Ascendencia y trascendencia de la corneja del Cidpor Miguel Garci-GomezCuenta el P. Rivadeneira que yendo San Ignacio de camino a Monserrate, se topó con un moro y trabando conversación vinieron a tratar de la virginidad y pureza de la Virgen María. No concedía el moro que ésta hubiera permanecido virgen después del parto. Tras acalorada discusión "se fue adelante el moro, dejando solo a Ignacio, muy dudoso y perplejo en lo que había de hacer". ¿Le demandaba su fe a Ignacio, "hombre acostumbrado a las armas y a mirar en puntillos de honra", que alcanzase al moro para darle de puñaladas? "... nuestro nuevo soldado, ... después de haber un buen rato pensado en ello, al fin se determinó a seguir su camino hasta una encrucijada de donde se partía el camino para el pueblo donde iba el moro, y allí soltar la rienda a la cabalgadura en que iba, para que si ella echase por el camino por donde el moro iba, le buscase y le matase a puñaladas; pero si fuese por el otro camino, le dejase y no hiciese más caso del. Quiso la bondad divina ... que la cabalgadura, dejando el camino ancho y llano, por do había ido el moro, se fuese por el que era más a propósito para Ignacio". 1 Esta anécdota del fundador de la Compañía de Jesús nos ha situado a la desembocadura de una corriente de fundadores, cuyo manantial brotó en remotísimas leyendas. Se han subrayado los puntos de mayor interés para el análisis comparativo de esta casi ininterrumpida tradición literaria del animal guía, 2 en la que se compagina lo religioso con lo supersticioso, lo literario con lo folklórico. Es la tradición de esos aminales, cuadrúpedos o alados, que como emisarios divinos acuden en ayuda del hombre elegido, en situaciones críticas, para orientarle hacia una misión de importancia. En la tradición grecorromana los primeros animales guías aparecen al lado de los fundadores de famosas ciudades y colonias, Tebas, Troya y otras 3 . Como si los animales se hubieran confabulado con los hombres en la primera gran empresa civilizadora, cuando éstos se decidieron a abandonar la selva para asociarse multitudinariamente con sus semejantes. Curiosamente entre los guías de fundadores abundaban los animales domésticos, los que se separaron de sus congéneres buscando con sus amos la seguridad de los claustros amurallados. ¿A qué razones responde ese recurrir a los animales guías? Quizá a creencias primitivas en la superioridad de los brutos sobre los racionales, como algunos estudiosos han querido descubrir 4 . En los libros sagrados de la Biblia no faltan elogios a los conocimientos de las aves, superiores a los de los hombres 5 . De todas formas, para nuestro propósito valga asentar que el recurso responde a una añoranza de una Edad Aurea de armonía y colaboración entre los seres de la creación, donde los brutos estarían sometidos a los hombres y les servirían 6 . Los animales, con su pura intuición instintiva, no nublada por prejuicios de razón, sabrían elegir entre los hombres al más excelente y merecedor de éxito. Con la ayuda de los animales guías se instaló el hombre en la ciudad. En ella se embotaron sus sentidos y sus instintos. Cuando no satisfecho entre los muros de su pueblo, quiso ensayar la conquista de otros, se lanzó al campo. Perplejo, miraba al cielo para orientarse, y pedía a los dioses una señal, que creía serle indicada en los animales o las aves que cruzaban el horizonte. Las aves cautivaban más su atención, dotadas como estaban de una capacidad que a él le era completamente imposible de imitar. El vuelo de las aves auguraba algo - también su canto -, pero algo esotérico; tanto, que la interpretación de su significado dió origen a toda una profesión: la de los agoreros, los peritos en descifrar los mensajes de Júpiter, óptimo y máximo 7. En la realidad del hombre que desorientado mira al cielo y confía en la sabiduría de las aves, se apoya la ficción, el ensueño poético del ave que Dios envía a sus elegidos, y los pone en la carrera del éxito. Los cuervos de Alejandro Magno . Son varios los historiadores y biógrafos de Alejandro Magno, que nos refieren la anécdota de unos cuervos que le guiaron a través del desierto. Así lo cuenta Quinto Curcio: "Cuatro días llevaban en aquellas vastas soledades, y no estaban ya muy lejos de la sede del oráculo, cuando una bandada de cuervos salió al encuentro del ejército; volando mansamente delante de los estandartes, ora se posaban en el suelo, cuando los soldados aminoraban la marcha, ora levantaban el vuelo, como si fueran caudillos que les mostraban el camino." Plutarco añadía otros detalles: "las aves, con sus graznidos, reclamaban a los que se extraviaban en la oscuridad de la noche." En otra ocasión, refiere también Quinto Curcio, los soldados de Alejandro vieron volar plácidamente sobre la cabeza de su rey un águila, sin que ésta se asustara del sonido de las armas ni de los gemidos de los moribundos, y por largo tiempo, más que volar, parecía que flotaba en torno al caballo de Alejandro; ante el claro augurio de victoria, los soldados lucharon con mayor tenacidad 8 . Las águilas de Tácito. Seguimos entre guerreros y entre aves carnívoras que los guían en sus campañas bélicas. Esta vez habla el historiador romano Tácito: "fue un feliz augurio para Fabio Valiente y el ejército que conducía hacia el combate: el mismo día de la marcha un águila volaba mansamente delante como indicando el camino; durante el largo trayecto, tanto fue el griterío de los alegres soldados y tanta la calma de la imperturbable alada, que fue interpretado como augurio indudable de grande y próspera empresa." El mismo autor describe sin recelo en otra ocasión el pulcherrimum augurium de ocho águilas (una por cada legión) que indicaron a los romanos por qué flanco debían atacar al ejército enemigo 9. Las palomas de Eneas. El
escritor debe escoger el pájaro guía que sea más apropiado para la
empresa que el protagonista tiene encomendada. Al lírico y pius
Eneas le mandó su madre, Venus, dos palomas, que le guiarían hasta el
ramo de oro, la llave del infierno; `0h, si ahora en este extenso
bosque se me mostrara en un árbol aquel ramo de oro...′ Apenas había
dicho esto, cuando he ahí que dos palomas llegaron volando del cielo
ante los mismos ojos del varón y se posaron en el verde
suelo. Entonces el héroe reconoce a las aves maternas y ruega feliz:
`Oh, si algún camino existe, sedme guía y dirigid vuestro vuelo por los
aires hacia el lugar del bisque, donde el valioso ramo proyecta su
sombra sobre el fértil suelo. Y tú, diosa madre, no me abandones en
estos trances′. Habiendo hablado así, contuvo su marcha para observar
qué agÜeros enviarían y hacia dónde dirigirían su vuelo. Ellas van
comiendo y volando manteniéndose a una distancia que pudieran ser
vistas por los ojos de los que las seguían. Así que llegaron
a la entrada del maloliente Averno, levantaron vuelo veloces y
resbalándose por el aire líquido, vinieron a posarse juntas en los
ansiados codales, en la copa del árbol entre cuyo ramaje refulgía el
brillo del oro" ( Enei. 6, 190sts.). El poeta épicolírico se dejó evidentemente cautivar del locus communis, lo recreó y embelleció de palomas y resplandores áureos. Llegó el día que los neófitos cristianos, con la Biblia en el corazón, pudieron acomodarse en el tren cultural de los gentiles, cambiando de nombre al maquinista. En materias de agÜeros - como en otras muchas - infundieron nueva vida a los animales: los bautizaron. El motivo no se hizo esperar, pues ya el primer emperador romano bautizado, Constantino, recibió inspiración de su caballo, que le indicó por dónde habían de ser erigidos los muros de Constantinopla en su nueva fundación 11 . Como entre los griegos y los romanos, los animales guías acudirían al auxilio de los medievales, tanto en asuntos religiosos como en los bélicos, por oriente y por occidente. En las viejas crónicas latinas - en Procopio de Cesarea (fin s. V); en Jordanes (s. VI); en S. Gregorio de Tours (s. VI) - el motivo es protagonizado por una cierva que indica al ejército por dónde atravesar un río 12 . El animal guía es otras veces un lobo, una fiera, una novilla o un halcón. En España, se cuenta que la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Guadalupe fue hallada por un pastor a quien guió una de sus vacas 13 Los animales guías en los siglos XI-XII. Seguía muy arraigada en estos siglos la creencia en los animales como instrumentos de la Providencia. Se mantenía esa creencia entre los biógrafos de santos y de héroes. En una anécdota de San Guillermo Firmato, contemporáneo del Cid Campeador, se armonizaban expresamente los elementos procedentes de la tradición grecorromana con los de la Biblia. El santo y sus acompañantes se encontraban en una ocasión perdidos; los acompañantes le pidieron ayuda al santo, y éste a Dios: "He aquí que un cuervo, con los graznidos de su clara garganta y los golpeteos de su vibrante cola, volando con el ala caída, comenzó a señalarles el camino a los extraviados como caudillo adelantado. Comprendió el santo varón que tenía presente el socorro de Dios, quien por medio del cuervo había alimentado a Elías, sentado en el torrente Querit 14 . El gran héroe de la cristiandad medieval, Carlomagno, contó, por supuesto, con la ayuda del animal guía en sus campañas contra los ejércitos enemigos. En el nacimiento mismo de las epopeyas romances se romanceó el motivo, protagonizado en las Chansons de geste por un ciervo, oriundo de las crónicas latinas. Los comentaristas aluden al fenómeno del animal guía como milagro; el animal aparecía tras la oración del héroe, como señalaba Gaston Paris con relación a Karlamagnùs Saga: "Le roi se met en prières, et aussitôt on voit un cerf blanc qui passe le fleuve et indique ainsi à l′armée le gué que′ell doit suivre." El milagro es mencionado en la Chanson des Saisnes y en La Chevalerie d′Ogier. En Fierabras la cierva se aparece a Ricardo de Normandía, a quien le indica por dónde atravesar la corriente impetuosa del Flagot, para que pudiera hacer llegara Carlomagno noticias de sus campañas 15 La corneja del Cid. CRONISTA Sospiró mio Çid, ca mucho había grandes cuidados. CID Grado a Ti, Señor Padre, que estás en alto. CRONISTA Allí
piensan de aguijar, allí sueltan las riendas. CID ¡Albriçia, Alvar Fáñez, ca echados somos de tierra! (6-14) 16 En el texto castellano, aunque lacónico, no faltan los elementos esenciales del motivo tradicional: héroe, camino, desamparo, perplejidad, oración, ave, vuelo direccional, reconocimiento de la señal, gran gozo, seguidos de la marcha triunfal contra los enemigos. ¿Es la aparición de la corneja un agÜero o un milagro? Hasta ahora se ha venido estudiando el fenómeno como simple agÜero. La corneja, en la larga tradición literaria, ha ocupado un lugar eminente entre las aves agoreras. Que fuera una corneja, y no un cuervo o grajo, el ave del Cid, quizá carezca de importancia en nuestro caso, una vez que las tres especies pertenecen a la familia de los córvidos y a las tres - cornix, corvus, graculus - les asignaban los romanos cualidades mánticas muy similares. En la época del Cantar, en España y en otros lugares de la cristiandad, pervivía la creencia en los agÜeros, no faltando quien se las daba de agorero 17 . Ahora bien, las amonestaciones de la Biblia y los sermones de los SS. Padres no habían caído del todo en el desierto; su fruto produjeron, pues ya ni la creencia en los agÜeros ni la profesión de agorero se predicaba de los cristianos como elogio, sino en su menosprecio y vituperio 18 . Es inadmisible que con este fin se predicara del Cid el agÜero de la corneja. En la literatura cristiana, el simple agÜero, como señal oscura y ambivalente, cedió al agÜero como señal con un mensaje muy definido. El Dios de los cristianos, cuando quería obsequiar a sus elegidos, no les regalaba un rompecabezas. Miedo tenían los cristianos de ser tildados de agoreros o supersticiosos; grandes eran las penas que sobre éstos se cernían; en la literatura seria, la señal se hacía proceder de Dios, e iba dirigida al destinatario, quien la entendería sin necesidad de recurrir a los adivinos. La elección en el Cantar de un ave agorera era muy adecuada al ambiente cultural de Castilla. Pertenecían la aves agoreras a su herencia bíblica, a su herencia romana, a su herencia céltica, a su herencia arábiga, y a una herencia más próxima y autóctona, la de los vascones, conocidos entre los escritores por su pericia en materias de ornitomancia 19. Particularmente el cuervo ocupaba entre las aves un lugar prominente en la Península Ibérica, desde Valencia hasta Lisboa, asociado como estaba al martirio de San Vicente y a la custodia de sus veneradas reliquias. Incluso los mahometanos, según el testimonio del famoso geógrafo árabe El Idrisí, contemporáneo del autor del Cantar, estaban impresionados con los cuervos de San Vicente 20 . En otros lugares de la cristiandad medieval parece haber prevalecido el simbolismo del cuervo como de muerte e infortunio, presente en los SS. Padres 21 , mientras que en Castilla hay razones para creer que prevalencía su simbolismo de ayuda y providencia divina, de origen bíblico y presente en la vida de santos tan famosos como San Pablo Ermitaño y San Benito 22 . Tanto es así que tal simbolismo quedó plasmado epigramáticamente en nuestro coloquialismo: venir el cuervo, definido en nuestros diccionarios como "recibir uno algún socorro". Le vino el cuervo a Alejandro Magno para guiarle; a Elías y los santos, para alimentarlos o guiarlos; para guiar al Cid, le vino la corneja. Que la corneja sea un agÜero, nadie lo ha dudado ni lo duda. Que anuncie al Cid prosperidad o infortunio, es asunto muy controvertido entre los comentaristas 23 . Que la corneja viniera al Cid a brindarle un mensaje de orientación, de guía, ha pasado hasta ahora desapercibido. Ha llegado, espero, el momento en que la aparición de la corneja al Cid sea conceptuada, como la del ciervo a Carlomagno, milagro. Los críticos todos nos vemos obligados a reconocer que, tomado el agÜero como simple señal de prosperidad o infortunio, al haber aparecido el ave a la derecha y, acto seguido, a la izquierda, su significado tendía a neutralizarse. Asimismo parecían neutralizarse los dos conceptos del comentario inmediato del Campeador: Albriçia, Alvar Fáñez, ca echados somos de tierra (14). Tanto, que el mismo Menéndez Pidal, tan minucioso en sus análisis lingÜísticos, cayó en la contradicción que se ha perpetuado sin enmienda en las muchas ediciones de su Poema de mio Cid: "Cuando en el camino volaba la corneja de la derecha a la izquierda, era buen agÜero... El agÜero que observa el Cid, era, pues, adverso 24 . Esos conceptos yuxtapuestos que se neutralizaban entre sí son los que nos condujeron a los críticos a un callejón sin salida, y a una explicación que, más allá de la exhibición e citas de autores, confería poco o ningún valor funcional al pasaje; el lector, el estudiante, se sorprendía ante la súbita corneja que apareció y desapareció sin qué ni para qué, pues los críticos no se ponían de acuerdo. ¿Qué pensó el propio Cid? Si súbito fue el vuelo de la corneja, no lo fue menos el cambio de ánimo en el personaje: Albríçia, Alvar Fáñez, exclamó de pronto el lloroso Cíd 25 . Que el Albriçia sea una exclamación de gran gozo, nadie lo duda. Y es que el Cid, que acababa de invocar a Dios, había visto una señal. Para él, era una señal que iba más allá de lo "bueno" y de lo "malo", a deducir de la razón que aduce: ca echados somos de tierra. Se alegraba, porque saldría desterrado de Castilla. A ambos lados de la controversia sobre el agÜero nos ha faltado preguntarnos - no solemos preguntarnos lo que no sabemos contestar -: ¿por qué, observado el vuelo de la corneja, alude el Cid al destierro? La respuesta hemos de buscarla en la convención del ave que Dios enviaba a sus elegidos, en trances de angustia, para indicarles hacia dónde debían ir. El agÜero de la corneja no es el de
un ave estacionada a la derecha y a la izquierda, sino el de un ave en
movimiento, como admiten los comentaristas al hablar de que voló
de un lado a otro. Quiero decir que el agÜero fue direccional, y que la
señalización, bajo una nomenclatura fisiológica, comprendía una
referencia topográfica. Ahora bien, para los romanos y los castellanos
que, a diferencia de los griegos, se situaban cara al sur para
determinar los puntos cardinales, la derecha significaba el oeste, la
izquierda, el este. Era pues la referencia al este, no a la mano siniestra, la que predecía buena fortuna 26
. Al este quedaba el nacimiento del sol, al oeste, su ocaso, su muerte.
Es más, la referencia al este en la corneja del Cid, se acentúa aun
más, si se tiene en cuenta que el héroe viajaba de Vivar a Burgos, de
norte a sur, con el este a su izquierda. Una ligera ambientación histórica y geográfica podrá ayudarnos a comprender que, dentro de su dimensión poética, el mensaje era más que un capricho decorativo; transcendía, si se me permite, la poesía, para enraizarse en la realidad histórica. Señalar el este desde Burgos era como señalar tierras de moros, pues la Castilla del Cantar, en su frontera oriental, terminaba no muy lejos de Burgos, en Alcobiella: passo por Alcobiella que de Castilla fin es ya (399). La cercana Navas de Palos, por donde el Cid cruzó el Duero (v. 401), quedaba ya en tierra extraña. El que caminaba, pues, hacia el este, salía pronto de Castilla 28 ; resultó que el Cid, en el verso 400 de la narración, se encontraba ya en tierra de moros, donde iban todos lo desterrados. En La España del Cid nos dice Menéndez Pidal: "Todo caballero desterrado se iba a tierras de moros; se puede decir que casi no tenía otro medio de vida 29 Desde el punto de vista endocrítico, bastaría para poder apreciar el papel funcional del vuelo de la corneja, comprobar que efectivamente el Cid fue desterrado y se dirigió hacia el este. Puede haber quien, no satisfecho con las pruebas internas, me objete que también hacia el Sur había moros. Es cierto; ahora bien, la frontera de Castilla, en dirección sur, quedaba bastante alejada de Burgos, y el Cid - históricamente hablando - no se hubiera alegrado tanto de haber sido ésa la dirección indicada por el ave. Sus experiencias de guerre-ro joven y sus ideales de conquista tenían que ver - históricamente - con la región oriental de España, en la que, en contraste con las zonas del sur, el campo se encontraba libre de las operaciones militares del rey Alfonso, con quien, expresamente, el Campeador no quería lidiar. Permítaseme a este propósito una cita un tanto extensa de Menéndez Pidal: "Las guerras en que el Cid se había estrenado cuando muchacho - Graus, la toma de Zaragoza y acaso la expedición de Fernando I a Valencia - le habían acostumbrado a fijarse en las antiguas aspiraciones que Castilla tenía respecto al protectorado de la región oriental musulmana; ocurría que Castilla tenía esas empresas abandonadas. Alfonso, dirigiendo su actividad en otra dirección, se preocupaba activamente de cobrar parias en Sevilla, de guerrear a Badajoz y a Toledo, de intervenir en Granada; por eso el Cid no quiso dirigirse a ninguna de esas regiones por no tropezarse con el rey que le desterraba, según manifiesta el verso que el primitivo juglar pone en boca del héroe, cuando éste sale de Castilla: con Alfonso, mio señor, no querría lidiar (538) 30 Dentro, pues, de tal escenario histórico y geográfico es plenamente justifica-ble que el Cid se alegrara del destierro, un destierro a tierras del este. Haciendo justicia al texto poético, lo que debemos decir es que comprendemos ahora mejor que el poeta, en su ficción, creara una corneja que le anunciara al Cid lo que éste quería oír, a la vez que anunciaba al público el designio providencial de la empresa del héroe. El arte imitaba la historia, como la corneja imitaba la naturaleza. Nos enseñan los folkloristas que la ficción popular suele partir y basarse en una experiencia observada, y la experiencia, en lo que respecta a nuestro caso, es que los córvidos y otras aves que se alimentan de carroña, suelen merodear por los lugares de la marcha de los ejércitos, en espera de su propio botín tras la batalla 31 . Quiere decir que si a la naturaleza real de la corneja, le sumamos la naturaleza literaria, comprenderemos con mayor admiración el acierto del autor del Cantar en la elección de su ave. ¿Y qué de la sobriedad, del laconismo de la narración? Ocurre el laconismo narrativo en muchos pasajes del Cantar, como es bien sabido. Para mí, en este caso, reviste esa sobriedad un doble acierto. No podía esperarse que el autor se extendiera en la exposición de lo que es el único ejemplo de carácter místico o maravilloso en la Primera Parte, o Gesta de mio Cid 32 . Al ser un elemento insólito, su mera mención raya en elocuencia. La sobriedad es, por otro lado, un acierto en el exordio, en el que los temas del cuerpo narrativo se sugieren ligeramente, para excitar la curiosidad. Los agÜeros, como la profecía, no son del todo comprendidos antes de su cumplimiento, como un buen exordio no lo es antes de concluir la narración 33 . No era llamada la corneja a proporcionar absoluta certeza, sólo a infundir en el Cid - y en el público -, familiarizado con tantas leyendas de animales guías, vivas esperanzas. Al concluir la Gesta sabríamos con certeza que el Cid vio esas esperanzas colmadas fuera de Castilla, al este de Burgos, en Valencia, con un gozo compartido por todos los que le rodeaban: Alegre era el Çid con todos sus vasallos (2273). Bajo el magistral realismo español siguen latentes muchos latidos de genio poético. En este estudio he querido hacer uno de ellos patente. El plano de la realidad, corneja-camino-Cid, está muy logrado, hasta el punto de haber tranquilizado al comentarista, que creyó innecesaria la investigación del símbolo. Pues bien, superpuesto a esta realidad el plano alegórico, las consecuentes resonancias armónicas truecan la primera satisfacción en arrobamiento. Cabría ahora preguntarse si fue simple satisfacción, o fue arrobamiento lo que sintió don Miguel de Unamuno al leer la anécdota de San Ignacio, relatada al comienzo, que le movió a epigramar: "Y ved cómo se debe la Compañía de Jesús a la inspiración de una caballería 34 . Cuando en mi juventud lo leí por primera vez, me cosquilleó la socarronería del antijesuíta; hoy, con la perspectiva del animal guía, admiro la intuición del genio. Con deseos de emularle, pues, me atrevería a decir: y ved cómo la conquista de Valencia se debió a la inspiración de una corneja.
N O T A S1. Obras escogidas del padre Pedro de Rívadeneíra (Madrid, 1927), 17. 2.El tópico de los animales guías ha sido ya ampliamente investigado; merecen destacarse los trabajos de Jacob Grimm, Deutsche Mythologie (Berlin, 1875-1878), II, 954, y Alexander H. Krappe, "Guiding animals", Journal of American Folklore, 55 (1942), 228-246. Recurro aquí con frecuencia a este artículo; añado algunos hallazgos propios. 3. Una vaca sirvió de guía a Cadmo, fundador de Tebas, la ciudad según Varrón (Rerum rust. III, 1) más antigua del mundo. El oráculo de Delfos avisó a Cadmo que tomara como guía a una vaca que encontraría en el camino y que fundara una población allí donde el animal se echara fatigada; la leyenda fue difundida por Eurípides, Fenic. 638; Apolodoro, III, 4, 1; Pausanias, IX, 12, 1; Nonnos, Dyonis. IV, 229. También están las vacas relacionadas con la construcción de Troya, cf. Apolodoro, III, 12, 3; Issac Tzetzes, Lycophron (Schol.), 29. Para otras ciudades y animales, cf. Krappe, o. c., passim. 4. Defiende esta teoría George Boas, The Happy Beast in French Thought of the Seventeenth Century (Baltimore, 1933), 1, donde se designan esas creencias como theriophily o animalitarianism. Para una evaluación de la teriofilia, cf. James A. Gill, "Theriophily in antiquity: a supplementary account", Journal of the History of Ideas, 30 (1969), 401-412. 5. "En el cielo, la cigÜeña conoce su estación; la tórtola, la golondrina y la grulla conocen los tiempos de sus migraciones; pero mi pueblo no conoce los juicios de Yavé" (Jerem. 8, 7). Comentaba a este propósito Edward A. Armstrong: "When a bird gets a reputation for being privy to information not available to men, its reputation may increase until it becomes a wizard, the messenger of a god, or god itself′ (The Life and Lore of the Bird [New York, 1975] 66). - 6. Más que como adoración del hombre al animal, podría comprenderse este motivo como un efecto de la creencia de que todos los seres fueron creados para servir al hombre; un hombre que incluso a su Dios lo ha concebido antropomórficamente, hecho a imagen y semejanza suya. Ha visto a su Dios sirviéndole detrás de esos animales. Estúdiese este texto: "Díjose entonces Dios: `Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven en ella"′, (Gén. 1, 26); compárese con Salm. 8, 6-8; Job 5, 22-23; Eclo. 17, 4; Jerem. 27, 6. Entre los animales guías se encuentra representada toda la creación animada: la vaca, el toro, el novillo, el carnero, la cabra, la cochina; la liebre, el jabalí, el lobo; culebras y serpientes; incluso un enjambre de abejas. A veces fieras indeterminadas, como en el caso de Aníbal a quien precedía, al atravesar el Ebro en su marcha hacia Italia, una caterva de fieras desconocidas (Zonaras, VIII, 22). Entre las aves hay grullas, calandrias, palomas, cuervos, águilas; cf. Krappe, o. e., 228-230. En una tradición apartada sobre la fundación de Méjico se creía que la ciudad fue construida en el lugar donde fue vista un águila (cf. E. A. Armstrong, o. c., 74). 7. Cicerón, De leg. 2, 20: "interpretes ... Jovis optumi maximi, publici augures". Acio atacaba a los agoreros que enriquecían de doradas palabras las moradas ajenas, y de oro las propias: "nihil credo auguribus, qui auris verbis divitant alienas, suas ut auro locupletent domos" (Trag. 169). Quizá el texto más interesante sobre la creencia en los agÜeros sea el ya tardío de Amiano Marcelino (s. IV); para él era Dios quien dirigía el vuelo de las aves, de por sí ignorantes del futuro; le movía a Dios enviar estas señales bien su bondad o el merecimiento de los hombres. Que los hombres se equivocaran a veces en la interpretación de las señales, no quería decir que no existiera la ciencia de augurar, como no dejaba de haber gramática cuando un gramático cometía un error, o música cuando un músico cantaba desentonado, o medicina cuando un médico desconocía el remedio. Se apoyaba en Cicerón: "Signa ostenduntur ... a dus rerum futurarum" (Rerum gest. XXI, 1, 9sts.). Compárese con Cicerón, De nat. deor. II, 4, 12; De divinat. I, 52, 118). 8. Curcio, Hist. Alex. IV, 7, 15 y IV, 15, 26; Plutarco, Alex. 27, 3. También, Diodoro, 17, 49, 5; Arrianao, Anab. 3, 3, 5-6; Estrabón, 17, 1, 43. 9. Cf. Historias, I, 62 y Anales, II, 17. En un comentario sobre este pasaje de los Anales leo: "Postea quoque in bellis Germanicis, ducibus Carolo V et Ferdinando, Archiduce Cardinali, praevolavere aquilae; ut videre est in Pompa Introitus Ferdinandi, p. 2" (Corneii Taciti Opera, ed. Gabriel Brotier [Edinburgi, 1797], III, 52). 10. Compárense los textos bíblicos citados con Deut. 18, 10 y Jerem. 27, 9; y Núm. 12, 8. Job, 33, 15-16. San Paulino de Nora (s. V.) confesaba que como cristiano no podía dictar falsas ficciones como las de los poetas paganos (cf. E. R. Curtius, European Literature [New York, 1958], 235. A este propósito comentaba con su característica socarronería Sánchez Dragó: "Es posible que el cristianismo salvara del infierno a los gentiles, pero desdde luego hundió en é a los poetas"(Górgoris y Habidis. Una historia mágica de España [Madrid, 1979], V, 76).
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