NOTA: Este trabajo es el primer capítulo de mi libro Calisto, soñador y altanero (ver referencia en el curriculum vitae
CALISTO.__ En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA.__ ¿En qué, Calisto?
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El texto. Con estas palabras da comienzo la Tragicomedia de Calisto y
Melibea, comúnmente conocida como La Celestina. Calisto y Melibea, sin
otro preámbulo, se llaman por su propio nombre, dialogan y se tutean con
aparente familiaridad.1 Nos da la impresión, pues, que los interlocutores ya
se conocían. Calisto y Melibea se habrían visto con anterioridad en alguna
otra ocasión. De ahí la pregunta legítima, si no obligada, de todo curioso
lector ante ese comienzo brusco, in medias res, del drama: ¿dónde, cómo y
cuándo se habrían visto y conocido los dos jóvenes?
Sigue el texto:
CAL.__ En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse e facer
a mi inmérito tanta merced que verte alcançasse e en tan conueniente lugar, que
mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda encomparablemente es mayor
tal galardón, que el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, que por este lugar
alcançar tengo yo a Dios offrescido, ni otro poder mi voluntad humana puede
conplir. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como
agora el mío? Por cierto los gloriosos sanctos, que se deleytan en la visión diuina,
no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo. Mas
¡o triste! que en esto
diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal
bienauenturança e yo misto me alegro con recelo del esquiuo tormento, que tu
absencia me ha de causar.
MEL.__ ¿Por grand premio tienes esto, Calisto?
CAL.__ Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diesse en el cielo la silla
sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta felicidad.
MEL.__ Pues avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.
CAL.__
¡O bienauenturadas orejas mias, que indignamente tan gran palabra
haueys oydo!
MEL.__ Mas desauenturadas de que me acabes de oyr. Porque la paga será tan
fiera, qual la meresce tu loco atreuimiento. E el intento de tus palabras, Calisto,
ha seydo de ingenio de tal hombre como tú, hauer de salir para se perder en la
virtud de tal muger como yo.
¡Vete!
¡vete de ay, torpe! Que no puede mi
pacien cia tollerar que aya subido en coraçón humano comigo el ylícito amor comunicar
su deleyte.
CAL.__ Yré como aquél contra quien solamente la aduersa fortuna pone su
estudio con odio cruel.
CAL.__
¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?
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El lugar de la primera escena. El primer acto de La Celestina, de
acuerdo con la información de Fernando de Rojas, llegó a las manos de éste
en unos papeles intitulados de un "antiguo auctor" que al azar encontró.2
Tratemos los lectores de hoy de leer el comienzo de esos papeles como lo
haría Fernando de Rojas, en estado de inocencia, es decir,
desembarazándonos de cualquier opinión preconcebida.
Imaginémonos que cayeran en
nuestras manos aquellos papeles del Antiguo Auctor --en adelante el
AUTO--, como cayeron en las de Rojas, exentos de los sumarios, exentos
asimismo de introducción, notas u otras aclaraciones.
Leamos atentamente, como lo hiciera Rojas, en estado de inocencia,
las palabras de Calisto. De la simple lectura comprenderemos que éste daba
gracias a Dios por haber alcanzado, por fin, el conueniente lugar donde
poder manifestarle a Melibea el secreto dolor que por ella desde hacía
tiempo sentía. El haber alcanzado aquel lugar era para él un galardón que
superaba con mucho el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías que hacía
tiempo, con tal fin, venía a Dios ofreciendo.
No habría sido, deducimos, un solo caso de seruicio, 3 ni un solo
gesto de sacrificio, ni un solo ejemplo de deuoción, ni una sola muestra de
obras pías, lo que Calisto había llevado a cabo por alcanzar el lugar donde
confluyeron los amantes; había sido una acumulación de actos múltiples y
diversos, repetidos día tras día, de seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías.
Con el verbo alcançar se designa haber llegado, por fin, al punto final de
una acción progresiva, de una acción reiterativa; en galardón sentimos
implicada la idea de la coronación de unos méritos acumulados
progresivamente; secreto dolor nos habla de una pasión guardada en secreto durante
algún tiempo.
Rojas fue el primero en leer estas palabras introductorias del AUTO
y fue el primero en darles una interpretación: tanto tiempo llevaba Calisto
ofreciendo obras pías por alcanzar a su deseada Melibea, que ésta se le
presentó un día en un lugar oportuno; y fue con esa presentación de Melibea
a Calisto como comenzó el drama. He aquí, bien clara, la composición de
lugar que se hizo Rojas, de acuerdo con el ARGUMENTO:
Para comienço de lo cual dispuso el aduersa fortuna lugar oportuno, donde a la
presencia de Calisto se presentó la desseada Melibea.
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El lugar conveniente. En cuanto a la determinación del lugar, Rojas
rehusó especificarlo o describirlo más allá de lo que había dicho el Antiguo
Auctor. Se dio perfecta cuenta que Calisto había calificado al lugar de
conueniente (del L. convenire = venir con otro), que si por un lado expresaba
la calidad de adecuado, por otro implicaba un concepto de movimiento, de
convergencia, lugar donde los dos, Calisto y Melibea, se encontraron; en
oportuno se expresan asimismo dos conceptos, el de cómodo y el de arribar
--que "lleva al puerto," como señala Corominas (481)-- a un deseado lugar.
Ese movimiento de aproximación del comienzo de la primera escena, por
disposición, según Rojas, de la adversa fortuna, se correspondería al final
con el de separación, vete, vete, yré (del L. ire), por disposición, según
Calisto, de la misma adversa (del L. avertere, apartar) fortuna. 4 Por lo demás Melibea, más que a una mujer, se asemeja a una idea
platónica; tanto ella como Calisto parecen proyectados sobre una "pantalla
blanca" (volveré a esto más adelante); la conversación se desprende como
del vacío; el lugar y su entorno quedaban indeterminados. ¿Para qué creía
Rojas que el lugar era oportuno? La intención del autor no es otra que el
resultado: oportuno para que en él la deseada Melibea pudiera presentarse
a Calisto.
Al explicar en el ARGUMENTO cómo se originó el drama, al
reinventarse el incidente, se nos muestra Rojas como atento y extraordinario
lector del comienzo del AUTO; compárese, además de su lugar oportuno
con el conueniente lugar de Calisto, su dispuso el aduersa fortuna con la
aduersa fortuna pone su estudio con odio cruel de aquél. Si es verdad que
fortuna aparece 26 veces en la obra, la expresión aduersa fortuna sólo se
encuentra al final del ARGUMENTO y al final del diálogo inicial.
Si Calisto sentía por Melibea un secreto dolor, y llevaba tiempo
ofreciendo a Dios sus oraciones por alcanzar verla, es porque la habría
conocido en alguna otra ocasión previa, es porque se habría enamorado de
ella con anterioridad. Así lo reconocen muchos comentaristas. Así se
comprende desde las dos primeras líneas. Así lo debió interpretar Rojas,
quien muy pronto en su continuación al AUTO, en el Acto II, con el fin de
encontrarle razón de ser a este diálogo del comienzo, por encontrarle la
debida motivación, encargaría a Sempronio y Pármeno explicar la
prehistoria del diálogo. Sempronio fue el primero en aludir, aunque de pasada, a
una primera entrevista de los dos amantes, la que caracteriza ante su amo
como el primer trance de tus amores:
SEM.__ ... para no dexar trasponer tu pensamiento en aquellos crueles desuíos,
que recebiste de aquella señora en el primer trance de tus amores (II, 116).
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Hasta esta intervención de Sempronio sólo habíamos sospechado de
un acontecimiento previo al relatado en la primera escena por la
información de Calisto sobre el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías que
llevaba ofreciendo por lograr la oportunidad de ver a Melibea. La alusión
de Rojas, a través de Sempronio, a un primer trance de amores viene a
aclararnos que el continuador del AUTO comprendió la necesidad de
presuponer un encuentro previo entre los amantes. Rojas no hubiera
hablado de un primer trance, si en su mente sólo hubiera existido el del comienzo
del drama (no suele llamarse "primer matrimonio" el de aquellos que
acaban de casarse por primera vez); primer significa eso, el primero de una
serie, el que antecede a los demás, e implica lógicamente que Rojas trataba
de inventar algún otro encuentro amoroso anterior al único que se nos
narra al comienzo. 5
El lugar del primer trance. ¿Que dónde, cómo y cuándo había
ocurrido el primer trance?; ¿que dónde, cómo y cuándo se habían conocido por
primera vez Calisto y Melibea? Escuchemos la prehistoria del diálogo
inicial según Pármeno:
PAR.__ Señor, porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en
la huerta de Melibea a le buscar, la entrada causa de la ver e hablar, la habla
engendró amor, el amor parió tu pena, la pena causará perder tu cuerpo e alma e
hazienda (II, 121). 6
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Esta es la información de Rojas, información que evidentemente le
era del todo desconocida al Antiguo Auctor, cuando éste escribió la primera
escena. Rojas trataba de contestarse, a posteriori, unas preguntas que surgían
de un diálogo inicial que él encontró sin especificación de lugar u otras
circunstancias. Una vez que el texto y el contexto del AUTO carecen de
referencias a un espacio concreto, a un entorno --una huerta o a un neblí o a
otros elementos descriptivos afines--, y por otras razones que se aclararán a
continuación, el Pármeno de Rojas se estaba refiriendo, en sus pormenores,
no a aquel diálogo del Antiguo Auctor, carente de acotaciones, sino a cómo
sucedió aquel primer trance, al que acababa de aludir Sempronio, en el que
los amantes se llegaron a ver y conocer por primera vez y que los dos
criados debieron haber presenciado.
Es el mismo Rojas quien nos habla en las
tres declaraciones, la de Sempronio, la de Pármeno y la del
ARGUMENTO; es Rojas el que sin duda se hizo la composición de dos lugares, dos
sucesos que él claramente trató de diferenciar: uno en un lugar muy
específico, el del comienzo de los amores --engendró amor--, cuando Calisto,
en persecución del halcón, encontró a Melibea en la huerta; otro en un
lugar indeterminado, el del comienço del drama, cuando Melibea, por
disposición de la adversa fortuna, se presentó a Calisto en un lugar oportuno. 7
Los testigos del primer trance. Al leer el diálogo inicial, en aquel
espacio sin entorno, a ningún lector se le ocurrirá pensar que se diera en
presencia de testigos; las voces de Calisto y Melibea parecen resonar en el
vacío. En cuanto al primer trance de amores, por el contrario, Rojas, poco a
poco en el desarrollo del drama, no sólo nos describiría el lugar, y explicaría
al causa y los efectos psicológicos, sino también nos daría a entender que
habían sido varios los testigos presenciales. Además de Sempronio y
Pármeno, había presenciado el trance Lucrecia. Eso explica que al acudir
Calisto a la primera cita en el huerto de Melibea y hablar éste desde la calle,
de noche, pudiera aquélla, una criada, reconocer al caballero desde el otro
lado de las tapias, en la voz:
LUCR.__La voz de Calisto es ésta. Quiero llegar. ¿Quién habla? ¿Quién está
fuera?
....
MEL.__
¡Loca, habla passo! Mira bien si es él.
LUCR.__Allégate, señora, que sí es, que yo le conozco en la voz (XII, 82).
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El primer trance, está claro pues, había tenido lugar no en el vacío, en
el espacio indeterminado y fantasmal de la primera y solitaria escena, sino
en una huerta, lugar concreto, el lugar ameno que serviría de centro de
confluencia y gravitación no sólo de los dos amantes sino también de sus
criados. El haber estado éstos presentes confería autoridad a su testimonio.
Allí, en la huerta, se habían encontrado por primera vez cinco personajes,
Calisto, Melibea, Sempronio, Pármeno y Lucrecia, los cinco personajes que
conocían muy bien los pormenores de aquel primer trance, los cinco
personajes que allí volverían a confluir en el Acto XII de la Comedia, cuando el
ciclo se completaría y cerraría.
Interpretadas de esta manera, tan directa y sencilla, tan literalmente, las palabras del
ARGUMENTO, las de Calisto al comienzo del AUTO, y las de Sempronio
y Pármeno al comienzo de la continuación de Rojas, se logra la más
perfecta conformidad, concordia y armonía de estas palabras entre sí; se logra
también la concordia y armonía entre los muchos otros textos que a lo largo
de la obra aluden una y otra vez a los muchos días que habían transcurrido
entre el primer trance y la primera escena; transcurso de tiempo en el que se
nos mostrarían en perfecto acuerdo los dos amantes, sus criados y la misma
Celestina; transcurso de tiempo en el que no se insistiría tan
machaconamente de no tratar Rojas de aclarar algo que el Antiguo Auctor había
omitido precisar; transcurso de tiempo, en fin, que debido a determinadas
actitudes preconcebidas ha traído de cabeza a los críticos.
Cronología: El otro día. En su estudio sobre este tema, el profesor
Stephen Gilman, distinguidísimo comentarista de La Celestina, se mostraba
desconcertado ante la repetida alusión al transcurso de varios días:
¿A qué día puede referirse "el otro día"? ¿Cómo puede dar
a entender Pármeno que han pasado uno o varios días desde
el comienzo del drama? Nosotros, que hemos seguido cada
acción en secuencia ininterrumpida, no hemos notado nada
de actividad periódica --el dormir, comer o anochecer--
que implicaría su paso (La Celestina 341).
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Añadía Gilman que según sus cálculos entre el diálogo inicial y la
entrada en escena de Pármeno "a lo sumo no pueden haber pasado más de
cinco o seis horas."
Gilman había calculado bien. Según el texto toda la acción dramática
que se extiende desde la primera escena hasta el Acto VIII pasa en el
transcurso de un día. Quiere decir que si el AUTO y el Acto II se suceden sin
intervalo de tiempo, entre las dos primeras escenas del AUTO, la de Calisto
con Melibea y la de Calisto con Sempronio, no hubo interrupción temporal
alguna. Eso es axiomático. De no aceptarlo así, nos veremos forzados a
inculpar a los personajes (al autor) de inexactitud o error en la cronología, y
no debe ser la misión del crítico re-escribir la obra o la de ir a la caza del
escritor. El crítico debe dirigir todo su talento y sus esfuerzos a dilucidar la
adecuación de los testimonios de los diversos personajes.
Si nada parece
justificar, en el contexto, que entre la acción del AUTO y del Acto II se
diera intervalo de días, hemos de inferir que ese tiempo transcurrido al que
Rojas, por boca de sus personajes, se refiere, se había dado no entre la
primera escena y el Acto II, sino entre la primera escena, cuando Calisto
recibe la respuesta a sus muchas oraciones, y algún otro acontecimiento en
el pasado que el protagonista anhelaba se repitiera, el que Rojas nos
esbozaría con pormenores y que denominó el primer trance de amores.
Pármeno no pudo equivocarse, como no podían equivocarse los otros
personajes que por unanimidad aluden al tiempo transcurrido. No le demos vueltas, en el drama
no pasó otra cosa que lo que nos dicen los actores.
A la alusión de Sempronio al primer trance y al testimonio de Pármeno sobre el paso del tiempo se
sumarían, para corroborarlo, los testimonios por separado de Calisto,
Melibea, Celestina y Lucrecia, todos ellos de acuerdo en repetir lo que llega
a ser un verdadero motivo literario, quizás más repetido que ningún otro:
hubo un primer trance de amores que había tenido lugar días atrás.
En el mismo Acto II, a la vaga alusión de Sempronio y el explícito
testimonio de Pármeno se sumaría la corroboración de Celestina con la
referencia al tiempo que Calisto había gastado en servir en balde a su
amada y en dudar:
¿No mirarías el tiempo que has gastado en su seruicio? (II, 71).
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En el Acto IV, es Melibea la que corrobora el testimonio de
Pármeno, con esta referencia al primer encuentro:
Este es el que el otro día me vio e comenzó a desvariar conmigo en razones
haciendo mucho del galán (IV, 180).
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En ese mismo Acto IV Celestina sería muy específica, al puntualizar
que habían pasado ocho días desde que a Calisto se le manifestó el dolor de
muelas --su mal de amores:
MEL. No te pregunto ... sino qué tanto ha que tiene el mal.
CEL. Señora, ocho días. Que parece que ha vn año en su flaqueza (IV, 187). 8
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Lo corroboró Calisto una y otra vez. El que nos dijo al comienzo que
llevaba días ofreciendo a Dios seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías,
reiteraría de muchas maneras que llevaba muchas noches viendo a su amada
en sueños:
CAL. En sueños la veo tantas noches, que temo me acontezca como a Alcibíades
o a Sócrates (VI, 219).
CAL.__ ... aquélla a quien vosotros seruís e yo adoro e, por más que trabajo
noches e días, no me vale ni aprouecha! (VI, 220).
CAL. Yo quiero dormir e reposar vn rato para satisfazer a las passadas noches e
complir con la por venir" (XI, 74).
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En el Acto XII declara el amante sin ambages ni ambivalencias que
el sufrimiento había sido muy íntimo y de larga duración; tan larga que en
el Acto XVII llegaba a parecerle toda la vida:
CAL.
¡O quántos días antes de agora passados me fue venido este pensamiento
a mi coraçón, e por impossible le rechaçaua de mi memoria (XII, 85).
CAL. Señora, pues por conseguir esta merced toda mi vida he gastado, ¿qué
sería, quando me la diessen, desechalla? ... Nadando por este fuego de tu desseo
toda mi vida (XIV, 117). 9
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Ese pensamiento imposible, ese fuego de tu desseo que dice Rojas,
¿qué eran sino una internalización del seruicio, sacrificio, deuoción e obras
pías, que había dicho el Antiguo Auctor?
El largo sufrimiento había afectado por igual al amante y a la amada.
Melibea no era menos explícita en sus referencias al tiempo pasado; a ella
no se le había hecho menos largo. La joven doncella venía esforzándose por
no descubrirse jamás a su fiel criada:
MEL.__
¡O mi fiel criada Lucrecia! ¿Qué dirás de mí? ¿Qué pensarás de mi
seso, quando me veas publicar lo que a ti jamás he quesido descobrir? (X,
50-51).
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A Lucrecia, por su parte, no le pasaron inadvertidos los múltiples
efectos que aquel primer trance causó en su señora: la llaga, el deseo, el
fuego en llamas, la palidez, el no comer, el no dormir, y el desasosiego que
desde mucho antes embargaban a Melibea:
LUCR.__Señora, mucho antes que agora tengo sentida tu llaga e calado tu
desseo. ... Quanto más tú me querías encobrir e celar el fuego, que te quemaua,
tanto más sus llamas se manifestauan en la color de tu cara, en el poco sossiego
del coraçón, en el meneo de tus miembros, en comer sin gana, en el no dormir
(X, 64).
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A manera que Melibea se molificaba en su actitud hacia Calisto, el
tiempo transcurrido --los ocho dolorosos días que a éste se le habían hecho
un año-- parecía alargarse:
MEL.__ Muchos y muchos días son pasados que esse noble cauallero me habló
en amor (X, 61). 10
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El disimulo amoroso. La falta de esta básica comprensión del
transcurso del tiempo es la que llevó a algunos comentaristas a sorprenderse, con
implícita queja por el descuido artístico de Rojas, de que Melibea, que tan
destempladamente había rechazado a Calisto al comienzo del drama,
enfermara de amor tan de repente, tras la intervención de Celestina. 11 Esa
falsa percepción del tiempo es, precisamente, la que Rojas quiso evitar
inventando un primer trance y distanciándolo en el tiempo, para dar espacio
a que se intensificara el secreto dolor de Calisto, y maduraran los
sentimientos --el secreto amor (XX, 196)-- de Melibea. Leamos bien, y
comprenderemos que la dulce doncella, como había notado su criada, llevaba tiempo
ocultando la llaga de amor, con todos sus efectos: desde aquel primer trance
del huerto quedó tan enamorada de Calisto --cuya vista me cautiuó, (X, 50)
le confesaría a Celestina-- como éste de ella. Cuando Melibea preguntó a
Celestina cuánto tiempo hacía del dolor de muelas y oyó que ocho días,
debió comprender que se le originó en el primer trance; el caso es que a
partir de esa noticia, la hasta entonces airada joven cambiaría de actitud,
pidiendo excusas:
MELIB.__
¡O quánto me pesa con la falta de mi paciencia! Porque siendo él
ignorante e tú ynocente, haués padescido las alteraciones de mi ayrada lengua.
Pero la mucha razón me relieua de culpa, la qual tu habla sospechosa causó. En
pago de tu buen sofrimiento, quiero complir tu demanda e darte luego mi
cordón. E porque para escriuir la oración no haurá tiempo sin que venga mi
madre, si esto no bastare, ven mañana por ella muy secretamente (IV, 188-189).
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¿Le dolería también una muela a Melibea? Lo que de cierto sabemos
es que ésta llevaba muchos días disimulando: 12
MEL. E avnque muchos días he pugnado por lo dissimular, no he podido tanto
que, en tornándome aquella muger tu dulce nombre a la memoria, no
descu briesse mi desseo e viniesse a este lugar e tiempo, donde te suplico ordenes e
dispongas de mi persona segund querrás (XII, 86).
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Y una vez más, hacia el final, al punto ya de arrojarse de la torreta,
volvería a insistir Melibea en los muchos días, con el fin hacerle comprender
a su padre que su pena de amor estaba lejos de ser una tentación pasajera:
MEL. Muchos días son passados, padre mío, que penaba por amor un cauallero,
que se llamaua Calisto, el qual tú bien conociste (XX, 196).
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No puede estar más claro, pues, que entre el primer trance de amores
en la huerta, donde se engendró el amor, y la primera escena, con que se da
comienço al drama, habían transcurrido de verdad varios días según algunos
personajes, muchos días según otros. La repetición es tan machacona, que
difícilmente se puede entender este tiempo como tiempo psicológico que
proponía Gilman, escapatoria innecesaria y sin excusa, pues los textos sólo
son inteligibles y congruentes si se aceptan en su significado llano y directo.
Por necesidad se refieren los personajes a un suceso en el pasado, el pasado
de un tiempo físico, real, como defendía Asensio, única manera de entender
otro día, ocho días, muchos días, etc.. Tan directo y real debe aceptarse el
sentido de otro día, ocho o muchos o tantos días como el de hoy de otros
acontecimientos en otros muchos textos (IV, 229; VII, 233, 235, 237, 261;
VIII, 8, 17; XII, 88; XXI, 208); de otra manera nos exponemos a degradar la
crítica textual reduciéndola al mero antojo y entretenimiento, al vano
jugueteo entre lo directo y lo figurativo, lo histórico y lo psicológico, sin otras
reglas o normas que el capricho de nuestra imaginación o el dictado de
conveniencia u oportunismo.
El primer sumario. Cuando el manuscrito de La Celestina pasó al
dominio de los impresores, éstos, como era costumbre entre ellos, no se
abstuvieron de aportar sus propias rúbricas o sumarios al principio de cada
aucto. 13 A este respecto comentaba el propio autor del PROLOGO con
marcada indulgencia:
aun los impressores han dado sus punturas, poniendo rúbricas o sumarios al
principio de cada aucto, narrando en breue lo que dentro contenía: una cosa bien
escusada según lo que los antiguos scriptores vsaron (25).
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Pues bien, uno de esos impresores, autor del SUMARIO al AUTO,
dejándose guiar de la citada alusión de Pármeno al neblí de Calisto y la
huerta de Melibea, y sin percatarse en lo debido del transcurso del tiempo,
Entrando Calisto en una huerta empós de un falcón suyo, halló y a Melibea, de
cuyo amor preso, començóle de hablar. De la qual rigorosamente despedido, fue
para su casa muy sangustiado (I, 31). 14
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Es decir, situó la primera escena en el lugar donde Rojas había
situado el primer trance de amores. El autor del SUMARIO cometió un grave
anacronismo al adjudicar al Antiguo Auctor lo que fue una invención tardía
de su continuador. De no haber reincidido los críticos en semejante
anacronismo, de no haber tomado éstos al pie de la letra las palabras iniciales de
un SUMARIO que por otra parte todos reconocen ser espúreo, 15 se hubiera
liberado la crítica textual y la literaria de una oprimente camisa de fuerza
que la ha mantenido entumecida.
Editores y críticos se hubieran liberado de
la necesidad de adoptar actitudes paternalistas no sólo ante el Antiguo
Auctor y su brusca transición de la primera a la segunda escena, sino
también ante Rojas y su información sobre quién se presentó a quién, sobre
el tiempo transcurrido, sobre la increíble rapidez con que Melibea se
enamora, sobre la necesidad del filtro de Celestina que acelerara esos
amores, etc. La única razón --convendrá insistir-- por la que sostienen los
críticos la huerta como el lugar del diálogo inicial es la sinrazón de ese
SUMARIO apócrifo, y la sostienen a pesar de reconocer el anacronismo de
su atribución, sus incongruencias y su discordancia con el contexto.
¿Por qué será que se ha creído más la voz del intruso impresor
anónimo sobre un Calisto que empós de un falcón suyo se presentó a
Melibea, que la voz de propio Rojas sobre una Melibea que por disposición de la
aduersa fortuna se presentó a Calisto? El autor del SUMARIO recogía para
la reconstrucción del escenario la información de Pármeno, sin haberse
dado cuenta de la gran dificultad que suponía tratar de unificar dos
testimonios tan contradictorios como el de Calisto en del AUTO y el del criado del
Acto II. Pármeno hablaba de un encuentro entre Calisto y Melibea al
parecer casual, causado por la pérdida del neblí; Calisto, por su parte, había
reconocido que su visión de Melibea, lejos de ser causal, era el galardón, era
la respuesta al seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías que por algún tiempo
había venido ofreciendo a Dios; con ese galardón logró el enamorado joven
alcanzar aquel lugar donde, por fin, pudo manifestarle a su amada el secreto
dolor que por ella, desde aquel día en que la conoció, sentía. 16
En multitud de ediciones de La Celestina, generación tras
generación, se ha venido imprimiendo ese SUMARIO en el que
aparentemente se identificaba el primer trance, de Rojas, en la huerta, tan casual
como la pérdida del neblí, con la primera escena, del Antiguo Auctor, la
respuesta a las oraciones de Calisto. Aquellas primeras líneas del
SUMARIO han venido predisponiendo a los lectores, generación tras generación, a
hacerse una determinada composición de lugar, a imaginarse un escenario
interesante y sugestivo, un verdadero locus amoenus con reminiscencias del
jardín de la Susana bíblica, en el que parecía encajar muy adecuadamente el
diálogo inicial de La Celestina. Si por un lado el lugar parecía muy
apropiado para dar pasto a la imaginación del lector, es verdad por otro que el
SUMARIO ha dejado sin respuesta, generación tras generación, aquella
pregunta inicial, tan importante desde el punto de vista de técnica artística,
tan necesaria para poder satisfacer la necesidad de la motivación dramática:
¿cómo era que los jóvenes ya se conocían por su nombre propio?, ¿cómo
era que Calisto llevaba tiempo ofreciendo plegarias por alcanzar a
Melibea?.
El SUMARIO trató de reproducir fielmente la explicación de
Pármeno sobre la huerta y el ave de rapiña, pero se olvidó de un elemento
muy importante, el de el otro día, expresión que lejos de ser, como se ha
demostrado, una ocurrencia fortuita del criado, expresaba de lleno el sentir
común, machaconamente expresado, de diversos personajes, de los
personajes más importantes del drama: en una palabra, expresaba el sentir y la
concepción artística de Rojas.
El lugar de la primera escena. Ahora bien, si fue el primer trance de
amores, en el esquema de Rojas, el que tuvo lugar en la huerta, ¿dónde se
encontraban Calisto y Melibea en la primera escena, en ese diálogo inicial?
Non sunt multiplicanda entia sine necessitate, advertían los escolásticos,
preocupados por refrenar el desmadre del capricho de aquellos que se
deleitan en multiplicar entes innecesarios. Ese lugar habrá de buscarse en
el texto del Antiguo Auctor, en el texto y contexto inmediato, y no en el
lejano texto que años más tarde introduciría Rojas, y mucho menos aún en
el contexto del SUMARIO, de mano posterior, extraña y desconocida. Para
el Antiguo Auctor el lugar donde se encontraba Calisto no era otro que el
lugar de la acción que sin interrupción le sigue; y esa acción está claramente
localizada en la casa de éste; de hecho, Calisto nunca la abandona en todo
el AUTO. La casa, como escenario, se nos presenta muy bien delineada en
el contexto inmediato, con variedad de detalles: la cámara, la cama, la
ventana, la sala, el laúd, etc. Calisto, tras haber hablado con Melibea, se
dirige sin interrupción a Sempronio:
CAL.__
¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?
SEM.__ Aquí estoy, señor, curando destos cauallos.
CAL.__ Pues, ¿cómo sales de la sala?
SEM.__ Abatióse el girifalte e vínele endereçar en el alcándara (I, 34).
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En la primera escena nada nos indica que Calisto llevara consigo un
neblí, o que entrara en una huerta u otro lugar, o que saliera tras hablar con
Melibea, o que entrara en su casa procedente del exterior. En la mente del
Antiguo Auctor es gratuito presuponer que existiera el neblí de Calisto o la
huerta de Melibea que más tarde inventaría el continuador; si no existía la
huerta, no hubo traslado de los personajes desde ésta a la casa de Calisto.
El autor del SUMARIO ha causado gran confusión entre los críticos
que se enfrentan con la brusca transición y ruptura de secuencia entre el
diálogo de Calisto con Melibea y el diálogo del mismo con Sempronio; es
decir, la brusca transición de la huerta de Melibea a la casa de Calisto, entre
la primera y la segunda escena.
Y es que ese tipo de brusca transición no
vuelve a darse ni en el AUTO ni en su continuación; normalmente en toda
La Celestina --empezando en el primer contacto de Sempronio y Celestina
(64-66)-- es costumbre que los personajes, de camino de un lugar a otro, por
la calle, aparezcan enredados en animada conversación.
En el diálogo inicial, al parecer de madrugada, todo yace inerte,
como en letargo o sueño. La acción, propiamente hablando, no comienza
hasta las llamadas a Sempronio, cuando todo de pronto se llena de
animación, de claridad, de voces estridentes, de maldiciones, de movimiento
desde la caballeriza a la sala, y luego a la cámara.
El autor del SUMARIO parece darnos a entender que Calisto
acababa de regresar a casa de una excursión venatoria, él solo, 17 y eso no
solamente desdecía del texto y contexto, sino que incluso contradecía las
costumbres de Calisto; éste, según Rojas por boca de Pármeno, antes de
enamorarse de Melibea, no solía salir de su casa por la mañana temprano si
no era acompañado:
A Sempronio veo a la puerta de casa. Mucho ha madrugado. Trabajo tengo con
mi amo, si es salido fuera. No será, que no es acostumbrado; pero, como agora
no anda en su seso, no me marauillo que aya peruertido su costumbre (VIII, 9).
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Pues bien, si nos permitiéramos ciertas suposiciones con el fin de dar
acomodo al texto del SUMARIO, nos encontraríamos con no podernos
explicar convenientemente el texto del AUTO. Supongamos que
efectivamente Calisto regresaba de cazar; ¿cómo es que sabía que su cama estaba
deshecha y la ventana de la cámara abierta: --endereça la cama ... Cierra la
ventana, ordenó al Sempronio--?. Concedamos que vio la cama deshecha al
entrar en la cámara. Esa excursión de cetrería habría tenido lugar a media
mañana o por la tarde, y habría durado varias horas; Calisto, sabemos, tenía
varios criados. ¿Cómo explicar que a ninguno de ellos se le hubiera ocurrido
hacer la cama ese día, en todo ese tiempo, tarea doméstica que
normalmente requiere una pronta atención?.
No, el Antiguo Auctor no quería representar a un Calisto que
acababa de entrar en su casa, procedente del exterior, con sus criados. Para
localizar a Sempronio, tuvo aquél que proferir su nombre tres veces
consecutivas, a grandes voces, con marcada irritación. 18 El criado, según declaración
propia, andaba ocupado en las tareas que solían ocupar a los de su clase al
comienzo de la jornada, al venir el día: cuidar de los caballos y de las aves
de caza. Si Calisto acababa de regresar de la caza con su criado no se
hubiera sorprendido --como al parecer se sorprende-- de que el criado se cuidara
de los caballos y del gerifalte. Lo que del texto se deduce es que el señor no
tenía ni idea de dónde pudiera estar su criado. Al verle salir de la sala, le
ordenó que entrara en la alcoba a componerle la cama; Calisto da la
impresión que acababa de despertarse y quería que el criado le rehiciera la
cama con el fin de volverse a dormir. Nada tiene de raro el que Calisto le
ordenara a su criado ablandar la cama; los colchones de la época, de lana o
bálago, se desbarataban con extremada facilidad y era costumbre el rehacer
la cama cuando uno se levantaba para cualquier necesidad, a veces sólo con
el fin de mullir un poco el colchón.
Calisto, esa mañana, como le oiríamos decir, no se encontraba bien;
le molestaba la luz del nuevo día: mis pensamientos tristes no son dignos de
luz, y quería permanecer en la oscuridad: dexa la tiniebla acompañar al triste.
Ese dexa no es verbo inceptivo; nos sugiere que Calisto quiere continuar en
el estado de oscuridad que precedió a su despertar, la oscuridad que
empezaba a destruirle la luz de la mañana.
De regresar Calisto de una cacería, de la huerta de Melibea,
esperaríamos que le hubiera acompañado Sempronio, el criado que aparece a su
lado y sabía del primer trance de amores, y Pármeno, el que relataría el
incidente. De haberle acompañado Sempronio, habría entrado éste con su
amo en la huerta, en la que habría presenciado el encuentro y el rudo
rechazo de Melibea. Una vez en casa, Sempronio, que se distingue en la
obra por su gran astucia, de cara ante un Calisto histérico y furibundo,
habría comprendido qué fue lo que causó a su amo perder la alegría y el
seso. El criado, por el contrario, se mostraba despistado, completamente
sorprendido ante la súbita e inexplicable irritabilidad de su señor:
SEM.__
¡O desuentura!
¡O súbito mal! ¿Quál fue tan contrario
acontescimien to, que assí tan presto robó el alegría deste hombre e, lo que peor es, junto con
ella el seso? (I, 37).
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Es que lo que le sucediera a Calisto, le había sucedido de pronto, sin
un motivo inmediato que pudiera comprender el criado; le había sucedido
en uno de esos acontecimientos contrarios que roban al hombre la alegría,
en su propia casa. Y dentro de la casa, en la cámara y en la cama, las dos
piezas mencionadas en el entorno de Calisto:
CAL. ...
¡Anda, anda, maluado! Abre la cámara e endereça la cama (I, 37).
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Las mismas cámara y cama que habían de ser las dos piezas
imprescindibles de mobiliario de tantas otras escenas de La Celestina.
Supongamos --y ya es mucho suponer-- que Calisto, él solo, una
mañana dichosa, en persecución del perdido neblí, hubiera entrado por
casualidad en la huerta de Melibea y que le hubiera dirigido a ésta las
palabras del comienzo. ¿Habríamos de interpretar que el joven amante
había venido ofreciendo a Dios seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías para
que se le perdiera el ave, por casualidad? ¿Para que se le perdiera el ave en
un conveniente lugar, donde encontrar, por casualidad, a una mujer por
nombre Melibea, por quien ya, antes de conocerla, se dolía secretamente?
En qué quedamos, ¿se debió el primer diálogo a un encuentro casual, por la
pérdida del halcón --como parece sugerir el impresor-- o a las repetidas
oraciones de Calisto por poder alcanzar a la mujer que amaba, que nos dice
el Antiguo Auctor? Evidentemente hemos de preferir el original del
Antiguo Auctor y rechazar la sugerencia del SUMARIO, por muchos e
importantes que hayan sido los comentaristas que crean al impresor.
PARA SEGUIR, PULSE -->
M. de Riquer, que ha prestado considerable atención este pasaje, cree que "era evidente que Calisto ya había
visto alguna vez a Melibea" (383). A. Rumeau opinaba --muy de acuerdo con lo aquí espero demostrar-- que Calisto
estaba enamorado de Melibea con anterioridad a este encuentro.
Debo aclarar desde el principio que acepto el dictado de Fernando de Rojas sobre la pertenencia de esos
"papeles" a un "antiguo auctor," aserto que he probado ser indiscutible en mi obra Tres autores en "La Celestina."
Aplicación de la informática a los estudios literarios. Granada: Impredisur, 1993.
En el Acto II Rojas, por boca de Celestina, nos indica lo bien que entendió la alusión del AUTO al largo tiempo
que Calisto había gastado en el seruicio de Melibea: ¿No mirarías el tiempo que has gastado en su seruicio? (II,71).
Cuando Melibea, al punto de suicidarse, explica a su padre lo que pasó, parecía hacer una vaga referencia al lugar
del primer trance: Conosciste assimismo sus padres e claro linaje: sus virtudes e bondad a todos eran manifiestas. Era tanta
su pena de amor e tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su passión a vna astuta e sagaz muger, que llamauan
Celestina (XX, 196). ¿Qué querría decir con eso de tan poco el lugar? Todas las referencias al lugar, no importa de
qué personaje procedan, son oscuras y misteriosas, a propósito.
M. R. Lida hace la observación de que todo lector atento ha de verse obligado a inferir sucesos previos: "En el
acto I, el del ′antiguo auctor′, el lector atento infiere hechos no representados" (La originalidad, 180-81).
Se preguntaba Marciales: "¿cómo es posible que Pármeno haya sabido esto y Sempronio, no?" (I, 278). Marciales,
que comenta en su obra sobre multitud de minucias, no hace alusión alguna al posible significado de la anterior
referencia de Sempronio al primer trance. Es común, por otro lado, entre editores y comentaristas --excepto en el caso
M. Marciales, tratado más adelante-- pasar por alto el texto del ARGUMENTO GENERAL sobre disposición de la
adversa fortuna, el lugar oportuno y la presentación de Melibea ante Calisto, y no pararse a juzgar su concordancia o
discordancia con las palabras de Pármeno sobre el neblí, la huerta y la presentación de Calisto ante Melibea.
El no comprender las referencias de Rojas a dos incidentes distintos llevó a Marciales a contradecirse; opinaba
éste que el ARGUMENTO GENERAL aparecía ya, con el Título y el Incipit, en la edición de Burgos 1499, en el
folio A1 que falta en la edición facsímile de la Hispanic Society of America, 1909. Ahora bien, es creencia común de
los bibliófilos, no rechazada abiertamente por Marciales, que Proaza no intervino en esa edición de Burgos.
Marciales, sin embargo, atribuye el ARGUMENTO GENERAL a Proaza --por quien siente verdadero desdén-- porque en
él se nos quiere hacer creer que a la presencia de Calisto se presentó la desseada Melibea, cuando la "cosa ... en
realidad fue al revés:
¡a la vista de Melibea se presentó de pronto el pungido Calisto!" (76). J. Stamm puso también en
duda que Rojas fuera el autor del ARGUMENTO GENERAL; por un lado reconocía que el ARGUMENTO debía
haber existido con anterioridad a los ACROSTICOS, donde se dice: Buscad bien el fin de aquesto que escribo / O del
principio leed su argumento; por otro, no se explicaba que Rojas no diera en el ARGUMENTO indicaciones
específicas sobre el lugar, cuando en el Acto II habló del encuentro con tantos detalles, lugar, motivo, huerta y
halcón (29). La conclusión lógica hubiera sido, claro, pensar que se referían a dos sucesos distintos. Ningún crítico,
sin embargo, ha dedicado tanta atención a la cuestión de la autoría del ARGUMENTO como Keith Whinnom ("The
′Argumento′,") quien lo atribuye a Fernando de Rojas.
En el replanteamiento que estoy tratando de hacer, no cabe que sea "mentira," lo de los ocho días del dolor de
muelas, como creía M. R. Lida (181), quien por otra parte admitía que Calisto no se habría enamorado la víspera
(175, ver la nota siguiente). Cejador y Frauca, en la nota a los ocho días, parece sustraer de la cantidad su valor
numérico para realzar tan sólo el interés de Celestina en penetrar en la tierna doncella "por la puerta de la
compasión."
Como comenta muy acertadamente M. R. Lida sobre toda mi vida, "por más que se descuente su acostumbrada
hipérbole, sería ridículo que hiciese tal declaración habiéndose enamorado la víspera" (175).
En una nota a muchos y muchos días son pasados, D. Severin dice que "el espacio de tiempo percibido por los
personajes no se corresponde con el percibido por el lector" (X, 245 n17). Como principio habrá de juzgarse
equivocada cualquier percepción del lector que no se corresponda con la de los personajes. En la lectura que aquí ofrezco
la percepción del tiempo en el actor y el lector es idéntica.
Juan de Valdés fue el primero en señalar que Melibea "se dexa muy presto vencer, no solamente a amar, pero a
gozar del deshonesto fruto del amor" (138). Melibea hacía tiempo que estaba enamorada. En realidad los hechizos
de Celestina (contrario a lo que pretende P. Russell, "La magia"), de tener algún efecto, era poco más que el de
añadir leña al fuego. Distanciando el primer trance de la primera escena se consigue el efecto al que aspiraba M. R.
Lida: "hacer verosímil, dentro de su carácter, la entrega de Melibea, que resultaría inconcebible si, rechazando
airadamente a Calisto a la mañana del primer día, se le rinde ciega a la tarde del día siguiente" (177).
Melibea, como era propio de las escondidas donzellas --que diría Celestina--, pasaría muchos días disimulando su
amor; de no haberlo disimulado por algún tiempo, no se hubiera distinguido de las públicas: ninguna diferencia hauría
entre las públicas, que aman, a las escondidas donzellas, si todas dixesen sí a la entrada de su primer requerimiento, en
viendo que de alguno eran amadas (VI, 208). Un caso de entrega muy rápida sería el de la pública Areúsa a Pármeno
(VII, 246).
A los críticos les llama la atención que tales SUMARIOS no aparezcan en la muy autorizada edición de la
Tragicomedia, Zaragoza 1507, como señala Marciales, "el primer texto extante de 21 autos en castellano" (223); el
ARGUMENTO GENERAL viene incluido. También se cree que por lo menos una de las ediciones de Jacob
Coromberger suprimía los SUMARIOS (Whinnom, "The ′Argumento′," 24).
Los problemas del tiempo vienen ocasionados por las primeras líneas de este argumento; los críticos, a la vez que
lo consideran espúrio, suelen interpretarlo al pie de la letra. En ese argumento parece excluirse el transcurso de
días entre la entrevista del huerto y el diálogo de Calisto y Sempronio. ¿Por qué seguir defendiéndolo en contra de
tantos otros textos internos que lo contradicen?. Marciales, entre otros, tras aceptar el trascurso de varios días,
interpretaba --destruyendo con ello el sentido del argumento-- que esos días habían pasado entre el corto diálogo de
Melibea y la entrada en acción de Sempronio: "A partir de
¡Sempronio ...! se trata de una nueva escena en casa de
Calisto, muchos días después del encuentro con Melibea en la Cena 1¦" (II, 19, nI.8). Lo compara con otros actos,
v.g., el XIV, en el que el discurso de Calisto se interrumpe, lógicamente, al llegar la noche, para continuar por la
mañana. En el caso de la primera escena, sin embargo, no se trata del paso de la noche a la mañana, sino de muchos
días; en el caso del Acto XIV, además, se indica claramente la transición temporal en el texto. Si habían pasado
varios días desde el diálogo hasta la entrada en acción de Sempronio, ¿cuántos días había pasado Calisto ofreciendo
a Dios seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, porque se le brindara la oportunidad de ver a su amada? ¿Cuántos
haciendo méritos para alcanzar tal galardón? S. Gilman, por su parte, es partidario de interponer una semana entre
el Auto y el Acto II (344).
Entre los comentaristas que han expresado sus reservas con respecto a los SUMARIOS se destaca S. Gilman,
quien los caracteriza, en lo que toca a la comprensión del tema de la obra, como "francamente engañosos" (330).
M. R. Lida también identificaba el encuentro y escena, y conceptuó la entrevista como acontecimiento "casual"
(200). Ahora bien, para Calisto (y el autor) el "ver" a Melibea no fue casual, fue respuesta a sus muchas oraciones.
En la literatura medieval la oración es uno de los elementos más eficaces de la motivación.
M. de Riquer rechaza convincentemente la explicación del autor del SUMARIO al acto primero y la de todos los
que, por él guiados, creen que la escena primera esté enmarcada en un ambiente cinegético. "Calisto, pese a la
afirmación del argumento del acto primero, no parece que haya llegado a presencia de Melibea en pos de un halcón.
En toda la escena el ave de caza no se menciona para nada, el joven no hace ni el más pequeño gesto que indique
que va en su busca ni que la recoja y la doncella no alude ni tan sólo vagamente a un incidente de esta suerte. Ya
sería raro que Calisto se dedicara a cazar dentro de la ciudad..." (384).
En el Acto XIII nos encontramos con una situación parecida, cuando Calisto llama a Tistanico:
¡Tristanico!,
¡moços!,
¡Tristanico!. Leuántate de ay. Es decir, cuando por fin da con él, le ordena levantarse.
M. de Riquer propuso como lugar conveniente una iglesia: "¿cuál es ese lugar ′tan conueniente′ en el que un
caballero puede hablar con una doncella? Creo que la respuesta es obvia: una iglesia" (386). La ocurrencia de
Riquer es muy sugestiva; sería aceptable si pudiera ser respaldada por el contexto, es decir, por otras situaciones a lo
largo de la obra o en la tradición literaria que antecede o sigue a La Celestina. El lugar más adecuado será aquel que
más se repite dentro de la obra. ¿Cuántas se nos representa a Calisto rezando en una iglesia en toda la obra?
¿Cuántas veces aparece Calisto soñando, en su cámara?
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