{

I. DE LA EXOCRÍTICA A LA ENDOCRÍTICA

          Gracias sobre todo a don Ramón Menéndez Pidal, el Cantar de Mio Cid, primogénito de la literatura castellana, fue extraído casi definitivamente de las oscuridades de su lengua y del arcano mundo de sus referencias.  Hoy este primitivo cantar puede ser comprendido y apreciado por el lector no especializado.

          Mio Cid, como aquí voy a llamar a la obra, ha sobrevivido en un único manuscrito, que escribió Per Abbat. Este manuscrito permaneció varios siglos escondido en su rincón, donde los eruditos, de topar con él, lo dejaron reposar, desdeñosos de su desgreñado semblante. Por fin, en la segunda mitad del siglo XVIII, Tomás Antonio Sánchez lo recogió y publicó en el primer tomo de su antología Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV (Madrid, 1779). Así hizo el protocantar castellano su presentación en la sociedad literaria.

          Años despues los románticos, con su acendrado apasionamiento por lo medieval, leían la obra y ensalzaban admirados sus aciertos artísticos.{1}  A continuación los posrománticos, ilustres restauradores de monumentos ruinosos, se encargaron con gran denuedo y seriedad de reengendrar a Mio Cid y darlo a  luz nuevo, darlo a nueva luz. Sobre estos ilustres restauradores se encumbra la figura de Menéndez Pidal, en quien el Cantar de Mio Cid, hijo de padres desconocidos, habría de encontrar el más fervoroso y acaudalado de sus padrinos. Don Ramón se adueñó del Cantar. Lo cuidó con el mayor cariño y esmero. Para reparar las injurias y lesiones de la incuria multisecular, lo sometió a múltiples operaciones quirúrgicas: trasplantes de tejidos traídos de otros cuerpos, operaciones ortopédicas con que corregir  estructurales y especialmente, extensa cirugía estética. El Cantar de Mio Cid recibió de él fecha de nacimiento, 1140; más tarde creyó don Ramón haber descubierto cuántos y de dónde fueron sus padres.{2}

          El éxito de la labor de Menéndez Pidal fue tan extraordinario, tan rotundo, que su versión crítica muy retocada, Poema de Mio Cid,{3} llegó a suplantar, aun entre los críticos medievalistas, el texto original del manuscrito, que él mismo nos legó en esmerada edición paleográfica.{4}   El gran filólogo se encargó de interpretarnos el habla y el balbuceo del primitivo texto.  En ocasiones, con espíritu de celoso paternalismo, defendió su propia interpretación contra juicios y opiniones de críticos extranjeros, extraños al sentimiento nacionalista-por él defendido-del Cantar.{5}

          En una de sus últimas compilaciones recogió Menéndez Pidal una serie de artículos suyos y la tituló En torno al Poema del Cid (Barcelona, 1963).  Con la expresión En torno caracterizaba muy bien el autor su labor sobre Mio Cid. Consciente o inconscientemente nos indicaba que sus estudios, aparecidos en el transcurso de ubérrimos años, más que en las entrañas del protocantar castellano, se habían enfocado en su ambiente, en su mundo de en-torno, en sus alrededores.  La obra crítica de la escuela pidaliana, la suya labor de exocrítica: preocupación científica enfocada más que sobre la médula, el sistema nervioso o endoesqueleto de Mio Cid, sobre su exoesqueleto, es decir, las disciplinas de soporte periférico, filología, historia  civil, social, económica, eclesiástica-, geografía, folklore, jurisprudencia, numismática, literatura comparada, etc.{6}  Exocrítica es crítica del en-torno.

          Lo que aquí se va a decir contra la exocrítica no va provocado por un espíritu de desagradecimiento, menosprecio o denigración; nace de un interés por destacar las limitaciones de su método en el terreno de la literatura, ciñéndonos en estos estudios a Mio Cid.

          Ya lo reconocí al principio: fueron indispensables los estudios de Menéndez Pidal para una mejor intelección del protocantar castellano. Gracias a esos estudios la esotérica obra se nos hizo exotérica.  Pero si Mio Cid sigue indefinidamente bajo la hegemonía de la exocrítica, corre el riesgo de permanecer siendo poco más que un curioso y apreciable florilego de información lingüística, histórica, geográfica, jurídica, folklórica, etc., de la vieja Castilla. El riesgo es tanto mayor cuanto mayor es el calibre y la pasión del crítico posromántico, que se deja llevar por la entusiasmada ponderación de los valores idiosincráticos del viejo pueblo, en cuyo seno creyó haberse forjado el  poema .{7}

          Y es que el exocrítico cae irremediablemente en la tentación de salirse de la obra al autor, de la estructura al marco cultural, de los personajes a las personas, de las formas a la materia, de lo patético a lo ideológico, de la imaginación a la realidad; en menos palabras: de la poesía a la historia. Esas tentaciones de salirse del mundo de por-dentro de la fábula al de en-torno de la historia hicieron caer al exocrítica en el pecado de proclamar:  En suma  el Cantar tiene un carácter eminentemente histórico. {8}   A mí la historicidad, predicada como carácter eminente de una obra poética, me sabe más que a requiebro a sambenito.

          Menéndez Pidal sabía muy bien que muchas noticias del Cantar estaban en desacuerdo con la historia; pero lo proclamaba  eminentemente histórico  por su contraste con la Chanson de Roland  criterio exocrítico-, eminentemente fantástica; non sequitur, evidentemente, como no sería adecuado tildar de africanas a las españolas porque no son tan rubias como las danesas.

          Se comprende, no obstante, que el crítico que es eminentemente historiador no encuentre mejor elogio para la obra antigua que el de su historicidad. Hay que interpretarlo como elogio hiperbólico, tan exagerado y voluntarioso como el del poeta cortesano que a su amada la llamaba  diosa, o el del humanista devoto de los libros que, como Santillana, llamaba a la Virgen bibliotheca. Los historiadores, trabajando por domo, se han esforzado por disecar la poesía con el fin de preservar la historia.

          Los historiadores, denegándose el goce estético, se han atrevido a reprochar al poeta de Mio Cid sus olvidos o sus desvíos de la verdad histórica;{9} no han sabido saborear sus aciertos artísticos, la verdad poética de la composición, en la que el hecho experimental se desleía en ambigüedad semántica.

          La poesía se resiste a convivir con la historia; son dos señoras a las que no se puede servir a la vez.  La obra poética sufre en poder del historiador, que trata de descoyuntar su esencial ambigüedad, su enigmas que hay que descifrar con la ayuda de otros documentos; la obra poética no es mucho más que un código de señales que representan un mundo físico, exterior, documentable.  Al historiador, al exocrítico, le seduce averiguar esa cosa física, exterior, documentable: qué fue lo que verdaderamente pasó.

          Una de las preocupaciones más picantes de la exocrítica ha sido encontrarle autor a Mio Cid. El historiador, con el fin de dar autoridad al relato, ha de cerciorarse primero de la autoridad del relator. Notables han sido los esfuerzos de especulación sobre el autor de Mio Cid, su unidad o dualidad.  Menéndez Pidal en sus últimos años defendió la dualidad de poetas como una  idea  dice- que se fue implantando lentamente en contra de mis primeras opiniones .{10}  El crítico basaba su opinión en el texto mismo, que parecía reclamar un autor familiarizado con los asuntos de San Esteban y otro con los de Medinaceli: cada uno, pues, con autoridad para hablarnos de su parcela.

          La exocrítica ha venido juzgando a Mio Cid dentro de un arte juglaresco: del pueblo, sobre el pueblo, para el pueblo. Fue un sentir muy romático el concepto de un viejo pueblo preñado de poesía, capaz de alumbrar prodigios como Mio Cid y el Romancero.  Ironía romántica; como si el pueblo medieval no hubiera sido tan inepto para la creación artística como el contemporáneo.  Es de necesidad creer que el primitivo pueblo castellano era mucho más inepto; ¿ cómo iba a poder crear, si no contaba ni siquiera con lengua propia orgánica : ¡cuando apenas podemos pensar sin palabras!  No cabe duda de que es muy irónico que los románticos, tan cultos, tan estudiosos, tan individualistas, atribuyeran tamaños poderes a las multitudes tan oscuras e ignorantes.

          Los exocríticas, con el fin de acentuar ese carácter informativo, fidedigno, de Mio Cid, han tratado de estirar hasta el máximo cualquier tipo de prueba que pudiera acercar el escrito a la fecha de los acontecimientos en él relatados; otra vez aquí se servirían de la conjeturada proximidad a los acontecimientos para argüir sobre la veracidad de los datos.  Con ello parece darse a entender que aquel viejo pueblo asistiría a las recitaciones de las obras de entretenimiento con ánimo de ilustrarse en la historia, y no tanto de deleitarse con la leyenda.

          Resulta, sin duda, muy duro imaginarse a aquellas multitudes castellanas abarrotando plazas y mercados en busca de datos históricos, contados una y otra vez, como medio de distracción.  El historiador moderno ha tratado de dotar a las multitudes medievales de sus propios intereses y sus peculiares goces con el descubrimiento histórico, pasando por alto que lo que para él era descubrimiento, que satisfacía su ansia investigadora, no causaría a aquéllas mayor emoción que la que puede esperarse de un parte de noticias, repetido una y otra vez.{11}

          En esta apreciación de los gustos del pueblo están muy equivocados los historiadores.  Téngase en cuenta que los predicadores medievales, como los de hoy, instruían a sus oyentes con centenares de ejemplos de ficción: miles y miles de ejemplos, de milagros de la Virgen y de los santos.  Unos santos que, como reza uno de los títulos de Saintyves, Les saints, successeurs des dieux, habían sido moldeados a imitación de los dioses paganos, o sea, con elementos legendarios, no a base de hechos de sus vidas.

          En la Castilla medieval el abad Grimaldo nos dejó dicho algo, en su introducción a la Vida de sancto Domingo de Silos, sobre su teoría de la biografía: no consistía tanto en relatar la vida particular de santo  valor histórico- como en demostrar  fin apologético- que éste había imitado las virtudes de los buenos ministros del Señor y evitado los vicios.{12}   Al leer la Vida no es difícil notar que el autor fue buscando por las Escrituras y entre la hagiografía ejemplos buenos, que dijo haber imitado su biografiado a la perfección. Esta vida de Grimaldo es la que Berceo traduciría, o mejor, interpretaría en román paladino.

          ¿ Y la verdad biográfica   No importaba; se trataba de ejemplos dignos de imitación. En fin, no todos tenían que ser imitables; habían de ser, sí, admirables, conmovedores.  Aquellas multitudes medievales, como las de hoy, se deleitaban tanto con los relatos apócrifos de la vida de Cristo, tan incompatibles con la historia de los Evangelios, que huelga creerlos exigentes en el rigor histórico de los relatos miocidianos.

          El exocrítico ha perdido de vista que el pueblo de todos los tiempos se ha deleitados más con la leyenda que con la historia; las creencias se impusieron a los hechos; las costumbres arcaicas y exóticas atarjeron siempre más que las propias y contemporáneas.  ¿ No es el abuelo, ya viejo, el que literalmente encanta a todos con historietas de sus tiempos de antaño {13  Siendo esto así, me gustaría pensar que Mio Cid fue compuesto muy posterior a 1140, cuando ya sus noticias, modos y costumbres producirían el deleite de lo arcaico, de lo desusado; el autor, como hombre docto, pudo haber arcaizado de intento. Compréndase que un retraso en la fecha de composición de Mio Cid no le restaría valor literario alguno, ni por ello perderían prestigio las letras castellanas.

          En el antiguo pueblo griego había descubierto Aristóteles apetencias no por la historia, sino por una poesía dramática, cuyo sustento no eran los hechos-como-fueron, sino los hechos-como-debieron-ser. En la Castilla medieval el autor dramático, al componer Mio Cid, se lanzó con enorme audacía a la empresa de crear personajes; su obra dramática se sustentaría de hechos que respondían no a una exigencia histórica,

sino a una necesidad poética: eran hechos como-debieron-ser.{14}   Su propósito era el del artista que, en ejercicio de su omnímoda libertad, pretendía sorprender a su público. La sorpresa, en su caso, era tanto mayor cuanto más recientes se decían haber sido los sucesos relatados. Los historiadores han querido establecer como característica de Mio Cid su eminente historicidad, que han explicado por la fresca memoria de los sucesos; aun suponiendo que todos esos sucesos hubieron sido históricos, ¿ qué mérito especial tenía relatar lo de todos conocido 

          Por mi parte, creo que lo característico, lo original y valioso de Mio Cid consiste en la sorpresa literaria, en la atribución a hombres de un pasado cercano de acciones ahistóricas, antihistóricas. 

          Al elogiar tan hiperbólicamente la historicidad de Mio Cid, además de mermar los valores poéticos de la obra, ha querido la exocrítica realizar una cualidad, que no es cierto fuera la mayor preocupación de los escritores o del público de la época. No creo que aquel público acudiera o oír la historia con una especie de espíritu crítico positivista; lo que querría oír sería poesía, en el sentido aristotélico de filosofía. La exocrítica tenía que haber demostrado que el autor de Mio Cid prefería pasar información de los hechos a impartir conocimientos de verdades de vida, valiéndose de ejemplos.{15}

          Otra afición descarriada de la exocrítica ha sido el enjuiciar el monumento literario arcaico con miras de sociología moderna, hasta el punto de que lo que en Mio Cid son motivos literarios ha sido tomado como prejuicios clasistas, o de partidos políticos.{16}  Se ha querido descifrar en las campañas del Cid un espíritu de cruzada, un propósito de expulsar al infiel de la tierra de cristianos.  Pero, claro, en Mio Cid no todo moro era enemigo, ni todo cristiano amigo por el mero hecho de su fe. Entre los moros, los hubo que se reconciliaron amigablemente con el Cid y los suyos, terminada la batalla, mientras que entre los cristianos, algunos tan sobresalientes como los Infantes de Carrión, se mostraron hostiles y crueles sin remedio. Parece claro que las campañas bélicas del Cid fueron originadas no por un espíritu de cruzada, sino por una necesidad de sobrevivir; esas campañas aumentaron y se extendieron más tarde para satisfacer el deseo de grandes ganancias.  Los móviles de aquellos guerreros no podrían denominarse, con criterio evangélico, cristianos.

          La exocrítica ha querido ver también en los protagonistas de Mio Cid unos paladines de la lucha contra la nobleza corrompida: contra el Conde de  Barcelona, contra los Infantes de Carrión, contra el rey Alfonso incluso.{17}  Pero está claro que el Cid no tenía ni idea de la democracia; ni puede creerse que luchara contra la nobleza aquel guerrero que se mostraba sometido, servilmente y de grado, a un rey que le había desterrado, al parecer inicuamente, que le llenó de deshonra. Por su parte, el Cid, como infanzón desterrado, primero, y luego como señor de Valencia, se acordaría de su rey y no cesaría de enviarle regalos.

          En la escala de valores del autor, de los personajes y del público inmediato de Mio Cid, el pináculo del triunfo del Campeador no fue el éxito individual, personal, en un sentir democrático, sino el hecho de emparentar con nobles, en un sentir monárquico. Hasta el extremo de que, fracasados los primeros casamientos, unas segundas nupcias habrían de situarlos, a las hijas y los padres, más cerca del trono.  ¿ Con qué fin mandó el Campeador tantos presentes al rey ofendido  Con el fin que cumplen en la obra: recuperar las antiguas posesiones castellanas y emparentar con condes.

          Otros exocríticos se han sentido atraídos por culpar al autor de Mio Cid de antisemitismo, y han hecho verdades piruetas filológicas por impresionar a su público.  En sus atentados contra el texto no los detuvo el hecho de que a Raquel y Vidas no se los llame ni una sola vez judíos; ni escucharon al autor que les decía que el trato era un empeño, que dista mucho de la usura.  Pero algunos críticos se aprovecharon de su malentendido para arremeter contra aquellos cristianos, de moralidad distinta de la nuestra, que abusaban de la buena fe de los judíos. El episodio de las arcas responde, en Mio Cid, a una exigencia poética de la fábula, no a una malevolencia antisemítica, tan extraña a la obra.

          La exocrítica, que en muchas ocasiones cayó en el vicioso círculo de explorar la historia valiéndose de Mio Cid, y explicar Mio Cid valiédose de la historia, ha abandonado la indagación seria de los valores propiamente literarios del protocantar castellano.  A todos nos sobrecoge la masiva y abigarrada documentación de que está armada la exocrítica.  Es obvio, por otro lado, que el exocrítico concluye su tarea investigadora, y cree haberla llevado a feliz término, con la documentación en sí.  Y allí donde el exocrítico termina queda aún abierto un horizonte ilimitado al crítico literario de por sí.

Al lado del sólido bloque de críticos externalistas del Mio Cid, con sus vastísimos conocimientos, con su impresionante aparato documentativo, han subsistido a través de los tiempos, como en simbiótica adherencia, un puñado de críticos de apetencias y gustos por el interior de la fábula miocidiana.  Gracias a ellos no se han olvidado del todo los valores literarios de Mio Cid.  Estos críticos se han encargado de desentrañar y airear los aciertos poéticos de la voces de protesta contra el estancamiento de los estudios miocidianos en el terreno de la periferia cultural.{18}

 Por mi parte, me he sentido insatisfecho con las terías de muchos de los exocríticos que, descoyuntando a Mio Cid, han imputado a su autor ideas que le eran extrañas.  He de revisar, pues, muchas de las interpretaciones hoy vigentes, con el fin de rectificarlas de acuerdo con un criterio muy riguroso de la que aquí voy a llamar endocrítica.

La endocrítica, en lugar de otear el panorama de en-torno de Mio Cid, escudriña su por-dentro. No se preocupa tanto por la investigación del exoesqueleto  las disciplinas de soporte periférico- como por el examen del endoesqueleto: la estructuración interna de la obra, su funcionamiento orgánico, su sistema nervioso, el cerebro impreso de su autor. La tarea de la endocrítica es el análisis de la constitución literaria de la obra, con el fin de esclarecer la organización artística{19} de sus componentes, no tanto el contenido informativo.  La endocrítica se fija no tanto en el desacuerdo o adecuación del relato con el ambiente del mundo de la época como en la estructuración de los diversos ingredientes en función de mutua integración; no tanto en la ideología de los hombres del entonces como en la armonía de los personajes en las empresas comunes o su desavenencia en propósitos conflictivos.  La endocrítica estudia cómo dilucidar la composición y el arreglo de los diversos incidentes con miras al totum coherente de un tema capital; sostiene que los diversos episodios son piezas de un engranaje en acción y prohíbe rotundamente que la obra literaria se visite y use como si fuera un almacén de respuetos.

El objetivo primordial de la endocrítica es esclarecer y determinar el carácter artístico de la composición literaria.{20}   Con respecto a Mio Cid, dígase de una vez, es ese carácter artístico el que lo mantiene vivo y le confiere eternidad y universalidad; hay que confesar sin temor que, como florilegio o enciclopedia histórica de su época, Mio Cid es un documento sumamente sospechoso.

A la endocrítica le tiene sin cuidado la exactitud o el error de la noticia, interesada como está en la técnica de la fábula literaria y en los elementos que constituyen la magia y el encanto del arte.  No hay arte sin algún tipo de técnica, y la técnica medieval era, en cuanto a la estructuración, el arte del ejemplo.{21}   Mediante el ejemplo, el escritor disolvía lo regional e histórico y lo transformaba en universal y poético.  En Mio Cid la actitud del Campeafor se hace prototipo de actitud humana; su trama, su acción, responde a una verdad más universal y valedera que la histórica: una verdad de vida.

En Mio Cid se trasciende la historia en la poesía gracias a aquel escritor que supo actuar como zahorí o encantador del relato tradicional. Por su éxito de encantador acudían a él las masas, deseosas de ser encantadas.  Es de suponer que aquellas masas medievales que abarrotaban las plazas y mercados, ansiosas de oír a los juglares, irían impulsadas por el mismo espíritu que las que más tarde llenarían los corrales, en el Siglo de Oro, o los cinemas en nuestros días.  ¿ Trataban de averiguar qué pasó?   Lo que buscaban era una representación, una función en la que personajes, figuras, imágenes y conceptos las suspendieran, por unos momentos, por encima de la realidad diaria. Buscaban arte, y arte popular.{22}

El ejemplo literario es algo muy superior al relato de un suceso histórico; mientras éste trata de servir de vehículo de información, aquél procura revestirse de poderes ilusorios.  Consecuentemente, la palabra del ejemplo no apunta a una realidad exterior, que hay que averiguar o documentar, sino que actúa como factor del sentimiento, para impresionar y emocionar.  El artista, el poeta, a diferencia del historiador, no ha de confiarse en que la magnitud del hecho hable por sí sola; él habrá de narrar con un punto de vista, con el fin de mover, de hacer sentir.  El artista ha de esmerarse en la palabra.

La palabra está al principio de toda creación.  Las realidades que cada día contemplamos o experimentamos carecen de forma dinámica hasta que logramos nombrárnoslas, describírnoslas, meterlas en palabras.{23}  Los hechos pasan; el poder subsiste en el nombre de las cosas.  Dice el Génesis que, cuando Dios creó Adán, trajo ante sus ojos  todos los animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera (2,19).

Los medievales leían mucho la Biblia.  En ellas los nombres tenían una virtud profética y carismática. San Isidoro, en sus Entimologías, trataría de buscar en los nombres virtud determinante y ejemplar. En Mio Cid se podría esencializar toda su lección en los epítetos, en los que se condensa la misión, el carácter y destino del personaje. 

El autor de Mio Cid, como artista y creador, se afanaba por el nombre, por la palabra. Su atención y gusto por la palabra llega al colmo en un preciosismo pseudoetimológico: en Vermudoz trató de leer vir mutus, que interpretó como Mudo varón que tanto callas (3302). ¿ Era de verdad tartamudo Pero Bermúdez  Pregunta ociosa para la endocrítica, que rehúsa salir del personaje a la persona, de la fábula literaria a la historia.  A la endocrítica le satisface complacerse en el juego irónico del artista.

La endocrítica se acerca a los seres humanos de la acción como personajes, y no como personas históricas.  Su carácter y personalidad es el carácter y personalidad de que los dota el texto. Son individuos ya liberados de los vínculos de limitación local y temporal, y revestidos de universalidad, con función de personificar vicariamente al oyente o lector de muchas épocas y diversa condición. Gracias al ejemplo literario, la persona histórica, de carne y hueso, la que inspiró al autor épico se despegó de su pasado concreto lo bastante como para poder ser actualizable en un presente continuo.

Esa actualización se realiza mediante la técnica de la contemplación. El medieval era un hombre contemplativo. Así lo comprendió la Orden de Padres Predicadores, los grandes maestros del exemplum, al adoptar como lema el de contemplata aliis tradere: contemplar primero, después dar a los demás para que ellos a su vez contemplen.

En la contemplación el sujeto suspende un tanto sus potencias discursivas, puramente racionales, para avivar su imaginación; a veces puede causar en el sujeto una como vivencia vicaria de las experiencias contempladas.  En su imaginación adquiere realidad lo que fue invención del autor: una realidad ilusoria. La endocrítica valorará las realidades de la obra en cuanto a su capacidad de producir ilusión. El autor de Mio Cid concibió su arte como materia de contemplación; quiso impresionar a su público y emocionarlo. En su obra mostraría el retazo de una vida heroica para enchufar en su corriente al público, quien, ora simpatizante, ora antipatizante, no podría sustraerse a convivir el destino, las penas y las glorias de los personajes de la acción; con ellos se alegraría o se irritaría, lloraría o sonreiría.

En la imaginación del hombre contemplativo se producía una impresión de realidad. En este sentido, el arte de Mio Cid  como gran parte del arte español- era realista.  El realismo literario no es la reproducción de lo real; el mismo Menéndez Pidal concedía que  lo estrictamente real nunca es artístico .{24}  El realismo literario es el arte de hacer ver, de hacer una escena contemplable, visible, experimentable. Tal arte no tiene que ser verista: a veces puede ser realista sin ser estrictamente verosímil. El autor de Mio Cid es realista en cuanto que, más que describir o contar, muestra.

A la función del autor de mostrar corresponde la del público de contemplar. Tomás Antonio Sánchez, el primer editor del manuscrito de Mio Cid, supo hacer la siguientes observaciones:  nos representan las costumbres de aquellos tiempos, y las maneras de explicarse aquellos infanzones de luenga y vellida barba, que no parece sino que los estamos viendo y escuchando {25}  Por ese como ver del lector llamaron los latinos a ese tipo de realismo evidentia (de videre); en español estaría muy bien llamarlo videncia.

Se ha hablado del oficio de fingir de los poetas; merecería la pena estudiar el alcance y repercusiones del oficio de ver en los hispanos.  El primer monumento literario castellano se abre con una visión: el protagonista cata detenidamente y ve, y por sus ojos llorosos  cata y ve el público.  ¿ Qué ve  Ausencias de cosas enumeradas con minuciosidad:  sin  sin  sin  sin  sin  . El primer cuadro era un lienzo vacío, en el que las cosas más caras verdaderamente brillaban por su ausencia. El narrador no contaba: mostró el vacío, la nada. Realismo del escritor español que concibe su obra -¿ su vida - como una ficción, que ha de contarse como realidad visible y vivible, como videncia y vivencia. Escuchemos a este propósito a don Quijote, cómo expresaba su experiencia en la cueva de Montesinos:  la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado .{26}

La videncia y la vivencia se logran por el ejercicio de la contemplación, operación anímica con bases en un conocimiento intuitivo (no discursivo) de un objeto que proporciona deleite y admiración.  La contemplación estética  la producida por la obra de arte- tiene como objeto la ilusión de una realidad bella, deleitable, emocionante.  La endocrítica se acerca a Mio Cid con ganas de estudiar esa ilusión.  En esa potencialidad ilusoria se distancia la poesía de la historia; la historia es un matasueños.  Mio Cid es temáticamente una obra de ficción, de ilusión (destierro-bodas; crimen-castigo).  Como obra de inspiración épica se nutre de algunos sucesos históricos; con respecto a tales sucesos, lo que la endocrítica aprecia es su re-creación poética: cómo han sido arreglados artificiosamente con miras a un fin estético.

Ese arreglo poético, esa deformación del hecho histórico, del lugar, de la persona, es lo que yo llamo enajenación, la cual libera a la conciencia del hecho-como-fue y la cautiva en un hecho-como-debiera-ser.  La enajenación impide preguntarse: ¿ era tartamudo Pero Bermúdez , ¿ eran judíos Raquel y Vidas , ¿ era el Cid supersticioso , ¿ tenía un león en su casa de Valencia , ¿ se llamaban sus hijas Elvira y Sol  Tales preguntas extraen el órgano de su cuerpo e impiden su recto funcionamiento; endocríticamente hablando, son preguntas tan dañinas como la de si tendría de veras nuef años o muchos más aquella niña que en Burgos amonestó al Cid sobre su modo de conducta.

En cuanto al lenguaje, la enajenación consiste en evitar el nombre propio de las personas y cosas; en su lugar se hace uso de juegos de palabras, de perífrasis, de eufemismos.{27}   Sobre todo, consiste en la ironía, esa figura de la incongruencia entre la apariencia y la sustancia.  La ironía es esencialmente un resorte del drama, un entretejido de intrincados conceptos e interpretaciones por parte del público.  La ironía es un escape del mundo real a un mundo de ilusión, de significados.

Mediante el lenguaje enajenado, el autor logra enajenar a su público: alienarlo, apartarlo del curso corriente, natural, lógico de la vida y de las acciones, dejándolo en suspenso entre la realidad contemplada y su significado.{28}  La historia encadena al lector a un pasado glorioso o lamentable.  Mio Cid libera al público  libre era el poeta-, transportándolo a un mundo de ilusión, de cornejas conmovidas, de oraciones cumplidas, de vasallos modelos, de reyes que saben perdonar y galardonar, de virtud que siempre paga, de malos que, por muy cercanos al trono, reciben su castigo merecido, de una justicia que triunfa. Es un mundo que, haciéndose apetecible o temible, no suele ser el que los humanos caminan. De serlo, no produciría tal ensueño, tal ansiedad: no sería objeto de la literatura.

El mundo enajenado de Mio Cid está habitado por dechados de conducta humana.{29}   El ejemplo dinámico del Campeador no lo constituían sus hazañas; difícilmente puede uno creer que las multitudes que escuchaban la recitación de la obra se enardecieran hasta el punto de tomar las armas y salir a conquistar otras Valencias. Mio Cid no excita como una arenga militar: calma y satisface al contemplativo. No trata de inducir al público a buscar remedio a su situación injusta, sino a edificarlo con la consideración de un hombre que supo encarnar en sí un ideal: la concordia de tendencias discordantes.

El arte de armonizar lo dísono, uno de los campos magnéticos de la endocrítica, tiene un poder ilusorio irresistible.  El Campeador es un personaje literariamente completo, a la vez beligerante y piadoso; embaucador y leal; avaro y desprendido; vengativo y justo; perito en armas y letras.  En la historia de las letras no faltaban los modelos artísticos: Eneas, piadoso varón de armas; Jesucristo, de quien literariamente se habló como de León de Judá y Cordero de Dios. Desde este punto de vista, el Cid Campeador, personaje, pertenece no a la historia civil, militar o política de España, sino a la tradición literaria,{30} de la que hereda los rasgos de su personalidad, a un tiempo violenta y magnánima.

Cuando el hombre de letras se propuso escribir sobre el de armas, sintió dentro, muy honda, la obligación de justificar su fiereza, tan extraña obviamente a su profesión de artista.  Entre cristianos no fue leve la carga de justificar al guerrero profesional, llamado a la matanza y al pillaje.  Aun el pagano Virgilio, como referí más arriba, trató de hacer comprender que su Eneas, en el fondo, era un hombre piadoso, pius. El autor de Mio Cid, una y otra vez, aprovecha sus enormes resortes para pintarnos a un guerrero justo y amable. El más duro guerrero de Castilla se nos muestra a cada paso lloroso, piadoso, clemente, amoroso, dadivoso, maestro en la dialéctica y en la jurisprudencia.  Para hacer resaltar la entereza de ánimo del guerrero y su legitimidad cristiana puso a su lado un obispo violento, beligerante, matamoros por antonomasia.{31}

En Mio Cid, pues, más valiosa que la información documental es la interpretación de la conducta de los individuos. El autor escribió con un propósito de conmover por el ejemplo; para lograrlo escogió conscientemente, entre los elementos que le proporcionaba la tradición y forjaba su imaginación, aquellos que le parecieron más conducentes; los arregló, los estructuró y dio forma y sentido.  Pensemos en el proceso de elaboración de la obra literaria y comprenderemos que, a la inversa que en la historia, donde el escritor explica cómo tales y tales acciones o sucesos produjeron determinados resultados, en el arte el resultado es primario a la acción en la mente del autor; éste se propone primeramente un fin y luego indaga los medios con los que llegar a él. De aquí que el artista se sienta con libertad omnímoda en el manejo de sus criaturas, en el arreglo de sus operaciones y pensamientos.

A la endocrítica le place pensar en un autor de Mio Cid libre.  ¿ Quién fue el autor {32}  Flaubert dijo:  Madame Bovary, c est moi , y a Miguel Á. Asturias le llamaban muchos Señor Presidente.  El creador llega a identificarse con su criatura.  La endocrítica no se inquieta por saber el nombre propio del autor de Mio Cid. Los nombres propios son en realidad comunes a muchos individuos, de manera que, de saberlo, seguiríamos identificándole con la nota propia y única que conocemos: autor de Mio Cid. La endocrítica se desnuda de todo prejuicio, porque quiere conocer al autor por su obra:  por sus frutos los conoceréis , como dice el proverbio.{33}   Que se llamara Per Abbat o Domingo Gundisalvo; que fuera dominico o cisterciense; abogado, clérigo o juglar; que viviera en Medinaceli, en San Esteban o en Cardeña; cuestiones todas de encomiable pesquisa historia, pero de muy poco valor literario: su dilucidación poca gloria agregaría o sustraería a la obra de arte.  La Iliada no se inmortalizó porque su autor fuera ciego, ni la robustez de las Filípicas se debió al tartajeo de Demóstenes, ni Don Quijote es nuestra gran obra porque su autor fuera manco. La historia de las letras no precisa índice de autores, y así lo creería el autor de Mio Cid cuando no nos reveló el suyo.

A la endocrítica le inquieta, en cambio, el estudio de la obra, interpretarla principalmente en cuanto a su gravitación interna.  La obra debe estar dotada de un perfecto funcionamiento interno, si ha de reflejar el cerebro de su autor.  Como producto racional, la obra va regida por unos motivos que la gobiernan. Tales motivos responderán a una idea suma, primaria, con irresistible fuerza genética, puede denominarse premoción.

De acuerdo con la temática miocidiana, esa premoción del artista es la justificación del protagonista y su obra: el guerrero profesional queda exculpado; su íntima bondad, probada y premiada.  Bajo este concepto de la justificación ante la sociedad, el rey y Dios, son integrables los diversos elementos, recursos y episodios de la fábula. La premoción fue una idea, un propósito del escritor; su realización se traduce a mociones concretas en cada ejemplo, en los que se quiere conseguir un equilibrio en el balance entre piedad y agresividad, justicia y compasión, moderación y venganza, rapiña y generosidad, etc.  Hay alternancias, en cada ejemplo, de fuerzas centrífugas y centrípetas, que mantienen en tensión el ánimo del público.  Lo correcto en endocrítica será la ponderación de estas fuerzas y la revaloración de su centripetismo, o su integrabilidad dentro de la premoción.

Esas mociones o alternancias cuajan en signos expresivos, que constituyen los motivos estilísticos: palabras, imágenes, conceptos y emociones que retornan intermitentemente, para mantener dentro del ámbito de la premoción o tema general cada una de las situaciones individuales, tanto las objetivas de la acción como las subjetivas del público.  Entre los motivos literarios de este tipo sobresalen los de magnanimidad y clemencia, por una parte; los de enriquecimiento y matanza, por otra, y las palabras lorar, sangre,{34} espadas, ganançias, coraçon, etc.

Hilvanar múltiples incidentes con motivos similares contribuye a la buena organización interna de la obra de arte.  Sin embargo, si los incidentes se suceden casualmente, la estructuración sufre en valor artístico. Lo irónico del fenómeno literario es que, siendo artificial el curso de los eventos, ha de parecer natural; de otra forma no sería creíble, impediría la génesis de la ilusión. Para su mayor efectividad, pues, los incidentes de la obra de arte deben sucederse en dependencia o causación mutua. Mio Cid sorprende al endocrítico por sus pocas casualidades y muchas causalidades; fondo y formas se integran en la congruencia de la sucesión de las acciones y situaciones.  Los personajes aparecen motivados debidamente, no sólo los buenos, sino también los malos; sus obras parecen exigirse en gravitación mutua y no en mera yuxtaposición.

En Mio Cid cada episodio es una fase del desarollo de la acción principal; acción que se va tejiendo lenta y progresivamente, en un progreso escalonado sin saltos ni retrocesos, con sus elementos en integración dinámica.  El destierro del comienzo  originado por unos enemigos malos- fue la causa y la razón de ser lógica y adecuada de todas las situaciones que le siguen hasta el final de las Bodas; fue, además, el determinante psicológico de la conducta de cada individuo en cada situación.  La reconciliación final fue tan triunfante por haber sido el destierro tan anonadador.

En líneas generales, la acción progresaba por cauces naturales; con el destierro cayó el protagonista en la mayor miseria y abandono; de querer sobrevivir, no le quedaba otra salida que el engaño, la astucia, las mañas. Con timos y artes consiguió sus primeras ganancias para ablandar el corazón del rey, pues las dádivas quebrantan peñas.{35}  El amor del rey se expresó en el casamiento de doña Elvira de doña Sol con los condes de Carrión. De esa manera llegó el Cid a emparentar con la nobleza.  El dominio sobre Valencia, el perdón del rey y las bodas honrosas constituyen el desenlace feliz de aquellos tan tristes comienzos.  Y allí se terminaba, naturalmente, la Gesta.

El Cantar de la Afrenta sigue en el manuscrito a la Gesta, pero el suceso del comienzo es completamente fortuito, casual; o sea, con él se rompe el hilo de casualidad, que había cosido entre sí todos los sucesos desde el destierro hasta las bodas.  En seguida, pues, nos damos cuenta de que el Cantar de la Afrenta aparecía urdido de unas fibras de distintas sustancias literarias. El sobresalto del león en el pórtico de este cantar sería, a su vez, causa a la que achacar las acciones que le siguen. La fiera siembra el pánico entre los hombres del Cid; el excesivo terror y la pusilanimidad de los Infantes de Carrión provocarían las burlas de los vasallos. Las burlas aumentarían, y con ellas el sinsabor y el malestar de los Infantes de Valencia.  Los invadió la nostalgia por su patria chica; decidieron abandonar Valencia, pero no sin vengarse de aquella familia; buscarían la venganza en sus miembros más débiles: Elvira y Sol, sus esposas.  Tuvo lugar el escarnio, el desamparo en Corpes.  El escarnio encontraría su reparación en las cortes y los duelos; el desamparo se remedió con las segundas nupcias, mucho mejores que las primeras.

Las situaciones y acciones de una obra están adecuadamente causadas entre sí cuando los agentes, los personajes, se nos muestran razonablemente motivados. Contribuirá a major mérito del escritor que no sólo la conducta del protagonista refleje una personalidad cabal, sensata, sino que también la del antagonista sea digna de hombres; si no justificable, al menos ha de resultar convincente, comprensible, explicable desde su propio punto de vista.  En otras palabras: el antagonista debe ser digno contrincante o adversario, y no mamarracho o fantoche extravagante.  En Mio Cid, obra existencial, humana, uno de los rasgos estructurales de mayor acierto y refinamiento artístico es precisamente la motivación de los antagonistas.

La endocrítica escudriña la actitud de cada personaje bajo el criterio de la integridad literaria de la obra, sin interés por sacrificar a ninguno de ellos en aras del antisemitismo, o del democratismo,{36} o de cualquier otro diosismo periférico.  Su interés es discernir los impulsos psicológicos de los personajes con miras a la consecución del fin y del clima temático de la obra. La racionalidad y la congruencia de los motivos crean y mantienen en el público la ilusión de una realidad.

El autor de Mio Cid sabe pintar favorablemente al héroe y a los suyos; así tenía que ser, si quería que el público se identificara con su causa.  Al mismo tiempo consigue dar a su narración dramática una objetivación tan equilibrada, que no hay en ella excesos de parcialidad.{37}  Uno puede explicarse, por lo que el autor dice, el porqué de la ira del rey, de la confianza de Raquel y Vidas, de la agresividad del Conde de Barcelona, de la traición de los Infantes de Carrión, etc.  Por ejemplo, los motivos de los Infantes eran muy serios, mirándolo desde su punto de vista. Estos hombres habían ido a Valencia  tierra extraña-, en busca de riquezas, paz y felicidad; por el contrario, se ven acosados por fieras y moros, y, lo que fue peor, acribillados por las incesantes burlas de aquellos rudos guerreros.  Los Infantes se volvieron neurasténicos, pues todo lo interpretaban para su mal; su neurastenia degeneró en un tipo de esquizofrenia, con marcada doble personalidad: amorosos y sádicos, fanfarrones y miedosos; urbanos y traidores, débiles y belicosos, etc.  El autor de Mio Cid supo crear un interesante ambiente epicodramático, hasta el punto de que no se hace imposible la compasión por los antagonistas, expuestos al abuso del poder por parte de los del Cid.

El arte epicodramático, que deriva de esos personajes antagónicos razonablemente motivados, es la cualidad literaria que sitúa a Mio Cid en el pináculo de las letras medievales en romance. La endocrítica reconoce en Mio Cid su estilo de época, el hecho de estar enmarcado en un espacio y en un tiempo dados; pero salta por encima de ese espacio y tiempo para indagar en la obra de arte la impronta del genio universal.  La endocrítica quiere hacer de Mio Cid una obra comprensible en sí misma, sin necesidad de que el lector tenga que adentrarse en indagaciones históricas del complejo castellano de los relatos de Mio Cid, para dar realce a su sustancia epicodramática: el conflicto de la acción es un conflicto humano, solucionado humanamente.

La motivación razonable de los personajes engendra la justificación literaria, la que enlaza entre sí cada una de las acciones parciales, confiriéndoles orientación y sentido temático, dinámico,{38} común. Esa justificación en la cadena de episodios y sucesos en Mio Cid era una cualidad rara en el estilo de la época.  La narrativa medieval se caracteriza por una elemental estructuración, que se limita a poco más que la yuxtaposición de episodios, sucesos e incidentes, de por sí inconexos. Con el fin de unirlos artificialmente se atribuían a un mismo individuo; Berceo acumulaba en un mismo santo cantidad de milagros;{39} don Juan Manuel ponía cuentos muy diversos en boca del mismo narrador; Juan Ruiz se retrataba como protagonista de las aventuras más heterogéneas.  Incluso a la muy posterior novela picaresca se le ha achacado el descuido en la ilación casual de sus episodios.

En la estructuración de estas obras medievales se desatendía la exigencia interna y mutua de los sucesos narrados, de manera que la transposición de milagros, cuentos, aventuras, no hubiera afectado el valor de la composición. Ese valor total de la obra era la suma de los valores de cada episodio individual, que parecía estar elaborado con carácter de monolito.  En Mio Cid, por el contrario, cada suceso e incidente está trabajado como sección estructural de una pirámide; no cabe, pues, trastocar uno solo de ellos sin causar una injuria irreparable a su dinámica de movimiento convergente.

También es rara cualidad en el estilo de época de Mio Cid el aprovechamiento del episodio para revelar e iluminar el carácter del personaje.  Un incidente como el del león, por ejemplo, sirve como catalizador de encontradas actitudes humanas. De ahí se alimenta la potencia dramática de la obra: de la incorporación de diferentes puntos de vista entre los personajes.  En el estudio de la ironía en Mio Cid se condensará esa tensión dramática, conflictiva en el comentario del juglar:

 

          Por bien lo dixo el Çid          mas ellos lo tovieron a mal (2464).

 

Pasando al asunto concreto de estos estudios, el lector debe esperar, claro, sorpresas, que deberá evaluar de acuerdo con las pruebas y razones que se aducen en apoyo del replanteamiento y nueva interpretación de versos, pasajes, episodios, conceptos. El criterio máximo para la defensa de mis interpretaciones será la exigencia interna.  La tarea del poeta fue contar de unas vidas, no como fueron, sino como debieron ser; la del endocrítico es examinar el texto y dilucidar qué es lo que debe significar en su contexto particular, con miras a realzar sus méritos artísticos.  Al lector, pues, se le invita a llegarse a la obra magna como yo traté de llegar, guiado por el consejo de Dámaso Alonso: con  inocencia y voluntad de comprender el prodigio  con humildad y en estado de gracia .{40}

Con respecto a mi epigrafía, quisiera advertir que con Mio Cid se comprende  la obra en su totalidad, como nos ha llegado en el manuscrito. No he creído adecuada la denominación Cantar de Mio Cid, pues aunque en el texto se emplea cantar (2276), no quiero dar la impresión de que la obra es un cantar único, con unidad en sus partes, asunto debatible y debatido a lo largo de estos estudios con argumentos múltiples.  En fin, los propios partidarios de la unidad de la obra la han tratado no como uno, sino como varios cantares.  Yo mismo adoptaré el término  cantar  para referirme en concreto al Cantar del Destierro, Cantar de las Bodas, Cantar de la Afrenta; terminología que me parece muy aceptable.

Me parece, en cambio, inaceptable la de Poema de Mio Cid, por su obvio anacronismo;  poema  es impropio, bajo un criterio de endocrítica, por no pertenecer al vocabulario del autor y ser desconocido en su época. Este término no entraría en el vocabulario literario castellano hasta el siglo XV. El mismo Menéndez Pidal, que ha contribuido no poco a extender la epigrafía Poema de Mio Cid, me daría la razón en mis gustos, pues escribía él en una ocasión:  Siempre es precisa, aun en grado mínimo, la adecuación cronológica del vocabulario de la época histórica de que modernamente se trate. {41}

Con el fin, pues, de lograr la mayor  adecuación cronológica , me referiré a la obra total como Mio Cid. Usaré la expresión Mio Cid I o Gesta para comprender el conjunto del Cantar del Destierro y Cantar de las Bodas, de acuerdo con la voluntad del autor:

 

Aquis conpieça la gesta         de mio Çid el de Bivar (1085).

 

Con el término gesta el autor, sin duda, trataba de caracterizar literariamente a su obra, el Cantar de las Bodas,  directamente, sin excluir, por supuesto, el Cantar del Destierro, en el que se tratan las campañas menores del Cid y sus hombres, como preparación y en camino a la gran conquista.

          Con respecto al Cantar de la Afrenta quisiera hacer una advertencia especial, y es que, por razones que espero quedarán sobradamente probadas en estos estudios, lo considero una Segunda Parte, con unicidad literaria propia, que no encajaba en los planes artísticos del autor de la Gesta, o Parte Primera.  Con el fin de distinguir debidamente las dos partes entre sí, a la Segunda, o Mio Cid II, voy a llamarla con el nombre que le dio su propio autor, en el explicit, razon:>{42

 

          Estas son las nuevas  de mio Çid el Campeador;

          en este logar  se acaba esta razon (3729-30)

 

          De acuerdo, pues, con un examen riguroso del texto, podemos hablar de una Gesta de Mio Cid y de una Razón de Mio Cid, es decir, podemos distinguir una obra de género épico y otra de género dramático, de la familia medieval de las disputas, debates, razones, etcétera, o como el autor decía también: pleitos (3708).{43} Dentro del concepto de Razón, como expresión de una actividad pasional e intelectual, encaja perfectamente el carácter de  novela psicológica ,{44} reconocido en el Cantar de la Afrenta.

          Cada uno de estos estudio de endocrítica va intitulado con un verso de Mio Cid, que he creído clave para la mejor comprensión del tema, de la estructura, del estilo; incluso en la nueva lectura de un verso o el significado de algún vocablo individual. El último estudio es de carácter general, sobre la amplificación estilística en Mio Cid.

          Aún en el umbral de mi trabajo, quisiera saludar y expresar mi agradecimiento a tantos buenos estudiantes y estudiosos que se han ocupado y ocupan, en España, América y otras partes del mundo, en acrecentar nuestros conocimientos y sentimientos sobre Mio Cid, bajo cualquier epígrafe.  Dense por felicitados los que aparecen, por nombre, en la bibliografía, los no citados y, ¡cómo no!, tantos otros maestros desconocidos, que oralmente, a diversos niveles de la enseñanza, perpetúan el saber miocidiano. Bésoles a todos las manos con palabras del buen embajador:

 

           Hyo lo vere con el Çid        si Dios me lieva ala;

          por lo que avedes fecho        buen cosiment i avra  (1435-36)

 

Notas página once

 

Notas página once

 














1.     
Dice así Menéndez Pidal: «cuando con el romanticismo la Edad Media llegó a ser comprendida y estudiada con amor. Los ingleses Robert Southey, 1813, y Henry Hallam, 1818, lo mismo que después el norteamericano M.G. Ticknor, 1848, exaltaron el antiguo texto del Mio Cid , coincidiendo sorprendentemente unos y otros en considerarlo como el poema superior escrito en Europa antes de Dante. El venezolano Andrés Bello, buen conoceder de las chansons de geste , hacía un muy valioso estudio del Mio Cid (hacia 1830), estimado en él la grandeza homérica de algunos pasajes. Después, la publicación de la Chanson de Roland en 1837, lejos de perjudicar al Mio Cid ante la crítica extranjera, suscitó una serie de comparaciones muy extremosamente favorables para él, como la que hace en 1858 Damas Hinard, primer traductor francés del poema español, o la que hace en 1887 L. de Monge, erudito belga, historiador de los poemas cabellerescos medievales, juzgando el poema español más elevado, más eficaz, más comprensible, más humano y más moderno que el francés» ( En torno al Poema de Cid , Barcelona, 1964, p.219; véanse también las pp. 34-40, con la apropiada información bibliográfica).  Más sobre este asunto en E. Buceta, Opiniones de Southey y de Coleridge acerca del «Poema del Cid» , Revista de Filología Española» 11, 1922, pp. 52-57.


VUELTA AL TEXTO































2.     
Véase, particularmente, Dos poetas en el «Cantar de Mio Cid» , «Romania» 82, 1961, pp. 145-200; reproducido en En torno , pp.109-162.  Los problemas del autor y fecha son objeto de un estudío, rico en información, de Colin Smith, Per Abbat and the «Poema de mio Cid », «Medium Aevum», 42, 1973, pp.1-17. 


VUELTA AL TEXTO































3.     
Me refiero al título de la edición más divulgada, publicada por primera vez en 1911, por Espasa-Calpe, Madrid, de la que se han hecho numerosas ediciones posteriormente.  Colin Smith, distinguido hispanista británico, se ha adherido a la corriente de «poema» en su reciente edición, Poema de mio Cid , Oxford, 1972; en ella se nos da un texto muy esmerado, que he adoptado para mis citas.


VUELTA AL TEXTO































4.     
Esta versión se encuentra en el tomo tercero de la obra magna, Cantar de Mio Cid .  Texto, gramática y vocabulario{/i}, Madrid, 1908-1911, 3. vols. Uso esta edición, cuando no señalo otra cosa, refiriéndome a ella con la sigla CMC ; la sigla PMC indicará Poema de Mio Cid , de la nota anterior, edición de 1966.


VUELTA AL TEXTO































5.     
Entre los críticos extranjeros de mirada internacionalista se encuentra E. R. Curtius, particularmente en Zur Literarästhetik des Mittelalters, «Zeitschrift für romanische Philologie» 58, 1938, pp. 1-50, 129-232 y 433-479.  En la misma revista respondió Menéndez Pidal: Cuestiones de método histórico: La épica española y la «Literarästheltik des Mitterlalters» de E.R. Curtius (Carmen Campidoctoris), 59, 1939, pp. 1-9; reproducido en Castilla, la tradición, el idioma, Madrid, 1945, pp. 75-93. La visión de María Rosa Lida sobre el artículo de Curtius, en «Revista de Filología Hispánica», 1, 1939, pp. 283-285. Entre los internacionalistas se consideraba a sí mismo Leo Spitzer, quien se expresaba así: «no sé si yo,  internacionalista  convencido, no escandalizaré quizá a mis buenos amigos españoles declarando que no encuentro al Cid héroe tan español como medieval, internacional,  hombre de una época que en sus más altas aspiraciones era verdaderamente internacionalista,  católica , cuya verdadera patria era el mundo de las ideas universales y cristianas» ( Sobre el carácter histórico del «Cantar de Mio Cid », «Nueva Revista de Filología Hispánica», 2, 1948, p. 111).


VUELTA AL TEXTO




























6.     
Parafraseando libremente al «formalista» R. Jakobson, se podría decir que al Mio Cid se le ha sentado en la silla del acusado; como a reo, se le ha hecho callar, y se le ha juzgado a base de pruebas circunstanciales y testimonios de los testigos; unos, los cidófobos, han querido condenarlo; otros, los cidófilos, lo han absuelto y elogiado.  Véase lo que dice Victor Erlich sobre el pensamiento de Jakobson con respecto a la historia tradicional de la literatura: «He [Roman Jakobson] described traditional literary history as a  loose conglomeration of homebred disciplines , and compared its methods to those of the police  who, when ordered to arrest a certain person, would take along, to make sure, everybody and everything they happened to find in the culprit s apartment as well as all passers-by encountered in the street .  Likewise,  the literary historian took indiscrimately in his stride everything that came his way: mores, psychology, politics, philosophy » (}Russian formalism.  {/i} History-doctrine,{/i} La Haya, 1955, p. 52).


VUELTA AL TEXTO




























7.     
Según Menéndez Pidal, «Fernando Wolf veía en el Poema la primera y fundamental obra de la literatura española en cuanto a la expresión del carácter nacional (Studien zur Geschichte der spanund port.  Nationalliteratur{/i}, 1851, p. 30)»; y para el filólogo español «el Poema del Cid no es nacional por el patriotismo que en él se manifiesta, sino más bien como retrato del pueblo donde se escribió» ( En torno , p. 64 y nota 1). Y en 1962 escribía, al tratar de la dualidad de autor, en Dos poetas  : «La primera impresión que produce la lectura de este poema es la de su perfecta unidad de plan y la de su inspiración altamente nacional. Sin embargo, un atento examen ha podido descubrir en él cierto carácter local muy bien definido »  (En torno   p.193). A propósito de estos juicios, quisiera traer a colación las teorías literarias de la escuela filológica de Polonia, de acuerdo con V. Erlich: «One of the most distinguished representatives of the  philological  school in Polish literary studies defined the  history of literature as the history of the verbal embodiment of national ideals in their gradual evolution . From this it was only natural to conclude that 'the literary historian must concern himself with all the works in which the national ideals find strong expression >> ({i}Russian formalism , p.137).  Menéndez Pidal citaba con gusto los juicios de los románticos alemanes respecto al nacionalismo de Mio Cid ; a Federico Schlegel le cede el honor de concluir la introducción a la popular edición crítica: «España, con el histórico poema de su Cid, tiene una ventaja peculiar sobre otras muchas naciones; es éste el género de poesía que influye más inmediata y eficazmente en el sentimiento nacional y en el carácter de un pueblo.  Un solo recuerdo como el del Cid es de más valor para una nación que toda una biblioteca llena de obras literarias hijas únicamente del ingenio y sin un contenido nacional» (En torno  pp. 64-65).


VUELTA AL TEXTO





























8.     
Cf. i}En torno  , pp. 18 y 51. Dice C. Gariano: « El rasgo característico del Poema de Mio Cid es la adhesión del juglar a la historicidad de los hechos» ( Lo religioso y lo fantástico en el «Poema de Mio Cid» , «Hispania», 47, 1964, p.69).  No me explico cómo se puede sostener esa opinión a la vista no ya de las Bodas, la Afrenta, las Cortes, los Duelos, que carecen de base histórica, sino de la misma reconciliación entre Campeador y rey.  Dice Menéndez Pidal: «El Cid no acertó nunca a ganarse la deseada gracia del rey» (La España del Cid , II, Madrid, 1929, p. 636). E. de Chasca: «Sabemos que en la realidad de su vida el Cid murió desterrado y sin perdón de Alfonso» (El arte juglaresco en el «Cantar de Mio Cid» , Madrid, 1967, p.117).  L. Spitzer protestó enérgicamente contra la cacareada historicidad: «El razonamiento de Menéndez Pidal ( dada la historicidad general del poema, es muy arriesgado el declarar totalmente fabulosa la acción central del poema, es muy arriesgado declarar totalmente histórico el poema en su conjunto » ( Sobre el caráter  , p. 107). J. Horrent reconocía: <Qué difícil es distinguir lo histórico de lo que no lo es!  Son pocos los espisodios en el poema que están confirmados por documentación histórica.  ¿ Y qué pensar de lo que no avala la historia   Menéndez Pidal tiende a ver en el Cantar un documento histórico tan digno de fe como los diplomas, los relatos de los historiadores árabes o la Gesta Roderici . Tal confianza le ha sido reprochada en una obra que pretende ser poética y no histórica (cf. W. Kienast, Zur Geschichte der Cid , «Deutsches Archiv», 3, 1939, pp. 57 y ss.)» (Historias y poesía en torno al «Cantar del Cid», Barcelona, 1973, p.271). Del Mio Cid , creo yo al ponderar las polémicas de los críticos, valdría decir que, más que un Cantar «eminentemente histórico», es como la «canonización de una leyenda», parafraseando lo que Shklovskij dijo de Guerra y paz (cf V. Erlich, Russian formalism  , p.100).


VUELTA AL TEXTO




























9.     
Dice Menéndez Pidal: «Del principal hecho de armas del Cid, la conquista de Valencia, prueba el juglar estar poco enterado; hasta creer que la toma de Murviedro sucedió antes que la de Valencia » (CMC , I, p.27). Los yerros históricos pueden ser aciertos estupendos en la estructura y el estilo poético; piénsese en el nombre del abad: don Sancho (don santo), en lugar de don Sisebuto; añádanse los pseudónimos doña Elvira y doña Sol, y otros afortunados errores que son los pilares de la acción literaria.  Más sobre los Olvidos de juglar del Cid en PMC , pp. 70-73, o En torno  , pp. 49-51.


VUELTA AL TEXTO




























10.     
En torno{/i} , p. 109.  En otra ocasión confesaba: «Fiándome demasiado en la historicidad de la épica castellana, creí que Alfonso había poseído Medina en vida del Cid, Cantar de Mio Cid , pp.74-76; pero rectifico en el mismo Cantar de Mio Cid , p.1172. Mi error pasó a los mapas que puse en la España del Cid » (ibíd., p. 112, nota I). Comentaba E. Huerta a este propósito: «Vacilaciones de tal índole acometían en ocasiones a Menéndez Pidal, quien se había consagrado a la busca de datos concretos, a la que él consideraba ciencia verdadera, deligándose de la orientación estética de Menéndez y Pelayo» (Indagaciones épicas, Valdivia, 1969, p. 232).


VUELTA AL TEXTO




























11.     
El mismo Menéndez Pidal, por otro lado, certifica del descuido del pueblo: «Todos estos nombres de amigos y enemigos del héroe no es posible que nadie los retuviese en su memoria cuarenta o cincuenta años después de muerto el protagonista, cuando esos nombres no interesaban ni siquiera al autor de la amplia Historia Roderici escrita inmediatamente después de la muerte del biografiado. ¿ Quién hoy, a pesar de tanta historia impresa como ahora se lee, tiene en su memoria veinte nombres de personas que hayan tomado parte en sucesos de la vida de un protagonista muerto hace medio siglo » (En torno  , pp. 115-116).


VUELTA AL TEXTO




























12.     
Nótese la voluntad apologética  {i}volens ostendere - de Grimaldo: «Scripturus igitur vitam et. obitum. ac virtutes sanctissimi confessoris Christi DOMINICI abbatis. et praesbiteri. summatim bonorum pastorum virtutes.  malorumque vicia fultus auctoritate divina denotavi: volens ostendere legentibus in sequentibus enim virtutibus. et doctrina bonorum pastorum floruisse. et malorum viciis penitus caruisse»  (Prologus in Vita beati Dominici confessoris Christi et abbatis ).


VUELTA AL TEXTO




























13.     
Los folkloristas rusos asignaban como objeto de la «ficción popular» algo muy diverso de la historia, de los modos del vivir contemporáneo; según V. Erlich, «Bogatyr v pointed out that the folktale plot is the more effective the greater the distance between the situation utilized in the story and the audienceIn order to qualify as a subject for popular fiction, motif has to be either exotic, i.e., drawn from a remote culture, or archaic  a matter of  ancient history » (op. cit., p. 175).


VUELTA AL TEXTO




























14.     
E. Honig exponía de esta forma el sentir de Aristóteles: «According to Aristotle, the poet creates not a version of reality but a vision of what is probable:  he hypothesizes by imitating the action of life; and when he does this well his work becomes  an organism  having a self-contained structure» ({i}Dark conceit. The making of allegory{/i}, Nueva York, 1966, p. 109).  En cuanto al Mio Cid , hay críticos que han atribuido esa voluntad de presentar un héroe-como-debió ser no tanto al poeta autor como a los prosificadores de la Primera crónica general ; dice Th. Montgomery: «The autors of the }Crónica took this scene from a copy of the poem, but interpreted it in the light of fixed ideas in how the hero should have acted» (}The Cid and the Count of Barcelona,{/i} «Hispanic Review», 30, 1962, p. 4).


VUELTA AL TEXTO




























15.     
Habla L. Spitzer: «el juglar que compuso el Cantar de Mio Cid , el primer cidófilo, se atreve a transformar en tipo ideal, anovelándola, la persona histórica, porque buscaba en la historia una enseñanza moral, y debía transformar aquélla cuando no cuadraba con ésta.  Como decía Schiller, la poesía puede ser más verdadera que la historia. Con el juglar, el arte enseña la verdad a la historia; con Menéndez Pidal, la historia tendría que enseñar la verdad a la poesía» (Sobre el carácter  , p.116).


VUELTA AL TEXTO




























16.     
Sobre las ideas políticas decía Spitzer: «ninguna de estas ideas políticas aparece en el texto del juglar, enteramente preocupado por la ejemplaridad moral de su héroe» (art. cit., p.111). Conviene aclarar que este crítico, que tan claro veía la ejemplaridad del héroe imponerse a cualquier idea política, se dejó cegar del «antisemitismo» del Mio Cid , como más adelante se verá. A este respecto creo de interés, como en otros casos, el sentir de los formalistas rusos, según el estudio de V. Erlich: «What is true of individual self-expression is equally applicable to the  reflections of society  in literature.  The same factors which made a lyrical poem an unreliable psychological document militate against considering a work of fiction as a piece of sociological or anthropological evidence»; y «there is no point in seeking an extrinsic explanation for a  character s behavior, or for that matter, any element of the plot, if the latter can be accounted for in terms of the internal exigencies of the esthetic structure.  In other words, it is hazardous to draw sociological or psychological conclusions from the work of literature before examining closely its structural properties: what may seem on the surface to be a manifestation of reality may at closer range turn out to be an esthetic formula, superimposed on this reality» (op. cit., pp. 175 y 176-177).


VUELTA AL TEXTO




























17.     
Menéndez Pidal cree que «Es hondamente nacional el espíritu democrático encarnado en ese  buen vasallo que no tiene buen señor , en ese simple hidalgo que, despreciado por la alta nobleza y abandonado de su Rey, lleva a cabo los más grandes hechos, somete todo el poder de Marruecos y ve a sus hijas llegar a ser reinas» en el hecho de que las hijas llegaran a «ser reinas».


VUELTA AL TEXTO




























18. 
J. de Entrambasaguas ha hablado de «la urgente necesidad de que la crítica penetre en el poema tan ampliamente como se merece la más antigua creación literaria española, si hemos de tener en cuenta sus elementos integrantes y su unificación estética».  «Estudiado desde el punto de vista lingüistico e histórico, casi exclusivamente, por el señor Menéndez Pidal, todos los que después han escrito sobre el Cantar no han abandonado apenas ese camino de fácil andadura, salvo alguna excepción.  Parece como si su creación poética, en verdad sorprendente desde muchos puntos de vista: el estudio de los personaje[s] trazados entre historia y literatura, con atisbos increíbles de lo que habían de ser las psicologías literarias: en fin la ideología de cada uno de los autores que intervinieron en él, de interés máximo, no contraran para nada; como si el maravilloso poema tan lleno de vida y de latir humanos, no fuera más que un documento lingüístico o, a lo más, histórico  ya a finales del siglo XVI parece que se adujo como documento genealógico-, cerrando los ojos a su invención literaria y a la serie de matices atrayentísimos y sugerentes que presenta como creación poética» ( El matrimonio judío de Burgos , «Punta Europa», 11, 1966, pp. 37-38; también, El «Cantar del Cid», hoy , «Punto Europa», 1961, pp. 45-58). Espero que estos estudios míos vengan a satisfacer los deseos del distinguido profesor. La eminente historicidad ha sido socavada recientemente por Colin Smith, quien parece haber encontrado precedentes latinos a dos episodos bélicos, los de Castejón y Alcocer, en Salustio y Frontino, respectivamente.  El profesor Smith, que tan meritorios esfuerzos viene dedicando a Mio Cid , no ha tenido miedo a pregonar como conclusión de su estudio: «There is not much historicidad left in the cantar What we have is a }poem, resulting from an act of literary creation  That I regard it as most admirable literature, warm, human and exciting, is I hope obvious but perhaps still needs to be said to those who may take criticism of }historicidad as an attack upon the value of the poem itself» (}Literary sources of two episodes in the «Poema de mio Cid{/i}»,«Bulletin of Hispanic Studies», 52, 1975, p.122).


VUELTA AL TEXTO




























19. 
De nuevo acudo a los formalistas rusos, según el testimonio de V. Erlich: «The essence of art lies in the organization of the material, irrespective of whether or not the object constructed out of this material serves any immediate practical purposes». (op. cit., p.92).  De acuerdo con R. Wellek y A. Warren: «We do better to start with organization and function.  It is not what elements but how they are put together, and with what function, which determine whether a given work is or not literature>> ({i}Theory of literature, Nueva







York
, 1956, p. 239).


VUELTA AL TEXTO




























20. 
Leemos en V. Erlich: «Clearly, the difference between literature and non-literature was to be sought not in the subject-matter, i.e., the sphere of reality dealt with by the writer, but in the mode of presentation» (op. cit., p.147).  Y Dámaso Alonso, muy de acuerdo con ciertas proposiciones de los formalistas , como reaccionarios contra la crítica del XIX, decía que había que preguntar a la obra de arte algo muy distinto de lo que se le había preguntado el siglo pasado, «no por qué, cómo se ha originado, sino qué es » ( Prólogo español a la versión española de R. Wellek y A. Warren, Teoría literaria , Madrid, 1959, p. 8).


VUELTA AL TEXTO




























21. 
Tres definiciones de tres épocas distintas de exemplum , de interés para comprender el arte de Mio Cid , tal como le corresponde; Quintiliano: «rei gestae aut ut gestae utilis ad  persuadendum id quod intenderis commemoratio» ( Inst. Orat., 5, 11, 6); Juan de Garlandia (siglo XIII): «est dictum vel factum alicuius autentice persone dignum imitatione» (Poetria , «Romanische Forschungen», 13, 1902, p. 888).  Según un investigador contemporáneo, Hildegrad Kornhardt: «They are brief accounts of deeds and accomplishments, unusual sayings, in which some quality or trait of character is particularly clearly expressed   The word }exemplum applies both to the act and to the account of it» (}Exemplum. Eine bedeutungsgeschichtliche Studie{/i}, Göttingen dissertation (1936), p. 14; la cita procede directamente de E.R. Curtius, i}European literature and the Latin Middle Ages, Nueva York, 1963, p. 60, nota 71).


VUELTA AL TEXTO




























22. 
Para comprender el arte popular de Mio Cid ayudará el análisis de Ortega y Gasset: «¿ A qué llama la mayoría de la gente goce estético  ¿ Qué acontece en su ánimo cuando una obra de arte, por ejemplo, una producción teatral, le  gusta   La repuesta no ofrece duda: a la gente le gusta un drama cuando ha conseguido interesarse en los destinos humanos que le son propuestos. Los amores, odios, penas, alegrías de los personajes conmueven su corazón: toma parte en ellos, como si fuesen casos reales de la vida.  Y dice que es  buena  la obra cuando ésta consigue producir la cantidad de ilusión necesaria para que los personajes imaginarios valgan como personas vivientes  en definitiva, el objeto de que en el arte [la mayoría] se ocupa, lo que sirve de término a su atención, y con ella a las demás potencias, es el mismo que en la existencia cuotidiana: figuras y pasiones humanas.  Y llamará arte el conjunto de medios por los cuales le es proporcionado ese contacto con cosas humanas interesantes.  De tal suerte que sólo tolerará las formas propiamente artísticas, las irrealidades, la fantasía, en la medida en que no intercepten su percepción de las formas y peripecias humanas» (La deshumanización del arte , Madrid , 1960, pp. 7-8).


VUELTA AL TEXTO




























23. 
Sigamos con Ortega y Gasset: «no podemos hacer objeto de nuestra comprensión, no puede existir para nosotros nada si no se convierte en imagen, en concepto, en idea  es decir-, si no deja de ser lo que es, para transformarse en una sombra o esquema de sí mismo» ( La deshumanización  , p.142).  Mi buen amigo Ricardo López-Landeira, buen conocedor de la magia verbal de Gabriel Miró, me pasa la siguiente cita: «hay emociones que no lo son del todo hasta que no reciben la fuerza lírica de la palabra, esa palabra,  como la música, resucita las realidades, las valora, exalta y acendra» (G. Miró, Obra completas , Madrid, 1961, pp. 692-693).


VUELTA AL TEXTO




























24. 
«Caracteres primordiales de la literatura española con referencia a las otras literaturas hispánicas, latina, portuguesa y catalana», en Historia general de las literaturas hispánicas , dirigida por G. Díaz-Plaja, Barcelona, 1949, I, p. XXXVII. En otra ocasión dijo el mismo crítico: «la realidad de los hechos notables puede encerrar en sí más poesía que cualquier ficción» (En torno , p.72). De acuerdo con este sentir, J. Rodríquez-Puétolas decía que podemos «explicarnos el verdadero carácter realista  dentro de la veracidad- del Poema , en el que se demuestra conocer bien la historia del héroe, tanto la narrada en los versos como la anterior, la  pre-épica » ( De la Edad Media a la edad conflictiva, Madrid, 1972, p. 174).


VUELTA AL TEXTO




























25. 
T.A. Sánchez, op. cit., I. P. 229.


VUELTA AL TEXTO




























26. 
Don Quixote de la Mancha{/i}, Segunda Parte, cap. 22, hacia el final. Creo que es equivocado hacer consistir el realismo literario en la historicidad de los hechos; la narración histórica no suele ser literariamente realista, precisamente porque no tiende a que el lector intervenga vicariamente en la acción. El realismo literario ha de comprenderse, en cambio, de acuerdo con la que llamo videncia de incidentes y sucesos verisimiles ; su explicación se encuentra en los clásicos, medievales y modernos. Dice Cicerón de la verosimilitud ( narratio probabilis, verisimilis, credibilis ): «probabilis erit narratiol, si in ea videbuntur inesse ea quae solent apparere in veritate» ( De inventione, 1, 21, 29); Quintilliano: «credibilis rerum imago, quae velut in rem praesentem perducere audientes videtur (4, 2, 123); « ένάργεια quae a Cicerone illustratio et evidentia nominatur, quae non tan dicere videtur quam ostendere; et affectus non aliter quam si in rebus ipis intersimus sequentur» (6, 2, 32); san Isidoro: «energeia est rerum gestarum aut quasi gestarum sub oculos inductio» ( Etimologías , 2, 21, 33). Cuando R. Wellek y A. Warren hablan de la « novela objetiva» de Dickens, la caracterizan de esta manera: «Instead of narrating, Dicken s impulse is always to present , in dialogue and pantomine; instead of telling us about he shows us» (op. cit., p. 223).  ¿ Cuadra este realismo al talante del español   Decía Ortega y Gasset:  «Yo soy un hombre español que ama las cosas en su pureza natural, que gusta de recibirlas tal y como son, con claridad, recortadas por el mediodía, sin que se confundan unas con otras, sin que yo ponga nada sobre ellas; soy un hombre que quiere ante todo ver y tocar las cosas y que no se place imaginándolas; soy un hombre sin imaginación» ( De la deshumanización..., p.101). El subrayado es mío; nótese que en estos estudios se pone de relieve la virtualidad contemplativa, en contraste con la puramente imaginativa; por ejemplo, es producto de la imaginación Roland y su calidad de admirable ; es objeto de la contemplación el Cid por su calidad de imitable . Esta imitabilidad acera al héroe tanto a su auditorio, que se hace dificil justificar la caracterización de mítico , lanzada por A. Castro y desarrollada por P. Dunn en Theme and myth in the « Poema de Mio Cid », «Romania», 83, 1962, pp.348-369).


VUELTA AL TEXTO




























27. 
Las explicaciones del realismo de la nota anterior necesitan una posdata esencial, como la salvedad del mismo Ortega y Gasset: «la tendencia natural nos lleva a creer que la realidad es lo que pensamos de ella, por tanto, a confundirla con la idea, tomando ésta de buena fe por la cosa misma. En suma, nuestro prurito vital de realismo nos hace caer en una ingenua idealización de lo real. Ésta es la propensión nativa,  humana » (op. cit., p. 37). La narración realista de que aquí tratamos no va reñida, ni mucho menos, con los recursos artísticos, estilizadores; en Mio Cid se da en alto grado el estilo en la expresión lingüística, entendiendo estilo por «lo que hay de extralógico en el lenguaje» (R. Fernández Retamar, Idea de la estilística , La Havana, 1958, p. 11, citado por C. Gariano en El enfoque estilístico y cultural de las obras medievales , Madrid, 1968, p. 15).


VUELTA AL TEXTO




























28. 
Esa suspensión es el efecto que producen tantas expresiones en Mio Cid que, si acaso desde el punto de vista del historiador carecen de significado, desde el punto de vista de la endocrítica encierran significados múltiples; «the hallmark of poetry  dice V. Erlich- as a unique mode of discourse lies not in the absence of meaning but in the multiplicity of meanings» (op. cit., p. 158).  El autor de Mio Cid hizo uso espléndido de la libertad del poeta que echa a volar el término, el giro verbal, de manera que conoten, más que definan; sugieran, más que aclaren; inciten, más que aseveren. Por mi parte, estoy completamente de acuerdo con D. H. Green, quien, después de estudiar la ironía en los romances medievales, amonestaba que debiéramos desconfiar de la «objetividad» de los románticos y poner en tela de juicio aquella inocencia y simplicidad que atribuían a la literatura medieval («If we have come to distrust the Romantic s objectivity, we have also grown more critical of the poetic innocence and simplicity which they imputed to medieval literature», en Irony and medieval romance, «Forum for Modern Language Studies», 6, 1970, p. 49).


VUELTA AL TEXTO




























29. 
Sobre los efectos de un texto literario en los lectores de diferentes épocas explicaba E. Honig: «A literary text which has been assimilated in a cultural tradition requires a restructuring from every readerThis occurs when the reader gradually reflects in his own imagination the creative process embodied in the text.  This restructuring of the text by each reader renews the inner  consciousness  of the artistic work>> (}Dark conceit , p. 29).  Sobre los efectos directos de {i}Mio Cid en su auditorio comentaba P. Dunn: «}The Poema de mio Cid is a solemn enactment by means of which the audience, entering into the hero s double rôle of  victim and victor, accepts the necessities which sustain its mode of freedom» (art. cit., p. 269).


VUELTA AL TEXTO




























30. 
Dice Salinas: «historical facts are raised to the category of poetic matter, and what interests us is not the facts, information or knowledge as historical, but human life or lives that follow their course on a background of history. But it is not fictionalization of reality either, like the French or German epics. It is reality to which a poetic character is given, reality made poetic>>  (}Reality and the poet in Spanish poetry,







Baltimore
, 1940, p. 20).


VUELTA AL TEXTO




























31. 
Dice así Colin Smith: «The Cid is one of the deepest characters in all medieval literature.  He is not merely skilled in battle, a fine general and utterly loyal, as more epic heroes are.  He is a loving husband and father, a skilled lawyer, an eloquent speaker at court. He is extremely devout, generous to his men and to the conquered (Alcocer: 856). He swells with a fine manly pride at the thought that his family will watch him in battle (1655). He has humour of the grim (2411), the back-slaping (3302) and the punning varieties (1068)>> (}Did the Cid repay the Jews {/i}, «Romania», 86, 1965, pp. 528-529).  Gracias a esta armonización de virtudes de difícil concordia, el autor ensancha la ejemplaridad de su héroe y la lección moralizadora al soldado, que no se averqüence de llorar; al tímido, que se anime a luchar; al guerrero, que se cuide de la familia; al padre de familia, que esté dipuesto a la batalla; al vasallo, que sirva al rey; al rey, que se cuide de sus hombres; al soldado, que no se olvide de rezar; al monje, que no suelte la espada, etc.  Sobre el elogio del hombre ideal, cf. E. R. Curtius, European literature  , pp. 167 y ss. Et passim{/i}.


VUELTA AL TEXTO




























32. 
Me limitaré a contrastar algunas opiniones selectas; Menéndez Pidal: «Éste [el Poema ].. por su factura y por su metro revélase como obra de un juglar lego» ( En torno  , p. 19); «los juglares no recibían inspiración eclesiástica, como quiere la crítica individualista» ( En torno  , p. 146); «Pero debo advertir, para desviar objeciones que me hace también Curtius, que al hablar de  juglares  en el siglo XII, no quiero decir sino  poetas que escriben para legos , pero no  poetas indoctos , desconocedores de la literatura latina. Berceo se llama juglar, y es un eclesiástico muy leíd, que inicia un arte de clerecía, opuesto al de juglaría.  Al hablar de  pueblo , hago continuamente la salvedad de que no me refiero al vulgo inculto, sino al público nacional , que incluye las clases altas y cultivadas»; y más adelante añadía:  «El juglar del Cid (entiéndase juglar docto y altísimo poeta)» ( La épica española y la «Literarästhetik des Mittelalters» de E.R. Curtius, en Castilla  , pp. 79-80 y 91).  Dámaso Alonso: «Lo mismo el Poema del Cid que la Chanson de Roland son obra de poeta único y genial» ( De los siglos oscuros al de Oro , Madrid, 1964, p. 69, nota). E. von Richthofen:  «Las grandes epopeyas nacionales (p. ej., el Mio Cid ) son obra única y exclusiva del poeta que las concibió y plasmó» ( Estudio épicos medievales, Madrid, 1954, p. 221).  Rubio García:  «Mi pensamiento es claro al respecto: el Poema se apoyó en las Crónicas de Cid y debió escibirse en el monasterio de el presunto escriba no sería otro sino un monje de dicho cenobio, sobre quien pesa una tradición estética y literaria» ( Realidad y fantasía en el «Poema de Mio Cid» , Murcia, 1972, p.9).


VUELTA AL TEXTO




























33. 
«Ex fructibus eorum cognoscetis eos» (Mateo, 7, 20). También cuadra bien a la humildad del autor anónimo la sentencia «Vincat opus verbum: minuit jactantia famam» (Geoffroi de Vinsauf, Poetria nova , v. 303; en E. Faral, Les arts poétiques du XII e et du XIIIe siècle , Paris, 1924, p. 206).


VUELTA AL TEXTO




























34. 
A propósito de la palabra «sangre», y sus efectos en el texto poético, en contraste con los que produce en la vida real o, incluso, en un texto histórico, valga una cita de V. Erlich: «The word  blood  has a different impact upon us when used in a poem than when heard in  real life .» Esta observación está hecha a propósito de una explicación de Shklovskij, de que « Blood  in poetry is not bloody  it is a component of a sound-pattern (i.e. rime), or of an image» (op. cit., p. 108).


VUELTA AL TEXTO




























35. 
El refrán, en versión poética de Mio Cid es: el amor de mio Çid   ya lo ivan provando (1247). Mereceria la pena hacer un estudio comparativo entre las actitudes humanas y las valoraciones en Mio Cid y en el Refranero .


VUELTA AL TEXTO




























36. 
De nuevo acudo a V. Erlich tras una explicación en







sana
perspectiva a este respecto: «Some Russian folklorists have seen in this portrayal of the Prince [a una luz menos favorable que el héroe] a reflection of an antiauthoritarian attitude on the part of the court s democratic  retainers . To Skaftymov, Vladimir s [el Príncipe] role in the oral epic is a matter of composition rather than ideology. A {i}bylina{/i}, he argued, is a streamlined apotheosis of the man of war, a closely knit narrative centering around the dramatic conflict between the hero and his enemy.  All other protagonists, including the central figure in the Russian  fuedal  hierarchy, Prince Vladimir, provide merely a  resonant background . 
Now according to the law of artistic perspective, the foreground must loom larger in the story than the background» (op. cit., p. 176); sigue la explicación que, sin duda y mutatis mutandis , nos ayudará a comprender que la prominencia del Cid, a veces, sobre Alfonso, responde a una organización de los elementos artísticos, no a una ideología democrática.


VUELTA AL TEXTO




























37. 
Dice H. Lausberg, en un libro al que me referiré muy a menudo en estos estudios: «En la lucha  que es la que mantiene tensa la situación dramática, el espectador no puede permanecer desinteresado, antes bien ha de brindar su simpatía a una de las partes y seguir el curso de la lucha desde el punto de vista de la parte con que simpatiza. El poeta se preocupará especialmente de despertar oportunamente la simpatía de público hacia aquella parte desde cuyo punto de vista ha de seguir el público el desarollo de la acción. Pero al mismo tiempo debe ser tratada con justicia la parte opuesta»  (Manual de retórica literaria, II, Madrid, 1966-1968, p. 472).  En estos estudios se hará ver esa «justicia» hacia la parte opuesta en el arte de Mio Cid , en completo desacuerdo con el sentir de E. de Chasca, quien cree que el poeta resalta la bondad del protagonista «haciendo que sus adversarios  los Infantes de Carrión- sean del todo malos»  ( El arte juglaresco  , p.77); no es que los Infantes me parezcan buenos, pero sobre su maldad deberá destacarse el arte del autor en hacerles justicia, lo cual habría de repercutir en gloria del héroe.


VUELTA AL TEXTO




























38. 
Fueron los formalistas también los que hablaron de necesidad de una forma dinámica : «The unity of a literary work  escribía en 1924 Tyjanov- is not that of a close symmetrical whole, but  of a dynamic integration  The form of literary work must be described as dynamic» (V. Erlich, op. cit., p. 70).


VUELTA AL TEXTO




























39. 
Sobre la estructuración de materiales en Berceo señala C. Gariano; «hay que concluir que la distribución de las partes no está sometida a una verdadera fuerza interna que balancea la gravitación de los núcleos periféricos.  Este aspecto de la estructura de la obra es atectónico, suelto, con un orden arbitrario en que la imaginación del autor no se siente atada por artificiales compartimientos estancos»  (Enfoque  , p. 69).


VUELTA AL TEXTO




























40. 
Estilo y creación en el «Poema del Cid», en Ensayos sobre poesía española, Madrid, 1944, p. 69.


VUELTA AL TEXTO




























41. 
El diccionario ideal,{/i} en Estudios de lingüistica, Madrid, 1961, p. 120.


VUELTA AL TEXTO




























42. 
E. von Richthofen se planteaba el problema de si llamar cantar o poema a Mio Cid ; sin atender a solucionar, destaca el hecho de que su autor lo denomina razón, gesta y cantar .  En su comentario se echa de ver la anarquía epigráfica que reina: «Este  problema, ¿ cantar o poema , se plantea respecto del Cid.  R. Menéndez Pidal, en su edición mayor (1908), lo denomina Cantar de Mio Cid ; posteriormente, sin embargo, en la edición menor de Clásicos Castellanos (1913), lo llama Poema . El autor mismo de la obra la designa como razón (3730) en otro lugar, la igual que el autor del Roldán, gesta (1085) y también cantar (2276)» ( Estudios épicos , p.274).


VUELTA AL TEXTO




























43. 
Las opiniones de los críticos sobre la divisibilidad o indivisibilidad de Mio Cid siguen hoy día por senderos opuestos; véanse algunos juicios de tratadistas autorizados.  J. Horrent:  «La división exterior que ofrece el manuscrito no refleja ninguna distinción original. Los tres cantares de la copia no han existido en su origen de forma autónoma.  Su solidaridad es muy profunda y muy esencial.» «En efecto, el poema cuenta el ascenso del Cid, iniciado en su punto más bajo, alcanzando después poco a poco su cenit, llegando a convertirse, de pequeño señor que era, en par de reyes. Tensión ascensional, sin titubeos, que culmina con la consagración del valor personal de héroe.» «El poema que nos presenta el manuscrito está lo suficientemente armonizado para poder ser declarado indivisible»  (op. cit., pp. 247-248 y 251).  ¿ No considera el crítico la Afrenta como un «titubeo» muy climatérico  L. Chalon: «l histoire de leur [las hijas del Cid] mariage avec les infants de Carrion ménage une subtile transition entre l épopée guerrière des deux premiers chants et lépopée familiale du troisième» (Á propos des filles du Cid , «Le Moyen Âge», 73, 1967, p. 217). E. von Richthofen, comentado sobre la opinión de Menéndez Pidal, que el Cantar de la Afenta era el más «refundido», agregaba: «El canto III contiene efectivamente todas las características de una refundición, a no ser que debemos considerarlo como una continuación bastante tardía y casi puramente legendaria o inventada, compuesta en una época en que la gesta era considerada siempre una serie de  nuevas , como llegamos a saber por el último verso»  ( Nuevos estudios épicos medievales , Madrid, 1970, p. 143). Sobre la teoría de este crítico con respecto a la formación «vertical» de Mio Cid , frente a la «horizontal» propuesta por Menéndez Pidal, deben mirarse las pp. 145-146, allí mismo.


VUELTA AL TEXTO




























44. 
Muchas han sido las referencias al carácter novelístico de Mio Cid , que ha sido predicado de la obra total por haber sido ésta considerada como unidad, pero no cabe duda de que donde la denominación encaja con perfecta adecuación es en el Cantar de la Afrenta; el título del denominación de Ulrich Leo lo pone muy de relieve:  La «Afrenta de Corpes», novela psicológica , «Nueva Revista de Filología Hispánica», 13, 1959, pp. 291-334.  Claro, llamar al Mio Cid o a algunas de sus partes «novelas» es tan anacrónico como llamarlo «poema». Piénsese en lo bien que las caracterizaciones de ciertos críticos se adecuan a la Razón, y no a la Gesta; Américo Castro: «En lejanía remota el Mio Cid parece vislumbrar la novela moderna, la de Cervantes» ( Hasta Cervantes, Madrid, 1967, p. 37: Poesía y realidad en el «Cantar del Cid»).  M. Singleton, penetrado en el análisis de la téchnica novelista que inició G. T. Northup ( The Poem of the Cid viewed as a novel , «Philological Quarterly», 21, 1942, pp. 17-22), reconocía dos técnicas, «one for the composition of a military epic and the other for the composition of a kind of novel of morals manners with the same linguistic style as that of the military epic» ( The two techniques of the «Poema de Mio Cid»: an interpretative essay, « Romance Philology», 5, 1951-1952, p. 223), y unas líneas más abajo declara que la segunda técnica comienza «near the end of the second cantar ». La Razón , más que la Gesta , es lo que L. Spitzer caracterizaba como «biografía novelada» (art. cit., p. 115); como decía de él U. Leo, «hace resaltar el aspecto novelístico de la  Afrenta » (cf. art. cit., p. 293, nota 4).  Además, es en la Razón donde Menéndez Pidal reconocía «aquellas notas burlescas que tanto regocijaron a los poetas del romancero», y a unos Infantes carentes de «estatura épicas» ( En torno , p. 209).