PRIMERA PARTE DEL CMC
La Primera Parte del CMC tiene como asunto central la conquista de Valencia por el Cid Campeador y los suyos. Esta conquista fue tan gloriosa, inspiró tan altamente al autor, que no pudo menos que reconocerla y cantarla como gesta:
Aquí se compieça la gesta de mio Çid el de Bivar (1085).
Obedientes pues a las indicaciones del texto, llamemos a la Primera Parte Gesta de Mio Cid. Tratemos de ella antes de pasar a la Segunda.
Argumento
Según la Gesta el Cid, tras haber sido acusado por enemigos malos de haberse quedado con el dinero de ciertas parias que había recaudado, fue desterrado --de tierra echado-- por decreto del rey. Cuando el Campeador y los suyos salen hacia el destierro, pobres y doloridos, se conmovieron las aves:
A la exida de Bivar hobieron la corneja diestra,
y entrando a Burgos hobiéronla siniestra (11-2).
Se conmovieron también los residentes de Burgos, desde los mayores hasta una niña de nueve años:
mas el Criador vos vala con todas sus vertudes santas (48).
Las aves con sus agüeros y los humanos con sus ruegos no pueden hacer otra cosa que darles al Cid y los suyos esperanzas.
Agotados todos los medios de obtener con qué mantenerse a sí mismo y a sus hombres, el Cid, aconsejado por Martín Antolínez, accede contra su voluntad a empeñar unas arcas que llena de arena. Unos confiados amigos caros, Raquel y Vidas, le dejan al Cid 600 marcos, en concepto de empeño. Con los marcos, el Campeador puede cuidarse del hospedaje de su mujer y sus hijas, a quienes deja atrás al cuidado del abad del monasterio de Cardeña, y le sobra algo para sostener por unos días a sus mesnadas. A la pérdida de los bienes de Vivar se sumó en Cardeña el dolor de tener que separarse de sus seres queridos, su mujer y sus hijas, tan pequeñitas:
a doña Ximena, la mi mugier tan cumplida
como a la mi alma yo tanto vos quería (278-9).
Pero el Cid no desesperó; pedía a Dios y confiaba que algún día venturoso se verían de nuevo reunidos, y sus hijas casadas:
Plega a Dios y a Santa María que aun con mis manos
case estas mis fijas
o quede ventura y algunos días vida,
vos, mugier hondrada, de mi seades servida! (282-4).
La oración, nótese debidamente, es un elemento sutil de la causación de los resultados de las acciones en la Gesta de Mio Cid; de manera que con la oración y pocos hombres, la oración y las estratagemas, la oración y la valentía, se obtendrá la victoria, que resultará comprensible, convincente aun en circunstancias inesperadas, dificilísimas.
Pronto se le acabó al Cid el dinero del empeño, él y los suyos se vieron lanzados a tierra de moros, contra los que tuvieron que pelear, si querían sobrevivir; la guerra era causada por una necesidad ineludible de alimentarse, de subsistir:
de Castiella la gentil exidos somos acá,
si con moros no lidiáremos, no nos darán del pan (672-3).
por lances y por espadas habemos de guarir,
si no, en esta tierra angosta no podriemos vivir (834-5).
El Cid se apoderó, primero, de Castejón; como sólo contaba con trescientos hombres, hubo de valerse de una emboscada --celada. El Cid no para aquí; temiéndose que el rey, al enterarse, saliera en persecución suya, prosigue hacia Alcocer, de cuyo castillo se apodera, también mediante una estratagema --arte. Sus fuerzas no eran aún tan poderosas como para poder sostener un largo asedio de la fortaleza.
Tras la toma de Alcocer, el Cid envía regalos al rey, poniéndose así en vías de reconciliación; Alfonso comenzaría a dudar que le hubiera robado las parias quien tan generoso se mostraba hacia él. Con los regalos al rey, de quien esperaba el Cid conseguir benovolencia y favores, envió dinero al abad de Cardeña, no sólo por obligaciones espirituales, sino porque había de compensarle por los gastos de hospedaje de su esposa e hijas, más las damas de su servicio. Nótese, pues, que los mismos regalos no son muestras de agradecimiento por una acción pasada, sino más bien recursos con los que motivar un favor venidero o la continuación de un servicio. En la narración se suprimen sistemáticamente el cumplimiento de promesas por una acción en el pasado; como si la manifestación de la buena intención bastara para dar por efectivo su cumplimiento.
El Cid continúa sus correrías y llega a entrar en tierras del Conde de Barcelona, sin intención de apoderarse de ellas, sólo porque él y sus hombres tenían que vivir, llanamente, del pillaje, desterrados como estaban:
Prendiendo de vos y de otros ir nos hemos pagando,
habremos esta vida mientras ploguiere al Padre santo,
como qui ira ha de rey y de tierra es echado (1046-8).
El Conde de Barcelona no se fiaba del Cid, como no se había fiado su propio rey, y le sale al encuentro por motivos de vengar una antigua ofensa; los personajes de la Gesta, se ve claro, tienen sobradas razones para obrar como obran. El Cid, pues, se ve forzado a la batalla:
a menos de batalla no nos dexaríe por nada (989).
Tras vencer al Conde de Barcelona el Cid se mostró compasivo y dadivoso hacia él, pero por una razón muy seria: el Conde se le había declarado en huelga de hambre dispuesto a morir si no le ponía en libertad. Efectivamente el Conde logró, al tercer día, la ansiada libertad, él y dos de sus caballeros.
Tan grandes eran las riquezas que el Cid había ya amasado --su ganancia era maravillosa y grande (v. 1084)-- que éste, habiendo reunido a los suyos, les anuncia que han de prepararse para cosas mayores, para la gesta por antonomasía:
¡Aquí se compieça la gesta de mio Çid el de Bivar! (1085).
No era raro que el Cid, cuando arengaba a los suyos en materias de importancia, se valiera de su propio nombre para infundirles valor; recuérdese:
¡Feridlos, caballeros, por amor de caridad!
¡Yo so Ruy Díaz, el Çid Campeador de Bivar! (720-l).
Comienza pues el Cid su avance hacia Valencia; toma Murviedro y, cercado por los moros de Valencia, se ve necesitado a defenderse. Pero en esta ocasión, ya rico y poderoso, se presenta como motivo de la guerra, como justificación, no ya la necesidad de ganarse el pan, sino el hecho de ir dirigida contra gentes de tierra extraña. Tras varias correrías por los territorios circunvecinos, tras muchas penas y trabajos, el Cid asedia Valencia. Muchos cristianos que han sabido la noticia acuden a sumarse al cerco, motivados por las riquezas, la ganancia.
Conquistada Valencia, el Cid envía nuevos presentes al rey y consigue que éste ponga en libertad a su mujer e hijas. Llegan éstas a Valencia y el Cid ve cumplida su plegaria de Cardeña, al verse reunido con sus seres más queridos.
A partir de entonces, la narración va a encauzarse hacia la glorificación del Cid,
a) en la cristianización de la ciudad mora, Valencia, con el establecimiento de un obispado,
b) y en el ennoblecimiento de la misma mediante la prolongación de la corte castellana, con el casamiento de sus hijas con los Infantes de Carrión.
La gesta de Valencia atrajo la atención de los clérigos, de los cortesanos, del propio rey. Don Jerónimo vino hasta Valencia de tierras de Francia, y en Valencia fue hecho obispo y hecho rico. Los Infantes de Carrión, con el característico deseo de ganancia de la comunidad miocidiana, acarician la idea de poder casar con las hijas del Cid. El rey, confundido con la victoria y la generosidad del Campeador, se decide a ir en persona y hacer las paces con el héroe de Valencia: los Infantes le habían pedido autorización para casar con las hijas del infanzón de Vivar y lo que el monarca deseaba es que el Cid accediera a prolongar la nobleza castellana, depuesto todo rencor por las prístinas injurias.
Con gran gozo y solemnidad se entrevistan el rey y el Cid a orillas del Tajo; el rey pide al Cid sus hijas para los Infantes de Carrión y éste se las confía agradecido. Lejos habían quedado los pesares y las lágrimas del principio, pues reina en la reiteraciones de los casamientos una atmósfera de prosperidad, de alegría, de optimismo, en medio de un lenguaje sumamente protocolario, cortés; por una parte, cancilleresco y legalístico; por otra, paternal, cariñoso, excitado.
Llegan los Infantes con el Cid y los suyos a Valencia. Reina la alegría en doña Jimena al figurarse a sus hijas casadas honrosamente; reina la alegría en las prometidas porque están seguras que en adelante serán siempre ricas (gran miedo tendrían de volver a las pobrezas --vergüenças malas-- de los días de Cardeña). Y en Valencia reinaba la paz, la tranquilidad, la alegría porque el rey había casado, por mediación del padrino Minaya, a las hijas del Cid con los Infantes de Carrión. Y vivieron felices y... Así terminaba la fábula heroica, la imitación poética de una acción histórica de marcada trascendencia: la Gesta de Mio Cid, su conquista de Valencia.
Estructura y organización
La Gesta de Mio Cid es una fábula heroica versificada; fábula, en el sentido técnico de imitación poética de una acción histórica de marcada transcendencia a la que se subordinan varias acciones parciales, unas que la causan, otras que de ellas resultan. La acción histórica de gran transcendencia en la Gesta es, claro la conquista de Valencia; las acciones parciales que la preparan y motivan son, principalmente, el destierro del Cid, el empeño de las arcas, las tomas de Castejón y Alcocer, la victoria sobre el Conde de Barcelona; como acciones parciales de resultado y coronación siguen a la conquista el señorío del Cid sobre la opulenta ciudad la reintegración de la familia del héroe, su solemne reconciliación con el rey, las bodas de sus hijas con los Infantes de Carrión.
La Primera Parte del CMC encaja bien dentro del género de cantares de gesta medievales; es esencialmente una epopeya, pero epopeya «patética» --para usar la terminología de Aristóteles-- en la que la acción es más importante que la delineación del carácter de los personajes (cuando se da esto último, tenemos la epopeya «ética»).
La Gesta de Mio Cid, comienza por el medio --in medias res-- y no por el principio natural y lógico de una narración; cuando el lector se enfrenta con el primer verso,
De los sus ojos tan fuertemiente llorando,
se percata de que alga debió haber sucedido como motivación. El autor, efectivamente, explicaría más adelante con técnica de narración retroactiva, cómo fue que el Cid cayó en desgracia, el porqué de tan fuertes lágrimas.
Con comienzos de este estilo, según estaba bien explicado en las artes retóricas, se conseguía preparar al público, situarlo en actitud de zozobra y curiosidad comparable a la del que llega tarde a la representación teatral o cinematográfica y trata de reconstruir qué habría precedido. No solamente con las lágrimas se impresiona al lector del exordio de la Gesta, sino también con la contemplación de un escenario vacío, sin... sin... sin... sin... sin... nada; y con el brillar intermitente de las ausencias se ilumina la presencia del héroe desolado. El héroe más celebrado de Castilla, llora, suspira y da gracias a Dios; cuando habla, demuestra ser perito en el buen hablar y en el hablar rítmico, acompasado. Y en los primeros versos de la Gesta, el autor ha esbozado el motivo dominante de la narración que sigue, el de la concordia de elementos aparentemente dísonos: las armas y las letras, por enunciarlo con simplicidad.
El cuidado y el arte que el escritor puso en la elaboración del prólogo de la Gesta, nos revela no sólo una alta inspiración creadora, sino también una estudiada técnica de la composición. Eso es, una técnica que regula toda la obra en los muchos recursos de armazón, de estructuración de las múltiples y diversas partes. Desde el comienzo se ve que el autor había concebido su obra dentro de la armadura tradicional de comedia --en el sentido medieval--, que consistía en hacer partir a sus protagonistas, hombres que procedían de la aldea, de unos principios muy bajos y penosos, para hacerlos llegar, tras una ascensión progresiva, a alegre y glorioso fin.
En los comienzos de la Gesta la ambientación es de vacío, de nada, de tristeza, de pobreza, de enemistades, de presagios oscuros, de inseguridad, de soledad, de repulsa de los burgaleses, desde la niña de nueve años hasta el rey Alfonso; ambientación luego de nocturnidad, de enfadoso y obligado engaño a los amigos, de orfandad, de separaciones dolorosas de los seres más queridos; en breve, todas esas negaciones que el autor de la Gesta evoca en su leit motif del destierro y la ira del rey, de aparición intermitente en la narración con virtud de fuerza centrípeta que mantiene los diversos elementos girando sobre un centro único.
Al final de la Gesta, la ambientación sería de plenitud y alegría, de riquezas, amistad, poder, seguridad, de grande y opulenta ciudad, de gozo familiar, de reconciliación gozosa, de bodas honrosas, de ascensión en clase social, de señorío, de amor y gracia real.
Para llegar de aquellos principios a este fin el autor lleva a sus hombres por un itinerario de lenta y progresiva ascensión, sin saltos bruscos, sin caídas ni retrocesos. Para que ni sus criaturas ni sus oyentes --o lectores-- se pierdan, se vale el autor del mencionado leit motif del recuerdo del destierro, que es como una lucecita intermitente, es como un hacer mirar de vez en cuando, en los descansos de la escalera narrativa, a aquel primer peldaño con el consecuente aumento de la perspectiva (veinticinco veces aparece la mención del destierro o la ira del rey desde el v. 14 hasta el v. 1934).
Organización de los motivos
La acción narrativa está vertebrada por una serie de submotivos que, a su vez, van progresivamente creciendo desde un estado de poco o nada hasta el de abundancia o plenitud. Si hubiéramos de escoger el motivo literario que mejor que los demás expresa la dinámica del crecimiento o ascensión de los más bajos principios al más alto fin, sería el de las riquezas. En la carencia o abundancia de haberes se cifra el elemento tangible, conmensurable del fracaso (deshonra) o del éxito (honra). Todo lo que tiene el Cid al comienzo de la Gesta es una hacienda saqueada de arriba a bajo: sin... sin... sin... sin... sin..., expresión polisindética, machacona de la presente carencia, que a su vez evoca y realza la anterior abundancia.
El Cid llegó a un estado de tan gran pobreza que ya no podía más: yo más no puedo (v. 95). Tan desesperada era su situación, que hubo de recurrir a empeñar sus arcas, arcas vacías que no tenía con qué llenar sino de arena. Paso a paso, se encargaría el autor de ir decorando aquel escenario vacío con ricos y diversos haberes --tierras, casas, castillos, caballos, esclavos, oro y plata. Lo primero fue el dinero del empeño: seiscientos marcos (más los treinta
de la propina de Antolínez);
un poco más tarde irían creciendo y creciendo las riquezas y con ellas los regalos al rey, hasta el punto de conseguir la atención de la corte del rey, hasta el punto de que los Infantes de Carrión quieren casar con las hijas del Cid.
Cuando salió el Cid de Burgos se le negó hospedaje e incluso la venta de víveres; al final de la Gesta aquellos castellanos que le habían cerrado las puertas, salieron de Valencia, donde habían asistido a las bodas ricos (v. 2261).
El que estuvo al comienzo tan pobre que no podía más, se vería al final, en compañía de los suyos, tan rico que no saben que se han (v. 1086).
A la par que las riquezas asciende el espacio residencial. En los comienzos es la aldea de Vivar y un hogar saqueado, reducido a escombros. Por los caminos llanos y montañosos, desiertos y poblados, avanzará el Cid para detenerse primero en Cardeña y pasar a los castillos conquistados de Castejón y Alcocer, hasta establecerse definitivamente en la buena casa de Valencia, su heredad.
En cuanto al tiempo, se expresa el crecimiento del personaje central, el Cid, en la barba que le ha crecido y es tan larga que se admira el propio rey:
catándole seía la barba, que tan aína le creçiera (2059).
¡Tanto tiempo hacía que le había desterrado! Crecieron las hijas del Cid, a los comienzos ifantes... de días chicas (v. 269), al final esposas de Los Infantes de Carrión.
Con el paso de la acción crecían las mesnadas del Cid. Cuando entró en Burgos llevaba unos sesenta hombres, pero ya en Cardena contaba con ciento quince; en la sierra de Miedes, trescientos; en Valencia, tres mil seiscientos. También habían crecido las tropas enemigas, hasta llegar a cincuenta mil los moros que los del Campeador derrotaron en Valencia (¿cuántos serían éstos?).
A propósito de las mesnadas del Cid, es interesante notar como progresó la estrategia del Cid, su habilidad en dirigir los asuntos que le apremiaban, desde el empeño de las arcas de arena hasta las estratagemas de diversa especie, que a su vez progresan desde la çelada de Castejón, el arte de Alcocer y las corridas por tierras del Conde de Barcelona, hasta la gesta de Valencia. Y simultáneamente se nos ha ido hablando de la estrategia de las dádivas al rey («dádivas quebrantan peñas»), cada vez más crecidas.
Si la conquista de Valencia fue la operación bélica más gloriosa del héroe, en el curso de la acción literaria del CMC no fue sino un paso adelante hacia la reconciliación de éste con el rey. Esa reconciliación hubiera sido imposible sin la intercesión de Minaya en su papel de hombre bueno. El autor se esmera de una manera particular en el arte de preparar el ánimo del rey y acercarle gradualmente al amor del Cid. Todo empezó con una vaga sugerencia de Minaya, apenas recogieron los frutos del primer botín (v. 495). Siguió más tarde la primera embajada de Minaya que lleva al rey los primeros presentes de parte del Campeador --treinta caballos. El rey se mueve a perdonar, por lo pronto, a Minaya. Se sugiere que dentro de tres semanas-- tras la tercera embajada-- se dispondrá a perdonar al Cid. Nueva embajada de Minaya --ahora con cien caballos-- que viene a interceder por la mujer y las hijas del Cid. El monarca accede complacido y devuelve al Cid la propiedad de los bienes confiscados. Tercera embajada de Minaya --ésta con doscientos caballos--, cuando consigue por fin el perdón para el Cid. Un poco más tarde el rey de Castilla y el señor de Valencia se reconciliarían pública y solemnemente.
Es más, mediante las dádivas el Cid lograba cambiar también progresivamente el ánimo de sus enemigos, muchos de los moros conquistados, que terminaban por bendecirle, y el Conde de Barcelona, que acabó por maravillarse de la generosidad del Campeador. Es decir, el movimiento ascendente en este caso consiste en el progreso de unos comienzos de guerra y enemistad a un f1nal de amor y paz.
La paz y el amor son concomitantes con la riqueza al culminar la Gesta. Los Infantes de Carrión habían traído a Valencia el aire de distinción , el refinamiento y la quietud de la corte. El autor lo supo expresar bien en el elogio final a su caminar tranquilo y agraciado:
¡de pie y a sabor, Dios, qué quedos entraron! (2213).
Este movimiento continuo, sin titubeos ni retrasos, que abarca a las personas, a las cosas, al ambiente, tanto a lo fisico (pobreza-riqueza) como a lo psicológico (lágrimas-alegría), recibe expresión lingüística en uno de los versos del texto; las criaturas del CMC, crecerían por su renuncia al inmovilismo (nótese la figura litotes en el verso, para destacar que el que se mueve de un lugar para otro, progresa):
qui en un lugar mora siempre, lo suyo puede menguar (948).
Las frecuentes apariciones de vocablos como rey, condes, infantes, infanzones, vasallos, caballeros, peones, nos hablan de una sociedad muy consciente de clases jerarquizadas y, por lo común.. estratificadas. A la reconciliación del rey y el héroe quiso el autor añadir una nota de ascensión y glorificación mayor: la elevación de clase al casar las hijas del infanzón con infantes. De esta manera se lograba entroncar --en la fábula poética-- a los descendientes de Vivar con la casa de Carrión e integrar así el señorío de Valencia dentro de la nobleza castellana.
Uno puede notar con facilidad y entusiasmo que el protocantar castellano está dotado de estimables valores de integración de significados, favorecidos con la buena ilación de episodios en dependencia y causación mutua.
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