SOBRE EL "PLEBERICO CORA
ÇON" DE CALISTO
Y
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Cuando a Blanco White, en 1824, se le ocurrió decir que La Celestina
era toda ella "paño de la misma tela," atribuyendo así a Rojas la
autoría del Acto I, sembró unos vienticillos que engendraron las
tempestades que han venido azotando a la crítica durante siglo y
medio. Tan agitados siguen aún los ánimos sobre la cuestión de la
unidad o pluralidad de autor en la Tragicomedia , que incluso textos
muy cortos, reconocidamente difíciles y oscuros, han provocado
polémicas entre los partidarios de uno y otro bando. No hace mucho
Francisco Ruiz Ramón se sumaba al campo de Blanco White sin otros
pertrechos que los de dos vocablos: pleberico coraçon . No se hizo
esperar mucho la réplica de Keith Whinnom, quien expuso la futilidad
del argumento de Ruiz Ramón, por estar basado en un texto empleado
como pretexto. Aun más recientemente James R. Stamm, sin tan marcadas
tenedencias sobre la autoría, nos volvió a llamar la atención sobre la
misma frase, y al pleberico coraçon, tradicionalmente atribuido a
Melibea, le asignó un nuevo y, al parecer, más lógico dueño: el propio
Pleberio. N
La inquietud de la crítica nos demuestra que el pleberico coraçon sigue palpitando desasosegadamente en La Celestina . No es mi fin primario el de abordar el tema de la autoría -- cuestión que debe ser conclusión de cualquier argumentación, y no punto de partida --, sino el de formular un más certero diagnóstico sobre ese corazón, tras examinarlo dentro su cuerpo; para ello me valdré de la explicación el texto en su contexto, a la luz de las fuentes literarias, a tono con el estilo y los gustos estéticos de la época en que se escribió La Celestina , con el debido reajuste filológico, sintáctico, estilístico y conceptual. El texto --hemos de reconcerlo--, es intrigante, y su importancia, obvia: se encuentra al comienzo de la acción dramática, lugar en el que los escritores suelen esmerarse por lograr captar la atención y ganarse la admiración de su público; lugar el más apropriado para la insinuación. Recordemos, para reconstruir la escena, que Calisto acaba de ser ásperamente rechazado de Melibea. El amante se duele, se lamenta y da órdenes destempladas a su criado Sempronio:
He transcrito la lectura de la edición de Burgos 1499, la más antigua y más autorizada de las que hoy conocemos; entre corchetes he intercalado la variante pleberio , perteneciente a la edición que se cree de Zaragoza 1507. Permítaseme aclarar desde un principio que la variante pleberico - pleberio carece de la mayor importancia. En latín coexistían las formas hespericus y hesperius , doricus y dorius ; en el castellano de la época del autor de Acto I, el Marqués de Santillana usó academios por académicos; Juan de Mena, Omeria por homérica. Herrera empleó arabio por arábico. N Si esta variante es intranscedente desde el punto de vista lingÜístico y conceptual, no lo son las otras muchas que se han dado en el párrafo transcrito; difícilmente encontraremos otro en la La Celestina , en el que los editores hayan ensayado con más ahínco su bisturí enmendador a lo largo de cuatro siglos, desde las editores de Toledo, Sevilla, Salamanca (1502?) y Roma (1506) hasta Menéndez Pidal en 1918:
La enmienda de Menéndez Pidal fue propuesta sobre la base de que no existían los médicos Eras y Crato, base que se ha probado errónea. Como he explicado y documentado ampliamente en el ensayo aquí incluido, "Heras e Crato medicos", de Eras no sólo sabemos que era "médico celebérrimo," sino que su especialidad era la vista; a él acude Phrige en el Epigrama de Marcial, pues a causa del mucho beber había perdido la visión de un ojo y tenía el otro legañoso. ¿Quién, pues, más apropriado que Eras para comprender la ceguedad de Calisto? Y ¿quién mejor que Crato comprendería su mal de oídos, su necesidad de silencio? Sabemos por Celso que se hizo famosa la receta de Crato para el tratamiento de oídos. La piedad de silencio implorada por Calisto estaba lejos de ser un sinsentido; era sí un arrebato lírico del histérico amante, con un genetivo de materia ( de silencio ) por un adjetivo (silenciosa), es decir: piedad que en el silencio inspiras. Establecida así la corrección de la lectura de la edición de Burgos 1499, así como la propiedad y correspondencia conceptual Eras e Crato con piedad de silencio, hemos de concluir que la triple relación --Erasístrato-Silueco-Pleberio-- que forzaron con sus enmendaciones algunos editores tardíos, tras admitir que fue ingeniosa, ha de rechazarse por espuria. Veamos, no obstante, las explicaciones de los defensores de las enmiendas. La referencia a Seleuco, propuesta y defendida desde muy antiguo --pero tres cuarto de siglo después de la edición de Burgos 1499?--, por el editor de Salamanca 1570, que se basó a su vez en su desconocimiento de Eras e Crato, deslumbró a muchos críticos. Valerio Maximo contaba la anécdota como un paradigma de piedad paterna: el médico Erasístrato descubrió que la enfermedad que aquejaba a Antíoco, hijo del sátrapa Seleuco, era que se había enamorado locamente -- infinito amore-- de su madrastra. El médico se lo hizo saber a Selueco y éste le cedió al hijo su esposa en matrimonio. Según quiere Martín de Riquer, la anécdota
Para mí, la asociación del caso de Calisto y Melibea al de Antíoco y su madrastra es bastante desafortunada. Nos obliga a creer que los primeros lectores el ACTO I, familiazarizados en el siglo XV con la leyenda de Valerio Maximo, se imaginarían en seguida que Calisto estaría enamorado de su madrastra, y a la vez, que Melibea era la esposa de Pleberio, pues no es sino hasta muy tarde que se menciona a aquél como su padre de ésta. Si la anécdota del romano era memorable, lo era por razón del parentesco que unía a los personajes. Y eso es lo que consecuentemente, por asociación, le vino a la mente a Miguel Marciales:
Parece, a veces, como si los críticos, por prurito de erudición, trataran de alejarnos de uno de los textos más originales de nuestra literatura, para cercarnos a otros que le son muy inferiores en calidad. ¿Creeran, pues, los primeros lectores que Pleberio era el padre de Calisto, como para lograr mayor semejanza con la anécdota de Valerio Máximo? Sin duda que fue la frase pleberico coraçon , interpretada por tantos editores como referida a Pleberio, padre de Melibea, la que movió a éstos a sus ingeniosas enmendaciones y explicaciones. Tal interpretación fue como una llave de contacto que puso en marcha un movimiento centrífugo, que cada vez se alejaba más del Acto I para acercarse --¿identificarse?-- a obras extrañas. Evidentamente los caballos de esa fuerza centrífuga se lanzaron a una carrera desenfrenada. Hemos de volver a la lectura original, al punto de partida, "sin cambiar un ápice del texto," como aconsejaba Miguel Marciales; pero no del texto de Salamanca 1570, sino del primero, del de Burgos 1499, con el que coiciden los otros dos de la Comedia, Toledo 1500, Sevilla? 1501. Tratemos en lo posible de replantearnos la cuestión textual ab ovo, como se la replantearía Rojas, prescindiendo de notas de editores como Cejador y Frauca, en las que se nos instruye a interpretar el pleberico coraçon como
Lo curioso es que el anotador propone tal interpretación en contra de lo que el buen gusto dictaría; la juzgaba como espumarajo humanístico:
¿Qué interpretación daría a pleberico coraçon Rojas y aquellos lectores de las ediciones primitivas, que no disponían de puntuación o notas al pie de página? De haberse tratado de adjetivos tales como mariano, paulino, josefino, etc., les habrían resultado fácilmente reconocibles, por lo común que eran los nombres propios María, Pablo, José, de que se derivaban. Ahora bien, pleberico o pleberio no podía hacer referencia a ningún nombre propio pues, como tal, Pleberio era del todo inusitado. He buscado por todas partes, y confieso no haber podido documentar tal nombre por ninguna. Por ello algunos críticos proponen que el lector debe esperar hasta el acto XII, cuando Pleberio aparece en escena, para entonces, por fin, comprender. Los que nos obligan a interpretar pleberico como derivado de Pleberio, nos fuerzan a una retrolectura, es decir, a una lectura marcha atrás, contra la que muy justamente protestaba J.R. Stamm:
Leer así, es obviamente absurdo, como absurdas son las interpretaciones que tal lectura inspiró a los diversos comentaristas y enmedadores. El buen lector es el que lee en la dirección de Rojas, cuando a sus manos llegó el manuscrito anónimo. Para Rojas y los lectores del siglo XV, época de grandes innovaciones y fluctuaciones lingÜísticas, se hacía obligada la asociación de pleberico-pleberio con plebe y plebeyo. El adjectivo PLEBEIUS, del latín clásico, dio en castellano "plebeyo," forma empleada en aquella época por Villena, Santillana y Lucena, en alternancia con la forma, al aprecer más italianizante, "plebeo." N PLEBEIUS se oponía entre los latinos a PATRICIUS, como la plebe al patriciado en la estructura social de su comunidad; bajo una estructuración religiosa, se empleaba ampliamente el sutantivo PLEBERIUM para designar a la "plebe cristiana," a los fieles sin dignidad eclesiástica. Y entre otras muchas fornmas adjetivales afines, se documenta en el latín de la época de la Celestina la de PLEBERIUS, que sirve para caracterizar al hombre lego o que carecía de dignidad ( sine dignitate), bien social, eclesiástica o moral. Se trataba de una variante de PLEBEIUS. N Según esto ha de legitimarse la equivalencia pleberico-coraçon plebeyo-corazón, asociación que espontánea y necesariamente hubieron de entender Rojas y los lectores de Acto I; asociación que, de no habernos distraído el nombre propio Pleberio dado por Rojas al padre de Melibea, entenderíamos hoy todos nosotros sin la mayor dificultad; es, además, la asociación que reclama la sintaxis, el concepto contextual y el análisis literario comparativo. Volvamos, pues, definitivamente al texto y leamos:
en cuyo caso, como salta a la vista, se debilita la ilación lógica, y lo que es más elemental, el régimen gramatical. En la interpretación tradicional los problemas textuales se complicaban tanto, que K. Whinnom, muy experto en tales materias, llegó a proponer:
El crítico, tratando de poner el dedo en la llaga, prescribía un remedio demasiado drástico, como si se tratara de un corazón ya del todo deshauciado. Los críticos medievalistas hemos de mantener y respetar a toda costa los textos, sin mutilarlos o sustiturlos; sobre ellos versa nuestra ciencia y, si los mutilamos, nos hacemos el hazmereír de los demas científicos. Calisto, desesperado, imploraba inspiración que, en aquellas tinieblas y aquel silencio, la detuviera de darse la muerte. Su plegaria no fue en vano, pues no se suicidó, e incluso lograría alcanzar, más tarde, la unión con su amada. Calisto, rechazado de Melibea, se creía de corazón plebeyo, sin nobleza y sin hidalguía, conceptos expresados de múltiples maneras en el contexto: inmirito , triste, desdichado, espiritu perdido. Melibea, la dama de sus sueños, acababa de llamarle torpe , le acusó de buscar ylmcito amor, y le amenazó con pagarle como se merecía su loco atreumiento: tal hombre como tú...tal mujer como yo. Cuando Sempronio, un poco más adelante, le preguntó a su amo por qué lloraba, le respondió éste:
En Pamphilus, por ejemplo, el protagonista confiesa que su amada es mas noble y más rica que él:
Que coincide con lo que el Arcipreste de Hita ponía en boca de don Melón:
Hemos de reconocer que ningún otro vocablo existía en el idioma más apropriado que plebeyo para expresar la distancia social. En las obras de la época no estaba del todo claro que la amada fuera en realidad de mayor dignidad y nobleza que el amante; pero así lo era, si así a éste le parecía. Con ello se intensificaba literariamente el delirio amoroso. De nuestro Acto I, decía María Rosa Lida:
Es, en realidad, el mismo Calisto quien se lo explicaba a Pámeno:
Pues bien; es curioso notar que los personajes de Andreas Capellanus aparecen identificados exclusivamente como plebeius, plebeia, nobilis, nobilior, términos que se repiten hasta la saciedad. De tener razón Deyermond, se explica que el autor del Acto I operaba bajo el influjo de su fuente latina al referirse al corazón de Calisto como pleberico, pleberio, es decir, plebeyo. Fernando de Rojas, como confiesa l mismo, encontró el Acto I "que no tenía su firma del autor." Y explica que admirado de
El autor del Acto I había demostrado su creencia en la fuerza y magia del nombre propio, yacente en su etimología. Cejador y Frauca nos ha explicado debidamente la interretación de los nombres de Calisto, "hermosísimo," Melibea, la de voz melosa dulce " (I, 31-32) y Celestina: "Kalistos", De Celestina dice que procede de " quasi scelestina a scelere, por ser malvada, alcahueta embustidora," de acuerdo con la explicación de Covarrubias (I, 58). Los juegos etimológicos han cautivado a los escritores de todas las épocas, particularmente a los medievales y a los humanistas. Especialmente en el suelo hispánico se ha cultivado como en ningún otro lo que Gracián llamó la "agudeza nominal." Fue un juego etimológico lo que llevó al primer enmendador de Toledo 1502? a trocar de silencio por celestial, con el fin de lograr en la misma línea una alusión doble: a Pleberio y a Celestina. Tal juego de palabras aparece en La Lozana Andaluza :
Obviamente Celestina --como el popular nombre Celestino-- se relacionaba con caelestis -- celestial y no con scelestus . Lo cual quiere decir que a Celestina se le había dado tal nombre por lograr plurivalencia e ingeniosidad entre el significado sugerido y la conducta de la "puta vieja." De modo semajante el nombre Pleberio --derivado de PLEBEIUS-- reflejaba en sí la tensión y la contradicción entre el papel que el padre de Melibea debió ejercer y el que de hecho ejerció. Una vez más nos ilustra el punto María Rosa Lida:
En verdad el lamento final de Pleberio, entremezclado de pomposidad y melindres, era la queja de un padre que había faltado a su deber de custodio y protector de su hija y familia ya que tras notar el bullicio en la cámara de la hija (II, 92), siguió durmiendo. Por fin, la linajuda casa de Pleberio se derrumbó, por ser éste un padre que de patricio no hubiera merecido ni el nombre. Sirva para ilustrar mi explicación un comentario que hace unos años hacía Peter Dunn:
La interpretación aquí propuesta de pleberico coraçon la he justificado bajo los más sanos criterios de la endocrítica: respeto absoluto al texto trasmitido, y su análisis en función del contexto circundante y global. Tomando en su valor la palabra de Rojas sobre la autoría ajena del Acto I, he tratado de dilucidar la estructura gramatical del minitexto, su acierto y su plentitud conceptual, su bimembración y simetría artística, su alto valor literario. Espero haber sabido integrar plenamente en el contexto la frase pleberico coraçon en su acepción de plebeyo corazón, a tono con las exigencias de la obra y dentro de las corrientes literarias de las reconocidas fuentes de La Celestina y de las convenciones de la época, y con el apoyo lingÜístico de PLEBERIUS, documentado en el siglo XV. Los comentaristas de La Celestina no han podido demostrar que fuera el de Melibea un corazón pleberico , de esos que pertenecen al papa, o que fuera inspiración silenciosa o de algzn otro tipo la que movió a la joven a escuchar a la alcahueta. Calisto, por el contrario, sí nos dejaría ver su plebeyo corazón, de hombre ordinario y mezquino que pacta con los bajos criados y la facinerosa Celestina, con el fin de lograr sus lascivos fines. Rojas se encargaría de mostrar, en su continuación, que la aparente humillación del protagonista en el Acto I encerraba un fondo profético; Calisto se portaría, de veras, como un inmerito, indigno, loco atrevido, tope, ciego, sordo, desdichado, un plebeyo no óslo de corazón, sino de cuerpo entero. En aquella primera escena, pues, Calisto, rechazado de Melibea, no podía, no quería ya ni ver ni oir, e invocaba a los médicos Eras y Crato que acudieron a sanar sus sentidos corporales; Calisto no podía más e imploraba inspiración que le ayudara a no morir antes de verse unido en vida a su amada. Hablando del valor estilístico de las etimologías, explicaba H. Lausberg que su valor radicaba en
Rojas logró en sus personajes centrales una tensa correlación. Bajo la hermosura del nombre de Calisto anidaba un plebeyo corazón; la melíflua Melibea dejaría a sus padres con amargo sabor de boca al saber que, hipócritamente, había ocultdo a su madre lo que había descubierto a la criada; había perdido la virginidad para terminar suicidándose. Celestina de celestial no tenía nada, sino era para Calisto, que adoraba sus huellas.
"Fernando de Rojas y el primer acto de La Celestina," RFE, 41
(1957), p. 382; en lo sucesivo se dara la página en el texto.
Para mayor información sobre la anicdota de Valerio Maximo, cf.
H. López Morales, ed. La Celestina (Madrid: CUPSA, 1976), pp.
21-22, notas 7 y 8.
Carta al Profesor Stephen Gilman (Mirida, Venezuela, 1975), p.
vi, citado en J.R. Stamm, o.c. , p. 5.
Enrique de Villena, Eneida , B.N. Ms. 1874, f. 54v; Marqués de
Santillana, Cantares y decires , en Obras , ed. J. Amador de los Ríos,
p. 429. Lucena, Libro de vita beata , donde, segzn testimonio de
María Rosa Lida, "alterna ′gentes plebeas′ (pag. 122) y ′plebeya
condición (pg. 137)" (en Juan d Mena , o.c. , p. 286; sobre la
formación de adjetivos, véase allí mismo pp. 255 y passim).
H. Lausberg, Manual de retórica literaria (Madrid: Gredos,
1966-68), II, p. 114. Sobre la tradición literaria del nombre
propio, v. M.R. Lida, La originalidad, o . c ., pp. 434 ss. Pero
ha sido el mismo Rojas el que nos ha dejado un testimonio inquebrantable
de su respeto y cuidado por el nombre propropio, en boca
de Lucrecia, quien tanta "vergÜenca" sentía de pronunciar
Celestina (I, 161).
"Pleberio′s World," PMLA , 91 (1976), p. 431. La bajeza y
mezquindad de Pleberio fue también puesta de relieve por J.A.
Flightner: "If a hierarchy of characters is to be established, it
is Pleberio who can best be regarded as a fitting companion to
Celestina" ( Hispania , 47 [1964], p. 81).
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