un hombre leal, digno de la mayor confianza: lo que non ferie el caboso por quanto en el mundo ha-una deslea[l]tanca- ca non la fizo alguandre (1080-81). El Cid Campeador logró ablandar la furia del Conde de Barcelona por medio de su bondad y su generosidad, las mismas cualidades que en el Cantar de las Bodas ablandarían la ira del monarca. La justificación del Cid a los ojos del Conde es el preámbulo de su justificación ante los del rey. El episodio del Conde no es, pues, un entremés extraño y chocante en la Gesta ; su tema es el tema de la obra total: la justificación del Campeador, la exaltación de su valor y magnanimidad. Don Ramón es un personaje convincente, en su testarudez y en su dignidad; su huelga de hambre es el primer ejemplo en Occidente, que yo sepa, de resistencia pasiva con fines políticos de libertad. Los precedentes literarios de mayor o menor analogía eran numerosos. Esperemos poder encontrar más; de todas maneras, es un tema que merece mayor investigación. El Cid Campeador se condujo en todo como hombre de estatura ejemplar. Su patrón de conducta se encuentra en las Escrituras, donde se dice de Dios que «resiste a los soberbios y concede su gracia a los humildes» ( Santiago , 4, 6; 1 Pedro , 5, 5); se encuentra en la Eneida (6, 851-53): «Atiende tú, Romano, a gobernar a los pueblos con tu imperio; éstas serán tus artes: imponer las normas de paz, perdonar a los vencidos y debelar a los altaneros.» Nuestro Berceo alabaría a un buen obispo por ser «león para los bravos, a los mansos cordero» ( Milagros , 314 b ). Más tarde, en sus famosas Coplas por la muerte de su padre , Jorge Manrique elogiaba así al maestre: ¡ Qué benjno a los sujetos ! ¡ A los bravos e dañosos, qué león ! (est. 26).21 El episodio del Conde de Barcelona es un verdadero exemplum en el concepto medieval que definía Juan de Garland: «dicho o hecho de alguna persona real digno de imitación»; cuenta, además, con la característica de servir del ilustración al carácter de los personajes, concretamente aquí de don Ramón y de Rodrigo Díaz de Bivar. |
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