Luis de Góngora y Argote
Poesías

SONETOS

1

A Córdoba

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!
Si entre aquellas rüinas y despojos
Que enriquece Genil y Dauro baña
Tu memoria no fue alimento mío,
Nunca merezcan mis ausentes ojos
Ver tu muro, tus torres y tu río,
Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

2

De la brevedad engañosa de la vida
Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,
que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.
¿Confiésalo Cartago, y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a ti las horas:
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

3

Inscripción para el sepulcro de Dominico Greco

Esta en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.
Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave:
venéralo y prosigue tu camino.
Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte; y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces -si no sombras, Morfeo-.
Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.

4

De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado

Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino,
distinto, oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto,
piedad halló, si no halló camino.
Salió el Sol, y entre armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.
Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.

5

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

CANCIONES

1

Corcilla temerosa,
cuando sacudir siente
al soberbio Aquilón con fuerza fiera
la verde selva umbrosa,
o murmurar corriente
entre la yerba, corre tan ligera,
que al viento desafía
su voladora planta:
con ligereza tanta,
huyendo va de mí la ninfa mía,
encomendando al viento
sus rubias trenzas, mi cansado acento.
El viento delicado
hace de sus cabellos
mil crespos nudos por la blanca espalda,
y habiéndose abrigado
lascivamente en ellos,
a luchar baja un poco con la falda,
donde no sin decoro,
por brújula, aunque breve,
muestra la blanca nieve
entre los lazos del coturno de oro.
Y así, en tantos enojos,
si trabajan los pies, gozan los ojos.
[Con aquel dulce brío
que me da el soplo escaso
del viento al descubrir su planta bella,
sigo, esforzando el mío,
su fugitivo paso,
no más por alcanzalla que por vella;
ella mi intento viendo,
vuelve a mí la serena
süave luz, y enfrena
mi dulce alcance, el mismo efeto haciendo
sus luces soberanas
en mí que en Atalanta las manzanas.]
Yo, pues, ciego y turbado,
viéndola cómo mide
con más ligeros pies el verde llano
que del arco encorvado
la saeta despide
del parto fiero la robusta mano,
y viendo que en mí mengua
lo que a ella le sobra,
pues nuevas fuerzas cobra,
apelo de los pies para la lengua
y en alta voz le digo:
«No huyas, ninfa, pues que no te sigo.
»Enfrena, oh Clori, el vuelo,
pues ves que el rubio Apolo
pone ya fin a su carrera ardiente.
Ten de ti misma duelo;
deponga un rato solo
el honesto sudor tu blanca frente.
Bastante muestra has dado
de cruel y ligera,
pues en tan gran carrera
tu bellísimo pie nunca ha dejado
estampa en el arena,
ni en tu pecho cruel mi grave pena.
»Ejemplos mil al vivo
de ninfas te pondría
(si ya la antigüedad no nos engaña)
por cuyo trato esquivo
nuevos conoce hoy día
troncos el bosque y piedras la montaña;
mas sírvate de aviso
en tu curso el de aquella,
no tan cruda ni bella,
a quien ya sabes que el pastor de Anfriso,
con pie menos ligero,
la siguió ninfa y la alcanzó madero.»
Quédate aquí, canción, y pon silencio
al fugitivo canto,
que razón es parar quien corrió tanto.

2

Donde las altas ruedas
con silencio se mueven,
y a gemir no se atreven
las verdes sonorosas alamedas,
por no hacer rudo
al Betis, que entre juncias va dormido;
sobre un peñasco roto,
al tronco recostado
de un fresno levantado,
que escogió entre los árboles del soto
porque su sombra es flores,
su dulce fruto dulces ruiseñores,
Coridón se quejaba
de la ausencia importuna
al rayo de la Luna,
que al perezoso río le hurtaba,
mientras que él no lo siente,
espejos claros de cristal luciente.
«Injusto Amor -decía-,
pues permites que muera
en extraña ribera
(que por extraña tengo ya la mía),
válganme contra ausencia
esperanzas armadas de paciencia.»

3

Vuelas, oh tortolilla,
y al tierno esposo dejas
en soledad y quejas;
vuelves después gimiendo,
recíbete arrullando,
lasciva tú, si él blando.
Dichosa tú mil veces,
que con el pico haces
dulces guerras de Amor y dulces paces.
Testigo fue a tu amante
aquel vestido tronco
de algún arrullo ronco;
testigo también tuyo
fue aquel tronco vestido
de algún dulce gemido;
campo fue de batalla
y tálamo fue luego:
árbol que tanto fue perdone el fuego.
Mi piedad una a una
contó, aves dichosas,
vuestras quejas sabrosas;
mi envidia ciento a ciento
contó, dichosas aves,
vuestros besos süaves.
Quien besos contó y quejas
las flores cuente a Mayo,
y al cielo las estrellas rayo a rayo.
Injuria es de las gentes
que de una tortolilla
Amor tenga mancilla,
y que de un tierno amante
escuche, sordo, el ruego
y mire el daño, ciego.
Al fin es dios alado,
y plumas no son malas
para lisonjear a un dios con alas.

4

De la florida falda
que hoy de perlas bordó la alba luciente,
tejidos en guirnalda
traslado estos jazmines a tu frente,
que piden, con ser flores,
blanco a tus sienes y a tu boca olores.
Guarda de estos jazmines
de abejas era un escuadrón volante,
ronco, sí, de clarines,
mas de puntas armado de diamante;
púselas en huida,
y cada flor me cuesta una herida.
Más, Clori, que he tejido
jazmines al cabello desatado,
y más besos te pido
que abejas tuvo el escuadrón armado;
lisonjas son iguales
servir yo en flores, pagar tú en panales.

5

En el sepulcro de Garcilaso de la Vega
Piadoso hoy celo, culto
cincel hecho de artífice elegante,
de mármol espirante
un generoso anima y otro bulto,
aquí donde entre jaspes y entre oro
tálamo es mudo, túmulo canoro.
Aquí donde coloca
justo afecto en aguja no eminente,
sino en urna decente,
esplendor mucho, si ceniza poca,
bien que, milagros despreciando egipcios,
pira es suya este monte de edificios.
Si tu paso no enfrena
tan bella en mármol copia, oh caminante,
esa es la ya sonante
émula de las trompas, ruda avena,
a quien del Tajo deben hoy las flores
el dulce lamentar de dos pastores;
este el corvo instrumento
que al Albano cantó segundo Marte,
de sublime ya parte
pendiente, cuando no pulsarlo al viento,
solicitarlo oyó silva confusa,
ya a docta sombra, ya a invisible musa.
Vestido, pues, el pecho
túnica Apolo de diamante gruesa,
parte la dura huesa
con la que en dulce lazo el blanco lecho.
Si otra inscripción deseas, vete cedo:
lámina es cualquier piedra de Toledo.

SEGUIDILLAS Y CANCIÓN

Para Doña María Hurtado, en ausencia de Don Gabriel Zapata su marido


Mátanme los celos
de aquel andaluz:
hágame, si muriere,
la mortaja azul.
Perdí la esperanza
de ver mi ausente:
Háganme, si muriere,
la mortaja verde.
Madre, sin ser monja,
soy ya descalza,
pues me tiene la ausencia
sin mi Zapata.
La mitad del alma
me lleva la mar;
volved, galeritas,
por la otra mitad.
Muera yo en tu playa,
Nápoles bella,
y serás sepulcro
de otra sirena.
Pídenme que cante,
canto forzada;
¡quién lo fuera vuestro,
galeras de España!
Mientras hago treguas
con mi dolor,
si descansan los ojos,
llore la voz.
Ausente de mi vida,
tú en agua, yo navego
en lágrimas de fuego
después de tu partida.
Esta mi voz perdida
dulce te seguirá, pues dulce vuela;
suspiros no, que abrasarán tu vela.
No de tu media luna
ha sido, Amor, flechada
saeta más alada
que la ausencia importuna.
Defensa hay sola una
contra su penetrante vuelo, y esa
el duro es mármol de una breve huesa.

MADRIGALES

1

De la purificación de Nuestra Señora
La vidrera mejor
en sus brazos de cristal
entra al Sol hoy celestial
en la capilla mayor;
a cuyo resplandor,
sin que más luz espere,
Simeón fénix arde y cisne muere.

2

Inscripción para el sepulcro de Doña María de Lira
La bella Lira muda yace ahora
debajo de este mármol, que sin duda
lo ha convocado muda
como solía canora.
Si el Tajo arenas dora,
ilustre piedras: culto monumento
a este de las Musas instrumento.

3

Madrigal para inscripción de la fuente de quien dijo Garcilaso:
«En medio del invierno...», etc.
El líquido cristal que hoy de esta fuente
admiras, caminante,
el mismo es de Helicona;
si pudieres, perdona
al paso un solo instante:
beberás (cultamente)
ondas que del Parnaso
a su Vega tradujo Garcilaso.

OCTAVAS

1

Octava fúnebre en el sepulcro de la Señora Reina Doña Margarita

En esta que admiráis de piedras graves
labor no egipcia, aunque a la llama imita,
ungüentos privilegian hoy süaves
la muerta humanidad de Margarita,
si de cuantos la pompa de las aves
en su funeral leños solicita
hay quien destile aroma tal, en vano
resistiendo sus troncos al gusano.

2

Tomando ocasión de la muerte del Conde de Villamediana, se burla del Doctor Collado, médico amigo suyo

Mataron al señor Villamediana.
Dúdase con cuál arma fuese muerto:
quién dice que fue media partesana;
quién alfanje, de puro corvo tuerto;
quién el golpe atribuye a Durindana,
y en lo horrible tuviéralo por cierto,
a no haber un alcalde averiguado
que le dieron con un doctor Collado.

TERCETOS

1

¡Mal haya el que en señores idolatra
y en Madrid desperdicia sus dineros,
si ha de hacer al salir una mohatra!
Arroyos de mi huerta lisonjeros
(¿lisonjeros?: mal dije, que sois claros):
Dios me saque de aquí y me deje veros.
Si corréis sordos, no quiero hablaros;
mejor es que corráis murmuradores,
que llevo muchas cosas que contaros.
Tenedme, aunque es otoño, ruiseñores,
ya que llevar no puedo ruicriados,
que entre pámpanos son lo que entre flores.
Si yo tuviera veinte mil ducados,
tiplones convocara de Castilla,
de Portugal bajetes mermelados;
y a fe que a la pajísima capilla
torbas de cristal vuestras corrientes
prestaran dulces en su verde orilla.
Pájaros suplan, pues, faltas de gentes,
que en voces, si no métricas, süaves,
consonancias desaten diferentes;
si ya no es que de las simples aves
contiene la república volante
poetas, o burlescos sean o graves,
y cualque madrigal sea elegante,
librándome el lenguaje en el concento,
el que algún culto ruiseñor me cante,
prodigio dulce que corona el viento,
en unas mismas plumas escondido
el músico, la musa, el instrumento.
Mas ¿dónde ya me había divertido,
risueñas aguas, que de vuestro dueño
os habéis con razón siempre reído?
Guardad entre esas guijas lo risueño
a este dómine bobo, que pensaba
escaparse de tal por lo aguileño,
celebrando con tinta, y aun con baba,
las fiestas de la corte, poco menos
que hacérselas a Judas con octava.
Cantar pensé en sus márgenes amenos
cuantas Dianas Manzanares mira,
a no romadizarme sus Sirenos.
La lisonja, con todo, y la mentira
(modernas musas del Aonio coro)
las cuerdas le rozaron a mi lira.
¿Valió por dicha al leño mío canoro
(si puede ser canoro leño mío)
clavijas de marfil o trastes de oro?
Sequedad lo ha tratado como a río;
puente de plata fue que hizo alguno
a mi fuga quizá de su desvío.
No más, no, que aun a mí seré importuno,
y no es mi intento a nadie dar enojos,
sino apelar al pájaro de Juno:
gastar quiero de hoy más plumas con ojos
y mirar lo que escribo. El desengaño
preste clavo y pared a mis despojos.
La adulación se queden y el engaño
mintiendo en el teatro, y la esperanza
dando su verde un año y otro año;
que si en el mundo hay bienaventuranza,
a la sombra de aquel árbol me espera
cuyo verdor no conoció mudanza.
Su flor es pompa de la primavera;
su fruto, o sea lo dulce o sea lo acedo,
en oro engasta, que al romperlo es cera.
Allí el murmurio de las aguas ledo,
ocio sin culpa, sueño sin cuidado
me guardan, si acá en polvos no me quedo
molido del dictamen de un letrado
en la tahona de un relator, donde
siempre hallé para mí el rocín cansado.
Dichoso el que pacífico se esconde
a este civil rüido, y litigante,
o se concierta o por poder responde,
sólo por no ser miembro corteggiante
de sierpe prodigiosa, que camina
la cola, como el gámbaro, delante.
Oh soledad, de la quietud divina
dulce prenda, aunque muda, ciudadana
del campo, y de sus ecos convecina;
sabrosas treguas de la vida urbana,
paz del entendimiento, que lambica
tanto en discursos la ambición humana:
¿quién todos sus sentidos no te aplica?
Ponme sobre la mula, y verás cuánto
más que la espuela esta opinión la pica.
Sea piedras la corona, si oro el manto
del monarca supremo; que el prudente
con tanta obligación no aspira a tanto.
Entre pastor de ovejas y de gente,
un político medio lo conduce
del pueblo a su heredad, de ella a su fuente.
Sobre el aljófar que en las hierbas luce,
o se reclina, o toma residencia
a cada vara de lo que produce.
Tiéndese, y con debida reverencia
responde, alta la gamba, al que le escribe
la expulsión de los moros de Valencia.
Tan ceremonosamente vive,
sin dársele un cuatrín de que en la corte
le den título a aquél o el otro prive.
No gasta así papel, no paga porte
de la gaceta que escribió las bodas
de doña Calamita con el Norte.
Del estadista y sus razones todas
se burla, visitando sus frutales,
mientras el ambicioso sus vaivodas.
No pisa pretendiente los umbrales
del que trae la memoria en la pretina,
pues de ella penden los memorales.
El margen de la fuente cristalina,
sobre el verde mantel que da a su mesa,
platos le ofrece de esmeralda fina.
Sírvele el huerto con la pera gruesa
émula en el sabor, y no comprada,
de lo más cordal de la camuesa.
A la gula se queden la dorada
rica vajilla, el bacanal estruendo...
Mas basta, que la mula es ya llegada.
¡A tus lomos, oh rucia, me encomiendo!

2

A Luis de Cabrera, para la historia del Señor Rey Don Felipe el Segundo

Escribís, oh Cabrera, del segundo
Filipo las acciones y la vida,
con que el cielo aquistó, si admiró el mundo.
Alto asunto, materia esclarecida,
digna, Livio español, de vuestra pluma,
y pluma tal a tanto rey debida.
Léase, pues, de este prudente Numa
el largo cetro, la gloriosa espada
en culto estilo ya con verdad suma.
Sea la felicísima jornada
en sus primeros años florecientes
lisonja de mi oreja fatigada.
Provincias, mares, reinos diferentes
peregrinó gentil, pisó ceñido
de enjambres, no de ejércitos de gentes.
Cual ya el único pollo bien nacido
de crestas vuela de oro coronado,
si bien de plata y rosicler vestido,
que de tropas de aves rodeado,
la variedad matiza del plumaje
el color de los cielos turquesado,
tal el joven procede en su viaje,
Fénix, mas no admirado del dichoso
árabe en nombre, bárbaro en linaje,
ni del egipcio un tiempo religioso,
sino hospedado del fel lombardo,
temido del helvecio belicoso.
Tantos siguen al Príncipe gallardo,
que el río que vadean cristalino
o al mar no llega, o llega con pie tardo.
Hierve, no de otra suerte que el camino
de próvidas hormigas, o de abejas
el aire al colmenar circunvecino.
Balcones, galerías son, y rejas
del número que ocurre a saludarlo
las altas hayas, las encinas viejas.
A los pies llega al fin del Quinto Carlo,
que en sus brazos lo acoge, y tiernamente
lo abraza y no desiste de abrazarlo.

LETRILLAS LÍRICAS

1

¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!
Baste lo flechado, Amor,
más munición no se pierda;
afloja al arco la cuerda
y la causa a mi dolor;
que en mi pecho tu rigor
escriben las plumas juntas,
y en las espaldas las puntas
dicen que muerto me has.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!
Para el que a sombras de un roble
sus rústicos años gasta,
el segundo tiro basta,
cuando el primero no sobre;
basta para un zagal pobre
la punta de un alfiler;
para Bras no es menester
lo que para Fierabrás.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!
[Gran vergüenza tuya es
que pongas el mismo afán
en traspasar un gabán
que en enclavar un arnés.
Pues ya rendido a tus pies,
envuelto en mi sangre lloro,
no des al viento más oro
con las flechas que le das.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!]
Tan asaeteado estoy,
que me pueden defender
las que me tiraste ayer
de las que me tiras hoy;
si ya tu aljaba no soy,
bien a mal tus armas echas,
pues a ti te faltan flechas
y a mí donde quepan más.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!

2

No son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores,
sino campanitas de plata,
que tocan a la alba,
sino trompeticas de oro,
que hacen la salva
a los soles que adoro.
No todas las voces ledas
son de Sirenas con plumas,
cuyas húmidas espumas
son las verdes alamedas;
si suspendido te quedas
a los süaves clamores,
no son todos ruiseñores, etc.
Lo artificioso que admira,
y lo dulce que consuela,
no es de aquel violín que vuela
ni de esotra inquieta lira;
otro instrumento es quien tira
de los sentidos mejores:
no son todos ruiseñores, etc.
[Las campanitas lucientes,
y los dorados clarines
en coronados jazmines,
los dos hermosos corrientes
no sólo recuerdan gentes
sino convocan amores.
No son todos ruiseñores, etc.]

3

La vaga esperanza mía
se ha quedado en vago, ¡ay triste!
Quien alas de cera viste
¡cuán mal de mi Sol las fía!
Atrevida se dio al viento
mi vaga esperanza, tanto,
que las ondas de mi llanto
infamó su atrevimiento,
bien que todo un elemento
de lágrimas urna es poca.
¿Qué diré a cera tan loca,
o a tan alada osadía?
La vaga esperanza mía, etc.
[Como vaga, fue ligera
a conducir mi esperanza
rayos, que apenas alcanza
la vista en la cuarta esfera.
Mal perdida. la carrera
torciendo, infelice suerte
abrasó para mi muerte
mi generosa porfía.
La vaga esperanza mía, etc.]

4

Ánsares de Menga
al arroyo van:
ellos visten nieve,
él corre cristal.
El arroyo espera
las hermosas aves,
que cisnes süaves
son de su ribera;
cuya Venus era
hija de Pascual.
Ellos visten nieve,
él corre cristal.
Pudiera la pluma
del menos bizarro
conducir el carro
de la que fue espuma.
En beldad, no en suma,
lucido caudal,
ellos visten nieve,
él corre cristal.
Trenzado el cabello
los sigue Minguilla,
y en la verde orilla
desnuda el pie bello,
granjeando en ello
marfil oriental
los que visten nieve,
quien corre cristal.
La agua apenas trata
cuando dirás que
se desata el pie,
y no se desata,
plata dando a plata
con que, liberal,
los viste de nieve,
le presta cristal.

5

[En persona del Marqués de Flores de Ávila, estando enfermo]

Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
La aurora ayer me dio cuna,
la noche ataúd me dio;
sin luz muriera si no
me la prestara la Luna:
pues de vosotras ninguna
deja de acabar así,
aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía,
pues quien me concedió un día,
dos apenas le dio a él:
efímeras del vergel,
yo cárdena, él carmesí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas más horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que él retiene en sí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
El alhelí, aunque grosero
en fragancia y en color,
más días ve que otra flor,
pues ve los de un Mayo entero:
morir maravilla quiero
y no vivir alhelí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
A ninguna flor mayores
términos concede el Sol
que al sublime girasol,
Matusalén de las flores:
ojos son aduladores
cuantas en él hojas vi.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

LETRILLAS SATÍRICAS

1

Que pida a un galán Minguilla
cinco puntos de jervilla,
bien puede ser;
mas que calzando diez Menga,
quiera que justo le venga,
no puede ser.

2

Que se case un don Pelote
con una dama sin dote,
bien puede ser;
mas que no dé algunos días
por un pan las damerías,
no puede ser.

3

Que la viuda en el sermón
dé mil suspiros sin son,
bien puede ser:
mas que no los dé, a mi cuenta,
porque sepan dó se sienta,
no puede ser.

4

Que esté la bella casada
bien vestida y mal celada,
bien puede ser;
mas que el bueno del marido
no sepa quién dio el vestido,
no puede ser.

5

Que anochezca cano el viejo,
y que amanezca bermejo,
bien puede ser;
mas que a creer nos estreche
que es milagro y no escabeche,
no puede ser.

6

Que se precie un don Pelón
que se comió un perdigón,
bien puede ser;
mas que la biznaga honrada
no diga que fue ensalada,
no puede ser.

7

Que olvide a la hija el padre
de buscalle quien le cuadre,
bien puede ser;
mas que se pase el invierno
sin que ella le busque yerno,
no puede ser.

8

Que la del color quebrado
culpe al barro colorado,
bien puede ser;
mas que no entendamos todos
que aquestos barros son lodos,
no puede ser.

9

Que por parir mil loquillas
enciendan mil candelillas,
bien puede ser;
mas que, público o secreto,
no haga algún cirio efecto,
no puede ser.

10

Que sea el otro Letrado
por Salamanca aprobado,
bien puede ser;
mas que traiga buenos guantes
sin que acudan pleiteantes,
no puede ser.

11

Que sea Médico más grave
quien más aforismos sabe,
bien puede ser;
mas que no sea más experto
el que más hubiere muerto,
no puede ser.

12

Que acuda a tiempo un galán
con un dicho y un refrán,
bien puede ser;
mas que entendamos por eso
que en Floresta no está impreso,
no puede ser.

13

Que oiga Menga una canción
con piedad y atención,
bien puede ser;
mas que no sea más piadosa
a dos escudos en prosa,
no puede ser.

14

Que sea el Padre Presentado
predicador afamado,
bien puede ser;
mas que muchos puntos buenos
no sean estudios ajenos,
no puede ser.

15

Que una guitarrilla pueda
mucho, después de la queda,
bien puede ser;
mas que no sea necedad
despertar la vecindad,
no puede ser.

16

Que el mochilero o soldado
deje su tercio embarcado,
bien puede ser;
mas que le crean de la guerra
porque entró roto en su tierra,
no puede ser.

17

Que se emplee el que es discreto
en hacer un buen soneto,
bien puede ser;
mas que un menguado no sea
el que en hacer dos se emplea,
no puede ser.

18

Que quiera una dama esquiva
lengua muerta y bolsa viva,
bien puede ser;
mas que halle, sin dar puerta,
bolsa viva y lengua muerta,
no puede ser.

19

Que junte un rico avariento
los doblones ciento a ciento,
bien puede ser;
mas que el sucesor gentil
no los gaste mil a mil,
no puede ser.

20

Que se pasee Narciso
con un cuello en paraíso,
bien puede ser;
mas que no sea notorio
que anda el cuerpo en purgatorio,
no puede ser.

ROMANCES

1

Los rayos le cuenta al Sol
con un peine de marfil
la bella Jacinta, un día
que por mi dicha la vi
en la verde orilla
de Guadalquivir.
La mano obscurece al peine
mas ¿qué mucho si el abril
la obscurecen los lilios
que blancos suelen salir
en la verde orilla
de Guadalquivir?
Los pájaros la saludan,
porque piensan (y es así),
que el Sol que sale en Oriente
vuelve otra vez a salir
en la verde orilla
de Guadalquivir.
Por solo un cabello el Sol
de sus rayos diera mil,
solicitando envidioso
el que se quedaba allí
en la verde orilla
de Guadalquivir.

2

La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
Dejadme llorar
orillas del mar.
Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
Dejadme llorar
orillas del mar.
En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,
Déjame llorar
orillas del mar.
No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar,
Dejadme llorar
orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.
Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad,
Dejadme llorar
orillas del mar.

3

Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.
Pondráste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;
y a mí me podrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;
y si hace bueno
traeré la montera
que me dio la Pascua
mi señora abuela,
y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto
mi tía la ollera.
Compraremos de él
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda;
y en la tardecica,
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas
con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
y las dos primillas,
Marica y la tuerta;
y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto dello
bailar en la puerta;
y al son del adufe
cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas;
y yo de papel
haré una librea
teñida con moras
porque bien parezca,
y una caperuza
con muchas almenas
pondré por penacho
las dos plumas negras
del rabo del gallo,
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas;
y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
en sus tranzaderas;
y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos, por riendas;
y entraré en la calle
haciendo corvetas,
yo y otros del barrio,
que son más de treinta.
Jugaremos cañas
junto a la plazuela,
porque Barbolilla
salga acá y nos vea;
Barbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,
porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.

4

En el caudaloso río
donde el muro de mi patria
se mira la gran corona
y el antiguo pie se lava,
desde su barca Alción
suspiros y redes lanza,
los suspiros por el cielo
y las redes por el agua,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.
En un mismo tiempo salen
de las manos y del alma
los suspiros y las redes
hacia el fuego y hacia el agua.
Ambos se van a su centro,
do su natural les llama,
desde el corazón los unos,
las otras desde la barca,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.
El pescador, entre tanto,
viendo tan cerca la causa,
y que tan lejos está
de su libertad pasada,
hacia la orilla se llega,
adonde con igual pausa
hieren el agua los remos
y los ojos de ella el alma,
y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.
Y aunque el deseo de verla,
para apresurarle, arma
de otros remos la barquilla,
y el corazón de otras alas,
porque la ninfa no huya,
no llega más que a distancia
de donde tan solamente
escuche aquesto que canta:
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»
Volad al viento, suspiros,
y mirad quién os levanta
de un pecho que es tan humilde
a partes que son tan altas.
Y vosotras, redes mías,
calaos en las ondas claras,
adonde os visitaré
con mis lágrimas cansadas,
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»
Dejadme vengar de aquélla
que tomó de mi venganza
de más leales servicios
que arenas tiene esta playa;
dejadme, nudosas redes,
pues que veis que es cosa clara
que más que vosotras nudos
tengo para llorar causas.
«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»

5

Érase una vieja
de gloriosa fama,
amiga de niñas,
de niñas que labran.
Para su contento
alquiló una casa
donde sus vecinas
hagan sus coladas.
Con la sed de amor
corren a la balsa
cien mil sabandijas
de natura varia,
a que con sus manos,
pues tiene tal gracia
como el unicornio,
bendiga las aguas.
También acudía
la viuda honrada,
del muerto marido
sintiendo la falta,
con tan grande extremo,
que allí se juntaba
a llorar por él
lágrimas cansadas.

FIN