VIII. LAS ARCAS DE ARENA Y LA CASUISTICA
¡una deslealtança ca no la fizo a alguandre! (1081)
En los capítulos precedentes he tratado de enmarcar un gran número de los elementos que integran el episodio de las arcas de arena dentro del amplio ámbito de las actividades socio-económicas europeas. Con ello he querido abrir nuevas rutas y encauzar la crítica del Cantar de mio Cid hacia horizontes que hasta ahora no había explorado. El escenario socio-económico del episodio, en su perspectiva europea, ha resultado ser, no el de lóbregas moradas de las aljamas judías, sino el de castillos, palacios y mercados dinámicos y expansionistas. Y en el escenario, una comunidad heterogénea y pluralista, una sociedad burguesa.
En estos tres capítulos que continúan vamos a explorar temas más ideológicos, temas de moral y de tradición literaria. Tengamos presente que en el siglo XII, junto a los mercaderes y prestamistas que afloraron en el complejo social de la burguesía urbana, se destacaban, integrándolo con pareja vitalidad, los juristas, los escritores y los maestros, individuos que practicaron una nueva manera de ganarse la vida; no rezando, o luchando, o trabajando con sus manos como sus antepasados inmediatos, sino hablando, negociando, escribiendo, enseñando. Eran individuos dedicados al oficio de la persuasión {1} Como resultado, la producción intelectual forense y literaria del siglo XII fue impresionante.
Tanto comerciantes como intelectuales encauzaron sus actividades al enriquecimiento, en lo material y en lo espiritual, del hombre, y hombre como ser social {2} Uno de los más ilustres escritores de la época, Alain de Lille, se dirigía a los más productivos de sus contemporáneos, al comerciante y al intelectual, urgiéndoles a que difundiera cada cual sus talentos:
Non minus hic peccat qui condit in agro
Quam qui doctrinam claudit in ore suam (PL, 210, p. 586b) {3}
Cuando el intelectual había sido místico y contemplativo, con él había quedado enclaustrada la doctrina dentro de los fuertes muros del monasterio y del latín. Cuando en el siglo XII el intelectual se contagió del expansionismo del mercader, extrajo la cultura de las celdas monásticas y palaciegas, para desparramarla por las calles y las plazas en el romance paladino, en el que todos sus parroquianos la pudieran comprender y asimilar. El fenómeno de la literatura en romance paladino, que nace y crece primeramente en ambiente y con temas seculares, no puede aislarse del fenómeno económico, de la nueva burguesía seglar que buscaba ganarse la vida con la palabra.
En Castilla, un intelectual de vocación viajera, comercial y expansionista, nos legó la joya más antigua, que hoy se conoce, de nuestra literatura; obra original, sin precedentes, y obra por muchos conceptos magistral. El fenómeno es inexplicable y maravilloso, en una época en que el castellano no existía. El poeta de Burgos tuvo que hacer lengua y literatura a un mismo tiempo. Creó de la nada. Mayor creador no se ha conocido. Lástima que la escuela pidaliana, obsesionada con los hechos de historia, acaparara para sí el Cantar, y se demorara tanto en las inexactitudes y errores. El Cantar de mio Cid es una epopeya, una creación poética, y los poetas, no mienten.
Rudo era, de veras, el vulgar idioma de que nuestro poeta de Burgos disponía. Si es cierto que sin palabras apenas podemos pensar, es un milagro que nuestro poeta pudiera escribir toda una gran epopeya en castellano, monumento al burgalés, como guerrero, como viajero, como negociante, como padre y como buen castellano. Monumento, sobre todo, al escritor desconocido. Afortunado el Cid que, como Aquiles en Hornero, encontró en el poeta desconocido de Burgos tan buen cantor.
La rudeza del lenguaje, no hay duda, aleja a muchos lectores y, por otro lado, ha atraído a algunos críticos. Muchos de ellos, más que admiración, despliegan una intensa visión paternalista y condescendiente, algo así como los que, movidos de caridad, sonríen amorosamente al retrasado mental. De éstos, algunos han puesto de relieve los olvidos de ciertos detalles, otros se han entusiasmado cuando al autor le han creído acertado en algún dato histórico o geográfico, o han notado que ha contado bien las sílabas; otros, para paliar su torpeza, al editar el Cantar, han quitado o añadido palabras a los versos, para que aparecieran con mayor uniformidad. Otros han examinado el arte de la rima, que han juzgado bien lograda en algunas tiradas, incluso han descubierto tendencias hacia la rima interna. Otros han prestado su atención al empleo de las fórmulas lingüísticas, las frases repetidas y los trasplantes de ciertas jergas jurídicas. En el reverso de todas estas condecoraciones es donde observo yo un fondo de compasión por el protopoeta castellano.
Bajo el tosco sombrero del poeta de Burgos se abriga un sutil cerebro. Sus sutilezas son las que han escapado la atención, particularmente, de los antisemitistas. Entre éstos no se fabrican condecoraciones para el poeta de Burgos, su héroe o su público. Entre ellos, por ejemplo, Leo Spitzer no supo disimular su desdén por la moralidad del Cid, por la moral medieval en general: «No hagamos confusiones: la moral medieval no es la nuestra. Para un aristócrata del siglo XI contaba la obligación de pagar mil misas prometidas al abad de San Pedro; no tanto la de pagar 600 marcos a los judíos. Un engaño perpetrado contra judíos, gente sin tierra, era pecado venial, perdonable en vista de la necesidad de ganarse la vida., tantas veces subrayada en nuestro poema. » {4} El autor, muy sabio en materias de filología, se nos volvió demagogo en materias de moral. Se olvidó que el siglo XII se distinguió por la seriedad con que los escolásticos se acercaron a los asuntos del derecho y a los casos de conciencia. Fue entonces cuando, a mediados de siglo, el término teología moral se empieza a usar; fue entonces cuando la jurisprudencia empieza a considerarse, como la teología, ciencia. {5} Florecieron entonces Graciano, con su Decretum, y Pedro Lombardo con su Libri quatuor sententiarurn. Si los antisemitistas quieren hablar de la moral del Cid, si quieren pasar juicio sobre su pecado, si mortal o venial, que se sienten en el confesionario, escuchen el caso y, a la luz de la Teología Moral, juzguen al penitente, ponderen su intención, sopesen sus circunstancias, evalúen su pecado y, de acuerdo, le absuelvan o condenen.
El planteamiento que el poeta hace del caso tiene las típicas características del de un libro de texto, como si lo estuviera haciendo para un tratado de Casuística, por aquella época en que se impone a los fieles la confesión anual. Siendo la intención un elemento esencial en el enjuiciamiento moral de la conducta, el poeta declara, repetidamente, la del Cid de recompensar a Rachel y Vidas; en boca de Martín Antolínez:
por siempre vos faré ricos, que no seades menguados (108)
Y más adelante, personalmente:
mientras que vivades no seredes menguados (158) {6}.
La Casuística estaba llamada a ser como un recetario de la compasión, que determinaba la gravedad de un pecado concreto antes de absolver o imponer la penitencia. La Casuística era un intento de reconciliación de principios absolutos. En el episodio de las arcas se da un intento de síntesis, de orquestación, entre armónica y dísona de un dilema de conciencia: necesidad extrema y hurto. El poeta de Burgos, en su retrato de un Cid ejemplar, de un Cid que nunca cometió injusticia contra nadie (v. 1081), había de plantear un caso en el que la solución del penitente no ofreciera dudas.
Toda la introducción del Cantar va encauzada a demostrar que el Cid Campeador se encontraba sumido en una situación desesperada de indigencia. Entonces, buscando una salida, se le ocurrió llenar unas arcas de arena y hacer creer que contenían ricos haberes. El Cid indujo a Rachel y Vidas a error: les mintió.
Según la Moral, la mentira es en sí pecado venial; la del Cid pertenece a las conocidas como oficiosas, con las que se pretendía lograr algún provecho. Por razones externas la mentira podía llegar a ser pecado graves si acarreaba daños contra la justicia, la caridad., la religión, etc. {7} Quiere decir que en el caso del Cid, la gravedad de su mentira estará en proporción al daño ocasionado a Rachel y Vidas en la sustracción de los 600 marcos.
La sustracción de los bienes ajenos sin contar con la voluntad de su dueño es una acción en sí moralmente condenable. Sin embargo, pueden darse circunstancias que la justifiquen, como las de necesidad extrema. Según Santo Tomás, «en caso de necesidad extrema, todas las cosas son comunes; por consiguiente, es permitido al que padece necesidad tomar de lo ajeno para su sustento, si no halla quien le quiera dar». {8} Que tal sea el caso del Campeador no tiene dudas: creámosle cuando nos dice que ya no puede más:
Espeso he el oro y toda la plata,
bien lo vedes que no trayo haber, y huebos me serie
para toda mi compaña (81-83).
Véalo el Criador con todos los sus santos:
yo más no puedo y amidos lo fago (94.95).
Como indica Santo Tomás y explican los moralistas, le está vedado robar al que pueda socorrer su necesidad pidiendo o mendigando. El P. Lehmkuhl enseña que se puede tomar lo ajeno, sin pedirlo primero: 1) si ya se siente la necesidad realmente extrema; 2) si uno no espera que le den lo que necesita, pidiéndolo; 3) si por razón de las circunstancias resultara muy enojoso pedir. {9} Recuérdese a este propósito cómo el poeta de Burgos se detiene en la exposición de la ira y la prohibición del Rey, y de la decisión de los burgaleses de no socorrer al Campeador:
que a mio Cid Ruy Díaz, que nadi no le diesen posada (25).
Aguijó mio
Çid, a la puerta se llegaba,
sacó el pie del estribera, una ferida le daba;
no se abre la puerta, ca bien era cerrada.
Una niña de nueve arios a ojo se paraba:
NIÑA
¡Ya Campeador, en buen hora cinxiste espada!
El Rey lo ha vedado, anoche d'él entró su carta
con gran recaudo y fuertemiente sellada.
No vos oseriemos abrir ni coger por nada;
si no, perderiemos los haberes y las casas
y demás los ojos de las caras.
Cid, en nuestro mal vos no ganades nada,
más el Criador vos vale con todas sus vertudes santas (37-48).
Vedada le han compra dentro de Burgos la casa
de todas cosas guantes son de vianda;
no le oserien vender al menos dinarada (62-64).
Los moralistas creen igualmente que es permitida la sustracción de los bienes ajenos en caso de la necesidad extrema del prójimo, cuando uno no puede socorrerle con los propios medios. Otros de los elementos destacados en la narración del episodio de las arcas es que, a la necesidad propia, unía el Cid la obligación de cuidarse de su mujer e hijas, de sus servidores y mesnadas (vv. 81-84, ya comentados); el Cid, corno estaba mandado, se limitó a poca cantidad, sólo a lo que había menester:
Mio
Çid querrá lo que sea aguisado,
pedir vos ha poco por dexar su haber en salvo.
Acógensele homnes de todas partes menguados,
ha menester seiscientos marcos (132-35).
Como ya he señalado. 600 marcos eran, de veras, una cantidad módica. Otra condición de la Moral es que los dueños no estuvieran ellos mismos en semejante necesidad.{10} En los capítulos anteriores he destacado el ambiente de opulencia en que se desenvuelven Rachel y Vidas, en el castillo, en un palacio, como mercaderes y traficantes de marcos.
Rachel y Vidas en uno estaban amos
en cuenta de sus haberes, de los que habían ganados (100.101).
Al oír que todo lo que el Cid les pediría sería 600 marcos, responden sin reparos que se los darían de grado (v. 136); tan poco les parecería, que a Martín Antolínez le dieron, para sus propios gastos, 30 marcos (v. 196).
En el planteamiento del caso el poeta de Burgos no sólo no ha omitido ninguna de las circunstancias atenuantes del hurto, sino que se ha demorado en su exposición; un escritor que tan escueto es en otros relatos. Concedamos a Spitzer que el Cid cometiera un pecado venial, pero de ninguna manera aceptaremos que su venialidad se debiera a que Rachel y Vidas fueran judíos; era debido a la necesidad extrema del Cid y los suyos. Para la calificación moral, poco importaba que Rachel hubiera sido abadesa o Vidas obispo. La condición profesional, étnica o religiosa era inconsecuente, en la moral medieval y en la moderna.
El poeta de Burgos logró la presentación de un caso en que los preceptos de no mentirás y no robarás se subordinaban a un principio supremo: en caso de necesidad extrema todas las cosas, cuyo destino primario es la sustentación de la vida, son comunes. Si en el caso había una moraleja, era ésta, no que se pudiera engañar impunemente a los judíos, o que las deudas a los usureros no obligaban, sino la de que en caso de necesidad extrema robar no era pecado. En lo moral medieval y en la moderna. Es más, quien comete el pecado es el que no socorre al menesteroso; éste tiene derecho a adueñarse de lo que aquél tiene la obligación de darle. {11}
¿Y qué sobre la omisión de la restitución por parte del Cid? Esta omisión puede enfocarse bajo el punto de vista literario y de moral. Vayamos por partes. Mucho se ha hablado de la comicidad del episodio, de la burla de los judíos. Ahora bien, lo burlesco sólo seria reconocible al final del Cantar, y sólo por aquellos lectores que se acordaran de las arcas; solamente tras la lectura completa de la obra, podría el lector verificar que el Cid no pagó sus deudas, no cumplió sus promesas. Es evidente que el poeta de Burgos, como cómico, adolece de enorme torpeza, cuando fuerza a su lector a repetidas lecturas del chiste, y dicho con criterio histórico, cuando escribió un chiste que hubo de esperar siete siglos para encontrarle la gracia. Los antisemitistas, bajo el prurito de exhibir su propia ingeniosidad, no se retrajeron de sofocar la del poeta.
No cabe duda que nos es muy difícil escudriñar a tan gran distancia la mentalidad medieval. Pero tengo la seguridad que para el poeta de Burgos y para su público la declaración de la intención era ya garantía del cumplimiento. Digamos, concretamente, que escritor y público concebían al héroe con analogías de economía providencial, en la que Dios ha prometido la gloria a todos los que se esmeran en su servicio, con promesas cuyo cumplimiento no les es fácil comprobar. ¿Quién de ellos lo duda?
El incumplimiento de la promesa a Rachel y Vidas no es, por otra parte, un caso aislado, aunque, por considerarlos judíos, C. Smith juzgara esta omisión «mucho más grave que las otras» {12} Se omite en el Cantar el cumplimiento de la promesa hecha al Rey Alfonso de enviarle la tienda del Rey de Marruecos (vv. 1789-90). Se omite asimismo al cumplimiento de promesas hechas al alcalde Avengalbón en dos ocasiones distintas, por dos importantísimos servicios: la primera, tras haber hospedado y obsequiado esplendidísimamente a doña Jimena, hijas y séquito, camino a Valencia (v. 153(1); la otra, en la Segunda Parte, tras haber hospedado y obsequiado, con no menor esplendidez, a las hijas, sus esposos y séquito, camino de Valencia a Carrión (v. 2641). Se omite asimismo el cumplimiento de la promesa hecha a los humildes vecinos de San Esteban, quienes en unos momentos muy críticos, hospedaron y se cuidaron de las maltratadas hijas del Campeador, tras la afrenta de Corpes, y prodigaron generosidad a Minaya y sus varones. He aquí la promesa:
Afé Dios de los cielos que vos dé [el Cid] dende buen galardón (2855).
Menéndez Pidal catalogó la omisión del envío de la tienda al Rey Alfonso entre los varios olvidos del juglar, atribuyendo la omisión del cumplimiento del pago a Rachel y Vidas a la sobriedad y al laconismo de la narración juglaresca. {13} No es correcto caracterizar como olvido lo que, en realidad, obedece a una actitud sistemática del autor de omitir tales cumplimientos. Además, frente a la narración sobria y lacónica se alzan en nuestro pasaje los ejemplos de las reiteraciones con que se resalta el caso de la necesidad extrema del Cid. La narración es, diría yo, progresiva: que no retrocede a explicar lo que se daba por hecho entre los que aceptaban la buena voluntad, la probada generosidad del Cid. Era injusto que Spitzer contrastara el comportamiento del Cid con el abad de San Pedro y con Rachel y Vidas. Se debió fijar en que los estipendios de misas iban encaminados no tanto a cumplir una promesa, como a asegurar la continuación de un servicio: el hospedaje de doña Jimena, sus hijas y sus damas. Cuando éstas abandonaran el monasterio, cesarían las misivas y los estipendios. {14} Es más, si de algo se debió escandalizar Spitzer fue de que Minaya, que había recibido el encargo expreso del Cid de dar al monasterio 1.000 marcos, entregó al abad sólo 500, dedicando el resto a gastos de lujo: en los mejores guarnimientos que en Burgos pudo fallar (1427). La omisión de la restitución a Rachel y Vidas responde, sin duda, a una técnica narrativa que abarca todo el Cantar. ¿Qué como problema moral? La solución parece clara: quien no cometió pecado al apoderarse de los bienes ajenos, dada su situación de necesidad extrema, no estaba obligado a restituir, aunque años más tarde nadara en la abundancia. {15} La calificación moral del robo no podía estar condicionada a la futura situación del sujeto. El menesteroso tenía derecho a los bienes que sustrajo; estos bienes pasaron incondicionalmente a su propiedad.
Verdad era aquel juicio general del poeta sobre la conducta de su héroe:
¡una deslealtança ca no la fizo a alguandre! (1081).
Deslealtança es 'des-legalidad', falta del cumplimiento de la ley; el Cid, héroe ejemplar, no sólo no faltó a la ley, sino que nos muestra rasgos positivos de generosidad, cuando hasta el último momento aseguró a los prestamistas de su protección y tutela, de su cumplimiento de las promesas.
En la paz de sus laureles de ejemplaridad y poesía descansó el Cid, generación tras generación, hasta finales del siglo XIX; hasta la llegada de los críticos modernos que se afanaron, unos en detectar las inexactitudes históricas del poeta —como si un poeta pudiera mentir—; {16} otros, las aberraciones morales del héroe —como si no hubiera sido éste creado sin deslealtança. Estos últimos son los que, dilatando la Leyenda Negra — tanto más penosa cuanto más erudita y compasiva parecía su pretensión—, han efectuado violentas incursiones en el alma de Mio Cid, hasta despedazarla sin piedad. Su satisfacción se colmaba con poder convencer al lector de que el poeta se equivocó al decir que su héroe no había cometido deslealtança contra nadie. Al héroe han tratado de convencerle de “crueldad deliberada” hacia el Conde de Barcelona, víctima individualizada en la que el Cid descargaba su acumulado odio contra todos los francos en general. De Rachel y Vidas hicieron dos judíos, víctimas individualizadas en las que el Cid descargaba toda su inquina antisemítica. Y así, del Campeador han hecho un digno pharmacos que, sacrificado en aras del subconsciente colectivo moderno de culpabilidad, viene a brindar expiación y catarsis a los críticos. Algunos, como para exculpar al Cid, acusaron a toda la Edad Media de mantener unos valores morales de dudosa aceptación en nuestros días. Como si el Cid, como hombre medieval, no hubiera sabido qué era deslealtança.
Menéndez Pidal nos ha dado una preciosa cita de la Primera crónica general, con la explicación del sentido que los medievales daban al vocablo: «Deslealtança es la cosa del mundo que más destorua a los omnes que la fazen, quanto más sobrel fecho d'amor que se mueue todo sobre fianga e de uoluntad.» {17} Las Partidas explicaban lealtad como «una bondad que esta bien en todo hombre» (Proem... tit. 19. p. 3) {18}
Como la amistad, de que hablé más arriba, la deslealtança era un concepto cargado de reminiscencias forenses, leal es epíteto predicado del Cid en cinco ocasiones; se le aplica al obispo don Jerónimo en una, y en otra a Martín Antolinez. Que leal sea con toda propiedad 'legal', cumplidor de la ley, no podrá ponerse en duda, máxime a la vista de cumplido, predicado igualmente de Martín Antolínez (v. 65), que se aplica, según las Partidas a «el que las [leyes] bien sabe et entiende..., conosciendo lo que ha menester para pro del alma et del cuerpo», (I. 6. t. 1, p. 1).
Leal fue en todo y para todos el héroe; sutil fue su poeta, con la sutilidad característica de un buen escolástico. En estricta moral, no se le exigía al Cid la restitución de los 600 marcos. Literalmente, retroceder a recoger unas arcas de arena, sin valor alguno, hubiera estrangulado la dinámica de una narración que es siempre progresiva. En sana crítica, dudar de la buena fe del héroe y de sus buenas intenciones de recompensar a los prestamistas, es hacer una gran deslealtança al poeta de Burgos; deslealtança en el sentido de la Primera crónica general.
N O T A S
1. Me limito a dar dos fuentes, donde el lector podrá ampliar la bibliografía: F. Le Goff, «Note sur société tripartie, idéologie monarchique et renoveau économique dans la Chretienté du IXe au XIIe siècle»”. Little, Religious Poverty and the Profit Economy in Medieval Europe, especialmente p. 197.
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2. Del humanismo y la cultura antropocéntrica del siglo XII habla Heer, en The Medieval World: Europe 1100-1350, p. 79 y passimi
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3. Citado en Curtius. European Literature and Latin Middle Ages. p. 88: hay referencias a autores de la misma y otras épocas sobre el tópico de la impartición de la cultura.
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4. «Sobre el carácter histórico del Cantar de Mio Cid», p. 109. Quizá debiera aclarar que tengo en gran estima este artículo de Spitzer, que sería mucho mejor sin esa nota al pie de página donde el autor se desahoga con sus reproches al antisemitismo: no venía al caso, una teoría que ni encajaba en la ficción ni es sostenible históricamente.
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5. Little nos informa que el término parece haber sido acuñado por Alain do Lille en 1160 (Religious Poverty and the Profit Economy in Medieval Europe. p. 175; cf. También A. Giuliani. «La logique de la controverse et le droit los romanistes du XIIe et XIIIe siècles».
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6. San Gregorio Magno enseñaba que Dios no se fijaba tanto en el mal que se podía causar cuanto en el que se quería hacer, y que ante los ojos de Dios merecía recompensa el que tenía el arca de su corazón repleta de buena voluntad (cf. referencias en Garci-Gómez, Mio Cid. Estudios de endocrítica, p. 109). Las Partidas caracterizaban de buenos aquellos engaños «que los homes fazen con entención buena» (1. 2. tít. 16, p. 7); cf. también Little, Religious Poverty and the Profit Economy in Medieval Europe, p. 188.
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7. M. Zalba, Theologiae Moralis Summa, II, pp. 1000 ss, especialmente p. 1005; trata ampliamente de la verdad y la mentira.
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8. (2. 2. 32, 7 ad 3), traducción de N. Noguer, en «La propiedad privada y la necesidad extrema», p. 148.
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9. Theologiae Moralis, edic. 12a. (1914), t. I, p. 638, n. 1222 (referencia y texto -que he modificado aquí ligeramente- en Noguer, a. c. , p. 149. El Padre Zalba aclara que el que roba en caso de necesidad extrema, sin haber tratado antes de pedir limosnas, peca, pero no más que levemente, (Theologiae Moralis Summa, II, p. 959).
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10. Sobre la necesidad de socorrer al prójimo en su necesidad extrema y la condición de no poner al dueño de los bienes robados en semejante situación, cf. P. Zalba, o. c , pp. 958-59). 560.
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11. Es doctrina de Santo Tomás, según explica Noguer, que peca quien no socorre en la necesidad extrema que ve («La propiedad privada y la necesidad extrema», p. 144). El mismo articulista (p. 143) nos expone la doctrina del Cardenal Lugo: «la necesidad extrema adjudica al que la padece el derecho de tomar la cosa ajena de modo que, tomándola, adquiera el derecho real, o de la misma cosa o de su uso, conforme exija la necesidad. El dueño, empero, no viene obligado por justicia a dársela, sino por misericordia; más después que el menesteroso, usando de su derecho, la tomó, tiene obligación en justicia de no impedirle el uso ni quitársela”.
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12. «Did the Cid Repay the Jews», p. 522.
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13. Poema de mio Cid, p. 71. Menéndez Pidal no menciona esas otras promesas que el Cid no cumple en la narración, y recapitulaba de esta forma: «el Cid idea el engaño, forzado por la extrema necesidad, 'muy a disgusto (fer lo he amidos), bien lo ve el Criador', y luego, cuando los judíos descubren el fraude y se quejan a Minaya, éste, a nombre del Cid, les ofrece buena recompensa, 1436. Basta esto y sobra. El poeta creería pesadez el pararse a contar cuándo y cómo recompenso a los engañados prestamistas. Es natural; ésa es su habitual sobriedad narrativa, que nos exige una breve digresión para entender bien la comicidad de Martín Antolínez» (En torno al 'Poema del Cid', p. 220). De acuerdo con el maestro se expresaba García Gómez: «Si luego el poeta no se ocupa más del asunto es porque la literatura medieval es mucho más insinuante y menos machacona y lógica que la nuestra. Todo hace suponer que el héroe cumplió, igual que siempre, como bueno, con Raquel y Vidas» («Esos dos judíos de Burgos», p. 227). Casalduero creía completamente falsa la intención de recompensa del Cid, pues éste tenía sus razones para no quererles pagar: «Si el Cid no paga a Raquel y Vidas no es por avaricia o por mezquindad, es porque no quiere; no devuelve el dinero para dar una lección moral a estos dos hombres viles», («El Cid echado de tierra», p. 44). E. Aizenberg, en un artículo reciente, trata de hacernos creer que la razón de que el Cid no pagara a Rachel y Vidas era que éstos eran judíos y, como Pedro el Venerable predicaba, los cristianos debían apoderarse de su dinero para los gastos de guerra contra los Sarracenos («Raquel y Vidas; Myth, Stereotype, Humor», pp. 481-82 y 485, n. 28). A la vista de los documentos que aquí he aducido de lo tardía que es en Europa la aparición de judío sinónimo de usurero, habremos de preguntarnos cuánto tiempo tarda un estereotipo en fraguarse. La autora no nos lo ha dicho, y ha caído en la trampa de creer en la existencia del estereotipo antes de que pueda documentarse el tipo.
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14. Garci-Gómez, Cantar de mio Cid, p. XIV.
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15. Cf. M. Zalba, Theologiae Moralis Summa, II, con referencia a Santo Tomás (2-2 q. 66 a. 7 ad 2) y Lugo (d. 16 n. 171).
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16. El poeta no miente porque su interés no es tanto el de hacernos creer un relato, como el de probar alguna verdad; lo que no comprendieron los críticos historicistas, lo había explicado, hacía tiempo San Agustín, que llamó a la ficción aliqua figura veritatis: «Cum fictio nostra refertur ad aliqam significationem, non est mendatium, sed aliqua figura veritatis” (Quaest. evang. 2, 51; en Patrologia latina, XXXV, col. 1362).
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17. Cantar de Mio Cid, II, p. 623. Montgomery, tras esbozamos su caricatura de un Cid cruel hacia el Conde de Barcelona, llega a la sospecha de que en el siglo XII posiblemente no sería tan mal mirado el burlarse de un prisionero, como en nuestros días; y el único atenuante o excusa que tiene para el Cid, es que no llegó al extremo de crueldad que hubiera podido, de haber querido («The Cid and Count of Barcelona», p. 11). En el ámbito europeo, el trato del Cid a su distinguido prisionero, de guardarle en su propia tienda, de servirle de la mejor comida, de ponerle en libertad, tras la huelga de hambre, y de cargarle de presentes, al despedirse, aunque quedándose con la espada del prisionero y con el fruto del botín, se comprende perfectamente a la luz del comentario general que de la época nos da Heer: «Education in courtly manners eventually had its effects and in the twelfth and thirteenth centuries opponents were captured instead of being fought to the death. The captor took valuable prizes, his prisoners's war-horse, his weapons and his armour, to which was soon added the money from his ransom. But prisoner of lower rank, of another people or another faith were still killed outright like the native peasantry unless they were saved to be hanged on the gallows». (The Medieval World: Europe 1100-1350, p. 16).
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18. Para mayor explicación del pasaje del Conde de Barcelona, cf. Garci-Gómez, Mio Cid. Estudios de endocrítica, pp. 113-132.
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